Super User

Super User

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

NECESIDAD DE LA ORACIÓN

EN LA VIDA DEL SACERDOTE

(3ª Edición)

“Sin mí no podéis hacer nada”

REFLEXIONES SACERDOTALES MIRANDO AL SÍNODO

«El cristiano del siglo futuro será un místico o no será cristiano».(K. Rahner)

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

PRÓLOGO

Confieso públicamente que todo se lo debo a la oración. Mejor dicho, a Cristo encontrado en la oración. Muchas veces digo a mis feligreses para convencerles de la importancia de la oración: A mí, que me quiten cargos y honores, que me quiten la teología y todo lo que sé y las virtudes todas, que me quiten el fervor y todo lo que quieran, pero que no me quiten la oración, el encuentro diario e intenso con mi Cristo Eucaristía en el Sagrario, porque el amor que recibo, cultivo, y me provoca y comunica la oración y relación personal con mi Cristo, Canción de Amor cantada por el Padre para mí, para todos, con Amor de Espíritu Santo, en la que me dice todo lo que soñó y me amó desde toda la eternidad,  y me quiere y hace por mí cada día ahora, es tan vivo y encendido y fuego y experiencia de Dios vivo... que poco a poco me hará recuperar  todo lo perdido y subiré hasta donde estaba antes de dejarla. Y, en cambio, aunque sea sacerdote y esté en las alturas, si dejo la oración personal, bajaré hasta la mediocridad, hasta el oficialismo y, a veces, a trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo: “Sin mí no podéis hacer nada”. Y ese Espíritu de Cristo viene a nosotros, a todos, especialmente por el trato con Cristo por la oración diaria, sobre todo eucarística.

¿Qué pasaría en la Iglesia, en el mundo entero, si los sacerdotes se animasen u obligasen a tener todos los días una hora de oración ante el Sagrario? ¿Qué pasaría en la Iglesia, si todos los sacerdotes tuvieran una promesa, un compromiso de orar una hora todos los días ante el Sagrario como un tercer voto o promesa añadida al de la obediencia y castidad? ¿Qué pasaría si en todos los seminarios del mundo tuviéramos exploradores de Moisés que habiendo llegado a la tierra prometida de la experiencia de Dios por la oración enseñasen este camino eucarístico a los que se forman, convirtiendo así el seminario en escuela de amor apasionado a Cristo vivo, vivo en el Sagrario, y no mero conocimiento teológico o rito vacío y desde ahí, desde la oración eucarística y arrodillado, el seminario se convirtiese en escuela viva de santidad y fraternidad, de teología viva y apostolado de Cristo? Si eso es así, ¿por qué no se hace? ¿Por qué no lo hacemos personalmente los sacerdotes? Señor, ¡te lo vengo pidiendo tantos años! ¡Concédenos a toda la Iglesia, a todos los seminarios, a toda la Iglesia esa gracia, ese voto que ya algunos de mis feligreses han hecho por la santidad de los sacerdotes y del seminario: ¡Ven, Señor Jesús, te necesitamos, te necesita este mundo nuestro!

            Te necesita tu Iglesia, tus Obispos y sacerdotes, tus fieles cristianos; a todos, como Dios-hombre nos diste con tu vida y evangelio un ejemplo maravilloso y total de la necesidad de la oración, que tanto necesita el mundo y la Iglesia de hoy en esta época histórica con estas televisiones y medios tan ateos, tan vacios de tu persona y evangelio y salvación... así está el mundo, tu misma Iglesia: un mundo sin moral, parroquias cerradas, pocas vocacones sacerdotales... no se ora, nos hemos olvidado de tu mandato: “Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su miés”.

INTRODUCCIÓN

 

            El título completo que me gustaría haber puesto a este libro sería: NECESIDAD DE LA ORACIÓN EN LA VIDA Y APOSTOLADO DEL SACERDOTE: “SIN MÍ NO PODÉIS HACER NADA”.

Porque esta ha sido la intención principal, que me ha movido a escribir este libro, ha sido el convencimiento que he adquirido, desde el estudio y la experiencia sacerdotal, de la necesidad de la oración personal, del encuentro de amor diario con Cristo para poder vivir en plenitud la identidad sacerdotal, el ser y existir en Cristo Sacerdote, esto es, para poder ser sacerdote santo.

            Y esto que afirmo del sacerdocio presbiteral vale igualmente para todo cristiano, para todo bautizado, que tiene el carácter del sacerdocio común y real y que lógicamente está llamado también a la unión total con Cristo, a la santidad personal, como ha defendido el Vaticano II.

            A la hora de reflexionar en serio sobre cómo debemos ser los sacerdotes en la hora actual en un mundo secularizado y ateo que nos está dejando las iglesias vacías y al sacerdote reducido a un profesional de lo religioso, pienso que hemos de dirigir nuestra mirada a lo que somos en Cristo para actuar conforme a nuestra identidad sacerdotal, ya que  «operari sequitur esse».

            Para eso en estos tiempos actuales donde no basta un amor ordinario a Cristo sino extraordinario, donde no es suficiente la fe y el amor heredado sino el contacto y la experiencia del amor  personal y diario con Cristo,  me parece que hay que pasar de una fe muchas veces heredada y apoyada en las iglesias llenas y en la estima del sacerdote que tenía el pueblo, a una fe y amor personal y viviencial de Cristo, apoyado y alimentado en la oración personal, en el encuentro diario de unión de amor, «que no es otra cosas oración sino tratar de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama»,  especialmente en la oración personal litúrgica completa, eucaristía, celebrada, “en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo de Amor, y en Palabra Salvadora del Hijo, pronunciada y revelada por el Padre para todos los que somos sus hijos, más bien yo diría canción de Amor del Padre, cantada con Amor de Espíritu Santo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en la cual quieren introducir y sumergirnos a todos los hombres, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la Encarnación del hijo-Hijo y por la Consagración del Pan Divino de la Eucaristía.

            En la liturgia, toda acción litúrgica, todos los sacramentos son desde el Padre al Hijo encarnado y resucitado por obra y potencia de Amor del Espíritu Santo, Beso y Abrazo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace Padre aceptándole como Padre siempre en el mismo Amor, por el Amor del Espíritu Santo, tan personal y divina que le hace Persona Divina, pero no tercera, porque está al principio del Ser Trinidad, “Dios es Amor”, y en medio del Padre y del Hijo porque los une en Familia Divina.

            Por todo ello y más cosas, Cristo ha de centrar tanto nuestra reflexión como nuestra dedicación, entrega y amor; Jesús ha de estar muy en primera línea con toda su realidad del Dios con nosotros, desde la encarnación hasta el calvario, donde nos amó con amor extremo, proféticamente ya celebrado y realizado en la Última Cena. Por eso, nuestra reflexión no puede quedarse en lo puramente especulativo sino que debe ser la reflexión que nos lleve al amor y la amistad, que hace el amigo junto al amigo, « estando a solas...para tratar de amistad» y escuchándole para ser como Él en su ser y existir sacerdotal.

            Hay muchos sacerdotes así. Y debemos serlo todos. Hay que descubrirse ante unos sacerdotes con esta fidelidad, apoyada en la fidelidad de Cristo Sacerdote al Padre. Ha sido su fe y su fidelidad al Señor vivida en la intimidad y en la cercanía, junto con el sentido de comunión eclesial, lo que les ha permitido conservar lo fundamental, su identidad con Cristo Sacerdote.A todos ellos va dedicado especialmente este libro. Lo que se dice en él son cosas muy sabidas por los hermanos sacerdotes; intento recordar algunos puntos fundamentales que nos ayuden a todos a mantenernos fieles al Señor y nos animen a integrar nuestra vida en la suya. Es a El a quien se la hemos consagrado y a quien se la estamos dedicando día a día.          

Una advertencia. Que a nadie se le ocurra pensar que todo lo que digo en el libro lo estoy viviendo a tope. Pero lo que sí es cierto es que lo estoy intentando y que trato de amar con todas mis fuerzas a Cristo Sacerdote del Altísimo que me llamó a ser y vivir como Él. Todavía me falta mucho. Pero vivo más ilusionado que nunca, porque siento muy cerca su presencia, su respiración, su perfume y aroma y unción sacerdotal, sobre todo en la Eucaristía, en la santa misa, en ratos de Sagrario.

 

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

LA ORACION PERSONAL EUCARÍSTICA

 

1.- TODO SE LO DEBO A LA ORACIÓN EUCARÍSTICA, AL ENCUENTRO DIARIO DE AMISTAD CON CRISTO EN EL SAGRARIO

 

            En mi pueblo, después de la Primera Comunión, visitaba al Señor todos los días en el Sagrario. En la piedad de entonces, la Visita al Santísimo primaba sobre la misa por la mañana a las 8 y sobre la comunión. Era una gozada ver a jóvenes, madres con hijos, novios... hacer la visita por la tarde. Y por aquello de los Primeros Viernes, empecé a ir a misa, mejor, a ser monaguillo y comulgar, no sólo los primeros viernes, sino todos los días. Así que cuando en el Seminario me enteré de que la oración se podía hacer ante la naturaleza, los campos, danzando o haciendo cosas, me cogió descolocado; más, cuando en el Seminario Mayor aprendí y me enseñaron otras formas y lugares para hacerla, no lo entendía, porque yo siempre la oración la hice mirando y hablando con Jesús en el Sagrario. Y prefería hacerla en la iglesia, nunca la hice en mi habitación, no sabía hacerla. Pues bien, aquí voy a dar unas pinceladas. Con mayor amplitud trato este tema de la oración eucarística en mi libro: LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL, Edibesa, Madrid 2009. 

            No todo fue bien y perfecto desde el primer día; muchos años en infancia y juventud, aún en el Seminario Mayor, era llegar y pegar, pura rutina; todo, hasta que mi Director Espiritual me dijo que tenía que pasar un rato largo ¡15 minutos! algo interminable a veces, sobre todo, porque era en el recreo, después de comer, y había que jugar y hablar con los compañeros.

            Él lo que quería es que me quedase a solas con Él; es que en comunidad, con tanto canto y guitarra, no había tiempo para hablar personalmente con Él... que fuera a la Capilla cuando no había gente o poca, que no tuviera nada  oficial y comunitario, sino a solas, totalmente personal. Y así empecé mi verdadera amistad y oración y encuentro personal con Jesucristo Eucaristía, esto es, mi oración personal eucarística.

            Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directa con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. La Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubren la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en la Eucaristía misa tenernos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, pero, con tanto movimiento, a veces salimos de la iglesia sin haber escuchado a Cristo, sin haberle saludado personalmente.

            Sin embargo, en visita o en  la oración personal, ante el sagrario, no hay intermediarios ni distracciones; se trata de un diálogo a pecho descubierto, un tú a tú con Jesús que me habla, me enfervoriza y, tal vez, si lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega y me dice: No estoy de acuerdo con esto, tienes mucha soberbia, ojo con esos pensamientos y afectos... Y, claro, allí, solos ante Él, no hay escapatoria de cantos o respuestas; cada uno es el que tiene que dar la respuesta personal, no la litúrgica y oficial. Por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, si no aguanto este trato directo con Cristo y dejo la visita diaria, dejo de buscar su amistad y dejo la oración por no querer convertirme a lo que me dice. Y por otra parte ¿cómo buscarle en otras lugares, apostolados y presencias cuando allí esti más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días - aunque tarde años -, encontraré en su presencia eucarística luz, fuerza, ánimo, compañía, consuelo y gozo, que nada ni nadie podrán quitarme; y me llenará de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre; lo contagiaré todo de amor y sentimiento hacia El y llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El.

            Esto se llama santidad, y para esto está Cristo en la Eucaristía misa y sagrario y la oración eucarística se convierte así en el alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística, y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros. Porque claro, no había escapatoria: estábamos solos Jesús y yo, no había que rezar oraciones comunitarias, no había que hacer las cosas con los demás, y tenía que dar respuesta personal a lo que me decía o inspiraba o exigía.

            Y ahora pienso y lo digo convencido -- pero en voz un poco bana porque sé que puede molestar a alguno-- que si Cristo en el Sagrario me aburre, Si a mí, como sacerdote no me ven nunca o pocas veces junto al Sagrario, no me ven hablar con Cristo en el Sagrario, si mis niños y mis jóvenes y feligreses no me ven  orar y amar a Cristo en el Sagrario, más breve y claro: si Cristo en el Sagrario me aburre y nunca estoy con Él, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él y decir que allí está Dios esperándome para ser mi amigo y salvador y vida y alimento y...?

            ¿Cómopuedo hablar con verdad teológica y espiritual de Cristo Eucaristía, de la Eucaristía, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia» si en cuanto dejo lo externo y oficial, no me ven junto a Él en encuentro de amistad?  ¿cómo decir que está allí y me llena y es el Dios de mi vida, el Cristo vivo y resucitado, todo amor y ternura y entrega, el único que puede llenar nuestra vida y darle sentido y llenarla de felicidad, si luego, pocas veces me paro para saludarle y mirarle con amor, si nunca me han visto rezarle y hacer oración mirando al Sagrario, si es llegar rápido y justo a la santa misa y salir más rápido, y hablo y me porto en su presencia como si Él no estuviera, y hablo como si estuviera en la calle, si no me han visto por la mañana o por la tarde ir a estar a solas con Él, a «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama, cómo decir que está allí y es Dios y nos busca para hacernos felices y llenarnos de sus dones y felicidad y luego no me ven junto a Él?

            Si creyera de verdad, si fuera coherente con mi fe y y con lo que predico o debo predicar sobre el amor a Cristo Eucaristía... si hubiera llegado a la experiencia del que vive en el Sagrario, Canción de Amor y Salvación del Padre, el Cristo de Palestina, de los niños y enfermos y necesitados, de María Magdalena, de Juan y de multitudes que le seguían olvidándose de comer, yo también me olvidaría de tantas cosas que me impiden verlo y sentirlo.

            El Sagrario es morada de tanta grandeza y misterio y belleza y hermosura del Verbo del Padre que le hace presente en su proyecto de Amor y Salvación realizado en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo; el Sagrario es el océano de todas las gracias; el Sagrario es morada y tienda del Dios Trino y Uno en la tierra; ¿ cómo es posible que no hable más del Sagrario, y lo adore y lo reverencie y me pare ante él y me lo coma de besos y amor con mi corazón y mis labios? En mi parroquia, todos los niños, después de la misa del domingo, pasan a acariciarle con la mano y a besarle con los labios. Y no digamos algunas personas mayores. Por algo será.

            ¿No niego con mi comportamiento y obrar lo que afirmo o celebro en la Eucaristía? Si fuera verdad Cristo, presente en el Sagrario, Dios, el Amigo y Salvador de los hombres... ¿cómo es que no le visito todos los días, prescindiendo de lo oficial y obligatorio, en razón de la misa, cómo es que  «no trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama?   

Cuando Santa Teresa hace esta definición de la «oracion mental», personal, parece que la hace mirando al Sagrario, porque allí está el que nos ama. Es que no hay sitio mejor, sitio y lugar donde esté más entregado, esperando nuestra visita; para eso se quedó con amor extremo hasta el final de sus fuerzas y poder y de los tiempos.

            Cómo no visitarlo y hablar y pedirle y amarle y darle gracias y contarle todas mis penas y alegrías teniéndolo tan amigo, tan entregado, esperando mi «trato de amistad»?  Señor, por qué te quedaste en el Sagrario, sabiendo de nuestros olvidos y desprecios? ¿Qué te puede dar el hombre que Tú no tengas? Y Cristo responde: El Padre soñó contigo y te creó  para una vida que no acaba; destrozado este proyecto, y viendo Yo al Padre entristecido, por su amor a los hombres, sus hijos, le dije: “Padre, aquí esto yo para hacer tu voluntad”. Y vine en tu búsqueda para salvarte y abrirte las puertas de la eternidad. Y estoy aquí porque te amo, y quiero salvarte, hacerte feliz eternamente. Yo lo tengo todo, menos tu salvación, tu amor, si tú no me lo das.

            Tómalo, Señor, y para siempre.

 

 

2.- TRATAR DE AMISTAD CON JESÚS EUCARISTÍA

 

            Y este trato de amistad con Jesús Eucaristía lo hacemos por la oración personal, la llamada «mental», aunque, todos saben, que, para los maestros y practicantes de la oración, tiene más de corazón que de entendimiento.

            Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos (que) nos ama» (V 8, 5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo de todos los hombres. De esta forma, Jesucristo, presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario, en la mejor escuela. De ahí el título que he escogido para este libro:

            Tratando muchas veces a solas con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos, con amor extremo, dándose; pero sin imponerse. Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de fe y amistad con Cristo, de aprendizaje y práctica del evangelio, de unión y experiencia de Dios, de perdón y ayuda permanente, de vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. Y de esta forma, esta escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte y nos transforma en llamas de amor viva y apostólica. La presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado para nuestras parroquias, para nuestros hogares, catequesis, trabajo, matrimonio y vida ordinaria.

            Pues bien, de esto se trata en este apartado, que quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un artículo teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, vida cristiana, liturgia, apostolado...etc. Quiere ser una reflexión sencilla de vida eucarística, de vida de amistad con Jesús Eucaristía, de descubrimiento de su presencia amiga en cada Sagrario de la tierra, desde donde continuamente nos está diciendo:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “Ya nos os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “Vosotros sois mis amigos”, “Nadie ama más que aquel queda la vida por los amigos”, “Yo doy la vida por mis amigos”.

            Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencia sacerdotal de almas, grupos parroquiales de hombres, mujeres, matrimonios, grupos de oración... etc.

            Repito: este camino tiene sus particularidades y singularidades. La mayor, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero, si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad externa de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con Él, que poco a poco nos irá descubriendo su rostro, sobre todo en nuestro corazón, donde por el amor le iremos sintiendo más cerca, y nos uniendo con Él, tocándole, hasta llegar a fundirnos con Él en una sola realidad en llamas.

            La fe  es la luz de Dios, el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. Si Dios nos lo comunica, esto nos supera totalmente en el modo y en el contenido. Y San Juan de la Cruz nos dirá que por eso precisamente, porque nos excede y es la misma luz de Dios, nos deslumbre y nos parece no ver. Y es por exceso de luz, que supera a nuestros sentidos y razón.

            Por eso, al principio, en estas visitas, por estos diálogos, hay que tener paciencia, mientras nuestros sentidos y razón se va adecuando y disponiendo en silencio de sentidos, sin ver ni sentir gran cosa, para dialogar, conocer, y llegar a la unión de amor con el Señor Jesucristo, presente y vivo en el Sagrario,  por ciencia de amor, por noticia amorosa, por fe que se va llenando de ese amor del que está lleno Jesucristo Eucaristía, donde está por amor extremo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo de los tiempos.

Esta fe del que quiere unirse a la persona amada, sin ver mucho todavía, hay que pedirla y cultivarla todos los días, especialmente al principio, en que hay que empezar a pasar de una fe heredada, que todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia personal, que nos meta en el diálogo y amistad personal con Jesucristo Eucaristía. Y juntamente con esta fe, desde el primer kilómetro de este camino o trato de amistad, hay que poner la conversión, conversión que debe durar toda la vida y para mí, que es la causa principal de que se deje toda oración verdadera.

Este libro quiere ser una ayuda para amar más a Jesucristo Eucaristía. Lo he escrito pensando en todos los  católicos, que tienen este privilegio de poder visitar al Señor sacramentado todos los días o con mucha frecuencia. Jesús está en todos los Sagrarios de la tierra como confidente y amigo, en presencia permanente de amor y amistad, siempre ofrecida, pero nunca impuesta.

            Me gustaría que todos los creyentes, especialmente niños y jóvenes, pasaran todos los días un rato a los pies del maestro y amigo como los jóvenes de mi juventud, los novios... Y esto es muy fácil: vas andando por la calle, te encuentras una iglesia abierta, y te dices: ahí dentro está Jesús en el Sagrario; voy a entrar un rato a contarle mis cosas, mis penas y alegrías, a rezar por los problemas de mis hijos y familia… Y entras, y ya está. No te digo nada si expresamente sales de casa con este propósito: qué gozada. Lo puse muy claro en la primera página de uno de mis libros; decía así: la mejor escuela de oración: la Eucaristía; el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; el mejor libro de oración y vida cristiana, toda una biblioteca: Jesucristo Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad siempre ofrecida. ¡Qué poco se visita esta biblioteca! ¡Qué poco se abre este libro! ¡Qué poco se dialoga con este maestro y amigo! ¡Si lo visitásemos y escuchásemos con más frecuencia! Aquí tienes una ayuda.

            Porque el Sagrario es la mejor escuela, el mejor libro, el mejor maestro y el mejor amigo, el mejor gimnasio y el mejor ejercicio para ser feliz, para aprender amar a Dios y a los hombres, para aprender a sufrir, para tener ayuda y consuelo permanente. Es que todo lo que nos dice el evangelio y la fe es verdad; es verdad que Jesucristo está vivo y resucitado y vive por amor a nosotros en el Sagrario, es verdad que allí le encuentran las almas despiertas y llenas de fe, es Él, y está ahí tan cerca, en el Sagrario, el mismo Cristo de Palestina y del cielo, el que acariciaba a los niños, perdonaba a los pecadores, hablaba con las prostitutas, tocaba a los leprosos, arrastraba a las masas emocionadas…

            El libro, que tienes en tus manos, es fruto de estos ratos de oración ante el Sagrario, y lo escribo como prueba y testimonio de amistad y agradecimiento al Señor, sacramentado por nuestro amor; y también para ayuda de los que quieran dialogar y tratar de amistad con Él. De Cristo Eucaristía lo he aprendido todo y quiero seguir escuchándole y amándole toda mi vida.

            Para conocer y amar más a Jesús Eucaristía sólo se necesita un poco de fe y de amor, o si queréis, como hablo a  personas ya creyentes, sólo se necesita amar, más simple, querer amar al Señor.

            El que quiere amar a Jesús va a visitarle en el Sagrario, porque ciertamente está en más sitios, como dice el Vaticano II, pero ahí es donde está más real y verdadero, todo entero, con todo su evangelio y salvación, vivo, vivo y resucitado, el Viviente, Alfa y Omega de todo para todos, la Hermosura y la Palabra del Padre para nosotros, en la que el Padre Dios, lleno de Amor Personal y esencial a Él, nos dice en «música callada», en «silencio sonoro» su canción de Amor Personal a los hombres, y nos da todo su Ser por participación de Amor y nos dice la canción de amor más hermosa que ha existido en el mundo, cantada desde el Padre por el Hijo encarnado por la potencia de Amor Personal de Espíritu Santo, su esencia y abrazo infinito de felicidad y de gozo eterno, que quiere ya empezar a compartirlo en la tierra con todos nosotros. Si el cielo es Dios, el Sagrario es el cielo de Dios en la Tierra, porque allí por el Hijo habita toda la Trinidad Santísima.          El creyente que va a visitar al Amigo que siempre está en casa ya le está amando con esta expresión de fe personal, simplemente con su presencia en el banco de la iglesia; su presencia ante el Sagrario indica que con su mirada, con su oración cree, ama y espera en Él y más tarde o temprano, irá pasando de una fe heredada, más o menos seca, a una fe personal que terminará en experiencia viva del Amado.              Precisamente ésta es la orientación que he querido dar a este libro: invitar a todos los católicos a visitarlo e indicar un poco este camino de oración eucarística, de diálogo y amistad con Jesús en el Sagrario, especialmente en los primeros kilómetros, que hay que andarlos un poco en fe seca, a oscuras de luz y sentimientos, sin sentir ni oir nada o gran cosa, sólo barruntándolo por la fe y sobre todo tratando de purificar nuestros ojos de todo pecado para verlo cada cada vez mejor con más claridad y en la medida que cojamos y sigamos este camino de purificación le iremos viendo y sintiendo y gozando más y mejor: San Juan de la Cruz.

            Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro fueron escritas mirando al Sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así fueran también leídas, meditadas y oradas: a los pies del Maestro, como María en Betania.

            Esto para mí es importantísimo, casi determinante. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza y vitalidad. Pensad que muchas  de estas reflexiones fueron escritas hace más de cuarenta años en un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado, ­«contemplata aliis tradere» (predicar a los demás lo que se ha contemplado en la oración; hablar con Dios antes de hablar a los hombres de Dios). Me lo llevaba para anotar lo que el Señor me inspiraba: ideas, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías.

            Este método lo he seguido hasta el día de hoy. Yo hago siempre la oración, todas las mañanas, muy temprano, a solas en la Iglesia, mientras la mayor parte de mis feligreses duermen. Hago la oración personal mirando a Jesús en el Sagrario, porque me resulta más cómodo y lógico bajar a donde está Él para hablar y dialogar con Él, porque en el Sagrario y desde el Sagrario me enseña muchas cosas, porque, estando tan cerca, le escucho mejor y me instruye, corrige y me llena de sus sentimientos y aptitudes eucarísticas; ante el  Señor en el Sagrario, me sale espontáneo el diálogo con Él, y teniéndolo tan a mano y entregado y esperándome siempre, no me gusta hacer la oración en ningún otro sitio, porque Él es el Amigo, que siempre está en casa,  que siempre me está esperando.

            Para eso se quedó. Y no quiero defraudarle. Termino: este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía, para el trato de amistad con Él en el Sagrario. Si os sirve para esto, ¡ADORADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» --vivencia eucarística--, que escribí junto al sagrario de mi primer destino apostólico:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres , cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo, y, sin embargo,  te quedaste.

¡Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo! Qué bueno eres, Jesucristo amado, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto,  hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí, Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas, qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo; no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:“Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, ¡la he sentido muchas veces!,  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con El  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, muchas gracias, Señor, átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario, para que comprendamos y correspondamos a la locura de tu amor».    

 

 

3.- LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA ES LA POBREZA DE ORACIÓN EUCARÍSTICA MÍSTICA-CONTEMPLATIVA

 

Yo lo veo así. Faltan almas profundas, almas de oración contemplativa en los seminarios, en los sacerdotes, en las parroquias, en los obispos, en la Iglesia. Cómo se nota cuando un sacerdote, un obispo, el mismo Papa es un hombre de oración. Por eso digo que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia. Y estoy hablando no de éste o aquel seminario u Obispo, que es el responsable de su seminario, yo me estoy refiriendo a todos los seminarios y a todos los sacerdotes y a todos los Obispos. Y esta doctrina no es mía, sino del Papa y la responsabilidad  viene del Señor. Todos somos responsables y todos tenemos que formar hombre de oración encendida de amor a Cristo y a los hermanos.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes. Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos-centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores.

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes debe ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que se algo que le salga del alma, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor loco por Cristo; ahí es donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona; o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo. De otra forma…

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica NMI! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razón, en definitiva, de nuestro apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristianas, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

¿La deseamos? ¿Está presente en nuestras vidas y apostolado? Para mí que estas realidades divinas solo se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino de esta unión es la oración, la oración y la oración personal en conversión permanente, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia, en la Eucaristía, hasta llegar a estos grados de unión y amor divinos.

Y de la relación que expreso de la experiencia de Dios con el apostolado, siempre diré que la mayor pobreza vital y apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados y ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas en mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sí, sí, habrá acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos expresamente afirman no tenerla y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo… Y para hacer las acciones de Cristo, para hacer el Apostolado de Cristo hay que seguir su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el“estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre y espíritu de Cristo.

4.-  BREVE ITINERARIO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

            Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por tí; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas...

Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios.

La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37).

Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

 La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

            Sin conversión no hay oración y sin oración-conversión no hay vivencia y experiencia de Dios porque no puede entrar en nosotros, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro (abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

            Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿Para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que El está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que pueden durar meses y años, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que El pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia..   que se funda en la fe y nos viene de la fe en Cristo”.

San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias,  nos dirá que la contemplación,  la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender como es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinito, es que vive y está convencida de  que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno, qué soledad!  ¡ Dios mío ¿ pero cómo permites sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo en Getsemaní.

Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en El y por El y vivamos de El, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a El van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por El, a vaciarme por El.  Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta a nosotros mismos, por El.

 La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por El. Renuncio a mucho por El, creo mucho en El y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en El y le amo poco. Renuncio a todo por El,  creo totalmente en El, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¿A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo?  Pues eso es lo que le amo, esa es la medida de mi amor.

Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero  como Dios es como es, y soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea El, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es El, no es total, ni eterno ni esencial ni puede llenar.....entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento,  memoria y voluntad.

            «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

Es  buscar razones y no ver nada, porque Dios  quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea El, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y  disponerlo, como el madero por el fuego:  antes de arder y convertirse en llama,  el madero, dice S. Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Stma. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros;  además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente de Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe;  por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, la calumnia sobre todo, los desprecios sin fundamento alguno..., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia...de los mismos elegidos... cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene la muerte de  nuestros afectos carnales que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza,  cuando llegue la hora de morir a mi yo que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti,  échanos una mano, Señor, que te veamos salir del sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda ¡no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tú lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tú, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión,  la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar  contigo a una fe     luminosa, encendida,  a la vida nueva de amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor y de la Trinidad que nos habita.

Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, solo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación,  más o menos dolorosa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación... es luz directa del rayo del Sol Dios. S. Juan de la Cruz es el maestro:  «Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace» (N II 5, 41).

Que nadie se asuste, el Dios, que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros  ídolos adorados de  vanidad, soberbia, amor propio, estimación.... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de El. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura San Pablo: “Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no  podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde S. Pablo y S. Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual acaban de publicar un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia; todavía no lo he leído. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos,  en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo: “ Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad , sino la tuya...

Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y  que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que El no tenga... tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión y transformante con Él.

Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos  a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fín, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...». En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, es esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre- Cristo Glorioso y Celeste la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya  Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

Es el purgatorio anticipado, como dice San  Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA: «Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez  y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión».     

Cuando una persona lee a S. Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...  y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío,  ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva.... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran,  contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad.  ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión. Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios:

«De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios , y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de El recibe».

«Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

«Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Si mismo, pues El en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y  verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma , y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis”(Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.

            «Lo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL. B. 78-80)

5.- IMPORTANCIA DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA Y EL MINISTERIO SACERDOTAL

 

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada sea para el Señor, presente en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Ti se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y se sabía mucho latín,- tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

Si el Señor se queda, es de amigos corresponder a su presencia eucarística, porque el sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía no es una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero y completo, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si estuviera en un salón, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: “Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien...” (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni un sólo apóstol fervoroso, ni un sólo santo que no fuera eucarístico.

 Ni uno sólo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Aquí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, “aunque es de noche”, aunque tiene que ser por la fe.

Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, “tratando a solas”, trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, “noticia amorosa” de Dios, “ciencia infusa”, “contemplación de amor”.

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, lo que yo veo y contemplo, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa, refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: “...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender”[1]. La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana, como la presencia eucarística, no se aguanta, si uno no está dispuesto a convertirse.

Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“Tú en mí y yo en ti, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “Vete en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo...”, sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que sólo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en el pecado, en la lejanía de Dios: “Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción? la angustia?¿la persecución?,¿el hambre?¿la desnudez? ¿el peligro?¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8, 35.37). Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo,  rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis, sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables; sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás “faltando a la caridad...”

No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos” (Jn 15,1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio. En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor” (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuantas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

Como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se dé, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar- convertirme a Él-vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y no hay que escandalizarse, es natural que a veces no estemos de acuerdo en programaciones pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia-apostolado conforme a la vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología que vive, no el que aprendió en Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos. Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración».

 

***********************

Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar:

“Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la “visita al Santísimo”, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe.”

 

************************

Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de transcribir. Por todo esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y cúlmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, ¿cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal? ¿cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? ¿De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente? Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el sagrario de su pueblo.

Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el sagrario.

Y luego escucharemos a San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “Que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...” Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que nos vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristía es la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es la mejor escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos. Junto al sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre comprensivo y amigo del alma que te quieren de verdad, porque Él sabe bien este oficio y te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono…preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo... sígueme... vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia.

Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuán- to apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al sagrario media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado.

Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza, en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...” (Jn 15,14).

Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: “Yo te absuelvo de tus pecados”, “yo te perdono”;por la abundancia de gracias que reparte: “yo te bautizo” “El cuerpo de Cristo”. El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos, recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristiana, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al sagrario. Hay que recuperar no solo la catequesis y teología del sagrario, de la presencia real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres sino la adoración y la visita y los ratos de estar junto a Jesús en los Sagrarios de las iglesias anticipo del cielo. Y con el sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y de nuestro amor personal y de nuestros feligreses y comunidades y parroquias.

Es necesario revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si nuestra diócesis, si todas las diócesis del mundo se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

Dice Juan Pablo II: “Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro”. Si uno se pasa ratos junto al sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: “Es como llegarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta - digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor”[2].

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa, se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies, servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre” “llega el último día” “el día del Señor”: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús” “et futurae gloriae pignus datur” y la escatología y los bienes últimos ya han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, «Cristo ha resucitado y vive con nosotros», como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro,. Y luego en la misma puerta del Cenáculo: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía”.

Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre ti, como si la sacara del sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de ti, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es solo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando sólo nuestro bien, sólo con su presencia nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra.

Hay que volver al sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y amor cristiano:

“Qué bien sé yo la fonte

que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este pan por darnos vida,

aunque es de noche.

 

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

 

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche”.  (San Juan de la Cruz).

              

                

                     LA SAMARITANA

 

               Cuando iba al pozo por agua,

               a la vera del brocal,

               hallé a mi dicha sentada.

 

               - ¡Ay, samaritana mía,

               si tú me dieras del agua,

               que bebiste aquel día!

 

               - Toma el cántaro y ve al pozo,

               no me pidas a mí el agua,

               que a la vera del brocal,

               la Dicha sigue sentada.

 

 (José María Pemán).

 

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración-conversión, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza un poco purificadas, virtudes que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

JESUCRITO, EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tí camino por la vida!

Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Necesito verte para tener la luz del “Camino, la Verdad y la Vida”.  Necesito comerte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú.

Y en tu entrega eucarística quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.  Quiero comerte para ser asimilado por Ti, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por la potencia de su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo.AMÉN.

 

 

 

6.- LA “VERDAD COMPLETA” DE LA EUCARISTÍA: ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE CRISTO EUCARISTÍA POR LA ORACIÓN PERSONAL EUCARÍSTICA

 

6. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

 

            Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole en obediencia total con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva de su vida de amor en nosotros.

            Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

            No olvidemos que la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración total, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad esto  le costó y no lo comprendía.

            Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

             Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía en latín y por la mañana y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios cuando salían a pasear por la tarde, nuestras madres cuando salían a la calle para la compra... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, castas, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

            Ahora las iglesias están cerradas y no sólo la pandemia y los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

            La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

            La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

 

6. 2 La presencia eucarística de Cristo nos enseña a recordar y vivir su vida,   haciéndola presente: “y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”.

 

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada nos recuerda que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz como prolongación del sacrificio eucarístico, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

 

6.3. Un primer sentimiento: Yo también quiero obedecer al Padre hasta la muerte.

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucaristía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

 

6. 4. Un segundo sentimiento: Señor, quiero hacerme ofrenda contigo al Padre.

 

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5).

                                                                                                           

            La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad, “in laudem gloriae Ejus”.

            Quiero hacerme contigo una ofrenda eucarística: mira, en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo; luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una realidad contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

            Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por salvarnos y cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas justas e injustas y crucificarme contigo hasta poder decir... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.

            Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas totalmente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre y amar a los hermanos como Tú, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

            Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

 

6. 5. Otro  sentimiento: “Acordaos de mi”: Señor, quiero acordarme...

 

Otro sentimiento que no puede faltar al adorar a Cristo Eucaristía en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta  tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo el evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos tus hermanos los hombres, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

            Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te rebajas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y amarme a mí hasta el extremo de no escuchar a su hijo amado y dejarlo morir solo y abandonado en la cruz, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo, Padre Santo... Tu amor me basta.

            Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple criatura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

 

6. 6.  En el “acordaos de mí”..., entra el amor de Cristo a los hermanos

 

En el “acordaos de mí” debe entrar el amor de Cristo a todos los hombres, sus hermanos. Por eso, no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

            Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí quiero amarte necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como Tú: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, como Tú en pan eucarístico que se reparte, que se da para ser comido por todos: “Tomad y comed todos de él, este es mi cuerpo que se entrega por vosotros”.

            “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavando los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

            Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

            Pero cuánto me exiges, Señor, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

            Cómo me cuesta, Señor, olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero amar y perdonar como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

            “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la potencia de Amor del Espíritu Santo. 

            Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuando decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y sobre todo nuestro corazón al amor, para que comprendamos a Cristo Eucaristía y las Escrituras y a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de Amor que los une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan la vida eterna”.

            ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti y por eso, te adoro y te amo aquí presente, presente ahora para todos y cada uno de nosotros que hemos sido salvados por tu sangre derramada y por tus manos y piés clavados.

            ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarística cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

 

6. 7.  Yo también, Señor, como Juan, quiero reclinar mi cabeza sobre tu corazón eucarístico aquí en el Sagrario

 

Quiero aprenderlo todo de Tí en la Eucaristía, de tu Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es eso la Eucaristía? ¿ no es oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

            Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, será nuestro cielo en la eternidad comprender y vivir tanto amor de Dios por sus criaturas y sólo para empezar a comprenderlo, porque como el amor no tiene fín, necesitamos la eternidad. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario: Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado entre las azucenas olvidado”.

            Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque Cristo actuando por medio del sacerdote en la oración litúrgica- “este es mi cuerpo… esta es mi sangre” hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo amándonos hasta el extremo, hasta dar la vida, hasta hacerse un poco de pan para ser comido de amor y que viene a nosotros y hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, y todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡Cuántas cavernas de amor infinito, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

            Para mí, liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia.  Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

            Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo. Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

            En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, Amor divino de Espíritu Santo, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo.

Y el Padre ahora te quiere hijo en mí, hijo Gonzalo, Paco, Miguel, te quiere en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo que me comunica y engendra por el bautismo y alimenta y potencia por la Eucaristía; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de hijo en el Hijo tú tienes que  recibirla en Mí por la Eucaristía.

No sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para Mí y y para ti, querido bautizado en mi vida y amor, y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros, todos los hombres, mis hermanos; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

 

 “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo Eucaristía entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés, de la Eucaristía entera y completa, de Cristo Hijo del Padre e hijo de María, amándonos hasta el extremo, hasta el extremo de amor, hasta el extremo del tiempo y del espacio y la eternidad.

 

            “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos liturgos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

            “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo Eucaristía, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido y perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz:

 

«Qué bien se yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche. (por la fe, a oscuras de los sentidos)

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

Y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

Porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

En este pan de vida yo la veo,

Aunque es de noche»

(Noche es la fe que no ha llegado a la experiencia y visión clara)

 

*****************************

Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a dirigir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo Eucaristía esperando nuestra presencia y amistad en todos los Sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación:

 

JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO: TÚ LO HAS DADO TODO POR NOSOTROS CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE EN EL SAGRARIO; TAMBIÉN NOSOTROS QUEREMOS DARLO TODO POR TI Y SER SIEMPRE TUYOS, PORQUE PARA NOSOTROS TÚ LO ERES TODO, QUEREMOS QUE LO SEAS TODO.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI!

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS, ÚNICO SALVADOR DEL MUNDO!

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO,

SER TU SACERDOTE Y AMIGO,

VIVIR EN TU MISMA CASA,

BAJO TU MISMO TECHO!

 

ORACIÓN A JESÚS EUCARISTÍA

 

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, ¡TEMPLO, SAGRARIO Y MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO!

 ¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE  BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y DE LA VIDA.

 ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE COMO TÚ CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA.

 ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

 Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, CON JESUCRISTO SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA,  POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

ORACIÓN A JESUCRISTO

 

¡JESUCRISTO, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE EN EL SAGRARIO EN INTERCESIÓN Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES, TUS HERMANOS.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA Y SOBRE EL MUNDO ENTERO.

YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE  EN TI;  YO QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO,  YO QUIERO QUE LO SEAS TODO.

    JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y AMOR AL PADRE, YO CREO EN TI.

JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO DE LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI.

TÚ ERES EL HIJO DE DIOS.EL ÚNICO SALVADOR DE LOS HOMBRES

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO

CAPÍTULO SEGUNDO

 

“Sin mí no podéis hacer nada”

 

1.- SIN UNIÓN CON CRISTO POR ORACIÓN NO PODEMOS HACER NADA: NI SANFICARNOS NI SANTIFICAR EN PLENITUD.

 

            Lo ha dicho el Señor:“Sin mí no podéis hacer nada”.  Es que somos sarmientos unidos al Único Sacerdote, que es Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmiento. Sin estar unidos a Cristo, como los sarmientos a la vid, no podemos hacer nada, ni en santidad personal ni en apostolado cristiano ni en Liturgia completa, especialmente en Eucaristía plena y perfecta.

            Sin oración personal, sin diálogo de amor y conocimiento y amistad diaria y permanente con Cristo, Único  sacerdote y apóstol enviado por el Padre para la salvación de todos los hombres, no podemos hacer nada sacerdotalmente en Cristo.

            Personalmente, como celebrante de la liturgia o de la  «lectio divina», no me santifico, no me santifican, si no me abro a ellos para que lleguen hasta mi ser y existir, si no busco y entro hasta el corazón de la Palabra o de los ritos sagrados para encontrarme en encuentro de amor con el Señor, con mi Dios Trino y Uno.

El misterio se realiza, Cristo viene y lo hace presente, pero si no hay trato o encuentro de amor personal, unión de amor por la oración, no hay santificación. Todo depende de mi apertura a la persona de Cristo, todo depende de la calidad de esa unión que se realiza por la oración personal-litúrgica, la unión personal de amor. Y la calidad de esa unión es la calidad del encuentro; o puramente ritual y externo, o espiritual e interior, desde y a través de la celebración de la liturgia sagrada.

Y para que este encuentro, además de real y santificador, sea vivencial, para que yo sacerdote o fiel cristiano tenga experiencia de Dios, experiencia y gozo de lo que celebro o medito o rezo necesito haber subido por la escala de la oración hasta la contemplación, entendida al modo de nuestros místicos, especialmente Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Por eso los dedicaré un capítulo a cada uno en este libro.

Para mí la peor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística, de experiencia de Dios, por la pobreza de oración un poco elevada, contemplativa, de sentir y vivir la “verdad completa” de lo que meditamos o celebramos. “Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré, Él os llevará hasta la verdad completa”.

No se celebra, no se medita la “verdad completa”, la verdad completa es celebrar “en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo que nos hacer vivir y sentir la Verdad de Cristo, del Verbo de Dios, Canción de Amor pronunciada, cantada por el Padre para todos los hombres con el Fuego del Espíritu Santo. Espíritu Santo es abrirnos a la interioridad del Misterio de Dios Trinidad, a lo profundo de la Palabra y Acción Sagrada; es no quedarnos en lo puramente externo; tenemos que abrirnos y buscar, al Espíritu Santo, nos lo dice Cristo, al Espíritu de Cristo, a Cristo hecho llama de amor viva en las palabras y los ritos.

Nos falta Pentecostés, experiencia de lo que sabemos teológicamente, celebramos litúrgicamente y predicamos. Los Apóstoles habían visto incluso al Señor Resucitado, sabían todo sobre Jesús, pero hasta que no viene el Espíritu Santo, el mismo Cristo, pero no hecho sólamente palabra o liturgia o milagros, incluso de la Última Cena, sino hecho fuego, llama de amor viva, “estando reunidos con María en oración”, hasta que no están en estado de oración y contemplación no comprenden y viven y les quema y no pueden reprimir su amor a Cristo y predicarlo. Pablo y tantos y tantos apóstoles en la historia de la Iglesia no han visto históricamente a Cristo, pero por el Espíritu Santo, el Espíritu Eterno de Amor de Dios, lo han sentido y vivido y predicado y amado tanto como los Apóstoles, o más, como Pablo.

Entrar con pie firme en la vivencia de nuestro sacerdocio supone tomarse muy en serio «ser como» Cristo, es decir, identificarnos con Él como portador de amor universal y redentor, que viene en búsqueda personal de cada hermano e hijo de Dios para llevarnos a la salvación e intimidad de la Trinidad desde la tierra hasta la eternidad, por la irrupción de Dios Uno y Trino, por medio del Hijo y todo y siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo.          

Toda la liturgia, todos los sacramentos son por obra del Espíritu Santo. Por tanto, sin encuentro espiritual, que es vida en espíritu, por Espíritu Santo, que no tiene rostro, sino “que le conoceréis porque permanece en vosotros”, y eso es solo por la oración sobre todo contemplativa, en la comprensión teresiana o sanjuanista, no hay vivencia o experiencia del Misterio celebrado.

 Habrá o puede haber unión ritual, externa, santificadora, pronunciar sus nombres, pero no hay encuentro de amor vivencial, porque este solo se realiza por la fe y el amor actualizados por la oración, mejor, la contemplación personal, obra ya no nuestra, de nuestras facultades, sino obra del Espíritu Santo por un incendio de amor de la fe y del amor sobrenaturales, que supera nuestras potencialidades humanas. Leamos a Santa Teresa o San Juan de la Cruz.

La identificación con Cristo no es posible sin la dimensión contemplativa; la oración contamplativa es un poco más elevada y purificada que la meditativa, exige mayor purificacación y vacío de nuestros defectos para poder llenarnos. Es una condición necesaria para la vivencia de la cercanía, de la intimidad y de la comunión con Cristo. El sacerdote debe ser un contemplativo de Cristo y desde ahí ha de percibir vivencialmente su ser y existir sacerdotal porque sólo es posible actuar en línea con el ser, en la medida en que se es. Sólo y en la medida en que nos identifiquemos con Cristo podremos actuar como El o mejor Él en nosotros.

Mientras nuestro ser no esté identificado con el ser de Cristo, podremos hacer muchas cosas y llamarlas apostolado,  pero les faltará el Espíritu de Cristo. Y ¿no es verdad que en muchas de nuestras programaciones pastorales estamos dando por demasiado supuesto el hecho de «ser como Cristo y nos preocupan más las dinámicas y acciones que el espíritu y el alma de todo apostolado»? Lógicamente sin esta dimensión contemplativa del sacerdocio de Cristo que vaya transformando nuestras actitudes pastorales en las de Cristo por la oración, no podemos llegar ni a una vivencia ni a una realización correcta de nuestro sacerdocio total en Cristo. Habrá liturgia, habrá acción apostólica, pero no al estilo de Cristo, no todo lo santificadora que Cristo quiere, porque “Sin mi no podéis hacer nada”.

Y a esta unión se llega solo por la oración contemplativa (activa-pasiva) unida siempre a la conversión primero activa obrada por nosotros y luego pasiva obrada en estas profundidades por el Espíritu Santo, por eso la llamamos pasiva-obrada por Él en nosotros que nos va vaciando de nosotros mismos y de nuestros defectos e ideas e identificándonos con Cristo y Dios Trinidad usando terminología de S. Juan de la Cruz.

Esta actitud contemplativa está claramente indicada y exigida por Cristo en el encuentro con Marta y María. Marta se queja al Señor, porque su hermana está pasiva, contemplando su persona y palabra, y no le ayuda para la comida que es lo verdaderamente importante para ella, más que la persona de Cristo directa y amorosamente cultivada, o si preferís, le interesa la comida, le interesa que Cristo coma, más que encontrarle a Él personalmente en el amor y en la escucha, en la contemplación pasiva de su hermana, pero activísima de amor y vivencia.

Y ya sabéis lo que Cristo nos dice, lo que le sale del alma, lo que busca en nosotros su discípulos y seguidores, especialmente, sacerdotes, en toda liturgia o apostolado o rezo o lectura espiritual o meditación: “Marta, Marta, andas inquieta por muchas cosas, una solo es necesaria, y María ha escogido la mejor parte”.

Es clarísima la intención y el deseo y la enseñanza de Cristo: lo que Él busca, cuando viene en la Acción sagrada o en la Palabra, es que tengamos la acogida personal, el encuentro de amor, no la mera recitación de la Palabra y los Salmos, no el que celebremos los ritos y palabras exactamente, no el que le hagamos presente, incluso le comamos, sino que haya encuentro personal de amor, que no solo comamos sino comulguemos con su vida, con sus sentimientos y amor, Cristo nos quiere a cada uno y viene por amor verdadero no solo dicho o predicado, para abrazarnos personalmente y decirnos: Te amo, quiero amistad personal contigo, te amo no sólo como comunidad sino como sacerdote que me hace presente en la comunidad y esto es lo que busco cuando la comunidad reza y celebra. Y esta es la razón, por la que antes de enviarnos a predicar, Jesús, como hizo con los Apóstoles, nos dice::  “Venid vosotros a un sitio aparte... porque eran tanto los que venían...”. Pero, Señor, nos has venido precisamente para salvar al mundo entero, no es necesario para esto trabajar y trabajar más...? : “Jesús llamó a los quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

 Lo primero es Él, el estar con Él, que así es como se le conoce y ama en plenitud, y luego ya podemos manifestarlo y realizarlo predicando y actuando, pero primero es estar en Él y hablar con Él y amarle a Él personalmente, y luego, desde ese encuentro de amor y conocimiento, predicarle y darlo a conocer a los demás, que lógicamente siempre será en la medida que nosotros le conozcamos y amemos por el encuentro personal de amor de la oración personal, mejor, como la contemplación de Maria y Apóstoles en la soledad de la oración del Cenáculo, oración un poco elevada y purificada: las noches de S. Juan de la Cruz.

Por ser enviados a hacer lo mismo que Cristo hizo, y puesto que el hacer sigue al ser, más que preguntarnos qué hacemos o cómo hacemos, debiéramos preguntarnos cómo somos, es decir, cómo estamos viviendo nuestra identificación personal con Cristo. En su vida apostólica, cuando se les complicó la vida por la muchas ocupaciones de ministerio, los Apóstoles habían aprendido bien la lección del maestro. Y eligieron diáconos que les ayudaran en las tareas apostólicas, porque ellos sabían donde estaba el fundamento del ministerio apostólico: “nosotros debemos dedicarnos a la oración y a la predicación de la Palabra”. Nunca debiéramos olvidar los sacerdotes esta lección, especialmente en algunas épocas de la historia. Nosotros, los sacerdotes, tenemos que dedicarnos especialmente a la oración y desde ahí a la predicación de Cristo y su evangelio.

Para ser y existir y actuar en Cristo y como Cristo, necesitamos que Él esté en nosotros y nosotros en Él, unidos no por la mera proclamación de las palabras o ritos de la celebración; es necesaria la unión de ser y vida sacerdotal por la oración personal, mejor, por la contemplación u oración unitiva, que es un grado o etapa superior de oración. Pero esa unión con Cristo Sacerdote será siempre por la oración personal. No basta la acción y los ritos litúrgicos que hacen presente el misterio de Cristo; si yo no entro dentro del corazón de los ritos y palabras por la oración personal, seré un actor muy bueno que hago bien la corografía litúrgica, pero yo, sacerdote o fiel, no me santifico, no estoy unido a la vid, la savia no llega a mí, porque para esto tengo que abrirme al misterio por la unión de fe y amor a Cristo, sostenida y cultivada por la oración personal hecha vida y santidad.

Ya puedo decir misa y trabajar en apostolados, si no estoy unido a Cristo por la oración-vida, mis acciones no son apostolado de Cristo, porque me falta el Espíritu de Cristo. El misterio se realiza, pero yo no me santifico, soy puro actor de lo externo, porque para entrar en lo interno que es lo que importa y por lo que se realiza lo externo, necesito mi unión de fe y amor personal a Cristo. Y esto solo se consigue por la oración personal; oración personal que es unión con Cristo por amor, encuentro de amor, « que no es otra cosa oración mental sino tratar de amistad...»; o por la oración litúrgica, por la palabra o la acción o misterio litúrgico al cual me uno y asimilo y me alimenta por la unión de amor y oración personal, a no ser que me convierta en puro profesional de lo sagrado, en puro actor sin espíritu, sin unión de amor, y la liturgia en pura coreografía, donde no aparece Cristo y DiosTrinidad, sino sólo el hombre, y así se hacen y aparecen muchas liturgias.

No lo puede decir más claro y alto el Señor en su evangelio. Basta leer y meditar la parábola de la vid y los sarmientos, que vale para todo bautizado y ungido con el sacerdocio común, pero que vale especialmente para nosotros, sacerdotes presbíteros, que hemos recibido una especial Unción y Consagración por el  Espíritu Santo en el Sacramento del Orden, por la cual  quedamos marcados para siempre y sellados por una gracia especial, configurados y unidos y consagrados en el mismo ser y existir de Cristo Único Sacerdote, en nuestro propio ser y existir personal de tal modo, que nuestra identidad sacerdotal consiste precisamente en ser y existir y vivir y actuar  en Cristo y por Cristo, Sacerdote Único del Altísimo, es decir, “ser otros cristos”, como vulgarmente decimos o si queréis invertimos los términos: nuestra identidad plena y total con Cristo Único Sacerdote del Altísimo consiste en que Él de tal modo sea, viva y exista en nosotros que sea Él el que exista, viva y predique o siga predicando y atuando en el mundo por medio de las humanidades prestadas de sus sacerdotes, en este mundo porque ya suya ya está gloriosa y triunfante en el cielo.

El Cristo que está en el cielo es el mismo que está en el Sagrario de tu parroquia y a quien tú, querido sacerdote, le prestas tu humanidad para que Él siga actuando, predicando y salvando; pero claro para hacerlo con perfección, Él necesita ser y existir plenamente en ti y en tu vida, no sólo por el carácter sacerdotal que le permite actuar por ti entre los hombres, sino por tu santidad de vida que le permite hacerlo con plenitud y perfección de gracia y amor.

 

Bibliografía:

Sobre la doctrina de Santa Teresa: T. ÁLVAREZ - J. CASTELLANO, Teresa de Jesús, enséñános a orar, Burgos, Ed. Monte Carmelo 1981.

DE PABLO MAROTO, Dinámica de la oración. Acercamiento del orante moderno a Santa Teresa de Jesús, Madrid, Ed. de Espiritualidad 1973

M. HERRAIZ, La oración, historia de amistad, Madrid, Ed. de Espiritualidad 1981                M. HERRAIZ La oración pedagogía y progreso, Madrid, Narcea 1985.

 

Sobre la oración en San Juan de la Cruz: M. HERRAIZ, La oración, palabra de un maestro: San Juan de la Cruz, Madrid, Ed. de Espiritualidad 1991;

A. RUIZ, San Juan de la Cruz, maestro de oración, Burgos, Monte Carmelo 1989;

F. RUIZ, Místico y Maestro. San Juan de la Cruz, Ed. de Espiritualidad 1986, pp. 207-221: oración contemplativa.

 

2. LA IDENTIDAD SACERDOTAL: SER Y VIVIR EN CRISTO ÚNICO SACERDOTE

 

“Levantad vuestros ojos y mirad los campos que están dorados para la siega”(Jn 4,35). Estas palabras del Señor tienen la virtud de mostrar el inmenso horizonte de la misión de amor del Verbo encarnado. “El Hijo eterno de Dios ha sido enviado para que el mundo se salve por medio de Él” (Jn 3,17) y toda su existencia terrena, plenamente identificada con la voluntad salvífica del Padre, es una constante manifestación de esa voluntad divina: la salvación universal, querida eternamente por Dios Padre.

            Este proyecto histórico lo confía en legado a toda la Iglesia y, de manera particular, dentro de ella, a los ministros ordenados. Aquí está el origen o dimensión trinitaria de nuestro ser y actuar en Cristo enviado desde el Padre por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

            Realmente es grande el misterio del cual hemos sido hechos ministros; pero ministros de una forma especial y singular, por identificación de ser y existir en Cristo, por medio del carácter y gracia sacerdotal. Misterio de un amor sin límites de Cristo, ya que “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”  (Jn 13, 1), hasta el límite de una singular participación  en su ser y existir divino-humano.

            En este proyecto trinitario de Salvación, la Iglesia entera ha sido hecha partícipe de la unción sacerdotal de Cristo en el Espíritu Santo, pero de modo diverso. Ella, indisolublemente unida a su Señor, de Él mismo recibe constantemente el influjo de gracia y de verdad, de guía y de apoyo, para que pueda ser para todos y cada uno «el signo e instrumento de la íntima unión del hombre con Dios y de la unidad de todo el género humano » (PO 2). La Iglesia, como Cuerpo de Cristo, sin embargo, no puede llevar adelante por sí misma tal misión: toda su actividad necesita intrínsecamente la comunión con Cristo, cabeza de su Cuerpo.

            Esta es la razón del ministerio presbiteral, ejercido por miembros de la Iglesia unidos por una consagración especial por el Sacramento del Orden con Cristo Sacerdote, cabeza, pastor y guía de la humanidad. Como leemos en el decreto Presbyteroruin ordinis, «el sacerdocio de los presbíteros supone, desde luego, los sacramentos de la iniciación cristiana; sin embargo, se confiere por aquel especial sacramento con el que los presbíteros, por la unción del Espíritu Santo, quedan sellados con un carácter particular, y así se configuran con Cristo sacerdote, de suerte que puedan obrar como en persona de Cristo cabeza» (n. 2; cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1563).

            Ese carácter conferido con la unción sacramental del Espíritu Santo, en los que lo reciben es signo de una consagración especial, con respecto al bautismo y a la confirmación; de una configuración más profunda a Cristo sacerdote, que los hace sus ministros activos en el culto oficial a Dios y en la santificación de sus hermanos; y de los poderes ministeriales que han de ejercer en nombre de Cristo, cabeza y pastor de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 1581-1584).

            El carácter es también signo y vehículo, en el alma del presbítero, de las gracias especiales que necesita para el ejercicio del ministerio, vinculadas a la gracia santificante que el orden comporta como sacramento, tanto en el momento de ser conferido como a lo largo de todo su ejercicio y desarrollo en el ministerio. Así pues, envuelve e implica al presbítero en una economía de santificación, que el mismo ministerio comporta en favor de quien lo ejerce y de quienes se benefician de él en los varios sacramentos y en las demás actividades que realizan sus pastores.

            La Iglesia entera recibe los frutos de la santificación llevada a cabo por el ministerio de los presbíteros-pastores: tanto de los diocesanos, como de los que, con cualquier título y de cualquier manera, una vez recibido el orden sagrado, realizan su actividad en comunión con los obispos diocesanos y con el Sucesor de Pedro.

            La ontología profunda de la consagración del orden y el dinamismo de santificación que comporta en el ministerio excluyen, ciertamente, toda interpretación secularizante del ministerio presbiteral, como si el presbítero se hubiera de dedicar simplemente a la instauración de la justicia o a la difusión del amor en el mundo.

            El presbítero es ontológicamente partícipe del sacerdocio de Cristo, verdaderamente consagrado, hombre de lo sagrado, entregado como Cristo al culto que se eleva hacia el Padre y a la misión evangelizadora con que difunde y distribuye las cosas sagradas —la verdad, la gracia de Dios— a sus hermanos. Ésta es su verdadera identidad sacerdotal; y ésta es la exigencia esencial del ministerio sacerdotal también en el mundo de hoy.

            Habilitados, pues, por el carácter y por la gracia del sacramento del Orden, y hechos testigos y ministros de la misericordia divina, los sacerdotes de Jesucristo se consagran voluntariamente al servicio de todos en la Iglesia. En cualquier contexto social y cultural, en todas las circunstancias históricas, incluidas las actuales, en que se advierte un clima agresivo de secularismo y de consumismo que aplasta el sentido cristiano en la conciencia de muchos fieles, los ministros del Señor son conscientes de que “ésta es la victoria que ha vencido al mundo: nuestra fe” (1 Jn 5,4).

Las actuales circunstancias sociales constituyen, de hecho, una buena ocasión para volver a llamar la atención sobre la fuerza invencible de la fe y del amor en Cristo, y para recordar que, pese a las dificultades y a la frialdad del ambiente, los fieles cristianos - como también, aunque de modo distinto, los no creyentes - están siempre presentes en el diligente trabajo pastoral de los sacerdotes.

Los hombres desean encontrar en el sacerdote a un hombre de Dios, que diga con San Agustín: «Nuestra ciencia es Cristo, y nuestra sabiduría es también Cristo. Él plantó en nuestras almas la fe de las cosas temporales, y en las eternas nos manifiesta la verdad» (SAN AGUSTÍN, De Trinitate, 13, 19,24: Obras de San Agustín, V, B.A.C., Madrid 1956, p. 759.)       

El sacerdocio ministerial encuentra su razón de ser en esta  perspectiva de la unión vital y operativa de la Iglesia con Cristo. La identidad específica y, por tanto, la espiritualidad propia del presbítero, nace del sacramento del Orden, en la que es Ungido y Consagrado en el ser y existir y obrar de Cristo Sacerdote.

            En efecto, mediante tal ministerio, el Señor continúa ejercitando, en medio de su Pueblo, aquella actividad que sólo a Él pertenece en cuanto Cabeza de su Cuerpo. Por lo tanto, el sacerdocio ministerial hace palpable la acción propia de Cristo Cabeza y testimonia que Cristo no se ha alejado de su Iglesia, sino que continúa vivificándola con su sacerdocio permanente. Por este motivo, la Iglesia considera el sacerdocio ministerial como un don a Ella otorgado en el ministerio de algunos de sus fieles.

            La identidad del sacerdote debe meditarse en el contexto de la voluntad divina a favor de la salvación, puesto que es fruto de la acción sacramental del Espíritu Santo, participación de la acción salvífica de Cristo, y puesto que se orienta plenamente al servicio de tal acción en la Iglesia, en su continuo desarrollo a lo largo de la historia.

            Se trata de una identidad cuatridimensional, porque es trinitaria, pneumatológica, cristológica y eclesiólogica. No ha de perderse de vista esta arquitectura teológica primordial en el misterio del sacerdote, llamado a ser ministro de la salvación, para poder aclarar después, de modo adecuado, el significado de su concreto ministerio pastoral en la comunidad.

            Su ser ontológicamente asimilado a Cristo constituye el fundamento de ser ordenado para servicio de la comunidad. Porque Cristo es la Palabra encarnada de la Salvación. Y el sacerdote es la prolongación sacramental de Cristo Pastor.       La total pertenencia a Cristo hace que el sacerdote esté al servicio de todos con amor total y gratuito, eso es el celibato, como el de Cristo. De hecho, el amor total celibatario del sacerdote a una humanidad redimida y renovada recibe luz y sentido por la asimilación a la donación nupcial del Hijo de Dios, crucificado y resucitado. Tal don, instituido por Cristo, que crea «un vínculo ontológico específico, que une al sacerdote con Cristo, Sumo Sacerdote y Buen Pastor » (PDV 11), para continuar su misión salvadora, fue conferido inicialmente a los Apóstoles y continúa en la Iglesia, a través de los Obispos y los presbíteros, sus sucesores.

            La identidad del sacerdote, entonces, deriva de la participación específica en el Sacerdocio de Cristo, por lo que el ordenado se transforma —en la Iglesia y para la Iglesia— en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: «una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (Ibid., 15). Por medio de la consagración, el sacerdote «recibe como don un poder espiritual, que es participación de la autoridad con que Jesús, mediante su Espíritu, guía a la Iglesia » (Ibid., 21).

            En el presbítero, el ser y el actuar en Cristo, la Unción y Consagración  en Cristo Cabeza, Pastor y Guía del pueblo de Dios, su vida y su apostolado está unidos en el mismo ser y actuar de Cristo que han de prologar como humanidades supletorias de Cristo, que es el que verdaderamente predica, santifica y salva por medio de las humanidades históricas de los sacerdotes,  prestadas a Cristo resucitado y metahistórico.

            Al hablar del sacerdote como representante de Cristo no nos referimos a una representación externa o jurídica como cuando alguien manda a un delegado con las facultades necesarias para hacer alguna gestión o para solucionar cualquier problema. El sacerdote representa a Cristo, en el sentido de volver a hacerlo presente con una presencia sacramental y, por tanto, verdadera y activa. Es el mismo Cristo quien actúa personalmente desde el sacerdote.           Desde esta perspectiva, los actos sacerdotales que Cristo realizó durante su vida mortal y que culminaron en su muerte y resurrección son los mismos que está realizando hoy con la fuerza de su Espíritu, a través de sus enviados; tan personalmente de Cristo son éstos como aquellos.

            Vale la pena recordar a este propósito un texto evangélico que puede darnos alguna luz. Está en Juan 14, 10: “las cosas que yo os digo no las digo como mías: es el Padre que está conmigo realizando sus obras”. El Padre está en Cristo realizando sus obras, y Cristo está en el sacerdote realizando también las suyas.

            Si profundizamos en la expresión de que la actuación del sacerdote es una actuación in persona Christi, veremos que al ser Cristo mismo quien actúa a través del sacerdote, el ser y la vida de éste serán tanto más perfectos cuantas más facilidades le den a Cristo para seguir actuando y cumpliendo, a través del sacerdote, la misión recibida del Padre de salvar a todos los hombres.Viviendo en Cristo es muy difícil separar persona y ministerio. Por tanto, el ministerio puede hacer santos, porque es un dar y recibir recíproco. La unión con Cristo, entendida como unión con los misterios de su sacerdocio, meditados, asimilados y vividos, son el cimiento de la espiritualidad sacerdotal. La unidad de vida es Cristo, especialmente conocido y amado desde la oración personal. Lo dice el PO 14.

            En esta línea M. Thurian comentará sobre el sacerdocio: «...es también, y sobre todo, hombre de oración y de contemplación en comunión con Cristo sacerdote... elegido por Dios y por la Iglesia para entregar toda su vida a la comunión contemplativa con Cristo sacerdote e intercesor, primero mediante el sacrificio eucarístico, luego con la 1a liturgia de las Horas y la oración contemplativa; para servir  a Cristo profeta proclamando y enseñando la palabra de Dios; para reunir la comunidad eclesial en el nombre de Cristo pastor por la fuerza del Espíritu Santo».

            La oración personal tiene que descubrir toda la riqueza de unión y salvación y encuentro de gracia que nos trae Cristo en la oración litúrgica, centro y culmen de toda la vida de la Iglesia. Si hablamos de la importancia de la oración personal siempre lo hacemos como conectada a la liturgia que se celebra, para que no quede reducida a mera representación sin alma, sin corazón, sin unión de amor con Cristo que la hace presente; nosotros defendemos la unión entre rito y espiritualidad del sacerdote, entre “Espíritu y Verdad”, interacción espiritual e íntima entre acción sagrada y espiritualidad personal por la oración.

Esta oración no es un añadido a la liturgia, es la misma liturgia celebrada con Espíritu Santo, en “verdad completa”, es una genuina celebración espiritual y verdadera y completa de la misma, en unión total con Cristo cabeza, porque el ejercicio del ministerio incluye la oración personal como un componente, una necesidad intrínseca del mismo. Porque la oración es la base del ser y existir sacerdotal. Tanto el ser, la vida del sacerdote, como el existir, el actuar del ministerio apostólico exigen la oración personal-litúrgica y litúrgica-personal, provocación o respuesta una de otra, según la circunstancias y momentos de gracia. La fe y el amor personal de la oración anteceden,  y luego se alimental de la oración litúrgica; y viceversa.

La oración litúrgica, la liturgia exige la unión del sacerdote por la oración personal para ser plena y complea aunque Cristo siempre realzará su salvación, especialmente por la Eucaristía, aunque el sacerdote esté distraido.

El gran protagonista de la vida espiritual, tanto de la oración personal como litúrgica, es el Espíritu Santo. Y ésta se expresa de modo directo, evidente y fáctico en la oración, si entendemos la vida espiritual como relación y comunión con Dios. El evangelio nos dice que Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar. Estar con Él es condición indispensable para ser apóstol verdadero, para predicar en su nombre. No hay oposición ni juxtaposicion, se trata de conocerle primero personalmente para luego reconocerlo y predicarlo en la liturgia y en la predicación. Es igual que el “porro unum est neccesarium” a Marta, referido a María, su hermana, en contemplación y servicio del mismo Cristo a quien servía Marta, pero de forma y preferencia distinta. Mediante la oración, por la unión total con Cristo mediante el entendimiento y la voluntad se llega hasta la fuente de toda verdad y amor, que es Dios mismo en su intimidad y en la del orante, comunión de espíritu con Espíritu.

             Y este es el sentido del sacramento del Orden sacerdotal. Por este sacramento, primero, el sacerdote es asumido para que Cristo pueda realicar por él  su sacerdocio; pero para que Cristo pueda actuar plenamente y sacerdotalmente a través de él  esto exite  primero relación personal. Por eso el sacerdote necesita santidad, la vida de Cristo por la gracia y el carácter sacerdotal en él, porque el sacerdote presencializa con su vida la vida sacerdotal de Cristo. Si es la persona misma del sacerdote la que ha sido asumida y consagrada para esta misión, no se es sacerdote en algunos momentos determinados o sólo cuando se realizan algunas acciones concretas; se es sacerdote siempre. Como tampoco se es cristiano sólo en algunos momentos; también se es siempre. Es una de las características de los sacramentos que imprimen carácter.

Resumiendo: Para poder actuar así necesitamos que el sacerdote, la oración personal del sacerdote se una a la de Cristo Único Sacerdote de la Liturgia, a la Oración Litúrgica de la Iglesia especialmente Eucarística que sea santificadora plena y completamete aunque el sacerdote esté distraído pero no lo será en plenitud  para él que debe unirse por la oración personal a la litúrgica  de Cristo en la Iglesia.

 

 

 

3.- CARTA DE JUAN PABLO II SOBRE LA ORACION DEL SACERDOTE

 

1. Entre el Cenáculo y Getsemaní

 

1. "Dichos los Himnos, salieron para el monte de los Olivos" (Mc 14, 26).

            Permitidme, queridos hermanos en el sacerdocio, que empiece mi Carta para el Jueves Santo de este año con las palabras que nos remiten al momento en que, después de la Última Cena, Jesucristo salió para ir al Monte de los Olivos. Todos nosotros que, por medio del sacramento del Orden, gozamos de una participación especial, ministerial, en el sacerdocio de Cristo, el Jueves Santo nos recogemos interiormente en recuerdo de la institución de la Eucaristía, porque este acontecimiento señala el principio y la fuente de lo que, por la gracia de Dios, somos en la Iglesia y en el mundo. El Jueves Santo es el día del nacimiento de nuestro sacerdocio y, por eso, es también nuestra fiesta anual.

 

            4. La oración de Getsemaní se comprende no sólo en relación con todos los acontecimientos del Viernes Santo ―es decir, la pasión y muerte en Cruz―, sino también, y no menos íntimamente, en relación con la última Cena.

            Durante la Cena de despedida, Jesús llevó a término lo que era la eterna voluntad del Padre al respecto, y era también su voluntad: su voluntad de Hijo: "¡Para esto he venido yo a esta hora!" (Jn 12, 27). Las palabras de la institución del sacramento de la nueva y eterna Alianza, la Eucaristía, constituyen en cierto modo el sello sacramental de esa eterna voluntad del Padre y del Hijo, que ha llegado a la "hora" del cumplimiento definitivo.

 

6. Las palabras del evangelista: "Comenzó a entristecerse y angustiarse" (Mt 26, 37), igual que todo el desarrollo de la oración en Getsemaní, parecen indicar no sólo el miedo ante el sufrimiento, sino también el temor característico del hombre, una especie de temor unido al sentido de responsabilidad.

            En la oración con que comienza la pasión, Jesucristo, "Hijo del hombre", expresa el típico esfuerzo de la responsabilidad, unida a la aceptación de las tareas en las que el hombre se ha de «superar a sí mismo».

            Los Evangelios recuerdan varias veces que Jesús rezaba, más aún, que "pasaba las noches en oración" (cfr. Lc 6, 12); pero ninguna de estas oraciones ha sido presentada de modo tan profundo y penetrante como la de Getsemaní. Lo cual es comprensible. Pues en la vida de Jesús no hubo otro momento tan decisivo. Ninguna otra oración entraba de modo tan pleno en la que había de ser «su hora». De ninguna otra decisión de su vida tanto como de ésta dependía el cumplimiento de la voluntad del Padre, el cual "tanto amó al mundo que le dio a su Unigénito Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna" (Jn 3, 16).

            Cuando Jesús dice en Getsemaní: "No se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22, 42), revela la voluntad del Padre y de su amor salvífico al hombre. La «voluntad del Padre» es precisamente el amor salvífico: la salvación del mundo se ha de realizar mediante el sacrificio redentor del Hijo. Es muy comprensible que el Hijo del hombre, al asumir esta tarea, manifieste en su decisivo coloquio con el Padre la conciencia que tiene de la dimensión sobrehumana de esta tarea con la que cumple la voluntad del Padre en la divina profundidad de su unión filial.

            "He llevado a cabo la obra que me encomendaste realizar", (cfr. Jn 17, 4). Añade el Evangelista: "Lleno de angustia, oraba con más insistencia" (Lc 22, 44). Y esta angustia mortal se manifestó también con el sudor que, como gotas de sangre, empapaba el rostro de Jesús (cfr. Lc 22, 44). Es la máxima expresión de un sufrimiento que se traduce en oración, y de una oración que, a su vez, conoce el dolor, al acompañar el sacrificio anticipado sacramentalmente en el Cenáculo, vivido profundamente en el espíritu de Getsemaní y que está a punto de consumarse en el Calvario.

            Precisamente sobre estos momentos de la oración sacerdotal y sacrificial es sobre los que deseo llamar vuestra atención, queridos hermanos, en relación con nuestra oración y nuestra vida.

 

II. La oración como centro de la existencia sacerdotal

 

7. Si en nuestra meditación del Jueves Santo de este año unimos el Cenáculo con Getsemaní, es para comprender como nuestro sacerdocio debe estar profundamente vinculado a la oración: enraizado en la oración.

            En efecto, la afirmación no requiere demostración, sino que más bien necesita ser cultivada constantemente con la mente y con el corazón, para que la verdad que hay en ella pueda llevarse a cabo en la vida de un modo cada vez más profundo.

            Se trata, pues, de nuestra vida, de la misma existencia sacerdotal, en toda su riqueza, que se encierra, antes que nada, en la llamada al sacerdocio, y que se manifiesta también en ese ser vicio de la salvación que surge de ella. Sabemos que el sacerdocio ―sacramental y ministerial― es una participación especial en el sacerdocio de Cristo. No existe sin él y fuera de él. "Sin mi no podéis hacer nada" (Jn 15, 5), dijo Jesús en la última Cena, como conclusión de la parábola sobre la vid y los sarmientos.

            Cuando más tarde, durante su oración solitaria en el huerto de Getsemaní, Jesús se acerca a Pedro, a Juan y a Santiago y los encuentra dormidos, los despierta y les dice: "Vigilar y orad para no caer en tentación" (Mt 26, 41).

            La oración, pues, había de ser para los Apóstoles el modo concreto y eficaz de participar en la "hora de Jesús", de enraizarse en Él y en su misterio pascual Así será siempre para nosotros, sacerdotes. Sin la oración existe el peligro de aquella "tentación" en la que cayeron por desgracia los Apóstoles cuando se encontraron cara a cara con el "escándalo de la cruz" (cfr. Gál 5, 1 l).

8. En nuestra vida sacerdotal la oración tiene una variedad de formas y significados, tanto la personal, como la comunitaria, o la litúrgica (pública y oficial). No obstante, en la base de esta oración multiforme siempre hay que encontrar ese fundamento profundísimo que pertenece a nuestra existencia en Cristo, como realización especifica de la misma existencia cristiana, y más aún, de modo más amplio de la humana. La oración, pues, es la expresión connatural de la conciencia de haber sido creados por Dios, y más aún ―como revela la Biblia― de que el Creador se ha manifestado al hombre como Dios de la Alianza.

            La oración, que pertenece a nuestra existencia sacerdotal, comprende naturalmente dentro de todo lo que deriva de nuestro ser cristianos, o también simplemente del ser hombres hechos "a imagen y semejanza" de Dios. Incluye, además, la conciencia de nuestro ser hombres y cristianos como sacerdotes. Y esto es precisamente lo que quiere descubrir el Jueves Santo, llevándonos con Cristo, después de la última Cena, a Getsemaní.

En efecto, allí somos testigos de la oración del mismo Jesús, que precede inmediatamente al cumplimiento supremo de su sacerdocio por medio del sacrificio, de sí mismo en la Cruz. Él, "constituido Sumo Sacerdote de los bienes futuros.... entró una vez para siempre en el santuario... por su propia sangre", (Heb 9, 11 12). De hecho, si bien era sacerdote desde el primer momento de su existencia, sin embargo "llegó a ser" de modo pleno el único sacerdote de la nueva y eterna Alianza mediante el sacrificio redentor, que tuvo su comienzo en Getsemaní. Este comienzo tuvo lugar en un contexto de oración.

 

9. Para nosotros, queridos hermanos, esto es un descubrimiento de importancia fundamental el día del Jueves Santo, al que justamente consideramos como el día del nacimiento de nuestro sacerdocio ministerial en Cristo. Entre las palabras de la institución: "Este es mi Cuerpo que es entregado por vosotros"; "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" y el cumplimiento efectivo de lo que esas palabras expresan, se interpone la oración de Getsemaní. ¿Quizá no es verdad que, a lo largo de los acontecimientos pascuales, ella nos lleva a la realidad, también visible, que el sacramento significa y renueva al mismo tiempo?

            El sacerdocio, que ha llegado a ser nuestra herencia en virtud de un sacramento tan estrechamente unido a la Eucaristía, es siempre una llamada a participar de la misma realidad divino-humana, salvífica y redentora, que precisamente por medio de nuestro ministerio debe dar siempre nuevos frutos en la historia de la salvación: "Para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca" (Jn 15, 16).

El santo Cura de Ars, cuyo centenario de su nacimiento celebramos el año pasado, se nos presenta precisamente como el hombre de esta llamada, reavivando su conciencia también en nosotros. En su vida heroica la oración fue el medio que le permitía permanecer constantemente en Cristo, "velar" con Cristo de cara a su "hora".

Esta "hora" es decisiva para la salvación de tantos hombres, confiados al servicio sacerdotal y al cuidado pastoral de cada presbítero. En la vida de San Juan María Vianney, esta "hora" se realizó especialmente con su servicio en el confesionario.

 

10. La oración en Getsemaní es como una piedra angular, puesta por Cristo al servicio de la causa "que el Padre le ha confiado": obra de la redención del mundo mediante el sacrificio ofrecido en la Cruz.

            Partícipes del sacerdocio de Cristo, que está unido indisolublemente a su sacrificio, también nosotros debemos poner la Piedra angular de la oración como base de nuestra existencia sacerdotal. Nos permitirá sintonizar nuestra existencia con el servicio sacerdotal, conservando intacta la identidad y la autenticidad de esta vocación, que se ha convertido en nuestra herencia especial en la Iglesia, como comunidad del Pueblo de Dios.

            La oración sacerdotal ―especialmente la Liturgia de las Horas y la adoración Eucarística― nos ayudará a conservar antes que nada la conciencia profunda de que, como «siervos de Cristo», somos de modo especial y excepcional "administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4, l). Cualquiera que sea nuestra tarea concreta, cualquiera que sea el tipo de compromiso en que desarrollamos el servicio pastora la oración nos asegurará la conciencia de esos misterios de Dios, de los que somos "administradores", y la llevará a manifestarse en todas nuestras obras. De este modo seremos también para los hombres un signo visible de Cristo y de su Evangelio.

¡Queridísimos hermanos! Tenemos necesidad de oración, de oración profunda y, en cierto sentido, "orgánica", para poder ser ese signo. "En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros". ¡Sí! Concretamente, ésta es una cuestión de amor, de amor "a los demás"; efectivamente, el «ser», como sacerdotes «administradores de los misterios de Dios», significa ponerse a disposición de los demás y, así, dar testimonio de ese amor supremo que está en Cristo, de ese amor que es Dios mismo.

11. Si la oración sacerdotal reaviva esta conciencia y esta actitud en la vida de cada uno de nosotros, al mismo tiempo, de acuerdo con la "lógica" profunda de ser administradores de los misterios de Dios, la oración debe ampliarse y extenderse constantemente a todos aquellos que "el Padre nos ha dado" (cfr. Jn 17, 6).

            Esto es lo que sobresale claramente en la oración sacerdotal de Jesús en el Cenáculo: "He manifestado tu nombre a los hombres que de este mundo me has dado. Tuyos eran y tú me los diste, y han guardado tu palabra" (Jn 17, 6).

            A ejemplo de Jesús, el Sacerdote, "administrador de los misterios de Dios", es Él mismo cuando es "para los demás". La oración le da una especial sensibilidad hacia los demás haciéndolo sensible a sus necesidades, a su vida y a su destino. La oración permite también al sacerdote reconocer a los "que el Padre le ha dado"...

     Estos son, ante todo, los que, por así decirlo, son puestos por el Buen Pastor en el camino de su servicio sacerdotal, de su labor pastoral. Son los niños, los adultos, los ancianos. Son la juventud, las parejas de novios, las familias, pero también las personas solas. Son los enfermos, los que sufren, los moribundos.

Son los que están espiritualmente cercanos, dispuestos a la colaboración apostólica, pero también los lejanos, los ausentes, los indiferentes, muchos de los cuales, sin embargo, pueden encontrarse en una fase de reflexión y de búsqueda. Son los que están mal dispuestos por varias razones, los que se encuentran en medio de dificultades de naturaleza diversa, los que luchan contra los vicios y pecados, los que luchan por la fe y la esperanza. Los que buscan la ayuda del sacerdote y los que lo rechazan.

            ¿Cómo ser sacerdote "para" todos ellos y para cada uno de ellos según el modelo de Cristo? ¿Cómo ser sacerdote "para" aquéllos que "el Padre nos ha dado", confiándonoslos como un encargo? Nuestra prueba será siempre una prueba de amor, una prueba que hemos de aceptar, antes que nada, en el terreno de la oración.

           

12. Queridos hermanos: Todos sabemos bien cuánto cuesta esta prueba. ¡Cuánto cuestan a veces los coloquios aparentemente normales con las distintas personas!. ¡Cuánto cuesta el servicio a las conciencias en el confesionario. Cuánto cuesta la solicitud "por todas las iglesias" (cfr. 2 Cor 11, 28): Sollicitudo omnium ecclesiarum): ya se trate de las "iglesias domésticas" (Cfr. LG, 11), es decir, las familias, especialmente en sus dificultades y crisis actuales; ya se trate de cada persona "templo del Espíritu Santo" (1 Cor 6, 19): de cada hombre o mujer en su dignidad humana y cristiana; y finalmente, ya se trate de una iglesia-comunidad como la parroquia, que sigue siendo la comunidad fundamental, o bien de aquellos grupos, movimientos, asociaciones, que sirven a la renovación del hombre y de la sociedad según el espíritu del Evangelio florecientes hoy en la Iglesia y por los que hemos de estar agradecidos al Espíritu Santo, que hace surgir iniciativas tan hermosas. Tal empeño tiene su "coste", que hemos de sostener con la ayuda de la oración..

            Por lo tanto, la oración nos permitirá, a pesar de muchas contrariedades, dar esa prueba de amor que ha de ofrecer la vida de cada hombre, y de modo especial la del sacerdote. Y cuando parezca que esa prueba supera nuestras fuerzas, recordemos lo que el evangelista dice de Jesús en Getsemaní: «Lleno de angustia, oraba con más insistencia» (Lc 22, 44).

 

13. El Concilio Vaticano II presenta la vida de la Iglesia como peregrinación en la fe (cfr. const. dogm. Lumen gentium, 48 ss.). Cada uno de nosotros, queridos hermanos, en razón de su vocación y ordenación sacerdotal, tiene una participación especial en esta peregrinación. Estamos llamados a avanzar guiando a los demás, ayudándolos en su camino como ministros del Buen Pastor. Como administradores de los misterios de Dios debemos, pues, tener una madurez de fe, adecuada a nuestra vocación y a nuestras funciones. Pues, "lo que se busca en los administradores es que sean fieles" (1 Cor 4, 2), desde el momento en que el Señor les confía su patrimonio.

            Por lo tanto, es conveniente que en esta peregrinación de la fe, cada uno de nosotros fije la mirada de su alma en la Virgen María, Madre de Jesucristo, Hijo de Dios. Pues ella ―como enseña el Concilio siguiendo a los Padres― nos "precede" en esta peregrinación (cfr. const. dogm. Lumen gentium, 58) y nos ofrece un ejemplo sublime, que he deseado poner también de relieve en mi reciente Encíclica, publicada en vistas al Año Mariano, al que nos estamos preparando.

En María, que es la Virgen Inmaculada, descubrimos también el misterio de esa fecundidad sobrenatural por obra del Espíritu Santo, por el que ella es «figura» de la Iglesia. En efecto, la Iglesia «se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios» (const. dogm. Lumen gentium, 64), según el testimonio del Apóstol Pablo: "Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto" (Gál 4, 19); y llega a serlo sufriendo como una madre, que "cuando pare, siente tristeza porque llega su hora; pero cuando ha dado a luz un hijo no se acuerda de la tribulación, por el gozo que tiene de haber venido al mundo un hombre" (Jn 16, 21).

            ¿Acaso este testimonio no toca también la esencia de nuestra especial vocación en la Iglesia?. Sin embargo ―digámoslo al concluir―, para que podamos hacer nuestro el testimonio del Apóstol, tenemos que mirar constantemente al Cenáculo y a Getsemaní, y volver a encontrar el centro mismo de nuestro sacerdocio en la oración y mediante la oración.

            Cuando, con Cristo, clamamos: "Abbá, Padre", entonces "el Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios" (Rom 8, 1516). "Y asimismo, también el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene; mas el mismo Espíritu aboga por nosotros con gemidos inenarrables, y el que escudriña los corazones conoce cuál es el deseo del Espíritu" (Rom 8, 2627).

Recibid, queridos hermanos, el saludo pascual y el beso de la paz en Jesucristo Nuestro Señor.

 

Vaticano, 13 de abril del año 1987.

JUAN PABLO II

 

 

 

4. LA  CARIDAD PASTORAL: UNIDAD DEL SER Y EXISTIR EN CRISTO SACERDOTE 

 

La caridad pastoral es el amor o caridad de Cristo buen Pastor, es el Espíritu de Amor de Cristo, Espíritu Santo, que se nos comunica por la Unción y Consagración en el ser y existir de Cristo.

La configuración sacramental con Jesucristo impone al sacerdote un nuevo motivo para alcanzar la santidad (PO 13), a causa del ministerio que le ha sido confiado, que es en sí mismo santo. Esto no significa que la santidad, a la cual son llamados los sacerdotes, sea subjetivamente mayor que la santidad a la que son llamados todos los fieles cristianos por motivo del bautismo.

La santidad es siempre la misma, si bien con diversas expresiones, pero el sacerdote debe tender a ella por un nuevo motivo: corresponder a la nueva gracia que le ha conformado para representar a la persona de Cristo, Cabeza y Pastor, como instrumento vivo en la obra de la salvación (PO 12). «De esta forma, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vínculo la perfección sacerdotal que reduce a la unidad su vida y su actividad» (PO 14).

En el cumplimiento de su ministerio, por tanto, aquel que es «sacerdos in aeternum», debe esforzarse por seguir en todo el ejemplo del Señor, uniéndose a Él «en el conocimiento de la voluntad del Padre, y en el don de sí mismos por el rebaño» (PO 14). Sobre este fundamento de amor a la voluntad divina y de caridad pastoral se construye la unidad de vida, es decir, la unidad interior entre la vida espiritual y la actividad ministerial: « La formación del presbítero en su dimensión espiritual es una exigencia de la vida nueva y evangélica a la que ha sido llamado de manera específica por el Espíritu Santo infundido en el sacramento del Orden. El Espíritu, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo.

En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote —relación ontológica y psicológica, sacramental y moral— está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella «vida según el Espíritu » y para aquel « radicalismo evangélico » al que está llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual.

Esta formación es necesaria también para el ministerio sacerdotal, su autenticidad y fecundidad espiritual. « ¿Ejerces la cura de almas? », preguntaba san Carlos Borromeo. Y respondía así en el discurso dirigido a los sacerdotes: « No olvides por eso el cuidado de ti mismo, y no te entregues a los demás hasta el punto de que no quede nada tuyo para ti mismo. Debes tener ciertamente presente a las almas, de las que eres pastor, pero sin olvidarte de ti mismo. Comprended, hermanos, que nada es tan necesario a los eclesiásticos como la meditación que precede, acompaña y sigue todas nuestras acciones: Cantaré, dice el profeta, y meditaré (cf. Sal 100, 1). Si administras los sacramentos, hermano, medita lo que haces. Si celebras la Misa, medita lo que ofreces. Si recitas los salmos en el coro, medita a quien y de qué cosa hablas. Si guías a las almas, medita con qué sangre han sido lavadas; y todo se haga entre vosotros en la caridad (1 Cor 16, 14). Así podremos superar las dificultades que encontramos cada día, que son innumerables. Por lo demás, esto lo exige la misión se os ha confiado. Si así lo hacemos, tendremos la fuerza para engendrar  a Cristo en nosotros mismo y en los demás» (S. CARLOS BORROMEO, Acta Ecclesiae Mediolanensis, Milán 1559, 1178).

            Todos reconocemos que la oración es algo fundamental y básico,  ya que el mismo Cristo Jesús así lo advierte: “Orad y vigilad siempre...”. El Papa lo considera con igual tenor, de modo que la oración del sacerdote ha de ser asidua y constante: «La oración asidua es centra en la vida del Sacerdote», a los Obispos de Méjico. No basta, por tanto, la oración esporádica, ocasional, circunstancial: el sacerdote debe orar constantemente, y en tiempos prefijados de modo que le sirvan como «punto de referencia», en su trato diario de amistad  con el Señor.

            Por otra parte, la oración que brota del corazón del sacerdote es una condición necesaria para responder adecuadamente a las exigencias que plantea el ministerio sacerdotal: «Sólo en la oración podremos cumplir los deberes de nuestro ministerio y responder a las esperanzas del mañana» (Sacerotes de Génova 21-9-1985).

            Gracias a la virtud que Dios confiere por la oración, el sacerdote perseverará en el ministerio, para orientarse determinadamente hacia la santidad a la que Dios le llama. Por la oración mantendrá incólume —incluso la enriquecerá, con nuevas luces— su «identidad sacerdotal»: «Partícipes del sacerdocio de Cristo, que está unido indisolublemente a su sacrificio, también nosotros debemos poner la piedra angular de la oración como base de nuestra existencia sacerdotal. Nos permitirá sintonizar nuestra existencia con el servicio sacerdotal, conservando intacta la identidad y la autenticidad de esta vocación, que se ha convertido en nuestra herencia especial en la Iglesia, como comunidad del Pueblo de Dios». (Carta a los sacerdotes 8-4-1979).

También por la oración el sacerdote profundiza en la verdad revelada, verdad que ha de integrar y enriquecer su vida, sobre todo, por la conversión. Como repetiré hasta la saciedad, la oración verdadera lleva a la conversión; amar, orar y convertirse se conjugan igual. Si me canso de convertirme, me canso de hacer oración. Lo dice el Papa: «Convertirse quiere decir “orar en todo tiempo y no desfallecer”.

La oración es en cierta manera la primera y última condición de la conversión, del progreso espiritual a la santidad. Tal vez en los últimos años —por lo menos, y entre algunos determinados ambientes— se ha discutido demasiado sobre el sacerdocio, sobre la identidad del sacerdote, sobre el valor de su presencia en el mundo contemporáneo, etc., y, por el contrario, se ha orado demasiado poco.

No ha habido bastante valor para realizar el mismo sacerdocio a través de la oración, para hacer eficaz su auténtico dinamismo evangélico, para confirmar la identidad sacerdotal. Es la oración la que señala el estilo esencial del sacerdocio; sin ella, el estilo se desfigura. La oración nos ayuda a encontrar siempre la luz que nos ha conducido desde el comienzo de nuestra vocación sacerdotal, y que sin cesar nos dirige, aunque alguna vez da la impresión de perderse en la oscuridad.

La oración nos permite convertirnos continuamente, permanecer en el estado de constante tensión hacia Dios, cosa que es indispensable si queremos conducir a los demás a Él. La oración nos ayuda a creer, a esperar y a amar, incluso cuando nos lo dificulta nuestra debilidad humana” (Carta a los sacerdotes, 8-4-1979, n.10c).

            Juan Pablo II lleva a plenitud el espíritu de la oración sacerdotal, oración que penetra e invade el trabajo ministerial: Es la oración de contemplación: «Como consagrados no sólo debemos rezar, debemos ser una oración viva. Se podría decir también, debemos rezar aparentemente no rezando. Debemos rezar no teniendo aparentemente tiempo para rezar, pero debemos rezar. Es otra paradoja. Humanamente, esto es algo imposible: ¿Cómo rezar no rezando? Pero san Pablo nos dice que “el Espíritu ora en nosotros”, entonces la cosa resulta algo distinta» (Carta del Jueves Santo 13-4-1987).

 Este espíritu contemplativo sacerdotal confluyen «oración» y «ministerio», y debe enriquecerse incesantemente con el estudio y la formación permanente, de modo que la doctrina pase a informar la vida y, la vida se transforme en apostolado convincente: «La oración debemos unirla a un trabajo continuo sobre nosotros mismos: es la formación permanente» (Ibid.)

            El mismo Papa nos indica el camino para unir ser y actuar sacerdotal en Cristo, dos caminos de santidad sacerdotal que se exigen recíprocamente: trato íntimo con el Señor en la oración, que no lleve y empuje al ministerio santamente ejercido en unión con Él, y que a su vez nos lleve nuevamente al encuentro con Él para darle cuenta y recibir nuevo impulso:

            «En el Decreto del concilio Vaticano II sobre el ministerio y vida de los presbíteros, se indican dos caminos para la santificación personal y la espiritualidad del sacerdote. El primero es la intimidad profunda con Cristo. Es la espiritualidad que el sacerdote cultiva en los momentos de silencio, de adoración, en la lectura de la Palabra de Dios, en la Liturgia de las Horas, en la meditación personal. El segundo camino—inseparable del primero— es el propio ministerio sacerdotal ejercido con generosa entrega como continuación lógica de su intimidad con el Señor (cf. PO, 14). Por todo ello, los presbíteros, “como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1 Co 4,1) han de estar imbuidos de un gran espíritu de servicio y obediencia, gran celo por la salvación de las almas, dispuestos al sacrificio, asiduos en la oración, enamorados de su ministerio, y que hagan de la Eucaristía el centro y la fuente de todos sus anhelos pastorales» (Discurso a Obispos de Perú, en Visita «ad Limina», 13-5-1989).

            En concreto, el sacerdote tiene que ser un hombre de oración o no será, y su vida de oración debe ser «renovada» constantemente. La experiencia enseña que en la oración no se vive de rentas; cada día es preciso no sólo reconquistar la fidelidad exterior a los momentos de oración, sobre todo los destinados a la celebración de la Liturgia de las Horas y los dejados a la libertad personal y no sometidos a tiempos fijos o a horarios del servicio litúrgico, sino que también se necesita, y de modo especial, reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu.

Lo que el apóstol Pablo dice de los creyentes, que deben llegar “al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cristo” (Ef 4, 13), se puede aplicar de manera especial a los sacerdotes, <<llamados a la perfección de la caridad y por tanto a la santidad, porque su mismo ministerio pastoral exige que sean modelos vivientes para todos los fieles» (PDV 72).

La entera historia de la Iglesia se encuentra iluminada por espléndidos modelos de donación pastoral verdaderamente radical. Existe ciertamente un numeroso batallón de santos sacerdotes que, como el Cura de Ars, patrono de los párrocos, han llegado a una eximia santidad a través de la generosa e incansable dedicación a la cura de almas, acompañada de una profunda ascesis y de una gran vida interior. Estos pastores, inflamados por el amor de Cristo y por la consiguiente caridad pastoral, constituyen un Evangelio vivo.

Algunas corrientes culturales contemporáneas confunden la virtud interior, la mortificación y la espiritualidad con una forma de intimismo, de alienación y, por tanto, de egoísmo incapaz de comprender los problemas del mundo y de la gente. Se ha desarrollado también, en algunos lugares, una tipología multiforme de presbíteros: desde el sociólogo al terapeuta, del obrero al político, al «manager»... hasta llegar al sacerdote «jubilado». A este propósito se debe recordar que el presbítero es portador de una consagración ontológica que se extiende a tiempo completo.

Su identidad de fondo hay que buscarla en el carácter conferido por el sacramento del Orden, por el cual se desarrolla fecundamente la gracia pastoral. Por tanto, el presbítero debería saber actuar siempre en cuanto sacerdote. Él, como decía San Juan Bosco, es sacerdote tanto en el altar y en el confesionario como en la escuela o por la calle: en cualquier sitio. Alguna vez los mismos sacerdotes son inducidos, por circunstancias actuales, a pensar que su ministerio se encuentra en la periferia de la vida, cuando en realidad se encuentra en el corazón mismo de ella, puesto que tiene la capacidad de iluminar, reconciliar y renovar todas las cosas.

Puede suceder también que algunos sacerdotes, tras haber comenzado su ministerio con un entusiasmo cargado de ideales, experimenten el desinterés y la desilusión, e incluso el fracaso. Muchas son las causas: desde la deficiente formación hasta la falta de fraternidad en el presbiterio diocesano, desde el aislamiento personal hasta la ausencia de interés y apoyo por parte de la comunidad de los creyentes, desde los problemas personales, incluso de salud, hasta la amargura de no encontrar respuestas y soluciones, desde la desconfianza por la ascesis y el abandono de la vida interior hasta la falta de fe, y, a veces, por fallos pastorales hasta del Obispo  mismo: « (Los Obispos) traten siempre con caridad especial a los sacerdotes, puesto que reciben parte de sus obligaciones y cuidados y los realizan celosamente con el trabajo diario, considerándolos siempre como hijos y amigos, y, por tanto, estén siempre dispuestos a oírlos, y tratando confidencialmente con ellos, procuren promover la labor pastoral íntegra de toda la diócesis. Vivan preocupados de su condición espiritual, intelectual y material, para que ellos puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con fidelidad y éxito» (Christus Dominus, n. 16).

            De hecho el dinamismo ministerial exento de una sólida espiritualidad sacerdotal se traduciría en un activismo vacío y privado de valor profético. Resulta claro que la ruptura de la unidad interior en el sacerdote es consecuencia, sobre todo, del enfriamiento de su caridad pastoral, o sea, del descuido a la hora de «custodiar con amor vigilante el misterio del que es portador para el bien de la Iglesia y de la humanidad» (PDV 72).

            La caridad pastoral constituye el principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples y diversas actividades del sacerdote y —dado el contexto socio-cultural en el que vive— es instrumento indispensable para llevar a los hombres a la vida de la gracia.

            Plasmada con esta caridad, la actividad ministerial será una manifestación de la caridad de Cristo, buen pastor, de la que el presbítero sabrá expresar actitudes y conductas hasta la donación total de sí mismo a la grey, que le ha sido confiada. (PO 14).

            La asimilación de la caridad pastoral de Cristo —de manera que dé forma a la propia vida— es una meta, que exige del sacerdote continuos esfuerzos y sacrificios, porque esta no se improvisa, no conoce descanso y no se puede alcanzar de una vez para siempre. El ministro de Cristo se sentirá obligado a vivir esta realidad y a dar testimonio de ella, incluso cuando, por su edad, se le quite el peso de encargos pastorales concretos.

            Hoy día, la caridad pastoral corre el riesgo de ser vaciada de su significado por un cierto «funcionalismo ». De hecho, no es raro percibir en algunos sacerdotes la influencia de una mentalidad, que equivocadamente tiende a reducir el sacerdocio ministerial a los aspectos funcionales. Esta concepción reduccionista del ministerio sacerdotal lleva el peligro de vaciar la vida de los presbíteros y, con frecuencia, llenarla de formas no conformes al propio ministerio.El sacerdote, que se sabe ministro de Cristo y de su esposa, encontrará en la oración, en el estudio y en la lectura espiritual, la fuerza necesaria para vencer también este peligro (CIC 279). Entretenerse  coloquio íntimo de adoración frente al Buen Pastor, presente en el Santísimo Sacramento del altar, constituye una prioridad pastoral superior con mucho a cualquier otra. El sacerdote, guía de una comunidad, debe poner en práctica esta prioridad para no caer en la aridez interior y convertirse en canal seco, que a nadie puede ofrecer cosa alguna.

            La obra pastoral de mayor relevancia es, sin duda alguna, la espiritualidad. Cualquier plan pastoral, cualquier proyecto misionero, cualquier dinamismo en la evangelización, que prescindiese del primado de la espiritualidad y del culto divino estaría destinado al fracaso.

            Esta identificación sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdote inserta específicamente al presbítero en el misterio trinitario y, a través del misterio de Cristo, en la comunión ministerial de la Iglesia para servir al Pueblo de Dios (PDV 21).

 

 

 

5. SIN ORACIÓN PERSONAL LOS SACERDOTES NO PODEMOS VIVIR LA CARIDAD PASTORAL DE CRISTO PASTOR 

 

“Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto”

 

Y no hace falta ser agricultor para saber lo que le pasa al sarmiento, si se separa de la vid: “se seca”, dice el Señor. Evidente, Señor, no hacía falta que lo dijeras, porque lo vemos todos los día. Pero por qué, Señor, insistes tanto en esta parábola de la vid en este aspecto: pues para convencernos de lo evidente, de lo que debiera ser evidente en nuestra vida sacerdotal, que es precisamente ser y vivir en Cristo por amor permanente de oración permanente.

Es la cosa más evidente del mundo y, sin embargo, se ignora y no se tiene en cuenta en las reuniones pastorales: reuniones y más reuniones de arciprestazgo o diocesanas y allí no se oye hablar de la caridad pastoral del buen Pastor, de la necesidad de identificación con Cristo para el apostolados, de cultivar la oración y la conversión para que el Espíritu Santo nos comunique el Espíritu del buen Pastor, el Espíritu de Pentecostés, el Espíritu, Fuego de Amor, del Espíritu Santo.

Lo ha dicho el Señor; sin unión de amor con Él, sin relación o encuentro de amor personal con Él y esto es oración, sin unión  a Él por la oración personal, yo no puedo dar frutos de santificación y vida cristiana. Y me estoy refiriendo ahora a mi propia persona.

Yo confieso públicamente que todo se lo debo a la oración. Que me quite el Señor hasta la fe y las demás gracias y lo que sea, pero que no me quite la oración, porque por el amor que recibo, cultivo, me comunica y me provoca la meditación y la oración, poco a poco recuperaré todo lo perdido. Y, en cambio, aunque sea sacerdote y esté en las alturas, si dejo la oración personal, bajaré hasta la mediocridad, hasta el oficialismo y, a veces, a trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Cristo no se puedo hacer las acciones de Cristo.

Sin oración, yo no soy ni existo sacerdotalmente en Cristo, que es el Todo para mí, y con toda humildad, que eso es «andar en verdad» para Santa Teresa, unido a Cristo por la oración, puedo decir con San Pablo: “para mí la vida es Cristo... vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí... y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí.

Sin oración, y voy a decir y expresarlo con más exactitud, sin oración contemplativa, unitiva, que es un estado de unión y oración con Cristo a la que me ha llevado la oración primera y elemental, la meditativa, la oración mental iniciática, yo no puedo tener el gozo y la experiencia de Dios, pura gracia que yo no sé ni puedo fabricar, aquí no valen ya las técnicas ni los libros ni todo lo que yo haga y medite, aquí es el Espíritu Santo el único maestro que sabe de estas realidades espirituales y misteriosas, místicas y unitivas y contemplativas, hasta el punto de que la persona que las sufre, es patógeno de Cristo, sufre la experiencia de esta identificación sentida en su alma y puede decir con San Pablo: “no soy yo, es Cristo quien vive en mi”.

Sin oración «mental» personal, yo podía ser un buen profesional del sacerdocio,  pero yo  no puedo tener unión espiritual y operativa en Cristo, Único Sacerdote, a quien todos los sacerdotes prolongamos en su misión salvadora.

La oración, que iniciada en determinados momentos del día, termina luego haciéndose permanente por el amor, me lleva a la conversión  permanente, al amor y conversión permanente  al ser y actuar sacerdotal de Cristo Sacerdote, -- orar, amar y convertirse se conjugan igual, si falla uno de los tres elementos, especialmente la conversión permanente, se acabó la oración--, la oración, repito, me descubre cada día, alimenta y sostiene y potencia el gozo, la vivencia y la experiencia de la Unción y Consagración de mi «ser y existir para siempre en Cristo Sacerdote», --carácter y gracia sacerdotal-- por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo que le lleva a encarnarse y se Sacerdote del Altísimo, y del cual participamos todos los sacerdotes por la potencia de amor del Espíritu Santo: dimensión trinitaria del sacerdocio.

 El Hijo hace Padre de Amor a su Padre, aceptando realizar su proyecto de Amor al hombre, -- dimensión trinitaria--; y aceptando ser Hijo encarnado – dimensión cristológica--, es constituido Sacerdote Único del Altísimo, constituido por la misma encarnación en puente de salvación entre Dios y los hombres: por ese puente-pontífice bajan los dones de Dios a los hombres; y los hombres podemos subir hasta los misterios de Dios Trino y Uno; y todo esto, tanto el proyecto de Amor del Padre, como la encarnación de ese proyecto en el Hijo, todo es y se realiza por la potencia de Amor del Espíritu Santo – dimensión pneumatológica de la salvación--,  cantada por  la potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en pentagramas de acordes de felicidad y armonía trinitaria, llena de Vida y Eternidad y Hermosura y  Esplendores divinos, pronunciada y cantada por nuestro Dios Uno y Trino  para toda la humanidad -- dimensión eclesiológica del sacerdocio—.

Mi sacerdocio y a mis hermanos, los sacerdotes, los tengo siempre presentes en mi mente y en mi corazón, en toda mi vida litúrgica, oracional y apostólica, ya que todo sacerdote es presencia sacramental de Cristo y Cristo quiero que sea el centro y la razón de mi vivir y existir. En este sentido puedo decir que todos mis escritos son sacerdotales,  porque el sacerdocio y a los sacerdotes los tengo tan metidos en mi alma, que vivo con y por ellos en Cristo.

En este libro quiero exponer alguno apuntes sobre lo que yo entiendo por oración personal, oración personal sacerdotal de la que he tratado y escrito bastante y que para mí es fundamento y base esencial de la santidad y apostolado presbiteral, de todo nuestro ser y existir en Cristo Sacerdote.

Personalmente todo se lo debo a la oración. Ya lo he dicho. Y soy muy consciente de lo que afirmo. ¿Para qué quiero yo el sacerdocio, cómo poder hacer las acciones de Cristo, el apostolado, cómo identificarme con su ser y existir, cómo ser santo, estar totalmente unido a Él, si no lo busco y encuentro personalmente, en amistad y relación personal, en la oración personal, en «trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama? Como todo encuentro personal de amor tiene que ser por el trato diario: «el roce hace el cariño, que decimos vulgarmente». Si quiero amistad con una persona, la busco, la encuentro, hablo con ella, y a mayor amistad, mayor trato. Si dejo de tratar con ella, se va perdiendo la amistad. Y así lo programamos cuando no nos interesa la amistad con alguien. Dejamos de tratarla.

Pues bien, a la luz de esto, analicemos nuestra relación con Cristo, nuestra amistad particular con Él, incluso en el «opere operato» de la liturgia, donde por parte suya se da el amor extremo hasta dar la vida: la misma Eucaristía. En ella, Cristo total y completo, viene en mi búsqueda; pero si, cuando celebro la Eucaristía, no lo acepto y lo recibo mediante mi oración personal, mediante mi deseo de encuentro de amor, pues habrá unión sacramental vacía de amor, y no sentiré el gozo y la gracia del encuentro salvador puesto que lo hago rutinariamente, sin relación personal de amor.

Estoy tan convencido de la esencialidad de la oración personal en la vida de todo sacerdote, que la advertencia y la  exigencia dirigida por Cristo a los Apóstoles de permanecer unidos a Él, valedera para todos sus seguidores,  la considero especialmente dirigida a los sacerdotes: “Sin mi no podéis hacer nada”: que traduzco de la siguiente manera: «sin oración, no podéis hacer nada»

Sin el Espíritu de Cristo, sin el Espíritu de Pentecostés, recibido por los Apóstoles “reunidos en oración con la madre de Jesús”, no hay fuerza ni fuego ni convencimiento. De hecho, los Apóstoles habían sido ordenados hacía poco tiempo, y de ellos, Juan fue el único que estuvo “junto a la cruz” “estaban junto a cruz su madre y ...” Es más, todos le vieron resucitado, y, a pesar de eso, siguieron “con la puertas cerradas por miedo a los judios”.

Y sólo, cuando María, madre sacerdotal de Cristo y nuestra, los reunió en oración, descendió Cristo hecho fuego, hecho «llama de Amor viva”, y los transforma y los quema por dentro y los hace ser y existir totalmente en  Él.

En Pentecostés, por la experiencia del Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, tuvieron experiencia de lo que eran y creían, y ese fuego de Amor que les quemaba por dentro, a la vez les iluminaba y les hacía entender lo que eran, su ser y actuar en Cristo Sacerdote.

La oración personal les da la experiencia de lo que son en Cristo. No había sido suficiente tener el carácter sacerdotal, el ser y existir en Cristo, ni haberle visto resucitado, faltaba la experiencia, la vivencia de lo visto y creído, que eso sólo lo da el Amor de Dios por la oración, como le pasó a Pablo, que no vió ni vivió con el Cristo histórico, y sin embargo, para mí, que llegó a mayor unión y le amó más que otros Apóstoles, si exceptuamos a Juan, por el rapto de amor, por la experiencia de amor contemplativa y unitiva y transformativa de Damasco, que le llevó a la unión total con el Amado y poder sentir y expresar su amor en alturas y vivencias no sentidas por los otros Apóstoles que le vieron históricamente.

Queridos hermanos sacerdotes, estoy a punto de cumplir mis bodas sacerdotales. Y repito. Todo se lo debo a la oración. La oración  provoca mi gozo y en las penas y alegrías allí encuentro a nuestro Cristo vivo y resucitado, que me llena de su Luz y su Verdad y consuelo, de fe, esperanza y amor cada día más limpio y purificado. Seguimos luchando. No hemos llegado a la meta. Pero estamos caminando hacia ella, sobre todo, mirando al Sagrario.

 A mí que me falle y me falte la gracia y hasta la fe, pero que no me quiten la oración, porque con ella vuelvo a subir hasta Cristo, hasta el Verbo, hasta la Trinidad, que me habita y me llena de su Amor, del Espíritu Santo. Y sin ella, no sé hasta donde puedo bajar, porque me encuentro solo y triste y sin fuerzas e ilusión y sentido de para qué vivo y a donde voy. Con Él lo tengo todo. Y ese todo, por lo menos yo, le consigo por la oración, por el amor, por la amistad particular con el Hijo de Dios. Y esto no es poco. Es el máximo de las aspiraciones humanas.

 

Todo creyente en Cristo, pero sobre todo, todo sacerdote necesita este encuentro de amistad, de amor, de perdón, de luz, de consuelo... que es la oración, que me quema y me transforma y abrasa de amor y de luz  por dentro, con el fuego del Espíritu Santo, que, como dice San Juan de la Cruz, a la vez que alumbra, quema y abrasa en llama de amor viva, con fuego transformante de Espíritu Santo que nos convierte en humanidad supletoria de Cristo por una nueva encarnación sacramental para que Cristo, su Espíritu, pueda seguir amando, predicando y prolongando su ser y existir de Único y Sumo sacerdote en mí, en todos los sacerdotes.

Por tanto, y ya lo repetiré largamente en este libro, escrito esencialmente para eso –basta leer el título--, necesitamos, como el respirar, la oración, la oración y la oración, que nos lleve cada día a convertirnos más en Cristo, en prolongación de Cristo, de su misma vida, sus mismos sentimientos, su mismo Amor de Espíritu Santo. Si no respiramos, nos morimos. Así pasa con la oración. Si no la hacemos, morimos a la unión de amor y experiencia de Cristo.

Y a mí me preocupa mucho la secularización externa del mundo, que rodea a la Iglesia, pero lo que más me preocupa es la secularización interna de la misma Iglesia, la falta de amor apasionado por Cristo y  de experiencia viva de Dios.

En estos tiempos, para ser un buen cristiano, sobre todo, un buen sacerdote, no basta un amor ordinario a Cristo, como en otros tiempos, en que el ambiente ayudaba y protegía; hoy hace falta un amor personal extraordinario y apasionado por Cristo, una experiencia viva y  personal de nuestro Dios Trino y Uno.

Éste ha sido uno de los motivos determinantes de que escriba este libro sobre esta verdad fundamental esencial en la vida de todo cristiano, pero especialmente de los sacerdotes, que hemos sido ungidos y consagrados por el Espíritu Santo en el ser y existir sacerdotal de Cristo.

En este sentido recuerdo que hace años leí un artículo que me impresionó profundamente. De tal manera que lo conservo y lo voy a compartir contigo.

El artículo mencionado se titulaba: ¿Por qué no somos mejores sacerdotes?

 

«El P. Lesser es un sacerdote diocesano inglés, bien conocido entre los lectores católicos de la India. Nacido en la India de padres ingleses, hizo su carrera eclesiástica en Inglaterra. Ordenado sacerdote optó por una diócesis de la India, y desde hace varios años trabaja como misionero en el estado de Rajasthan.

Hace pocos años dictó una serie de conferencias en la BBC de Londres, sobre famosos líderes religiosos de la India. El P. Lesser ofrece en un artículo reciente, los resultados de una encuesta de los obispos de la India, cuyo fin era investigar y descubrir la razón por la que un buen número de católicos han abandonado la Iglesia Católica para unirse a grupos Pentecostales. La razón más convincente parece ser la falta de experiencia de Dios en la Iglesia Católica. El P. Lesser se pregunta: ¿Cómo pueden tener nuestros católicos una profunda experiencia de Dios si no la reciben de sus sacerdotes? Y con lógica contundente sigue interrogándose: ¿Cómo pueden los sacerdotes ofrecer a sus fieles una experiencia de Dios, si ellos mismos no la poseen? ¿Y cómo pueden poseerla sin una intensa unión con Dios en la oración?

El P. Lesser da una respuesta clara y perentoria. Los sacerdotes de hoy no han sido formados en el seminario en una atmósfera de oración. No han aprendido a orar, no han entendido la necesidad de la oración. Para probar su tesis el P. Lesser cita un artículo que leyó en una revista inglesa, referente a los franciscanos de Gran Bretaña. Los franciscanos ingleses iban perdiendo por defección un buen número de sus sacerdotes. Contrataron a un psicólogo profesional para investigar las causas. No encontraron respuestas satisfactorias en la psicología.

Fuera del contexto de la investigación, un seminarista hizo una observación casual a propósito de que en los siete años de su formación en el seminario no había oído ni una sola plática o conferencia sobre la oración. Casi todos los presentes confirmaron que lo mismo les había ocurrido a ellos. El autor del artículo visitó conventos y consultó a muchos sacerdotes, y llegó a la conclusión de que la experiencia del joven franciscano era una experiencia muy extendida entre los sacerdotes de diversas tradiciones.

El P. Lesser examina de nuevo la cuestión: ¿No nos está ocurriendo algo semejante en la India? Los formadores en seminarios menores, reciben con frecuencia de sus obispos esta admonición: Dad a vuestros estudiantes una buena formación espiritual, pues si no la reciben en el seminario menor, no la van a recibir en el seminario mayor.

A continuación relata la revelación que le hizo un profesor de uno de los más prestigiosos seminarios de la India. Se lamentaba el sabio y devoto sacerdote de que durante el reciente campeonato mundial de cricket (en la India el cricket despierta un entusiasmo rayando la locura) los seminaristas estaban pegados a la televisión con notable detrimento de los estudios. Esto sin contar el daño para la vida y actividad espiritual.

A los seminaristas se les deja que campen por sus respetos en su formación espiritual, cuando no reciben ninguna clase de incentivos o estímulos de los formadores, y por otra parte están expuestos a muchas tentaciones e invitaciones al mal desde el mundo fuera del seminario. El P. Lesser entra en un detallado programa de sólida formación espiritual en nuestros seminarios, y hace responsables a los profesores y formadores de hacer un estricto seguimiento o acompañamiento espiritual a sus jóvenes.

El P. Lesser concluye el artículo: Todo seminarista, al entrar en el seminario, desea ser un buen sacerdote. ¿Pero puede uno ser un buen sacerdote si no es un hombre que hace oración, si no es santo, si no es un hombre de Dios?

Hay muchos sacerdotes, dice el autor del artículo, que son eruditos, muchos están sumergidos en trabajo social o en otras actividades apostólicas, pero son pocos los sacerdotes que pueden comunicar una experiencia de Dios porque ellos no son hombres de oración, hombres de Dios» (Revista Gujerat, octubre 1996, nº 578, pág 3-4).

 

¡El Padre Lesser ha dado en el clavo!

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO TERCERO


ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL


1.- ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL DESDE LA IDENTIDAD SACERDOTAL

 

            La espiritualidad sacerdotal, desde la Oración de Ordenación del Presbítero, la tengo ampliamente estudiada en mi libro Sacerdos /2, Editorial Edibesa, 2ª edición, Madrid 2006.    Paso ahora a estudiar otros aspectos interesantes desde otras perspectivas, especialmente desde la necesidad de la oración para vivirla, objeto principal de este libro.

            Es un motivo de consuelo señalar que hoy la gran mayoría de los sacerdotes de todas las edades desarrollan su ministerio con un esfuerzo gozoso, frecuentemente fruto de un heroísmo silencioso. Trabajan hasta el límite de sus propias energías, sin ver, a veces, los frutos de su labor.

            En virtud de este esfuerzo, ellos constituyen hoy un anuncio vivo de la gracia divina que, una vez recibida en el momento de la ordenación, sigue dando un ímpetu siempre nuevo al ejercicio del sagrado ministerio.

            Junto a estas luces, que iluminan la vida del sacerdote, no faltan sombras, que tienden a disminuir la belleza de su testimonio y a hacerlo menos creíble al mundo. El ministerio sacerdotal es una empresa fascinante pero ardua, siempre expuesta a la incomprensión y a la marginación, sobre todo hoy día, el sacerdote sufre con frecuencia la fatiga, la desconfianza, el aislamiento y la soledad.

            Para vencer este desafío, que la mentalidad secularista plantea al presbítero, éste hará todos los esfuerzos posibles para reservar el primado absoluto a la vida espiritual, especialmente por la oración, para estar siempre unido con Cristo, y vivir con generosidad la caridad pastoral.

            Se podría decir que el presbítero ha sido concebido en la larga noche de oración en la que el Señor Jesús habló al Padre acerca de sus Apóstoles y ciertamente de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, participarían de su misma misión (cfr. Lc 6, 12; Jn 17, 15-20). La misma oración de Jesús en el huerto de Getsemaní (cfr. Mt 26, 36-44), dirigida toda ella hacia el sacrificio sacerdotal del Gólgota, manifiesta  «hasta qué punto nuestro sacerdocio debe esta profundamente vinculado a la oración, radicado en la oración ».

            Nacidos sacerdotes de Cristo en el Cenáculo como fruto de esta oración, los presbíteros mantendrán vivo su ministerio con una vida espiritual a la que darán primacía absoluta mediante la oración, evitando descuidarla a causa de las diversas actividades. Para desarrollar un ministerio pastoral fructuoso, el sacerdote necesita tener una sintonía particular y profunda con Cristo, el Buen Pastor, el único protagonista principal de cada acción pastoral y esto se consigue y se mantiene por la oración personal.

            Tal vida espiritual debe encarnarse en la existencia de cada presbítero a través de la liturgia, la oración personal, el tenor de vida y la práctica de las virtudes cristianas; todo esto contribuye a la fecundidad de la acción ministerial. La misma configuración con Cristo exige respirar un clima de amistad y de encuentro personal diario y permanente con el Señor Jesús y de servicio a la Iglesia, su Cuerpo, que el presbítero amará, dándose a ella mediante el servicio ministerial a cada uno de los fieles (CIC 276).

             Por lo tanto, es necesario que el sacerdote  organice su vida de oración de modo que incluya la celebración diaria de la eucaristía con una adecuada oración personal de preparación y acción de gracias, la confesión frecuente, y la dirección espiritual ya practicada en el seminario, la celebración íntegra y fervorosa de la liturgia de las horas, obligación cotidiana; el examen de conciencia; la oración-meditación-contemplación propiamente dicha; la lectio divina; los ratos prolongados de silencio y de diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos, las preciosas expresiones de devoción mariana, como el rosario;  el Vía crucis y otros ejercicios piadosos; la provechosa lectura hagiográfica, pero todo esto hecho con piedad y devoción.

            Cada año, como un signo del deseo duradero de fidelidad, los presbíteros renuevan en la S. Misa de Jueves Santo ante él Obispo y junto con él, las promesas hechas en la ordenación.

            El cuidado de la vida espiritual debe sentirse como una exigencia gozosa por parte del mismo sacerdote, pero también como un derecho de los fieles que buscan en él —consciente o inconscientemente— al hombre de Dios, al consejero, al mediador de paz, al amigo fiel y prudente y al guía seguro en quien se pueda confiar en los momentos más difíciles de la vida para hallar consuelo y firmeza y todo esto se consigue y se mantiene especialmente por la oración sobre todo eucarística ante el Único Sacerdote esperándonos siempre en el Sagrrio.

            A causa de las numerosas obligaciones muchas veces procedentes de la actividad pastoral, hoy más que nunca, la vida de los presbíteros está expuesta a una serie de solicitudes, que lo podrían llevar a un creciente activismo exterior, sometiéndolo a un ritmo a veces frenético y desolador.

            Contra tal peligro o tentación no se debe olvidar que la primera intención de Jesús fue convocar en torno a sí a los Apóstoles, sobre todo para que “estuviesen con él”, y desde ese encuentro, “enviarlos a predicar” (Mc 3, 14).

            El mismo Jesús Sacerdote Eterno e Hijo de Dios ha querido dejarnos el testimonio de su oración. De hecho, con mucha frecuencia los Evangelios nos presentan a Cristo en oración: cuando el Padre le revela su misión (Lc 3, 21-22), antes de la llamada de los Apóstoles (Lc 6, 12), en la acción de gracias durante la multiplicación de los panes (Mt 14, 19; 15, 36; Mc 6, 41; 8, 7; Lc 9, 16; Jn 6, 11), en la transfiguración en el monte (Lc 9, 28-29), cuando sana al sordomudo (Mc 7, 34) y resucita a Lázaro (Jn 11, 41 ss), antes de la confesión de Pedro (Lc 9, 18), cuando enseña a los discípulos a orar (Lc 11, 1), cuando regresan de su misión (Mt 11, 25 Ss; Lc 10, 21), al bendecir a los niños (Mt 19, 13) y al rezar por Pedro (Lc 22, 32).

            Toda su actividad cotidiana nacía de la oración Se retiraba al desierto o al monte a orar (Mc 1, 33; 6, 46; Lc 5, 16; Mt 4,1; 14, 23), se levantaba de madrugada (Mc 1, 35) y pasaba la noche entera en oración con Dios (Mt 14, 23.23; Mc 6, 46.48; Lc 6, 12).

            Hasta el final de su vida, en la última Cena (Jn 17, 1-26), durante la agonía (Mt 26, 36-44), en la Cruz (Lc 23, 34.46; Mí 27, 46; Mc 15, 34) el divino Maestro demostró que la oración animaba su ministerio mesiánico y su éxodo pascual porque Resucitado de la muerte, vive para siempre e intercede por nosotros ante el Padre, como Sacerdote Único y Eterno.(Hebr 7, 25).

            Siguiendo el ejemplo de Cristo, el sacerdote, encarnación y prolongación de su sacerdocio eterno, debe saber mantener vivos y frecuentes los ratos de silencio y de oración, en los que cultiva la unión con Él y profundiza en el trato existencial con la Persona viva de Nuestro Señor Jesús.

             Para permanecer fiel al empeño de “estar con Jesús”, hace falta que el presbítero sepa hacerlo en ratos de oración eucarística ante el Sacerdote y Ofrenda presente en todos los Sagrarios e imitar y hacer presente a la Iglesia que ora. Al difundir la Palabra de Dios, que él mismo ha recibido con gozo, el sacerdote recuerda la exhortación del evangelio hecha por el obispo el día de su ordenación: «Por esto, haciendo de la Palabra el objeto continuo de tu reflexión, cree siempre lo que lees, enseña lo que crees y haz vida lo que enseñas. De este modo, mientras darás alimento al Pueblo de Dios con la doctrina y serás consuelo y apoyo con el buen testimonio de vida, serás constructor del templo de Dios, que es la Iglesia». De modo semejante, en cuanto a la celebración de los sacramentos, y en particular de la Eucaristía: «Sé por lo tanto consciente de lo que haces, imita lo que realizas y, ya que celebras el misterio de la muerte y resurrección del Señor, lleva la muerte de Cristo en tu cuerpo y camina en su vida nueva ». Finalmente, con respecto a la dirección pastoral del Pueblo de Dios, a fin de conducirlo al Padre : «Por esto, no ceses nunca de tener la mirada puesta en Cristo, Pastor bueno, que ha venido no para ser servido, sino para servir y para buscar y salvar a los que se han perdido». Y la mirada de Cristo se realiza principalmente por la oración personal y eucarística.  

            Fortalecido por el especial vínculo con el Señor, el presbítero sabrá afrontar los momentos en que se podría sentir solo entre los hombres; además, renovará con vigor su trato con Jesús, que en la Eucaristía es su refugio y su mejor descanso.

            Así como Jesús, que, mientras estaba a solas, estaba continuamente con el Padre (cfr. Lc 3, 21; Mc 1, 35), también el presbítero debe ser el hombre, que, en la soledad, encuentra la comunión con Dios, (PO 18) por lo que podrá decir con San Ambrosio: «Nunca estoy tan poco solo como cuando estoy solo »

            Junto al Señor, especialmente en el Sagrario, el presbítero encontrará la fuerza y los instrumentos para acercar a los hombres a Dios, para encender la fe de los demás, para llevar a sus feligreses definitivamente junto a Sagrrio donde Cristo siempre nos está esperando con los brazos abiertos; se quedó para eso, para ayudarnos...¿creemos o no creemos?

 

 

2.- EL PRESBÍTERO, TOTALMENTE CONSAGRADO A DIOS POR  LA UNCIÓN DEL SACRAMENTO DEL ORDEN, DEBE VIVIRLA EN PLENITUD

 

            Toda la tradición cristiana, nacida de la sagrada Escritura, habla del sacerdote como hombre de Dios, hombre consagrado a Dios: “Homo Dei”: es una definición que vale para todo cristiano, pero que san Pablo dirige en particular al obispo Timoteo, su discípulo, recomendándole el uso de la sagrada Escritura (cf. 2 Tim 3, 16).

Dicha definición se puede aplicar tanto al presbítero corno al obispo, en virtud de su especial consagración a Dios. A decir verdad, ya en el mismo bautismo todos recibimos una primera y fundamental consagración, que incluye la liberación del mal y el ingreso en un estado de especial pertenencia ontológica y psicológica a Dios (S. Tomás, S Th  II—II, q. 81, a. 8).

La ordenación sacerdotal confirma y profundiza ese estado de consagración, como recordó el Sínodo de los obispos de 1971, refiriéndose al sacerdocio de Cristo participado por el presbítero por la unción del Espíritu Santo (cf. Hench.  Vat., 4, 1200-1201).

Ese Sínodo recoge la doctrina del concilio Vaticano II que, después de recordar a los presbíteros el deber de tender a la perfección en virtud de su consagración bautismal, añadía: «Los sacerdotes están obligados de manera especial a alcanzar esa perfección, ya que consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del orden se convierten en instrumentos vivos de Cristo, sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que con celeste eficacia reintegró a todo el género humano» (PO 12). 

Así pues, según la fe de la Iglesia, con la ordenación sacerdotal no sólo se confiere una nueva misión en la Iglesia, un ministerio, sino también una nueva consagración de la persona, vinculada al carácter que imprime el sacramento del orden, como signo espiritual e indeleble de una pertenencia especial a Cristo en el ser y, consiguientemente, en el actuar.

En el presbítero la exigencia de la perfección deriva, pues, de su participación en el sacerdocio de Cristo como autor de la Redención: el ministro no puede menos de reproducir en sí mismo los sentimientos, las tendencias e intenciones íntimas, así como el espíritu de oblación al Padre y de servicio a los hermanos que caracterizan al Agente principal.

Con ello, en el presbítero se da un cierto señorío de la gracia, que le concede gozar de la unión con Cristo y al mismo tiempo estar entregado al servicio pastoral de sus hermanos. Como dice el Concilio, «puesto que todo sacerdote, a su modo, representa la persona del mismo Cristo, es también enriquecido de gracia particular para que mejor pueda alcanzar por el servicio de los fieles que se le han confiado y de todo el pueblo de Dios la perfección de Aquel a quien representa, y cure la flaqueza humana de la carne la santidad de Aquel que fue hecho para nosotros “pontífice santo, inocente, sin mácula y separado de los pecadores” (Hh 7, 26)» (PO  12; cf. PDV 20).

Por esa razón, el presbítero tiene que realizar una especial imitación-seguimiento de Cristo sacerdote, que es fruto de la gracia especial del orden: gracia de unión a Cristo sacerdote y hostia y, en virtud de esta misma unión, gracia de buen servicio pastoral a sus hermanos, para la cual es absolutamente necesaria la oración personal permanente contemplativa y pasiva, dada y fabricada por el Espíritu Santo con la colaboración del sujeto.

A este respecto es útil recordar el ejemplo de san Pablo que, después de tres años vividos en el desierto de Arabia en oración y penitecia, vivíó después como apóstol totalmente consagrado, pues había sido «alcanzado por Cristo Jesús” y lo había abandonado todo para vivir en unión con Él (cf. Flp 3, 7-12). Se sentía tan colmado de la vida de Cristo que podía decir con toda franqueza: “No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2, 20). Y, con todo, después de haber aludido a los favores extraordinarios que había recibido como “hombre en Cristo” (2 Co 12, 2), añadía que sufría un aguijón en su carne, una prueba de la que no había sido librado. A pesar de pedírselo tres veces, el Señor le respondió: “Mi gracia le basta, que mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza” (2 Cor 12, 9).

Y por el contrario, tenemos a los doce Apóstoles que han estado históricamente con Cristo, han visto sus milagros y oído sus palabras, le han vista resucitado y han comido con Él, y, sin embargo, permanecieron sin experiencia gozosa de la unión sacerdotal del Jueves Santo, en la que fueron ordenados ministros de Cristo.

Y lo habían visto con sus propios ojos, pero ojos externos de acciones externas. Ahora bien, estos mismos apóstoles,  “reunidos en oración con María, la madre de Jesús”, reciben el Espíritu Santo en Pentecostés, que es el mismo Cristo Resucitado, pero hecho fuego y llama de amor viva, pero por dentro, en su corazón y  descubren toda la riqueza que recibieron en la Ordenación Sacerdotal, su identificación en el ser y existir en Cristo muerto y resucitado, y sienten que son prolongación del ser y actuar de Cristo Salvador, y ya no pueden aguantarse, y abren los cerrojos y las puertas y se acabaron los miedos y les vienen las palabras y los gestos a borbotones y son “criaturas nuevas”, por la experiencia de lo que son y hablan y actúan en nombre de Cristo.

Y esto y siempre se realiza y se vive por el amor que nos comunica el encuentro con Cristo por la oración, que según Santa Teresa y San Juan de la Cruz y todos los místicos, es cuestión de amor, más que de entendimiento, ya que entonces sería privilegio de los sabios y entendidos, no de los que aman y que por amor se van transformando; por eso “gracias te doy, Padre, Señor del cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos de este mundo, y se las revelado  a los sencillos de corazón”. Por todo ello, si la teología, si el conocimiento de Dios por la meditacióna-conversión no se transforma en amor y conversión en la vida y amor de Cristo, no tenemos verdadera oración, amor, gozo de la fe auténtica en Cristo, cristiana.

 A la luz de esta verdad, el presbítero puede entender mejor que debe esforzarse por vivir plenamente su propia consagración, permaneciendo unido a Cristo por la oración inicial que luego se convertirá en unión permanente en el ser y misión por el carácter y la oración-unión permanente, recibiendo por esta unión como sarmiento la savia de la vid que es Cristo por su mismo Espíritu,  Espíritu Santo, quien por medio de nosotros inertdos en Él hará nuestras acciones y apostolado, acciones de Cristo, acciones apostólicas, a pesar de las limitaciones humanas.

La participación en el sacerdocio de Cristo no puede menos de suscitar también en el presbítero un espíritu sacrificial, una especie de «pondus crucis», de peso de la cruz, que se manifiesta especialmente en la mortificación de sus faltas y pecados, como dice el Concilio, “Cristo, a quien el Padre santificó (o consagró)y envió al mundo (cf. Jn 10, 36), se entregó a sí mismo por nosotros para redimirnos de toda iniquidad” (Tt 2, 14).

De semejante manera, los presbíteros, consagrados por la unción del Espíritu Santo y enviados por Cristo, mortifican en sí mismos las obras de la carne y se consagran totalmente al servicio de los hombres, y así, por la santidad de que están enriquecidos en Cristo, pueden avanzar hasta el varón perfecto » (PO  12).

Es el aspecto ascético del camino de la perfección, que el presbítero no puede recorrer sin renuncias y sin luchas contra toda suerte de deseos y anhelos que le impulsarían a buscar los bienes de este mundo, poniendo en peligro su progreso interior: Se trata del combate espiritual, del que hablan los maestros de ascesis, y que debe librar todo seguidor de Cristo, pero de manera especial todo ministro de la obra de la cruz, llamado a reflejar en sí mismo la imagen de Aquel que es «sacerdos et hostia». Y todo esto tiene que hacerlo con el ambiente y la ayuda de la oración personal.

Desde luego, hace falta siempre una apertura y una correspondencia a la gracia, que proviene también de Aquel que suscita “el querer y el obrar” (Flp 2, 13), pero que exige asimismo cooperación y el empleo de los medios de oración, mortificación y auto- disciplina, --orar, amar y convertirse se conjugan igual y siempre deben estar unidos--, sin los que permanecemos como un terreno estéril e impenetrable.

La tradición ascética ha señalado —y, en cierto modo, prescrito— siempre a los presbíteros, como medios de santificación, especialmente la oportuna celebración de la misa, pero siempre envuelta en oración personal que recibe y da a la vez, así como el rezo adecuado del Oficio divino (que no se ha de recitar atropelladamente como recomendaba san Alfonso María de Ligorio), la visita al Santísimo Sacramento, el rezo diario del santo rosario, la meditación y la recepción periódica del sacramento de la penitencia. Estos medios siguen siendo válidos e indispensables. Conviene dar especial relieve al sacramento de la penitencia, cuya práctica metódica permite al presbítero formarse una imagen realista de sí mismo, con la consiguiente conciencia de ser también él hombre frágil y pobre, pecador entre los pecadores, y necesitado de perdón. Así logra la verdad de sí mismo y se acostumbra a recurrir con confianza a la misericordia divina (cf. Reconciliatio et paenitentia, 31; PDV 26).

Además, es preciso recordar siempre que, como dice el Concilio, «los presbíteros conseguirán de manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13). Así, el anuncio de la Palabra los impulsa a realizar en sí mismos lo que enseñan a los demás. La celebración de los sacramentos los fortifica en la fe y en la unión con Cristo, especialmente la Eucaristía, haciéndose  ofrenda y amor y santidad con Cristo al Padre. Todo el conjunto del ministerio pastoral desarrolla en ellos la caridad: «Al regir y apacentar al pueblo de Dios, se sienten movidos por la caridad del buen Pastor a dar su vida por sus ovejas, prontos también al supremo sacrificio» (ib.).

Este ideal consistirá en alcanzar en Cristo la unidad de vida, llevando a cabo una síntesis entre oración y ministerio, entre contemplación y acción, gracias a la búsqueda constante de la voluntad del Padre  y a la entrega de si mismos a la grey (cf. ib. 14). Por otra parte, saber que su esfuerzo personal de santificación contribuye a la eficacia de su ministerio, será fuente de valentía y de gozo para el presbítero. En efecto  «si es cierto —como recuerda el Concilio-- que la gracia de Dios puede llevar a cabo la obra de salvación aún en medio de ministros indignos, de ley ordinaria, sin embargo, Dios prefiere mostrar sus maravillas por obra de quienes son dóciles al impulso e inspiración del Espíritu Santo, por su íntima unión con Cristo y la santidad de su vida, pueden decir con el Apóstol: “Pero ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20» (Ibi. 12)

            Cuando el presbítero reconoce que ha sido llamado a servir de instrumento de Cristo, siente la necesidad de vivir en íntima unión con él, para ser instrumento válido del Agente principal. Por eso, trata de reproducir en sí mismo la vida consagrada (sentimientos y virtudes) del único y eterno sacerdote, que le hace partícipe no sólo de su poder; sino también de su estado de oblación para realizar el plan divino: «Sacerdos el hostia».

             El Concilio recomienda a todos los sacerdotes que  «Para conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la iglesia, de difusión del Evangelio por el mundo entero, así como de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto Concilio exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, empleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor; para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el pueblo de Dios» (ib., 12).

            Ésta es la contribución mayor que podemos dar a la edificación de la Iglesia como inicio del reino de Dios en el mundo. Pero todo esto sólo es posible, si el presbítero vive en oración o unión permanente de amor y conversión a Cristo Único Sacerdote de la Nueva Alianza.

 

 

 

 

3.- TODO SACERDOTE  DEBE SER Y VIVIR EN CRISTO, ÚNICO SACERDOTE, POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN PERMANENTE 

 
            Podemos decir que el presbítero, por estar consagrado a imagen de Cristo, debe ser como el mismo Cristo, hombre de oración.

En esta definición sintética se encierra toda la vida espiritual, que da al presbítero una verdadera identidad cristiana, lo caracteriza como sacerdote y es principio animador de su apostolado.

El Evangelio nos presenta a Jesús haciendo oración en todos los momentos importantes de su misión. Ya los hemos mencionado antes. Recordamos ahora algunos. Su vida pública, que se inaugura con el Bautismo, comienza con la oración (cf. Lc 3,21). Incluso en los períodos de más intensa predicación a las muchedumbre, Cristo se concede largos ratos de oración (Mc 1,35; Lc,5, 16). Ora antes de exigir  a sus Apóstoles una profesión de fe (Lc 9, 18); ora después del milagro de los panes, Él solo, en el monte (Mt 14, 23; Mc, 6, 46); ora antes de enseñar a sus discípulos a orar  (Lc 11,1); ora antes de la excepcional revelación de la Transfiguración, después de haber subido a la montaña precisamente para orar (Lc 9, 28) y de paso nos enseña cómo en la oración o encuentro de la transfiguración es donde el alma siente el gozo y la experiencia de lo que Cristo es y revela; ora antes de realizar cualquier milagro (Jn 11, 4 1-42); y ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia (Jn 17). En Getsemaní eleva al Padre la oración doliente de su alma afligida y horrorizada (Mc 14, 35-39 y paralelos), y en la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia (Mt 27, 46), pero también de abandono confiado (Lc 23, 46). Se puede decir que toda la misión de Cristo está animada por la oración, desde el inicio de su ministerio mesiánico hasta el acto sacerdotal supremo: el sacrificio de la cruz, que se realizó en la oración: “Dios mío, Dios mío por qué me has abandonado… a tus manos encomiendo mi espíritu….”.

 Los que han sido llamados a participar en la misión y el sacrificio de Cristo, encuentran en la comparación con su ejemplo el impulso para dar a la oración el lugar que le corresponde en su vida, como fundamento, raíz y garantía de santidad en la acción. Más aún, Jesús nos enseña que no es posible un ejercicio fecundo del sacerdocio sin la oración, que protege al presbítero del peligro de descuidar la vida interior dando la primacía a la acción, y de la tentación de lanzarse a la actividad hasta perderse en ella.

También el Sínodo de los obispos de 1971, después de haber afirmado que la norma de la vida sacerdotal se encuentra en la consagración a Cristo, fuente de la consagración de sus Apóstoles, aplica la norma a la oración con estas palabras: «A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos Abbá, Padre, los presbíteros deben entregarse a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una ocasión favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes fieles y atentos del Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y, sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico» (Documento conclusivo de la la Asamblea general del Sínodo de los obispos sobre el sacerdocio ministerial, n. 3).

 El concilio Vaticano II, por su parte, había recordado al presbítero la necesidad de que se encuentre habitualmente unido a Cristo, y para ese fin le había recomendado la oración frecuente: «De muchos modos, especialmente por la alabada oración mental y por las varias formas de preces que libremente eligen, los presbíteros buscan y fervorosamente piden a Dios aquel espíritu de verdadera adoración  por el que... se unan íntimamente con Cristo, mediador del Nuevo testamento (PO 18).

Vemos claramente, cómo entre las diversas formas de oración, el Concilio subraya la oración mental, que es un modo de oración personal, libre de fórmulas rígidas, no requiere pronunciar palabras y responde a la guía del Espíritu Santo  en la contemplación del misterio divino. Pero para esta clase oración, hay que purificar y vaciar antes el corazón por la oración meditativa, en conversión permanente de nuestros pecados, juicios y posesiones e idolatrías que llenan ordinariamente por el pecado original todo nuestro ser y existir, y que nos hacen estar tan llenos de nosotros mismos, que no cabe Dios, Cristo. Por la oración de amor y conversión me tengo que vaciar de todo lo que tengo en mi corazón y en mi vida para que me llene Él todo, y tenga su misma vida, sus mismos sentimientos, su mismo amor, su mismo ser y existir sacerdotal.

 El Sínodo de los obispos de 1971 insiste, de forma especial, en «la contemplación de la palabra de Dios». No nos debe impresionar la palabra contemplación a causa de la carga de compromiso espiritual que encierra. Se puede decir que, independientemente de las formas y estilos de vida, entre los que la vida contemplativa sigue siendo siempre la joya más preciosa de la esposa de Cristo, la Iglesia, vale para todos  la invitación a escuchar y meditar la palabra de Dios con espíritu contemplativo, a fin de alimentar con ella tanto la inteligencia como el corazón. Eso favorece en el sacerdote la formación de una mentalidad, de un modo de contemplar el mundo con sabiduría, en la perspectiva del fin supremo: Dios y su plan de salvación.

El Sínodo dice: «Juzgar los acontecimientos a la luz del Evangelio» (cf. ib.). En eso estriba la sabiduría sobrenatural, sobre todo como don del Espíritu Santo, que permite juzgar bien a la luz de las razones últimas, de las cosas eternas. La sabiduría se convierte así en la principal ayuda para pensar; juzgar y valorar como Cristo todas las cosas, tanto las grandes como las pequeñas, de forma que el sacerdote —al igual e incluso más que cualquier otro cristiano— refleje en sí la luz, la adhesión al Padre, el celo por el apostolado, el ritmo de oración y de acción, e incluso el aliento espiritual de Cristo.

A esa meta se puede llegar dejándose guiar por el Espíritu Santo en la meditación del Evangelio, que favorece la profundización de la unión con Cristo, ayuda a entrar cada vez más en el pensamiento del Maestro y afianza la adhesión a él de persona a persona. Si el sacerdote es asiduo en esa meditación, permanece más fácilmente en un estado de gozo consciente, que brota de la percepción de la íntima realización personal de la palabra de Dios, que él debe enseñar a los demás. En efecto, como dice el Concilio, los presbíteros, «buscando cómo puedan enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado, gustarán más profundamente las irrasteables riquezas de Cristo (Ef 3, 8) y la multiforme sabiduría de Dios» (PO 13).

Pidamos al Señor que nos conceda un gran número de sacerdotes que en la vida de oración descubran, asimilen y gusten la sabiduría de Dios y, como el apóstol Pablo (cf. ib.), sientan una inclinación sobrenatural a anunciarla como verdadera razón de su apostolado (cf. PDV 47).

Hablando de la oración de los presbíteros, el Concilio recuerda y recomienda también la liturgia de las Horas, que une la oración personal del sacerdote a la de la Iglesia. «En la recitación del Oficio divino prestan su voz a la Iglesia que, en nombre de todo el género humano, persevera en la oración, juntamente con Cristo, que vive siempre para interceder por nosotros (Hb 7, 25)» (PO 13).

En virtud de la misión de representación e intercesión que se le ha confiado, el presbítero está obligado a realizar esta forma de oración oficial, hecha por delegación de la Iglesia no sólo en nombre de los creyentes, sino también de todos los hombres, e incluso de todas las realidades del universo (cf. CIC 1174, § 1). Por ser partícipe del sacerdocio de Cristo, intercede por las necesidades de la Iglesia, del mundo y de todo ser humano, consciente de ser intérprete y vehículo de la voz universal que canta la gloria de Dios y pide la salvación del hombre.

Conviene recordar que, para asegurar mejor la vida de oración, así como para afianzarla y renovarla acudiendo a sus fuentes, el Concilio invita a los sacerdotes a dedicar —además del tiempo necesario para la práctica diaria de la oración— períodos más largos a la intimidad con Cristo: «Dediquen de buen grado tiempo al retiro espiritual» (PO 18). Y también les recomienda: «Estimen altamente la dirección espiritual» (ib.), que será para ellos como la mano de un amigo y de un padre que les ayuda en su camino. Atesorando la experiencia de las ventajas de esta guía, los presbíteros estarán mucho más dispuestos a ofrecer, a su vez, esa ayuda a las personas con quienes deben ejercer su ministerio pastoral.  Ése será un gran recurso para muchos hombres de hoy, especialmente para los jóvenes, y constituirá un factor decisivo en la solución del problema de las vocaciones, como muestra la experiencia de muchas has generaciones de sacerdotes y religiosos.

Y en esta línea de oración y conversión permanente, el Concilio, al respecto, recomienda también al presbítero la recepción frecuente del sacramento de la Penitencia. Es evidente que quien ejerce el ministerio de reconciliar a los cristianos con el Señor por medio del sacramento del perdón, deba recurrir también a él. Debe ser el primero en reconocerse pecador y en creer en el perdón divino que se manifiesta con la absolución sacramental. Pero la oración de los presbíteros alcanza su cima en la celebración eucarística, «su principal ministerio» (PO 13).

 

 

 

4.- LA EUCARISTÍA ES “EL CORAZÓN DE LA EXISTENCIA Y VIDA SACERDOTAL”


            El Sínodo afirma repetidas veces que la Eucaristía es «el centro de la vida de toda la iglesia y el corazón de la existencia sacerdotal». Si la Eucaristía es el corazón de la existencia sacerdotal, eso quiere decir que el presbítero, deseoso de ser y permanecer personal y profundamente adherido a Cristo, lo encuentra ante todo en la Eucaristía, sacramento que realiza esta unión íntima abierta a un crecimiento que puede llegar hasta el nivel de una identificación mística.

            Por eso quiero aclarar, que todo lo que yo diga en este libro sobre la oración, vale para los presbíteros, pero igualmente para todo cristiano, porque yo no defiendo una oración personal  distinta de los cristianos a la de los sacerdotes; yo hablo de la oración de todos, de toda la Iglesia, de la que fueron Maestros y Doctores eminentes, para mí cumbres, Santa Teresa y San Juan de la Cruz.

            Sin embargo lo que digo de la oración vale de manera especial para los presbíteros, a los que me dirijo singularmente en este libro,  pero se puede aplicar igualmente a todos los bautizados, no digamos los consagrados, algunos de los cuales son verdaderos ejemplos y guías modernamente: beata Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Trinidad de la Santa Iglesia, Juan Pablo II... Yo debo mucho en esto especialmente a la que siempre llamaré Sor Isabel de la Trinidad, porque así la conocí en mis años de Seminario y que tanto bien me hizo sacerdotalmente. Tiene una teología y espiritualidad sobre el sacerdocio que son excepcionales. Y todas, adquiridas y contempladas y vividas y poseídas  desde la oración, desde la contemplación, desde la experiencia de la fe y de la espiritualidad del propio bautismo.

            La oración de los sacerdotes que han sido transformados según la imagen de Cristo, eterno sacerdote y hostia santísima del sacrificio salvífico por la Unción y Consagración del Sacramento del Orden, tiene matices propios y especiales. Esa imagen quedó trazada en la carta a los Hebreos  y en otros textos de los Apóstoles y los evangelistas, y ha sido transmitida fielmente por la tradición de pensamiento y vida de la Iglesia. También hoy es necesario que el clero siga permaneciendo fiel a esa imagen, en la que se refleja la verdad viva de Cristo, «sacerdote y hostia».

             La reproducción de esa imagen en los presbíteros se realiza principalmente mediante su participación vital en el misterio eucarístico, al que está esencialmente ordenado y vinculado el sacerdocio cristiano. El concilio de Trento subrayó que el vínculo existente entre sacerdocio y sacrificio depende de la voluntad de Cristo, que dio a sus ministros «el poder de consagrar, ofrecer y administrar su cuerpo y su sangre» (cf. Denz-S., 1764). Eso implica un misterio de comunión con Cristo, sacerdote y víctima,  que exige al sacerdote identificarse con Él en el sacrificio de la Eucaristía, haciéndose con Él ofrenda agradable al Padre.

            El sacerdote es plenamente consciente de que no le bastan sus propias fuerzas para alcanzar los objetivos del ministerio sino que está llamado a servir de instrumento para la acción victoriosa de Cristo, cuyo sacrificio, hecho presente en el altar, proporciona a la humanidad la abundancia de los dones divinos.

            Pero sabe también que, para pronunciar dignamente, en el nombre de Cristo, las palabras de la consagración: «Esto es mi cuerpo», «Éste es el cáliz de mi sangre», debe vivir profundamente unido a Cristo, y tratar de reproducir en sí mismo su rostro, su vida, su palabra hasta poder decir con Cristo en la santa misa: “Esto es mi cuerpo… esta es mi sangre”. Cuanto más intensamente viva de la vida de Cristo, tanto más auténticamente podrá celebrar la Eucaristía.

            El concilio Vaticano II recordó que «señaladamente en el sacrificio de la misa, los presbíteros representan a Cristo» (PO 3) y que, por esto mismo, sin sacerdote no puede haber sacrificio eucarístico; pero también reafirmó que cuantos celebran este sacrificio deben desempeñar su papel en íntima unión espiritual con Cristo.

            Al ofrecer el sacrificio eucarístico, los presbíteros deben ofrecerse personalmente con Cristo, aceptando todas las renuncias y todos los sacrificios que exige la vida sacerdotal. También ahora y siempre con Cristo y como Cristo, «sacerdos et hostia».

             Si el presbítero siente esta verdad que se le propone a él y a todos los fieles como expresión del Nuevo Testamento y de la Tradición, comprenderá la encarecida recomendación del Concilio en favor de una «celebración cotidiana (de la Eucaristía), la cual, aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia» (ib.).     

Por esos años existía cierta tendencia a celebrar la Eucaristía sólo cuando había una asamblea de fieles. Según el Concilio, aunque es preciso hacer todo lo posible para reunir a los fieles para la celebración, es verdad también que aun estando solo el sacerdote, la ofrenda eucarística realizada por él en nombre de Cristo tiene la eficacia que proviene de Cristo y proporciona siempre nuevas gracias a la Iglesia. Por consiguiente, es recomendable que los presbíteros y  todo el pueblo cristiano pidan al Señor una fe más intensa en este valor de la Eucaristía.

             El Sínodo de los obispos de 1971 recogió la doctrina conciliar, declarando: «Esta celebración de la Eucaristía, aun cuando se haga sin participación de fieles, sigue siendo, sin embargo, el centro de la vida de toda la Iglesia y el corazón de la existencia sacerdotal».

            La Eucaristía es la que hace a la iglesia, al igual que la iglesia hace a la Eucaristía. El presbítero, encargado de edificar la Iglesia, realiza esta tarea esencialmente con la Eucaristía. Incluso cuando no cuenta con la participación de los fieles, coopera a reunir a los hombres en torno a Cristo en la Iglesia mediante la ofrenda eucarística.

            También en este nivel, que han alcanzado muchos sacerdotes santos, el alma sacerdotal no se cierra en sí misma, precisamente porque en la Eucaristía participa de modo especial de la «caridad de Aquel que se da en manjar a los fieles» (PO 13); y, por tanto, se siente impulsada a darse a sí misma a los fieles, a quienes distribuye el Cuerpo de Cristo.

            Precisamente al nutrirse de ese Cuerpo, se siente estimulada a ayudar a los fieles a abrirse a su vez a esa misma presencia, alimentándose de su caridad infinita, para sacar del Sacramento un fruto cada vez más rico. Y todo esto tiene que ser siempre por una participación personal de cada miembro de la comunidad, identificándose con Cristo y recibiendo, por la unión personal de amor, todas las gracias que hace presente por el sacramento, para que lleguen a nuestro corazón y no se queden sólo en el altar y en la asamblea.

            Para lograr este fin, el presbítero puede y debe crear el clima necesario para una celebración eucarística fructuosa: el clima de la oración. Oración litúrgica, a la que debe invitar y educar al pueblo. Oración de contemplación personal. Oración de las sanas tradiciones populares cristianas, que puede preparar, seguir y, en cierto modo, también acompaña la misa. Oración de los lugares sagrados, del arte sagrado, del canto sagrado, de las piezas musicales (especialmente con el órgano), que se encuentra casi encarnada en las fórmulas y los ritos, y todo lo anima y reanima continuamente, para que pueda participar en la glorificación de Dios y en la elevación espiritual del pueblo cristiano reunido en la asamblea eucarística.

            El Concilio, además de la celebración cotidiana de la misa, recomienda también al sacerdote «el cotidiano coloquio con Cristo Señor en la visita y culto personal de la santísima Eucaristía» (PO 18). La fe y el amor a la  Eucaristía no pueden permitir que Cristo se quede solo en el tabernáculo (cf. catecismo de la iglesia católica n. 1418).De esto voy a tratar ampliamente en el capítulo siguiente.

Ya en el Antiguo Testamento se lee que Dios habitaba en una tienda (o tabernáculo), que se llamaba «tienda del encuentro» (Ex 33, 7). El encuentro era anhelado por Dios. Se puede decir que también en el tabernáculo de la Eucaristía Cristo está presente con vistas a un coloquio con su nuevo pueblo y con cada uno de los fieles. El presbítero es el primer invitado a entrar en esta tienda del encuentro, para visitar a Cristo presente en el tabernáculo para un coloquio cotidiano.

           

 

5.- LA DEVOCIÓN A MARÍA SANTÍSIMA, MADRE SACERDOTAL,  EN LA VIDA DEL PRESBÍTERO

           
            En las biografías de los sacerdotes santos siempre se halla documentada la gran importancia que han atribuido a María en su vida sacerdotal. Esas vidas escritas quedan confirmadas por la experiencia de las vidas vividas de tantos queridos y venerados presbíteros, a quienes el Señor ha puesto como ministros verdaderos de la gracia divina en medio de las poblaciones encomendadas a su cuidado pastoral, o como predicadores, capellanes, confesores, profesores y escritores.

             Los directores y maestros del espíritu insisten en la importancia de la devoción a la Virgen en la vida del sacerdote, como apoyo eficaz en el camino de santificación, fortaleza constante en las pruebas personales y energía poderosa en el apostolado.

            También el Sínodo de los obispos de 1971 ha transmitido estas recomendaciones de la tradición cristiana a los sacerdotes de hoy, afirmando que « el presbítero mire con frecuencia a María, Madre de Dios, que recibió con fe perfecta al Verbo de Dios, y le pida cada día la gracia de conformarse a su Hijo»

            La razón profunda de la devoción del presbítero a María santísima se funda en la relación esencial que se ha establecido en el plan divino entre la madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo. Queremos profundizar este aspecto tan importante de la espiritualidad sacerdotal y sacar sus consecuencias prácticas.

             La relación de María con el sacerdocio deriva, ante todo, del hecho de su maternidad. Al convertirse —con su aceptación del mensaje del ángel— en madre de Cristo, María se convirtió en madre del sumo sacerdote. Es una realidad objetiva: asumiendo con la Encarnación la naturaleza humana, el Hijo eterno de Dios cumplió la condición necesaria para llegar a ser, mediante su muerte y su resurrección, el sacerdote único de la humanidad (cf. Hb 5, 1).

            En el momento de la Encarnación, podemos admirar una armonía perfecta entre María y su Hijo. En efecto, la carta a los Hebreos nos muestra que “entrando en el mundo” Jesús dio a su vida una orientación sacerdotal hacia su sacrificio personal, diciendo a Dios: “Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... Entonces dije: ¡He aquí que vengo... a hacer, oh Dios, tu voluntad!” (Hb 10, 5-7).

            El Evangelio nos refiere que, en el mismo momento, la Virgen María expresó idéntica disposición, diciendo: “He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Esta armonía perfecta nos muestra que entre la maternidad de María y el sacerdocio de Cristo se estableció una relación íntima. De aquí deriva la existencia de un vínculo especial del sacerdocio ministerial con María santísima.

            Como sabemos, la Virgen santísima desempeñó su papel de madre no sólo en la generación física de Jesús, sino también en su formación moral. En virtud de su maternidad, le correspondió educar al niño Jesús de modo adecuado a su misión sacerdotal, cuyo significado había comprendido en el anuncio de la Encarnación.

            En la aceptación de María puede, por tanto, reconocerse una adhesión a la verdad sustancial del sacerdocio de Cristo y la disposición a cooperar en su realización en el mundo. De esta forma, se ponía la base objetiva del papel que María estaba llamada a desempeñar también en la formación de los ministros de Cristo, partícipes de su sacerdocio. En la exhortación apostólica postsinodal PDV. se afirma que  cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María (n. 82).

            Por otra parte, sabemos que la Virgen vivió plenamente el misterio de Cristo, que fue descubriendo cada vez más profundamente gracias a su reflexión personal sobre los acontecimientos del nacimiento y de la niñez de su Hijo (cf. Lc 2, 19; 2, 51). Se esforzaba por penetrar, con su inteligencia y su corazón, el plan divino, para colaborar con él de modo consciente y eficaz. ¿Quién mejor que ella podría iluminar hoy a los ministros de su Hijo, llevándolos a penetrar las riquezas inefables de su misterio para actuar en conformidad con su misión sacerdotal?

            María fue asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo, compartiendo su voluntad de salvar el mundo mediante la cruz. Ella fue la primera persona y la que con más perfección participó espiritualmente en su oblación de «sacerdos et hostia». Como tal, a los que participan —en el plano ministerial— del sacerdocio de su Hijo puede obtenerles y darles la gracia del impulso para responder cada vez mejor a las exigencias de la oblación espiritual que el sacerdocio implica: sobre todo, la gracia de la fe, de la esperanza y de la perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una participación más generosa en la ofrenda redentora.

             En el Calvario Jesús confió a María una maternidad nueva, cuando le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Ji1 19, 26). No podemos desconocer que en aquel momento Cristo proclamaba esa maternidad con respecto a un sacerdote, el discípulo amado. En efecto, según los evangelios sinópticos, también Juan había recibido del Maestro, en la cena de la víspera, el poder de renovar el sacrificio de la cruz en conmemoración suya; pertenecía, como los demás Apóstoles, al grupo de los primeros sacerdotes; y reemplazaba ya, ante María, al Sacerdote único y soberano que abandonaba el mundo.

            La intención de Jesús en aquel momento era, ciertamente, la de establecer la maternidad universal de María en la vida de la gracia con respecto a cada uno de los discípulos de entonces y de todos los siglos. Pero no podemos ignorar que esa maternidad adquiría una fuerza concreta e inmediata en relación a un Apóstol sacerdote. Y podernos pensar que la mirada de Jesús se extendió, además de a Juan, siglo tras siglo, a la larga serie de sus sacerdotes, hasta el fin del mundo. Y a cada uno de ellos, al igual que al discípulo amado, los confió de manera especial a la maternidad de María.

            Jesús también dijo a Juan: “Ahí tienes a tu madre” (Jn 19, 27). Recomendaba, así, al Apóstol predilecto que tratara a María como a su propia madre; que la amara, venerara y protegiera durante los años que le quedaban por vivir en la tierra, pero a la luz de lo que estaba escrito de ella en el cielo, al que sería elevada y glorificada. Esas palabras son el origen del culto mariano. Es significativo que estén dirigidas a un sacerdote. ¿No podemos deducir de ello que el sacerdote tiene el encargo de promover y desarrollar ese culto, y que es su principal responsable?

            En su evangelio, Juan subraya que “desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa” (Jn 19, 27). Por tanto, respondió inmediatamente a la invitación de Cristo y tomó consigo a María, con una veneración en sintonía con aquellas circunstancias. Quisiera decir que también desde este punto de vista se comportó como un verdadero sacerdote. Y, ciertamente, como un fiel discípulo de Jesús.

            Para todo sacerdote, acoger a María en su casa significa hacerle un lugar en su vida, y estar unido a ella diariamente con el pensamiento, los afectos y el celo por el reino de Dios y por su mismo culto (cf. Catecismo de la Iglesia católica, nn. 2673-2679).

            ¿Qué hay que pedir a María como Madre del sacerdote? Hoy, del mismo modo —o quizá más— que en cualquier otro tiempo, el sacerdote debe pedir a María, de modo especial, la gracia de saber recibir el don de Dios con amor agradecido, apreciándolo plenamente como ella hizo en el Magníficat; la gracia de la generosidad en la entrega personal para imitar su ejemplo de Madre generosa; la gracia de la pureza y la fidelidad en el compromiso del celibato, siguiendo su ejemplo de Virgen fiel, la gracia de un amor ardiente y misericordioso a la luz de su testimonio de Madre de misericordia.

            El presbítero ha de tener presente siempre que en las dificultades que encuentre puede contar con la ayuda de María. Se encomienda a ella y le confía su persona y su ministerio pastoral, pidiéndole que lo haga fructificar abundantemente. Por último, dirige su mirada a ella como modelo perfecto de su vida y su ministerio, porque ella, como dice el Concilio, «guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres; los presbíteros reverenciarán y amarán, con filial devoción y culto, a esta madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio» (PO 18).

            Los sacerdotes debemos alimentar siempre esta verdadera devoción a María  y  sacar de ella consecuencias prácticas nuestra vida y ministerio. Debemos tenerla como modelo y madre sacerdotal. Porque «Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne el Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia.

            Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente.

            Oh María, Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes: acepta este título con el que hoy te honramos para exaltar tu maternidad y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos, oh Santa Madre de Dios.

Madre de Cristo, que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del Espíritu Santo para salvar a los pobres y contritos de corazón: custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes, oh Madre del Salvador.

Madre de la fe, que acompañaste al templo al Hijo del hombre, en cumplimiento de las promesas hechas a nuestros Padres: presenta a Dios Padre, para su gloria, a los sacerdotes de tu Hijo, oh Arca de la Alianza.

Madre de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu para el nuevo Pueblo y sus Pastores: alcanza para el orden de los presbíteros la plenitud de los dones, oh Reina de los Apóstoles.

            Madre de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo: acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio, protégelos en su formación y acompaña a tus hijos en su vida y en su ministerio, oh Madre de los sacerdotes. Amén.

 

Dado en Roma, junto a san Pedro, el 25 de marzo —solemnidad de la Anunciacion de1 Señor— del año 1992, décimo cuarto de mi Pontificado».

 

            Así termina la Exhortación Apostólica Postsinodal PASTORES DABO VOBIS de JUAN PABLO II, y así he querido terminar también yo mi reflexión sobre la necesidad de la devoción de los presbíteros a María, Hermosa Nazarena, Virgen Bella, Madre sacerdotal, Madre del alma.

 

 

6.- MARÍA, MADRE SACERDOTAL

 

El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas; se hizo puente único y oficial, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación.

María es madre sacerdote y sacerdotal de Cristo, porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote o Sacerdocio, del cual todos los sacerdotes participamos en nuestro ser y existir, por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir, por una Unción y Consagración especial de Maternidad-Sacerdotal divina, quedando configurada más totalmente a Cristo, porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo cooperando a su ser y existir Sacerdotal, más concretamente, dio los materiales: su cuerpo y carne, voluntad, amor, disponibilidad... “fiat”, para que el Espíritu Santo hiciera el puente, al pontífice-sacerdote Cristo, unión de la naturaleza divina con la humana.

Desde entonces, los hombres podemos pasar a Dios y Dios nos envía por Él los dones de la Salvación. Esto es ser sacerdote. Luego María lo fue más y mejor que nosotros; María es sacerdote de Cristo, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, y es Madre sacerdotal  de Cristo y de todos los sacerdotes porque el Espíritu Santo consagró en su seno al Único y Eterno Sacerdote, del cual todos participamos.

María, por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal,  toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar el sacrifico de Cristo, que todo entero y completo, desde la Anunciación y Encarnación del Misterio, pasando por la pasión, muerte y resurrección, hasta la consumación por la Ascensión del “Cordero degollado sentado ante el trono de Dios”,  ya completo, se hace presente en «memorial» en cada Eucaristía, por el ministerio de los sacerdotes: “haced esto en  memoria mía”.

El sacerdote, por el carácter sacerdotal, hace presente a Cristo, que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal en los ungidos y consagrados por el Espíritu Santo, en el sacramento del Orden, para la misión presbiteral, que se realiza en la Palabra y pastoreo y sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

Cristo, al hacerse presente en la liturgia, que es una irrupción de Dios en el tiempo, por el ministerio sacerdotal,  hace presente  su único ser y existir de “cordero degollado” ante el trono de Dios, eternamente ya  en el cielo, y aquí en la tierra, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la liturgia divina realizada por los prolongadores de su misión en la tierra, sus presencias sacramentales, que son los sacerdotes.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, no encontramos sacramental y espiritualmente, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, porque Ella inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, en su seno, consagrándose como Madre sacerdote en su ser y existir, e iniciando su misión oyendo y obedeciendo la Revelación del Padre por el ángel Gabriel, su Palabra, su Hijo encarnándose, en la que nos revela su amor.

Como en la misa se hace presente Cristo entero y completo, todo su misterio, si estoy atento y entro dentro del corazón de la liturgia, de los ritos, si no me quedo en el exterior y entro en el corazón del Misterio de Cristo que se hace presente, todo entero, en la misa sorprendemos a la Virgen, meditando la Palabra y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre...”, porque Ella es sacramento, primer sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo.

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir por el ser y existir de Cristo, toda ella entera es Virgen, toda para Cristo y los hombres, que en esto consiste también el celibato sacerdotal, cuestión de amor total a Dios, y gratuito a los hermanos, sin compensaciones de carne, de egoísmo. Y siempre, tanto en Ella como en nosotros, es sacramentalmente, por el Espíritu Santo, por la potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.

Por eso, y os lo digo con toda sinceridad,  siempre que celebro la Eucaristía,  la siento a María que está junto al Hijo, siento su presencia, su respirar de madre, su aroma, su perfume,: “junto a la cruz estaban su madre...”, y como la Eucaristía no es un mero recuerdo de la vida y sacrificio de Cristo, sino un «memorial» que hace presente todo el misterio de Cristo completo, resulta entonces que, en cada misa, de una forma sacramental y metahistórica, más allá del tiempo y espacio, junto “Cordero degollado ante el trono de Dios”, se hace también presente María, como madre-sacerdotal del Hijo y víctima oferente  con Él.

Jesucristo es el Único y Sumo sacerdote, que hace partícipe de su ser y existir sacerdotal, especialmente a los Obispos y presbíteros  por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, el mismo que “cubrió con su sombra” a María y engendró en Ella este ser y existir sacerdotal de Cristo en su naturaleza humana.

En cada Eucaristía siento también su gozo de Madre Única de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdote y sacerdotal de todos los sacerdotes; siento cómo está junto a mi, como Madre sacerdote y sacerdotal, ofreciendo conmigo a su Hijo, ya triunfante y glorioso, entre los Esplendores de Alabanza y Gloria del Padre, agradecido a la «recreación» de su proyecto de Salvación por el Hijo, después de las grandes tribulaciones que ha tenido que sufrir, en las que el Hijo quiso tener junto a Él, como madre sacerdote, a su Madre.

Todo sacerdote, al ofrecer el sacrificio del Hijo, tiene también, junto a Él,  a la Madre, porque esa fue  la voluntad y deseo del Hijo sacerdote; por eso, ahora,  en estos tiempos de persecuciones al Hijo e Iglesia, a la Cabeza y al cuerpo de Cristo, especialmente a los que son presencia sacramental del Hijo y prolongadores de su ser y misión sacerdotal, necesitamos esta ayuda que el Sumo Sacerdote nos ofrece y quiso tener junto a Sí como consuelo en su sacrificio.

Esta presencia de la Madre por el Hijo que presencializa todo su misterio de salvación en la Eucaristía, nos ayudaría también a nosotros en medio de nuestras luchas y sufrimientos actuales. Porque en todas nuestras Eucaristía, además de sacerdotes, tiene que haber una víctima; y ésa somos nosotros, con nuestra entrega y ofrenda.

Cristo vencerá por medio de su Madre como lo ha hecho ya en otras etapas de la historia de la Iglesia,  y no muy lejanas, pero anunciadas ya por el Apocalipsis: “Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación,  y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Vi y oí  la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y de millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.  Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron”.

No lo dudemos. Cristo vencerá. Hace muy pocos años creía el mundo entero que el comunismo acabaría con Cristo y su Iglesia. Y qué paradoja: ahora resulta que Rusia está más convertida  que Europa y su presidente va a la misa ortodoxa, mientras en la católica España, no sólo el presidente, sino los políticos, algunos de los cuales se llaman, pero no son católicos, se avergüenzan de confesar a Cristo y sus mandamientos públicamente, no obedecen a Dios antes que a los hombres, siendo incongruentes e incumplidores de fe que dicen tener, pero no practican, y de misa, nada y como la historia sigue, se repetirá.

¡Qué grande eres Cristo Sacerdote! ¡Qué maravillas y cavernas de misterios y misterios encierras para los que inclinan su cabeza sobre tu corazón como Juan en el día de su ordenación! ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Hacer presente todo misterio del proyecto y amor trinitario en la Eucaristía por el Hijo de Dios y de María, oferente también y sacerdote de su Hijo! ¡Qué certeza y seguridad saber que Ella está a mi lado para enseñarme a celebrar el misterio que Ella vivió junto a su Hijo y que se hace presente en cada misa, “de una vez para siempre”. La siento en su respirar de angustía y dolor “junto a la cruz”,  

Es Ella; la siento y oigo en respirar doloroso de Madre en el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino» (Vaticano II, LG), que su Madre, ofrenda y víctima con Él agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo, hasta dar la vida, aceptada por el Padre en el Hijo, porque murió no muriendo en aquella “hora” del Hijo, “hora” suya también.

Es Ella; nadie más que Ella junto al Hijo, la que siento ya gloriosa y triunfante junto “al Cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero... 

Es Ella, la que puede decir con más verdad y propiedad que ningún sacerdote fuera del Hijo: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS.. ESTA ES MI SAGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS»;

En la consagración y después de ella, siento su aliento y cercanía  de madre sacerdotal, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y me dice sin palabras, solo con su mirada: «ESTE ES MI CUERPO...», es mi cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en mi seno, hecho carne en  mi carne, en el ser y  existir de Madre; «ESTA ES MI SAGRE...», es sangre  de Madre en el hijo, sangre de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos sumergen a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen Madre, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote Único y de su  Madre sacerdotal-virginal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amor de Espíritu Santo, amor gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida; enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo.

En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento de tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir todos los sacerdotes.

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, porque el decírtelo, es ya haberlo conseguido, ya que eres la madre virginal de la Verdad y Vida  de Amor en y por tu Hijo hecho Sacerdote en tu seno y que todo lo puede, eres Esplendor de la Belleza del Padre, de la Palabra encarnada en tu seno y revelada por el Espíritu Santo en Canción de Amor, canturreada, desde toda la eternidad, para todos los hombres, por el Padre, primero en tu seno y luego en Belén para todos los hombres, con Amor de Espíritu Santo.

Esta canción, canturreada en «música callada» de eternidad por el Padre, en Única Palabra de Amor de Espíritu Santo en seno de la Trinidad, y luego cantada en el seno de María, me dice por  revelación encarnada del Hijo en María, que yo y tú y todos los hombres hemos sido soñados con Amor de Padre por el Padre que nos creó en el sí de amor de nuestros padres y que, perdidos por el pecado de Adán, el hijo-Hijo entristecido y hecho sacerdote de intercesión se ofreció por nosotros al Padre: “no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y  vino en nuestra búsqueda y nos abrió las puertas de la eternidad, haciéndose sacerdote y víctima en el seno de María, que encarnó a Cristo en su ser y existir sacerdotal.

¡Cristo, Sacerdote Único del Altísimo! quiero darte gracias por haberme elegido como presencia sacramental de tu ser y existir y como prolongación de tu misión salvadora en el mundo. Quiero decirlo muy alto. Me sedujiste y me dejé seducir. Estoy enamorado de ti y de tu evangelio y de tus dones y gracias de amor y amistad.

Me duelen tantas ofensas e ingratitudes hacia tu persona y hacia tus sacerdotes sobre todo en estos tiempos, y me gustaría que todos te alabaran y te dijeran cosas bellas, por habernos hechos sacerdotes y habernos dado una madre tan cercana, sacerdote y  víctima y oferente contigo del único sacrificio que puede salvar al mundo entero y a todos los hombres.

En este año sacerdotal, ante tanto secularismo y persecuciones a tus sacerdotes, yo veo y creo lo que nos dices: “...y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo:No temas nada, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”.

¡Jesucristo Sacerdote Único del Altísimo, nosotros creemos en Ti!

¡Jesucristo Sacerdote Único del Altísimo, nosotros confiamos en Ti! ¡Tú eres el Hijo de Dios hecho hombre para salvarnos!

¡Tú eres el único salvador del mundo!

 

¡María: Mujer, Virgen y Madre Sacerdotal de Cristo y de todos los sacerdotes, acéptanos como hijos sacerdotes, como aceptaste a Juan! Es mandato de tu Hijo: “he ahí a tu hijo”. Enséñanos a ser sacerdotes y víctimas con tu Hijo, para la salvación del mundo, como lo hiciste con tu hijo Juan, recién ordenado sacerdote por tu Hijo y encomendado a tu cuidado virginal; enséñanos a todos los sacerdotes a serlo plenamente en tu hijo Jesús, Único Sacerdote que todos debemos encarnar, Virgen bendita y Madre sacerdotal de todos los sacerdotes.

 

¡Salve María, Hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal,

Madre del alma! ¡Cuánto te quiero! ¡Cuánto me quieres!

¡Gracias por haberme dado a tu Hijo, Sacerdote Único del Altísimo y

gracias por haberme ayudado a ser y existir en Él!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO CUARTO

 

S. JUAN PABLO II

 

ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO: JUAN PABLO II  “NOVO MILLENNIO INEUNTE”.

 

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto en que el Papa, en esta carta, lo que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad del apostolado: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa sigamos como siempre en Sínodos y reuniones pastorales, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo toda la eficacia en el modo y dando por supuesto lo principal: “sin mí no podéis hacer nada”; y para eso el camino más recto es la oración personal y desde ahí, desde el encuentro diario y verdadero con Cristo por la oración-conversión que es le mejor camino de santidad y unión con Él, enseñar este camino de amor-conversión a los demása.

Si yo consigo que una persona ore, le he puesto en el fín de todo apostolado, en el encuentro personal con Dios, al que tratan de llevar todas las demás acciones apostólicas intermedias, en las que a veces nos pasamos años y años sin llegar a la unión con Dios, al encuentro personal y afectivo con Él.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo; y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho y hecho es la oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, acciones apostólicas, que deben llegar y dirigir la mirada hasta Él, pero a veces nos entretenemos en eternos apostolados de preparación para el encuentro. ¡Cuánto mejor sería llevar a las almas hasta el final, enseñarle y hacerle orar con Cristo Eucaristía, y desde ahí recorrer el camino de santificación!

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol es el más y mejor ora y se purifica todos los días por la oración-conversión.

Voy a recorrer la Carta, poniendo los números pertinentes con su mismo orden y enumeración, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante.

Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del apostolado, del nuevo dinamismo apostólico que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo  apóstol y apostolado, y para eso, la meta es la santidad del apóstol, la unión con Dios, y el camino imprescindible para esta santidad es la oración; cuanto más elevada sea, será mejor apóstol y apostolado, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de santidad por la oración como el alma de todo apostolado.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios; lo hago tal cual está escrito en la Carta.

 

Un nuevo dinamismo

 

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

 

CAPÍTULO 2

 

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

 

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1,1).

El camino de la fe

 

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

 

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

 

La profundidad del misterio

 

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

 

Rostro del Resucitado

 

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

 

 

CAPITULO 3

 

CAMINAR DESDE CRISTO

 

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

LA SANTIDAD

 

30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

 

31.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

 

 

LA ORACIÓN

 

32.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve  a las fuentes y se regenera en ellas.

33.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.”

 

Primacía de la gracia

 

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oracón.”

 

Escucha de la Palabra

 

39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

 

Anuncio de la Palabra

 

40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de a predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO QUINTO

 

BENEDICTO XVI

 

AÑO SACERDOTAL 19 JUNIO 2009-JUNIO 2010

 

Publicamos la carta que ha enviado Benedicto XVI a los sacerdotes al comenzar el Año Sacerdotal, que ha proclamado con motivo del 150 aniversario de la muerte ( dies natalis) de san Juan María Vianney, conocido como el santo cura de Ars.

 

* * *

            Queridos hermanos en el Sacerdocio:

 

      He resuelto convocar oficialmente un "Año Sacerdotal" con ocasión del 150 aniversario del "dies natalis" de Juan María Vianney, el Santo Patrón de todos los párrocos del mundo, que comenzará el viernes 19 de junio de 2009, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús -jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación del clero-.

 

1 Este año desea contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo, y se concluirá en la misma solemnidad de 2010. "El Sacerdocio es el amor del corazón de Jesús", repetía con frecuencia el Santo Cura de Ars.

 

2 Esta conmovedora expresión nos da pie para reconocer con devoción y admiración el inmenso don que suponen los sacerdotes, no sólo para la Iglesia, sino también para la humanidad misma. Tengo presente a todos los presbíteros que con humildad repiten cada día las palabras y los gestos de Cristo a los fieles cristianos y al mundo entero, identificándose con sus pensamientos, deseos y sentimientos, así como con su estilo de vida. ¿Cómo no destacar sus esfuerzos apostólicos, su servicio infatigable y oculto, su caridad que no excluye a nadie? Y ¿qué decir de la fidelidad entusiasta de tantos sacerdotes que, a pesar de las dificultades e incomprensiones, perseveran en su vocación de "amigos de Cristo", llamados personalmente, elegidos y enviados por Él?

      Todavía conservo en el corazón el recuerdo del primer párroco con el que comencé mi ministerio como joven sacerdote: fue para mí un ejemplo de entrega sin reservas al propio ministerio pastoral, llegando a morir cuando llevaba el viático a un enfermo grave. También repaso los innumerables hermanos que he conocido a lo largo de mi vida y últimamente en mis viajes pastorales a diversas naciones, comprometidos generosamente en el ejercicio cotidiano de su ministerio sacerdotal.

      Pero la expresión utilizada por el Santo Cura de Ars evoca también la herida abierta en el Corazón de Cristo y la corona de espinas que lo circunda. Y así, pienso en las numerosas situaciones de sufrimiento que aquejan a muchos sacerdotes, porque participan de la experiencia humana del dolor en sus múltiples manifestaciones o por las incomprensiones de los destinatarios mismos de su ministerio: ¿Cómo no recordar tantos sacerdotes ofendidos en su dignidad, obstaculizados en su misión, a veces incluso perseguidos hasta ofrecer el supremo testimonio de la sangre?

      Sin embargo, también hay situaciones, nunca bastante deploradas, en las que la Iglesia misma sufre por la infidelidad de algunos de sus ministros. En estos casos, es el mundo el que sufre el escándalo y el abandono. Ante estas situaciones, lo más conveniente para la Iglesia no es tanto resaltar escrupulosamente las debilidades de sus ministros, cuanto renovar el reconocimiento gozoso de la grandeza del don de Dios, plasmado en espléndidas figuras de Pastores generosos, religiosos llenos de amor a Dios y a las almas, directores espirituales clarividentes y pacientes. En este sentido, la enseñanza y el ejemplo de san Juan María Vianney pueden ofrecer un punto de referencia significativo. El Cura de Ars era muy humilde, pero consciente de ser, como sacerdote, un inmenso don para su gente: "Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina".

 

3 Hablaba del sacerdocio como si no fuera posible llegar a percibir toda la grandeza del don y de la tarea confiados a una criatura humana: "¡Oh, qué grande es el sacerdote! Si se diese cuenta, moriría... Dios le obedece: pronuncia dos palabras y Nuestro Señor baja del cielo al oír su voz y se encierra en una pequeña hostia...".

 

4 Explicando a sus fieles la importancia de los sacramentos decía: "Si desapareciese el sacramento del Orden, no tendríamos al Señor. ¿Quién lo ha puesto en el sagrario? El sacerdote. ¿Quién ha recibido vuestra alma apenas nacidos? El sacerdote. ¿Quién la nutre para que pueda terminar su peregrinación? El sacerdote. ¿Quién la preparará para comparecer ante Dios, lavándola por última vez en la sangre de Jesucristo? El sacerdote, siempre el sacerdote. Y si esta alma llegase a morir [a causa del pecado], ¿quién la resucitará y le dará el descanso y la paz? También el sacerdote... ¡Después de Dios, el sacerdote lo es todo!... Él mismo sólo lo entenderá en el cielo".

 

5 Estas afirmaciones, nacidas del corazón sacerdotal del santo párroco, pueden parecer exageradas. Sin embargo, revelan la altísima consideración en que tenía el sacramento del sacerdocio. Parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: "Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor... Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra... ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes... Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias... El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros".

 

6  Llegó a Ars, una pequeña aldea de 230 habitantes, advertido por el Obispo sobre la precaria situación religiosa: "No hay mucho amor de Dios en esa parroquia; usted lo pondrá". Bien sabía él que tendría que encarnar la presencia de Cristo dando testimonio de la ternura de la salvación: "Dios mío, concédeme la conversión de mi parroquia; acepto sufrir todo lo que quieras durante toda mi vida". Con esta oración comenzó su misión.

 

7 El Santo Cura de Ars se dedicó a la conversión de su parroquia con todas sus fuerzas, insistiendo por encima de todo en la formación cristiana del pueblo que le había sido confiado.

      Queridos hermanos en el Sacerdocio, pidamos al Señor Jesús la gracia de aprender también nosotros el método pastoral de san Juan María Vianney. En primer lugar, su total identificación con el propio ministerio. En Jesús, Persona y Misión tienden a coincidir: toda su obra salvífica era y es expresión de su "Yo filial", que está ante el Padre, desde toda la eternidad, en actitud de amorosa sumisión a su voluntad. De modo análogo y con toda humildad, también el sacerdote debe aspirar a esta identificación. Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro. El Cura de Ars emprendió en seguida esta humilde y paciente tarea de armonizar su vida como ministro con la santidad del ministerio confiado, "viviendo" incluso materialmente en su Iglesia parroquial: "En cuanto llegó, consideró la Iglesia como su casa... Entraba en la Iglesia antes de la aurora y no salía hasta después del Angelus de la tarde. Si alguno tenía necesidad de él, allí lo podía encontrar", se lee en su primera biografía.

 

8  La devota exageración del piadoso hagiógrafo no nos debe hacer perder de vista que el Santo Cura de Ars también supo "hacerse presente" en todo el territorio de su parroquia: visitaba sistemáticamente a los enfermos y a las familias; organizaba misiones populares y fiestas patronales; recogía y administraba dinero para sus obras de caridad y para las misiones; adornaba la iglesia y la dotaba de paramentos sacerdotales; se ocupaba de las niñas huérfanas de la "Providence" (un Instituto que fundó) y de sus formadoras; se interesaba por la educación de los niños; fundaba hermandades y llamaba a los laicos a colaborar con él.

 

9  Su ejemplo me lleva a poner de relieve los ámbitos de colaboración en los que se debe dar cada vez más cabida a los laicos, con los que los presbíteros forman un único pueblo sacerdotal y entre los cuales, en virtud del sacerdocio ministerial, están puestos "para llevar a todos a la unidad del amor: ‘amándose mutuamente con amor fraterno, rivalizando en la estima mutua' (Rm 12, 10)".

 

10 En este contexto, hay que tener en cuenta la encarecida recomendación del Concilio Vaticano II a los presbíteros de "reconocer sinceramente y promover la dignidad de los laicos y la función que tienen como propia en la misión de la Iglesia... Deben escuchar de buena gana a los laicos, teniendo fraternalmente en cuenta sus deseos y reconociendo su experiencia y competencia en los diversos campos de la actividad humana, para poder junto con ellos reconocer los signos de los tiempos".

 

11      El Santo Cura de Ars enseñaba a sus parroquianos sobre todo con el testimonio de su vida. De su ejemplo aprendían los fieles a orar, acudiendo con gusto al sagrario para hacer una visita a Jesús Eucaristía.

 

12 "No hay necesidad de hablar mucho para orar bien", les enseñaba el Cura de Ars. "Sabemos que Jesús está allí, en el sagrario: abrámosle nuestro corazón, alegrémonos de su presencia. Ésta es la mejor oración".

 

13 Y les persuadía: "Venid a comulgar, hijos míos, venid donde Jesús. Venid a vivir de Él para poder vivir con Él...".

 

14 "Es verdad que no sois dignos, pero lo necesitáis".

 

15 Dicha educación de los fieles en la presencia eucarística y en la comunión era particularmente eficaz cuando lo veían celebrar el Santo Sacrificio de la Misa. Los que asistían decían que "no se podía encontrar una figura que expresase mejor la adoración... Contemplaba la hostia con amor".

 

16 Les decía: "Todas las buenas obras juntas no son comparables al Sacrificio de la Misa, porque son obras de hombres, mientras la Santa Misa es obra de Dios".

 

17 Estaba convencido de que todo el fervor en la vida de un sacerdote dependía de la Misa: "La causa de la relajación del sacerdote es que descuida la Misa. Dios mío, ¡qué pena el sacerdote que celebra como si estuviese haciendo algo ordinario!".

 

18 Siempre que celebraba, tenía la costumbre de ofrecer también la propia vida como sacrificio: "¡Cómo aprovecha a un sacerdote ofrecerse a Dios en sacrificio todas las mañanas!".

 

19  Esta identificación personal con el Sacrificio de la Cruz lo llevaba -con una sola moción interior- del altar al confesonario. Los sacerdotes no deberían resignarse nunca a ver vacíos sus confesonarios ni limitarse a constatar la indiferencia de los fieles hacia este sacramento. En Francia, en tiempos del Santo Cura de Ars, la confesión no era ni más fácil ni más frecuente que en nuestros días, pues el vendaval revolucionario había arrasado desde hacía tiempo la práctica religiosa. Pero él intentó por todos los medios, en la predicación y con consejos persuasivos, que sus parroquianos redescubriesen el significado y la belleza de la Penitencia sacramental, mostrándola como una íntima exigencia de la presencia eucarística. Supo iniciar así un "círculo virtuoso". Con su prolongado estar ante el sagrario en la Iglesia, consiguió que los fieles comenzasen a imitarlo, yendo a visitar a Jesús, seguros de que allí encontrarían también a su párroco, disponible para escucharlos y perdonarlos. Al final, una muchedumbre cada vez mayor de penitentes, provenientes de toda Francia, lo retenía en el confesonario hasta 16 horas al día. Se comentaba que Ars se había convertido en "el gran hospital de las almas".

 

20 Su primer biógrafo afirma: "La gracia que conseguía [para que los pecadores se convirtiesen] era tan abundante que salía en su búsqueda sin dejarles un momento de tregua".

 

21 En este mismo sentido, el Santo Cura de Ars decía: "No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él".

 

22 "Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes".

 

23  Todos los sacerdotes hemos de considerar como dirigidas personalmente a nosotros aquellas palabras que él ponía en boca de Jesús: "Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita".

 

24 Los sacerdotes podemos aprender del Santo Cura de Ars no sólo una confianza infinita en el sacramento de la Penitencia, que nos impulse a ponerlo en el centro de nuestras preocupaciones pastorales, sino también el método del "diálogo de salvación" que en él se debe entablar. El Cura de Ars se comportaba de manera diferente con cada penitente. Quien se acercaba a su confesonario con una necesidad profunda y humilde del perdón de Dios, encontraba en él palabras de ánimo para sumergirse en el "torrente de la divina misericordia" que arrastra todo con su fuerza. Y si alguno estaba afligido por su debilidad e inconstancia, con miedo a futuras recaídas, el Cura de Ars le revelaba el secreto de Dios con una expresión de una belleza conmovedora: "El buen Dios lo sabe todo. Antes incluso de que se lo confeséis, sabe ya que pecaréis nuevamente y sin embargo os perdona. ¡Qué grande es el amor de nuestro Dios que le lleva incluso a olvidar voluntariamente el futuro, con tal de perdonarnos!".

 

25 Aquien, en cambio, se acusaba de manera fría y casi indolente, le mostraba, con sus propias lágrimas, la evidencia seria y dolorosa de lo "abominable" de su actitud: "Lloro porque vosotros no lloráis",

 

26 decía. "Si el Señor no fuese tan bueno... pero lo es. Hay que ser un bárbaro para comportarse de esta manera ante un Padre tan bueno".

 

27 Provocaba el arrepentimiento en el corazón de los tibios, obligándoles a ver con sus propios ojos el sufrimiento de Dios por los pecados como "encarnado" en el rostro del sacerdote que los confesaba. Si alguno manifestaba deseos y actitudes de una vida espiritual más profunda, le mostraba abiertamente las profundidades del amor, explicándole la inefable belleza de vivir unidos a Dios y estar en su presencia: "Todo bajo los ojos de Dios, todo con Dios, todo para agradar a Dios... ¡Qué maravilla!".

 

28 Y les enseñaba a orar: "Dios mío, concédeme la gracia de amarte tanto cuanto yo sea capaz".

 

29 El Cura de Ars consiguió en su tiempo cambiar el corazón y la vida de muchas personas, porque fue capaz de hacerles sentir el amor misericordioso del Señor. Urge también en nuestro tiempo un anuncio y un testimonio similar de la verdad del Amor: Deus caritas est (1 Jn 4, 8). Con la Palabra y con los Sacramentos de su Jesús, Juan María Vianney edificaba a su pueblo, aunque a veces se agitaba interiormente porque no se sentía a la altura, hasta el punto de pensar muchas veces en abandonar las responsabilidades del ministerio parroquial para el que se sentía indigno.

            Sin embargo, con un sentido de la obediencia ejemplar, permaneció siempre en su puesto, porque lo consumía el celo apostólico por la salvación de las almas. Se entregaba totalmente a su propia vocación y misión con una ascesis severa: "La mayor desgracia para nosotros los párrocos -deploraba el Santo- es que el alma se endurezca"; con esto se refería al peligro de que el pastor se acostumbre al estado de pecado o indiferencia en que viven muchas de sus ovejas.

 

30 Dominaba su cuerpo con vigilias y ayunos para evitar que opusiera resistencia a su alma sacerdotal. Y se mortificaba voluntariamente en favor de las almas que le habían sido confiadas y para unirse a la expiación de tantos pecados oídos en confesión. A un hermano sacerdote, le explicaba: "Le diré cuál es mi receta: doy a los pecadores una penitencia pequeña y el resto lo hago yo por ellos".

 

31 Más allá de las penitencias concretas que el Cura de Ars hacía, el núcleo de su enseñanza sigue siendo en cualquier caso válido para todos: las almas cuestan la sangre de Cristo y el sacerdote no puede dedicarse a su salvación sin participar personalmente en el "alto precio" de la redención.

      En la actualidad, como en los tiempos difíciles del Cura de Ars, es preciso que los sacerdotes, con su vida y obras, se distingan por un vigoroso testimonio evangélico. Pablo VI ha observado oportunamente: "El hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escucha a los que enseñan, es porque dan testimonio".

 

32 Para que no nos quedemos existencialmente vacíos, comprometiendo con ello la eficacia de nuestro ministerio, debemos preguntarnos constantemente: "¿Estamos realmente impregnados por la palabra de Dios? ¿Es ella en verdad el alimento del que vivimos, más que lo que pueda ser el pan y las cosas de este mundo? ¿La conocemos verdaderamente? ¿La amamos? ¿Nos ocupamos interiormente de esta palabra hasta el punto de que realmente deja una impronta en nuestra vida y forma nuestro pensamiento?".

 

33 Así como Jesús llamó a los Doce para que estuvieran con Él (cf. Mc 3, 14), y sólo después los mandó a predicar, también en nuestros días los sacerdotes están llamados a asimilar el "nuevo estilo de vida" que el Señor Jesús inauguró y que los Apóstoles hicieron suyo.

 

34. La identificación sin reservas con este "nuevo estilo de vida" caracterizó la dedicación al ministerio del Cura de Ars. El Papa Juan XXIII en la Carta encíclica Sacerdotii nostri primordia, publicada en 1959, en el primer centenario de la muerte de san Juan María Vianney, presentaba su fisonomía ascética refiriéndose particularmente a los tres consejos evangélicos, considerados como necesarios también para los presbíteros: "Y, si para alcanzar esta santidad de vida, no se impone al sacerdote, en virtud del estado clerical, la práctica de los consejos evangélicos, ciertamente que a él, y a todos los discípulos del Señor, se le presenta como el camino real de la santificación cristiana".

 

35 El Cura de Ars supo vivir los "consejos evangélicos" de acuerdo a su condición de presbítero. En efecto, su pobreza no fue la de un religioso o un monje, sino la que se pide a un sacerdote: a pesar de manejar mucho dinero (ya que los peregrinos más pudientes se interesaban por sus obras de caridad), era consciente de que todo era para su iglesia, sus pobres, sus huérfanos, sus niñas de la "Providence",

 

36 sus familias más necesitadas. Por eso "era rico para dar a los otros y era muy pobre para sí mismo".

 

37 Y explicaba: "Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada".

 

38 Cuando se encontraba con las manos vacías, decía contento a los pobres que le pedían: "Hoy soy pobre como vosotros, soy uno de vosotros".

 

39 Así, al final de su vida, pudo decir con absoluta serenidad: "No tengo nada... Ahora el buen Dios me puede llamar cuando quiera".

 

40 También su castidad era la que se pide a un sacerdote para su ministerio. Se puede decir que era la castidad que conviene a quien debe tocar habitualmente con sus manos la Eucaristía y contemplarla con todo su corazón arrebatado y con el mismo entusiasmo la distribuye a sus fieles. Decían de él que "la castidad brillaba en su mirada", y los fieles se daban cuenta cuando clavaba la mirada en el sagrario con los ojos de un enamorado.

 

41 También la obediencia de san Juan María Vianney quedó plasmada totalmente en la entrega abnegada a las exigencias cotidianas de su ministerio. Se sabe cuánto le atormentaba no sentirse idóneo para el ministerio parroquial y su deseo de retirarse "a llorar su pobre vida, en soledad".

 

42 Sólo la obediencia y la pasión por las almas conseguían convencerlo para seguir en su puesto. A los fieles y a sí mismo explicaba: "No hay dos maneras buenas de servir a Dios. Hay una sola: servirlo como Él quiere ser servido".

 

43 Consideraba que la regla de oro para una vida obediente era: "Hacer sólo aquello que puede ser ofrecido al buen Dios".

 

44 En el contexto de la espiritualidad apoyada en la práctica de los consejos evangélicos, me complace invitar particularmente a los sacerdotes, en este Año dedicado a ellos, a percibir la nueva primavera que el Espíritu está suscitando en nuestros días en la Iglesia, a la que los Movimientos eclesiales y las nuevas Comunidades han contribuido positivamente. "El Espíritu es multiforme en sus dones... Él sopla donde quiere. Lo hace de modo inesperado, en lugares inesperados y en formas nunca antes imaginadas... Él quiere vuestra multiformidad y os quiere para el único Cuerpo".

 

45 Aeste propósito vale la indicación del Decreto Presbyterorum ordinis: "Examinando los espíritus para ver si son de Dios, [los presbíteros] han de descubrir mediante el sentido de la fe los múltiples carismas de los laicos, tanto los humildes como los más altos, reconocerlos con alegría y fomentarlos con empeño".

 

46 Dichos dones, que llevan a muchos a una vida espiritual más elevada, pueden hacer bien no sólo a los fieles laicos sino también a los ministros mismos. La comunión entre ministros ordenados y carismas "puede impulsar un renovado compromiso de la Iglesia en el anuncio y en el testimonio del Evangelio de la esperanza y de la caridad en todos los rincones del mundo".

 

47 Quisiera añadir además, en línea con la Exhortación apostólica Pastores dabo vobis del Papa Juan Pablo II, que el ministerio ordenado tiene una radical "forma comunitaria" y sólo puede ser desempeñado en la comunión de los presbíteros con su Obispo.

 

48 Es necesario que esta comunión entre los sacerdotes y con el propio Obispo, basada en el sacramento del Orden y manifestada en la concelebración eucarística, se traduzca en diversas formas concretas de fraternidad sacerdotal efectiva y afectiva.

 

49 Sólo así los sacerdotes sabrán vivir en plenitud el don del celibato y serán capaces de hacer florecer comunidades cristianas en las cuales se repitan los prodigios de la primera predicación del Evangelio.

   El Año Paulino que está por concluir orienta nuestro pensamiento también hacia el Apóstol de los gentiles, en quien podemos ver un espléndido modelo sacerdotal, totalmente "entregado" a su ministerio. "Nos apremia el amor de Cristo -escribía-, al considerar que, si uno murió por todos, todos murieron" (2 Cor 5, 14). Y añadía: "Cristo murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para el que murió y resucitó por ellos" (2 Cor 5, 15). ¿Qué mejor programa se podría proponer a un sacerdote que quiera avanzar en el camino de la perfección cristiana?

      Queridos sacerdotes, la celebración del 150 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney (1859) viene inmediatamente después de las celebraciones apenas concluidas del 150 aniversario de las apariciones de Lourdes (1858). Ya en 1959, el Beato Papa Juan XXIII había hecho notar: "Poco antes de que el Cura de Ars terminase su carrera tan llena de méritos, la Virgen Inmaculada se había aparecido en otra región de Francia a una joven humilde y pura, para comunicarle un mensaje de oración y de penitencia, cuya inmensa resonancia espiritual es bien conocida desde hace un siglo. En realidad, la vida de este sacerdote cuya memoria celebramos, era anticipadamente una viva ilustración de las grandes verdades sobrenaturales enseñadas a la vidente de Massabielle. Él mismo sentía una devoción vivísima hacia la Inmaculada Concepción de la Santísima Virgen; él, que ya en 1836 había consagrado su parroquia a María concebida sin pecado, y que con tanta fe y alegría había de acoger la definición dogmática de 1854".

 

50 El Santo Cura de Ars recordaba siempre a sus fieles que "Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre".

 

51 Confío este Año Sacerdotal a la Santísima Virgen María, pidiéndole que suscite en cada presbítero un generoso y renovado impulso de los ideales de total donación a Cristo y a la Iglesia que inspiraron el pensamiento y la tarea del Santo Cura de Ars. Con su ferviente vida de oración y su apasionado amor a Jesús crucificado, Juan María Vianney alimentó su entrega cotidiana sin reservas a Dios y a la Iglesia. Que su ejemplo fomente en los sacerdotes el testimonio de unidad con el Obispo, entre ellos y con los laicos, tan necesario hoy como siempre. A pesar del mal que hay en el mundo, conservan siempre su actualidad las palabras de Cristo a sus discípulos en el Cenáculo: "En el mundo tendréis luchas; pero tened valor: yo he vencido al mundo" (Jn 16, 33). La fe en el Maestro divino nos da la fuerza para mirar con confianza el futuro. Queridos sacerdotes, Cristo cuenta con vosotros. A ejemplo del Santo Cura de Ars, dejaos conquistar por Él y seréis también vosotros, en el mundo de hoy, mensajeros de esperanza, reconciliación y paz.

      Con mi bendición.

      Vaticano, 16 de junio de 2009.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

BENEDICTUS PP.XVI

 

2. OFRECEMOS A CONTINUACIÓN LA CATEQUESIS PRONUNCIADA POR EL PAPA DURANTE LA AUDIENCIA GENERAL DE LOS MIÉRCOLES, CON LOS PEREGRINOS CONGREGADOS EN LA PLAZA DE SAN PEDRO.

 

            Queridos hermanos y hermanas:

            Con la celebración de las Primeras Vísperas de la solemnidad de los santos apóstoles Pedro y Pablo en la Basílica de San Pablo Extramuros se ha cerrado, como sabéis, el 28 de junio, el Año Paulino, en recuerdo del segundo milenio del nacimiento del Apóstol de los Gentiles. Damos gracias al Señor por los frutos espirituales que esta importante iniciativa ha aportado a tantas comunidades cristianas.

            Como preciosa herencia del Año Paulino, podemos recoger la invitación del Apóstol a profundizar en el conocimiento del misterio de Cristo, para que sea Él el corazón y el centro de nuestra existencia personal y comunitaria. Ésta es, de hecho, la condición indispensable para una verdadera renovación espiritual y eclesial. Como subrayé ya durante la primera Celebración eucarística en la Capilla Sixtina tras mi elección como sucesor del Apóstol San Pedro, es precisamente de la plena comunión con Cristo de donde “brotan todos los demás elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el empeño de anunciar y dar tetsimonio del Evangelio, el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños” (Cf. Enseñanzas, I, 2005, pp. 8-13). Esto vale en primer lugar para los sacerdotes. Por esto doy gracias a la Providencia divina que nos ofrece ahora la posibilidad de celebrar el Año Sacerdotal. Auguro de corazón que éste constituya para cada sacerdote una oportunidad de renovación interior y, en consecuencia, de firme revigorización en el compromiso hacia la propia misión.

            Como durante el Año Paulino nuestra referencia constante ha sido san Pablo, así en los próximos meses miraremos en primer lugar a san Juan María Vianney, el santo Cura de Ars, recordando el 150 aniversario de su muerte. En la carta que he escrito para esta ocasión a los sacerdotes, he querido subrayar lo que resplandece sobre todo en la existencia de este humilde ministro del altar: “su total identificación con el propio ministerio”. Él solía decir que “un buen pastor, un pastor según el corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. Y casi sin poder concebir la grandeza del don y de la tarea confiados a una pobre criatura humana, suspiraba: “¡Oh, qué grande es el sacerdote!... si se comprendiera a sí mismo, moriría... Dios le obedece: él pronuncia dos palabras y Nuestro Señor desciende del cielo a su voz y se mete en una pequeña hostia”.

            En verdad, precisamente considerando el binomio “identidad-misión”, cada sacerdote puede advertir mejor la necesidad de esa progresiva identificación con Cristo que le garantiza la fidelidad y la fecundidad del testimonio evangélico. El mismo título del Año Sacerdotal – Fidelidad de Cristo, fidelidad del sacerdote – evidencia que el don de la gracia divina precede toda posible respuesta humana y realización pastoral, y así, en la vida del sacerdote, anuncio misionero y culto no son separables nunca, como tampoco se separan la identidad ontológico-sacramental y la misión evangelizadora. Por lo demás, el fin de la misión de todo presbítero, podríamos decir, es “cultual”: para que todos los hombres puedan ofrecerse a Dios como hostia viva, santa, agradable a Él (Cf. Rm 12,1), que en la misma creación, en los hombres, se convierte en culto, alabanza del Creador, recibiendo aquella caridad que están llamados a dispensarse abundantemente unos a otros. Lo advertimos claramente en los inicios del cristianismo. San Juan Crisóstomo decía, por ejemplo, que el sacramento del altar y el “sacramento del hermano”, o, como dice, el “sacramento del pobre”, constituyen dos aspectos del mismo misterio.

            El amor al prójimo, la atención a la justicia y a los pobres, no son solamente temas de una moral social, sino más bien expresión de una concepción sacramental de la moralidad cristiana, porque, a través del ministerio de los presbíteros, se realiza el sacrificio espiritual de todos los fieles, en unión con el de Cristo, único Mediador: sacrificio que los presbíteros ofrecen de forma incruenta y sacramental en espera de la nueva venida del Señor. Ésta es la principal dimensión, esencialmente misionera y dinámica, de la identidad y del ministerio sacerdotal: a través del anuncio del Evangelio engendran en la fe a aquellos que aún no creen, para que puedan unir el sacrificio de Cristo a su sacrificio, que se traduce en amor a Dios y al prójimo.

            Queridos hermanos y hermanas, frente a tantas incertidumbres y cansancios, también en el ejercicio del ministerio sacerdotal es urgente recuperar un juicio claro e inequívoco sobre el primado absoluto de la gracia divina, recordando lo que escribe santo Tomás de Aquino: “El más pequeño don de la gracia supera el bien natural de todo el universo” (Summa Theologiae, I-II, q. 113, a. 9, ad 2). La misión de cada presbítero dependerá, por tanto, también y sobre todo de la conciencia de la realidad sacramental de su “nuevo ser”. De la certeza de su propia identidad, no construida artificialmente sino dada y acogida gratuitamente y divinamente, depende siempre el renovado entusiasmo del sacerdote por su misión. También para los presbíteros vale lo que he escrito en la Encíclica Deus caritas est: “En el origen del ser cristiano no hay una decisión ética o una gran idea, sino más bien el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que trae a la vida un nuevo horizonte y con ello la dirección decisiva” (n. 1).

            Habiendo recibido un tan extraordinario don de la gracia con su “consagración”, los presbíteros se convierten en testigos permanentes de su encuentro con Cristo. Partiendo precisamente de esta conciencia interior, éstos pueden llevar a cabo plenamente su “misión”, mediante el anuncio de la Palabra y la administración de los Sacramentos. Tras el Concilio Vaticano II, se ha producido aquí la impresión de que en la misión de los sacerdotes, en este tiempo nuestro, haya algo más urgente; algunos creían que se debía construir en primer lugar una sociedad distinta. La página evangélica que hemos escuchado al principio llama, en cambio, la atención sobre los dos elementos esenciales del ministerio sacerdotal. Jesús envía, en aquel tiempo y a hora, a los Apóstoles a anunciar el Evangelio y les da el poder de cazar a los espíritus malignos. “Anuncio” y “poder”, es decir, “palabra” y “sacramento”, son por tanto las dos comunes fundamentales del servicio sacerdotal, más allá de sus posibles múltiples configuraciones.

            Cuando no se tiene en cuenta el “díptico” consagración-misión, resulta verdaderamente difícil comprender la identidad del presbítero y de su ministerio en la Iglesia. ¿Quién es de hecho el presbítero, si no un hombre convertido y renovado por el Espíritu, que vive de la relación personal con Cristo, haciendo constantemente propios los criterios evangélicos? ¿Quién es el presbítero, si no un hombre de unidad y de verdad, consciente de sus propios

límites y, al mismo tiempo, de la extraordinaria grandeza de la vocación recibida, la de ayudar a extender el Reino de Dios hasta los extremos confines de la tierra? ¡Sí! El sacerdote es un hombre todo del Señor, porque es Dios mismo quien le llama y le constituye en su servicio apostólico. Y precisamente siendo todo del Señor, es todo de los hombres, para los hombres.

            Durante este Año Sacerdotal, que se extenderá hasta la próxima Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, oremos por todos los sacerdotes. Que se multipliquen en las diócesis, en las parroquias, en las comunidades religiosas (especialmente en las monásticas), en las asociaciones y los movimientos, en las diversas agregaciones pastorales presentes en todo el mundo, iniciativas de oración y, en particular, de adoración eucarística, por la santificación del clero y por las vocaciones sacerdotales, respondiendo a la invitación de Jesús a orar “al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,38).

            La oración es la primera tarea, el verdadero camino de santificación de los sacerdotes, y el alma de la auténtica “pastoral vocacional”.La escasez numérica de ordenaciones sacerdotales en algunos países no sólo no debe desanimar, sino que debe empujar a multiplicar los espacios de silencio y de escucha de la Palabra, a cuidar mejor la dirección espiritual y el sacramento de la confesión, para que la voz de Dios, que siempre sigue llamando y confirmando, pueda ser escuchada y prontamente seguida por muchos jóvenes. Quien reza no tiene miedo; quien reza nunca está solo; ¡quien reza se salva! Modelo de una existencia hecha oración es sin duda san Juan María Vianney. María, Madre de la Iglesia, ayude a todos los sacerdotes a seguir su ejemplo para ser, como él, testigos de Cristo y apóstoles del Evangelio.

 

3. PUBLICAMOS EL DISCURSO QUE PRONUNCIÓ BENEDICTO XVI EL 22 DE SEPTIEMBRE EN LA RESIDENCIA PONTIFICIA DE CASTEL GANDOLFO A 107 OBISPOS NOMBRADOS EN LOS ÚLTIMOS DOCE MESES.

 

CONSEJOS DEL PAPA A NUEVOS OBISPOS


            Queridos hermanos en el episcopado:


            Ya es costumbre, desde hace varios años, que los obispos nombrados recientemente se reúnan en Roma para un encuentro que se vive como una peregrinación a la tumba de san Pedro. Os acojo con particular afecto. La experiencia que estáis realizando, además de estimularos en la reflexión sobre las responsabilidades y las tareas de un obispo, os permite reavivar en vuestra alma la certeza de que, al gobernar la Iglesia de Dios, no estáis solos, sino que, juntamente con la ayuda de la gracia, contáis con el apoyo del Papa y el de vuestros hermanos en el episcopado.

            Estar en el centro de la catolicidad, en esta Iglesia de Roma, abre vuestras almas a una percepción más viva de la universalidad del pueblo de Dios y aumenta en vosotros la solicitud por toda la Iglesia.

            El día de la ordenación episcopal, antes de la imposición de las manos, la Iglesia pide al candidato que asuma algunos compromisos, entre los cuales, además del de anunciar con fidelidad el Evangelio y custodiar la fe, se encuentra el de "perseverar en la oración a Dios todopoderoso por el bien de su pueblo santo". Hoy quiero reflexionar con vosotros precisamente sobre el carácter apostólico y pastoral de la oración del obispo.

            El evangelista san Lucas escribe que Jesucristo escogió a los doce Apóstoles después de pasar toda la noche orando en el monte (cf. Lc 6, 12); y el evangelista san Marcos precisa que los Doce fueron elegidos para que "estuvieran con él y para enviarlos" (Mc 3, 14).

            Al igual que los Apóstoles, también nosotros, queridos hermanos en el episcopado, en cuanto sus sucesores, estamos llamados ante todo a estar con Cristo, para conocerlo más profundamente y participar de su misterio de amor y de su relación llena de confianza con el Padre. En la oración íntima y personal, el obispo, como todos los fieles y más que ellos, está llamado a crecer en el espíritu filial con respecto a Dios, aprendiendo de Jesús mismo la familiaridad, la confianza y la fidelidad, actitudes propias de él en su relación con el Padre.

            Y los Apóstoles comprendieron muy bien que la escucha en la oración y el anuncio de lo que habían escuchado debían tener el primado sobre las muchas cosas que es preciso hacer, porque decidieron: "Nosotros nos dedicaremos a la oración y al ministerio de la Palabra" (Hch 6, 4). Este programa apostólico es sumamente actual. Hoy, en el ministerio de un obispo, los aspectos organizativos son absorbentes; los compromisos, múltiples; las necesidades, numerosas; pero en la vida de un sucesor de los Apóstoles el primer lugar debe estar reservado para Dios. Especialmente de este modo ayudamos a nuestros fieles.

            Ya san Gregorio Magno, en la Regla pastoral afirmaba que el pastor "de modo singular debe destacar sobre todos los demás por la oración y la contemplación" (II, 5). Es lo que la tradición formuló después con la conocida expresión: "Contemplata aliis tradere" (cf. santo Tomás de Aquino, Summa Theologiae, II-II, q. 188, a. 6).

            En la encíclica Deus caritas est, refiriéndome a la narración del episodio bíblico de la escala de Jacob, quise poner de relieve que precisamente a través de la oración el pastor se hace sensible a las necesidades de los demás y misericordioso con todos (cf. n. 7). Y recordé el pensamiento de san Gregorio Magno, según el cual el pastor arraigado en la contemplación sabe acoger las necesidades de los demás, que en la oración hace suyas: "per pietatis viscera in se infirmitatem caeterorum transferat" (Regla pastoral, ib. ).

            La oración educa en el amor y abre el corazón a la caridad pastoral para acoger a todos los que recurren al obispo. Este, modelado en su interior por el Espíritu Santo, consuela con el bálsamo de la gracia divina, ilumina con la luz de la Palabra, reconcilia y edifica en la comunión fraterna.

            En vuestra oración, queridos hermanos, deben ocupar un lugar particular vuestros sacerdotes, para que perseveren siempre en su vocación y sean fieles a la misión presbiteral que se les ha encomendado. Para todo sacerdote es muy edificante saber que el obispo, del que ha recibido el don del sacerdocio o que, en cualquier caso, es su padre y su amigo, lo tiene presente en la oración, con afecto, y que está siempre dispuesto a acogerlo, escucharlo, sostenerlo y animarlo.

            Además, en la oración del obispo nunca debe faltar la súplica por nuevas vocaciones. Debe pedirlas con insistencia a Dios, para que llame "a los que quiera" para su sagrado ministerio.

            El munus sanctificandi que habéis recibido os compromete, asimismo, a ser animadores de oración en la sociedad. En las ciudades en las que vivís y actuáis, a menudo agitadas y ruidosas, donde el hombre corre y se extravía, donde se vive como si Dios no existiera, debéis crear espacios y ocasiones de oración, donde en el silencio, en la escucha de Dios mediante la lectio divina, en la oración personal y comunitaria, el hombre pueda encontrar a Dios y hacer una experiencia viva de Jesucristo que revela el auténtico rostro del Padre.

            No os canséis de procurar que las parroquias y los santuarios, los ambientes de educación y de sufrimiento, pero también las familias, se conviertan en lugares de comunión con el Señor. De modo especial, os exhorto a hacer de la catedral una casa ejemplar de oración, sobre todo litúrgica, donde la comunidad diocesana reunida con su obispo pueda alabar y dar gracias a Dios por la obra de la salvación e interceder por todos los hombres.

            San Ignacio de Antioquía nos recuerda la fuerza de la oración comunitaria: "Si la oración de uno o de dos tiene tanta fuerza, ¡cuánto más la del obispo y de toda la Iglesia!" (Carta a los Efesios, 5).

            En pocas palabras, queridos hermanos en el episcopado, sed hombres de oración. "La fecundidad espiritual del ministerio del obispo depende de la intensidad de su unión con el Señor. Un obispo debe sacar de la oración luz, fuerza y consuelo para su actividad pastoral", como escribe el Directorio para el ministerio pastoral de los obispos (Apostolorum successores, 36).

            Al orar a Dios por vosotros mismos y por vuestros fieles, tened la confianza de los hijos, la audacia del amigo, la perseverancia de Abraham, que fue incansable en la intercesión. Como Moisés, tened las manos elevadas hacia el cielo, mientras vuestros fieles libran el buen combate de la fe. Como María, alabad cada día a Dios por la salvación que realiza en la Iglesia y en el mundo, convencidos de que para Dios nada es imposible (cf. Lc 1, 37).

            Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, a los seminaristas y a los fieles de vuestras diócesis, una bendición apostólica especial.

 

 

4. PUBLICAMOS LA CARTA QUE HAN ENVIADO CARDENAL CLÁUDIO HUMMES, O.F.M. Y EL ARZOBISPO MAURO PIACENZA, PRESIDENTE Y SECRETARIO DE LA CONGREGACIÓN VATICANA PARA EL CLERO CON MOTIVO DE LA JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LA SANTIFICACIÓN DE LOS SACERDOTES QUE SE CELEBRA EL 30 DE MAYO, FIESTA DEL CORAZÓN DE JESÚS.

 

Reverendos y queridos hermanos en el sacerdocio:

 

            En la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, con una mirada incesante de amor, fijamos los ojos de nuestra mente y de nuestro corazón en Cristo, único Salvador de nuestra vida y del mundo. Remitirnos a Cristo significa remitirnos a aquel Rostro que todo hombre, consciente o inconscientemente, busca como única respuesta adecuada a su insuprimible sed de felicidad.

            Nosotros ya encontramos este Rostro y, en aquel día, en aquel instante, su amor hirió de tal manera nuestro corazón, que no pudimos menos de pedir estar incesantemente en su presencia. «Por la mañana escucharás mi voz, por la mañana te expongo mi causa y me quedo aguardando» (Salmo 5).

               La sagrada liturgia nos lleva a contemplar una vez más el misterio de la encarnación del Verbo, origen y realidad íntima de esta compañía que es la Iglesia: el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob se revela en Jesucristo. «Nadie habría podido ver su gloria si antes no hubiera sido curado por la humildad de la carne. Quedaste cegado por el polvo, y con el polvo has sido curado: la carne te había cegado, la carne te cura» (San Agustín, Comentario al Evangelio de san Juan, Homilía 2, 16).

            Sólo contemplando de nuevo la perfecta y fascinante humanidad de Jesucristo, vivo y operante ahora, que se nos ha revelado y que sigue inclinándose sobre cada uno con el amor de total predilección que le es propio, se puede dejar que él ilumine y colme ese abismo de necesidad que es nuestra humanidad, con la certeza de la esperanza encontrada, y con la seguridad de la Misericordia que abarca nuestros límites, enseñándonos a perdonar lo que de nosotros mismos ni siquiera lográbamos descubrir. «Una sima grita a otra sima con voz de cascadas» (Salmo 41).

            Con ocasión de la tradicional Jornada de oración por la santificación de los sacerdotes, que se celebra en la fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús, quiero recordar la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración: «Ha llegado el momento de reafirmar la importancia de la oración ante el activismo y el secularismo» (Benedicto XVI, Deus caritas est, 37). No nos cansemos de acudir a su Misericordia, de dejarle mirar y curar las llagas dolorosas de nuestro pecado para asombrarnos ante el milagro renovado de nuestra humanidad redimida.

            Queridos hermanos en el sacerdocio, somos los expertos de la Misericordia de Dios en nosotros y, sólo así, sus instrumentos al abrazar, de modo siempre nuevo, la humanidad herida. «Cristo no nos salva de nuestra humanidad, sino a través de ella; no nos salva del mundo, sino que ha venido al mundo para que el mundo se salve por medio de él (cf. Jn 3, 17)» (Benedicto XVI, Mensaje «urbi et orbi», 25 de diciembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de diciembre de 2006, p. 20). Somos, por último, presbíteros por el sacramento del Orden, el acto más elevado de la Misericordia de Dios y a la vez de su predilección.

            En segundo lugar, en la insuprimible y profunda sed de él, la dimensión más auténtica de nuestro sacerdocio es la mendicidad: la petición sencilla y continua; se aprende en la oración silenciosa, que siempre ha caracterizado la vida de los santos; hay que pedirla con insistencia. Esta conciencia de la relación con él se ve sometida diariamente a la purificación de la prueba. Cada día caemos de nuevo en la cuenta de que este drama también nos afecta a nosotros, ministros que actuamos in persona Christi capitis. No podemos vivir un solo instante en su presencia sin el dulce anhelo de reconocerlo, conocerlo y adherirnos más a él. No cedamos a la tentación de mirar nuestro ser sacerdotes como una carga inevitable e indelegable, ya asumida, que se puede cumplir «mecánicamente», tal vez con un programa pastoral articulado y coherente. El sacerdocio es la vocación, el camino, el modo a través del cual Cristo nos salva, con el que nos ha llamado, y nos sigue llamando ahora, a vivir con él.

            La única medida adecuada, ante nuestra santa vocación, es la radicalidad. Esta entrega total, con plena conciencia de nuestra infidelidad, sólo puede llevarse a cabo como una decisión renovada y orante que luego Cristo realiza día tras día. Incluso el don del celibato sacerdotal se ha de acoger y vivir en esta dimensión de radicalidad y de plena configuración con Cristo. Cualquier otra postura, con respecto a la realidad de la relación con él, corre el peligro de ser ideológica.

            Incluso la cantidad de trabajo, a veces enorme, que las actuales condiciones del ministerio nos exigen llevar a cabo, lejos de desalentarnos, debe impulsarnos a cuidar con mayor atención aún nuestra identidad sacerdotal, la cual tiene una raíz ciertamente divina. En este sentido, con una lógica opuesta a la del mundo, precisamente las condiciones peculiares del ministerio nos deben impulsar a «elevar el tono» de nuestra vida espiritual, testimoniando con mayor convicción y eficacia nuestra pertenencia exclusiva al Señor.

            Él, que nos ha amado primero, nos ha educado para la entrega total. «Salí al encuentro de quien me buscaba. Dije: "Heme aquí" a quien invocaba mi nombre». El lugar de la totalidad por excelencia es la Eucaristía, pues «en la Eucaristía Jesús no da "algo", sino a sí mismo; ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega así toda su vida, manifestando la fuente originaria de este amor divino» (Sacramentum caritatis, 7).

            Queridos hermanos, seamos fieles a la celebración diaria de la santísima Eucaristía, no sólo para cumplir un compromiso pastoral o una exigencia de la comunidad que nos ha sido encomendada, sino por la absoluta necesidad personal que sentimos, como la respiración, como la luz para nuestra vida, como la única razón adecuada a una existencia presbiteral plena.

            El Santo Padre, en la exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (n. 66) nos vuelve a proponer con fuerza la afirmación de san Agustín: «Nadie come de esta carne sin antes adorarla (...), pecaríamos si no la adoráramos» (Enarrationes in Psalmos 98, 9). No podemos vivir, no podemos conocer la verdad sobre nosotros mismos, sin dejarnos contemplar y engendrar por Cristo en la adoración eucarística diaria, y el «Stabat» de María, «Mujer eucarística», bajo la cruz de su Hijo, es el ejemplo más significativo que se nos ha dado de la contemplación y de la adoración del Sacrificio divino.     Como la dimensión misionera es intrínseca a la naturaleza misma de la Iglesia, del mismo modo nuestra misión está ínsita en la identidad sacerdotal, por lo cual la urgencia misionera es una cuestión de conciencia de nosotros mismos. Nuestra identidad sacerdotal está edificada y se renueva día a día en la «conversación» con nuestro Señor. La relación con él, siempre alimentada en la oración continua, tiene como consecuencia inmediata la necesidad de hacer partícipes de ella a quienes nos rodean.            

En efecto, la santidad que pedimos a diario no se puede concebir según una estéril y abstracta acepción individualista, sino que, necesariamente, es la santidad de Cristo, la cual es contagiosa para todos: «Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser "para todos", hace que este sea nuestro modo de ser» (Benedicto XVI, Spe salvi, 28).

            Este «ser para todos» de Cristo se realiza, para nosotros, en los tria munera de los que somos revestidos por la naturaleza misma del sacerdocio. Esos tria munera, que constituyen la totalidad de nuestro ministerio, no son el lugar de la alienación o, peor aún, de un mero reduccionismo funcionalista de nuestra persona, sino la expresión más auténtica de nuestro ser de Cristo; son el lugar de la relación con él. El pueblo que nos ha sido encomendado para que lo eduquemos, santifiquemos y gobernemos, no es una realidad que nos distrae de «nuestra vida», sino que es el rostro de Cristo que contemplamos diariamente, como para el esposo es el rostro de su amada, como para Cristo es la Iglesia, su esposa. El pueblo que nos ha sido encomendado es el camino imprescindible para nuestra santidad, es decir, el camino en el que Cristo manifiesta la gloria del Padre a través de nosotros.

            «Si a quien escandaliza a uno solo y al más pequeño conviene que se le cuelgue al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar (...), ¿qué deberán sufrir y recibir como castigo los que mandan a la perdición (...) a un pueblo entero?» (San Juan Crisóstomo, De sacerdotio VI, 1.498). Ante la conciencia de una tarea tan grave y una responsabilidad tan grande para nuestra vida y salvación, en la que la fidelidad a Cristo coincide con la «obediencia» a las exigencias dictadas por la redención de aquellas almas, no queda espacio ni siquiera para dudar de la gracia recibida. Sólo podemos pedir que se nos conceda ceder lo más posible a su amor, para que él actúe a través de nosotros, pues o dejamos que Cristo salve el mundo, actuando en nosotros, o corremos el riesgo de traicionar la naturaleza misma de nuestra vocación. La medida de la entrega, queridos hermanos en el sacerdocio, sigue siendo la totalidad. «Cinco panes y dos peces» no son mucho; sí, pero son todo. La gracia de Dios convierte nuestra poquedad en la Comunión que sacia al pueblo. De esta «entrega total» participan de modo especial los sacerdotes ancianos o enfermos, los cuales, diariamente, desempeñan el ministerio divino uniéndose a la pasión de Cristo y ofreciendo su existencia presbiteral por el verdadero bien de la Iglesia y la salvación de las almas.

            Por último, el fundamento imprescindible de toda la vida sacerdotal sigue siendo la santa Madre de Dios. La relación con ella no puede reducirse a una piadosa práctica de devoción, sino que debe alimentarse con un continuo abandono de toda nuestra vida, de todo nuestro ministerio, en los brazos de la siempre Virgen. También a nosotros María santísima nos lleva de nuevo, como hizo con san Juan bajo la cruz de su Hijo y Señor nuestro, a contemplar con ella el Amor infinito de Dios: «Ha bajado hasta aquí nuestra Vida, la verdadera Vida; ha cargado con nuestra muerte para matarla con la sobreabundancia de su Vida» (San Agustín, Confesiones IV, 12).

            Dios Padre escogió como condición para nuestra redención, para el cumplimiento de nuestra humanidad, para el acontecimiento de la encarnación del Hijo, la espera del «fiat» de una Virgen ante el anuncio del ángel. Cristo decidió confiar, por decirlo así, su vida a la libertad amorosa de su Madre: «Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, sufriendo con su Hijo que moría en la cruz, colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su obediencia, su fe, su esperanza y su amor ardiente, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia» (Lumen gentium, 61).

            El Papa san Pío X afirmó: «Toda vocación sacerdotal viene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre». Eso es verdad con respecto a la evidente maternidad biológica, pero también con respecto al «alumbramiento» de toda fidelidad a la vocación de Cristo. No podemos prescindir de una maternidad espiritual para nuestra vida sacerdotal: encomendémonos con confianza a la oración de toda la santa madre Iglesia, a la maternidad del pueblo, del que somos pastores, pero al que está encomendada también nuestra custodia y santidad; pidamos este apoyo fundamental.

            Se plantea, queridos hermanos en el sacerdocio, la urgencia de «un movimiento de oración, que ponga en el centro la adoración eucarística continuada, durante las veinticuatro horas, de modo tal que, de cada rincón de la tierra, se eleve a Dios incesantemente una oración de adoración, agradecimiento, alabanza, petición y reparación, con el objetivo principal de suscitar un número suficiente de santas vocaciones al estado sacerdotal y, al mismo tiempo, acompañar espiritualmente -al nivel de Cuerpo místico- con una especie de maternidad espiritual, a quienes ya han sido llamados al sacerdocio ministerial y están ontológicamente conformados con el único sumo y eterno Sacerdote, para que le sirvan cada vez mejor a él y a los hermanos, como los que, a la vez, están "en" la Iglesia pero también, "ante" la Iglesia (cf. Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, 16), haciendo las veces de Cristo y, representándolo, como cabeza, pastor y esposo de la Iglesia» (Carta de la Congregación para el clero, 8 de diciembre de 2007).

            Se delinea, últimamente, una nueva forma de maternidad espiritual, que en la historia de la Iglesia siempre ha acompañado silenciosamente el elegido linaje sacerdotal: se trata de la consagración de nuestro ministerio a un rostro determinado, a un alma consagrada, que esté llamada por Cristo y, por tanto, que elija ofrecerse a sí misma, sus sufrimientos necesarios y sus inevitables pruebas de la vida, para interceder en favor de nuestra existencia sacerdotal, viviendo de este modo en la dulce presencia de Cristo.

            Esta maternidad, en la que se encarna el rostro amoroso de María, es preciso pedirla en la oración, pues sólo Dios puede suscitarla y sostenerla. No faltan ejemplos admirables en este sentido. Basta pensar en las benéficas lágrimas de santa Mónica por su hijo Agustín, por el cual lloró «más de lo que lloran las madres por la muerte física de sus hijos» (San Agustín, Confesiones III, 11). Otro ejemplo fascinante es el de Eliza Vaughan, la cual dio a luz y encomendó al Señor trece hijos; seis de sus ocho hijos varones se hicieron sacerdotes; y cuatro de sus cinco hijas fueron religiosas.

Dado que no es posible ser verdaderamente mendicantes ante Cristo, admirablemente oculto en el misterio eucarístico, sin saber pedir concretamente la ayuda efectiva y la oración de quien él nos pone al lado, no tengamos miedo de encomendarnos a las maternidades que, ciertamente, suscita para nosotros el Espíritu.   Santa Teresa del Niño Jesús, consciente de la necesidad extrema de oración por todos los sacerdotes, sobre todo por los tibios, escribe en una carta dirigida a su hermana Celina: «Vivamos por las almas, seamos apóstoles, salvemos sobre todo las almas de los sacerdotes (...). Oremos, suframos por ellos, y, en el último día, Jesús nos lo agradecerá» (Carta 94). 

            Encomendémonos a la intercesión de la Virgen Santísima, Reina de los Apóstoles, Madre dulcísima. Contemplemos, con ella, a Cristo en la continua tensión a ser total y radicalmente suyos. Esta es nuestra identidad. Recordemos las palabras del santo cura de Ars, patrono de los párrocos: «Si yo tuviera ya un pie en el cielo y me vinieran a decir que volviera a la tierra para trabajar por la conversión de los pecadores, volvería de buen grado. Y si para ello fuera necesario que permaneciera en la tierra hasta el fin del mundo, levantándome siempre a medianoche, y sufriera como sufro, lo haría de todo corazón» (Frère Athanase, Procès de l'Ordinaire, p. 883).

 El Señor guíe y proteja a todos y cada uno, de modo especial a los enfermos y a los que sufren, en el constante ofrecimiento de nuestra vida por amor.     

 

Cardenal Cláudio Hummes, o.f.m. Prefecto

 

 

ORACIÓN DEL SACERDOTE

 

Señor, Tu me has llamado al ministerio sacerdotal

en un momento concreto de la historia en el que,

como en los primeros tiempos apostólicos,

quieres que todos los cristianos,

y en modo especial los sacerdotes,

seamos testigos de las maravillas de Dios

y de la fuerza de tu Espíritu.

Haz que también yo sea testigo de la dignidad de la vida humana,

de la grandeza del amor

y del poder del ministerio recibido:

Todo ello con mi peculiar estilo de vida entregada a Ti

por amor, sólo por amor y por un amor más grande.

Haz que mi vida celibataria

sea la afirmación de un sí, gozoso y alegre,

que nace de la entrega a Ti

y de la dedicación total a los demás al servicio de tu Iglesia.

Dame fuerza en mis flaquezas

y también agradecer mis victorias.

Madre, que dijiste el sí más grande y maravilloso

de todos los tiempos,

que yo sepa convertir mi vida de cada día

en fuente de generosidad y entrega,

y junto a Ti, a los pies de las grandes cruces del mundo,

me asocie al dolor redentor de la muerte de tu Hijo

para gozar con El del triunfo de la resurrección

para la vida eterna. Amen

  

 

ORACIÓN DEL SACERDOTE  PARA REZAR CADA DÍA

 

       Dios omnipotente, que Tu gracia nos ayude para que nosotros, que hemos recibido el ministerio sacerdotal, podamos servirte de modo digno y devoto, con toda pureza y buena conciencia. Y si no logramos vivir la vida con mucha inocencia, concédenos en todo caso de llorar dignamente el mal que hemos cometido, y de servirte fervorosamente en todo con espíritu de humildad y con el propósito de buena voluntad. Por Cristo, nuestro Señor. Amén.

 

Invocación: ¡Oh buen Jesús!, haz que yo sea sacerdote según Tu corazón.

 

ORACIÓN A JESUCRISTO

 

       Jesús justísimo, tú que con singular benevolencia me has llamado, entre millares de hombres, a tu secuela y a la excelente dignidad sacerdotal, concédeme, te pido, tu fuerza divina para que pueda cumplir en el modo justo mi ministerio. Te suplico, Señor Jesús de hacer revivir en mí, hoy y siempre, tu gracia, que me ha sido dada por la imposición de las manos del obispo. Oh médico potentísimo de las almas, cúrame de manera tal que no caiga nuevamente en los vicios y escape de cada pecado y pueda complacerte hasta mi muerte. Amén.

Oración para suplicar la gracia de custodiar la castidad

       Señor Jesucristo, esposo de mi alma, delicia de mi corazón, más bien corazón mío y alma mía, frente a ti me postro de rodillas, rogándote y suplicándote con todo mi fervor de concederme preservar la fe que me has dado de manera solemne. Por ello, Jesús dulcísimo, que yo rechace cada impiedad, que sea siempre extraño a los deseos carnales y a las concupiscencias terrenas, que combaten contra el alma y que, con tu ayuda, conserve íntegra la castidad.

       ¡Oh santísima e inmaculada Virgen María!, Virgen de las vírgenes y Madre nuestra amantísima, purifica cada día mi corazón y mi alma, pide por mí el temor del Señor y una particular desconfianza en mis propias fuerzas.

          San José, custodio de la virginidad de María, custodia mi alma de cada pecado.

       Todas ustedes Vírgenes santas, que siguen por doquier al Cordero divino, sean siempre premurosas con respecto a mí pecador para que no peque en pensamientos, palabras u obras y nunca me aleje del castísimo corazón de Jesús. Amén

 

 

ORACIÓN POR LOS SACERDOTES

 

Señor Jesús, presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus Sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que non tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como Ella quiere ser servida.

Que sean hombres, testigos del eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida

estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amen

 

APÉNDICE

 

 BREVE MIRADA A LA HISTORIA RECIENTE DE LA LITURGIA ANTES Y DESPUÉS DEL CONCILIO

 

Los seminaristas o sacerdotes que, antes del Concilio, habíamos leído el libro de Dom Chautard, EL ALMA DE TODO APOSTOLADO, obligado si eras un seminarista culto y piadoso,  sabíamos y estábamos convencidos de que la oración era el alma y el corazón de todo apostolado. Igual que lo que tuvimos la suerte de conocer la HISTORIA DE UN ALMA, así como de Franz M. Moschener, LA ORACIÓN CRISTIANA, libros todos de moda en los seminarios de mi tiempo, pero, sobre todo, para mí personalmente: LA DOCTRINA ESPIRITUAL DE SOR ISABEL DE LA TRINIDAD, del P.P. Phillipon O.P., de la cual soy muy deudor en materia de espiritualidad del sacerdocio y de la oración,

Después del Concilio, y por falsas e intencionadas interpretaciones, pero a nivel de Europa, sobre todo, Francia, que en aquellos era modelo para muchos sacerdotes españoles, que debido a su influencia se hicieron políticos, obreros, sacerdotes «ad tempus», casados...y la célebre Asamblea Conjunta de Obispos y Sacerdotes de España..., --es que hay que ver las Iglesias tan distintas que nos ha tocado ver y vivir a los que ya tenemos más setenta años, hay que ver lo que hemos visto y escuchado y leído--; en aquellos tiempo el sacerdote podía y debía ser todo, menos de Cristo, porque hasta era la comunidad la que te debía elegir y dar el mandato para presidirla; debía meterse en política, hacerse obrero profesional, trabajar de lo que fuera, todo era sacerdocio; de orar, nada o poco, el trabajo te santificaba; qué pasó, que consecuencias tuvo todo esto: secularizaciones a montones, por miles..

Y en liturgia... desde Dom Guéranger, OSB, con su gran libro EL AÑO LITÚRGICO, hasta recién terminado el Concilio, la oración litúrgica era el alma de la misma y de la Iglesia; después del Concilio, fue en un campo de futbol, lo recuerdo porque me impresionó tanto que no le puedo olvidar, en un campo de futbol me dice un religioso de una Orden determinada: « Qué bien el concilio...ya está bien de tanta oración y recogimiento y rezar... el trabajo y el apostolado es la mejor oración; y lo mismo en la liturgia, hay que hacer ritos nuevos, acciones y celebraciones que el pueblo entienda y dejemos ya lo trasnochado de siglos pasado, hay que reinventar la liturgia.... Y es claro, después del Concilio, como hubo que reformar tantos libros litúrgicos, y cada día salía uno nuevo, y se escribía más y más sobre si lo habían hecho bien, resultó que muchos creyeron que en eso estaba la liturgia y toda la reforma, al menos, la parte más importante.

Muchos liturgistas y sacerdote del postconcilio preocupados de cómo debían celebrarse los misterios sagrados, dedicaban más tiempo y preocupación a cómo debían hacerse las cosas, que trabajar por lo más importante, por la esencia de la liturgia que será siempre: qué es lo que Cristo quiere y hace y busca en las acciones sagradas en relación con su Iglesia, especialmente el sacerdote que lo representa y hace presente,  y cómo y por donde debemos entrar nosotros en el corazón de la liturgia, de los misterios que se hacen presente.

Esto hizo que los sacerdotes, los celebrantes estuviéramos más preocupados también por la celebración externa que por la espiritual. Además como muchos o la mayor parte de los seminaristas de aquel tiempo no estudiamos Liturgia en el Seminario, y el profesor de la misma sólo nos hacía representar y divertirnos con las ceremonias de los sacramentos, y qué divertido era, total, que para algunos que tenían fama de liturgos y piadosos, todo consistía en aprender las ceremonias, y de lo espiritual, del encuentro santificador, ni hablar, porque el sacramento operaba «ipso facto» «ex opere operato».

Recuerdo cómo me preparé para la celebración de la misa: me hice un cáliz de papel, me procuré todo lo necesario para celebrarla, y teniendo presente el misal, me aprendí cómo había que poner las manos, cómo levantar el cáliz, cómo darme la vuelta y hacer genuflexión, porque había que cuidar hasta el más mínimos detalle. El que así lo hacía, era el más piadoso y el que mejor celebraba. Me parece que había más de doscientas advertencias...

Se olvidó la norma de San Benito: «mens concordet voci»; nada de eso, todo estaba en hacer exactamente los ritos y las palabras, no hacía falta más, y se olvidaban de los principal: hacer las acciones de Cristo con el Espíritu de Cristo y asimilarlas y tratar de vivirlas en la vida que había quedado ofrecida y consagrada con Cristo al Padre. Bastaba pronunciar y hacer, y ya quedaba uno santificado. El celebrante era mero actor; la liturgia, corografía.

Yo creo que todavía, a pesar de que los Papas y los liturgistas insisten más que nunca en la preparación espiritual, no creo que podamos decir con toda verdad que la liturgia, como dice el Concilio, es el cúlmen y centro de nuestra vida espiritual y apostólica, de nuestro ser y actuar sacerdotal, porque la vivamos como la fuente de la vida cristiana y sacerdotal de la cual nos alimentamos y a la cual acudimos para relanzarnos en la vida espiritual y apostólica.  

En la Liturgia, el consagrado-enviado es constituido en su identidad; en ella,  recibe el don «de la fuente que mana y corre, aunque es noche» (por la fe), la savia espiritual y apostólica que viene de Cristo que se hace presente, y que ante el Padre ora y se ofrece por nosotros como cabeza. La oración personal-litúrgica debe inundar toda la acción y la actitud personal del que está configurado sacramentalmente para actuar in persona «Christi capitis», y que llega de esta forma a la mística sacerdotal. En esa concepción de ministerio se realiza plenamente el espíritu de la liturgia: ser cúlmen y centro y meta de toda la vida de la Iglesia, fuente de la que mana, y meta a la que conduce.

Y para eso, la oración personal es absolutamente necesaria para entrar y dar respuesta a la oración y plegaria litúrgica, sobre todo eucarística, que es centro y culmen, si participamos y entramos en ella por la oración personal.

Bien entendida, la liturgia, el vínculo y unión e interacción entre oración litúrgica y oración personal, entre acción litúrgica y oración personal comunitaria es tal que la liturgia es la mejor provocación de la personal y la personal es la mejor participación de la liturgia por la contemplación del misterio que irrumpe en el tiempo por las palabras y gestos litúrgicos. Oración personal y liturgia pertenecen al mismo misterio de gracia, y expresan de modo diverso la realidad del culto cristiano y de la santificación como respuesta personal y comunitaria a la salvación.

Ya en S.C. 12 se afirmaba la necesidad de la oración personal, según el mandato del Señor, diciendo que la vida espiritual «no se agota» en la sola liturgia, que de otras forma era puro teatro desarrollada por la estética y corografía litúrgica, sin vida interior que se una a la savia y corriente de vida que surge del corazón de los misterios celebrados, donde solo podemos entrar por la unión, devoción, la fe y el amor de la oración personal comunitaria del que participa en la misma, como celebrante o como participante. 

En CCE 2655 se afirma explícitamente: «La oración interioriza y asimila la liturgia durante su celebración y después de la misma. Incluso cuando la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6,6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Santísima Trinidad». Por eso, oración, liturgia, oración personal y litúrgica, celebración litúrgica son también los silencios mandados por el ritual. Porque son encuentros sin palabras con el Cristo que se ha hecho presente. Es liturgia contemplativa, u oración o contemplación litúrgica.

Para favorecer la interacción entre oración personal y oración litúrgica, ante todo hay que recrear desde dentro las oraciones ofrecidas por la Iglesia en los libros litúrgicos, expresar nuestra oración espontánea, la meditación personal de la palabra, como un ministerio espiritual de predicación, acompañar la oración de la Iglesia con una creatividad de oración personal (por ejemplo con las colectas sálmicas de la 1iturgia de las Horas). Todo ello se obtiene también mediante la integración de momentos de silencio.

Sin encuentro de amor personal hemos rezado oraciones, hemos recitado salmos, pero no ha llegado a haber unión que pueda comunicar la savia y la vida de Dios que nos trae el Espíritu Santo; sin unión personal no ha posibilidad de que la vid, que es Cristo, nos pueda comunicar  amor, fe, vida, fuego, humildad, purificación de poda a los sarmientos.

En la oración privada, la lectura es para meditar sobre la belleza y hermosura de Dios, sobre sus acciones, sobre la vida de Cristo, sobre su amor entregado hasta la muerte, para provocar en nosotros la admiración, el amor, el seguimiento, la fortaleza, la conversión a su ser y existir. Por eso, como dicen nuestros místicos, en la oración todo es cuestión de amor.

La lectura y la meditación es para  amar más, la oración personal es cuestión más de amor no de pensar solo o de inteligencia, porque entonces sería patrimonio de los inteligentes, de los teólogos, de los “sabios y entendidos de este mundo”. Los pasos para llegar al amor de Cristo, ya los sabemos todos: «lectio, meditatio oratio, contemplatio».

En realidad, en la liturgia tenemos siempre que pasar de lo visible a lo invisible, de los signos a las realidades y ello supone un impulso de fe y de amor. Los gestos litúrgicos deben ser vividos desde dentro y deben hallar en la simple expresividad unificada del cuerpo y del espíritu la capacidad de ser gestos contemplativos en los que se unifica el impulso del espíritu humano.

Por eso, defendemos un liturgia, un apostolado,  sostenidos por la oración, por la espiritualidad, por el Espíritu Santo, por una vida según el Espíritu, por trabajar y orar y celebrar “en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo y Verdad completa del Verbo de Amor pronunciado por el Padre para la salvación y amistad con los hombres; por eso y para eso la liturgia solicita siempre nuestra participación en el misterio, y nos pide que entremos en él por la oración de amor personal, para unificar la mirada, la mente y el corazón con la palabra y los gestos litúrgicos, dejándonos penetrar por la irrupción de lo divino que nos trae la acción y palabra litúrgica y para eso hay que dejarse penetrar por el Espíritu sin el cual no hay contemplación.

Tenemos que convencernos de que todos hacemos la liturgia porque la liturgia es para toda la comunidad, pero participando como asamblea formada por todos los miembros que se convierten en protagonistas del diálogo con Dios, en sacerdotes y miembros del Cuerpo de Cristo, en piedras vivas del templo del Espíritu, por la escucha y la oración personal y comunitaria, comunitaria y personal.

Para que haya unión y santificación y comunicación de la savia y vida divina en la oración personal, para que no se quede y termine en el altar la oración litúrgica, para que salgan a la calle y me acompañen en mi actuar todo el día, para que yo, como sacerdote o fiel la asimile, y me una y alimente de la misma vida y sentimientos de Cristo, bien por la lectura en la meditación, bien por la celebración de los gestos y palabras de la Liturgia, no basta comer el cuerpo de Cristo, tocar el envoltorio de los ritos, tengo que llegar al corazón del misterio y eso solo se puede hacer y  Dios lo concede  por el encuentro personal de amor, por la unión personal, por la oración personal que me une a la liturgia, que es centro y culmen de toda la vida apostólica y cristiana, que provoca y alimenta mi oración personal-conversión, ese amor y gozo de la oración personal más que todo lo que yo pueda leer, meditar,  rezar y orar privadamente, y a su vez, ella, la oración litúrgica, necesita de esa unión mía de amor personal para potenciar su fuerza y llegar al fín para el que fue instituida y es celebrada.

Sin unión con Él, sin unión de amor de Espíritu Santo, sin su mismo Espíritu, nosotros, sacerdotes, no podemos  ser ni existir en Cristo sacerdote. Nosotros, como hombres, podremos ser y actuar, pero no sacerdotalmente; yo puedo programar y trabajar y utilizar todas las dinámicas del mundo, incluso me pueden valorar y aplaudir por todas mis muchas actividades, pero no todas mis actividades son apostolado, si no la hago con el Espíritu de Cristo, unido al ser y actuar de Cristo, permanentemente mantenida por la oración personal permanente, que es amor permanente a Cristo y al memorial hecho presente en la liturgia, especialmente en los sacramentos, que me lleva a la conversión permanente de lo celebrado: Promesas bautismales, ¿ os comprometéis a cumplir, a vivir... lo que hemos celebrado...?, o a vivir el sacrificio de Cristo, Sacerdote y Víctima, obedeciendo al Padre, cumpliendo su voluntad como Cristo, con amor extremo, hasta dar la vida, que eso es celebrar y vivir la misa. Todo esto no es posible sin unión de amaor personal provocada y alimentada y a su vez asimilada y vivida por la oración personal unida a la litúrgica.

El camino de la autenticidad de la experiencia litúrgica se halla en la dimensión «espiritual» que no es un adjetivo sin sostén, sino una referencia necesaria al Espíritu Santo, en cuya potencia de Amor se hacen presentes todos los misterios de Cristo, y por Él, de la Trinidad, en los cuales hemos entrar y celebrar y participar y vivir, para eso se hacen presente, para eso es la liturgia sagrada, y siempre por nuestra unión de fe y amor, por las virtudes teologales que sostienen y alimentan la oración personal, por la cual, todos, sacerdocio presbiteral y real, estamos llamados a participar y concelebrar. El Espíritu de Cristo Resucitado garantiza la realidad y la consistencia de nuestra participación personal, nos une en comunión, impregna y asimila toda la savia de vida de la liturgia y asegura la vitalidad de la asamblea en la unidad del sacerdocio y variedad de ministerios y tareas.

Sin unión permanente con Cristo alimentada por la oración personal, que me hace «consciente, pleno y total» ser y actuar en Cristo sacerdote, no puede hacer las acciones de Cristo con el Espíritu de Cristo. Sin unión personal con la litúrgica la liturgia se realiza por Cristo y es santificadora pero no plenamente para los celebrantes tanto el sacerdote como el pueblo.

Para hacer y ser sacerdotes, para vivir sacerdotalmente, necesitamos estar unidos al Único Sacerdote, Cristo,  como los sarmientos a la vid. No soy yo, ha sido Cristo el que nos ha descubierto cómo tiene que ser el ser y el obrar de todo bautizado, sacerdocio común, pero especialmente de todo sacerdote presbítero, sacerdocio presbiteral, que se realiza en nosotros por una especial Unción y Consagración no estática, que es una concepción teológica antigua del carácter, sino dinámica  para siempre, don permanente concedido por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, mediante la gracia y el carácter sacerdotal, don para siempre del Espíritu y «exousia» de Cristo prolongado en el presbítero por el Espíritu Santo, que debe actuar en nuestro ser y vivir participado del Único Sacerdote.

Este don o carisma o gracia o autoridad concedida in aeternum hace que Cristo sea el que actúe como Sacerdote único por medio de nuestra humanidad prestada; Él es que bautiza, perdona los pecados, consagra; cuando digo «esto es mi Cuerpo», es el Cuerpo de Cristo el que se hace presente, no el mío, que además nada valdría para la salvación.

Sin embargo, para que Cristo pueda actuar así tan identificado conmigo, y yo, como sacerdote, tan identificado con El, es absolutamente necesario que todo sacerdote esté unido a Él por las virtudes teologales de la fe, esperanza y la caridad, que para eso es la oración, según San Juan de la Cruz, y su progreso y purificación marca las etapas de la oración personal. Sin esta unión de fe viva y amor la misa es desde luego válida por el celebrante principal, Cristo, pero no es plenamente santificadora para el sacerdote celebrante que hace presente a Cristo.

Y repito, para que esa acción litúrgica se pueda realizar, como dice el Vaticano II, de una forma «consciente, activa y total», de forma santificadora para mí y para los fieles que comulgan, es necesario que no solo coman, sino que comulguen con la vida y los sentimientos de Cristo: “El que me coma vivirá por mí” y para eso, hay necesidad absoluta de la oración personal de amor que nos una a Cristo, como sarmientos a la vid.

El don permanente del carácter «ipso facto» hace presente «ex opere operato» el misterio, aunque yo esté en pecado, totalmente sin amor; pero para que haya encuentro de mi ser y actuar sacerdotal en Cristo que me transforme y santifique, necesito encuentro personal de amor con Cristo sacerdote que actúa en mí.

 Él es el que tiene que actuar por la humanidad prestada por todo sacerdote, Y así prolonga su ser y existir de Único Sacerdote en la tierra, de una forma sacramental, a través del barro de otros hombres, y para eso, lógicamente, para poder Él  ser y actuar dinámicamente en el mundo a través de nosotros, para que Él pueda estar y actuar por mi, yo tengo que estar unido a Él por un amor permanente que se actualiza y se alimenta y se potencia y se comunica desde la oración personal a la litúrgica y acción apostólica por la caridad pastoral, y desde la oración litúrgica, centro y cúlmen de toda oración, porque es  Cristo Sumo Sacerdote orando y actuando, a la oración personal.

Y esto es lo que nos quiere indicar Cristo cuando nos dice a todos los cristianos, a todos los creyentes en Él, a todos los bautizados, pero especialmente a los sacerdotes: “sin mí no podéis hacer”; sin oración personal, no podemos hacer nada; no podemos conocer a Cristo aunque sepamos toda la teología, porque tiene que ser para eso «teología arrodillada»; no podemos dar gloria a Dios y santificarnos y santificar a los hermanos, aunque celebremos todos los misterios litúrgicos ritualmente, si no entramos dentro de los misterios y nos encontramos con el corazón de la liturgia que es la irrupción de Amor y Salvación de Dios en el tiempo y en los ritos; tendré a Cristo en mis manos, o comeré a Cristo, pero no comulgaré con sus mismos sentimientos, con su misma vida, con su mismo amor, si no hay encuentro de amor, de oración personal.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

EPÍLOGO

 

“VERDAD COMPLETA”DE LA LITURGIA ES CELEBRAR  “EN ESPÍRITU Y VERDAD”:

 

            Y desde el principio hasta el final del libro quiero repetir que sin oración personal, sin unión personal de  amor con Cristo sacerdote y víctima, sin encuentro de amor personal con Él incluso en la santa misa no hay liturgia plena y completa.

En mis ratos de oración personal como en toda la oración o celebración litúrgica lo que Dios busca, para lo que irrumpe en la historia y en el tiempo, a través de la lectura o meditación de la Palabra como de los gestos y palabras litúrgicas, es para el encuentro personal y salvador con cada uno de los participantes tanto en la oración pública como en la privada. Si no se llega ahí, no llegamos al fín de la venida de Cristo en la liturgia, en la acción litúrgica, especialmente en la celebración de su entrega total en la santa Eucaristía para la salvación de todos, pero especialmente de los presentes y que se unan a Él con sus sentimientos.

Cristo vendrá en la consagración de la misa y la liturgia pero no habrá encuentro de amor personal por Él. Porque no hay encuentro personal de fe viva y de encuentro de amor personal con cada uno de nosotros que es lo que busca el Espíritu de Cristo, Espíritu de Amor, en toda la liturgia, sacramentos y demás acciones sacramentales.

Por eso, sin oración personal, sin unión de fe, amor y esperanza viva – virtudes sobrenaturales-teologales que nos unen a Dios y en eso está la esencia de la oración personal para San Juan de la Cruz pero purificadas y elevadas-- , no puede haber oración personal ni litúrgica, no puede haber una liturgia «plena, consciente y total» del Vaticano II, porque tiene que haber encuentro personal de amor y gracia por el encuentro personal en la oración litúrgica o personal.

Por eso, aunque se lea la Escritura perfectamente en el ambón, o se recen y se canten los salmos y la Eucaristía se celebre con toda solemnidad guardando la normas litúrgicas, la Eucaristía es válida y santificadora en sí misma, es Cristo dando su vida por la salvación de todos los presentey del mundo, pero el grado de santificación dependerá de la participación espiritual de cada uno según el grado de amor y entrega y generosidad.

Sin este grado de unión no habrá santificación o participación litúrgica plena porque no se realiza plenamente la finalidad de la acción litúrgica, porque no hay encuentro entre Dios y el hombre, porque la irrupción de Dios en el tiempo se queda sin conseguir su finalidad total, porque todo eso es para conseguir una meta, un fín, la llegada del amor salvador de Dios a los hombres, pero para eso hay que prepararse y salir a esperarlo y recibirlo y participar con fe y amor y eso es la oración personal, este es el camino, la oración personal unida a la litúrgica realizada por Cristo y hecha presente por el celebrante siempre, pero completa para él si se une a Cristo personalmente. Si hay oración de unión personal unida a la liturgia se cumplirá el fin de la oración litúrgica y personal: que Dios sea glorificado y los hombres, santificados.

Y la oración personal a la que yo me refiero es la oración de siempre, la practicada por Jesús tantas veces en el evangelio: “se retiró a orar…” o desde la cruz que se hace presente en la santa misa: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen… a tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu…” que todo eso, toda su vida y resurrección se hace presente en la santa misa. Y nosotros, todos los participantes, tanto el sacerdote como los cristianos, tenemos que hacerlo en la oración como María “que meditaba todos esto en su corazón”.

Yo estoy convencido y defiendo que la oración personal es absolutamente necesaria para la santidad personal o la unión total con Dios Trinidad por Cristo con el Amor del Espíritu Santo; la oración personal es absolutamente necesaria para celebrar la oración litúrgica, o la liturgia sagrada en plenitud, especialmente la Plegaria Eucarística, porque en ella el celebrante o participante tiene que pasar mediante la oración personal desde las acciones externas sagradas  que hacen presente el Misterio de Cristo en el altar hasta cada uno de los participantes y lo serán según el grado de su unión con Cristo que nos habla y se ofrece por todos en la santa misa; y esta es la Liturgia plena y completa, este es el sentido pleno de la Liturgia, y para eso, repito, encuentro personal por la oración de amor y fe personal unida a la oración y acción litúrgica.

 

 

 

 

 

 

 

BIBLIOGRAFÍA

AGOSTINO FAVALE, El ministerio Presbiteral, Atenas, Madrid 1989.

AURELIO GARCÍA MACÍAS,  El modelo de presbítero según la actual «prex ordinationis presbyterorum», Toledo 1995.

CARTA PASTORAL ORATIONIS FORMAS, CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Vaticano 1989

CHARLES ANDRÉ BERNARD,  Teología Espiritual, Atenas, Madrid 1989.

ACCHILE TRIACCA,  Reflexión Teológico-Trinitaria sobre el «ministerio sacerdotal»,  Ediciones Secretariado Trinitario, Salamanca 1998.

CLEMENT DILLENSCHNEIDER, Teología y Espiritualidad del sacerdote, Sígueme Salamanca 1964.

CLÉMENT DILLENSCHNEIDER, El Espíritu Santo y el Sacerdote, Sígueme, Salamanca 1995.

DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS, CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, VATICANO 1994.

EL PRESBÍTERO, PASTOR Y GUÍA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL, CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, VATICANO2002.

EL MINISTERIO Y LOS MINISTERIOS,  dirigido por JEAN DELORME, CRISTIANDAD Madrid 1975

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL Y MINISTERIO, CEC, 3ª Edic. Madrid 1998.

ESPIRITUALIDAD DEL PREBÍTERO DIOCESANO SECULAR, SIMPOSIO, C.E.C. Edice Madrid ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL, CONGRESO, C.E.C. Edice Madrid 1989

FEDERICO RUIZ, Caminos del Espíritu, 2ª ed. Edi Espiritualidad, Madrid 1978.

GABRIEL DE STA. Mª MAGDALENA,  Camino de Oración, Monte Carmelo, Burgos1965.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ, La Eucaristía, la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, 3ª edición,  Edibesa Madrid 2008.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ, La experiencia de Dios,  Edibesa, Madrid 2007.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ, Sacerdos I y II, 2ª Edi. Edibesa, Madrid 2009.

I SACERDOTI NELLO SPIRITO DEL VATICANO II, a cura de A. FAVALE, ELLE DI CI, Torino 1968.

JESÚS CASTELLANO, Liturgia y vida espiritual. Teología, celebración y experiencia, C.P.L. Barcelona.

JESÚS CASTELLANO, Pedagogía de la oración cristiana, CPL, Barcelona 1996.

JEAN LAPLACE, El sacerdote, Herder, Barcelona 1969.

JOSÉ GEA ESCOLANO, Ser sacerdote en el mundo de hoy, Edicep, Valencia 1995.

JOSÉ GEA ESCOLANO, Cartas a un Misacantano, Edicep, Valencia 1982.

JOSÉ LECUYER,  El sacerdocio en el Misterio de Cristo, San Esteban, Salamanca 1960.

JUAN PABLO II, CARTAS » LOS SACERDOTES, Jueves Santo 1979-1991, Ed. PALABRA Madrid

JUAN PABLO II, CATEQUESIS SOBRE EL PRESBITERADO Y LOS PRESBÍTEROS, Ed. PALABRA, Madrid 1993.

JUAN PABLO II, EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL PASTORES DABO VOBIS , Vaticano 1992.

JUAN PABLO II, EXHORTACIÓN APOSTÓLICA PASTORES GREGIS, Paulinas 2003.

JUAN PABLO II, CARTA APOSTÓLICA Novo Millennio adveniente, Paulinas 1994.

JUAN ESQUERDA BIFET, La misión al etilo de los Apóstoles, BAC, Madrid 2004.

JUAN ESQUERDA BIFET, ESQUEMAS DE ESPIRITUALIDAD, Pamplona 1995.

JUAN ESQUERDA BIFET, Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, BAC Madrid 1976.

JUAN ESQUERDA BIFET, Espiritualidad Sacerdotal, Edicep, Valencia 2008.

KARL RAHNER, El sacerdocio cristiano en su realización existencial, Heder, Barcelona 1974.

PEDRO JESÚS LASANTA, Sacerdotes para el  tercer milenio, Grafite, Baracaldo 1998. y de mañana, PPC, Madrid 1991.

SACERDOTES, DÍA A DÍA, CEC., Madrid 1995.

MAXIMILIANO HERRÁIZ GARCÍA, Oración, Pedagogía y Proceso, Nancea, Madrid 1986.

MAXIMILIANO HERRÁIZ GARCÍA, La oración, Palabra de un Maestro, S. Juan de la Cruz, Espiritualidad, Madrid 1991.

MAXIMILIANO HERRÁIZ GARCÍA, La oración, historia de amistad, Espiritualidad Madrid 1991.

MAXIMILIANO HERRÁIZ GARCÍA, Solo Dios Basta, Madrid 1992.

MAXIMILIANO HERRÁIZ GARCÍA, Un camino de Experiencia, Monte Carmelo, Burgos 2001.

WILLIAM JOHNSTON, Teología Mística, Herder, Barcelona 1995.

 

INDICE

 

PRÓLOGO…………………………………………………………….………………….…..……..3

INTRODUCCIÓN ………………………… ……………………………………………...……….4

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

LA ORACION PERSONAL EUCARÍSTICA

 

1. TODO SE LO DEBO A LA ORACIÓN EUCARÍSTICA,  ENCUENTRO DIARIO    

     CON CRISTO EN EL SAGRARIO……………………………………………………………..5

2. EL SAGRARIO:TRATAR DE AMISTAD CON JESÚS EUCARISTÍA….......……………….7

3. LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA ES LA POBREZA DE    ORACIÓN EUCARÍSTIC..10

4. BREVE ITINERARIO DE ORACIÓN EUCARÍSTICA………………………………………..12

5. IMPORTANCIA. DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA PARA LA VIDA SACERDOTAL…..18

6. “VERDAD COMPLETA” DE LA EUCARISTÍA: ESPIRITUALIDAD-VIVENCIA ………...25

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

LA IDENTIDAD DEL PRESBITERO

 

“Sin mí no podéis hacer nada”

 

1. SIN ORACIÓN, NO PODEMOS HACER NADA………………………………………..…….33

2. IDENTIDAD SACERDOTAL: SER Y VIVIR EN CRISTO…………………………………..36

3.- CARTA DE JUAN PABLO II SOBRE LA ORACION DEL SACERDOTE……..……….......39

4. LA  CARIDAD PASTORAL: EL SER Y EXISTIR EN CRISTO SACERDOTE…….……......43

5. SIN ORACIÓN PERSONAL NO PODEMOS VIVIR    LA CARIDAD PASTORAL………..47

 

CAPÍTULO TERCERO

 

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

1. ESPIRITUALIDAD DE LA IDENTIDAD SACERDOTAL…………………………………... 51

2. EL PRESBÍTERO, IDENTIDAD CON CRISTO POR EL SACRAMENTO-ORDEN.…..…. 53

3. TODO SACERDOTE DEBE VIVIR EN CRISTO POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN……………56

4. LA EUCARISTÍA, META Y CORAZÓN DE LA EXISTENCIA SACERDOTAL………….. 58

5. LA DEVOCIÓN A MARÍA, MADRE SACERDOTAL,  EN LOS SACERDOTE………..….. 60

6. MARÍA, MADRE SACERDOTAL DE CRISTO Y TODOS LOS SACERDOTES…………. 62

 

CAPÍTULO CUARTO

 

S. JUAN PABLO II

 

ORACIÓN Y SANTIDAD, FUNDAMENTOS DEL APOSTOLADO, EN LA CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II  NOVO MILLENNIO INEUNTE. ………´………..………67

 

CAPÍTULO QUINTO

BENEDICTO XVI

1.- AÑO SACERDOTAL 19 JUNIO 2009-JUNIO 2010.Catequesis pronunciada por el Papa en la audiencia general de los miércoles, con los peregrinos congregados en la Plaza de San Pedro..…..73

2.- Catequesis del Papa Benedico XVI en la Plaza de S.Pedro…………………………………….79

3.  Benedicto XVI el 22 de septiembre en la residencia pontificia de Castel Gandolfo a 107 obispos nombrados en los últimos doce meses. Consejos del Papa a nuevos obispos………..…………… 81

 Publicamos la carta que han enviado Cardenal Cláudio Hummes, o.f.m. y el arzobispo Mauro Piacenza, presidente y secretario de la Congregación vaticana para el Clero con motivo de la Jornada Mundial de Oración por la Santificación de los Sacerdotes que se celebra el 30 de mayo, fiesta del Corazón de Jesús………………………………………...……………..…………..……. 83

 

ORACIONES SACERDOTALES………………………………………………………….………88

 

APÉNDICE: BREVE  BREVE MIRADA A LA HISTORIA RECIENTE DE LA LITURGIA ANTES Y DESPUÉS DEL CONCILIO……………………………………………………….….. 89

 

 

EPÍLOGO

 

VERDAD COMPLETA DE LA LITURGIA…………………………………………………….. 93

 

BIBLIOGRAFÍA…………………………………………………………………………………. 94

 

ÍNDICE……………………………………………………………..……………………………. 95

 

CRISTO  EN ORACIÓN

 MODELO DE TODOS LOS SACERDOTES

 

 

Gonzalo Aparicio Sánchez es párroco de San Pedro en Plasencia, profesor de Teología Espíritual en el Instituto Teológico del Seminario y Canónigo Penitenciario de la S.I. Catedral.  Hizo sus estudios en Plasencia y en Roma: Doctor en Teología Dogmática, Licenciado en Teología Pastoral y Diplomado en Teología Espiritual por Roma y en Teología Moral por Madrid.Su pasión desde siempre es la pastoral parroquial donde cultiva grupos de hombres, mujeres, matrimonios y hasta niños de primera comunión, con el convencimiento de que  la comunidad  cristiana y humana debe ser fermentada por pequeños grupos semanales de Formación y Vida Cristiana, que se componen de tres partes principales: Escucha compartida y meditada del   Evangelio del domingo; revisión de vida personal de la oración diaria, caridad fraterna y conversión de vida; terminando con  la parte doctrinal y teológica del libro pertinente que esté leyendo el grupo. D. Gonzalo, como fruto principal de su vida de oración y de sus estudios así como de sus clases de Teología Espiritual en el Seminario y en sus grupos de oración de la parroquia ha publicado varios libros, preferentemente sobre Teología y Espiritualidad Eucarística y Sacerdotal y sobre la Oración Eucarística para ayuda del pueblo cristiano, sobre todo de sus hermanos los sacerdotes.


[1]Libro de la Vida, cap 8. nº2

[2]Santa Teresa, Camino, cap 35

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

  (TERCERA EDICIÓN)

LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

EN LA VIDA SACERDOTAL

REFLEXIONES SACERDOTALES MIRANDO AL SÍNODO

Parroquia de San Pedro. Plasencia. 1966-2018

Sagrario de mi Seminario Menor de Plasencia tan visitado y querido por los seminarists en mis años de formación (1948-1952)

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

EN LA VIDA SACERDOTAL

REFLEXIONES SACERDOTALES MIRANDO AL SÍNODO

Parroquia de san Pedro. Plasencia. 1966-2018

 

A Jesucristo Eucaristía, Sumo y Eterno Sacerdote, Pan de vida eterna y Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres en todos los Sagrarios de la tierra con amor extremo  hasta el final de los tiempos.

Y a todos mis hermanos sacerdotes, presencias sacramentales de Cristo, en su ser y existir sacerdotal, con amor total,  gratuito y celibatario a Dios y a los hombres, nuestros hermanos.

 

 

 

 

 

Portada: Sagrario de mi Seminario Mayor de Plasencia, tan visitado y querido por los seminaristas en mis años de formación (1952-60)

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO de un lector amigo

 

Tienes en tus manos, querido lector, un libro poco habitual entre nosotros. Lo comprobarás tú mismo en cuanto te adentres en su contenido.

Aparentemente es un libro más sobre la eucaristía. Y, ciertamente, es un tema común en la literatura religiosa de todos los tiempos. Pero, en esta ocasión, se nos ofrece una interesante novedad: la ciencia teológica -bien digerida por el autor- se complementa con la sapientia teologal del sacerdote que nos describe su propio trasfondo espiritual.

La fluidez y locuacidad con las que están escritas estas páginas retratan a la perfección el carácter vehemente, impetuoso y apasionado de este hermano sacerdote, cuando se trata «de las cosas de Dios». Y es que, hay ocasiones en las que las palabras se enraciman a borbotones para definir con una nitidez magistral los aspectos más secretos del misterio divino de nuestra fe y del misterio humano de nuestro corazón.

Esto sólo puede salir de una persona creyente, de un alma espiritual, de un orante. Por eso, se convierte, sin pretenderlo, en un maestro de oración, en un conocedor de la vida espiritual, tan descuidada en nuestros ambientes eclesiales de nuestros días.

Y ya que estamos en este clima de íntima confesión fraterna, quiero descubrir al lector tres latidos que obsesionan constantemente al autor en su vida y que contagia inevitablemente en cada una de las páginas de la obra que presentamos.

- En primer lugar, su pasión por Cristo, comprendido en el misterio insondable de la Santa Trinidad y revelado en esta etapa final de los tiempos como Vivo y Resucitado.

- En segundo lugar, su pasión por la Eucaristía, a la que dedica muchas horas del día, del año... de la vida; no sólo en la celebración litúrgica, sino también en la adoración silente. Ahí, en este contexto, es donde ha madurado la ciencia teológica y la experiencia pastoral.

- En tercer lugar, su pasión por el sacerdocio. Porque... -no lo olvidemos-, Gonzalo es un párroco y pastor enamorado de su ministerio presbiteral. Por eso valora la vida y el ministerio de los sacerdotes, se preocupa por el seminario y los seminaristas... y extiende su preocupación por todas las vocaciones en la vida de la Iglesia, como un servicio insustituible al Señor y a su Iglesia en sacrificio generoso y entrega gratuita.

En fin, querido lector, son breves retazos que quieren animarte a disfrutar de estas páginas que son “vida”; vida sintetizada en palabras y grafías incapaces de recoger y expresar la riqueza vivida “a los ojos de Dios”.

Aún así, merece la pena contar hoy con escritos «sapienciales» como estos. Por eso, felicito al autor por regalarnos su intimidad espiritual y alentarnos a recorrer el camino hacia la intimidad con Dios. Él, tan buen alumno de san Juan de la Cruz, nos guía con su experiencia para llegar a ser perfecto discípulo de Cristo. Gracias, de nuevo, Gonzalo.

Y ¡buena lectura, querido lector!

 

Aurelio García Macías

Delegado Diocesano de Liturgia y Rector del Seminario

Valladolid

 

(Actualmente Obispo Secretario de la Sagrada Congregación de Liturgia,  Roma)

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN ( Prólogo del autor del libro)

 

Queridos hermanos, especialmente mis hermanos sacerdotes a los que me dirijo más principalmente en este libro, todo lo que digo de Jesucristo en el Sagrario, vale y con más razón de Jesucristo Eucaristía en la Misa y Comunión. Pero como a estas realidades maravillosas de Cristo ya me he referido en otros libros, aquí en este me voy a referir a los sentimientos de Cristo Jesús presente en todos los Sagrarios de la tierra y voy a hablar ampliamente del encuentro con Él  y lo que aprendemos de Él en rato de oración ante el Sagrario.

¿Creemos o no creemos? ¿Cómo decir que creemos en la presencia de Cristo, Hijo de Dios y Salvador de los hombres, presente en nuestros Sagrarios, en el Sagrario de tu parroquia, y no vas todos los días un rato a visitarlo, a estar con Él y hablarle y pedirle y amarlo? ¿Pero que tú crees que ahí está Dios y dices que le amas y eres obispo diocesano o sacerdote o cristiano fervoroso? Pero ¿qué fe y amor es el tuyo?

Y si dices que crees en Él, en su presencia en el Sagrario, cómo luego tu vida y el comportamiento que tienes con Él demuestran que no lo crees de verdad, que es pura palabra o tema de predicación o teología o catecismo teórico, pero no amor y vida, es una fe muerta o teología que no se vive, y si está muerta, entonces no tienes relación de vida y amor  con Jesús en el Sagrario o con Cristo Eucaristía en la misa… y entonces, qué apostolado puede ser el tuyo, ya que Jesús desde el Sagrario o en la santa misa o en tu oración ante Él te repite: “Sin mí, no podéis hacer nada”?

Querido hermano, perdona que te lo diga: tu fe es una fe teórica, aprendida en el catecismo, si eres cristiano o si eres cura estudiada en teologia, pero no está vivida y sentida, porque no es vida de tu vida.

El Señor Jesús, sin embargo, aún sabiendo y conociendo todo esto, se quedó con nosotros por amor loco en todos los Sagrarios de la  tierra; ahí está, vivo y con amor extremo, en el Sagrario de tu parroquia y en todos los Sagrarios del mundo, con el mismo amor que le trajo a la tierra y a dar su vida por nosotros y a estar con nosotros para siempre ahí, en el Sagrario, con los brazos abiertos, esperándote siempre, desde siglos, y él es Dios… pero ¿creemos o no creemos…? ¿Dios y hombre, esperándome ahí en el Sagrario? Pues sí y lo es y lo tiene todo, menos tu amor, si tú no se lo das, creyendo y acercándote a Él, haciendo actos de fe, esperanza y amor en su presencia, ya que  para eso se quedó en un trozo de pan, siendo Dios ¡pero qué locura de amor incomprensible de Jesús para con sus hermanos, los hombres!  Incomprensible también sabiendo el mal comportamiento y respuesta que muchos de los creyentes, incluso de los preferidos y elegidos por Él para sacerdotes o religiosos iban a tener con Él en  los Sagrarios de la tierra.

 Él todo lo hizo -toda su vida y su muerte y resurrección- y lo sigue haciendo por amor extremo a nosotros, los hombres…–¿pero  qué le puedo dar yo al Señor Jesucristo que Él  no tenga?—no lo entiendo, Señor--, y todo, desde su Encarnación hasta  subir al cielo, todo lo hizo y lo sigue haciendo desde la Eucaristía  como misa, comunión y presencia por ayudarte y hacerte feliz eternamente.

Querido creyente, Cristo, con su vida, muerte y resurrección y con su presencia de amor y salvaación desde el Sagrario, te está diciendo a voces que  te ama, que te espera apasionadamente y que tu vida es más que esta vida y que  Él, pan de vida eterna, es el alimento y camino para esa eternidad de gozo eterno con el Padre y el Espíritu de Amor con Él y todos los nuestros y todos los hombres salvados y redimidos que creyeron en Él y le siguieron como camino, verdad y vida de eternidad. Querido hermano sacerdote u Obispo: ¿y cómo predicarlo, inculcarlo si no lo vives?

Pues esta es nuestra tarea esencial y principal y el gozo y la razón de la fe cristiana y del sacerdocio de Cristo: la salvación eterna, a la cual hay que ordenar y orientar y surbordinar todas las demás actividades y apostolados y todo lo temporal, todo debe estar subordinado y orientado hacia Dios, hacia la eternidad con Él, por la cual vino el Hijo y se encarnó y murió y resucitó y subió al cielo y está en todos los Sagrarios de la tierra para llevarnos con El al Padre y vivir eternamente en su mismo Amor de Espíritu Santo unidos a la Trinidad, al gozo eterno del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por el Espíritu Santo.  Pues esto es para lo que existimos y vivimos y hemos sido salvados por Jesucristo y para esto permanece en todos los Sagrarios del mundo.

Porque Jesús, en el Sagrario de tu parroquia y del mundo, es siempre Dios amigo y salvador que  quiere ser y empieza a ser tu cielo en la tierra en ratos de oración  con su presencia sacramental: un Dios amigo de los hombres esperando nuestra compañía y amor ¿qué más ha podido hacer por nosotros que no lo haya hecho? ¿Lo crees o no lo crees? Y tú, cristiano o sacerdote u obispo, cómo respondes a tanto amor ¿Por qué no hablas con más frecuencia a tus sacerdotes o feligreses de mi presencia eucarística? Es que…para eso, hermanos, se necesita una fe viva purificada que haya llegado en ratos de oración eucarística a una viviencia de amor más limpia y viva y gozosa.

Querido hermano, cristiano o sacerdote, no seas ingrato: cree, ama y vísita y abraza todos los días a tu Dios y Amigo Jesucristo, porque Él tiene siempre los brazos abiertos para amarte y ayudarte; ya verás qué pronto sentirás su amor y presencia; comúlgalo con más hambre, no te conformes con comerlo solo, porque Él por ti primero se hizo hombre como tú y luego un poco de pan para entrar dentro de ti y alimentarte de su amor y presencia y virtudes sobrenaturales de vida eterna y para eso tienes que purificarte  e irte vaciando de tus falta y pecado por la oración y las pruebas de la vida para que Él pueda irte lllenando en visitas y oración y comuniones auténticas y fervorosas. Qué locura del Amor divino, del mismo Amor de Espíritu Santo Trinitario que consagra el pan en el Cuerpo de Cristo para que podamos comerlo con fe y amor y hambre de Dios, de lo eterno?

 

¡Cristo del Sagrario! te pregunto ¿Y tú eres Dios, y lo tienes todo y viniste en mi busca y te quedaste ahí por amor a nosotros, a todos los hombres? ¿pero tú eres Dios amando así a los hombres…en la soledad de muchos Sagrarios arrinconados y olvidados, esperándome para abrazarme y decirme desde el Sagrario: te quiero y vengo a buscarte y te estoy esperando siempre desde toda la eternidad en que soñé contigo, esperándote para hablar y encontrarme contigo y ayudarte en tu camino hacia la eternidad y luego en la misa doy mi vida por ti y en la comunión quiero entrar dentro ti para alimentarte de mi amor y salvacion, para llenarte de mi misma vida y sentimientos porque soy pan de vida eterna?  ¿Y luego permanezo en el Sagrario, en el pan consagrado, esperándote siempre para seguir amándote y ayudándote? Jesús mío, Dios loco de amor por mí y todos los hombres, creo, creo, creo, adoro, adoro, adoro, espero, espero y te amor y te pido perdón por todos los que no creen, adoran, esperan y te aman.

Jesús Eucaristía, todos los católicos auténticos sabemos y creemos que Tú eres Jesús de Nazaret, hombre y Dios verdadero, que viniste por amor loco y apasionado a salvarnos y a decirnos que nos amas eternamente y quisiste morir entre dolores de pasión y crucifixión por nosotros, por todos los hombres, para resucitar y resucitarnos y  hacernos partícipes de tu mismo gozo eterno y trinitario en el cielo con el Padre y el Espíritu Santo que ya empieza en la tierra con ratos de oración un poco purificada, porque el Padre nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él y Tú, viendo que el hombre había pecado y perdido el camino del cielo por el pecado de Adán le dijiste: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y viniste a salvarnos a todos los hombres y traernos al gozo trinitario del cielo contigo ya en la tierra y alimentarlo especialmente por el pan eucarístico que eres Tú mismo, pan de vida eterna como lo instituiste en el Jueves Santo.

 

Y el Padre se entusiasmó tanto contigo, su Palabra y Proyecto de Salvación con su mismo Amor del Espíritu Santo,  que luego, cuando te vió realizando este proyecto en tu pasión y muerte, no tuvo compasión de Ti, Cristo, y lo siento, porque te quejaste: ¿“Dios mio, Dios mío, por qué me has abandonado”?  Pero es que el Padre, que llevaba siglos y siglos esperando para el cielo a todos sus hijos, los hombres, porque soñó y los creó para eso, para vivir eternamente en su mismo amor Trinitariio, estaba tan entusiasmado con este proyecto, que Tú, al verlo destrozado, por esto viniste y te encarnaste y predicaste y lo realizaste y te quedaste para siempre entre nosotros en el Sagrario para realizarlo… el Padre estaba tan entusiasmado con los hijos nuevos que iba a adquirir con tu muerte y resurrección… tanto, tanto…que te abandonó en Getsemaní:“ Padre si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya…”, y luego también en la Cruz: “ Dios mío, Diós mío, por qué me has abandonado”, porque deseaba tanto, tanto el Padre nuestra salvación que te dejó solo en la Cruz para que así pudieras morir de verdad como hombre  para salvarnos y hacernos hijos divinos del Padre por la gracia y herederos del cielo y porque solo miraba a sus hijos, a todos los hombres, toda la humanidad,  y  estaba tan entusiasmado el Padre… con los brazos abiertos para abrazarnos a todos los hombres, sus hijos nuevos herederos del cielo, por los que el hijo Jesús moría…que te dejó solo y abandonado… ¡qué misterios, qué misterios de amor del Padre y del Hijo-hijo y qué locuras de amor nos espera al contemplarlo un poco en la tierra por la oración meditación-contemplativa, quiero decir un poco elevada y que no somos nosotros los que la fabricamos sino que la recibimos en nosotros si aceptamos las purificaciones de amor y de entendimientos que nos exige especialmente en ratos de oración ante el Sagrario o luego en el Purgatorio, si no lo hicimos plena y completamente en la tierra para estar ya luego eternamente con los Tres en el cielo, en vuestro mismo Amor y Felicidad!

 

El cielo es ver y sentir y comprobar que Dios existe, y nos ama y nos espera y nos añora para explicarnos eternamente, siempre y para siempre, que nos ha amado en su Hijo hasta dar la vida que nos ha conseguido que vivamos su misma vida Trinitaria y Eterna e Infinta ya para siempre, para siempre en el cielo.

¡Qué gozo ser católico, ser cristiano, sobre todo sacerdote cultivador de eternidades y haberte conocido y amado así, Jesús del alma y de mi vida! En el cielo yo no haré nada, yo solo recibiré contemplando por encuentro de oración-contemplación tu Amor Trinitario Infinito que empieza ya en la tierra por la oración un poco más elevada, no solo y pura meditación, sino conocimiento y amor infundido desde la vida de gracia-oracion-vida de Dios y conocimiento de Dios  en mi alma, que no la hago yo sino más bien la recibo en ratos de presencia-oración-contemplando a Cristo eucaristía.

Pero repetiré hasta en el cielo, esto solo es posible, aunque uno sea Papa, obispo, cura, religioso, cristiano… solo será posible si me vacío de mi mismo, de mis soberbias, egoismos, pecados e imperfecciones para que Tú puedas llenarmos como a los Apóstoles en Pentecostés de tu misma vida y amor por el Espíritu Santo. Y la verdad es que en algunos Obispos, -de Cardenales no sé porque no he conocido a muchos- no he tenido la suerte de haber conocido a muchos. Buenas personas, todos, pero avanzados en oración,  conversión permanente, entendidos en vida espiritual y santidad…, pocos, incluso hablamos poco de estos temas

            Yo solo quiero ser sacerdote para esto, para sembrar y cultivar la eternidad de gozo de todos los hombres, especialmente mis feligreses, que empieza ya aquí abajo en ratos de Sagrario, aunque reconozco que antes  y durante mi vida tengo que purificarme de tanto yo y pecado que son una barrera para ver y contemplar todas estas realidades como los santos ya en el cielo y como todos los místicos en la tierra,  los que limpiaron su corazón de tanto yo y llegaron a estas alturas.

Y ahora me pregunto: ¿Y yo, que soy sacerdote, obispo, cardenal, religoso/a  o cristiano… y creo y medito todo esto,  correspondo, estoy correspondiendo a tanto amor en ratos de oración y visita ante tu presencia permanente de amor y salvación ante el Sagrario?

Me pregunto, ante todo este misterio y vida de amor tuyo, me pregunto si yo no te miro admirado y con amor apasionado a Tí, que me estás esperando siempre con los brazos abiertos en el Sagrario, cuando entro en la iglesia, y yo, cristiano, sobre todo, sacerdote y obispo o religioso o…ni te saludo ni te hablo y paso de largo ante tu presencia, y no me quedo un rato contigo porque siempre tengo prisa, porque… y yo, a lo mejor, ese día u otro, tengo que hablar de ti a mi gente, a mis sacerdotes, hablar de tu amor y presencia, entusiasmar a mis feligreses  contigo y yo no busco tu presencia para hablarte y que me ayudes, ni te miro ni te saludo… ¿y yo creo en tu presencia…y te amo de verdad o todo esto que sé de Ti  es porque lo estudié en Teología? Si mi fe fuera viva y estuviera un poco purificada de mi yo, lo dice S. Juan de la Cruz y todos los misticos, te sentiría y amaría y gozaría.

            Termino citando un texto del Vaticanos II, aunque luego en el libro lo encontraréis explicado más ampliamente todo: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía… la Eucaristía es centro y culmen de toda la vida cristiana… los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan (PO. 5b).

Y la Eucaristía es Cristo como misa, comunión y sagrario, dando su vida por nosotros y aliméntándonos de su mismo amor y entrega a Dios y a los hermanos y permaneciendo lleno de amor y de vida por nosotros en  todos los Sagrarios de la tierra.

 

1.- LA ORACIÓN EUCARÍSTICA “NO ES OTRA COSA QUE TRATAR DE AMISTAD ESTANDO MUCHAS VECES TRATANDO A SOLAS CON AQUEL QUE SABEMOS QUE NOS AMA»: JESÚS EUCARISTÍA 

 

            La he modificado un poco pero todos sabéis que esta es la definición que Santa Teresa de Jesús da de la oración. Y este trato de amistad con Jesús Eucaristía lo hacemos por la oración personal, llamada «mental» durante siglos, para diferenciarla de la oración vocal o externa, pero que siempre hay que hacerlas con la mente y el corazón, para que haya encuentro de amor.

            Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos (que) nos ama» (V 8, 5). Parece como si la Santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí está presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo de todos los hombres. De esta forma, Jesucristo, presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario, en la mejor escuela.

            Tratando muchas veces a solas con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos, con amor extremo, dándose,  pero sin imponerse. Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de fe y amistad con Cristo, de aprendizaje y práctica del evangelio, de unión y experiencia de Dios, de perdón y ayuda permanente, de vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. Y de esta forma, esta escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte para nosotros y nos transforma en llamas de amor viva y apostólica. La presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado para nuestras parroquias, para nuestros hogares, catequesis, trabajo, matrimonio y vida ordinaria.

            Pues bien, de esto trato en este libro, que quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, vida cristiana, liturgia, apostolado...etc. Quiere ser una reflexión sencilla de vida eucarística, de vida de amistad con Jesús Eucaristía, de descubrimiento de su presencia amiga en cada Sagrario de la tierra, desde donde continuamente nos está diciendo:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “Vosotros sois mis amigos”, “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”, “Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “Yo doy la vida por mis amigos”.

            Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que he querido describir  en la medida de mis conocimientos y experiencia sacerdotal de almas en grupos parroquiales de oración y revisión de vida en hombres y mujeres, matrimonios, grupos específicos de oración... etc. Llegué a tener catorce grupos a la semana…casi todos por la tarde y los de hombres por la noche.

            Repito: este camino tiene sus particularidades y singularidades. La mayor, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero si se deja guiar por otros que ya hayan hecho este recorrido de fe-oración, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad externa de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con Él, que poco a poco nos irá descubriendo su rostro en nuestra inteligencia, sobre todo en nuestro corazón, donde por el amor le iremos sintiendo más cerca, y nos irá uniendo con Él tocándole hasta llegar a fundirnos con Él en una sola realidad en llamas y desde ahí “ex abundantia cordis os loquitur...” podremos hablar de Él, pero con experienci de fe y amor,  por haberlo tocado y sentido con fuego de amor  en nuestro corazón.

            La fe  es la luz de Dios, el conocimiento que Dios tiene de sí mismo. Si Dios nos lo comunica, esto nos supera totalmente en el modo y en el contenido. Y san Juan de la Cruz nos dirá que por eso precisamente, porque nos excede y es la misma luz de Dios, nos deslumbra, nos ciega y nos parece no ver. Y todo esto es por exceso de luz, que supera a nuestros sentidos y razón.

            Por eso, al principio, en estas visitas a Cristo en el Sagrario, en estos diálogos con Jesús Eucaristía, hay que tener paciencia, mientras nuestros sentidos y razón se van adecuando y disponiendo en silencio de sentidos, sin ver ni sentir gran cosa, para dialogar, conocer, y llegar a la unión de amor con el Señor Jesucristo, presente y vivo en el Sagrario,  por ciencia de amor, por noticia amorosa, por la fe que se va llenando de ese amor que es Jesucristo Eucaristía, donde está por amor extremo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor, hasta el extremo de los tiempos.

Esta es en sus primeros pasos la fe del que quiere unirse a la persona amada, sin ver mucho todavía y hay que pedirla y cultivarla todos los días, especialmente al principio en que hay que empezar ordinariamente desde la fe heredada de nuestros padres, que antes, hasta hace cincuenta años más o menos, todos los hijos recibíamos en nuestros hogares y en las escuelas, pero que hoy ha cambiado totalmente porque muchos padres ni creen ni practican la fe ni rezan.

Pues bien, desde la fe recibida, sea como sea, hay que pasar a una fe personal y experimentada, que nos lleve a la experiencia personal, que nos meta en el diálogo y amistad personal con Jesucristo Eucaristía. Por eso juntamente con esta fe, desde el primer kilómetro de este camino o trato de amistad, como repetiré siempre, hay que poner la conversión de nuestras vidas a esa fe, conversión que debe durar ya toda la vida, como repetiré siempre, si queremos llegar a la amistad y a la experiencia verdadera no puramente imaginativa del amor de Cristo, especialmente en el Sagrario. Para mí, que esta es la causa principal en general de que se deje la oración verdadera sobre todo eucarística y haya pocos orantes profundos del Sagrario en la misma Iglesia, entre los mismos sacerdotes, religiosos y almas consagradas, porque han reducido la oración a lectura y meditación, pero sin conversión de vida, no llegando así a la unión y experiencia de Cristo Eucaristía, porque a esta experienci de la fe no se llega por la teología estudiada o liturgia meramente recitada sino por la fe purificada por la oración un poco elevada y esto aunque seas cura u obispo.

Este libro quiere ser una ayuda para amar más a Jesucristo Eucaristía en plenitud de vida y amor. Lo he escrito pensando en todos los  católicos que tienen este privilegio de poder visitar al Señor sacramentado todos los días o con mucha frecuencia, donde Jesús siempre nos está esperando como confidente y amigo para ayudarnos en todo, especialmente en la oración y amistad y experiencia de su amor, siempre ofrecida, pero nunca impuesta, en todos los Sagrarios de la tierra.

            Me gustaría que todos los creyentes  pasaran todos los días un rato a los pies del Maestro y Amigo, Jesucristo Eucaristía. Y esto es muy fácil: vas andando por la calle, te encuentras una iglesia abierta, y te dices: ahí dentro está Jesús en el Sagrario; voy a entrar un rato a contarle mis cosas, mis penas y alegrías, a rezar por los problemas de mis hijos y familia… Y entras, y ya está. No te digo nada si expresamente sales de casa con este propósito: qué gozada o a ti, sacerdote, los feligreses te ven pasar un rato largo de oración ante el Sagrario antes de empezar la santa misa. Querido hermano sacerdote, vaya una homilía o predicación más viva y eficaz que das a tus fieles aún antes de celebrarla.

Lo puse muy claro en la primera página de uno de mis libros; decía así: la mejor escuela de oración: la Eucaristía; el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; el mejor libro de oración y vida cristiana, toda una biblioteca: Jesucristo Eucaristía como misa, comunión y presencia de amistad siempre ofrecida. ¡Qué poco se visita esta biblioteca! ¡Qué poco se abre este libro! ¡Qué poco se dialoga con este maestro y amigo! ¡Si lo visitásemos y escuchásemos con más frecuencia...! Aquí tienes una ayuda.     Porque el Sagrario es la mejor escuela, el mejor libro, el mejor maestro y el mejor amigo, el mejor gimnasio y el mejor entrenamiento y ejercicio para ser cristiano o sacerdote santo, para aprender a amar a Dios y a los hombres, para aprender a sufrir, para tener ayuda y consuelo permanente, para tener el cielo en la tierra.

Porque todo lo que nos dice Jesús en el evangelio y la fe  es verdad: es verdad que Jesucristo está vivo y resucitado y vive por amor a nosotros en el Sagrario, esperándonos a todos con los brazos abiertos; es verdad que allí le encuentran las almas despiertas y llenas de fe; es verdad que Él, y está ahí tan cerca, en el Sagrario, el mismo Cristo de Palestina y del cielo, el que acariciaba a los niños, perdonaba a los pecadores, hablaba con las prostitutas, tocaba a los leprosos, arrastraba a las masas emocionadas…

            El libro que tienes en tus manos es fruto de estos ratos de oración junto al Sagrario, y lo escribo como prueba y testimonio de amistad y agradecimiento al Señor, sacramentado por nuestro amor  y también para ayuda de los que quieran dialogar y tratar de amistad con Él. De Cristo Eucaristía lo he aprendido todo y quiero seguir escuchándole y aprendiendo y amándole toda mi vida y rezando por la salvación del mundo, de todos los hombres, mis hermanos, especialmente por las vocaciones sacerdotales que tanto necesita este mundo, por la santidad de los elegidos..etc.

            Para conocer y amar más a Jesús Eucaristía sólo se necesita un poco de fe y de amor o si queréis, querer amar al Señor. Porque el que quiere amar a una persona, pensad en los novios, va a visitarla, se ven y hablan todos los días. El que quiera conocer y amar a Jesús tiene que ir  a visitarle todos los días en el Sagrario, porque ciertamente está en más sitios, como dice el Vaticano II, pero ahí es donde está más real y verdadero, todo entero, con todo su evangelio y salvación, vivo, vivo y resucitado, el Viviente, Alfa y Omega de todo para todos, la Hermosura y la Palabra del Padre para nosotros en la que el Padre Dios, lleno de Amor Personal y esencial a Él, nos dice en «música callada», en «silencio sonoro» su canción de Amor Personal a los hombres porque nos amó locamente, y nos da todo su Ser por participación de Amor y nos dice la canción de amor más hermosa que ha existido en el mundo, cantada desde el Padre por el Hijo encarnado por la potencia de Amor Personal del Espíritu Santo, esencia y abrazo infinito de felicidad y de gozo eterno trinitario, que quiere ya empezar a compartirlo en la tierra con nosotros. El Sagrario es el cielo en la tierra para todos los que se purifican un poco de la ceguera de los pecados y con los ojos de la fe limpios pueden ver y contemplar a Cristo Eucaristía, el mismo de Palestina, nacido de María y en el cielo. Qué ayuda más buena la de María para encontrar a Jesús en el Sagrario. Lo digo por experiencia personal.

Si el cielo es Dios Trinidad, en el Sagrario está el cielo en la Tierra aunque no con su total plenitud de Ser y Amor, porque allí en el Sagrario con el hijo-Hijo está el Padre amándose con Amor del Espíritu Santo, están los Tres, la Trinidad Santísima, ciertamente de forma distinta a su presencia del cielo, porque aquí es participada por la gracia y no en plenitud de gloria, pero es la misma y Única Santísima Trinidad, no hay otra, y todo por la vida de fe y la vida de gracia participación de la misma e infinita y esplendente Luz y Vida Divina y Tinitaria.         

El creyente que va a visitar al Amigo que siempre está en casa ya le está amando por el hecho de visitarle por fe, con esta expresión de fe personal, simplemente con su presencia en el banco de la iglesia; su presencia ante el Sagrario indica que con su mirada, con su oración, cree, ama y espera en Él, y más tarde o temprano, irá pasando de una fe heredada, más o menos vivida o simplemente creída, a una fe personal y sentida por la purificación de sus faltas y pecados, que terminará en experiencia viva del Amado. Todo dependerá de que se vaya vaciando de sí mismo para que Cristo pueda habitarle y llenarle por gracia de su misma vida y amor a Él y a la Stma. Trinidad. Precisamente ésta es la orientación que he querido dar a este libro: invitar a todos los católicos, no digamos a los sacerdotes, a visitarlo e indicar un poco este camino de oración eucarística, de diálogo y amistad con Jesús en el Sagrario hasta llegar por Él a Dios Trinidad, especialmente en los primeros kilómetros, que hay que andarlos un poco en fe seca, a oscuras de luz y sentimientos, sin sentir gran cosa y oír poco o casi nada, sólo barruntándolo todo por la fe.

Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro fueron escritas mirando al Sagrario de mi primer destino apostólico que fue en Aldeanueva de la Vera y al año y medio en Robledillo de la Vera. Me gustaría que, si fuera posible, así fueran también leídas, meditadas y oradas: a los pies del Maestro, como María en Betania, presente hoy y el mismo en todos los Sagrario de la tierra.

            Esto para mí es importantísimo, casi determinante. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza y vitalidad: la de los párrocos y la de los cristianos. Pensad que muchas  de estas reflexiones fueron escritas hace más de sesenta años en un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado, ­«contemplata aliis tradere» (predicar a los demás lo que se ha contemplado en la oración; hablar con Dios antes de hablar a los hombres de Dios). Me lo llevaba para anotar lo que el Señor me inspiraba: ideas, sentimientos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías.

            Este método lo he seguido hasta el día de hoy. Yo hago siempre la oración, todas las mañanas, muy temprano, a solas en la iglesia, mientras la mayor parte de mis feligreses duermen: 7 de la mañana, invierno-verano. Hago la oración personal mirando a Jesús en el Sagrario, porque me resulta más cómodo y lógico bajar a donde está Él para hablar y dialogar con Él que hacerlo en la habitación y porque en el Sagrario y desde el Sagrario me enseña muchas cosas y porque estando tan cerca le escucho mejor y me instruye, sobre todo, me corrige y me llena de sus sentimientos y aptitudes eucarísticas.

Ante el  Señor en el Sagrario me sale más fácil y espontáneo el diálogo con Él porque estamos los dos solos en la iglesia, y teniéndolo tan a mano y entregado y esperándome siempre, no me gusta hacer la oración en ningún otro sitio, jamás la hice o la haré por amor y cercanía, porque Él es el Amigo, que siempre está en casa,  esperándome. Para eso se quedó. Y no quiero defraudarle.

Termino esta introducción y te repito: Este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía, para el trato de amistad con Él en el Sagrario. Si os sirve para esto ¡ADORADO SEA EL SANTÍSIMO SACRAMENTO DEL ALTAR!

 

2.- LA PRIMERA ORACIÓN EUCARÍSTICA QUE ESCRIBÍ ANTE EL SAGRARIO DE MI PRIMERA PARROQUIA

 

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» --vivencia eucarística--, que escribí junto al Sagrario de mi primer destino apostólico, Aldeanueva de la Vera, allá por el mes de diciembre del 1960, hace ya  más de sesenta años, porque me ordené en el 11 de junio del 1960.

La escribí en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos que junto al Breviario me lo llevaba siempre a la iglesia en los primeros años de mi sacerdocio para escribir lo que el Señor me decía en la oración, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere--. Y ahora  paso a exponerla tal y como la tengo escrita:        

«Jesucristo Eucaristía, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres...

Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo. Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y a pesar de todo te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo, y, sin embargo,  te quedaste; ¡cuánto nos quieres, cuánto nos amas y nos buscas y esperas!

¡Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario de la tierra, siempre con el mismo amor, la misma entrega...eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo! Qué bueno eres, Jesucristo amado, cuánto nos quieres, Tú sí que nos amas de verdad, nosotros no sabemos amar así, por eso no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos más limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto,  hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí; Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas, qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo; no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Última Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:“Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros... Tomad y bebed, esta es mi sangre, que se derrama por muchos...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor ¡lo he sentido tantas veces! toda esta entrega, toda esta emoción la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;  y también te entregaste y te quedasta en el Sagrario para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega.

Jesucristo, Eucaristía divina, Canción de Amor del Padre, revelada en su Palabra hecha carne y pan de Esucaristía con Amor de Espíritu Santo.

Jesucristo, Eucaristía divina, Templo, Sagrario y Morada de Dios Trino y Uno en la tierra ¡Cuánto te amo y te deso, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por esta vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte, para tener la luz del camino, de la Verdad y de la Vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero adorarte, para cumplir la voluntad del Padre como Tú, con amor extremo, hasta dar la vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!

Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo, sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de amor del Espíritu Santo.

 

*****************************

            Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, sacerdote único del Altísimo y Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre. Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo hasta dar la vida y quedarte para siempre en el Sagrario, en intercesion y oblación perenne al Padre, por la salvación de los hombres, tus hermanos.

¡También yo quiero darlo todo por Ti y permanecer contigo implorando la misericordia divina sobre mi parroquia, sobre la  iglesia y sobre el mundo entero! ¡Yo quiero ser y existir sacerdotal y victimalmente en Ti; yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tu lo eres todo, yo quiero que lo seas todo!

¡Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia y adoración del Padre¡ yo creo en Ti!

¡Jesucristo, sacerdote y salvador único de los hombres, yo confío en Ti!

            Tú eres el Hijo de Dios ¡qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo, vivir en tu misma casa, bajo tu mismo techo!

 

 

3.- ORACIÓN DEL JUEVES SANTO ANTE JESUCRISTO EN LA SANTA CUSTODIA DEL MONUMENTO

« JESÚS, TE AMO»

 

Jesús, te amo, ahora como siempre, como en mis años primeros, como en mi primera comunión, donde tan cerca te sentí como sacerdote y amigo, invitándome a seguirte, desde el corazón sacerdotal de mi madre Graciana que estaba en el banco a mi lado en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, 29 de junio 1946; me siento feliz contigo, sin los fulgores de aquella juventud primera, pero con la entrega incondicional de una vida cargada de caricias y misterios, de ciencia teologal en mis últimos años de seminario, pero sobre todo, de sabor, de <sapientia>, de sabiduría teologal de aquellos <scholium> de los textos de Lercher y meditaciones de D. Eutimio que aún conservo, y de vivencias eucarísticas ante el Sagrario de mi seminario, acompañado por aquellos superiores santos y amigos verdaderos del seminario, escuela de perfección y santidad sacerdotal ¡qué buen curso, qué hombres de oración y Eucaristía, sellada finalmente por la gracia y el carácter del sacramento sacerdotal!

Te amo, Jesús, con todo mi corazón y con todas mis fuerzas; sabes que has llegado a ser ya el centro de toda mi vida, de todo mi ser y existir sacerdotal, la respiración de mi corazón, operado y rejuvenecido, caminando hacia los 78 años y 54 de ministerio sacerdotal, enamorado y felicísimo.

Te amo, Jesús, porque eres el Todo que apetezco y la única razón de mi ser y existir. Ya no sé vivir sin Ti, sin sentir los latidos de tu corazón sacerdotal, como Juan en la Última Cena, sobre todo, cuando haces presente tu vida, muerte y resurrección por medio de mi humanidad prestada, o en ratos de Sagrario apoyado en tu pecho; ya no sé vivir sin la vibración de tu Amor, Amor de Espíritu Santo, Beso y Abrazo de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el que me siento besado y abrazado, centrado sólo y siempre por este Amor tuyo en la búsqueda de la gloria de mi Dios Trinidad -- "in laudem gloriae ejus": “para alabanza de tu Gloria”,-- lema de la estampa de mi ordenación sacerdotal y para la salvación de mis hermanos, los hombres, a los que tanto amo y quiero con tu mismo amor de Espíritu Santo desde mi ordenación -sábado de Pentecostés-, y también el que me das en ratos de Sagrario y Eucaristía, que a veces tanto siento, sobre todo, por los que Tú me has dado, y por los que viven alejados de Ti y de tu Iglesia, por los que tanto rezo y ofrezco tu vida y muerte...la eucaristía.

Deseo y te pido entregarme a tu Iglesia santa con tu Amor sacerdotal y apostólico de Pentecostés que me entregaste el día de mi ordenación sacerdotal-sábado de Pentecostés-, en nostalgia infinita de encuentro eucarístico pleno y total contigo, porque ya vivir mi vida es querer vivir tu misma vida "del Cordero degollado ante el trono de Dios... que quita los pecados del mundo" intercediendo siempre contigo ante el Padre por la salvación del mundo, de mis hermanos, todos los hombres, expecialmente de mis feligreses.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios y Único Salvador de los hombres, la verdad es que es un privilegio haberte "conocido" en " Eucaristía ­Última Cena y en ratos de oración-Sagrario, estando y viviendo junto a Ti; tenerte tan cerca en el Sagrario-Cielo, tener mi tienda junto a la tuya, ser tu vecino y poder encontrarte siempre que quiera y te necesite en tu morada santa, Sagrario de mi parroquia.

Jesucristo Eucaristía y Sacerdote único del Altísimo, yo necesito tu cercanía penetrante, tu sonrisa insinuante, tu mirada amorosa, que me muestra los caminos, a veces duros y sufrientes,  <en soledad y llanto>, de mi marcha hasta el encuentro definitivo contigo, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida, para vivir eternamente en la gloria del Padre.

Jesús, amigo del alma, Tú eres el centro de mi vivir, Tú eres la alegría de mi corazón enamorado, la plenitud del amor de mi pecho, de mi abrazo siempre anhelante de reposar abrazado a Ti mediante la contemplación de tu alma sacerdotal ¡qué nostalgia de mi Dios todo el día, qué hambre de Ti, de tu rostro penetrado de infinitos resplandores, otras veces crucificado y coronado de las espinas de nuestros pecados y faltas de amor y correspondencia, por las ausencias de amor del amigo, que no tiene ratos de amistad y oración personal y diálogo afectivo contigo, sino meramente ritual y oficialista, lo obligado, a veces en vida distante, paralela, seca, árida y sin cariño!

Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la luz del camino, de la verdad y de la vida. Quiero adorarte para cumplir la voluntad del Padre, como Tú, hasta dar la vida; quiero comulgarte para que vivas en mí tu misma vida, tu mismo amor, tu misma entrega de amor total al Padre por amor a los hombres.

Tú sabes, Jesús de mi Sagrario, cómo y cuánto te necesito, y cómo y cuánto te busco, y cómo y cuánto te echo de menos, y cómo y cuánto te llamo ¡Y cómo y cuánto te reclamo en las noches de terrible soledad y desolación cuando no te encuentro, cuando te llamo y me siento solo y abandonado, sin Tí...en noches de Getsemaní! Por eso, quiero amarte en amores de entrega, de renuncias, de deseos y sufrimientos y en lágrimas también de amor por los que no te aman, no te buscan, por los que se han alejado del Padre, Origen y Proyecto de Amor, y al alejarse del Dios-Amor, se han alejado de la felicidad y del sentido de la vida que tú nos diste y se han quedado tristes: familias tristes, matrimonios tristes, hijos tristes, feligreses tristes, ya no hay vecinos y amigos ... como en mis primeros años sacerdotales.

Tú eres mi todo y en Ti y por Ti todas las cosas, para mí, tienen su fuerza, su sentido y su razón de ser. Buscar en Ti y en todos cuantos me encomendaste el hacer tu voluntad, que es la gloria del Padre y la salvación de los hombres; esta es la única exigencia de mi corazón sacerdotal, enamorado y consagrado, en entrega total e incondicional de amor, desde mi juventud sacerdotal a los 23 años, hasta el momento presente, 77, con 54 años de sacerdocio, todo en historia de amor, con pecados y fallos, pero siempre superados por tu amor, levantándome siempre con tu ayuda y esforzándome por hacer todo lo que Tú me pedías y me pides, cayendo, levantándome, siempre levantándome con tu gracia y por tu amor; gracias por todo, Señor Eucaristía.

Mi existir, mi vivir, mi callar, mi sufrir, mi luchar, mi esperar y aun mi morir, es sólo amor sacerdotal al Jesús que viene lleno de amor y salvación en la consagración de mis misas, presencia permanente de tu eterna y única misa, única eucaristía, de mi entrega sacrificial y victimal permanente y renovada en Ti y por Ti y contigo, único sacerdote y víctima agradable al Padre.

Y porque te amo y quiero amarte, estoy dispuesto con tu ayuda a seguirte siempre y a esperarte en ratos de cielo en el Sagrario o en soledades y sufrimientos de Getsemaní, si así me lo pidieras  en las  noches oscuras de fe y amor en mi alma para una mayor purificación de mis defectos y pecados y por la salvación del mundo y especialmente de todos los que me has confiado, mayores y pequeños, en mi parroquia.

Yo quiero ser totalmente tuyo y permanecer unido a Ti, único Sacerdote de Altísimo, en la tierra y en el cielo, implorando contigo la misericordia divina para este mundo nuestro que se ha alejado tanto del Padre, para mi amada Diócesis de Plasencia, su obispo, sus sacerdotes, especialmente los más abandonados o desconsolados, y por mi amadísima parroquia de san Pedro y Cristo de las Batallas.

Desde el seminario comprendí claramente lo que me pedías:que mi vida sólo tenía sentido prestándote mi humanidad para que Tú siguieras cumpliendo el mandato del Padre, encarnándote en la humanidad de otros hombres, los sacerdotes, para salvar a todos tus hermanos, los hombres, y llenarnos con la plenitud de tu vida trinitaria.

Me gusta y quiero terminar la vocación de mi peregrinar sacerdotal, agotado por una vida cargada de trabajos y entregada a la salvación del mundo para la gloria de la Santísima Trinidad, entre días claros y noches obscuras de fe, esperanza y amor, junto a Ti, vividos en etapas prolongadas de Tabor, de resplandores de Gloria, y también de noches y días desoladores de Getsemaní, y también, como la tuya, en momentos y años juveniles, a veces sufrientes y cargados de envidias, incomprensiones y desprecios.

            Por eso, desde lo más profundo de mi ser, en lo más hondo de mi alma, a veces en largas noches de obscuridades de sentido y espíritu, a veces en nostalgias irresistibles de encuentro definitivo contigo, <que muero porque no muero...>, solo ansío y necesito para ser feliz estar contigo, donde Tú quieras, como Tú quieras, pero siempre contigo; Jesús Eucaristía, siempre contigo; vivir junto a Ti, teniendo mi tienda junto a la tuya, siendo tu vecino.

Te amo, Jesús Eucaristía, siempre ofreciendo tu vida y tu muerte y resurrección al Padre en oración y oblación perenne y en Eucaristía perfecta de petición y acción de gracias por tus hermanos, los hombres. Me gusta escucharte, recibirte, entrar dentro de tu pecho dolorido con Juan y saber que estás herido de amor a todos tus hermanos, los hombres, de tanto amarme…

He visto que nos buscas a todos, jadeante como en Palestina, por todos los caminos de la vida, especialmente a tus sacerdotes ¡cómo nos amas! y que nos quieres confidentes y amigos caminantes de la vida como a los Apóstoles, descansando en tu alma siempre amante, y penetrando agudamente en nosotros en  <música callada>, sin sonidos externos, diciéndonos cosas infinitas sin palabras, con solo tu presencia eucarística, en silencio penetrante, con solo mirarte y estando en tu presencia.

Y así es como explicas a las almas en ratos de sagrario tus divinos secretos. Y así has conseguido en tu parroquia de san Pedro descubrir tu rostro y hermosura, tu Tesoro eucarístico a muchas almas, que han corrido a vender todas sus posesiones de defectos y pecados para comprarte a Ti solo, divino Tesoro: «quedéme y olvídeme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado ... >,  <qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche... Aquí se está llamando a las criaturas, y de este pan se hartan aunque a oscuras, porque es de noche >.

Almas verdaderamente santas que no serán canonizadas, pero que Tú las tienes rendidas a tus plantas. Es uno de mis mayores gozos sacerdotales haber conducido hasta Ti almas místicas que se sienten y están enamoradas de Tí; almas que han aprendido y aceptado venderlo todo para poseerte a Ti en amor total, purificarse de todo, vaciarse de todo, para llenarse solo de Ti y del Todo, que eres Tú en Trinidad, nuestro Dios y Señor, sacrificando o viviendo tu misa, tu sacrificio, en ofertorio y consagración verdadera, convertidas en tu Cuerpo como el pan y el vino consagrados, y todo, a veces, en fe oscura de Calvario, en largas noches de sufrimientos, humillaciones, obscuridades, en la nada de afecto y reconocimiento, olvidado y abandonado por los suyos como Tú en la cruz, sintiendo solo la compañía del respirar doloroso y angustiado de nuestra Madre, María, siempre junto a sus hijos, sin abandonarlos nunca, en pasión prolongada y muerte total del yo, en entrega total a los hermanos, sin reconocimiento y amor, sin testigos, entre incomprensiones, olvidos, envidias... lanzándose al abismo del vacío de todo lo humano, de puestos y colocaciones, en inmolación total, para llegar a la resurrección contigo en Eucaristías de muerte y resurrección unidos a Tí, a la vida nueva de amor verdadero, purificado y total a Dios, y por Dios a los hermanos en Ti y por Ti y como Tú. Y luego ya pasadas las noches del dolor y purificación necesarias pero siempre dolorosas, en las que muchos se echan para atrás, pasadas las pruebas necesarias de purificación y transformación en tu ser y exisitir, entrar en el esplendor y gozo del Tabor, en tu Luz de gracia y Tabor, que se prolongan ya sin fin, toda la vida y eternamente en el cielo.

He tenido el gozo de conocer almas verdaderamente santas que no serán canonizadas en la tierra, pero que ya lo están por la Santísima Trinidad en el templo de su Gloria. Y todo esto conseguido principalmente por el camino de la oración-conversión- contemplación silenciosa, de eucaristías con la cabeza reclinada en tu pecho. Todo se lo deben a la oración, a la oración personal o encuentro personal contigo, especialmente en la Eucaristía, en la misa y en ratos de Sagrario. Porque sin esta mirada o diálogo de amor personal contigo, Sacerdote Único, todo creyente, incluso yo, sacerdote, ya lo expliqué largamente en uno de mis libros, sin diálogo personal contigo mientras celebro o participo en la misa, soy un profesional de lo sagrado; la misa es puro rito, sin encontrarte a Ti, ni sentir tu amor extremo sacerdotal y victimal; sin diálogo contigo, sin oración personal, sin deseos de victimarse contigo y sacrificar la carne de pecado contigo, no hay encuentro personal con Cristo ni en la misa santa, ni en el Sagrario ni en la liturgia ni en los hermanos ni en apostolado ni en nada ni en la misma communion eucarística que será mero comer el pan consagrado pero no comerte a Tí, comulgar con tu vida y sentimientos ...

Yo, Señor, soy un torpe e inculto, porque no te encuentro en el apostolado si no te llevo conmigo, si antes no te he encontrado en la oración, sobre todo ante el Sagrario. Es que no sé darte a los demás si primero no te he encontrado. Y eres Tú, encontrado por fe viva en amor, el que me empujas, me llevas con tu mismo amor a los demás. Porque eso lo digo claro y alto para que todos me entiendan; el Sagrario no es un trasto más de la Iglesia, aunque se le pongan muchas flores y adornos; el Sagrario es una persona, eres Tú, Cristo en persona, esperándonos en diálogo de amor y amistad ¡Todo se lo debo al Sagrario en oración personal y conversión permanentes!

Tú, Cristo del Sagrario, Jesús del alma, quiero que seas el único Dios de mi vida, iAbajo todos los ídolos! En primer lugar mi yo a quien tanto quiero y doy culto todos los días idolátricamente ¡qué cariño y amores me tengo! hasta tres horas después de mi muerte no estaré convencido de que haya muerto mi yo, qué cariño nos tenemos, qué cuidados y ternura nos damos, cómo nos buscamos de la mañana a la noche, en todo, hasta en la cosas sagradas, y muchos, aunque sean cardenales, obispos, sacerdotes y estén consagrados a Ti, no se dan cuenta, o si se dan cuenta, qué poco luchamos para matar el yo para que sea Cristo el que habite en nosotros y a quien prestemos nuestra humanidad, corazón y sentidos; es que matar este yo ni sé ni puedo, solo el fuego de Amor del Espíritu Santo puede descubrirlo y quemarlo... solo el Espíritu Santo, la llama encendida del Amor divino puede quemarlo todo y quemarme de amor a Ti: <¡oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en su más profundo centro ... rompe la tela de este dulce encuentro>.

Quiero que Tú seas el único Dios y Señor de mi vida, dulce Dueño mío, que me inundas, me habitas y me posees totalmente ya, vaciándome de todo lo mío: "Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él"; matado mi yo por las purificaciones del alma llevadas a cabo por tu Amor al Padre y a nosotros, Espíritu Santo, en luz y fulgores que, a la vez que iluminan, queman y limpian y purifican, cual volcán en llamaradas eternas de resplandores de misterios y de saberes y sabores infinitos que no pueden expresarse en palabras, sólo en sueños de amor: < quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado ... > iGemidos de eternidad, de amores encendidos,  < Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura... Oh llama de amor viva... rompe la tela de este dulce encuentro...>, encuentro eterno de cielo empezado ya en la tierra, que <barrunto> y escucho sin palabras, en silencio de oración, en «música callada... »

Y estando en tu presencia eucarística, <estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte>, ¡cuánto he aprendido en nada de tiempo y de estudio y de teología, sin libros y reuniones "pastorales", cuánto he comprendido y penetrado, más que en todos mis estudios y títulos universitarios! ¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo!

Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. "Abba", Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste. Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo, creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más guapo para ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritü; y he sido elegido por-creación y redencion para-vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Si existo es que me has besado con un beso de vida y amor en el seno de mi madre Graciana y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me identificaste y consagraste por Amor de Espíritu Santo. Soy sacerdote eternamente en tu Hijo Jesucristo, Unico y Eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor; que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: "sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto"; danos muchos y santos sacerdotes predicadores de tu reino que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo el amor de tus criaturas. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas mi amor? ¿Por qué te has humillado y rebajado y sufrido tanto? Me estás demostrando claramente que sí... y Tú eres Dios y no quieres ser feliz sin tus criaturas y por eso te has rebajado y humillado tanto, hasta dar la vida, hasta clavarte en la cruz, hasta quedarte hasta el final de los tiempos en todos los sagrarios de la tierra sabiendo que muchos no te buscarían ni te agradecerían tu amor eucarístico hasta el extremo de tu amor y de los tiempos  y todo y tanto por mi, por nosotros ... Dios infinito, no te comprendo. No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, que no quieras un cielo eterno sin mí, sin tus criaturas creadas para un amor y amistad y abrazo de felicidad eterna en abrazo trinitario del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo y que por eso hayas venido, muerto, resucitado y quedarte ahí en el Sagrario hasta el final de los tiempos... No lo entiendo. No entiendo que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas venido en su busca y hayas sufrido y muerto por todos los hombres, y resucitado para que todos tengamos felicidad eterna contigo. No entiendo que un Dios muera por sus criaturas…hombres finites y limitados en todo.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios permanente incompresible e incomprendida por tu exceso de amor, por tu amor extremo hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir... iCristo bendito, que no te comprendo! ¿O es que nos amas como si fuéramos seres divinos, porque nos has soñado el Padre para ser divinos en Ti y por Ti, verdaderos hijos del mismo Padre con su mismo amor de Espíritu Santo? Pues así es: el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo mediante su Encarnación, Muerte y Resurreción-Transformación en eternidades de Luz Divina, siempre con Amor de los Tres, Amor de Espíritu Santo.

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, Tú viniste y moriste y te quedaste en todos los Sagrarios de la tierra para que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida de gracia a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación en la tierra de la vida divina, a la plenitud divina para la que nos has soñado; yo, como sacerdote, a este proyecto quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir; yo solo creo, espero y amo y adoro a mi Dios Trino y Uno: "Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi lama ya estuviese en la Eternidad". Y a veces la deseo tanto, tanto, que quiero olvidarme de mi y todo lo creado "para establecerme en Vos, tranquilo y sereno, como si mi alma ya estuviese en la eternidad”; Cristo Jesús, yo como san Pablo, pero de verdad, Tú lo sabes y me oyes decirlo muchas veces: añoro, deseo el encuentro total y eterno contigo, tu abrazo de Dios y hombre sacerdote y amigo, te lo dije cuando me operaron de corazón, que perdiste una ocasión estupenda. Señor, haz que almenosnosotros, tus sacerdotes, que tenemos que predicar, convencer y llevar hasta Ti a nuestros hermanos, los hombres, haz que reparemos con nuestra presencia de amor y de oración diaria y prolongada ante el Sagrario de nuestras parroquias los olvidos de aquellos que no te miran, que no creen en ti y no te han conocido en la tierra, que no pasan ratos de amor junto a ti, incluso religiosos y sacerdotes que predican de ti sin haber hablado contigo en el Sagrario, sólo con el conocimiento frío de la ciencia teológica. Todos los días, a las 8 de la mañana, en nuestra parroquia del Cristo de las Batallas, ante la Custodia Santa, antes de rezar Laudes, rezamos --por la santidad de los cardenales, obispos, sacerdotes, religiosos, seminaristas, por nuestro seminario y sus vocaciones--, así al pié de la letra y todos los días. Es importantísimo y esencial el sacerdocio de Cristo en la Iglesia hecho presente en la humanidad de los sacerdotes.

Jesucristo, Eucaristía divina, Templo, Sagrario, Morada y Misterio de mi Dios Trino y Uno, Tú me amas... yo te amo...! Quisiera en ratos de amor apagar los gemidos de tu corazón herido y de tu alma lacerada. Me hiciste confidente de tus misterios de amor, especialmente para tus escogidos, tus sacerdotes, contándome cuanto encierras en peticiones de gracias y cariño para todos los tuyos! Ya lo he proclamado en todos mis libros y predicaciones.Y he tenido que sufrir por ello ¡Cuánto supe en un instante junto a Ti, más que en todos los años de Teología y títulos de Roma! ¡Supe también allí, cuánto amas y deseas la compañía y la amistad personal de tus sacerdotesy seminaristas y almas consagradas. Me diste en la parroquia el consuelo de almas enamoradas, de feligresas limpias y entregadas por tus sacerdotes, por tu seminario, por las vocaciones… ¡Sacerdote, seminarista de Cristo, novicia, alma Consagrada, cualquiera que seas, llena tu vocación y tu vida de amor a Cristo Sacerdote y Eucaristía perfecta de sacrificio, alabanza y adoración al Padre! Escucha sus palabras, sus anhelos, sus locuras de amor al mundo y a los hombres en ratos de Sagrario; principalmente en ratos de oración-conversión-amor a Dios sobre todas las cosas; y trata de darle a los demás por los medios que Él mismo te descubra. Querer amar a Dios es buscarle en la oración que te lleva a la conversión de toda tu vida al amor del Padre por Jesús Eucaristía. Estas tres palabras significan lo mismo y siempre están unidas,si son verdaderas: amor a Dios, oración y conversion: orar, amar y convertirse.

Queridos sacerdotes  de Cristo, queridos bautizados y consagrados a Cristo, queridos hermanos todos, amados y soñados por el Padre Dios para una eternidad de gozo en Él, llena tu vocación y tu vida del vivir de Dios, de su gracia y de su amor y dedica tu vida a dar esta vida y amor de Dios a los hombres que son eternidades, eternidades creadas por nuestro Dios Trinidad para fundirlas para siempre, para siempre, para siempre, eternamente, en el Abrazo de Amor de nuestro Dios Trino y Uno, entre fulgores y resplandores eternos del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo, Beso de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, con María, presencia maternal de Dios Padre en la tierra para con su Hijo, Único Sacerdote y Salvador de los hombres, y para con sus hijos sacerdotes, otros Cristos, consagrados con el mismo Amor de Espíritu Santo en el día de su Ordenación, como encarnaciones o prolongaciones y humanidades prestadas al Hijo del Eterno Padre, para que el Único Sacerdote continúe  y prolongue en ellos el misterio de salvación soñado por el Padre y confiado al Hijo encarnado sacerdote en el seno de María, madre sacerdotal. Señor Jesús yo contigo “Sacerdos in aeternum”, semper vivens in Trinitate, cum Maria, in vitam aeternam! Eternamente.

iSeñor Jesucristo, Único Sacerdote del Altísimo,danos muchos y santos sacerdotes semejantes a Tí! iHermanos y hermanas todas: "Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies!". iMaría, Virgen bella, Madre sacerdotal, danos muchos y santos sacerdotes como tu Hijo,  Único sacerdote del Altísimo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

4.- NECESIDAD DE UNA FE VIVA Y PURIFICADA PARA EL ENCUENTRO  PERSONAL CON JESUCRISTO EUCARÍSTÍA

           

            Queridos hermanos: Me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que santa Teresa nos dice que es «...tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».  Al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  «el que nos ama»,y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan y alimento de vida cristiana y como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los Sagrarios de la tierra.

El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19).

Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso,«la Iglesia, apelando a su derecho de esposa», se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7, 4).

El Sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanente ofrecida al mundo entero. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino, porque Él se ha quedado para eso en los Sagrarios, para ser camino, verdad y vida para todos los hombres.

La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a conocerse, a vivirse y comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro: “Yo soy el pan de vida…Tomad y comed, esto es mi cuerpo...”; “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” ; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.

Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer». Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el Sagrario es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, sólo por la fe y sin ver por los sentidos del cuerpo, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva esta agua divina: “que salta hasta la vida eterna…El que coma de este pan vivirá eternamente…”.«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche» (por fe, S. Juan de la Cruz).

 

El primer paso para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclama presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

            La fe es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque son infinitos y nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  san Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance». Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada, vivida y experimentada por la oración-contemplación de los creyentes y anunciada a todos los hombres.

La fe y la oración, fruto de la fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rm 1,16-17).

A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

            Este camino hay que recorrerlo siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe, llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne. 

            Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra, que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento, no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada por amor y la conoce por amor más que por entendimiento. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las  maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminando hasta contemplarla y poseerla.

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias, en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero.

La teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón,  llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente. "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Cor 10,4s).

Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María, que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo desde el amor extremo de Dios al hombre.

Toda la Noche del espíritu, para san Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con su criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina, que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por su limitación en ver y comprender cómo Dios ve su propio Ser y Verdad;  a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que razonando, por vía de amor más que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva». Lo dicen los que han llegado.

La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que «dominar sobre la fe sino contribuir al gozo de los creyentes» (cfr 2 Cor 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo.

 Para seguir siendo discreta y sumisa, la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en las orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú?”. Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer sino que humildemente dirá. “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”.

 La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable,  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi emoción por todos vosotros, de mi  entrega y mi amor hasta el extremo...”[1](Cfr F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual, Sígueme, Salamanca  1992, pag.13.)

San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque  por  el amor me uno al objeto amado y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios de Dios y de la fe, que nosotros creemos desde la Teología o celebramos en la liturgia. Para san Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios, debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva, que hiere de mi alma en el más profundo centro...», no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: <Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy>. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez 3, 1-3).

 

5.- ORAR EN VERDAD ES TRATAR DE AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS CUMPLIENDO SU VOLUNTAD

 

Y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, que le hemos saludado y le hemos abrazado espiritualmente con todo cariño y amor, ahora ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a ser humildes y sencillos, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos. Esto, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar y escuchar al Cristo de nuestros Sagrarios.

            Te recuerdo. El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amor de amistad entre Cristo y Pablo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero encuentro de diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad y la conversión personal a lo que Jesús nos dice y nos pide en esos ratos de orar y meditar lo que Dios quiere de nosotros y nos pide que hagamos al salir de ese encuentro de  amor.

Hay muchos maestros de oración; los libros sobre oración eran innumerables  hasta hace unos años, pero hoy día han bajado muchísimo –librerías religiosas se han cerrado--, debido a los whasssad, móviles, ordenadores…etc; para nosotros, el mejor libro será siempre el libro del Sagrario, de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... ¡si lo abríéramos con más frecuencia, si le leyéramos y le escuchásemos un poco todos los días, si le visitásemos y hablásemos con Él todos los días un poco, si creyéramos de verdad en Jesucristo en el Sagrario! ¡Si lo que afirmamos con la inteligencia y la teología y rezan muchas veces nuestros labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor..!

Porque hay que leerlo y releerlo durante horas, ya que al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y manifiesta en ratos de tu oración eucarística y comienzas a la vez a obedecerle y vivirlo, esto es, a convertirte, entonces se acabaron todos los libros y todos los maestros.“Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt 23, 8-10).

En el comienzo de este encuentro eucarísitico, de este diálogo de oración, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo, meses… años... Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

            Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, años, los que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario, sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico.

            Lo que quiero decirte es que nadie piense que esto será así  toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres.

Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad» que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho y meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

             Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser. No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa.

Y desde luego no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea...etc. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde san Juan y san Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de algunas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal-afectivo con Cristo Eucaristía.

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración.

En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, bien interior, bien exterior, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...”. Después Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el Evangelio, como él luego nos dirá en sus cartas, sin otro maestro que el Espíritu Santo, Espíritu de Luz y Sabiduría y Amor de Cristo;  y así tenemos que hacer todos nosotros si queremos conocer y amar a Cristo como Pablo; es más, luego se presenta a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles e insiste y se goza de no haber tenido otro maestro que Jesucristo, su Cristo, convertido ya en Señor y amigo para siempre por la oración personal que empezó en el desierto,  donde llegó a conocerle mejor que algunos de los discipulos que estuvieron con Él y le escucharon en Palestina.

            En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como es el de la Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[1].

            Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fin, sin quedarnos en las técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fin y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento. Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fin donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas. Desde el principio, Dios y conversión; conversión de vida y  para siempre, porque este es el mayor obstáculo para avanzar en la oración y en la vida de unión con  Cristo.

El Papa JUAN PABLO II, en la Exhortación  Apostólica Novo millennio ineunte, ha insistido en la conveniencia de escuelas de oración en las parroquias y en la conveniencia de algún aprendizaje para hacer oración. Desde el comienzo de mi vida partoral, hace sesenta años, lo he tenido muy presente. En mi parroquia hay varios grupos de oración formados por cristianos y cristianas que veo con frecuencia en la iglesia en misas o visitas al Santísimo; no les preparo ni les digo nada especial, sólo que vayan a los grupos, que vean y escuchen a los miembros de los grupos y oren con ellos como se les ocurra. Al cabo de dos o tres meses en silencio, empiezan poco a poco a manifestar el fruto de su oración personal y grupal, y empiezan a orar y dialogar como los veteranos, más en línea de diálogo con Dios públicamente manifestado que de reflexión sobre verdades.

 Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías, y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y «oír» la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la «meditación». Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquias y seminarios.

En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión, como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque si la oración no nos va haciendo cambiar de vida y vivir más y mejor en Cristo y su evangelio, todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

            En mi larga experiencia de cincuenta años con grupos parroquiales de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio. La oración es un camino de seguimiento del Señor por la oración-meditación-diálogo de fe y amor con Él, para eso oramos y venimos a estar con Él, ayudándonos al principio con libros, oraciones etc… avanzando en compromiso de unión con Él, de conversión y santidad de vida… sin esto no es eficaz nuestro encuentro o meditación diaria… no es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos, y si no hay compromiso de vida, todo es pasar un rato de pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los componentes del grupo y, a veces, a la misma destrucción del grupo o separaciones entre ellos.

No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo sino solo con el querer amar a Dios sobre todas las cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo.

Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso insisto, hacer oración o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios sobre todas las cosas mediante la conversión de toda su vida en el que dijo: “quien quiera ser discípulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y para eso, “venid vosotros a su sitio aparte…”, y esto, aunque la persona no sea consciente de ello, como puede pasar y pasa, aunque uno sea sacerdote, religioso, seminarista… hasta Obispo, porque como uno no tenga estos ratos de oración todos los días, sobre todo, ante Jesús Eucaristía en el Sagrario, poco llegará a conocer y amar a Cristo vivo, no meramente concepto, aunque sea doctor en Teología y desde luego, al no vivirlo no podrá enseñar y comunicar correctamente lo que no sabe por la práctica; por eso, hay pocos maestros de oración verdadera y auténtica, aunque enseñen técnicas de posturas y demás, que están bien, pero como no haya conversión y cambio de vidas, aunque las haya de posturas en la oración, no lo conseguirán.

 Por eso, insisto, qué gracia más singular para una diócesis, para un seminario, tener un obispo, unos rectores que sean hombres de oracion auténtica y verdadera, cómo se notará en su vida, testimonio y predicación, hablando no desde el conocimiento frio y seco a veces de la teologia sino desde el conocimiento vivo y encendido de la experiencia personal, por la oración verdadera y el encuentro diario y vivo con el Señor.

 

6. PARA LLEGAR A LA UNIÓN PLENA Y PERFECTA CON DIOS HAY TRES VERBOS QUE DEBEN ESTAR SIEMPRE UNIDOS: ORAR, AMAR Y CONVERTIRSE 

 

            Y el orden no altera el producto. Porque  para querer amar con autenticidad a Dios, como a cualquer persona, lo primero será el estar con él y hablar y comunicarse, y esto te pide, exige y necesita el pasar ratos con Él,  hablar y escucharle en ratos de diálogo y conversacion, esto es, de oración con Dios, en un principio mediante la ayuda de la lectura y meditación de libros, especialmente del evangelio, escuchando lo que Él te dice y te pide y exige, y lógicamente una vez que le has escuchado en la oracion-meditación-contemplación, que dura años y años, esa misma oración o meditación te va exigiendo cumplir y hacer lo que Dios de ha dicho y tú has meditado; por eso te repito que orar, amar y convertirse o hacer lo que Dios te dice en la oración se conjugan igual, como luego te explicaré más ampliamente.

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, automáticamente el orar a Dios te pide y exige convertirte a lo que Dios te dice en la oración y meditación, orar se convierte en  querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión, no puede haber oración.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente y esta es la dificultad máxima para orar en cristiano prescindo de otras religiones y es la causa principal de que se ore-medite tan poco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión permanente de pecados y defectos, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos o lo deje precisamente porque le cuesta, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”,dice san Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho san Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando san Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está «condenado» a amarse y amarnos siempre así, aunque seamos pecadores y desagradecidos, no lo puede remediar.

            Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y  ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios; así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle así, como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, de la que nosotros participamos por la gracia, así es cómo Dios se ama y nos ama y  no puede amar de otra forma, ya que dejaría de ser Dios, dejaría de ser y existir.

Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo, nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por el don de la gracia sobrenatural por ser participación gratuita de su mismo ser y naturaleza y amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1, 4).

Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que nos ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios es nuestro Padre y nos pertenece y es nuestra herencia y tengo derecho a exigírsela: Dios, Tú me has pensado y creado, Tú eres mi Creador y Padre, Tú me perteneces.... Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad...“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

Esta es la gran suerte de esta especie animal humana, tal vez más imperfecta que otras – los ángeles-- en sus genomas o evolución, pero  que cuando Dios quiso la amó         y la creó en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su misma vida, amor y felicidad por participación.

Y esta es la gran evolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo erectus», «habilis», «sapiens», «neanderthalensis», «cromaionensis, «australopithecus», que apareció hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años... --que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra--. Los estudiosos de estas cosas todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al irla descubriendo, parece como si la fueran creando, y al no querer aceptar, por principio, al Dios Creador,  muchos de estos sabios dirán que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en y con Dios Trinidad.

La casualidad necesita elementos previos, sólo Dios es origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios, creador de los elementos y su evolución por naturaleza. Millones y millones de combinaciones... y todo, por casualidad... ¡Qué trabajo les cuesta llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente que, por ser todo amor generoso e infinito para con el hombre, nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin lógica ni  principio ni leyes fijas? Y todo por no querer aceptar a Dios como principio inteligente y poderoso de todo.

            A mí sólo me interesa saber que he sido elegido para vivir eternamente con Dios y que ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y que este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección y que continúa vivo y real y yo lo puedo comprobar en ratos de oración y encuentro con Él como lo han encontrado miles y miles de personas canonizadas o no en sus vidas y oración personal un poco elevada.

Por otra parte, esta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde, la mayor pérdida que puede sufrir, si no la descubre por la revelación del mismo Dios; y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos  en programaciones-acciones pastorales siempre horizontales sin la dirección vertical de trascendencia o los sacramentos que se quedan y se celebran en el signo pero que no llegan a lo significado, que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa.

Muchas de nuestras reuniones y programas  y celebraciones no son apostolado, porque se quedan en mirar y celebrar  el rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos más que el alma, el espíritu, la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen tanto el evangelio como palabra salvadora y mensaje del Señor como de la liturgia como acción sagrada y salvadora de Cristo por los sacramentos... nos preocupamos más del rito y gesto exterior que del contenido interior de gracia porque vamos más a lo transitorio y visible que a lo que tiene invisible y trascendente, que es lo más importante y hasta donde todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre.

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino” (Jn 11, 24).

Porque da la sensación de que a veces se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano ciertamente pero para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios. 

Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin  principal de la evangelización,  es lo que más  preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma Eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y de lo esencial hablamos y nos preocupa menos. Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fín, más preocupados y ocupados en agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y trascendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. La gloria de Dios está en conseguir esta finalidad eterna: «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión de Dios» (San Ireneo)

¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que se preparan o te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte como único fin de su vida, más que les resulte simplemente amena y divertida!... ¡Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces pueden despistar de lo esencial!

Queridos amigos, este es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, este es el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios trino y uno y esto es lo único que vale y que existe; lo demás es como si no existiera.

¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? Él es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad ya comenzada,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  Él es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6, 26). Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con Él; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacernos uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre con fuego de Espíritu Santo.

Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad,  a  sumergirnos en este amor porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo” (Jn 20, 21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn 6, 38-40).  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51).

Nos lo dice el Señor, nos lo dice san Juan, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido  por teología y experiencia, de que Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con Él eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida… Ninguno de los príncipes de este siglo le han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito: ni el  ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”  (1Cor 2, 7-10).

 Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres,  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. El hombre es un «capricho de Dios» y sólo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, eso es la experiencia de Dios, el éxtasis, la mística, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno.

Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que Dios es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y amor y soledad y de todo, bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta; y eso es la vivencia del misterio de Dios Trinidad, la experiencia de la Eucaristía, del hijo-Hijo del Padre por Amor del Espíritu Santo que lo formó en la Virgen María y ahora en el pan consagrado, es la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; la de san Juan de la Cruz, santa Teresa, santa Catalina de Siena, san Juan de Ávila, san Ignacio de Loyola, beata Isabel de la Stma. Trinidad, santa Teresa del Niño Jesús, Charles de Foucaud....la de todos los santos. He citado estos porque son algunos de los que he leído y más me gustan. Pero son muchísimos y todos por la experiencia de Dios en la oración personal y litúrgica.

Repito: Todo por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo, experimentada por la oración un poco elevada, que ha pasado ya de la meditación a la oración contemplativa, que es conocimiento por amor de esta vida de Dios Trinidad en la que el alma vive el misterio trinitario o eucarístico por experiencia de amor, no solo por conocimiento de fe o conocimiento de inteligencia:  «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez» (Can B 38, 2); es el “quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado”;  o el “vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero” .

Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración-conversión que estamos tratando. Y le respondo: Pues muy  sencillo. Como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él, precisamente por una oración un poco más elevada, al ir vaciéndonos de nosotros mismos,de nuestros defectos y pecados y limitaciones e irnos llenando del Dios infinito y de su Amor Trinitario que por la gracia tenemos.

            «Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Ti y sentirte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...; en cambio, qué bien se vive a veces el misterio de Cristo por la liturgia en llamas de amor y experiencia sentida con Cristo, sobre todo, en la misa, aunque uno no sea un gran teólogo.

            La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente sobre todo en el Sagrario, en la santa misa y comunión, como también con su palabra en los evangelios. Nos habla sin palabras, sólo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo Sagrario, mejor dicho, que Cristo en el Sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los Sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración de los presentes en el templo, a veces de sus mismos sacerdotes o celebrantes; presencia silenciosa del que es la Palabra del Padre, toda llena de hermosura y poder, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que ahora“no tiene figura humana”, como en su pasión y muerte por todos nosotros, ahora ya sólo es una cosa, un trozo de pan, se ha hecho pan de Eucaristía para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde de un Dios que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí, en el Sagrario,  necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni de desprecios, sin exigir nada, sin imponerse en nada, solo ofreciéndose a todos por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Padre Dios;  presencia humilde del Hijo de Dios encarnado ahora en un trozo de pan, sin ser reconocido y venerado por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias  y preferirlas y todo porque no han gustado ni valorado ni creído ni vivido la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía convirtiendo muchas veces las catedrales e iglesia en mueos o exposiciones de obras artísticas – Las Edades del hombre.

Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran; no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada no solo en las parroquias sino hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

            Jesucristo en el Sagrario es el corazón de la Iglesia y de la parroquia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad ofrecida permanentemente a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros.

De su presencia, especialmente los que le representamos y hacemos presente en la tierrra, debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el Sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, nos está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a imitarle, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado; nos está saliendo al encuentro todos los días, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos nosotros, todos los días, debemos visitarlo en el Sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de su Presencia sacramental entre los hombres.

 

 

7.- PARA CONOCER, PREDICAR Y COMUNICAR CON PLENITUD A CRISTO EUCARISTÍA HAY QUE VIVIRLO EN ORACIÓN UN POCO ELEVADA Y PURIFICADA

 

Por favor, perdonen mi atrevimiento; pero si el pueblo cristiano, sobre todo, los curas, los párrocos creyésemos de verdad, con autenticidad, con fe no solo teórica y especulativa y teológica para hablar de ella sino con fe viva y completa y vivida en Cristo Jesús Eucaristía, Dios y Hombre verdadero, presente en todos los Sagrarios de la tierra, pregunto ¿no pasaríamos más ratos de oracion y diálogo de amor con Él en su presencia eucaristica? ¿Cómo es posible pensar y creer que allí está Dios, el Dios Único y Verdadero, y luego pasar de largo ante Él, o hablar y comportarse en las iglesias, ante los Sagrarios, como si estuvieran vacíos o fueran un trasto más de la iglesia o el Sagrado Pan Eucarístico no fuera presencia personal de Cristo Jesús y no estuviera habitado y lleno de su Presencia de amor y entrega por todos nosotros? ¿Y si soy simple cristiano, padre de familia, o soy obispo o sacerdote o párroco y no me ven junto al Sagrario ¿podré predicar o hacer que otros crean y le amen?

Y si esto no se vive, ¿cómo podremos comunicarlo y hacerlo vivir en nuestras parroquias, diócesis,  qué entusiasmo y seguimiento podremos hacer por Él, si yo, personalmente, no paso ratos con Él, si a mi me aburre su presencia, su persona en el Sagrario? ¿cómo podré entusiasmar a la gente, a mis hijos, a mis feligreses, con Él, y no digamos seguirle e imitarle y comulgar con sus sentimientos de obediencia total al Padre y de entrega y amor a los hombres, mis hermanos, hasta la muerte?

Y si yo vivo así, entonces en qué consiste mi sacerdocio, cómo hacer iglesia y seguidores verdaderos de Cristo, auténticos cristianos, si a mí, sacerdote, no me ven nunca junto a Él ¿cómo decir o predicar que allí está Dios, el mismo Cristo del cielo y de Palestina, encarnado ahora en un trozo de pan esperándonos a todos por amor, para ayudar  y salvarnos y al párroco no le ven nunca o pocas veces junto al Sagrario orando por él y por su parroquia, siendo así que como dice el Vaticano II “La Eucaristía es centro y cumbre de toda la vida de la Iglesia… o ninguna comunidad se construye si no tiene como raiz y quicio la Eucaristía” o “sin ratos de Sagrario no hay vida cristiana”?

Querido amigo, como te indico ya en  el título de este  libro que tienes en tus manos, quiero hablarte en él de la importancia esencial de la oración eucarística en todo cristiano y apóstol de Cristo, especialmente en el sacerdote, en su comportamiento con Cristo Eucaristía en la santa misa y en la sagrada comunión y sobre todo en este libro, del comportamiento de todo cristiano con Cristo en el Sagrario, donde nos espera todos los días y a todas horas con los brazos abiertos para abrazarnos y ayudarnos a seguirle y vivir su misma vida de amor al Padre y a nuestros hermanos, los hombres, a ejemplo suyo, como Él lo hace por nosotros en la santa misa que continúa en su presencia eucarística, dando su vida por todos, redimiéndonos para que la tengamos eterna con Él en el cielo, o de cómo viene a nosotros con los brazos y el corazón abiertos en la sagrada comunión para abrazarnos y ayudarnos a  vivir su misma vida en nosotros, que eso debe ser la comunión eucaristica verdadera y completa y que así y para todo esto y más se queda perpetuamente en todos los Sagrarios de la tierra para comunicarnos su amor y ayudarnos en nuestras vidas. 

Pensando y viviendo todo esto, me vinieron a la mente diversos títulos posibles que me gustaría poner a este libro y que te los pongo a continuación  ¿Cuál te gusta más, cuál escogerías tú?

 

 

NECESIDAD DE ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL//CRISTO EN EL SAGRARIO, VIDA DEL SACERDOTE//EL SAGRARIO, VOLCAN DE FUEGO SACERDOTAL Y APOSTÓLICO

La oración eucarística auténtica, desde el primer kilómetro o desde el primer día que queramos hacerla de verdad, no son solo ritos y palabras y ceremonias sino que tiene que ser oración-conversión en el Cristo que ofrecemos, comulgamos o visitamos; de este modo, el Señor, por medio del diálogo y de la oración con Él, nos irá llevando poco a poco a ser y vivir como Él;  a ser como el Cristo que visitamos en el Sagrario o comulgamos en la misa con sus mismos sentimientos y actitudes, porque la oración auténtica lleva consigo meditar en Cristo y su evangelio para cambiar nuestros criterios y formas de vivir por los criterios y modos de vivir de ese Cristo que nos habla desde el Sagrario o comulgamos en la comunión, si es que la comunión eucarística no es solo comer sino esforzarse por tener y comulgar con sus mismos sentimientos y su misma vida, ofrecida al Padre por todos nosotros y por los hombres, nuestros hermanos, especialmente en la santa misa pero también en nuestras comuniones y visitas.

Consiguientemente, la oración eucarística auténtica ante el Sagrario, como misa o comunión, nos tiene que  llevar a la conversión permanente en el Cristo que contemplamos y visitamos y ofrecemos y comulgamos y nos habla y nos espera todos los días con amor extremo en el Sagrario hasta dar la vida en la santa misa y que continúa con estas mismas disposiciones de amor y entrega a todos los hombres en la comunión eucaristica que comemos para vivir su vida y amor y luego en todos los Sagrarios de la  tierra que visitamos y ante el que oramos y rezamos y pedimos y ...

Por eso, Cristo, al encontrarnos con Él por la oración-meditación-contemplación verdadera, automáticamente nos habla y nos invita a vivir ese mismo amor y perdón a todos los hermanos… “amaos unos a otros como yo os he amado… dar la vida por las ovejas...”, y esto nos pide y exige conversión permanente a Él, a su amor  y vida de entrega total y sin egoismos al Padre y a los hermanos, como lo hace Él presente en la Eucaristía.

Si le visitamos en el Sagrario, todos los días nos habla y nos anima a seguir su ejemplo y vida santificadora, nos invita a seguirle a Él y su evangelio, a llevar su misma vida y salvación en todos nosotros y para nuestros hermanos los hombres y a construir así su Iglesia auténtica viviendo de verdad su misma vida por la oración y los sacramentos como no ha dicho y explicado el Concilio Vaticano II ( PO. 5b).

Porque ¿creemos o no creemos? ¿O creemos y no comulgamos y correspondemos y amamos la presencia de Cristo, Dios y amigo de los hombres, sacerdote y víctima en el Cristo de la santa misa que continua haciendo presente toda su vida y salvación en todos los Sagrarios de la tierra? Eso es amor permanente y verdadero, el que hizo presente en la santa misa y ahora continúa ofreciendo por todos. ¿O creemos sólo teológica y fríamente pero sin amor y sin trato de amistad personal con Él y sin deseos de imitarle?

Porque ahí, en cada Sagrario de la tierra está el mismo Cristo de Palestina, triunfante ya y glorioso en el cielo, el que nos amó y ama en el Sagrario hasta el extremo del tiempo y en la Eucaristía-misa hasta el extremo de sus fuerzas hasta darlo todo y luego nos está esperando en el Sagrario todos los días con los brazos abiertos para hablarnos y llevarnos a la amistad con Él que empieza ya en esta vida y continuará eternamente en el cielo, porque su presencia en el Sagrario es ya cielo anticipado para los que le aman, le adoran y pasan ratos de oración y diálogo de amor con Él todos los días.

Únicamente para eso se quedó en el pan consagrado, para ser nuestro amigo y salvador… y nosotros… ¿cómo correspondemos a tanto amor? ¿Le visitamos y pasamos ratos de amor y diálogo con Él, o pasamos muchas veces junto a Él sin mirarlo ni saludarlo? ¿De verdad que creemos y amamos a Jesucristo Eucaristía, Hijo de Dios y amigo de los hombres que da su vida y amistad por nosotros en el Sagrario como en la santa misa eucaristía, el mismo que está en el cielo, y con deseos de comunión continua con todos los hombres, sus hermanos? Pero ¿para qué se quedó en el Sagrario, qué es lo que quiera y busca?

¿Creemos esta locura de Amor infinito por los hombres? ¿Qué tiempo le dedicamos al día al “trato de amistad con Él”?  Porque   como nos dice S. Teresa de Jesús “no es otra cosa oración y amistad sino trato de amistad con él estando muchas veces tratando a solas con el que sabemos que nos ama”; parece como si la santa hiciera esta definición de oración mirando al Sagrario ¿Cuánto tiempo,  querido hermano sacerdote, conversas tú todos los días con el Cristo de tu Sagrario? ¿Cuántas veces hablas de Él a tus feligreses y amigos? ¿Y tú viviendo así, sin ratos de Sagrario, puedes entusiasmar a la gente con Él y lograr que le amen y le sigan y le visiten en el Sagrario?

En algunas parroquias y antes de la pandemia Cristo está encerrado todo el día, nadie le visita, ni el cura…; otras, en cambio, todo el día o casi todo el día están abiertas, y el cura la abre a las siete de la mañana y se queda con Él ya hablando, rezando por su parroquía, por los niños, jóvenes, mayores, enfermos, necesitados, divorcios, separaciónes, muertes… y algunos oficinistas y trabajadores madrugadores empiezan a entrar a visitarlo, y luego a las ocho queda expuesto el Señor en la santa Custodia, a las 9 rezamos Laudes todos los dias, y así queda expuestos el Señor hasta la hora de misa de la mañana, a las 12,30, porque en esa parroquia se celebran tres misas todos los días y siete, los domingos y fiestas. Y la parroquia tiene dos mil quinientos feligreses

Me alegró mucho lo que un niño de catequesis me dijo una vez -- te advierto y te comunico que en mi parroquia todos los niños de catequesis, cuando vienen el día que les toca, todos pasan antes por el Sagrario y rezan y saludan y hablan y cantan a Cristo Eucaristía, bueno, como te decía, un niño primerizo mirando al Sagrario, me dijo un día: ¿Qué se guarda ahí en esa caja de metal? Pues ahí está, le dije, Jesús, el Señor, el mejor amigo de los niños, al que te tienes que acercar y rezar todos los días que vengas a la catequesis y todos los domingos en misa: “sin misa de domingo, no hay primera comunión”, así que si quieres recibir a Jesús en tu primera comunion y en todas las demás, tienes que venir a misa todos los domingos y comulgarlo. Y claro, para que se pueda cumplir todo esto, tercera afirmación o frase que hago repetir a los niños: “si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas…”, porque estoy convencido  de que los padres son –deben ser-- los mejores educadores de la fe de sus hijos.

Yo he observado en mis muchos años de sacerdote, que en algunos templos la presencia real de Cristo Eucaristía pasa desapercibida para los fieles.  Sin embargo esta presencia es fundamental de nuestras iglesias. Llegar a un templo sin Sagrario es desolador.  Que haya quien se arrodilla ante el Sagrario es indicativo de que sabe quién está allí.  Que se mime el Sagrario con una decoración apropiada en la parroquia indica lo que se quiere y se adora y se cuida al Señor allí. Pasar ante el Sagrario como si fuera un adorno más de la Iglesia…no califico a la persona ni a la parroquia…sería muy triste y duro.

            En la Eucaristía, como misa y comunión y Sagrario, presencia permanente de Cristo amigo, lo encontré todo; encontré a Cristo Sacerdote y Víctima, que quiero que sea mi todo, porque allí encontré realizado y realizándose en memorial continuo y  permanente, --que no es mero recuerdo, sino presencia “de una vez para siempre”, -- al Padre que me amó y me dio la vida en el sí de mis padres, revelándome, revelándonos su proyecto de Amor en el Hijo, Canción eterna de Amor en la que nos dice todo lo que ha soñado eternamente y nos ama a cada uno de nosotros: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, en el Amor eterno de su mismo Beso Personal y Trinitario de Espíritu Santo. Lo veo más que en los Crucifijos, porque ellos son imagen pero en el Sagrario está vivo el mismo del Cielo y de Palestina. 

            Allí, en esta Canción de Amor cantada eternamente por el Padre en su Hijo-Verbo-Palabra, y luego hecha pentagrama y «música callada» en el seno de la Madre Sacerdotal, Virgen bella y hermosa María, siempre por la misma potencia de Amor del Espíritu Santo, por Él y con ella, quiero decir lo que escribo en este libro, guiado y llevado del Espíritu de Amor divino y de la mano de la Madre Sacerdotal, Hermosa Nazarena, Virgen Bella, Reina y Señora de mi vida y Patrona de nuestro Seminario de Plasencia, Seminario de la Inmaculada Concepción, donde aprendimos y fuimos consagrados sacerdotes en el mismo ser y existir sacerdotal del Sacerdote Cristo, Único Sacerdote, Jesucristo, formado y nacido en su seno maternal y virginal, “in laudem gloriae ejus- para alabanza de su gloria”,  gloria y alabanza de nuestro Dios Tri-Unidad, Trino y Uno, y todo y siempre, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Abrazo y Beso de mi Dios.

“¡Oh Espíritu Santo!¡Dios Amor, Beso y Abrazo de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro! En Ti y por Ti fui consagrado sacerdote de Cristo, como Tú lo hiciste en el seno de María ¡Cuánto te debo!.

Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como Adorador del Padre, como Slvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! Ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame; fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres».

            Esta es mi oración personal al Espíritu Santo que rezo todos los días, junto con mi oración personal y primera a la Stma. Trinidad;  luego  sigue otra a Dios Padre, “Abba, Papá bueno de cielo y tierra”, siguiendo con otra oración a Jesucristo Eucaristía y finalmente, la última oración, todos los días, a María, madre de Cristo sacerdote y madre nuestra, hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre  sacerdotal, madre de alma.

 

 

8.- EL SAGRARIO EN LA VIDA DEL SACERDOTE

 

            Querido lector, te lo digo abiertamente y desde el principio de este libro, aunque ello me lleve a ser incomprendido, incluso perseguido por algunos: la vida del sacerdote, esto es, su persona, su sacerdocio, su oración, su apostolado, en fín, su identificacion con Cristo Sacerdote y Único Salvador del mundo depende de su relación o amistad con Cristo Eucaristía, con Cristo en el Sagrario, por medio de la oración en progreso continuo de etapas de vocal, meditación, contemplación y transformación con el Cristo que se inmola por todos nosotros en la santa misa para ayudarnos a ofrecernos con Él y como Él al Padre que viene a nosotros con esa misma disposición en la sagrada comunión para alimentarnos de sus mismos sentimientos de amor y entrega al Padre y a todos los hombres y luego ya, terminada la santa misa y recibido en la comunión, permanece luego para siempre, con esas mismas disposiciones, en todos los Sagrarios de la tierra para comunicanos esos mismos sentimientos por medio de la oración eucaristica.

Y este es el Cristo del Sagrario de tu Parroquia y de todos los Sagrarios… y desde ahí, por medio de la oración eucarística diaria y progresiva ante su presencia, nos va diciendo y corrigiendo  para identificarnos con Él y con sus sentimientos de entrega a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, nos va enseñando en ratos de diálogo y oración con Él lo que tenemos que hacer y corregir en nosotros o en los demás y desde ahí, desde el Sagrario, irá poco a poco aumentando nuestra fe y amistad con Él, la de tu parroquia, la de tus feligreses porque desde la abundancia del corazón brotará tu palabra y por lo contrario también, porque sin experiencia de lo que hablamos, no podremos dar fe y amor de Cristo y así tú cumplirás perfectamente tu misión de párroco y de pastor y guía de tus feligreses y eternidades que Él te ha confiado hasta el Pastor y Salvador único de las ovejas y para lo cual fuiste ordenado sacerdote, prolongación de su persona y misión, no para otras cosas que a veces hacemos, y así el Señor en el Sagrario será poco a poco visitado y amado en el Sagrario por tus feligreses niños y mayores y por toda la parroquía y dirán qué párroco más santo y eucarístico tenemos; pero si no lo haces, si el Sagrario no es amado y visitado especialmente por el párroco, por los sacerdotes, que son sus representantes en la tierra, entonces se convertirá poco a poco en un trasto más de la iglesia, como está en muchas parroquias, porque la gente y el mismo sacerdote se porta y hablará en la iglesia como si Él no estuviera en el Sagrario, como si la iglesia no estuviera habitada por el Señor. Y así lo vivirá él en principio y luego su parroquia y toda la Iglesia de Cristo. Cosa que está pasando en estos tiempos de alejamiento de Dios y que es muy corriente y ordinario hoy día en la Iglesia de Cristo. Asi está ahora la Iglesia en Europa y en otras partes del mundo.

Confieso públicamente que todo se lo debo a la oración,  mejor dicho, a Cristo encontrado y orado en el Sagrario. Muchas veces digo a mis feligreses para convencerles de la importancia de la oración ante el Sagrario: A mí, que me quiten la teología y todo lo que sé y las virtudes todas, que me quiten cargos y honores, que me quiten el fervor, la piedad religiosa y todo lo que quieran, pero que no me quiten la oración, el encuentro diario e intenso con mi Cristo en el Sagrario, – ya sé que la oración puede hacerse en muchas partes, pero tiniéndolo ahí tan cerca, tan amoroso y entregado y esperándome  al mismo Cristo del cielo y del evangelio, con los brazos abiertos ahí en el Sagrario y esperándome--, no quiero fallarle en su presencia eucarística, porque el amor que recibo, cultivo y me provoca y comunica la relación personal con Él ante el Sagrario es tan intensa, fuerte y luminosa, que me llena de luz, fuerza y gozo de cielo en la tierra y todo, al contemplarlo.

¡Dios hecho pan por el hombre, qué locura de Amor divino y humano! Y este amor y esta locura de amor en el pan consagrado lo hace con la fuerza y amor de su mismo Espíritu Santo todos los días y es tan vivo y encendido a veces, y es fuego y experiencia de mi Dios vivo y ahí y esperándome...es tan vivo y encendido y me recrea y enamora y extasía con tal fuerza y fuego de amor… que poco a poco me hace recuperar  todo lo perdido con mis faltas y pecados y me hace subir hasta el abrazo de amistad con Él.

Porque aunque sea sacerdote y esté en las alturas, si dejo de visitarlo en el Sagrario, si dejo la oración personal eucarística, el encuentro diario con Él en el Sagrario, aunque sea doctor en Teología, bajaré hasta la mediocridad de vida y amistad con Él, hasta el oficialismo sacerdotal y, a veces, a trabajar inútilmente, porque sin el Espíritu de Amor de Cristo no puedo hacer las acciones de Cristo.

¿Qué pasaría en la Iglesia y en el mundo entero, queridos hermanos sacerdotes y obispos, si los sacerdotes se animasen y nos obligásemos a tener todos los días una hora, media hora de oración ante el Sagrario? ¿Qué pasaría en la Iglesia, si todos los sacerdotes tuvieran una promesa, un compromiso, de orar todos los días ante el Sagrario, como una tercera promesa añadida a las de obediencia y celibato?

¿Qué pasaría si en todos los seminarios del mundo tuviéramos superiores que habiendo llegado a la experiencia de Dios por la oración, enseñasen este camino a los que educan y forman, convirtiendo así el seminario y noviciados en escuelas de amor apasionado por Cristo vivo, vivo, y no mero conocimiento  teológico o celebración litúrgica  vacía de amor y desde ahí el seminario se convirtiese en escuela de santidad eucarística, de fraternidad, de teología vivida y apostolado encendido desde la experiencia de amor? Si eso es así, si Cristo existe y vive y está ahí  ¿por qué no se hace? ¿por qué no le visitamos? ¿Por qué no lo hacemos personalmente los sacerdotes y damos ejemplo? ¿Cómo es nuestra fe y amor y experiencia de Cristo Eucaristía en el Sagrario?

Queridos obispos y sacerdotes y formadores, con todo respeto, pero mirando al Sagrario y teniendo presente la teología que sabemos, pero a veces no vivimos y practicamos, aunque digamos misa, pregunto: ¿cuál es nuestra experiencia del Cristo vivo, vivo en el Sagrario o en la misa, no del conocimiento frío y puramente teológico del mismo? Y si no lo tenemos ¿cómo poder darlo y comunicarlo?

Señor, ¡te lo vengo pidiendo tantos años! ¡Concédenos a toda la Iglesia, especialmente a todos los sacerdotes, a todos los seminarios y casas de formación, esa gracia, ese voto de una hora, media hora de oración-conversión permanente ante tu Sagrario todos los días que algunos de mis feligreses han hecho ya por tu Iglesia santa, pero especialmente por mi santidad de párroco y de todos los párrocos y sacerdotes y seminaristas ¡Ven, Señor Jesús, te necesitamos! Te necesita este mundo tan alejado de Ti y al estar alejado de Ti está alejado de Dios, del amor divino y humano, del amor generoso como el tuyo. de matrimonios en entrega total y para toda la vida como el tuyo, de amor hasta dar la vida por los hijos y no de madres que matan a sus hijos que no lo hacen ni los animales, abortos y …..

Sin oración, sin unión con Cristo yo no puedo ser y existir sacerdotalmente en Cristo, que debe ser  el Todo para mí; y con toda humildad, --que eso es «andar en verdad» para santa Teresa--, unido a Cristo por la oración eucaristica, podré decir con san Pablo: “para mí la vida es Cristo... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

 

 

9.-  LA IGLESIA NECESITA SACERDOTES MONTAÑEROS DEL SAGRARIO QUE HAYAN ASCENDIDO  POR  LA ORACIÓN-CONVERSIÓN PERMANENTE EUCARÍSTICA

Necesitamos sacerdotes montañeros de la oración eucarística, que hayan subido al monte Tabor del Sagrario hasta ver a Cristo transfigurado para poder luego comunicarlo, como han hecho y hacen muchos sacerdotes  “ex abundantia cordis” y porque nadie puede dar lo que no tiene.

            Y para todo esto, para tener sacerdotes así, que puedan luego conducir al pueblo cristiano hasta la viviencia de Cristo Eucaristía, necesitamos formadores del seminario, superiores de Congregaciones Religiosas, no digamos obispos, que sean hombres o mujeres maestros de oración-conversión, de oración eucaristica en plenitud de vida con Cristo ante el Sagrario, que sean  testigos de lo que somos y oramos y predicamos y que luego, al salir del encuentro con Cristo, tenemos que vivir, predicar y celebrar, y podamos así luego enseñar y conducir a los seminaristas o novicios/as o simplemente al pueblo cristiano por ese camino eucarístico; necesitamos esos exploradores de la tierra prometida, de la experiencia eucarística de Dios, que Moisés mandó por delante, y que volvieron cargados de frutos de alimentos salvadores, aquí, santificadores, quiero decir de verdadera experiencia de Dios, de Cristo Eucaristía, no mera teología teórica o psicología, y así pudieron mostrárselos a los que todavía no han llegado a este amor a Jesús Eucaristía, no lo habían sentido y disfrutado,  a los fruto de esa tierra prometida de la amistad con Cristo Jesús en la Eucaristía,  tanto como misa, comunión o presencia en el Sagrario.

            Porque allí por voluntad de Moisés, aquí por voluntad de Dios, los sacerdotes son los encargados de conducir al pueblo de Dios hasta el final del proyecto divino que es la eternidad feliz en amistad con Él,   --la  tierra prometida--, y que empieza aquí abajo, con el santo bautismo, administrado por los sacerdotes, y se completa con la Eucaristía: “yo soy el pan de la vida… el que coma de esta pan vivirá eternamente… ”, que hace presente el misterio completo y total de Cristo y es siembra la eternidad de Dios y del cielo en nosotros.

            Ésta es la tierra prometida a la humanidad por Dios. Y ésta es la razón y el sentido de la existencia del hombre. Si existo es porque Dios me ama y me ha elegido y me ha preferido a millones y millones de seres posibles que no existirán y me ha elegido para ser eternamente feliz con Él en la eternidad por medio de su Hijo nuestro Señor Jesucristo, pan de la vida eterna, encarnado primero en carne y viviendo en el primer copón de la historia, María, hermosa y joven nazarena, madre de Dios y de los hombres, y luego encarnado en un trozo de pan para alimentar la vida eterna de todos sus hermanos, los hombres.

            Lo que ocurre es que si esto no se vive, si no hay experiencia de esta amistad y relación que Cristo quiere con todos los hombres por medio de ratos de oración verdadera y purificatoria, el Sagrario no es Cristo vivo en amistad ofrecida a todos los hombres, no es el cielo en la tierra como lo es y ha sido siempre para las almas eucarísticas, no es el pan de la vida eterna que Él quiso ser y que empieza aquí abajo y para eso instituyó su presencia en este sacramento, es como si el Sagrario estuviera vacío o fuera presencia de Cristo pero en imagen de madera o barro y no personal y viva del mismo Cristo de Palestina y del cielo.

            Y todo esto es muy importante y grave porque los cristianos, pero sobre todo los sacerdotes, hemos sido constituidos por el bautismo y especialmente por el Orden Sacerdotal en puentes mediadores de salvación eterna  de nuestros hermanos, los hombres. ¡Qué responsabilidad más tremenda ser responsables de eternidades! ¿Creemos o no creemos? Pues viendo a Cristo encarnarse y correr sudoroso los caminos de Palestina y sufrir y morir lleno de sangre y dolores así por los hombres…para salvarnos, habría que pasar más ratos con Él para que nos lo explicara y nos convenciera del misterio de la salvación eterna y de la necesidad de pan y amor eucarístico para conseguir esa vida eterna, para que en ratos de Sagrario nos convenciéramos de que somos eternos y valemos toda su sangre porque nuestra vida es más que esta vida. De aquí la importancia de nuestro sacerdocio.

            Querido hermano, el sacerdocio católico es ser prolongación de Cristo y de su misión de salvación eterna, es esencialmente ser cultivadores de almas, de eternidades; ser sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades que tienen cuerpo ciertamente, mientras caminamos por este mundo, como peregrinos por la fe y la esperanza de la eternidad de amor y caridad con Dios Trinidad en el cielo: “Mis palabras son espíritu y vida”,“Yo soy el pan de vida eterna...Yo soy la resurrección y la vida... el que cree en mí tiene la vida eterna”.

            Si tengo que cuidar de los cuerpos necesitados y enfermos de mis feligreses, si tengo que dar de comer al hambriento o vestir al desnudo, si estoy en lugares donde hay que hacer hospitales y escuelas y no tengo en mi parroquia cristianos que los hagan... lo haré yo directamente a través de mis laicos y diaconisas, que lo hacen mejor mejor que yo, porque hay que salvar al hombre integral, cuerpo y alma, pero bien claro que no es esto para lo que he sido enviado, para lo que el Espíritu de Cristo Sacerdote y Salvador me ha llamado y ungido y consagrado principalmente; no es eso para lo que Cristo vino a buscarnos de parte del Padre, aunque también Él tuvo que curar enfermos y dar de comer  en situaciones determinadas... pero no vino Cristo para ser enfermero, multiplicador de panes y peces o juez de herencias terrenales; Él vino esencialmente para sembrar y salvar nuestras vidas que son eternidades soñadas y creadas por Dios Trinidad, vino en nuestra búsqueda para revelarnos el misterio del Padre, para alimentar nuestras almas de la vida de Dios por medio de la vida de gracia,  alimento que sacia hasta la vida eterna.

Y hay que tener esto muy presente porque el hombre de todos los tiempos, por el pecado original, se buscará primero a sí mismo, incluso cuando va buscando o trabajando por Dios. Los sacerdotes que tengan algunos años pueden comprobar este hecho de la vida de la Iglesia en España. Durante los veinte años primeros de mi sacerdocio, y me ordené en los 60, las iglesias estaban llenas. Pero cuando vino la política atea y se llevaron todo el poder y los cargos y los sueldos y demás, quiero decir, las colocaciones, la Iglesia en España, que en esos años tenía poder temporal y colocaba y enchufaba en organismos poderosos a mucha gente, --yo coloqué a infinidad de personas,-- está sufriendo ahora el vacío que todos constatamos.

¿Por qué? Entre otras causas, venían muchos a la parroquia, a la iglesia porque iban buscando dinero y colocarse y la iglesia podía conseguirlo, pero muchas veces no buscaban en la iglesia a Cristo, ni su Evangelio salvador de almas, sino a la Iglesia salvadora de puestos de trabajo y enchufes en Cajas de Ahorros, oficinas y en empresarios cristianos... etc.

Y ¿qué ha pasado desde que la Iglesia ha perdido este poder temporal? Pues que nuestras iglesia se van quedando vacías desde los años 80, al perder este poder temporal ha perdido también a muchos que sólo buscaban esto en lugar de Cristo y su salvación. Creo que esto no lo habéis vivido muchos cristianos de ahora, sobre todo, de cincuenta años para abajo, pero los que tenemos 70,80...

            Por eso los sacerdotes ahora tenemos que tener mucho cuidado, incluso con los que vienen a pedirnos bautismos, bodas... porque se va perdiendo la fe y muchos no buscan a Cristo, no buscan la gracia del bautismo, casarse en el Señor, pedir la primera comunión para los hijos ha bajado del cien por cien de aquellos tiempos al 50 por ciento y menos de los tiempos actuales... son verdaderas bodas laicas o matrimonios o bautizos civiles en la misma iglesia, porque realmente muchos ni creen ni buscan a Cristo, ni les interesa  la vida de gracia, ni se preocupan de la vida eterna, sino la fiesta familiar y el traje y los regalos y el álbum de fotos de la boda y demás.

            Aquella misma multitud que comió y querían proclamar a Cristo, Rey, en la multiplicación de los panes, muchos de ellos fue la misma multitud que, decepcionada en sus esperanzas puramente terrenas, gritó condenándole y prefirieron a Barrabás y le clavaron en la cruz. Hoy pasa esto mismo en muchos paises del mundo cristiano.

            Nosotros mismos buscamos muchas veces lo inmediato, lo que se ve, lo temporal, que es bueno, pero no es la razón esencial del mensaje evangélico y del sacerdocio. Y en la formación de los seminaristas y novicios hay que tener muy en cuenta todo esto, porque el mundo nos arrastra,  el mundo tira mucho y estamos en el mundo “pero no sois del mundo”,y hoy pueden mucho los móviles y correos y wassads.

            Y es que no acabamos de aprender y mira que el Señor nos dio ejemplo y lo dejó clarísimo en la multiplicación de los panes: “Habiéndole hallado al otro lado del mar, le dijeron: Rabbí, ¿cuándo has venido aquí? Les contestó Jesús y dijo: En verdad, en verdad os digo: Vosotros me buscáis no porque habéis visto los milagros, sino porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento perecedero, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios Padre le ha sellado con su sello. Dijéronle, pues: ¿Qué haremos para hacer obras de Dios?  Respondió Jesús y les dijo: La obra de Dios es que creáis en aquel que Él ha enviado.

            Ellos le dijeron: Pues tú, ¿qué señales haces para que veamos y creamos? ¿Qué haces? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Les dio a comer pan del cielo. Díjoles, pues, Jesús: En verdad, en verdad os digo: Moisés no os dio pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que bajó del cielo y da la vida al mundo. Dijéronle, pues, ellos: Señor, danos siempre ese pan. Les contestó Jesús: Yo soy el pan de vida; el que viene a mí, ya no tendrá más hambre, y el que cree en mí, jamás tendrá sed. Pero yo os digo que vosotros me habéis visto y no me creéis; todo lo que el Padre me da viene a mí, y al que viene a mí yo no le echaré fuera,  porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y ésta es la voluntad del que me envió: que yo no pierda nada de lo que me ha dado, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día”( Jn 6, 25-42).

Por lo tanto, lo esencial de mi ser y existir sacerdotal en Cristo, porque tengo que ser prolongación suya, para lo que he sido ordenado sacerdote, es para conseguir y hacer de puente y mediador en el paso de lo finito y del tiempo a lo infinito y eterno de Dios, a la salvación eterna de los hombres, mis hermanos.

Soy puente, pontífice mediador por el que pasa Dios con su salvación a los hombres y los hombres pasan a Dios para conseguir sus dones y gracias de salvación. Soy puente-pontífice  unido e identificado con el Único Puente, Mediador y Sacerdote del Altísimo, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo en el Sacramento del Orden,  para pasar y hacer pasar hasta Dios todas las acciones y oraciones y méritos y peticiones y sufrimientos de los hombres para que los santifique y llene de vida divina y eterna ya en el tiempo, especialmente por la liturgia sagrada.

 Desde esta orientación hay que hablar y dirigir y orientar a los seminaristas: “Id por el mundo entero, predicad el Evangelio...los que crean serán bautizados... eligieron a siete diáconos... nosotros tenemos que dedicarnos a la oración y predicación”.Todos los sacerdotes tenemos que ser conscientes de que somos caminos y puentes (pontífices) de salvación eterna, no meramente temporal; que sin puentes no hay salvación; sin sacerdotes, no hay camino ni puentes de salvación eterna; sin sacerdote, sin Eucaristía no hay Iglesia salvadora porque  ni los hombres pueden pasar a Dios, ni Dios puede pasar sus gracias a los hombres, porque así lo ha establecido el proyecto del Padre en el Hijo Único Salvador del mundo por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Por eso jamás una Iglesia o una parroquia o salvación o pastoral, sin Cristo. Todo creyente, especialmente todo bautizado y no digamos sacerdote, unidos a Cristo por el sacramento y por la oración, tenemos que ser puentes de salvación por el sacerdocio bautismal o del Orden sagrado para todos nuestros hermanos  los hombres, tenemos que ser conscientes de que somos sacerdotes, somos puentes y mediadores, en la medida que, por la santidad personal, conseguida y alimentada especialmente por la oración personal eucarística –misa, comunión y Sagrario--, estemos unidos a Dios y a los hombres por la misma caridad o Espíritu Santo o Espíritu de Cristo Sacerdote y Apóstol y Salvador, retirado en noches enteras y largos ratos a la oración.

            Y esto hay que vivirlo ya primero en el seminario, en los noviciados, y luego ya podremos hacerlo en nuestras parroquias, conventos y demás, sobre todo en el templo parroquial, en horas de silencio y oración. Porque si no lo conseguimos allí, con el ambiente y silencio y oración favorables, luego las ocupaciones y ambiente lo harán más difícil: “Experientia teste”.

            De ahí la necesidad de permanecer unidos por la oración eucarística en el ser y existir de Cristo Sacerdote desde la Unción de su Espíritu recibida en el día de nuestra Ordenación, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo; por eso no todas nuestras acciones son apostolado, sino las que hacemos con el Espíritu de Cristo Sacerdote; y por eso, cada uno da en la medida de su unión con Cristo, de su santidad, de lo que somos y tenemos de dimensiones pontificales- puentes de salvación sacerdotales:“yo soy la vid, vosotros, los sarmientos… sin mí no podéis hacer nada..”.

            Nadie da lo que no tiene. Lo que ocurre es que aquí, aunque no seamos santos, siempre damos algo, porque Cristo Sacerdote siempre actúa, aunque no todo lo que debiera, porque está hipotecado a nosotros por la humanidad que le hemos prestado; o mejor, nosotros le prestamos nuestra humanidad, pero si no está unida y adaptada a su vida y sentimientos, si no le dejamos actuar a través de nuestra humanidad prestada, como lo hizo con la suya que la destrozó y ahora ya no le vale y sólo tiene la nuestra, pues ya no puede hacer lo que quiere y desea; y como Él quiere y desea seguir salvando a este mundo: “me quedaré con vosotros hasta el fin del mundo...”, pues la necesita, nos necesita a los sacerdotes.

Porque Él es quien consagra, bautiza, perdona los pecados, predica...pero si yo no le presto mi humanidad, no lo podrá hacer, y lo hará en la medida que yo le deje actuar, es decir, en la medida de mi santidad y unión con Él, no olvidando nunca y teniendo presente el “opus operantis” y el “opus operatum”.

            Y de esto se trata en el sacerdocio; no de dar todo o nada. No tratamos de que o soy santo y entonces lo consigo todo; o no lo soy, y entonces, no consigo nada; no; aunque no sea sacerdote santo, siempre doy algo, al menos «ex opere operato», pero no en plenitud; y de lo nuestro, poco o casi nada.

            Por eso, aquí estamos tratando de prepararnos y adaptarnos para dar más y en plenitud, en razón de nuestra unión con Cristo, en razón de que Cristo pueda actuar más y mejor con nosotros y por nosotros, o nosotros actuar con Cristo, en unión total de vida, oración, sentimientos y salvación. Para lo cual tiene que haber, por nuestra parte, verdadera santidad de unión-puente entre Dios y los hombres, verdadera humanidad prestada a Cristo, no meramente funcional y oficialista, sino identificada con el ser y actuar y sentimientos de Cristo Sacerdote Único.

Y para esto, lo repetiré mil veces y todas las que sean necesarias, lo estáis viendo en  este libro, para eso, la santidad y la eficacia y la unión con Cristo, especialmente por la vida y la oración o la oración hecha vida, como ya dijo el Señor: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, y no hay otro camino ni vida sacerdotal y apostólica: leed y meditad los Evangelios, las palabras y la vida de Cristo Sacerdote...

Y así empezó el Señor su vida apostólica, su misión salvadora, con los cuarenta días de oración y silencio en el desierto y luego, en noches enteras, durante su vida apostólica: ¿o no fue así? Lo dicen los Evangelios ¿O esto solo es para estudiarlo en el seminario o predicarlo al principio de nuestro sacerdocio?            Y la verdad, --me cuesta y me duele decirlo--, aquí no todo vale. Necesitamos sacerdotes, párrocos, superiores y obispos como guías de la experiencia de  Dios; pastores que, desde su propio camino de amistad vivencial y personal con Cristo Eucaristía, sepan vivir, elegir y dirigir a los seminaristas, sacerdotes y almas hacia esta misma experiencia, no al mero conocimiento o teología u organigrama pastorales de los misterios de la fe y de vida cristiana y sacerdotal. Y cómo se nota esto en algunas diócesis y seminarios.

            Y estos seminaristas y novicios, así como superiores y obispos del mañana, que elegirán sus formadores en noviciados y seminarios, son los que ahora se están formando en nuestros seminarios y noviciados. Y para que ellos puedan elegir superiores aptos en esta materia, primero hay que formarse y experimentar y vivir en esta dimensión sobrenatural para no convertirme nunca en un profesional del sacerdocio de Cristo. Es que si un obispo, un párroco, un superior de religiosos/as no tiene experiencia de esto… y solo por lo que ve y oye...cómo va a dar y enseñar el verdadero camino de encuentro con Cristo, la vivencia de la fe y amor pleno y total a Cristo, cómo va entusiasmar con Cristo, hablará pero no hará camino ni entusiasmará a jóvenes y mayores.

            Por eso pedimos al Señor superiores en nuestros seminarios y noviciados y párrocos y obispos de nuestras diócesis, que, desde su propia experiencia eucarístico-sacerdotal de Cristo, sepan dirigir por este camino a sus fieles, a sus ovejas, a sus seminaristas y sacerdotes.

Estamos pidiendo sencillamente sacerdotes santos, verdaderamente unidos a Dios, identificados en el ser y existir de Cristo Sacerdote; no pedimos cosas extraordinarias. La llamada a la santidad es universal. Lo ha dicho el Vaticano II. Pero sobre todo la Iglesia la necesita en sus sacerdotes y obispos, que tienen que ser canales y sembradores de la fe plena y amor total a Cristo.

            Y es una gracia que hay que pedir todos los días, sin cansarnos. Necesitamos seminaristas, novicios, almas consagradas, buenos feligreses, que llamados por su nombre por el Señor, se retiren todos los dias a la soledad de la oración un poco elevada por su sincera conversión permanente y purificación interior, que debe durar toda la vida, y lleguen a vivir plenamente en Cristo Eucaristía y pidan todos los días esta gracia para la iglesia de Cristo. Hermanos y hermanas a los que Cristo llame y les diga: “Venid vosotros a un lugar aparte... Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar... yo soy el pan de la vida, el que me coma vivirá por mí”.

            Necesitamos, en estos tiempos difíciles para la santidad y la misma vida cristiana, esta experiencia de Dios, de Cristo en la santa Eucaristía como misa, comunión y presencia sacramental, para poder conducir al pueblo cristiano hasta la tierra prometida, que es la amistad personal y el encuentro gozoso con Cristo en la Eucarstía, en el Sagrario.

Y para esto, el camino elegido por el mismo Cristo son los obispos, sacerdotes, superiores/as que habiendo llegado a Cristo Eucaristía en el Sagrario, por la oración-conversión de su vida en Cristo, en lo que contemplan y meditan por la oración, puedan conducir a otros, a sus seminaristas, sacerdotes, religiosos o feligreses, hasta este encuentro de fe viva y sentida en Cristo.

Es que si la oración-conversión existe y es verdadera llegaremos a esta meta apostólica que nos lleva al encuentro vivo con Cristo por la conversión de nuestra vida en Cristo, conversión que se va elevando y profundizando por la oración y el diálogo diario con Cristo Eucaristía y que dura toda la vida, pudiendo llegar luego a etapas místicas contemplativas de sentir y experimentar a Cristo en cielo anticipado.

 

 

10.- NADIE DA LO QUE NO TIENE: LOS SACERDOTES NECESITAMOS EXPERIENCIA DE LO QUE CREEMOS, PREDICAMOS Y CELEBRAMOS

 

Y eso solo se consigue por la oración diaria y permanente conversión. Todos los sacerdotes tenemos fe en Cristo Eucaristía, pero sin oración diaria y viva, nos puede faltar experiencia de lo que creemos y celebramos. Y para llegar a esa experiencia de Cristo Jesús, el camino único es la oración, la oración eucarística, mejor ante el Sagrario o Custodia. Es que para eso se quedó el Señor con nosotros. Oración-conversión, conversión diaria y permanente a lo que el Señor nos dice y pide en la oración cada día.

Se quedó tan cerca de nosotros “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”para que le visitemos, le hablemos, le celebremos y comulguemos con su mismos sentimentos de amor al Padre y entrega y salvación de nuestros hermanos los hombres. Si no lo hacemos así, por la misericordia del Señor ciertamente nos podemos salvar y salvar a otros, pero no con la fuerza y plenitud que Dios quiere.

Querido hermano, por la oración eucarística diaria, un poquito elevada y purificada de pecados e imperfecciones, subiendo durante algun tiempo, algunos años, bueno, toda la vida, por esta montaña de purificación-conversión-elevación de nuestra mente y corazón hasta Dios, como lo describe perfectamente S. Juan de la Cruz en la Subida del Monte Carmelo y en las Noches o Santa Teresa en las Moradas y muchos otros santos que lo han recorrido y experimentado, subiendo por la oración-purificación de faltas y pecados, aunque sean leves, llegamos a la experiencia de Jesús en el Sagrario o en la Comunión o en la santa misa, monte Tabor, y desde allí, desde el Sagrario, en oración un poco elevada y purificada,  llegamos a la morada de la Trinidad, a escuchar al Padre que nos dice desde el Sagrario: “Este es mi hijo, el amado, escuchadle”.

Pero repito que, para esta experiencia de fe por la oración, no hay que quedarse en el llano de la comodidad de nuestros pequeños defectos o en la rutina y falta de conversión permanente de nuestros pecados leves y veniales, sino que hay que subir durante años y años por la oración-conversión permanente para llegar a la unión plena con Dios, a la experiencia de lo que creemos y celebramos en la liturgia, a Dios Trinidad, porque si no nos vaciamos nosotros mismos de nuestros defectos, aunque seas cura y obispo y digas misa, Dios no puede entrar y habitar en nosotros.

Porque en esa altura de la montaña de la oración contemplativa más o menos completada en etapas diversas de oración-conversión,  nos está esperando el Amor del Padre enviándonos siempre al Hijo para transfigurarse ante nosotros por la oración un poco elevada y contemplativa y unitiva; allí está el Hijo encarnado en la Hermosa Nazarena, Virgen Bella, Madre Sacerdotal –el Sagrario tiene perfume y aroma de María, es su carne, su sangre--, que viene en nuestra búsqueda con el mismo Amor de Espíritu Santo en el que ha sido enviado por el Padre:-- “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”-- para llevarnos por la oración eucarística y la fe viva  un poquito elevada, oración contemplativa, no digamos ya unitiva y transformativa en la tierra, llevarnos hasta el cielo en la tierra, a  sumergirnos en la misma esencia divina de Felicidad y Hermosura y Esplendores de Luz divina.

            Allí, en el Sagrario, está la potencia de Amor del Espíritu Santo, que ha convertido el pan en el Cuerpo y Sangre de Cristo Resucitado “para que tengamos vida eterna... y vivamos por Él... el que me coma, vivirá por mí”,  hasta poder decir con san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Así viven la almas eucarísticas-contemplativas.

 La vida eterna con Dios empieza aquí abajo en ratos de oración ante el Sagrario y no digamos de misas y comuniones plenas en el Amor de Espíritu Santo, Espíritu de Amor del Padre y del Hijo, que encarna al Señor Jesucristo con su Amor en el seno de María  y luego, en la santa misa, lo encarna y convierte en el pan consagrado, pan trinitario de Amor divino.

            Y esa misma potencia de Amor del  Espíritu Santo, que ha convertido un poco de pan en el Cuerpo de Cristo, es el  mismo Amor, que convierte a unos hombres en Cristo, en humanidades supletorias de Cristo, por el sacramento del Orden Sagrado. Por eso, el  sacerdote es siempre el mismo Cristo sacerdote bajo el barro de otros hombres. Y siempre, siempre por Amor,  por la potencia de Amo del Espíritu Santo, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre; y en el Sagrario está la Palabra-Canción de Amor del hijo-Hijo encarnado en el pan y en la que el Padre  nos canta y nos habla en el mismo diálogo Personal Trinitario con Amor de Espíritu Santo.

            Y como el Hijo le hace Padre, aceptando ser Hijo, nosotros también, hechos hijos en el Hijo, tenemos por el mismo Espíritu Santo que aceptarle y hacerle Padre con Amor de Espíritu Santo que nos comunica el Hijo por la potencia de su Amor-Personal Divino. Nosotros con nuestro amor no podríamos y  tenemos que  aceptar ser totalmente hijos y amarle en el Hijo-hijos por el Espíritu Santo para hacerle verdadero Padre y no sólo de nombre sino realmente como el Hijo lo consiguió con su muerte y resurrección, para que así el Padre pueda gozarse en nosotros y decirnos a cada uno de nosotros en el Hijo-Revelación-Palabra-Canción de Amor: “Este es mi hijo amado en el que tengo todas mis complacencias”.

Y por todo esto, para que el Padre pudiera decirnos todo esto y porque nos ama así a todos los hombres, le dejó abandonado en Getsemaní, aunque el hijo-Hijo le invocaba, porque estaba tan entusiasmado con los nuevos hijos/as que el hijo-Hijo iba conseguir con su muerte y resurrección, (fíjate lo que nos ama el Padre a todos los hombres),  estaba tan pediente y entusiasmado el Padre con lo que iba a conseguir para los nuevos hijos por medio de la pasión y muerte y resurreccion del hijo-Hijo, que lo dejó abandonado, porque sabía, sin embargo, tanto el Padre como el hijo-Hijo, que para esto había venido y estaba sufriendo lo que sufría, que lo aceptó y le dijo: “Padre, si es posible que pase de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya”, y como esta era la voluntad del Padre por la que Él había venido, predicado y moría para resucitar y resucitarnos a todos, lo hizo todo con amor del Hijo al Padre y del Padre al hijo por el Espíritu Santo para hacernos a todos hijos en el hijo-Hijo por su Encarnación, Muerte y Resurrección. Gracias, Cristo del Sagrario.

            ¡Qué tiene que ver todo lo presente, todo lo creado con lo que Dios nos ha soñado y creado en su amor Trinitario, con todo esto material y limitado y pasajero que existe aquí abajo! ¿No es la gracia de Dios, participación de su misma vida divina que nos hace partícipes de su mismo Ser infinito de vida y felicidad eterna? ¿Por qué no se habla más de ella, de esta vida divina que empieza en nosotros con el bautismo  y de su desarrollo y plenitud por la eucaristía y se encauza en esta dirección principal toda la existencia humana-cristiana, sobre todo, la vida sacerdotal, que debe ser con Cristo sembradora de eternidades por los sacramentos del bautismo, Confirmación y sobre todo por la Eucaristía...?

¿Pues no es esto para lo que existen todos los sacramentos y se nos dan desde el comienzo de nuestra vida hasta el final de la existencia para lograrla? ¿Por qué no hablamos más de lo eterno que ha comenzado ya en nosotros,  y que irrumpe, sobre todo, por la Liturgia, pero vivida en unión de fe y amor con Dios, porque es la irrupción de Dios en el tiempo y en el hombre peregrino, para que podamos ya en este mundo vivir y experimentar «la tierra prometida», del cielo con la Stma. Trinidad hecha presente por el hijo-Hijo del Padre en todos los Sagrarios de la tierra?

¿Por qué se ha perdido, o se habla poco o nada de la vida eterna, del sentido trascendental de la vida cristiana, esencial para comprender y poder vivir todo su misterio, el misterio y la cruz y la pasión y la resurrección de Cristo, incluso en funerales, donde muchos nos dedicamos a hacer apología del difunto, como si no fuera Cristo Resucitado el que ha merecido y celebra ya la resurrección del difunto vivo para siempre?

¿Por qué nos quedamos en la vida y en la formación de los fieles y en nuestras predicaciones en verdades, que son ciertas, pero verdades medias, quiero decir, intermedias, sin llegar a las Personas Divinas, sin hablar y llegar nunca o casi nunca en nuestras catequesis y formación de feligreses y grupos y organigramas y dinámicas hasta el final o término de la Verdad Revelada, que son las personas divinas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y que nos son solo verdades, medios y dinámicas que nunca o pocas veces llevan a nuestros niños, jóvenes o adultos hasta el Dios, porque nos quedamos en verdades teológicas sin llegar a las personas divinas y su relación de amistad con nosotros loshombres.

Hermanos, Jesucristo Eucaristía es Dios personal y Vida Eterna en Dios Trinidad, es “Verdad Completa” quedándonos muchas veces a mitad de camino en lo «más asequible o comprensible» como se escribe en algún documento, sin llegar al final o finalidad y término de todo, a las Personas Divinas amadas en amistad personal, por la oración de intimidad eucarística principalmente, a la razón primera y última, definitiva de nuestra existencia humana según Dios revelado por Cristo.

 

 

11.- ¿POR QUÉ QUISO CRISTO PERMANECER JUNTO A NOSOTROS EN EL SAGRARIO?

 

            Queridos hermanos: Cristo quiso quedarse voluntariamente en todos los Sagrarios de la tierra, --nadie le obligaba, solo su amor loco y apasionado por nosotros,-- para ser nuestro amigo y compañero de viaje hasta la eternidad. Y esto, sabiendo incluso que muchos no creerían en Él ni le visitarían ni se lo agradecerían y algunos… hasta profanarían su presencia eucarística en los Sagrarios.

            Tenemos que tener siempre presente la recomendación del Señor Resucitado a los Apóstoles: “Porque os he dicho estas cosas os habéis puesto tristes,  pero os digo la verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si os lo envío, Él os llevará hasta la verdad completa”.

            Vamos a ver, Cristo, cómo  dices esto ¿es que Tú no puedes o no sabes llevar a tus Apóstoles hasta la “verdad completa”? ¿Pues no has venido y te has encarnado precisamente para esto? De hecho los discipulos han tenido fe primero en Ti, y luego te han seguido, y aunque te dejaron en el momento de la cruz,  luego te han visto resucitado y se han alegrado y te han tocado y visto y comido  y celebrado contigo la Eucaristía ¿Qué les faltaba? ¿Por qué dices que tienes que irte visiblemente en tu humanidad para que pueda venir el Espíritu Santo que les lleve  a la “verdad completa”? ¿Qué les falta para llegar a la “verdad completa”? ¿Pues no estáis unidos en Unidad Trinidad de Amor Padre, Hijo y Espíritu Santo?

            Sí, queridos hermanos, pero les faltaba conocerte a Ti y el proyecto del Padre y tu Salvación “en Espíritu y Verdad”. Necesitaban que viniera el Espíritu Santo, tu Espíritu, que eres Tú mismo pero en Espíritu de Amor, esto es, no hecho sólo Verdad encarnada y oída, incluso realizada en milagros, sino hecha llama de Amor viva  en el corazón, te necesitan a Ti, tu Espíritu de Amor, que no se quede en sentidos exteriores o interiores, sino que sea experiencia y fuego de Amor Divino, de Espíritu Santo Trinitario que les queme el corazón y no lo puedan aguantar y les haga perder todos los miedos y abrir todos los cerrojos y puertas del Cenáculo y de su corazón  y predicarta a Ti no solo como Jesús que ha predicado y hecho milagro sino que eres el mismo Hijo de Dios  encarnado y todo esto aún sabiendo que serán perseguidos y podrán morir. Pues hasta entonces te habían seguido, pero te han abandonado cuando te prendieron y condenaron y moriste en la cruz, incluso cuando les perdonaste y te apareciste a ellos, pero a pesar de todo, permanecieron con miedo y las puertas cerradas.

            ¿Qué les faltaba, según Tú, cuando les manifestabas “os conviene que yo me vaya…? Les faltaba llegar a la “verdad completa”. Y la “verdad completa” es la experiencia del amor de Dios por el Espíritu Santo invocado y recibido en oración (externamente las llamas de fuego sobre sus cabezas que internamente incendió su alma y corazón en fuego de Amor divino mientras oraban),  porque el Espíritu de Amor de Dios, el Espíritu Santo es el que nos lleva a todos los bautizado a tener experiencia de lo que creemos y celebramos, de la fe y del amor de Dios, sobre todo en la Eucaristía. Al venir el Espíritu Santo se llenaron y sintieron la “verdad completa… estando reunidos en oración en el cenáculo con María, la madre de Jesús”.

            Les faltaba conocer todo el misterio de Cristo, que habían visto y oído externamente pero sin sentirlo y vivirlo desde dentro, desde el Amor de Espíritu Santo; no era suficiente haberle visto, haberle escuchado externamente, haber visto milagros, incluso haberle visto resucitado  como en las mismas apariciones y sus palabras, no basta esto, era necesario y Él se lo dice abiertamente, que le conocieran por el fuego invisible de Amor de Espíritu Santo en sus corazones, como así fue, y que pudieron recibirlo pero en oración, en oración con María, la Virgen Madre de todos los seguidores de su hijo-Hijo, que estaba con ellos y ya tenía la experiencia del misterio de Dios por el Espíritu Santo de Amor que la inundó y llenó de Cristo, su hijo, en la Encarnación y la hizo madre: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti... te cubrirá con su sombra... proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador...”. ¡Virgen guapa, madre sacerdotal, madre de amor, ayúdanos a conocer y amar a tu hijo-Hijo como ayudaste a los Apóstoles en Pentecostés!

            Cristo nos invita a todos los creyentes, especialmente a sus represenantes y humanidades prestadas, los sacerdotes, no sólo a meditar, sino a subir por el camino de la oración-conversión transformativa hasta la experiencia de lo que creemos y celebramos. Él no ha venido a buscarnos y ha muerto y nos ha amado hasta el extremo y ha instituido la Eucaristía –acordaos de mí...-- para que nosotros no nos quedemos  a distancia, en meditación puramente reflexiva, en ideas; Él se ha quedado con nosotros tan cerca en cada Sagrario de la tierra (“me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” ) para una relación más íntima de amor, para una relación y amistad personal, no solo para que pensemos en Él, sino para una oración afectiva- contemplativa-unitiva de «quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado», como Juan en el Cenáculo reclinado sobre el corazón de Jesús, y como todos los santos y santas que han exisido y existirán en el mundo por la oración-conversión.  

            Hay que subir al Tabor, y para eso, hay que dárselo todo para que Él lo transforme en oración transformativa de todas nuestras imperfecciones y limitaciones y que de amores finitos los transforme y convierta en divinos y trinitarios.

Y eso sólo es posible en este mundo por la oración, primero meditativa, pero hay que convertirse más a Dios y vivir más en Cristo, mortificando todo lo nuestro, primero, pecados graves si alguno hubiera, luego los veniales, imperfecciones,  hasta que por la oración más perfecta de amor purificatorio, pasemos y lleguemos a la oración contemplativa-unitiva-transformativa y empiece a actuar directamente el Espíritu Santo en etapas de oración pasivas por nuestra parte, porque nosotros no actuamos ni llevamos la iniciativa en estos estados, todo lo hace el Espíritu Santo, el Amor de Dios, ya que nosotros no sabemos ni podemos ni entendemos de estas alturas,  porque ahí estamos tocando y experimentando la misma Divinidad, y hay que aguantar, y sufrir purificaciones y la muerte del yo, la muerte total del yo, por medio de purificaciones, humillaciones, segundos y terceros puestos, incomprensiones y críticas injustas de los que te rodean para matar así ese amor que nos tenemos y que le impide a Cristo llenarnos de Espíritu Santo.

            Esto se dice y se escribe muy fácilmente, pero vivirlo… ya es otra cosa; cuesta mucho tiempo y dolor, porque nosotros no entendemos todo lo que hay que quitar y purificar para que Dios pueda habitar en nosotros con plenitud, de tal manera que vaciados de todo lo nuestro, podamos ser habitados por la Santísima Tinidad y sentir su amor, abrazo y presencia, experimentar, pero de verdad, que nos ama, que Dios existe y nos ama y que quiere vivir en nuestra casa, en nuestra vida, en nuestra alma y quiere ser nuestro Padre eternamente -- preguntádselo a los místicos, a los que lo han vivido--, ellos lo saben no por teología sino porque lo han experimentado y luego algunos lo  han escrito, yo no he llegado a estas alturas pero sí lo he barruntado a veces un poco... y el cielo ha comenzado ya en la tierra.

Te digo y te aseguro que esto es verdad porque estas cosas solo se saben de verdad cuando se viven y experimentan. Haz tú la prueba, recorre este camino de amor-oración-conversión y lo verás; y si lo has recorrrido y lógicamente experimentado, enhorabuena, Dios sea bendito y alabado.

Y para esto, para sembrarlo y cultivarlo estamos nosotros, los sacerdotes, pero claro, está todo tan horizontal y materializado y temporal hoy en el mundo, que se puede perder el sentido esencialmente trascendente de la vida cristiana, y lógicamente, del sacerdocio. Porque este mundo se ha quedado ciego de lo divino, y no ve ni entiende ni busca más que lo presente material, nada divino, y en lo presente, lo corporal  más que lo espiritual, el cuerpo más que el espíritu.

 

            Y por eso, para vivir en el mundo sin ser del mundo, para vivir en “Espíritu y Verdad”, para tener experiencia de Dios, necesitamos experimentar y vivir en la Verdad del Verbo de Dios hecho carne por su Espíritu Santo, necesitamos el Espíritu de Cristo. Y el camino es la oración, la oración verdadera, sobre todo, eucarística: misa, comunión y presencia, pero vividos en diálogo de amor con Cristo permanente que nos vaya convirtiendo en lo que celebramos, comulgamos y oramos.

            Y esto es lo que repetiré siempre: para llegar a esta experiencia de Dios el único camino es la oración en sus diversas etapas purificatorias y  transformativas; y para esto debe estar preparado el sacerdote, que debe identificarse totalmente con Cristo por la oración-conversión, y para esto, para llevar las almas al Cristo de Sagrario, el  cielo ya en la tierra, yo, sacerdote tengo que haber recorrido este camino, tener experiencia de esto, porque esto es lo que tengo que sembrar y cultivar con mi apostolado en un mundo «intranscendente», a no ser que yo mismo me haga y trabaje por lo “intranscendente”, sin mirar y caminar hacia lo transcendente, lo infinito, hacia Dios.

            Y yo, fiel cristiano, seminarista y sacerdote, religioso y consagrado, todo esto, sólo y únicamente lo puedo conseguir por la oración afectiva-contemplativa en el Espíritu Santo, único director de las almas en estas alturas. Y por eso los Apóstoles, que estaban viendo y oyendo al mismo Cristo en persona, no como nosotros en el pan consagrado,  no entendían lo que Cristo quería decirles hasta que no lo sintieron y vivieron en Pentecostés: “os conviene que yo me vaya… porque si no, no viene a vosotros el Espíritu Santo… Él os llevará a la verdad completa”, hasta que Jesús no se hizo fuego y llama de Amor significado sobre sus cabezas, hasta que no vino hecho llama de Amor viva de Espíritu Santo; hasta entonces, a pesar de haber estado con Él y hablado todos los días y oído y visto sus milagros, hasta su misma resurrección… hasta que no vino hecho fuego de Espíritu Santo no llegaron a la “verdad completa”.

Por eso ¡VEN, ESPÍRITU SANTO, TE NECESITAMOS, TE NECESITA ESTE MUNDO!  Tú eres el único que puedes darnos por Tu Amor la experiencia de Dios que necesitamos, que necesita la Iglesia y el mundo, sobre todo, tus apóstoles, tus sacerdotes y todos los bautizados, toda la Iglesia.

            El Espíritu Santo, el Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nunca debe ser Tercera Persona de la Trinidad, porque está al principio, “Dios es Amor”; está también en el medio: Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre; y está al final, porque es el fin de todo el proyecto de Salvación Trinitario, lo ha dicho Jesús: porque todo es para sentirnos amados y amar nosotros a Dios en su mismo Amor porque no podemos amarle como Dios, si Él no nos ama primero y  nos envía su Espíritu de Amor para que podamos amarle con el mismo Amor en Dios TRI-UNIDAD con que Dios se ama y nos une a nosotros en el Amor Tri-unitario: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él... como el Padre me ha enviado, así os envío yo... vosotros en mí y yo en vosotros como yo estoy en el Padre y el Padre en mí ... el que me come habita en mí y yo en él...”.

Repito y menciono mucho al Espíritu Santo en mis libros y meditaciones, porque estoy convencido de su necesidad e importancia y  amor en la Iglesia, porque le tengo muchísimo cariño y me ha ayudado mucho en mi vida, aún cuando no lo conocía, pero Él me amaba: es el  Amor del “Abba”, de mi Padre Dios, mejor traducido: «Papá» Dios; y de su Hijo, hasta el punto de sentirme totalmente hijo en el Hijo y amar con Él al Padre con Amor Trinitario.

            El Sagrario es la Canción de Amor que el Padre nos está cantando permanentemente en amistad siempre ofrecida  en su mismo Verbo-Palabra-Hijo-hijo, en su misma Palabra infinita y Personal de Amor, en la que nos lo dice todo lo que ha soñado sobre nosotros y lo que espera de nosotros y para nosotros desde toda la eternidad en canción de Amor de su mismo Espíritu Personal de Amor, Espíritu Santo.

            Y nos la canta, nos la revela, nos la dice toda entera a cada uno de nosotros: “Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" en su misma Palabra-Canción de Amor-Hijo en el que, desde cualquier Sagrario de la tierra, “se complace eternamente”, y por el que, por amor incomprensible e infinito, quiere comunicarse con cada uno de nosotros.

            Por eso, todo sacerdote se define desde el primer día de estar en su parroquia por su comportamiento con Cristo vivo y esperándole en el Sagrario; ahí se lo juega todo y demuestra todo lo que vive y tiene en su corazón, por sus ratos, sobre todo de oración eucarística junto a Cristo Sacerdote Eucaristía: «... que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Preguntádselo no sólo a santa Teresa, sino a todos los santos: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras...¡ no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento,  Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable»

             Es que si no te paras y le miras y te arrodillas y le adoras y pasas ratos con Él... queridos obispos y hermanos sacerdotes, si no vas a su presencia de amistad en el Sagrario, si Cristo en el Sagrario te aburre ¿cómo podrás en tu apostolado y predicación entusiasmar a la gente con Él? 

Para esto hemos sido llamados y elegidos sacerdotes,  para que una vez que hemos experimentado los misterios de su amor podamos comunicarlos con fuerza y entusiasmo, con convencimiento vivido, no solo con el frío conocimiento de teología estudiada pero no vivida.

Por eso, ya desde el seminario, hay que ponerse en camino, hay que orar y avanzar por la conversión de nuestra vida en Cristo por la oración diaria y la eucaristía, sobre todo, por la oración diaria, transformadora permanente de nuestras vidas y así los seminaristas saldremos preparados y experimentados y seremos ungidos y consagrados para cumplir el proyecto y voluntad del Padre en el Hijo, Sacerdote Único del Altísimo, con el cual nos identificamos por el Fuego del su mismo Espíritu Santo, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre:  esta es nuestra identidad sacerdotal trinitaria y cristológica; y esto es imposible sin oración diaria y permanente y transformadora que nos lleve a la santidad, a la unión e identificación plena y total con Cristo Sacerdote.

 

 

12.- PARA PODER ENSEÑAR Y DIRIGIR EL CAMINO EUCARISTICO NO BASTA LA TEOLOGÍA,  EL SACERDOTE NECESITA RECORRERLO Y VIVIRLO PRIMERO,

 

No se puede enseñar un camino si no se ha recorrido primero. Para enseñar este camino  eucarístico, seas cura, obispo o cardenal, hay que recorrerlo primero, porque es camino de practicantes, no de teóricos, solo se conoce con perfección, viviéndolo. Y este camino es el de la  oración-conversión-experiencia de Dios.

Y esto, repito, aunque seas cura, obispo o cardenal y ocupes puestos importantes en la Iglesia de Dios. Preguntádselo a cualquier santo, quiero decir, a todos los santos. Y como hemos hablado de atender a los necesitados, preguntádselo a Madre Teresa de Calcuta, preguntadle de donde sacaba ella y su Congregación la fuerza para atender a los pobres: «He dicho a los obispos (cfr. pp. 40-41) que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras.

Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta, Sal Terrae  2002).

Me gustaría que esta advertencia de la Madre Teresa de Calcuta la tuvieran muy presentes todos los obispos del mundo, tanto en su vida personal como cuando han de elegir superiores y formadores de sus seminarios y que esto estuviera presente en todas las escuelas y noviciados y pedagogías y cursos de formación sacerdotal o apostólica.

            En nombre vuestro, se lo he preguntado a santa Teresa de Jesús, a san Juan de la Cruz, que son maestros en esta materia... y más recientemente a la Beata, ya santa, sor Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, Juan Pablo II, Benedicto XVI, Trinidad de la Santa Madre Iglesia... etc., porque son infinidad, y todos me han dicho lo mismo, porque la oración personal es el camino esencial y todos lo han recorrido y experimentado.

Todos los santos de la Iglesia afirman que  este camino es la oración, la oración sobre todo eucarística; pero no una oración primera e iniciática u oración en primeros pasos y grados y rezos, que están muy bien, pero que no es perfecta y plena porque  nos permite vivir todavía con defectos e imperfecciones importantes, como puede ser en la llamada meditación u «oración mental».

Para la experiencia de Dios y sus misterios, hay que subir un poquito más arriba, hay que purificarse y dejarse purificar más por la «lejía fuerte» del amor de Dios, por lo menos hasta la oración afectiva; y si el Señor quiere y nosotros colaboramos, hasta que Él nos lleve por su Espiritu hasta la oración contemplativa,  porque es Dios quien la infunde en nosotros, nosotros no podemos fabricarla. 

            Para llegar a esta oración hay que purificarse un poco más; convertirnos más a la voluntad de Dios y cumplir más perfectamente sus mandamientos, vaciarnos de nosotros mismos con más intensidad para que nos habite Dios en plenitud: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”; hay que esforzarse por no quedarse en el llano de la mediocridad, como se quedaron el  resto de los Apóstoles menos los tres que subieron con Cristo por la  montaña a la oración donde le vieron al mismo Cristo pero transfigurado; tuvieron que subir ascendiendo con esfuerzo por la pendiente de la conversión hasta verlo luminoso y resplandeciente, como está en todos los Sagrarios de la tierra esperándonos en  ratos de oración y conversión permanente hasta llegar a la sima de la transfiguración para sentir y experimentarlo vivo y glorioso como Dios y como hombre hermano.

 ¡Dios existe y nos ama y es verdad, la verdad fundamental del mundo y del hombre! pero para experimentarlo y vivirlo como Pedro, Santiago y Juan no basta el conocimiento de la llanura, de la teología teórica o liturgia-ceremonia no experimentada por la oracion, de los ritos externos y vacío de la presencia de Cristo, hay que entrar dentro de ellos y verle al Señor que realiza los sacramentos por nosotros con amor, que se ofrece y se inmola y se entrega con amor en cada misa y que nos espera siempre con los brazos abiertos por amor en todos los sagrarios de la tierra.

            La culpa de que no lleguemos a estas experiencias y la oración se haga rutinaria y nos canse y a veces nos aburra y la dejemos, es la falta de conversión permanente, porque no queremos vaciarnos de nosotros mismos y de nuestras idolatrías; y entonces no cabe Dios en nosotros, aunque siempre está deseándolo y para eso nos soñó Dios Padre en su Seno Trinitario desde toda la eternidad y roto este primer proyecto de amor nos envió a su Hijo para que nos salvara, nos comunicará su misma vida, la gracia, que cultivada y desarrollada por la oración y la Eucaristía y los mandamientos, nos llevara al cielo en la tierra, principalmente por la Eucaristía misa y comunión de amor y permanencia de amistad permanente en el Sagrario.  Es que, aunque seamos curas y obispos y lo que sea, si estamos llenos de nosotros mismos, no cabe Dios, su amor, su vida, su gracia, su gozo y experiencia porque lo ocupan otras cosas.

            Ahí, en el Sagrario,  está Cristo Eucaristía, el Verbo de Dios, Jesucristo, en Eucaristía y ofrenda permanente, en obediencia total, adorando al Padre, con amor extremo a Dios y a los hombres, hasta dar la vida. Es una presencia dinámica y permanente del sacrificio, de la misa ofrecida, no meramente estática. Fíjate, hermano sacerdote, la cantidad de belleza y misterios de vida que nos está enseñando el Señor con sola su presencia, sin decir palabra, en «música callada», que diría san Juan de la Cruz, nos está mostrando toda su vida de amor a los hombres, su amor extremo hasta dar la vida y permanecer con los brazos de salvación abiertos para todos los hombres.

            El Sagrario, el pasar ratos largos junto al Sagrario, «estando (o hablando) con el que nos ama», no es una presencia piadosa, una devoción particular más para almas piadositas y devotas, poco «comprometidas» y apostólicas, poco comprometidas con el mundo y la parroquia, poco apostólicas, solo piadosas; no; es una presencia dinámica de Cristo entre nosotros única y totalmente centrada en el corazón apostólico de la Iglesia, dinámica y activa, absolutamente necesaria y esencial para todo sacerdote apóstol, para todos los que quieran vivir y emplear su vida al estilo de Cristo, buen pastor; para todos los sacerdotes verdaderos que quieran amar y vivir y trabajar como Cristo y no puramente profesionales, sacerdotes que quieran ser adoradores de Dios Trino y Uno “ en Espíritu y Verdad”, en Espíritu Santo de Amor  y Verdad revelada por Hijo con su evangelio y vida, en obediencia total al Padre, cumpliendo su voluntad con amor extremo hasta dar la vida por la salvación de nuestros hermanos, los hombres.

Así lo está cumpliendo allí el mismo Cristo en presencia «memorial», el Único Sacerdote  del Altísimo, con el cual tiene que identificarse en su ser y existir todo sacerdote, con amor extremo, hasta el final de los tiempos, si es que quiere ser sacerdote de Cristo, y no de sí mismo; si es que, aunque no lo viva, sabe por lo menos de qué va el sacerdocio católico.

Para saber esto, basta estudiar un poco de teología. El vivirlo, ya es otra cosa; por lo menos a mi me cuesta a veces. Y es lo de siempre: hay verdades, realidades que no se comprenden hasta que no se viven, aunque tenga uno un doctorado en teología. Y si no se viven, terminan por olvidarse en su sentido propio y espíritu, o las vivimos según la carne. La eucaristía es la fuente del sacerdocio y del amor  y apostolado auténtico, no meramente oficial. Toda la vida de un párroco se define desde el primer día de estar en la parroquia, por su comportamiento con el Sagrario, con Cristo Eucaristía en la misa y en la comunión verdadera con Él.

 ¡Es el Señor! El Sagrario no es un trasto más de la Iglesia o un recuerdo o una imagen en la misa. Es él, Cristo Jesús en persona, único Salvador de los hombres, que por ellos vino, predicó, murió y resucitó y se hizo pan de Eucaristia, pan de vida eterna, para permanecer junto a nosotros y ayudarnos en este camino de salvación hasta el cielo; por eso, si no lo valoras y lo amas, si pasas de largo junto a él o te aburre, no sé cómo podrás luego hablar de Él y entusiarmar a la gente con Él, a los hombres y niños y jóvenes de tu parroquia y hacer que le amen y le sigan.

            Mirando al Sagrario se demuestra la profundidad de tu fe; si uno mira y cree que es Dios quien mora en él, Cristo mismo en persona, “por quien todas las cosas han sido hechas”, y único Salvador del mundo, si uno lo cree de verdad y lo vive un poco, no sé cómo no ir a visitarlo y amarlo y orar y adorarlo. Es que mirando al Sagrario se demuestra el concepto que cada sacerdote tiene de apostolado; y el concepto que tiene de apostolado es el concepto que tenga de Iglesia; y el concepto de Iglesia, es el concepto o la vivencia que tenga de Cristo, y el concepto de Cristo no es lo que estudió en teología sino el que cada uno de nosotros tengamos de él por la oración personal, lo que vea y experimente en sus ratos de oración eucarística y Plegaria Eucarística, quiero decir en misa y en comunión, comunión de amor y de fe, no simplemente comerlo materialmente, sino espiritualmente, esto es, comiendo y alimentándose y comulgando para vivir su misma vida de amor total al Padre y sus hermanos, todos los hombres. Y esto es así porque: «…la Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la iglesia... fuente de toda vida apostólica y meta de todo apostolado» (Vaticano II).

            Sin pasar ratos ante el Sagrario, querido hermano sacerdote, no sé cómo podremos entusiasmar a la gente con Él, y convencer a la gente de que Él siempre está esperándonos con los brazos abiertos. El mejor apostolado y predicación es el ejemplo de la propia vida. Por eso, el sacerdote no puede faltar a esta cita diaria de fe y amor con Jesucristo Eucaristía.

            Es que para eso Él se quedó precisamente en el pan eucarístico: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. No le defraudes. Una simple mirada y Él se entrega por nada ¡Está tan deseoso de nuestra amistad, de nuestra salvación, de la salvación de todos nuestros feligreses ¡ No olvidemos que para eso se encarnó; para venir en nuestra búsqueda, para abrirnos las puertas de la eternidad, de la amistad con la Trinidad que empieza aquí abajo: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. Te ama tanto y ama tanto al Padre y su proyecto de amor a los hombres que  te necesita tanto a ti, querido hermano sacerdote, para seguir predicando y salvando a este mundo que se ha alejado de Él por estos políticos ateos que no les interesa que Dios exista y que Cristo viva por la fe en el pueblo para poder vivir ellos sin que su evangelio pueda echarles en cara sus pecados y robos y sexo y … como vive muchos políticos y políticas; por eso Cristo Trinitario se ha quedado tan cerca de nosotros en el Sagrario para ayudarnos en todo.

Hermanos, que nuestra vida es más que esta vida; que hemos sido creados para una eternidad de felicidad con Dios. Y a Él le duelen tanto los hombres y su salvación eterna, que por eso se quedó tan cerca de nosotros en el Sagrario para ayudarnos en este camino duro y difícil a veces como en estos tiempos; este es el deseo y el amor del Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan la vida eterna”.

Y allí, en la eucaristía como misa, comunión o visita sigue Él entregando su vida para la amistad y salvación de todos nosotros. Si creemos en la eternidad, en lo definitivo, en lo que vale un alma, una persona y nos preocupa más que todo lo que sea del tiempo, de esta vida, entonces tenemos que ser almas de Sagrario. Porque somos en Él y por El sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades, las de nuestros feligreses que Él nos ha confiado y que el Padre soñó y los espera,  y las del mundo entero a quien tenemos que salvar por la oración  ante el Sagrario.

            Sin esta experiencia eucarística  no puede haber experiencia de un Dios cercano, ni auténtico  sacerdocio de Cristo en nosotros y por nosotros, ni verdadero apostolado de almas, ni amor de Cristo a los hombres, porque es Él el que nos lo tiene que dar; ni lógicamente, puede haber en nosotros verdadero y sincero amor a Jesucristo vivo, vivo y resucitado en persona, sino mero recuerdo o idea teológica o palabra que predicar.

            Todos los cristianos, por el santo bautismo, hemos sido llamados por Cristo a la santidad, a la unión plena y transformativa con Dios: “Yo te bautizo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” y Dios nos habita, nos convertimos en templos del Dios Vivo. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, y Cristo se convierte en el pan de la vida eterna que empezó ya en el bautismo: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y lo cumple con su presencia en el Sagrario.

En Cristo Eucaristía es donde está Dios Padre esperándonos para mostrarnos su rostro lleno de Fuego de su mismo Espíritu Santo, para revelarnos y cantarnos su Canción de Amor Personal a cada uno de nosotros personalmente en su Palabra o Verbo o Revelación del Hijo, en el que nos lo expresa todo y nos está cantando desde toda la eternidad su sinfonía de Amor Personal, escrita en pentagramas de matices y notas personales de vida, belleza y armonía trinitaria, que se escuchan en  «música callada» de oración silenciosa de «quietud», sin palabras, especialmente en oración eucarística, donde nos está diciendo y expresando todo el amor de un Dios infinito que lo tiene todo, esperando una simple mirada de fe por parte nuestra para entregarse totalmente a nosotros.

Está tan deseoso, porque a veces está tan olvidado hasta de los suyos, de los que le predican y dicen que le han entregado toda su vida...  que lo tienen como si fuera un trasto más de la Iglesia. Él, que buscando sus criatura, lo dejó todo y vino a nuestro encuentro sabiendo que tenía que morir en cruz por todos nosotros.

Qué bien lo expresó S. Juan de la Cruz en el Cántico Espíritual:  Buscando mis amores, iré por esos montes y riberas;ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras.

Muchas veces, en mi oración junto al Sagrario, oigo al Señor que me dice: Pero ¡cómo me tienen tan olvidado algunos sacerdotes! ¡Si estoy aquí para decirles lo que les amo y porque quiero ayudarles en su tarea!  Estoy aquí para amarlos y animarlos y no vienen a verme y pasan de largo y luego deben predicar mi Eucaristía como misa y presencia, tienen que  hablar de mí y llevo años y años… (y aquí puedes poner los que quieras, 10, 20, 30, 40, 50... años) y no se han parado un momento para decirme ante el Sagrario: Te quiero, Cristo. Gracias por todo, confío en Tí. Tú eres el único Sacerdote y el sentido y la razón de mi vida.

            Cuando les veo venir hacia la iglesia, después de tanta soledad humana, porque cerráis en exceso mi presencia en las iglesias, y vienen para celebrar la misa conmigo, me alegro y nada más abrir la puerta de la iglesia, abro mis brazos para abrazar a mi sacerdote, a mi representante y qué decepción, algunos pasan de largo y ni me saludan y yo me quedo con los brazos abiertos sin poder abrazarlos.

            Y celebran la misa y ni una palabra personal de amor ni de comunión con mis sentimientos, y fíjate que, al celebrarla y hacerla presente, digo a través de vosotros: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”, pero muchos no se acuerdan de mí ni de mis emociones y entrega, de mi amor hasta dar la vida por vosotros, de mi ilusión por abriros las puertas de la eternidad.

            Es más, Gonzalo, algunos entran  y salen sin saludarme y se portan y hablan ante el Sagrario como si yo no estuviera allí, se portan y hablan como si estuvieran en la calle, como si en el Sagrario no estuviera yo vivo y real, esperándoles en amistad permanentemente ofrecida a todos con los brazos abiertos.

            Menos mal que en algunas parroquias encuentro compañía, amor, ternura, entrega... qué gozo tengo de haberme quedado con mis hermanos los hombres para llevarlos al encuentro con el Padre. ¡Que sois eternos, que viviréis siempre! Y como soy el mismo en todos los Sagrarios de la tierra, la soledad de algunos queda suplida y millones de veces superada por las compañías de otros  sacerdotes y amigo que me aman y me siguen y yo les ayudo con amor en su vida personal y tareas porque vivo para eso.

            Y mira que  con poco me conformo. Porque yo no necesito de nada. Yo soy Dios. Pero me da pena no llenaros de mi gozo. Para eso me quedé en el Sagrario. Y por nada, con una simple mirada de fe o de amor, no digamos con algún rato de oración, me entrego del todo y les lleno de fe, amor y salvación a ellos y a sus feligreses. Díselo a mis sacerdotes. Díles que les sigo esperando, que los amo con amor total, con amor eterno de Espíritu Santo que les amo con el mismo Amor participado que el Padre ama al Hijo y el Hijo al Padre, Amor, Beso y Abrazo de Espíritu Santo. 

            Querido hermano sacerdote, Cristo Eucaristía es centro y cumbre de toda la vida de la Iglesia (Vaticano II). Todos los santos fueron eucarísticos, fueron hombres de oración eucarística. Ni uno solo que no pasara largos ratos con Cristo en el Sagrario.

          Preguntádselo a los que viven esta experiencia, a los que con san Juan de la Cruz, adoraron a Cristo y reclinaron todos los días su rotro en Cristo  Eucaristía: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado». Yo quiero escribir este libro para hablar  claro del sacerdocio y de su relación esencial con Cristo Eucaristía por la oración personal permanente que se mantiene viva y nos lleva a la experiencia permanente de lo que somos, celebramos y predicamos, de nuestro ser y existir en Cristo Único Sacerdote del Altísimo.

Y sé que esto puede molestar a alguno. Pero quiero hablar claro y con amor, aunque nos duela; quiero decirlo todo con humildad, que es decirlo, con toda verdad de mente y corazón. Y lo escribo, sabiendo que me reportará disgustos, pero lo hago por si pudiera ayudar un poco en este sentido, en esta amistad con el «Amor de los amores».

Porque en mi vida cristiana y sacerdotal todo se lo debo a la oración, quiero decir, a Cristo conocido y amado en la oración eucarística, mirando al Sagrario y mirando a Cristo Eucaristía y siempre levantándome por este camino de oración y encuentro diario con Él he llegado a amarle y seguirle con mayor plenitud.

Me gustaría que todos mis hermanos los sacerdotes pudiéramos  llegar al Tabor de la oración eucarística un poquito elevada y purificada, pues para esto hemos sido llamados, ungidos y consagrados por su mismo Espíritu, Espíritu Santo de Amor, para «contemplar» “al Hijo amado en el que me complazco”, para poder decir con san Pablo y san Juan y tantos y tantas creyentes y vivientes: “Para mí la vida es Cristo...vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.

 

 

13.- NECESIDAD ABSOLUTA  DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL PARA  PODER VIVIRLA Y COMUNICARLA

 

            Lo acabo de decir. Todo en mi vida cristiana y sacerdotal se lo debo a la oración eucarística, a la oración ante Cristo Eucaristía en la santa misa o en la comunión, sobre todo en su prolongación ante el Sagrario, ante la presencia permanente de Cristo esperándome en el Sagrario con los brazos abiertos para hablarme de su amor extremo a todos los hombres hecho presente en la santa misa hasta el fin de los tiempos para llevarnos al encuento eterno y definitivo del cielo o si queréis, para que los liturgos y los teólogos queden tranquilos, todo se lo debo a Cristo Eucaristía como misa, comunión y presencia en el Sagrario pero uniéndome con mi oración personal a la litúrgica, porque si es solo la litúrgica, a veces se queda fuera del corazón y del alma y me santifica poco porque entonces todos los curas y celebrantes teníamos que ser ya santos; hay que unir la oración personal a la liturgica para que sea plenamente santificadora, igual que el que comulga, una vez recibido el Señor en su interior, debe dialogar y hablar con Él. 

Repito alto y claro, precisamente porque soy limitado y pecador y muchas cosas más, yo todo se lo debo a Cristo Eucaristía encontrado y amado y seguido por el camino de la oración personal en la oración litúrgica, en la santa misa que es Oración Litúrgica, que realiza el misterio.

Por eso, aunque diga misa y comulgue todos los días si no hay diálogo y encuentro personal con Él en la oración litúrgica, hay poca santificación, siempre habrá por el “opere operato”, pero será más abundante si el celebrante y el comulgante se une a Cristo en la oración litúrgica por medio de la personal, “opus operantis”; por eso si esta falla, no hay plenitud de ofrenda y santificación con y en Cristo; es más, es que si bastara la oración litúrgica, todos los sacerdotes y comulgantes teníamos que ser ya santos.

Por eso, no basta celebrar misa o comulgar solamente el pan, hay que entrar en diálogo personal con el Cristo que celebra por medio del sacerdote y viene a mí por la comunión y hay que continuar luego la santa misa y la comunión con los sentimientos y la vida y resurrección de Cristo en la oración personal ante el Sagrario y luego en la calle con vivencia y diálogo de la Santísima Trinidad que nos habita por la gracia y al que lleva el Hijo-hijo que he comulgado y está en unión perfecta y total con el Padre con Amor de Espíritu Santo,  porque repito, aunque comulgue y diga misa, como no me encuentre con Cristo en la misa y comunión y le hable y me arrepienta y me renueve … no habrá unión y santificación plena.

A mí la santa misa y la comunión con Cristo me llevan a este encuentro y diálogo que continúo y prolongo espiritualmente en la oración ante Jesús en el Sagrario.  Y lo mismo digo de mi presencia en la iglesia, ante el Sagrario; de nada o poco me vale a mí Cristo presente y esperándome en todos los Sagrarios de la tierra, así como toda la salvación y la gracia y amor de Dios que tiene y quiere darme, si no me encuentro con Él y con su amor y salvación a través de mi saludo consciente y mi diálogo u oración personal con Él en ratos de amistad «estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», como diría santa Teresa.

            Te lo explico y por partes; todo se lo debo a la oración personal, al trato y encuentro de amistad, a la oración de unión personal con Cristo en el Sagrario; ya sé que la Eucaristía, como misa, es «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia... meta a la que debe caminar toda la vida de la Iglesia y fuente de donde brota toda su vitalidad», pero de poco me serviría a mí todo este misterio, si no entro dentro de él y de los ritos y acciones litúrgicas para encontrarme con Dios Trino y Uno, que viene a mí para salvarme y unirme a su vida y felicidad; y esto, como me lo dice el mismo Concilio Vaticano II, tiene que ser por una participación «plena, consciente y activa...exterior e interior... fructífera....», en la Eucaristía, y esto es y tiene que ser y es y se realiza por la oración personal con la cual entro dentro del corazón del misterio que celebro por la oración litúrgica. No bastan los ritos solos sin mi espíritu y oración personal. La Eucaristía siempre será santa y santificadora litúrgicamente por parte de Cristo pero no será plenamente y personalmente santificadora, no me santificará en plenitud sino en la medida que yo me una a Cristo y me ofrezca con Él al Padre personalmente.

Todos sabemos que la liturgia sagrada hace presente el misterio de Cristo «ex opere operato», pero si no entro en contacto con ella por la oración personal no me santifica plenamente y es válida totalmente en sí la misa aunque mi participación no será plena; por eso, aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o  devoción alguna Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaria consigo la aplicación de los méritos de Cristo por medio de la ofrenda del altar, independiente de la santidad del sacerdote o de los oferentes. Para que esta sea plena necesitamos la unión con Cristo oferente por la oración personal unida a la litúrgica.

            Ahora bien, si no hay encuentro personal con Dios que irrumpe en el tiempo y en el espacio,  el misterio sube al cielo y se celebra y queda sobre el altar «ex opere operato», pero no entra en mi corazón, porque eso tiene que ser «ex opere operantis», por las disposiciones personales y  esto sólo puede ser por mi fe y amor personal que entra en el corazón del rito, por mi relación de amor y de unión personal, que se abre y acoge el misterio que celebro con Cristo que lo hace presente, esto es, por la oración litúrgica-Cristo, y la oración personal del sacerdote que debe y tiene que unirse a Cristo para hacerlo presente.

            Estoy tan convencido de esto, por mi vida y experiencia personal, pastoral y de Iglesia, que  a veces le digo al Señor: quítame la teología, los afectos, los conocimientos de Ti, hasta la misma fe, pero no me quites la oración personal, mi trato de amistad contigo durante la liturgia de la santa misa, porque si soy perseverante en ella, aunque haya bajado hasta el olvido y el abismo del pecado, volveré a subir hasta la cumbre de la santidad, recordando, hablando, escuchando al Sacerdote Cristo que hago presente y respondo con amor personal.

            Por el contrario, aunque esté en la cumbre del monte Tabor en la santa eucaristía, si dejo y abandono la oración personal durante la santa misa, si no estoy unido y le digo cosas y me ofrezco con Cristo, a esto le llamo oración personal-liturgica, no sé hasta donde pueda bajar o perder el fervor y relación personal con Cristo o incluso una fe viva, quedándome así solo en la rutina de los ritos, sin ser plenamente santificadora.

La historia así lo demuestra en negativo y en positivo; por aquí les vinieron todas las gracias a los santos que ha habido y habrá; por eso,  dejar la oración personal, la unión con Cristo en la litúrgica es el comienzo de la rutina de muchos  cristianos y sacerdotes de celebrar y de no santificar o hacerlo con poca eficacia. Ni un solo santo que no fuera hombre de misas y comuniones fervorosas; luego los habrá más o menos activos, caritativos, teólogos y predicadores de una línea u otra, según los carismas, pero todos son hombres de oración, de unión con Cristo por la oración continua diaria: “Venid, vosotros, a un sitio aparte…”.  

Y esta oración personal siempre la he hecho junto al Sagrario, porque empecé así desde monaguillo, continué en el Seminario, y en mi primer destino pastoral en un pueblo de la Vera, como coadjutor primero, y luego, como párroco en Robledillo de la Vera, todas las mañanas bien temprano hacía mi oración personal y luego, la litúrgica, el Breviario y lo que fuera, pero siempre en la iglesia, junto al Sagrario. Después en mi vida en la Parroquia de San Pedro de Plasencia y más tarde en el Cristo de las Batallas durante 50 años, y ahora en mi casa de jubilado, 6,30 levantarme, 7 mañana ya en la capilla hasta las 9 más o menos; esto para empezar la jornada todos los días porque luego, durante el día, paso más ratos en oración junto al Sagrario; es que me gusta Cristo, me lo paso bien con Él. Pero nunca en la habitación o en la naturaleza, o mirando al cielo; lo respeto todo, pero teniendo tan cerca al Señor en amistad permanentemente ofrecida en cada Sagrario de la tierra, me sale espontáneo el diálogo con Él, como ejercicio de fe y amor personal, y sólo con mirarle.

            Y la verdad es que me dice tantas cosas desde esa presencia «silenciosa», «música callada», en armonía llena de amor, en Canción de Amor cantada eternamente por el Padre con Amor de Espíritu Santo a todos los hombres, para que todos los hombres la oigamos en concierto de Amor extremo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el cual nos introducen a todos los hombres que quieran oír esta Canción llena de la armonía de Amor del mismo Espíritu del Padre al Hijo y del Hijo al Padre.Teniéndolo tan cerca.... pudiendo escuchar esta sinfonía de amor Uno y Trinitario,  la verdad es que no comprendo hacer la oración, tener un diálogo de amor con nuestro Dios Trinidad en otro lugar, o no pasar largos ratos todos los días con Él.

Si Cristo, el Hijo de Dios  está en el Sagrario, es que Dios Padre te ama y está con Él y quiere encontrarse con todos sus hijos hasta el final de los tiempos, es que el Hijo nos ama hasta el extremo de la vida y del tiempo y está cumpliendo su palabra “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, es que el Espíritu Santo nos ama realizando este misterio en el pan consagrado convirtiéndolo en el cuerpo de Cristo que se entrega por nosotros como en la Encarnación “por obra del Espíritu Santo”.

            Ahí está Jesucristo, Dios y hombre verdadero, el Verbo de Dios, la Palabra llena de Amor de Espíritu Santo pronunciada, revelada por el Padre a todos los hombres; ahí está “en música callada”, con brazos abiertos y tendidos de amor...buscándonos a todos…; me parece un desprecio no abrirle los míos, no quedarme escuchando su Canción de amor personal que me canta a mí personalmente, porque soñó conmigo desde toda la eternidad y para toda la eternidad con la Santísima Trinidad.

Desde toda la eternidad vino en mi búsqueda, para encontrarse conmigo y abrirme las puertas del cielo ya en la tierra, por medio de su amistad personal que me permite tener con Él; es el mismo Cristo glorioso que está en el cielo, porque las puertas del Sagrario son las puertas del cielo transparentes mediante la visión contemplativa, llena de amor, a la que llego por la oración un poco purificada, elevada por estar más vacía de mí y más llena de amor y luz de Espíritu Santo porque me habita y me llena más plenamente como a los Apóstoles en Pentecostés de la vivencia de la Trinidad por haberme vaciado más de mi mismo, de mis defectos y fallos de fe y amor.

 En este Sagrario y en estos momentos Cristo,Verbo del Padre ha venido en mi búsqueda para hablarme de amor y vida por su humanidad convertida ahora en el Pan Consagrado por su Amor al Padre de Espíritu Santo y  su presencia en el Sagrario  es el encuentro de amor con los hombres y soñado de cielo anticipado y preparado por el Espíritu Santo, Espíritu de Amor de Pentecostés que viene a mi alma y me transforma y transfigura en “Llama de amor viva” (S.Juan de la Cruz) como a los Apóstoles que precisamente“ estaban reunidos en oración con María”, la Virgen bella que tanto nos ayuda  a todos en este camino.

            Las puertas del Sagrario son las puertas del cielo, de la eternidad ya en la tierrra, porque  el cielo es Dios, y Dios trino y uno está en el Sagrario por el Padre que me está diciendo con su Palabra    revelada y hecha carne de Amor en la Virgen nazarena por obra del Espíritu Santo, el primer Sagrario de Cristo en la tierra, que es el seno de María, Madre Sacerdotal desde la Encarnación, y luego, hecho un poco de pan en la Noche Santa de la institución de la Eucaristía y del Sacerdocio católico, siempre con amor loco, incomprensible y apasionado para todos sus hermanos, los hombres, me está diciendo su “Palabra” llena de Amor de Espíritu Santo.

            Admito con verdad y confieso con humildad que no llegué enseguida y en pocos años a escuchar esta Canción de Amor de Dios en el Sagrario; desde el principio tuve que orar y purificar mucho, que no es llegar y pegar, pero para eso está la fe, la fe verdadera que se tiene que ir fortaleciendo y purificando de egoismos y comodidades sin buscar apoyos sentimentales de ningún tipo al comienzo, sino sólo fe, música callada, que para escucharla  hay que afinar mucho el oído, limpiar bien los ojos mediante una conversión sincera y permanente que dura toda la vida y que ha de empezar desde ese momento primero en que nos paramos ante el Sagrario y empezamos a mirarle, a querer encontrarle, a orar: ¿Pero ahí está Dios? ¿ahí, en el Sagrario,  está Cristo resucitado? ¿no es mejor buscarlo en el evangelio donde escucho más claramente sus palabras y sus gestos? ¿pero si aquí no veo nada? Sí pero ahí está vivo, vivo y resucitado como el prometió y realizó, el mismo Cristo del Evangelio, el Cristo de la Magdalena, del ladrón arrepentido, del centurión, de la samaritana, de la mujer con flujos de sangre que con sólo tocarle quedó curada.

            Ahí está, y yo con toda la Iglesia doy fe de su presencia, y la amo y la busco y me ha seducido y ya no puedo vivir sin ella; pero ya te digo que la principal dificultad para verlo y sentirlo son los defectos y pecados del alma, pero primero y desde luego, el primer obstáculo o impedimento es esencialmente no tener todos los días un rato de conversación y oración perdonal con Él, con Cristo vivo en el Sagrario, para conocerle y amarle cada día más e ir superando todos mis defectos y pecados.

Los pecados son una muralla para verlo. Por eso desde el primer momento, si quieres tener experiencia de su amor, hay que empezar a convertirse de verdad y esta es la mayor y más universal y principal dificultad que encuentro en mi vida y en la vida de la iglesia. Para tener experiencia de Dios, de la vida divina, de la Eucaristía, de la santa misa y comunión, de la unión con Dios, según S. Juan de la Cruz son necesarias las purificaciones de la mente y el corazón, pasar por noches activas y pasivas del sentido y del espíritu para llegar a verle y contemplarle en su corazón y en Sagrario por una fe purificada y limpia que llegará a decirle: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

Y para este encuentro eucaristico con Cristo Eucaristía en la santa misa, en la comunión o en la visita u oración ante el Sagrario: conversión, conversión, conversión, seas cardenal, obispo, sacerdote, religioso/a, simple bautizado y toda la vida porque solo “Los limpios de corazón verán a Dios”. Y todos tenemos el corazón un poco sucio y los ojos, opacos, ciegos, con nuestras faltas y pecados, aunque sean leves, con nuestro yo personal cuando empezamos este camino que es fundamentalmente camino de amor y de conversión. Amo y creo en la medida que me convierto a Cristo y en Cristo. Lee a S. Juan de la Cruz…a todos los santos, que son los que han recorrido este camino, aunque San Juan de la Cruz emplea más el término purificación, purificación de los sentidos, del entendimiento, de la volunad...etc.

            La oración personal es esencialmente cuestión de conversión, de purificación. Si me voy purificando, me voy convirtiendo más en Cristo, en lo que medito o comulgo en el pan eucarístico, hasta dar la vida por Dios y los hermanos, hago oración más profunda cada día porque al vaciarme de mí mismo, va entrando Dios en mi alma.

Porque si no me convierto, aunque comulgue, no  me voy transformando en lo que comulgo, no eucaristizo mi vida, porque no dejo que Cristo viva en mí con plenitud. Es una verdad teológica. Estoy tan lleno de mi mismo que no cabe el amor, los criterios, las actitudes, los sentimientos y la vida de Cristo, auque le coma eucarísticamente, aunque diga misa, pero no hay comunión verdadera de vida y sentimientos, no le dejo que Él viva en mí: “El que me coma, vivirá por mí”, o con S. Pablo:“ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.Y esta es la mayor dificultad que tiene la Iglesia de todos los tiempos para la santidad, la unión con Dios, para la eficacia de su misión y apostolado.

Y después de largas purificaciones de fe y amor, las noches activas y pasivas de san Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta, Charles de Faucould y todos los santos, especialmente todos los místicos, después de estas purificaciones absolutamente necesarias para que Cristo viva en mí y pueda sentirle, haré por fín mi primera comunión verdaderamente eucarística, esto es, comulgaré con los sentimientos de Cristo, dejaré a Cristo que viva en mí su misma vida de amor al Padre y a los hermanos, haré mi comunión auténtica eucarística.

            Y esto y todo en la vida espiritual se hace por el amor personal, por la amistad personal, por el encuentro y diálogo personal, esto es, por la oración personal. Lo digo con fuerza, porque es mi historia, mi vida, mi propia vida cristiana y sacerdotal, y ésa me la sé muy bien, porque para vivirla ha sido necesario muchas veces derramar sangre al tener que matar ese yo que tengo tan metido, al que doy culto, si me descuido, incluso cuando estoy dando culto a Dios. Está tan pegado a mi mismo ser y vivir, que hay que pasar por una verdadera muerte  mística, para matarlo.             

Las puertas del Sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza de la contemplación de Dios abiertas; el Sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre, aunque es de noche», es decir, por la fe obscura primero para el entendimiento y no lo vemos con los ojos de la carne, porque la Eucaristía supera la razón y los sentidos, sino por la fe en la palabra de Cristo, que todo lo ve y nos lo comunica; y luego, con la oración ante Jesús Eucaristía, el Sagrario se convierte en maná y comida de amor de amistad, ofrecido mañana y tarde a todos los hombres en la tienda de la presencia de Dios entre los hombres, el Sagrario.

Siempre está el Señor, bien despierto, esperándonos e intercediendo y continuando la Eucaristía por nosotros ante el altar del Padre en el cielo y de la tierra. Por eso no me gusta que el Sagrario esté muy separado del altar, como ahora desde el Vaticano II. Porque el Sagrario es para la parroquia su corazón, desde donde Cristo extiende y comunica su sangre redentora y salvadora de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo en el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y los místicos.

Así lo expresa en esta cancion trinitaria y eucarística San Juan de la Cruz, aunque ordinariamente sólo citamos la parte última de su poesía, que es la eucarística, la presencia eucarística. Por eso, antes de llegar a esta parte última eucarística, voy a citar la primera, la trinitaria y recordando que para el santo místico «de noche» significa, por la fe, sin ver por los sentidos o el entendimiento:

 

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

 

 Aquella eterna fonte está ascondida,

qué bien sé yo dó tiene su manida,

aunque es de noche.

 

Su origen no lo sé, pues no le tiene,

mas sé que todo origen della viene,

aunque es de noche.

 

Sé que no puede ser cosa tan bella

y que cielos y tierra beben della,

aunque es de noche.

 

[Bien sé que tres en sola una agua viva

residen, y una de otra se deriva,

 aunque es de noche].

 

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche.                      

 

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

 

Aquesta eterna fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche

 

Para san Juan de la Cruz, como para todos los que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser por la fe, a oscuras de todo conocimiento puramente humano, que es limitado para entender y captar al Dios infinito. Por eso hay que ir hacia Dios «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Ser y del Amor Infinito que todo lo supera. Primero, por la fe seca; luego, purificada en sentido y espíritu, llegamos a la contemplación de Dios Trino y Uno. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el Sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario del cielo, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde le sea posible a la pura criatura siempre con la ayuda de Amor del Espíritu Santo.

Para eso hay que purificarse mucho, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones, sin testigos humanos, “en sequedad y llanto”, renunciando a nuestras soberbia, envidia, ira, lujuria, sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el Sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados e imperfecciones, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios.” Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es el cielo, la felicidad suprema del cielo, que desborda la capacidad natural del hombre finito en la tierra, pero que empieza en esta oración un poco más elevada en la tierra.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y san Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...” hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

Las almas de Eucaristía, las almas de Sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo Eucaristía son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad humana, se lo ha robado Dios y ya no saben vivir sin Él: «¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no lo sanaste? Y, pues me lo has robado, ¿por qué así lo dejaste y no tomas el robo que robaste? » (C.9). ¡Señor, pues me has robado el corazón, el amor y la vida, pues llévame ya contigo! Sé un ladrón honrado, que se lleva lo robado.

 

            “¡Oh almas criadas para esas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!”

 

 

14. EL SAGRARIO ES EL MEJOR CAMINO DE ORACIÓN Y DE ENCUENTRO CON CRISTO EN LA TIERRA

 

Y los pasos, los de siempre: “lectio, meditatio, oratio et contemplatio”; pero siempre convirtiéndose y viviendo el orante en lo que lee, medita o contempla. La oración cristiana tiene un itinerario  más o menos común y recorrido por todos, incluidos los santos que llegaron más alto: Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, Juan de la Cruz… Teresita del Niño Jesús, madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II…etc, pero siempre, uniendo vida y conversión.

Y para eso, el primer paso ordinariamente podrá ser lectura y la meditación, pero siempre para conocer y amar más a Dios. La finalidad de toda oración siempre será el amor, amar más a Dios cumpliendo sus mandamientos, perdonar a los hermanos… en fín, cambiar de vida, convertiéndonos más en lo que leemos, meditamos o contemplamos. Y todo lo demás serán siempre medios, caminos y ayudas.

Así cuando yo leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, yo me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre estos dichos y hechos de Jesús con Él mismo para que me ayude. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará desde el principio en la conversión de nuestros criterios, afectos y acciones en lo que Jesús nos dice por su Espíritu en la oración, que irá avanzando de lectura a meditar lo que leemos y de aquí pasar a orarlo y pedirlo y si durante años lo hacemos asi y nos vamos purificando y viviendo lo que vamos orando, llegará un momento en que para orar y meditar ya no necesitaremos libros ni ayudas, sino que llegaremos a sentir el amor de Dios, como los apóstoles por su Espíritu de Pentecostés, y llegaremos a contemplarlo sin ayudas de libros y lecturas, aunque por etapas de purificación podemos necesitarlos temporalmente.

Y doctores y maestros de todo este camino son S. Juan de la Cruz, santa Teresa, Sor Isabel de la Trinidad, Madre Teresa del Calcuta…y otros santos modernos hoy canonizados pero que no lo estaban en mis tiempos jóvenes de seminarista, pero sin olvidar que desde el primer kilómetro de este camino de oración debemos hacer la conversión de nuestra vida. Aquí me juego mi progreso en la oración y amistad con Cristo, mi unión con Él, la  santidad.

Para orar, unas veces puedo leer el evangelo: los dichos y hechos de Jesús; puedo leer libros de oración, puedo  meditar lo que otros han orado sobre estos dichos y hechos de Jesús... Te voy a poner un ejemplo con esta oración de Santa Brígida, que a mí me ayuda a interiorizar y comprender todo el amor de Cristo en su pasión.

 

ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA

 

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén»[2].

 

 

************************

Pues bien, hermanos, este es el Cristo que está y adoramos en todos los Sagrarios de la tierra. Estos son algunos de los hechos de salvación continuamente ofrecidos por Él al Padre para nuestra salvación en la santa misa que luego continúa en el Sagrario viviéndola. Este es el ejemplo que nos da y que debemos imitar. Ahora bien, como Él nos ama tanto y nuestros defectos impiden esta amistad total que Él quiere comunicarnos desde su presencia eucarística, pasado algún tiempo, algunos meses, cuando vamos a visitarlo o hacer oración y dialogar con Él, después del saludo y el acto de fe casi rutinario que solemos hacer, al cabo de algún tiempo empieza a decirnos: oye, qué contento estoy con tu fe y tu amor, con que vengas a visitarme y a contarme tus problemas y tus cosas como amigo; me alegro de que vengas y quieras amarme más y vivir más mi vida pero para eso tengo que decirte que tienes que  ser un poco más humilde, porque a veces no estoy conforme con tu soberbia y críticas y egoísmos con tus hermanos, tienes que esforzarte más en la caridad con la gente, cuidado con el genio, la afectividad, tienes que seguir avanzando, examinándote todos los días y revisando, tenemos que vernos todos los días porque yo quiero seguir ayudándote, darte mi amor y mi fuerza para hacerlo.

Cualquiera que se quede junto al Sagrario todos los días un cuarto de hora, al cabo de unos días,  un mes, un año, empezará a escuchar estas cosas, porque para eso, para hablarnos y para ayudarnos en este camino de santidad y conversión, se ha quedado el Señor en  todos los Sagrarios de la tierra, en el pan consagrado.

Por eso, después de dar su vida por nosotros en cada santa misa, con esa mismas actitudes de ofrenda al Padre y salvación de todos los hombres, se ha quedado el Señor en el Sagrario, para que hagamos de nuestra vida como Él una ofrenda agradable al Padre y de amor a los hermanos, como hizo Él de toda su vida, que hace presente en la misa, siempre en obediencia y adoración hasta el extremo. Y todo esto nos lo quiere enseñar y comunicar desde su presencia permanente en el Sagrario.

Y nosotros, si queremos ser sus amigos y seguidores, tenemos que empezar mirando el Sagrario, donde siempre está el Señor esperándonos con amor y los brazos abiertos para ayudarnos. Por eso es tan importante su presencia eucarística para la Iglesia porque alli , continua ofreciéndonos  todo su amor, toda su vida de amor y entrega, toda su salvación a todos los hombres, especialmente a los que vienen a visitarlo, a estar con Él y hablarle en este misterio. De ahí la importancia del culto y de la oración a Cristo en el Sagrario.

 

 

15.- CRISTO EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN

 

            El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, que luego comentaré.

            Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levanta muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia; en Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre orando y en la cruz, muriendo, sigue orando y hace sus últimas invocaciones al Padre, llenas de angustia y de  confianza.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de oración-conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con Él y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra vida, nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión en Cristo donde tenemos que irnos configurando con Él, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... “sin mí no podéis hacer nada”, todo nuestro ser y existir sacerdotal, desde el Papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo; por eso,  o descubres al Señor en la Eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a Él, o rezas pero no quieres convertirte a Él o no lo tienes en cuenta y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  dura y aburrida y monótona, al estar delante de Él sin querer corregirte de los defectos que te dice y descubre en la oración que tienes con Él porque no te conviertes a Él y sigues lleno de ti mismo; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que Él te enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa misa no tendrá eficacia y sentido personal si no queremos ofrecernos con Él en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación  amar como Cristo Jesús al Padre y a los hermanos cumpliendo su voluntad hasta dar la vida y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y seguir amando y salvando así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada, que son los sacerdotes toda persona que comulga y nosotros no queremos prestársela, es decir, comemos incluso su Cuerpo eucarístico pero no queremos comulgar con ese Cristo que viene a nosotros para amar y perdonar a todos, que es humilde y manso de corazón...

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado.

Sin unión  con Cristo, poco a poco tu vida apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose en perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse de nuestro espíritu egoista de pecado.No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, santidad y unión con Dios sin vaciarnos de nosotros mismos, de nuestras envidas y pecados. En esto están de acuerdo todos los santos, que tuvieron que recorrer este camino de amistad con Cristo y de santidad: las noches y purificaciones de los sentidos y dela fe, esperanza y caridad de S. Juan de la cruz.

Ahora bien a nadie le gusta que le señalen con el dedo y le descubran sus pecados: pue bien, esta es la mayor dificultad para hacer la oracón, especialmente la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere llenar totalmente de su amor y para eso nos dice los pecados y faltas que tenemos que corregir pero  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos; por eso, muchas veces, dejamos la oración verdadera, auténtica y la sustituimos con pensamientos y distracciones ajenos al amor de Cristo y los hermanos, incluso lecturas piadosas pero que no nos santifican ni vacían de nosotros mismos.

La mayoría de los cristianos y consagrados abandonamos la oración-meditación-conversión- de nuestras vidas en la de Cristo por no querer corregirnos. Y así nos va. Y así está  la Iglesia en determinadas épocas de la historia, como la presente. Y así el apostolado y nuestras acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidas a Cristo, con el espíritu de Cristo:“Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”. Este es el problema de la Iglesia actual, falta de santidad, de conversión en Cristo, no basta hablar de Cristo ni decir misa, hay que convertir nuestra vida en lo que creemos, celebramos y comulgamos.

El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con S. Pablo:    “Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4,3). El apostolado primero y más esencial de todos los bautizados es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, cumpliendo sus mandamientos y viviendo el evangelio de Cristo y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial.

Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Cristo Eucaristía que amó y nos ama en cada misa hasta hacerse pan y dar su vida por todos nosotros, aunque se guarden las formas, pero sin conversión, porque como somos naturalmente pecadores, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no sé adónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos y administrarlos.

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro bautismo y sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, no podremos llegar a una amistad sincera y  vivencial con Él y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: “Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15 1-5).

Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes a ti mismo, de amarte a ti mismo más que a Cristo y su vida y su evangelio y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Dios, Cristo, al menos en la plenitud que Él quiere y para la que te ha llamado y no podrás hacer apostolado lleno de Cristo.

Pero, eso sí, esto no es impedimento para que te digan que eres buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo y jugarte el tipo, nada de nada; y  no soy yo, es Cristo quien lo ha dicho: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios como se ve en algunos, sencillamente porque tratar de pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

Y así es llanamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a Él con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por Él. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios por la oración, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y nos ama y sentirlo y palparlo por la oración-conversión permanente, no meramente estudiarlo, aprenderlo  o predicarlo como una verdad sino como una vida que él vive, la hace feliz y puede vivirse por todos. Para eso vino Cristo: “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante”.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de ver a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día, sin verlo físicamente, lo sintieron dentro de su alma, lo vivieron con fuego en su corazón, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en las mismas apariciones de resucitado.

En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama viva de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de apariciones corporales, sino con presencia y fuerza de Espíritu Santo quemante del corazón, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas del corazón y del alma, y esto ya no se puede vivir y sufrir sin comunicarlo, aunque le persigan y le maten a uno.  “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”.

Pablo no conoció al Jesús histórico, no le vio, no habló con Él en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para muchos  le amó más que otros Apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia de oración y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino todo su conocimiento y sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”;”Para mí la vida es Cristo”.

 Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó  y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, de perseguidor en discípulo fiel hasta dar la vida, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos lo dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe…  y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir…”  (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo,  porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

Por eso, la mayor pobreza de la Iglesia será siempre la pobreza  de gracia mística, de vida y amor de Espíritu Santo. Y lo peor de todo es que hoy está tan generalizada en la Iglesia esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio en la Eucaristía como misa, comunión o presencia en el Sagrario y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística, pobreza de vivencia de Dios y de lo que creemos y tenemos que predicar, pobreza de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”,  pero no conocimientos puramente teológico sino conocimiento vivencial del alma, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

El Sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanente ofrecidas al mundo y a todos los hombres. Por medio de su presencia eucarística, con solo mirarlo en el Sagrario, el Señor te dice que prolonga esta tarea de evangelización,  de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial, invitándonos, por medio de la oración y del diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras, nos lo dice desde su presencia humilde y silenciosa en el Sagrario y paciente con nuestros silencios y olvidos o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida: “El que me come vivirá por mí”, desde su presencia testimonial en todos los Sagrarios de la tierra.

Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, que es limitado en todo y egoísta, para llenarnos de Él mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la  amistad transformante de vivir su misma vida.Nuestro amor es «ego» y empieza y termina en nosotros, aunque muchas veces, por estar totalmente identificados con él,  ni nos enteramos del cariño que nos tenemos y por el que actuamos casi siempre, aún en las cosas de Dios y del apostolado, que nos sirven muchas veces de pantalla para nuestras vanidades.

Sólo Dios puede darnos el amor con que Él se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino, ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios, que viene y sale de Dios,pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y vuelve a Dios con los hermanos; y si no nos lleva a los hermanos, entonces es que no viene de Dios, no es verdadero amor venido del Padre Dios que nos ama y nos envio a su Hijo-hijo que se hizo pan y alimento de amor y santidad y salvación por nosotros: “El Padre y yo somos uno... el que me ama, vivirá por mí...” “Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El... (1 Jn  4,7-10).

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva, si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad, pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios.

Y esto es así, aunque uno seas cardenal, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura,  porque somos así por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupas en los cargos, incluso de la Iglesia. Los que están a nuestro alrededor por querer subir para arriba y escalar nos llenan ordinariamente de tantas alabanzas, sin crítica alguna, que llegamos a creernos perfectos,  que todo lo hacemos bien y que no necesitamos de conversión permanente, como todo verdadero apóstol, que para serlo con verdad y con eficacia, primero y siempre, aunque sea sacerdote u obispo,  debe seguir siendo discípulo de   Cristo, hasta la perfección y la santidad, hasta la unión total con Él. Tenemos que ser apóstoles y discípulos permanentes, toda la vida. 

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, en las parroquias, en las diócesis y en la misma Iglesia, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón, que todo está muy bien y silenciar  fallos. Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y escalar y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del Evangelio. 

Jeremías se quejó de esto ante Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos.

Lo natural es rehuir de ser perseguidos y de ocupar últimos  puestos. Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta  difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos. Los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos  en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad. Esta es la causa principal de que escaseen los profetas verdaderos del Dios Vivo y de que el reino de Dios se confunda con otros reinos; han enmudecido y son pocos los profetas verdaderos, porque falta vivencia auténtica y experiencia del Dios  vivo.  Hay otras profecías y otros profetismos más aplaudidos por la masa y por el mundo. Todo se hace, en principio, por el evangelio, por Cristo, pero es de forma muy diferente, porque algunos, incluso en la misma Iglesia, se van buscando más a sí mismos que a Cristo y su evangelio.

Los últimos Papas: Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI nos han dado ejemplo a todos, hablaron  claro y de aquellas cosas que nos gustan y que no nos gustan, de verdades que nos cuestan, habla de esas  páginas exigentes del Evangelio, que hoy y siempre serán absolutamente necesarias para entrar en el reino de Dios, en el reino de la amistad con Cristo, pero que se predican poco, y sin oírlas y vivirlas no podemos ser discípulos del Señor: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...quien quiera ganar su vida, la perderá...”.

 

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos sacerdotes que nos hablen en nombre de Dios y nos digan con claridad no a muchas de nuestras actitudes y criterios; y escasean, primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas y  sufrir con Él hasta dar la vida.

La queja de Jeremías ante Yahvé, tiene su   respuesta en las palabras que Dios dirigió a Ezequiel; es durísima y nos debe hacer temblar a todos los bautizados, pero especialmente a los que hemos sido elegidos para esta misión profética:“A ti, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al  malvado: malvado, eres reo de muerte, y tú no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre” (Ez 33,7-8).         

Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  «amor propio», que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio. Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo. Esta tarea de vaciarnos de nosotros mismos, de este querernos más que a Dios, de amarnos con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas, esto supone la muerte del yo, la conversión total de nuestro ser, existir, amar y programar  de  nuestras vidas:“Amarás al Señor tu Dios... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser... a Él solo servirá.”.

Y esta misma conversión, en negativo, la exige el Señor, cuando nos dice: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz - la cruz que hemos de llevar hasta el Calvario personal para crucificar nuestro yo, nuestras inclinaciones al amor propio, nuestras seguridades-  y me siga”, pisando sus mismas huellas de dolor, en totalidad de entrega a la voluntad del Padre, como Cristo(Lc16, 24).Pero la conversión no es el fin, sino el medio, es el camino que hemos de recorrer todos los que queramos seguir a Cristo y realizar estas exigencias evangélicas. El fin siempre será Dios amado sobre todas las cosas.

«La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que Él sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada.  En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior (sin la pobreza radical) no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que Él me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con Él. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría.

Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mí  mismo, desde mi voluntad de poder, tanto más seré  yo mismo de Él y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu»[3].

Pablo es un libro abierto sobre esta conversión interior de actitudes y sentimientos que hay que hacer hasta configurarse con Cristo. En un primer momento dice: ¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...? He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás.... te basta mi gracia..,”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él.

En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo, pues sólo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi...”.

 Finalmente experimenta que sólo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”; “No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”.  “En lo que a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”.

Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo: “ ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Rm 8,35-39). Pablo también fue profeta verdadero. Por eso fue perseguido fuera y dentro de la misma Iglesia.

El miedo a corregir defectos de las ovejas, el no querer complicaciones y predicar a Cristo entero y completo en su evangelio de renuncias y exigencias hace daño a la Iglesia y a las mismas ovejas, que vivimos con frecuencia en la mediocridad evangélica sin llegar a la unión y amistad total con Cristo; no nos hacer ser testigos verdaderos de Cristo sino profetas oficiales y palaciegos para evitar disgustos y persecuciones por Cristo y su evangelio entre los nuestros, nos hace ser  cobardes en defender la gloria de Dios porque supone persecución o incomprensiones dentro y fuera de la misma Iglesia, de los mismos sacerdotes y hace que los mismos  sacramentos se reciban a veces sin las condiciones debidas y no sirvan muchas veces ni para la gloria de Dios ni para la santificación de los que los reciben: sacramentos de penitencia ycomuniones, bodas, primeras comuniones...

Muchos bautizados y pocos convertidos, mucha fiesta y pocas comuniones verdaderas con Cristo, muchas bodas y pocos matrimonios para siempre en Cristo...y así va la Iglesia de Dios en algunas partes de España y del mundo actualmente.

Pablo no se ahorró sufrimientos porque Cristo era su apoyo y su fuerza y su recompensa. Y para todo esto, la experiencia viva de Cristo por la oración es absolutamente necesaria en nosotros, sacerdotes como luz y como ayuda y como fuerza. De otra forma no hay fuerza ni valentía para sufrir hoy unidos a Cristo,  perseguido, muerto y crucificado entonces y ahora, entre otros motivos, por predicar la verdad completa del evangelio.

 

 

16. LA EUCARISTÍA HACE PRESENTE TODA LA VIDA  DE  CRISTO Y LA ESCATOLOGÍA

 

            Cristo, en la santa misa, en la Eucaristía como sacrificio, hace presente todo el misterio de su vida, pasión, muerte y resurrección. La Eucaristía es la suma teológica y escatológica de Cristo. Cristo oró largamente durante toda su vida, especialmente en la Última Cena, realidad escatológica de su vida, muerte y resurreccion.  Toda su vida y escatología se hace presente en la Eucaristía, que no es mero recuerdo de los acontecido, sino memorial que lo hace presente, porque fue de “una vez para siempre”, como nos dice la carta a los Hebreos.

            La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!». Por la Eucaristía viene el «esjatón», el final, Cristo entero, completo, eterno y glorioso, consumado y eternamente viniendo, encarnándose-muriendo-resucitando... fuera ya del tiempo y del espacio, pero sentido y experimentado en la Eucaristía “de una vez para siempre”. .

             Por la Eucaristía se hace presente la escatología, el Cristo que juzga al hombre y la historia.... La pascua es el día del Señorío de Cristo, el de la revelación última, (Jn.8,28), el de la resurrección de los muertos (Rm.1,4), del juicio final (Fn.12,31), el de la salvación total: es el día del Señor, el último día. Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la pascua de Cristo, que por su muerte y resurrección nos ha “pasado” ya al Padre y desde allí, por la celebración litúrgica, viene al lado de los suyos, y haciéndose presente como realidad y salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos que son Él mismo, ya gloriosos y triunfante de la muerte y es el mismo y único Cristo que nació, predicó, caminó por la tierra, cenó en Betania con las hermanas, que  murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono de Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el VIVIENTE del Apocalipsis, que nos dice en cada eucaristía: “No temas nada. Yo soy el primero y el último. El viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre” (Ap1, 18), y nos provoca al diálogo de amor con todos estos dichos y hechos presencializados  en la misa.

            Todo esto, Cristo entero y completo, es lo que se hace presente en la Eucaristía. ¿Cómo? Como memorial, en virtud del mandato: “Haced esto en memoria de mí...” La fe me asegura que Cristo está presente en la Eucaristía, como está en la Cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando íntegramente todo su misterio de salvación y presencializándolo en el «aquí y ahora» aunque no podemos explicarlo plenamente en términos humanos.

Por la fe sé que está y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de las cosas y aunque yo participo de ese conocimiento limitadamente como criatura, no lo puedo ver como Él en plenitud. Dios me desborda en todo, en el ver y comprender.

            Es, sin embargo, por la vivencia y el conocimiento místico,  que tiene su fuente de conocimiento en el amor, por el que se llega al conocimiento y experiencia de amor por la unión de abrazo amoroso de la persona divina en mí; es el conocimiento  de Dios por la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma, como lo afirmarán santa Isabel de la Trinidad, Charles de Faucould, santa Teresa de Calcuta modernamente, siguiendo a S. Juan de la Cruz, santa Teresa y todos los místicos. San Juan de la Cruz afirmará muchas veces que es una forma de conocer más plena que por vía del entendimiento, porque en la «noticia amorosa», en la «sabiduría de amor» de la vivencia, tocando y haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado, percibe mejor la realidad y sus latidos.

            Los verdaderos místicos son los exploradores que Moisés envió delante a explorar la tierra prometida, para que anticipándose en su contemplación, volvieran luego cargados de frutos para explicarnos su hermosura y animarnos a conseguirla. Es otra forma de conocer el objeto, también humana, lógica, espiritual. «... pues aunque a V.R. le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan» (San Juan de la Cruz, Prólogo del Cántico Espiritual, 3).

            El conocimiento a los místicos les viene por el amor que se pone en contacto directo mediante la vivencia con el objeto amado y no encuentra tantos límites como la razón para captarlo: «Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo» (2Cor. 10,4s).

            Dios, que resucita a Cristo por el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola humilde, capaz de Dios como María, que acoge la Palabra Dios sin comprenderla. La teología es esclava de la fe y de los fieles, no señora; no tiene que “dominar sobre la fe, sino contribuir al gozo” de los creyentes. (Cf.2Cor. 1,24)

Por eso ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú? Ya sabían que era el Señor” (Jn 21,12). Por lo tanto la teología no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces.

La eucaristía puede estudiarse desde fuera partiendo de  elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi» que luego se transforma en «lex vivendi». Que sepamos, Jesús no escribió nunca nada, a no ser aquel día en que escribió en el suelo con un dedo (cf Jn.8,6).

Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: " Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel."(Ez.3, 1-3)

La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillado.

La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado.

El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida singularmente  pasión y muerte y resurrección.

 

17.- LA EUCARISTÍA ES  SACRAMENTO DE CRISTO POR EL  SACERDOTE  PRESENCIA SACRAMENTAL DE CRISTO.

 

Queridos hermanos sacerdotes y creyentes en Cristo Eucaristía, desde esta comprensión de la Eucaristía como presencia sacramental-mistérica de Cristo, que condensa toda su vida y la presencializa con las palabras y gestos de la consagración sobre un poco de pan y vino, hay que pasar al sacerdote, presencia sacramental de Cristo, hay que reflexionar también y tratar de comprender al sacerdocio como presencia sacramental de Cristo, como signo visible de Cristo, humanidad supletoria sacramental prestada a Cristo en la que Cristo se encarna por una presencia sacramental que pueda seguir realizando en el tiempo el misterio de su Salvación.

A partir de aquí, toma su relieve justo y maravilloso la persona del sacerdote, el cual ofrece el «Santo Sacrificio» «in persona Christi», esto es, en identificación específica, sacramental con el Sumo y Eterno Sacerdote, Cristo Jesús, que es el Autor y el Sujeto principal de su propio Sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie: el sacerdote hace presente a Cristo ofreciendo su sacrificio: “in persona Christi”. La Eucaristía y el sacerdocio en Cristo son una misma realidad. Y por eso mismo sacerdocio y eucaristía en nosotros deben estar vitalmente unidos, porque se fundamentan el uno en el otro.

Por el sacramento del Orden se produce como una encarnación de Cristo en cada elegido, al que viene para revivir todo su misterio de adorador del Padre, de salvador de los hombres, de redentor del mundo, como consagrante en cada misa de su propio cuerpo: “Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre”;  no el de Pedro, Juan o cualquier sacerdote sino el de Cristo que es el que consagra por medio del sacerdote, es decir, del sacramento visible de su persona que le presta su persona, su palabra.

Por el sacramento del orden el sacerdote queda configurado sacramentalmente a Cristo. El gozo sacerdotal vendrá si por la oración y la fe vivida llega a experimentar lo que es, a sentirse identificado con Cristo, que vive y actúa por él, de sorprender al Padre inclinado sobre esta pobrecita criatura, que es el sacerdote, y aceptando el santo sacrificio porque ha visto en él al Amado, en quien tiene puestas todas sus complacencias.

El sacerdote es un sacramento vivo de Cristo vivo, como el pan consagrado; por fuera pan, por dentro, Cristo. Es Cristo viviendo y actuando en mí: es el “no soy yo, es Cristo quien vive en mí” de San Pablo y el sacerdocio, como vivencia, soy yo viviendo en Cristo, identificado con Cristo: “Para mí la vida es Cristo”, “Estoy crucificado con Cristo...”

 

A) “Haced esto en memoria mía”. En la misa no se repite nada: ni los deseos de Cristo de dar su vida por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializan el mismo sacerdote y la misma víctima del Cenáculo, de la cruz y del cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y el mismo.

Por lo tanto, la Eucaristía, por ser memorial «in mysterio» de la realidad Cristo, presencializa la misma y eterna pascua, la misma y eterna Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque lo resucitó sentándolo a su derecha y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada misa.

Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: “Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad...” (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano: ... “pero me has dado un cuerpo” (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos --esjatón pascual-muerte y resurrección-- y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno -según su proyecto- está todo el proyecto de Salvación entero, completo y realizado por Cristo hecho presente en la santa misa, en cada Eucaristía. El mismo fuego del Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos “ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros..”, al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido,  perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis y presencializa la Eucaristía.

Así pues, todo el misterio de Cristo, desde que nace como proyecto en el seno del Padre y se encarna en el seno de María: “La Palabra estaba junto a Dios.... la Palabra se hizo carne” (Jn.l,l;14 ) con toda su vida encarnada, con sus ansias de amor y de entrega, “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo...”(Lc.22,15) desde la Encarnación hasta la Ascensión, especialmente pasión, muerte y resurrección, es lo que se hace presente, al hacer el sacerdote por el Espíritu Santo la memoria de Cristo “in persona Christi”, como El quiso «recordarse y ser recordado» por “la memoria” de su Iglesia, como “sacerdote eterno” ante Dios en el cielo y por la santa eucaristía en la tierra ante los hombres.

Al decir “haced esto en memoria mía”, el Señor, por medio del sacerdote, nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”.

Y todo esto se hace presente en cada misa y Jesús “se recuerda” para la Stma. Trinidad, para Él y para nosotros, haciéndolo presente. Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo- unión de la Trinidad.

Queridos amigos, estoy hablando de la Eucaristía, en la medida en que he podido captarla y expresarla yo mismo como teólogo creyente, no sólo desde la teología dogmática, sino desde la Teología Espiritual, desde la teología vivida, es decir, desde la “verdad completa” en “Espíritu y Verdad”, en la “Verdad completa” que es Cristo Verbo de Dios hecho primero carne y luego pan de Eucaristía vivido y sentido siempre  por amor y vida de Espíritu Santo.

Desde la vida y el Espíritu de Cristo, que es vida y conocimiento desde el Amor de Espíritu Santo, sobre todo conocido en la oración personal un poco elevada, oración mística que lo experimenta, podemos unirnos e identificarnos con Él, con sus mismos sentimientos para vivir en nuestra vida y espíritu su misma vida y sentimientos por la Eucaristía celebrada y vivida desde la oración litúrgica hacha oración o unión de amor personal con Cristo.

Y desde este conocimiento vivo del Señor, yo descubro y vivo estos sentimientos de Cristo, desde la viviencia de la Eucarístía  tanto como misa, como comunión y presencia permanente de estos mismos sentimientos en nuestros Sagrarios, conocimientos y sentimientos que son infinitos, pero que solo quiero expresar algunos, de los que tengo desarrollados en otro libro sobre la espiritualidad de la Eucaristía pero siempre desde la vivencia y el conocimiento de la Eucaristía por la oración-conversión personal, por la unión personal de amor con Cristo Eucaristía. Y empiezo:

 

B) La oración personal-litúrgica, el mejor camino para celebrar y vivir la santa misa con Cristo, sacerdote y víctima

“Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos”(Lc 11,1). La oración es necesaria en la vida de todo cristiano y «se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial» (NMI 34). Si la oración es necesaria para un cristiano, para un sacerdote es imprescindible y forma parte de su identidad apostólica: «hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34).

Para saber de oración, basta leer algún libro sobre esta materia; para saborear y gustar la oración hay que vivirla y experimentarla. No basta la teoría, hay que vivirla y esto supone conversión a lo que Cristo nos dice en la oración, ir convirtiéndonos a lo que meditamos para encontrarnos y sentir a Cristo, vaciándonos de nosotros mismos, de nuestros defectos que le impiden a Cristo vivi en nosotros. Para eso es fundamentalmente la oración, el diálogo con Cristo, con su palabra, no para conocer más a Cristo y su evangelio sino para vivirlo y sentirlo, como repetirá siempre S. Juan de la Cruz, Madre Teresa de Calcuta… todos los santo de ahora y de siempre.

La oración y el encuentro que en ella se realiza con Jesucristo no se comprenden hasta que no se vive; pasa lo mismo que con el Evangelio, que no se comprende perfectamente hasta que no se vive, de otra forma sería patrimonio de los teólogos o biblistas, pero la verdad es que a Cristo y su evangelio sólo lo han comprendido de verdad los santos, cuando lo han vivido. Por eso, para enseñar a orar no basta el saber sobre oración, para mí es siempre necesario el vivirla y conocerla por experiencia. 

La conversión sincera y total es la principal dificultad de toda oración, aunque muchos no sean conscientes de ello, sobre todo,  si el orante no encuentra buenos y experimentados directores espirituales, maestros de oración que hayan recorrido este camino y lo sepan por experiencia. Porque piensan que es cuestión de teorías, métodos y técnicas y que, con estudiarlas y practicarlas, todo está resuelto.

Sin embargo, para que haya oración, lo primero es que haya orantes que se conviertan y practiquen lo que el Señor les dice en la oración. Sin orantes no hay oración. Y esto es trascendental y absolutamente necesario saberlo y practicarlo en las escuelas de oración, que deben ser los seminarios, noviciados, grupos parroquiales de oración o de apostolado. Aquí hay que tener superiores orantes, que desde la propia experiencia puedan iniciar y acompañar en esta vivencia a los principiantes.

Y la razón es clara: si los mismos obispos o superiores no tienen experiencia de lo que hemos dicho, es decir, no dan a la oración eucarística en su vida personal la importancia máxima que tiene y no están totalmente convencidos de ello, porque no lo han experimentado, pero de verdad, no sólo teóricamente, entonces será muy dificil que se cultive en los seminarios y noviciados y luego en la vida, en el apostolado, en la vida de las parroquias y de la Iglesia.

 Y la causa siempre será la misma, la falta de oración conversión personal eucarística auténtica y completa ante el Señor Eucaristía, falta de amor total a Dios y al Reino, consecuencia de no estar atrapados por el amor y el fuego apostólico quemante de Cristo y como consecuencia de no haber recorrido hasta etapas importantes de intimidad y experiencia de Dios por falta de oración conversión verdadera y como consecuencia, todo lo demás.

Por esta razón, si los montañeros que deben conducir los corazones a la cima de la montaña, no saben el camino por propia experiencia, por no haberlo pateado y recorrido, mal podrán conocerlo y amarlo y enseñarlo a los demás o hablar de este camino eucarístico que no conocen, mal podrán luego indicarlo a los demás, mal podrán explicar cuáles son las dificultades para encontrar a Cristo en el Sagrario, ya que no conocen  personalmente ese camino por no haberlo recorrrido; cada uno de nosotros puede guiar hasta donde haya llegado y experimentado en este camino de la Eucaristía tanto como misa como presencia y comunión.

Y como este camino de la oración es absolutamente necesario, de aquí la gravedad del problema, especialmente para  los que por encargo y misión tenemos que enseñarlo a los demás, a nuestros seminaristas o feligreses.

 

18. LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO ES EL MEJOR CAMINO DE SANTIDAD Y APOSTOLADO SACERDOTAL Y CRISTIANO

 

             ¿Qué pasaría si nos hicieran un examen práctico y teórico sobre este camino a todos los sacerdotes que, por misión pastoral, hemos de  dirigir a nuestras ovejas hasta este encuentro con Cristo vivo y resucitado en la santa misa y comunión y en nuestros Sagrarios? ¿Aprobaríamos?

            La pregunta va dirigida a nuestra vivencia sacerdotal de oración eucarística; y la respuesta indicará claramente la calidad de nuestra vida apostólica, de nuestro apostolado de dar a conocer y amar a Cristo, cimentado en su mismo ser y existir, ya que “sin mí no podéis hacer nada”. Y por lo de siempre. Es que lo que no se vive, no se conoce ni se ama personalmente y no se puede comunicar. Y siendo Cristo al que tengo que anunciar y tratar de que sea conocido y amado, si yo personalmente no lo vivo, no lo siento, no lo conozco...Nadie da lo que no tiene.

            Pienso que muchos sacerdotes, por lo que veo y oigo y por lo poco que hablamos de estos temas, quiero decir, de oración eucarística, tanto a nivel personal como en reuniones pastorales, incluso en predicaciones, sospecho que podría haber más de un suspenso en este tema. Y esto es grave. Así que no nos quejemos luego de la falta de frutos en nuestras vidas sacerdotales o parroquias o diócesis. Y mira que he asistido a cientos y cientos de reuniones, programaciones pastorales, meditaciones, retiros, revisiones...etc.

            Pero hay más. No me voy a referir ahora sólo a la vivencia de Sagrario u oración eucarística o conversión permanente en nosotros, hombres pecadores y necesitados de la ayuda permanente de la oración eucarística, sobre todo, un servidor, pecador en activo siempre necesitado del encuentro salvador de mi Cristo y amigo y Señor.

Ahora me atrevería a proponer un examen teórico sobre la oración llamada «mental», sobre lo que dice sobre la oración personal cualquier manual de Teología Espiritual; que nos preguntemos cada uno sobre lo que ha leído, estudiado o sabe o puede decir sobre inicio y modos y  progresos en la oración-meditación-contemplación, sobre grados y vivencias principales de cada etapa de la oración, qué es oración meditativa, contemplativa, unitiva, transformativa, sobre purificaciones o noches del sentido o del espíritu que Dios va realizando en las almas para preparar al sujeto para el amor y la unción perfecta y total con Él, todo lo que hay que recorrer hasta el encuentro  con Cristo, hasta la experiencia de Dios.

Esto es importantísimo porque ignorar el camino o vivencia de la oración personal, de mi encuentro diario con Cristo por el camino de la oración vocal-meditación-contemplación es ignorar a Cristo vivo y presente en el evangelio y desde ahí en mi mente, vida y corazón; así comprenderíamos a San Jerónimo cuando nos dice que «ignorar las Escrituras, es ignorar a Cristo».

Para este examen personal sobre la oración lo primero sería entrar dentro de nosotros  mismos y preguntarnos: ¿Verdaderamente yo hago oración todos los días? ¿Me levanto pensando en este encuentro de fe teológica y un poco seca al principio para que avanzando por la meditacion-reflexión llega a un encuentro pasivo más gozoso con Cristo en el que no sea yo el que lo hace sino el que lo recibe de Cristo que viene a mí cada vez más pleno en la medida en que yo me voy vaciando de mis  pecados e imperfecciones?  ¿Qué camino llevo recorrido, cuáles son mis experiencias principales desde que empecé en mi seminario, noviciado o parroquia, desde mi infancia hasta ahora? Porque después de veinte, treinta, cuarenta años de oración... tengo que tener vivencias y sentimientos distintos y más vivenciales de Crsito a no ser que esté estancado en este encuentro con Cristo por mi falta  de conversión,...  ¿Cómo es mi oración, mi encuentro diario con mi Dios, mi experiencia de amistad personal con Cristo?, ¿Lo busco, lo trabajo, lo he conseguido? ¿Estoy estancado? ¿La he perdido? ¿No avanzo?  Porque de esto, de la profundidad de mi encuentro con Cristo por la oración dependerá luego, como hemos dicho, todo mi apostolado, el poder ser guías para otros en este camino, de este encuentro personal y oracional  con Cristo Eucarístía. Y es que este es el problema que hoy y siempre existirá en la Iglesia, en todos los cristianos, pero especialmene entre los sacerdotes si no han recorrido este camino exigente y duro, porque lógicamente al no recorrerlo no podrán dirigir a otros en este camino de la oracion conversión para el encuentro con Cristo.

 En alguna ocasión y dado el clima de confianza en que estamos, lo he probado con mis alumnos del último curso de Estudios Eclesiásticos, próximos ya a la confesión y dirección de almas, después de tratar estos temas de la oración y vida espiritual, a un nivel puramente teórico, les he dicho: Descríbanme las etapas principales de oración y de vida cristiana y qué prácticas principales de devociones,  conversión,  sacramentos, se dan en  cada una. Una persona quiere comenzar la vida espiritual, otra sigue pero hace tiempo que no sabe qué le pasa, pero cree que no avanza, ¿qué le aconsejarías? Otra desea ardientemente al Señor, pero por otra parte siente sequedad, desierto, ¿me podríais decir qué es lo que le puede  pasar, dónde se encuentra en su vida espiritual,  podríais hacer un plan de vida para cada uno? ¿Qué es la oración afectiva, la contemplación y experiencia mística? 

Si te encuentras un alma en estado de conversión, qué oración, qué prácticas, qué caminos le indicarías... si dice que no es capaz de orar y antes lo hacía, si te dice que se le caen de las manos los libros para orar, hasta el mismo evangelio, pero que quiere orar,  que tiene deseos ardientes de hacerlo pero que no le sale, tú qué le aconsejarías ¿está muy abajo o muy arriba en el camino de la oración, de la amistad plena con Cristo, del camino de la perfección cristiana...?

Y si te dice que antes sentía al Señor y ahora se cansa y se aburre, incluso tiene crisis de fe, y lleva así meses y hasta años, que quiere dejar la oración  por otras prácticas  de acción piadosa.., porque tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo, vosotros, ¿qué  consejos le daríais...?

 San Juan de la Cruz habla de los despistados y del daño que hacían algunos directores de almas en su tiempo y por eso se animó a escribir sus libros: «... por no querer, o no saber o no las encaminar y enseñar a desasirse de aquellos principios... por no haber acomodádose ellas a Dios, dejándose poner libremente en el puro y cierto camino de la unión...»; «...porque algunos confesores y padres espirituales, por no tener luz y experiencia de estos caminos antes suelen impedir y dañar a semejantes almas que ayudarlas al camino» (Prólogo, 3 y 4).  Yo pienso que hoy muchas almas no hacen oración, no recorren este camino o no llegan a la contemplación por falta de directores que las sepan dirigir, sobre todo entre religiosos, sacerdotes, almas consagrada, no digamos simples cristianos... Comulgo en esto con el Doctor Místico.

Estoy totalmente convencido y muchas veces se lo digo al Señor en la oración y me gustaría decírselo a los obispos, (hemos tenido unos papas fenomenales en esta materia, cada uno con sus notas personales, lo cual indica que eran hombres de oración diaria y profunda, Pablo VI, Juan Pablo II, Benedicto XVI), para que lo tuvieran como norma de vida pastoral en todas las diócesis, tener un Vicario de pastoral eucaristica para potenciar la fe y el amor y el culto eucarístico en las diócesis para bien de la iglesia y de las diócesis, para belleza y esplendor del cristianismo, para fuerza apostólica y bien de los sacerdotes y del pueblo de Dios y de la humanidad y del muindo entero. Necesitamos en las Diócesis Vicarios de Pastoral Eucarística para potencia la vida eucarística por ser la Eucaristía el Centro y Culmen de toda la vida de la Iglesia (Vaticano II).

Sin oración, yo no soy ni existo sacerdotalmente en Cristo, que es el Todo para mí; y con toda humildad, --que eso es «andar en verdad» para santa Teresa--, unido a Cristo por la oración, puedo decir con san Pablo: “para mí la vida es Cristo... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”.

Por cierto y es sintomático y se me olvidaba advertir  que san Juan de la Cruz que quiere hablarnos de este camino de la oración,  tanto en la Subida como en la Noche, sin embargo, en estas dos obras se pasa todo el tiempo hablando  principalmente de purificaciones y purgaciones, esto es de conversión, de vacíos y de las nadas en los sentidos del cuerpo y en las potencias y  facultades del alma, del entendimiento, memoria y voluntad, que ha de realizarse en el alma para que Dios pueda unirse a ella; para san Juan de la Cruz, a mayor unión, mayor purificación-limpieza-vacío del yo --noches de sentidos y de espíritu, activas y pasivas--, para poder llenarse sólo  de Dios.

Está tan convencido san Juan de la Cruz por propia experiencia y por lo que ha visto en otros hermanos y hermanas religiosas durante su vida, tan convencido de que para poder tener oración profunda y contemplativa de Dios y unitiva con Él, lo fundamental es la “noche”, esto es, la conversión, las purificaciones, “las noches del sentido y del espíritu”, tan convencido de tener todo esto en cuenta, que es lo primero que describe y repite en sus libros: la necesidad y los modos de la misma, activa y pasiva, y ahí se pasa todo el libro de modo que de los frutos de la misma apenas habla, porque esta es la mejor forma de prepararse o hacer oración tanto en los comienzos, como a mitad de camino y también al final de este proceso. Para san Juan de la Cruz, por tanto, la oración y el avance en la misma exige la conversión total y permanente del alma hacia Dios, que, al principio, es el alma quien la tiene que hacer –purificación y noches activas--, pero luego ya solo la puede hcer el Espíritu Santo, porque el alma no sabe ni llega a las raices de su yo – purificación- noches pasivas del espíritu.

Y esto es lo que  yo veo que falta hoy en la Iglesia, pero no sólo abajo sino también arriba, en Cardenales, Obispos y sacerdotes, falta  experiencia de Dios y por tanto experiencia de lo que creemos y celebramos en la liturgia. Faltan hombres santos que hayan llegado a una fe vivida y experimentada, a una oración un poco elevada y contemplativa, purificados de imperfeccines y defectos de yo, más llenos de Dios y de Cristo por haberse vaciados de si mismos, del propio yo y estar más llenos de Dios, de su vida y conocimiento, especialmente por la experiencia de Eucaristía, de Cristo vivo, vivo y actual, tanto como misa, comunión y sagrario.

Es pena grande y daño inmenso para la Iglesia, incalculable perjuicio también para el apostolado, que en muchos seminarios, noviciados, casas de formación, parroquias... no se hable con la insistencia y el entusiasmo debidos de esta realidad, que no se vean serios ejemplos de sacerdotes, párrocos y obispos ante el Sagrario, que no tengamos montañeros de este camino, maestros de oración experimentados,  que puedan dirigir y enseñar y animar a otros; cuántos movimientos apostólicos, catequesis de jóvenes o adultos, grupos de adultos, matrimonios, que se vienen abajo, se deshacen o permanecen toda la vida aburridos y anquilosados por no tener  espacios de oración, por no haber descubierto su importancia, y aunque a veces tengan espacios que llaman así, no tienen que ver nada con la oración verdadera y todo esto por carecer de guías de la montaña de la oración, de la perfección y de la santidad.

 En principio, todo sacerdote, religioso/a, todo cristiano o apóstol o catequista responsable de Iglesia  tenía que ser maestro de oración, por su misma vocación y misión; tenía que ser hombre de oración para tener amistad con Jesús y poder dirigir a los demás hasta este encuentro. Y si no practicamos ni vivimos la oración personal,  tú me dirás cómo podremos dirigir a los demás, qué podremos saber y enseñar sobre ella, qué entusiasmo y testimonio y convencimiento podremos infundir en nuestras parroquias, seminarios, noviciados o casas de formación. Así que ni lo intentamos.

Últimamente Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación. Esta Carta Apostólica la pondría como tema obligado de estudio en todos los seminarios, noviciados y casas de formación de la Iglesia.

Este es el encargo principal que hemos recibido los  sacerdotes. Todas las parroquias tenían que ser escuelas de  oración, porque la misión esencial para la que hemos sido enviados es para dar a conocer y amar a Jesucristo y la oración es el camino y la puerta. Por eso, todos los grupos tenían que saber orar para amar verdaderamente  a Jesucristo; así lo hago o trato de hacerlo en mi parroquia en los grupos de catequesis, cáritas, pastoral sanitaria, liturgia, empezamos leyendo el evangelio del día y meditando y no digamos en los grupos propiamente de oracíon reunidos úicamente para esto, varios grupos de oración, todas las semanas.

Sin oración, nos quedamos sin identidad cristiana y sin el espíritu y fuego de Cristo en el apostolado y en la Iglesia. Todo queda reducido muchas veces a su aspecto exterior y visible, olvidando lo interior y el alma de todo apostolado, el orar“en espíritu y en verdad”, reducidos muchas veces  los grupos a tareas puramente humanitarias, como si fuéramos una ONG, activistas de una ideología, pero faltos de vivencia de Dios, de Espíritu Santo, de evangelio, de conocimiento vivencial de lo que hacemos o predicamos.

 

Por este motivo muchos de los llamados a ser guías del pueblo de Dios en su marcha hasta la tierra prometida nos hacen perder dirección, fuerzas y tiempo y metas verdaderas, hacen que que nos qudemos para siempre en el llano y no seamos capaces de conducirnos hasta la cima del Tabor, para ver a Cristo transfigurado y bajar luego al llano para trabajar y predicarlo todos los días como la mejor noticia, convencidos e inflamados de que Cristo existe y es verdad, de que todo el evangelio y el encuentro existe y es verdad.

Por no escuchar a Cristo en la oración personal diaria cuando nos sigue invitando, como hizo en Palestina: “Venid vosotros a un sitio aparte”, “llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”, “tomando a Pedro, Santiago y Juan subió a un monte a orar” (Lc 9, 28), los sacerdote vamos muchas veces al trabajo apostólico vacíos de El, desprovistos de su fuego y entusiasmo, para contagiar a los que nos escuchan y poder hacer seguidores suyos. “Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Díle, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Jn 12, 40. 42).

Todo cristiano, todo catequista, apóstol, toda madre cristiana, pero, sobre todo, todo sacerdote debe ser hombre de oración: «A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos “Abba, Padre”, los presbíteros deben entregarse  a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una oración favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes y atentos al  Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y, sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico» (Sínodo de los obispos: el sacerdocio ministerial, 1971).

Qué carencias más importantes se siguen luego en la vida personal y apostólica de los responsables de la evangelización, de los bautizados y ordenados sacerdotes en Cristo, si no saben  infundir con fe viva el conocimiento y seguimiento de Cristo, de hacerle presente, creíble y admirado, por no estar ellos personal y  suficientemente  formados en este camino, por lo menos hasta ciertas etapas.

Por eso, al no estar  formados y curtidos en este sendero, al no sentir el atractivo de Cristo, tampoco pueden luego guiar a los demás, aunque sea  su cometido y ministerio principal. Qué madres tan cristianas y santas en nuestra niñez y juventud …1937…  y hasta en nuestros primeros años de sacerdocio1960…1990…con visitas diarias  al Santísimo, rezo del rosario en familia y en grupos… así surgieron tantas vocaciones.

Lo primero es el estar con Él –oración--; luego desde y por la oración diaria con Cristo–convertirnos--, ir viviendo su misma vida y amor, porque si hay que ser buenos sacerdotes hay que bajar al llano todos los días para trabajar y dominar nuestras pasiones; bajaremos durante años hasta que llegue el Tabor definitivo, pero qué diferencia, habiéndolo aprendido así y confirmado con los mismos superiores,  en el mismo seminario o noviciado;  qué difícil aprenderlo luego entre las ocupaciones pastorales, por las prisas y faltas de silencio, a no ser que haya gracia especial del Señor, puesto que el tiempo oportuno fueron el desierto y silencio de estos centros de formación espiritual, teológica, pastoral, humana...aunque también en la vida pastoral podemos y debemos recorrer este camino que debe durar toda la vida con la ayuda siempre del Espíritu Santo que debe ser nuestro director y guía espiritual toda la vida.

Es verdad, sin embargo, que el apostolado y la vida sacerdotal no va a ser totalmente inútil por carecer de esta formación, pero perderá muchísima eficacia y no dará la gloria a Dios que Él se merece y no hará todo  el bien que los hermanos  necesitan, ya que estamos tratando de eternidades. Del discurso que el Papa Juan Pablo II dirigió al Capítulo general de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002, entresaco algunos párrafos: «Sentir la exigencia de buscar el reino de Dios ya es un don, que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos y llamarnos al sacerdocio (cfr. 1Jn 4,10). Es consolador buscar a Dios, pero al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales.

¿Cómo repercute esto entre vosotros, en el contexto histórico actual? Supone ciertamente acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración en la celda a las celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga» del mundo a la presencia junto al que sufre...La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica.... Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica»[4].

Lo primero es:  “el Señor  llamó a los que quiso para  estar con El y enviarlos a predicar..,” y “  María ha escogido la mejor parte” Y por lo que yo he visto en los santos y en  todos los que han seguido a Cristo a través de los siglos, canonizados o no, este es el único camino: ni un solo santo,  que no haya sido de oración y eucarístico, que no haya hecho largos ratos de oración ante el Señor Eucaristía, pero ni uno solo;  luego habrán sido ricos o pobres, activos o contemplativos, de derechas o de izquierdas, de la enseñanza o de la caridad, laicos o curas, profetas, misioneros o padres de familia,  lo que sea, pero ninguno que no fuera hombre de oración. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más Biblia ni más grupos de formación que el Sagrario. Qué cristianos tuvimos hasta los años ochenta en España.  En la oración diaria, santo rosario en casa, visita al Santísimo o misa todos los días.Allí lo aprendieron todo y así nos lo enseñaron; me estoy refiriendo a los años 1930-1980.

Por eso es muy importante que nos ocupemos de «estas cosas», porque como he dicho,  lo  que no se vive personalmente termina olvidándose , incluso tratándose de verdades teológicas. La oración eucarística es la fuente que mana y corre siempre llena de estas verdades y vivencias, aunque sea muchas veces a oscuras y sin sentir nada, como camino de purificación para la unión total con Cristo: “Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche”; para S. Juan de la Cruz “la fuente” es la oración y caminando de “noche”, esto es, guiado por la fe.

El  Concilio Vaticano II habla repetidas veces sobre la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y en nuestra vida personal: «...los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo... Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...  (Los sacerdotes) les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada liturgia, de forma que exciten también en ellos una oración sincera; los llevan como de la mano a un espíritu de oración cada vez más perfecto, que han de actualizar durante toda la vida en conformidad con las gracias y necesidades de cada uno....La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración» (PO 5).

Pues bien, teniendo presente todo esto y lo que llevamos dicho en este capítulo, ya me diréis qué interés puedo yo tener por Jesucristo y su causa, si Cristo personalmente me aburre; cómo  entusiasmar a las gentes con Él si yo personalmente  no siento entusiasmo por Él, y para esto, la oración es totalmente necesaria, porque es la fuente que mana y corre y el mejor camino para que los cristianos  conozcan y amen al Señor. Y para eso, nosotros debemos darles ejemplo y buscarlo todos los días en la oración y si es ante el Sagrario, tiene una fuerza mayor.

Podremos hacer las acciones de Cristo, predicar las palabras de Cristo, pero no podremos transmitir su espíritu, si no lo tenemos. Somos sarmientos, canales del Amor y Salvación de Dios, del Espíritu Santo de Dios. Para eso necesitamos el espíritu, el alma, el corazón, la adoración que Cristo sentía por su Padre y el amor a sus hermanos los hombres hasta morir por ellos y poder ser así su prolongación, esto es, poder ser verdaderamente presencia sacramental de Cristo, de su persona y apostolado, de sus mismos sentimientos y actitudes.

Y no le demos vueltas, a Cristo, a su vida y evangelio sólo se les comprende, cuando se vive y en la medida en que se vive; y si no, fijaos qué diferencia existe, qué distinta manera de hablar y actuar,  cuando tienes que hablar o defender un tema que vives o te muerde el alma, la vida y la estima tuya o de los tuyos o por el contrario, cuando se trata de un asunto de otros, que te han contado o has leído, pero que, en definitiva, no lo  necesitas para vivir y realizarte. 

La mayor tentación del mundo materialista actual y de siempre, en lo que se unen y se esfuerzan todos los poderosos del «mundo», es demostrar que Dios ya no es necesario, que se puede vivir y ser felices sin Él.

Y por otra parte tenemos todo lo contrario que constituye una prueba de fe y un argumento en favor nuestro y  es que hoy día hemos llenado con el consumismo nuestras vidas y nuestros hogares de todo y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el TODO de todo y de todos. El mundo está triste, los matrimonios rotos y matándose, madres matando a hijos y padres matando esposas e hijos…y tienen más sexo y placeres que nunca los matrimonios y ya ves.. se separan, se matan, matan a sus hijos que no lo hacen ni los animales y todo porque a este mundo le falta Dios, le falta su amor…

El materialismo y el consumismo reinante destruyen nuestra identidad cristiana, nos destruyen como Iglesia e hijos de Dios. Ahora equipamos a nuestros hijos y juventud de todo: inglés, judo, trabajo, dinero, piso, sexo, masters de todo,  y  ahora resulta que les falta todo, que se sienten vacíos, porque les falta Dios. Cómo convencer a nuestra gente de que Dios es el todo, el único que puede  llenarlo todo de sentido y de amor y de vida y de felicidad verdaderas... cómo ayudar a los hombres de ahora  a salir de ese vacío existencial y proponerles como medio y remedio que se acerquen a Dios, al Dios amigo y cercano que es Cristo Eucaristía, si  nosotros mismos no lo hacemos ni lo hemos experimentado, si nunca o pocas veces nos ven orar en la Iglesia o delante del Sagrario, y esto ya va siendo norma y comportamiento ordinario en nuestra vida sacerdotal o cristiana o de militantes, catequistas.

 Necesitamos sacerdotes, catequistas, madres y padres de oración, que llenen el alma de Dios, del amor de Dios y desde su corazón y vida de gracia y fe viva en Dios puedan llenar a feligreses e hijos. Yo los he conocido en plenitud entre los años 1937-1990… luego han ido bajando… y actualmente, qué pocos padres dan ejemplo de cristianismo fervoroso.

Queridos hermanos, por qué no empezar desde hoy mismo, desde ahora mismo; parémonos ante el Sagrario, mirémosle a Cristo con afecto, hagamos bien la genuflexión ante Él,  si podemos, que no es un trasto más del templo o capilla, que es la el Señor, que es nuestro Salvador, el centro y corazón de la parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu comunidad, de tu vida cristiana... ¿Lo es, o no lo es? ¿O lo es sólo teóricamente? ¿Cómo predicar esto, comuncarlo si no lo vives? Ayúdales a los tuyos con tu vida, con tu ejemplo, con tu comportamiento.... “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”.

Hay que ser canales de Cristo y para eso hay que estar unidos a El y ser luz de Cristo y para eso hay que estar  iluminados por Él: “Vosotros sois la luz del mundo... alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestra buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo”. Y así ha sido también en muchos apóstoles y sacerdotes santos. Dice san Juan de la Cruz: «Las cosas y perfecciones divinas no se conocen ni se entienden como ellas son cuando se las va buscando y ejercitando, sino cuando las tienen halladas y ejercitadas»  (N II 17,7). La fe, el cristianismo, el evangelio, a Cristo Eucaristía solo se le comprende en la medida en que se viven.    

 

 

19.- LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA Y DE UNA PARROQUIA ES LA POBREZA EUCARÍSTICA EN MISAS, COMUNIONES Y SAGRARIOS ABANDONADOS 

 

La peor pobreza de la Iglesia es la pobreza eucarística, pobreza de oración ante  los Sagrarios de las parroquias y del mundo; pobreza de misas, comuniones y visitas a Cristo Eucaristía, sobre todo, por parte de párrocos, de sacerdotes y bautizados, de jóvenes y niños, feligreses, no como en mi juventud (años 1940-1980) donde todas las tardes, al salir de paseo, niños, jóvenes, novios, madres hacían la visita al Santísimo, como nuestros padres lo habían hecho y seguían haciendo y nos lo preguntaban y exigían.

Porque si Cristo está en el Sagrario y tú, querido párroco, dices que Él es Dios y el Único Salvador del mundo y de  tus feligreses pero tú no le visitas ni hablas ni te ven tus feligreses con Él todos los días ni hablas de Él ¿cómo puedes decir que le amas y que le necesitas en tu vida personal y apostólica, qué fe y amor es el tuyo? ¿Porque si Cristo es Dios y único Salvador del mundo y tú no le necesitas ni  le visitas todos los días para pedirle ayuda y consejo y contarle tus penas y dificultades apostólicas,  qué fe y certeza y amor a Cristo Eucaristía puedes comunicar a los tuyos?  Yo lo veo así. Faltan almas eucarísticas hoy  en la Iglesia, arriba y abajo, almas profundas, almas de oración eucarística tanto en los seminarios, en los sacerdotes, en las parroquias, en los obispos, en la Iglesia en general.

Cómo se nota cuando un sacerdote, un Obispo o un Cardenal… es una persona de oración. Por eso digo que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre  (como ya he repetido) la pobreza de oración eucarística, de pobreza mística, de experiencia de Dios por la oración que nos lleva a la santidad de vida, sobre todo, de oración no meramente vocal sino un poco elevada, meditativa-contemplativa-eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y Sagrario:

 «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

 aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en este pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

y de este agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche». (Por la fe)

 

Es por fe, caminando desde la fe por la oración diaria y ante el Sagrario como un llega a la union y experiencia de amor de Cristo y la iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca y para eso se quedó tan cerca, pero yo tengo que buscarlo, ir y encontrarlo donde Él quiso quedarse en la tierra para ser amigo de todos los hombres..

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiar a sus feligreses, novicios o seminaristas o… hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para los mismos sacerdotes como para el apostolado y la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; pero si, por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes. No te digo nada si no existen o son pocas las vocaciones sacerdotales y religiosas como en los tiempos actuales. Qué diferencia de aquellos tiempos nuestros con seminario mayor y menor a tope en todas las Diócesis.

Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato con familias cristianas y con posibles seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores...

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes deben ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que ser algo que le salga del alma, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor loco por Cristo; ahí se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que su presencia eucarística esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo.

Por otra parte la Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre diócesis y diócesis, aún tocándose, entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica NMI, qué carta más bella y profunda sobre la espiritualidad del sacerdote, su formación! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios! ¡qué nostalgia de los años 1940-1990!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios en la eternidad, en el cielo por la participación en su misma vida de amor y felicidad? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristianas, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia la unión y la vida de plena unión y felicidad en Dios que empieza aquí abajo por la gracia y la vivencia de la amistad con Él? ¿La deseamos? ¿está presente en nuestras vidas y apostolado por la oración especial y eucarística?

Para mí que estas realidades divinas sólo se comprenden y se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino para esta unión es la oración, la oración y la oración litúrgica eucarística y personal en conversión permanente a lo que celebramos y comulgamos y oramos, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia dela Eucaristía hasta llegar a la unión y amor divinos.

Y al hablar de la relación que existe entre experiencia de Dios y apostolado, siempre diré que la mayor pobreza apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados, sobre todo,  ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada y orada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y se esfuercen por tener los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, que se han hecho eucaristías perfectas en Cristo, fundidos en una sola realidad en llamas en el mismo fuego quemante y gozoso de su Espíritu, el Espíritu Santo, consagrante y transformante del pan y del vivo y del celebrante en Cristo para que esa unión en llamas con Él pueda quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo.

 Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, eucarística o celebrative, santa misa, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sin esta union de amor por la oración, sí, sí, habrá misas y eucaristía, acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán transformantes, apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos incluso expresan no tenerla –soy testigo-- y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo.

Y para hacer las acciones de Cristo, para esto, su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el “estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre y espíritu de Cristo: la oración-conversión-permanente y diaria- toda la vida… no sé si en el cielo la necesitemos también…

 

20.- LA LICENCIATURA EN ORACIÓN EUCARÍSTICA SE CONSIGUE POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN

 

Lo he repetido muchas veces y lo repetiré siempre, en mis predicaciones y en este libro y en todos, la oración eucarística solo empieza y se realiza y avanza por la conversión de mi vida en Cristo Eucaristía, en irme identificando con Él por la vida eucarística: misa, comunión y presencia, haciendo que Él cada día viva más en mí su misma vida,  amando y viviendo y perdonando como Él lo hizo y lo hace y lo renueva todos los días por la santa misa: santidad de vida. Si no me voy convirtiendo y haciéndome eucaristía perfecta con él y como él – dar la vida por Dios y los hermanos--, no llegaré a identificarme con Él, a hacerme pan de Eucaristía y sacerdote perfecto de Cristo.

Porque se trata de un elemento esencial: la conversión de mi vida; la oración auténtica  me lleva siempre a amar a Cristo por la conversión de mi vida, de mi carácter, de mis ideales en los suyos: quiero amar a Cristo, entonces quiero orar y  convertirme a lo que Cristo me dice en la oración; me canso de orar, me canso automáticamente de amar a Cristo, me he cansado de convertirme, es que me he cansado de orar, es que me he cansado de amar a Cristo sobre todas las cosas y seguirle en mi vida: “Si alguno quiere ser discípulo mío, níeguese a si mismo, tome su cruz y me siga”.

La oración, antes que consideración y meditación y todo lo demás, es querer amar, por eso voy a la oración. Si no voy a orar, si no hago oración diaria, aunque uno no sea consciente al principio es que no quiero amar y convertirme a Cristo y si no quiero convertirme es porque tengo que matar mi yo, sus comodidades y eso es lo que me duele y cuesta y por eso no quiero y no tengo tiempo para orar, aunque no sea consciente de ello. Y si se medita es para sacar agua de amor del pozo y de la fuente, que puede ser el evangelio, un libro, tu corazón, “aunque sea de noche”, esto es, no sintiendo y no viendo gozo y luz al principio.

Dice San Juan de Ávila: «Y sabed que este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar. Y si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será más durable lo que en ella sintiereis y más larga y sin pesadumbre»[5]. «Aunque el entendimiento obre poco o nada, la voluntad obra con gran viveza y ama fortiter»[6].

Y para todo esto, Jesucristo en la Sagrario es el mejor maestro, el mejor libro, toda una biblioteca, todo el evangelio presente, hecho vida. Por eso nos dice el Doctor Místico: «todo ejercicio de la parte espiritual y de la parte sensitiva, ahora sea en hacer, ahora en padecer, de cualquiera manera que sea, siempre le causa más amor y regalo de Dios como habemos dicho; y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios, que antes solía tener en consideraciones, ya todo es ejercicio de amor» (Can B 28, 9).

Bien es verdad que el santo aquí se refiere  a un grado más elevado de oración que la meditación,  pero hacia aquí apunta la oración por sí misma, desde el principio, aunque uno no sea consciente de ello, pero conviene que lo sepa el mismo orante y los directores de grupos de oración, que a veces creen que si no se habla o leen reflexiones o se dicen cosas bonitas, no se ha orado; es más, quieren medir la altura de oración según las frases bonitas que se digan; o que si no se aprenden o se realizan técnicas de relajación o métodos de reflexión, no hay oración.

Por eso nos dirá san Juan de la Cruz que la oración no se mide por las revelaciones, ni locuciones ni éxtasis sino por los frutos de  humildad en las personas que la tienen, y este era su criterio para distinguir a los verdaderos y falsos orantes. Y ya sabemos la definición teresiana de oración: «que no es otra cosa oración sino tratar  de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». 

Y para este camino de oración:

A). Yo  aconsejaría empezar saludando al Señor,  o como se dice ordinariamente, poniéndonos en su presencia: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me soñó para una eternidad de gozo con Él, me ha dado la existencia, me da la vida ahora, esta mañana. Del Hijo que me amó hasta entregar su vida por mí y sigue dándose en cada eucaristía, en cada Sagrario como amigo. En nombre del Espíritu Santo que me santifica, me trae el amor y la gracia y la ayuda de mi Dios ahora, en este momento: Señor, ábreme los labios y el corazón y la inteligencia y todo mi ser, para que te alabe y bendiga y reciba la fuerza de mi Dios y toda mi vida sea Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

            En el nombre del Padre que me da la vida: si existo es que el Padre me ama; en el nombre del Hijo que vino y dio su vida por mí y se quedó para siempre en la Eucaristía para llevarnos a la intimidad de los Tres; del Espíritu Santo, que es la misma Vida y Amor Personal de los Tres con deseo de comunicarse a los hombres. Por eso, proclamarás con total confianza y gozo al empezar este encuentro, aunque todavía muy a oscuras y sin vivencia sentida de amor: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,  quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable y una alabanza de gloria “in laudem gloriae ejus- lema de (Sor) hoy ya santa Isabel de la Santísima Trinidad.

 

            B). Luego orar dos o  tres oraciones fijas, para no dudar nunca en los comienzos, siempre igual, pero que te inspiran ideas y sentimientos diferentes, los que el Señor te inspire; la primera oración fija puede ser a la Stma. Trinidad:  la invocación a la Santísima Trinidad de Sor Isabel de la Trinidad: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí...» u otra más breve, dejándote llevar por sus sentimientos y expresiones; una segunda oración fija puede ser una invocación al Espíritu Santo para que nos ayude en la oración y nos lleve de la mano: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles...», lo vas diciendo despacio, meditando sus peticiones, porque no se trata de aprenderlo sino de orarlos. Prueba esta oración al Espíritu Santo meditándola:

«Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro.

Quémame, ábrasame por dentro con tu Fuego transformante y conviérteme  por una nueva encarnación sacramental en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve en mí y prolongue  todo su misterio de salvación: quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres,  como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Oh Espíritu Divino, Amor, Alma y Vida de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en amor trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre,  amor Salvador de vida por el Hijo y amor Santificador de vida con el Espíritu Santo,  para alabanza de gloria de la Trinidad y salvación de los hombres, mis hermanos»

La tercera oración fija va dirigida a Jesucristo Eucaristía: con la letra de algún canto eucarístico u oración que te guste, o con  el «Adoro te devote, latens Deitas», «Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia, sed super me et omnia, ejus dulcis praesentia», traducidos al español, porque son  preciosos: «Oh Jesús, mi dulce recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón, tu presencia es más dulce que la miel y todas las cosas. No se puede cantar nada más suave, ni oír nada más alegre, ni  pensar nada más dulce que Jesús, Hijo de Dios. Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos,  generoso para los que te suplican,  bueno para todos los que te buscan y qué decir para los que te encuentran. La lengua no sabe decir ni la letra puede escribir lo que es amar a Jesús, sólo puede saberlo el que lo experimente. Sé Tú, Jesús, nuestro gozo, nuestro último premio; haz que nuestra gloria esté siempre en Ti por todos los siglos».

 

También puedes rezar: «Sagrado banquete en que  Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura...», siempre despacio y meditando e interiorizando, contándole tu vida de ayer y lo que piensas hacer hoy, suplicando, pidiendo perdón y ayuda.

¡Eucaristía  Divina, Tú lo has dado todo por mí, también yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tu lo eres todo, yo quiero que lo seas todo. Jesucristo, yo creo en Tí. Jesucristo, yo confío en Tí. Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios. Qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo. O también: « ¡Eucaristía divina, cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Tí camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día! Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, la Verdad y la Vida; Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte para tener tu misma Vida, tu mismo Amor, tus mismos sentimientos; y en tu Entrega Eucarística, quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo».

 

             C). Te repito que, aunque lleve años y años haciendo oración, el tener un esquema propio y fijo de oración facilita mucho el comienzo de la misma... luego tú lo vas rellenando de tus propias ideas, sentimientos, peticiones, sanas distracciones, pero sabes siempre dónde volver y retomar el diálogo con el Señor, para no dudar continuamente en los comienzos o al medio o al final, para saber cómo hay que comenzar siempre, porque al principio, el simple estar en su presencia, el simple mirar o contemplar es difícil por muchos motivos y se necesitan ayudas para estar ocupados y no distraerse.

Puedes valerte de jaculatorias, versículos breves de las Horas, oraciones litúrgicas o hechas por otros que a ti te gusten o te digan algo. Finalmente y siempre, como cuarta invocación, oración o encuentro fijo en tu oración diaria, la invocación a la Virgen, nuestra madre y modelo en la fe y seguimiento del hijo-Hijo cumpliendo su voluntad con dolor y sin comprenderlo. Lo puedes hacer con la oración y antífonas preciosas según los tiempos litúrgicos, sobre todo en latín, que puedes traducir, o cantos o súplicas populares: «Oh Señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a tí, y en prueba...», o con alguna invocación personal: « ¡Hermosa nazarena! ¡Virgen guapa, Madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! Gracias por haberme dado a tu hijo, gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo; gracias», confiando totalmente en ella como madre y poniéndola como intercesora y modelo, suplicándole, contándole tus sufrimientos, tus alegrías, tus dudas.

 

            D). Repito que es conveniente tener y empezar siempre con un esquema oracional elemental, como camino de diálogo y encuentro con Dios, que debes recorrer y orar  todos los días, al cual y en cada una de las partes, puedes y debes ir añadiendo todos los pensamientos y deseos que te  inspire el Señor, parándote en ellos, sin prisas, y si se termina el tiempo de oración y no has cumplido todo el esquema, no pasa nada. Pero es necesario y es una ayuda para toda tu vida tener un esquema oracional para no estar indeciso o perderte en tu oración diaria. Porque ir a la oración todos los días a pecho descubierto, o como dicen algunos,  permanecer en quietud y simple mirada, si es mirada de amor, S. Juan de la Cruz, eso supone mucho camino andado, mucha oración  y mucha purificación de sentido realizada. Y a mi parecer esto no es ordinario en los comienzos y tampoco es fácil. Si lo tienes ya supone estar bastante poseído por el amor de Cristo.

            E). Importantísimo, esencial: a continuación  de todo esto que hemos dicho, tiene que hacerse  revisión de vida ante el Señor, fija y todos los días y para toda la vida, de tres o cuatro materias esenciales de tu vida cristiana y de cumplimiento de los mandamientos de Dios y los consejos evangélicos: soberbia, caridad fraterna, control de la ira, castidad... y todo esto, para tu mejor y perfecta unión, santidad o encuentro con Cristo, para amar a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el amor que nos tenemos a nosotros mismos, porque nos preferimos a Dios a cada paso. Y siempre que diga revisión de vida, estoy diciendo también petición de gracia, de luz, de fuerza para hacerla y vivirla, descubrir los peligros y las causas  principales de las caídas, el comportamiento con las personas, porque donde hay pecado de caridad, aunque sea venial, no puede estar en plenitud el amor de Dios y el conocimiento de su amor: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él” (1Jn 2, 3-6).

Todos los días y a todas horas y en toda oración, hay que revisarse de la soberbia, pecado original, causa y principio de todos los pecados, que es este amor que me tengo a mí mismo, me quiero más que a Dios y a todos los hombres, revisar sus manifestaciones diversas en amor propio, vanidad, ira...etc; después de la soberbia, la caridad, el amor fraterno en sus diversas manifestaciones: negativa: no criticar, ni de palabra ni de obra, no despreciar a nadie, tratar de  hacer el bien a todos, de palabra y con obras, reaccionar perdonando ante las ofensas en santidad consumada...etc.

No olvidar jamás que el amor a Dios pasa por el amor a los hermanos, porque así lo ha querido Él:“Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 4, 2). Por favor, no olvides esto y todos los días examínate.

En esto Cristo es muy sensible y exigente. Lo tenemos mandado por el Padre y por Él mismo: “Amarás al Señor... y al prójimo como a tí mismo”, “este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Olvidar estos mandamientos del Señor es matar la oración incipiente, no avanzar o dejarla para siempre en pura rutina no santificadora.

San Juan, el apóstol místico, por penetrar y conocer a Dios por el amor, por el conocimiento de amor, nos lo dice muy claro: “Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto” (1Jn 4, 7-8; 12). Repito una vez más y todas las que sean necesarias: para vivir la caridad hay que matar el amor propio, el amor desordenado a uno mismo. Y esto es una cruz que dura toda la vida y que hay que tomar al coger el camino de la oración, que es  camino de amor a Dios y a los hermanos. Luego hay que revisar ese defecto más personal, que todos tenemos y que, por estar tan identificados con él, no es fácil descubrirlo, porque siempre hay excusas fáciles, -es que soy así- pero hacemos daño con él a los hermanos. Es fácil descubrirlo, cuando personas que te quieren, coincidan en decirte y en insistir en alguno concreto, por allí va la cosa.

Esta oración-revisión-conversión tiene que durar ya  toda la vida, porque santidad es igual a conversión permanente. Si uno quiere «amar y servir», hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y esto es el cristianismo, si uno quiere mantener  activo ese amor y de puro nombre, hay que orar todos los días para convertirse del amor a uno mismo y a las criaturas al amor de Dios. O amamos a Dios o a nosotros mismos, a las criaturas. Si quiero orar es porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas. Si vivo en pecado, ni el amor ni el conocimiento verdadero de Dios puede estar en mí, como lo dice muy claro San Juan: “Y todo el que tiene en Él esta  esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la ley, porque el pecado es trasgresión de la ley. ... Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3, 3-6).

Cuando uno no quiere convertirse o amar a Dios, o se cansa de hacerlo, entonces ya no necesita ni de la oración ni de la eucaristía ni de la gracia ni de Cristo ni de Dios. El amor a Dios negativamente consiste en no ofenderle, no pecar: “Pues éste es el amor de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pecado” (1Jn 5, 3).Para mí que esta es la causa principal por lo que se deja este camino de la oración y de la santidad. Por eso, muchos no hacen oración o les aburre o les cansa y terminan dejándola.

La oración hay que concebirla como un deber, como trabajo, absolutamente necesario para llegar a amar a Dios, que hay que hacer, te guste o no te guste, haga calor o frío, estés inspirado o aburrido, como tienes que trabajar en tu profesión o comer o estudiar, porque si no lo haces, te mueres o te suspenden. No valen las excusas de ningún tipo para no hacerla. Si no lo haces,  por la causa que sea, mueres espiritualmente, serás un mediocre. Por eso te ayudará  tener un esquema fijo, una hora fija para hacer tu oración diaria, si es posible, siempre a la misma hora, porque, si la dejas para cuando tengas tiempo, no lo tendrás. Es la táctica del demonio sirviéndose de nuestra ignorancia y comodidad espiritual.

 

            F). Después de esta revisión, un capítulo que no puede faltar todos los días es la oración de intercesión, las peticiones, acordarse de las necesidades de los hermanos, de los problemas de la Iglesia, la santidad, la falta de vocaciones, tu parroquia, tu familia, amigos... Todo esto hay que hacerlo despacio, y pensando y meditando todo lo que se te ocurra, hablándole al Señor de tus problemas, de tu vida, pidiendo luz y gracia sobre lo que tienes que hacer, sin desanimarte jamás, y si un día estás inspirado, te paras y te quedas con cualquier oración o revisión todo el tiempo que quieras; eso es oración, eso es trato de amistad con el Señor, por lo menos, una forma, aunque te parezca que no haces nada o que estás perdiendo el tiempo.

            Ya hemos terminado las oraciones introductorias, la revisión de vida, el pedir luz, fuerzas, gracias del Señor para nosotros y los demás, y  ahora, ¿qué?  Pues ahora lo que más te ayude a encontrarte con Cristo, a dialogar más con El Y para esto, como te decía antes, EL EVANGELIO, las palabras y hechos salvadores de Jesús es el mejor camino; también los buenos libros, los salmos...,  libertad absoluta, no se le pueden imponer caminos al amor, a los que quieren amar, a los que aman. Haz lo que te pida el corazón. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

Amando, metiéndolo todo en su corazón fue como nuestra Madre fue comprendiendo lo que acontecía en torno a Jesús y a ella y que racionalmente la desbordaba. Pero amando uno se identifica con el objeto amado. No olvides lo que te he repetido y repetiré más veces en este libro: la oración es querer amar a Dios, no digo amar sino querer amar, que eso es ya amor,  porque, al principio, el alma está muy flaca y no tiene fuerzas ni sabe amar a Dios, solo sabe amarse a sí misma, y si sólo intentamos tocarlo con el entendimiento, no llegamos de verdad hasta Él: «Y porque la pasión receptiva del entendimiento sólo puede recibir la inteligencia desnuda y pasivamente, y esto no puede sin estar purgado, antes que lo esté, siente el alma menos veces el toque de la inteligencia que el de la pasión de amor » (N  II,13,3). Aunque San Juan de la Cruz se refiere a una oración elevada, vale para los grados inferiores también, siempre caminando hacia el amor total.

«De donde es de notar que, en tanto que el alma no llega a este estado de unión de amor, le conviene ejercitar el amor así en la vida activa como en la contemplativa, porque es más precioso delante de él y de el alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (C B 28,2).  ¡Ojo! Que no lo digo yo,  lo dice san Juan de la Cruz, para mí el que más sabe o uno de los que más saben de estas cosas de oración y del amor a Dios y a los hermanos y  vida cristiana y  evolución de la gracia.

 

            G). La oración conviene hacerla siempre a la misma hora, hora fija de la mañana o tarde, cuando te venga mejor, pero hora fija, como te he dicho, porque si lo dejas para cuando tengas tiempo, nunca lo tendrás;  hay que hacerla todos los días,  haga frío o calor, esté uno seco o fervoroso, esté en pecado o en gracia, tengas tiempo o no, porque para Dios siempre hay que tenerlo, porque Él siempre lo ha tenido y lo tiene para nosotros. Él debe ser  lo primero y lo absoluto de nuestra vida y esto lo hacemos realidad todos los días dedicándole este tiempo de oración, que es amarle sobre todas las cosas.

Y esto que te he dicho, hay que hacerlo siempre, aunque uno llegue a la suprema unión con Dios, hasta el éxtasis, porque nunca hay que fiarse del propio yo, que se busca siempre a sí mismo, se tiene un cariño inmenso, por lo cual hay que tener mucho cuidado y vigilarlo todos los días. La hora y el tiempo de oración, que sean fijos y determinados: veinte minutos inicialmente, por ejemplo, luego veinticinco, media hora... pero sin volver atrás, aunque te cueste o te aburras, todo es amor, todo es  cuestión de querer amar y si quieres amar, ya estás amando, ya estás haciendo oración, aunque tengas distracciones, aburrimiento; ya pasarán, porque Dios te ama más. Para llegar a las profundidades del amor de Dios… una hora de oración y encuentro con Él diario; luego… el Señor te indicará.

Si eres fiel a este rato de diálogo y oración con el Señor, pronto llegarás a cierto nivel o estar con Él, donde todo te será más fácil, en que te sentirás bien. Y si sigues avanzando, luego incluso no necesitarás de libros ni de ayudas para encontrarte con Él, ya no necesitarás leer el evangelio o libro alguno, porque el diálogo te saldrá espontáneo y largo y afectuoso y ya no se acaba nunca, se ha pasado de la oración discursiva a la afectiva y luego ésta pasará, mejor, el Espíritu de Dios te llevará hasta la oración  contemplativa.

En esta oración, el Verbo de Dios llenará de luz y salvación y ternura tu corazón y tu alma y todas tus facultades, porque ha empezado a comunicarse personalmente por su presencia y vivencia más íntimas y no eres tú el que tienes que pensarlo o descubrirlo sino que Él ya se te da y ofrece sin necesitar la ayuda de tus raciocinios o afectos para andar este camino. Y empiezan las ansias de verle, amarle, poseerle más y más: «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor ya no se cura, sino con la presencia y la figura» (C.11).

Desde esta vivencia, cada día más profunda, irás descubriendo que tú eres Sagrario, que tú estás habitado, que  los Tres te aman y viven su misma vida trinitaria dentro de ti y te hacen partícipe por gracia de su misma vida de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es Volcán de Espíritu Santo eternamente echando fuego y renovándose en un ser eterno de ser en sí y por sí mismo beso y abrazo entre los Tres, sin mengua ni  cansancio alguno, porque tú has empezado a ser, mejor dicho, siempre lo has sido, pero ahora Dios quiere que seas consciente de su Presencia en tu alma, Sagrario de Dios, templo de la misma Trinidad, dándote experiencia de Sí mismo y  metiéndote en el círculo del amor trinitario, en cuanto es posible en esta vida.

Y en este momento, por su presencia de amor, tú eres el templo nuevo de la nueva alianza, la nueva casa de oración habitada por la Santísima. Trinidad, porque el Verbo, por el pan de eucaristía, te habita, y la Presencia Eucarística te ha llevado a la Comunión Trinitaria por una comunión eucarística continuada y permanente de amor en los Tres y por los Tres;  tú ya eres Trinidad por participación, en cuanto es posible y esto te desborda, te extasía, te saca de ti mismo, de tus moldes y capacidades de entender y amar y gozar y esto me parece que se llama éxtasis… Y entonces ya... «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado» (C. 8). 

Porque a estas alturas, la contemplación de  Dios te impide meditar, porque es mucho lo que Él quiere decirte y tú tienes que escuchar del Verbo de Dios, aprender de la Palabra eterna llena de Amor, con la que el Padre se dice eternamente a Sí Mismo en canción y silabeo gustoso y eterno de Amor de Espíritu Santo en el Hijo que ahora la canta para tí; ahora que ya estás  preparado, después de largos años de purificación y adecuación de las facultades sensitivas, intelectivas y volitivas, que te han dispuesto para la intimidad divina, sin imperfecciones o impurezas o limitaciones, ahora la oración es presencia permanente de diálogo y presencia de Dios. «Bien sé que tres en sola una agua viva- residen, y una de otra se deriva,- aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida- en este vivo pan por darnos vida,- aunque es de noche» (La fonte 10 y 11).

Él te hablará sin palabras  y tú le responderás sin mover los labios: simplemente te sentirás amado y habitado, sentirás que es Verbo y Verdad del Padre, hecha Fuego de Amor de Espiritu Santo en tu corazón, en fe endendida y luminosa, en «noticia amorosa», sentirás que Dios Padre te ama  en su Hijo Palabra de Amor de Espíritu Santo, y tú, al sentirte amado por los Tres, Dios Trino y Uno amado en Trinidad de Personas, repito, no solo creerlo, sino sentirlo, vivirlo, experimentarlo, pero  de verdad, no por pura  imaginación o ilusión,  ya no tengo que decirte nada, porque lo demás ya no existe.

 ¿Qué tiene que ver todo lo creado y presente con lo que nos espera y que ya ha empezado a hacerse presente en tí? Ante este descubrimiento, lleno de luz y de gozo y de plenitud divina, lo presente ya no existe y ha empezado la eternidad,  te habrás descubierto también en Dios eternamente pronunciado en su Palabra y escrito en su corazón por el fuego de su mismo Espíritu de Amor Personal.

            «Entréme donde no supe- y quedéme no sabiendo, - toda ciencia trascendiendo.  Yo no supe donde entraba,- pero, cuando allí me vi,- sin saber dónde me estaba,- grandes cosas entendí;- no diré lo que sentí,- que me quedé no sabiendo,- toda ciencia trascendiendo. Y si lo queréis oír, - consiste esta summa sciencia- en un subido sentir- de la divinal Esencia;- es obra de su clemencia- hacer quedar no entendiendo,- toda ciencia trascendiendo» (Entréme donde no supe).

Anímate a hacer tu oración todos los días, si es posible ante el Sagrario, no es por nada, es que allí Él lleva dos mil años esperándote el que te ama, Jesucristo, tu hermano, confidente y amigo. Y aunque está en más sitios, aquí está más singularmente presente, esperándote. Fíjate si lo haces meditando al principio sus mismas palabras del evangelio. Además, al hacerlo ante el Sagrario, estás demostrando que crees no sólo esa parte del evangelio que estás meditando sino todo el evangelio que tienes presente en Cristo Eucaristía, demuestras simplemente con tu presencia que tienes presente y crees todo el misterio de Dios,  todo lo que Cristo ha dicho y ha hecho, porque está presente Él mismo, todo entero, todo su evangelio, todos sus misterios, en Jesucristo Eucaristía. «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro» (Ll.1).

Qué bien reflejan estos versos de san Juan de la Cruz el deseo de muchas almas, -- yo las tengo en mi parroquia--, almas que desean el encuentro transformante con Cristo. Al contemplar esta unión que Dios tiene preparada para todos, exclama: « ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡ Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tan gran luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos! (C 39, 7).

¿Podría extenderse esta queja del santo Doctor hasta nosotros, cristianos injertados en Cristo, sacerdotes, religiosos y obispos de la Iglesia de Dios? ¿Tendría sentido esta queja del doctor místico entre los que han sido elegidos para conducir al pueblo santo de Dios? ¿Deben ser  hombres de oración  los guías y montañeros de la escalada de la santidad y de la vida cristiana?

Estas preguntas, por favor, no son una acusación, son unos interrogantes para que tendamos siempre hacia las cumbres maravillosas para las cuales Dios Padre nos ha soñado y creado y reconquistado por su hijo-Hijo amado con Amor de Espíritu Santo.      

¿Vivimos en oración eucarística y conversión permanente los obispos, sacerdotes, religiosos, bautizados y creyentes?

 

21.- EL DOCTORADO EN ORACIÓN EUCARÍSTICA ES  “SER Y VIVIR  EN CRISTO EUCARISTÍA”: QUE CRISTO VIVA EN NOSOTROS POR LA  MISA,  COMUNIÓN Y LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

 

La Eucaristía puede ser considerada y vivida como misa, comunión y presencia sacramental de Cristo en el Sagrario. En esta  reflexión queremos descubrir y vivir la espiritualidad de la Eucaristía, del amor y sentimientos de Cristo en la Eucaristía como presencia, comunión y sacrificio; como misa es la presencialización del misterio salvador realizado por el Hijo Jesucristo en obediencia al Padre con su amor de Espíritu Santo, con sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales de obediencia y adoración  al Padre y salvación de los hombres, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Luego reflexionaremos sobre la Eucaristía como comunión, es decir, la Eucaristía pan eucarístico de Cristo que comemos con fe y amor para alimentarnos de su misma vida y sentimientos, como alimento  y ayuda permanente del Señor que nos fortalece y comunica y nos ayuda a vivir en comunión de amor, de vida y misión con Él: “el que  me come vivirá por mí”.

            Finalmente consideraremos la Eucaristía como como presencia de amistad y ayuda de Cristo en el Sagrario, amistad ofrecida y presencia  permanentes de Cristo que nos reúne“para estar con él y enviarnos a predicar”; “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

«HACE FALTA, PUES, QUE LA EDUCACIÓN EN LA ORACIÓN SE CONVIERTA DE ALGUNA MANERA EN UN PUNTO DETERMINANTE DE TODA LA PROGRAMACIÓN PASTORAL»   (N M I 34).

La educación en la oración eucaristica nos dice el Papa debe ser determinante, sobre todo, en sacerdotes y consagrados. Pues bien, hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres… vamos a escuchar a una persona que ha trabajado hasta la muerte con los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles y que nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Mirad qué claro lo dice la Madre Teresa de Calcuta:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor»[7]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad, es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. Pero para seguir actuando y salvando en el mundo necesita de nosotros, sacerdotes, de nuestras humanidades prestadas. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza que el Verbo de Dios, el Hijo amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo,“ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso.

En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne debes vivir en mí, comes mis actitudes y sentimientos y así por mí debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias.

Y entonces Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre con amor extremo hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica por el sacramento del Orden, ya que el sacerdote: «por la imposición de las manos y de la oración consagratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una presentación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15).

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”.  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre. Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad”.Cristo se queda en el Sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora.

Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres en la Consagración; del Hijo que obedece y viene al pan y sigue aceptando y salvando a los hombres muriendo y resucitando por la celebración de la Eucaristía desde la entrega total y primer celebración en la Última Cena; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan consagrado por su amor y poder.           

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del Amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que en definitiva ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que nos da noticias de este amor.

Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza egoista nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta grandeza de luz y tanto amor y tanta entrega gratuita de un Dios-hombre dando la vida por sus criaturas y hermanos.

Es el exceso de luz divina de amor y generosidad, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón humana y limitada, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores sobrenaturales, y por eso hay que purificar, limpiar criterios y afectos, puramente humanos, adecuar las facultades naturales, que diría san  Juan de la Cruz, a las realidades divinas y sobrenaturales.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía llena del amor divino y humano hasta dar la vida por todos nosotros sus hermanos los hombres, tanto como misa, como comunión y presencia, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio y limitado que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta limitación de todo lo humano frente a lo divino, del amor humano y finito frente al amor infinito de Dios infinito, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene para sí y para nosotros.

Como dice San Juan de la Cruz, Dios tiene que obrar, tiene que iluminarnos e instruirnos primero obscureciéndonos por exceso de luz y fuego de amor divino, porque somos finitos y limitados en todo, en conocer, comprender y amar frente a lo divino, y luego, aclarando y encendiendo poco a poco con esa misma luz y fuego de luz divina que nos excede tanto amor y exceso, aclarando poco a poco tanto amor adecuándose a estas nuevas visiones y vivencias; para eso hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y su amor al Padre y sus ansias apostólicas de hacernos hijos de su mismo Padre con su mismo Amor Trinitario de Espíritu Santo.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.

Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él, es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» (N II 3).

Porque uno va viendo la diferencia entre el Amor de Dios, Amor de Espíritu Santo con que Dios se ama en Trinidad y nos ama a nosotros los hombres hasta hacernos vivir su misma vida de amor y felicidad y la diferencia con el amor humano si no se purifica, y si uno se purifica y llega a la unión con Él por la oración elevada unitiva, entonces tampoco lo aguanta y resiste y cae entonces en el éxtasis, en la contemplación, en el quedeme y olvideme de S. Juan de la Cruz.

Aunque san Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico: «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (II N 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo: Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: « ¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro/ pues ya no eres esquiva/ rompe la tela de este dulce encuentro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia, que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar.

Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5).La oración nos hace vivir en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[8]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: «V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

Para saber y comprender la Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el Sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad.

Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, se hizo Pentecostés.

Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica a todos los bautizados, especialmente a los sacerdotes.  

 

22.- LA VIVENCIA DE CRISTO EUCARISTÍA ES LLAMA ARDIENTE DE CARIDAD APOSTÓLICA PERMANENTE

 

Ya lo dijo bien claro el Señor a los Apóstoles que, a pesar de haber estado con Cristo y haberle visto y escuchado, no han llegado a comprender todo su amor a los hombres, y eso que saben que ha dado la vida por nosotros, para salvarnos a todos como se lo había repetido muchas veces sobre todo en la Última Cena.

Hasta que no vino el Espíritu de Amor Trinitario los Apóstoles no sintieron ese fuego y amor infinito en sus corazones que les quitó todos los miedos y temores y abrieron las puerta de la sala donde se habían encerrado con la Virgen Bella que fue la que más les dijo y enseñó en aquellos ratos de oración de su misma experiencia del Espíritu Santo que siendo Virgen la hizo madre, hasta que vino sobre ellos el Espíritu de Amor del Padre y de su hijo-Hijo que les había dicho: “os conviene que yo me vaya…para que venga el Espíritu Santo…Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”, hasta que no vino el Espíritu Santo, no llegaron a la verdad completa de Cristo, de su persona y mensaje y salvación.

La verdad completa de Cristo y su evangelio y sus sacramentos y su vida es sentirla, vivirla, experimentarla, no solo saberla y escucharla, es sentir su persona, su amor, su presencia, sentir la Trinidad en nosotros.  Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor trinitario, en llama viva y apostólica para todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes.  

La verdad completa es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces se acabó el miedo de  los apóstoles y se abrieron los cerrojos y las puertas y predicaron convencidos de Cristo porque el Espíritu Santo les llevó a la“verdad completa”, a sentirla hecha experiencia, llama de amor viva en su corazón.

Entonces, sin estar viendo a Cristo o escuchando su palabra, conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todos los milagros y en la misma  predicación  de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos, sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés.

No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico o bíblico, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa y amada hasta que no se viven. Pablo no vio ni conoció visiblemente a Jesús histórico, pero lo sintió muy dentro por la  experiencia mística, que da más certeza, amor y vivencia que cien apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros apóstoles no llegaron, aunque le habían visto y escuchado y tocado físicamente.

Cuando Dios baja así y toca las almas, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles,  lo cual contrasta con tanto miedo a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Cuántas mutilaciones de la verdad y del mensaje evangélico en los diálogos y en la predicación a gente poderosa en la esfera religiosa, económica o política.

También hoy tenemos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, que viven pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos por la fuerza de la oración y del  sacrificio y comunión eucarísticas, verdaderos pastores de almas, siempre obedientes a la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, sin que se les trabe la lengua.

El profeta verdadero de Dios sabe que siempre que predique las exigencias evangélicas, que condenan a los poderosos y molestan a la masa poco exigente, sufrirá la incomprensión y hasta la muerte de su fama, estima y carrera, porque resulta  «poco prudente» para los instalados de arriba y de abajo. Pero tiene que hacerlo porque no puede traicionar al mensaje ni al que le envía; el amor a Dios y a los hermanos ha de estar sobre todas las cosas: “Si a mí me han perseguido, a vosotros también...”, “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 Y así terminó el Profeta a quien tenemos que imitar. Y  así se salvó y nos salvó. Y así hay que salvar las almas. Así las han salvado siempre los santos, los que pisaron las mismas huellas de Profeta y Sacerdote y Víctima de la misión confiada por el Padre.  Hablando así, siendo profeta verdadero, es posible que no se llegue al poder y a los puestos elevados, porque esto no agrada ni a la misma Iglesia so pretexto de prudencia- prudencia de la carne-, pero Dios es su paga en gozo, juntamente con los salvados por su profetismo verdadero.

            Si los profetas callan, los lobos actuales: muchos políticos sin sentido del hombre y de trascendencia, el materialismo de  los medios de comunicación de correos y wassade, de tantos cantamañanas de la tele y de los tertulianos bufones de las radios irán destruyendo la identidad cristiana, la fe en Dios y en su Hijo, único Salvador del mundo. Al mundo no le salvan los políticos ni los técnicos ni los pseudocientíficos, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Él es el único Salvador del mundo.

 Si los profetas callan, los fieles se quedarán  sin defensa, sin ayuda y orientación,  abandonados en las fauces de estos lobos devoradores de toda bondad y  verdad  cristianas sobre el hombre, la familia, la vida; si los profetas callan, entonces los címbalos sonantes de los medios, huecos y vacíos,  se convertirán en los maestros y sacerdotes de la vida, de la moral y de la familia y no recibirán  la respuesta respetuosa y debida desde la fe y la moral cristianas.

Hay que estar más pendientes y hablar más claro a las multinacionales de la pornografía y del consumismo, a los materialistas del ateísmo práctico, de una vida sin Dios, que son los que quieren gobernar hoy y regular toda la vida de los hombres  con leyes de vida, de educación y de ética  contrarios al evangelio, que fabrican niños, jóvenes y adultos que les puedan votar según sus ideologías y les puedan comprar sus productos inmorales y consumistas fabricados por los poderosos del dinero y,  en definitiva, manipulan todo para que todos  piensen, vivan y se diviertan y se casen y practiquen el aborto y la eutanasia como ellos quieren.

Aquel niño de hace veinte, cuarenta o cincuenta años es el hombre de hoy, el cristiano del divorcio y del adulterio y del aborto, del amor   libre, de las parejas de homosexuales o de hecho, de niños por encargo de laboratorio, el de los bautizos y primeras comuniones y bodas actuales sin fe en Jesucristo.

Hubo muchos silencios y cobardías por parte de la Iglesia, en orientación ética y moral humana, que no era meterse en política, sino orientar sobre las consecuencias previstas de unos votos, que iban a emplearse contra la Iglesia, contra Cristo y su evangelio, contra la moral y la vida. Y así muchos católicos votaron a personas que emplearon esos votos en blasfemar contra Cristo, en perseguir su religión, su evangelio, su salvación, en negar o impedir la enseñanza religiosa, como está pasando ahora.

Ahora ya sabemos a dónde llevaron esos votos y opciones políticas de una mayoría católica. No se puede decir sí y  no a Cristo a la vez, no se puede estar con Cristo y contra Cristo, no podemos ayudar a los que nuevamente lo han crucificado y se mofan de Él, a los que han pisoteado los principios morales reguladores de la familia, del concepto del hombre y de la vida, esenciales para la fe y la vivencia del cristianismo. Todos tenemos que hablar más claro, los seglares, los sacerdotes y  los obispos,  sin tantos documentos puramente oficiales, a veces  tan impersonales, ambiguos e insulsos que no se entienden y aburren, mientras los lobos van destrozando el rebaño de Cristo,  y las ovejas no han tenido a veces quien las defendiera clara y abiertamente. Pero no duele Dios, no duele Cristo, no duelen las eternidades de los hermanos, no duele el proyecto del Padre, la entrega del Hijo, el Amor-gloria de nuestro Dios.

Sin embargo a muchos les duele más  no salir zarandeado en la televisión o en la prensa,  me duele más  mi puesto en la diócesis o parroquia, mi fama que quedaría destrozada por los lobos de turno, que dominan la tele, los medios, la prensa, los pueblos. Qué testimonios tan maravillosos de obispos y sacerdotes tuvimos también en aquellos comienzos de la democracia Pero fueron pocos, muy pocos. Estos sí que hablaron claro y se les entendía perfectamente lo que decían y querían expresar. Pero tristemente la mayoría fueron «prudentes» y esto ha hecho mucho daño y sigue haciendo en la vida religiosa, familiar, simplemente humana en España.

Repito: No nos salva la técnica, ni los medios de comunicación,  ni tanto cantamañanas de la tele, ni el consumismo, ni los políticos, dueños hoy absolutos de la verdad sobre el hombre, la vida, la familia, que tanto daño han hecho con sus leyes y siguen haciendo, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Y esto hay que creerlo muy de verdad, mejor, hay que vivirlo para predicarlo.

Nos hacen falta almas de oración profunda y unión verdadera con el Señor. Y nada de extremismos de ningún tipo ni de gestos llamativos, simplemente hay que predicar el evangelio, a Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Y por favor, no llamar prudencia a la cobardía de la carne. Y hacerlo siempre con entrañas de misericordia, de perdón, de acogida, la misma que Dios emplea con nosotros, en toda la historia de la Salvación, personal y comunitaria.

Para eso, hoy y siempre hay que estar dispuestos a dar la vida, hay que estar muy convencidos para predicarlo, hay que llegar a ciertos niveles de intimidad y vivencia de oración y vida espiritual,  como lo estuvieron desde Abrahán y Moisés hasta los últimos perseguidos, torturados y mártires de nuestra guerra civil. Todos ellos han vivido y profesado los sentimientos de san Pablo, que llegó a vivir y decir convencido: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”, Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.

San Juan de la Cruz, recogiendo sus propias vivencias y la de otros muchos, que se confiaron a él,  lo expresó repetidas veces. Para él vale la pena morir al propio yo, lleno de cobardías e imperfecciones y que busca su comodidad y el no sufrir, aunque  lo exijan Cristo y su evangelio, vale la pena pasar por la noche de la purificación y del dolor de todo lo que no es Dios en nosotros, como lo expresa el santo en la misma nota que pone en su libro de la Noche: «(Nota: «Noche oscura: Canciones de el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Del mesmo autor)» (IN 5). 

El apóstol identificado con JESÚS-CRISTO-VERBO-SALVADOR atrae toda la ternura del Padre, que lo pronuncia y lo llama hijo en el Hijo, y lo recrea y se embelesa contemplándolo en su esencia-imagen, que es su Verbo- Palabra de canción eterna  silabeada y cantada con amor esencial y personal de Espíritu Santo, y lo pronuncia y lo envía eternamente presente en su Verbo eterno y  ha entrado así en el seno íntimo del Ser por sí mismo del infinito ser y amor trinitario participado.

Y por la humanidad  prestada e identificada totalmente con el Verbo-Cristo-Jesús es también “o Kyrios”  Señor, sentado a la derecha del Padre, dispuesto con entrañas de ternura y misericordia a juzgar a los que fue enviado... ¿Quién condenará entonces? ¿Será el Padre que nos envió al que más quería? ¿Será el Hijo que murió por amor extremo? ¿Será el Cristo resucitado, eucaristía perfecta hasta la locura, hasta los extremos de la entrega total?  ¡Oh la gloria del apóstol en el Apóstol por su eucaristía divina, Verbo Eternamente enviado y pronunciado y encarnado con amor de Espíritu Santo en un trozo de pan! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús».

          Cristo, la Iglesia que Él instituyó y quiere,  no necesita tanto ni de organigramas ni de técnicas pastorale, sino de personas que tengan su espíritu y vida, que le amen y se hayan encontrado con Él, como Pablo, Juan, todos los Apóstoles verdaderos que a través de los siglos existieron y seguirán existiendo. Así  lo exigió  y lo predicó en su vida y  evangelio:“sin mí no podéis hacer nada... yo soy la vid, vosotros los sarmientos...el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid”.

Necesitamos testigos del Viviente, que  habiendo experimentado en sí mismo la liberación de sus pecados y el gozo de su encuentro por la oración purificada y un poco elevada, puedan luego decirnos que Cristo existe y es verdad, que el evangelio es verdad, que la vida eterna es verdad, porque la han creído y experimentado por fe viva...y así, luego, puedan comunicarlo  por contagio, con una vida silenciosa, callada y sin grandes manifestaciones llamativas. Vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia. 

Porque todo lo que es amor a Cristo y a su Iglesia, se comunica principalmente por contagio, por contagio del párroco a sus feligreses, del Obispo a sus sacerdotes, como el fuego, con palabras y hechos contagiados de amor quemante. Y hay que contagiar mucho y quemar más de Cristo a este mundo y no quedarnos principalmente en estructuras, medios y reformas puramente externas, que si luego no van llenas de amor a Dios, no son capaces de cambiar el corazón de los hombres.

Quiero ahora citar a un autor moderno: «En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística. ¿Podrá una Iglesia así ofrecer el marco adecuado para que los hombres de hoy puedan tener la experiencia de Dios? Me temo que no. Y me duele tener que hacer esta constatación, porque el mundo de hoy está enfermo de ruidos y necesita urgentemente una cura de silencio, de sosiego, de retorno a los umbrales del ser. ¿Y quién mejor que la Esposa del Verbo Encarnado para enseñar a la humanidad actual los caminos de la recuperación del yo profundo?

Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, discurso homilético y catequético y falta el fuego de la palabra (lenguas de fuego de Pentecostés) que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

El silencio es garantía de eficacia evangelizadora. El siglo venidero pedirá cuentas a unas iglesias que no acertaron a dar la primacía pastoral al cultivo del silencio interior, preámbulo y requisito de todo encuentro vivo con el Señor. Antes y más que los imperativos de un dogma, una moral, un culto, una disciplina, una acción social, debe hoy la iglesia educar en la vida interior, en el camino orante en el seguimiento del carisma contemplativo de Jesús de Nazaret... como la auténtica obediencia (estar a la escucha) de la fe, para llegar así a ser instrumento válido del reino.        Nunca han faltado en la Iglesia, - ni faltan hoy las voces que, proféticamente (es decir, en nombre del Dios vivo) invitan a todos los creyentes a perderse en la aventura del silencio del corazón. Si, según la expresión de D. Bonhoeffer, «la palabra no llega al que alborota, sino al que calla», tenemos que ayudar con todos los medios a nuestro alcance al hombre de hoy (que alborota demasiado) a que aprenda a callar, a escuchar en profundidad, a fin de que pueda ser alcanzado por la Palabra, que quiere engendrar en él vida divina... Juan de Yepes introduciría en sus Dichos de Luz y Amor, 98: «Una palabra pronunció el Padre y fue su Hijo; esa Palabra habla siempre en el eterno silencio y en silencio tiene  que ser escuchada por el alma»[9]

En este punto,  añado unas notas de san Juan de Ávila, escritas con motivo de los Concilios de su tiempo, notas muy interesantes y siempre actuales para la Iglesia Universal y Particular, en las que todo el afán o el principal es a veces reuniones y más reuniones, asambleas, sínodos para  programaciones de apostolado y poco  sobre la espiritualidad de esa misma evangelización, o muy poco  en la reforma y santidad de vida de los seminarios y evangelizadores, que nunca se logrará por decretos, como san Juan de Ávila  afirma en este  memorial primero al Concilio de Trento (1551).

«El camino usado de muchos para reformación de costumbres caídas suele ser hacer buenas leyes y mandar que se guarden so graves penas, lo cual hecho tienen por bien proveído el negocio. Mas  como no hay fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas buenas leyes, y por esto les son cargosas, han por fuerza de buscar malicias para contraminarlas, y disimuladamente huir de ellas o advertidamente quebrantarlas. Y como el castigar sea cosa molesta al que castiga y al castigado, tiene el negocio mal fin, y suele parar en lo que ahora está: que es mucha maldad con muchas y muy buenas leyes». «Saquemos, pues, por estas experiencias en iglesias particulares lo que de estos mandamientos puede resultar en toda la Iglesia, pues que por una gota de agua se conoce el sabor de toda el agua de la mar. Y entenderemos, por lo que vemos, que aprovecha poco mandar bien si no hay virtud para ejecutar lo mandado y que todas las buenas leyes no aprovecharán más que decir el maestro a los niños: sed buenos, y dejarlos. Y esto torno a afirmar que todas las buenas leyes posibles a hacerse no serán bastantes para el remedio del hombre, pues que la de Dios no lo fue. ¡Gracias a Aquel que vino a trabajar para dar fuerza y ayuda para que la Ley se guardase, ganándonos con su muerte el Espíritu de la Vida, con el cual es el hombre hecho amador de la Ley y le es cosa suave cumplirla!

Si quiere, pues, el sacro Concilio que se cumplan sus buenas leyes y las pasadas, tome trabajo, aunque sea grande, para hacer que los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo, lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado, y aún harán más por amor que la Ley manda por fuerza. Mas aquí… los mayores, o no tienen ciencia para guiar esta danza, o caridad para sufrir cosa tan prolija y molesta a sus personas y haciendas..... provéase el Papa y los demás en criar a los clérigos, como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir, y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener buenos hijos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros».alabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en espíritu y verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y  entrega de Cristo al Padre.”

 

23. ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA

 

 (Meditaciones del Retiro Espiritual dado en Madrid al Consejo Nacional de la Adoración Nocturna Española junto con los Directores Diocesanos)

 

La meta y el fin de la presencia eucarística del Señor y de la consiguiente adoración es siempre enseñarnos a vivir su misma vida y actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor, vivir su mismo amor y entrega total a los hombres hasta el fin de los tiempos; sólo el Amor del Espíritu de Dios puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva de la gracia, del amor total. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y  de este modo Eucaristía, Comunión, Presencia y Adoración nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

 

 

1. POR LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA APRENDEMOS Y ASIMILAMOS LOS SENTIMIENTOS DE CRISTO OFRECIDOS EN LA MISA

 

            Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Eucaristica, nocturna o diurna, que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfecto de todas nuestras vidas. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo con sus actitudes pecadoras para llevarnos a la resurrección de la vida nueva en Cristo

            Sin muerte y resurrección de Cristo en la Eucaristía, en la santa misa, no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo presente en el Pan consagrado hasta el final de los tiempos. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía y adorar la Eucaristía, tratar de vivr sus mismos sentimientos y actitudes ofrecidas en la santa misa.

            Todos nosotros tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Pan consagrado, en el Sagrario,  para que una vez creída y conocida su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y para qué está ahí, para tratar de vivir en nosotros esos mismos sentimientos e ir comulgando poco a poco con su misma vida.

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo en nosotros, adoradores nocturnos o diurnos; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque cuesta y se tarda tiempo en aprender este lenguaje de conversión, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la vida y sentimientos de Cristo Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestro ser y existir, no por puro conocimiento o teología o liturgia ritual o rezos, sino por sentir la irrupción de Dios en nosotros, al tratar de ir viviendo su misma vida o que El viva en nosotros vaciándonos de todo lo que impida su presencia en nuestra alma y nuestras vidas.

            No olvidemos nunca que la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive y en la medida en que dejamos que poco a poco Cristo viva en nosotros su vida de amor total al Padre y a los hombres nos vaya transformando por dentro y por fuera--, esto es la conversión-- y esto cuesta tiempo y esfuerzo diario de santificación y transformación en el Cristo comido y comulgado no solo en el pan sino en su misma vida y sentimientos. Quitar el yo personal vaciándonos de los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración eucarística del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración total, sacrificando y entregando su vida.

            Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre,  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”.

             Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana y esta, en latín, años 1940, antes del Vaticano II, y el resto del día, las iglesias permanecían abiertas todo el día para la oración y la visita.

Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, aprendieron a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y viviendo una noche de la fe, sobre todo, eucaristica. Queridos hermanos, hay que rezar mucho para que pase pronto esta crisis en el mundo actual cristiano. Cristo vencerá e iluminará la historia como en otras épocas de la humanidad porque su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose por nosotros y por el mundo y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda mediante la misa, la comunión y la presencia eucaristica que nosotros adoradores nocturnos y diurnos adoramos con fe, esperanza y amor.

            La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual y cristiano de la salvación del mundo y de los hombres. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Jesucristo Eucaristía, dando su vida por nosotros en la santa misa como único Salvador del mundo y de los hombres y permaneciendo después en todos los Sagrarios de la tierra en el Pan consagrado con estas mismas disposiciones de amistad con todos nosotros y de salvación del mundo que nosotros, adoradores, imploramos durante nuestros ratos de oración en su Presencia.

La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia entre nosotros, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres y que, después de la santa misa, continuamos visitando y adorando al Señor para que Él nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

Es ésta claramente la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros y el mundo entero en la santa misa que nosotros vivimos y la prolongamos en la Adoración Eucarística.

            Por esta causa, una vez celebrada la santa misa, nosotros le seguimos adorando en su presencia eucarística en el Sagrario o en la santa Custodia, con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística en la adoración y visitas al Santísimo en el Sagrario o la Santa Custodia; lo hago, para poner indicadores de este camino de diálogo personal, de oración, de ofrecimiento, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa y en todos los Sagrarios de la tierra; es una especie de mistagogia o iniciación para ser adorador consciente y piadoso de Jesucristo Eucaristía en nuestros tiempos de Adoración Nocturna o Diurna, en las Visitas al Santísimo de nuestras iglesias y parroquias.

 

 

 2.- LA EUCARISTÍA COMO MISA HACE PRESENTE TODA LA VIDA DE CRISTO, especialmente su pasión, muerte y resurrección que Cristo por medio del sacerdote hace presente y la ofrece como salvación de la humanidad. Luego, con esas mismas intenciones y actitudes de la misa, de su pasión, muerte y resurreción, continúa en su presencia eucarística en la Hosti santa que nosotros adoradores adoramos y comulgamos y que con esas mismas disposiciones de Cristo permanece en todos los Sagrarios de la tierra donde seguimos adorándole y nos enseña a recordar y vivir su vida,   haciéndola presente: “y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mi”

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada en la santa misa, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

3.- UN PRIMER SENTIMIENTO QUE NOS ENSEÑA EL SEÑOR: OBEDECER AL PADRE HASTA LA MUERTE

 

  Este es un sentimiento esencial en nosotros cuando celebremos y participemos en la Eucaristía y cuando le adoremos después en el Pan consagrado: Yo también, como Tú, Cristo, quiero adorar y obedecer al Padre hasta la muerte. 

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucaristía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos egoistas y ambiciones, sacrificándolo todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva contigo de hijo amado de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo contigo; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo  intento y me esfuerzo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la presencia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y catequesis.etc… y le pide ayuda en estos ratos de adoración nocturna o diurna.

 

 4.- OTRO SENTIMIENTO EUCARÍSTICO: SEÑOR, QUIERO HACERME CONTIGO OFRENDA AL PADRE.     

                                                                                 

            Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» ( LG.5). Los que participamos en la Eucaristía debemos ofrecernos al Padre como Cristo lo hizo en la Cena y en el Calvario y lo hace presente en cada misa; en estas actitudes de Cristo debemos participar nosotros cuando celebramos o participamos en la misa y en la comunión y continuarlas luego en la Adoración de Cristo.

            La presencia eucarística del Señor en la santa Custodia o en el Sagrario es una prolongación de esa ofrenda de Cristo que ha hecho presente en la santa misa. El diálogo podía coger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como Tú, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad, vivir mi vida “in laudem gloriae Ejus”.

            Quiero hacerme contigo una ofrenda agradable a la Stma. Trinidad: mira, en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo al Padre, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado en mi ser y existir contigo,  quiero vivir sólo como Tú para los intereses del Padre o mejor que Tú los vivas en mí con tu mismo amor, tu misma vida a través de mi cuerpo y alma, con tu mismo fuego, con tu mismo amor de Espíritu Santo de Amor a Dios y a los hombres, mis hermanos; ayúdame, Señor, para eso estoy aquí y te adoro y quiero comulgar contigo para comulgar en tu misma entrega al Padre que haces presente ahora en la santa misa, en este eucaristía, hasta decir con  san Pablo: “ya no soy yo,  es Cristo quien vive en mí...” .

            Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú  destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre de amor y salvación a los hombres, Señor, aquí tienes ahora la mía...; trátame con cuidado, Señor, mira que soy muy débil, tú sabes que me echo enseguida para atrás, porque me da horror sufrir, ser humillado, ocupar los segundos puestos, soportar la envidia, las críticas injustas... quieros prestarte mi humanidad hasta poder decir: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.   Tu humanidad ya no es temporal, es un trozo de pan consagrado; pero conservas totalmente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, de entonces y de ahora, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca a dar la vida por los hermanos como Tú, por eso estoy aquí, por eso he venido a tu presencia,  para que me ayudes adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, salvando a mis hermanos los hombres con amor extremo, hasta dar la vida.

            Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a ti.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

 

 5.- OTRO SENTIMIENTO DE CRISTO EN LA EUCARISTÍA: “ACORDAOS DE MÍ”:

 

      Señor, quiero acordarme... Otro sentimiento, que no puede faltar al adorar al Señor en su presencia eucarística, está motivado por sus palabras: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística; me quiero acordar de toda tu vida, desde  tu Encarnación hasta  tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo el evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega.

Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos ahora que estoy en tu presencia; quiero acordarme especialmente de que viniste y entregaste toda tu vida por mí y por todos, desde que naciste hasta que moriste... cuánto me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...“Éste es mi cuerpo… Esta mi sangre derramada por vosotros.”.

            Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración en tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te rebajas tanto, por qué me buscas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa como la tuya azotado, clavado en la cruz y abandonado por los tuyos, por todos los que morías, menos de tu madre y el apóstol Juan.

            Cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre, porque me ama y me ha elegido para vivir una vida de gozo eterno e infinito en tu misma vida y gozo trinitario: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”. Padre eterno,  mientras otros hombres posibles no existirán, yo y todos los hombres, una vez que existo, que existimos, Tú has querido que Jesús muera para que todos tengamos una vida eterna de felicidad contigo, todos los hombres; la Santísma Trinidad me valora más que todos los hombres hasta querer que el hijo Jesucristo muera para que todos tengamos vida eterna de felicidad con Dios Trinidad; yo, tú, querido hermano vales algo infinito para el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; para el Padre que te soñó para una eternidad de amor y felicidad y una vez caído entregó a su propio Hijo-hijo para reabrirte las puertas de la Salvación; vales infinito para el Hijo-hijo que obedeció al Padre y lo realizó con Amor del Espíritu Santo.

 Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... qué te puede dar el hombre que Tú no tengas…si yo soy pura criatura… te amo, te amo, te amo.     Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado;  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios y lo tienes todo, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor, Señor, y mi cariño lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para mí, para una simple criatura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo.

6.-  EN EL “ACORDAOS DE MÍ...”, ENTRA LA CARIDAD FRATERNA: EL AMOR DE CRISTO A LOS HERMANOS

 

Debe entrar también el amor a los hermanos. No olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

            Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte y para eso, para hacerlo como tú quieres y lo hiciste, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se reparte a todos como Tú, que te das para ser comido por todos sin distinciones y excepciones o privilegios.

            “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el Pan consagrado me acuerdo de Ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar a los hombres, sus  hermanos. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavando los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz, si fuese necesario, como Tú lo hiciste y lo renuevas en cada misa y perpetuamente en el Sagrario, quiero aprender y practicar por medio de la Adoración noturna o diurna, por la visitas al Sagrario, estas lecciones de amor y perdón que Tú nos das y nos sigues enseñando en la Adoración Eucarística.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí estos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado a veces en mi  vida.

Señor, cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, Señor, quiero acordarme de Ti, ayúdame a perdonar y olvidar, que yo solo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia y ayuda, necesitado siempre de tu amor.

            Cristo Eucaristía, cómo me cuesta a veces olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidando y perdonando,  olvidar y amar: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”, Señor, yo solo no puedo, pero sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar así, como Tú, amando, perdonando, olvidando siempre...si no lo hago:“Esto no es comer la cena del Señor...”; por eso  estoy aquí,  adorándote, comulgando contigo, con tus sentimientos, porque Tú lo dijiste bien claro en la Última Cena: “una mandamiento nuevo os doy, que os améis unos a otros como yo os he amado… el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega, aunque me cueste. Ayúdame, Señor, por eso estoy aquí adorándote, comulgando…Tú lo puedes todo.

            “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuando decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y nos abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

            ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, me acuerdo sí, me acuerdo de ti y te adoro y te amo aquí presente en el Pan consagrado o en el Sagrario. ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarística o visitándote en el Sagrario, cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia del Dios Amor, como dice san Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

 

 

7.-  ¡SEÑOR! YO TAMBIÉN, COMO JUAN, QUIERO RECLINAR MI CABEZA SOBRE TU CORAZÓN EUCARÍSTICO…

 

Quiero aprenderlo todo de Ti en la Eucaristía, de la Eucaristía  y por la Eucaristía, reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora y de siempre, que sigue hablándome en mis ratos de Adoración Eucarística, como en la celebración o comunión siempre de Cristo Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y Plegaria Eucarística? Así está escrito en el Misal con que la celebramos ¿No es la Plegaria Eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio y sin ella no hay consagración del pan en el Pan eucarístico, en el Cuerpo de Cristo?

            Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado en S. Juan de la Cruz en el estudio que hace de la oración y de sus diversas etapas, cuanto más elevada es la oración del orante, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario sin meditaciones y palabras.

            Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...”. Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡Cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reservas!

En el fondo, liturgia, vida y  oración  es lo mismo; la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia.  Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad y si no se entra dentro no hay liturgia plena, completa y verdadera. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

            Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos y ceremonías de esta forma o de la otra. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino solo como caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre.

Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda ciencia trascendiendo».

            En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario, Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...”, de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo con vosotros como hijos en el Hijo del Padre con Amor de Espíritu Santo; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, transformativa.

             “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y soñados po el Padre y que me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el Sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el Sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

            “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria-presencia del Espíritu Santo, este recuerdo-presencia eucarística, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del misterio eucarístico y del pan consagrado y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fin y la razón de ser de las mismas.

            “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta san Juan de la Cruz:

«Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche. (A oscuras de  sentidos, sólo por la fe).

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas

y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche».   (Noche de fe: S.Juan de la Cruz)

 

 

APÉNDICE

 

Querido lector de este libro, quiero terminar  esta reflexión y este libro sobre nuestro Cristo Jesús Eucaristía, todo amor loco y apasionado a sus hermanos los hombres, Dios infinito hecho pan de amor por ti y por mí y por todos, como lo empecé; quiero terminarlo repitiéndole con amor lo que te dije al principio de este libro y te digo ahora al final y le digo todas las mañanas en mi rato de oración y le diré en el cielo eternamente contigo.

 

2.- LA PRIMERA ORACIÓN EUCARÍSTICA QUE ESCRIBÍ ANTE EL SAGRARIO DE MI PRIMERA PARROQUIA

 

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» --vivencia eucarística--, que escribí junto al Sagrario de mi primer destino apostólico, Aldeanueva de la Vera, allá por el mes de diciembre del 1960, hace ya  más de sesenta años, porque me ordené el 11 de junio del 1960.

La escribí en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos que junto al Breviario me lo llevaba siempre a la iglesia en los primeros años de mi sacerdocio para escribir lo que el Señor me decía en la oración, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere--. Y ahora  paso a exponerla tal y como la tengo escrita:        

«Jesucristo Eucaristía, Tú sabías que serían muchos los que

no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres...

Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo. Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y a pesar de todo te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión, porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo, y, sin embargo,  te quedaste; ¡cuánto nos quieres, cuánto nos amas y nos buscas y esperas!

¡Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario de la tierra, siempre con el mismo amor, la misma entrega...eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo! Qué bueno eres, Jesucristo amado, cuánto nos quieres, Tú sí que nos amas de verdad, nosotros no sabemos amar así, por eso no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos más limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto,  hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí; Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas, qué puede darte el hombre, si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo; no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Última Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:“Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros... Tomad y bebed, esta es mi sangre, que se derrama por muchos...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor ¡lo he sentido tantas veces! toda esta entrega, toda esta emoción la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él  en el círculo del Amor Trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo;  y también te entregaste y te quedasta en el Sagrario para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega.

 

*************************************

Jesucristo, Eucaristía divina, Canción de Amor del Padre, revelada en su Palabra hecha carne y pan de Esucaristía con Amor de Espíritu Santo.

Jesucristo, Eucaristía divina, Templo, Sagrario y Morada de Dios Trino y Uno en la tierra ¡Cuánto te amo y te deso, cómo te busco, con qué hambre de Tí camino por la vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte, para tener la luz del camino, de la Verdad y de la Vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero adorarte, para cumplir la voluntad del Padre como Tú, con amor extremo, hasta dar la vida!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!

Y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo, sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de amor del Espíritu Santo.

*****************************

            Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, Sacerdote único del Altísimo y Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre. Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo hasta dar la vida y quedarte ahí en el Sagrario para siempre, en intercesion y oblación perenne al Padre, por la salvación de los hombres, tus hermanos.

¡También yo quiero darlo todo por Ti y permanecer contigo implorando la misericordia divina sobre mi parroquia, sobre la  iglesia y sobre el mundo entero! ¡Yo quiero ser y existir sacerdotal y victimalmente en Ti; yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tu lo eres todo, yo quiero que lo seas todo!

¡Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia y adoración del Padre¡ yo creo en Ti!

¡Jesucristo, Sacerdote y Salvador único de los hombres, yo confío en Ti!

            ¡Tú eres el Hijo de Dios, el Único Salvador del mundo ¡qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo, vivir en tu misma casa, bajo tu mismo techo!     ¡Gracias, Señor!

Altar, Sagrario y Expositor de mi querida parroquia de San Miguel de Jaraíz de la Vera, donde hice mi primera comunión, ayudé como monaguillo, nació y se alimentó mi vocación sacerdotal y celebré mi primera misa.

 

INDICE

 

PRÓLOGO ……………………….…….......................………..…5

INTRODUCCIÓN.........................................................................  7

1. LA ORACIÓN EUCARÍSTICA ES «TRATAR DE AMISTAD» CON JESÚS EUCARISTÍA……………….…………………… .13

2.- LA PRIMERA ORACIÓN EUCARÍSTICA QUE ESCRIBÍ ANTE EL SAGRARIO DE MI PRIMERA PARROQUIA……...20

3.- MI ORACIÓN DEL JUEVES SANTO ANTE JESUCRISTO EN LA SANTA CUSTODIA DEL MONUMENTO…………..23

4.- NECESIDAD DE UNA FE VIVA Y PURIFICADA PARA EL ENCUENTRO  PERSONAL CON CRISTO EUCARÍSTÍA….37

5.- ORAR EN VERDAD ES TRATAR DE AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS………………………………..43

6. PARA LLEGAR A LA UNIÓN CON DIOS HAY TRES VERBOS QUE DEBEN ESTAR UNIDOS: ORAR, AMAR Y CONVERTIRSE………………………………………….……. 50

7.- VIVIR LA EUCARISTÍA PARA PODER COMUNICARLA58

8.- EL SAGRARIO EN LA VIDA DEL SACERDOTE……….61

9.-  LA IGLESIA NECESITA SACERDOTES MONTAÑEROS DEL SAGRARIO ASCENDIDOS POR  LA ORACIÓN EUCARÍSTICA…………………………………………….…..71

10.- LOS SACERDOTES NECESITAMOS EXPERIENCIA DE LO QUE CREEMOS, PREDICAMOS Y CELEBRAMOS ……81

11.- ¿POR QUÉ QUISO CRISTO PERMANECER JUNTO A NOSOTROS EN EL SAGRARIO? ……………………………..86

12.- PARA ENSEÑAR EL CAMINO EUCARISTICO HAY QUE RECORRERLO Y VIVIRLO PRIMERO……………………….93

13.- NECESIDAD ABSOLUTA  DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA EN LA VIDA SACERDOTAL……………… 103

14. EL SAGRARIO ES EL MEJOR CAMINO DE ORACIÓN Y ENCUENTRO CON CRISTO EN LA TIERRA ………….…..114

15.- CRISTO EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR MAESTRO DE ORACIÓN……………………………………………….…….. 119

16. LA EUCARISTÍA HACE YA PRESENTE TODA LA VIDA  DE  CRISTO Y LA ESCATOLOGÍA …………..…..………..132

17.- LA EUCARISTÍA ES  SACRAMENTO DE CRISTO POR EL SACERDOTE  PRESENCIA DE CRISTO………………..137

18. LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO ES EL MEJOR CAMINO DE SANTIDAD- APOSTOLADO SACERDOTAL.143

19.- LA PEOR POBREZA DE LA IGLESIA Y DE UNA PARROQUIA ES LA POBREZA EUCARÍSTICA: MISAS, COMUNIONES Y SAGRARIOS ABANDONADOS……….  156

20.- LA LICENCIATURA EN ORACIÓN EUCARÍSTICA SE CONSIGUE POR LA ORACIÓN-CONVERSIÓN..………… 161

21.- EL DOCTORADO EN ORACIÓN EUCARÍSTICA ES  “SER Y VIVIR  EN CRISTO EUCARISTÍA”  POR LA MISA, LA COMUNIÓN Y PRESENCIA EUCARÍSTICA…..…….……. 175

22.- LA VIVENCIA DE CRISTO EUCARISTÍA ES LLAMA ARDIENTE DE CARIDAD APOSTÓLICA………………….  182

23. ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.192

Gonzalo Aparicio Sánchez es párroco de San Pedro en Plasencia, profesor de Teología Espíritual en el Instituto Teológico del Seminario y Canónigo Penitenciario de la S.I. Catedral.  Hizo sus estudios en Plasencia y en Roma: Doctor en Teología Dogmática, Licenciado en Teología Pastoral y Diplomado en Teología Espiritual por Roma y en Teología Moral por Madrid.Su pasión desde siempre es la pastoral parroquial donde cultiva grupos de hombres, mujeres, matrimonios y hasta niños de primera comunión, con el convencimiento de que  la comunidad  cristiana y humana debe ser fermentada por pequeños grupos semanales de Formación y Vida Cristiana, que se componen de tres partes principales: Escucha compartida y meditada del   Evangelio del domingo; revisión de vida personal de la oración diaria, caridad fraterna y conversión de vida; terminando con  la parte doctrinal y teológica del libro pertinente que esté leyendo el grupo. D. Gonzalo, como fruto principal de su vida de oración y de sus estudios así como de sus clases de Teología Espiritual en el Seminario y en sus grupos de oración de la parroquia ha publicado varios libros, preferentemente sobre Teología y Espiritualidad Eucarística y Sacerdotal y sobre la Oración Eucarística para ayuda del pueblo cristiano, sobre todo, de sus hermanos los sacerdotes.



[1]JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta., Sal Terrae , Santander  2002, p. 91.

[2]Liturgia de las Horas, tomo III, págs. 1391-93, De las oraciones atribuidas a Santa Brígida.

 

[3]ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae, Santander  2002, págs. 93-94).

 

[4]Discurso de Juan Pablo II  dirigido al Capítulo General de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002.

[5]Audi, Filia, 75

[6]Plática 30.

[7]JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae, Santander  2002, p. 79

[8]NMI 38.

[9]ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de ti: Sal Terrae, Santander  2002.  págs 101-102.

Martes, 30 Enero 2024 10:22

LA IGLESIA NECESITA Sacerdotes SANTOS

              GONZALO  APARICIO  SÁNCHEZ


                                     (3ª edición)

LA IGLESIA  NECESITA

Sacerdotes  SANTOS

 

REFLEXIONES SACERDOTALES MIRANDO AL SÍNODO

 

«El cristiano del siglo futuro será un místico o no será cristiano». (K. Rahner)

  

 

Parroquia de San Pedro. Plasencia.- 1966-2018

 

 

 

 

 

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA IGLESIA NECESITA OBISPOS Y Sacerdotes  SANTOS

 

 

 

«El cristiano del siglo futuro será un místico o no será cristiano» (K. Rahner)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

¡Ven, Espíritu Santo, te necesitamos!

¡Te necesita tu Iglesia santa!

 

 

 

 

Edibesa.

Madrid. 2010

 

 

 

 

 

 

 

 

INTRODUCCIÓN

 

LA  IGLESIA NECESITA SACERDOTES Y OBISPOS SANTOS,

 

           Siempre los ha necesitado y el Señor lo dijo muchas veces: “Quien quiera ser discípulo mío…Sed santos, como vuestro Padre celetial es santo…etc…. “, pero ahora más que en otros tiempos, debido al materialismo, ateismo e increencia reinante en vidas, medios, radios y televisiones.

           Por eso el título completo de este libro tal como lo tengo en mi mente y en mi corazón grabados sería: LA  IGLESIA NECESITA OBISPOS Y SACERDOTES SANTOS  CON EXPERIENCIA DE LO QUE SON, PREDICAN Y CELEBRAN; pero por brevedad he puesto el que está porque en mi vida sacerdotal y en mis ratos de oración  con Cristo Eucaristía he descubierto que el más necesita esta santidad soy yo, para vivir unido a Cristo en su ser y existir sacerdotal. Y para eso he comprobado por la palabra del Señor y por mi propia vida sacerdotal que el mejor camino es la oración personal y diaria y eucarística. Y en este sentido he publicado algún libro.

La iglesia, desde su origen junto a Jesús: “sin mí no podéis hacer nada; yo soy la vid, vosotros, los sarmientos…” siempre los ha necesitado, pero ahora más por las circunstancias actuales.

Y también madres santas, madres sacerdotales, que sembraban la fe y cultivaban la vocación rezando con sus hijos desde el seno materno: Años 1940- 80 en toda España, en todas las diócesis, seminarios a tope, iglesias llenas diariamente en la misa, sagrarios visitados todo el día, incluso en siesta.

La Iglesia necesita santidad porque Cristo así la quiso e instituyó, porque así fueron los primeros apóstoles, obispos y sacerdotes y cristianos, unidos a Cristo, como canales de la gracia y de la salvación,  y elegidos por Él para ser prolongación de su mismo ser y existir sacerdotal, encarnaciones en otras humanidades de Cristo Sacerdote y Único Salvador del mundo.

Esto es  de lo que estoy convencido y quiero decirme y exigirme a mí mismo, el primero, pero en voz baja, porque es duro y doloroso, aunque suficientemente alto, para que todos  puedan oírlo.

La Iglesia actual y de todos los tiempos, tanto arriba como abajo, en la cabeza como en los miembros, por ser prolongación de Cristo, necesita santidad, unión de vida y amor con Cristo; LA IGLESIA ACTUAL NECESITA SANTIDAD, EXPERIENCIA DE DIOS, experiencia de la fe, de lo que cree y celebra, experiencia mística por la oración.  

            Esto mismo te lo puedo expresar con otros nombres y afirmaciones, que repetimos en momentos oportunos, pero que no practicamos ni vivimos mayoritariamente. El problema de la pastoral de la Iglesia no es problema de pastoral sino de pastores; como el problema de la catequesis en la Iglesia no será problema de catequesis, sino de catequistas: la catequesis es el catequista; y el problema del apostolado de la Iglesia será siempre fundamentalmente problema de apóstoles, formados e identificados con Cristo sacerdote en santidad y unidad de su ser y existir sacerdotal, junto al Corazón del Único Pastor y Sacerdote, Jesucristo que “llamó a los quiso para que  estuvieran con Él y enviarlos a predicar”; el estar con Él es condición fundamental y esencial para ser apóstol y hacer apostolado cristiano, conforme al Corazón de Cristo, es decir, la oración es prioritaria a la misión; oración personal que me lleve a la conversión total en Él, a su  vida y sentimientos y Caridad Pastoral, que no es mi amor sino el amor de Cristo Pastor actuando a través de mi humanidad que se la presto para identificarme totalmente con su ser y existir y actuar  sacerdotal. 

            Yo tengo que amar con el mismo amor de Cristo o si prefieres, yo tengo que prestar toda mi humanidad, todo mi ser y existir a Cristo, para que Él pueda prolongar en mí y por mí, su salvación; y esto, todos los días de mi vida, tanto por la gracia del bautismo como del Orden sacerdotal.

            Pero para eso, necesito que Cristo me comunique su caridad pastoral, su amor, porque yo no sé amar así, yo no lo tengo ni puedo fabricar ese amor “hasta el extremo” al Padre y a los hombres; y para eso necesito pedírselo todos los días, tratar todos los días de conocerlo en profundidad y en verdad, necesito hablar, revisar, encontrarme con Él, necesito oración permanente: «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama».

            Para vivir este amor y realizarlo en mí y en mis hermanos, necesito de la oración permanente que me lleve a la conversión permanente, porque hasta media hora de haber muerto no estaré convencido de que he dejado de amarme a mí mismo más que a Dios. Son las consecuencias del pecado original. Y eso, es la santidad, la unión total de amor con Dios de todo bautizado o la identidad total con el ser y existir sacerdotal de Cristo..

            Y al vaciarme de mí mismo, viene la experiencia del Dios vivo, de Cristo vivo, vivo y resucitado, “que estaba muerto” para mí; viene el gozo y la vivencia de lo que creo, predico, celebro, porque Dios Uno y Trino me habita y me llena, porque me he vaciado de todo mi «yo» y lo mío. Es que no somos conscientes de esto, de que esto es lo impide la experiencia mística, la experiencia de Dios en nosotros; porque estamos tan llenos de nosotros mismos que no cabe  Dios, ni la vida de Cristo, ni los sentimientos y el amor de Cristo, porque se lo impide mi «yo», el amarme a mí mismo más que a Dios y a todos los hermanos: de esta forma no dejo a Dios que sea Dios y Señor de mi persona y facultades; el dios de mi vida soy «yo» y me doy culto de la mañana a la noche, incluso en las cosas de Dios, sin ser consciente de ello, si no tengo ratos de oración y encuentros sinceros con Dios, que siempre se convierten automáticamente en ratos de oración-conversión-amor a Dios sobre mí mismo y todas las cosas.

            Por eso, donde digo experiencia de Dios, quiero poner y decir igualmente santidad, oración, unión con Dios, conversión, humildad-andar en verdad, vida espiritual, “verdad completa”, esto es, VERDAD de Cristo y AMOR de Espíritu Santo, apóstoles identificados con Cristo, con el Espíritu de Cristo, acciones y vida según el Espíritu Santo, apóstoles con vida mística  y amor total a Dios sobre todas las cosas, con experiencia de lo que somos, predicamos y vivimos.

            Son realidades cristianas que no veo ahora con frecuencia en la Iglesia. Por eso, le falta hermosura y belleza divina y atractivo a la Iglesia actualmente, a las Diócesis, a las congregaciones religiosas, a los sacerdotes y cristianos en general; existen, pero necesitamos más santidad, más santos que nos entusiasmen con Cristo y su Iglesia, desde su conocimiento y amor sentido y experimentado en y por la oración, por el encuentro diario y afectivo con Cristo, sobre todo, en el sagrario. Que sí, que los hay.  Pero debieran ser más abundantes, debiera ser el aspecto y la faz común y ordinaria y más admirada del cristianismo, sobre todo de los sacerdotes y consagrados, incluso por los no creyentes.

            La santidad, la experiencia de lo que creemos y celebramos, es la mejor apologética de la existencia y vida de Dios; el mejor argumento para que la gente crea y se haga cristiana y siga esperando en Dios superando pruebas, “viendo cómo se aman”, y amen a Dios y a los hermanos, “hasta el extremo”, porque es Cristo mismo, desde la espiritualidad bautismal y sacerdotal, vida de su Espíritu Santo en nosotros, el que lo realiza a través de nosotros.

            Comprendo que parte de lo que voy a expresar en este libro es duro, pero es la realidad misma, tal y como yo la veo. Es duro, porque exige en todos nosotros, en mí, el primero, mayor humildad, mortificación, el cambio de proyectos y deseos y oscuridades de lo natural por las virtudes auténticas y verdaderas y sobrenaturales de fe, esperanza y amor purificadas por las noches de san Juan de la Cruz, que nos unen directamente con Dios porque vienen y se apoyan solo en Él;  es duro porque, aún suponiendo la «prudencia» de los teólogos de turno y la lucha continua y permanente en la Iglesia “entre el espíritu y la carne”, no es cuestión de cinco, diez o quince años lo que exige esta reconversión y santidad permanente y fomentada siempre por los santos pastores de turno en la Iglesia sino de toda una vida vivida en amor y conversión permanentes por medio de la oración-conversión diaria, en términos sanjuanistas por la meditación-contemplación-unión, y yo añado preferentemente ante el Sagrario.

             Se ha descuidado mucho en estos tiempos, incluso en los seminarios y casas de formación, por parte de los sacerdotes y congregaciones consagradas al Señor, se ha descuidado mucho la santidad, el concebir la vida humana y cristiana como una aspiración permanente a la vida eterna de unión y felicidad en Dios, que se inicia ya en la tierra  y para la que hemos sido soñados y creados por el Padre, por el Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos abrió la puerta de amistad y felicidad trinitaria, que realiza únicamente el Santo Espíritu, el Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre... la vida eterna es que “te conozcan a Ti único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo”,

            Y llegar a la conversión permanente, a la santidad, a la experiencia de Dios, no es cuestión de una operación rápida, por la que te quitan el cáncer y punto; por ejemplo, convocar un nuevo Concilio o Capítulo general de la Orden y ya está solucionado; o a nivel personal, convivencias, una tanda de ejercicios espirituales…; además, esto es poner el cáncer fuera de nosotros, y no es así, porque nosotros somos esa Iglesia, y también, porque para todo esto, primero hay que reconocerse enfermo, con el cáncer del pecado original, del yo, de  la mediocridad espiritual, y luego, tratar de curar esta falta de santidad cada uno personalmente. Y digo mediocridad espiritual, porque en este libro no me refiero a pecados graves, como estos de la pedofilia y otros de los que tanto se habla actualmente por parte de los medios, sino del instalamiento, de la falta de santidad, de tensión a la perfección espiritual.

            Tenemos además muy cerca la experiencia del Vaticanos II. Alguien ha dicho «que si el Concilio de Trento provocó un despertar, una sacudida, un extraordinario golpe de riñones a un organismo que parecía echado a perder, fue porque aquellos documentos fueron tomados en serio y hechos realidad por una multitud de santos. En cambio, si las consecuencias del Vaticano II han sido capaces de provocar las quejas de un Papa que lo había deseado, Pablo VI («nos esperábamos una primavera y ha llegado un invierno»), es porque sus indicaciones han sido gestionadas por teólogos, por intelectuales»[1].

            Por lo tanto, esto que quiero decir y expresar, supone en la misma Iglesia, Diócesis, Congregaciones, Institutos, Órdenes religiosas, Seminarios, casas de formación o noviciados y en la Iglesia, -- por aquello de “si la sal se vuelve sosa, con qué la salarán, no sirve más que para que la tiren fuera y la pise la gente”-- supone, repito, una conversión personal, un cambio doloroso y largo, el cambio del Espíritu de Dios sobre la carne, la prioridad de Dios y santidad y unión con Dios y seguimiento de Cristo en humildad y servicio sobre la prudencia y mediocridad del mundo y de la carne encarnada a veces en nosotros; como resultado  esta reconversión personal, sin apoyos doctrinales o ejemplos externos, se hace más penosa y antipática, no deseada, porque hay que hacerlo personalmente desde sólo  Dios amado sobre todas las cosas y todos los días, y siempre desde la oración o encuentro personal desde la meditación del evangelio o lo que te ayude a la oración, a veces sin apoyos institucionales y reconocidos que antes existían con más abundancia y visibilidad. Y reconozco que el Papa Benedicto XVI, algunos Obispos y Congregaciones están hablando y actuando muy claro en este sentido últimamente. Lean los discursos del Papa Benedicto a Obispos, institutos..., la Congregación del Clero... etc.

            Me cuesta escribir este libro también,  porque este tipo de escritos no reporta alabanzas ni honores personales; pero siento algo en mi que me empuja a hacerlo por amor a Cristo y a su Iglesia y a mis hermanos sacerdotes y consagrados; alguien  me empuja a ser profeta, y no me gusta,  porque sé que decir cosas desagradables, ser profeta, aunque sea  en el nombre del Señor, sin que se me trabe la lengua, lleva consigo incomprensiones, críticas, sufrimientos; tengo experiencia.

            Y me cuesta finalmente hacerlo porque sé que todo depende del concepto que cada uno tenga de Cristo, de Iglesia, de santidad y apostolado. Y el concepto que cada uno tiene de apostolado e Iglesia, es el que tiene personalmente de Cristo; y el concepto que tenemos de Cristo, no es el que uno aprendió en teología, sino el que cada uno tiene y vive por la relación personal y diaria con Él por la oración y la eucaristía, por la unión, santidad y experiencia de amistad personal con Él. Si esta nos existe, todo se olvida.

            Así que, a pesar de todo esto,  hablaré de lo que veo en mí mismo y  trato de superar en mí vida personal por una conversión permanente y luego, desde aquí, trataré  ayudar y dar un poco de luz y ánimo a mis hermanos, a todo bautizado, pero especialmente a sacerdotes, religiosos, seminaristas…que quieran y lo necesiten.

            Entre todos hemos de dar más belleza, atractivo y hermosura a esta Iglesia nuestra actual, incluso para los no creyentes, para “viendo vuestras buenas obras den gloria y alaben al Padre Dios del cielo”.

 

 

1.- LA IGLESIA SIEMPRE NECESITA SANTIDAD, UNIÓN TOTAL CON DIOS PARA SER Y EXISTIR

 

             Constato, por ejemplo, que la Iglesia actualmente  tiene buenos teólogos y pastoralistas, buenos pastores y  ovejas, pero faltan santos, santidad, somos mediocres; nos sobra oficialidad y nos falta fervor, piedad, santidad, en vida personal y apostólica; mucha profesión y dinámicas y organización y reuniones, pero falta Espíritu Santo, vida espiritual, vida según el Espíritu; faltan santos; falta experiencia de Dios, no sólo en la parte baja de la Iglesia sino en su parte más alta: Obispos, sacerdotes, religiosos, consagrados, responsables, catequistas.

            Y falta esta experiencia personal o gozo o certeza de verdad en Dios o santidad o perfección o vida espiritual según el Espíritu de Cristo que nos amó y se entregó “hasta el extremo”, porque nos falta encuentro personal de amor, de amistad, de oración personal con Él, no meramente oficial y litúrgica, sin encuentro personal de amor y experiencia gozosa de lo que somos, predicamos o celebramos. Y el camino único es la oración, oración, oración-conversión-amor sobre todas la cosas a Dios, nuestro principio y fin: «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

            Y quiero quedar muy claro, desde el principio, que este libro está escrito no desde la crítica de los defectos en la Iglesia actual en su ser y existir en Cristo Cabeza sino desde el dolor de que Dios Padre no sea conocido y amado en su proyecto de amor total y felicidad experiencial con el hombre; desde el dolor de la no experiencia de los brazos extendidos por el Hijo que vino en nuestra búsqueda para abrirnos nuevamente las puerta de la misma intimidad y experiencia de gozo trinitario, y desde la ignorancia de la Persona y Acción santificadora en la Iglesia del Espíritu de Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en que hemos sido invitados y admitidos y sumergidos por la potencia de Amor de su mismo Amor, de su mismo Espíritu de Amor Uno y Trinitario,  en que fuimos bautizados, confirmados y alimentados por los sacramentos de la iniciación cristiana.

            Le falta belleza y atractivo, el de la santidad, el de los santos, a esta Iglesia actual que se queda más en lo exterior de su acción santificadora sin buscar y entrar en la vida de la gracia, en la participación en la vida y belleza divina, en la primacía de lo sobrenatural. Se puede constatar que la mayor parte de las normas y reuniones versan sobre lo natural, las dinámicas humanas, sin dirigirse y trabajar por la unión divina, por la verdadera transformación del hombre en Dios para la que hemos sido soñados y creados y recreados por Cristo y el Espíritu Santo.

            Ya he repetido muchas veces que mucho me preocupa la secularización del mundo; pero la peor de todas y la que más me preocupa es la secularización de la misma Iglesia, que debe ser el fermento del mundo y la minoría salvadora del hombre y de la sociedad. Y que conste que no estoy hablando de pecados de la Iglesia actual o sacerdotes, porque en esto no veo cosas graves ordinariamente, sino de secularización, de pérdida del sentido y fervor sobrenatural que teníamos que transmitir en nombre de Cristo a este mundo ya que para esto vino y se encarnó, teniendo siempre presente el cuidado del consejo y advertencia que nos dió: “estar en el mundo sin ser del mundo”

            Para eso vino precisamente Cristo y para eso instituyó su Iglesia continuadora de su misión y para eso permanece con las manos abierta para abrazarnos a todos en todos los Sagrarios de la tierra: “En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Vosotros sois la sal de la tierra. Mas si la sal se desvirtúa, ¿con qué se la salará? Ya no sirve para nada más que para ser tirada afuera y pisoteada por los hombres. Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero, para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”  (Mt 5,13-16).

            Se ve ya que la lluvia ácida de la secularización del mundo, externa antes a la Iglesia, se va metiendo en lo interno de la Iglesia, y va perdiendo hermosura y atractivo, por olvidar lo que ya nos dijo el Señor: “estar en el mundo sin ser del mundo”.

            En la Iglesia actual, con los ordenadores, móviles, facebook, tuwwiter… etc… está todo muy bien establecido y reglamentado, en general y no faltan Directorios para todo y ciertamente tiene que haberlos, pero faltan santos, falta experiencia personal de la gracia y necesitamos poner en el apostolado la primacía de la gracia, de lo sobrenatural porque entre nosotros hoy se habla poco de ella, de lo sobrenatural; nos falta experiencia de la gracia, de lo que somos, predicamos, practicamos y celebramos.

            Y falta esta experiencia, porque falta oración personal, relación personal e íntima de amor y amistad con Cristo, con Dios nuestro Padre, con el Espíritu de Amor, especialmente en los que tenemos que llevar, por misión y encargo, a otros a esta experiencia de Dios, a la santidad, unión con Dios, gozo de la fe y del amor y de la esperanza cristiana.

            «La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios. Esta afirmación puede parecer una perogrullada, ya que se reduce a afirmar lo que constituye la esencia eterna de la espiritualidad cristiana. Sin embargo, actualmente está muy lejos de ser algo que cae de su peso. Vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológicas escritas por cristianos habla de la «muerte de Dios», en una época de ateísmo, que no nace simplemente de un corazón perverso, impío y rebelde, sino que es la interpretación desacertada de una experiencia humana[2]».

            Nos falta experiencia de Dios, tenemos teología pero nos falta mística de lo que sabemos y creemos, por eso  no trabajamos desde la vivencia de lo que somos y hacemos ni me esfuerzo por subir a la cima del monte Tabor, de la oración contemplativa; no llegamos a una oración personal que nos transfigure en Cristo, nos quedamos en el «llano», con un amor y fe ordinaria,  y no subimos por el monte de la oración hasta la cima para ver a Cristo transfigurado y quedarnos nosotros transfigurados por su misma luz y resplandor de vida y gracia y poder decir: ¡que bien se está aquí! y poder así animar a otros a que suban y enseñarles el camino porque lo hemos recorrido, y poder ser «notarios» espirituales o místicos de Cristo, testigos de su verdad y de su amor, porque podemos certificar la verdad de lo que creemos, la verdad de Dios y sus misterios, la verdad de la Eucaristía que celebramos y poder confirmar que es «centro y cúlmen de la vida cristiana», como dice el Vaticano II, porque así la celebramos y vivimos nosotros.

            Y  todo esto nos pasa y no llegamos a ver a Cristo transfigurado, porque nos falta conversión, subir con esfuerzo y muerte del yo por el camino de la oración-conversión que nos haga humildes, mirar nuestro interior –oración-- y ver nuestra pobreza de gracia de Dios y sentimientos de Cristo y nos haga sentirnos necesitados de su presencia y vida y amor para ser y actuar como Él y pedirla todos los días; necesitamos conversión y humildad que nos ayude a negarnos a nosotros mismos y seguir a Cristo pisando sus mismas huellas de humildad, de servicio auténticamente cristiano, según el Espíritu y los sentimientos y vida de Cristo y como Cristo, sin buscarnos a nosotros mismos en las mismas cosas de Dios, en los apostolados, en la misma Iglesia.

            Necesitamos orar más y mejor para ser y existir y actuar en Cristo Sacerdote, con sus mismos sentimientos, para sentirnos necesitados de su ayuda, para la verdadera caridad pastoral de Cristo Pastor Único. Y al hacerlo así, identificados con su ser y existir sacerdotal, sentir el amor de Cristo, su abrazo, su gozo en nosotros, sentirlo vivo, vivo y cariñoso y real y verdadero y resucitado, no pura teología o conocimiento o que dijo o hizo, sino que vive y hace y ama actualmente en nosotros y en cada uno da la vida ahora y ama “hasta el extremo” de sus fuerzas y amor.

            Encuentro en Zenit del 14-9-10 estas palabras del Papa Benedicto XVI referida a los nuevos Obispos: «Se trata de una profunda perspectiva de fe y no sencillamente humana, administrativa o de cuño sociológico en la que se coloca el ministerio del obispo, el cual no es un mero gobernante o un burócrata, o un simple moderador y organizador de la vida diocesana».

            A la Iglesia actual nos falta el triángulo oración-conversión personal- amor a Dios sobre todas las cosas, esto es, amar, orar y convertirse para andar en la verdad de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada”; para no programar y hacer directorios y dinámicas donde no aparece la necesidad de la gracia y la oración, es puro adorno esta palabra a veces, pero no se ve y se siente su convencimiento y necesidad en los mismos documentos y reuniones pastorales, y consiguientemente, en la vida personal y apostólica.

            Nos falta conversión llana y sencilla, de la que el Señor nos habla continuamente en el evangelio: “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a si mismo tome su cruz y me siga”; y de conversión se habla poco en las charlas de «formación permanente» y demás reuniones apostólicas incluso en retiros sacerdotales, porque es un tema antipático, poco atractivo; la conversión nos duele, nos hace sufrir, y esta es la causa principal de que dejemos o fallemos en la oración, y nos canse y nos aburra, porque nos cuesta convertirnos, y al dejar la conversión, hemos dejado el camino absolutamente necesario para la oración, y al dejar la oración, no podemos tener experiencia de Dios ni hacer apostolado auténtico porque hemos dejado de amar a Dios sobre todas las cosas y no podemos sentir su presencia y gozo, al estar llenos de nosotros mismos y de nuestras cosas y deseos, hasta el punto de que no cabe Dios, como vida y amor; en nosotros, al estar y permanecer siempre llenos de nuestro «yo», de nuestro amor propio, del «yo» al que damos culto de la mañana a la noche aunque seamos curas y obispos al no vaciarnos de nosotros mismos, de nuestros apetitos y deseos de poder y honor y primeros puestos; de esta forma, impedimos que Dios entre en nosotros  para que podamos sentirlo, ya que el Hijo de Dios encarnado nos lo dijo bien claro: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”; pero a Dios hay que amarlo sobre todas las cosas  para que podamos sentirnos habitados y amados por Él; y esto supone, como he dicho, conversión: negarse a sí mismo para llenarse de Dios.

            Y lógicamente al decir conversión, también estoy implícitamente hablando de la frecuencia de acercarnos al  sacramento de la Penitencia, --muy abandonado actualmente por los bautizados en Cristo, como todos podemos constatarlo--, donde manifestamos ante Dios nuestro propósito permanente de convertirnos y luchar por la vida en plenitud de su amor. Si no hay conversión permanente a Dios el sacramento de la Penitencia pierde su sentido porque éste se nos da «para perdón de los pecados, aumento de gracia y recompensa de vida eterna», en la que hay que seguir. Qué alegría me dan las personas que van con este deseo de amar más a Dios y convertirse totalmente a Él.

            A este propósito K. Rahner,  teólogo nada «beato», sino más bien tenido en su tiempo como sospechoso, nos dice: «Y hay otros muchos clásicos de la literatura espiritual, cuyo desconocimiento implicaría sencillamente en un buen cristiano ligereza de espíritu y de espiritualidad. Evidentemente el confesonario no es el tenderete anticuado de un moderno psiquiatra, y no debe ser tomado en tal sentido ni por quien está al lado de acá ni por quien está al lado de allá de la rejilla. No es fácil prever la función perfectamente concreta que la confesión frecuente va a tener en la vida de un cristiano serio del futuro. Es muy posible que también en ese campo hayan de producirse algunas modificaciones por razones legítimas. Pero eso no es motivo en manera alguna para relegar la confesión frecuente de devoción al museo de antigüedades eclesiásticas. Quien en este campo se dedica a demoler sin construir al mismo tiempo, no ha captado el espíritu de verdadera seriedad ética y de autocrítica en la vida del cristiano[3]».

            El sacramento del la Confesión es absolutamente necesario sobre todo en las primeras etapas de conversión-santidad-oración-converión permanente en la lucha contra el pecado, aunque sean veniales, pero que impiden el progreso en la oración e intimidad con Cristo, sin oración-conversión permanente repetiré toda mi vida no hay santidad ni unión verdadera con Cristo.

            Por lo tanto, la causa de todo esto, de no aspirar a la experiencia de Dios, de no amarle sobre todas las cosas, de no tender a la unión y santidad que recibimos como semilla en nuestro bautismo, no digamos en el carácter y gracia sacerdotal del Orden, en definitiva,  para mí está en la falta de oración-conversión personal permanente, oración convertida a Dios, en no caminar en dirección total a Dios, superando todos los demás amores, para que podamos encontrarnos en unión de amistad y unión perfecta con Él y pueda morar en nosotros y, si somos sacerdotes, para que todo mi ser y existir pueda identificarse totalmente con el ser y existir sacerdotal de Cristo. Por esto no puede haber santidad sacerdotal, unión de amor total, transformación en lo que somos y hacemos y predicamos. Y para eso aconsejo el sacramento de la confesión frecuente, sobre todo, en esta etapa primera, que dura años, según el grado de nuestra oración- amor-conversión.

            Tristemente hay mucha mediocridad en nosotros, en nuestra piedad y amor a Dios; yo lo noto en mí mismo, y así, aunque seamos curas y obispos y «digamos misa», no llegamos al gozo de lo que creemos y celebramos y predicamos, no podemos contagiar entusiasmo por Cristo, porque nosotros somos los primeros que nos aburrimos con Él y no hacemos oración personal, porque nos aburre Cristo y por eso no tenemos todos los días y a hora determinada el encuentro de amistad con Él;  y hablamos de Él como un profesor que explica su materia, hablamos de Él como de una persona que hemos estudiado y conocido por  teología, hablamos de un personaje y sobre sus ideas y evangelio,  pero no de la persona misma, conocida y amada personalmente «en trato de amistad»; qué poco hablamos de las personas divinas, de nuestro Padre, del Espíritu Santo, de la misma persona de Cristo en el Sagrario, con los brazos abiertos, en amistad permanente ofrecida a todos los hombres y todo esto es porque no hemos llegado a un grado de vivencia y de amistad personal con Él por la oración.  

            Y para eso, para este trato personal, para esta amistad y relación personal, el único camino es la oración, «que no es otra cosa oración sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Si no me ven nunca junto al Sagrario, hablando y amando y gozándome con Él, ¿cómo decir a mi gente que Cristo está allí vivo, vivo, y que se puede hablar y conversar en cada momento con él? Y si me ven pero poco es que creo y le amo poco. La mejor predicación es la vida. 

Si no me ven junto al Sagrario, por lo que sea, no digamos, porque me aburre, cómo voy a entusiasmar a mi gente, al mundo, con Cristo Eucaristía?  Aunque sea cura, obispo, consagrado, religioso, catequista, padre o madre de familia, cristiano...Y nada de decir que no tengo tiempo… es que te falta fe y amor, porque para los facebot, tuiwiter, wasadde y otras cosas… sí que lo tengo, pero para Dios, para Cristo en el Sagrario… no tengo tiempo… no tienes fe viva, no tenemos fe y amor verdadero en muchos de nosotros párrocos, religiosos, catequistas...cómo vamos a hablar y a entusiasmar a nuestra gente con Él, si nuestros feligreses no nos ven ratos largos ante el Sagrario de nuestras parroquias o conventos o capillas, cómo vamos a entusiarmar con Él, abandonado en nuestros Sagrarios, incluso por los que deben ser guías, camino y testimonio de Cristo Eucaristía.

 

 

2. ALGUNOS TESTIMONIOS Y PRUEBAS IMPORTANTES

 

2.1.-  EL MISMO JUAN PABLO II también lo expresó claro y profundo para la toda la Iglesia Universal  en su Carta  Pastoral Novo Millennio Ineunte. Por eso he querido transcribirla, en alguna de sus partes, al final de este libro. Qué poco se ha tenido en cuenta sus enseñanzas y propuestas para la programación pastoral en el nuevo milenio; es que  he sido testigo y he leído mucho sobre sínodos y asambleas pastorales y programas diocesanos de Apostolado en todas las diócesis de España y del mundo entero; y, como sacerdote, asisto a reuniones pastorales en España y leo sobre esta materia en Revistas y documentos, y qué poco o nada se habla de santidad, unión con Dios, conversión y oración, base de todo apostolado. En algunos sínodos no he visto apenas mencionada la misma palabra santidad. Métete en Internet y lo verás, porque allí salen todos los documentos de las diócesis. Todo se reduce a programas y dinámicas, todo al exterior, a las acciones, y poco se habla de la oración, «alma de todo apostolado», título de un libro de mi juventud, qué poco se habla del Espíritu de Cristo, de la caridad pastoral, pero de la de Cristo, no la mía o la tuya,  para hacer esas acciones.

            Sin el Espíritu de Cristo, sin santidad y unión con Cristo por oración personal no podemos hacer las acciones de Cristo. Hacemos actividades, pero no son apostolado, es puro profesionalismo porque ya dijo el Señor: “Sin mí no podéis hacer nada... si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

            Y esta necesidad de unión y experiencia de Dios viene exigida desde la misma creación del hombre por Amor gratuito del Espíritu Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, para cuyo gozo nos han soñado y nos han querido sumergir eternamente.

            El hombre es más que este tiempo y este espacio, el hombre ha sido soñado por Dios para una eternidad de experiencia de su mismo gozo esencial trinitario y original. Por eso, el hombre jamás se podrá saciar o sentir satisfecho con las migajas de las criaturas; el hombre ha sido soñado y creado por Dios por Amor infinito de Espíritu Santo para ser inundado, extasiado, saliendo de sí mismo para ser sumergido en el mismo Gozo y Amor y Gloria del Dios Trino y Uno. Este misterio es inimaginable e indescriptible; y es verdad, pero si no se siente, si sólo se cree en él sin experiencia de la misma fe, es como si no existiese, porque no se puede comprender, hasta que no se vive por la experiencia de Dios.

            Para esto es para lo que vino el Hijo en nuestra búsqueda, esta es la razón y la explicación de toda su vida y del evangelio, para abrirnos las puertas de la Amistad y Unión Trinitaria por participación de su misma vida. El Hijo, viendo al Padre entristecido, porque su primer proyecto de Amor de Espíritu Santo, Beso y Abrazo y Gozo trinitario, había sido destruido, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

            La Voluntad, el Amor del Padre fue, al crear al hombre, hacerle partícipe de su mismo gozo esencial. Y repito, esto no es sólo para saberlo o creerlo por la fe  meramente profesada y creída que basta para salvarnos, es necesario experimentarlo por la fe vivida, que nos llena del mismo gozo y belleza y hermosura y gloria y dicha de Dios. Y es cuando uno dice: Esto es Verdad, Dios es Verdad, Dios existe y me ama, porque lo siento, me está amando, luego existe, luego existo, porque Dios me ama, y me ama para su misma dicha y felicidad eterna y trinitaria.

            Por eso a veces pienso que el dicho de san Ignacio, que tantas veces hemos oído y meditado en los Ejercicios Espirituales: «el hombre ha sido creado para amar y servir a Dios, y mediante esto, salvar su alma», podía parafrasearse pidiendo permiso al santo, de esta forma: «el hombre ha sido soñado y creado para gozar de la experiencia de Dios y, mediante esto, empezar el cielo en la tierra». Porque es verdad, es algo que podemos vivir ya en la tierra. Testigos, los místicos, los santos, los cristianos espirituales, de vida según el Espíritu Santo,  que por gracia de Dios tengo en mi parroquia y que tanto me han ayudado en este camino de «que muero porque no muero».

            Lo tengo tan metido esto en el alma, que la invocación «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, al saludarle a mi Dios Trino y Uno, todos los días, al empezar la oración personal, la he traducido de la siguiente manera, como luego verás explicado en este libro: --En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; en el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida; en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, que me salvó y me abrió las puertas de la eternidad; y en el nombre del Espíritu Santo que me ama, me santifica y me transforma en vida y amor trinitario--.

            Creo que hoy necesitamos la experiencia de Dios para superar el desencanto de la fe sobre todo en el mundo actual, la desilusión de los trabajos apostólicos que percibimos en muchos hermanos incluso consagrados/as, que no han pasado de la fe meramente teórica o teológica a la fe experimentada, a la experiencia de esa fe que no sólo salva, sino que nos llena de la presencia de Dios, de su mismo gozo y amor de Espíritu Santo, que llena de contemplación y resplandores divinos y trinitarios el alma, inflamada en «llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, rompe la tela de este dulce encuentro».

            La fe puramente creída, seca y sin enamoramiento, puede crear lejanía del objeto amado, incluso desencanto al tocar todos los días el misterio, y no vivirlo; y el desencanto puede crear tristeza, dudas, desilusión, y, desde luego, poca vida  cristiana alegre y gozosa, poco amor a Jesucristo vivo, vivo y resucitado, sobre todo ahí tan cerca, en el Pan consagrado, o en el mismo sacerdote, que debe tener los mismos sentimientos de Cristo encarnado en su humanidad prestada, en el Cristo encarnado en el barro de otros hombres, que es y debe ser todo sacerdote..

            El sacerdote, en razón de su identidad con Cristo por el sacramento del Orden, debe ser y existir en Cristo. Debe ser santo. Por eso, a imagen del Buen Pastor, en el sacerdote no hay lugar para una vida mediocre. La santidad sacerdotal no es un imperativo exterior, es la exigencia de lo que somos. De hecho, sin la santidad sacerdotal todo se derrumba, no hay identidad con Cristo, no puede hacer y actuar en su persona, «in persona Christi», Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida.

            Por el sacramento del Orden todo sacerdote está obligado a conocer, vivir y comunicar a Cristo: Cristo conocido, Cristo vivido, Cristo comunicado.  

           

TODO ESTO LO HA EXPUESTO MEJOR JUAN PABLO II EN LA CARTA APOSTÓLICA ”NOVO MILLENNIO INEUNTE

 

La oración, fundamento de la santidad y del apostolado cristiano, en la Carta Apostólica de Juan Pablo II  Novo millennio ineunte

 

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto que el Papa, en esta carta, lo que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad, y para conseguir esta santidad de vida, la oración...la oración diaria y a hora fija,  caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa, Congresos y Convenciones, en Sínodos y reuniones pastorales, sigamos como siempre, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo en el modo toda la eficacia dando por supuesto lo principal: “sin mí no podéis hacer nada”; y para eso el camino más recto es la oración personal para enseñar y llevar a efecto la de los evangelizandos.

Si yo consigo que una persona ore, le he puesto en el fín de todo apostolado, en el encuentro personal con Dios, al que tratan de llevar todas las demás acciones apostólicas intermedias, en las que a veces nos pasamos años y años sin llegar a la unión con Dios, al encuentro personal y afectivo con Él.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo, y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho y hecho--, es la oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o las mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, acciones apostólicas, que deben llegar y dirigir la mirada hasta Él, pero a veces nos entretenemos en eternos apostolados de preparación para el encuentro. ¡Cuánto mejor sería llevar a las almas hasta el final, enseñarles y hacerles orar, y desde ahí recorrer el camino de santificación!

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol es el que más y mejor ora.

Voy a recorrer la Carta, poniendo los números pertinentes con su mismo orden y enumeración, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante.

Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del apostolado, del nuevo dinamismo apostólico que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad es la oración; cuanto más elevada sea, mejor, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de santidad por la oración como el alma de todo apostolado.

Es que no comprendo qué apostolado pueda hacer aquel sacerdote que no hace oración y tenga trato diario con el Señor, encuentro afectivo y efectivo para el “opus operantis” que debemos preparar para llevar las almas a Dios. No sé cómo podrá entusiasmar a sus feligreses con el Señor un sacerdote que no tiene trato de amistad con Él, eso es oración según santa Teresa, porque no tiene tiempo para Él, sencillamente porque le aburre Él.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios; lo hago tal cual está escrito en la Carta.

 

<<Un nuevo dinamismo

 

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

 

CAPITULO 3

 

CAMINAR DESDE CRISTO

 

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «¿Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

LA SANTIDAD

 

30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

31.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno...

Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

LA ORACIÓN

 

32.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

 

33.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21).

Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.

 

Primacía de la gracia

 

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15, 5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5, 5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidle al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración”.

 

Escucha de la Palabra

 

39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

 

Anuncio de la Palabra

 

40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de la predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9, 16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo >>.

 

 

 

2.2.- MUY CLARO Y ALTO LO DIJO MONS. ROUCO VARELA[4]:

 

«III. Un programa pastoral para la esperanza.

Permítanme recordar algún aspecto de tales prioridades: «La floración de santos ha sido siempre la mejor respuesta de la Iglesia a los tiempos difíciles». En esta afirmación notable se centra la llamada que el Plan Pastoral pone a la cabeza de sus prioridades cuando invita al encuentro renovado con el Misterio de Cristo. Porque, en efecto, si «la santidad ha de ser la perspectiva de nuestro camino pastoral y el fundamento de toda programación», es precisamente porque ser santos no consiste en otra cosa que en la transformación de nuestras vidas a imagen de Cristo y en virtud de la fuerza de su Espíritu. El cultivo de la vida interior, en la escuela de los grandes maestros de nuestra tradición mística española, es el medio imprescindible para el camino de la santidad en el que nuestras iglesias se hallan, gracias a Dios, cada vez más seriamente empeñadas.

            Naturalmente, si no hay Dios, no hay santidad; sin la presencia del Dios vivo en medio de la existencia humana, la palabra «santidad», resultaría poco más que un vocablo anticuado o carente de sentido. La transformación de la vida en Cristo es nada más y nada menos que la divinización de nuestro ser, otorgada por el Espíritu del Redentor. Esa es la vocación a la que está llamado cada ser humano: la comunión de vida con el mismo Dios, el Santo.

            De ahí que --según nos pide el Plan Pastoral en un párrafo que merece la pena citar-- sea «preciso poner a Dios como centro de nuestro anuncio y de toda la pastoral; hablar de Dios no como de un aspecto o tema de la fe, sino como el objeto central, el principio y el fin de toda la creación, el sentido, fundamento, plenitud y felicidad del hombre. Hoy no son suficientes los signos de solidaridad; son necesarias las palabras que desvelen a la humanidad el rostro del Dios único y verdadero.

Hay que volver a hablar de Dios con lenguaje fresco y vital. Hemos de anunciar a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunidad de amor, que nos invita a su amistad; que por Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, nos ha redimido y nos da la posibilidad de ser hijos de Dios por la donación del Espíritu Santo; que a través de la Iglesia y de los sacramentos nos comunica la vida divina, que es la gracia, anticipo de la vida y la felicidad eterna, a la que estamos llamados».

            «Anunciando sin descanso el amor eterno de Dios por cada persona, la Iglesia presta a la Humanidad el mayor de los servicios. Algunos dirán que se trata de una tarea absolutamente trasnochada e inútil; no faltará incluso algún católico que, desorientado por los cantos de sirena del modo de vida inmanentista, considere secundaria la referencia a Dios y a la Vida eterna para la existencia en este mundo.

Sin embargo, no sólo la experiencia creyente, sino también la mera experiencia histórica pone hoy de manifiesto que las viejas ideologías agnósticas y ateas son absolutamente incapaces de dar lo que prometen; es más, la historia del siglo XX ha dejado en evidencia sus consecuencias reales. Prometieron liberación y acabar con los desfavorecidos…

            El programa pastoral señalado en nuestro Plan pastoral es, por tanto, un programa de esperanza. El programa de la santidad, de la unión con Dios, es el programa del futuro».

 

2,.3.- El Cardenal Joachim Meisner, arzobispo de Colonia, igualmente lo ha predicado recientemente en una bella meditación en esta misma línea con el título «Conversión y misión» durante el encuentro internacional de sacerdotes en la conclusión del Año Sacerdotal, 19 junio 2010; paso a transcribir algunos párrafos:

Al comenzar la meditación, dice:

«Pero quisiera dejarme guiar por el mismo Evangelio, junto a vosotros, hacia la conversión, para luego ser enviados por el Espíritu Santo a llevar a los hombres la buena noticia de Cristo».

(Pongo los números tal cual los hallé en la revista, pero las negrillas son de mi parte)

 

3. Por eso no es suficiente que en nuestro trabajo pastoral queramos aportar correcciones sólo a las estructuras de nuestra Iglesia para poder mostrarla más atractiva. ¡No basta! Tenemos necesidad de un cambio del corazón, de mi corazón. Sólo un Pablo convertido pudo cambiar el mundo, no un ingeniero de estructuras eclesiásticas. El sacerdote, a través de su ser en el estilo de vida de Jesús, está de tal modo habitado por Él que el mismo Jesús, en el sacerdote, se hace perceptible para los otros. En Juan 14, 23, leemos: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él”. ¡Esto no es sólo una bella imagen! Si el corazón del sacerdote ama a Dios y vive en la gracia, Dios uno y trino viene personalmente a habitar en el corazón del sacerdote.

 

4. El mayor obstáculo para permitir que Cristo sea percibido por los otros a través nuestro es el pecado. Este impide la presencia del Señor en nuestra existencia y, por eso, para nosotros no hay nada más necesario que la conversión, también en orden a la misión. Se trata, por decirlo sintéticamente, del sacramento de la Penitencia. Un sacerdote que no se encuentra, con frecuencia, tanto de un lado como del otro de la rejilla del confesionario, sufre daños permanentes en su alma y en su misión. Aquí vemos ciertamente una de las principales causas de la múltiple crisis en la que el sacerdocio ha estado en los últimos cincuenta años. La gracia especialmente particular del sacerdocio es aquella por la que el sacerdote puede sentirse «en su casa» en ambos lados de la rejilla del confesionario: como penitente y como ministro del perdón. Cuando el sacerdote se aleja del confesionario, entra en una grave crisis de identidad. El sacramento de la Penitencia es el lugar privilegiado para la profundización de la identidad del sacerdote, el cual está llamado a hacer que él mismo y los creyentes se acerquen a la plenitud de Cristo.

            En la oración sacerdotal, Jesús habla a los suyos y a nuestro Padre celestial de esta identidad: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Conságralos en la verdad: tu palabra es verdad” (Jn. 17,15-17). En el sacramento de la Penitencia, se trata de la verdad en nosotros. ¿Cómo es posible que no nos guste enfrentar la verdad?

 

5. ¿Cómo es posible – preguntémonos una vez más – que un sacramento, que evoca tan gran alegría en el Cielo, suscita tanta antipatía sobre la tierra? Esto se debe a nuestra soberbia, a la constante tendencia de nuestro corazón a atrincherarse, a satisfacerse a sí mismo, a aislarse, a cerrarse sobre sí. En realidad, ¿qué preferimos?: ¿ser pecadores, a los que Dios perdona, o aparentar estar sin pecado, viviendo en la ilusión de presumirnos justos, dejando de lado la manifestación del amor de Dios? ¿Basta realmente con estar satisfechos de nosotros mismos? ¿Pero qué somos sin Dios? Sólo la humildad de un niño, como la han vivido los santos, nos deja soportar con alegría la diferencia entre nuestra indignidad y la magnificencia de Dios.

 

           

2.4.- ROMA, MIÉRCOLES, 8 SEPTIEMBRE 2010 (ZENIT.org).- Del 8 de septiembre al 8 de octubre se está celebrando en Roma el capítulo general de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada sobre el tema de la conversión.

            La asamblea reúne a 89 religiosos de todo el mundo para vivir lo que sus Constituciones y Reglas llaman: «un tiempo privilegiado de reflexión y conversión comunitarias.            Juntos, y unidos a la Iglesia, discernimos la voluntad de Dios en las necesidades urgentes de nuestro tiempo y le damos gracias por la obra de salvación que lleva a cabo por medio de nosotros».

            Al terminar sus doce años de servicio como superior general, el padre Wilhelm Steckling, undécimo sucesor de san Eugenio de Mazenod, en su informe al Capítulo general, ha recordado a toda la Congregación la centralidad de este importante momento en la historia de la Familia oblata.
            «El tema de nuestro Capítulo, sorprendentemente, no es la misión, sino la conversión», asegura. El capítulo, como han acordado los religiosos tiene este objetivo: «Centrados en la persona de Jesucristo, la fuente de nuestra misión, nos comprometemos a una conversión profunda y comunitaria».

            El proceso de preparación del capítulo ha estado guiado por el lema: «Conversión: un nuevo corazón - un nuevo espíritu - una nueva misión». 

 

 

2.5.-  FRANZ HENGSBACH, OBISPO ALEMÁN de Essen, lo dijo maravillosa y proféticamente hace treinta y seis años 

            Había yo terminado este libro que estás leyendo y lo había enviado a Edibesa para que lo imprimiera y publicara. Providencialmente, al día siguiente, para mi lectura espiritual, escogí un libro de mi biblioteca que estaba como perdido entre  revistas y demás de hace más de veinte años. La razón era que necesitaba espacio, tiré las revistas que estaban pasadas ya de tiempo y temas, cojo el libro, empiezo a leer y, ¡qué sorpresa y providencia del Santo Espíritu! me encuentro con ideas expuestas ya hace treinta y seis años y actualísimas para los tiempos actuales y coincidentes con las expuestas aquí, en mi libro,. Por eso, no puedo resistir el gozo de exponerlas. Porque es un argumento y autoridad más a favor de lo que estoy diciendo.

            El libro se titula UN NUEVO COMIENZO,  Pláticas sobre la oración y la Eucaristía, Patmos, Madrid 1977.  Se trata de las conferencias y homilías cuaresmales, que Franz Hengsbach, obispo de Essen predicó en el año1974  sobre el tema «La renovación  por la Oración», precisamente tema central de mi libro, y en el 1975 sobre «La Sagrada Eucaristía», supercoincidente también. (Todo lo que va en negrillas al citar sus palabras es obra mía, no del autor alemán; lo hago para resaltar sus afirmaciones).

            Dice el obispo Franz Hengsbach en la presentación alemana de su libro: «La oración constituye, con los sacramentos, el comienzo poderoso que Cristo nos ofrece; con la Santa Eucaristía nos ha donado la fuente de la nueva vida. Así que —explica el obispo alemán— ambas temáticas se complementan». Con lenguaje sencillo y directo, el obispo alemán habla de verdades centrales de la fe cristiana e invita a incorporarlas en la propia vida.

            «Hemos venido desde la Iglesia de Munich, la iglesia madre de nuestro obispado. Desde hace mil cien años alberga la tumba de un santo, el obispo San Alfredo, el fundador de la comunidad cristiana y la ciudad de Essen. Si hubiéramos continuado nuestro peregrinaje una hora más hacia el sur, hubiéramos llegado a la tumba de otro santo, el obispo San Ludgerio.

            ¿Nos damos cuenta del significado de vivir en una región con la tumba de dos santos? ¿No hay ya en nuestro tiempo sitio para santos? ¿No tienen sentido ya, para la grandeza humana, e] heroísmo, la fe y el amor? Nuestro tiempo sufre un déficit de humanidad y un déficit de santos. Es la consecuencia de hallarse inmerso en un mundo de máquinas, planificaciones y ordenadores. La humanidad es objeto de elaboradas investigaciones, de análisis sociológicos y de pruebas psicológicas. La individualidad del hombre se ve amenazada por el número de una ficha, puede desaparecer tras los asientos de un banco de datos.

            Cuanto más amenazados de desaparición están la humanidad y el hombre, más aumenta la inhumanidad, la violencia, la brutalidad. Mientras se desprecia el espíritu de santidad, se ensalzan, por el contrario, toda clase de maldades y desvergüenzas.

            ¿Qué va a ser de los hombres? Esta pregunta se nos repite una y otra vez, sin evasivas. ¿Y qué va a ser de la Fe?

¿No habrá en este mundo, totalmente deshumanizado y planificado, lugar para que el Espíritu de Dios alcance y conmueva al hombre? ¿Se han acabado los santos porque los hombres están más convencidos de sus logros, sus planificaciones y programas, que de ser criaturas de Dios? ¿No es ya verdad lo que decían las Tablas de la Ley, que bajaron del monte Sinaí: “¡ Yo soy el Señor, tu Dios!”?

 

            « PERO ESTO TIENE CONSECUENCIAS. Hoy se habla demasiado frecuentemente de reformas y modificaciones. Apenas queda un elemento de la vida, desde la escuela hasta las leyes penales, del que no se soliciten reformas. Pues más importante y fundamental que la reforma de la comunidad y las leyes es la reforma espiritual del hombre, que consiste en la renovación del espíritu y el alma. Esto significa, para nosotros los cristianos, en primer lugar, una <renovación personal>. La oración es meditación. Es dirigir a Dios el pensamiento desde el punto de vista del hombre y descubrir con ello el amor de Dios y su misericordia. Así nos hacemos conscientes de nuestras faltas, pero no para que ellas nos separen de Dios, sino para que nos sintamos atraídos hacia El.

            Con la oración conseguimos una visión nueva de nuestras propias culpas. Dios viene a nuestro encuentro, nos toma del brazo y nos dirige hacia el banquete en su casa. Nuestra peregrinación es un símbolo de nuestros primeros esfuerzos para conseguir la oración y el arrepentimiento.

            Con esto llegamos a la segunda petición que quería haceros sentir: la renovación de nuestras oraciones. Con la oración aprende el hombre que no está solo, que hay alguien con quien puede hablar y que le ama. En la oración se abre el hombre al amor de Dios y se confía a El. Con ella obtiene el hombre la medida justa de su comportamiento con sus semejantes. Porque Dios ama al que ama a sus semejantes. ¿Cómo podríamos amar a nuestros semejantes sin el amor de Dios?

            Con la oración obtenemos también la medida del comportamiento correcto en nuestras tareas diarias, en nuestros trabajos y el valor de nuestras preocupaciones. De Dios proviene todo. Él lo sabe todo y Él lo hace todo. Pero esto no es para que podamos cruzarnos de brazos, sino para que sepamos que no podemos conseguir nada solos. Sabemos que aquellos que aman a Dios alcanzan el bien. Sabemos que, verdaderamente, no debemos temer nada, porque la oración hace florecer una vida santa. Por tanto, no nos quejemos, demos fama al Año Santo, consiguiendo que en él oren los hombres, las mujeres, las familias, los sacerdotes y las iglesias.

            Un camino especialmente valioso para llegar a la oración ha sido siempre el de los ejercicios o retiros espirituales. A todos se nos invita a ellos. Ahora habla mucho la medicina de descansos de recuperación y los médicos recomiendan curas de primavera. ¿No sería también lógico que nos sometiéramos a una cura de renovación espiritual, por medio de los retiros?

            Y aún nos queda una tercera cosa. Renovémonos por medio de la penitencia. Es una palabra que parece pasada de moda. ¿Quién va a vencerse a sí mismo? ¿Quién quiere sacrificarse? ¿Quién va a renunciar a algo que desea? ¿No vive la mayoría bajo la ley de poseerlo todo, verlo todo, probarlo todo y disfrutar de todo?

            Nosotros queremos salvar la libertad humana, nuestra propia libertad, con esta renuncia. Por medio de la abstinencia, el ayuno y la limosna. ¡De nuevo palabras antiguas! Pero que tienen eterna vigencia, porque demuestran que el hombre puede liberarse a sí mismo, puede examinar su conciencia y retornar a Dios por la penitencia y la oración, por el autosacrificio y la renuncia.

 

«RENOVACIÓN POR LA CONVERSIÓN Y PENITENCIA “Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante” (Juan 10, 10). En cualquier momento puede renovarnos su espíritu. Cada renovación es, por tanto, la fuerza del nuevo comienzo que ha traído Cristo. Esta renovación se produce porque nos despojamos de todo lo que es viejo y de todo lo que nos esclaviza. La renovación es una conversión. La conversión, en el lenguaje de la Biblia, se llama penitencia.

            Verdaderamente, todo el proceso de la vida es una renovación continua. Cada oración, cada encuentro con Cristo, en sus sacramentos, es una conversión. Pero, junto a estas renovaciones continuas, existen también tiempos especiales de renovación. ¿Qué es lo que debe renovarse con nuestra conversión? Debemos renovarnos nosotros mismos, cada uno de nosotros. Debe renovarse la Iglesia y nuestra comunidad con Cristo en ella. Debe renovarse también el mundo en que vivimos, la sociedad, todas las relaciones de la vida y el trabajo. Porque no estamos aquí para nosotros solos, sino para ser la luz y la levadura del mundo»

 

            «EL CORAZÓN RENOVADO. Jesucristo, para renovar el mundo, no ha comenzado por crear nuevas estructuras, ni por cambiar las proporciones externas. No ha buscado sucesos espectaculares que saltaran de inmediato a los ojos del mundo. Ha buscado que se le abriera en obediencia incondicional y que pudiera utilizarlo para humanización de Dios... No dependemos de nuestros propios conceptos, nuestros derechos, nuestras esperanzas e inquietudes. Sólo debemos dejarnos guiar y poner oídos a aquello que Dios quiere de nosotros personalmente.

            <El corazón renovado es la piedra angular de la Iglesia renovada>. Tampoco esta regla general tiene excepciones. Todos los movimientos con los que verdaderamente se renueva la Iglesia se fundan en conversiones aisladas; primero, de individualidades, y luego, de la sociedad; primero, el recomienzo aislado, y luego, el de toda la comunidad. Es como una creación de la fuente siempre nueva del Evangelio.

            Los santos como Francisco de Asís, Catalina de Siena e Ignacio de Loyola no se dedicaron a hacer planes sobre las medidas a tomar y las estructuras que era necesario renovar para modernizar y hacer funcional la Iglesia. Simplemente tomaron en serio el Evangelio. Con ello obtuvieron tan actual claridad y vida, que hicieron decir de ellos: así se puede vivir, así se debe vivir, esto es lo que Jesús predicaba.

            Naturalmente, de ello se derivaron también modificaciones externas. También se crearon estructuras y planificaciones, y organizaciones. Pero el comienzo es siempre la vida, el corazón, el compromiso de sumisión incondicional. También se renovará la Iglesia si la amamos con un corazón renovado».

 

            «III EL MUNDO RENOVADO. La Iglesia no es el objetivo final. “Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo” (Juan 3, 16). Rara vez ha habido una generación que se haya podido dar más cuenta que la nuestra, de la necesidad de renovación del mundo.

            «...para activar al mundo. Cuando Jesús quiso realizar la gran maravilla de la multiplicación del pan, asustó a sus discípulos diciéndoles: “Dadles vosotros de comer” (Marcos 6, 37). No tenían nada con qué alimentar a tantos millares. Pero cuando un muchacho le llevó un par de panes y peces, quedó con ellos satisfecha la multitud.

            La humanidad clama hoy por una renovación total y completa de los hombres, de la Iglesia y del mundo. El Señor también nos habló hoy a nosotros, a sus discípulos. Nosotros debemos conseguir la nueva vida. ¿Cómo podremos lograrlo? Sólo podemos ofrecer nuestro débil corazón y nuestras escasas fuerzas.

            Pero cuando con fe incondicional pongamos al servicio del Señor este corazón y nuestro esfuerzo, puede hoy mismo renovarse el tiempo. Los hombres pueden oír ya el eco de sus palabras: “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Apocalipsis 21, 5). ¡Su Gracia sea con todos nosotros!

 

***************************

D). El Capítulo General de los Oblatos de María Inmaculada. No quiero terminar estos testimonios sin  exponer la celebración de un Capítulo General de los Oblatos de María Inmaculada sobre la necesidad de la conversión personal e institucional en la Iglesia actual; me parece muy oportuno por su verdad y acierto, y me gustaría que muchas Órdenes, Congregaciones de religiosos/as, Institutos de Consagrados/as, muchos Consejos Nacionales y Diocesanos, parroquiales y todos nosotros, párrocos y sacerdotes, tuviéramos presentes y diéramos prioridad a la oración y conversión, al programar cada inicio de curso el programa pastoral con catequistas y laicos comprometidos.

 

 

 

 

 

LA EXPERIENCIA DE DIOS

 

PRIMERA PARTE

 

1.- SANTIDAD Y EXPERIENCIA DE DIOS

 

            Lo primero que quiero decir es qué entiendo yo por experiencia de Dios. Desde luego nada del Oriente, ni de respiraciones ni posturas ni cantos o danzas especiales. Mi comprensión es la de la Tradición, la de nuestros místicos, la que hemos meditado todos, desde los Apóstoles hasta hoy, desde san Juan, san Pablo, Padres de la Iglesia, sobre todo, Oriental, hasta pasar a Catalina de Siena, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola, Teresita, Isabel de la Trinidad, Charles de Foucauld, Madre Teresa de Calcuta, Hermana Trinidad de la Santa Iglesia, bueno, ésta todavía no ha muerto y no está canonizada, pero a pocos santos he visto yo hablar de y con experiencia de Dios, como a esta hija de la Iglesia. Estos son los que yo más o menos he estudiado, pero hay muchos más. Por otra parte, por si alguno quiere profundizar más en este tema, lo tengo ampliamente estudiado en mi libro titulado precisamente LA EXPERIENCIA DE DIOS (Edibesa, Madrid 2007).

            Yo quiero hablar de este tema de la experiencia de Dios, porque estoy convencido de la necesidad de la misma en  el mundo y en el hombre actual. Quiero decir que en otros tiempos bastaba  la piedad popular o la fe heredada, para ser buen cristiano o sacerdote, porque el ambiente creyente te ayudaba y te sostenía; pero hoy día han desaparecido todos estos apoyos; por tanto, si mi fe y vida personal cristiana o apostólica depende de que los demás me ayuden o no, de que el Obispo o los hermanos sacerdotes me valoren o no, de que la Iglesia esté llena de fieles o no, de que mis apostolados tengan éxito, sean reconocidos o no; de que los mismos creyentes o feligreses me valoren o no... al fallar estos apoyos, en estos tiempos actuales de laicismo y secularismo ateo, me vendré abajo, estaré triste y no tendré el gozo del Señor para comunicarlo, para que la gente crea en Él y le siga, por no tener una relación de experiencia y fe personal intensa con Cristo y depender principalmente de los demás.

            Hoy el gozo de fe, el gozo de creer en Cristo, en la Eucaristía, de ser cristiano o sacerdote, el fuego apostólico, la caridad pastoral, el deseo de dar a conocer y amar a Jesucristo, vivo, vivo y resucitado, amigo y confidente del alma, depende de mi relación personal y gozosa con Dios, con Cristo, con mi Dios Trino y Uno; depende, y ésta es la afirmación fundamental de este libro y la razón de que lo escriba, de mi experiencia de Dios, sin necesidad de otros apoyos que antes tenía y que ya no me son necesarios; y aquí está la afirmación principal: el camino único para esta experiencia personal con Dios, con Cristo vivo y resucitado, especialmente en la Eucaristía, es el camino de la oración personal; pero no solo inicial o meditativa, sino de una oración ya avanzada de la meditativa a la afectiva, unitiva, según nuestros místicos y maestros de oración S. Juan de la cruz, santa Teresa, los antes citados,  esto es, que haya subido hasta el monte Tabor, hasta la experiencia mística, por la oración contemplativa, después de larga y profunda purificación, que me vacíe totalmente de mi yo y mis cosas, y así sentirme lleno de Dios, de Cristo, poder decir con San Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... para mí la vida es Cristo...todo lo puedo en aquel que me conforta”.

            A mí me parece que a la Iglesia actual le falta experiencia de Dios, experiencia mística, experiencia de lo que predica, celebra, catequiza...  tanto en su parte alta: Cardenales, Obispos, Sacerdotes y en religiosos y religiosas, especialmente de «clausura», que son como los profesionales de la experiencia de Dios, de la oración contemplativa, como en la parte más baja: simples bautizados, catequistas, cooperadores, padres y madres cristianos...

            No estoy hablando de la fe creída, porque en la Iglesia actual hay muchos y buenos creyentes, teólogos y pastoralistas. Estoy hablando de experiencia de la fe, de la experiencia de Cristo resucitado, de haber subido un poco más alto por el  monte de la oración contemplativa-conversión pasiva realizada por el Espíritu y aceptada  en mí y por mí hasta ver, oír y sentir a Dios en la altura del Tabor y poder decir: ¡Dios existe y me ama, me siento amado! pero de verdad, desde dentro, desde no poder reprimirlo, porque no soy el que fabrica estos sentimientos, me vienen dados por Dios mismo que al vaciarme más profundamente de mí donde yo no podía llegar con mis pensamientos y deseos y esfuerzo va llenandome de su mismo Ser y Existir Trinitario, de su misma Verdad-Verbo y Amor-Espíritu Santo y todo pasivamente, es decir, realizado por Dios en mí por su mismo Espíritu Santo, como en los Apóstoles en Pentecostés, porque el alma de estas cosas ni sabe ni entiende ni puede, solo, ya purificada, lo puede vivir como los Apóstoles y todos los místicos santos que han existido y existirán.

            Y esta falta de experiencia mística, de gozo en Dios, de certeza en la Verdad, de certeza en Jesucristo vivo y resucitado hasta poder decir: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado; cesó todo y dejéme mi cuidado entre las azucenas olvidado...» porque uno ya no puede ni sabe vivir sin Él, sin sentir este amor, pero de verdad, no de palabra o imaginación, como los que van al Oriente a buscar esta experiencia, toda esta carencia viene provocada por la falta de oración personal, de trato de amistad afectiva y diaria con Él.

            Yo observo, pregunto y veo, después de cincuenta y tantos años de sacerdocio, que la mayor parte de los sacerdotes y de los anteriormente mencionados, no hacemos oración personal diaria ni por gusto o por necesidad o por obligación; no somos constantes y asiduos, como un deber y trabajo personal y obligatorio por amor a Dios y misión a los hermanos, al trato personal de amistad con Cristo «estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama»;  con Jesucristo que existe y nos ama de verdad y está en el Sagrario, pero no de palabra, sino de verdad, y nos espera todos los días con los brazos abiertos en amistad permanentemente ofrecida.

            Y tú me dirás ahora, querido hermano: si a ti te aburre personalmente Cristo, ¿cómo vas a entusiasmar a la gente cuando hables de Él? ¿con qué convencimiento y fuego dirás que es tu gozo y amor? si te cansa el estar y hablar con Él, y no tienes relación personal de amistad con Él, ni te ven junto al Sagrario, ¿cómo podrás decir que Él está allí y es Dios y la Hermosura y la Canción de Amor del Padre a los hombres? cuando te oigan hablar de Él, dirán para sus adentros: «eso no se lo cree ni él mismo»; con esa fe que no se vive y experimenta ¿cómo van a aumentar sus visitadores y amigos y adoradores y creyentes si a ti no te ven adorarlo ni visitarlo... ? Hablarás con teología, con ideas aprendidas pero sin el convencimiento y fuego necesario, sin entusiasmo, porque hablarás de una realidad aprendida, pero no amada y vivida; hablarás como un profesor, un profesional, pero no como un amigo, un testigo, uno que lo ve y lo siente y es feliz por Él y con Él  y que vive lo que predica, celebra o hace apostólicamente.

            Como consecuencia de no tener este trato de amistad con Él, no sólo no somos apóstoles según el corazón de Cristo, porque no le tratamos personalmente y no tenemos sus mismos sentimientos a los que estamos llamados a vivir en razón de nuestra identidad sacerdotal con Él sino que hemos dejado también de ser discípulos humildes, necesitados siempre de su presencia, ayuda, ejemplo; algo muy frecuente en nuestras vidas sacerdotales, una vez que salimos del seminario o de los centros de formación.

            Al llegar a las parroquias o campos de apostolado, nos han y nos hemos convertido automáticamente en maestros,que, al desarrollar esta misión, olvidamos que tenemos que seguir siendo discípulos humildes toda la vida en relación con Cristo, Único sacerdote del Altísimo; discípulos humildes y obedientes que hemos de escucharle todos los días para aprenderlo todo de Él en el trato personal con Él, cómo ser y vivir su sacerdocio único,  convirtiéndonos así también en sus mejores seguidores, pisando sus mismas huellas, con sus mismos sentimientos en relación al Padre y a los hombres: “si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo tome su cruz y me siga”.

            Hemos olvidado nuestra condición de discípulos y  aprendices y seguidores de su vida y evangelio, que pisan o tratan de pisar todos los día humildemente sus mismas huellas de adoración y obediencia al Padre, poniendo toda nuestra vida de rodillas ante Él por una obediencia victimal en la propia santificación y salvación de las almas; en definitiva, que no le dejamos a Dios ser Dios de nosotros mismos y de nuestras vidas, por la adoración y obediencia hasta la muerte del yo, y no nos podemos hacer y convertimos en verdaderos hijos suyos por la identificación con el Hijo amado, hijos en el Hijo, por la unión de vida y santidad.

            Nunca debemos olvidar nuestra condición de discípulos, aunque seamos sacerdotes, toda la vida somos discípulos del Señor, y para eso es absolutamente necesaria la oración personal, el trato con Él, escucharle todos los días pero no como mera lectura o meditación que llega al conocimiento de Dios, sino como discípulos que le escuchan todos los días por la oración un poquito elevada y purificada, oración-conversión activa y pasiva- que nos va vaciando de nuestros defectos y llenando de Dios Trinidad.

            Si no tenemos relación personal con Cristo por el encuentro diario de amor, llegaremos así a perder nuestra condición de «discípulos», de alumnos permanentes de discipulado y seguimiento de Cristo en la obediencia total al Padre hasta dar la vida matando al «yo» que nos domina, y es dueño en el fondo de nuestra persona y actividad y deseos y proyectos durante toda la vida.

            Nuestro yo se ha convertido en el dios que adoramos, ídolo al que servimos y damos culto de la mañana a la noche, también en la parte alta de la Iglesia. Lo veo, lo olfateo, lo descubro en nombramientos, ascensos, grupos de presión y demás.

            Tenemos un poco olvidado en estos tiempos y se practica poco  “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga... el que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío...”. “El negarse a sí mismo” es condición indispensable para ser discípulo de un Cristo que llevó las cruces de todos, que “siendo Dios se rebajó y tomó la condición de esclavo...”.

            Y termino esta idea repitiendo que en los tiempos actuales, se ha perdido en muchos de nosotros cristianos, pero especialmente sacerdotes, esa condición de discípulo y de pisar sus mismas huellas por no escucharle en la oración personal; no basta la oración litúrgica, es necesaria la relación personal, la oración personal que entra en el corazón de los ritos y apostolado, y vive todo lo que el sacerdote predica, celebra y hace; sin el Espíritu de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, porque se hacen  sin identificarnos con el ser y existir de Cristo Único Sacerdote, al que hemos prestado nuestra humanidad; y ese fuego y experiencia, el Espíritu de Cristo, se recibe singular y principalmente en la oración: “llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlo a predicar”.  Es más, aunque le vieron resucitado, Jesús les dijo: “Os conviene que  yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... cuando venga, Él os llevará a la verdad completa”.

Y el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, Espíritu de Cristo Sacerdote que en la ordenación sacerdotal nos unió e identificó con Cristo Sacerdote Único, viene especialmente a nosotros por la oración y la celebración litúrgica, liturgia en diálogo y unión de amor con Cristo celebrante principal al que tengo que prestar mi corazón, mi palabra, todo mi ser y actuar durante los actos litúrgicos y toda mi vida sacerdotal y si me dejo llenar de Él llegaré a sentirlo como los Apóstoles en Pentecostés.

 

 RESUMIENDO:

 

            No llegamos a la experiencia mística del amor en Dios, porque no hacemos en primer lugar oración meditativa; y luego no continuamos y desde ella no llegamos oración contemplativa, unitiva, porque esto supone conversión en Cristo-muerte de mi yo para la transformación en Cristo; y esta transformación, preguntádselo a san Juan de la Cruz, que es lo principal por lo que escribió sus libros, supone y exige la muerte de nuestro yo, exige  mortificación y purificación activa-nuestra, y luego pasiva-divina en nosotros, y esto es doloroso, terriblemente doloroso en etapas un poco elevadas; y por eso dejamos la oración; esta es la razón última por la que abandonamos la oración personal: porque ésta nos va exigiendo la muerte de nuestros sentidos y pecados y proyectos y formas egoístas de vivir, porque Dios nos quiere poseer totalmente con su amor, y estamos tan llenos de nosotros mismos, de nuestros deseos y ambiciones y amor propio que no cabe «ni Dios»,  y esto ni el mismo Dios lo puede hacer con todo su poder infinito si nosotros libremente no le permitimos hacerlo; lo que ocurre es que, al hacerlo Dios y no nosotros, como estábamos acostumbrados en la primera purificación y oración, a que era más nuestra que de Dios, y por eso tenían aún muchas imperfecciones, resulta que el alma cree que ha perdido la fe y el amor porque no los siente como antes, no hace ella la oración y la purgación, las va haciendo Dios directamente y nos va vaciando de nosotros mismos, de nuestras ideas y afectos egoístas, al mismo tiempo que se nos da directamente por unión de amor, que a la vez que nos da vivencia y calor, nos purifica.

            Entonces y a medida que vayamos permitiendo a Dios obrar su purga y purificación en nosotros, va entrando Dios en nuestra vida y amor, y lo vamos sintiendo y gozando y experimentando;  porque una cosa es cortar las ramas de mi yo, del pecado original, del cariño que me tengo a mí mismo que siempre me estoy buscando, y otra cosa es cuando Dios  toma las riendas de esta purificación, porque nosotros no podemos ni sabemos hacerlo en estas alturas de la oración contemplativa en que Dios quiere sumergirnos; tiene que ser su Amor, su Amor Personal de Dios Uno y Trino, Espíritu Santo por el amor loco y apasionado que nos tiene, el que se dispone a quitar las raíces del yo, de nuestros defectos, y entramos en las noches pasivas de la fe y del amor de san Juan de la Cruz, y acompañamos a Cristo en el Getsemaní de nuestra pasión y muerte de las raíces de nuestro yo, porque uno siente como si Dios le hubiera abandonado porque no lo siente como antes, es más, siente que está abandonado del mismo Dios, como Cristo en la cruz donde le «abandonó la divinidad» para que pudiera sufrir y redimirnos de nuestros pecados:“Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado”.

            Pasadas estas limpiezas y purificaciones y muertes de las raíces del yo, consecuencia del pecado original, viene la experiencia mística, la oración contemplativa, la unión total con Dios en cuanto es posible en esta vida, viene el éxtasis, el salir de nosotros mismos para vivir en Dios, pero con toda mi vida poseída y llena de mis Tres:

 

«Mi alma se ha empleado,

y todo mi caudal, en su servicio;

ya no guardo ganado,

ni ya tengo otro oficio,

que ya sólo en amar es mi ejercicio.         

 

Pues ya si en el ejido

de hoy más no fuere vista ni hallada,

diréis que me he perdido;

que andando enamorada,

me hice perdidiza, y fui ganada».   

 

 

 

2.-  LA EXPERIENCIA DE DIOS, EXPERIENCIA DE LA GRACIA

 

            K. Rahner, gran teólogo del siglo XX, expresa muy bien esta necesidad:    

            « ¿Hemos tenido alguna vez experiencia de la gracia? (Experiencia de gracia es experiencia de vida de Dios en nosotros, como la definía el catecismo Ripalda que yo aprendí en mi infancia). No nos referimos a cualquier sentimiento piadoso, a una elevación religiosa de día de fiesta o a una dulce consolación, sino a la experiencia de la gracia, experiencia de la Santísima Trinidad en nosotros por la vida de gracia en plenitud: “ si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”.

¿Pero es que se puede tener experiencia de la gracia en esta vida? Afirmarlo ¿no sería destruir la fe, la nube claroscura que nos cubre mientras peregrinamos por la vida? Los místicos, sin embargo, nos dicen --y estarían dispuestos a testificar con su vida la verdad de su afirmación-- que ellos han tenido experiencia de Dios y, por tanto, de la gracia. Pero el conocimiento experimental de Dios en la mística es una cosa oscura y misteriosa de la que no se puede hablar cuando no se ha tenido, y de la que no se hablará si se tiene. Nuestra pregunta, por tanto, no puede ser contestada sencillamente a priori. ¿Habrá tal vez grados en la experiencia de la gracia y serán accesibles los más bajos incluso para nosotros?”[5].

            Por eso, para que no haya dudas de qué experiencia trato, he puesto el calificativo de mística, para que quede claro que no la podemos hacer nosotros, sino obra gratuita del Dios Amor Trinitario, y que nosotros la sufrimos «de mi alma en el más profundo centro», somos teópatas. Y el camino para esta experiencia es la oración, la oración-conversión que nos vacíe de nuestras imperfecciones  y pecados para que Dios Trinidad nos pued llenar como Cristo nos dijo y prometió. Y no hay otro camino. Así lo afirma San Juan de la Cruz y todos nuestros místicos, los de la Iglesia de todos los tiempos.

            Dice a este respecto el Santo Doctor: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado»; «Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira en sí mismo a ella... porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza»[6]

            Dios quiere darse esencialmente como Él es en su esencia, darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario. Y por eso crea al hombre “a su imagen y semejanza”, palabras estas de la Sagrada Escritura, que tienen una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.

            Dios nos ha creado por amor y para el amor, ésta es la única realidad que puede llenar al hombre y no puede ser sustituida por el consumismo de las cosas, y menos del amor llamado sexo, porque estamos llamados a la experiencia del Amor Divino.

            Los documentos últimos de la Iglesia nos hablan continuamente de la necesidad de esta experiencia. Quiero subrayar que trato de este tema con gusto, ilusión e interés, porque nunca he visto en los documentos oficiales de la Iglesia hablar  tanto y con tanta claridad y desparpajo de la necesidad de esta experiencia de Dios para la vida cristiana y sacerdotal, para el apostolado auténtico y eficaz, para el gozo de ser y existir sacerdotal.

            ¡Qué lástima que esta realidad tan maravillosa y necesaria  no se cultive como debiera y es absolutamente necesaria en nuestros Seminarios, y siga ignorada muchas veces en nuestras programaciones y reuniones apostólicas y sacerdotales!

La oración contemplativa en San Juan de la Cruz  no es contemplación separada de la vida, ni puramente intelectual ni fabricada por manos humanas; la contemplación pasiva de San Juan de la Cruz es obra de Dios en el alma y está hecha de la misma vida de Dios metida en la misma vida y ser del orante, en la inteligencia y la voluntad, en la misma sustancia del alma, como el Santo gusta repetir, sentida y vivida y experimentada, y desde esa experiencia y vida, comprendida, gozada y sumergida en la misma esencia divina por su gracia participada en plenitud por la contemplación purificadora que Dios mismo obra en el alma.

Por eso, únicamente lo que viene dado de Dios, y al modo de Dios, sólo lo que es pura gracia, «sobrenatural», puede definitivamente, en verdad, conectar al creyente con Dios. Así, la oración, por vivencia teologal, está abierta intrínsecamente a la contemplación, en la que el protagonismo de Dios, y según Dios, se irá imponiendo. Contemplación que, por vivencia teologal, será expresión y signo calificadísimo de la relación interpersonal, definición existencial de la comunión del hombre con Dios, y no tanto, y desde luego no antes, de una forma oracional concreta, porque ya la oración no depende del sujeto, sino de Dios que le ilumina según su proyecto de amor. Sobre esta base y estructura teologal se asienta la palabra sanjuanista sobre la oración contemplación. Y sobre ella están escritas las páginas que siguen, que es la última parte de mi última lección como despedida de Profesor de Espiritualidad en el Seminario:

«Voy a iniciar un poco esta lectura del Cántico espiritual y Llama de amor viva, pero os invito a que la continuemos luego en nuestros ratos de oración y lectura espiritual. Sería el mejor fruto de esta lección que tan atentamente habéis escuchado, sobre todo, en estos tiempos de ateísmo y secularismo, en que tanto la necesitamos, como expongo más ampliamente en mi libro LA EXPERIENCIA DE DIOS, meta  y cumbre de la vida y apostolado cristianos (Edibesa, Madrid 2006).

Karl Rahner, con voz profética, nos dijo: «La nota primera y más importante que ha de caracterizar a la espiritualidad del futuro es la relación personal e inmediata con Dios... porque vivimos en una época que habla del Dios lejano y silencioso, que aun en obras teológica escritas por cristianos se habla de la «muerte de Dios». Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo y aún a conciencia del descrédito de la palabra «mística» - que bien entendida no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo sino que se identifica con ella- cabría decir que el cristiano del futuro o será un místico es decir, una persona que ha experimentado algo o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y publica, ni en un ambiente religiosos generalizado, previos a la experiencia y a la decisión propia... Por la gracia, sin quedar enredado en la jungla de nuestra dialéctica, se nos da a conocer como «tal» por una absoluta manifestación de que quiere ser, y es, nuestro Dios. »[7] .

Qué necesidad tenemos, tiene el mundo entero, de la experiencia de Dios. Este mundo ateo, materialista y vacío de lo trascendente. Es el mejor apostolado, la mejor gracia que podemos comunicarle. De esto hablo ampliamente en un artículo que ha publicado la Revista Teológica Sacerdotal Surge, de la Universidad de Vitoria, en su último número mayo-junio 2006: RETOS DEL SACERDOTE MODERNO, que a su vez es un resumen de una parte de mi libro ya publicado: SACERDOS I, Tentaciones y retos del Sacerdote actual,  (Edibesa, 2ª edic. Madrid 2009).

Cuando uno siente que Dios existe y es Verdad, que Cristo existe y es Verdad, que su Amor-Espíritu Santo existe y es verdad y esto se siente y se experimenta como Él lo siente y a veces lo vemos expresado en el evangelio de San Juan: “ Como el Padre me ama a mí, así os he amado yo; permaneced en mi amor”; “Yo en ellos y tú en mí, y así el mundo reconozca que tú me has enviado y que los amas a ellos como me amas a mi”; fijaos bien, nos ama el Padre con el mismo amor de Espíritu Santo que ama al Hijo, y nos lo da por participación, por gracia, por las virtudes teologales de fe, esperanza y caridad, porque nosotros no podemos ni sabemos fabricar estas luces de contemplación de amor, de experiencias y sentimientos y amores infinitos y nos sentimos amados por el Padre en el Hijo, porque por la oración-conversión-transformación nos vamos identificando con Él hasta el punto de que el Padre no ve diferencia entre el Hijo Amado y los hijos, porque estamos llenos e identificados de la misma luz del Verbo, en el que el Padre ha puesto todas su complacencias.

Cuando la simple criatura se ve y se siente amada y preferida singular y eternamente por Dios, más amada por Él que por uno mismo, --me ama más que yo me amo y me puedo amar y me ha querido crear para amarme así y para que lo ame así igualmente-- y esto es verdad y lo siento y no es pura teoría, es carne de mi carne y me amará así ahora y siempre, --qué confianza, qué seguridad, qué gozo, Dios mío, penetra todo mi ser y lo domina y lo eleva y lo consume...-- recibiendo en mi alma el beso de su mismo Amor eterno e infinito, que es su Espíritu Santo, recibido por su gracia, pronunciando mi propio nombre en su Palabra llena de Amor de su mismo Espíritu, Palabra pronunciada luego en carne humana…en carnes humanas…

Dice San Juan de la Cruz: el Padre, desde toda la eternidad, no ha tenido tiempo más que para pronunciar una sola Palabra y en ella nos lo dijo todo, y la pronunció en silencio, es decir, en oración, en diálogo de amor sin ruido, contemplándose en su infinito Ser por sí mismo en Verdad y Vida infinita, y así debe ser escuchada, en el silencio de la oración, en la misma Palabra del Padre pronunciada llena de amor para todos nosotros.

Cuando Dios personalmente pronuncia para ti esta misma Palabra llena de luz y hermosura y verdad y belleza en la oración personal, de tú a tú,  en un TÚ, persona divina, «inmenso Padre», trascendentemente cercano, “divinamente» comunicativo”, y en un yo que, porque naciendo de este TÚ y avanzando en creciente dinamismo hacia Él, se percibe, padece y goza, como una «pretensión» infinita incolmable de Dios, el diálogo se ha hecho Trinidad, la amistad se ha hecho beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, la intimidad se ha fundido en esencia divina, en el Ser Infinito del Dios Trino y Uno.

«Si el hombre busca a Dios, más le busca su Amado a él», repite San Juan de la Cruz. Entre personas anda el juego: Dios y el hombre, en mutua gravitación amorosa, llenan todo el escenario de la experiencia de Dios sanjuanista. Quisiera que cada uno de los creyentes, pudiera decir a Dios, al Cristo vivo y resucitado de nuestras Eucaristías y Sagrarios, como Job: “Hasta ahora hablaba de ti de oídas, ahora te han visto mis propios ojos”( Job 42, 5); o con palabras del Místico Doctor: «Qué bien se yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche; aquesta fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche». 

La oración contemplativa personal, comunitaria o litúrgica, siempre nos hace entrar, como los exploradores enviados por Moisés, en la tierra prometida para volver cargados de los frutos que Dios nos ha preparado, y  el explorador contemplativo,  que ha visto y sentido todo esto, pero de verdad, no sólo por teología, o de oídas o teóricamente, sino por la experiencia del Dios vivo, vuelve siempre de esa oración cargado de gozo, de dones de santidad y de deseos de volver; pero con los hermanos. He ahí  la esencia del cristianismo.

He aquí la clave del apostolado sacerdotal o del sacerdote verdaderamente apostólico, de la verdadera experiencia de Dios en la oración personal o litúrgica, el final de la oración sanjuanista, hasta el punto de que todos los cristianos, al escuchar la Palabra, celebrar los misterios, vivir la vida de gracia y de las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, puedan decir del misterio de Dios como los paisanos de la samaritana: “Ya no creemos por lo que tú nos dicho; nosotros mismos lo hemos oído y estamos convencidos de que éste es de verdad el salvador del mundo” (Jn 4, 42).

Cuando uno lee el Cántico y Llama de amor viva de san Juan de la Cruz, uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, gustan y enamoran, contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad. ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco el final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

 

Oigamos al Místico Doctor hablarnos de la unión  y transformación total, substancial en Dios:

            «Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado; porque dado que Dios le haga merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, ¿qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad, pero por modo comunicado y participado, obrándolo Dios en la misma alma?» (CB 39, 3-6).

 

Y cuando el alma llega a estas alturas y siente todo esto, con amor y experiencia viva de Dios, puede exclamar con San Juan de la Cruz: «No me quitarás, Dios mío, lo que una vez me diste en tu único Hijo Jesucristo, en que me diste todo lo que quiero. Por eso me holgaré de que no te tardarás si yo te espero. ¿Con qué dilaciones esperas…?

Míos son los cielos y mía la tierra; mías son las gentes, los justos son míos y míos los pecadores; los ángeles son míos, y la Madre de Dios y todas las cosas son mías; y el mismo Dios es mío y para mí, porque Cristo es mío y todo para mí. Pues ¿qué pides y buscas, alma mía? Tuyo es todo esto, y todo es para ti. No te pongas en menos ni repares en migajas que se caen de la mesa de tu Padre.

Sal fuera y gloríate en tu gloria, escóndete en ella y goza, y alcanzarás las peticiones de tu corazón» (Dichos 1, 26-27).

Y como la experiencia de Dios es inefable, San Juan de la Cruz la expresa en palabras poéticas llenas de símbolos, que iluminan el misterio, pero no abarcándolo y circunscribiéndolo, sino dejándose abrazar por él. La experiencia de Dios es vivir el abrazo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre  en el mismo Amor Trinitario de Espíritu Santo:

 

                    Quedéme y olvidéme,

el rostro recliné sobre el Amado;

cesó todo y dejéme,

dejando mi cuidado

entre las azucenas olvidado.

 

3.-  MIS BODAS DE ORO SACERDOTALES

 

 

¡TE DEUM LAUDAMUS,

TE DOMINUM CONFITEMUR!

 

A MI DIOS TRINO Y UNO,

GRACIAS POR LA VIDA Y POR EL SACERDOCIO

 

BODAS DE ORO SACERDOTALES

(11 de junio 1960-2010)

 

AÑO SACERDOTAL

(19 Junio 2009-11 Junio 2010)

 

 

A Jesucristo Eucaristía, Sumo y Eterno Sacerdote, Pan de vida eterna y Presencia de amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida; a mi Seminario de la Inmaculada de Plasencia y Obispo y Superiores y Profesores que me ayudaron a ser y existir en Cristo Sacerdote, y a todos mis condiscípulos y hermanos sacerdotes, presencias sacramentales  de Cristo, con su mismo amor celibatario, amor gratuito y total a Dios y a los hombres, nuestros hermanos; y a todos mis queridísimos feligreses de San Pedro, como SACERDOTE de CRISTO, durante cuarenta y cuatro años, en mis cincuenta años de sacerdocio.

 

 

 

 

 

I

DEO PATRI SIT GLORIA

 

            Quiero darte  gracias y alabarte, Dios mío, Trinidad a quien adoro, porque el Padre eterno, principio y origen de la vida y de la existencia, me soñó y me creó y me dio la vida en el sí de mis padres, y me eligió y prefirió entre millones y millones de seres que no existirán para vivir en una eternidad de felicidad en su misma esencia divina y trinitaria. Cuando los padres más se quieren, nace lo más hermoso que es la vida, por el amor de Dios creador comunicado a los padres.

            Gracias, Padre Dios, porque me soñaste, y  en tu proyecto de vida me creaste, y me elegiste para ser sacerdote católico desde el seno de mi madre, Graciana; ella fue madre sacerdotal que recibió y percibió en su corazón este proyecto del Padre en Consejo Trinitario, esta llamada de la vocación sacerdotal para su hijo en su oración eucarística diaria; y, desde su seno maternal, cultivó esta semilla en su corazón y lo trasplantó al mío, como hacen en mi bella tierra de la Vera extremeña los agricultores con las simientes de tabaco y pimiento plantadas en los semilleros.

 

            Quiero cantar nuestro Dios Trino y Uno con san Pablo en su carta a los Efesios:

 

Bendito sea Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en la persona de Cristo
con toda clase de bienes espirituales y celestiales.

Él nos eligió en la persona de Cristo,
antes de crear el mundo,
para que fuésemos santos
e irreprochables ante él por el amor.

Él nos ha destinado en la persona de Cristo,
por pura iniciativa suya,
a ser sus hijos,
para que la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido
en su querido Hijo,
redunde en alabanza suya.

Por este Hijo, por su sangre,
hemos recibido la redención,
el perdón de los pecados.
El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia
ha sido un derroche para con nosotros,
dándonos a conocer el misterio de su voluntad.

Este es el plan                                                    
que había proyectado realizar por Cristo
cuando llegase el momento culminante:
recapitular en Cristo todas las cosas
del cielo y de la tierra.

 

 

 

 

 

 

 

II

 

ET FILIO QUI A MORTUIS SURREXIT

 

            Quiero darte gracias y alabarte, Hijo de Dios resucitado, Sacerdote Único del Altísimo, “sentado a la derecha del Padre...Cordero de Dios degollado... intercediendo ante el trono de Dios...”,  encarnado por «obra del Espíritu Santo» en el día de mi Ordenación sacerdotal por el sacramento del Orden en esta mi pobre humanidad prestada, para prolongar tu misión sacerdotal y salvadora.

            Mi padre, Fermín, «el más listo de la escuela», como me decía la gente de mi pueblo, al reconocerme como hijo suyo, devoto fervorosísimo del Corazón de Jesús, -- dejaba todos los días de la novena el taller de carpintería para presentarse en la iglesia con el «mono» de trabajo, para gran disgusto de mi madre al verlo comulgar así-- también quiso tener un hijo sacerdote y cultivó esta llamada desde el Corazón de Cristo Sacerdote que es fuente y modelo sacerdotal para todos los que“´Él llamó... llamó  a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

            Siempre lo tuve claro, pero ahora ya, desde las bodas de oro sacerdotales, contemplando mi vida desde <el descanso del séptimo día>, mirando para atrás, como el Dios Creador al contemplar lo que había creado: “Y vió que todo era bueno...”, podéis creerme que lo he comprendido todo perfectamente en la misma contemplación de lo creado de mi Dios, desde su origen hasta el día de hoy y “he visto que todo está bien”, que este ha sido su designio sobre mi existencia y eternidad, que todo ha sido es obra suya en el Hijo, en “la Palabra por la que todo se ha hecho...”, y siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Y me gozo con Dios mi salvador, porque me escogió y llamó para ser sacerdote desde el vientre de mi madre: “Antes de formante en el vientre de tu madre, yo te escogí. Antes de que salieras del ceno materno, te consagré. Como luz del mundo te constituí. No tengas miedo, que Yo estoy contigo”      Dios Padre me ha permitido verlo todo con los ojos de Amor de su mismo Espíritu Santo: “Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros propios ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos: la Palabra de la vida (pues la vida se hizo visible), nosotros la hemos visto, os damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba con el Padre y se nos manifestó. Eso que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que estéis unidos con nosotros en esa unión que tenemos con el Padre y con su Hijo Jesucristo”  (Jn 1, 1-3).

            Quisiera que toda mi vida, que toda mi eternidad sacerdotal no fueran otra cosa que un continuo repetirte: ¡Gracias, gracias, mi Trinidad adorada, Padre, Hijo y Espíritu Santo! ¡Gracias por el proyecto sacerdotal mío, engendrado desde el seno del Padre por contemplarme en su Hijo, en su Palabra: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.  Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres...” “Todo se hizo por ella”, por el Verbo, la Canción de Amor cantada por el Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, revelada y hecha humanidad y carne en Jesucristo Sacerdote y Víctima perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, Sacerdote Único del Altísimo, mi amor y mi vida! ¡Jesucristo, Sacerdote del Altísimo, quiero verte para tener la luz del Camino, de la Verdad y de la Vida! ¡Quiero ser Eucaristía y Sacerdote contigo, quiero comerte y comulgar con tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor! Y en tu entrega  y vida eucarística quiero hacerme contigo Sacerdote y Víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida! Quiero entrar así en el misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo! ¡Quisiera hacer locuras por Ti; cuánto te deseo, cómo te busco, con qué hambre de Ti camino por la vida! ¡Quisiera tener un corazón capaz de poder ser agradecido contigo! Me consuela pensar que Tú te entregaste a mi pobre persona, sabiendo que nunca recibirías la acción de gracias completa.

            Por eso, para darte gracias completas, mejor callar y celebrar contigo la Eucaristía, la Acción de Gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo por este proyecto del sacerdocio eterno y víctima perfecta que has injertado para siempre  en esta pobre humanidad,  en mi vida presente y eterna, sacerdos in aeternum: “Os exhorto, hermanos, por l misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable” (Rom 12, 1-2).

III

 

AC PARÁCLITO, IN SAECULORUN SAECULA. AMEN

 

            Quiero darte gracias y alabarte, Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida; yo te adoro y te amo con todo el amor con que tu me amas, porque yo no sé amar así, como Tú amas; yo no puedo amarte si Tú no me lo das primero; para eso me ungiste y me consagraste sacerdote católico en tu mismo Amor; me marcaste con la señal de los elegidos y me constituiste sacerdote en Cristo como proyecto del Padre por obra del  Amor, Espíritu Santo, potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, con el que se Besan y Abrazan y permanecen Unidos en el mismo Ser y Existir eterno de Felicidad y Gozo, y me trasplantaste e injertaste en el ser y existir sacerdotal del Hijo-hijo de la Virgen bella, Cristo, Único Sacerdote, “sentado a la derecha del Padre...cordero degollado ante el trono de Dios”.

            Oh Espíritu Santo, todo te lo debo a Ti, Amor Infinito del Padre y del Hijo, que me has fundido en una sola realidad en llamas con el Amado, el Hijo Amado del Padre, Sacerdote y Pontífice Eterno, Puente  divino y humano que une a Dios con los hombres y a los hombres con Dios, por donde nos vienen todas la gracias y dones de la Salvación y de la Unión y de la Transformación en Dios Trinidad por el Hijo, hecho hijo “nacido de una mujer” y sacerdote por su humanidad engendrada en María, Madre sacerdotal.

            En el sacerdocio todo se lo debo a Dios Trinidad en el Hijo-hijo nacido y hecho sacerdote en el seno de María. En mi camino sacerdotal, desde mi Seminario, todo fue desde María, Madre Sacerdotal, cuando aún yo no la conocía como tal, simplemente como amparo y refugio, desde mi infancia y juventud hasta que Ella me dijo un día de vacación en su santuario del Puerto: «pasa a mi hijo», y que yo no comprendí en ese momento; lo comprendería más tarde, poco a poco; Ella, luego, me pasó a su Hijo, a Cristo, y siguiendo por Cristo Eucaristía y Sacerdote, pasé al Espíritu Santo y mi DiosTrinidad adorada.

            Por eso, Espíritu de Amor, con todo fervor te imploro y te rezo, como todos los días, con esta súplica eminentemente sacerdotal inspirada por Ti, y elaborada poco a poco, a través de muchos años, recibiendo siempre tus dones de inspiración y sabiduría:

“¡Oh Espíritu Santo, Abrazo y Beso de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro¡ Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante, y conviérteme, por una nueva encarnación sacramental, en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve y prolongue en mí todo su misterio de salvación; quisiera hacer presente a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. ¡Oh Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios! ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en Amor Trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre, amor Salvador de vida por el Hijo, amor Santificador de vida con el Espíritu Santo, para alabanza de gloria de la Trinidad y bien de mis hermanos, los hombres”.

 

IV

 

PER TE SCIAMUS DA PATREM, NOSCAMUS ATQUE FILIUM, TE UTRIUSQUE SPIRITUM,  CREDAMUS OMNI TEMPORE

 

            Realmente mi sacerdocio, vivido y experimentado desde Cristo sacerdote amado y “amando hasta el extremo”, me ha hecho plenamente feliz y lo es todo para mí. Tú, Hijo de Dios encarnado sacerdote en el seno de la Virgen bella, Madre Sacerdotal, eres mi todo, mi luz, mi alegría, mi perdón, mi consuelo, mi amigo y confidente, mi muerte y resurrección, mi meta.

Jesús, Sacerdote Único del Altísimo; “Tú me sedujiste y yo me he dejado seducir” a lo largo de estos cincuenta años en que Tú has vivido y ejercido tu único sacerdocio en mi humanidad prestada; Tú eres mi pasión, mi vida y mi corona. Quiero decirlo así, alto y claro, porque es verdad, la verdad que vivo y siento, y porque todo es obra de tu Espíritu Santol que me ungió y consagró en tu mismo ser y existir sacerdotal.

 

 

4.- LA EXPERIENCIA Y EL GOZO DE CREER EN CRISTO EUCARISTÍA

 

HOMILÍA DEL CORPUS CHRISTI

 

            ¡Qué gozo ser católico, creer, tener fe y sentir a Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene  sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama en el Hijo hecho por amor pan de Eucaristía, me ama hasta el extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

            ¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca; que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio; que soy eternidad, porque el Hijo de Dios me lo ha ganado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, “de una vez para siempre”, donde me dice: “yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente”!

            ¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se  sabe por la fe, pero, sobre todo, se puede gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y oración junto al Sagrario, donde el Padre permanentemente me está diciendo su Palabra de Amor en el Hijo, encarnado, primero en carne, luego, en el pan consagrado, por la potencia de Amor, que es su Espíritu Santo!

            Jesucristo en el Sagrario está siempre en  Eucaristía, intercesión y oblación perenne  al Padre por sus hermanos, los hombres, en «música callada»; me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”,  del Padre al hombre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, en la que me dice: no te olvido, te amo, te ofrezco mi vida y amistad permanente y quiero hacerte partícipe de mi misma vida y sentimientos: “yo doy la vida por vosotros... a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

            Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal y litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si santa Teresa hubiera hecho esta definición mirando al Sagrario.

            Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación,  montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; estamos necesitados de exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos, para enseñar la ruta, dejando otros caminos que no llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas, a pesar de muchos movimientos y dinámicas.

            El único camino es la oración permanente que nos lleva a la conversión o comunión permanente con la vida y sentimientos de Cristo; y para esto hay que vaciarse de nuestros pecados, porque estamos muy llenos de nosotros mismos que no cabe Cristo en nosotros, su vida y amor al Padre y sus hermanos los hombres; poe eso creemos a veces que lo tenemos todo, pero nos falta el Todo, que es Cristo.

            Señor, por qué me amas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... ¿qué puede darte el hombre que Tú no tengas? No lo entiendo, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo... Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo...”.

            ¡Gracias, Padre, por tu amor extremo en tu Hijo encarnado primero en carne humana y luego en pan eucarístico y siempre por el Amor Infinito, Amor de Espíritu Santo!

            ¡Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre, y de amor extremo a los hombres, tus hermanos, hasta dar la vida por ellos; nosotros creemos en Ti, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios!

 

 

5. LA EXPERIENCIA Y EL GOZO DE SER  SACERDOTE

 

            En el Año Sacerdotal que se prolongó hasta el 11 de junio de 2010, celebré gozosamente con mis compañeros de curso, ingresados en el seminario menor de Plasencia en octubre del 1948, nuestras bodas de oro sacerdotales, mis cincuenta años de sacerdote de Cristo. Y precisamente las celebramos el 11 de junio, día en que concluyó el Año Sacerdotal proclamado por el Papa Benedicto XVI con motivo del 150 aniversario de la muerte (dies natalis) de San Juan María Vianney. Ese día, cincuenta años atrás, en la Catedral placentina, fuimos consagrados sacerdotes todos los del curso por nuestro queridísimo obispo D. Juan Pedro Zarranz y Pueyo, a quien estaré eternamente agradecido y ante cuya tumba en la Catedral de Plasencia rezo todos los años que viva los 14 de noviembre, día de su partida a la casa del Padre, y los 28, día de su consagración episcopal.

Uno de esos días, en mi oración, hablando con Cristo, Sacerdote Único del Altísimo, le hice la siguiente pregunta: «Jesucristo, Eucaristía perfecta y Sacerdote Único del Altísimo, confidente y amigo del alma, nosotros te decimos todos los días lo que tú eres para nosotros; y veo que te agrada, porque nos lo demuestras con afectos y gozos que nos comunicas en ratos de oración, en el trabajo apostólico, sobre todo, en la santa misa; yo, ahora, en nombre de todos los sacerdotes, especialmente de mis condiscípulos, que este año hacemos las bodas de oro, te pregunto a Ti: ¿qué soy yo, qué somos nosotros, los sacerdotes para Ti?».

            Y así sentí su respuesta: «Vosotros, los sacerdotes, sois mi corazón y mi vida, mi amor y mi entrega total al Padre y a mis hermanos, los hombres; querido sacerdote, tú eres todo mi ser y existir en el tiempo, tú eres mi adoración y alabanza al Padre y puente eterno en mí de salvación, de la gracia y vida divina para nuestros hermanos, los hombres; tú eres mis manos y mis pies; tú eres mi vida y mi palabra, mi amor y mi ser y existir encarnado en tu humanidad prestada».

            «Tú, querido sacerdote--seguía experimentando en la oración— eres y vives mi sacerdocio encarnado y hecho vida en ti, en todos vosotros, en la humanidad y vida que me habéis entregado, en las manos y el corazón que me prestáis desde el día de vuestra ordenación, y por eso, sin ti, no puedo dar gloria al Padre ni salvar a los hombres en la realización histórica y actual de Salvación; sin vosotros, sacerdotes, no sé ni quiero ni puedo vivir, porque os he amado eternamente, os he elegido y sois presencia sacramental de mi persona y vida; os lo dije en la larga oración de despedida y ordenación sacerdotal de la Última Cena, llena de pasión de amor que luego se derramará en sacrificio: “... en aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros.., yo soy la vid, vosotros, los sarmientos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer... En verdad, en verdad os digo que quien recibe al que yo enviare, a mí me recibe, y el que me recibe a mí, recibe a quien me ha enviado; “Haced esto en memoria mía”.

            «Te he soñado en el seno del Padre y te besé con un beso de Amor de Espíritu Santo, el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre; y el día 11 de junio del 1960, fuiste ungido y consagrado sacerdos in aeternum, porque fuiste injertado en el Único Sacerdote del Altísimo por la potencia de Amor del Espíritu Santo. Para eso te elegí y te llamé por tu nombre y te preferí entre millones de hombres que existirán; te necesito para ser feliz y hacer feliz al Padre, al Dios Trino y Uno, que te eligió entre millones de seres; eres un privilegiado; eres un cheque de salvación eterna para los hombres firmado con mi sangre en que te concedo todo lo que pides porque lo haces «in persona Christi» “in laudem gloriae eius” (Trinitatis).

            Sin tu humanidad prestada, amado sacerdote, yo no podría consagrar, ni perdonar ni bautizar... contigo y en ti quiero ejercer mi sacerdocio ante el Padre eternamente “in laudem gloriae ejus”, para alabanza de su gloria: serás mi sacerdote eternamente para la salvación de los hombres; y lo seguirás ejerciendo como adoración y alabanza y glorificación de la Trinidad eternamente en el cielo junto a mí “Cordero degollado ante el trono de Dios...”, eternamente intercediendo por ellos , como lo hacen ya los que os han precedido, cuyos nombres están para siempre inscritos con fuego del Dios Amor, Abrazo y Beso eterno de Dios Tri-Unidad, Amor de Espíritu Santo: «Tu es sacerdos in aeternum».

«Queridos sacerdotes, os necesito. El Sacerdote Único del Altísimo os necesita»; así lo escucho con gozo internamente y muchas veces como sacerdote celebrante en la asamblea santa del domingo reunida en la Parroquia en torno a mí y así lo canta la asamblea: «Tú necesitas mis manos, mi cansancio que a otros descansen, amor que quiera seguir amando».

 

 

6.- ¡QUÉ GOZO Y BELLEZA SER Y EXISTIR EN CRISTO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

 

            Queridos amigos:

 

            ¡Qué gozo ser sacerdote de Cristo! ¡Qué gozo saber que el Padre  nos soñó y nos creó para ser sacerdotes “in laudem gloriae eius”, para  alabanza de su gloria, en el Hijo amado y encarnado, Sacerdote Único del Altísimo, para una eternidad de felicidad pontifical con Él, como puentes entre el cielo y  la tierra, para llevar los dones y la gracia de Dios a los hombres y  llevar el amor y agradecimiento de los hombres hasta Dios,  en el mismo ser y existir sacerdotal del Hijo ya triunfante y glorioso, “Cordero degollado ante el trono de Dios”!

            ¡Qué gozo ser prolongación en el tiempo y en la eternidad, ante el trono del Padre, aclamado por los ancianos y los santos, del Hijo que, viendo al Padre entristecido por el pecado de Adán que nos impedía ser hijos y herederos de su misma felicidad, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”; y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos los hombres las puertas de la eternidad y felicidad con Dios, y fue consagrado y ungido  Sacerdote del Altísimo “por obra del Espíritu Santo” en el seno de María, Madre sacerdotal de Cristo, y nos escogió a nosotros para vivir y existir y actuar siempre en Él y como Él, para hacernos en Él y con Él canales de gracia y salvación para los hombres y de amistad y amor divino por ese mismo Beso y Abrazo de Espíritu Santo en la Trinidad Divina!

            ¡Que gozo más grande haber sido elegido, preferido entre millones de hombres para ser y existir en Él, porque Él pronunció mi nombre con amor divino de Espíritu Santo y en el día de mi ordenación sacerdotal me besó, me ungió, me consagró con su mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, y me unió y me identificó con su ser y existir sacerdotal por la potencia de Amor de su mismo Espíritu, y se encarnó en mí y yo le presté mi humanidad para que siguiera amando, perdonando, consagrando, ya que Él resucitado y celeste, está fuera ya del tiempo y del espacio y necesita la humanidad supletoria de otros hombres para seguir salvando a nuestros hermanos, los hombres! El sacerdote es otro Cristo.

            ¡Qué gozo ser otro Cristo, presencia sacramental de Cristo, prolongación de su ser y existir sacerdotal, poseer su «exousia», poder actuar «in persona Christi», ser prolongación sacramental de su Salvación!

            Soy otro Cristo, sí, es verdad, humanidad prestada, corazón y vida prestada para siempre, pies y manos prestadas eternamente, también en el cielo, y lo quiero ser y me esforzaré de tal forma ya en la tierra, que el Padre no encuentre diferencias entre el Hijo y los hijos, entre el Hijo Sacerdote y los hijos sacerdotes.

Quiero ser, como Él, un cheque de salvación eterna para mis hermanos los hombres firmado por el Padre en el mismo y Único Sacerdote, nacido de mi hermosa nazarena, Virgen bella, madre sacerdotal, María, Cristo Jesús, que rompió el cheque de la deuda que teníamos contraída desde nuestros primeros padres.

En el sacramento del Orden, por la unción de Amor del Espíritu Santo, Dios Amor, Abrazo y Beso del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, nos une a Jesucristo,  Único Sacerdote del Altísimo,  identificándonos en su mismo ser y existir sacerdotal, hasta tal punto que el Padre acepta nuestro sacrificio eucarístico, como realmente es, esto es, ofrecido por su Sacerdote Único identificado con los hijos sacerdotes y elegidos sacerdotes por el mismo Padre, que se siente complacido totalmente por este sacrificio porque no ve diferencias entre Cristo y los otros «cristos» que le han prestado su humanidad para que sea Él quien pueda seguir salvando, ya que es el único sacerdote, el único pontífice, con el cual nos identificamos, el único puente entre lo humano y lo divino, por donde nos vienen todos los bienes de la Salvación a los hombres, y por donde suben todas nuestras súplicas y alabanzas al Padre.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         

   ¡María, Hermosa Nazarena, Virgen Bella,

Madre Sacerdotal, Madre del alma!

¡Cuánto te quiero, cuánto nos quieres!

 

 

7.- EL GOZO DE TENER JUNTO A MÍ, COMO JUAN, A MARÍA, VIRGEN BELLA, MADRE SACERDOTAL

 

            Escribí hace tiempo: Estamos en el AÑO SACERDOTAL,  estamos a punto de comenzar el mes de María, mayo, y en este mes  de junio haré mis BODAS DE ORO SACERDOTALES; pues bien, esta mañana, en mi oración personal me he atrevido a dirigir esta pregunta a MARÍA, MUJER, VIRGEN Y MADRE SACERDOTAL: MARÍA ¿QUÉ SOMOS NOSOTROS, LOS SACERDOTES, PARA TI?

            Es que lo ordinario, en mi ratos de conversación con Ella, es que le pida cosas o le dé gracias por las recibidas o le diga cosas bellas, porque es linda y hermosa y se lo expresemos llenos de amor con palabras propias o con oraciones ya hechas; esta mañana no le he dicho lo que nosotros, los sacerdotes, pensamos de ella, sino que he sido un poco curioso y atrevido, y quiero saber lo que Ella piensa de nosotros. Me atreví a preguntarle, teniendo presente AÑO SACERDOTAL, BODAS DE ORO SACERDOTALES, ¿qué somos nosotros, sacerdotes, para Ti, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma?

            Y Ella nos dice a todos:

      -- por encargo del Hijo desde la cruz: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”, vosotros sois                   testamento de entrega y de amor y de sangre de mi Hijo;

--vosotros, sacerdotes, en Juan y por voluntad expresada de mi Hijo, sois mis hijos predilectos de amor y sangre y lágrimas y entrega de vida de madre por todos en el Hijo; 

--yo soy vuestra madre y vosotros sois mis hijos predilectos, tú eres mi hijo predilecto «no sin designio divino» (Vaticano II) por voluntad del Padre en el Hijo;

-- tú eres mi hijo sacerdote, tu eres mi hijo del alma, porque te identificas con mi Hijo en su ser y existir sacerdotal; no veo diferencia sacerdotal entre ti y Él, sois idénticos sacerdotalmente, Él eres tú, tú eres Él, por eso te amo igual que a Él, porque Él es el Hijo de Dios encarnado y tú eres el hijo en el Hijo hasta tal punto identificado sacerdotalmente ante el Padre y ante mí, su madre, que no veo diferencia, sois idénticos sacerdotalmente, porque le amo a Él en ti y a ti en Él;

-- tú eres mi Hijo Jesús sacerdote, te quiero, te quiero, bésame, ven a mis brazos y estréchame, abrázame y siente mi amor maternal de Virgen, Mujer y Madre Sacerdotal, con toda confianza, con la misma confianza y ternura del Hijo, porque eres hijo en el Hijo por proyecto del Padre y por voluntad y deseo testamentario y lleno de amor extremo del Hijo en la cruz;

-- tú eres el encargo más gozoso y profundo y eterno que he recibido del Hijo, eres su testamento, su última voluntad, que cumplo con todo amor hasta dar la vida por ti si fuera necesario, si tú lo necesitas, como lo hice entonces, porque morí no muriendo, no pudiendo morir por ayudar a los sacerdotes recién ordenados, muriendo y viéndolo y sufriéndolo todo en el Hijo Sacerdote y Víctima por toda la Iglesia, especialmente por los nuevos sacerdotes de todos los tiempos.

-- Sacerdotes de mi hijo Jesús, soy eternamente madre vuestra sacerdotal por voluntad de mi Hijo; y os quiero y me preocupo eternamente como madre sacerdotal de cada uno, y os espero a todos en el cielo, porque el “hijo de la perdición” no existe más entre los llamados, ya que fue único para siempre.

            Esto es lo que me dijo la Virgen. Te lo comunico para que participes de este gozo sacerdotal.

¡Gracias, María, Madre Sacerdotal y Sacerdote de Cristo!

 

¡SALVE, MARÍA,

HERMOSA NAZARENA,

VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL!

MADRE DEL ALMA!

¡CUÁNTO TE QUEREMOS!

¡CUÁNTO NOS QUIERES!

¡GRACIAS POR HABERNOS DADO A TU HIJO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

¡GRACIAS POR HABERNOS AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTALMENTE EN ÉL!

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER NUESTRA MADRE SACERDOTAL!

¡NUESTRA MADRE Y MODELO!

¡GRACIAS!

 

 

 

 

8. LA GRACIA Y LA  EXPERIENCIA DE DIOS TRINO Y UNO.

 

Y el problema o camino de la experiencia de Dios o santidad o del cielo en la tierra será siempre camino de oración; sin oración, no hay experiencia de Dios, no hay oración mística; y el único camino o escala  para llegar a la experiencia de Dios, a la oración mística, a sentirnos habitados por Dios Trinidad será siempre el camino de la  oración-conversión- purificación-iluminación y transformación, vacío de uno mismo para que Dios me pueda llenar hasta poder sentir y decir, ,:  “ ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí…” con san Pablo; o con santa Teresa: “vivo sin vivir en mí”; o con san Juan de la Cruz y todos los místicos: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado; cesó todo y déjeme mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

            Podéis preguntárselo a todos los santos; ellos recorrieron este camino; unos más y otros, menos; por eso, no todos tuvieron la misma profundidad y gozo de esta experiencias; pero eso, sí, la tuvieron tanto contemplativos como activos, incluso la madre Teresa, que solo la citan para hablar de los pobres, pero ella se atreve a recomendar la oración, incluso a los mismos obispos. 

            Para esto escribió san Juan de la Cruz todas sus obras: los tres libros de la Subida del Monte Carmelo y los dos de la Noche, para que no se despistasen las almas que Dios quería llevar hasta esta unión de amor, pero no encontraban directores por falta de experiencia del camino; y el Cántico y  Llama de amor viva, para entusiasmarlas con las alturas y belleza de esta unión, experiencia o contemplación de Dios.

            Es ella, la experiencia de Dios, la que indica la verdad de nuestra oración, de nuestra fe, de nuestra vida en Cristo y de la calidad de nuestro apostolado; todo depende de nuestro encuentro de amor con Dios; y para que éste exista, me tengo que vaciar de mí mismo por estos encuentros de amor por la oración, para que me llene Dios, es decir, me tengo que convertir totalmente a Dios: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. Entendida así la oración, orar, amar y convertirse se conjugan igual. Si me canso de orar, me canso de amar y convertirme. Si quiero amar, tengo que orar y convertirme cada vez más a Dios.

            Y la relación es evidente: si uno no hace oración, porque le aburre y le cansa, no sé cómo podrá amar y entusiasmar a la gente con Él, cómo va a hablar y entusiasmar con la oración a su gente; y si no hay oración, no hay santidad auténtica y profunda en la parroquia, en las congregaciones, en las organizaciones eclesiales. Y esto es lo que yo veo mucho en la Iglesia actual, tanto arriba como abajo. Sí, si predicamos a Cristo, hablamos de Él, nos movemos y hacemos liturgias, pero no como testigos o con experiencia de lo que hablamos, de la Persona o Palabra que predicamos o celebramos o comulgamos, y eso se nota; podemos ser buenos profesionales, sabios teólogos o liturgos, pero sin la necesaria experiencia de Dios, de lo que predicamos, celebramos o hacemos.

            Pienso que había que salir del Seminario iniciados en esta experiencia de lo que aprendemos en teología o practicamos en liturgia. Luego será muy difícil. Para esto necesitamos unos superiores y sacerdotes y directores espirituales que hayan subido por la montaña de la oración hasta el Tabor, porque nadie da lo que no tiene; no podemos hacer vivir lo que nosotros no vivimos; podemos dar las ideas, pero no la vivencia de ellas, si no la tenemos por la oración; y para esto necesitamos Obispos que se enteren de qué va esto, y elijan a las personas aptas para esta misión; porque si ellos mismos no tienen esta experiencia,  los eligen según otras categorías; y así será el apostolado y la Iglesia que hagamos, la Diócesis, las parroquias.

            El Seminario es la presencia de Cristo que más hay que cuidar en la tierra, porque de allí han de salir los que convertirán y transformarán a los hombres en cristianos, seguidores de Cristo: “Jesús llamó a los que quiso, para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. De nuestros Seminarios salen los futuros Papa, Cardenales, Obispos y pastores de la Iglesia y cada uno construye la Iglesia según la vivencia que tiene de Cristo, no según la teología que aprendió sino con la teología que vive y practica en su corazón; la que no se vive, termina olvidándose; nos pasa a todos.

            Y estas son las ideas o vivencias o realidades que quisiera transmitir en este libro; por eso son muchos los títulos que me gustaría haber puesto; te lo explico un poco con este artículo que leí hace años:

 «El P. Lesser es un sacerdote diocesano inglés, bien conocido entre los lectores católicos de la India. Nacido en la India de padres ingleses, hizo su carrera eclesiástica en Inglaterra. Ordenado sacerdote optó por una diócesis de la India, y desde hace varios años trabaja como misionero en el estado de Rajasthan.

Hace pocos años dictó una serie de conferencias en la BBC de Londres, sobre famosos líderes religiosos de la India. El P. Lesser ofrece en un artículo reciente, los resultados de una encuesta de los obispos de la India, cuyo fin era investigar y descubrir la razón por la que un buen número de católicos han abandonado la Iglesia Católica para unirse a grupos Pentecostales. La razón más convincente parece ser la falta de experiencia de Dios en la Iglesia Católica.

El P. Lesser se pregunta: ¿Cómo pueden tener nuestros católicos una profunda experiencia de Dios si no la reciben de sus sacerdotes? Y con lógica contundente sigue interrogándose: ¿Cómo pueden los sacerdotes ofrecer a sus fieles una experiencia de Dios, si ellos mismos no la poseen? ¿Y cómo pueden poseerla sin una intensa unión con Dios en la oración?

El P. Lesser da una respuesta clara y perentoria. Los sacerdotes de hoy no han sido formados en el Seminario en una atmósfera de oración. No han aprendido a orar, no han entendido la necesidad de la oración. Para probar su tesis el P. Lesser cita un artículo que leyó en una revista inglesa, referente a los franciscanos de Gran Bretaña. Los franciscanos ingleses iban perdiendo por defección un buen número de sus sacerdotes. Contrataron a un psicólogo profesional para investigar las causas. No encontraron respuestas satisfactorias en la psicología.

Fuera del contexto de la investigación, un seminarista hizo una observación casual a propósito de que en los siete años de su formación en el Seminario no había oído ni una sola plática o conferencia sobre la oración. Casi todos los presentes confirmaron que lo mismo les había ocurrido a ellos. El autor del artículo visitó conventos y consultó a muchos sacerdotes, y llegó a la conclusión de que la experiencia del joven franciscano era una experiencia muy extendida entre los sacerdotes de diversas tradiciones.

El P. Lesser examina de nuevo la cuestión: ¿No nos está ocurriendo algo semejante en la India? Los formadores en Seminarios menores, reciben con frecuencia de sus obispos esta admonición: Dad a vuestros estudiantes una buena formación espiritual, pues si no la reciben en el Seminario menor, no la van a recibir en el Seminario mayor.

A continuación relata la revelación que le hizo un profesor de uno de los más prestigiosos Seminarios de la India. Se lamentaba el sabio y devoto sacerdote de que durante el reciente campeonato mundial de cricket (en la India el cricket despierta un entusiasmo rayando la locura) los seminaristas estaban pegados a la televisión con notable detrimento de los estudios. Esto sin contar el daño para la vida y actividad espiritual.

A los seminaristas se les deja que campen por sus respetos en su formación espiritual, cuando no reciben ninguna clase de incentivos o estímulos de los formadores, y por otra parte están expuestos a muchas tentaciones e invitaciones al mal desde el mundo fuera del Seminario.

El P. Lesser entra en un detallado programa de sólida formación espiritual en nuestros Seminarios, y hace responsables a los profesores y formadores de hacer un estricto seguimiento o acompañamiento espiritual a sus jóvenes.

El P. Lesser concluye el artículo: Todo seminarista, al entrar en el Seminario, desea ser un buen sacerdote. ¿Pero puede uno ser un buen sacerdote si no es un hombre que hace oración, si no es santo, si no es un hombre de Dios?

Hay muchos sacerdotes, dice el autor del artículo, que son eruditos, muchos están sumergidos en trabajo social o en otras actividades apostólicas, pero son pocos los sacerdotes que pueden comunicar una experiencia de Dios porque ellos no son hombres de oración, hombres de Dios.

¡El Padre Lesser ha dado en el clavo!»

 

            (Gujerat, octubre 1996, nº 578, pág 3-4).

 

9. A LA EXPERIENCIA DE DIOS SE LLEGA SIEMPRE POR LA VIDA DE GRACIA Y ORACIÓN-CONVERSIÓN.

 

Jesús es Palabra Eterna del Padre, Diálogo Eterno de Amor Personal de Espíritu Santo del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en que se dicen y aman y se hacen Padre e Hijo; “Y la Palabra se hizo  carne”  en María por obra de ese mismo Amor de Espíritu Santo, y mientras “María meditaba todas estas cosas en su corazón”, la Palabra “fue revelada”, “se hizo” Canción de Amor en la que el Padre nos canta a todos los hombres todo su proyecto de Amor; pronunciada «en silencio de amor», debe ser escuchada «en silencio de amor», en «música callada» de amor,  en oración contemplativa.  

            Perdonadme que repita que el problema de la Iglesia es y será siempre problema de la experiencia de Dios, de la experiencia mística, de experiencia de lo que cree y predica y celebra, esto es, de unión con Dios, de santidad, de identidad con el ser y existir sacerdotal de Cristo que hemos recibido en el Sacramento del Orden o en el santo Bautismo, de experiencia de lo que predicamos, celebramos y administramos.

            Dios es Dios, y tenemos que dejarle que Dios sea Dios, y nosotros, simples criaturas; que sea Dios de nuestra vida y en la Iglesia; y nosotros, criaturas, siempre criaturas; y para eso, todo hay que ponerse y ponerlo  todo de rodillas ante Él, nosotros y nuestra vida, deseos, ambiciones, porque así es la única forma de que nos pueda amar como Dios infinito con su mismo  Amor de Espíritu Santo, Amor personal con el que nos soñó y nos creó en el Hijo, en la Palabra-Canción de Amor, para una eternidad de felicidad por su mismo Amor Trinitario, Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios.  Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe. En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres,  y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron... La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo... Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre...Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad”.

            El Padre nos envió al Hijo eterno para salvarnos y hacernos hijos suyos, y para eso e Hijo se hizo hombre, como Sacerdote Único y Salvador, al que tenemos nosotros, los sacerdotes que prestarle nuestra humanidad, identificándonos totalmente con su mismo ser y existir sacerdotal, para que Él pueda seguir predicando, perdonando, bautizando y salvando a todos los hombres, por nuestra vida, sentimientos y humanidad prestada.

            Jesucristo Sacerdote Único del Altísimo es la Única Palabra y Proyecto de Amor que el Padre ha pronunciado, es la Canción de Amor extremo  del Padre y del Hijo a los hombres: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna”, vida eterna que empieza aquí abajo por el bautismo, por la que nos llamamos y hacemos hijos en el Hijo, y nos “revela” toda su esencia de Amor y Felicidad infinita.

            Y esta Palabra, dice san Juan de la Cruz, la pronunció el Padre en el «silencio» de Amor Personal de Espíritu Santo, y en silencio de amor y en «música callada» de oración personal –oración contemplativa- debe ser escuchada para sentirla y experimentarla.

            No puedo estar veinte, treinta, cuarenta, cincuenta   años orando, predicando, diciendo que Cristo está vivo, o celebrando a Cristo Resucitado y su misterio de amor en la Eucaristía, y, sin embargo, para mí sigue muerto, y se reduce a pura idea o teología estudiada, pero no vivida, y no tener experiencia de Cristo, de su evangelio, de su amor loco y apasionado, de un Cristo vivo, vivo y resucitado en la Eucaristía que celebro y comulgo y adoro, y no saber-sapere, saborear-  personalmente su amor y relación de amistad en tantos años.

            Si es así, algo falla en mi vida; si es así, ciertamente me salvaré, con la fe creída y profesada, pero algo falla, si después de tanto años, no puedo decir personalmente lo que Cristo es para mí, qué me dice o revela, cómo es Cristo para mí,  y cómo es su Amor y Gozo, después de cientos y miles de comuniones, de miles de días de tratar con Él, por lo menos, externa y oficialmente, porque mis misas son válidas; algo falta en mi vida, porque Él vino para ser nuestro amigo y confidente, para eso está y permanece en el Sagrario con los brazos abiertos en amistad permanente, algo falla en mí si no llego a tener experiencia de Él, de su presencia, de su abrazo, su emoción, no oír que te dice: “te amo, estás salvado”, después de tantos años de trato y relación personal con Él; o verme así en un apuro, si alguien me pregunta: Y tú, sacerdote, después de treinta o cuarenta años de estar junto a Él y predicarle y celebrar la Eucaristía, no puedes decirme cómo es, cómo te ama, qué te dice, qué sientes, qué te dice en la misa,  al comulgarlo, al tocarlo, al estar ratos hablando con Él... algo falla, si no puedo expresar algo de todo esto.  

Y donde pongo que el problema de la Iglesia es y será siempre problema de experiencia de Dios, se puede poner igualmente... es problema de oración, de conversión, de santidad, de unión con Dios, de vida espiritual, de vida según el Espíritu, de vida evangélica, de vivir en perfección las virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad...

            Pregúntenselo a san Pablo, a san Juan, a san Pedro... y a todos los verdaderos apóstoles de Cristo que han existido y existirán. No basta el «todo vale» y el puro profesionalismo, lo ha dicho muy claro el Señor: “vosotros sois los sarmientos... sin mí no podéis hacer nada”.

            Cristo repitió varias veces a los Apóstoles que necesitaban recibir al Espíritu Santo para llegar a la  “Verdad completa”, esto es, a la “Verdad” que es Él, pero “completa”, vivida y llena de Amor, de fuego de Espíritu Santo. 

            Jesucristo es la Palabra llena de Amor del Padre en la que con Amor de Espíritu Santo nos dice todo su Proyecto, su Idea Única y Total de Amor y Salvación para nosotros, pero “completa”, esto es, “Verdad-Amor, con fuego vivencia de Amor de Espíritu Santo, no pura Verdad sea teológica, sin Fuego de Espíritu Divino, que al sentirla en el corazón, los Apóstoles no pudieron contener ese amor vivencial y les hizo abrir las puertas y quitar lo cerrojos de sus miedos y vidas y predicación y testimonios martiriales. El Espíritu Santo les llevó a la “Verdad completa”, porque es la misma Verdad, el mismo Cristo Resucitado, pero no hecho solo evangelio o palabras, sino completo, hecho fuego, evangelio experimentado y palabra quemante, que no pueden contener y tienen que comunicarla en «llama de amor viva».

            Y ¿cómo lo recibieron?: “Estaban todos en el cenáculo reunidos en oración con María, la madre de Jesús”; Jesús quiso que viniera en ese momento, cuando estaban “en oración”, para indicarnos que así hay que prepararse para recibirlo, y “con María” como la primera vez que vino sobre ella, también estaba orando la Virgen cuando le habló el arcángel S. Gabriel como nos dicen los Evangelio. Ahora Cristo resucitado viene sobre toda la Iglesia, y no viene hecho tiempo y espacio, como vino al seno de María, hecho carne, sino hecho fuego y llama de Amor Viva, Amor de su Espíritu Santo, Amor invisible para los ojos carnales y solo viviente y experimentado entonces y siempre sobre las almas en oración contemplativa, unitiva, transformante por el fuego de Pentecostés.

            Hasta que no vino sobre los Apóstoles esta vivencia  hecha llama de Amor viva, aunque lo habían visto resucitado y habían celebrado la Eucaristía con Él, no abrieron los cerrojos  y las puertas. Lo mismo que pasará siempre y en todos los tiempos en la Iglesia, especialmente a sacerdotes, obispos, sucesores de los Apóstoles cuando tengan que anunciarlo en “verdad completa”, no meramente en verdad teológica y doctrinal. Y para eso, el vivirlo es esencial: verdad llena de fuego y amor quemante.

 

 

10.- SIN ORACIÓN-CONVERSIÓN, NO HAY SANTIDAD AUTÉNTICA NI EXPERIENCIA DE DIOS TRINIDAD

 

            “Sin mí no podéis hacer nada”. Y nuevamente aquí habría que añadir algunos títulos o palabras, porque yo no me refiero a la oración primera, «de principiantes», sino de «aprovechados», a la oración afectiva o contemplativa, es decir, a la oración unitiva que aspira a la identificación total con Cristo: “yo soy la vid, vosotros los sarmientos”, identidad con su ser y existir sacerdotal, identidad del santo Bautismo, cuya vivencia a muchas almas, por ejemplo, a la Beata Isabel de la Trinidad la llevó a las cumbres de la mística trinitaria, a la identificación de todo cristiano con su misma vida y sentimientos, de la participación de la gracia, de la misma vida trinitaria comunicada por el Espíritu Santo en el santo bautismo.

            El sacramento del Orden lleva al sacerdote a prestar a Cristo su humanidad para que Él siga predicando, salvando, bautizando, consagrando...; para vivir esto hay que llegar a una oración un poco elevada, que ha mortificado ya parte de los sentidos y que no es pura reflexión, sino amor y experiencia de Dios que por el amor contemplativo aspira a la unión de vida y sentimientos con Cristo y por eso mismo rechaza todo pecado, que no quiere convivir con el pecado; aunque sea venial, que lo rechaza y se esfuerza por descubrirlo oculto en el examen diario de mañana y noche,  y pide perdón en la confesión frecuente y oración diaria ante el Sagrario; uno tiene o ha llegado a la oración afectiva cuando uno empieza a sentir gozo  y presencia de Dios en la oración, no le cansa, no le aburre, no le cuesta tanto trabajo, como al principio, siente el gozo de la presencia y ayuda del Señor porque al vaciarse de sí mismo, Dios le va llenando.

            Si vas a san Juan de la Cruz o a santa Teresa o a nuestros muchos santos y místicos lo encontrarás muy bien explicado. Mejor que en otros libros actuales sobre oración que todo lo hacen consistir en imaginaciones o posturas y respiraciones especiales. Pero no veo que hablen mucho de conversión. Yo no niego nada. Pero leyendo a los que tuvieron experiencia de Dios, las noches purgativas son absolutamente necesarias.

            Es más, san Juan de la Cruz empieza a hablarnos de oración, de meditación o de la oración discursiva, y él no dice nada o casi nada de cómo es o hay que hacerla y sólo se preocupa y habla de negaciones de sentidos, inteligencia, memoria, voluntad, de purificaciones y noches de la oración contemplativa o unitiva o transformativa o pasiva.

            Resumen: cada uno de nosotros ama a Cristo y trabaja y predica y hace apostolado según el concepto que tiene de Iglesia, de evangelio y de Cristo; y cada uno conoce o tiene el concepto de Cristo, Iglesia y Evangelio según la vivencia que tiene de Cristo; y cada uno tiene la vivencia de Cristo y de su palabra o evangelio que recibe en su oración personal; y según esta experiencia de Cristo, tiene el sentido de Iglesia y trabaja y hace apostolado y predica con más o menos fuego y unión de amor, no según lo que estudió en teología, porque estas verdades teológicas, si no se viven, terminan olvidándose, porque se quedaron sólo en el entendimiento y no llegaron al corazón, a la vivencia.   

            La teología, como el evangelio, sólo se comprenden cuando se viven; mejor, no se comprenden completamente, hasta que no se viven; desgraciadamente, si esto no fuera verdad, todos los teólogos serían o debieran ser santos y místicos; y  la única forma que conozco de vivir y experimentar y sentir y gozar y decir Dios existe y es verdad y me ama y me siento verdaderamente amado por Él, es la oración personal, pero un poco elevada, no basta la mera meditación.

            Es lo que veo tanto en maestros como discípulos de la oración personal. Ni siquiera la oración litúrgica es experiencia por sí sola, aunque es el fundamento, porque si no hay relación y encuentro personal, «aunque diga misa», todo se queda en el altar o en el evangeliario, porque no entro dentro del corazón del misterio celebrado y de los ritos por medio de mi diálogo personal con Cristo.

 

 

11.- LA ORACIÓN-CONVERSIÓN, CAMINO PARA AMAR A DIOS SOBRE TODAS LAS COSAS

 

            TODA ORACIÓN VERDADERA LLEVA A LA CONVERSIÓN. La oración auténtica lleva a convertirse mirando solo a Dios, prefiriéndole a todas las cosas, para abrazarse y unirse a Él en matrimonio de amor eterno, amándole sobre todas las cosas y prefiriéndole a todas las cosas.

            Ahí es donde Cristo prueba la sinceridad de nuestra oración y nuestro amor, amándole sobre nosotros mismos, sobre nuestras comodidades y perezas, sobre nuestros éxitos y puestos, y esforzándonos por conocerlo más y amarlo y vivir su misma vida y sentimientos, pisando sus mismas huellas de obediencia al Padre y humildad, cumpliendo en todo la voluntad del Padre.

            Y es que nosotros no podemos llegar a fabricar este amor a Dios sobre todas las cosas, este no buscarnos a nosotros mismos, es decir, amar a Dios como Él se ama, con su mismo Amor de Espíritu Santo; nuestro amor es egoísta, desde el pecado original, nos buscamos a nosotros mismos antes que a Dios, nos amamos a nosotros mismos sobre todas las cosas, porque desde el seno de nuestra madre, por el pecado original, nos buscamos y nos queremos más que a Dios; este amor total y gratuito sin buscarme a mí mismo incluso en la cosas de Dios, es divino, es el Amor del Espíritu Santo, sólo Dios puede fabricarlo en la oración con el barro de mis facultades limitadas, porque es el amor infinito con que Dios se ama y nos ama; Dios nos ama gratuitamente ¿qué podemos darle nosotros a Dios que no tenga? nos ama para hacernos felices con su misma felicidad y esa es infinita y yo no puedo ni se amar infinitamente porque no soy Dios y Dios quiere que ame así y me ha destinado a amar y ser feliz eternamente amando así y eso empieza aquí abajo por la oración contemplativa.

            Muchas veces le digo: Señor, dame tu amor para que yo pueda amar así --(de ahí viene el éxtasis de los místicos, porque al sentir ese amor salen de sí mismo para amar en Dios y como Dios)--, comunícame por contemplación, por amor contemplativo, ese Amor de Espíritu Santo con que Tú nos amas, porque yo no sé fabricar ese amor, no puedo hacerlo, soy finito y humano, aunque te ame con todo mi corazón, yo no sé amar sin buscarme a mí mismo, me busco más  que a todos y en todo, comunícame ese amar gratuitamente,–agapé-, por hacer feliz al hermano, no –amor erótico--, que se busca siempre a sí mismo.

            Yo no sé amar así. Por eso, Señor, envíame tu Amor, tu Espíritu Santo para que yo ame como Tú nos amas. Para este amar sobre el propio ego, sobre todas las cosas, necesito la conversión, pero no para un rato, o para un día, o para cincuenta años, sino toda la vida. Y para esto tenemos que llegar a una oración más elevada, que nos convierte o transforma totalmente en Dios por la gracia en cuanto es posible y Dios ha proyectado sobre cada uno; hay que llegar a la oración pasiva, al amor pasivo, que yo no sé hacer ni fabricar, sino que lo hace y fabrica Dios en mí por participación de su misma vida y esto solo es posible por el amor divino, por la oración contemplativa, unitiva y transformativa.

            Yo sólo tengo que aceptarla y sufrirla, porque como oración unitiva y transformativa, esa llama de Amor de Espíritu Santo tiene que quemar primero en mí todos mis defectos de memoria, entendimiento y voluntad egoístas hasta sus raíces; yo tengo que ser sufriente, patógeno de esta acción purificatoria de las raíces de mi yo y mis sentidos y defectos por el amor transformativo de mi Dios, para luego, una vez quemadas y a ese ritmo, ir sintiendo ese Amor, ese mismo Amor de Dios que me ama purificándome y luego abrazándome, besándome y uniéndome-santificándome-transformándome en Vida y Amor Trinitario.

            Y claro, para esto, hay que convertirse mucho, totalmente, porque si estoy lleno de mí mismo, no cabe Dios en mí, lo echo fuera, no lo dejo entrar y llenarme de todo y totalmente. Yo siento y experimento a Dios en la medida en que me voy vaciando de mi mismo y Él me va llenando de su vida divina participada en la medida en que yo me voy vaciando de la mía.

            Y para  eso, como he dicho y diré siempre, primero tengo yo que echar fuera mi propios amores  y afectos que estén sobre o contra Dios, el buscarme a mí mismo en mis sentidos, placeres, soberbia, orgullo, envidia, críticas, ídolos de dinero, puestos, honores... y luego, cuando yo ya haya hecho todo lo que debía y podía con la ayuda ordinaria de Dios, viene Dios directamente en mi ayuda por su Espíritu Santo, Llama de Amor Viva, por el camino de la oración pasiva y contemplativa y remata la obra, matando las raíces de mi pecado, de mi yo, que yo no sé hacer ni puedo pero que está presente en la mayoría de los hombres, aunque seamos sacerdotes u obispos. Qué bien lo describe san Juan de la Cruz  en sus libros al explicar sus poesías de Llama de amor viva y la Noche:

 

«¡Oh llama de amor viva

que tiernamente hieres

de mi alma en el más profundo centro!

Pues ya no eres esquiva

acaba ya si quieres,                          

¡Rompe la tela de este dulce encuentro!

 

¡Oh cauterio suave!

¡Oh regalada llaga!

¡Oh mano blanda!

 ¡Oh toque delicado que a vida eterna sabe                        

y toda deuda paga!

Matando, muerte en vida has trocado.»

 

 

«¡Oh noche que guiaste!
¡Oh noche amable más que la alborada!
¡Oh noche que juntaste
Amado con amada,
amada en el Amado transformada!


Quedéme y olvidéme,
el rostro recliné sobre el Amado,
cesó todo y dejéme,
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado».

 

            Pero ¡anda! que no hay que sufrir durante años y años hasta llegar a las raíces del yo, hasta vencer las tensiones permanentes del pecado original que dura toda la vida, aunque esta mortificación primera se siente más; luego, la conversión es permanente, pero más suave, una vez que el yo ha sido crucificado con pruebas internas, externas, calumnias, celotipias, segundos puestos... así que muchos se echan para atrás y no hay conversión ni oración total, quedándose en zonas más bajas del culto al yo, aunque toda la vida recen los salmos, o mediten el evangelio o hablen o escriban de oración... se nota a la legua quién tiene experiencia de oración, de Dios.

            A mí me parece que a la Iglesia, y no sólo en su parte baja, sino arriba, en la alta, le falta parte de esta purgación y mortificación permanente y, por eso mismo, falta experiencia de Dios; no encuentro muchos sacerdotes y obispos en esta dinámica de oración-conversión, de mortificación permanente del yo. Y lo peor de todo esto es que somos nosotros los maestros de la oración-conversión, los que hemos de llevar a otros por este camino, por voluntad de Dios y vocación sacerdotal.

            Ya he dicho muchas veces que la Iglesia necesita de exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la experiencia de Dios, y vuelvan cargados de frutos para alegrarnos y enseñarnos el camino. Es que si no  se ha recorrido, no se sabe; si no hemos subido con Pedro, Santiago y Juan a la cumbre del Tabor, no podemos contemplar a Cristo transfigurado y decir: qué bien se está aquí. Lo peor es cuando esto ocurre en los seminarios o en los noviciados o casas de Formación, donde han de ser enseñados los seminaristas o novicios en este camino, y los directores no lo han recorrido. Así estamos. Cómo se nota. Es que es una excepción hoy día encontrar formadores entendidos en este camino de la santidad, de la experiencia de Dios, de la conversión total a Cristo. Y no lo digo por decirlo; lo digo con mucha pena y años de ver y examinar...

            En este sentido podría citar infinidad de textos de san Juan de la Cruz, de santa Teresa, santa Catalina de Siena Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa del Niño Jesús, Sor Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucauld, donde hablan de la necesidad de la oración-conversión permanente para tener esta experiencia. Y no sólo entre los santos canonizados; tengo el consuelo, Dios sea bendito, bendecido, porque me ha dado el consuelo de encontrar entre mis feligreses y feligresas, verdaderos místicos, verdaderas místicas. Algunos de ellos me han enseñado bellezas de este camino. Podría citarlos. Pero me voy a conformar con citar a la Madre Teresa de Calcuta, conocida y admirada por todos, que se singularizó por su amor a los pobres más pobres, y cuyo centenario de nacimiento estamos celebrando desde el 26 de agosto del 2010.

Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles ,  nos habla  así de la oración para poder realizar estos compromisos,  incluso a los Obispos:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración... Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo con su amor» 

«Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí». 

 

(JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales, Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, pág. 78-9)

 

12. POR ESO, AMOR A DIOS, ORACIÓN Y CONVERSIÓN SE CONJUGAN IGUAL Y EL ORDEN NO ALTERA EL PRODUCTO

 

            Lo repetiré muchas veces en mi vida, en mis libros y conversaciones. Para mí, el único camino para mantenerse en forma sacerdotalmente, para vivir y hacer vivir la fe y el amor a Dios, para llegar al gozo de la fe, del apostolado y de la vida sacerdotal o cristiana, es la auténtica y verdadera oración que es siempre encuentro de vida y amor con Cristo; si no hay conversión a Él de toda mi vida, si me canso, si dejo la conversión, es que he dejado la oración, aunque aparentemente tenga el tiempo señalado o el libro sobre mis manos; y esto que digo vale para todo creyente, todo cristiano, todo bautizado, y si menciono especialmente a los sacerdotes es por mi condición sacerdotal, porque lo he vivido como sacerdote, y porque quiero corregirme y aconsejar con amor para que otros puedan corregirse con la ayuda de la gracia.

            Y esa ayuda, lo repetiré mil veces, viene fundamentalmente por la relación personal con Cristo, por la oración personal que me lleva a la conversión personal de todo mi ser y existir en Cristo, que me lleva a vivir lo que soy, mi identidad con el Único y Eterno Sacerdote.

            Esto me ha obligado y ayudado a descubrir cómo ha sido mi evolución en la oración, cómo hago mi oración, aunque alguno pueda pensar que es autocomplacencia. Lo hago única y exclusivamente, exponiendo también mis errores y pecados, para poder aconsejar y ayudar en este camino que considero esencial en la vida cristiana y sacerdotal.    

 Y lo primero y principal que quiero decir en este aspecto es aconsejar la conveniencia de tener una escalera con escalones hechos y seguros para subir a la unión de amor con Dios, que eso es oración; quiero aconsejar, desde el primer momento, la conveniencia, para mí necesidad, de tener una ruta marcada para todos los días cuando voy a la oración, para no despistarme o depender de que tenga más o menos ideas, gusto, ganas; un  camino fijo y fijado de ayudas para el camino, ayudas de invocaciones y oraciones como de lecturas de evangelio, libros, himnos... etc, y  terminar siempre con la revisión-conversión de vida en tres o cuatro puntos principales, para recorrerlo todos los días hacia el encuentro de amor con Dios, que ha de durar toda la vida.

            Si deseo y pretendo amar a Dios sobre todas las cosas, tengo que luchar todos los días para preferir la voluntad y el amor de Dios sobre esas cosas, especialmente las apetencias y deseos de mi yo que se busca siempre a sí mismo incluso en las cosas de Dios; y esta tensión permanente hacia Dios sobre mi amor propio me lleva a la conversión permanente de mi yo; y todo esto lo voy viendo y meditando y descubriendo todos los días en la oración, «que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama», y que por lo tanto es para todos los días, es permanente,  porque la oración permanente es la que tiene que alimentar el amor permanente a Dios sobre todas las cosas, lo cual me exige la conversión permanente a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre el cansancio o la falta de tiempo o de ganas de hacer la oración: debo dejar a Dios ser Dios y yo ser siempre criatura suya, que le busco todos los días por la oración para conocerle y amarle más, para ver lo que me dice y pide y ponerme a escucharle y seguirle en lo que me pida.

            Por eso, y siempre en línea de consejo, invito a que se empiece la oración personal con alguna invocación al Espíritu Santo, a Cristo, a la Virgen; lo correcto sería la Invocación al Espíritu Santo, aunque no se entienda bien esto para un principiante porque “ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”, pero necesitamos de su gracia y de sus dones, sobre todo, de sus dones de inteligencia y sabiduría, de gustar y saborear las verdades que meditamos, para que nos vaya llevando a la “verdad completa” de Dios, del evangelio, de la fe, del cristianismo. Él es el verdadero director espiritual de la Iglesia por deseos de Cristo Resucitado y Ascendido al Cielo para enviarnosle como lo había prometido a los discípulos y vino el día de Pentecostés.

            Entre esas oraciones iniciales y preparatorias hay que escoger algunas que nos gusten y nos pongan en relación  con Jesucristo Eucaristía y la Virgen Madre, que es el mejor camino de encuentro con Cristo “porque meditaba todas estas cosas en su corazón”, ayudas imprescindibles para hacer oración «que no es otra cosa sino trato de amistad, estando muchas veces a solas con aquel que sabemos que nos ama». 

            Como he dicho, estas oraciones nos sirven a modo de mojones fijos de nuestra oración personal, por los cuales hay que pasar todos los días, parándonos, meditándolas, dialogando con el Señor, con la Virgen, porque no se trata de rezarlas simplemente o decirlas seguidas y se acabó, sino añadiendo nuestras propias reflexiones, oraciones, peticiones y vivencias hasta llegar poco a poco, si queremos, a hacerlas originales.

            La ventaja de estas oraciones o mojones o escaleras fijas para subir hasta Dios todos los días es que, cuando uno se pierda o se despiste o se salga de ruta por distracciones, incluso distracciones santas que surgen en el diálogo con Dios, el orante pueda volver a coger el camino de su oración, del encuentro personal con Cristo y la Virgen.       

            Por mi experiencia en este camino, ya que he iniciado a muchas personas en la oración, como luego  te diré, es necesario no dejarlo cada día a lo que salga, a la improvisación, a lo que Dios te inspire o a ti se te ocurra o descubras cada día, porque muchas veces no se te ocurrirá nada, o no te sentirás inspirado, o tendrás otras preocupaciones o te despistarás, perderás la pista,  y esto te dará la sensación de estar perdiendo el tiempo, esto despista, aburre, y hace que no sea atractiva la oración.

Por otra parte, no tengo que dejar la oración para cuando tenga inspiración, o me guste o tenga algo que decir o pedir, porque muchos días no tendré nada que decir o no se me ocurrirá nada que meditar o no sabré cómo hacerla o qué decir a Dios. Y menos he de dejar la oración de todos los días para cuando tenga tiempo, porque entonces no lo tendré y terminaré abandonándola.

La oración hay que concebirla como un trabajo, una obligación, y por lo tanto costoso,  que tengo para con Dios y para conmigo mismo y mis hermanos, los hombres, si quiero santificarme y santificar a los demás; pero no difícil, porque no sepa lo que tengo que hacer.

La oración es un trabajo, como el estudiar si quiero aprobar el curso; el más importante que tengo que hacer para progresar en mi vida espiritual, me guste o no me guste; y si mi trabajo va a ser verdaderamente sacerdotal, es absolutamente necesario en mi vida de sacerdote, seminarista o simple cristiano para poder hablar a los hombres de Dios con verdadera experiencia de lo que predico y celebro, para que Dios pueda comunicarme sus pensamientos y deseos de salvación sobre los hombres, su proyecto y sentimientos y gracias y dones y ganas de trabajar y el modo de hacerlo perfecto: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. El estar con Él es condición indispensable para poder identificarse con su ser y existir sacerdotal, con su vida y sentimientos. 

Repito: es muy conveniente tener un esquema fijo, una espina dorsal que luego tendrás que ir rellenando de meditación, reflexiones o sentimientos o peticiones o manifestación de penas o alegrías o de lo que sea, pero que sepas cómo hay que empezar y continuar, cuando lo que estabas meditando se acabe o se vaya o te olvides o vengan otros pensamientos que te despisten, que incluso pueden ser peticiones o deseos o pensamientos sanos y santificadores; pero se acabaron y ahora qué; con estos mojones  sabrás siempre volver a donde estabas y coger nuevamente el camino.

 

 

 

13.- LA EXPERIENCIA DE DIOS, META DE LA VIDA DE GRACIA DEL SANTO BAUTISMO Y  DEL SACERDOCIO.

 

            Querido lector, conocer y amar a Dios es la vocación del hombre. La experiencia de Dios, la visión intuitiva es el fin de todo lo creado: «La gloria de Dios es que el hombre viva…  y la  vida del hombre es la visión intuitiva», nos dice San Ireneo ( Adv. Haer. 4, 20,7).

 Dios, “al séptimo día, descansó”,  dejó de crear y se recreó contemplando lo creado según su proyecto de amor. Y esto es el hombre, el fín de la creación: “Dios es amor… en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó” (primero). Si existo es que Dios me ama y me ha llamado a compartir su experiencia de gozo esencial trinitario. No tengo que preguntárselo a nadie: existo, luego soy amado y he sido creado para amar en Dios.

Me parece que en estos tiempos se insiste poco en la razón esencial y gratuita de nuestra existencia para la amistad eterna y gozosa con la Santísima Trinidad en el cielo de su misma vida, según el proyecto que el Padre soñó para todos los hombres, que es el  fundamento y principio de la venida del Hijo de Dios en nuestra busca para reintegrarnos en ese primer proyecto, que es o debe ser, a su vez,  principio y fin de la misión de la Iglesia y, por tanto, fundamento, meta y cumbre de la vida y el apostolado cristianos: la Experiencia del Dios vivo y verdadero, Uno y Trino:

            «La vida cristiana se entiende a sí misma como forma de experiencia de Dios. Lo esencial de la vida cristiana es el encuentro, la experiencia y el testimonio del Dios vivo. Tiene estructura y significación trinitaria, es confesión de la Trinidad, bautismo en la dinámica del Padre por el Hijo en el Espíritu. En el conjunto de las formas de vida humana, la vida cristiana se justifica por su capacidad de vivir y testimoniar la experiencia del Dios de Jesucristo, celebrada, vivida y trasmitida en la comunidad eclesial. El «quaerere Deum» y la filocalía están en la base de su inspiración y su sentido, de sus dinamismos y su misión. Los cristianos son hombres y mujeres llamados a ser con su forma de vida, con su palabra y su acción, testigos del Dios vivo» (BONIFACIO FERNÁNDEZ, Jesucristo, seguimiento y contemplación, Madrid 2006,  pág. 60).

He dicho y escrito muchas veces, que siempre, pero sobre todo en estos tiempos actuales de ateísmo y secularismo, de cierto desencanto de la fe, de los creyentes teóricos, la mayor necesidad y a la vez la mayor y más grave y peor pobreza de la Iglesia es la pobreza de experiencia de Dios, de vida mística; por otra parte y por la misma razón, es la más urgente y necesaria aportación y ayuda y apostolado a este mundo triste y vacío de sentido, que se ha quedado sin Dios, sin experiencia de Amor; que lo tiene todo, pero le falta todo, porque le falta Dios.

Por eso estamos todos más tristes: los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los amigos y los vecinos no existen, porque no existe Dios Amor en este mundo, lleno de sexo, pero falto de la experiencia de un Ser infinito que nos ama gratuitamente porque es “Amor” y fuente del amor verdadero.

Nos falta la alegría de sentir su existencia y amor  en nosotros, de alegrarnos de que exista y sea tan grande y haya querido existir para nosotros, porque podía existir sólo para Sí, haberse quedado en su esencia trinitaria e infinita llena de resplandores y amores divinos sin crearnos para hacernos eternamente partícipes de su mismo Amor y Felicidad y Hermosura y Vida. Y no basta saberlo, hay que vivirlo: vivir la vida de la gracia, vida de Dios en nosotros por medio de la oración y de los sacramentos.

Y esto lo tenemos poco en cuenta en  nuestro apostolado los mismos pastores y responsables de la pastoral. Y esto daña la gloria y el conocimiento y el amor de Dios porque nos priva del gozo y la certeza de nuestra fe y vida cristiana, de una programación evangélica del apostolado, según el Espíritu de Pentecostés, como existió en la Iglesia apostólica y de los Padres de la Iglesia, y no llenamos de la  luz brillante de la presencia de Dios a este mundo secularizado; ¡qué homilías y sermones más maravillosos sobre el Espíritu Santo y la experiencia de Dios en los primeros siglos de la Iglesia!

Olvidamos, por el bajo nivel de fe de nuestros cristianos actuales, que, por el sacramento del bautismo hemos sido injertados en Cristo resucitado, en su vida y gozo y sentimientos, de los que participamos por la vida de gracia, la misma vida de Dios.

El Vaticano II nos dirá que todos los bautizados estamos llamados a la santidad, a la unión de amor con Dios, a la unión transformadora en Dios, a la visión de Dios, a la felicidad eterna en Dios Trino y Uno. Y para hacer a todos los hombres partícipes de esta gracia y experiencia eterna de Dios que empieza aquí abajo, existe el sacerdocio; los sacerdotes somos presencias sacramentales de Cristo, prolongación de su mismo ser y existir sacerdotal, o si quieres, los sacerdotes prestan a Cristo su humanidad, su palabra, sus manos, sus sentimientos, su amor, para que Cristo puede seguir cumpliendo el proyecto del Padre, la salvación eterna, llevarlos a todos a la visión intuitiva y eterna en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y esto, si llega a realizarse, se siente y se experimenta. Claramente en los santos. Pero es que todos estamos llamados a esta identidad de vida y sentimientos con Cristo, Único Sacerdote del Altísimo.

Como consecuencia, las ovejas tienen derecho, por proyecto del Padre y del Hijo, y los sacerdotes tenemos la obligación por el Sacramento del Orden, de tener y sentir y vivir los mismos sentimientos de Cristo, o dejar que Cristo los viva en nosotros y a través de nosotros, que es lo mismo.

Las ovejas de Cristo, los bautizados, tienen derecho a exigirnos esta santidad, esta vivencia, esta experiencia de Cristo en nosotros, en razón, tanto de creación por el Padre, como de recreación por el Hijo: “Si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”;  y nosotros tenemos el deber, la misión y la obligación, por el sacramento del Orden, que nos hace ser y existir en Cristo, a tener sus mismos sentimientos, esto es, a vivir en Cristo, a  tener experiencia de lo que somos y existimos, de nuestra identidad en Cristo, de sentir los gozos y vida de Cristo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí... para mí la vida es Cristo... me alegro hasta en mis debilidades, porque así habite en mi la fuerza de Cristo... todo lo puedo en aquel que me llena con su mismo fuerza...”.

Esta misma obligación aparece muchas veces en el evangelio, en los mandatos y recomendaciones de la predicación de Cristo: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... como los sarmientos están unidos a la vid, así vosotros en mí... sin mí no podéis hacer nada”. Sin mí no podéis ni debéis hacer nada; y para esto, para no convertirnos en unos profesionales de lo sagrado, necesitamos, por mandato e institución sacerdotal en Cristo, tener experiencia de lo que somos y existimos en Cristo, necesitamos la experiencia de Cristo en nosotros o nosotros en Cristo para saber, saborear, gustar, comprender, porque no se comprende hasta que no se vive, necesitamos la vivencia de lo que hacemos, predicamos o celebramos.

Desde los Apóstoles en Pentecostés, San Juan y San Pablo especialmente, todos nuestros Padres en la fe, todos nuestros santos y místicos y misioneros y apóstoles, todos  los apasionados verdaderamente por Cristo y su Evangelio, desde los más contemplativos hasta los más activos en el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo, todos tuvieron su manantial de amor y de fuerza y entrega a los hermanos, pobres y ricos, enfermos o sanos, niños o jóvenes…etc,  en la oración personal vivida litúrgica-comunitaria,  o en la oración litúrgica vivida desde la oración personal, especialmente contemplativa o de contemplación amorosa y pasiva según san Juan de la Cruz.

Pregunto a los cristianos bautizados en Cristo: ¿Para qué nos ha soñado y creado Dios Padre por el Hijo en el Espíritu de Amor y Felicidad que viven sin principio ni fín? ¿Para qué vino Cristo, en definitiva, a buscarnos? ¿No fue para abrirnos las puertas del cielo, esto es, de esta misma amistad esencial y personal de los Tres? ¿No es esto lo definitivo, la meta última para lo que se encarnó, predicó, murió y resucitó? ¿No es esto lo que tenemos que vivir, predicar y hacer que todos conozcan y vivan por medio de nuestro apostolado en el mismo Espíritu de Cristo?.

Y ahora ya, después de estos interrogantes, quiero manifestarte que, por experiencia de Dios, entiendo lo que vulgarmente todos comprendemos «por experiencia» en la vida ordinaria y que frecuentemente expresamos con frases como estas o parecidas: «eso es verdad, te lo digo yo; yo tengo experiencia de eso, lo siento en mi corazón; lo he visto y sentido dentro de mí; soy testigo de eso y experimento esto dentro de mí…». 

Y para que lo entendamos bien y desde el principio y respetando otras acepciones del término, por experiencia de Dios entiendo propiamente la vida cristiana que ha llegado a etapas medias y elevadas de vida vivencial y mística por medio de la oración, único camino y obligado de toda experiencia de Dios, que luego se manifestará y reflejará en otros campos de la actividad pastoral y personal.

Más claro todavía para mí y por lo que yo he visto y leído y comprobado, vida o almas místicas son las que han llegado a la oración o contemplación infusa, que tan clara y detenidamente describe el Doctor Místico, san Juan de la Cruz después de largas y profundas purificaciones del yo y de los sentidos y del espíritu, hasta sus mismas raíces.

Si has leído un poco al Doctor Místico, donde pongo experiencia de Dios, cuya expresión él no utilizó, pero cuyo contenido desarrolló y explicó como nadie, el santo Doctor  pondría también y con el mismo valor y significado  «contemplación infusa»,  «teología mística», «oración contemplativa», «noticia amorosa», «ciencia infusa», «luz divina e influencia de Dios en el alma», «oración unitiva o transformativa»,«unión transformante», «transformación del alma en Dios»,  «noche del sentido o del espíritu»,  denominaciones todas diversas de la misma realidad en diversasetapas purificatorias para llegar a la contemplación o experiencia de Dios, causada precisamente por la misma contemplación infusa que limpia y purific primero con su luz y fuego y luego por este fuego luz de Espíritu Santo, como no oscuridades de defectos, ilumina al alma y la hace ver y sentir la presencia de la Trinidad en su alma.

También son efectos de la contemplación infusa el «desposorio o matrimonio espiritual»,  «la ciencia de amor», «sabiduría de amor», siempre infusas, infundidas por Dios en el alma, que sufre ese impacto, convirtiéndose en patógena, en sufriente de la acción de Dios, que la une al mismo fuego de Dios, al Espíritu Santo,  y la va transformando, con dolor purificatorio, porque es imperfecta, está habituada al «sentido», esto es, al natural y no entiende estos modos del Espíritu o espirituales del actuar divino, este ver lo sobrenatural con luz sobrenatural y divina, no meramente humana, y siempre participada por la vida de Dios de la gracia.

De esta forma Dios purifica al sujeto en sus sentidos y espíritu, abandonando los modos humanos de pensar y amar, como lo hacía antes en la meditación, que para San Juan de la Cruz es una forma imperfecta de conocer y amar a Dios.

Al ser ahora Dios el que la ilumina y purifica por la contemplación y pasando así a los divinos, le cuesta adecuarse a los modos divinos de conocer y amar, en contemplación de amor esencial y eterno, y el alma, al no entender ni haberlo vivido y practicado ni saber fabricar este modo de conocer y amar a Dios en Sí mismo, en su misma Palabra y Amor, como Él se ama, porque precisamente en esas alturas sólo quiere amar a Dios y ser amada por Él, y no puede por sí, siente como si hubiera perdido el camino de la oración, que le llevaba a Dios, porque ya no lo encuentra como antes meditando, leyendo, sino que ya ha empezado a conocer sin actos propios, sólo contemplando lo que se ilumina en su alma por el fuego de Amor del Espíritu Santo, que a la vez que calienta, ilumina y purifica; ya todo es  en pasividad de sentido y potencias, sin hacer actos, como antes, cuando meditaba y reflexionaba, sino simplemente contemplando, dejándose amar e iluminar por Dios y amando con el mismo amor con que Dios le ama y le infunde en su corazón.  

Un alma así es volcán de amor y deseos de que Dios sea conocido y amado también así, porque es digno de tal amor en sus criaturas, hechas hijas de amor por su gracia, que es participación de su misma vida y amor infinitos, hacia cuya meta debe tender todo apostolado cristiano, si quiere tener en cuenta lo que Cristo hizo y cómo lo hizo, porque éste es el fin para el que Cristo se encarnó, predicó, murió y está vivo y resucitado y celebra la Eucaristía «memorial» en su mismo Amor de Espíritu Santo –Memoria de la Trinidad y de la Iglesia--,  invocado en la epíclesis de la celebración por el que se hacen presentes todos los dichos y hechos salvadores de Cristo y también los bienes últimos y escatológicos, la alabanza de gloria -laudem gloriae ejus- del Dios vivo:  «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús».

Ven, Señor Jesús, te necesitamos, te necesita este mundo, necesita tu experiencia, la vivencia de tus sentimientos, necesita tu mismo Espíritu para amar, vivir, predicar, trabajar y salvar a los hombres nuestros hermanos como Tú lo hiciste. Necesitamos  Pentecostés, tu Espíritu, el Espíritu de Amor Trinitario que nos llene del mismoAmor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y nos sintamos ya en este mundo fundidos en esta Amor infinito y eterno y trinitario.. 

 

 

14.- BREVE ITINERARIO DE LA ORACIÓN PERSONAL

 

            Repito y lo hago por tratarse del camino más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, qué es lo que te dice a ti y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por ti; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucauld...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios.

La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37).

Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos nosotros a Dios ha hecho que nuestra fe sea a veces seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos.

Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con Él, para pedirle y recibir luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración.

Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

            Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada, porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios, es querer y tratar de amar a Dios sobre todas las cosas y sobre nosotros mismos

«Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro ¡abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón.

Y este cambio que ha de durar toda la vida es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

            Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos del todo y ahora, al querer Tú, Dios mío, vaciarnos de todo para llenarnos de Ti, para querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello y por eso sufre, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin verlos y sentirlos, porque no se ven ni sienten, porque Tú solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, y solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de yo y criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿Qué me pasa, para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que Él está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que empiezan por meses y luego pueden durar años y años, según el proyecto de Dios y la generosidad del hombre, pero lo más duro es al principio hasta empezar a sentir mejor a Dios en su oración aunque a oscuras y con dolor, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de

Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual, pero que al principio deslumbra por exceso de luz divina que supera todo lo humano fabricado or el hombrre. .

             La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación

Y cuando el alma haya sido purificada por esta llama de amor viva de la contemplación, que, a la vez que calienta de amor, la quema todo su amor propio, de todos sus apegos y tendencias al yo personal,  pasando ya totalmente a Dios: “vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mi... para mi la vida es Cristo...”, envuelta en esta profunda oscuridad y noche de fe y amor, pero más cierta y segura y feliz que todos los razonamientos y amores humanos del yo,  la criatura, transcendida y «extasiada» y unida o salida de sí misma en Dios,   llegará  al abrazo y a la unión total transformada en el Amado y diciendo y alabando la noche de fe y amor y purificación y purgación y mortificación : «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

En relación con esta evolución y purificación de la fe, quiero poner una página de un autor muy querido por mí desde mis estudios en Roma; el trabajo es reciente y el autor es  Jean Galot:

            «Al principio, la Madre tenía que educar al Hijo para su función de Mesías introduciéndolo en la Antigua Alianza; pero no fue ella, sino el propio conocimiento que el Hijo tenía en el Espíritu Santo acerca de la misión del Padre, lo que le había indicado quién era él y lo que tenía que hacer. Y así se invierte la relación: en lo sucesivo el hijo educará a la Madre para la grandeza de su propia misión, hasta que esté madura para permanecer de pie junto a la cruz y, finalmente, para recibir orando dentro de la Iglesia al Espíritu Santo destinado a todos. 

            Esta educación está desde un principio bajo el signo de la espada vaticinada por Simeón, que ha de atravesar el alma de la Madre. Es un proceso sin miramientos. Todas las escenas que se nos han transmitido son de un rechazo más o menos brusco. No es que Jesús no fuera obediente durante treinta años, cosa que se asegura explícitamente (Lc 2,51). Pero, de forma soberana y desconsiderada, hace saltar por los aires las relaciones puramente corporales a las que tan estrechamente seguía ligada la fe en la Antigua Alianza: en lo sucesivo, ya se trata sólo de la fe en él, la Palabra de Dios humanada.

            María tiene esta fe; esto resulta especialmente claro en la escena de Caná, en la que dice sin desconcertarse: “Haced lo que él os diga”; ella, la que cree perfectamente, debe aguantar, sin embargo, como objeto de demostración para el Hijo y su separación respecto a la “carne y sangre” (desde el sí de ella se puede dar forma a todo) y ser preparada precisamente así para la fe abierta y consumada.

            Como hemos visto, brusca resulta ya la respuesta del adolescente, que contrapone su Padre al supuesto padre terreno; ahora sólo cuenta el primero, lo entiendan o no sus padres terrenos. “No lo comprendieron” (Lc 2,50). Inexplicablemente áspera es la respuesta de Jesús a la delicada insinuación suplicante de su madre en Caná: “¿Qué tengo yo contigo, mujer?”. Tampoco esto lo debió de entender ella. “Todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2,4), presumiblemente la hora de la cruz, cuando la Madre recibirá el derecho pleno a la intercesión.

            Su fe inquebrantable: “Haced lo que él os diga” obtiene, no obstante, una anticipación simbólica de la eucaristía de Jesús, lo mismo que la multiplicación de los panes la prefigura. Casi intolerablemente dura nos parece la escena donde Jesús, que está enseñando en la casa a los que lo rodean, no recibe a su madre, que se encuentra a la puerta y quiere verlo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,34s.).

            ¡Cuánto se alude aquí sobre todo a ella, aunque no sea mencionada! Pero ¿quién lo entiende? ¿Lo entendió ella misma? Hay que acompañar espiritualmente a María en su regreso a casa y hacerse cargo de su estado de ánimo: la espada hurga en su alma; se siente, por decirlo así, despojada de lo más propiamente suyo, vaciada del sentido de su vida; su fe, que al comienzo recibió tantas confirmaciones sensibles, se ve empujada a una noche oscura. El hijo, que no le hace llegar noticia alguna sobre su actividad,  ha como escapado de ella; no obstante, ella no puede simplemente dejarlo estar, debe acompañarlo con la angustia de su fe nocturna.

            Y una vez más es colocada como alguien anónimo en la categoría general de los creyentes: cuando aquella mujer del pueblo declara dichosos los pechos que amamantaron a Jesús. Esta fémina da ya comienzo a la prometida alabanza por parte de todas las generaciones, pero Jesús desvía la bienaventuranza: “Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan” (Lc 11,28).

            El sentido de esta continua ejercitación en la fe desnuda, y en el estar de pie junto a la cruz, a menudo no se comprende suficientemente; uno se queda asombrado y confuso ante la forma en que Jesús trata a su madre, a la que se dirige en Caná y en la cruz llamándola sólo “mujer”.

            Él mismo es el primero que maneja la espada que ha de atravesarla. Pero ¿cómo, si no, habría llegado a madurar María para estar de pie junto a la cruz, donde queda patente, no sólo el fracaso terreno de su Hijo, sino también su abandono por parte del Dios que lo envió? También a esto tiene que seguir diciendo sí, en definitiva, porque ella asintió a priori al destino completo de su hijo. Y, como para colmar la copa de amargura, el Hijo moribundo abandona además explícitamente a su madre, sustrayéndose a ella y encomendándole en su lugar otro hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26).

            En ello se suele ver ante todo la preocupación de Jesús por el ulterior paradero de su madre (con lo cual queda patente al mismo tiempo que María evidentemente no tenía ningún otro hijo carnal, pues, de haberlo tenido, habría sido innecesario e improcedente entregarla al discípulo amado); pero no se debe pasar por alto además este otro tema: lo mismo que el Hijo está abandonado por el Padre, así él abandona a su madre, para que ambos estén unidos en un abandono común. Sólo así queda ella preparada interiormente para asumir la maternidad eclesial respecto a todos los nuevos hermanos y hermanas de Jesús».

SEGUNDA PARTE

 

 LA EXPERIENCIA DE DIOS,

NOTA ORIGINAL Y CONSTITUTIVA DE LA IGLESIA

 

 

¡Ven, Espíritu Santo,  DIOS AMOR, Te necesitamos!

                                         ¡ Te necesita  TU IGLESIA SANTA

 

Lo tengo tan metido esto en el alma, que la invocación «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, al saludarle a mi Dios Trino y Uno, todos los días, al empezar la oración personal, la he traducido de la siguiente manera, como luego verás explicado en este libro:En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; en el nombre del Padre que me soñó, me creó y me dio la vida; en el nombre del Hijo que vino en mi búsqueda, que me salvó y me abrió las puertas de la eternidad; y en el nombre del Espíritu Santo que me ama, que me santifica, que me transforma en vida y amor trinitarios.

 

1.- SIN PENTECOSTÉS, NO HAY IGLESIA

 

Cristo quiso que la Iglesia fuese constituida desde Pentecostés, desde la experiencia de Dios por el Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, en el cual nos sumergen por la potencia de Amor del Espíritu Santo: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí... Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio. Yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré: y cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa... Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros”.

Cuando los Apóstoles experimentaron las palabras y los hechos salvadores de Cristo por su Espíritu, por el mismo Cristo, pero no hecho gestos y palabras externas como hasta entonces, sino hecho Espíritu Santo, Fuego de Dios y Llama de Amor viva de Cristo resucitado, al experimentarlo a Cristo completo y total en su corazón, no pudieron contenerlo, y quitaron los cerrojos y abrieron las puertas y Pedro echó un sermón que le salía del corazón, de la vivencia de lo que creía y experimentaba en su corazón, lleno del fuego de amor de Espíritu Santo que simbolizaban las llamas sobre sus cabezas:

            “Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse. Había en Jerusalén hombres piadosos, que allí residían, venidos de todas las naciones que hay bajo el cielo. Al producirse aquel ruido la gente se congregó y se llenó de estupor al oírles hablar cada uno en su propia lengua. Estupefactos y admirados decían: «¿Es que no son galileos todos estos que están hablando? Pues ¿cómo cada uno de nosotros les oímos en nuestra propia lengua nativa? ...cretenses y árabes, todos les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios.» Todos estaban estupefactos y perplejos y se decían unos a otros: «¿Qué significa esto?» «¡Están llenos de mosto!»  Entonces Pedro, presentándose con los Once, levantó su voz y les dijo: «Judíos y habitantes todos de Jerusalén: Que os quede esto bien claro y prestad atención a mis palabras: No están éstos borrachos, como vosotros suponéis, pues es la hora tercia del día, sino que es lo que dijo el profeta: Sucederá en los últimos días, dice Dios:  Derramaré mi Espíritu sobre toda carne,  y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños. Y yo sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu...  Y todo el que invoque el nombre del Señor se salvará. «Israelitas, escuchad estas palabras: A Jesús, el Nazareo, hombre acreditado por Dios entre vosotros con milagros, prodigios y señales que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis...A este Jesús Dios le resucitó; de lo cual todos nosotros somos testigos. Y exaltado por la diestra de Dios, ha recibido del Padre el Espíritu Santo prometido y ha derramado lo que vosotros veis y oís. Pedro les contestó: «Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo; pues la Promesa es para vosotros y para vuestros hijos, y  para  todos los que están lejos, para cuantos llame el Señor Dios nuestro.» Con otras muchas palabras les conjuraba y les exhortaba: «Salvaos de esta generación perversa.» Los que acogieron su Palabra fueron bautizados. Aquel día se les unieron unas 3.000 almas”.

 

 

2.-  “OS CONVIENE QUE YO ME VAYA...EL ESPÍRITU SANTO, ÉL OS LLEVARÁ A LA VERDAD COMPLETA” 

 

La Iglesia es proyecto de la Santísima Trinidad; proyecto del Padre que nos soñó y creó para una  vida eterna de Amor y Felicidad Trinitaria por el envío de Cristo histórico y encarnado, Cristo muerto y resucitado, “sentado a la derecha del Padre” enviando desde el gozo y la gloria del Padre, al Espíritu Santo, Fuego y Llama de Amor viva, Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en que se abrazan eternamente y en el que desde Pentecostés quieren sumergirnos a todos los bautizados hechos hijos en el Hijo, por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

            Queridos hermanos: La venida “del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en oración con María la Madre de Jesús” en Pentecostés eterno y permanente es y será siempre:

 

            A) LA MEMORIA DE CRISTO: “Muchas cosas me quedan por deciros, pero aún todavía no podéis cargar con ellas por ahora, cuando él venga, el espíritu de la verdad (la verdad es Cristo)... os enseñará todo lo que os estoy diciendo…”

Así se lo había anunciado el Señor, aunque ellos no lo comprendían. Y en el discurso de la Última Cena específica cuál será el don principal de su Pascua, que nos enviará desde el Padre:: “Os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré…él os llevará a la verdad completa”.“Yo rogaré al Padre que os dará al Paráclito que permanecerá con vosotros, el Espíritu de la Verdad”.

Lo llama por vez primera Paráclito, que significa abogado, defensor.. “El que me ama a mi será amado por mi Padre y yo le amaré y me manifestaré a él…. Os he dicho estás cosas mientras permanezco entre vosotros; pero el Abogado, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que os he dicho” (Jn 14, 15-30).

            Según el proyecto del Padre realizado por el Hijo en el Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre en el que nos han querido sumergir y bautizar y llenar, Espíritu Santo, esta memoria, siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo, en la Iglesia y en el mundo se convierte en

 

B) «MEMORIAL DE LA IGLESIA», que la constituye y hace presente, a la vez que con su fuerza creadora hace presente, especialmente en los sacramentos, todos por obra del Espíritu Santo, los dichos y hechos salvadores de Jesús, por la epíclesis- invocación del Espíritu Santo, en el «opus Trinitatis», Liturgia, especialmente en la Eucaristía, y en el ser y existir de la Iglesia.

 

C) Este memorial hace presente la EXPERIENCIA DE DIOS PERMANENTE de la vida nueva y apostólica, conseguida por la muerte y resurrección de Cristo y comunicada por el fuego del Espíritu de Cristo resucitado, Espíritu Santo, “en oración con María la madre de Jesús”.   

 

D) Y esa EXPERIENCIA DE DIOS es “VERDAD COMPLETA” del misterio completo y total de Cristo, a saber, de Cristo no solo conocido en la mente, sino hallado y experimentado y amado en el corazón de la Iglesia y sus bautizados con la experiencia de lo que cree, vive, predica y celebra.

 

E) La experiencia de Dios se convierte en FRAGUA ARDIENTE  Y FORJA DE APÓSTOLES de todos los tiempos, por el mismo Espíritu  de Cristo resucitado, hecho FUEGO Y LLAMA de amor viva  de la misma vida  trinitaria, participada por  gracia en “todos los que crean y se bauticen” en su nombre.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba ya en el Padre y que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo?

Porque ese día lo sintieron dentro, Cristo vino como hecho fuego, hecho Espíritu Santo, llama ardiente de caridad a sus corazones, y esa vivencia y experiencia de amor valía infinitamente más que todo lo que habían visto con sus ojos de carne sin amor pleno y habían palpado sus manos y vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en las mismas apariciones de resucitado.

El día de Pentecostés vino Cristo todo entero y completo, Dios y hombre, pero hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no como experiencia puramente externa de apariciones, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne, sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.

            Para Juan, el morir de Cristo no fue sólo exhalar su último suspiro, sino entregar su Espíritu al Padre, porque tiene que morir; por eso el Padre le resucita entregándole ese mismo Espíritu, Espíritu de Amor del Padre y del Hijo que resucita a Jesús, para la vida nueva y la resurrección de los hombres. En el hecho de la cruz nos encontramos con la revelación más profunda de la Santísima Trinidad, y la sangre y el agua de su costado son la eucaristía y el bautismo de esta nueva vida.

            La partida de Jesús es tema característico del cuarto evangelio: “Pero os digo la  verdad: os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré… muchas cosas me quedan aun por deciros, pero no podéis llevarlas ahora, pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hasta la verdad completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará de lo que oyere y os comunicará de lo que vaya recibiendo. El me glorificará porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo cuanto tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer” (Jn 16,7-16).

            ¡Qué texto más impresionante! Perdonadme que lo repita; reconozco mi debilidad por Juan y por Pablo. Está clarísimo, desde su resurrección Cristo está ya plenamente en el Padre, no sólo el Verbo, sino el Jesús hombre ya Verbalizado totalmente a la derecha del Padre, cordero degollado en el mismo trono de Dios, y desde allí nos envía su Espíritu desde el Padre, Espíritu de resurrección y de vida nueva. Este es el tema preferentemente tratado por Pablo que nos habla siempre “del Espíritu que resucitó a Jesús de entre los muertos”.

No se pueden separar Pascua y Pentecostés, Salvación Apostólica y Unión con el Espíritu Santo, no hay vida nueva y resucitada en la Eucaristía y en los Sacramentos sin epíclesis, sin invocación al Espíritu Santo, memoria y memorial de la Iglesia, para que realice lo que dice el sacerdote en nombre de Cristo en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía, fuente y cúlmen de todo apostolado.

El envío del Espíritu Santo es la plenitud cristológica, es la pascua completa, la verdad completa, fruto esencial y total de la Resurrección. Si analizáramos más detenidamente esta realidad maravillosa de Pentecostés, que tiene que seguir siendo actual en la Iglesia, en nosotros, nos encontraríamos con el Pentecostés lucano, que es principalmente espíritu de unidad de lenguas frente a la diversidad de Babel por el espíritu de profecía, de la palabra; y como  el de Pablo, que es caridad y carismas: “si por tanto vivimos del Espíritu Santo, caminemos  según el Espíritu” y no según la carne: carne y espíritu, naturaleza y gracia.

            Retomo el texto anterior de Juan: “Porque os he dicho estas cosas os ponéis tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu", pero si me voy os lo enviaré… El os llevará a la verdad completa”.

Vamos a ver, Señor, con todo respeto: ¿es que Tú no puedes enseñar la verdad completa, es que no sabes, es que no quieres, es que Tú no nos lo has enseñado todo? Pues Tú mismo nos dijiste en otra ocasión: “Todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer”. ¿Para qué necesitamos el Espíritu para conocer la Verdad, que eres Tú mismo? ¿Quién mejor que Tú, que eres la Palabra pronunciada por el Padre desde toda la eternidad? ¿Por qué es necesario Pentecostés, la venida del Espíritu sobre los Apóstoles, María, la Iglesia naciente? Los apóstoles te tienen a Ti resucitado, te tocan y te ven ¿ qué más pueden pedir y tener?  Y Tú erre que erre, que tenemos que pedir el Espíritu Santo, que Él nos lo enseñará todo, ¿pues qué más queda que aprender?; que Él nos llevará hasta la verdad completa…¿pues es que Tú no puedes? ¿no nos has comunicado todo lo que el Padre te ha dicho, no eres Tú la Palabra en la que el Padre nos ha dicho todo?  “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios… Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros…”.  No se puede hacer ni amar más.

            Queridos hermanos, en Pentecostés Cristo vino no hecho Palabra encarnada sino fuego de Espíritu Santo metido en el corazón de los creyentes, vino hecho llama, hecho experiencia de amor, vino a sus corazones ese mismo Cristo, “me iré y volveré y se alegrará vuestro corazón” pero hecho fuego, no palabra o signo externo, hecho llama de amor viva y apostólica, hecho experiencia del Dios vivo y verdadero, hecho amor sin límites ni barreras de palabra y de cuerpo humano, ni milagros ni nada exterior sino todo interiorizado, espiritualizado, hecho Amor, experiencia de amor que ellos ni nosotros podemos fabricar con conceptos recibidos desde fuera aún por el mismo Cristo y que sólo su Espíritu quemante en lenguas de fuego, sin barreras de límites creados, puede por participación meter en el alma, en el hondón más íntimo de cada uno.

            En Pentecostés todos nos convertimos en patógenos, en sufrientes del fuego y amor de Dios, en pasivos de Verbo de Dios en Espíritu ardiente, en puros receptores de ese mismo amor infinito de Dios, que es su Espíritu Santo, en el que Él es, subsiste y vive.Por el Espíritu nos sumergimos en  ese volcán del amor infinito de Dios en continuas explosiones de amor personal trinitario y a cada uno de nosotros en su mismo amor Personal de Padre al Hijo y del Hijo al Padre, algo imposible de saber y conocer si no se siente, si no se experimenta,  si no se vive por Amor, por el mismo amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, donde uno los sorprende en el amanecer eterno del Ser y del Amor Divino, y uno queda extasiado, salido de sí porque se sumerge y se pierde en Dios.

Allí es donde se entiende el amor infinito y verdadero de un Dios infinito por su criatura; allí es donde se comprenden todos los dichos y hechos salvadores de Cristo; allí es donde se sabe qué es la eternidad de cada uno de nosotros y de nuestros feligreses; allí se ve por qué el Padre no hizo caso a su Hijo, al Amado, cuando en Getsemaní le pedía no pasar por la muerte, pero no escuchó al Hijo amado, porque ese Padre suyo, que le ama eternamente, es también nuestro Padre, ante el cual el Espíritu del Hijo amado en nosotros nos hace decir en nuestro corazón: «abba», papá del alma.

El Hijo amado que le vio triste al Padre porque el hombre no podía participar de su amor esencial y personal para el que fue creado, fue el que se ofreció por nosotros ante la Santísima Trinidad: “Padre,  no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” y el Padre está tan entusiasmado por los hijos que van a volver  a sus brazos, a su amor esencial, para lo que fueron creados, está tan ensimismado en este retorno, que olvida al mismo Hijo Amado junto a la cruz; Cristo se quedó solo, abandonado, sin sentir la divinidad porque el precio era infinito, ya que la conquista, la redención era infinita: entrar en la misma intimidad de Dios, en su corazón de Padre, quemado de amor a los hijos en el Hijo. Qué misterio, qué plenitud y belleza de amor divino al hombre. Dios existe, Dios existe y me ama, es verdad, Dios nos ama, se puede vivir y experimentar aquí abajo, está tan cerca…

 

3.- LOS APÓSTOLES FUERON TRANSFORMADOS EN PENTECOSTÉS EN LLAMAS DE AMOR VIVA A CRISTO Y LOS HOMBRES, SUS HERMANOS

 

            Vemos cómo los Apóstoles habían escuchado a Cristo y su evangelio, habían visto sus milagros, han comprobado su amor y ternura por ellos, le han visto vivo y resucitado, han recibido el mandato de salir a predicar, pero aún permanecían inactivos, con las puertas cerradas y los cerrojos echados por miedo a los judíos; no se le vienen palabras a la boca ni se atreven a predicar que Cristo ha resucitado y vive.

Y ¿qué pasó? ¿Por qué Cristo les dijo que se prepararan para recibir el Espíritu Santo, que Él rogaba por ellos? por qué nosotros también tenemos que desearle y pedirle que venga a nosotros? Pues porque hasta que no vuelve ese mismo Cristo, pero hecho fuego, hecho Espíritu, hecho llama ardiente de experiencia de Dios, de sentirse amados, no abren las puertas y los cerrojos y predican desde el balcón del Cenáculo, y todos entienden siendo de diversas lenguas y culturas y empieza el verdadero conocimiento y conversión a Cristo y el verdadero apostolado, vamos, el completo, la verdad completa del cristianismo.

            Hasta que no llega Pentecostés, hasta que no llega el Espíritu y el fuego de Dios, todo se queda en los ojos, o en la inteligencia o en los ritos; es el Espíritu, el don de Sabiduría, el «recta sápere», el gustar y sentir y vivir… lo que nos da el conocimiento completo de Dios, la teología completa, la liturgia completa, el apostolado completo.  Es necesario que la teología, la moral, la liturgia baje al corazón por el Amor de Espíritu Santo para quemar los pecados internos, perder los miedos y complejos en nosotros, abrir las puertas y predicar no lo que se sabe sino lo que se vive.

Y el camino es la oración, la oración y la oración, desde niño hasta que me muera, porque es diálogo permanente de amor. Pero nada de tratados teóricos de oración, de sacerdocio o de eucaristía,  sino espirituales, según el Espíritu de Amor, que no es solamente vida interior, sino vida y experiencia quemante y sentida según el Espíritu.

            Oración ciertamente en etapas ya un poco elevadas donde ya no entra el discurso, la meditación sino la contemplación: lectio, meditatio, oratio, contemplatio; primero oración discursiva, con lectura de evangelio o de lo que sea, pero siempre con conversión; luego, un poco limpio, si avanzo en la conversión, avanzo en la oración y empiezo a sentir a Dios, a ver a mi Dios y como le veo un poco más cercano, me sale el diálogo, ya no es el Señor lejano de otros tiempos que dijo, hizo, sino Tú, Jesús que estás en mí, que estás en el sagrario, te digo Jesús, te pido Jesús que… y es diálogo afectivo no meramente discursivo, y de aquí si sigo purificándome, y es mucho lo que hay que purificar, aquí no hay trampa ni cartón, a Cristo no le puedo engañar…

Gonzalo, Pedro, Juan… esa soberbia, ese egoísmo, ese amor propio, ese buscar puestos y honores… y me convierto o dejo la oración como trato directo y de tù a tú con el Señor, sí, cierto, seguiré predicando, diciendo misa… Pero es muy distinto.

Y de esta oración purificatoria y afectiva pasaré, como dice San Juan de la Cruz, a la contemplativa, a la verdadera experiencia de Dios. Y para esto amar, orar y convertirse se conjugan igual, y el orden no altera el producto pero siempre juntos y para toda la vida. Sin conversión permanente no hay oración permanente y sin oración permanente no hay encuentro vivo espiritual con el Espíritu con Dios.  Y ésta es toda la experiencia de la Iglesia, toda su Tradición desde los Apóstoles hasta hoy, desde San Juan, Pablo, Juan de Ávila, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Ignacio… modernmente Sor Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta… hasta el último santo canonizado o no canonizado que existe y existirá.

            Cristo les ha enseñado todo a los Apóstoles, pero una verdad no se comprende hasta que no se vive, el evangelio no se comprende hasta que no se vive, la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, Cristo no se comprende hasta que no se vive, la teología no se comprende hasta que no se vive, es más, lo que no se vive del misterio cristiano llega a olvidarse y así podemos olvidar muchas cosas importantes de teología, de liturgia, de nuestra relación con Dios que hemos estudiado o realizamos, si no las vivimos espiritualmente.

            Queridos hermanos,  la peor pobreza de la Iglesia es y será siempre la pobreza de vida mística, pobreza de vida espiritual, de Espíritu Santo, de Pentecostés, como en la Apóstoles y eso que habían visto a Cristo resucitado y celebrado la Eucaristía, pobreza de santidad verdadera, de vida mística, de vivencia y  experiencia de Dios. Y lo peor es si esta pobreza se  va generalizando. Porque nunca viviremos el evangelio, el Espíritu de Cristo, como necesitamos y necesita nuestro trabajo apostólico. Pero siempre, y yo lo espero, surgieron voces de renovación verdadera, no en acciones, sino en el Espíritu de Cristo, en el Espíritu Santo. Y vinieron los santos y las instituciones santas, para renovar lo que otras habían perdido de su carisma evangélico y espiritual, como sucede actualmente en la Iglesia.

La Iglesia de todos los tiempos, la Iglesia actual necesita de esta Unción del Espíritu para quedar curada; necesita de este Fuego para perder los miedos, de este Fuego para amar a Dios total y plenamente. Sabemos mucha liturgia, mucha teología y todo es bueno pero no es completo hasta que no se vive, porque  para esto nos ha llamado Dios a la vida: Si existo es que Dios me ama, me ha preferido, y me ha llamado a compartir con Él su mismo amor Personal, Esencial, su mismo fuego, Espíritu,  San Hilario: «gloria Dei, homo vivens…, et vita hominis, visio Dei… la gloria de Dios es la vida del hombre… y la vida de hombre es la visión intuitiva». 

            Vamos a invocar al Espíritu Santo, nos lo dice y nos lo pide el mismo Cristo, vemos que lo necesitamos para nosotros y para nuestros feligreses, lo necesita la Iglesia: “Le conoceréis porque permanece en vosotros”, ésta es la forma perfecta de conocer a Dios, por el amor, ni siquiera sólo por la fe.

La Carta Apostólica de Juan Pablo II  Novo millennio ineunte va toda en este sentido, va cargada de la necesidad y deseo de la verdadera experiencia de Dios. Meta: la Unión perfecta con Dios, es decir, la Santidad; el camino: la oración, la oración, la oración; el Papa insiste en que todo apóstol debe fundamentar su apostolado en el encuentro con Cristo por la oración; insisten en que hagan escuelas de oración en las parroquias, porque el programa ya está hecho, es el de siempre: Cristo, a quien hay que amar y hacer que le amen, eso es el apostolado; y el camino para realizarlo y la fuerza para mantenerlo toda la vida nos viene de Cristo por la oración personal y litúrgica. El apostolado sin oración personal y comunitaria está vacío. Y las acciones de Cristo sin el Espíritu de Cristo están vacías de contenido cristiano, por eso no todas nuestras acciones, aunque sean sacerdotales, son apostolado.       Los Hechos de los Apóstoles nos narran el episodio de Pablo en Éfeso, cuando se encuentra con unos discípulos a los que pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo al aceptar la fe? Fijaos bien en la pregunta, tenían fe… no se trata de conocer o no conocer a Jesucristo, ni de salvarse o no, ni de que todo sea inútil en mi vida cristiana, sacerdotal o apostolado, se trata de plenitud, de «verdad completa», de que Dios pase de ser conocimiento a ser amor, que el evangelio pase de la mente al corazón, de tender hacia el fin  querido por Dios, que nos ha llamado por la fe para un amor total, en su mismo Espíritu…

La respuesta de aquellos discípulos ya la sabemos: “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”. No podemos negar que puede ser hoy también la respuesta de muchos cristianos y por eso, Pablo les habla de la necesidad del bautismo de amor y vivencia cristiana, que debe ser el bautismo del Espíritu Santo.   En Pentecostés es el Espíritu Santo el que hizo abrir las puertas de aquel Cenáculo y convertir en  valientes predicadores del nombre de Jesús a los que antes se escondían atemorizados; es el Espíritu el que hace que se entiendan en todas las lenguas los hombres de diversas culturas; es el Espíritu  el que va a «espiritualizar» -que sea llama de amor a Cristo Resucitado-  el conocimiento de los dichos y hechos del Señor que ellos mismos han visto con sus propios ojos y sentidos externos, pero que deben hacerse espirituales, vivirse y conocer y amar según el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo; es este mismo Fuego y Espíritu de Cristo el que va a llenar el corazón de los Apóstoles para formar las primeras comunidades cristianas; es este Espíritu el que empujará a Esteban y demás Apóstoles para dar la vida como primeros testigos de lo que ven y viven en su corazón; es el Espíritu Santo el que es invocado por los Apóstoles para constituir los obispos y presbíteros; es ese mismo Espíritu el que vive en nosotros para que podamos decir: «Abba, Padre», “Nadie puede decir: Jesús es el Señor sino por el influjo del Espíritu Santo”(1Cor 12, 3).

            Para creer en Cristo, primero tiene que atraernos y actuar en nosotros el Espíritu Santo. Él es quien nos precede, acompaña y completa nuestra fe y unión con Dios. Dice San Ireneo: mientras que el hombre natural está compuesto por alma y cuerpo, el hombre espiritual está compuesto por alma, cuerpo y Espíritu Santo.

El cristiano es un hombre a quien el Espíritu Santo le ha hecho entrar en la esfera de lo divino. El repentino cambio de los apóstoles no se explica sino por un brusco estallar en ellos del fuego del amor divino. Cosas como las que ellos hicieron en esa circunstancia, tan sólo las hace el Amor de Dios, que es el Espíritu Santo. Los apóstoles —y, más tarde, los mártires— estaban, en efecto, «borrachos», como admiten tranquilamente los Padres, pero «borrachos de la caridad que les llegaba del dedo de Dios, que es el Espíritu».

            «Porque no se trata sólo de conocer. En el cristianismo, el conocimiento es sólo camino para la comunión y el amor… Rastrear la experiencia es ir tras la acción del Espíritu, que viene a nosotros, actúa en nosotros y por medio de nosotros, arrastrándonos hacia Él en una comunión y amistad, que hace ser el uno para el otro. Se trata de descubrir esa presencia invisible, que se hace visible a través de los signos y de los frutos de paz, gozo, consuelo, iluminación, discernimiento que deja en nuestro espíritu.

En la oración, en los sacramentos, en la vida de Iglesia y de evangelización, en el amor de Dios y del prójimo, percibimos la experiencia de una presencia que supera nuestros límites: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8,16). Y sólo el Espíritu “os llevará a la verdad plena” (Jn 16,13).

Sin el Espíritu Santo, este escrito no servirá de nada. Espero, con San Cirilo, que el Espíritu me ayude a decir lo que la Escritura dice de Él y que el mismo Espíritu comunique a los lectores una noticia más acabada y perfecta de Sí mismo que lo aquí escrito.

Es el mismo Espíritu quien, en el silencio de la oración, viene en ayuda de nuestra debilidad y se nos comunica, revelándonos el designio pleno de Dios. Más que de estudio, se trata de oración»[8]

Dice el Vaticano II:

«Al no haber querido Dios manifestar solemnemente el misterio de la salvación humana antes de derramar el Espíritu prometido por Cristo, vemos a los apóstoles, antes del día de Pentecostés, “perseverar unánimes en la oración, con las mujeres y María la madre de Jesús y los hermanos de Este” (Hhc 1, 14); y a María implorando con sus ruegos el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación ya la había cubierto con su sombra»[9].

            Y un autor moderno dice: «Pero, ¿por qué esta insistencia en el sentir? ¿Es realmente necesario experimentar el amor de Dios? ¿No es suficiente, y hasta más meritorio tenerlo por fe? Cuando se trata del amor de Dios —decía el autor que acabamos de citar—, el sentimiento es también gracia; en efecto, no es la naturaleza la que puede infundirnos un deseo semejante. Aunque no dependa de nosotros conservar esta sensación de manera estable, es bueno buscarla y desearla. «Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene» (cfr. 1 Jn 4, 16): no sólo creído, sino también conocido, y sabemos que, según la Biblia, «conocer» significa también experimentar»[10].

            Si en esto consiste, concretamente, Pentecostés —en una experiencia viva y transformadora del amor de Dios—, ¿por qué entonces esta experiencia sigue siendo ignorada por la mayoría de los creyentes? ¿Cómo hacerla posible? La oración, la oración, así ha sido siempre en la Iglesia, en los santos, en los que han sido bautizados por el fuego del Espíritu Santo. El amor de Dios crea el éxtasis, la salida de uno mismo hasta Dios por su Espíritu. A Dios no podemos abarcarle con nuestros conceptos, porque le reducimos a nuestra medida, es mejor identificarnos con Él por el amor, convertirnos en llama de amor viva con Él hasta el punto que ya no hay distinción entre el madero y la llama porque todo se ha convertido en fuego, en luz, en amor divino, como dice San Juan de la Cruz.

            Una vez que se adentra al alma en este conocimiento, ya no desea otra forma de conocer y amar y vivir. Puede decir con San Juan de la Cruz:

«¿Por qué, pues has llagado aqueste corazón, no le sanaste, y pues me lo has robado, por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste?»[11].

Y, comentando la canción 37, escribe: «El alma ama a Dios con voluntad de Dios, que también es voluntad suya; y así le amará tanto como es amada de Dios, pues le ama con voluntad del mismo Dios, en el mismo amor con que El a ella la ama, que es el Espíritu Santo, que es dado al alma según lo dice el Apóstol» (Rom 5,5)[12].

 

 ¡GRACIAS, ESPÍRITU SANTO!

 

            Y para terminar, vamos a hacerlo con la anteúltima estrofa del «Veni Creador»: «Per te sciamus da Patrem, noscamus atque Filium, Teque Utriusque Spiritum, credamus omni tempore». Por ti, Espíritu de Amor, creyendo siempre en Ti lleguemos a conocer al Padre y al Hijo. Este «credamus» tiene más de fiarse, de «creer a»,  que de «creer  en». De todas formas esta fe en el Espíritu Santo nos lleva siempre hasta el que es el Amor del Padre y del Hijo, al que es unión, abrazo y beso de los Tres en Uno. «Haz que creamos en ti, que eres el Espíritu de amor del Padre y del Hijo».

«El objeto de nuestra fe no es una doctrina en la que hay que creer sino una persona en la que hay que confiar y vivir hasta la intimidad de Dios. Esto es lo que hoy tiene que ser y significar para nosotros decir: «Creo en el Espíritu Santo!». No sólo creer en la existenciade una tercera Persona en la Trinidad, sino también creer en su presenciaen medio de nosotros, en nuestro mismo corazón. 

Creer que el Espíritu Santo está conduciendo a la Iglesia hacia la verdad completa. Creer en la unidad completa de todo el género humano, aunque se nos antoje muy lejana y tal vez sólo escatológica, porque es Él quien guía la historia y preside el «regreso de todas las cosas a Dios».

Creer en el Espíritu Santo significa, pues, creer en la Pascua de Cristo, en el sentido de la historia, de la vida, en el cumplimiento de las esperanzas humanas, en la total redención de nuestro cuerpo y  todo el cosmos, porque es Él quien lo sostiene y lo hace gemir, como entre los dolores de un parto.

Creer en el Espíritu Santo significa adorarlo, amarlo, bendecirlo, alabarlo y darle gracias, como queremos hacer ahora, en  que hemos emprendido la aventura de una «inmersión total» en Él, de buscar en Él por mandato y deseo de Cristo la verdad completa de nuestra fe, cristianismo, sacramentos y existencia, y apostolado por un nuevo bautismo de amor»[13].

 

 

 

 

4.- NECESIDAD PERMANENTE EN LA IGLESIA DE LA VENIDA DEL ESPÍRITU SANTO.

 

EL MISMO ESPÍRITU SANTO DE PENTECOSTÉS QUE VINO SOBRE LOS APÓSTOLES REUNIDOS EN ORACIÓN EN EL CENÁCULO CON MARÍA, VINO Y VENDRÁ TAMBIÉN SOBRE PABLO Y TODOS LOS VERDADEROS APÓSTOLES QUE HAN EXISTIDO Y EXISTIRÁN. 

Ese mismo Espíritu de Cristo es invocado en la epíclesis de la ordenación para que descienda sobre los ordenandos y vivan la misma vida apostólica de Cristo en su mismo espíritu, que es el Espíritu Santo. Y viene sobre todos los bautizados y ordenados. Pero no de golpe, de una vez, sino poco a poco, en misiones sucesivas, a través de los sacramentos y de la oración y acontecimientos de gracia en nuestra vida.

            Para que nuestro ser sacerdotal transforme nuestro actuar sacerdotal,  para ser eficaces en el Espíritu de Cristo y no en el nuestro, puramente humano, necesitamos transformarnos poco a poco, y para conseguirlo, necesitamos vivir en clima de oración pentecostal, como los apóstoles en el Cenáculo con María; así nuestra oración personal será oración espiritual, según el Espíritu de Cristo, y será oración  que realiza lo que  invoca o  pide o dice al Señor, al ser oración epicléctica, que invoca al Espíritu Santo, único que transforma en realidad salvadora la palabra.

Sólo así podremos decir con San Juan y San Pablo y todos los santos: “Yo en vosotros, vosotros en mí…” otros textos: “No soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “para mí, la vida es Cristo”, “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?”.

Y el camino obligado para vivir y trabajar según el Espíritu de Cristo fue, es y será siempre la oración, la oración y la oración: espiritual, pentecostal, oración y vida cristiana transformada por la venida y la acción santificadora del Espíritu Santo; la oración transformante, la oración personal de conversión permanente hecha liturgia y ofrenda agradable al Padre en la liturgia eucarística, o la oración litúrgica hecha oración litúrgica-personal permanente, que poco a poco va transformando mi vida por la oración personal diaria alimentada por la liturgia:“El que me coma vivirá por mí”.

Y siempre con María, la madre de Jesús. “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazarena, la Virgen bella aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, en fe, por la oración, la meditación de todo lo que veía y oía, más por lo que contemplaba interiormente que por lo exterior, y así lo fue conociendo, «concibiendo a su hijo antes en su corazón que en su cuerpo».

Pentecostés para ella fue el día de la Encarnación del Hijo por obra del Espíritu Santo. Y quiso orar con los Apóstoles en el Cenáculo para que ellos concibieran en su corazón, en su espíritu, lo que habían visto y oído exteriormente, por el mismo Espíritu. María y los Apóstoles no pudieron estar más unidos e identificados con Cristo que recibiendo su mismo Espíritu, su vida, sus mismos sentimientos. Allí encontraron  la fuerza para vivir el misterio del Enviado por el Padre para salvarnos.

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con Él, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. Él lo vio en vivencia y experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado, sin mediaciones de carne, sino en su espíritu por el Espíritu Santo. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. “Para mí la vida es Cristo”; “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”.

Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo, camino de Damasco, y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con amor de Espíritu Santo. Nos los dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe. Lo cierto es que ese hombre fue arrebatado al paraíso y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo?, Dios lo sabe” (2Cor 12, 2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo, porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística. Repito: la mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí.” “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”, pero conocimiento vivencial, de Espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y si no nos convertimos y matamos este yo, permanecemos siempre llenos y dominados por nuestro amor propio, incluso en muchas cosas que hacemos en nombre de Dios. Por eso, sin oración no hay conversión y sin conversión no puede haber unión con Cristo, y sin unión con Cristo, no podemos hacer las acciones de Cristo, no podemos llevar las almas a Cristo, aunque hagamos cosas muy lindas y llamativas, porque estamos llenos de nosotros mismos y no cabe Cristo en nuestro corazón y sin amor a Cristo sobre el amor propio, algo haremos, pero muy bajito, de amor a Cristo.

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil es escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza; así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer...Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la santidad, verdad y eficacia del evangelio.

Jeremías se quejó de esto ante Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20, 7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o incluso religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Y se hará siempre desde un amor sobrenatural, de amar a Dios más que a uno mismo, porque los natural, el amor original y a uno mismo evitará arriesgar puestos y demás cosas humanas, evitar ser perseguidos y ocupar así  últimos puestos y estimas.

Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos, los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, los echamos mucho de menos, precisamente cuando son más necesarios, o no los colocamos en alto y en los púlpitos elevados para que no se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo, no digamos desde el sacramento del Orden sacerdotal, a predicar y ser testigos de la Verdad y continuadores de su misión.

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de Pablo; verdaderos y evangélicos profetas que nos hablen en nombre de Dios y nos echen en cara nuestras actitudes y criterios defectuosos y porque si lo haces, pierdes amigos y popularidad; primero, porque hay que estar muy limpios de defectos y no siempre lo estamos, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos.He sido testigo y… en mi vida pastoral.

5.- NECESIDAD PERMANENTE DE PENTECOSTÉS EN LOS APÓSTOLES DE LA IGLESIA

 

Lo primero que quiero decir en este artúculo es que, en el pasado, había sacerdotes en crisis, eran crisis personales, pero no había una crisis del sacerdocio en cuanto tal. Hoy hemos pasado de la crisis del sacerdote a la crisis del sacerdocio. Hemos pasado de la crisis personal a la crisis de la institución sacerdotal, en parte debido también al poco éxito, respuesta o atracción que suscita en el mundo actual y en los medios.

            En España, hasta hace pocos años, el sacerdote era mediador entre Dios y los hombres, y en lo era en doble aspecto: social y religioso, esto es, el sacerdote era valedor no sólo ante Dios y la Iglesia, sino ante la sociedad y los poderes públicos. Todavía recuerdo haber ido a Organismos nacionales de Madrid para conseguir dineros y realizaciones para mis pueblos… Ahora a ningún sacerdote se le ocurre tal cosa porque no es competencia o trabajo sacerdotal.

            Ahora no hay ningún sacerdote a quien se le ocurra ir a Madrid o a la Autonomía ni a la capital de provincia ni siquiera a su Ayuntamiento, si es ciudad importante, para resolver nada de este tipo: primero, porque ya hay otras instituciones políticas que lo hacen; segundo, porque no sólo no es aceptado, sino ignorado y ridiculizado y mal visto. Es más, es que es «ninguneado» hasta en cometidos propiamente religiosos; pensad en fiestas religiosas que se han paganizado; procesiones de Semana Santa, que ya son más acontecimientos «culturales» que religiosos, como así se les denomina; muchas fiestas patronales, donde ya manda y organiza más el Ayuntamiento o la cofradía que el párroco... ¡lo que tienen que sufrir y tragar algunos sacerdotes! ¡Más de lo que quieren y debieran!

            Qué contraste con aquellos tiempos, porque yo llegué a conocer a algún sacerdote, que era el verdadero alcalde del pueblo en lo divino y humano. Y hasta cerraban salones y prohibían fiestas profanas y las religiosas había que celebrarlas como Dios manda y no se entraba en su iglesia sin velos o en mangas cortas... No lo hice nunca. Pero lo presencié.

Porque muchas fiestas, que empezaron y fueron durante años y siglos estrictamente religiosas y cristianas, hoy han pasado a ser «fiestas de interés turístico», sencillamente laicas, de interés autonómico o nacional, puramente folklóricas, por orden y decreto del Ayuntamiento o de la Junta, y así, con toda naturalidad las describen los medios, que muchas veces, al hacerlo, se olvidan de la parroquia y no mencionan ni al cura ni lo religioso.

Pues bien, toda esa influencia social del sacerdote ha desaparecido, en la mayoría de los casos, para bien; en otros, como el enumerado últimamente, para mal; quedamos reducidos al papel de una ONG, que sirve al sentimiento religioso vago y generalizado, donde lo específicamente cristiano no aparece ni se celebra, aunque se trate de los misterios más exclusivamente nuestros, pero que, al no haber ya una fe popular y ambiental sana, se las considera puramente sociales o culturales; se han paganizado y olvidado su origen religioso, tanto en Semana Santa, como en otras fiestas patronales de los pueblos que tienen por objeto celebrar estos misterios.

De esta forma, el sacerdocio cristiano y lo que representa ha perdido su contenido, su rol, su misión, su autoridad pertinente. Y ahora son más importantes los cohetes y las verbenas que se organizan o el pregonero de turno o el cantante que viene para amenizar las fiestas, que tuvieron un origen típicamente cristiano, pero que ahora no aparece y ha quedado reducida a lo profano, a fiesta «cultural» o de «interés turístico».

Estos modos y maneras anteriores, a veces no estrictamente sacerdotales ni apostólicos, hicieron, sin embargo, que el sacerdocio y gremio clerical se sintiese valorado por el pueblo y por nuestras mismas familias, porque les daba poder humano y divino ante las gentes, aumentaban las vocaciones en las familias, y era interesante para muchos de nosotros, que nos sentíamos protagonistas en medio del pueblo y de los nuestros. Ahora, en cambio, no lo somos muchas veces ni en lo nuestro. Por eso también han descendido las vocaciones y no son valoradas por los padres y madres cristianas. El sacerdocio ha perdido poder y estima.

No digamos nada si a todo esto añadimos las ayudas económicas que prestábamos en tiempos de hambre o necesidades y me estoy refiriendo hasta los años setenta y tantos... «la Ayuda Social Americana»... Entre mis libros aparecen a veces esos «vales», que utilizábamos para poner los alimentos que dábamos a una familia, y que como eran tipo ficha, yo los empleaba para anotar las ideas de la homilía pertinente. La sociedad ya no recurre a nosotros para esos problemas. Siempre debió ser así, porque no era lo nuestro. Pero fue. Y ahora con las bodas civiles y algún intento de primera comunión civil no recurren a nosotros ni para lo nuestro. Ya no somos imprescindibles para un pueblo que no cree y que se va alejando y perdiendo la fe católica.

Y repetiré una y mil veces que yo no me he ordenado sacerdote, mejor, no me impusieron las manos para hacer obras de caridad, ni dar de comer ni hacer hospitales, ni asilos, ni repartir pan o medicinas; si hay que hacerlo, lo hago, pero no es eso para lo que me ordenaron ni me impusieron las manos. Debo trabajar para que nadie pase hambre, pero no es lo mío propiamente sacerdotal y para lo que ordenaron sacerdote; debo preocuparme de que el hermano necesitado tenga ayuda, alguien cuide a los enfermos por ser obras de misericordia, pero yo no fui ordenado sacerdote para eso; lo fui esencialmente para la Eucaristía, la Palabra, la Guía del Pueblo de Dios a la eternidad con Dios, y si en ocasiones hay que organizar acciones caritativas y echar una mano, lo hago, pero no es la misión propia para la que Dios me llamó al sacerdocio.

Hay que tener mucho cuidado con desviaciones de los ministerios propiamente sacerdotales, que llevan directamente a Dios y lo sobrenatural, sustituyéndolos por otros servicios a veces más apreciados por las mismas gentes religiosas y no religiosas, por necesitarlos materialmente y que hacen que muchos curas seamos valorados, pero no por lo propiamente sacerdotal, sino por otras dimensiones, que, a veces, abarcan la mayor parte de nuestro apostolado.

El cura no es el asistente social del pueblo, empeñado en problemas puramente humanos y temporales de nuestra gente, con detrimento y olvido de la misión ministerial de la Palabra y Eucaristía y Salvación eterna y trascendente. Repito: hay que luchar por mandato de Cristo para que se hagan, y si hay que hacerlos, porque otros, que deben hacerlos, no los hacen, lo hacemos; pero no es mi cometido ministerial; y para eso, nada mejor que repasar la Oración que reza el Obispo para ordenarme sacerdote, que analizaré en otro libro, y que marcó todo mi ser y existir sacerdotal.

Mi misión es procurar de palabra y de acción que la caridad llegue a todos, pero la Caridad de Cristo, el amor de Cristo, el que lo conozcan y le sigamos, y desde ahí, todo lo demás. El corazón de mi mensaje será siempre Cristo, la filiación divina, la gracia y salvación eterna y trascendente para la cual vino y se encarnó; también curó enfermos, dio de comer a los hambrientos, pero no se encarnó para esto, no dio de comer a todos ni todos los días, ni la dimensión puramente humana fue la razón de su venida, sino aceptar y asumir todo lo humano para hacerlo divino, trascendente, hacernos hijos amados del Padre, y desde ahí y por eso, ayudar a los hombres en todo, pero mirando siempre lo trascendente y eterno y definitivo. ¿Cómo salvar al hombre si no lo redimo de su ignorancia y pobreza sobrenatural? Ese es el origen y el fin de mi sacerdocio, porque es Cristo. Y para eso, oración, oración personal, trato diario de amistad con Cristo, especialmente en el Sagrario. Y allí me dice siempre:  “Id al mundo entero y predicad el evangelio”.

 

 

 

6.- NECESIDAD DE LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL SACERDOTE ACTUAL ANTE LAS IGLESIAS VACÍAS.

 

Porque si el sacerdote no llegó a la vivencia de fe personal, por la relación de amistad personal con Cristo por la oración, al perder este apoyo vivencial, y ver la iglesia vacía, algunos se quedan sin fuerzas para seguir con ánimo y superar o luchar contra la secularización del ambiente, superándolo por la fe y vivencia personal. Como consecuencia aparece el desánimo, la tristeza y desconfianza en el sacerdote ante las iglesias vacías y celebraciones diezmadas; los templos, que en mis tiempos primeros de sacerdocio permanecían abiertos todo el día para las visitas al Santísimo tanto de niños como de jóvenes y adultos, ahora permanecen cerradas la iglesia parroquial todo el día y solo se abren para la misa; sin embargo, para visitas turísticas y demás como LAS EDADES DEL HOMBRE algunas Catedrales se cierran por uno o más años para el culto y sólo se abren para ser visitadas por turistas o visitantes o para conciertos corales o artísticos, en actos «oficiales», profanos muchas veces. Esperemos que no venga el Señor con el látigo en la mano para echarnos y decirnos: “Mi casa será casa de oración”; pero ustedes la han convertido en “cueva de ladrones”».

En las celebraciones religiosas, sobre todo en misas de domingo, la mayor parte de los participantes son personas mayores, de sesenta años para arriba. El sacerdote que preside ordinariamente también es entrado en años. Nos hacen falta sacerdotes jóvenes para trabajar con la juventud y para que no se forme la idea de que la misa es cosa de mayores, de abuelos. En algunas parroquias actuales no hay confirmaciones y pocas Comuniones y Bautizos.

            Por otra parte, lo que no se ve en la tele, no existe; y Dios y la Iglesia no aparecen en los medios de comunicación intencionadamente. Es más: lo que dice la tele es verdad: «lo ha dicho la televisión»; con el poder de la imagen, todos los días, los que suben a los púlpitos de las televisiones, las radios, los periódicos, internet, etc... predican y convencen a las gentes, sin el mínimo sentido crítico, de todo lo contrario al evangelio, y los llevan como una riada o vendaval a las separaciones y divorcios, a los divorcios exprés, a la uniones homosexuales, porque eso es lo que sale en la tele y en las películas; y eso tiene más fuerza que la predicación del cura; y eso si los sacerdotes y los obispos se atreven a condenar con constancia los errores y pecados de sus gentes. De esta forma la Iglesia se ha quedado sin púlpito y sin poder moral, porque ahora son los políticos los que deciden lo que está bien y lo que está mal, mejor dicho, «lo políticamente correcto».

Lo que no se anuncia en la tele, facebook, twitter,  radio y periódicos, no existe. Aunque sea el mejor y más eficaz. Pregúntenselo a las empresas y a las gentes, sobre todo a los jóvenes.. sin guasad y  medios. Ahora bien, la Iglesia no sale en la tele, no se anuncia, no predica su doctrina en los medios, luego no existe; no se habla de ella y del evangelio en la calle y con los amigos; total, que el cristianismo, la moral católica, la familia cristiana, el evangelio, los valores cristianos, el matrimonio con amor exclusivo y para siempre no existen»[14].

            Ante un mundo ateo, instituciones ateas, consumismo y materialismo ateo, «cabría decir que el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una persona que ha experimentado algo, o no será cristiano». Este texto de K. Rahner, tan repetido en documentos actuales, voy a transcribirlo con mayor integridad:   

             «Para tener el valor de mantener una relación inmediata con el Dios indecible en el sentido de esa sobria espiritualidad, y también para tener el valor de aceptar esa manifestación silenciosa de Dios como el verdadero misterio de la propia existencia, se necesita evidentemente algo más que una toma de posición racional ante el problema teórico de Dios, y algo más que una aceptación puramente doctrinal de la doctrina cristiana.

            Se necesita una mistagogia o iniciación a la experiencia religiosa que muchos estiman no poder encontrar en sí mismos; una mistagogia de tal especie que uno mismo pueda llegar a ser su propio mistagogo... Solamente para aclarar el sentido de lo que se va diciendo, y aun a conciencia del descrédito de la palabra «mística» —que, bien entendida, no implica contraposición alguna con la fe en el Espíritu Santo, sino que se identifica con ella—, cabría decir que el cristiano del futuro o será un «místico», es decir, una persona que ha «experimentado» algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente religioso generalizado, previos a la experiencia y a la decisión personales”[15].

            El sacerdote y todo hombre pueden tener muchas y variadas presencias o experiencias de Dios, pero la experiencia de Dios no está bien tratada en los estudios de los Seminarios y Universidades, es considerada excepcional, propia  de élites, para grupos selectos de personas religiosas, sin tener en cuenta las palabras del Papa en la NMI: «Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración...  viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr SC.10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas»[16].

Y de la relación que expreso de la experiencia de Dios con el apostolado, siempre repetiré que la mayor pobreza vital y apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados y ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas en mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de la santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; habrá acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos expresamente afirman no tenerla y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo… Y para hacer las acciones de Cristo, para hacer el Apostolado de Cristo hay que seguir su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el“estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre y espíritu de Cristo.

Si no estamos a solas con Él todos los días, --eso es la oración personal--, nos faltará la fe y el amor verdaderos para hacerle presente en palabras y acciones ante los hombres, nuestros hermanos; nuestro apostolado se mantendrá a niveles muy bajos de amor y eficacia salvífica, porque ya lo dijo el Señor: “sin mí no podéis hacer nada…”.

Todos los grandes apóstoles de la Iglesia fueron hombres de oración empezando por el jefe y modelo para todos,  Jesucristo. Y fijáos en S. Pablo, derribado del caballo pasó tres años en los desiertos de Arabia en oración y conversión; y no digamos de todos los místicos siempre llegaron a esas alturas de unión y amor a Cristo por la unidad entre oración y vida.  Para Juan de la Cruz, la oración conduce a la vida y amor al hermano e inflama en el servicio apostólico. Entre tantos textos que nos recuerdan el profundo sentido apostólico de Juan de la Cruz, cuando el cristiano que vive la perfecta vida en Cristo lo imita en el amor del prójimo, nos place citar aquel Dictamen o Enseñanza espiritual, n° 10, de Eliseo de los Mártires, que nos ofrece una enseñanza y una imagen viva de Juan convertido en fuente de agua también para los demás.

Decía «que es evidente verdad que la compasión de los prójimos tanto más crece cuanto más el alma se junta con Dios por amor. Porque, cuanto más ama, tanto más desea que ese mismo Dios sea de todos amado y honrado. Y cuanto más lo desea, tanto más trabaja por ello, así en la oración como en todos los otros ejercicios necesarios y a él posibles. Y es tanto el fervor y fuerza de su caridad, que los tales poseídos de Dios no se pueden estrechar ni contentar con su propia y sola ganancia; antes pareciéndoles poco el ir solo al cielo, procuran con ansias y celestiales efectos y diligencias exquisitas llevar muchos al cielo consigo. Lo cual nace del grande amor que tienen a su Dios, y es propio fruto y efecto este de la perfecta oración y contemplación»

La pedagogía de los santos del Carmelo ofrece un camino de interiorización enraizado en la experiencia cristiana, basado en el misterio de la presencia de Dios en nosotros y en el crecimiento en la vida teologal y en el amor a la Iglesia y los hermanos. Ambos parten de Cristo y en Él encuentran al maestro de la oración, al mediador de la comunión con Dios que abre la oración a la comunión perfecta en la Trinidad y orienta hacia el servicio eclesial. Muchos contemplativos son verdaderos apóstoles y patrono de apostolados concretos[17].

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar «in persona Christi». Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice.

Me gustaría no tener que hablar así, ni tener que decir estas cosas, porque me supone incomprensión y reacciones dolorosas hacia mi persona; sé muy bien las reacciones desagradables que suscita en algunos hermanos, especialmente en algunos ambientes apostólicos; lo acepto con paz, pero esto es lo que veo y observo en algunos sectores de la Iglesia,  especialmente de la Iglesia de arriba, cabeza del Cuerpo Místico, desde donde la sangre santificadora tiene que llegar a los fieles y a todo el cuerpo, desde el Corazón de Cristo, a través de Obispos o sacerdotes, sacramentos de su presencia y canales de su gracia.

Y donde pongo sacerdote, pongo  lógicamente y con la misma fuerza y verdad a todo cristiano, a todo creyente que quiera conocer, amar y seguir a Cristo, sea catequista, madre o padre cristiano, colaboradores apostólicos, que, al no tener una unión fuerte y personal de sentimientos y amor y vida con Cristo, esta sangre redentora no llegará en plenitud o con la plenitud necesaria al resto de los miembros del cuerpo de la Iglesia, de la parroquia, de la familia, de los catequizandos, de los hijos, porque las arterias están obstruidas por los criterios y programas y acciones puramente profesionales y por imperfecciones personales, incluso a veces infartadas las venas y los sarmientos, porque el corazón no vive ni vibra de amor, por falta de oración vivencial con la fuente que mana y corre, que es Jesucristo vivo y resucitado, Jesucristo Eucaristía: «qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche».

Queridos hermanos, queridos apóstoles de Cristo, hay que purificar la fe, los criterios, los sentidos, la mente y el corazón por la purificación de la noche de los sentidos y del espíritu por medio de la oración permanente que nos lleve a la conversión permanente, esto es, a la vivencia de la unción permanente en Cristo, para lo cual necesitamos hacer todos los días oración, vivir la Eucaristía, no sólo creer y celebrarla; desde Pentecostés, tiene que ser todo a partir de una fe purificada, sin criterios ni sentidos humanos, por la acción y el fuego de la oración contemplativa. Por cierto que esta poesía de San Juan de la Cruz, citada anteriormente, está dedicada a la Santísima Trinidad, a la vida trinitaria, cuyo manantial para nosotros, los hombres, el Doctor Místico lo pone en la Eucaristía.

Y ya, sin quererlo, he dicho donde está y encuentro el camino para esta experiencia viva, encendida, apasionada, infundida, impactada por Dios en el alma; el manantial y la fuente y el corazón de esta experiencia está en la oración personal en sus grados medios y algo elevados de contemplación y de unión, realizada por Dios directamente en el alma, especialmente en la oración eucarística; es que teniendo allí la fuente, teniendo al Señor allí esperándonos como a la samaritana en el brocal del pozo del sagrario, no comprendo que no se le busque allí para encontrarle, para hablarle, para pedirle,  preguntarle y amarle.

Hay que subir por la montaña de la oración para verle a Cristo transfigurado en la cumbre del Tabor; para ser testigos ante los hermanos, --que tanto lo necesitan en estos tiempos de increencia--, de que Cristo está vivo y resucitado y llena tu vida de sacerdote, catequista, madre o padre cristiano; de que el cristianismo no es un sistema de verdades o valores sino una persona viva que llena de Luz y Verdad mi vida, --para qué vivo, y por qué y a dónde voy--, con el cual podemos hablar y dialogar y amar y sentirnos amados, porque para esa alma Cristo está realmente vivo y el sepulcro quedó vacío para siempre; y este Cristo vivo y resucitado es verdad, existe y es verdad, y llena mi vida y está en el Sagrario, en la Eucaristía  y me gusta estar con Él por lo que me dice y ama, y noto que su contacto me llena de vida y de amor y de amistad eterna conmigo y con todos los hombres. Es que si no lo encuentro vivo y amigo en la Eucaristía y en el Sagrario y luego tengo que hablar de Él o actuar en su nombre,  la gente notará que soy profesor, pura teoría, teólogo, libro,  pero no viviente  y amigo actual y presente en el Sacramento, porque no hablo de mi vivencia y relación cn Él.

Hay que llegar a esta vivencia para que la religión no se convierta en una filosofía o un programa meramente ético, sino en una persona real humana-divina- viviente que murió por los que amaba y vino a nuestro encuentro, para que todos tengamos su misma vida de amor y felicidad; para eso vino y se encarnó y murió y resucitó y permanece en sacramento permanente de amistad que es la Eucaristía como misa, comunión y presencia, para ser amigo nuestro, para llevar a todos los hombres a la amistad con nuestro adorado Dios Trino y Uno, que éste fue el proyecto primero del Padre, recuperado de forma admirable por Él, puesto que para esto nos soñó el Padre y para esto fuimos creados, según sus mismas palabras: “Vosotros en mí, yo en vosotros, para que todos sean consumados en la unidad… el Padre os ama…” o con San Juan:  “Dios es amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su hijo como propiciación de nuestros pecados…”.

En una palabra, que todos nosotros, los cristianos, pero, sobre todo, los sacerdotes, estamos llamados, desde la unción y el mandato de Cristo, a ser testigos de esto que hacemos y predicamos,  y de esta forma, cuando queramos predicar a los hermanos estas verdades de Cristo en el Sagrario, la Eucaristía y su Evangelio, nos  saldrán quemantes y convincentes. De otra forma, saldrán sí, ciertamente, pero teológicas y doctrinales frías, pero no quemantes, no quemarán ni contagiarán entusiasmo.

Necesitamos exploradores, testigos de la tierra prometida, de la amistad y la felicidad con Dios como sentido último y definitivo de la vida, testigos de que el pan eucarístico está lleno de Cristo que llena: “si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber… yo soy el pan de vida… si alguno viene a mi no pasará más hambre…” y, por eso, le visitas todos los días y has puesto tu tienda a la sombra del sagrario y allí permaneces atado por el amor y no necesitas más que a Él; es más, sienten hambre de amar como Él, de tener sus mismos sentimientos, su misma vida y por eso no pueden pasar el día sin acercarse a su banquete y comerle de amor. Y éste debe ser el trabajo apostólico más importante, permanente y diario del sacerdote, que no acabará sino en el cielo. Hay que hacerlo todos los días, no solo “cuando tengamos tiempo” sino siempre porque Dios tuvo todo el tiempo por y para nosotros.

Necesitamos predicadores, que no sólo predican, sino que son testigos de lo que dicen, como los exploradores que mandó Moisés a la tierra prometida, y que vinieron cargados de los frutos que habían visto y palpado y comido. Éstas son las almas de oración profunda y permanente y eucarística. Así convencieron a sus hermanos israelitas a caminar y sufrir y luchar hasta conquistar la tierra prometida. Como debemos hacerlo todos los sacerdotes.

Cuando se llega a esta experiencia, uno reconoce que ahí está la Verdad y la Vida; y lo único que lamenta es no haberlo hecho antes. Mirad cómo se expresa San Agustín en sus Confesiones, en este texto que viene el día de su fiesta, en la Liturgia de las Horas:

«¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Habiéndome convencido de que debía volver a mí mismo, penetré en mi interior, siendo tú mi guía, y ello me fue posible porque tú, Señor, me socorriste. Entré, y ví con los ojos de mi alma, de un modo u otro, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella. La conoce el que conoce la verdad.

¡Oh eterna verdad, verdadera caridad y cara eternidad! Tú eres mi Dios, por ti suspiro día y noche. Y, cuando te conocí por vez primera, fuiste tú quien me elevó hacia ti, para hacerme ver que había algo que ver y que yo no era aún capaz de verlo. Y fortaleciste la debilidad de mi mirada irradiando con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de temor; y me di cuenta de la gran distancia que me separaba de ti, por la gran desemejanza que hay entre tú y yo, como si oyera tu voz que me decía desde arriba: «Soy alimento de adultos: crece, y  podrás comerme. Y no me transformarás en sustancia tuya, como sucede con la comida corporal, sino que tú te transformarás en mí.

Y yo buscaba el camino para adquirir un vigor que me hiciera capaz de gozar de ti, y no lo encontraba, hasta que me abracé al mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, el que está por encima de todo, Dios bendito por los siglos, que me llamaba y me decía: Yo soy el camino de la verdad, y la vida, y el que mezcla aquel alimento, que yo no podía asimilar, con la carne, ya que la Palabra se hizo carne, para que, en atención a nuestro estado de infancia, se convirtiera en leche tu sabiduría, por la que creaste todas las cosas

¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían. Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti»[18].

 

 

 

7.- NECESIDAD DE UNA FE PERSONAL EN DIOS SOBRE UNA FE HEREDADA Y SIN VIVENCIA PERSONAL

 

¿Habéis pensado por qué muchos millones de españoles se han alejado de la Iglesia en estos tiempos modernos? Por muchas razones ciertamente. Pero para mí, una de las más importantes es que la Iglesia no tiene ese poder económico, esa influencia social, esa posibilidad de hablar con los jefes de la economía o incluso influir en su nombramiento, como tenía antes; y al no tenerlo, ya no les interesa una Iglesia pobre, sin poder, sin relevancia; y se han ido, se han alejado, pero no de la fe que en el fondo no la tenían personal, sino por la “insignificancia” actual en medio y demás de lo religioso, que antes tanto significaba en lo humano, social y económico.

Ahora la gente va a otros sitios, a otros centros de poder social y político, de poder económico, que eso en el fondo es la política, y eso está hoy acaparado por el poder político y económico, que son los que acaparan también los medios de comunicación, los que suben todos los días a los púlpitos de las televisiones, las radios, los periódicos, internet, etc... Consecuencia: que antes, mucha gente, sin ser nosotros conscientes ni ellos, iban al sacerdote, a la Iglesia más por lo que podían conseguir de ella y por medio de ella, que por Cristo y por potenciar su fe y su vida en Él; como ahora la parroquia no tiene ese poder influyente en lo económico y social,  como hasta los años 50-80 del siglo pasado y primeros de la democracia, porque se lo ha llevado todo la política, pues allí va la gente, demostrándose así que muchos de nuestros feligreses venían a la parroquia más por las ventajas materiales y de enchufes que pudieran conseguir que por la fe y la necesidad de vivir la vida cristiana, la vida de gracia y amor a Dios. He dicho muchos, pero no todos, porque ahora tenemos un resto de Yahvé más cristiano que aquellos.

¿Que esto no es verdad? ¿Que a ti no te parece que esta sea una de las causas principales del entusiasmo religioso de otros tiempos y de la ausencia actual de muchos bautizados en nuestras iglesias? Hagamos una prueba: Imagínate por un momento que la Iglesia volviera a tener aquel poder de antes; ya verías cómo empezaban a llenarse otra vez nuestros templos, a saludar, visitar y simpatizar con el párroco para pedirle favores, enchufes, colocaciones de los hijos... y no como ahora, que te has esforzado en hacer una boda que te venía en vacaciones, o un bautizo en días no designados... etc. y, al día siguiente, ni te saludan.

Es muy importante reflexionar y meditar sobre esto, sobre los deseos materiales de ahora y de siempre del hombre, sobre la tentación del demonio al mismo Cristo: “haz que estas piedras se conviertan en pan”, del deseo y tentación permanente del hombre de querer reducirlo todo, hasta lo sagrado y religioso, a éxito y poder temporal.

«Es que mi hija murió, es que Dios no me solucionó el problema que le encomendé, es que mi padre se separó, es que mi hijo está enfermo o no aprueba la oposición o no encuentra trabajo...» y le echan la culpa a Dios y muchos se han alejado de la Iglesia y de la fe por estos motivos también; y por esto, mucha gente ha dejado de rezar y creer y venir a la iglesia, porque ellos sólo quieren un Dios que les favorezca y esté a su disposición, que convierta las piedras en pan, en éxitos temporales, como San Judas, en algunos templos, que es más visitado que el mismo Cristo en el sagrario. ¿Por qué San Judas y algunos santos tienen tanto éxito y son tan visitados? ¿Porque su ejemplo y su culto y veneración les ayuda a los devotos a ser mejores cristianos, cumplir mejor los mandamientos de Dios, a ser apóstoles de Cristo? ¡Ni hablar! Con todo mi respeto, pero con toda verdad, los veneran y los rezan para que todos sus asuntos materiales y peticiones les salgan bien, es decir, por el egoísmo innato, que nos arrastra a todos y a algunos les lleva a la superstición.

Ésta es una de las razones por las que los políticos no quieren que la Iglesia tenga ni poder moral, social, ni caritativo... por eso la silencian totalmente en los medios y la persiguen y quieren suplantarla y considerarla como una ONG más, y para matrimonios y bautizos y primeras comuniones ya están las civiles de algunos ayuntamientos y para caridad, que siempre ha sido nota importante y especifica de la Iglesia, ahora está la Cruz Roja y las ONG.

Y no digamos otra faceta más de los medios de comunicación, que nos ridiculizan a cada paso y te ponen como modelo muchas veces de servicios sociales y humanos a las ONG de turno, verdaderos negocios a veces, como está escrito y demostrado, y silencian en los mismos lugares de pobreza o cataclismos a nuestras Misiones, la obra religiosa, caritativa y social y humana y divina más impresionante del mundo, con hombres y mujeres religiosos entregados de por vida a estar con los más pobres y necesitados, sin recompensa económica y humana y social de ningún tipo; verdadera presencia de Cristo entre los más pobres de los pobres.

Menos mal que, a veces, hasta los periodistas ateos, como uno que recuerdo ahora, y que así se declaró por la televisión, manifestó su asombro, en un reportaje de calamidades de un país africano, por lo que hacían los misioneros y misioneras y cómo morían allí después de 40 y 50 años de vivir olvidados, sin haber vuelto a la patria.

Tenemos que reconocer con tristeza y verdad, que hasta hace unos años, no todos los españoles iban por Cristo a la Iglesia; no recibían los sacramentos desde la fe, no se acercaban a Dios por ser Dios, sino por los beneficios que podían recibir de Él o de su Iglesia y de sus sacerdotes. Cosa que ahora no ocurre, porque el que no tiene fe, abiertamente lo dice y no va y nadie le dice nada ni se lo echa en cara, porque son muchos, son millones, no como antes, que iba todo el pueblo.

En cuanto la Iglesia perdió este poder, miles de jóvenes y matrimonios se han ido a donde están las ganancias posibles. Y ésta es una de las razones principales por las que no vienen ya a nuestras iglesias ni llenan nuestros templos y las misas están más vacías y se han hecho ateos. Un Dios que no les hace más ricos, sanos, poderosos... no les sirve.

Además, «yo hago lo que me apetece», éste es su lema y su grito de libertad, mejor dicho, su grito de acción y vida en todo; decir Dios, es decir, mandamientos: el sexto, el noveno y el primero y todos los demás... es obedecer; solución: no creo, soy ateo y no tengo que obedecer ni dar cuentas a nadie.

El ateísmo no es como el de nuestros tiempos jóvenes; discutíamos con los estudiantes con razones filosóficas y nosotros argüíamos con las “vías de Santo Tomás”. Ahora ni un sólo argumento filosófico o científico, ahora no se piensa ni estudia en los libros; ahora se «vive» sólo el tiempo presente y lo más cómoda y placenteramente posible: «yo hago lo que me apetece»: regla suprema de vida y de moral. Y Dios no me apetece porque entonces no puedo hacer lo que me apetece y en el horizonte veo sus mandamientos.

Y repito: si la Iglesia volviera a tener poder social, económico y hasta político como entonces, que nunca debió tenerlo ni dejarse seducir por ellos, como en otros tiempos los tuvieron hasta los Papas, en épocas determinadas de la Historia; repito, que, como ahora pudiéramos otra vez colocar y enchufar a la gente como antes ante los poderes económicos, sociales, y necesitasen de los informes de los sacerdotes para muchas profesiones y colocaciones y puestos de trabajo como en aquellos tiempos ¡cuántos informes me tocó hacer para enchufar a la gente!

Repito e insisto en decir y afirmar que las Iglesias otra vez volverían a estar llenas. Haced la prueba mentalmente. Y fijaos en situaciones de iglesia parecidas a la nuestra de hace años, en países de América Latina, África, Oceanía... el mismo poder de los muljaindines musulmanes... es lo mismo de la Iglesia de siglos atrás, cuando tuvo estos poderes, y los Papas eran reyes.

Y esto mismo, pero de otra forma, es lo que en el fondo está presente en la vida y apostolado de algunos sacerdotes, que al no tener un amor, una experiencia personal de Cristo y de la eternidad que Cristo nos ganó, sentida y vivida y experimentada personalmente, viven mirando más lo humano que lo divino que nos trajo, más lo presente que la salvación eterna, por la cual se encarnó; se valora más lo humano que lo divino, lo puramente material que lo espiritual. Y si el sacerdote no está apercibido y no vive lo trascendente, se queda sin el sentido de su sacerdocio, de los valores eternos y esenciales de su sacerdocio para los cuales vino Cristo y le llamó al sacerdocio eterno.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

TERCERA  PARTE

 

RETOS IMPORTANTES PARA LA IGLESIA Y LOS SACERDOTES  EN EL MUNDO ACTUAL

 

Estos son algunos de los retos más importantes que se le presentan al sacerdote en el mundo actual.

 

1.- PRIMER RETO: NECESIDAD EN NOSOTROS SACERDOTES DE UNA FE  EXPERIMENTADA Y VIVENCIAL, NO MERAMENTE ESTUDIADA

 

         Ante una sociedad y vida atea, hoy no es suficiente un amor a Cristo heredado y ordinario; hoy  necesitamos un amor extraordinario y personal a Cristo vivo y resucitado, no  puramente concepto o idea teológíca

         Hoy no basta tener un amor ordinario a Cristo, hoy el sacerdote necesita un amor extraordinario, y ese amor solo se encuentra en la oración personal, especialmente eucarística, junto al Sagrario; y desde esta experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, luego puede hablar y predicarle como testigo convencido y viviente de lo que dice y celebra en la Eucaristía, no desde la teología o una fe que no se ha convertido en vida y vivencia por el encuentro de relación y amistad personal de la oración contemplativa:

Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche. 

Aquí se está llamando a las criaturas,
y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
porque es de noche. 

Aquesta viva fuente que deseo,
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche. 

(de noche: por la fe)

 

Todos percibimos, aunque sea de manera muy genérica, que algo está cambiando profundamente en la conciencia religiosa de nuestra sociedad; en el mundo cristiano español hay separaciones, divorcios, abortos, eutanasia, uniones homosexuales, violencia del género, que es un eufemismo de los políticos actuales para no llamar a las cosas por su nombre, como es el matar un esposo a su esposa o viceversa, y más grave, matar a la esposa y madre con los hijos, y cosa inaudita, matar la esposa y madre a sus hijos juntamente con su esposo...

Lógicamente si esto ha cambiado en lo más profundo del hombre, también se tambalean otras convicciones íntimas de ese mismo hombre, que antes decíamos que era «naturaliter christianus», cristiano por naturaleza; pero como ahora no se respeta ni la ley natural, ni los lazos y vínculos y compromisos naturales, ni el amor natural, ni la verdad natural, tampoco se respeta lo más natural que existe, que es Dios, Dios creador del mundo, de los astros, de la vida y de la razón. La ciencia que estudie y descubre el modo de hacerlo; porque el sentido del hombre y de la creación nos lo da la revelación.

Dios no existe, ha dejado de existir «naturalmente» en el corazón del hombre, en la familia, en la educación de los padres, en la Escuela, en la Universidad; ahora sólo puede existir «sobrenaturalmente», «milagrosamente», es decir, al margen de lo natural, sin el apoyo de la educación, de la escuela, de la formación humana, incluso de la familia, la cosa más natural, donde ya no se habla de Cristo ni de religión.

Si la escuela no da religión, si la familia no educa en la fe y la educación humana en la escuela es deficiente, la Iglesia debe suplirlas, debe cambiar sus catequesis, sus exigencias, su preparación para los sacramentos, porque de esta forma no son recibidos con las condiciones que Cristo quiso al instituirlos y la Iglesia debe exigirlas para administrar los sacramentos de bautizos, primera comunión, bodas... ¿Qué pasa entonces? Pues lo que pasa, muchos disgustos pastorales, porque vemos que estos sacramentos de Cristo se dan muchas veces sin la fe debida a Cristo y necesaria para su eficacia. Así que muchas veces la parroquia es un supermercado más de la ciudad, pero de artículos religiosos.

Y lamento tener que empezar diciendo que seguimos celebrando Sínodos y reuniones pastorales y arciprestales con un concepto rancio y anticuado de apostolado, sin dar primacía a la gracia, al “sin mí no podéis hacer nada”, suponiendo en los bautizados la fe cristiana que precisamente hay que transmitir. Páginas y más páginas, libros enteros, conferenciantes teólogos que hablan como si todo dependiera de nosotros, de nuestras actividades y organigramas y poco o nada de la espiritualidad del apostolado.

Dice Juan Pablo II en la Novo millennio ineunte, al tratar de decirnos cómo debemos trabajar y orientar la renovación pastoral en el tercer milenio, para que no se ponga en puras programaciones de actividades pastorales, como seguimos haciendo, sino en la primacía de nuestra unión con Cristo, en la primacía de la espiritualidad de nuestras acciones, el buscar directamente a Cristo, la fe, la vida de amor a Dios en nuestras actividades, pero no de una forma «transversal», sino directa y fundamentalmente, como inicio, camino y final de todo apostolado:

 

«Primacía de la gracia

 

38. En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidle al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración».

 Tenemos que orar personalmente, incluso en la oración litúrgica, entrando así en el corazón de los ritos y misterios celebrados y encontrar en ellos a Cristo vivo y celebrante, puesto que es el que los realiza y al que presto mi humanidad, mis manos y mis labios para que pueda realizarlos en «memorial eterno» dentro del espacio y del tiempo. Y para esto, para esta acción litúrgica, de Cristo por medio de mí, ser consciente de lo que soy y hago en esos mementos con Cristo o Cristo por medio de mí, para todo esto: oración y unión personal con Cristo en diálogo permanente con el celebrante principal, Cristo, sacerdote y víctima.

Hemos de exigir la fe personal en Cristo a nuestros feligreses, a no ser que queramos seguir bautizando, confirmando, casando... sin necesidad de la fe en Cristo a quien no conocen ni siguen nuestros «sacramentandos»; sin catequesis para sembrar o potenciar o convertirlos a la fe en Cristo; sin confirmar a nuestra juventud en la fe, casando en la iglesia, pero no por la Iglesia o en Cristo, como muchos novios que ni creen ni lo tienen presente a la hora de unirse en matrimonio, que no es sacramento además, porque no es amor exclusivo y para toda la vida, sino hasta que dure, y a veces no dura ni el viaje de novios. Conozco casos. Los canonistas te dicen que esos matrimonios son nulos. No es honrado ser testigos de ese sacramento en esas condiciones.

¿Cuántos sacerdotes piensan que dar el bautismo a niños en la fe de sus padres, que positivamente dicen y manifiestan no creer ni rezar, les ayudará luego a rezar y recibir una educación cristiana a estos niños bautizados en estas condiciones? Cuando te encuentras con casos parecidos, ¿cuántas veces tienes que cambiar la liturgia del bautismo sobre la marcha, porque sientes vergüenza para decir que los padres son testigos de la fe, se comprometen a educar en la fe cristiana a sus hijos y ellos son pareja de hecho, no están casados, están “arrejuntaos” que decíamos antes o han dicho no a Dios casándose en el Ayuntamiento y ahora dicen sí a Dios pidiendo el bautismo que damos a los hijos pero apoyándonos en la fe de los padres? ¿Y cómo van a creerse los niños de Primera Comunión que Jesucristo es Hijo de Dios y Señor y está en el pan consagrado, cuando sus padres no comulgan nunca ni les han visto de rodillas nunca en la iglesia, ni van a misa los domingos, ni han rezado con ellos en casa y sólo aparecen por la iglesia el día de su Primera Comunión? ¿Para qué sirven los cursillos prematrimoniales para chicos que confiesan no creer en Cristo, viven al margen de la Iglesia, incluso votan contra ella y la critican continuamente y que lógicamente se casarán “en la”, pero no “por la Iglesia” porque es un marco muy bonito para la ceremonia y las fotos del recuerdo? ¿Cuántos enfermos rechazan la Comunión, al sacerdote y la Unción y luego algunos sacerdotes, por sistema, para quedar bien con la familia y demás, les meten en el cielo en la homilía, sin contar con Dios, el único que salva o condena?

Si sigue, como actualmente, sin el apoyo natural de los padres, la Iglesia lo tiene muy difícil para educar en la fe a estos niños, para los cuales sus padres son como dios, son los que más los quieren y aman y se fían de ellos, como si fueran el Dios verdadero. Muchos padres modernos ni creen, ni rezan ni van a misa ni les hablan de Dios a sus hijos ni sus hijos les ven de rodillas nunca ante Dios, aunque pidan bautismos, comuniones y demás para sus hijos; uds. me dirán...

Todo esto que he dicho ahora, no lo he dicho porque quiera analizar la pastoral de los sacramentos y sus dificultades; no, no es lo que pretendo ni lo que me interesa ahora. Lo que me interesa ahora es decir que todo esto puede influir muy negativamente en la fe y en la vida espiritual no sólo de los que reciben así los sacramentos, sino de los mismos sacerdotes que puedan administrarlos de esta forma. Y lo que decía el Vaticano II, de que la vida litúrgica tenía que ser fuente y cima de toda la vida cristiana, se convierte en un cáncer de la vida espiritual de los sacerdotes, si no se atreven a administrarlos como Dios quiere y la Liturgia y la Teología y la Moral mandan. Y puede matar su sacerdocio, no digamos su alegría y gozo sacerdotal.

¡Cuánta mentira! ¡Qué paradoja, que todos nos estamos tragando sin meter mano en el problema y estamos bautizando y dando comuniones y confirmando sin hacer más cristianos, más jóvenes confirmados en una fe que algunos públicamente dicen no tener y le confirmamos en el Espíritu Santo, a quien no conocen ni han oído hablar de Él, porque en muchas catequesis de Confirmación ni se habla de Él, porque sería un tema muy elevado para los chicos y se aburren! Confirmarse en una fe que no estamos convencidos de que la tengan, bautizar en la fe de unos padres que no la tienen, casarse en Cristo en quien no creen ni quieren comprometerse en un amor exclusivo y para siempre como el de Cristo.

¿Dónde está la exigencia absolutamente necesaria de la fe en Cristo para poder recibir los sacramentos? ¿Por qué no tenemos en cuenta lo que exige la teología y la moral católica y está definido dogmáticamente para recibir los sacramentos? Si yo no lo hago así, por no tener disgustos y problemas, estoy negando a Jesucristo, no creo que Dios sea lo primero y absoluto, que exija ser adorado y que yo me ponga de rodillas ante su Persona y mandatos, no valoro la fe y la gracia del Señor, estoy demostrándome que mi fe no es sincera, porque no estoy dispuesto a defenderla contra indiferentes, ignorantes conscientes o enemigos de la misma.

Lo he dicho y predicado muchas veces: la gente de ahora es buena; vienen los novios al cursillo prematrimonial, son buena gente, pero no tienen ni idea del evangelio, de las parábolas, de Cristo ni de su doctrina ni de sus enseñanzas, no saben rezar a veces el credo o la salve o el Padre-nuestro, te preguntan qué es eso de la Inmaculada, sencillamente porque ya no se lo enseñan de niños ni en casa, ni en la escuela y a veces... con ciertos modos de preparar a los sacramentos, ni en las catequesis.

Antes veíamos claro que el hombre era «naturalmente cristiano», porque, aunque no fuera a misa, el ambiente lo protegía, las costumbres eran cristianas, el ambiente era cristiano y la familia era cristiana. Ahora, el niño y el joven y el adulto no tienen apoyos, y esto es lo que quiero decir también en relación con el sacerdote, ha perdido el apoyo de los padres que piden sacramentos; ha perdido el apoyo del ambiente cristiano, de las costumbres cristianas... por tanto, tiene un reto: tiene que pasar de una fe heredada o social o popular o comunitaria a una fe personal, vivida y elaborada desde sólo Dios, sin apoyos de personas, individuos y teología y moral, que ya no se viven.

Todo este reto se convierte automáticamente en una tentación, que le llevaría a secularizar los sacramentos y luego su espiritualidad personal y luego su mismo ser y actuar sacerdotal, al dar los sacramentos sin las disposiciones exigidas por Cristo, para no sufrir y complicar su existencia y su relación con los padres o jóvenes «ateos», en la petición o recepción de los sacramentos.

Por otra parte, ahora también, el fenómeno de la increencia, en sus diversas manifestaciones de ateísmo intelectual o práctico, agnosticismo, laicismo, materialismo, erotismo, falta de sentido y vacío existencial: a dónde voy, para que vivo, por qué vivo... ha llenado nuestras aulas, calles, ciudades y ha dado origen a una nueva cultura atea, sin Dios, que tiene como denominador común que Dios no me tiene que decir lo que está bien o mal moralmente sino que son los votos, con lo que decidimos lo bueno y lo malo, mejor dicho, «lo correcto» en las circunstancias actuales: de ahí, el aborto, la eutanasia, las uniones homosexuales, son buenas, sencillamente porque lo dice el hombre; lo que haya dicho Dios en la Biblia o Evangelio, – que no han leído y menos meditado,- no cuenta, no existe para nosotros. Ha bastado que un partido tenga un puñado de votos más para que esto sea la verdad y aquello, falso. No se busca el bien o la perfección de la persona, sin imponer mis intereses, imponiendo mi opinión y mis apetencias instintivas.

Como consecuencia de esta cultura de la increencia, cada uno decide lo que está bien y lo que está mal y que ordinariamente es lo que le apetece: «yo hago lo que me apetece», es la frase que más se repite en la calle y en la televisión; esto ha dado origen a unos comportamientos colectivos que tienen como denominador común, la no necesidad de Dios, acostumbrándonos a vivir en la caducidad del tiempo y de las cosas, sin trascendencia y eternidad, sin otra mirada superior de criterios y de vida, que es la del Dios infinito, que nos creó por amor y nos ha llamado a compartir su misma felicidad para la que fuimos creados, empeñándose el hombre por acomodarse a esta finitud, que nos llena de las migajas de las cosas finitas, -consumismo-, y nos priva de la hartura y de la plenitud de Dios, lo cual, por otra parte, está produciendo más vacíos, depresiones, suicidios, crímenes... que nunca, porque queremos suplir nuestros deseos de lo infinito, con cosas y más cosas, y llenamos nuestras casas de todo, y a nuestros hijos les damos y les llenamos de todo, y ahora resulta que les falta todo, porque les falta todo, que es Dios. Dios no cuenta para nada a la hora de orientar o motivar la vida humana y diaria. Esta es una herencia más del marxismo, del paraíso en la tierra, para lo cual ha evolucionado de una filosofía atea, no hay más cielo que lo presente, a un pragmatismo real utilitarista y consumista, y ha pasado de la ideología, que no arrastraba, a la estrategia utilitarista y consumista atea, sin Dios, para mantenerse en el poder.

Y como esto da votos, le han imitado hasta los partidos de raíces cristianas. Por eso, ahora, todos los partidos políticos, unos más que otros, van buscando los votos de la mayoría, y como la mayoría nunca será exigente, no establecen leyes que exijan para conseguir esos valores humanos que no se pueden conseguir de otra forma, ni eduquen hacia lo superior, hacia la cumbre de lo perfecto humanamente que siempre será con esfuerzo y abnegación; no, ahora todo debe ser fácil, dulce, placentero, sencillo; la vida, la enseñanza, un juego. Lo exigente se llama no práctico. Citaré una vez más a José M. Lahidalga:

«La gente joven acusa una cierta <flojera> personal: la abnegación a la baja. Vamos a terminar nuestro boceto. Y no queremos hacerlo sin ofrecer a nuestros lectores un pequeño comentario sobre una actitud personal que observamos en nuestros jóvenes y que nos llama poderosamente la atención. Nos referimos a esa especial <flojera> que acusa, en general, la gente joven cuando tiene que habérsela con las dificultades de la vida. Quizá una consecuencia del hedonismo que les rodea en las sociedades opulentas. Lo tienen todo y les cuesta privarse de algo que les apetece. Lo quieren tener, y ya.Al instante. No saben esperar y dar tiempo al tiempo.

Los que somos mayores, muy mayores, y hemos pasado por situaciones de pobreza y escasez, tendemos a calificar de <blandos> a estos jóvenes de ahora. Pensamos: no tienen el <espíritu de sacrificio> que se nos inculcó a nosotros. No aguantan nada. Se derrumban enseguida. Tiran la toalla.

Los creyentes, fieles al Evangelio, hemos hecho nuestra, por lo menos en teoría, una actitud fundamental, que es algo más que una actitud religiosa. Pensamos que vale también en el mundo secularizado en que vivimos. La convivencia, por ejemplo, en pareja o en familia, no es posible sin una buena dosis de abnegación o negación de sí mismo. Pensar en los otros y querer ayudarles, si no hay esa actitud humana, que no tiene por qué tener una motivación religiosa, es un deseo vano.

Esta palabra —abnegación— tiene hoy mala prensa. Sobre todo en las nuevas generaciones. Se piensa que es lo contrario a la autoestima o al amor a sí mismo o a la realización personal a tope. Se piensa que es como tener que renunciar a algo que nos gusta. Una especie de amputación de la persona. El Diccionario de la Lengua nos da una pista nada despreciable para no sacar las cosas de quicio. «Abnegación: sentimiento altruista que mueve al sacrificio de los propios afectos o intereses en servicio de Dios o para el bien del prójimo>.

Lo que sí podemos afirmar es que el mundo, nuestro mundo, está en crisis. Y en este mundo en crisis la juventud, nuestra juventud, está ejerciendo un papel importante. No vamos a decir, una vez más, que el sintagma <crisis es una polisemia. Ya lo hemos glosado muchas veces, y aquí mismo. Comporta un doble significado. Hay una crisis-peligro (cambio a peor) y una crisis-oportunidad (cambio a mejor). Y la gente joven está participando, y, activamente, en la doble vertiente del cambio. Lo hemos podido comprobar respecto de la realidad humana del matrimonio. Ya están sugeridos los cambios. Conocemos los dos aspectos de la crisis. Los lectores ya están al tanto de <lo que va de ayer a hoy>. Nuestros jóvenes están poniendo en peligro algunos valores sustanciales en la visión humana y cristiana de la vida. Lo dicho en nuestra colaboración anterior. Y esto hay que denunciarlo sin complejos[19]».

El concepto sobre el hombre, la vida, el matrimonio, la sociedad es ateo, sin Dios, sin religión, sin racionalidad completa, y, desde luego, sin trascendencia. Por eso se lo ponen muy difícil al evangelio, porque tenemos que luchar contra unas actitudes y comportamientos pragmáticos más que contra un pensamiento filosófico o racional sobre el hombre y la sociedad, caracterizado por un estilo de vida consumista superficial, de disfrute inmediato, de sólo lo presente, el futuro no importa, de trivialidad no comprometida en nada y menos religioso, de alergia al estudio, a la reflexión, a la filosofía de las cosas y, lógicamente, a la mirada trascendente de la vida, a las preguntas últimas que nos trae el evangelio de Cristo.Este es el ambiente que se respira en estos tiempos de modernidad o postmodernidad o como quieras llamarlo, y esto es lo que fabrican nuestras televisiones, revistas, Internet, películas y muchos libros y novelas... laboratorios de la cultura emergente y que encuentra cauce en los «mass media», en los cenáculos académicos, en las reuniones de pseudofilósofos. en las tertulias de la tarde en las teles, verdadera droga para muchas mujeres y jubilados que permanecen en casa.

Y este aire y ambiente es lo que respiran a bocanadas llenas nuestros feligreses, contra el cual los párrocos, los catequistas, los padres de familia se las ven y se las desean para educar en la verdad, en la constancia, en la renuncia, en el amor, en la verdad del hombre y del matrimonio a sus hijos, y no digamos en la fe, desprestigiada públicamente y desaparecida de la educación. ¿Cómo educar en la fe cristiana a estos jóvenes del botellón, de las relaciones prematrimoniales, de la píldora abortiva, del aborto a los dieciocho años, del alcohol y la droga, del «yo hago lo que me apetece»

Así es cómo la increencia, desde la vida y desde la práctica, ha llegado hasta nuestros templos y acciones sagradas, que corren el peligro de no ser acciones de Cristo, de no ser sacramentales y santificadoras, porque ni dan gloria a Dios ni santifican a los que las celebran, porque a veces se realizan en la increencia, sin fe en el mismo Cristo y en los misterios que celebramos, consagrando más bien esa increencia en muchos bautizos, primeras comuniones, confirmaciones y bodas que no deben hacerse, si tenemos presente a Cristo y su evangelio: “Tú crees en mí”; “Si alguno quiere ser discípulo mío, —yo no obligo, yo no te fuerzo a ser de los míos, pero si tú lo quieres ser—niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. Conocer a Cristo, seguir y cumplir sus mandamientos, celebrar su Eucaristía, es imprescindible, a no ser que nos acostumbremos a dar sacramentos sin Cristo, a confirmar en la fe sin fe en Cristo... Y como “Jesús es el mismo ayer, y hoy y siempre”, nos dice la Carta a los Hebreos, pues muchos comen pero no comulgan con el Señor; muchos son bautizados pero no son convertidos, porque no tienen ni viven en condiciones para desarrollar esa fe, amor y esperanza, virtudes sobrenaturales que nos unen a Cristo y muchos se casan en la Iglesia, porque es muy bonito el marco para las fotos y demás, pero no se casan en el Señor.

Es el consumismo que ha llegado a la Iglesia. El consumismo religioso, el “tomar y llevar” de las tiendas; la parroquia es una tienda más, que me vende y barato, un producto que no me exige fe, ni práctica religiosa ni vida cristiana ni conversión ni me cuesta ningún cambio en mi vida, ni me exige creer y practicar el evangelio. Eso está bien para llenar el tiempo de algunas homilías pero nada más. Porque luego no se exige nada de eso en la vida del cristiano.

2- SEGUNDO RETO: HOY, PARA NO CAER EN UNA PASTORAL PROFESIONAL Y SECULARIZANTE, SE NECESITA UNA FE PERSONAL-VIVENCIAL PROFÉTICA EN EL SACERDOTE.

 

Esta increencia, que se ha hecho ambiente y atmósfera que respiramos, obliga a cultivar una fe personal que ya no viene o se tiene heredada como antes, y obliga a los mismos pastores a vivir una fe viva y experimentada, para no caer en una pobreza pastoral, que nos impida acercar al Cristo verdadero a este hombre moderno.

La tentación descrita anteriormente no puede rebajar nuestra acción pastoral al nivel de lo que le gusta al hombre actual, rebajando igualmente la moral, la teología y la liturgia, reduciéndolas a meros conceptos, necesarios para aprobar en el Seminario, predicar luego, pero no para exigirlo en la práctica, porque nadie nos lleva el control de esto. Cristo sí lo lleva, porque “Él es el camino, la verdad y la vida” y no quiere esta pastoral o liturgia donde Él no es camino de la Verdad y por tanto no puede ser vida para los que reciben así los sacramentos, que de esa forma no santifican ni llevan al encuentro personal y salvador con Él.

En los tiempos actuales ateos y rebajados moralmente, para no caer en una pastoral mediocre, es necesaria la fe y la experiencia de Dios en los sacerdotes; este es su reto, y que a veces no se entiende, porque quizás antes no era imprescindible pastoralmente, y también porque ahora, no tiene, como antes, apoyaturas en la escuela, familia y sociedad.

El ambiente de la sociedad actual nos obliga a ser creyentes cabales y enteros, apoyados solamente en Cristo, sin ayuda a veces de catequistas convencidos, tan necesarios siempre, y sin padres verdaderamente creyentes y religiosos, imprescindibles en todas las épocas, sino laicos y ateos, que no apoyan, es más, pueden contradecir con su comportamiento, falto de fe y práctica religiosa cristiana, lo que nosotros enseñamos y debemos exigir en nombre de la verdad de la fe y celebramos en la misma liturgia de los sacramentos, que tenemos que cambiar sobre la marcha, sobre todo el bautismo, porque cinco veces le dice la Iglesia que deben responsabilizarse y dar testimonio de la fe cristiana y los padres o no están casados o lo están por lo civil o nunca les hemos visto celebrar el domingo con la comunidad...etc.

Esta situación nos reta a todos, pero especialmente a los sacerdotes, a tener una fe personal sin necesidad de apoyaturas humanas, fe directamente apoyada en Dios por la por la oración y el trato personal con Cristo, de esas verdades que queremos hacer creíbles a los demás; nos exige ser creyentes de cuerpo entero, convencidos por fe personal o los sacramentos vividos y experimentados: experiencia personal de lo que predicamos o celebramos. Y como esto cuesta y supone virtudes y muchos esfuerzos, no esperes mucha ayuda de hermanos sacerdotes para esta pastoral, porque escasean.

La acción pastoral actual, la Liturgia, las catequesis, actualmente, muchas veces, no nos llevan a un encuentro con las personas divinas, sólo a conocimientos y verdades. Mucha teología, muchas ceremonias litúrgicas y poco encuentro personal. Se predica una doctrina sobre Cristo y se celebra su misterio, pero no se despierta la experiencia del encuentro vivo con Él. La presencia y la acción del Resucitado en el corazón de cada creyente y en el seno de la comunidad cristiana son más sistemáticamente pensadas, que realmente vividas. Falta en no pocos cristianos, incluso sacerdotes practicantes, ese vínculo de amor con Cristo como alguien a quien se busca conocer con más hondura, al que no se cansa uno de descubrir, del que se recibe continuamente miradas y toques de amor, alguien que está en el centro del propio vivir y sin el que uno se derrumbaría y caería en el sinsentido de una vida absurda.

Para que nuestro trabajo pastoral pueda ser comunicación viva de la salvación de Dios sería necesario, a mi juicio, un cambio de rumbo fundamental, para lo cual se requiere que, en el origen de nuestra acción evangelizadora, ha de estar Cristo, pero no simplemente predicado como fundador o legislador, sino vivo y resucitado, como está en la Eucaristía, en la Palabra, en la Asamblea, como Espíritu que da vida, como sembrador de lo Absoluto, como camino actual, que lleva al Padre.

Antes, un cristiano, aunque no tuviera una fe personal viva, la fe social y comunitaria del pueblo cristiano le mantenía. Hoy, como esa fe ha desaparecido, nos obliga a pasar de una fe heredada a una fe experimentada personalmente en Cristo. Si no es así, no tendremos convencimiento, ni fuerzas, ni deseos, ni constancia para comunicarla a los demás.

Necesitamos una pastoral con interioridad, no solo de acciones exteriores, sino hecha en Espíritu Santo. Y para eso, nuestra vinculación mística con Cristo. Necesitamos fe personal apoyada directamente en Dios, que se haga viva caridad apostólica, operante por el Espíritu Santo; una fe, que haya hecho la experiencia de ese camino, desde fe heredada hasta fe personal y experimentada por la oración y la Eucaristía; que haya recorrido, en general, desde oración discursiva, pasando por la afectiva, hasta oración de unión con Dios contemplativa, como explico en otra parte de mi libro; una fe, que, en los sacramentos y en la Eucaristía, haya pasado de hacer los ritos, a celebrar con Cristo y comulgar con Cristo “en Espíritu y Verdad”.

Se acabaron las formas y las apariencias externas, los moldes, que antes bastaban. Hoy estos no son suficientes para ser predicadores o catequistas de la fe; hoy hay que ser testigos de la fe; hoy no se puede hablar de oración, de vida espiritual sin ser un montañero experimentado de la oración y de la experiencia de Dios, para luego enseñar el camino recorrido en tu oración personal hasta llegar a la cima del encuentro personal con Cristo, hasta poder decir: Dios existe y me ama, Cristo ha resucitado y vive y me ama, lo siento y experimento, y ha bajado y está aquí en el pan consagrado y me salva, como lo hicieron y siguen haciendo madre Teresa de Calcuta, Juan Pablo II, Isabel de la Trinidad, Teresita, Teresa, Juan de la Cruz y tantos y tantos y algunas personas de nuestras parroquias, que tienen experiencia del Dios vivo, en largos ratos de intimidad y oración personal y eucarística y que tanto bien les hace y está haciendo a la comunidad luego con su presencia y en reuniones.

Hoy, las circunstancias hacen imprescindible la experiencia del Dios vivo, precisamente porque el pueblo cristiano la ha perdido con la lluvia ácida del consumismo, hasta el punto de que debemos hacer extensible a todos los creyentes el pensamiento y las palabras de Karl Rhaner: «el cristiano del mañana será un místico, o no será, “no será cristiano». Y esto vale y con mayor razón para nosotros, sacerdotes.

Cuando yo estudiaba en el Seminario, los enemigos de la religión eran filósofos y la mayor parte de las objeciones y dificultades eran metafísicas, venían de la gente intelectual; ahora no hay dificultades metafísicas, nadie te pone razones abstractas para rechazar la religión, ahora es el consumismo, la reducción del hombre al instinto el que se encarga de la ley natural y sobrenatural y se carga lo divino.

No hay leyes, conductas ni mandamientos que guardar, cada uno puede hacer lo que le plazca: «Yo hago lo que me apetece» es hoy, en general, el principio regulador de la vida humana: por eso no hay matrimonio fiel, familia estable, sexo masculino o femenino, amor y defensa de la vida como algo sagrado e intocable, ni yo me comprometo toda la vida en el matrimonio, no; sino que yo me caso hasta que me canse, y por si no fuera suficiente ya la ley anterior del divorcio o parejas de hecho, ahora se aprueba el divorcio de fin de semana, de viaje de novios, el divorcio exprés... o las uniones homosexuales, que harán esquizofrénicos a los hijos sin padre o sin madre, sobre todo sin madre, sin tener la ternura y la experiencia de una madre... Y cuando te lleguen estos niños y niñas con dos padres o con dos madres, ahora tú transmíteles la fe, bautiza, da la primera comunión a estos niños, a esta generación... tendrán que cambiar antes los Rituales de Bautismo, Confirmación...

El consumismo se ha cargado la metafísica y la ley natural, los valores humanos morales, éticos, religiosos. La ley suprema, el dios de la vida a quien se sirve, es el consumismo. Y cuando no solo una cosa, sino incluso una persona humana no valga para consumir, no aporte placer o utilidad, la matamos, aunque sea vida humana; y para no llamarlo por su nombre, este crimen lo regulamos por leyes y lo legitimamos para salvar al que más puede y así tenemos abortos, eutanasias, manipulación de embriones de vida humana y todo lo que venga y que no tiene todavía nombre...

Así hemos convertido la vida humana y el mundo en una fábrica de producir y consumir. Y hemos matado el amor, la gratuidad, el deber, la renuncia, el sacrificio, la fidelidad, el amor... todo es hasta que me convenga.

Y si una madre es capaz de matar a su propio hijo y todos los demás lo consentimos y aprobamos con nuestros votos, hemos matado entre nosotros el amor, la vida humana, porque no esperemos que una madre que mata a su hijo va a cuidar luego de su padre anciano o enfermo, para eso está la eutanasia física o social, aunque se les llame centros de recogida; y menos esperemos que ame al vecino o al de enfrente o que perdone, como Cristo nos enseña en el evangelio... estamos incapacitados ya para amar en plenitud, como Cristo quiere, y por tanto, para ser felices en plenitud.

Así que nos queremos menos todos, estamos todos más tristes, los matrimonios más tristes, las familias más tristes, los amigos más tristes, tenemos menos confianza en amigos y en la gente. ¿Existen hoy vecinos..., amigos... amor de madre?

Al desaparecer Cristo y su verdad sobre el hombre, sobre el matrimonio, sobre la sociedad, ha desaparecido el modelo obligado del amor extremo, obedeciendo al Padre, hasta dar la vida. Ha desaparecido la moral auténtica, porque ha desaparecido antes la relación y la referencia a Dios de nuestro obrar; desaparece la religión, la religación y el deseo de unión y perfección en Dios. Y no me vengáis con casos particulares, yo hablo de la mayoría, yo estoy hablando de la sociedad en general.

Esta falta de fe, de experiencia de Dios y de vinculación mística con Cristo, en el sacerdote, favorecetodo un estilo de trabajo pastoral marcado predominantemente por lo exterior, por la actividad, la planificación y la organización, con una clara minusvaloración de lo contemplativo, de lo interior, de vida según el Espíritu, de «atención a lo interior y estarse amando al Amado». Estarse amando al Amado en la oración o en la Pastoral o en la Liturgia bien celebrada algunos sacerdotes lo consideran poco práctico, poco pastoral. Por eso, de estos temas, jamás se habla en las reuniones de arciprestazgo o pastorales; queda por si algún conferenciante de turno viene de paso. Se trabaja intensamente buscando un cierto tipo de eficacia y rendimiento pastoral, pero se trabaja como si no existiera el misterio.

«Y esto lo podemos ver en los diversos campos. En la evangelización, predomina hoy en la Iglesia una concepción excesivamente doctrinal. El cristianismo es un sistema de verdades, no una persona. Para muchos, lo decisivo parece ser propagar el mensaje y la doctrina de Jesucristo. Naturalmente, esta manera de entender las cosas, crea todo un estilo de acción pastoral.

Se busca, antes que nada, medios eficaces y de poder, que aseguren la propagación del mensaje cristiano frente a otras ideologías y corrientes de opinión; se promueven estructuras y se organizan acciones que permitan una transmisión eficaz del pensamiento cristiano; existe verdadera preocupación por hacer crecer el número y la capacidad pastoral de laicos comprometidos (catequistas, monitores, profesores de religión...). Todo ello es, sin duda, necesario, pues evangelizar implica también anunciar un mensaje. Pero se olvida algo esencial: el Evangelio no es solo ni sobre todo una doctrina, sino la persona de Jesucristo y la experiencia de salvación que en él se nos ofrece. Por eso, para evangelizar es necesario hacer presente en la historia de los pueblos, en la convivencia de las gentes, en el corazón de las personas, la experiencia salvadora, liberadora, iluminadora, esperanzadora que nace de Jesucristo.

Por todo ello, no basta cultivar la adhesión doctrinal a Jesucristo. El acto catequético, la predicación y la misma teología, cuando se configuran al estilo de cualquier otra exposición doctrinal, corren el riesgo de convertirse en palabras, a veces hermosas y brillantes, que pueden satisfacer la inteligencia, pero que no alimentan el espíritu ni comunican la presencia salvadora de Dios. Y, sin embargo, el hombre de hoy está necesitado de que alguien le ayude a descubrir esa presencia de Dios latente en lo hondo de su corazón.

Lo mismo se ha de decir de la pastoral litúrgica. Con frecuencia, las celebraciones aparecen escoradas hacia el discurso racional, la efusión sentimental o la exteriorización ritual, con un claro déficit de experiencia interior. Se hacen esfuerzos importantes por devolver a la liturgia su lugar central en la vida de la comunidad cristiana, pero falta muchas veces una interiorización del misterio salvador que se celebra y una personalización de la Palabra que se proclama. Se canta y se ora con los labios, pero el corazón está con frecuencia demasiado ausente»[20].

 

 

3.- NECESIDAD EN LOS PÁRROCOS DE CULTIVAR UNA FE VERDADERA EN SUS FELIGRESES PARA LA RECEPCION VÁLIDA DE LOS SACRAMENTOS

 

La secularización es el resultado de un proceso histórico que señala una vigorosa toma de conciencia de la autonomía del hombre y de los valores terrenos sin necesidad de relacionarlos con Dios: cultura, arte, moral, política...

El hombre se ha convertido en el centro del mundo, quitándole a Dios. El hombre moderno ha vuelto a comer del árbol del bien y del mal, como Adán, y ya no tiene en cuenta en mirar a Dios para saber lo que está bien o mal, es él quien dicta la moral, lo que hay que hacer o rechazar como bueno y como malo. El cosmos y la naturaleza ya no son principios orientadores; el hombre ha sometido al cosmos y a la naturaleza y las domina. Y de esta forma el hombre es el creador de la ciencia, de la moral, de las leyes. El hombre es el sentido y la explicación de este mundo en evolución permanente. La naturaleza gira en torno al hombre y está a su servicio.

Por eso, el hombre ya no busca el encuentro con el Absoluto en la contemplación de la naturaleza. Hoy muchos jóvenes y adultos no saben mirar la naturaleza como obra salida de las manos del Creador y no saben cantar con San Juan de la Cruz:

 

1.  ¿A dónde te escondiste,

     Amado, y me dejaste con gemido?

     Como el ciervo huiste,

     habiéndome herido;

     salí tras ti clamando, y eras ido.

 

2.  Pastores los que fuerdes

     allá por las majadas al otero,

     si por ventura vierdes

     aquel que yo más quiero,

     decidle que adolezco, peno y muero.

 

3.  Buscando mis amores

     iré por esos montes y riberas;

     ni cogeré las flores

     ni temeré las fieras,

     y pasaré los fuertes y fronteras.

 

4.  ¡Oh bosques y espesuras

     plantadas por la mano del Amado!,

     ¡oh prado de verduras

     de flores esmaltado!,

     decid si por vosotros ha pasado.

 

5.  Mil gracias derramando

     pasó por estos sotos con presura

     y, yéndoles mirando,

     con sola su figura

     vestidos los dejó de hermosura.

 

Y desde esta exaltación de los valores profanos y antropocéntricos, desligados de toda relación a Dios y a la naturaleza y a los valores humanos naturales, es corto el camino que nos conduce a la desvalorización de la Salvación Eterna y Divina. No hay más salvación que la humana y terrena. El hombre no necesita de la religión, ni de Cristo ni de su gracia ni de Dios. Como se ve fácilmente, toda esta manera de pensar y de actuar crea interrogantes a la esencia del cristianismo, a la naturaleza de la misión de la Iglesia y al significado y finalidad del sacerdocio ministerial.

En un mundo así secularizado, lógicamente el trabajo y la función del sacerdote no es comprendida; para muchos es algo inútil y superado, propio de otras épocas de ignorancia, o a lo sumo, es un profesional del culto para un resto de creyentes mayores y jubilados de la vida real, que aún permanece, o simplemente un agente social de ciertos servicios sociales, pero nada más, y sin relevancia de ningún tipo. Debe prestar ese servicio siempre que se lo pidan y sin necesidad de fe o de haber vivido o no dentro de la comunidad cristiana, sin saber cómo vive o ha vivido o muerto, cosas que ya ni se preguntan por el mismo sacerdote. Se trata de bautismo, de bodas, de entierros: te lo traen muerto, tú lo entierras, aunque haya sido un perseguidor de todo lo cristiano o haya manifestado públicamente ser no creyente. Lo puedes enterrar y rezar por él, pero no hacerle una apología u homilía de alabanzas que le metas ya en el cielo, sin mencionar  a Cristo o la vida eterna en la que no creía.

Esto hace que el sacerdote y lo que hace se considere insignificante, porque la gente no lo pide o celebra en relación o referencia a Dios ni a la fe, sencillamente, porque no creen ni se le exige la fe; de esta forma, el sacerdote, acomplejado ante su trabajo, desea a veces otros trabajos complementarios, que le den la sensación de ser útil y valorado por trabajar como los demás.

Por razón de esta secularización, el trabajo pastoral es martirial, porque supone mucha valentía ser testigo claro y valiente de la fe en Cristo, y lleva consigo muchos sufrimientos e incomprensiones por parte incluso de los mismos creyentes. Quiero decir más llanamente: el apostolado hecho con fe y desde la fe supone hoy recibir muchas bofetadas, necesarias todas desde una administración correcta y santificadora de la gracia de la Predicación y de los Sacramentos.

Por eso, el apostolado, medio de santificación para el sacerdote, realizado debidamente y desde la caridad pastoral, se ha vuelto hoy sumamente peligroso, una verdadera trampa, un verdadero peligro, una verdadera tentación, que puede llevar consigo la autodestrucción de su identidad sacerdotal, desde una administración no profética de los dones de Dios. Hoy no se trata de que un sacerdote sea más profeta que otro, hoy todos debemos ser profetas y testigos, esto es, mártires y testigos de la fe.

Me explico: viene uno a pedirte un sacramento; tú estás convencido de que no debes dárselo, porque para algo sabes Liturgia y Teología y sabes que sin fe y las debidas condiciones no se debe conceder. Por presiones ambientales, por miedo a ser profeta incomprendido, a defender la gloria y el honor debidos a Dios, por miedo a incomprensiones y críticas... celebras el sacramento. Aparentemente no pasa nada; desde luego, externamente, no se nota nada, la gente ha quedado agradecida y no “como otros sacerdotes que...”; por otra parte Dios está mudo, no porque no hable claro por los evangelios y la doctrina de la Iglesia, o porque la teología y la moral católica no hablen con claridad sobre las condiciones de ser discípulo de Cristo o de recibir los sacramentos, sino porque no hay mayor sordo, que el que no quiere oír.

Es tan violento a veces celebrar los sacramentos en estas condiciones, que, como los Rituales están hechos desde la fe y para creyentes, sobre la marcha, en la administración del bautismo, por ejemplo, hay que suprimir o modificar algunas preguntas y oraciones en la celebración, porque resultan violentas o suenan a mofa para estos padres concretos, que no tienen fe o no la viven como es obligado, incluso, públicamente.

Pero hay sacerdotes tan <comprensivos>, por no decir otro calificativo, que sería el correcto, que cambian hasta la misma naturaleza del sacramento que están administrando, teniendo que cambiar su misma teología, y hasta su misma liturgia que está hecha desde una concepción correcta teológica y litúrgicamente del sacramento, del misterio que se está celebrando.

Pues bien, con esta forma de dar los sacramentos ni damos gloria a Dios ni santificamos a los hombres ni hacemos Iglesia ni realizamos la misión que se nos ha encomendado ni nos santificamos en nuestro sacerdocio y apostolado, como nos pide el Vaticano II, por la caridad pastoral.

Se olvida hoy la forma de hacer cristianos en los primeros y en todos los tiempos: “Id por el mundo entero y predicad el evangelio: los que crean que sean bautizados y entren a formar parte de la Iglesia”; así no hacemos Iglesia; nadie se va agregando; es más, de esta forma estamos destruyendo el concepto y la realidad de comunidad, y estamos perdiendo la fe viva y verdadera en Dios y sus misterios y las iglesias cada vez más vacías, porque a estos hermanos y a estos sacramentados no les volvemos a ver más por la iglesia. A otros, sí, a los que recibieron o pidieron los sacramentos como la Iglesia quiere y nos manda. Y estos son los que quedan y nos acompañan en la comunidad.

Sin embargo, Dios existe, y aunque no le escuchemos, Él lo ve todo, y ve que preferimos nuestra honra a la suya, y como Dios es Dios, y no puede dejar de serlo, no puede menos de ser Verdad y Vida; ¿y qué pasa? Pues que te alejas de Él actuando de esta forma y a la vez autodestruyes tu sacerdocio y a la verdadera Iglesia de Cristo.

El itinerario es el siguiente: no has valorado el sacramento, presencia viva de Cristo y de su gracia; la gente se da cuenta también de que esto no tiene valor porque lo vendes a ningún precio de fe y de estima por el Señor; si lo haces así, como consecuencia, no tendrá valor a la larga para ti y, de esta forma va entrando dentro de ti el microbio que destruye tu fe y amor personal a Cristo, el cáncer de pulmón que poco a poco te dejará sin aire ni respiración de fe y amor verdadero y personal al Cristo presente y que actúa en los sacramentos; así, sin tú quererlo y darte cuenta, al dar los sacramentos y la gracia y los dones de Dios sin valorarlos, poco a poco entra dentro de tu corazón el convencimiento de que no tiene valor en sí lo que haces: tu ministerio, tu sacerdocio no vale nada; Dios no vale nada... es la crisis de fe, de sacerdocio, de apostolado verdadero y auténtico...

Pero no hemos terminado. Ahora todos, de una forma u otra, pertenecemos a un arciprestazgo, a una unidad pastoral y programamos conjuntamente... ¿qué pasa? Como cada uno piensa según vive, salen estos y otros temas, hay discusiones, ¿qué hacemos? Pobre Iglesia de Cristo...

Te has preferido a Dios y esto, hecho con continuidad, produce crisis de identidad sacerdotal. No valoramos lo que administramos; no valemos, por tanto, tampoco nada los administradores, porque lo que administramos no tiene ningún valor para la gente ni tampoco para nosotros mismos, se puede dar por nada, sin fe, porque la gente no se disguste.

De esta forma tu sacerdocio termina no valiendo nada para ti. Esta es la causa de la secularización exterior y total del sacerdote que deja el sacerdocio, pero también de la secularización interior del sacerdote que puede llevar hasta el abandono de su santificación, del gozo sacerdotal, de la búsqueda, mirando a Dios por encima de toda otra mirada, la verdadera eficacia apostólica.

De esta forma, los sacramentos se dan, pero luego nos quejamos de que la gente no viene a la Iglesia ni aumentan los grupos juveniles de postcomunión o confirmación; ni hay grupo de adultos que quieran cultivar la fe y el amor a Dios... ¿para qué van a venir y molestarse, si las cosas de la Iglesia se las dan igualmente? Es más, incluso para gente sin formación y poca fe como la de ahora, estos sacerdotes son buenos, trabajadores y sobre todo, “muy comprensivos”. Y así un sacerdote puede llegar a perder su identidad sacerdotal. Las consecuencias y el resultado son crisis de fe desde una mala administración de lo sagrado, de los sacramentos; rutina y cansancio en una caridad pastoral mal realizada, porque no se realiza en el amor y en la fe auténtica en Cristo, sino en nuestra comodidad y falta de compromiso: “Los Apóstoles predicaban la palabra de Dios, y los que creían se bautizaban y entraban a formar parte de la comunidad”.

 

 

4.- ESTO MISMO, DESDE OTROS NIVELES, LO VEO DESCRITO ASÍ POR J.A. PAGOLA:

 

«Todo lo que venimos diciendo favorece el desarrollo y sostenimiento de la mediocridad espiritual como fenómeno generalizado. Esta mediocridad no se debe sólo a la debilidad, la impotencia o la infidelidad de cada individuo, sino que se debe también, y sobre todo, al clima general que creamos entre todos en el interior de la Iglesia, por una forma empobrecida de entender y de vivir el hecho religioso.

Muchos cristianos, observantes fieles y practicantes piadosos, no llegarán a sospechar nunca la experiencia salvadora que podría significar para ellos una comunión más vital con el Dios de Jesucristo.

Este clima generalizado de mediocridad espiritual produce como primera consecuencia una especie de bloqueo de la acción evangelizadora. A la Iglesia concreta de cada lugar se le hace difícil ahondar en la fidelidad a su misión. Solo una experiencia nueva del Espíritu de Cristo resucitado presente en ella la podría hacer menos dependiente de un pasado poco evangélico, menos sujeta a las presiones mundanas del presente...

Ante esta mediocridad y falta de vigor espiritual, uno no puede evitar la sensación de que en todo esto se oculta una larvada infidelidad. Una infidelidad de contornos poco precisos, que no es fácil decir exactamente en qué consiste, que no procede siempre de las intenciones y de las actuaciones concretas de quienes se desgastan en el trabajo pastoral, pero que está ahí en la raíz de todo, impidiendo la expansión de la verdadera evangelización. Esto no es la experiencia salvadora que vivieron los primeros que se encontraron con Jesús y que quedaron sacudidos por la presencia transformadora del Resucitado. Aquí falta Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, acogido en el fondo de los corazones.

La falta de una experiencia mística de la salvación cristiana trae consigo el riesgo de desfigurar y pervertir la acción pastoral. La evangelización no brota del corazón, como irradiación o prolongación de lo que vive el evangelizador. Es fácil, entonces, que el trabajo pastoral se convierta en una actividad más entre otras, incluso a veces más absorbentes por ser más vinculantes para uno.

Pero, sobre todo, cuando falta la experiencia mística de Jesucristo, pronto aparecen los signos que la delatan: el trabajo pastoral se convierte fácilmente en actividad profesional; la evangelización es propaganda religiosa ideologizada desde la izquierda o desde la derecha; la liturgia, en ritualismo vacío de espíritu; la acción caritativa, en servicio social o filantrópico. Pero hay más. No es fácil vivir en el mundo sin ser del mundo.

Ser fiel al evangelio sin caer prisionero de lo que se piensa, se siente y se vive en medio de la sociedad. Una pastoral, espiritualmente débil, fácilmente se deja arrastrar por «el mundo». Quien no se inspira en Jesucristo, termina copiando de los hombres. Cuántos esfuerzos de renovación, «aggiornamento» y adaptación han terminado en una pastoral que era más «de este mundo» que «de Dios».

En esta misma línea, es fácil observar cómo nobles esfuerzos de acción pastoral terminan, a veces, sometidos a una ideología de un signo u otro, que prevalece sobre lo esencial de la fe. Cuando falta unión mística con Cristo es fácil el riesgo de sentirse más vinculado a ciertas ideologías de la época que a la misma fe. Brota entonces la ambigüedad e, incluso, el escepticismo y la incredulidad sobre la fuerza transformadora del evangelio»[21].

Y qué pasa si el sacerdote se niega a administrar los sacramentos de esta forma. Pues primero: que Dios existe, que Cristo existe, al menos para el sacerdote y para los verdaderos creyentes y parroquianos; segundo: que los sacramentos son algo importante y, para recibirlos, no basta pedirlos sino que hay que prepararse y tener condiciones particulares de fe, esperanza y amor cristianos; tercero: que la gente se entera de que el sacerdote valora lo que hace y a lo que ha entregado su vida, negándose a dar los misterios de Dios a ningún precio; y de esta forma, esta pastoral, si se hace con prudencia, hace bien a Dios, a la Iglesia, al cura, a la feligresía y al pueblo, a la verdad y moral católica. Y cuarto, y esto es lo más importante: esto da gloria a Dios, hace Iglesia y nos santifica y salva a todos, y manifiesta que Cristo existe y es verdad, y es verdad todo lo que dijo e hizo.

Para explicar un poco más esta dificultad, bastante generalizada hoy en la Iglesia, teníamos que meditar un poco en el evangelio, cuando Pedro, ante la pregunta de Cristo, de qué dice la gente de Él, Pedro, en nombre de todos los Apóstoles, responde: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. Afirma la Mesianidad y la Divinidad de Jesús. Esta profesión de fe es la esencia de todo cristianismo. Sin esta fe en la divinidad y medianidad de Jesús no hay catolicismo. Esta es la puerta para entrar en la fe de la Iglesia Católica.

Afirmar que Cristo es Dios significa estar dispuesto a poner de rodillas toda nuestra vida delante de Él y todo cuanto soy; significa vivir para Él, esforzarse porque Él sea lo absoluto de mi vida. Así lo entiende el católico verdadero. Todos los bautizados en Cristo han hecho esta profesión de fe y entrega. Para esto hay que luchar, orar, convertirse todos los días. Esto es lo que significa vivir la fe.

Este Evangelio desarrolla dos aspectos: primero la Mesianidad: “Empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado”; luego la Divinidad: “y resucitar al tercer día”. Pedro, que en el Evangelio anterior no había tenido dificultad en confesar ambos aspectos, ahora le cuesta trabajo comprender el sufrimiento de Cristo. Y Pedro se opone a este camino porque Él no sabe que ese es el camino que el Padre le ha trazado a Jesús. Y Jesús adora al Padre y quiere cumplir totalmente su voluntad aunque le lleve por la pasión y la muerte hasta la resurrección. Jesús quiere obedecer, entregando su vida al Padre, para la salvación de los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida. Y Jesús le llama Satanás a Pedro. A quien hace poco le había bendecido ahora le maldice.

¿Por qué esta reacción tan fuerte y distinta de Jesús en relación con Pedro? Porque Jesús quiere obedecer al Padre hasta dar la vida, adorando su voluntad, antes que a los hombres, incluso ante la incomprensión de Pedro y los Apóstoles; y Pedro, con su deseo de alejarle de ese sufrimiento, del que él no sabe la razón, trata de desviar a Jesús del camino de la voluntad del Padre, a quien Él adora con amor extremo. Aprendamos esta lección todos los sacerdotes, tan necesaria en estos tiempos tan martiriales de fe y de sangre derramada.

 

5.- NECESIDAD DE FE VERDADERA EN EL SACERDOTE ANTE BAUTIZOS, COMUNIONES Y  BODAS CIVILES (SIN FE CRISTIANA) EN NUESTRAS IGLESIAS

 

Porque se dan como si Dios no existiera en los sacramentos. Es un peligro inmenso para los sacerdotes, para su vivencia de fe. Y lo peor y lo trágico de todos estos sacramentos, a los que yo me atrevo a llamar civiles, no es lo que supone de imitación o mofa de los católicos, porque se den en el Ayuntamiento por el Alcalde o los Concejales; lo peor de todo y el reto que se nos plantea a los sacerdotes católicos es que se celebren, no en el Ayuntamiento, que ya es triste, sino en nuestras propias iglesias, como ya he dicho anteriormente, y nosotros seamos los oficiantes.

Porque vamos a ver: ¿qué es lo que se requiere para recibir los sacramentos católicos? Fe, lo primero fe, y en algunos, además de creer en Jesucristo, estar en gracia y estar dispuestos a vivir según el Evangelio.

Los Apóstoles encontraron un mundo más difícil que el nuestro. ¿Qué hicieron? ¿Cambiaron el evangelio? ¿Qué hicieron en la primitiva Iglesia, qué exigían los Apóstoles para entrar en la comunidad cristiana? “Los Apóstoles predicaban la palabra de Dios, y los que creían se bautizaban y entraban a formar parte de la comunidad”. ¿Qué fueron los catecumenados de los primeros siglos, para qué y en qué consistían aquellas catequesis mistagógicas, qué pasos tenían que dar y por qué habían establecido esos pasos para recibir los sacramentos, especialmente la Eucaristía? Eran los pasos necesarios de formación y vivencia de la fe para recibir los sacramentos con verdad y dignidad, para gloria y alabanza de Dios, en la que pocas veces se piensa y siente, y para la santificación de los creyentes en Cristo.

Este es el segundo o tercero, bueno, este es otro reto que tenemos en el momento actual: la cristiana, la necesaria, la correcta administración de los sacramentos, de la gracia y los dones de Cristo.

Paradójicamente, para no necesitar de estas exigencias, junto a la increencia religiosa cristiana, se está produciendo en la sociedad actual el fenómeno sustitutorio de los <nuevos cultos>, esto es, el consumismo religioso, un supermercado de cultos, sacramentos, religiones y dioses. Y lo cristiano para muchos es una más.

Cuando parecía que el hombre moderno había secularizado la cultura, resulta que el consumismo religioso actual ofrece al hombre moderno una carta muy surtida de toda clase de sectas, ritos, religiones, cultos diabólicos, magias, amuletos, tarot, espiritismo, supersticiones y cosas peores si hablamos de sectas satánicas, ocultismo, magia negra..., etc.

Y es que está claro que el hombre no puede vivir sin Dios, sin religión, y cuando este sentimiento religioso no se orienta correctamente, cae en la idolatría de las cosas, en el consumismo, que quiere sustituir a Dios por los objetos, y hace así dios a los adivinos, videntes, horóscopos, como advertía ya Chesterton con su proverbial causticidad: <Desde que los hombres han dejado de creer en Dios, no es que no crean en nada, es que se lo creen todo>.

Y es que cuando Dios deja de ser nuestro fin, nuestra vida, nuestra razón de ser y existir y amar..., nuestra seguridad y razón de vivir y la felicidad la queremos poner en las cosas presentes. Ante el reto de las falsas religiones, ante el reto de los sacramentos civiles, es la hora de la verdadera religión, de la verdadera experiencia de Dios, de sacerdotes que tengan experiencia de lo que predican y celebran, de la verdadera experiencia cristiana en nuestros feligreses, madres y esposos cristianos, al menos, para que nos sirvan de orientación y apoyo.

Porque si no hay experiencia, si celebras años y años la misa, la comunión, y no has sentido nada... si crees en el Cristo del Sagrario y no le saludas ni te pasas un rato ante Él todos los días, no digo tanto rato como ante la tele o tu ordenador..., si te aburre Cristo o su evangelio no te dice nada y así lo demuestras con tu forma de comportarte ante Él... mira que yo soy sacerdote desde hace 50 años... a mí no me vengas con cuentos..., si te aburre Cristo, tú no puedes entusiasmar a la gente con Él, ni con su Eucaristía, misterios, verdades... ¿como vas a entusiasmar a la gente con Cristo, querido hermano sacerdote, si a ti te aburre?

Es la hora de la autenticidad, de ser verdaderamente santos, místicos, convertidos, la hora de vivir en conversión permanente a Él, de ser testigo del Invisible, del Misterio del Dios verdadero.

Ante estos hechos modernos, el reto y la urgencia pastoral no es la reacción violenta, sino «firmiter in re, suaviter in modo»; es la hora no de rechazos bruscos y posturas reaccionarias, sino de exponer con calma y paciencia en cada petición de un sacramento una verdadera catequesis sobre él y sus condiciones para que ellos mismos juzguen si creen en Cristo, en la Iglesia, si viven o están dispuestos a vivir el evangelio

Por nuestra parte, es la hora de una mayor purificación de nuestra fe y apostolado; es la hora de la fe viva y trabajada mediante una oración de conversión y de Eucaristía permanentes; es la hora de la verdad, de la mística verdadera, de la experiencia de Dios, de la fe y el culto experimentado y vivido, de la oración que pasó por la meditación y la oración afectiva, por lo menos, en que ya se siente el primer gozo y experiencia de Dios, y mejor si avanzamos a la unión con Dios en la oración contemplativa, donde ya no te deja pensar y discurrir el Señor, porque estás en el Tabor y sólo puedes decir: qué bien se está aquí: son los sacerdotes de la oración diaria, aunque en temporadas cueste; la hago porque Dios es Dios, la hago, sienta o no sienta, porque quiero amarle sobre todas las cosas, también sobre mi egoísmo de sentir o no sentir; a estos nadie ni nada les tumba ni les asusta, ni el pecado ni la misma muerte porque han llegado a la experiencia del cielo en la tierra, que es Dios, y Él está dentro de ti.

Sin esta experiencia, sin esta vivencia, con sólo ideas y teologías, en que la religión se convirtió simplemente en un sistema más de verdades, como aquellos sistemas de ideas abstractas de filosofía, que estudiábamos en nuestros años de seminario, es muy difícil, por no decir imposible, que el agua viva, el Dios vivo llegue a los que nos escuchan, porque la vida de Dios se comunica, a través de nosotros, a los hermanos, al modo de los sarmientos: “yo soy la vid y vosotros, los sarmientos... si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto... sin mí no podéis hacer nada...”.

Los Apóstoles fueron sarmientos muy distintos antes y después de Pentecostés; y era el mismo Cristo, incluso le vieron resucitado y le tocaron, pero permanecieron con las puertas cerradas, “por miedo a los judíos”; era el mismo evangelio, el mismo Cristo, ya resucitado, creían las mismas verdades, pero no se atrevían a predicarlo “por miedo a los judíos”. ¡Por miedo a los judíos! Con qué humildad, con qué sinceridad lo expresan los evangelios para que nosotros aprendamos. Y eran los Apóstoles de Cristo, nuestros padres en la fe.

De seguro que más de uno me criticará por hablar así. Pero no me importa, aunque sufra por ello. Quiero seguir el modo evangélico, decir la verdad, aunque duela. Pero vamos a lo que estamos diciendo. ¿Por qué cambiaron radicalmente los Apóstoles con la venida del Espíritu Santo? Ya lo he dicho y lo repetiré muchas veces en mi vida. Porque fue Pentecostés, porque vino el Espíritu Santo, que es el mismo Cristo, pero hecho fuego y llama de amor viva, Espíritu de Amor del Dios Trino y Uno, y lo sintieron en amor vivo por dentro, en su mismo espíritu, y al sentirlo así, lo comprendieron todo porque lo experimentaron, y ya no pudieron permanecer por más tiempo en silencio, abrieron los cerrojos y las puertas para que todos les escuchasen y todos, aun siendo de diversas lenguas, los entendieron, porque hablaban el lenguaje del Amor del Dios que es Amor, pero desde la experiencia, no desde el puro conocimiento o teoría.

Cristo ha de pasar en nosotros de ser solo o principalmente teología y concepto verdadero a ser llama y experiencia de amor viva en nuestro corazón, como en los Apóstoles. Pero es necesario un Pentecostés. Y para que haya Pentecostés “los apóstoles estaban reunidos en oración con María, la madre de Jesús”. Sólo por la oración llegamos a Pentecostés, a tener experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado.

Por eso, la Iglesia siempre ha tenido y ha necesitado en todos los siglos, santos y místicos que tanto bien nos han hecho a todos. Y todo bautizado, especialmente los sacerdotes, estamos llamados a la santidad. Este reto es el que nos pide la carta Apostólica de Juan Pablo II NMI, para mí no suficientemente estudiada y asimilada por la Iglesia, especialmente por los que tienen que dirigir los diversos aspectos de la vida pastoral: el primer apostolado de la Iglesia, el primero y fundamental es la santidad; y para ser santos, el camino es la oración, la oración y la oración que nos lleva a la conversión permanente hasta la Unión con Dios. En Cristo conocido y amado en la oración, radica todo mi apostolado, si quiero hacerlo con Cristo y desde Cristo como sarmiento suyo. No todas mis acciones son verdaderamente apostólicas, para que lo sean, necesito la vida, la savia de Cristo, porque soy sarmiento suyo: “Y ni el que planta ni el que riega... sino el que da el incremento, Cristo”.

«Oh Dios mío, quién te buscara con amor puro y sencillo que te deje de hallar muy a su gusto y voluntad, pues que tú te muestras primero y sales al encuentro a los que te desean» (S. Juan de la Cruz).

 

¡Señor, que te busquemos siempre de verdad en todo y sobre todas las cosas y circunstancias! Que no sea yo el que  adecue y acomode a mis gustos tu persona y evangelio sino que  sea yo quien se esfuerce primero por identificarme contigo y luego, predicarlte. Que viva mi vida cristiana y sacerdotal en Ti y como Tú. Que sea un sarmiento siempre unido a Ti y así la savia de tu vida y amor corriendo por mi como sarmiento limpio y sin obstáculos de imperfecciones podrá llegar a mis feligreses.

 

 

6. OTRO RETO SACERDOTAL ES EL CELIBATO EN UN MUNDO CON MÁS SEXO Y MENOS FE

 

El sacerdote actual tiene más dificultades para el celibato que en otras épocas de la historia porque en el mundo actual, en general, el sexo como pecado no existe y esto se puede comprobar todos los días en teorías y prácticas públicas y televisivas y demás medios. Por tele y guassads y demás te explican los mismos jóvenes cómo hacer actos sexuales en pareja, en grupos...

Aquí meteríamos también todas las tentaciones provenientes de la condición celibataria del sacerdote en un mundo lleno de sensualismo. Ahora, no se concibe una amistad pura, sólo por afecto limpio; ahora, desde la juventud, todo es y está orientado al sexo; la tele, las películas, la vida misma actual de chicos y chicas, en simples encuentros primeros o semanales, termina en el sexo indiscriminado, por puro pasatiempo. Y el sacerdote es célibe, lo cual no es solamente que no puede tener relaciones sexuales con una mujer, que es lo que todo el mundo entiende por el celibato, sino que no puede tener amor y ayuda de esposa, de amar a una mujer con amor de esposa, porque ese amor el célibe lo tiene consagrado a Dios, sólo a Dios, y por Él y desde Él puede amar a todos sin ser esposo de nadie.

Y esto obliga a mayor soledad que antes; por una parte, por el peligro ambiental; y por otra, por el peligro personal de la virtud de la castidad, hoy incluso poco valorada y públicamente pisoteada y ridiculizada en televisiones y medios; sobre todo, porque se ha entronizado el sexo por el sexo y sin amor. Con todo lo cual, nuestro instinto, nuestra carne, que todos tenemos, como los mismos santos, algunos de los cuales fueron peores que nosotros en esta materia antes de convertirse y llegar al amor total de Cristo, nuestros instintos, repito, se sienten más incentivados hacia lo carnal, que impide este amor total a Cristo sobre todas las cosas, incluso sobre el amor conyugal y de entrega a una esposa, a una mujer.

Y que conste ya desde este momento, que jamás defenderemos el celibato ni queremos ser célibes porque el matrimonio sea más imperfecto, no; léase el Vaticano II; de esto los Padres del Concilio tuvieron mucho cuidado cuando hablaron del celibato, ya que antes de hablar de él en el Presbyterorum ordinis habían hablado y defendido el matrimonio, como camino de santidad, y la llamada de todos los hombres, sea cual sea su estado, a la santidad.

Por eso esta tentación de ser célibes en un mundo con más sexo y menos amor se convierte para nosotros automáticamente en un reto, en un camino de santidad, que aceptamos al ser sacerdotes, donde puede haber o no haber algún fallo o caída personal sin compañía jamás, pero también y jamás aceptándolo e instalándose en nosotros, siempre levantándonos y luchando y pidiendo a la Virgen que sea la última vez, que nos ayude, y a examinarse y exigirse todos los días en la oración personal,¡nunca escándalo con otro no digamos con otra, jamás! ¡Dios lo quiere y lo consiguimos con su ayuda! porque lo quiere y nos ha llamado a amarle, a amarnos en totalidad y gratuidad sin recompensa de instinto. Este es nuestro reto: tender siempre al amor total a Cristo y por Cristo, con amor total y gratuito, sin recompensa de sentidos, a los hermanos y hermanas.

Al sustituirse el amor por el sexo, se le complica la vida al sacerdote celibatario, porque la gente tiene esa mentalidad y no va a hacer una excepción con el cura. Así que tenemos que tener más cuidado, sobre todo, con el Internet que lo facilita a todas horas y fácilmente, sin complicaciones. Antes, el sacerdote podía tener más compañías femeninas, hoy es más peligroso por los motivos aducidos. En consecuencia, el sacerdote se encuentra más solo afectivamente, máxime cuando ya la hermana o la sobrina ya no quieren vivir en el pueblo o necesitan trabajar.

Si tiene una <canónica> relativamente joven, la gente desconfía; si la tienes mayor, debes tú cuidar de ella; si no la tienes, de no ser un manitas, la cosa no marcha bien en la cocina o en la limpieza del piso y te toca comer todos los días de latas y conservas y precocinados. Tampoco la economía de un cura da para una buena asistenta. Hoy hay muchos que no lo consiguen, quedándose solos y aislados en la casa parroquial, fría y melancólica. Tampoco se encuentran fácilmente mujeres en estos tiemposque sean aptas y apropiadas y no tengan tentaciones de dinero, afecto y... La propia familia te deja solo: ya no hay sobrinas, ni tías solteras, quedan sólo las madres....

Por otra parte se han hecho tentativas de vida en común entre sacerdotes, y la cosa no resulta fácil: diferencias de gustos, costumbres, egoísmos, amor propio, mentalidades diversas. De todas formas nosotros no somos religiosos. Y a los religiosos la vida comunitaria tampoco les resulta fácil. Porque viven juntos, pero a veces separados, no comunitariamente. En tiempos pasados, el sacerdote siempre encontró abundante y más que suficiente compañía en sus feligreses. El ambiente y las circunstancias eran distintas. Pero el hombre será siempre hombre y la mujer, mujer. Si de niño o joven el sacerdote no tuvo rostros femeninos de amor célibe que le amaran gratuitamente, sin nada de sexo, como son sus padres, sus hermanas y amigas de infancia o juventud, le va a ser más costoso este camino del amor célibe, que en definitiva es amar con totalidad de amor a Dios y con esa gratuidad de amor de Dios a los hermanos. Esta es la parte positiva del celibato. La negativa es huir de lo carnal, es amar gratuitamente a la mujer o al hombre sin recompensas de carne.

Dice J. LAPLACE:<< En efecto, es peligroso presentar tan de prisa la cumbre de todo amor. Dios es el Amor, pero es invisible, y, como de todo lo que es invisible, corremos el riesgo de que la imaginación nos haga de Él la idea que nosotros queremos. El amor no es verdadero sino cuando es palpable. A menudo he sentido ganas de decir a tal o cual joven que sueña con la donación total: ¿Quieres darte a Dios? Tienes tal potencia de imaginación que, incluso a los seres que te rodean, empleas años enteros en descubrirlos como en realidad son, aunque estén en tu presencia en carne y hueso para hacerse recordar de ti. Con mucha más razón si pretendes amar a Dios, a quien no ves. Crearás de él una idea que no tendrá nada de común con la realidad. Hay que tomar al pie de la letra la frase de San Juan: «Aquel que no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve»”>>[22].

Por eso la base de relación con la mujer, que es muy importante para la vida personal y pastoral del sacerdote, depende en su parte principal del concepto y vivencia que el sacerdote tenga del celibato. Qué mujeres más santas y trabajadoras y ejemplares y entregadas a Cristo he encontrado y sigo encontrando en mi vida. Verdaderas mujeres cristianas, llenas del Espíritu de Cristo, de Espíritu Santo. Estas mujeres saben amar y ayudar y darse gratuitamente desde la vivencia de su amor a Dios, sin pensar ni complicarte la vida. Pero aún así hay que tener mucho cuidado porque el sexo, dormido o despierto, siempre pedir su ración.

Pero junto a estas y siempre con cuidado, ya sabemos todos cuál es el denominador común de la mujer y del hombre, máxime en estos tiempos, donde para los mismos jóvenes de ambos sexos el erotismo es puro divertimiento, mientras que a nosotros nos va la vida sacerdotal en ello. Esta es la causa principal de la falta de vocaciones sacerdotales, incluso de religiosas y también de tantos escándalos actuales en el mundo y en la misma Iglesia.

Todos sabemos cómo aman la mujer y el hombre, siempre con cuerpo y alma, y por tanto siempre, consciente o inconscientemente van buscando algo de recompensa, de cuerpo o de alma. Estamos hechos así e instintivamente… San Pablo: “carne y espíritu, deseo lo que es mejor pero hago lo que no quiero, el cuerpo lucha contra el espíritu y el espíritu contra la carne”. Es el pecado original. No asustarse. No taparse los ojos ni ignorarlo: a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias: quiere decir que estamos bien constituidos por Dios; ahora ni hundirse en la soledad o en la tristeza. A luchar se ha dicho hasta que el espíritu venza a la carne. Y mil veces caído, mil veces levantado cuando es personal; con otros u otras, jamás, jamás, jamás por la vida y la experiencia y la historia. Y Dios siempre nos perdona. Pero la carne seguirá pidiendo su ración cada día hasta que sea vencida; en unos, desde el principio, o porque no se enteraron o prometieron amar a Dios con todo su corazón y sus fuerzas o sus circunstancias personales les fueron más favorables: hermanas, amigas de infancia inocentes, buenos amigos; otros tendrán que luchar más, pero todos vencerán. Siempre luchando. Y todos llegaremos a ser santos, a estar unidos a Dios totalmente. Y de esto tenemos muchos ejemplos en la Iglesia. De los canonizados y no canonizados. Y algunos canonizados no fueron siempre ejemplares.

También quiero decir que algunos por su físico o psicología pueden necesitar la ayuda de psicólogos o médicos o de algún libro correcto o moral católica. No sé cómo está esta materia tratada en teología moral, en mis tiempos de seminaristas esta materia del sexto se pasaba por encima y no se daba en clase.

Con estas mujeres, verdaderas cristianas, no tienes complicaciones, ni la misma feligresía lo ve mal, pero con otras... hay que tener mucho cuidado, máxime si tú mismo sientes tentaciones de complicarte la vida, a no vivir en plenitud la promesa hecha en tu ordenación de amar a Dios sobre todas las cosas, en este caso, sobre todas las mujeres.

Las que más nos pueden complicar son las <gatimansas >de turno, que nunca faltan, sobre todo, si el mismo sacerdote inconscientemente, por puro instinto natural, las va buscando. Y hoy ya la edad y otras cosas no importan, porque ya no hay peligro de tener hijos con los medios que existen. Y con los instintos de la carne no se puede jugar; hay que tener control absoluto, absoluto y total cuidado y unirse a Cristo sacerdote y víctima en la Eucaristía diaria en su cruz y sangre derramada por amor total a Dios y a los hermanos, con donación y entrega absoluta; es el momento del <nunca, nada, con nadie> que explico a mis alumnos del Seminario. Somos así. Es el instinto, me da lo mismo de comer, de beber o de lo que sea, siempre pide su ración egoísta, para él solo, sin pensar en el hombre completo y en sus deseos de amor total a Dios y a los hermanos, bueno, en este caso más especialmente a las hermanas.

La maduración de la castidad en general, como parte de la vida cristiana, es fruto del amor a Cristo y de su gracia. Mucha oración ante el Sagrario, mucha Eucaristía y mucha devoción a la Madre Inmaculada. Todo esto era natural antes en la familia y ambiente cristianos. Por eso las jóvenes de nuestro tiempo eran castas y había muchas vocaciones de todo tipo; yo tuve una tía hermana de mis madre, tía Julia, que tuvo tres hijos en el seminario, lod tres llegaron a sacerdotes, y dos monjas, como decíamos entonces. Si alguna quedaba embarazada se casaba en privado. Las diversiones y demás eran totalmente distintas a las de ahora. Hoy, hasta la familia, los hermanos, pueden complicar la cosa por su manera de pensar o vivir.

Hasta hace poco la gente aceptaba sin más dificultades que el sexo era para el matrimonio y para fundar una familia. Sin embargo la revolución sexual de los años ochenta, alimentada por la política, con deseos de ganarse los votos de los jóvenes, propugnó la liberación sexual total desde los dieciséis años con la difusión de los anticonceptivos y preservativos, afirmando el derecho al placer como un derecho personal propio sin intromisiones ajenas, consideradas intromisiones ajenas. En consecuencia el sexo se ha convertido en algo cada vez más trivializado y comercializado, y desde luego, nada de pecado. Puro consumismo. Usar y tirar. Pero claro, para el cura, sobre todo joven, esto es una complicación más, una dificultad mayor a superar. Hoy, entre jóvenes mayores de 15 o16 años, el sexo está institucionalizado y se ve lo más natural. Yo confieso a los jóvenes que vienen a casarse por la iglesia…ni se acusan aunque están viviendo juntos. Por otra parte, los guassad… ayer mismo un chico pidiendo un bautizo para el hijo me dijo que él se relaciona con más chicas por el móvil y demás… de hecho ¿cuántos jóvenes de 15 a 30 años confesamos?

Esta soledad exaspera y agiganta más el problema del celibato propiamente dicho. Máxime, cuando la castidad se ha hecho hoy más difícil para todos, no sólo para el sacerdote, por el ambiente pansensual y erótico que lo envuelve todo en las diversas expresiones de la vida moderna, sino porque pocos jóvenes la guardan conforme a la mentalidad de la Iglesia, ya que la consideran un bien personal y, por tanto, pueden disfrutar de él cuando quieran y como quieran; y así se enseña y practica en muchos programas y películas y pornografía de televisión, y así lo enseñan en las aulas públicas y privadas, y ya se encargan los psicólogos de turno, por dinero y popularidad, de pregonarlo y el Gran Hermano de plasmarlo en la pantalla.

Los adolescentes y los jóvenes son ilustrados en los Colegios y Universidades en esta materia sin la más mínima referencia moral; los jóvenes ya no la guardan por la institucionalización de las relaciones prematrimoniales, desde los dieciséis años; y solo lo que preocupa a los padres y a los educadores de la sociedad es la prevención del sida y hasta las madres colocan a sus hijas los preservativos pertinentes en los bolsos para los fines de semana en el botellón o para las excursiones o veraneos juntos de chicos y chicas y novios y ahora gays y lesbianas.

Menudo lío. Y conozco sacerdotes que han dejado de organizar acampadas y fines de semana parroquiales por este motivo. Y tú predica ahora la castidad: sinceramente: ¿cuánto tiempo que no predicamos esta virtud cristiana? ¿Por qué no lo hacemos? Me licencié en Teología Moral en Madrid hace años; y en este aspecto puedo decir que había cambiado mucho de la que estudié en el seminario

Y al celibato en concreto, hoy y siempre, le llueven dificultades desde todos los campos: teológico, pastoral, social, individual, psicológico, ambiental...sobre todo los medios actuales. Es problema de amor, divino para sublimarlo; humano, para complicarlo. Todos conocemos su problemática y sus leyes. Primera: los sacerdotes, todos los sacerdotes, desde los altos a los más bajos, desde los más fervorosos a los menos, desde los más místicos hasta los más apocados, todos estamos bien constituidos; así que nadie se engañe: a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias, y a mayores estímulos sexuales, ahora potenciados con Internet, películas, Tele y demás medios modernos, wwassad…, mayores y más reacciones sexuales, bueno si uno es normal y está bien constituido, repito. Y mientras todo vaya en esta dirección, vaya... lo peor es que vengan otras tentaciones más perversas. Ya hay que tener mucho cuidado con lo que tenemos o te encuentras sin buscarlo, pero si encima lo buscas... Por amor a Dios, por amor a la Iglesia, por el escándalo que quita la fe a nuestros feligreses, esto jamás, jamás, jamás. Cuidado con los niños, cuidado con otras tendencias más perversas...Qué escándalos ahora dentro de la misma Iglesia. Y el mismo Estado nacional investigando… que se preocupe más y mejor de todos los españoles que es su misión directa y natural.

Dios quiso el sexo, nos creó sexualizados y es un bien de la naturaleza y Dios quiere que la forma natural de vivirlo sea el matrimonio. Cristo fue verdadero hombre, hombre completo, pero no quiso casarse, el Padre no le señaló el matrimonio como camino para cumplir su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Si Cristo hubiera visto en esto la voluntad de su Padre, nos lo habría predicado. Y sus sacerdotes podríamos seguir sus pasos.

Pero el ser célibe, por voluntad y amor total al Padre, no impidió que Cristo amara tiernamente a sus amigos y amigas, como no tienen reparo en expresarlo los evangelios; es más, se dejó querer hasta formas de ser abrazado, besado y bañado de lágrimas en los pies... que nosotros y máxime, en aquel tiempo y con aquel concepto de mujer, nos extraña, pero apasiona.¡Qué maravilloso eres, Cristo, qué libre y qué dueño y señor de tus sentimientos!

Por eso, me disgusta, pero no me ha impresionado absolutamente nada que en estos tiempos de tan poca fe y respeto a las personas, hayan hecho algunas películas blasfemas en este sentido. Le quisieron mucho las mujeres y no sé si todas desde el principio le quisieron bien en este aspecto, pero Él con su palabras, gestos y vida las cambió a todas, incluso a las prostitutas, a las adúlteras, a las mujeres de mala vida, con las que hablaba y se relacionaba, y de lo que le acusaron los escribas y fariseos, cosa que ellos, para no mancharse, no podían hacer. Yo en mi niñez viví unos tiempos y unas costumbres donde si una chica quedaba embarazada se casaba por la iglesia pero po la mañana temprano o por la noche; un hombre que dejando a su esposa se iba a vivir con otra no podía ir a la iglesia…

El sacerdote tiene que amar así a la mujer, como Cristo, con amor célibe y casto. La virtud de la castidad es una virtud típicamente cristiana; en otros tiempos era virtud ordinaria para niños, jóvenes y adultos de mi tiempo, por el mero hecho de estar bautizados y estar llamados a vivir la vocación cristiana en plenitud.; ahora, por las actuales circunstancias, pocos la viven y parece como si esto solo fuera para sacerdotes y religiosos y los que se preparan para serlo, porque el resto, desde niños, son educados en sentido contrario, por eso hay tan pocas vocaciones. Así que los sacerdotes, pero sobre todo, los seminaristas, se quedan solos en esta lucha. Y los seminaristas lo tienen más difícil, por ellos, por el ambiente y por las mismas chicas que le consideran objeto de conquista apreciable, en los mismos centros de bachillerato, donde ellos tienen que ir, porque algunos seminarios no lo tienen. Esto lo he visto yo en mi Diócesis.

En el Colegio Español de Roma, donde por razón de estudios estuve los años 1963-1966, nos proyectaron un día la película de Pasolini <El Evangelio según San Mateo>. Y no olvidaré en la vida aquella escena de Cristo mirando con mirada de misericordia y amor a la adúltera y de la adúltera agradecida y sorprendida ante tanto amor de aquel hombre que la miraba y la amaba de forma distinta a todos los hombres que había conocido. Ningún hombre le había mirado hasta entonces con tanto amor y con tanto deseo de quererla. Aquella mujer adultera no volvió a pecar. No sé si volvería a vivir con su marido; a lo mejor formó parte de las seguidoras de Cristo ¡Santa adúltera! Enséñame a mi a mirar y amar a Cristo como tú le amaste! ¡Cristo, enséñame a mirar y amar a la mujer como Tú! He dicho esto porque algunos Obispos que estaban en Roma y en el Colegio con motivo del Sínodo se salieron de la sala del la proyección al ver esta escena.

Ahora otra mujer: la samaritana, la de los cinco maridos. No sé qué tendría Cristo que las enamoraba. Era una forma distinta de mirar, de hablar, de amar. Yo se lo pido todos los días y sigo aprendiendo. Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados. Los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor. Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea: “los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“dame, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna...” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente. Todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacian. Yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de esta agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y, como mis amigos y antepasados, tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Ti, deseo llenarme y saciarme sólo de Ti, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Ti. Contigo todo me sobra. Sin Tí todo me falta. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Ti. <Sólo Dios basta, quien a Dios tiene, nada le falta>.

Y para terminar, otra mujer. Esta dice el Evangelio expresamente que quería tocarle. Casi pecado. Sobre ella tengo escrito: Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza. (Comentario del Evangelio de Mateo 9, 20-26)

¡Hemorroísa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera creer y confiar como tú en Jesús, para tener esa capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu presencia con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra Enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo. Reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con fe en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza!

“Dijéronle los discípulos: Si tal es la condición del hombre con la mujer, no conviene casarse. El les contestó: No todos entienden esto, sino aquellos a quienes ha sido dado. Porque hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se han hecho tales por amor del reino de los cielos. El que pueda entender, que entienda” (Mt 19, 11-12).

La Biblia de Jerusalén dice textualmente en el Evangelio según San Lucas, capítulo 8: «Mujeres que acompañaban a Jesús»: “A continuación iba por ciudades y pueblos, proclamando y anunciando el reino de Dios; le acompañaban los Doce, y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios, Juana, mujer de Cusa, un administrador de Herodes, Susana y otras muchas que le servían con sus bienes”.

Termino con Lucas, en capítulo 7: “Le invitó un fariseo a él, y entrando en su casa, se puso a la mesa. Y he aquí que llegó una mujer pecadora que había en la ciudad, sabiendo que estaba a la mesa en la casa del fariseo y con un pomo de alabastro de ungüento se puso detrás de Él, junto a sus pies, llorando y comenzó a bañar con lágrimas sus pies y los enjugaba con los cabellos de su cabeza y besaba sus pies y los ungía con el ungüento. Viendo lo cual, el fariseo que le había invitado dijo para sí: Si éste fuera profeta, conocería quién y cuál es la mujer que le toca, porque era una pecadora. Tomando Jesús la palabra, le dijo: Simón, tengo una cosa que decirte. El dijo: Maestro, habla. Un prestamista tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios; el otro, cincuenta. No teniendo ellos con qué pagar, se lo condonó a ambos. ¿Quién, pues, le amará más? Respondiendo Simón, dijo: Supongo que aquel a quien condonó más. Díjole: Bien has respondido, “Y vuelto a la mujer, dijo a Simón: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies; mas ella ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. No me diste el ósculo; pero ella, desde que entré, no ha cesado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con óleo, y ésta ha ungido mis pies con ungüento. Por lo cual te digo que le son perdonados sus muchos pecados, porque amó mucho”.

¿Qué dirían nuestros feligreses si vieran que alguna mujer tuviera gestos como estos con nosotros en un convite de bodas? Pues que estábamos liados... Pues Cristo no lo estuvo. Y lo que quiero decir también con todos estos pasajes evangélicos es que el celibato no nos impide el amor, el afecto a la mujer; y que hasta llegar al pecado, hay mucho camino o ninguno, si uno ha hecho en serio esta promesa y lucha por mantenerla y no escoge jamás este camino para tratar con la mujer; todo depende de nuestra intención; precisamente porque sabemos que a estímulos ordinarios, reacciones ordinarias, y no hay que dejarse engañar ni por los sentidos, ni por el maligno ni por nadie; en esta materia, nuestro propósito: “nunca, nada, con nadie ...

Desde luego, qué maravilloso eres Cristo, qué valiente, qué manera de amar y dejarte amar; yo también quiero amar y amarte así: qué hombre más libre eres, Señor, hasta del pecado, claro. Ayúdame a amar y ser amado así. Cristo es la única razón de mi celibato; quiero rezar siempre: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Omnipotente, todo honor y gloria, por los siglos de los siglos. Amen”.

 

 

 

7.1.- NECESIDAD DE LA ORACIÓN Y MORTIFICACIÓN DIARIA Y PERMANENTE DE LOS SENTIDOS PARA VIVIR EL CELIBATO EN CRISTO Y COMO CRISTO

 

Lo primero que hay que decir es que el celibato es amar gratuitamente a los hombres y hermanos, en donación total, sin egoísmo carnal. El celibato, en positivo, es un reto de querer amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi alma y con todo mi ser sacerdotal, que me compromete y obliga al amor total y exclusivo y gratuito sin afecto carnal que sería el aspecto negativo, la cara negativa de la plenitud de ese amor. Por lo tanto, el amor célibe es esencial y vivencialmente positivo, por Él y por el reino de los cielos. Es escatológico, es “el esjatón”, el final inaugurado en el tiempo, es lo último hecho presente: el cielo nuevo, la tierra nueva, el amor eterno a Dios y a los hermanos iniciado en el camino hacia la eternidad, es el “serán como ángeles”.

Hay documentos de la Iglesia muy claros hoy sobre la naturaleza y finalidad del celibato. Virgen o célibe no consiste en no casarse o en mantenerse como un solterón, solterona, no; célibe es una forma específica y experiencial de amar a Dios y a los hermanos sin relación de carne, es no tener amor y actitudes y comportamientos y compromisos de esposo o esposa, es tratar de amar a Dios y a los hermanos sin relación corporal de pensamiento, deseo y obras, es decir, incluso aunque en mis relaciones con otras personas, en concreto mujeres, no tenga relaciones carnales. Repito, el amor célibe es primariamente virginal, sin amores y actitudes esponsales con criaturas, y consecuentemente o como vivencia connatural es casto total de cuerpo, que sería el reverso negativo de este amor total y plenamente gratuito de recompensa afectiva corporal.

Por lo tanto, si mi mentalidad es que el celibato ha sido el precio que he tenido que pagar para ser sacerdote, como no exista el deseo de transformarme en Cristo Sacerdote, esas razones quedan inundadas por el sensualismo actual del ambiente que no protege tanto como antes, aunque con esa mentalidad ahora y siempre será muy difícil vivir el celibato, y como consecuencia, nos será muy difícil ser célibes de corazón por el reino de Dios. Si el sacerdote piensa así, le parecerá excesivo el precio.

Para algunos el celibato tendría que ser opcional. Y fue opcional, pero incluido en la opción sacerdotal, que me obliga a identificarme o tratar de identificarme todos los días en lo que celebro, la Eucaristía, la Acción de gracias al Padre por todos los beneficios que me han venido por la vida nueva y resucitada que hace el Señor presente sobre el altar y de la cual participo y con la cual comulgo, y que mete en mi alma y cuerpo la “sangre derramada” y las llagas de Cristo, que da su vida en amor total al Padre y virginal a los hermanos, con entrega gratuita, en adoración total, con amor extremo, hasta dar la vida. Con ese amor y con esa vida comulgo en el momento central de mi sacerdocio y del cristianismo, de mi seguimiento personal e identificación sacerdotal y victimal con Cristo: “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo”; “El que me come vivirá por mí”.

Para este amor, para este sacrificio agradable a Dios, para esta vivencia, lo he dicho millones de veces y lo repetiré todas las que pueda y sean necesarias, la oración, la oración- conversión diaria y  permanente que me lleva al amor permanente y a la castidad permanente. Y mil veces caído, mil veces levantado por la confesión y el propósito de enmienda sincero, pero jamás, nunca con otras personas, de ser así, no puedo ser sacerdote y consultar con médicos por si hubiera alguna nomalía física o psíquica, porque el amor y perdón de Dios cura todas las heridas y limpia mi corazón de toda mancha sin dejar rastro. No me gusta escuchar en las confesiones: me acuso de los pecados de mi vida pasada, porque es como desconfiar de la misericordia de Dios. Y si es por el dolor de la ofensa, ya no queda ni rastro de la herida.

Tengo que ser humilde, aceptar que necesito de su gracia y aceptar con sacrificio de mis instintos su ayuda, que me lleva a veces a identificarme con Cristo crucificado en su cuerpo y sangre derramada. Y pido a mis hermanos y hermanas y a toda la asamblea cristiana que me contempla en mi vida diaria: «Orad, hermanos, para que este sacrificio mío y vuestro sea agradable a Dios Padre Todopoderoso».

Repito: el sacerdocio celibatario es una vocación que me llama a amar a Cristo totalmente sobre todas las personas, incluido mi propio yo, mis propias inclinaciones egoístas. Y vivir esta lucha es vida celibataria, realizar mi vocación al sacerdocio, a la santidad plena y total en Cristo y por Cristo para la mayor santificación personal y de mis hermanos los hombres a los que soy enviado.. No es primero querer ser sacerdote y luego célibe, por exigencias del sacerdocio, sino todo unido; no es una renuncia al amor sino una invitación del Señor al amor total a Dios y los hombres. 

 

 

 

7.2.-  LA EXPERIENCIA DE DIOS POR LA ORACIÓN Y LOS SACRAMENTOS TE AYUDA A VIVIR ESTE AMOR CÉLIBE EN DONACIÓN TOTAL A DIOS Y A LOS HERMANOS

 

Vivir el celibato en un mundo así, a veces es esquizofrénico, y continuamente chocante, porque las instituciones, el matrimonio, las costumbres sexuales han cambiado tanto, bueno, la mentalidad del mundo actual, en general, ha cambiado tanto en los veinte últimos años, que te parece vivir en otro planeta, en otro mundo; tu pisas la misma tierra de antes, tienes relaciones con los niños, los jóvenes y los adultos de ahora por tu dimensión pastoral, y te das cuenta que esos niños y jóvenes y adultos no son los que tú conociste cuando eras como ellos, ni los que conociste cuando decidiste ser sacerdote y cuando empezaste tu labor parroquial y pastoral.

Así que si hablas con ellos entras en continuas discusiones porque no piensas ni puedes pensar desde el evangelio como ellos y nunca tienes un rato largo de diálogo en el que no tenga que discutir por no estar de acuerdo con lo que dicen o viven. Además, no hace falta que hables con ellos, viendo lo que hacen públicamente; antes los hubieran llevado a la cárcel por escándalo público. Pero eso ya no existe, no existe en las conciencias el escándalo evangélico, es otro mundo, otra mentalidad, otros matrimonios, otros hombres de otro planeta mental y existencial.

Querido sacerdote joven o seminarista, que te toca vivir ahora en esta tierra atea, sin Dios, que no valora el celibato, el amor total a Dios y por Dios ni cree en él ni en la virginidad femenina porque no lo practica esta sociedad, esta televisión y medios… ten en cuenta todo esto para vivir tu vida casta de amor total a Dios y a los hermanos, porque tú desde el evangelio no piensas así ni puedes vivir esta vida del mundo actual. Y tú, queridos hermano sacerdote, de tu vida de sesenta o setenta años que has predicado y visto vivir el matrimonio, la familia, la juventud con otros ideales a los actuales... procura vivir tu espiritualidad vivida y practicada desde tu juventud en el Seminario.

Porque tú tienes que andar por otras calles, pisar otros caminos distintos en los que la televisión y muchos medios actuales no piensan ni practican; te encuentras con que la televisión jamás piensa, ni por equivocación, lo que tú piensas y vives; ahí no existe ni primero ni sexto ni noveno mandamiento, sino que se exalta y bendice todo lo contrario. No digamos los wassad, tuiwiter y demás medios modernos. En razón del instinto siempre hubo dificultades en esta materia, porque al no saber amar así la mujer, aunque tú estés preparado y luches, su repuesta siempre va en ese sentido, si no ha aprendido a amarte como tu madre o hermana. Pero es que ahora eso ni se concibe, porque nada más conocer un joven a una chica, ya están pensando en la cama, en el sexo, y de mil formas, solos o en pandas, los medios, la misma prensa escrita no lo oculta.

Como consecuencia de todo esto, en esta materia del celibato y lo digo claro desde el principio, ni ayudas de tipo psicológico ni terapias ni grupo ni pastillas... todas las ayudas tienen que ser cristianas, espirituales, de vida según el Espíritu Santo; estoy hablando de casos ordinarios, de lo normal; mucha oración ante el Sagrario, mucha victimación en la misa, mucha cruz y sangre derramada, mucho sacrificio de todo, devoción tierna a la Virgen, ser humilde, confesarse siempre y mucha dirección espiritual, si tienes la suerte de tener junto a ti un amigo o un hombre de Dios; no tratar jamás de sustituir el Espíritu de Dios por el de los hombres; ni sustituir el Espíritu Santo por psicólogos; en caso de enfermedad, lo que sea necesario, ir al médico y a los medios curativos humanos; pero ninguna solución puramente humana sino tratar de cumplir lo prometido, amando a Dios sobre todas las cosas y para eso, lo mismo de siempre: oración, oración, oración-conversión diaria y permanente, y un buen director espiritual, un buen psicólogo de la gracia, de los caminos del espíritu, y mucha humildad, aceptación de sí mismo, sin jamás hundirse y desanimarse, sabiendo que se trata de debilidad y no de malicia,si es personal, pero que pueden destruir nuestra vida sacerdotal, y si son determinados fallos con otras personas, hombres o mujeres, podemos causar daños irreparables, estamos destruyendo la Iglesia de Cristo y son escándalos irreparables; eso, jamás, jamás, pero.

Desgraciadamente se está dando en la Iglesia actual.

Como en lo negativo se trata de mortificar la carne, es un reto continuo, y para eso mucha constancia ascética y mucha paciencia, mucha paciencia y poca soberbia para aceptarnos como somos, pobres y necesitados continuamente de la gracia de Dios y sobre todo, como he dicho, vida de oración, confesión y conversión permanente, fundamento de toda la vida cristiana, que no hay que dejar nunca, y lo dicho, mil veces caído, mil veces confesado y levantado y lo dicho, jamás con otras personas, y no pasa nada, siempre que me levante, siempre que no me instale y permanezca en el pecado, siempre que diga: perdón, Dios, es la última vez.

Mi soberbia es el mayor peligro; porque yo quisiera ser totalmente limpio de todo, ofrecerle a Dios mi alma y mi cuerpo limpios, más que nada, para no sentirme humillado, más que por su gloria, y ahí está mi soberbia; sin embargo, debo pensar que Dios también me acepta así, porque me lo ha dicho mil veces por su Hijo, me acepta luchando, «simul justus y peccator», en lucha permanente, siempre levantándome, porque eso indica que le quiero amar sobre todas las cosas y la gracia de Dios terminará venciendo en mí, como en San Pablo:

“Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual mas yo soy de carne, vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo con la ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo quien obra, sino el pecado que habita en mi. Pues bien sé yo que nada bueno habita en mi, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo obra, sino el pecado que habita en mí.

Descubro, pues, esta ley; en queriendo hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis miembros.

¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así, pues, soy yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley del pecado” (Rom 7, 14-25).

A mí me parece que se puede interpretar perfectamente mirando los problemas de la carne en relación con la sexualidad. Así piensan algunos autores. Y lo que siente Pablo y lo que dice es para todos los cristianos. Y es Palabra revelada, verdadera. En concreto la Biblia de Jerusalén pone una nota que dice: «7.24 Lit. “del cuerpo de esta muerte”.- El cuerpo con los miembros que lo componen Rom 12,4; 1Co 12, 12-14s, es decir, el hombre en su realidad sensible, 1Co, 3;2, Co 10, 10 y sexual, Rom 4,19; 1 Co 6,16; 7, 4; Ef 5,28, interesa a Pablo en cuanto campo de la vida moral y religiosa».

Otro autor: “La perturbación de la armonía del individuo por el pecado aparece de la manera más palpable en el terrible desconcierto interno del hombre. Con palabras realmente impresionantes, San Pablo nos describe (Rom 7) este efecto del pecado, sobre el trasfondo de la impotencia de la ley del Antiguo Testamento. No cabe duda de que el Apóstol, en este capítulo, piensa en el hombre irredento que no sabe nada de la salvación en Cristo. El grito de desesperación, que escuchamos en el v. 24, con su ardiente súplica de un redentor, y la subsiguiente observación de que yo “por mí solo” (e.d. sin la gracia) no encuentro el equilibrio interior: muestra claramente que San Agustín y Lutero estaban equivocados, al considerar estas palabras como la descripción de la existencia cristiana. Es verdad que la impresionante y la clara perspectiva del estado efectivo del hombre pre-cristiano se describe desde el punto de vista de las luces proporcionadas por el Cristianismo; sin que San Pablo afirme por eso que dicho individuo tenga ya conciencia clara de la miseria y gravedad de su situación. Ni tampoco el empleo de la primera persona del singular significa que la descripción del Apóstol se refiera a sus propias experiencias, y. g. a algún doloroso “pecado” personal cometido en su juventud. Sino que el <yo> es realmente una forma retórica, que expresa una verdad universal en forma de enunciado personal. Pero, indudablemente, no es pura retórica. La propia experiencia y la observación de la vida resuenan en el fondo de esta frase, y hacen que estas estremecedoras palabras sean plenamente inteligibles para todos. Además, sería difícil decir que San Pablo se traslada aquí sencillamente al alma del primer hombre, por más que la manera de expresarse en los vv. 9-11 muestre muchas resonancias con la historia bíblica del paraíso, y no excluya que el recuerdo de dicho relato haya influido en la forma de la expresión. De todos modos, “la miseria de toda la humanidad” ha conmovido aquí al Apóstol”[23].

Quiero terminar este apartado con el ejemplo de vida y doctrina de San Pablo, sincero como pocos; mira su historia; tiene un problema, que hasta parece que pudiera ser de alguna lacra del cuerpo: “Por tres veces le he pedido a Dios que me libre de este estímulo de Satanás...”; “tres veces” quiere decir que lo lleva muchísimo tiempo, que está cansado y desesperado. Como respuesta a su petición: “te basta mi gracia” y San Pablo sigue luchando; cuando Dios quiere y nosotros cooperamos, podremos decir con el Apóstol, que siente ya la gracia y la ayuda de Dios, hecha victoria: “Todo lo puedo en aquel que me conforta”; “libenter gaudebo in infirmitatibus meis ut inhabitet in me virtus Christi: me alegro en mis debilidades porque así hago habitar en mi la fuerza de Cristo”; y luego, cuando la gracia de Dios termina venciendo totalmente, dirá: “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi”.  ¡Fantástico Pablo!

 

 

7. 3.- CONCLUSIÓN: MEDIOS Y AYUDAS CONCRETAS PARA RESPONDER A ESTAS URGENCIAS Y RETOS DEL 

CELIBATO SACERDOTAL

 

A.-Oración personal, diaria y fija, en hora y tiempo: una  hora.

 

B.-Esta hora de oración personal, diaria y fija, en hora y tiempo,  me tiene que llevar todos los días a la lucha y conversión permanente y que me haga sentir necesidad permanente de Dios, de su amor y perdón y ayuda de gracia y presencia de Amor Trinidad.

 

C.-Hacer esta oración diaria ante Jesús en el Sagrario de mi Parroquia porque “Sin mí no podéis hacer nada”.

 

 D.- Y cultivar también diariamente mi devoción a María, madre sacerdotal dada por Cristo en Juan para todos los sacerdotes como ayuda permanente de sus hijos sacerdotes en el Hijo,  con mirada suplicante, que nos ayude a vivir la espiritualidad-identidad de lo que somos en el Hijo, su hijo. Rezo meditado del santo rosario.

 

E.- Tener un esquema de la oración diaria con invocación a la Santísima Trinidad, invocación y oracion al Padre, invocación y oracion al Espíritu Santo, invocación y oracion a Jesucristo en el Sagrario, invocación y oracion a la Virgen y examen diario de mi oración persona diaria, de la castidad y de la soberbia o caridad con y los hermanos.

 

1. Esto debe ser siempre el fundamento de nuestro ser y existir sacerdotal. Sin acomodarnos al mundo, porque no somos del mundo, ni seglares católicos. Propósito: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todas tus fuerzas y con todo tu ser”; mil veces caído, mil veces levantado, en cualquier materia excepto en la castidad con otras personas, masculinas o femeninas, mayores o pequeños, ahí nada y nunca.

Dios es mi padre y siempre me perdona; ese es su «castigo», que, como nuestro Dios es “Dios Amor”, su esencia es amar y si deja de amar, deja de existir, nuestro Dios, según San Juan no puede dejar de amar; así que siempre nos perdona y de verdad; pero me confesaré humildemente siempre ante Él, sin desanimarme, pasaré un rato largo pidiéndole perdón y fuerzas e iré luego al mismo sacerdote, si puedo; muchos santos fueron más pecadores que yo, pero no me apoyaré en esto jamás; y de la lujuria, lucha diaria y humilde, mirando al Señor en el Sagrario que te dice:“Ni se miente entre vosotros”, “si tus pies... si tu mano... si tu ojo... son objeto de escándalo... arráncatelo, más te vale...” . Y desde luego todos los días pidiendo y consagrándote a la Virgen Inmaculada: «Bendita sea tu pureza y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti, celestial princesa, Virgen sagrada María, te consagro en este día alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes, Madre mía».

No olvidar nuca que soy sacerdote de Cristo en medio de un mundo de pecado, pero sin ser del mundo. A cada vocación y estado, una espiritualidad concreta. No como en tiempos pasados, que nos querían hacer a todos religiosos. O como ahora, en algunos sitios, que a los religiosos o sacerdotes nos quieren confundir con los seglares bautizados. Somos sacerdotes de Cristo y en Cristo y estamos en el mundo pero sin ser del mundo.

Una espiritualidad entendida así pone orden a los diversos ministerios y aclara su importancia, encontrando su razón de ser, en definitiva, en los valores del Reino de Dios, donde me esfuerce todos los días para que Dios sea Dios de toda mi vida, lo primero y absoluto de cada; todos los demás, hermanos; y hacer una mesa muy grande, muy grande y apostólica del Pan y la Palabra de Cristo, donde todos se sienten, pero especialmente los más necesitados de fe y amor.

 

2. « imita lo que conmemoras...»

La liturgia de la ordenación de los presbíteros contiene una antigua oración que acompaña la entrega del cáliz y la patena al neopresbítero y que termina con estas hermosas palabras, ya mencionadas anteriormente, que resumen toda la espiritualidad sacerdotal:

«Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor».

Dios quiera que estas palabras resuenen siempre en la vida de sus presbíteros como eco de la liturgia de la ordenación. La Iglesia nos pide en esta oración que seamos conscientes de lo que celebramos en ese momento para vivirlo luego durante toda la vida. Vive durante toda la vida lo que un día celebraste en tu ordenación.

El momento celebrativo de la ordenación se convierte para los presbíteros en el momento fontal de su espiritualidad y de su ministerio por la unción del Espíritu Santo, que les configura a Cristo y a su misión salvadora, para construir el pueblo santo de Dios para la consumación de la Historia de la Salvación.

La ordenación es ya el inicio de la misión sacerdotal; y la misión sacerdotal no es más que prolongar durante toda la vida la unión gozosa con Cristo, Único y Supremo Sacerdote, que el Señor dispuso por medio de su Espíritu Santo por la imposición de manos del Sr. Obispo en mi persona mediante el Sacramento del Orden Sacerdotal. El nuevo Ritual de Ordenación es un precioso instrumento que la Iglesia pone en nuestras manos no sólo para celebrar dignamente este sacramento sino también para meditar y aclamar el insondable misterio de amor que Dios realizó en nuestra vida por la ordenación presbiteral.

Aquí se fundamenta su espiritualidad, su grandeza y, a la vez, pequeñez, el todo y la nada del ser y existir sacerdotal, condensado magistralmente en aquellas preciosas palabras, atribuidas a San Agustín, que yo vi y leí muchas veces, sin entenderlas, en un cuadro de la sacristía de mi pueblo Jaraíz de la Vera, cuando aún era monaguillo, y que más tarde pude traducirlas siendo seminarista:

   “O sacerdos, tu qui es?       Non es a te, quia de nihilo.            Non es ad te, quia mediator ad Deum.

   Non es tibi, quia sponsus Ecclesiae.Non es tuus, quia servus omnium. No es tu, quia Deus…

   ¡Oh sacerdote ¿quién eres tú?

   No existes desde ti, porque vienes de la nada.

   No llevas hacia ti, porque eres mediador hacia Dios.

   No vives para ti, porque eres esposo de la Iglesia.

   No eres posesión tuya, porque eres siervo de todos.

   No eres tú, porque representas a Dios

   ¿Qué eres, por tanto?

   Nada y todo, oh sacerdote.

8.- JUAN PABLO II, CARTA APOSTÓLICA “NOVO MILLENNIO INEUNTE”

 

Pongo a continuación y para terminar este libro algunos párrafos de la Encíclica de Juan Pablo II: “Novo milenio Ineunte” que me han gustado referentes al tema que hemos tratado.

 

CAPÍTULO 2: UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

 

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15, 26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1, 1).

 

El camino de la fe

 

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20, 20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24, 13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20, 24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16, 13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16, 14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

 

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

 

La profundidad del misterio

 

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir, a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente: «¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

 

Rostro del Resucitado

 

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

INDICE

Introducción………………………………………..…..…… 4

 1. La Iglesia necesita  santos………………………….…….10

2. Algunos testimonios y pruebas……………………...…... 18

2.1. Muy claro lo dijo Mons. Rouco Varela…….....….….…30

2.2. El mismo Juan Pablo II……………..…………….……..31

2.3. El cardenal Joachim Meisner…………………..…....…, 32

2.4  Misioneros Oblatos de María Inmaculada.........................34

2..5 Franz Hengsbach, obispo……………….……...…….… 35

 

Primera parte

Santidad y Experiencia de Dios

 

1.- La  experiencia de Dios………………….……....………41

2.- Experiencia de la gracia………………………....………50

3.-  Mis bodas de oro sacerdotales………………...…..……58

4.- El gozo de creer en Cristo eucaristía…………....…….... 72

5..- El gozo de ser sacerdote………………………….…..….64

6.- ¡Qué belleza tan grande ser sacerdote!………..…………66

7.- María, madre sacerdotal………………………….….….73

8.- La  experiencia de Dios Trinidad……………………..…76

9.-Sin oración no hay experiencia de Dios………….…..…..92

10.- Sin oración no hay santidad verdadera…………..…….84

11.. Oración, único camino …………………………....…… 85

12.. Oración y conversión……………………………..…… 92

13.- La experiencia de Dios por  el bautismo………….……96

14.- Breve itinerario de la oración personal.. …………...….102

 

Segunda parte

Retos actuales  importantes para la Iglesia y los Sacerdotes

 

1.- Sin Pentecostés, no hay Iglesia…………….……….…... 112

2.-  “Os conviene que yo me vaya.......................................115

 3.- Los Apóstoles fueron transformados……………..……...124

4.- El Espíritu vino también sobre Pablo………….…….….. 129

5.- Necesidad de la experiencia de Dios……………….……136

6.- Ante las iglesias vacías……………………………….… 139

7.-  Necesitamos fe personal, no solo heredada……..…… 146

 

Tercera  parte

                Retos al sacerdote  en el mundo actual

 

1.- Necesidad de la fe personal…………………….…..…151

2- No caer en una pastoral civil………………………..… 161

3.-Administracion social de los sacramentos.………….....166

4.- Necesidad de la experiencia de Dios …….……………171

5.- No ser un profesional....……………………………… 174

6.-Ayudas  para vivir el celibato……………………..……179

7.- Vivir  en Cristo y por Cristo………………………….. 189

8.- Carta apostólica Novo Millennio Ineunte……………  199

 

Gonzalo Aparicio Sánchez es párroco de San Pedro en Plasencia, profesor de Teología Espíritual en el Instituto Teológico del Seminario y Canónigo Penitenciario de la S.I. Catedral.  Hizo sus estudios en Plasencia y en Roma: Doctor en Teología Dogmática, Licenciado en Teología Pastoral y Diplomado en Teología Espiritual por Roma y en Teología Moral por Madrid.Su pasión desde siempre es la pastoral parroquial donde cultiva grupos de hombres, mujeres, matrimonios y hasta niños de primera comunión, con el convencimiento de que  la comunidad  cristiana y humana debe ser fermentada por pequeños grupos semanales de Formación y Vida Cristiana, que se componen de tres partes principales: Escucha compartida y meditada del   Evangelio del domingo; revisión de vida personal de la oración diaria, caridad fraterna y conversión de vida; terminando con  la parte doctrinal y teológica del libro pertinente que esté leyendo el grupo. D. Gonzalo, como fruto principal de su vida de oración y de sus estudios así como de sus clases de Teología Espiritual en el Seminario y en sus grupos de oración de la parroquia ha publicado varios libros, preferentemente sobre Teología y Espiritualidad Eucarística y Sacerdotal y sobre la Oración Eucarística para ayuda del pueblo cristiano, sobre todo de sus hermanos, los sacerdotes

 CRISTO EN ORACIÓN

                                                     EJEMPLO Y MODELO DE TODO SACERDOTE

 


[1] VITTORIO MESSORI, Por qué creo, Madrid 2009, pag 360

[2] K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA, La experiencia del Dios incomprensible, Madrid 1996, pag 24

[3] K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA, o.c. pag 18

[4]Cfr. Discurso del Cardenal Antonio María Rouco en la sesión inaugural de la LXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (22—11-2004)

 

 

[5] K. RAHNER, ESCRITOS DE TEOLOGÍA III, Madrid 1968, p 103.

 

[6] CB 39, 4.

[7] K. RAHNER, La experiencia del Dios incomprensible, Escritos de Teología VII, Madrid 1967, pág 25

[8] EMILIANO JIMÉNEZ, El Espíritu Santo, dador de vida, Bilbao 1993, págs 15-17.

[9]  VATICANO II, L G, n. 59.

[10] EMILIANO JIMÉNEZ, ibi, pág. 215.

[11] SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras Completas, BAC 1991, C.E., can. 6ª y 10ª.

[12] Ibi. pág. 723

[13] R. CANTALAMESSA, El canto del Espíritu, Madrid 1999, pag 412-3.

[14] Cfr GONZALO APARICIO, Tentaciones del Sacerdote actual, SURGE, mayo-junio 2006, pp. 190-218

[15]K. RAHNER, Espiritualidad antigua y actual,  Escritos de Teología VII, Madrid 1967, p. 25. 

[16] Novo millennio ineunte, 32

[17] JESUS CASTELLANO, Pedagogía de la oración cristiana, Barcelona 1996, pag 207-210.

[18]SAN AGUSTÍN, Confesones: Libros 7, 10. 18; 10, 27: CSEL 33, 157-163. 255.

 

[19] JOSÉ M. LAHIDALGA, La gente joven, algunos de sus rasgos fundamentales, SURGE,  mayo-junio 2005, pag 25.6.

[20] JOSÉ A. PAGOLA, Experiencia de Dios y Evangelización, San Sebastián 1998

 

[21] JOSÉ A. PAGOLA, Experiencia de Dios y evangelización, San Sebastián 1998, pp.22-32.

[22] J. LAPLACE, El sacerdote, hacia una nueva manera de vivir. Herder Barcelona, 1971, p.90

[23]MAX  MEINERTZ, Teología del Nuevo Testamento, Madrid 1966, pp. 404

 

(3ª Edición) 

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

CELEBRAR Y VIVIR

LA EUCARISTÍA

CON CRISTO

Cuadro de portada: Misa de Martín de Tours

 (Anónimo) Museo de Bellas Artes de Budapest

 

 

 

 

EDIBESA

MADRID. 2004 (3ª Edición)

 

DEDICO ESTE LIBRO:

 

            A Jesucristo Eucaristía, confidente y amigo desde mi infancia y juventud conducido por el amor eucarístico de mis padres Fermín y Graciana.

            A mi seminario y  superiores que me enseñaron este camino de la Eucaristia y a mis queridos feligreses de San Pedro de Plasencia, de los que he sido pastor y párroco durante cincuenta y tres años hasta mi jubilación, abriendo la Iglesia del Cristo de las Batallas a las 7 de la mañana, exponiendo al Señor a las 8, rezando Laudes con ellos a las 9, dándoles la comunión antes del trabajo, celebrando la Eucaristía a las 12, 30 ( D. Demetrio, canónigo y amigo)y a las 7 (Gonzalo, párroco) en el Cristo y mi amigo D. José (Coadjutor) a las 7,30 en San Pedro, tres misas todos los día en mi Parroquia de 2500 habitantes y siete eucaristías las vísperas y los domingos y fiestas, exponiendo a Cristo Eucaristía  y orando todos los jueves –eucarísticos- con ellos en el Cristo de las Batallas, en Adoración ante la Santa Custodia, de 5 a 7 de la tarde orando y pidiendo especialmente por las vocaciones y la santidad de los sacerdotes y religiosos/as.

            Y dedico este libro y otros 10 publicados a todos mis hermanos sacerdotes, ministros de la Eucaristía, a los que tanto valoro y recuerdo todos los días, con plena devoción, ante Jesús Eucaristía.

            ¡ADORADO SEA JESUCRISTO SACERDOTE Y EUCARISTÍA PERFECTA EN TODOS LOS SAGRARIOS DE LA TIERRA Y ENCARNADO EN EL BARRO DE OTROS HOMBRES, LOS SACERDOTES!

 

 

 

 

 

 

PRÓLOGO

           

La Eucaristía ocupa un lugar central desde el principio en el ministerio sacerdotal de Gonzalo Aparicio Sánchez, y, en especial, su dedicación a la adoración y a la oración eucarística. Prueba de ello son sus libros publicados recientemente  «EUCARÍSTICAS» (Plasencia, 2000) y «LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO», (EDIBESA, Madrid, 2004), donde él nos transmite su fuerte experiencia espiritual y pastoral en relación con la Eucaristía.

            Ahora nos regala este nuevo libro, también sobre el tema por él tan querido de la Eucaristía, pero con una intencionalidad catequética. Su ardiente vivencia eucarística en la celebración litúrgica y en la contemplación orante no quiere guardarla para sí de forma intimista, porque él es pastor de una comunidad parroquial, sino que desea transmitirla a sus lectores en estas páginas para que ayude a experimentar a Cristo vivo y resucitado en la celebración de la Eucaristía en “espíritu y verdad”.

            Ayudar a los fieles a entender más profundamente el misterio de la cercanía de Cristo a nosotros en la Eucaristía es su objetivo. Desgraciadamente, muchos cristianos, que incluso participan de forma habitual en la Eucaristía dominical, no dejan de ser meros «espectadores» del misterio eucarístico, que acontece antes sus ojos, sin llegar a comprender el mínimo deseable para que sea posible su participación y vivencia. Con este libro, su autor  nos ofrece una catequesis sencilla de los aspectos litúrgicos, teológicos y espirituales de la Eucaristía que ayude a mejorar la celebración y vivencia del misterio central de nuestra fe.

            Quienes conocemos a Gonzalo sabemos de su constante preocupación por transmitir a todos aquellos a quienes se dirige en sus homilías, conferencias y charlas, que la Eucaristía es el centro del domingo; que sin Eucaristía no hay domingo y que sin domingo no hay cristianismo. Esta convicción que él nos explica tan bien en estas páginas, nos ayuda a darnos cuenta del gran problema con el que hoy se encuentra la Iglesia ante el amplio número de bautizados que se ausentan de forma habitual de la celebración dominical. Facilitar este material a los fieles de las parroquias hará posible subsanar la falta de comprensión del misterio culmen de la fe y vida cristianas.

            Agradecemos a su autor el servicio que hace a la Iglesia. Gonzalo, después de largos años de ejercicio del ministerio, quiere ahora servirse de la pluma para continuar  respondiendo al Señor en su vocación de ser sacerdote llamado a evangelizar. Así lo enseñó el famoso teólogo H. de Lubac en su libro MEDITACIÓN SOBRE LA IGLESIA: la Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. Gonzalo quiere ser colaborador eficaz en la construcción de la Iglesia del Señor, fruto y consecuencia del misterio eucarístico, al que nos acerca este libro.

 

            Juan Carlos Fernández de Simón Soriano

            Canciller Secretario de Ciudad Real

           Párroco de Santa Teresa de Jesús. Malagón (Ciudad Real).

 

 

INTRODUCCIÓN

            

Por la gracia de Dios, son muchos los años que llevo ejerciendo la actividad pastoral con niños, jóvenes y adultos en vida parroquial intensa. Si partimos de la base de que «...en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da vida a los hombres...» (PO 5); si como el mismo Decreto sobre la Vida y el Ministerio de los Presbíteros añade en el número siguiente: «...ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la Santísima Eucaristía, por la que debe comenzarse, consiguientemente, toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 6), al cual podemos añadir también y del mismo Vaticano II: «En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana» (CD 30F), que podemos complementar con la afirmación: «La catequesis del misterio eucarístico debe tender a inculcar en los fieles que la celebración de la Eucaristía es verdaderamente el centro de toda la vida cristiana» (EM 6), llegaremos a la conclusión de la importancia única y exclusiva que la Eucaristía tiene para la vida de la Iglesia y que este misterio debe ser celebrado y vivido con intensidad pastoral y espiritual permanente  por nuestras comunidades cristianas.

            La celebración de la Eucaristía, entre todos los actos litúrgico, es el que más nos ayuda a configurarnos con Cristo, a tener su mismos criterios y sentimientos, a entregarnos hasta el extremo a Dios y a los hermanos.

 Por eso, la Eucaristía es el sacramento que más y mejor provoca y realiza y mejora la conversión y asimilación de lo que celebramos y por tanto más plenamente nos une y santifica y nos transforma en lo que celebramos y comulgamos en actitudes de fe y amor; esta asimilación de los gestos y acciones litúrgicas se consiguen y adquieren especialmente mediante la oración y la unión con Cristo Sacerdote celebrante, esto es, mediante la celebración de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, título escogido para el libro.

Esto es lo que pretendo pastoralmente con estas páginas: «Que los cristianos no asistan a este Misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que comprendiéndolo bien a través de los ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente» (SC 48); «Mas para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la Sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz, y colaboren con la gracia divina…,vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente» (SC11).

            Y he tomado, como icono, la Eucaristía del domingo, por varias razones, pero especialmente, porque el «dies Domini» se manifiesta así también como «dies Ecclesiae». Se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración  dominical deba ser particularmente  destacada a nivel pastoral. Entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia «ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía... para fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se manifiesta y alimenta especialmente en la celebración comunitaria del domingo…» (Dies Domini 35).

            En mis predicaciones repito con frecuencia: Sin domingo no hay cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, o más breve: sin Eucaristía de domingo no hay cristianismo. Pues bien, este libro quiere ser una ayuda para todos los que queremos celebrarestos misterios esenciales de nuestra fe, según el mandato de Cristo: “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”. Acordaos de que en la Eucaristía realizo la Nueva y Eterna Alianza de Dios con todos los hombres por mi sangre derramada que es la Nueva Pascua en mi muerte y resurrección que alcanza y anticipa la vuestra. Y nosotros con gozo recordamos y celebramos todos los domingos este mandato del Señor con toda su entrega y emoción y lo celebramos como memorial de su muerte y resurrección.

            Esta es la intención de este libro. Quiero dar una explicación sencilla de estos conceptos teológicos-bíblicos-litúrgicos de la Eucaristía como Nueva Pascua y Nueva Alianza. Me gustaría que si alguna vez preguntasen a nuestros feligreses al salir de la Eucaristía dominical sobre el misterio que acaban de celebrar, en concreto, qué es la Eucaristía, no tuviéramos que sufrir los pastores por su silencio o respuestas poco adecuadas, que tal vez podrían echarnos en cara   la poca formación recibida en este sentido, sencillamente porque nosotros, sin darnos cuenta, creemos que ellos lo saben como nosotros. Olvidamos las riadas que todos los años: niños de primera comunión, jóvenes de Confirmación, nuevos feligreses... vienen a nuestras iglesias. Que al menos esto no se produzca por falta de la catequesis pertinente: “Y ¿cómo creerán sin haber oído de Él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica...? Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo?”  (Rm 10, 14  y 17).

            En esta edición he partido de una explicación litúrgico-pastoral sencilla de la Eucaristía en su celebración, para pasar luego a la parte bíblico-teológica de la Eucaristía y terminar con la espiritualidad de la misma, mirando siempre a la vivencia del misterio. Al menos lo he pretendido. De ahí el tono y la invitación, como lo hacen todos  los párrocos con sus feligreses, a celebrar bien el misterio para vivirlo.

            Quiero terminar este introducción añadiendo unas notas sobre el último documento publicado sobre la Eucaristía, esto es, la Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina  de los Sacramentos Redemptionis Sacramentum,  abril 2004, sobre algunas normas que deben observarse o evitar acerca de la Santísima Eucaristía.La Instrucción Redemptionis Sacrametum es un documento que insiste en cuidar el sacramento de la Eucaristía en su conjunto. Ya lo advertía el Papa Juan Pablo II en su última Encíclica de sobre la Eucaristía: Ecclesia de eucharistia. Y esto me parece que se debe a una cierta sensibilidad eucarística en este momento del Pontificado de Juan Pablo II. 

            La Instrucción tiene como objetivo principal evitar los abusos actuales, que puedan darse y que deforman la naturaleza de la Eucaristía. Lo dice expresamente en el nº 4 : «No se puede callar ante los abusos, incluso gravísimos, contra la naturaleza de la Liturgia y de los sacramentos, también contra la tradición y autoridad de la Iglesia…»

            Quiero también reseñar especialmente la obligación de los Obispos diocesanos en favorecer el derecho de los fieles a visitar y adorar al Santísimo sacramento de la Eucaristía (n 139); es más, recomienda a los Obispos que en ciudades o núcleos urbanos importantes designe una Iglesia para la adoración perpetua  (n 140).

            Y me parece muy oportuna esta última frase del nº 39,  que es también el lema de todo este libro sobre la Eucaristía: «También se debe recordar que la fuerza de la acción litúrgica no está en el cambio frecuente de los ritos, sino, verdaderamente, en profundizar en la palabra de Dios y en el misterio que se celebra». Y esto se consigue principalmente, como explicaré ampliamente en este libro, por la unión litúrgico-espiritual con Cristo en la celebración y comunión eucarística.

           

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAPÍTULO PRIMERO

 

TEOLOGÍA DE LA EUCARISTÍA SANTA MISA

 

1. 1.    «ÉSTE ES EL MISTERIO DE NUESTRA FE»

 

Así proclamamos solemnemente a la Eucaristía después de la Consagración. Este grito aclamatorio es una invitación a orar, a pedir luz y gracia al Espíritu Santo, para comprender un poco la teología del misterio eucarístico. Sólo la fe iluminada y el amor encendido nos pueden poner en contacto con esta realidad en llamas que es Cristo resucitado y glorioso, celebrando para todos nosotros su triunfo sobre el pecado y la muerte que nos separaba de Dios y vencidos por su pasión, muerte y resurrección en la Eucaristía, en la que los presencializa sobre el altar y los ofrece al Padre por amor extremo, dando la vida en sacrificio, haciendo la Nueva y Eterna Alianza con Dios en su “cuerpo entregado y su sangre derramada”.

            La Eucaristía habría que estudiarla de rodillas, habría que celebrarla de rodillas, como yo sorprendí un día a una de mis feligresas que llevaba la comunión a los enfermos: me la encontré por la calle, la acompañé y me encontré con la sorpresa; me aclaró que los sacerdotes deben hacerlo de pie pero los seglares de rodillas, porque así lo hicieron Magdalena y aquella pecadora del banquete de Mateo... porque es Cristo en persona. Desde el convencimiento de que es y seguirá siendo un misterio, de que nos quedan muchos aspectos y realidades por captar y descubrir, vamos a decir algo de la Eucaristía como Eucaristía, como sacrificio desde la teología católica.

            Creer en la Eucaristía es creer en todo el evangelio, en Cristo entero y completo, en el Credo completo. Toda la teología católica está compendiada en la Eucaristía y puesta en acción: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que se entrega por vosotros... tomad y bebed todos de él, porque este es el cáliz de mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros, para el perdón de los pecados...”

            La celebración de la Eucaristía ha sido deseada por el mismo Jesús y entregada a la Iglesia. La víspera de la Pasión, mientras estaba a la mesa con sus discípulos, quiso que participaran vitalmente de su Pascua: en el atardecer tenso del Cenáculo, las palabras del Señor han sonado firmes y vibrantes. ¿Qué lengua de hombre o de ángel podrá comprender y alabar el designio, el misterio de amor de Cristo al instituir la Eucaristía? ¿Cómo no asombrarse del hecho de que Aquel, que es Dios, se ofrezca como alimento y bebida a quienes son sus mismas criaturas? Tanto abajamiento y humildad nos confunden. Nadie será capaz de explicar lo que ocurrió aquel primer Jueves Santo de la historia, lo que sigue ocurriendo cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración sobre un poco de pan y de vino. Sólo hay una palabra que lo toca un poco y manifiesta su asombro: «Mysterium fidei».

            La liturgia copta es más expresiva que la romana:   «Amén, es verdad, nosotros lo creemos. Creo, creo, hasta expirar mi último aliento confesaré que esto es el Cuerpo dador de vida de tu Unigénito Hijo, de nuestro Señor y Dios, de nuestro Salvador Jesucristo.

    El cuerpo que recibió de la Virgen María, Señora y Reina nuestra, la Madre purísima de Dios. A su divinidad unió Dios ese cuerpo, sin mezcla, confusión o cambio. Creo que la divinidad no ha estado separada ni por un momento de su humanidad. Él es quien se dió por nosotros en perdón de los pecados para traernos la vida y salvación eternas. Creo, creo, creo que todas estas cosas son así».

            Y la verdad, hermanos, que para el hombre creyente no son posibles otras palabras. La Iglesia, en los Apóstoles, recibió el tesoro, los gestos, las palabras: “Haced esto en memoria mía”, pero no posee una plena explicación y comprensión del misterio, que ha de ser tocado y aceptado y poseído sólo por la fe: “Misterio de fe”.

            El apóstol Juan, que en la Última Cena ocupó el lugar inmediato a Jesús, apoyado sobre su corazón, quedó  marcado para siempre por la experiencia de esta hora. Lo que él vivió en aquellos momentos lo expresó en estas palabras: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, hasta el extremo de sus fuerzas, hasta el extremo de su amor y de su vida, hasta el extremo del tiempo.         La Eucaristía, todo lo que ella contiene y significa es Amor infinito del Amado, de Jesucristo, al Padre y a los suyos. Es un hecho divino. Trasciende nuestras categorías humanas. Para captar y comprenderla un poco hay que captar y vivir otras verdades.

Hay que creer en Jesucristo, verdadero Dios, verdadero hombre y en todo lo que va desde su Encarnación hasta su muerte y resurrección porque la Eucaristía es creer y aceptar a Cristo entero y completo; la Eucaristía debe ser entendida desde el contexto de un Dios que me ama eternamente y no quiere vivir sin mí, que ha pronunciado mi nombre desde toda la eternidad y me ha dado la existencia para compartir conmigo una eternidad de gozo y amistad; que ha enviado a su propio Hijo para decirme todo en su Palabra, llena de Amor, de Espíritu Santo, y no sólo me ha  preferido a millones y millones de seres que no existirán y si yo existo es porque Él me ama, sino que me ha preferido a su propio Hijo, parece una blasfemia, pero es verdad, ahí están los hechos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él...”; el Padre ha hecho a su Hijo Amado carne del sacrificio redentor y de la Alianza  con el Dios Trino y Uno, alimento de vida divina, de resurrección y  vida eterna para todos los hombres. 

Por todo esto, la Eucaristía no es sólo el compendio de la fe, es también el compendio de todo el amor de Dios Trinidad a los hombres, de todo el amor que el Padre manifestó y proyectó para los hombres por su Hijo, y de todo el amor que el Hijo manifestó y realizó en obediencia y adoración al Padre, con amor extremo de Espíritu Santo,  hasta dar la vida, como víctima de la Nueva Alianza con los hombres.

La Eucaristía compendia todo el Amor Personal, Espíritu Santo, del Padre y del Hijo a los hombres. Se llama Eucaristía porque Cristo la instituyó en acción de gracias, dando alabanzas al Padre por todos los beneficios de la Redención concedidos y aceptados plenamente por el Padre mediante la resurrección y la vida nueva de plenitud filial realizados proféticamente en la Última Cena y consumados cruentamente el Viernes Santo y que ahora hacemos presente en cada Eucaristía.

            Dice el Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, 47: «Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y de su sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, vínculo de caridad, banquete pascual: en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera».

            Antes dije que la  Eucaristía compendia toda la vida   de Cristo, toda la teología católica. Quisiera ahora  recordar algunas cosas, siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica. Quiero recordar que en la Eucaristía Cristo ofrece toda su vida al Padre y está presente todo entero y toda entera porque toda ella fue una ofrenda al Padre desde la Encarnación hasta su Ascensión a los cielos.

El Hijo de Dios“ha bajado del cielo no para hacer su voluntad sino la voluntad del que le ha enviado” (Jn 6,38), “al entrar en el mundo, dice... He aquí que vengo para hacer tu voluntad.. En virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Cristo” (Hbr 10,5-10). Desde el primer instante de su Encarnación, el Hijo acepta el designio divino de salvación en su misión redentora:“Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra” (Jn 12, 34).

            Este deseo de aceptar este designio de amor en obediencia al Padre anima toda su vida porque vino para ser ofrenda del sacrificio redentor: “El mundo ha de saber que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado” (Jn 14,31). Y cuando llega su hora, la hora asignada por el Padre, dice:“Padre, líbrame de esta hora, pero si para esta hora he venido” (Jn 12,27). “El cáliz que me ha dado el Padre ¿no lo voy a beber?(Jn 18,11). “Todo se ha cumplido”, dice en la cruz. Toda la vida de Cristo expresa su misión: “servir y dar su vida en rescate por muchos”. Jesús, al aceptar libremente en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres, “los amó hasta el extremo” (Jn 13,1), “porque nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15,13). Y todo esto lo hizo presente y memorial en la Última Cena al decir: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros... esta es mi sangre que va a ser derramada por muchos..”

            El cáliz de la Nueva Alianza que Jesús anticipó en la  Cena al ofrecerse a sí mismo, lo acepta a continuación de  manos del Padre en su agonía de Getsemaní, haciéndose obediente hasta la muerte. Jesús ora: “Padre mío, si es posible que pase de mí este cáliz…”(Mt 26,39). Expresa así el horror que representa la muerte para su naturaleza humana. Pero al aceptar la voluntad del Padre, la muerte de Cristo es a la vez sacrificio pascual que lleva a cabo la redención definitiva, mediante el pacto de amistad o Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres por medio del “Cordero que quita el pecado del mundo” (cfr 1Cor. 11,25), que devuelve al hombre la comunión con Dios reconciliándole con Él “por la sangre derramada por muchos para la remisión de los pecados” (Mt 26,28).  

            El “amor hasta el extremo” (Jn 13,1) es el que confiere valor de redención y reparación, de expiación y satisfacción al sacrificio de Cristo. La existencia en Cristo de la persona divina del Hijo, que al mismo tiempo sobrepasa y abraza a todas las personas humanas y le constituye cabeza de toda la humanidad, hace posible su sacrificio redentor por todos. Ningún hombre, aunque fuese el más santo, estaba en condiciones de tomar sobre sí los pecados de todos los hombres y ofrecerse en sacrificio por todos. Y el Padre, resucitándolo para Él y para nosotros, demuestra que acepta el sacrificio de la Nueva Alianza en su sangre, que ya estamos salvados y que es verdad todo lo que dijo e hizo.

            Cristo había salido de Dios y a Dios volvía en la Nueva Pascua, una vez realizado el pacto o la Nueva Alianza entre Dios y los hombres, que presencializamos en cada Eucaristía. Por eso la Eucaristía es la Nueva y Definitiva Pascua y Alianza.

1. 2. LA EUCARISTÍA, MEMORIAL DE LA NUEVA PASCUA Y NUEVA ALIANZA EN CRISTO

 

Jesucristo es Dios hecho hombre, es la Revelación del Misterio de Dios en carne como la nuestra, es la realización del proyecto del Dios Trino en el Hijo, nacido de mujer por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, que es una encarnación continuada, es el resumen de todo este misterio de Dios revelado en Jesucristo, es el compendio sacramental de todo el misterio de Cristo y de la Historia de la Salvación.

Como nos dice el Catecismo de la Iglesia: «La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama: Eucaristía, porque es acción de gracias a Dios... Banquete del Señor, porque se trata la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión... Fracción del pan… Asamblea eucarística... Memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo, Santo Sacrificio... Santa y divina liturgia... Comunión... Santa Eucaristía...» (1328-1332).

            El misterio redentor de Cristo, inaugurado en el seno de la Virgen y manifestado plenamente en la cruz, penetra toda la historia y consagra la humanidad de una generación a otra. Verdaderamente la Pascua de Jesús es un hecho  histórico de eficacia perenne: cada vez que celebramos la Eucaristía  obtenemos la gracia de la redención que brota de la muerte y resurrección del Señor hasta que vuelva. De hecho, da testimonio de que Dios está con nosotros, que para nosotros y para todos: «en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, sigue ofreciéndose a la humanidad como fuente de gracia divina» (Prefacio II de Navidad).

            El misterio pascual nace en el corazón del Padre, que envía a su Hijo hecho obediente hasta la muerte y es resucitado por el Espíritu para nuestra justificación: la Eucaristía es obra de toda la Trinidad. La Eucaristía es la  Nueva Pascua instituida por Jesús en la Última Cena como memorial de su pasión, muerte y resurrección y dejada como memorial a su Iglesia: «Por eso, Señor, nosotros tus  siervos, y todo tu pueblo santo, al celebrar este memorial de la pasión gloriosa de Jesucristo, tu Hijo, nuestro Señor; de su santa resurrección del lugar de los muertos y de su admirable ascensión a los cielos, te ofrecemos, Dios de gloria y majestad, de los mismos bienes que nos has dado, el sacrificio puro, inmaculado y santo: pan de vida eterna y cáliz de eterna salvación» (Plegaria I).

            La Pascua cristiana tiene su anticipo e imagen en la pascua hebrea. Es en el Antiguo Testamento, como hemos dicho, donde encontramos figuras y hechos, que la hacen más comprensible y que sirven de anticipo y marco al misterio eucarístico instituido por Cristo. MAX THURIAN[1]nos dirá, «que la Eucaristía sólo puede comprenderse en su significado profundo, si se la explica por la tradición litúrgica del Antiguo Testamento. Si se interpretase la comida eucarística, como un acto nuevo y totalmente independiente, no llegaríamos a sus raíces más profundas».

            Esto se comprueba cuando uno se adentra en el mundo espiritual propio del Nuevo Testamento. Toda la vida de Cristo, todos sus dichos y hechos salvadores no se pueden comprender en profundidad si se desconoce el mundo y los hechos salvadores del Antiguo Testamento. La irrupción del reinado de Dios en esta tierra abarca indisolublemente los dos mundos tan distintos al exterior como son el del Viejo y el del Nuevo Testamento.

Por eso, toda la tradición apostólica, patrística y eclesial ha relacionado siempre la Eucaristía con figuras e instituciones del Antiguo Testamento: Pascua, Alianza, Memorial... y ésta es la razón por la que comenzamos nuestra exposición con el estudio breve de estas tres realidades veterotestamentarias que le dan pié y fundamento, aunque superadas lógicamente por la realidad misma de la Eucaristía. 

            Nosotros queremos explicar fundamentalmente la santa Eucaristía tal como fue instituida por Cristo en la Última Cena, esto es, como Nueva Pascua y Nueva Alianza; así la realizó el Señor y así nos mandó celebrarla en su nombre y así la ha celebrado siempre la Iglesia, como memorial de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza en Cristo. Y los haremos este estudio desde una mirada y una teología eminentemente bíblica y espiritual.

Lo hago convencido de la importancia que la espiritualidad tiene para la comprensión de la verdad teológicamente estudiada, no sólo para su vivencia. «La Iglesia se ha sentido siempre apasionada por una Eucaristía comprendida, y su búsqueda, que prosigue desde hace siglos, no acabará mañana, ya que por muy penetrante que sea el pensamiento humano, no abarcará jamás la amplitud de este misterio»[2]. Para explicar mejor la Eucaristía como Pascua del Señor, podemos hacernos tres preguntas:

Qué significó para el pueblo judío la Pascua y su celebración.

 Qué significó para Jesucristo. Qué debe significar para nosotros.

 

1.3- ANTIGUO TESTAMENTO: PASCUA HEBREA

 

1.3.1. EL SACRIFICIO Y LA CENA DEL CORDERO PASCUAL

 

La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la travesía del desierto, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial....La pascua judía, iniciada con la cena del cordero pascual y continuada con hechos extraordinarios como el maná, el agua viva brotada de la roca... es la institución veterotestamentaria que arroja más sentido y comprensión sobre el contenido, las palabras y los gestos de Cristo en la Última Cena.

            Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Diversos pasajes del Éxodo, en el capítulo 12, sobre todo, y del Deuteronomio, en el capítulo 16, nos dan a conocer elementos bien concretos del rito pascual que anticipan la Cena del Señor. La pascua es el banquete anual que el pueblo judío celebra en conmemoración de la liberación de Egipto y de los hechos que la acompañaron. Es el comienzo del éxodo, de la salida de la esclavitud, el comienzo singularísimo de la historia de Israel, en el que Yahvé interviene en favor de su pueblo cumpliendo las promesas de Abrahán, para establecer con ellos una alianza que sellará su existencia como pueblo elegido.

            “Yahvé dijo a Moisés y a Arón en tierra de Egipto: Este mes será para vosotros el comienzo del año, el mes primero del año. Hablad a toda la asamblea de Israel y decidles: El día diez de este mes tome cada uno según las casas paternas  una res menor por cada casa. Si la casa fuere menor de lo necesario para comer la res, tome a su vecino, al de la casa cercana, según el número de personas, computándolo para la res según lo que cada cual puede comer. La res será sin defecto, macho, primal, cordero o cabrito. La reservarás hasta el día catorce de este mes y toda la asamblea de Israel lo inmolará entre dos luces. Tomarán de su sangre y untarán los postes y el dintel de la casa donde se coma. Comerán la carne esa misma noche, la comerán asada al fuego, con panes ácimos y lechugas silvestres. No comerán nada de él crudo, ni cocido al agua; todo asado al fuego, cabeza, patas y entrañas. No dejaréis nada para el día siguiente; si algo quedare, lo quemaréis. Habéis de comerlo así: ceñidos los lomos, calzados los pies y el báculo en la mano y comiendo de prisa, es la Pascua de Yahvé. Esa noche pasaré yo por la tierra de Egipto y mataré a todos los primogénitos de la tierra de Egipto, desde los hombres hasta los animales, y castigaré a todos los dioses de Egipto. Yo, Yahvé. La sangre servirá de señal en las casas donde estéis; yo veré la sangre y pasaré de largo, y no habrá para vosotros plaga mortal cuando yo hiera la tierra de Egipto. Este día será para vosotros memorable y lo celebraréis solemnemente en honor de Yahvé de generación en generación: será una fiesta a perpetuidad”  (Ex.12,1-14).

Es Pascua de Yahvé(v 11). La palabra pesah, (en los v.11,21,27,43,48) pasando por el arameo, ha llegado a ser en griego y en latínpascha, del verbo pesah... Podemos traducir saltar o pasar como se traduce ordinariamente este verbo: “pasar por” “pasar por encima de”... Por tanto, “este paso por encima” que exime y exceptúa a las viviendas de los Israelitas, tiene sentido de salvación. La explicación se dará más completamente en los versículos siguientes...

            Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan  preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: «Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía». 

En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia leemos estas palabras: «¡Oh misterio nuevo e inexpresable! La inmolación del cordero se convierte en salvación de Israel, la muerte del cordero en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ¿oh ángel, qué fue lo que te llenó de temor? Está claro: tú has visto el misterio del Señor cumpliéndose en el cordero, la vida del Señor en la inmolación del cordero, la figura del Señor en la muerte del cordero y por esto no has castigado a Israel»[3]. Y el PSEUDO HIPÓLITO exclama: «¿Cuál será la fuerza de la realidad cuando la simple figura de ella era causa de salvación?»[4]. Para los Padres y para la Iglesia está claro que desde la noche del éxodo Dios contemplaba ya la Eucaristía y pensaba en darnos el verdadero Cordero Salvador:“Cuando yo vea la sangre, pasaré de largo ante vosotros y no habrá plaga exterminadora...” (Ex.12,13).

     Todo esto lo cree y lo reza la liturgia de la Iglesia en uno de sus prefacios pascuales, con mayor expresividad en su versión latina: «...pascha nostrum inmolatus est Christus: qui oblatione sui corporis, antiqua sacrificia in crucis  veritate perfecit, et seipsum pro nostra salute commendans, idem sacerdos, altare y agnus exhibuit... «Cristo, nuestra pascua, (cordero pascual) ha sido inmolado. Porque él, con la inmolación de su cuerpo en la cruz, dio pleno cumplimiento a lo que anunciaban los sacrificios de la antigua alianza y, ofreciéndose a sí mismo, quiso ser al mismo tiempo sacerdote, víctima y altar».

            El Éxodo, pues, no es sólo el momento de partida, después de la cena del cordero, en aquella noche llena de acontecimientos, que dan fin a la esclavitud en Egipto sino que abarca también otros muchos hechos extraordinarios, mencionados anteriormente, que nos ayudan a comprender mejor el contenido del misterio eucarístico. Y si la Eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, el éxodo pascual es el evangelio del AT y la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro.

            Así viene proclamado al comienzo del decálogo: “Yo soy Yahvé, tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de aquel lugar de esclavitud” (Ex. 20,2). Esto quedará por todos los siglos como el artículo fundamental del credo histórico de Israel: “Mi padre era un Arameo errante... Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura esclavitud. Entonces clamamos al Señor, Dios de nuestros antepasados y el Señor escuchó nuestra voz y vio nuestra miseria, nuestra angustia y nuestra opresión. El Señor nos sacó de Egipto con mano fuerte  y brazo poderoso en medio de gran temor, señales y prodigios; nos condujo a este lugar y nos dio esta tierra, que mana leche y miel” (Deut. 26,5-10).

            Esta antiquísima fórmula, que acompañaba a la ofrenda sacrificial de las primicias, equivale a una profesión de fe (Deut. 17) y va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio banquete: “Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación”.

Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex. 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés al pueblo. Tanto el uno como el otro contienen elementos que se refieren solo a aquella noche y otros que miran a las celebraciones futuras. La celebración de la pascua tenía lugar el día 15 del primer mes, (mes de Abib, llamado Nisán después del exilio) comenzando con la tarde del día 14. Es el inicio de la primavera y la noche de la tarde del 14 era precisamente plenilunio.          “Cuando os pregunten vuestros hijos: «¿qué significa para vosotros este rito?», responderéis: «“Este es el sacrificio de la pascua de Yahvé, que pasó de largo por las casas de los israelitas cuando hirió a los egipcios y salvó vuestras casas» (Ex.12,26-27). Y, celebrándolo así, es como este rito se convierte en memorial de la Pascua Judía, esto es, de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la alianza con su pueblo.

 

1.3. 2.  ALIANZA POR LA SANGRE

 

Como el éxodo ha sido el acontecimiento determinante de la historia de la Salvación de Israel en el AT., así la Alianza va a ser la institución fundamental que regule las relaciones entre Dios y su pueblo y el punto de referencia esencial para juzgar el comportamiento de la comunidad, tanto de sus jefes como de cada uno de los componentes del pueblo de Dios. El mismo término de alianza, su contenido y obligaciones tienen como base pactos y compromisos sociales nacidos  entre los pueblos y clanes familiares.

            Sobre la base de la solidaridad de la sangre, fortísima entre los pueblos nómadas, se establecieron pactos entre individuos y clanes familiares de diversa sangre, a fin de hacer  uniones que tuvieran el mismo valor y fuerza que ésta, por lo que se hacían como <consanguíneos>. Un rito consistente en un cambio de sangre simbolizaba y sancionaba el ingreso de un individuo o de un grupo familiar en el otro grupo como si tuvieran un mismo origen, con la consiguiente participación en los mismos derechos y obligaciones familiares.

Bajo este aspecto, la Alianza de Israel con Yahvé, simbolizada por la sangre derramada mitad sobre el altar, que representa a Dios, mitad sobre el pueblo, indicaba la participación de Israel en los bienes de Dios y, en un cierto sentido, la asunción por parte Dios de los intereses de Israel. Otras veces este rito consistía en un convite sacrificial, por el que se significaba la participación para siempre en los mismos bienes y derechos de los contrayentes.

            La alianza, contraída por Dios con su pueblo en el desierto, emplea la sangre con este significado vital que tenía entre los hebreos y viene a significar la comunión de vida que de ahora en adelante existirá entre Dios e Israel. Dice Yahvé a Moisés: “Ya habéis visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a vosotros os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí. Ahora, pues, si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza, vosotros seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos, porque mía es toda la tierra; seréis para mí un reino de sacerdotes y  nación santa” (Ex. 19,3-6).

El rito de la conclusión de la alianza tiene lugar en el monte llamado Sinaí en los pasajes atribuidos al Yahvista (Ex. 19, 11b-18) y Horeb en los atribuidos al Elohista (Ex.33,6): “Moisés vino y comunicó al pueblo todo lo que le había dicho Yahvé y todas sus leyes. Y todo el pueblo respondió a una: Cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé. Entonces escribió Moisés todas las  palabras de Yahvé y levantándose muy de mañana, alzó al pié del monte un altar  y doce estelas por las doce tribus de Israel. Luego mandó a algunos jóvenes de los israelitas que ofreciesen holocaustos e inmolaran novillos como sacrificio de comunión para Yahvé. Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en una vasija y la otra mitad la derramó sobre el altar. Tomó a continuación el código de la alianza y lo leyó en presencia del pueblo, el cual dijo: Obedeceremos y cumpliremos todo lo que ha dicho Yahvé. Entonces Moisés tomó la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta es la sangre de la alianza, que el Señor ha hecho  con vosotros, según las palabras ya dichas”  (Ex.24, 3-9).    

            La sangre, derramada después del juramento tanto sobre el altar como sobre el mismo pueblo, significa una nueva unión más fuerte que se dará de ahora en adelante entre Dios e Israel y de Israel con su Dios. Y así interpreta Moisés este gesto simbólico al decir: “Esta es la sangre de la Alianza...”

La Alianza de Dios con su pueblo implica una comunidad de vida, una verdadera y eficaz armonía de voluntad entre los dos contrayentes, que en razón de la Alianza tendrán los mismos fines y objetivos. Israel aceptará la voluntad de Dios expresada en sus “palabras” y de este modo entrará en los planes de Dios.

Todo lo dicho aquí es muy importante para nuestra exposición, porque Jesús mismo, en la institución de la Eucaristía, cita la fórmula ritual de Moisés y la incorpora para siempre a las palabras de la consagración: “Esta es mi sangre, la sangre de la alianza...”  (Mt. 26, 28). Mediante esta nueva alianza, Dios quiere conducir a su nuevo pueblo a una vida de comunión con Él, y los hombres son invitados a entrar en este designio de Dios, conformándose en todo a su voluntad.

            MAX THURIAN verá una similitud litúrgica grande entre las dos alianzas por medio de la sangre: “Uno se siente inclinado a ver en este relato de la alianza del Sinaí un preliturgia cristiana: 1) Sacrificio en el que Moisés presenta a Dios la sangre de la alianza sobre el altar (5-6); 2) lectura por Moisés de la Palabra de Dios en el libro de la Alianza (7); Compromiso de obediencia por el pueblo en su responso (7b); comunicación de la sangre de la Alianza por Moisés al pueblo con las palabras: esta es la sangre de la Alianza...(8); De idéntico modo, en la nueva alianza, palabra y sacramento están estrechamente vinculados y la comunión con Dios implica obediencia a la palabra escuchada  y recepción del cuerpo y sangre de Cristo”[5].

            La alianza sinaítica  fue una etapa maravillosa de la historia de la salvación del pueblo de Dios; pero era sólo eso, una etapa, ya que la alianza de Dios había de extenderse a todos los pueblos. En los planes de Dios toda la humanidad había de formar parte de su Alianza definitiva por medio de la sangre de Cristo.

Por eso, cuando esta alianza sinaítica se rompe por la infidelidad del pueblo de Israel, Dios, por los profetas, promete una nueva y definitiva: “He aquí que vienen días (oráculo de Yahvé) en que yo pactaré con la casa de Israel y la casa de Judá, no como la alianza que hice con sus padres cuando, tomándolos de la mano, los saqué de la tierra de Egipto, pues ellos quebrantaron mi alianza y yo los rechacé -oráculo de Yahvé. Porque ésta será la alianza que yo haré con la casa de Israel después de aquellos días, oráculo de Yahvé: Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo... Yo perdonaré su maldad y no me acordaré más de sus pecados” (Jr.31, 31-34).

Todos estos hechos y profecías son implícitamente evocados por Jesús en la Última Cena, al mencionar su sangre, como sangre de la nueva alianza: “Bebed todos de él, porque ésta es la sangre de la alianza, que se derrama por muchos para el perdón de los pecados...”  (Mt. 26,27).

 

1.3.3 .LA PASCUA HEBREA COMO MEMORIAL: CELEBRACIÓN RITUAL

 

Memorial es un concepto bíblico fundamental en toda la vida de Israel y en particular en la celebración ritual de la Pascua. Asociado a un rito permanente que tiene como objeto recordar las hazañas que Dios hizo en el pasado y que se vuelven a poner ante los ojos de Yahvé, para que recordándolas, Dios renueve la salvación y la liberación concedidas a Israel: “Este día será un día memorable para vosotros y lo celebraréis como fiesta del Señor, institución perpetua para todas las generaciones”  (Ex.12, 14). “Dijo, pues, Moisés al pueblo. “Acordaos de este día en que salisteis de Egipto, de la casa de la servidumbre…” (Ex.13, 3-10).

En la celebración de la cena pascual, los padres tenían la obligación de dar una catequesis a los hijos más pequeños sobre el significado de aquella cena, que estaban celebrando y de sus ritos: “Cuando hayáis entrado en la tierra que el Señor os va a dar, como ha prometido, observaréis este rito. Y cuando vuestros hijos os pregunten: ¿qué significa este rito? responderéis: Es el sacrificio de la pascua en honor del Señor, que pasó de largo ante las casas de los israelitas de Egipto, cuando castigó a los egipcios y perdonó a nuestras familias”  (Ex.12, 25-27).

            El rito pascual celebrado de esta forma se convierte en una institución permanente, unido indisolublemente al hecho de la liberación de Egipto y es un memorial de toda la realidad del éxodo. El memorial pascual no era mera evocación y recuerdo subjetivo del pasado. Al hacer presente el rito, se quería recordar a Dios las maravillas realizadas antiguamente, para que las siguiera realizando en el presente, en favor de su pueblo. También servía para recordar al pueblo los compromisos contraídos con Dios por la Alianza, que ahora tenía que hacer actuales.

            En el lenguaje bíblico, los términos <acordarse> y <memoria> tienen un sentido más pleno que un simple recuerdo memorístico de un hecho pasado. Se podía referir tanto a Dios como al hombre. Que «Dios se acuerde de alguien» quiere decir que Dios obre en favor de él. Así en el Génesis 8,1: “Dios se acordó de Noé y de todos los animales que estaban en el arca”, expresa que Dios hizo cesar el diluvio teniendo en cuenta la promesa hecha a Noé. “Acuérdate de mí”, que tantas veces aparece en los salmos, indica que Dios tenga presente al hombre y lo salve de los peligros y dificultades. Cuando se refiere a hechos gloriosos y pasados entre Dios y el hombre, quiere decir que Dios renueve o haga activa la promesa o la realidad. En el cántico de Zacarías, que anuncia el comienzo de la era mesiánica, se pide a Dios que se acuerde de las promesas hechas en la Alianza[6]

            Desde la Biblia, este sentido pasó a la liturgia y en el rito de la Pascua, la memoria o el recuerdo del nombre de Yahvé era inseparable de la misma, porque Dios había iniciado su intervención en favor de Israel revelando a Moisés su nombre “Yahvé” (Ex.3,14-15), que sería para siempre un memorial, esto es, el medio para invocar todos sus beneficios: “Éste es mi nombre para siempre, así me recordarán de generación en generación” (Ex.3,15).

            Por tanto, el rito memorial, por excelencia, del pueblo judío era el rito pascual. Esta memoria pascual, repetida periódicamente, provoca de una parte, el agradecimiento del pueblo a Dios por la salvación recibida, y por otra, en cuanto institución divina, obliga a Dios a <acordarse>, esto es, a revivir y renovar los prodigios hechos en favor de su pueblo, según las palabras del salmo 111,4-5: “Ha hecho maravillas memorables, el Señor es compasivo y misericordioso: Da alimento a los que le honran, acordándose siempre de su alianza”.

            La comprensión bíblica de la pascua como memorial es el sustrato que está en la base conceptual e institucional de las palabras de Jesús: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19; 1Cor 11, 24-25), que San Pablo comenta en concreto: “Así, pues, siempre que coméis de este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” (1Cor 11,26). La Eucaristía será para los creyentes en los siglos venideros el <memorial> de la obra redentora de Cristo. De esta forma, la categoría bíblica de <memorial>, fundiéndose con la categoría, también bíblica, del signo profético, del que  hablaremos enseguida, ayudan a comprender mejor la realidad de la Eucaristía, como memorial de la Pascua de Cristo.

            Quiero terminar este apartado añadiendo que la pascua judía no sólo era memorial de una liberación pasada que Dios hace presente, sino que después del exilio miraba cada vez más al futuro. Ello era debido a que los profetas contemplaban la venida de un  nuevo Moisés. Yahvé era la  garantía y la esperanza mesiánica en el futuro.

 

 

 

 

1.3.4 NUEVO TESTAMENTO: JESUCRISTO, NUEVA PASCUA, NUEVA ALIANZA

 

Entramos ya en el Nuevo Testamento. La Eucaristía es una maravilla que podría parecer increíble si no estuviera garantizada por la transmisión fiel de los evangelios y de Pablo. Aquí están las bases de toda la comprensión del misterio eucarístico. Y lo primero será comprobar ciertamente que Cristo instituyó la Eucaristía en un contexto pascual, es más, la mayoría de los autores avalan que lo hizo en el marco de la cena pascual judía.

            Ateniéndonos a los sinópticos, Jesús celebró la Última Cena“el primer día de los Ázimos”, la noche del 14 al 15 de Nisán, al ocaso del sol; por consiguiente, fue una cena pascual judía y todos los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 14 al 15. Sin embargo, según el evangelio de Juan (Jn.13, 1. 29; 18, 28), Jesús muere el día 14, pues ese día los corderos eran inmolados en el templo y, puesto el sol, se comía la cena pascual. Según S. Juan, Jesús adelantó la cena veinticuatro horas y los acontecimientos de la pasión tuvieron lugar del 13 al 14. Lógicamente se han dado intentos de armonización entre los sinópticos y Juan, pero no podemos detenernos mucho tiempo en este aspecto. En lo que no hay duda ni discusión alguna es que la última cena se celebró en un marco y contexto pascuales. Es más, para los sinópticos es totalmente cierto que la Última Cena fue la cena pascual judía y que en ella Cristo instituyó la Eucaristía. “El primer día de los Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” (Mc.14,12).

            Los días de los panes sin levadura eran siete y el primero empezaba la tarde del día 14. En aquella tarde, entre la hora 15 y la puesta del sol, debía de sacrificarse el cordero en el templo (Mt.26,17). Las expresiones de Jesús: “preparar la pascua” “comer la pascua” lo confirman: “¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?”  (Mc.14,14).  Mateo subraya que las directrices del Maestro se siguieron fielmente: “Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua”  ( Mt.26,19).  No sólo el término usado «pascua» indica indudablemente la cena pascual, sino el cuidado particular, con que Jesús da las instrucciones, confirma la naturaleza pascual de la comida, corroborada por el mismo testimonio de Jesús: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer...”(Lc.22,15).

            Hay además una convergencia de detalles en la misma celebración de la cena que avalan esta afirmación explícita de los evangelios. JOAQUÍN JEREMÍAS lo demuestra con una incomparable finura de análisis y con una irrefutable abundancia de pruebas, que sólo un especialista puede elaborar gracias a su meticulosa precisión, a veces demasiado sutil, y a su extraordinario conocimiento de fuentes rabínicas. He aquí un resumen:

-- Se menciona que la Última Cena tuvo lugar en Jerusalén y sabemos que la fiesta de pascua desde el año 621 a. C. había dejado de ser una fiesta doméstica para convertirse en una fiesta de peregrinación a Jerusalén.

-- Se utiliza un local prestado (Mc.14,13-15), según la costumbre judía de ceder gratuitamente a los peregrinos ciertos locales.

-- Jesús come en esta ocasión con los Doce; la celebración de la pascua exigía la presencia, al menos, de diez personas.

-- Tiene lugar al atardecer y recostados sobre la mesa, como se hacía en aquel tiempo, y no sentados.

-- El hecho de que Jesús parta el pan durante la cena, “mientras comían” Mc.14,18-22),  es significativo,  pues en una comida ordinaria se partía al principio.

-- El vino rojo era el propio de la cena pascual.

-- El himno que se canta (Mc.14,26;Mt.26,30) era el himno Hallel, que se recitaba en la cena pascual.

-- Jesús anuncia durante la cena su pasión inminente y sabemos que la explicación de los elementos especiales de la comida era parte integrante del rito pascual.

-- Al añadir el tema del memorial:“Haced esto en memoria mía”, especifica que la cena se celebraba en el ambiente pascual, y el Maestro se ha servido de él para instituir el nuevo rito como memorial de su sacrificio[7]. No hay que maravillarse, por tanto, de que ya en el siglo IV, Efrén el Sirio, aludiendo a las notas de la cena pascual de Cristo, entonara esta bienaventuranza: “Dichosa eres tú, oh noche última, porque en ti se ha cumplido la noche de Egipto. El Señor nuestro en ti ha comido la pequeña pascua y se convierte el mismo en la gran Pascua... He aquí la pascua que pasa y la Pascua que no pasa. He aquí la figura y he aquí su cumplimiento” (Himnos sobre  los ázimos)[8].           

Para comprender mejor la institución de la Eucaristía como memorial de la Pascua de Cristo dentro de la pascua judía podríamos añadir el paralelismo entre los ritos de la pascua hebrea y los gestos de Jesús en esta noche:

-- El banquete se iniciaba con la bendición inicial: se llenaba el primer cáliz y, sobre él, el padre de familia, o el más anciano del grupo, recitaba la bendición o alabanza a Dios por la fiesta y todos bebían.

-- Después de lavarse las manos, se traían las hierbas o lechugas amargas y se mezclaban en la salsa. Se comía una parte. Entonces se traía el cordero con el pan ázimo, pero no se comía.

-- Se llenaba la segunda copa de vino y se explicaba el simbolismo de los alimentos: el cordero recordaba la liberación de Egipto; los ázimos, la prisa de la salida; las hierbas amargas, la amargura de Egipto.  Después se cantaba

la primera parte de Hallel (Salmo 112-113,8). Entonces todos  bebían.

-- Se lavaban de nuevo las manos y el padre de familia tomaba el pan y lo bendecía, lo partía y daba un trozo a cada uno de los presentes.

-- Después se comía el cordero con el pan ázimo y ya no se tomaba más alimento. Se lavaban de nuevo las manos.

-- Se llenaba luego la tercera copa, llamada de la bendición porque el padre recitaba la bendición sobre ella y se bebía.

-- Se llegaba así a la cuarta copa y se recitaba la segunda parte del Hallel (113,118). Se bebe esta copa y terminaba la cena pascual.

Este rito pascual fue seguido por Jesús en la Última Cena, como luego veremos.

 

1. 3. 5. LOS TEXTOS DE LA INSTITUCIÓN DE LA EUCARISTÍA

           

Vamos a estudiar ahora los textos más antiguos que dan testimonio de la Eucaristía. Empezamos por el de Pablo en su carta a los Corintios.

 

EL TESTIMONIO DE PABLO

 

El testimonio más antiguo sobre la Eucaristía es el de San Pablo en su primera carta a los Corintios; la carta fue escrita en torno al año 56-57, siendo anterior a los evangelios. “Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban  a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros: Haced esto en memoria mía” (1Cor.11, 23-25).

El contenido de la acción de Jesús está perfectamente explicitado no solo por sus palabras sino también por sus gestos. El Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, con un gesto profético anticipa el hecho de su muerte mediante el pan que se convierte en su cuerpo entregado por todos y repartido entre los apóstoles. El cuerpo ofrecido y la sangre derramada es la nueva alianza en su sangre, no en la del cordero. El es el nuevo cordero y la nueva alianza. Este es el significado esencial de esta cena pascual para Pablo: “Cada vez que coméis  este pan y bebéis de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Cor. 11,26). El Señor vuelve en la resurrección, que inaugura los bienes escatológicos para todos.

            “He recibido del Señor”significa para Pablo que no depende en el origen de esta verdad de sí mismo, de su conocimiento particular, sino que ha recibido una tradición que Jesús mismo originó y realizó con sus palabras y gestos en la Última Cena. Él transmite aquella tradición a los Corintios con la plena conciencia de que el valor de la tradición estaba  garantizado no sólo por el recuerdo sino por la autoridad misma de Cristo, que había instituido la Eucaristía.

En la misma carta, Pablo vuelve a recurrir a la autoridad de la tradición en otra verdad fundamental de la fe cristiana: la muerte y resurrección del Señor:“Porque lo primero que yo os transmití, tal como lo había recibido, fue esto: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras”  (15.3-4). Para Pablo como para todo creyente, sin resurrección de Cristo no hay cristianismo.”Vana es nuestra fe” (1Cor.15, 17). Todo lo que Cristo dijo e hizo es verdad porque Él ha resucitado y la resurrección de Cristo arroja luz de verdad sobre toda su persona -hechos y dichos- desde su nacimiento hasta su muerte. Es el Hijo de Dios encarnado.

            Pues bien, Pablo quiere quedar bien claro que estas dos verdades esenciales de la fe cristiana, las ha recibido de la tradición de la Iglesia y en ella se apoya. Este apoyo en la tradición sobre la Eucaristía, lo pone directamente en el Señor: “Porque yo he recibido una  tradición, que procede  del Señor y que a mi vez os he transmitido...” (11,23); en cambio, en la resurrección, atestigua simplemente la tradición: “Porque lo  primero que yo os transmití, tal como lo había recibido...” (15,3).

            Esta orden está también recogida en el Evangelio de Lucas para la consagración del pan (Lc.22,19), mientras que en Pablo se repite en la consagración del pan y del vino. Los Apóstoles comprendieron que la intención de Jesús abarcaba tanto al pan como al vino, con la invitación de comer su cuerpo y beber su sangre. En ambas consagraciones, Jesús sigue el rito del pan y del vino de la pascua judía, pero transformando radicalmente su significado y contenido, como sabemos por la comprensión de los apóstoles. La nueva pascua se hará en conmemoración de Cristo.

 

1. 3. 6. SIGNIFICADO DE LAS PALABRAS DE CRISTO.

 

Veamos ahora el significado que Cristo dio a sus palabras y gestos institucionales, primero, en sus elementos particulares y después, en su significación general.

 “Habiendo bendecido, tomó el pan en sus manos y lo partió diciendo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo”, “por vosotros”añade Pablo; “entregado”, Lucas. Si antes hemos mencionado los elementos esenciales y el rito de celebración de la pascua judía es para que ahora comprendamos mejor y en su sentido pleno los gestos y las palabras de la institución de la pascua de Cristo. Jesús toma en sus manos el pan y bendecía como hacía el padre de familia en la pascua judía. “Tomad y comed”, porque Jesús quería expresar la unión íntima entre comunión y sacrificio, quería darse como comida pascual. “Esto” (touto) referido tanto al cuerpo como a la sangre indica que El no sólo hace la ofrenda sino que es realmente la persona ofrecida. “es” (touto estín) “esto es”; esta cópula no aparece en hebreo, puesto que en esta lengua el valor copulativo está implícito.

“Mi cuerpo”: el texto griego usa el término “soma”. “Entregado” y “derramada” son participios que, según J. Jeremías, tanto en hebreo como en arameo, son intemporales, ya que su tiempo se determina por el contexto. En nuestro caso habría que traducir: es la sangre que  será derramada en la cruz. La preposiciones “por”, en griego “iper” o “peri”, es una clara alusión al sentido expiatorio que Cristo da a su muerte, como en cualquier sacrificio expiatorio de Israel.“El cual se entregó (“iper emon”) “por nosotros” a fin de rescatarnos de toda esclavitud: Tit.2, 14.

            “Esta es la sangre de la alianza”. Jesús utiliza aquí la copa tercera o copa de bendición y la pone en relación directa con su sangre, que derramará en la cruz. Se trata de la sangre que sellará la nueva y definitiva alianza en sustitución de aquella con que Moisés selló la antigua (Ex.24,8). Sobre los términos “esta”, “derramada”, remitimos a lo dicho a propósito del pan.

            “Haced esto en memoria mía”:con estas palabras Jesús expresa su clara intención de que los apóstoles y sus sucesores deben repetir este rito, este memorial eucarístico instituido por él. Estas palabras las pronunció ciertamente. Si no aparecen en Mateo y Marcos es debido al hecho mismo de estar repitiéndose continuamente lo establecido por Jesús, de estar realizándose lo que mandó Jesús.

            Llegados a este momento estamos ya en condición de entender la Eucaristía como memorial de la Nueva Pascua y de la Nueva Alianza instituida por Jesucristo. Pero sin olvidar por ello que la distancia entre el memorial del AT y del NT es infinita, como afirma DURRWELL: «Pero la diferencia es demasiado grande. Una cosa es el cordero comido y otra el  acontecimiento celebrado... el acontecimiento que se celebra es ese hombre mismo, su misterio personal, entero, el de su muerte en la que es glorificado... las dos pascuas, la judía y la cristiana, coinciden en sus dimensiones, pero en profundidad la distancia que las separa es infinita…»[9]. En la Eucaristía, Jesús sustituye el antiguo memorial por el memorial de la nueva pascua que realiza en su muerte y resurrección. Lo afirma claramente Pablo:“Porque cuantas veces comiereis este pan y bebiereis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga” (1Cor. 11,26).

 

 

1. 3.7. SIGNO PROFÉTICO Y MEMORIAL

 

Para comprender el significado total de lo que Cristo instituyó en la Última Cena, no basta estudiar y comprender la significación particularizada de las palabras institucionales. Hoy día se recurre frecuentemente al concepto de signo profético como clave de comprensión de lo que Jesús hizo. Cristo anticipó proféticamente sobre el pan y el vino su sacrificio en la cruz. Es un aspecto añadido al memorial: de la misma manera que el memorial veterotestamentario hacía de algún modo presente la acción salvadora de Dios en el pasado, así el Señor, que instauró la cena en el contexto pascual, anticipa el misterio de su muerte en la Ultima Cena.

            JOSÉ ESPINEL hace tres años publicó un volumen, LA EUCARISTÍA DEL NUEVO TESTAMENTO, ampliación de otro anterior, sobre la Eucaristía como acción profética. Resumiendo su pensamiento diríamos, que para comprender lo que es un signo o acción profética, empezaríamos por explicar lo que es una parábola en acción. Es un gesto que  fundamentalmente se dirige a la inteligencia para hacerle comprender lo que se anuncia y que se realizará en el futuro. Es, por ejemplo, el episodio de Saúl cuando hizo pedazos a dos bueyes y mandó estos trozos ensangrentados a todas las regiones de Israel por medio de mensajeros para decirles: «Esto les sucederá a los bueyes de todo el que no siga a Saúl y Samuel» (1Sam. 11,7).

            El signo profético, sin embargo, es mucho más porque no se mueve sólo en el nivel del conocimiento, sino en el nivel de la acción. Es un hecho o gesto que hace ya presente lo que dice, anticipa el acontecimiento y produce el juicio salvador o punitivo de Dios. Por ejemplo: cuando Jeremías pone un yugo sobre su cuello para significar que una nación extranjera se va a apoderar de Jerusalén, los falsos profetas se lo quitan inmediatamente para que no se realice la invasión. Veían en el gesto el comienzo de la tragedia.

            Después de todo lo dicho, lo que Jesús hace en la Última Cena podría bien ser calificado de gesto profético. Todo lo que sucederá el día siguiente en su persona, con su cuerpo destrozado y su sangre derramada, es anticipado por Él en aquella mesa. Las palabras que acompañan al gesto de Jesús no sólo hacen presente su muerte sino que explican su sentido salvífico. Esta muerte es la verdadera y definitiva pascua, el único y verdadero sacrificio de expiación, la nueva alianza.

            Los apóstoles, conocedores del lenguaje de los profetas, no tuvieron dificultad en entender y comprender que lo que Jesús hacía aquella noche era un gesto profético, una palabra divinamente eficaz, que realizaba lo que decía. Comprendían que el acontecimiento redentor estaba ya presente en la acción de Jesús. El signo profético y el memorial son dos conceptos correlativos: uno actualiza anticipando y el otro recordando. Jesús, en la última cena, no quiere darnos una catequesis, una enseñanza teórica, sino que anticipa verdadera y realísticamente el misterio de su pasión  y muerte. La Eucaristía, que celebra ahora la Iglesia, es el memorial, que, <recordando>, hace presente el misterio realizado por Jesús en la Cena.

            Jesús, aquella noche, no se limita a pronunciar sobre el pan y el vino la bendición sino que los pone en estrecha relación con la suerte de su cuerpo y sangre en la cruz, dándole el mismo sentido sacrificial que compete a su muerte. Cristo es, pues, la víctima pascual que sustituye al cordero inmolado en el templo. Es el nuevo Cordero en el que se realiza la nueva y definitiva pascua de liberación sobre el mundo. Y esta interpretación es la de San Pablo en 1Cor. 10,6: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso la comunión en la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es acaso comunión con el cuerpo de Cristo?”

            Por tanto, el Señor, en el marco de la pascua judía, da a los suyos su cuerpo y su sangre: cuerpo y sangre que se inmolarán en la cruz históricamente y hará a los suyos beneficiarios de los frutos de la salvación. En consecuencia, si esta comida sacrificial encierra la presencia de la víctima, podemos y debemos entender en sentido plenamente real las palabras de Cristo:“Esto es mi cuerpo, esto es mi sangre”. Es la presencia de la víctima, requerida en esta comida sacrificial, que nos hace partícipes del sacrificio de Cristo en la cruz, la que da al verbo ser toda su plenitud de sentido.

            Resumiendo: Una vez examinados los pasajes del NT sobre la Eucaristía, vemos en ella la condensación de las profecías y figuras del Antiguo. Los temas de la Alianza antigua se concentran en ella: pascua, alianza en la sangre, banquete, memorial... Todos ellos son sintetizados de forma admirable en el gesto más sencillo que se pueda imaginar: un poco de pan y de vino que Jesús pone, en el marco de la Cena Pascual, en conexión con su muerte en la cruz.

            La Eucaristía es, por tanto, la renovación del sacrificio de la cruz en el que se nos da a comer la víctima pascual en banquete de comunión. Es, asimismo, prolongación de la encarnación y prenda de resurrección en el Espíritu, pues comemos a Cristo resucitado que nos hace partícipes de los bienes escatológicos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!» La Escritura presenta la Eucaristía en toda su inabarcable riqueza; riqueza que la Tradición tendrá que ir desglosando poco a poco para poder comprenderla y asimilarla. Este misterio de la Pascua redentora de Cristo se hace presente en cada Eucaristía, en cada celebración litúrgica de la Eucaristía.

            Pero ¿cómo se hace presente? Esto es algo que el texto bíblico no precisa. Sólo afirma que allí está el cuerpo y la sangre de Cristo, Cristo mismo, inmolado y sacrificado. ¿Cómo se renueva ahora sobre el altar el sacrificio de Cristo? ¿Es renovación, representación, presencialización? Esta respuesta es ahora ocupación de la teología y la reflexión de la Iglesia y este empeño constituirá la última parte de nuestro trabajo. Para no alargarnos, no voy a enumerar aquí todas las explicaciones que se han dado a lo largo de los siglos; sólo voy a seguir la senda más recta que nos ha conducido hasta la que actualmente  considero más concorde con la tradición  bíblica, patrística y eclesial.

 

 

1. 3. 8. TEORÍA SACRAMENTAL

 

Decíamos que el Señor está ahí inmolado  y sacrificado por nosotros, dándose en comida para todos. Pero queremos saber: ¿Cómo está ahí presente, de qué forma podemos explicar esto? En nuestros días, la teología ha ido abandonando poco a poco el método de recurrir a una noción general de sacrificio para  aplicarla luego a la Eucaristía, para probar que es sacrificio. En los textos de teología de los años anteriores al Vaticano II se pueden ver un sinnúmero de opiniones a este respecto, que ahora ya no se exponen por considerarlas superadas.

            Conscientes de la unicidad del sacrificio de Cristo en la cruz y en la Eucaristía, provistos del mejor conocimiento de la tradición de la Iglesia y de su celebración litúrgica, los teólogos de hoy recurren a la idea fundamental de que el único sacrificio de Cristo en la cruz se hace presente <in Sacramento>, <in mysterio>. Según esto, el sacrificio eucarístico se realiza y tiene lugar en el plano de la causalidad sacramental, la cual no se limita a significar el hecho o la acción de Cristo, sino que  la hace presente en el hecho significado. La Eucaristía es el sacrificio de la cruz sacramentalmente presente en el hoy y en aquí de la Iglesia. Afirma ALEXANDER GERKEN: « En su existencia de resucitado, Cristo posee, en virtud de su obediencia, el poder sobre los tiempos, es decir, el poder de situar su inmolación en el presente de los que creen en Él»[10]. El sacrificio eucarístico no significa o hace tan sólo presente  la gracia salvadora de la cruz, sino que hace presente a Cristo sacrificado, fuente de la misma gracia.

            El sacrificio histórico de Cristo, como tal hecho histórico, tuvo lugar en unas coordenadas determinadas de tiempo y espacio que hoy se superan, afirma O.CASEL, mistéricamente, es decir, por la celebración litúrgica de los misterios cristianos[11]. Según esto, cada Eucaristía hace presente el mismo misterio de Cristo, la misma realidad y los mismos sentimientos y actitudes de entrega e inmolación que tuvo y que son irrepetibles; sólo fue crucificado y murió una y única vez, y todo esto y único es lo que Él hace presente sobre el altar, superando los límites temporales e históricos, como Señor del tiempo y eternidad. Y lo puede hacer así, porque la realidad que hace presente ya está en realidad eternizada y la hace presente no de forma temporal e histórica sino sacramental, metahistóricamente, por un sacramento que actualiza, presencializa y contiene en toda su fuerza salvadora el mismo sacrificio de la cruz, hecho presente, por cada celebración eucarística.

            Cristo, como realidad típica y primordial, trasciende ya los límites del tiempo y del espacio, y eternizado, eterno presente,  tiene el poder de hacerse presente-eterno en el hoy y el aquí de la Iglesia peregrina y escatológica a la vez. Los sacramentos no sólo producen la gracia que significan, sino que hacen presente a Cristo bautizando, consagrando… Cristo es el que bautiza y solo Él puede perdonar los pecados.

 Toda la liturgia, especialmente la eucarística, hace presente en memoria-sacramento-misterio el mismo hecho ya eternizado, porque Jesús ya es el Cristo, el Señor del cosmos y sus leyes. La eternidad contiene el tiempo pero no se mueve ni existe en él sino trascendiéndolo.

En cada celebración litúrgica eucarística es como si se cortase con las tijeras del poder divino no sólo el hecho evocado y significado actuando eficazmente, sino que se hace presente Cristo con toda su existencia encarnada, que fue ofrenda victimal y obedencial al Padre desde el comienzo de la misma: “Padre, no quieres ofrendas ni sacrificios... aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hbr.10,5); consumada luego en su pasión y muerte y aceptada por el Padre en la resurrección, por la consagración: “Esto es mi cuerpo entregado... esta es mi sangre derramada,” la hace contemporánea a los testigos presentes, nosotros, reproduciendo así todo su misterio existencial, significado y expresado especialmente con su muerte y resurrección.

            La Eucaristía contiene todo el misterio de Cristo, todo lo que Cristo encarnó y resucitó en vida nueva para todos, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios de su misterio salvador, de su persona, de sus sentimientos, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo... Y todo esto, porque Cristo ha transcendido ya la historia y el espacio.

Es el Cristo celeste el que vive y ofrece en sacrificio eterno su inmolación pascual, que fue de toda su vida, pero significado y realizado especialmente en su pasión, muerte y resurrección. La irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eterno presente, eternidad incrustada en el tiempo. Si todo esto es cuestión de poder, Dios lo tiene. Y si lo es de amor, también lo tiene, porque es Dios Amor Eterno y Gratuito.

 

1. 3. 9. EL SACRIFICIO DE LA EUCARISTÍA ES EL MISMO DE LA CRUZ

 

 La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio  de Cristo ha sido ofrecido“de una vez para siempre” (Hbr.10,11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única y definitiva que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente en la tierra por la consagración.

El sacrificio, ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente -<in  misterio>-, sobre el altar, -no otro ni una representación del mismo- velado  sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica DIES DOMINI  nº 75.

            Al resucitar a su Hijo, el Padre“hace habitar en Él corporalmente toda la plenitud de la divinidad...” (Col. 1,19;2, 9) y realiza de este modo la salvación en totalidad escatológica, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial (Flp.2, 8ss) es donde Cristo recibe el título de Señor (Rom.10,9ss): nombre de la omnipotencia escatológica. La realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven Señor Jesús!». Por la Eucaristía viene el esjatón, el final, Cristo eterno y glorioso, consumado está viniendo... No puedo pararme por ahora más en este aspecto poco tratado. Lo haré más adelante.

            Por la Eucaristía se hace presente la escatología, el Cristo que juzga al hombre y la historia... La pascua es el día del Señorío, el de la revelación última, (Jn.8,28), el de la resurrección de los muertos (Rom.1,4), del juicio final (Fn.12,31), el de la salvación total: es el día del Señor, el último día.

Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la pascua de Cristo, que por su muerte y resurrección nos ha <pasado> ya al Padre y desde allí, por la celebración litúrgica, viene al lado de los suyos, y haciéndose  presente como realidad y salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos que son Él mismo: El mismo y único que nació, murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono de Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el VIVIENTE del Apocalipsis, que nos dice en cada Eucaristía: “No temas nada. Yo soy el primero y el último. El Viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre” (Ap.1,18).

            Esto es lo que se hace presente en la Eucaristía.  ¿Cómo? Como memorial profético, en virtud del mandato: “Haced esto en memoria de mí”. La fe me asegura que Cristo está presente en la Eucaristía, como está en la cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando íntegramente todo su misterio de salvación y presencializándolo en el aquí y ahora aunque no podemos explicarlo plenamente. Por la fe sé que está  y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de las cosas, y aunque yo participo de ese conocimiento, no lo puedo ver como Él. Dios me desborda en todo, en el ver y comprender.

            La vivencia, el conocimiento místico, sin embargo, tiene su fuente de conocimiento en el amor. San Juan de la Cruz afirmará muchas veces que es una forma de conocer más plena que por vía del entendimiento, porque en la “noticia amorosa”, en la «sabiduría de amor» de la vivencia, tocando y haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado, percibe mejor la realidad y sus latidos. Los verdaderos místicos son los exploradores que Moisés envió delante a explorar la tierra prometida, para que anticipándose en su contemplación, volvieran luego cargados de frutos para explicarnos su hermosura y animarnos a conseguirla.

Es otra forma de conocer el objeto, también humana, lógica, espiritual. Dice S. Juan de la Cruz: «...pues aunque a V.R. le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se  entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan» (C.E.3).

            Por esto, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias; certezas contrarias, no,  pero sí distintas en su forma de verlas, en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta extenderse al terreno de la razón, a fin de que el hombre se haga creyente por entero. La teología es un apostolado hacia dentro, con una misión hacia dentro: evangelizar la razón, llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente que también conoce por el amor.

 El conocimiento a los místicos le viene por el amor que se pone en contacto directo mediante la vivencia con el objeto amado y no encuentra tantos límites como la razón para captarlo. “Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2Cor.10, 4ss). Dios, que resucita a Cristo por el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica.

 El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola humilde, capaz de Dios como María, que acoge la Palabra Dios sin comprenderla. La teología es esclava de la fe y de los fieles, no señora; no tiene que «dominar sobre la fe, sino contribuir al gozo» de los creyentes (Cf.2Cor. 1,24).

            DURRWELL nos dirá «que ante los propios misterios, la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo.

Para seguir siendo discreta la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orilla del lago: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú? Ya sabían que era el Señor” (Jn. 21,12).  Por consiguiente, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad lo que dice el Señor?, sino Señor, ayúdanos a comprender mejor lo que dices»[12].

            La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez. 3,1-3).

La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse.

El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el  teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada. La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin.

Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni mejor ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado[13].

            El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección.

Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados. El sacrificio ha recibido ya la plenitud total de salvación y eficacia redentora por el Padre que ha acogido al Hijo desde el más allá y lo ha colmado de la gloria divina. Jesús había anunciado varias veces que su muerte estaba unida inseparablemente a su coronación gloriosa. El sacrificio debía ser afrontado solamente en la perspectiva de aquel final feliz. Por eso, el mensaje cristiano no puede separar nunca muerte y resurrección.

Por eso debemos admitir cierta anticipación del estado glorioso del Salvador en el momento de la celebración de la Última Cena. Juan anticipó esta gloria en la misma muerte de Cristo en la cruz. Sólo el Cristo glorioso posee el poder de renovar la ofrenda de su cuerpo y de su sangre en sacrificio.

Así se explica por qué la celebración de la Eucaristía no se realiza sólo en memoria de la pasión de  Cristo, sino también en memoria de su resurrección y ascensión. Es Cristo resucitado el que baja al altar. Y como Salvador resucitado es como se ofrece como alimento y bebida en la comida eucarística. Así lo rezamos en las Plegarias Eucarísticas.

            Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: “Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad...” (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano:“... pero me has dado un cuerpo” (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente -mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos- esjatón pascual y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno (según su proyecto) y el mismo fuego de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos...  “ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros…” al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido..., perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis.

            Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria: «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la  cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...»[14].

            Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de santa Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo: «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo,  que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen…»[15].

            Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos...de mi voz y mis manos emocionadas...

“Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”No nos olvidamos, Señor. Y todo esto se hace presente en cada Eucaristía y Jesús “se recuerda” para la Stma. Trinidad, para Él y para nosotros, haciéndolo presente.

Así es como Jesucristo, proyecto salvador de los hombres, sale del Padre por el Espíritu Santo y en la Eucaristía, vuelve a Él, como proyecto final escatológico logrado por el mismo Espíritu en el Hijo-hombre, y en ella y por ella participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del  mundo al Padre, que Él, el Hijo eterno y, al mismo tiempo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre. Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo, unión de la Trinidad y Eucaristía.

He hablado de la Eucaristía en la medida en que he podido captarla y expresarla como creyente, no sólo como teólogo. Hay otra forma mucho mejor de presentar la Eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: «¡Este es el sacramento de nuestra fe!» Y hay una manera mejor de acogerla: es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven, Señor Jesús!»

            Quiero terminar esta sencilla lección teológica haciendo uso de la inclusión semítica en la que para subrayar la importancia de una afirmación, se repite al final del discurso: Hermanos y amigos: ¡Realmente grande es el misterio de nuestra fe!

 

CAPÍTULO SEGUNDO

 

LA PARTICIPACIÓN EN LA SANTA EUCARISTÍA

 

2.1.  PARTICIPACIÓN RITUAL Y PARTICIPACIÓN ESPIRITUAL  DE LA EUCARISTÍA

 

El sacrificio de Cristo en la cruz, anticipado en la Última Cena y presencializado como memorial en cada Eucaristía, es un sacrificio perfecto de alabanza, adoración, satisfacción, impetración y obediencia al Padre, que no necesita  ningún otro complemento y ayuda. Según la Carta a los Hebreos, es completo en su eficacia y se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8),  no como los del AT, que necesitaban ser repetidos continuamente.

            Sin embargo, nosotros vamos a hablar ahora de celebrar la Eucaristía como sacrificio completo, no por parte de Cristo, que siempre lo es, como acabamos de decir, sino por parte nuestra, que podemos participar más o menos plenamente en sus gracias y beneficios, identificarnos más o menos plenamente con los sentimientos y actitudes de Cristo.

            Hay  muchas formas de participar en la santa Eucaristía, en el sacrificio de Cristo, por parte de la Iglesia, del sacerdote y de los fieles. Nosotros ahora vamos a profundizar un poco en esa participación  que Cristo quiere y la celebración eucarística nos pide y que nosotros llamamos personal y espiritual: “Haced esto en memoria mía... el que me come vivirá por  mí... las palabras que yo os he hablado son espíritu y  vida...”

            Jesús quiere una participación “en Espíritu y en Verdad”, esto es, una participación pneumatológica, hecha en su mismo amor que es Espíritu Santo, en su misma Verdad que es El mismo, Verbo y Palabra del Padre pronunciada con ese mismo amor Personal de Espíritu Santo para salvación de todos los hombres; es el Espíritu y la Verdad que vienen a nosotros por los sacramentos, especialmente por la Eucaristía, y que viven en nosotros por participación de la gracia de ese mismo Amor y Verdad del Dios Trino y Uno, en el cual quiere sumergirnos, para que nos identifiquemos totalmente con Él y celebremos y vivamos la misa con Él, tal como Él la celebra, con sus mismos sentimientos y actitudes, que supere la celebración meramente ritual o externa.

            La participación ritual, como su mismo nombre indica, consiste en cumplir los  ritos de la Eucaristía, especialmente los de la consagración y así la Eucaristía se realiza plenamente en sí misma, presencializando todo el misterio de Cristo por el ministerio del sacerdote.

            La participación espiritual, hecha con fuego y amor de Espíritu Santo, es la asimilación y participación personal y pneumatológica del misterio, que trata de conseguir la mayor unión con los sentimientos de Cristo, y de esta forma la mayor asimilación y participación personal en el misterio por parte del sacerdote y de los participantes conscientes y activos. Es una apropiación más personal y objetiva del espíritu de la santa Eucaristía.

            La participación ritual se consigue por la sola  ejecución de los gestos y de las palabras requeridas para el signo sacramental, haciendo presente sobre el altar lo que significan estos gestos y palabras, esto es, de convertir el pan y el vino consagrados en una ofrenda del sacrificio de Cristo por parte de toda la Iglesia, independientemente de los sentimientos personales del sacerdote oferente y de la comunidad.

            Aunque el sacerdote celebre distraído y los fieles no tuviesen atención o devoción alguna, Cristo no fallaría en su ofrenda, que sería eficaz para el Padre y la Iglesia, conservando todo su valor teológico y fundamental para Cristo y el Padre, que llevaría consigo la aplicación de los méritos del Calvario por medio de la ofrenda del altar, prescindiendo de la santidad del sacerdote o de los oferentes.

            Sin embargo, la Iglesia no se conforma con esta participación ritual y nos pide a todos una participación “consciente y activa”, por medio de gestos y palabras, que deben llevarnos a todos los presentes a una participación más profunda, “en Espíritu y en Verdad”, con identificación total con los sentimientos del amor extremo, adoración, actitudes y  entrega de Cristo al Padre y a los hombres.

            La participación espiritual  nos llevará a una experiencia más personal del sacrificio de Cristo, asimilando por la gracia los sentimientos del Señor en su vida y en su sacrificio. Y ésta  es la participación plena, que nos piden Cristo y la Iglesia:  “Los fieles, participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella” (LG 11);

“...por el ministerio de los presbíteros se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo” (PO 2).

            El Vaticano II lo expresa así: «La santa Madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la liturgia misma, y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano,“linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido” (1Ptr, 2,9;cfr 2,4-5) (SC 14). “Los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente” (SC 11). “...la Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe (Eucaristía) como extraños y mudos espectadores, sino que participen consciente, piadosa y activamente en la acción  sagrada»  (SC 48).   

            Con estos términos, la liturgia de la Iglesia pretende llevarnos  a participar en plenitud de la espiritualidad, de los fines y frutos abundantes del misterio eucarístico, mediante una  participación plenamente espiritual, en el mismo Espíritu de Cristo, no sólo en sus gestos y palabras.

            El Papa Juan Pablo II en su última Encíclica ECCLESIA DE EUCHARISTIA nos dice: «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor: De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de  nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz, su sangre “derramada por muchos para perdón de los pecados” (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (EE.16).

            Y en el número siguiente y en relación con la  comunicación de su mismo Espíritu, añade el Papa: “Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe San Efrén: «Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu… y quien lo come con fe, come Fuego y Espíritu... Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo...» (Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 413/Syr.182,55) (EE. 17).

            La Iglesia pide este don divino, raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la  Divina Liturgia de san Juan Crisóstomo: «Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos nosotros y sobre estos dones... para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo par cuantos participan de ellos» (Anáfora) (EE.17).

            Por eso, aunque el sacerdote cumpla todas sus obligaciones  rituales de representar a Cristo y actuar en su nombre, si no se identifica con su Espíritu  y se ofrece unido a Él como víctima y sacerdote, no cumple íntegramente su misión sacerdotal.

            El oficio sacerdotal en la Nueva Alianza  lleva consigo “tener en nosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús...”, porque es en el altar, en la celebración de la  Eucaristía, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia», donde fieles y  sacerdote deben asistir no como «extraños y meros espectadores” sino “consciente, activa y fructuosamente», «se consuma el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo», «ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con  ella». 

            Siendo Cristo vivo y resucitado el que se ofrece en la Eucaristía para la salvación y santificación de su Iglesia,  al decirnos “y cuantas veces hagáis esto acordaos de mí…”, nos pide que hagamos presente en cada uno de nosotros su emoción y amor por vosotros, su adoración al Padre, cumpliendo su voluntad con amor extremo hasta dar la vida en el momento cumbre de su vida y de la vida de la Iglesia.

            Por tanto el sacerdote tiene una doble misión: ofrecer en nombre de Cristo y juntamente participar en estas actitudes, ofreciéndose a sí mismo en su propio nombre y en nombre de los fieles, a quienes representa. En esto no hay desdoblamiento de la actividad sacerdotal. Cierto que las dos ofrendas son distintas; un sacerdote puede ofrecer  válidamente el sacrificio en nombre de Cristo, y sin embargo, personalmente puede encerrarse en su egoísmo y no hacerse ofrenda con Cristo. La ofrenda de Cristo  nos da ejemplo de cómo tenemos que ofrecer nuestra vida  al Padre juntamente con Él, no solamente por un mero formalismo ritual y mera pronunciación de las palabra de la Consagración.

            Los fieles también son llamados a compartir con el sacerdote la actitud de ofrenda personal. Hay una ofrenda que sólo cada uno de ellos puede y debe realizar, porque cada hombre dispone de sí mismo y nadie puede sustituir a los otros en esta ofrenda de sí mismo.

            Cada uno desempaña por tanto un papel esencial, cuando asiste y participa en la Eucaristía: presentar en unión con Cristo la ofrenda de su propia persona al Padre. Esta ofrenda puede realizarse de diversas maneras, y formularse de distintas formas, por ser precisamente personal, pero está claro que no consistirá nunca en los meros ritos o gestos o palabras sino que a través de lo que dicen y significan han de entrar en el espíritu y verdad de la Eucaristía con  su cuerpo y su alma, su espíritu y su carne, su ser interior y exterior, con todo su ser y existir.

             Esto es lo que lleva consigo la celebración litúrgica, esta es su esencia y finalidad, así es cómo la liturgia de la Eucaristía alcanza su objetivo, no cuando simplemente asegura una participación exterior correcta, digna y piadosa a las oraciones y ceremonias sino cuando suscita en el corazón de los cristianos una auténtica entrega de sí mismos. En cada Eucaristía los cristianos son invitados por Cristo a “acordarse” de Él y de sus sentimientos para ofrecerse con Él.

            Por eso, cada Eucaristía debe ser un estímulo para renovarse en el amor a Dios y al prójimo, en medio de las pruebas y dificultades de la vida, de las cruces y sufrimientos y humillaciones, de los fallos y pecados permanentes contra esta obediencia a la voluntad del Padre y entrega a los hermanos.

            La santa Eucaristía nos hace aceptar estas pruebas y sufrimiento aunque sean injustos, maliciosos y de verdadera agonía como en Cristo hasta el punto de tener que decir muchas veces:“Padre, si es posible pase de mí este cáliz..”, o leguemos a pensar que Dios no se preocupa de nosotros y nos tiene abandonados, porque no sentimos su presencia: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado...?”

            La santa  Eucaristía nos ayuda a superar las pruebas de todo tipo, uniéndonos al sacrificio de Cristo y se convierte así en la mejor y más abundante fuente de gracia, perdón, amor y generosidad, aunque a veces es a oscuras y sin arrimo alguno de consuelo aparente divino.

            El Espíritu Santo, espíritu de la Eucaristía, nos ayuda como a Cristo a soportarlo y ofrecerlo todo,  a ser pacientes y obedientes y pasar por la pasión y la cruz para llegar a la resurrección y la nueva vida.

            En la santa Eucaristía los cristianos encuentran un estímulo y ocasión de ofrecer su pasión y muerte al Padre que nos la acepta siempre en la del Hijo Amado. Haciéndolo así,  los sufrimientos se soportan mejor con su ayuda y  suben como homenaje a Dios y llegan hasta Él como ofrenda por la salvación de nuestros hermanos.

            Así es como la vida cristiana tiene que convertirse en una Eucaristía. El cristianismo es una Eucaristía, es un esfuerzo de la mañana a la noche de vivir como Cristo, de hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y a los hombres, nuestros hermanos, quitando y matando en nosotros toda soberbia, avaricia, lujuria, todo pecado contra el amor a Dios y a los hermanos, comulgando con el corazón y el alma, con los sentimientos y actitudes de Cristo; es la Eucaristía que continuamos celebrando en nuestra vida permanentemente, después de haberla celebrado con Cristo sobre el altar.

            La ofrenda de la Eucaristía debe brillar en todos los aspectos de la existencia cristiana, y difundir su espíritu de sacrificio libremente aceptado. En la ofrenda del pan y del vino disponemos nuestro cuerpo, espíritu y vida a ofrecernos con Cristo al Padre, en la Consagración, por obra y potencia del Espíritu Santo, quedamos consagrados, ya no nos pertenecemos, porque hemos sido consagrados, transformados en Cristo, en sus sentimientos y actitudes, y cuando salimos fuera, como ya no nos pertenecemos, tenemos que vivir esta consagración, es decir, vivir, amar y trabajr como Cristo.

            El cáliz que se levanta hacia el cielo debe suscitar promesas de entrega, propósitos de perdonar y olvidar las ofensas como Cristo, intentos de reconciliación, aceptación de la voluntad o permisión divina aunque nos sea dolorosa, movimientos de amor fraterno como Cristo.

            Ésta es la espiritualidad de San Pablo, así vivía él la Eucaristía: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne  vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”(Gal 2,20). “Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 20). “Lo que es para mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo” (Gal 6,14).“No quiero saber Emás que de Cristo y éste, crucificado...” “Para mí la vida es Cristo”.

            Así debemos vivir todos los que participamos de la santa Eucaristía. Este debe ser nuestro grito también al celebrarla. La celebración de la Eucaristía tiene como finalidad el que en cada uno de los asistentes se encarnen los sentimientos de Cristo en su ofrenda para que cuando vengan y sintamos en nosotros los sufrimientos y la persecuciones de nuestra propia pasión y muerte del yo nos  encontremos preparados a nuestra propia crucifixión de pecados.

            La Eucaristía nos invita a colocarnos dentro de la ofrenda de Cristo crucificado, de la corriente de amor de esta ofrenda; así la cruz se hará más soportable: “una pena entre dos es menos pena”.

            A través del pan y del vino, el discípulo se ofrece a sí mismo, dispuesto a que Cristo diga sobre su cuerpo y sobre su vida entera: “Esto es mi cuerpo entregado... ésta es mi sangre derramada...” De esta forma, el sacrificio de la Iglesia viene integrado en el mismo sacrificio de Cristo, “para completar lo que falta a la Pasión de Cristo” (1Col 1,24). Por medio del signo sacramental, el sacrificio de la Iglesia se identifica espiritualmente con el sacrificio de Cristo y llega a formar una sola ofrenda  por el mismo Santo Espíritu.

            El sacrificio de Cristo no concluye con su muerte, es eucarístico, acción de gracias por la vida nueva que nos  consigue y que viene del Padre,  por eso le da gracias al Padre ya en la Última Cena. Éste es el proceso que Jesús acepta, no quiere sólo “entregar su vida” sino también “tomarla de nuevo” en la resurrección para Él y para todos nosotros. Su humanidad y la nuestra deben entrar en un nuevo orden de relación con el Padre.

            Lo que en Él ya es gracia conseguida y aceptada por el Padre por su resurrección, en nosotros se convierte en don escatológico que se hace presente como gracia anticipada de Alianza, en esperanza cierta y segura de la Pascua definitiva en la Eucaristía celebrada.

            Y así  se juntan el sacerdocio y la Eucaristía del cielo y de la tierra y así Cristo, los peregrinos y los santos la celebramos juntos y unidos por el mismo Espíritu Santo, potencia salvadora y resucitadora de Dios Uno y Trino.

Y así la sacramentalidad de la Eucaristía mantiene siempre una relación estrecha de los celebrantes y participantes con la ofrenda existencial del Cristo glorioso y celeste, que abarca toda su vida, desde la Encarnación hasta la Ascensión a la derecha del Padre y tiende a comunicar al creyente el dinamismo de dicha ofrenda. Y así la Iglesia y los cristianos dan “por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Omnipotente, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos. Amén”.

            Celebrada así, la Eucaristía se convierte no sólo en <culmen> de la vida cristiana, en la cima más elevada de la Iglesia junto a la Santísima Trinidad,  sino también en <fuente> de la misma vida trinitaria en nosotros:  

 

Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

1.  Aquella eterna fonte está escondida,

     qué bien sé yo dó tiene su manida,

     aunque es de noche

11.  Aquesta eterna fonte está escondida

     en este vivo pan por darnos vida

       aunque es de noche.

12.  Aquí se está llamando a las criaturas,

       y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

       porque es de noche.

13.  Aquesta eterna fonte que deseo,

       en este pan de vida yo la veo

       aunque es de noche.   

 

 (San Juan de la Cruz)

 

2. 2. EL SACRIFICIO DE LA EUCARISTÍA ES EL MISMO DE LA CRUZ, OFRECIDO DE UNA VEZ PARA SIEMPRE, ANTICIPADAMENTE YA EN LA ÚLTIMA CENA

 

La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio  de Cristo ha sido ofrecido“de una vez para siempre” (Hbr.10,11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única, definitiva y escatológica, que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente por la consagración en la tierra.

            El sacrificio, ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente -«in  mysterio»- sobre el altar, no otro ni una representación del mismo, velado  sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único.

            Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica DIES DOMINI, nº 75.

            Al resucitar a su Hijo, el Padre“hace habitar en Él corporalmente toda la plenitud de la divinidad...” (Col. 1,19;2,9) y realiza de este modo la salvación en totalidad escatológica, sin que tenga que añadirse nada en adelante para completarla. En la resurrección y en virtud de la muerte filial (Flp.2,8ss) es donde Cristo recibe el título de Señor (Rom.10,9ss): nombre de la omnipotencia escatológica.

            En la realidad escatológica, lo último ya está presente en la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven Señor Jesús!». Por la Eucaristía viene el esjatón, el final, Cristo eterno y glorioso, consumado está viniendo... No puedo pararme por ahora más en este aspecto poco tratado.

            Por la Eucaristía se hace presente la escatología, el Cristo que juzga al hombre y la historia. La pascua es el día del Señorío, el de la revelación última, (Jn.8,28), el de la resurrección de los muertos (Rom.1,4), del juicio final (Fn.12,31), el de la salvación total: es el día del Señor, el último día.

            Todo esto hemos de tenerlo en cuenta si queremos captar el sentido pleno y total de la Eucaristía, memorial de la pascua de Cristo, que por su muerte y resurrección nos ha <pasado> ya al Padre y desde allí, por la celebración litúrgica, viene al lado de los suyos, y haciéndose presente como realidad y salvación escatológica, comunica a los creyentes los frutos últimos y definitivos ya conseguidos que son Él mismo: El mismo y único que nació, murió y resucitó, el cordero inmolado y glorioso ante el trono de Dios Trino y Uno: El Cristo glorioso y escatológico, el VIVIENTE del Apocalipsis, que nos dice en cada Eucaristía: “No temas nada. Yo soy el primero y el último. El Viviente. Estuve entre los muertos, pero ahora vivo para siempre” (Ap.1,18).

            Esto es lo que se hace presente en la Eucaristía.  ¿Cómo? Como memorial profético, en virtud del mandato: “Haced esto en memoria de mí”. La fe me asegura que Cristo está presente en la Eucaristía, como está en la cena, está en la cruz y está en el santuario celeste. Está realizando íntegramente todo su misterio de salvación y presencializándolo en el aquí y ahora, aunque no podemos explicarlo plenamente. Por la fe sé que está  y lo realiza ciertamente. Y esto es lo más importante.   La fe lo ve, porque la fe es participación en el conocimiento que Dios tiene de sí y de las cosas, y aunque yo participo de ese conocimiento, no lo puedo ver como Él. Dios me desborda en todo, en el ver y comprender.

            La vivencia, el conocimiento místico, sin embargo, tiene su fuente de conocimiento en el amor. San Juan de la Cruz afirmará muchas veces que es una forma de conocer más plena que por vía del entendimiento, porque en la <noticia amorosa>, en la <sabiduría de amor>, la vivencia, tocando y haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado, percibe mejor la realidad y sus latidos.

            Los verdaderos místicos son los exploradores que Moisés envió delante a explorar la tierra prometida, para que anticipándose en su contemplación, volvieran luego cargados de frutos para explicarnos su hermosura y animarnos a conseguirla.

            Es otra forma de conocer el objeto, también humana, lógica, espiritual. Dice San Juan de la Cruz: «...pues aunque a V.R. le falte el ejercicio de la teología escolástica con que se  entienden las verdades divinas, no le falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben, más juntamente se gustan» (CE.3).

            Por esto, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta extenderse al terreno de la razón, a fin de que el hombre se haga creyente por entero. La teología es un apostolado hacia dentro, con una misión hacia dentro: evangelizar la razón, llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente que también conoce por el amor.

            El conocimiento a los místicos les viene por el amor, que se pone en contacto directo, mediante la vivencia, con el objeto amado y no encuentra tantos límites como la razón para captarlo. “Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo” (2Cor.10,4s). Dios, que resucita a Cristo por el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica.

            El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola humilde, capaz de Dios como María, que acoge la Palabra Dios sin comprenderla. La teología es esclava de la fe y de los fieles, no señora; no tiene que «dominar sobre la fe, sino contribuir al gozo» de los creyentes (Cf.2Cor. 1,24).

            DURRWELL nos dirá «que ante los propios misterios, la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo.             Para seguir siendo discreta, la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orilla del lago: “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú? Ya sabían que era el Señor” (Jn. 21,12). Por consiguiente, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad lo que dice el Señor?, sino Señor, ayúdanos a comprender mejor lo que dices»  (cfr. o. c. pag. 13-20 ).

            La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento-memorial. Aquí es donde vale el axioma: «lex orandi, lex credendi». Aquel que es para siempre la Palabra, Jesucristo, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica.

            Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: «acordaos de mí», de mi amor por vosotros, de mis sentimientos, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, del pan en mis manos temblorosas...

            Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:“Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: “Hijo de hombre, aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy”. Lo comí y fue en mi boca dulce como la miel” (Ez. 3,1-3).

            La vivencia mística eucarística conoce por experiencia, viviéndola, lo que nosotros celebramos y explicamos en teología. Pero no con un conocimiento frío, teórico, sin vida, que muchas veces por no vivirse, llega incluso a olvidarse. El que quiera conocer verdaderamente a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo, debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

            La Eucaristía es ese libro que hay que leer como San Pablo: a partir de Cristo pascual, que es el misterio escatológico. El Cristo de la fe. La teología de la Eucaristía es una teleología, un discurso a partir del fin. Es la plenitud escatológica de la Salvación que hace presente las realidades futuras, nos llena de vida eterna, y perdura en eterno presente del pasado y del futuro; no hay otro ni más sacrificio porque no hay más que un Cristo, que es Señor y la eternidad ya ha comenzado (cf. DURRWELL. o.c. 13-14).

            El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

            El sacrificio ha recibido ya la plenitud total de salvación y eficacia redentora por el Padre que ha acogido al Hijo desde el más allá y lo ha colmado de la gloria divina. Jesús había anunciado varias veces que su muerte estaba unida inseparablemente a su coronación gloriosa. El sacrificio debía ser afrontado solamente en la perspectiva de aquel final feliz. Por eso, el mensaje cristiano no puede separar nunca muerte y resurrección.

            Por eso debemos admitir cierta anticipación del estado glorioso del Salvador en el momento de la celebración de la Última Cena. Juan anticipó esta gloria en la misma muerte de Cristo en la cruz. Sólo el Cristo glorioso posee el poder de renovar la ofrenda de su cuerpo y de su sangre en sacrificio. Así se explica por qué la celebración de la Eucaristía no se realiza sólo en memoria de la pasión de Cristo, sino también en memoria de su resurrección y ascensión. Es Cristo resucitado el que baja al altar. Y como Salvador resucitado es como se ofrece como alimento y bebida en la comida eucarística. Así lo rezamos en la Plegarias Eucarísticas.

        “Haced esto en memoria de mí”. En la Eucaristía no se repite nada: ni los deseos de Cristo de dar su vida por nosotros, ni su sufrimiento ni su ofrenda, sino que se presencializa el mismo sacerdote y la misma víctima del Cenáculo, de la cruz y del cielo. Por muchas celebraciones que se hagan, nunca se repite el sacrificio, siempre es el mismo, porque no se representa otra vez sino que se presencializa el mismo y único sacrificio ofrecido de una vez para siempre. Puede haber muchas intenciones sacerdotales en la concelebración, tantas como sacerdotes, pero el sacrificio siempre es único y el mismo.

            Por lo tanto, la Eucaristía, por ser memorial <in mysterio> de la realidad de Cristo,  presencializa la misma y eterna pascua, la misma y eterna Alianza, la misma víctima, intenciones, deseos sacerdotales y sacrificiales, el único sacrificio de la cruz ya consumado y aceptado por el Padre porque le resucitó sentándolo a su derecha y es ya para siempre el cordero degollado y glorioso ante el trono de Dios, pura intercesión por nosotros y con el cual conectamos en cada Eucaristía.

            Es más, me atrevo a decir: si la vida de Cristo hombre nació en el seno de la Santísima Trinidad como proyecto salvador de los Tres a realizar por el Verbo: “Padre, sacrificios y ofrendas no quieres... aquí estoy para hacer tu voluntad...” (Hbr. 10,5) y se le dotó de un cuerpo humano:“...pero me has dado un cuerpo” (Ibid.) nacido de María, esa voluntad ha sido ya consumada pascualmente -mediante el paso definitivo al Padre, a los bienes escatológicos- esjatón pascual y ya no hay más novedad posible en el mismo seno del Dios Trino y Uno (según su proyecto) y el mismo fuego  de Espíritu Santo que lo sacó del seno trinitario, lo impulsó a encarnarse, lo manifestó como Hijo y lo llevó sudoroso y polvoriento por lo caminos de Palestina predicando la Buena Nueva de Salvación y Eternidad para todos los hombres hasta el testimonio martirial de su vida por ellos... “ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros…” al ser aceptada y recibida ya esa entrega personal de Jesucristo en el mismo seno del Amor Trinitario, por el mismo Espíritu Santo de donde había nacido, perdura ya eternamente como sacerdote y víctima ofrecida, aceptada y adorada ante el trono de Dios Trino y Uno, como afirma repetidamente la liturgia del Apocalipsis.

            Así pues, todo el misterio de Cristo, desde que nace como proyecto en el seno del Padre y se encarna en el seno de María: “La Palabra estaba junto a Dios... la Palabra se hizo carne” (Jn.1,1;14 ), con toda su vida encarnada, con sus ansias de amor y de entrega: “Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo...” (Lc.22,15), desde la Encarnación hasta la Ascensión, especialmente pasión, muerte y resurrección, es lo que se hace presente, al hacer el sacerdote por el Espíritu Santo la memoria de Cristo como Él quiso «recordarse y ser recordado» por <la memoria<z de su Iglesia, eternamente ante Dios y por la Eucaristía ante los hombres.

            Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria:

            «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la  cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...» (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340) (Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 )

            Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de S. Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas:

            «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen» (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628,pp.408-410).

            Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”  No nos olvidamos, Señor.

            Y todo esto se hace presente en cada Eucaristía y Jesús “se recuerda” para la Stma. Trinidad, para Él y para nosotros, haciéndolo presente. Así es como Jesucristo, proyecto salvador de los hombres, sale del Padre por el Espíritu Santo y en la Eucaristía, vuelve a Él, como proyecto final escatológico logrado por el mismo Espíritu en el Hijo-hombre, y en ella y por ella participamos de la única e irreversible devolución del hombre y del mundo al Padre, que Él, el Hijo eterno y, al mismo tiempo, verdadero hombre, hizo de una vez para siempre.

            Por eso, la Eucaristía es Cristo entero y completo, el evangelio entero y completo, la fe cristiana entera y completa. Nada del misterio de Cristo queda fuera de la Eucaristía. Ni siquiera el misterio de Dios Trino y Uno manifestado por el Padre enviando al Hijo movido por el Espíritu Santo-unión de la Trinidad y Eucaristía proclamada y exigida por el Papa en este año jubilar.

            He hablado de la Eucaristía, queridos amigos, en la medida en que he podido captarla y expresarla yo mismo como creyente, no sólo como teólogo. En definitiva, he tratado de expresarla en palabras humanas. Hay otra forma mucho mejor de presentar la Eucaristía: es la que el sacerdote hace sencillamente cuando eleva el pan consagrado y el cáliz a la vista de la asamblea y solicita de ella la fe: «¡Este es el sacramento de nuestra fe!» Y hay una manera mejor de acogerla: es la que practicamos cuando respondemos al sacerdote en la misma fe: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡Ven, Señor Jesús!».

            No me gustaría terminar este tema sin citar en versión breve el pasaje tan conmovedor y maravilloso de los Mártires de Abitinia (año 304), verdaderos mártires de la Eucaristía del domingo: «Fueron presentados al procónsul por los oficiales del tribunal. Se le informó que se trataba de un grupo de cristianos que habían sido sorprendidos celebrando una reunión de culto de sus misterios. El primero de los mártires torturados, Télica, gritó: Somos cristianos, por eso nos hemos reunido... Saturnino, lleno del Espíritu, le respondió: Hemos celebrado tranquilamente el día del Señor, porque la celebración del día del Señor no puede omitirse... Mientras atormentaban al sacerdote, saltó Emérito, un lector: ...nosotros no podemos vivir sin celebrar el misterio del Señor «sine dominica non possumus» (Actas de los Mártires,  Ruiz Bueno, BAC 75, pp. 975-94).

            Los cristianos, como estos mártires de Abitinia, seguimos su ejemplo maravilloso y nos reunimos todos los domingos, porque es el «Día del Señor», el día en que el Señor  resucitó. Por eso, no se trata sólo de juntarnos con otros creyentes, debemos sentirnos comunidad en torno al Señor resucitado, y con todos los hermanos orar, escuchar, dar gracias, ofrecer el sacrificio eucarístico unidos a Cristo y a su Iglesia y comer su carne y salir dispuestos a vivir su misma vida.

            Quiero terminar esta sencilla lección teológica haciendo uso de la inclusión semítica en la que para subrayar la importancia de una afirmación, se repite al final del discurso: Hermanos y amigos: ¡Realmente grande es el misterio de nuestra fe!

 

 

 

2. 3. EL ESPÍRITU SANTO, AMOR Y POTENCIA DE DIOS, CREADORA  DE LA EUCARISTÍA

 

Sólo la potencia y la fuerza del Espíritu Santo, invocado en la eplíclesis de la Eucaristía, puede transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo; sólo la potencia y el fuego de su Amor Personal Trinitario  puede transformar por dentro a los que comen este Cuerpo y esta Sangre; sólo Él puede hacer que nuestra participación sea verdadera y espiritual, según la fuerza y potencia de amor comunicada por Él, la misma que llevó a Cristo a la obediencia y a la ofrenda total de su vida al Padre por este Amor Personal de Espíritu Santo del Hijo al Padre y del Padre al Hijo, aceptando su ofrenda mediante la resurrección. Nosotros aquí y en el cielo no podemos entrar en este amarse infinitamente del Dios Uno y Trino, si no es por la comunicación de su mismo Espíritu.

            Si el Espíritu Santo es el alma y vida y espíritu de Cristo, que realizó el misterio de la Encarnación, formándolo en el seno de la Virgen Madre, no queda lugar a dudas de que ese mismo amor le lleva a Cristo a ofrecerse al Padre en su pasión y muerte, y el mismo Espíritu Santo hace el misterio de la consagración del pan y del vino, y de la transformación en Cristo por ese mismo Espíritu de todos los que comen ese pan y ese vino. 

            Es el Espíritu Santo el que inspira el proyecto del Padre, es el Espíritu Santo el que  mueve a Cristo a ofrecerse en el Consejo Trinitario ante el  Padre: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad...”, es el Espíritu Santo el que está presente en su bautismo de iniciación en el ministerio evangélico y le lleva lleno de fuego apostólico, sudoroso y polvoriento, por los caminos de Palestina, el que le movió a Cristo, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo”, a instituir la Eucaristía, llevándole a cumplir la voluntad del Padre, en adoración obedencial total hasta pasar por la pasión y la muerte en cruz, donde le entregó su espíritu al Padre en confianza y seguridad total de que aceptaría su sacrificio por el mismo Espíritu-Amor del Hijo al Padre y del Padre al Hijo resucitándolo de entre los muertos, para que todos tuviéramos vida eterna y fuéramos perdonados por el mismo Espíritu Misericordioso del Padre y del Hijo, que enviaría  porque Él se lo había pedido al Padre, que aceptó su ruego enviándolo en fuego y “verdad completa” en Pentecostés sobre los Apóstoles y la Iglesia, para llevarnos a todos hasta la verdad completa de la fe.        

            En el proyecto del Padre no todo estaba completo con la Encarnación y la pasión, muerte y resurrección del Señor,  de hecho, incluso resucitado y viéndolo, los Apóstoles siguieron teniendo miedo; cuando vino el Espíritu Santo se acabaron los miedos y se abrieron todas las puertas y cerrojos y estaban tan convencidos que  tenían gozo en dar la vida por Cristo.

            Sin el Espíritu de Cristo no hay Cristo, no hay Encarnación, no hay Iglesia; sin Espíritu Santo no hay  santidad, no hay fuego, no hay “verdad completa”, no hay vivencia ni experiencia de lo que creemos o celebramos; sin Espíritu Santo, sin epíclesis, no hay Eucaristía.

            La Carta a los Hebreos, cuando describe este sacrificio, precisa que Cristo “por un Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14). A este Espíritu Eterno le pertenece hacer llegar al Padre la ofrenda del Hijo. Inspira la ofrenda, la hace nacer en el cuerpo y en el corazón de la Virgen, nuestra  Madre del alma, y ahora en la santa Eucaristía la hace llegar hasta el Padre, porque es el Don y el Amor de Dios en acción permanente.

            Ciertamente que es Cristo quien se ofrece, quien desea agradar a Padre, quien le obedece y se abandona a su voluntad paterna; es Él quien da la vida por los hombres pero todo esto lo hace por el Espíritu Santo, por Amor Personal del Padre al Hijo, inspirándole el proyecto salvador, y del Hijo al Padre, aceptándolo y llevándolo a efecto en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y por los hermanos.

            Por todo esto el Espíritu Santo desempeña un papel principal en la ofrenda eucarística; sin la invocación y la potencia del Espíritu Santo no hay Eucaristía. Cristo se ofrece ahora de nuevo al Padre, de la misma manera que se ofreció entonces por el mismo Espíritu Santo.

            Es el Espíritu Santo el que presenta al Padre la ofrenda de amor del Hijo. Por Él, invocado en la epíclesis sobre la materia del sacrificio,  se  consagra el pan y el vino. El Espíritu Santo es también quien inspira en el corazón de los participantes a Eucaristía las disposiciones de obediencia y amor esenciales para el sacrificio.

            Es Él quien suscita en los fieles la identificación con los sentimientos victimales de la oblación de Cristo, porque todo don, como todo amor, se realiza bajo la influencia del Supremo Amor  y Supremo Don.

             Si San Pablo pudo decir que el Espíritu grita en nuestros corazones: “Abba, Padre” (Rom 8,15), también podemos decir que este Espíritu es quien en la Eucaristía renueva nuestro corazón de hijo  y nos hace levantar los ojos y llamar al Padre cuando le ofrecemos nuestra ofrenda, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo.

            Por medio del Espíritu Santo, la ofrenda de la Eucaristía entra plenamente en el intercambio de amor con la Santísima Trinidad. Por su medio la Eucaristía introduce a los cristianos en la unidad del Hijo y del Padre. Por medio suyo también se realiza el sacrifico en un nivel divino.

             Él es quien arrastra a las almas de los fieles hasta el impulso de la generosidad de Cristo para hacerlas ofrenda agradable al Padre al estar tan identificadas con el Amado por su mismo Amor Personal, que el Padre no ve diferencia entre el Hijo y los hijos en el Hijo.

            Por tanto, el Espíritu Santo es quien diviniza el sacrifico. Él es quien lo “espiritualiza”, Él es quien  tiene que espiritualizar a toda la Iglesia, a los sacerdotes, a los fieles, al pan y al vino, llenándolos de su mismo Amor, comunicando más y más a la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...” (Fil 2,5-11).    

 

2. 4. LA  PARTICIPACIÓN  EN LA EUCARISTÍA NOS LLEVA A VIVIR E IMITAR A CRISTO EN SU ADORACIÓN AL PADRE,  EN OBEDIENCIA TOTAL, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA POR DIOS Y LOS HOMBRES, NUESTROS HERMANOS

 

La ofrenda de Cristo al Padre en su pasión y muerte y resurrección para salvar a los hombres es icono e imagen que debemos copiar e imitar en nuestra vida todos los participantes, sacerdotes y fieles, en la celebración de la santa Eucaristía, siguiendo sus mismas pisadas. He rezado esta mañana el himno de Laudes, 15 de septiembre, Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores.

Ella es la «Mujer Eucarística», como la ha llamado el Papa Juan Pablo II en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia; ella es la madre educadora de nuestra fe y modelo en la celebración del sacrificio de Cristo. Ella contemplaba y guardaba en su corazón todo lo que veía en su Hijo. 

            En cada Eucaristía el Señor nos repite a todos lo que dijo  a la Samaritana:“Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber...” La primera invitación del Señor es a conocer su amor, su entrega, su don, porque esto es el comienzo de toda amistad. Si no se conoce no se ama, no puede haber agradecimiento, ofrenda, alabanza, unión…

            Es necesaria la meditación y la reflexión para conocer la verdad del misterio celebrado para así apreciarlo y poder luego desearlo y vivirlo. Toda la Eucaristía tiene que ser orada,  dialogada con el Señor. Sin oración personal la litúrgía no puede alcanzar toda su eficacia y plenitud. Así es como el corazón humano se abre al amor divino, sin el cual nosotros  no podemos amar.

El himno de Laudes de Nuestra Señora, la Virgen de los Dolores, es el STABAT MATER.  Y tiene bien marcados estos dos pasos que he anunciado; primero: mirar y meditar.

 

 

La Madre piadosa estaba          ¡Oh cuán triste y aflicta

junto a la cruz y lloraba             se vio la madre bendita

mientras el Hijo pendía;            de tantos tormentos llena!

cuya alma, triste y llorosa,        Cuando triste contemplaba

traspasada y dolorosa,              y dolorosa miraba

fiero cuchillo tenía                      del Hijo amado las penas.

Y ¿cuál hombre no llorara,        Por los pecados del mundo

si a la Madre contemplara        vio a Jesús en tan profundo

de Cristo, en tanto dolor?        Tormento la dulce Madre.

Y ¿quién no se entristeciera,    Vio morir al Hijo amado,

Madre piadosa, si os viera        que rindió desamparado

sujeta a tanto rigor?                el espíritu a su Padre.

           

Celebrar y participar en la Eucaristía lleva consigo primero, como hemos dicho, mirar y contemplar y meditar la cruz de Cristo, los sentimientos y actitudes de Cristo en su pasión, muerte y resurrección, que se hacen presentes todos los días en la santa Eucaristía.

            Todos los días, la celebración de la santa Eucaristía hace que adoremos al Dios Santo y Único, que merece nuestra adoración y obediencia total, aunque nos haga pasar como a Cristo por la pasión y la muerte de nuestro <yo>, para llevarnos a la resurrección de la nueva vida por Él, con Él y en Él, entrando así plenamente en el misterio y proyecto de la Santísima Trinidad. Esta contemplación de la cruz  es el primer paso para poder celebrar la Eucaristía “en espíritu y verdad”, como Él nos lo dijo, cuando nos prometio este misterio.

            Dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina... externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que  ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).       

            Cristo es la historia humana del Verbo encarnado, como salvación del hombre. El hombre Jesús se entregó sin reservas a Dios en nombre y en favor de todos los hombres. En virtud de su ser ontológico y existencial humano, su vida entera fue adoración existencial y cultual al Padre.

            Cristo realizó en toda su vida el culto supremo de adoración obedencial al Padre jamás ofrecido por hombre alguno. Con plena disponibilidad, como nos ha dicho la Carta a los Filipenses, estaba totalmente orientado hacia la voluntad del Padre, para cumplirla en adoración y obediencia total en la muerte en cruz.

            Toda su vida la consumió Cristo en obediencia total al Padre:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió”. Él vivió para realizar el proyecto que el Padre le había confiado, y siendo Dios se  hizo nada,“se anonadó”, se hizo criatura, se hizo “siervo” en la misma Encarnación, y toda su vida la vivió pendiente de los intereses del Padre, por lo que  tuvo que sufrir muchas humillaciones durante su vida para terminar en la plenitud de su existencia, en plena juventud “haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

            Fue el Padre, no Jesús de Nazareth, el autor del proyecto de salvación:“Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). La Nueva Alianza fue querida por el Padre y realizada en la sangre del Hijo en adoración obedencial.

            La adoración es una actitud religiosa del hombre frente al Dios grande e infinito, inscrita en el corazón de todo hombre, mediante la cual la criatura se vuelve agradecida hacia su Creador en manifestación de amor y dependencia total de Él: “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, sólo a él darás culto” (Mt 4,10).

            La adoración ocupa el lugar más alto de la vida, de la oración y del culto. Por eso, esta actitud religiosa es esencial para avanzar en la vida espiritual de  unión e identificación con Cristo. En lenguaje bíblico la palabra y el concepto de adoración significa el culto debido a Dios, manifestado a través  de ciertas acciones, especialmente  sacrificiales, por las cuales venimos a decir: Dios, Tú eres Dios, yo soy pura criatura, haz de mí lo que quieras. Por adoración el hombre se ofrece a Dios en un acto de total sumisión y reconocimiento de su grandeza como Ser Supremo y lo significaba con la muerte de animales y ofrendas. El elemento principal de ella es la entrega interior del espíritu a Dios, significada a veces, con gestos externos. La palabra más adecuada para expresar este culto es latría, que significa propiamente este culto rendido solamente a Dios.

 

2. 5.  LA ADORACIÓN AL PADRE

 

Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que “es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía”, el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo. 

            Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo... reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, del pecado del mundo de todos los tiempos, adorador del propio <yo>, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

            Frente al precepto bíblico“Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y  preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia.

            Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto.

            Mientras la cosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes. Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí?  En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

            Jesús había dicho:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor.El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero.

            De esta forma, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida  y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

            Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la posesión de la misma. Cuando  se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio. Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa.

            Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro. Y esto es lo que  nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él victimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que  comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

            El cristiano, que asiste a la Eucaristía, tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar, llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos lo días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía.

            Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrifico de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

            En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual  de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por  todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana.           La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el «todo honor y toda gloria» que la Iglesia puede tributar a Dios, y que  necesariamente tiene que pasar  “por Cristo, con Él y en Él”.

            La carta a los Hebreos pone en boca del Hijo de Dios,“al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí” (Heb.10,5-7).

            Y esta actitud la vivió en todo momento. Al comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado, ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto” (Mt.4,10). Sólo Dios es Dios, sólo Dios es digno de ser adorado por ser Primero y Último,  principio y el fin de la creación y del hombre (Cfr CONCEPCIÓN GONZÁLEZ, La Adoración eucarística,  Madrid, 1990).

 

2.  6.  LA OBEDIENCIA DE AMOR AL PADRE

 

Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz  sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

            San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, que ya hemos mencionado varias veces, el papel de la obediencia de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión:“Tened en vosotros estos sentimientos que Cristo Jesús...”

            Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “sentaos aquí, mientras yo voy a orar... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar”, invocando al Padre, para que le libre de ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...”, por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre:“Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40).  

Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio al Padre, ofrecido ya en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado.    En la santa Eucaristía se hacen presente todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él.  Los  que asisten a Eucaristía no hacen suyo el sacrifico de Cristo si no aceptan esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.   

            Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mi la fuerza de Cristo”“cuando soy más débil, entonces hago vivir en mí la fuerza de Dios” “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que amó y se entregó por mí”.

            Unidos a Cristo ponemos en las manos de nuestro Padre del cielo el tesoro de nuestra vida y libertad y así hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”; “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para  mí…” (Gal 6,14). “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

 

2. 7. LA <HORA> DE CRISTO: FIDELIDAD AL PADRE, HASTA DAR LA VIDA EN MUERTE DE CRUZ

 

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado(cf.Jn.17,4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14,30.31).

            En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10,17). La muerte para Cristo es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

            En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor  de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre. (Cfr.Rom.5,19) y a la de los israelitas (3,4-7). “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

            La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión:“Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada.¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora?¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte .

            “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “el amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

            Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47). 

            Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos (Mt.26,36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45) aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se  produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

            Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo.

            Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al  Padre con inmensa angustia:“Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. El himno cristológico de Filipenses de 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

 

2. 8. CRISTO LLAMA <SATANÁS> A PEDRO, POR TRATAR  DE ALEJARLE DEL PROYECTO DEL PADRE

 

“Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo  a tí que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia... Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, níeguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará”(Mt 16,16-25).

            En el evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es un mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del <yo>.

            En el evangelio proclamado, Pedro tiene todavía una visión mesiánica de poder y gloria humana, a pesar de haber escuchado a Cristo hablar de su misión y de cómo la va a realizar en humillación y sufrimientos; de hecho, en la  narración de Marcos, después de la predicción de su partida, el Señor los sorprende hablando de primeros y segundos puestos en el reino, que lleva también a la madre de los Zebedeo a pedir un puesto importante para sus hijos Santiago y Juan.

            De pronto, ante las palabras de Pedro, que quiere  alejar de Cristo esa sospecha de tanto sufrimiento, Jesús tiene una reacción desproporcionada: “aléjate de mí, satanás...” Como podemos observar, el cambio ha sido radical en Cristo: Pedro pasa de ser bienaventurado a ser satanás, porque sin ser consciente de ello, Pedro ha querido alejar este sufrimiento y humillación, que es la voluntad del Padre para Cristo.

            Nosotros, siguiendo este esquema del evangelista Mateo, vamos a confesar con Pedro: “Cristo,  tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”. Pero hemos de tener mucho cuidado de no confundir el mesianismo de Jesús con los falsos mesianismo de entonces y de siempre: políticos, temporales, de poder y gloria humana. El Mesías auténtico reina desde la cruz. Para no recibir como Pedro reprensiones del Señor tengamos siempre en cuenta que para el Señor:

 - Todos los que le confesamos como Mesías, no debemos  olvidar jamás su misión, si no queremos apartarnos de Él:“El que quiere venirse conmigo, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...” El que quiera vivir su vida, la que le pide su yo, su egoísmo, su soberbia y vanidad, la perderá, pero el que pierda su vida en servir y darse a los demás la ganará.

 

 - En el cristianismo la salvación y la redención pasan por cumplir la voluntad del Padre, como Cristo, pisando sus mismas huellas de dolor. -  El dinero, el poder y el deseo de triunfo humano es la mayor tentación para la religión cristiana siempre.

 

 -  No hay cristianismo sin cruz, porque así lo demuestra la vida de Cristo, Pablo y todos los santos de todos los tiempos.

 

 -  Hay que matar el <ateo>, el <no serviré>, que llevamos todos dentro y que quiere adorarse a sí mismo más que al Dios verdadero, ese dios ateo que se rebela contra el verdadero Dios y no quiere servirle.

 

2, 9.- LA EUCARISTÍA ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS, METIDA, POR EL ESPÍRITU SANTO, EN LA DEBILIDAD DEL PAN Y DE  LA CARNE HUMANA

 

El segundo paso, que sigue a la contemplación del sacrificio de Cristo, es la vivencia en nosotros de esas actitudes y sentimientos del Señor, que  son injertados en nuestra carne y existencia por la gracia sacramental de la celebración eucarística, especialmente, por la sagrada comunión.

            Al contemplar la obediencia y los sufrimientos de Cristo, todos decimos: así tenemos  nosotros que  obedecer y amar y adorar al Padre, para cumplir y llevar a cabo el proyecto de amor que tiene sobre cada uno de  nosotros. Pero para esto necesitamos vivir y sufrir como Cristo. Y nosotros no podemos si Dios no nos da esa fuerza. Y esta fuerza y potencia nos la da Cristo por su carne llena de Espíritu Santo, que nos lleva a sentir y vivir con Él y como Él.

            Este segundo aspecto de identificación y vivencia de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo crucificado lo refleja muy bien la segunda parte del

 

STABAT MATER:

 

La madre piadosa estaba
junto a la Cruz y lloraba,
mientras el Hijo pendía.
Cuya alma triste y llorosa,
traspasada y dolorosa,
fiero cuchillo tenía.

Oh, cuán triste y afligida
se vio la Madre escogida,
de tantos tormentos llena.
Cuando triste contemplaba
y dolorosa miraba

del Hijo amado la pena.

Y ¿cuál hombre no llorara
y a la Madre contemplara
de Cristo en tanto dolor?
Y ¿quién no se entristeciera,
piadosa Madre, si os viera
sujeta a tanto rigor?
Por los pecados del mundo
vio Jesús en tan profundo
tormento la dulce Madre;
Y muriendo al Hijo amado,
que rindió, desamparado,
el espíritu a su Padre.
Oh Madre, fuente de amor,
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que por mi Cristo amado,
mi corazón abrasado
más viva en él que conmigo.
Y porque a amarte me anime
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí.
Y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.
Hazme contigo llorar
y de veras lastimar
de su pena mientras vivo.
Porque acompañar deseo
en la Cruz, donde le veo
tu corazón compasivo.
Virgen de vírgenes santas,
llore yo con ansias tantas
que el llanto dulce me sea.
Porque tu pasión y muerte
tenga en mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.
Haz que su Cruz me enamore;
y que en ella viva y more,
de mi fe y amor indicio.
Porque me inflame y encienda
y contigo me defienda
en el día del juicio.
Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén.
Porque cuando quede en calma
el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén

 

 

La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al Dios Supremo. Al ser lo último y más elevado de nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas  las expresiones, comunitarias o personales, que llevan a Dios.

La adoración es el último tramo de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos. La nueva vida de amor y servicio inaugurada por Cristo y presencializada en cada Eucaristía me ayuda, me mete esta vida y este amor dentro de mí, aunque a veces sea con lágrimas y dolor.

            Por eso, toda nuestra vida debe ser un cuerpo y un espíritu, una vida y una sangre que están dispuestas a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvándonos y salvando así a los hermanos, los hombres.

            Cada Eucaristía me inyecta obediencia al Padre hasta la muerte, hasta la victimación del yo personal, de la soberbia, avaricia, egoísmo... dando muerte al hombre viejo que me empuja a preferirnos a Dios, a preferir nuestra voluntad a la suya: “así completaré en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”

            Jesús había declarado que la prueba principal de su amor consiste en dar la vida por los que ama: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Éste es el espíritu de caridad que animó el sacrificio de Cristo y se hace ahora presente en cada Eucaristía. Este amor animó toda la vida de Cristo, pero especialmente su pasión, muerte y resurrección y este amor viene a nosotros por la celebración eucarística: “El que me coma vivirá por mí” (Jn 6,23).

            Esta Salvación por amor es permanente, porque su sacerdocio es eterno en contraposición al del AT Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: “estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios”. (Hbr 7,25)“Se ofreció de una vez para siempre” ( Hbr 7,8).

            Y de esta actitud de adoración al Padre nos hace Cristo partícipes en cada Eucaristía. Por ella nosotros también miramos al Padre en total sumisión a su voluntad y esta adoración la vivimos con Cristo sacramentalmente en la Eucaristía y luego existencialmente en nuestra vida. Esta actitud de adoración es fundamental en todo hombre que busca a Dios, y Cristo es el mejor camino para llegar hasta el Padre. 

            Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado al Padre y a todos los hombres, mis hermanos, hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas por el deseo de ser comido y vivir la misma vida... “Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...” Sí, Cristo, quiero acordarme ahora y vivir en cada Eucaristía tus mismos sentimientos, amores, emociones y entrega total sin reservas.

 

2. 10.  LA EUCARISTÍA, FUENTE DEL AMOR CRISTIANO Y FRATERNO

 

La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto  amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto, en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

            El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obedencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres.“Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

            Es paradógico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas.    Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo San Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son  suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone conocidos.

            San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

            La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillar y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto y finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna.  La hipótesis es interesante.

            Todos sabemos que San Juan es el evangelista místico, que, junto con San Pablo, tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo y más que los hechos y dichos externos nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios.    

            Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive. A Cristo como a su evangelio no se les comprende hasta que no se viven.

            Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies, podemos descubrir que para Juan, el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente  expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

            Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros.

Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Éste es mi precepto: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

            ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristia.

            Todo el capítulo trece de S. Juan  pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo…”

            Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu,  invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu” (Plegaria III).

            Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13).

            Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

            Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida:  “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”; Ahora bien, “quien permanece en él…”, quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo, come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... “debe andar como Él anduvo”.

            La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). 

            Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9). De aquí deriva el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

            En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado.

            El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo. Lo afirma San Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo)y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros... santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo! (Hbr 9, 13-14)

            Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos, la Eucaristía y la vida, el culto y servicio a Dios y el servicio a los hombres estén estrechamente unidos.

            La  Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en  el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente  bajo los velos de los signos.

            Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

            El autor pide que el Dios de la paz, el Dios de la alianza realice en nosotros lo que le agrada, lo que nos hace perfectos en el amor, que nos ha de venir necesariamente de Él. En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa. Pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” ( Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada  en amor de Espíritu Santo. 

            Sin el Espíritu de Cristo, si el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres: “Yo  soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

            Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo con amor y gratitud. Nosotros terminamos con el himno de alabanza dirigido a Dios por el autor de la carta a los Hebreos: “Por Él (Cristo) ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre...” “...por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21). Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo,  para  gloria  de  Dios y  salvación de los  hombres nuestros  hermanos.

 

2. 11. LA EUCARISTÍA NOS ENSEÑA  Y EMPUJA  AL  PERDÓN DE NUESTROS  ENEMIGOS

 

SanJuan ha puesto de manifiesto hasta qué punto el amor del Padre se ha manifestado en la cruz de Cristo: “tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y Pablo nos dice igualmente que Dios nos revela su Amor Personal, Amor de Espíritu Santo, a través de la muerte en cruz del Hijo Amado, que nos manifiesta su amor, muriendo por nosotros, que no éramos gratos a Él, sino pecadores: “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Pues Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, a su tiempo murió por unos impíos. Porque a duras penas morirá uno por un justo, pues por el bueno uno se anime a morir. Más acredita Dios su amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,6-8). El Padre nos muestra su amor entregando su Hijo a la muerte por nosotros y el Hijo nos revela su amor total y apasionado, dando su vida por nosotros, con amor extremo.

            Jesús ha sido el primero en poner en práctica este amor a los enemigos, impuesto a sus discípulos como mandamiento. En el Calvario manifiesta los sentimientos de indulgencia y perdón que quería tener para con sus adversarios. Pide al Padre misericordia para ellos e incluso fue la última petición que hizo a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bajo este perdón expresamente declarado en favor de los que le daban muerte, había un amor más fundamental por todos a los que el pecado les convertía en enemigos de Dios, y que ahora recibían el abrazo del Padre por la Nueva Alianza sellada en su sangre: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

            Desde entonces, la Eucaristía, al hacer presente todos los hechos y dichos salvadores de Cristo, se presenta ante todos los participantes como un ejemplo de amor y  perdón de los enemigos que nos invita a todos los cristianos a conformarnos y unirnos a los sentimientos de Cristo.

            La ofrenda de Cristo sobre el altar  es la expresión de un amor al prójimo que supera todas la barreras y diferencias, que sobrepasa cualquier hostilidad, que substituye la venganza por la piedad y que responde a las ofensa con una bondad mayor. Muestra que la caridad divina perdona siempre y exige del cristiano una caridad semejante: que reaccione ante las ofensas no odiando sino perdonando y amando siempre, llegando así hasta el amor a los enemigos con la fuerza de Cristo que ayuda nuestra debilidad. 

            El maestro había ya formulado la exigencia de caridad contenida en toda ofrenda:“Si cuando presentas tu ofrenda junto al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23-24). Estas palabras nos muestran las disposiciones que debe tener un cristiano cuando asiste consciente a Eucaristía.

            La disposición de caridad es por tanto condición impuesta por Dios para que la ofrenda le sea grata. En este ambiente de caridad fue instituida la Eucaristía y en este ambiente debe ser celebrada siempre y continuada con nuestra vida y testimonio en la calle y en la relación con los hombres “para que den gloria a vuestro Padre del cielo...”, “en esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado”.

            San Juan no narra la institución de la Eucaristía, según algunos autores, porque el lavatorio de los pies y el precepto del amor mutuo expresan los efectos de la misma:“Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y  Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho... Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 12-14;17).

            La Eucaristía renueva esta dimensión del amor y tiende a ensanchar el corazón de los cristianos según las dimensiones del corazón del Padre y del Hijo. Así la Eucaristía es el lugar del amor a los pecadores, a los que nos odian, a los que nos hacen mal, porque el Padre y el Hijo lo hicieron por el amor del Espíritu Santo y lo renuevan en la Eucaristía por ofrenda del Hijo aceptada por el Padre.

 

2. 12. EL PADRE ME AMÓ EN LA PRIMERA CREACIÓN:

 

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó”(1Jn 4,10).

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él,  en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3).

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido... Yo he sido preferido, tú has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán.

Qué bien lo expresa San Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3).

Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano ¡Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...! Dice un autor de nuestro días: “No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado” (G. Marcel).

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre, valórate! Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad. Dios  crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

            Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

            Desde aquí se comprende mejor lo que valemos: Jesucristo, su persona y su palabra y su pasión y muerte y resurrección son los signos claros de lo que yo valgo para el Padre y para Cristo, de lo que el Padre y el Hijo me aman.

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fin del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

            Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1Jn.4,9-10).

 

2. 13. PERO ME AMÓ MUCHO MÁS, HASTA LA MUERTE, EN LA SEGUNDA CREACIÓN: <RECREACIÓN»

 

 “Y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”

 

En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente San Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados,  es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí” (Gal 2,19-20). 

            S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, por eso, el “entregó” tiene sabor de “traicionó”.

            Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por San Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar : “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, San Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

            Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó)” Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

            Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

            No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza, oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

            Cuando San Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice San Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres.

            En Él nos dice: os amo, os  amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” ( Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

            Para San Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

            Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. Nos lo ha dicho antes San Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

            Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. 

            Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“Siendo Dios..se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado…”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del sagrario, en el sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  sólo amor...

            Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no se va a conmover ante el amor tan Alastimado@de Dios, de mi Cristo... tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos.

            Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así... no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Ti.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

            Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

            Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo, una explicación para Él...  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido... Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti... Padre Dios, eres injusto con tu Hijo,  es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias…

            Qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”. Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el sagrario, quiero decir con San Pablo desde lo más profundo de mi corazón: “Me amó y se entregó por mí”; “No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

            Y nuevamente vuelven a mi mente los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor... Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

             ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco! y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje.

            Te pregunto, Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno, que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo comprendo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mí, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a <desvariar>.

            Señor, dime qué soy yo para ti, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios... se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

            Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te diste totalmente a Él y lo abrazaste y te  empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.      

            Señor, si Tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores... solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso... hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.   

            Hermano, cuánto vale un hombre, cuánto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos. Amén.

             Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros, sacerdotes, que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación transcendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces  en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana.

            Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

            Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre.

            A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para buscarnos y salvarnos.“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su vida?¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

            Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

            Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y nos envió por el mundo como prolongación sacramental de su persona y salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6,26).

            Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados. Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por ti y por mí y por todos los hombres.

            Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son para principalmente para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva, para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.“Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

            Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fín último de todo: «llevar las almas a Dios», como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

            La Iglesia tiene también dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión.

            Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva:“Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado... les acompañarán estos signos... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos. Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16,15-20).

            Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es su misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen.

            Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

            Dios me ama... me ama... me ama...  y qué me importan entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros... qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

            Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: “Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en Ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

            «Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis? ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

            Concluyo con San Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

            «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio" (Can B 28). Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: “Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (Can 28, 3).

            Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado. confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y desde aquí, a todos los hombres.

 

 

 

 

2. 14.  FRUTOS Y FINES DE LA EUCARISTÍA

 

Los fines y frutos de la Eucaristía son los mismos que Cristo obtuvo al dar su vida por nosotros en su pasión, muerte y resurrección: “haced esto en memoria mía”, :dorar al Padre en obediencia total, dándole gracias por todos los beneficios de la Salvación de los hombres obtenidos por su sacrificio y aceptados por la resurrección del Hijo: fín eucarístico-latréutico-impetratorio-propiciatorio.

            Lógicamente estos fines y los sentimientos y actitudes se entremezclan entre sí y se complementan. Ni que decir tiene que si estos son los deseo y súplicas e intenciones de Cristo, también deben ser los nuestros al celebrar la Eucaristía y eso son los llamados frutos y fines de la Eucaristía: dar gracias y adorar al Padre por el sacrificio de su Hijo, ofrecernos y elevar nuestras peticiones de perdón y salvación por todos los hombres y pedir a Dios en Jesucristo por todas las necesidades de la Iglesia, del mundo, de vivos y difuntos y el perdón de nuestros pecados. Esto lo quiso el Señor al decirnos: “Haced esto en memoria de mí”.

 

LA EUCARISTÍA: ACCIÓN DE GRACIAS

 

Este sentimiento litúrgico es tan fuerte en la celebración de la Eucaristía que ha pasado a ser uno de los nombres empleados para designarla, como nos dice el Catecismo de la Iglesia, a quien voy a seguir un poco en este apartado. Los evangelios sinópticos, lo mismo que Pablo, nos cuentan que antes de consagrar el pan, Jesús lo “bendijo”(Mt 26,27; Mc 14,23; Lc22,19), y al consagrar el vino “dio gracias”. La bendición se pronunciaba sobre los alimentos con una fórmula de reconocimiento y alabanza  dirigida a Dios. Así se hacía en el pueblo judío.

            Nosotros, en la Eucaristía, damos con Cristo gracias al Padre porque aceptó el sacrificio de su Hijo como memorial de la Nueva y Eterna Alianza, celebrada en la Última Cena, y nos concedió por ella todos los dones y gracias de la Salvación. Esta acción de gracias está especialmente  expresada en la liturgia de la Eucaristía por el prefacio y la PLEGARIA EUCARÍSTICA, parte esencial de la misma.

Damos gracias al Padre por la acogida de la salvación de su Hijo, que se ofreció en muerte en cruz por sus hermanos los hombres y porque “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él”. No debiéramos olvidarlo nunca, para ser más agradecidos con este Padre tan bueno, que nos creó y nos recreó en el Hijo, y agradecer también a este Hijo, el Amado, que dio su vida por nosotros. 

            Dice el Catecismo de la Iglesia: “La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la  muerte y resurrección de Cristo.

Por Cristo la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la humanidad. La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por sus beneficios... La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través de Cristo: Él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptadoen Él” (1359-1361).

            Cuando la Iglesia renueva sobre el altar la Cena del Señor, quiere hacerlo en contexto pascual, participando en los  sentimientos de adoración y acción de gracias al Padre por todos los beneficios del sacrificio del Hijo. Esta acción de gracias no sólo se expresa por las palabras de Jesús sino sobre todo por su vida, que se ofrece totalmente y es aceptada por el Padre por la resurrección.

            Por eso, el homenaje de gratitud se traduce en una ofrenda completa de sí mismo. Cristo se entrega a sí mismo para agradecer al Padre su proyecto salvador. Igual tenemos que ofrecernos nosotros al Padre, dando gracias con palabras y con obras, con nuestra persona y vida, que son aceptadas siempre, porque en el Hijo ya hemos sido aceptados por el Padre.

Celebrando la Eucaristía,  agradecidos, damos gracias de todo corazón al Padre, “por Cristo, con Él y en Él, a Ti Dios Padre Omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria, por los siglos de los siglos. Amén”. 

 

2. 15. LA EUCARISTÍA, OFRENDA PROPICIATORIA

 

El Concilio de Trento definió el valor propiciatorio de la Eucaristía contra los Reformadores que sostenían sólo el valor de alabanza y acción de gracias. Cristo, obedeciendo al proyecto del Padre, quiso hacer con su vida y con su muerte una Alianza nueva, que consiguiendo el perdón de todos los pecados, cuya hondura y gravedad sólo Él conocía, instaurase la paz y la unión definitiva entre Dios y los hombres.

            Con esta obediencia de Cristo quedan borradas y destruidas todas las desobediencia de Adán y de la humanidad entera y el Padre retira su condena, porque Cristo ha pagado el precio. Es la Redención objetiva en la cruz que tenemos que hacer nuestra por la Eucaristía, abriéndonos a su amor. El hombre, ayudado por el amor de Dios, debe cooperar a destruir el pecado en su vida y en la de los hermanos.

            En la consagración del vino el sacerdote menciona expresamente la sangre de Cristo “que será derramada para el perdón de los pecados”. El  mismo Jesús, según lo que nos dice el Evangelio de Mateo, anuncia en la Cena que el fin de su sacrificio era obetener el perdón de los pecados  para toda la humanidad. Cuando antes dice que el Hijo del hombre había venido para “dar su vida en rescate por muchos”, expresa el mismo aspecto del sacrificio. Por el sacrificio de la cruz, Cristo se entregó para libertarnos de la esclavitud del pecado.

            Es verdad que el pecado continúa haciendo estragos en el seno de la humanidad, esclavizando a las almas. “Todo aquel que comete el pecado es esclavo del pecado” (Jn 8,34)). El pecado oscurece la inteligencia y la subordina a egoísmos; debilita la voluntad haciéndola esclava de pasiones degradantes; endurece el corazón atándole y haciéndole incapaz de amar. El pecador es menos hombre después de su pecado, es menos dueño de sí mismo y se siente encadenado a satisfacciones, a placeres que le seducen y le envilecen.

            Al comenzar la santa Eucaristía, tanto el sacerdote que celebra la Eucaristía como los fieles que participan tenemos conciencia de nuestras obras, pensamientos y acciones manchadas; por eso comenzamos pidiendo perdón. Por eso nos unimos a Cristo en la celebración de la Eucaristía en la que Él pide y se ofrece por los pecados del mundo y cuando comulgamos, participamos en el perdón de Dios comiendo la carne “del Cordero que quita el pecado del mundo”. Todos estamos llamados a hacernos ofrenda con Cristo por los pecados de los hermanos.

            Cuando San Pablo habla del sacrificio de la cruz, lo considera como una victoria conseguida por Cristo sobre los poderes que tenían oprimida a la humanidad. Dice que Cristo “desposeyó de su poder a los Principados y a las Potestades, y los entregó como espectáculo al mundo, poniéndoles en su cortejo triunfal” (Col 1,15).

            La Eucaristía renueva esta victoria. Es lo que había anunciado Jesús ya antes de su Pasión: “Ahora el príncipe de este mundo será arrojado fuera. Y Yo cuando sea levantado de la tierra atraeré a Mí todas las cosas” (Jn 12,32).

            Por grande que sea el poder del pecado en el mundo, la Eucaristía es la fuerza infinita del amor y perdón de Dios. El sacrificio del amor de Cristo sobrepasa infinitamente las cobardías y maldades y egoísmos de nuestros pecados y de la humanidad.

            Cuando sufrimos en nosotros mismos el pecado y la debilidad de la carne y la soberbia de la vida y el orgullo que se rebela, la santa Eucaristía es un refugio seguro y una medicina que nos cura todas estas maldades y heridas. Para cada uno de nosotros Cristo sigue siendo “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

            El calvario es la cima de la Alianza: nos une y restablece siempre la amistad con Dios. Por eso es la fuente del perdón y de la misericordia y de toda gracia que nos llegan por los demás sacramentos.

 

2. 16. VALOR  IMPETRATORIO DE LA EUCARISTÍA

 

La santa Eucaristía, “al ser fuente y culmen de toda la vida de la Iglesia”, al ser la fuente y el origen de toda gracia divina, se convierte por sí misma en el camino principal y esencial de toda gracia que viene de Dios a nosotros, porque el camino es Cristo.

            La Eucaristía es el medio más rápido y eficaz para obtener gracias: al poner ante los ojos del Padre celestial el sacrificio del Calvario, al ver al Amado ofrecer su vida por todos en obediencia a Él, lo predispone a la benevolencia más completa. Ninguna oración de súplica puede obtener un abogado y un defensor más poderoso y unas motivaciones más fuertes. Por eso, la santa Eucaristía es la mejor oración y ofrenda para obtener de Dios todo don y beneficio: es la mejor plegaria para pedir y obtener gracia y favores ante Dios.

            La causa de su valor propiciatorio es el amor infinito del Hijo al Padre manifestado en el sacrificio de su vida y del Padre al Hijo aceptándolo con amor infinito por ser el sacrificio del Amado, por el cual nos lo concede todo por la Nueva y Eterna Alianza de amistad en su sangre derramada. La Eucaristía es la oración más poderosa y el medio más eficaz para pedir y obtener toda gracia para vivos y difuntos, porque el Padre no puede resistirse a la súplica del Hijo, a su generosa ofrenda.

            El mismo Cristo fue quien quiso que se lo pidiéramos todo al Padre por medio de Él: “En verdad, en verdad os digo: Cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo dará. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo” (Jn 1624).

 

  1. POR LOS VIVOS

 

A la Eucaristía se le ha reconocido desde siempre su valor impetratorio por los vivos y sus necesidades. De hecho siempre hubo Eucaristías de petición de gracias, las “témporas”, por las cosechas, por el perdón, por la paz.

            Sin embargo, no puede decirse que todos los cristianos lo tengan en la conveniente estima. Aparte de las Eucaristías que encargan celebrar por sus difuntos, muchos no se preocupan de confiar a la Eucaristía, por encima de sus propias peticiones, las intenciones a las que conceden mayor importancia, tanto personales como familiares: pedir por el aumento de la fe personal o en los hijos, la paz entre las familias desunidas, por conseguir un mayor amor a Dios, para que sus hijos vuelvan al seno de la Iglesia, por la catequesis o grupos, por la unión de los matrimonios, por la salud de los enfermos, deprimidos, perseguidos..., conscientes de que Cristo puede, con su amor y ofrenda filial, obtener todo lo que nosotros no podemos obtener,  

            Todas nuestras inquietudes y preocupaciones se las podemos confiar a Cristo que se ofrece en el altar. Él nos ama y nos quiere ayudar porque somos sus amigos.“No hay mayor amigo que el que da la vida por los amigos”. Él da su vida por nosotros, por nuestras intenciones, gozos, problemas, inquietudes espirituales y materiales.                 Y por encima de todas necesidades personales, siempre tenemos que pedirle por la Iglesia,  por la  extensión del Reino de Dios, como Él nos enseño en el Padre nuestro. Esta es siempre la intención primera de Cristo en la Eucaristía, porque este es el proyecto del Padre, para esto se encarnó y murió, para que todos los hombres entren dentro de la Alianza y consigan los fines de su Encarnación y redención que la Eucaristía hace presente.

 

  1. POR LOS DIFUNTOS

Y si la Iglesia reconoció el valor impetratorio y propiciatorio de la Eucaristía aplicada por los pecados y necesidades de los humanos, más presente estuvo siempre el sufragio por los difuntos, que se remonta al siglo II. Y la razón y el motivo siempre es el mismo: porque es Cristo el que las presenta y se ofrece Él mismo, expresamente,  por los pecados de todos, vivos y difuntos. Cuando ofrecemos una Eucaristía por un difunto determinado se ofrecen por él especialmente los méritos de Cristo para disminución de la pena que padece por sus pecados. Tenemos que decir  que los difuntos del Purgatorio ya están salvados, pero necesitan purificarse totalmente de las  consecuencias de haberse preferido a sí mismo a Dios y las secuelas que esto ha tenido en la vida de los demás a los que hemos servido de escándalo y mal ejemplo para sus vidas.   

Nosotros tenemos la certeza de que las Eucaristías, ofrecidas por ellos, les ayudan a conseguir la plena identificación con Cristo muerto y resucitado y entrar así en gozo de la Stma. Trinidad. Si no conseguimos  aquí abajo la purgación plena de nuestro egoismo, como ocurre en los santos,  el purgatorio nos limpiará de toda impureza con fuego de Espíritu Santo. Y cuando el difunto por el que ofrecemos la Eucaristía ha conseguido la salvación, los frutos se aplican a otros difuntos, hasta que toda la Iglesia sea la esposa del Cordero. No olvidemos que la Eucaristía hace presente la muerte y resurrección del Señor. Cristo es “o Kurios” sentado con pleno poder a la derecha del Padre Por eso nosotros confiamos totalmente en Él y sabemos que su amor y su redención no terminan hasta que hayamos conseguido entrar plenamente en el Reino de Dios, en el Amor del Dios Uno y Trino.

            Independientemente del sufragio ofrecido por un difunto concreto, la Iglesia reza  en la Eucaristía por todos los difuntos. Todas las almas del Purgatorio forman la comunidad purgante, que se beneficia en cada Eucaristía de la ofrenda expiatoria e impetratoria de Jesús sobre el altar, y de la oración y ofrenda de la Iglesia peregrina.         

CAPÍTULO TERCERO

 

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA COMUNIÓN

 

3.  1. LA COMIDA  DE COMUNIÓN

 

Durante la Última Cena, la intención fundamental de Jesús fue la ofrenda sacramental de su sacrificio, la de instituir la Eucaristía como misa y como comida espiritual a través de la comida material del pan y del vino, para que todos comiéramos  su cuerpo y sangre y nos alimentáramos de su misma vida: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida... el que me coma vivirá por mí...”

            El Señor instituyó esta celebración de la Alianza Nueva mediante una comida, que se convertirá en los siglos venideros en el memorial de su sacrificio, siguiendo el modelo de la antigua alianza junto al monte Sinaí: sacrificio y comida. La Instrucción“Redemptionis   Sacramentum” nos recuerda que la Eucaristía no debe perder este carácter convivial y sacrificial    (RS 38).

            Los relatos evangélicos nos muestran que las comidas en su vida apostólica fueron momentos siempre  de salvación: en casa de Simón, con la mujer arrepentida (Lc7, 36-50), fue, por ejemplo, comida de perdón; fue comida de salvación, con los recaudadores de impuestos en casa de Leví (Mt 9, 10); encuentro de gracia, perdón y amistad con Zaqueo (Lc 19,2-10); en Betania fue  signo de amistad  con los amigos Lázaro, María y Marta, incluyendo las quejas de Marta porque María permanece a los pies del Maestro (Jn 11,1).      A diferencia de Juan el Bautista que ayunaba, Jesús participaba gustoso en la comidas de sus contemporáneos: “El Hijo del hombre come y bebe” (Mt 11,19).

            Esto no era nada extraño para Jesús y los Apóstoles. En la religión hebrea, en la cual ellos nacieron y vivieron, la comida tuvo siempre un papel muy importante en las relaciones de Dios con los hombres, en la ratificación de los pactos y alianzas, que siempre se atificaron con una comida: mediante una comida se sellan los pactos o alianzas entre Isaac y Abimelec (cfr Gen 26,26-30), entre Jacob y su suegro Labán (cfr Gen 31,53) y en concreto, en la alianza de Dios con el pueblo de Israel, donde el texto del Éxodo nos refiere una doble tradición: una, que describe al sacrificio como rito esencial de la alianza, y otra, que muestra a la comida, como expresión de esta misma alianza.

            En lo referente a esta última tradición se nos dice que los setenta ancianos de Israel, que habían subido con Moisés al monte, contemplaron a Dios: “Y luego comieron y bebieron” (Ex 24,11). A la contemplación se une la comida que confirma la introducción en la intimidad divina. 

            Los sacrificios debían ser ofrecidos en un santuario elegido por Dios, y en el mismo lugar consagrado a Dios se tenían también las comidas. Así se restañaban y se potenciaban las relaciones de Dios con los hombres: comían en su presencia.

            A la primera comida, que en su tiempo ratificó la alianza establecida con Moisés y los ancianos de Israel, corresponde la última comida, la Última Cena, que sellará la conclusión de la Alianza Nueva y Eterna en fidelidad a las promesas hechas a David: “En aquel día, preparará el Señor de los Ejércitos, para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. Y arrancará en este monte el velo que cubre a todos los pueblos, el paño que tapa a todas las naciones. Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo los alejará de todo el país. -Lo ha dicho el Señor.-  Aquel día se dirá: aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación” ( (Is 25,6-9).

            La comida hará comprender todos los beneficios y todas las gracias que Dios dará a los hombres con aquella alianza. También en el libro de Enoch, cronológicamente más cercano a la época de Cristo, la felicidad de la vida futura está representada por la imagen de un banquete celestial: “El Señor de los espíritus habitará con ellos y éstos comerán con el Hijo del hombre; tomarán parte en su mesa por los siglos de los siglos” (62,14). La felicidad consistirá en sentarse a la mesa con el Mesías o Hijo del hombre, muy cercanos al Señor de los espíritus, es decir, a Dios.

            Naturalmente en la comida eucarística, instituida por Cristo, no es comida y bebida ordinaria lo que se come,  sino su carne gloriosa, llena de Espíritu Santo, y su sangre gloriosa, derramada por nuestros pecados. Pero el comer es esencial en toda comida, también en la eucarística: “Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,55), con la particularidad de que en la Eucaristía Jesús no implica sólo su cuerpo y sangre, sino que se implica Él mismo entero y completo.

            En la Última Cena Jesús inaugura la comida de la Nueva Alianza, que luego continuaría celebrando después de su resurrección con la comunidad de Jerusalén, que fueron encuentros de gozo y  reconocimiento y alegría por parte de los Apóstoles. Y así se siguió celebrando la Eucaristía como comida o cena hasta que empezaron a darse los abusos de que nos habla San Pablo en su carta a los Corintios junto con el aumento de miembros en las comunidades.

            Entonces comenzaron a separarse Eucaristía y banquete o ágape, con el peligro que llevaba consigo de que la liturgia se  convirtiera a veces  en un espectáculo para  ver a unos comer y a otros pasar hambre, más que en una comida familiar de encuentro en la fe y en la palabra, en comida  participada. 

            Una descripción interesante de la celebración de la comunión en el siglo IV aparece en una de las instrucciones catequéticas de Cirilo de Jerusalén: «Cuando os acerquéis, no vayáis con las manos extendidas o con los dedos separados, sin hacer con la mano izquierda un trono para la derecha, la cual recibirá al Rey, y luego poned en forma de copa vuestras manos y tomad el cuerpo de Cristo, recitando el Amén... Después, una vez que habéis participado del Cuerpo de Cristo, tomad el cáliz de la Sangre sin abrir las manos, y haced una reverencia, en postura del culto y adoración y repetid Amén y santificaos al recibir la Sangre de Cristo... Luego permaneced en oración y agradeced a Dios que os ha hecho dignos de tales misterios» (S.Cirilo, CM, V 21ss).

            Después del siglo XII la comunión bajo la especie de vino fue despareciendo en la Iglesia de Occidente.

 

3. 2.  MIRADA LITÚRGICA A LA EUCARISTIA COMO COMUNIÓN.

 

La comunión con el Cuerpo y la Sangre de Cristo no es un añadido o un complemento a la Eucaristía, sino una exigencia intencional y real de las mismas palabras de Cristo, al instituirla:“Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo... tomad y bebed... porque ésta es mi sangre”; es decir, que, si Jesús consagró el pan y celebró la Eucaristía fue para que los comensales nos alimentásemos de su cuerpo y sangre como Él mismo había prometido varias veces durante su vida.  Los apóstoles comieron su cuerpo, su sangre, su divinidad, sus deseos de inmolarse para obedecer al Padre y de darse en alimento a todos. No cabe, por tanto, duda de que tanto por la promesa, como por las palabras de la institución de la Eucaristía, Jesús quiso ser comido como el nuevo cordero de la Nueva Pascua y Nueva Alianza, sacrificado y comido en signo de la amistad y de pacto logrado entre Dios y los hombres por su muerte y resurrección, como era el cordero de la pascua judía: Éxodo, cap. 12.

            No podemos dudar de este deseo de Cristo, expresado abiertamente al empezar la Última Cena: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros, antes de padecer”, es decir, ésta es la cena de la Pascua Nueva y en esta comida el cordero sacrificado y comido soy yo, que entrego mi vida como sacrificio y alimento por todos.        La pascua judía era la celebración de la liberación de Egipto, del paso del mar Rojo, de la Alianza en la sangre de los sacrificios en la falda del monte Sinaí y de la entrada en la tierra prometida...

            La pascua cristiana, inaugurada por Cristo en la Última Cena, es la liberación del pecado, el paso de la muerte a la vida y la Nueva Alianza en la sangre de Cristo, nuevo cordero de la Nueva Alianza. Como hemos insinuado, ya desde la noche de la pascua judía, figura e imagen de la Nueva Pascua cristiana,  Dios, nuestro Padre pensaba en darnos a su Hijo como nuevo Cordero de esta nueva alianza que hacía por su sangre. 

            “Yo veré la sangre y pasaré de largo, dice Dios”. Pascua significa paso, paso de Yahvé  sobre las casas de los judíos en Egipto sin herirlos, y ahora, en la nueva pascua, paso de la muerte de Cristo a la resurrección, que se convierte en  nuestra pascua, -paso-, por Cristo, del pecado y de la muerte a la salvación y a la eternidad.

            Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué cosa tan maravillosa vio el ángel exterminador en la sangre puesta sobre los dinteles de las casas de los judíos para pasar de largo y no hacerles daño aquella noche de la salida de la esclavitud de Egipto, en que fueron exterminados los primogénitos egipcios.        En uno de los primeros textos pascuales de la Iglesia, Melitón de Sardes, ponía estas palabras: ¡Oh misterio nuevo e inexpresable! La inmolación del cordero se convierte en  salvación para Israel, la muerte del cordero se transforma en vida del pueblo y la sangre atemorizó al ángel. Respóndeme, ángel, ¿qué fue lo que te causó temor, la muerte del cordero o la vida del Señor? ¿La sangre del cordero o el Espíritu del Señor? Está claro qué fue lo que te espantó: tú has visto el misterio de Cristo en la muerte del cordero, la vida de Cristo en la inmolación del cordero, la persona de Cristo en la figura del cordero y, por eso, no has castigado a Israel. Qué cosa tan maravillosa será la fuerza de la Eucaristía, de la Pascua cristiana, cuando ya la simple figura de ella, era la causa de la salvación”.

            Queridos hermanos: Cristo hizo el sacrificio de su Cuerpo y Sangre, y quiso hacer a los suyos partícipes del mismo, mediante una comida, una cena, un banquete. Aquí está la razón de lo que os decía al principio. Está claro que Cristo quiere que todos los que asisten a la Eucaristía participen del banquete mediante la comunión. Si no se comulga, no hay participación plena e integral en los méritos y la ofrenda de Cristo, hecha sacrifico y comida. Cuando comulgamos, no sólo comemos el Cuerpo de Cristo, sino que comulgamos también con su obediencia al Padre hasta la muerte, con la adoración de su voluntad hasta el sacrifico: “Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”.

            La redención y salvación que Jesús realiza en la Eucaristía llega a todo el mundo, a todos los hombres, vivos y difuntos, porque nos  injerta así en la vida nueva y resucitada, prenda de la gloria futura que nos comunica: “Yo soy la resurrección y la vida, el que coma de este pan vivirá eternamente”.

            Por lo tanto, el altar, en torno al cual la Iglesia se une para la celebración de la Eucaristía, representa dos aspectos del mismo misterio de Cristo: el altar de su sacrificio y la mesa de su cena: son dos realidades inseparables.

            Por eso, ir a Eucaristía y no comulgar es como ir a un banquete y no comer, es un feo que hacemos al que nos invita, es tanto como quedarle a Cristo con el pan en las manos y no recibirlo, es quedar a Cristo iniciando el abrazo de la unión sacramental y quedarse sentado... Si hemos dicho que sin Eucaristía-Eucaristía no hay cristianismo, había que decir también que sin Eucaristía-comunión no puede haber vida cristiana en plenitud:“En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). 

            Sabéis que muchos se escandalizaron por esto  y desde aquel momento le dejaron. Hasta sus mismos apóstoles dudaron y estuvieron a punto de irse. Tuvo que preguntarles el Señor sobre sus intenciones y provocar la respuesta de Pedro: “A quién vamos a ir, tú tienes palabras de vida eterna”.

            Podemos afirmar que el sacrificio nos lleva a la Comunión, y la Comunión al sacrificio. Y en esto está toda la espiritualidad de la Comunión. Por eso, el Vaticano II nos dice: «Se recomienda la participación más perfecta en la Eucaristía, recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, el cuerpo del Señor» Y añade más adelante: « ...que los fieles reciban la Santísima Eucaristía los domingos y festivos, aún con más frecuencia, incluso a diario» (SC), ya que por voluntad expresa del Señor, sacrificio y banquete, Eucaristía y comunión, están inseparablemente unidos.

 

3. 3. FRECUENCIA DE LA COMUNIÓN

 

En la Iglesia primitiva se consideraba la comunión como parte integrante de la Eucaristía, en razón de las palabras de Cristo. Esta costumbre duró hasta el siglo IV aproximadamente. Durante algún tiempo fue costumbre celebrar la Eucaristía sólo el domingo. En este periodo los fieles podían llevar el pan consagrado a sus casas y darse ellos mismos la comunión todos los días. La comunión se tomaba antes de cualquier alimento.

            A partir del siglo VIII comulgar una vez al año se había convertido en una práctica acostumbrada, incluso en los conventos. El Concilio Lateranense IV estableció como mínimo comulgar durante el tiempo de Pascua. Al final del siglo XII una nueva ola de devoción eucarística recorrió Europa, aunque el acento se ponía en la Presencia Eucarística: mirar el Santísimo Sacramento era tan eficaz como comulgar sacramentalmente y se volvió a la comunión espiritual: comunión de deseo.

            El Concilio de Trento trató de reanimar la comunión frecuente; pero estaba reservado a nuestro siglo XX potenciar la frecuencia de la comunión con los esfuerzos del Papa Pìo X, que impulsó esta práctica y redujo la edad de la Primera Comunión a la edad del uso de razón. El Vaticano II ha hablado mucho y bien de la Eucaristía como Eucaristía, como comunión y presencia y el domingo es el día de la Eucaristía, plenamente participada por la Comunión.

 

3. 4. LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

 

La Eucaristía es el centro y culmen de toda la vida cristiana. De la Eucaristía como Eucaristía deriva toda espiritualidad eucarística como comunión y presencia. En la comunión eucarística,  Jesús quiere comunicarnos su vida, su mismo amor al Padre y a los hombres,  sus mismos sentimientos y actitudes.

            Por eso, lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya no son necesarias y van desapareciendo.

            Lo importante es que cada comunión eucarística aumente mi hambre de Él, de la pureza de su alma, del fuego de su corazón, del amor abrasado a los hombres, del deseo infinito del Padre, que Él tenía. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin hambre de Eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón. Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión de vida con Él, de santidad, de pureza, de generosidad, de entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, ¿para qué queremos los ayunos?

            Comulgar con una persona es querer vivir su misma vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir.

            Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria, sin hablarle, sin entrar en diálogo y revisión de vida con Él, sin decirle si estamos tristes o alegres y por qué. Esto es una  comunión rutinaria, puro rito, con la que nunca llegamos a entrar en amistad con el que viene a nosotros en la hostia santa para amarnos y llenarnos de sus sentimientos de certeza y paz y gozo, para darnos su misma vida. Y luego algunas personas se quejan de que no sienten, no gustan a Jesús.

            Lo primero de todo es la fe, pedirla y vivirla, como lo fue con el Jesús histórico. Para creer y comulgar con Cristo-Eucaristía, necesitamos fe en su realidad eucarística,  porque «este es el sacramento de nuestra fe». Cuando en Palestina le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... “Tu crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí…”

            Y éste sigue siendo hoy el camino de encuentro con Él. A los que quieran entrar en amistad  con Él, les  exige fe, cada vez más fe, como vemos en todos los santos, porque hay que pasar de la fe heredada a la fe personal: ¿tú qué dices de mí? puesto que vamos a iniciar una amistad personal íntima y profunda con Él. Todos los días hay que pedírsela: “Señor yo creo, pero aumenta mi fe”

            Las crisis de fe, las <noches> de San Juan de la Cruz, son camino obligado para profundizar en esta fe, ayudan a potenciar la fe, la purifican, hacen que nos vayamos acomodando a los criterios del evangelio, que pasan a ser nuestros y todos esto es con trabajo y dolor.

            Las crisis de fe son buenísimas, porque el Espíritu Santo quiere purificarnos, quiere quitar los falsos conceptos que tenemos sobre Cristo, su evangelio y, al quitar estas adherencias de nuestra fe heredada, se nos va la vida; Cristo quiere escuchar de cada uno: Yo creo en Tí, Señor, porque te veo y te siento, no porque otros me lo ha dicho.

            Superada esta primera etapa de fe como conocimiento de su persona y palabra, vendrá o es simultánea la etapa de comunión en su vida, de convertirse a Él, de vivir su misma vida, de comulgar en serio con su obediencia al Padre, con su entrega a los hombres, viene la conversión en serio que dura toda la vida, como la misma comunión: “quien coma, vivirá por mí...”, pero ahora al principio es más dura, porque no se siente a Cristo, y hay que purificar y quitar muchas imperfecciones de carácter, críticas, comodidad; aquí es donde no jugamos la amistad con Cristo, la experiencia de Dios, la santidad de vida, según los planes de Cristo, que ahora aprieta hasta el hondón del alma.

            Para llenarnos Él, primero tiene que vaciarnos de nosotros mismos ¡Qué poco nos conocemos, Señor! ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Me adoro, me doy culto y quiero que todos me lo den, sólo quiero celebrar mi liturgia y no la tuya. Y claro, no cabemos dos <yo> en la liturgia eucarística de la vida, eres Tú al que tengo que vivir hasta decir con San Pablo: “para mí la vida es Cristo”,  o “estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”  

            El primer efecto de la comunión eucarística en mi persona es la presencia real y auténtica de Cristo en mi alma para ser compañero permanente de mi peregrinaje por la tierra, para ser mi confidente y amigo, para compartir conmigo las alegrías y tristezas de mi existencia, convirtiéndolas en momentos de salvación y suavizando las penas con su compañía, su palabra y su amor permanente, destruyendo el pecado en mi vida.

            Porque en la comunión no se trata estar con el Señor unos momentos, hacerlo mío en mi corazoncito, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas y de memoria. Él viene para comunicarme su vida y yo tengo que morir a la mía que está cimentada sobre el pecado, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir, para que tengamos su misma vida, la vida nueva del Resucitado, de la gracia, del amor total al Padre y a los hombres. 

            Si queremos transformarnos en el alimento que recibimos por la comunión, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su vida, si queremos construir la amistad con Él por la comunión eucarística sobre roca firme y no sobre arena movediza de ligerezas y superficialidad, la comunión eucarística nos llevará a la comunión de vida, mortificando en nosotros todo lo que no está de acuerdo con su vida y evangelio.

            Nunca podemos olvidar que comulgamos con un Cristo que en cada Eucaristía hace presente su muerte y resurrección por nosotros. Para resucitar a su vida, primero hay que morir a la nuestra de pecado, hay que crucificar mucho en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, para poder vivir como Él, amar como Él, ver y pensar como Él.

            Comulgamos con un Cristo crucificado y resucitado. Hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; Él quiere seguir salvando y ayudando a través de nosotros, para eso ha instituido este sacramento de la comunión eucarística.

            Qué comunión puede tener con el Señor el corazón que no perdona: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...” Qué comunión puede haber de Jesús con los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su corazón... Esta es la verdadera comunión con el Señor.

            Las comuniones verdaderas nos hacen humildes y sencillos como Él: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón...”; nos llevan a ocupar los segundos puestos como Él, a lavar los pies de los hermanos como Él:“ ...ejemplo os he dado, haced vosotros lo mismo…”; a perdonar siempre: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.

            Una cosa es comer el cuerpo de Cristo y otra comulgar con Cristo. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse por Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado... a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos... a pisar sus mismas huellas de sangre, de humillación, de perdón...es muy duro... y sin Cristo es imposible.

            Señor, llegar a esta comunión perfecta contigo, comulgar con tus actitudes y sentimientos de sacerdote y víctima, de adoración hasta la muerte al Padre y de amor extremo a los hombres... me cuesta muchísimo, bueno, lo veo imposible.

            Lo que pasa es que ya creo en Ti y al comulgar con frecuencia, te amo un poco más cada día y ya he empezado a sentirte y saber que existes de verdad, porque la Eucaristía hace este milagro, y no sólo como si fueras verdad, como si hubieras existido, sino como existente aquí y ahora, porque la liturgia supera el espacio y el tiempo, es una cuña de eternidad metida en el tiempo y en nosotros; es Jesucristo vivo, vivo y resucitado, y ya por experiencia sé que eres verdad y eres la verdad... pasa como con el evangelio, sólo lo comprendo en la medida en que lo vivo. Las comuniones eucarísticas me van llevando, Señor, a la comunión vital contigo, a vivir poco a poco como Tú. 

            Y esta comunión vital, este proceso tiene que durar toda la vida, porque cuando ya creo que estoy purificado, que no me busco, sino que vivo tu vida, nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y la comunión litúrgica con tu muerte, resurrección y vida me descubre otros modos de preferirme a Ti, de preferir mi vivir al tuyo, mis criterios a los tuyos, mi afectos a los tuyos, que hacen que esta comunión vital contigo no sea total, y otra vez la purificación y la necesidad de Ti... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo hacer esta unión vital, vivir como Tú, sólo Tú sabes y puedes y entiendes.

            Por eso tengo necesidad de comulgar con hambre todos los días; por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, sólo Tú sabes y puedes. Y esto me llena de Ti y me hace feliz y ya no me imagino la vida sin Ti.  La verdad es que ya no sé vivir sin Ti, sin comulgar y comer la eucarístía, que eres Tú.

            El día que no quiera comulgar con tus sentimientos y actitudes, con tu vida, no tendré hambre de ti; para vivir según mis cristerios, mi yo, mi soberbia, mi comodidad, mis pasiones, no tengo necesidad de comunión ni de Eucaristía ni de sacramentos ni de Dios. Me basto a mí mismo.

            El mundo no tiene necesidad de Cristo, para vivir como vive, como un animalito, lleno de egoismos y sensualismo y materialismos, se basta a sí mismo.

            Por eso el mundo está necesitando siempre un salvador para librarle de todos sus pecados y limitaciones de criterios y acciones, y sólo hay un salvador y éste es Jesucristo.

            Y las épocas históricas, y la vidas personales sólo son plenas y acertadas en la familia, en los matrimonios, entre los hombres, en la medida en que han creído y se han acercado a Él. Jesucristo es la plenitud del hombre y de lo humano.

            Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor, luz y fuego a la vez, de la Santísima Trinidad... de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre canturreando su PALABRA, una Canción Eterna -llena de Amor Personal-, pronunciada a los hombres con ese mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo, Vida y Amor y Alma del Padre y del Hijo.

 Para  eso instituyó Cristo la sagrada comunión ¡Cómo me amas, Señor, por qué me amas tanto, qué buscas en mì, qué puedo yo darte que Tú no tengas...! ¡Cómo me ayudas y recompensas y estimulas mi apetito de Ti, mi hambre y  deseo de Ti!

            Las almas eucarísticas, que son muchas en parroquias,  instituciones... en la Iglesia,  no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios y la purificación de los pecados sin la comunión sacramental, sin la fuerza y la ayuda del Señor.

            Y es que solo cuando uno a través de la comuniones ha llegado a comulgar de verdad con sus sentimientos y actitudes,  es  cuando es “llagado” vitalmente por su amor, y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna que no se romperá nunca: “¿Por qué pues has llagado este corazón no le sanaste, y pues me los has robado,  por qué así lo dejaste, y no tomas el robo que robaste? Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura”.

            En la Iglesia y en el mundo nos faltan comuniones eucarísticas, almas eucarísticas, religiosos y sacerdotes eucarísticos, padres y madres eucarísticas, jóvenes eucaristicos ¿dónde están, con quién comulgan los jovenes de ahora…? niñas y niños eucarísticos... es decir, cristianos identificados con Cristo por la comunión eucarística.

            Esta purificación o transformación es larga y dolorosa: ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches, Tú el único testigo... parece que nunca va a acabar el sufrimiento, a veces años y años... Tú lo sabes! En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras... Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la Salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas... ¡lo que cuesta comulgar con Cristo! Especialmente con el Cristo eucarístico, con el misterio eucarístico que se hace presente en cada Eucaristía, esto es, con tu pasión, muerte y resurrección.

            Es más fácil comulgar con un Cristo hecho a la medida de cada uno, parcial, de un aspecto o acción o palabra del evangelio, pero no con el Cristo eucarístico, que me pone delante del Cristo entero y completo, que muere por amor extremo al Padre y a los hombres, obedeciendo, hasta dar la vida.

            Por eso, quien come Eucaristía, quien comulga de verdad a Cristo Eucaristía, se va haciendo poco a poco Eucaristía perfecta, muere al pecado de cualquier clase que sea y va resucitando a la vida nueva que Cristo le comunica, va viviendo su misma vida, con sus mismos sentimientos de amor a Dios y entrega a los hombres. Quien come Eucaristía termina haciéndose Eucaristía perfecta.

            En cada comunión le decimos: Jesucristo, Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero lo seas todo. Jesucristo Eucaritía, yo creo en Ti; Jesucristo Eucaristia, yo confío en Ti; Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios.

            El alma, que llega a esta primera y perfecta comunión con Cristo en la tierra, ya sólo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás es con Él y por Él. Lo expresamos también en este canto popular de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos mis lectores, aunque a mí me falta mucho:  «Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego».

 

3. 5. FRUTOS DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA: LA COMUNIÓN REALIZA Y POTENCIA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO

 

En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 1391-1397.

            Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada  vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

            En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: “Permaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

            La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:“El que me come vivirá por mí”.

             Recibir la Eucaristía, como comunión, da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

            Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”.

            Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, «vivificada por el Espíritu Santo y vivificante» (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo.

            Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

            Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida.

            Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande,  tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús.

            El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

            La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: «El cuerpo de Cristo», y respondemos: <Amén>, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos en ese momento. Nuestro <amén>,  nuestro <si> implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial.

            La comunión eucarística es una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

2. 6. La comunión perdona los pecados  veniales y preserva de los mortales.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas.

            Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

            Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición de Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía.

            Nunca debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos, sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

            «“Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor” (1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio» (S. Ambrosio, sacr. 4,28).

            Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora «borra los pecados veniales» (Trento:DS. 1638).

            Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: «Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios» (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

            Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal.

            La Eucaristía no está ordenada de suyo al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo, porque es la realización de la Alianza y el borrón y cuenta nueva por la sangre de Cristo, que se hace presente. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el  sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

            Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.

            «El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

 

3. 6. LA EUCARISTÍA COMUNIÓN HACE LA IGLESIA: CARIDAD FRATERNA.

 

La Eucaristía hace la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía. La comunión renueva, fortalece y profundiza la incorporación a la Iglesia realizada por el bautismo: “Puesto que todos comemos un mismo pan, formamos un solo cuerpo” (1Cor 10,17).  De aquí el fruto y la exigencia de caridad fraterna para celebrar la Eucaristía.

            En el Última Cena se manifiesta claramente que la Eucaristía en la intención de Cristo es fuente de caridad y debe fomentar el amor fraterno, porque ha sido el momento elegido por el Señor para darnos el mandato nuevo del amor fraterno. Uniendo nuestra voluntad a la de Cristo podemos esperar de Él la fuerza necesaria para el aumento de amor y la reconciliación fraterna deseada.

            Como comida sacrificial, la Eucaristía tiende a comunicar a los participantes el amor que inspiró el sacrificio de Cristo en obediencia al Padre por amor extremo a sus hermanos, los hombres.

            El primer efecto de la comida eucarística es una unión más íntima con Cristo, como hemos dicho. Pero por este mismo efecto, porque comemos todos el mismo Cristo, se produce inseparablemente otro efecto: la unión más profunda entre  todos los que viven la vida de Cristo, es decir, la unión de su Cuerpo Místico, la Iglesia. 

            La Eucaristía estimula el crecimiento del Cuerpo entero, Cabeza y miembros, en fidelidad al mandato recibido y realizado por el Señor: “Amáos los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 13,34). La Eucaristía tiende a desarrollar todos los aspectos y todas las actitudes del amor recíproco, de tal forma que de la Cabeza, que es Cristo,“se procura el crecimiento del cuerpo, para construcción de sí mismo en el amor” (Ef 4,16).         

            Jesús no ha hecho sólo un himno a la caridad sino que ha indicado el modelo:“como yo os he amado”; propone su vida como modelo de caridad y perdón.          La comunión no termina en la unión con Cristo sino que con Él, en Él y por Él nos unimos a toda la Iglesia. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia.

            La Comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la iglesia realizada ya por el Bautismo. Por el bautismo fuimos llamados a formar un solo cuerpo en Cristo. La Comunión lo perfecciona y completa: “El cáliz de bendición que bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor.10, 16-7).

            «Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis <amén>, es decir, <sí> es verdad a lo que recibís, con lo que respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir «el Cuerpo de Cristo», y respondes «amén». Por la tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu <amén> sea también verdadero» (S. Agustín, serm. 272).

            El Vaticano II, al hablar del Obispo como sumo sacerdote de su Iglesia local, nos dice: «...en la Eucaristía que él mismo (obispo) ofrece o procura que sea ofrecida y en virtud de la cual vive y crece la Iglesia... se celebra el misterio de la cena del Señor a fin de que por el cuerpo y la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad. En toda comunidad de altar, bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquel amor y unidad del Cuerpo Místico de Cristo sin el cual no puede haber salvación» (LG 24 ).

 

3.  7. LA EUCARISTÍA COMUNIÓN NOS COMPROMETE EN FAVOR  DE LOS POBRES.

 

Este amor fraterno lleva consigo una predilección cristiana especial por los pobres, como en la vida de Jesús: “Lo que hicisteis con cualquiera de estos, conmigo lo hicisteis”. Es impresionante el modo en el que S. Juan Crisóstomo advertía la plena unión entre celebración de la Eucaristía y el compromiso de caridad con los pobres.

            Según este santo predicador, la participación en la mesa del Señor no permite incoherencias, de suerte que, para recibir en verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo, entregados por nosotros, debemos reconocer a Cristo en los más pobres (Cf.Mt.25,40):

            «¡Que ningún Judas se acerque a la mesa, -exclama en una homilía- ...porque no era de plata aquella mesa, ni de oro el cáliz, del cual Cristo dio su sangre a sus discípulos...! ¿Quieres honrar el cuerpo de Cristo? No permitas que él esté desnudo: y no lo honres aquí en la iglesia con telas de seda, para después tolerar, fuera de aquí, que él mismo muera de frío y de desnudez. El que ha dicho: “Esto es mi cuerpo”, ha dicho también: “Me habéis visto con hambre y no me habéis dado de comer”, y “lo que no habéis hecho a uno de mis pequeños, no lo habéis hecho conmigo”. Aprendamos, pues, a ser sabios, y a honrar a Cristo como Él quiere, gastando las riquezas en los pobres. Dios no tiene necesidad de utensilios de oro sino del alma de oro. ¿Qué ventajas hay si su mesa está llena de cálices de oro, cuando Él mismo muere de hambre? Primero sacia el hambre del hambriento, y entonces con lo superfluo ornamenta su mesa» (Homilía sobre el Evangelio de Mateo, 50, 2-4, PG 58, c.508-509).

            Y el mismo santo doctor comenta  en otro lugar: «¿Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano? Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso» (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1Cor,27,4).

 

3.  8. LA EUCARISTÍA COMUNIÓN, PRENDA DE LA GLORIA FUTURA

 

En una antigua antífona de la fiesta del Corpus Christi rezamos: «¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su Pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura!».

            Llamamos a la Eucaristía prenda de la gloria futura y anticipación de la vida eterna, porque nos hace partícipes del germen de nuestra resurrección, que es Cristo resucitado y glorioso, bien último y conclusivo del proyecto del Padre.

            La Eucaristía y la comunión son prenda del cielo: “El que coma de este pan tiene vida eterna...  vivirá para siempre”. La unión con Cristo resucitado nos va transformando en cada Eucaristía en carne de resurrección. Es verdaderamente el sacramento de la esperanza cristiana.

            Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados «de gracia y bendición», la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial, puesto que recibimos al que los ángeles y los santos contemplan en el banquete del reino, al Cristo glorioso y resucitado.

            La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor resucitado, el Viviente, viene en la Eucaristía y que está ahí en medio de nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo», como rezamos en la Eucaristía, pidiendo además «entrar en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí enjugarás las lágrimas de nuestros ojos porque, al contemplarte como Tú eres, Dios nuestro, seremos para siempre semejantes a Ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor Nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes» (Plegaria III).

            De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva, la de los bienes últimos escatológicos, no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En efecto, cada vez que se celebra este misterio «se realiza la obra de nuestra redención» (Plegaria III) y «partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre» (S.Ignacio de Antioquia, Eph.20,2).

 

3. 9. AL COMULGAR, ME ENCUENTRO CON CRISTO VIVO  Ý RESUCITADO Y CON TODOS SUS   DICHOS Y  HECHOS Y SALVADORES

 

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de  la salvación, invocando su nombre” (Sal.116).

          Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.

            «Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sushechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

            Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es «centro, fuente y culmen» de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

 

A) ENCARNACIÓN Y EUCARISTÍA

 

La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

            Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48).

            De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

            Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son celebrados, desde la Encarnación hasta la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica. La Eucaristía como la Encarnación es la gran obra del Espíritu Santo en favor de la iglesia.

 

B) PRESENCIA PERMANENTE DE CRISTO AMIGO

 

Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el sagrario es el eterno Emmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20).

            Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf.Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan.          Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

 

C) PAN DE VIDA, RECIENTE Y DIARIO, BAJADO DEL CIELO

 

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6,54-55).

            La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón... debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

            La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20).

            La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer, pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: (cfr1Cor11, 18-21).

            En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

            Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de la vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

 

D) DE LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN, A LA MISIÓN

 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es Apodéis ir en paz@, que en latín se dice: “Ite, missa est”. Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante: “Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”.

En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos... amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

 

3. 10. EN LA EUCARISTÍA SE ENCUENTRA LA FUENTE Y LA CIMA DE TODO APOSTOLADO

 

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

            En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia.

            Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la iglesia, dado que «los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan» (PO.5; LG.10; SC.41).

            Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

 

3. 11.  DIMENSIÓN ESCATOLÓGICA DE LA EUCARISTÍA

 

Ahora bien, la iglesia, que se manifiesta en un determinado lugar, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía, no está formada únicamente por los que integran la comunidad terrena. Existe una iglesia invisible, la “Jerusalén celeste”, que desciende de arriba (Apo.21,2); por eso, «en la liturgia terrena pregustamos y nos unimos por el Viviente a la liturgia celestial, que se celebra en la ciudad santa, Jerusalén del cielo, hacia la cual nos dirigimos como peregrinos, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre como ministro del santuario y del tabernáculo  verdadero» (SC.8;50).

            Por la comunión eucarística, nos unimos también a los fieles difuntos que se purifican a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo. La comunión en la Eucaristía es el más excelente  sufragio por los difuntos y el signo más expresivo de las exequias. Asistida por el Espíritu Santo, la iglesia peregrinante se mantiene fiel al mandato de comer el pan y beber el cáliz, anunciando la muerte y proclamando la resurrección del Señor a fin de que venga de nuevo para consumar su obra: “Pues cuantas veces comáis éste pan y bebáis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” (1Cor.11,26).

            Bajo la acción del Espíritu Santo toda celebración de la Eucaristía es súplica ardiente de la esposa: “marana tha”. Éste es el grito de toda la asamblea cuando se hace presente el Señor por la consagración: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús”.

            Un filósofo francés, Gabriel Marcel, ha escrito: «Amar a alguien es decirle: tu no morirás». Y yo veo que esto es lo que nos dice en cada Eucaristía Aquel, que ha vencido a la muerte: Os quiero, vosotros no moriréis, porque yo he muerto para que tengais vida eterna. Y en la comunión eucarística nos lo dice particularmente a cada uno.

            Que este deseo de Cristo, pronunciado y celebrado con palabras y gestos suyos en la santa Eucaristía y comunión, nos haga vivir seguros y confiados en su amor y salvación y lo hagamos vida en nosotros para gozo de la Santísima Trinidad,  en la que nos sumergimos ya por la vida de Aquel, que, siendo Dios, se hizo hombre y pan de Eucaristía que nos alimenta para la vida eterna.

 

 

CAPÍTULO CUARTO

 

LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO: SAGRARIO Y CUSTODIA

 

4.1. ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA  ADORACIÓN EUCARÍSTICA.

 

(Meditación dada en Madrid a la Dirección Nacional de A-N.E.)

 

La Iglesia Católica siempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos. Esta fe la ha vivido especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

            Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento y afirmar a la vez, que la oración ante Jesús Sacramentado, es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía,  quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teología bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los Adoradores Nocturnos, que nos sentimos verdaderamente privilegiados, necesitados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los sagrarios de la tierra.

            «¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»

            Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, vi al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. 

            Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oración hecha ante el sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, a mi parecer, oración, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama». Y ya la oímos decir anteriormente: «¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos...? ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa...? No permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado... Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable…».      

            Los adoradores, igual que los sacerdotes o cualquier cristiano, tenemos que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona y si a su persona no la respetamos, no la valoramos, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo todo entero

y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

            Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros <pasamos> del sagrario y muchas veces pasamos ante el sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el templo no estuviera habitado por Él, y la genuflexión, exceptúo imposibilidad física, ya no hace falta.

            Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es una persona fundamentalmente  es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego nos interesemos por sus cosas, por su evangelio, por su liturgia, por los sacramentos, por sus diversas encarnaciones en la Palabra, en los hermanos, en los pobres, porque Él sea  más conocido y amado.

            Cuidar el altar, el sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

            Repito porque esto conviene repetirlo muchas veces, qué buen testimonio, cuánta teología y fe verdaderas hay en un silencio guardado porque Él está ahí, cuánta teología vivida en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados en la Eucaristía; indican que hay verdadera vivencia y amistad con Jesucristo, el Viviente y Resucitado.

            Ésta es una forma muy importante de ser «testigos del Viviente», para muchos que no creen en su presencia eucarística o se olvidan de ella, dando así  pruebas con nuestra adoración personal del Señor, de que Él está allí presente, aunque no lo veamos físicamente o en una imagen.

            Es que si he celebrado y predicado la mejor homilía, aunque sea  sobre la misma Eucaristía, pero nada más terminar, hablo en la Iglesia y me comporto como si Él no estuviera presente, me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, porque no creo o no respeto su permanencia sacramental en la presencia eucarística, es decir, todo el misterio eucarístico completo: Eucaristía, comunión y presencia.

            Cómo educamos con nuestro silencio religioso en el templo o con la exigencia del mismo en Eucaristías y funerales o bodas... De esta forma, al no exigirse el silencio debido en el templo de Dios, no catequizamos ni educamos en la piedad eucarística y será más difícil ver a niños y mayores junto al sagrario porque actuando así lo convertimos en un trasto más de la iglesia. Así resulta que algunos sagrarios están llenos de polvo, descuido y olvido.

            Qué Eucaristías, qué evangelio, qué Cristo se habrá predicado en esas iglesias. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, así lo quiso Él mismo, no lo asegura la fe de la Iglesia, la experiencia de los santos y nosotros lo creemos.

            El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

 (Nota: Para sacerdotes este tema se trata repetidas veces en la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA PASTORES DABO VOBIS DE  JUAN PABLO II, EL DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS, de la CONGREGACIÓN DEL CLERO, ALGUNAS CARTAS  del Papa Juan Pablo II  a los sacerdotes en el JUEVES SANTO y en la última Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía, que acaba de salir ECCLESIA DE EUCHARISTÍA).     

            En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

            Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las congregaciones religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento.

Por todo esto, quiero deciros que vuestra Adoración Nocturna está dentro del corazón de la liturgia y de la vida de la Iglesia. Sois eternamente actuales, porque esto mismo, sólo que iluminados por la luz y los resplandores celestes del amor trinitario, constituye la gloria y felicidad del cielo. Sólo quien tenga un poco de experiencia, quien tenga algunos “fogonazos” dados gratuitamente por el Señor, después de alguna purificación y limpieza de pecados, podrá barruntar y comprobar que todo esto es verdad gozosa y consoladora.

            La renovación litúrgica, iniciada por el Concilio Vaticano II, ha llegado también tanto a la teología como a la liturgia de la Adoración Nocturna y ha puesto en su lugar correcto la adoración del Señor. Ya no se da aquel desfase,  que todos hemos conocido y practicado en los años sesenta, en los que celebrábamos la Eucaristía al final de la Vigilia, al despedirnos, con la llegada del día.

Recuerdo perfectamente que empezábamos directamente con la Exposición del Señor en la Custodia y luego venían los turnos de vela. La forma actual, fruto de la teología y liturgia del Concilio Vaticano II es correcta en todos los aspectos.  

            Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno, que era una pérdida para la Eucaristía como presencia y como adoración, como si la Presencia eucarística no fuese suficientemente valorada. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teológico ni pastoral, y, para que nos convenzamos de esto, conviene dar unas pequeñas nociones de los tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

            Veremos así que la celebración de la Eucaristía es el aspecto fundante y principal de este misterio, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia»; veremos que para que haya pascua, es decir, pasión, muerte y resurrección de Cristo presencializadas, tiene que estar lógicamente presente el Señor, y que, si el Señor se hace presente, es para ofrecer su vida al Padre y a los hombres como salvación, que conseguimos especialmente por la comunión eucarística.Después de la Eucaristía,  el cuerpo, ofrecido en sacrificio y en comunión,  se guarda para que puedan comulgarlo los que no pueden venir a la iglesia; también para que todos los creyentes, mediante la adoración y las visitas al sagrario, podamos seguir participando en su pascua, comulgando con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, presente en la Hostia santa.

            Adorándole en  la oración eucarística, nos identificamos  con los sentimientos de Cristo Eucaristía, que sigue ofreciéndose  al Padre y dándose en comida  y en amistad a los hombres. Si alguien nos pregunta qué hacemos allí parados mirando la Hostia Santa, diremos solamente: ¡ES EL SEÑOR! He aquí en síntesis la espiritualidad de la Presencia Eucarística, de la que debe vivir todo cristiano, pero especialmente todo Adorador Nocturno.

            Esta espiritualidad, orada y vivida en oración personal, podría expresarse así: Señor, te adoro aquí presente en el pan consagrado, creo que estás ahí amándome, ofreciéndote e intercediendo por todos  ante el Padre. Qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo y quiero inmolarme contigo al Padre y  por los hermanos; quiero comulgar con tus sentimientos de caridad, humildad, servicio y entrega en este sacramento... quiero contemplarte para imitarte y recordarte, para aprender y recibir de Ti las fuerzas necesarias para vivir como Tú quieres, como un discípulo fiel e identificado con su maestro. Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si  nuestros adoradores viven con estas actitudes sus turnos de Vela, sus Vigilias, nos encontraremos con Cristo presente, camino, verdad y vida y nos sentiremos más animados para recorrer el camino de la santidad con su ayuda y presencia y alimento eucarístico.

 

 

 

 

 

4. 2. ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

            Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad : por quién, cómo y por qué está ahí.

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

            No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

            En cada Eucaristía, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

            La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

            Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

            Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

            Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco a los adoradores en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

 

4. 3. 1. La presencia eucarística de Cristo nos enseña muchas cosas recordando:“y cuantas veces hagais esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

 

4. 3. 1. LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO NOS ENSEÑA y HACE PRESENTE TODA SU VIDA Y SALVACÓN: “Y CUANTAS VECES HAGAIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

 

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

            Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, confiadamente lo  espero de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

 

4.-3.2. UN SEGUNDO SENTIMIENTO

 

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5). 

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad.

            Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía.

            Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado.

            Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

            Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Miradlo los humildes y alegráos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres”(69).

4.  3.  3. OTRO  SENTIMIENTO EUCARÍSTICO

Que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

            Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí...

            Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.        

 

4. 3. 4. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”...,

 

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

            Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

            “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

            Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

            Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

            Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

            “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María.

            Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando decidieron esta presencia tan total y real en consejo trinitario, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

            ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico:  “Acordaos de mí...”,

            ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o decir palabras.

            Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones, empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones para finalizar en las últimas etapas, sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

 

4. 3. 5. YO TAMBIÉN, COMO JUAN…

 

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, en la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía.    

            Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia.  En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

            Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

            Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

            Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia, esta es la meta.

            Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin ellas sean lo único que descubra o lo más importante, sino que las estudio y las ejecuto sin que me esclavicen, para que me lleven a lo celebrado, al misterio: “y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.

            En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu.

             “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

            “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

            “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta... digo yo... que si no aprovecharía más a la Iglesia y a los hombres algunos despistes de estos...

            Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre, bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el “centro y culmen”, la fuente que mana y corre, Cristo. 

 

4. 3. 6. LA EUCARISTÍA ES APOSTOLADO DE ORACIÓN Y OFRENDA DE INTERCESIÓN.

 

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

            Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos... por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

            Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

            El adorador no se encierra en su individualismo intimista, sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, prolongáis las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el sagrario.

            Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

            Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así, adoración e intercesión y vida se complementan.

Hay unos textos de S. Juan de Avila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos: «...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» (Cfr ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila. pgs. 143-44 del libro, Escritos Sacerdotales, de BAC minor, Madrid 1969).

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y  constituido de Dios en él» (pag. 145).

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan firmemente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados» (Pag. 149).

CAPÍTULO  QUINTO

 

JUAN PABLO II Y LA EUCARISTÍA

 

 EL DOMINGO CRISTIANO: ORIGEN E IMPORTANCIA

 

5. 1.- SIN DOMINGO NO HAY CRISTIANISMO

 

El título completo que puse a una Hoja Parroquial hace más de cincuenta años fue este: Sin domingo no hay cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía y luego lo cambié: sin misa de domingo no hay cristianismo y expuse las razones que todos sabéis, porque este tema es frecuente en mis homilías y que paso a exponer un poco porque la Eucaristía dominical es para el pueblo cristiano la profesión de su fe y la celebración de su salvación.

            Por eso, disfruté mucho leyendo la Carta Apostólica que publicó el Papa Juan Pablo II sobre el DOMINGO: «DIES DOMINI». Yo hice un resumen breve para homilías y otro, pastoral y más amplio, para temas de los grupos parroquiales. Tomaré de ambos, pero antes quisiera decir lo que escribí en aquella Hoja Parroquial, tal cual, para que no pierda frescura.

            Sin domingo no hay cristianismo. El Domingo  nace de la Pascua. La Pascua es la Resurrección del Señor: fundamento de nuestra fe. El Domingo es la Pascua  semanal. La importancia que tiene el Triduo Pascual, -Jueves Santo, Viernes Santo y Pascua- en relación con el año litúrgico, la tiene el Domingo en relación al resto de la semana.

El domingo de Pascua de Resurrección es el primer domingo del año, la fiesta que da origen a todos los domingos y a todas las fiestas, el día más grande de la  historia, que recordamos y celebramos todos los domingos del año. Mirad cómo lo expresa el Vaticano II: La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día en que es llamado con razón «día del Señor, o domingo».

            En este día los fieles deben reunirse a fín de que escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden  la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos (1P.1,3).

            Por esto, “ …el domingo es la fiesta primordial que debe    presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles, de modo  que sea también el día de alegría y de liberación del  trabajo... puesto que el domingo es el fundamento y el   núcleo del año litúrgico” (SC.106).

Aquí, en este texto, está toda la teología y espiritualidad del domingo. Jesús resucitó “el día primero de la semana”, esto es, el día siguiente al sábado, según el calendario judío; ese   día, por ser el más importante de su vida, se le llamó «día del Señor», en latín <dominica>, en español, domingo: ese es el día en que el Señor resucitó y celebró la Eucaristía con sus  discípulos, llenos de miedo, para animarles y fortalecerle en la fe.

A los ocho días volvió a aparecerse y celebró la Eucaristía y así varios domingos. Después subió al cielo y los Apóstoles y los cristianos siguieron llamándolo “día del Señor,” y celebrando la Eucaristía, como lo había hecho el Señor; y desde entonces celebramos la Eucaristía en el domingo: «Día en que Cristo resucitó y nos hizo partícipe de su resurrección», como rezamos en la Plegaria Eucarística II.

Es el Señor quién instituyó el domingo, no la Iglesia, y es Él quien quiere que todos sus discípulos nos reunamos en torno a Él para celebrar su pasión, muerte y resurrección mediante la Eucaristía, para hacer Iglesia, alimentar nuestras vidas con su presencia, con su palabra y con el pan de la vida eterna y dar las gracias y alabanzas y bendiciones a Dios por todas estas maravillas.

            La Eucaristía del domingo es el corazón de la Iglesia, es el cristianismo condensado, es Cristo compendiando en una acción sagrada toda su vida entregada y todos sus hechos salvadores, manifestando así su amor misericordioso a los hombres, por la sangre derramada y por su cuerpo entregado, aceptados por el Padre resucitándolo y poniéndole a su derecha en el cielo.

El domingo es la manifestación semanal, la parusía sacramental del mismo Jesús que se encarnó en el seno de María Virgen por el poder del Espíritu Santo, recorrió los caminos de Palestina predicando el reino de Dios y que con su pasión, muerte y resurrección se hace presente en cada Eucaristía, especialmente el domingo  renuevando el pacto y la alianza nueva y eterna de amor y de perdón del Padre Dios en favor de todos los hombres, liberándonos de todos nuestros pecados y esclavitudes y guiándonos con la palabra de la verdad.

            No debieran olvidar todo esto los que dicen ser católicos pero no practican su fe viviendo el domingo, porque su incoherencia e ignorancia quedaría superada si leyeran los evangelios y encontraran a Jesucristo resucitado celebrar la Eucaristía  con los apóstoles en su manifestación en el primer día de pascua, en el domingo primera de la historia, llamado así precisamente por esto. Creer es celebrar y dar gracias por la fe en el Resucitado, en el Viviente. Nosotros seguimos esta tradición santa, entregada por el Señor a los Apóstoles, reuniéndose en las casas y celebrando la Eucaristía cada ocho días. Y así, desde ellos, ha llegado hasta nosotros. Quien no celebra la Eucaristía el domingo no sabe de qué va el cristianismo, no es ni hace iglesia de Cristo y rompe el cuerpo de Cristo.

            Y luego seguía en esta hoja parroquial haciendo una referencia a los padres de niños de primera comunión, que piden el sacramento para sus hijos: Si tú pides el sacramento de la Eucaristía para tu hijo, debes entrar primero en tu corazón con honradez y ver si tienes fe en la Eucaristía, en Jesucristo presente y celebrante principal del sacramento que pides y si tú vives tu fe cristiana participando todos los domingos en la asamblea Santa del Señor, donde Él parte para todos el pan de la palabra y de la Eucaristía, entonces puedes con honradez pedir este sacramento.

            Si vosotros, queridos padres, no tuvierais esta fe y esta práctica, estoy seguro de que podéis ser personas buenas y honradas, pero no podéis pedir un sacramento, la Eucaristía, la primera comunión de vuestro hijo, sencillamente porque no creéis en ella y no la celebráis cada domingo y porque no debes iniciar a tu hijo en una forma de vivir el cristianismo, el amor a Cristo, que no es coherente y que le llevará a un cristianismo sociológico, vacío y muerto.

Si tú entregas a tu hijo a la parroquia para que le forme y prepare para la Primera Comunión, si vosotros, padres, no fueseis buscando sólo o principalmente la fiesta en lo que tiene de social y externo, los regalos, los banquetes... como si fuera una boda, si cuando tú llevas a tu hijo a la parroquia fueras buscando lo que debe ser, que tu hijo conozca y ame más a Jesucristo, especialmente en este sacramento, cosa que a veces ni lo buscáis ni pensáis siquiera.... entonces comprenderíais que la mejor catequesis y preparación es la Eucaristía del domingo para vosotros y para vuestros hijos. Ya sabéis lo que hago repetir continuamente a vuestros hijos: «si tenemos padres cristianos, no necesitamos ni curas...» y esto es lo que está fallando ahora en las familias: los padres cristianos.

            Si un niño no ve rezar a sus padres, no los ve arrodillarse, no los ve en la iglesia los domingo en la Eucaristía, como su padre es el que más le quiere y desea para él lo mejor: el yudo, el inglés, el deporte, el ordenador... eso sí se lo busca y lo encuentra para él…, entonces, por lógica, la Eucaristía será abandonada en cuanto haga la Primera Comunión, por estas otras cosas más interesantes... que su padre practica.

Por eso, a los niños, desde el primer día de catequesis, les hago repetir y les explico una segunda afirmación que todos repiten muchas veces durante el año: «sin Eucaristía de domingo, no hay primera comunión», porque así lo hago en mi parroquia, de forma que los que no quieren o se van a los campos o fines de semana fuera... en mi parroquia no puedo prepararlos para un encuentro con el Señor que todos los domingos desprecian.  De aquí la tercera afirmación que repiten en Eucaristías y catequesis: «hacer la primera comunión es ser amigos de Jesús para siempre».La primera comunión no es un día, no es una fiesta, es el comienzo de una fiesta, de una amistad que debe durar toda la vida.

            Estas actitudes y comportamientos de los padres contrarios a la auténtica vida cristiana se convierten en un drama amargo y triste para los niños y para los sacerdotes, que tienen que educarlos en la verdadera fe de la Iglesia y por deber y conciencia deben exigir a los niños la Eucaristía del domingo como la mejor y principal forma de prepararse consciente y válidamente para la primera comunión.          

            El drama viene cuando los padres no practican ni quieren convertirse a la fe verdadera. Es la esquizofrenia: ¿como estar instruyendo a tu hijo en el misterio eucarístico, cómo decirle que Cristo es el Señor resucitado, el Dios infinito que nos ama y ha muerto por nosotros, para que tengamos vida buena y cristiana y para eso viene cada domingo y celebra la Eucaristía, alimentándonos con el evangelio y el pan de vida, para el cual se está preparando, y que Jesús le espera cada domingo y lo siente mucho si no está en Eucaristía con los otros niños para enseñarle cómo lo tienen que recibir y celebrar el día de su primera comunión ¿Cómo decirles que la Eucaristía del domingo es lo más grande de la Iglesia, lo que nos hace cristianos, discípulos y amigos de Jesús, nos hace su Iglesia, es el corazón de este cuerpo que somos todos, el centro y culmen y alimento de toda la vida cristiana y luego ve que sus padres no van a Eucaristía? ¿Cómo decirle al niño que estos dos o cuatro años de catequesis son para poder participar luego, como persona adulta para la Iglesia, en la Eucaristía de cada domingo que es el culmen y el centro de toda la vida cristiana y que sin Eucaristía de domingo no hay cristianismo si está viendo que sus padres no van a la Eucaristía los domingos? Repito: es la esquizofrenia religiosa, el desquiciamiento de toda su vida religiosa y el vacío de su vida cristiana. Así está la Iglesia en algunas épocas de su historia.

            “Eso no es comer la cena del Señor” habría que decir con S. Pablo. No se quejen luego de los regalos y de los trajes, porque esta forma de celebrar la Eucaristía es otro traje más llamativo, hecho a medida del consumismo de la fe. ¿Qué hacer? Pues lo que hizo Jesucristo, venir cada domingo y sentarse a la mesa con los que creen en Él y no se inventan una fe y un cristianismo a su medida consumista, y celebrar su muerte y resurrección, -su pascua-,  y en esta pascua ir poco a poco pasando a todos sus discípulos de la muerte a la vida nueva, del pecado a la gracia. Y como Jesucristo lo hizo y es el autor y garante de nuestra fe y de todos los sacramentos, no quiere cristianos sin domingo ni domingos  sin Eucaristía.

Así lo quiere Cristo: “Haced esto en memoria mía”; así lo sabemos y debemos predicarlo los sacerdotes y catequistas enviados para introducir en el misterio a los más pequeños del Reino, así debieran practicarlo los padres que piden el sacramento de la Eucaristía para sus hijos: «culmen y fuente de toda la vida cristiana»; ya me diréis qué vida cristiana en unos padres que no van a Eucaristía y en unos niños, que precisamente cuando se les está educando para el gran misterio de nuestra fe, ya están viendo y oyendo a sus padres que no hace falta ir a Eucaristía los domingos, que  harán la primera y última Comunión, y tan contentos sus padres con el consentimiento de  algunos hermanos sacerdotes que lo consienten...

Sin Eucaristía de domingo todo lo demás es perder tiempo y traicionar el evangelio. Y el exigirlo es cooperar a que la Iglesia sea lo que Cristo quiere y para lo cual la instituyó y se encarnó y murió y resucitó. Que luego los niños y niñas dejan de venir a Eucaristía, porque sólo nos quedamos con aquellos cuyos padres practican, pues lo lamentamos y seguiremos rezando y trabajando en esta línea, pero serán menos, ya que algunos padres se van reenganchado y vuelven a la práctica dominical, y de todas formas habremos cumplido nuestra misión y el Señor hará lo que nosotros no podemos: hay que hacer lo que se pueda y lo que no, se compra hecho, esto es, se reza, se pide con lágrimas y todos los días ante el Señor por estos niños y por estos padres.

            He hablado de los niños y niñas de Primera Comunión y de sus padres y madres, porque las razones y los motivos son los mismos para todos los creyentes. Lo especifico más en ellos, para que se vea el origen, ya desde el principio, de la falta de estima por la Eucaristía en los cristianos, precisamente en el momento de iniciarse para el gran sacramento. Quiero terminar este apartado con un texto de Juan Pablo II en la carta que paso a exponer a continuación: «La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto”.

 

 

 5. 2.  CARTA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II DIES DOMINI SOBRE LA SANTIFICACIÓN DEL DOMINGO.

 

Trataré de poner lo que considero más importante de esta Carta y lo haré siguiendo los capítulos y enumeración de la misma para mayor claridad y por si algún lector quiere ampliar estos apuntes con su lectura completa. Empiezo:

 

1.- EL DÍA DEL SEÑOR -como ha sido llamado el domingo desde los tiempos apostólicos- ha tenido siempre, en la historia de la Iglesia, una consideración privilegiada por su estrecha relación con el núcleo mismo del misterio cristiano. En efecto, el domingo recuerda, en la sucesión semanal del tiempo, el día de la resurrección de Cristo. Es laPascua de la semana, en la que se  celebra la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, la realización en Él de la primera creación y el inicio de la “nueva creación” (cf 2Cor 5,17). Es el eco del gozo, primero titubeante y después arrebatador, que los apóstoles experimentaron la tarde de aquel mismo día, cuando fueron visitados por Jesús resucitado y recibieron el don de su paz y de su Espíritu (cf Jn 20,19-23).

 

2.- La resurrección de Jesús es el dato originario en el que se fundamenta la fe cristiana (cfr. 1Cor 15,14) Quienes han recibido la gracia de creer en el Señor resucitado pueden descubrir el significado de este día semanal con la emoción vibrante que hacia decir a San Jerónimo: “El domingo es el día de la resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día”.

 

3.- Su importancia fundamental, reconocida siempre en los dos mil años de historia, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II: «La Iglesia, desde la tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que se llama con razón “día del Señor” o “domingo» (SC 106).

 

6.- ...Actuando así nos situamos en la perenne tradición de la Iglesia, recordada firmemente por el concilio Vaticano II al enseñar que, en el domingo, «los fieles deben reunirse en asamblea a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, hagan memoria de la pasión, resurrección y gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los ha regenerado para una esperanza viva por medio de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos» (cf 1Pe 1,3).

CAPITULO I

 

DIES   DOMINI

 

CELEBRACIÓN DE LA OBRA DEL CREADOR.

 

“Por medio de la Palabra se hizo todo” (Jn 1,3)

 8.- En la experiencia cristiana el domingo es ...la celebración de la “nueva creación”. El Verbo... gracias a su misterio de Hijo eterno del Padre, es origen y fin del universo. Lo afirma Juan en el prólogo de su Evangelio:“Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de los que se ha hecho”

El “shabbat”: gozoso descanso del Creador.

11.- Si en la primera página del Génesis es ejemplar para el hombre el <trabajo> de Dios, lo es también su <descanso>. “Concluyó en el séptimo día su trabajo” (Gén 2,2). Aquí tenemos también un antropomorfismo lleno de un fecundo mensaje. En efecto, el <descanso> de Dios no puede interpretarse banalmente como una especie de <inactividad> de Dios. El acto creador que está en la base del mundo es permanente por su naturaleza y Dios nunca cesa de actuar... El descanso divino del séptimo día no se refiere a un Dios inactivo, sino que subraya la plenitud de la realización llevada a término y expresa el descanso de Dios frente a un trabajo “bien hecho” (Gén 1,31), salido de sus manos para dirigir al mismouna mirada llena de gozosa complacencia: una mirada <contemplativa>, que ya no aspira a nuevas obras, sino más bien a gozar de la belleza de lo realizado; una mirada sobre las cosas, pero de modo particular sobre el hombre, vértice de la creación.

 

  14.- El día del descanso es tal ante todo porque es el día <bendecido> y <santificado> por Dios, o sea, separado de los otros días para ser, entre todos, el «día del Señor».

15.- En realidad, toda la vida del hombre y todo su tiempo deben ser vividos como alabanza y agradecimiento al Creador. Pero la relación del hombre con Dios necesita también momentos de oración explícita, en los que dicha relación se convierte en diálogo intenso, que implica todas las dimensiones de la persona. El «día del Señor» es, por excelencia, el día de esta relación, en la que el hombre eleva a Dios su canto, haciéndose voz de toda la creación.

 

Del sábado al domingo

18.- En efecto, el misterio pascual es la revelación plena del misterio de los orígenes, el vértice de la historia de la salvación y la anticipación del fin escatológico del mundo. Lo que Dios obró en la creación y lo que hizo por su pueblo en el Éxodo encontró en la muerte y resurrección de Cristo su cumplimiento... A la luz de este misterio, el sentido del precepto veterotestamentario sobre el día del Señor es recuperado, integrado y revelado plenamente en la gloria que brilla en el rostro de Cristo resucitado (cf Cor 4,5). Del <sábado> se pasa al «primer día después del sábado»; del séptimo día al primer día: el “dies Domini”  se convierte en “el dies Christi”.

 

CAPÍTULO  II

 

DIES   CHRISTI

 

EL DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO Y EL DON DEL   ESPÍRITU

 

 La Pascua semanal19.- «Celebramos el domingo por la venerable resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, no sólo en la Pascua, sino cada semana»: así escribía, a principios del siglo V, el papa Inocencio I, testimoniando una práctica consolidada que se había ido desarrollando desde los primeros años después de la resurrección del Señor. San Basilio habla del «santo domingo, honrado por la resurrección del Señor, primicia de todos los demás días». San Agustín llama al domingo «sacramento de la Pascua».

            Esta profunda relación del domingo con la resurrección del Señor es puesta de relieve con fuerza por todas las Iglesias, tanto en Occidente como en Oriente. En la tradición de las Iglesias orientales, en particular, cada domingo, es la “anastásimos heméra”, el día de la resurrección, y precisamente por ello es el centro de todo el culto.

 

20.- Según el concorde testimonio evangélico, la resurrección de Jesucristo de entre los muertos tuvo lugar“el primer día después del sábado” (Mc16,2.9; Lc24,1; Jn 20,1). Aquel mismo día el Resucitado se manifestó a los dos discípulos de Emaús (cf Lc 24,13-35) y se apareció a los once apóstoles reunidos (cf Lc 24,36; Jn 20,19). Ocho días después -como testimonia el Evangelio de Juan (cf 20,26)- los discípulos estaban nuevamente reunidos cuando Jesús se les apareció y se hizo reconocer por Tomás, mostrándole las señales de la pasión. Era domingo el día de Pentecostés, primer día de la octava semana después de la pascua judía (cf Hech 2,1), cuando con la efusión del Espíritu Santo se cumplió la promesa hecha por Jesús a los apóstoles después de la resurrección (cf Lc 24,49; Hech 1,4-5). Fue el día del primer anuncio y de los primeros bautismos: Pedro proclamó a la multitud reunida que Cristo había resucitado y “los que acogieron su palabra fueron bautizados” (Hch 2,41). Fue la epifanía de la Iglesia, manifestada como pueblo en el que se congregan en unidad, más allá de toda diversidad, los hijos de Dios dispersos.

 

El primer día de la semana

21.-. Sobre esta base y desde los tiempos apostólicos, el primer día después del <sábado>, primero de la semana, comenzó a marcar el ritmo mismo de la vida de los discípulos de Cristo (cf 1Cor 16,2)... El libro del Apocalipsis testimonia la costumbre de llamar a este primer día de la semana el “día del Señor”. De hecho, ésta será una de las características que distinguirá a los cristianos respecto al mundo circundante. En efecto, cuando los cristianos decían «día del Señor», lo hacían dando a este término el pleno significado que deriva del mensaje pascual: “Cristo Jesús es Señor” (Flp 2,11; cf Hech2,36).

 

El día del don del Espíritu

28.- La luz de Cristo resucitado está íntimamente vinculada al <fuego> del Espíritu y ambas imágenes indican el sentido del domingo cristiano. Apareciéndose a los apóstoles la tarde de Pascua, Jesús sopló sobre ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20,22-23).La efusión del Espíritu fue el gran don del Resucitado a sus discípulos el domingo de Pascua. Era también domingo, cuando cincuenta días después de la resurrección, el Espíritu, como“viento impetuoso” y “fuego” (Hch 2,2-3), descendió con fuerza sobre los apóstoles reunidos con María... La «Pascua de la semana» se convierte así como en el «Pentecostés de la semana», donde los cristianos reviven la experiencia gozosa del encuentro de los apóstoles con el Resucitado, dejándose vivificar por el soplo de su Espíritu.

El día de la fe

Por todas estas dimensiones que lo caracterizan, el domingo es por excelencia el día de la fe. En él el Espíritu Santo, «memoria» viva de la Iglesia (cf Jn 14,26) hace la primera manifestación del Resucitado un acontecimiento que se renueva en el <hoy> de cada discípulo de Cristo. Sí, el domingo es el día de la fe. Lo subraya el hecho de que la liturgia eucarística dominical... prevé la profesión de la fe. El <Credo> recitado o cantado, pone de relieve el carácter bautismal y pascual del domingo... Acogiendo la Palabra y recibiendo el Cuerpo del Señor, contempla a Jesús resucitado, presente en los “santos signos” y confiesa con el apóstol Tomás “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

Un día irrenunciable

30.- Se comprende así por qué, incluso en el contexto de las dificultades de nuestro tiempo, la identidad de este día debe ser salvaguardada y sobre todo vivida profundamente... el día del Señor ha marcado la historia bimilenaria de la Iglesia. ¿Cómo se podría pensar que no continúe  caracterizando su futuro? En particular, la Iglesia se siente llamada a una nueva labor catequética y pastoral, para que ninguno, en las condiciones normales de vida, se vea privado del flujo abundante de gracia que lleva consigo la celebración del día del Señor.

 

CAPÍTULO III

 

DIES   ECCLESIAE

LA ASAMBLEA EUCARÍSTICA, CENTRO DEL DOMINGO.

 

La presencia del Resucitado

31.- “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Esta promesa de Cristo sigue siendo escuchada en la Iglesia como secreto fecundo de su vida y fuente de su esperanza. Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del resucitado en medio de los suyos.

            Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón la muerte y la resurrección de Cristo. En efecto no han sido salvados sólo individuamente sino como miembros del Cuerpo místico. Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado, el cual ofreció su vida“para reunir en uno a los Hijos de Dios que estaban  dispersos” (Jn 11,52).

            En la asamblea de los discípulos de Cristo se perpetúa en el tiempo la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita como modelo por Lucas en los Hechos de los Apóstoles, cuando relata que los primeros bautizados “acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2,42).

 

La asamblea eucarística

32.-. Esta realidad de la vida eclesial tiene en la Eucaristía no sólo una fuerza expresiva especial, sino su “fuente”. La Eucaristía nutre y modela a la Iglesia...

33. En efecto, precisamente en la Eucaristía dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los apóstoles la tarde de Pascua, cuando el Resucitado se les manifestó estando reunidos (cf Jn 20,19). Al volver Cristo entre ellos “ochos días más tarde” (Jn 20,26), se ve prefigurada en su origen la costumbre de la comunidad cristiana de reunirse cada octavo día, en el “día del Señor” o domingo, para profesar la fe en su resurrección y recoger los frutos. Esta íntima relación entre manifestación del Resucitado y la Eucaristía es sugerida por el Evangelio de Lucas en la narración sobre los dos discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristo mismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra y sentándose después a la mesa con ellos, que lo reconocieron cuando “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando” (24,30. Los gestos de Jesús en este relato son los mismos que Él hizo en la Última Cena, con una clara alusión a la “fracción del pan”, nombre dado a la Eucaristía en la época apostólica.

 

La Eucaristía dominical

34.- La Eucaristía dominical, sin embargo, con la obligación de la presencia comunitaria y la especial solemnidad que la caracterizan, precisamente porque se celebra “el día en que Cristo ha vencido a la muerte y nos ha hecho partícipes de su vida inmortal”, subraya con nuevo énfasis la propia dimensión eclesial, quedando como paradigma para las otras celebraciones  eucarísticas. Cada comunidad, al reunir a todos sus miembros para la “fracción del pan”, se siente como el lugar en el que se realiza concretamente el misterio de la Iglesia... implorando al Padre que se acuerde “de la Iglesia extendida por toda la tierra”.

 

El día de la Iglesia

35.- El dies Domini se manifiesta así también como dies Ecclesiae. Se comprende entonces por qué la dimensión comunitaria de la celebración dominical deba ser particularmente destacada a nivel pastoral. Como he tenido oportunidad de recordar en otra ocasión, entre las numerosas actividades que desarrolla una parroquia «ninguna es tan vital o formativa para la comunidad como la celebración dominical del día del Señor y de su Eucaristía» para «fomentar el sentido de la comunidad eclesial, que se manifiesta y alimenta especialmente en la celebración comunitaria del domingo, sea en torno al obispo, especialmente en la catedral, sea en la asamblea parroquial, cuyo pastor hace las veces del obispo».

36 La asamblea dominical es un lugar privilegiado de unidad... A este respecto, se ha de recordar que corresponde ante todo a los padres educar a sus hijos para la participación en la Eucaristía dominical, ayudados por los catequistas, los cuales se han de preocupar de incluir en el proceso formativo de los muchachos que les han sido confiados la iniciación a la Eucaristía, ilustrando el motivo profundo de la obligatoriedad del precepto. A ello contribuirá también, cuando las circunstancias lo aconsejen, la celebración de Eucaristías para niños, según las varias modalidades previstas por las normas litúrgicas... En domingo, día de la asamblea no se han de fomentar las Eucaristías de grupos pequeños...

 

La mesa de la Palabra

39.- En la asamblea dominical, como en cada celebración eucarística, el encuentro con el Resucitado se realiza mediante la participación en la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida. La primera continúa ofreciendo la comprensión de la historia de la salvación y, particularmente, la del misterio pascual. En la segunda se hace real, sustancial y duradera la presencia del Señor Resucitado a través del memorial de su pasión y resurrección, y se ofrece el pan de vida y de la gloria futura.

El concilio Vaticano II ha recordado que «liturgia de la palabra y la liturgia eucarística, están tan estrechamente unidas entre sí, que constituyen un único acto de culto...» Naturalmente se confía mucho en la responsabilidad de quienes ejercen el ministerio de la Palabra.

 

La mesa del Cuerpo de Cristo

42.- En efecto, la Eucaristía es la viva actualización del sacrificio de la Cruz.Bajo las especies de pan y de vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz... «En la Eucaristía el sacrifico de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo».

 

Banquete pascual y encuentro fraterno44.-

Este aspecto comunitario se manifiesta especialmente en el carácter de banquete pascual propio de la Eucaristía, en la cual Cristo mismo se hace alimento. En efecto, «Cristo entregó a la Iglesia este sacrificio para que los fieles participen de Él tanto espiritualmente por la fe y la caridad como sacramentalmente por el banquete de la sagrada comunión. Y la participación en la cena del Señor es siempre comunión con Cristo que se ofrece en sacrificio al Padre por nosotros. Por eso la Iglesia recomienda a los fieles comulgar... cuando estén en las debidas condiciones... particularmente insistente con ocasión de la Eucaristía del domingo y de los otros días festivos». Es importante, además, que se tenga conciencia clara de la íntima vinculación entre la comunión con Cristo y la comunión con los hermanos.

 

 De la Eucaristía a la “misión”

45.- Al recibir el pan de vida, los discípulos de Cristo se disponen a afrontar, con la fuerza del Resucitado y de su Espíritu, los cometidos que les esperan en su vida ordinaria.

 

El precepto dominical

46.- Al ser la Eucaristía el verdadero centro del domingo, se comprende por qué, desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica. «Dejad todo en el día del Señor -dice, por ejemplo, el tratado del siglo III titulado Didascalia de los Apóstoles- y corred con diligencia a vuestras asambleas, porque es vuestra alabanza a Dios. Pues, ¿qué disculpa tendrán ante Dios aquellos que no se reúnen en el día del Señor para escuchar la palabra de vida y nutrirse con el alimento divino que es eterno?»  «...fueron muchos los cristianos valerosos que aceptaron la muerte con tal de no faltar a la Eucaristía dominical”. Es el caso de los mártires de Abitinia, en África proconsular, que respondieron a sus acusadores: “Sin temor alguno hemos celebrado la cena del Señor, porque no se puede aplazar; es nuestra ley»; «nosotros no podemos vivir sin la cena del Señor».

47.- La Iglesia no ha cesado de afirmar esta obligación de conciencia, basada en una exigencia interior que los cristianos de los primeros siglos sentían con tanta fuerza, aunque al principio no se consideró necesario prescribirla. Sólo más tarde, ante la tibieza y negligencia de algunos, ha debido explicitar el deber de participar en la Eucaristía dominical.

 

48.- Corresponde de manera particular a los obispos preocuparse de que el «domingo sea reconocido por todos los fieles, santificado y celebrado como verdadero <día del Señor>, en el que la Iglesia se reúne para renovar el recuerdo de su misterio pascual con la escucha de la Palabra de Dios, la ofrenda del sacrificio del Señor, la santificación del día mediante la oración, las obras de caridad y la abstención del trabajo».

 

Celebración animosa y animada por el canto

50.- A este respecto, es importante prestar atención al canto de la asamblea, porque es particularmente adecuado para expresar la alegría del corazón, pone de relieve la solemnidad y favorece la participación de la única fe y del mismo amor. Por ello, se debe favorecer su calidad, tanto por lo que se refiera a los textos como a la melodía... digno de la tradición eclesial, que tiene, en materia de música sacra, un patrimonio de valor inestimable.

 

CAPÍTULO  IV

 

DIES HOMINIS: EL DOMINGO DÍA DE LA ALEGRÍA, DESCANSO Y SOLIDARIDAD.

 

55.- San Agustín, haciéndose intérprete de la extendida conciencia eclesial, pone de relieve el carácter de alegría de la Pascua semanal: «Se dejan de lado los ayunos y se ora estando de pie como signo de la resurrección; por esto todos los domingos se canta el aleluya».

 

La observancia del sábado63.- Cristo vino a realizar un nuevo <éxodo>, a dar la libertad a los oprimidos... Así se entiende por qué los cristianos, anunciadores de la liberación realizada por la sangre de Cristo, se sintieron autorizados a trasladar el sentido del sábado al día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que pesaba sobre un pueblo oprimido: la esclavitud del pecado, que aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y de los demás, poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de violencia.

Día de solidaridad

 

69.- El domingo debe ofrecer también a los fieles la ocasión de dedicarse a las actividades de misericordia, de caridad y de apostolado.

 

70.- De hecho, desde los tiempos apostólicos, la reunión dominical fue para los cristianos un momento para compartir fraternalmente con los más pobres.... Es más que nunca importante escuchar las severas exhortaciones de Pablo a la comunidad de Corinto, culpable de haber humillado a los pobres en el ágape fraterno que acompañaba a la «cena del Señor»:“Cuando os reunís, pues, en común, eso ya no es comer la cena del Señor; porque cada uno come primero su propia cena, y mientras uno pasa hambre, otro se embriaga. ¿No tenéis casas para comer y beber? ¿O en tan poco tenéis la Iglesia de Dios, y así avergonzáis a los que no tienen?” (1Cor 11,20-22).

 

73.- Vivido así, no sólo la Eucaristía dominical sino todo el domingo se convierte en una gran escuela de caridad, de justicia y de paz. La presencia del Resucitado en medio de los suyos se convierte en proyecto de solidaridad, urgencia de renovación interior, dirigida a cambiar las estructuras de pecado en las que los individuos, las comunidades.

 

 

 

 

CAPÍTULO V

 

DIES DIERUM

 

EL DOMINGO FIESTA PRIMORDIAL REVELADORA DEL SENTIDO DEL TIEMPO.

 

Cristo Alfa y Omega del tiempo

74.- En el cristianismo el tiempo tiene una importancia fundamental. Dentro de su dimensión se crea el mundo, en su interior se desarrolla la historia de la salvación, que tiene su culmen en la «plenitud de los tiempos» de la Encarnación y su término en el retorno glorioso del Hijo de Dios al final de los tiempos. En Jesucristo, Verbo encarnado, el tiempo llega a ser una dimensión de Dios, que en sí mismo es eterno. Cristo es el Señor del tiempo, su principio y su cumplimiento; cada año, cada día y cada momento son abarcados por su Encarnación y resurrección, para de este modo encontrarse de nuevo en la «plenitud de los tiempos».

75.- Al ser el domingo la Pascua semanal, en la que se recuerda y se hace presente el día en el cual Cristo resucitó de entre los muertos, es también el día que revela el sentido del tiempo. El domingo prefigura el día final, el de la “Parusía”, anticipada ya de alguna manera en el acontecimiento de la Resurrección.

 

El domingo en el año litúrgico

76.- Si el día del Señor, con su ritmo semanal, está enraizado en la tradición más antigua de la Iglesia y es de vital importancia para el cristiano, no ha tardado en implantarse otro ritmo: el ciclo anual. Desde el siglo II, la celebración por parte de los cristianos de la Pascua anual, junto con la de la Pascua semanal, ha permitido dar mayor espacio a la meditación del misterio de Cristo muerto y resucitado. Vinculada íntimamente con el misterio pascual, adquiere un relieve especial la solemnidad de Pentecostés, en la que se celebra la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos con María, y el comienzo de la misión hacia todos los pueblos.

 

77.- Esta lógica conmemorativa ha guiado la estructuración de todo el año litúrgico. Como recuerda el concilio Vaticano II, la Iglesia ha querido distribuir en el curso del año “todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor. Al conmemorar así los misterios de la redención, abre la riqueza de las virtudes y de los méritos de su Señor, de modo que se los hace presentes en cierto modo, durante todo tiempo, a los fieles para que los alcancen y se llenen de la gracia de la salvación”.

 

78.- Asimismo, «en la celebración de este ciclo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con especial amor a la bienaventurada Madre de Dios, la Virgen María, unida con su vínculo indisoluble a la obra salvadora de su Hijo».

                                  

CONCLUSIÓN

 

81 Grande es ciertamente la riqueza espiritual y pastoral del domingo, tal como la tradición nos lo ha transmitido. El domingo, considerando globalmente sus significados y sus implicaciones, es como una síntesis de la vida cristiana y una condición para vivirla bien. Es de importancia capital que cada fiel esté convencido de que no puede vivir su fe, con la participación plena en la vida de la comunidad cristiana, sin tomar parte regularmente en la asamblea eucarística dominical.

Si en la Eucaristía se realiza la plenitud del culto que los hombres deben a Dios y que no se puede comparar con ninguna otra experiencia religiosa, esto se manifiesta con eficacia particular precisamente en la reunión dominical de toda la comunidad, obediente a la voz del Resucitado que la convoca, para darle la luz de su Palabra y el alimento de su Cuerpo como fuente sacramental perenne de redención. La gracia que mana de esta fuente renueva a los hombres, la vida y la historia.

83.- Descubierto y vivido así, el domingo es como el alma de los otros días, y en este sentido se puede recordar la reflexión de Orígenes según el cual el cristiano perfecto «está siempre en el día del Señor, celebra siempre el domingo». El domingo es una auténtica escuela, un itinerario permanente de pedagogía eclesial.

 

84.- Y de domingo en domingo, la comunidad cristiana iluminada por Cristo camina hacia el domingo sin fin de la Jerusalén celestial, cuando se completará en todas sus facetas la mística Ciudad de Dios, que “no necesita ni del sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la gloria de Dios, y su lámpara es el Cordero” (Ap 21,23).

 

85.- En esta tensión hacia la meta la Iglesia es sostenida y animada por el Espíritu. Él despierta su memoria y actualiza para cada generación de creyentes el acontecimiento de la Resurrección.

86.- Encomiendo la viva acogida de esta Carta apostólica, por parte de la comunidad cristiana, a la intercesión de la santísima Virgen. Ella, sin quitar nada al papel central de Cristo y de su Espíritu, está presente en cada domingo de la Iglesia. Lo requiere el mismo misterio de Cristo: en efecto, ¿cómo podría ella, que es laMater Domini y lamater Ecclesiae, no estar presente por un título especial, el día que es a la vez

Dies Dominiy Dies Ecclesiae?

 

Hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cfr Lc 2,19).  Con María, los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magnificat que cantan el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50). De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad.

 

87.- El domingo, con su solemnidad ordinaria, seguirá marcando el tiempo de la peregrinación de la Iglesia hasta el domingo sin ocaso. Esto producirá sus frutos en las comunidades cristianas y ejercerá benéficos influjos en toda sociedad civil. Que los hombres y las mujeres del tercer milenio, encontrándose con la Iglesia que cada domingo celebra gozosamente el misterio del que fluye toda su vida, puedan encontrar también al mismo Cristo Resucitado. Y que su discípulos renovándose constantemente en el memorial semana de la Pascua, sean anunciadores cada vez más creíbles del Evangelio y constructores activos de la civilización del amor.

 

 

5.3. JUAN PABLO II: “ECCLESIA DE EUCHARISTIA”

 

CAPÍTULO VI

EN LA ESCUELA DE MARÍA, “MUJER EUCARÍSTICA”

 

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20). Efectivamente, María puede guiamos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

            A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).

            Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir e su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

54. “Mysterium fidei”. Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: “no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

 

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

            Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

            “Feliz la que ha creído” (L 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando en la Visitación lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en “ tabernáculo el primer tabernáculo de la historia” donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

            María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el “stabat Mater” de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de “Eucaristía anticipada” se podría decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

            ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por nosotros”? (Lc 22, 19) Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en persona al pie de la Cruz.

 

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27).  

            Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

 

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

            Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. Cada vez que el Hijo se presenta bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino, se pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que “se derriba del trono a los poderosos  y se enaltece a los humildes” (cf. Lc1, 52). María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su “diseño” programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnjficat !

 

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, HIJO DE DIOS VIVO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE POR SALVACIÓN DE LOS HOMBRES¡

¡TÚ LO HAS DADO TODO POR MI CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA, Y PERMANECER SIEMPRE EN EL SAGRARIO EN INTERCESIÓN Y  PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DEL MUNDO Y EN AMISTAD OFRECIDA A TODOS LOS HOMBRES, TUS HERMANOS¡

¡TAMBIÈN YO QUIERO DARLO TODO POR TI, Y PERMANECER CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA Y SOBRE EL MUNDO  ENTERO.

QUIERO HACERME CONTIGO EN CADA MISA UNA OFRENDA  DE AMOR AGRADABLE AL PADRE POR  TODOS LOS HOMBRES MIS HERMANOS, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS  TODO¡

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN AL PADRE, YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO  DE  LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI!

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS HECHO CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA POR AMOR EXTREMO A TODOS NOSOTROS HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS¡

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO¡

 

 

 

CAPÍTULO SEXTO

 

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

 

6. 1. MARÍA Y LA EUCARISTÍA

 

Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía.       

            Desde el punto de vista bíblico y eucarístico, Juan nos ha consignado dos escenas, en los cuales María tiene su parte central al lado de Jesús. Se trata del episodio de las bodas de Caná (cf. Jn 1,1-11),  que hay que unir estrechamente al de la multiplicación de los panes, en Jn 6, y del episodio del Calvario, en Jn 19.

En el primero de los signos mesiánicos obrados por Jesús está clara la intervención de María, que toma la iniciativa: “no tienen vino”. Haced lo que Él os diga”. El mismo término de “mujer”, con que Jesús designa a su madre en esta ocasión, hace referencia al Génesis 2, 23, en que Dios dice a la serpiente: “Pongo enemistad perpetua entre ti y la mujer. Y entre tu linaje y el suyo. Éste te aplastara la cabeza” (Gn 3,15). Tenemos, por tanto, que en primero de los signos obrados por Cristo Mesías se convierte el agua en vino por la iniciativa de María, y representa el inicio de una nueva etapa de la historia de la salvación sacramentaria, cuyo centro será la Eucaristía, realizada en pan y vino.

            En esta nueva economía, María también es llamada mujer en la figura de Eva, tipo de su maternidad. En el Génesis, al hablarnos de Eva, tipo de Maria, se dice: “formó Yahvé Dios a la mujer” (Gén 2,22). Este pasaje indica que la Virgen  nueva Eva -viene a ser cabeza- estirpe de una nueva generación, la de la comunidad eclesial, que se nutre de la sangre y del cuerpo eucarístico de Cristo: “El hombre (Adán-Cristo-nuevo-Adán) exclamó: Esto sí que es ya hueso de mis huesos y carne de mi carne” (v.23).

            En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confía al discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27). Y en ambos casos nuevamente María es designada como “mujer” por su Hijo. Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término “madre”, demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva.

También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo. 

            En San Juan, María permanece siendo la madre. Si  primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

            Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su “fiat” en la fe, en la esperanza y en la caridad. En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

            La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (Marialis cultus 20).

La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).   Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

             La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine». Últimamente el Papa Juan Pablo II se ha referido a esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos.

En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo.

 Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo.

La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de  Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz» (Rosarium Virginis Mariae 1).

            En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable”. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún.

Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre» (Lc2,7).

            Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la <parturienta>, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu  en el día de Pentecostés (cf He 1,14).

 

LOS RECUERDOS DE MARÍA

 

 María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el <rosario> que Ella ha recitado constantemente en vida terrenal.

            Ytambién ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su <papel> de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

 

6.  2. MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

 

Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica sobre la Eucaristía Ecclesia de eucharistía. El  capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía: «(María) al abrazar de todo corazón y sin pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente« (LG 56).

             «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61).

            «María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

            Sin el cuerpo de Cristo que «ella misma había engendrado» no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía,  por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico; María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

            Por eso y por más razones, no he querido terminar  este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en otros libro míos libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a  su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María  «mujer eucarística». 

           

Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:   «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19).

Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50).

De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

            Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica Ecclesia de eucharistia, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos para mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

Dedico este libro………………………………….………………..3

Prólogo……………………….……………..…..….……...…..…….4

Introducción ………………..…………………………………...…..6

 

CAPÍTULO PRIMERO

TEOLOGÍA DE LA EUCARISTÍA SACRIFICIO

 

1,1.- La teología de la Eucaristía sacrificio………….......................10

1.2.- La Eucaristía, memorial de la Nueva  Pascua……………… 15
1.3.- Antiguo Testamento: Pascua hebrea…………….............. ..…17

1.3.1.-El Sacrificio y la Cena del Cordero Pascual .......... 17
1.3.2.-La alianza por la sangre…………………………..……….. 21
1.3.3.  La Pascua hebrea como memorial: el rito celebrativo.……..24

1.3.4. Nuevo Testamento: Jesucristo, nueva Pascua, nueva Alianza27
1.3.5.- Los textos de la institución de la Eucaristía……….. 27
1.3.5.-     El testimonio de Pablo…………………............................30

1.3.6.- Significado de las palabras de Cristo…………..…………32
1.3.7.-Signo profético y memorial……………… …………………34
1.3.8.Teoría sacramental……..………………………………….37
1.3.9.-El sacrificio de la misa es el mismo de la cruz….………… 39

 

CAPÍTULO SEGUNDO

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA SANTA MISA

 

2,1.- Participación ritual y espiritual de la Eucaristía……….…….47

2,2.- El sacrificio de la cruz- Eucaristía…………………….….…..55

2.3- El Espíritu Santo, potencia creadora de Eucaristía………..… 65 

2,4.- La participación en la Eucaristía nos lleva a imitar a Jesús ...68

2.5,.La adoración  al Padre ............................................................... 71

2. 6. La obediencia al Padre...............................................................74

2. 7.-.- La “hora” de Jesús: fidelidad hasta la muerte......................76

2,8.- Cristo llama “santanás” a Pedro ...............................................78

2,9.- La Eucaristía es fuerza de Dios en la debilidad de la carne....80

2,10.- La Eucaristía, fuente del amor cristiano y fraterno...............83

2,11- La Eucaristía nos enseña a perdonar a  los enemigos……....89

212.- “En esto consiste el amor de Dios…  amó primero” ……..91

2,13.-“Y envió a su hijo en propiciación de nuestros pecados” 93

2,14.- Frutos y fines de la Eucaristía   …………….……….…….106

2,15.- La Eucaristía, acción de gracias…………… .......................108      

2,16.- La Eucaristía, súplica impetratoria por  vivos y difuntos .. 102

                       

CAPÍTULO TERCERO

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA COMUNIÓN

 

3,1.- La comida de la comunión..................................................... 113

3,2.- Mirada litúgica a la Eucaristía como comunión ……..…....  116

3,3.- Frecuencia de la comunión  …………………………..…… 119

3,4.- Espiritualidad de la comunión  ……………………….…... 119

3,5.- Frutos de la comunión: unión con Cristo................................127

3,6.- La Eucaristía hace la Iglesia: caridad fraterna…………….…131

3,7.- La Eucaristía compromete en favor de los pobres ……..….. 133

3,8.- La Eucaristía, prenda de la gloria futura .................................134

3,9.- Con los hechos salvadores: Eucaristía y Encarnación…..… 135

3,10.- La Eucaristía, fuente y cima de todo apostolado……….….140

3. 11.- Al comulgar me encuentro con Cristo vivo ………….…. 141

 

CAPÍTULO CUARTO

TEOLOGÍA Y ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO: SAGRARIO Y CUSTODIA

 

4,1.- Espiritualidad y pastoral de la Adoración Eucarística……..142

4,2.- Sentimientos y vivencia de la Presencia Eucarística………. 147

4,3,1.- “Y cuantas veces hagais esto… acordaos  de mí”…………151

4,3, 2.- Un segundo sentimiento……………………..……..…… 152

4,3, 3.- Otro sentimiento …………………………………………153

4,3, 4.- En el “Acordaos de mí…” ………………………………. 154

4,3, 5.- Yo también, como Juan ……………………………….. 156

4,3, 6.- La Eucaristía como Apostolado de oración…………..  159.

                                               CAPÍTULO QUINTO

JUAN PABLO II Y LA EUCARISTÍA

 EL DOMINGO CRISTIANO: ORIGEN E IMPORTANCIA

 

5. 1.- Sin Domingo no hay cristianismo .........................................162

5.2. Carta Apostólica «DIES DÓMINI»  de Juan Pablo II .….….168

5,3.- Carta Encíclica “Ecclesia de Eucharistia”……………….. .183

 

CAPITUO SEXTO

MARÍA: «MUJER EUCARÍSTICA»

6.1.-María y la Eucaristía……………….…………………………188

Los recuerdos de María ................................................................. 192

6.2.- María “Mujer Eucarística” ......................................................195                              

 

Altar, Sagrario y Expositor de mi querida parroquia de San Miguel de Jaraíz de la Vera, donde hice mi primera comunión, ayudé como monaguillo, nació y se alimentó mi vocación sacerdotal y celebré mi primera misa.

 

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA! TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

TAMBIÈN YO QUIERO DARLO TODO POR TI, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS  TODO.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, YO CONFÍO EN TI!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TÚ ERES EL HIJO DE DIOS VIVO!

 

************************************

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, HIJO DE DIOS VIVO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE POR SALVACIÓN DE LOS HOMBRES¡

¡TÚ LO HAS DADO TODO POR MI CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA, Y PERMANECER SIEMPRE EN EL SAGRARIO EN INTERCESIÓN Y  PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DEL MUNDO Y AMISTAD OFRECIDA A TODOS LOS HOMBRES, TUS HERMANOS¡

¡TAMBIÈN YO QUIERO DARLO TODO POR TI, Y PERMANECER CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA, SOBRE MÍ  PERSONA Y SOBRE EL MUNDO  ENTERO.

QUIERO CONTIGO EN CADA MIS HACERME UNA OFRENDA EUCARÍSTICA DE AMOR AL PADRE POR  TODOS LOS HOMBRES MIS HERMANOS, PORQUE PARA MÍ TÚ LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS  TODO¡

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE, YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO  DE  LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI!

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS HECHO CARNE Y HECHO PAN DE EUCARISTÍA POR AMOR EXTREMO A TODOS NOSOTROS HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS¡

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO¡

            ¡TE AMO CON AMOR TOTAL, TE ADORO CON TODO MI CORAZÓN!

SIGLAS Y ABREVIATURAS DE DOCUMENTOS

 

CD = Christus Dominus. Decreto del Vaticano II sobre el      Oficio Pastoral de los Obispos.                 

CEC = Catecismo de la Iglesia Católica

CIC = Código de Derecho Canónico

DD =  Dies Domini. Carta Apostólica de            Juan Pablo II sobre la Santificación del Domingo (Edibesa, Madrid 1998)

DS =  El Magisterio de la Iglesia. Denzinger

DV = Dei Verbum. Constitución del Vaticano II sobre la Divina Revelación

EE   = Ecclessia de Eucharistía. Carta Encíclica de Juan Pablo II    sobre la Eucaristía (Edibesa, Madrid 2003)

EM = Eucharisticum Mysterium. Instrucción S. C. Ritos, 25    mayo 1967

LG = Lumen Gentium. Constitución dogmática del Vaticano            II sobre la Iglesia

MC = Marialis Cultus. Exhortación Apostólica de Pablo VI.           

MS  =  Missale Romanum. El Misal Romano

OGMR = Ordenaciòn General del Misal Romano

OGLH = Ordenación General de la Liturgia de las Horas

OLM  = Ordenación de las Lecturas del Misal           

PO =  Presbyterorum Ordinis. Decreto del Vaticano II sobre            el Ministerio y Vida de los Presbíteros

RMa = Redemptoris Mater. Encíclica de Juan Pablo II sobre la Virgen María en la vida de la Iglesia peregrina

RVM  = Rosarium Virginis Mariae. Carta Apostólica de Juan          Pablo II sobre el Rosario de la Virgen María.

SC = Sacrosantum Concilium. Constitución del Vaticano II sobre la Sagrada Liturgia

RS  =  “Redemptionis Sacramentum”. Instrucción de la Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, 25 de marzo 2004. (Edibesa, 2004Madrid)

ABREVIATURAS DE AUTORES

 

A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Desclée 1998.

ALEXANDER GERKEN, Teología de la Eucaristía. Madrid 1991.

ENRICO GALBIATI, L`Ecaristia nella Bibblia. Milano 1968.

F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual. Sígueme, Salamanca 1986.

GERHARD VON RAD, Teología del Antiguo Testamento I. Sígueme, Salamanca 1972.

J. L. ESPINEL, La Eucaristía del Nuevo Testamento.

 San Esteban-Edibesa, Salamanca 1997.

JOAQUIN JEREMÍAS, La Última Cena, Palabras de Jesús. Madrid 1986.

JOSÉ ANTONIO SAYÉS,  El Misterio Eucarístico. BAC, Madrid 1986.

JOSÉ ALDAZÁBAL, La Eucaristía. Barcelona 1999.

L. LIGIER, Il Sacramento dell` Eucaristía. Roma 1977.

SAN JUAN DE LA CRUZ, Obras completas. BAC, Madrid 1991.

MAX THURIAN, La Eucaristía, Memorial del Señor. Sígueme, Salamanca 1967.

WALTHER EICHRODT, Teología del Antiguo Testamento. Cristiandad, Madrid 1975.

D. Gonzalo Aparicio Sánchez es párroco de San Pedro en Plasencia, profesor de Teología Espíritual en el Instituto Teológico del Seminario y Canónigo Penitenciario de la S.I. Catedral.  Hizo sus estudios en Plasencia y en Roma: Doctor en Teología, Licenciado en Teología Moral y Pastoral, Diplomado en Teología Espiritual. Su pasión desde siempre es la pastoral parroquial, donde cultiva grupos de hombres, mujeres, matrimonios y hasta niños de primera comunión, con el convencimiento de que la comunidad cristiana y humana debe ser fermentada por pequeños grupos semanales de Formación y Vida Cristiana, que se componen de tres partes principales: Escucha compartida y meditada de las Lecturas del domingo, revisión de vida personal para la  conversión permanente: oración diaria, caridad fraterna y conversión de vida, terminando con la parte doctrinal y teológica del libro pertinente meditado por cada uno de los miembros del grupo durante la semana . D. Gonzalo, como fruto principal de su vida de oración y de sus estudios así como de sus clases de Teología Espiritual en el Seminario y en sus grupos de oración de la parroquia ha publicado varios libros, preferentemente sobre la Oración y la Espiritualidad Eucarística y Sacerdotal.


[1] MAX THURIAN, La Eucaristía, Memorial del Señor, Salamanca 1967  p.28.

[2] Cfr.  DURRWELL F.X, La Eucaristía, Sacramento Pascual, pg.11).

[3]A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, ibidem, Ps. Hipólito, sobre la Pascua, 3; Sch.27, p. 121) 

[4]A. HAMMAN Y F. QUERÉ-JAULMES, El misterio de la Pascua, Melitón de Sardes, homilía de Pascua, 31.; Sch 123, p. 76.

[5]MAX THURIAN, o. c., pag 217

[6]Cfr. GALBIATI, o. c. pag. 137.

[7] JOAQUÍN JEREMÍAS, o. c.  pg. 42-64.

[8]Cfr  U. NERI, o. c. p.90.

[9]F. X. DURRWELL, o. c. pag 26-27.

[10]ALEXANDER GERKEN, o. c. pag 221

[11] Misterio de la Ekklesía,  p. 32-35 

[12]F.X.  DURRWELL, o. c. pag 13-20.

[13]Cf. F. X. DURRWELL. pag 3-14).

[14]  Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340).

[15]Liturgia de la Horas, IV, pp.408-410 (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628).

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

   (Tercera  ediciòn)

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

 

A JESUCRISTO, confidente y amigo, en todos los Sagrarios de la tierra;  a mis queridos superiores y condiscípulos del Seminario.

A Juan Carlos y Aurelio, sacerdotes de Cristo y amigos del alma.

Y a todos los sacerdotes católicos, ministros de la Eucaristía, a  los que tanto quiero, respeto  y  recuerdo todos los días,  con ferviente devoción, ante el Señor Eucaristía.

****************

 

 

LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN: LA EUCARISTÍA

 

EL MEJOR MAESTRO: JESÚS EUCARISTÍA

 

EL MEJOR LIBRO DE ORACIÓN Y VIDA CRISTIANA, TODA UNA BIBLIOTECA: JESUCRISTO EUCARISTÍA COMO MISA, COMUNIÓN Y PRESENCIA DE AMISTAD SIEMPRE OFRECIDA

 

¡QUÉ POCO SE VISITA ESTA BIBLIOTECA!

 

¡QUÉ POCO SE ABRE ESTE LIBRO!

 

¡QUÉ POCO SE DIALOGA CON ESTE MAESTRO Y AMIGO!

 

¡SI LO VISITÁSEMOS Y ABRIÉRAMOS DE VERDAD!

 

AQUÍ TIENES UNA AYUDA

 

 

 

 

PRÓLOGO

 

Tienes en tus manos, querido lector, un libro poco habitual entre nosotros. Lo comprobarás tú mismo en cuanto te adentres en su contenido.

Aparentemente es un libro más sobre la eucaristía. Y, ciertamente, es un tema común en la literatura religiosa de todos los tiempos. Pero, en esta ocasión, se nos ofrece una interesante novedad: la ciencia teológica Bbien digerida por el autor- se complementa con la sapientia teologal del sacerdote que nos describe su propio trasfondo espiritual.

La fluidez y locuacidad con las que están escritas estas páginas retratan a la perfección el carácter vehemente, impetuoso y apasionado de este hermano sacerdote, cuando se trata Ade las cosas de Dios@. Y es que, hay ocasiones en las que las palabras se enraciman a borbotones para definir con una nitidez magistral los aspectos más secretos del misterio divino de nuestra fe y del misterio humano de nuestro corazón.

Esto sólo puede salir de una persona creyente, de un alma espiritual, de un orante. Por eso, se convierte, sin pretenderlo, en un maestro de oración, en un conocedor de la vida espiritual, tan descuidada en nuestros ambientes eclesiales de nuestros días.

Y ya que estamos en este clima de íntima confesión fraterna, quiero descubrir al lector tres latidos que obsesionan constantemente al autor en su vida y que contagia inevitablemente en cada una de las páginas de la obra que presentamos.

- En primer lugar, su pasión por Cristo, comprendido en el misterio insondable de la Santa Trinidad y revelado en esta etapa final de los tiempos como Vivo y Resucitado.

- En segundo lugar, su pasión por la Eucaristía, a la que dedica muchas horas del día, del año... de la vida; no sólo en la celebración litúrgica, sino también en la adoración silente. Ahí, en este contexto, es donde ha madurado la ciencia teológica y la experiencia pastoral.

- En tercer lugar, su pasión por el sacerdocio. Porque... -no lo olvidemos-, Gonzalo es un párroco y pastor enamorado de su ministerio presbiteral. Por eso valora la vida y el ministerio de los sacerdotes, se preocupa por el seminario y los seminaristas... y extiende su preocupación por todas las vocaciones en la vida de la Iglesia, como un servicio insustituible al Señor y a su Iglesia en sacrificio generoso y entrega gratuita.

En fin, querido lector, son breves retazos que quieren animarte a disfrutar de estas páginas que son Avida@; vida sintetizada en palabras y grafías incapaces de recoger y expresar la riqueza vivida Aa los ojos de Dios@.

Aún así, merece la pena contar hoy con escritos «sapienciales» como estos. Por eso, felicito al autor por regalarnos su intimidad espiritual y alentarnos a recorrer el camino hacia la intimidad con Dios. El, tan buen alumno de san Juan de la Cruz, nos guía con su experiencia para llegar a ser perfecto discípulo de Cristo. Gracias, de nuevo, Gonzalo.

Y ¡buena lectura, querido lector!

Aurelio García Macías, Delegado Diocesano de Liturgia. Valladolid.

(HOY EN ROMA, OBISPO SECRETARIO DE LA S.C. DE LITURGIA)

INTRODUCCIÓN

 

        Todos sabemos, por clásica, la definición de Santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5). Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario, porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado. De esta forma, Jesucristo presente en el Sagrario, se convierte en el mejor maestro de oración, y el Sagrario,  en la mejor escuela.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa,  humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin  imponerse... Y es así cómo la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo.

Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma,  la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad. Finalmente y  como consecuencia lógica, esta  vivencia de Cristo Eucaristía, trasplantada a nosotros por la unión de amor  y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado.

Pues bien, de esto se trata en este libro; este libro quiere ser una ayuda para recorrer este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía en  trato de amistad, pero de forma directa y vivencial, de tú a tú, a pecho descubierto, sin trampas ni literaturas. No quiere ser un libro teórico sobre Eucaristía, oración, santidad, sacerdocio, apostolado, bautizados.... Quiere ser libro de vida, quiere ser un itinerario de  encuentro personal con Jesucristo Eucaristía y el título podía haber sido también   EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS), porque  es el nombre, que, hace más de cuarenta años,  puse en la primera página de un cuaderno de pastas grises y folios a cuadritos. Me lo llevaba siempre a la iglesia, en los primeros años de mi sacerdocio, porque así me lo habían enseñado --contemplata aliis tradere-- para anotar las ideas,  que Jesús Eucaristía me inspiraba. Más bien eran vivencias, sentimientos, fuegos y llamaradas de corazón, que yo traducía luego en ideas para predicar mis homilías. De aquí el nombre que puse a mi primer libro: EUCARÍSTICAS (VIVENCIAS).

Hay otro título, que,  en razón de la materia y del método empleado, me hubiera gustado también poner al presente libro: LA PRESENCIA EUCARÍSTICA, PRESENCIA DE AMISTAD Y SALVACIÓN PERMANENTEMENTE OFRECIDAS. Reflejaría perfectamente las intenciones de Cristo en este sacramento, que el autor ha tratado de exponer. No olvidemos que el Verbo de Dios se hizo carne, y luego una cosa, un poco de pan, por amor extremo al Padre, cumpliendo su voluntad, y por los hombres, para salvarlos. Su presencia eucarística perpetúa y prolonga su encarnación salvadora, con amor extremado, hasta el fin de los tiempos, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a todos los hombres. Desde su presencia en la eucaristía, sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: “Vosotros sois mis amigos”, “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, “ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer”, “yo doy la vida por mis amigos”,”Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”.

Esta amistad salvadora para con nosotros ha sido el motivo principal de su Encarnación y de la Eucaristía, que es una encarnación continuada. Y esto es lo que busca siempre en cada misa y comunión y desde cualquier Sagrario de la tierra: salvarnos desde la cercanía de una amistad recíproca. Y esto es también lo que pretendo recordar en este libro: que Jesucristo está vivo, vivo y resucitado en la eucaristía y busca nuestra amistad, no porque Él necesite de nosotros, -- Él es Dios, ¿qué le puede dar el hombre que El no tenga?--, sino porque nosotros necesitamos de El, para realizar el proyecto maravilloso de eternidad, que la Santísima Trinidad tiene  sobre cada uno de nosotros y por el cual existimos.

Ya no podemos renunciar a este proyecto, porque si existimos, ya no dejaremos de existir; los que tenemos la dicha de vivir, ya no moriremos, somos eternidad, aquí nadie  muere ya, somos eternidad iniciada en el tiempo para fundirse en la misma eternidad de Dios Trino y Uno. De aquí la gravedad de los abortos y demás y de equivocarse, porque nos equivocamos para siempre, para siempre, para siempre. Es que somos eternos. Mi vida es más que esta vida, el hombre es más que hombre, es un misterio, que sólo Dios Trino y Uno conoce, porque nos ha creado a su imagen y semejanza y todo esto nos lo ha revelado por la Palabra hecha carne. Dios entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de vida y de amor, creó a otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha. 

“En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios... Todas las cosas fueron hechas por El y sin El no se hizo nada de cuanto se ha hecho” (Jn 1,1-3), pero no sólo este mundo, sino la misma realidad divina, porque al contemplarse el Padre a sí mismo, en su mismo serse por sí mismo y verse tan lleno de vida, de amor, de felicidad, de hermosura,  «de túneles y cavernas insospechadas», de paisajes y felicidad y fuego de las relaciones divinas del volcán divino en eterna erupción de su esencia, se vio plenamente en su Idea y la pronunció en Palabra llena de amor para sí y se amó con fuego de su mismo Espíritu y luego la pronunció para nosotros, llena de amor en la misma Idea, Imagen y Palabra con la que se dice plenamente a Sí mismo y se dice lo grande e infinito que se es por sí mismo en gozo de amor de Espíritu Santo, y que luego la dice y la canta llena de ese mismo amor para nosotros, para toda la humanidad,  en su misma Idea y Palabra con la que se dice a sí mismo en canción eterna de amor.

¡Qué grande es ser hombre! ¡Qué suerte, qué predilección de Dios el existir, qué grandeza!  “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. Ahora comprendo la Eucaristía, ahora comprendo lo que vale cada hombre, no he sido yo, ha sido Dios quien ha puesto el precio y qué alto: toda la sangre y la vida de Cristo; la Eucaristía es el precio que yo valgo, el proyecto y el amor que Dios tiene al hombre, el amor de Cristo a los suyos, todos los hombres, con amor extremo, hasta dar la vida, en obediencia total al Padre... Por eso, meditando todo esto, con qué amor voy a celebrar la eucaristía, con qué hambre y sed la voy a comer, con qué ternura y piedad y cuidado la voy a tocar y  venerar en cada Sagrario de la tierra.

Esta amistad, como todas, tiene un itinerario, unas etapas, unas exigencias, una correspondencia, un abrazo y una fusión de amor y de unión total. Con toda  humildad y verdad  esto es lo que principalmente he querido describir, en la medida de mis conocimientos y experiencias sacerdotales de almas, seminaristas, grupos de oración...etc, en este libro.

Supuesto el fundamento bíblico-teológico-dogmático, sobre lo que hay mucho escrito y bueno, yo he querido más bien hablar de Jesucristo Eucaristía en línea de experiencia de amistad particular con El, sentida y vivida por medio de la oración eucarística, personal y litúrgica, porque es lo que me interesa y necesitamos todos,  el mundo y la Iglesia. ¿Para qué quiero tener un doctorado en Teología, incluso en Cristología, si no tengo experiencia de Él, si no sentimos  su presencia y su amor, que nos demuestren que Cristo verdaderamente existe y es verdad, si no siento dentro de mí su misma vida y sentimientos, viviendo así en plenitud nuestra fe y cristianismo, nuestro injerto bautismal, nuestro sacerdocio, nuestro compromiso y misión,  nuestro  presente y eternidad?

Este camino tiene sus particularidades y singularidades; la mayor de todas, tal vez, es que se trata de un amigo, que está invisible para los ojos de la carne, lo cual, para un primerizo, es una gran dificultad, pero si se deja guiar por otros, que ya hayan hecho el recorrido, resulta más fácil caminar en esta no visibilidad de la persona amada, en la oscuridad de la fe, único camino para encontrarnos con El, porque la fe es la luz de Dios, es como un rayo del sol,  dirá infinidad de veces San Juan de la Cruz, que supera nuestro entendimiento y facultades, y si le miramos de frente, directamente, nos ciega, por la abundancia y exceso de luz.        

Para la oración eucarística, como para todo camino, es bueno tener guías, que hayan hecho este recorrido verdaderamente, no sólo teóricamente, y que nos vayan orientando, especialmente en etapas de oscuridad de la fe y de la esperanza en el desierto de la vida, que necesariamente tenemos que atravesar  hasta llegar a la amistad total, a la tierra prometida;  en fin,  se trata de recorrer un camino verdadero, no meramente imaginativo, sino de fe y de vida, recorrido ya por mucha gente cristiana, desde los primeros tiempos, desde la misma presencia de Cristo en Palestina. Por eso, lo primero de todo será la fe, fe eucarística; lo será siempre, pero, sobre todo, en los comienzos de esta amistad; esta fe hay que pedirla y cultivarla mucho, hay que pasar de una fe heredada, como todos hemos recibido, a una fe personal, que nos lleve a la experiencia del misterio eucarístico.

De todo esto hablo en el presente libro. Unido a la fe, va el amor, la oración, la conversión... Estos tres verbos ORAR-AMAR-CONVERTIRSE tienen para mí casi el mismo significado y se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto, pero siempre en línea de experiencia de Cristo vivo, vivo y resucitado, principalmente, en relación con su Presencia Eucarística, dejando aparte la espiritualidad de la Eucaristía como misa y comunión, de las cuales hablaré más ampliamente en otro libro, en el que ya trabajo y cuyo título podía ser: CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA “EN ESPÍRITU Y VERDAD”.

Quisiera añadir que muchas de las páginas del presente libro  fueron escritas  mirando al Sagrario. Me gustaría que, si fuera posible, así también fueran leídas o meditadas: a los pies del Maestro, como María en Betania. Es que tengo la impresión de que ahí radica toda su fuerza. Este libro quiere ser una sencilla ayuda para el encuentro con Jesucristo Eucaristía. Si os sirven para esto, (adorado sea el santísimo sacramento del altar!

Recuerdo como si fuera hoy mismo la primera «Eucarística» vivencia, que escribí junto al Sagrario de mi primer destino apostólico:

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían  en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre  de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste;  te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos,  como presencia de  amistad ofrecida  a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de  nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo,  te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores,  nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por que te humillas tanto, por que te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste   en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos:  “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, Bla he sentido muchas veces,B  la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del resucitado y entrar así con El  en el círculo del amor trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.... y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias,  Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario, para que  correspondamos a la locura de tu amor».     

PRIMERA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

PARA EMPEZAR O EN LA ESCUELA PRIMARIA DE LA EUCARISTÍA

 

1. 1. Necesidad absoluta de la fe para el encuentro eucarístico

 

Queridos hermanos, me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía: es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice,  «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».  Al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos adentrando y encontrando con Él en la Eucaristía que es donde está más presente  «el que nos ama» y esto es en concreto la oración eucarística, hablar, encontrarnos,  tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Éste es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y  ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres,  en todos los Sagrarios de la tierra. El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabar a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos, siempre es el mismo, ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso,«la Iglesia, apelando a su derecho de esposa», se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo, y  lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de la fe y del amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor. “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7, 4). El Sagrario es Jesucristo resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas. Quiero decir con esto, que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana, y quiere recorrer de verdad las etapas de este camino.

La presencia de Cristo en la Eucaristía sólo comienza a comprenderse a partir de la fe, es decir, desde una actitud de sintonía con las palabras del Señor, que Él  expresó  bien claro: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...”; “el que me coma, vivirá por mí...”; “...el agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna” ; “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y la puerta para entrar en este camino y en esta vida y verdad que nos conducen hasta Dios, es Cristo, por medio de la oración personal hecha liturgia y vida o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer». Y  para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el Sagrario es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, sólo por la fe, dando un sí a sus palabras, por encima de toda explicación humana, es como podemos  acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del  Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Fuego, Amor, Alma y Vida de mi Dios  Trino y Uno:  Padre,  Hijo y  Espíritu Santo. Ahí está la fuente divina y hasta ahí nos lleva esta agua divina: “que salta hasta la vida eterna”.

 

«Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta eterna fonte está escondida

 en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de esta agua se hartan, aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta viva fonte que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche».

 

 (S. Juan de la Cruz)

 

El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la teología, hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en  noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo  y conversión permanente. El Señor espera de nosotros un respeto emocionado, que se oriente por el camino del amor y de la fe y adoración más que por el camino de la investigación y curiosidad. La presencia de amor y de totalidad por parte de Cristo reclaman presencia de donación por parte del creyente, desde lo más hondo de su corazón.

        La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos, hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y en su persona, en  seguridad de amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender. Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del  Verbo de Dios, hecho pan de eucaristía, hay que subir  «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de  S. Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

Nuestra fe eucarística es un sí, un amén, una respuesta  a la palabra de Cristo, predicada por los Apóstoles, celebrada en la liturgia de la Iglesia, meditada por los creyentes, vivida y experimentada por los santos y anunciada a todos los hombres. La fe y la oración, fruto de la fe, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente, sino que será ella la que nos abarca a nosotros y nos domina y nos desborda, porque la oración es encuentro con el Dios vivo e infinito. Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida pero no poseída, pero deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos,  la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma,  llegará  al abrazo y a la unión total con el Amado: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos  a Dios y a sus misterios: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17). A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes... y todos los amigos de Jesús, que  han vivido el evangelio y  han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta El, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

Este camino hay que recorrerlo siempre con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo y madre de la fe, llegó a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor más por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne. Y esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra, que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no  podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es el conocimiento que Dios tiene de las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, que participo de ese conocimiento, no lo vea, como he dicho antes, porque no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Solo el conocimiento místico se funde en la realidad amada y la conoce. Los místicos son los exploradores que  Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las  maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminando hasta contemplarla y poseerla.

Por eso, el teólogo no puede habitar en dos mundos separados, cada uno de los cuales exija certezas contrarias en donde la afirmación de la fe no pueda ser aceptada por la razón. La teología es la luz de la fe que intenta, con la ayuda de la Palabra y el Espíritu, conquistar el mundo de la razón con palabras humanas, para que el teólogo o creyente se haga creyente por entero. Por eso, la teología es un apostolado hacia dentro, que trata de evangelizar a la razón,  llevándola a acoger el misterio ya presente en la Iglesia y en su corazón de creyente. "Deshacemos sofismas y toda altanería que se subleva contra el conocimiento de Dios y reducimos a cautiverio todo entendimiento para obediencia de Cristo" (2 Cr 10,4s). Dios, que resucita a Cristo con el poder y la gloria del Espíritu Santo, es el Señor de la teología católica. El señorío de Cristo no violenta a la inteligencia que razona, forzándola a acoger unas verdades ininteligibles. No la humilla sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María, que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo desde el amor extremo de Dios al hombre.

Toda la Noche del espíritu, para S. Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con su criatura; el alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina, que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por su limitación en ver y comprender cómo Dios ve su propio Ser y Verdad;  a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que razonando, por vía de amor más que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

La teología es esclava de la fe y servidora de los fieles; no tiene que «dominar sobre la fe sino contribuir al gozo de los creyentes» (cfr 2 Cr 1,24). Ante los propios misterios la teología ha de ser modesta y llena de discreción. Sería un sacrilegio y una ingratitud empeñarse en desgarrar el velo bajo el que se revela el Señor, cuando es ya tan grande la condescendencia de aquel que se da a conocer de este modo. Para seguir siendo discreta y sumisa la teología tendrá que imitar el respeto emocionado de los apóstoles ante la aparición del Resucitado en la orillas del lago: "Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: ¿quién eres tú?”. Por lo tanto, no buscará evidencias racionales para eludir la obligación de creer; no preguntará: ¿Es verdad todo esto que hace y dice el Señor? sino que humildemente dirá: Señor ayúdanos a comprender mejor lo que nos dices y haces:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. La Eucaristía puede estudiarse desde fuera, partiendo de los elementos visibles que la constituyen o desde dentro, partiendo del misterio del que es sacramento memorial. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable de la Iglesia, su archivo inviolable,  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo: “acordaos de mí”, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...[1]

San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo con él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios de Dios y de la fe, que nosotros creemos desde la Teología o celebramos en la liturgia. Para S. Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva, que hiere de mi alma en el más profundo centro...» no conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado de oración, debe hacer teología arrodillada.

Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: "Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: <Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy>. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez 3, 1-3).

 

1. 2. Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza

 

“Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26).

 

Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor:“Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre.  Y  Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

 No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa,  debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez  desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Ti, incluso han comido contigo, te han comulgado.....podría tal vez el Señor responderle: “pero no todos me han tocado”. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe  necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa, es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, una cosa sin vida,  más que la presencia personal y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como Eucaristía continuada que es, el Señor nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed...” y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él. En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario,  Cristo no puede actuar  aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas  veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”.

Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.

Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el capítulo sexto de S. Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente,  enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo,  a comulgarlo y recibirlo;  reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

 

1. 3. Samaritana mía, enséñame a pedir a Cristo el agua de la fe y del amor

 

 “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

 

 Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico:“si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos  mil años lleva esperándote.

Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina....que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres! 

Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario,  Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

«He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres,  diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame,  nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

        El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y  cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el  Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra. 

No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que  conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el  gozo eterno comenzado en el tiempo.

Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo;  las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

“Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda  bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala  y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y  para nosotros.

“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3, 1-3).

           Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor y el que vive en amor  permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle:“Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

 Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los  afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana:“Dame, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros  pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

Señor,  tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y  la felicidad que da. Déjame, Señor,  que esta tarde, cansado del camino de la vida,  lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Ti, deseo llenarme y saciarme solo de Ti, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Ti. Contigo todo me sobra. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Ti.  «Solo Dios basta, quien a Dios tiene, nada le falta».

 

1, 4. En la Eucaristía está el mismo Cristo de Palestina y del evangelio, ya resucitado

 

“Pasando, vio a un hombre ciego de nacimiento...Diciendo esto, escupió en el suelo, hizo con saliva un poco de lodo y untó con lodo los ojos, y le dijo: vete y lávate en la piscina de Siloé Bque quiere decir Enviado. Fue, pues, se lavó y volvió con vista. Dijeron entonces los fariseos: ¿Qué dices tú de ese que te abrió los ojos? El contestó: Que es profeta...Oyó Jesús que le habían echado fuera, y encontrándole, le dijo: ¿Crees en el Hijo del hombre? ¿Quién es, Señor, para que crea en El? Díjole Jesús: le estás viendo; es el que habla contigo. Dijo él: creo, Señor, y se postró ante El”.

(Jn 9, 1- 41)

 

Queridos hermanos y hermanas: El mismo Cristo de Palestina, el mismísimo de la hemorroísa y de la samaritana, a las que les llenó de su amor y confianza en Él por la fe y les arrebató el corazón para siempre por el amor, el que curó al ciego de nacimiento, el mismo Cristo está aquí en este Sagrario, en todos los Sagrarios de la tierra.

Al ciego de nacimiento, como a la samaritana, Él los  buscó para curarlos y luego, cuando éste, que antes había estado ciego y que ahora veía con los ojos de carne y de la fe,  fue expulsado de la sinagoga, «porque ya con el afecto pertenecía a la Iglesia, pertenecía a Cristo, y no a la sinagoga», el Señor se le hizo el encontradizo, para mostrarse como Mesías Salvador:“¿Conoces tú al Hijo del Hombre? - quién es, Señor para que crea en él, - el que habla contigo,-- creo, Señor-- y se postró ante El”.

Hagamos nosotros lo mismo ahora, postrémonos ante el Señor, y hagamos un acto de fe y de amor en Jesucristo, presente en el pan consagrado. Está su mismo cuerpo, sangre, alma y divinidad que le hizo el hombre más bello, amante y apasionado de la creación, el más atractivo sobre la tierra, “el amado del Padre, en el que tenía todas sus complacencias”, al que le siguieron multitudes de hombres y mujeres, como narran los evangelios, que le  apretujaban por todas partes, en todos los sitios y, ensimismados por su doctrina de amor y de cielo, se olvidaban hasta de comer.  Está el mismo Cristo resucitado y glorioso del cielo, porque no hay dos Cristos, sino uno y el mismo siempre, sólo que ya transcendido del tiempo y del espacio, con una presencia metahistórica y eternizada.

Todo esto se hace presente en cada eucaristía y se prolonga en la presencia eucarística Por eso, mirando al Sagrario, podríamos decir, con santa Gertrudis: « ...te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito.

También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora»[2]

Es siempre el mismo y eternizado Cristo salido del Padre, encarnado en el seno de la dulce Nazarena, Virgen guapa y  madre fiel y creyente,  María; el mismo que curó y predicó y murió y está sentado a la derecha del Padre, que está cumpliendo su promesa de estar con nosotros, hasta el final de los tiempos.

Nosotros, a veinte siglos de distancia, estamos ahora presentes y somos contemporáneos del mismo Cristo y podemos hablarle y tocarle como las turbas de entonces, como la hemorroísa,  para que nos cure; como la Magdalena, para que nos perdone; como el padre del lunático, para que nos aumente la fe; como Zaqueo, para hospedarle en nuestra casa y sentir su amistad; como los niños y niñas de su tiempo, a los que tanto quería y abrazaba,  como símbolos de la sencillez de espíritu, que debemos imitar sus seguidores, y recordando tal vez su propia infancia, tan llena de amor y ternura de José y  María. 

Aquí está el mismo Cristo, no ha cambiado, a no ser que, con tantos desprecios y olvidos por parte de los hombres, su carácter se haya agriado un poco. Es que son muchos los olvidos y abandonos que recibe de los hombres, es poca la reverencia y estima de los mismos creyentes hacia su persona sacramentada, incluso de los sacerdotes, como si el Sagrario fuera un trasto más de la iglesia, muchas veces sin una mirada de fe, cariño, de agradecimiento y así un año y otro... menos mal que es sólo a veces, porque siempre tiene amigos que lo miran, lo adoran y se atan para siempre a la sombra de su Sagrario.

        Siento sinceramente estos desprecios al Señor en el Sagrario, porque Él no ha perdido el amor ni la capacidad ni los deseos de transfigurarse ante nosotros, como lo hizo en el Tabor ante Pedro, Santiago y Juan, y convertirse así en cielo anticipado para los que le contemplan con fe y amor.  Cristo en el Sagrario se entrega por nada; basta un poquito de fe, de fijarse y pararse ante Él; está tan deseoso de trabar amistad, que se vende por nada,   por una simple mirada de amor, por un poco de comprensión y afecto.

Mi primer saludo, cada mañana, cuando voy a la oración, debe ser mirarle fijamente en el Sagrario y decirle: Jesucristo Eucaristía, tú lo has dado todo por mí con amor extremo hasta dar la vida; también yo quiero darlo todo por tí, porque para mí tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.  Jesucristo, yo creo en Ti; Jesucristo, yo confío en Tí; Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios.

Oh Señor, nosotros creemos  en Ti, te adoramos en el pan consagrado y nos alegramos de tenerte tan cerca de nosotros. Auméntanos la fe, el amor y la esperanza, que son los únicos caminos que nos unen directamente contigo:“Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”; “Señor, Tu lo sabes todo, Tú sabes que te amo”

Y cuando lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, cuando el entendimiento quiere ver y razonar por su cuenta,  porque le cuesta entregar la vida y renunciar a sus propios criterios y tiene que fiarse de tu palabra y confiar en ella sin ver y sentir, entonces, cuando ha llegado la hora de creer de verdad y no como si creyera, porque en el fondo no se fía de tu palabra, entonces quiere probarlo todo y razonar todo: tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias... incluso echar mano de exégesis y de teologías.... sin querer entender que la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse en pura fe, lanzarse a tus brazos sin sentirlos, porque no se ven ni se tocan ni sentimos tu aliento y cercanía,  pero Tú siempre estás ahí,  esperándonos, ayudando sin verte, dándonos tu mano, para guiarnos, porque para eso te quedaste en el Sagrario.  Tú quieres que me fíe totalmente de tu palabra, que me fíe sólo de Ti.... hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, de todo lo que yo vea y sienta, sin arrimos ni apoyo ni seguridades de nada ni de nadie.

Hasta los evangelios, en esas noches de fe, no dan luz ni consuelo ni certeza ni seguridad aparentemente;  ¿quién se asegura que sean verdad? Parecen más humanos que divinos...y todo se convierte en duda y sospecha, ¿Cristo? ¿Buda? ¿Mahoma? Creación, Dios, un Dios que se encarna... ¿en un trozo?

Es la noche de la fe y no sentimos tu presencia eucarística, como si no hubiera nada, solamente pan, y el Sagrario, más que casa de Cristo, fuera su tumba y sepulcro... y entonces uno, que vivía y quería vivir para ti, se encuentra ahora sin sentido de vida y perdido, como si se hubiera perdido el tiempo, como si se hubiera equivocado, como si todo hubiera sido una ilusión pasajera, pero perdida ya para siempre, porque Tú ya no existes.

        Por si esto no fuera suficiente, y aquí está otra causa  más de la oscuridad de esta noche, sin ser consciente el alma, estos interrogantes se plantean porque ha llegado el momento de la verdad, la hora del éxodo, de la conversión, de dejar la tierra, las posesiones, los consumismos, la parentela, los propios criterios, los afectos desordenados, los pecados... y esto cuesta sangre, porque ahora el Señor lo exige todo  y lo exige de verdad, para ser sus amigos... “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).

Hasta ahora todo había sido más o menos meditado, teórico, renuncias  que debían hacerse,  incluso predicadas a otros, pero ahora Cristo me exige la vida y claro, como me amo tanto, antes de entregarme de verdad, exijo garantías: Será verdad Cristo? ¿Llenará de verdad su evangelio y su persona? ¿Estoy dispuesto a renunciar a la vida presente para ganar  su amor personal y la vida futura? ¿Estoy dispuesto a jugarme todo lo presente por Él? ¿Existe? ¿Será verdad?

        Por aquí nos hace caminar el Señor para pasar de una fe heredada o puramente teórica o apoyada en fundamentos y consumismos humanos, porque me convenía y venia bien, a una fe personal y viva y sin gustos egoísta, verdaderamente divina.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, Dios permite que venga también la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los segundos o terceros o cuartos puestos injustamente y por envidia, los desprecios sin fundamento alguno...Y uno se pregunta: ¿dónde estás, Señor? ¿Cómo es posible que Tú quieras o permitas esto? ¿por qué todo esto, Señor...? Sal fiador de mí... pero Tú no respondes ni das señales de estar vivo, aunque estás ahí trabajando, totalmente entregado a tu tarea de podar todo lo que impida la amistad  plena contigo, porque nos has amado y nos amas hasta el extremo de tus fuerzas, del amor y de la amistad, pero  nosotros no comprendemos ni sabemos que tengamos que purificarnos tanto, ni por qué ni cómo ni qué tiempo, porque no nos conocemos profundamente y menos a Ti y el camino. 

Y es precisamente entonces, cuando los sentidos y las criaturas se sienten más y vuelven a darnos  la lata, los afectos, la carne, las pasiones personales, porque ahora les ha tocado el hacha en su raíz, pero de verdad, y por eso echan sangre, porque antes los teníamos, pero no nos habíamos metido en serio con ellos; ahora lo hace el Señor y los sentimos más vivos, aunque ya están más mortificados pero estamos llegando a las raíces y se sienten más al vivo; cuando uno parece que se encuentra solo, sin Ti y sin tu ayuda,  como si Tú estuvieras muerto, y el pan sólo fuera pan, sin Cristo dentro, la noche purificadora de nuestro  yo, que quiere imponer sus criterios racionales, egoístas y humanos sobre la fe, la muerte de  nuestros afectos carnales, que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo, cargos y honores dentro de nuestro propio sacerdocio y vida apostólica, buscados y preferidos por encima de nuestra única esperanza que debes ser Tú,  cuando llegue la hora de morir a mi yo, que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a Ti,  échanos una mano, Señor, que nosotros no somos tan fuertes como Tú en Getsemaní, que Te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda, ¡no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga, la noche, es nuestro Getsemaní, es morir sin comprensión ni testigos de nuestra muerte, como tú, Señor,  sin que nadie sepa que estás muriendo, tú lo sabes bien, sin compañía sensible de Dios ni de los hombres, sin testigos del dolor y el esfuerzo, sino por el contrario, la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos...tantas cosas que experimentamos, a veces de los mismos que nos presiden en tu nombre, pero que no entienden ni aceptan que se les indiquen  mejores caminos de vida cristiana o apostólica  o que se piense de forma distinta a la suya con la vida y tu evangelio en la mano... Señor, que entonces te  veamos salir del Sagrario, para acompañarnos en nuestro calvario hasta la muerte del yo, para resucitar contigo a una fe purificada, limpia de pecados  y empecemos ya  la vida nueva de amistad y experiencia gozosa y resucitada contigo. 

Queridos amigos, es mucho lo que el Señor tiene que limpiar y purificar en nosotros, si queremos llegar a la amistad total con Él, a la  unión e identificación de amor con Él. Lo único que nos pide es que nos dejemos limpiar por Él, para poder tener sus mismos sentimientos y actitudes y vivencias y gozo y verdad y vida. Y lo haremos, con su ayuda, aunque nos cueste, porque “ los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18). En estas noches y purificaciones hay que “esperar contra toda esperanza”.

Y es que hay que destruir en nosotros la ley del pecado que todos sentimos: “Así experimento esta ley: Cuando quiero hacer el bien, el mal es el que me atrae. Porque me complazco ante Dios según el hombre interior, pero experimento en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,23-25).

Por todo esto, la necesidad de las noches del alma y de las purificaciones del entendimiento, de sus criterios puramente humanos; de la voluntad con sus afectos radicalmente desordenados, porque se pone a sí mismo como centro en lugar de Dios; de la memoria, que solo sueña con el consumismo, con vivir y darse gusto al margen de la voluntad de Dios e incluso contra su voluntad. Es necesariala noche y la cruz y crucificarse con Cristo para resucitar con Cristo a su vida nueva, para celebrar la pascua del Señor, la nueva alianza en su sangre y en la nuestra, el paso definitivo desde mi yo hasta Cristo, para vivir la vida nueva de amar a Dios sobre todas las cosas, de entrega a los hermanos sobre nosotros mismos, de no buscar el placer, el dinero, la soberbia, los honores y primeros puestos como razón de la propia existencia.

Queridos hermanos, hay que purificarse mucho, Dios dirá, para llegar a la unión plena con Él, a la transformación total de nuestro ser y existir en Cristo, para que no sea yo sino Cristo el que viva en mí, para experimentarle vivo, vivo y resucitado... “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios. Este es vuestro culto razonable. Que no os conforméis a este siglo sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (Rom 12,1-2).

Cristo, por la Eucaristía, nos llama a identificarnos con Él, a tener su misma vida y hacernos con Él una ofrenda agradable a la Stma. Trinidad, en adoración perfecta, hasta dar la vida, con amor extremo. Esto es cristianismo, vivir por Cristo, con Él y en Él, hacerse uno con Él, y esto exige cambios y conversión radical del ser y existir.“Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Quien no posee el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8,8-10).  «Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada...para llegar a poseer todo, no quieras poseer nada». Las nadas de S. Juan de la Cruz no son teorías pasadas de moda , es la actualidad de toda alma que quiera llegar a la unión perfecta y total con Cristo: «Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le puedan impedir, según más adelante declararemos» (1S 5,2). «En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos; y si  no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar» (1S 11,6).

He leído muchas veces la primera carta de S. Juan y  me impresiona las repetidas y clarísimas veces que insiste en esto: donde hay pecado, no está ni puede estar Dios. Por eso, la necesidad de quitar hasta las mismas raíces del pecado, para que nos llene la luz de Dios, que es vida de amor: “Todo el que permanece en Él, no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,6). Y en su evangelio Cristo nos asegura: “Yo soy la Luz”; “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, por que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a la luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas según Dios” (Jn 3 20-21).

Ya dije anteriormente, que toda la devoción eucarística, como la vida cristiana o la amistad con Cristo, nos la jugamos a esta baza: la de la conversión. En cuanto yo empiezo a orar ante el Sagrario y quiero iniciar mi amistad con Jesucristo, a los pocos meses el Señor empieza a decirme lo que impide mi amistad con Él: el pecado; tengo que mortificarlo, darle muerte en mí, se llame soberbia, envidia, genio, consumismo,  lujuria... si no quiero luchar o me canso, se acabó la oración, la amistad con Cristo, la vivencia eucarística, la santidad, la verdadera eficacia de mi sacerdocio o vida cristiana. Sí, si llegaré a sacerdote, tal vez más alto.... pero es muy distinto todo. Cuanto más alto esté situado en la Iglesia, mayor será mi responsabilidad. Es muy distinto todo: su vida, su palabra, su convencimiento, su misma eficacia apostólica, cuando una persona ha llegado a esta unión. Lo dice el Señor:“Yo soy la vid verdadera...mi padre el viñador; a todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto...permaneced en mí y yo en vosotros... sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,1-4).

        Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas. Pero lo que está claro en los evangelio es que para conocer, para llegar a un conocimiento más pleno de Dios hay que ir limpiando el alma de todo pecado: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: “Yo lo conozco” y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud” (1Jn 2,3-6).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

SEGUNDA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

EN LA ESCUELA SECUNDARIA DE LA EUCARISTÍA.

 

2, 1. Orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas

 

Y ahora, una vez que hemos tocado a Jesús con la virtud teologal de la fe y de la caridad, que nos hemos percatado de su presencia en la Eucaristía, que le hemos saludado y le hemos abrazado espiritualmente con todo cariño y amor, ahora ¿qué es lo que hemos de hacer en su presencia? Pues dialogar, dialogar y dialogar con Él, para irle conociendo y amando más, para ir aprendiendo de Él, a que Dios sea lo absoluto de nuestra vida, lo único y lo primero, a adorarle y obedecerle como Él hasta el sacrificio de su vida, a entregarnos por los hermanos.....Eso, con otro nombre, se llama oración, oración eucarística, dialogar con el Cristo del Sagrario.

        El Señor se le ha aparecido a Saulo en el camino de Damasco. Ha sido un encuentro extraordinario tal vez en el modo, pero  la finalidad es un encuentro de amistad entre Cristo y Saulo:“Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno, a quien tú persigues. Señor ¿qué quieres que haga? Levántate y vete a Damasco; allí se te dirá lo que tienes que hacer”. La oración siempre es un verdadero diálogo con Jesús. Un diálogo que provoca una amistad personal y la conversión, porque descubrimos lo que Dios quiere de nosotros.

Hay muchos maestros de oración, los libros sobre oración son innumerables  hoy día; para nosotros, el mejor libro: el libro de la Eucaristía, y el mejor maestro: Jesucristo Eucaristía; es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres.... ¡si creyéramos de verdad! ¡Si lo que afirmamos con la inteligencia y los labios, lo aceptase el corazón y lo tomase como norma de vida y de  comportamiento oracional y de amor...! Pero hay que leerlo y releerlo durante horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y vivir lo que te dice y, por tanto, a convertirte, se acabaron todos los libros y todos los maestros.“Pero vosotros no os hagáis llamar maestro, porque uno solo es vuestro Maestro... y no os hagáis llamar doctores, porque uno solo es vuestro doctor, el Cristo” (Mt 23, 8-10).

En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto, aunque sea rutinario, de fe, de amor, una jaculatoria aprendida. Así algún tiempo. Rezar algunas oraciones. Enseguida irás añadiendo algo tuyo, frases hechas en tus ratos de meditación o lectura espiritual, cosas que se te ocurren, es decir, que Él te dice pero que tú no eres consciente de ello, sobre todo, si hay acontecimientos de dolor o alegría en tu vida.

        Puedes ayudarte de libros y decirle lo que otros han orado, escrito o pensado sobre Él,  y así algún tiempo, el que tú quieras y el que Él aguante,  pero vamos, por lo que he visto en amigos y amigas suyas en  mi  parroquia, grupos, seminario,  en todo diálogo,  lo sabéis perfectamente, no aguantamos a un amigo que tuviera que leer en  un libro lo que desea dialogar contigo o recitar frases dichas por otros, no es lo ordinario....sobre todo, en cosas de amor, aunque al principio, sea esto lo más conveniente y práctico. Lo que quiero decir es que nadie piense que esto es para toda la vida o que esta es la oración más perfecta. Un amigo, un novio, cuando tiene que declararse a su novia, no utiliza las rimas de Bécquer, aunque sean más hermosas que las palabras que él pueda inventarse. Igual pasa con Dios. Le gusta que simplemente estemos en su presencia; le agrada que balbuceemos al principio palabras y frases entrecortadas, como el niño pequeño que empieza a balbucear las primeras palabras a sus padres. Yo creo que esto le gusta más y a nosotros nos hace más bien, porque así nos vamos introduciendo en ese «trato de amistad», que debe ser la oración personal. Aunque repito, que para motivar la conversación y el diálogo con Jesucristo, cuando no se te ocurre nada, lo mejor es tomar y decir lo que otros han dicho, meditarlo, reflexionarlo, orarlo, para ir aprendiendo como niño pequeño, sobre todo, si son palabras dichas por Dios, por Cristo en el evangelio, pero sabiendo que todo eso hay que interiorizarlo, hacerlo nuestro por la meditación-oración-diálogo.

         Para aprender a dialogar con Dios hay un solo camino: dialogar y dialogar con Él y pasar ratos de amistad con Él, aunque son muchos los modos de hacer este camino, según la propia psicología y manera de ser. No se trata, como a veces aparece en algún libro sobre oración, de encontrar una técnica o método, secreto, milagroso, hasta ahora no descubierto y que si tú lo encuentras,  llegarás ya a la unión con Dios, mientras que otros se perderán o pasarán  muchos años o toda su vida en el aprendizaje de esta técnica tan misteriosa. Y, desde luego, no hay necesidad absoluta de respiraciones especiales, yogas o canto de lo que sea...etc.. Vamos, por lo menos hasta ahora, desde S. Juan y S. Pablo hasta  los últimos canonizados por la Iglesia,  yo no he visto la necesidad de muchas técnicas;  no digo que sea un estorbo, es más, pueden  ayudar como medios hacia un fin: el diálogo personal y afectivo con Cristo Eucaristía.

Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas y otros medios, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...”, es diálogo oracional. Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, bien interior, bien exterior, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el Evangelio, sin ningún otro maestro, como él luego nos dirá en sus cartas  y así tenemos que hacer todos nosotros; es más, luego se presenta a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles e insiste y se goza de no haber tenido otro maestro que Jesucristo, su Cristo, convertido en Señor, amigo y confidente por la oración personal.

         En esta línea quiero aportar un testimonio tan autorizado como es el de la Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios . Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[3].

        Me gustaría que esto estuviera presente en todas las escuelas y pedagogías de oración, para que desde los principios, todo se orientase hacia el fin, sin quedarnos en las técnicas, en los caminos y en los medios como si fueran el fin y la oración misma. Esto no quiere decir que no tengamos en cuenta las dificultades para la oración en todos nosotros. Unas son de tipo ambiental: ruido, prisas, activismo; otras de tipo cultural: secularismo, materialismo, búsqueda del placer en todo, preocupación del tener, vivir al margen de Dios...También las hay de carácter individual: incapacidad para concentrarse un poco, todo es imagen, miedo a la soledad que nos provoca aburrimiento... Pero insisto, por eso, que lo primero es poner el fin donde hay que ponerlo, en Dios y querer amarle y desde ahí empezar el camino sin poner el fin en los medios y dificultades y cómo vencerlas...Desde el principio Dios y conversión.

El Papa en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte ha insistido en la conveniencia de escuelas de oración en las parroquias y en la conveniencia de algún aprendizaje para hacer oración. En mi parroquia hay varios grupos de oración y yo meto en ellos a las personas que veo con frecuencia en la iglesia; no les preparo ni les digo nada, solo que vayan al grupo, escuchen y oren como se le ocurra. Al cabo de dos o tres meses en silencio, empiezan poco a poco a manifestar el fruto de su oración, oran y dialogan como los veteranos, más en línea de diálogo con Dios públicamente manifestado que de reflexión sobre verdades.

 Si tenemos talleres de oración, muchas de estas personas entran en ellos y aprenden diversos caminos y metodologías y otras  no entran. Estoy verdaderamente agradecido a las escuelas de oración, todas me vienen bien y a ninguna personalmente les debo nada. La mayoría de los orantes de mi tiempo somos autodidactas. Cuando llegué al Seminario Menor, allá por el 1948, la primera mañana, después de levantarnos a las 7, fuimos a la capilla para rezar unas oraciones comunes y «oír» la santa misa, pero antes hubo media hora de silencio para hacer la «meditación». Al terminar la misa, todos los nuevos preguntamos a los veteranos qué era eso y qué había que hacer durante ese tiempo. Esa fue mi escuela de oración. Sin embargo, las creo necesarias y pienso que pueden hacer mucho bien en las parroquias y seminarios.

En mis grupos de oración hay personas que han hecho talleres y otras no y todas forman los grupos de oración y después de un comienzo, no veo diferencias; la única diferencia es la perseverancia y esa va unida absolutamente a la conversión permanente. Repito la necesidad de la oración y de las escuelas de oración  y que verdaderamente hacen mucho bien a la comunidad y son muy necesarias y convenientes. Pero insisto que, desde los inicios, la oración hay que orientarla hacia la vida y conversión  como fundamento y finalidad esencial de la misma, porque de otra forma todos los métodos y técnicas terminan por anquilosarse, vaciarse de encuentro con Dios  y morir.

        En mi larga experiencia de cuarenta años en grupos de vida y oración, me ha tocado pasar por muchas modas pasajeras; por eso hay que centrarlo bien desde el principio; la oración es un camino de seguimiento del Señor, no es cantar muy bien, abrazarnos mucho, hacer muchos gestos.....y si no hay compromiso de vida, todo son romanticismos y pura teoría, que llega luego a contradicciones muy serias entre los mismos componentes del grupo y, a veces, a la misma destrucción. No piensen  que porque hagan un curso de oración ya está todo garantizado, y desde luego, las principales dificultades para hacer oración no se solucionarán con técnicas de ningún tipo, sino solo con el querer amar a Dios sobre todas las cosas y con la consiguiente conversión, absolutamente necesaria,  que esto lleva consigo. Cuando este deseo desaparece, la persona no encuentra el camino de la oración, se cansa y lo deja todo. Por eso, insisto, hacer oración, o el deseo de oración se fundamenta en el deseo de querer amar a Dios, aunque la persona no sea consciente de ello. Por lo menos que lo sean los directores de los grupos de oración. Y la oración es la que más ayuda a engendrar y mantener este deseo. Y este deseo es el que alimenta la oración y la sostiene y la hace avanzar. Si no crece, muere la oración.

 

2. 2. Orar es querer convertirse a Dios en  todas las cosas. la oración permanente exige conversión permanente

 

Y si orar es querer amar a Dios sobre todas las cosas, como orar es convertirse, automáticamente, orar es querer convertirse a Dios en todas las cosas. Sin conversión permanente, no puede haber oración permanente.  Sin conversión permanente no puede haber oración continua y permanente. Esta es la dificultad máxima para orar en cristiano, prescindo de otras religiones, y la causa principal de que se ore tampoco en el pueblo cristiano y la razón fundamental del abandono de la oración por parte de sacerdotes, religiosos y almas consagradas.

Lo diré una y mil veces, ahora y siempre y por todos los siglos: la oración, desde el primer arranque, desde el primer kilómetro hasta el último, nos invita,  nos pide y exige la conversión, aunque el alma no sea muy consciente de ello en los comienzos, porque se trata de empezar a amar o querer amar a Dios sobre todas las cosas, es decir, como Él se ama esencialmente y nos ama y permanece en su serse eternamente amado de su misma esencia.

“Dios es amor”,dice San Juan, su esencia es amar y amarse para serse en acto eterno de amar y ser amado, y si dejara de amar y amarse así, dejaría de existir. Podía haber dicho San Juan que Dios es el poder, omnipotente, porque lo puede todo, o que es la Suprema Sabiduría, porque es la Verdad, pero no, cuando San Juan nos quiere definir a Dios en una palabra, nos dice que Dios es Amor, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir. Así que está condenado a amanos siempre, aunque seamos pecadores y desagradecidos.

        Y como estamos hechos a su imagen y semejanza, nosotros estamos hechos por amor y para amar, pero el pecado nos ha tarado y  ha puesto el centro de este amor en nosotros mismos y no en Dios. Así que tenemos que participar de su amor por la gracia para poder amarnos y amarle como Él se ama. Porque por su misma naturaleza, que nosotros participamos por gracia, así es cómo Dios se ama y nos ama y  no puede amar de otra forma, porque dejaría de ser y existir, dejaría de ser Dios.

Y este amor es a la vez su felicidad y la nuestra, a la que Él gratuitamente, en razón de su amarse tan infinitamente a sí mismo nos invita, porque estamos hechos a su imagen y semejanza por creación y, sobre todo, por recreación en el Hijo Amado, Imagen perfecta de sí mismo, que nos hace partícipes de su misma vida, de su mismo ser y existir, por participación gratuita de su mismo amor a sí mismo.“Lo que era desde el principio... porque la vida se ha manifestado..., os anunciamos la vida eterna, que estaba en el Padre y se nos manifestó, a fin de que viváis también en comunión con nosotros. Y esta comunión nuestra es con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1Jn 1-4).

Este es el gran tesoro que llevamos con nosotros mismos, la lotería que nos ha tocado a todos los hombres por el hecho de existir. Si existimos, hemos sido llamados por Él para ser sus hijos adoptivos, y Dios nos pertenece, es nuestra herencia, tengo derecho a exigírsela: Dios, Tú me perteneces.... Esto es algo inconcebible para nosotros, porque hemos sido convocados de la nada por puro amor infinito de Dios, que no necesita de nada ni de nadie para existir y ser feliz y crea al hombre por pura gratuidad, para hacerle partícipe de su misma vida, amor, felicidad, eternidad...“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos.... Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3,1-3).

        Esta es la gran suerte de esta especie animal, tal vez más imperfecta que otras en sus genomas o evolución, pero  que, cuando Dios quiso, la amó en su inteligencia infinita y con un beso de amor le dio la suerte y el privilegio de fundirse eternamente en su mismo amor y felicidad. Y esta es la gran evolución sobrenatural, que a todos nos interesa. La otra, la natural del «homo erectus», «habilis», «sapiens», «nehandertalensis», «romaionensis, «australopithecus», que apareció hace cuatro millones de años, aunque ahora con el recién descubierto homínido del Chad, parece que los expertos opinan que apareció hace seis millones de años... que  estudien los científicos, a los que les importa poco echar millones y millones de años entre una etapa y otra;  todavía no están seguros de cómo Dios la ha dirigido, aunque algunos, al irla descubriendo, parece como si la fueran creando, y al no querer aceptar por principio al Creador del principio,  digan que todo, con millones y millones de combinaciones, se hizo por casualidad. Y en definitiva, millones más, millones menos, todo es nada comparado con lo que nos espera y ya ha comenzado: la  eternidad en Dios.

La casualidad necesita elementos previos, solo Dios es origen sin origen, tanto en lo natural como en lo sobrenatural.  Ellos que descubran el modo y admiren al Creador Primero, pero que no llamen casualidad a Dios. Millones y millones de combinaciones... y todo, por casualidad... ¡Qué trabajo llamar a las cosas por su nombre y aceptar al Dios grande y providente y todo amor generoso e infinito para el hombre, que nos desborda en el principio, en el medio y al fin de la Historia de Salvación! ¿Para qué la ciencia, los programas, los laboratorios, si todo es por casualidad o existen sin lógica ni  principio ni leyes fijas?

        A mí sólo me interesa, que he sido elegido para vivir eternamente con Dios. Ha enviado a su mismo Hijo para decírmelo y este Hijo me merece toda confianza por su vida, doctrina, milagros, muerte y resurrección. Por otra parte, esta es la gran locura del hombre, su gran tragedia, si la pierde, la mayor pérdida que puede sufrir, si no la descubre por la revelación del mismo Dios; y esta es, a la vez y por lo mismo, la gran responsabilidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes, si se despistan por otros caminos que no llevan a descubrirla, predicarla, comunicarla por la Palabra hecha carne y por los sacramentos, si nos quedamos  en organigramas, en programaciones y acciones pastorales siempre horizontales sin la dirección de trascendencia y eternidad, sacramentos que se quedan y se celebran en el signo pero que no llegan a lo significado, que no llevan hasta Dios ni llegan hasta la eternidad sino sólo atienden al tiempo que pasa; reuniones, programaciones  y celebraciones que no son apostolado, si se quedan en mirar y celebrar  más al rostro transitorio de lo que hacemos o celebramos, que al alma, al espíritu, a la parte eterna, trascendente y definitiva de lo que contienen, del evangelio, del mensaje, de la liturgia....más a lo transitorio que a lo trascendente, hasta donde todo debe dirigirse, buscando  la gloria de Dios y la salvación eterna del hombre.

“En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque me voy a prepararos el lugar . Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros. Pues, para donde yo voy, ya sabéis el camino” (Jn 11,24).

Porque da la sensación a veces de que se ha perdido la orientación trascendente de la Iglesia y de su acción apostólica, que pasa también por la encarnación y lo humano, para dirigirlo y finalizarlo todo hacia lo divino, hacia Dios.  Da la sensación de que lo humano, la encarnación, ciertamente necesaria, pero nunca fin  principal y menos exclusivo de la evangelización,  es lo que más  preocupa en nuestras reuniones pastorales y hasta en la misma administración de los sacramentos, donde trabajamos y nos fatigamos en añadir ritos y ceremonias, incluso a la misma eucaristía, como si no fuera completísima en sí misma, y de lo esencial hablamos poco y  nos preocupa menos.

Y esto produce gran pobreza pastoral, cuando vemos, incluso a nuestra Iglesia y a sus ministros, más preocupados por los medios de apostolado que por el fin, más preocupados y ocupados por agradar a los hombres en la celebración de los mismos sacramentos que de buscar la verdadera eficacia sobrenatural y trascendente de los mismos así como de toda  evangelización y apostolado. En conseguir esta finalidad eterna está la gloria de Dios. «La gloria de Dios es que el hombre viva... y la vida del hombre es la visión intuitiva de Dios». (San Hilario)

¡Señor, que este niño que bautizo, que estos niños que hoy te reciben por vez primera, que estos adultos que celebran estos sacramentos, lleguen al puerto de tu amor eterno, que estos sacramentos, que esta celebración que estamos haciendo les ayude a su salvación eterna y definitiva, a conocerte y amarte más como único fin de su vida, más que simplemente les resulte divertida... Señor, que te reciban bien, que se salven eternamente, que ninguno se pierda, que tú eres Dios y lo único que importa, por encima de tantas ceremonias que a veces despistan de lo esencial !

Queridos amigos, este es el misterio de la Iglesia, su única razón de existir, su único y esencial sentido, este el misterio de Cristo, el Hijo Amado del Padre, que fue enviado para hacernos partícipes de la misma felicidad del Dios trino y uno; esto es lo único que vale, que existe, lo demás es como si no existiera.

¿Qué tiene que ver el mundo entero, todos los cargos, éxitos, carreras, dineros, todo lo bueno del mundo comparado con lo que nos espera y que ya podemos empezar a gustar en Jesucristo Eucaristía? El es el pan de la vida eterna, de nuestra felicidad eterna, nuestra eternidad,  nuestra suerte de existir, nuestro cielo en la tierra,  El es el pan de la vida eterna, “El que coma de este pan vivirá eternamente”.

A la luz de esto hay que leer todo el capítulo sexto de San Juan  sobre el pan de vida eterna, el pan de Dios, el pan de la eternidad: “Les contestó Jesús y les dijo: vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece sino el que permanece hasta la vida eterna” (Jn 6, 26).Toda la pastoral, todos los sacramentos, especialmente la Eucaristía, deben conducirnos hasta Cristo, “pan del cielo, pan de vida eterna”, hasta el encuentro con El; de otra forma, el apostolado y los mismos sacramentos no cumplirán su fin: hacer uno en Cristo-Verbo amado eternamente por el Padre en fuego de Espíritu Santo.

Estamos destinados, ya en la tierra, comiendo este pan de eternidad,  a  sumergirnos en este amor, porque Dios no puede amar de otra manera.Y esto es lo que nos ha encargado, y esto es el apostolado, el mismo encargo que el Hijo ha recibido del Padre. “Como el Padre me ha enviado así os envío yo” (Jn 20, 21).“Y ésta es la voluntad del que me ha enviado: que yo no pierda nada de lo que me dio, sino que lo resucite en el último día. Porque ésta es la voluntad de mi Padre, que todo el que ve al Hijo y cree en El tenga la vida eterna y yo le resucitaré en el último día” (Jn  6, 38-40).  “El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí” (Jn 6,51).

Nos lo dice el Señor, nos lo dice San Juan, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, pero es que estoy totalmente convencido,  Dios nos ama gratuitamente, por puro amor, y nos ha creado para vivir con El eternamente felices en su infinito  abrazo y beso y amor Trinitario. Pablo lo describe así: “Enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para vuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este siglo la han conocido; pues, si la hubieren conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino como está escrito: ni el  ojo vió, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman. Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu”  (1Cor 2,7-10).

 Es que Dios es así, su corazón trinitario, por ser tri-unidad, unidad de los Tres  es así... amar y ser amado; no  puede ser y existir de otra manera. El hombre es un «capricho de Dios» y solo Él puede descubrirnos lo que ha soñado para el hombre. Cuando se descubre, eso es el éxtasis, la mística, la experiencia de Dios, el sueño de amor de los místicos, la transformación en Dios, sentirse amados por el mismo Dios Trinidad en unidad esencial y relacional con ellos por participación de su mismo amor esencial y eterno.

Y en esto consiste la felicidad eterna, la misma de Dios en Tres Personas que se aman infinitamente y que es verdad y que existe y que uno puede empezar a gustar en este mundo y se acabaron entonces las crisis de esperanza y afectividad y soledad y todo...bueno, hasta que Dios quiera, porque esto parece que no se acaba del todo nunca, aunque de forma muy distinta... y eso es la vivencia del misterio de Dios, la experiencia de la Eucaristía, la mística cristiana, la mística de San Juan: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”; la de Pablo: “deseo morir para estar con Cristo..., para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir; la de San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Santa Catalina de Siena, San Juan de Ávila, San Ignacio de Loyola, beata Isabel de la Stma. Trinidad, Teresita, Charles de Foucaud....la de todos los santos.

Por la vida de gracia en plenitud de participación de la vida divina trinitaria posible en este mundo y por la oración, que es conocimiento por amor de esta vida, el alma vive el misterio trinitario. La meta de sus atrevidas aspiraciones es «llegar a la consumación de amor de Dios..., que es venir a amar a Dios con la pureza y perfección que ella es amada de él, para pagarse en esto a la vez». (Can B 38, 2).

Estoy seguro de que a estas alturas algún lector estará diciéndose dentro de sí: todo esto está bien, pero qué tiene que ver todo lo del amor y felicidad de Dios con el tema de la oración que estamos tratando. Y le respondo. Pues muy  sencillo. Como la oración tiene esta finalidad, la de hacernos amigos de Dios, la de llevarnos a este amor de Dios que es nuestra felicidad, el camino para conseguirlo es vaciarnos de todo lo que no es Dios en nuestro corazón, para llenarnos de Él.

«Porque no sería una verdadera y total transformación si no se transformarse el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... con aquella su aspiración divina muy subidamente levante el alma y la informa y habilita para que ella aspire en Dios la misma aspiración de amor que el Padre aspira en el Hijo y el Hijo en el Padre, que es el mismo Espíritu Santo que a ella le aspira en el Padre y el Hijo en la dicha transformación, para unirla consigo» (Can B 39, 6).

Oh Dios te amo, te amo, te amo, qué grande, qué infinito, qué inconcebible eres, no podemos comprenderte, sólo desde el amor podemos unirnos a Ti y tocarte un poco y conocerte y saber que existes para amarte y amarnos, que existimos para hacernos felices con tu misma felicidad,  pero no por ideas o conocimientos sino por contagio, por toque personal, por quemaduras de tu amor; qué lejos se queda la inteligencia, la teología de tus misterios, tantas cosas que están bien y son verdad, pero se quedan tan lejos...

        La oración es diálogo de amistad con Jesucristo, en el cual, el Señor, una vez que le saludamos, empieza a decirnos que nos ama, precisamente, con su misma presencia silenciosa y humilde y permanente en el Sagrario. Nos habla sin palabras, solo con mirarle, con su presencia silenciosa, sin nimbos de gloria ni luces celestiales o adornos especiales, como están a veces algunas imágenes de los santos, más veneradas y llenas de velitas que el mismo Sagrario, mejor dicho, que Cristo en el Sagrario.

Da pena ver la humildad de la presencia de Jesucristo en los Sagrarios sin flores, sin presencias de amor, sin una mirada y una oración; presencia silenciosa del que es la Palabra, toda llena de hermosura y poder del Padre, por la cual ha sido hecho todo y todo finaliza en Él; presencia humilde del que “no tiene figura humana”, ahora ya sólo es una cosa, un poco de pan, para saciar el hambre de eternidad de los hombres;  presencia humilde del que lo puede todo y no necesita nada del hombre y, sin embargo, está ahí necesitado de todos y sin quejarse de nada, ni de olvidos ni desprecios, sin exigir nada, sin imponerse...por si tú lo quieres mirar y así se siente pagado el Hijo predilecto del mismo Dios;  presencia humilde, sin ser reconocida y venerada por muchos cristianos, sin importancia para algunos, que no tienen inconveniente en sustituirla por otras presencias,  y preferirlas y todo porque no han gustado la Presencia por excelencia, la de Jesucristo en la Eucaristía. Ahí está el Señor en presencia humilde, sin humillar a los que no le aman ni le miran, no escuchando ni obedeciendo tampoco a los nuevos «Santiagos», que piden fuego del cielo para exterminar a todos los que no creen en Él ni le quieren recibir en su corazón; ahí está Él, ofreciéndose a todos pero sin imponerse, ofreciéndose a todos los que libremente quieran su amistad; presencia olvidada hasta en los mismos seminarios o casas de formación o noviciados, que han olvidado con frecuencia, dónde está «la fuente que mana y corre, aunque es de noche»,  que han olvidado donde está la puerta de salvación y la vida, que debe llevar la savia a todos los sarmientos  de la Iglesia, especialmente a los canales más importantes de la misma, para comunicar su fuerza a todo creyente.

        Jesucristo en el Sagrario es el corazón de la Iglesia y de la gracia y salvación, es  ayuda y  amistad permanentemente ofrecidas a todos los hombres;  para eso se quedó en el pan consagrado y ahí está cumpliendo su palabra. Él nos ama de verdad. Así debemos amarle también nosotros. De su presencia debemos aprender humildad, silencio, generosidad, entrega sin cansarnos, dando luz y amor a este mundo. La presencia de Cristo, la contemplación de Cristo en el Sagrario siempre nos está hablando de esto, nos está comunicando todo esto, no está invitando continuamente a encontrarnos con Él, a reducir a lo esencial nuestra vida y apostolado, nos está saliendo al encuentro, nos está invitando a orar, a hablar con Él, a imitarle; por eso, todos debemos ser visitadores del Sagrario y atarnos para siempre a la sombra de la tienda de la Presencia de Dios entre los hombres.

 

2. ,3.- Orar es también meditar

 

La oración cristiana tiene un itinerario  más o menos recorrido por todos, pero desde el principio siempre será amar, querer amar más, buscar amor, aunque no se sienta ni seamos conscientes de ello. Y para eso el primer paso ordinariamente podrá ser lectura de amor, sobre la cual meditamos, y luego oramos y amamos y dialogamos con el Señor. La finalidad de todo siempre será el amor, lo demás serán medios, caminos, ayudas.

Cuando yo leo el evangelio, los dichos y hechos de Jesús, yo me dejo interpelar por ellos, los medito e interiorizo, para terminar siempre hablando, dialogando sobre estos dichos y hechos de Jesús con Él mismo. Y ese amor, como somos pecadores, se manifestará desde el principio en la conversión de nuestros criterios, afectos y acciones, que deberán conformarse a  los de Cristo. Aquí me juego mi amistad con Cristo, mi oración, mi unión, mi santidad.

Otras veces puedo leer y meditar lo que otros han orado sobre estos dichos y hechos de Jesús. Te voy a poner un ejemplo con esta oración de Santa Brígida, que a mí me gusta y me ayuda a interiorizar y comprender todo el amor de Cristo en su pasión y muerte y me obliga a corresponderle.

 

ORACIÓN DE SANTA BRÍGIDA:

 

«Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso, y por tu amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión, y les lavaste los pies con tus santas manos preciosas, mostrando así humildemente tu máxima humildad.

 

Honor a ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y la muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre, sin que ello fuera obstáculo para llevar a término tu designio de redimirnos, mostrando así de manera bien clara tu caridad para con el género humano.

 

Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado  ante Caifás, y tú, que eres el juez de todos, permitiste humildemente ser entregado a Pilato, para ser juzgado por él.

 

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado con punzantes espinas, y aguantaste con una paciencia inagotable que fuera escupida tu faz gloriosa, que te taparan los ojos y que unas manos brutales golpearan sin piedad tu mejilla y tu cuello.

 

Alabanza a ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado, que permitiste que te llevaran ante el tribunal de Pilato, cubierto de sangre, apareciendo a la vista de todos, como el Cordero inocente.

 

Honor a ti,  mi Señor Jesucristo, que, con todo tu glorioso cuerpo ensangrentado, fuiste condenado a muerte de cruz, cargaste sobre tus sagrados hombros el madero, fuiste llevado inhumanamente al lugar del suplicio, despojado de tus vestiduras, y así quisiste ser clavado en la cruz.

 

Honor para siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que, en medio de tales angustias, te dignaste mirar con amor a tu dignísima madre, que nunca pecó ni consintió jamás la más leve falta; y, para consolarla, la confiaste a tu discípulo para que cuidara de ella con toda fidelidad.

 

Bendito seas por siempre, mi Señor Jesucristo, que, cuando estabas agonizando, diste a todos los pecadores la esperanza del perdón, al prometer misericordiosamente la gloria del paraíso al ladrón arrepentido.

 

Alabanza eterna a ti, mi Señor Jesucristo, por todos y cada uno de los momentos que, en la cruz, sufriste entre las mayores amarguras y angustias por nosotros, pecadores; porque los dolores agudísimos procedentes de tus heridas penetraban en tu alma bienaventurada y atravesaban cruelmente tu corazón sagrado, hasta que dejó de latir y exhalaste el espíritu e, inclinando la cabeza, lo encomendaste humildemente a Dios tu Padre, quedando tu cuerpo invadido por la rigidez de la muerte.

 

Bendito seas Tú, mi Señor Jesucristo, que, por nuestra salvación, permitiste que tu costado y tu corazón fueran atravesados por la lanza y, para redimirnos, hiciste que de él brotara con abundancia tu sangre preciosa mezclada con agua.

 

Gloria a ti, mi Señor Jesucristo, porque quisiste que tu cuerpo bendito fuera bajado de la cruz por tus amigos y reclinado en los brazos de tu afligidísima madre, y que ella lo envolviera en lienzos y fuera enterrado en el sepulcro, permitiendo que unos soldados montaran allí guardia.

 

Honor por siempre a ti, mi Señor Jesucristo, que enviaste el Espíritu Santo a los corazones de los discípulos y aumentaste en sus almas el inmenso amor divino.

Bendito seas tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesús, que estás sentado sobre el trono, en tu reino de los cielos, en la gloria de tu divinidad, viviendo corporalmente con todos tu miembros santísimos, que tomaste de la carne de la Virgen. Y así has de venir el día del juicio a juzgar a las almas de todos los vivos y los muertos: tú que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén»[4].

Este es el Cristo que adoramos en el Sagrario. Estos son algunos de los hechos de salvación continuamente ofrecidos al Padre para nuestra salvación. Este es el ejemplo que nos da y que debemos imitar. Ahora bien, como nos ama tanto y nuestros defectos impiden esta amistad que El quiere comunicarnos desde su presencia eucarística, después del saludo y el acto de fe casi rutinario, al cabo de algún tiempo empieza a decirnos: oye, qué contento estoy con tu fe y tu amor, con que vengas a visitarme y a contarme y a tratar de amistad,  pero no estoy conforme con tu soberbia, tienes que esforzarte más en la caridad, cuidado con el genio, la afectividad...tienes que seguir avanzando, tenemos que vernos todos los días y yo quiero seguir ayudándote.

Cualquiera que se quede junto al Sagrario todos los días un cuarto de hora, empezará a escuchar estas cosas, porque para eso, para hablarnos y para ayudarnos en este camino se ha quedado en la tierra, en el pan consagrado; después de dar la vida por nosotros en cada misa, se ha quedado el Señor en el Sagrario, para que hagamos de nuestra vida una ofrenda agradable al Padre, como hizo Él de toda su vida, en obediencia y adoración hasta el extremo. Y todo esto nos lo quiere enseñar y comunicar. Y nosotros, si queremos ser sus amigos, tenemos que empezar a escucharlo, dialogarlo y vivirlo en nuestra propia vida. Por eso es tan importante su presencia eucarística, en la que continua ofreciéndonos  todo su amor, toda su vida, toda su salvación a todos los hombres, especialmente para los que le adoran en este misterio.

 

2. 4.  Jesucristo Eucaristía, el mejor maestro de oración

 

        El cristiano, sobre todo, si es sacerdote, debe ser, como el mismo Cristo, hombre de oración. Esta es su verdadera identidad. Lo ha dicho muy claro el Papa Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte. Por otra parte, basta abrir el evangelio para ver y convencerse de que Jesús es un hombre de oración: comienza su vida pública con cuarenta días en el desierto; se levante muy de madrugada cuando todavía no ha salido el sol, para orar en descampado; pasa la noche en oración antes de elegir a los Doce; ora después del milagro de los panes y los peces, retirándose solo, al monte; ora antes de enseñar a sus discípulos a orar; ora antes de la Transfiguración; ora antes de realizar cualquier milagro; ora en la Última Cena para confiar al Padre su futuro y el de su Iglesia. En Getsemaní se entrega por completo a la voluntad del Padre. En la cruz le dirige las últimas invocaciones, llenas de angustia y de  confianza.

Por todo lo cual, para ayudarnos en este camino de conversión, ningún maestro mejor, ninguna ayuda mejor que Jesús Eucaristía. Por la oración, que nos hace encontrarnos con El y con su palabra y evangelio, vamos cambiando nuestra mente y nuestro espíritu por el suyo:“Pues el hombre natural no comprende las realidades que vienen del Espíritu de Dios; son necedad para él y no puede comprenderlas porque deben juzgarse espiritualmente. Por el contrario, el hombre espiritual lo comprende, sin que él pueda ser comprendido por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor de manera que pueda instruirle? (Is 40,3). Sin embargo, nosotros poseemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16-18).

Es aquí, en la oración de conversión, donde nos jugamos toda nuestra vida espiritual, sacerdotal, cristiana, el apostolado... todo nuestro ser y existir, desde el papa hasta el último creyente, todos los bautizados en Cristo:  o descubres al Señor en la eucaristía  y empiezas a amarle, es decir, a convertirte a El o no quieres convertirte a El y pronto empezarás a dejar la oración porque te resulta  duro estar delante de El sin querer corregirte de tus defectos; además, no tendría sentido contemplarle, escucharle, para hacer luego lo contrario de lo que El te enseña desde la oración y su misma presencia eucarística; igualmente la santa misa no tendrá sentido personal si no queremos ofrecernos con El en adoración a la voluntad del Padre, que es nuestra santificación y  menos sentido tendrá la comunión, donde Cristo viene para vivir su vida en nosotros y salvar así actualmente a sus hermanos los hombres, por medio de nuestra humanidad prestada.

Queridos hermanos, no podemos hacer las obras de Cristo sin el amor y el espíritu de Cristo. Si no nos convertimos, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid, la savia irá por un sarmiento lleno de obstáculos, por una vena sanguínea tan obstruida por nuestros  defectos y pecados, que apenas puede llevar sangre y salvación de Cristo al cuerpo de tu parroquia, de tu familia, de tu grupo, de tu  apostolado. Sin unión vital y fuerte con Cristo, poco a poco tu cuerpo  apenas recibirá la vida de Cristo e irá debilitándose tu perfección y santidad evangélica.  No podemos hacer las obras de Cristo sin el espíritu de Cristo. Y para llenarnos de su Espíritu, Espíritu Santo, antes hay que vaciarse. Es lógico. No hay otra posibilidad ni nunca ha existido ni existirá, sin unión con Dios. En esto están de acuerdo todos los santos.

Ahora bien, a nadie le gusta que le señalen con el dedo, que le descubran sus pecados y esta es la razón de la dificultad de toda oración, especialmente de la oración eucarística ante el Señor, que nos quiere totalmente llenar de su amor, y  nosotros preferimos seguir llenos de nuestros defectos, de nuestro amor propio, del total e inmenso amor que nos tenemos y por eso no la aguantamos. Y así nos va. Y así le va a la Iglesia. Y así al apostolado y a nuestras acciones, que llamamos apostolado, pero que son puras acciones nuestras, porque no están hechas unidos a Cristo, con el espíritu de Cristo:“Si el sarmiento no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

El primer apostolado es cumplir la voluntad del Padre, como Cristo:“Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra” (Jn 4,34), o con S. Pablo: “Porque la  voluntad de Dios es vuestra santificación” (1Tes 4, 3). El apostolado primero y más esencial de todos es ser santos, es estar y vivir unidos a Dios, y para ese apostolado, la oración es lo primero y esencial.

Y por esta razón, la oración ha de ser siempre el corazón y el alma de todo apostolado. Hay muchos apostolados sin Cristo, sin amor de Eucaristía, aunque se guarden las formas, pero sin conversión, como somos naturalmente pecadores, no podemos llegar al amor personal de Cristo y sin amor personal a Cristo, puede haber acciones, muy bien programadas, muy llamativas, pero no son apostolado, porque no se hacen con Cristo, mirando y llevando las almas a Cristo. Así es como definíamos antes al apostolado: llevar las almas a Dios. Ahora, la verdad es que no se a dónde las llevamos muchas veces, incluso en los mismos sacramentos, por la forma de celebrarlos.

Desde el momento en que renunciamos a la conversión permanente, nos hemos cargado la parte principal de nuestro sacerdocio como sacramento de Cristo, prolongación de Cristo, humanidad supletoria de Cristo, no podremos llegar a una amistad sincera y  vivencial con El y lógicamente se perderá la eficacia principal de nuestro apostolado,  porque Cristo lo dijo muy claro y muy serio en el evangelio: 

“Yo soy la vid verdadera y mi padre es el viñador. Todo sarmiento que en mi no lleve fruto, lo cortará; y todo el que de fruto, lo podará, para que de mas fruto... como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mi no podéis hacer nada”(Jn 15 1-5).

Si no se llega a esta unión con el único Sacerdote y Apóstol y Salvador que existe, tendrás que sustituirlo por otros sacerdocios, apostolados y salvaciones... sencillamente porque no has querido que Dios te limpie del amor idolátrico que te tienes y así, aunque llegues a obispo, altos cargos y demás... estarás tan lleno de ti mismo que en tu corazón no cabe Cristo, al menos en la plenitud que El quiere y para la que te ha llamado. Pero, eso sí, esto no es impedimento para que seas buena persona, tolerante, muy comprensivo..., pero de hablar y  actuar claro y encendido y eficazmente en Cristo, nada de nada; y  no soy yo, lo ha dicho Cristo: trabajarás más mirando tu gloria que la de Dios, sencillamente porque pescar sin Cristo es trabajo inútil y las redes no se llenan de peces, de eficacia apostólica.

Y así es sencillamente la  vida de muchos cristianos, sacerdotes, religiosos, que, al no estar unidos a El con toda la intensidad y unión que el Señor quiere, lógicamente no podrán producir los frutos para los que fuimos elegidos por El. ¿De dónde les ha venido a todos los santos, así como a tantos apóstoles,  obispos, sacerdotes, hombres y mujeres cristianas, religiosos/as, padres y madres de familia, misioneros y catequistas, que han existido y existirán, su eficacia apostólica y su entusiasmo por Cristo? De la experiencia de Dios, de constatar que Cristo existe y es verdad y vive y sentirlo y palparlo... no meramente estudiarlo, aprenderlo  o creerlo como si fuera verdad. Esta fe vale para salvarnos, pero no para contagiar pasión por Cristo.

¿Por qué los Apóstoles permanecieron en el Cenáculo, llenos de miedo, con las puertas cerradas, antes de verle a Cristo resucitado? ¿Por qué incluso, cuando Cristo se les apareció y les mostró sus manos y sus pies traspasados por los clavos, permanecieron todavía encerrados y con miedo? ¿Es que no habían constatado que había resucitado, que estaba en el Padre, que tenía poder para resucitar y resucitarnos? ¿Por qué el día de Pentecostés abrieron las puertas y predicaron abiertamente y se alegraron de poder sufrir por Cristo? Porque ese día lo sintieron dentro, lo vivieron, y eso vale más que todo lo que vieron sus ojos de carne en los tres años de Palestina e incluso en la mismas apariciones de resucitado.

En el día de Pentecostés vino Cristo todo hecho fuego y llama de Espíritu Santo a sus corazones, no con experiencia puramente externa de aparición corporal, sino con presencia y fuerza de Espíritu quemante, sin mediaciones exteriores o de carne sino hecho «llama de amor viva», y esto les quemó y abrasó las entrañas, el cuerpo y el alma y esto no se puede sufrir sin comunicarlo.  “María guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. Ahí es donde nuestra hermosa Nazarena, la Virgen guapa aprendió a conocer a su hijo Jesucristo y todo su misterio, y lo guardaba y lo amaba y lo llenaba con su amor, pero a oscuras, por la fe, y así lo fue conociendo, «concibiendo antes en su corazón que en su cuerpo», hasta quedarse sola con El en el Calvario.

Pablo no conoció al Cristo histórico, no le vio, no habló con El, en su etapa terrena. Y ¿qué pasó? Pues que para mí y para mucha gente le amó más que otros apóstoles que lo vieron físicamente. El lo vio en vivencia y  experiencia mística, espiritual, sintiéndolo dentro, vivo y resucitado sin mediaciones de carne, sino de espíritu a espíritu. De ahí le vino toda su sabiduría de Cristo, todo su amor a Cristo, toda su vida en Cristo hasta decir. “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”;”Para mí la vida es Cristo”. Este Cristo, fuego de vivencia y Pentecostés personal lo derribó del caballo y le hizo cambiar de dirección, convertirse del camino que llevaba, transformarse por dentro con  amor de Espíritu Santo. Nos lo dice Él mismo: “Yo sé de un cristiano, que hace catorce años fue arrebatado hasta el tercer cielo, con el cuerpo o sin el cuerpo ¿qué se yo? Dios lo sabe…  y oyó palabras arcanas que un hombre no es capaz de repetir…”  (2Cor 12,2-4).

Esta experiencia mística, esta contemplación infusa, vale más que cien apariciones externas del Señor. Tengo amigos, con tal certeza y seguridad y fuego de Cristo, que si se apareciese fuera de la Iglesia, permanecerían ante el Sagrario o en la misa o en el trabajo,  porque esta manifestación, que reciben todos los días del Señor por la oración, no aumentaría ni una milésima su fe y amor vivenciales, más quemantes y convincentes que todas las manifestaciones externas.

La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza  mística, de Espíritu Santo. Y lo peor es que hoy está tan generalizada esta  pobreza, tanto arriba como abajo, que resulta difícil encontrar personas que  hablen encendidamente de la persona de Cristo, de su presencia y misterio, y los escritos místicos y exigentes ordinariamente no son éxitos editoriales ni de revistas.

Repito: la mayor pobreza de la iglesia es la pobreza de vida mística, de vivencia de Dios, de deseos de santidad, de oración, de transformación en Cristo:“Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”, “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”,  pero conocimiento vivencial, de espíritu a espíritu, o si quieres, comunicado por el Espíritu Santo, fuego, alma y vida de Dios Trino y Uno.

El Sagrario es Jesucristo en amistad y salvación permanentemente ofrecidas al mundo, a los hombres. Por medio de su presencia eucarística, el Señor prolonga esta tarea de evangelización,  de amistad, dando así su vida por nosotros en entrega sacrificial,   invitándonos, por medio de la oración y el diálogo eucarístico,  a participar de su pasión de amor por el  Padre y por los hombres. Y nos lo dice de muchas maneras: desde su presencia humilde y silenciosa en el Sagrario, paciente de nuestros silencios y olvidos, o también a gritos, desde su entrega total en la celebración eucarística, desde el evangelio proclamado en la misa, desde la palabra profética de nuestros sacerdotes, desde la comunión para que vivamos su misma vida: “El que me come vivirá por mí”, desde su presencia testimonial en todos los Sagrarios de la tierra.

Precisamente, para poder llenarnos de sus gracias y de su amor, necesita vaciarnos del nuestro, que es limitado en todo y egoísta, para llenarnos del El mismo, Verbo, Palabra, Gracia   y Hermosura del Padre, hasta la  amistad transformante de vivir su misma vida.  Nuestro amor es «ego» y empieza y termina en nosotros, aunque muchas veces, por estar totalmente identificados con él,  ni nos enteramos del cariño que nos tenemos y por el que actuamos casi siempre, aún en las cosas de Dios y de los hermanos y   del apostolado, que nos sirven muchas veces de pantalla para nuestras vanidades y orgullos.

Sólo Dios puede darnos el amor con que El se ama y nos ama, un amor que empieza, nos arrastra y finaliza  en Dios Uno y Trino, ese amor que es  la vida de Dios, del que participamos por la gracia; ese amor de Dios que pasa  necesariamente por el amor verdadero a los hermanos y si no nos lleva, entonces no es verdadero amor venido de la vida de Dios: “El Padre y yo somos uno.... el que me ama, vivirá por mí...” “Carísimos, todo el que ama es nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifestó en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito para que nosotros vivamos por El... (1Jn 4,7-10).

Todos y cada uno de nosotros, desde que somos engendrados en el seno de nuestra madre, nos queremos infinito a nosotros mismos, más que a nuestra madre, más que a Dios, y por esta inclinación original, si es necesario que la madre muera, para que el niño viva...si es necesario que la gloria de Dios quede pisoteada para que yo viva según mis antojos, para que yo consiga mi placer, mi voluntad, mi comodidad.... pues que los demás mueran y que Dios se quede en segundo lugar, porque yo me quiero sobre todas las cosas y personas y sobre el mismo Dios.

Y esto es así, aunque uno sea cardenal, obispo, religioso, consagrado o bautizado, por el mero hecho de ser pura criatura,  porque somos así, por el pecado original, desde nuestro nacimiento. Y si no nos convertimos, permanecemos así toda la vida. Y esto es más grave cuanto más alto es el lugar que ocupa uno en la construcción del Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Los que están a nuestro alrededor nos llenan ordinariamente de tantas alabanzas, sin crítica alguna, que llegamos a creernos perfectos,  que todo lo hacemos bien y que no necesitamos de conversión permanente, como todo verdadero apóstol, que para serlo con verdad y con eficacia, primero y siempre, aunque sea sacerdote u obispo,  debe seguir siendo discípulo de   Cristo, hasta la santidad, hasta la unión total con El. Discípulo permanente y apóstol.

Por otra parte, si alguno trata de expresarnos defectos o deficiencias apostólicas que observa, aunque sea con toda la delicadeza y prudencia del mundo, qué difícil escucharle y valorarlo y tenerlo junto a nosotros y darle confianza;  así que para escalar puestos, a cualquier nivel que sea, ya sabemos todos lo que tenemos que hacer: dar la razón y silenciar  fallos.

Hay demasiados profetas palaciegos en la misma Iglesia de Cristo Profeta del Padre, dentro y fuera del templo, más preocupados por agradar a los hombres y buscar la propia gloria que la de Dios, que la verdadera verdad y eficacia del Evangelio.  Jeremías se quejó de esto ante el Dios, que lo elegía para estas misiones tan exigentes; el temor a sufrir, a ser censurado, rechazado, no escalar puestos, perder popularidad, ser tachado de intransigente, no justificará nunca nuestro silencio o falsa prudencia.“La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día. Me dije: no me acordaré de el, no hablaré más en su nombre; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía” (Jr 20,7-9).

El profeta de Dios corregirá, aunque le cueste la vida. Así lo hizo Jesús, aunque sabía que esto le llevaría a la muerte. No se puede hablar tan claro a los poderosos, sean políticos, económicos o religiosos. Él lo sabía y los profetizó, les habló en nombre de Dios. Y ya sabemos lo que le pasó por hablarles así. Hoy y siempre seguirá pasando y repitiéndose su historia en otros hermanos. Lo natural es rehuir, ser perseguidos y ocupar últimos  puestos. Así que por estos y otros motivos, porque la santidad es siempre costosa en sí misma por la muerte del yo que exige y porque además resulta  difícil hablar y ser testigos del evangelio en todos los tiempos,  los profetas del Dios vivo y verdadero, en ciertas épocas de la historia, quizás cuando son más necesarios, son cada vez menos o no los colocamos  en alto y en los púlpitos elevados para que se les oiga. Y eso que todos hemos sido enviados desde el santo bautismo  a predicar y ser testigos de la Verdad.

Esta es la causa principal de que escaseen los profetas verdaderos del Dios Vivo y de que el reino de Dios se confunda con otros reinos; han enmudecido y son pocos los profetas verdaderos, porque falta vivencia auténtica y experiencia del Dios  vivo.  Hay otras profecías y otros profetismos más aplaudidos por la masa y por el mundo. Todo se hace en principio por el evangelio, por Cristo, pero es muy diferente. El Papa nos da ejemplo a todos, habla claro y habla de aquellas cosas que nos gustan y que no nos gustan, de verdades que nos cuestan, habla de esas  páginas exigentes del Evangelio, que hoy y siempre serán absolutamente necesarias para entrar en el reino de Dios, en el reino de la amistad con Cristo, pero que se predican poco, y sin oírlas y vivirlas no podemos ser discípulos del Señor: “Quien quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...quien quiera ganar su vida, la perderá...”

Por eso escasean los profetas a ejemplo de Cristo, del Bautista, de los verdaderos y evangélicos que nos hablen en nombre de Dios y nos digan con claridad no a muchas de nuestras actitudes y criterios; primero, porque hay que estar muy limpios, y segundo, porque hay que estar dispuestos a sufrir por el reinado de Dios y quedar en segundos puestos. Y esto se nota y de esto se resiente luego la Iglesia.  Única medicina: la experiencia de Jesucristo vivo mediante la oración y la conversión permanente, que da fuerzas y ánimo para estas empresas.

La queja de Jeremías ante Yahvé, tiene su   respuesta en las palabras que Dios dirigió a Ezequiel; es durísima y nos debe hacer temblar a todos los bautizados, pero especialmente a los que hemos sido elegidos para esta misión profética:“A tí, hijo de Adán, te he puesto de atalaya en la casa de Israel; cuando escuches palabras de mi boca, les darás la alarma de mi parte. Si yo digo al  malvado: malvado, eres reo de muerte, y tu no hablas, poniendo en guardia al malvado, para que cambie de conducta; el malvado morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuentas de su sangre” (Ez 33,7B8).

Desde nuestro propio nacimiento estamos tan llenos de  «amor propio», que nos preferimos al mismo Dios; tan llenos de nosotros mismos, de nuestra propia estima y deseos de gloria, que la ponemos como condición para todo, incluso para predicar el evangelio.

Por eso, este cambio, esta conversión solo  puede hacerla Dios, porque nosotros estamos totalmente infectados del yo egoísta  y  hasta en las cosas buenas que hacemos, el egoísmo, la vanidad, la soberbia nos acompañan como la sombra al cuerpo. Esta tarea de vaciarnos de nosotros mismos, de este querernos más que a Dios, de amarnos con todo el corazón y con toda el alma y con todas las fuerzas, esto supone la muerte del yo, la conversión total de nuestro ser, existir, amar y programar  de  nuestras vidas:“Amarás al Señor tu Dios ... con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser... y a El solo servirás...

Y esta misma conversión, en negativo, la exige el Señor, cuando nos dice: “Si alguno quiere ser discípulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz - la cruz que hemos de llevar hasta el calvario personal para crucificar nuestro yo, nuestras inclinaciones al amor propio, nuestras seguridades-  y me siga”, pisando sus mismas huellas de dolor, en totalidad de entrega a la voluntad del Padre, como Cristo(Lc16,24).La conversión no es el fin, sino el medio, el camino para realizar estas exigencias evangélicas. El fin siempre es Dios amado sobre todas las cosas.

«La paz de la oración consiste en sentirse lleno de Dios, plenificado por Dios en el propio ser y, al mismo tiempo, completamente vacío de sí mismo, a fin de que El sea Todo en todas las cosas. Todo en mi nada. En la oración, todos somos como María Virgen: sin vacío interior (sin la pobreza radical,) no hay oración, pero tampoco la hay sin la Acción del Espíritu Santo. Porque orar es tomar conciencia de mi nada ante Quien lo es todo. Porque orar es disponerme a que El me llene, me fecunde, me penetre, hasta que sea una sola cosa con El. Como María Virgen: alumbradora de Dios en su propia carne, pues para Dios nada hay imposible. Vacío es pobreza. Pero pobreza asumida y ofrecida en la alegría. Nadie más alegre ante los hombres que el que se siente pobre ante  Dios. Cuanto menos sea yo desde mi  mismo, desde mi voluntad de poder , tanto más seré  yo mismo de El y para los demás. Donde no hay pobreza no hay oración, porque el humano (hombre o mujer ) que quiere hacerse a sí mismo, no deja lugar dentro de sí, de su existencia, de su psiquismo a la acción creadora y recreadora del Espíritu»[5].

 Pablo es un libro abierto sobre su conversión interior de actitudes y sentimientos hasta configurarse con Cristo: En un primer momento: “ ¿Quién me liberará de este cuerpo de pecado...?He rogado a Dios que me quite esta mordedura de Satanás.... te basta mi gracia..?”  Es consciente de su pecado y quiere librarse de él. En un segundo momento percibe que para esto debe mortificar y crucificarse con Cristo, solo así puede vivir en Cristo: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí, y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi...”. Finalmente experimenta que solo así se llega a la unión total de sentimientos y vida y apostolado con su Señor: “libenter gaudebo in infirmitatibus meis...”  Ya no se queja de las pruebas y renuncias sino que “me alegro con grande gozo en mis debilidades para que habite plenamente en mí la fuerza de Cristo”; “ No quiero saber más que de mi Cristo y este crucificado”.  “En lo que a mí , Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo  en la cual el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo”. Y está tan seguro del amor de Cristo, que, aún en medio de las mayores purificaciones y sufrimientos, exclama en voz alta, para que todos le oigamos y no nos acobardemos ni nos echemos para atrás en las pruebas que nos vendrán necesariamente en este camino de identificación con Cristo:     “ ¿Quién nos separará del amor de Cristo? La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada? Más en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni muerte, ni la vida, ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”(Rom 8,35-39). Pablo también fue profeta verdadero. Por eso fue perseguido fuera y dentro de la misma Iglesia.

Tanto miedo en corregir defectos de las ovejas, no querer complicaciones, no predicar a Cristo entero y completo, hace daño a la Iglesia y a las mismas ovejas, que vivimos con frecuencia en la mediocridad evangélica; no ser testigo verdadero de Cristo sino oficial y palaciego para evitar disgustos personales, ser cobardes en defender la gloria de Dios porque supone persecución o incomprensiones dentro y fuera de la Iglesia, hace que los mismos  sacramentos se reciban sin las condiciones debidas y no sirvan muchas veces ni para la gloria de Dios ni la santificación de los que los reciben: bautizos, bodas, primeras comuniones... muchos bautizados y pocos convertidos, mucha fiesta y pocas comuniones con Cristo, muchas bodas y pocos matrimonios...y así va la Iglesia de Dios en algunas partes de España. Pablo no se ahorró sufrimientos porque Cristo era su apoyo y su fuerza y su recompensa. Y para todo esto, la experiencia viva de Cristo por la oración es absolutamente necesaria. De otra forma no hay fuerza ni entusiasmo ni constancia.

2. 5. Para ser maestros verdaderos de oración, primero hay que recorrer este  camino y vivirlo, luego se enseña

 

           “Un día estaba Jesús orando en cierto lugar. Cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos” (Lc 11,1). La oración es necesaria en la vida de todo cristiano y «se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial» (NMI 34) . Si la oración es necesaria para un cristiano, para un sacerdote es imprescindible y forma para de su identidad apostólica: «hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34).

Para saber de oración, basta leer algún libro; para saber oración hay que vivirla y experimentarla. No basta la teoría, hay que vivirla. La oración y el encuentro que en ella se realiza con Jesucristo no se comprende hasta que no se vive; pasa lo que con el Evangelio, de otra forma sería patrimonio de los teólogos o biblistas, pero la verdad es que a Cristo y su evangelio solo lo han comprendido de verdad los santos. Por eso, para enseñar a orar no basta el saber sobre oración, para mí es siempre necesario el vivirla y conocerla por experiencia. 

La conversión sincera y total es la principal dificultad de toda oración, aunque muchos no sean conscientes de ello, sobre todo,  si el orante no encuentra buenos y experimentados directores espirituales, maestros de oración que hayan recorrido este camino y lo sepan por experiencia. Porque piensan que es cuestión de teorías, métodos y técnicas y que, con estudiarlas y practicarlas, todo está resuelto. Sin embargo, para que haya oración, lo primero es que haya orantes. Sin orantes no hay oración. Y esto es trascendental y absolutamente necesario saberlo y practicarlo en las escuelas natas de oración, que deben ser los seminarios, noviciados, grupos parroquiales de oración o apostolado. Aquí hay que tener superiores orantes, que desde la propia experiencia puedan iniciar y acompañar en esta vivencia a los principiantes.

Los obispos y superiores deben saber que ésta es la asignatura más importante para la vida presente y futura de la Iglesia y de los que quieren  ser sacerdotes, religiosos y apóstoles. De ahí la importancia suma de que en esos centros tengamos verdaderos orantes, que por experiencia puedan indicar el camino y dirigirlo bien desde el principio, superando dificultades sin desviaciones teóricas y prácticas. Y hay que tener mucho cuidado con esto, porque aquí no valen ni la  teología que hemos estudiado, ni la psicología o  títulos que tengamos, sino la vivencia del camino recorrido y vivido. Claro que si los mismos obispos o superiores no tienen experiencia de lo que hemos dicho, es decir, no dan a la oración la importancia máxima que tiene, no están totalmente convencidos pero de verdad, no sólo teóricamente, pues así nos irá en los seminarios y noviciados y luego en la vida, en el apostolado, en la vida de las parroquias y de la Iglesia.

 Pero la razón siempre es la misma, la falta de amor total a Dios y al Reino, consecuencia de no estar atrapados por el amor y el fuego apostólico quemante de Cristo, consecuencia de no haber recorrido hasta etapas importantes de intimidad y experiencia de Dios por falta de oración verdadera y como consecuencia...todo lo demás. Por esta razón, si los montañeros que deben conducir los corazones a la cima de la montaña, no saben el camino por propia experiencia, por no haberlo pateado, mal pueden conocerlo y amarlo, mal pueden indicarlo luego a los demás, mal pueden explicarles cuáles son sus dificultades o atajos, dónde conviene pararse y permanecer, dónde avanzar y no dar importancia, sencillamente, porque no conocen  personalmente el camino; cada uno de nosotros puede guiar hasta donde ha llegado y experimentado. Y como este camino de la oración es absolutamente necesario, de aquí la gravedad del problema, especialmente para  los que por encargo hemos aceptado esta misión y debemos guiar a otros. Yo no puedo entusiasmar a nadie con la luz del Tabor, como Pedro, si mis ojos y mi corazón no la han visto y sentido. Se nota a la legua quién lo ha recorrido y lo ha visto y gozado, se nota por la emoción, la vida, el entusiasmo y seguridad, el testimonio  y muchas cosas.

 

2. 6. ¿Y si nos hiciéramos un examen sobre oración personal: inicio, progresos, grados y vivencias principales de cada etapa...los que tenemos que dirigir almas hasta el encuentro vivencial con Cristo?

 

Lo primero será entrar dentro de nosotros  mismos y preguntarnos: ¿Verdaderamente yo hago oración todos los días? ¿Me levanto pensando en este encuentro gozoso con Cristo?  ¿Qué camino llevo recorrido, cuáles son mis experiencias principales desde que empecé en mi seminario, noviciado o parroquia, desde mi infancia hasta ahora? Después de veinte, treinta, cuarenta años de oración... ¿cómo es mi oración, mi encuentro con Dios, mi experiencia de amistad personal con Cristo? ¿la tengo? ¿no he llegado a tenerla?  Porque de esto dependerá luego, como hemos dicho, poder ser guías para otros en este camino de encuentro personal y oracional con Cristo.

 En alguna ocasión y dado el clima de confianza lo he probado con mis alumnos del último curso de Estudios Eclesiásticos, próximos ya a la confesión y dirección de almas, después de tratar estos temas de la oración y vida espiritual, a un nivel puramente teórico: Descríbeme las etapas de la oración y qué prácticas y medios principales de devociones,  conversión,  sacramentos, formas de oración se dan en  cada una. Una persona quiere comenzar la vida espiritual, otra sigue pero hace tiempo que no sabe qué le pasa, pero cree que no avanza, ¿qué le aconsejarías? Otra desea ardientemente al Señor, pero por otra parte siente sequedad, desierto, ¿me podríais decir qué es lo que le puede  pasar, dónde se encuentra en su vida espiritual,  podríais hacer un plan de vida para cada uno? ¿Qué es la oración afectiva, simple mirada, la contemplación y experiencia mística?  Si te encuentras un alma en estado de conversión, qué oración, qué prácticas, qué caminos le indicarías... si dice que no es capaz de orar y antes lo hacía, si te dice que se le caen de las manos los libros para orar, hasta el mismo evangelio, pero quiere orar,  tú qué le aconsejarías, )está muy abajo o muy arriba en el camino de la oración...? Si te dice que antes sentía al Señor y ahora se cansa y se aburre, incluso tiene crisis de fe, y lleva así meses y hasta años, que quiere dejar la oración  por otras prácticas  de acción o piadosas..., porque tiene la sensación de que está perdiendo el tiempo, vosotros, qué  consejos le daríais...?

 San Juan de la Cruz habla de los despistados y del daño que hacían algunos directores de almas en su tiempo y por eso se animó a escribir sus escritos: «... por no querer, o no saber o no las encaminar y enseñar a desasirse de aquellos principios... por no haber acomodádose ellas a Dios, dejándose poner libremente en el puro y cierto camino de la unión...»; «...porque algunos confesores y padres espirituales, por no tener luz y experiencia de estos caminos antes suelen impedir y dañar a semejantes almas que ayudarlas al camino» (Prologo,3 y 4).

Por cierto y es sintomático, que San Juan de la Cruz, que quiere hablarnos del camino de la oración,  tanto en la Subida como en la Noche, sin embargo, en estas dos obras se pasa todo el tiempo hablando  principalmente de purificaciones y purgaciones, de vacíos y de las nadas en los sentidos del cuerpo y en las potencias y  facultades del entendimiento, memoria y voluntad, que ha de producirse en el alma para que Dios pueda unirse a ella; para S. Juan de la Cruz, a mayor unión, mayor purificación-limpieza-vacío- noche de sentidos y de espíritu, activa y pasiva... para poder llenarse sólo  de Dios. Está tan convencido de que para poder tener oración, lo fundamental es la noche, esto es, la conversión, que espontáneamente describe la necesidad y los modos de la misma, activa y pasiva, porque esta es la mejor forma de prepararse o hacer oración en los comienzos, al medio y también al final de este proceso. Para S. Juan de la Cruz, por tanto, la oración y la progresión en la misma exige la conversión total y permanente del alma hacia Dios.

Es pena grande y daño inmenso para la Iglesia, incalculable perjuicio también para el apostolado, que en muchos seminarios, noviciados, casas de formación, parroquias... no se hable con la insistencia y el entusiasmo debidos de esta realidad, que no se vean serios ejemplos, que no tengamos maestros de oración experimentados,  montañeros de este camino, que puedan dirigir y enseñar y animar a otros; cuántos movimientos apostólicos, catequesis de jóvenes o adultos, grupos de adultos, matrimonios, que se vienen abajo, se deshacen o permanecen toda la vida aburridos y anquilosados por no tener  espacios de oración, por no haber descubierto su importancia, y aunque a veces tengan espacios que llaman así, no tienen que ver nada con la oración verdadera y todo esto por carecer de guías de la montaña de la oración, de la perfección y de la santidad.

 En principio, todo sacerdote, religioso/a, todo cristiano o apóstol o catequista responsable de Iglesia  tenía que ser maestro de oración, por su misma vocación y misión; tenía que ser hombre de oración para tener amistad con Jesús y poder dirigir a los demás hasta este encuentro. Sin embargo, todos sabemos también que esto muchas veces no es así. Y si no practicamos ni vivimos la oración personal,  tú me dirás cómo podremos dirigir a los demás, qué podremos saber y enseñar sobre ella, qué entusiasmo y testimonio y convencimiento podremos infundir en nuestras parroquias, seminarios, noviciados o casas de formación. Así que ni lo intentamos. Últimamente Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte,  ha vuelto a repetir e insistir en la necesidad de la oración y de escuelas de formación en esta materia tanto en parroquias como centros de formación.

Este es el encargo principal que hemos recibido los  sacerdotes. Todas las parroquias tenían que ser escuelas de  oración, porque la misión esencial para la que hemos sido enviados es para dar a conocer y amar a Jesucristo y la oración es el camino y la puerta. Por eso, todos los grupos tenían que saber orar para amar verdaderamente  a Jesucristo, tanto en los grupos de Catequesis, Cáritas, Pastoral de la Salud, de liturgia, aunque algunos fueran  más específicamente grupos de oración

Sin oración, nos quedamos sin identidad cristiana y sin espíritu en el apostolado y en la Iglesia. Todo queda reducido muchas veces a su aspecto exterior y visible, olvidando lo interior y el alma de todo apostolado, el orarAen espíritu y en verdad@, reducidos muchas veces  a tareas   puramente humanitarias, como si fuéramos una ONG, activistas de una ideología, pero faltos de vivencia de Dios, de Espíritu Santo, de evangelio, de conocimiento vivencial de lo que hacemos o predicamos.

Por este motivo, muchos llamados a ser guías del pueblo de Dios, en su marcha hasta la tierra prometida, nos hacen perder dirección, fuerzas, tiempo y metas verdaderas, nos hacen quedarnos para siempre en el llano y no son capaces de conducirnos hasta la cima del Tabor, para ver a Cristo transfigurado y bajar luego al llano para trabajar, convencidos e inflamados de que Cristo existe y es verdad, de que todo el evangelio y la fe y el encuentro existen y son verdad.

Por no escuchar a Cristo cuando nos sigue invitando, como hizo en Palestina: “Venid vosotros a un sitio aparte@, Allamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar@, Atomando a Pedro, Santiago y Juan subió a un monte a orar” (Lc 9, 28), vamos al trabajo apostólico vacíos de El, desprovistos de su fuego y entusiasmo, para contagiarlos a los que nos escuchan y poder hacer seguidores suyos. “Marta andaba afanada en los muchos cuidados del servicio y acercándose, dijo: Señor ¿no te preocupa que mi hermana me deje a mí sola en el servicio? Dile, pues, que me ayude. Respondió el Señor y le dijo: Marta, Marta, tú te inquietas y te turbas por muchas cosas; pero pocas son necesarias o más bien una sola. María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Jn 12, 40. 42).

Todo cristiano, todo catequista, apóstol, toda madre cristiana, pero, sobre todos, todo sacerdote debe ser hombre de oración: «A ejemplo de Cristo que estaba continuamente en oración y guiados por el Espíritu Santo, en el cual clamamos “Abba, Padre”, los presbíteros deben entregarse  a la contemplación del Verbo de Dios y aprovecharla cada día como una oración favorable para reflexionar sobre los acontecimientos de la vida a la luz del Evangelio, de manera que, convertidos en oyentes y atentos del  Verbo, logren ser ministros veraces de la Palabra. Sean asiduos en la oración personal, en la recitación de la Liturgia de las Horas, en la recepción frecuente del sacramento de la penitencia y, sobre todo, en la devoción al misterio eucarístico». (Sínodo de los obispos sobre el sacerdocio ministerial, 1971)

Qué carencias más importantes se siguen luego en la vida personal y apostólica de los responsables de la evangelización, de los bautizados y ordenados en Cristo, si no saben  infundir con fe viva el conocimiento y seguimiento de Cristo, de hacerle presente, creíble y admirado, por no estar ellos personal y  suficientemente  formados en este camino, por lo menos hasta ciertas etapas. Por eso, al no estar  formados y curtidos en este sendero, al no sentir el atractivo de Cristo, tampoco pueden luego guiar a los demás, aunque sea  su cometido y ministerio principal.

 ¡Qué responsabilidad tan grande, especialmente en los   pastores de la Diócesis y de la Iglesia, en los superiores religiosos y  párrocos, que  somos los formadores y  directores espirituales de las parroquias y de los seguidores de Cristo...! ¡Qué ignorancia tan frecuente de estas realidades a la hora de tener que elegir los formadores de los seminarios y noviciados, qué daño si no se tiene en cuenta la suficiente personalidad espiritual, teológica, humana y pastoral para estos cargos, cuánto daño se puede hacer a la Iglesia, daño irreparable, por ser causa a su vez de una cadena interminable de otros daños, que se siguen para la diócesis, que se van empobreciendo en todo: Congregaciones, Institutos Religiosos, Fraternidades, que llegan a perder el carisma propio de la orden, debido a una mala formación espiritual en los elegidos del Señor!

¡Qué prisas por trabajar y hacer cosas que se ven,  por hacer bajar al llano de la vida apostólica a los seminaristas o novicios, para que empiecen la misión,  cuando lo verdaderamente importante en esa etapa es estar con Jesús para ser luego enviados a predicar! Lo primero en el tiempo y en la misión es estar con el Señor, formarse bien en el estudio, el silencio, en la vida comunitaria, adquiriendo una fuerte personalidad evangélica, teológica, espiritual y pastoral, para luego poder comunicárselo con entusiasmo a la gente.

Primero es el estar con El, luego, si hay que bajar al llano para trabajar, bajaremos hasta que llegue el Tabor definitivo, pero qué diferencia, habiéndolo aprendido así y confirmado con los mismos superiores,  en el mismo seminario o noviciado;  qué difícil aprenderlo luego, por las ocupaciones pastorales, por las prisas y faltas de silencio, a no ser que haya gracia especial del Señor, puesto que el tiempo oportuno fueron el desierto y silencio de estos centros de formación espiritual, teológica, pastoral, humana...

Es verdad, sin embargo, que el apostolado y la vida sacerdotal no va a ser totalmente inútil por carecer de esta formación, pero perderá muchísima eficacia y no dará la gloria a Dios que El se merece, y no hará tanto bien a los hermanos como ellos necesitan, ya que estamos tratando de eternidades y aquí todo es grave y trascendente. Hay que sacrificarse más, hay que ser santos para cumplir la tarea encomendada. Este es el fin principal de nuestro ministerio y misión.  “He bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me envió... Esta es la voluntad del que me envió que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día” (Jn 6, 38-40). Y S. Pablo da razón de su tarea evangelizadora: “Todo lo he sacrificado y lo tengo por basura, a fin de ganar a Cristo y encontrarme con El, no teniendo una justicia propia, sino lograda por la fe en Cristo y que procede de Dios y está enraizada en la fe” (Fil 3,8-9). “Por eso lo soporto todo por amor a los elegidos, para que consigan la salvación que nos trae Cristo Jesús y la salvación eterna”. (2Tim 2,10).

Ha llegado a mis manos el discurso que el Papa Juan Pablo II ha dirigido al Capítulo general de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002. Entresaco algunos párrafos:

«Sentir la exigencia de buscar el reino de Dios ya es un don, que debe ser acogido con espíritu agradecido. En realidad, es siempre Dios el que nos sale al encuentro primero, ya que ha sido el primero en amarnos (cfr 1Jn 4,10). Es consolador buscar a Dios, pero al mismo tiempo exigente; supone hacer renuncias y tomar opciones radicales. ¿Cómo repercute esto entre vosotros, en el contexto histórico actual? Supone ciertamente acentuar la dimensión contemplativa, intensificar la oración personal, revalorizar el silencio del corazón, sin llegar nunca a contraponer la contemplación a la acción, la oración en la celda a las celebraciones litúrgicas, la necesaria «fuga» del mundo a la presencia junto al que sufre.... La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica.... Vuestra oración comunitaria sea tal que la oración personal prepare y prolongue la celebración litúrgica»[6].

Queridos hermanos, tenemos que “orar sin intermisión” como nos dice S. Pablo (Te 5,17), pues sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajemos, como El ya nos dijo: “Sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). Los Apóstoles, convencidos de esto por los consejos del Señor y por su propia experiencia apostólica, al constituir los primeros diáconos, dijeron: “...así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra” (Hch 6,4) (SC. 86).

 Lo primero es:  “el Señor  llamó a los que quiso para  estar con El y enviarlos a predicar..,”  “  María ha escogido la mejor parte” Y por lo que yo he visto en los santos y en  todos los que han seguido a Cristo a través de los siglos, canonizados o no, este es el único camino: ni un solo santo,  que no haya sido eucarístico, que no haya hecho largos ratos de oración ante el Señor Eucaristía, pero ni uno solo... luego habrán sido de derechas o de izquierdas, ricos o pobres, activos o contemplativos, de la enseñanza o de la caridad, laicos o curas, profetas, misioneros o padres de familia,  lo que sea..., pero ninguno que no fuera hombre de oración. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más biblia ni más grupos de formación que el Sagrario. Allí lo aprendieron todo y así nos lo enseñaron.

Por eso es muy importante que nos preocupemos de «estas cosas», porque como queda dicho,  lo  que no se vive, termina olvidándose y podemos constatarlo personalmente, incluso tratándose de verdades teológicas. La oración eucarística es la fuente que mana y corre siempre llena de estas verdades y vivencias, aunque sea muchas veces a oscuras y sin sentir nada.

El  Concilio Vaticano II habla repetidas veces sobre la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y en nuestra vida personal: «...los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo... Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...  (Los sacerdotes) les enseñan, igualmente, a participar en la celebración de la sagrada liturgia, de forma que exciten también en ellos una oración sincera; los llevan como de la mano a un espíritu de oración cada vez más perfecto, que han de actualizar durante toda la vida en conformidad con las gracias y necesidades de cada uno....La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración» (PO 5).

Pues bien, teniendo presente todo esto y lo que llevamos dicho en este capítulo, ya me diréis qué interés puedo yo tener por Jesucristo y su causa, si Cristo personalmente me aburre; cómo  entusiasmar a las gentes con El si yo personalmente  no siento entusiasmo por El, y para esto, la oración es totalmente necesaria, porque es fuente y termómetro indicativo; para lograr que los hombres y mujeres  conozcan y amen y se enamoren de Jesucristo, que lo sigan y lo busquen, nosotros hemos de darles ejemplo y buscarlo en la oración, que, si es ante Cristo Eucaristía, tiene una fuerza y plenitud mayor. De Cristo y por el canal de la oración hemos de recibir el espíritu y el entusiasmo de nuestro apostolado:“vosotros sois mis amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre, os lo he dado a conoce”,”Pedro, me amas más que estos... apacienta mis ovejas; Pedro, me amas...”, por tres veces le sometió a un examen de amor antes de ponerle al frente de su Iglesia. Y Pablo:“Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi”.  Y cuando tenemos el espíritu de Cristo, entonces: “El que a vosotros escucha, a mí me escucha...” “Yo en vosotros y vosotros en mi”  “...vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Podremos hacer las acciones de Cristo, predicar las palabras de Cristo, pero no podremos transmitir su espíritu, si no lo tenemos. Somos sarmientos, canales del Amor y Salvación de Dios, del Espíritu Santo de Dios. Para eso necesitamos el espíritu, el alma, el corazón, la adoración que Cristo sentía por su Padre para poder ser su prolongación. Para ser verdaderamente presencia sacramental de Cristo, de su persona y apostolado, necesitamos sus mismos sentimientos y actitudes. Y no le demos vueltas, a Cristo, a su evangelio sólo se les comprende, cuando se viven; y si no, fijáos qué diferencia existe, qué distinta manera de hablar y actuar,  cuando tienes que hablar o defender un tema que vives o te muerde el alma, la vida y la estima tuya o de los tuyos ....o por el contrario, cuando se trata de un asunto de otros, de un tema que te han contado o has leído, pero que, en definitiva, no lo  necesitas para vivir o realizarte. 

La mayor tentación del mundo materialista actual y de siempre, en lo que se unen y se esfuerzan todos los poderosos del «mundo», es demostrar que Dios ya no es necesario, que se puede vivir y ser felices sin El. Y, por otra parte, tenemos todo lo contrario, que constituye una prueba de fe y un argumento en favor nuestro, y  es que hoy día hemos llenado con el consumismo nuestras vidas y nuestros hogares de todo y ahora resulta que nos falta todo, porque nos falta Dios, que es el TODO de todo y de todos.

El materialismo y el consumismo reinante destruyen nuestra identidad cristiana, nos destruye como Iglesia e hijos de Dios. Ahora equipamos a nuestros hijos y juventud de todo: inglés, judo, trabajo, dinero, piso, sexo, masters de todo...  y  ahora resulta que les falta todo, que se sienten vacíos... porque les falta Dios. Cómo convencer a nuestra gente de que Dios es el todo, el único que puede  llenarlo todo de sentido y de amor y de vida y de felicidad verdaderas... cómo ayudar a los hombres de ahora  a salir de ese vacío existencial y proponerles como medio y remedio que se acerquen a Dios, al Dios amigo y cercano que es Cristo Eucaristía, si  nosotros mismos no lo hacemos ni lo hemos experimentado... si nunca nos ven orar en la Iglesia o delante del Sagrario, y esto ya es norma y comportamiento ordinario en nuestra vida sacerdotal, cristiana, pastoral, militante, catequista...

Queridos hermanos, por qué no empezar desde hoy mismo, desde ahora mismo...parémonos   delante del Sagrario, mirémosle a Cristo con afecto, hagamos bien la genuflexión,  si podemos, que no es un trasto más del templo o capilla, que es el Señor, que es nuestro Salvador, el centro y corazón de la parroquia, de tu grupo, de tu comunidad, de tu vida cristiana... ¿Lo es, o no lo es? ¿ o lo es sólo teóricamente? ¿Cómo acordarte, cómo predicar esto, si no lo vives? Ayúdales a los tuyos con tu vida, con tu ejemplo, con tu comportamiento.... “Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán? No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente”.

Algunos sacerdotes, religiosos y seglares apóstoles   dudan de la eficacia del evangelio y hablan muy decepcionados de sus trabajos apostólicos, de su actividad parroquial, misionera. Es lógico y una prueba, pero en negativo, de lo que estoy diciendo. Me duele por ellos y por todos, por la Iglesia.       Su vida no ha sido inútil, porque todos somos canales más o menos anchos, pero canales de gracia  Hay que ser luz de Cristo primero para poder iluminar: “Vosotros sois la luz del mundo... alumbre así vuestra luz a los hombres, para que vean vuestra buenas obras y den gloria al Padre que está en el cielo” Nos falta acercarnos y vivir a Cristo y su Evangelio, porque si no se viven, no se comprenden ni se transmiten. Dice S. Juan de la Cruz: «Las cosas y perfecciones divinas no se conocen ni se entienden como ellas son cuando se las va buscando y ejercitando, sino cuando las tienen halladas y ejercitadas»  (N II 17,7).      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

2. 7. 1. Oración y santidad, fundamentos del apostolado, en la Carta Apostólica de Juan Pablo II  Novo millennio ineunte

 

Por eso, qué razón tiene el Papa Juan Pablo II, en la Carta Apostólica Novo millennio ineunte, cuando invitando a la Iglesia a que se renueve pastoralmente para cumplir mejor así la misión encomendada por Cristo, nos hace todo un tratado de apostolado, de vida apostólica, pero no de métodos y organigramas, donde expresamente nos dice «no hay una fórmula mágica que nos salva», «el programa ya existe, no se trata de inventar uno nuevo», sino porque nos habla de la base y el alma y el fundamento de todo apostolado cristiano, que hay que hacerlo desde Cristo, unidos a Él por la santidad de vida, esencialmente fundada en la oración, en la Eucaristía.

Insisto que el Papa, en esta carta, los que quiere es hablarnos del apostolado que debemos hacer en este nuevo milenio que empieza, y al hacerlo, espontáneamente le sale la verdad: lo que más le interesa, al hablarnos de apostolado, es subrayar y recalcar la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad y unión con Dios es la oración, por eso nos habla de la necesidad absoluta de la oración, alma de toda acción apostólica: actuar unidos a Cristo desde la santidad y la oración... caminar desde Cristo, porque aquí está la fuente y la eficacia de toda actividad apostólica verdaderamente cristiana.

Qué pena tengo, pero real, que después de esta doctrina del Papa, Congresos y Convenciones, en Sínodos y reuniones pastorales, sigamos como siempre, hablando de acciones con niños, jóvenes, adultos, si tenerlas así o de la otra forma, poniendo en el modo toda la eficacia dando por supuesto lo principal: “sin mí no podéis hacer nada”; y para eso el camino más recto es la oración personal para enseñar y llevar a efecto la de los evangelizandos.

Si yo consigo que una persona ore, le he puesto en el fín de todo apostolado, en el encuentro personal con Dios, al que tratan de llevar todas las demás acciones apostólicas intermedias, en las que a veces nos pasamos años y años sin llegar a la unión con Dios, al encuentro personal y afectivo con Él.

El camino y la verdad y la vida es Cristo, y sin encuentro personal con Él no hay cristianismo, y el camino para encontrarnos con Él —ningún santo y apóstol verdadero que no lo ha dicho y hecho, es la oración: «Que no es otra cosa oración sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».

La oración es el apostolado primero y fundamental, es empezar hablando con Él y pidiendo, para que nos diga qué y cómo llevar directamente las almas hasta Él, para no ir sin Él a la acción o las mediaciones, que a veces no llegan hasta Él; luego vendrán los medios, que son a los que únicamente llamamos y tenemos por apostolado, acciones apostólicas, que deben llegar y dirigir la mirada hasta Él, pero a veces nos entretenemos en eternos apostolados de preparación para el encuentro. ¡Cuánto mejor sería llevar a las almas hasta el final, enseñarle y hacerle orar, y desde ahí recorrer el camino de santificación!

La santidad es la unión plena con Dios. Y para esta unión plena y transformante en Dios, el camino principal y fundamental y base de todos los demás es la oración contemplativa o infusa de Dios en el alma. Como por otra parte, “sin mí no podéis hacer nada” y “todo lo puedo en aquel que me conforta”, resulta que quien está totalmente unido a Dios y el que más agua de gracia divina puede llevar a los surcos de la vida de los hombres y del mundo, el mejor apóstol es el más y mejor ora.

Voy a recorrer la Carta, poniendo los números pertinentes con su mismo orden y enumeración, para que, quien quiera ampliarlos, pueda hacerlo acercándose a la Carta, porque yo sólo cito lo que considero más importante.

Insisto que al Papa, lo que más le interesa, es hablarnos del apostolado, del nuevo dinamismo apostólico que debe tener la Iglesia al empezar el Nuevo Milenio, pero al hablarnos de apostolado, quiere subrayar y recalcar, como el primero y fundamental, la necesidad de la espiritualidad de todo apostolado, y para eso, la meta es la santidad, la unión con Dios y el camino imprescindible para esta santidad es la oración; cuanto más elevada sea, mejor, porque indica mayor unión de transformación en Dios. Por eso nos habla de la necesidad absoluta de santidad por la oración como el alma de todo apostolado.

Paso a citar algunos de los textos de la Carta Apostólica Novo millennio ineunte donde el Papa nos habla de esta experiencia de Dios; lo hago tal cual está escrito en la Carta.

 

Un nuevo dinamismo

 

15. Es mucho lo que nos espera y por eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral posjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer». Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: «Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria» (Lc 10,41-42). Con este espíritu, antes de someter a vuestra consideración unas líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación sobre el misterio de Cristo, fundamento absoluto de toda nuestra acción pastoral.

 

CAPÍTULO 2

 

UN ROSTRO PARA CONTEMPLAR

 

16. «Queremos ver a Jesús» (Jn 12,21). Esta petición, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, ha resonado también espiritualmente en nuestros oídos en este Año jubilar. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo «hablar» de Cristo, sino en cierto modo hacérselo «ver». ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?

Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro. El Gran Jubileo nos ha ayudado a serlo más profundamente. Al final del Jubileo, a la vez que reemprendemos el ritmo ordinario, llevando en el ánimo las ricas experiencias vividas durante este período singular, la mirada se queda más que nunca fija en el rostro del Señor.

 

17. La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura que, desde el principio hasta el final, está impregnada de este misterio, señalado oscuramente en el Antiguo Testamento y revelado plenamente en el Nuevo, hasta el punto de que san Jerónimo afirma con vigor: «Ignorar las Escrituras es ignorar a Cristo mismo». Teniendo como fundamento la Escritura, nos abrimos a la acción del Espíritu (cf Jn 15,26), que es el origen de aquellos escritos, y, a la vez, al testimonio de los Apóstoles (cf. Ib. 27), que tuvieron la experiencia viva de Cristo, la Palabra de vida, lo vieron con sus ojos, lo escucharon con sus oídos y lo tocaron con sus manos (cf. 1Jn 1,1).

El camino de la fe

 

19. «Los discípulos se alegraron de ver al Señor» (Jn 20,20). El rostro que los Apóstoles contemplaron después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años, y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles «las manos y el costado» (ib). Ciertamente no fue fácil creer. Los discípulos de Emaús creyeron sólo después de un laborioso itinerario del espíritu (cf Lc 24,13-35). El apóstol Tomás creyó únicamente después de haber comprobado el prodigio (cf Jn 20,24-29). En realidad, aunque se viese y se tocase su cuerpo, sólo la fe podía franquear el misterio de aquel rostro. Esta era una experiencia que los discípulos debían haber hecho ya en la vida histórica de Cristo, con las preguntas que afloraban en su mente cada vez que se sentían interpelados por sus gestos y por sus palabras. A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el Evangelio en la bien conocida escena de Cesarea de Filipo (cf Mt 16,13-20). A los discípulos, como haciendo un primer balance de su misión, Jesús les pregunta quién dice la «gente» que es él, recibiendo como respuesta: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas» (Mt 16,14). Respuesta elevada, pero distante aún —y ¡cuánto!— de la verdad. El pueblo llega a entrever la dimensión religiosa realmente excepcional de este rabbí que habla de manera fascinante, pero no consigue encuadrarlo entre los hombres de Dios que marcaron la historia de Israel. En realidad, Jesús es muy distinto. Es precisamente este ulterior grado de conocimiento, que atañe al nivel profundo de su persona, lo que él espera de los «suyos»: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16,15). Sólo la fe profesada por Pedro, y con él por la Iglesia de todos los tiempos, llega realmente al corazón, yendo a la profundidad del misterio: «Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo» (Mt 16,16).

 

20. ¿Cómo llegó Pedro a esta fe? ¿Y qué se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (16,17). La expresión «carne y sangre» evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de «revelación» que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús «estaba orando a solas» (Lc 9,18).

Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y de la oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: «Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1,14).

 

 

La profundidad del misterio

 

21. ¡La Palabra y la carne, la gloria divina y su morada entre los hombres! En la unión íntima e inseparable de estas dos polaridades está la identidad de Cristo, según la formulación clásica del Concilio de Calcedonia (a. 451): «Una persona en dos naturalezas». La persona es aquella, y sólo aquella, la Palabra eterna, el hijo del Padre con sus dos naturalezas, sin confusión alguna, pero sin separación alguna posible, son la divina y la humana.

Somos conscientes de los límites de nuestros conceptos y palabras. La fórmula, aunque siempre humana, está sin embargo expresada cuidadosamente en su contenido doctrinal y nos permite asomarnos, en cierto modo, a la profundidad del misterio. Ciertamente, ¡Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre! Como elapóstol Tomás, la Iglesia está invitada continuamente por Cristo a tocar sus llagas, es decir a reconocer la plena humanidad asumida en María, entregada a la muerte, transfigurada por la resurrección: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado» (Jn 20,27). Como Tomás, la Iglesia se postra ante Cristo resucitado, en la plenitud de su divino esplendor, y exclama perennemente:

«¡Señor mío y Dios mío!» (Jn 20,28).

 

23. «Señor, busco tu rostro» (Sal 27[26],8). El antiguo anhelo del Salmista no podía recibir una respuesta mejor y sorprendente más que en la contemplación del rostro de Cristo. En él Dios nos ha bendecido verdaderamente y ha hecho «brillar su rostro sobre nosotros» (Sal 67[66],3). Al mismo tiempo, Dios y hombre como es, Cristo nos revela también el auténtico rostro del hombre, «manifiesta plenamente el hombre al propio hombre».

Jesús es el «hombre nuevo» (cf Ef 4,24; Col 3,10) que llama a participar de su vida divina a la humanidad redimida. En el misterio de la Encarnación están las bases para una antropología que es capaz de ir más allá de sus propios límites y contradicciones, moviéndose hacia Dios mismo, más aún, hacia la meta de la «divinización», a través de la incorporación a Cristo del hombre redimido, admitido a la intimidad de la vida trinitaria. Sobre esta dimensión salvífica del misterio de la Encarnación los Padres han insistido mucho: sólo porque el Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre, el hombre puede, en él y por medio de él, llegar a ser realmente hijo de Dios.

 

 

Rostro del Resucitado

 

28. La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro, que llora por haberle renegado y retomó su camino confesando, con comprensible temor, su amor a Cristo: «Tú sabes que te quiero» (Jn 21,15.17). Lo hace unida a Pablo, que lo encontró en el camino de Damasco y quedó impactado por él: «Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia» (Flp 1,21). Después de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo ella, su Esposa, contempla su tesoro y su alegría. « Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia»: ¡Cuán dulce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón! La Iglesia, animada por esta experiencia, retorna hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio: Él «es el mismo ayer, hoy y siempre» (Hb 3,8).

 

 

CAPITULO 3

 

CAMINAR DESDE CRISTO

 

29. «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta certeza, queridos hermanos y hermanas, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y se ha avivado ahora en nuestros corazones por la celebración del Jubileo. De ella debemos sacar un renovado impulso en la vida cristiana, haciendo que sea, además, la fuerza inspiradora de nuestro camino. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro en Jerusalén, inmediatamente después de su discurso de Pentecostés: «Qué hemos de hacer, hermanos?» (Hch 2,37).

Nos lo preguntamos con confiado optimismo, aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!

No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas, aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz. Sin embargo, es necesario que el programa formule orientaciones pastorales adecuadas a las condiciones de cada comunidad.

Doy las gracias por la cordial adhesión con la que ha sido acogida la propuesta que hice en la Carta apostólica Tertio millennio adveniente. Sin embargo, ahora ya no estamos ante una meta inmediata, sino ante el mayor y no menos comprometedor horizonte de la pastoral ordinaria. Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho. En las Iglesias locales es donde se pueden establecer aquellas indicaciones programáticas concretas —objetivos y métodos de trabajo, de formación y valorización de los agentes y la búsqueda de los medios necesarios— que permiten que el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura.

Por tanto, exhorto ardientemente a los Pastores de las Iglesias particulares a que, ayudados por la participación de los diversos sectores del Pueblo de Dios, señalen las etapas del camino futuro, sintonizando las opciones de cada Comunidad diocesana con las de las Iglesias colindantes y con las de la Iglesia universal.

Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

LA SANTIDAD

 

30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad...Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: “Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor” (Lumen Gentium, 40).

 

31.- Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede “programar” la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias... Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos “genios” de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno... Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia.

 

 

LA ORACIÓN

 

32.- Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración... Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15,4).

Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica. Realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre. Aprender esta lógica trinitaria de la oración cristiana, viviéndola plenamente ante todo en la liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial (cfr. SC 10), pero también de la experiencia personal, es el secreto de un cristianismo realmente vital, que no tiene motivos para temer el futuro, porque vuelve continuamente a las fuentes y se regenera en ellas.

 

33.- La gran tradición mística de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente, puede enseñar mucho a este respecto. Muestra cómo la oración puede avanzar, como verdadero y propio diálogo de amor, hasta hacer que la persona humana sea poseída totalmente por el divino Amado, sensible al impulso del Espíritu y abandonada filialmente en el corazón del Padre. Entonces se realiza la experiencia viva de la promesa de Cristo: “El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Se trata de un camino sostenido enteramente por la gracia, el cual, sin embargo, requiere un intenso compromiso espiritual, que encuentre también dolorosas purificaciones (la “noche oscura”), pero que llega, de tantas formas posibles, al indecible gozo vivido por los místicos como “unión esponsal”. ¿Cómo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de san Juan de la Cruz y de santa Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas “escuelas de oración”, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda, sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el “arrebato del corazón”. Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.

Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres, sino “cristianos con riesgo”. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición.

Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral... Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.”

 

Primacía de la gracia

 

38.- En la programación que nos espera, trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestro servicio a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que, sin Cristo, «no podemos hacer nada» (cf Jn 15,5).

La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: Duc in altum! En aquella ocasión, fue Pedro quien habló con fe: «en tu palabra, echaré las redes» (ib). Permitidie al Sucesor de Pedro que, en el comienzo de este milenio, invite a toda la Iglesia a este acto de fe, que se expresa en un renovado compromiso de oración.”

 

 

Escucha de la Palabra

 

39.- No cabe duda de que esta primacía de la santidad y de la oración sólo se puede concebir a partir de una renovada escucha de la palabra de Dios. Desde que el Concilio Vaticano II ha subrayado el papel preeminente de la palabra de Dios en la vida de la Iglesia, ciertamente se ha avanzado mucho en la asidua escucha y en la lectura atenta de la Sagrada Escritura. Ella ha recibido el honor que le corresponde en la oración pública de la Iglesia. Tanto las personas individualmente como las comunidades recurren ya en gran número a la Escritura, y entre los laicos mismos son muchos quienes se dedican a ella con la valiosa ayuda de estudios teológicos y bíblicos. Precisamente con esta atención a la palabra de Dios se está revitalizando principalmente la tarea de la evangelización y la catequesis. Hace falta, queridos hermanos y hermanas, consolidar y profundizar esta orientación, incluso a través de la difusión de la Biblia en las familias. Es necesario, en particular, que la escucha de la Palabra se convierta en un encuentro vital, en la antigua y siempre válida tradición de la lectio divina, que permite encontrar en el texto bíblico la palabra viva que interpela, orienta y modela la existencia.

 

Anuncio de la Palabra

 

40.- Alimentarnos de la Palabra para ser «servidores de la Palabra» en el compromiso de la evangelización, es indudablemente una prioridad para la Iglesia al comienzo del nuevo milenio. Ha pasado ya, incluso en los Países de antigua evangelización, la situación de una «sociedad cristiana», la cual, aún con las múltiples debilidades humanas, se basaba explícitamente en los valores evangélicos. Hoy se ha de afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida, en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culturas que la caracteriza. He repetido muchas veces en estos años la «llamada» a la nueva evangelización. La reitero ahora, sobre todo para indicar que hace falta reavivar en nosotros el impulso de los orígenes, dejándonos impregnar por el ardor de a predicación apostólica después de Pentecostés. Hemos de revivir en nosotros el sentimiento apremiante de Pablo, que exclamaba: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Cor 9,16).

Esta pasión suscitará en la Iglesia una nueva acción misionera, que no podrá ser delegada a unos pocos «especialistas», sino que acabará por implicar la responsabilidad de todos los miembros del Pueblo de Dios. Quien ha encontrado verdaderamente a Cristo no puede tenerlo sólo para sí, debe anunciarlo.

 

 

2. 8. La peor pobreza de la iglesia es la pobreza espiritual y mística, esto es, la falta de vida según el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo

 

Terminado este testimonio del Papa Juan Pablo II en la Novomillennio ineunte, quisiera añadir que la mayor pobreza de la Iglesia será siempre, como ya he repetido, la pobreza mística, la pobreza de santidad, de vida de oración, sobre todo, de oración contemplativa, eucarística, porque no entiendo que uno quiera buscar y encontrarse con Cristo y no lo encuentre donde está más plena y realmente en la tierra, que es en la eucaristía como misa, comunión y Sagrario: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche». Es por fe, caminando en la oración desde la fe. La iniciativa siempre parte de Dios que viene en mi busca.

Por eso, si los formadores de comunidades parroquiales, de noviciados y seminarios no tienen una profunda experiencia de oración y vida espiritual, insisto una vez más, será muy difícil que puedan guiarlas hasta la unión afectiva y existencial con Cristo. Es sumamente necesario y beneficioso para la Iglesia, que los obispos se preocupen de estas cosas durante el tiempo propicio, que es el tiempo de formación de los seminarios, para no estar luego toda la vida sufriendo sus consecuencias negativas tanto para el apostolado como para la misma vida diocesana, por una deficiente formación espiritual.

Me duele muchísimo tener que decir esto, porque puedo hacer sufrir y me harán sufrir, pero se trata del bien de los hermanos, que han de ser formados en el espíritu de Cristo. De los seminarios y casas de formación han de salir desde el Papa hasta el último ministro de la Iglesia. Y estoy hablando no de éste o aquel seminario u Obispo, que es el reponsable de su seminario, yo me estoy refiriendo a todos los seminarios y a todos los sacerdotes y a todos los Obispos. Y esta doctrina no es mía, sino del Papa y la responsabilidad  viene del Señor. Todos somos responsables y todos tenemos que formar hombre de oración encendida de amor a Cristo y a los hermanos.

Los seminarios son la piedra angular, la base, el corazón de vida de todas las diócesis y si el corazón está fuerte, todo el organismo también lo estará; y, si por el contrario, está débil o muerto, también lo estarán las diócesis y las parroquias y los grupos y las catequesis y todos los bautizados, que deben ser evangelizados por estos sacerdotes. Por eso, qué interés, qué cuidado, qué ocupación y preocupación tienen los buenos obispos, que hay muchos y bien despiertos y centrados en sus seminarios, por la pastoral vocacional, por el trato familiar con los seminaristas, por la selección y cuidado de los formadores.

Este es el apostolado más importante del Obispo y de toda la diócesis; qué bendición del cielo tan especial son estos obispos, que, en su esquema de diócesis, lo primero es el seminario, los sacerdotes, la formación espiritual de los pastores. Aquí se lo juega todo la Iglesia, la Diócesis, porque es la fuente de toda evangelización. Para todo obispo, su seminario y los sacerdotes debe ser la ocupación y preocupación y la oración más intensa; tiene que se algo que le salga del alma, por su vivencia y convencimiento, no por guardar apariencias y comportamientos convencionales; tiene que salir de dentro, de las entrañas de su amor loco por Cristo; ahí es donde se ve su amor auténtico a Cristo y a su Iglesia.

Cómo se nota cuando esto sale del alma, cuando se vive y apasiona; o cuando es un trabajo más de la diócesis, un compromiso más que debe hacer, pero no ha llegado a esta a esta identificación de seminario y sacerdotes con Cristo. Pidamos que Dios mande a su Iglesia Obispos que vivan su seminario. Es la presencia de Cristo que más hay que cuidar después de la del Sagrario: que esté limpia, hermosa, bien cuidada. Pero tiene que salir del alma, de la unión apasionada por Cristo. De otra forma…

La Iglesia, los consagrados, los apóstoles, cuanto más arriba estemos en la Iglesia, más necesitados estamos de santidad, de esta oración continua ante el Sacerdote y Víctima de la santificación, nuestro Señor Jesucristo. ¡Qué diferencias a veces entre seminarios y seminarios! ¡Qué envidia santa y no sólo por el número sino por la orientación, la espiritualidad, por todo esto que dice el Papa en su Carta Apostólica NMI! ¡Qué alegría ver realizados los propios sueños en los seminarios!

¿No hemos sido creados para vivir la unión eterna con Dios por la participación en gracia de su misma vida en felicidad y amor? ¿No es triste que por no aspirar o no tender o no haber llegado a esta meta, para la que únicamente fuimos creados, y es la razón, en definitiva, de nuestro apostolado y tareas con niños, jóvenes y adultos, nos quedemos muchas veces, a veces toda la vida, en zonas intermedias de apostolado, formación y vida cristianas, sin al menos dirigir la mirada y tender hacia el fin, hacia la meta, hacia la unión y la vida de plena glorificación en Dios?

¿La deseamos? ¿Está presente en nuestras vidas y apostolado? Para mí que estas realidades divinas solo se desean si se viven. El misterio de Dios no se comprende hasta que no se vive. Y el camino de esta unión es la oración, la oración y la oración personal en conversión permanente, que nos va vaciando de nosotros mismos para llenarnos sólo de Dios en nuestro ser, cuerpo y espíritu, sentidos y alma, especialmente en la liturgia, en la Eucaristía, hasta llegar a estos grados de unión y amor divinos.

Y de la relación que expreso de la experiencia de Dios con el apostolado, siempre diré que la mayor pobreza vital y apostólica de la Iglesia será siempre la pobreza de vida mística; quiero decir, que ahora y siempre ésta será la mayor necesidad y la mayor urgencia de la vida personal y apostólica de los bautizados y ordenados; tener predicadores que hayan experimentado la Palabra que predican, que se hayan hecho palabra viva en la Palabra meditada; celebrantes de la Eucaristía que sean testigos de lo que celebran y tengan los mismos sentimientos de Cristo víctima, sacerdote y altar, porque de tanto celebrar y contemplar Eucaristía se han hecho eucaristías perfectas en Cristo; orantes que se sientan habitados por la Santísima Trinidad, fundidos en una sola realidad en llamas en mismo fuego quemante y gozoso de Dios, que su Espíritu Santo, para que, desde esa unión en llamas con Dios, puedan quemar a los hermanos a los que son enviados con esta misión de amor en el Padre, en el Hijo por la potencia de amor del Espíritu Santo. 

Si no se llega, tendemos o se camina por esta senda de santidad, de la unión total con el Señor por la oración personal, todo trabajo apostólico tenderá a ser más profesional que apostólico; sí, sí, habrá acciones y más acciones, pero muchas de ellas no serán apostólicas porque faltará el Espíritu de Cristo: habrá bautizados, pero no convertidos; casados en la Iglesia, marco bonito para fotos, pero no en Cristo, en el amor y promesa de amar como Cristo, con amor total, único y exclusivo; habrá Confirmados pero no en la fe, porque algunos expresamente afirman no tenerla y allí no puede entrar el Espíritu Santo, por muchos cantos y adornos que hayamos hecho, eso no es liturgia divina, falta lo principal, la fe y el amor a Cristo… Y para hacer las acciones de Cristo, para hacer el Apostolado de Cristo hay que seguir su consejo: “Vosotros venid a un sitio aparte… el Señor llamó a los que quiso para estar con Él y enviarlos a predicar”; el“estar con Él” es condición indispensable para hacer las cosas en el nombre y espíritu de Cristo.

 

2. 9.  Breve itinerario de oración eucarística

 

        Repito y lo hago por tratarse del CAMINO más importante de la vida cristiana y espiritual, principio y motor de la santidad de la Iglesia y de los cristianos. Para orar,  puede servirte  la lectura espiritual de buenos libros, sobre todo,  hecha en la presencia eucarística del Señor; la vida de algún santo que hable de su propia experiencia de Dios, y desde luego, insustituible, el Evangelio, que es lo que te dice a tí y ahora personalmente Cristo Eucaristía en ese momento; al principio, tal vez escuchado, meditado y orado por otros, luego ya directamente por ti; puedes también escribir lo que se te ocurra ante Jesucristo, recitar los salmos que te gusten y  meditarlos, repetir los versículos que más te gusten, responsorios preciosos de las Horas..... Pero la ciencia y la experiencia en este tema, de lo que uno ha visto y leído en santos como Juan de Ávila, Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús,  Juan de la Cruz, Teresa del Niño Jesús, Isabel de la Trinidad, Carlos de Foucaudl...he llegado a la conclusión de que no se trata de descubrir un camino misterioso que pocos han descubierto y tengo que buscarlo hasta dar con él.

El camino de la oración ya está descubierto y es elemental en su estructura,  aunque cada uno tiene que recorrerlo personalmente: no olvidar jamás que orar es amar y amar es orar, que en la vida cristiana estos dos verbos se conjugan  igual. Estoy convencido, por teoría y experiencia, de que el que quiere orar, ese ya está orando. Nunca mejor dicho que querer es poder, porque este querer es ya la mejor gracia de Dios. La dificultad en orar está principalmente en que uno no está convencido de su importancia y puede considerarla una más de las diversas formas de la piedad  cristiana; además, como cuesta al principio coger este camino de amar a Dios sobre todas las cosas, lo cual supone renuncia y conversión, uno cree poder sustituirla con otras prácticas piadosas. Lo primero, pues, que hemos de tener presente, como hemos dicho ya tantas veces, será pedir la fe y el amor que nos unen a Dios, y no pueden ser fabricados por nosotros.

 La oración nunca será un camino difícil sino costoso, como cualquier camino que lleva a la cima de la montaña, sobre todo, en los comienzos. El camino es facilísimo: querer amar a Dios sobre todas las cosas. “Está escrito: Al Señor tu Dios adorarás, solo a El darás culto” (Mt 4, 10). Por lo tanto, abajo todos los ídolos, el primero, nuestro yo. Jesús resumió los deberes del hombre para con Dios con estas palabras: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente” (Mt 22,37). Pero esto cuesta muchísimo, sobre todo al principio, porque entonces no se tienen los ojos limpios para ver a Dios, no se sienten estos deseos con fuerza, no se tiene la fe y el amor y una esperanza de Dios suficientes para ir en su busca, empezando por renunciar al cariño y la ternura que nos tenemos. Este preferirnos a Dios ha hecho que nuestra fe sea seca, teórica, puramente heredada y ha de ser precisamente por esos ratos de oración eucarística, cuando empieza a hacerse personal, a  creer no por lo que otros me han dicho sino por lo que yo voy descubriendo y eso ya no habrá quien te lo quite.

Es costosa la oración, sobre todo al comienzo, hasta coger el camino de la conversión, porque la persona, sin ser consciente, achaca la sequedad de la misma a las circunstancias de la oración o sus métodos, siendo así que en realidad la aridez y el cansancio vienen de que hay que empezar a ser más humildes, a perdonar de verdad, a convertirnos a Dios, para amarle más que a nosotros mismos y esto, si no hay gracias de Dios especiales, que se lo hagan ver y descubrir y para eso es la oración, imposibilita la oración de ahora y de siempre y de todos los siglos. Por eso, al hablar de oración a principiantes, es más sencillo y pedagógico y conveniente hablarles desde el principio, de  que se trata de un camino de conversión a Dios, camino exigente,  y que por y para eso necesitamos hablar continuamente con El, para pedirle luz y fuerzas.

La dificultad en la oración, en el encuentro con el Señor, en descubrir su presencia y figura y amor y amistad  está en que no queremos convertirnos, y esta dificultad conviene que sea descubierta, sobre todo, al principio, por el mismo principiante o por personas experimentadas, para descubrir la razón de la sequedad y las distracciones y no ponerla solo en los métodos y técnicas de la oración. Algunos cristianos, por desgracia,  no saben de qué va la oración personal, qué lleva consigo y otros hablamos con frecuencia de ello, pero no hemos emprendido de verdad el camino o lo hemos abandonado y estamos ya instalados en nuestros defectos y pecados, aunque sean veniales, pero que nos instalan también en la lejanía de Dios e impiden la santidad y la oración y el encuentro pleno y permanente con el Señor y nos convierten en mediocres espirituales y consecuentemente nos llevan a  la  mediocridad pastoral y apostólica. ¿Cómo entusiasmar a los hermanos con un Cristo que nos aburre personalmente?

        Sin conversión no hay oración y sin oración no hay vivencia y experiencia de Dios, ni amor verdadero a los hermanos, ni entrega, ni liturgia vivida, ni gozo del Señor ni santidad ni nada verdaderamente importante en la vida cristiana ni verdadero apostolado que lleve a los hombres al amor y conocimiento vital de Dios, sino acciones, programaciones, organigramas que llevan a dimensiones poco trascendentes y perpendiculares y elevadas de fe y amor cristianos, donde muchas veces es hacer por hacer, para sentirse útil, en apostolado puramente horizontal, pero donde la gloria del Padre ni es descubierta, ni buscada ni siquiera mencionada , porque no se vive ni se siente, y  Jesucristo no es verdaderamente buscado y amado como salvador y sentido total de nuestras vidas; son acciones de un «sacerdocio  puramente técnico y profesional», acciones de Iglesia sin el corazón de la Iglesia, que es el amor a Cristo; acciones de Cristo sin el espíritu de Cristo, porque “el sarmiento no está unido a la vid”...

La oración, desde el primer día, es amor a Dios:  «Que no es otra cosa oración mental, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Por eso, desde el primer instante y kilómetro (abajo los ídolos! especialmente el yo que tenemos entronizado en el altar de nuestro corazón. Y este cambio, que ha de durar toda la vida, es duro y cruel y despiadado contra uno mismo, sobre todo al principio, en que estamos incapacitados para amar así, por no sentir el amor de Dios más vivamente, precisamente por esos mismos defectos, y cuesta derramar las primeras gotas de sangre,  porque nos tenemos un cariño loco y apasionado.

        Y cuando, pasado algún tiempo, años tal vez, los que Dios quiera, y ya plenamente iniciados y comprometidos,  lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, porque Tú, Señor, para prepararnos plenamente a tu amor sobre todas las cosas,  lo exiges todo: personas, criterios propios, afectos, dinero, seguridad, cargos, honores...,  cuando el entendimiento quiere ver y tener certezas propias, porque es mucho lo que le exiges y le cuesta creer en tu palabra, obedecerte y aguantar tanta exigencia,  y  quiere probarlo todo y razonar todo antes de entregarte todo:  resulta que tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, hasta entonces tan claras y que no teníamos inconveniente en admitir y meditar y predicar, porque eran puramente teóricas, pero nos molestaban poco o casi nada, porque no nos las aplicábamos, ahora, al querer Tu, Dios mío, querer unirme más a Ti, disponernos a una unión más perfecta y plena contigo... cuando exiges todo, porque quieres llenarlo todo  con tu amor, y el alma, para eso,  debe vaciarse de todo, porque Tú quieres que te ame con todo mi corazón y con toda mi alma y con todo mi ser...entonces nada valen los conocimientos adquiridos, ni la teología, ni la fe heredada, ni la experiencia anterior, que quedan obnubiladas, y mucho menos  echar mano de exégesis o psicologías...entonces, en ese momento largo y trágico, que parece no acabará nunca, porque es mucho paradójicamente lo que el alma te desea y te ama en esa noche, sin ser consciente de ello, la última palabra, el último apoyo es creer sin apoyos y lanzarse a tus brazos sin saber que existen, porque no se ven ni sienten, porque Tu solo quieres que me fíe y me apoye en tí, hasta el olvido y negación de todo lo mío, de todo apoyo humano y posible, racional y científico, afectivo y familiar, y quedar el horizonte limpio de todo y de todos, solo Tú, sólo Tú, sin arrimos de criatura alguna.

En estas etapas, que son sucesivas y variadas en intensidad y tiempo, según el Espíritu Santo crea oportuno purificar y según sus planes de unión,  ni la misma liturgia ni  los evangelios  dan luz ni consuelo, porque Dios lo exige todo y viene la «duda metódica» puesta por Dios en el alma para conducirnos a esa meta: ¿Será verdad Cristo? ¿Cómo puedo quedarme sin fe, sin ver ni sentir nada? ¿para qué seguir? ¿No debe ser todo razonable, prudente, sin extremismos de ninguna clase? ¿Habrá sido todo pura  imaginación? ¿Por qué no aceptar otros consejos y caminos? ¿Cómo entregar la propia vida, la misma vida en amor total y para siempre, las propias seguridades sin ninguna seguridad de que El está en la otra orilla...? ¿Será verdad todo lo que creo, será verdad que Cristo vive, que es Dios, cómo dejar estas cosas de la vida  que tengo y toco y me sostienen vital y afectivamente por una persona que no veo ni toco ni siento, y menos en un trozo de pan, cómo puede existir una persona que ya no veo en la oración, en el evangelio, en la relación personal que antes tenía y creía...? ¿Será verdad? ¿Dónde apoyarme para ello? ¿Quién me lo puede asegurar? Con lo feliz que era hasta ahora, con el gozo que sentía en mis misas y comuniones anteriores, con deseos de seguirle hasta la muerte, con ratos de horas y horas de oración y hasta noches enteras en unión y felicidad plena... qué me pasa... qué está pasando dentro de mi...

En estas etapas, que pueden durar meses y años, el alma va madurando en la fe, esperanza y caridad, virtudes teologales que nos unen directamente con Dios, y sin ella ser consciente, se va llenando de la misma luz y fuerza de Dios; su fe, va recibiendo de Dios más luz, luz vivísima y sin imperfecciones de apoyos de criaturas, y va  entrando en este camino, donde el Espíritu Santo es la única luz, guía, camino y director espiritual.

         La causa de todo esto es una influencia y presencia especial de Dios en el alma, llamada por San Juan de la Cruz contemplación infusa, que a la vez que  ilumina, purifica al alma con su luz intensísima, y la fortalece en aparente debilidad y poco a poco ya no soy yo el que lleva la batuta de la conversión, porque  me corregía lo que me daba la gana y muchos campos ni los tocaba y en otros me quedaba muy superficial... ahora es el Espíritu Santo, porque me ama infinito, el que me purifica como debe ser y yo debo confiar en El sobre el dolor y las dudas y la soledad y las sospechas que provocan tanta purificación y conversión.

Es que Dios es Dios y no sabe amar de otra forma que entregándose y dándose todo entero; así es que me tengo que vaciar todo entero de mis criterios, afectos y demás totalmente, para que El pueda llenarme. Luego, cuando haya pasado la prueba, podré decir con San Pablo: “Pero lo que tenía por ganancia, lo considero ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida comparado con el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo he sacrificado y lo tengo por basura con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él... por la justicia...   que se funda en la fe y nos viene de la fe en Cristo”.

San Juan de la Cruz, el maestro de las noches purificatorias,  nos dirá que la contemplación,  la oración vivencial, la experiencia de Dios «es una influencia de Dios en el alma que la purga de sus ignorancias e imperfecciones habituales, naturales y espirituales, que llaman los contemplativos contemplación infusa o mística teología, en que de secreto enseña Dios al alma y la instruye en perfección de amor, sin ella hacer nada ni entender como es ésta contemplación infusa» (N II 5,1).

Tan en secreto lo hace Dios, que el alma no se entera de qué va esto y qué le está pasando, es más, lo único que piensa y le hace sufrir infinito, es que vive y está convencida de  que ha perdido la fe, a Dios, a Cristo, la misma salvación, y que ya no tiene sentido su vida, no digamos si está en un seminario o en un noviciado, piensa que se ha equivocado, que tiene que salirse... ¡Qué sufrimientos de purgatorio, de verdadero infierno, qué soledad!  ¡Dios mío ¿ pero cómo permites sufrir tanto? Ahora, Cristo, barrunto un poco lo tuyo de Getsemaní.

Y es que los cristianos no nos damos cuenta de que Dios es verdad, es la Verdad y exige de verdad para que siempre vivamos de verdad en El y por El y vivamos de El, que es la única Verdad y nunca dudemos de su Verdad, presencia y amor. La fe y el amor a El van en relación directa con lo que estoy dispuesto a renunciar por El, a vaciarme por El.  Por eso, conviene no olvidar que creer en Dios, para no engañarse y engañarnos, es estar dispuestos a renunciar a todo y a todos y hasta a nosotros mismos, por El. La fe se mide por la capacidad que tengo de renunciar a cosas por El. Renuncio a mucho por El, creo mucho en El y le amo mucho; renuncio a poco, creo poco en El y le amo poco. Renuncio a todo por El,  creo totalmente en El, le amo sobre todas las cosas; no renuncio a nada, no creo nada ni le amo nada, aunque predique y diga todos los días misa. Pregúntate ahora mismo: ¿A qué cosas estoy renunciando ahora mismo por Cristo?  Pues eso es lo que le amo, esa es la medida de mi amor.

Por eso, en cuanto el evangelio, Jesucristo, la Eucaristía nos empiezan a exigir para vivirlos, entonces mi yo tratará de buscar apoyos y razones y excusas para rechazar y retardar durante toda su vida esa entrega, y hay muchos que no llegan a hacerla, la harán en el purgatorio, pero  como Dios es como es, y soy yo el que tiene que cambiar, y Dios quiere que el único fundamento de la vida de los cristianos sea El, por ser quien es y porque además no puede amar de otra forma sino en sí y por sí mismo y esto es lo que me quiere comunicar y no puede haber otro, porque todo lo que no es El, no es total, ni eterno ni esencial ni puede llenar.....entonces resulta que todo se oscurece como luz para la inteligencia y como apoyo afectivo para la voluntad y como anhelo para la esperanza y es la noche, la noche del alma y del cuerpo y del sentido y de las potencias: entendimiento,  memoria y voluntad.

        «Por tres causas podemos decir que se llama Noche este tránsito que hace el alma a la unión con Dios. La primera, por parte del término de donde el alma sale, porque ha de ir careciendo el apetito del gusto de todas las cosas del mundo que poseía, en negación de ellas; la cual negación y carencia es como noche para todos los sentidos del hombre.

La segunda, por parte del medio o camino por donde ha de ir el alma a esta unión, lo cual es la fe, que es también oscura para el entendimiento, como noche. La tercera, por parte del término a donde va, que es Dios, el cual ni más ni menos es noche oscura para el alma en esta vida» (S I 2,1).

Es  buscar razones y no ver nada, porque Dios  quiere que el alma no tenga otro fundamento que no sea El, y es llegar a lo esencial de la vida, del ser y existir...y entonces todo ha de ser purificado y dispuesto para una relación muy íntima con la Santísima Trinidad; si es malo, destruirlo, y si es bueno, purificarlo y  disponerlo, como el madero por el fuego:  antes de arder y convertirse en llama,  el madero, dice S. Juan de la Cruz, debe ser oscurecido primero por el mismo fuego, luego calentarse y, finalmente, arder y convertirse en llama de amor viva, pura ascua sin diferencia posible ya del fuego: Dios y alma para siempre unidos por el Amor Personal de la Stma. Trinidad, el Espíritu Santo, Beso y Abrazo eterno entre el Padre y el Hijo.

Es la noche de nuestra fe, esperanza y amor: virtudes y operaciones sobrenaturales, que, al no sentirse en el corazón, no nos ayudan aparentemente nada, es como si ya no existieran para nosotros;  además, tenemos que dejar las criaturas, que entonces resultan más necesarias, por la ausencia aparente de Dios, a quien sentíamos y nos habíamos entregado, pero ahora no lo vemos, no lo sentimos, no existe;  por otra parte y al mismo tiempo y con el mismo sentimiento, aunque nos diesen todos los placeres de las criaturas y del mundo, tampoco los querríamos, los escupiríamos, porque estamos hechos ya al sabor de Dios, al gusto y plenitud del Todo, aunque sea oscuro... total, que es un lío para la pobre alma, que lo único que tiene que hacer es aguantar, confiar y no hacer nada, y digo yo que también el demonio mete la pata y a veces se complican más las cosas.

Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, viene la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, los desprecios sin fundamento alguno..., cuando no se comprenden noticias y acontecimientos del mundo, de tu misma Iglesia...de los mismos elegidos... cuando uno creía que lo tenia todo claro, y viene la muerte de  nuestros afectos carnales que quieren  preferirse e imponerse a tu amor, de nuestras  pretensiones de tierra convertidas en nuestra esperanza y objeto de deseo por encima de Ti, que debes ser nuestra única esperanza,  cuando llegue la hora de morir a mi yo que  tanto se ama y se busca continuamente por encima de tu amor y que debe morir, si quiero de verdad llegar a ti,  échanos una mano, Señor, que te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda (no me dejes, Madre mía! Señor, que  la lucha es dura y larga la noche, es Getsemaní, Tú lo sabes bien, Señor, es morir sin testigos ni comprensión, como Tú, sin que nadie sepa que estás muriendo, sin compañía sensible de Dios y de los hombres, sin testigos de tu esfuerzo, sino por el contrario, la incomprensión,  la mentira, la envidia,  la persecución injustificada y sin motivos... que entonces, Señor, veamos que sales del Sagrario y nos acompañas por el camino de nuestro calvario hasta la muerte del yo para resucitar  contigo a una fe     luminosa, encendida,  a la vida nueva de amistad y experiencia gozosa de tu presencia y amor y de la Trinidad que nos habita.

Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes que nosotros ni entendemos ni comprendemos en particular, solo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, pero que para todos se convierte en purificación,  más o menos dolorosa en tiempo e intensidad, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas.

Por aquí hay que pasar, para identificarnos, para transformarnos en Cristo, muerto y resucitado:“Todos nosotros, a cara descubierta, reflejamos como espejos la gloria del Señor y nos vamos transformando en la misma imagen de gloria, movidos por el Espíritu Santo” (2Cor 3,18). Es la gran paradoja de esta etapa de la vida espiritual: porque es precisamente el exceso de presencia y luz divina la que provoca en el alma el sentimiento de ceguedad y ausencia aparente de Dios: por deslumbramiento, por exceso de luz directa de Dios, sin medición de libros, reflexiones personales, meditación... es luz directa del rayo del Sol Dios. S. Juan de la Cruz es el maestro:  «Y que esta oscura contemplación también le sea al alma penosa a los principios está claro; porque como esta divina contemplación infusa tiene muchas excelencias en extremo buenas y el alma, que las recibe, por no estar purgada, tiene muchas miserias, también en extremos malas, de ahí es que no pudiendo dos contrarios caber en el sujeto del alma, de necesidad hayan de penar los unos contra los otros, para razón de la purgación que de las imperfecciones del alma por esta contemplación se hace» (N II 5, 41).

Que nadie se asuste, el Dios que nos mete en la noche de la purificación, del dolor, de la muerte al yo y a nuestros  ídolos adorados de  vanidad, soberbia, amor propio, estimación.... es un Dios todo amor, que no nos abandona sino todo lo contrario, viéndose tan lleno de amor y felicidad nos quiere llenar totalmente de El. Jamás nos abandona, no quiere el dolor por el dolor, sino el suficiente y necesario que lleva consigo el vaciarnos y poder habitarnos totalmente. Lo asegura San Pablo: “Muy a gusto, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor. 8,1).

Quizás algún lector, al llegar a este punto, coja un poco de miedo o piense que exagero. Prefiero esto segundo, porque como Dios le meta por aquí, ya no  podrá echarse para atrás, como les ha pasado a todos los santos, desde S. Pablo y S. Juan hasta la madre Teresa de Calcuta, de la cual acaban de publicar un libro sobre estas etapas de su vida, que prácticamente han durado toda su existencia; todavía no lo he leído. Porque el alma, aunque se lo explicaran todo y claro, no comprendería nada en esos momentos,  en los que no hay luz ni consuelo alguno, y parece que Dios no tiene piedad de la criatura, como en Getsemaní, con su Hijo...Pero por aquí hay que pasar para poner solo en Dios nuestro apoyo y nuestro ser y existir. El alma, a pesar de todo, tendrá fuerzas para decir con Cristo: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya...”.

Uno no comprende muchas cosas dolorosas del evangelio, de la vida de Cristo, de la vida de los santos, de muchos hombres y mujeres, que he conocido y  que no serán canonizados, pero que son para mí verdaderos santos... en concreto, no entiendo por qué Jesús tuvo que sufrir tanto, por qué tanto dolor en el mundo, en los elegidos de Dios...por qué nos amó tanto, qué necesidad tiene de nuestro amor, qué le podemos dar los hombres que El no tenga... tendremos que esperar al cielo para que Dios nos explique todo esto. Fue y es y será todo por amor. Un amor que le hizo pasar a su propio Hijo por la pasión y la muerte para llevarle a la resurrección y la vida, y que a nosotros nos injerta desde el bautismo en la muerte de Cristo para llevarnos a la unión total y transformante con Él.

Es la luz de la resurrección la que desde el principio está empujándonos  a la muerte y en esos momentos de nada ver y sentir es cuando está logrando su fin, destruir para vivir en la nueva luz del Resucitado, de participación en los bienes escatológicos ya en la carne mortal y finita que no aguanta los bienes infinitos y últimos que se están haciendo ya presentes: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, Ven, Señor Jesús...». En esos momentos es cuando más resurrección está entrando en el alma, es esa luz viva de Verbo eterno, de la Luz y Esplendor de la gloria del Padre- Cristo Glorioso y Celeste la que provoca esa oscuridad y esa muerte, porque el gozo único y el cielo único es la carne de Cristo purificada en el fuego de la pasión salvadora y asumida por el Verbo, hecha ya Verbo y Palabra Salvadora de Dios y sentada con los purificados a la derecha del Padre.

Es el purgatorio anticipado, como dice San  Juan de la Cruz. Precisamente quiero terminar este tema con la introducción a la SUBIDA: «Trata de cómo podrá el alma disponerse para llegar en breve a la divina unión. Da avisos y doctrina, así a los principiantes como a los aprovechados, muy provechosa para que sepan desembarazarse de todo lo temporal y no embarazarse con lo espiritual y quedar en la suma desnudez  y libertad de espíritu, cual se requiere para la divina unión».       

Cuando una persona lee a S. Juan de la Cruz, si  no tiene alguien que le aconseje, empieza lógicamente por el principio, tal y como vienen en sus Obras Completas: la Subida, la Noche...  y esto asusta y cuesta mucho esfuerzo, porque asustan  tanta negación, tanta cruz, tanto vacío,  ponen la carne de gallina, se encoge uno ante tanta negación, aunque siempre hay algo que atrae. Cuando se llega al Cántico y a la Llama de amor viva.... uno se entusiasma, se enfervoriza, aunque no entiende muchas cosas  de lo que pasa en esas alturas. Pero la verdad es que la lectura de esas páginas, encendidas de fuego y luz, entusiasman, gustan y enamoran,  contagian fuego y entusiasmo por Dios, por Cristo, por la Santísima Trinidad.  ¿Hacemos una prueba? Pues sí, vamos a mirar ahora un poco al final de este camino de purificación y conversión para llenarnos de esperanza, de deseos de quemarnos del mismo fuego de Dios, de convertirnos en llama de amor viva y trinitaria.

Hablemos de los frutos de la unión con Dios por la oración-conversión. Habla aquí el Doctor Místico de la transformación total, substancial en Dios:

«De donde como Dios se le está dando con libre y graciosa voluntad, así también ella, teniendo la voluntad más libre y generosa cuanto más unida en Dios, está dando a Dios al mismo Dios en Dios , y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios. Porque allí ve el alma que verdaderamente Dios es suyo y que ella le posee con posesión hereditaria, con propiedad de derecho, como hijo de Dios adoptivo, por la gracia que Dios le hizo de dársele a sí mismo y que, como cosa suya, lo puede dar y comunicar a quien ella quisiera de voluntad, y así ella dále a su querido, que es el mismo Dios que se le dio a ella, en lo cual paga ella a Dios todo lo que le debe, por cuanto de voluntad le da otro tanto como de El recibe».

«Y porque en esta dádiva que hace el alma a Dios le da al Espíritu Santo como cosa suya con entrega voluntaria, para que en El se ame como El merece, tiene el alma inestimable deleite y fruición; porque ve que da ella a Dios cosa suya propia que cuadra a Dios según su infinito ser».

«Que aunque es verdad que el alma no puede de nuevo dar al mismo Dios a Si mismo, pues El en Sí siempre se es El mismo; pero el alma de suyo perfecta y  verdaderamente lo hace, dando todo lo que El le había dado para pagar el amor, que es dar tanto como le dan. Y Dios se paga con aquella dádiva del alma, que con menos no se pagaría, y la toma Dios con agradecimiento, como cosa que de suyo le da el alma , y en esa misma dádiva ama el alma también como de  nuevo. Y así entre Dios y el alma, está actualmente formado un amor recíproco en conformidad de la unión y entrega matrimonial, en que los bienes de entrambos, que son la divina esencia, poseyéndolos cada uno libremente por razón de la entrega voluntaria del uno al otro, los poseen entrambos juntos diciendo el uno al otro lo que el Hijo de Dios dijo al Padre por San Juan, es a saber: “Et mea omnia tua sunt, et tua mea sunt, et clarificatus sum in eis”(Jn 17,10); esto es: “Todos mis bienes son tuyos y tus bienes míos y clarificado estoy en ellos”.

ALo cual en la otra vida es sin intermisión en la fruición perfecta; pero en este estado de unión, acaece cuando Dios ejercita en el alma este acto de la transformación».

«Esta es la gran satisfacción y contento del alma, ver que da a Dios más que ella en sí es y vale, con aquella misma luz divina y calor divino que se lo da: lo cual en la otra vida es por medio de la lumbre de gloria, y en ésta por medio de la fe ilustradísima. De esta manera las profundas cavernas del sentido, con extraños primores, calor y luz dan junto a su querido; junto dice, porque junta es la comunicación del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en el alma, que son luz y fuego de amor en ella» (LL. B. 78-80)

 

2. 10. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 25)

 

Esto mismo que acabo de decir, pero con otras palabras, es lo que podemos encontrar en este pasaje evangélico:

“Por aquel tiempo, tomó Jesús la palabra y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 25-30).

Jesús,  movido de ternura y compasión hacia sus discípulos y hacia los que quieran seguirle, en todos los tiempos, nos invita a venir a él, a dialogar y encontrarse con su persona y su palabra, que nos llenan de paz y sentido, de seguridad, de certezas definitivas:“Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados...”  Nos lo dice hoy y ahora mismo  este mismo Cristo, que  está cerca de nosotros aquí, en el Sagrario y desde ahí nos repite estas mismas palabras de Palestina. Está tratando de consolar y de ayudar a los discípulos, que se han quedado un poco perplejos por la exigencias del reino, del seguimiento...y sin embargo, nada más decir estas palabras de consuelo, no les dice, os quito esto o aquello o no es tanto como os suponéis... sino que añade, reafirmándose: “Cargad con mi yugo....” y ¿cuál es ese yugo?              “ aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”.

           Esto es lo que vengo diciendo repetidas veces en este libro: sin conversión no hay amistad ni discipulado ni seguimiento del Señor. Y por ese camino nos tienen que venir todas las gracias sobrenaturales, todos los conocimientos y amores a Dios y a su Hijo.“Nadie conoce al Padre sino el Hijo...” La fe no son verdades ni ritos ni ceremonias, la fe fundamentalmente es creer y aceptar a una persona y esa persona es Jesucristo. El cristianismo es fundamentalmente una persona, Jesucristo, y éste, crucificado. Somos seguidores de un crucificado

“En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte. Jesús se volvió y dijo a Pedro: Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios. Entonces dijo a los discípulos: El que quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierde por mi, la encontrará”(Mt 16,21-25).

Quisiera resaltar que el pobre Pedro, que quiso decirle al Señor, que no se preocupase, que eso no pasaría, recibió una de las palabras más duras del evangelio(Satanás! Y es que para Cristo, como para todos los santos, la voluntad del Padre está por encima de todo y  nadie le apartará de este camino, que les lleva a la unión suprema con Él,  aunque sea un camino lleno de sufrimientos y de cruz y dolor. A veces, este convencimiento, les hace decir a los santos ciertas frases, que suenan a puro dolorismo, de buscar el dolor por el dolor. ¡jamás las interpretéis así! No quieren el dolor por el dolor sino que están tan convencidos de que han de abrazarse con el crucificado para identificarse con Él, que identifican unión con Cristo y sufrimiento, cristianismo y dolor.

        Creer en una persona, en Jesucristo, quiere decir, aceptar su persona, su amistad, porque nos fiamos de ella y tendemos a hacernos una cosa con ella por el amor, aunque nos cueste sacrificios. Lo que se cree, en el fondo, no son verdades, ideas ni siquiera tan elevadas como el cielo, la gracia, la vida eterna, el pecado....sino que se  cree y  se fía uno de esta persona y esto es la mejor forma de amarla y honrarla.  Si fuera lo primero saber verdades, la religión sería cuestión de inteligencia y los sabios serían los preferidos en el reino. Pero bien claramente dice Jesús que no es así, que es cuestión de fiarse, de amar y confiar en su persona y, por tanto, el cristianismo es cuestión de amor, porque es cuestión de amistad. Arreglados van los que quieran encontrarse con Cristo única o principalmente por el entendimiento o las ideas o la misma teología. Jesucristo, la eucaristía, el misterio cristiano es cuestión de amor, la teología va detrás de la fe y debe ser siempre sierva respetuosa, humilde, arrodillada, sobre todo, cuando no comprenda.

Pregunten a los santos, que son los que verdaderamente han conocido a Cristo y  su evangelio y en Él encontraron el tesoro de su vida, por el cual lo dejaron todo; pregunten modernamente a Santa Teresa del Niño Jesús, beata Isabel de la Trinidad, a Teresa de Calcuta y tantos santos «ignorantes»de la teología especulativa, que viven aún  en este mundo. Todo lo aprendieron por la oración y  la amistad con Cristo Eucaristía. Entonces es cuando entran los deseos de estudiar y leer teología, mucha teología, como Teresa de Jesús.

 Por eso, Jesús anima a todos a que le busquen así, porque es la mejor y más completa forma de encontrarle: “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Y para que no quede ningún resquicio, por donde pueda escaparse el sentido que Él quiere dar a estas palabras suyas ni vengan luego los sabios con interpretaciones manipuladas,  añade:“Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar”. Da gracias al Padre por manifestarse a los sencillos, porque el mensaje y la palabra de Cristo sobre el reino, sobre el amor del Padre y su plan de salvación, la fraternidad que Dios quiere entre todos los hombres, la verdadera justicia, la paz de la humanidad no se comprende totalmente por vía de inteligencia e ideas humanas sino por revelación de amor, que Dios concede a la gente sencilla y se niega a los sabios autosuficientes.

Los que están más vacíos de sí mismos, “los pobres en el espíritu”, los que no se fían de sí mismos son los que se abren a Dios, a su revelación en Cristo y a los mismos hermanos con mayor facilidad. Porque la fe-confianza en Dios es la que nos da acceso a este conocimiento superior de Dios, en el que sólo nos puede introducir el Hijo, que es su Palabra pronunciada con Amor-Espíritu Santo para nosotros. La verdadera teología siempre se estudiará de rodillas, es decir, dando  preferencia a la fe y al amor, pisando sus huellas, siempre será  arrodillada.

        La fe cristiana es una clase especial de conocimiento porque es Asabiduría amorosa@según S. Juan de la Cruz. Hay una base objetiva de contenido intelectual, pero que no se comprende si no se vive, si no se ama, si el Espíritu Santo no nos lleva hasta la verdad completa. Mucho sabían los discípulos sobre Cristo, incluso lo vieron resucitado, pero hasta que no vino el Espíritu Santo, no llegaron a la verdad completa, porque entonces fue cuando no solo conocieron sino que vivieron en su corazón al Señor y dieron la vida por Él. Por el Cristo simplemente conocido por la teología o una fe teórica, pocos están dispuestos a dar la vida. Buena será la teología, pero siempre llena de amor.

Fijaos qué cambio en S. Tomás de Aquino al final de su vida. Quería quemar todo lo que había escrito. Es que la teología completa, la verdad completa, como afirma el Señor, en el evangelio, pasa por el amor, por el Espíritu Santo. Preguntádselo a los mismos Apóstoles: han visto al Señor resucitado, le han tocado y siguen con miedo; desaparece el Señor, no le ven con los ojos de la carne, pero sí con los ojos del amor, porque viene el Señor a su corazón hecho fuego de Espíritu Santo y abren los cerrojos y las puertas y predican abiertamente y dan la vida por Él. San Juan de la Cruz habla de «sabiduría amorosa», «noticia amorosa», «llama de amor viva», y «aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan » (Prólogo C, 4).

Acabo de leer un libro de F. X. Durrwel, que termina así: «He dicho que el misterio pascual desborda por todos lados y es imposible en pocas líneas hacer una síntesis. Sin embargo, existe una palabra capaz por sí sola de enlazar toda la gavilla:  «Lo que las inmensidades no pueden encerrar, se deja contener en lo que hay de más pequeño. Tal es exactamente el sello de los divino». San Juan nos ha proporcionado la palabra a la medida de lo inconmensurable: “Dios es amor” (Jn 4,16). El infinito no es sino Amor... Tanto para el conocimiento como para la santidad de vida “el amor es el vínculo de la perfección” (Col 3,14): he ahí el nombre de la síntesis.

Se sabe así que hay un conocimiento mucho más elevado que la ciencia teológica: “Quiero mostraros un camino mejor”, dice San Pablo (1Cor 12,31), el del amor; que conoce por comunión. La teología es sólo una aproximación; únicamente el Espíritu de amor Aintroduce en la verdad total@(Jn 16,13). Jesús es la morada de Dios entre los hombres: el misterio encarnado. Para conocer, es necesario vivir en esa morada. Jesús es la morada y es, al mismo tiempo, la puerta de entrada: “Yo soy la puerta” (Jn 10, 9). El Espíritu Santo es la llave. En la hora de la Pascua de Jesús, se ha dado vuelta a la llave de amor, y se ha abierto, ancha, la puerta; es invita a conocer amando»[7].

Creer, en definitiva, es aceptar por amor la persona de Jesucristo, reconocer al Dios de Jesucristo, optar por su evangelio, seguirle, aceptando su estilo de vida y de compromisos porque le creemos  vivo, vivo y resucitado. Y por eso Jesús se ofrece y presenta en este evangelio como el único camino, que nos puede llevar al Padre, porque es el Hijo: “Todo me lo ha dado mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera reveler”.

 Y si a pesar de esta reflexión evangélica, que acabo de hacer, alguno siguiera un poco asustado con todo lo dicho anteriormente sobre la conversión total y renuncia al yo que el Señor exige, quisiera con esta reflexión, que pongo a continuación,  demostrar que este es el plan de Dios al crearnos y que para esto hemos sido redimidos. Quiero animar a todos a entregarse confiadamente a Dios, que nos ama infinitamente y por eso nos purifica de todo lo que no es Él, para llenarnos plenamente de su amor. De esta forma quiero ayudar un poco a comprender el amor primero, infinito e inabarcable de Dios, que es último y eterno y definitivo. Para que nadie se eche para atrás y  superemos la muerte del yo, martirizados por el fuego abrasador del amor infinito de Dios, que quiere llevarnos a su mismo fuego de amor trinitario, pero que antes debe quemar todas nuestras impurezas, limitaciones e imperfecciones, frutos del pecado original, que nos inclina al amor propio, por encima del amor absoluto y primero a Dios.

 

2. 11. ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios?

Porque Dios nos amó primero

 

"En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados"(1Jn 4, 10).

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA Y ME HA LLAMADO A COMPARTIR  CON EL  SU MISMO GOZO ESENCIAL Y TRINITARIO POR TODA LA ETERNIDAD.

 

El texto citado anteriormente tiene dos partes principales: la primera: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó...” primero, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte“y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela  que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos. La cruz es la señal que manifiesta el amor del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a Ablasfemar@en los días de la Semana Santa, exclamando:  «O felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa.

Y el mismo San Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias por participación de la Santísima Trinidad: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4, 10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

Sigue San Juan: “ y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4, 7) ¡Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero y es entonces cuando nosotros podemos  amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombres, y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo, que nos hace hijos en el Hijo y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo hacemos la paternidad del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo.

        Por eso continúa San Juan:“Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros, en que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4, 11-14). Vaya párrafo, como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por  gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino. Y todo esto y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la  Trinidad: “Porque Dios es Amor”.

A mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada,  solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe en su mismo Serse infinito e infinitamente de su infinito acto de Ser eterno, fuera del antes y después, fuera del tiempo. Por eso, en esto del ser como del amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia  Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre, es reflejo. No existía nada, solo Dios.

Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder.... cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”, su esencia es amar,  si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir San Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra  Amada, en quien el Padre se complace eternamente. Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría. Todo lo que El sabe de Sí mismo y a la vez Amado, lo que más quería y porque quiere que vivamos su misma vida y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar identificados con el  Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con  Amor de Espíritu Santo. Y así es cómo entramos nosotros en el círculo o triángulo trinitario.

Jesucristo, su persona y su palabra y sus obras son la revelación, la palabra, la imagen, la idea llena de amor del Padre:“En el principio ya existía la palabra, y la Palabra era Dios y la Palabra estaba junto a Dios...” En el principio, no existía nada, solo Dios, infinitamente existente y feliz en sí y por sí mismo, porque no dependía de nadie en su existir, volcán inagotable de su mismo ser infinito de hermosura, de fuego, de luz, de misterios, de felicidad...en infinita explosión de nuevos y eternos paisajes sin posibilidad de descanso en eterna contemplación de realidades y descubrimientos siempre nuevos y deslumbrantes, infinitamente feliz porque se ve infinitamente amante, amado y amor,  se siente a sí mismo infinitamente Padre amante en el Hijo amado y amante en su mismo amor Personal de Espíritu Santo, que los une en unidad de ser y vida y amor y felicidad a los Tres, llenándolo de  Amor Esencial y Personal del mismo Espíritu.

Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno  de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo...piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es  y subsiste, piensa desde toda la eternidad en  crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él  y por Él y como Él.

El Padre, al contemplarse en sí y por sí, sacia infinitamente su capacidad infinita de ser y existir y en esto se es felicidad sin límites. Su serse, su esencia amor es lo que su existir refleja lleno de luz y abrasado de amor. Y la contempla en tal infinitud y fecundidad y perfección que engendra una imagen igual, esencialmente igual a sí mismo que es y podemos llamarle Hijo y en tal infinitud de ser feliz surge un amor  que contiene en si, recibido del Padre y del Hijo, todo el ser divino: el Espíritu Santo.

Dios, por su infinito ser, es eterno. Y este ser infinito y eterno no es otra cosa que un Acto de ser infinitamente fecundo en Tres Personas. Y este  Ser eterno, por su mismo amor, es tan potente, es tal la potencia de su amar que le hace Padre por el amor infinito personal al Hijo. Dentro del misterio trinitario el Espíritu Santo no es la última persona, el tercero, no surge de la generación del Hijo sino que su potencia infinita de amor y donación y poder hace Padre e Hijo, porque Él es la potencia engendradora, la fuerza de amor con la que el Padre engendra al Hijo que acoge y acepta totalmente este mismo actor infinito de  Amor que hace al Padre y al Hijo, que refleja a la vez y hace paternidad y filiación por la potencia infinita del Amor-Espíritu Santo; el Padre, por su fuego de amor divino-Espíritu - Santo, da al Hijo el ser filial, y el Hijo acoge la paternidad del Padre, que sin el Hijo no sería Padre, por la misma potencia infinita de Amor, siendo uno en el mismo serse infinitamente feliz el Padre, el Hijo y el Espíritu de Amor Personal, que los hace personas distintas y una, en un mismo amor y esencia infinita, con que el Padre se dice totalmente en Hijo, en canción eterna de Amor de Espíritu Santo y el Hijo al Padre en la misma Palabra-Canción llena de Amor.

Jesús es el Hijo que sale del Padre y viene a este mundo (Jn13,3). La venida al mundo prolonga su salida eterna, porque es el Padre el que ha pronunciado para nosotros la  Palabra con la que se dice totalmente a sí mismo en silencio eterno, lleno de amor. Con su glorificación junto al Padre y sentado ya a su derecha (Jn 17, 5; Mt 26, 64) Jesús ha asumido plenamente su condición de Hijo, de Verbo eterno, que tenía en el principio (Jn 1, 1-3; Ap 19, 13). Con su Pascua, Jesús-Cristo-Señor se hace puerta de entrada en el misterio trinitario para todos nosotros, los pascuales, los pasados del mundo al Padre la última y definitiva Alianza.

Él que es Amor quiere comunicarse, quiere hacer a otros partícipes por gracia, de su misma dicha, quiere ser conocido y amado en la grande e infinita y total belleza y gloria y luz y vida, en que se es por sí mismo en acto eterno de felicidad y amor. Él quiere ser nuestra única felicidad por amor, dándose y recibiéndose en totalidad de ser y amor, por la gracia comunicada por el Espíritu en los sacramentos y por la oraciónB  conversiónB  unión Btransfiguración transformante. El Padre, lleno de amor,  ha pronunciado para todos nosotros esta Palabra transformante de la debilidad humana en hijo adoptado, elevado y amado. Dice San Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado».

« Y esta tal  aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí les es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios la misma aspiración divina que Dios, estando ella en El transformada, aspira en sí mismo a ella...»

« Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, )qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la crió a su imagen y semejanza» (C B 39, 4).

Dios quiere darse esencialmente, como Él es en su esencia,  darse y recibirse en otros seres, que lógicamente han de recibirlo por participación de este ser esencial suyo, para que ellos también puedan entrar dentro de este círculo trinitario.  Y por eso crea al hombre “ a su imagen y semejanza», palabras estas de la Sagrada Escritura, que tiene una profundidad infinitamente mayor que la que ordinariamente se le atribuyen.

El hombre ha sido soñado por el amor de Dios, es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en  una eternidad dichosa,  que ya no va a acabar nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora.“Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu,  me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí. El salmo 138, 13-16, lo expresa maravillosamente: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente, porque son  admirables tus obras; conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro; calculados estaban mis días antes que llegase el primero. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso es su conjunto!”.

 

SI EXISTO, ES QUE DIOS  ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mi y me ha preferido...Yo he sido preferido, tu has sido preferido, hermano. Estímate, autovalórate, apréciate, Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Que bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que El fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y  me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer...Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado» (G. Marcel).

 

SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado  con su dedo creador. ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! Qué grande eres, hombre, valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos, todos han sido singularmente amados por Dios, no desprecies a nadie, Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida, porque  nos ama y esto le hace feliz.

Con qué respeto, con qué cariño  tenemos que mirarnos unos a otros... porque fíjate bien, una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno, ya no caeré en la nada, en el vacío. Qué  alegría existir, qué gozo ser viviente. Mueve tus dedos, tus manos, si existes, no morirás nunca; mira bien a los que te rodean, vivirán siempre, somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

Desde aquí debemos echar  una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión trascendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios  o sin Dios, por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida; desde aquí  se comprende mejor lo que valemos: la pasión,  muerte,  sufrimientos y resurrección de Cristo; el que se equivoque, se equivocará para siempre… responsabilidad. terrible para cada hombre y  terrible sentido y profundidad de la misión confiada a  todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo....si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres.

No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado, aunque todos me dejen, aunque nadie pensara en mi, aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos... Dios me ama, me ama, me ama.... y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quietarme esta gracia y este don.

 

SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ, a ser amado y amar por el Dios Trino y Uno; este es el fin del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “ En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré  y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14, 2-4).“Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos: esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia. No quiero ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí  y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en las esperanzas que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente:

 

1.- Constatar mi existencia y convencerme de que existo, para valorarme y autoestimarme. Sentirme privilegiado, viviente y alegrarme y darle gracias a Dios de todo corazón, de verdad, convencido. Mirarme a mí mismo y declararme eterno en la eternidad de Dios, quererme, saber que debo estar a bien conmigo  mismo, con mi yo, porque existo para la eternidad. Mover mis manos y mis pies para constatar que vivo y soy eterno. Valorar también a los demás, sean como sean, porque son un proyecto eterno de amor de Dios. Amar a todos los hombres, interesarme por su salvación.

 

2.- Sentirme amado. Aquí radica la felicidad del hombre. Todo  hombre es feliz cuando se siente amado, y  es así porque esta es la esencia y manera de ser de Dios y  nosotros estamos creados por Él a su imagen y semejanza.  No podemos vivir, ser felices, sin sentirnos amados.  De qué le vale a un marido tener una mujer bellísima si no le ama, si no se siente amado.... y a la inversa, de qué le vale a una esposa tener un Apolo de hombre si no la ama, si no se siente amada... y a Dios, de qué le serviría todo su poder, toda su hermosura si no fueran Tres Personas amantes y amadas, compartiendo el mismo Ser Infinito, el mismo amor, la misma felicidad llena de continuo abrazo en la misma belleza y esplendores divinos de su serse en acto eterno de Amor. Y si esto es en el amor, desde la fe puedo interrogarme yo lo mismo: para qué quiero yo  conocer a un Dios infinito, todo poder, inteligencia,  belleza, si yo no lo amo, si Él no me amase...

 Por eso, cristiano completo, “en verdad completa”,  no es tanto el que ama a Dios como el que se siente amado por Dios. Y lo mismo le pasa a Dios en relación con el hombre, para qué quiere Él  mis rezos, mis oraciones, mis misma oración, si no le amo)busco yo  amar a Dios  o solo pretendo ser un cumplidor fiel de la ley?  Jesucristo vino a nuestro encuentro para que fuéramos sus hijos, sus amigos: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo, permaneced en mi amor…” (Jn 15,9-17). Jesús dice que Él y el Padre quieren nuestro amor. Y continúa el evangelio en esta línea: "Vosotros sois mis amigos... ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer"; “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a el y haremos morada en el.”Creedme yo estoy en el Padre y el Padre en mí” (Jn 14 ,9).

 

3.- Desde esta perspectiva del amor de Dios al hombre, de la eternidad que vale cada hombre para Dios, tantos hombres, tantas eternidades, valorar y apreciar mi sacerdocio apostólico, a la vez que la responsabilidad y la confianza que Dios ha puesto en mí al elegirme. Soy sembrador, cultivador y recolector de eternidades. Quiero tener esto muy presente para trabajar sin descanso por mi santidad ya que de ella depende la de mis hermanos, la salvación eterna de todos los que me han confiado. Es el mejor apostolado que puedo hacer en favor de mis hermanos los hombres en orden a su salvación eterna. Quiero trabajar siempre a la luz de esta verdad, porque es la mirada de Dios sobre mi elección sacerdotal y sobre los hombres, la razón  de mi existencia como sacerdote: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido para que vayáis y deis mucho fruto y vuestro fruto dure...”

 La finalidad más importante de mi actividad sacerdotal, el fruto último de mi apostolado son las eternidades de mis hermanos: “nadie me ha nombrado juez de herencias humanas...”, dijo Jesús en cierta ocasión a los que le invitaron a intervenir en una herencia terrena. Hacia la eternidad con Dios debe apuntar todo en mi vida.

Si queréis, todavía podemos profundizar un poco más en este hecho aparentemente tan simple, pero tan maravilloso de nuestro existir. Pasa como con la Eucaristía, con el pan consagrado, como con el Sagrario, aparentemente no hay nada especial, y está encerrado todo el misterio del amor de Dios y de Cristo al hombre: toda la teología, la liturgia,  la salvación, el misterio de Dios...

Fijaos, Dios no nos ha hecho planta, estrella, flor, pájaro...  me ha hecho hombre con capacidad de Dios infinito. La Biblia lo describe estupendamente. Le vemos a   Dios gozoso, en los primeros días de la creación, cuando se ha decidido a plasmar en barro el plan maravilloso,  acariciado en su esencia, llena de luz y de amor."Hagamos al hombre a nuestra imagen, según nuestra semejanza. Y creó Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios los creo: macho y hembra los creó" (Gn 1, 26-27). 

Qué querrá decirnos Dios con esta repetición: a imagen de Dios.... a semejanza suya... no sabéis cuántas ideas me sugiere esta frase... porque nos mete en el hondón de Dios. El hombre es más que hombre. Esta especie animal perdida durante siglos, millones de años, más imperfecta tal vez que otras en sus genomas y evolución, cuando Dios quiso, con un beso de su plan creador, el «homo erectus, habilis, ergaster, sapiens, nehandertalensis, cromaionensis, australopithecus…» y ahora el hombre del Chad, cuando Él quiso, le sopló su espíritu y le hizo a su imagen y semejanza, le comunicó su misma vida, fue hecho espíritu finito: como finito es limitado, pero como espíritu está abierto a Dios, a lo infinito, semejante a Él en el ser, en la inteligencia, en el amar y ser amado como El. Qué bien lo tiene escrito el profesor Alfaro, antiguo profesor de la Gregoriana.

Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y  por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza. Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos; son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del  amor de Dios, y  nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de eucaristía.

Se llaman místicos, precisamente porque experimentan, sienten a Dios y su Espíritu y su misterio y nos lo revelan, traducen y explican. Son los guías más seguros, son como los exploradores que Moisés mandó por delante para descubrir la tierra prometida, y que luego vuelven cargados de frutos de lo que han visto y vivido, para enseñárnoslos a nosotros, y animarnos a todos a conquistarla; vienen con el corazón, con el espíritu y la inteligencia llenos de luz por lo que han visto y nos animan con palabras encendidas, para que avancemos por este camino de la oración, para llegar un día a la contemplación del misterio infinito de  Dios, que se revela luego y se refleja en el misterio del hombre y del mundo desde la fe, desde dentro de Dios, desde más allá de la realidad que aparece. Los místicos son los verdaderos mistagogos de los misterios de Dios, iniciadores en este camino de contemplación del misterio de Dios.

Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace Santa Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad:

«Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que íbamos a cometer contra ti. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita  todas las iniquidades que tu criatura  iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia ti dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla». (Oración V)

A otra alma mística, santa Angela de Foligno, Dios le dijo estas palabras, que son a la vez una exigencia de amor y que se han hecho muy conocidas: «¡No te he amado de bromas! ¡No te he amado quedándome lejos!  Tú eres yo y yo soy tú. Tú estás hecha como me corresponde a mí, estás elevada junto a mí».

Convendría a estas alturas volver al texto de S. Juan, que ha inspirado esta reflexión: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados" (1Jn.4,9-10).

 

2. 12. “Y nos envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados”

 

        En la contemplación de la segunda parte entraría muy directamente S. Pablo, para quien el misterio de Cristo, enviado por el Padre como redención de nuestros pecados, es un misterio que le habla muy claramente de esta predilección de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne, especialmente por la pasión, muerte y resurrección del Señor. “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

S. Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió  todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta este extremo, porque para él “entregó” tiene sabor de “traicionó”. Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es  su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo”, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora. Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros.  “Tanto amó Dios al hombre que entregó  a su propio Hijo”.

Porque  no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. Por qué para nosotros sí y para ellos no. Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí.... es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al hombre, que…” (traicionó…).  Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “ nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” y  Cristo la dio por todos nosotros.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad,  entra dentro de sí mismo, y mirando todo su ser, que es amor también misericordioso, y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefirió en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo. No tiene nada de particular que la Iglesia, al celebrar este misterio en su liturgia, lo exprese admirativamente casi con una blasfemia:«Oh felix culpa...» oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal Salvador. Esto es blasfemo, la liturgia ha perdido la cabeza,  oh feliz pecado, pero cómo puede decir esto, dónde está la prudencia y la moderación de las palabras sagradas, llamar cosa buena al pecado, oh feliz culpa, que nos ha merecido un tal salvador, un proyecto de amor todavía más lleno de amor y condescendencia divina y plenitud que el primero.

Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza. Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley@( Gal 4,4).AY nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención  por su sangre...” (Ef 1,3-7).

Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre pregunto lo mismo: por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio... Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo solo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre.  Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios personalmente amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores... solo amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros...“ Siendo Dios...se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado..”; en el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana, a la que va  a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo... solo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del Sagrario, en el Sagrario solo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos,  solo amor.

Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas  propias y ajenas, no  se va a conmover ante el amor tan Alastimado@de Dios, de mi Cristo...tan duro va a ser para su Dios  Señor y tan sensible para los amores humanos. Dios mío, pero quién y qué soy yo , qué es el hombre, para que le busques de esta manera; qué puede darte el hombre que Tú  no tengas, qué buscas en mí, qué ves en nosotros para buscarnos así....no lo comprendo, no me entra en la cabeza. Cristo, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí.  Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.

Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que San Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas:"Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo". Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado,  siente solo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según S. Juan, no  siente ni barrunta su ser divino... es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz...” Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta, no hay ni una palabra de ayuda, de consuelo,  una explicación para Él.  Cristo, qué pasa aquí. Cristo, dónde está tu Padre, no era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos, no decías Tú que te quería, no dijo Él que Tú eras su Hijo amado... dónde está su amor al Hijo… No te fiabas totalmente de Él... qué ha ocurrido.. Es que ya no eres su Hijo, es que se avergüenza de Ti...Padre Dios, eres injusto con tu Hijo, es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu Hijo amado en el que tenías todas tus complacencias... qué pasa, hermanos, cómo explicar este misterio... El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos, que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos  por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.  Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el Sagrario, quiero decir con S. Pablo desde   lo más profundo de mi corazón: "Me amó y se entregó por mi"; "No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado”.

Y nuevamente vuelven a mi mente  los interrogantes: pero qué es el hombre, qué será el hombre para Dios, qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre; qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre. Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre.

¡Dios mío! no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta, es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje. Te pregunto,  Señor, ¿es que me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serias infinitamente feliz? “Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? “Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz? Padre bueno,  que Tú hayas decidido en consejo con los Tres no querer ser feliz sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti; comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, lo veo pero bueno... no me entra en la cabeza, pero es que viendo lo que has hecho por el hombre es como decirnos que mis Tres, el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre, es como cambiar toda la teología donde Dios no necesita del hombre para nada, al menos así me lo enseñaron a mi, pero ahora veo por amor, que Dios también necesita del hombre, al menos lo parece por su forma de amar y buscarlo... y esto es herejía teológica, aunque no mística, tal y como yo la siento y la gozo y me extasía. Bueno, debe ser que me pase como a San Pablo, cuando se metió en la profundidad de Dios que le subió a los cielos de su gloria y empezó a Adesvariar@.

Señor, dime qué soy yo para tí, qué es el hombre para tu Padre, para Dios Trino y Uno, que os llevó hasta esos extremos: “Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios....se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres;  y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” ( Fil 2,5-11).

Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido, Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan, Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.                                    

Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso y si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mi cargos y honores....solo quiero ser de un Dios que ama así. Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado.... pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas... ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde, no me hagas caso....hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo amar. Sólo Dios, solo Dios, solo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

Hermano, cuánto vale un hombre, cuanto vales tú. Qué tremenda y casi infinita se ve desde aquí la responsabilidad de los sacerdotes, cultivadores de eternidades, qué terror cuando uno ve a Cristo cumplir tan dolorosamente la voluntad cruel y tremenda del Padre, que le hace pasar por la muerte, por tanto sufrimiento para llevar por gracia la misma vida divina y trinitaria a los nuevos hijos, y si hijos, también herederos. Podemos decir y exigir: Dios me pertenece, porque Él lo ha querido así. Bendito y Alabado y Adorado sea por los siglos infinitos amén.

 Qué ignorancia sobrenatural y falta de ardor apostólico a veces en nosotros,  sacerdotes,  que no sabemos de qué va este negocio, porque no sabemos lo que vale un alma, que no trabajamos hasta la extenuación como Cristo hizo y nos dio ejemplo, no sudamos ni nos esforzamos  todo lo que debiéramos  o nos dedicamos al apostolado, pero olvidando  lo fundamental y  primero del envío divino, que son las eternidades de los hombres, el sentido y orientación trascendente de toda acción apostólica, quedándonos a veces en ritos y ceremonias pasajeras que no llevan a lo esencial: Dios y la salvación eterna, no meramente terrena y humana. Un sacerdote no puede perder jamás el sentido de eternidad y debe dirigirse siempre hacia los bienes últimos y escatológicos, mediante la virtud de la esperanza, que es el cénit y la meta de la fe y el amor, porque la esperanza nos dice si son verdaderas y sinceras la fe y el amor que decimos tener a Dios, ya que una fe y un amor que no desean y buscan el encuentro con Dios, aunque sea pasando por la misma muerte, poca fe y poco amor y deseo de Dios son, si me da miedo o no quiero encontrarme con el Dios creído por la fe y  amado por la virtud de la caridad. La virtud de la esperanza sobrenatural criba y me dice la verdad de la fe y del amor.

Para esto, esencialmente para esto, vino Cristo, y si multiplicó panes y solucionó problemas humanos, lo hizo, pero no fue esto para lo que vino y se encarnó ni es lo primero de su misión por parte del Padre. A los sacerdotes nos tienen que doler más las eternidades de los hombres, creados por Dios para Dios, y vivimos más ocupados y preocupados por otros asuntos pastorales que son transitorios; qué pena que duela tan poco y apenas salga en nuestras conversaciones la salvación última,  la eternidad de nuestros  hermanos, porque precisamente olvidamos su precio, que es toda la sangre de Cristo, por no vivirlo, como Él, en nuestra propia carne: un alma vale infinito, vale toda la sangre de Cristo, vale tanto como Dios, porque tuvo que venir a buscarte Dios a la tierra y se hizo pequeño y niño y hasta un trozo de pan para encontrarnos y salvarnos.  ¿De qué le sirve a un hombre ganar  el mundo entero, si pierde su vida? “O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del Hombre vendrá entre sus ángeles con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta” (Mt 16 26-7).

Cuando un sacerdote sabe lo que vale un alma para Dios, siente pavor y sudor de sangre, no se despista jamás de lo esencial, del verdadero apostolado, son profetas dispuestos a hablar claro a los poderes políticos y religiosos y están dispuestos a ser corredentores con Cristo, jugándose la vida a esta baza de Dios, aunque sin nimbos de gloria ni de cargos ni poder, ni reflejos de perfección ni santidad, muriendo como Cristo, a veces incomprendido por los suyos.

Pero a estos sacerdotes, como a Cristo, como al Padre, le duelen las almas de los hombres, es lo único que les duele y que buscan y que cultivan, sin perderse en  otras cosas, las añadiduras del mundo y de sus complacencias puramente humanas, porque las sienten en sus entrañas, sobre todo, cuando comprenden que han de pasar por incomprensiones de los mismos hermanos, para llevarlas hasta lo único que importa y por lo cual vino Cristo y para lo cual nos ordenó ir por el mundo y ser su prolongación sacramental: la salvación eterna, sin quedarnos en los medios y en otros pasos, que ciertamente hay que dar, como apoyos humanos, como ley de encarnación, pero que no son la finalidad última y permanente del envío y de la misión del verdadero apostolado de Cristo. “Vosotros me buscáis porque habéis comido los panes y os habéis saciado; procuraros no el alimento que perece, sino el alimento que permanece hasta la vida eterna”(Jn 6,26). Todo hay que orientarlo hacia Dios, hacia la vida eterna con Dios, para la cual hemos sido creados.

Y esto no son invenciones nuestras. Ha sido Dios Trino y Uno, quien lo ha pensado; ha sido el Hijo, quien lo ha ejecutado; ha sido el Espíritu Santo, quien lo ha movido todo por amor, así consta en la Sagrada Escritura, que es Historia de Salvación: ha sido Dios quien ha puesto el precio del hombre y quien lo ha pagado. Y todo por tí y por mí y por todos los hombres. Y esta es la tarea esencial de la Iglesia, de la evangelización, la esencia irrenunciable del mensaje cristiano, lo que hay que predicar siempre y en toda ocasión, frente al materialismo reinante, que destruye la identidad cristiana, para que no se olvide, para que no perdamos el sentido y la razón esencial de la Iglesia, del evangelio, de los sacramentos, que  son principalmente  para conservar y alimentar ya desde ahora la vida nueva,  para ser eternidades de Dios, encarnadas en el mundo, que esperan su manifestación gloriosa.«Oh Dios misericordioso y eterno... concédenos pasar a través de los bienes pasajeros de este mundo sin perder los eternos y definitivos del cielo”, rezamos en la liturgia.

Por eso, hay que estar muy atentos y en continua revisión del fin último de todo: Allevar las almas a Dios@, como decían los antiguos, para no quedarse o pararse en otras tareas intermedias, que si hay que hacerlas, porque otros no las hagan, las haremos, pero no constituyen la razón de nuestra misión sacerdotal, como prolongación sacramental de Cristo y su apostolado.

La Iglesiaes y tiene también  dimensión caritativa, enseñar al que no sabe, dar de comer a los hambrientos, desde el amor del Padre que nos ama como hijos y quiere que nos ocupemos de todo y de todos, pero con cierto orden y preferencias en cuanto a la intención, causa final, aunque lo inmediato tengan que ser otros servicios.... como Cristo, que curó y dio de comer, pero fue enviado por el Padre para predicar la buena noticia, esta fue la razón de su envío y misión. Y así el sacerdote, si hay que curar y dar de comer, se hace orientándolo todo a la predicación y vivencia del evangelio, por lo tanto no es su misión primera y menos exclusiva: “Id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado.... les acompañarán estos signos.... impondrán las manos a los enfermos y quedarán sanos Ellos se fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la Palabra con los signos que los acompañaban” (Mc16, 15-20).

Los sacerdotes tenemos que atender a las necesidades inmediatas materiales de los hermanos, pero no es nuestra misión primera y menos exclusiva,  ni lo son los derechos humanos ni la reforma de las estructuras... sino predicar el evangelio, el mandato nuevo y la salvación a todos los hombres, santificarlos y desde aquí, cambiar las estructuras y defender los derechos humanos, y hacer hospitales y dar de comer a los hambrientos, si es necesario y  otros no lo hacen. Nosotros debiéramos formar a nuestros cristianos seglares para que lo hagan. Pero insisto que lo fundamental es «La gloria de Dios es que el hombre viva. Y la vida de los hombres es la visión de Dios» (San Ireneo).  Gloria y alabanza sean dadas por  ello a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu  Santo,  que nos han llamado a esta intimidad con ellos y a vivir su misma vida.

Dios me ama, me ama, me ama...  y qué me importan  entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros..., qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios; qué importa la misma muerte, si no existe. Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de todo, que es Él.

Me gustaría terminar con unas palabras de San Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tu, Padre, estás en Mí, y yo en  ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tu en mí  porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

« ¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7).

Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús:“el Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama. Dios  me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

«Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio: ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio» (C B 28) Y comenta así esta canción San Juan de la Cruz: «Adviertan , pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir al mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la Iglesia y mucho más agradarían a Dios, dejado aparte el buen ejemplo que  de sí darían, si gastasen siquiera la mitad de este tiempo en estarse con Dios en oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ellas; porque de otra manera todo es martillar y hace poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño. Porque Dios os libre que se comience a perder la sal (Mt 5,13), que, aunque más parezca hace algo por fuera, en sustancia no será nada, cuando está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios» (C b 28, 3).

Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo,  está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino. Que Él nos lo explique. El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado, en amistad y salvación permanentemente ofrecidas a los hombres. Está aquí la Revelación del Amor del Padre, el Enviado, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte; y desde aquí, a todos los hombres, mis hermanos, sobre todo a los más necesitados de tu salvación.

 

                             

TERCERA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

EN LA UNIVERSIDAD DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA.

 

 3. 1. La licenciatura en oración eucarística es un compromiso de oración- conversión que debe durar toda la vida

 

Lo he repetido muchas veces y lo repetiré todas las veces que sean necesarias: quiero amar, quiero orar; me canso de amar, me he cansado de orar; quiero orar, es que quiero amar; me he cansado de orar, es que me he cansado de amar. La oración, antes que consideración y meditación y todo lo demás, es amor, querer amar. Ése es su punto de arranque, aunque no se note ni uno sea consciente al principio. Y si se medita es para sacar amor del pozo, de la fuente, que puede ser el evangelio, un libro, tu corazón, pero si es el Sagrario, es lo mejor de todo. Dice San Juan de Ávila: «Y sabed que este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar. Y si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será más durable lo que en ella sintiereis y más larga y sin pesadumbre»[8]. «Aunque el entendimiento obre poco o nada, la voluntad obra con gran viveza y ama fortiter»[9]

Y para todo esto, Jesucristo en el Sagrario es el mejor maestro, el mejor libro, toda una biblioteca, todo el evangelio presente, toda la teología hecha vida. Por eso nos dice el Doctor Místico: «todo ejercicio de la parte espiritual y de la parte sensitiva, ahora sea en hacer, ahora en padecer, de cualquiera manera que sea, siempre le causa más amor y regalo de Dios como habemos dicho; y hasta el mismo ejercicio de oración y trato con Dios, que antes solía tener en consideraciones y modos, ya todo es ejercicio de amor» (Can B 28-9).

Bien es verdad que el santo aquí se refiere  a un grado más elevado de oración que la meditación,  pero hacia aquí apunta la oración por sí misma, desde el principio, aunque uno no sea consciente de ello, pero conviene que lo sepa el mismo orante y los directores de grupos de oración, que a veces creen que si no se habla o leen reflexiones o se dicen cosas bonitas, no se ha orado; es más, quieren medir la altura de oración según las frases bonitas que se digan... o que si no se aprenden o se realizan técnicas de relajación o métodos de reflexión, no hay oración. Por eso nos dirá San Juan de la Cruz que la oración no se mide por las revelaciones, ni locuciones ni éxtasis sino por los frutos de  humildad en las personas que la tienen y este era su criterio para distinguir a los verdaderos y falsos orantes. Y ya sabemos la definición teresiana de oración: «que no es otra cosa oración sino tratar  de amistad, estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama».  Tres notas de la amistad aparecen en esta definición tan breve de Santa Teresa.

 

3. 1. 1.- Yo  aconsejaría empezar saludando al Señor,  o como se dice ordinariamente, poniéndonos en presencia: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me soñó para una eternidad con Él, me ha dado la existencia, me da la vida esta mañana. Del Hijo que me amó hasta entregar su vida por mí, me quiso como amigo y sigue dándose en cada eucaristía, en cada Sagrario. Del Espíritu Santo que me santifica, me trae el amor y la gracia y la ayuda de mi Dios: Señor, ábreme los labios y el corazón y la inteligencia y todo mi ser, para que te alabe y bendiga y reciba la fuerza de mi Dios y toda mi vida sea Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. En el nombre del Padre que me da la vida: si existo es que el Padre me ama; del Hijo que vino y se quedó para siempre en la Eucaristía para llevarnos a la intimidad de los Tres; del Espíritu, que es la misma Vida y Amor Personal de los Tres comunicado a los hombres.... Por eso, proclamarás con total confianza y gozo al empezar este encuentro, aunque todavía muy a oscuras y sin vivencia sentida de amor: GLORIA AL PADRE, AL HIJO Y AL ESPÍRITU SANTO,  quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, para eso estoy aquí y empiezo este rato de amistad y oración.

 

3. 1. 2.- Luego orar dos o  tres oraciones fijas, para no dudar nunca en los comienzos, siempre igual, con ideas y sentimientos diferentes, los que el Señor te inspire; la primera oración fija puede ser a la Stma. Trinidad:  la invocación a la Santísima Trinidad de Sor Isabel de la Trinidad: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí..» u otra más breve, dejándote llevar por sus sentimientos y expresiones; una segunda oración fija puede ser una invocación al Espíritu Santo para que nos ayude en la oración y nos lleve de la mano: «Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles...», lo vas diciendo despacio, meditando sus conceptos, sus peticiones, porque no se trata de aprenderlo sino de orarlos. Mira a ver si te gusta esta oración al Espíritu Santo, rezada despacio y meditándola:

«Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, Alma de mi alma, Vida de mi vida, Amor de mi alma y de mi vida, yo te adoro.

Quémame, abrásame por dentro con tu Fuego transformante y conviérteme  por una nueva encarnación sacramental en humanidad supletoria de Cristo, para que Él renueve en mí y prolongue  todo su misterio de salvación: quisiera reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres,  como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales; haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Oh Espíritu Divino, Amor, Alma y Vida de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame, fúndeme en amor trinitario, para que sea amor Creador de vida en el Padre,  amor Salvador de vida por el Hijo y amor Santificador con el Espíritu Santo,  para alabanza de gloria de la Trinidad y salvación de los hombres, mis hermanos. Amén»

La tercera oración fija va dirigida a Jesucristo Eucaristía: con la letra de algún canto eucarístico u oración que te guste, o con  el «Adoro te devote, latens Deitas», «Jesu, dulcis memoria, dans vera cordis gaudia, sed super me et omnia, ejus dulcis praesencia», traducidos al español, porque son  preciosos: «Oh Jesús, mi dulce recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón, tu presencia es más dulce que la miel y todas las cosas. No se puede cantar nada más suave, ni oír nada más alegre, ni  pensar nada más dulce que Jesús, Hijo de Dios. Jesús, Tú eres la esperanza para los arrepentidos,  generoso para los que te suplican,  bueno para todos los que te buscan y qué decir para los que te encuentran. La lengua no sabe decir ni la letra puede escribir lo que es amar a Jesús, sólo puede saberlo el que lo experimente. Sé Tú, Jesús, nuestro gozo, nuestro último premio; haz que nuestra gloria esté siempre en Ti por todos los siglos».

También puedes rezar: «Sagrado banquete en que  Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura...», siempre despacio y meditando e interiorizando sus conceptos, contándole tu vida de ayer y lo que piensas hacer hoy, suplicando, pidiendo perdón y ayuda... Eucaristía  Divina, tu lo has dado todo por mí, también yo quiero darlo todo por ti, porque para mí tu lo eres todo, yo quiero que lo seas todo. Jesucristo, yo creo en Ti. Jesucristo, yo confío en Ti. Jesucristo, Tú eres el Hijo de Dios. O también: « ¡Eucaristía divina, cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día! Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, la Verdad y la Vida; Jesucristo Eucaristía, quiero comulgarte para tener tu misma Vida, tu mismo Amor, tus mismos sentimientos; y en tu Entrega Eucarística, quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo tu voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, por la potencia de Amor del Espíritu Santo».

 

 3. 1. 3.- Te repito que aunque lleve años y años haciendo oración, el tener un esquema propio y fijo de oración facilita mucho el comienzo de la misma... luego tú lo vas rellenando de tus propias ideas, sentimientos, peticiones, sanas distracciones, pero sabes siempre donde volver y retomar el diálogo con el Señor, para no dudar continuamente en los comienzos o al medio o al final, para saber cómo hay que comenzar siempre, porque, al principio, el simple estar en su presencia, el simple mirar o contemplar es difícil por muchos motivos y se necesitan ayudas para estar ocupados y no distraerse.

Puedes valerte de jaculatorias, versículos breves de las Horas, oraciones litúrgicas o hechas por otros que a ti te gusten o te digan algo. Finalmente y siempre, como cuarta invocación, oración o encuentro fijo: la invocación a la Virgen, nuestra madre y modelo en la fe y en la oración y en el amor y en todo, con antífonas preciosas según los tiempos litúrgicos, sobre todo en latín, que puedes traducir, o cantos o súplicas populares: «Oh Señora mía, oh madre mía, yo me ofrezco enteramente a ti, y en prueba...», o con alguna invocación personal: « ¡Hermosa nazarena! Virgen guapa, Madre del alma, cuánto me quieres, cuánto te quiero! Gracias por haberme dado a tu hijo, gracias por haberme llevado hasta Él; y gracias también por querer ser mi madre, mi madre y mi modelo; gracias», poniéndola como intercesora y modelo, suplicándole, confiando totalmente en ella como madre, contándole tus sufrimientos, tus alegrías, tus dudas.

3. 1. 4.- Es conveniente tener y empezar siempre con un esquema oracional elemental, como camino de diálogo y encuentro con Dios, que debes recorrer y orar  todos los días, al cual y en cada una de las partes, puedes y debes ir añadiendo todos los pensamientos y deseos que te  inspire el Señor, parándote en ellos, sin prisas, de tal modo que si se termina el tiempo de oración y no has cumplido todo el esquema ordinario, no pasa nada. Pero es necesario y es una ayuda para toda tu vida tener un esquema oracional para no estar indeciso o perderte en tu oración diaria. Porque ir a la oración todos los días a pecho descubierto, o como dicen algunos,  permanecer en quietud y simple mirada, eso supone mucho camino andado, mucha oración  y mucha purificación de sentido realizada. Y a mi parecer esto no es ordinario en los comienzos y tampoco es fácil. Si lo tienes ya, es un don de Dios, porque ya supone estar bastante poseído por el amor de Cristo.

 

3. 1. 5.- Importantísimo, esencial: a continuación  de todo esto que hemos dicho, tiene que hacerse  revisión de vida ante el Señor, fija y todos los días y para toda la vida, de tres o cuatro materias esenciales para tu vida cristiana y evangélica: soberbia, caridad fraterna, control de la ira, castidad.... para tu unión, santidad o encuentro con Cristo, para amar a Dios sobre todas las cosas, especialmente sobre el amor que nos tenemos a nosotros mismos, porque nos preferimos a Dios a cada paso. Y siempre que diga revisión de vida, estoy diciendo también petición de gracia, de luz, de fuerza para hacerla y vivirla, descubrir los peligros y las causas  principales de las caídas, el comportamiento con las personas...Donde hay pecado, aunque sea venial, no puede estar en plenitud el amor de Dios y el conocimiento de su amor: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: yo lo conozco, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso, y la verdad no está en él. Pero quien guarda su palabra, ciertamente el amor de Dios ha llegado en él a su plenitud. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él debe vivir como vivió Él” (1Jn 2, 3-6).

Todos los días y a todas horas y en toda oración, hay que revisarse de la soberbia, pecado original, causa y principio de todos los pecados, que es este amor que me tengo a mí mismo, me quiero más que a Dios y a todos los hombres, revisar sus manifestaciones diversas en amor propio, vanidad, ira...etc; después de la soberbia, la caridad, el amor fraterno en sus diversas manifestaciones: negativa: no criticar, no hacer daño de palabra ni de obra, no despreciar a nadie; positiva: pensar bien de todos, hablar bien y hacer el bien a todos, reaccionar perdonando ante las ofensas (amando es santidad consumada) generosidad...etc.

No olvidar jamás que el amor a Dios pasa por el amor a los hermanos, porque así lo ha querido Él:“Y nosotros tenemos de Él este precepto: que quien ama a Dios ame también a su hermano” (1Jn 4, 2). Por favor, no olvides esto y todos los días examínate dos o tres veces de este capítulo. En esto Cristo es muy sensible y exigente. Lo tenemos mandado por el Padre y por Él mismo: “Amarás al Señor... y al prójimo como a tí mismo”, “este es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”. Olvidar estos mandamientos del Señor es matar la oración incipiente, no avanzar o dejarla para siempre. S. Juan, el apóstol místico, por penetrar y conocer a Dios por el amor, por el conocimiento de amor, nos lo dice muy claro: “Carísimos, amémonos unos a otros porque la caridad procede de Dios, y todo el que ama es nacido de Dios y a Dios conoce. El que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... A Dios nunca le vio nadie; si nosotros nos amamos mutuamente, Dios permanece en nosotros y su amor es en nosotros perfecto” ( 1 Jn 4, 7-8; 12).

Repito una vez más y todas las que sean necesarias: para vivir la caridad hay que matar el amor propio, el amor desordenado a uno mismo. Y esto es una cruz que hay que tomar al coger el camino de la oración, que es  camino de amor a Dios y a los hermanos. Luego hay que revisar ese defecto más personal, que todos tenemos y que, por estar tan identificados con él, no es fácil descubrirlo, porque siempre hay excusas fáciles, -es que soy así- pero hacemos daño con él a los hermanos. Es fácil descubrirlo, cuando personas que te quieren, coincidan en decirte y en insistir en alguno concreto, por allí va la cosa...

Esta oración-revisión-conversión tiene que durar ya  toda la vida, porque santidad es igual a conversión permanente. Si uno quiere «amar y servir», hacer de la propia vida una ofrenda agradable a Dios y esto es el cristianismo, si uno quiere mantener  activo ese amor y no pasivo y de puro nombre, hay que orar todos los días para convertirse del amor a uno mismo y a las criaturas al amor de Dios. O amamos a Dios o a nosotros mismos, a las criaturas. Si quiero orar es porque quiero amar a Dios sobre todas las cosas. Si vivo en pecado, ni el amor ni el conocimiento verdadero de Dios puede estar en mí, como lo dice muy claro San Juan: “Y todo el que tiene en Él esta  esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la ley, porque el pecado es trasgresión de la ley. ... Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1 Jn 3, 3-6).

Cuando uno no quiere convertirse o amar a Dios, o se cansa de hacerlo, entonces ya no necesita ni de la oración ni de la eucaristía ni de la gracia ni de Cristo ni de Dios. El amor a Dios negativamente consiste en no ofenderle, no pecar: “Pues éste es el amor de Dios, que guardemos sus preceptos. Sus preceptos no son pecado” (1Jn 5, 3).  Para mí que esta es la causa principal por lo que se deja este camino de la oración y de la santidad. Por eso, muchos no hacen oración o les aburre o les cansa y terminan dejándola. La oración hay que concebirla como un deber, como trabajo, absolutamente necesario para llegar a amar a Dios, que hay que hacer, te guste o no te guste, haga calor o frío, estés inspirado o aburrido, como tienes que trabajar en tu profesión o comer o estudiar, porque si no lo haces, te mueres o te suspenden. No valen las excusas de ningún tipo para no hacerla. Si no lo haces,  por la causa que sea, te mueres espiritualmente. Por eso te ayudará  tener un esquema fijo, una hora fija, si es posible, siempre a la misma hora, porque, si la dejas para cuando tengas tiempo, no lo tendrás nunca.

 

3. 1. 6.- Después de esta revisión, un capítulo que no puede faltar todos los días es la oración de intercesión, las peticiones, acordarse de las necesidades de los hermanos, de los problemas de la Iglesia, la santidad, la falta de vocaciones, tu parroquia, tu familia, amigos... Todo esto hay que hacerlo despacio, y pensando y meditando todo lo que se te ocurra, hablándole al Señor de tus problemas, de tu vida, pidiendo luz y gracia sobre lo que tienes que hacer, sin desanimarte jamás, y si un día estás inspirado, te paras y te quedas con cualquier oración o revisión todo el tiempo que quieras....eso es oración, eso es trato de amistad con el Señor, por lo menos, una forma, aunque te parezca que no haces nada o que estás perdiendo el tiempo.

 

3. 1. 7.- Ya hemos terminado las oraciones introductorias, la revisión de vida, el pedir luz, fuerzas, gracias del Señor para nosotros y los demás, y  ahora, ¿qué?  Pues ahora lo que más te ayude a encontrarte con Cristo, a dialogar más con El Y para esto, como te decía antes, EL EVANGELIO, las palabras y hechos salvadores de Jesús es el mejor camino; también los buenos libros, los salmos...,  libertad absoluta, no se le pueden imponer caminos al amor, a los que quieren amar, a los que aman. Haz lo que te pida el corazón. “María guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2, 19).

Amando, metiéndolo todo en su corazón fue como nuestra Madre fue comprendiendo lo que acontecía en torno a Jesús y a ella y que racionalmente la desbordaba. Pero amando uno se identifica con el objeto amado. No olvides lo que te he repetido y repetiré más veces en este libro: la oración es querer amar a Dios, no digo amar sino querer amar, que eso es ya amor,  porque, al principio, el alma está muy flaca y no tiene fuerzas ni sabe amar a Dios, solo sabe amarse a sí misma, y si sólo intentamos tocarlo con el entendimiento, no llegamos de verdad hasta Él: «Y porque la pasión receptiva del entendimiento solo puede recibir la inteligencia desnuda y pasivamente, y esto no puede sin estar purgado, antes que lo esté, siente el alma menos veces el toque de la inteligencia que el de la pasión de amor » (N  II,13,3). Aunque San Juan de la Cruz se refiere a una oración elevada, vale para los grados inferiores también. Por eso, siempre hay que caminar hacia el amor, es lo mas importante, lo definitivo.

«De donde es de notar que, en tanto que el alma no llega a este estado de unión de amor, le conviene ejercitar el amor así en la vida activa como en la contemplativa......porque es más precioso delante de él y de el alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas» (C B 28,2).  (Ojo! Que no lo digo yo,  lo dice San Juan de la Cruz, para mí el que más sabe o uno de los que más saben de estas cosas de oración y del amor a Dios y a los hermanos y  vida cristiana y  evolución de la gracia.

 

3. 1. 8.- La oración conviene hacerla siempre a la misma hora, hora fija de la mañana o tarde, cuando te venga mejor, pero hora fija, como te he dicho, porque si lo dejas para cuando tengas tiempo, nunca lo tendrás;  hay que hacerla todos los días,  haga frío o calor, esté uno seco o fervoroso, esté en pecado o en gracia, tengas tiempo o no, porque para Dios siempre hay que tenerlo, porque Él siempre lo ha tenido y lo tiene para nosotros. Él debe ser  lo primero y lo absoluto de nuestra vida y esto lo hacemos realidad todos los días dedicándole este tiempo de oración, que es amarle sobre todas las cosas.

Y esto que te he dicho, hay que hacerlo siempre, aunque uno llegue a la suprema unión con Dios, hasta el éxtasis, porque nunca hay que fiarse del propio yo, que se busca siempre a sí mismo, se tiene un cariño inmenso, por lo cual hay que tener mucho cuidado y vigilarlo todos los días. La hora y el tiempo de oración, que sean fijos y determinados: un cuarto de hora, luego veinte minutos, luego veinticinco, media hora... pero sin volver atrás, aunque te cueste o te aburras, todo es amor, todo es  cuestión de querer amar y si quieres amar, ya estás amando, ya estás haciendo oración, aunque tengas distracciones, aburrimiento...ya pasarán, porque Dios te ama más.

Si eres fiel a este rato de diálogo y oración con el Señor, pronto llegarás a cierto nivel o estar con Él, donde todo te será más fácil, en que te sentirás bien. Y si sigues avanzando, luego incluso no necesitarás de libros ni de ayudas para encontrarte con Él, ya no necesitarás leer el evangelio o libro alguno, porque el diálogo te saldrá espontáneo y largo y afectuoso y ya no se acaba nunca, se ha pasado de la oración discursiva a la afectiva y luego de ésta pasará, mejor, el Espíritu de Dios te llevará hasta la oración  contemplativa. En esta oración, el Verbo de Dios llenará de luz y salvación y ternura tu corazón y tu alma y todas tus facultades, porque ha empezado a comunicarse personalmente por su presencia y vivencia más íntimas y no eres tú el que tienes que pensarlo o descubrirlo sino que Él ya se te da y ofrece sin necesitar la ayuda de tus raciocinios o afectos para andar este camino. Y empiezan las ansias de verle, amarle, poseerle más y mas...  «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor ya no se cura, sino con la presencia y la figura» (C.11).

Desde esta vivencia, cada día más profunda, irás descubriendo que tú eres Sagrario, que tú estás habitado, que  los Tres te aman y viven su misma vida trinitaria dentro de tí y te hacen partícipe por gracia de su misma vida de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es Volcán de Espíritu Santo eternamente echando fuego y renovándose en un ser eterno de ser en sí y por sí mismo beso y abrazo entre los Tres, sin mengua ni  cansancio alguno, porque tu has empezado a ser, mejor dicho, siempre lo has sido, pero ahora Dios quiere que seas consciente de su Presencia en tu alma, Sagrario de Dios, templo de la misma Trinidad, dándote experiencia de Sí mismo y  metiéndote en el círculo del amor trinitario, en cuanto es posible en esta vida.

Y en este momento, por su presencia de amor, tú eres el templo nuevo de la nueva alianza, la nueva casa de oración habitada por la Stma. Trinidad, porque el Verbo, por el pan de eucaristía, te habita, y la Presencia Eucarística te ha llevado a la Comunión Trinitaria por una comunión eucarística continuada y permanente de amor en los Tres y por los Tres;  tú ya eres Trinidad por participación, en cuanto es posible y esto te desborda, te extasía, te saca de ti mismo, de tus moldes y capacidades de entender y amar y gozar y esto me parece que se llama éxtasis.. Y entonces ya... «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme, dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado» (C. 8). 

Porque a estas alturas, la contemplación de  Dios te impide meditar, porque es mucho lo que Él quiere decirte y tú tienes que escuchar del Verbo de Dios, aprender de la Palabra eterna llena de Amor, con la que el Padre se dice eternamente a Sí Mismo en canción y silabeo gustoso y eterno de Amor de Espíritu Santo en el Hijo que ahora la canta para tí; ahora que ya estás  preparado, después de largos años de purificación y adecuación de las facultades sensitivas, intelectivas y volitivas, que te han dispuesto para la intimidad divina, sin imperfecciones o impurezas o limitaciones, ahora la oración es presencia permanente de diálogo y presencia de Dios. «Bien sé que tres en sola una agua viva- residen, y una de otra se deriva,- aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida- en este vivo pan por darnos vida,- aunque es de noche» (La fonte 10 y 11) .

Él te hablará sin palabras  y tú le responderás sin mover los labios: simplemente te sentirás habitado, amado, sentirás su Verdad hecha Fuego de Amor en tu corazón, en fe luminosa, en Anoticia amorosa@, sentirás que Dios te ama  y tú, al sentirte amado por el Infinito, repito, no solo creerlo, sino sentirlo, vivirlo, experimentarlo, pero  de verdad, no por pura  imaginación o ilusión,  ya no tengo que decirte nada, porque lo demás ya no existe; ¿qué tiene que ver todo lo presente con lo que nos espera y que ya ha empezado a hacerse presente en tí? Ante este descubrimiento, lleno de luz y de gozo y de plenitud divina, lo presente ya no existe y ha empezado la eternidad,  te habrás descubierto también en Dios eternamente pronunciado en su Palabra y escrito en su corazón por el fuego de su mismo Espíritu de Amor Personal.

        «Entréme dónde no supe- y quedéme no sabiendo, - toda ciencia trascendiendo.  Yo no supe donde entraba,- pero, cuando allí me vi,- sin saber dónde me estaba,- grandes cosas entendí;- no diré lo que sentí,- que me quedé no sabiendo,- toda ciencia trascendiendo. Y si lo queréis oir, - consiste esta summa sciencia- en un subido sentir- de la divinal Esencia;- es obra de su clemencia- hacer quedar no entendiendo,- toda ciencia trascendiendo» (Entréme donde no supe,1 y 10).

Te sentirás palabra del Padre en la Palabra, dicha con Amor Personal del Padre, que es Espíritu Santo.  Descubrirás que si existes, es que Dios te ama, y  te ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca, y  ha pensado en ti para una eternidad de gozo; por eso tu vida es más que está vida, más que este tiempo, tu vida es un misterio que solo se explica y se puede vivir desde Dios. En este grado de oración, el cielo está ya dentro de ti,  porque el cielo es Dios y Dios está dentro de tí; Él te llena y te habita, siempre estaba por la gracia, pero ahora lo sientes, te sientes habitado por los Tres, por la  Santísima Trinidad:  “ Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”. “No sabéis que sois templos de Dios y el Espíritu Santo habita en vosotros?». No son poesías, es el evangelio en esas partes que no conocemos porque no las vivimos o que no se comprenden hasta que no se viven.  Aquí no valen títulos ni teologías ni doctorados ni técnicas de ningún tipo..., es terreno sagrado, hay que descalzarse, porque Dios no revela  su intimidad a cualquiera sino a sus amigos, como a Moisés.

Anímate a hacer tu oración todos los días, si es posible ante el Sagrario, no es por nada, es que allí Él lleva dos mil años esperándote. Y aunque está en más sitios, aquí está más singularmente presente, esperándote. Además, al hacerlo ante el Sagrario, estás demostrando que crees no sólo esa parte del evangelio que está meditando sino todo el evangelio que tienes presente en Cristo Eucaristía, demuestras simplemente con tu presencia que tienes presente y crees todo el misterio de Dios,  todo lo que Cristo ha dicho y ha hecho, porque está presente Él mismo, todo entero, todo su evangelio, todos sus misterios, en Jesucristo Eucaristía. «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro» (Ll.1).

Qué bien reflejan estos versos de S. Juan de la Cruz el deseo de muchas almas, -- yo las tengo en mi parroquia--, almas que desean el encuentro transformante con Cristo. Al contemplar esta unión que Dios tiene preparada para todos, exclama: «¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡ Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tan gran luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos! (C 39, 7).

¿Podría extenderse esta queja del santo Doctor hasta nosotros, cristianos injertados en Cristo, sacerdotes, religiosos y obispos de la Iglesia de Dios? ¿Tendría sentido esta queja del doctor místico entre los que han sido elegidos para conducir al pueblo santo de Dios? ¿Deben ser  hombres de oración  los guías y montañeros de la escalada de la santidad y de la vida cristiana? ¿Vivimos en oración y conversión permanente?

Estas preguntas, por favor, no son una acusación, son unos interrogantes para que tendamos siempre hacia las cumbres maravillosas para las cuales Dios nos ha creado.      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CUARTA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

EL DOCTORADO EN ORACIÓN EUCARÍSTICA ES LA VIDA APOSTÓLICA: DESDE LA ORACIÓN A LA MISIÓN

 

A) La Eucaristía, como sacrificio, es presencialización del misterio salvador del Padre, realizado y presencializado por el Hijo, Jesucristo, en su mismo Espíritu de amor de Espíritu Santo, con sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales de adoración  al Padre y salvación de los hombres, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

 

B) La Eucaristía, como comunión, es comer a Cristo para vivir su vida, es alimento  y ayuda permanente del Señor, que nos fortalece y comunica su envío al mundo por el Padre, en comunión de sentimientos, de vida y misión con Él: “quien me come vivirá por mí”.

 

C) La Eucaristía, como Sagrario, es amistad ofrecida y presencia  permanentes de Cristo que nos reúne“para estar con el y enviarnos a predicar”; “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 

4. 1. La Eucaristía, la mejor escuela de oración y santidad, se convierte en la  mejor escuela de apostolado

 

«Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34). Hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, una persona que ha trabajado hasta la muerte por los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor».[10]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad y es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo, “ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso. En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne, comes mis actitudes y sentimientos y  debes vivir en mí y   por mí y así debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias. Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consagratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15).

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre.... Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad:“Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad.”. Cristo se queda en el Sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora. Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan.           

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor. Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor. Es el exceso de luz divina, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, adecuar las facultades, que diría San  Juan de la Cruz.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene y encierra para sí y para nosotros. Como dice San Juan de la Cruz, primero hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y sus ansias apostólicas, desde el Padre que le sigue enviando continuamente por amor y ternura eterna hacia el hombre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.. Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él, es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» ( N II 3).

Aunque San Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico: «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (IIN 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto, y le ilumina a la vez con el fuego del amor para lanzarle a la acción. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo: Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: « ¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia...que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar. Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[11]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo». Para comprender y saber de Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el Sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad. Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, se hizo Pentecostés. Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús: “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica, a todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes, consagrados con la fuerza del Espíritu Santo, Llama viva del Amor Trinitario.  

4. 2. La vivencia de Cristo Eucaristía, llama ardiente de caridad apostólica

 

 La verdad completa es la que baja de la mente al corazón y se hace vivencia. Y así fue en Pentecostés. Entonces sí que se acabó el miedo para  los apóstoles y se quitaron los cerrojos y se  abrieron las puertas y predicaron convencidos de Cristo y del Padre y del Espíritu Santo, a quienes entonces conocieron en  “verdad completa”, verdad hecha fuego y amor. Conocieron el evangelio y amaron a Cristo más profunda y vitalmente que en todas las correrías apostólicas anteriores y milagros y la misma  predicación exterior de Cristo; ahora ya estaban dispuestos a morir por Él, estaban convencidos, sentían su presencia y su fuerza porque Cristo les habló con su fuego de amor y los quemó y los abrasó con el fuego de Pentecostés. No olvidemos nunca que estas realidades sobrenaturales no se comprenden hasta que no se viven. A palo seco o conocimiento puramente teórico, incluso teológico, es como si uno creyera, como si fuera verdad, pero no es verdad completa, amada y vivida.

Pablo no vio ni conoció visiblemente al Cristo histórico, pero lo sintió muy dentro por la  experiencia mística, que da más certeza, amor y vivencia que cien apariciones externas del Señor. Y llegó a un amor y entrega, que otros apóstoles no llegaron, aunque le habían visto y escuchado y tocado físicamente. Cuando Dios baja así y toca las almas, vienen las ansias apostólicas, los deseos de conquistar el mundo para la Salvación, ganas hasta de morir por Cristo y su evangelio, como les pasó a los Apóstoles,  lo cual contrasta con tanto miedo a veces de predicar el evangelio completo, sin mutilaciones, más pendiente el profeta palaciego de agradar a los hombres que a Dios, más pendiente de no sufrir por el evangelio que de predicar la verdad completa, sobre todo a los poderosos, a los que muchas veces nos dirigimos con profetismos oficiales, que no les echa en cara su pecado ni sus errores. Cuántas mutilaciones de la verdad y del mensaje evangélico en los diálogos y en la predicación a gente poderosa en la esfera religiosa, económica o política.

También hoy tenemos profetas verdaderos, obispos, sacerdotes y seglares, que hablan claro de Dios y del evangelio, profetas que nos entusiasman, que viven pendientes y celosos de la gloria de Dios y salvación de los hermanos por la fuerza de la oración y del  sacrificio y comunión eucarísticas, verdaderos pastores de almas, siempre obedientes a la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, sin que se les trabe la lengua.

El profeta verdadero de Dios sabe que siempre que predique las exigencias evangélicas, que condenan a los poderosos y molestan a la masa poco exigente, sufrirá la incomprensión y hasta la muerte de su fama, estima y carrera, porque resulta  «poco prudente» para los instalados de arriba y de abajo. Pero tiene que hacerlo porque no puede traicionar al mensaje ni al que le envía; el amor a Dios y a los hermanos ha de estar sobre todas las cosas: “Si a mí me han perseguido, a vosotros también...” “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”.

 Y así terminó el Profeta a quien tenemos que imitar. Y  así se salvó y nos salvó. Y así hay que salvar las almas. Así las han salvado siempre los santos, los que pisaron las mismas huellas de Profeta y Sacerdote y Víctima de la misión confiada por el Padre.  Hablando así, siendo profeta verdadero, es posible que no se llegue al poder y a los puestos elevados, porque esto no agrada ni a la misma Iglesia so pretexto de prudencia- prudencia de la carne-, pero Dios es su paga en gozo, juntamente con los salvados por su profetismo verdadero.

       Si lo profetas callan, los lobos actuales: muchos políticos sin sentido del hombre y de trascendencia, el materialismo de  los medios de comunicación, de tanto cantamañanas de la tele y de los tertulianos bufones de las radios irán destruyendo la identidad cristiana, la fe en Dios y en su Hijo, único Salvador del mundo. Al mundo no le salvan los políticos ni los técnicos ni los pseudocientíficos, solo hay una Salvador, es Jesucristo. Él es el único Salvador del mundo.

 Si los profetas callan, los fieles se quedarán  sin defensa, sin ayuda y orientación,  abandonados en las fauces de estos lobos devoradores de toda bondad y  verdad  cristianas sobre el hombre, la familia, la vida; si los profetas callan, entonces los címbalos sonantes de los medios, huecos y vacíos,  se convertirán en los maestros y sacerdotes de la vida, de la moral y de la familia y no recibirán  la respuesta respetuosa y debida desde la fe y la moral y el mensaje y la sociología cristianas. El problema de la fe se ha convertido en problema moral ahora en España, no hay moral, se mata a los niños y ya todo está aceptado. De esta forma nos destruimos en todos los sentidos: humano, moral y religioso. Por culpa de tanto silencio profético, muchas ovejas, multitudes de bautizados están desorientadas y van muriendo poco a poco para la fe y para la vida de una Iglesia ridiculizada y un evangelio directamente perseguido desde estos modernos púlpitos tan poderosos.

Hay que estar más pendientes y hablar más claro a las multinacionales de la pornografía y del consumismo, a los materialistas del ateísmo práctico, de una vida sin Dios, que son los que quieren gobernar hoy y regular toda la vida de los hombres  con leyes de vida, de educación y de ética  contrarios al evangelio... que fabrican niños, jóvenes y adultos que les puedan votar según sus ideologías y les puedan comprar sus productos inmorales y consumistas fabricados por los poderosos del dinero y,  en definitiva, manipulan todo para que todos  piensen, vivan y se diviertan y se casen y practiquen el aborto y la eutanasia como ellos quieren para su fines egoístas.

Aquel niño de hace quince o veinte años es el hombre de hoy, el cristiano del divorcio y del adulterio y del aborto, del amor   libre, de las parejas de homosexuales o de hecho, de niños por encargo de laboratorio, el de los bautizos y primeras comuniones y bodas actuales sin fe en Jesucristo... Hubo muchos silencios y cobardías por parte de la Iglesia, en orientación ética y moral humana, que no era meterse en política, sino orientar sobre las consecuencias previstas de unos votos, que iban a emplearse contra la Iglesia, contra Cristo y su evangelio, contra la moral y la vida... y así muchos católicos votaron a personas que emplearon esos votos en blasfemar contra Cristo, en perseguir su religión, su evangelio, su salvación, en negar o impedir la enseñanza religiosa... Ahora ya sabemos a donde llevaron esos votos y opciones políticas de una mayoría católica. No se puede decir sí y  no a Cristo a la vez, no se puede estar con Cristo y contra Cristo a la vez,  no podemos ayudar a los que nuevamente lo han crucificado y se mofan de Él, a los que han machacado los principios morales  reguladores de la familia, del concepto del hombre y de la vida, esenciales para la fe y la vivencia del cristianismo.

Todos tenemos que hablar más claro, los seglares, los sacerdotes y  los obispos,  sin tantos documentos puramente oficiales, a veces  tan impersonales, ambiguos e insulsos que no se entienden y aburren, mientras los lobos van destrozando el rebaño de Cristo,  y las ovejas no han tenido quien las defendiera clara y abiertamente. Pero no duele Dios, no duele Cristo, no duelen las eternidades de los hermanos, no duele el proyecto del Padre, la entrega del Hijo, el Amor-gloria de nuestro Dios; duele más  no salir zarandeado en la televisión o en la prensa,  duele más  mi puesto, mi falsa prudencia, mi fama que quedaría destrozada por los lobos de turno, que dominan la tele, los medios, la prensa. Qué testimonios tan maravillosos de obispos y sacerdotes tuvimos también en aquellos comienzos de la democracia Pero fueron pocos, muy pocos. Estos sí que hablaron claro y se les entendía perfectamente lo que decían y querían expresar. Pero tristemente la mayoría fueron «prudentes» y esto ha hecho mucho daño en España.

Repito: No nos salva la técnica, ni los medios de comunicación,  ni tanto cantamañanas de la tele, ni el consumismo, ni los políticos, dueños hoy absolutos de la verdad sobre el hombre, la vida, la familia, que tanto daño han hecho con sus leyes y siguen haciendo, sólo hay un Salvador, es Jesucristo. Y esto hay que creerlo muy de verdad, mejor, hay que vivirlo para predicarlo. Nos hacen falta almas de oración profunda y unión verdadera con el Señor.

Y nada de extremismos de ningún tipo ni de gestos llamativos, simplemente hay que predicar el evangelio, a Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Y por favor, no llamar prudencia a la cobardía de la carne. Y hacerlo siempre con entrañas de misericordia, de perdón, de acogida, la misma que Dios emplea con nosotros, en toda la historia de la Salvación, personal y comunitaria. Para eso, hoy y siempre hay que estar dispuestos a dar la vida, hay que estar muy convencidos para predicarlo, hay que llegar a ciertos niveles de intimidad y vivencia de oración y vida espiritual,  como lo estuvieron desde Abrahán y Moisés hasta los últimos perseguidos, torturados y mártires. Todos ellos han vivido y profesado los sentimientos de San Pablo, que llegó a vivir y decir convencido: “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi, y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí”. Para mí la vida es Cristo y una ganancia el morir”.

San Juan de la Cruz, recogiendo sus propias vivencias y la de otros muchos, que se confiaron a él,  lo expresó repetidas veces. Para él vale la pena morir al propio yo, lleno de cobardías e imperfecciones y que busca su comodidad y el no sufrir, aunque  lo exijan Cristo y su evangelio,  vale la pena pasar por la noche de la purificación y del dolor de todo lo que no es Dios en nosotros, como lo expresa al Santo en la misma nota que pone en su libro de la Noche: « (Nota: «Noche oscura: Canciones de el alma que se goza de haber llegado al alto estado de la perfección, que es la unión con Dios, por el camino de la negación espiritual. Del mesmo autor)» (IN 5). 

El apóstol identificado con JESÚS-CRISTO-VERBO atrae toda la ternura del Padre, que lo pronuncia y lo llama hijo en el Hijo, y lo recrea y se embelesa contemplándolo en su esencia-imagen, que es su Verbo- Palabra de canción eterna  silabeada y cantada con amor esencial y personal de Espíritu Santo, y lo pronuncia y lo envía eternamente presente en su Verbo eterno y  ha entrado así en el seno íntimo del Ser por sí mismo del infinito ser y amor trinitario participado.

Y por la humanidad  prestada e identificada totalmente con el Verbo-Cristo-Jesús es también “o Kyrios”  Señor, sentado a la derecha del Padre, dispuesto con entrañas de ternura y misericordia a juzgar a los que fue enviado... Quien condenará entonces?.¿ será el Padre que nos envió al que más quería?)será el Hijo que murió por amor extremo? ¿será el Cristo resucitado, eucaristía perfecta hasta la locura, hasta los extremos de la entrega total ?  ¡ Oh la gloria del apóstol en el Apóstol por su eucaristía divina, Verbo Eternamente enviado y encarnado y pronunciado con amor de Espíritu Santo en un trozo de pan...! «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús»».

          Hoy, como siempre, para ser testigo del Viviente, la Iglesia   necesita la experiencia, la vivencia del Dios vivo. Siempre la ha necesitado, pero hoy más que otras veces, por el secularismo y materialismo reinante, que destruye a Dios y la fe en El. Falta experiencia del Padre creador y origen del proyecto de amor sobre el hombre; del Cristo salvador y obediente, amante hasta el extremo de dar la vida; del Espíritu  santificador que habita y dirige las almas. Falta sentir con Cristo y debiera ser la cosa más natural, porque todos hemos sido injertados en El por el santo bautismo y llamados por tanto a esta vivencia de amistad y sentimientos con El. Y cuanto más arriba está uno en la iglesia, más necesaria es esta experiencia, porque si los montañeros que deben dirigir la escalada de la liberación de los pecados, de la vida cristiana, de la unión con Dios, de la oración, del entusiasmo por Cristo y su reino de vida humana y divina, no tienen experiencia del camino ni conocen las etapas y rutas principales del monte del amor divino, por no haberlo recorrido personalmente,  mal pueden dirigir a otros en su marcha hasta la cima, aunque lo tengan por encargo y misión. Hacia aquí debe dirigirse principalmente la formación permanente de los pastores, hacia la dimensión espiritual.

Grave sería que esto fallase en la  misma formación de los candidatos, por falta de profesores o formadores aptos, porque entonces no tendríamos esa  formación  ni siquiera teóricamente, quiero decir,  los conocimientos teóricos de oración, santidad, unión con Dios... absolutamente necesarios para recorrer este camino del envío apostólico. Y más grave  todavía, si fallan los responsables de dirigir a los mismos pastores. Me refiero a los señores  Obispos o responsables diocesanos, porque al no vivir  «estas cosas», no se ocupan ni preocupan de ellas, y envían sin provisiones de lo esencial y vital para un camino tan importante: sembrar, cultivar y recolectar eternidades, no vidas de solo cien o doscientos años, sino que han de vivir o morir eternamente; sin haberlo preparado ascéticamente les envían a un camino tan exigente: prestar a Cristo la propia humanidad; y consiguientemente tan duro, sobre todo al principio, porque ponen tareas divinas, transcendentes y eternas en hombros o vasijas de barro,  y para un camino tan largo, porque es para toda la vida.

Necesitamos maestros de oración y vida espiritual, de unión con Cristo, fundamento de todo envío y vida apostólica. Necesitamos más entusiasmo, más vida, más gozo, más experiencia de Dios en sacerdotes y obispos.

Cristo, la Iglesia que Él instituyó y quiere,  no necesita tanto de programadores pastorales ni de organigramas ni de técnicas, sino de personas que tengan su espíritu, que le amen y se hayan encontrado con Él, como Pablo, Juan, todos los Apóstoles verdaderos que a través de los siglos existieron y seguirán existiendo. Así  lo exigió  y lo predicó en su vida y  evangelio:“sin mí no podéis hacer nada... yo soy la vid, vosotros los sarmientos...el sarmiento no puede dar fruto si no está unido a la vid”.

Jesús repitió a los Apóstoles que era necesario que Él se marchase al cielo, para enviarles el Espíritu Santo, que les había de llevar hasta la verdad completa. Verdad completa es la que no se queda solo en la inteligencia sino que llega al corazón y lo quema como les pasó a ellos, que, al sentir a Cristo hecho llama y fuego el día de Pentecostés, quitaron los cerrojos y abrieron las puertas y predicaron claro y sin miedo, cosa que no hicieron incluso cuando le habían visto resucitado. Ahora lo ven no desde fuera sino desde dentro, desde la vivencia.  

Necesitamos testigos del Viviente, que  habiendo experimentado en sí mismo la liberación de sus pecados y el gozo de su encuentro, puedan luego decirnos que Cristo existe y es verdad, que el evangelio es verdad, que la vida eterna es verdad, porque la han experimentado...y luego puedan comunicarlo  por contagio, con una vida silenciosa, callada y sin grandes manifestaciones llamativas. Vidas sencillas de tantos sacerdotes olvidados, dando su vida por Cristo, en los pueblos de nuestra diócesis y de toda la Iglesia.  Porque todo lo que es amor a Cristo y a su Iglesia, se comunica principalmente por contagio, como el fuego, con palabras y hechos contagiados de amor quemante. Y hay que contagiar mucho y quemar más de Cristo a este mundo y no quedarnos principalmente en estructuras, medios y reformas puramente externas, que si luego no van llenas de amor a Dios, no son capaces de cambiar el corazón de los hombres.

Son muchos en la Iglesia los que opinan así. Hoy que se habla tanto del compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres, la Madre Teresa de Calcuta, que ha tocado la pobreza como pocos, que ha curado muchas heridas, que ha recogido a los niños y moribundos de las calles para que mueran con dignidad, esta nueva santa nos habla de la oración para poder realizar estos compromisos cristianamente: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración.. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo con su amor»  «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: «Cuando oréis, decid: Padre nuestro...No les enseñó ningún método ni técnica particular. Sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración os escucharán.... La necesidad que tenemos de oración es tan grande porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí»[12].  

Quiero ahora citar a otro autor moderno: «En el campo eclesial hay actualmente un exceso de palabras, como lo hay de actividades que no son siempre el fruto madurado al calor de la contemplación, el desbordar de una experiencia mística. Podrá una Iglesia así ofrecer el marco adecuado para que los hombres de hoy puedan tener la experiencia de Dios? Me temo que no. Y me duele tener que hacer esta constatación, porque el mundo de hoy está enfermo de ruidos y necesita urgentemente una cura de silencio, de sosiego, de retorno a los umbrales del ser. ¿Y quién mejor que la Esposa del Verbo Encarnado para enseñar a la humanidad actual los caminos de la recuperación del yo profundo?Cualquiera que conozca, siquiera mínimamente, la orientación actual de la Iglesia, podrá  convenir conmigo en que sobra  tecnicismo pastoral, discurso homilético y catequético y falta el fuego de la palabra (lenguas de fuego de Pentecostés) que irradia y abrasa por donde se mueve. Palabra que sólo puede ser la de una experiencia compartida. Palabra que se amasa y cuece en el largo silencio de la contemplación.

El silencio es garantía de eficacia evangelizadora. El siglo venidero pedirá cuentas a unas iglesias que no acertaron a dar la primacía pastoral al cultivo del silencio interior, preámbulo y requisito de todo encuentro vivo con el Señor. Antes y más que los imperativos de un dogma, una moral, un culto, una disciplina, una acción social, debe hoy la iglesia educar en la vida interior, en el camino orante en el seguimiento del carisma contemplativo de Jesús de Nazaret... como la auténtica obediencia ( estar a la escucha) de la fe, para llegar así a ser instrumento válido del reino.Nunca han faltado en la Iglesia, - ni faltan hoy las voces que, proféticamente (es decir, en nombre del Dios vivo) invitan a todos los creyentes a perderse el la aventura del silencio del corazón. Si, según la expresión de D. Bonhoeffer, «la palabra no llega al que alborota, sino al que calla», tenemos que ayudar con todos los medios a nuestro alcance al hombre de hoy (que alborota demasiado) a que aprenda a callar, a escuchar en profundidad, a fin de que pueda ser alcanzado por la Palabra, que quiere engendrar en él vida divina... Juan de Yepes introduciría en sus Dichos de Luz y Amor, 98: «Una palabra pronunció el Padre y fue su Hijo; esa Palabra habla siempre en el eterno silencio y en silencio tiene  que ser escuchada por el alma»[13].

 

************************************

En este punto,  añado unas notas de San Juan de Ávila, escritas con motivo de los Concilios de su tiempo, notas muy interesantes y siempre actuales para la Iglesia Universal y Particular, en las que todo el afán o el principal es a veces reuniones y más reuniones, asambleas, sínodos para  programaciones de apostolado y poco  sobre la espiritualidad de esa misma evangelización, o muy poco  en la reforma y santidad de vida de los seminarios y evangelizadores, que nunca se logrará por decretos como San Juan de Ávila  afirma en este  memorial primero al Concilio de Trento (1551).

 

«El camino usado de muchos para reformación de costumbres caídas suele ser hacer buenas leyes y mandar que se guarden so graves penas, lo cual hecho tienen por bien proveído el negocio. Mas  como no hay fundamento de virtud en los súbditos para cumplir estas buenas leyes, y por esto les son cargosas, han por fuerza de buscar malicias para contraminarlas, y disimuladamente huir de ellas o advertidamente quebrantarlas. Y como el castigar sea cosa molesta al que castiga y al castigado, tiene el negocio mal fin, y suele parar en lo que ahora está: que es mucha maldad con muchas y muy buenas leyes».

«Saquemos, pues, por estas experiencias en iglesias particulares lo que de estos mandamientos puede resultar en toda la Iglesia, pues que por una gota de agua se conoce el sabor de toda el agua de la mar. Y entenderemos, por lo que vemos, que aprovecha poco mandar bien si no hay virtud para ejecutar lo mandado y que todas las buenas leyes no aprovecharán más que decir el maestro a los niños: sed buenos, y dejarlos. Y esto torno a afirmar que todas las buenas leyes posibles a hacerse no serán bastantes para el remedio del hombre, pues que la de Dios no lo fue. (Gracias a Aquel que vino a trabajar para dar fuerza y ayuda para que la Ley se guardase, ganándonos con su muerte el Espíritu de la Vida, con el cual es el hombre hecho amador de la Ley y le es cosa suave cumplirla!

Si quiere, pues, el sacro Concilio que se cumplan sus buenas leyes y las pasadas, tome trabajo, aunque sea grande, para hacer que los eclesiásticos sean tales, que more en ellos la gracia de la virtud de Jesucristo, lo cual alcanzado, fácilmente cumplirán lo mandado, y aun harán más por amor que la Ley manda por fuerza. Mas aquí es el trabajo y la hora del parto, y donde yo temo nuestros pecados y la tibieza de los mayores: que, como hacer buenos hombres es negocio de muy gran trabajo, y los mayores, o no tienen ciencia para guiar esta danza, o caridad para sufrir cosa tan prolija y molesta a sus personas y haciendas, conténtanse con decir a sus inferiores: «Sed buenos, y si no, pagármelo habéis»..... provéase el Papa y los demás en criar a los clérigos, como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir, y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener buenos hijos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros».

 

 

 

 

QUINTA PARTE

 

REFLEXIONES SOBRE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA.

 

5. 1. La presencia  de Dios entre los hombres

 

Cuando dos personas se quieren, desean estar juntas, porque la verdadera amistad exige y se alimenta de la  presencia de la persona amada. Dos personas enamoradas desean estar físicamente presentes la una junto a la otra y la separación forzosa no sólo no la destruye sino que intensifica el deseo de la presencia.

“Dios es amor” (Jn.4,10), dice S. Juan en su primera carta; su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó...” primero, añade la lógica del sentido. Por lo tanto, en la amistad con Dios, la iniciativa ha partido de Él; no es que nosotros existamos y amemos a Dios, sino que Él nos amó primero y por eso existimos. Esto es lo maravilloso e inconcebible.  Por eso, cuando alguien te pregunte: ¿Por qué el hombre tiene que amar a Dios? Responderás: porque Él nos amó primero.

No existía nada, sólo Dios,    un Dios que, entrando dentro de sí mismo y viéndose tan lleno de Amor, Hermosura, Verdad, Belleza y Felicidad,  quiso crear otros seres para hacerlos partícipes de su misma dicha y felicidad de los TRES EN UNO: SUPREMA UNIÓN, SUPREMA AMISTAD, SUPREMA PRESENCIA. Y este ser pensado y amado y creado para tal unión es el hombre. Si existo, es que Dios me ama, ha sido una mirada llena de su Amor- ESPÍRITU SANTO- la que contemplándome en la Imagen de su esencia infinita -HIJO-, me ha  dado la existencia con un beso de su amor; Dios me ha preferido a millones y millones de seres que no existirán nunca; si existo, Dios me ha llamado a ser hijo suyo en el Hijo y me quiere dar en herencia su misma vida y felicidad eterna:  “A los que Dios predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rm 8, 30). 

Esto es lo que me dicen las Escrituras Santas, revelación de su proyecto de amor sobre el hombre.  El modo natural de cómo fue apareciendo este hombre, que lo investiguen la antropólogos y arqueólogos. Pero el homo ereptus, sapiens...etc... está llamado a la existencia por este proyecto de Dios. La Biblia habla en su primera página de un Dios Amor, que crea al hombre como amigo, “a su imagen y semejanza”, y que baja todas las tardes al paraíso para hablar y compartir con el hombre.

Este deseo de Dios de permanecer junto al hombre y relacionarse con él  está continuamente expuesto en la Revelación; se trata de un Dios ciertamente trascendente pero también inmanente, que ha querido estar muy cerca de todas sus criaturas: “¿Dónde podría alejarme de tu espíritu? ¿A dónde huir de tu faz? Si subiere a los cielos, allí estás tú; si bajare al seol, allí estás presente” (Sal. 138,7); el Dios Creador ha querido mostrarse como amigo del hombre;  “pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si tú hubieras odiado alguna cosa, no la habrías formado” (Sab. 11,2).

La llegada de los hebreos al pie del Sinaí marca una etapa decisiva de la presencia de Yahvé entre su pueblo y en la historia de Israel, porque hasta entonces, los hebreos habían sido una multitud inorgánica de fugitivos, no constituían pueblo, aún cuando habían sido testigos de las maravillas de Dios en Egipto y en el mar Rojo. Junto al Sinaí, Dios manda reunir a todos los hijos de Israel, estos oyen su voz y reciben de Yahvé la ley que prometen observar: “Yo os tendré, dice Yahvéh, por un reino de  sacerdotes y por una nación consagrada”; la alianza se sella en la sangre de los animales sacrificados por Moisés y desde entonces los hebreos constituyen un pueblo, el pueblo de Dios: “ Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo” (Ex. 12,14).Este acontecimiento primordial llevará en la tradición bíblica el nombre de AAsamblea de Yahvé@y Dios se obligará a estar siempre junto a su pueblo (Ex. 19, 17-18).Moisés pedirá la compañía expresa de Dios: “Yahvé respondió: iré yo mismo contigo y te daré descanso. Moisés añadió: si no vienes tú delante, no nos saques de este lugar...” (Ex. 33, 14-15).

Una prueba de este deseo de Dios de permanecer junto a su pueblo fue la tienda de la Reunión o Testimonio. Aquí se guardaba el Arca del Testamento y la hizo Yahvé  signo y  testimonio de su presencia, como compañero de campamento y  morador con su propia tienda entre ellos; el signo visible de su presencia sobre el ara fue la nube de gloria.

 Mucho más tarde, cuando fue dedicado el templo de Salomón, reapareció la nube de gloria, al fijar Yahvé su residencia en el centro de la vida litúrgica de Israel: “En cuanto salieron los sacerdotes del santuario, la nube llenó la casa de Yahvé... Entonces dijo Salomón: Yahvé, has dicho que habitarías en la oscuridad. Yo he edificado una casa para que sea tu morada, el lugar de tu habitación para siempre”. (Re. 8,10-12) Con la destrucción del templo y la consiguiente deportación a Babilonia, la nube desapareció; sin embargo, los profetas Ezequiel y el Atercer Isaías@proclamaron la presencia de Yahvé, que crearía un nuevo pueblo que abarcaba a todas las naciones: “Yo conozco sus obras y sus pensamientos. Y vendré para reunir a todos los pueblos y lenguas, que vendrán para ver mi gloria... de las islas lejanas que no han oído nunca mi nombre y no han visto ni gloria y pregonarán mi gloria entre las naciones. Y de todas las naciones traerán a vuestros hermanos ofrendas a Yahvé” (Is. 66, 18-23).

Todas estas formas provisionales y limitadas de la presencia de Yahvé en el Antiguo Testamento cederán el paso un día a una presencia infinitamente más perfecta en una nueva clase de «tienda», un templo más maravilloso, la carne de Jesús de Nazaret, como nos dice S. Juan en el prólogo de su evangelio:“… y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1, 1-14). La Encarnación hizo a Dios presente entre los hombres con una unión personal entre lo divino y lo humano; no se puede concebir ya una presencia  más íntima de la Persona divina con la humanidad; no puede haber mayor gesto de amistad y unión entre Dios y el hombre, Él es verdaderamente Emmanuel, “Dios con nosotros” (Is 7, 14; Mt. 1,23) Y la Eucaristía es una Encarnación continuada.

La Eucaristíaes infinitamente superior a la tienda del Tabernáculo, porque no es sólo presencia, sino que contiene a Cristo entero y completo, todos sus misterios, toda la religión y relación personal y comunitaria con Dios; la Eucaristía es Jesucristo, el Hijo de Dios nacido de María, es todo el evangelio entero y completo, todos sus dichos y hechos en presente eterno, es la víctima, es el sacerdote, es el altar, es el domingo y es el templo de Dios entre nosotros. Cristo mismo lo proclamó. Él asegura ser el templo del que el tabernáculo de Moisés o el templo de Salomón eran sólo figuras “hechas por manos de hombres”; “destruid este templo, declara a los judíos, y en tres días lo reconstruiré... él hablaba del templo de su cuerpo...” (Jn. 2,19). Él supera al templo antiguo: “Pues yo os digo que lo que aquí hay supera al templo”.       

 Jesucristo Eucaristía es el Nuevo Templo de la Nueva Alianza, como explico en un artículo de este libro. En Él Dios mismo se hace nuestro templo, nuestro sacrificio, nuestro sábado superando infinitamente al judío, nuestro reposo, la tienda de la presencia divina, es Dios mismo metido entre nosotros. El deseo de Jesucristo de estar junto a nosotros, de querer ser nuestro amigo y ayudarnos es tan grande, que ha querido quedarse  presente de muchas formas entre los creyentes.  Estas presencias, lejos de menospreciar y rebajar la presencia eucarística, la subliman, porque ella es «centro y cúlmen» de todas las presencias, «raíz y quicio», «fundamento» de las otras presencias: « (Cristo)...está presente en el Sacrificio de la Eucaristía, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su Palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es Él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (LG. 7).

 «...en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y pan vivo por su carne... vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» «... los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan» (PO5).

Por tanto, Cristo vive entre nosotros por su Palabra, en la Asamblea, en los sacramentos,  especialmente en la Eucaristía:“El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo y  yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí». La Eucaristía nos hace a los comulgantes templos de Dios y, gracias a su Espíritu,  Amor personal del Padre y del Hijo, los que le reciban, serán morada de Dios Trino y Uno:«Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”».

Esta presencia se ofrece a todos; sin embargo, para encontrarse con Él, es necesaria la fe:“Sabed que yo estoy a la puerta y llamo” (Ap 3,20). No es una presencia accesible a la carne, esto es, al hombre natural, sin la vida de gracia, sino que es un don de su Santo Espíritu, son  dones del conocimiento y de la sabiduría que Él da a los que se lo piden: “Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones y, arraigados y fundados en la caridad, podáis comprender, en unión con todos los santos, cuál es la anchura , la longura, la altura y la profundidad y el conocer la caridad de Cristo que supera toda ciencia, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios” (Ef 3,18-19).

El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados,  como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y  sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando  decidieron esta presencia tan total y real en Consejo trinitario, es  el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

¡Jesús, que grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te adoro y te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acordaos de mí...”, ¡Cristo bendito! no se cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar  y pensar y  vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas  y tantas cosas,  tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o meditar.

Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones, empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones, para finalizar en la últimas etapas,  sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado».

Yo también, como Juan, quiero aprenderlo todo de la Eucaristía, en la Eucaristía,  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia.  En definitiva ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fin. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario. Por eso el alma enamorada dirá: «Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...»

Se acabaron los signos y las reflexiones y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia, que es Cristo, que viene a nosotros; hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡Cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva! Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia, esta es la meta.

Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia,  como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin que ellas sean lo único que descubra o lo más importante, sino que quiero estudiarlas y realizarlas sin que me esclavicen, sin que me retengan, para que me lleven al hondón, al corazón de lo celebrado, al misterio: «y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo».

En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...”, de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal que me ha hecho Hijo, en totalidad de ser y amar y existir igual a Él, al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mi y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu; “acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo,  en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el Sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el Sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

 Digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, “acordaos de mí”, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, «recordando» por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro de la Eucaristía y del pan de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  tan hermosas y presencializadas en el Señor, viviendo más de lo  que lo que hay dentro del misterio que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fin y la razón de ser de las mismas.

 “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente,  lo que El deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado puede realizarlo con cada uno de los participantes...el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta... digo yo... que si no aprovecharía más  a la Iglesia y a los hombres que algunos despistes en el rito. Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de su amor, que son los signos externos, que siempre,  bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el «centro y cúlmen»,  hasta “la fuente que mana y corre”, que es Cristo. 

“Cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, os llevará a la verdad completa”. La verdad completa es la que no se queda sólo en la cabeza sino que llega al corazón. Porque todo o mucho de lo referente a la Eucaristía, ya lo sabemos por la teología, pero la teología no es verdad completa hasta que no se vive; la teología, los sacramentos, la liturgia, el evangelio, Cristo mismo no es verdad completa y no se comprenden si no se viven; si la liturgia, si la teología no llega al corazón, no se  vive ni quema las entrañas por la experiencia de amor, tampoco pueden llenar de hartura de la divinidad y eternidad. Por esta razón, cuando estas verdades pasan por el corazón de una madre, un padre o un sacerdote que las vive, como esas verdades han pasado por el corazón, son verdades quemantes y se quedan para toda la vida, sus señales quedan para siempre, como las quemaduras del fuego en la carne. Nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela de cristianismo ni más Biblia que el Sagrario. Allí lo aprendieron todo sobre Cristo y la vida cristiana. Allí aprendieron a ser madres con amor total al esposo y hasta el heroísmo por los hijos. Necesitamos madres y sacerdotes vivientes de la Eucaristía, cristianos que la comprendan y la enseñen, porque la viven y experimentan.

Hemos de tener en cuenta que la Eucaristía y la comunión son sacramentos principales, pero duran unos minutos; sin embargo,  Jesús quiere estar siempre junto a nosotros y precisamente como amigo, una vez que ha venido junto a nosotros, en la Encarnación y en la Eucaristía, que es una encarnación continuada;  este deseo suyo, esta presencia como amigo es aspecto  principal de la Eucaristía, no sólo continuación de los anteriores, es decir, de la Eucaristía y de la comunión, sino como condición necesaria: “ardientemente he deseado comer esta pascua....vosotros sois mis amigos... amaos los unos a los otros...” son palabras de Jesús en la Última Cena; y en otras ocasiones dijo:“me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, pero no a la fuerza o porque no hay otro remedio, sino porque quiero ser y seguir siendo amigo antes y después de la Eucaristía y la comunión.

Cuando después de la comunión, guardamos en el Sagrario el pan consagrado, podía decir el Señor: no penséis como algunos creyentes que aquí quedo inactivo, sin vida y sin actividad, como si fuera una estatua,  yo sigo amando y ofreciendo y esperando;  después de la comunión de los creyentes, cuando el sacerdote me guarda en el Sagrario, algunos no piensan en lo que yo pienso en esos momentos dentro del sacramento y, sin pensar en mí y para lo que he venido y que estoy vivo  dentro de este pan, se dicen: qué vamos a hacer con este pan que ha sobrado de la Eucaristía y de la comunión... pues lo recogemos en un cesto y lo reservamos, como en la multiplicación de los panes y los peces, en sitios, que a veces son poco dignos, poco visibles o que invitan poco a la amistad y al diálogo conmigo. Hay lugares reservados para mi presencia que no invitan al diálogo de amistad, a estar cerca y tocarnos, allá en un rincón, como si fuera un trasto más de la Iglesia, no valorando ni apreciando, como merece, mi presencia amiga, como si ese pan no fuera mi persona o ya no tuviera valor o sólo sirviera para llevar a los enfermos...

Queridos amigos, a mí, como sacerdote,  no me gusta para llevar y mantener el pan consagrado en el Sagrario la palabra «reserva», tan utilizada por la misma liturgia; no me gusta mucho ni como idea ni como  expresión, porque me suena como a sobrante, a no ser necesario ya, a conserva; porque la teología y la verdad de la Eucaristía es que pudo hacerse, Cristo pudo hacer, pudo imaginar una salvación de otro modo sin presencia real y verdadera suya, como afirman hermanos separados, pero Cristo quiso quedarse expresamente con nosotros “hasta el final de los tiempos.” Quiso quedarse no sólo como sacrificio y comunión eucarística, sino en un sacramento específico, al que debemos descubrir más desde el amor de Cristo y el nuestro que desde la razón que no llega a veces a descubrir la verdad completa de los misterios.

Es como en Pentecostés, hasta que Cristo no vino hecho fuego y experiencia de amor y llama de amor viva los Apóstoles no perdieron el miedo ni abrieron las puertas ni comprendieron todo lo que Jesús le había dicho.

La teología debe ser sumisa y discreta y tiene que ir detrás de la fe y no hacerse dueña de ella; debe como Juan decir con todo respeto: “Es el Señor”, y luego dejar que en hombre completo, que es razón y corazón, vaya descubriendo el misterio, adquiriendo más luz cada día y no pensar que ya todo está conquistado por la liturgia como ciencia, cuando queda tanto por descubrir por la liturgia como experiencia, que luego la teología contraste para que no hay oposición entre ambas. La liturgia  debe expresar y celebrar más y mejor la Eucaristía como sacramento de Amistad permanente, como tienda del Encuentro entre Dios y los hombres.  Yo pienso que el deseo y sentimiento y realidad de la presencia amiga y permanente del Señor entre nosotros debe estar más y mejor significada y celebrada en la Liturgia, como lo está la Eucaristía como sacrificio y comunión. 

La Eucaristíaes el sacramento de la Pascua y de la comunión del pan de la vida, porque el Señor lo instituyó en la  en la Última Cena, pero en esa misma Cena también instituyó la Presencia Amiga, como sacramento permanente, como lo había prometido varias veces durante su vida: “no os quedaré huérfanos” “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”, y no como resto o consecuencia del sacrificio y comunión, sino directamente querida por Él en intención y sacramento particular y concreto, no  sólo intencional o  interior o espiritualmente sino como don y gracia sacramental, es decir, como signo visible de realidades invisibles.

Pues bien, el sacramento eucarístico completo es la Eucaristía como sacrificio, comida y presencia, pero no presencia sólo para que haya sacrificio y comunión, sino para que haya amistad, como sacramento de la amistad de Dios con los hombres.

La teología y la liturgia han  entendido y desarrollado siempre y perfectamente los dos primeros aspectos, y está perfectamente desarrollado en cuanto a su teología, liturgia y celebración, como podemos observar en todos los Misales y textos de teología y liturgia; sin embargo, en cuanto a la  presencia de Jesucristo como amigo no está igualmente entendido ni desarrollado teológica y litúrgicamente, sino que queda casi reducida a la presencia esencial y teologal en la consagración y comunión. Este aspecto no está desarrollado  litúrgicamente en la misma Eucaristía, aunque fuera brevemente, añadiendo algún signo o palabra que lo expresara suficientemente en la misma celebración; la liturgia tan sólo afirma que el pan consagrado se guarde en el Sagrario para los enfermos y la adoración, que está bien, pero a mí me parece que esto no es suficiente.

 Y digo que esta es mi opinión, no defino, pero yo insinúo que la teología y la liturgia de la presencia eucarística se han quedado un poco cortas, y venimos un poco heridos desde los mismos textos y centros que nos han formado como  sacerdotes, porque por la historia y las controversias se desarrollaron más los aspectos de sacrificio y comunión de la Eucaristía, mientras la presencia fue siempre defendida, pero poco desarrollada en los textos de Teología y Liturgia, aunque devocionalmente hay Encíclicas o documentos oficiales preciosos. También hay que admitir que hubo épocas importantes en este aspecto, coincidiendo con personas concreta que cultivaron y predicaron esta  vivencia. La presencia de amistad de Jesucristo en la Eucaristía como don  sacramental no se ha desarrollado suficientemente,  con signos y liturgia sacramental propia y específica sino sólo de paso y como consecuencia del pan que no era comido. Yo opino que tenía que haber alguna oración o brevísima liturgia de celebración de la presencia dentro de la misma Eucaristía, porque se quedó en la mínima expresión o casi nula, mirando con excesivo respeto a los dos misterios  celebrados desde el principio la misma Cena: Eucaristía y comunión, pero donde el diálogo de amistad de Jesús con los suyos y con los que vendríamos después, fue largísimo y querido expresamente y celebrado litúrgicamente.

Tampoco hay que argumentar ni preocuparse porque  la Iglesia, en los primeros tiempos, no tuviera una comprensión total de todo el misterio de Cristo Eucaristía, como de los demás misterios, como lo tiene ahora. La revelación y la Palabra y los dichos y hechos de Jesús, la Iglesia los ha ido y seguirá  descubriendo poco a poco, bajo la acción del Espíritu Santo, que es la memoria permanente de Dios entre nosotros: “El os lo ensañará todo y os conducirá a la verdad plena”.  Por eso la Iglesia, en el correr de los siglos, sin abandonar lo que tiene y la luz conseguida, tiene que ir  adquiriendo más luz sobre la Eucaristía y el evangelio y la vida cristiana y lo tiene que ir  integrando en sus dogmas y celebraciones litúrgicas de vida y verdad completas ¿Cómo y de qué forma debe ser cultivada la Eucaristía como sacramento de la amistad de Cristo con los hombres? Ya lo he dicho: liturgos y teólogos tiene la Iglesia.

        Lo inexplicable, lo paradójico es que en la mayoría de los católicos – pueden preguntar y hacer la prueba-- el orden de la vivencia eucarística es inverso, esto es, llegamos a la vivencia de la Eucaristía como Pascua y como Alianza y sacrificio no directamente, sino desde la vivencia de la Eucaristía como comunión, y a la vivencia de la comunión eucarística fervorosa llegamos desde la visita vivida a Jesús sacramentado, que es el maestro, que nos va enseñado la verdad completa de la riqueza infinita de su Eucaristía. Esto es lo ordinario.

        Pasa igual con el Espíritu Santo. Es otra paradoja de la vida de la Iglesia. Resulta que según Cristo estamos en la economía del Espíritu Divino. Según el proyecto del Padre, Jesús ha terminado su misión y Él tiene que irse para que venga el Espíritu Santo, que nos ha de llevar a los Apóstoles y a la Iglesia hasta la verdad completa. Y los Apóstoles no lo comprenden y hasta se ponen tristes, cuando Jesús les dice: “Porque os he dicho esto os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, os conviene que yo me vaya, porque si yo no me voy, no viene a vosotros el Espíritu Santo, pero si me voy, os lo enviaré…..Él os llevará hasta la verdad completa”. Tenía que irse de una forma para venir de otra: “Me voy pero volveré”.Y vino el mismo Cristo, pero hecho fuego y experiencia viva de Dios en sus corazones, no sólo en sus cabezas y en sus ojos, y lo comprendieron todo desde dentro, desde el amor y abrieron todos los cerrojos y cumplieron el mandato de Cristo de predicar y todos entendían aunque eran de diversas lenguas y culturas.

        Queridos amigos, ahora estamos en la economía de la Iglesia, del Espíritu Santo. Y cuando yo estudié no había tratado de Pneumatología y aún hoy día, el Espíritu Santo es un apéndice de la teología, y como formamos según nos forman, por eso luego nuestra vida religiosa, nuestra piedad, la que vivimos y enseñamos, nuestro diálogo y oración, nuestra predicación es bipolar: Padre e Hijo. Yo estudié a Lercher, de los mejores textos de la época y sólo dimos dos o tres tesis de Espíritu Santo en el tratado de «Deo Uno et Trino, creante y elevante». Allí empezábamos por el «Deus inefabílis, Unicus, Unus…» Por eso creo que seguimos necesitando que el Espíritu Santo siga viniendo en llamaradas fuertes  de fe viva y amor sobre las cabezas de los teólogos y liturgistas, “porque el Espíritu Santo que ha sido derramado en nuestros corazones.” Es sintomático que en la vida de los que han subido hasta metas altas no sólo de vida «cristiana», de vida de Cristo, sino de vida «espiritual», de vida según el Espíritu, aparezca poco a poco el Espíritu Santo como supremo maestro y director de almas y ya no desaparezca jamás de sus vidas, y desde entonces hasta la eternidad todo será en Espíritu Santo, en Amor Personal del Padre al Hijo y de los hijos en el  Hijo al Padre por su mismo Espíritu, que nos hace exclamar admirados y desbordados de amor: “Abba”, papá Dios. 

        “Le conoceréis porque permanece en vosotros.” Quizás esta sea la dificultad mayor: a la verdad completa, al Espíritu Santo no se le puede conocer por palabras, obras y milagros, como a Cristo, sino por amor, sólo por amor, “porque permanece en vosotros”, en vuestro corazón, esto es, cuando todas esas palabras y milagros bajan hecha experiencia de amor al corazón, cuando Cristo mismo, hecho fuego y llama de amor viva y Pentecostés, hecho Espíritu Santo por su amor al Padre y nosotros, entra en nuestro corazón, y no se queda sólo en verdad teológica sino que nos lleva hasta la verdad completa.

 Yo quiero celebrar la presencia como un sacramento distinto y unido a la vez, como lo que es y tiene que ser, quiero celebrar el sacramento de la presencia de Dios en un sacramento concreto y específico de amistad, con dinamismo sacramental  y no sólo don o gracia espiritual, que existe o puede existir antes o independientemente del sacramento eucarístico. Es más, mi amistad puede darse y crecer espiritualmente, sin recepción de los sacramentos, en la misma oración personal...etc, pero a mi me gustaría que la Iglesia desarrollase más la presencia eucarística como sacramento de la amistad personal sacramental con Dios en Cristo, como tienda de la presencia de Dios con los hombres, como tienda del Encuentro y del Testimonio de amor. 

Es que muchas veces, en la Eucaristía, cuando llevo a Cristo al Sagrario después de distribuir la comunión, me viene a la cabeza y al corazón todo esto que estoy diciendo:  La Eucaristía ha sido instituida como sacramento de amistad  con el hombre  y este sacramento pide otra dimensión, que no está suficientemente desarrollada; la Eucaristía no es sólo  Eucaristía y comunión, es otra realidad muy importante para todos y querida por Cristo y este misterio necesita liturgia con tiempo, ritmo y espacio y celebración especial de la amistad sacramental, de la Eucaristía como encuentro y abrazo de amor.

Este sacramento de la presencia como amistad se hace  realidad sacramental en las mismas palabras e intenciones de Cristo: “tomad y comed, esto es  mi cuerpo”, es decir,  tomad y comed, éste es mi cuerpo, mi persona, mi amor hasta el extremo de mis fuerzas y de los tiempos, mi amistad ofrecida y  mi presencia de amor en mi cuerpo entregado; es en la Eucaristía y comunión donde se hace presente sacramentalmente  el Señor, pero no sólo para celebrar la pascua de liberación del pecado y de la muerte y poder comulgar el pan de vida eterna, sino para hacer presente y celebrar , como en la Última cena, mi amistad, mi presencia sacramental y pascual con vosotros y con todos los que crean antes y después de irme históricamente, “...de nuevo volveré y os llevaré conmigo...”, “no os dejaré  huérfanos, volveré a vosotros”. “Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor”, “ya no os llamo siervos, os llamo amigos”,  “Muchas cosas tengo aún que deciros, mas no podéis llevarlas ahora; pero cuando viniere Aquél, el Espíritu de verdad, os guiará hacia la verdad  completa, porque no hablará de sí mismo, sino que hablará lo que oyere y os comunicará las cosa venideras”. “... Pero de nuevo os veré, y se alegrará vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros vuestra alegría”. “Pero no ruego sólo por estos sino por cuantos crean en mi por su palabra, para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mi y yo en tí,  para que también ellos sean  en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado”. “Padre, lo que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo@      porque os dicho estas cosas,os habéis puesto tristes... pero volveré y ya nadie os podrá quitar vuestro gozo...Padre, no sólo ruego por estos, sino por los que creerán en tu nombre”.

Además de los signos y palabras de la Eucaristía, como sacrificio y comunión, necesitamos desarrollar más los signos de la amistad querida por Jesús con cada uno de nosotros, signos breves en tiempo y espacio, pero específicos, dentro de la liturgia eucarística, como en la Última Cena; es que si no, este sacramento no se puede captar ni comprender ni asimilar en totalidad ni plenitud, porque es copia de la amistad y del amor eterno y trinitario del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros... preparad ... os mostrará una sala grande con divanes...”, es decir, comida, espacio y mesa y sillas de amistad, sin prisas, con diálogo y comunicación ardiente.

Es como si el Señor nos dijera: La consagración y la comunión fue un momento ardientemente deseado por mí en la Última cena,  pero antes y después hubo celebración de  la amistad y el mandamiento nuevo y lavatorio de pies y esto fue también ardientemente deseado y celebrado; en la cena pascual no hubo solo pascua y comunión, simultáneamente celebré la amistad con vosotros, repasad todas mis palabras de aquella noche, Juan lo recordó todo maravillosamente, espíritu y palabra y gestos; es más, para él el lavatorio y todos los gestos y palabras que le acompañaron fue  Eucaristía, porque estuvo sintiendo el palpitar de mi corazón y hubo mucha conversación y trato de amistad antes, en  y después de la celebración de la pascua. Lo que pasa es que muchos de mis discípulos no están todavía iniciados en el amor, y  me dan culto y celebran bien, pero sin entrar dentro del sentido y de lo significado pleno y total de lo celebrado: sacrificio, comunión y amistad, pero no sólo para algunos determinados, sino para el común de los cristianos...

Queridos hermanos, pienso que habrá que descubrir la razón de por qué hay tantas celebraciones de la pascua de Cristo y tanto pacto de amistad celebrado con Dios en cada Eucaristía  y luego tan pocos celebrantes que  amen a Cristo y guarden el pacto de la alianza con Dios;  por qué tantos comen pero no comulgan con Cristo, no se hacen amigos, tantas comuniones y desfallecidos luego de vida y amor a Dios y a los hermanos.... quizás la teología y la liturgia, desde el «locus theologicus» de la experiencia eucarística tan largamente sentida durante siglos,- ni un solo santo que no fuera eucarístico-,  tendrá que abrirse más a la tienda de la morada de Dios entre los hombres por su Hijo hecho Encarnación de su amor y pan de Eucaristía y enseñarnos cómo se cultiva este sacramento; reflexionemos un poco, a ver si este aspecto del misterio va a tener más importancia que la que se le está dando; pienso que  para celebrar en la Eucaristía y fuera de ella la amistad con Cristo,  necesitamos ciertos  sentimientos y actitudes y vivencias, que si no se tienen, impiden vivir y celebrar este sacramento de la amistad de Cristo con nosotros y de nosotros con Cristo. Lo peor sería que no los tuviésemos en plenitud,  porque no los celebremos como deben ser celebrados.

 Esta dimensión sacramental de la amistad con Cristo nunca le ha quitado ni le puede quitar nada a la Eucaristía y a la comunión, todo lo contrario, se trata siempre del mismo Cristo en aspectos diferentes porque Él es infinito e inabarcable y  un sólo Señor y una sola fe; es más, esta dimensión de amistad personal los potenciaría en sentido y plenitud, porque los tres sacramentos o los tres aspectos de la Eucaristía se complementan y se necesitan. Jesús desarrolló una amplia liturgia de amistad: ¡lo que habló el Señor aquella noche y lo emocionado que celebró estas tres dimensiones del  misterio eucarístico y las cosas tan hermosas que nos dijo!

“Dijo Jesús: ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre....hijitos  míos, amaos los unos a los otros.... en la casa de mi Padre hay muchas moradas, me voy a prepararos sitio....os tomaré conmigo para que donde yo estoy estéis también vosotros...si me conocéis, conoceréis también a mi Padre...Felipe ¿no crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?... pero vosotros me veréis porque yo vivo y vosotros viviréis... en aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre....si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada...yo soy la vid, vosotros los sarmientos...como el Padre me amó, yo también os he amado, permaneced en mi amor....vosotros sois mis amigos,  porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer... Padre, glorifica a tu Hijo, para que el Hijo te glorifique... ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo.... Padre santo, guarda en tu nombre estos que me has dado, para que sean uno como nosotros...” (Jn17).

Cierto que no consagramos ni se hace presente el Señor para permanecer  en el Sagrario, sino para hacer presente su pascua y salvarnos comiendo su carne resucitada, llena de la nueva vida..., pero algo habrá que decirle y adorarle y besarle despacio a este Cristo y para esto habrá que celebrar también su amistad, porque le hemos consagrado, le hemos traído al altar, hemos cantado, rezado, bien, pero con tanto movimiento a veces a lo mejor salimos de la iglesia sin haberle dicho nada personalmente. La consagración pide y exige  también la celebración de su venida en  amistad eucarística  y quizás no tan distante ni en el tiempo ni en el espacio:“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí”.

 ¡Señor! pues a ver si les insinúas algo de esto sobre todo  a los que corren tanto que no te dan tregua a decirnos casi nada de amistad y muchas veces, por la forma y el modo, no te dejan consagrar emocionado y despacio y decir lo que tienes y quiere decirnos, porque todo es correr y correr, casi sin entender bien lo que  celebran; pero como de todo tiene que haber en la viña del Señor,  también hay hermanos y amigos que dicen lo contrario, que por qué tan despacio esto o lo otro, que guardar mejor el ritmo...etc…etc.

Es que como me gusta tanto esta miel de la Eucaristía y este sabor de vino profundo de las bodas de Cristo y de los pactos de amistad con Dios que Él me brinda, a veces me paso ratos y ratos repasando la teología y la liturgia que me enseñaron y al degustar con los labios y la lengua gustativa de ahora este vino tan sabroso, encuentro  nuevos matices y sabores de vino viejo y de pan  reciente de Eucaristía recién celebrada y  no siempre coinciden doctrinas y sabores. Y esto sólo en cuarenta años.

Había que hacer la liturgia y la teología no solo de rodillas, que ya es un paso importante y obligado para todo verdadero teólogo,  sino habiéndola gustado, esto es, bebiendo siempre este vino viejo de amor eterno de mil sabores de amor y amistad y este pan tan reciente de cada día del horno y corazón eucarístico, que tanto quema y ha quemado a los santos de todos los tiempos, ninguno que no fuera eucarístico, y a nuestros padres y mayores, que no tuvieron más clases de  teología y Biblia y liturgia que el Sagrario y allí lo aprendieron todo, uniendo la Eucaristía en latín de las siete de la mañana con la liturgia larga de la visita de amistad al Señor en el Sagrario por la tarde.

 “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”, y los sarmientos están siempre  unidos a la vid, porque de otra forma mueren y se secan:“sin mí no podéis hacer nada...” Eucaristía, «fonte que mana y corre», vid, Sagrario.... son para un cristiano realidades que se complementan e ilustran entre sí: la comunidad después de celebrar la Eucaristía y después de comer el pan, debe permanecer ya siempre unida con Cristo y entre sí como sarmientos a la vid, que es la misma persona de Cristo, que les alimenta en pascua, comunión y amistad personal con Él permanente en vida de casados, solteros, sacerdotes...Es claro que Cristo ha querido quedarse en los Sagrarios de la tierra como centro de vida y de caridad en medio de cada comunidad cristiana, como fuente de vida que mana y corre, aunque es noche, por la fe. 

        La Hostia presente en cada Sagrario nos invita a nosotros a ser hostia, a ofrecernos al Padre, a adorarle, a cumplir su voluntad; la Hostia presente en cada Sagrario es pan, comida, que nos invita a seguir comiendo Dios, infinitud, vida divina y a ser comidos por Él en sus mismos sentimientos de generosidad, caridad y servicio permanente como El. Este es el sentido de los signos sacramentales, significar y hacer lo que significan, traer, encarnar, acercar al mismo Dios al hombre, a nuestras personas y actividades, a nuestro mundo concreto.

La Hostiapresente en el Sagrario, como sacramento de amistad, nos invita a comprender la verdad del amor de Dios al hombre por esta encarnación continuada, signo y presencia de su amor perpetuo, presencia amorosa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en atardeceres del paraíso; por eso, cuando entramos en un iglesia católica, nuestros ojos espontáneamente van hacia la Hostia santa, a Jesucristo en persona, al Amigo por excelencia, al Sacramentado de Amor y para la amistad de amor con nosotros, al Sacramento del Amor, que nos mira y  siempre está en casa esperándonos. Por eso, me gusta que esté en un sitio visible, porque Él es el Señor del templo, el verdadero Templo reconstruido y vivo. Yo nunca me quedo mirando y cantando «la puerta del Sagrario quién la pudiera abrir», como cantábamos en el seminario; yo la abro y me meto en la Hostia Santa, la Morada de Dios más real en la tierra  para cada uno de nosotros. 

Por eso lo digo con toda sinceridad, no tengo ninguna envidia a los Apóstoles que le vieron materialmente a Jesucristo en Palestina; no me gustan mucho las Aapariciones@, aunque sea en personas santas y no voy a profundizar en esta materia, para no hacer dudar de algunas hagiografías, sólo digo que todas las apariciones de Cristo resucitado no fueron suficientes para que los Apóstoles conocieran el misterio de Cristo y fue necesario Pentecostés, ese mismo Cristo hecho fuego en su corazón; lo único que quiero es que Él, mejor dicho, su mismo Espíritu de Amor Personal a su Padre venga a mí y me aumente la fe y el amor, porque yo no lo se ni puedo fabricar lo que a veces siento, y ya por otra parte, ni sé ni quiero vivir sin Él: ¡Eucaristía divina, Tu lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida!; también yo quiero darlo todo por Ti, porque para mi Tu lo eres todo, yo quiero que los seas todo. Jesucristo Eucaristía: Yo creo en Ti. Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti. Jesucristo Eucaristía, Tú eres Dios.

El Cristo que yo quiero es el que los Apóstoles contemplaron después de Pentecostés, cuando ya no le veían históricamente, ese que les quemó el corazón con fuego de  Espíritu Santo, y les  robó el corazón y les puso fuego en su torpe cabeza y pensamientos egoístas y les hizo hablar  las lenguas del amor a Dios y a los hombres y que todos entendieron y seguimos entendiendo a través de los siglos,  y  ya no pudieron callarse y fueron profetas verdaderos sin miedo ya a morir, únicamente  pendientes de agradar y obedecer a Dios más que a los hombres; con el Cristo externo, visible, autor de milagros incluso, hecho sólo Teología,  pero no hecho fuego de Pentecostés, de experiencia verdadera de Dios y de su amor infinito, siguieron teniendo  miedo, le abandonaron....y aún viéndole incluso resucitado, siguieron  con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Yo quiero el Cristo experimentado por Pablo: “para mí la vida es Cristo... no quiero saber más que mi Cristo y este crucificado...”; yo quiero sentir y vivir el Cristo de los místicos verdaderos.

La fe eucarística es la palabra que hace presente a Cristo en ambiente de cena de despedida y de reencuentro resucitado de perdón y amistad: “paz a vosotros”; la fe eucarística es la mano que alarga el pan de vida eterna para comerlo, es la boca que lo recibe en respuesta a la invitación del Señor: “tomad y comed”, es la puerta que se abre, porque es Cristo quien llama y abre la puerta “para cenar con el discípulo” (Ap 3, 20),  para vivir su presencia en amistad, en conocimiento y amor mutuos. Los ojos de los discípulos de Emaús no se abrieron por sí mismos, sus ojos “fueron abiertos” según la versión griega de Lc 14,31.

Nosotros no podemos ni sabemos y al principio, por falta de ojos limpios,  ni queremos... sólo Cristo, sólo Cristo, la fe, la fe es don de Dios, nosotros la recibimos y podemos pedirla, pero no fabricarla  ni merecerla, porque es divina, es el conocimiento que Dios tiene de sí mismo y de su  proyecto de Salvación y, al ser de Dios, nos desborda, es don gratuito e infinito.

Estoy hablando de la fe, del conocimiento que Dios tiene de Sí mismo y de su esencia e intimidad, que me desbordan y se convierten en misterios porque mi capacidad es limitada; necesito que me capacite para este conocimiento y eso solamente lo realiza la gracia, que es vida y conocimiento y amor de Dios en sí mismo; así lo piensa San Juan de la Cruz, de ahí la necesidad de noches y purificaciones para prepararme, aunque nunca comprenderé como Dios se comprende, ni siquiera en la eternidad, aunque allí el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, los Tres me lo expliquen  mejor y con más detalles, en el Sacramento Trinitario del amor y de la amistad eterna, con su misma Palabra y con su mismo Amor Personal, o si queréis, con Única Palabra Completa y Total del Padre cantada con Amor de Espíritu Santo al Hijo, que en eco total y eterno la recibe y la acepta infinitamente, totalmente, por la potencia del mismo Espíritu de Amor, que los hace Padre e Hijo, canturreada por el Padre y en eco eterno de amor repetida y aceptada por el Hijo en un acto eterno de Amor esencial, que es Espíritu Santo, que es la esencia del Dios Trino y Uno, porque “Dios es Amor”, su esencia es amar y si Dios dejase de amar y amarse, dejaría de existir, de ser Tri-unidad, de ser Tres en Unidad de Ser, que es Amor.

Dios no puede dejar de ser Padre lleno de amor, no puede dejar de perdonar al hombre, creado gratuitamente porque ha querido hacerle partícipe de su mismo Amor y Palabra, en la que contempla todos su Ser, desde el amanecer de su existir. Por eso, no puede dejar de ser Padre, que pronuncia para Sí y para nosotros de Palabra en la que se dice y nos dice todo su Amor, todo lo que nos ama en su mismo Amor, que es Espíritu Santo. Por eso, como “Dios es amor”, esa es su esencia y el Padre no puede dejar de ser Padre, de estar engendrando con amor y felicidad al Hijo que le hace al Padre se Padre y feliz eternamente porque le ama como es amado por el mismo Amor Personal y Esencial, que es Espíritu Santo.

Allí, en el altar del cielo, ya no celebraremos la Eucaristía como pascua, porque ya hemos llegado a la tierra  prometida, a  la meta y no habrá más pascua, porque ya no habrá más paso ni tránsito, porque hemos llegado al final del proyecto, al esjatón, a lo Último, a Dios en su Ser primero y último y único; allí no habrá más Eucaristía como viático de eternidad, como comida y  alimento del pan de vida eterna, porque los peregrinos  ya han conseguido llegar al corazón amigo, que tanto me ha amado que entregó su vida, para que yo pudiera tenerla eterna en la misma intimidad y esencia divina de nuestro Dios Trino y Uno; todos los medios y signos terrestres ya han pasado, fueron provisionales: el templo, el sacerdocio, la pascua, la comida, la liturgia, los sacramentos, hasta la misma Eucaristía: “Aquí no tenemos ciudad permanente, sino que andamos en busca de la futura” (Hb 13,14). “¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor, mi corazón y mi carne retozan por el Dios vivo”. 

 La Eucaristía es la presencia corporal de Cristo, del evangelio entero y completo, de la fuente de gracia de todos los sacramentos, de todos los misterios de Dios para con nosotros, de toda la Salvación y del esjatón final anticipado y metido como cuña en el tiempo: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús»;  la Eucaristía es la presencia más presencia corporal del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en la tierra por el Hijo Amado. Y todo por amor de  total en amistad de Dios con los hombres. La Eucaristía como Eucaristía, como comunión y como Sagrario siempre será presencia de amistad y de amor hasta el extremo: «... mientras la Eucaristía es conservada en nuestras iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Enmanuel, es decir, Dios con nosotros... Habita con nosotros lleno de gracia y de verdad, ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles...» (Mysterium fidei, 67)

El diálogo eucarístico se dirige siempre, a través del signo, a la persona misma de Cristo celeste y pascual, vivo y resucitado, el único que existe, porque la Eucaristía es el pan escatológico, el banquete del reino de Dios, su explicación y parábola más bella y que en lenguaje vulgar llamamos cielo; el Sagrario es la amistad del cielo, querida y anticipada por Jesucristo en la Eucaristía para su Iglesia peregrina, cuya “ciudad se encuentra en los cielos” (Flp 3,20); es el banquete donde  la amistad es condición indispensable y esto no hay que olvidarlo nunca para ver y analizar cómo y para qué comulgamos y celebramos, y aquí está la clave para entender plenamente  la Eucaristía, sobre todo, los frutos de la comunión y de la Eucaristía; la amistad, mejor, el deseo de amistad es indispensable y se celebra y aumenta  como en toda comida; aquí es donde mejor y más se alimenta la  intimidad mutua de Cristo con los suyos y de los suyos con Dios Uno y Trino, la posibilidad de amarse mutuamente sin medida.

La Eucaristía, el Sagrario es siempre un libro silencioso pero abierto permanentemente para leer las cosas del amor divino, sea cual sea el lugar y el rincón que ocupe en la iglesia; el Sagrario es Cristo Eucaristía, el mejor maestro de oración, santidad y vida cristiana, es Dios mismo cercano, amigo y confidente, es nuestro Dios Trino y Uno con los brazos abiertos a la intimidad y a la amistad con el  hombre por el Hijo  Amado: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.

Toda la liturgia de la tierra termina en la liturgia del Apocalipsis, allí ya será y está el fin y la síntesis de todo y de todos que es Dios, que es la Amistad eterna con el Eterno, nuestro Dios Trino y Uno, es decir, Dios Amor-Amistad en diálogo infinito con los Tres y con todos en el Todo del Círculo Trinitario y allí y eternamente celebraremos en visión celeste de gloria esta Amistad soñada por Dios desde el amor más gratuito que nunca el hombre pudo soñar y que por eso mismo le cuesta creer y comprender: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él no amó primero” ; amistad celebrada como anticipo y  añorada en plenitud desde la fe durante el peregrinaje. El autor del Apocalipsis contempla el evento escatológico como una solemne liturgia celeste, celebrada por los ángeles y santos, llena de luz y de cantos y de gloria. El canto del Aleluya expresa el gozo de todos aquellos, que habiéndose mantenido fieles hasta el final, han sido invitados a la cena nupcial del “Cordero degollado, el Viviente, que estuvo entre los muertos pero ahora vive para siempre”, símbolo de la plena y beatífica comunión con el Dios Trino y Uno. Hasta allí me llevó la pascua de la Eucaristía, la comida del pan de la vida eterna, la presencia amiga del Sagrario, puerta del cielo, en la que «et futurae gloriae pignus datur»: se nos da la prenda de la gloria futura.

        Viene a mi mente en estos momentos el himno «Jesu dulcis memoria, dans vera cordis gaudia, sed super mel et omnia, ejus dulcis praesentia» !Oh Jesús, dulce para el recuerdo, que das los verdaderos gozos del corazón, porque tu dulce presencia está sobre la miel y todas las cosas. No se puede cantar nada más suave, ni oír nada más alegre, ni pensar nada más dulce que el nombre de Jesús, Hijo de Dios. Oh Jesús, Tú eres  la esperanza para los arrepentidos, generoso para los que te suplican, bueno para todos los que te buscan y qué decir para lo que te encuentran. La lengua no sabe decir ni la letra puede escribir lo que es amar a Jesús; sólo el que lo experimenta puede saberlo. Jesús, sé Tú nuestro gozo, nuestro premio último y futuro; haz que nuestra gloria esté siempre en Ti, por todos los siglos. Amén».

        No puedo olvidar en estos momentos a la que fue la primeratienda, el primer Sagrario de Cristo en la tierra, la madre de la Eucaristía: María, la hermosa Nazarena, la Virgen guapa, Madre del Verbo de Dios Hecho carne: la Virgen del Sagrario. Desde aquí mi beso más filial y  el agradecimiento más sincero: «Dios ha puesto en tí, oh Virgen, su tienda como en un cielo puro y resplandeciente. Saldrá de tí como el esposo de su alcoba e, imitando el recorrido del sol, recorrerá en su vida el camino de la futura salvación para todos los vivientes, y extendiéndose de un extremo a otro del cielo, llenará con calor divino y vivificante todas las cosas»[14]

 

5. 2. En la Eucaristía está el cuerpo de Cristo, que tanto trabajó y sufrió por mí. Ahora puedo tocarlo y agradecérselo todo

 

¡Qué grande es ser sacerdote! Esta mañana, sin darlo importancia, Cristo volverá a estar en mis manos. Lo voy a amasar con fe y amor, yo seré artífice de la Eucaristía, lo haré cuando quiera y Él me obedecerá una vez más, haré a Jesucristo y  todo su evangelio y su vida en un trozo de pan. Qué poder dio Jesús a los sacerdotes. Qué confianza depositó en ellos. Y volverá a ser Navidad y Pascua, porque yo quiero. Así lo ha querido Jesús, él hizo a los sacerdotes con este poder: “Haced esto en memoria mía”.

Yo creo, Señor, en tu sacerdocio, creo en su poder y grandeza y misterio, haz que sea digno de su misión y encargo. Yo quisiera, que cuando digo: “esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre”, lógicamente el de Cristo, no el mío, fuera tan totalmente verdad, que, como es Jesús el que vuelve por mi humanidad a decir estas palabras, el que vuelve a consagrar su cuerpo, yo quisiera ser Él, transformarme en Él, sentir su sangre en mi sangre, su vida en mi vida  y sus deseos en mis deseos, para poder luego hacer las mismas acciones que Él. Y que fuera tan de verdad que mi humanidad supliera a la suya no sólo en la consagración sino durante todo el día, que Él  actuara en mí como si yo fuera su propia humanidad, que  el Padre no notara diferencia entre uno y otro. Así lo pensaba ya en mi seminario y lo puse como lema en la estampa de mi ordenación y primera misa: «REPRODUCIR A CRISTO ANTE LA FAZ DEL PADRE». Al menos éste es y ha sido siempre mi deseo,  aunque me he quedado muy lejos. Pero sigo ilusionado con ello y no pierdo la esperanza. Porque el Señor lo desea más que yo y para eso me ha llamado a la vida y a la fe y al sacerdocio y a la eucaristía.

Espíritu Santo, Alma y Vida de mi Dios, de la misma forma que en el seno de la Virgen formaste el  cuerpo y la humanidad de Cristo, forma en mí una humanidad supletoria de aquella, que quedó totalmente destrozada en la cruz por el amor y aquí ahora, transcendida en la Eucaristía, ya no le vale al Señor. Quiero ser una humanidad supletoria de Cristo, para que Él prolongue su sacerdocio y su misión en la tierra y siga adorando al Padre, cumpliendo su voluntad, hasta la muerte; quiero suplir en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo, salvando así a los hombres.

«Oh Espíritu Santo, Fuego de mi Dios, alma de mi alma, vida de mi vida, amor de mi alma y de mi vida, Yo te adoro. Quémame, abrásame por dentro con tu fuego transformante y conviérteme por una nueva encarnación sacramental en humanidad supletoria de Cristo, para que Él prolongue en mí y  renueve todo su misterio de salvación: quisiera reproducir a Cristo ante la mirada de Dios y de los hombres, como Adorador del Padre, como Salvador de los hombres, como Redentor del mundo.

Inúndame, lléname, poséeme, revísteme de sus mismos sentimientos y actitudes sacerdotales, haz de toda mi vida una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida».

Oh Espíritu Santo, amor, alma y vida de mi Dios, ilumíname, guíame, fortaléceme, consuélame...fúndeme en amor trinitario, para que sea amor creador de vida en el Padre, amor salvador de vida por el Hijo, amor santificador de vida con el Espíritu, para alabanza de gloria de la  Trinidad y salvación de mis hermanos,  los hombres.

En la eucaristía está el cuerpo glorioso y resucitado de Cristo. Aún conserva en sus manos y pies las huellas de la pasión. Está el cuerpo que trabajó y se cansó, que cedió a la tentación del sueño en la barca, que sufrió por nosotros. Está el cuerpo que sufrió hambre en el desierto, que padeció sed y pidió agua a lal samaritana y en la cruz no pudo callar su sed abrasadora. El cuerpo que recorrió sin aliento todos los caminos de Palestina predicando el reino de Dios, el cuerpo coronado de espinas, flagelado y llagado por lanza y por clavos.

Este cuerpo tuyo, Señor, debiera transformar  toda mi vida, mis sentimientos, mis actitudes y comportamientos, mi humanidad, convertirla en fuego ardiente como la tuya; este cuerpo tuyo debiera ser más contemplado, adorado, comido, amado, imitado y honrado por todos. Este cuerpo está pidiendo  correspondencia de amor. Este cuerpo tuyo está vivo y resucitado en el Sagrario de mi parroquia, no como en un sepulcro sino lleno de vida para darse en amistad plena.

Qué grande es ser sacerdote. Madre, ¡cuánto te debo en mi sacerdocio y cuánto te lo agradezco! ¡María, madre y modelo sacerdotal, hermosa nazarena, virgen guapa, madre del alma, ¡cuánto me quieres!¡cuánto te quiero! ¡Gracias por haberme dado a tu hijo¡ ¡gracias por haberme llevado hasta Él! Y ¡gracias por querer ser mi madre!¡ Mi Madre y mi Modelo! ¡Gracias!

Te lo digo con todo el cariño y ternura que tengo, porque es verdad y porque te quiero mucho; deseo decir a la Virgen, que quiero encarnar a su Hijo en un poco de pan, pero que ella me enseñe con su misma fe, ternura y amor, como ella lo hizo, porque la eucaristía es una encarnación continuada de su Hijo Jesús tanto en el pan como el barro de otros hombres. Quisiera adorarlo con el mismo respeto y amor que lo hizo ella, con la misma emoción, ternura y sentimientos de ella. Ayer  bajó del cielo a mis manos. Hoy volverá a hacerlo, (qué grande es el sacerdote! Cómo te adoro, Señor. Te quiero de verdad. Quiero que seas el amor de mi vida, que lo seas todo para mí. Ayúdame, Señor, porque Tú no bajas muerto, inerte, sino lleno de amor y  de resurrección y de vida para mí y para todos, siempre, todos los días, pase lo que pase, esté atento o distraído. Ya todo es nuevo y  resucitado y las llagas son gloriosa intercesión ante el Padre, eternamente ofrecidas, para los que se acerquen a ti.

 

5. 3. Carta a cinco nuevos sacerdotes: en la Eucaristía está el mismo Cristo de Palestina y del cielo: tratadlo bien

 

(Nota: tomando como base este texto del 1962, escribí a los nuevos sacerdotes y alumnos míos José María, José Antonio, Francisco, David Calderón,  Milla y Luis Diego la siguiente carta, con motivo de su ordenación, 24 junio 2001)

 

Muy queridos  hermanos sacerdotes José Antonio, David, Francisco, José María, Milla y Luís Diego: Mañana, sin darte importancia, Cristo estará en tus manos sacerdotales. Lo vas a fabricar tú, con tus dedos de barro; tú serás el operario de la Eucaristía y lo harás, cuando quieras, pero no de cualquier modo, siempre con mucha fe, con mucho amor, como El en la Cena, temblando de emoción, con el pan en las manos.

¡Qué grande es ser sacerdote!  «Otro Cristo», prolongación de su evangelio, de su vida, de su salvación, de su adoración al Padre y entrega a los hombres hasta la muerte....Entre todos los motivos de la grandeza sacerdotal, fíjate solo en éste, eres fabricante de la Eucaristía. Sin Eucaristía no hay Iglesia y sin sacerdotes no hay Eucaristía. Cristo, la Iglesia no pueden existir y permanecer sin vosotros.  Por eso, El obedecerá una vez más a tu voz, y harás a Jesucristo-Eucaristía y harás presente sobre el altar todo su misterio de salvación, desde que en el seno trinitario dijo al Padre:“no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” hasta la consumación y la aceptación total del Padre resucitándolo para que todos tengamos eternidad y vida nueva.  Y todo esto lo harás tú nuevamente presente en un trozo de pan, porque Cristo te ha escogido y se fía de ti,  te ha preferido entre millones de jóvenes y se ha entregado a ti, traicionado por su amor de personal predilección por tí. ¡Cuánto te ama!  ¡Qué poder dio Jesús a los sacerdotes!¡ Qué confianza deposita en ellos! Y volverá a ser Navidad y Pascua cada día, porque tú lo quieres. Así lo quiso Jesús en aquella noche santa, en que “habiendo amado a los suyos, que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo...”, hasta el extremo de su amor, del tiempo y de sus fuerzas. Aquella noche santa, a un mismo impulso de amor, nacieron la eucaristía y los sacerdotes. Yo creo, Señor, creo en tu sacerdocio, creo en su poder y grandeza, haz que sea digno de tu confianza, de tu misión y encargo. Yo quisiera que cuando digo “esto es mi cuerpo, ésta es mi sangre” -el de Cristo no el de Milla, Luisdi... etc.- fuera tan verdad, que como es Jesús,  el que vuelve a decir estas palabras por mis labios... el que vuelve a consagrar su cuerpo..., yo quisiera sentir su sangre en mi sangre y los latidos de su corazón en el mío y sus deseos en mis deseos y sus ansias de amor al Padre y a los hombres dentro de mí, para poder luego hacer las mismas acciones que El y tener la misma entrega que El y la misma pasión por los hombres, mis hermanos, que El. Y que fuera tan de verdad esta suplencia de mi humanidad por la suya,  no solo en la consagración sino durante todo el día, que  El  actuara en mí como si yo fuera El, como si mi cuerpo fuera el suyo, mi humanidad la suya....yo quisiera que fuera tan perfecta la identificación de mi vida con la suya, que el Padre, al inclinarse sobre esta pobre criatura, que soy yo, el Padre no notara diferencia entre  Jesús y yo, y no viera en mí sino al Amado, en quien El ha puesto todas sus complacencias.

Queridos hermanos sacerdotes de Cristo Jesús: Así lo pensé yo cuando me ordené sacerdote y lo puse en la estampa de mi primera misa: «REPRODUCIR A CRISTO ANTE LA FAZ DEL PADRE». Al menos éste es y sigue siendo siempre mi deseo aunque, como vosotros mismos podéis constatar, me he quedado muy lejos del ideal soñado. Pero no pierdo la esperanza.  «Oh Fuego abrasador, Espíritu de mi Dios, venid sobre mí para que en mí se realice una como encarnación del Verbo, que venga yo a ser para Él una humanidad supletoria en la que Él renueve todo su misterio. Venid a mí como Adorador, como Salvador, como Redentor». Amigos: Rezad ahora con más fuerza esta oración porque se ha hecho realidad en vosotros por la epíclesis del día de vuestra ordenación.

Ahora podéis decir: Espíritu Santo, de la misma forma que en el seno de la Virgen formaste el  cuerpo y la humanidad de Cristo, así has transformado por tu poder y la gracia del sacramento del Orden todo mi ser y existir, haciéndome presencia sacramental de Cristo.

Haz de mi vida una humanidad supletoria de la de Cristo, porque El destrozó la suya en la cruz y ahora, resucitada, está oculta en el pan consagrado y así no le vale para la temporalidad de este mundo. Yo quiero ser su visibilidad y transparencia en el mundo, quiero ser su  humanidad supletoria, para que El prolongue en mí y por mí su sacerdocio y su misión en la tierra, y siga adorando al Padre hasta la muerte, porque esto quiero que sea lo primero en mi vida  y siga también salvando y  redimiendo a los hombres –“quiero suplir en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”--, porque para esto me ha llamado: “ llamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar”.En la Eucaristía está el cuerpo glorioso y resucitado de Cristo. Aún conserva en sus manos y pies las huellas de la pasión. Está el cuerpo que trabajó y se cansó, que cedió a la tentación del sueño en la barca, que sufrió por nosotros. Está el cuerpo que sufrió hambre en el desierto, que sufrió sed y pidió agua a la samaritana y en la cruz no pudo callar su sed abrasadora. El cuerpo que recorrió sin aliento todos los caminos de Palestina predicando el reino de Dios, el cuerpo coronado de espinas, flagelado y llagado por lanza y por clavos. Éste es el cuerpo que consagráis y tenéis que sustituir. Imposible... pero para eso se hace presente el Señor en la Eucaristía, para consagrarnos,  para alimentarnos con su cuerpo y alma, para ayudarnos con su presencia permanente en el Sagrario. Él estará siempre junto a vosotros en la eucaristía, El nos guiará, nos corregirá, nos dirá lo que tenemos que ir haciendo.

Sed totalmente eucarísticos, que la eucaristía sea el alma de vuestra alma, la vida de vuestra vida, que el Sagrario nunca sea un trasto más de la Iglesia sino el Señor, el confidente, el amigo que siempre está en casa. Tratadlo siempre bien, en misa y fuera de misa: “Es el Señor”.

¡Qué grande es ser sacerdote! Muy queridos sacerdotes recién ordenados: Celebrad siempre con devoción y entrega, comulgad siempre con sus sentimientos de ofrenda y salvación, adorad su presencia siempre ofrecida en amistad y pidiendo correspondencia. La eucaristía, salida del amor extremo de Cristo a los hombres, es lo primero y más  importante de vuestro sacerdocio y debe revolucionar toda vuestra vida ahora y siempre. Tratad al Señor y adoradlo con el mismo respeto y amor que lo hizo siempre ella, la buena, la dulce, la Virgen bella,  la Madre de todos los Cristos de la tierra. Que ella os enseñe y os ayude a ser y vivir como a su Hijo y Primer Sacerdote.

Hermano sacerdote joven, recién estrenado: Hoy tendrás a Cristo en tus manos sacerdotales, te obedecerá y bajará del cielo a la tierra;  ¡qué grandeza y poder la del sacerdote! Cómo te adoro, Señor. Y no bajas muerto, inerte, sin vida, bajas lleno de amor de entrega, vienes lleno de resurrección y de vida para todos. Vienes para ser comido: “Tomad y Comed... Tomad y Bebed...”  Señor, Tú estás siempre en el pan consagrado, vivo, vivo y resucitado, con amor extremo, dándote en comida y presencia de Amor Eterno y Permanente.

Hermanos, “sacerdotes in aeternum”: La Eucaristía es el memorial de la pasión, muerte y resurrección del Señor: hacedlo siempre con fe viva, con veneración y amor extremo, con su mismo amor y entrega generosa. La Eucaristía es comulgar con el cuerpo y sentimientos de Cristo: hacedlo siempre con verdad, con deseos de identificación con El. La Eucaristía es presencia permanente de amistad siempre ofrecida desde el Sagrario: correspondedle con vuestra amistad. Es lo que espera, para eso se quedó; visitadle todos los días.

        El nos  ama de verdad. Lo experimento todos los días. El es Dios y quiere necesitar de tu amistad, no lo comprendo, por eso  merece todo nuestro amor, nuestra amistad, toda nuestra vida, nuestro tiempo, nuestra entrega, nuestra adoración. Como hermano mayor y  sacerdote me uno a vosotros para decirle: ¡Jesucristo, Hijo de Dios encarnado, Sacerdote único del Altísimo y  Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza a lPadre! Tú lo has dado todo por nosotros, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres. También yo quiero  darlo todo por Ti y permanecer siempre contigo implorando la misericordia divina sobre mi parroquia y sobre el  mundo entero; yo quiero ser y existir sacerdotal y victimalmente  en Ti;  yo quiero ser totalmente tuyo, porque para mí Tú lo eres todo,  yo quiero que lo seas todo.

¡Jesucristo, eucaristía perfecta de obediencia y adoración al Padre, yo creo en t!.

¡Jesucristo, sacerdote eterno y salvador único de los hombres,  yo confío en Ti; Tú eres el Hijo de Dios. ¡Qué gozo haberte conocido, ser tu amigo y sacerdote eternamente, vivir en tu misma casa, bajo tu mismo techo!

 

5. 4.  En la Eucaristía está el alma de Cristo

 

Aquí, en el Sagrario, está el Señor Jesucristo, Dios y hombre verdadero, con su cuerpo, sangre, alma, divinidad... Está, pues, su alma, esa alma que pensó, amó, sufrió y se entregó por nosotros.“In manus tuas, Domine, comendo spiritum meum...Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”, dijo Jesús desde la cruz, porque en aquellos momentos no había nadie sobre la tierra, ni su misma Madre, capaz de tener en sus manos toda su  alma finita llena de infinita pena, todo su cuerpo destrozado hecho adoración de obediencia  al Padre, hasta dar la vida por la salvación de los hermanos.

Esta alma inundada de delicadeza y  hermosura de la Trinidad, llena de Espíritu Santo, toda llena de cariño y amor filial al Padre, “alabanza de su gloria”, entregada con pasión a la salvación de los hombres, sus hermanos, alma limpísima de toda culpa, nunca pisoteada, por las huellas del pecado, sin más pisadas que las de la Santísima Trinidad.

Esta alma está tan llena de gracia, que no desea otra cosa, que encontrar otras almas con las que intimar, volcarse y llenarlas de su plenitud. No es ella la que necesita de mí para vivir y amar, soy yo quien la necesito, para que sea la vida de mi vida, para realizarme en plenitud, para cumplir la voluntad del Padre, en obediencia total, como la suya. 

Jesucristo Eucaristía conserva intactas en su alma todas las emociones de su vida en la tierra, de su encuentro con el joven rico, con Zaqueo, con la adúltera, de sus visitas a Betania con Marta, María y Lázaro, y, sobre todo, conserva intactas todas las emociones del Jueves Santo, cuando le temblaba el pan en la manos. Las almas eucarísticas son almas limpias, puras, sin pisadas de pecado, almas de cielo, porque Jesús las va purificando, vaciando de yo y de pecados, y llenando cada día más de fe, amor y esperanza, haciéndolas semejantes a la suya, comunicándolas un poco más de sus sentimientos. Por eso, las almas eucarísticas son almas repletas de amor y generosidad para con los hermanos, preferentemente los pobres y necesitados de pan y de cariño, contagiadas cada día más de las locuras del Amor hecho pan de los hombres.

El alma de Cristo veía y amaba a través de sus ojos, lagos transparentes en los que se refleja su alma entera y los problemas y miserias de los hombres. Esos ojos de su alma lo purifican todo, lo limpian, lo transforman todo. Esos ojos que te miran con amor desde el Sagrario, son los mismos que lloraron de pena ante Jerusalén por su dureza de corazón en creer, esos ojos que miraron con cariño al joven rico cumplidor de la ley, que miraron con misericordia y ternura a la Magdalena, a la cananea, a la adúltera... ¿qué vieron estas mujeres en los ojos que no vieron en los ojos de otros hombres que amaron y les miraron con tanta pasión de explotación y egoísmo? Después de sentir esta mirada de Cristo,  no volvieron a mirar a los hombres como antes, no volvieron a  pecar. Y así pasa ahora y siempre con los que contemplan a Cristo-Eucaristía. Poco a poco dejan de pecar, de ser egoístas, de mirar para utilizar y servirse de los demás.

Desde el Sagrario me miran los ojos que miraron con compasión a Pedro, que lloraron en Betania, en Naín.... ¿seguirán llorando todavía ante tanto olvido y desprecio nuestro? Los ojos de Cristo son ojos transparentes, reflejo de su alma, llena de pureza y amor para todos los que le miran. Son ojos hermosos, negros de raza judía, estrenados para mirar con amor a los hombres, que nos miran siempre y todos los días con infinita ternura y amor, porque a través de ellos nos mira la ternura y la misericordia del Padre y el fuego del Espíritu Santo.

 

5. 5. El Sagrario es Jesucristo en salvación y amistad permanenteS

Ofrecidas a todos los hombres

 

Que el Hijo de Dios haya tenido como proyecto ilusionado y acariciado de su vida, como anhelo y meta de su venida, quedarse aquí en el Sagrario, donde se da  totalmente y  recibe tan poco, no lo comprendo, aún no lo he comprendido, después de haberlo contemplado muchos años.  Olvidos, abandonos, faltas de respeto, Él, el Verbo de la Vida, el Amado,  en el que el Padre se expresa en totalidad esencial de amor y vida, con Fuego de Espíritu Santo  Belleza y Embeleso del Padre, metido en un trozo de pan por un exceso de  amor extremo a los hombres... no lo comprendo. Pero qué necesidad tenía de todo esto, ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga? “Para qué se ha complicado la vida por unos hombres desagradecidos? Él, que“en el principio ya existía la Palabra,  la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra es Dios”.

Lo más razonable, humanamente hablando, sería, que, una vez cumplida su misión tan maravillosamente en la tierra,  marchase sin más  al Padre, para recibir la corona merecida, como así fue y nada más. Comprendo incluso, que, por obediencia al Padre, se hubiese quedado hasta cumplir perfectamente lo mandado, sin ninguna necesidad de quedarse para siempre...

Podría decirle el Padre: mira, Hijo, ya que has redimido a los hombres, que te lo has jugado todo por ellos, bajando de nuestro  gozo trinitario a la tierra, has estado en medio de ellos,  para guiar y ayudarlos a todos a conseguir la salvación prometida. Has cumplido perfectamente tu tarea, ahora puedes dejarlos, y que ellos cumplan lo mandado con lo aprendido de ti. Es como todo hijo que tenido que realizar una misión de su familia o de su padre en país extraño, una vez cumplida ésta, vuelve a casa.

Pero nada de eso, Jesús se queda y se empeña para siempre con nosotros y se gozaba tanto en ello que lo dijo y prometió muchas veces y nadie le comprendía y hasta los apóstoles están a punto de abandonarle porque Él no cede en su intento. Lo tenía bien pensado y decidido. Y se quedó para siempre en medio de hombres desagradecidos. Nosotros, que lo comprendemos, tenemos que satisfacerle por todo y por todos. Cuando llegó el momento de hacerlo, cómo le temblaba el pan en las manos, qué emoción, qué deseos y ansias de ser comido y amado. Nosotros te queremos, Señor, y te damos toda nuestra ternura y abrazo. Queremos agradecerte todo tu amor  y entrega. Está claro, pues, que no lo hiciste por compromiso sino con amor infinito a los hombres.

Yo no comprendo, queridos hermanos, que sea dicha y felicidad extremadamente deseada por el  Hijo de Dios  quedarse para siempre con nosotros,  sobre todo Él, que nos conoce perfectamente y ya sabía de nuestras cobardías y olvidos  y desagradecimientos. Yo no comprendo que el fin y el anhelo de todo un Dios sea hacerse pan de Eucaristía  para el hombre desagradecido, yo no comprendo;  no comprendo que la ilusión acariciada toda su vida sea quedarse tan cerca de todos los hombres, para poder intimar con ellos, para ser nuestro amigo, antes de que nos veamos cara a cara en el cielo. Él,  Dios infinito, la Palabra eterna del Padre, que estaba junto a Dios y era Dios, por la cual se hicieron y en la cual se sustentan todas las cosas...  nosotros...puras criaturas, no lo comprendo.

Queridos hermanos, ¿no pensáis vosotros lo mismo?  Cristo no supo bien lo que hacía,  francamente dio este paso en falso o no conocía a los hombres... Pues sí que nos conocía y nuestras faltas de amor y correspondencia. Entonces ¿cómo hizo esto?  Pues lo que os dije: Estuvo y sigue estando loco de amor por nosotros.

Vamos a ver, hermanos, si ante este amor de Cristo, nuestro corazón, tan sensible para otros amores y  afectos, vibra de amor por Él. Vamos a ver, si de una vez para siempre, sabe ser  delicado con Él, vamos a ver si de una vez para siempre se convence del amor más grande y verdadero por el que hemos sido amados: por el amor que nace del corazón eucarístico de Cristo:“no hay amor más grande que el que da la vida por los amigos”,  y Él la dio y sigue dándola todos los días y a todas horas en el silencio y ocultamiento de nuestros Sagrarios. Cuando alguna persona, que es inteligente, trabajadora y  valiosa en su carrera o profesión, se le ofrece oportunidad de subir y ascender, no se queda en puestos inferiores, pudiendo escalar alturas. Todos le diríamos: no seas tonto, no te quedes ahí, puedes subir más arriba y eso es bueno para ti, para tu realización, para tus hijos y tu familia.

Queridos hermanos, que el Hijo de Dios, el Verbo de la Vida, Hermosura infinita del Padre, Sabiduría del Dios infinito, el Hijo Amado, Recreación e Imagen y Canto eterno de Alabanza, canturreado por la Boca del Padre en canción eterna de amor desde toda la eternidad, haya tenido como meta de sus ilusiones quedarse aquí humildemente en un trozo de pan, porque aquí ya no tiene ni figura humana, ya no es ni siquiera un cuerpo humano sino un trozo de pan, una cosa....una cosa... con lo que me cuesta a mí humillarme... no lo comprendo.

“Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros”, para quedarse para siempre con nosotros, siendo un Dios infinito, lleno de eternidad, no lo comprendo. Emocionado y temblando con el pan en las manos: “Tomad y comed, éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros, tomad y bebed...”, la verdad es que no lo comprendo y  llevo días y días, años y años pensando en esto y mi pobre cabeza no llega a estas alturas del amor... Así que tengo que pasarme ratos y ratos, toda la vida junto a Ti, en el Sagrario, para que me lo expliques todo, aunque por lo que veo, es tanto y tan profundo y con tantos y tantos resplandores de amor y matices y cavernas y  galerías y galerías misteriosas de misterios y misterios de amor y entrega y felicidad... que espero el cielo para que me lo expliques mejor y con más tiempo. 

Por eso, Señor, esta tarde me iré de tu presencia sin haberlo comprendido, pero mañana volveré para seguir preguntándotelo, para que me lo expliques, para llegar a saber, no comprendiendo sino amando, que al Sagrario se llega más y mejor por el amor que por la razón y la teología, que la única explicación para el hombre y mejor respuesta  es adorar este amor, sin comprenderlo jamás, porque desborda nuestras capacidades de inteligencia y comprensión. En definitiva, en las cosas de Jesucristo, lo mejor, lo más eficaz es contemplarlo, adorarlo y dejarse amar. “Gracias te doy, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”.

Bien podríamos nosotros en este punto, refiriéndonos a la Presencia Eucarística, aplicar estos versos de San Juan de la Cruz: «Descubre tu presencia/ y máteme tu rostro y hermosura/ mira que la dolencia/ de amor que no se cura/ sino con la presencia y la figura/ ¡Oh cristalina fuente,/ si en esos tus semblantes plateados/ formases de repente/ los ojos deseados/ que tengo en mis entrañas dibujados!»(C 11 y 12)

Y es la verdad, Señor;  pues todos estos misterios de tu amor me roban el corazón y pues lo tengo bien robado por Ti, por qué no me lo robas de una vez y tomas definitivamente este robo que robaste hace ya tiempo... ¿Por qué no me entrego de veras a Ti, por qué no me tomas en posesión plena, por qué no me robas totalmente?

Estas cosas de Dios, estas matemáticas de Dios, estas sumas de amor del Hijo al Padre y del Padre al Hijo por el Espíritu Santo, en las cuales entramos nosotros y nuestra salvación como proyecto de Dios, son superiores a nuestros cálculos y medidas. Los cálculos de Dios son inmedibles para nuestra razón, rompen nuestros cálculos matemáticos y, por eso, son noche oscura para nuestra mente, sólo se pueden comprender un poco por el amor, tocándolos y abrazándolos con el corazón, haciéndose una realidad en llamas con el objeto amado... amar, besar, abrazar por el amor...

Santo Tomás decía, como buen teólogo, que la contemplación de Dios consistía fundamentalmente en contemplar a Dios con la inteligencia; es lo que siempre decimos: primero conocer  para luego amar, no se puede amar lo que no se conoce. A mí me gusta más ser  sanjuanista, pero de los dos Juanes que más valoro; primero San Juan en su primera carta: “Dios es amor…en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que El nos amó primero…”

Ya he dicho en otra parte de este libro que podía haber dicho: Dios es el poder, la inteligencia… porque lo es verdaderamente, e infinita; pero no, cuando S. Juan quiere definir en una palabra a Dios nos dice que Dios es amor, su esencia es amar, si dejara de amar dejaría de existir. Al segundo San Juan que venero mucho es S. Juan de la Cruz; él nos dice «...y así espero que, aunque se escriben aquí algunos puntos de Teología escolástica acerca de el trato de el alma con su Dios, no será en vano haber hablado algo a lo puro de el espíritu en tal manera, pues aunque a V. R. le falte el ejercicio de Teología escolástica con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística, que se sabe por amor, en que no solamente se saben mas juntamente se gustan» (Prólogo al Cántico ).

Los mismos nombres, que San Juan de la Cruz da a la contemplación, indican esta supremacía del amor: «Teología mística», Anoticia amorosa», «ciencia de amor», «Llama de amor viva», «Porque la contemplación no es otra cosa que infusión secreta, pacífica y amorosa de Dios, que si la dan lugar, inflama al alma en espíritu de amor...» (IN 10,6) «Esta contemplación es Teología Mística, que llaman los teólogos sabiduría secreta, la cual dice Santo Tomás que se comunica e infunde por amor, lo cual acaece secretamente a oscuras del entendimiento y de  las demás potencias» (IIN 17,2). «Porque esta oscura contemplación juntamente infunde en el alma amor y sabiduría, a cada una según su capacidad y necesidad, alumbrando al alma y purgándola de sus ignorancias» (IIN 12).

Dios  es fundamentalmente amor, fuego....  “Dios es Amor”, por eso, la oración, el trato con Él debe ser, desde el primer momento, trato de amistad, de amor, aunque no lo notemos por la flaqueza y debilidad de nuestra fe, amor y esperanza. Dios está siempre amando, su esencia es amar, por eso el alma, al entrar en contacto con Él por la oración, lo primero que recibe, aunque no se dé cuenta de ello es amor y por la oración se irá convirtiendo poco a poco en llama de amor viva, que, como toda llama, ilumina, purifica, limpia, calienta, quema y termina haciéndose fuego de amor con el Amado.

La oración será siempre «noticia amorosa», luz que a la vez ilumina y quema, porque se acerca uno a un Dios que es fuego esencial y trinitario y aunque uno no sepa mucha teología,  por el amor se toca al objeto amado y así se le conoce, como la madre al niño aunque no sepa medicina  La teología tiene que arrodillarse, tiene que adorar el misterio de Dios antes de intentar conocerlo y explicarlo, tiene primero que aceptar sin ver y seguir luego y siempre tras el rastro de la fe pero nunca delante, la razón no abarca el misterio, es esclava, no señora de la fe.

Por eso, queridos hermanos, nos iremos esta tarde sin poder explicar las razones razonables de este misterio, porque supera nuestros cálculos y nuestra lógica humana, sólo podemos tocarlo por la oración amorosa y contemplativa, aceptando que Jesucristo nos ame hasta extremos insospechados por el hombre.  El Rey del Cielo ha dejado sus palacios para vivir con los humildes en el barrio de la tierra. Es un misterio del Amor, del Dios Amor, cuya esencia es amar; el amar es su vida y su vida es amar. Qué grandes beneficios guarda para los que creen en su amor, para los que se acercan a su presencia eucarística, para los que se ponen de rodillas con las manos suplicantes.

Para eso se ha quedado fundamentalmente Jesucristo en el Sagrario, para ser nuestro amigo y confidente; está Jesucristo en el Sagrario en amistad y salvación permanentemente ofrecidas,  deseando que todos los  hombres se acerquen a Él y le amen, porque quiere llenarlos de su misma vida y felicidad. El rico se ha hecho pobre por amor, para enriquecernos de su divinidad  a todos los hombres. Eso sí que es amar. Decidme quién  ama más, quién merece en el mundo más amor que Cristo Eucaristía.

Dios Infinito, qué grande eres, cómo te amamos en tu Hijo, en Cristo Eucaristía... no nos extraña que sea tu predilecto, tu hijo del alma, tu Amado; es que es tan apasionado, tan maravilloso, tan feliz dándose a todos... Y tú, querido hermano, alégrate de ser admitido a esta amistad con el Amado del Infinito, por pura gratuidad del Padre. Cristo Eucaristía,  nosotros te amamos, te queremos y te felicitamos por tu amor extremo.

5. 6. Hablar con Jesucristo en el Sagrario es fácil, porque es el amigo, que siempre está en casa

 

«La liturgia eucarística es la escuela de oración cristiana por excelencia para la comunidad... Entre estos caminos emerge la adoración del Santísimo Sacramento, que es natural prolongación de la celebración. Los fieles, gracias a ella, pueden hace una peculiar experiencia del “permanecer en el amor de Cristo” (cfr Jn 15, 9), entrando siempre más profundamente en su relación filial con el Padre». (Carta del Papa Juan Pablo II a los sacerdotes en el Jueves Santo 1999).

No me lo toméis a vanidad, pero para mí es facilísimo hablar con  Jesucristo Eucaristía. Voy a la iglesia, dirijo los cables del amor y de la fe hacia el Sagrario, los enchufo en el corazón de la hostia  santa, abro el micro y Él me empieza a decir tantas cosas de amor, que cojo la pluma y escribo. A veces me quedo simplemente contemplando, sonriendo, alegrándome de tenerle tan cerca, a Él que es la misma complacencia del Padre.

Unas veces me dice cosas tan elevadas, que no le puedo seguir; otras, tan quemantes, que me impiden escribir;  otras, tan tristes que se me parte el alma; otras, tan sublimes, que me quedo extasiado. Qué bueno eres Jesús, qué ganas de intimar, qué cantidad de secretos nos tiene preparados y nos revela, si te escuchamos un poco, si nos paramos un poco contigo. Desde tu presencia eucarística,  nos dices, como a los apóstoles:“Venid vosotros a un sitio aparte”, “Escogió a tres... y subió a lo alto de la montaña”; “Llamó a los que quiso para estar con El y enviarlos a predicar”, “Señor, qué bien se está aquí... si quieres hagamos tres tiendas”.

Pero siempre hay que enchufar los cables de la fe y del amor, si no, es imposible  comunicar con Él y a veces tardamos y nos cuesta oir su voz por culpa del ruido de tantas cosas que llevamos dentro de nosotros. Y si uno se encuentra con Él, vestido de luz como los tres apóstoles del Tabor, o vestido de hortelano como María, cuando fue a embalsamarlo, o de viajero, como los discípulos de Emaús, entonces todos diremos: “¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos hablaba y nos explicaba las Escrituras? (Lc 24,32).

Qué escucharía la Magdalena de sus labios, cómo le hablarían esos labios, ese corazón, qué ternura, qué miradas de comprensión, qué hechizo...qué diferencia de otros hombres a los que ella había amado y había escuchado incluso palabras de amor, qué diferencia, ella que amaba tanto, ¿qué encontró en Cristo? Pues ella encontró lo que ella y todos nosotros necesitamos, amor, amor verdadero, amor que busca nuestro bien, nuestra persona y no al revés, utilizarnos y estrujarnos como un caramelo y luego tirarnos. Por eso, hoy día, cuánto sexo y poco amor, cuántos matrimonios rotos al año de casarse, qué poca felicidad en los hogares, no hay amigos. Hay que acercarse al Sagrario para aprender lo que es amor, lo que es amar, amistad.

Ella, que había hablado con tanta gente,  qué escucharía  postrada a los pies de Jesús , que se olvidó de ayudar a su hermana en las tareas de la casa.  María no habla, no trabaja, solo escucha, se echa a sus pies, no le importa nada todo lo demás, ella le adora  y le besa los pies y le unge con el perfume de su amor, el más valioso, y todos hablamos de ella, porque Cristo ya lo profetizó, porque hasta nosotros ha llegado el olor de ese perfume tan caro de su amor y entrega total a Cristo y la Iglesia entera ha quedado para siempre llena de esta fragancia y  valentía testimonial de amor por Cristo, de la que hoy y siempre tan necesitada está la Iglesia.

Y admiramos sobre todo a Cristo, que  no se avergonzó de tenerla a sus pies, algo inconcebible en aquellos tiempos, ni tuvo reparos ante las críticas que surgieron  de ese comportamiento, es más, la defendió de los ataques hipócritas de Judas, y como le ungió para el día de su muerte, según aclaró el Señor, para ella fue una de sus primeras apariciones de Resucitado. Todos debemos imitar este comportamiento de María con Jesús presente en nuestros Sagrarios, con la misma valentía, con los mismos gestos y actitudes, postrados a sus pies, ungiéndole con el perfume de nuestro amor. La Iglesia, tu parroquia necesita estos testimonios de fe y amor. Pensad  también en la adúltera, que iba a ser apedreada:“nadie te condena,  yo  tampoco, véte en paz y no peques más...” y claro que no volvió a pecar. Espero que estés canonizada, hermana adúltera, como está María la de Magdala.

¡Santa adúltera! hazme casto por amor, por entrega total a Cristo, sin capacidad de otras entregas de pecado, como te pasó a tí después de mirarle,  que me miren esos ojos y me transformen, como a ti, para toda la vida....  «Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio. Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que ya solo en amar es mi ejercicio. Pues ya si en el egido, de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido, que, andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada» (C.19 y 20).

Cómo hablaría Jesús, cómo miraría a la gente, qué escucharían aquellas multitudes, que le seguían días y días sin importarles ni la misma comida, entusiasmadas de estar junto a Él... qué paz, qué seguridad, qué certezas tan profundas y plenificantes les infundía. Pues bien, ese mismo Cristo me espera en cada Sagrario para hablarme... “Habla, Señor, que tu siervo escucha...” Abre, Señor, mis labios, mi corazón, mis ojos, mi inteligencia para que comprendan tanto amor, ternura, pasión por la simple criatura. Y mi boca publicará luego tu gloria, tu alabanza, tu amor.

 

5. 7. El Señor en el Sagrario espera nuestra gratitud y comprensión 

 

“El oprobio me destroza el corazón y desfallezco; esperé que alguien se compadeciese y no hubo nadie; alguien que me consolase, y no lo hallé”(Salmo 69, 21). ¡Qué  olvidado y poco valorado está  Jesús en muchos Sagrarios, en nuestros Sagrarios! ¡Cuántas y qué grandes humillaciones y menosprecios tiene que sufrir habitualmente en este sacramento, por haberse pasado en el amor a los hombres! Él salió fiador ante el Padre Eterno de nosotros y de nuestros intereses. Le dijo: Padre, no te preocupes, aunque los hombres nos han ofendido, nosotros los queremos tanto, que no podemos consentir que se mueran con muerte eterna y no compartan con nosotros una eternidad de gozo. No quiero que un día descubran la infinitud de la divinidad, la hermosura infinita y el amor de la Trinidad y no puedan contemplarla por culpa del pecado. Sería el infierno para siempre. Aquí estoy Yo. Yo salgo fiador ante Tí por todos ellos y te aseguro que les voy a descubrir todo este misterio de amor y de felicidad que vivimos y les voy a amar tanto y de tantas formas que no tendrán más remedio que rendirse a nosotros y amarnos locamente.

Y vino el Hijo de Dios a este mundo para decirnos todo lo que Dios nos amaba, se hizo uno más de nosotros, nació,  predicó y murió por nosotros, porque éramos nosotros los que teníamos que haber sufrido, pero el Padre, para demostrarnos su amor infinito, quiso que su Hijo lo hiciera por nosotros: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados”(1Jn 8-10).

Cristo  nos quiso tanto, que se ofreció por nosotros al Padre, lo hizo por todos y cada uno de nosotros. Y fijaos ahora  cómo se lo pagamos: ¿cuál ha sido nuestra respuesta? La ingratitud y el olvido: Sagrarios poco respetados y amados, misas poco concurridas tanto en festivos como en días ordinarios, pocas comuniones y, a veces, no muy fervorosas; Primeras Comuniones donde lo más importante son los banquetes, los trajes, los regalos... donde los padres ya ni comulgan. Si un amigo sufre, siempre están lo amigos para consolarle.  Cuando una madre, un padre, un ser querido llora, siempre tiene a los amigos que le dicen: no te preocupes, ya sabes que estamos contigo y te queremos. Solo el Cristo del Sagrario está solo y abandonado muchas veces y no encuentra amigos que le comprendan y le consuelen, olvidado por esas criaturas que Él tanto ama y ha amado y mimado. Si un cristiano, si un sacerdote es consciente de este abandono de  Cristo en el Sagrario y no se conmueve y pasa ratos con Él, es imposible que pueda entender verdaderamente del misterio de Dios, que ame verdaderamente a Jesucristo,  que pueda inflamar y contagiar amor por El, que pueda ser un buen sacerdote o cristiano.

Qué mal le estamos pagando tanto amor: aquella emoción en venir junto a nosotros, para llenarnos de su amor y salvación, aquel empeño en que le conociéramos y le tratásemos como amigo, aquellos deseos de darse y darnos todo lo que tenía, de hacernos hijos amados del mismo Padre; aquella emoción en quedarse junto a nosotros para siempre en el pan consagrado, para demostrarnos su amor.... qué mal se lo estamos pagando.

Por eso, Señor, permíteme que esta tarde llore contigo estos abandonos y olvidos, signos de nuestra falta de fe y amor, de la pobreza espiritual que tenemos y que tú quieres sustituir por la riqueza de tus dones; quisiera de ahora en adelante estar metido dentro del Sagrario contigo, en la blancura de la hostia santa o en el cáliz de tu sangre. Y metido contigo en la hostia santa pasar mi vida, hasta que se rompa el velo que me aparta de tí. Quiero amarte tanto, tanto que de ahora en adelante supla las deficiencias de los que no creen en tu presencia eucarística o no te corresponden o no te quieren o no te veneran en este sacramento, como tú mereces y los hombres necesitamos, quiero borrar de tu memoria el olvido de los que no piensan y viven para Tí. Quisiera que mi parroquia, allí donde esté yo, todos corrieran para borrar  tanta falta de correspondencia, para que nunca tuvieses que decir: “busqué quien me consolase y no lo hallé”. Y lo haré, Señor, porque Tu siempre me buscas y me consuelas en mis penas.

5. 8. Visitemos todos los días al Señor: «vida eucarística descuidada, vida sacerdotal pobre y mediocre, diré más, en peligro...» (Juan PabloII)

 

Queridos hermanos, yo creo que entre las muchas razones, que tuvo Jesús para quedarse sacramentado por nosotros en el Sagrario, una principal fue ésta: Jesús se quedó entre nosotros con la esperanza de que los hombres, que habíamos de vivir en las generaciones futuras y sucesivas, le agradeceríamos   todo lo que había hecho por nosotros, toda su salvación, muerte y resurrección, especialmente este gesto de  quedarse para siempre en el sacramento, invención de su amor extremo. Sus contemporáneos no se portaron muy bien que digamos, le dejaron nacer en la intemperie y lo despidieron entre blasfemias, clavándolo en una cruz.

Jesús pensó que las generaciones venideras tendrían un corazón más agradecido  y corresponderían vivamente a su entrega y su amor, y les gustaría tenerle cerca para darle gracias,  hablarle de amor y seguimiento, conseguir gracias y dones visitándole en su casa,  como hacemos con los amigos, que nos ayudan en la vida, porque Él es el amigo, que siempre está en casa.

¡Qué fracaso, Señor! ¡Qué decepción!  Tú, Cristo bueno, siempre equivocándote en tus excesos de confianza con el hombre; ¿ pero se puede hacer más de lo que Tú has hecho por nosotros? Me da vergüenza recorrer nuevamente todos los favores y trabajos y sacrificios realizados en favor nuestro: bajaste del cielo, hiciste el bien a todos, nos predicaste el reino, curaste, te compadeciste de todas las miserias humanas, perdonaste nuestros pecados, muriendo en la cruz por todos.

Y qué fracaso, Señor, no sólo los hombres de entonces fueron desagradecidos contigo, también los de ahora. ¡Qué pocas personas te aman de verdad!, ¡qué pocos saben agradecer  este misterio de entrega total! Las iglesias vacías, poca gente en las misas, menos comulgan, pocas visitas, y a pesar de todo, tú te quedaste. ¡Esto sí que es amor! ¿Cómo no amarte y entregarse enteramente a ti? Te adoro, te amo, Señor, quisiera amarte de verdad para que no sintieras decepción alguna de los hombres; te pido por todos, siempre estoy pidiéndote por mis hermanos, te tengo cansando, te amo, Señor. Y los amo también a ellos, porque Tú nos amas.

Queridos hermanos, vosotros no le falléis a Cristo. Dadle las gracias por todo cuanto hizo y sufrió por todos y cada uno de los hombres, visitadle, comulgadlo con frecuencia y uníos totalmente a Él por el amor, quitándole tanta  ingratitud de los suyos, ofreceos con Él al Padre en la misa. Que con vosotros se colme su esperanza de ser amado y reconocido. Seamos más sensibles para las cosas del Señor, especialmente en  su presencia eucarística. 

Mirarle ahora mismo en el Sagrario, con ojos llenos de amor y admiración, y decidle: Cristo mío, te agradezco cuanto hiciste por mí y me duele en el alma el desprecio de los hombres. Tú esperabas que nosotros ahora reconociésemos y te agradeciésemos  tu sacrificio eucarístico, tu presencia y deseo de ser comido de amor por todos; aquí estoy yo, Señor, toma mi corazón, quiero amarte tanto que no te enteres de las ofensas y olvidos de otros.

¡Gracias, gracias, gracias, Señor, Tú sí que eres bueno; cómo no amarte. Para Ti lo mejor de mi vida, en entrega total y para siempre! ¡Jesucristo Eucaristía, Tú lo has dado todo por mí, también yo quiero darlo todo por Ti, porque para mí Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo!

 

 

 

5. 9. El Sagrario es el nuevo templo de la Nueva Alianza: “Destruid este templo y en tres días lo reedificaré...pero él lo decía del templo de su cuerpo” (Jn 2, 19.  21)

 

Cuando se hace presente el Señor, como nos ama de verdad y no por puro compromiso, ya no quiere irse y dejarnos sin su presencia y su compañía.  La Eucaristía es fruto de su amor a los hombres, no del nuestro hacia Él. Cristo Eucaristía cumple su palabra de quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos y convierte para esto su Iglesia, espiritual y material, en templo de Dios y casa de oración; allí, en el Sagrario, nos ofrece su amistad y diálogo permanente.

La Iglesia, para poder gozar de esta gracia y amistad permanente, ha apelado a su derecho de esposa:“el marido no dispone de su cuerpo sino la mujer” (1Cor 7,4) y ha decidido conservar el cuerpo del Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar el diálogo y la contemplación del rostro amado.

Cuando los fieles vienen a orar y arrodillarse ante su presencia eucarística, nosotros hablamos de que hacen una visita al Santísimo. Sin embargo, es Él, el Cristo Eucaristía el que nos ha visitado y ha bajado desde la casa del Padre pero sin abandonarla, porque Él ya ha llegado al final de la historia de Salvación y viene para visitarnos y ayudarnos a nosotros a conseguirlo con su presencia de amigo.

Por eso no sólo nosotros hemos de hablarle, es Él quien tiene que decirnos muchas cosas, enseñarnos todo su evangelio, todos sus hechos, mostrarnos toda su vida, especialmente concentrada en este sacramento:“Tomad y comed, este es mi cuerpo que se entrega... esta es mi sangre derramada por los pecados”.

La Eucaristíaes el memorial de su pasión, muerte y resurrección, que se hace presente en cada misa, para que se renueve su salvación  y luego nos alimentemos de la vida nueva y resucitada, comulgando con sus mismos sentimientos y actitudes de obediencia al Padre y salvación de los hermanos: “Destruid este templo y en tres días lo reedificaré...pero Él lo decía del templo de su cuerpo” (Jn 2, 19. 21) .

Éste es el fin principal de la Eucaristía, que renovamos por mandato suyo: “haced esto en memoria mía”. Ya he dicho miles de veces que no entiendo tanto amor, por muchas razones. La primera, porque yo no puedo darle nada que Él no tenga, yo no sé amar como Él, perdonar como Él, pero su corazón es así. ¡Señor, haz mi corazón semejante al tuyo!

Todos los sacramentos son vivificantes. Todos comunican la vida de Cristo bajo un aspecto y otro. Pero la Eucaristía es el sacramento de vida por excelencia. Es la más importante entrega de una realidad invisible hecha presente por la consagración del pan y del vino. Bajo esos signos se entrega al Padre como ofrenda redentora y nos hace partícipes a los hombres de su vida divina.

La Eucaristíacomporta un acto de ofrenda sacrificial, que reclama ala participación de los asistentes, en una unión total con Él, y tiene como fin la comunión, que, al darnos a Cristo como alimento, hace que asimilemos su vida porque contiene además una presencia, que exige contemplación.

¡He venido para que tengan vida y la tengan abundante!: El sacrificio, la comunión y la presencia son los medios de expansión de su vida divina que busca impregnar de sus mismos sentimientos y actitudes toda nuestra vida y actividad, todo nuestro ser y existir, todo nuestro corazón. Esto lleva consigo, por nuestra parte, el ofrecernos con Cristo como ofrenda agradable a Dios Trino y Uno, para poder luego  participar plenamente de sus sentimientos y actitudes por la comunión de su cuerpo y sangre ofrecidos y participado por la comunión eucarística, conservado luego en el Sagrario, que exige contemplación, adoración, veneración y cariño.

Jesús vio a través de los siglos la multitud inmensa de grandes enamorados de su persona y su obra y su salvación hechas presentes por la Eucaristía, como misa, comunión y presencia, almas locas que suspirarían por tenerle cerca para hablarle, tocarle, escucharle. Y por todas, pero especialmente por éstas, que no sabrían vivir sin Él, inventó la Eucaristía y se quedó en el Sagrario. Él se quedó y está aquí para todos, pero muchos tendrán que esperar hasta el cielo, para valorar un poco este misterio de amor.

Nos quiere tanto, que quiere compartir con nosotros las miserias y las tristezas de esta vida. Los amigos son para eso. Y Jesús, sacramentado por amor,  es el mejor amigo que tenemos. “Nadie ama más que el que  da la vida por el amado”. Y Él la dio y la sigue dando por todos. Quiere convivir con nosotros antes de que vayamos al cielo. Quiere ser nuestro cielo ya en la tierra. Ha querido ser nuestro amigo; visitémosle todos los días para estar con Él,  para pedirle, para consultarle, para orientarnos, para renovarnos continuamente en su amor, en la amistad. Él ha querido ser nuestro alimento para que tengamos necesidad de Él,  como del alimento natural y así estar siempre unidos, viviendo su misma vida;  quiere comunicarnos su amor, su generosidad, su entrega a todos, quiere ser nuestro pan, para llenarnos de Dios, de su gracia y fortaleza y amor.

Jesucristo, desde el Sagrario, como muchas veces en Palestina, --pensemos en María, Zaqueo, los necesitados, los pecadores...--  se anticipa a nosotros y nos mira con deseos de entablar diálogo: “Dijo a Natanael: yo te he visto cuando estabas debajo de la higueraB (Jn 1,48). Él quiere hablar con nosotros, comunicarnos su amor, sus proyectos sobre cada uno. Mientras caminamos hacia la ciudad celeste, hacia el templo celeste de Dios, Jesucristo vivo y resucitado en el Sagrario, es el nuevo templo de la nueva alianza.“Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19).

El Sagrario es la nueva Betania, la nueva casa de oración de los redimidos, camino de la casa del Padre, la nueva tienda de la presencia de Dios, la mejor escuela de oración, donde siempre encontramos al mejor Maestro de oración, de santidad y de vida cristiana.

 

5. 10. “El que me come vivirá por mí”. El que contempla y come Eucaristía, termina haciéndose Eucaristía perfecta 

 

Lo más importante para recibir al Señor son las disposiciones del alma, no las del cuerpo, y esto es lo que busca más directamente el Señor. De hecho los apóstoles comulgaron después de haber comido. Por los abusos tuvo la Iglesia que proponer unas disposiciones pertinentes al cuerpo, que hoy ya han desapareciendo.

Lo importante es la fe, la esperanza, el fuego del corazón, el amor abrasado, el deseo infinito de Dios. Y si sacramentalmente sólo puedo hacerlo una vez al día, por el amor puedo comulgar todas las veces que quiera, que tenga deseos de sentir cerca su presencia y ayuda, de comer sus sentimientos de humildad y entrega, de comer sus deseos de servir y amar  a los hermanos.

A esta comunión espiritual me tiene que llevar y conducir la corporal y viceversa. Qué adelantamos con que se acerquen personas en ayuno corporal si sus almas están sin amor, sin  hambre de eucaristía, tan repletas de cosas y deseos materiales que no cabe Jesús en su corazón.

Cristo quiere ser comido por almas hambrientas de unión vital con Él, para llenarnos de su pureza, generosidad y entrega a los demás, con hambre de Dios y sed de lo Infinito. Y esto es lo que nos comunica y quiere alimentar por el sacramento de la Comunión. Pero si el corazón no ama, no quiere amar, para qué queremos los ayunos... Por eso, lo más importante para comulgar es tener hambre de Cristo.

Comulgar con una persona es querer vivir su vida, tener sus mismos sentimientos y deseos, querer tener sus mismas maneras de ser y de existir. Comulgar no es abrir la boca y recibir la sagrada forma y rezar dos oraciones de memoria. Esto es comer pero no comulgar, o si queréis, podemos llamarla comunión, pero rutinaria,  con la que nunca llegamos a encontrarnos con Él ni entrar en amistad con el que ha venido a nosotros en la Hostia santa.

Junto al Sagrario se puede comulgar  muchas veces con más fervor y fruto que con comuniones puramente materiales. Los ratos de oración ante el Sagrario son ratos de eucaristía perfecta, de hacernos eucaristía perfecta con Él por la potencia de amor del Espíritu Santo, que es el que transforma el pan en Cristo para gloria del Padre y salvación de los hermanos.

Lo primero de todo es la fe, como lo fue en Palestina. Cuando le presentaban los enfermos, los tullidos, los ciegos... “Tú crees que puedo hacerlo, tú crees en mí, vosotros qué pensáis de mí…” Y hoy sigue la misma táctica: a los que quieren entrar en amistad con Él,  les exige fe, una fe, que pase de fe rutinaria y heredada a fe personal; para eso no bastará saber toda la teología de la Eucaristía, todos sus conceptos o ser doctor en este tratado teológico o saberla  de memoria por el estudio o la catequesis sino saberla y creerla por la fe, por las obras de la fe y el amor en Él y para eso, el único camino es quedarse junto a Él, orar ante el Sagrario, celebrar y comulgar con fe personal más viva, que nos lleve a seguirle, pisando sus mismas huellas: “si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga...”

Entonces, cada comunión  me irá vaciando de mí mismo, de mis criterios, de mis conocimientos, de mi misma vida por la de Cristo: “El que come vivirá por mí”, porque yo soy egoísta y mi amor no sabe de entrega total a Dios y a los hermanos;  si aguanto y cojo este camino, aunque me cueste y sufra, iré cada vez más“sintiendo con Cristo”, “para mí la vida es Cristo”, “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”, y desde ese momento, ya no tengo que decirte nada, tú mismo comprobarás que el Señor existe y es verdad y está en el pan, que alimenta y fortalece, te habla... y te alimenta con su fuerza  para las pruebas  necesarias que conlleva la muerte del yo, de mis afectos desordenados, soberbia, castidad, mis seguridades... pruebas de todo tipo, internas y externas, que no hace falta que Dios nos las mande directamente porque las lleva consigo muchas veces la misma vida, sobre todo, si queremos vivirla evangélicamente, pero que tienen que ser vividas en Cristo y por Cristo, perdonando, reaccionando amando, sin ira, con humildad, confiando siempre en Dios y esperando contra toda esperanza.

Es que algunos se despistan, y piensan que amando más al Señor, todo les va a ir bien en la vida de éxitos, triunfos humanos, estimación de los demás, cargos... y como no es así, quiero advertirlo, para que nadie se sienta decepcionado.

Superada esta primera etapa de fe, que dura más o menos años,  según los planes de Cristo y generosidad del alma, luego viene la conversión radical, quitar las mismas raíces del yo y del pecado original, y aquí ya sólo Dios puede hacerlo y lo hace como quiere y cuando quiere y hasta donde quiere.

        ¡Qué poco nos conocemos, Señor!, ¡qué cariño, qué ternura me tengo! Señor, me doy cuenta después que lo paso. Y ya creo que estoy purificado, que no me busco... y nuevamente vuelvo a caer en otra forma de amor propio y otra vez la purificación y la necesidad de Ti... así que no puedo dejar de comulgar y de orar y de pedirte, porque yo no entiendo ni puedo, solo Tú sabes y puedes y entiendes... por eso, me abandono a Ti, me entrego a Ti, confío en Ti, solo Tú sabes y puedes. Y ya no quiero vivir sin Ti, porque quiero ser totalmente para Ti como Tú lo has sido todo para mí. 

Es que primero hay que vaciarse un poco para que pueda ir entrando Dios en tu vida. Jesús, como cualquier amigo,  no se entrega a cualquiera. Hay que querer ser su amigo y disponer el corazón. La verdadera conversión, la muerte del yo..., ¡Cuántas lágrimas en tu presencia, Señor, días y noches tú el único testigo...parece que nunca se va a acabar el sufrimiento, a veces años y años...Tú lo sabes. En ocasiones extremas uno siente deseos de decirte: Señor, ya está bien, no seas tan exigente, en Palestina no lo eras... Cuánta oscuridad, sequedad, desierto, dudas de Dios, de Cristo, de la misma salvación, soledad ante las pruebas de vida interior y exterior, complicaciones humanas, calumnias, sufrimientos personales y familiares, humillaciones externas e internas.

 Para el que lo pasa, esto es una realidad sentida y no lo olvidará en la vida, ni su nada ni su necesidad absoluta de Dios para todo. Precisamente por esta purificación, Cristo, el evangelio, la eucaristía, el amor, la amistad con Él, sus misterios...pasan  a ser realidades sentidas y vividas, todo ha entrado en la sangre por esta comunión espiritual con el alma y el corazón de Cristo.

El primer efecto de la comunión, de la presencia de Cristo en mi alma es ser mi salvador, destruir el pecado de mi vida, nuestra personalidad pecadora. “Y todo el que tiene en Él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. El que comete pecado traspasa la Ley, porque el pecado es trasgresión  de la Ley. Sabéis que apareció para quitar el pecado y que en Él no hay pecado. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,3-6).

Porque en la comunión no se trata solo de estar con el Señor unos momentos, de decirle palabras u oraciones bonitas, más o menos inspiradas, hay que darle la vida, nuestra vida, que está cimentada sobre el pecado original de preferirme a Dios, sobre el hombre viejo, que Él viene a destruir para que tengamos su misma vida, la vida nueva para la cual hay que morir primero al yo para resucitar en Cristo por la gracia del amor total al Padre y a los hombres.

Si queremos transformarnos  en el alimento  recibido por la comunión, que es Cristo, si queremos que no seamos nosotros sino Cristo el que habite en nosotros y vivir su misma vida, si queremos construir en piedra firme y no sobre arena movediza del yo egoísta y voluble del edificio nuevo de la gracia, hay que implantar la cruz en nuestros ojos, sentidos, cuerpo y espíritu, hay que vivir como Él: perdonando las injurias como Él, ayudando a los pobres como Él, echando una mano a todos los que nos necesiten, sin quedarnos con los brazos cruzados ante los problemas de los hombres; para eso viene Él a nosotros, para eso quiere que comulguemos con sus actitudes y sentimientos, Él  quiere seguir salvando y ayudando por medio de nosotros, por una comunión permanente de vida a la que nos ha llevado la comunión de su cuerpo, que debe ser alimentada por la comunión espiritual permanentemente.

Y ahora me pregunto: Qué comunión puede hacer con el Señor el corazón, que no perdona, aunque reciba todos los días el pan consagrado y sea sacerdote, apóstol o militante  seglar (Dios mío! qué despiste en los mismos cristianos: “En esto conocerán que sois discípulos míos si os amáis los unos a los otros... Si vas a ofrecer tu ofrenda y allí te acuerdas de que tienes algo contra tu hermano...”.

Qué comunión de vida puede haber con Jesús en los que adoran becerros de oro, o danzan bailes de lujuria o tienen su yo entronizado en su corazón, dándose todo el día culto idolátrico,  y no se bajan del pedestal  para que Dios sea colocado en el centro de su existencia... “Esto no es comulgar el cuerpo de Cristo, esto no es la cena del Señor”, gritaría S. Pablo.

Las comuniones verdaderas nos hacen humildes. Este es el signo más claro, la señal más evidente de que vamos avanzando en la amistad con Él, en la oración, en la piedad eucarística, en la comunión con Él;   si somos más humildes cada día, esto indica que vamos avanzando en nuestra identificación con Cristo y que vamos muriendo a nosotros mismos. Comulgar es muy comprometido, es muy serio, es comulgar con la carne sacrificada y llena de sudor y sangre de Cristo, crucificarse con Él en obediencia al Padre, es estar dispuesto a correr su misma suerte, a ser injuriado, perseguido, desplazado; a no buscar honores y prebendas, a buscar los últimos puestos, a pisar sus mismas huellas ensangrentadas por el dolor y el sacrificio de su entrega total a Dios y a los hombres. Esto es muy duro y sin Cristo, imposible.

Para eso Él ha instituido este sacramento de la comunión eucarística, cuyo fruto principal debe ser la comunión permanente y espiritual: para estar cerca y ayudarnos, alimentarnos con su misma alegría de servir al Padre, experimentando su unión gozosa, llena de fogonazos de cielo y abrazos y besos del Viviente, de sentirnos amados por el mismo amor de la Santísima Trinidad....de sepultarnos en Él para contemplar los paisajes del misterio de Dios, de escuchar al Padre cantando su  Canción Personal, su Verbo, Jesucristo Celeste, con  Amor de  Espíritu Santo y desde aquí, cargados con estos dones y salvación ir en busca de los hombres para llenarlos de Dios, de gracia, de perdón de pecados, de evangelio, de conocimiento y seguimiento de Cristo. Para eso instituyó Cristo la sagrada comunión y, sin estas ayudas y recompensas, que estimulan más el hambre y el deseo de Él, las almas buenas, que en todas las parroquias existen y que son verdaderamente santos, no hubieran podido comulgar con los sufrimientos corredentores, que lleva consigo el cumplimiento del evangelio y de la voluntad de Dios en grados heroicos y  la purificación de los pecados y la salvación de los hermanos.

Cuando se comulga de verdad y el corazón humano ha sido «llagado» por su amor, entonces y sólo entonces ya ha empezado la amistad eterna, que no se romperá nunca. Podríamos entonces expresar sus sentimientos con estos versos de S. Juan de la Cruz: «Apaga mis enojos, pues que ninguno basta a deshacerlos, y véante mis ojos, pues eres lumbre de ellos, y sólo para tí quiero tenerlos» (C 10 ).  El alma ya solo desea de verdad a Cristo, y todo lo demás, que hace o desea,  es por Él y sólo para Él; ha llegado la unión total, ha llegado el desposorio espiritual del alma, han llegado las nostalgias infinitas del Amado y el alma  expresa sus enojos en esta tardanza de comunión total, con estos versos del doctor místico: «Descubre tu presencia, y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura sino con la presencia y la figura» (C 11).

Lo expresamos también en este canto de la comunión, que tanto os deseo como vivencia a todos:«Véante mis ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos, múerame yo luego. Vea quien quisiere, rosas y jazmines, que si yo te viere, veré mil jardines, flor de serafines, Jesús Nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento, a quien esto siente. Solo me sustente tu amor y deseo, véante mis ojos, múerame yo luego».

 

5. 11. El Sagrario, monte de piedad de Dios

 

Cristo se ha quedado en el Sagrario porque es nuestro fiador ante el Padre. “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... aquí estoy yo...” Cristo se comprometió, como fiador nuestro, ya en el seno de la Santísima Trinidad. Nosotros no podíamos pagar la deuda que teníamos contraída con Dios para recobrar la propiedad primera de eternidad con Él.  Ningún ser finito podía hipotecar algo, que valiera infinitamente, para adquirir nuevamente ese derecho, que Dios gratuitamente nos había concedido al crearnos, nadie podía garantizar ese tesoro, sólo Cristo. Por otra parte, nadie podía obligarle tampoco a Cristo a hipotecarse de esa forma, porque Él no tenía deuda alguna ni culpa de nada; voluntariamente salió fiador por nosotros, para que quedásemos libres y pudiéramos volver a la propiedad primera de felicidad que el Padre había soñado para todos.

Y ¿qué pasó? Pues que Jesús nos cogió tal cariño y le daba tanta pena de que volviéramos a las andadas, que no sólo arriesgó su vida y destrozó su cuerpo, sino que se quedó muy cerca de nosotros en el Sagrario, para ayudarnos, para seguir siendo fiador y firma y valimiento nuestro.

Cuánto se agradece que alguien quiera firmar préstamos e hipotecas. A veces ni entre hermanos se prestan la firma en los recibos, porque quedan hipotecados todos los bienes del firmante. Pues bien, Cristo ha hipotecado su persona por nosotros ante el Padre hasta la eternidad y no quiere abandonarnos,  para ayudarnos así a conservar los bienes adquiridos, y para que todo su proyecto renegociado con el Padre y nosotros por un nuevo contrato o alianza en su sangre, no quede fallido.

El Sagrario es el monte de piedad donde Cristo ha depositado su cuerpo, sangre, alma y divinidad  hipotecados ante el Padre por nosotros, como garantía y fianza de nuestra salvación. Es que un alma vale mucho, un alma vale infinito, vale todo el amor de Dios, porque fue necesaria toda la sangre de Cristo para pagar la deuda. Teniendo todo el cuerpo y la sangre y los méritos de Cristo en la Eucaristía tenemos garantía total ante el Padre, el Padre nos lo concede todo, tiene seguridad total de que pagaremos la hipoteca, todos los préstamos hasta llegar al cielo.

Fue el mismo Dios quien puso ese precio tan alto al crearnos. No debiéramos los sacerdotes olvidar este precio de eternidad de las almas; entre todos los derechos y problemas y necesidades de los hombres, la eternidad es lo más importante:    ¿de qué le vale al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma? Todo debe ser orientado y dirigido hacia lo fundamental. ¡Qué responsabilidad más tremenda! Temblando debiéramos trabajar, orar y administrar los bienes eternos de la comunidad, por encima de los pasajeros: “o qué podrá dar por recobrarla?”

Qué poco oigo hablar del juicio de Dios, de la salvación o condenación eternas, de la puerta estrecha para entrar en el cielo y en la amistad con Dios, qué manera de camuflar estas verdades evangélicas y fundamentales en retiros y ejercicios espirituales incluso, no digamos en predicaciones ordinarias, qué obsesión por quedar bien con la gente, aunque sea a acosta de lo único que importa. Realmente la gloria y alabanza de Dios, las eternidades de los hombres importan poco, porque  hay poca fe.

Y, sin embargo, es la razón de la Encarnación y muerte y resurrección de Cristo. Qué diferencia con los santos de todos los tiempos, de los que piensan frecuentemente en estas verdades porque las viven, porque las creen de verdad, cómo se juegan el tipo y esto es lo primero que buscan en bautizos, primeras comuniones, bodas, grupos parroquiales, celebraciones y liturgia...., aunque a veces resulten duros y antipáticos para los hombres.

El hombre ha sido creado y amado por Dios para una eternidad, por esto existimos,  no para una vida que dura cincuenta o cien años... Para eso no vale la pena que Cristo se hubiera encarnado y para una vida, que dura cien años, yo tampoco me hubiera hecho sacerdote, no vale la pena renunciar a la vida presente si no existe la eterna, si, en definitiva,  Dios no nos espera.

Esta pérdida del valor trascendente del hombre es lo que hace que no surjan vocaciones al sacerdocio, a la vida religiosa, y que la gente se aleja de la Iglesia: no necesitan, no se sienten necesitados de salvación eterna y trascendente, solo buscan la vida presente.  El materialismo reinante está destruyendo la identidad cristiana: somos peregrinos hacia la eternidad del mismo Dios. Sólo si somos eternos, sólo si los hombres son eternos, comprenderemos a Cristo y al evangelio y vale la pena ayudarle a Cristo en esta tarea, predicando el evangelio y administrando los sacramentos en esta dirección trascendente, por encima de todas las demás direcciones intermedias y pasajeras.

Y esta salvación nadie la tiene y merece, sólo Cristo, que la realizó libremente por amor, “habiendo amado a los suyos, los amó  hasta el extreme”. Cristo Jesús, tomando naturaleza humana como la nuestra, se hipotecó ante la banca del Padre. Sólo la sangre de Cristo podía salvarnos, porque el Padre no podía aceptar algo que no valiera infinito, una eternidad. Sólo la sangre de Cristo vale eternidad.

Nosotros valemos Cristo, todo Cristo entero, su cuerpo y su sangre y divinidad que se entregó y permanece entregada y ofrecida por nosotros en cualquier Sagrario de la tierra... ese es nuestro precio. Por eso nos pertenecen totalmente y tenemos que cuidarlos y valorarlos y quererlos allí donde se encuentran más realmente, que es en el Sagrario... No nos salvan nuestras programaciones, nuestros apostolados, nuestras dinámicas... si no somos canales de salvación, si no estamos unidos a Cristo como el sarmiento a la vid. Este mundo solo tiene un salvador: es Jesucristo.

Señor, cuánto valgo, qué grande soy, y no soy yo quien lo hizo o ha puesto el precio del hombre, ha sido todo un Dios quien me hizo y ha puesto el precio justo, ha sido  Dios quien ha calculado el valor del hombre; el hombre  vale una eternidad, el hombre es más que hombre, más que esta tierra y este espacio, el hombre vale una eternidad, el hombre vale toda la sangre y la vida del Hijo encarnado y el precio se lo has puesto Tú. Y vale todo esto, vale infinito porque es amor de la Stma. Trinidad, proyecto de felicidad eterna del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo.

 

5. 12. El Sagrario, clínica del alma

 

Cristo, en el Sagrario, sigue curando, ejerciendo la medicina  divina, la del alma principalmente, pero también la del cuerpo y todas las demás necesidades que tengamos. Dios Padre nos lo ha dado como médico y medicina.  Aquí en el Sagrario está la única clínica capaz de curar todos los tumores de la soberbia, todas las enfermedades del yo consumista, todas las lepras y enfermedades de la sensualidad y de la carne, de la comodidad, de la falta de amor fraterno, de la faltas de generosidad y entrega a los hombres.

Para conseguirlo, para ser curados, hay que acercarse a este médico divino igual que los enfermos del evangelio. Lo primero, para ser curados, es tener fe: “¿Crees que puedo curarlo?” dijo Jesús al padre del lunático del evangelio.  “Tus pecados están perdonados, anda y no peques más”, y ellos respondían:“Creo, Señor, pero aumenta mi fe”, “¿Quién es el hijo del hombre para que crea en él?... el que está hablando contigo...” “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.Desde la fe, que nos descubre a Cristo, hay que orar y pedir las cosas, sean las que sean. El es el médico del cuerpo y del alma.

Señor, quiero curarme de mis pecados, de mis enfermedades espirituales. Tengo que curarme, Tú eres  el único que puedes hacerlo. Tengo que curarme de la lepra de mi soberbia, avaricia, lujuria, ira...”Si yo le toco por la fe y el amor, quedaré curado”. “Vete a lavar en la piscina...” lo haré, Señor. Tu Sagrario es la piscina curativa de todos los pecados. Vendré todos los días, me lavaré «en esta fuente que mana y corre, aunque es de noche» y quedaré curado.

Para esto, lo primero será querer ser curado; luego, pedir al Señor  la curación, y finalmente, y es lo definitivo: hay que dejarse curar por el Señor, de la forma que Él crea oportuno. Y cuando ya he oído su palabra curativa y he sentido su mano sanante y he notado los efectos beneficiosos de la curación de mis pecados y debilidades, cuando ya sé que existe, que verdaderamente me ama y le amo y me siento feliz con Él,  lo demás ya no tiene importancia y a pesar de tanto sufrimiento y purificación, tendré fuerzas para cantar: «Oh mano blanda! ¡ Oh toque delicado! Que a vida eterna sabe y toda deuda paga; matando, muerte en vida has trocado»(Ll  2).

­­­­­­­­­­­

5. 13. El mundo necesita almas eucarísticas: almas que tengan experiencia del amor de Cristo

 

BUENAS NOCHES, SEÑOR: hace tiempo que quería decirte algo. Quizás sería mejor a solas. Pero todos estos, que están aquí esta noche, son amigos y podemos hablar con confianza. Recuerdas, Jesús, fue hace veinte siglos, también en jueves, aproximadamente sobres estas horas, al atardecer, Tú estuviste loco, sí, perdona que te lo diga, tú estuviste loco, porque tú lo sabías, Tú lo sabes todo, Tú sabías que serían muy pocos los hombres que   creerían en Ti, tu sabías que incluso los creyentes no valoraríamos tu presencia ofrecida en amistad en el Sagrario, Tú sabías que para muchos el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen velas y colocan flores  algunos días de fiesta, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Gracias, Señor, qué amor más grande nos tienes. Tú sí que eres bueno, Tú sí que amas de verdad....

Señor, muchos creen que el sacerdote habla de Ti, de tu amor y presencia eucarística, como un profesional, como el médico habla de sus enfermos o el profesor de su ciencia... por puro ética profesional. Qué pena, Señor, porque ellos, sobre todo los que no creen, los  que no vienen a tí en ninguna tarde de su vida, no han descubierto todo el misterio que se encierra en este pan, todo el amor del Padre, todo su proyecto de Salvación, hecho Hijo muerto y resucitado por ellos, todo el Amor del Espíritu Santo transformando este pan en  Eucaristía, en el cuerpo y sangre del Hijo Amado, que pasó haciendo el bien y nos abrió las puertas del cielo, de  la Trinidad beatísima.

Ellos no saben lo que es locura de Amor Divino, hecho primero carne, y luego un poco de pan,  para ser comido por el hombre; ellos tampoco saben lo que es estar enamorados de Ti, del Dios Infinito, ellos no saben que Tú emborrachas las almas y las atas para siempre a la sombra de tu Sagrario, de tu santuario. Mil veces nacido, mil veces tuyo, Señor, en el sacerdocio de tu amor, como centinela permanente de tu presencia eucarística, puerta del cielo y de encuentro contigo en la tierra. Ayúdanos a todos a descubrir este tesoro escondido, a venerarlo, honrarlo, imitarlo como se merece. Danos tu amor, tu fortaleza, tu humildad, tu sinceridad, tu entrega, tu pasión por el hombre, todo eso que encierras en este trozo de pan consagrado.

Por eso, conscientes de nuestra indigencia, de nuestra falta de fe y de amor para contigo, pero conscientes también de que te tenemos aquí, tan cerca, como las turbas que te apretujaban en las calles y los campos de Palestina, acudimos a TÍ para exponerte nuestras necesidades.

 

 (Aquí seguí el Ritual de la Adoración Nocturna en la Vigilia del Jueves Santo. Tiene un diálogo muy logrado de súplicas bíblicas  al Señor. Luego seguimos hablando así).

 

Queridos amigos, en virtud de las palabras de la consagración del pan y del vino, pronunciadas por Cristo a través del sacerdote, se hace presente todo el misterio de Cristo, todo su evangelio, toda su vida, todo el proyecto salvador del Padre, que le llevó por la pasión y la muerte, a la resurrección para El y para todos. En la eucaristía está Cristo ya definitivo y glorioso como está en el cielo.

Esta presencia de Cristo es permanente y por eso, terminada la misa, continúa en el Sagrario; de aquí  nuestra admiración y nuestro amor al Sagrario. Como es un misterio tan grande, Jesús, antes de instituirlo, lo prometió y habló de él varias veces, sobre todo después de la multiplicación del los panes y los peces, como lo podéis leer en el capítulo sexto del evangelio de San Juan. Después de su resurrección siguió celebrando este misterio con sus apóstoles. Luego ellos y los primeros cristianos siguieron venerando, creyendo y celebrando la eucaristía cada ocho días, en el domingo, día de la resurrección… Y desde entonces la Iglesia no ha cesado de celebrar este misterio.

La Eucaristíaes la fuente, la cima y el centro de todos los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia. Todo gira en torno a ella. El Señor tampoco ha dejado de obrar milagros en el pan o el vino consagrados,  para confirmar nuestra fe. Hay libros escritos sobre esta materia. A nosotros no nos aumentan la fe, porque nosotros nos fiamos totalmente de las palabras de Cristo. También hay otros que la niegan. Es lógico, porque exige fe y la fe no es algo que nosotros podamos ver y probar sino que es un don de Dios, que hay que pedirlo mucho y muchas veces, algo que nosotros no podemos fabricar o dependa de nuestra inteligencia o esfuerzo. Desde la fe y el evangelio podemos afirmar:

 

1.- La Eucaristía es Cristo amigo que está cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Aunque a mí me gustan también en este mismo sentido y dirección las otras palabra del Señor:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos, vosotros sois mis amigos...” y está aquí porque es nuestro amigo y está dando la vida por nosotros y pidiendo al Padre por nosotros y salvándonos en silencio y sin el reconocimiento de muchos, por los cuales se quedó. Y nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Cómo amamos y frecuentamos estos tres aspectos de la Eucaristía?      ¿Por qué un amor tan grande en Jesús, sabiendo que iba a recibir por parte nuestra tan poco reconocimiento y amor en  unos Sagrarios, muchas veces llenos de polvo y olvido, en unas iglesias vacías y abandonadas en las que se habla mucho y se adora poco, como si el Señor no estuviera presente, como si estuvieran deshabitadas?

2.- Un alma, que no ha llorado delante del Sagrario, no sabe lo que es felicidad plena en este mundo....tampoco conoce a Cristo y a su evangelio, no sabe lo que es religión cristiana ni unión con Dios. Para que fuera nuestro sacrificio bastaba que estuviera presente en la consagración; para que fuera pan de vida, bastaba que estuviera en el momento de la comunión ¿por qué quiso quedarse de forma permanente en el Sagrario sabiendo que  iba a sufrir olvidos y abandonos? ¿Qué le podemos dar nosotros que Él no tenga? ¿Qué quiere, qué busca de nosotros? ¿Por qué se humilla y se rebaja tanto?

Solo hay una respuesta: busca nuestra amistad, nuestra felicidad, nuestra salvación eterna. Es que para Él, nosotros valemos mucho. Fuimos creados y estamos llamados a ser eternidad en Dios. Y este es el encargo que ha recibido del Padre.  Y esto es lo que busca Cristo, lo que nos quiere Dios: nos quiere con su mismo amor trinitario. Y para buscarlo se ha rebajado tanto y ha perdido la cabeza. Estos versos de S. Juan de la Cruz valen para explicarnos lo que El hizo y lo que tenemos que hacer nosotros por El:«Buscando mis amores, iré por esos sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras» (C. B 3).

La Eucaristíaes el amor loco, apasionado, infinito, incomprensible del Hijo de Dios, hecho presencia y  comunión en el pan para el hombre y por el hombre. Para conseguirlo, atravesó las fronteras de las finitudes del tiempo y del espacio, no tuvo miedo a las fieras ni a los enemigos del camino, a los olvidos y desprecios de los mismos por los que se encarnaba y se hacía pan de Eucaristía, ni cogió las flores del triunfo y de la resurrección para marcharse con ellas al cielo, sino que quiso quedarse y  compartirlas con todos los hombres. Para todos ha muerto y ha resucitado y permanece en el Sagrario.

Perdóname, Jesús, no creía que me amases tanto. Yo también quiero amarte a Ti, sólo a Ti por encima de todo y te lo digo con el canto que entonaremos luego en la comunión:   

  «Véante mi ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos,   múerame yo  luego.

Vea quien quisiere  rosas y jazmines, que, si yo te viere, veré mil jardines; flor de serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego.  No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente, solo me sustente, tu amor y deseo, véante mis ojos, muérame yo luego».

3.- Como la presencia eucarística es presencia de Cristo ofrecida permanentemente en amistad, nuestra respuesta tiene que ser amistad personal con Él, trato íntimo y   permanente con Él, ¿cómo es nuestra respuesta? ¿Cómo son nuestras misas, nuestras comuniones, nuestra oración eucarística? ¿Cuántas veces participamos, comulgamos, le visitamos? Ahí está el Hijo, en el que el Padre se complace desde toda la eternidad, ahí el Cristo de la adúltera que nos mira y nos perdona con ese amor misericordioso y salvador que ningún otro tiene,  ahí el amigo de Lázaro, Marta y María, ahí esta... acércate, no tengas miedo, es el mismo, no te va a reñir, porque lo tengas olvidado ni tiene el carácter agriado por nuestros abandonos, Él está ahí, es el amigo que siempre está en casa, para socorrernos y ayudarnos. Me gustaría que no tuviéramos que esperar hasta el cielo para encontrarnos con El.

Oh Jesús, nosotros creemos y nada ven nuestros ojos ni reflejan nuestras pupilas; nosotros creemos y nada sentimos, solo creemos por la certeza y confianza que nos dan tus palabras: “Esto es mi Cuerpo, ésta es mi sangre”, porque sabemos que esto es lo que más te agrada, más que creer por milagros o por nuestra experiencia, porque entonces no  creemos en Ti sino por nuestros sentidos y razón. Señor, ayúdanos, porque somos débiles. Te digo como el padre de aquel enfermo: “Señor, yo creo pero aumenta mi fe”.

 

4.- Almas eucarísticas necesita el mundo, almas que tengan fe y amor permanentes, amor sacrificado, purificado, heroico y dispuesto a dar la vida, la soberbia, la avaricia, la carne... por Cristo y, al darlo por Cristo, salven al mundo, a los hermanos, porque“sólo los ojos limpios verán a Dios”, a Cristo Eucaristía, al Viviente, al Primogénito, a la Belleza y Hermosura del Padre.

Todos  podemos hablar y predicar de la Eucaristía, y todos podemos ser teólogos, incluso podemos hacer tesis doctorales, pero para ser  testigos del Viviente, del Amor Eucarístico de Cristo, se necesita amor martirial, dar la vida por el amado, sin nimbos de gloria ni reflejos de perfección, en el silencio de cada día, de tu parroquia o situación alejada de honores, como lo hace Cristo en el Sagrario, sin testigos que te alaben o te envanezcan. 

Sólo el que ama así, puede entrar en el Sagrario y descubrir lo que encierra, sólo ese puede decirnos quien vive allí, sólo ése. Y os lo digo bien claro, queridos feligreses, sin ojos limpios y purificados, sin deseos de conversión permanente no hay amor eucarístico, encuentro y comunión con Cristo, no podemos salvar a este mundo,  no nos hacemos eucaristía con Él. Y aquí radica el gran peligro de la devoción eucarística, tanto para vosotros como para mí, sacerdote, que si no la vivimos, terminamos por no creerla.

Señor, te necesitamos, no te vayas. Te necesitamos para nuestra existencia tan opaca y falta de sentido, si Tú no estás: por qué vivo, para qué vivo; te necesitamos para nuestros hogares tan llenos de todo y ahora vemos que nos falta todo, porque nos faltas Tú, que eres el Todo;  te necesitamos para nuestro corazón tan vacío, que ha confundido amor con egoísmo, sexo y consumismo; te necesitamos para nuestros niños, jóvenes, matrimonios, enfermos, a los que no sabemos consolar y ayudar si no hacemos referencia a tu amor entregado, curativo, lleno de sentido y certezas eternas. Te necesitamos... Almas eucarísticas necesita este mundo, esta parroquia, tu Iglesia. Nosotros queremos ser y buscarte amigos,  porque hemos oído el grito que dirigiste desde tu eucaristía a Sor Benigna de la Consolata:

«Benigna mía, sé apóstol de mi amor. Grita fuerte, que todo el mundo te oiga. Que yo tengo hambre y sed, que muero de ansías de ser comido de mis criaturas. Estoy por ellas en el sacramento del Amor y ellas me hacen tan poco caso. Benigna mía, búscame almas que deseen, que quieran ser mis amigas».

 

5. 14. La Eucaristía como misa,  comunión y presencia       

 

«Ave verum corpus natum de Maria Virgine...»te saludo verdadero cuerpo nacido de María virgen....así cantamos a Cristo Eucaristía en esta fiesta del Corpus Christi, para proclamar su presencia en este sacramento, que es como una Encarnación continuada. De la misma forma que el Espíritu Santo formó el cuerpo de Cristo en el  seno de María,  así también el mismo Espíritu, invocado en la consagración, es el que transforma el pan en cuerpo de Cristo.

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo..”, hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús sacramentado en el pan, confidente y amigo, y precisamente en este pueblo y ante este Sagrario, donde yo vine los dos últimos veranos antes de ser ordenado sacerdote, por vivir unos días en este pueblo, con mi hermana farmaceútica Conchita, que quisiera compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a la humanidad de Jesucristo. La defendió frente a los que pensaban, que subiendo de grados de oración, en grados más altos de la contemplación, había que pasar de  la consideración de la humanidad a la contemplación de la divinidad. En relación con la presencia de Jesús en el Sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras...no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...».

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo santa Micaela del Santísimo Sacramento, cuyo memoria celebramos mañana, y que, en medio de las celebraciones del mundo, sólo pensaba y estaba unida a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, que es una devota total de la eucaristía. En la congregación de religiosas fundadas por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el Sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo en la Eucaristía.

Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta  llegar al encuentro del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento.

 

 

5. 15. La Eucaristía como misa

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como misa,  como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: « La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón Adía del Señor@o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (S.C. 106)

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin misa dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia.  Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la misa; por eso, toda misa, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice S. Pablo.

Sin misa del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practico»; o vas a misa los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La misa del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este  letrero:  «Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y centro la celebración de la Santísima Eucaristía».

Este texto del Concilio nos dice que la misa es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la eucaristía con los apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo  por la Eucaristía. Luego, los apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él  a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso por su encarnación, muerte y resurrección, para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos,  y  ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos,  haciendo las obras de Cristo: “mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”; “El que me come vivirá por mí”;”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15, 9).             

En la consagración, obrada por la fuerza poderosa del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en  “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser siempre la gloria de sus padres y no la deshonra. En la Comunión nos hace partícipes de su misma vida, de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos vida de Dios por Él: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4, 8).

Esta es la razón de su venida al mundo: el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivamos amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa misa, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

La misa dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque  es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como cuerpo suyo, como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección ¡ven, Señor , Jesús!».

Queridos amigos, ningún domingo sin  misa. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la misa te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la misa del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, ni la salvación, ni el cristianismo, ni la Iglesia....

El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la misa, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad.

 

 

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

 

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

 

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

 

(Tantos  abandonos, tántos pecados, tántas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere, llorando estoy frente a tu altar, Señor)

 

5. 16. La Eucaristía como Comunión

 

La plenitud del fruto de la misa viene a nosotros sacramentalmente por la comunión eucarística. La Eucaristía como comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino  la misma fuente de la salvación.

Por eso,  volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa misa del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis,  porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad no por egoísmo, porque siento más o menos, sino porque Él es el Señor y yo simple criatura, y tengo necesidad de su alimento, de tener sus sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.           

Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar y llegar a una unión grande con Dios.

Lo importante de la religión no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos, la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en las luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

Sin conversión de nuestros pecados no hay amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se ha encarnado por nosotros, que murió y resucitó, que está en el pan consagrado y por eso, comulgo.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra  fe y comulgamos con sus palabras y su cuerpo. Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”  

Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre...queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacen  con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir  respuesta:

 

¡Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras!

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡que extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras.!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

«Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía!»

¡Y cuántas, hermosura soberana,

«mañana le abriremos, respondía,

para lo mismo responder mañana!»

 

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes? Abramos todos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer la Iglesia, la parroquia, la familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos.... si todos comulgáramos a Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón..... que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Tí, que no se rompa por nada esta unión, qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora;  porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía , sino la tuya; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza sobrenaturales; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo y lo quieres. 

¡Eucaristía divina! ¡Cuánto te deseo! ¡Cómo te busco necesito! ¡Con qué hambre de Tí camino por la vida!  Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. ¡Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado! Quiero comerte para ser asimilado por el Dios vivo y vivir mi vida siempre contigo.

 

5. 17. La Eucaristía como presencia

 

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado sobrante se guarda en el Sagrario para la comunión de los enfermos  y para la veneración de los fieles. Allí permanece el Señor vivo y resucitado en eucaristía perfecta, es decir, no estáticamente, como si fuera un cuadro, una imagen, sino dinámicamente, ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio de amor y salvación.

Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente».

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el Sagrario. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el Sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo, que no podemos comprender bien ahora en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: «Lo tengo todo, menos tu amor, si tú no me lo das». Y es que debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre para Él.

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Tí, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Tí, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Tí, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad.

 

«Estáte, Señor, conmigo,                       

siempre, sin jamás partirte,                        

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

 

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin tí me quedo,

ni si tú sin mí te vas».

 

Las puertas del Sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el Sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre», aunque no lo veamos con los ojos de la carne, porque es la fe la que lo ve y nos lo comunica; el Sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la misa por nosotros ante el Padre en el altar del cielo.

El Sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y  comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos... S. Juan de la Cruz lo expresa así:

 

«Qué bien sé yo la fuente que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche.                                               

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan aunque a oscuras,

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

 en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche.

 (Es por la fe, oscura al entendimiento) 

 

Para S. Juan de la Cruz, como para todos lo que quieran adentrarse en el misterio de Dios, tiene que ser a oscuras de todo lo humano, que es limitado para entender y amar al Dios infinito.  Por eso hay que ir hacia Dios  «toda ciencia trascendiendo», para meterse en el Ser y el Amor del Dios Infinito que todo lo supera. Para las almas que llegan a estas alturas, sólo hay una realidad superior a estos ratos de oración silenciosa y contemplativa ante el Sagrario: la Eternidad en el Dios Trinitario, la visión cara a cara de la Santísima Trinidad en su esencia infinita, en el éxtasis trinitario y eterno, hasta donde es posible a la pura criatura.

Por eso, aunque nosotros no lo comprendamos, muchas de estas almas desean de verdad morir para ir a Dios, porque los bienes de esta vida no les dicen  nada. Es lo más lógico y fácil de comprender: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero, que muero porque no muero. Sácame de aquesta vida, mi Dios y dáme la muerte, no me tengas impedida en este lazo tan fuerte, mira que peno por verte y mi mal es tan entero, que muero porque no muero»

Sólo desean el encuentro total con Cristo, a quien han llegado a descubrir en la Eucaristía y ya no quieren otra compañía. Nosotros, si tuviéramos estas vivencias, también lo desearíamos. Es cuestión de amor. Si subiéramos hasta esas cumbres, nos quemaríamos también de su Belleza y Amor. Y querríamos morir para estar siempre con Él. Es cuestión de fe viva e iluminada.

Para eso hay que purificarse mucho antes, en el silencio, sin testigos ni excusas ni explicaciones,  renunciando a nuestras soberbia, envidia, ira, lujuria..., sólo deseando al Señor y cumplir su voluntad. Hay que dejar que el Señor desde el Sagrario nos vaya diciendo y quitando nuestros pecados, sin echarnos para atrás. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Sentirse amado es la felicidad humana. Sentirse amado por Dios es la felicidad suprema, que desborda la capacidad del hombre limitado. Y esto es verdad y puede experimentarse en ratos eucarísticos. Por eso, cuando las almas llegan a estas alturas, desean el encuentro total.

Las almas eucarísticas, las almas de Sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo, son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad suya, porque Dios se lo ha robado y se lo ha llevado junto a Sí y las almas ya no pueden vivir sin la unión con Dios, ya no saben vivir sin Él.

 

-- Aquí, junto al Señor en el Sagrario, aprenden a seguir a Cristo, le escuchan y se revisan en una conversión permanente, porque siempre son pecadores,  pero no dejarán de convertirse ni se  instalarán, porque ya están convencidos de su pecado y de la necesidad de purificarse y de la necesidad de Cristo y su gracia para conseguirlo. Tienen muy metido en el alma, por evangelio y por propia experiencia, que dejar de convertirse, es dejar de caminar a la unión total con Dios. Y serán humildes por experiencia de su pecado, por deseos de no perder al Amado. Y como esto es lo que más desean,  lo hacen con gozo y con poca misericordia y condescendencia hacia sí mismos,  porque prefieren a Dios sobre todas las cosas, incluso sobre el amor a sí mismos.

 

-- Aquí, en el Sagrario, se encuentra la mejor escuela de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad..... porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Aquí se aprenden todas las virtudes, que practica Cristo en la Eucaristía: entrega silenciosa, sin ruido, sin nimbos de gloria, constancia, amor gratuito, humildad a toda prueba, perdón de todo olvido y ofensa. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la Biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron  todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces  no han tenido más biblia que el Sagrario.

-- Necesitamos el pan de vida, como el pueblo de Dios por el desierto, para caminar, para no morir de hambre sin comer el maná bajado del cielo, anticipo de la Eucaristía. Necesitamos ese pan para superar las dificultades del camino, superar las esclavitudes de Egipto- nuestros pecados-, para superar las tentaciones del consumismo- ollas de Egipto-, para no adorar los ídolos de barro, los becerros de oro, que nos fabricamos y nos impiden el culto al Dios verdadero, en la travesía por el desierto.

 

-- Necesitamos el pan de vida como Eliseo, ante el peso y la fatiga de la misión evangelizadora. Necesitamos escuchar al Señor que nos dice: ALevántate y come, porque el camino es demasiado largo para tí.@En la Eucaristía recuperamos las fuerzas del cansancio diario.

 

-- Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y  de la que nos habíamos alejado.

 

--Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo es ahora pan consagrado; por eso, le decimos:“Señor, danos siempre de ese pan”.

 QUIEN AMA LA EUCARISTÍA TERMINA HACIÉNDOSE EUCARISTÍA PERFECTA, SE TRANSFORMA EN LO QUE COMULGA Y COME Y CONTEMPLA. «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche».

 

5. 18. Corpus Christi: día de la Eucaristía

 

Este día está dedicado al pobre más solo y abandonado  de la tierra, al trabajador más indefenso y defensor de los derechos de los hombres, hasta el punto de dar la vida por conseguir todos los valores humanos, cristianos y eternos del hombre. Jesucristo eucaristía se encuentra olvidado e ignorado por la mayoría de los suyos.

        ¡Qué pocos cristianos  reclaman y defienden los derechos de Jesucristo Eucaristía a ser amado, al menos una vez al año, en el sacramento del amor extremo! ¡Qué pocos defienden a este obrero divino de salvación el día del Corpus Christi es el día de la caridad para con él en este misterio! ¡Qué poco le defiende su sindicato, la Iglesia! Cualquier pobre y obrero está mejor protegido y defendido!       

La Iglesiadebe defender con más entusiasmo sus derechos de ser amado y reconocido.  Este día debe ser todo para Él: como católico coherente participa en misa, comulga y manifiesta tu amor y tu fe en Cristo Eucaristía llevándolo en procesión de amor y de fe por las calles de tu pueblo.

Este grito mío, en este día, quiere ser una protesta educada contra tantos carteles del Corpus hechos sin sentido cristiano, que no se enteran de qué va la fiesta litúrgica, cosa natural hoy día, porque muchos publicistas no tienen fe cristiana y lo que más les impresiona y comprenden son los mensajes sobre los pobres, porque de Cristo Eucaristía saben y practican poco, tal vez algunos ni crean en Él.

Por favor, no se trata de olvidar a los hermanos pobres. Pero este día es especialmente para el Señor y si de verdad nos encontramos con Él, el amor verdadero a Jesucristo Eucaristía pasa inevitablemente por el amor a los pobres, a los que Él ama tanto que se identifica con ellos, y nos obliga a todos los cristianos a verle en ellos, de tal manera que lo que hagamos con cualquiera de ellos, se lo hacemos  a El mismo personalmente.

Sin embargo, el centro de la fiesta del Corpus Christi, para lo que fue instituida y  celebra bien claro  la liturgia de la Iglesia es adorar la presencia de Cristo en la Eucaristía. Para eso fue instituida por la Iglesia.  

Es la hora de recordar y agradecer a Jesucristo Eucaristía todo su amor por nosotros, toda su vida entregada, toda su emoción temblorosa con el pan en las manos: “Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros...Tomad y comed, éste es mi cuerpo que se entrega por vosotros... tomad y bebed, esta es mi sangre, sangre de la Alianza nueva y eterna, derramada por todos... acordaos de mí”. ¡Cristo Eucaristía! en este día queremos acordarnos todos de Ti y revivir tus mismas emociones y sentimientos.        

       Y quiero advertir una cosa, en ese día siempre hablo de Jesucristo Eucaristía lo mejor que puedo, especialmente de su presencia en el Sagrario, presencia de amistad siempre ofrecida sin imponerse, de su amor loco y apasionado y permanente hasta el final de los tiempos, superando  todos los olvidos y desprecios… amor gratuito… ¿qué le puede dar el hombre que Él no tenga?  Pues bien, la colecta es siempre la más generosa de mi parroquia.

Si los posters del Corpus, hechos por Cáritas, que llevo años y años sin ponerlos en los dos templos que dirijo, ignoran el motivo y la razón principal de la fiesta, pronto los cristianos olvidarán o cambiarán el sentido litúrgico de la fiesta por el de la Acampaña@. Empezando así se ha perdido ya el sentido religioso de muchas fiestas cristianas, que hoy sólo tienen una celebración social y profana. Sencillamente porque algunos anuncios del Corpus o del Jueves Santo no tienen en cuenta el sentido litúrgico y religioso y teológico que celebramos. Así nos va. Por eso, los inspiradores y los  artistas de turno deben ser instruidos.

       El día del Corpus no es el día de la caridad ni de Cáritas ni es Cáritas la que debe apropiarse de la fiesta litúrgica. Y a los artistas, aunque no sean tan piadosos como Zurbarán, por lo menos que los informen de qué va la fiesta. Y lo mismo digo de los documentos  que vienen a veces de Madrid para esos días. La Eucaristía es en sí misma, bien entendida, vivida y celebrada como  sacrificio y comunión y presencia --Cristología y Eclesiología y Soteriología--   es la persona y el hecho y la voz más denunciadora de todas nuestras faltas de amor y caridad para con los pobres y la fuente de toda la caridad cristiana, que debe amar, como Cristo amó y nos mandó, hasta dar la vida.   

 

       

 

 

 

 

5. 19. La espiritualidad y pastoral de la  Adoración Eucarística.

(Meditación dirigida a los Adoradores Nocturnos).

 

La Iglesia Católicasiempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos. Esta fe la ha vivido especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento y afirmar a la vez,  que la oración ante Jesús Sacramentado, es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía, quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teología bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los Adoradores Nocturnos, que nos sentimos verdaderamente  privilegiados, necesitados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los Sagrarios de la tierra.

«Oh eterno Padre, exclama Santa Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! (Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿ Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber  quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...».

Y aquí el alma de Teresa se extasía. Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, ví al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía.  Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oración hecha ante el Sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, a mi parecer, oración , sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama».Todo se reduce a trato con el Señor. Ya la oímos decir anteriormente: «Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos... Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa... No permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado… ¡Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable! »

Los adoradores, igual que los sacerdotes o cualquier cristiano, tenemos que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona y si a su persona no la respetamos, no la valoramos, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos   no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros «pasamos» del Sagrario y muchas veces pasamos ante el Sagrario, como si fuera un trasto más de la iglesia, hablamos antes o después de la misa como si el templo no estuviera habitado por Él, y consiguientemente la genuflexión, exceptúo imposibilidad física, ya no hace falta.

Sin embargo, todos sabemos que el  cristianismo es fundamentalmente una persona, es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería  una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego nos interesemos por sus cosas, por su evangelio, por su liturgia, por los sacramentos, por sus diversas encarnaciones en la Palabra, en los hermanos, en los pobres, porque Él sea  más conocido y amado.

Cuidar el altar, el Sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados,  cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran. Y cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente. Repito, porque esto conviene repetirlo muchas veces, qué buen testimonio, cuánta teología y  fe verdaderas hay en un silencio guardado porque Él está ahí, cuánta teología vivida en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados en la misa; indican que hay verdadera vivencia y amistad con Jesucristo, el Viviente y Resucitado.

Esta es una forma muy importante de ser «testigo del Viviente», para muchos que no creen en su presencia eucarística o se olvidan de ella, dando así  pruebas con nuestra adoración personal del Señor, de que Él está allí presente, aunque no lo veamos físicamente o en una imagen. Es que si he celebrado y predicado la mejor homilía, aunque sea sobre la misma Eucaristía, pero nada más terminar, hablo en la Iglesia y me comporto como si Él no estuviera presente,  me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, porque no creo o no respeto su permanencia sacramental en la presencia eucarística, es decir, todo el misterio eucarístico completo: misa, comunión y presencia.

Cómo educamos con nuestro silencio religioso en el templo o con la exigencia del mismo en misas y funerales o bodas, y, por el contrario, de qué poco vale predicar luego de estos misterios, cuando la gente, casi siempre que ha ido a funerales o bodas y otras celebraciones a la Iglesia, no ha guardado silencio.

De esta forma, al no exigirse el silencio debido en el templo de Dios, no catequizamos ni educamos en la piedad eucarística y será más difícil ver a niños y mayores junto al Sagrario porque actuando así lo convertimos en un trasto más de la iglesia. Así resulta que algunos Sagrarios están llenos de polvo, descuido y olvido. Qué misas, qué evangelio, qué Cristo se habrá predicado en esas iglesias. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, así lo quiso Él mismo, nos lo asegura la fe de la Iglesia, la experiencia de los santos y nosotros lo creemos.

El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica:  «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía  y ... en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro.... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades.» (PO 5).

Para sacerdotes este tema se trata repetidas veces en la Exhortación Apostólica Pastores dabo vobis de  Juan Pablo II, el Directorio para el Ministerio y la Vida de los Presbíteros, de la Congregación del Clero, algunas Cartas  del papa Juan Pablo II  a los sacerdotes en el Jueves Santo y en la Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía Ecclesiade Eucharistia.    

En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas...etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas han surgido con fuerza: Las Congregaciones Religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento.

Por todo esto, quiero deciros que vuestra Adoración Nocturna está dentro del corazón de la liturgia y de la vida de la Iglesia. Sois eternamente actuales, porque esto mismo, sólo que iluminados por la luz y los resplandores celestes del amor trinitario, constituye la gloria y felicidad del cielo. Sólo quien tenga un poco de experiencia, quien tenga algunos «fogonazos» dados gratuitamente por el Señor, después de alguna purificación y limpieza de pecados, podrá barruntar y comprobar que todo esto es verdad gozosa y consoladora.

 La renovación litúrgica, iniciada por el Concilio Vaticano II, ha llegado también tanto a la teología como a la liturgia de la Adoración Nocturna y ha puesto en su lugar correcto la adoración del Señor. Ya no se da aquel desfase,  que todos hemos conocido y practicado hasta los años sesenta, en los que celebrábamos la misa, al final de la Vigilia, al despedirnos, con la llegada del día. Recuerdo perfectamente que empezábamos directamente con la Exposición del Señor en la Custodia y luego venían los turnos de vela. La forma actual, fruto de la teología y liturgia del Concilio Vaticano II  es correcta en todos los aspectos.      

Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno, que era una pérdida para la Eucaristía como Presencia y como adoración, como si la Presencia eucarística no fuese suficientemente valorada. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teológico ni pastoral, y, para que nos convenzamos de esto, conviene dar unas pequeñas nociones de los tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

Veremos así que la celebración de la Eucaristía es el aspecto fundante y principal de este misterio, Acentro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia@; veremos  que para que haya pascua, es decir, pasión, muerte y resurrección de Cristo,  tiene que estar lógicamente presente el Señor, y que, si el Señor se hace presente, es para ofrecer su vida al Padre y a los hombres como salvación, que conseguimos especialmente por la comunión eucarística.Después de la misa,  el cuerpo, ofrecido en sacrificio y en comunión,  se guarda para que puedan comulgarlo los que no pueden venir a la iglesia; también para que todos los creyentes, mediante la adoración y las visitas al Sagrario, podamos seguir participando en su pascua, comulgando con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, presente en la Hostia santa.

Adorándole en  la oración eucarística, nos identificamos  con los sentimientos de Cristo Eucaristía, que sigue ofreciéndose  al Padre y dándose en comida  y en amistad a los hombres. Si alguien nos pregunta qué hacemos allí parados mirando la Hostia Santa, diremos solamente: ¡ES EL SEÑOR! He aquí en síntesis la espiritualidad de la Presencia Eucarística, de la que debe vivir todo cristiano, pero especialmente todo Adorador Nocturno. Esta espiritualidad, orada y vivida en oración personal, podría expresarse así:

Señor, te adoro aquí presente en el pan consagrado, creo que estás ahí amándome, ofreciéndote e intercediendo por todos ante el Padre. Qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo y quiero inmolarme contigo al Padre y por los hermanos; quiero comulgar con tus sentimientos de caridad, humildad, servicio y entrega en este sacramento....quiero contemplarte para imitarte y recordarte, para aprender y recibir de Tí las fuerzas necesarias para vivir como Tú quieres, como un discípulo fiel e identificado con su maestro.

Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si  nuestros adoradores viven con estas actitudes sus turnos de Vela, sus Vigilias, nos encontraremos con Cristo presente, camino, verdad y vida y nos sentiremos más animados para recorrer el camino de la santidad con su ayuda y presencia y alimento eucarístico.

 

5. 20. Jesús, adorador del Padre en obediencia de amor hasta la muerte

 

“Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en forma de Dios, no reputó como botín codiciable ser igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en condición de hombre, se humilló hecho obediente hasta la muerte y muerte de cruz, por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuantohay en los cielos, en la tierra y en regiones subterráneas y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

 

Seguimos el tema anterior.

La adoración es una actitud religiosa del hombre finito frente al Dios grande y santo, en la que manifiesta su dependencia total de Él y que se expresa a través de ciertos gestos y palabras. En la economía de la Nueva Alianza, la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual de Cristo, que es a su vez el centro y meta de la liturgia y de la vida cristiana.

Toda la vida del Hijo en su humanidad, desde la Encarnación hasta la Ascensión, fue una adoración perfecta y total al Padre, que le hace pasar por la pasión y la muerte para llevarle a la Resurrección y la vida nueva, y con Él a todos nosotros: "Al entrar en este mundo no has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo..... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como está escrito en el libro de  mí” (Hbr10, 5-7).

La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión, que le ha confiado (cfr Jn.17, 4), tiene su momento culminante en esta aceptación voluntaria de su pasión y muerte " para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado" (Jn14, 30.31). Es la “hora” del triunfo de Cristo en su muerte, de que nos habla S. Juan: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre será glorificado. En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará solo; pero si muere, llevará mucho fruto” (Jn 12, 23-24).

Por tres veces en su vida, Jesús profetizará que “el Hijo del hombre tiene que padecer mucho, será entregado en manos de los pecadores, le entregarán a la muerte...” Lo dirá para que cuando llegue “el bautismo de sangre”, en que será bautizado, los apóstoles sepan que está aceptado en una actitud de total sumisión:   “Ahora mi alma se siente turbada ¡Y qué diré? Padre, líbrame de esta hora. Mas para esto he venido yo al mundo, para esta hora. Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12, 27).

Y toda la liturgia del Apocalipsis será la alabanza al “Cordero degollado, que está sentado junto al trono de Dios”, recibiendo el honor y la gloria merecida por su sometimiento al proyecto salvador del Padre.

Citaré una vez al  autor de la carta a los Hebreos que subraya con fuerza cuánto le ha costado a Cristo esta obediencia: "El, en los días de su vida mortal, presentó con gran clamor y lágrimas oraciones y súplicas al que podía salvarle de la muerte..." (5,7).“Pero él, sufriendo, aprendió a obedecer...” Es decir, se sometió totalmente al Padre aceptando el sufrimiento que le suponía cumplir su voluntad.  En virtud de esta obediencia al Padre hasta la muerte, supremo acto de amor y adoración,  “somos santificados, de una vez para siempre, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo” (Hbr 10,10).  San Pablo dirá: "Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2, 6-11).

La adoración de Cristo a su Padre fue la expresión de su total entrega en amor total, por el cual Él se pone en sus manos, en absoluta disponibilidad, para que haga de Él lo que  quiera, devolviéndole como hombre todo lo que ha recibido del Padre. De esta forma,  la adoración se convierte en la suprema manifestación del amor y de la entrega y culto a Dios, es un culto que solo se puede tributar a Dios, porque le ofrecemos hasta la misma vida, de la cual solo Dios es el creador y dueño. “Al Señor, tu Dios adorarás y a Él solo darás culto”.

La adoración de la criatura a Dios es la respuesta esencial al ser y a la vida recibidas de Dios, es el culto “en Espíritu y Verdad”, total, sin la posible hipocresía de los cultos antiguos, en los que se mataba el cordero pero el oferente permanecía con su soberbia y pecados en el corazón. Aquí se ofrecen  el corazón y la vida, desde dentro y desde fuera: “Ha llegado la hora en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y verdad” (Jn 4,23).

           La adoración es la suprema  manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al  Dios Supremo y sólo Cristo lo ha podido expresar con total devoción y verdad y plenitud de sentimientos adoradores por su naturaleza humana. Al ser lo último y más elevado en nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas  las expresiones, comunitarias o personales,  que llevan  a Dios, cuyo último tramo es la adoración, cima de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos...es la expresión o el momento de descalzarse los pies,  para entrar en la presencia y en la intimidad plena con Dios; por eso, después del“amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser..”. (Dt 6, 5-6), viene la respuesta de Dios, la alianza nueva o el pacto de amistad de Dios con este pueblo que le reconoce como tal y le adora:  “Vosotros seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Lv 26,12). Yo seré Dios  y Padre  para los que me reconocen con su obediencia total.

 

5. 21. La espiritualidad y vivencia de la presencia eucarística: sentimientos y actitudes que suscita y alimenta

 

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la eucaristía, participar en la eucaristía, adorar la eucaristía.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y  nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida,  para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

No olvidemos que  la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad  le costó y no lo comprendía. En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”. La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

Por esto, la oración y la adoración y  todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

        Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia  del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna,  de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística  nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, "apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle todo lo que sufrido y amado y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco a los adoradores nocturnos en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa:

A). La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual , siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

Nuestra diálogo podría ir por esta línea: «Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones,  sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré  de nuevo y me entrego  a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido,  lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...».

 

B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5 : «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: «Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tiene ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado...         

Tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

       

C). Otro  sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. «Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,   pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas,  cuánto me entregas, me regalas...  “este es mi  cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

 Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor,  por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas  hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta,  soy pura criatura, y tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo tu el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

 

D).  En el "Acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-,  porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres. 

«Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y  a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida;  estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí”.Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario,  comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te  excluyen y tú... siempre olvidar y  perdonar,  olvidar y amar;  yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión,  que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

 

E). No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas  y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida,  debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza,  porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

El adorador  no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas,  los monjes y monjas.

Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por  la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

Y así surgirán  nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y  yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que recéis,  y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán  sus necesidades espirituales y materiales.

Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:

«¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. 

Conviénele  orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» [15].

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él»[16].

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no los saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir»[17].

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, )con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó»[18].

 

«Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira!»[19].

 

5. 22. Jesucristo Eucaristía, el mejor camino de oración, santidad y apostolado

 

Yo voy a indicar el camino, por ahí hay que ir, pero cada uno tiene que andar este camino, con su propia psicología, particularidades, gozos y tristezas. A Madrid, desde Extremadura, se va por la Autovía V, seguro, ese es el camino, pero hay que andarlo, a nadie se lo dan hecho.

Lo primero: ni un solo santo que no haya sido eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, que no la haya practicado. Ni uno solo. Luego, los habrá habido más o menos apostólicos, caritativos, encarnados y comprometidos de una forma o de otra, más o menos temporalistas, contemplativos...

Y con esto ya he dicho todo lo que quería decir sobre la excelencia y necesidad absoluta de la oración eucarística. Para mí es evidente. Y no pierdo tiempo ni entiendo ni he entendido nunca la oposición entre oración y apostolado, entre verdadero amor a Dios y a los hombres, porque para nosotros todo debe venir de Dios: “queridos hermanos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios , porque Dios es amor”(1Jn.4, 7).

Véanlo y léanlo en la santa Teresa de Calcuta, que tanto se ha distinguido por su amor a los pobres. De la Eucaristía sacaba ella toda su fuerza. Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir. Por eso todo el que se acerque a Él por la oración o por los sacramentos, tiene que amar, porque eso es lo que recibe en la oración y en la Eucaristía y si no lo hace es que “no ha conocido a Dios”. Y esto lo prueba la experiencia y la historia de todos los santos que han existido y existirán. Y los santos que más se distinguieron en la caridad activa tuvieron su horno y fuente en las horas de oración ante el Señor. Otra cosa son los aficionados y los teóricos del amor a los hermanos:  «La experiencia demuestra que sólo desde la contemplación intensa puede nacer una fervorosa y eficaz acción apostólica»[20]

La oración eucarística, como toda oración, es un camino y  en todo camino, hay quienes están empezando, otros llevan ya tiempo y algunos están más avanzados: hay iniciados, proficientes y perfectos, según S. Juan de la Cruz. No exijamos la perfección de la caridad, la unidad perfecta de vida y oración ya desde los primeros pasos de oración.

Primer estadio de la oración: querer amar a Dios. Piedad eucarística. Empiezo a estar cinco o diez minutos de visita con Él y no aguanto más, porque me aburro. Es lógico. No veo nada, no siento su presencia eucarística, es noche oscura. Lo hago por fe, con sacrificio, puro sacrificio, porque me lo han enseñado mis padres, mi párroco, mi catequista, lo vivimos así en mi parroquia, entre mi gente, mi confesor.  Son diez minutos, miro más al reloj que al Sagrario, rezo un poco, algún Padre Nuestro, la estación... Al cabo de algunos meses,  empiezo a estar un cuarto de hora,  miro al Sagrario, repito alguna frase o jaculatoria, pido que me salgan bien los exámenes, las cosas de la vida, rezo oraciones, libros de otros.

Pasados meses o años de fe heredada, más o menos seca, empiezo a estar bien, no me cuesta tanto,  he empezado a leer y meditar el Evangelio, otros libros en su presencia y así paso mejor el rato junto a Él. Lectura espiritual, reflexión, meditación costosa, no sé hablar con Dios todavía, aunque hable de Él todos los días, me cuesta dirigirme directamente a Él, no me salen las palabras, lo hago a través de las reflexiones o palabras y oraciones de otros, porque todavía tengo mucho yo dentro de mí que es obstáculo, muro y barrera para el diálogo directo, me apoyo todavía más en mí, en lo que siento o no que en Él, y debo destruirlo, y ahora me voy dando cuenta que ser amigo de Cristo es tratar de vivir como vivió Él, pero ya no me aburro tanto y suelo pensar y decirle cosas al Señor.

Y así, poco a poco, sin darme mucha cuenta, empiezo, por tanto, a convertirme, tal vez de pecados serios, pero de los que no era muy consciente, pecados de soberbia, avaricia, lujuria, ira, pero no me doy todavía mucha de que estos son los verdaderos obstáculos de mi oración. Porque hasta ahora yo no hacía oración, yo hacía la visita al Señor pero sin siquiera saludarle, sin mirarle personalmente, rezaba de memoria, sin fijarme un poco en Él y punto. No sabía todavía relacionar mi vida con la suya en la oración y la oración con mi vida. Pero ya, al cabo de un tiempo, me reviso de mis defectos y caídas todos los días ante el Sagrario y como es mucho lo que hay que purificar, le pido fuerzas, luz, constancia y ya empiezo a tomarme en serio la conversión, es decir la oración, es decir, el diálogo con Jesucristo Eucaristía, y ya he comenzado, sin darme cuenta, a identificar oración con conversión y amor a Dios y a los hermanos y hablarle más largo y despacio. Ya paso ratos buenos, pido, doy gracias, alabo.

Desde este momento, mi oración, mi conciencia, las lecturas que hago, mi director espiritual empiezan a tomar en serio mi conversión, y ya desde ese momento ya no puedo dejarlo, me confieso cada semana, hablo con mi director espiritual con frecuencia, porque es mucho lo que hay que purificar y gordo y ahora empiezo a darme cuenta y empieza a comparar  mi vida con la de Cristo, mi entrega con la suya. Los ojos no ven por falta de fe, no hay vivencia de fe, hay cierto fervor, en el que la devoción a la Virgen influye y ayuda mucho a mi piedad y cumplimiento del deber, porque ya hay cierto esquema de vida y oración y uno procura ser fiel y va encontrando cosas y fervores nuevos. Todavía no estoy preparado para Dios, hay que purificar más el cuerpo y el alma, los sentidos y las potencias, la fe, la esperanza y el amor. Esto hay que repetirlo muchas veces porque es absolutamente necesario.

Pero el camino para todo esto, para amar a Cristo Eucaristía ha comenzado, porque el orar ante Él es ya creer en Él y amarlo y querer convertirme a Él;  su presencia eucarística me dice muchas cosas de sacrificio y renuncia y amor y entrega y servicio y vida cristiana.

Me gusta ya orar, porque he empezado a amar de verdad a Cristo y voy conociendo el amor de Cristo en su evangelio, en el diálogo con Él y tengo temporadas de sentir mayor fervor, me está iniciando el Señor en la oración afectiva y ya no me canso tan pronto y siento verdadero amor a Jesucristo Eucaristía.

¡Cuánta mediocridad a veces en la Iglesia, en los elegidos, en los consagrados por falta de vivencia oracional, por falta del amor y entusiasmo debidos! Y así, casi sin darme cuenta, al cabo de un tiempo, de dos o tres  años... los que yo necesite y Dios quiera.... he llegado a descubrir, porque el Señor me lo ha enseñado- es el mejor maestro y el Sagrario, la mejor escuela de oración y santidad- que son tres los verbos que tengo que conjugar y que significan lo mismo y que se conjugan igual: orar, amar y convertirse.

Para tener oración eucarística permanente necesito convertirme permanentemente al Cristo vivo del Sagrario. Eso precisamente indica que está vivo, que no está muerto sino que reacciona ante mi vida y me exige permanentemente mi conversión porque quiere amarme y llenarme totalmente de Él, de su misma vida y sentimientos.

Si me canso de convertirme, si no quiero convertirme, no necesito ni de oración, ni de gracia, ni de Cristo ni de Dios, porque para vivir como vivía antes, me bastaba a mí mismo, vivía para mi yo, vivía para mis intereses, y no para los de Cristo, aunque orase, comulgase y fuera a la capilla y predicase y celebrase misa etc. pura exterioridad.

Resumiendo: la oración sólo la necesitan los que quieran amar a Dios sobre todas las cosas, sobre todos los afectos y amores, incluido el amor a uno mismo, el amor propio. Necesitarán Dios y  su ayuda,  mientras quieran amarle así y esta ayuda y fuerza y amor a Dios y los hombres les viene principalmente por la oración eucarística. Para vivir como Jesús, perdonar como Jesús, adorar sólo al Padre como Jesús, para ser humildes, castos , honrados, amar a los hermanos como Jesús, yo necesito siempre su ayuda permanente y, para esto, yo necesito estar en diálogo permanente de oración y súplica con Él, porque quiero siempre y en todo lugar y momento amarle a Él sobre todas la cosas  y ya la oración es presencia permanente porque la conversión es ya también permanente o si prefieres, porque el amor a Cristo es ya permanente y por eso necesito dialogar, pedir y orar permanentemente.

Amar, orar y convertirse se conjugan igual y el orden tampoco altera el producto: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma con todo tu ser” y esto mismo en expresión negativa: “Si alguno quiere ser discípulo mío, níeguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”; para cumplir ambos mandatos necesito orar para convertirme y amar. Y una vez que la oración es una necesidad sentida y vivida, ya no necesitas de nada ni de nadie como director, porque el Espíritu de Cristo, el Espíritu Santo es el mejor guía, aunque todo ayuda.

 

 

5. 23. La eucaristía, la mejor escuela  de vida cristiana

 

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades, incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el Sagrario y punto.  Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme”, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”,“no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” “.venid y os haré pescadores de hombres”,“vosotros sois mis amigos”, “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, “ sin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”      

¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas  enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con El, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré distanciado respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo. Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados,  pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

 

MEDIOCRIDAD, NO. Y  me pregunto cómo podré yo luego entusiasmar a la gente  con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven y se conocen por la propia experiencia. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad  para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré  comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad  cristiana, sacerdotal, apostólica...

Al alejarme cada día más del Sagrario, me alejo a la vez de la oración , y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa. Y esto es más claro que el agua:  si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré  entusiasmar a los demás con El, no se qué apostolado pueda hacer por él, cómo contagiaré deseos de El, ni sé  como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré  ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente  hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado,  pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a El, como los sarmientos a la vid única y verdadera,  para poder dar fruto. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que  apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.        Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice S. Juan de la Cruz.  Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica N.M.I. ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto...”.

 

CARA A CARA CON CRISTO. Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas,  respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote.... pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

        Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones,  es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si El lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice:  no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante El en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la  misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso,  si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística  luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque  la oración es el   alma de todo apostolado, como se titulaba un  libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

 

 

5. 24.  La puerta del Sagrario es puerta de cielo y  eternidad

 

            El mismo Cristo, que sacia a los bienaventurados en el cielo y que llenó las ansias de amor y felicidad de los santos y santas, desde S. Juan, San Pablo, San Pedro, la samaritana, Zaqueo...etc hasta los últimos canonizados, es al que nosotros contemplamos y tenemos en la Custodia y en nuestros Sagrarios. La Eucaristía es la entrada, la puerta del cielo, aquí abajo en la tierra.

Yo conozco hermanos y hermanas seglares como vosotros, casados y solteros, que tienen vivencia, experiencia de eucaristía y aman y se pasan horas y horas...  (tienen  llave de la iglesia) y rezan por la Iglesia, las parroquias, los sacerdotes, los enfermos, los necesitados de todo tipo, los problemas de los hombres todo el tiempo que pueden....pero es que luego son los que más y mejor me ayudan en la catequesis, en los grupos.... pero insisto que no se llega enseguida, antes hay que recorrer un camino largo y purificador de inmolación y muerte de nuestro yo, como Jesús, el camino de nuestra pascua, de nuestro desierto, del paso del pecado a la vida nueva: celebrar y participar la eucaristía es vivirla en nuestra propia carne.

¿Por qué  el mismo que sacia a los bienaventurados en el cielo no me sacia a mí? Si Cristo está ahí, ofrecido en entrega al Padre y en amistad a los hombres, ¿por que no lo siento? ¿Por qué no hay más devoción eucarística? ¿Por qué las parroquias, los jóvenes y adultos no vienen todos los días a esta fuente de amor y energía sobrenatural? Pues porque esto exige conversión, como he repetido miles de veces en este libro, y faltan también vivientes del misterio.

Al faltar vivientes, faltan también pedagogos y mistagogos eucarísticos, nos hacen falta guías experimentados, que antes hayan recorrido este camino, personas verdaderamente creyentes, exploradores como los que Moisés envió a la tierra prometida,  que luego volvieron  cargados de los frutos de ella, y entusiasmaron a los israelitas para conquistarla.

Antes de llegar a la tierra prometida, al cielo de la Eucaristía hay que pasar el mar rojo y morir al pecado, hay que vivir la gracia del bautismo y sepultar y morir al hombre viejo, y para esto, hay que atravesar  el desierto y orar mucho, hay que tener hambre del maná y del agua que brota de la piedra golpeada por Moisés, y“la piedra era Cristo”; “no como el maná que comieron vuestros padres en el desierto…el que coma de este pan que yo le daré...vivirá por mí.

Y para eso, para poder luego enseñarlo, primero hay que vivirlo, antes hay que recorrer este camino de encuentro con el Señor en la Eucaristía, que lleva consigo aguantar mucho en humillaciones, olvidos, críticas y demostrar que estás dispuesto a quedarte solo con Él, que Él es tu único Dios y lo Absoluto de tu vida. Y repito que esto no se contagia ni se enseña ni se sabe ni siquiera  teóricamente si no se ha vivido y realizado en la propia  vida y para eso hay que matar el pecado original, que es el amor propio, el amor a nosotros mismos, que quiere imponerse por encima del amor a Dios y los hermanos, hay que derrocar todos los ídolos de la propia gloria, consumismo, criterios, para que sea Dios el único Señor de tu vida. ¿Estás dispuesto?

“Hermanos míos; Teneos por muy dichosos, cuando os veáis asediados por toda clase de pruebas. Sabed que, al ponerse a prueba vuestra fe, os dará constancia y si la constancia llega hasta el final, seréis perfectos e íntegros, sin falta alguna” (Sant 1, 24).

De todas formas, no te asustes, porque todo esto que te digo de golpe, hay que ir haciéndolo, soportándolo, sufriéndolo poco a poco, como el Señor quiere, durante años y cómo y cuándo Él quiere y según sus planes. No olvides que cuarenta años duró la travesía del desierto hasta la tierra prometida. Y son muchísimos los que atraviesan este desierto y llagan a la amistad con Jesucristo Eucaristía. Precisamente para ayudarte  se ha quedado  Jesús en la Eucaristía,  tan cerca de nosotros, para echarnos una mano, para que aprendamos su ejemplo de humildad y de entrega en silencio, para repetirnos continuamente  todo su evangelio, así de cerquita:“si quieres ser mi discípulo, si quieres seguirme, si quieres ser de verdad mi íntimo...  no tengáis miedo, Yo estoy con vosotros hasta el final de los tiempos.., Yo soy el camino, la verdad y la vida...” “vosotros sois mi amigos, nadie ama más que aquel que da la vida por el amado...” “No tengáis miedo a los hombres, porque no hay nada cubierto que no llegue a descubrirse, nada escondido que no llegue a saberse”; “Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo”.

Y si coges a S. Juan:  “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoce a Él. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aun no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando  se  manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”; “Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,1-3;6).

Y uno empieza el camino y tropieza; otras veces se cansa y cae, pero vuelve a levantarse y siempre se levanta, aunque caiga muchas veces; es más,  cuando parece que todo se ha acabado, que ya no queda nada, que ya no hay remedio... como Jesús está tan cerca... te mira con amor y sientes su cercanía y otra vez continúas hasta que van llegando, después de años, esos momentos  en que la oración ya no es pura reflexión sino que, después de una purificación más o menos intensa ,uno empieza a sentir  la presencia y el amor de Cristo vivo, vivo, vivo...

La oración discursiva y meditativa se hace afectiva, se hace amor, y ya no tienes que reflexionar mucho para dialogar con Él y empiezas a llamarle y tratarle de tú a tú a Cristo, y en lugar de comentarios sobre sus verdades y sobre Él, te sale el diálogo directo con Él, el boca a boca, a pecho descubierto, sin intermediarios de libros y autores,  y ya sólo es cuestión de dejarse amar y sentirse amado cada día más, de formas distintas, y ya todo empieza a verse de otra forma, porque está  iluminado por la luz y la presencia del Señor, pero ya no cuesta nada sino todo lo contrario, uno se goza en la presencia del Amado, porque  hay experiencia del Dios vivo y Trino, y uno experimenta que es Verdad, que todo es Verdad, que Cristo es Verdad, es la Verdad y que existe y que todo el evangelio es Verdad y Vida y que Jesús existe  y está en el Sagrario y ahora ya a vivir el cielo anticipado porque el cielo es Dios y Dios está en mi corazón y en el Sagrario, aunque estamos en la tierra y no faltarán las pruebas, pero todo será desde la fe iluminada, «mística teología», «noticia amorosa».    

Y así es como el Sagrario se convierte en puerta del cielo. Pero perdonad que insista, esto exige una conversión permanente, y, al menos en mí, esta no acabará sino media hora después de mi muerte, porque  hasta la media hora después de mi muerte, no habrá muerto  mi  yo, este yo que tanto quiero y mimo, más que a Dios.

En definitiva, en el pan y en el vino adoramos al Cristo glorioso, anticipo y prenda del cielo... «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de  su pasión, el alma se llena de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura. Le diste el pan del cielo. Que contiene en sí todo deleite». De esta forma, que os he explicado, es cómo la Eucaristía se convierte para toda persona, que la adora, en puerta del cielo.

En cada comunión Cristo nos dice: Tú eres eternidad, tu vida es más que esta vida, tú vales más que este tiempo y este espacio, tú vales una eternidad, yo soy esa eternidad, que tú buscas, incrustada ahora en el tiempo por mi presencia eucarística, yo la  he merecido para tí, yo soy tu Vida, tu vida eterna ya comenzada, “vosotros y yo somos uno”, y yo soy eternidad y cielo del Padre y de todos los bienaventurados. 

Qué tiene que ver todo esto que llamas vida con lo que el Padre te ha preparado en esta mesa de la Eucaristía. Tú no la valoras porque no conoces lo que hay dentro. El hombre,  si no conoce la Eucaristía, no sabe lo que vale, porque se valora y mide sólo por el dinero y placer y éxitos de tierra; sin embargo tú vales mucho, vales infinito, te lo digo yo, que he dado mi vida por ti, vales eternidad en Dios, y te lo manifiesto y demuestro con la Eucaristía, en la que he dado mi vida por ti,  tú vales la vida de un Dios encarnado y te lo ha dicho mi Padre, con mi muerte: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”; tú  vales una eternidad, porque  no existe ya la muerte para ti, te lo digo en cada Eucaristía: “ el que me come vivirá eternamente”, “el que coma de este pan vivirá eternamente” y por el amor del Padre, tu historia y  tu vida,  a pesar de tus pecados y olvidos y abandonos, por mi amor manifestado especialmente en mi muerte y resurrección, presencializados y ofrecidos en la eucaristía,  tendrán un final feliz, porque los bienes escatológicos, los últimos, ya se hacen presentes en la Eucaristía: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR JESÚS». 

Tú vales tanto para el Padre Dios, que en Getsemaní y en mi pasión, -y siento que no hayas caído en la cuenta de ello,-  el Padre se olvidó de mí para conseguirte a ti.  “Padre, si es posible pase de mí este cáliz...” y el Padre no me hizo caso y te prefirió a ti... Y yo le decía al Padre en mi corazón, porque entonces no podía ni pronunciar palabra, Padre ¿ Pero es que te has olvidado de mí, pero es que no soy tu Hijo, el Amado, el predilecto? ¿Pero es que te avergüenzas de mí? ¿Tú también me abandonas como los hombres, ya no soy tu hijo amado....? Y ni caso me hizo, porque el Padre estaba entusiasmado con los millones de hijos e hijas que iba a conseguir con mi pasión y muerte, y prefirió mi muerte para conseguiros a todos como hijos por el Hijo. Y como fui tan obediente al Padre y Él lo que quería es recuperar vuestras eternidades, realizar el proyecto que tuvo al crearos para haceros partícipes de la misma felicidad que disfrutamos en la esencia trinitaria, os resucitó a todos en mi resurrección, porque me resucitó por amor a mí pero también me resucitó por amor a  vosotros, buscó vuestra felicidad eterna con el precio máximo de toda mi sangre y mi vida para vuestro bien, porque  la resurrección fue su respuesta a mi obediencia para todos vosotros y me hizo Señor y os sentó con  mi humanidad para siempre a su derecha.        

Pues bien, todo este misterio es lo que hago presente en cada misa, cuando por medio del sacerdote, que me presta su humanidad, sus manos y su voz, yo consagro el pan y el vino y se vuelve a hacer presente toda mi vida, desde mi Encarnación hasta mi Ascensión, todo aquello  que sufrí y merecí por ti.  Por todo esto, debes celebrar y participar con suma devoción en la misa, debes estar más atento y desde el banco no tienes que pensar en otra cosa y eso es mi paga porque os quiero infinitamente y para la eternidad y ese amor  me hace feliz en mi entrega por vosotros:“éste es el cuerpo que se entrega, ésta es la sangre que se derrama por vosotros” “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de Mí”. Gracias, porque os acordáis de mi amor y con esto glorificáis al Padre y me honráis a mí.

Querido hermano, por la Eucaristía nos sumergimos en la vida de Dios por su Verbo, nos sumergimos  en el círculo trinitario donde amarás al Padre en el Hijo por el Espíritu, en un volcán continuo de fuego y dicha y felicidad y resplandores divinos, que ya aquí abajo se barrunta y se puede experimentar, como lo han sentido infinidad de santos, místicos y almas buenas... Hace unos meses operaron de cáncer a una amiga mía. Le quitaron un pecho y le dijeron que era cáncer maligno . Al cabo de algún tiempo fuí a visitarla de nuevo.  Todavía no sabían el resultado. Al mes  volví al hospital y me dijo textualmente- éstas cosas no se olvidan- ahora me dicen los médicos que no tengo nada, que estoy totalmente curada... ¡ya que me había hecho a la idea de irme con el Señor...!

Por la Eucaristía tu historia tendrá un final feliz. Visité otra vez a una operada de cáncer a la que había quitado diversas partes del hígado, riñón... muchas cosas; al despedirme, le digo: pediré al Señor que te cures, me respondió: pídale no que me cure sino que cumpla su voluntad.... Son almas eucarísticas.

Querido hermano, da gracias, medita, alaba, bendice, adora a Jesucristo Eucaristía que trajo y realizó este proyecto del Padre  con el Espíritu Santo, Espíritu de vida, “que resucitó a Jesús de entre los muertos, el mismo Espíritu resucitará nuestros cuerpos mortals”. La adoración eucarística es alimento de vida eterna, que anticipa los bienes escatológicos descritos por Juan en el Apocalipsis. Toda la liturgia del Apocalipsis es liturgia de la Eucaristía celeste, del Viviente, del Resucitado, del Cordero degollado, en compañía de los resucitados para glorificación de la Santísima Trinidad.  Es figura de la adoración de toda la humanidad redimida por elcordero degollado ante el trono de Dios y por eso ya lo ensayamos  cantando aquí abajo el mismo canto que los bienaventurados en el cielo: SANTO, SANTO, SANTO ES EL SEÑOR, LLENOS ESTÁN EL CIELO Y LA TIERRA DE SU GLORIA.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAMPAÑA DE LOS CINCO MINUTOS DIARIOS DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

CARTEL DE LOS CINCO MINUTOS DE ORACIÓN CON EL SEÑOR EN EL SAGRARIO

 

NO SE VAYA DE ESTA IGLESIA SIN HABLAR CON JESUCRISTO PRESENTE EN EL SAGRARIO.

 

PUEDEMIRARLE CON MIRADA DE AMOR.

 

PUEDEHABLARLE DE SUS COSAS Y PROBLEMAS.

 

PUEDEREZARLE ALGUNA DE LAS ORACIONES QUE SABE.

 

PUEDECOGER ALGUNA DE LAS HOJAS DE LA MESA, LEERLA Y COMENTARLA CON ÉL.

 

PUEDE...PERO NO SE VAYA SIN DECIRLE ALGO. ÉL LLEVA DOS MIL AÑOS ESPERÁNDOLE.

 

5. 25. Importancia de la oración  eucarística para la vida y el apostolado sacerdotal

 

“Adoro te devote, latens Deitas...” Te adoro devotamente, oculta Divinidad... Queridos hermanos y amigos sacerdotes del arciprestazgo, nuestra primera mirada sea para el Señor, presente en medio de nosotros, bajo el signo sencillo, pero viviente del pan consagrado. Jesús, Sacerdote y Pastor supremo, te adoramos devotamente en este pan consagrado. Toda nuestra vida y nuestro corazón ante Ti se inclinan y arrodillan, porque quien te contempla con fe, se extasía y desfallece de amor.

Como estoy ante muy buenos latinistas, -en nuestro tiempo se estudiaba y se sabía mucho latín,- tengo que advertir que la traducción del himno es libre, pero así expreso mejor nuestros sentimientos de admiración sacerdotal ante este misterio de amor de Jesús hacia los hombres, sus hermanos. Nos amó hasta el extremo del tiempo y del espacio, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas: “Yo estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos”. Ordinariamente comentamos esta promesa del Señor en la vertiente que mira hacia Él, es decir, su amor extremo y deseo de permanecer junto a nosotros. Pero me gustaría también que fuera nuestra respuesta en relación con Él: Señor, nosotros estaremos siempre contigo en respuesta de amor ante tu presencia sacramentada en la Eucaristía.

Si el Señor se queda, es de amigos corresponder a su presencia eucarística, porque el Sagrario para nosotros no es un objeto más de la iglesia ni su imagen, es Cristo en persona, vivo y resucitado, con toda su vida y hechos salvadores para nuestras parroquias y para nuestra vida y apostolado.

Por eso me atrevo a deciros, que todos los creyentes, pero especialmente nosotros, los sacerdotes, que además servimos de ejemplo para nuestros feligreses, tenemos que vigilar mucho nuestro comportamiento con el Sagrario, es decir, con Jesucristo vivo y en persona, con su presencia eucarística, pues nos jugamos toda nuestra vida personal y apostólica en relación con Él, porque Jesucristo Eucaristía no es una parte del evangelio, de la salvación, de la liturgia o de la teología, es todo el evangelio, toda la salvación, Cristo entero y completo, Dios y hombre verdadero, es la vid, de la cual todos nosotros somos sarmientos.

Repito que hay que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento con la Eucaristía. Pongamos un ejemplo: si después de la Eucaristía, hablo y me comporto en la iglesia, como si Él no estuviera allí, como si estuviera en un salón, entonces me cargo todo lo que he celebrado y predicado, porque este comportamiento lo destroza y pisotea y no soy coherente con la verdad celebrada y predicada, que es Cristo, que permanece vivo, vivo y resucitado para ayudarnos en todo. Estas cosas que se refieren al Señor, sobre todo, a la Eucaristía, hay que decirlas con mucha humildad, porque hay que decirlas también con mucha verdad y esto no es siempre agradable. En estos momentos estamos en su presencia y no podemos engañarle ni engañarnos, no puedo ni debo, porque os quiero y deseo deciros verdades a veces un poco desagradables, lo cual es doloroso, máxime siendo uno también pecador, necesitado de perdón y comprensión.

Queridos hermanos, es tanto lo que me gusta estar en oración con vosotros y tantísimo lo que debo a esta presencia de Jesús sacramentado, confidente y amigo, que me lanzo sin reparar mucho cómo pueda hacerlo ni a dónde llegar. Todo quiere ir con amor, con verdad, con humildad, actitudes propias del que se siente agradecido pero a la vez, deudor, ahora y más tarde y siempre a su presencia eucarística. Deudor es traducción de limitado en cualidades y amor, finito en perfecciones, pecador en activo. Pero esto no me impide hablar de Él y de su presencia eucarística aunque sea deficitario ante ella.

Dice el Vaticano II, en el Decreto sobre el Ministerio y Vida de los Presbíteros: “Pero los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras del apostolado, están unidos con la Eucaristía y hacia ella se ordenan. Pues en la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da la vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con Él. Por lo cual, la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización...La casa de oración en que se celebra y se guarda la sagrada Eucaristía y se reúnen los fieles, y en la que se adora para auxilio y solaz de los fieles la presencia del Hijo de Dios, nuestro Salvador, ofrecido por nosotros en el ara sacrificial, debe estar limpia y dispuesta para la oración y para las funciones sagradas. En ella son invitados los pastores y los fieles a responder con gratitud a la dádiva de quien...” (PO 5).

Ante esta doctrina teológica y litúrgica, tan clara del Concilio, nosotros debemos preguntarnos cómo la estamos viviendo, si verdaderamente Cristo Eucaristía es el centro de nuestra vida personal y apostólica, hacia dónde está orientado nuestro apostolado, a dónde apuntamos y queremos llegar. Porque hasta dónde llegaron los mejores Apóstoles y ministros y cristianos que ha tenido la Iglesia, cómo vivieron, trabajaron y recibieron fuerzas para el camino, sí lo sabemos por sus vidas, su apostolado y sus escritos. Ni un sólo apóstol fervoroso, ni un sólo santo que no fuera eucarístico. Ni uno sólo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Aquí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, “aunque es de noche”, aunque tiene que ser por la fe. Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, una veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, “tratando a solas”, trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, “noticia amorosa” de Dios, “ciencia infusa”, “contemplación de amor”.

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, lo que yo veo y contemplo, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu santuario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma. Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

Santa Teresa, refiriéndose a la etapa de su vida en que no se entregó totalmente a Dios, elogia sus ratos de oración, donde al estar delante de Dios, sentía cómo Dios la corregía: “...porque, puesto que siempre estamos delante de Dios, paréceme a mí es de otra manera los que tratan de oración, porque están viendo que los mira; que los demás podrá ser estén algunos días que aun no se acuerden que los ve Dios. Verdad es que, en estos años, hubo muchos meses -y creo que alguna vez año- que me guardaba de ofender al Señor y me daba mucho a la oración, y hacía algunas y hasta diligencias para no le venir a ofender”27 La presencia de Dios en la oración, máxime si es tan cercana, como la presencia eucarística, no se aguanta, si uno no está dispuesto a convertirse.

Señor, qué alegría sentirte como amigo, para eso instituiste este sacramento, no quiero dejarte jamás, y unas veces me enciendo en tu amor y te prometo no apartarme jamás de la sombra de tu santuario; otras veces, me corriges y empiezas a decirme mis defectos: quita esa soberbia, ese buscarte que tienes tan dentro, y salgo decidido a ponerlo en práctica con tu ayuda; otras veces me siento de repente lleno de tus sentimientos y actitudes y quiero amar a todos, perdonarlo todo y así van pasando los días y cada vez más juntos:“Tú en mí y yo en ti, que seamos uno, como el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Otras veces, por el contrario, todo se viene abajo y soy yo el que digo: Señor, ayúdame, he vuelto a caer otra vez en el pecado, de cualquier clase que sea, y cómo se siente el perdón y la misericordia del Señor, cómo le vemos a Cristo salir del Sagrario y acercarse y arrodillarse y lavar nuestros pies, nuestros pecados y oigo su voz: “Vete en paz, yo no te condeno”, y qué alegría siente uno, porque siente verdaderamente el abrazo y el beso de Cristo: “El padre lo besó y abrazó y dijo...”, sentir todo esto y saber que del pecado de ahora y de siempre no queda ni rastro en mi alma y menos en el corazón y la memoria de Dios. Y entonces es cuando por amar y sentir el amor de Cristo, uno empieza a tratar de no pecar y corregirse más por no querer disgustarle y no romper el amor y la unión con Él que por otros motivos.

¡Cuánta soberbia a veces en nuestras tristezas por los pecados, en nuestros arrepentimientos llenos de depresión por no reconocernos débiles y pecadores, por lo que somos y de donde no podemos salir con nuestras propias fuerzas sino con la ayuda de Dios! ¡Cuánto dolor o amargura soberbia! Nos parecemos al fariseo, deseamos apoyarnos en nosotros, en una vida limpia para acercarnos a Dios mirándole como de igual a igual, sin tener necesidad siempre de su gracia y ayuda, como si no le debiéramos nada y no fuéramos simples criaturas. Nuestro deseo debe ser ofrecer a Dios una vida limpia, pero si caemos, Él siempre nos sigue amando y perdonando, siempre nos lava de nuestros pecados. Que sólo Dios es Dios, y todos los demás estamos necesitados de su gracia y de su perdón, de la conversión permanente, en la que los pecados prácticamente no nos alejan de Dios porque no los queremos cometer, no queremos pecar, pero “el espíritu está pronto, pero la carne es débil”. ¿Hasta qué punto puede pecar uno que no quiere pecar?

Siendo humildes y verdaderos hijos, ni el mismo pecado puede separarnos de Dios, si nosotros no queremos pecar, nada ni nadie nos puede separar del amor de Cristo, si vivimos en conversión sincera y permanente, si no queremos pecar e instalarnos en el pecado, en la lejanía de Dios: “Quién podrá apartarnos del amor de Cristo? ¿la aflicción? la angustia?¿la persecución?,¿el hambre?¿la desnudez? ¿el peligro?¿la espada? En todo esto vencemos fácilmente por aquel que nos ha amado” (Rm 8, 35.37). Por el contrario, cuando uno no vive en esta dinámica de conversión permanente, se le olvidan hasta los medios sobrenaturales, que debe emplear y aconsejar para salir de su mediocridad espiritual. Y si un sacerdote no sabe dirigirse a sí mismo, no sé cómo podrá hacerlo con los demás. Y esto lo comprueba la experiencia.

Hay que decirlo claro, aunque duela: no hago oración, me aburre Cristo, rehuyo el trato personal con Él, no puedo trabajar con entusiasmo por Él, no puedo predicarlo con entusiasmo. Lo peor es si esto se da en los que tienen misión de formar o dirigir a otros hermanos. Las consecuencias son funestas para la diócesis, sobre todo, si se mantiene durante años y años, porque, al no vivir esta experiencia de amistad con Cristo, este deseo de santidad, no vivir este camino de la oración, no lo pueden inculcar ni pueden entusiasmar con Él y a sufrir en silencio, viendo instituciones esenciales para una diócesis que no marchan bien por ignorancia de las cosas espirituales de parte de los responsables; sólo te queda el rezar para que Dios haga un milagro y supla tantas deficiencias, porque si hablas o te interesas por ello, estás «faltando a la caridad...».

No puedo producir frutos de santidad, si no permanezco unido a Cristo. Lo ha dicho bien claro Él: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid. Vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí es echado fuera, como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que quisiereis y se os dará. En esto será glorificado mi Padre, en que deis mucho fruto, y así seréis discípulos míos” (Jn 15,1-8).

Hace mucho tiempo que no me predican este evangelio. En mi seminario sí me lo predicaron muchas veces y a todos los de mi generación. El apostolado, en definitiva, consiste en que Cristo sea conocido y amado y seguido como único Salvador del mundo y de los hombres. Cómo hacerlo si yo personalmente no me siento salvado, no me siento unido y entusiasmado con Cristo, si fallo en mi oración personal con Él.

Meditemos aquí, hermanos, en la presencia del Señor, en la sinceridad de nuestro apostolado. Seamos coherentes. Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío.

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Uno no puede ser testigo de Cristo, si no lo ha visto y sentido en su corazón y en su vida. Juan Bautista fue profeta,“la voz que clama en el desierto, preparar el camino del Señor” (Jn 1,24), pero también testigo en el mismo vientre de su madre, donde sintió la presencia del Mesías: “Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo para dar testimonio de la luz, para que por Él todos vinieran a la fe” (Jn 1,6-8).

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que sustituir a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo «in persona Christi», vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuantas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle y predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad.

Como dije antes, estar con el amigo y amarlo y seguirlo se conjugan igual y con que una de estas condiciones no se dé, me da igual cuál sea, el nudo se rompe: si no oro, no amo-convierto-vivo como Él; si me canso de orar, me canso de amar- convertirme a Él-vivir como Él; por otra parte, si cambio el lugar de estos verbos, todo sigue igual: por ejemplo, si no amo, si no me convierto, no oro, y si me canso de amar y convertirme, me canso de orar y ya se acabó la vida espiritual, al menos, la fervorosa. Y en afirmativo, todo también es verdad: si oro, amo y me convierto; si amo, también oro y me convierto y si vivo en una dinámica de conversión permanente, es porque oro y amo.

Por eso, y no hay que escandalizarse, es natural que a veces no estemos de acuerdo en programaciones pastorales de conjunto, en la forma de administrar los sacramentos, cuando estas no llevan hasta donde deben ir. Cada uno tiene el apostolado conforme al concepto de Iglesia-parroquia que tiene, y cada uno tiene el concepto de Iglesia-parroquia-apostolado conforme al conocimiento y vivencia que tiene de Cristo, porque la Eclesiología es Cristología en acción, la Iglesia es el Cuerpo de Cristo en el tiempo, y cada uno, en definitiva, tiene el concepto de Cristo y de Cristología y de Eclesiología que vive, no el que aprendió en Teología, porque lo que aprendió en la Teología, si no se vive, termina olvidándose, como lo demuestra la vida y la experiencia de la Iglesia: realmente creemos lo que vivimos y vivimos lo que creemos. Se puede tener un doctorado en Cristología y vivir sin Cristo. Este conocimiento de Cristo por amor se consigue principalmente en ratos de oración eucarística. De aquí la necesidad, tantas veces repetida por el Señor, por el Magisterio de la Iglesia, por los verdaderos apóstoles de todos los tiempos de que los obispos y sacerdotes y los responsables del pastoreo de la Iglesia sean hombres de oración, aspiren a la santidad, cuyo camino principal es la oración».

 

****

 

Al transcribir esta meditación en el verano del 2001, me encontré con un texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, que paso gustoso a copiar:

«Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús. La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor “crucificado” y “glorioso”, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la visita al Santísimo, no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; es una exigencia elemental que brota del aprecio a la plena verdad de la fe que constituye el sacramento: ¡Dios está aquí, venid, adorémosle! Es el test que determina si una comunidad cristiana reconoce que la resurrección de Cristo, cúlmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión solemnísima, si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía? Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7). Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe».

 

****

 

Queridos hermanos sacerdotes, qué claro y evangélico es este texto del Congreso Eucarístico que acabo de transcribir. Por todo esto qué necesario es que el apóstol vuelva con frecuencia a estar con Jesús para comprobar la autenticidad y la continuidad de la entrega primera. Fuera de ese trato personal e íntimo con el Señor no tienen valor ninguno ni las genialidades apostólicas ni la perfección técnica de los programas pastorales. Si la Eucaristía es el centro y cúlmen de toda la vida apostólica de la Iglesia, ¿cómo prescindir prácticamente de ella en mi vida personal? ¿cómo podrá estar centrado mi apostolado, cómo entusiasmar a mi gente, a mi parroquia con la Eucaristía, con Jesucristo, con su mensaje, cómo hacer que la valoren y la amen, si yo personalmente no la valoro en mi vida? ¿De qué vale que la Eucaristía sea teológica y vitalmente centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia, si al no serlo para mí, impido que lo sea para mi gente? Entonces ¿qué les estoy dando, enseñando a mis feligreses? Si creyéramos de verdad lo que creemos, si mi fe estuviera en vela y despierta, me encontraría con Él y cenaríamos juntos la cena de la amistad eucarística y encontraría el sentido pleno a mi vida sacerdotal y apostólica.

Durante siglos, muchos cristianos no tuvieron otra escuela de teología o de formación o de agentes pastorales, como ahora decimos, no tuvieron otro camino para conocer a Cristo y su evangelio, otro fundamento de su apostolado, otra revelación que el Sagrario de su pueblo. Allí lo aprendieron y lo siguen aprendiendo todo sobre Cristo, sobre el evangelio, sobre la vida cristiana y apostólica, allí aprendieron humildad, servicio, perdón, entusiasmo por Cristo, hasta el punto de contagiarnos a nosotros, porque la fe y el amor a Cristo se comunican por contagio, por testimonio y vivencia, porque cuando es pura enseñanza teórica, no llega a la vida, al corazón; allí lo aprendieron directamente todo y únicamente de Cristo, en sus ratos de silencio y oración ante el Sagrario. Y luego escucharemos a San Ignacio en los Ejercicios Espirituales: “Que no el mucho saber harta y satisface al ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente...” Sentir a Cristo, gustar a Cristo cuesta mucho, hay que dejar afectos, hay que purificar, hay que pasar noches y purificaciones del sentido y del espíritu, que nos vacían de nosotros mismos, de nuestros criterios y sentidos para llenarnos de Cristo.

Queridos amigos, por todo esto y por muchas más cosas, la Eucaristíaes la mejor escuela de oración, santidad y apostolado, es la mejor escuela de formación permanente de los sacerdotes y de todos los cristianos. Junto al Sagrario se van aprendiendo muchas cosas del Padre, de su amor a los hombres, de su entrega al mundo por el envío de su Hijo, de las razones últimas de la encarnación de Cristo, de su sacerdocio y el nuestro, del apostolado, de la conversión, de la paciencia de Dios, de la misericordia de Dios ante el olvido de los hombres...

Y cuando se vive en esta actitud de adoración permanente eucarística, aunque haya fallos, porque somos limitados y finitos, no pasa nada, absolutamente nada, si tú has descubierto el amor del Padre entregando al Hijo por ti, desde cualquier Sagrario, porque ese Dios y ese Hijo son verdaderamente Padre comprensivo y amigo del alma que te quieren de verdad, porque Él sabe bien este oficio y te pone sobre sus hombros y se atreve a cantar una canción de amor mientras te lleva al redil de su corazón o, como Padre del hijo pródigo, no te deja echar el rollo que todos nos preparamos para excusarnos de nuestros pecados y debilidades, porque solo le interesas Tú.

Una de las cosas por las que más he necesitado de la Eucaristía es por la misericordia de Cristo, la he necesitado tanto, tanto... y la sigo necesitando, soy pecador en activo, no jubilado. Allí he vuelto a sentir su abrazo, a escuchar su palabra: “te perdono…, preparad la cena, los zapatos nuevos, el vestido nuevo...,  sígueme..., vete en paz, te envío como yo he sido enviado, no tengáis miedo, yo he vencido al mundo... estaré con vosotros hasta el final...” Él siempre me ha perdonado, siempre me ha abrazado, nunca me ha negado su misericordia. Eso sí, siempre hay que levantarse, conversión permanente, reemprender la marcha; si esto falla, no hay nada, si uno deja de convertirse le sobra todo, la Eucaristía, la oración, la gracia, los sacramentos, le sobra hasta Dios, porque para vivir como vivimos muchas veces, nos bastamos a nosotros mismos.

Queridos hermanos, cuánta teología, cuánta liturgia, cuán- to apostolado y eficacia apostólica hay en un sacerdote de rodillas o sentado junto al Sagrario media hora o veinte minutos todos los días. Está diciendo que Cristo ha resucitado y está con nosotros; si ha resucitado, todo lo que dijo e hizo es verdad, es verdad todo lo que sabe de Cristo y de la Iglesia, todo lo que estudió, es verdad toda su vida, todo su sacerdocio y su apostolado. Junto a Cristo Eucaristía, todo su ser y actuar sacerdotal adquiere luz, fuerza, verdad y autenticidad; está diciendo que cree todo el evangelio, las partes que cuestan y las que no cuestan, que cree en la Eucaristía y lo que permanece después de la Eucaristía, lo que hacen sus manos sacerdotales, que cree, venera y adora a Cristo y todo su misterio, todo lo que ha hecho y ha dicho Cristo. ¡Qué maravilla ser sacerdote! No os sorprendáis de que almas santas, de fe muy viva, hayan sentido y vivido y expresado su emoción respecto al sacerdocio, besando incluso sus pisadas, como testimonio de su amor y devoción.

Empezó el mismo Jesús exagerando su grandeza, en la misma noche de la institución, postrándose humildemente de rodillas ante los Apóstoles y los futuros sacerdotes, para lavarles los pies y el corazón y todo su ser para poder recibir este sacramento: “les dijo: ya no os llamaré siervos, os llamo amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dicho mi Padre os lo he dado a conocer...” (Jn 15,14). Y eso se lo sigue diciendo el Señor a todos y cada uno de los sacerdotes, a los que elige y consagra por la fuerza de su Espíritu, que es Espíritu Santo, para que sean presencia y prolongación sacramental de su Persona, de su Palabra, de su Salvación y de su Misión.

Es grande ser sacerdote por la proximidad a Dios, por la identificación con la persona y el misterio de Cristo, por la continuidad de su tarea, por la eficacia de su poder: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre”; por la grandeza de su misericordia: “Yo te absuelvo de tus pecados”, “yo te perdono”;por la abundancia de gracias que reparte: “yo te bautizo” “El cuerpo de Cristo”. El sacerdote es sembrador de eternidades, cultivador de bienes eternos, recolector de las vidas eternas de los hijos de Dios, a los que introduce ya en la tierra en la amistad con el Dios Trino y Uno.

¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Qué grande y eficaz es el sacerdote junto al Sagrario! ¡Qué apostolado más pleno y total! ¡Cómo sube de precio y de calidad su ser y existir junto al Señor! ¡Cómo se transparentan y se clarifican y se verifican las vidas, las teorías, las actitudes y sentimientos sacerdotales para con Cristo y la Iglesia y los hermanos! Realmente Cristo Eucaristía y nuestra vida de amistad con Él habla, dice muy claro de nuestra fe y amor a Él y a su Iglesia La vida eucarística, lo afirma el Vaticano II, es centro y quicio, es decir, centra y descentra, dice si están centradas o descentradas nuestras vidas cristianas, si estamos centrados o desquiciados sacerdotalmente.

Por eso, os invito, hermanos, a volver junto al Sagrario. Hay que recuperar la catequesis del Sagrario, de la presencia salvadora, real y permanente de Cristo, hecho pan de vida permanente para los hombres. Y con el Sagrario hay que recuperar la oración reposada y el silencio, la alabanza y la acción de gracias, la petición y la súplica inmediata ante el Señor, la conversación diaria con el Amigo. Y entonces, a más horas de Sagrario, tendríamos más vitalidad de nuestra fe y de nuestro amor y de nuestros feligreses.

Es necesario revisar nuestra relación con la Eucaristía para potenciar y recobrar nuestra vida sacerdotal. Y qué pasaría, hermanos, si todo nuestro arciprestazgo, si nuestra diócesis, si todas las diócesis del mundo se comprometiera a pasar un rato ante el Sagrario todos los días? ¿Qué efectos personales, comunitarios y apostólicos produciría? ¿Qué movimientos sacerdotales, qué vitalidad, qué renovación se originaría? Y si estamos todos convencidos de la verdad y de la importancia de la Eucaristía para nosotros y para nuestro apostolado, ¿por qué no lo hacemos?

Dice Juan Pablo II: «Los sacerdotes no podrán realizarse plenamente, si la Eucaristía no es para ellos el centro de su vida. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdocio flojo, más aún, en peligro». Si uno se pasa ratos junto al Sagrario todos los días, primero va almacenando ese calor, y un día, tanto calor almacenado, se prende y se hace fuego y vivencia de Cristo. Lo dice mejor Santa Teresa: «Es como llegarnos al fuego, que aunque le haya muy grande, si estáis desviados y escondéis la mano, mal os podéis calentar, aunque todavía da más calor que no estar a donde no hay fuego. Mas otra cosa es querernos llegar a Él, que si el alma está dispuesta - digo con deseo de perder el frío- y si está allá un rato, queda para muchas horas en calor28».

El que contempla Eucaristía, se hace Eucaristía, pascua, sacrificio redentor, pasa a su parroquia de mediocre a fervorosa, se hace ofrenda y queda consagrado a la voluntad del Padre que le hará pasar por la pasión y muerte para llevarle a la resurrección, a la vida nueva. Y con él, va su parroquia. Es la pascua nueva y eterna, la nueva alianza en la sangre de Cristo.

El que contempla Eucaristía se hace Eucaristía, comunión, amor fraterno, corrección fraterna, lavatorio de los pies, servicio gratuito, generosidad, porque comulga a Cristo, no solamente lo come, y al comerlo, siente que todos somos el mismo cuerpo de Cristo, porque comemos el mismo pan.

El que contempla la Eucaristía descubre que es presencia y amistad y salvación de Cristo permanentemente ofrecidas al hombre, sin imponerse, ayudándonos siempre con humildad, en silencio ante los desprecios, lleno de generosidad y fidelidad, enseñándonos continuamente amor gratuito y desinteresado, total, sin encontrar a veces, muchas veces, agradecimiento y reconocimiento por parte de algunos.

El que contempla la Eucaristía se hace Eucaristía perfecta, cada día más, y encuentra la puerta de la eternidad y del cielo, porque el cielo es Dios y Dios está en Jesucristo dentro del pan consagrado. En la Eucaristía se hacen presentes los bienes escatológicos: Cristo vivo, vivo y resucitado y celeste, “cordero degollado ante el trono de Dios”, “sentado a su derecha” “que intercede por todos ante el Padre” “llega el último día” “el día del Señor”: “anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús” “et futurae gloriae pignus datur” y la escatología y los bienes últimos ya han empezado por Jesucristo Eucaristía.

Por la Eucaristía, «Cristo ha resucitado y vive con nosotros», como puse después del Concilio en un letrero de hierro forjado en el Cenáculo de San Pedro,. Y luego en la misma puerta del Cenáculo: “Ninguna comunidad cristiana se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la santísima Eucaristía”.

Esta presencia del Señor se siente a veces tan cercana, que notas su mano sobre ti, como si la sacara del Sagrario para decirte palabras de amor y de misericordia y de ternura... y uno cae emocionado de rodillas: Oye, sacerdote mío, un poco de calma, tienes tiempo para todos y para tus cosas, pero no para mí, yo me he quedado aquí para ser tu amigo, para ayudarte en tu vida y apostolado, sin mí no puedes hacer nada; mira, estoy aquí, porque yo no me olvido de ti, te lo estoy diciendo con mi presencia, pero te lo diría mejor aún, si tuvieras un poco de tiempo para escucharme; ten un poco de tiempo para mí, créeme, lo necesito porque te amo como tu no comprendes; me gustaría dialogar contigo para decirte tantas cosas...

Y como la Eucaristía no es solo palabra de Cristo, sino evangelio puesto en acción y vivo y viviente y visualizado ante la mirada de todos los creyentes, lleno de humildad y entrega y amor, uno, al contemplarla, se ve egoísta, envidioso, soberbio. Porque allí vemos a Cristo perdonando en silencio, lavando todavía los pies sucios de sus discípulos, dando la vida por todos, enseñándonos y viviendo amor total y gratuito, en humildad y perdón permanente de olvidos y desprecios. Se queda buscando sólo nuestro bien, sólo con su presencia nos está diciendo os amo, os amo... Quien se pare y hable con Él terminará aprendiendo y viviendo y practicando todas estas virtudes suyas. La experiencia de los santos y de los menos santos, de todos sus amigos, lo demuestra. Hay que volver al Sagrario, hay que potenciar y dirigir esta marcha de toda la parroquia, con el sacerdote al frente, hacia la mayor y más abundante fuente de vida y gracia cristiana que existe: “Qué bien sé yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche. Aquesta eterna fonte está escondida, en este pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas, y de este agua se hartan, aunque a oscuras, porque es de noche. Aquesta eterna fonte que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche” (San Juan de la Cruz).

 

            LA SAMARITANA

 

            Cuando iba al pozo por agua,

            a la vera del brocal,

            hallé a mi dicha sentada.

 

            - ¡Ay, samaritana mía,

            si tú me dieras del agua,

            que bebiste aquel día!

           

            - Toma el cántaro y ve al pozo,

            no me pidas a mí el agua,

            que a la vera del brocal,

            la Dicha sigue sentada.

                               (José María Pemán).

 

“Sacaréis agua con gozo de la fuente de la salvación...”dijo el profeta. Que así sea para todos nosotros y para todos los creyentes. Que todos vayamos al Sagrario, fuente de la Salvación. La fuente es Cristo; el camino, hasta la fuente, es la oración, y la luz que nos debe guiar es la fe, el amor y la esperanza, virtudes que nos unen directamente con Dios. ¡ES EL SEÑOR!

 

EUCARISTÍA DIVINA, presente en el pan consagrado ¡Cómo te deseo! ¡Cómo te busco! ¡Con qué hambre de tí camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento.¡Qué nostalgia de mi Dios todo el día! ¡Necesito verte para tener la luz del “Camino, la Verdad y la Vida”. Necesito comerte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor, para no morir de deseos de vida y de cielo, que eres Tú. Y en tu entrega eucarística quiero hacerme contigo una ofrenda agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero comerte para ser asimilado por Ti, y entrar así, totalmente identificado con el Amado, en la misma Vida y Amor y Felicidad divina de mis Tres, por la potencia de su mismo Amor Personal, que es Espíritu Santo. AMÉN.

INDICE

 

PRÓLOGO ...................................................................     5

 

INTRODUCCIÓN   ..................................................           7

 

 

PRIMERA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

   

PARA EMPEZAR O EN LA ESCUELA PRIMARIA

 

1.1.Necesidad absoluta de la fe para el encuentro   eucarístico …     15

1.2. Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar

      a Cristo con fe y esperanza.......................................           23

1. 3.Samaritana mía, enséñame a pedir a Cristo el agua

      de la fe y del amor.................................. ........                    27

1.4. En la Eucaristía está el Cristo de Palestina y del evangelio ya resucitado 34

 

 

SEGUNDA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

EN LA ESCUELA SECUNDARIA DE EUCARISTÍA

 

 

2.1. Orar es querer amar a Dios sobre todas la cosas.......         44

2. 2.Orar es querer convertirse a Dios sobre todas las cosas.

La oración permanente exige conversión permanente. …         51 

2.3. Orar es también meditar: oración de Santa Brígida..          61

2. 4. Jesucristo Eucaristía, el mejor maestro de oración ..         65

2. 5. Para ser maestro de oración, primero hay que vivirla.       78 

2. 6. ¿Y si nos hiciéramos un examen de oración personal?      82

2. 7. Oración y la santidad, fundamento de todo apostolado, en la Carta Apostólica  NMI. de Juan Pablo II........................................  94

2. 8. La mayor pobreza de la Iglesia es la pobreza mística..    109

2. 9. Breve itinerario de oración eucarística.............                113

2. 10. “Aprended de mí que soy manso y humilde de  corazón”....128

2,11. ¿Por qué tenemos que amar a Dios? “Porque El nos  amó primero”    135

2. 12“Y envió a su Hijo como propiciación por nuestros  pecados               159

 

 

TERCERA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

EN LA UNIVERSIDAD DE LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

LA LICENCIATURA ENORACIÓN ES UN COMPROMISO DE ORACIÓN-CONVERSIÓN PARA  TODA  LA VIDA...................                                   165     

 

CUARTA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

EL DOCTORADO EN LA ORACIÓN EUCARÍSTICA ES LA VIDA APOSTÓLICA: DESDE LA ORACIÓN A LA MISIÓN...................................................................                 180

4.1. La Eucaristía, la mejor escuela de oración y santidad,

       se convierte en la mejor escuela de apostolado ………………..….  180

4.2.La vivencia de Cristo Eucaristía, llama ardiente de la

       caridad apostólica................................................             187

 

QUINTA PARTE

 

NOTAS Y REFLEXIONES SOBRE LA PRESENCIA

 

5.1. La Presencia de Dios entre los hombres….                  200

5. 2.En la Eucaristía está el cuerpo que sufrió por mí ..      230

5. 3. Carta a cinco nuevos sacerdotes, alumnos míos....      234

5. 4.En la Eucaristía está el alma de Cristo.................         239

5. 5. El Sagrario es Cristo en amistad  permanente.......       241

5. 6 Hablar con Cristo en el Sagrario es fácil, porque es

      el amigo que siempre está en casa.......................          248

5. 7.El Señor en el Sagrario espera gratitud ..............          251

5. 8. Visitemos todos los días al Señor. «Vida eucarística 

descuidada, vida sacerdotal pobre y mediocre»....               254

5. 9. El Sagrario es el nuevo templo de la Nueva Alianza   256

5. 10.El que contempla Eucaristía  se hace Eucaristía...      260

5.11. El Sagrario, monte de piedad de Dios...............           267

5.12.El Sagrario, la mejor  clínica del alma..............            272

5.13. El mundo y la Iglesia necesitan almas eucarísticas...  274

 

5.14. a Eucaristía como Misa, Comunión y Presencia...      280

5.15. La Eucaristía como Misa ....................................          282

5.16. La Eucaristía como Comunión ..........................           287

5.17. La Eucaristía como Presencia ............................          292

      Mural de la ermita del Cristo de las Batallas.........          298

5.18. El Corpus Christi es el Día de la Eucaristía,  no de Cáritas 299

5.19. La Adoración Eucarística: Espiritualidad y Pastoral.        302

5.20. Jesús, adorador del Padre  hasta la muerte  .....               309

5.2. La espiritualidad de la Presencia Eucarística .....              313

5.2. Jesucristo Eucaristía, el mejor maestro de oración,

       santidad y apostolado .........................................              325

5.23.La Eucaristía, la mejor escuela de vida cristiana ..           330

5.24La puerta del Sagrario, puerta de cielo y de eternidad       334

      Cartel de los cinco minutos de oración con el Señor.        342

5.25 Importancia de la oración eucarística en la vida

        y apostolado sacerdotal ................................                   342

Letanía Eucarística de Hechos y Dichos del Señor.......           362

Letanía de la Presencia Eucarística............................              364

Segunda Letanía de la Presencia Eucarística ...........               366

Letanía Eucarística de Xto, proyecto salvador del Padre        368

Letanía Eucarística a Xto, Cordero de la Nueva Pascua.         371

Letanía de la materia del Sacrificio Eucarístico..........             373

Jaculatorias Eucarísticas.......................................                    375

      

      MARÍA, hermosa Nazaretana, Virgen guapa.....               377

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

CAMPAÑA DE LOS CINCO MINUTOS DIARIOS DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

CARTEL DE LOS CINCO MINUTOS DE ORACIÓN CON EL SEÑOR EN EL SAGRARIO

 

NO SE VAYA DE ESTA IGLESIA SIN HABLAR CON JESUCRISTO PRESENTE EN EL SAGRARIO.

 

PUEDEMIRARLE CON MIRADA DE AMOR.

 

PUEDEHABLARLE DE SUS COSAS Y PROBLEMAS.

 

PUEDEREZARLE ALGUNA DE LAS ORACIONES QUE SABE.

 

PUEDECOGER ALGUNA DE LAS HOJAS DE LA MESA, LEERLA Y COMENTARLA CON ÉL.

 

PUEDE...PERO NO SE VAYA SIN DECIRLE ALGO. ÉL LLEVA DOS MIL AÑOS ESPERÁNDOLE.

 

****************************************

MURAL COLOCADO EN LA IGLESIA DEL CRISTO DE LAS BATALLAS, EN EL QUE LOS NIÑOS EMPEZARON PONIENDO PALABRAS Y PIROPOS DE AMOR A JESÚS Y LOS MAYORES CONTINUARON CON PETICIONES Y

AGRADECIMIENTO



[1]Cfr F. X. DURRWELL, La Eucaristía, Sacramento Pascual, Sígueme, Salamanca  1892, pag.13).

 

[2]Cfr Liturgia de las Horas, III, pag 1370-71.

 

[3]JEAN MAALOUF, Escritos esenciales,  Madre Teresa de Calcuta., Sal Terrae  2002, p. 91.

[4]Liturgia de las Horas, III, pgs. 1391-93, De las oraciones atribuidas a Santa Brígida.

 

[5]ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de tí, Sal Terrae 2002, pag. 93-4).

 

[6]Discurso de Juan Pablo II  dirigido al Capítulo General de los Servitas, reunidos en la primavera del 2002.

[7]F.X. DURRWEL, Cristo, Nuestra Pascua,  Editorial Ciudad Nueva, MADRID  2003, pag 176.

[8]Audi, Filia, 75

[9]Plática 30.

[10]JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, p. 79)

[11]NMI 38.

[12]Ibidem ,  pag. 79)                    

[13](ANTONIO LÓPEZ BAEZA: Un Dios locamente enamorado de ti:  Sal Terrae  2002.  pag 101-102.

[14](San Sofronio, Sermón 2, PG 3, 3242, 3250).

 

 

[15]J. ESQUERDA BIFET,  San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotales, BAC minor  Madrid 1969, pgs. 143-44.

[16]Ibid.  pag. 145.

[17]Ibid. pag.147.

[18]Ibid. pag. 149).

 

[19]Ibid. pag. 193.

[20]Discurso del Juan Pablo a los Servitas, primavera del  2002.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

JUEVES EUCARÍSTICOS SACERDOTALES

PARA ORAR ANTE JESÚS EUCARISTÍA

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA. 1966-2018

A JESUCRISTO, confidente y amigo, en todos los Sagrarios de la tierra;  a mis queridos superiores y condiscípulos del Seminario.

A Juan Carlos y Aurelio, sacerdotes de Cristo y amigos del alma.

Y a todos los sacerdotes católicos, ministros de la Eucaristía, a  los que tanto quiero, respeto  y  recuerdo todos los días,  con ferviente devoción, ante el Señor Eucaristía.

 

****************

 

LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN: LA EUCARISTÍA

EL MEJOR MAESTRO: JESÚS EUCARISTÍA

EL MEJOR LIBRO DE ORACIÓN Y VIDA CRISTIANA, TODA UNA BIBLIOTECA: JESUCRISTO EUCARISTÍA COMO MISA, COMUNIÓN Y PRESENCIA DE AMISTAD SIEMPRE OFRECIDA

¡QUÉ POCO SE VISITA ESTA BIBLIOTECA!

¡QUÉ POCO SE ABRE ESTE LIBRO!

¡QUÉ POCO SE DIALOGA CON ESTE MAESTRO Y AMIGO!

¡SI LO VISITÁSEMOS Y ABRIÉRAMOS DE VERDAD!

AQUÍ TIENES UNA AYUDA

 

 

ORACIONES EUCARÍSTICAS

 

I

 

¡JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TEMPLO, SAGRARIO Y MORADA DE MI DIOS TRINO Y UNO!

¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y LA VIDA.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE COMO TÚ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

 QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

              

II

 

¡JESUCRISTO, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE.

TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE EN EL SAGRARIO, EN INTERCESION Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE, POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

¡TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TI Y PERMANECER

CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA, SOBRE LA  IGLESIA Y SOBRE EL MUNDO ENTERO!  

¡YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN TI; YO QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MÍ TU LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN DEL PADRE¡ YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO DE LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI!

 ¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS! ¡QUE GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO! NOSOTROS TE AMAMOS Y ADORAMOS EN EL PAN CONSAGRADO

CANTOS E HIMNOS EUCARÍSTICOS

 

(Para empezar la visita a Jesucristo Eucaristía. Si estás en la iglesia y hay gente, lo puedes rezar como salmos en voz baja o cantar mentalmente. Son como las escaleras diarias para llegar a la oración personal)

 

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

 

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!

2. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

 

De rodillas, Señor, ante el Sagrario,

que guarda cuanto queda de amor y de unidad,

venimos con las flores de un deseo,

para que nos las cambies en frutos de verdad.

 

Cristo en todas las almas

Y en el mundo la paz.(bis)

Como estás, mi Señor, en la Custodia

igual que la palmera que alegra el arenal,

queremos que en centro de la vida

reine sobre las cosas tu ardiente caridad.

 

Cristo en todas las almas, Y en el mundo la paz;

Cristo en todas las almas,Y en el mundo la paz.

3. OH BUEN JESÚS YO CREO FIRMEMENTE

 

Acto de fe

 

¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente

que por mi bien estás en el altar,

que das tu cuerpo y sangre juntamente

al alma fiel en celestial manjar,

al alma fiel en celestial manjar.

 

Acto de humildad

 

Indigno soy, confieso avergonzado,

de recibir la santa Comunión;

Jesús que ves mi nada y mi pecado,

prepara Tú mi pobre corazón. (bis)

 

Acto de dolor

 

Pequé, Señor, ingrato te he ofendido;

infiel te fui, confieso mi maldad;

me pesa ya; perdón, Señor, te pido,

eres mi Dios, apelo a tu bondad. (bis)

 

Acto de esperanza

 

Espero en Ti, piadoso Jesús mío;

oigo tu voz que dice “ven a mí”,

porque eres fiel, por eso en Ti confío;

todo Señor, lo espero yo de Ti. (bis)

 

Acto de amor

 

¡Oh, buen pastor, amable y fino amante!

Mi corazón se abraza en santo ardor;

si te olvidé, hoy juro que constante

he de vivir tan sólo de tu amor. (bis)

 

Acto de deseo

 

Dulce maná y celestial comida,

gozo y salud de quien te come bien;

ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida,

desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)

 

 

4. HIMNO EUCARÍSTICO

 

(Del Congreso Eucarístico de GUADALAJARA, Méjico, 2004, que cantamos todos los día, en el Templo del Cristo de la Batallas, abierto desde las 7 de la mañana, Plasencia, con la Exposición del Santísimo, de 8 a 12,30 de la mañana, para la Adoración Eucarística,  con rezo de Laudes a las 9, y terminar a las 12,30 con la Hora intermedia, Bendición del Santísimo y reserva, antes de la santa misa, a las 12,30 )

 

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

Es memoria Jesús y presencia,

es manjar y convite divino,

es la Pascua que aquí celebramos,

mientras llega el festín prometido.

 

¡Oh Jesús, alianza de amor,

que has querido quedarte escondido

te adoramos, Señor de la Gloria

corazones y voces unidos!,

 

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,

esperanza y camino hacia Dios. (2).

 

 

5. CERCA DE TI, SEÑOR

 

 

Cerca de Ti Señor, quiero morar,tu grande y tierno Amor quiero gozar.

Llena mi pobre ser, 
limpia mi corazón,
hazme tu rostro ver 
en la aflicción.

Pasos inciertos doy, el sol se va, mas si contigo estoy, no temo ya.

Himnos de gratitud ferviente cantaré,y fiel a Ti, Jesús, siempre seré.

 

Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy, buscando la paz.
Mas sólo Tú Señor, la paz me puedes dar,cerca de Ti Señor,yo quiero estar.

 

Yo creo en Ti Señor, yo creo en Ti,
Dios vive en el altar presente en mí.

Si ciegos al mirar mis ojos no te ven
yo creo en Ti Señor, sostén mi fe. 
Espero en Ti, Seños, Dios de bondad,
mi roca en el dolor, puerto de paz.

Porque eres fiel Señor, porque eres la verdad,
espero en Ti Señor, Dios de bondad. 

 

 

6. VÉANTE MIS OJOS

 

Véante mis ojos,

dulce Jesús bueno;

véante mis ojos,
 muérame yo luego

Vea quién quisiere        
rosas y jazmines,
que si yo te viere,

veré mil jardines,

flor de serafines;

Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego

 

 

 

 

 

 

 

No quiero contento

mi Jesús ausente

que todo es tormento

a quien esto siente,

solo me sustente

tu amor y deseo,

véante mis ojos

múera yo luego.

 

 

 

7. ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

         Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracia,y se nos da la prenda de la gloria futura.

V/Le diste el pan del cielo, alleluya

R/Que contiene en sí todo deleite, alleluya.

Oremos: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

 

 

 

8. TÚ ERES, SEÑOR, EL PAN DE VIDA

 

1. Mi Padre es quien os da verdadero Pan del cielo,

2. Quien come de este Pan vivirá eternamente.

3. Aquel que venga a Mí no padecerá más hambre.

4. Mi Carne es el Manjary mi Sangre es la Bebida

 

9. HIMNO EUCARÍSTICO: Adorote, devote...

 

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

 

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,

pero basta con el oído para creer con firmeza.

 Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:

nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

 

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

 

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

 

¡Oh memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dlzura.

 

Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

 

Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

 

10. HIMNO DE VÍSPERAS 

 

 

Estate, Señor, conmigo

siempre, sinjamás partirte,

y, cuando decidas irte

llévame Señor, contigo

porque el pensar que te irás 

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas.

 

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

pues bien sé que eres Tú

 la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por eso más que la muerte,

temo, Señor, tu partida,

y prefiero perder la vida

milveces más que perderte,

pues la inmortal que tu das

sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo

cuando Tú sin mi te vas.

 

 

Altar, Sagrario y Expositor de mi querida parroquia de San Miguel de Jaraíz de la Vera, donde hice mi primera comunión, ayudé como monaguillo, nació y se alimentó mi vocación sacerdotal y celebré mi primera misa

 

 

INTRODUCCIÓN

 

JUEVES EUCARÍSTICOS-SACERDOTALES

 

QUIERO EMPEZAR ESTAS MEDITACIONES EUCARÍSTICO-SACERDOTALES CON UNAS PALABRAS TOMADAS DE BENEDICTO XVI.

PARA MÁS MEDITACIONES EUCARÍSTICAS Y SACERDOTALES IR A MIS ARCHIVOS: PABLO VI homilías, J.PABLO II homilias  Y BENEDICTO XVI homilías.  

 

EUCARISTÍA Y ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

1ª MEDITACIÓN: homilia de Benedicto XVI

 

QUERIDOS HERMANOS SACERDOTES:

Indudablemente, la forma eucarística de la existencia cristiana se manifiesta de modo particular en el estado de vida sacerdotal. La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística. La semilla de esta espiritualidad  ya se encuentra en las palabras que el Obispo pronuncia en la liturgia de la Ordenación: « Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor ».

 El sacerdote, para dar a su vida una forma eucarística cada vez más plena, ya en el período de formación y luego en los años sucesivos, ha de dedicar tiempo a la vida espiritual. Está llamado a ser siempre un auténtico buscador de Dios, permaneciendo al mismo tiempo cercano a las preocupaciones de los hombres. Una vida espiritual intensa le permitirá entrar más profundamente en comunión con el Señor y le ayudará a dejarse ganar por el amor de Dios, siendo su testigo en todas las circunstancias, aunque sean difíciles y sombrías.

Por esto, junto con los Padres del Sínodo, recomiendo a los sacerdotes « la celebración diaria de la santa Misa, aun cuando no hubiera participación de fieles ». Esta recomendación está en consonancia ante todo con el valor objetivamente infinito de cada Celebración eucarística; y, además, está motivado por su singular eficacia espiritual, porque si la santa Misa se vive con atención y con fe, es formativa en el sentido más profundo de la palabra, pues promueve la configuración con Cristo y consolida al sacerdote en su vocación.

 Descubrir la belleza de la forma eucarística de la vida cristiana nos lleva a reflexionar también sobre la fuerza moral que dicha forma produce para defender la auténtica libertad de los hijos de Dios. Con esto deseo recordar una temática surgida en el Sínodo sobre la relación entre forma eucarística de la vida y transformación moral.

El Papa Juan Pablo II afirmaba que la vida moral « posee el valor de un ‘‘culto espiritual'' (Rm 12,1; cf. Flp 3,3) que nace y se alimenta de aquella inagotable fuente de santidad y glorificación de Dios que son los sacramentos, especialmente la Eucaristía; en efecto, participando en el sacrificio de la Cruz, el cristiano comulga con el amor de donación de Cristo y se capacita y compromete a vivir esta misma caridad en todas sus actitudes y comportamientos de vida ». En definitiva, « en el ‘‘culto'' mismo, en la comunión eucarística, está incluido a la vez el ser amado y el amar a los otros. Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es fragmentaria en sí misma ».[229]

Esta referencia al valor moral del culto espiritual no se ha de interpretar en clave moralista. Es ante todo el gozoso descubrimiento del dinamismo del amor en el corazón que acoge el don del Señor, se abandona a Él y encuentra la verdadera libertad. La transformación moral que comporta el nuevo culto instituido por Cristo, es una tensión y un deseo cordial de corresponder al amor del Señor con todo el propio ser, a pesar de la conciencia de la propia fragilidad.

Todo esto está bien reflejado en el relato evangélico de Zaqueo (cf. Lc 19,1-10). Después de haber hospedado a Jesús en su casa, el publicano se ve completamente transformado: decide dar la mitad de sus bienes a los pobres y devuelve cuatro veces más a quienes había robado. El impulso moral, que nace de acoger a Jesús en nuestra vida, brota de la gratitud por haber experimentado la inmerecida cercanía del Señor:«Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él ». Esta afirmación asume una mayor intensidad si pensamos en el Misterio eucarístico.

En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos. Lo que el mundo necesita es el amor de Dios, encontrar a Cristo y creer en Él. Por eso la Eucaristía no es sólo fuente y culmen de la vida de la Iglesia; lo es también de su misión: « Una Iglesia auténticamente eucarística es una Iglesia misionera».

 También nosotros podemos decir a nuestros hermanos con convicción: « Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que estéis unidos con nosotros » (1 Jn 1,3). Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a todos. Además, la institución misma de la Eucaristía anticipa lo que es el centro de la misión de Jesús: Él es el enviado del Padre para la redención del mundo (cf. Jn 3,16-17; Rm 8,32).

En la última Cena Jesús confía a sus discípulos el Sacramento que actualiza el sacrificio que Él ha hecho de sí mismo en obediencia al Padre para la salvación de todos nosotros. No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana.

 

2ª MEDITACIÓN

 

EUCARISTÍA Y TESTIMONIO

 

QUERIDOS HERMANOS SACERDOTES: La misión primera y fundamental que recibimos de los santos Misterios que celebramos es la de dar testimonio con nuestra vida. El asombro por el don que Dios nos ha hecho en Cristo infunde en nuestra vida un dinamismo nuevo, comprometiéndonos a ser testigos de su amor. Nos convertimos en testigos cuando, por nuestras acciones, palabras y modo de ser, aparece Otro y se comunica. Se puede decir que el testimonio es el medio con el que la verdad del amor de Dios llega al hombre en la historia, invitándolo a acoger libremente esta novedad radical.

En el testimonio Dios, por así decir, se expone al riesgo de la libertad del hombre. Jesús mismo es el testigo fiel y veraz (cf. Ap 1,5; 3,14); vino para dar testimonio de la verdad (cf. Jn 18,37). Con estas reflexiones deseo recordar un concepto muy querido por los primeros cristianos, pero que también nos afecta a nosotros, cristianos de hoy: el testimonio hasta el don de sí mismos, hasta el martirio, ha sido considerado siempre en la historia de la Iglesia como la cumbre del nuevo culto espiritual: « Ofreced vuestros cuerpos » (Rm 12,1).

Se puede recordar, por ejemplo, el relato del martirio de san Policarpo de Esmirna, discípulo de san Juan: todo el acontecimiento dramático es descrito como una liturgia, más aún como si el mártir mismo se convirtiera en Eucaristía. Pensemos también en la conciencia eucarística que san Ignacio de Antioquía expresa ante su martirio: él se considera « trigo de Dios » y desea llegar a ser en el martirio « pan puro de Cristo ». 

El cristiano que ofrece su vida en el martirio entra en plena comunión con la Pascua de Jesucristo y así se convierte con Él en Eucaristía. Tampoco faltan hoy en la Iglesia mártires en los que se manifiesta de modo supremo el amor de Dios. Sin embargo, aun cuando no se requiera la prueba del martirio, sabemos que el culto agradable a Dios implica también interiormente esta disponibilidad, y se manifiesta en el testimonio alegre y convencido ante el mundo de una vida cristiana coherente allí donde el Señor nos llama a anunciarlo.

 

JESUCRISTO, ÚNICO SALVADOR

 

Subrayar la relación intrínseca entre Eucaristía y misión nos ayuda a redescubrir también el contenido último de nuestro anuncio. Cuanto más vivo sea el amor por la Eucaristía en el corazón del pueblo cristiano, tanto más clara tendrá la tarea de la misión: llevar a Cristo. No es sólo una idea o una ética inspirada en Él, sino el don de su misma Persona. Quien no comunica la verdad del Amor al hermano no ha dado todavía bastante. La Eucaristía, como sacramento de nuestra salvación, nos lleva a considerar de modo ineludible la unicidad de Cristo y de la salvación realizada por Él a precio de su sangre.

Por tanto, la exigencia de educar constantemente a todos al trabajo misionero, cuyo centro es el anuncio de Jesús, único Salvador, surge del Misterio eucarístico, creído y celebrado. Así se evitará que se reduzca a una interpretación meramente sociológica la decisiva obra de promoción humana que comporta siempre todo auténtico proceso de evangelización.

« El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo » (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero sentido del don de su propia vida por todos los hombres y nos muestran también la íntima compasión que Él tiene por cada persona. En efecto, los Evangelios nos narran muchas veces los sentimientos de Jesús por los hombres, especial por los que sufren los pecadores.

Mediante un sentimiento profundamente humano, Él expresa la intención salvadora de Dios para todos los hombres, a fin de que lleguen a la vida verdadera. Cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de su propia vida que Jesús hizo en la Cruz por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la Eucaristía Jesús nos hace testigos de la compasión de Dios por cada hermano y hermana.

Nace así, en torno al Misterio eucarístico, el servicio de la caridad para con el prójimo, que « consiste precisamente en que, en Dios y con Dios, amo también a la persona que no me agrada o ni siquiera conozco. Esto sólo puede llevarse a cabo a partir del encuentro íntimo con Dios, un encuentro que se ha convertido en comunión de voluntad, llegando a implicar el sentimiento. Entonces aprendo a mirar a esta otra persona no ya sólo con mis ojos y sentimientos, sino desde la perspectiva Jesucristo ».

De ese modo, en las personas que encuentro reconozco a hermanos y hermanas por los que el Señor ha dado su vida amándolos « hasta el extremo » (Jn 13,1). Por consiguiente, nuestras comunidades, cuando celebran la Eucaristía, han de ser cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos y que, por eso, la Eucaristía impulsa a todo el que cree en Él a hacerse « pan partido » para los demás y, por tanto, a trabajar por un mundo más justo y fraterno. Pensando en la multiplicación de los panes y los peces, hemos de reconocer que Cristo sigue exhortando también hoy a sus discípulos a comprometerse en primera persona: « dadles vosotros de comer » (Mt 14,16). En verdad, la vocación de cada uno de nosotros consiste en ser, junto con Jesús, pan partido para la vida del mundo.

 

1º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA

 

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el Sagrario para la veneración de los fieles o se expone en la santa Custodia como ahora para la Adoración nocturna o diurna, como haremos esta noche. Ahí permanece el Señor vivo y resucitado ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio de amor y salvación. Este misterio es el que celebramos y adoramos en la Adoración Nocturna o diurna. Qué privilegio de amor y salvación.

Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente». Especialmente en ratos de adoración nocturna o diurna.

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el Sagrario, en la santa Custodia. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el Sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo, que no podemos comprender bien ahora en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: «Lo tengo todo, menos tu amor, si tú no me lo das». Y es que Jesús nos ama tanto y debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Dios nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre para Él. Si yo existo, es que Dios ma ama y me ha soñado para una eternidad en su mismo gozo de Amor y Espíritu Santo con el Hijo.

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Tí, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Tí, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Tí, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad.

 

«Estáte, Señor, conmigo,                       

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin tí me quedo,

ni si tú sin mí te vas».

 

Las puertas del Sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el Sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre, aunque es de noche», aunque a veces no lo comprendamos, no lo veamos con los ojos de la carne, porque es la fe la que lo ve y nos lo comunica; el Sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la misa por nosotros ante altar del Padre en el cielo.

El Sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y  comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Y para esto es la Adoración Nocturna. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos... S. Juan de la Cruz lo expresa así:

 

«Qué bien sé yo la fuente

que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche. 

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

 en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche. 

 

(Es por la fe, “ noche” oscura al entendimiento) 

 

--Las almas eucarísticas, las almas de Sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo, son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad suya, porque Dios se lo ha robado y se lo ha llevado junto a Sí y las almas ya no pueden vivir sin la unión con Dios, ya no saben vivir sin Él.

 

-- Aquí, junto al Señor en el Sagrario, los adoradores aprenden a seguir a Cristo, le escuchan y se revisan en una conversión permanente, porque siempre son pecadores,  pero no dejarán de convertirse

 

-- Aquí, en el Sagrario, encuentran la mejor escuela de amor, de familia, de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad..... porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron  todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces  no han tenido más biblia que el Sagrario.

 

-- Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y  de la que nos habíamos alejado.

 

--Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo, el mismo de Palestina y del cielo, es ahora pan consagrado; por eso, le decimos:“Señor, nosotros los adoradores creemos en ti y te adoramos, dános siempre de ese pan”.

 

 

2ª MEDITACIÓN

 

 SI EL SACERDOTE SUPIERA…

DIA DEL SEMINARIO: CUANDO SE PIENSA...

 

CUANDO SE PIENSA... que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote ...

 

CUANDO SE PIENSA... que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote...

 

CUANDO SE PIENSA... que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote...

 

CUANDO SE PIENSA... en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

 

CUANDO SE PIENSA... que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar... Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino...

 

CUANDO SE PIENSA... que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos...

 

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos y ninguno puede reemplazarlo a él.

 

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí actuando el mayor milagro de Dios...

 

CUANDO SE PIENSA TODO ESTO, uno comprende... Uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales ...

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que dar ayudaso mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo. Pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar y salvar al mundo sembrando eternidades y llevándolas para siempre para siempre al gozo del nuestro Dios Trinitario y Uno Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

2º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, la misa siempre es pascua del Señor, porque es el fundamento de las otras presencias y de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

El otro jueves hablamos de la Eucaristía como presencia permanente en el Sagrario. Hoy vamos a tratar brevemente de la Eucaristía, como misa, como sacrificio. Esta fue la devoción y la práctica religiosa más importante de la Iglesia y de sus santos, la Eucaristía como misa, comunión y presencia.

Ni uno solo santo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, porque este es el proceso y el camino del encuentro con Jesús en el Sagrario, sin grandes sentimientos al principio, para luego, avanzando poco a poco en la oración y conversión personal, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento. “Oh noche que guiaste.(noche de la fe), oh noche amable más que la alborada; oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada…

Y empiezo citando al Vaticano II donde se nos habla así de la misa del domingo: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Pero la  Eucaristía del domingo es la misma Eucaristía de todos los días, es el mismo Cristo, la misma pascua,  el mismo misterio el que Cristo, por medio del sacerdote, hace presente: su vida, muerte y resurrrección por todos los hombres. Todas las misas son la misma misa, la misma Eucaristía de Cristo en domingo o en días ordinarios, solo que la del domingo es en el día de la resurrección de Cristo.

Sobre la puerta del Cenáculo de mi Parroquia de San Pedro en Plasencia, hace ya más de cincuenta años, puse este letrero: “Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, a los feligreses, a las personas, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia y de las comunidades y familias cristianas.

Para que veais que no es una teoria o pensamiento mío personal, voy a citar brevemente unos textos del Vaticano II referentes a la misa en general, a la santiisima Eucaristia. Esto  lo tengo más desarrollado en alguno de mis libros sobre la Eucaristía.

 

Empiezo:

«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5).

 

1.3. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, NUESTRA PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6).

 

La Eucaristía, centro de los sacramentos y ministerios

 

P 5 b: [...] los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.

M 9 b: Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación.

L 10 a: [...] los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

P 5 b: [...] la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo.

 

La celebración eucarística, centro de la comunidad cristiana

 

P 6 e: [...] ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.

O 30 f: En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana...

P 5 c: Es, [...J, la sinaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles, que preside el presbítero.

I 26 a: En ellas [las comunidades locales] se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”.

Toda Misa, acto de Cristo y de la Iglesia

 

P 13 c: [... la Misa], aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia.

L 27 b: Esto [la preeminencia de la celebración comunitarial vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos.

I 50 d: [.. .1 al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial...

 

El sacrificio eucarístico, realización redentora

 

P 13 c: En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana...

L 2: [.1 la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.

FS 4 a: [Los seminaristas] deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que, orando y realizando las sagradas celebraciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos.

 

La oblación personal en el sacrificio eucarístico

 

I a: [Los fieles,] participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.

P 5 c: Los presbíteros, [...], enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida.

**************************

Queridos hermanos, la misa, toda misa, toda eucaristía, especialmente la dominical, renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Preguntémosnos, examinémosnos: ¿ES PARA MI LA EUCARISTÍA EL CENTRO DE MI VIDA ESPIRITUAL?

 

2ª MEDITACIÓN

 

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el Sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el Sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía.

En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el Sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud, en la Eucaristía.

Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco en la conversión de vida, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro vivo y total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje a la eternidad en el sacramento.

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, todo su misterio redentor que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no tenemos salvación, dice San Pablo.

 

3ª MEDITACIÓN

 

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro y culmen de toda la vida parroquial.

Por este motivo, sobre la puerta del Cenáculo (Capilla) de la Parroquia de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación, porque demuestran su humanidad y divinidad.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria.

En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos y convertidos en Cristo, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo al el que hemos comido y comultado para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros somos consagrados y convertidos espiritualmente  por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra.

En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y que vivir así amados por Él en el Amado.

Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es fundamentalmente el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres, ser otros “Cristos”, porque “el que come mi carne y bebe mi sangre… habita en mí y yo en él”.

La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad:

 

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

 

¡Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere..en el Sagrario, llorando estoy frente a tu altar, Señor!

 

 

 

 

 

 

 

3º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

5. 2. El mundo necesita almas eucarísticas: almas que tengan experiencia del amor de Cristo Eucaristía

 

BUENAS NOCHES, SEÑOR: hace tiempo que quería decirte algo. Quizás sería mejor a solas. Pero todos estos, que están aquí esta noche, son amigos y podemos hablar con confianza. Recuerdas, Jesús, fue hace veinte siglos, también en jueves, aproximadamente sobres estas horas, al atardecer, Tú estuviste loco, sí, perdona que te lo diga, tú estuviste loco, porque tú lo sabías, Tú lo sabes todo, Tú sabías que serían muy pocos los hombres que   creerían en Tí, tu sabías que incluso los creyentes no valoraríamos tu presencia ofrecida en amistad en el Sagrario, Tú sabías que para muchos el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen velas y colocan flores  algunos días de fiesta, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Gracias, Señor, qué amor más grande nos tienes. Tú sí que eres bueno, Tú sí que amas de verdad....

Señor, muchos creen que el sacerdote habla de Tì, de tu amor y presencia eucarística, como un profesional, como el médico habla de sus enfermos o el profesor de su ciencia... por puro ética profesional. Qué pena, Señor, porque ellos, sobre todo los que no creen, los  que no vienen a tí en ninguna tarde de su vida, no han descubierto todo el misterio que se encierra en este pan, todo el amor del Padre, todo su proyecto de Salvación, hecho Hijo muerto y resucitado por ellos, todo el Amor del Espíritu Santo transformando este pan en  Eucaristía, en el cuerpo y sangre del Hijo Amado, que pasó haciendo el bien y nos abrió las puertas del cielo, de  la Trinidad beatísima.

Ellos no saben lo que es locura de Amor Divino, hecho primero carne, y luego un poco de pan,  para ser comido por el hombre; ellos tampoco saben lo que es estar enamorados de Tí, del Dios Infinito, ellos no saben que Tú emborrachas las almas y las atas para siempre a la sombra de tu Sagrario, del santuario de tu presencia en la tierra. Mil veces nacido, mil veces tuyo, Señor, en el sacerdocio de tu amor, como centinela permanente de tu presencia eucarística, puerta del cielo y de encuentro contigo en la tierra. Ayúdanos a todos a descubrir este tesoro escondido, a venerarlo, honrarlo, imitarlo como se merece. Dános tu amor, tu fortaleza, tu humildad, tu sinceridad, tu entrega, tu pasión por el hombre, todo eso que encierras en este trozo de pan consagrado.

Por eso, conscientes de nuestra indigencia, de nuestra falta de fe y de amor para contigo, pero conscientes también de que te tenemos aquí, tan cerca, como las turbas que te apretujaban en las calles y los campos de Palestina, acudimos a TÍ para exponerte nuestras necesidades.

 (Aquí seguí el Ritual de la Adoración Nocturna en la Vigilia del Jueves Santo. Tiene un diálogo muy logrado de súplicas bíblicas  al Señor. Luego seguimos hablando así).

Queridos amigos, en virtud de las palabras de la consagración del pan y del vino, pronunciadas por Cristo a través del sacerdote, se hace presente todo el misterio de Cristo, todo su evangelio, toda su vida, todo el proyecto salvador del Padre, que le llevó por la pasión y la muerte, a la resurrección para El y para todos. En la eucaristía está Cristo ya definitivo y glorioso como está en el cielo.

Esta presencia de Cristo es permanente y por eso, terminada la misa, continúa en el Sagrario; de aquí  nuestra admiración y nuestro amor al Sagrario. Como es un misterio tan grande, Jesús, antes de instituirlo, lo prometió y habló de él varias veces, sobre todo después de la multiplicación del los panes y los peces, como lo podéis leer en el capítulo sexto del evangelio de San Juan. Después de su resurrección siguió celebrando este misterio con sus apóstoles. Luego ellos y los primeros cristianos siguieron venerando, creyendo y celebrando la eucaristía cada ocho días, en el domingo, día de la resurrección… Y desde entonces la Iglesia no ha cesado de celebrar este misterio.

La Eucaristía es la fuente, la cima y el centro de todos los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia. Todo gira en torno a ella. Lo afirma y confiesa toda la Iglesia con el Papa en el Vaticano II, que me cogió a mí estudiando en Roma. Leeré algunas de sus afirmaciónes y verdades para que las recordemos y vivamos y veais que no es cosa mía, o de un fervor pasajero sino de la Iglesia reunida en Concilio.El Señor tampoco ha dejado de obrar milagros en el pan o el vino consagrados,  para confirmar nuestra fe. Hay libros escritos sobre esta materia. A nosotros no nos aumentan la fe, porque nosotros nos fiamos totalmente de las palabras de Cristo. También hay otros que la niegan. Es lógico, porque exige fe y la fe no es algo que nosotros podamos ver y probar sino que es un don de Dios, que hay que pedirlo mucho y muchas veces, algo que nosotros no podemos fabricar o dependa de nuestra inteligencia o esfuerzo. Desde la fe y el evangelio podemos afirmar:

 

1.- La Eucaristía es Cristo amigo que está cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Aunque a mí me gustan también en este mismo sentido y dirección las otras palabra del Señor:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos, vosotros sois mis amigos...” y está aquí porque es nuestro amigo y está dando la vida por nosotros y pidiendo al Padre por nosotros y salvándonos en silencio y sin el reconocimiento de muchos, por los cuales se quedó. Y nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Cómo amamos y frecuentamos estos tres aspectos de la Eucaristía?      ¿Por qué un amor tan grande en Jesús, sabiendo que iba a recibir por parte nuestra tan poco reconocimiento y amor en  unos Sagrarios, muchas veces llenos de polvo y olvido, en unas iglesias vacías y abandonadas en las que se habla mucho y se adora poco a Cristo en el Sagrario, como si el Señor no estuviera presente, vivo y resucitado, el mismo del cielo como si las iglesias estuvieran deshabitadas?

 

2.- Un alma, que no ha llorado de amor delante del Sagrario, no sabe lo que es felicidad plena en este mundo....tampoco conoce a Cristo y a su evangelio en plenitud, no sabe lo que es religión cristiana completa ni unión con Dios plena y perfecta, no ha sentido y vivido el cielo en la tierra. Para que fuera nuestro sacrificio bastaba que estuviera presente en la consagración; para que fuera pan de vida, bastaba que estuviera en el momento de la comunión ¿por qué quiso quedarse de forma permanente en el Sagrario sabiendo que  iba a sufrir olvidos y abandonos? ¿Qué le podemos dar nosotros que Él no tenga? ¿Qué quiere, qué busca de nosotros? ¿Por qué se humilla y se rebaja tanto?

Solo hay una respuesta: busca nuestra amistad, nuestra felicidad, nuestra salvación eterna. Es que para Él, nosotros valemos mucho. Fuimos creados y estamos llamados a ser eternidad en Dios. Y este es el encargo que ha recibido del Padre.  Y esto es lo que busca Cristo, lo que nos quiere Dios: nos quiere con su mismo amor trinitario. Y para buscarlo se ha rebajado tanto y ha perdido la cabeza. Estos versos de S. Juan de la Cruz valen para explicarnos lo que El hizo y lo que tenemos que hacer nosotros por El:«Buscando mis amores, iré por esos sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras» (C. B 3).

La Eucaristía es el amor loco, apasionado, infinito, incomprensible del Hijo de Dios, hecho presencia de amor y de  comunión en el pan para el hombre y por el hombre. Para conseguirlo, atravesó las fronteras de las finitudes del tiempo y del espacio, no tuvo miedo a las fieras ni a los enemigos del camino, a los olvidos y desprecios de los mismos por los que se encarnaba y se hacía pan de Eucaristía, ni cogió las flores del triunfo y de la resurrección para marcharse con ellas al cielo olvidando a sus amados y redimidos en la tierra, sino que quiso quedarse y  compartirlas con todos los hombres, porque para eso y por todos ha muerto y ha resucitado y permanece en el Sagrario.

Perdóname, Jesús, no creía que me amases tanto. Yo también quiero amarte a Tí, sólo a Tí por encima de todos y de todo y te lo digo con el canto que entonaremos luego en la comunión:   

  «Véante mi ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos,   múerame yo  luego. Vea quien quisiere  rosas y jazmines, que, si yo te viere, veré mil jardines; flor de serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. 

No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente, solo me sustente, tu amor y deseo, véante mis ojos, muérame yo luego».

 

3.- Como la presencia eucarística es presencia de Cristo ofrecida permanentemente en amistad, nuestra respuesta tiene que ser amistad personal con Él, trato íntimo y   permanente con Él, ¿cómo es nuestra respuesta? ¿cómo son nuestras misas, nuestras comuniones, nuestra oración eucarística? ¿cuántas veces participamos, comulgamos, le visitamos? Ahí está el Hijo, en el que el Padre se complace desde toda la eternidad, ahí el Cristo de la adúltera que nos mira y nos perdona con ese amor misericordioso y salvador que ningún otro tiene,  ahí el amigo de Lázaro, Marta y María, ahí esta... acércate, no tengas miedo, es el mismo, no te va a reñir, porque lo tengas olvidado ni tiene el carácter agriado por nuestros abandonos y faltas de respeto  y amor, Él está ahí, es el amigo que siempre está en casa, para socorrernos y ayudarnos. Queridos hermanos sacerdotes, me gustaría que no tuviéramos que esperar hasta el cielo para encontrarnos con El en gozo y abrazo.

Oh Jesús, nosotros creemos y nada ven nuestros ojos ni reflejan nuestras pupilas; nosotros creemos y nada sentimos a veces, solo creemos por la certeza y confianza que nos dan tus palabras: “Esto es mi Cuerpo, ésta es mi sangre”, porque sabemos que esto te agrada, más que creer por milagros o por lo que vean nuestros sentidos corparales, porque entonces no  creemos en Tí sino en nuestros sentidos y nuestros ojos. Señor, ayúdanos, yo te digo como el padre de aquel enfermo: “Señor, yo creo pero aumenta mi fe”.

 

4.- Almas eucarísticas necesita el mundo actual y de siempre, almas que tengan fe sobrenatural y amor permanentes, amor sacrificado, purificado, heroico y dispuesto a dar la vida, la soberbia, la avaricia, la carne... por Cristo y, al darlo por Cristo, salven al mundo, a los hermanos, de tanta ceguera, porque“sólo los ojos limpios verán a Dios”, a Cristo Eucaristía, al Viviente, al Primogénito, a la Belleza y Hermosura del Padre en el Pan consagrado, en todos los Sagrarios de la tierra.

Todos  podemos hablar y predicar de Cristo Eucaristía, y todos podemos ser teólogos, incluso podemos hacer tesis doctorales, pero para ser  testigos del Viviente, del Amor Eucarístico de Cristo, se necesita amor martirial, dar la vida por el amado, sin nimbos de gloria ni reflejos de perfección, en el silencio de cada día, de tu parroquia o situación alejada de honores, como lo hace Cristo en el Sagrario, sin testigos que te alaben o te envanezcan, solo por amor. 

Sólo el que ama así, puede entrar en el Sagrario y descubrir lo que encierra, sólo ese puede decirnos quien vive allí, sólo ése. Y os lo digo bien claro, queridos feligreses, queridos sacerdotes y párrocos, sin ojos limpios y purificados, sin deseos de conversión permanente no hay amor eucarístico, encuentro y comunión con Cristo pleno y total, no podemos salvar a este mundo con su amor,  no nos hacemos eucaristía con Él. Y aquí radica el gran peligro de la verdadera fe y devoción eucarística, tanto para vosotros como para mí, sacerdote, que si no la vivimos, terminamos por no honrarla, creerla y vivirla.

Señor, te necesitamos, no te vayas. Te necesitamos para nuestra existencia tan opaca y falta de sentido, si Tú no estás: por qué vivo, para qué vivo; te necesitamos para nuestros hogares tan llenos de todo y ahora vemos que nos falta todo, porque nos faltas Tú, que eres el Todo;  te necesitamos para nuestro corazón tan vacío, que ha confundido amor con egoísmo, sexo y consumismo; te necesitamos para nuestros niños, jóvenes, matrimonios, enfermos, a los que no sabemos consolar y ayudar si no hacemos referencia a tu amor entregado, curativo, lleno de sentido y certezas eternas. Te necesitamos...

Almas eucarísticas necesita este mundo, esta parroquia, tu Iglesia. Nosotros queremos ser y buscarte amigos,  porque hemos oído el grito que dirigiste desde tu eucaristía a Sor Benigna de la Consolata:«Benigna mía, sé apóstol de mi amor. Grita fuerte, que todo el mundo te oiga. Que yo tengo hambre y sed, que muero de ansías de ser comido de mis criaturas. Estoy por ellas en el sacramento del Amor y ellas me hacen tan poco caso. Benigna mía, búscame almas que deseen, que quieran ser mis amigas».

Cristo Eucaristía, nosotros te queremos, todos nosotros confiamor en Ti, en tus palabras de la Consagración del pan y del vino, queremos ser amigos tuyos porque hemos comprendido tu amor extremo a todos los hombres, nuestros hermanos, y queremos corresponder a tu amor extremo: “Habiendo amado a los suyos,los amó hasta el extremo”, nos dice San Pablo.

 

4º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

 

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN  APOSTÓLICA

 

4. 1. “Contemplata aliis tradere”: desde la oración eucarística a la misión apostólica

La crisis apostólica de la Iglesia, la crisis pastoral de los sacerdotes y religiosos y de todo bautizado será siempre crisis de oración personal con Cristo, especialmente con Cristo Eucaristía, crisis de misa del domingo, de comunión frecuente y verdadera, de visitar a Jesucristo Eucaristía en el Sagrario: ¿Cómo decir que Jesús, Hijo de Dios y único Salvador de los hombres está ahí, sacerdote de Cristo, y luego tu parroquia no te ve junto al Sagrario, o hablas en la iglesia o junto al Sagrario como si fuera un trasto más de la Iglesia o está la iglesia cerrada todo el día? Y no soy yo el que te  lo dice, lo dice muy claro el papa Juan Pablo II en su encíclica N.M.I. que vamos a leer y meditar un poco: «Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34).

Hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres; pues bien, una persona que ha trabajado hasta la muerte por los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles, nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta:

«No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor».[1]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad y es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo, “ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso.

En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... al comer mi carne, comes mis actitudes y sentimientos y  debes vivir en mí y   por mí y así debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos, y, estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias.

Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros. Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consacratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15). Igual que el pan, después de la consagración, por fuera pan, por dentro, es Jesús.

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre.... Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad.”. Cristo se queda en el Sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora. Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan y en los que celebran, comulgan y adoran.    

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor.

Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor. Es el exceso de luz divina, del amor divino en Cristo, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, adecuar las facultades, que diría San  Juan de la Cruz.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene y encierra para sí y para nosotros. Como dice San Juan de la Cruz, primero hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y sus ansias apostólicas, desde el Padre que le sigue enviando continuamente por amor eterno al hombre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.. Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él , es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» ( N II 3).

Aunque San Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico:

 «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (IIN 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto, y le ilumina a la vez con el fuego del amor para lanzarle a la acción. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo:  Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: «¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia...que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar.

Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[2]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

 Para comprender y saber de Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el Sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad.

Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, solo entonces se hizo Pentecostés: “Estaban reunidos los apóstoles en el cenáculo con María, la madre de Jesús”.

Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica, a todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes, consagrados con la fuerza del Espíritu Santo, Llama viva del Amor Trinitario.  

 

 

 

 

 

5º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª y  2ª MEDITACIÓN

 

HOMILÍA DEL CORPUS

 

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento de vida cristiana, de vida de fe den Cristo salvador, de esperanza de vida eterna y de caridad para con Dios y los hermanos :”Tomad y comed..estregado por vosotros. tomad y bebed...es mi sangre derramada por vosotros”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... “... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

 

LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

 

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él, pero sin dudar nunca ni olvidar que viene a mí por amor para vivir su vida y hacerme feliz con sus mismos sentimientos de amor al Padre y a los hermanos. Eso es comulgar con Cristo, comulgar con su amor y sentimientos, con su vida de entrega a Dios y a los hermanos. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos.

 Lo importante de la comunión como de la fe en Dios no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos y amar y perdonar como Él lo hizo, comulgar para que Cristo viva en mi su misma vida;la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades y finalmente de comer a Cristo pero no comulgar con sus vida y sentimientos.

Y para eso, sin conversión de nuestros pecados no hay unión, ni amistad ni comunión con Cristo, con el Cristo de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Y para eso, para comulgar plenamente con Cristo tiene que venir la noche de la fe, y la cruz y la pasión, la muerte total del yo, de mi yo por el de Cristo, de ese yo egoista y soberbiio que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe y amor en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que queremos vivir en nosotros todo  evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y ha prometido a los que comulgan con Él, y yo lo creo y deseo y pido y por eso, comulgo con Él y su vida y sus sentimientos comiendo y alimentándeme con el Pan de la vida eterna, Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”.

Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, y por eso, comulgo, te como a ti, me alimento de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacemos con las debidas disposiciones, sería bueno meditásemoa este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama a la puerta de nuestro corazón, siempre que comulgamos, sin recibir  respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

 

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

 

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

 

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, he comido tu Cuerpo para vivir tu misma vida en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión.

Qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Con qué recogimiento, respeto, adoracion debo recibirte.

Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, viva tu vida, la vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de amor y gracia, la vida divina que me has conseguido en la misa, en tu entre de amor hasta dar la vida para gloria del Padre y amor y salvación de tus hermanos, los hombres; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza cuando te como con amor; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, para poder comulgar de verdad con tus sentimientos, y tengo que amar y perdonar a los hermanos, que sienta que tú estás conmigo y han venido para ayudarme, para cumplir la misión del Padre.

¡Jesucristo, Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo!¡Cómo te busco! ¡Cómo te necesito!¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo. Todos los días le digo a Cristo en el Sagrario dos oraciones eucarísticas. Una de ella es esta:

JESUCRISTO, EUCARISTÍA DIVINA, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI  PARROQUIA Y EL MUNDO ENTERO.

¡JESUCRISTO,EUCARISTÍA DIVINA, ¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE  BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y DE LA VIDA;

QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA;

 QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!; Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA. QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, CON JESUCRISTO SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA,  POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO.

 

 

6º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

 1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA

 

¿CÚALES SON LOS SENTIMIENTOS O VIVENCIAS QUE DEBEMOS TENER TODOS NOSOTROS, TANTO SACERDOTES COMO RELIGIOSAS Y CRISTIANOS CUANDO PARTICIPAMOS EN LA MISA O COMULGAMOS O VISITAMOS AL SEÑOR EN EL SAGRARIO?

3. 2.  LA EUCARISTÍA, TANTO COMO MISA, COMO COMUNIÓN O COMO PRESENCIA DE CRISTO EN EL SAGRARIO,  NOS ENSEÑA Y EXIGE A TODOS LOS PARTICIPANTES RECORDAR Y VIVIR SU VIDA, HACIÉN­DOLA PRESENTE EN NOSOTROS, COMO ÉL NOS DIJO: “Y CUANTAS VECES HAGÁIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

La presencia eucarística de Jesucristo en el Sagrario, o en la Hostia ofre­cida e inmolada en la santa misa o comida y asimilada por nosotros en la sagrada comunión, es decir, Cristo en la Eucaristía como misa, como comunión o presencia en el Sagrario, nos recuerda a todos nosotros y nos hace presente, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo amó al Padre y por amor al Padre y salvarnos a todos los hombres se hizo obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humani­dad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consid­eró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5–11).

¿CÚALES SON LOS SENTIMIENTOS O VIVENCIAS QUE PROVOCA Y DEBEMOS TENER TODOS NOSOTROS, TANTO SACERDOTES COMO RELIGIOSAS Y CRISTIANOS CUANDO PARTICIPAMOS EN LA MISA O COMULGAMOS O VISITAMOS AL SEÑOR EN EL SAGRARIO?

 

3.3. UN PRIMER SENTIMIENTO O VIVENCIA: YO TAMBIÉN QUIE­RO OBEDECER AL PADRE HASTA LA MUERTE.

Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucar­istía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambi­ciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti; Señor, ayúdame, lo espero confiada­mente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes.

 Y aquí, en la pres­encia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

 

3. 4. UN SEGUNDO SENTIMIENTO: SEÑOR, QUIE­RO  HACERME OFRENDA CONTIGO AL PADRE

 

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos junta­mente con ella» (la LG.5).

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofren­da, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quie­ro hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus.

Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... “Estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo...”.

Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas total­mente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil, necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vues­tro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

 

3. 5. OTRO SENTIMIENTO: “ACORDAOS DE MI”: SEÑOR, QUIERO ACORDARME...

Otro sentimiento que no puede faltar al adorarlo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarísti­ca, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo ñel evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuán­to me amas, cuánto nos deseas, nos regalas... “Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te reba­jas tanto, por qué me buscas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta. Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado, yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple cria­tura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.

 

3. 6. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”..., ENTRA EL AMOR DE CRISTO A LOS HERMANOS

Debe entrar también el amor a los hermanos, –no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos–, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavan­do los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Euca­ristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida: ¡Cuánta envidia hay que perdonar…críticas…ayúdame, Señor, que yo solo no puedo!

Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

“Acordaos de mí...” El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continu­ación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la poten­cia del Espíritu Santo, esto es, por el Amor Divino Infinito de Dios Trinidad.

Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuan­do decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo, al Espíritu de amor que les une y nos une con Él en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acord­aos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente. ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la cele­bración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarísti­ca cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

 

 

7º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª MEDITACIÓN

 

YO TAMBIÉN, COMO JUAN, QUIERO RECLI­NAR MI CABEZA SOBRE TU CORAZÓN EU­CARÍSTICO…

 

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía reclinando mi cabeza en el corazón del Amado, de mi Cristo, sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía o desde el Sagrario. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

Para comprender un poco todo lo que encierra el “acord­aos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín, es infinito. Por eso, y lo tengo bien estudiado y meditado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el velo de los signos! ¡cuántas cavernas descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

Para mí liturgia y vida y oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia. Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación.

Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo. Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario Cristo sigue diciéndonos: “Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

“Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el Sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el Sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

“Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía Comunión y de la Eucaristía Misa y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades eternas y presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

“Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz: «Qué bien se yo la fuente, que mana y corre, aunque es de noche.  (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe)

Aquesta eterna fonte está escondida,

en este vivo pan por darnos vida,

aunque es de noche.

Aquí se está llamando a las criaturas 

y de esta agua se hartan, aunque oscuras,

porque es de noche.

Aquesta viva fuente que deseo,

en este pan de vida yo la veo,

aunque es de noche»

 

Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a diri­gir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperan­do nuestra presencia y amistad en todos los Sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación: Jesucristo, Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre y sacerdote único del Altísimo: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS! ¡EL ÚNICO SALVADOR DEL MUNDO!

¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO,  SER TU SACERDOTE Y AMIGO!

 

2ª MEDITACIÓN

 

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS EL PAN EUCARÍSTICO?

 

1. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padre que me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. El pan consagrado es Jesús.

 

2. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres, no en el seno de María sino en el pan consagrado... y siempre por el Espíritu Santo.

 

3. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Espíritu de Cristo, que es amor de Espíritu Santo, por cuyo amor, por cuya potencia de amor el pan se convierte en Cristo y Cristo se encarna en un trozo de pan para seguir amando y salvando a los hombres. Es el mismo Cristo con el mismo amor, con los mismos sentimientos, con la misma entrega, amando hasta el extremo, extremo de vida, del fuerzas, extremos de entrega.

 

4. PORQUE EN ESE PAN CONSAGRADO ESTÁ el cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ningún de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”

«La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»” (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16)».

 

5. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

 «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

 

6. PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre, la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí. El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

 

7. Porque «… en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.” “Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

 

8. Porque esta presencia de Cristo como amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres se puede gozar ya por la fe y la oración afectiva;  sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia... «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

“¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el Sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 

9.  El SAGRARIO, MORADA DE LA TRINIDAD.

 

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y consagra, primero como hombre, en el seno de María y luego como pan, en la santa misa, siempre por obra del mismo Espíritu Santo. 

Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación en el Hijo, que por amor loco y obediencia total Padre,  le ha llevado a ser hombre, y finalmente un trozo de pan para manifestarnos su amor, Amor Divino de Espíritu Santo, hasta el extremo, en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el Sagrario por el Padre, siempre el Padre Pronuncia su Palabra con amor en el cielo y en la tierra.

Por eso al contemplarle en el Sagrario, yo veo, contemplo y oigo la Palabra hecha carne pronunciada con Amor de Espíritu Santo por el Padre con el mismo Amor personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es el Espíritu Santo; y al contemplarle yo ahora y oir esa Palabra, hecha hombre y pan divino en el Sagrario, en momentos de soledad y de Tabor del Sagrario, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor del Espíritu Santo por el poder del Padre en el Hijo-hijo amado eternamente, no veo en el Sagrario sino mi Dios Trino y Uno, Todo entero y completo en el Hijo  Amado en quien el Padre ha puesto todas sus complacencias por Amor de Espíritu Santo.

 

 

8º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa-sacrificio y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado y por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

 Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna o diurna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

 Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía.

 

 

2ª MEDITACIÓN

 

MI FOLLETO DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

INTRODUCCIÓN

                         

Muy queridos hermanos sacerdotes, adoradores y adoradoras nocturnas, amigas y amigos todos, en Jesucristo Eucaristía: Recibí hace días una llamada telefónica desde Navalmoral, reconocí enseguida a David que me decía: vamos a tener una reunión de los consiliarios de Adoración Nocturna, nos gustaría que nos hablaras de la Eucaristía,

 (((y podía ser, ya que estamos finalizando el año paulino: San Pablo y la Eucaristía, está aquí Galayo, ahora se pone, y Galayo se puso y me dijo lo mismo, pero añadió que al tratarse de Adoradores Nocturnos era mejor que tratase sólo el tema de la Adoración Eucarística, porque no había tiempo para tanto; así que de San Pablo hablaré tres minutos, porque me interesa sólo decir una cosa que hemos de aprender de él y de la que he oído poco o casi nada en este año paulino que termina: que Pablo, todo Pablo, todo lo que fue e hizo, su vida y apostolado y gozo permanente en medio de luchas y noches, se lo debe a su unión total con Cristo por la oración, oración mística transformativa que le dio la experiencia de lo que hacía y decía y le hizo exclamar: “ para mí la vida es Cristo...Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí... no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”. Me gustaría que lo leyerais   en las primeras páginas de mi libro sobre San Pablo, segunda edición.)))

Pues bien, aquí estoy, con sumo gozo. Porque para mí, como para todos vosotros,  es gozo grande  hablar, meditar, animarnos y renovarnos en nuestra fe y amor eucarísticos, especialmente en esas horas nocturnas o diurnas de adoración, alabanza y amistad con Jesucristo Eucaristía.

El hecho de estar con el Señor Sacramentado, de buscarle y hablarle durante tantas noches y años y años, sólo ya con vuestra constancia, vosotros, adoradores y adoradoras nocturnas, le estáis diciendo: Jesucristo, Eucaristía divina, cuánto te deseamos, cómo te buscamos, con qué hambre de ti caminamos por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día y noche: Jesucristo Eucaristía, nosotros queremos verte, para tener la luz del camino, la verdad y la vida; nosotros queremos comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; queremos que todos te conozcan y te amen,  y en tu entrega eucarística, queremos hacernos contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Queremos entrar así en el misterio de nuestro Dios Trino y Uno por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Trataremos, en primer lugar, de explicar un poco qué es la Adoración Eucarística, qué verdades o contenidos teológicos encierra: Teología de la Adoración Eucarística; luego en la segunda parte, veremos cómo propagarla: Pastoral de la Adoración Eucarística; para terminar, en la tercera parte, explicando cómo practicarla y vivirla,  que es la mejor forma de propagarla y el mejor apostolado para llegar las almas a Cristo: Espiritualidad de la Adoración Eucarística.

Pero antes de nada, antes de pasar a la primera parte, dos palabras del Catecismo de la Iglesia Católica sobre lo que es adoración:

2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

 

3ª MEDITACIÓN

 

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

 La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

 

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

 Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

 Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él.Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía

 

9º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

PRIMERA PARTE

 

TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

Para tratar de la Adoración Eucarística, primero hay que tratar de la Eucaristía, como misa, que le hace presente «porque ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía... porque la Santísima Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la Iglesia...» Vaticano II. Nosotros adoramos al Pan consagrado y adoramos y pasamos ratos de amistad con el Cristo vivo, vivo y resucitado de nuestros Sagrarios porque previamente Él ha celebrado la Pascua con nosotros por mediación del ministro sacerdotal que hace presente a Cristo presencializando todo su misterio de Salvación; y una vez terminada la celebración de la Eucaristía, el sacerdote lleva al Sagrario a este Cristo en este estado de Sacerdote y Víctima de oblación por nosotros para que puedan comulgarlo y participar de sus sentimientos nuestros enfermos y para que todos los creyente podamos hablar y estar con El, siempre que queramos y lo necesitemos; se queda en el Sagrario con nosotros hasta el final de los tiempos y de sus fuerzas y de su amor, dándolo todo en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

Por eso, en esta reflexión eucarística no vamos a empezar adorándolo primero y luego celebrando la Eucaristía, como hacíamos en la Adoración Nocturna de nuestros primeros años de Seminario,  sino que para comprender todo el misterio de la  Adoración Eucarística, para saber quien es el Cristo que adoramos, por qué se quedó en el pan consagrado y qué vida, sentimientos y amores conserva en esa presencia de amor, vamos a hablar en primer lugar muy brevemente de la Eucaristía como misa, como Pascua, como Alianza, para comprender y adorar con más plenitud a Cristo Eucaristía como presencia permanente de este amor extremo, de esta Pascua celebrada permanentemente y de su pacto de Alianza nueva y eterna realizada y realizándose en el pan entregado y en la sangre derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

 

1.1. PASCUA JUDIA. Para comprender el misterio eucarístico y todo lo que encierra de Pascua y Alianza, como de maná y agua viva brotando de la roca en la travesía del desierto,  tenemos que empezar mirando el Antiguo Testamento.  Sobre esto hablaba largamente yo en un artículo publicado el año 2000 sobre la Eucaristía, del Instituto Teológico del Seminario. Ahora solo quiero telegráficamente hacer unas afirmaciones breves, imprescindibles para comprender un poco este misterio, sin detenerme en explicarlo, porque todos vosotros lo sabéis, igual que yo, y lo único que pretendo es recordar con vosotros que:

-- Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Ya lo dijo Galbiati (L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma.

-- Recordemos, pues el A.T. Vayamos al Éxodo: La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial, la sangre derramada del sacrificio...la travesía del desierto, el agua viva brotando de la roca, el maná...

-- Desde el N.T descubrimos el sentido del sacrificio del cordero, que es Cristo; cordero  sin defectos... con cuya sangre ungían las puertas para liberarse del ángel exterminador; en esa sangre hemos sido nosotros redimidos en la Pascua cristiana; luego viene la travesía del mar Rojo y del desierto, travesía por Cristo de la esclavitud del pecado a la tierra prometida de la amistad con Dios, la nueva Alianza y pacto de amor, el desierto de la fe, el agua y el maná para atravesar ese desierto: “Yo soy el agua viva, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, yo soy el pan de vida...”. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro. Fijaos si hay aquí materia para meditar, para contemplar, para adorar, para predicar...

-- La Pascua hebrea, como acontecimiento histórico, era celebraba como memorial, todos los años, por los judíos como signo de identidad y pertenencia al pueblo de Dios y así era explicado por el anciano ante la pregunta del más pequeño de los comensales y así lo hizo el Señor, el Jueves Santo, como memorial de la Nueva Alianza y la Nueva Pascua.

-- Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel (Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés.

-- Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía (Melitón de Sardes, Homilía de Pascua, siglo II).

 

2ª MEDITACIÓN

 

1.2. LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL: Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola así contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias. Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.

 

3ª MEDITACIÓN

 

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...»

Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empieza escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que fueran más.

Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo y amando...si el Sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí.

El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos Sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística.

Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, término de todo apostolado. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía; llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

Y orar es hablar con Cristo. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”.  Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, rato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo. 

 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

 

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado. Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  todo se debo a la oración, a mi encuentro diario con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo... y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: que muero porque no muero. No lo considero nada extraordinario. Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está, está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo”.

La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros.

 Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“YO SOY EL PAN DE VIDA”

 

(Custodia de mi Seminario de Plasencia donde adorábamos al Señor todos los jueves en la Hora Santa Eucarística)

 

 

10º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª MEDITACIÓN

 

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN

 

Todos sabemos, por clásica, la definición de santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5) Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma, la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad.

Finalmente y como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo eucaristía, transplantada a nosotros por la unión de amor y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado. Por eso este es el título que puse a uno de mis libros: LA EUCARJSTÍA LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN SANTIDAD Y APOSTOLADO.

La Eucaristía es la mejor escuela de oración porque Jesucristo Eucaristía es el mejor maestro y la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia de amistad permanentemente ofrecida es el mejor libro. Y esto lo confirma la experiencia de la Iglesia: quien visita esta biblioteca de amor extremo, quien abre y lee con frecuencia este libro y dialoga con este maestro aprende pronto a amar; esto es, a orar con Él y como Él.

Para amar y sentir así a Cristo vivo y resucitado, el único camino es la oración y toda oración, para ser verdadera, lleva consigo la conversión Y en esto consiste para mí la mayor dificultad en tener oración; lo demás, que si técnicas, posturas, respiraciones, incluso la misma meditación, todo ha de ser para más amar, es decir; para más convertirse a Cristo y en Cristo. La oración permanente exige conversión permanente. En la escuela de la oración eucarística hay tres verbos que se conjugan igual: orar, amar, y convertirse y el orden tampoco altera el producto. Saber Conjugar estos tres verbos es el fundamento de toda oración y la razón fundamental de que unos avancen y otros permanezcan toda la vida igual, que es lo mismo que retroceder; sin experiencia de Cristo vivo y resucitado. Si yo oro ante Jesucristo Eucaristía, el Señor me habla de su amor precisamente con su misma presencia humilde, entregada, sacrificada deseada ardientemente por Él junto a nosotros, que yo tengo que Vivir y asimilar con actitudes de perdón, de humildad, de amor generoso, y gratuito.

La oración eucarística, desde el primer paso, desde el primer día, aunque uno no sea Consciente de ello al principio, es querer amar; querer convertirse a Dios sobre todas las cosas. Si yo oro, yo amo y me convierto; si dejo de convertirme, dejo de amar y dejo de orar, porque estoy lleno de mí mismo, del amor propio, que impide a Cristo y a su evangelio entrar dentro de mí; mi corazón está tan lleno y ocupado del ídolo del «yo» que he puesto en el centro de mi vida y a quien doy culto idolátrico desde la mañana a la noche, que me Impide adorar a Dios sobre todas las cosas; por eso no escucho al Señor que en este sacramento me habla de obediencia y entrega total como la suya al Padre y, al no querer escucharle, poco a poco abandono la presencia eucarística; si no quiero escuchar sus exigencias de amor me alejo de Él porque me echa en Cara mis defectos y sin diálogo con Él no hay oración, no hay vivencia, no hay gozo y amistad vivida.

Por el contrario, si yo quiero amar, yo quiero orar y empiezo a convertirme, a vaciarme de mí mismo para que vaya entrando Dios; son las nadas de san Juan de la Cruz. Para llegar y llenarme del Todo, tengo que quedarme en nada de mí mismo. Y es que nos amamos mucho; nos tenemos un cariño y una ternura inmensa, y desde la mañana a la noche sólo pensamos y trabajamos para nosotros mismos, aún en las cosas de Dios. Por eso el único que puede enseñarme a orar y a convertirme es el Señor en esos ratos de diálogo silencioso con Él.

Esta es la razón por la que afirmo que la oración es indispensable para la vivencia de Cristo, aún en la misa y la comunión, porque si éstas no van envueltas en diálogo y amor, no hay encuentro personal con Cristo Eucaristía, es decir, que como a Cristo, pero no comulgo con Cristo, con sus sentimientos y actitudes, con su amor y entrega total a Dios y a los hombres.

La Eucaristía es el sacramento más importante de unión con Cristo, es «centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia» y la presencia eucarística es prolongación del amor y ofrenda de Cristo al Padre, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida en adoración al Padre y amando a los hombres, sus hermanos. Y esto es lo que quiere El enseñarnos desde su presencia eucarística y este es el sentido de su presencia en todos los Sagrarios de la tierra, donde sigue en salvación y amistad permanente ofrecidas, sin cansarse por nuestros abandonos, falta de amor y entrega, ofreciéndose pero sin imponerse con amor extremo.

 

2ª MEDITACIÓN

 

La misa y la comunión y la presencia deben ser celebrados y vividos en oración, en diálogo personal con El, porque de otra forma no hay unión personal y podemos salir de la Iglesia sin haberle ni siquiera saludado. Esta forma de celebrar y comulgar produce rutina y cansancio, tanto en los de abajo como en los de arriba.

Sin embargo, cuando yo me pongo delante de Cristo Eucaristía, en ratos de Sagrario, a pecho descubierto, de tú a tú con Él, no hay escapatoria posible: Gonzalo, me dice, muy bien por aquella acción pero no estoy de acuerdo con tu orgullo o esa crítica, cuidado con tus afectos... y entonces o me esfuerzo y empiezo a convertirme, a matar mi yo en sus múltiples manifestaciones, o no me convierto, y entonces poco a poco dejaré de orar, es decir, de amar y estar en su presencia, porque me señala con el dedo y me hecha en cara mis faltas de amor y generosidad...

Si, si, yo seguiré hablando con Cristo, celebrando la Eucaristía, comiendo su cuerpo, pero no tendré experiencia de su amor y por tanto me aburrirá la oración y el Sagrario, porque he dejado de intentar de amar como El ama a su Padre y a los hombres y me prefiero a mí mismo en criterios y apegos... y si soy apóstol de Cristo, ya me dirás tú cómo podré entusiarmar a la gente con Cristo, cuando a mí personalmente me aburre. Y este es el mal de muchas predicaciones de vidas sacerdotales y religiosas, que después de una entrega inicial generosa, no entusiasman porque no tienen vivencia de Cristo Eucaristía.

Queridos amigos: sin oración no hay experiencia de Dios. La pobreza de oración es pobreza de vida mística y esta es la peor enfermedad y pobreza de la fe, de la vida y del apostolado de la Iglesia en todos los tiempos. Cuando hay oración eucarística hay fuego y santos y almas llenas de deseos de contagiar de Cristo a niños, jóvenes y adultos. Ni un solo santo que no fuera eucarístico; los habrá más contemplativos o activos, famosos o ignorados, sacerdotes o seglares, casados o solteros, seguidos o perseguidos, pero ni uno solo que no pasara largos ratos ante Jesús Sacramentado.

Si acepto este diálogo con el Señor, empezaré a convertirme con su ayuda, a vaciarme de mí mismo y poco a poco iré sintiendo su presencia, su fuerza, me iré llenando de Él, y constataré que Dios existe y es verdad, que Cristo existe y es verdad, que el pan es pan por fuera pero por dentro es miel dulzura, gozo... es verdaderamente El, no sólo porque lo medite sino porque lo experimento, lo siento de verdad y no puedo ocultarlo, Porque esta verdad de fe ha pasado de mi inteligencia a mi corazón y me quema, porque yo no sé fabricar esos fuegos ni amores ni palabras que experimento al sentirme amado por el Dios vivo y esto ya es el cielo en la tierra. Si no lo hago, seguiré toda la vida prefiriéndorne a Cristo y no sentjré necesidad de oración ni de gracia ni de eucaristía ni de evangelio, ni de Dios, Porque para vivir como vivo me basto a mí mismo y este es el problema del mundo actual, para vivir como animalitos, no necesitan de religión ni de Dios.

Por todo esto, un sacerdote, un religioso, un creyente no debe olvidar nunca que todo su ser y existir cristiano se lo juega en la oración; este es el camino que más debe cultivar, su mejor apostolado para encontrar a Cristo vivo y llevar a los hombres hasta Él. La Eucaristía es la mejor escuela de oración, porque orar es amar y la presencia de Jesucristo en este sacramento es el mejor libro, la palabra más bella del amor de Dios a los hombres: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo», mirando al Sagrario yo aprenderé que la Eucaristía como misa es Cristo haciendo presente en el altar su pasión, muerte y resurrección en adoración obediente al Padre y por amor extremo a los hombres, sus hermanos: «Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos», «Este es mi cuerpo que se entrega... esta es mi sangre que se derrama por vosotros...»,. aprenderé que la Eucaristía como comunión es la máxima expresión de unión de amistad entre dos personas, fundiéndose en una sola realidad y vida: «El que come mi carne, habita en mí y yo en él», «El que me come vivirá por mí»; mirando al Sagrario con fe caeré en la cuenta de que la Eucaristía como Presencia es Cristo ofreciéndose al Padre como sacrificio agradable y a los hombres en amistad y salvación permanentes: «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos». Pero repito, todo esto no se comprende hasta que no se vive, aunque sea doctor en teología.

Y orar ante el Sagrario es muy fácil, porque el Sagrario, la Eucaristía es un volcán echando fuego y llamaradas continuas de amor y cariño y motivos y razones y vida y hechos y dichos llenos de amor divino, real y verdadero. El Sagrario es el evangelio entero y completo, la salvación entera y completa, Jesucristo confidente y amigo, que siempre está en casa esperándonos y tan deseoso de hablar, de intimar, de salvamos, que se entrega por nada, por una simple mirada de fe.

Jesucristo se ha quedado tan cerca de nosotros en el Sagrario porque sabe que valemos mucho, que el hombre es más que hombre, más que esta tierra y este espacio, es un misterio; Él sabe lo que valemos para el Padre, porque el Padre se lo está diciendo desde toda la etemidad, por eso se ofreció El: «Padre no quieres ofrendas ni sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad» y lo ha experimentado en su propia carne: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Ho».

En el Sagrario nos ama el Padre en el Hijo con el Amor y la Potencia del Espíritu Santo lleno de entrega, amistad, dones de vivencia y amor. Ahí está el Hijo de Dios vivo, vivo y resucitado, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, quiero decir, que nos lo dice Él y su evangelio.

Desde su presencia eucarística sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: «Vosotros sois mis amigos», «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos», «Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer», « Yo doy la vida por mis amigos», «El les dUo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco», «Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros», «Este es mi cuerpo entregado... Esta es la sangre que se derrama por vuestros pecados... Acordaos de mi... » y al recordarlo con nosotros en la oración, la oración se convierte en memorial que hace presente lo que recordamos; «Acordaos de mi... » No nos olvidamos, Señor: ¡Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, también nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros, Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo!

 

11º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª MEDITACIÓN

 

FRUTOS DE LA COMUNIÓN

 

5. 10. Al comulgar, me encuentro con  Cristo vivo y con todos los  dichos y hechos salvadores del Señor.  

 

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (n 50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.«Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, entregado por amor y presente en todos los Sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por entrega a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado.

 

 

 

Encarnación y Eucaristía.

 

La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el mismo Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho presente por la Encarnación y la Eucaristía, es posible y real porque «lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia».

 Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la subida a los cielos, especialmente el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica.

 

 

Presencia permanente.

 

 Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el Sagrario es el eterno Enmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial.

Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf. Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores.

 

 

2ª MEDITACIÓN

 

PAN DE VIDA

 

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6, 54-55).

La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón...debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza.

La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer,  pero no comulgar el cuerpo de Cristo o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: cfr1Cor11, 18-21.

En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).

Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

 

 

De la Eucaristía como comunión, a la misión. 

 

 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est». Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados a dar fruto abundante:”Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”.

En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos...  amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

 

5. 11. En la Eucaristía se encuentra la fuente y la cima de todo apostolado

 

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.

En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia.

Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la Iglesia, dado que “los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan” (PO.5; LG.10; SC.41).   Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

 

12 JUEVES EUCARÍSTICO 

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

LA COMUNIÓN ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO.

 

5. 5. Frutos de la comunión eucarística. La comunión acrecienta nuestra unión y transformación en Cristo.

 

En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 11391-1397.

Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: ªPermaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:ªEl que me come vivirá por mí”. Recibir la Eucaristía como, comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”. Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida. Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande, tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: “El cuerpo de Cristo”, y respondemos: “Amén”, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos  en ese momento. Nuestro “amén”,  nuestro “sí” implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial. La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión realiza, fortalece y alimenta nuestra unión  espiritual y existencial con Cristo.

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

5. 6. La comunión perdona los pecados  veniales y preserva de los mortales.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas. Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición del Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía. Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros” y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”.  Por eso la Eucaristía  no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados precisamente al comer su carne limpia y salvadora.

“Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor”(1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (S. Ambrosio, sacr. 4,28).

Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora “borra los pecados veniales” (Concilio de Trento: DS. 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios” (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo porque es la realización de la Alianza y del borrón y cuenta nueva. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.

«El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

 

 

13º JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ESCUELA DE VIDA

 

(El periódico ALFA Y OMEGA escribió así: El sacerdote don Gonzalo Aparicio contagia, al hablar, su celo por la Eucaristía. Los ratos libres que le deja su actividad en la parroquia de San Pedro, en Plasencia, le han permitido escribir el libro LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. A continuación reproducimós, por su interés, un extracto del libro)

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia..., pero nuestros padres y nuestras madres de los años 30-70 no tuvieron más escuela que el Sagrario, y punto.

Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon — y seguimos escuchando nosotros también - a Jesis, que nos dice: “Sígueme; amaos los unos a los otros como y os he amado; no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero; venid, y os haré pescadores de hombres; vosotros sois mis amigos; no tengáis miedo, yo he vencido al mundo; sin mi no podéis hacer nada; yo soy la vid vosotros los sarmientos; el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid”. Y qué ocurre cuando yo escucho del Señor estas paiabrás? Pues que, si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálógo peronál con El - porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quieró rénunciar a mis bienes-, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no señale con el dedo mis defectos..., y así estaré distanciado con respecto a su presencia eucarística durante toda ini vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esto llevará consigo.

Podré incluso tratar de legitimar mi actitud diciendo que Cristo está en muchos sitios: en la Palabra, en los hermanos..., que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de• brazos cruzados; peró, en el fondo, lo que pasa es que no aguantamos su presencia, que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga.

 

Mediocridad, no.-

 

Me pregunto cómo podré yo entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el Bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo..., si yo mismo no lo practico ni sé como se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos, y de que muchas partes importantes del evangelio no se conozcan ni se prediquen. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo eucarístico con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de ese trato de amistad para no escucharle, aunque las formas externas las guardaré toda la vida; es decir, seguiré comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he afirmado mi mediocridad cristiana, sacerdotal y apostólica.

Al alejarme cada día más del Sagrario, me alejo a la vez de la oración, y aunque Jesús me está llamando a voces todos los días - porque me quiere ayudar -, terminaré por no oírle, y todo se convertirá en pura rutina. Esto es más claro que el agua: Si Cristo en persona me aburre en la oración, ¿cómo podré entusiasmar a los demás con El? No sabría qué apostolado hacer por El, cómo contagiar deseos de El, cómo enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía para los hermanos en este camino de encuentro con El.

Naturalmente, hablaré de encuentro y amistad con Cristo, de organigramas y apostolados, pero lo haré teóricamente, como lo hacen otros muchos en laIglesia. Esta es la causa de que no toda actividad ni apostolado, tanto de seglares como de sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual hay que estar unido a Cristo como los sarmientos a la vid única y verdadera, para poder dar fruto.

 A veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna, o la arteria, que debe llevar la sangre desde el corazón de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico están tan obstruidos por las imperfecciones, que apenas podemos llevar unas gotas para regar las partes del cuerpó afectadas por parálisis espiritual.

 Así que zonas de la Iglesia, de arriba y de abajo. sig.1en negras e infartadas, sin vida espiritual, ni amor ni servicio verdaderos a Dios y a los hermanos. Porque mal está que el canal obstruido sea un seglar, un catequista o una madre — con la necesidad que tenemos de madres cristianas -, pero lo grave y dañino es que esto nos suceda a los sacerdo.es. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia esta unida a la vid, que es Cristo Eucaristía, y tiene limpio el canal. Aquí, en Cristo Eucaristía, es donde está la frente que man.i y corre, aunque es de noche * es decir, por la fe vivencial — como nos dice san Juan de la Cruz.

Pero, por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programas, donde - como nos ha dicho el Papa en la Carta apostólica “Novo Millennio Ineunte” ya está todo dicho. Volvamos a la Verdad, a la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: todo sarmiento que no esté unido a la vid, no puede dar fruto”. (Palabras de Jesús en el Evangelio)

 

 

Cara a cara con Cristo

 

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directa con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. La Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubren la realidad de ñuestra relación con Cristo. Porque en la Eucaristía tenernos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos siida tios, escucharnos al sacerdote..., pero, con tanto movimiento, a veces salimos de la iglesia sin haber escuchado a Cristo, sin haberle saludado personalmente.

Sin embargo, cí la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones; se trata de un diálogo a pecho descubierto, un tú a tú con Jesús que me habla, me enfervoriza y, tal vez, silo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega y me dice: No estoy de acuerdo con esto, corrige esta forma de actuar...

Y, claro, allí, solos ante él, no hay escapatoria de cantos o respuestas; cada uno es el que tiene que dar la respuesta personal, no la litúrgica y oficial. Por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, si no aguanto este trato directo con Cristo y dejo la visita diaria, ¿cómo buscarle en otras presencias cuando allí esti más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días - aunque tarde años -, encontraré en su presencia eucarística luz, fuerza, ánimo, compañía,consuelo y gozo, que nada ni nadie podrán quitarme; y quemará de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre; lo contagiaré todo de amor y sentimiento hacia El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica, con El.

Esto se llama santidad, y para esto está la Eucaristía, porque la oración es el alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística, y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

LA CENA CON EL SEÑOR (Ap 3,20)

 

Queridos hermanos: Hoy, festividad de todos los santos, celebramos con gozo con los que han muerto y viven ya con el Señor, y con esperanza segura y confiada para los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es amor y por amor nos creo para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de amor.

En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se  encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles. Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “ Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.”  La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Ésta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.

Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía. Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual:“Qué tengo yo que mi amistad procuras?.....” Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma. También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29).

 

La respuesta

 

La llamada de Jesús espera una respuesta. Esta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor. Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”…

 

La promesa de la Cena con el Señor

 

Entonces “Entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa,“Entraré en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad (Lc 19,1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos(Lc 10,38-42).

Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo. La entrada de Jesús es la entrada del Redentor, del Dios Amor. Este deseo de Jesús de entrar en cada uno de nosotros nos recuerda la gran promesa de la Nueva Alianza, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama”… La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego  del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo”. Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, amigos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno.

 

Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor

 

El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en la parábolas con la idea del banquete (Lc 14,15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24,11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria por que han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7).

Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Ap 19,9); Todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados que abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino la están celebrando. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos.

La dimensión eucarística de éste simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13,1-2); Lc 22,14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesus».

En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza que es La Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más, es decir, es más amigo, que aquel que da la vida por los amigos.

Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión.

El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor.

A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano.

Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor. Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57). El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado’» (Ap 21,3-4).

 

 

14º JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA MEDITACIÓN: LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

1.-¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESUCRISTO EN EL PAN EUCARÍSTICO?

 

  1.1.  PORQUE EL PAN EUCARÍSTICO ES JESUCRISTO VIVO Y RESUCITADO, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, temblando de emoción, cogió un poco de pan en las manos y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros…esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo. Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros Sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos.

Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Padre Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…” dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para los sacerdotes.

Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los Sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos...

Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

1. 2. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ESTÁ LA CARNE DE CRISTO, TRITURADA Y RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN.

Está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; y ahí está la persona que lo ha hecho, que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio de su vida y de su sangre por cada uno de nosotros.

Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre; la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tantos pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él, ni se han jugado nada por él; si es mujer, sólo valoran su físico y poco más, mira esta tarde la televisión; y si es hombre, lo que valga su poder, cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí.

El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía, donde Cristo hace presente este misterio.

Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.    

S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero que lo vivió y sintió en su oración personal, contemplando el misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es que para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20).  Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero en el seno de María, Virgen bella y Madre, y luego hecho pan de Eucaristía por la potencia de tu Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna en Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo:No quiero contento,mi Jesús ausente,que todo es tormentoa quien esto siente;sólo me sustentesu amor y deseo;véante mis ojos,muérame yo luego.

 

 

3ª MEDITACIÓN

 

1.3. PORQUE EN EL PAN EUCARÍSTICO ESTÁ EL SEÑOR CON LOS BRAZOS ABIERTOS A TODOS LOS HOMBRES EN AMISTAD PERMANENTE.

 

La presencia Eucarística es la presencia de Cristo en amistad permanente ofrecida con amor extremo a todos los hombres, hasta el final de su vida, de sus fuerzas y del tiempo.

Sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozarla con el Señor, con el Amado, bajo las especies del pan y del vino: “visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur”: no se puede experimentar esta presencia y vivirla con gozo desde los sentidos, solo es la fe la que descubre su presencia, hasta poder decir con san Juan de la Cruz: «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

“¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto.

Él había reclinado su cabeza sobre su corazón en la Última Cena y sintió y consintió, -sentir con-, todos los latidos de su corazón. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y no sentida sino que hay que pasar y llegar a la oración y adoración eucarística contemplativa, que goza y siente a Cristo sin necesidad de reflexionar o meditar; porque sin fe iluminada por el fuego del amor del Espíritu Santo en la contemplación, el Sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia; una vida eucarística pobre indica una vida cristiana pobre y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y esta perla preciosa, precisamente por no haber vendido nada o poco de su tiempo y de su dedicación a comprar este tesoro; no tiene intimidad con el Señor, porque para esto hay vender mucho de nuestro tiempo, soberbia, avaricia y pecados: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, en ese día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz de Padre amoroso encendida de fuego de Dios Espíritu Santo, Dios Abrazo y Beso de Amor Trinitario, en el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 

4ª MEDITACIÓN

 

2.-EL GOZO DE CREER Y AMAR A JESÚS EUCARISTÍA

¡Qué gozo ser católico, tener fe, poder celebrar el Corpus Christi, creer en Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo Eucaristía me ama hasta ese extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en el pan consagrado, en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca, que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio, que soy eternidad, porque el Hijo de Dios Eterno me lo ha revelado y lo ha demostrado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, donde me dice: “¡ yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, tenga la vida eterna”!

¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se cree, pero, sobre todo, se puede vivir, gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y de oración junto al Sagrario, donde el Padre me está diciendo su Palabra de Amor en el Hijo, encarnado primero en carne, luego, en el pan consagrado, y siempre por la potencia de su Amor, que es Espíritu Santo, persona divina y abrazo eterno del Padre y del Hijo!

Jesucristo Eucaristía, desde su presencia eucarística y trinitaria, en «música callada» me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”, infinito del Padre al hombre por la potencia de Amor de la Trinidad, Espíritu Santo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, donde el Resucitado, en Eucaristía permanente, en oblación e intercesión perenne al Padre, con ese mismo Amor de Espíritu Santo nos está diciendo: no te olvido, te amo, ofrezco mi vida y amistad por ti y quiero hacerte partícipe de mi misma vida divina y trinitaria de sentimientos y gozos eternos: “a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal o litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si la santa hubiera hecho esta definición mirando al Sagrario.

Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación, montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; necesitamos obispos y sacerdotes exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos para enseñar la ruta, dejando otros caminos que no llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas, presentes mistéricamente y amando y actuando para nuestra salvación. El camino exige oración permanente que nos lleva a la conversión personal permanente para llegar al amor total y permanente; hay que dejarlo todo, para llenarnos del Todo, y estamos muy llenos de nosotros mismo; tanto que no cabe Dios, el Todo; tenemos que dejar que Dios sea Dios, el Todo de nuestro ser y existir: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor”.

Y este es y será siempre el problema eterno de la Iglesia mientras camina por este mundo: conversión permanente por una vida de oración permanente, que sea alimento permanente de la unión permanente con Dios por medio de la Eucaristía como misa, comunión y presencia; Eucaristía como sacrificio permanente de mi yo, como Comunión con la vida y los mismos sentimientos de Cristo, como amistad de amor verdadero con su presencia de amor en el Sagrario, “estando muchas veces tratando a solas con Aquel que sabemos que nos ama”, al que le presto mi humanidad para que siga amando, predicando y salvando a sus hermanos, los hombres .

El Cuerpo de Cristo, el Corpus Christi, el pan consagrado es Cristo entero y completo, Dios y hombre, hecho alimento de fe y de amor para los que le coman en oración contemplativa de fe y amor, es el único alimento de la vida eterna, pero sabiendo siempre que una cosa es comer, y otro comulgar con los sentimientos y la vida de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...  el que me coma, vivirá por mí”.

 

 

15º JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

3.-  EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO DE PALESTINA, QUE CURÓ A LA HEMORROÍSA

 

Aquí, en el Sagrario, está el mismo y único Cristo. Es el mismo Cristo, ya pleno de Luz y de Gloria, intercediendo por todos nosotros ante el Padre, el mismo de Palestina, el Cristo de la Hemorroísa, dispuesto a curarnos nuestras enfermedades, de cuerpo y de alma, si le tocamos, como ella, con fe y amor y esperanza convencida.

Está ahí, esperándonos, siempre que nos acerquemos a él por la oración y se lo pidamos, aún sin pedírselo, sólo con desearlo, como la samaritana; está ahí, con los brazos abiertos, en amistad permanente para que le toquemos con fe y seamos curados de las heridas de nuestros pecados que nos desangran y vacían de la vida de la gracia y nos debilitan y nos llevan a la muerte y el pecado.

 

 ¡Hemorroísa creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza!

 

 “Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26) .

Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor: “Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre. Y Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de a hemorroísa, debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y a la vez una imagen real y desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos todos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado; el Señor podría tal vez responder: pero ¡no todos me han tocado! Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa; es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, venerado, pero simple objeto, no la presencia plena y verdadera y realísima de Cristo.

Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

En la oración eucarística, como en su presencia en el Sagrario en Eucaristía continuada y permanente el Señor se sigue ofreciendo por nosotros al Padre y como alimento de vida a todos, es el “pan de vida que ha bajado de los cielos” y nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed”; y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él por la oración, por la adoración, comunión espiritual.

En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario, Cristo no puede actuar aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”. Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.    Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida.

Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el largo y maravilloso capítulo sexto de San Juan. Y Pablo constatará esta verdad: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo; reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

4.- DESDE EL SAGRARIO JESÚS NOS LLAMA Y NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS A PREDICAR”.

 

 «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cincuenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando: «Contemplata aliis tradere», lema de la Orden Dominicana, y, por tanto, de santo Tomás de Aquino: predicar lo que hemos contemplado. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí como párroco junto al Sagrario de mi primera parroquia de la bella Vera extremeña, Robledillo de la Vera (1962):

«Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste; te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo, te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores; nosotros somos limitados en todo.

Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros:“Padre,no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste  en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, la he sentido muchas veces, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el círculo del Amor trinitario;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario para que correspondamos a la locura de tu amor.

 

 

16º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

 EL SAGRARIO ES EL BROCAL DEL POZO DE JACOB, DONDE JESÚS NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE, COMO A LA SAMARITANA

En la puerta del Sagrario, como brocal del pozo divino del agua que salta hasta la vida eterna, Jesús me está esperando siempre, como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación con cada uno de nosotros ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo y pedirle    el agua de la fe y del amor!

   “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

Polvoriento, sudoroso y fatigado Jesús se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Pero este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe y amistad contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Sin embargo, Él está siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y que purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

«He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

 El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada en el tiempo y en este mundo en carne humana para nosotros, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

 “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar al hombre y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

“En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...”(1J 4, 8-10).

“Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios y lo somos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3, 1-3).

 Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.     

Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

 

 

 

CARA A CARA CON CRISTO.   

 

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote; pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones, es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si Él lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice: no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante Él en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque la oración es el  alma de todo apostolado. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

 

17º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

 

6.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL MISMO CRISTO QUE CALMÓ LAS TEMPESTADES Y  SALVÓ A LOS APÓSTOLES DE NAUFRAGAR.

 

San Mateo  lo describe así en su evangelio: “En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados”.

Me consuela saber que, en medio de los peligros por los que todos tenemos que pasar, (unas veces porque nos meten, otras porque nos metemos nosotros), Cristo, desde el Sagrario, está siempre  pendiente de nosotros para salvarnos para decirnos: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”.

Con su presencia en el Sagrario Jesús siempre nos está ofreciendo su ayuda y amistad y si tenemos fe y venimos a su presencia, como estamos ahora, y le decimos como Pedro: “Sálvanos, Señor, que  perecemos”, Él, que es infinitamente bueno y poderoso y  nos ama y se ha quedado para eso tan cerca de nosotros “hasta el final de los tiempos”, hará que sintamos su presencia eucarística, nos quitará la soledad y el desaliento que otros tienen por no visitarlo en el Sagrario, y venceremos en todas las luchas y tempestades de la vida, tanto corporal y humana como espiritual, en las crisis de fe , de esperanza y amor, en las noches de fe en la oración y en la experiencia de Dios en nuestra vida espiritual. 

Como Cristo, desde la montaña, donde había subido a orar, contemplaba a sus pies el mar de Tiberíades y en él la barca con los doce Apóstoles, sobre todo, cuando se embraveció y surgieron las olas por el viento fuerte, así también ahora, Jesucristo, nuestro amigo Dios, nos ve, desde el Sagrario,  a nosotros en el mar de la vida y vive pendiente de nosotros. Qué consuelo cuando uno sabe y vive todo esto. Qué tranquilidad en la misma enfermedad, persecución, críticas, envidias... no estoy solo, Cristo, desde el Sagrario me ve y me acompaña y se interesa por mí.

 

 1). Hemos de tener en cuenta que este hecho acaeció a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús: “Visto el milagro que  Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza para hacerlo rey, huyó Él solo otra vez al monte”. (Jo 6, 14-15).

¡Cómo huye el Señor de ser honrado y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en puestos y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó Él en tierra. Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el seguimiento del Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.

Él, mientras tanto, subió al monte a orar. ¡Qué modelo para nosotros!  Cuántas veces en el sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere desarrollar prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche.

Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en ella la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.

 

2). Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc., 6, 45) dice que “forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Jesús los amaba muy de veras y, sin embargo, y aún por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde el monte, como ahora desde el Sagrario,  lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en ella nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos sentir la necesidad de su ayuda. Si se trata del camino de la fe, de la oración, de nuestra unión plena y más perfecta con Él, estas crisis o noches, no sentir nada en la oración, tener pruebas de fe, sentirse solo y no poder meditar... etc. son las noche del sentido y del espíritu que san Juan de la Cruz explica muy bien y este tema lo tengo tratado en algunos de mis libros. Esta purificaciones, debido a que debo vaciarme de mí mismo en pensamientos y obras, de mis proyectos y sentimientos, para llenarme sólo de Dios, esto supone mortificación y sufrimiento, porque estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios.

Si se trata de la vida ordinaria, del sacerdocio, de mi matrimonio, hijos, negocios, apostolado, mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero si esto cambia y se complica, es difícil perdonar, seguir en vida familiar o de amistad, sentimos la tentación de cambiar o dejarlo todo, y lo mejor es lo que san Ignacio nos recomienda en los Ejercicios: «en momentos de turbación y tentación no hacer mudanzas>>, es decir: permanecer fiel en el cumplimiento de lo prometido;  esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en cumplir lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “remaban muy penosamente” (Mc., 6, 48); remando con trabajo merecieron el eficaz socorro de Jesús, como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo, dando.

 

3). Jesús, aunque ausente con el cuerpo, estaba muy presente con su pensamiento y amor, y seguía compasivo las vicisitudes de sus discípulos. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud,  acudió a su socorro: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre en el Señor, en el Cristo amigo de nuestros Sagrarios,, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, si le visitamos, si le comulgamos, El está con nosotros y no nos abandonará. ¡Bien seguros podernos estar de ello! En el mundo y en la Iglesia necesitamos almas de Sagrario, de fe y amistad permanente con Cristo Eucaristía. ¡Es tan bueno y compasivo, tan bello y hermoso!

Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”.  Cuántas veces la pasión, el miedo o el pecado grave, nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas, como si fueran para otro mundo y otra civilización. Y en esto de apariciones y visiones hemos de ser cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones de los maestros de espíritu y de la santa Iglesia a los consejos y  mandatos de la jerarquía católica, incluso en las obras de apostolado.

 

4) “Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis" (Ib., 27). No soy un fantasma, sino realidad dulcísima; soy Jesús, a quien conocéis y os ama y nos os deja abandonados  ¿por qué teméis teniéndome a Mí? ¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él venimos en su presencia permanente en el Sagrario, cosa fácil teniéndolo tan cerca, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta de la vida, sonará en el fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; confianza!, ¡ confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios.

Jesús, visto de lejos, para los que no creen es un fantasma que da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se tiene fe y amor y esperanza, se le gusta, nos hechiza y enamora, nos atamos a la sombra del Sagrario, y cómo nos gusta oír su voz en las pruebas de todo tipo: “Yo soy, no temáis”.

"Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él”.  Pedro, lleno de confianza y fervoroso amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir las hondas continuas de tentaciones de todo tipo, en el carácter, la lengua, los sentidos.

Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: «¡Ven!», y nos da su luz y su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el “ven” de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques.

“Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen.      

Afortunadamente, Pedro, en el peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “Señor, sálvame!”, y “En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Aprendamos la lección; trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en El confía no será confundido.

“En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó”.¡Qué gozo más grande tener al Señor junto a nosotros, sentir su mano, su aliento, su protección, reclinar sobre el Sagrario nuestra cabeza para sentir los latidos de su corazón.¡Y cuál la admiración de Pedro al ver que los vientos y el mar se le sometieron y le obedecieron. Y con qué reverencia “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".Hagámoslo nosotros ahora y quedemos en contemplación de amor ante Cristo Eucaristía: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

 

18º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO NOS ESPERA JESÚS, EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ A SU HERMANO LÁZARO

 

Vamos a profundizar en el misterio de nuestra resurrección y eternidad, porque es la razón fundamental de la misión de Jesús en el mundo, la razón de su venida en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas del cielo. Para esto nos soñó el Padre y roto este proyecto del Padre, envió a su Hijo para recrearlo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Qué gozo y garantía de salvación y felicidad eterna tenerte aquí tan cerca en el Sagrario con amor extremo hasta dar la vida por cada uno de nosotros; tenemos aquí tan cerca ya, amándonos y perdonándonos, al mismo Cristo que nos va a juzgar en el día en que pasamos de la casa de los hombres a la casa de Dios, en el día de nuestra entrada en gozo soñado y realizado por el Hijo.

Y lo hacemos precisamente ante Cristo Eucaristía, Pan de vida eterna. Y este Cristo que tanto me quiere y me ama, al que yo tantas veces beso y comulgo y visito en el Sagrario, ¿Este Cristo me va a condenar? Jamás lo hará... jamás...

 

1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “Señor, al que tú amas está enfermo” (Jo., 11, 4). Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: “Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!” Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Claro que sí. Por su parte no quedará...ni por la tuya, por eso estás aquí en su presencia ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? Modelo de oración el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: “Señor, tu amigo está enfermo”.

Y Jesús parece que no hace caso, y responde: “Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado” ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el versículo siguiente, dice: “Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro”. No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que lo primero es la gloria de Dios, el «sea lo que sea, te doy gracias, porque Tú ere mi Padre», porque Tú me amas más que yo mismo,  que por el pecado original me busco por caminos egoístas prefiriendo mi voluntad a la tuya.

2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: “Vamos otra vez a la Judea... Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí?” le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió.: “Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, ‘quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz” (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (Jn, 9, 4 y 12, 35-36). Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: “Esta es vuestra hora” y el “poder de las tinieblas” (Lc., 22, 53).

3) Después el Señor anunció la muerte de Lázaro y les añadió: “Y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Y ahora vamos a él” (Jo., 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos. Tengamos también nosotros en cuenta este comportamiento en nuestras peticiones al Señor. Hay que tener paciencia y confianza. No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

 

4) Y esto es lo que pretendía conseguir de Marta y María: antes que resucite a su hermano Lázaro pide a la una y a otra que crean, cuando les diga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto, vivirá”. Se pone, pues, en camino, y cuando llegó a Betania “halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba “sepultado” (Jn 17). “Marta, luego que oyó que Jesús venía., le salió a recibir, y María se quedó en casa”.

Nosotros también hemos venido a la Iglesia para hablar con Jesús. Unámonos en espíritu a Marta y a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que Tú, Jesús Eucaristía, tuviste lleno de amor con Marta, y reflexionemos para sacar el mayor provecho de esta conversación: “Dijo, pues, Marta a Jesús; Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era, la del centurión (Mt., 8); miremos, sin embargo, dentro de nosotros mismos por si hemos tenido esta misma duda alguna vez; aunque es expresión real de confianza en la amistad de Jesús.

La frase del Señor: “me alegro de no haberme hallado allí”, parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” (ib., 22). La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y la confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (23-26).

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: “Yo soy resurrección” y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el cuerpo y “cree en Mí, no morirá para siempre”, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el alma inmortal y en su cuerpo resucitado en el último día.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas, esto es, que si en el día de nuestra muerte ciertamente nuestra alma no muere, quiere decir que todo mi yo, lo que pienso y amor, lo que soy y seré, está con el Señor.

Y al preguntar Jesús a Marta: “¿Crees tú esto?”, no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos, “Respondió Marta: ¡Oh Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir a este mundo!”.

 Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que tenía que venir. Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, mirando a Cristo Eucaristía: ¡Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, la resurrección y vida, por la potencia de tu Amor, Espíritu Santo! Pan de vida, Eucaristía divina, Tú lo puedes todo, y en Ti confío mi eternidad que Tú viniste a conseguirnos mediante tu muerte y resurrección que se ha presente en cada misa, (eso es la misa, la eucaristía), y “el que come de este pan, vivirá eternamente”.

 

5) “Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «el Maestro está aquí y te llama»”. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar. María, que tan apasionadamente amaba al Señor, “apenas lo oyó, se levantó y fue donde estaba Jesús, y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si estuvieras aquí no hubiera muerto mi hermano»” (ib., 23).

María ejercitó tres virtudes muy excelentes: «La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre. La segunda virtud fue el gran respeto y reverencia al Señor, porque “viéndole se echó a sus pies”; a los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de consolaciones inefables; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, como rezamos en la oración de la misa del día de su fiesta, el 22 de julio: «... por cuyos ruegos (Cristo) resucitaste a su hermano Lázaro».

 Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús Eucaristía, cuantos que han vuelto a la vida después de la muerte de los pecados, cuantos hijos y amigos que han vuelto a la vida cristiana para la que estaban muerto.

Oremos nosotros ahora ante Jesús Eucaristía. Es el mismo Cristo con el mismo amor, poder, misericordia. Él resucitó a Lázaro después que sus hermanas se lo pidieran.

 

6) Jesús resucita a Lázaro después de haber llorado y orado: “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: «Dónde lo habéis puesto?» ¡Ven »a verlo, Señor!», le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: «¡Mirad cuánto le amaba!» Mas algunos de ellos dijeron: «Y uno, que ha abierto los ojos de un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera” (ib., 33-37).

Veamos de qué diversa manera se juzga una misma acción! Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres;  jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre debemos buscar la voluntad de Dios.

Todavía emocionado, Jesús se acercó al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “«Señor, que ya huele mal porque lleva cuatro días»: Jesús le replicó «No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»”.

No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde el Señor con un anunció casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

“Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a los alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.           Levantó sus ojos al cielo ara indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios.

El Señor nos enseña también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios, hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos. ¿Somos delicados con nuestro Padre Dios, principio de todo bien que tenemos, lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines mas egoístas e interesados?.

“«Y dicho esto, clamó con voz potente: «Lázaro, sal fuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar»”. ¡Qué grande eres, Señor! Tú eres Dios, Eternidad, Todo ¡Qué gran Amigo tenemos! ¡Que gozo creer en Ti y haberte sentido tan cerca tantas veces y haber resucitado del pecado y de la misma muerte!

Cristo Eucaristía, presente aquí ahora en el Sagrario, me maravilla ver la eficacia de la oración de los justos, de tus amigos para alcanzar del Señor la  resurrección del pecado a la vida de la gracia y animarnos así a orar sin descanso, ante su presencia en el Sagrario, en oración permanente, por la conversión del mundo. ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él: pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”.

No es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en ellas, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro. En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, “me alegro por vosotros, a fin de que creáis”, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en Él muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron las cosas que Jesús había hecho” (ib., 46). ¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la verdad y el amor verdadero de Cristo y de los hombres en envidias de crítica y destrucción: Consecuencia de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).

Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que Jesús se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron.

Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros en el Sagrario y que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así. Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y que Tú lo puedes todo.

 

19º JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

CRISTO, SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

 

“Estate, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte” ¡Cuánto he aprendido de Ti, Señor, en ratos de oración ante el Sagrario y en nada de tiempo ni de estudio ni de  teologías y sin libros ni reuniones “pastorales”, cuánto he comprendido y penetrado en tu persona y conocimiento, más que con todos mis estudios y títulos universitarios, simplemtne estando, Señor, en tu presencia eucarística!

¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste...

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más bello para Ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor de Espíritu Santo a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me consagraste e identificaste por tu Amor. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos predicadores de tu reino que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

            Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes y consagrados; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas para salvanos y hacernos eternamente felices por el pan de la vida eterna. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin mí, sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas de mi amor para ser feliz, hasta ese extremo nos amas? “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo”.

¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, sin el hombre creado a tu imagen y semejanza, que no quieras un cielo eterno, tu cielo, sin mí, sin tus criaturas, creadas por Ti para amarlas y sumergirlas en Trinidad con Amor de Espíritu Santo, Amor Trinitario del Padre y del Hijo, amor y amistad y abrazo de felicidad eterna del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo… en el cual nos quereis sumergir, esto sí que es amor infinito, tu amor eterno de Espiritu Santo, esto sí que nos superas totalmente, infinitamente, por eso no lo entiendo, simplemente lo gozo algunas veces en tu Presencia Eucarística cuando Tú nos lo comunicas o lo vivimos por la Comunión eucarística.

No entiendo, Padre, que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas    enviado a tu Hijo hecho hombre, criatura limitada como nosotros, siendo Dios y teniéndolo todo y no necesatando de nadie ni de nada… no lo  entiendo.

Cristo, que me escuchas desde la Custodia Santa, no entiendo que hayas venido a este mundo en mi búsqueda para llenarme de tu felicidad infinita y trinitaria, y para eso no solo te hayas hecho hombre sino un trozo de pan, Dios hecho un trozo de pan, porque deseas que todos los hombres te coman con hambre de fe y amor; lo hiciste temblando de amor con el pan en las manos en la ültima Cena que ahora haces presente en cada misa por medio de nosotros, tus sacerdotes: “Tomad y comed esto es mi cuerpo… el que me coma con amor tendrá la vida eterna… ya en este mundo, no comprendo que hayas venido en mi búsqueda y hayas sufrido y muerto por todos los hombres para que tengamos tu misma vida, tu misma felicidad eterna contigo en la Trinidad Santísima.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios, de Amor Infinito, tan cerca de nosotros, presencia permanente, incompresible e incomprendido, por tu amor extremo, hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… por tu exceso de amor

¡Cristo amado, no te comprendo! ¡Es que nos amas como si fuéramos personas divinas, con el mismo amor que amas al Padre, con tu Amor de Espíritu Santo; es que nos amas con Amor y en Amor Trinitario… pues tiene que ser así, porque no tienes otro Amor, solo Amor de Espíritu Santo, con el que el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo, siempre con su mismo amor de Espíritu Santo,mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección, para transformarnos en eternidades de Luz Divina, siempre con el mismo Amor de Dios; Oh mis Tres y mi Todo, ayudadme ya ahora a sumergirme tranquilo y sereno en vuestro Amor Trinitario de Espíritu Santo como si ya estuvera en la eternidad..

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, quiero ser sacerdote eternamente contigo, quiero ¡que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida eucarística, ofrecida y participada, a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación del cielo y de la vida divina ya en la tierra; que lleguemos así a la plenitud de la gloria y felicidad divina para la que nos has soñado y existimos y que todos podemos gustar y gozar ya en ratos de oración y Sagrario!

Yo, como sacerdote y en nombre de todos mis hermanos los hombres, ungidos sacerdotes por el Espíritu Santo en el sacramente del Bautismo o por el Sacramento del Orden Sagrado, pido que todos entremos dentro de nosotros mismos y nos sintamos identificados y habitados por Cristo Sacerdote que a través de nosotros quiere ejercitar su único Sacerdocio y ofrecernos al Padre como hostias vivas para gloria de la Santísima Trinidad y salvación del mundo.

Nosotros como sacerdotes, yo, como sacerdote, quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir a esta misión divina; yo creo, adoro, espero y te amo a Ti, mi Dios Trino y Uno presente por el Hijo-hijo en el pan consagrado y quiero que todos mis hermanos los hombres crean, adoren, esperen y te amen a Ti, Dios mío Padre, Hijo y Espíritu Santo:

“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviese en la Eternidad… que nada pueda turbar mi paz y hacerme salir de Vos, oh mi Dios Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro misterio de amor”, sobre todo, en el misterio eucarístico, que lo contiene todo y al Todo, al Padre en el Hijo  por el Espíritu Santo que lo encarnaen en el Pan, y que no comprendo ni abarco en la santa misa pero que cada dia  me invade más y me sumerge en vuestra esencia trinitaria e infinita.

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

3.- “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían…” Precisamente el evangelio de hoy, como hemos dicho, bosqueja en síntesis la actividad de Jesús, buen pastor, y nos presenta una jornada intensa de su actividad a favor del  pueblo que se agolpa en torno a Él, hasta el punto que “no encontraban tiempo ni para comer”.

Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”.

Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía, el Señor que le está esperando en el Sagrario de su parroquia. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío. Todo sacerdote debe ser, si tiene fe un poco vivida y cultivada, tiene que ser eucarístico, pasar largos ratos ante el Sagrario, depende de la fe…

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Experiencia de Cristo por ratos de oración.

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que hacer presente a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo.

El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo de oración eucarística, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle, amarley predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo dura toda la vida sacerdotal y no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad, porque es un anticipo del cielo.

Ni un solo apóstol fervoroso, ni un solo santo ha existido y existirá que no fuera eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe.

Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, unas veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa», «contemplación de amor».

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu Sagrario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma.

Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Por eso y para eso he escrito mis libros. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

 

3ª MEDITACIÓN

 

4.- «Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús.

La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor <crucificado> y glorioso>, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la «visita al Santísimo», no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; Es el test que determina si una comunidad es verdaderamente cristiana, si es fervorosa y reconoce que la resurrección de Cristo, culmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

«Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico.

¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión de oración eucarística ante la presencia de Cristo Passtor y Salvador (solemnísima), si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y de adoración ante el Señor en la Eucaristía?

En uno de mis libros toco este tema. Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su parroquia y en la Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan.

Adorar al Señor en la santa misa y en su presencia eucaristica en el Sagrario es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7).

 Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe, Jesucristo Eucaristía, dando su vida por todos los hombres y permaneciendo en todos los Sagrarios de la tierra para ayudarnos en el camino de nuestra salvación, como lo hizo y empezó en Palestina. Es el mismo Cristo y Salvador, con el mismo amor y entrega por todos nosotros los hombres.» (Texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago un poco modificado por mí)

 

 

20º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª y 2ª MEDITACIÓN: “TÚ ERES EL HIJO DE DIOS”.

 

QUERIDOS HERMANOS: El episodio de la aparición nocturna de Jesús en el lago, cuando Pedro fue hacia Él caminando sobre el agua, se había cerrado con la confesión espontánea de los discípulos: “Realmente eres el Hijo de Dios” (Mt. 14,33).

 

1.-Pero en Cesarea de Filipo Jesús provoca otra confesión más completa  y oficial. Pegunta a sus discípulos qué dice la gente sobre Él, para inducirlos a reflexionar y a superar la opinión pública, mediante el conocimiento más directo e íntimo que tienen de su persona. Algunos del pueblo piensan que es “Juan el Bautista,” otros que “Elías,” otros que “Jeremías”. No se podía pensar en personajes más ilustres.

Sin embargo, entre estos y el Mesías, hay una distancia inmensa, que nadie se ha atrevido a expresar. Lo hace Pedro sin titubear, respondiendo en nombre de los compañeros: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo…” Los discípulos han comprendido. Son ellos la gente sencilla a la que el Padre ha querido revelar el misterio. Y como un día había exclamado Jesús: “Padre, te doy gracias porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla,” ahora le dice a Pedro: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo…”

Sin una iluminación interior dada por Dios no sería posible un acto de fe tan explícita en la divinidad de Cristo. La fe  es siempre un don. Y a Pedro, que se ha abierto con presteza singular a este don, le predice Jesús la gran misión que le será confiada: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará..”.

 

2.- En la respuesta de Pedro, concisa y certera, se resume todo el cristianismo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Vemos que se afirma la existencia de un solo Dios, que es origen de la vida; se afirma la pluralidad de personas divinas, la divinidad de Jesús, su medianidad y su Encarnación. La posterior obra de los Concilios y Teólogos se reduce a desarrollar y sacar las consecuencias dogmáticas y morales de esta confesión de Pedro.

Esta confesión toca lo esencial e imprescindible de la fe católica. Por eso debiera ser nuestra propia respuesta sobre Jesús. Porque hay respuestas entusiastas y elogiosas sobre Él, pero no pasan  de considerarle un ser extraordinario, un líder puramente humano. Pasar de ahí, a confesar su divinidad, nadie puede hacerlo sin una iluminación superior de los Alto. Lo afirma Jesús. La fe, la confesión de la fe es gracia, es don de Dios. Hay que pedirla.

Por otra parte, cuánta ignorancia sobre Cristo, incluso en el pueblo creyente; qué poco se conoce de verdad la persona de Jesús. ¿Cómo van luego a comprometerse con su causa, con su Evangelio? Sobre todo en estos tiempos, qué poca fe en Cristo Hijo de Dios existe en el pueblo incluso creyente, en los mismoa bautizados, en los católicos que no rezan ni practican la misa del domingo ni piensan en la vida eterna, a pesar de todas las apariciones y milagros que Jesús y María han hecho a través de los tiempos, por eso al no haber fe verdadera no hay vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio. Y si no rezan ni vienen a misa ni practican la fe

Cómo seguirle e imitarle en la vida y en la entrega a Dios y a los hombres llevando una vida semejante a la suya? Hay que renunciar a muchas cosas y eso sólo se puede hacer si uno cree de verdad en su Divinidad, en que Jesucristo existe y trasciende este espacio y este tiempo. De ahí hoy día la incoherencia entre lo que se dice creer, -- que en el fondo no se cree—y lo que se vive.

 

3.- En una encuesta entre personas que normalmente van a misa los domingos se llegó a las siguientes conclusiones: la mayor parte ignoraba los dogmas o verdades fundamentales de la fe; por ejemplo, sólo el diez por ciento, creía en la vida después de la muerte; el 17 por ciento no creía en la divinidad de Jesucristo… vosotros me diréis qué vida cristiana puede ser ésta.

La confesión de Pedro es esencial para cada uno de nosotros. Solo quien confiese a Jesús como Dios verdadero se comprometerá enteramente con Él. Esa fe dará sentido último a toda su vida. Sin esa fe, confesada en verdad, no solo de palabra, no habrá cristianismo ni vida cristiana. Sobre esa fe está fundada la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sobre esta fe está el gozo de creer y dar sentido a la vida: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás…”. Pidamos a Dios Padre esta fe en su Hijo. Pidámosle que ilumine nuestra inteligencia como iluminó la de Pedro. Pidamos la gracia de poder confesar como Pedro: “Tú eres el Hijo de Dios”.

El Papa Juan Pablo II ha insistido mucho sobre este tema en la ENCÍCLICA NMI Transcribo algunos de sus párrafos:

 

Nº 20.- A)¿Cómo llegó Pedro a esta fe? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: “No te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). La expresión “carne y sangre” evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de “revelación” que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar  que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús “estaba orando a solas” (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y del oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verda” (Jn 1,14).

 

Nº 29.- “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!  No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas; aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz... Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho... Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales, que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

LA SANTIDAD Nº 30.-

 

En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad… Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: «Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Lumen Gentium, 40).

 

Nº 31.- «Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programarb la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos <genios> de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia».

 

LA ORACIÓN

 

Nº 32.-«Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración.  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica.

Nº 33.- «Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas Aescuelas de oración@, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda; sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el <arrebato del corazón>. Una oración intensa, que, sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres; sino <cristianos con riesgo>. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral. Cuánto ayudaría, no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, que nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración».

 

 

21º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA Y PERDONÓ SUS PECADOS

    

Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, quedarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley ¿”Tú qué dices?”.

Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “¿Tú qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos de los presentes...

No lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, sino que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado.

Quiero recordar ahora para vosotros un hecho, que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma, en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II, hospedados en el Colegio Español de Roma, en Altens, vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

Los ojos de Cristo son lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza. “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley, Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. 

En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

Esta actitud de amigo -“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”- la mantiene el Señor, después de la misa, en el Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, y al contemplarle todos los días, vayamos teniendo un corazón misericordioso como el suyo. Querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

 

2ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO RESUCITADO, PARA CURARNOS, COMO A TOMÁS,  DE NUESTRAS FALTAS DE FE  

 

Este mismo Cristo de nuestro Sagrario dijo a Tomás: “Dichosos los que crean  sin haber visto”. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Tú eres el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo.

Los ojos de la fe son más penetrantes que lo ojos de la carne. De niños no dudamos de lo que nos dicen nuestros padres y acertamos siempre con lo mejor para nosotros y nuestras vidas. Una madre no ha estudiado psicología o medicina y con sólo mirar al hijo sabe si sufre o si está enfermo o no. Todo por el amor. Pero vayamos al evangelio.

La historia está motivada porque  Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: “¡Paz a vosotros!”. Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás, echándose a sus pies, le dijo: “! Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído.

1). Empecemos preguntándonos por qué Tomás no ha visto al Señor cuando se apareció a los discípulos.  De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la comunidad o grupo apostólico o de oración al que pertenecemos, no digamos la misa parroquial donde el Señor se hace presente para decirnos: os amo y doy mi vida por vosotros y rezamos juntos y nos perdonamos y nos damos la paz. En cada misa Cristo hace presente todo su misterio de amor y salvación a los hombres.

Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt., 18, 20). Y Cristo en la Eucaristía no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el mundo, de Él brota una virtud maravillosa y pasa haciendo bien.

Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla afectivamente por problemas que puedan surgir en la convivencia, sino sólo con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en ella para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible.

Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, hubiera gozado, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha.

Mirad cómo lo dice san Juan que fue testigo del hecho: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor."  Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

Consideremos la poca confianza y estima de Tomás respecto a los doce. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza! Como pasa hoy con tantos y tantos, incluso bautizados, que no creen y dudan de Cristo y su evangelio, no digamos de su presencia en el Sagrario. Y aunque no digan estas palabras, con su conducta, no visitando y orando ante el Señor en el Sagrario, están demostrando que no creen. Lo peor es si son catequistas o sacerdotes y luego tienen que hablar de Él.

A juicio de Tomás, sus compañeros eran demasiado  crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada y deseosa. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo: si no veo, no creo. Conducta no aplicable a la vida sobrenatural, a la relación con un Dios que es Espíritu Infinito. Incluso en la vida natural es absurdo y no lo estamos cumpliendo. Porque con la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto en su vida y en el evangelio para guiaros y establecer relaciones de amistad con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

Fue esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

 

3ª MEDITACIÓN

 

2). “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."

 Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias.

Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡cuántas bendiciones atraen de lo alto! ¡No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de sus comunidad apostólica le valieron a Tomás la visita de Jesús.

Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció el Señor; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

El Señor, al entrar en el cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: “¡Paz a vosotros!” ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡ El Señor les perdonó a todos, no tuvo en cuenta la traición de Pedro y el abandono de todos, no empezó riñéndolos  en su primera visita, sino que como los amaba y nos ama de verdad, sus primeras palabras fueron para ellos y para todos los que le ofendemos a veces: Paz a vosotros.

Pidámosle que nos dé su paz! Después se dirigió a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. El salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad lo hizo! “Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.

La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: “¡No seas incrédulo!” Y en cambio, como accediendo a su pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección. Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir, formar y predicar y educar. El perdón y la suavidad es la mejor manera de lograr magníficos efectos entre los hermanos en la fe con la tranquila exposición y la suave admonición templada por el cariño, que hace al defectuoso o pecador ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla y cambiar de vida y actitudes!

Así se logra que el reprendido, en vez de airarse y rebotar y rechazar, salga agradecido y acepte la reprensión con estos motivos de amor y suavidad.

 

3)Grande fue la falta de Tomás, pero hay que reconocer su magnífica  reparación: “Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío”. ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús? No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. Y dice san Gregorio en una de su homilías: «Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe».

 Lleno de fe, de amor y de pena, se arrojó el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: “¡Señor mío y Dios mío!”: Esta era la  santa costumbre que había en nuestros pueblos cristianos y que ya se ha perdido, al consagrar el sacerdote el pan y el vino.

¡Perdóname, Señor! ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una fe doblemente fervorosa y activa. Este es el <Toma de mí y haz lo que quieras> de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas los pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios. Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, que extenderá el Evangelio como Pablo.

Aquel “vayamos y muramos con él” que dijo con lo demás apóstoles en un momento de persecución a Jesús, tendrá en él mismo su perfecto cumplimiento Como «la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracias a la caridad del Maestro, que aquí también ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conocimiento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.

Nadie hasta entonces había llamado a Jesús:“¡Señor mío y Dios mío!”. Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: Bienaventurado eres, porque esto que has dicho “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos”. Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe. Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural.

La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas: ¡Señor mío!, acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. ¡Dios mío!, acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios.

“Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”  El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara un día la de Pedro, y lo hace porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentir y ver con los ojos de la carne para creer los misterios de Dios.

Dos caminos hay para llegar a la fe: Uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto? San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides» : la fe es creer lo que no ves, da la solución con estas palabras: «Una cosa vio y palpó con el cuerpo Tomás, y otra »creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad  (que al presente no se puede ver). Pues diciendo ¡Señor mío! confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo ¡Dios mío!, la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor» (Tract. 121 in Joan). 

 Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad de ver, por la misericordia de Dios, hemos creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, besarle en el Sagrario; y así lo hacen muchas personas, incluso corporalmente.

 

 

22º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO ESTÁ “…EL CORAZÓN QUE TANTO AMA A LOS HOMBRES Y A CAMBIO… RECIBE  MUCHOS ABANDONOS Y DESPRECIOS»

     

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

 Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos: Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

 Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida. Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

 Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

- “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacío existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

             Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

 

2ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE  JESÚS CON SUS MANOS Y CORAZÓN LLAGADOS POR AMOR.

Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Por qué? Podemos considerar algunas razones.

CRISTO RESUCITADO QUISO MOSTRARSE CON SUS MANOS Y SU CUERPO LLAGADO:

A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para conseguirla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar todos los hombres.

 B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitadora continua de nuestro corazón por divina misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe.

Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena.

D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”. Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

a) Dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

b) Gran amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adoro te devote...»:  « No veo las llagas como las vio Tomás, pero onfieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere; que te ame».

Digamos todos con san Pablo: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

 

 

23º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

¿POR QUÉ DEBEMOS NOSOTROS AMAR A JESUCRISTO    EUCARISTÍA?

 

1. Un primer motivo o razón para amar a Jesús Eucaristía es: Porque “Él nos amó primero”.

En el Sagrario Jesucristo nos ama y nos espera a todos con deseos de amistad eterna.

Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el amor de concupiscencia y el amor de amistad; lo que corresponde, en parte, a la distinción más común entre el amor «eros» y «agapé», entre amor de búsqueda y amor de donación.

El amor de concupiscencia, dice S. Tomás, es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), esto es, cuando se ama alguna cosa, entendiendo por «cosa» no solo un bien material o espiritual, sino también una persona, cuando ésta es reducida a cosa e instrumentalizada como objeto de posesión y disfrute.

El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (Aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona (S. Th. I-II, 27,1).

La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta primera que debemos hacernos sobre la persona de Jesús, sobre su divinidad, es ésta ¿Crees? La pregunta segunda que debemos hacernos nos la dirige Él personalmente: ¿Me amas?

Existe un examen de Cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos: El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder al sacerdocio o una Licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida  eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: ¿Crees? ¿Me amas? ¿Crees que Jesucristo es el Hijo de Dios, crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?

San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si alguien no ama al Señor, sea anatema, sea condenado” (1Cor 16, 22) y el Señor del que habla es el Señor Jesucristo.

A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: Contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de Cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra  aquellos que no aman a Jesucristo.

Esta tarde queremos preguntarnos y responder, con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre viene en nuestro auxilio, si le invocamos como lo hacemos ahora en silencio y personalmente, mientras meditamos y nos preguntamos dentro de nosotros: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?

El nos amó y nos ama en el Sagrario porque vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos las puertas de la amistad eterna con nuestro Dios Trino y Uno.

En esto ponía san Juan la esencia de Dios: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y entregó a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”;

 Esto era lo que inflamaba, por encima de cualquier otra cosa, al apóstol Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). “El amor de Cristo, decía también, nos apremia –charitas Dei urget nos--, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con Él (2Cor 5,14).

El hecho de que Jesús nos haya amado primero y hasta el punto de dar su vida por nosotros “nos apremia-urget nos”, o como se puede traducir también, “nos empuja por todas parte”, “nos urge dentro”.

Se trata de esa ley bien conocida por ser innata, por la que el amor «a ningún amado amar perdona» (Dante ), es decir, no permite no corresponder con amor a quien es amado.

¿Cómo no amar a quien nos amó primero y tanto? «Sic nos amantem, quis non redamaret» (Adeste fideles) cantamos en la Navidad. El amor no se paga más que con amor. Otra moneda, otro precio no es el adecuado. ¿Por qué hemos de ser tan duros con Jesús? Si Él nos amó primero y totalmente, cómo no corresponderle?

¡Qué misterio tan inabarcable, tan profundo, tan inexplicable, el misterio del Dios de los católicos, del único Dios, pero digo de los católicos, porque a nosotros, por su Hijo, nos ha sido revelado en mayor plenitud que a los judíos o mahometanos, porque todas las religiones tiene rastro de Dios.

Nuestro Dios nos pide amor en libertad, desde la libertad, no por obligación. Esto es lo grande. Se rebaja a pedir el amor de su criatura pero no la obliga. Y esa criatura responde: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman», como nos enseñó el ángel en Fátima, en nombre de la Virgen.

2. El segundo motivo y el más sencillo para amar a Jesucristo es que Él mismo nos lo pide.

¡Qué humildad! Todo un Dios infinito pidiendo el amor a su criatura. Pero si Él lo tiene todo. Es el “Todo”. Qué humildad, qué amor más extremo.  Pedir mi amor cuando soy yo, puro ser finito, el que necesito de su Amor y Fuerza.

 En la última aparición del resucitado, recordada y descrita en el evangelio de san Juan, en un determinado momento, Jesús dirige a Simón Pedro y le pregunta tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21. 16).

Dos veces aparece en las palabras de Jesús el verbo agapao, que indica normalmente la forma  más elevada del amor, la del agapé o la de caridad, y en una el verbo phileo, que indica el amor de amistad, el querer o tener afecto por alguien.

«Al final de la vida, dice san Juan de la Cruz, seremos examinados de amor» (Sentencia 57); y así vemos que ocurrió también a los Apóstoles: al final de su  vida con Jesús, al final del evangelio, fueron examinados de amor. Y sólo de amor; no fueron examinados de conocimientos bíblicos, de sacrificios, de liturgia.

Como todas las grandes palabras de Cristo en el evangelio tampoco ésta “¿me amas?” va dirigida tan sólo al que la escuchó la primera vez, en este caso a Pedro, sino a todos aquellos que leen el evangelio. De lo contrario, el evangelio no sería el libro que es, el libro que contiene las palabras “que no pasarán” (Mt 24, 35), las palabras  de Salvación dirigidas a todos los hombres de todas las épocas.

Por eso, quien conoce a Jesucristo y escucha estas palabras de Cristo dirigidas a Pedro, sabe que van dirigidas a todos los creyentes, que nos sentimos interpelados por ellas lo  mismo que Pedro ¿Me amas?

Y a esta pregunta hay que responder personal e individualmente, porque de pronto nos aísla de todos, nos pone en una situación única y se dirige a cada uno. No se puede responder por medio de otras personas o de una institución. No basta formar parte de un cuerpo, la Iglesia, que ama a Jesús. Esto se advierte en el mismo relato evangélico, sin querer con ello forzar el texto.

Fijaos bien, queridos hermanos, que hasta ese momento la escena se presenta muy animada y concurrida: junto a Simón Pedro estaban Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Juntos habían pescado, comido, habían reconocido al Señor. Pero ahora, de pronto, ante esta pregunta de Jesús, todos desaparecen de la escena, se quedan sólo los dos: Cristo y Pedro.

Desaparece todo: la charla, el pescado; la barca queda fuera de escena. Se crea un espacio íntimo en el que se encuentran solos, uno frente a otro, Jesús y Pedro. El apóstol queda cara a cara, aislado de todos, ante aquella pregunta inesperada: ¿Me amas?

Es una pregunta a la que ningún otro puede responder por él y a la que él no puede responde en nombre de todos como hizo en otras ocasiones del evangelio, sino que debe hacerlo en nombre personal y propio, responder de sí mismo y por sí mismo.

Y, en efecto, se nota como Pedro se ve obligado, por la premura de las tres preguntas, a entrar en sí mismo, pasando de las dos primeras respuestas, inmediatas, pero rutinarias y superficiales, a la última, en la que se ve aflorar en él todo el saber de su pasado personal, e incluso su gran humildad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21, 17)

Por tanto, la segunda razón que yo pondría para responder a la primera pregunta que nos hacemos, de por qué debemos amar a Jesús, es: Porque Él mismo nos lo pide, porque me da su amor para que yo le dé el mío, porque para eso se encarnó y vino en m búsqueda y murió y resucitó, solo para eso, y para eso se quedó tan cerca de mí y de todos los hombres en el Sagrario, para que yo le devuelva amor.

Ahora bien, quizás antes de responder debemos pensar quién nos lo pide. Me lo pide Jesús que lo tiene todo, porque es Dios, que no tiene necesidad de mi, qué le puedo yo dar que Él no tenga, es Dios. Entonces por qué me lo pide: porque lo tiene todo, menos mi fe y confianza en Él, menos mi amor, si yo no se lo doy. Luego me lo pide por amor, para amarme más, para poder entregarse más a mí, me lo pide, porque quiere vivir en amistad conmigo y empezar ya una amistad eterna, que no acabará nunca. Y me lo pide desde el Sagrario, donde se ha quedado para siempre en amistad ofrecida con amor a  todos los hombres, vino para esto y para esto se hizo primero hombre y luego, pan de Eucaristía, para ser comido con amor. Y así se cumple el dicho popular: “te quiero  tanto que te como”. Y eso por ambas partes: Jesús y nosotros.

 

3. Debemos amar a Jesús Eucaristía porque el cristianismo, más que ritos y celebraciones, esencialmente es una Persona: Jesucristo.

La religión cristiana esencial y primariamente es una persona, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, antes que conocimientos y cosas sobre Él. Cristiano quiere decir que cree y acepta y ama a Jesucristo. El cristianismo es y exige conocer y amar y tener una relación y amistad personal con Él, tratar de amar como Cristo, pensar y amar como Él. Y en toda relación la amistad debe ser mutua. La amistad existe no cuando uno ama, sino cuando los dos aman y se aman. Entonces, si partimos de la base que ya hemos establecido, de que Él nos ama y nos ama primero, es lógico que nosotros respondamos con amor, si queremos ser cristianos, es decir, amigos de Jesús.

Por otra parte, un cristianismo sin amistad con Cristo, es el mayor absurdo que pueda darse. Porque a nadie se le obliga a ser cristiano. Es libre. La libertad viene de la voluntad de optar y comprometerse por Cristo, todo lo cual nos está hablando de amor y correspondencia de amistad...

Sólo quien ama a Cristo puede ser cristiano auténtico y coherente. Si tú quieres serlo, has de amarlo. Lo absurdo del cristianismo es que muchos se consideran cristianos, sin conocer y amar personalmente a Cristo. Es un cristianismo sin Cristo. Un cristianismo de verdades y sacramentos, pero sin personas divinas, sin Cristo, sin relación y amistad personal con Él, no es cristianismo, no es religión que nos religa y une a Él personalmente, es un absurdo, es puro subjetivismo humano, inventado por el hombre.

4. Debemos amar a Jesucristo para corresponder a su amor; porque por amor a nosotros se encarnó primero en carne humana y luego, en un trozo de pan.

Cristo merece nuestro amor, merece ser amado, es digno de nuestro amor, nos ha ganado con su amor, es amable por sí mismo y por sus obras, por lo que ha hecho por nosotros. Reúne en sí toda la belleza y hermosura de la creación, del hombre, del amor, de la vida, de la santidad, de toda belleza y perfección.

Nuestro corazón necesita algo grande para amar. Cristo es lo más grande y bello y maravilloso y fiel y grandioso y amable que existe y puede existir; nadie ni nada fuera de Él puede amarnos y llenarnos de sentido de la vida y felicidad como Él. Atrae todo el amor del Padre: “Este es mi hijo muy amado, en el que me complazco”. Es el “esplendor de la gloria del Padre”, reflejo de su ser infinito. Si el Padre eterno e infinito se complace en Él, y Jesucristo colma y satisface plenamente la capacidad infinita de amar del Padre Dios ¿cómo no colmará la nuestra? Por eso, quien ama a Jesucristo, a su Hijo, el Padre le ama con amor de Espíritu Santo, esto es, con el mismo amor con que Dios se ama, que es el Amor persona divina, el mismo Amor con que Dios le ama: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en él”; “Al que me ama, mi Padre le amará”; “El Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado”. (Jn 14. 21.23; 16, 27).

 

5. Debemos amar a Jesucristo para conocerlo en su plenitud de amor entregado y poder conocerlo y amarlo en plenitud. A Cristo no se le conoce hasta que no se le ama. El amor es el que nos hace penetrar en  su misterio. Le conocemos en la medida en que le amamos. Y esto tiene que ver mucho con la oración que es conocimiento de amor y por amor. Las verdades no se comprenden hasta que no se viven. Mediante el amor, por contacto y conocimiento por afecto y encuentro y contacto de unión, que nos une a la persona amada y nos hace descubrir su intimidad, podemos conocer en plenitud, más que por el conocimiento frío y abstracto del entendimiento. Las madres conocen a los hijos por amor, incluso en sus males y enfermedades de cuerpo y alma. Los místicos conocen más y mejor que los teólogos.

Lo vemos claramente en Pentecostés. Cristo se había manifestado a los apóstoles por la palabra y los milagros y su vida, pero siguieron con miedo y las puertas cerradas y no le predicaron y eso que le habían visto morir por amor extremo al Padre y a los hombres, como ampliamente le había dicho en la Última Cena. Sin embargo, cuando en Pentecostés conocen a Cristo hecho fuego de Amor de Espíritu Santo, entonces ya no pueden callarlo y lo predican abierta y plenamente y llegan a conocerlo de verdad.

La oración afectiva es  como el fuego que nos alumbra y nos da calor a la vez; da conocimiento de amor; es como dice san Juan de la Cruz el madero encendido, que alumbra y da calor y amor;  amor que nos pone en contacto con la persona amada. San Agustín: no se entra en la verdad, sino por la caridad. La experiencia constante de todos los santos y los creyentes nos confirman esta verdad. Sin amor verdadero, sin amistad con Cristo, sin amor de Espíritu Santo, no llegamos a conocer plenamente a Cristo. El Jesús que se llega a conocer con los mas brillantes y agudos análisis cristológicos, no es el Cristo completo, la “verdad completa” de Cristo. Esto les pasó a los Apóstoles, y eso que habían visto todos sus milagros y escuchado todas sus predicaciones.

Al verdadero y fascinante y seductor y “más bello entre los hombres” no lo “revelan ni la carne ni la sangre”, esto es, la inteligencia y los sentidos y la investigación de los hombres, sino “El Padre que está en los cielo... Él nos lo ha dado a conocer” (Mt 16,17), y el Padre no se lo revela a los curiosos , sino a los que le buscan sinceramente. El Padre no se lo revela “a los sabios y entendidos de este mundo, sino a los sencillos” (Mt 25, 11).

 

6. Debemos amar a Jesucristo porque queremos vivir, amar y ser felices con Él eternamente. Sólo amándolo a Él, podemos vivir su vida, su evangelio, su palabra y poner en práctica sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” “El que no me ama, no guarda mi doctrina” (Jn 14, 15. 24). Esto quiere decir que no se puede ser cristiano en serio, no se pueden cumplir sus exigencias radicales y evangélicas sin un verdadero amor a Jesucristo, que con su amor hecho gracia y fuerza divina, nos ayudará a cumplir con sus mandamientos con perfección. Sin amor a Cristo falta la fuerza  para actuar y obedecer. Por el contrario, quien ama, vuela en el cumplimiento de su voluntad por amor.

 

 

24º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª  Y  2ª  MEDITACIÓN

JESUCRISTO EUCARISTÍA ES EL  MEJOR MODELO Y MAESTRO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO

 

Queridos hermanos: me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía. Es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Como os dije ya anteriormente, al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos encontrando con Él en la Eucaristía, que es donde está más presente «el que nos ama», y esto es en concreto la oración, la oración en general, o si queréis, la oración eucarística, que será hablar, encontrarnos, tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Este es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres, en todos los Sagrarios de la tierra.

El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarle a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y podamos contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos. Siempre es el mismo ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso, “la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo; y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de su fe y amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas a los hombres, sus hermanos. Quiero decir con esto que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad o porque están muy subidos en la oración, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y crea lo que tiene que creer y quiera ponerse en camino para recorrer de verdad las etapas necesarias de este Camino, de esta Verdad y de esta Vida de amistad, que es Jesucristo Eucaristía y que Él mismo expresó bien claro: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “El que me coma, vivirá por mí...” “...El agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. “Yo soy el camino...”

La puerta para entrar en este Camino y en esta Vida y Verdad quenos conducen hasta Dios mismo, es Cristo, por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer».

 Y para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el meor Camino, Verdad y Vida es el Sagrario, porque es el mismo Cristo, porque es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, que es noche y oscuridad para la razón y los sentidos, al principio, porque uno no ve nada, hasta que uno se va adecuando y acostumbrando a hablar con una persona, que no ven los ojos de la carne, por los cuales antes veía y quería ver hasta lo que le decía la fe, y ahora poco a poco es la fe la que va dominando hasta en los sentidos, cosa inaudita para ellos; y poco a poco viene el amanecer de la amistad con Cristo, por la fe, desde la fe y en la fe, que es luz del mismo Dios, más clara, luminosa y evidente que todo lo que aportan la razón y los sentidos.

Sólo por la fe, que es participación de la verdad y del conoimiento que Dios tiene de sí mismo y que por tanto no podemos comprenderlo ni abarcarlo, hay que ir fiándose de su amor, podemos acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí, en el Sagrario, está esta fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua de la oración y del amor que “salta hasta la vida eterna”.          

El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por drnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la Teología; hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos.

Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos; hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y su persona, en la seguridad que nos ofrece su amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender cómo un Dios pueda amar así a sus criaturas y abajarse de esta forma.

Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, Que le di a la caza alcance».

La fe, el diálogo de fe con Cristo Eucaristía, la oración en general, pero sobre todo la eucarística, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente; sino que será ella la que nos abarque a nosotros y nos desborda. Y nosotros tenemos que dejarnos dirigir y dominar por ella, porque la fe va delante, y luego sigue la razón. Nosotros pensamos sobre estos misterios, siguiendo a la fe, nunca poniéndonos delante, porque ella es la señora, es la luz de Dios y nosotros somos criaturas, tenemos que seguirla; aunque no la comprendamos, porque la fe y la oración de fe es siempre un encuentro con el Dios vivo e infinito.

Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida; pero no poseída, aunque deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión total con Dios, si uno es capaz de seguir hasta las cumbres de la contemplación a la que Dios nos llama, para lo cual hay que purificarse mucho, como luego diremos.

Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma, de sus juicios, ideas, pensamientos y razones puramente humanas que no pueden comprender a Dios, tiene que ir no viendo ni sintiendo ni apoyándose nada en lo que le dicen sus criterios humanos y los sentidos: ¿Cómo puede estar el Dios infinito en un trozo de pan? ¿Un Dios tan grande, y no salen luces especiales ni resplandores del Sagrario? ¿Por qué renunciar a lo que veo y tengo por algo que no veo? ¿Cómo recorrer este camino sólo en fe? ¿Quién me lo asegura? ¿Llevo años y no siento con fuerza su presencia? ¿Cómo encontrarme con Cristo en el Sagrario, si no lo veo, no oigo, no siento?

Estas y otras muchas cosas se nos vienen a la cabeza y San Juan de la Cruz dice que todas esas dudas y noches de fe y de amor son necesarias para purificarnos y llegar a la unión total con el Amado sólo desde la fe y por la fe, porque es la misma luz de Dios y la única que nos puede llevar hasta Él: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos a Dios y a sus misterios. Como haga caso a la razón y a lo que me dicen los sentidos que no ven nada de esto, no podré dar ni el primer paso en serio: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17).

A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes, y todos los amigos de Jesús, que han vivido el evangelio y han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

Este camino hay que recorrerlo siempre, sobre todo al principio, con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo de fe y madre por la fe, llegó a concebir y a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne, que más le podían hacer dudar. Por ejemplo, cuando lo tenía naciendo en su seno.

Y éste que nace en mí ha creado los cielos y la tierra, y este es Dios, y ahora nace pobre y nadie lo reconoce como Dios y todos me dirán que estoy loca si digo lo que creo, y nadie creerá que sea Dios el que nace dentro de mí y yo soy la única, pero ella creyó contra toda evidencia puramente humana; igual que en la cruz, estando allí, junto a la cruz de su Hijo, vinieron sobre su mente los pensamientos que hicieron que otros le abandonaran y le dejaran sólo a Jesús en ese momento tan importante de su vida, cuando Él más lo necesitaba, porque era también su noche de fe, porque su Divinidad no la sentía, había dejado sola a la humanidad para que pudiera sufrir y salvar a los hombres, porque así lo quería el Padre.

María, junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios.

Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia de amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, más por vía de amor que por vía de inteligencia, transformándose el alma en «llama de amor viva».

Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo... San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con Él y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros conocemos por la teología y celebramos en la liturgia.

Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

 

25º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

 JESÚS, DESDE EL SAGRARIO, ES Y NOS ENSEÑA “EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”.

1ª MEDITACIÓN

 

UN CIEGO QUE VIO MAS QUE LOS DEMÁS “Llegaron a Jericó. Y al salir de la ciudad con sus discípulos y mucha gente, Bartimeo, el hijo de Timeo, un ciego, estaba sentado a la vera del camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le reñían para que callara, pero él gritaba mucho más: hijo de David, ten compasión de mí.

Entonces Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Animo, levántate, que te llama. Él, tirando su manto, dio un brinco y se presentó a Jesús.

Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le contestó: Maestro, que vea.

Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista; y le seguía por el camino(Mc. 10, 46-52).

 

“AL ENTERARSE DE QUE ERA JESUS DE NAZARETH, SE PUSO A GRITAR”(Mc. 10, 47).

 

El pobre ciego vivía de lo que le daban. Y ¿qué le daban? Unas monedas o un mendrugo de pan, y con eso podía ir subsistiendo. ¿Qué podrían hacer los demás? Detener su muerte, pero ninguno podía darle una vida y los ojos sanos que necesitaba para vivir. Por eso a cuantos pasaban a su lado les pedía ayuda.

Pero cuando se entera que es Jesús el que pasa es consciente de una cosa: que sólo Jesús puede darle lo que necesita para ser persona normal; y ante la magnitud de lo que espera recibir rompe la rutina de sus fórmulas que servían para pedir limosna a los demás que no eran Jesús. No sólo emplea palabras nuevas para dirigirse a Jesús, sino que las grita. Y las grita no sólo porque le salen muy de dentro, sino también porque quiere que sus palabras no se pierdan entre el vocerío de la gente y puedan llegar a Jesús.

Sus voces molestaban a los demás. Y los demás, egoístas, al fin y al cabo, no se daban cuenta de que seguían a Jesús desde su egoísmo, porque querían seguirle sin molestia alguna. Por eso increpaban al ciego para que callara.

Pero ¿cómo va a callar el pobre ciego cuando se trata de una cosa vital para él? A los demás no les interesa, pero para él es cuestión de vida o muerte. No callará, no. Gritará más fuerte. La oración es su gran fuerza. La oración es su gran oportunidad ante el paso que Jesús está haciendo junto a él.

Jesús, pensando sobre mi vida, la veo reflejada en la situación de este hombre ciego. Yo me encuentro sentado junto al camino. No entro, no puedo entrar en la corriente de la vida porque no veo, porque soy inconsciente, porque no tengo el sentido profundo y verdadero de las cosas…, o todavía peor, porque creo que veo y no soy sino un ciego que aspira a convertirse (tanta es mi presunción) en guía de ciegos. Me creo rico, y en realidad no sé hacer otra cosa sino mendigar limosna a cuantos pasan a mi lado: que me den un poco de su tiempo, de su interés, de su cariño, que se paren junto a mí, que me hagan caso, que me den mis caprichos, que hagan lo que yo quiero. A esto se reduce mi actividad: a llamar la atención de mis padres, de mis amigos, de  mi grupo o campo profesional.

Pero ellos no pueden sino echarme una limosna para prolongar un poco más mi sed y mi satisfacción. ¿Qué más van a hacer? Son tan pobres como yo! El mundo no es más que una multitud de mendigos que piden limosna a otra multitud de mendigos.

Hoy no. Hoy no pasa junto a mí un cualquiera. Tú, Jesús, eres distinto. Tú eres la única esperanza para mi ceguera y para que yo pueda salir de la orilla del camino e incorporarme a tu marcha.

Mira, Jesús, me pasa como a aquel ciego. Me dicen que me calle, que no ore, que no moleste y que no me moleste. Me lo dice mi egoísmo, al que le cuesta arrancarse de esta vida de mendicidad que llevo. Me lo dice mi comodidad, insistiéndome en que pierdo el tiempo. Me lo dicen los que me rodean, esos que son tan ciegos como yo y que pretenden que siga a tientas por la vida, sin saber a dónde ir, probando de todo, pero sin tener un rumbo fijo.

Me dicen que me calle, que no ore..., y yo sé que eso es condenarme a permanecer ciego y mendigo para siempre. Me dicen que me calle ante un mundo que está muy mal, que está tan ciego como yo y que yo tengo la obligación de salvar.

No, Jesús. Mi oración es mi fuerza. Mi oración me hace reconocer mi debilidad, pero pone en movimiento toda su fuerza para salvarme. Por eso, desde lo más hondo de mi ser, te digo: “Ten compasión de mi, Jesús, Hijo de David!”

 

“¡ANIMO, LEVANTATE! QUE TE LLAMA”(Mc. 10, 49)

 

Jesús tiene un oído muy fino. No hay súplica salida del corazón del más pobre que no le llegue a su corazón también. El tiene un corazón muy sensible. Pero es preciso que el que ora ponga su corazón a gritar, que no se contente con una oración de labios. De este modo llegó al oído y al corazón de Jesús la súplica del ciego.

Y Jesús le llamó. Llamada de última hora. Porque este ciego no ha convivido con Jesús, ni le ha visto hacer milagros. Sólo le conoce de oídas. No importa: Jesús le llama. Y esta llamada de Jesús le llena de ánimo. Jesús le ha oído y se ha fijado en él para hacerle discípulo.

No hay ejemplo más claro de prontitud en todo el Evangelio: «Arrojó el manto, dio un brinco y vino donde Jesús». Probablemente el manto era el único estorbo que impedía al pobre ciego acercarse a Jesús. No dudó en deshacerse de él. ¿Qué le importaba ya el manto si Jesús mismo le había llamado?

Tengo que repetirme muchas veces: «Jesús está pasando a mi lado: ¡Animo, levántate!, que te llama...» Y es verdad, Jesús. Tú estás cruzando continuamente tu camino con el mío. Tú cruzas tu camino con el camino de todos los hombres. Algunos prefieren no encontrarse contigo ¡Pobres...! se quedarán siempre ciegos.

Yo sí; yo quiero que pases a mi lado. Yo quiero que me llames. Yo quiero responder con prontitud, dejar de la mano todo lo que me entretiene y correr hacia Ti que me llamas.

Porque sé que tu llamada no es para hacerme daño. Al contrario: es para bien mío y para bien de los demás. Por eso quiero responder con prontitud y con alegría tus llamadas.

 

2ª MEDITACIÓN

 

“¡MAESTRO, ¡QUE VEA!”(Mc. 10, 51)

 

A tientas ha llegado el ciego ante Jesús. Jesús va a hacerle un examen a ver si conoce cuál es su verdadera necesidad: “¿Qué quieres que haga contigo?”. El ciego propiamente sólo tenía una desgracia: ser ciego. Y él se daba cuenta de ello. Por eso, ante la pregunta de Jesús, fue lo primero y lo único que dijo: “Maestro: sólo quiero una cosa, ver”.

Esta es, Jesús, mi gran desgracia también: no veo, no me doy cuenta, soy un inconsciente. Estoy delante de Ti y sólo te conozco por fuera; no he entrado aún en el misterio de tu persona; veo un trozo de pan pero no entro dentro del pan para verte y tener la luz del camino, de la verdad y de la vida; comulgo, pero no entro en comunión de tus sentimientos y vida, no entro dentro del corazón del pan y descubro a un Cristo emocionado, con el pan en las manos, que nos dice: Tomad y comed, acordaos de mí, de mi emoción en dar la vida por vosotros, en quedarme para siempre en un trozo de pan por deseos de amistad y salvación para todos. Oigo tus palabras, y hasta me las sé de memoria, pero no he penetrado en su verdad más profunda, porque no las vivo. Veo que eres bueno y cariñoso, pero no lo siento, porque no vivo como tú, ni perdono como tú, ni amo como tú ni entiendo que yo debo hacer lo mismo... No comprendo aún por qué tengo que sacrificarme. No he captado aún el valor de la cruz. Que la Eucaristía es Cristo muerto y resucitado, es carne triturada y resucitada.

No valoro aún la oración, la Eucaristía, la renuncia a mí mismo, el servicio a los demás. Tantas y tantas cosas son las que no veo aún. Esta es la señal de que estoy ciego, Señor.

 Pero providencialmente Tú estás a mi lado y me preguntas qué espero de Ti. Para esto te quedaste en el Sagrario. De este modo Tú pones en mis propias manos la solución de mis cegueras y torpezas y tropiezos en la vida.

Porque cuando Tú me preguntas ¿qué quieres que haga contigo?, no es para que yo te pida el primer capricho o tontería que se me ocurra. No, Tú me lo preguntas para ver si yo me doy cuenta de cuál es la verdadera necesidad mía y para ver si de verdad quiero mi salvación, siendo capaz de pedirte lo que verdaderamente necesito.

Pues sí, Jesús. Quiero pedirte que pongas tus manos sobre mis ojos para que yo vea. Para que yo te vea a Ti, para que yo te conozca a Ti, para que conozca el sentido de mi vida, para que conozca mi vocación y mi trabajo en la vida, para que me dé cuenta de las necesidades que hay a mi alrededor, para que aprecie la Eucaristía,  para que valore el trabajo, la humildad, la sinceridad y tantas y tantas cosas tengo que ver aún. Por eso, Jesús, sólo te pido unos ojos nuevos. ¡Maestro, que yo vea...!

 

“RECOBRÓ LA VISTA Y LE SEGUIA POR EL CAMINO”(Mc. 10, 52)

 

Los días de Jesús estaban contados. Era la última subida que hacía Jesús a Jerusalén; porque Jesús tenía allí una cita con toda la humanidad y quería ser puntual a ella. En Jerusalén iba a entregarse por todos los hombres y deseaba que sus amigos le siguiesen en esta actitud de dar la vida por los demás. Los apóstoles habían comprendido muy poco y le seguían con miedo. Además, intentaban retrasar cuanto podían la marcha, algo malo barruntaban.

Jesús, caigo en la cuenta que nadie puede entenderte, si primero no está totalmente abierto a Ti, como este ciego, y si Tú, además, no le iluminas con una luz especial. Los hombres nos creemos que entendemos las cosas y que ya no necesitamos que nadie nos diga nada porque ya conocemos suficientemente tu Evangelio ¡Qué vana pretensión! Nos pasa como a tus discípulos: Ellos iban contigo y no habían entendido ni a qué iban, ni por qué. Ellos iban con miedo precisamente porque creían que iban a algo malo. Estaban ciegos. Estamos ciegos. Yo estoy ciego.

Este sería el primer paso para mi salvación: reconocer que estoy ciego, que de Ti y de tus cosas no entiendo nada.., que lo mejor que puedo hacer es pedirte que me cures. Porque Sólo si Tú me curas podré arrancarme de mi estado de mendicidad. Y, sobre todo, sólo si Tú me curas, yo podré ponerme en camino contigo para ver dónde, cómo y por qué tengo que dar mi vida como hiciste Tú.

Esto es lo que yo quiero: seguirte a Ti, aunque los demás no te sigan; comprenderte a Ti, aunque los demás no te comprendan; arrancarme de mi mundo de oscuridad y esclavitud, aunque los demás me griten de mil modos que permanezca en él. Por eso, una y otra vez, desde lo más hondo del corazón te repito: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!

 

 

 

26ª JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Meditación

 

 JESUCRISTO DESDE EL SAGRARIO SIEMPRE ESTÁ INTERCEDIENDO ANTE EL PADRE POR SUS HERMANOS, LOS HOMBRES.

 

“Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”(Fil 2, 5-11).

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como nos ha dicho San Pablo:

 

A). Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas...

 

B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5: «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado... conservas ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante tu presencia, y vendré muchas veces, enséñame,  ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

 

C). Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,  pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo tu el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

 

 

2ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO ESTÁ …EL CORAZÓN QUE MÁS AMA A LOS HOMBRES Y A CAMBIO… RECIBE  MUCHOS ABANDONOS Y DESPRECIOS

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente.

Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

 Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos: Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

 Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida.

 Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

 Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacío existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

 Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

 

27º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

JESÚS, DESDE EL SAGRARIO, NOS ESTÁ DICIENDO A  TODOS: “ACORDAOS DE MI”

 

 En el "acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus deseos y sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí”. Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar; yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo,  viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

El adorador eucarístico o comulgante o participante en la santa misa no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna o diurna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

Y así surgirán nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán sus necesidades espirituales y materiales.

Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque están referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:        

 «¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar”. (1)

“Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla». (2)

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él». (3)

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no los saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir». (4)

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran,  con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó» .

«Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira!. (6) (J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotale, BAC minor, Madrid 1969, 1-pags 143-144;2- 145; 3-147; 4-149; 5-193; 6- 198 )

2ª MEDITACIÓN

 

EN EL SAGRARIO NOS ESPERA JESÚS, EL MEJOR GUÍA Y MAESTRO DE NUESTRA FE, ESPERANZA Y CARIDAD  

 

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Eucaristía y de la Adoración Eucarística. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario, para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad le costó y no lo comprendía.

En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”.

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

¡Qué maravilla! Nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser  servidoras, mildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia.       La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, apelando a sus derechos de esposa, ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, para embalsamarle con el aroma de nuestras oraciones y agradecimiento por todo lo que ha sufrido y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes de Cristo en el santo sacrificio.

 

 

28º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

HORA SANTA SACERDOTAL

 

Monición

El Papa Benedicto XVI, coincidiendo con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en junio de 2009, abrió un especial «Año Sacerdotal» que conmemorase el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, Juan María Vianney, corno verdadero referente sacerdotal para todo el pueblo de Dios.

Este Año Sacerdotal, según refiere el mismo Papa, debe suponer «una importante ocasión para mirar, todavía más, con grato estupor la obra del Señor que, “en la noche que fue entregado” (1 Co II, 23), quiso instituir el Sacerdocio ministerial, uniéndolo inseparablemente a la Eucaristía, cumbre y fuente de vida para toda la Iglesia.

Será un año para redescubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de cada sacerdote, concienciando a todo el pueblo santo de Dios: los consagrados y las consagradas, las familias cristianas, los que sufren y, sobre todo, los jóvenes, tan sensibles a los grandes ideales vividos con auténtico empuje y constante fidelidad, para que estén abiertos a la llamada del Señor».

Al acercarnos a este manantial abierto del corazón de Jesús buscamos renovar nuestra filiación divina y agradecerle su inmenso amor, la institución del sacerdocio y la Eucaristía.

En el Corazón de Jesús el triste siempre hallará consuelo, el soberbio humildad, el iracundo mansedumbre y todos hallaremos todo para ser hijos agradecidos, cristianos perfectos, verdaderos siervos de Dios, asemejándonos en todo a Jesucristo.

 

Saludo

Celebrante: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

Celebrante:La Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

Todos:Y con tu espíritu.

 

Canto Vocacional: «Tú has venido a la orilla...»

 

Oración

Dios todopoderoso, al evocar al Corazón de Jesús, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros. Te pedimos nos concedas recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Salmo al Corazón de Jesús

Ant. «Señor, crea en mí un corazón puro»

 

¡Qué bueno es Dios para el justo,

el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,

casi resbalaron mis pisadas:

porque envidiaba a los perversos

viendo prosperar a los malvados.

 

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes de tu rostro,

 no me quites tu santo espíritu.

Dios mío, mi corazón está firme,

para ti cantaré y tocaré, gloria mía.

Despertad, cítara y arpa;

despertaré a la aurora.

 

Te daré gracias ante los pueblos,

Señor, tocaré para tí ante las naciones:

por tu bondad, que es más grande que los cielos;

por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

 

Gloria al Padre, y al 1 lijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

Ant. «Señor, crea en mí un corazón puro».

 

Palabra de Dios

 

“Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado porque aquel sábado era muy solemne rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.

Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.

Pero al llegar a Jesús, corno lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con tina lanza y al instante salió sangre y agua.

El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron”.

(Juan 19, 31-37)

 

¿Qué hay dentro del Corazón de Jesús?

 

Se abre la puerta de una casa para dejar entrar; se abre la vida cuando se quiere compartir; se abre el corazón cuando se quiere regalar. Jesús nos abrió su Corazón para darnos la VIDA. ¿Qué mejor manera para conocer a Cristo que adentramos en su Corazón?

Todos: «Y nos abrió su corazón».

 

Lector. Para que, arraigados y cimentados en el amor, podarnos comprender con todos los creyentes la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y nos lleva a la plenitud misma de Dios.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Para entrar en su intimidad y gustar sus amores.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Para desvelamos sus sentimientos y enviarnos a encarnarlos en el mundo.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi Sangre» (Mi 26, 26.28), regalándonos la Eucaristía.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos regaló el mandamiento del amor fraterno: «Armaos unos a otros como yo os he amado... Permaneced en mi amor... Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos...».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Yo estoy en medio de vosotros corno el que sirve» regalándonos el ministerio sacerdotal para: «Haced esto en conmemoración mía».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Orad para que no caigáis en tentación... Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos entregó a la Virgen María, como Madre de la Iglesia.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y nos dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré... Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Hasta derramar la última gota de su sangre por cada uno de nosotros, por eso decimos: «Me amó y se entregó por mí».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Y gritó, en pie, diciendo: «Quien tenga sed que venga a mí y beba... y ya nunca más tendrá sed».

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: «Y nuestra obra brotó del Corazón de Jesús Sacramentado, silencioso, olvidado, desconocido, ultrajado».

 

Silencio meditativo y oración personal

 

Canto recitado:

Hay un Corazón que mana, que palpita en el Sagrario; el Corazón solitario que se alimenta de amor. Es un Corazón paciente, un Corazón amigo, el que habita en el olvido, el Corazón de tu Dios.

Es un Corazón que ama, un Corazón que perdona, que te conoce y que toma de tu vida lo peor. Que comenzó esta tarea una tarde en el Calvario y que ahora en el Sagrario tan sólo quiere tu amor.Decidles a todos que vengan a la Fuente de la Vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

Es el Corazón que llora en la casa de Betania, el Corazón que acompaña a los dos de Emaús. Es el Corazón que al joven rico amó con la mirada, el que a Pedro perdonaba después de su negación.

Es el Corazón en lucha del Huerto de los Olivos que, amando a sus enemigos, hizo creer al ladrón. Es el Corazón que salva por su fe a quien se le acerca, que mostró su herida abierta al apóstol que dudó.

Decidles a todos que vengan a la Fuente de la Vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

 

            Plegaria para pedir por los sacerdotes

 

Señor Jesús, Buen Pastor,

presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres

que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que no tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como ella quiere ser   servida.

Que sean hombres de Dios,

testigos del Eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas

de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido

y la tarea encomendada.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida estará siempre presente en la vida de tus sacerdotes. Amén.

 

Oración

«Señor Jesucristo, Redentor del género humano, nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón con humildad y confianza, con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.

Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu Sagrado Corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría, manantial de nuestra vida eterna.

Reunidos juntos en tu nombre, que está por encima de cualquier otro nombre, nos consagramos a tu Sacratísimo Corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.

Señor Jesucristo, Rey de amor y Príncipe de la paz, reina en nuestros corazones y en nuestros hogares. Vence todos los poderes del maligno y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón. Amén

 

29º JUEVES EUCARÍSTICO 

 

1ª MEDITACIÓN

 

 EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE  JESÚS CON SUS MANOS Y CORAZÓN LLAGADOS POR AMOR.

 

Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Por qué? Podemos considerar algunas razones.

 

CRISTO RESUCITADO QUISO MOSTRARSE CON SUS MANOS Y SU CUERPO LLAGADO:

 

A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para conseguirla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar todos los hombres.

 

B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitadora continua de nuestro corazón por divina misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

 

C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe.

Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena.

 

D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”. Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

 

F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

a) Dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

b) Gran amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adoro te devote...»: 

« No veo las llagas como las vio Tomás, pero onfieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere; que te ame».

Digamos todos con san Pablo: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

 

2ª MEDITACIÓN

 

TRANSFIGURACIÓN EN CRISTO POR LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

Queridos hermanos: Esta homilía podría titularse: La subida al monte Tabor de la transfiguración por el camino de la oración.

 

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y la llamada de Dios. El ejemplo de Jesús lo han seguido y lo siguirán todas las personas que quieran ser cristianos de verdad, que quieran contemplar  el rostro de Dios, que quieran contemplar y sentir lo que creen por la fe,  todos los santos que han existido y existirán, todos los místicos que lo han sentido y sentirán: “descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura… y para eso san Juan de la Cruz, santa Teresa, Madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, ya santas, están canonizadas, para ese encuentro ellos y ellas nos dicen que el camino único es la oración diaria con la conversión permanente de nuestros pecados, que son los velos que nos impiden ver a Cristo transfigurado y contemplar su rostro y hermosura, repito, para nosotros como para todos los santos, el único camino para ver y sentir a Dios, a Cristo, es la oración-conversión permanente que nos lleva a pasar de la  meditación a la contemplación, para llegar así a la unión transformativa en Cristo.

Y el único camino para ver y sentir a Cristo transfigurado en nuestro corazón como en el Sagrario, es la oración, primero meditativa-reflexiva, luego contemplativa, - cuando uno ya no necesita tanto de libros y lecturas porque entra en oración, en diálogo con Dios, sobre todo, Eucaristía, solo con mirarle, con estar en su presencia.

Y para eso, ratos de oración-conversión personal en los que Cristo, sobre todo, Eucaristía, me ilumina y me hace ver mis defectos de soberbia, envidias y caridad, etc. y en la medida que me vaya vaciando de mi mismo, Él me va llenando y yo voy avanzando y sintiendo su presencia en mi alma, y me va llenando y yo lo voy sintiendo más en la medida de mis vacíos de mi yo.

Repito, porque es poquísimo lo que oigo hablar de esto, en nuestra vida cristiana y sacerdotal y formación permanente, nunca se tienen que separar en nuestra vida espiritual oración y conversión. Y así vaciándome de mí mimo cada vez más por la oración-conversión, Cristo me ya llenando y lo voy sintiendo vivo, vivo en mi corazón, sobre todo en la Eucaristía y Sagrario.

No lo dudéis, por la oración-conversión llegamos a la contemplación y vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado y transfigurado: al cielo en la tierra: ahí teneis a San Pablo, tres años en el desierto de Arabia una vez caído del caballo y de no creer y perseguirle… “para mí la vida es Cristo…deseo morir para estar...todo lo considero basura… Tengo el gozo de haberme encontrado con personas así en mi vida pastoral y parroquialo:he conocido almas contemplativas, todas, almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato largo al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

2.-Es que sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad. Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro    se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su presencia y amor.

3. El Tabor existe. Y Cristo sigue transfigurándose ante le buscan en la oración y en la vida. No todos los Apóstoles le vieron tranfigurado, porque no todos subieron a la montaña del Tabor. Cristo se quedó en el Sagrario porque desea transfigurarse ante cada uno de nosotros, pero para eso hay que buscarle en ratos largos de oración. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no le buscamos y subimos por la montaña de la oración-conversión.

4.- “Y se ojó la voz del PadreEste es mi hijo amado, escuchadle”. Padre eterno, lo tendremos en cuenta. Le escucharemos a tu Hijo todos los días en la oración, sobre todo aquí en el Sagrario, monte Tabor permanente. Y para eso, leer y meditar y vivir el evangelio primero para comprenderlo y luego sentirlo y vivirlo: Lectio, meditatio, oratio et contemplatio... no hay otro camino, aunque seas obispo.

5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús y todos los que han llegado a estar alturas: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”

6.- Y así es cómo la vida cambia, y el cielo empieza ya en la tierra, y las almas desean morirse para verlo plenamente en el cielo y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “deseo morir para estar con Cristo…. Vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero… esta vida que yo vivo, es privación…».

 

 

30º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

¿POR QUÉ AMAR  A JESUCRISTO?

 

Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el amor de concupiscencia y el amor de amistad; lo que corresponde, en parte, a la distinción más común entre el amor «eros» y «apagé», entre amor de búsqueda y amor de donación.

El amor de concupiscencia, dice S. Tomás, es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), esto es, cuando se ama alguna cosa, entendiendo por «cosa» no solo un bien material o espiritual, sino también una persona, cuando ésta es reducida a cosa e instrumentalizada como objeto de posesión y disfrute. El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (Aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona (S. Th. I-II, 27,1).

La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta primera que debemos hacernos sobre la persona de Jesús, sobre su divinidad, es ésta ¿Crees? La pregunta segunda que debemos hacernos nos la dirige Él personalmente: ¿Me amas?

Existe un examen de Cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos: El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder al sacerdocio o una Licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida  eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: ¿Crees? ¿Me amas? ¿Crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?

San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si alguien no ama al Señor, sea anatema, sea condenado” (1Cor 16, 22) y el Señor del que habla es el Señor Jesucristo.

A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: Contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de Cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra  aquellos que no aman a Jesucristo.

Esta tarde queremos preguntarnos y responder, con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre viene en nuestra ayuda, si le invocamos como lo hacemos ahora en silencio y personalmente, mientras meditamos y nos preguntamos dentro de nosotros: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?

1.1.- Porque Él es Dios y vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos las puertas de la amistad eterna con nuestro Dios Trino y Uno.

1. 2.- El segundo motivo para amar a Jesucristo y el más sencillo, es que Él mismo nos lo pide. En la última aparición del resucitado, recordada y descrita en el evangelio de san Juan, en un determinado momento, Jesús redirige a Simón Pedro y le pregunta tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21. 16).

Dos veces aparece en las palabras de Jesús el verbo agapao, que indica normalmente la forma  más elevada del amor, la del agape o la de caridad, y en una el verbo phileo, que indica el amor de amistad, el querer o tener afecto por alguien.

«Al final de la vida, dice san Juan de la Cruz, seremos examinados de amor» (Sentencia 57); y así vemos que ocurrió también a los Apóstoles: al final de su  vida con Jesús, al final del evangelio, fueron examinados de amor. Y sólo de amor; no fueron examinados de conocimientos bíblicos, de sacrificios, de liturgia, de sagrada Biblia.

Como todas las grandes palabras de Cristo en el evangelio tampoco ésta “¿me amas?” va dirigida tan sólo al que la escuchó la primera vez, en este caso a Pedro, sino a todos aquellos que leen el evangelio. De lo contrario, el evangelio no sería el libro que es, el libro que contiene las palabras “que no pasarán” (Mt 24, 35), las palabras  de Salvación dirigidas a todos los hombres de todas las épocas.

Por eso, quien conoce a Jesucristo y escucha estas palabras de Cristo dirigidas a Pedro, sabe que van dirigidas a todos los creyentes , que nos sentimos interpelados por ellas lo  mismo que Pedro ¿Me amas?

Y a esta pregunta hay que responder personal e individualmente, porque de pronto nos aísla de todos, nos pone en una situación única y se dirige a cada uno. No se puede responder por medio de otras personas o de una institución. No basta formar parte de un cuerpo, la Iglesia, que ama a Jesús. Esto se advierte en el mismo relato evangélico, sin querer con ello forzar el texto.

Fijaos bien, queridos hermanos, que hasta ese momento la escena se presenta muy animada y concurrida: junto a Simón Pedro estaban Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Juntos habían pescado, comido, habían reconocido al Señor. Pero ahora, de pronto, ante esta pregunta de Jesús, todos desaparecen de la escena, se quedan sólo los dos: Cristo y Pedro.

Desaparece todo: la charla, el pescado; la barca queda fuera de escena. Se crea un espacio íntimo en el que se encuentran solos, uno frente a otro, Jesús y Pedro. El apóstol queda cara a cara, aislado de todos, ante aquella pregunta inesperada: ¿Me amas?

Es una pregunta a la que ningún otro puede responder por él y a la que él no puede responde en nombre de todos como hizo en otras ocasiones del evangelio, sino que debe hacerlo en nombre personal y propio, responder de sí mismo y por sí mismo.

Y, en efecto, se nota como Pedro se ve obligado, por la premura de las tres preguntas, a entrar en sí mismo, pasando de las dos primeras respuestas, inmediatas, pero rutinarias y superficiales, a la última, en la que se ve aflorar en él todos el saber de su pasado peronal, e incuso su gran humildad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21, 17)

Por tanto, la primera razón que yo pondría para responder a la primera pregunta que nos hacemos, de por qué debemos amar a Jesús, es: Porque Él mismo nos lo pide.

Ahora bien, quizás antes de responder debemos pensar quién nos lo pide. Me lo pide Jesús que lo tiene todo, porque es Dios, que no tiene necesidad de mi, qué le puedo yo dar que Él no tenga, es Dios. Entonces por qué me lo pide: porque lo tiene todo, menos mi fe y confianza en Él, menos mi amor, si yo no se lo doy. Luego me lo pide por amor, para amarme más, para poder entregarse más a mí, me lo pide, porque quiere vivir en amistad conmigo y empezar ya una amistad eterna, que no acabará nunca.

 

 

2ª MEDITACIÓN

 

1.3. Una tercera razón o motivo para amar a Jesús sería: Porque “Él nos amó primero”.

En esto ponía san Juan la esencia de Dios: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y entregó a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.

Esto era lo que inflamaba, por encima de cualquier otra cosa, al apóstol Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). “El amor de Cristo, decía también, nos apremia –charitas Dei urget nos--, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con Él (2Cor 5,14).

El hecho de que Jesús nos haya amado primero y hasta el punto de dar su vida por nosotros “nos apremia-urget nos”, o como se puede traducir también, “nos empuja por todas parte”, “nos urge dentro”.

Se trata de esa ley bien conocida por ser innata, por la que el amor «a ningún amado amar perdona» (Dante ), es decir, no permite no corresponder con amor a quien es amado. ¿Cómo no amar a quien nos amó primero y tanto? «Sic nos amantem, quis non redamaret» (Adeste fideles) cantamos en la Navidad. El amor no se paga más que con amor. Otra moneda, otro precio no es el adecuado. ¿Por qué hemos de ser tan duros con Jesús? Si Él nos amó primero y totalmente, cómo no corresponderle?

¡Qué misterio tan inabarcable, tan profundo, tan inexplicable, el misterio del Dios de los católicos, del único Dios, pero digo de los católicos, porque a nosotros, por su Hijo, nos ha sido revelado en mayor plenitud que a los judíos o mahometanos, porque todas las religiones tiene rastro de Dios.

Nuestro Dios nos pide amor en libertad, desde la libertad, no por obligación. Esto es lo grande. Se rebaja a pedir el amor de su criatura pero no la obliga. Y esa criatura responde: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman», como nos enseñó el ángel en Fátima, en nombre de la Virgen.

 

1.4. Debemos amar a Cristo porque el cristianismo esencialmente es una Persona, Jesucristo, antes que verdades y mensaje y celebraciones.

La religión cristiana esencial y primariamente es una persona, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, antes que conocimientos y cosas sobre Él. Cristiano quiere decir que cree y acepta y ama a Jesucristo. El cristianismo es tener una relación y amistad personal con Él, tratar de amar como Cristo, pensar y amar como Él. Y en toda relación la amistad debe ser mutua. La amistad existe no cuando uno ama, sino cuando los dos aman y se aman. Entonces, si partimos de la base que ya hemos establecido, de que Él nos ama y nos ama primero, es lógico que nosotros respondamos con amor, si queremos ser cristianos, es decir, amigos de Jesús.

Por otra parte, un cristianismo sin amistad con Cristo, es el mayor absurdo que pueda darse. Porque a nadie se le obliga a ser cristiano. Es libre. La libertad viene de la voluntad de optar y comprometerse por Cristo, todo lo cual nos está hablando de amor y correspondencia de amistad..

Sólo quien ama a Cristo puede ser cristiano auténtico y coherente. Si tú quieres serlo, has de amarlo. Lo absurdo del cristianismo es que muchos se consideran cristianos, sin conocer y amar personalmente a Cristo. Es un cristianismo sin Cristo. Un cristianismo de verdades y sacramentos, pero sin personas divinas, sin Cristo, sin relación y amistad personal con Él, no es cristianismo, no es religión que nos religa y une a Él personalmente, es un absurdo, es puro subjetivismo humano, inventad por el hombre.

 

 

31º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

1ª ORACIÓN EUCARÍSTICA ANTE LA SANTA CUSTODIA

(Evangelio delDomingo V B)

 

QUERIDOS HERMANOS: Tres son los hechos principales que  sobresalen en el evangelio de este domingo: primero, la curación de la suegra de Pedro y, como consecuencia, el agolparse todos los enfermos y dolientes junto a Cristo para que los curase, que obligan finalmente a Jesús, a retirarse al monte para orar, que sería la tercera enseñanza de este evangelio, y es la que vamos a meditar: fijaos bien, Jesús, siendo hombre perfecto, se retiraba a orar, preferentemente por las noches, lo dicen los evangelios: “pasó toda la noche orando… Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron: Todo el mundo te busca. El les respondió: Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he venido. Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios”.

Es que para nosotros es muy importante ver cómo Jesús se singularizó en esto y cómo los evangelios lo repiten. Y es que la oración siempre es necesaria como un verdadero encuentro de diálogo con Dios nuestro Padre. Un diálogo que provoca una amistad personal con Él y la conversión a su reino, a su forma de ser y actuar, porque descubrimos cómo es Dios y lo que quiere de nosotros.

Hay muchos maestros de oración; para nosotros, el mejor maestro de oración:Jesucristo Eucaristía,así lo ha sido siempre para todos los santos; porque Cristo en el Sagrario es una enciclopedia, toda una biblioteca teológica sobre el misterio de Dios y del hombre y de la salvación, basta mirarlo y no digo nada si lo abres, ¡si creyéramos de verdad! ¡si creyéramos de verdad que Jesucristo está aquí…el mismo del cielo y de Palestina. Porque a Cristo en el Sagrario hay que visitarlo y dialogar con Él durante horas y horas, porque al principio no se ve nada, no se entiende mucho, pero en cuanto empiezas a entender y a sentirlo y vivirlo, sobre todo a vivir lo que te dice aquí en el Sagrario, desde ese momento ya no dejarás de visitar todos los días, de venir a visitar, a pedir, a hablar, a estar con Jesús en el Sagrario, es un anticipo de cielo.

En el comienzo de este encuentro, de este diálogo, basta con mirar al Señor, hacer un acto de fe, de amor, una jaculatoria aprendida, porque no creáis que esto se consigue de golpe, lo sabéis todo muy bien, yo trato ahora simplemente de recordarlo en su presencia.

Porque Él es Dios, esta amistad cuesta mucho tiempo, años y años,  toda la vida y siempre en línea de conversión permanente de nuestro carácter y faltas de caridad, murmuraciones y críticas… etc. porque presencia y experiencia gozosa de Cristo en nosotros y conversión deben ir siempre unidas, y esto seas cura, fraile o monja, quiero decir, cristiano, esta debe ser la verdadera devoción eucarística para el encuentro gozoso con Cristo Amigo y Confidente tanto en el Sagrario, como en la comunión o en la santa misa, y en la medida que a través de los años vayas quitando faltas de soberbia, envidia, caridad, irás viendo a Cristo en el Sagrario, en la Comunión, en tu corazón, en tu vida. Esta es la principal dificultad que yo veo para sentir a Cristo Eucaristía.

Y esto, como digo, seas obispo, cardenal o papa. Los pecados e imperfecciones… si no los quitas, aunque comulgues todos los días y dias misa, impiden la experiencia de Cristo Eucaristía, porque comes pero no comulgas con Cristo. Por eso me da mucha pena, cuando nosotros, sacerdotes, párrocos hablamos o pasamos ante el Sagrario sin respeto y adoración, como si fuera un trasto más de la iglesia. Es que yo toda mi vida, mi amor, mi fe gozosa y viva se la debe a Cristo en el Sagrario de mi parroquia, bueno, en cualquier Sagrario. Por eso, hermanos, respeto, adoración, silencio ante cualquier Sagrario, ante Jesús Eucaristía. Para aprender a dialogar con Dios, especialmente con Cristo Eucaristía, solo hay un camino: estar con Él, esto es, la oración, el pasar ratos de amistad con Él, aunque al principio no sintamos nada, lo iremos sintiendo en la medida que vayamos quitando nuestras imperfecciones que son el velo que nos impiden verlo.

Mirad, cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar, el evangelio no relata técnicas ni método ninguno, simplemente les dijo: “Cuando tengáis que orar, decid: Padre nuestro...” Y estamos hablando del mejor maestro de oración. En el camino de Damasco, ha habido un resplandor de luz inesperada, que ha tirado a Pablo del caballo y, tras el fogonazo, el diálogo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? ¿Quién eres, Señor? Yo soy Jesús Nazareno...” Después, Pablo se retira al desierto de Arabia y allí aprende todo sobre Cristo y el evangelio, sin ningún otro maestro; es más, luego va a contrastar su doctrina con la de los Apóstoles y se goza de no haber tenido otro maestro que su Cristo, amigo y confidente por la oración personal, que le llevó a la conversión total a Cristo y a conocerlo, amarlo y predicarlo  más incluso que algunos apóstoles que estuvieron con Él durante su vida pública.

En esta línea quiero aportar y terminar con un testimonio tan autorizado como Madre Teresa de Calcuta: «Cuando los discípulos pidieron a Jesús que les enseñara a orar, les respondió: Cuando oréis, decid: Padre Nuestro... No les enseñó ningún método ni técnica particular, sólo les dijo que tenemos que orar a Dios como nuestro Padre, como un Padre amoroso. He dicho a los obispos que los discípulos vieron cómo el Maestro oraba con frecuencia, incluso durante noches enteras. Las gentes deberían veros orar y reconoceros como personas de oración. Entonces, cuando les habléis sobre la oración, os escucharán... La necesidad que tenemos de oración es tan grande, porque sin ella no somos capaces de ver a Cristo bajo el semblante sufriente de los más pobres de los pobres... Hablad a Dios; dejad que Dios os hable; dejad que Jesús ore en vosotros. Orar significa hablar con Dios. Él es mi Padre. Jesús lo es todo para mí» (Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae 2002 p.91).

2ª MEDITACIÓN

 

“ESTÁTE, SEÑOR, CONMIGO, SIEMPRE SIN JAMÁS PARTIRTE”

 

¡Cuánto he aprendido, Señor, estando en tu presencia eucarística,cuánto en nada de tiempo ni de estudio ni de  teologías, y sin libros ni reuniones “pastorales o arciprestales o diocesanas”, cuánto he aprendido y penetrado, más que con todos los estudios y títulos universitarios, solo estando en tu presencia eucarística.

Señor ¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo, con nosotros: si existo, si existimos es que me has amado, nos has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre nos has dado la existencia en al amor de nuestros padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te damos gracias porque nos creaste...y nos elegistes para ser sacerdotes eternamente en tu Hijo-hijo, sacerdote eterno.

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna, para ser sembrador y cultivador de eternidades, de mis hermanos, los hombres. Yo soy más bello para Ti y tienes deseos de abrazarme eternamente con tu mismo Amor de Espíritu Santo, como hijo sacerdote en tu mismo Hijo Jesucristo, único y eterno sacerdote, con el cual me identificaste y consagraste por tu Amor Infinito de Espíritu Santo. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor; que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos sacerdote que prolonguen la misión que soñaste y confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta de obediencia y adoración al Padre, aquí presente y ofreciéndose.

            Si de esta forma tan extrema y humilde nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto, haciendo carne y luego un pooco de pan y tú eres Dios, Dios infinito de fuerza y poder? ¿Es que no puedes ser feliz sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas de mi amor, de nuestro amor? Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes y consagrados; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas. Por eso…

¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, que no quieras un cielo eterno, vivir eternamente sin nosotros, sin tus criaturas, creadas por Ti para amarlas y sumergirlas con Amor de Espíritu Santo en el mismo amor eterno y felicidad del Padre y del Hijo y Espíritu Santo, Amor Trinitario de  amistad y abrazo de felicidad eterna del Padre, por el Hijo con fuego eterno del Espíritu. No lo entiendo,Señor: ¿Es que necesitas de mí, es que necesitas de nosotros sacerdotes para ser feliz, es que para esto viniste enviado por el Padre y te hiciste sacerdote, puente, pons, pontífice, para que todos entráramos por Él y con Él en tu amor y felicidad eterrna y trinitaria?

No entiendo que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para ser feliz, para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas venido en su busca y hayas sufrido y muerto… hermanos, porque hay que ver lo que sufrió y padeció… y luego, movido por este amor se queda para siempre en la tierra en el Sagrario y está aquí escuchándome y en todos los Sagrarios de la tierra sabiendo que muchos, incluso sacerdotes, no lo visitarían, ni le valorarían o amarían ni pasarian ratos de amor junto a Él en el Sagrario, empezando la eternidad en el tiempo, donde Él siempre nos está esperano para empezar el cielo en la tierra. Cristo Eucaristía, perdónanos, te amaremos eternamente.

 ¡Cristo Eucaristía, Cristo  del Sagrario, eres presencia de Dios Tinidad entre nosotros, en presencia permanente, incompresible e incomprendido, por tu amor extremo, hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… por tu exceso de amor

¡Cristo amado, no te comprendo! ¡Es que nos amas como si fuéramos personas divinas, con el mismo amor que amas al Padre, con tu Amor de Espíritu Santo; es que nos amas con Amor y en Amor Trinitario… pues tiene que ser así, porque no tienes otro Amor, por eso no te comprendemos los hombres, incluso tus sacerdotes, Tú eres Amor de Espíritu Santo, con el que el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo ya en la tierra, siempre con amor de Espíritu Santo,  mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección, para transformarnos en eternidades de Luz Divina, siempre con el mismo Amor de los Tres, Amor de Espíritu Santo.

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, te pedimos en los jueves eucarísticos principalmente que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida eucarística, ofrecida y participada, a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, que lleguemos así a la plenitud de la gloria y felicidad divina para la que nos has soñado y existimos!

Yo, como sacerdote y en nombre de todos mis hermanos sacerdotes, ungidos por el mismo amor de Espíritu Santo en el sacramento del Orden Sagrado, pido que todos nos sintamos identificados con Cristo Sacerdote que a través de nosotros quiere seguir amando y ejercitando su único Sacerdocio para gloria de la Santísima Trinidad y salvación de todos nuestros hermanos los hombres. Así sea.

 

32º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

¡ETERNIDAD!, ¡ETERNIDAD!

 

Hemos llegado, por fin, al momento de recoger el fruto de todo el camino hecho: la eternidad. Aquí nos detendremos. Nos ceñiremos en torno a esta palabra hasta hacerla revivir. Le daremos calor, por así decirlo, con nuestro aliento hasta que vuelva a la vida. Porque eternidad es una palabra muerta; la hemos dejado morir como se deja morir a un niño o a una niña abandonada que nadie amamanta ya. Como sobre una carabela en ruta hacia el nuevo mundo, cuando ya se había perdido toda esperanza de llegar a alguna meta, resonó de pronto, una mañana, el grito del vigía: “Tierra!, ¡tierra!”, así es necesario que resuene en la Iglesia el grito de Eternidad! ¡eternidad!”

¿Qué ha sucedido con esta palabra, que en otro tiempo era el motor secreto o la vela que empujaba a la Iglesia peregrina en el tiempo, el polo de atracción de los pensamientos de los creyentes, la “masa” que levantaba hacia arriba los corazones, como eleva las aguas en la marca alta? La lámpara se ha puesto silenciosamente bajo el celemín, la bandera ha sido replegada como en un ejército en retirada “EJ más allá se ha convertido en una broma, en una exigencia tan incierta que no sólo ya nadie la respeta, sino que ni siquiera se formula; hasta el punto de que se bromea incluso pensando que había un tiempo en que esta idea transformaba la existencia.

Este fenómeno tiene un nombre muy concreto. Definido en relación al tiempo, se llama secularismo o temporalismo definido en relación al espacio, se llama inmanentjsmo Este es hoy el punto en el que la fe, después de haber acogido una cultura determinada, debe demostrar que sabe también contestarla desde dentro de ella misma, impulsándola a superar sus cerrazones arbitrarias y sus incoherencias.Secularismo significa olvidar o poner entre paréntesis el destino eterno del hombre, aferrándose exclusivamente al saeculum es decir, al tiempo presente y a este mundo. Está considerado como la herejía más difundida y más insidiosa de la era moderna; y, desgraciadamente, todos estamos, unos de una manera y otros de otra, amenazados por ella.

A menudo también nosotros, que en teoría luchamos contra el secularismo, somos sus cómplices o sus víctimas. Estamos “mundanizados”; hemos perdido el sentido, el gusto y la familiaridad con lo eterno. Sobre la palabra “eternidad”, o “más allá” (que es su equivalente en términos espaciales), ha caído en primer lugar la sospecha marxista, según la cual ésta aliena del compromiso histórico de transformar el mundo y mejorar las condiciones de la vida presente, y es, por ello, una especie de coartada o de evasión.

Poco a poco, con la sospecha, han caído sobre ella el olvido y el silencio. El materialismo y el consumismo han hecho el resto en la sociedad opulenta, consiguiendo incluso que parezca extraño o casi inconveniente que se hable aún de eternidad entre personas cultas y a la altura de los tiempos. ¿Quién se atreve a hablar aún de los “novísimos”, es decir, de las cosas últimas —muerte, juicio, infierno, paraíso—, que son, respectivamente, el inicio y las formas de la eternidad? ¿Cuándo oímos la última predicación sobre la vida eterna? Y, sin embargo, se puede decir que Jesús, en el evangelio, no habla de otra cosa que de ella.

¿Cuál es la consecuencia práctica de este eclipse de la idea de eternidad? San Pablo refiere el propósito de los que no creen en la resurrección de la muerte: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (iCor 15,32). El deseo natural de vivir “siempre”, deformado, se convierte en el deseo o frenesí de vivir “bien”, es decir, placenteramente. La calidad se resuelve en la cantidad. Viene a faltar una de las motivaciones más eficaces de la vida moral.

Quizá este debilitamiento de la idea de eternidad no actúa en los creyentes del mismo modo; no lleva a una conclusión tan grosera como la referida por el apóstol; pero actúa también en ellos, sobre todo disminuyendo la capacidad de afrontar con coraje el sufrimiento. Pensemos en un hombre con una balanza en la mano: una de esas balanzas que se manejan con una sola mano y tienen en un lado el plato sobre el que se colocan las cosas que se van a pesar y en el otro una barra graduada que determina el peso o la medida. Si se apoya en el suelo o se pierde la medida, todo lo que se ponga en el plato hará elevarse la barra y hará inclinarse hacia la tierra la balanza. Todo lleva ventaja, todo vence fácilmente, incluso un montoncillo de plumas.

Pues así somos nosotros, a eso nos hemos reducido. Hemos perdido el peso, la medida de todo, que es la eternidad, y así las cosas y los sufrimientos terrenos arrojan fácilmente nuestra alma por tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo. Jesús decía: “Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtatelos y tíralos lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Es mejor entrar con un solo ojo en la vida que con dos ojos ser arrojado al fuego” (cf Mt 18,8- 9). Aquí se ve cómo actúa la medida de la eternidad cuando está presente y operante; a lo que es capaz de llegar. Pero nosotros, habiendo perdido de vista la eternidad, encontramos ya excesivo que se nos pida cerrar los ojos ante un espectáculo poco conveniente.

Al contrario, mientras estás en la tierra, abrumado por la tribulación, coloca con la fe, en la otra parte de la balanza, el peso desmesurado que es el pensamiento de la eternidad, y verás cómo el peso de la tribulación se hace más ligero y soportable. Digámonos a nosotros mismos: ¿Qué es esto comparado con la eternidad? Mil años son “un día” (IPe 3,8), son “como el ayer que ya pasó, como un turno de la vigilia de la noche” (Sal 90,4). ¿Pero qué digo “un día”? Son un momento, menos que un soplo.

A propósito de pesos y de medidas, recordemos lo que dice san Pablo, que también en punto de sufrimiento le había tocado en suerte una medida insólitamente abundante: “El peso momentáneo y ligero de nuestras penalidades produce, sobre toda medida, un peso eterno de gloria para los que no miramos las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las visibles son temporales, las invisibles eternas” (2Cor 4,17-18). El peso de la tribulación es “ligero” precisamente porque es “momentáneo”, el de la gloria está “sobre toda medida” precisamente porque es “eterno”. Por eso el mismo apóstol puede decir: “Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8,18).

San Francisco de Asís, en el célebre “capítulo de las esteras”, hizo a sus hermanos un memorable discurso sobre este tema: “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido; pero mucho mayores nos las tiene Dios prometidas sí observamos las que le prometimos y esperamos con certeza las que él nos promete. El deleite del mundo es breve, pero la pena que le sigue después es perpetua; pequeño es el sufrimiento de esta vida, pero la gloria de la otra es infinita”.

 Nuestro amigo filósofo Kierkegaard expresaba con un lenguaje más refinado este mismo concepto del Pobrecillo. “Se sufre —decía— una sola vez, pero el triunfo es eterno. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que se triunfa también una sola vez? Así es. Sin embargo, hay una dif eren- cia infinita: la única vez del sufrimiento es un instante, pero la única vez del triunfo es la eternidad; de esa vez que se sufre, una vez que pasa, no queda nada; y lo mismo, pero en otro sentido, de la única vez que se triunfa, porque no pasa nunca; la única vez del sufrimiento es un paso, una transición; la única vez del triunfo es un triunfo que dura eternamente”.

Me viene a la mente una imagen. Una masa de gente heterogénea y ocupada: hay quien trabaja, quien ríe, quien llora, quien va, quien viene y quien está aparte y sin consuelo. Llega jadeando, desde lejos, un anciano y dice al oído del primero que encuentra una palabra; después, siempre corriendo, se la dice a otro. Quien la ha escuchado corre a repetírsela a otro, y éste a otro. Y he aquí que se produce un cambio inesperado: el que estaba por el suelo desconsolado se levanta y va corriendo .i decírselo a los de su casa, el que corría se detiene y vuelve sobre sus pasos; algunos que reñían, mostrando amenazadoramente su puño cerrado el uno bajo la barbilla del otro, se echan los brazos al cuello llorando. ¿Cuál ha sido la palabra que ha provocado este cambio? ¡La palabra “eternidad”!

La humanidad entera es esta muchedumbre. Y la palabra que debe difundirse en medio de ella, como una antorcha ardiente, como la señal luminosa que ios centinelas se transmitían en otro tiempo de una torre a otra, es precisamente la palabra “ieternidad!, ¡eternidad!”. La Iglesia debe ser ese anciano mensajero. Debe hacer resonar esta palabra en los oídos de la gente y proclamarla desde los tejados de la ciudad. ¡Ay si también ella perdiese la “medida”!; sería como si la sal perdiese el sabor. ¿Quién preservará entonces la vida de la corrupción y de la vanidad? ¿Quién tendrá el coraje de repetir aún a los hombres de hoy aquel verso lleno de sabiduría cristiana: “Todo, excepto lo eterno, en el mundo es vano”? Todo, excepto lo eterno y lo que de alguna manera conduce a ello.

Filósofos, poetas, todos pueden hablar de eternidad y de infinito; pero sólo la Iglesia —como depositaria del misterio del hombre— puede hacer de esta palabra algo más que un vago sentimiento de “nostalgia de lo totalmente otro”. Existe, en efecto, este peligro. Que “se introduzca la eternidad en el tiempo, doblegándola por medio de la fantasía”. “Así interpretada produce un efecto mágico. No se sabe si es un sueño o una realidad, y se tiene la impresión de que ella misma se ha puesto a jugar dentro del instante, clavándole sus ojos de una manera melancólica y soñadora”. El evangelio impide que se vacíe así la eternidad, llamando inmediatamente la atención sobre lo que ha de hacerse: “Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Lc. 18,18). La eternidad se convierte en la gran “tarea” de la vida, aquello por lo que afanarse noche y día.

 

2ª MEDITACIÓN

 

NOSTALGIA DE ETERNIDAD CON DIOS TRINIDAD

 

Decía que la eternidad no es para los creyentes sólo nostalgia de lo totalmente otro”. Y, sin embargo, también es eso. No es que yo crea en la preexistencia de s almas y, por tanto, que hemos caído en el tiempo, espués de haber vivido primero en la eternidad y gustao de ella, como pensaban Platón y Orígenes. Hablo de ostalgia en el sentido de que hemos sido creados para la ternidad, en el corazón la anhelamos; por eso está inquieto e insatisfecho hasta que reposa en ella.

Lo que Agustín decía de la felicidad, lo podemos decir también de la eternidad: “Dónde he conocido la eternidad para recordarla y desearla?” ¿A qué se reduce el hombre si se le quita la eternidad del corazón y de la mente? Queda desnaturalizado, en el sentido fuerte del término, si es verdad, como dice la misma filosofía, que el hombre es “un ser finito, capaz de infinito”. Si se niega lo eterno en el hombre, hay que exclamar al momento, como hizo Macbeth después de haber matado al rey: “... desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete; gloria y renombre han muerto. ¡El vino de la gloria se ha esparcido!”.

 Pero creo que se puede hablar también de nostalgia de eternidad en un sentido más sencillo y concreto. ¿Quién es el hombre o la mujer que repasando sus años juveniles no recuerda un momento, una circunstancia en la que ha tenido como un barrunto de la eternidad, se ha como asomado a su umbral, la ha vislumbrado, aunque quizá no sepa decir nada de aquel momento? Recuerdo un momento así en mi vida. Era yo un niño. Era verano y, acalorado, me tendí sobre la hierba con la cara hacia arriba. Mi mirada era atraída por el azul del cielo, atravesado acá y allá por alguna ligera nubecila blanquísima. Pensaba: “Qué hay sobre esa bóveda azul? ¿Y más arriba aún? ¿Y más arriba todavía?” Y así, en oleadas sucesivas, mi mente se elevaba hacia el infinito y se perdía, como quien mirando fijamente al sol queda deslumbrado y no ve ya nada.

El infinito del espacio reclamaba el del tiempo. “Qué significa —me decía— eternidad? ¡Siempre más! ¡Siempre más! Mil años, y no es más que el principio”. De nuevo mi mente se perdía; pero era una sensación agradable que me hacía crecer. Comprendía lo que escribe Leopardi en El infinito: “Me es dulce naufragar en este mar”. Intuía lo que el poeta quería decir cuando hablaba de “interminables espacios y sobrehumanos silencios” que se asoman a la mente. Tanto, que me atrevería a decir a los jóvenes: “Paraos, tumbaos boca arriba sobre la hierba, si es necesario, y mirad una vez el cielo con calma. No busquéis el estremecimiento del infinito en otra parte, en la droga, donde sólo hay engaño y muerte. Existe otro modo bien distinto de salir del ‘límite’ y sentir la emoción genuina de la eternidad. Buscad el infinito en lo alto, no en lo bajo; por encima de vosotros, no por debajo de vosotros”.

Sé muy bien lo que nos impide hablar así la mayoría de las veces, cuál es la duda que quita a los creyentes la “franqueza”. El peso de la eternidad —decimos para nosotros— será todo lo desmesurado que se quiera y mayor que el de la tribulación, pero nosotros cargamos con nuestras cruces en el tiempo, no en la eternidad; nuestras fuerzas son las del tiempo, no las de la eternidad; caminamos en la fe, no en la visión, como dice el apóstol (2Cor 5,7).

En el fondo, lo único que podemos oponer al atractivo de las cosas visibles es la esperanza de las cosas invisibles; lo único que podemos oponer al gozo inmediato de las cosas de aquí abajo es la promesa de la felicidad eterna. “Queremos ser felices en esta carne. ¡Es tan dulce esta vida!”, decía ya la gente en tiempos de san Agustín.

Pero es precisamente éste el error que nosotros los creyentes debemos desvanecer. No es en absoluto verdad que la eternidad aquí abajo sea sólo una promesa y una esperanza. ¡Es también una presencia y una experiencia! Es el momento de recordar lo que hemos aprendido del dogma cristológico. En Cristo “la vida eterna que estaba junto al Padre se ha hecho visible”. Nosotros —dice Juan— la hemos oído, la hemos visto con nuestros ojos, la hemos contemplado. (cf lJn 1,1-3).

Con Cristo, verbo encarnado, la eternidad ha hecho irrupción en el tiempo, y nosotros tenemos experiencia de ello cada vez que creemos, porque quien cree “tiene ya la vida eterna” (cf lJn 5,13). Cada vez que en la eucaristía recibimos el cuerpo de Cristo; cada vez que escuchamos de Jesús las “palabras de vida eterna” (cf Jn 6,68). Es una experiencia provisional, imperfecta, pero verdadera y suficiente para darnos la certeza de que la eternidad existe de verdad, de que el tiempo no lo es todo.

La presencia, a manera de primicias, de la eternidad en la Iglesia y en cada uno de nosotros tiene un nombre propio: se llama Espíritu Santo. Es definido como “garantía de nuestra herencia”(Ef 1,14; 2Cor 5,5), y nos ha sido dada para que, habiendo recibido las primicias, anhelemos la plenitud. “Cristo —escribe san Agustín— nos ha dado el anticipo del Espíritu Santo con el cual él, que de ningún modo podría engañarnos, ha querido darnos seguridad del cumplimiento de su promesa, aunque sin el anticipo la habría ciertamente mantenido. ¿Qué es lo que ha prometido? Ha prometido la vida eterna, de la que es anticipo el Espíritu que nos ha dado.

La vida eterna es posesión de quien ya ha llegado a la morada; su anticipo es el consuelo de quien está aún de viaje. Es más exacto decir anticipo que prenda: los dos términos pueden parecer similares, pero hay entre ellos una diferencia no despreciable de significado. Tanto con el anticipo como con la prenda se quiere garantizar que se mantendrá lo que se ha prometido; pero mientras la prenda es devuelta cuando se alcanza aquello por lo que se la había recibido, el anticipo, en cambio, no es restituido, sino que se le añade lo que falta hasta completar lo que se debe”

Por el Espíritu Santo gemimos interiormente, esperando entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf Rom 8,20-23). El, que es “un Espíritu eterno” (Heb 9,14), es capaz de encender en nosotros la verdadera nostalgia de la eternidad y hacer de nuevo de la palabra eternidad una palabra viva y palpitante, que suscita alegría y no miedo.

El Espíritu atrae hacia lo alto. El es la Ruah Jahve, el aliento de Dios. Se ha inventado recientemente un método para sacar a flote naves y objetos hundidos en el fondo del mar. Consiste en introducir aire en ellos mediante cámaras de aire especiales, de manera que los restos se desprenden del fondo y van subiendo poco a poco al ser más ligeros que el agua.

Nosotros, los hombres de hoy, somos como esos cuerpos caídos en el fondo del mar. Estamos “hundidos” en la temporalidad y en la mundanidad. Estamos “secularizados”. El Espíritu Santo ha sido infundido en la Iglesia con un objetivo similar al descrito: para elevarnos del fondo, hacia arriba, cada vez más arriba, hasta hacernos volver a contemplar el cielo infinito y exclamar llenos de gozosa esperanza: “Eternidad!, ¡eternidad!”.

(Cfr. S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 4, oc., 262- 272).

 

 

33º JUEVES EUCARÍSTICO

 

Queridos hermanos y hermanas, la Eucaristía es el origen de toda forma de santidad, y todos nosotros estamos llamados a la plenitud de vida en el Espíritu Santo. ¡Cuántos santos han hecho auténtica su propia vida gracias a su piedad eucarística! De san Ignacio de Antioquía a san Agustín, de san Antonio abad a san Benito, de san Francisco de Asís a santo Tomás de Aquino, de santa Clara de Asís a santa Catalina de Siena, de san Pascual Bailón a san Pedro Julián Eymard, de san Alfonso María de Ligorio al beato Carlos de Foucauld, de san Juan María Vianney a santa Teresa de Lisieux, de san Pío de Pietrelcina a la beata Teresa de Calcuta, del beato Piergiorgio Frassati al beato Iván Merz, sólo por citar algunos de los numerosos nombres, la santidad ha tenido siempre su centro en el sacramento de la Eucaristía.

Por eso, es necesario que en la Iglesia se crea realmente, se celebre con devoción y se viva intensamente este santo Misterio. El don de sí mismo que Jesús hace en el Sacramento memorial de su pasión, nos asegura que el culmen de nuestra vida está en la participación en la vida trinitaria, que en él se nos ofrece de manera definitiva y eficaz.

La celebración y adoración de la Eucaristía nos permiten acercarnos al amor de Dios y adherirnos personalmente a él hasta unirnos con el Señor amado. El ofrecimiento de nuestra vida, la comunión con toda la comunidad de los creyentes y la solidaridad con cada hombre, son aspectos imprescindibles de la logiké latreía, del culto espiritual, santo y agradable a Dios (cf. Rm 12,1), en el que toda nuestra realidad humana concreta se transforma para su gloria. Invito, pues, a todos los pastores a poner la máxima atención en la promoción de una espiritualidad cristiana auténticamente eucarística.

Que los presbíteros, los diáconos y todos los que desempeñan un ministerio eucarístico, reciban siempre de estos mismos servicios, realizados con esmero y preparación constante, fuerza y estímulo para el propio camino personal y comunitario de santificación. Exhorto a todos los laicos, en particular a las familias, a encontrar continuamente en el Sacramento del amor de Cristo la fuerza para transformar la propia vida en un signo auténtico de la presencia del Señor resucitado. Pido a todos los consagrados y consagradas que manifiesten con su propia vida eucarística el esplendor y la belleza de pertenecer totalmente al Señor.

A principios del siglo IV, el culto cristiano estaba todavía prohibido por las autoridades imperiales. Algunos cristianos del Norte de África, que se sentían en la obligación de celebrar el día del Señor, desafiaron la prohibición. Fueron martirizados mientras declaraban que no les era posible vivir sin la Eucaristía, alimento del Señor: sine dominico non possumus. Que estos mártires de Abitinia, junto con muchos santos y beatos que han hecho de la Eucaristía el centro de su vida, intercedan por nosotros y nos enseñen la fidelidad al encuentro con Cristo resucitado. Nosotros tampoco podemos vivir sin participar en el Sacramento de nuestra salvación y deseamos ser iuxta dominicam viventes, es decir, llevar a la vida lo que celebramos en el día del Señor. En efecto, este es el día de nuestra liberación definitiva. ¿Qué tiene de extraño que deseemos vivir cada día según la novedad introducida por Cristo con el misterio de la Eucaristía?

Que María Santísima, Virgen inmaculada, arca de la nueva y eterna alianza, nos acompañe en este camino al encuentro del Señor que viene. En Ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto. La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » —como la llamó el Siervo de Dios Juan Pablo II, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, disponiéndose a acoger sobre el altar el « verum Corpus natum de Maria Virgine », el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor ».

 Su santo nombre se invoca y venera también en los cánones de las tradiciones cristianas orientales. Los fieles, por su parte, « encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre ».

María es ejemplo y modelo de nuestra fe en Cristo; María junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios.

Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo.

Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia de amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, más por vía de amor que por vía de inteligencia, transformándose el alma en «llama de amor viva».

Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...

 San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con Él y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros conocemos por la teología y celebramos en la liturgia.

Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

 Ella es la Tota pulchra, Toda hermosa, ya que en Ella brilla el resplandor de la gloria de Dios. La belleza de la liturgia celestial, que debe reflejarse también en nuestras asambleas, tiene un fiel espejo en Ella. De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales para poder presentarnos también nosotros, según la expresión de san Pablo, « inmaculados » ante el Señor, tal como Él nos ha querido desde el principio (cf. Col 1,21; Ef 1,4).[256]

Que el Espíritu Santo, por intercesión de la Santísima Virgen María, encienda en nosotros el mismo ardor que sintieron los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), y renueve en nuestra vida el asombro eucarístico por el resplandor y la belleza que brillan en el rito litúrgico, signo eficaz de la belleza infinita propia del misterio santo de Dios. Aquellos discípulos se levantaron y volvieron de prisa a Jerusalén para compartir la alegría con los hermanos y hermanas en la fe.

En efecto, la verdadera alegría está en reconocer que el Señor se queda entre nosotros, compañero fiel de nuestro camino. La Eucaristía nos hace descubrir que Cristo muerto y resucitado, se hace contemporáneo nuestro en el misterio de la Iglesia, su Cuerpo. Hemos sido hechos testigos de este misterio de amor. Deseemos ir llenos de alegría y admiración al encuentro de la santa Eucaristía, para experimentar y anunciar a los demás la verdad de la palabra con la que Jesús se despidió de sus discípulos:« Yo estoy con vosotros todos los días, hasta al fin del mundo » (Mt 28,20).

 

 

************************************************************

***********************************************

****************************

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

JUEVES EUCARÍSTICOS Y SACERDOTALES

 

Oraciones y cántico…………………………………………………..…2

Introducción………………………………………………………………………....9

1ª Meditación: Homilías de Benedicto XVI……..…………………..9

2ª Meditación: Eucaristía y Testimonio…………..……..…...…….12

1º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª La Eucaristía como Presencia………..…..…….…….……….…15

2ª Día del Seminario…………………….……..……..………..…….18

2º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª La Eucaristía como misa…………………………..……………21

2ª Me quedaré con vosotros…………………………....…………...25

3ª Sin Eucaristía no hay Domingo………………………….…..….28

3º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª El mundo necesita almas eucarísticas……………..……..31

4º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª La Eucaristía, Escuela de Oración……………...…………37

5º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª Homilías del Corpus Chriti…………………….………….…43

6º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª Espiritualidad de la Eucaristía …………………..…..…… 49

7º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª En la Eucaristía reclinar mi cabeza com Juan………….…..  56

2ª ¿Por qué los católicos adoramos la Eucaristía………....…….60

8º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Espirituallidad de la Presencia Eucarística…………….………65

2ª Mi Folleto de la Adoración Eucarística ………….……………….68

3ª Vivencias de Eucaristía…………………..……………….…....... 70

9º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Teología Bíblica de la Eucaristía……………………….....….….. 73

2ª La Eucaristia como memorial…………………….….……..…….76

3ª La oración eucarística, el mejor camino……………..…..….….80

10º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª La Eucaristía, el mejor camino de oración ………...…….…… 84

2ª La Eucaristía, el mejor para encontrar a Cristo………….…...   86        

11º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª  Frutos de la Eucaristía……………………………….…….…….….90

2ª Pan de Vida…………………………………………………………….93

12º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª La Comunión acrecienta nuestra unión con Cristo…….….…....95

2ª La Comunión perdona los pecados leves……………….……..97

13º JUEVES EUCARÍSTICO

1ª La oración eucarística es escuela de la vida……………....……100

2ª La Eucaristía, cena con el Señor…………………….…..…..…. 104

14 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª ¿Por qué los católicos adoramos el pan Consagrado….?.....109

2ª Porque está Cristo resucitado……………………………...…….112

3ª Con los brazos abiertos para abrazarnos………………...……116

4º El gozo de creer y amar a Cristo Eucaristía………..……….…117

15 JUEVES EUCARÍSTICO

1ªEn elSagrario estáel Cristo que curó a la hermorroisa………120

2ª En todos los Sagrario Jesús nos está esperando …..………..124

16 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª En el Sagrario Cristo nos espera como a la Samaritana

en el brocal del pozo………………………………………..…….…..126

17 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª En el Sagrario Cristo nos espera para calmar

las tempestades como a los Apóstoles………………….........…..134

18 JUEVES EUCARÍSTICO.

1ª y 2ª  En el Sagrario nos espera Jesús, el amigo de Marta

y María que resucitó a su hermano Lázaro………………..…….141

19 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Cristo, Sacerdote Único y Eucaristía perfecta………………....149

2ª Cristo, Sacerdote Único y Eucaristía perfecta………………….. 153

3ª Cristo, Sacerdote Único y Eucaristía perfecta ………………….156

20 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª “Tú eres el Hijo de Dios”……………………….…….………158

21 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª En el Sagrario nos espera el que perdonó a la adúltera

y perdonó sus pecados……………….. ……………………..………..165

2ª En el Sagrario nos espera el mismo que perdonóa Tomás….. 167

3ª “Señor mio y Dios mío”……………………….………………..….. 170

22 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª En el Sagrario está el Corazón que tanto ama

a los hombres y a cambio………………………………………..….…175

2ª En el Sagrario nos está esperando el Señor con el corazón

 yagado de amor………………………………………………….….. 178

23 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª Por qué debemos amar a Jesús Eucaristía…………………181

24 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª Jesucristo Eucaristía, el mejor modelo de oración

     y santidad……………………………………………………….…..190

25 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª y 2ª Jesús desde el Sagrario es y nos enseña el mejor

    camino, verdad y vida………………………………………………198

26 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Jesús desde el Sagrario ora e intercede por nosotros………….204

2ª En el Sagrario está el Corazón que más nos ama……….…….207

27 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Jesús desde el Sagrario nos dice:”Acordaos de mi…………….211

2ª Jesús desde el Sagrario el mejor maestro de nuestra Fe,

 Esperanza y Caridad…………………….……………….……….….216

28 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª  Hora Santa Sacerdotal………………………………………..….218

.29 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª En el Sagrario Jesús nos está esperando con amor………….225

2ª Transfiguración en Cristo por la oración eucarística…………..228

30 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Por qué amar a Jesucristo………………………………………..   231

2ª Porrque Él nos amó primero………………..…………………..….235

31 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª Oración eucarística ante la Santa Custodia………………..……237

2ª Estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte…………....238

32 JUEVES EUCARÍSTICO

1ª ¡Eternidad, Eterniad………………………………………..……… 240

2ª ¡Nostalgía de Eternidad con Dios Trinidad…………………..…..243

33 JUEVES EUCARÍSTICO…Cristo Eucaristía, Pan de eternidad.246

PRÓLOGO DE LA PRIMERA EDICIÓN

 

Tienes en tus manos, querido lector, un libro poco habitual entre nosotros. Lo comprobarás tú mismo en cuanto te adentres en su contenido.

Aparentemente es un libro más sobre la eucaristía. Y, ciertamente, es un tema común en la literatura religiosa de todos los tiempos. Pero, en esta ocasión, se nos ofrece una interesante novedad: la ciencia teológica Bbien digerida por el autor- se complementa con la sapientia teologal del sacerdote que nos describe su propio trasfondo espiritual.

La fluidez y locuacidad con las que están escritas estas páginas retratan a la perfección el carácter vehemente, impetuoso y apasionado de este hermano sacerdote, cuando se trata Ade las cosas de Dios@. Y es que, hay ocasiones en las que las palabras se enraciman a borbotones para definir con una nitidez magistral los aspectos más secretos del misterio divino de nuestra fe y del misterio humano de nuestro corazón.

Esto sólo puede salir de una persona creyente, de un alma espiritual, de un orante. Por eso, se convierte, sin pretenderlo, en un maestro de oración, en un conocedor de la vida espiritual, tan descuidada en nuestros ambientes eclesiales de nuestros días.

Y ya que estamos en este clima de íntima confesión fraterna, quiero descubrir al lector tres latidos que obsesionan constantemente al autor en su vida y que contagia inevitablemente en cada una de las páginas de la obra que presentamos.

- En primer lugar, su pasión por Cristo, comprendido en el misterio insondable de la Santa Trinidad y revelado en esta etapa final de los tiempos como Vivo y Resucitado.

- En segundo lugar, su pasión por la Eucaristía, a la que dedica muchas horas del día, del año... de la vida; no sólo en la celebración litúrgica, sino también en la adoración silente. Ahí, en este contexto, es donde ha madurado la ciencia teológica y la experiencia pastoral.

- En tercer lugar, su pasión por el sacerdocio. Porque... -no lo olvidemos-, Gonzalo es un párroco y pastor enamorado de su ministerio presbiteral. Por eso valora la vida y el ministerio de los sacerdotes, se preocupa por el seminario y los seminaristas... y extiende su preocupación por todas las vocaciones en la vida de la Iglesia, como un servicio insustituible al Señor y a su Iglesia en sacrificio generoso y entrega gratuita.

En fin, querido lector, son breves retazos que quieren animarte a disfrutar de estas páginas que son Avida@; vida sintetizada en palabras y grafías incapaces de recoger y expresar la riqueza vivida Aa los ojos de Dios@.

Aún así, merece la pena contar hoy con escritos «sapienciales» como estos. Por eso, felicito al autor por regalarnos su intimidad espiritual y alentarnos a recorrer el camino hacia la intimidad con Dios. El, tan buen alumno de san Juan de la Cruz, nos guía con su experiencia para llegar a ser perfecto discípulo de Cristo. Gracias, de nuevo, Gonzalo.

Y ¡buena lectura, querido lector!

 

Aurelio García Macías

Delegado Diocesano de Liturgia

Valladolid.

 

(HOY EN ROMA, OBISPO SECRETARIO DE LA S.C. DE LITURGIA)

JESUCRISTO EUCARISTIA, EL CIELO EN LA TIERRA


[1] JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, p. 79)

[2] NMI 38.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

“Yo soy el pan de vida…” “Esto es mi Cuerpo…”

(Custodia de mi Seminario de Plasencia donde adorábamos al Señor todos los jueves en la Hora Santa Eucarística y donde junto al Sagrario empezó mi amor a Cristo Eucaristía)

JUEVES EUCARÍSTICOS PARROQUIALES

PARROQUIA DE SAN PEDRO. PLASENCIA. 1966-2018

ORACIONES EUCARÍSTICAS

I

¡JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, TEMPLO, SAGRARIO Y MORADA DE MI DIOS TRINO Y UNO!

¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y LA VIDA.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE COMO TÚ, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

 

II

 

         ¡JESUCRISTO, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE.

TÚ LO HAS DADO TODO POR MÍ, CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE SIEMPRE EN EL SAGRARIO, EN INTERCESION Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE, POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

¡TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TI Y PERMANECER CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA SOBRE MI PARROQUIA, SOBRE LA  IGLESIA Y SOBRE EL MUNDO ENTERO!  

¡YO QUIERO SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN TI; YO QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MÍ TU LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN DEL PADRE¡ YO CREO EN TI!

¡JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO DE LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI! ¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

¡QUE GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO!

 

CANTOS E HIMNOS EUCARÍSTICOS

 

(Para empezar la visita a Jesucristo Eucaristía. Si estás en la iglesia y hay gente, lo puedes rezar como salmos en voz baja o cantar mentalmente. Son como las escaleras diarias para llegar a la oración personal)

 

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

 

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!

2. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

 

De rodillas, Señor, ante el Sagrario,

que guarda cuanto queda de amor y de unidad,

venimos con las flores de un deseo,

para que nos las cambies en frutos de verdad.

Cristo en todas las almas

Y en el mundo la paz.(bis)

 

Como estás, mi Señor, en la Custodia

igual que la palmera que alegra el arenal,

queremos que en centro de la vida

reine sobre las cosas tu ardiente caridad.

 

Cristo en todas las almas,

Y en el mundo la paz;

Cristo en todas las almas,

Y en el mundo la paz.

 

3. OH BUEN JESÚS YO CREO FIRMEMENTE

 

Acto de fe

¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente

que por mi bien estás en el altar,

que das tu cuerpo y sangre juntamente

al alma fiel en celestial manjar,

al alma fiel en celestial manjar.

 

Acto de humildad

Indigno soy, confieso avergonzado,

de recibir la santa Comunión;

Jesús que ves mi nada y mi pecado,

prepara Tú mi pobre corazón. (bis)

 

Acto de dolor

Pequé, Señor, ingrato te he ofendido;

infiel te fui, confieso mi maldad;

me pesa ya; perdón, Señor, te pido,

eres mi Dios, apelo a tu bondad. (bis)

 

Acto de esperanza

Espero en Ti, piadoso Jesús mío;

oigo tu voz que dice “ven a mí”,

porque eres fiel, por eso en Ti confío;

todo Señor, lo espero yo de Ti. (bis)

 

Acto de amor

¡Oh, buen pastor, amable y fino amante!

Mi corazón se abraza en santo ardor;

si te olvidé, hoy juro que constante

he de vivir tan sólo de tu amor. (bis)

 

Acto de deseo

Dulce maná y celestial comida,

gozo y salud de quien te come bien;

ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida,

desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)

 

4. HIMNO EUCARÍSTICO

(Del Congreso Eucarístico de GUADALAJARA, Méjico, 2004, que cantamos todos los día, en el Templo del Cristo de la Batallas, abierto desde las 7 de la mañana, Plasencia, con la Exposición del Santísimo, de 8 a 12,30 de la mañana, para la Adoración Eucarística,  iniciada en esa misma fecha, con rezo de Laudes a las 9, y terminar a las 12,30 con la Hora intermedia, Bendición del Santísimo y reserva, antes de la santa misa, a las 12,30 ).

 

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios. (2)

Es memoria Jesús y presencia,

es manjar y convite divino,

es la Pascua que aquí celebramos,

mientras llega el festín prometido.
¡OhJesús, alianza de amor,

que has querido quedarte escondido

te adoramos, Señor de la Gloria

corazones y voces unidos!,

 

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,

esperanza y camino hacia Dios. (2)

 

5. CERCA DE TI, SEÑOR

Cerca de Ti Señor, yo quiero estar,

tu grande y tierno mor quiero gozar.
Llena mi pobre ser limpia mi corazón,

hazme tu rostro ver en la aflicción.

Pasos inciertos doy, el sol se va,
mas si contigo estoy, no temo ya.

Himnos de gratitud ferviente cantaré

y fiel a Ti, Jesús, siempre seré.

 

Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy, buscando la paz.
Mas sólo Tú Señor, la paz me puedes dar,

cerca de Ti Señor,yo quieroestar.

 

Yo creo en Ti Señor, yo creo en Ti,
Dios vive en el altar presente en mí.

Si ciegos al mirar mis ojos no te ven
yo creo en Ti Señor, sostén mi fe. 

Espero en Ti, Seños, Dios de bondad,
mi roca en el dolor, puerto de paz.

Porque eres fielSeñor, porque eres la verdad,

espero en Ti Señor, Dios de bondad

 

 

 

6. VÉANTE MIS OJOS

 

Véante mis ojos,

dulce Jesús bueno;

véante mis ojos,
muérame yo luego

Vea quién quisiere        
rosas y jazmines,
que si yo te viere,

veré mil jardines,
flor de serafines;

Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego

 

 

 

 

No quiero contento

mi Jesús ausente

que todo es tormento

a quien esto siente,

solo me sustente

tu amor y deseo,

véante mis ojos

múera yo luego

 

7. ORACIÓN EUCARÍSTICA 

 

 

 

Sagrado banquete,en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión el alma se llena de gracia,y se nos da la prenda de la gloria futura.

 

 

V/Le diste el pan del cielo, alleluya

R/Que contiene en sí todo deleite, alleluya.

 

Oremos: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen

 

 

 

 

 

 8. HIMNO DE VÍSPERAS 

 

 

Estate, Señor, conmigo

siempre, sin jamás  partirte,

y, cuando decidas irte

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás 

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas.

 

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

pues bien sé que eres Tú

la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por eso más que la muerte,

temo, Señor, tu partida,

y prefiero perder la vida

milveces más que perderte,

pues la inmortal que tu das

sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo

cuando Tú sin mi te vas.

 

9. HIMNO EUCARÍSTICO: Adorote, devote...

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

 

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
pero basta con el oído para creer con firmeza.

Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

 

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

 

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

 

¡Oh memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dlzura.

 

Señor Jesús, bondadoso pelícano,

límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,

de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

 

Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:

Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

 

10. TÚ ERES, SEÑOR, EL PAN DE VIDA

1. Mi Padre es quien os da verdadero Pan del cielo,

2. Quien come de este Pan vivirá eternamente.

3. Aquel que venga a Mí no padecerá más hambre.

4. Mi Carne es el Manjary mi Sangre es la Bebida.

 

 

1º JUEVES  (24-1-2019)

 

LA EUCARISTÍA COMO PRESENCIA

 

Cuando celebramos la Eucaristía, después de haber comulgado, el pan consagrado se guarda en el Sagrario para la veneración de los fieles o se expone en la santa custodia como ahora para la Adoración nocturna o diurna, como haremos esta noche. Ahí permanece el Señor vivo y resucitado ofreciendo al Padre su vida por nosotros, intercediendo por todos, dando su vida por los hombres. Es un misterio de amor y salvación. Este misterio es el que celebramos y adoramos en la Adoración Nocturna. Qué privilegio de amor y salvación.

Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei nos dice: «Durante el día, los fieles no omitan la visita al Santísimo Sacramento... La visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor, allí presente». Especialmente en ratos de adoración nocturna o diurna.

Cada uno de nosotros puede decirle al Señor: Señor, sé que estás ahí, en el Sagrario, en la santa custodia. Sé que me amas, me miras, me proteges y me esperas todos los días. Lo sé, aunque a veces viva olvidando esta verdad y me porte como tú no mereces ni yo debiera. Quisiera sentir más tu presencia y ser atrapado por este ardiente deseo, que se llama Jesús Eucaristía, porque  cuando se tiene, ya no se cura.

Quiero saber, Señor, por qué me buscas así, por qué te humillas tanto, por qué vienes en mi busca haciéndote un poco de pan, una cosa, humillándote más que en la Encarnación, en  que te hiciste hombre. Tú que eres Dios y todo lo puedes ¿por qué te has quedado aquí en el Sagrario? ¿Qué  puedo yo darte que tú no tengas?

Y Jesús nos dice a todos algo, que no podemos comprender bien ahora en la tierra sino que tenemos que esperar al cielo para saberlo: «Lo tengo todo, menos tu amor, si tú no me lo das». Y es que Jesús nos ama tanto y debemos de valer mucho para el Padre, por lo mucho que nos ama y ha sufrido por nosotros. Nosotros no nos valoramos todo lo que valemos. Dios nos ha soñado para una eternidad de gozo con Él. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre para Él. Si yo existo, es que Dios ma ama y me ha soñado para una eternidad en su mismo gozo de Amor y Espíritu Santo con el Hijo.

Entonces, Señor, si yo valgo tanto para Tí, más que lo que yo me valoro y valoro a mis hermanos, ayúdame a descubrirlo y a vivir sólo para Tí, que tanto me quieres, que me quieres desde siempre y para siempre, porque Tú me pensaste desde toda la eternidad. Quiero desde ahora escucharte en visitas hechas a tu casa, quiero contarte mis cosas, mis dudas, mis problemas, que ya los sabes, pero que quieres escucharlos nuevamente de mí, quiero estar contigo, ayúdame a creer más en Tí, a quererte más y esperar  y buscar más tu amistad.

 

«Estáte, Señor, conmigo,                       

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás,

me causa un terrible miedo,

de si yo sin ti me quedo,

de si tú sin mí te vas.

 

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

porque bien sé que eres tú

la vida del alma mía;

si tu vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin tí me quedo,

ni si tú sin mí te vas».

 

Las puertas del Sagrario son para muchas almas las puertas del cielo y de la eternidad ya en la tierra, las puertas de la esperanza abiertas; el Sagrario para la parroquia y para todos los creyentes es «la fuente que mana y corre, aunque es de noche», aunque a veces no lo comprendamos, no lo veamos con los ojos de la carne, porque es la fe la que lo ve y nos lo comunica; el Sagrario es el maná escondido ofrecido en comida siempre, mañana y noche, es la tienda de la presencia de Dios entre los hombres. Siempre está el Señor, bien despierto, intercediendo y continuando la misa por nosotros ante el Padre en el altar del cielo.

El Sagrario para la parroquia es su corazón, desde donde extiende y  comunica la sangre de la vida divina a todos los feligreses y al mundo entero. Y para esto es la Adoración Nocturna. Lo dice Cristo, el evangelio, la Iglesia, los santos, la experiencia de los siglos y de los místicos... S. Juan de la Cruz lo expresa así:

 

«Qué bien sé yo la fuente

que mana y corre,

aunque es de noche.

Aquesta fonte está escondida,

en esta pan por darnos vida,

aunque es de noche. 

Aquí se está llamando a las criaturas,

y de este agua se hartan

porque es de noche.

Aquesta eterna fonte que deseo,

 en este pan de vida yo la veo,

 aunque es de noche. 

 

(Es por la fe, “noche” oscura al entendimiento) 

 

--Las almas eucarísticas, las almas de Sagrario, las almas despiertas de fe y amor a Cristo, son felices, aún en medio de pruebas y sufrimientos en la tierra, porque su corazón ya no es suyo, ya no es propiedad suya, porque Dios se lo ha robado y se lo ha llevado junto a Sí y las almas ya no pueden vivir sin la unión con Dios, ya no saben vivir sin Él.

-- Aquí, junto al Señor en el Sagrario, los adoradores aprenden a seguir a Cristo, le escuchan y se revisan en una conversión permanente, porque siempre son pecadores,  pero no dejarán de convertirse.

 

-- Aquí, en el Sagrario, encuentran la mejor escuela de amor, de familia, de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad..... porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron  todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces  no han tenido más biblia que el Sagrario.

 

-- Necesitamos de  Cristo pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y  de la que nos habíamos alejado.

--Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo, el mismo de Palestina y del cielo, es ahora pan consagrado; por eso, le decimos:“Señor, nosotros los adoradores creemos en ti y te adoramos, dános siempre de ese pan”.

 

2ª MEDITACIÓN: SI EL SACERDOTE SUPIERA…

 

DIA DEL SEMINARIO: CUANDO SE PIENSA...

 

CUANDO SE PIENSA... que ni la Santísima Virgen puede hacer lo que un sacerdote ...

CUANDO SE PIENSA... que ni los ángeles ni los arcángeles, ni Miguel ni Gabriel ni Rafael, ni príncipe alguno de aquellos que vencieron a Lucifer pueden hacer lo que un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... que Nuestro Señor Jesucristo en la última Cena realizó un milagro más grande que la creación del Universo con todos sus esplendores y fue el convertir el pan y el vino en su Cuerpo y su Sangre para alimentar al mundo, y que este portento, ante el cual se arrodillan los ángeles y los hombres, puede repetirlo cada día un sacerdote...

CUANDO SE PIENSA... en el otro milagro que solamente un sacerdote puede realizar: perdonar los pecados y que lo que él ata en el fondo de su humilde confesionario Dios obligado por su propia palabra, lo ata en el cielo, y lo que él desata, en el mismo instante lo desata Dios.

CUANDO SE PIENSA... que la humanidad se ha redimido y que el mundo subsiste porque hay hombres y mujeres que se alimentan cada día de ese Cuerpo y de esa Sangre redentora que sólo un sacerdote puede realizar... Cuando se piensa que el mundo moriría de la peor hambre si llegara a faltarle ese poquito de pan y ese poquito de vino...

CUANDO SE PIENSA... que eso puede ocurrir, porque están faltando las vocaciones sacerdotales; y que cuando eso ocurra se conmoverán los cielos y estallará la tierra, como si la mano de Dios hubiera dejado de sostenerla; y las gentes gritarán de hambre y de angustia, y pedirán ese pan, y no habrá quien se los dé; y pedirán la absolución de sus culpas, y no habrá quien las absuelva, y morirán con los ojos abiertos por el mayor de los espantos...

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote hace más falta que un rey, más que un militar, más que un banquero, más que un médico, más que un maestro, porque él puede reemplazar a todos para la vida eterna y ninguno puede reemplazarlo a él.

CUANDO SE PIENSA... que un sacerdote cuando celebra en el altar tiene una dignidad infinitamente mayor que un rey; y que no es ni un símbolo, ni siquiera un embajador de Cristo, sino que es Cristo mismo que está allí actuando el mayor milagro de Dios...

CUANDO SE PIENSA TODO ESTO, uno comprende... Uno comprende la inmensa necesidad de fomentar las vocaciones sacerdotales ...

Uno comprende el afán con que en tiempos antiguos, cada familia ansiaba que de su seno brotase, como una vara de nardo, una vocación sacerdotal.Uno comprende el inmenso respeto que los pueblos tenían por los sacerdotes, lo que se refleja en las leyes.

Uno comprende que el peor crimen que puede cometer alguien es impedir o desalentar una vocación.

Uno comprende que provocar una apostasía es ser como Judas y vender a Cristo de nuevo.Uno comprende que si un padre o una madre obstruyen la vocación sacerdotal de un hijo, es como si renunciaran a un título de nobleza incomparable.

Uno comprende que dar ayudaso mantener un seminario o un noviciado es multiplicar los nacimientos del Redentor es allanar el camino por donde ha de llegar al altar un hombre que durante          media hora, cada día, será mucho más que todas las dignidades de la tierra y que todos los santos del cielo. Pues será Cristo mismo, sacrificando su Cuerpo y su Sangre, para alimentar y salvar al mundo sembrando eternidades y llevándolas para siempre para siempre al gozo del nuestro Dios Trinitario y Uno Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

**************************************

2º JUEVES (31-1-19)

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

1ª MEDITACIÓN

 

Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, la misa siempre es pascua del Señor, porque es el fundamento de las otras presencias y de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

El otro jueves hablamos de la Eucaristía como presencia permanente en el Sagrario. Hoy vamos a tratar brevemente de la Eucaristía, como misa, como sacrificio. Esta fue la devoción y la práctica religiosa más importante de la Iglesia y de sus santos, la Eucaristía como misa, comunión y presencia.

Ni uno solo santo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, porque este es el proceso y el camino del encuentro con Jesús en el Sagrario, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco en la oración y conversión eucarística, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento. “Oh noche que guiaste.(noche de la fe), oh noche amable más que la alborada; oh noche que juntaste amado con amada, amada en el amado transformada…

Y empiezo citando al Vaticano II donde se nos habla así de la misa del domingo: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe presentarse e inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Pero la  Eucaristía del domingo es la misma Eucaristía de todos los días, es el mismo Cristo, la misma pascua,  el mismo misterio el que Cristo, por medio del sacerdote, hace presente: su vida, muerte y resurrrección por todos los hombres. Todas las misas son la misma misa, la misma Eucaristía de Cristo en domingo o en días ordinarios, solo que la del domingo es en el día de la resurrección de Cristo.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de cincuenta años, puse este letrero: “Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, a los feligreses, a las personas, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia y de las comunidades y familias cristianas.

Para que veais que no es una teoria o pensamiento mío personal, voy a citar brevemente unos textos del Vaticano II referentes a la misa en general, a la santisima Eucaristia. Esto  lo tengo más desarrollado en alguno de mis libros sobre la Eucaristía.

Empiezo:«...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5).

 

1.3. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, NUESTRA PASCUA Y PAN VIVO QUE DA LA VIDA A LOS HOMBRES, VIVIFICADA Y VIVIFICANTE POR EL ESPÍRITU SANTO» (PO 6).

 

La Eucaristía, centro de los sacramentos y ministerios

 

P 5 b: [...] los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.

M 9 b: Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación.

L 10 a: [...] los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

P 5 b: [...] la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo.

 

La celebración eucarística, centro de la comunidad cristiana

 

P 6 e: [...] ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.

O 30f: En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana...

P 5 c: Es, [...J, la sinaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles, que preside el presbítero.

I 26 a: En ellas [las comunidades locales] se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”.

Toda Misa, acto de Cristo y de la Iglesia

 

P 13 c:[... la Misa], aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia.

L 27 b:Esto [la preeminencia de la celebración comunitarial vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos.

I 50 d:[.. .1 al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial...

 

El sacrificio eucarístico, realización redentora

 

P 13 c: En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana...

L 2: [.1 la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.

FS 4 a: [Los seminaristas] deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que, orando y realizando las sagradas celebraciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos.

 

La oblación personal en el sacrificio eucarístico

 

I a: [Los fieles,] participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.

P 5 c: Los presbíteros, [...], enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida.

**************************

Queridos hermanos, la misa, toda misa, toda eucaristía, especialmente la dominical, renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

¿ES PARA MI LA EUCARISTÍA EL CENTRO DE MI VIDA ESPIRITUAL?

 

**************************

 

Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido:“Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús: “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”,   hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

Santa Teresa estuvo siempre muy unida a Jesucristo Eucaristía. En relación con la presencia de Jesús en el Sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado  en este sacramento. El se quedó entre nosotros de un modo tan admirable!»

Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el Sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que  hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía.

En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo; debe ser porque hoy Jesucristo en el Sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está con toda plenitud de pobreza de amor y compañía en la Eucaristía o en el Sagrario.

Y así en todos los santos. Ni uno solo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de este pan, de esta presencia, de este tesoro escondido, ni uno solo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total del Cristo viviente y glorioso, compañero de viaje en el sacramento hasta el cielo.

 

 

 

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

LA EUCARISTÍA COMO MISA.

 

            Podemos considerar la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia permanente de Jesucristo en la Hostia santa. De todos los modos de considerar la Eucaristía, el más importante es la Eucaristía como sacrificio, como misa, como pascua, como sacrificio de la Nueva Alianza, especialmente la Eucaristía del domingo, porque es el fundamento de toda nuestra vida de fe  y la que construye  la Iglesia de Cristo.

            Voy a citar unas palabras del Vaticano II donde se nos habla de esto: «La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen del mismo día de la resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el día que es llamado con razón “día del Señor” o domingo. En este día los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la palabra de Dios y participando de la Eucaristía, recuerden las pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios que los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo entre los muertos (1Pe 1,3). Por esto, el domingo es la fiesta primordial que debe  inculcarse a la piedad de los fieles...» (SC 106).

Por este texto y otros,  que podíamos citar, podemos afirmar que, sin Eucaristía dominical, no hay cristianismo, no hay Iglesia de Cristo, no hay parroquia. Porque Cristo es el fundamento de nuestra fe y salvación,  mediante el sacrificio redentor, que se hace presente en  la Eucaristía; por eso, toda Eucaristía, especialmente la dominical, es Cristo haciendo presente entre nosotros su pasión, muerte y resurrección, que nos salvó y nos sigue salvando, toda su vida, todo su misterio redentor. Sin domingo, Cristo no ha resucitado y, si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe y no hay salvación, dice San Pablo.

 Sin Eucaristía del domingo, no hay verdadera fe cristiana, no hay Iglesia de Cristo. No vale decir «yo soy cristiano pero no practicante». O vas a Eucaristía los domingos o eso que tú llamas cristianismo es pura invención de los hombres, pura incoherencia, religión inventada a la medida de nuestra comodidad y falta de fe; no es eso lo que Cristo quiso para sus seguidores e hizo y celebró con sus Apóstoles y ellos continuaron luego haciendo y celebrando. La Eucaristía del domingo es el centro de toda la vida parroquial.

Sobre la puerta del Cenáculo de San Pedro, hace ya más de treinta años, puse este letrero: Ninguna comunidad cristiana se construye, si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía». Este texto del Concilio nos dice que la Eucaristía es la que construye la parroquia, es el centro de toda su vida y apostolado, el corazón de la parroquia. La Iglesia, por una tradición que viene desde los Apóstoles, pero que empezó con el Señor resucitado, que se apareció y celebró la Eucaristía con los Apóstoles en el mismo día que resucitó, continuó celebrando cada ocho días el misterio de la salvación  presencializándolo por la Eucaristía. Luego, los Apóstoles, después de la Ascensión, continuaron haciendo lo mismo. 

Por eso, el domingo se convirtió en  la fiesta principal de los creyentes. Aunque algunos puedan pensar, sobre todo, porque es cada ocho días, que el domingo es menos importante que otras fiestas del Señor, por ejemplo, la Navidad, la Ascensión, el Viernes o Jueves Santo, la verdad es que si Cristo no hubiera resucitado, esas fiestas no existirían. Y eso es precisamente lo que celebramos cada domingo: la muerte y resurrección de Cristo, que se convierten en nuestra Salvación.

En este día del Señor resucitado, en el domingo, Jesús nos invita a la Eucaristía, a la santa misa, que es nuestra también, a ofrecernos con Él a la Santísima Trinidad, que concibió y realizó este proyecto tan maravilloso de su Encarnación, muerte y resurrección para llevarnos a su misma vida trinitaria. En el ofertorio nos ofrecemos y somos ofrecidos con el pan y el vino; por las palabras de la consagración, nosotros también quedamos consagrados como el pan y el vino ofrecidos, y ya no somos nosotros, ya no nos pertenecemos, y al no pertenecernos y estar consagrados con Cristo para la gloria del Padre y la salvación de los hombres, porque voluntariamente hemos querido correr la suerte de Cristo, cuando salimos de la Iglesia, tenemos que vivir como Cristo para glorificar a la Santísima Trinidad, cumplir su voluntad  y salvar a los hermanos, haciendo las obras de Cristo: “Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre”;El que me come vivirá por mí”; ”Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor” (Jn15,9). 

En la consagración, obrada por la fuerza del Espíritu Santo, también nosotros nos convertimos por Él, con Él y en Él, en “alabanza de su gloria”, en alabanza y buena fama para Dios, como Cristo fue alabanza de gloria para la Santísima Trinidad y nosotros hemos de esforzarnos también con Él por serlo, como buenos hijos que deben ser la gloria de sus padres y no la deshonra.

En la Comunión nos hace partícipes de sus mismos sentimientos y actitudes y para esto le envió el Padre al mundo, para que vivamos por El: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él” (1Jn 4,8). Esta es la razón de su venida al mundo; el Padre quiere hacernos a todos hijos en el Hijo y vivir así amados por Él en el Amado. Y eso es vivir y celebrar y participar en la Eucaristía, la santa Eucaristía, el sacrificio de Cristo. Es un misterio de amor y de adoración y de alabanza y de salvación, de intercesión y súplica con Cristo a la Santísima Trinidad. Y esto es el Cristianismo, la religión cristiana: intentar vivir como Cristo para gloria de Dios y salvación de los hombres.

 La Eucaristía dominical  parroquial renueva todos los domingos este pacto, esta alianza, este compromiso con Dios por Cristo, porque es Cristo resucitado y glorioso, quien, en aparición pascual, se presenta entre nosotros y nos construye como Iglesia suya y nos consagra juntamente con el pan y el vino para hacernos partícipes de sus sentimientos y actitudes de ofrenda al Padre y salvación de los hermanos y hacernos ya ciudadanos de la nueva Jerusalén, que está salvada y participa de los bienes futuros anticipándolos, encontrándonos así por la Eucaristía con el Cristo glorioso, llegados al último día y proclamando con su venida eucarística la llegada de los bienes escatológicos, es decir, definitivos: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, VEN, SEÑOR , JESÚS».

Queridos amigos, ningún domingo sin  Eucaristía. Este es mi ruego, mi consejo y exhortación por la importancia que tiene en nuestra vida espiritual. Es que mis amigos no van, es que he dejado de ir hace ya mucho tiempo, no importa, tú vuelve y la Eucaristía te salvará, el Señor te lo premiará con vitalidad de fe y vida cristiana. Los que abandonan la Eucaristía del domingo, pronto no saben de qué va Cristo, la salvación, el cristianismo, la Iglesia... El domingo es el día más importante del cristianismo y el corazón del domingo es la Eucaristía, la Eucaristía, sobre todo, si participas comulgando. Más de una vez hago referencia a unos versos que reflejan un poco esta espiritualidad:

Frente a tu altar, Señor, emocionado

veo hacia el cielo el cáliz levantar.

Frente a tu altar, Señor, anonadado

he visto el pan y el vino consagrar.

Frente a tu altar, Señor, humildemente

ha bajado hasta mi tu eternidad.

Frente a tu altar, Señor, he comprendido

el milagro constante de tu amor.

¡Querer Tu que mi barro esté contigo

haciendo templo a quien te ha ofendido!

¡Llorando estoy frente a tu altar, Señor!

 

(Tantos abandonos, tantos pecados, tantas faltas de fe y amor ante un Dios que tanto me quiere..en el Sagrario, llorando estoy frente a tu altar, Señor)

***********************************

3º JUEVES (14 febrero-2019)

 

1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

5. 2. El mundo necesita almas eucarísticas: almas que tengan experiencia del amor de Cristo Eucaristía en el Sagrario

 

BUENAS NOCHES, SEÑOR: hace tiempo que quería decirte algo. Quizás sería mejor a solas. Pero todos estos, que están aquí esta noche, son amigos y podemos hablar con confianza. Recuerdas, Jesús, fue hace veinte siglos, también en jueves, aproximadamente sobres estas horas, al atardecer, Tú estuviste loco, sí, perdona que te lo diga, tú estuviste loco, porque tú lo sabías, Tú lo sabes todo, Tú sabías que serían muy pocos los hombres que   creerían en Tí, tu sabías que incluso los creyentes no valoraríamos tu presencia ofrecida en amistad en el Sagrario, Tú sabías que para muchos el Sagrario sería un trasto más de la iglesia, al que se le ponen velas y colocan flores  algunos días de fiesta, Tú lo sabías todo y, sin embargo, te quedaste. Gracias, Señor, qué amor más grande nos tienes. Tú sí que eres bueno, Tú sí que amas de verdad....

Señor, muchos creen que el sacerdote habla de Tì, de tu amor y presencia eucarística, como un profesional, como el médico habla de sus enfermos o el profesor de su ciencia... por puro ética profesional. Qué pena, Señor, porque ellos, sobre todo los que no creen, los  que no vienen a tí en ninguna tarde de su vida, no han descubierto todo el misterio que se encierra en este pan, todo el amor del Padre, todo su proyecto de Salvación, hecho Hijo muerto y resucitado por ellos, todo el Amor del Espíritu Santo transformando este pan en  Eucaristía, en el cuerpo y sangre del Hijo Amado, que pasó haciendo el bien y nos abrió las puertas del cielo, de  la Trinidad beatísima.

Ellos no saben lo que es locura de Amor Divino, hecho primero carne, y luego un poco de pan,  para ser comido por el hombre; ellos tampoco saben lo que es estar enamorados de Tí, del Dios Infinito, ellos no saben que Tú emborrachas las almas y las atas para siempre a la sombra de tu Sagrario, del santuario de tu presencia en la tierra. Mil veces nacido, mil veces tuyo, Señor, en el sacerdocio de tu amor, como centinela permanente de tu presencia eucarística, puerta del cielo y de encuentro contigo en la tierra. Ayúdanos a todos a descubrir este tesoro escondido, a venerarlo, honrarlo, imitarlo como se merece. Dános tu amor, tu fortaleza, tu humildad, tu sinceridad, tu entrega, tu pasión por el hombre, todo eso que encierras en este trozo de pan consagrado.

Por eso, conscientes de nuestra indigencia, de nuestra falta de fe y de amor para contigo, pero conscientes también de que te tenemos aquí, tan cerca, como las turbas que te apretujaban en las calles y los campos de Palestina, acudimos a TÍ para exponerte nuestras necesidades.

 (Aquí seguí el Ritual de la Adoración Nocturna en la Vigilia del Jueves Santo. Tiene un diálogo muy logrado de súplicas bíblicas  al Señor. Luego seguimos hablando así).

Queridos amigos, en virtud de las palabras de la consagración del pan y del vino, pronunciadas por Cristo a través del sacerdote, se hace presente todo el misterio de Cristo, todo su evangelio, toda su vida, todo el proyecto salvador del Padre, que le llevó por la pasión y la muerte, a la resurrección para El y para todos. En la eucaristía está Cristo ya definitivo y glorioso como está en el cielo.

Esta presencia de Cristo es permanente y por eso, terminada la santa misa, continúa en el Sagrario; de aquí  nuestra admiración y nuestro amor a Cristo en ell Sagrario. Como es un misterio tan grande, Jesús, antes de instituirlo, lo prometió y habló de él varias veces, sobre todo después de la multiplicación del los panes y los peces, como lo podéis leer en el capítulo sexto del evangelio de San Juan. Después de su resurrección siguió celebrando este misterio con sus apóstoles. Luego ellos y los primeros cristianos siguieron venerando, creyendo y celebrando la eucaristía cada ocho días, en el domingo, día de la resurrección… Y desde entonces la Iglesia no ha cesado de celebrar este misterio.

La Eucaristía es la fuente, la cima y el centro de todos los sacramentos y de toda la vida de la Iglesia. Todo gira en torno a ella. Lo afirma y confiesa toda la Iglesia con el Papa en el Vaticano II, que me cogió a mí estudiando en Roma. Leeré algunas de sus afirmaciónes y verdades para que las recordemos y vivamos y veais que no es cosa mía, o de un fervor pasajero sino de la Iglesia reunida en Concilio.El Señor tampoco ha dejado de obrar milagros en el pan o el vino consagrados,  para confirmar nuestra fe. Hay libros escritos sobre esta materia. A nosotros no nos aumentan la fe, porque nosotros nos fiamos totalmente de las palabras de Cristo. También hay otros que la niegan. Es lógico, porque exige fe y la fe no es algo que nosotros podamos ver y probar sino que es un don de Dios, que hay que pedirlo mucho y muchas veces, algo que nosotros no podemos fabricar o dependa de nuestra inteligencia o esfuerzo. Desde la fe y el evangelio podemos afirmar:

 

1.- La Eucaristía es Cristo amigo que está cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Aunque a mí me gustan también en este mismo sentido y dirección las otras palabra del Señor:“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos, vosotros sois mis amigos...” y está aquí porque es nuestro amigo y está dando la vida por nosotros y pidiendo al Padre por nosotros y salvándonos en silencio y sin el reconocimiento de muchos, por los cuales se quedó. Y nosotros, ¿qué hacemos por Él? ¿Cómo amamos y frecuentamos estos tres aspectos de la Eucaristía?      ¿Por qué un amor tan grande en Jesús, sabiendo que iba a recibir por parte nuestra tan poco reconocimiento y amor en  unos Sagrarios, muchas veces llenos de polvo y olvido, en unas iglesias vacías y abandonadas en las que se habla mucho y se adora poco, como si el Señor no estuviera presente, como si estuvieran deshabitadas?

2.- Un alma, que no ha llorado delante del Sagrario, no sabe lo que es felicidad plena en este mundo....tampoco conoce a Cristo y a su evangelio en plenitud, no sabe lo que es religión cristiana ni unión con Dios plena y perfecta, aunque sea Cardenal u Obispo. Para que fuera nuestro sacrificio bastaba que estuviera presente en la consagración; para que fuera pan de vida, bastaba que estuviera en el momento de la comunión ¿por qué quiso quedarse de forma permanente en el Sagrario sabiendo que  iba a sufrir olvidos y abandonos? ¿Qué le podemos dar nosotros que Él no tenga? ¿Qué quiere, qué busca de nosotros? ¿Por qué se humilla y se rebaja tanto? Repito: ¿Qué le podemos dar nosotros que Él no tenga…?

Solo hay una respuesta: busca nuestra amistad, nuestra felicidad, nuestra salvación eterna. Es que para Él, nosotros valemos mucho. Fuimos creados y estamos llamados a ser eternidad en Dios. Y este es el encargo que ha recibido del Padre.  Y esto es lo que busca Cristo, lo que nos quiere Dios: nos quiere con su mismo amor trinitario. Y para buscarlo se ha rebajado tanto y ha perdido la cabeza. Estos versos de S. Juan de la Cruz valen para explicarnos lo que El hizo y lo que tenemos que hacer nosotros por El:«Buscando mis amores, iré por esos sotos y riberas, ni cogeré las flores, ni temeré las fieras y pasaré los fuertes y fronteras» (C. B 3).

La Eucaristía es el amor loco, apasionado, infinito, incomprensible del Hijo de Dios, hecho presencia y  comunión en el pan para el hombre y por el hombre. Para conseguirlo, atravesó las fronteras de las finitudes del tiempo y del espacio, no tuvo miedo a las fieras ni a los enemigos del camino, a los olvidos y desprecios de los mismos por los que se encarnaba y se hacía pan de Eucaristía, ni cogió las flores del triunfo y de la resurrección para marcharse con ellas al cielo, sino que quiso quedarse y  compartirlas con todos los hombres. Para todos ha muerto y ha resucitado y permanece en el Sagrario.

Perdóname, Jesús, no creía que me amases tanto. Yo también quiero amarte a Tí, sólo a Tí por encima de todo y te lo digo con el canto que entonaremos luego en la comunión:   

 «Véante mi ojos, dulce Jesús bueno, véante mis ojos,   múerame yo  luego. Vea quien quisiere  rosas y jazmines, que, si yo te viere, veré mil jardines; flor de serafines, Jesús nazareno, véante mis ojos, múerame yo luego. 

No quiero contento, mi Jesús ausente, que todo es tormento a quien esto siente, solo me sustente, tu amor y deseo, véante mis ojos, muérame yo luego».

 

3.- Como la presencia eucarística es presencia de Cristo ofrecida en amistad permanentemente a todos los hombres, nuestra respuesta tiene que ser amistad personal con Él, trato íntimo y   permanente con Él, por eso veamos ¿cómo es nuestra respuesta? ¿cómo son nuestras misas, nuestras comuniones, nuestra oración eucarística? ¿cuántas veces participamos, comulgamos, le visitamos? Ahí está el Hijo, en el que el Padre se complace desde toda la eternidad, ahí el Cristo de la adúltera que nos mira y nos perdona con ese amor misericordioso y salvador que ningún otro tiene,  ahí el amigo de Lázaro, Marta y María,que les llenaba de amor y cielo anticipado en la tierra, ahí esta... acércate, no tengas miedo, es el mismo, que no te va a reñir, porque lo tengas olvidado ni tiene el carácter agriado por nuestros abandonos, Él está ahí, es el amigo que siempre está en casa, para socorrernos y ayudarnos. Me gustaría que no tuviéramos que esperar hasta el cielo para encontrarnos con El en gozo y amistad de amor infinito.

¡ Oh Jesús, nosotros creemos y nada ven nuestros ojos ni reflejan nuestras pupilas; nosotros creemos y nada sentimos, solo creemos por la certeza y confianza que nos dan tus palabras: “Esto es mi Cuerpo, ésta es mi sangre”, porque sabemos que esto te agrada, más que creer por milagros o por nuestra experiencia, porque entonces no  creemos en Tí sino por nuestros sentidos y razón. Señor, ayúdanos, yo te digo como el padre de aquel enfermo: “Señor, yo creo pero aumenta mi fe”.

 

4.- Almas eucarísticas necesita el mundo siempre, almas que tengan fe y amor permanentes a Dios, amor sacrificado, purificado, heroico y dispuesto a dar la vida, la soberbia, la avaricia, la carne... por Cristo y, al darlo por Cristo, salven al mundo, a los hermanos, porque“sólo los ojos limpios verán a Dios”, a Cristo Eucaristía, al Viviente, al Primogénito, a la Belleza y Hermosura del Padre?

Todos  podemos hablar y predicar de la Eucaristía, y todos podemos ser teólogos, incluso podemos hacer tesis doctorales, pero para ser  testigos del Viviente, del Amor Eucarístico de Cristo, se necesita amor martirial, dar la vida por el Amado, sin nimbos de gloria ni reflejos de perfección, en el silencio de cada día, de tu parroquia o situación alejada de honores, como lo hace Cristo en el Sagrario, sin testigos que te alaben o te envanezcan. 

Sólo el que ama así, puede abrir y entrar en el Sagrario y descubrir lo que encierra, sólo ese puede decirnos quien vive allí, sólo ése. Y os lo digo bien claro, queridos feligreses, sin ojos limpios y purificados, sin deseos de conversión permanente no hay amor eucarístico, encuentro y comunión con Cristo, no podemos salvar a este mundo,  no nos hacemos eucaristía con Él. Y aquí radica el gran peligro de la devoción eucarística, tanto para vosotros como para mí, sacerdote, que si no la vivimos, terminamos por no creerla con fe y amor verdaderos.

Señor, te necesitamos y aunque a veces te olvidemos, no te vayas. Te necesitamos para nuestra existencia tan opaca y falta de sentido, si Tú no estás: por qué vivo, para qué vivo; te necesitamos para nuestros hogares tan llenos de todo y ahora vemos que nos falta todo, porque nos faltas Tú, que eres el Todo;  te necesitamos para nuestro corazón tan vacío, que ha confundido amor con egoísmo, sexo y consumismo; te necesitamos para nuestros niños, jóvenes, matrimonios, enfermos, a los que no sabemos consolar y ayudar si no hacemos referencia a tu amor entregado, curativo, lleno de sentido y certezas eternas. Te necesitamos... Almas eucarísticas necesita este mundo, esta parroquia, tu Iglesia. Nosotros queremos ser y buscarte amigos,  porque hemos oído el grito que dirigiste desde tu eucaristía a Sor Benigna de la Consolata:«Benigna mía, sé apóstol de mi amor. Grita fuerte, que todo el mundo te oiga. Que yo tengo hambre y sed, que muero de ansías de ser comido de mis criaturas. Estoy por ellas en el sacramento del Amor y ellas me hacen tan poco caso. Benigna mía, búscame almas que deseen, que quieran ser mis amigas». ¡Pues aquí me tienes, Señor, aquí me tienes¡

 

**************************************************

 

4º JUEVES

 

CUARTA PARTE

 

LA EUCARISTÍA, ESCUELA DE ORACIÓN

 

1ª y 2ª MEDITACIÓN

 

4. 1. “Contemplata aliis tradere”: desde la oración eucarística a la misión apostólica

 

La crisis de la Iglesia, la crisis de los sacerdotes, de los religiosos y de todo bautizado será siempre crisis de oración personal con Cristo, especialmente con Cristo Eucaristía, crisis de misa de domingo, de comunión frecuente, de visitar a Jesucristo Eucaristía en el Sagrario: cómo decir que Jesús, Hijo de Dios y único Salvador de los hombres está ahí, sacerdote de Cristo, y luego tu parroquia no te ve junto al Sagrario, o hablas en la iglesia o junto al Sagrario como si fuera un trasto más de la Iglesia o está la iglesia cerrada todo el día.. no soy yo el que lo dice, lo dice muy claro el papa Juan Pablo II en su encíclica N.M.I. que vamos a leer y meditar un poco.

«Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda la programación pastoral» (NMI 34). Hoy que se habla tanto de compromiso solidario y del voluntariado con los más pobres; pues bien, una persona que ha trabajado hasta la muerte por los más pobres, que son los moribundos y  los niños abandonados en las calles, nos habla de la necesidad absoluta de la oración para ver a Cristo en esos rostros y poder trabajar cristianamente con ellos. Lo dice muy claro la Madre Teresa de Calcuta: «No es posible comprometerse en el apostolado directo sin ser un alma de oración. Tenemos que ser conscientes de que somos uno con Cristo, como Él era consciente de que era uno con el Padre. Nuestra actividad es verdaderamente apostólica sólo en la medida en que le permitimos que actúe en nosotros a través de nosotros con su poder, con su deseo, con su amor».[1]

“He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo”. Y Jesús es Verdad y es la Verdad y no puede engañarnos y lo está cumpliendo a tope en la Eucaristía. La dificultad estriba más en nosotros que en el amor y los deseos de Jesús. Porque a Él le sobran entrega y ganas de seguir amando y salvando a los hombres, pero a nosotros no nos entra en la cabeza, que el Verbo de Dios, el amado eterna e infinitamente por el Padre e igualmente amante infinitamente en el mismo Espíritu Santo, “ tenga sus delicias en estar con los hijos de los hombres”, que somos como somos, finitos, limitados y que fallamos a cada paso.

En cada misa Cristo nos dice: te quiero, os quiero y doy la vida por ti y por todos los hombres, y mi mayor alegría es que creas en mí y me sigas, que me metas en tu corazón, para que vivamos unidos una misma vida, la mía que te regalo, para que se la entregues a los hermanos, a todos los hombres; toma este pan y  cómeme, soy yo,  este es mi cuerpo que se entrega por tí... y al comer mi carne, comes mis actitudes y sentimientos y  debes vivir en mí y   por mí y así debes entregarte a los hombres y así te harás igual a mí y serás hijo en el Hijo y el Padre ya no distinguirá entre los dos estando unidos, verá en tí al Amado, en quien ha puesto  sus complacencias.

Y entonces, Cristo, a través de nuestra humanidad supletoria, que se la prestamos, seguirá salvando a los hombres, renovando todo su misterio de Salvación y  Redención  del mundo, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor extremo, hasta dar la vida, pero en nosotros y por nosotros.

 Esta presencia de Cristo enviado y apóstol es en nosotros sacerdotes una  realidad  ontológica, por el sacramento del Orden: «por la imposición de las manos y de la oración consacratoria del Obispo, se transforma en imagen real, viva y transparente de Cristo Sacerdote: una representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor» (PDV. 15). Igual que el pan, después de la consagración, aparentemente es pan, pero por dentro, es Jesús, así todo sacerdote tiene que se transparencia sacramental de Cristo.

Toda la vida de Cristo, toda su salvación y evangelio y misión se  presencializan en cada misa  y  por la comunión nos comunica todos sus misterios de vida y misión y salvación, y así nos convertimos en humanidades supletorias de la suya, que ya no puede actuar, porque quedó destrozada y ahora, resucitada, ya no es histórica y temporal como la nuestra: “El que me come vivirá por mí”.” Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo...”  Hasta el extremo de su fuerza, de su amor, de su sangre y del tiempo.... Hasta el dintel de lo infinito, de lo divinamente intransferible nos ha amado Cristo Jesús. Así debemos amarle. Quien adora, come o celebra bien la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta.

Y ahora uno se pregunta lo de siempre: Pero qué le puedo yo dar a Cristo que Él no tenga. No tenemos ni  entendemos su amor de entrega total al Padre por nosotros desde el seno de la Trinidad:  “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios... Aquí estoy para cumplir tu voluntad.”. Cristo se queda en el Sagrario para buscar continuadores de su tarea y misión salvadora. Por eso la eucaristía, como encarnación continuada de Cristo y aceptada por el Padre, también es obra de los Tres; es obra del Padre, que le sigue enviando para la salvación de los hombres; del Hijo que obedece y sigue aceptando y salvando a los hombres por la celebración de la Eucaristía; del Espíritu Santo, que formó su cuerpo sacerdotal y victimal en el seno de María y ahora, invocado en la epíclesis de la misa,  lo hace presente en el pan y en los que celebran, comulgan y adoran.   

En la eucaristía se nos hace presente el proyecto salvador del amor trinitario del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo; en el Hijo, «encarnado»  en el pan, con fuerza y amor de Espíritu Santo, se nos hacen presentes las Tres Divinas Personas y también toda la historia de Salvación y todo su amor eterno y salvador para con nosotros. Todo esto, el entender este exceso de amor, esta entrega tan insospechada, extrema y gratuita de los Tres en el Hijo, nos cuesta mucho a los hombres, que somos limitados y  finitos en amar, que  somos calculadores en nuestras entregas, que, en definitiva, ante este amor infinito, no somos nada, ni entendemos nada,  si no fuera por la fe, que oscuramente nos da noticias de este amor.

Y digo oscuramente, no porque la fe, la luz de Dios, la comunicación no sea clara y manifiesta, sino porque nuestras pupilas humanas tienen miopía y cataratas de limitaciones humanas para ver y comprender la luz divina y por su misma naturaleza nuestro entendimiento y nuestro corazón no están capacitados y preparados y adecuados para tanta luz y tanto amor. Es el exceso de luz divina, del amor divino en Cristo, que excede como rayo a las pupilas humanas de la  razón, lo que impide ver a nuestros ojos, que no están acostumbrados a estas verdades y resplandores y amores, y, por eso, hay que purificar, limpiar criterios y afectos, adecuar las facultades, que diría San  Juan de la Cruz.

Por eso, para comprender esta realidad en llamas, que es  la Eucaristía, el Señor tiene que limpiar todo lo sucio que tenemos dentro, toda la humedad del leño viejo y de pecado que somos, tanta ignorancia de lo divino, de lo que Dios tiene y encierra para sí y para nosotros. Como dice San Juan de la Cruz, primero hay que acercar el leño al fuego de la oración; nosotros tenemos que acercarnos al fuego de Cristo, mediante la oración eucarística, para que nos vaya contagiando su fuego y sus ansias apostólicas, desde el Padre que le sigue enviando continuamente por amor y ternura eterna hacia el hombre.

Por esta causa, la Eucaristía es también amor extremo del Padre “que tanto amó al mundo que entregó a su propio Hijo...”; luego, el fuego de la oración, que es unión con Dios, lo empieza a calentar y a poner a la misma temperatura que el fuego, para poder quemarlo y  transformarlo, pero para eso y antes de convertirse en llama de amor viva, el fuego pone negro el madero antes de prenderlo: son las noches y las purificaciones.. Lo explica muy bien San Juan de la Cruz: «Lo primero, podemos entender cómo la misma luz y sabiduría amorosa que se ha de unir y transformar en el alma es la misma que al principio la purga y dispone; así como el mismo fuego que transforma en sí al madero, incorporándose en él , es el que primero le estuvo disponiendo para el mismo efecto» ( N II 3).

Aunque San Juan de la Cruz se refiere a la oración en general, pero contemplativa, vale para todo encuentro con Cristo, especialmente eucarístico:  «De donde, para mayor claridad de lo dicho y de lo que se ha de decir, conviene aquí notar que esta purgativa y amorosa noticia o luz divina que aquí decimos, de la misma manera se ha en el alma purgándole y disponiéndola para unirla consigo perfectamente, que se ha el fuego en el madero para transformarle en sí; porque el fuego material, en aplicándose al madero, lo primero que hace es comenzarle a secar, echándole la humedad fuera y haciéndole llorar el agua que en sí tiene; luego le   va poniendo negro, oscuro y feo y aun de mal olor y  yéndole secando poco a poco, le va sacando luz y echando afuera todos los accidentes feos y oscuros que tiene contrarios al fuego, y finalmente, comenzándole a ponerle hermoso con el mismo fuego; en el cual término, ya de parte del madero ninguna pasión hay ni acción propia, salva la gravedad y cantidad más espesa que la del fuego, porque las propiedades de fuego y acciones tiene en sí; porque está seco, y seco está; caliente, y caliente está; claro y esclarece; está ligero mucho más que antes, obrando el fuego en él esta propiedades y efectos»  (IIN 13, 3-6).

Por esto mismo la escuela de la oración eucarística se convierte en la escuela más eficaz de apostolado, purificando y quitando los pecados del apóstol, que impiden la unión de los sarmientos a la vid para dar fruto, y le ilumina a la vez con el fuego del amor para lanzarle a la acción. Y, cuando el fuego prende al madero, al apóstol, entonces se hace una misma llama de amor viva con Él, es ascua viva y encendida en su fuego de  Amor de Espíritu Santo:  Dios y el hombre en una sola realidad en llamas, el que envía y el enviado, la misión y la persona, el mensaje y el mensajero: «¡Oh llama de amor viva, / qué tiernamente hieres/ de mi alma en el más profundo centro!» Son todos los verdaderos santos apóstoles, sacerdotes, religiosos, padres de familia...que han existido y seguirán existiendo.

Juan Pablo II en su Carta Apostólica NMI. ha insistido repetidas veces en la oración como fundamento y prioridad de la acción pastoral: «Trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria, significa respetar un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia. Hay una tentación que insidia siempre todo camino espiritual y la acción pastoral misma: pensar que los   resultados dependen de nuestra capacidad de hacer y programar.

Ciertamente, Dios nos pide una colaboración real a su gracia y, por tanto, nos invita a utilizar todos los recursos de nuestra inteligencia y capacidad operativa en nuestros servicios a la causa del Reino. Pero no se ha de olvidar que sin Cristo “no podemos hacer nada” (cf. Juan 15, 5). La oración nos hace vivir precisamente en esta verdad. Nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con Él, la primacía de la vida interior y de la santidad».[2]

Lo dice muy bien el Responsorio breve de II Vísperas del Oficio de Pastores: « V. Éste es el que ama a sus hermanos * El que ora mucho por su pueblo. R.  El que entregó su vida por sus hermanos.* El que ora mucho por su pueblo».

 Para comprender y saber de Eucaristía, hay que estar en llamas, como Cristo Jesús, al instituirla; aquella noche del Jueves Santo, el Señor no lo podía disimular,  le temblaba el pan en las manos, qué deseos, qué emoción..., y por eso mismo,  qué vergüenza siento yo de mi rutina y ligereza al celebrarla, al comulgar y comer ese pan ardiente, en visitarlo en el Sagrario siempre con los brazos abiertos al amor y a la amistad. Si uno logra esta unión de amor con el Señor, entonces uno no tiene que envidiar a los apóstoles ni a los contemporáneos del Cristo de Palestina, porque de hecho, ni siquiera con la  resurrección, los apóstoles llegaron a quemarse de amor a Cristo sino sólo cuando ese  Cristo,  se hizo Espíritu Santo, se hizo llama, se hizo fuego transformante por dentro, solo entonces se hizo Pentecostés: “Estaban reunidos los apóstoles en el cenáculo con María, la madre de Jesús”.

Ya se lo había dicho antes y repetidamente Jesús:  “Os conviene que yo me vaya porque si yo no me voy no vendrá a vosotros el Espíritu Santo... Pero si yo me voy, os lo enviaré.. Él os llevará hasta la verdad completa”. Que la eucaristía, fuego divino de Cristo, nos queme y nos transforme en llama de amor viva y apostólica, a todos los bautizados, llamados a la santidad, especialmente a los sacerdotes, consagrados con la fuerza del Espíritu Santo, Llama viva del Amor Trinitario.  

 

*************************************

 

 

5º JUEVES

 

PRIMERA Y SEGUNDA MEDITACIÓN

 

QUINTA HOMILÍA DEL CORPUS

 

Queridos hermanos: Las primeras palabras de la institución de la Eucaristía, así como todo el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida. Lógicamente esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado. Pero su primera intención, sus primeras palabras al consagrar el pan y el vino es para que sean nuestro alimento de vida cristiana, de vida de fe en Cristo salvador, de esperanza de vida eterna y de caridad para con Dios y los hermanos :”Tomad y comed, esto es mi cuerpo estregado por vosotros; tomad y bebed...es mi sangre derramada por vosotros”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... “... si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, en esta fiesta del Cuerpo y de la Sangre del Señor, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido de amor y con fe por todos nosotros.

 

LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN

 

La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia sino al autor de todas las gracias y dones, no recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna. Por la comunión realizamos la mayor unión posible en este mundo con Cristo y sus dones, y juntamente con Él y por Él, con el Padre y el Espíritu Santo. Por la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como Iglesia y cuerpo de Cristo: «Ninguna comunidad cristiana se  construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía» (PO 6).

Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de sus planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, porque siento más o menos, porque me lo paso mejor o pero, sino principalmente por Él, porque Él es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos sentimientos y actitudes, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos  más que los míos, porque si no, nunca entraré en el camino de la conversión y de la amistad sincera con Él. A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero, yo soy simple invitado, pero infinitamente elevado hasta Él por pura gratuidad, por pura benevolencia.

 Dios es siempre Dios. Yo soy simple criatura, debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él, pero sin dudar nunca ni olvidar que viene a mí por amor para vivir su vida y hacerme feliz con sus mismos sentimientos de amor al Padre y a los hermanos. Eso es comulgar con Cristo, comulgar con su amor y sentimientos, con su vida de entrega a Dios y a los hermanos. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por  rutina, tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad, ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.     

 Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces  años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad,  sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y poco a poco pudo luego entrar en sus corazones y llegar a una unión grande con ellos.

 Lo importante de la comunión como de la fe en Dios no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos y amar y perdonar como Él lo hizo, comulgar para que Cristo viva en mi su misma vida; la comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades y finalmente de comer a Cristo pero no comulgar con sus vida y sentimientos.

Y para eso, sin conversión permanente de nuestros pecados no hay unión, ni amistad ni comunión con Cristo, con el Cristo de la humildad, del amor extremo a Dios y a los hombres. Y para eso, para comulgar plenamente con Cristo tiene que venir la noche de la fe, y la cruz y la pasión, la muerte total del yo, de mi yo por el de Cristo, de ese yo egoista y soberbio que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Cristo, todo amor, todo perdón a los hermanos. Por eso no podemos comulgar con Cristo y seguir con nuestros odios o rencores o envidias.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe y amor en Dios y en todo su misterio, en su doctrina, en su evangelio; manifestamos y demostramos que queremos vivir en nosotros todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que  ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y ha prometido a los que comulgan con Él, y yo lo creo y deseo y pido y por eso, comulgo con Él y su vida y sus sentimientos comiendo y alimentándeme con el Pan de la vida eterna, Jesucristo, Dios y hombre verdadero.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor:“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...”. Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos con sus palabras.

Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y por eso comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona:“Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”.

Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre... queremos ser humildes y sencillos como Tú…” aprended de mí que soy manso y humilde de corazón…, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida, pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, y por eso, comulgo, te como a ti, me alimento de tu pan de cada día, que alimenta estos sentimientos. Para los que no comulgan o no lo hacemos con las debidas disposiciones, sería bueno meditásemoa este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, siempre que comulgamos, sin recibir  respuesta:

 

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡qué extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

¡Cuántas veces el ángel me decía:

<Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía¡>

¡Y cuántas, hermosura soberana,

<mañana le abriremos>, respondía,

para lo mismo responder mañana!

¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros y vosotras, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más. Todos llenos del mismo  deseo, del mismo amor de Cristo; así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, he comido tu Cuerpo para vivir tu misma vida en mi persona, en mi alma, en mi vida, en mi corazón, que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos, que todo mi ser y existir viva unido a Ti, que no se rompa por nada esta unión. Qué alegría tenerte conmigo, tengo el cielo en la tierra porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios, eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Con qué recogimiento, respeto, adoracion debo recibirte.

Tráeme del cielo tu resurrección, que al encuentro contigo todo en mí resucite, viva tu vida, la vida nueva, no la mía, sino la tuya, la vida nueva de amor y gracia, la vida divina que me has conseguido en la misa, en tu entrega de amor hasta dar la vida para gloria del Padre y amor y salvación de tus hermanos, los hombres; Señor, que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza cuando te como con amor; cúrame, fortaléceme, ayúdame y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, para poder comulgar de verdad con tus sentimientos, y tengo que amar y perdonar a los hermanos, que sienta que tú estás conmigo y has venido para ayudarme, para cumplir la misión del Padre.

¡Jesucristo, Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo!¡Cómo te busco! ¡Cómo te necesito!¡Con qué hambre de tu presencia camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni  todo esto que siento. ¡Qué nostalgia de mi Dios cada día! Necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Necesito comerte ya para amarte y sentirme amado. Quiero comer para ser comido y asimilado por el Dios vivo. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo. Todos los días le digo a Cristo en el Sagrario dos oraciones eucarísticas. Una de ella es esta:

Jesucristo, Eucaristía divina, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y  EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE!

Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario en intercesión y oblación perenne al Padre por la salvación de los hombres.

TAMBIÉN YO QUIERO  DARLO TODO POR TI Y PERMANECER SIEMPRE CONTIGO IMPLORANDO LA MISERICORDIA DIVINA sobre mi  PARROQUIA Y EL MUNDO ENTERO.

¡Jesucristo,Eucaristía ivina, ¡Cuánto te deseo, cómo te  busco, con qué hambre de Ti camino por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día!

¡Jesucristo Eucaristía, quiero verte para tener la Luz del Camino, de la Verdad y de la Vida;

QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR CONTIGO LA VOLUNTAD DEL PADRE HASTA DAR LA VIDA;quiero comulgarte, para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor!; y en tu entrega eucarística, quiero hacerme contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Quiero entrar así en el Misterio de mi Dios Trino y Uno, con Jesucristo Sacerdote Único y Eucaristía perfecta,  por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Qué gozo haberte conocido, ser tu sacerdote y amigo, vivir en tu misma casa, bajo tu mismo techo.

*************************************

6º JUEVES

 

LA ESPIRITUALIDAD DE LA EUCARISTÍA

 

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

 

¿CÚALES SON LOS SENTIMIENTOS O VIVENCIAS QUE DEBEMOS TENER TODOS NOSOTROS, TANTO SACERDOTES COMO RELIGIOSAS Y CRISTIANOS CUANDO PARTICIPAMOS EN LA MISA O COMULGAMOS O VISITAMOS AL SEÑOR EN EL SAGRARIO?

 

3. 2.  LA EUCARISTÍA, TANTO COMO MISA, COMO COMUNIÓN O COMO PRESENCIA DE CRISTO EN EL SAGRARIO,  NOS ENSEÑA Y EXIGE A TODOS LOS PARTICIPANTES RECORDAR Y VIVIR SU VIDA, HACIÉN­DOLA PRESENTE EN NOSOTROS, COMO ÉL NOS DIJO: “Y CUANTAS VECES HAGÁIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

 

La presencia eucarística de Jesucristo en el Sagrario, o en la Hostia ofre­cida e inmolada en la santa misa o comida y asimilada por nosotros en la sagrada comunión, es decir, Cristo en la Eucaristía como misa, como comunión o presencia en el Sagrario, nos recuerda a todos nosotros y nos hace presente, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo amó al Padre y por amor al Padre y salvarnos a todos los hombres se hizo obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humani­dad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consid­eró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5–11).

 

¿CÚALES SON LOS SENTIMIENTOS O VIVENCIAS QUE PROVOCA Y DEBEMOS TENER TODOS NOSOTROS, TANTO SACERDOTES COMO RELIGIOSAS Y CRISTIANOS CUANDO PARTICIPAMOS EN LA MISA O COMULGAMOS O VISITAMOS AL SEÑOR EN EL SAGRARIO?

 

3.3. UN PRIMER SENTIMIENTO O VIVENCIA: YO TAMBIÉN QUIE­RO OBEDECER AL PADRE HASTA LA MUERTE.

 

Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo Eucar­istía, también yo quiero obedecer al Padre, como Tú, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambi­ciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que el Padre disponga de mi vida, según su voluntad.

Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti; Señor, ayúdame, lo espero confiada­mente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, me cuesta poner de rodillas mi vida ante ti, y mira que lo pretendo, pero vuelvo a adorarme, yo quiero adorarte sólo a ti, porque tú eres Dios, yo soy pura criatura, pero yo no puedo si Tú no me enseñas y me das fuerzas... por eso he vuelto esta noche para estar contigo y que me ayudes. Y aquí, en la pres­encia del Señor, uno analiza su vida, sus fallos, sus aciertos, cómo va la vivencia de la Eucaristía, como misa, comunión, presencia, qué ratos pasa junto al Sagrario...Y pide y llora y reza y le cuenta sus penas y alegrías y las de los suyos y de su parroquia y la catequesis...etc.

 

3. 4. UN SEGUNDO SENTIMIENTO: SEÑOR, QUIE­RO  HACERME OFRENDA CONTIGO AL PADRE

 

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles...participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos junta­mente con ella» (la LG.5).

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofren­da, de la misa. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quie­ro hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad, in laudem gloriae Ejus. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, ya soy una cosa contigo, seré sacerdote y víctima de mi ofrenda, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo y vives en mí, quiero vivir sólo contigo para los intereses del Padre, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía: San Pablo: “ es Cristo quien vive en mí...”

 Cristo, eres Tú el que tienes que vivir tu vida en mí…Yo quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Señor, Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar el segundo puesto, soportar la envidia, las críticas injustas... Pero yo “estoy crucificado con Cristo, vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”.

Tu humanidad ya no es temporal; pero conservas total­mente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil, necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vues­tro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

 

3. 5. OTRO SENTIMIENTO: “ACORDAOS DE MI”: SEÑOR, QUIERO ACORDARME...

 

Otro sentimiento que no puede faltar al adorar a Cristo en su presencia eucarística está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarísti­ca, me quiero acordar de toda tu vida, de tu Encarnación hasta tu Ascensión, de toda tu Palabra, de todo tu evangelio, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... ¡ cuán­to me amas, cuánto nos deseas, nos regalas...! “Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué te reba­jas tanto, por qué me buscas tanto, porqué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Ti, Cristo, yo valgo mucho para el Padre: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo...”, ellos me valoran más que todos los hombres, que el mundo entero, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí... te amo, te amo, te amo... Tu amor me basta, solo tu amor me llena de gozo y felicidad infinita.

Cristo mío, Cristo Eucaristía, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado, yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, qué honor para una simple cria­tura que el Dios infinito busque su amor. Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. Ayúdame a quererte como Tú me quieres. Para eso instituiste este misterio de amor a todos los hombres que es la Eucaristía, tu presencia permanente junto a mí, a todos, qué pena que algunos, incluso entre tus obispos y sacerdotes no te dediquen tiempo y presencia en tu Sagrario.

 

3. 6. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”..., ENTRA EL AMOR DE CRISTO A LOS HERMANOS

 

Debe entrar también el amor a los hermanos, –no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos–, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

Sí, Cristo, quiero acordarme ahora en la Eucaristía de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así, arrodillándome, lavan­do los pies de mis hermanos, dándome en comida de amor como Tú, pisando luego tus mismas huellas hasta la muerte en cruz...

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Euca­ristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

“Acordaos de mí...” El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan consagrado, como una continu­ación de la Encarnación del Verbo en el seno de María. Toda la vida de la Iglesia, todos los sacramentos se realizan por la poten­cia de amor del Espíritu Santo.

Y ese mismo Espíritu, Amor y Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, de la santa y una Trinidad, ese mismo Espíritu que es la Vida y Amor de mi Dios Trino y Uno, cuan­do decidieron en consejo trinitario esta presencia tan total y real de la Eucaristía, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y comprendamos a un Dios Padre, que nos soñó y nos creó para una eternidad de gozo con Él, a un Dios Hijo que vino en nuestra búsqueda y nos salvó y no abrió las puertas del cielo Trinitario, al Espíritu de Amor que les une y nos une con Dios Trinidad en su mismo Fuego y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto por un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico: “Acord­aos de mí...”, me acuerdo, me acuerdo de ti, te adoro y te amo aquí presente. ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la cele­bración de la Eucaristía o aburrirse en la Adoración Eucarísti­ca cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir y vivir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

*********************************

7º JUEVES

 

1ª MEDITACIÓN

 

3. 7. YO TAMBIÉN, COMO JUAN, QUIERO RECLI­NAR MI CABEZA SOBRE TU CORAZÓN EU­CARÍSTICO…

 

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, de la Eucaristía reclinando mi cabeza en el corazón del Amado, de mi Cristo, sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía. En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

Para comprender un poco todo lo que encierra el “acord­aos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista-S. Juan de la Cruz, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el velo de los signos! ¡cuántas cavernas descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

Para mí liturgia y vida y oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la vida y la oración es liturgia. Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos de la Eucaristía, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro la Eucaristía; por la liturgia sagrada Dios irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre y llenarlo de su amor y salvación. Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en el corazón del rito me encuentro con el cordero degollado delante del trono de Dios, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin y andar de acá para allá con más movimientos. Yo sólo las hago para encontrarme al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin quedarme en ellas, sino caminos para llegar a la Trinidad que irrumpe en el tiempo para encontrarse con el hombre. Y cuando por el rito llego al corazón de la liturgia: «Entréme donde no supe y quedéme no sabiendo, toda sciencia trascendiendo.

Yo no supe dónde entraba, pero, cuando allí me vi, sin saber dónde me estaba, grandes cosas entendí; no diré lo que sentí, que me quedé no sabiendo, toda sciencia trascendiendo».

En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario Cristo sigue diciéndonos: “Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo y el Padre te quiere hijo en mí, en el Hijo con esa misma potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre te la entrega y con qué pasión de amor de Hijo tú la recibes en Mí, no sabéis todo lo que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y para ti que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu. La Eucaristía es el cielo en la tierra, la morada de la Trinidad para los que han llegado a estas alturas, a esta unión de oración mística, unitiva, contemplativa, transformativa.

“Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el Sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el Sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

“Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan y de la Eucaristía y de la Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

“Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hizo y hace presente ahora, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta.... como canta San Juan de la Cruz: «Qué bien se yo la fuente, que mana y corre, aunque es de noche.  (A oscuras de los sentidos, sólo por la fe) Aquesta eterna fonte está escondida, en este vivo pan por darnos vida, aunque es de noche. Aquí se está llamando a las criaturas  y de esta agua se hartan, aunque oscuras, porque es de noche. Aquesta viva fuente que deseo, en este pan de vida yo la veo, aunque es de noche»

Quiero terminar esta reflexión invitándoos a todos a diri­gir una mirada llena de amor y agradecimiento a Cristo esperan­do nuestra presencia y amistad en todos los Sagrarios de la tierra y por el cual nos vienen todas las gracias de la salvación: Jesucristo, sacerdote único del Altísimo y Eucaristía perfecta de obediencia, adoración y alabanza al Padre: Tú lo has dado todo por nosotros con amor extremo hasta dar la vida y quedarte siempre en el Sagrario; también nosotros queremos darlo todo por Ti y ser siempre tuyos, porque para nosotros Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CREEMOS EN TI.

JESUCRISTO EUCARISTÍA, NOSOTROS CONFIAMOS EN TI

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!

 

 

2ª Y 3ª MEDITACIÓN

 

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS EL PAN EUCARÍSTICO?

 

            1. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Padreque me pensó para una Eternidad de felicidad con Él, y, roto este primer proyecto por el pecado de Adán, me envió a su propio Hijo, para recuperarlo y rehacerlo, pero con hechos maravillosos que superan el primer proyecto, como es la institución de la Eucaristía, de su presencia permanente entre los hombres. Por eso, la adoramos y exponemos públicamente al “amor de los amores”: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

 

            2. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Amor del Hijo que se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema y como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!» La Eucaristía y la Encarnación de Cristo tienen muchas cosas comunes. La Eucaristía es una encarnación continua de su amor en entrega a los hombres.

 

            3. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está el Espíritu de Cristo, que es amor de Espíritu Santo, por cuyo amor, por cuya potencia de amor el pan se convierte en Cristo y Cristo se encarna en un trozo de pan para seguir amando y salvando a los hombres. Es el mismo Cristo con el mismo amor, con los mismos sentimientos, con la misma entrega, amando hasta el extremo, extremo de vida, del fuerzas, extremos de entrega.

 

            4. PORQUE EN ESE PAN CONSAGRADO ESTÁ el cuerpo, sangre, alma y Divinidad de Cristo, que sufrió y murió por mí y resucitó para que yo tuviera comunión de vida y amor eternos con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ningún de los que creen en Él”; “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan, vivirá para siempre... vivirá por mí...”

            «La Eucaristía es verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez esta comida, los oyentes se quedaron asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad objetiva de sus palabras: «En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros» (Jn 6,53). No se trata de alimento metafórico: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida»” (Jn 6,55) (Ecclesia de Eucharistia 16)».

 

            5. PORQUE EN ESE PAN EUCARÍSTICO está Jesucristo vivo, vivo y resucitado, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

             «La eficacia salvífica del sacrificio se realiza cuando se comulga recibiendo el cuerpo y la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, «derramada por muchos para perdón de los pecados» (Mt 26,28). Recordemos sus palabras: «Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí». Jesús mismo nos asegura que esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente» (Ecclesia de Eucharistia 16).

 

6. PORQUE EN ESTE PAN EUCARÍSTICO está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; ahí está la persona que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno. Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre, la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tanto pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él ni se han jugado nada por él; si es mujer, vale lo que valga su físico, y si es hombre, lo que valga su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí. El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Solo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

 

            7. Porque «… en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

            «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.” “Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

            Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

            Queridos hermanos, en este día del Corpus expresemos nuestra fe y nuestro amor a Jesús Eucaristía por las calles de nuestra ciudad, mientras cantamos: «adoro te devote, latens deitas»: Te adoro devotamente, oculta divinidad, bajo los signos sencillos del pan y del vino, porque quien te contempla con fe, se extasía de amor. ¡Adorado sea el Santísimo Sacramento del Altar!

 

            8. Porque esta presencia de Cristo como amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres se puede gozar ya por la fe y la oración afectiva;  sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar al Señor, al Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia... «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

“¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar a la fe personal e iluminada por el fuego del amor, el Sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia y una vida eucarística pobre indica una vida cristiana y un apostolado pobre, incluso nulo. Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y no tiene intimidad con el Señor. Lo digo por experiencia pastoral de parroquia.

            Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 

            9.  El SAGRARIO, MORADA DE LA TRINIDAD.

 

Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, me voy encontrando poco a poco también con todo el misterio de Dios, de la Santísima Trinidad que le envía por el Padre, para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma y consagra, primero como hombre, en el seno de María y luego como pan, en la santa misa, siempre por obra del mismo Espíritu Santo. 

Venerándole, yo doy gloria al Padre, a su proyecto de Salvación en el Hijo, que por amor loco y obediencia total Padre,  le ha llevado a ser hombre y finalmente un trozo de pan para manifestarnos su amor, Amor de Espíritu Santo, hasta el extremo, en el Hijo muy amado, Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el Sagrario por el Padre, siempre el Padre Pronuncia su Palabra con amor en el cielo y en la tierra.

Por eso al contemplarle en el Sagrario, yo oigo la Palabra hecha carne pronunciada con Amor de Espíritu Santo por el Padre con el mismo Amor personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, que es el Espíritu Santo; y al contemplarle yo ahora y oir esa Palabra, hecha hombre y pan divino en el Sagrario, en momentos de soledad y de Tabor del Sagrario, iluminado yo por esa Palabra pronunciada con Amor y por el Amor del Espíritu Santo por el poder del Padre en el Hijo-hijo amado eternamente, no veo en el Sagrario sino mi Dios Trino y Uno, Todo entero y completo en el Hijo  Amado en quien el Padre ha puesto todas sus complacencias por Amor de Espíritu Santo)).

 

******************************************

 

8º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado o se va a celebrar.

 

3. 1. Por la Adoración Eucarística aprendemos y asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

 

            Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfectos de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

            Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí.

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

            No olvidemos que la Eucaristía no se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía en ocasiones.

            Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

             Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

            Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

            La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

            La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía.

 

 

 

 

 

 

2ª Y 3ª  MEDITACIÓN

 

FOLLETO DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

INTRODUCCIÓN

 

Muy queridos hermanos sacerdotes, adoradores y adoradoras nocturnas, amigas y amigos todos, en Jesucristo Eucaristía: Recibí hace días una llamada telefónica desde Navalmoral, reconocí enseguida a David que me decía: vamos a tener una reunión de los consiliarios de Adoración Nocturna, nos gustaría que nos hablaras de la Eucaristía,  (((y podía ser, ya que estamos finalizando el año paulino: San Pablo y la Eucaristía, está aquí Galayo, ahora se pone, y Galayo se puso y me dijo lo mismo, pero añadió que al tratarse de Adoradores Nocturnos era mejor que tratase sólo el tema de la Adoración Eucarística, porque no había tiempo para tanto; así que de San Pablo hablaré tres minutos, porque me interesa sólo decir una cosa que hemos de aprender de él y de la que he oído poco o casi nada en este año paulino que termina: que Pablo, todo Pablo, todo lo que fue e hizo, su vida y apostolado y gozo permanente en medio de luchas y noches, se lo debe a su unión total con Cristo por la oración, oración mística transformativa que le dio la experiencia de lo que hacía y decía y le hizo exclamar: “ para mí la vida es Cristo...Ya no soy yo, es Cristo quien vive en mí... no quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...”. Me gustaría que lo leyerais   en las primeras páginas de mi libro sobre San Pablo,2ªedición.)

Pues bien, aquí estoy, con sumo gozo. Porque para mí, como para todos vosotros,  es gozo grande  hablar, meditar, animarnos y renovarnos en nuestra fe y amor eucarísticos, especialmente en esas horas nocturnas o diurnas de adoración, alabanza y amistad con Jesucristo Eucaristía.El hecho de estar con el Señor Sacramentado, de buscarle y hablarle durante tantas noches y años y años, sólo ya con vuestra constancia, vosotros, adoradores y adoradoras nocturnas, le estáis diciendo: Jesucristo, Eucaristía divina, cuánto te deseamos, cómo te buscamos, con qué hambre de ti caminamos por la vida, qué nostalgia de mi Dios todo el día y noche: Jesucristo Eucaristía, nosotros queremos verte, para tener la luz del camino, la verdad y la vida; nosotros queremos comulgarte para tener tu misma vida, tus mismos sentimientos, tu mismo amor; queremos que todos te conozcan y te amen,  y en tu entrega eucarística, queremos hacernos contigo sacerdote y víctima agradable al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida. Queremos entrar así en el misterio de nuestro Dios Trino y Uno por la potencia de amor del Espíritu Santo.

Trataremos, en primer lugar, de explicar un poco qué es la Adoración Eucarística, qué verdades o contenidos teológicos encierra: Teología de la Adoración Eucarística; luego en la segunda parte, veremos cómo propagarla: Pastoral de la Adoración Eucarística; para terminar, en la tercera parte, explicando cómo practicarla y vivirla,  que es la mejor forma de propagarla y el mejor apostolado para llegar las almas a Cristo: Espiritualidad de la Adoración Eucarística. Pero antes de nada, antes de pasar a la primera parte, dos palabras del Catecismo de la Iglesia Católica sobre lo que es adoración:

2096 La adoración es el primer acto de la virtud de la religión. Adorar a Dios es reconocerle como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso. “Adorarás al Señor tu Dios y sólo a él darás culto” (Lc 4, 8), dice Jesús citando el Deuteronomio (6, 13).

 

2097 Adorar a Dios es reconocer, con respeto y sumisión absolutos, la “nada de la criatura”, que sólo existe por Dios. Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magníficat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo (cf Lc 1, 46-49). La adoración del Dios único libera al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo.

 

LA ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: VIVENCIAS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado.

 

3. 1. Por la Adoración Eucarística asimilamos los sentimientos de Cristo ofrecidos en la misa

 

            Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna que debe transformarnos a nosotros en una adoración perpetua al Padre, como Cristo, adorándole, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida y consumar el sacrificio perfecto de toda nuestra vida. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la eternidad.

            Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía: morir a nuestro yo para resucitar con Cristo a la vida nueva.

            Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién por qué está ahí

            Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total de vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra ser y existir, no en puro conocimiento o teología o liturgia ritual sin sentir la irrupción de Dios en el tiempo, en los ritos, en el pan consagrado, en nuestras vidas.

            No olvidemos que la Eucaristía se comprende hasta que no se vive, y se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la adoración del único y verdadero Dios, destronando nuestros ídolos, el yo personal, imitando a un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, en obediencia y adoración, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

            Desde su presencia eucarística, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya... Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor. Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

            La adoración eucarística debe convertirse en  mistagogia, en una catequesis y vivencia permanente del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él.

            La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él. Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él.Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros en la sana misa.

            Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para poner mojones de este camino de diálogo personal, de oración, de contemplación, de adoración y encuentro personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa; es una especie de mistagogia o iniciación a ser adorador de Jesucristo Eucaristía.

*********************************************

9º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

 

TEOLOGÍA BÍBLICA DE LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

Para tratar de la Adoración Eucarística, primero hay que tratar de la Eucaristía, como misa, que le hace presente «porque ninguna comunidad se construye si no tiene como raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía... porque la Santísima Eucaristía es centro y culmen de toda la vida de la Iglesia...» Vaticano II. Nosotros adoramos al Pan consagrado y adoramos y pasamos ratos de amistad con el Cristo vivo, vivo y resucitado de nuestros Sagrarios porque previamente Él ha celebrado la Pascua con nosotros por mediación del ministro sacerdotal que hace presente a Cristo presencializando todo su misterio de Salvación; y una vez terminada la celebración de la Eucaristía, el sacerdote lleva al Sagrario a este Cristo en este estado de Sacerdote y Víctima de oblación por nosotros para que puedan comulgarlo y participar de sus sentimientos nuestros enfermos y para que todos los creyente podamos hablar y estar con El, siempre que queramos y lo necesitemos; se queda en el Sagrario con nosotros hasta el final de los tiempos y de sus fuerzas y de su amor, dándolo todo en amistad permanentemente ofrecida a todos los hombres.

Por eso, en esta reflexión eucarística no vamos a empezar adorándolo primero y luego celebrando la Eucaristía, como hacíamos en la Adoración Nocturna de nuestros primeros años de Seminario,  sino que para comprender todo el misterio de la  Adoración Eucarística, para saber quien es el Cristo que adoramos, por qué se quedó en el pan consagrado y qué vida, sentimientos y amores conserva en esa presencia de amor, vamos a hablar en primer lugar muy brevemente de la Eucaristía como misa, como Pascua, como Alianza, para comprender y adorar con más plenitud a Cristo Eucaristía como presencia permanente de este amor extremo, de esta Pascua celebrada permanentemente y de su pacto de Alianza nueva y eterna realizada y realizándose en el pan entregado y en la sangre derramada por nosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados.

 

1.1. PASCUA JUDIA. Para comprenderel misterio eucarístico y todo lo que encierra de Pascua y Alianza, como de maná y agua viva brotando de la roca en la travesía del desierto,  tenemos que empezar mirando el Antiguo Testamento.  Sobre esto hablaba largamente yo en un artículo publicado el año 2000 sobre la Eucaristía, del Instituto Teológico del Seminario. Ahora solo quiero telegráficamente hacer unas afirmaciones breves, imprescindibles para comprender un poco este misterio, sin detenerme en explicarlo, porque todos vosotros lo sabéis, igual que yo, y lo único que pretendo es recordar con vosotros que:

-- Si queremos explicar la Eucaristía con la Biblia, hemos de comenzar por la comprensión de la pascua hebrea en la cual encuentra su raíz, contexto y profecía. Ya lo dijo Galbiati (L'Eucaristia nella Biblia,Milano 1969) afirmando que uno de los motivos de las dificultades y superficial entendimiento de este misterio radica en el desconocimiento del AT. Y esto lo decimos conscientes al mismo tiempo de que la Eucaristía sobrepasa de modo radical e insospechado las perspectivas mismas del Antiguo Testamento, ya que muchas de sus profecías y figuras no encuentran plenitud de sentido sino en ella misma.

-- Recordemos, pues el A.T. Vayamos al Éxodo: La pascua hebrea, como acontecimiento histórico, comprende la noche de la cena del cordero y la salida de la esclavitud de Egipto, el paso por el Mar Rojo, la Alianza en la falda del Monte Sinaí, el banquete sacrificial, la sangre derramada del sacrificio...la travesía del desierto, el agua viva brotando de la roca, el maná...

-- Desde el N.T descubrimos el sentido del sacrificio del cordero, que es Cristo; cordero  sin defectos... con cuya sangre ungían las puertas para liberarse del ángel exterminador; en esa sangre hemos sido nosotros redimidos en la Pascua cristiana; luego viene la travesía del mar Rojo y del desierto, travesía por Cristo de la esclavitud del pecado a la tierra prometida de la amistad con Dios, la nueva Alianza y pacto de amor, el desierto de la fe, el agua y el maná para atravesar ese desierto: “Yo soy el agua viva, vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, yo soy el pan de vida...”. El éxodo es el evangelio del AT., la buena noticia de un Dios que ha salvado a su pueblo y lo seguirá salvando en el futuro. Fijaos si hay aquí materia para meditar, para contemplar, para adorar, para predicar...

-- La Pascua hebrea, como acontecimiento histórico, era celebraba como memorial, todos los años, por los judíos como signo de identidad y pertenencia al pueblo de Dios y así era explicado por el anciano ante la pregunta del más pequeño de los comensales y así lo hizo el Señor, el Jueves Santo, como memorial de la Nueva Alianza y la Nueva Pascua.

-- Esta intervención salvífica de Dios, que, como sabemos constituye el primer credo de Israel (Dt 26,5-9), va ligada en el relato a la celebración de un sacrificio-banquete: "Este será un memorial entre vosotros y lo celebraréis como fiesta en honor de Yahvé de generación en generación". Este ritual está descrito dos veces en el libro del Éxodo: en Ex 12,1-14 como orden dada por Dios a Moisés y en 12,21-27 como orden transmitida por Moisés.

-- Los Padres de la Iglesia se preguntaban qué sangre tan preciosa veía el Padre Dios en los dinteles de las puertas de los judíos para mandar a su ángel no castigarlos. Y respondían: Veía la sangre de Cristo, veía la Eucaristía (Melitón de Sardes, Homilía de Pascua, siglo II).

 

1.2. LA EUCARISTÍA COMO MEMORIAL:Toda la liturgia, especialmente la Eucarística, no es un mero recuerdo de la Última Cena, sino que es memorial, que hace presente en sacramento--misterio toda la vida de Cristo, a Cristo entero y completo, especialmente su pasión, muerte y resurrección, “de una vez para siempre”, como nos dice San Pablo en la carta a los Hebreos,   superando los límites de espacio y tiempo, porque el hecho ya está eternizado, es siempre el mismo, en presente eterno y total y permanente en la presencia del cordero degollado ante el trono del Padre.

            Es como si en cada misa, Cristo, El Señor, especialmente en la consagración del pan y del vino, cortara con unas tijeras divinas, no solo el hecho evocado sino toda su vida hecha ofrenda agradable y satisfactoria al Padre. Es que cada vez que un sacerdote pronuncia las palabras de la consagración, mejor dicho, hace de ministro sacerdotal porque el único sacerdote es Cristo haciendo presente toda su vida que fue ofrenda al Padre por la salvación de los hombre desde su Encarnación hasta Ascensión al Cielo, haciéndola contemporánea a los testigos presentes, los adoradores o fieles,  es Cristo quien por el ministerio sacerdotal de los presbíteros consagra y presencializa toda su vida, palabra, pasión y muerte y resurrección, dando así la oportunidad a los hombres de todos los tiempos de ser testigos y beneficiarios del su misterio salvador, de su persona, de su amor, de su intimidad, de rozarlo y tocarlo...

 Así que muchas veces le digo a nuestro Cristo cuando consagra su pan de vida: Cristo bendito, este pan tiene aroma de Pascua, olor y sabor del pan de tus manos en el Jueves santo, ya eternizado y hecho memorial, siento tus manos temblorosas, tu emoción y sentimientos que estás haciendo presentes, que me estrechan para decirme: tus pecados están perdonados, y los de mi pueblo y estrechamos la mano y la siento, haciendo un pacto eterno de perdón y alianza eterna de amistad como Moisés en el Monte Sinaí, como en los tratos de nuestra gente, de nuestros padres en tiempos pasados.

Siento vivo, como si se acabara de dármelo, su abrazo, el reclinar de Juan sobre su pecho, amigo adorado, con aroma y perfume de Pascua. Oigo a Cristo que nos dice al consagrar: os amo, doy mi vida por vosotros... y vuelvo a escuchar la despedida y oración sacerdotal completa de la Última Cena.

Queridos amigos,  la irreversibilidad de las cosas temporales queda superada por el poder y el amor de Dios, que es en sí eternidad encarnada en el tiempo. La misa no es mero recuerdo o memoria, es memorial que hace presente todo el misterio. Aquel que es para siempre la Palabra, la biblioteca inagotable del Padre y de la Iglesia, su archivo inviolable  condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta el amor que haga comunión de sentimientos con el que dijo: "acordaos de mí," de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas...

Sin esta comunión personal de sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. No hay liturgia verdadera, irrupción de Dios en el tiempo para tocar, salvar y transformar al hombre. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel:"Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo: "Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy." Lo comí y fue en mi boca dulce como miel" (Ez.3, 1-3).

Los que tienen esta experiencia, los que no sólo creen sino que viven y sienten lo que creen y celebran en este misterio, los testigos, los sarmientos totalmente unidos a la vid, que debemos ser todos, los místicos, san Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios el mejor camino es la oración, y la oración es amor más que razón y teología, porque ésta no puede abarcarle, pero por  el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con él y me fundo en una sola realidad en llamas con el. Esto es la liturgia, o tenía que ser, no correr de acá para allá, pura exterioridad sin entrar en el corazón de los signos y encontrarse con Cristo resucitado y glorioso que ha irrumpido en el tiempo para estar con nosotros, para celebrar con nosotros sus misterios, para salvarnos y ser nuestro camino, verdad   y vida de amigo.

Todo esto los místicos lo experimentan por el amor, pero todos hemos sido llamados a la mística, a la santidad, a la unión vital de los sarmientos con Cristo vid de vida, a sentir este amor, todos estamos llamados a la experiencia de la Eucaristía, a vivir lo que celebramos, eso es ser sanctus, unión total del sarmiento con la vid hasta sentir cómo la savia corre a través de nosotros a los racimos de nuestras parroquias.

Para eso se quedó Cristo en el pan: “Vosotros sois mis amigos”, a vosotros no os llamo siervos, porque un siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha dado mi Padre, os lo he dado a conocer”.

            A Cristo, como a los sacramentos o el evangelio, no se les  comprenden hasta que no se viven. Este será siempre el trabajo de la Iglesia y de cada creyente, que se convierte en problema para todo seguidor y discípulo de Cristo, sea cura, fraile o monja o bautizado, al necesitar permanentemente la conversión, la transformación de su vida en Cristo, en el Cristo que contemplamos y adoramos y comulgamos, y esto supone siempre cruz, sufrimiento de una vida que quiere ser suya, humillaciones soportadas en amor, segundos puestos, envidias perdonadas y reaccionar siempre ante las críticas o incomprensiones perdonando, amando por Cristo que va morando y viviendo cada día más su misma vida en nosotros.

            A mí me gustaría que se hablase más de estas realidades esenciales de nuestra fe en Cristo en nuestras reuniones, charlas, predicaciones, formación permanente. Aunque resulte duro y antipático escucharlas porque supone sacrifico de vida con Cristo y resulta mucho más vivirlas. Y al vivir más estos sentimientos de Cristo en mí, voy teniendo cada día más vivencia y experiencia de su persona y amor como realidad y no solo como idea o teología. Y me convierto en explorador de la tierra prometida, y voy subiendo con esfuerzo por el monte Tabor hasta verle transfigurado y poder decir con total verdad y convencimiento y vivencia: qué bien se está aquí adorando, contemplando a mi Cristo, Verbo de Dios y Hermosura del Padre y Amigo y Redentor de los hombres.            

 

 

2ª MEDITACIÓN

 

1.3. El mejor camino para encontrar a Cristo Eucaristía es la oración, hablar con Él: «Que no es otra cosa oración... tratando muchas veces a solas...»

Hasta aquí hay que llegar desde la fe heredada para hacerla personal; ya no creo por lo que otros me han dicho y enseñado, aunque sean mis padres, los catequistas, lo teólogos, sino por lo que yo he visto y palpado; hasta aquí hay que llegar desde un conocimiento puramente teórico, como el de todos, que no es vivo y directo y personal; por eso los primeros pasos de la oración, la oración meditativa, reflexiva, coger el evangelio y meditarlo, es costoso, me distraigo hasta que empiezo a escuchar directamente al Señor en oración afectiva, donde sin pensar mucho directamente hablo con Él, mejor, El empieza a decirme lo que tengo que corregir para ser seguidor suyo y ya hay encuentro personal, trato de amistad con el que me ama, para luego avanzando en la oración afectiva, durante años y según la generosidad de las almas, llego a la contemplativa, que muchos no llegamos, en la que ya no necesito libros para amarle y hablarle, es más, me aburren. Ya los abandono para toda mi vida como medio para encontrarme con Él, porque es el Espíritu de Cristo, Espíritu Santo de Amor el que hace sentirlo y vivirlo, sin necesidad de libros y ayudas. Vamos este es el camino que he visto en algunos feligreses míos. Me gustaría que así fuera más frecuente en la Iglesia, sobre todo en sacerdotes y consagradas.

            Por eso, si Cristo me aburre, si no he llegado a la oración afectiva, al diálogo y encuentro personal de hablarle de tú a tu, en lugar de Oh Señor, Oh Dios, si no he pasado de la oración heredada, de lo que me han dicho de Él a la oración personal, a lo que yo voy descubriendo personalemente...si el Sagrario no me dice nada o poco, cómo voy a entusiasmar a mi gente con Él, cómo voy a enseñar el camino del encuentro si yo no lo descubro y recorro, cómo voy a enseñar a descubrirlo y adorarlo, si a mi personalmente  Cristo en el Sagrario me aburre y no me ven pasar ratos junto a Él, cómo puedo conducirlos hasta Él, cómo decir que ahí está Dios, el Señor y Creador y Salvador del mundo, el principio y fin de todo cuanto existe y paso junto a Él como si el Sagrario estuviera vacío,  y después de la misa, o antes, no me ven y hablar con Él y hablo y me porto en la Iglesia como si Él no estuviera allí vivo y real el mismo Cristo de Palestina y del cielo, esperándome para hablar conmigo.

            El Cristo del Evangelio, que vino en nuestra búsqueda, está tan deseoso de nuestra amistad y a veces tan abandonado en algunos Sagrarios, tan deseoso de encuentro de amistad, que se entrega por nada: por un simple gesto, por una mirada de amor. Y así empieza una amistad que no terminará ya  nunca, es eterna. Cómo me gustaría que se hablase más de este camino, de la oración propiamente eucarística, mira que los últimos papas y documentos hablan con entusiasmo hasta la saciedad de este dirigir las almas a Dios por la oración-conversión eucarística… pero veo que se predica poco y menos se vive.

            Muchas acciones, y más acciones y dinámicas en nuestros apostolados, pero no todas las acciones son apostolado si no las hacemos con el Espíritu de Cristo. Muchas acciones a veces, pero pocas llegan hasta Cristo, hasta su persona, se quedan en zonas intermedias. Hablamos mucho de verdades y poco de personas divinas, no solo de Jesucristo, sino del Padre y del Espíritu Santo, el gran desconocido para la mayor parte de la Iglesia siendo el único y mejor guía y maestro de nuestra vida espiritual. Sin embargo, en la adoración eucarística están juntos el camino y el término de toda nuestra actividad apostólica: adoración y Eucaristía. Llevar las almas a Dios era la definición antes del sacerdocio y apostolado sacerdotal.

            Y orar es encontrar y hablar con Cristo para conocerle y amarle. Por eso, S. Teresa, S. Juan de la Cruz, madre Teresa de Calcuta, cualquiera que hace oración sabe que todo el negocio está no en pensar mucho sino en amar mucho. La oración es cuestión de amar, de querer amar más a Dios. Este camino hasta la experiencia de lo que creemos o celebramos  es la mística. Conocer y amar a Cristo, no por contemplación de ideas o teologías sino por vivencia, por sentirme realmente habitado por Él: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a Él y viviremos en Él”. 

Y entonces se van acabando las dudas, y las noches, hasta desear sufrir por Cristo como Pablo: “Estoy crucificado, vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”; esta es la única razón de la adoración, de la comunión y de la misa;  esta será siempre la razón de ser de la Iglesia, de los sacramentos, de nuestro ser y existir como bautizados o sacerdotes, sobre todo como adoradores eucarísticos, llegar a ser testigo de lo que creemos, de lo que celebramos, lo he repetido muchas veces. Nos lo están repitiendo continuamente los Papas y la mayor parte de los documentos de la Iglesia: qué cantidad de ellos insistiendo continuamente en la Adoración Eucarística.

            Cómo puedo yo, Gonzalo, aunque sea sacerdote,  cómo yo adorador o adoradora nocturna, cómo voy entusiasmar a mi gente con Cristo Eucaristía si a mí personalmente me aburre y no me ven junto a El todos los días. La gente dirá: Si eso fuera verdad, se comería el Sagrario. Tengo que tener cuidado en no convertirme en un profesional de la Eucaristía, que la predico o trato como si fuera una cosa o un sistema filosófico de verdades teológicas, puramente teórico, pero no Cristo en persona, a quien hablo, trato y me tiene enamorado y seducido porque lo siento y lo vivo y quiero amarlo y entregarle mi vida. 

 

1.4. Orar, amar y convertirse dicen lo mismo y se conjugan igual.

Para eso, sólo conozco un camino, un único camino, y estoy tan convencido de ello, que algunas veces le digo al Señor, quítame la gracia, humíllame, quítame hasta la fe, pero jamás me quites la oración-conversión, el encuentro diario contigo en el amor, porque aunque esté en el éxtasis, si dejo la oración-conversión, terminaré en el llano de la mediocridad y caeré en el cumplo y miento, en lo puramente profesional y me faltará el entusiasmo y el convencimiento de mi Cristo vivo y resucitado.

            Pero aunque esté en pecado o con fe muerta, si hago oración-conversión, dejaré el pecado, la mediocridad y por la oración, sobre todo eucarística, llegaré a sentirlo vivo y presente en mi corazón. Realmente  yo todo se debo a la oración, a mi encuentro diario y personal con Cristo Eucaristía, en gracia o en pecado, en noches de fe o en resplandores de Tabor.

Y este camino de la oración, como he dicho, tiene tres nombres, que se conjugan igual, y da lo mismo el orden en que se pongan: amar, orar y convertirse; quiero amar, quiero orar y convertirme; me canso de orar, me he cansado de amar y convertirme; quiero convertirme, quiero amar y estar con el Señor. Y así es cómo ve voy vaciando de mí y llenando de Él, de su vida y sentimientos y amor a los demás y siento así su gozo y perfume y aliento y abrazo y perdón hasta decirle  “estáte, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte y cuando decidas irte, llévame, Señor, contigo, porque el pensar que te irás me causa un terrible miedo...” y si lo siento muy vivo... puedo hasta decirle: “que muero porque no muero”...de amor a Él. No lo considero nada extraordinario.

Esto es para todos, todos hemos sido llamados a esta unión de amistad, a la santidad, a la unión vital y total con Cristo. Pero vamos a ver, hermanos, ¿Cristo está vivo no está? ¿Está en el pan consagrado o no está...? En mi parroquia tengo almas contemplativas y místicas, que han llegado a estas vivencias. Pero siempre, por la conversión de su vida en la de Cristo.  

Amar, orar y convertirse es el único camino. Preguntárselo a los santos de todos los tiempos. Y nos hay excepciones. Luego se dedicarían a los pobres o a los ricos, a la vida activa o contemplativa, serán obispos o simples bautizado, pero el camino único para todos será la oración-conversión, la oración-vida: que no es otra cosa... ¡Cuánto me gustaría que se hablase más de todo esto! “El que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo... no podéis servir a dos señores... convertíos y creed el evangelio”.

La conversión es imprescindible para entrar en el reino de Dios, en la amistad con la Trinidad. La no conversión, el cansarnos de poner la cruz en nuestros sentidos, mente, corazón, porque cuesta, el terminar abandonando la conversión permanente que debe durar toda la vida porque tenemos el pecado original metido en nosotros es la causa de la falta de santidad en nuestras vidas, y lógicamente, de la falta de experiencia de lo que creemos y celebramos, porque nuestro yo le impide a Cristo entrar dentro de nosotros. Por eso nos estancamos en la vida de unión con Dios y abandonamos la oración verdadera, que lleva a vivir en Cristo; y así la oración tanto personal como litúrgica no es encuentro con Cristo sino con nosotros mismos, puro subjetivismo, donde nos encontramos solos y por eso no nos dice nada y nos aburrimos.

 

******************************************

 

  10º JUEVES

 

1ª MEDITACIÓN: OCTAVA HOMILÍA (VALENCIA)

 

LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN (Valencia)

 

            Todos sabemos, por clásica, la definición de santa Teresa sobre oración: «No es otra cosa oración mental, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (V 8,5) Parece como si la santa hubiera hecho esta descripción mirando al Sagrario porque allí es donde está más presente el que nos ama: Jesucristo vivo, vivo y resucitado.

Tratando muchas veces a solas de amistad con Jesucristo Eucaristía, casi sin darnos cuenta nosotros, «el que nos ama» nos invita a seguirle y vivir su misma vida eucarística, silenciosa, humilde, entregada a todos por amor extremo, dándose pero sin imponerse... Y es así como la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de santidad, de unión y vivencia de los sentimientos y actitudes de Cristo. Esto me parece que es la santidad cristiana. De esta forma, la escuela de amistad pasa a ser escuela de santidad.

Finalmente y como consecuencia lógica, esta vivencia de Cristo eucaristía, transplantada a nosotros por la unión de amor y la experiencia, se convierte o nos transforma en llamas de amor viva y apostólica: la presencia eucarística se convierte en la mejor escuela de apostolado. Por eso este es el título que puse a uno de mis libros: LA EUCARJSTÍA LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN SANTIDAD Y APOSTOLADO.

            La Eucaristía es la mejor escuela de oración porque Jesucristo Eucaristía es el mejor maestro y la Eucaristía como misa, como comunión y como presencia de amistad permanentemente ofrecida es el mejor libro. Y esto lo confirma la experiencia de la Iglesia: quien visita esta biblioteca de amor extremo, quien abre y lee con frecuencia este libro y dialoga con este maestro aprende pronto a amar como Él, como lo está haciendo Él en el Sagrario o en la santa misa, siendo ignorado; esto es, a orar con Él y como Él, hasta dar la vida por los que no le conocen ni le aman.

            Y amar y sentir así a Cristo vivo y resucitado, el único camino, el mejor camino es la oración y toda oración, para ser verdadera, lleva consigo la conversión Y en esto consiste para mí la mayor dificultad en tener oración; lo demás, que si técnicas, posturas, respiraciones, incluso la misma meditación, todo ha de ser para más amar, es decir; para más convertirse a Cristo y en Cristo. La oración permanente exige conversión permanente. En la escuela de la oración eucarística hay tres verbos que se conjugan igual: orar, amar, y convertirse y el orden tampoco altera el producto. Saber conjugar estos tres verbos es el fundamento de toda oración auténtica y la razón fundamental de que unos avancen y otros permanezcan toda la vida igual, que es lo mismo que retroceder sin llegar a tener experiencia de Cristo vivo y resucitado. Si yo oro ante Jesucristo Eucaristía, el Señor ya me está hablando de su amor precisamente con su misma presencia humilde, entregada, sacrificada deseada ardientemente por Él junto a nosotros, que yo tengo que vivir y asimilar con actitudes de perdón, de humildad, de amor generoso, y gratuito en mi vida.

            La oración eucarística, desde el primer paso, desde el primer día, aunque uno no sea consciente de ello al principio, es querer amar y convertirse a Dios sobre todas las cosas. Si yo oro, yo amo y me convierto; si dejo de convertirme, dejo de amar y dejo de orar, porque estoy lleno de mí mismo, del amor propio, que impide a Cristo y a su evangelio entrar dentro de mí; mi corazón está tan lleno y ocupado del ídolo del «yo» que he puesto en el centro de mi vida y a quien doy culto idolátrico desde la mañana a la noche, que me impide adorar a Dios sobre todas las cosas; por eso no escucho ni sigo al Señor que en este sacramento me habla de obediencia y entrega total como la suya al Padre y a los hombres, sus hermanos, hasta dar la vida, al no querer escucharle, poco a poco abandono la presencia eucarística; si no quiero escuchar sus exigencias de amor me alejo de Él porque me echa en cara mis defectos y sin diálogo con Él no hay oración, no hay vivencia, no hay gozo y amistad vivida.

            Por el contrario, si yo quiero amar a Dios, yo quiero hablar y orar y empiezo a convertirme, esto es, a vaciarme de mí mismo para que vaya entrando Dios; son las nadas de san Juan de la Cruz. Para llegar y llenarme del Todo, tengo que quedarme en nada de mí mismo. Y es que nos amamos mucho; nos tenemos un cariño y una ternura inmensa, y desde la mañana a la noche sólo pensamos y trabajamos para nosotros mismos, aún en las cosas de Dios.

Por eso el único que puede enseñarme a orar y a convertirme es el Señor en esos ratos de diálogo silencioso con Él. Esta es la razón por la que afirmo que la oración es indispensable para la vivencia de Cristo, aún en la misa y la comunión, porque si éstas no van envueltas en diálogo y amor, no hay encuentro personal con Cristo Eucaristía, es decir, que como a Cristo, pero no comulgo con Cristo, con sus sentimientos y actitudes, con su amor y entrega total a Dios y a los hombres con diálogo de amor: oración.

La Eucaristía es el sacramento más importante de unión con Cristo, es «centro y cúlmen de toda la vida de la Iglesia» y la presencia eucarística es prolongación del amor y ofrenda de Cristo al Padre, en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida en adoración al Padre y amando a los hombres, sus hermanos. Y esto es lo que quiere El enseñarnos desde su presencia eucarística y este es el sentido de su presencia en todos los Sagrarios de la tierra, donde sigue en su salvación y amistad permanentemente ofrecidas, sin cansarse por nuestros abandonos, falta de amor y entrega, ofreciéndose en cada misa, comunión o ratos de Sagrario, pero sin imponerse con amor extremo.

           

2ª MEDITACIÓN

 

La misa y la comunión y la presencia de Cristo Eucaristía deben ser celebradas y vividas en oración, en diálogo personal de fe y amor con El, con Cristo Eucaristía, porque de otra forma no hay unión personal y podemos salir de la Iglesia sin haberle ni siquiera saludado. Esta forma de celebrar y comulgar puramente ritual produce rutina y cansancio, tanto en los de abajo como en los de arriba.

            Sin embargo, cuando yo me pongo delante de Cristo Eucaristía, tanto en la comunión como en ratos de Sagrario, a pecho descubierto, de tú a tú con Él, no hay escapatoria posible: Gonzalo, me dice, muy bien por aquella acción pero no estoy de acuerdo con tu orgullo o esa crítica, cuidado con tus afectos... y entonces o me esfuerzo y empiezo a convertirme, a matar mi yo en sus múltiples manifestaciones, o no me convierto, y entonces poco a poco dejaré de orar, es decir, de amar y estar en su presencia, porque me señala con el dedo y me hecha en cara mis faltas de amor y generosidad... Si, si, yo seguiré hablando con o de Cristo, celebrando la Eucaristía, comiendo su cuerpo, pero no tendré experiencia de su amor y por tanto me aburrirá la oración y el Sagrario, porque he dejado de intentar amar como El ama a su Padre y a los hombres y me prefiero a mí mismo en criterios y apegos... y si soy apóstol de Cristo, ya me dirás tú cómo podré entusiarmar a la gente con Cristo, cuando a mí personalmente me aburre. Y este es el mal de muchas predicaciones y de vidas sacerdotales y religiosas, que después de una entrega inicial generosa, no entusiasman porque no tienen vivencia de Cristo Eucaristía.

            Queridos amigos: sin oración no hay experiencia de Dios. La pobreza de oración es pobreza de vida mística y esta es la peor enfermedad y pobreza de la fe, de la vida y del apostolado de la Iglesia en todos los tiempos. Cuando hay oración eucarística hay fuego y santos y almas llenas de deseos de contagiar de Cristo a niños, jóvenes y adultos. Ni un solo santo que no fuera eucarístico; los habrá más contemplativos o activos, famosos o ignorados, sacerdotes o seglares, casados o solteros, seguidos o perseguidos, pero ni uno solo que no pasara largos ratos de oración ante Jesús Sacramentado.

Porque si acepto este diálogo con el Señor, empezaré a convertirme con su ayuda, a vaciarme de mí mismo y poco a poco iré sintiendo su presencia, su fuerza, me iré llenando de Él, y constataré que Dios existe y me ama es verdad, que Cristo existe y es verdad y me ama hasta el extremo del amor y del tiempo, que el pan es pan por fuera pero por dentro es Él, miel dulzura, gozo... es verdaderamente El, no sólo porque lo medite sino porque lo experimento, lo siento de verdad y no puedo ocultarlo, Porque esta verdad de fe ha pasado de mi inteligencia a mi corazón y me quema, porque yo no sé fabricar esos fuegos ni amores ni palabras que experimento al sentirme amado por el Dios vivo y esto ya es el cielo en la tierra. Si no lo hago, seguiré toda la vida prefiriéndorne a Cristo y no sentiré necesidad de oración ni de eucaristía ni de evangelio, ni de Dios, porque para vivir como vivo me basto a mí mismo y este es el problema del mundo actual, para vivir de los instintos como animalitos, no necesitan ni de religión ni de Dios.

Por todo esto, un sacerdote, un religioso, un creyente no debe olvidar nunca que todo su ser y existir cristiano se lo juega en la oración, en el encuentro diario de amor con Dios; este es el camino que más debe cultivar, su mejor apostolado para encontrar a Cristo vivo y llevar a los hombres hasta Él. La Eucaristía es la mejor escuela de oración, porque orar es amar y la presencia de Jesucristo en este sacramento es el mejor libro, la palabra más bella del amor de Dios a los hombres: «habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo».

Mirando al Sagrario yo aprenderé que la Eucaristía como misa es Cristo haciendo presente en el altar su pasión, muerte y resurrección en adoración obediente al Padre y por amor extremo a los hombres, sus hermanos: «Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos», «Este es mi cuerpo que se entrega... esta es mi sangre que se derrama por vosotros...»,. aprenderé que la Eucaristía como comunión es la máxima expresión de unión de amistad entre dos personas, fundiéndose en una sola realidad y vida: «El que come mi carne, habita en mí y yo en él», «El que me come vivirá por mí»; mirando al Sagrario con fe caeré en la cuenta de que la Eucaristía como Presencia es Cristo ofreciéndose al Padre como sacrificio agradable y a los hombres en amistad y salvación permanentes: «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos». Pero repito, todo esto no se comprende hasta que no se vive, aunque unosea doctor en teología.

            Y orar ante el Sagrario es muy fácil, porque el Sagrario, la Eucaristía es un volcán echando fuego y llamaradas continuas de amor y cariño y motivos y razones y vida y hechos y dichos llenos de amor divino, real y verdadero. El Sagrario es el evangelio entero y completo, la salvación entera y completa, Jesucristo confidente y amigo, que siempre está en casa esperándonos y tan deseoso de hablar, de intimar, de salvamos, que se entrega por nada, por una simple mirada de fe. Jesucristo se ha quedado tan cerca de nosotros en el Sagrario porque sabe que valemos mucho, que el hombre es más que hombre, más que esta tierra y este espacio, es un misterio.

 Él sabe lo que valemos para el Padre, porque el Padre se lo está diciendo desde toda la etemidad, por eso se ofreció El: «Padre no quieres ofrendas ni sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad» y lo ha experimentado en su propia carne: «tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Ho». En el Sagrario nos ama el Padre en el Hijo con el Amor y la Potencia del Espíritu Santo lleno de entrega, amistad, dones de vivencia y amor. Ahí está el Hijo de Dios vivo, vivo y resucitado, os lo digo yo y perdonad mi atrevimiento, quiero decir, que nos lo dice Él y su evangelio.

Desde su presencia eucarística sigue diciéndonos a todos, de palabra y de obra: «Vosotros sois mis amigos», «Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos», «Ya no os llamo siervos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer», « Yo doy la vida por mis amigos», «El les dUo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco», «Ardientemente he deseado comer esta pascua con vosotros», «Este es mi cuerpo entregado... Esta es la sangre que se derrama por vuestros pecados... Acordaos de mi...» y al recordarlo con nosotros en la oración, la oración se convierte en memorial que hace presente lo que recordamos. «Acordaos de mi... » No nos olvidamos, Señor: ¡Eucaristía divina, Tú lo has dado todo por nosotros, también nosotros queremos darlo todo por Ti, porque para nosotros, Tú lo eres todo, queremos que lo seas todo!

************************************

11º JUEVES

 

1ª MEDITACIÓN

 

5. 10. Al comulgar, me encuentro en vivo  con todos los  dichos y hechos salvadores del Señor.  

 

La instrucción Eucharisticum mysterium  lo expresa así: «La piedad, que impulsa a los fieles a acercarse a la sagrada comunión, los lleva a participar más plenamente en el misterio pascual... permaneciendo ante Cristo el Señor, disfrutan de su trato íntimo, le abren su corazón pidiendo por sí mismos y por todos los suyos y ruegan por la paz y la salvación del mundo. Ofreciendo su vida al Padre por el Espíritu Santo, sacan de este trato admirable un aumento de su fe, esperanza y caridad» (n 50).

“¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación, invocando su nombre” (Sal.116). Estas palabras de un salmo pascual de acción de gracias brotan de lo más hondo de nuestro corazón ante el misterio que estamos celebrando: la Eucaristía, Nueva Pascua y Nueva Alianza por su sangre derramada por amor extremo a sus hermanos los hombres.            «Reunidos en comunión con toda la Iglesia», con el Papa, los Obispos, la Iglesia entera, vamos a levantar el cáliz eucarístico invocando el nombre de Dios, alabándole, dándole gracias y ofreciendo la víctima santa para pedir al Padre una nueva efusión de su Espíritu transformante para todos nosotros.

Junto al Cuerpo y la Sangre de Cristo, Hijo de Dios, hecho pan y entregado por amor y presente en todos los Sagrarios de la tierra, piadosamente custodiado por la fe y el amor de todos los creyentes, hemos de meditar una vez más en las maravillas de este misterio, para reencontrarnos así con el mismo Cristo de ayer, de hoy y de siempre, con todos sus hechos y dichos salvadores, con su Encarnación y Predicación, con el mismo Cristo de Palestina,  y llenarnos así de sus mismas  actitudes  de entrega y amor al Padre y a los hombres, que nos lleven también a nosotros a dar la vida por amor a los hermanos y obediencia de adoración al Padre, en una vida y muerte como la suya.

            Queremos compartir, con todos los hermanos y hermanas en la fe, nuestra convicción profunda de que el Señor está siempre con nosotros para alimentarnos y ayudarnos y, en consecuencia, que la Eucaristía, que Él entregó a la iglesia como memorial permanente de su sacrificio pascual, es “centro, fuente y culmen” de la vida de la comunidad cristiana, porque nos permite encontrarnos con la misma  persona y los mismos hechos salvadores del Dios encarnado: Jesucristo, primero hecho carne en María y luego un poco de pan y siempre por amor a sus hermanos, todos los hombres.

 

Encarnación y Eucaristía.

 

            La Encarnación y la Eucaristía no son dos misterios separados sino que se iluminan mutuamente y alcanzan el uno al lado del otro un mayor significado, al hacernos la Eucaristía compartir hoy la vida divina de aquel que se ha dignado compartir con el hombre (encarnación) la condición humana.

            Está claro que en la comunión eucarística el Hijo de Dios no se encarna en cada uno de los fieles que le comulgan, como lo hizo en el seno de María, sino que nos comunica su misma vida divina, como Él mismo prometió: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, vida del mundo” (Jn.6,48). De esta forma, la Eucaristía culmina y perfecciona la incorporación a Cristo realizada en el bautismo y la confirmación, y en Cristo y por Cristo, formamos un solo cuerpo con Él y con los hermanos, los que comemos el mismo pan: “Porque el pan es uno, somos muchos un solo cuerpo, pues todos participamos de ese único pan” (1Cor. 10,17).

            Esta unión estrechísima entre Encarnación y Eucaristía, entre el Cristo de ayer y de hoy, entre el Cristo hecho carne presente por la Encarnación y pan en la Eucaristía, es posible y real porque «lo que en la plenitud de los tiempos se realizó por obra del Espíritu Santo, solamente por obra suya puede surgir ahora de la memoria de la iglesia». Es el Espíritu Santo y solamente Él, quien  no sólo es «memoria viva de la iglesia», porque con su luz y sus dones nos facilita la inteligencia  espiritual de estos misterios y de todo lo contenido en la palabra de Dios, sino que su acción, invocada en la epíclesis del  sacramento, nos hace presente (memorial) las maravillas narradas en la anámnesis (memoria) de todos los sacramentos y actualiza y hace presente en el rito sacramental los acontecimientos salvíficos que son  celebrados, desde la Encarnación hasta  la Ascensión y subida a los cielos, especialmente todo el misterio pascual, centro y culmen de toda acción litúrgica.

 

Presencia permanente.

 Y esta presencia de Cristo en la celebración de la santa Eucaristía no termina con ella, sino que existe una continuidad temporal de su morada en medio de nosotros como Él había prometido repetidas veces durante su vida. En el Sagrario es el eterno Enmanuel, Dios con nosotros, todos los días hasta el fin del mundo (Mt.28,20). Es la presencia real por antonomasia, no meramente simbólica, sino verdadera y sustancial. Por esta maravilla de la Eucaristía, aquel, cuya delicia es “estar con los hijos de los hombres” (cf. Pr.8,31) lleva dos mil años poniendo de manifiesto, de modo especial en este misterio,  que“la plenitud de los tiempos” (Cr.Gal 4,4) no es un acontecimiento pasado sino una realidad en cierto modo presente mediante los signos sacramentales que lo perpetúan. Esta presencia permanente de Jesucristo hacía exclamar a santa Teresa de Jesús: «Héle aquí compañero nuestro en el santísimo sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros» (Vida, 22,26). Desde esta presencia eucarística, Jesús nos sigue repitiendo y realizando todos sus dichos y hechos salvadores, con amor extremo, hasta el final de los tiempos, hasta la eternidad, eternamente.

2ª MEDITACIÓN

 

PAN DE VIDA

 

Pero la Eucaristía también, según el deseo del mismo Cristo, quiere ser el alimento de los que peregrinan en este mundo. “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan, vivirá eternamente, si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tenéis vida en  vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna…” (Jn.6, 54-55).

            La Eucaristía es el pan de vida, en cualquier  necesidad de bienes básicos de vida o de gracia, de salud, de consuelo, de justicia y libertad, de muerte o de vida, de misericordia o de perdón...debe ser el alimento sustancial para el niño que se inicia en la vida cristiana o para el joven o adulto que sienten la debilidad de la carne, en la lucha diaria contra el pecado, especialmente como viático para los que están a punto de pasar de este mundo a la casa del Padre. La Eucaristía es el mejor alimento para la eternidad, para llegar hasta el final del viaje con fuerza, fe, amor y esperanza, con la fe viva y certera del encuentro con Cristo glorioso en Dios Trinidad.

            La comunión sacramental produce tal grado de unión personal de los fieles con Jesucristo que cada uno puede hacer suya la expresión de San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal.2,20). La comunión sacramental con Cristo nos hace partícipes de sus actitudes de entrega, de amor y misericordia, de sus ansias de glorificación del Padre y salvación de los hombres. Lo contrario sería comer el cuerpo de Cristo,  pero no comulgar con Él, o hacerlo indignamente, como nos recuerda Pablo en la primera a los Corintios: cfr1Cor11, 18-21.

En la Eucaristía todos somos invitados por el Padre a formar la única iglesia, como misterio de comunión con Él y con sus hijos: “La sabiduría ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que lo anuncien  en los puestos que dominan la ciudad: venid a comer  mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Pr. 9,2-3.5). No podemos, por tanto, rechazar la invitación y negarnos a entrar como el hijo mayor de la parábola (cf. Lc.15,28.30).Entremos, pues, con gozo a esta casa de Dios y sentémosnos a la mesa que nos tiene preparada para celebrar el banquete de bodas de su Hijo y comamos el pan de vida preparado por Él con tanto amor y deseos.

 

 

 

De la Eucaristía como comunión, a la misión

 

Cuando la Eucaristía se celebra en latín, la despedida del presidente es «podéis ir en paz», que en latín se dice: «Ite, missa est». Mitto, missus significa enviar. La liturgia del misterio celebrado envía e invita a todos a cumplir en su vida ordinaria lo que allí han celebrado.  Enraizados en la vid, los sarmientos son llamados y están llamados a dar fruto abundante:”Yo soy la vid, vosotros sois los sarmientos”. En efecto, la Eucaristía, a la vez que corona la iniciación de los creyentes en la vida de Cristo, los impulsa a su vez a anunciar el evangelio y a convertir en obras de caridad y de justicia cuanto han celebrado en la fe. Por eso, la Eucaristía es la fuente permanente de la misión de la iglesia...”es la fuente que mana y corre aunque es de noche”, esto es, por la fe. Allí encontraremos a Cristo que nos dice a todos: “Id y anunciad a mis hermanos...  amaos los unos a los otros... id al mundo entero...”

 

5. 11. En la Eucaristía se encuentra la fuente y la cima de todo apostolado

 

La centralidad de la Eucaristía en la vida cristiana ha de concebirse como algo dinámico no estático, que tira de nosotros desde las regiones mas apartadas de nuestra tibieza espiritual y nos une a Jesucristo que nos toma como humanidad supletoria para seguir cumpliendo su tarea de adorador del Padre, intercesor de los hombres, redentor de todos los pecados del mundo y salvador y garante de la vida nueva nacida de la nueva pascua, el nuevo paso de lo humano a la tierra prometida de lo divino.      

En cada Eucaristía se nos aparece Cristo para realizar todo su misterio de Encarnación y para explicarnos las Escrituras y su proyecto de Salvación y para que le reconozcamos al partirnos el pan de vida. La Eucaristía es entonces, debe ser un encuentro personal y eclesial, íntimo y vivencial con Él, un momento cargado de sentido salvador y transcendente para quienes le amamos y queremos compartir con Él la existencia, la vida entera, la eternidad.

Y, como la Eucaristía no es una gracia más sino Cristo mismo en persona, se convierte en fuente y cima de toda la  vida de la Iglesia, dado que “los demás sacramentos, al igual que todos los ministerios eclesiásticos y las obras de apostolado, están unidos con la Eucaristía y a ella se ordenan” (PO.5; LG.10; SC.41).   Por eso, la Eucaristía, como misterio de unidad y de amor de Dios con los hombres y de los hombres entre sí, es referencia esencial, criterio y modelo de la vida de la iglesia en su totalidad y para cada uno de los ministerios y servicios.

 

***************************************

12 JUEVES

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

LA COMUNIÓN ACRECIENTA NUESTRA UNIÓN CON CRISTO.

 

5. 5. Frutos de la comunión eucarística. La comunión acrecienta nuestra unión y transformación en Cristo.

 

            En la descripción de los frutos de la Comunión sigo al Catecismo de la Iglesia Católica: nº 1391-1397.

            Como toda comida alimenta y fortalece la vida, el alimento eucarístico está destinado a fortalecer nuestra vida en Cristo. Éste es el efecto primero: Cristo entra como alimento espiritual en los comulgantes para estrechar cada vez más las relaciones transformantes, asimilándonos  a su propia vida.

            En la Última Cena, Jesús se define a sí mismo como vid, cuyos sarmientos deben estar unidos a Él para tener su misma vida y producir sus mismos frutos: “Permaneced en mí y yo en vosotros... quien permanece en mí y yo en él, da  mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5). La comunión tiene por tanto un efecto cristológico: así como el cuerpo formado por el Espíritu Santo en el seno de la Virgen Madre se hizo una sola realidad en Cristo y fue la humanidad que sostenía y manifestaba al Verbo de Dios, así nosotros, comiendo este pan, que es Cristo, nos hacemos una única realidad con Él y debemos vivir su misma vida:“El que me come vivirá por mí”. Recibir la Eucaristía como, comunión da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él” (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su fundamento en el banquete eucarístico: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57).

            Lo expresa muy bien el Concilio de Florencia: “El efecto de este sacramento es la adhesión del hombre a Cristo. Y puesto que el hombre es incorporado a Cristo y unido a sus miembros por medio de la gracia, dicho sacramento, en  aquellos que lo reciben dignamente, aumenta la gracia y produce, para la vida espiritual, todos aquellos efectos que la comida y bebida naturales realizan en la vida sensible, sustentando, desarrollando, reparando, deleitando”. Sería bueno meditar sobre esto. Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado, “vivificada por el Espíritu Santo y vivificante” (PO5) conserva, acrecienta y renueva la vida de gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando nos sea dada como viático.

            Por eso debemos acercarnos a este sacramento con  hambre de Cristo, y consiguientemente con fe sincera y esperanza de que la acción transformadora de Cristo tenga efecto en nuestra vida. Acercarse a la comunión es recibir a Cristo como amigo en nuestro corazón, es dejar que tome posesión de nuestra vida. Y como nuestra debilidad en el orden sobrenatural es grande, tenemos necesidad de alimentarnos todos los días para tener en nosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús. El poder de Cristo para transformarnos es omnipotente, pero nuestra voluntad es débil y enseguida tiende a separarse de Cristo para seguir sus propias inclinaciones. Nos queremos mucho y el ego, que está metido en la carne y en el más profundo centro de nuestro ser, se opone a esta unión con Cristo.

            La comunión frecuente es necesaria si queremos vivir con Cristo y como Cristo, tener sus mismos sentimientos y actitudes. Y esto lo expresamos en el breve diálogo que mantenemos con el sacerdote que nos da la comunión: “El cuerpo de Cristo”, y respondemos: “Amén”, queriendo así reafirmar nuestra fe y fidelidad sincera a Cristo, con el que nos encontramos  en ese momento. Nuestro “amén”,  nuestro “sí” implica en nosotros una misión de caridad, de celo apostólico, de generosa obediencia y piedad filial. La comunión eucarística es  una inyección de vida sobrenatural en nosotros y un compromiso de vivir su misma vida. La comunión fortalece- alimenta nuestra unión  espiritual con Cristo.

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

5. 6. La comunión perdona los pecados  veniales y preserva de los mortales.

Cuando nos reunimos para celebrar la Eucaristía, somos invitados a comulgar sacramental y espiritualmente con Jesús en su propia pascua, a continuar el viaje pascual iniciado en santo bautismo que nos injertó a Él, matando en  nosotros al pecado, por la inmersión en las aguas bautismales y  resurrección a la  vida nueva del Viviente y Resucitado  por la emergencia de las mismas. Este poder de romper las ataduras del pecado, del egoísmo, orgullo, sensualidad, injusticias y demás raíces del pecado original que encontramos en nosotros, se potencia por medio de la comunión sacramental con Cristo en todos los comensales de la mesa eucarística.

            Muchos tienen la experiencia de la propia debilidad, sobre todo, en el campo moral. Hacen propósitos serios y se sienten humillados cuando no los cumplen. No debemos olvidar los ejemplos de Pedro y de los otros apóstoles, que había prometido fidelidad al Maestro y lo abandonaron. Y Jesús lo sabía y los perdonó y celebró como prueba de ello la Eucaristía en la primera aparición del Resucitado. La mejor ayuda para no pecar es la ayuda de Cristo Eucaristía. Nunca  debemos considerar la Eucaristía como un premio o una recompensa apta sólo para perfectos sino una ayuda para los que quieren vivir la vida de Cristo por la gracia de Dios. Nos debemos acercar a Cristo para que nos perdone y ayude y fortalezca, como la pecadora en la casa de Simón. Éste es el sentido de la comida eucarística. Nos hacemos libres con Cristo, no somos esclavos de nadie ni de nada.

            El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es “entregado por nosotros” y la Sangre que bebemos es “derramada por muchos para el perdón de los pecados”.  Por eso la Eucaristía  no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados precisamente al comer su carne limpia y salvadora.

            “Cada vez que lo recibís, anunciáis la muerte del Señor”(1Cor 11,26). Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados. Si cada vez que su Sangre es derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio” (S. Ambrosio, sacr. 4,28).  Como el alimento corporal sirve para restaurar la   pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificadora “borra los pecados veniales” (Concilio de Trento: DS. 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor a Él y nos hace capaces de romper los lazos desordenados para vivir más en Él: “Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor: suplicamos fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones..., y llenos de caridad, muramos al pecado y vivamos para Dios” (S Fulgencio de Rupe, Fab.28,16-19).

            Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros pecados veniales y mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal. La Eucaristía no está ordenada al perdón de los pecado mortales, pero tiene toda la fuerza y el amor para hacerlo porque es la realización de la Alianza y del borrón y cuenta nueva. Fue un tema muy discutido en Trento y lo es todavía. La Eucaristía es fuente de toda gracia, también de la gracia que perdona los pecados en el sacramento de la Penitencia. Es toda la salvación y redención de Cristo que se hace presente. Es el abrazo del perdón del Padre por el Hijo. Es la Nueva Alianza. Si lo es, perdona los pecados.

            Es importante en este punto recordar la recomendación dada por el Papa Pío X para la comunión frecuente y cotidiana. El Papa reaccionó contra una mentalidad que tendía a disminuir la frecuencia por sentimientos de indignidad. La conciencia de ser pecadores debe llevarnos al sacramento de la penitencia, pero esto no debe limitar su acercamiento a la comunión, que es nuestra ayuda, la ayuda del Señor contra el mal.       «El deseo de Jesucristo y de la Iglesia, de que todos  los fieles cristianos accedan cada día al convite sagrado, consiste principalmente en que los fieles, unidos a Dios por medio del sacramento, encuentren en él la fuerza para dominar las pasiones, la purificación de las culpas leves que cometamos cada día, y la preservación de los pecados más graves, a los que está expuesta la fragilidad humana; no es sobre todo para procurar el honor y la veneración del Señor, ni para tener una recompensa o un premio por las virtudes practicadas. Por esto, el sagrado concilio de Trento llama a la Eucaristía “antídoto”, gracias al cual nos libramos de las culpas cotidianas y nos preservamos de los pecados mortales» (DS 3375).

**************************************

13º JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

LA ORACIÓN ANTE EL SAGRARIO, ESCUELA DE VIDA

 

(El periódico ALFA Y OMEGA escribía así: El sacerdote don Gonzalo Aparicio contagia, al hablar, su celo por la Eucaristía. Los ratos libres que le deja su actividad en la parroquia de San Pedro, en Plasencia, le han permitido escribir el libro

 LA EUCARISTÍA, LA MEJOR ESCUELA DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO. A continuación reproducimós, por su interés, un extracto del libro)

 

Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia..., pero nuestros padres y nuestras madres no tuvieron más escuela que el Sagrario, y punto. Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon — y seguimos escuchando nosotros también - a Jesis, que nos dice: “Sígueme; amaos los unos a los otros como y os he amado; no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero; venid, y os haré pescadores de hombres; vosotros sois mis amigos; no tengáis miedo, yo he vencido al mundo; sin mi no podéis hacer nada; yo soy la vid vosotros los sarmientos; el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid”. Y qué ocurre cuando yo escucho del Señor estas paiabrás? Pues que, si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálógo personal con Él - porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quieró renunciar a mis bienes-, me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en El, mi falta de generosidad en seguirle, para que no señale con el dedo mis defectos..., y así estaré distanciado con respecto a su presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esto llevará consigo. Podré incluso tratar de legitimar mi actitud diciendo que Cristo está en muchos sitios: en la Palabra, en los hermanos..., que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados; pero, en el fondo, lo que pasa es que no aguantamos su presencia, que me señala mis defectos y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga.

 

Mediocridad, no

 

Me pregunto cómo podré yo entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el Bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo..., si yo mismo no lo practico ni sé como se hace. Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos, y de que muchas partes importantes del evangelio no se conozcan ni se prediquen. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo eucarístico con El, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de ese trato de amistad para no escucharle, aunque las formas externas las guardaré toda la vida; es decir, seguiré comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he afirmado mi mediocridad cristiana, sacerdotal y apostólica. Al alejarme cada día más del Sagrario, me alejo a la vez de la oración, y aunque Jesús me está llamando a voces todos los días - porque me quiere ayudar -, terminaré por no oírle, y todo se convertirá en pura rutina. Esto es más claro que el agua:

Si Cristo en persona me aburre en la oración, ¿cómo podré entusiasmar a mis feligreses, a todos los demás con El? No sabré qué apostolado hacer por El, ni cómo contagiar deseos de fe y amor a El, ni cómo enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía para los hermanos en este camino de encuentro con El. Naturalmente, hablaré de encuentro y amistad con Cristo, de organigramas y apostolados, pero lo haré teóricamente, como lo hacen otros muchos en laIglesia. Esta es la causa de que no toda actividad ni apostolado, tanto de seglares como de sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual hay que estar unido a Cristo como los sarmientos a la vid única y verdadera, para poder dar frutos de vida en Cristo. A veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna, o la arteria, que debe llevar la sangre desde el corazón de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico están tan obstruidos por las imperfecciones por donde han de llegar, que apenas podemos llevar unas gotas para regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas de la Iglesia, de arriba y de abajo. siguen negras e infartadas, sin vida espiritual, ni amor ni servicio verdaderos a Dios y a los hermanos. Porque mal está que el canal obstruido sea un seglar, un catequista o una madre — con la necesidad que tenemos de madres cristianas -, pero lo grave y dañino es que esto nos suceda a los sacerdo.es. Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia esta unida a la vid, que es Cristo Eucaristía, y tiene limpio el canal. Aquí, en Cristo Eucaristía, es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche” es decir, por la fe vivencial — como nos dice san Juan de la Cruz. Pero, por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programas, donde - como nos ha dicho el Papa en la Carta apostólica “Novo Millennio Ineunte” ya está todo dicho y programado. Volvamos a la Verdad, que es la Vida, la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos: todo sarmiento que no esté unido a la vid, no puede dar fruto”.

 

Cara a cara con Cristo

 

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. La Eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubren la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en la Eucaristía como misa tenernos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, escucharnos al sacerdote..., pero, con tanto movimiento, a veces salimos de la iglesia sin haber escuchado a Cristo, sin haberle saludado personalmente. Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones; se trata de un diálogo a pecho descubierto, un tú a tú con Jesús que me habla, me enfervoriza y, tal vez, si lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega y me dice: No estoy de acuerdo con esto, corrige esta forma de actuar... Y, claro, allí, solos ante él, no hay escapatoria de cantos o respuestas; cada uno es el que tiene que dar la respuesta personal, no la litúrgica y oficial. Por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, si no aguanto este trato directo con Cristo y dejo la visita diaria, ¿cómo buscarle en otras presencias cuando allí está más plena y realmente presente?

Por eso, si aguanto ests cara a cara con Cristo, cayendo y levantándome todos los días - aunque tarde años -, encontraré en su presencia eucarística luz, fuerza, ánimo, compañía,consuelo y gozo, que nada ni nadie podrán quitarme; y quemará de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre; lo contagiaré todo de amor y sentimiento hacia El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Esto se llama santidad, y para esto está la Eucaristía, porque la oración es el alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística, y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

LA CENA CON EL SEÑOR (Ap 3,20)

 

            Queridos hermanos: Hoy, festividad de todos los santos, celebramos con gozo con los que han muerto y viven ya con el Señor, y con esperanza segura y confiada para los que aún peregrinamos hacia la casa del Padre, el final feliz de nuestras vidas, que terminarán en la misma felicidad eterna de la Santísima Trinidad, de nuestro Dios, que es amor y por amor nos creo para compartir con Él su misma esencia infinita, llena de luz y de amor.

            En el Apocalipsis, San Juan escribe, al final de su vida, siete cartas a siete Iglesias para animarlas en su fe y esperanza en el Señor vivo y resucitado, que es el Cordero sin mancha sentado en el trono de Dios y que recibe el canto de los ángeles y ancianos y de todos los salvados, que nadie podía enumerar, de toda lengua y nación, como nos ha dicho la primera lectura de hoy.

            La última carta del Apocalipsis va dirigida a la Iglesia de Laodicea, hoy destruida totalmente, que se  encontraba en una colina sobre el valle del río Lyco. Era una ciudad industriosa y productora de finos colirios para los ojos; pero religiosamente era una ciudad con grandes lacras morales, como podemos ver por la misma descripción que San Juan hace de sus pecados. El Apóstol la invita al arrepentimiento, que vuelva al fervor de los años mejores. Y para ello, al final de la misma, les invita a volver a la celebración de la Eucaristía, como la recibieron de los Apóstoles. Es un texto precioso con las palabras del Señor, que habéis oído muchas veces, pero que vamos a meditar sobre él, aunque a primera vista parezca que no tiene que ver mucho con la fiesta que estamos celebrando: “Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).

            En estas palabras de Jesús, que llama a la puerta, hay en primer lugar una declaración que indica su amor para aquella Iglesia y, en definitiva, para cada fiel: “Mira que estoy a la puerta y llamo”. Es un gesto exquisito de búsqueda del amor de la criatura por parte de Dios en Jesús, y, a la vez, de respeto por su libertad. El mismo San Juan nos dirá en una de sus cartas “ Dios es Amor… en esto consiste el amor no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados.”

La iniciativa de amor y salvación siempre es de Dios, pero el hombre tiene que abrirle por la fe y el amor su corazón, para que Dios pueda entrar dentro de nosotros. Dios no violenta la libertad del hombre. Dios no entra en el corazón del hombre si éste no le abre. Ésta imagen de llamar a la puerta nos recuerda el simbolismo del esposo y la esposa en el Cantar de los Cantares. Allí, en el Antiguo Testamento, se aplica a Dios y a Israel; ahora se aplica a Cristo y a la Iglesia. Es Dios que solicita el amor de sus criaturas, de cada uno de los hombres a los que crea por amor y para el amor eterno del cielo.       Y esa voz que llama es la de Jesús, la del Buen Pastor, la del Redentor, la de Cristo glorioso, la del Hijo y el Verbo encarnado primero en humanidad como la nuestra y luego, en un trozo de pan, para el banquete de la Eucaristía. Hay un soneto que nos recuerda este texto del Apocalipsis que estamos comentando y que muchos aprendimos en nuestra juventud, más eucarística y religiosa que la actual:“Qué tengo yo que mi amistad procuras?.....” Expresa admirablemente esta imagen de Cristo llamando a la puerta del alma.

 También el cuarto evangelio alude a la voz del novio en el último testimonio del Bautista acerca de Jesús: “El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud” (Jn 3,29).

 

La respuesta

            La llamada de Jesús espera una respuesta. Esta se describe en condicional: “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”. La respuesta comienza con el hecho de reconocer la voz de Cristo. Pero el paso decisivo es abrirle la puerta, abrir la puerta al Redentor. Esta imagen de entrar por la puerta es la que se utiliza en los años jubilares. Y este abrir la puerta de nuestro corazón a Cristo es primero por la fe, creer en Él, en su evangelio y salvación. Luego viene el amor, cumplir su voluntad, los mandamientos de Dios. Esto significa abrir la puerta de nuestra vida y existencia a Dios. Vivir teniéndolo presente, abriéndole continuamente nuestro corazón, nuestra inteligencia y voluntad. Por eso “Si alguno oye mi voz y me abre la puerta”…

La promesa de la Cena con el Señor

 

            Entonces “Entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”.La promesa está expresada en futuro y con una fórmula de comunión: La primera parte de la promesa,“Entraré en su casa”, significa la venida de Jesús a la vida del creyente para tomar posesión de ella. Esta imagen nos recuerda algunos pasajes evangélicos: en el evangelio del último domingo, Jesús que entra en casa de Zaqueo para salvarle y es tal su alegría por recibir en su casa al Señor, que está dispuesto a quedarse pobre para enriquecerse sólo con su Amistad(Lc 19,1-10); también nos recuerda cuando Jesús entra en casa de Marta y María para hospedarse y cenar en amistad con los tres hermanos(Lc 10,38-42).

 Este es el sentido de la vida para un cristiano. Ha sido llamado al banquete y a la amistad con Dios en el cielo. La entrada de Jesús es la entrada del Redentor, del Dios Amor. Este deseo de Jesús de entrar en cada uno de nosotros nos recuerda la gran promesa de la Nueva Alianza, de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma en gracia: “Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él” (Jn 14,23).

También aquí hay primero una condición, la misma del texto: hay que amar, cumplir la voluntad de Dios, vivir el evangelio: “si alguno me ama”… La promesa de venir a habitar en el creyente es sustancialmente la misma que encontramos en el Apocalipsis. Significa que Dios penetra en la vida del fiel y toma posesión de ella, como tomó posesión de la Tienda de la Presencia o del Encuentro en el Desierto y luego  del Templo de Jerusalén en el Antiguo Testamento y en el seno de la Virgen María, para empezar el Nuevo Testamento. Y ahora ya permanece con nosotros hasta el final de los tiempos en el Sagrario.

            La segunda parte de la promesa es: “Cenaré con él y él conmigo”. Compartiremos la mesa, nos sentaremos uno junto al otro, seremos amigos, confidentes, amigos. El simbolismo de la cena entraña además una nota de sosiego, de paz, de comunión de personas. La expresión “Cenaré con él y él conmigo” es una fórmula que implica una alianza de amor, que empieza en la Eucaristía y será eterna en el cielo, en los santos y santas que ya están en el banquete eterno de la amistad con Dios Trino y Uno.

 

Dimensión eucarística del simbolismo de la Cena del Señor

 

            El simbolismo de la Cena con el Señor tiene un significado riquísimo que no pretendemos agotar ahora. Recordemos la dimensión de vida eterna que se expresa frecuentemente en la parábolas con la idea del banquete (Lc 14,15); que empezó ya en el A.T. con la Alianza, el pacto de amistad entre Dios y los israelitas y sellada con una comida de comunión, de amistad (Ex 24,11); en el Apocalipsis el banquete esponsal es signo del Reino de los cielos, de la amistad con Dios conseguida para toda la eternidad, la fiesta de todos los santos que hoy celebramos: “Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria por que han llegado las Bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado” (Ap 19,7).

Estas bodas tienen también su banquete: “Dichosos los invitados al banquete de Bodas del Cordero” (Ap 19,9); Todos nosotros hemos sido invitados a estas bodas y nuestros santos, todos los salvados que abrieron la puerta a Cristo y por Él al Dios Uno y Trino la están celebrando. Había que meditar, rezar e invocar y pedir más la ayuda y protección de nuestros santos. La dimensión eucarística de éste simbolismo de la Cena con el Señor es evidente. El Nuevo Testamento habla de la Cena de Jesús como el momento de su máximo amor para con los hombres (Jn 13,1-2); Lc 22,14-15; 1 Cor 11). Por otra parte la Eucaristía es el alimento de la vida eterna simbolizada en la Cena: « Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesus».

En el banquete de la Pascua y de la Nueva y Eterna Alianza que es La Eucaristía, el Señor nos invita y nosotros, «ven Señor Jesus» le invitamos a que venga en el pan eucarístico. Por eso la Eucaristía es mayor amistad e intimidad con el Señor en la tierra, porque se nos da en amor y amistad extrema, hasta dar la vida para vivir su amistad: “Nadie ama más”, es decir, es más amigo, “que aquel que da la vida por los amigos”.

Los discípulos de Emaús reconocen a Jesús al ponerse a cenar con ellos, al partir el pan. Es la fuerza transformadora de la Cena con el Señor: es el encuentro, la potenciación de la fe y del amor, la certeza de que Cristo está vivo y nos ama, la conversión. El contexto en que aparecen esta invitación y esta promesa en el Libro del Apocalipsis, contiene una rica descripción del proceso de la conversión hasta llegar a la comunión eucarística. Primero es escuchar la voz de Jesús en el evangelio y en la predicación de la Iglesia. Después es abrir la puerta a Cristo creyendo en él, en su divinidad y su humanidad, en su condición de Redentor.

A continuación Jesús entra en la vida del creyente en un proceso de continua intimidad: “El que tiene mis mandamientos y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él” (Jn 14,21). Esta intimidad se convierte en morada permanente del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en el corazón del creyente. La entrada de Jesús es la venida de la Trinidad a morar en el cristiano. Todo culmina en la comunión eucarística, en la Cena con el Señor.

Admirablemente lo ha expresado Jesús en el Discurso Eucarístico de Cafarnaún: “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,56-57). El cielo será la continuación de esa comunión eucarística, de esa morada divina: «Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: Ésta es la morada de Dios con los hombres. Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo y Él, Dios-con-ellos, será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y no habrá ya muerte ni habrá llanto, ni gritos ni fatigas, porque el mundo viejo ha pasado’» (Ap 21,3-4).

**********************************

14º JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª  MEDITACIÓN

 

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA

 

1.-¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESUCRISTO EN EL PAN EUCARÍSTICO?

 

  1.1.  PORQUE EL PAN EUCARÍSTICO ES JESUCRISTO VIVO Y RESUCITADO, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, temblando de emoción, cogió un poco de pan en las manos y dijo: “Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros…esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo. Aquel primer Jueves Santo Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche.

Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros Sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos.

Este Cristo Eucaristía nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Padre Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. “Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…” dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para los sacerdotes.

Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos... y nosotros, muchas veces, estamos distraídos sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los Sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos...

Nosotros, esta tarde (de Jueves Santo,) NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

1. 2. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ESTÁ LA CARNE DE CRISTO, TRITURADA Y RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN.

Está el precio que yo valgo, el que Cristo ha pagado para rescatarme; y ahí está la persona que lo ha hecho, que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio de su vida y de su sangre por cada uno de nosotros.

            Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre; la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tantos pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él, ni se han jugado nada por él; si es mujer, sólo valoran su físico y poco más, mira esta tarde la televisión; y si es hombre, lo que valga su poder, cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí.

            El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía, donde Cristo hace presente este misterio.

            Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.     

            S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero que lo vivió y sintió en su oración personal, contemplando el misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es que para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, es nuestro Padre, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero en el seno de María, Virgen bella y Madre, y luego hecho pan de Eucaristía por la potencia de tu Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna en Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo:

 

No quiero contento,
mi Jesús ausente,

que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

véante mis ojos,

muérame yo luego

 

 

 

TERCERA MEDITACIÓN

 

1.4. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO, PAN EUCARÍSTICO, CON LOS BRAZOS ABIERTOS A TODOS LOS HOMBRES EN AMISTAD PERMANENTE.

 

            La presencia Eucarística es la presencia de Cristo en amistad permanente ofrecida con amor extremo a todos los hombres, hasta el final de su vida, de sus fuerzas y del tiempo.

            Sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozarla con el Señor, con el Amado, bajo las especies del pan y del vino: “visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur”: no se puede experimentar esta presencia y vivirla con gozo desde los sentidos, solo es la fe la que descubre su presencia, hasta poder decir con san Juan de la Cruz: «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

            “¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto.

Él había reclinado su cabeza sobre su corazón en la Última Cena y sintió y consintió, -sentir con-, todos los latidos de su corazón. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y no sentida sino que hay que pasar y llegar a la oración y adoración eucarística contemplativa, que goza y siente a Cristo sin necesidad de reflexionar o meditar; porque sin fe iluminada por el fuego del amor del Espíritu Santo en la contemplación, el Sagrario se convierte en un trasto más de la iglesia; una vida eucarística pobre indica una vida cristiana pobre y un apostolado pobre, incluso nulo.

Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y esta perla preciosa, precisamente por no haber vendido nada o poco de su tiempo y de su dedicación a comprar este tesoro; no tiene intimidad con el Señor, porque para esto hay vender mucho de nuestro tiempo, soberbia, avaricia y pecados: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

            Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, en ese día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz de Padre amoroso encendida de fuego de Dios Espíritu Santo, Dios Abrazo y Beso de Amor Trinitario, en el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 

2.-EL GOZO DE CREER Y AMAR A JESÚS EUCARISTÍA

 

            ¡Qué gozo ser católico, tener fe, poder celebrar el Corpus Christi, creer en Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo Eucaristía me ama hasta ese extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en el pan consagrado, en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

            ¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca, que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio, que soy eternidad, porque el Hijo de Dios Eterno me lo ha revelado y lo ha demostrado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, donde me dice: “¡ yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, tenga la vida eterna”!

            ¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se cree, pero, sobre todo, se puede vivir, gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y de oración junto al Sagrario, donde el Padre me está diciendo su Palabra de Amor en el Hijo, encarnado primero en carne, luego, en el pan consagrado, y siempre por la potencia de su Amor, que es Espíritu Santo, persona divina y abrazo eterno del Padre y del Hijo!

            Jesucristo Eucaristía, desde su presencia eucarística y trinitaria, en «música callada» me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”, infinito del Padre al hombre por la potencia de Amor de la Trinidad, Espíritu Santo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, donde el Resucitado, en Eucaristía permanente, en oblación e intercesión perenne al Padre, con ese mismo Amor de Espíritu Santo nos está diciendo: no te olvido, te amo, ofrezco mi vida y amistad por ti y quiero hacerte partícipe de mi misma vida divina y trinitaria de sentimientos y gozos eternos: “a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

            Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal o litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si la santa hubiera hecho esta definición mirando al Sagrario.

            Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación, montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; necesitamos obispos y sacerdotes exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos para enseñar la ruta, dejando otros caminos que no llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas, presentes mistéricamente y amando y actuando para nuestra salvación.

            El camino exige oración permanente que nos lleva a la conversión personal permanente para llegar al amor total y permanente; hay que dejarlo todo, para llenarnos del Todo, y estamos muy llenos de nosotros mismo; tanto que no cabe Dios, el Todo; tenemos que dejar que Dios sea Dios, el Todo de nuestro ser y existir: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor”.

Y este es y será siempre el problema eterno de la Iglesia mientras camina por este mundo: conversión permanente por una vida de oración permanente, que sea alimento permanente de la unión permanente con Dios por medio de la Eucaristía como misa, comunión y presencia; Eucaristía como sacrificio permanente de mi yo, como Comunión con la vida y los mismos sentimientos de Cristo, como amistad de amor verdadero con su presencia de amor en el Sagrario, “estando muchas veces tratando a solas con Aquel que sabemos que nos ama”, al que le presto mi humanidad para que siga amando, predicando y salvando a sus hermanos, los hombres .

El Cuerpo de Cristo, el Corpus Christi, el pan consagrado es Cristo entero y completo, Dios y hombre, hecho alimento de fe y de amor para los que le coman en oración contemplativa de fe y amor, es el único alimento de la vida eterna, pero sabiendo siempre que una cosa es comer, y otro comulgar con los sentimientos y la vida de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...  el que me coma, vivirá por mí”.

 

****************************************************

 

15 JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA MEDITACIÓN

 

3.-  EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO DE PALESTINA, QUE CURÓ A LA HEMORROÍSA

 

            Aquí, en el Sagrario, está el mismo y único Cristo. Es el mismo Cristo, ya pleno de Luz y de Gloria, intercediendo por todos nosotros ante el Padre, el mismo de Palestina, el Cristo de la Hemorroísa, dispuesto a curarnos nuestras enfermedades, de cuerpo y de alma, si le tocamos, como ella, con fe y amor y esperanza convencida.

            Está ahí, esperándonos, siempre que nos acerquemos a él por la oración y se lo pidamos, aún sin pedírselo, sólo con desearlo, como la samaritana; está ahí, con los brazos abiertos, en amistad permanente para que le toquemos con fe y seamos curados de las heridas de nuestros pecados que nos desangran y vacían de la vida de la gracia y nos debilitan y nos llevan a la muerte y el pecado.

 

 ¡Hemorroísa creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza!

 

 “Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26) .

            Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroisa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor: “Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre. Y Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

            No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos.

            Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de a hemorroísa, debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y a la vez una imagen real y desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día.

            Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos todos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

            Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado; el Señor podría tal vez responder: pero ¡no todos me han tocado con fe y amor! Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa; es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, venerado, pero simple objeto, no la presencia plena y verdadera y realísima de Cristo.

            Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

            En la oración eucarística, como en su presencia en el Sagrario en Eucaristía continuada y permanente el Señor se sigue ofreciendo por nosotros al Padre y como alimento de vida a todos, es el “pan de vida que ha bajado de los cielos” y nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed”; y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él por la oración, por la adoración, comunión espiritual.

            En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario, Cristo no puede actuar aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroisa. No puede decirnos, como dijo tantas veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”.

            Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor.        Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida.

Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el largo y maravilloso capítulo sexto de San Juan. Y Pablo constatará esta verdad: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

            Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

            Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe, de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo; reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

 

 

SEGUNDA MEDITACIÓN

 

4.- DESDE EL SAGRARIO JESÚS NOS LLAMA Y NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS A PREDICAR”.

 

             «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cincuenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando: «Contemplata aliis tradere», lema de la Orden Dominicana, y, por tanto, de santo Tomás de Aquino: predicar lo que hemos contemplado. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí como párroco junto al Sagrario de mi primera parroquia de la bella Vera extremeña, Robledillo de la Vera (1962):

            «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste; te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

            Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo, te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores; somos limitados en todo.

            Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

            Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros:

“Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”y la cumpliste  en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

            En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, la he sentido muchas veces, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el círculo del Amor trinitario;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario para que correspondamos a la locura de tu amor.

 

********************************

 

16 JUEVES EUCARÍSTICO

 

PRIMERA  Y SEGUNDA MEDITACIÓN

 

5. - EL SAGRARIO ES EL BROCAL DEL POZO DE JACOB, DONDE JESÚS NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE, COMO A LA SAMARITANA, PARA UN ENCUENTRO DE AMISTAD Y SALVACIÓN CON ÉL.

 

En la puerta del Sagrario, como brocal del pozo divino del agua que salta hasta la vida eterna, Jesús me está esperando siempre, como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación con cada uno de nosotros ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo como tú y pedirle    el agua de la fe y del amor!

   “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

            Polvoriento, sudoroso y fatigado Jesús se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Pero este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

            Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe y amistad contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Sin embargo, Él está siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

            Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y que purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

            Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

            «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

             El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

            No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

            Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada en el tiempo y en este mundo en carne humana para nosotros, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:  “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

            La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar al hombre y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

            “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).    “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios y lo somos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es” (1Jn 3, 1-3).

             Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

            Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

            Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

            Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, el mejor amigo.      Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

            Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el mundo y la felicidad que da. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

 

CARA A CARA CON CRISTO.

 

Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo. Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote; pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

            Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones, es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si Él lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice: no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante Él en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

            Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de El, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con El. Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque la oración es el  alma de todo apostolado. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

 

*************************************

17 JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Y 2ª MEDITACIÓN

 

6.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL MISMO CRISTO QUE CALMÓ LAS TEMPESTADES Y  SALVÓ A LOS APÓSTOLES DE NAUFRAGAR.

 

            San Mateo  lo describe así en su evangelio: “En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados”.

Me consuela saber que, en medio de los peligros por los que todos tenemos que pasar, (unas veces porque nos meten, otras porque nos metemos nosotros), Cristo, desde el Sagrario, está siempre  pendiente de nosotros para salvarnos para decirnos: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”.

Con su presencia en el Sagrario Jesús siempre nos está ofreciendo su ayuda y amistad y si tenemos fe y venimos a su presencia, como estamos ahora, y le decimos como Pedro: “Sálvanos, Señor, que  perecemos”, Él, que es infinitamente bueno y poderoso y  nos ama y se ha quedado para eso tan cerca de nosotros “hasta el final de los tiempos”, hará que sintamos su presencia eucarística, nos quitará la soledad y el desaliento que otros tienen por no visitarlo en el Sagrario, y venceremos en todas las luchas y tempestades de la vida, tanto corporal y humana como espiritual, en las crisis de fe , de esperanza y amor, en las noches de fe en la oración y en la experiencia de Dios en nuestra vida espiritual. 

            Como Cristo, desde la montaña, donde había subido a orar, contemplaba a sus pies el mar de Tiberíades y en él la barca con los doce Apóstoles, sobre todo, cuando se embraveció y surgieron las olas por el viento fuerte, así también ahora, Jesucristo, nuestro amigo Dios, nos ve, desde el Sagrario,  a nosotros en el mar de la vida y vive pendiente de nosotros. Qué consuelo cuando uno sabe y vive todo esto. Qué tranquilidad en la misma enfermedad, persecución, críticas, envidias... no estoy solo, Cristo, desde el Sagrario me ve y me acompaña y se interesa por mí.

           

             1). Hemos de tener en cuenta que este hecho acaeció a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús: “Visto el milagro que  Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza para hacerlo rey, huyó Él solo otra vez al monte”. (Jo 6, 14-15).

            ¡Cómo huye el Señor de ser honrado y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en puestos y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó Él en tierra.

            Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el seguimiento del Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.

            Él, mientras tanto, subió al monte a orar. ¡Qué modelo para nosotros!  Cuántas veces en el sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere desarrollar prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche.

            Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en ella la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.

 

2). Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc., 6, 45) dice que “forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Jesús los amaba muy de veras y, sin embargo, y aún por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde el monte, como ahora desde el Sagrario,  lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en ella nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos sentir la necesidad de su ayuda.

            Si se trata del camino de la fe, de la oración, de nuestra unión plena y más perfecta con Él, estas crisis o noches, no sentir nada en la oración, tener pruebas de fe, sentirse solo y no poder meditar... etc. son las noche del sentido y del espíritu que san Juan de la Cruz explica muy bien y este tema lo tengo tratado en algunos de mis libros. Esta purificaciones, debido a que debo vaciarme de mí mismo en pensamientos y obras, de mis proyectos y sentimientos, para llenarme sólo de Dios, esto supone mortificación y sufrimiento, porque estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios.

            Si se trata de la vida ordinaria, del sacerdocio, de mi matrimonio, hijos, negocios, apostolado, mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero si esto cambia y se complica, es difícil perdonar, seguir en vida familiar o de amistad, sentimos la tentación de cambiar o dejarlo todo, y lo mejor es lo que san Ignacio nos recomienda en los Ejercicios: «en momentos de turbación y tentación no hacer mudanzas>>, es decir: permanecer fiel en el cumplimiento de lo prometido;  esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en cumplir lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “remaban muy penosamente” (Mc., 6, 48); remando con trabajo merecieron el eficaz socorro de Jesús, como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo, dando.

            3). Jesús, aunque ausente con el cuerpo, estaba muy presente con su pensamiento y amor, y seguía compasivo las vicisitudes de sus discípulos. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud,  acudió a su socorro: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre en el Señor, en el Cristo amigo de nuestros Sagrarios,, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, si le visitamos, si le comulgamos, El está con nosotros y no nos abandonará. ¡Bien seguros podernos estar de ello! En el mundo y en la Iglesia necesitamos almas de Sagrario, de fe y amistad permanente con Cristo Eucaristía. ¡Es tan bueno y compasivo, tan bello y hermoso!

            “Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”.  Cuántas veces la pasión, el miedo o el pecado grave, nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas, como si fueran para otro mundo y otra civilización. Y en esto de apariciones y visiones hemos de ser cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones de los maestros de espíritu y de la santa Iglesia a los consejos  de la jerarquía católica, incluso en las obras de apostolado.

 

            4) “Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis" (Ib., 27). No soy un fantasma, sino realidad dulcísima; soy Jesús, a quien conocéis y os ama y nos os deja abandonados  ¿por qué teméis teniéndome a Mí? ¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él venimos en su presencia permanente en el Sagrario, cosa fácil teniéndolo tan cerca, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta de la vida, sonará en el fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

            Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; confianza!, ¡ confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios.

            Jesús, visto de lejos, para los que no creen es un fantasma que da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se tiene fe y amor y esperanza, se le gusta, nos hechiza y enamora, nos atamos a la sombra del Sagrario, y cómo nos gusta oír su voz en las pruebas de todo tipo: “Yo soy, no temáis”.

            "Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él”.  Pedro, lleno de confianza y fervoroso amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir las hondas continuas de tentaciones de todo tipo, en el carácter, la lengua, los sentidos.

            Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: «¡Ven!», y nos da su luz y su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el “ven” de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques.

            “Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen.      

Afortunadamente, Pedro, en el peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “Señor, sálvame!”, y “En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Aprendamos la lección; trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en El confía no será confundido.

            “En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó”. ¡Qué gozo más grande tener al Señor junto a nosotros, sentir su mano, su aliento, su protección, reclinar sobre el Sagrario nuestra cabeza para sentir los latidos de su corazón.¡Y cuál la admiración de Pedro al ver que los vientos y el mar se le sometieron y le obedecieron. Y con qué reverencia “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios".

            Hagámoslo nosotros ahora y quedemos en contemplación de amor ante Cristo Eucaristía: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

 

*************************************

18 JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Y 2ª Y 3ª  MEDITACIÓN

 

7.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA JESÚS, EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ A SU HERMANO LÁZARO Y NOS LIBRA DE LA MUERTE ETERNA

 

Vamos a profundizar en el misterio de nuestra resurrección y eternidad, porque es la razón fundamental de la misión de Jesús en el mundo, la razón de su venida en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas del cielo. Para esto nos soñó el Padre y roto este proyecto del Padre, envió a su Hijo para recrearlo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

Qué gozo y garantía de salvación y felicidad eterna tenerte aquí tan cerca en el Sagrario con amor extremo hasta dar la vida por cada uno de nosotros; tenemos aquí tan cerca ya, amándonos y perdonándonos, al mismo Cristo que nos va a juzgar en el día en que pasamos de la casa de los hombres a la casa de Dios, en el día de nuestra entrada en gozo soñado y realizado por el Hijo.

            Y lo hacemos precisamente ante Cristo Eucaristía, Pan de vida eterna. Y este Cristo que tanto me quiere y me ama, al que yo tantas veces beso y comulgo y visito en el Sagrario, ¿Este Cristo me va a condenar? Jamás lo hará... jamás...

 

1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “Señor, al que tú amas está enfermo” (Jo., 11, 4). Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: “Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!” Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Claro que sí. Por su parte no quedará...ni por la tuya, por eso estás aquí en su presencia ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? Modelo de oración el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: “Señor, tu amigo está enfermo”.

            Y Jesús parece que no hace caso, y responde: “Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado” ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el versículo siguiente, dice: “Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro”. No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que lo primero es la gloria de Dios, el «sea lo que sea, te doy gracias, porque Tú ere mi Padre», porque Tú me amas más que yo mismo,  que por el pecado original me busco por caminos egoístas prefiriendo mi voluntad a la tuya.

 

 2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: “Vamos otra vez a la Judea... Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí?” le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió.: “Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, ‘quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz” (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (Jn, 9, 4 y 12, 35-36). Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: “Esta es vuestra hora” y el “poder de las tinieblas” (Lc., 22, 53).

 

3) Después el Señor anunció la muerte de Lázaro y les añadió: “Y me alegro por vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Y ahora vamos a él” (Jo., 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos. Tengamos también nosotros en cuenta este comportamiento en nuestras peticiones al Señor. Hay que tener paciencia y confianza. No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

 

4) Y esto es lo que pretendía conseguir de Marta y María: antes que resucite a su hermano Lázaro pide a la una y a otra que crean, cuando les diga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto, vivirá”. Se pone, pues, en camino, y cuando llegó a Betania “halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba “sepultado” (Jn 17). “Marta, luego que oyó que Jesús venía., le salió a recibir, y María se quedó en casa”.

Nosotros también hemos venido a la Iglesia para hablar con Jesús. Unámonos en espíritu a Marta y a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que Tú, Jesús Eucaristía, tuviste lleno de amor con Marta, y reflexionemos para sacar el mayor provecho de esta conversación: “Dijo, pues, Marta a Jesús; Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era, la del centurión (Mt., 8); miremos, sin embargo, dentro de nosotros mismos por si hemos tenido esta misma duda alguna vez; aunque es expresión real de confianza en la amistad de Jesús.

La frase del Señor: “me alegro de no haberme hallado allí”, parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” (ib., 22). La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y la confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (23-26).

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: “Yo soy resurrección” y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el cuerpo y “cree en Mí, no morirá para siempre”, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el alma inmortal y en su cuerpo resucitado en el último día.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas, esto es, que si en el día de nuestra muerte ciertamente nuestra alma no muere, quiere decir que todo mi yo, lo que pienso y amor, lo que soy y seré, está con el Señor. Y al preguntar Jesús a Marta: “¿Crees tú esto?”, no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos, “Respondió Marta: ¡Oh Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir a este mundo!”.

 Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que tenía que venir. Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, mirando a Cristo Eucaristía: ¡Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, la resurrección y vida, por la potencia de tu Amor, Espíritu Santo! Pan de vida, Eucaristía divina, Tú lo puedes todo, y en Ti confío mi eternidad que Tú viniste a conseguirnos mediante tu muerte y resurrección que se ha presente en cada misa, (eso es la misa, la eucaristía), y “el que come de este pan, vivirá eternamente”.

 

5) “Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «el Maestro está aquí y te llama»”. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar. María, que tan apasionadamente amaba al Señor, “apenas lo oyó, se levantó y fue donde estaba Jesús, y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si estuvieras aquí no hubiera muerto mi hermano»” (ib., 23).

María ejercitó tres virtudes muy excelentes: «La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre. La segunda virtud fue el gran respeto y reverencia al Señor, porque “viéndole se echó a sus pies”; a los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de consolaciones inefables; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, como rezamos en la oración de la misa del día de su fiesta, el 22 de julio: «... por cuyos ruegos (Cristo) resucitaste a su hermano Lázaro».

 Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús Eucaristía, cuantos que han vuelto a la vida después de la muerte de los pecados, cuantos hijos y amigos que han vuelto a la vida cristiana para la que estaban muerto.

Oremos nosotros ahora ante Jesús Eucaristía. Es el mismo Cristo con el mismo amor, poder, misericordia. Él resucitó a Lázaro después que sus hermanas se lo pidieran.

6) Jesús resucita a Lázaro después de haber llorado y orado: “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: «Dónde lo habéis puesto?» ¡Ven »a verlo, Señor!», le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: «¡Mirad cuánto le amaba!» Mas algunos de ellos dijeron: «Y uno, que ha abierto los ojos de un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera” (ib., 33-37).

Veamos de qué diversa manera se juzga una misma acción! Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres;  jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre debemos buscar la voluntad de Dios.

Todavía emocionado, Jesús se acercó al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “«Señor, que ya huele mal porque lleva cuatro días»: Jesús le replicó «No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»”.

No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde el Señor con un anunció casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

“Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a los alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.           Levantó sus ojos al cielo ara indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios.

El Señor nos enseña también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios, hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos. ¿Somos delicados con nuestro Padre Dios, principio de todo bien que tenemos, lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines mas egoístas e interesados?.

“«Y dicho esto, clamó con voz potente: «Lázaro, sal fuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar»”. ¡Qué grande eres, Señor! Tú eres Dios, Eternidad, Todo ¡Qué gran Amigo tenemos! ¡Que gozo creer en Ti y haberte sentido tan cerca tantas veces y haber resucitado del pecado y de la misma muerte!

Cristo Eucaristía, presente aquí ahora en el Sagrario, me maravilla ver la eficacia de la oración de los justos, de tus amigos para alcanzar del Señor la  resurrección del pecado a la vida de la gracia y animarnos así a orar sin descanso, ante su presencia en el Sagrario, en oración permanente, por la conversión del mundo. ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él: pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”.

No es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en ellas, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro.

 En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, “me alegro por vosotros, a fin de que creáis”, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en Él muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron las cosas que Jesús había hecho” (ib., 46). ¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la verdad y el amor verdadero de Cristo y de los hombres en envidias de crítica y destrucción: Consecuencia de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que Jesús se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron.

Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros en el Sagrario y que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así. Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25). Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y que Tú lo puedes todo.

*************************************

19 JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª MEDITACIÓN

 

CRISTO, SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

 

“Estate, Señor, conmigo, siempre sin jamás partirte” ¡Cuánto he aprendido de Ti, Señor, en ratos de oración ante el Sagrario y en nada de tiempo ni de estudio ni de  teologías y sin libros ni reuniones “pastorales”, cuánto he comprendido y penetrado en tu persona y conocimiento, más que con todos mis estudios y títulos universitarios, simplemtne estando, Señor, en tu presencia eucarística!

¡Cuánta belleza y hermosura de esencia de Amor de mi Dios Trino y Uno he descubierto y gozado en el pan Eucarístico, en Jesucristo Eucaristía en ratos de Sagrario en silencio de todo! Qué claro y gozoso he visto que Tú, Padre, Abba-Papá bueno de cielo y tierra, Principio de todo, qué claro he visto y gozado que Tú has soñado conmigo: si existo, es que me has amado y soñado desde toda la eternidad y con un beso de amor de Padre me has dado la existencia en al amor de mis padres. “Abba”, Papá bueno del cielo y tierra, te doy gracias porque me creaste...

Me has revelado, he comprendido que si existo, es que me has preferido a millones y millones de seres que no existirán y me has señalado con tu dedo,  creador de vida y felicidad eterna. Yo soy más bello para Ti y tienes deseos de abrazarme eternamente como hijo en el Hijo, con tu mismo Amor de Espíritu Santo.

Si existo, soy un cheque firmado y avalado por la sangre del Hijo muerto y resucitado por la potencia de Amor del Santo Espíritu; y he sido elegido  por creación y redención para vivir eternamente en la misma felicidad de Dios Trino y Uno. Y me besarás eternamente en el mismo beso infinito de amor de Espíritu Santo a tu Hijo, sacerdote único del Altísimo, con el cual me consagraste e identificaste por tu Amor. Soy eternamente sacerdote en tu Hijo Jesucristo, Único y eterno Sacerdote.

Padre bueno de cielo y tierra, te pido que venga a nosotros tu reino de Santidad, Verdad y Amor;  que se haga tu voluntad de salvación universal de todos los hombres; que cumplamos tu deseo revelado en tu Palabra hecha carne: “sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”;  danos muchos y santos predicadores de tu reino que prolonguen la misión que confiaste a tu Hijo Encarnado, Sacerdote Único del Altísimo y Eucaristía perfecta.

            Jesucristo Eucaristía, muchas veces no correspondido en amor y amistad por nosotros, incluso sacerdotes y consagrados; Tú eres amor apasionado y extremo, en presencia humilde y callada de Sagrario, pidiendo  el amor de tus criaturas para salvanos y hacernos eternamente felices por el pan de la vida eterna. Si de esta forma tan extrema y humillante nos pides amor, Cristo amado, en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, te pregunto: ¿Por qué nos buscas así, humillándote tanto? ¿Es que no puedes ser feliz sin mí, sin el amor de tus criaturas? ¿Es que necesitas de mi amor para ser feliz, hasta ese extremo nos amas? “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo”.

¡Dios infinito, no te comprendo! No comprendo que no quieras ser feliz sin mí, sin el hombre creado a tu imagen y semejanza, que no quieras un cielo eterno, tu cielo, sin mí, sin tus criaturas, creadas por Ti para amarlas y sumergirlas en Trinidad con Amor de Espíritu Santo, Amor Trinitario del Padre y del Hijo, amor y amistad y abrazo de felicidad eterna del Padre, por el Hijo con amor de Espíritu Santo… en el cual nos quereis sumergir, esto sí que es amor infinito, tu amor eterno de Espiritu Santo, esto sí que nos superas totalmente, infinitamente, por eso no lo entiendo, simplemente lo gozo algunas veces en tu Presencia Eucarística cuando Tú nos lo comunicas o lo vivimos por la Comunión eucarística.

No entiendo, Padre, que siendo Dios y teniéndolo todo, necesites de tus criaturas para cumplir tus deseos de felicidad eterna y por ellas hayas    enviado a tu Hijo hecho hombre, criatura limitada como nosotros, siendo Dios y teniéndolo todo y no necesatando de nadie ni de nada… no lo  entiendo.

Cristo, que me escuchas desde la Custodia Santa, no entiendo que hayas venido a este mundo en mi búsqueda para llenarme de tu felicidad infinita y trinitaria, y para eso no solo te hayas hecho hombre sino un trozo de pan, Dios hecho un trozo de pan, porque deseas que todos los hombres te coman con hambre de fe y amor; lo hiciste temblando de amor con el pan en las manos en la ültima Cena que ahora haces presente en cada misa por medio de nosotros, tus sacerdotes: “Tomad y comed esto es mi cuerpo… el que me coma con amor tendrá la vida eterna… ya en este mundo, no comprendo que hayas venido en mi búsqueda y hayas sufrido y muerto por todos los hombres para que tengamos tu misma vida, tu misma felicidad eterna contigo en la Trinidad Santísima.

¡Cristo Eucaristía, eres presencia de Dios, de Amor Infinito, tan cerca de nosotros, presencia permanente, incompresible e incomprendido, por tu amor extremo, hasta dar la vida por mí, por todos, siendo Dios y haciéndote hombre para poder sufrir y morir… por tu exceso de amor

¡Cristo amado, no te comprendo! ¡Es que nos amas como si fuéramos personas divinas, con el mismo amor que amas al Padre, con tu Amor de Espíritu Santo; es que nos amas con Amor y en Amor Trinitario… pues tiene que ser así, porque no tienes otro Amor, solo Amor de Espíritu Santo, con el que el Padre nos ha soñado como hijos eternos y divinizados en el Hijo que vino a decírnoslo y realizarlo, siempre con su mismo amor de Espíritu Santo,mediante su Encarnación, Muerte y Resurrección, para transformarnos en eternidades de Luz Divina, siempre con el mismo Amor de Dios; Oh mis Tres y mi Todo, ayudadme ya ahora a sumergirme tranquilo y sereno en vuestro Amor Trinitario de Espíritu Santo como si ya estuvera en la eternidad..

Señor Jesucristo, Sacerdote y Único Salvador de los hombres, quiero ser sacerdote eternamente contigo, quiero ¡que todos los hombres se salven y lleguen por tu vida eucarística, ofrecida y participada, a la gloria y alabanza eterna de la Trinidad, participación del cielo y de la vida divina ya en la tierra; que lleguemos así a la plenitud de la gloria y felicidad divina para la que nos has soñado y existimos y que todos podemos gustar y gozar ya en ratos de oración y Sagrario!

Yo, como sacerdote y en nombre de todos mis hermanos los hombres, ungidos sacerdotes por el Espíritu Santo en el sacramente del Bautismo o por el Sacramento del Orden Sagrado, pido que todos entremos dentro de nosotros mismos y nos sintamos identificados y habitados por Cristo Sacerdote que a través de nosotros quiere ejercitar su único Sacerdocio y ofrecernos al Padre como hostias vivas para gloria de la Santísima Trinidad y salvación del mundo.

Nosotros como sacerdotes, yo, como sacerdote, quiero dedicar mi vida y todo mi ser y existir a esta misión divina; yo creo, adoro, espero y te amo a Ti, mi Dios Trino y Uno presente por el Hijo-hijo en el pan consagrado y quiero que todos mis hermanos los hombres crean, adoren, esperen y te amen a Ti, Dios mío Padre, Hijo y Espíritu Santo:

“Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente de mí, para establecerme en Vos, tranquilo y sereno como si mi alma ya estuviese en la Eternidad… que nada pueda turbar mi paz y hacerme salir de Vos, oh mi Dios Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la inmensidad de vuestro misterio de amor”, sobre todo, en el misterio eucarístico, que lo contiene todo y al Todo, al Padre en el Hijo  por el Espíritu Santo que lo encarnaen en el Pan, y que no comprendo ni abarco en la santa misa pero que cada dia  me invade más y me sumerge en vuestra esencia trinitaria e infinita.

 

SEGUNDA ORACIÓN-MEDITACIÓN

 

            3.- “Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco, porque eran tantos los que iban y venían…” Precisamente el evangelio de hoy, como hemos dicho, bosqueja en síntesis la actividad de Jesús, buen pastor, y nos presenta una jornada intensa de su actividad a favor del  pueblo que se agolpa en torno a Él, hasta el punto que “no encontraban tiempo ni para comer”.

            Mi oración personal, sobre todo, eucarística, es el sacramento de mi unión con el Señor y por eso mismo se convierte a la vez en un termómetro que mide mi unión, mi santidad, mi eficacia apostólica, mi entusiasmo por Él: “Jesús llamó a los que quiso para que estuvieran con Él y enviarlos a predicar”. Primero es “estar con Él”, lógico, luego: “enviarlos a predicar”. Antes de salir a predicar, el apóstol debe compartir la comunión de ideales y sentimientos y orientaciones con el Señor que le envía, el Señor que le está esperando en el Sagrario de su parroquia. Y todos los Apóstoles que ha habido y habrá espontáneamente vendrán a la Eucaristía para recibir orientación, fuerza, consuelo, apoyo, rectificación, nuevo envío. Todo sacerdote debe ser, si tiene fe un poco vivida y cultivada, tiene que ser eucarístico, pasar largos ratos ante el Sagrario, depende de la fe…

El sacerdote tiene la dimensión profética y debe ser profeta de Cristo, porque ha sido llamado a hablar en lugar de Cristo. Pero además está llamado a ser su testigo y para eso debe saber y haber visto y experimentado lo que dice. Experiencia de Cristo por ratos de oración.

El presbítero, tanto en su dimensión profética como sacerdotal, tiene que hacer presente a Cristo, es un sustituto de Cristo en la proclamación de la Palabra y en la celebración de sus misterios, y esto le exige y le obliga, al hacerlo “in persona Christi”, vibrar y vivir la vida y los mismos sentimientos de Cristo. El profeta no tiene mensaje propio sino que debe estar siempre a la escucha del que le envía para transmitir su mensaje. Y para todo esto, para ser testigos de la Palabra y del amor y de la Salvación de Cristo, no basta saber unas cuántas ideas y convertirse en un teórico de la vida y del evangelio de Cristo. El haber convivido con Él íntimamente durante largo tiempo de oración eucarística, con trato diario, personal y confidente, es condición indispensable para conocerle, amarley predicarlo. Y esta convivencia íntima con el amigo dura toda la vida sacerdotal y no puede interrumpirse nunca a no ser que se rompa la amistad, porque es un anticipo del cielo.

Ni un solo apóstol fervoroso, ni un solo santo ha existido y existirá que no fuera eucarístico. Ni uno solo que no haya sentido necesidad de Eucaristía, de oración eucarística, que no la haya vivido y amado, ni uno solo. Allí lo aprendieron todo. Y de aquí sacaron la luz y la fuerza necesarias para desarrollar luego su actividad o el carisma propio de cada uno, muy diversos unos de otros, pero todos bebieron en la fuente de la Eucaristía, que mana y corre siempre abundantemente, «aunque es de noche», aunque tiene que ser por la fe.

Todos pusieron allí su tienda, el centro de sus miradas, pasando todos los días largos ratos con Él, primero en fe seca, como he dicho, a palo seco, sin sentir gran cosa, luego poco a poco pasaron de acompañar al Señor a sentirse acompañados, ayudados, fortalecidos, unas veces rezando, otras leyendo, otras meditando con libros o sin libros, en oración discursiva, mental, avanzando siempre en amistad personal, otras, más avanzados, dialogando, «tratando a solas», trato de amistad, oración afectiva, luego con una mirada simple de fe, con ojos contemplativos, silencio, quietud, simple mirada, recogimientos de potencias, una etapa importante, se acabó la necesidad del libro para meditar y empieza el tú a tú, simple mirada de amor y de fe, «noticia amorosa» de Dios, «ciencia infusa», «contemplación de amor».

Señor, ahora empiezo a creer de verdad en Ti, a sentir tu presencia y ayuda, ahora sí que sé que eres verdad y vives de verdad y estás aquí de verdad para mí, no solo como objeto de fe sino también de mi amor y felicidad. Hasta ahora he vivido de fe heredada, estudiada, examinada y aprobada, que era cosa buena y estaba bien, pero no me llenaba, porque muchas veces era puro contenido teórico; ahora, Señor, te siento viviente, por eso me sale espontáneo el diálogo contigo, ya no digo Dios, el Señor, es decir, no te trato de Ud, sino de tú a tú, de amigo a amigo, mi fe es mía, es personal y viva y afectiva, no puramente heredada, me sale el diálogo y la relación directa contigo. Te quiero, Señor, y te quiero tanto que deseo voluntariamente atarme a la sombra de tu Sagrario, para permanecer siempre junto a ti, mi mejor amigo.

Ahora empiezo a comprender este misterio, todo el evangelio, pasajes y hechos que había entendido de una forma determinada hasta ahora, ya los comprendo totalmente de una forma diferente, porque tu Espíritu me lleva hasta “la verdad completa”; ahora todo el evangelio me parece distinto, es que he empezado a vivirlo y gustarlo de otra forma.

Ahora, Señor, es que te escucho perfectamente lo que me dices desde tu presencia eucarística sobre tu persona, tu manera de ser y amar, sobre tu vida, sobre el evangelio, ahora lo comprendo todo y me entusiasma porque lo veo realizado en la Eucaristía y esto me da fuerzas y me mete fuego en el alma para vivirlo y predicarlo. Por eso y para eso he escrito mis libros. Realmente tu persona, tus misterios, tu evangelio no se comprenden hasta que no se viven.

 

4.- «Aprender esta donación libérrima de uno mismo es imposible sin la contemplación del misterio eucarístico, que se prolonga, una vez celebrada la Eucaristía, en la adoración y en otras formas de piedad eucarística, que han sostenido y sostienen la vida cristiana de tantos seguidores de Jesús.

La oración ante la Eucaristía, reservada o expuesta solemnemente, es el acto de fe más sencillo y auténtico en la presencia del Señor resucitado en medio de nosotros. Es la confesión humilde de que el Verbo se ha hecho carne, y pan, para saciar a su pueblo con la certeza de su compañía. Es la fe hecha adoración y silencio.

Una comunidad cristiana que perdiera la piedad eucarística, expresada de modo eminente en la adoración, se alejaría progresivamente de las fuentes de su propio vivir. La presencia real, substancial de Cristo en las especies consagradas es memoria viva y actual de su misterio pascual, señal de la cercanía de su amor <crucificado> y glorioso>, de su Corazón abierto a las necesidades del hombre pobre y pecador, certeza de su compañía hasta el final de los tiempos y promesa ya cumplida de que la posesión del Reino de los cielos se inicia aquí, cuando nos sentamos a la mesa del banquete eucarístico.

Iniciar a los niños, jóvenes y adultos en el aprecio de la presencia real de Cristo en nuestros tabernáculos, en la «visita al Santísimo», no es un elemento secundario de la fe y vida cristiana, del que se puede prescindir sin riesgo para la integridad de las mismas; Es el test que determina si una comunidad es verdaderamente cristiana, si es fervorosa y reconoce que la resurrección de Cristo, culmen de la Pascua nueva y eterna, tiene, en la Eucaristía, la concreción sacramental inmediata, como aparece en el relato de Emaús.

«Recuperar la piedad eucarística no es sólo una exigencia de la fe en la presencia real de Cristo, sacerdote y víctima, en el pan consagrado, alimento de inmortalidad; es también, exigencia de una evangelización que quiera ser fecunda según el estilo de vida evangélico. ¿No sería obligado preguntarse en esta ocasión de oración eucarística ante la presencia de Cristo Passtor y Salvador (solemnísima), si la esterilidad de muchos planteamientos pastorales y la desproporción entre muchos esfuerzos, sin duda generosos, y los escasos resultados que obtenemos, no se debe en gran parte a la escasa dosis de contemplación y adoración ante el Señor en la Eucaristía?

En uno de mis libros toco este tema. Es ahí donde el discípulo bebe el celo del maestro por la salvación de los hombres; donde declina sus juicios para aceptar la sabiduría de la cruz; donde desconfía de sí para someterse a la enseñanza de quien es la Verdad; donde somete al querer del Señor lo que conviene o no hacer en su parroquia y en la Iglesia; donde examina sus fracasos; recompone sus fuerzas y aprende a morir para que otros vivan. Adorar al Señor en la santa misa y en su presencia eucaristica en el Sagrario es asegurar nuestra condición de siervos y reconocer que ni“el que planta es algo ni el que riega, sino Dios que hace crecer” (1Cor 3,7).

Adorar a Cristo es garantizar a la Iglesia y a los hombres que el apostolado es, antes de obra humana, iniciativa de Dios que, al enviar a su Hijo al mundo, nos dio al Apóstol y Sacerdote de nuestra fe, Jesucristo Eucaristía, dando su vida por todos los hombres y permaneciendo en todos los Sagrarios de la tierra para ayudarnos en el camino de nuestra salvación, como lo hizo y empezó en Palestina. Es el mismo Cristo y Salvador, con el mismo amor y entrega por todos nosotros los hombres.»(Texto de la Clausura del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago un poco modificado por mí)

 

 

*********************************

 

20.- JUEVES EUCARÍSTICO

 

1ª Y 2ª  MEDITACIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS: El episodio de la aparición nocturna de Jesús en el lago, cuando Pedro fue hacia Él caminando sobre el agua, se había cerrado con la confesión espontánea de los discípulos: “Realmente eres el Hijo de Dios” (Mt. 14,33).

 

1.-Pero en Cesarea de Filipo Jesús provoca otra confesión más completa  y oficial. Pegunta a sus discípulos qué dice la gente sobre Él, para inducirlos a reflexionar y a superar la opinión pública, mediante el conocimiento más directo e íntimo que tienen de su persona. Algunos del pueblo piensan que es “Juan el Bautista,” otros que “Elías,” otros que “Jeremías”. No se podía pensar en personajes más ilustres.

Sin embargo, entre estos y el Mesías, hay una distancia inmensa, que nadie se ha atrevido a expresar. Lo hace Pedro sin titubear, respondiendo en nombre de los compañeros: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo…” Los discípulos han comprendido. Son ellos la gente sencilla a la que el Padre ha querido revelar el misterio. Y como un día había exclamado Jesús: “Padre, te doy gracias porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla,” ahora le dice a Pedro: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo…”

Sin una iluminación interior dada por Dios no sería posible un acto de fe tan explícita en la divinidad de Cristo. La fe  es siempre un don. Y a Pedro, que se ha abierto con presteza singular a este don, le predice Jesús la gran misión que le será confiada: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y el poder del infierno no la derrotará..”.

 

2.- En la respuesta de Pedro, concisa y certera, se resume todo el cristianismo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. Vemos que se afirma la existencia de un solo Dios, que es origen de la vida; se afirma la pluralidad de personas divinas, la divinidad de Jesús, su medianidad y su Encarnación. La posterior obra de los Concilios y Teólogos se reduce a desarrollar y sacar las consecuencias dogmáticas y morales de esta confesión de Pedro.

            Esta confesión toca lo esencial e imprescindible de la fe católica. Por eso debiera ser nuestra propia respuesta sobre Jesús. Porque hay respuestas entusiastas y elogiosas sobre Él, pero no pasan  de considerarle un ser extraordinario, un líder puramente humano. Pasar de ahí, a confesar su divinidad, nadie puede hacerlo sin una iluminación superior de los Alto. Lo afirma Jesús. La fe, la confesión de la fe es gracia, es don de Dios. Hay que pedirla.

Por otra parte, cuánta ignorancia sobre Cristo, incluso en el pueblo creyente; qué poco se conoce de verdad la persona de Jesús. ¿Cómo van luego a comprometerse con su causa, con su Evangelio? Sobre todo en estos tiempos, qué poca fe en Cristo Hijo de Dios existe en el pueblo incluso creyente, en los mismoa bautizados, en los católicos que no rezan ni practican la misa del domingo ni piensan en la vida eterna, a pesar de todas las apariciones y milagros que Jesús y María han hecho a través de los tiempos, por eso al no haber fe verdadera no hay vocaciones a la vida religiosa y al sacerdocio. Y si no rezan ni vienen a misa ni practican la fe

Cómo seguirle e imitarle en la vida y en la entrega a Dios y a los hombres llevando una vida semejante a la suya? Hay que renunciar a muchas cosas y eso sólo se puede hacer si uno cree de verdad en su Divinidad, en que Jesucristo existe y trasciende este espacio y este tiempo. De ahí hoy día la incoherencia entre lo que se dice creer, -- que en el fondo no se cree—y lo que se vive.

 

3.- En una encuesta entre personas que normalmente van a misa los domingos se llegó a las siguientes conclusiones: la mayor parte ignoraba los dogmas o verdades fundamentales de la fe; por ejemplo, sólo el diez por ciento, creía en la vida después de la muerte; el 17 por ciento no creía en la divinidad de Jesucristo… vosotros me diréis qué vida cristiana puede ser ésta.   La confesión de Pedro es esencial para cada uno de nosotros. Solo quien confiese a Jesús como Dios verdadero se comprometerá enteramente con Él. Esa fe dará sentido último a toda su vida. Sin esa fe, confesada en verdad, no solo de palabra, no habrá cristianismo ni vida cristiana. Sobre esa fe está fundada la Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Sobre esta fe está el gozo de creer y dar sentido a la vida: “Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás…”.Pidamos a Dios Padre esta fe en su Hijo. Pidámosle que ilumine nuestra inteligencia como iluminó la de Pedro. Pidamos la gracia de poder confesar como Pedro: “Tú eres el Hijo de Dios”.

 

El Papa Juan Pablo II ha insistido mucho sobre este tema en la Encíclica NMI Transcribo algunos de sus párrafos:

 

Nº 20.- A)¿Cómo llegó Pedro a esta fe? Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: “No te lo ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (16,17). La expresión “carne y sangre” evoca al hombre y el modo común de conocer. Esto, en el caso de Jesús, no basta. Es necesaria una gracia de “revelación” que viene del Padre (cf ib). Lucas nos ofrece un dato que sigue la misma dirección, haciendo notar  que este diálogo con los discípulos se desarrolló mientras Jesús “estaba orando a solas” (Lc 9,18). Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del rostro del Señor no llegamos sólo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Sólo la experiencia del silencio y del oración ofrece el horizonte adecuado en el que puede madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente, de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “Y la Palabra se hizo carne, y puso su morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verda” (Jn 1,14).

 

Nº 29.- “He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20) No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una fórmula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. No, no será una fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros!  No se trata, pues, de inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre recogido por el Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en Él la vida trinitaria y transformar con Él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas; aunque tiene cuenta del tiempo y de la cultura para un verdadero diálogo y una comunicación eficaz... Dentro de las coordenadas universales e irrenunciables, es necesario que el único programa del Evangelio siga introduciéndose en la historia de cada comunidad eclesial, como siempre se ha hecho... Nos espera, pues, una apasionante tarea de renacimiento pastoral. Una obra que implica a todos. Sin embargo, deseo señalar, como punto de referencia y orientación común, algunas prioridades pastorales, que la experiencia misma del Gran Jubileo ha puesto especialmente de relieve ante mis ojos.

 

LA SANTIDAD

 

Nº 30.- En primer lugar, no dudo en decir que la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es la de la santidad… Este don de santidad, por así decir, se da a cada bautizado...“Esta es la voluntad de Dios; vuestra santificación” (1Tes 4,3). Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos: «Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor» (Lumen Gentium, 40).

 

Nº 31.- «Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio, podría parecer, en un primer momento, algo poco práctico. ¿Acaso se puede «programarb la santidad? ¿Qué puede significar esta palabra en la lógica de un plan pastoral? En realidad, poner la programación pastoral bajo el signo de la santidad es una opción llena de consecuencias. Como el Concilio mismo explicó, este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos <genios> de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno. Es el momento de proponer de nuevo a todos con convicción este alto grado de vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las familias cristianas debe ir en esta dirección. Pero también es evidente que los caminos de la santidad son personales y exigen una pedagogía de la santidad verdadera y propia, que sea capaz de adaptarse a los ritmos de cada persona. Esta pedagogía debe enriquecer la propuesta dirigida a todos con las formas tradicionales de ayuda personal y de grupo, y con las formas más recientes ofrecidas en las asociaciones y en los movimientos reconocidos por la Iglesia».

LA ORACIÓN

 

Nº 32.-«Para esta pedagogía de la santidad es necesario un cristianismo que se distinga ante todo en el arte de la oración.  Es preciso aprender a orar, como aprendiendo de nuevo este arte de los labios mismos del divino Maestro, como los primeros discípulos:“Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). En la plegaria se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos convierte en sus íntimos: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Hn 15,4). Esta reciprocidad es el fundamento mismo, el alma de la vida cristiana y una condición para toda vida pastoral auténtica.

 

Nº 33.- «Sí, queridos hermanos y hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas Aescuelas de oración@, donde el encuentro con Cristo no se exprese solamente en petición de ayuda; sino también en acción de gracias, alabanza, adoración, contemplación, escucha y viveza de afecto hasta el <arrebato del corazón>. Una oración intensa, que, sin embargo no aparte del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amor de los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios.  Pero se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Especialmente ante tantos modos en que el mundo de hoy pone a prueba la fe, no sólo serían cristianos mediocres; sino <cristianos con riesgo>. En efecto, correrían el riesgo insidioso de que su fe se debilitara progresivamente, y quizás acabarían por ceder a la seducción de los sucedáneos, acogiendo propuestas religiosas alternativas y transigiendo incluso con formas extravagantes de superstición. Hace falta, pues, que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral. Cuánto ayudaría, no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquiales, que nos esforzáramos más, para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración».

 

**************************************************

MEDITACIONES EUCARÍSTICAS

 

1ª.- SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA Y PERDONÓ SUS PECADOS

      

Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, quedarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley ¿”Tú qué dices?”.

Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “¿Tú qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue. Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos de los presentes...

No lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, sino que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado.

Quiero recordar ahora para vosotros un hecho, que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma, en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II, hospedados en el Colegio Español de Roma, en Altens, vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

Los ojos de Cristo son lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza. “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley, Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. 

En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

Esta actitud de amigo -“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”- la mantiene el Señor, después de la misa, en el Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, y al contemplarle todos los días, vayamos teniendo un corazón misericordioso como el suyo.       Querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

 

******************************

 

2ª.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO RESUCITADO, PARA CURARNOS, COMO A TOMÁS,  DE NUESTRAS FALTAS DE FE  

 

Este mismo Cristo de nuestro Sagrario dijo a Tomás:“Dichosos los que crean  sin haber visto”. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Tú eres el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo.

Los ojos de la fe son más penetrantes que lo ojos de la carne. De niños no dudamos de lo que nos dicen nuestros padres y acertamos siempre con lo mejor para nosotros y nuestras vidas. Una madre no ha estudiado psicología o medicina y con sólo mirar al hijo sabe si sufre o si está enfermo o no. Todo por el amor. Pero vayamos al evangelio.

La historia está motivada porque  Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: “¡Paz a vosotros!”. Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás, echándose a sus pies, le dijo: “! Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído.

 

1). Empecemos preguntándonos por qué Tomás no ha visto al Señor cuando se apareció a los discípulos.  De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la comunidad o grupo apostólico o de oración al que pertenecemos, no digamos la misa parroquial donde el Señor se hace presente para decirnos: os amo y doy mi vida por vosotros y rezamos juntos y nos perdonamos y nos damos la paz. En cada misa Cristo hace presente todo su misterio de amor y salvación a los hombres.

Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt., 18, 20). Y Cristo en la Eucaristía no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el mundo, de Él brota una virtud maravillosa y pasa haciendo bien. Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla afectivamente por problemas que puedan surgir en la convivencia, sino sólo con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en ella para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible.

Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, hubiera gozado, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha. Mirad cómo lo dice san Juan que fue testigo del hecho: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor."  Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

Consideremos la poca confianza y estima de Tomás respecto a los doce. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza! Como pasa hoy con tantos y tantos, incluso bautizados, que no creen y dudan de Cristo y su evangelio, no digamos de su presencia en el Sagrario. Y aunque no digan estas palabras, con su conducta, no visitando y orando ante el Señor en el Sagrario, están demostrando que no creen. Lo peor es si son catequistas o sacerdotes y luego tienen que hablar de Él.

A juicio de Tomás, sus compañeros eran demasiado  crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada y deseosa. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo: si no veo, no creo. Conducta no aplicable a la vida sobrenatural, a la relación con un Dios que es Espíritu Infinito. Incluso en la vida natural es absurdo y no lo estamos cumpliendo. Porque con la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto en su vida y en el evangelio para guiaros y establecer relaciones de amistad con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

Fue esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

 

2). “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."  Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias.

Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡cuántas bendiciones atraen de lo alto! ¡No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de sus comunidad apostólica le valieron a Tomás la visita de Jesús.

Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció el Señor; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

El Señor, al entrar en el cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: “¡Paz a vosotros!” ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡ El Señor les perdonó a todos, no tuvo en cuenta la traición de Pedro y el abandono de todos, no empezó riñéndolos  en su primera visita, sino que como los amaba y nos ama de verdad, sus primeras palabras fueron para ellos y para todos los que le ofendemos a veces: Paz a vosotros.

Pidámosle que nos dé su paz! Después se dirigió a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. El salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad lo hizo! “Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.

La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: “¡No seas incrédulo!” Y en cambio, como accediendo a su pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección. Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir, formar y predicar y educar. El perdón y la suavidad es la mejor manera de lograr magníficos efectos entre los hermanos en la fe con la tranquila exposición y la suave admonición templada por el cariño, que hace al defectuoso o pecador ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla y cambiar de vida y actitudes!

Así se logra que el reprendido, en vez de airarse y rebotar y rechazar, salga agradecido y acepte la reprensión con estos motivos de amor y suavidad.

 

3)Grande fue la falta de Tomás, pero hay que reconocer su magnífica  reparación: “Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío”. ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús? No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. Y dice san Gregorio en una de su homilías: «Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe».

 Lleno de fe, de amor y de pena, se arrojó el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: “¡Señor mío y Dios mío!”: Esta era la  santa costumbre que había en nuestros pueblos cristianos y que ya se ha perdido, al consagrar el sacerdote el pan y el vino.

¡Perdóname, Señor! ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una fe doblemente fervorosa y activa. Este es el <Toma de mí y haz lo que quieras> de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas los pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios. Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, que extenderá el Evangelio como Pablo. Aquel “vayamos y muramos con él” que dijo con lo demás apóstoles en un momento de persecución a Jesús, tendrá en él mismo su perfecto cumplimiento Como «la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracias a la caridad del Maestro, que aquí también ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conocimiento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.

Nadie hasta entonces había llamado a Jesús:“¡Señor mío y Dios mío!”. Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: Bienaventurado eres, porque esto que has dicho “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos”. Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe. Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural. La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas: ¡Señor mío!, acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. ¡Dios mío!, acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios.

“Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”  El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara un día la de Pedro, y lo hace porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentir y ver con los ojos de la carne para creer los misterios de Dios. Dos caminos hay para llegar a la fe: Uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto? San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides» : la fe es creer lo que no ves, da la solución con estas palabras: «Una cosa vio y palpó con el cuerpo Tomás, y otra »creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad  (que al presente no se puede ver). Pues diciendo ¡Señor mío! confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo ¡Dios mío!, la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor» (Tract. 121 in Joan).  Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad de ver, por la misericordia de Dios, hemos creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, besarle en el Sagrario; y así lo hacen muchas personas, incluso corporalmente.  

 

**************************************

 

3ª.- EN EL SAGRARIO NOS ESTÁ ESPERANDO SIEMPRE  JESÚS CON SUS MANOS Y CORAZÓN LLAGADOS POR AMOR.

 

Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Por qué? Podemos considerar algunas razones.

CRISTO RESUCITADO QUISO MOSTRARSE CON SUS MANOS Y SU CUERPO LLAGADO:

 

A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para conseguirla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar todos los hombres.

 

 B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitadora continua de nuestro corazón por divina misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

 

C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12). Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe. Para utilidad nuestra, pues Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena.

 

D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”. Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

 

F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

a) Dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

b) Gran amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adoro te devote...»:  « No veo las llagas como las vio Tomás, pero onfieso que eres mi Dios; haz que yo crea más y más en Ti, que en Ti espere; que te ame».

Digamos todos con san Pablo: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

 

********************************

 

4ª.-  EN EL SAGRARIO ESTÁ “…EL CORAZÓN QUE TANTO AMA A LOS HOMBRES Y A CAMBIO… RECIBE  MUCHOS ABANDONOS Y DESPRECIOS»

     

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente. Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

 Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos: Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

 Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida.

Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

 Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacío existencial.

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

 

 

***********************************

 

5ª. ¿POR QUÉ DEBEMOS NOSOTROS AMAR A JESUCRISTO EUCARISTÍA?

 

1. Un primer motivo o razón para amar a Jesús Eucaristía es: Porque “Él nos amó primero”.

 

En el Sagrario Jesucristo nos ama y nos espera a todos con deseos de amistad eterna. Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el amor de concupiscencia y el amor de amistad; lo que corresponde, en parte, a la distinción más común entre el amor «eros» y «agapé», entre amor de búsqueda y amor de donación.

El amor de concupiscencia, dice S. Tomás, es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), esto es, cuando se ama alguna cosa, entendiendo por «cosa» no solo un bien material o espiritual, sino también una persona, cuando ésta es reducida a cosa e instrumentalizada como objeto de posesión y disfrute. El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (Aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona (S. Th. I-II, 27,1).

La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta primera que debemos hacernos sobre la persona de Jesús, sobre su divinidad, es ésta ¿Crees? La pregunta segunda que debemos hacernos nos la dirige Él personalmente: ¿Me amas?

Existe un examen de Cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos: El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder al sacerdocio o una Licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida  eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: ¿Crees? ¿Me amas? ¿Crees que Jesucristo es el Hijo de Dios, crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?

San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si alguien no ama al Señor, sea anatema, sea condenado” (1Cor 16, 22) y el Señor del que habla es el Señor Jesucristo.

A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: Contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de Cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra  aquellos que no aman a Jesucristo.

Esta tarde queremos preguntarnos y responder, con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre viene en nuestro auxilio, si le invocamos como lo hacemos ahora en silencio y personalmente, mientras meditamos y nos preguntamos dentro de nosotros: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?

El nos amó y nos ama en el Sagrario porque vino en nuestra búsqueda para abrirnos a todos las puertas de la amistad eterna con nuestro Dios Trino y Uno.

En esto ponía san Juan la esencia de Dios: “Dios es amor... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó primero y entregó a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”.  Esto era lo que inflamaba, por encima de cualquier otra cosa, al apóstol Pablo: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2, 20). “El amor de Cristo, decía también, nos apremia –charitas Dei urget nos--, pensando que si uno murió por todos, todos murieron con Él (2Cor 5,14).

El hecho de que Jesús nos haya amado primero y hasta el punto de dar su vida por nosotros “nos apremia-urget nos”, o como se puede traducir también, “nos empuja por todas parte”, “nos urge dentro”.

Se trata de esa ley bien conocida por ser innata, por la que el amor «a ningún amado amar perdona» (Dante ), es decir, no permite no corresponder con amor a quien es amado.

¿Cómo no amar a quien nos amó primero y tanto? «Sic nos amantem, quis non redamaret» (Adeste fideles) cantamos en la Navidad. El amor no se paga más que con amor. Otra moneda, otro precio no es el adecuado. ¿Por qué hemos de ser tan duros con Jesús? Si Él nos amó primero y totalmente, cómo no corresponderle?

¡Qué misterio tan inabarcable, tan profundo, tan inexplicable, el misterio del Dios de los católicos, del único Dios, pero digo de los católicos, porque a nosotros, por su Hijo, nos ha sido revelado en mayor plenitud que a los judíos o mahometanos, porque todas las religiones tiene rastro de Dios.

Nuestro Dios nos pide amor en libertad, desde la libertad, no por obligación. Esto es lo grande. Se rebaja a pedir el amor de su criatura pero no la obliga. Y esa criatura responde: «Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo; te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman», como nos enseñó el ángel en Fátima, en nombre de la Virgen.

 

2. El segundo motivo y el más sencillo para amar a Jesucristo es que Él mismo nos lo pide.

 

¡Qué humildad! Todo un Dios infinito pidiendo el amor a su criatura. Pero si Él lo tiene todo. Es el “Todo”. Qué humildad, qué amor más extremo.  Pedir mi amor cuando soy yo, puro ser finito, el que necesito de su Amor y Fuerza.

 En la última aparición del resucitado, recordada y descrita en el evangelio de san Juan, en un determinado momento, Jesús dirige a Simón Pedro y le pregunta tres veces seguidas: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?” (Jn 21. 16).

Dos veces aparece en las palabras de Jesús el verbo agapao, que indica normalmente la forma  más elevada del amor, la del agapé o la de caridad, y en una el verbo phileo, que indica el amor de amistad, el querer o tener afecto por alguien.

            «Al final de la vida, dice san Juan de la Cruz, seremos examinados de amor» (Sentencia 57); y así vemos que ocurrió también a los Apóstoles: al final de su  vida con Jesús, al final del evangelio, fueron examinados de amor. Y sólo de amor; no fueron examinados de conocimientos bíblicos, de sacrificios, de liturgia.

            Como todas las grandes palabras de Cristo en el evangelio tampoco ésta “¿me amas?” va dirigida tan sólo al que la escuchó la primera vez, en este caso a Pedro, sino a todos aquellos que leen el evangelio. De lo contrario, el evangelio no sería el libro que es, el libro que contiene las palabras “que no pasarán” (Mt 24, 35), las palabras  de Salvación dirigidas a todos los hombres de todas las épocas.

            Por eso, quien conoce a Jesucristo y escucha estas palabras de Cristo dirigidas a Pedro, sabe que van dirigidas a todos los creyentes, que nos sentimos interpelados por ellas lo  mismo que Pedro ¿Me amas? Y a esta pregunta hay que responder personal e individualmente, porque de pronto nos aísla de todos, nos pone en una situación única y se dirige a cada uno. No se puede responder por medio de otras personas o de una institución. No basta formar parte de un cuerpo, la Iglesia, que ama a Jesús. Esto se advierte en el mismo relato evangélico, sin querer con ello forzar el texto.

Fijaos bien, queridos hermanos, que hasta ese momento la escena se presenta muy animada y concurrida: junto a Simón Pedro estaban Tomás, Natanael, los dos hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Juntos habían pescado, comido, habían reconocido al Señor. Pero ahora, de pronto, ante esta pregunta de Jesús, todos desaparecen de la escena, se quedan sólo los dos: Cristo y Pedro.

Desaparece todo: la charla, el pescado; la barca queda fuera de escena. Se crea un espacio íntimo en el que se encuentran solos, uno frente a otro, Jesús y Pedro. El apóstol queda cara a cara, aislado de todos, ante aquella pregunta inesperada: ¿Me amas? Es una pregunta a la que ningún otro puede responder por él y a la que él no puede responde en nombre de todos como hizo en otras ocasiones del evangelio, sino que debe hacerlo en nombre personal y propio, responder de sí mismo y por sí mismo.

Y, en efecto, se nota como Pedro se ve obligado, por la premura de las tres preguntas, a entrar en sí mismo, pasando de las dos primeras respuestas, inmediatas, pero rutinarias y superficiales, a la última, en la que se ve aflorar en él todo el saber de su pasado personal, e incluso su gran humildad: “Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te amo” (Jn 21, 17). Por tanto, la segunda razón que yo pondría para responder a la primera pregunta que nos hacemos, de por qué debemos amar a Jesús, es: Porque Él mismo nos lo pide, porque me da su amor para que yo le dé el mío, porque para eso se encarnó y vino en m búsqueda y murió y resucitó, solo para eso, y para eso se quedó tan cerca de mí y de todos los hombres en el Sagrario, para que yo le devuelva amor.

Ahora bien, quizás antes de responder debemos pensar quién nos lo pide. Me lo pide Jesús que lo tiene todo, porque es Dios, que no tiene necesidad de mi, qué le puedo yo dar que Él no tenga, es Dios. Entonces por qué me lo pide: porque lo tiene todo, menos mi fe y confianza en Él, menos mi amor, si yo no se lo doy. Luego me lo pide por amor, para amarme más, para poder entregarse más a mí, me lo pide, porque quiere vivir en amistad conmigo y empezar ya una amistad eterna, que no acabará nunca. Y me lo pide desde el Sagrario, donde se ha quedado para siempre en amistad ofrecida con amor a  todos los hombres, vino para esto y para esto se hizo primero hombre y luego, pan de Eucaristía, para ser comido con amor. Y así se cumple el dicho popular: “te quiero  tanto que te como”. Y eso por ambas partes: Jesús y nosotros.

 

3. Debemos amar a Jesús Eucaristía porque el cristianismo, más que ritos y celebraciones, esencialmente es una Persona: Jesucristo.

 

La religión cristiana esencial y primariamente es una persona, Jesucristo, Dios y hombre verdadero, antes que conocimientos y cosas sobre Él. Cristiano quiere decir que cree y acepta y ama a Jesucristo. El cristianismo es y exige conocer y amar y tener una relación y amistad personal con Él, tratar de amar como Cristo, pensar y amar como Él. Y en toda relación la amistad debe ser mutua. La amistad existe no cuando uno ama, sino cuando los dos aman y se aman. Entonces, si partimos de la base que ya hemos establecido, de que Él nos ama y nos ama primero, es lógico que nosotros respondamos con amor, si queremos ser cristianos, es decir, amigos de Jesús. Por otra parte, un cristianismo sin amistad con Cristo, es el mayor absurdo que pueda darse. Porque a nadie se le obliga a ser cristiano. Es libre. La libertad viene de la voluntad de optar y comprometerse por Cristo, todo lo cual nos está hablando de amor y correspondencia de amistad...

Sólo quien ama a Cristo puede ser cristiano auténtico y coherente. Si tú quieres serlo, has de amarlo. Lo absurdo del cristianismo es que muchos se consideran cristianos, sin conocer y amar personalmente a Cristo. Es un cristianismo sin Cristo. Un cristianismo de verdades y sacramentos, pero sin personas divinas, sin Cristo, sin relación y amistad personal con Él, no es cristianismo, no es religión que nos religa y une a Él personalmente, es un absurdo, es puro subjetivismo humano, inventado por el hombre.

 

4. Debemos amar a Jesucristo para corresponder a su amor; porque por amor a nosotros se encarnó primero en carne humana y luego, en un trozo de pan.

 

Cristo merece nuestro amor, merece ser amado, es digno de nuestro amor, nos ha ganado con su amor, es amable por sí mismo y por sus obras, por lo que ha hecho por nosotros. Reúne en sí toda la belleza y hermosura de la creación, del hombre, del amor, de la vida, de la santidad, de toda belleza y perfección.

Nuestro corazón necesita algo grande para amar. Cristo es lo más grande y bello y maravilloso y fiel y grandioso y amable que existe y puede existir; nadie ni nada fuera de Él puede amarnos y llenarnos de sentido de la vida y felicidad como Él. Atrae todo el amor del Padre: “Este es mi hijo muy amado, en el que me complazco”. Es el “esplendor de la gloria del Padre”, reflejo de su ser infinito. Si el Padre eterno e infinito se complace en Él, y Jesucristo colma y satisface plenamente la capacidad infinita de amar del Padre Dios ¿cómo no colmará la nuestra? Por eso, quien ama a Jesucristo, a su Hijo, el Padre le ama con amor de Espíritu Santo, esto es, con el mismo amor con que Dios se ama, que es el Amor persona divina, el mismo Amor con que Dios le ama: “Si alguno me ama, mi Padre le amará, y vendremos a Él y haremos morada en él”; “Al que me ama, mi Padre le amará”; “El Padre mismo os ama, ya que vosotros me habéis amado”. (Jn 14. 21.23; 16, 27).

 

5. Debemos amar a Jesucristo para conocerlo en su plenitud de amor entregado y poder conocerlo y amarlo en plenitud.

 

 A Cristo no se le conoce hasta que no se le ama. El amor es el que nos hace penetrar en  su misterio. Le conocemos en la medida en que le amamos. Y esto tiene que ver mucho con la oración que es conocimiento de amor y por amor. Las verdades no se comprenden hasta que no se viven. Mediante el amor, por contacto y conocimiento por afecto y encuentro y contacto de unión, que nos une a la persona amada y nos hace descubrir su intimidad, podemos conocer en plenitud, más que por el conocimiento frío y abstracto del entendimiento. Las madres conocen a los hijos por amor, incluso en sus males y enfermedades de cuerpo y alma. Los místicos conocen más y mejor que los teólogos.

Lo vemos claramente en Pentecostés. Cristo se había manifestado a los apóstoles por la palabra y los milagros y su vida, pero siguieron con miedo y las puertas cerradas y no le predicaron y eso que le habían visto morir por amor extremo al Padre y a los hombres, como ampliamente le había dicho en la Última Cena. Sin embargo, cuando en Pentecostés conocen a Cristo hecho fuego de Amor de Espíritu Santo, entonces ya no pueden callarlo y lo predican abierta y plenamente y llegan a conocerlo de verdad.

La oración afectiva es  como el fuego que nos alumbra y nos da calor a la vez; da conocimiento de amor; es como dice san Juan de la Cruz el madero encendido, que alumbra y da calor y amor;  amor que nos pone en contacto con la persona amada. San Agustín: no se entra en la verdad, sino por la caridad.La experiencia constante de todos los santos y los creyentes nos confirman esta verdad. Sin amor verdadero, sin amistad con Cristo, sin amor de Espíritu Santo, no llegamos a conocer plenamente a Cristo. El Jesús que se llega a conocer con los mas brillantes y agudos análisis cristológicos, no es el Cristo completo, la “verdad completa” de Cristo. Esto les pasó a los Apóstoles, y eso que habían visto todos sus milagros y escuchado todas sus predicaciones.

Al verdadero y fascinante y seductor y “más bello entre los hombres” no lo “revelan ni la carne ni la sangre”, esto es, la inteligencia y los sentidos y la investigación de los hombres, sino “El Padre que está en los cielo... Él nos lo ha dado a conocer” (Mt 16,17), y el Padre no se lo revela a los curiosos , sino a los que le buscan sinceramente. El Padre no se lo revela “a los sabios y entendidos de este mundo, sino a los sencillos” (Mt 25, 11).

 

6. Debemos amar a Jesucristo porque queremos vivir, amar y ser felices con Él eternamente.

 

 Sólo amándolo a Él, podemos vivir su vida, su evangelio, su palabra y poner en práctica sus mandamientos: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” “El que no me ama, no guarda mi doctrina” (Jn 14, 15. 24). Esto quiere decir que no se puede ser cristiano en serio, no se pueden cumplir sus exigencias radicales y evangélicas sin un verdadero amor a Jesucristo, que con su amor hecho gracia y fuerza divina, nos ayudará a cumplir con sus mandamientos con perfección. Sin amor a Cristo falta la fuerza  para actuar y obedecer. Por el contrario, quien ama, vuela en el cumplimiento de su voluntad por amor.

 

****************************

 

6ª.- JESUCRISTO EUCARISTÍA ES EL  MEJOR MODELO Y MAESTRO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO

 

Queridos hermanos: me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía. Es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Como os dije ya anteriormente, al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos encontrando con Él en la Eucaristía, que es donde está más presente «el que nos ama», y esto es en concreto la oración, la oración en general, o si queréis, la oración eucarística, que será hablar, encontrarnos, tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

Este es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres, en todos los Sagrarios de la tierra.

El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarle a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y podamos contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos. Siempre es el mismo ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

Por eso, “la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo; y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de su fe y amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas a los hombres, sus hermanos. Quiero decir con esto que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad o porque están muy subidos en la oración, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y crea lo que tiene que creer y quiera ponerse en camino para recorrer de verdad las etapas necesarias de este Camino, de esta Verdad y de esta Vida de amistad, que es Jesucristo Eucaristía y que Él mismo expresó bien claro: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “El que me coma, vivirá por mí...” “...El agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. “Yo soy el camino...”

La puerta para entrar en este Camino y en esta Vida y Verdad que nos conducen hasta Dios mismo, es Cristo, por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer».

 Y para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el mejor Camino, Verdad y Vida es el Sagrario, porque es el mismo Cristo, porque es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, que es noche y oscuridad para la razón y los sentidos, al principio, porque uno no ve nada, hasta que uno se va adecuando y acostumbrando a hablar con una persona, que no ven los ojos de la carne, por los cuales antes veía y quería ver hasta lo que le decía la fe, y ahora poco a poco es la fe la que va dominando hasta en los sentidos, cosa inaudita para ellos; y poco a poco viene el amanecer de la amistad con Cristo, por la fe, desde la fe y en la fe, que es luz del mismo Dios, más clara, luminosa y evidente que todo lo que aportan la razón y los sentidos.

Sólo por la fe, que es participación de la verdad y del conocimiento que Dios tiene de sí mismo y que por tanto no podemos comprenderlo ni abarcarlo, hay que ir fiándose de su amor, podemos acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí, en el Sagrario, está esta fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua de la oración y del amor que “salta hasta la vida eterna”.

El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la Teología; hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos.

Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos; hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y su persona, en la seguridad que nos ofrece su amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender cómo un Dios pueda amar así a sus criaturas y abajarse de esta forma.

Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, Y no de esperanza falto, Volé tan alto tan alto, Que le di a la caza alcance».

La fe, el diálogo de fe con Cristo Eucaristía, la oración en general, pero sobre todo la eucarística, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente; sino que será ella la que nos abarque a nosotros y nos desborda. Y nosotros tenemos que dejarnos dirigir y dominar por ella, porque la fe va delante, y luego sigue la razón. Nosotros pensamos sobre estos misterios, siguiendo a la fe, nunca poniéndonos delante, porque ella es la señora, es la luz de Dios y nosotros somos criaturas, tenemos que seguirla; aunque no la comprendamos, porque la fe y la oración de fe es siempre un encuentro con el Dios vivo e infinito.

Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida; pero no poseída, aunque deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión total con Dios, si uno es capaz de seguir hasta las cumbres de la contemplación a la que Dios nos llama, para lo cual hay que purificarse mucho, como luego diremos.

Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma, de sus juicios, ideas, pensamientos y razones puramente humanas que no pueden comprender a Dios, tiene que ir no viendo ni sintiendo ni apoyándose nada en lo que le dicen sus criterios humanos y los sentidos: ¿Cómo puede estar el Dios infinito en un trozo de pan? ¿Un Dios tan grande, y no salen luces especiales ni resplandores del Sagrario? ¿Por qué renunciar a lo que veo y tengo por algo que no veo? ¿Cómo recorrer este camino sólo en fe? ¿Quién me lo asegura? ¿Llevo años y no siento con fuerza su presencia? ¿Cómo encontrarme con Cristo en el Sagrario, si no lo veo, no oigo, no siento?

Estas y otras muchas cosas se nos vienen a la cabeza y San Juan de la Cruz dice que todas esas dudas y noches de fe y de amor son necesarias para purificarnos y llegar a la unión total con el Amado sólo desde la fe y por la fe, porque es la misma luz de Dios y la única que nos puede llevar hasta Él: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

Sólo por la fe tocamos y nos unimos a Dios y a sus misterios. Como haga caso a la razón y a lo que me dicen los sentidos que no ven nada de esto, no podré dar ni el primer paso en serio: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16-17).

 A Jesucristo se llega mejor por el evangelio y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes, y todos los amigos de Jesús, que han vivido el evangelio y han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él, cuáles son las dificultades, cómo se superan.

Este camino hay que recorrerlo siempre, sobre todo al principio, con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo de fe y madre por la fe, llegó a concebir y a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne, que más le podían hacer dudar. Por ejemplo, cuando lo tenía naciendo en su seno.

Y éste que nace en mí ha creado los cielos y la tierra, y este es Dios, y ahora nace pobre y nadie lo reconoce como Dios y todos me dirán que estoy loca si digo lo que creo, y nadie creerá que sea Dios el que nace dentro de mí y yo soy la única, pero ella creyó contra toda evidencia puramente humana; igual que en la cruz, estando allí, junto a la cruz de su Hijo, vinieron sobre su mente los pensamientos que hicieron que otros le abandonaran y le dejaran sólo a Jesús en ese momento tan importante de su vida, cuando Él más lo necesitaba, porque era también su noche de fe, porque su Divinidad no la sentía, había dejado sola a la humanidad para que pudiera sufrir y salvar a los hombres, porque así lo quería el Padre.

María, junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios. Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la palabra, de la fe en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz. Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia de amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, más por vía de amor que por vía de inteligencia, transformándose el alma en «llama de amor viva».

Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo... San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me pongo en contacto con Él y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que experimentan los misterios que nosotros conocemos por la teología y celebramos en la liturgia.

Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

 

*************************************

7ª.- EN EL SAGRARIO NOS ESPERA JESÚS, EL MEJOR GUÍA Y MAESTRO DE NUESTRA FE, ESPERANZA Y CARIDAD   

 

Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Eucaristía y de la Adoración Eucarística. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor.

Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario, para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad le costó y no lo comprendía. En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”. La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser  servidoras, mildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor. Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia.La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, apelando a sus derechos de esposa, ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, para embalsamarle con el aroma de nuestras oraciones y agradecimiento por todo lo que ha sufrido y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes de Cristo en el santo sacrificio.

 

***********************************************

 

8ª. JESÚS, DESDE EL SAGRARIO, ES Y NOS ENSEÑA “EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA”.

 

UN CIEGO QUE VIO MAS QUE LOS DEMÁS

 

“Llegaron a Jericó. Y al salir de la ciudad con sus discípulos y mucha gente, Bartimeo, el hijo de Timeo, un ciego, estaba sentado a la vera del camino pidiendo limosna. Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí. Muchos le reñían para que callara, pero él gritaba mucho más: hijo de David, ten compasión de mí.

Entonces Jesús se detuvo y dijo: Llamadlo. Llamaron al ciego diciéndole: Animo, levántate, que te llama. Él, tirando su manto, dio un brinco y se presentó a Jesús.

Jesús le preguntó: ¿Qué quieres que te haga? El ciego le contestó: Maestro, que vea.

Jesús le dijo: Vete, tu fe te ha salvado. Al momento recobró la vista; y le seguía por el camino(Mc. 10, 46-52).

 

“AL ENTERARSE DE QUE ERA JESUS DE NAZARETH, SE PUSO A GRITAR”(Mc. 10, 47).

 

El pobre ciego vivía de lo que le daban. Y ¿qué le daban? Unas monedas o un mendrugo de pan, y con eso podía ir subsistiendo.

¿Qué podrían hacer los demás? Detener su muerte, pero ninguno podía darle una vida y los ojos sanos que necesitaba para vivir. Por eso a cuantos pasaban a su lado les pedía ayuda.

Pero cuando se entera que es Jesús el que pasa es consciente de una cosa: que sólo Jesús puede darle lo que necesita para ser persona normal; y ante la magnitud de lo que espera recibir rompe la rutina de sus fórmulas que servían para pedir limosna a los demás que no eran Jesús.

No sólo emplea palabras nuevas para dirigirse a Jesús, sino que las grita. Y las grita no sólo porque le salen muy de dentro, sino también porque quiere que sus palabras no se pierdan entre el vocerío de la gente y puedan llegar a Jesús.

Sus voces molestaban a los demás. Y los demás, egoístas, al fin y al cabo, no se daban cuenta de que seguían a Jesús desde su egoísmo, porque querían seguirle sin molestia alguna. Por eso increpaban al ciego para que callara.

Pero ¿cómo va a callar el pobre ciego cuando se trata de una cosa vital para él? A los demás no les interesa, pero para él es cuestión de vida o muerte. No callará, no. Gritará más fuerte. La oración es su gran fuerza. La oración es su gran oportunidad ante el paso que Jesús está haciendo junto a él.

Jesús, pensando sobre mi vida, la veo reflejada en la situación de este hombre ciego. Yo me encuentro sentado junto al camino. No entro, no puedo entrar en la corriente de la vida porque no veo, porque soy inconsciente, porque no tengo el sentido profundo y verdadero de las cosas…, o todavía peor, porque creo que veo y no soy sino un ciego que aspira a convertirse (tanta es mi presunción) en guía de ciegos.

Me creo rico, y en realidad no sé hacer otra cosa sino mendigar limosna a cuantos pasan a mi lado: que me den un poco de su tiempo, de su interés, de su cariño, que se paren junto a mí, que me hagan caso, que me den mis caprichos, que hagan lo que yo quiero. A esto se reduce mi actividad: a llamar la atención de mis padres, de mis amigos, de  mi grupo o campo profesional. Pero ellos no pueden sino echarme una limosna para prolongar un poco más mi sed y mi satisfacción. ¿Qué más van a hacer? Son tan pobres como yo! El mundo no es más que una multitud de mendigos que piden limosna a otra multitud de mendigos.

Hoy no. Hoy no pasa junto a mí un cualquiera. Tú, Jesús, eres distinto. Tú eres la única esperanza para mi ceguera y para que yo pueda salir de la orilla del camino e incorporarme a tu marcha. Mira, Jesús, me pasa como a aquel ciego. Me dicen que me calle, que no ore, que no moleste y que no me moleste. Me lo dice mi egoísmo, al que le cuesta arrancarse de esta vida de mendicidad que llevo. Me lo dice mi comodidad, insistiéndome en que pierdo el tiempo. Me lo dicen los que me rodean, esos que son tan ciegos como yo y que pretenden que siga a tientas por la vida, sin saber a dónde ir, probando de todo, pero sin tener un rumbo fijo.

Me dicen que me calle, que no ore..., y yo sé que eso es condenarme a permanecer ciego y mendigo para siempre. Me dicen que me calle ante un mundo que está muy mal, que está tan ciego como yo y que yo tengo la obligación de salvar.

No, Jesús. Mi oración es mi fuerza. Mi oración me hace reconocer mi debilidad, pero pone en movimiento toda su fuerza para salvarme. Por eso, desde lo más hondo de mi ser, te digo: “Ten compasión de mi, Jesús, Hijo de David!”

 

“¡ANIMO, LEVANTATE! QUE TE LLAMA”(Mc. 10, 49)

 

            Jesús tiene un oído muy fino. No hay súplica salida del corazón del más pobre que no le llegue a su corazón también. El tiene un corazón muy sensible. Pero es preciso que el que ora ponga su corazón a gritar, que no se contente con una oración de labios. De este modo llegó al oído y al corazón de Jesús la súplica del ciego.

            Y Jesús le llamó. Llamada de última hora. Porque este ciego no ha convivido con Jesús, ni le ha visto hacer milagros. Sólo le conoce de oídas. No importa: Jesús le llama. Y esta llamada de Jesús le llena de ánimo. Jesús le ha oído y se ha fijado en él para hacerle discípulo.

No hay ejemplo más claro de prontitud en todo el Evangelio: «Arrojó el manto, dio un brinco y vino donde Jesús». Probablemente el manto era el único estorbo que impedía al pobre ciego acercarse a Jesús. No dudó en deshacerse de él. ¿Qué le importaba ya el manto si Jesús mismo le había llamado?

Tengo que repetirme muchas veces: «Jesús está pasando a mi lado: ¡Animo, levántate!, que te llama...» Y es verdad, Jesús. Tú estás cruzando continuamente tu camino con el mío. Tú cruzas tu camino con el camino de todos los hombres. Algunos prefieren no encontrarse contigo ¡Pobres...! se quedarán siempre ciegos.

Yo sí; yo quiero que pases a mi lado. Yo quiero que me llames. Yo quiero responder con prontitud, dejar de la mano todo lo que me entretiene y correr hacia Ti que me llamas. Porque sé que tu llamada no es para hacerme daño. Al contrario: es para bien mío y para bien de los demás. Por eso quiero responder con prontitud y con alegría tus llamadas.

 

“¡MAESTRO, ¡QUE VEA!”(Mc. 10, 51)

 

A tientas ha llegado el ciego ante Jesús. Jesús va a hacerle un examen a ver si conoce cuál es su verdadera necesidad: “¿Qué quieres que haga contigo?”. El ciego propiamente sólo tenía una desgracia: ser ciego. Y él se daba cuenta de ello. Por eso, ante la pregunta de Jesús, fue lo primero y lo único que dijo: “Maestro: sólo quiero una cosa, ver”.

Esta es, Jesús, mi gran desgracia también: no veo, no me doy cuenta, soy un inconsciente. Estoy delante de Ti y sólo te conozco por fuera; no he entrado aún en el misterio de tu persona; veo un trozo de pan pero no entro dentro del pan para verte y tener la luz del camino, de la verdad y de la vida; comulgo, pero no entro en comunión de tus sentimientos y vida, no entro dentro del corazón del pan y descubro a un Cristo emocionado, con el pan en las manos, que nos dice: Tomad y comed, acordaos de mí, de mi emoción en dar la vida por vosotros, en quedarme para siempre en un trozo de pan por deseos de amistad y salvación para todos. Oigo tus palabras, y hasta me las sé de memoria, pero no he penetrado en su verdad más profunda, porque no las vivo. Veo que eres bueno y cariñoso, pero no lo siento, porque no vivo como tú, ni perdono como tú, ni amo como tú ni entiendo que yo debo hacer lo mismo... No comprendo aún por qué tengo que sacrificarme. No he captado aún el valor de la cruz. Que la Eucaristía es Cristo muerto y resucitado, es carne triturada y resucitada.

No valoro aún la oración, la Eucaristía, la renuncia a mí mismo, el servicio a los demás. Tantas y tantas cosas son las que no veo aún. Esta es la señal de que estoy ciego, Señor. Pero providencialmente Tú estás a mi lado y me preguntas qué espero de Ti. Para esto te quedaste en el Sagrario. De este modo Tú pones en mis propias manos la solución de mis cegueras y torpezas y tropiezos en la vida.

Porque cuando Tú me preguntas ¿qué quieres que haga contigo?, no es para que yo te pida el primer capricho o tontería que se me ocurra. No, Tú me lo preguntas para ver si yo me doy cuenta de cuál es la verdadera necesidad mía y para ver si de verdad quiero mi salvación, siendo capaz de pedirte lo que verdaderamente necesito.

Pues sí, Jesús. Quiero pedirte que pongas tus manos sobre mis ojos para que yo vea. Para que yo te vea a Ti, para que yo te conozca a Ti, para que conozca el sentido de mi vida, para que conozca mi vocación y mi trabajo en la vida, para que me dé cuenta de las necesidades que hay a mi alrededor, para que aprecie la Eucaristía,  para que valore el trabajo, la humildad, la sinceridad y tantas y tantas cosas tengo que ver aún. Por eso, Jesús, sólo te pido unos ojos nuevos. ¡Maestro, que yo vea...!

 

“RECOBRÓ LA VISTA Y LE SEGUIA POR EL CAMINO”(Mc. 10, 52)

Los días de Jesús estaban contados. Era la última subida que hacía Jesús a Jerusalén; porque Jesús tenía allí una cita con toda la humanidad y quería ser puntual a ella. En Jerusalén iba a entregarse por todos los hombres y deseaba que sus amigos le siguiesen en esta actitud de dar la vida por los demás. Los apóstoles habían comprendido muy poco y le seguían con miedo. Además, intentaban retrasar cuanto podían la marcha, algo malo barruntaban.

Jesús, caigo en la cuenta que nadie puede entenderte, si primero no está totalmente abierto a Ti, como este ciego, y si Tú, además, no le iluminas con una luz especial. Los hombres nos creemos que entendemos las cosas y que ya no necesitamos que nadie nos diga nada porque ya conocemos suficientemente tu Evangelio ¡Qué vana pretensión! Nos pasa como a tus discípulos: Ellos iban contigo y no habían entendido ni a qué iban, ni por qué. Ellos iban con miedo precisamente porque creían que iban a algo malo. Estaban ciegos. Estamos ciegos. Yo estoy ciego.

Este sería el primer paso para mi salvación: reconocer que estoy ciego, que de Ti y de tus cosas no entiendo nada.., que lo mejor que puedo hacer es pedirte que me cures. Porque Sólo si Tú me curas podré arrancarme de mi estado de mendicidad. Y, sobre todo, sólo si Tú me curas, yo podré ponerme en camino contigo para ver dónde, cómo y por qué tengo que dar mi vida como hiciste Tú.

Esto es lo que yo quiero: seguirte a Ti, aunque los demás no te sigan; comprenderte a Ti, aunque los demás no te comprendan; arrancarme de mi mundo de oscuridad y esclavitud, aunque los demás me griten de mil modos que permanezca en él. Por eso, una y otra vez, desde lo más hondo del corazón te repito: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!

 

***********************************

 

9ª.- JESUCRISTO DESDE EL SAGRARIO SIEMPRE ESTÁ INTERCEDIENDO ANTE EL PADRE POR SUS HERMANOS, LOS HOMBRES.

 

“Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”(Fil 2, 5-11). La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como nos ha dicho San Pablo:

            A). Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

            Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

            B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5: «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado... conservas ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante tu presencia, y vendré muchas veces, enséñame,  ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

            C). Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,  pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....

Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo tu el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

 

****************************************

 

10ª.-  JESÚS, DESDE EL SAGRARIO, NOS DIECE A  TODOS: “ACORDAOS DE MI”

 

 En el "acordaos de mí", debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus deseos y sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

“Acordaos de mí”. Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar; yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo,  viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

El adorador eucarístico o comulgante o participante en la santa misa no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna o diurna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

Y así surgirán nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán sus necesidades espirituales y materiales.

Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque están referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:        

 «¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar”. (1)

“Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla». (2)

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él». (3)

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no los saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir». (4)

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran,  con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó» . (5)

 «Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo ¡Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira!. (6)

(J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila,Escritos Sacerdotale, BAC minor, Madrid 1969, 1-pags 143-144;2- 145)

 

******************************************

11ª.- TRANSFIGURACIÓN POR LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

 Queridos hermanos: Esta homilía podría titularse: La subida al monte Tabor de la transfiguración por el camino de la oración.

 

1.- Jesús se retira a lo alto del monte a orar, porque en el silencio de las cosas y de las voces humanas se oye mejor la voz y la llamada de Dios. El ejemplo de Jesús lo han seguido y lo siguirán todas las personas que quieran ser cristianos de verdad, que quieran contemplar  el rostro de Dios, que quieran contemplar y sentir lo que creen por la fe,  todos los santos que han existido y existirán, todos los místicos que lo han sentido y sentirán: “descubre tu presencia y máteme tu rostro y hermosura… y para eso san Juan de la Cruz, santa Teresa, Madre Teresa de Calcuta, Isabel de la Trinidad, bueno, ya santas, están canonizadas, para ese encuentro ellos y ellas nos dicen que el camino único es la oración diaria con la conversión permanente de nuestros pecados, que son los velos que nos impiden ver a Cristo transfigurado y contemplar su rostro y hermosura, repito, para nosotros como para todos los santos, el único camino para ver y sentir a Dios, a Cristo, es la oración-conversión permanente que nos lleva a pasar de la  meditación a la contemplación, para llegar así a la unión transformativa en Cristo.

Y el único camino para ver y sentir a Cristo transfigurado en nuestro corazón como en el Sagrario, es la oración, primero meditativa-reflexiva, luego contemplativa, - cuando uno ya no necesita tanto de libros y lecturas porque entra en oración, en diálogo con Dios, sobre todo, Eucaristía, solo con mirarle, con estar en su presencia. Y para eso, ratos de oración-conversión personal en los que Cristo, sobre todo, Eucaristía, me ilumina y me hace ver mis defectos de soberbia, envidias y caridad, etc. y en la medida que me vaya vaciando de mi mismo, Él me va llenando y yo voy avanzando y sintiendo su presencia en mi alma, y me va llenando y yo lo voy sintiendo más en la medida de mis vacíos de mi yo.

Repito, porque es poquísimo lo que oigo hablar de esto, en nuestra vida cristiana y sacerdotal y formación permanente,nunca se tienen que separar en nuestra vida espiritual oración y conversión. Y así vaciándome de mí mimo cada vez más por la oración-conversión, Cristo me ya llenando y lo voy sintiendo vivo, vivo en mi corazón, sobre todo la Eucaristía, en el Sagrario.no lo dudéis, por la oración-conversión llegamos a la contemplación y vivencia de Cristo vivo, vivo y resucitado y transfigurado: al cielo en la tierra: ahí teneis a San Pablo, tres años en el desierto de Arabia una vez caído del caballo y de no creer y perseguirle… “para mí la vida es Cristo…deseo morir para estar...todo lo considero basura…

Tengo el gozo de haberme encontrado con personas así en mi vida pastoral y parroquialo:he conocido almas contemplativas, todas, almas de oración, ni una sola que no se retire todos los días un rato largo al silencio para contemplar a Dios, hablar con El, amarle, pedirle perdón…

 

2.-Es que sin oración personal no se puede contemplar a Cristo transfigurado,  no hay cristianismo serio y profundo,  no hay transformación de las almas en Cristo. El Tabor es la experiencia del Dios vivo por la oración. Sin Tabor no hay gozo profundo de la fe experimentada, no hay amor ardiente y fuego de Espíritu Santo, no puede haber conversión permanente y santidad. Para ser cristianos serios y convencidos necesitamos absolutamente de la oración personal, porque es allí donde el Cristo de la fe, de nuestras comuniones eucarísticas, de nuestro Sagrario se transfigura  y nos transfigura llenándonos de su presencia y amor.

 

            3. El Tabor existe. Y Cristo sigue transfigurándose ante le buscan en la oración y en la vida. No todos los Apóstoles le vieron tranfigurado, porque no todos subieron a la montaña del Tabor. Cristo se quedó en el Sagrario porque desea transfigurarse ante cada uno de nosotros, pero para eso hay que buscarle en ratos largos de oración. Si no hemos llegado a verle transfigurado, es porque no le buscamos y subimos por la montaña de la oración-conversión.

 

            4.- “Y se ojó la voz del PadreEste es mi hijo amado, escuchadle”. Padre eterno, lo tendremos en cuenta. Le escucharemos a tu Hijo todos los días en la oración, sobre todo aquí en el Sagrario, monte Tabor permanente. Y para eso, leer y meditar y vivir el evangelio primero para comprenderlo y luego sentirlo y vivirlo: Lectio, meditatio, oratio et contemplatio... no hay otro camino, aunque seas obispo.

 

            5.- “¡Qué bien se está aquí!” dice Pedro y el evangelista añade que no sabía lo que decía ¡Vaya si lo sabía! Como Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Isabel de la Trinidad, Madre Teresa de Calcuta, Teresita del Niño Jesús y todos los que han llegado a estar alturas: «Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo y dejéme mi cuidado, entre las azucenas olvidado.”

San Juan de la Cruz  describe así esta transfiguración de las almas: «¡Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste, amado con amada, amada en el amado transformada».  Isabel de la Trinidad:  «Y vos, oh Padre, inclináos sobre esta pobrecita criatura vuestra, no veáis en ella sino al Amado en quien habéis puesto todas vuestras complacencias: Oh mis Tres, mi todo, mi bienaventuranza, soledad infinita en la que me pierdo, entrégome sin reservas a Vos, sepultaos en mí para que yo me sepulte en Vosotros hasta que vaya a contemplaros en la infinitud de tu Gloria. Amén”.

 

6.- Y así es cómo la vida cambia, y el cielo empieza ya en la tierra, y las almas desean morirse para verlo plenamente en el cielo y todo se vive de otra forma y podemos decir con San Pablo: “deseo morir para estar con Cristo…. Vivo yo, pero no soy yo es Cristo quien vive en mí”, y Dios se entrega totalmente a las almas y las transforma: «Oh llama de amor viva, qué tiernamente hieres de mi alma en el más profundo centro, pues ya no eres esquiva, acaba ya si quieres, rompe la tela de este dulce encuentro».  Y con Teresa de Jesús: «Vivo sin vivir en mí y de tal manera espero que muero porque no muero… esta vida que yo vivo, es privación…».

 

******************************************

 

12ª.- HORA SANTA SACERDOTAL

 

Monición

 

El Papa Benedicto XVI, coincidiendo con la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en junio de 2009, abrió un especial «Año Sacerdotal» que conmemorase el 150 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars, Juan María Vianney, corno verdadero referente sacerdotal para todo el pueblo de Dios.

            Este Año Sacerdotal, según refiere el mismo Papa, debe suponer «una importante ocasión para mirar, todavía más, con grato estupor la obra del Señor que, “en la noche que fue entregado” (1 Co II, 23), quiso instituir el Sacerdocio ministerial, uniéndolo inseparablemente a la Eucaristía, cumbre y fuente de vida para toda la Iglesia.

Será un año para redescubrir la belleza y la importancia del sacerdocio y de cada sacerdote, concienciando a todo el pueblo santo de Dios: los consagrados y las consagradas, las familias cristianas, los que sufren y, sobre todo, los jóvenes, tan sensibles a los grandes ideales vividos con auténtico empuje y constante fidelidad, para que estén abiertos a la llamada del Señor».

Al acercarnos a este manantial abierto del corazón de Jesús buscamos renovar nuestra filiación divina y agradecerle su inmenso amor, la institución del sacerdocio y la Eucaristía.

En el Corazón de Jesús el triste siempre hallará consuelo, el soberbio humildad, el iracundo mansedumbre y todos hallaremos todo para ser hijos agradecidos, cristianos perfectos, verdaderos siervos de Dios, asemejándonos en todo a Jesucristo.

 

Saludo

 

Celebrante: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Todos: Amén.

Celebrante:La Gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros.

Todos:Y con tu espíritu.

 

Canto Vocacional: «Tú has venido a la orilla...»

 

Oración Dios todopoderoso, al evocar al Corazón de Jesús, recordamos los beneficios de su amor para con nosotros. Te pedimos nos concedas recibir de esta fuente divina una inagotable abundancia de gracia. Por Jesucristo nuestro Señor. Amén.

 

Salmoal Corazón de Jesús

 

Ant. «Señor, crea en mí un corazón puro»

 

¡Qué bueno es Dios para el justo,

el Señor para los limpios de corazón!

Pero yo por poco doy un mal paso,

casi resbalaron mis pisadas:

porque envidiaba a los perversos

viendo prosperar a los malvados.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro,

renuévame por dentro con espíritu firme;

no me arrojes de tu rostro,

 no me quites tu santo espíritu.

Dios mío, mi corazón está firme,

para ti cantaré y tocaré, gloria mía.

Despertad, cítara y arpa;

despertaré a la aurora.

 

Te daré gracias ante los pueblos,

Señor, tocaré para tí ante las naciones:

por tu bondad, que es más grande que los cielos;

por tu fidelidad, que alcanza a las nubes.

Gloria al Padre, y al 1 lijo, y al Espíritu Santo.

Como era en el principio, ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.

 

Ant. «Señor, crea en mí un corazón puro».

 

Palabra de Dios

 

            “Los judíos, como era el día de la Preparación, para que no quedasen los cuerpos en la cruz el sábado porque aquel sábado era muy solemne rogaron a Pilato que les quebraran las piernas y los retiraran.

            Fueron, pues, los soldados y quebraron las piernas del primero y del otro crucificado con él.

            Pero al llegar a Jesús, corno lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con tina lanza y al instante salió sangre y agua.

            El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: No se le quebrará hueso alguno. Y también otra Escritura dice: Mirarán al que traspasaron”.

(Juan 19, 31-37)

¿Qué hay dentro del Corazón de Jesús?

 

Se abre la puerta de una casa para dejar entrar; se abre la vida cuando se quiere compartir; se abre el corazón cuando se quiere regalar. Jesús nos abrió su Corazón para darnos la VIDA. ¿Qué mejor manera para conocer a Cristo que adentramos en su Corazón?

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector.Para que, arraigados y cimentados en el amor, podarnos comprender con todos los creyentes la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo; un amor que supera todo conocimiento y nos lleva a la plenitud misma de Dios.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Para entrar en su intimidad y gustar sus amores.

Todos: «Y nos abrió su corazón».

Lector: Para desvelamos sus sentimientos y enviarnos a encarnarlos en el mundo.

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos dijo: «He deseado ardientemente comer esta Pascua con vosotros».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos dijo: «Tomad y comed, esto es mi Cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi Sangre» (Mi 26, 26.28), regalándonos la Eucaristía.

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos regaló el mandamiento del amor fraterno: «Armaos unos a otros como yo os he amado... Permaneced en mi amor... Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos...».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos dijo: «Yo estoy en medio de vosotros corno el que sirve» regalándonos el ministerio sacerdotal para: «Haced esto en conmemoración mía».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos dijo: «Orad para que no caigáis en tentación... Yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos entregó a la Virgen María, como Madre de la Iglesia.

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y nos dijo: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados que yo os aliviaré... Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Hasta derramar la última gota de su sangre por cada uno de nosotros, por eso decimos: «Me amó y se entregó por mí».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:Y gritó, en pie, diciendo: «Quien tenga sed que venga a mí y beba... y ya nunca más tendrá sed».

Todos:«Y nos abrió su corazón».

Lector:«Y nuestra obra brotó del Corazón de Jesús Sacramentado, silencioso, olvidado, desconocido, ultrajado».

 

Silencio meditativo y oración personal

 

Canto recitado:

 

Hay un Corazón que mana, que palpita en el Sagrario; el Corazón solitario que se alimenta de amor. Es un Corazón paciente, un Corazón amigo, el que habita en el olvido, el Corazón de tu Dios.

Es un Corazón que ama, un Corazón que perdona, que te conoce y que toma de tu vida lo peor. Que comenzó esta tarea una tarde en el Calvario y que ahora en el Sagrario tan sólo quiere tu amor.

Decidles a todos que vengan a la Fuente de la Vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

Es el Corazón que llora en la casa de Betania, el Corazón que acompaña a los dos de Emaús. Es el Corazón que al joven rico amó con la mirada, el que a Pedro perdonaba después de su negación.

Es el Corazón en lucha del Huerto de los Olivos que, amando a sus enemigos, hizo creer al ladrón. Es el Corazón que salva por su fe a quien se le acerca, que mostró su herida abierta al apóstol que dudó.

Decidles a todos que vengan a la Fuente de la Vida, que hay una historia escondida dentro de este Corazón. Decidles que hay esperanza, que todo tiene un sentido, que Jesucristo está vivo, decidles que existe Dios.

Que Jesucristo está vivo,  decidles que existe Dios.

 

Plegaria para pedir por los sacerdotes

Señor Jesús, Buen Pastor,

presente en el Santísimo Sacramento,

que quisiste perpetuarte entre nosotros

por medio de tus sacerdotes,

haz que sus palabras sean sólo las tuyas,

que sus gestos sean los tuyos,

que su vida sea fiel reflejo de la tuya.

Que ellos sean los hombres

que hablen a Dios de los hombres

y hablen a los hombres de Dios.

Que no tengan miedo al servicio,

sirviendo a la Iglesia como ella quiere ser servida.

Que sean hombres de Dios,

testigos del Eterno en nuestro tiempo,

caminando por las sendas de la historia con tu mismo paso

y haciendo el bien a todos.

Que sean fieles a sus compromisos,

celosos de su vocación y de su entrega,

claros espejos de la propia identidad

y que vivan con la alegría del don recibido

y la tarea encomendada.

Te lo pido por tu Madre Santa María:

Ella que estuvo presente en tu vida estará siempre presente

en la vida de tus sacerdotes. Amén.

Oración

            «Señor Jesucristo, Redentor del género humano, nos dirigimos a tu Sacratísimo Corazón con humildad y confianza, con reverencia y esperanza, con profundo deseo de darte gloria, honor y alabanza.

            Señor Jesucristo, Hijo de Dios Vivo, te alabamos por el amor que has revelado a través de tu Sagrado Corazón, que fue traspasado por nosotros y ha llegado a ser fuente de nuestra alegría, manantial de nuestra vida eterna.

            Reunidos juntos en tu nombre, que está por encima de cualquier otro nombre, nos consagramos a tu Sacratísimo Corazón, en el cual habita la plenitud de la verdad y la caridad.

            Señor Jesucristo, Rey de amor y Príncipe de la paz, reina en nuestros corazones y en nuestros hogares. Vence todos los poderes del maligno y llévanos a participar en la victoria de tu Sagrado Corazón. Amén

 

*********************************

13ª.- JESUCRISTO: ¿POR QUÉ AMAR  A JESUCRISTO?

(Es copiado, pero ya no recuerdo bien la fuente; me parece que es de Cantalamessa, algún libros suyo sobre Jesucristo)

 

Santo Tomás distingue dos grandes tipos de amor: el amor de concupiscencia y el amor de amistad; lo que corresponde, en parte, a la distinción más común entre el amor «eros» y «apagé», entre amor de búsqueda y amor de donación.

El amor de concupiscencia, dice S. Tomás, es cuando alguien ama algo (aliquis amat aliquid), esto es, cuando se ama alguna cosa, entendiendo por «cosa» no solo un bien material o espiritual, sino también una persona, cuando ésta es reducida a cosa e instrumentalizada como objeto de posesión y disfrute.

El amor de amistad es cuando alguien ama a alguien (Aliquis amat aliquem), es decir, cuando una persona ama a otra persona (S. Th. I-II, 27,1).La relación fundamental que nos vincula a Jesús en cuanto persona es, por tanto, el amor. La pregunta primera que debemos hacernos sobre la persona de Jesús, sobre su divinidad, es ésta ¿Crees? La pregunta segunda que debemos hacernos nos la dirige Él personalmente: ¿Me amas?

Existe un examen de Cristología que todos los creyentes, no sólo los teólogos, deben pasar; y este examen contiene dos preguntas obligatorias para todos: El examinador aquí es Cristo mismo. Del resultado de este examen depende no el acceder al sacerdocio o una Licenciatura en teología, sino el acceso o no a la vida  eterna. Y estas dos preguntas son precisamente: ¿Crees? ¿Me amas? ¿Crees en la divinidad de Cristo? ¿Amas a la persona de Cristo?

San Pablo pronunció estas terribles palabras: “Si alguien no ama al Señor, sea anatema, sea condenado” (1Cor 16, 22) y el Señor del que habla es el Señor Jesucristo.

A lo largo de los siglos se han pronunciado, a propósito de Cristo, muchos anatemas: Contra quien negaba su humanidad, contra quien negaba su divinidad, contra quien dividía sus dos naturalezas, contra quien las confundía...pero quizá se ha pasado por alto el hecho de que el primer anatema de Cristología, pronunciado por un apóstol en persona, es contra  aquellos que no aman a Jesucristo.

Esta tarde queremos preguntarnos y responder, con la ayuda del Espíritu Santo, que siempre viene en nuestra ayuda, si le invocamos como lo hacemos ahora en silencio y personalmente, mientras meditamos y nos preguntamos dentro de nosotros: ¿Por qué amar a Jesucristo? ¿Es posible amar a Jesucristo? ¿Amamos nosotros a Jesucristo?

 

II QUÉ SIGNIFICA AMAR A JESUCRISTO

 

Esta pregunta ¿qué significa amar a Jesucristo? Puede tener un sentido muy práctico: saber lo que supone amar a Jesucristo, en qué consiste el amor a Cristo.En este caso, la respuesta es muy sencilla y nos ha da el mismo Jesús en el evangelio. No consiste en decir “Señor, Señor sino en hacer la voluntad del Padre y en  guardar su palabra” (Mt 7, 21). Cuando se trata de personas «querer» significa buscar el bien del amado, dearle y procurarle cosas buenas.

Pero ¿qué bien podemos darle a Jesús resucitado, Dios infinito, que Él no tenga? Querer en el caso de Cristo significa algo diferente. El «bien de Jesús» más aún su “alimento” es la voluntad de su Padre. Por eso, amar o querer a Jesús significa esencialmente hacer con El la voluntad del Padre. Hacerla cada día más plenamente, cada vez con más alegría: “Quien cumple la voluntad de mi Padre que está en el cielo, dice Jesús, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”. Y en otro pasaje evangélico más amplio nos dice: “Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día”.

Para Jesucristo todas las cualidades más bellas del amor se compendian en este acto que es hacer la voluntad del Padre, cumplir sus mandamientos. Podríamos decir que el amor de Jesús no consiste tanto en palabras o buenos sentimientos como en hechos; hacer como la hecho Él, que no nos ha amado sólo por propia iniciativa sino porque ese es el proyecto del Padre, para eso nos ha soñado y creado el Padre por amor cuando nuestros padre más nos quisieron, y para eso existimos; y todo esto, no sólo de palabras o sueños, sino con obras, con hechos. Y ¡qué hechos, Dios mío! “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él”.

¿Qué significa amar a Jesucristo? Para nosotros, amar a Jesucristo, Hijo de Dios, significa también no sólo amarle como hombre, sino como Dios, sin diferencia cualitativa. Es más, esta es la forma que el amor a Dios ha asumido después de la Encarnación. El amor a Cristo es el amor a Dios mismo. Por eso Jesús ha dicho: “Si alguno me ama, mi Padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él” . Como se ve es amor al Dios Trinitario: “Quien me odia a mí, odia también a mi Padre”. En Cristo alcanzamos directamente a Dios, sin intermediarios.

He dicho más arriba que amar a Jesús, quererlo, significa esencialmente hacer la voluntad del Padre; pero vemos que esto, más que crear diferencia e inferioridad en relación al Padre, crea igualdad. El Hijo es igual al Padre precisamente por su dependencia absoluta del >Padre. Cristo es Dios como el Padre. No debe ser amado en un sentido secundario o derivado, sino con el mismo derecho que Dios Padre. En una palabra, el ideal más alto para  un cristiano es el de amar a Jesucristo.

Pero Jesús también es hombre. Es nuestro prójimo: “primogénito entre muchos hermanos” (Rom 8, 29). Por eso, debe ser amado también con el otro amor. No sólo es la cumbre del primer mandamiento, sino también del segundo.

«¡Para esto me he hecho hombre visible! –hace decir san Buenaventura al Verbo de Dios-, para que, habiendo sido visto, pudiera ser amado por ti, yo que no era amado por ti, mientras estaba en mi divinidad. Por tanto, da el premio debido a mi encarnación y pasión, tú por quien me he encarnado y he padecido. Yo me he dado a ti, date tú también a mí» (Vitis mystica, 24).

Por eso, lo que yo he pretendido decir es que quien ama a Jesucristo no se mueve por eso en un nivel inferior o en un estadio imperfecto, sino en el mismo nivel que el que ama al Padre. Cosa que santa Teresa sintió la necesidad de expresar, reaccionando contra la tendencia presente en su tiempo y en determinados ambientes espirituales, donde amar la humanidad de Jesucristo se consideraba más imperfecto que amar su divinidad.

 Según la santa no hay estado espiritual, por muy elevado que sea, en el que se pueda o se deba prescindir de la humanidad de Cristo para fijarse directamente en la divinidad o en la esencia divina. La santa explica cómo una mala interpretación de la contemplación la había alejado durante algún tiempo de la humanidad del Salvador y cómo, en cambio, el progreso en la contemplación la había vuelto a conducir a ella definitivamente (Vida, 22,1ss).

 

III ¿CÓMO CULTIVAR EL AMOR » JESUCRISTO?

 

Soy consciente de que todo lo que he dicho respondiendo a la pregunta, qué significa amar a Jesucristo, es nada en comparación con lo que se podría haber dicho y que sólo los santos pueden decir en plenitud sobre este tema. Un himno de la Liturgia que se recita con frecuencia en las fiestas de Jesús, dice: «Ninguna lengua puede decir, ninguna palabra puede expresar, sólo quien lo ha probado puede creer, lo que es amar a Jesús» (Himno Iesu dulcis memoria).

Lo nuestro no es sino recoger las migajas que caen de la palabra y escritos del evangelio y de los santos, que son lo que  atesoran gran experiencia de amor a Jesús. Es a ellos, que han tenido la experiencia de Cristo, de Dios, a quienes se debe recurrir para aprender el arte de amar a Jesús. Por ejemplo, a Pablo: “para mi la vida es Cristo... no quiero saber más que mi Cristo, y éste crucificado... vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí...”, “deseo liberarse del cuerpo para estar con Cristo” (Fil 1,23); o san Ignacio de Antioquia, que de camino hacia el martirio, escribía: «Es bello morir al mundo por el Señor y resucitar cn él... Sólo quiero encontrarme con Jesucristo... busco a aquel que ha muerto por mí, quiero a aquel que ha resucitado por mí» (los Romanos 2,1; 5,1; 6,1). Pero se puede amar a Jesucristo ahora que el Verbo de la Vida no está visible para nosotros, no le podemos ver, tocar ni contemplar con nuestros ojos de carne?

San León Magno decía que «todo lo que había de visible en nuestro Señor Jesucristo ha pasado, con su Ascensión, a los sacramentos de la Iglesia» (Discurso 2 sobre la Ascensión). A través de la Eucaristía, que es memorial, no puro recuerdo, sino misterio que hace presente a Cristo total, desde que nace hasta que sube a la derecha del Padre; en la Eucaristía no encontramos con el mismo Cristo de Palestina, pero ya glorificado y se alimenta el amor a Cristo porque en ella, por la sagrada comunión, se realiza inefablemente la unión con Él. Él es una persona viva, viva y existente, no difunta.

Hay infinitos modos y caminos para amar a Jesús. Cada uno de nosotros tiene el suyo. Puede ser su Palabra leída, meditada, interiorizada. Puede ser el diálogo con el amigo, entre dos personas que se aman. Puede ser sobre todo la Liturgia, la Eucaristía, el oficio de Lectura.. En todo caso siempre es necesaria la Unción del Espíritu Santo, porque sólo el Espíritu  sabe quién es Jesús y sabe inspirar el amor a Él.

Yo voy a habar de uno que considero esencial. La oración personal, sobre todo eucarística, que según santa Teresa «oración mental... no es otra cosa sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». (Ver mis temas).

La mayor fortuna o gracia que puede tener un joven especialmente si es llamado al sacerdocio o a cualquier forma de seguimiento, es hacer de Él es gran ideal de su vida, el héroe del que está enamorado y al que quiere dar a conocer a todos. Enamorarse de Cristo para después enamorar de Él a todos los demás. No hay vocación más bella que esta. Marca a Jesús como un sello en nuestro propio corazón. Un sello indeleble de sangre.

 

**********************************

 

14ª.-  ¡ETERNIDAD!, ¡ETERNIDAD!

 

(S. IKIERKEGAARD, Postilla conclusiva 4, en Obras oc., 458. 94 )

Hemos llegado, por fin, al momento de recoger el fruto de todo el camino hecho: la eternidad. Aquí nos detendremos. Nos ceñiremos en torno a esta palabra hasta hacerla revivir. Le daremos calor, por así decirlo, con nuestro aliento hasta que vuelva a la vida. Porque eternidad es una palabra muerta; la hemos dejado morir como se deja morir a un niño o a una niña abandonada que nadie amamanta ya. Como sobre una carabela en ruta hacia el nuevo mundo, cuando ya se había perdido toda esperanza de llegar a alguna meta, resonó de pronto, una mañana, el grito del vigía: “Tierra!, ¡tierra!”, así es necesario que resuene en la Iglesia el grito: “Eternidad! ¡eternidad!”.

¿Qué ha sucedido con esta palabra, que en otro tiempo era el motor secreto o la vela que empujaba a la Iglesia peregrina en el tiempo, el polo de atracción de los pensamientos de los creyentes, la “masa” que levantaba hacia arriba los corazones, como eleva las aguas en la marca alta? La lámpara se ha puesto silenciosamente bajo el celemín, la bandera ha sido replegada como en un ejército en retirada “EJ más allá se ha convertido en una broma, en una exigencia tan incierta que no sólo ya nadie la respeta, sino que ni siquiera se formula; hasta el punto de que se bromea incluso pensando que había un tiempo en que esta idea transformaba la existencia.

Este fenómeno tiene un nombre muy concreto. Definido en relación al tiempo, se llama secular ismo o temporalismo definido en relación al espacio, se llama inrnanentjsmo Este es hoy el punto en el que la fe, después de haber acogido una cultura determinada, debe demostrar que sabe también contestarla desde dentro de ella misma, impulsándola a superar sus cerrazones arbitrarias y sus incoherencias.

Secularismo significa olvidar o poner entre paréntesis el destino eterno del hombre, aferrándose exclusivamen te al saeculum es decir, al tiempo presente y a este mundo. Está considerado como la herejía más difundida y más insidiosa de la era moderna; y, desgraciadamente, todos estamos, unos de una manera y otros de otra, amenazados por ella. A menudo también nosotros, que en teoría luchamos contra el secularismo, somos sus cómplices o sus víctimas. Estamos “mundanizados”; hemos perdido el sentido, el gusto y la familiaridad con lo eterno.

 Sobre la palabra “eternidad”, o “más allá” (que es su equivalente en términos espaciales), ha caído en primer lugar la sospecha marxista, según la cual ésta aliena del compromiso histórico de transformar el mundo y mejorar las condiciones de la vida presente, y es, por ello, una especie de coartada o de evasión. Poco a poco, con la sospecha, han caído sobre ella el olvido y el silencio. El materialismo y el consumismo han hecho el resto en la sociedad opulenta, consiguiendo incluso que parezca extraño o casi inconveniente que se hable aún de eternidad entre personas cultas y a la altura de los tiempos. ¿Quién se atreve a hablar aún de los “novísimos”, es decir, de las cosas últimas —muerte, juicio, infierno, paraíso—, que son, respectivamente, el inicio y las formas de la eternidad? ¿Cuándo oímos la última predicación sobre la vida eterna? Y, sin embargo, se puede decir que Jesús, en el evangelio, no habla de otra cosa que de ella.

¿Cuál es la consecuencia práctica de este eclipse de la idea de eternidad? San Pablo refiere el propósito de los que no creen en la resurrección de la muerte: “Comamos y bebamos, que mañana moriremos” (iCor 15,32). El deseo natural de vivir “siempre”, deformado, se convierte en el deseo o frenesí de vivir “bien”, es decir, placenteramente. La calidad se resuelve en la cantidad. Viene a faltar una de las motivaciones más eficaces de la vida moral.

Quizá este debilitamiento de la idea de eternidad no actúa en los creyentes del mismo modo; no lleva a una conclusión tan grosera como la referida por el apóstol; pero actúa también en ellos, sobre todo disminuyendo la capacidad de afrontar con coraje el sufrimiento. Pensemos en un hombre con una balanza en la mano: una de esas balanzas que se manejan con una sola mano y tienen en un lado el plato sobre el que se colocan las cosas que se van a pesar y en el otro una barra graduada que determina el peso o la medida. Si se apoya en el suelo o se pierde la medida, todo lo que se ponga en el plato hará elevarse la barra y hará inclinarse hacia la tierra la balanza. Todo lleva ventaja, todo vence fácilmente, incluso un montoncillo de plumas.

Pues así somos nosotros, a eso nos hemos reducido. Hemos perdido el peso, la medida de todo, que es la eternidad, y así las cosas y los sufrimientos terrenos arrojan fácilmente nuestra alma por tierra. Todo nos parece demasiado pesado, excesivo. Jesús decía: “Si tu mano o tu pie son para ti ocasión de pecado, córtatelos y tíralos lejos de ti. Más te vale entrar en la vida manco o cojo que con las dos manos o los dos pies ser arrojado al fuego eterno. Y si tu ojo es para ti ocasión de pecado, sácatelo y tíralo lejos de ti. Es mejor entrar con un solo ojo en la vida que con dos ojos ser arrojado al fuego” (cf Mt 18,8- 9). Aquí se ve cómo actúa la medida de la eternidad cuando está presente y operante; a lo que es capaz de llegar. Pero nosotros, habiendo perdido de vista la eternidad, encontramos ya excesivo que se nos pida cerrar los ojos ante un espectáculo poco conveniente.

Al contrario, mientras estás en la tierra, abrumado por la tribulación, coloca con la fe, en la otra parte de la balanza, el peso desmesurado que es el pensamiento de la eternidad, y verás cómo el peso de la tribulación se hace más ligero y soportable. Digámonos a nosotros mismos: ¿Qué es esto comparado con la eternidad? Mil años son “un día” (IPe 3,8), son “como el ayer que ya pasó, como un turno de la vigilia de la noche” (Sal 90,4). ¿Pero qué digo “un día”? Son un momento, menos que un soplo.

A propósito de pesos y de medidas, recordemos lo que dice san Pablo, que también en punto de sufrimiento le había tocado en suerte una medida insólitamente abundante: “El peso momentáneo y ligero de nuestras penalidades produce, sobre toda medida, un peso eterno de gloria para los que no miramos las cosas que se ven, sino  las que no se ven; pues las visibles son temporales, las invisibles eternas” (2Cor 4,17-18). El peso de la tribulación es “ligero” precisamente porque es “momentáneo”, el de la gloria está “sobre toda medida” precisamente porque es “eterno”. Por eso el mismo apóstol puede decir: “Estimo que los padecimientos del tiempo presente no se pueden comparar con la gloria que ha de manifestarse en nosotros” (Rom 8,18).

San Francisco de Asís, en el célebre “capítulo de las esteras”, hizo a sus hermanos un memorable discurso sobre este tema: “Hijos míos, grandes cosas hemos prometido; pero mucho mayores nos las tiene Dios prometidas sí observamos las que le prometimos y esperamos con certeza las que él nos promete. El deleite del mundo es breve, pero la pena que le sigue después es perpetua; pequeño es el sufrimiento de esta vida, pero la gloria de la otra es infinita”   Nuestro amigo filósofo Kierkegaard expresaba con un lenguaje más refinado este mismo concepto del Pobrecillo. “Se sufre —decía— una sola vez, pero el triunfo es eterno. ¿Qué quiere decir esto? ¿Que se triunfa también una sola vez? Así es. Sin embargo, hay una dif eren- cia infinita: la única vez del sufrimiento es un instante, pero la única vez del triunfo es la eternidad; de esa vez que se sufre, una vez que pasa, no queda nada; y lo mismo, pero en otro sentido, de la única vez que se triunfa, porque no pasa nunca; la única vez del sufrimiento es un paso, una transición; la única vez del triunfo es un triunfo que dura eternamente”. Me viene a la mente una imagen. Una masa de gente heterogénea y ocupada: hay quien trabaja, quien ríe, quien llora, quien va, quien viene y quien está aparte y sin consuelo. Llega jadeando, desde lejos, un anciano y dice al oído del primero que encuentra una palabra; después, siempre corriendo, se la dice a otro. Quien la ha escuchado corre a repetírsela a otro, y éste a otro.

(26 Florecillas, c. XVIII, en SAN FRANCISCO DE Asís, Escritos y biografías, Ed. Católica, Madrid 1971, 112. 27 S. KIERKEGAARD, Las obras del amor II, 1, Guadarrama,  Madrid 1965.)

Y he aquí que se produce un cambio inesperado: el que estaba por el suelo desconsolado se levanta y va corriendo .i decírselo a los de su casa, el que corría se detiene y vuelve sobre sus pasos; algunos que reñían, mostrandu amenazadoramente su puño cerrado el uno bajo la barbilla del otro, se echan los brazos al cuello llorando. ¿Cuál ha sido la palabra que ha provocado este cambio? ¡La palabra “eternidad”!

La humanidad entera es esta muchedumbre. Y la palabra que debe difundirse en medio de ella, como una antorcha ardiente, como la señal luminosa que ios centinelas se transmitían en otro tiempo de una torre a otra, es precisamente la palabra “ieternidad!, ¡eternidad!”. La Iglesia debe ser ese anciano mensajero. Debe hacer resonar esta palabra en los oídos de la gente y proclamarla desde los tejados de la ciudad. ¡Ay si también ella perdiese la “medida”!; sería como si la sal perdiese el sabor. ¿Quién preservará entonces la vida de la corrupción y de la vanidad? ¿Quién tendrá el coraje de repetir aún a los hombres de hoy aquel verso lleno de sabiduría cristiana: “Todo, excepto lo eterno, en el mundo es vano”? Todo, excepto lo eterno y lo que de alguna manera conduce a ello.

Filósofos, poetas, todos pueden hablar de eternidad y de infinito; pero sólo la Iglesia —como depositaria del misterio del hombre— puede hacer de esta palabra algo más que un vago sentimiento de “nostalgia de lo totalmente otro”. Existe, en efecto, este peligro. Que “se introduzca la eternidad en el tiempo, doblegándola por medio de la fantasía”. “Así interpretada produce un efecto mágico. No se sabe si es un sueño o una realidad, y se tiene la impresión de que ella misma se ha puesto a jugar dentro del instante, clavándole sus ojos de una manera melancólica y soñadora”28. El evangelio impide que se vacíe así la eternidad, llamando inmediatamente la atención sobre lo que ha de hacerse: “Qué tengo que hacer para heredar la vida eterna?” (Le 18,18). La eternidad se convierte en la gran “tarea” de la vida, aquello por lo que afanarse noche y día.

 

Nostalgia de eternidad

 

Decía que la eternidad no es para los creyentes sólo nostalgia de lo totalmente otro”. Y, sin embargo, también es eso. No es que yo crea en la preexistencia de s almas y, por tanto, que hemos caído en el tiempo, espués de haber vivido primero en la eternidad y gustao de ella, como pensaban Platón y Orígenes. Hablo de ostalgia en el sentido de que hemos sido creados para la ternidad, en el corazón la anhelamos; por eso está inquieto e insatisfecho hasta que reposa en ella. Lo que Agustín decía de la felicidad, lo podemos decir también de la eternidad: “Dónde he conocido la eternidad para recordarla y desearla?”

¿A qué se reduce el hombre si se le quita la eternidad del corazón y de la mente? Queda desnaturalizado, en el sentido fuerte del término, si es verdad, como dice la misma filosofía, que el hombre es “un ser finito, capaz de infinito”. Si se niega lo eterno en el hombre, hay que exclamar al momento, como hizo Macbeth después de haber matado al rey: “... desde este instante no hay nada serio en el destino humano: todo es juguete; gloria y renombre han muerto. ¡El vino de la gloria se ha esparcido!”  Pero creo que se puede hablar también de nostalgia de eternidad en un sentido más sencillo y concreto.

¿Quién es el hombre o la mujer que repasando sus años juveniles no recuerda un momento, una circunstancia en la que ha tenido como un barrunto de la eternidad, se ha como asomado a su umbral, la ha vislumbrado, aunque quizá no sepa decir nada de aquel momento?

Recuerdo un momento así en mi vida. Era yo un niño. Era verano y, acalorado, me tendí sobre la hierba con la cara hacia arriba. Mi mirada era atraída por el azul del cielo, atravesado acá y allá por alguna ligera nubecila blanquísima. Pensaba: “Qué hay sobre esa bóveda azul? ¿Y más arriba aún? ¿Y más arriba todavía?” Y así, en oleadas sucesivas, mi mente se elevaba hacia el infinito y se perdía, como quien mirando fijamente al sol queda deslumbrado y no ve ya nada. El infinito del espacio reclamaba el del tiempo. “Qué significa —me decía— eternidad? ¡Siempre más! ¡Siempre más! Mil años, y no es más que el principio”.

De nuevo mi mente se perdía; pero era una sensación agradable que me hacía crecer. Comprendía lo que escribe Leopardi en El infinito: “Me es dulce naufragar en este mar”. Intuía lo que el poeta quería decir cuando hablaba de “interminables espacios y sobrehumanos silencios” que se asoman a la mente. Tanto, que me atrevería a decir a los jóvenes: “Paraos, tumbaos boca arriba sobre la hierba, si es necesario, y mirad una vez el cielo con calma. No busquéis el estremecimiento del infinito en otra parte, en la droga, donde sólo hay engaño y muerte. Existe otro modo bien distinto de salir del ‘límite’ y sentir la emoción genuina de la eternidad. Buscad el infinito en lo alto, no en lo bajo; por encima de vosotros, no por debajo de vosotros”.

(29 Cf SAN AGUSTÍN, Confesiones X, 21. 3 W. SHAKESPEARE, Macbeth, act. II, esc. 3, citado por S. KIERKEGAARD, El concepto de la angustia, 4, oc., 262. )

 

Sé muy bien lo que nos impide hablar así la mayoría de las veces, cuál es la duda que quita a los creyentes la “franqueza”. El peso de la eternidad —decimos para nosotros— será todo lo desmesurado que se quiera y mayor que el de la tribulación, pero nosotros cargamos con nuestras cruces en el tiempo, no en la eternidad; nuestras fuerzas son las del tiempo, no las de la eternidad; caminamos en la fe, no en la visión, como dice el apóstol (2Cor 5,7). En el fondo, lo único que podemos oponer al atractivo de las cosas visibles es la esperanza de las cosas invisibles; lo único que podemos oponer al gozo inmediato de las cosas de aquí abajo es la promesa de la felicidad eterna. “Queremos ser felices en esta carne. ¡Es tan dulce esta vida!”, decía ya la gente en tiempos de san Agustín.

Pero es precisamente éste el error que nosotros los creyentes debemos desvanecer. No es en absoluto verdad que la eternidad aquí abajo sea sólo una promesa y una esperanza. ¡Es también una presencia y una experiencia! Es el momento de recordar lo que hemos aprendido del dogma cristológico. En Cristo “la vida eterna que estaba junto al Padre se ha hecho visible”. Nosotros—dice Juan— la hemos oído, la hemos visto con nuestros ojos, la hemos contemplado y tocado (cf lJn 1,1-3).

Con Cristo, verbo encarnado, la eternidad ha hecho irrupción en el tiempo, y nosotros tenemos experiencia de ello cada vez que creemos, porque quien cree “tiene ya la vida eterna” (cf lJn 5,13). Cada vez que en la eucaristía recibimos el cuerpo de Cristo; cada vez que escuchamos de Jesús las “palabras de vida eterna” (cf Jn 6,68). Es una experiencia provisional, imperfecta, pero verdadera y suficiente para darnos la certeza de que la eternidad existe de verdad, de que el tiempo no lo es todo.

La presencia, a manera de primicias, de la eternidad en la Iglesia y en cada uno de nosotros tiene un nombre propio: se llama Espíritu Santo. Es definido como “garantía de nuestra herencia”(Ef 1,14; 2Cor 5,5), y nos ha sido dada para que, habiendo recibido las primicias, anhelemos la plenitud. “Cristo —escribe san Agustín— nos ha dado el anticipo del Espíritu Santo con el cual él, que de ningún modo podría engañarnos, ha querido darnos seguridad del cumplimiento de su promesa, aunque sin el anticipo la habría ciertamente mantenido. ¿Qué es lo que ha prometido? Ha prometido la vida eterna, de la que es anticipo el Espíritu que nos ha dado.

La vida eterna es posesión de quien ya ha llegado a la morada; su anticipo es el consuelo de quien está aún de viaje. Es más exacto decir anticipo que prenda: los dos términos pueden parecer similares, pero hay entre ellos una diferencia no despreciable de significado. Tanto con el anticipo como con la prenda se quiere garantizar que se mantendrá lo que se ha prometido; pero mientras la prenda es devuelta cuando se alcanza aquello por lo que se la había recibido, el anticipo, en cambio, no es restituido, sino que se le añade lo que falta hasta completar lo que se debe” 31

Por el Espíritu Santo gemimos interiormente, esperando entrar en la libertad de la gloria de los hijos de Dios (cf Rom 8,20-23). El, que es “un Espíritu eterno” (Heb 9,14), es capaz de encender en nosotros la verdadera nostalgia de la eternidad y hacer de nuevo de la palabra eternidad una palabra viva y palpitante, que suscita alegría y no miedo.

El Espíritu atrae hacia lo alto. El es la Ruah Jahv, el aliento de Dios. Se ha inventado recientemente un método para sacar a flote naves y objetos hundidos en el fondo del mar. Consiste en introducir aire en ellos mediante cámaras de aire especiales, de manera que los restos se desprenden del fondo y van subiendo poco a poco al ser más ligeros que el agua. Nosotros, los hombres de hoy, somos como esos cuerpos caídos en el fondo del mar. Estamos “hundidos” en la temporalidad y en la mundanidad. Estamos “secularizados”.

El Espíritu Santo ha sido infundido en la Iglesia con un objetivo similar al descrito: para elevarnos del fondo, hacia arriba, cada vez más arriba, hasta hacernos volver a contemplar el cielo infinito y exclamar llenos de gozosa esperanza: “Eternidad!, ¡eternidad!”

 

**********************************

 

15ª.- JESUCRISTO

 

(Para iniciar una charla sobre Jesucristo. Está copiado de Mons. Egea. Pero ya no recuerdo el libro)

No es fácil hablar de Jesucristo. Porque Jesucristo rompe todos nuestros esquemas mentales, no es una persona que se estudia, sino Alguien en quien está la plenitud de la divinidad y con quien se van trabando lazos de amistad a medida que uno seva compenetrando con Él.

Lo que yo pueda decirte sobre Jesucristo va a reflejar muy pobremente lo que yo siente por Él. Jesús es alguien con quien vivo y por quien vivo. Es como el horizonte de mi vida. Se me de memoria mi itinerario de encuentro con Él. Primera Comunión, monaguillo, comuniónSagrario, Seminario, oración.

A pesar de todo, hablamos poco de Él. Hablamos más de las verdades sobre Él y predicadas por Él, pero poco de su persona, poco de las personas divinas. Estoy hablando de la misma Iglesia y en sus predicaciones y en nuestras conversaciones privadas o comunitarias. Cómo le vamos conociendo y amando, que vericuetos tiene este caminar hacia el encuentro con Él, qué dificultades. Hablamos más de los derechos de los pobres, de los abandonados, de las obras de misericordia, del amor humano, matrimonial... y está bien.

Pero el fundamento de todo es la persona de Cristo. Y el cristianismo es Cristo, su persona que se encarna, predica y nos salva. Sin Cristo no hay cristianismo. Y Cristo es una persona que vive, que no está difunta. Y para cumplir lo que Él nos manda, hay que amarle a Él primero porque es la razón de todo lo que vivimos y hacemos.

 Sin llegar a una amistad personal con Él es imposible comprender las razones de la moral y vida cristiana. Y más en estos tiempos tan difíciles para el cristianismo, para la fe y mora cristiana. Porque hoy no basta un amor ordinario a Cristo, hoy hace falta un amor extraordinario a su persona y verdad. Sin amistad personal con Él no se puede ser y vivir el cristianismo, la vida y el amor y el matrimonio según Cristo.  Porque a Cristo sólo se le comprende en la medida en que se le ama; sin amor a Cristo no se comprende el cristianismo. Sin amistad con Cristo, el cristiano se desfonda, pierde fuerza, firmeza en su vivir, porque las fuerzas sólo pueden venir de nuestra amistad personal con Él.

He sido testigo muchas veces de cómo cuando los hombres y mujeres se encuentran con Él y lo toman en serio vibran de manera especial. Mucha gente del mundo es crítica con la Iglesia, pero la figura de Cristo ha arrastrado y llenado de admiración a muchos durante siglos hasta dejarlo todo por seguirle, porque les atrae y cautiva; ven en Él el ideal de sus vidas y acuden a Él como realidad viviente y liberadora.

En esta charla no voy a tratar de probarte y convencerte de nada; ni menos voy a intentar comerte el coco, según se dice vulgarmente. Sencillamente, sólo voy a tratar de hablarte y expresarte mi fe y confianza y vivencia de Cristo, tal como yo la veo y trato de vivirla en amistad permanente con Él.

Desde luego yo veo en primer lugar a Jesús como mi gran amigo, al mismo tiempo que amigo de todos los hombres. Te ruego que no veas en esta charla más que a un amigo –Gonzalo- que te habla del mejor amigo que tiene y ha encontrado –Jesús-, y te habla por si quieres tú también hacerte amigo de Jesús o si ya eres amigo, potenciar esa amistad.

Podrías imaginarte la siguiente escena: un buen día suena el teléfono y te dicen: es para ti: ¿Quién llama? Jesús. Qué Jesús. El de Nazaret. Te desconciertas un poco y sigues preguntando: Qué quieres? Charlar un rato contigo. Desearía que me conocieses un poco más, pero personalmente. Quería decirte quien soy, contarte el sentido y la razón de mi vida, por qué vine al mundo y me hice hombre como tú, cómo vine en tu búsqueda para abrirte las puertas de la amistad eterna con el Padre, por qué prediqué y anduve polvoriento y sudoroso por los caminos de Palestina... porque veo que tú andas buscando sin encontrar sentido a tu vida, y en el fondo me estás buscando sin encontrarme porque me buscas por caminos equivocados, y por eso no acabas de encontrarme. Y por eso te llamo, para que no pierdas el tiempo y nos encontremos ya para siempre. Mañana, a las .... nos vemos (hora de la charla). Y esa hora, y esa tarde es hoy, ahora, en estos momentos.

Sería maravilloso que al final de esta charla, en la que yo pretendo darte a conocer un poco a Jesús, tú le dijeses: Jesús, aquí tienes otro amigo, dispuesto a llegar a donde sea.

 

16.- OTRA INTRODUCCIÓN SOBRE JESUCRISTO

(Copiada)

Su vida pública duró menos de tres años. No tuvo ningún cargo en la vida social o política. Casí no tenía dinero, ninguna propiedad y poquísimoas pertenencias. No escribió ningún libro. Jamás empleó las fuerza. Fue odiado por las autoridades. Su doctrina es y fue de enorme trascendencia. Fue deternido, condenado, torturado y ejecutado.

Y sin embargo... está vivo en lso creyentes y en os no creyentes. Porque su figura y su codtrina sintetiza todo lo que cualquer persona anhela en los más profundo de su ser.

Su muerte ha sido la más famosa de la historia. Ninguna ha  causado tanta conmoción y tantas luchas durante los últimos viente siglos. Su resurrección fue el acontecimiento más importante de todos ls siglso. Hoy, dos mil años después, cerca de dos mil millones de hombrs y mujeres hacen profesion de seguirle.

No es fácil adoptar una actitud neutral ante Él. Ningún ser humano ha sido tan amado y tan odiado adorado y despreciado, aclamado y contestado.

Dos hechos parecen evidentes en el muindo de hoy. Primero: Existe un interés creciente por la persona de Jesús. Segudno: pese a que la Biblia sigue siendo el libro mas vendido del mundo, la ignoracióa respecto a la persona y el mensaje de Jesús sigue siendo grande.

Existe mucha confusión sobre el alcance de su afirmaciones, sobre el contenido de su doctrina, la razón de su merute, las pruebas des u resurrección, la esperanza de su vuelta. Sin embargo, si los datos que poseemos de Jesús son verdaderos, y no hay ninguna razón seria paradudarlo, resulta absolutamente evidente que Jesús es la realidad más frandisa del universo. Ha transformado el mundo y al hombre. Personalmente todo cambió en mi vida desde que le encontré por la oración. Jamás pude imaginar que sería tan feliz y tan verdad su persona y amor. En su amistad he ido creciendo, como sacerdote y amigo, como amigo sacerdote. Para mí es lo mas grande y hermoso que he conocido, que tengo, que me ilumina, me llena, que vivie en mí y conmigo en unidad de amor y vida.

Por eso para mí no hay ni puede haber mejor noticia que daros a conocer  su persona y el camino por donde lo encontré. La oración, la oración, la oración personal, permanente, que me llevó a la conversión permanente, a vaciarme de todo lo mío para que Él me habitara y me llenara totalmente. Y por eso es la mejor noticia que puedo daros y comunicaros, el mayor gozo. Y por eso, esta tarde quiero hablaros de Él.

JESUCRISTO, HOMBRE EXTRAORDINARIO(Me comprometí con Cristo de José Gea)

 

*************************************

 

 

17ª.- TRIDUO CUARESMAL: 1º CONTEMPLAR EL ROSTRO DOLIENTE DE CRISTO (2001)

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Quiero hablaros del rostro doliente de Cristo, que estos días de semana santa contemplaremos en las procesiones y que tenemos aquí presente en esta imagen impresionante del Cristo de las Batallas. Se trata de una sencillísima charla teológica sobre este tema, que, al ser tan profundo y difícil,- cómo pudo sufrir Jesucristo siendo Dios- pocas veces lo he escuchado o lo he visto tratado. Lo haré lo más claro y breve que pueda. Al ser una charla teológica y no una homilía esto exigirà de vuestra parte mayor esfuerzo.

Antes de contemplar este rostro doliente de Cristo, qué es lo que encierra y nos revela, hay que adentrarse en la zona límite del misterio, en la autoconciencia de Cristo: Cristo hombre, cómo tuvo conciencia de ser el Hijo de Dios, cómo la divinidad le fué comunicando su realidad divina a la vez de no anular su realidad humana para que pudiera pensar y actuar como verdadero hombre que no lo sabe todo ni lo puede todo, para que pudiera ser totalmente humano como nosotros menos en el pecado. Porque si todo lo tuvo claro desde el principio, no pudo sufrir verdaderamente ni tener limitaciones como todos nosotros tenemos en la infancia, juventud y madurez.

S. Juan en el prólogo de su evangelio tiene una afirmación que hemos leido y proclamado muchas veces, sobre todo en tiempo de Navidad: “La Palabra se hizo carne”(Jn1,14) Es decir, la Palabra de Dios, que es su Hijo, se hizo hombre. Y esta afirmación sobre la personalidad de Cristo está confirmada por todo el Nuevo Testamento: Palabra de Dios y carne humana, gloria divina y sangre humana se unen en Cristo personalmente, en una sola persona.

Es lo que afirma como dogma de fe el Concilio de Calcedonia: Una persona en dos naturalezas. “Siguiendo, pues, a los Santos Padres, todos a una voz enseñamos que ha de confesarse a uno solo y el mismo Hijo, N.S.J., el mismo perfecto en la divinidad y el mismo perfecto en la humanidad”. Ahora bien, para ser perfecto hombre, tiene que tener limitaciones  en la comprensión de las cosas como nosotros, porque si como hombre todo lo sabía y podía, habría sido ficticiamente hombre. Y es dogma de fe que fuè verdaderamente hombre con limitaciones como nosotros.

Este rostro de Hijo de Dios, esta identidad divino-humana es la que brota vigorosamente de sus palabras y hecho en los Evangelios, que nos ofrecen una serie de elementos gracias a los cuales podemos introducirnos en esa zona lìmite del misterio de Cristo, representado en su autoconciencia.

La Iglesia no duda de que en su narraciones los evangelistas, inspirados por el Espíritu Santo, captaron correctamente, en las palabras de Jesús la verdad que él tenía en su conciencia sobre su persona.

Esto es sin duda lo que S. Lucas nos quiere expresar recogiendo las primeras palabras de Jesús, a los doce años, en el templo de Jerusalèn. A su Madre, que le hace notar la angustia con que ella y José lo han buscado, Jesús le responde sin dudar: ¿Por qué me buscábais? ¿ No sabíais que debía estar en la casa de mi Padre?En la madurez,  su leguaje expresará firmemente la profundidad de su misterio como está abundantemente subrayado por los evangelios: En su autoconciencia, Jesús no tiene dudas: “El Padre está en mí y yo en el Padre.(Jn10, 38) Y esta condición humana, “que iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia” (Lc.2,52) hace que la conciencia humana de su misterio -uniòn de lo divino y de lo humano- tenga autoconocimiento de ser el Hijo de Dios. “Yo soy igual al Padre” “Yo hago las obras de mi Padre” “Yo y el Padre somo Uno”.

Esta fué en definitiva la causa de su condena y de su muerte. En efecto, dice el evangelista S. Juan “buscaban matarlo, porque no solo quebrantaba el sábado, sino que llemaba a Dios su propio Padre, haciéndose a sí mismo igual a Dios”   (Jn.5,18).

En toda la pasiòn, especialmente en el marco de Getsemanì y del Gòlgota, la conciencia humana de Jesùs se verá sometida a la prueba más dura. Será el momento de mayor sufrimiento, porque la divinidad, su conciencia de ser el Hijo de Dios, de tal manera queda oscurecida, nublada y abandonada para poder sufrir como hombre por la salvación de todos, que, aunque nunca quedó rota, conseguirá afectar esta separación a su mima conciencia como hombre, que no se siente apoyada por el Padre. Aquí entraría de lleno la afirmación de S. Pablo: “ Se hizo pecado por nosotros”. Es decir, vivió sin divinidad, viviò sin Dios, en Getsemaní sintió en su conciencia la ruptura con la vida de Dios, que causa el pecado, aunque realmente no la rompió por no ser pecador. Y por eso en Getsemaní y en el Gólgota es donde la contemplación del rostro doliente de Cristo, nos lleva a acercarnos al aspecto más paradógico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Allí es su humanidad entera, desde lo más profundo de su conciencia, la que no siente la divinidad por ningún sitio, y si fuerte son los dolores físicos, infinitamente superiores son los sufrimientos espirituales e interiores, donde su identidad, sin quedar rota, de tal forma se ha oscurecido y ocultado, que sufre solo como hombre lo que no se puede sufrir sin Dios, sin el consuelo y apoyo divino.

Esto es un misterio dentro del misterio,ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración. Nadie como Cristo podrá comprender a los deprimidos y a los angustiados interiormente, a los que se quedan sin apoyos y referencias personales, a los que sufren las noches del alma y del espìritu.

Nuestra mirada se fija especialmente en la escena de la agonía en el huerto de los Olivos, donde todavía no se ha soltado ni el primer latigazo, ni el primer salivazo, ni clavado el primer clavo pero en la que siente una agonía, una soledad interior incomprensible e inexplicable para nosotros, que le lleva a buscar en la compañía de los hombres la ausencia de su Padre, en su conciencia humana, que le nubla la identidad de Hijo, por haberse hecho pecado por nosotros.

Jesùs, abrumado por la previsiòn de la prueba que le espera, se siente solo, sin autoconciencia de Hijo y le pide a Dios que si es pisible aleje de él la copa del sufrimiento.Fijáos bien, lo dice él, que nos ha puesto como felicidad y meta cumplir siempre la voluntad del Padre. Y no encuentra eco, y lo repite varias veces porque El no tiene conciencia deque el Padre le escuche.

Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en èl (2Cor 5,21) Es decir, para que los hombres pecadores , que habían dejado de ver el rostro de Dios como Padre, volvieran a verlo así, El tuvo que dejar de verlo como Padre y como Hijo, tuvo que cargarse del rostro del pecado, que no tiene ojos para ver a Dios, ni alma ni sentimientos de Dios.

Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la amargura, soledad y aspereza de esta paradoja la que se refleja en el grito de dolor y soledad afectiva que sale de sus labios: Eloí, Eloí, lamá.... Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado. ¿ Es posible un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? Es verdad, sin embargo, que Jesús, al recitar este salmo 22, en sus palabras iniciales, sabe que termina con sentimientos de confianza: “ en tí esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste. ¡No andes lejos de mì, que la angustía está cerca, no hay para mì socorro!

El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no es nunca el grito de un desesperado sino de su humanidad hecha pecado “abandonada” por el Padre y en el cual definitivamente El también se entrega sin sentir el gozo de su presencia. Por eso, repito, que su pasiòn fué sufrimiento atroz de alma, de espìritu, mucho más que de cuerpo, porque estuvo localizada en su interior,en su autoconciencia de uniòn profunda con el Padre, fuente de su paz y en la ausencia, causa de este grito de abandono. La presencia de estas dos dimensiones aparentemente irreconciliable está arraigada realmente en la profundidad insondable de su ser divino y humano.

 

Ante este misterio, además de la investigaciòn bíblica, que hemos intentado hacer, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio teológico que es la teología vivida de los santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuiciòn de la fe, gracias a las luces particulares que han recibido del Espíritu Santo, pero sobre todo a través de las experiencias que ellos mismos han vivido en estos estados terribles del alma que la tradición mística describe como la noche oscura del alma, noche de fe, de amor y de esperanza, la noche del espíritu, el purgatorio en vida. En esta materia S. Juan de la Cruz es la màxima autoridad y nadie ha descrito mejor los sufrimientos de esta noche del espìritu.

Santa Teresa del Niño Jesús vivió su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma la paradoja de Jesús: estar unida con Dios sin sentir esta presencia: “Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo, su agonía no era menos cruel. Es un misterio pero le aseguro que de lo que yo misma pruebo, comprendo algo.Ante este hecho del rostro doliente de Cristo, los sentimientos que brotan espontáneamente de nuestro corazón son de amor personal y abrazo fuerte con el Señor que tanto sufríó por nosotros, expresado un poco en el canto popular: Amante Jesús mío..... quíen al mirarte exánime, pendiente de una cruz,.... sentir compasión y lástima.Un segundo sentimiento: se hizo pecado por mí..... También el canto popular: pequé, ya mi alma, sus culpas confiesa, mil veces me pesa de tanta maldad.

 

****************************************

 

18ª.-TRIDUO CUARESMAL: 2º: CONTEMPLAR EL ROSTRO DEL RESUCITADO (2001)

 

QUERIDOS HERMANOS Y QUERIDAS HERMANAS: Ayer, como la Iglesia en el Viernes y Sábado santo, contemplábamos el rostro doliente de Cristo, ese rostro ensangrentado desde el espíritu hasta los poros de su rostro, en el cual se esconde la vida de Dios y se ofrece la salvación al mundo.

Pero este rostro doliente de Cristo no es el último y definitivo que contemplaron los Apóstoles y la Iglesia. El es el Resucitado. Si no fuese así, vana sería nuestra predicación y vana nuestra fe, como afirma S. Pablo en su primera carta a los Corintios. Jesús murió para que todos resucitásemos y nos llenásemos de la luz de su claridad nueva. La resurrección fué la respuesta del Padre a la obediencia de Cristo, como recuerda la carta a los Hebreos....”y aún siendo Hijo de Dios, con lo que padeció experimentó la obediencia; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna para los que creen en El” (5,7-9)

En este segundo día del Triduo Cuaresmal vamos a contemplar el Rostro del resucitado. “Los discípulos se llenaron de alegría de ver al Señor” (Jn20,20) afirma S. Juan en su evangelio..El rostro que contemplaron los Apóstoles, después de la resurrección era el mismo de aquel Jesús con quien habían vivido unos tres años y que ahora los convencía de la verdad asombrosa de su nueva vida mostrándoles “las manos y el costado.”

A pesar de verlo así, no fué fácil para algunos el creer, porque en la pasión la sensación de fracaso y el miedo a morir con él fué muy fuerte. Ya sabéis la larga caminata de Jesús no sólo por la tierra sino también por el Antiguo Testamento para demostrarles que tenía que suceder así; solo creyeron después de un laborioso itinerario de espíritu. El apóstol Tomás solo creyó después de constatar el prodigio, que remató el Señor con la alabanza para los que creyeran sin haber visto Y es que en realidad, en el camino del encuentro con Cristo, aunque se viese y se tocase, solo la fe puede franquear el misterio de aquel rostro. Hay que trascender lo que se ve, hay que elevarse de lo visible a lo invisible, desde lo que se ve por la inteligencia o los ojos de la acarne hay que pasar a afirmar lo que no se entiende ni comprende en un principio, lo infinito y lo invisible, aunque tiene más luz que todo lo finito.

A Jesús no se llega verdaderamente más que por la fe, a través de un camino cuyas etapas nos presenta el evangelio repetidas veces. Quiero afirmar esto con dulzura y claridad a la a vez para tantas hermanas y hermanos que no acaban de dar el paso definitivo de la fe, del encuentro personal con Cristo, de la amistad personal con El. El salto de la fe, el salto a lo que no se ve, hay que darlo desde la oración y como Cristo en Getsemaní, sin pruebas y asideros humanos, afectivos o intelectuales de ningún tipo, hay que lanzarse al absoluto, fiados solo del que todo lo puede. El quiere este gesto de total abandono, sin honores, sin cargos, si nimbos de gloria, sin nada.

 Para llegar al Todo hay que dejarlo todo, hay que pisar  la nada. Me duele ver hermanos y hermanas que han cultivado su vida cristiana, incluso con servicios a la Iglesia en vocación sacerdotal o religiosa, pero que todavía no han dado el paso definitivo a la amistad con Cristo sin apoyos de ningún tipo, con la muerte del yo. Y así es como se pasa de lo que se ve de Cristo a lo que no se puede ver con la carne, del Cristo de la carne, de la historia al Verdadero, al Viviente, al Primero y el Ultimo, al que estuvo entre los muertos pero ahora vive por los siglos.

“ Y vosotros ¿quién decís que soy yo? Solo la fe, profesada por Pedro llega al corazón del misterio: Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt.16,16) Y cómo llegó Pedro a esa fe? ¿ Que se nos pide a nosotros si queremos seguir de modo cada vez más convencido sus pasos? El evangelista Mateo nos da una indicación clarificadora en las palabras con que Jesús acoge la confesión de Pedro: “ No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo.” La expresión carne y sangre evoca todo lo humano. Para pasar a El, el Señor exige dejar todos los conceptos y todas las seguridades humanas, racionales de mi inteligencia, comodidad, dinero... Estoy hablando para todos, pero especialmente para algunos de vosotros que han sentido esta llamada a las alturas. Todos estamos llamados, pero algunos ya tenéis mucho camino recorrido y me gustaría que llegáseis al encuentro, que pasáreis de la fe creída a la fe vivida, experimentada, al Resucitado, para que fuérais testigos del Viviente.

“No te lo ha revelado esto ni la carne ni la sangre..” La carne y la sangre evoca mi modo común de conocer, pensar y vivir, que he de dejar para que Dios Padre me revele a su Hijo, me dé la gracia de la Revelación de su Unigénito, el conocimiento verdadero y pleno de Cristo.

San Lucas nos da en esta escena del diálogo de Jesús con sus discípulo un dato que nos puede ayudar a comprender lo que estamos diciendo: Jesús preguntó a su discípulos después de haber orado a solas.(Cfr.Lc 9,18) Ambas indicaciones nos hacen tomar conciencia del hecho de que a la contemplación plena del Señor no llegamos solo con nuestras fuerzas, sino dejándonos guiar por la gracia. Solo la experiencia del silencio y de la oración, de los que hablaremos mañana, ofrece el horizonte adecuado en el que pueden madurar y desarrollarse el conocimiento más auténtico, fiel y coherente de aquel misterio, que tiene su expresión culminante en la solemne proclamación del evangelista Juan: “ Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo Único, lleno de gracia y de verdad” (Jn1,14)

“Queremos ver a Jesús” (Jn12,21). Esta petición, hecha, hecha al apóstol Felipe por algunos griegos que habían acudido a Jerusalén para la peregrinación pascual, es también nuestro deseo en estos días de preparación para la Pascua y en toda nuestra vida. Como aquellos peregrinos de hace dos mil años, también los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, nos piden a nosotros creyentes y apóstoles de Jesucristo no solo que les hablemos de Cristo sino en cierto sentido que se lo hagamos ver, que se lo mostremos. Este es el cometido de la Iglesia: reflejar la luz de Cristo en cada época y mostrar su rostro a las nuevas generaciones.

En la Carta Apóstolica “Al comienzo del nuevo milenío” dice el Papa a este respecto: “Nuestro testimonio será enormemente deficiente, si nosotros no fuéramos los primeros contempladores de su rostro.

Todo apóstol de Jesucristo, sea una madre o padre cristiano, que quiera transmitir y educar en la fe a su hijo, un seglar militante, un sacerdote, un obispo, cualquier cristiano que quiera conducir a Cristo a una persona, si quiere que su apostolado sea eficaz, debe contemplar todos los días este rostro del Resucitado, a no ser que quiera dar un rostro oscurecido y sin entusiasmo, menguado y desfigurado por las propias carencias y oscuridades. La fe es don de Dios que se transmite principalmente por contagio de los que experimentan al Viviente.

Quiero citar textualmente unas palabras del Papa referidas a todos, pero especialmente a los obispos y sacerdotes en las que nos anima a remar mar adentro en la contemplación del rostro de Cristo:

“En la causa del Reino no hay tiempo para mirar hacia atrás y menos para dejarse llevar por la pereza. Es mucho lo que nos espera y po eso tenemos que emprender una eficaz programación pastoral postjubilar.

Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el fácil riesgo del “hacer por hacer”. Tenemos que resistir a esta tentación, buscando ser antes que hacer. Recordemos a este respecto el reproche de Jesús a Marta: “Tú te afanas y te preocupas por muchas cosas y sin embargo sólo una es necesaria.(Lc10,41,44) Con este espìritu antes de someter a vuestra consideración una líneas de acción, deseo haceros partícipes de algunos puntos de meditación, sobre el misterio de Cristo fundamente absoluto de toda nuestra acción pastoral.”

Está claro, queridos hermanos y hermanas, que si apostolado cristiano debe ser llevar las almas a Cristo, no toda acciòn, aunque la realice un obispo o un sacerdote, es apostolado. El activismo, que dice el Papa, el hacer por hacer, sin fundarnos en Cristo, aunque hablen de Cristo o sobre Cristo: predicaciones, acciones, grupos, reuniones... pueden no llevar a Cristo, no aumentar la vivencia de Cristo, no convertir nuestros corazones a Cristo, aunque tambièn hay que confesar que la culpa no siempre puede ser del pastor sino de los que escuchan.

El grito del salmista: “Señor, busco tu rostro, tu rostro buscaré, Señor” (Sal27,8) debe ser el grito vital y permanente de todo el que quiera vivir o transmitir la fe. En Cristo glorioso el Padre nos ha bendecido y ha hecho brillar su rostro sobre nosotros.(SAl67m3) Jesús es el hombre nuevo, el Viviente que llama a pacticipar de su vida divina a la humanidad redimida.

La Iglesia mira ahora a Cristo resucitado. Lo hace siguiendo los pasos de Pedro que lloró por haberle renegado y retomò su camino confesando, con comprensible temo,r su amor a Cristo: “Tu sabes todo, tu sabes que te quiero”(Jn21,15f) Lo hacemos unidos a Pablo que lo encontró cuando lo perseguía en el camino de Damasco y quedó impactado por El: “Para mí la vida es Cristo y la muerte una ganancia” “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo, por El lo perdí todo..

.Despues de dos mil años de estos acontecimientos, la Iglesia los vive como si hubieran sucedido hoy. En el rostro de Cristo, su esposa contempla su tesoro y su alegría. “Jesus dulcis memoria, dans vera cordis gaudia...”¿Cuan duce es el recuerdo de Jesús, fuente de verdadera alegría del corazón. La Iglesia, animada por esta experiencia, retoma hoy su camino para anunciar a Cristo al mundo, al inicio del tercer milenio.

 

*********************************************

 

 

 

 

19ª.-TRIDUO CUARESMAL: 3ºdia: CAMINAR DESDE CRISTO (2001)(VSTETV)

 

QUERIDAS HERMANAS Y QUERIDOS HERMANOS: Es tanto y tan hermoso lo que dice el Papa en su carta apostólica “Al comienzo del tercer milenio”, en su capítulo tercero que titula: caminar desde Cristo, que sólo diré palabras suyas, palabras suyas que considero tan mías que alguno de vosotros pensará para sus adentros: el cura nos está diciendo otra vez lo mismo.

Porque lo mismo, lo que siempre os estoy predicando es lo que dice el Papa que debe  predicarse en las diócesis y en las parroquias y tener muy presente cuando traten de  organizarse las  actividades pastorales. No es vanidad, es afirmar una verdad que vosotros mismos   podéis comprobar un poco esta tarde y, sobre todo, si os decidís a leer esta Carta Apostòlica que estoy comentando.  Por eso, repito que solo diré ideas y palabras del Papa que considero tan mías que en ellas me encuentro perfectamente expresado y aprobado en mi predicación y en ser y actuar sacerdotal.

Comienza el Papa con un texto evangélico: “ He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fín del mundo.” (Mt 28,20) Esta certeza, hermanos, ha acompañado a la Iglesia durante dos milenios y debe acompañarla siempre porque es de donde debe sacar su renovado impulso de vida cristiana, haciendo además que sea la fuerza inspiradora de nuestro caminar creyente y apostólico. Conscientes de esta presencia del Resucitado entre nosotros, nos planteamos hoy la pregunta dirigida a Pedro por los que le escucharon el día de Pentecostés:“ ¿Qué hemos de hacer , hermanos?(He2,37)

Nos lo preguntamos con confiado optimismo aunque sin minusvalorar los problemas. No nos satisface ciertamente la ingenua convicción de que haya una formula mágica para los grandes desafíos de nuestro tiempo. Y dice aquí el Papa con énfasis: No, no será un fórmula lo que nos salve, pero sí una Persona y la certeza que ella nos infunde: ¡Yo estoy con vosotros! Cuántas veces ha resonado esta verdad en nuestra parroquia: el cristianismo no son dogmas, ni preceptos ni liturgías ni el quinto ni el sexto mandamiento, el cristianismo es una persona: Jesucristo. O esta otra expresión: no nos salvará la política, ni la ciencia, ni el poder ni el dinero, solo hay un salvador: Jesucristo, quien se ha encontrado con él ha encontrado la vida y la fuente de la felicidad. Si no hay encuentro con El, no puede haber cristianismo auténtico.

Y sigue el Papa: no se trata de inventar ahora para la Iglesia universal o particular un programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el Evangelio y la Tradiciòn viva. Se centra en definitiva en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar para vivir en él la vida divina y transformar con él la historia. Es un programa que no cambia al variar los tiempos y las culturas aunque deba tenerlas en cuenta para introducirse en ellas y transformarlas. Y a continuaciòn  pasa el Papa a señalar algunas prioridades pastorales que deben ser tenidas en cuenta en toda diócesis o parroquia cuando se quiera estar y trabajar y predicar en línea actual y evangélica.

 

PRIMERA PRIORIDAD APOSTÓLICA PARA TODA LA IGLESIA: LA SANTIDAD.

 

La santidad como tarea, como vida, como predicación.¿ Nos escucháis con frecuencia a los sacerdotes hablar de este tema, es esto lo que buscamos en nuestra reuniones o tareas apostólicas o caritativas...? El capìtulo V de la Constitución Dogmática Lumen Gentium sobre la Iglesia del Vaticano II está dedicado a la vocación universal a la santidad. Es una exigencia para todo bautizado. La santidad se nos da en el santo bautismo como un don de Dios y es una exigencia de la misma vida divina que se nos regala.

“Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1Tes.4,3) Es un compromiso que no afecta sólo a algunos cristianos. “Todos los cristianos, dice el Concilio. De cualquier clase y condición , están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfecciòn del amor.”

Recordar esta verdad elemental, poniéndola como fundamento de toda actividad podría parecer poco práctico. Qué puede significar, añade el Papa, esta palabra en una programación diocesana o parroquial? Responde: una diócesis o una parroquia programada desde y hacia la santidad es una opción llena de consecuencias. Significa, dice el Papa, que si el bautismo nos injerta en Cristo y nos hace templos de la Santísima Trinidad será un contrasentido separarnos y romper esta unión de vida y amor con Dios que es y se llama santidad cristiana. Romper esta uniòn de la gracia es llevar una vida contraria a Cristo y a su evangelio, una vida cristiana mediocre sin crecimiento en el amor y en las obras por El, una religiosidad superficial y una moral de mínimos. Quiero ser cristiano significa dejar entrar en mi corazón y en mi vida a Cristo y ponerse en el camino del Sermón de la Montaña: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”. (Mt5,48)

Este ideal de vida y de santidad, como explicó el Concilio, no ha de ser malentendido como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable solo por algunos genios de la santidad. Los caminos de la perfección cristiana son múltiples y adecuados a la avocación de cada uno. La vida entera de las parroquias y de las familias cristianas deben ser orientadas sin temores y sin cobardías hacia la santidad. Es el momento de proponer a todos con convicción este alto grado de vida cristiana que es la santidad, con las formas tradicionales de dirección personal y de grupos.

Para esta enseñanza y pedagogía de santidad, es decir, para enseñar a ser santos y para dirigir a los hermanos hacia la santidad, es necesario, ante todo, inculcar el arte de la oración. En la oración se desarrolla ese diálogo con Cristo que nos va convirtiendo en sus íntimos: “Permaneced en mí como yo en vosotros” (Jn15,4). Esta amistad mutua, esta relación personal es el fundamento mismo , el alma de la  vida cristiana y una condición indispensable para toda vida pastoral auténtica. La oración cristiana vivida ante todo en la liturgia eucarística pero también en la experiencia personal es el secreto de un cristianismo realmente vital, gozoso y experimentado que no debe temer nada porque se halla cimentado en la misma fuente de la vida que es Cristo.

No es acaso un signo de los tiempos el que hoy a pesar del secularismo halla una renovada necesidad de orar? La gran tradición mística, tanto de Oriente como de Occidente, puede enseñarnos a todos cómo la oración, verdadero diálogo de amor con Dios puede hacernos adentrarnos en el misterio de Cristo hasta ser configurados y poseidos totalmente por El bajo el impulso del Espíritu Santo y abandonados filialmente en el corazón del Padre. “El que me ame, será amado por mi Padre y yo lo amaré y me manifestaré a él”(Jn14,21)

 El camino de la oración es un camino apoyado enteramente por la gracia, que exige un intenso compromiso espiritual, que abarca y compromete a la persona y a su vida entera, cuerpo y alma, pensamientos y acciones, y suponen unas purificaciones muy dolorosas que llegan hasta las raices del yo(la noche oscura) para llegar así a ser poseidos y habitados por la Santísima Trinidad y por tanto con el gozo del cielo ya en la tierra que los místicos llaman matrimonio espiritual. ¿Còmo no recordar aquí, entre tantos testimonios espléndidos, la doctrina de S. Juan de la Cruz y de S. Teresa de Jesús?

Sí, queridos hermanos y queridas hermanas, nuestras comunidades cristianas tienen que llegar a ser auténticas escuelas de oración, dice el Papa. Creo que nuestra parroquia camina entre dificultades en esta dirección aunque a veces algunos o algunas no lo comprendan y nos critiquen por favorecer los grupos de oración. Y sigue el Papa: Se equivoca quien piense que el común de los cristianos se puede conformar con una oración superficial, incapaz de llenar su vida. Hace falta que la educación en la oración se convierta de alguna manera en un punto determinante de toda programación pastoral. Cuánto ayudaría que no sólo en las comunidades religiosas, sino también en las parroquias nos esforzáramos más para que todo el ambiente espiritual estuviera marcado por la oración.

Y en este camino de prioridades  pastorales, el Papa añade una tercera a la santidad y oración: LA EUCARISTIA DOMINICAL. Cuántas veces he predicado y tengo escrito en la Hoja Parroquial: SIN MISA DE DOMINGO NO HAY CRISTIANISMO. Si preguntáis a nuestros niños de primera comunión sobre esta verdad, solamente tenèis que decir: SIN MISA DE DOMINGO, y ellos añaden rápidamente: NO HAY PRIIMERA COMUNIÓN. Pues el Papa insiste en este sentido y yo esta tarde lo voy a hacer con palabras e ideas suyas. El mayor empeño de las parroquias se ha poner en la liturgia eucarística, cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. “ Es preciso insistir en este sentido, dando un realce particular a la eucaristía dominical y al domingo mismo, sentido como día especial de la fe, día del Señor resucitado y del don del Espíritu, verdadera Pascua de la semana.

Desde hace dos mil años, el tiempo cristiano está marcado por la memoria de aquel “primer día después del sábado” (Mc16,2.9) en el que Cristo resucitado llevó a los apóstoles el don de la paz y del Espíritu(cfr.Jn20,1) La verdad de la resurrección de Cristo es el dato originario sobre el que se apoya la fe cristiana, acontecimiento que es el centro del misterio del tiempo y que prefigura el último día, cuando Cristo vuelva glorioso.

Por tanto quisiera insistir, añade el Papa, en la línea de mi exhortación “dies Domini”, para que la participación en la Eucaristía sea, para cada bautizado, el centro del domingo. Es un deber irrenunciable que se ha de vivir no como un precepto sino como necesidad de una vida cristiana verdaderamente consciente y coherente.

La Eucaristía dominical, congregando semanalmente a los cristianos como familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de Vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión. Es un lugar privilegiado donde la común uniòn de los cristianos en una comunidad parroquial es anunciada y cultivada, es decir, la misa del domingo expresa a qué comunidad  pertenece cada uno y  cultiva esta pertenencia. Es sencillamente poner en pràctica lo que ya había dicho el Vaticano II: :”Ninguna comunidad cristiana se construye sin no tiene como raiz y quicio la celebraciòn de la santísima eucaristía.”  Frase que puse hace treinta años sobre la puerta del Cenáculo.

Termina el Papa diciendo: precisamente a través de la participaciòn eucarística, el domingo, día del Señor, se convierte también en el día de la Iglesia que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad. Objetivando y concretando estas palabras, el papa nos viene a decir: Más que todos los grupos parroquiales, más que todas las obras de apostolado o de formación, más que todas las obras de caridad lo que construye y hace la parroquia es la misa del domingo. La misa del domingo, juntado a todos los cristianos en torno a la mesa de la palabra y de la Eucaristía, es la que hace la comunidad parroquial. Esto no lo afirmamos interesadamente los párrocos, lo dice el Papa, el Vaticano II y el evangelio.

 

**************************************

 

20ª.-  «VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS» (Jn15, 14)

 

Queridos hermanos: Estamos convencidos, y también vosotros, de que nuestra vida y ministerio se fundamentan en nuestra relación personal e íntima con Cristo, que nos hace partícipes de su sacerdocio. Esta vinculación Jesús la sitúa en el ámbito de la amistad: «Vosotros sois mis amigos», nos dice.Hoy escuchamos estas mismas palabras. La iniciativa partió de Él. Fue Jesús quien nos eligió como amigos y es en clave de amistad como entiende nuestra vocación. Llamó a los apóstoles «para estar con Él y enviarlos a predicar» (Mc 3, 14).

Lo primero fue «estar con Él», convivir con Él, para conocerle de cerca, no de oídas. Él les abrió el corazón. Como amigo, nada les ocultó. Ellos pudieron conocer, incluso, su debilidad, su cansancio, su sed, su sueño, su dolor por la ingratitud o por el rechazo abierto, el miedo en su agonía... Conocerle a Él, en esta experiencia de amistad, supera todo conocimiento, afirma san Pablo (cf. Flp 3, 8-9).

Esta amistad, nacida de Jesús y ofrecida gratuitamente, es un don valioso y espléndido. Es una experiencia deseada y generadora de «vida y vida abundante». Lo primero es conocerle y amarle personalmente. El conocimiento y el amor nos hacen testigos: «Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, […] os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros>>.

            Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que vuestro gozo sea completo» (1 Jn 1, 3-5). El Señor nos envía a «ser sus testigos». El el mundo de hoy atiende más a los testigos que a los maestros, y que, si atiende a los maestros, es porque son testigos. Con la fuerza del Espíritu Santo, los apóstoles confesarán después de la Pascua: «Somos testigos» (Hch 3, 15). También nuestro mundo necesita hoy que los sacerdotes salgamos a su encuentro diciendo «somos testigos», «lo que hemos visto y oído os lo anunciamos». La fuente de este anuncio está en la intimidad con Jesús: «El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible».

Nuestro ser y existir sacerdotal nos invita a «perseverar en nuestra vocación de amigos de Cristo, llamados personalmente, elegidos y enviados por Él». Una clave fundamental para vivir así sacerdotalmento ha de ser «renovar el carisma recibido», lo que implica «fortalecer la amistad con el amigo». 

Jesús, desde el Sagrario o la santa Custodia nos está diciendo continuamente: «Ya no os llamo siervos, sino amigos: en estas palabras se podría ver incluso la institución del sacerdocio. El Señor nos hace sus amigos: nos encomienda todo; nos encomienda a sí mismo, de forma que podamos hablar con su “yo”, “in persona Christi capitis”. ¡Qué confianza! Verdaderamente se ha puesto en nuestras manos… Ya no os llamo siervos, sino amigos. Este es el significado profundo del ser sacerdote: llegar a ser amigo de Jesucristo. Por esta amistad debemos comprometernos cada día de nuevo».

El trato con el Señor tiene un nombre: la oración, «el monte de la oración». «Sólo así se desarrolla la amistad…».Queridos hermanos sacerdotes: «sólo así podremos desempeñar nuestro ministerio eternamente; sólo así podremos llevar a Cristo y a su Evangelio a los hombres, aunque de forma diferente, según edad y circunstancias, pero somos sacerdotes de Crito eternamente, los seguiremos siendo en el cielo». La oración del sacerdote es acción prioritaria de su ministerio. Diez de mis libros hablan de esto y lo desarrollan con fuerza y claridad. «El sacerdote debe ser, ante todo, un hombre de oración», como lo fue Jesús.

De ahí la necesidad y conveniencia de los jueves eucarísticos. Esta oración sacerdotal nuestra es, a la vez, una de las fuentes de santificación de nuestro pueblo. Lo expresamos mediante la Liturgia de las Horas que se nos encomendó el día de nuestra ordenación diaconal. Esto fue lo que hicieron todos los sacerdotes santos  como lo hizo y vivió el santo Cura de Ars con las largas horas de oración que hacía ante el Sagrario de su parroquia.

2.- «Amistad significa también comunión de pensamiento y de voluntad», de «tener los mismos sentimientos de Cristo», que se asimilan con el trato, la escucha, el amor. Nos acreditamos como sacerdotes en la amistad e intimidad con Jesús. Él nos comunica sus sentimientos de Buen Pastor. Esta realidad no se vive, no se disfruta de modo inconsciente o rutinario, sino con el esfuerzo necesario, con la esperanza en Él, con su gracia y con ilusión compartida.

Esta amistad es expresión de la fidelidad de Dios para con su pueblo y reclama nuestra fidelidad, que es una nota del amor verdadero. La fidelidad brota espontánea y fresca de la amistad sincera. En la fidelidad el primero es el otro. Nosotros somos sacerdotes por la amistad indecible de Jesús, una amistad que exige gratitud y reconocimiento de su señorío: escucharle, no ocultarlo, transparentarlo, darle siempre el protagonismo. Él ha de crecer y nosotros menguar. La fidelidad reclama, a la vez, perseverancia, porque la fidelidad es el amor que resiste el desgaste del tiempo. Somos conscientes de que esta amistad, núcleo de nuestra vida y ministerio, «es tesoro en vasijas de barro» (2 Cor 4, 7); reconocemos nuestras fragilidades y pecados; nuestras manos son humanas y débiles. Sin embargo, confesamos con María, nuestra Señora, que en los pobres y débiles Dios sigue haciendo obras grandes.

Queridos hermanos sacerdotes: todos los jueves deben ser eminentemente sacerdotales y son  una ocasión propicia para agradecer, profundizar y dar testimonio de nuestra amistad con Jesús, y repetir con el salmista: «Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad» (Sal 16). Y no olvidemos que la satisfacción y alegría por el ministerio sacerdotal es una clave fundamental de la pastoral vocacional... «VOSOTROS SOIS MIS AMIGOS» (Jn 15, 14)

 

***********************************

21ª. «SE LA CARGA SOBRE LOS HOMBROS, MUY CONTENTO»(Lc 15, 5)

 

Los mismos que fueron llamados para «estar con Él» fueron «enviados a predicar». La misión apostólica es constitutiva de la vocación. Nuestra misión es la del propio Jesús: «Como el Padre me envió, así os envío yo»; y ha de llevarse a cabo como lo hizo Jesús: «Yo soy el buen pastor». La imagen del «buen pastor», recordada y admirada en las primeras comunidades en referencia a Cristo Resucitado y presente en medio de su Iglesia, sirvió también para identificar a los que en nombre de Cristo cuidaban de la comunidad cristiana: «Tened cuidado de vosotros y de toda la grey, en medio de la cual os ha puesto el Espíritu Santo como vigilantes para pastorear la Iglesia de Dios» (Hch 20, 28).

La tarea del pastor es cuidar, guiar, alimentar, reunir y buscar. Buscar es hoy especialmente necesario. Desde el seno del Padre, el Señor vino a buscar a la humanidad perdida. La parábola del buen pastor da fe de ello y en la parábola del buen samaritano el hombre apaleado en el camino representa a la humanidad caída, ante la que, conmovido, Cristo se inclina, la cura y levanta. Él vino a buscar a los alejados y a ofrecerles el amor de Dios. Vino a buscar la oveja perdida y, compadecido, se la echó al hombro lleno de alegría, como narra san Lucas. Buscó a los dos de Emaús, la misma tarde de Pascua. Buscó a los apóstoles en su miedo y desilusión y les regaló el soplo del Espíritu Santo. También hoy Jesús sale cada día a buscarnos y no deja de enviarnos la fuerza de su Espíritu, principal agente de la evangelización.

Buscar es hoy tarea del buen sacerdote. Nuestros rediles decrecen. Las palabras «también tengo otras ovejas que no son de este redil; también a esas las tengo que conducir» (Jn 10, 16) siguen resonando en nuestro corazón. «Salid a buscar», decía el rey, para celebrar la boda de su Hijo (cf. Lc 14, 21). Todos los hombres son ovejas del rebaño que Dios ama. Por tanto, siguiendo las huellas de Jesucristo, el pastoreo del sacerdote no es sedentario, sino a campo abierto. Por eso nos sentimos tan orgullosos de los sacerdotes que anuncian el Evangelio en otros países. Buscar es trabajo misionero. Se nos preparó a muchos, preferentemente, para cuidar una comunidad ya constituida.

Hoy, en cambio, cuando en muchos de nosotros ha aumentado la edad, además de cuidar la comunidad existente, el Señor nos pide «conducir otras ovejas al redil». Es tiempo de «nueva evangelización » y de primer anuncio en nuestro propio territorio.    En esta tarea, la comunidad y el pastor, a la vez, han de ser hoy los misioneros. De aquí que el buen sacerdote sea consciente, y sepa bien, en qué medida ha de apoyar a los laicos y contar con ellos.

Asimismo, ha de unir esfuerzos con los distintos carismas de la vida consagrada. De todo ello nos habla el Papa en su Carta del Año Sacerdotal.

NECESIDAD DE ORAR POR LAS VOCACIONES

 

NECESITAMOS PASTORES CONFORME AL CORAZÓN DE CRISTO, ÚNICO PASTOR DEL MUNDO.

           

Los sacerdotes, las madres y padres cristianos, añadiría hoy día los abuelos, todo cristiano, tenemos que ser los catequistas de Cristo para el mundo actual, los necesitamos, debemos ser buenos pastores y apóstoles de Cristo, debemos tratar de amar y apacentar el rebaño de Cristo a nosotros confiado, porque todos somos miembros de su cuerpo y por la fe y por el amor, debemos predicar a Cristo, ser los primeros educadores de la fe de nuestros hijos, llevarlos de la mano a la Iglesia, porque si ellos nos ven rezar y comulgar y ama al Señor, esa lección no se les olvidará. Hoy es un día para recordar una de las tres frases que han de aprender y repetir los niños de primera comunión: Si tenemos padres cristianos

            Tenemos que esforzarnos porque conozcan a Cristo, vayan a las catequesis pertinentes y los sacramentos los reciban con las disposiciones necesarias para que sirvan para la gloria de Dios y la salvación de los que los reciben. Tenemos que ser ejemplo de virtudes evangélicas en el hogar y en nuestra profesión y trabajos; debemos enseñarles a orar y meditar el evangelio; la misa del domingo debe ser el centro de toda nuestra vida cristiana.

Igualmente debemos defender a nuestros hijos, a todos los creyentes de tantos peligros como hoy amenazan su vida de fe y amor a Dios. Ante tanto materialismo ateo y militante, ante tanto laicismo sin Dios, hemos de instruirles en los verdaderos valores del Evangelio y de la vida cristiana, luchando contra tanto aborto, eutanasia, amor libre, sexo, como si el amor no tuviera otras dimensiones superiores y más necesarias y plenificantes.

Es mucha la tarea de los buenos pastores cristianos ante este mundo que se va descristianizando y paganizando.

Y para ser buenos pastores y educadores de la fe, el Señor en el evangelio de hoy nos enseña que debemos ser hombres de oración: Venid vosotros a un sitio aparte…Necesitamos mucha fuerza de oración y gracia de Dios como nos enseña Jesús en el evangelio de este día. Todos los pastores deben ser hombres de oración, de súplica, de intercesión, de buscar la soledad para encontrarse más íntima y profundamente con Dios, único pastor de todos los hombres.

 

Poema al Santísimo Sacramento

 

Entre tantas dudosas certidumbres

que me mienten, halagan los sentidos,

Tú, callado y sin nubes, tan desnudo,

tan transparente de ternura y trigo.

¿Qué me quieres decir labios sellados

desde tu oculto y cándido presidio?

¿Qué me destellas, ay, qué me insinúas,

que quieres, Amor, Secreto mío?

Mas sé lo que quieres, lo que buscas.

Si la esperanza es prenda de prodigios,

si el sol de Caridad arde sin tregua,

lo que pides es Fe, los ojos niños.

Quererte, sí, y creerte. ¿Tú me esperas’?

¿Me quieres Tú’? ¿De veras que yo existo’?

¿Tú me crees, Señor’? Yo te creo

y quiero creer en Ti, quererte a Ti y contigo.

Ya me tienes vaciado, vacante de fruto y flor,

desposeído de todo, todo para Ti, Señor. (...)

Tierno y preciso estás, manso y sin prisa,

dulce y concreto estás, Secreto mío.

¿Qué valen todas mis verdades turbias

ante esa sola, oh Sacramento nítido?

En Ti y por Ti yo espero y creo y amo,

en Ti y por Ti, mi Pan, Misterio mío.

MURAL COLOCADO EN LA IGLESIA DEL CRISTO DE LAS BATALLAS  EN EL QUE LOS NIÑOS EMPEZARON PONIENDO PALABRAS Y PIROPOS DE AMOR A JESÚS Y LOS MAYORES CONTINUARON CON PETICIONES Y AGRADECIMIENTOS

CARTEL DE LOS CINCO MINUTOS DE ORACIÓN CON EL SEÑOR EN EL SAGRARIO

 

CAMPAÑA DE LOS CINCO MINUTOS DIARIOS DE ORACIÓN EUCARÍSTICA

 

NO SE VAYA DE ESTA IGLESIA SIN HABLAR CON JESUCRISTO PRESENTE EN EL SAGRARIO.

 

PUEDEMIRARLE CON MIRADA DE AMOR.

 

PUEDEHABLARLE DE SUS COSAS Y PROBLEMAS.

 

PUEDEREZARLE ALGUNA DE LAS ORACIONES QUE SABE.

 

PUEDECOGER ALGUNA DE LAS HOJAS DE LA MESA, LEERLA Y COMENTARLA CON ÉL.

 

PUEDE...PERO NO SE VAYA SIN DECIRLE ALGO. ÉL LLEVA DOS MIL AÑOS ESPERÁNDOLE.

 

****************************************

 

 

PRÓLOGO DEL LIBRO

Tienes en tus manos, querido lector, un libro poco habitual entre nosotros. Lo comprobarás tú mismo en cuanto te adentres en su contenido.

Aparentemente es un libro más sobre la eucaristía. Y, ciertamente, es un tema común en la literatura religiosa de todos los tiempos. Pero, en esta ocasión, se nos ofrece una interesante novedad: la ciencia teológica Bbien digerida por el autor- se complementa con la sapientia teologal del sacerdote que nos describe su propio trasfondo espiritual.

La fluidez y locuacidad con las que están escritas estas páginas retratan a la perfección el carácter vehemente, impetuoso y apasionado de este hermano sacerdote, cuando se trata Ade las cosas de Dios@. Y es que, hay ocasiones en las que las palabras se enraciman a borbotones para definir con una nitidez magistral los aspectos más secretos del misterio divino de nuestra fe y del misterio humano de nuestro corazón.

Esto sólo puede salir de una persona creyente, de un alma espiritual, de un orante. Por eso, se convierte, sin pretenderlo, en un maestro de oración, en un conocedor de la vida espiritual, tan descuidada en nuestros ambientes eclesiales de nuestros días.

Y ya que estamos en este clima de íntima confesión fraterna, quiero descubrir al lector tres latidos que obsesionan constantemente al autor en su vida y que contagia inevitablemente en cada una de las páginas de la obra que presentamos.

- En primer lugar, su pasión por Cristo, comprendido en el misterio insondable de la Santa Trinidad y revelado en esta etapa final de los tiempos como Vivo y Resucitado.

- En segundo lugar, su pasión por la Eucaristía, a la que dedica muchas horas del día, del año... de la vida; no sólo en la celebración litúrgica, sino también en la adoración silente. Ahí, en este contexto, es donde ha madurado la ciencia teológica y la experiencia pastoral.

- En tercer lugar, su pasión por el sacerdocio. Porque... -no lo olvidemos-, Gonzalo es un párroco y pastor enamorado de su ministerio presbiteral. Por eso valora la vida y el ministerio de los sacerdotes, se preocupa por el seminario y los seminaristas... y extiende su preocupación por todas las vocaciones en la vida de la Iglesia, como un servicio insustituible al Señor y a su Iglesia en sacrificio generoso y entrega gratuita.

En fin, querido lector, son breves retazos que quieren animarte a disfrutar de estas páginas que son Avida@; vida sintetizada en palabras y grafías incapaces de recoger y expresar la riqueza vivida Aa los ojos de Dios@.

Aún así, merece la pena contar hoy con escritos «sapienciales» como estos. Por eso, felicito al autor por regalarnos su intimidad espiritual y alentarnos a recorrer el camino hacia la intimidad con Dios. El, tan buen alumno de san Juan de la Cruz, nos guía con su experiencia para llegar a ser perfecto discípulo de Cristo. Gracias, de nuevo, Gonzalo.

Y ¡buena lectura, querido lector!

 

Aurelio García Macías

Delegado Diocesano de Liturgia

Valladolid.

(HOY EN ROMA, OBISPO SECRETARIO DE LA S.C. DE LITURGIA)

 

ÍNDICE

Oraciones eucarísticas………………………………………………….…… 3

1º jueves  la eucaristía como presencia (24-1-19)………….. 9

2º jueves (31-1-19)la eucaristía como misa…………………..13

3 Jueves El mundo necesita Eucaristía  ………………..……….19

4 Jueves La Eucaristía, escuela de oración…………………….23 

5 Jueves Quinta homilía del Corpus……………………………..…27

6 Jueves La Espiritualidad de la Eucaristía…………..…………32

7 Jueves Reclinar mi cabeza en Cristo Eucaristía……………..36

8 Jueves Vivencias de la Eucaristiá…………………………………..42

9 Jueves Teología bíblica de la Adoración Eucarística…….47

10 Jueves La Eucaristia, la mejor escuela de oración……….54

11 Jueves Al comulgar me encuetro con los sentimientos de Xto.58

12 Jueves La Comunión alimenta nuestra unión con Xto…62

13 Jueves La oración ante el Sagrario, escuela de oración65

14Jueves La adoración eucarística………………………..…………70

15 Jueves En el Sagrario está el Cristo de la hemorroisa…77

16 Jueves En el Sagrario nos espera el Cristo hemorroísa.81

17 Jueves En el Sagrario el Xto que calmó tempestades.86

18 Jueves En el Sagrario nos espera Amigo de Marta y María..90

19 Jueves Cristo es Sacerdote único y Eucaristía perfecta……….95

20 Jueves En el Sagrario está el Cristo que se apareció

    a Pedro en el lago…………………………………………………………….…101

 

MEDITACIONES EUCARÍSTICAS

 

1ª En el Sagrario nos está esperando el mismo Cristo que salvó a la adúltera y le perdonó sus pecados………………………….……….105

2ª En el Sagrario nos está esperando el mismo Cristo que curó a Tomás de su falta de fe………………………………………...……..….106

3ª En el Sagrario nos espera siempre el Señor llagado de amor…………………………………………………………………………………111

4ª En el Sagrario nos espera el Corazón que tanto ama a los hombres y a cambio… recibe muchos abandonos y desprecios……..………………………………………………………………….113

          

5ª ¿Por qué amar a Cristo? “Poque Él nos amó primero…”………115

6ª Jesucristo, para todos, el mejor modelo de oración, santidad  y apostolado………………………………………..………………………………120

7ª En el Sagrario Jesús es el mejor modelo y guía de nuestra fe, esperanza y caridad…………………………………..……………………….125

8ª Jesús en el Sagrario es el camino, la verdad y la vida eterna comenzada………………………………………………………………………..126

9ª Jesús desde el Sagrario está intercediendo al Padre por todos sus hermanos, los hombres, por los cuales se encarnó y murió y resucitó……………………………….…………………………………………….…130

10ª Jesús, desde el Sagrario, nos está diciendo a todos:”Acordáos de mí”…………………………………………………………………………………132

11ª Por la oración ante el Sagrario nos vamor transfigurando en Cristo……………………………………………………….………………………….135

12ª Hora Santa sacerdotal………………………………………………..137

13ª ¿Por qué amar a Jesucristo?................................141

14ª Jesucristo Eucaristía, pan de vida eterna:¡Oh eternidad,eternidad!........................................................145

15ª Para hablar de Jesucristo…………..…………………………..………150

16ª ¡Jesucristo! …………………………………………………………………...152

17ª Triduo cuaresmal: 1ª día: ¿Quién es Jesucristo?..............153

18ª Triduo cuaresmal: 2ª día: “Contemplar a Cristo dolorido.156

19ª Triduo cuaresmal: 3ª día:Caminar y vivir lavida con Cristo159

20ª  “Vosotros sois mis amigos” (Jn. 15,14)………………..162

21ª  “Se la carga sobre los hombros, muy contento” (Lc. 15,5)164

22… Necesitamos orar por las vocaciones…………………..…….……165

       Poema al Santísimo Sacramento……………………………………166

       Cartel de los cinco minutos con el Señor en el Sagrario…..167

      Testimonio de un sacerdote amigo,hoy obispo,sobre el

      autor………………………………………………………………….………………..169


[1] JEAN  MAALOUF, Escritos Esenciales. Madre Teresa de Calcuta. Sal Terrae  2002, p. 79)

[2] NMI 38.

GONZALO APARICIO SÁNCHEZ

Altar de mi parroquia de Jaraiz de la Vera, donde hice mi primera comunión, ayudé como monaguillo y celebré mi primera misa solemne y Sagrario, donde hice mis primeras visitas a Jesús Eucaristía y nació y se alimentó mi vocación sacerdotal.

¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EN EL SAGRARIO?

PARA ORAR ANTE EL SAGRARIO

PARROQUIA DE SAN PEDRO.- PLASENCIA.- 1966-2018

PRÓLOGO

AYUDAS PARA LA ORACIÓN EUCARÍSTICA

        Esto es lo que pretende ser este libro. Quiere ser una ayuda sencilla y popular para pasar ratos de amistad junto a Jesucristo Eucaristía en el Sagrario, ayuda fácil y asequible en el fondo y en la forma. Es el camino que todos nosotros hemos seguido más o menos igual en las primeras etapas; primera etapa: rezo del Padre nuestro y Avemaría en la Estación al Santísimo Sacramento; luego, pasando el tiempo y avanzado un poco en la oración hemos hecho la meditación ante Jesús Eucaristía en el Sagrario  con la lectura meditativa,  reflexionando y meditando ante su Presencia Eucarística hasta llegar con los años y purificación de nuestros fallos y pecados a una mayor intimidad y experiencia de Jesús en el Sagrario; finalmente si avanzamos en esta etapas de purificación y santidad podemos llegar finalmente a no rezar ni siquiera meditar nosotros sino que Cristo por la oración-conversión  realizada, al estar nosotros vacios de nosotros mismos y de nuestras imperfecciones, Él nos llena y nosotros lo sentimos con la simple mirada o contemplación de amor a Jesús Eucaristía. Me gustaría ver así a Jesús acompañado en todos los Sagrarios de nuestras parroquias e iglesias, principalmente por sus sacerdotes.

        Este libro está concebido para personas que llegan a la iglesia, están ante el Señor, y, al principio, no se les ocurren muchas ideas y formas para meditar o hablar con el Señor. Son almas sencillas y buenas cristianas, pero que necesitan ayuda. Por eso, empieza con oraciones y cantos sencillos

        Lo he podido comprobar en mi larga vida pastoral. En concreto, en mi parroquia, desde hace cuarenta años, en una mesa, ponía folios, revistas, homilías y meditaciones, artículos interesantes de Revistas.   

Desde hace diez años, en los bancos, ahora en una estantería colocada y «enclavada» en la pared, he puesto los evangelios y diversos libros con esta inscripción: AYUDAS PARA LA ORACION.

La gente llega, y si tiene tiempo y le apetece o lo necesita, coge el evangelio o el libro que le gusta y a leer, meditando, reflexionando. Luego, una vez terminada su oración, vuelven a colocarlo en la estantería; o lo dejan en el banco y sirve para que otros lo cojan, sin moverse. Así seguimos durante muchos años.

        Por lo tanto, tú has llegado a la iglesia, has cogido este libro o lo traes de casa, haces la señal de la cruz, y empiezas ya a meditar con la invocación que haces al Espíritu Santo; a continuación puedes meditar o cantar mentalmente  el canto que te guste, para esto pongo varios, y empiezas a leer, meditando, paras un poco, mirando al Sagrario, hablando y pidiendo luz al Señor y fuerzas para realizar en tu vida lo que meditas, vuelves a leer despacio, le hablas de tus cosas y problemas, le das gracias, miras otra vez al Sagrario, hablas con tu Amigo que siempre está en casa, con los brazos abiertos, en amistad permanente, revisas tu vida, pides perdón, prometes... y así hasta cumplir el tiempo que te tienes asignado.

Eso sí, para hacer oración diaria, como camino de vida, es necesario y obligado tener un tiempo y una hora fija, de la mañana o de la tarde, y no dejarlo para cuando tengas tiempo. Porque entonces no tendrás tiempo muchas veces, te olvidarás y terminarás dejándola. Testigo, la experiencia personal y de mi vida pastoral, mis feligreses. Y antes de terminar esta introducción, quisiera decirte dos cosas sobre la adoración eucarística.

Mi experiencia personal y pastoral, lo que he visto en mí mismo y en las personas a las que he acompañado en este camino de la oración, es que este camino es muy personal; hay tantos caminos como caminantes, porque «se hace camino al andar”, que diría el poeta; no hay reglas fijas para recorrer el camino, pero hay que andarlo.

Ahora bien, así como no impongo ningún método especial para hacer oración, sin embargo, para andar este camino, desde el primer kilómetro, hay tres verbos que deben estar siempre juntos porque se conjugan igual y no pueden separarse jamás: amar, orar y convertirse. En el momento que cualquiera de estos tres verbos falle, fallan los otros, y se acabó la oración personal verdadera; se convertirá en una práctica rutinaria, en el caso de que continúe haciéndose.

Lo repetiré mil veces y siempre,  estos tres verbos amar, orar y convertirse se conjugan igual: quiero o estoy decidido a amar a Dios, en ese mismo momento quiero orar y quiero convertirme a Dios, vivir para Él; oro y no me convierto a lo que Cristo Eucaristía me dice en la oración, no amo de verdad a Cristo y se acabó la oración, aunque no los rezos; si quiero  orar de verdad, es porque quiero convertirme; me canso de convertirme, me he cansado de orar y amar más a Dios. El problema de la oración en los creyentes será siempre problema de conversión.

        Para empezar, para iniciarse en este camino de la oración, de «encuentro de amistad» con Cristo, lo ordinario es necesitar de la lectura para provocar el diálogo; si a uno le sale espontáneo, lleva mucho adelantado en amor y en oración, pero no es lo ordinario: hay que leer meditando, orando, o meditar leyendo: es la tradición: «lectio, meditatio, oratio et contemplatio».

Necesitamos la lectura, principalmente de los evangelios, de textos litúrgicos o de libros santos, escritos por hombres de oración; lógicamente el Oficio de Lectura es un camino estupendo, pero también pueden ayudar para empezar libros sencillos y comprensibles, siempre llenos de amor, sobre todo a Jesucristo Eucaristía.

Y es que la oración puede hacerse en muchos sitios y de muchas maneras, pero teniendo al Señor, deseoso de nuestra amistad, en cualquier Sagrario de la tierra, -- para eso se quedó con nosotros hasta el final de los tiempos--, con solo mirar y ver que te está mirando, ya te sale o provoca la oración, el diálogo, el tratar de hacer lo que te dice.

Esta ha sido mi intención al escribir este libro, porque sólo he pretendido que Jesús sea más conocido, amado y seguido, y para esto: oración ante el Sagrario, la oración con Jesús en el Sagrario es el mejor camino.

Es necesario que el creyente aprenda a situarse ante Jesús Eucaristía, y si no le sale nada, que lea  libros que ayuden a la lectura espiritual meditada, que aprenda a situarte al alcance de la Palabra de Dios, a darle vueltas en el corazón, a dejarse interpelar y poseer por ella, a levantar la mirada y mirar al Sagrario y consultar con el Jefe lo que estás meditando y preguntarle y pedirle luz y fuerza y lo que se te ocurra en relación con Él; y Cristo Eucaristía, que siempre nos está esperando en amistad permanente con los brazos abiertos, con solo su presencia, “en espíritu y verdad” te dirá e irá sugiriendo  muchas cosas con deseos de mayor amor y amistad.

Y te digo que procures hacer la oración particular o personal junto al Sagrario, porque toda mi vida, desde que empecé, lo hice así y me ha ido muy bien. No entendí nunca la oración en la habitación teniendo al Señor tan cerca y tan deseoso de amistad, la oración ante el Sagrario siempre es más fácil y directa, basta mirar; y esto, estando alegre o triste, con problemas y sin ellos, la oración sale mejor y más cercana y amorosa y vital en su presencia eucarística; es lógico, estás junto al Amigo, junto a Cristo, junto al Hijo Amado y Predilecto del Padre, junto a la Canción de Amor en la que el Padre nos canta su proyecto de Amor para el hombre, y siempre con Amor de Espíritu Santo. Estamos junto a «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» esto es, por la fe. Te lo dice S. Juan de la Cruz, maestro de la oración.      

No lo olvides: lo importante de la oración y para hacer oración es querer amar más a Dios; y para eso, para amarle de verdad y no solo de palabra, automáticamente necesitas orar, hablar con Él todos los días, tener el encuentro diario de amistad, como pasa en todas las amistades humanas; y finalmente, al hablar con Él “en espíritu y verdad”, necesitas irte convirtiéndo a lo que te dice, vivir en tu vida lo que recibes en la oración, moderando la lengua, tus defectos de yo y soberbia y críticas que impiden la amistad con Jesús todo amor y caridad a los hombres, necesitas ir cambiando tus formas de ser y vivir y hablar, formas de  comportamiento, convirtiéndote  a lo que Jesús es y te dice en la oración y de todo lo que impide la amistad con Cristo: “todo lo demás se os dará por añadidura”.

        Querido amigo, como uno se canse de convertirse, se acabó la unión perfecta y amistad con Cristo verdadera, aunque seas cura, obispo, cardenal y …; tendrás ideas de Cristo en la oración, pero no oración-encuentro con Cristo y a este tema dedica S. Juan de la Cruz sus libros y es el camino de la oración-conversión primero activa, hecho por ti, luego pasiva, sufrida por ti, para llegar a la unión con Cristo: “las noches del sentido y del espíritu”. Y este será el problema esencial de la Iglesia de todos los tiempos, sobre todo actuales, falta de experiencia de Dios en lo que predica, celebra, comulga o medita... y digo experiencia, no puro conocimiento teológico o frío, éste no es suficiente, hay que llegar a vivir como Cristo: “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón”. Eso es comulgar verdaderamente con Cristo, vivir su misma vida, no meramente comerlo en el Sacramento Eucarístico.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ORACIONES EUCARÍSTICAS

 

I

¡JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA, CANCIÓN DE AMOR DEL PADRE, REVELADA EN SU PALABRA HECHA CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA, CON AMOR DE ESPÍRITU SANTO!

¡JESUCRISTO, EUCARISTIA DIVINA,  TEMPLO, SAGRARIO Y MORADA  DE MI DIOS TRINO Y UNO!

¡CUÁNTO TE DESEO, CÓMO TE BUSCO, CON QUÉ HAMBRE DE TI CAMINO POR LA VIDA, QUÉ NOSTALGIA DE MI DIOS TODO EL DÍA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO VERTE PARA TENER LA LUZ DEL CAMINO, DE LA VERDAD Y LA VIDA.

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO ADORARTE, PARA CUMPLIR LA VOLUNTAD DEL PADRE CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA!

¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, QUIERO COMULGARTE, PARA TENER TU MISMA VIDA, TUS MISMOS SENTIMIENTOS, TU MISMO AMOR!

Y EN TU ENTREGA EUCARÍSTICA, QUIERO HACERME CONTIGO SACERDOTE Y VÍCTIMA AGRADABLE AL PADRE, CUMPLIENDO SU VOLUNTAD, CON AMOR EXTREMO, HASTA DAR LA VIDA.

QUIERO ENTRAR ASÍ EN EL MISTERIO DE MI DIOS TRINO Y UNO, POR LA POTENCIA DE AMOR DEL ESPÍRITU SANTO.

 

II

 

            ¡JESUCRISTO EUCARISTÍA, HIJO DE DIOS ENCARNADO, SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO Y EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA, ADORACIÓN Y ALABANZA AL PADRE. TÚ LO HAS DADO TODO POR NOSOTROS CON AMOR EXTREMO HASTA DAR LA VIDA Y QUEDARTE AHÍ SIEMPRE EN EL SAGRARIO EN INTERCESION Y OBLACIÓN PERENNE AL PADRE POR LA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES!

¡TAMBIÉN YO QUIERO DARLO TODO POR TI Y PERMANECER JUNTO A TI EN EL SAGRARIO INTERCEDIENDO POR LA  SALVACIÓN DE LA IGLESIA Y DEL MUNDO ENTERO!

¡YO QUIERO SER Y VIVIR SIEMPRE EN TI; QUIERO SER TOTALMENTE TUYO, PORQUE PARA MI TU LO ERES TODO, YO QUIERO QUE LO SEAS TODO!

  

¡JESUCRISTO, EUCARISTÍA PERFECTA DE OBEDIENCIA Y ADORACIÓN AL PADRE, YO CREO EN TI!

 

JESUCRISTO, SACERDOTE Y SALVADOR ÚNICO DE LOS HOMBRES, YO CONFÍO EN TI!

 

¡TÚ ERES EL HIJO DE DIOS!¡EL ÚNICO SALVADOR DEL MUNDO! ¡QUÉ GOZO HABERTE CONOCIDO, SER TU SACERDOTE Y AMIGO, VIVIR EN TU MISMA CASA, BAJO TU MISMO TECHO.

 

*****

 

INVOCACIONES AL ESPÍRITU SANTO

 

PARA EMPEZAR LA ORACIÓN:

 

1.- Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor.

 

Envía tu Espíritu y serán creados.

Y renovarás la faz de la tierra.

 

Oremos: Oh Dios que has iluminado los corazones de tus fieles con la luz del Espíritu Santo, danos a gustar (sapere-saborear) lo que es recto según el mismo Espíritu, y gozar siempre de su consuelo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.

 

 

2. ORACIÓN AL ESPÍRITU SANTO

(Secuencia de la misa de Pentecostés)

 

 

 

Ven Espíritu Divino,

manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,

Don, en tus dones espléndido.
Luz que penetra las almas,

fuente del mayor consuelo.

Ven, Dulce Huésped del alma,

descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,

brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas

y reconforta en los duelos.

Entra hasta el fondo del alma,

Divina Luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre

si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,si no envías tu aliento.

 

Riega la tierra en sequía,

sana el corazón enfermo.
Lava las manchas,

infunde calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,

guía al que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones

según la fe de tus siervos.

por tu bondad y tu gracia

dale al esfuerzo su mérito;

salva al que busca salvarse

y danos tu gozo eterno .Amén

 

 

 

 

 

 

 

 

CANTOS E HIMNOS EUCARÍSTICOS

 

(Para empezar la visita a Jesucristo Eucaristía. Si estás en la iglesia y hay gente, lo puedes rezar como salmos en voz baja o cantar mentalmente. Son como las escaleras diarias para llegar a la oración personal)

 

1. CANTEMOS AL AMOR DE LOS AMORES

Cantemos al Amor de los amores,
cantemos al Señor.
¡Dios está aquí! Venid, adoradores;
adoremos a Cristo Redentor.

¡Gloria a Cristo Jesús! Cielos y tierra,
bendecid al Señor.
¡Honor y gloria a ti, Rey de la gloria;
amor por siempre a ti, Dios del amor!

¡A ti, Señor cantamos,
oh Dios de nuestras glorias;
tu nombre bendecimos,
oh Cristo Redentor!

2. DE RODILLAS, SEÑOR, ANTE EL SAGRARIO

 

De rodillas, Señor, ante el Sagrario,

que guarda cuanto queda de amor y de unidad,

Venimos con las flores de un deseo, para que nos las cambies en frutos de verdad.

 

Cristo en todas las almas

En el mundo la paz.(bis)

 

Como estás, mi Señor, en la Custodia

Igual que la palmera que alegra el arenal,

Queremos que en centro de la vida

Reine sobre las cosas tu ardiente caridad.

 

Cristo en todas las almas En el mundo la paz;

Cristo en todas las almas En el mundo la paz.

 

3. OH BUEN JESÚS YO CREO FIRMEMENTE

 

Acto de fe

¡Oh, buen Jesús! Yo creo firmemente

que por mi bien estás en el altar,

que das tu cuerpo y sangre juntamente

al alma fiel en celestial manjar,

al alma fiel en celestial manjar.

 

Acto de humildad

 

Indigno soy, confieso avergonzado,

de recibir la santa Comunión;

Jesús que ves mi nada y mi pecado,

prepara Tú mi pobre corazón. (bis)

 

 

Acto de dolor

 

Pequé Señor, ingrato te he ofendido;

infiel te fui, confieso mi maldad;

me pesa ya; perdón, Señor, te pido,

eres mi Dios, apelo a tu bondad. (bis)

 

Acto de esperanza

 

Espero en Ti, piadoso Jesús mío;

oigo tu voz que dice “ven a mí”,

porque eres fiel, por eso en Ti confío;

todo Señor, espérolo de Ti. (bis)

 

Acto de amor

 

¡Oh, buen pastor, amable y fino amante!

Mi corazón se abraza en santo ardor;

si te olvidé, hoy juro que constante

he de vivir tan sólo de tu amor. (bis)

 

Acto dedeseo

 

Dulce maná y celestial comida,

gozo y salud de quien te come bien;

ven sin tardar, mi Dios, mi luz, mi vida,

desciende a mí, hasta mi pecho ven. (bis)

 

 

  4. HIMNO EUCARÍSTICO

 

(Del Congreso Eucarístico de GUADALAJARA, Méjico, 2004, que cantamos todos los día, en el Cristo de la Batallas, en la Exposición del Santísimo, iniciada en esa misma fecha,  para la Adoración Eucarística, de 8 a 12,30 de la mañana, con el rezo de Laudes, y terminar a las 12,30 con la Hora intermedia, Bendición del Santísimo y reserva, antes de la santa misa)

 

 

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios.

 

Es memoria Jesús y presencia,

es manjar y convite divino,
es la Pascua que aquí celebramos,

mientras llega el festín prometido.

¡Oh Jesús, alianza de amor,

que has querido quedarte escondido

te adoramos, Señor de la Gloria,

corazones y voces unidos!

Gloria a Ti, Hostia santa y bendita,
sacramento, misterio de amor;
luz y vida del nuevo milenio,
esperanza y camino hacia Dios.

 

 

5. CERCA DE TI, SEÑOR

 

 

Cerca de Ti Señor, quiero morar,

tu grande y tierno Amor 
quiero gozar.

Llena mi pobre ser, 
limpia mi corazón,
hazme tu rostro ver 
en la aflicción.

Pasos inciertos doy,

el sol se va,
mas si contigo estoy,

no temo ya.

Himnos de gratitud 
ferviente cantaré,
y fiel a Ti Jesús, siempre seré.

 

Mi pobre corazón inquieto está,
por esta vida voy, buscando la paz.

Mas sólo Tú Señor, 
la paz me puedes dar,

cerca de Ti Señor,
yo quiero estar.


Yo creo en Ti Señor, yo creo en Ti,Dios vive en el altar
Si ciegos al mirar 
mis ojos no te ven
yo creo en Ti Señor, 
sostén mi fe. 

Espero en Ti, Señor, Dios de bondad,
mi roca en el dolor, puerto de paz.

Porque eres fiel Señor, 
porque eres la verdad,
espero en Ti Señor, 
Dios de bondad. 

 

                                                               presente en mí.

 

6. VÉANTE MIS OJOS

 

    Véante mis ojos,
    dulce Jesús bueno;

    véante mis ojos,
    muérame yo luego.

 

 

Vea quién quisiere
rosas y jazmines,
que si yo te viere,
veré mil jardines,
flor de serafines;
Jesús Nazareno,
véante mis ojos,
muérame yo luego.

 

No quiero contento,
mi Jesús ausente,
que todo es tormento
a quien esto siente;
sólo me sustente
su amor y deseo;

Véante mis ojos,
 muérame yo luego.

 

 

7. ORACIÓN EUCARÍSTICA 

 

Sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra el memorial de su pasión el alma se llena de gracia,y se nos da la prenda de la gloria futura.

 

V/Le diste el pan del cielo, aleluya

R/Que contiene en sí todo deleite, aleluya.

 

Oremos: Oh Dios que en este sacramento admirable nos dejaste el memorial de tu Pasión; te pedimos nos concedas (celebrar, participar y) venerar de tal modo los sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos constantemente en nosotros el fruto de tu redención; Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amen.

 

 

8. HIMNO DE VÍSPERAS  

 

 

Estáte, Señor, conmigo

siempre, sin jamás partirte,

y, cuando decidas irte,

llévame, Señor, contigo,

porque el pensar que te irás

me causa un terrible miedo

de si yo sin Ti me quedo,

de si Tú sin mí te vas

 

 

Llévame en tu compañía,

donde tu vayas, Jesús,

pues bien sé que eres Tú

la vida del alma mía;

si Tú vida no me das,

yo sé que vivir no puedo,

ni si yo sin Ti me quedo,

ni si Tú sin mí te vas

 

Por eso más que la muerte,

temo, Señor, tu partida,

y prefiero perder la vida,

mil veces más que perderte,

pues la inmortal que tu das

sé que alcanzarla no puedo

cuando yo sin Ti me quedo

cuando Tú sin mi te vas.

 

 

9. HIMNO EUCARÍSTICO: Adorote, devote...

 

Te adoro con devoción, Divinidad oculta,
verdaderamente escondido bajo estas apariencias.
A ti se somete mi corazón por completo,
y se rinde totalmente al contemplarte.

 

La vista, el tacto, el gusto, se equivocan sobre ti,
pero basta con el oído para creer con firmeza.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios:
nada es más cierto que esta palabra de Verdad.

 

En la Cruz se escondía sólo la divinidad,
pero aquí también se esconde la humanidad;
Creo y confieso ambas cosas,
pido lo que pidió el ladrón arrepentido.

 

No veo las llagas como las vio Tomás,
pero confieso que eres mi Dios;

haz que yo crea más y más en Ti,
que en Ti espere; que te ame.

 

¡Oh, memorial de la Muerte del Señor!
Pan vivo que da la vida al hombre:
Concédele a mi alma que de ti viva,
y que siempre saboree tu dulzura.

 

 

Señor Jesús, bondadoso pelícano,
límpiame, a mí inmundo, con tu sangre,
de la que una sola gota puede liberar
de todos los crímenes al mundo entero.

 

 

Jesús, a quien ahora veo oculto,
te ruego que se cumpla lo que tanto ansío:
Que al mirar tu rostro ya no oculto
sea yo feliz viendo tu gloria. Amén.

 

 

10. CANTO EUCARÍSTICO: Pange, lingua..Tantum ergo..

 

Canta, lengua, el misterio del cuerpo glorioso y de la sangre preciosa que el Rey de las naciones, fruto de un vientre generoso, derramó como rescate del mundo.

 

Nos fue dado, nos nació de una Virgen sin mancilla; y después de pasar su vida en el mundo, una vez esparcida la semilla de su palabra, terminó el tiempo de su destierro dando una admirable disposición.

 

En la noche de la última cena, recostado a la mesa con los hermanos, después de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias manos como alimento para los Doce.

 

El Verbo hecho carne convierte con su palabra el pan verdadero con su carne, y el vino puro se convierte en la sangre de Cristo. Y aunque fallan los sentidos, basta la sola fe para confirmar al corazón recto en esa verdad.

Veneremos, pues, inclinados tan gran Sacramento; y la antigua figura ceda el puesto al nuevo rito; la fe supla la incapacidad de los sentidos.

Al Padre y al Hijo sean dadas alabanza y júbilo, salud, honor, poder y bendición; una gloria igual sea dada al que de uno y de otro procede. Amén.

 

39.-ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA

 

1. LA ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA  ADORACIÓN EUCARÍSTICA.

(Retiro Espiritual dirigido a los Adoradores Nocturnos en Madrid)

 

La Iglesia Católicasiempre ha tenido, como fundamento de su fe y vida cristiana, la certeza de la presencia real de Nuestro Señor Jesucristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino eucarísticos. Esta fe la ha vivido especialmente durante siglos en la adoración de este misterio, objeto primordial del culto y de la espiritualidad de la Adoración Nocturna.

        Para legitimar esta adoración ante el Santísimo Sacramento y afirmar a la vez, que la oración ante Jesús Sacramentado, es el modo supremo y cumbre de toda oración personal y comunitaria fuera de la Eucaristía,  quiero, en primer lugar, explicar un poco desde la teología bíblica y litúrgica este misterio, para que la Presencia Eucarística del Señor sea más valorada y vivida por los Adoradores Nocturnos, que nos sentimos verdaderamente privilegiados, necesitados y agradecidos a Jesucristo, el Señor, confidente y amigo en todos los Sagrarios de la tierra.

        «¡Oh eterno Padre, exclama S. Teresa, cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras! ¡Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos! ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa? ¿No ha de haber quien hable por este amantísimo cordero? Si tu Hijo no dejó nada de hacer para darnos a nosotros, pobres pecadores, un don tan grande como el de la Eucaristía, no permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable...»

        Y aquí el alma de Teresa se extasía... Ya sabéis que la mayor parte de sus revelaciones o visiones: «me dijo el Señor, vi al Señor...» las tuvo Teresa después de haber comulgado o en ratos de oración ante Cristo Eucaristía. 

        Por esto, cuando Teresa define la oración mental, parece que lo hace como oración hecha ante el Sagrario, como si estuviera mirando al Señor Sacramentado: «Que no es otra cosa, a mi parecer, oración, sino trato de amistad, estando muchas veces tratando a solas, con quien sabemos que nos ama». Y ya la oímos decir anteriormente: «¿Es posible que tu ternura permita que esté expuesto cada día a tan malos tratos...? ¿Por qué ha de ser todo nuestro bien a su costa...? No permitas, oh Señor, que sea tan mal tratado... Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable…».    

        Los adoradores, igual que los sacerdotes o cualquier cristiano, tenemos que tener mucho cuidado con nuestro comportamiento y con todo lo relacionado con la Eucaristía, que es siempre el Señor vivo, vivo y resucitado, porque se trata, no de un cuadro o una imagen suya, sino de Él mismo en persona y si a su persona no la respetamos, no la valoramos, poco podemos valorar todo lo demás referente a Él, todo lo que Él nos ha dado, su evangelio, su gracia, sus sacramentos, porque la Eucaristía es Cristo todo entero y completo, todo el evangelio entero y completo, toda la salvación entera y completa. 

        Observando a veces nuestro comportamiento con Jesús Eucaristía, pienso que muchos cristianos no aumentarán su fe en ella ni les invitará a creer o a mirarle con más amor o entablar amistad con Él, porque nosotros <pasamos> del Sagrario y muchas veces pasamos ante el Sagrario, como si fuera un trasto más de la Iglesia, hablamos antes o después de la Eucaristía como si el templo no estuviera habitado por Él, y la genuflexión, exceptúo imposibilidad física, ya no hace falta, no se ve en muchos creyentes, incluso sacerdotes, excluyo a mayores e impedidos.

        Sin embargo, todos sabemos que el cristianismo es una persona fundamentalmente  es Cristo. Por eso, nuestro comportamiento interior y exterior con Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra vida espiritual. Es muy difícil, porque sería una contradicción,  que Cristo en persona no nos interese ni seamos delicados personalmente con Él en su presencia real y verdadera en la Eucaristía y luego nos interesemos por sus cosas, por su evangelio, por su liturgia, por los sacramentos, por sus diversas encarnaciones en la Palabra, en los hermanos, en los pobres, porque Él sea  más conocido y amado.

        Cuidar el altar, el Sagrario, mantener los manteles limpios, los corporales bien planchados ¡cuánta fe personal, cuánto amor y apostolado y eficacia y salvación de los hermanos y amistad personal con Cristo  encierran! Y ¡cuánta ternura, vivencia y amistad verdadera hay en los silencios  guardados dentro del templo, porque uno sabe que está Él, y lo respetamos, amamos y adoramos, aunque otros estén hablando,  después de la celebración eucarística, como si Él ya no estuviera presente!

        Repito porque esto conviene repetirlo muchas veces, qué buen testimonio, cuánta teología y fe verdaderas hay en un silencio guardado porque Él está ahí, cuánta teología vivida en  una genuflexión bien hecha, en unos gestos conscientemente realizados en la Eucaristía; indican que hay verdadera vivencia y amistad con Jesucristo, el Viviente y Resucitado.

        Ésta es una forma muy importante de ser «testigos del Viviente», para muchos que no creen en su presencia eucarística o se olvidan de ella, dando así  pruebas con nuestra adoración personal del Señor, de que Él está allí presente, aunque no lo veamos físicamente o en una imagen.

        Es que si he celebrado y predicado la mejor homilía, aunque sea  sobre la misma Eucaristía, pero nada más terminar, hablo en la Iglesia y me comporto como si Él no estuviera presente, me he cargado todo lo que he predicado y celebrado, porque no creo o no respeto a Cristo vivo, su permanencia sacramental en su presencia eucarística, es decir, todo el misterio eucarístico entero y completo: Eucaristía, comunión y presencia permanente de Cristo en el Sagrario.

        Cómo educamos con nuestro silencio religioso en el templo o con la exigencia del mismo en Eucaristías y funerales o bodas... De esta forma, al no exigirse el silencio debido en el templo de Dios, no catequizamos ni educamos en la piedad eucarística y será más difícil ver a niños y mayores junto al Sagrario porque actuando así lo convertimos en un trasto más de la iglesia. Así resulta que algunos Sagrarios están llenos de polvo, descuido y olvido.

        Qué Eucaristías, qué evangelio, qué Cristo se habrá predicado en esas iglesias. Queridos amigos, el Señor no es una momia, está vivo, vivo y resucitado, así lo quiso Él mismo, no lo asegura la fe de la Iglesia, la experiencia de los santos y nosotros lo creemos.

        El Vaticano II insiste repetidas veces sobre esta verdad fundamental de nuestra fe católica: «La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y ...en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro... debe ser nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades» (PO.5).

 

 (Nota: Para sacerdotes este tema se trata repetidas veces en la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA PASTORES DABO VOBIS DE  JUAN PABLO II, EL DIRECTORIO PARA EL MINISTERIO Y LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS, de la CONGREGACIÓN DEL CLERO, ALGUNAS CARTAS  del Papa Juan Pablo II  a los sacerdotes en el JUEVES SANTO y en la última Encíclica del Papa Juan Pablo II sobre la Eucaristía, que acaba de salir ECCLESIA DE EUCHARISTÍA).     

        En los últimos siglos, la adoración eucarística ha constituido una de las formas de oración más queridas y practicadas por los cristianos en la Iglesia Católica. Iniciativas como la promoción de la Visita al Santísimo, la Adoración Nocturna, la Adoración Perpetua, las Cuarenta Horas... etc. se han multiplicado y han constituido una especie de constelación de prácticas devocionales, que tienen su centro en la celebración del Jueves Santo y del Corpus Christi.

        Junto a estas prácticas del pueblo cristiano, otra serie de iniciativas ha surgido con fuerza: las congregaciones religiosas que, como elemento fundacional y fundamental de su forma de vida y carisma religioso, dedican una gran parte de su tiempo a la Adoración del Santísimo Sacramento. Por todo esto, quiero deciros que vuestra Adoración Nocturna está dentro del corazón de la liturgia y de la vida de la Iglesia. Sois eternamente actuales, porque esto mismo, sólo que iluminados por la luz y los resplandores celestes del amor trinitario, constituye la gloria y felicidad del cielo. Sólo quien tenga un poco de experiencia, quien tenga algunos “fogonazos” dados gratuitamente por el Señor, después de alguna purificación y limpieza de pecados, podrá barruntar y comprobar que todo esto es verdad gozosa y consoladora.

        La renovación litúrgica, iniciada por el Concilio Vaticano II, ha llegado también tanto a la teología como a la liturgia de la Adoración Nocturna y ha puesto en su lugar correcto la adoración del Señor. Ya no se da aquel desfase,  que todos hemos conocido y practicado en los años sesenta, en los que celebrábamos la Eucaristía al final de la Vigilia, al despedirnos, con la llegada del día. Recuerdo perfectamente que empezábamos directamente con la Exposición del Señor en la Custodia y luego venían los turnos de vela. La forma actual, fruto de la teología y liturgia del Concilio Vaticano II es correcta en todos los aspectos.    

        Al principio, este reajuste ha podido parecerle a alguno, que era una pérdida para la Eucaristía como presencia y como adoración, como si la Presencia eucarística no fuese suficientemente valorada. Es evidente que tal impresión no tiene ningún fundamento teológico ni pastoral, y, para que nos convenzamos de esto, conviene dar unas pequeñas nociones de los tres momentos de la Eucaristía para que cada uno tenga su estimación y su sitio en la piedad cristiana.

        Veremos así que la celebración de la Eucaristía es el aspecto fundante y principal de este misterio, «centro y culmen de toda la vida de la Iglesia»; veremos que para que haya pascua, es decir, pasión, muerte y resurrección de Cristo presencializadas, tiene que estar lógicamente presente el Señor, y que, si el Señor se hace presente, es para ofrecer su vida al Padre y a los hombres como salvación, que conseguimos especialmente por la comunión eucarística.Después de la Eucaristía,  el cuerpo, ofrecido en sacrificio y en comunión,  se guarda para que puedan comulgarlo los que no pueden venir a la iglesia; también para que todos los creyentes, mediante la adoración y las visitas al Sagrario, podamos seguir participando en su pascua, comulgando con los mismos sentimientos y actitudes de Cristo, presente en la Hostia santa.

        Adorándole en  la oración eucarística, nos identificamos  con los sentimientos de Cristo Eucaristía, que sigue ofreciéndose  al Padre y dándose en comida  y en amistad a los hombres. Si alguien nos pregunta qué hacemos allí parados mirando la Hostia Santa, diremos solamente: ¡ES EL SEÑOR! He aquí en síntesis la espiritualidad de la Presencia Eucarística, de la que debe vivir todo cristiano, pero especialmente todo Adorador Nocturno.

        Esta espiritualidad, orada y vivida en oración personal, podría expresarse así: Señor, te adoro aquí presente en el pan consagrado, creo que estás ahí amándome, ofreciéndote e intercediendo por todos  ante el Padre. Qué maravilla que me quieras hasta este extremo, te amo, te amo y quiero inmolarme contigo al Padre y  por los hermanos; quiero comulgar con tus sentimientos de caridad, humildad, servicio y entrega en este sacramento... quiero contemplarte para imitarte y recordarte, para aprender y recibir de Ti las fuerzas necesarias para vivir como Tú quieres, como un discípulo fiel e identificado con su maestro. Por aquí tiene que ir la espiritualidad del Adorador Nocturno o Diurno. Si  nuestros adoradores viven con estas actitudes sus turnos de Vela, sus Vigilias, nos encontraremos con Cristo presente, camino, verdad y vida y nos sentiremos más animados para recorrer el camino de la santidad con su ayuda y presencia y alimento eucarístico.

 

 2. LA ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA: SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA.

 

1.- Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y  comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva.

        Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir la Eucaristía, participar en la Eucaristía, adorar la Eucaristía.

        Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario,  para que una vez creída su presencia inicialmente: “El Señor está ahí y nos llama”, ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad : por quién, cómo y por qué está ahí.

        Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo –“los limpios de corazón verán a Dios”- y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la Eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

        No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad,  le costó y no lo comprendía.

        En cada Eucaristía, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...”  y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre  si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”

 

        2.- La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte del yo pecador para la vida nueva. Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la Eucaristía hay que vivirlos como prolongación de la santa Eucaristía y  de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado: muerte del yo pecador para resucitar con Cristo a la vida nueva.

        Y éste ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una Eucaristía por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas. ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

        Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística   no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda. La adoración

Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos y sacramentales de la Eucaristía celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

        Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, “apelando a sus derechos de esposa” ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la Eucaristía, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, no para embalsamarle, sino para honrarle y agradecerle toda la pascua realizada por nosotros y para nosotros.

        Por esta causa, una vez celebrada la Eucaristía, nosotros seguimos orando con estas actitudes ofrecidas por Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas de lanzamiento para la oración personal eucarística; lo hago, para ayudaros un poco a los adoradores en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

 

 3.  La presencia eucarística de Cristo nos enseña muchas cosas recordando:“y cuantas veces hagais esto, acordaos de mi”.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

        Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

        Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

 

 3. 1. LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO NOS ENSEÑA MUCHAS COSAS RECORDANDO:“Y CUANTAS VECES HAGAIS ESTO, ACORDAOS DE MI”.

 

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fín de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2,5-11).

        Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

        Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También  yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego  a Ti; Señor, ayúdame, lo  espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

3.2. UN SEGUNDO SENTIMIENTO

Lo expresa así el Vaticano II: «Los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella» (la LG.5). 

La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger esta vereda: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir sólo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de  gloria de la Santísima Trinidad.

        Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré  consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no me pertenezco sino que he quedado consagrado contigo,  quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la Eucaristía o mejor, que Tú lo vivas en mí y por mí.

        Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre, aquí tienes ahora la mía... pero trátame con cuidado, Señor, que yo soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado, ocupar segundos puestos…

        Cristo, tu humanidad ya no es temporal; conservas ahora ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío, pero ya sabes que soy débil,  necesito una y otra vez sentir tu presencia, tu amor, tu Eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

        Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mí. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mí... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude. Miradlo los humildes y alegráos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón. Porque el Señor escucha a sus pobres”(69).

 

 3.  3. OTRO  SENTIMIENTO

 

Que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: “Cuando hagáis esto, acordaos de mí...” Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística, pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos... cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas...“Éste es mi cuerpo, Ésta mi sangre derramada por vosotros...”

        Con qué fervor quiero celebrar la Eucaristía, comulgar con tus sentimientos, imitarlos y vivirlos ahora por la oración ante tu presencia; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres, valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí...

        Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado,  yo, tan rutinario, tan limitado, siempre  tan egoísta, soy pura criatura, y Tú eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tú el Todo y  yo la nada. Si es mi  amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero.    

 

3. 4. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”...,

 

Debe entrar también el amor a los hermanos, -no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres.

        Sí, Cristo, quiero acordarme  ahora de tus sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

        “Acordaos de mí…”: Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de Tí y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

        Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Tí y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Tí pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida.

        Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de lo otros, pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor.

        Cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y Tú... siempre olvidar y perdonar,  olvidar y amar, yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede  haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como Tú, amando, perdonando, olvidando...“Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso  estoy aquí,  comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

        “Acordaos de mí...”El Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la santa Eucaristía, es el que realiza la presencia sacramental de Cristo en el pan y en el vino consagrados, como una continuación de la Encarnación del Verbo en el seno de María.

        Y ese mismo Espíritu, Memoria de la Iglesia, cuando estamos en la presencia del Pan que ha consagrado y sabe que el Padre soñó para morada y amistad con los hombres, como tienda de su presencia, ese mismo Espíritu que es la Intimidad del Consejo y del Amor de los Tres cuando decidieron esta presencia tan total y real en consejo trinitario, es el mismo que nos lo recuerda ahora y abre nuestro entendimiento y, sobre todo, nuestro corazón, para que comprendamos las Escrituras y sus misterios, a Dios Padre y su proyecto de amor y salvación,  al Fuego y Pasión y Potencia de Amor Personal con que lo ideó y lo llevó y sigue llevando a efecto en un hombre divino, Jesús de Nazaret: “Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

        ¡Jesús, qué grande eres, qué tesoros encierras dentro de la Hostia santa, cómo te quiero! Ahora comprendo un poco por qué dijiste, después de realizar el misterio eucarístico:  “Acordaos de mí...”, ¡Cristo bendito! no sé cómo puede uno correr en la celebración de la Eucaristía o aburrirse cuando hay tanto que recordar y pensar y vivir y amar y quemarse y adorar y descubrir tantas y tantas cosas, tantos y tantos misterios y misterios... galerías y galerías de minas y cavernas de la infinita esencia de Dios, como dice San Juan de la Cruz del alma que ha llegado a la oración de contemplación, en la que todo es contemplar y amar más que reflexionar o decir palabras.

        Todos sabéis, porque así lo hemos practicado muchas veces, que en la oración se empieza por rezar oraciones, reflexionar, meditar verdades y luego, avanzando, pasamos de la oración discursiva a la afectiva, en la que uno empieza más a dialogar de amor y con amor que a dialogar con razones, empieza a sentir y a vivir más del amor que de ideas y reflexiones para finalizar en las últimas etapas, sólo amando:  oración de quietud, de silencio de las potencias, de transformación en Dios: “Quedéme y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado”.

 

3. 5. YO TAMBIÉN, COMO JUAN…

 

Quiero aprenderlo todo en la Eucaristía, en la Eucaristía  reclinando mi cabeza en el corazón del  Amado, de mi Cristo,  sintiendo los latidos de su corazón, escuchando directamente de Él palabras de amor, las mismas de entonces y de ahora, que sigue hablándome en cada Eucaristía.   

        Para mí liturgia y  vida y  oración todo es lo mismo en el fondo, la liturgia es oración y vida, y la oración es liturgia.  En definitiva, ¿no es la Eucaristía también oración y plegaria eucarística? ¿No es la plegaria eucarística  lo más importante de la Eucaristía, la que realiza el misterio?

        Para comprender un poco todo lo que encierra el “acordaos de mí” necesitamos una eternidad, y sólo para empezar a comprenderlo, porque el amor de Dios no tiene fín. Por eso, y lo tengo bien estudiado, en la oración sanjuanista, cuanto más elevada es, menos se habla y más se ama, y al final, sólo se ama y se siente uno amado por el mismo Dios infinito y trinitario.

        Por eso el alma enamorada dirá: “Ya no guardo ganado ni ya tengo otro oficio, que solo en amar es mi ejercicio...” Se acabaron los signos y los trabajos de ritos y las apariencias del pan porque hemos llegado al corazón de la liturgia que es Cristo, que viene a nosotros, hemos llegado al corazón mismo de lo celebrado y significado, todo lo demás fueron medios para el encuentro de salvación; ¡qué infinita, qué hermosa, qué rica, qué profunda es la liturgia católica, siempre que trascendamos el rito, siempre que se rasgue el velo del templo, el  velo de los signos! ¡cuántas cavernas, descubrimientos y sorpresas infinitas y continuas nos reserva!

        Parece que las ceremonias son normas, ritos, gestos externos, pero la verdad es que todo va preñado de presencia, amor y vida de Cristo y de Trinidad. Hasta aquí quiere mi madre la Iglesia que llegue cuando celebro los sacramentos, su liturgia, esta es la meta.

        Yo quisiera ayudarme de las mediaciones y amar la liturgia, como Teresa de Jesús, porque en ellas me va la vida, pero no quedar atrapado por los signos y las mediaciones o convertirlas en fin. Yo las necesito y las quiero para encontrar al Amado, su vida y salvación, la gloria de mi Dios, sin ellas sean lo único que descubra o lo más importante, sino que las estudio y las ejecuto sin que me esclavicen, para que me lleven a lo celebrado, al misterio: “y quedéme no sabiendo, toda ciencia trascendiendo”.

        En cada Eucaristía, en cada comunión, en cada Sagrario Cristo sigue diciéndonos:“Acordaos de mí...,” de las ilusiones que el Padre puso en mí, soy su Hijo amado, el predilecto, no sabéis lo que me ama y las cosas y palabras que me dice con amor, en canción de Amor Personal y Eterno, me lo ha dicho todo y totalmente lo que es y me ama con una Palabra llena de Amor Personal al darme su paternidad y aceptar yo con el mismo Amor Personal ser su Hijo: la Filiación que con  potencia infinita de amor de Espíritu Santo me comunica y engendra; con qué pasión de Padre me la entrega y con qué pasión de amor de Hijo yo la recibo, no sabéis todo lo  que me dice en canciones y éxtasis de amores eternos, lo que esto significa para mí y que yo quiero comunicároslo y compartirlo como amigo con vosotros; acordaos del Fuego de mi Dios, que ha depositado en mi corazón para vosotros, su mismo Fuego y Gozo y Espíritu.

         “Acordaos de mí”, de mi emoción, de mi ternura personal por vosotros, de mi amor vivo, vivo y real y verdadero que ahora siento por vosotros en este pan, por fuera pan, por dentro mi persona amándoos hasta el extremo, en espera silenciosa, humilde, pero quemante por vosotros, deseándoos a todos para el abrazo de amistad, para el beso personal para el que fuisteis creados y el Padre me ha dado para vosotros, tantas y tantas cosas que uno va aprendiendo luego en la Eucaristía y ante el Sagrario, porque si el Espíritu Santo es la memoria del Padre y de la Iglesia, el Sagrario es la memoria de Jesucristo entero y completo, desde el seno del Padre hasta Pentecostés.

        “Acordaos de mí”, digo yo que si esta memoria del Espíritu Santo, este recuerdo, no será la causa de que todos los santos de todos los tiempos y tantas y tantas personas, verdaderamente celebrantes de ahora mismo, hayan celebrado  y sigan haciéndolo despacio, recogidos, contemplando, como si ya estuvieran en la eternidad, “recordando” por el Espíritu de Cristo lo que hay dentro del pan de la Eucaristía y de la misa Eucaristía y de las acciones litúrgicas tan preñadas como están de recuerdos y realidades  presentes y tan hermosas del Señor, viviendo más de lo que hay dentro que de su exterioridad, cosa que nunca debe preocupar a algunos más que el contenido, que es, en definitiva, el fín y la razón de ser de las mismas.

        “Acordaos de mí”; recordando a Jesucristo, lo que dijo, lo que hace presente, lo que Él deseó ardientemente, lo que soñó de amistad con cada uno de nosotros y ahora ya gozoso y consumado y resucitado, puede realizarlo con cada uno de los participantes... el abrazo y el pacto de alianza nueva y eterna de amistad que firma en cada Eucaristía con los presente, aunque le haya ofendido y olvidado hasta lo indecible, lo que te sientes amado, querido, perdonado por Él en cada Eucaristía, en cada comunión, digo yo... pregunto si esto no necesita otro ritmo o deba tenerse más en cuenta... digo yo... que si no aprovecharía más a la Iglesia y a los hombres algunos despistes y silencios prolongados de estos en la santa misa...

        Para Teresa de Jesús la liturgia era Cristo, amarla era amar a Cristo, por eso valoraba tanto los canales de

su amor, que son los signos externos, que siempre, bien hechos y entendidos, ayudan, pero sin quedarnos en ellos, sino llegando hasta el “centro y culmen”, la fuente que mana y corre, que es Cristo. La Eucaristía es Cristo haciéndose presente y dando su vida por amor a todos pero especialmente a cada uno de los presentes. 

 

 3. 6. LA EUCARISTÍA COMO APOSTOLADO DE ORACIÓN Y OFRENDA DE INTERCESIÓN.

 

No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

        Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos... por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

        Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo, viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

        El adorador no se encierra en su individualismo intimista, sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos, prolongáis las actitudes de Cristo en la Eucaristía y en el Sagrario.

        Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

        Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque  vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así, adoración e intercesión y vida se complementan.

Hay unos textos de S. Juan de Avila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones, que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos: «...¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar. Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada, immo no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla»

 

«Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y  constituido de Dios en él» (pag. 145).

«...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración... la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir» (Pag.147).

«Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, ¡con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados» (Pag. 149).

 

(Cfr ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila. pgs. 143-44 del libro, Escritos Sacerdotales, de BAC minor, Madrid 1969).

 

 

1. ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EUCARISTÍA EN EL SAGRARIO?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

“Yo soy el pan de vida”

 

(Custodia de mi Seminario de Plasencia donde adorábamos al Señor todos los jueves en la Hora Santa Eucarística)

 

  1.1. PORQUE ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO, EL QUE ESTUVO EN PALESTINA Y AHORA ESTÁ EN EL CIELO

 

Lo dice el Señor: “Yo soy el pan de vida, quien come de este pan vivirá eternamente“; luego podemos empezar ya aquí abajo la vida eterna; el cielo empieza en el Sagrario,  porque el cielo es Dios, y Dios está en el Sagrario ¡Con qué respeto y adoración hay que mirarlo, hacer la genuflexión si uno puede; es Dios, el Hijo de Dios,  el Hijo amado del Padre, nuestro cielo y el de la Santísima Trinidad, la felicidad del Padre bueno de todos los hombres, que me soñó para una Eternidad de felicidad con Él y roto este primer proyecto por el pecado de Adán  nos envió al Hijo Amado, para empezar ya el cielo en la tierra: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna... porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar...”.

Con el mismo Amor de Espíritu Santo fue también el Hijo, el que, viéndole entristecido al Padre, porque el hombre había roto este sueño de amor eterno con la Beatífica Trinidad soñado por el Padre, le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y vino para recuperarlo y abrirnos las puertas de la felicidad eterna de la esencia trinitaria en familia divina de Amor, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, por el Beso y Abrazo de Amor de Espíritu Santo, en que somos sumergidos por la adoración eucarística: “El Padre está en mí... yo en vosotros y vosotros en mí... el Padre y yo somos uno... el que me come vivirá por mí...si alguno me ama, mi padre le amará y vendremos a él y haremos morada en él”, vivirá vida personal y trinitaria.

         En el Sagrario, Jesucristo, pan de vida, es templo, sacramento y misterio de la Santísima Trinidad, porque en Él está el Padre cantando su Canción y Proyecto de Amor a los hombres en su Hijo Amado presente desde la consagración del pan por obra de Amor del Espíritu Santo, como lo hizo en el seno de María, y lo sigue haciendo presente en todos los sacramentos, porque todos son participación en la vida divina y esta vida divina siempre es trinitaria y siempre es el Amor, el Espíritu Santo quien la comunica, quien nos santifica, quien nos une a Dios Trino y Uno, y, por tanto, quien nos introduce o nos hace partícipes de la experiencia de Amor Trinitario, del Amor de Dios a los hombres, siempre por el Espíritu Santo, tanto en la acción y oración litúrgica como en la personal, siempre están unidas para ser una participación «digna, santa y consciente»: Vaticano II..

        La oración eucarística es y debe ser esencialmente adoración (orare ad) de amor a la Santísima Trinidad presente por el Hijo, Pan de Vida en el Sagrario, y por ella somos introducidos en el misterio de Amor y Felicidad eterna, en la vida eterna y trinitaria de nuestro Dios por su Palabra hecha primero carne, y luego pan de vida siempre por la potencia de Amor del Espíritu Santo: “Yo soy el pan de la Vida... el que come de este pan vivirá eternamente... tiene ya la vida eterna...” No como el pan de este mundo que comemos y morimos.

El Pan de Vida es Jesucristo, Vida divina y trinitaria encarnada en carne humana, triturada en la cruz en el sacrificio de amor por nosotros y hecha pan de Eucaristía en la santa misa: “Este es mi Cuerpo… Esta es mi Sangre…Yo soy el pan de Vida”, Canción de Amor en la que el Padre nos canta todo su proyecto de Amor Infinito con Fuego de Espíritu Santo; y si en el primer proyecto entraba el que Dios bajara todas las tardes a hablar con nuestros primeros padres, este proyecto ha sido superado por la venida del Hijo, que se ha quedado con nosotros con los brazos abiertos para abrazarnos en todos los Sagrarios de la tierra, en amistad permanente: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y ahí está siempre esperándonos con los brazos abiertos y amor eterno.

Cuando entres en una iglesia, ya sabes que Él te está esperando desde siempre; por eso, tu primera mirada, tu primer saludo, tu primer beso debe ser para el Sagrario, para Jesús Eucaristía. No lo olvides, desde tu banco, un beso, un abrazo. Y hazlo ahora mismo, si no lo hiciste. Porque Él te está mirando y esperando.

 

1.2. PORQUE ES EL HIJO DE DIOS QUE SE HIZO CARNE HUMANA Y PAN DE EUCARISTÍA PARA ABRIRNOS LAS PUERTAS DE LA ETERNIDAD

 

Primero se hizo carne y luego pan de Eucaristía para abrirnos las puertas de la eternidad, que fueron cerradas por nuestros primeros padres. Él se hizo carne por mí, para revelarme y realizar este segundo proyecto del Padre, tan maravilloso que la Liturgia Pascual casi blasfema, como si se alegrase de que el primero fuera destruido por el pecado de los hombres: «¡Oh feliz culpa, que nos mereció un tan grande Salvador!». Yo creo que la Liturgia se pasa llamando feliz a la culpa, al pecado…

Ciertamente que Jesucristo y el misterio eucarístico han superado totalmente el primer proyecto; descúbrelo, medítalo, agradéceselo, ámalo, adóralo. Pide fe y amor. Adora, adora y ponte de rodillas, pon de rodillas toda tu vida, en adoración permanente, que Dios Eucaristía sea el único Dios de tu vida, abajo todos los ídolos, tu mismo yo…que impiden su presencia en tu corazón.

Si no te vacías de ti mismo, de tus posesiones de soberbia, avaricia, lujuria, ira, faltas de amor, de perdón, Dios no puede entrar dentro de ti, porque estás lleno de ti mismo y no cabe Dios. Y este es el problema de todo creyente, incluso de los mismos sacerdotes, aunque sonsagren el Pan.  

Ayúdame, Señor, a vaciarme de todo lo que me impide poder poseerte a Ti, sólo a Ti, Tu eres Dios, y tengo hambre de Ti, porque tengo hambre de lo infinito, y no me sacian las migajas de las criaturas...lo tengo todo, y me falta el Todo, porque el Todo es Cristo, mi Cristo Eucaristía, el cielo de Dios Trino y Uno en la tierra.

 

1. 3. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO, VIVO Y RESUCITADO, que antes de marcharse al cielo... “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”. Y en la noche de la Última Cena, temblando de emoción, cogió un poco de pan y dijo: “Esto es mi cuerpo”, esta es mi sangre que se derrama por vosotros” y como Él es Dios, así se hizo y así permanece por los siglos en la santa misa, como pan que se reparte con amor, como sangre que se derrama en sacrificio para el perdón de nuestros pecados.

Todos recordáis aquella escena. La acabamos de evocar en la lectura del evangelio. Fue hace veinte siglos, aproximadamente sobre estas horas, en la paz del atardecer más luminoso de la historia, Cristo nos amó hasta el extremo, hasta el extremo de su amor y del tiempo y de sus fuerzas, e instituyó el sacramento de su Amor extremo.

Aquel primer Jueves Santo de su vida, Jesús estaba emocionado, no lo podía disimular, le temblaba el pan en las manos, sus palabras eran profundas, efluvios de su corazón: “Tomad y Comed, esto es mi cuerpo...”, “Bebed todos de la copa, esta es mi sangre que se derrama por vosotros...” Y como Él es Dios, así se hizo. Para Él esto no es nada, en cuanto a poder hacerlo, Él que hace los claveles tan rojos, unas mañanas tan limpias, unos paisajes tan bellos.

Y así amasó Jesús el primer pan de Eucaristía. Porque nos amó hasta el extremo, porque quiso permanecer siempre entre nosotros, porque Dios quiso ser nuestro amigo más íntimo, porque deseaba ser comido de amor por los que creyesen y le amasen en los siglos venideros, porque “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”, como nos dice el Apóstol Juan, que lo sabía muy bien por estar reclinado sobre su pecho aquella noche.

 Por eso, queridos hermanos, antes de seguir adelante, hagamos un acto de fe total y confiada en la presencia real y verdadera de Cristo en la Eucaristía. Porque Él está aquí. Siempre está ahí, en el pan consagrado, pero hoy casi barruntamos más vivamente su presencia, que quisiera como saltar de nuestros Sagrarios para hacer presente otra vez la liturgia de aquel Jueves Santo, sin mediaciones sacerdotales.

        Queridos hermanos, esta entrega en sacrificio, esta presencia por amor debiera revolucionar toda nuestra vida, si tuviéramos una fe viva y despierta. Descubriríamos entonces sus negros ojos judíos llenos de luz y de fuego por nosotros, expresando sentimientos y palabras que sus labios no podían expresar; esos ojos tan encendidos podrían despertar a tantos cristianos dormidos para estas realidades tan maravillosas, donde Dios habla de amor incomprensible para los humanos.

 Este Cristo eucaristizado nos está diciendo: Hombres, yo sé de otros cielos, de otras realidades insospechadas para vosotros, porque son propias de un Dios infinito, que os amó primero y os dio la existencia para compartir una eternidad con todos y cada uno de vosotros. Yo he venido a la tierra y he predicado este amor y os he amado hasta dar la vida para deciros y demostraros que son verdad, que el Padre existe y os ama,  y que el Padre las tiene preparadas para vosotros; yo soy“el testigo fiel”, que, por afirmarlas y estar convencido de ellas, he dado mi vida como prueba de su amor y de mi amor, de su Verdad, que soy Yo, que me hizo Hijo aceptándola: “En el principio ya existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, la Palabra era Dios”; “Tanto amó Dios al mundo que  entregó  a su propio hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”.

“Y cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí…”dice el Señor. Qué profundo significado encierran estas palabras para todos, especialmente para nosotros, los sacerdotes. Todos debiéramos recordarlas cuando celebramos la santa Eucaristía: “acordaos de mí...”  acordaos de mis sentimientos y deseos de redención por todos, acordaos de mi emoción y amor por vosotros, acordaos de mis ansias de alimentar en vosotros la misma vida de Dios, acordaos...

Y nosotros, muchas veces, estamos distraídos tanto en la misa como ante el Sagrario sin saber lo que hacemos o recibimos; bien estuvo que nos lo recordases, Señor, porque Tú verías muchas distracciones, mucha rutina, muchos olvidos y desprecios, en nuestras Eucaristías, en nuestras comuniones, distraídos sin darte importancia en los Sagrarios olvidados como trastos de la iglesia, sin presencia de amigos agradecidos.

Vosotros, los sacerdotes, cuando consagréis este pan y vosotros, los  comulgantes, cuando comulguéis este pan, acordaos de toda esta ternura verdadera que ahora y siempre siento por vosotros, de este cariño que me está traicionando y me obliga a quedarme para siempre tan cerca de vosotros en el pan consagrado, en la confianza de vuestra respuesta de amor... Acordaos...

 Nosotros, esta tarde de Jueves Santo, NO TE OLVIDAMOS, SEÑOR. Quisiéramos celebrar esta Eucaristía y comulgar tu Cuerpo con toda la ternura de nuestro corazón, que te haga olvidar todas las  distracciones e indiferencias nuestras y ajenas;  nos acordamos agradecidos ahora de todo lo que nos dijiste e hiciste y sentiste y sigues sintiendo por nosotros y te recodamos y recordaremos siempre agradecidos, desde lo más hondo de nuestro corazón.

 

1. 4. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ LA CARNE TRITURADA Y RESUCITADA PARA NUESTRA SALVACIÓN, el precio de la redención, lo que yo valgo, el sacrificio permanente de amor que Cristo ha realizado para rescatarme; y ahí está la persona que lo ha hecho, que más me ha querido, que más me ha valorado, que más ha sufrido por mí, el que más ha amado a los hombres, el único que sabe lo que valemos cada uno de nosotros, porque ha pagado el precio por cada uno.

        Cristo es el único que sabe de verdad lo que vale el hombre; la mayoría de los políticos, de los filósofos, de tantos pseudo-salvadores, científicos y cantamañanas televisivos no valoran al hombre, porque no lo saben ni han pagado nada por él, ni se han jugado nada por él; si es mujer, sólo valoran su físico y poco más, puedes verlo todos los días en la tele; y si es hombre, lo que valga su poder, su cartilla, su dinero, pero ninguno de esos da la vida por mí.

        El hombre es más que hombre, más que esta historia y este espacio, el hombre es eternidad. Sólo Dios sabe lo que vale el hombre. Porque Dios pensó e hizo al hombre, y porque lo sabe, por eso le ama y entregó a su propio Hijo para rescatarlo. ¡Cuánto valemos! Valemos el Hijo de Dios muerto y resucitado, valemos la Eucaristía.

        Cuando en los días de la Semana Santa, medito la Pasión de Cristo o la contemplo en las procesiones, que son una catequesis puesta en acción, me conmueve ver a Cristo pasar junto a mí, escupido, abofeteado, triturado, crucificado... Y siempre me hago la misma pregunta: ¿por qué,  Señor, por qué fue necesario tanto dolor, tanto sufrimiento, tanto escarnio..., hasta la misma muerte?; ¿no podía haber escogido el Padre otro camino menos duro para nuestra salvación? Y ésta es la respuesta que Juan, testigo presencial del misterio, nos da a todos: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en el, sino que tengan vida eterna” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre hasta ese extremo, porque este “entregó” tiene cierto sabor de “traicionó o abandonó”.    

        S. Pablo, que no fue testigo histórico del sufrimiento de Cristo, pero lo vivió y sintió en su oración personal de contemplación del misterio de Cristo,  admirado, llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado...” Y es, para Pablo como para Juan, el misterio de Cristo, enviado por el Padre para abrirnos las puertas de la eternidad,  es un misterio que le habla tan claramente de la predilección de amor de Dios por el hombre, de este misterio escondido por los siglos en el corazón de Dios Trinidad y revelado en la plenitud de los tiempos por la Palabra hecha carne y triturada, especialmente en su pasión y muerte, que le hace exclamar: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi; y mientras vivo en esta carne, vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta  entregarse por mí" (Gal 2, 19-20). 

Realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por Pablo como plenitud de amor y obediencia de adoración al Padre, en entrega total, con amor extremo, hasta dar la vida.  Al contemplar así a Cristo abandonado, doliente y torturado,  no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”.

Queridos hermanos, qué será el hombre, qué encerrará  en su realidad para el mismo Dios que lo crea... qué seré yo, qué serás tú, y todos los hombres, pero qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte y separación y voluntad pecadora, sino que entrega la persona del Hijo en su humanidad finita “para que no perezca ninguno de los que creen el Él”. Yo creo que Dios se ha pasado de amor con los hombres: “Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nuestros pecados” (Rom 5,8). 

Porque  ¿donde está la justicia? No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios  Padre hizo por salvarlos, porque sabemos que Dios es Amor, nos dice san Juan, su esencia es amar y si dejara de amar, dejaría de existir; y con su criatura, el hombre, esencialmente finito y deficitario,  Dios es siempre Amor misericordioso, por ser amor siempre gratuito, ya que el hombre no puede darle nada que Él no tenga, sólo podemos darle nuestro amor y confianza total. Hermanos, confiemos siempre y por encima de todo en el amor misericordioso de Dios Padre por el Hijo, el Cristo de la misericordia: Santa Faustina Kowalska.

Porque este Dios tiene y ha manifestado una predilección especial por su criatura el hombre. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo un redentor, su propio Hijo, hecho hombre; para el ángel no hubo Hijo redentor, Hijo hecho ángel. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad, qué ocurre aquí...? es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre. “Tanto amó Dios al mundo...¡Qué gran Padre tenemos, Abba, cómo te quiere tu Padre Dios, querido hermano!

 Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del Amor del Padre a los hombres en el Hijo, y del  Amor del Hijo al Padre por los hombres en el mismo Amor de Espíritu Santo: “nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”; y  el Padre la dio en la humanidad del Hijo, con la potencia de su mismo Espíritu, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre por todos nosotros,  en la soledad y muerte de la humanidad asumida por el Hijo, Palabra y Canción de Amor revelada por el Padre en la que nos ha cantado todo su proyecto de Amor, en su humanidad triturada en la cruz y hecha pan de Eucaristía con Amor de Espíritu Santo, por la que somos introducidos en la esencia y Felicidad de Dios Trino y Uno, ya en la tierra.

Queridos hermanos, qué maravilloso es nuestro Dios. Creamos en Dios, amemos a Dios, confiemos en Él, porque Él ha querido ser Padre nuestro, principio y fin de todo.  Dios existe, Dios existe y nos ama; Padre Dios, te amo, me alegro de que existas y seas tan grande, es la alegría más grande que tengo y que nos has revelado en tu Palabra hecha carne primero y luego pan de Eucaristía por la potencia de Amor de tu mismo Espíritu.

Este Dios  infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre,  soñado en éxtasis eterno de amor y felicidad... Hermano, si tú existes, es que Dios te ama; si tú existes, es que Dios te ha soñado para una eternidad de gozo con Él, si tú existes es que has sido preferido entre millones y millones de seres posibles que no existirán, y se ha fijado en ti y ha pronunciado tu nombre para una eternidad de gozo hasta el punto que roto este primer proyecto de amor, nos ha recreado en el Hijo:“tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que  tengan vida eterna Él”,

¡Cristo Jesús, nosotros te queremos, nosotros creemos en Ti; Cristo Jesús, nosotros confiamos en Ti, Tú eres el Hijo de Dios encarnado, el único que puede salvarnos del tiempo, de la muerte y del pecado. Tú eres el único Salvador del mundo!

 

1.5. PORQUE «…EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN ESPIRITUAL DE LA IGLESIA, A SABER, CRISTO MISMO, nuestra pascua y pan vivo que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 6).

 

        «...los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente unidos a la Sagrada Eucaristía y a ella se ordenan». «Ninguna Comunidad cristiana se construye si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzar toda educación en el espíritu de comunidad» (PO 5 y 6).

        Por todo ello y mil razones más, que no caben en libros sino sólo en el corazón de Dios, los católicos verdaderos, los que creen de verdad y viven su fe, adoramos, visitamos y celebramos los misterios de nuestra fe y salvación y nos encontramos con el mismo Cristo Jesús en la Eucaristía.

        Voy a poner algunos documentos más del Vaticano II para que nos demos cuenta que es centro y fundamento y fuente de toda la vida de la Iglesia y sin misa del Domingo no hay cristianismo, porque no hay Cristo vivo y muerto por nuestros pecados y resucitado para nuestra salvación y vida eterna.

Rv 26: [...] la vida de la Iglesia se desarrolla por la participación asidua del misterio eucarístico...

M 6 c: [... la Iglesia,] como cuerpo del Verbo encarnado cI1.Ie es, se alimenta y vive de la Palabra de Dios y del Pan eucarístico.

M 39 a: [... presbíteros], por su propio ministerio—que consiste sobre todo en la Eucaristía, la cual perfecciona a la Iglesia—, comulgan con Cristo Cabeza y llevan a otros a la misma comunión...

Rv 21: La Iglesia siempre ha venerado la Sagrada Escritura, como lo ha hecho con el Cuerpo de Cristo, pues sobre todo en la sagrada liturgia nunca ha cesado de tomar y repartir a sus fieles el pan de vida que ofrece la mesa de la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo.

VR 15 a: La vida común, a ejemplo de la Iglesia primitiva, [.1, nutrida por la doctrina evangélica, la sagrada liturgia y, señaladamente, por la Eucaristía, debe perseverar en la oración y en la comunión del mismo espíritu (cf. Act 2,42).

 

La Eucaristía, centro de los sacramentos y ministerios

 

P 5 b: [...] los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan.

M 9 b: Por la palabra de la predicación y por la celebración de los sacramentos, cuyo centro y cima es la santísima Eucaristía, la actividad misionera hace presente a Cristo, autor de la salvación.

L 10 a: [...] los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor.

P 5b: [...] la Eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica, como quiera que los catecúmenos son poco a poco introducidos a la participación de la Eucaristía, y los fieles, sellados ya por el sagrado bautismo y la confirmación, se insertan por la recepción de la Eucaristía plenamente en el Cuerpo de Cristo.

Presencia de Cristo en la Eucaristía

 

L 7 a: [...] Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio dé la Misa, sea en la persona del ministro, “ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz”, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas.

P 5 e: La casa de oración en que se celebra y se guarda la santísima Eucaristía y se consagran los fieles y en que se adora, para auxilio y consuelo de los fieles, la presencia del Hijo de Dios, salvador nuestro, ofrecido por nosotros en el ara del sacrificio, debe estar nítida, dispuesta para la oración y las sagradas solemnidades.

FS 8 a: Enséñeseles [a los seminaristas] a buscar a Cristo [...] sobre todo en la Eucaristía y el Oficio divino.

 

La celebración eucarística, centro de la comunidad cristiana

 

P 6 e: [...] ninguna comunidad cristiana se edifica si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, comenzarse toda educación en el espíritu de comunidad.

O 30 f: En el cumplimiento de la obra de santificación, procuren los párrocos que la celebración del sacrificio eucarístico sea centro y culminación de toda la vida de la comunidad cristiana...

P 5 c: Es, [...J, la sinaxis eucarística el centro de toda la asamblea de los fieles, que preside el presbítero.

I 26 a: En ellas [las comunidades locales] se congregan los fieles por la predicación del Evangelio de Cristo y se celebra el misterio de la Cena del Señor “para que por medio del cuerpo y de la sangre del Señor quede unida toda la fraternidad”.

 

Toda Misa, acto de Cristo y de la Iglesia

 

P 13 c: [... la Misa], aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia.

L 27 b: Esto [la preeminencia de la celebración comunitarial vale sobre todo para la celebración de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los sacramentos.

I 50 d: [.. .1 al celebrar el sacrificio eucarístico es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial...

 

El sacrificio eucarístico, realización redentora

 

P 13 c: En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes cumplen su principal ministerio, se realiza continuamente la obra de nuestra redención, y, por ende, encarecidamente se les recomienda su celebración cotidiana...

L 2: [.1 la liturgia, por cuyo medio “se ejerce la obra de nuestra redención”, sobre todo en el divino sacrificio de la Eucaristía, contribuye en sumo grado a que los fieles expresen en su vida y manifiesten a los demás el misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia.

FS 4 a: [Los seminaristas] deben prepararse para el ministerio del culto y de la santificación, a fin de que, orando y realizando las sagradas celebraciones litúrgicas, ejerzan la obra de salvación por medio del sacrificio eucarístico y los sacramentos.

 

La oblación personal en el sacrificio eucarístico

 

Iii a: [Los fieles,] participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella.

P 5 c: Los presbíteros, [...], enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente con ella oblación de su propia vida.

34 b: [...] las mismas pruebas de la vida, si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo (cf. 1 Petr 2,5), que en la celebración de la Eucaristía se ofrecen piadosísimamente al Padre junto con la oblación del cuerpo del Señor.

 

 

 

 

1.6. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON LOS BRAZOS ABIERTOS EN ETERNA AMISTAD

 

        La presencia Eucarística del Sagrario es la presencia de Cristo en amistad permanente ofrecida con amor extremo a todos los hombres, hasta el final de su vida, de sus fuerzas y del tiempo.

        Sólo la fe viva y despierta por el amor nos lleva poco a poco a reconocerla y descubrirla y gozar del Señor, del Amado, bajo las especies del pan y del vino: «visus, tactus, gustus in te fallitur, sed auditu solo tuto creditur: no se puede experimentar y vivir con gozo desde los sentidos», es la fe la que descubre su presencia, hasta poder decir con san Juan de la Cruz: «y máteme tu rostro y hermosura, mira que la dolencia de amor no se cura, sino con la presencia y la figura».

        “¡Es el Señor!”exclamó el apóstol Juan en medio de la penumbra y niebla del lago de Genesaret después de la resurrección, mientras los otros discípulos, menos despiertos en la fe y en el amor, no lo habían descubierto.

Él había reclinado su cabeza sobre su corazón en la Última Cena y sintió y consistió sentirlo con, todos los latidos de su corazón. Si no se descubre su presencia y se experimenta, para lo cual no basta una fe heredada y seca sino que hay que pasar por la oración personal, desde la adoración eucarística, a la fe personal e iluminada por el fuego del amor contemplativo un poco ya purificado donde el Sagrario se convierte, desde ser un trasto más de la iglesia y una vida eucarística cristiana pobre y un apostolado pobre, incluso nulo pasa ser Cristo vivo hoguera de amor y apostolado encendido y vivo.

Qué vida tan distinta en un seglar, sobre todo en un sacerdote, qué apostolado tan diferente entre una catequista, una madre, una novia eucarística y otra que no ha encontrado todavía este tesoro y esta perla preciosa, precisamente por no haber vendido nada o poco de su tiempo y de su dedicación a comprar este tesoro; no tiene intimidad con el Señor, porque para esto hay vender mucho de nuestro tiempo, soberbia, avaricia y pecados: “El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.

        Conversar y pasar largos ratos con Jesús Eucaristía es vital y esencial para mi vida cristiana, sacerdotal, apostólica, familiar, profesional, para ser buen hijo, buen padre, buena madre cristiana. A los pies del Santísimo, a solas con Él, con la luz de la lamparilla de la fe y del amor encendidos, aprendemos las lecciones de amor y de entrega, de humildad y paciencia que necesitamos para amar y tratar a todos y también poco a poco nos vamos encontrando con el Cristo del Tabor en el que el Padre tiene sus complacencias y nosotros, como Pedro, Santiago y Juan, algún día luminoso de nuestra fe, cuando el Padre quiera, oiremos su voz desde el cielo de nuestra alma habitada por los TRES que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, escuchadle.”

 

 1.7. PORQUE El SAGRARIO ES TEMPLO Y  MORADA DE LA TRINIDAD EN LA TIERRA.

 

        El Sagrario es morada de Dios Trino y Uno en la tierra porque el Pan consagrado, Cristo Eucaristía, es la Palabra que me revela el proyecto del Amor Personal de Dios Padre, por la potencia de Amor del Espíritu Santo, Amor Personal del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que lo acepta todo de Él y le hace Padre, aceptándolo, y es Hijo obediente hasta la muerte en el que se complace en el mismo Amor de Espíritu Santo; “el pan de vida” es Cristo Eucaristía, Palabra y Música y pentagrama de Amor en la que el Padre me canta y pronuncia su Palabra con de Amor de Espíritu Santo, por la que todo ha sido pensado y realizado: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios…Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”.

        Venerando y amando a Jesucristo Eucaristía, no solo me encuentro con Él, sino que me voy encontrando poco a poco también con el Padre que le está enviando para cumplir su proyecto de Salvación, por la fuerza y potencia amorosa del Espíritu Santo, que lo forma en el seno de María y en el pan y en el vino, como Verbo que nos revela el proyecto de amor del Padre. Venerándole, yo doy gloria al Padre, adoro su proyecto de Salvación, que le ha llevado a manifestarme su amor hasta el extremo en el Hijo muy amado, Su Palabra pronunciada y velada y revelada para mí en el Sagrario por su Amor personal que es el Espíritu Santo y al contemplarle en esos momentos de soledad y de Tabor, iluminado e identificado yo con esa Palabra por la adoración contemplativa, identificado con Él, el Padre no ve en mí sino al Amado en quien ha puesto todas sus complacencias.

 

1.8. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ENCUENTRO A   JESUCRISTO, ALEGRÍA Y DULZURA DE MI FE Y AMOR.

 

        ¡Qué gozo ser católico, tener fe, poder celebrar el Corpus Christi, creer en Jesucristo Eucaristía! ¡Qué gozo haberme encontrado con Él, saber que no estoy solo, que Él me acompaña, que mi vida tiene sentido! ¡Qué gozo saber que Alguien me ama, que si existo, es que Dios me ama, y en el Hijo Eucaristía, me ama hasta ese extremo; hasta el extremo del tiempo, hasta el extremo del amor y de sus fuerzas, hasta el extremo de dar la vida por mí, hasta el extremo de ser Dios y, por amor, hacerse hombre, y venir en mi búsqueda, para abrirme las puertas de la amistad y amor de mi Dios Trino y Uno! ¡Qué gozo saber que se ha quedado para siempre conmigo en el pan consagrado, en cada Sagrario de la tierra, con los brazos abiertos, en amistad permanentemente ofrecida!

        ¡Cómo no amarlo, adorarlo y comerlo! ¡ cómo no besarlo y abrazarlo y llevarlo sobre los hombros por calles y plazas, gritando y cantando, proclamando que Dios existe y nos ama, que la vida tiene sentido y es un privilegio existir, porque ya no moriremos nunca, que nuestra vida es más que esta vida y que este tiempo y este espacio, que soy eternidad, porque el Hijo de Dios Eterno me lo ha revelado y lo ha demostrado con su muerte y resurrección, que hace presente en la Eucaristía, donde me dice: “¡ yo soy el pan de la vida, el que coma de este pan, tiene la vida eterna”!

        ¡Cómo no proclamarlo y gritarlo cuando todo esto se cree, pero, sobre todo, se puede vivir, gustar y saborear ya aquí abajo, y empieza el cielo en la tierra, y se viven ratos de eternidad, en encuentros de amistad y de oración junto al Sagrario, donde el Padre me está diciendo su Palabra de Amor en el Hijo, encarnado primero en carne, luego, en el pan consagrado, por la potencia de su Amor, que es Espíritu Santo!

        Jesucristo Eucaristía, desde su presencia eucarístico-trinitaria, en «música callada» me está cantando, “revelando” la canción de Amor “extremo”, infinito del Padre al hombre por la potencia de Amor, Espíritu Santo: “La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros”, donde el Resucitado, en Eucaristía permanente, en oblación e intercesión perenne al Padre, con Amor de Espíritu nos está diciendo: no te olvido, te amo, ofrezco mi vida y amistad por ti y quiero hacerte partícipe de mi misma vida y sentimientos y gozo eterno: “a vosotros no os llamo siervos... a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que me ha revelado el Padre, os lo he dado a conocer”.

        Cristo Eucaristía ¡qué gozo haberte conocido por la fe, sobre todo, por la fe viva y experimentada en la oración personal o litúrgica, no meramente creída o celebrada! ¡Qué gozo haberme encontrado contigo por la oración personal y eucarística: «que no es otra cosa oración... sino trato de amistad estando muchas veces tratando a solas con aquel que sabemos que nos ama». Parece como si la santa hubiera hecho esta definición mirando al Sagrario.

        Por eso, qué necesidad absoluta tiene la Iglesia de todos los tiempos de tener, especialmente en los seminarios y noviciados y casas de formación, montañeros que hayan subido hasta la cumbre del Tabor eucarístico, y puedan enseñar, no sólo teórica, sino vivencialmente, este camino; necesitamos exploradores, como los de Moisés, que hayan llegado a la tierra prometida de la vivencia eucarística y puedan volver cargados de frutos, para enseñar la ruta, dejando otros caminos que nos llegan hasta el corazón del pan o de los ritos sagrados, hasta las personas divinas. El camino es fácil de saber, pero exige oración permanente que nos lleva a la conversión permanente para llegar al amor total y permanente; hay que dejarlo todo, para llenarnos del Todo, y estamos muy llenos de nosotros mismo; tanto que no cabe Dios, el Todo; tenemos que dejar que Dios sea Dios: “amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu amor”. El Cuerpo de Cristo, el Corpus Christi es el único alimento, pero sabiendo que una cosa es comer, y otro comulgar con los sentimientos y la vida de Cristo: “sin mí no podéis hacer nada...  el que me coma, vivirá por mí”.

2.- PORQUE EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL MISMO CRISTO MISERICORDIOSO QUE CURÓ A  LA HEMORROÍSA

 

        Es el mismo Cristo, ya pleno de luz y de gloria, intercediendo por todos nosotros ante el Padre, el mismo de Palestina, el Cristo de la Hemorroísa, dispuesto a curarnos nuestras enfermedades, de cuerpo y de alma, si le tocamos, como ella, con fe y amor y esperanza sobrenatural convencida en Jesucristo, Hijo de Dios Encarnado.

        Está ahí, esperándonos, siempre que nos acerquemos a Él por la oración y se lo pidamos, aún sin pedírselo, sólo con desearlo, como la samaritana, es el mismo; está ahí, con los brazos abiertos, en amistad permanente para que le toquemos con fe y nos pueda curar de las heridas de nuestros pecados que nos desangran y nos vacían de la vida de la gracia y nos debilitan y nos llevan a la muerte del pecado.  ¡Hemorroísa divina, creyente, decidida, enséñame a tocar a Cristo con fe y esperanza, como tú!

 “Mientras les hablaba, llegó un jefe y acercándosele se postró ante Él, diciendo: Mi hija acaba de morir; pero ven, pon tu mano sobre ella y vivirá. Y levantándose Jesús, le siguió con sus discípulos. Entonces una mujer que padecía flujo de sangre hacía doce años se le acercó por detrás y le tocó la orla del vestido, diciendo para sí misma: con sólo que toque su vestido seré sana. Jesús se volvió, y, viéndola, dijo: Hija, ten confianza; tu fe te ha sanado. Y quedó sana la mujer desde aquel momento”(Mt 9, 20-26).

Pues ese es el mismo Jesús del Sagrario. Seguramente todos recordaréis este pasaje evangélico, en el que se nos narra la curación de la hemorroísa. Esta pobre mujer, que padecía flujo incurable de sangre desde hacía doce años, se deslizó entre la multitud, hasta lograr tocar al Señor: “Si logro tocar la orla de su vestido, quedaré curada, se dijo. Y al instante cesó el flujo de sangre. Y Jesús... preguntó: ¿Quién me ha tocado?”

        No era el hecho material lo que le importaba a Jesús. Pedro, lleno de sentido común, le dijo: Señor, te rodea una muchedumbre inmensa y te oprime por todos lados y ahora tú preguntas, ¿quién me ha tocado? Pues todos. Pero Jesús lo dijo, porque sabía muy bien, que alguien le había tocado de una forma totalmente distinta a los demás, alguien le había tocado con fe y una virtud especial había salido de Él. No era la materialidad del acto lo que le importaba a Jesús en aquella ocasión; cuántos ciertamente de aquellos galileos habían tenido esta suerte de tocarlo y, sin embargo, no habían conseguido nada. Sólo una persona, entre aquella multitud inmensa, había tocado con fe a Jesús. Esto era lo que estaba buscando el Señor.

        Queridos hermanos: Este hecho evangélico, este camino de la hemorroísa, debe ser siempre imagen e icono de nuestro acercamiento al Señor, y una imagen real y a la vez desoladora de lo que sigue aconteciendo hoy día en nuestras iglesias.

        Otra multitud de gente nos hemos reunido esta tarde en su presencia junto al Sagrario y nos reunimos en otras muchas ocasiones y, sin embargo, no salimos todos curados de su encuentro, porque nos falta fe. El sacerdote que celebra la Eucaristía, los fieles que la reciben y la adoran, todos los que vengan a la presencia del Señor, deben tocarlo con fe y amor para salir curados.

        Y si el sacerdote como Pedro le dice: Señor, todos estos son creyentes, han venido por Tí, incluso han comido contigo, te han comulgado; el Señor podría tal vez responder: pero no todos me han tocado. Tanto al sacerdote como a los fieles nos puede faltar esa fe necesaria para un encuentro personal, podemos estar distraídos de su amor y presencia amorosa; es más, nos puede parecer el Sagrario un objeto de iglesia, venerado, pero simple objeto, no la presencia plena y verdadera y realísima de Cristo.

        Sin fe viva, la presencia de Cristo no es la del amigo que siempre está en casa, esperándonos, lleno de amor, lleno de esas gracias, que tanto necesitamos, para glorificar al Padre y salvar a los hombres; y por esto, sin encuentro de amistad, no podemos contagiarnos de sus deseos, sentimientos y actitudes.

        En la oración eucarística, como en su presencia en el Sagrario en Eucaristía continuada y permanente el Señor se sigue ofreciendo por nosotros al Padre y como alimento de vida a todos, es el “pan de vida que ha bajado de los cielos” y nos dice: “Tomad y comed... Tomad y bebed”; y lo dice para que comulguemos, nos unamos a Él por la oración, por la adoración, comunión espiritual, comunión con su vida y sentimientos.

        En la oración eucarística, más que abrir yo la boca para decir cosas a Cristo, la abro para acoger su don, que es el mismo Cristo pascual, vivo y resucitado por mí y para mí. El don y la gracia ya están allí, es Jesucristo resucitado para darme vida, sólo tengo que abrir los ojos, la inteligencia, el corazón para comulgarlo con el amor y el deseo y la comunicación-comunión y así la oración eucarística se convierte en una permanente comunión eucarística. Sin fe viva, callada, silenciosa y alimentada de horas de Sagrario, Cristo no puede actuar aquí y ahora en nosotros, ni curarnos como a la hemorroísa. No puede decirnos, como dijo tantas veces en su vida terrena “Vete, tu fe te ha salvado”.

        Y no os escandalicéis, pero es posible que yo celebre la eucaristía y no le toque, y tú también puedes comulgar y no tocarle, a pesar de comerlo. No basta, pues, tocar materialmente la sagrada forma y comerla, hay que comulgarla, hay que tocarla con fe y recibirla con amor y vivirla.

        Y ¿cómo sé yo si le toco con fe al Señor? Muy sencillo: si quedo curado, si voy poco a poco comulgando con los sentimientos de amor, servicio, perdón, castidad, humildad de Cristo, si me voy convirtiendo en Él y viviendo poco a poco su vida. Tocar, comulgar a Cristo es tener sus mismos sentimientos, sus mismos criterios, su misma vida. Y esto supone renunciar a los míos, para vivir los suyos: “El que me coma, vivirá por mí”, nos dice el Señor en el largo y maravilloso capítulo sexto de San Juan. Y Pablo constatará esta verdad, asegurándonos: “vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”.

        Hermanos, de hoy en adelante vamos a tener más cuidado con nuestras misas y nuestras comuniones, con nuestros ratos de iglesia, de Sagrario. Vamos a tratar de tocar verdaderamente a Cristo. Creo que un momento muy importante de la fe eucarística es cuando llega ese momento, en que iluminado por la fe, uno se da cuenta de que Él está realmente allí, que está vivo, vivo y resucitado, que quiere comunicarnos todos los tesoros que guarda para nosotros, puesto que para esto vino y este fue y sigue siendo el sentido de su encarnación continuada en la Eucaristía. Pero todo esto es y tiene que ser por las virtudes teologales de la fe, esperanza y caridad, que nos llevan y nos unen directamente con Dios.

        Hemorroisa divina, creyente, decidida y valiente, enséñame a mirar y admirar a Cristo como tú lo hiciste, quisiera tener la capacidad de provocación que tú tuviste con esos deseos de tocarle, de rozar tu cuerpo y tu vida con la suya, esa seguridad de quedar curado si le toco con fe de presencia y de palabra, enséñame a dialogar con Cristo, a comulgarlo y recibirlo; reza por mí al Cristo que te curó de tu enfermedad, que le toquemos siempre con esa fe y deseos tuyos en nuestras misas, comuniones y visitas, para que quedemos curados, llenos de vida, de fe y de esperanza.

3.-  PORQUE EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS A PREDICAR”.

 

         «EUCARÍSTICAS» es el título que puse, hace más de cuarenta años, a un cuaderno de pactas grises y páginas a cuadritos, que me llevaba a la iglesia en los primeros tiempos de mi sacerdocio. Allí anotaba todo lo que el Señor desde el Sagrario me iba inspirando. Eran sentimientos, emociones, vivencias, que yo luego traducía en ideas para mi predicación. Recuerdo, como si fuera hoy mismo, la primera «Eucarística» (vivencia), que escribí como ecónomo junto al Sagrario de mi primera parroquia de la bella Vera extremeña, Robledillo de la Vera:

        «Señor, Tú sabías que serían muchos los que no creerían en Ti, Tú sabías que muchos no te seguirían ni te amarían en este sacramento, Tú sabías que muchos no tendrían hambre de tu pan ni de tu amor ni de tu presencia eucarística, Tú sabías que el Sagrario sería un trasto más de la Iglesia, al que se le ponen flores y se le adorna algunos días de fiesta... Tú lo sabías todo... y, sin embargo, te quedaste; te quedaste para siempre en el pan consagrado, como amor inmolado por todos, como comida de amor para todos, como presencia de amistad ofrecida a tus sacerdotes, a tus seguidores, a todos los hombres... Gracias, Señor, qué bueno eres, cuánto nos amas... verdaderamente nos amaste hasta el extremo, hasta el extremo de tus fuerzas y amor, hasta el extremo del tiempo, del olvido y de todo.

        Muchas veces te digo: Señor, si Tú sabías de nuestras rutinas y faltas de amor, de nuestros abandonos y faltas de correspondencia y, a pesar de todo, te quedaste, entonces, Señor, no mereces compasión..., porque Tú lo sabías, Tú lo sabías todo....y, sin embargo, te quedaste... Qué emoción siento, Señor, al contemplarte en cada Sagrario, siempre con el mismo amor, la misma entrega....eso sí que es amar hasta el extremo de todo y del todo. Qué bueno eres, cuánto nos quieres, Tú sí que amas de verdad, nosotros no entendemos de las locuras de tu amor, nosotros somos más calculadores; nosotros somos limitados en todo.     Señor, por qué me amas tanto, por qué me buscas tanto, por qué te humillas tanto, por qué te rebajas tanto... hasta hacerte no solo hombre sino una cosa, un poco de pan por mí.... Señor, pero qué puedo darte yo que Tú no tengas....qué puede darte el hombre.... Si Tú eres Dios, si Tú lo tienes todo... no me entra en la cabeza, no encuentro respuesta, no lo comprendo, Señor, sólo hay una explicación: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

        Nos amaste hasta el extremo, cuando en el seno de la Santísima Trinidad te ofreciste al Padre por nosotros:“Padre,no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad” y la cumpliste  en la Ultima Cena, anticipando tu pasión y muerte por nosotros, cuando temblando de emoción, con el pan en las manos, te entregaste en sacrificio y comida y presencia permanente por todos: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo... Tomad y bebed, esta es mi sangre...”.

        En tu corazón eucarístico está vivo ahora y presente todo este amor, toda esta entrega, toda esta emoción, la he sentido muchas veces en ratos de misas, comunión o de oración ante el Sagrario, la ofrenda de tu vida al Padre y a los hombres, que te llevó a la Encarnación, a la pasión, muerte y resurrección, para que todos tuviéramos la vida nueva del Resucitado y entrar así con Él en el círculo del Amor trinitario;  y también para que nunca dudásemos de la verdad de tu amor y de tu entrega. Gracias, gracias, Señor... Átame, átanos para siempre a tu amor, a tu Eucaristía, a la sombra de tu Sagrario para que correspondamos a la locura de tu amor.

 

4. PORQUE EL SAGRARIO ES EL BROCAL DEL POZO DE JACOB, DONDE CRISTO NOS ESPERA PARA EL ENCUENTRO DE AMISTAD

 

Me está esperando siempre, como a la Samaritana, para un diálogo  de amistad y salvación  ¡Samaritana mía, enséñame a dialogar con Cristo y pedirle    el agua de la fe y del amor!

   “Tenía que pasar por Samaria. Llega, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, próxima a la heredad que dio Jacob a José, su hijo, donde estaba la fuente de Jacob. Jesús fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era como la hora de sexta. Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: dame de beber, pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.

Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos. Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice: dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva?¿Acaso eres tú más grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna.

  Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y ven acá. Respondió la mujer y le dijo: no tengo marido. Díjole Jesús: bien dices: no tengo marido porque tuviste cinco, y el que tienes ahora no es tu marido; en esto has dicho verdad. Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta.

Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre... Díjole la mujer: Yo sé que el Mesías, el que se llama Cristo, está para venir, y que cuando venga nos hará saber todas las cosas. Díjole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en Él por la palabra de la mujer, que atestiguaba: Me ha dicho todo cuanto he hecho. Así que vinieron a Él y le rogaron que se quedase con ellos. Permaneció allí dos días y muchos más creyeron al oírle. Decían a la mujer: ya no creemos por tu palabra, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que éste es verdaderamente el Salvador del mundo”(Juan 4, 4-26).

        Polvoriento, sudoroso y fatigado el Señor se ha sentado en el brocal del pozo. Está esperando a una persona muy singular. Ella no lo sabe. Por eso, al llegar y verlo, la samaritana se ha quedado sorprendida de ver a un judío sentado en el pozo, sobre todo, porque le ha pedido agua. Este encuentro ha sido cuidadosamente preparado por Jesús. Por eso, Cristo no se ha recatado en manifestar su sed material, aunque le ha empujado hasta allí, más su sed de almas, su ardor apostólico: “si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...”.

        Queridos hermanos: el mismo Cristo, exactamente el mismo, con la misma sed de almas, está sentado a la puerta de nuestros Sagrarios, del Sagrario de tu pueblo. Lleva largos años esperando el encuentro de fe contigo para entablar el deseado diálogo, pero tú tal vez no has sido fiel a la cita y no has ido a este pozo divino para sacar el agua de la vida. Él ha estado siempre aquí, esperándote, como a la samaritana. Dos mil años lleva esperándote.

        Por fin hoy estás aquí, junto a Él, que te mira con sus ojos negros de judío, imponentes, pregúntaselo a la adúltera, a la Magdalena, a las multitudes de niños, jóvenes y adultos de Palestina, que le seguían magnetizados; ¡qué vieron en esos ojos, lagos transparentes en los que se reflejaba su alma pura, su ternura por niños, jóvenes, enfermos, pecadores, su amor por todos nosotros y se purificaban con su bondad las miserias de los hombres!

        Todos sentimos esta tarde una emoción muy grande, porque hemos caído en la cuenta de que Él estaba esperándonos. Y, sentado en el brocal del Sagrario, Cristo te provoca y te pide agua, porque tiene sed de tu alma, como aquel día tenía más sed del alma de esta mujer que del agua del pozo. Cristo Eucaristía se muere en nuestros Sagrarios de sed de amor, comprensión, correspondencia, de encontrar almas corredentoras del mundo, adoradoras del Padre, enamoradas y fervientes, sobre las que pueda volcarse y transformarlas en eucaristías perfectas.

        «He aquí el corazón que tanto ha amado a los hombres, diría a Santa Margarita y, a cambio de tanto amor, solo recibe desprecios...». Tú, al menos, que has conocido mi amor, ámame, nos dice el Señor a los creyentes desde cada Sagrario. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber...tú le pedirías y el te daría agua que salta hasta la vida eterna...”.

         El don de Dios a los hombres es Jesucristo, es el mayor don que existe y que es entregado a los que le aman. Para eso vino y para eso se quedó en el Sacramento. Si supiéramos, si descubriéramos quién es el que nos pide de beber... es el Hijo de Dios, la Palabra pronunciada y cantada eternamente con Amor de Espíritu Santo por el Padre: “Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho. En Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres... Vino a los suyos y los suyos no le recibieron” (Jn 1, 1-3,11). Pues bien, esa Palabra Eterna de Salvación y Felicidad, pronunciada con amor de Espíritu Santo por el Padre para los hombres, es el Señor, presente en todos los Sagrarios de la tierra.

        No debemos olvidar nunca que la religión cristiana, esencialmente, no son mandamientos ni sacramentos ni ritos ni ceremonias ni el mismo sacerdocio ni nada, esencialmente es una persona, es Jesucristo. Quien se encuentra con Él, puede ser cristiano, porque ha encontrado al Hijo Único, que conoce y puede llevarnos al Padre y a la salvación; quien no se encuentra con Él, aunque tenga un doctorado en teología o haga todas las acciones y organigramas pastorales, no sabe lo que es auténtico cristianismo, ni ha encontrado el gozo eterno comenzado en el tiempo.

        Es que Dios nos ha llamado a la existencia por amor, tanto en la creación primera como en la segunda, y siempre en su Hijo, primero, Palabra Eterna pronunciada en silencio, lleno de amor de Espíritu Santo en su esencia divina, luego, pronunciada por nosotros en el tiempo y en este mundo en carne humana, para que vivamos su misma vida y seamos felices con su misma felicidad trinitaria, que empieza aquí abajo; las puertas del Sagrario son las puertas de la eternidad:

  “Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos; por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo para que fuésemos santos e inmaculados ante Él en caridad, y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre, la remisión de los pecados...” (Ef 1,3-7).

        La religión, en definitiva, es todo un invento de Dios para amar y ser amado por el hombre, y aquí está la clave del éxtasis de amor de los místicos, al descubrir y sentir y experimentar que esto es verdad, que de verdad Dios ama al hombre desde y hasta la hondura de su ser trinitario, y el hombre, al sentirse amado así, desfallece de amor, se transciende, sale de sí por este amor divino que Dios le regala y se adentra en la esencia de Dios, que es Amor, Amor que no puede dejar de amar, porque si dejara de amar, dejaría de existir. Esto es lo que busca el Padre por su Hijo Jesucristo, hecho carne de pan por y para nosotros.

        “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó...” (1J 4, 8-10).

        “Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios y lo seamos. Carísimos, ahora somos hijos de Dios, aunque aún no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3, 1-3).

         Por eso, ya puede crear otros mundos más dilatados y varios, otros cielos más infinitos y azules, pero nunca podrá existir nada más grande, más bello, más profundo, más lleno de vida y amor y de cariño y de ternuras infinitas que Jesucristo, su Verbo Encarnado. “Y hemos visto, y damos de ello testimonio, que el Padre envió a su Hijo por Salvador del mundo. Quien confesare que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor, permanece en Dios y Dios en él” (1Jn 4, 14-16).

        Y a este Jesús es a quien yo confieso como Hijo de Dios arrodillándome ante el Sagrario, y a éste es al que yo veo cuando miro, beso, hablo o me arrodillo ante el Sagrario, yo no veo ni pan ni copón ni caja de metal o madera que lo contiene, yo sólo veo a mi Cristo, a nuestro Cristo y ese es el que me pide de beber... y si yo tengo dos gotas de fe, tengo que comulgarle, comunicarme con Él, entregarme a Él, encontrarle, amarle: “Si tú supieras quién es el que te pide de beber...”

        Dímelo tú, Señor. Descúbremelo Tú personalmente. En definitiva, el único velo que me impide verte es el pecado, de cualquier clase que sea, siempre será un muro que me oculta tu rostro, me separa de Tí; por eso quiero con todas mis fuerzas destruirlo, arrancarlo de mí, aunque me cueste sangre, porque me impide el encuentro, la comunión total. “Si dijéramos que vivimos en comunión con Él y andamos en tinieblas, mentiríamos y no obraríamos según verdad”. “Y todo el que tiene en él esta esperanza, se purifica, como puro es Él. Todo el que permanece en Él no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 1,6; 3, 3,6).

        Por eso, la samaritana, al encontrarse con Cristo, reconoció prontamente su pecados, sus muchos maridos, es decir, sus pecados; los afectos y apegos desordenados impiden ver a Cristo, creer en Cristo Eucaristía, sentir su presencia y amor; Cristo se lo insinuó, ella lo intuyó y lo comprendió y ya no tuvo maridos ni más amor que Cristo, su mejor amigo y el amigo más pleno y total.

        Señor, lucharé con todas mis fuerzas por quitar el pecado de mi vida, de cualquier clase que sea. “Los limpios de corazón verán a Dios”. Quiero estar limpio de pecado, para verte y sentirte como amigo. Quiero decir con la samaritana: “Dáme, Señor, de ese agua, que sacia hasta la vida eterna…” para que no tenga necesidad de venir todos los días a otros pozos de aguas que no sacian plenamente; todo lo de este mundo es agua de criaturas que no sacia, yo quiero hartarme de la hartura de la divinidad, de este agua que eres Tú mismo, el único que puedes saciarme plenamente. Porque llevo años y años sacando agua de estos pozos del mundo y como mis amigos y antepasados tengo que venir cada día en busca de la felicidad, que no encuentro en ellos y que eres Tú mismo.

        Señor, tengo hambre del Dios vivo que eres Tú, del agua viva, que salta hasta la vida eterna, que eres Tú, porque ya he probado el agua del mundo y la felicidad que da y no me sacia. Déjame, Señor, que esta tarde, cansado del camino de la vida, lleno de sed y hambriento de eternidad y sentado junto al brocal del Sagrario, donde Tú estás, te diga: Jesús, te deseo a Tí, deseo llenarme y saciarme solo de Tí, estoy cansado de las migajas de las criaturas, sólo busco la hartura de tu Divinidad. Quien se ha encontrado contigo, ha perdido la capacidad de hambrear nada fuera de Tí. Tú eres la Vida de mi vida, lléname de Tí. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios.

 

5. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA APRENDER A CONOCER Y AMAR A CRISTO

 

        Ahora tenemos muchas escuelas y universidades; incluso en las parroquias tenemos muchas clases de Biblia, de teología, de liturgia... nuestras madres y nuestros padres no tuvieron más escuela que el Sagrario y punto. Allí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos. Allí escucharon y seguimos nosotros escuchando a Jesús que nos dice: “sígueme”, “amaos los unos a los otros como yo os he amado”,“no podéis servir a dos señores, no podéis servir a Dios y al dinero” “.venid y os haré pescadores de hombres”,“vosotros sois mis amigos”, “no tengáis miedo, yo he vencido al mundo”, “ sin mí no podéis hacer nada, yo soy la vid, vosotros , los sarmientos, el sarmiento no puede llevar fruto si no está unido a la vid...”

        ¿Y qué pasa cuando yo escucho del Señor estas palabras? Pues que si no aguanto estas enseñanzas, estas exigencias, este diálogo personal con Él, porque me cuesta, porque no quiero convertirme, porque no quiero renunciar a mis bienes, mis defectos y pecados y me marcho para que no pueda echarme en cara mi falta de fe en Él, mi falta de generosidad en seguirle, para que no me señale con el dedo mis defectos.... y así estaré y viviré distanciado respecto a su amor y presencia eucarística durante toda mi vida, con las consiguientes consecuencias negativas que esta postura llevará consigo.

Podré incluso, tratar de legitimar mi postura, diciendo que Cristo está en muchos sitios, está en la Palabra, en los hermanos...que es muy cómodo quedarse en la iglesia, que más apostolado y menos quedarse de brazos cruzados, mirando al Sagrario, pero en el fondo es que no aguanto su presencia eucarística que me señala mis defectos

y me invita a seguirle: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”.

 

MEDIOCRIDAD, NO.

 

        Y me pregunto cómo podré yo luego, siendo sacerdote o cristiano, entusiasmar a la gente con Cristo, predicar que el Señor es Dios, el bien absoluto y primero de la vida, por el cual hay que venderlo todo...si yo no lo practico ni sé cómo se hace.

Creo que esta es la causa principal de la pobreza espiritual de los cristianos en parroquias y de que muchas partes importantes del evangelio no se prediquen, porque no se viven ni se conocen por la propia experiencia del sacerdote. Si el Señor empieza a exigirme en la oración, en el diálogo personal con Él, y yo no quiero convertirme, poco a poco me iré alejando de este trato de amistad para no escucharlo, aunque las formas externas las guardaré toda la vida, es decir, seguiré comulgando, rezando, haciendo otras cosas, incluso más llamativas, también en mi apostolado, pero he firmado mi mediocridad cristiana, sacerdotal, apostólica...

        Al alejarme cada día más del Cristo del Sagrario, me alejo a la vez también de la oración y, aunque Jesús a voces me esté llamando todos los días, porque me quiere ayudar, terminaré por no oírle y todo se convertirá en pura rutina y así será toda mi vida espiritual y religiosa.

 Y esto es más claro que el agua: si Cristo en persona me aburre en la oración, cómo podré entusiasmar a los demás con Él, aunque sea obispo o sacerdote, no se qué apostolado pueda hacer por Él, cómo contagiaré deseos de Él, ni sé como podré enseñar a los demás el camino de la oración, cómo podré ser guía de los hermanos en este camino de encuentro con Él. Naturalmente hablaré de oración y de amistad con Cristo, de organigramas y apostolado, pero teóricamente, como lo hacen otros muchos en la Iglesia de Dios.

         Esta es la causa de que no toda actividad ni todo apostolado, tanto de seglares como de los sacerdotes, sea verdadero apostolado, para el cual, según Cristo, hay que estar unidos a Él, como los sarmientos a la vid única y verdadera, para poder dar fruto, lo ha dicho el Señor. Y a veces este canal, que tiene que llevar al cuerpo de la Iglesia el agua que salta hasta la vida eterna o la vena que debe llevar la sangre desde el corazón salvador de Cristo hasta las partes más necesitadas del cuerpo místico, esta vena y este canal, que soy yo, sacerdote, y cada cristiano, está tan obstruido por las imperfecciones que apenas llevamos unas gotas o casi nada de sangre para poder vitalizar y regar las partes del cuerpo afectadas por parálisis espiritual. Así que zonas importantes de la Iglesia, de arriba y de abajo, siguen negras e infartadas, sin vida espiritual ni amor y servicio verdaderos a Dios y a los hermanos.  

Porque mal es que este canal obstruido sea un seglar, un catequista, un miembro de nuestros grupos o una madre, con la necesidad que tenemos de madres cristianas, porque con ellas casi no necesitamos ni curas; lo más grave y dañino es si somos sacerdotes.

Menos mal que la gran mayoría de la Iglesia está conectada a la vid, que es Cristo Eucaristía. Aquí es donde está la fuente que mana y corre, aunque es de noche, es decir, por la fe, como nos dice San Juan de la Cruz. Por favor, no pongamos la eficacia apostólica, la fuerza de la acción evangelizadora y misionera en los organigramas o programaciones, aunque sean necesarias, donde, como nos ha dicho el Papa en la Carta Apostólica NMI ya está todo dicho, sino en la raíz de todo apostolado y vida cristiana: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos... todo sarmiento que no está unido a la vid, no puede dar fruto”.

 

6.- PORQUE EN EL SAGRARIO TENEMOS UN CARA A CARA CON CRISTO.

 

        Por eso, este encuentro eucarístico, la oración personal, este cara a cara personal y directo con Cristo es fundamental para nuestra vida espiritual. Añadiría que, aunque todos sabemos que la eucaristía como sacrificio es el fundamento, sin embargo la eucaristía como presencia tiene unos matices que nos descubre y pone más en evidencia la realidad de nuestra relación con Cristo.

Porque en las eucaristías tenemos la asamblea, los cantos, las lecturas, respondemos y nos damos la paz, nos saludamos, escuchamos al sacerdote; pero con tanto movimiento a lo mejor salimos de la iglesia, sin haber escuchado a Cristo, es más, sin haberle incluso saludado personalmente.

        Sin embargo, en la oración personal, ante el Sagrario, no hay intermediarios ni distracciones, es un diálogo a pecho descubierto, de tú a tú con Jesús, que me habla, me enfervoriza o tal vez, si Él lo cree necesario, me echa en cara mi mediocridad, mi falta de entrega, que me dice: no estoy de acuerdo en esto y esto, corrige esta forma de ser o actuar.... y claro, allí, solos ante Él en el Sagrario, no hay escapatoria de cantos o respuestas de la misa, allí es uno el que tiene que dar la respuesta, y no las hay litúrgicas oficiales; por eso, si no estoy dispuesto a cambiar, no aguanto este trato directo con Cristo Eucaristía y dejo la visita diaria. ¿Cómo buscarle en otras presencias cuando allí es donde está más plena y realmente presente?

        Si aguanto el cara a cara, cayendo y levantándome todos los días, aunque tarde años, encontraré en su presencia eucarística luz, consuelo, gozo, que nada ni nadie podrán quitarme y me comeré a los niños, a los jóvenes, a los enfermos, quemaré de amor verdadero y seguimiento de Cristo allí donde trabaje y me encuentre, lo contagiaré todo de amor y seguimiento de Él, llegaré a la unión afectiva y efectiva, oracional y apostólica con Él.

Y esto se llama santidad y para esto es la oración eucarística, porque la oración es el  alma de todo apostolado, como se titulaba un libro de mi juventud. Y a esto nos invita el Señor desde su presencia eucarística y para esto se ha quedado tan cerca de nosotros.

 

7. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL CRISTO QUE CALMA LAS TEMPESTADES Y  SALVA A LOS APÓSTOLES DE NAUFRAGAR.

 

        Me consuela saber que, en medio de los peligros por los que todos tenemos que pasar, unas veces porque nos meten, otras porque nos metemos nosotros, Cristo, desde el Sagrario, está siempre  pendiente de nosotros para salvarnos para decirnos: “Animo, soy yo, no tengáis miedo”.

Con su presencia en el Sagrario Jesús siempre nos está ofreciendo su ayuda y amistad y si tenemos fe y venimos a su presencia, como estamos ahora, y le decimos como Pedro: “Sálvanos, Señor, que  perecemos”, Él, que es infinitamente bueno y poderoso y  nos ama y se ha quedado para eso tan cerca de nosotros “hasta el final de los tiempos”, hará que sintamos su presencia eucarística, nos quitará la soledad y el desaliento que otros tienen por no visitarlo en el Sagrario, y venceremos en todas las luchas y tempestades de la vida, tanto corporal y humana como espiritual, en las crisis de fe , de esperanza y amor, en las noches de fe en la oración y en la experiencia de Dios en nuestra vida espiritual. 

        Como Cristo desde la montaña, donde había subido a orar, contemplaba a sus pies el mar de Tiberíades y en él la barca con los doce Apóstoles, sobre todo, cuando se embraveció y surgieron las olas por el viento fuerte, así también ahora, Jesucristo, nuestro amigo Dios, nos ve, desde el Sagrario,  a nosotros en el mar de la vida y vive pendiente de nosotros. Qué consuelo cuando uno sabe y vive todo esto. Qué tranquilidad en la misma enfermedad, persecución, críticas, envidias... no estoy solo, Cristo, desde el Sagrario me ve y me acompaña y se interesa por mí.

        San Mateo  lo describe así en su evangelio: “En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo. La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis". Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados”.

         

        1). Hemos de tener en cuenta que este hecho acaeció a continuación de la primera multiplicación de los panes: cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños, fueron milagrosamente alimentados por Jesús: “Visto el milagro que  Jesús había hecho, decían aquellos hombres: Este, sin duda, es el Profeta que ha de venir al mundo. Por lo cual, conociendo Jesús que habían de venir para llevárselo por fuerza para hacerlo rey, huyó Él solo otra vez al monte”. (Jo 6, 14-15).

        ¡Cómo huye el Señor de ser aplaudido y cómo nos enseña con las obras lo que nos predica de palabra! Los discípulos, halagados quizá por el clamor popular, soñaron en puestos y honras temporales; y el Señor les hizo embarcar y salir a la mar, y se quedó Él en tierra.

        Preveía el Señor la tempestad que muy pronto se iba a desatar, y les hizo embarcar para que lucharan con ella y no pensaran que en el seguimiento del Señor tan poderoso iba a ser todo felicidad, sino que vivieran dispuestos al sacrificio. Iba además a hacerles sentir que siempre velaba por ellos, sin que fuera necesaria su presencia corporal para tener muy presentes a los suyos y librarles de todo mal.

        Él, mientras tanto, subió al monte a orar. ¡Qué modelo para nosotros!  Cuántas veces en el sagrado Evangelio se nos inculca la frecuencia con que el Señor oraba. Quiere desarrollar prácticamente la lección que después ha de exponernos teóricamente: la necesidad de la oración, sobre todo durante el ejercicio del apostolado, y al mismo tiempo el modo más perfecto de hacerla; se aparta de las gentes, sube al monte, ora de noche.

        Todo hombre, y en especial todo apóstol, debe tener continuo recurso a la oración y buscar en ella la solución de sus dudas, el remedio de sus necesidades, el esfuerzo para el trabajo, la fecundidad de sus labores.

 

        2). Se apartaron los Apóstoles de Jesús quizá de mala gana, pues que San Marcos (Mc., 6, 45) dice que “forzó a los discípulos a subir a la barca”; temían que sin Él pudiera sucederles cualquier contratiempo. Jesús los amaba muy de veras y, sin embargo, y aun por eso mismo permitió que fueran probados.

La tempestad significa cierta ausencia de Jesús, al menos en cuanto al socorro sensible; pero no significa abandono. Bien veía el Señor desde el monte, como ahora desde el Sagrario,  lo que a sus Apóstoles sucedía, y velaba para que no naufragaran, y les daba vigor y fuerza para que perseveraran en su trabajo remando y no cedieran vencidos al furor del viento y la mar contrarios.

¿Por qué causas permite el Señor la tempestad? Cuando no somos nosotros los que en ella nos metemos, como no fueron en esta ocasión los Apóstoles quienes se metieron por propia voluntad en el mar, para hacernos ejercitar nuestro valor y fidelidad y al mismo tiempo para hacernos sentir la necesidad de su ayuda.

        Si se trata del camino de la fe, de la oración, de nuestra unión plena y más perfecta con Él, estas crisis o noches, no sentir nada en la oración, tener pruebas de fe, sentirse solo y no poder meditar... etc. son las noche del sentido y del espíritu que san Juan de la Cruz explica muy bien y este tema lo tengo tratado en algunos de mis libros. Esta purificaciones, debido a que debo vaciarme de mí mismo en pensamientos y obras, de mis proyectos y sentimientos, para llenarme sólo de Dios, esto supone mortificación y sufrimiento, porque estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios.

        Si se trata de la vida ordinaria, mi matrimonio, sacerdocio, hijos, negocios, apostolado, mientras todo va bien es fácil cumplir la obligación y es fácil también olvidarse de acudir en demanda del socorro de lo alto; pero si esto cambia y se complica, es difícil perdonar, seguir en vida familiar o de amistad, sentimos la tentación de cambiar o dejarlo todo, y lo mejor es lo que san Ignacio nos recomienda en los Ejercicios: «en momentos de turbación y tentación no hacer mudanzas, es decir: permanecer fiel en el cumplimiento de lo prometido;  esto es: crecer en la práctica de todo bien y esforzarse en cumplir lo prometido. Es lo que hicieron los Apóstoles: “remaban muy penosamente” (Mc., 6, 48); remando con trabajo merecieron el pronto socorro de Jesús, como dice el refrán: a Dios rogando y con el mazo, dando.

 

        3). Jesús, aunque ausente con el cuerpo, estaba muy presente con su pensamiento y amor, y seguía compasivo las vicisitudes de sus discípulos. Al ver que la tempestad arreciaba, lleno de solicitud,  acudió a su socorro: “A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar” (Mt., 14, 25). Confiemos siempre en el Señor, en el Cristo amigo de nuestros Sagrarios, por mucho que la tempestad arrecie; si nosotros somos fieles, si le visitamos, si le comulgamos, Él está con nosotros y no nos abandonará. ¡Bien seguros podernos estar de ello! En el mundo y en la Iglesia necesitamos almas de Sagrario, de fe y amistad permanente con Cristo Eucaristía. ¡Es tan bueno y compasivo, tan bello y hermoso!

        “Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. "Es un fantasma", dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar”. Lo tomaron por fantasma y era realidad. Cuántas veces la pasión, el miedo o el pecado grave, nos hacen temer o despreciar como fantasmas a Jesús y su evangelio, sus enseñanzas, como si fueran para otro mundo, otra civilización. Y en esto de apariciones y visiones hemos de ser cautos y proceder con prudencia y con piedad, aplicando los criterios que la ascética y la mística nos enseñan para discernimiento de espíritus, y siendo siempre dóciles a las direcciones de los maestros de espíritu y de la santa Iglesia. a los y  mandatos de la Iglesia y  de la jerarquía católica.

 

        4) “Pero Jesús les dijo: "Tened calma, soy yo; no temáis" (Ib., 27). No soy un fantasma, sino realidad dulcísima; soy Jesús, a quien conocéis y os ama y no os deja abandonados  ¿por qué teméis teniéndome a Mí? ¡Cuán grata sonó a los oídos de los amedrentados Apóstoles la voz conocida del Maestro en aquella hora angustiosa! Pues es el mismo, y, como entonces, si a Él venimos en su presencia permanente en el Sagrario, cosa fácil teniéndolo tan cerca, si a Él recurrimos en las horas de tempestad, en medio del fragor de la tormenta de la vida, sonará en el fondo de nuestra alma su voz tranquilizadora: “¡ No temas, soy Yo!” Y estando Jesús con nosotros, ¿a quién hemos de temer?

        Pensemos que siempre, cualquiera que sea nuestra tribulación, por grande que sea nuestra angustia, Él nos ve, se interesa por nosotros, sabe el tiempo que debe durar para nuestro bien y el momento más oportuno para socorrernos; ¡confianza! ¡Confianza! Nada puede hacernos más daño en las luchas de la vida que la desconfianza en Dios. Jesús, visto de lejos, para los que no creen es un fantasma que da miedo; su ley austera horroriza a la sensualidad; de cerca, cuando se tiene fe y amor y esperanza, se le gusta, nos hechiza y enamora, nos atamos a la sombra del Sagrario, y cómo nos gusta oír su voz en las pruebas de todo tipo: “Yo soy, no temáis”.

        "Entonces Pedro le respondió: "Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua". "Ven", le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él”.  Pedro, lleno de confianza y fervoroso amor, se ofrece para la ardua tarea de pisar sobre el mar alborotado; quiere ir a Jesús sobre las aguas. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar. Ir a Jesús por encima de las ondas alborotadas del mar es trabajar por vencer en la lucha contra la tentación. El trabajo del propio vencimiento, la ruda labor de resistir las hondas continuas de tentaciones de todo tipo, en el carácter, la lengua, los sentidos.

        Pensemos que Jesús, al ver nuestros buenos deseos y oír nuestras ardientes súplicas, nos dice: «¡Ven!», y nos da su luz y su gracia, y con ella lo podemos todo. Pedro, al oír el “ven” de Jesús se lanza, valiente, al mar y avanza sin hundirse, ¡gran milagro! que un miserable pescador pise en el mar como en tierra firme, que un pobrecillo pecador, triunfe, esforzado, de los más fuertes enemigos y avance hacia Jesús en medio de furiosos ataques.

        “Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: "Señor, sálvame". Apartó Pedro sus ojos de Jesús para fijarlos en las encrespadas ondas del mar, y sintió el rugir del viento y se vio envuelto en espuma, salpicado por las aguas, ¡y temió; su confianza no se apoyaba únicamente en la palabra divina...; se dejó dominar del temor humano y comenzó a hundirse. Cuando esforzados por el divino llamamiento y pisando sobre dificultades marchamos hacia Dios, lo único temible es el acordarnos demasiado de nosotros mismos, y apartando los ojos de Dios, fijarlos en los trabajos que nos oprimen.Afortunadamente, Pedro, en el peligro, clamó, con angustiosa esperanza, a Jesús: “Señor, sálvame!”, y “En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: "Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?". Aprendamos la lección; besemos la mano amorosa que nos sostiene para que no nos ahoguemos, y trabajemos por confiar siempre en Jesús, seguros de que quien en Él confía no será confundido.

        “En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó”. ¡Qué gozo más grande tener al Señor junto a nosotros, sentir su mano, su aliento, su protección, reclinar sobre el Sagrario nuestra cabeza para sentir los latidos de su corazón.¡Y cuál la admiración de Pedro al ver que los vientos y el mar se le sometieron y le obedecieron. Y con qué reverencia “Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: "Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios". Hagámoslo nosotros ahora y quedemos en contemplación de amor ante Cristo Eucaristía: «Quedeme y olvideme, el rostro recliné sobre el amado, cesó todo, y dejéme dejando mi cuidado, entre las azucenas olvidado»

 

8. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ A SU HERMANO LÁZARO, PARA LIBRARNOS DE LA MUERTE ETERNA

 

Vamos a profundizar en el misterio de nuestra resurrección y eternidad, porque es la razón fundamental de su misión en el mundo, la razón de su venida en nuestra búsqueda para abrirnos las puertas del cielo. Para esto nos soñó el Padre y roto este proyecto del Padre, envió a su Hijo para recrearlo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él sino que tengan vida eterna”.

        Qué gozo y garantía de salvación y felicidad eterna tenerte aquí tan cerca en el Sagrario con amor extremo hasta dar la vida por cada uno de nosotros; tenemos aquí tan cerca ya, amándonos y perdonándonos, al mismo Cristo que nos va a juzgar en el día en que pasamos de la casa de los hombres a la casa de Dios, en el día de nuestra entrada en gozo soñado y realizado por el Hijo.

        Y lo hacemos precisamente ante Cristo Eucaristía, Pan de vida eterna. Y este Cristo que tanto me quiere y me ama, al que yo tantas veces beso y comulgo y visito en el Sagrario, ¿Este Cristo me va a condenar? Jamás lo hará... jamás...

 

        1) Enfermó de gravedad Lázaro, y sus hermanas enviaron a Jesús un aviso diciéndole únicamente: “Señor, al que tú amas está enfermo” (Jo., 11, 4). Qué súplica tan hermosa y llena de sentido: “Señor, está enfermo el que amas, tu amigo!” Luego Jesús tiene amigos y predilectos. ¿Lo es tuyo? Claro que sí. Por su parte no quedará...ni por la tuya, por eso estás aquí en su presencia ¿Cómo tratamos a Jesús? ¿Cómo le correspondemos? Modelo de oración el de estas hermanas, exponen con brevedad y con llaneza al Señor la necesidad; saben que les ama y juzgan que la sola exposición de la necesidad es una súplica instante. Aprendamos a repetir: “Señor, tu amigo está enfermo”.

        Y Jesús parece que no hace caso, y responde: “Esa enfermedad no es para muerte, sino para gloria de Dios, para que por medio de ella sea el Hijo de Dios glorificado” ¿Era que no le amaba? El Evangelio, en el versículo siguiente, dice: “Jesús amaba a Marta, y a su hermana María, y a Lázaro”. No lo olvidemos, que veces hay en que a pesar de nuestras súplicas las cosas parece que se tuercen y no vienen a medida de nuestros deseos; confiemos y recordemos que lo primero es la gloria de Dios, el «sea lo que sea, te doy gracias, porque Tú ere mi Padre», porque Tú me amas más yo mismo que me busco por caminos egoístas prefiriendo mi voluntad a la tuya.

       

2) Dos días después dice Jesús a sus discípulos: “Vamos otra vez a la Judea... Maestro, hace poco que los judíos querían apedrearte, y ¿quieres volver allí?” le dicen admirados los Apóstoles. Y Jesús les respondió: “Pues qué, ¿no son doce las horas del día? El que anda de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; al contrario, quien anda de noche tropieza, porque no tiene luz” (Ib., 9-10). Es idea por Jesús varias veces repetida casi en la misma forma (Jn 9, 4 y 12, 35-36). Tratándose de trabajar por la gloria de Dios, mientras nos cobija su protección y caminamos a su luz, podemos marchar sin miedo a tropezar, y nuestro trabajo será fecundo; en cambio, quien anda de noche y en tinieblas, sin la luz de la fe y de la gracia, cae fácilmente; ahora marcho a esa luz; pronto llegará la ocasión en que diga: “Esta es vuestra hora” y el “poder de las tinieblas” (Lc., 22, 53).

 

        3) Después el Señor anunció la muerte de Lázaro y les añadió: “Y me alegro por Vosotros de no haberme hallado allí, a fin de que creáis. Y ahora vamos a él” (Jo., 11, 15). No quiso sanarle, como lo hubiera hecho de estar presente, para poder resucitarle; y aguardó al cuarto día para que la muerte fuese más evidente y el milagro más patente. Y les dice que se alegra por ellos, porque iba a ser causa aquel retraso de aumento de fe y de caridad en los discípulos, resultando así de la prueba dolorosa a que sometió a sus amigos de Betania gran bien para sus discípulos. Tengamos también nosotros en cuenta este comportamiento en nuestras peticiones al Señor. Hay que tener paciencia y confianza. No hace Jesús sufrir a los que ama por sólo el gusto de verlos padecer, sino por otros fines muy levantados de la gloria de Dios y la salvación de las almas. ¡No lo olvidemos!

 

        4) Y esto es lo que pretendía conseguir de Marta y María: antes que resucite a su hermano Lázaro pide a la una y a otra que crean, cuando les diga: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí aunque haya muerto, vivirá”. Se pone, pues, en camino, y cuando llegó a Betania “halló que hacía ya cuatro días que Lázaro estaba »sepultado” (Jn 17).   “Marta, luego que oyó que Jesús venía., le salió a recibir, y María se quedó en casa”. Nosotros también hemos venido a la Iglesia para hablar con Jesús. Unámonos en espíritu a Marta y a la comitiva de Jesús y escuchemos con devoto recogimiento el expresivo diálogo que Tú, Jesús Eucaristía, tuviste lleno de amor con Marta, y reflexionemos para sacar el mayor provecho de esta conversación: “Dijo, pues, Marta a Jesús; Señor, si hubieses estado aquí no hubiera muerto mi hermano”. Fe imperfecta, sin duda, pues que juzgaba necesaria la presencia de Jesús para que hiciera un milagro; cuánto más perfecta era, la del centurión (Mt., 8); miremos, sin embargo, dentro de nosotros mismos por si hemos tenido esta misma duda alguna vez; aunque es expresión real de confianza en la amistad de Jesús.

          La frase del Señor: “me alegro de no haberme hallado allí”, parece significar que de haber estado en Betania Jesús, no hubiese muerto Lázaro. Y continuó Marta: “Bien que estoy persuadida de que ahora mismo te concederá Dios cualquier cosa que le pidieres” .

La queja amorosa de Marta es cierto que no contiene reproche para Jesús y que muestra que la prueba por que ha pasado no la ha hecho perder el amor y la confianza para con el Maestro; pero aunque su estima de Jesús es grande, su fe en la divinidad de Cristo, muy corta, y quiere el Señor, antes de hacer el milagro, excitar y perfeccionar la fe de aquellas buenas hermanas: “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta respondió: Sé que resucitará en la resurrección, en el último día. Jesús le dijo: Yo soy resurrección y vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y cualquiera que vive y cree en Mí, no morirá para siempre” (23-26).

Tienden las palabras de Jesús a corregir la imperfecta fe de Marta acerca de su persona: “Yo soy resurrección” y no necesito impetrar de otro el poder de resucitar; Yo soy la vida, autor y fuente de toda vida sobrenatural; quien en Mí cree, aunque corporalmente muera, vive espiritualmente y alcanzará a su tiempo la resurrección de su cuerpo; y cualquiera que vive aun en el cuerpo y “cree en Mí, no morirá para siempre”, es decir, no morirá de muerte espiritual y eterna, sino que vivirá siempre en el alma y en su cuerpo resucitado en el último día, que es el día de su muerte.

¿De qué resurrección y de qué vida se trata aquí? Es cuestión no clara de decidir. Lo más conforme al contexto y al movimiento de ideas de todo el cuarto Evangelio parece entender las palabras de Jesucristo a la vez de la vida corporal y de la vida espiritual, pero con la subordinación de la vida eterna de las almas, esto es, que si en el día de nuestra muerte ciertamente nuestra alma no muere, quiere decir que todo mi yo, lo que pienso y, lo que soy y seré, está con el Señor.

Y al preguntar Jesús a Marta: “¿Crees tú esto?”, no se refería principalmente a la resurrección, sino a su prerrogativa propia y personal de dar la vida a los muertos y conservarla a los vivos, “Respondió Marta: ¡Oh Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el que tenía que venir a este mundo!”.

 Magnífica profesión de fe que nos recuerda la que brotara de labios del Apóstol San Pedro; da Marta a Jesús sus dos nombres mesiánicos, el Cristo y el que tenía que venir. Digamos también nosotros, llenos de fe y amor, mirando a Cristo Eucaristía: ¡Creo que eres el Hijo de Dios, Dios como el Padre, que todo lo puedes, la resurrección y vida, por la potencia de tu Amor, Espíritu Santo! Pan de vida, Eucaristía divina, Tú lo puedes todo, y en Ti confío mi eternidad que Tú viniste a conseguirnos mediante tu muerte y resurrección que se hace presente en cada misa, eso es la misa, la eucaristía, y “el que come de este pan, vivirá eternamente”.

 

        5) “Dicho esto, Marta fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «el Maestro está aquí y te llama»”. Consideremos la caridad de Jesús y su fina amistad con aquellas hermanas; decidido, por el amor que las tenía, a resucitar a su hermano, quiere que esté presente también María, y la manda llamar. María, que amaba al Señor tan apasionadamente, “apenas lo oyó, se levantó y fue donde estaba Jesús, y en viéndole se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si estuvieras aquí no hubiera muerto mi hermano»”.

Considera el padre La Puente que ejercitó María tres virtudes muy excelentes: «La primera, obediencia presta, puntual y amorosa, nacida de la grande estima que tenía de Cristo Nuestro Señor..., enseñándonos, la puntualidad con que hemos de acudir al llamamiento de Dios, sin hacer caso de todo lo que es carne y sangre. La segunda virtud fue el gran respeto y reverencia al Señor, porque “viéndole se echó a sus pies”; a los pies de Jesús había pasado María, en silencio, horas suavísimas de inefables consolaciones; a los pies de Jesús, en la hora de la tribulación, abre sus labios con frase delicada, de amorosa queja: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano”. Y Jesús no la responde; pero lo que más es, se conmueve, se compadece.

A esta plegaria de María atribuye la Iglesia la resurrección de Lázaro, como rezamos en la oración de la misa del día de su fiesta el 22 de julio: «... por cuyos ruegos (Cristo) resucitaste a su hermano Lázaro».

 Cuántas resurrecciones de almas se deben a la oración de las almas buenas, fieles amantes de Jesús Eucaristía, cuantos que han vuelto a la vida después de la muerte de los pecados, cuantos hijos y amigos que han vuelto a la vida cristiana para la que estaban muerto.

Oremos nosotros ahora ante Jesús Eucaristía. Es el mismo Cristo con el mismo amor, poder, misericordia. Él resucitó a Lázaro después que sus hermanas se lo pidieran.

 

        6) Jesús resucita a Lázaro después de haber llorado y orado: “Jesús, al verla llorar y cómo lloraban los judíos que habían venido con ella, se conturbó lleno de emoción y dijo: «Dónde lo habéis puesto? ¡Ven a verlo, Señor!, le dijeron. Jesús lloró, y los judíos decían: ¡Mirad cuánto le amaba! Mas algunos de ellos dijeron: Y uno, que ha abierto los ojos de un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera” (ib., 33-37). Veamos de qué diversa manera se juzga de una misma acción. Aprendamos a no estimar en más de lo que valen los juicios de los hombres; ¡jamás podremos complacerlos a todos, pero siempre a Dios!

        Todavía emocionado, acercóse Jesús al sepulcro, que era una cueva cerrada con una losa, y mandó quitarla; Marta quiso estorbarlo, y le dijo: “«Señor, que ya huele mal porque lleva cuatro días»: Jesús le replicó «No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?»”.

No se asusta Jesús del hedor de nuestra corrupción, que para remediarlo viene a nosotros; pero quiere que lo pongamos al descubierto quitando la losa de la hipocresía y reconociendo ante el ministro de Dios, nuestra miseria. A la objeción de Marta responde el Señor con un anunció casi manifiesto de lo que va a hacer, y una invitación a prepararse al milagro por la fe.

“Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado”.

        Levantó sus ojos al cielo para indicarnos que de allí ha de venir nuestro remedio si, descubriendo nuestras miserias, sintiendo la hediondez de nuestros pecados, lo pedimos con humildad a Dios.

El Señor nos enseña también en la corta oración jaculatoria que hizo, que si deseamos recibir nuevas mercedes de Dios, hemos de comenzar por agradecer las ya recibidas. Además, todas sus obras las dirige a gloria de Dios para aumento de fe en los presentes, para salvación de todos. ¿Somos delicados con nuestro Padre Dios, principio de todo bien que tenemos, lo hacemos así nosotros, o nos mueven otros fines mas egoístas e interesados?.

        “«Y dicho esto, clamó con voz potente: Lázaro, sal fuera. El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: Desatadlo y dejadlo andar”. ¡Qué grande eres, Señor! Tú eres Dios, Eternidad, Todo ¡Qué gran Amigo tenemos! ¡Que gozo creer en Ti y haberte sentido tan cerca tantas veces y haber resucitado del pecado y de la misma muerte!

        Cristo Eucaristía, presente aquí ahora en el Sagrario, me maravilla ver la eficacia de la oración de los justos, de tus amigos para alcanzar del Señor la  resurrección del pecado a la vida de la gracia y animarnos así a orar sin descanso, ante su presencia en el Sagrario, en oración permanente, por la conversión del mundo. ¿Y qué efecto produjo en los circunstantes maravilla tan extraordinaria? El evangelista solamente nos dice: “Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él: pero algunos acudieron a los fariseos y les contaron lo que había hecho Jesús”.

        No es difícil de entender el gozo purísimo que inundó las almas de aquellas dos santas hermanas, y cómo crecería, si posible era en ellas, el amor a Jesús, y cómo se le ofrecerían otra vez y le rogarían que tuviese por suya la casa de ellas y siguiese amándolas como las había amado, y entendería plenamente Marta las palabras que Jesús le dijo al prepararla para el milagro.

En los Apóstoles se lograría la predicción de Jesús, “me alegro por vosotros, a fin de que creáis”, y su fe se robustecería y con ella su estima y amor al Maestro. Creyeron también en Él muchos de los judíos que habían venido de Jerusalén a visitar a María y a Marta; pero “algunos de ellos fueron a los fariseos y les contaron las cosas que Jesús había hecho” (ib., 46). ¡Nunca faltan corazones mezquinos que convierten la verdad y el amor verdadero de Cristo y de los hombres en envidias de crítica y destrucción: Consecuencia de este milagro el decretar el sanedrín la muerte de Jesús! (ib., 47-53).

        Y lo mismo pasó con su amigo Lázaro. En aquella ocasión dicen los evangelios que se emocionó y lloró. Es que siente de verdad nuestros problemas y angustias. Le dio pena de sus amigas Marta y María, que se habían quedado solas, sin su hermano. Fueron a la tumba y allí lloró lágrimas de amor verdadero. Nos lo dicen testigos que lo vieron. Y Lázaro resucitó por su palabra todopoderosa. Y luego todos lloraron de alegría. Y nosotros también lloramos de emoción, de saber que es el mismo, que está aquí con nosotros, que nos ama así, como nadie puede amar, porque así lo ha querido Él, que es Dios y todo lo puede, y le hace feliz amarnos así.

Y éste es el camino de amor, misericordia y perdón que Él ha escogido para encontrarse con nosotros, para relacionarse con el hombre. Y Él es Dios, es decir, no nos necesita. Todo lo hace gratuitamente. Su corazón es así. No lo puede remediar. Así es el corazón eucarístico de Jesús.

Y tenía razón Marta, cuando el Señor le preguntó: “Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto? Le dice ella: «Sí, Señor, yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que iba a venir al mundo»” (Jn 11,25-27). Y nosotros ante su presencia en el Sagrario decimos lo mismo: Yo no sé cómo puede ser o hacerse esto… Yo sólo sé que Tú eres el Hijo de Dios y Tú lo puedes todo y estás aquí.

 

 

9. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ ESPERÁNDONOS EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA Y PERDONÓ SUS PECADOS

      

        Ahora la escena se desarrolla en el pórtico de Salomón. Es una multitud de hombres muy selectos, doctores y peritos de la Ley. Quieren meterle en apuros al Señor, quedarle en ridículo y condenarle: “Esta mujer ha sido sorprendida en adulterio. La ley de Moisés manda apedrearla, ¿tú qué dices?” No tiene escapatoria: o deja que apedreen a la mujer y dejará de ser misericordioso y la gente se alejará de Él, porque no cumple su doctrina de perdón a los pecadores, o le apedrean a Él los fariseos, por no cumplir la ley “¿Tú qué dices?”.

        Y si nos lo hubieran preguntado a nosotros sabiendo que, como consecuencia de ello, íbamos a perder nuestro dinero, nuestra salud o la misma vida, ¿qué hubiéramos respondido? Pero como dijo el filósofo: El corazón tiene razones que la razón no entiende ni se le ocurren. Jesús empieza a escribir en el suelo. “¿Tú qué dices?” y Jesús ha empezado a escribir, a decirles algo por escrito, no sabemos qué fue.

Quizás escribió sus pecados o hechos ocultos de los presentes... No lo sabemos, pero ellos se largaron. Y el Corazón de Jesús, el mismo que está aquí en el Sagrario, les habló alto y claro a todos los presentes, para que nosotros también le oigamos: “El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Y nadie tiró la primera ni la segunda ni ninguna. Y la mujer quedó sin acusadores. ¡Dios quiera que nosotros tampoco tiremos nunca piedras a los pecadores, que tratemos de conquistarlos para el perdón de Dios, que nunca los lancemos pedradas de condena a los hermanos caídos en el pecado! Que aprendamos esta lección de perdón y misericordia que nos da el Corazón de nuestro Cristo, el Corazón de Jesús Sacramentado.

        Quiero recordar ahora para vosotros un hecho, que me impresionó tanto que todavía lo recuerdo. Fue en Roma, en mis años de estudio. Con los obispos españoles del Vaticano II vimos una película: EL EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO, de Pasolini y nunca olvidaré los ojos de Cristo a la mujer adúltera y de la mujer adúltera a Cristo. Fue de las cosas que más me impresionaron de la película y en mis predicaciones lo saco algunas veces ¿Qué vio aquella mujer en los ojos de Cristo, que no había visto antes jamás, ni siquiera en los que la habían explotado sexualmente durante su vida y menos en los hipócritas, que la querían apedrear? ¡Qué ternura, qué perdón, qué amor, qué ojos de misericordia los de Jesús para que saliera de aquella vida de esclava! Aquella mujer no volvió a pecar.

        ¡Santa adúltera! Ruega por mí al Señor, que yo también sienta su mirada de amor, que me enamore de Él y me libere de todos lo pecados de la carne, de los sentidos, que ya no vuelva a pecar. Santa adúltera, que le mire agradecido como tú y nunca me aparte de Él.

        Los ojos de Cristo son lagos transparentes en los que se reflejan todas las miserias nuestras y quedan purificadas por su amor, por su compasión, por su perdón. Nunca miró con odio, envidia, venganza. “¿Nadie te ha condenado? Yo tampoco, vete en paz y no peques más”. Y la mujer quedó liberada de morir apedreada y fue perdonada de su pecado.

        Sin embargo, ante aquellos cumplidores de la ley, Jesús quedó ya condenado como todos los que se atreven a oponerse a los poderosos. Quedó condenado a muerte en el mismo momento que perdonó a la mujer. Pero el Corazón de Jesús es así, no lo puede remediar, es todo corazón. Y murió en la cruz por todos nuestros pecados, por los pecados del mundo y por los pecados de los que le condenaron injustamente, siempre perdonando, siempre olvidándose de sí mismo por darse a los demás.

        Y ese corazón está aquí, y lo estamos adorando y lo vamos a comulgar. Hoy ya no estamos en Palestina, pero los pecadores existen y Cristo sigue siendo el mismo. Debemos procurar acercarnos mediante la oración y la penitencia a Cristo para que nos perdone y procurar también acercar con nuestra oración a los que no quieren reconocer su pecado o acercarse directamente a Él. Cristo siempre perdona. 

        En nuestras visitas y oraciones tenemos que pedir mucho por los pecadores, para que reconozcan su pecado y se acerquen a Cristo, que no les condena, sino que quiere decirles lo mismo: “Vete en paz y no peques más”. El mundo actual necesita estas oraciones, penitencias, comuniones por los pecadores. Para ser perdonados, todos necesitamos la mirada misericordiosa del Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo y en cada misa nos dice: Os amo, os amo y doy mi vida por vosotros y os perdono con mi sangre derramada por vuestros pecados.

        Esta actitud de amigo -“Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”- la mantiene el Señor, después de la misa, en el Sagrario, desde donde nos sigue diciendo lo mismo. Sólo hace falta acercarse a Él y convertirse a Él un poco más cada día, para que Él vaya haciendo nuestro corazón semejante al suyo, y al contemplarle todos los días, vayamos teniendo un corazón misericordioso como el suyo.

        Querida hermana, querido hermano, déjate purificar y transformar por Él. Para eso se queda en el Sagrario, para animarnos, ayudarnos, revisarnos y purificarnos. ¡Corazón limpio y misericordioso de Jesús, haced mi corazón semejante al tuyo!

 

10. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO RESUCITADO, PARA CURARNOS, COMO A TOMÁS,  DE NUESTRA FALTA DE FE  

        Este mismo Cristo de nuestro Sagrario dijo a Tomás:“Dichosos los que crean  sin haber visto”. Jesucristo Eucaristía, nosotros creemos en Ti; Jesucristo Eucaristía, nosotros confiamos en Ti; Tú eres el Hijo de Dios, el único Salvador del mundo.

        Los ojos de la fe son más penetrantes que lo ojos de la carne. De niños no dudamos de lo que nos dicen nuestros padres y acertamos siempre con lo mejor para nosotros y nuestras vidas. Una madre no ha estudiado psicología o medicina y con sólo mirar al hijo sabe si sufre o si está enfermo o no. Todo por el amor. Pero vayamos al evangelio.

        La historia está motivada porque  Tomás no estaba con los discípulos cuando se les apareció el Señor, y cuando llegó se lo contaron; mas él no creyó y decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré." Y, obstinado, no quería creer. Ocho días después estando todos reunidos, se les volvió a aparecer Jesús, diciéndoles: “¡Paz a vosotros!”. Y dirigiéndose a Tomás, le dijo: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente." Tomás, echándose a sus pies, le dijo: “!Señor mío y Dios mío!” Y Jesús le dijo: "Porque me has visto has creído.

 

        1). Empecemos preguntándonos por qué Tomás no ha visto al Señor cuando se apareció a los discípulos.  De cuántos bienes nos privamos al dejar la comunidad de nuestros hermanos: sea la parroquia, la familia cristiana o la comunidad o grupo apostólico o de oración al que pertenecemos, no digamos la misa parroquial donde el Señor se hace presente para decirnos: os amo y doy mi vida por vosotros y rezamos juntos y nos perdonamos y nos damos la paz. En cada misa Cristo hace presente todo su misterio de amor y salvación a los hombres.

        Dios mira especialmente complacido toda comunidad cristiana. ¿Cómo no, si en medio de ella está Cristo? El lo dijo: “Donde están dos o más reunidos en mi nombre, allí estoy en medio de ellos” (Mt., 18, 20). Y Cristo en la Eucaristía no viene con las manos vacías, sino que ahora, como cuando vivía en el mundo, de Él brota una virtud maravillosa y pasa haciendo bien.

Cuántas gracias debemos a la Comunidad, que no hubiéramos recibido aislados de ella, y cómo debemos amarla y vivir a ella unidos y no dejarla afectivamente por problemas que puedan surgir en la convivencia, sino sólo con el cuerpo, cuando la necesidad o la obediencia nos lo imponga; dejando siempre nuestro corazón en ella para reintegrarnos gozosos a ella en cuanto nos sea posible.

        Si Santo Tomás hubiera estado con los suyos, hubiera gozado, como ellos, de la alegría suavísima de la visita de Jesús. Se ausentó y perdió tal dicha.

        Mirad cómo lo dice san Juan que fue testigo del hecho: “Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando vino Jesús. Los otros discípulos le decían: "Hemos visto al Señor."  Pero él les contestó: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré."

        Consideremos la poca confianza y estima de Tomás respecto a los doce. Primero, en negar crédito a tantos y tan graves testigos de vista. Después, en poner condiciones tan atrevidas y aun humillantes para el Señor, para creer. ¡Presunción incalificable la que supone el exigir que se le permita meter sus dedos y su mano en las llagas abiertas por los clavos y la lanza! Como pasa hoy con tantos y tantos, incluso bautizados, que no creen y dudan de Cristo y su evangelio, no digamos de su presencia en el Sagrario. Y aunque no digan estas palabras, con su conducta, no visitando y orando ante el Señor en el Sagrario, están demostrando que no creen. Lo peor es si son catequistas o sacerdotes y luego tienen que hablar de Él.

        A juicio de Tomás, sus compañeros eran demasiado  crédulos y habían tomado por realidad lo que no era más que un fantasma de su imaginación exaltada y deseosa. Cuántos imitadores ha tenido en la sucesión de los siglos que han venido repitiendo: si no veo, no creo. Conducta no aplicable a la vida sobrenatural, a la relación con un Dios que es Espíritu Infinito. Incluso en la vida natural es absurdo y no lo estamos cumpliendo. Porque con la vida de familia, de sociedad, de comercio, de mutuas relaciones de amistad sería imposible. Temamos no se nos infiltre este espíritu soberbio de hipercrítica, que nos empuje a pedir razón y demostración palpable de todo; y procuremos, por el contrario, gran docilidad de juicio a las enseñanzas de los que Dios ha puesto en su vida y en el evangelio para guiaros y establecer relaciones de amistad con nosotros, especialmente en la Eucaristía.

        Fue esta conducta de Tomás escandalosa para sus compañeros, como puede serlo la nuestra y causar no poco daño en almas tiernas aun en la virtud; y le expuso a daño grandísimo. Porque, claro está que no tenía Jesús obligación ninguna de acceder a la atrevida demanda del Apóstol incrédulo. Y era, por el contrario, de temer que prescindiese de él, pues que tan poco asequible se mostraba a entregársele. Sólo la benignidad inagotable de Jesús pudo remediar daño tan grande como el que a Tomás amenazaba.

 

        2). “Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro y Tomás con ellos. Se presentó Jesús en medio estando las puertas cerradas, y dijo: "La paz con vosotros." Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente."

         Ocho días difirió el Señor la visita, tal vez para castigar la terca obstinación de Tomás. Y claro que por él sufrieron también sus compañeros; en la comunidad, las faltas de los tibios causan daños muy sensibles, y deja a veces el Señor, por ellos, de favorecer a todos con gracias extraordinarias. Hemos de temer ser por nuestra mala correspondencia y frialdad en el servicio del Señor causa de que se vea privada la familia o comunidad en que vivimos de los regalos de Jesús. Y, al contrario, las buenas obras de los fervorosos, ¡cuántas bendiciones atraen de lo alto! ¡No lo olvidemos y procuremos con todo empeño ser para todos fuente de bendición y dicha! La intercesión de María y la compañía de su comunidad apostólica le valieron a Tomás la visita de Jesús.

        Estaban reunidos los Apóstoles cuando se les apareció el Señor; no quiso hacerlo sólo a Tomás por dos causas principales: primera, para que habiendo sido público el pecado, lo reparase el Apóstol incrédulo ante sus compañeros, y como los había escandalizado con su obstinada incredulidad, los edificase con su humilde y fervorosa profesión de fe, y trocase así en legítimo gozo la pena que les había ocasionado con su pecado. Además, quiso dar a entender a Tomás que a sus compañeros debía en no pequeña parte la dicha de que se le apareciese el Señor; cosa que no hubiera logrado si, como lo hiciera antes, se apartara de ellos. Estimemos la vida de comunidad y agradezcamos al Señor mil gracias que se nos otorgan por ella.

El Señor, al entrar en el cenáculo, ante todo se dirigió a la comunidad y la saludó con su acostumbrado: “¡Paz a vosotros!” ¡Cuál no sería el gozo de los Apóstoles al oír aquella voz tan conocida y amada, y cómo surtiría el saludo de Jesús efectos admirables en aquellos corazones! ¡ El Señor les perdonó a todos, no tuvo en cuenta la traición de Pedro y el abandono de todos, no empezó riñéndolos  en su primera visita, sino que como los amaba y nos ama de verdad, sus primeras palabras fueron para ellos y para todos los que le ofendemos a veces: Paz a vosotros.

        Pidámosle que nos dé su paz. Después se dirigió a Tomás, como el buen pastor que corre tras la oveja descarriada. Él salió a buscar al incrédulo para reducirlo al redil. ¡Y con qué caridad y suavidad lo hizo! “Luego dice a Tomás: "Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.

La terca obstinación de Tomás bien merecía siquiera unas palabras de dura reprensión; pero el bondadosísimo Jesús sólo le hace un reproche lleno de caridad: “¡No seas incrédulo!” Y en cambio, como accediendo a su pretensión, le invita a que realice la prueba que exigía para quedar plenamente convencido de la verdad de la resurrección. Lección en verdad práctica para los que tienen oficio de corregir, formar y predicar y educar.

El perdón y la suavidad es la mejor manera de lograr magníficos efectos entre los hermanos en la fe con la tranquila exposición y la suave admonición templada por el cariño, que hace al defectuoso o pecador ver su falta y, al mismo tiempo, el modo de enmendarla y cambiar de vida y actitudes! Así se logra que el reprendido, en vez de airarse y rebotar y rechazar, salga agradecido y acepte la reprensión con estos motivos de amor y suavidad.

 

        3)Grande fue la falta de Tomás, pero hay que reconocer su magnífica  reparación: “Tomás le contestó: "Señor mío y Dios mío”. ¿Tocó las llagas Tomás y metió su mano por el costado abierto de Jesús? No lo dice el texto sagrado; cierto que ya no lo necesitaba, pues estaba convencido; acaso Jesús, con dulce violencia le forzó a hacerlo para mayor comprobación del hecho de su gloriosa resurrección y provecho nuestro. Y dice S.Gregorio en  su homilía: «Más nos aprovechó a nosotros para la fe la infidelidad de Tomás que la fe de los discípulos creyentes; porque al ser reducido él a la fe tocando, nuestra mente, echada fuera toda duda, se afirma en la fe».

         Lleno de fe, de amor y de pena, se arrojó el Apóstol a los pies del Maestro, y del fondo del alma, ilustrada por el Espíritu Santo, lanzó aquel grito sublime que repetimos sin cansarnos los adoradores del Dios escondido en la Hostia santa: “¡Señor mío y Dios mío!”: Esta era la  santa costumbre que había en nuestros pueblos cristianos y que ya se ha perdido, al consagrar el sacerdote el pan y el vino.

        ¡Perdóname, Señor! ¡Quiero en adelante ser todo tuyo, reparar mi pecado con una fe doblemente fervorosa y activa. «Este es el <Toma de mí y haz lo que quieras> de un corazón fuerte, de un corazón extraviado, pero vuelto a recobrarse enteramente, que en lo sucesivo responderá con entera satisfacción a todas los pruebas, dispuesto a toda clase de luchas y sacrificios. Tomás es ya todo del Señor; será uno de los más fervorosos Apóstoles del mundo, »que extenderá el Evangelio como Pablo. Aquel “vayamos y muramos con él” que dijo con lo demás apóstoles en un momento de persecución a Jesús, tendrá en él mismo su perfecto cumplimiento. Como «la caída de Pedro, así también la incredulidad de Tomás se ha trocado en copiosa bendición, gracias a la caridad del Maestro, que aquí también ha dado maravillosa muestra de lo que debe ser la prudencia, la moderación, la bondad y el conocimiento del corazón humano de un verdadero padre espiritual.»

        Nadie hasta entonces había llamado a Jesús: “¡Señor mío y Dios mío!”. Ciertamente puede decirse a Tomás, en esta ocasión, lo que a Pedro dijera Jesús en Cafarnaún: Bienaventurado eres, porque esto que has dicho “no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en los cielos”. Es un desahogo del corazón inflamado súbitamente de amor y ansioso de mostrar su reconocimiento a quien tanto debe. «Es una declaración de la íntima experiencia sobrenatural.

La resurrección causó a Tomás el efecto más principal, que es llegar al contacto con la divinidad. Experimentó íntimamente este contacto y el alma se encendió, como si le acercaran una brasa de fuego, y se exhaló toda en un acto de amor. Las palabras declararon lo que el alma sentía con más perfección. Cuando los afectos interiores son muy poderosos, las palabras siempre son cortas: ¡Señor mío!, acto de entrega total de sí mismo, reparación de tantas negaciones y resistencias pasadas. ¡Dios mío!, acto de unión con la fuente de la vida sobrenatural. Tomás es ya un hombre nuevo en Cristo, Señor y Dios»

        “Dícele Jesús: "Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.”  El Señor no alaba la confesión de Tomás como alabara un día la de Pedro, y lo hace porque había sido tardo en creer y porque no tomasen otros ocasión de este ejemplo para pedir otro tanto, queriendo prueba de sentir y ver con los ojos de la carne para creer los misterios de Dios. Dos caminos hay para llegar a la fe: Uno, viendo, y otro, sin ver. ¿Puede llamarse cosa de fe lo que se ha visto? San Agustín, que dijo: «Fides est credere quod non vides» : la fe es creer lo que no ves, da la solución con estas palabras: «Una cosa vio y palpó con el cuerpo Tomás, y otra »creyó con el corazón... Porque vio y tocó al Hombre o la Humanidad, y creyó en Dios o en la Divinidad  (que al presente no se puede ver). Pues diciendo ¡Señor mío! confesó la naturaleza humana, a la que se ha dado el dominio de toda criatura, y diciendo ¡Dios mío!, la divina, que todo lo creó y a uno mismo por Dios y Señor» (Tract. 121 in Joan).

         Finalmente, notemos la alabanza que nos tributa a los que sin necesidad de ver hemos, por la misericordia de Dios, creído. Nos gustaría, claro está, verle, tocarle, adorarle, besarle en el Sagrario; y así lo hacen muchas personas, incluso corporalmente; mis niños de catequesis todos pasan por el Sagrario para besar al Señor; pero mayor mérito es creer en Él firmemente y adorarlo con fe y amor. Seremos, en verdad, bienaventurados ya en la tierra.

 

 

10.- PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON SU CUERPO RESUCITADO Y LLAGADO POR TI.

 

 Quiso nuestro Cristo y amorosísimo Redentor conservar, después de su resurrección, las llagas de los pies, de las manos y del costado. ¿Para qué? Podemos considerar algunas razones.

 

        A) Como señales visibles y testimonio fehaciente e irrecusable de lo terrible del combate que hubo de sostener para llevar a cabo el proyecto del Padre y la empresa que tomara a su cargo. Mucho le costó nuestra redención, mucho hubo de sufrir para darla cima... Pues que tanto le costó, mucho debe de valer y en mucho la hemos de estimar.

 

           B) Como perpetua señal del amor que nos tiene y excitador continuo de su misericordia para con nosotros. Si obras son amores, mucho nos amó quien por nuestro bien tanto sufrió. Y cierto que entrañas de misericordia son las que así se compadecieron de nuestra miseria: “Llagado por nuestros delitos (Is., 53 5).

 

        C) Como trofeos de su victoria, pues resplandecerán trocadas de fealdad en hermosura, como estrellas luminosas por toda la eternidad y será su vista para los bienaventurados objeto de regalada visión, que les hará clamar, llenos de agradecimiento y amor: “Digno es el cordero que ha sido sacrificado de recibir el poder, y la divinidad, y la sabiduría, y la fortaleza, y el honor y la gloria, y la bendición”. (Ap 5, 12).

Con qué legítimo orgullo muestran los soldados las cicatrices del combate y las heridas sufridas por la patria! En el Concilio de Nicea, el emperador Constantino besaba, lleno de respetuosa admiración, las cicatrices que ostentaban los obispos que habían sufrido martirio por la fe. Pues para utilidad nuestra Jesucristo las muestra al Padre para aplacar su indignación y lograrnos gracias sin cuento:   “siempre vivo para interceder por nosotros” (Heb., 7, 25),  y son sus llagas otras tantas bocas que claman “ofreciendo plegarias y súplicas con grande clamor y lágrimas fue oído por su reverencia o dignidad”. Y podrá decir al mostrar sus llagas: «tanto sufrimiento no fue inútil». Podemos, además, dentro de ellas, descansar de los trabajos de nuestro prolongado destierro; pues que son un oasis en este desierto y un faro en la noche de esta vida terrena. Por fin, y ya inútilmente, los condenados “verán al que traspasaron” (Jn., 19, 37).

 

        D) Podemos seguir preguntándonos: Y ¿para qué mostró el Señor sus llagas a los Apóstoles? Pretendió con ello Jesús:

        a) Robustecer la fe de sus discípulos, quitándoles toda duda y dejándoles bien probado que había resucitado con la misma carne que antes tenía “Soy yo”: Quiso también patentizar “Nolite timere”; “no tengáis miedo” que recordando vuestra cobardía que os hizo abandonarme, haya dejado de amaros. ¡No! Mirad estas llagas testigo de mi amor, y al verlas llenaos de confianza.

        b) Para alentarlos al sacrificio. Bien merecía que hicieran algo por Él, que tanto había hecho por ellos; y así se animaran a corresponder con sacrificio a tan doloroso sacrificio. A gran precio les había comprado aquella paz y salvación que les brindaba como supremo don; justo era que la estimasen y guardasen a costa de cualquier trabajo, Y les anunció que habían de ser perseguidos, maltratados, muertos... por aquel mundo que primero le odió y persiguió a Él, pero al que había vencido: “confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 10, 33).

 

        F) ¿Qué otro provecho debemos sacar de contemplar las  llagas de Jesucristo?

        a) Primero, dolor sincero al considerar que nuestros pecados fueron los que las abrieron; y son también los que las renuevan, renovando en cierto modo la Pasión.

        b) Después, grande amor y gratitud para con quien asi nos amó; lo contrario sería ingratitud incalificable.

        c) Confianza sin límites: esas llagas son fiadoras de nuestra salvación; voces que sin tregua claman por nosotros, asilo donde acogernos, refugio seguro en vida y en muerte: «no encontré mayor remedio a mis males que las llagas de Cristo». (San Agustín)

        d) Aliento y estímulo para la imitación generosa de Jesucristo y para sufrir algo por Él y con Él. Se lamentaba San Pedro de Verona por haber sido injustamente acusado y castigado; se le apareció Jesús, y mostrándole sus llagas, le dijo: «¡No era Yo inocente? Y, sin embargo, por ti... »

        Con Cristo que tanto nos quiso y sufrió por nosotros, el mismo Cristo que está aquí ahora presente en el Sagrario, y que tanto nos ama y espera nuestro diálogo de amor, oremos y dialoguemos y discutamos con Él esta emoción que hemos sentido y sentimos al meditar este pasaje evangélico; digámosle con santo Tomás de Aquino en el himno «Adorote devote...»: 

        « No veo las llagas como las vio Tomás,
        pero confieso que eres mi Dios;

        haz que yo crea más y más en Ti,
        que en Ti espere; que te ame».

       

Digamos todos con san Pablo: “ Llevo en mi cuerpo las llagas de Cristo... no quiero saber más que de mi Cristo, y éste, crucificado... vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mi y, mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí...”

 

 

11. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL CORAZÓN QUE MÁS AMA A LOS HOMBRES

     

QUERIDOS HERMANOS: Todo cuerpo tiene un corazón. Es el órgano principal. Si el corazón se para, el hombre muere. «Te amo con todo mi corazón», «te lo digo de corazón...» son expresiones que indican que lo que hacemos o decimos es desde lo más profundo y sincero de nuestro ser, con todas nuestras fuerzas, que no nos reservamos nada, que nos entregamos totalmente.

Pues bien, este cuerpo de Cristo Eucaristía, que hoy veneramos y comulgamos, tiene un corazón que es el corazón del Verbo Encarnado. El corazón eucarístico de Cristo es el que realizó este milagro de amor y sabiduría y poder de la Eucaristía. Este corazón, que está con nosotros en el Sagrario y que recibimos en la Comunión, es aquel corazón, que viendo la miseria de la humanidad, sin posibilidad de Dios por el pecado y viendo que los hombres habíamos quedado impedidos de subir al cielo, se compromete a bajar a la tierra para buscarnos y salvarnos: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”.

         Este corazón, centrado en el amor al Padre y al hombre, con una entrega total y victimal hasta la muerte, es el corazón de Cristo que “me amó y se entregó por mí”, en adoración y obediencia perfecta al Padre, hasta el sacrificio de su vida. Y este corazón está aquí y en cada Sagrario de la tierra y este corazón quiero ponerlo hoy, como modelo del nuestro, como ideal de vida que agrada a Dios y salva a los hermanos:Más la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros… Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, ¡con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida!” (Rom 5,9-11).

         Este corazón eucarístico de Cristo, puesto en contacto con las miserias de su tiempo: ignorancia de lo divino, odios fratricidas, miserias de todo tipo, incluso enfermedades físicas, morales, psíquicas... Fue todo compasión, verdad y vida. Por eso, sabiendo que está aquí con nosotros, en el pan consagrado, ese mismo corazón de Cristo, porque no tiene otro, debemos ahora meditar en este corazón que nos amó hasta el extremo en su Encarnación y en el Gólgota, que nos amó y sigue amándonos hasta el extremo en la Eucaristía. Hoy vamos a fijarnos en los rasgos de su corazón amantísimo, reflejados en sus palabras, que escuchamos esta mañana desde su presencia eucarística y que le siguen saliendo de lo más íntimo de su corazón. A través de la lengua, habla el corazón de los hombres.

         Jesús, el predicador fascinante que arrastraba las multitudes, haciendo que se olvidaran hasta de comer, el que se sentía bien entre los sencillos y plantaba cara a los soberbios, el que jugaba con los niños y miraba con amor a los jóvenes y con misericordia a los pecadores, tenía el corazón más compasivo y fuerte de la humanidad. Vamos a fijarnos hoy en algunas de sus palabras, que así lo reflejan y que hoy nos las dice desde el Sagrario, haciéndonos una imagen bellísima de sus ojos y corazón misericordiosos, llenos de ternura, con su corazón compasivo, lleno de perdones, con sus manos que nunca se cansaron de hacer el bien:

 

 - “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo” para estar cerca de los hombres y alimentar y fortalecer, con mi energía divina de amor, vuestra debilidad y  cansancio en amar y perdonar, de entrega, de entusiasmo, servicio.

 

 - “Yo soy la luz del mundo”, nos repite todos los días desde el Sagrario, para iluminar vuestra oscuridad de sentido de la vida: por qué existimos, para qué vivimos, a donde vamos.... Yo soy la luz, la verdad y la vida sobre el hombre y su trascendencia.

 

 - “Yo soy el pastor bueno”, “yo soy la puerta” para que el hombre acierte en el camino que lleva a la eternidad. Yo soy la puerta del amor verdadero a Dios, yo soy la puerta de la vida personal o familiar plena, yo soy la puerta de los matrimonios verdaderos para toda la vida, de las familias unidas, que superan todas las dificultades. Yo soy el fundamento de unión y la paz entre los hombres, entre los vecinos. Yo soy la fuente del amor fraterno, del servicio humano y compasivo.

 

 - “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, todo está en mí para vosotros, para que no caigáis en las cunetas del error, de la muerte, de los vicios y pecados, que quitan al hombre la libertad, la alegría y lo reducen a las esclavitudes de los vicios, del consumismo que lleva al vacio existencial.

 

 - “Yo he venido a salvar lo que estaba perdido”; “Yo he venido para que tengáis vida y la tengáis abundante”. Os he pensado y creado con el Padre desde el Amor del Espíritu Santo. Os he recreado por amor como Hijo desde la Encarnación. Os he redimido y he sufrido la muerte para que tengáis vida eterna, y por la potencia de mi Espíritu, consagro el pan en mi cuerpo y sangre para la salvación del mundo.

 

 - “Yo he venido a traer fuego a la tierra y sólo quiero que arda”: que ardan de amor cristiano los matrimonios, que ardan de amor y perdón los padres y los hijos, que los esposos ardan de mi amor y superen todos los egoísmos, incomprensiones, que ardan de amor verdadero los jóvenes, los novios, sin consumismos, sin reducirlo sólo a cuerpo. El amor de los míos tiene que ser humilde y sin orgullo, sincero y generoso como el mío, dador de gracias y dones, sin cansancio, sin egoísmos, con ardor y fuego humano y divino.

 

 - “Si alguien tiene sed que venga a mi y beba... un agua que salta hasta la vida eterna…” Jesús es el agua de la vida de gracia, de la vida eterna. Jesús es la misma vida de Dios que viene hasta nosotros y es su felicidad eterna, la que quiere compartir con cada uno de nosotros.

         Queridos hermanos: repito e insisto: ese corazón lo tenéis muy cerca, late muy cerca de nosotros en la Eucaristía, en la comunión, en el Sagrario, está aquí. Pidamos la fe necesaria para encontrarlo en este pan consagrado, pidámosle con insistencia: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. Vivir en sintonía con este corazón de Cristo significa amar y pensar como Él, entregarse en servicio al Padre y a los hombres como Él, especialmente a los más necesitados. Es aceptar su amistad ofrecida aquí y ahora. Esto es lo que pretende y desea con su presencia eucarística. Para esto se quedó en el Sagrario. 

        ¡Eucaristía divina! Tú lo has dado todo por mí, con amor extremo, hasta dar la vida. También yo quiero darlo todo por ti, porque para mí, Tú lo eres todo, yo quiero que lo seas todo.

 

12. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO EN EUCARISTÍA PERFECTA DE INTERCESIÓN PERENNE POR SUS HERMANOS, LOS HOMBRES

 

        Queridos hermanos y hermanas: Jesús lo había prometido: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. Y San Juan nos dice en su evangelio que Jesús “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”;  hasta el extremo de su amor y fuerzas, dando su vida por nosotros, y hasta el extremo de los tiempos, permaneciendo con nosotros para siempre en el pan consagrado de todos los Sagrarios de la tierra.

        Sinceramente es tanto lo que debo a esta presencia eucarística del Señor, a Jesús, confidente y amigo, en esta presencia tan maravillosa, que se ofrece, pero no se impone, tratándose de todo un Dios, que, cuando lo pienso un poco, me emociono, «me recrea y enamora», y le amo con todo mi cariño, y quiero compartir con vosotros este gozo desde la humildad, desde el reconocimiento de quien se siente agradecido, pero a la vez deudor, necesitado de su fuerza y amor.

        Santa Teresa estuvo siempre muy unida a la humanidad de Cristo, en contra, incluso, de los que defendían, que en camino de la oración, a medida que se ascendía en la contemplación, había que abandonarla. Para ella era todo lo contrario: ella insistía en que el camino para la verdadera experiencia de Dios era la humanidad de Cristo: «Muchas veces lo he visto por experiencia, hámelo dicho el Señor, he visto claro que por esa puerta hemos de entrar» (Vida 22,6). En relación con la presencia de Jesús en el Sagrario, exclama: «¡Oh eterno Padre, ¿cómo aceptaste que tu Hijo quedase en manos tan pecadoras como las nuestras?... no permitas, Señor, que sea tan mal tratado en este sacramento. Él se quedó entre nosotros de un modo tan admirable».

        Ella se extasiaba ante Cristo Eucaristía. Y lo mismo todos los santos, que en medio de las ocupaciones de la vida, tenían su mirada en el Sagrario, siempre pensaban y estaban unidos a Jesús Eucaristía. Y la madre Teresa de Calcuta, tan amante de los pobres, que parece que no tiene tiempo para otra cosa, lo primero que hace y nos dice que hagamos, para ver y socorrer a los pobres, es pasar ratos largos con Jesucristo Eucaristía.

        En la congregación de religiosas, fundada por ella para atender a los pobres, todas han de pasar todos los días largo rato ante el Santísimo. Debe ser porque hoy Jesucristo en el Sagrario es para ella el más pobre de los pobres, y desde luego, porque para ella, para poder verlo en los pobres, primero hay que verlo donde está verdadera, real y sustancialmente presente, todo entero: en la Eucaristía. Y así ha sido y seguirá siendo en todos los santos. Ni uno sólo que no sea eucarístico, que no haya tenido hambre de esta presencia, de este pan, de este tesoro escondido, ni uno sólo que no haya sentido necesidad de oración eucarística, primero en fe seca y oscura, sin grandes sentimientos, para luego, avanzando poco a poco, llegar a tener una fe luminosa y ardiente, pasando por etapas de purificación de cuerpo y alma, hasta llegar al encuentro total con Cristo vivo, vivo y resucitado, compañero de viaje por el sacramento.

 

13. PORQUE EN EL SAGRARIO TENEMOS AL MEJOR MAESTRO Y MODELO DE ORACIÓN, SANTIDAD Y APOSTOLADO

Queridos hermanos: me gustaría describiros un poco el camino ordinario que hay que seguir para conocer y amar a Jesucristo Eucaristía. Es la oración eucarística o sencillamente la oración en general, de la que Santa Teresa nos dice, «que no es otra cosa oración, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama».

Como os dije ya anteriormente, al «tratar muchas veces a solas con quien sabemos que nos ama», poco a poco nos vamos encontrando con Él en la Eucaristía como misa, comunión o Sagrario, que es donde está más presente «el que nos ama», y esto es en concreto la oración, la oración en general, o si queréis, la oración eucarística, que será hablar, encontrarnos, tratar de amistad con Jesucristo Eucaristía.

        Este es el mejor camino que yo conozco y he seguido para descubrirlo vivo, vivo y resucitado, y no como un tesoro escondido, sino como un tesoro mostrado, manifestado y predicado abiertamente, permanentemente ofrecido y ofreciéndose como evangelio vivo, como amistad, como pan de vida, como confidente y amigo para todos los hombres, en todos los Sagrarios de la tierra.

        El Sagrario es el nuevo templo de la nueva alianza para encontrarnos y alabarle a Dios en la tierra, hasta que lleguemos al templo celeste y podamos contemplarlo glorioso. No es que haya dos Cristos. Siempre es el mismo ayer, hoy y siempre, pero manifestado de forma diferente. “Destruid este templo y yo lo reedificaré en tres días. Él hablaba del templo de su cuerpo” (Jn 2,19). Cristo Eucaristía es el nuevo sacrificio, la nueva pascua, la nueva alianza, el nuevo culto, el nuevo templo, la nueva tienda de la presencia de Dios y del encuentro, en la que deben reunirse los peregrinos del desierto de la vida, hasta llegar a la tierra prometida, hasta la celebración de la pascua celeste.

 Por eso, “la Iglesia, apelando a su derecho de esposa” se considera propietaria y depositaria de este tesoro, por el cual merece la pena venderlo todo para adquirirlo; y lo guarda con esmero y cuidado extremo y le enciende permanentemente la llama de su fe y amor más ardiente, y se arrodilla y lo adora y se lo come de amor: “No es el marido dueño de su cuerpo sino la esposa” (1Cor 7,4). 

        El Sagrario es Jesucristo vivo y resucitado en salvación y amistad permanentemente ofrecidas a los hombres, sus hermanos. Quiero decir con esto que no se trata de un privilegio, de un descubrimiento, que algunos cristianos encuentran por suerte o casualidad o porque están muy subidos en la oración, sino que es el encuentro natural de todo creyente, que se tome en serio la fe cristiana y crea lo que tiene que creer y quiera ponerse en camino para recorrer de verdad las etapas necesarias de este Camino, de esta Verdad y de esta Vida de amistad, que es Jesucristo Eucaristía y que Él mismo expresó bien claro: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”. “Tomad y comed, esto es mi cuerpo...” “El que me coma, vivirá por mí...” “...El agua, que yo le daré, se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna”. “Yo soy el camino...”

        La puerta para entrar en este Camino y en esta Vida y Verdad que nos conducen hasta Dios mismo es Cristo por medio de la oración personal, hecha liturgia y vida, o la oración litúrgica y la vida, hecha oración personal, que para mí todo está unido, pero siempre oración, al menos «a mi parecer».

        Y para encontrar en la tierra a Cristo vivo, vivo y resucitado, el mejor Camino, Verdad y Vida es el Sagrario, porque es el mismo Cristo, porque es «la fonte que mana y corre, aunque es de noche», es decir, es sólo por la fe, que es noche y oscuridad para la razón y los sentidos, al principio, porque uno no ve nada, hasta que uno se va adecuando y acostumbrando a hablar con una persona, que no ven los ojos de la carne, por los cuales antes veía y quería ver hasta lo que le decía la fe, y ahora poco a poco es la fe la que va dominando hasta en los sentidos, cosa inaudita para ellos; y poco a poco viene el amanecer de la amistad con Cristo, por la fe, desde la fe y en la fe, que es luz del mismo Dios, más clara, luminosa y evidente que todo lo que aportan la razón y los sentidos.

        Sólo por la fe, que es participación de la verdad y del conocimiento que Dios tiene de sí mismo y que por tanto no podemos comprenderlo ni abarcarlo, hay que ir fiándose de su amor, podemos acercarnos a esta fuente del Amor y de la Vida y de la Salvación, que mana del Espíritu de Cristo, que es Espíritu Santo: Amor, Alma y Vida de mi Dios Trino y Uno: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Ahí, en el Sagrario, está esta fuente divina y hasta ahí nos lleva este agua de la oración y del amor que “salta hasta la vida eterna”.

        El primer paso, para tocar a Jesucristo, escondido en este pan por darnos vida, llamando a las criaturas, manando hasta la vida eterna, es la fe, llena de amor y de esperanza, virtudes sobrenaturales, que nos unen directamente con Dios. Y la fe es fe, es un don de Dios, no la fabricamos nosotros, no se aprende en los libros ni en la Teología; hay que pedirla, pedirla intensamente y muchas veces, durante años, en la sequedad y aparente falta de respuesta, en noche de luz humana y en la oscuridad de nuestros saberes, con esfuerzo y conversión permanente.

        La fe es el conocimiento, que Dios tiene de sí mismo y de su vida y amor y de su proyecto de salvación, que se convierten en misterios para el hombre, cuando Él, por ese mismo amor que nos tiene, desea comunicárnoslos. Dios y su vida son misterios para nosotros, porque nos desbordan y no podemos abarcarlos; hay que aceptarlos sólo por la confianza puesta en su palabra y su persona, en la seguridad que nos ofrece su amor, a oscuras del entendimiento que no puede comprender cómo un Dios pueda amar así a sus criaturas y abajarse de esta forma.

        Para subir tan alto, tan alto, hasta el corazón del Verbo de Dios, hecho pan de Eucaristía, hay que subir «toda ciencia trascendiendo». Podíamos aplicarle los versos de San Juan de la Cruz: «Tras un amoroso lance, y no de esperanza falto, volé tan alto tan alto, que le di a la caza alcance».

        La fe, el diálogo de fe con Cristo Eucaristía, la oración en general, pero sobre todo la eucarística, siempre será un misterio, nunca podemos abarcarla perfectamente; sino que será ella la que nos abarque a nosotros y nos desborda. Y nosotros tenemos que dejarnos dirigir y dominar por ella, porque la fe va delante, y luego sigue la razón. Nosotros pensamos sobre estos misterios, siguiendo a la fe, nunca poniéndonos delante, porque ella es la señora, es la luz de Dios y nosotros somos criaturas, tenemos que seguirla; aunque no la comprendamos, porque la fe y la oración de fe es siempre un encuentro con el Dios vivo e infinito.

        Será siempre transcendiendo lo creado, en una unión con Dios sentida; pero no poseída, aunque deseando, siempre deseando más del Amado, en densa oscuridad de fe, llena de amor y de esperanza del encuentro pleno, de la unión total con Dios, si uno es capaz de seguir hasta las cumbres de la contemplación a la que Dios nos llama, para lo cual hay que purificarse mucho, como luego diremos. Y así, envuelta en esta profunda oscuridad de la fe, más cierta y segura que todos los razonamientos humanos, la criatura, siempre transcendida y «extasiada», salida de sí misma, de sus juicios, ideas, pensamientos y razones puramente humanas que no pueden comprender a Dios, tiene que ir no viendo ni sintiendo ni apoyándose nada en lo que le dicen sus criterios humanos y los sentidos: ¿Cómo puede estar el Dios infinito en un trozo de pan? ¿Un Dios tan grande, y no salen luces especiales ni resplandores del Sagrario? ¿Por qué renunciar a lo que veo y tengo por algo que no veo? ¿Cómo recorrer este camino sólo en fe? ¿Quién me lo asegura? ¿Llevo años y no siento con fuerza su presencia? ¿Cómo encontrarme con Cristo en el Sagrario, si no lo veo, no oigo, no siento?

        Estas y otras muchas cosas se nos vienen a la cabeza y San Juan de la Cruz dice que todas esas dudas y noches de fe y de amor son necesarias para purificarnos y llegar a la unión total con el Amado sólo desde la fe y por la fe, porque es la misma luz de Dios y la única que nos puede llevar hasta Él: «Oh noche que guiaste, oh noche amable más que la alborada, oh noche que juntaste Amado con amada, amada en el Amado transformada».

        Sólo por la fe tocamos y nos unimos a Dios y a sus misterios. Como haga caso a la razón y a lo que me dicen los sentidos que no ven nada de esto, no podré dar ni el primer paso en serio: “El evangelio es la salvación de Dios para todo el que cree. Porque en él se revela la justicia salvadora de Dios para los que creen, en virtud de su fe, como dice la Escritura: El justo vivirá por su fe” (Rom 1,16) A Jesucristo se llega mejor por el evangelio meditado y orado y cogido de la mano de los verdaderos creyentes: los santos, nuestros padres, nuestros sacerdotes, y todos los amigos de Jesús, que han vivido el evangelio y han recorrido este camino de oración, del encuentro eucarístico, y nos indican perfectamente cómo se llega hasta Él y cuáles son las dificultades…, cómo se superan.

        Este camino hay que recorrerlo siempre, sobre todo al principio, con la certeza confiada de la fe de la Iglesia, de nuestros padres y catequistas. “Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1,45). María, modelo de fe y madre por la fe, llegó a concebir y a conocer a su Hijo y a vivir todos sus misterios más y mejor por la fe, “meditándolos en su corazón”, que por lo que veía con los ojos de la carne, que más le podían hacer dudar.

Por ejemplo, cuando lo tenía naciendo en su seno, podía pensar: Y éste que nace en mí ha creado los cielos y la tierra, y este es Dios, y ahora nace pobre y nadie lo reconoce como Dios y todos me dirán que estoy loca si digo lo que creo, y nadie creerá que sea Dios el que nace dentro de mí y yo soy la única; pero ella creyó contra toda evidencia puramente humana; igual que en la cruz, estando allí, junto a la cruz de su Hijo, vinieron sobre su mente los pensamientos que hicieron que otros le abandonaran y le dejaran sólo a Jesús en ese momento tan importante de su vida, cuando Él más lo necesitaba, porque era también su noche de fe, porque su Divinidad no la sentía, había dejado sola a la humanidad para que pudiera sufrir y salvar a los hombres, porque así lo quería el Padre.

        María, junto a la cruz de su hijo, tuvo que hacer el mayor acto de fe de la Historia después del de Cristo: creer que era el Salvador del mundo el que moría como un fracasado, solo y abandonado, viendo morir así al que decía que era el Hijo de Dios. Ella no comprendía ni entendía nada. Lógico que todos le dejaran. Pero ella permaneció fiel junto a su hijo, junto a la cruz y la muerte, muriendo a toda razón, a todos los razonamientos y pensamientos puramente humanos, que vendrían a su mente en esa y otras ocasiones de la vida de Cristo y se hizo esclava total de la Palabra-Hijo de Dios por su fe y confianza en Dios, creyendo contra toda evidencia humana.

        Esa fe la llevó a descubrir todo el misterio de su Hijo y permaneció fiel hasta la cima del calvario, creyendo, contra toda apariencia humana, que era el Redentor del mundo e Hijo de Dios el que moría solo y abandonado de todos, sin reflejos de gloria ni de cielo, en la cruz.

        Y así tienen que permanecer junto al Sagrario, días y noches, horas y horas, un día y otro, las almas eucarísticas, aunque el resto le abandonen y dejen al Señor. Y así años y años… aunque el Señor ayuda y da fogonazos tan fuertes, que es una maravilla y así se va descubriendo el misterio y el tesoro del cielo en la tierra. San Agustín llega a decir que María fue más dichosa y más madre de Jesús por la fe, esto es, por haber creído y haberse hecho esclava de su Palabra que por haberle concebido corporalmente.

        Por la fe nosotros sabemos que Jesucristo está en el sacramento, en la Eucaristía, realizando lo que hizo y dijo. Podemos luego tratar de explicarlo según la razón y para eso es la teología, pero hasta ahora no podemos explicarlo plenamente. Y esto es lo más importante. La fe lo ve, porque la fe es participación del conocimiento, de la misma luz con que Dios ve todas las cosas, aunque yo, que tengo esa fe, al hacerme Dios partícipe de su mismo conocimiento, no lo pueda ver y comprender, como he dicho antes, porque me excede y yo no puedo ver con la luz y profundidad de Dios. Sólo por el amor, por la ciencia de amor, por la noticia amor, por el conocimiento místico el hombre se funde con la realidad amada y se hace una sola llama de amor y así la conoce.

        Los místicos son los exploradores que Moisés mandó por delante a la tierra prometida, y que, al regresar cargados de vivencias y frutos, nos hablan de las maravillas de la tierra prometida a todos, para animarnos a seguir caminado hasta contemplarla y poseerla.

        La fe no humilla a la razón; sino que la salva de sus estrecheces, haciéndola, humilde, capaz de Dios, como María que acoge la Palabra de Dios sin comprenderla. Luego, al vivir desde la fe los misterios de Cristo, lo comprende todo. Toda la Noche del espíritu, para San Juan de la Cruz, está originada por este deseo de Dios, de comunicarse con la criatura. El alma queda cegada por el rayo del sol de la luz divina que para ella se convierte en oscuridad y en ceguedad por excesiva luz y sufre por sus limitaciones en ver y comprender como Dios ve su propio misterio. Por eso a este conocimiento profundo de Dios se llega mejor amando que entendiendo, por vía de amor que por vía de inteligencia, convirtiéndose el alma en «llama de amor viva».

        Aquel que es para siempre la Palabra del Padre, la biblioteca inagotable de la Iglesia, condensó toda su vida en los signos y palabras de la Eucaristía: es su suma teológica. Para leer este libro eucarístico que es único, no basta la razón, hace falta la fe y el amor que hagan comunión de sentimientos con el que dijo “acordaos de mí”, de lo que yo soy, de lo que hago, de mi emoción por todos vosotros, de mis deseos de entrega, de mis ansias de salvación, de mis manos temblorosas, de mi amor hasta el extremo...

         San Juan de la Cruz nos dirá que para conocer a Dios y sus misterios es mejor el amor que la razón, porque ésta no puede abarcarle, pero por el amor me uno al objeto amado y me fundo con Él en una sola realidad en llamas. Son los místicos, los que viven y experimentan los misterios que nosotros celebramos.

        Para San Juan de la Cruz, la teología, el conocimiento de Dios debe ser «noticia amorosa, sabiduría de amor, llama de amor viva que hiere de mi alma en el más profundo centro...» No conocimiento frío, teórico, sin vida, aunque sea teológico. El que quiere conocer a Dios ha de arrodillarse; el sacerdote, el teólogo debe trabajar en estado permanente de oración, debe hacer teología arrodillado. Sin esta comunión personal de amor y sentimientos con Cristo, el libro eucarístico llega muy empobrecido al lector. Este libro hay que comerlo para comprenderlo, como Ezequiel: “Hijo de hombre, come lo que se te ofrece; come este rollo y ve luego a hablar a la casa de Israel. Yo abrí mi boca y él me hizo comer el rollo y me dijo”: “Hijo de hombre aliméntate y sáciate de este rollo que yo te doy. Lo comí y fue en mi boca dulce como miel” (Ez.3, 1-3).

 

 

14. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR PROFESOR Y LA BIBLIOTECA ENTERA Y COMPLETA DE SU PERSONA Y MISIÓN

 

        Pues bien, amigos, esta adoración de Cristo al Padre hasta la muerte es la base de la espiritualidad propia de la Adoración Nocturna. Esta es la actitud, con la que tenemos que celebrar y comulgar y adorar la Eucaristía, por aquí tiene que ir la adoración de la presencia del Señor y asimilación de sus actitudes victimales por la salvación de los hombres, sometiéndonos en todo al Padre, que nos hará pasar por la muerte de nuestro yo, para llevarnos a la resurrección de la vida nueva con Él. Y sin muerte no hay pascua, no hay vida nueva, no hay amistad con Cristo y Dios Trinidad. Esto lo podemos observar y comprobar en la vida de todos los santos, más o menos místicos, sabios o ignorantes, activos o pasivos, teólogos o gente sencilla, que han seguido al Señor. Y esto es celebrar y vivir plenamente la eucaristía, participar en la eucaristía, adorar la eucaristía.

        Todos ellos, como nosotros, tenemos que empezar preguntándonos quién está ahí en el Sagrario, para que una vez creída su presencia inicialmente: "el Señor está ahí y nos llama", ir luego avanzando en este diálogo, preguntándonos en profundidad: por quién, cómo y por qué está ahí. Y todo esto le lleva tiempo al Señor explicárnoslo y realizarlo; primero, porque tenemos que hacer silencio de las demás voces, intereses, egoísmos, pasiones y pecados que hay en nosotros y ocultan su presencia y nos impiden verlo y escucharlo --los limpios de corazón verán a Dios--, y segundo, porque se tarda tiempo en aprender este lenguaje, que es más existencial que de palabras, es decir, de purificación y adecuación y disponibilidad y de entrega total del alma y de la vida, para que la eucaristía vaya entrando por amor y asimilación en nuestra vida y no por puro conocimiento.

        No olvidemos que la Eucaristía se comprende en la medida en que se vive. Quitar el yo personal y los propios ídolos, que nuestro yo ha entronizado en el corazón, es lo que nos exige la celebración de la santísima Eucaristía por un Cristo, que se sometió a la voluntad del Padre, sacrificando y entregando su vida por cumplirla, aunque desde su humanidad le costó y no lo comprendía. En cada misa, Cristo, con su testimonio, nos grita: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser...” y realiza su sacrificio, en el que prefiere la obediencia al Padre sobre su propia vida: “Padre, si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya...”. La meta de la presencia real y de la consiguiente adoración es siempre la participación en sus actitudes de obediencia y adoración al Padre, movidos por su Espíritu de Amor; sólo el Amor puede realizar esta conversión y esta adoración-muerte para la vida nueva.

        Por esto, la oración y la adoración y todo culto eucarístico fuera de la misa hay que vivirlos como prolongación de la santa misa y de este modo nunca son actos distintos y separados sino siempre en conexión con lo que se ha celebrado. Y este ha sido más o menos siempre el espíritu de las visitas al Señor, en los años de nuestra infancia y juventud, donde sólo había una misa por la mañana en latín y el resto del día, las iglesias permanecías abiertas todo el día para la oración y la visita. Siempre había gente a todas horas.

        ¡Qué maravilla! Niños, jóvenes, mayores, novios, nuestras madres... que no sabían mucho de teología o liturgia, pero lo aprendieron todo de Jesús Eucaristía, a ser íntegras, servidoras, humildes, ilusionadas con que un hijo suyo se consagrara al Señor.

        Ahora las iglesias están cerradas y no sólo por los robos. Aquel pueblo tenía fe, hoy estamos en la oscuridad y en la noche de la fe. Hay que rezar mucho para que pase pronto. Cristo vencerá e iluminará la historia. Su presencia eucarística  no es estática sino dinámica en dos sentidos: que Cristo sigue ofreciéndose y que Cristo nos pide nuestra identificación con su ofrenda.

        La adoración eucarística debe convertirse en mistagogia del misterio pascual. Aquí radica lo específico de la Adoración Eucarística, sea Nocturna o Diurna, de la Visita al Santísimo o de cualquier otro tipo de oración eucarística, buscada y querida ante el Santísimo, como expresión de amor y unión total con Él. La adoración eucarística nos une a los sentimientos litúrgicos-sacramentales de la misa celebrada por Cristo para renovar su entrega, su sacrificio y su presencia, ofrecida totalmente a Dios y a los hombres, que continuamos visitando y adorando para que el Señor nos ayude a ofrecernos y a adorar al Padre como Él.

        Es claramente ésta la finalidad por la que la Iglesia, apelando a sus derechos de esposa, ha decidido conservar el cuerpo de su Señor junto a ella, incluso fuera de la misa, para prolongar la comunión de vida y amor con Él. Nosotros le buscamos, como María Magdalena la mañana de Pascua, para embalsamarle con el aroma de nuestras oraciones y agradecimiento por todo lo que ha sufrido y conseguido en la pascua realizada por nosotros y para nosotros. Por esta causa, una vez celebrada la misa, nosotros seguimos orando con estas actitudes de Cristo en el santo sacrificio. Brevemente voy a exponer aquí algunas rampas para ayudaros un poco a los adoradores nocturnos en vuestro diálogo personal con Jesucristo presente en la Custodia Santa.

 

 

15 PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ SIEMPRE CRISTO OFRECIENDO SU VIDA PARA SALVACIÓN DE LOS HOMBRES.

La presencia eucarística de Jesucristo en la Hostia ofrecida e inmolada, nos recuerda, como prolongación del sacrificio eucarístico, que Cristo se ha hecho presente y obediente hasta la muerte y muerte en cruz, adorando al Padre con toda su humanidad, como dice San Pablo: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús: El cual, siendo de condición divina, no consideró como botín codiciado el ser igual a Dios, sino que se anonadó a sí mismo, tomando la condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y apareciendo externamente como un hombre normal, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios lo ensalzó y le dio el nombre, que está sobre todo nombre, a fin de que ante el nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos y en los abismos, y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil 2, 5-11).

 

        A). Nuestro diálogo podría ir por esta línea: Cristo, también yo quiero obedecer al Padre, aunque eso me lleve a la muerte de mi yo, quiero renunciar cada día a mi voluntad, a mis proyectos y preferencias, a mis deseos de poder, de seguridades, dinero, placer... Tengo que morir más a mí mismo, a mi yo, que me lleva al egoísmo, a mi amor propio, a mis planes, quiero tener más presente siempre el proyecto de Dios sobre mi vida y esto lleva consigo morir a mis gustos, ambiciones, sacrificando todo por Él, obedeciendo hasta la muerte como Tú lo hiciste, para que disponga de mi vida, según su voluntad.

        Señor, esta obediencia te hizo pasar por la pasión y la muerte para llegar a la resurrección. También yo quiero estar dispuesto a poner la cruz en mi cuerpo, en mis sentidos y hacer actual en mi vida tu pasión y muerte para pasar a la vida nueva, de hijo de Dios; pero Tú sabes que yo solo no puedo, lo intento cada día y vuelvo a caer; hoy lo intentaré de nuevo y me entrego a Ti, Tú puedes hacerlo, Señor, ayúdame, te lo pido, lo espero confiadamente de Ti, para eso he venido, yo no sé adorar con todo mi ser, si Tú no me enseñas y me das fuerzas...

 

        B). Un segundo sentimiento lo expresa así la LG 5: «los fieles... participando del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia, ofrecen la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella».

        La presencia eucarística es la prolongación de esa ofrenda. El diálogo podía escoger estas tonalidades: Señor, quiero hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre, quiero vivir solo para agradarle, darle gloria, quiero ser alabanza de gloria de la Santísima Trinidad. Quiero hacerme contigo una ofrenda: mira en el ofertorio del pan y del vino me ofreceré, ofreceré mi cuerpo y mi alma como materia del sacrificio contigo, luego en la consagración quedaré consagrado, ya no me pertenezco, soy una cosa contigo, y cuando salga a la calle, como ya no pertenezco sino que he quedado consagrado contigo, quiero vivir sólo para Ti, con tu mismo amor, con tu mismo fuego, con tu mismo Espíritu, que he comulgado en la misa.

 Quiero prestarte mi humanidad, mi cuerpo, mi espíritu, mi persona entera, quiero ser como una humanidad supletoria tuya. Tú destrozaste tu humanidad por cumplir la voluntad del Padre de salvar a todos sus hijos, los hombres, aquí tiene ahora la mía... trátame con cuidado, Señor, que soy muy débil, tú lo sabes, me echo enseguida para atrás, me da horror sufrir, ser humillado... Tú, Cristo, conservas ciertamente el fuego del amor al Padre y a los hombres y tienes los mismos deseos y sentimientos de siempre, pero ya no tienes un cuerpo capaz de sufrir, aquí tienes el mío... pero ya sabes que soy débil... necesito una y otra vez tu presencia, tu amor, tu eucaristía, que me enseñe, me fortalezca, por eso estoy aquí, por eso he venido a orar ante su presencia, y vendré muchas veces, enséñame y ayúdame a adorar como Tú al Padre, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida.

        Quisiera, Señor, rezarte con el salmista: “Por ti he aguantado afrentas y la vergüenza cubrió mi rostro. He venido a ser extraño para mis hermanos, y extranjero para los hijos de mi madre. Porque me consume el celo de tu casa; los denuestos de los que te vituperan caen sobre mi. Cuando lloro y ayuno, toman pretexto contra mi... Pero mi oración se dirige a tí.... Que me escuche tu gran bondad, que tu fidelidad me ayude... Miradlo los humildes y alegraos; buscad al Señor y vivirá vuestro corazón, porque el Señor escucha a sus pobres” (Sal 69).

     

        C). Otro sentimiento que no puede faltar está motivado por las palabras de Cristo: "Cuando hagáis esto, acordaos de mí”. Señor, de cuántas cosas me tenía que acordar ahora, que estoy ante tu presencia eucarística,  pero quiero acordarme especialmente de tu amor por mí, de tu cariño a todos, de tu entrega. Señor, yo no quiero olvidarte nunca, y menos de aquellos momentos en que te entregaste por mí, por todos...cuánto me amas, cuánto me entregas, me regalas... “este es mi cuerpo, esta mi sangre derramada por vosotros...”.

        Con qué fervor quiero celebrar la misa, comulgar con tus sentimientos, vivirlos ahora por la oración ante tu presencia y practicarlos luego en mi vida; Señor, por qué me amas tanto, por qué el Padre me ama hasta ese extremo de preferirme y traicionar a su propio Hijo, por qué te entregas hasta el extremo de tus fuerzas, de tu vida, por qué una muerte tan dolorosa... cómo me amas... cuánto me quieres; es que yo valgo mucho para Cristo, yo valgo mucho para el Padre, ellos me valoran más que todos los hombres , valgo infinito, Padre Dios, cómo me amas así, pero qué buscas en mí....Cristo mío, confidente y amigo, Tú tan emocionado, tan delicado, tan entregado; yo, tan rutinario, tan limitado, siempre tan egoísta, soy pura criatura, y Tu eres Dios, no comprendo cómo puedes quererme tanto y tener tanto interés por mí, siendo Tu el Todo y yo la nada. Si es mi amor y cariño, lo que te falta y me pides, yo quiero dártelo todo, Señor, tómalo, quiero ser tuyo, totalmente tuyo, te quiero. 

 

 

16. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL SEÑOR DICIÉNDONOS A TODOS: “ACORDAOS DE MI”

 

         En el "acordaos de mí" debe entrar también el amor a los hermanos,- no olvidar jamás en la vida que el amor a Dios siempre pasa por el amor a los hermanos-, porque así lo dijo, lo quiso y lo hizo Jesús: en cada Eucaristía Cristo me enseña y me invita a amar hasta el extremo a Dios y a los hijos de Dios, que son todos los hombres como Él lo hace.

        Sí, Cristo, quiero acordarme ahora de tus deseos y sentimientos, de tu entrega total sin reservas, sin límites al Padre y a los hombres, quiero acordarme de tu emoción en darte en comida y bebida; estoy tan lejos de este amor, cómo necesito que me enseñes, que me ayudes, que me perdones, sí, quiero amarte, necesito amar a los hermanos, sin límites, sin muros ni separaciones de ningún tipo, como pan que se reparte, que se da para ser comido por todos.

        “Acordaos de mí”. Contemplándote ahora en el pan consagrado me acuerdo de ti y de lo que hiciste por mí y por todos y puedo decir: he ahí a mi Cristo amando hasta el extremo, redimiendo, perdonando a todos, entregándose por salvar al hermano. Tengo que amar también yo así.

        Señor, no puedo sentarme a tu mesa, adorarte, si no hay en mí esos sentimientos de acogida, de amor, de perdón a los hermanos, a todos los hombres. Si no lo practico, no será porque no lo sepa, ya que me acuerdo de Ti y de tu entrega en cada Eucaristía, en cada Sagrario, en cada comunión; desde el seminario, comprendí que el amor a Ti pasa por el amor a los hermanos y cuánto me ha costado toda la vida. Cuánto me exiges, qué duro a veces perdonar, olvidar las ofensas, las palabras envidiosas, las mentiras, la malicia de los otros... pero dándome Tú tan buen ejemplo, quiero acordarme de Ti, ayúdame, que yo no puedo, yo soy pobre de amor e indigente de tu gracia, necesitado siempre de tu amor, cómo me cuesta olvidar las ofensas, reaccionar amando ante las envidias, las críticas injustas, ver que te excluyen y tú... siempre olvidar y perdonar, olvidar y amar; yo solo no puedo, Señor, porque sé muy bien por tu Eucaristía y comunión, que no puede haber jamás entre los miembros de tu cuerpo, separaciones, olvidos, rencores, pero me cuesta reaccionar, como tú, amando, perdonando, olvidando... “Esto no es comer la cena del Señor...”, por eso estoy aquí, comulgando contigo, porque Tú has dicho: “el que me coma vivirá por mí” y yo quiero vivir como Tú, quiero vivir tu misma vida, tus mismos sentimientos y entrega.

        No tengo tiempo para indicar todos los posibles caminos de dialogo, de oración, de santidad que nacen de la Eucaristía porque son innumerables: adoración, alabanza, glorificación del Padre, acción de gracias, peticiones, ofrenda...pero no puede faltar el sentimiento de intercesión que Jesús continúa con su presencia eucarística.

        Jesús se ofreció por todos y por todas nuestras necesidades y problemas y yo tengo que aprender a interceder por los hermanos en mi vida, debo pedir y ofrecer el sacrificio de Cristo y el de mi vida por todos, vivos y difuntos, por la Iglesia santa, por el Papa, los Obispos y por todas las cosas necesarias para la fe y el amor cristianos...por las necesidades de los hermanos: hambre, justicia, explotación...

        Ya he repetido que la Eucaristía es inagotable en su riqueza, porque es sencillamente Cristo entero y completo,  viviendo y ofreciéndose por todos; por eso mismo, es la mejor ocasión que tenemos nosotros para pedir e interceder por todos y para todos, vivos y difuntos ante el Padre, que ha aceptado la entrega del Hijo Amado en el sacrificio eucarístico.

        El adorador eucarístico no se encierra en su intimismo individualista sino que, identificándose con Cristo, se abre a toda la Iglesia y al mundo entero: adora y da gracias como Él, intercede y repara como Él. La adoración nocturna o diurna es más que la simple devoción eucarística o simple visita u oración hecha ante el Sagrario. Es un apostolado que os ha sido confiado para que oréis por toda la Iglesia y por todos los hombres, con Cristo y en Cristo, ofreciendo adoración y acción de gracias, reparando y suplicando por todos los hermanos prolongáis las actitudes de Cristo en la misa y en el Sagrario.

        Un adorador eucarístico, por tanto, tiene que tener muy presentes su parroquia, los niños de primera comunión, todos los jóvenes, los matrimonios, las familias, los que sufren, los pobres de todo tipo, los deprimidos, las misiones, los enfermos, la escuela, la televisión y la prensa que tanto daño están haciendo en el pueblo cristiano, todos los medios de comunicación. Sobre todo, debemos pedir por la santidad de la Iglesia, especialmente de los sacerdotes y seminaristas, los seminarios, las vocaciones, los religiosos y religiosas, los monjes y monjas.

        Mientras un adorador está orando, los frutos de su oración tienen que extenderse al mundo entero. Y así a la vez que evita todo individualismo y egoísmo, evita también toda dicotomía entre oración y vida, porque vivirá la oración con las actitudes de Cristo, con las finalidades de su pasión y muerte, de su Encarnación: glorificación del Padre y salvación de los hombres. Y así adoración e intercesión y vida se complementan.

        Y esto hay que decirlo alto y claro a la gente, a los creyentes, cuando tratéis de hacer propaganda en la parroquia y fuera de ella y conseguir nuevos miembros. Cuando voy a la Adoración Nocturna no pienso ni pido sólo por mí, mis intereses o familia. Por la noche, en los turnos de vela ante el Señor, pienso y pido por todo el pueblo, por la parroquia, por la diócesis, por los niños, jóvenes, misiones, los enfermos.

        Y así surgirán nuevos adoradores y será más estimada vuestra obra, más valoradas vuestras vigilias. Y así no soy yo solo el que oro, el que me santifico, es Cristo quien ora por mí y en mí y yo le ayudo con mi oración a la santificación de mi parroquia y mis hermanos, los hombres. Soy ciudadano del mundo entero aunque esté sólo ante el Señor.

        Y el Seminario dirá que recéis, y las parroquias dirán que tengáis presente a los niños y jóvenes, y todos, al conoceros mejor y realizar vosotros mejor vuestra misión litúrgico-sacramental, os encomendarán sus necesidades espirituales y materiales.

        Hay unos textos de San Juan de Ávila, que, aunque referidos directamente a la oración de intercesión, que tienen que hacer los sacerdotes por sus ovejas, las motivaciones que expresan, valen para todos los cristianos, bautizados u ordenados, activos o contemplativos, puesto que todos debemos orar por los hermanos, máxime los adoradores nocturnos:     «¡Válgame Dios, y qué gran negocio es oración santa y consagrar y ofrecer el cuerpo de Jesucristo! Juntas las pone la santa Iglesia, porque, para hacerse bien hechas y ser de grande valor, juntas han de andar.

        Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres; y para que la oración no sea seca, ofrece el don que amansa la ira de Dios, que es Jesucristo Nuestro Señor, del cual se entiende “munus absconditus extinguit iras”. Y porque esta obligación que el sacerdote tiene de orar, y no como quiera, sino con mucha suavidad y olor bueno que deleite a Dios, como el incienso corporal a los hombres, está tan olvidada y no conocida, como si no fuese, convendrá hablar de ella un poco largo, para que así, con la lumbre de la verdad sacada de la palabra de Dios y dichos de sus santos, reciba nuestra ceguedad alguna lumbre para conocer nuestra obligación y nos provoquemos a pedir al Señor fuerzas para cumplirla» [1].

        «Tal fue la oración de Moisés, cuando alcanzó perdón para el pueblo, y la de otros muchos; y tal conviene que sea la del sacerdote, pues es oficial de este oficio, y constituido de Dios en él»[2].

        «...mediante su oración, alcanzan que la misma predicación y buenos ejercicios se hagan con fruto, y también les alcanzan bienes y evitan males por el medio de la sola oración....la cual no es tibia sino con gemidos tan entrañables, causados del Espíritu Santo tan imposibles de ser entendidos de quien no tiene experiencia de ellos, que aun los que los tienen no lo saben contar; por eso se dice que pide Él, pues tan poderosamente nos hace pedir»[3].

        «Y si a todo cristiano está encomendado el ejercicio de oración, y que sea con instancia y compasión, llorando con los que lloran, con cuánta más razón debe hacer esto el que tiene por propio oficio pedir limosna para los pobres, salud para los enfermos, rescate para los encarcelados, perdón para los culpados, vida para los muertos, conservación de ella para los vivos, conversión para los infieles y , en fin, que, mediante su oración y sacrificio, se aplique a los hombres el mucho bien que el Señor en la cruz les ganó»[4] .

  «Padres, ¿hales acaecido esto algunas veces? ¿Han peleado tan fuertemente con Dios, con la fuerza de la oración, queriendo él castigar y suplicándole que no lo hiciese, que ha dicho Dios: ¡Déjame que ejercite mi enojo! Y no querer nosotros dejarlo, y, en fin, vencerlo Ay de nos, que ni tenemos don de oración ni santidad de vida para ponernos en contrario de Dios, estorbándole que no derrame su ira![5].

 

17. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CUMPLIENDO LA VOLUNTAD DEL PADRE DANDO LA VIDA POR TODOS CON AMOR EXTREMO

 

        Queridas hermanas y hermanos: Estos días quiero hablaros de Jesucristo Eucaristía; de Jesucristo, sacramentado por amor en el Sagrario. Este amor de Jesucristo a los hombres existió ya antes de encarnarse en el seno purísimo de la Hermosa Nazarena, de la Virgen bella, de nuestra Madre del alma: María.

        Porque Jesucristo es el Hijo de Dios que por amor a los hombres primero se hizo carne como nosotros y luego un trozo de pan y ese amor de Jesucristo aquí presente y hecho sacramento de Amor es el amor que como Dios y como hombre nos tiene, o si queréis, es el amor que nos tiene desde el Seno de la Santísima Trinidad.

        Fue ese amor divino de Espíritu Santo el que le llevó a encarnarse en carne humana para salvarnos y llevarnos a la amistad total con su Padre Dios. El Hijo de Dios vio entristecido al Padre, porque el hombre había roto por el pecado de Adán el proyecto de eternidad dichosa y feliz con Dios, y por amor a su Padre y por amor a los hombres le dijo: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad…” Y la voluntad del Padre es la que nos expresa muchas veces Él en el Evangelio: “Yo he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado. Esta es la voluntad del que me ha enviado, que no pierda nada de lo que me dio sino que lo resucite en el último día; Esta es la voluntad de mi Padre, que está en el cielo, que todo el que ve al Hijo y cree en Él tenga vida eterna y yo lo resucitaré en el último día.” “Yo he bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado…”

        Él sabía muy bien cuál era esta voluntad del Padre, para eso había venido a la tierra, y por eso fijaos bien, cuando Pedro quiere apartarle de esta voluntad del Padre, Cristo llama “Satanás” a Pedro por quererle alejar del proyecto del Padre, que le lleva a pasar por la pasión y la muerte para llevarnos a todos a la resurrección y la vida eterna. Son los evangelios de estos domingos 21 y 22 del ciclo A:

        “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Tomando la palabra Simón Pedro, dijo: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Y Jesús, respondiendo, dijo: Bienaventurado tú, Simón Bar Jona, porque no es la carne ni la sangre quien esto te lo ha revelado, sino mi Padre, que está en los cielos. Y yo te digo a ti que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia...”

        Segunda parte: Jesús comienza a explicar a sus discípulos en qué consiste ser el Mesías liberador y salvador de los hombres, que ellos, como todo el pueblo judío, concebían un Mesías político y puramente terreno: “Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén para sufrir mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y al tercer día resucitar. Pedro, tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo: No quiera Dios que esto suceda. Pero Él, volviéndose, dijo a Pedro: Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres. Entonces dijo Jesús a sus discípulos: El que quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará” (Mt 16,16-25).

        En el Evangelio que acabamos de leer está muy clara la intención de Mateo: demostrar que Jesús es el Mesías que cumple la voluntad del Padre. Pero su mesianismo no es de poder político, religioso, económico, es una mesianismo de amor y paz y amor entre Dios y los hombres; el reino de Dios que Él ha venido a predicar y realizar es un reino donde Dios debe ser el único Dios de nuestra vida, a quien debemos adorar y someternos con humildad a su voluntad, aunque ésta nos lleva a la muerte del «yo».

        El proyecto del Padre, la voluntad del Padre que Jesús ha venido a realizar es “tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó) a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna… porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo sino para salvar al mundo, a todos los que crean en Él.” Por eso, en el Sagrario, en la Eucaristía, está también el amor del Padre que nos envía al Hijo, todo el amor del Hijo que realizó su voluntad y proyecto de amor, y ese amor en mayúscula es Amor de Espíritu Santo, es el Espíritu Santo; está, por tanto, toda la Trinidad, que es Amor. Y esto no es devoción personal, esto es teológico, litúrgico y evangelio verdadero.

        Y por eso y para esto vino Cristo, y por esto se encarnó, y vivió, predicó y murió y resucitó y por eso permanece aquí en el Sagrario y en la Eucaristía como misa y comunión, para cumplir la voluntad del Padre, que es nuestra salvación y felicidad eterna.

        En la Eucaristía está Cristo entero y completo, desde que en el seno de la Trinidad con amor de Espíritu Santo le dijo al Padre que vendría a la tierra para salvar a los hombres hasta que conseguido este objetivo, que es como una nueva creación, una recreación del proyecto primero de amistad total con Dios, subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre como Cordero inmolado y degollado por amor a Dios y a los hombres, lleno de gloria y adoración, por este amor extremo. Todo lo que Cristo dijo e hizo y amó, todo Cristo entero y completo, Dios y hombre, tiempo y eternidad, está aquí en el pan consagrado. Está el Cristo glorioso y triunfante del cielo, el Cristo sentado a la derecha del Padre, esto es, igual al Padre, está con su humanidad totalmente Verbalizada, identificada con el Verbo de Dios, y esa divinidad y esa humanidad nacida, triturada y resucitada por todos nosotros es la que está ahora mismo aquí presente, en el pan bendito.  No olvidar nunca que Jesucristo es Dios y que me amó primero como Dios que como hombre, y por eso se hizo hombre y predicó y murió precisamente porque me amó como Dios y como hombre. Jesucristo aquí sacramentado por amor es el Hijo de Dios, es Dios mismo, el Dios Creador y Salvador, el Dios único, principio y fin de todo lo que existe.

Y San Juan nos dice de este Dios, principio y fin de todo: “Dios es amor” es decir, Dios es amor, su esencia es amar y si dejara de amar dejaría de existir…por eso si alguien me pregunta, os pregunta: ¿por qué el hombre tiene que amar a Dios, por qué tengo que amar, adorarle y amar a a Jesús Eucaristía en el Sagrario, en la misa, en la comunión? la respuesta es fácil: porque Dios, nuestro Cristo Eucaristía, nos amó primero y dio la vida para que todos la tuviéramos eterna: “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” (1Jn 4,10).

 

 

18. PORQUE CRISTO  EUCARISTIA LE DICE AL PADRE: “NO QUIERES OFRENDAS Y SACRIFICIOS, AQUÍ ESTOY PARA HACER TU VOLUNTAD”

 

“En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que él nos amó ...”-- primero--, añade la lógica de sentido. Expresa este versículo el amor de Dios Trino y Uno manifestado en la primera creación. En la segunda parte “y envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados” nos revela que, una vez creados y caídos, Dios nos amó en la segunda creación, en la recreación, enviando a su propio Hijo, que muere en la cruz para salvarnos.   

        El sacrificio de la cruz, sacrificio de la Nueva y Eterna Alianza y Amistad con Dios, que Cristo anticipó instituyéndolo proféticamente en la Última Cena y que se hace presente en cada Eucaristía y permanece en oblación perenne en la Presencia Eucarística, es la señal manifiesta del amor extremo del Padre, que lo entrega hasta la muerte por nosotros, y del Hijo, que libremente acepta esta voluntad del Padre. Es el misterio pascual, programado en el mismo consejo trinitario, para manifestar más aún la predilección de Dios para con el hombre. Ese proyecto, realizado luego por el Hijo Amado, es tan maravilloso e incomprensible en su misma concepción y realización, que la liturgia de la Iglesia se ve obligada a «blasfemar» en los días de la Semana Santa, exclamando: «Oh felix culpa...», oh feliz culpa, oh feliz pecado del hombre, que nos mereció un tal salvador y una salvación tan maravillosa. Llama feliz al pecado, a la ofensa a Dios.

        Y el mismo S. Juan vuelve a repetirnos esta misma idea del amor trinitario, al manifestarnos que el Padre nos envió a su Hijo, para que tengamos la misma vida, el mismo amor, las mismas vivencias, por participación, de la Santísima Trinidad: “En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de él” (1 Jn 4,10). Simplemente añade que no sólo nos lo envía como salvador, sino para que vivamos como el Hijo vive y amemos como el Hijo ama y es amado por el Padre, para que de tal manera nos identifiquemos con el Amado, que tengamos sus mismos conocimientos y amor y vida, hasta el punto de que el Padre no note diferencia entre Él y nosotros y vea en nosotros al Amado, al Unigénito, en el que tiene puestas todas sus complacencias.

        Sigue S. Juan: “Y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios...” (1Jn 4,7). (Qué maravilla! El amor viene de Dios y, al venir de Dios, nos engendra como hijos suyos, para vivir su misma vida trinitaria, y con ese mismo amor que Él nos ama, le amamos nosotros también a Él, porque nosotros no podemos amarle a Él, si Él no nos ama primero; y es entonces cuando nosotros podemos amarle con el mismo amor que Él nos ama, devolviéndole y reflectando hacia Él ese mismo amor con que Él nos ama y ama a todos los hombres; y con este amor también podemos amar a los hermanos, como Él los ama y así amamos al Padre y al Hijo como ellos se aman y aman a los hombre.

Y ese amor es su Amor personal infinito, que es el Espíritu Santo que nos hace hijos en el Hijo, y en la medida que nos hacemos Hijo y Palabra y Verbo, hacemos la paternidad universal del Padre por la aceptación de filiación en el Verbo: “Queridos hermanos: Si Dios nos amó de esta manera, también nosotros debemos amarnos unos a otros. A Dios nadie lo ha visto nunca. Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado en nosotros a su plenitud. En esto conocemos que permanecemos en él y él en nosotros. En que nos ha dado de su Espíritu” (1Jn 4,11-14).

        ¡Vaya párrafo! Como para ponerlo en un cuadro de mi habitación. Viene a decirnos que todo es posible, porque nos ha dado su mismo Espíritu Santo, su Amor Personal, que es tan infinito en su ser y existir, que es una persona divina, tan esencial que sin ella no pueden vivir y existir el Padre y el Hijo, porque es su vida-amor-felicidad que funde a los tres en la Unidad, en la que entra el alma, cada uno de los seres creados, por ese mismo Espíritu, comunicado al hombre por gracia, para que pueda comunicarse con el Padre y el Hijo por el Amor participado, que es la misma vida y alma de Dios Uno y Trino.

        Dice S. Juan de la Cruz: «Porque no sería verdadera y total transformación si no se transformase el alma en las Tres Personas de la Santísima Trinidad en revelado y manifiesto grado... Y esta tal aspiración del Espíritu Santo en el alma, con que Dios la transforma en sí le es a ella de tan subido y delicado y profundo deleite, que no hay que decirlo por lengua mortal...; porque el alma unida y transformada en Dios aspira en Dios a Dios las misma aspiración divina que Dios, estando ella en Él transformada, aspira en si mismo a ella... Y no hay que tener por imposible que el alma pueda una cosa tan alta, que el alma aspire en Dios como Dios aspira en ella por modo participado. Porque dado que Dios la haga la merced de unirla en la Santísima Trinidad, en que el alma se hace deiforme y Dios por participación, qué increíble cosa es que obre ella también su obra de entendimiento, noticia y amor, o, por mejor decir, la tenga obrada en la Trinidad juntamente con ella como la misma Trinidad? Pero por modo comunicado y participado, obrándolo como Dios en la misma alma; porque es estar transformada en las Tres Divinas Personas en potencia, sabiduría y amor, y en esto es semejante el alma a Dios; y para que pudiese venir a esto la creó a su imagen y semejanza» (Can B 39, 4).

        Y todo esto, hermanos, y lo anterior y lo posterior que se pueda decir, dentro y fuera de la Trinidad, todo es “Porque Dios es Amor”.

        Queridos hermanos, a mi me alegra pensar que hubo un tiempo en que no existía nada, solo Dios, Dios infinito al margen del tiempo, de ese tiempo, que nos mide a todo lo creado en un antes y después, porque Él existe desde siempre. Por eso, en esto del ser y existir como en el amor, la iniciativa siempre es de Dios. El hombre, cualquier criatura, cuando mira hacia Dios, se encuentra con una mirada que le ha estado mirando con amor desde siempre, desde toda la eternidad. Todo amor en el hombre es reflejo. No existía nada, solo Dios.

        Y este Dios, que por su mismo ser infinito es inteligencia, fuerza, poder..., cuando S. Juan quiere definirlo en una sola palabra, nos dice: “Dios es amor”. Su esencia es amar, si dejara de amar, dejaría de existir. Podía decir S. Juan también que Dios es fuerza infinita, inteligencia infinita, porque lo es, pero él prefiere definirlo así para nosotros, porque así nos lo ha revelado su Hijo, Verbo y Palabra Amada, en quien el Padre se complace eternamente.

        Por eso nos lo envió, porque era toda su Verdad, toda su Sabiduría, todo lo que Él se sabe y quiere que sepamos de Él por Sí mismo y a la vez es el Amado, lo que más quería. Y también nos lo entregó: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propia Hijo” porque quiere que vivamos su misma vida trinitaria de Padre y así gozarse también en nosotros y nosotros en Él, al estar nosotros identificados con su Unigénito, en el que eternamente se goza de estar engendrando como Padre con Amor Personal de Espíritu Santo. Y así es como entramos nosotros en el círculo del Amor o triángulo de la Vida Trinitaria.

        Y este Dios tan infinitamente feliz en sí y por sí mismo, entrando dentro de su mismo ser infinito, viéndose tan lleno de amor, de hermosura, de belleza, de felicidad, de eternidad, de gozo, piensa en otros posibles seres para hacerles partícipes de su mismo ser, amor, para hacerles partícipes de su misma felicidad. Se vio tan infinito en su ser y amor, tan lleno de luz y resplandores eternos de gloria, que a impulsos de ese amor en el que se es y subsiste, piensa desde toda la eternidad en crear al hombre con capacidad de amar y ser feliz con Él, en Él y por Él y como Él.

        El hombre ha sido soñado por el amor de Dios. Es un proyecto amado de Dios: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales y celestiales. Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuéramos santos e irreprochables ante Él por el amor. Él nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hijos para que la gloria de su gracia que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo redunde en alabanza suya... El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia ha sido un derroche de su voluntad. Este es el plan que había proyectado realizar por Cristo, cuando llegase el momento culminante, recapitulando en Cristo todas las cosas del cielo y de la tierra” (Ef 1,3.10).

 

        SI EXISTO, ES QUE DIOS ME AMA. Ha pensado en mí. Ha sido una mirada de su amor divino, la que contemplándome en su esencia infinita, llena de luz y de amor, me ha dado la existencia como un cheque firmado ya y avalado para vivir y estar siempre con Él, en una eternidad dichosa, que ya no se acabará nunca y que ya nadie puede arrebatarme porque ya existo, porque me ha creado primero en su Palabra creadora y luego recreado en su Palabra salvadora. “Nada se hizo sin ella... todo se hizo por ella” (Jn 1,3). Con un beso de su amor, por su mismo Espíritu, me da la existencia, esta posibilidad de ser eternamente feliz en su ser amor dado y recibido, que mora en mí.

 

        SI EXISTO, ES QUE DIOS ME HA PREFERIDO a millones y millones de seres que no existirán nunca, que permanecerán en la no existencia, porque la mirada amorosa del ser infinito me ha mirado a mí y me ha preferido...Yo he sido preferido, tú has sido preferido; hermano, estímate, autovalórate, apréciate; Dios te ha elegido entre millones y millones que no existirán. Qué bien lo expresa S. Pablo: “Hermanos, sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo para que Él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó” (Rom 8, 28.3). Es un privilegio el existir. Expresa, indica que Dios te ama, piensa en ti, te ha preferido. Ha sido una mirada amorosa del Dios infinito, la que contemplando la posibilidad de existencia de millones y millones de seres posibles, ha pronunciado mi nombre con ternura y me ha dado el ser humano. !Qué grande es ser, existir, ser hombre, mujer! Dice un autor de nuestros días: «No debo, pues, mirar hacia fuera para tener la prueba de que Dios me ama; yo mismo soy la prueba. Existo, luego soy amado».(G. Marcel). Para nosotros, creyentes, ser, existir es ser amados.

 

        SI EXISTO, YO VALGO MUCHO, porque todo un Dios me ha valorado y amado y señalado con su dedo creador ¡Qué bien lo expresó Miguel Ángel en la capilla Sixtina! ¡Qué grande eres, hombre! Valórate. Y valora a todos los vivientes, negros o amarillos, altos o bajos. Todos han sido singularmente amados por Dios. No desprecies a nadie. Dios los ama y los ama por puro amor, por puro placer de que existan para hacerlos felices eternamente, porque Dios no tiene necesidad de ninguno de nosotros. Dios no nos crea porque nos necesite. Dios crea por amor, por pura gratuidad, Dios crea para llenarnos de su vida.

        Con qué respeto, con qué cariño nos tenemos que mirar unos a otros, porque fíjate bien: una vez que existimos, ya no moriremos nunca, nunca... somos eternos. Aquí nadie muere. Los muertos están todos vivos. Si existo, yo soy un proyecto de Dios, pero un proyecto eterno. Ya no caeré en la nada, en el vacío ¡Qué alegría existir, qué gozo ser viviente! Mueve tus dedos, tus manos; si existes, no morirás nunca. Mira bien a los que te rodean. Vivirán siempre. Somos semejantes a Dios, por ser amados por Dios.

        Desde aquí debemos echar una mirada a lo esencial de todo apostolado auténtico y cristiano, a la misión trascendente y llena de responsabilidad que Cristo ha confiado a la Iglesia: todo hombre es una eternidad en Dios, aquí nadie muere, todos vivirán eternamente, o con Dios o sin Dios. Por eso, qué terrible responsabilidad tenemos cada uno de nosotros con nuestra vida. Desde aquí se comprende mejor lo que valemos: la pasión, muerte, sufrimientos y resurrección de Cristo.

El que se equivoque, se equivocará para siempre, para siempre, para siempre, terrible responsabilidad para cada hombre y terrible sentido y profundidad de la misión confiada a todo sacerdote, a todos los apóstoles de Jesucristo, por encima de todos los bienes creados y efímeros de este mundo. Si se tiene fe, si se cree en el Viviente, en la eternidad, hay que trabajar sin descanso y con conceptos claros de apostolado y eternidad por la salvación de todos y cada uno de los hombres. No estoy solo en el mundo, alguien ha pensado en mí, alguien me mira con ternura y cuidado; aunque todos me dejen; aunque nadie pensara en mí; aunque mi vida no sea brillante para el mundo o para muchos, Dios me ama, me ama, me ama, y siempre me amará. Por el hecho de existir, ya nadie podrá quitarme esta gracia y este don.

 

        SI EXISTO, ES QUE ESTOY LLAMADO A SER FELIZ ETERNAMENTE, a amar y ser amado por el Dios Trino y Uno. Éste es el fín del hombre. Y por eso su gracia es ya vida eterna, que empieza aquí abajo y los santos y los místicos la desarrollan tanto, que no se queda en semilla como en mí, sino que florece en eternidad anticipada, como los cerezos de mi tierra en primavera. “En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo diría, porque voy a prepararos el lugar. Cuando yo me haya ido y os haya preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros” (Jn 14,2-4). “Padre, los que tú me has dado, quiero que donde esté yo estén ellos también conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creación del mundo” (Jn 17, 24).

        Y todo esto que estoy diciendo de mi propia existencia, tengo que ponerlo también en la existencia de mis hermanos. Y esto da hondura y seriedad y responsabilidad eterna a mi sacerdocio y me anima a trabajar sin descanso por la salvación eterna de mis hermanos los hombres. ¡Qué grande es el misterio de Cristo, de la Iglesia! No quiero ahora ni tocarlo. Somos sembradores, cultivadores y recolectores de eternidades. ¡Que ninguna se pierda, Señor! Si existen, es que son un proyecto eterno de tu amor. Si existen, es que Dios los ha llamado a su misma felicidad esencial.

        Y como Dios tiene un proyecto de amor sobre mí y me ha llamado a ser feliz en Él y por Él, quiero serle totalmente fiel, y pido perdón de mis fallos y quiero no defraudarle en la esperanza que ha depositado en mí, en mi vida, en mi proyecto y realización. Quiero estar siempre en contacto con Él para descubrirlo. Y qué gozo, saber que, cuando yo me vuelvo a Él para mirarle, resulta que me encuentro con Él, con su mirada, porque Él siempre me está mirando, amando, gozándose con mi existir. Ante este hecho de mi existencia, se me ocurren tres cosas principalmente, que paso a describir a continuación.

        Por eso los místicos de todos los tiempos son los adelantados que entran, por la oración contemplativa o contemplación amorosa, en la intimidad con Dios, tierra sagrada prometida a todos los hombres y, por el amor contemplativo, por «llama de amor viva», conocen estas cosas y vienen cargados con frutos de eternidad de la esencia divina hasta nosotros, que peregrinamos en la fe y esperanza.

        Son los profetas que Dios envía a su Iglesia en todos los tiempos. Son los que por experiencia viva se adentran por unión y transformación de amor en el mismo volcán siempre en erupción de ser y felicidad y misterios y verdades del amor de Dios, y nos explican y revelan estas realidades de ternura para con el hombre encerradas en la esencia de Dios, que se revela en la creación y recreación gozosa y contemplativa por Cristo, por su Palabra hecha carne y pan de Eucaristía.

        Nadie sabría convencernos del hecho de que hemos sido creados por Dios para ser felices mejor que lo hace S. Catalina de Siena con esta plegaria inflamada de amor a Dios Trinidad: «Cómo creaste, pues, oh Padre eterno, a esta criatura tuya? Me deja fuertemente asombrada esto: veo, en efecto, cómo Tú me muestras, que no la creaste por otra razón que ésta: con tu luz te viste obligado por el fuego de tu amor a darnos el ser, no obstante las iniquidades que íbamos a cometer contra ti. El fuego de tu amor te empujó. ¡Oh Amor inefable! aún viendo con tu luz infinita todas las iniquidades que tu criatura iba a cometer contra tu infinita bondad, Tú hiciste como quien no quiere ver, pero detuviste tu mirada en la belleza de tu criatura, de la cual, como loco y ebrio de amor, te enamoraste y por amor la atrajiste hacia tí dándole EXISTENCIA A IMAGEN Y SEMEJANZA TUYA. Tu verdad eterna me ha declarado tu verdad: que el amor te empujó a crearla (Oración V).

        Concluyamos creyendo y viviendo: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amo primero…” (1Jn.4,9-10).

19. PORQUE EL SAGRARIO NOS REVELA QUE “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ A SU PROPIO HIJO PARA QUE NO PEREZCA NINGUNO DE LOS QUE CREEN EN ÉL SINO QUE TENGAN VIDA ETERNA”.

 

        En el Sagrario está “El pan de vida…de vida eterna”, es Jesucristo, Hijo de Dios, con Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre, Espíritu Santo, cumpliendo su voluntad con extremo, hasta dar la vida, hasta el final de los tiempos.

Ahí nos espera Jesucristo para enseñarnos a obedecer al Padre como Él hasta dar la vida:“a pesar de ser Hijo, aprendió, sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los que obedecen en autor de salvación eterna” (cf Hb 5,7-9). Por tanto, teniendo un gran Pontífice, que penetró los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos pues confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno socorro”(Hb 4, 14-16).

San Juan, que estuvo junto a Cristo en la cruz, resumió todo este misterio de dolor y de entrega en estas palabras: “Tanto amó Dios al hombre, que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los creen en él” (Jn 3,16). No le entra en la cabeza que Dios ame así al hombre, hasta este extremo, por eso, el entregó tiene sabor de «traicionó».

        Y realmente, en el momento cumbre de la vida de Cristo, que es su pasión y muerte, esta realidad de crudeza impresionante es percibida por S. Pablo como plenitud de amor y totalidad de entrega dolorosa y extrema. Al contemplar a Cristo doliente y torturado, no puede menos de exclamar: “Me amó y se entregó por mí”. Por eso, S. Pablo, que lo considera “todo basura y estiércol, comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo,” llegará a decir: “No quiero saber más que de mi Cristo y éste crucificado”.

        Queridos hermanos, ¿Qué será el hombre? ¿qué encerrará en su realidad para el mismo Dios que lo crea? ¿qué seré yo? ¿Qué serás tú y todos los hombres? Pero ¿Qué será el hombre para Dios, que no le abandona ni caído y no le deja postrado en su muerte pecadora? Yo creo que Dios se ha pasado con nosotros. “Tanto amó Dios al hombre que entregó (traicionó) a su propio Hijo”.

Porque no hay justicia. No me digáis que Dios fue justo. Los ángeles se pueden quejar, si pudieran, de injusticia ante Dios. Bueno, no sabemos todo lo que Dios ha hecho por levantarlos. Cayó el ángel, cayó el hombre. Para el hombre hubo redentor, su propio Hijo, para el ángel no hubo redentor. ¿Por qué para nosotros sí y para ellos no? ¿Dónde está la igualdad? ¿Qué ocurre aquí? Es el misterio de predilección de amor de Dios por el hombre: “Tanto amó Dios al hombre, que...(traicionó) Por esto, Cristo crucificado es la máxima expresión del amor del Padre y del Hijo: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos”. Y Cristo la dio por todos nosotros.

        Este Dios infinito, lleno de compasión y ternura por el hombre, viéndole caído y alejado para siempre de su proyecto de felicidad, entra dentro de sí mismo, y mirando todo su amor y toda su sabiduría y todo su poder, descubre un nuevo proyecto de salvación, que a nosotros nos escandaliza, porque en él abandona a su propio Hijo, prefiere en ese momento el amor a los hombres al de su Hijo.

        Cuando S. Pablo lo describe, parece que estuviera en esos momentos dentro del consejo Trinitario. En la plenitud de los tiempos, dice S. Pablo, no pudiendo Dios contener ya más tiempo este misterio de amor en su corazón, explota y lo pronuncia y nos lo revela a nosotros. Y este pensamiento y este proyecto de salvación es su propio Hijo, pronunciado en Palabra y Revelación llena de Amor de su mismo Espíritu, es Palabra ungida de Espíritu Santo, es Jesucristo, la explosión del amor de Dios a los hombres. En Él nos dice: Os amo, os amo hasta la locura, hasta el extremo, hasta perder la cabeza.

        Y esto es lo que descubre San Pablo en Cristo Crucificado: “Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para redimir a los que estaban bajo la Ley” (Gal 4,4). “Y nos predestinó a la adopción de hijos suyos por Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para la alabanza del esplendor de su gracia, que nos otorgó gratuitamente en el amado, en quien tenemos la redención por su sangre...” (Ef 1,3-7).

        Para S. Juan de la Cruz, Cristo crucificado tiene el pecho lastimado por el amor, cuyos tesoros nos abrió desde el árbol de la cruz: «Y al cabo de un gran rato se ha encumbrado/ sobre un árbol do abrió sus brazos bellos,/ y muerto se ha quedado, asido de ellos,/ el pecho del amor muy lastimado».

        Cuando en los días de la Semana Santa, leo la Pasión o la contemplo en las procesiones, que son como una catequesis puesta en acción, me conmueve ver pasar a Cristo junto a mí, escupido, abofeteado, triturado... Y siempre me pregunto lo mismo: ¿por qué, Señor, por qué fue necesario tanto sufrimiento, tanto dolor, tanto escarnio...? Fue necesario para que el hombre nunca pueda dudar de la verdad del amor de Dios. No los ha dicho antes S. Juan: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo”.

        Por todo esto, cuando miro al Sagrario y el Señor me explica todo lo que sufrió por mí y por todos, desde la Encarnación hasta su Resurrección, yo sólo veo una cosa: amor, amor loco de Dios al hombre. Jesucristo, la Eucaristía, Jesucristo Eucaristía es Dios amando locamente a los hombres. Este es el único sentido de su vida, desde la Encarnación hasta la muerte y la resurrección. Y en su nacimiento y en su cuna no veo ni mula ni buey ni pastores...; solamente amor, infinito amor que se hace tiempo y espacio y criatura por nosotros: “Siendo Dios... se hizo semejante a nosotros en todo menos en el pecado…” En el Cristo polvoriento y jadeante de los caminos de Palestina, que no tiene tiempo a veces ni para comer ni descansar, en el Cristo de la Samaritana a la que va a buscar y se sienta agotado junto al pozo porque tiene sed de su alma, en el Cristo de la adúltera, de Zaqueo...etc, sólo veo amor; y como aquel es el mismo Cristo del Sagrario, en el Sagrario sólo veo amor, amor extremo, apasionado, ofreciéndose sin imponerse, hasta dar la vida en silencio y olvidos, solo amor.

        Y todavía este corazón mío, tan sensible para otros amores y otros afectos y otras personas, tan sentido en las penas propias y ajenas ¿No se va a conmover ante el amor tan apasionado de mi Padre Dios, hasta el punto de que le «traiciona», le engaña a todo un Dios infinitamente moderado y prudente? ¿No voy a sentir ternura de amor ante el amor tan «lastimado» de mi Cristo en la cruz? ¿Tan duro va a ser para su Dios Señor y tan sensible para los amores humanos?

        Dios mío, pero ¿Quién y qué soy yo? ¿Qué es el hombre, para que le busques de esta manera? ¿Qué puede darte el hombre que Tú no tengas?¿Qué buscas en mí? ¿Qué ves en nosotros para buscarnos así? No lo comprendo, no me entra en la cabeza. Padre, “abba”, papá Dios, quiero amarte como Tú me amas; Cristo mío, quiero amarte, amarte de verdad, ser todo y sólo tuyo, porque nadie me ha amado como Tú. Ayúdame. Aumenta mi fe, mi amor, mi deseo de Tí. Señor, “Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo.”

        Hay un momento de la pasión de Cristo, que me impresiona fuertemente, siempre que viene a mi mente, porque es donde yo veo reflejada también esta predilección del Padre por el hombre y que S. Juan expresa maravillosamente en las palabras antes citadas: "Tanto amó Dios al mundo que entregó (traicionó)a su propio Hijo."

        Es en Getsemaní. Cristo está solo, en la soledad más terrible que haya podido experimentar persona alguna, solo de Dios y solo de los hombres. La Divinidad le ha abandonado, siente sólo su humanidad en “la hora” elegida por el proyecto del Padre según dice S. Juan. No siente ni barrunta su ser divino, es un misterio. Y en aquella hora de angustia, el Hijo clama al Padre: “Padre, si es posible, pase de mi este cáliz...”.

 Y allí nadie le escucha ni le atiende, nadie le da una palabra por respuesta. No hay ni una palabra de ayuda, de consuelo, una explicación para Él.... Cristo ¡Qué pasa aquí? Cristo ¿Dónde está tu Padre? ¿No era tu Padre Dios, un Dios bueno y misericordioso que se compadece de todos? ¿No decías Tú que te quería? ¿No dijo Él que Tú eres su Hijo amado? ¿Dónde está su amor al Hijo? No te fiabas totalmente de Él... ¿Qué ha ocurrido? ¿Es que ya no eres su Hijo? ¿Es que se avergüenza de Ti? Padre Dios, eres injusto con tu Hijo ¿Es que ya no le quieres como a Hijo, no ha sido un hijo fiel, no ha defendido tu gloria, no era el hijo bueno cuya comida era hacer la voluntad de su Padre, no era tu hijo amado en el que tenías todas tus complacencias....?

        ¿Qué pasa, hermanos? ¿Cómo explicar este misterio? El Padre Dios, en ese momento, tan esperado por Él desde toda la eternidad, está tan pendiente de la salvación de los nuevos hijos que por la muerte tan dolorosa del Hijo va a conseguir, que no oye ni atiende a sus gemidos de dolor, sino que tiene ya los brazos abiertos para abrazar a los nuevos hijos que van a ser salvados y redimidos por el Hijo y por ellos se ha olvidado hasta del Hijo de sus complacencias, del Hijo Amado: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio hijo”.

        Por eso, mirando a este mismo Cristo, esta tarde en el Sagrario, quiero decir con S. Pablo desde lo más profundo de mi corazón: "Me amó y entregó por mi"; " No quiero saber más que de mi Cristo y éste, crucificado."

        DIOS ME AMA, ME AMA, ME AMA Y vuelven nuevamente a mi mente los interrogantes: pero ¿qué es el hombre? ¿Qué será el hombre para Dios? ¿Qué seremos tú y yo para el Dios infinito, que proyecta este camino de Salvación tan duro y cruel para su propio Hijo, tan cómodo y espléndido para el hombre? ¡Qué grande debe ser el hombre, cuando Dios se rebaja y le busca y le pide su amor...! ¡Qué será el hombre para este Dios, cuando este Dios tan grande se rebaja tanto, se humilla tanto y busca tan extremadamente el amor de este hombre! ¡Qué será el hombre para Cristo, que se rebajó hasta este extremo para buscar el amor del hombre!

         ¡Dios mío, no te comprendo, no te abarco y sólo me queda una respuesta: es una revelación de tu amor que contradice toda la teología que estudié, pero que el conocimiento de tu amor me lleva a insinuarla, a exponerla con duda para que no me condenen como hereje! Te pregunto, Señor, ¿Me pides de esta forma tan extrema mi amor porque lo necesitas? ¿Es que sin él no serías infinitamente feliz? ¿Es que necesitas sentir mi amor, meterme en tu misma esencia divina, en tu amor trinitario y esencial, para ser totalmente feliz de haber realizado tu proyecto infinito? ¿Es que me quieres de tal forma que sin mí no quieres ser totalmente feliz?

 Padre bueno, que hayáis decidido en consejo Trinitario no querer ser feliz eternamente sin el hombre, ya me cuesta trabajo comprenderlo, porque el hombre no puede darte nada que tú no tengas, que no lo haya recibido y lo siga recibiendo de Ti. Comprendo también que te llene tan infinitamente tu Hijo en reciprocidad de amor que hayas querido hacernos a todos semejantes a Él, tener y hacer de todos los hombres tu Hijo, esto es, hacernos tus hijos en el Hijo. Lo comprendo por la pasión de amor Personal de Espíritu Santo, volcán en infinita y eterna erupción de amor, que sientes por Él, pero no comprendo, no me entra en la cabeza lo que has hecho por el hombre, porque es como decirnos que el Dios infinito Trino y Uno no puede ser feliz sin el hombre. Es como cambiar toda la teología desde donde Dios no necesita del hombre para nada, porque es infinito y lo tiene todo.. todo, menos mi amor y el tuyo, si no se lo damos.

        Dios mío, quiero amarte. Quiero corresponder a tanto amor y quiero que me vayas explicando desde tu presencia en el Sagrario, por qué tanto amor del Padre, porque Tú eres el único que puedes explicármelo, el único que lo comprendes, porque ese amor te ha herido y llagado, lo has sentido. Tú eres ese amor hecho carne y hecho pan. Tú eres el único que lo sabes, porque te entregaste totalmente a él y lo abrazaste y te empujó hasta dar la vida y yo necesito saberlo, para corresponder y no decepcionar a un Dios tan generoso y tan bueno, al Dios más grande, al Dios revelado por Jesucristo, en su persona, palabras y obras, un Dios que me quiere de esta forma tan extremada.

        Señor, si tú me predicas y me pides tan dramáticamente, con tu vida y tu muerte y tu palabra, mi amor para el Padre, si el Padre lo necesita y lo quiere tanto, como me lo ha demostrado, no quiero fallarle, no quiero faltar a un Dios tan bueno, tan generoso. Y, si para eso tengo que mortificar mi cuerpo, mi inteligencia, mi voluntad, para adecuarlas a su verdad y su amor, purifica cuanto quieras y como quieras, que venga abajo mi vida, mis ideales egoístas, mi salud, mis cargos y honores, sólo quiero ser de un Dios que ama así.

Toma mi corazón, purifícalo de tanto egoísmo, de tanta suciedad, de tanto yo, de tanta carne pecadora, de tanto afecto desordenado; pero de verdad, límpialo y no me hagas caso. Y cuando llegue mi Getsemaní personal y me encuentre solo y sin testigos de mi entrega, de mi sufrimiento, de mi postración y hundimiento a solas, ahora te lo digo por si entonces fuera cobarde: no me hagas caso si me quejo,  hágase tu voluntad y adquiera yo esa unión con los Tres que más me quieren y que yo tanto deseo. Sólo Dios, sólo Dios, sólo Dios en el sí de mi ser y amar y existir.

        Dios me ama, me ama, me ama... y ¿qué me importan entonces todos los demás amores, riquezas, tesoros? ¿Qué importa incluso que yo no sea importante para nadie, si lo soy para Dios? ¿Qué importa la misma muerte, si no existe porque es empezar la eternidad feliz con mi Dios Trinidad? Voy por todo esto a amarle y a dedicarme más a Él, a entregarme totalmente a Él, máxime cuando quedándome en nada de nada, me encuentro con el TODO de TODO, que es Él.

        Me gustaría terminar con unas palabras de S. Juan de la Cruz, extasiado ante el misterio del amor divino: «Y cómo esto sea no hay más saber ni poder para decirlo, sino dar a entender cómo el Hijo de Dios nos alcanzó este alto estado y nos mereció este subido puesto de poder ser hijos de Dios, como dice San Juan diciendo: Padre, quiero que los que me has dado, que donde yo estoy también ellos estén conmigo, para que vean la claridad que me diste, es a saber que tengan por participación en nosotros la misma obra que yo por naturaleza, que es aspirar el Espíritu Santo. Y dice más: no ruego, Padre, solamente por estos presentes, sino también por aquellos que han de creer por su doctrina en Mí. Que todos ellos sean una misma cosa de la manera que Tú, Padre, estás en Mí, y yo en ti; así ellos en nosotros sean una misma cosa. Y yo la claridad que me has dado he dado a ellos, para que sean una misma cosa, como nosotros somos una misma cosa, yo en ellos y Tú en mi porque sean perfectos en uno; porque conozca el mundo que Tú me enviaste y los amaste como me amaste a mí, que es comunicándoles el mismo amor que al Hijo, aunque no naturalmente como al Hijo...» (Can B 39,5).

        «Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas! ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis?. Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¿Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y glorias, os quedáis miserables, y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!» (Can B, 39.7). Concluyo con S. Juan: “Dios es amor”. Todavía más simple, con palabras de Jesús: “El Padre os ama”. Repetidlas muchas veces. Creed y confiad plenamente en ellas. El Padre me ama, Dios me ama y nadie podrá quitarme esta verdad de mi vida.

        Perdámonos ahora unos momentos en el amor de Dios. Aquí, en ese trozo de pan, por fuera pan, por dentro Cristo, está encerrado todo este misterio del amor de Dios Uno y Trino a los hombres. Que Él nos lo explique. Está aquí con nosotros la Revelación del Amor del Padre, vivo, vivo y resucitado, confidente y amigo. Para Ti, Señor, mi abrazo y mi beso más fuerte y desde aquí, desde tu amor sacramentado, un beso y abrazo a todos mis hermanos, llamados a compartir este gozo en nuestro Dios Trino y Uno.

 

20. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA SEGUIR  Y AMAR A CRISTO PISANDO SUS MISMAS HUELLAS

 

  -- Aquí, en el Sagrario, se encuentra la mejor escuela de oración, de santidad, de apostolado, de hacer parroquia y comunidad, porque se encuentra el mejor maestro y la fuente de toda gracia: Jesucristo. Aquí se aprenden todas las virtudes, que practica Cristo en la Eucaristía: entrega silenciosa, sin ruido, sin nimbos de gloria, constancia, amor gratuito, humildad a toda prueba, perdón de todo olvido y ofensa. Como he dicho alguna vez, el Sagrario es la Biblia donde nuestra madres y padres, cuando no había tantas reuniones ni grupos de parroquia, aprendieron todo sobre Dios y sobre Cristo, sobre el evangelio y la vida cristiana, sobre su vida y salvación. Nuestras madres, los hombres y las mujeres sencillas de nuestros pueblos, muchas veces no han tenido más Biblia que el Sagrario.

  -- Necesitamos el pan de vida, como el pueblo de Dios por el desierto, para caminar, para no morir de hambre sin comer el maná bajado del cielo, anticipo de la Eucaristía. Necesitamos ese pan para superar las dificultades del camino, superar las esclavitudes de Egipto- nuestros pecados-, para superar las tentaciones del consumismo- ollas de Egipto-, para no adorar los ídolos de barro, los becerros de oro, que nos fabricamos y nos impiden el culto al Dios verdadero, en la travesía por el desierto.

-- Necesitamos el pan de vida como Eliseo, ante el peso y la fatiga de la misión evangelizadora. Necesitamos escuchar al Señor que nos dice: “Levántate y come, porque el camino es demasiado largo para ti”. En la Eucaristía recuperamos las fuerzas del cansancio diario.

  -- Necesitamos del pan de vida, como los discípulos de Emaús cuando atardece y se oscurece la fe. Es en la Eucaristía donde Jesús nos abre los ojos del corazón y le reconocemos al partir el pan. Y allí volvemos a encontrar la comunidad que nos ayuda en el camino y de la que nos habíamos alejado.

  --Necesitamos de la Eucaristía, para seguir caminando en la vida cristiana. Sin Cristo no podemos y Cristo es ahora pan consagrado; por eso, le decimos: “Señor, danos siempre de ese pan”.

 

  Quien ama la eucaristía termina haciéndose eucaristía perfecta, se transforma en el Cristo que comulga y come y contempla: «Qué bien sé yo la fuente que mana y corre, aunque es de noche». 

 

 

21. PORQUE «NADIE PUEDE COMER ESTA CARNE SIN ANTES ADORARLA... PECARÍAMOS SI NO LA ADORAMOS» (S. AGUSTÍN, Enarrationes en Psalmos 98, 8).

 

        Nuestra adoración a Dios es la que garantiza la pureza de nuestro encuentro con Él y la verdad del culto que le tributamos. Mientras el hombre adore a Dios, se incline ante Él, como ante el ser que «es digno de recibir la potencia, el honor y la soberanía» el hombre vive en la verdad y queda libre de toda sospecha y mentira, porque la vida es el supremo valor que tenemos y entregarla sólo se puede hacer por amor supremo.

        Este sentido, esta actitud de adoración ante el Dios Grande hace verdadero al hombre, y lo centra y da sentido pleno a su ser y existir: por qué vivo, para qué vivo... reconoce que sólo Dios es Dios y el hombre es criatura. Se libera así de la soberbia de la vida, adoradora del propio <yo>, a quien damos culto idolátrico de la mañana a la noche: “Mortificad vuestros miembros terrenos, la fornicación, la impureza, la liviandad, la concupiscencia y la avaricia, que es una especie de idolatría, por la cual viene la cólera de Dios sobre los hijos de la rebeldía” (Col 3, 5-6).

        Frente al precepto bíblico “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”, el hombre de todos los tiempos lleva dentro de sí mismo el instinto de adorarse a sí mismo y preferirse a Dios. Es la tendencia natural del pecado original. Todos, por el mero hecho de nacer, venimos al mundo con esa tendencia. Podemos decir que cada uno, dentro de sí mismo, lleva un ateo, unas raíces de rebelión contra Dios, que se manifiesta en preferirnos a Dios y darnos culto sobre el culto debido a Dios, que debe ser primero y absoluto.

        Mientras las cosas nos van bien, no se rebela, aunque siempre está actuando y no somos muchas veces conscientes. Pero cuando tenemos sufrimientos y cruces, cuando nos visita la enfermedad o el fracaso, nos rebelamos contra Dios: ¿Dónde está Dios? ¿Por qué a mí? En el fondo siempre nos estamos buscando a nosotros mismos. Por eso, cuando estoy dispuesto a ofrecer el sacrificio de mí mismo en el dolor y sufrimiento, en silencio y sin reflejos de gloria, prefiero a Dios sobre todo, y Él es el bien absoluto y primero. Y esta actitud prueba la verdad de mi fe y amor a Dios sobre todas las cosas.

        Jesús había dicho: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos” (Jn 15,13). El sacrificio es una exigencia del amor. El supremo amor es el don de sí mismo, de la propia vida por el amado. El amor que pretendiese sólo la posesión del amado no sería verdadero. Por eso, la culminación del amor se encuentra en el sacrificio de la vida y el sufrimiento moral, que producen las renuncias más íntimas, forman parte del amor auténtico. Dios es el único que puede solicitar un amor hasta dar la vida.

        Cuando se ofrece una cosa, hay que renunciar a la posesión de la misma. Cuando se ofrece la propia vida hay que renunciar a la soberanía sobre la propia existencia. Y este desprendimiento se expresa principalmente mediante el gesto cultual del sacrificio. Es la expresión material, visible, de una actitud del alma, por la cual el hombre se ofrece a sí mismo mediante la ofrenda de otra cosa. Para que sea verdadero tiene que partir del amor, hacerlo desde dentro.

        Y esto es lo que nos pide la celebración de la Eucaristía, unirnos al sacrificio de Cristo y hacernos con Él víctimas y ofrendas de suave olor a Dios con los sacrificios que comporta cumplir su voluntad en la relación con Él y con los hermanos.

        El cristiano, que asiste a la Eucaristía, tiene la alegría de saber que el sacrificio ofrecido sobre el altar, llega hasta Dios infaliblemente y obtiene la gracia por medio de Cristo. El Padre quiso que este sacrificio ofrecido una vez sobre el Gólgota mereciese toda la gracia para el hombre y quiere que siga renovándose todos los días sobre el altar bajo la forma ritual y sacramental de la Eucaristía. Gracias a la Eucaristía, la humanidad puede asociarse cada vez más voluntariamente al sacrificio del Salvador ratificando así su compromiso con el sacrifico de Cristo, en nombre de todos, en la cruz y sabiendo que su sacrificio en el de Cristo será siempre aceptado por el Padre.

        En la economía de la Nueva Alianza la adoración de Dios tiene como centro, origen y modelo el misterio pascual de Cristo, “coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, para que por gracia de Dios gustase la muerte por todos” (Hbr 2,9b), que constituye a su vez el centro del culto y de la vida cristiana.

        La adoración del Padre, el reconocimiento de su santidad, de su señorío absoluto sobre la propia vida y sobre el mundo, ha sido ciertamente el móvil, la razón propulsora de toda la existencia de Cristo Jesús. Por eso la Eucaristía se convierte en el supremo acto de adoración al Padre por el Espíritu, en la adoración más perfecta, única. En la Eucaristía está el “todo honor y toda gloria” que la Iglesia puede tributar a Dios, y que necesariamente tiene que pasar «por Cristo, con Él y en Él».   La carta a los hebreos pone en boca del Hijo de Dios, “al entrar en este mundo” las palabras del salmo 40,7-9, en las que Cristo expresa su voluntad de adhesión plena y radical al proyecto del Padre: “No has querido sacrificios ni ofrendas, pero en su lugar me has formado un cuerpo... No te han agradado los holocaustos ni los sacrificios por el pecado. Entonces dije: Aquí estoy yo para hacer tu voluntad, como en el libro está escrito de mí” (Hebr.10, 5-7).  

        Y esta actitud la vivió ya desde el comienzo de su vida apostólica, cuando se retira a la oración y a la soledad del desierto para prepararse a la misión que el Padre le ha confiado; ante el tentador, proclama sin ambages, que sólo Dios es digno de adoración verdadera: “Retírate, Satanás, porque está escrito: Al Señor tu Dios adorarás y a él sólo darás culto” (Mt.4, 10). Sólo Dios merece adoración[6].

 

La obediencia al Padre

 

        Hemos subrayado que el valor del sacrificio de Cristo no reside en la materialidad de derramar sangre, sino en la obediencia al Padre, en adoración total, hasta dar la vida, como el Padre ha dispuesto. En el evangelio de Juan encontramos una declaración de Jesús que arroja mucha luz sobre esta actitud de sumisión a la voluntad del Padre, que inspira toda la Pasión: “Por eso me ama el Padre, porque yo doy mi vida para volverla a tomar. Nadie me la quita sino que yo mismo la doy. Tengo poder para darla y poder tengo para tomarla otra vez; éste es el mandato que he recibido del Padre” (Jn 10, 17-18). En esta adoración obedencial se realiza el sacrificio del Salvador.

        San Pablo ha expuesto muy concretamente en el himno cristológico de su Carta a los Filipenses, que ya hemos mencionado varias veces, el papel de la obediencia de Cristo Jesús en la Encarnación y Pasión: “Tened en vosotros estos sentimientos de Cristo Jesús...” Este Cristo humillado, despreciado, angustiado hasta la muerte en el Huerto de los Olivos: “sentaos aquí, mientras yo voy a orar... triste está mi alma hasta la muerte; quedaos aquí mientras yo voy a orar”,  invocando al Padre, para que le libre de ese cáliz que está a punto de beber: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz, pero que no se haga como yo quiero sino como tú quieres...”, por la fuerza de la oración se ha levantado decidido, dispuesto a obedecer y someterse totalmente al proyecto del Padre: “Levantaos, vamos; ya llega el que va a entregarme” (Mt 26,36-40). Cuando se levantó de su postración en el Huerto de los Olivos, el Salvador había renovado su sacrificio al Padre, ofrecido ya en la Cena. En su pasión y muerte no hizo más que cumplir lo que en esta obediencia había prometido y aceptado.

        En la santa Eucaristía se hacen presentes todos estos sentimientos de Cristo, en los que nosotros podemos y debemos participar haciéndonos una ofrenda con Él. Los que asisten a Eucaristía no hacen suyo el sacrificio de Cristo si no aceptan esta actitud fundamental de obediencia y ofrenda.   Penetrar en el misterio de la Eucaristía es identificarse totalmente con el misterio de Cristo y someterse sin condiciones y sin reservas a una voluntad que puede conducirnos a la cruz; es aceptar obedecer a Dios hasta el heroísmo, ayudados por su gracia y su fuerza, que nos puede hacer sentir como a Pablo y a tantos santos de la Iglesia: “Me alegro con gozo en mis debilidades, para que así habite en mí la fuerza de Cristo” “cuando soy más débil, entonces hago vivir en mí la fuerza de Dios” “Estoy crucificado con Cristo; vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne, vivo en la fe del Hijo de Dios que amó y se entregó por mí”.

        Unidos a Cristo ponemos en las manos de nuestro Padre del cielo el tesoro de nuestra vida y libertad y así hacemos el don más completo de nosotros mismos en un verdadero señorío sobre todo nuestro ser y existir. De esta forma, en medio de nuestros sufrimientos y debilidades, terminaremos confiándonos totalmente al Padre: “Todo lo considero basura comparado con el conocimiento de mi Señor Jesucristo...”; “Lo que es a mí, Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, en la cual yo estoy crucificado para el mundo y el mundo para mí” (Gal 6,14)... “Porque los judíos piden señales, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los gentiles, mas poder y sabiduría de Dios para los llamados...” (1Cor 1,23-24).

        La “hora” de Cristo: fidelidad al Padre, hasta la muerte. La fidelidad de toda la vida de Jesús al Padre y a la misión que le ha confiado (cf. Jn.17, 4) tiene su momento culminante en la aceptación voluntaria de su pasión y muerte: “para que el mundo conozca que yo amo al Padre y que hago lo que el Padre me ha ordenado” (Jn.14,30.31).

        En efecto, Cristo no aceptó la muerte de forma pasiva, sino que consintió en ella con plena libertad (cfr Jn.10,17). La muerte para Cristo es la coronación de una vida de fidelidad plena a Dios y de solidaridad con el hombre. Él tiene conciencia de que el Padre le pide que persevere hasta el extremo en la misión que le ha confiado. Y, como Hijo, se adhiere con amor al proyecto del Padre y acepta la muerte como el camino de la fidelidad radical.

        En este proyecto entraba el que Cristo, a través del sufrimiento, conociese el valor de la obediencia al Padre. Jesús aprende, pues, la obediencia filial mediante una educación dolorosa: la experiencia de la sumisión al Padre. Con su obediencia, Cristo se opuso a la desobediencia del primer hombre. (Cfr.Rom.5, 19) y a la de los israelitas (3,4-7). “Habiendo ofrecido en los días de su vida mortal oraciones y súplicas con poderosos clamores y lágrimas al que era poderoso para salvarle de la muerte, fue escuchado por su reverencial temor” (Hbr 5,7-8).

        La pasión de Cristo es presentada como una petición, como una ofrenda y como un sacrificio. Estos versículos evocan una ofrenda dramática y nos enseñan que cuando pedimos algo a Dios, si es de verdad, debe ir acompañada de nuestra ofrenda total como en el Cristo de la Pasión: “Padre mío, si no es posible que pase sin que yo lo beba, hágase tu voluntad” (Mt 26,42). ´

Es la misma actitud que, cuando al final de su actividad pública, comprende que ha llegado “su hora”: “Ahora mi alma se siente turbada. ¿Y qué diré? ¿Padre, líbrame de esta hora? ¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre” (Jn 12,26-27). El deseo más grande de Cristo es la gloria del Padre. Y la gloria del Padre le hace pasar por la pasión y la muerte.

        “Y aunque era Hijo, aprendió por sus padecimientos la obediencia...”(Hbr 5,7-8). Estas palabras encierran el misterio más profundo de nuestra redención: Cristo fue escuchado porque aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer. “el amor de Dios -escribe Juan- consiste en cumplir sus mandamientos” (1Jn 5,3; cfr. Jn 14,5.21). Aquí podemos captar mejor el significado de la Encarnación y la Redención, realizadas por obediencia al proyecto del Padre.

        Cristo, que es Hijo de Dios, no es celoso de su condición filial, al contrario, por amor a nosotros, se pone a nuestra altura humana, para hacerse verdaderamente solidario con nosotros en las pruebas. Vive una situación dramática, que le hace rezar y suplicar con “grandes gritos y lágrimas”. Aquí el autor se refiere a toda la pasión de Cristo, pero especialmente cuando en su agonía reza a su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz; sin embargo, no se haga como yo quiero, sino como quieres tú” (Mt 26 36-47).

 Esta fidelidad al proyecto del Padre no le resultó fácil a Cristo sino costosa. En el Huerto de los Olivos confiesa el deseo más profundo de toda naturaleza humana: el deseo de no morir y menos de muerte cruel y violenta. En la narración de los Sinópticos: Mt.26, 36-47; Mc.14,32-42 y Lc.22,40-45 aparece el profundo conflicto y la profunda lucha que se produce en Jesús entre el instinto natural de vivir y la obediencia al Padre que le hace pasar por la muerte: “Aunque era hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer” (Heb.5,8).

        Humanamente, Jesús no puede comprender su muerte, que parece la negación misma de su obra de instauración del reino de Dios. El rechazo por parte de los hombres, el comportamiento de los mismos discípulos ante su agonía y pasión, sumergen a Cristo en una espantosa soledad; toca con sus propias manos la profundidad del fracaso más absurdo. Sin embargo, incluso ante la oscuridad más desoladora, Jesús sigue repitiendo la oración dirigida al Padre con inmensa angustia: “Padre si es posible... pero no se haga mi voluntad sino la tuya.” El himno cristológico de Filipenses de 2,6-11 evidencia esta obediencia radical: “Se humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz”.

 

22. PORQUE EN EL PAN EUCARÍSTICO ESTÁ EL AMOR DEL PADRE AL HIJO Y DEL HIJO AL PADRE ABRAZÁNDONOS EN AMOR TRINITARIO.

 

        ESTÁ EL ESPÍRITU DE AMOR que le formó, como hombre, en el seno de María, y, en la Eucaristía, trasforma el pan en Cristo; es el que transforma el pan por la potencia de su Amor, Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él; El Espíritu del Padre es su Vida y Amor, Amor de Espíritu Santo del Padre, por cuyo amor, por cuya potencia de amor el pan se convierte en Cristo y Cristo se encarna en un trozo de pan para seguir amando y salvando a los hombres.

        La Eucaristía es una Encarnación continuada, que prolonga no sólo la presencia sino todo el misterio vivido y realizado por Cristo, el Hijo de Dios, enviado por el Padre, por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la Encarnación tienen diversas etapas y aspectos semejantes que deben ser meditados.

        En primer lugar, ambas son un don de Dios a los hombres, porque ambas son obra del Espíritu Santo, Supremo Don Divino, y son dones para la salvación de los hombres, por medio del Hijo, encarnado en naturaleza humana en una primera etapa y, luego, en un poco de pan y vino en la segunda; ambas también son una manifestación palpable del amor de Dios Padre al hombre. Si San Juan, refiriéndose a Cristo, nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”, esta entrega podemos interpretarla tanto en sentido de encarnación como de entrega eucarística; en ambas nos deja la presencia real del Hijo, aunque de diverso modo, obedeciendo al Padre en su proyecto de amor sobre el hombre.

        Desde la Encarnación, pasando por Resurrección, hasta la Ascensión, todo se hace con amor del Espíritu de Dios, del Espíritu Divino, del Espíritu Santo, del amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre que le hace Padre aceptando todo su amor y vida en el que Él se hace Hijo. Bien claro lo dijo el Señor, antes de partir al cielo aunque los Apóstoles no lo entendieron hasta vino el Espíritu, el mismo Cristo hecho Espíritu de Amor, hecho fuego de Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el gran desconocido. “Ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo” dijeron a San Pablo algunos creyentes. Y sin embargo, para Cristo, es el único que puede llevamos “a la verdad completa,” a la vivencia total del cristianismo: “Porque os he dicho estas cosas, os habéis puesto tristes, pero os digo la verdad, si yo no me voy, no vendrá a vosotros el Espíritu Santo…cuando Él venga, os llevará hasta la verdad completa”. Vamos a ver, con todo respeto, Cristo, es que Tú no sabes llevarnos “a la verdad completa,” ¿es que no puedes? “Me voy y volveré”: Pentecostés. Y vino Cristo, pero esta vez hecho fuego, llama de amor vida, y se acabaron los miedos y se abrieron los cerrojos de las puertas y predicaron abiertamente a Cristo, cosa que no habían hecho, aún habiendo visto a Cristo Resucitado. Y es que la presencia y acción y los dones del Espíritu Santo nos son absolutamente necesarios para vivir y experimentar a Cristo, al Evangelio, a la Eucaristía.

        Lo repetiré muchas veces: Los misterios cristianos no se comprenden si no se viven. Y sólo se viven por el fuego del Espíritu Santo. Pregúntenselo a los santos, a los místicos, a los evangelizadores, a todos los que han trabajado y comprometido en serio con Cristo y con su Iglesia, a los que han hecho obras importantes de amor por los hombres. Los Apóstoles, como muchos de nosotros, se habían quedado con lo exterior de los hechos y dichos de Cristo.

 Pero esto no es lo grande y lo verdadero, “la verdad completa” de Cristo, de todos sus dichos y hechos están en su ser y existir interior e invisible, en su Espíritu, en su Amor, con los que fueron dichos o realizados. Por eso, para conocer a Cristo, para saber de Eucaristía “en espíritu y verdad” necesitamos su Espíritu, el Espíritu Santo. Y ese mismo Espíritu Santo solo viene a nosotros, aunque seamos sacerdotes y teólogos, como vino sobre los Apóstoles, si estamos reunidos en oración, en oración purificada de propios criterios, en oración mística y elevada con María como tuvieron que estar los Apóstoles.

 Y ese Espíritu realiza el misterio del Pan consagrado y por lo tanto permanece en él porque si desaparece, se destruye: “El que me come vivirá por mí”. Esa vida es la vida de su amor, del Espíritu Santo. En el Pan consagrado está todo el amor de Cristo, desde que nace por obra del Espíritu Santo hasta que resucita y sube y nos envía su mismo Espíritu.

 

 

23. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO, PAN DE VIDA ETERNA, PARA  SER COMIDO EN COMUNIÓN DE FE, ESPERANZA Y AMOR

 

        El Espíritu Santo es el fuego y potencia creadora de la Eucaristía. Sólo la potencia y la fuerza del Espíritu Santo, invocado en la epíclesis de la Eucaristía, puede transformar el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Cristo; sólo la potencia y el fuego de su Amor Personal Trinitario puede transformar por dentro a los que comen este Cuerpo y esta Sangre; sólo Él puede hacer que nuestra participación sea verdadera y espiritual, según la fuerza y potencia de amor comunicada por Él, la misma que llevó a Cristo a la obediencia y a la ofrenda total de su vida al Padre por este Amor Personal de Espíritu Santo del Hijo al Padre y del Padre al Hijo, aceptando su ofrenda mediante la resurrección. Nosotros aquí y en el cielo no podemos entrar en este amarse infinitamente del Dios Uno y Trino, si no es por la comunicación de su mismo Espíritu.

        Si el Espíritu Santo es el alma y vida y espíritu de Cristo, que realizó el misterio de la Encarnación, formándolo en el seno de la Virgen Madre, no queda lugar a dudas de que ese mismo amor le lleva a Cristo a ofrecerse al Padre en su pasión y muerte, y el mismo Espíritu Santo hace el misterio de la consagración del pan y del vino, y de la transformación en Cristo por ese mismo Espíritu de todos los que comen ese pan y ese vino.

Es el Espíritu Santo el que inspira el proyecto del Padre, es el Espíritu Santo el que mueve a Cristo a ofrecerse en el Consejo Trinitario ante el Padre: “Padre no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, es el Espíritu Santo el que está presente en su bautismo de iniciación en el ministerio evangélico y le lleva lleno de fuego apostólico, sudoroso y polvoriento, por los caminos de Palestina, el que le movió a Cristo, “habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo,” a instituir la Eucaristía, llevándole a cumplir la voluntad del Padre, en adoración obedencial total hasta pasar por la pasión y la muerte en cruz, donde le entregó su espíritu al Padre en confianza y seguridad total de que aceptaría su sacrificio por el mismo Espíritu-Amor del Hijo al Padre y del Padre al Hijo resucitándolo de entre los muertos, para que todos tuviéramos vida eterna y fuéramos perdonados por el mismo Espíritu Misericordioso del Padre y del Hijo, que enviaría porque Él se lo había pedido al Padre, que aceptó su ruego enviándolo en fuego y “verdad completa” en Pentecostés sobre los Apóstoles y la Iglesia, para llevarnos a todos hasta la verdad completa de la fe. Verdad completa es fe vivida, sentida, pentecostal, llena de amor vivo de Espíritu Santo.  

        En el proyecto del Padre no todo estaba completo con la Encarnación y la pasión, muerte y resurrección del Señor, de hecho, incluso resucitado y viéndolo, los Apóstoles siguieron teniendo miedo; cuando vino el Espíritu Santo se acabaron los miedos y se abrieron todas las puertas y cerrojos y estaban tan convencidos que tenían gozo en dar la vida por Cristo. Sin el Espíritu de Cristo no hay Cristo, no hay Encarnación, no hay Iglesia; sin Espíritu Santo no hay santidad, no hay fuego, no hay “verdad completa”, no hay vivencia ni experiencia de lo que creemos o celebramos; sin Espíritu Santo, sin epíclesis, no hay Eucaristía.

        La Carta a los Hebreos, cuando describe este sacrificio, precisa que Cristo “por un Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios” (Hbr 9, 14). A este Espíritu Eterno le pertenece hacer llegar al Padre la ofrenda del Hijo. Inspira la ofrenda, la hace nacer en el cuerpo y en el corazón de la Virgen, nuestra Madre del alma, y ahora en la santa Eucaristía la hace llegar hasta el Padre, porque es el Don y el Amor de Dios en acción permanente. Ciertamente que es Cristo quien se ofrece, quien desea agradar al Padre, quien le obedece y se abandona a su voluntad paterna; es Él quien da la vida por los hombres pero todo esto lo hace por el Espíritu Santo, por Amor Personal del Padre al Hijo, inspirándole el proyecto salvador, y del Hijo al Padre, aceptándolo y llevándolo a efecto en obediencia total, con amor extremo, hasta dar la vida por Dios y por los hermanos.

        Por todo esto el Espíritu Santo desempeña un papel principal en la ofrenda eucarística; sin la invocación y la potencia del Espíritu Santo no hay Eucaristía. Cristo se ofrece ahora de nuevo al Padre, de la misma manera que se ofreció entonces por el mismo Espíritu Santo.

        Es el Espíritu Santo el que presenta al Padre la ofrenda de amor del Hijo. Por Él, invocado en la epíclesis sobre la materia del sacrificio, se consagra el pan y el vino. El Espíritu Santo es también quien inspira en el corazón de los participantes a Eucaristía las disposiciones de obediencia y amor esenciales para el sacrificio.

        Es Él quien suscita en los fieles la identificación con los sentimientos victimales de la oblación de Cristo, porque todo don, como todo amor, se realiza bajo la influencia del Supremo Amor y Supremo Don. Si San Pablo pudo decir que el Espíritu grita en nuestros corazones: “Abba, Padre” (Rom 8,15), también podemos decir que este Espíritu es quien en la Eucaristía renueva nuestro corazón de hijo y nos hace levantar los ojos y llamar al Padre cuando le ofrecemos nuestra ofrenda, porque sin el Espíritu de Cristo no podemos hacer las acciones de Cristo.

        Por medio del Espíritu Santo, la ofrenda de la Eucaristía entra plenamente en el intercambio de amor con la Santísima Trinidad. Por su medio la Eucaristía introduce a los cristianos en la unidad del Hijo y del Padre. Él es quien arrastra a las almas de los fieles hasta el impulso de la generosidad de Cristo para hacerlas ofrenda agradable al Padre al estar tan identificadas con el Amado por su mismo Amor Personal, que el Padre no ve diferencia entre el Hijo y los hijos en el Hijo.

        Por tanto, el Espíritu Santo es quien diviniza el sacrifico. Él es quien lo <espiritualiza>, quien tiene que espiritualizar a toda la Iglesia, a los sacerdotes, a los fieles, al pan y al vino, llenándolos de su mismo Amor, comunicando más y más a la comunidad cristiana reunida para celebrar la Eucaristía, los mismos sentimientos y actitudes de Cristo Jesús: “Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús...” (Fil 2,5-11).

 

 

24. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS EN LA DEBILIDAD DE LA CARNE.

 

        El segundo paso, que sigue a la celebraación contemplación del sacrificio de Cristo, es la vivencia en nosotros de esas actitudes y sentimientos del Señor, que son injertados en nuestra carne y existencia por la gracia sacramental de la celebración eucarística, especialmente, por la sagrada comunión.

        Al contemplar la obediencia y los sufrimientos de Cristo, todos decimos: así tenemos nosotros que obedecer y amar y adorar al Padre, para cumplir y llevar a cabo el proyecto de amor que tiene sobre cada uno de nosotros. Pero para esto necesitamos vivir y sufrir como Cristo. Y nosotros no podemos si Dios no nos da esa fuerza. Y esta fuerza y potencia nos la da Cristo por su carne llena de Espíritu Santo, que nos lleva a sentir y vivir con Él y como Él. 

        Este segundo aspecto de identificación y vivencia de los mismos sentimientos y actitudes de Cristo crucificado lo refleja muy bien la segunda parte del STABAT MATER, en relación con la Virgen, que debe ser nuestro:

 

 

Oh Madre, fuente de amor
hazme sentir tu dolor
para que llore contigo.
Y que por mi Cristo amado
mi corazón abrasado
más viva en Él que conmigo.

Y porque a amarte me anime
en mi corazón imprime
las llagas que tuvo en sí;
y de tu Hijo, Señora,
divide conmigo ahora
las que padeció por mí.

 

Hazme contigo llorar,
y de veras lastimar
de sus penas mientras vivo:
porque acompañar deseo
en la cruz, donde le veo,
tu Corazón compasivo.

 

Virgen de vírgenes santas,
llore yo con ansias tantas,
que el llanto dulce me sea;
porque su Pasión y Muerte
tenga mi alma de suerte
que siempre sus penas vea.

Haz que su cruz me enamore,
Y que en ella viva y more,
De mi fe y amor indicio;
porque me inflame y me encienda

y contigo me defienda

en el día del juicio.

Haz que me ampare la muerte
de Cristo, cuando en tan fuerte
trance vida y alma estén;
para que cuando quede en calma

el cuerpo, vaya mi alma
a su eterna gloria. Amén.

 

 

 

La adoración es la suprema manifestación de la reverencia, del amor y del culto debidos al Dios Supremo. Al ser lo último y más elevado de nuestro culto a Dios, la adoración unifica todos los caminos y todas las miradas y todas las expresiones, comunitarias o personales, que llevan a Dios. La adoración es el último tramo de todos los caminos que conducen hasta Él, sean la Eucaristía, la oración personal o comunitaria, tanto de petición como de alabanza, las mortificaciones, sufrimientos, gozos, los trabajos. La nueva vida de amor y servicio inaugurada por Cristo y presencializada en cada Eucaristía me ayuda, me mete esta vida y este amor dentro de mí, aunque a veces sea con lágrimas y dolor.

        Por eso, toda nuestra vida debe ser un cuerpo y un espíritu, una vida y una sangre que están dispuestas a derramarse por hacer la voluntad del Padre, salvándonos y salvando así a los hermanos, los hombres. Cada Eucaristía me inyecta obediencia al Padre hasta la muerte, hasta la victimación del yo personal, de la soberbia, avaricia, egoísmo...dando muerte al hombre viejo que me empuja a preferirnos a Dios, a preferir nuestra voluntad a la suya:  “así completaré en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”.

        Jesús había declarado que la prueba principal de su amor consiste en dar la vida por los que ama: “Nadie ama más que aquel que da la vida por los amigos.” Éste es el espíritu de caridad que animó el sacrificio de Cristo y se hace ahora presente en cada Eucaristía.

 Este amor animó toda la vida de Cristo, pero especialmente su pasión, muerte y resurrección y este amor viene a nosotros por la celebración eucarística: “El que me coma vivirá por mí”(Jn 6,23). Esta Salvación por amor es permanente, porque su sacerdocio es eterno en contraposición al del AT Jesús posee un sacerdocio perpetuo y ejerce continuamente su ministerio sacerdotal: “estando siempre vivo para interceder en favor de aquellos que por él se acercan a Dios”. (Hbr 7,25) “Se ofreció de una vez para siempre” ( Hbr 7,8).

Y de esta actitud de adoración al Padre nos hace Cristo partícipes en cada Eucaristía. Por ella nosotros también miramos al Padre en total sumisión a su voluntad y esta adoración la vivimos con Cristo sacramentalmente en la Eucaristía y luego existencialmente en nuestra vida. Esta actitud de adoración es fundamental en todo hombre que busca a Dios y Cristo es el mejor camino para llegar hasta el Padre.

Al decir “haced esto en memoria mía” el Señor nos quiere indicar a cada participante: acordaos de mi vida entregada al Padre por vosotros desde mi encarnación hasta lo último que ahora hago presente, de mi amor loco y apasionado al Padre y a todos los hombres, mis hermanos, hasta el fin de mis fuerzas y de los tiempos... de mi voz y mis manos emocionadas por el deseo de ser comido y vivir la misma vida:“Cuantas veces hagáis esto, acordaos de mí...”   Sí, Cristo, quiero acordarme ahora y vivir en cada Eucaristía tus mismos sentimientos, amores, emociones y entrega total sin reservas.

 

25. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO Y RESUCITADO, ÚNICO SACERDOTE Y VÍCTIMA DE SALVACIÓN.

 

        La carta a los Hebreos nos enseña que el sacrificio de Cristo en la cruz es único y definitivo sacrificio de expiación por los pecados. No hay otro. El problema está, como hemos dicho, en mostrar cómo un sacrificio que tuvo lugar hace dos mil años se hace presente aquí y ahora. Creo que la respuesta está en la misma carta. El sacrificio de Cristo ha sido ofrecido “de una vez para siempre” (Hbr.10, 11-14), y en esa única vez ha sido aceptado por el Padre y mantiene esa presencia única, definitiva y escatológica, que perdura de forma gloriosa en el cielo y se hace presente por la consagración en la tierra.

        El sacrificio, ya aceptado por el Padre, mediante la resurrección y ascensión de Cristo y colocación a su derecha, en sacrificio celeste que perdura eternamente presentado por Cristo ante el Padre, hecho intercesión y ofrenda agradable, con las llagas ya gloriosas, es el que se hace presente sacramentalmente -<in misterio>-, sobre el altar, -no otro ni una representación del mismo- velado sí por el pan y el vino y las leyes intramundanas, pero el mismo y único. Y es así cómo Jesús se presenta a nosotros y resucita para nosotros en la visibilidad de este sacramento. La Eucaristía es una forma permanente de aparición pascual, signo visible de las realidades invisibles, como lo ha expresado muy bien JUAN PABLO II en la Carta Apostólica DIES DOMINI nº 75.

        El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.

        El sacerdote no hace presente el sacrificio de Cristo sino que hace presente a Cristo que ofrece su único y definitivo sacrificio que fue toda su vida, desde la Encarnación hasta la resurrección, pero que significó y realizó singularmente con pasión y muerte <gloriosa>, por estar dirigida a la resurrección. Al ser Cristo glorioso el que hace presente su resurrección, se hace presente el Cristo doloroso que ofrece su sacrificio ya celeste al Padre del cielo y en la tierra a su Iglesia por el pan y el vino consagrados.      Al hacerse presente todo el misterio de Cristo, cada celebrante o participante puede decir en la Eucaristía, con Santa Gertrudis, este texto que leí, cuando preparaba la charla, en la Liturgia de las Horas en el día de su memoria:

        «Por todo ello, te ofrezco en reparación, Padre amantísimo, todo lo que sufrió tu Hijo amado, desde el momento en que, reclinado sobre paja en el pesebre, comenzó a llorar, pasando luego por las necesidades de la infancia, las limitaciones de la edad pueril, las dificultades de la adolescencia, los ímpetus juveniles, hasta la hora en que, inclinando la cabeza, entregó su espíritu en la cruz, dando un fuerte grito. También te ofrezco, Padre amantísimo, para suplir todas mis negligencias, la santidad y perfección absoluta con que pensó, habló y obró siempre tu Unigénito, desde el momento en que, enviado desde el trono celestial, hizo su entrada en este mundo hasta el momento en que presentó, ante tu mirada paternal, la gloria de su humanidad vencedora...»[7].

        Y también, en clave de memorial, se puede rezar este texto de santa Brígida, tomado de la Liturgia de las Horas, en su recuerdo: «Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que anunciaste por adelantado tu muerte y, en la Última Cena, consagraste el pan material, convirtiéndolo en tu cuerpo glorioso y por amor lo diste a los apóstoles como memorial de tu dignísima pasión... Honor a Ti, mi Señor Jesucristo, porque el temor de la pasión y muerte hizo que tu cuerpo inocente sudara sangre... Bendito seas tú, mi Señor Jesucristo, que fuiste llevado ante Caifás... Gloria a Ti por las burlas que soportaste cuando fuiste revestido de púrpura y coronado de punzantes espinas... Alabanza a Ti, mi Señor Jesucristo, que te dejaste ligar a la columna para ser cruelmente flagelado... Bendito seas Tú, glorificado y alabado por los siglos, mi Señor Jesucristo, que estás sentado sobre el trono en tu reino de los cielos, en la gloria de la divinidad, viviendo corporalmente con todos tus miembros santísimos, que tomaste de la Virgen…»[8].

 

26. PORQUE DESDE EL SAGRARIO CRISTO SIGUE VIVIENDO Y PREDICANDO EL EVANGELIO “DE UNA VEZ PARA SIEMPRE”

 

        La Eucaristía nos enseña y empuja al perdón de nuestros enemigos. S. Juan ha puesto de manifiesto hasta qué punto el amor del Padre se ha manifestado en la cruz del Cristo: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su propio Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en Él sino que tengan vida eterna”. Y Pablo nos dice igualmente que Dios nos revela su Amor Personal, Amor de Espíritu Santo, a través de la muerte en cruz del Hijo Amado, que nos manifiesta su amor, muriendo por nosotros, que no éramos gratos a Él, sino pecadores: “Y la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado. Pues Cristo, siendo todavía nosotros pecadores, a su tiempo murió por unos impíos. Porque a duras penas morirá uno por un justo, pues por el bueno uno se anime a morir. Más acredita Dios su amor para con nosotros, en que siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rom 5,6-8).El Padre nos muestra su amor entregando su Hijo a la muerte por nosotros y el Hijo nos revela su amor total y apasionado, dando su vida por nosotros, con amor extremo.

        Jesús ha sido el primero en poner en práctica este amor a los enemigos, impuesto a sus discípulos como mandamiento. En el Calvario manifiesta los sentimientos de indulgencia y perdón que quería tener para con sus adversarios. Pide al Padre misericordia para ellos e incluso fue la última petición que hizo a su Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Bajo este perdón expresamente declarado en favor de los que le daban muerte, había un amor más fundamental por todos a los que el pecado les convertía en enemigos de Dios, y que ahora recibían el abrazo del Padre por la Nueva Alianza sellada en su sangre: “Bebed de él todos, que ésta es mi sangre de la alianza, que será derramada por muchos para remisión de los pecados” (Mt 26,28).

        Desde entonces, la Eucaristía, al hacer presente todos los hechos y dichos salvadores de Cristo, se presenta ante todos los participantes como un ejemplo de amor y perdón de los enemigos que nos invita a todos los cristianos a conformarnos y unirnos a los sentimientos de Cristo. La ofrenda de Cristo sobre el altar es la expresión de un amor al prójimo que supera todas las barreras y diferencias, que sobrepasa cualquier hostilidad, que substituye la venganza por la piedad y que responde a las ofensas con una bondad mayor. Muestra que la caridad divina perdona siempre y exige del cristiano una caridad semejante: que reaccione ante las ofensas no odiando sino perdonando y amando siempre, llegando así hasta el amor a los enemigos con la fuerza de Cristo que ayuda nuestra debilidad.

        El maestro había ya formulado la exigencia de caridad contenida en toda ofrenda: “Si cuando presentas tu ofrenda junto al altar, te acuerdas allí de que tu hermano tiene algo contra tí, deja tu ofrenda delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda” Mt 5,23-24). Estas palabras nos muestran las disposiciones que debe tener un cristiano cuando asiste consciente a Eucaristía.

 La disposición de caridad es por tanto condición impuesta por Dios para que la ofrenda le sea grata. En este ambiente de caridad fue instituida la Eucaristía y en este ambiente debe ser celebrada siempre y continuada con nuestra vida y testimonio en la calle y en la relación con los hombres “para que den gloria a vuestro Padre del cielo...”, “en esto conocerán que sois discípulos míos en que os amáis los unos a los otros como yo os he amado”.

 San Juan no narra la institución de la Eucaristía, según algunos autores, porque el lavatorio de los pies y el precepto del amor mutuo expresan los efectos de la misma:“Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo para que vosotros también hagáis como yo he hecho... Si esto aprendéis, seréis dichosos si lo practicáis” (Jn 13, 12-14; 17).

 La Eucaristía renueva esta dimensión del amor y tiende a ensanchar el corazón de los cristianos según las dimensiones del corazón del Padre y del Hijo. Así la Eucaristía es el lugar del amor a los pecadores, a los que nos odian, a los que nos hacen mal, porque el Padre y el Hijo lo hicieron por el amor del Espíritu Santo y lo renuevan en cada Eucaristía en la ofrenda sacrificial del Hijo aceptada por el Padre.

 

27. PORQUE  EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESTÁ DICIENDO: “AMAOS LOS UNO A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO”

 

La Eucaristía, fuente del amor fraterno y cristiano. La celebración de la Eucaristía es la celebración de la Nueva Alianza, que tiene dos dimensiones esenciales: una vertical, hacia Dios, y otra, horizontal, de unión con los hombres. La Eucaristía lleva por tanto amor a Dios y a los hermanos. El amor de Cristo llega a todos los hombres en la Eucaristía; participar, por tanto, en verdad de la Eucaristía me lleva a amar a todos como Cristo los ha amado, hasta dar la vida.

        El culto cristiano consiste en transformar la propia vida por la caridad que viene de Dios y que siempre tiene el signo de la cruz de Cristo, esto es, la verticalidad del amor obedencial al Padre y la horizontalidad del amor gratuito a los hombres. “Os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, a ofrecer vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, como culto espiritual vuestro” (Rom 12,1).

        Es paradójico que el evangelio de Juan que nos habla largamente de la Última Cena no relata la institución de la Eucaristía mientras que todos los sinópticos la describen con detalle. El cuarto evangelio, sin embargo, nos trae ampliamente desarrollada la escena del lavatorio de los pies de los discípulos por parte de Jesús, cosa que no hacen los otros evangelistas. Lógicamente S. Juan no pretende con esto negar la institución de la Eucaristía, porque era cosa bien conocida ya por la tradición primitiva y por el mismo S. Pablo, pero el cuarto evangelio no tiene la costumbre de repetir aquellos hechos y dichos, que ya son suficientemente conocidos por los otros Evangelios, porque los supone conocidos.

        San Juan había ya hablado largamente de la Eucaristía en el discurso sobre el pan de vida en el capítulo sexto: “El pan que yo os daré es mi carne para la vida del mundo” (v 51). Por eso no insiste en este argumento en la Ultima Cena y nos narra, sin embargo, el lavatorio de los pies a los discípulos en el lugar que corresponde a la institución del sacramento eucarístico; en el lugar donde todos esperamos leer el relato de su institución, cuando hacemos referencia a la Última Cena, S. Juan nos narra el lavatorio de los pies y el mandato del amor fraterno. No cabe duda de que el evangelista Juan lo hizo conscientemente, porque ha tenido un motivo y pretende un fin determinado.

        La opinión de varios comentaristas modernos, desde el protestante francés Cullmann, hasta el anglicano Dodd, pasando por el católico P. Tillar y otros actuales es que el cuarto evangelio supone la institución de la Eucaristía y pasa a describirnos más específica y concretamente el fruto y finalidad y espíritu de la Eucaristía: la caridad fraterna. La hipótesis es interesante.

        Todos sabemos que S. Juan es el evangelista místico, que, junto con S. Pablo, tiene experiencia y vivencia de los misterios de Cristo y más que los hechos y dichos externos nos quiere transmitir el espíritu y la interioridad de Cristo y la vivencia de sus misterios.

        Dios es amor y al amor se llega mejor y más profundamente por el fuego que por el conocimiento teórico y frío, porque éste se queda en el exterior pero el otro entra dentro y lo vive. A Cristo como a su evangelio no se les comprende hasta que no se viven. Y esto es lo que hace el evangelista Juan: vive la Eucaristía y descubre que es amor extremo a Dios y a los hermanos. A través del lavatorio de los pies, podemos descubrir que para Juan, el efecto verdadero y propio de la Eucaristía, aunque no explícitamente expresado por él, pero que podemos intuir en la narración de este hecho, es hacer ver y comprender la actitud de humildad y humillación de Jesús, su entrega total de amor y caridad y servicio, realizados en la Eucaristía y que son también simbolizados y repetidos en el lavatorio de los pies a los discípulos.

        Por lo tanto, las palabras referidas por los sinópticos: “Este es mi cuerpo entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí”, vendrían interpretadas y comentadas por estas otras palabras de Juan: “Os he dado ejemplo; haced lo que yo he hecho”. El amor fraterno es la gracia que la Eucaristía, memorial de la inmolación de Cristo por amor extremo a nosotros, debe dar y producir en nosotros. Y por eso el sentido de este ejemplo que Cristo ha querido dar a sus discípulos en la escena del lavatorio de los pies encuentra el comentario explícito y concreto a seguidas del hecho, donde nos da el mandamiento nuevo del amor como Él nos ha amado: “Un precepto nuevo os doy: que os améis unos a otros como yo os he amado, así también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros” (Jn 13,34-35); “Esto os mando: que os améis unos a otros como yo os he amado. Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 1413).

        ¿Por qué llama Jesús nuevo a este mandamiento? ¿No estaba ya mandado y era un deber el amor fraterno en el seno del judaísmo? En verdad la clave de la explicación, el elemento específico que hace del amor un precepto nuevo, se encuentra en las palabras “como yo os he amado”, en clara e implícita referencia a la institución de la Eucaristía.

        Todo el capítulo trece de S. Juan pone explícitamente la vida y la muerte de Jesús bajo el signo de su amor extremo a los hombres cumpliendo el proyecto del Padre. Y así es como comienza el capítulo: “Antes de la fiesta de Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo”.

        Como Jesús, también nosotros, debemos mantener siempre unidas estas dos dimensiones del amor, si queremos vivir de verdad la Nueva Alianza. Celebrar la Eucaristía es tener los mismos sentimientos y actitudes de amor y de entrega de Cristo a Dios y a los hombres, que Él hace presentes y vive en cada celebración eucarística, porque se ofreció “de una vez para siempre” (Hbr 7,8) en este misterio. Jesús quiere meterlos dentro de nuestro espíritu por su mismo Espíritu, invocado en la epíclesis sobre el pan y sobre la Iglesia y la asamblea, para que «fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu» (Plegaria III).

        Esta misma doctrina, con diversos matices, vuelve Juan a proponernos en su primera Carta, bella y profunda. En algunos puntos completa su evangelio. En efecto, ella invita al cristiano a quitar de sí todo pecado, especialmente contra el amor fraterno, y vivir en conformidad con la voluntad de Dios a ejemplo del Maestro: a hacer lo que Él y como Él lo ha hecho: hay que dar la vida por los hermanos: “en esto hemos conocido el amor: en que Él dio su vida por nosotros; también nosotros tenemos que dar la vida por los hermanos” (1Jn 3,13). Aunque la carta no trata aquí directamente de un amor martirial, nos pide una entrega de amor que tiende de suyo a la entrega total de sí mismo. Y en este mismo sentido el texto más explícito y significativo es el siguiente: “Pero el que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conocemos que estamos en Él. Quien dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2,5-6).

        Por la Eucaristía Cristo viene a nosotros, nos une a Él a sus sentimientos y actitudes, entre los cuales la caridad perfecta a Dios y a los hermanos es el principal y motor de toda su vida: “Éste es mi mandamiento, que os améis unos a otros como yo os he amado”, “Os he dado ejemplo, haced vosotros lo mismo”; Ahora bien, “quien permanece en él..,” quien está unido a Él, quien celebra la Eucaristía con Él, quien come su Cuerpo, come también su corazón, su amor, su entrega, sus mismos sentimientos de misericordia y perdón, su reaccionar siempre amando ante las ofensas... debe andar como Él anduvo, pisando sus mismas huellas de amor y perdón.

        La primera dimensión es esencial: recibimos el amor que procede del Padre a través del corazón de Cristo, y, como dice S Juan, no podemos amar a Dios y a los hermanos si Dios no nos hace partícipe de su Amor Personal, Espíritu Santo: no podemos amar si primero Dios no nos ama: “En esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó a nosotros y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados...” (1Jn 4,10)). Y así lo afirma en su evangelio: “Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor” (Jn 15,9).

De aquí deriva el amor a los hermanos, el don y el servicio total de uno mismo a los hermanos, sin buscar recompensas, amando gratuitamente, como sólo Dios puede amar y nos ama y nosotros tenemos que aprender a amar en y por la Eucaristía.

        En la Eucaristía se hace presente la cruz de Cristo con ambas dimensiones, vertical y horizontal, en que fue clavado y por la que fuimos salvados. La vertical la vivió Cristo en una docilidad filial y total al Padre; la horizontal, en apertura completa a todos los hombres, aunque sean pecadores o indignos. En el centro de la cruz, para unir estas dos dimensiones está el corazón de Jesús traspasado por la lanza del amor crucificado. El fuego divino, que transformó esta muerte en sacrificio de alianza no ha sido otra cosa que el fuego de la caridad, el fuego del Espíritu Santo.

Lo afirma S. Pablo en su carta a los Efesios: “Cristo nos ha amado (con amor de Espíritu Santo) y se entregó a sí mismo por nosotros como ofrenda y sacrificio de suave olor a Dios” (Ef 5,2). Y lo recalca la Carta a los Hebreos: “Porque si la sangre de los machos cabríos y de los toros...santifica a los inmundos...¡cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo como víctima sin defecto limpiará nuestra conciencia de las obras muertas para dar culto al Dios vivo!” (Hbr 9, 13-14).

        Dice S. Agustín que el sacrificio sobre el altar de piedra va acompañado del sacrificio sobre el altar del corazón. La participación viva en la Eucaristía demuestra su fecundidad en toda obra de misericordia, en toda obra buena, en todo consejo bueno, en todos los esfuerzos por amar al hermano como Cristo; así es cómo la Eucaristía es alimento de mi vida personal, así es como Cristo quiere que el amor a Él y a los hermanos, la Eucaristía y la vida, el culto y servicio a Dios y el servicio a los hombres estén estrechamente unidos.

        La Eucaristía acabará como signo cuando retorne Cristo para consumar la Pascua Gloriosa en un encuentro ya consumado y definitivo y bienaventurado de Dios con los hombres, que ha de progresar en profundidad y anchura toda la eternidad. Por eso en la Eucaristía la Iglesia mira siempre al futuro consumado, a la escatología, al final bienaventurado de todo y de todos en el Amor de Dios Uno y Trino que nos llega en cada Eucaristía por el Hijo, Cristo Glorioso, que se hace presente bajo los velos de los signos.

        Quisiera terminar este tema con el pasaje conclusivo de la carta a los Hebreos, que abundantemente venimos comentando: “El Dios de la paz, que sacó de entre los muertos, por la sangre de la alianza eterna, al gran Pastor de las ovejas, nuestro Señor Jesús, os haga perfectos en todo bien, para hacer su voluntad, cumpliendo en vosotros lo que es grato en su presencia, por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,20-21).

        El autor pide que el Dios de la paz, el Dios de la alianza realice en nosotros lo que le agrada, lo que nos hace perfectos en el amor, que nos ha de venir necesariamente de Él. En la antigua alianza Dios prescribía lo que había que hacer mediante una ley externa. Pero eso fracasó. Ahora quiere inscribirla en el corazón de los hombres mediante su Espíritu: “Yo pondré mi ley en su interior y la escribiré en su corazón...” (Jer 31,31-33). Y esto lo hace por Jesucristo Eucaristía, por su cuerpo comido y su sangre derramada en amor de Espíritu Santo.

        Sin el Espíritu de Cristo, si el Amor de Cristo no se pueden hacer las acciones de Cristo, no podemos amar a los hermanos como Cristo, no podemos perdonar, no podemos cooperar a la salvación y la redención de los hombres: “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4-5).

        Acojamos esta acción de Dios en nosotros por Jesucristo con amor y gratitud. Nosotros terminamos con el himno de alabanza dirigido a Dios por el autor de la carta a los Hebreos: “Por Él ofrezcamos de continuo a Dios un sacrificio de alabanza, esto es, el fruto de los labios que bendicen su nombre....” “por Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén” (Hbr 13,15.21).  

Hagamos también nosotros nuestra ofrenda de alabanza al Padre por la Eucaristía, por medio de Cristo, para gloria de Dios y salvación de los hombres nuestros hermanos.

 

28. PORQUE CRISTO EN EL SAGRARIO NOS INVITA A VIVIR SU MISMA VIDA CON SU MISMO AMOR Y SENTIMIENTOS

 

        Comulgar con Cristo no es meramente comer su Cuerpo, es común-unión con su vida y sentimientos y entrega a Dios y a los hombres; esforzarse por ir identificándonos con su ser y existir divino y humano, con su evangelio, espíritu apostólico, humilde, servicial, entregado... con su presencia eucarística nos está  invitando a comer su carne como alimento de nuestras vidas.

        Queridos hermanos: en el Sagrario permanece el Señor invitándonos a comer y vivir sus mismos ideales, con sus mismos sentimientos y actitudes, a realizar en el mundo y en nosotros su mismo proyecto, el del Padre. Las mismas palabras de la institución de la Eucaristía, así como el discurso sobre el pan de vida, en el capítulo sexto de San Juan, lo expresan claramente, versan sobre la Eucaristía como alimento, como comida.

        Lógicamente no es comida antropófica, sino espiritual, asimilar y comulgar su Espíritu y su Persona, sus pensamientos y sus afectos. Esto es posible porque el Señor está en el pan consagrado, por la comunión eucarística. Pero su intención primera, sus primeras palabras, al consagrar el pan y el vino, es para que sean nuestro alimento: “Tomad y comed... tomad y bebed...” “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... El que no come mi carne... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Por eso, vamos a hablar de este deseo de Cristo de ser comido por amor y con fe por todos nosotros.

 

LA EUCARISTÍA COMO COMUNIÓN.

 

        La plenitud del fruto de la Eucaristía viene a nosotros sacramentalmente por la Comunión eucarística. La Eucaristía como Comunión es el momento de mayor unión sacramental con el Señor, es el sacramento más lleno de Cristo que recibimos en la tierra, porque no recibimos una gracia; sino al autor de todas las gracias y dones. No recibimos agua abundante sino la misma fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna.

        Por eso, volvería a repetir aquí todas las mismas exhortaciones que dije en relación con no dejar la santa Eucaristía del domingo. Comulgad, comulgad, sintáis o no sintáis, porque el Señor está ahí, y hay que pasar por esas etapas de sequedad, que entran dentro de su planes, para que nos acostumbremos a recibir su amistad, no por egoísmo, no porque siento más o menos, no porque me lo paso mejor o peor, sino principalmente porque es Él, porque Él me los ha dicho y lo creo y lo quiere, porque viene para eso, porque es el Señor y yo soy una simple criatura, y tengo necesidad de alimentarme de Él, de tener sus mismos criterios y opciones fundamentales, de obedecer y buscar su voluntad y sus deseos más que los míos; porque si no, nunca entraré en el camino de la unión y de la identificación y de la amistad sincera con Él.

 A Dios tengo que buscarlo siempre porque Él es lo absoluto, lo primero. Yo soy simple criatura, invitada a este don tan grande de su amistad esencial y trinitaria, criatura infinitamente elevada hasta Él, hasta su ser y existir trinitario por pura gratuidad, por pura benevolencia.

        Dios es siempre Dios. Yo debo recibirlo con suma humildad y devoción, porque esto es reconocerlo como mi Salvador y Señor, esto es creer en Él, esperar de Él. Luego vendrán otros sentimientos. Es que no me dice nada la comunión, es que lo hago por rutina. Tú comulga con las debidas condiciones y ya pasará toda esa sequedad; ya verás cómo algún día notarás su presencia, su cercanía, su amor, su dulzura.

        Y te lo digo bien claro: la causa ordinaria de todas estas sequedades son nuestros pecados, pero no necesariamente graves, sino veniales, en los que nos instalamos y nos impiden la unión total con Él, el sentir vivencialmente su amor en nosotros, porque seguimos amándonos más a nosotros mismos; por eso seguimos sintiéndonos más que a Dios mismo.

        La comunión es para eso, para coger el pico y la pala y empezar a quitar pieza a pieza el ídolo que nos hemos construido dentro de nosotros mismos, cambiándolo por Jesús, nuestro ser y existir por el suyo. Esta es la razón de la comunión eucarística instituida por Jesucristo y esta es su finalidad y debe ser la nuestra. Si no vamos por aquí, no llegaremos a vivir su misma vida, y por tanto, a sentir su vida y persona dentro de nosotros.  

        Los santos, todos los verdaderamente santos, pasaron a veces años y años en noche oscura de entendimiento, memoria y voluntad, sin sentir nada, en purificación de la fe, esperanza y caridad, hasta que el Señor los vació de tanto yo y pasiones personales que tenían dentro y que le impedían entrar a Él. Y esto es lo que tenemos que hacer nosotros: si no siento, si sólo siento lo mío, es que estoy tan lleno de mí mismo que no cabe Dios. Tengo que vaciarme, tengo que matar mi amor propio poco a poco, tengo que hacer la voluntad de Dios para que poco a poco vaya entrando en mi corazón, en mi vida, en mis sentimientos y actitudes.

        Lo importante de la religión, de mi relación con Dios, no es sentir o no sentir, sino vivir y esforzarse por cumplir la voluntad de Dios en todo. Y para eso comulgo, para recibir fuerzas y estímulos. La comunión te ayudará a superar todas las pruebas, todos los pecados, todas las sequedades. La sequedad, el cansancio, si no es debido a mis pecados, no pasa nada. El Señor viene para ayudarnos en la luchas contra los pecados veniales consentidos, que son la causa principal de nuestras sequedades.

        Sin conversión de nuestros pecados, no hay posibilidad de amistad con el Dios de la pureza, de la humildad, del amor extremo a Dios por ser Dios y a los hombres por ser hijos suyos. Por eso, la noche, la cruz y la pasión, la muerte total del yo, del pecado, que se esconde en los mil repliegues de nuestra existencia, hay que pasarlas antes de llegar a la transformación y la unión perfecta con Dios.

        Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de fe en Jesucristo y en todo su misterio, en su doctrina, en el evangelio entero y completo; manifestamos y demostramos que creemos todo el evangelio, todo el misterio de Cristo, todo lo que Él ha dicho y ha hecho, creemos que Él es Dios, que hace y realiza lo que dice y promete, que se encarnó por nosotros, que estuvo en Palestina, que murió y resucitó y está en el pan consagrado. Y por eso, comulgo.

        Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de amor a quien dijo: “Tomad y Comed, esto es mi Cuerpo”, porque acogemos su entrega y su amistad, damos adoración y alabanza a su cuerpo entregado como don, y esperamos en Él como prenda de la gloria futura. Creemos y recibimos su misterio de fe y de amor: “Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida... Si no coméis mi carne no tendréis vida en vosotros...” Le ofrecemos nuestra fe y comulgamos por amor con sus palabras y nos alimentamos de Él.

        Cuando comulgamos, hacemos el mayor acto de esperanza, porque deseamos que se cumplan en nosotros sus promesas y, por eso, comulgamos, creemos y esperamos en sus palabras y en su persona: “Yo soy el pan de vida, el que coma de este pan, vivirá eternamente... Si no coméis mi carne, no tenéis vida en vosotros...”

        Señor, nosotros queremos tener tu vida, tu misma vida, tus mismos deseos y actitudes, tu mismo amor al Padre y a los hombres, tu misma entrega al proyecto del Padre; queremos ser humildes y sencillos como Tú, queremos compadecernos de los hambrientos y necesitados como Tú, queremos acariciar y querer a los niños como Tú, queremos tener amigos como Tú, queremos imitarte en todo y vivir tu misma vida; pero yo solo no puedo, necesito de tu ayuda, de tu gracia, de tu pan de cada día, que alimenta esta vida y estos sentimientos.

        Para los que no comulgan o no lo hacen con las debidas disposiciones, sería bueno meditasen este soneto de Lope de Vega, donde Cristo llama insistentemente a la puerta de nuestro corazón, a veces sin recibir respuesta:

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras,

qué interés se te sigue, Jesús mío,

que a mi puerta cubierto de rocío

pasas las noches del invierno oscuras?

¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,

pues no te abrí! ¡que extraño desvarío,

si de mi ingratitud el hielo frío

secó las llagas de tus plantas puras!

 

¡Cuántas veces el ángel me decía!:

“Alma, asómate ahora a la ventana

verás con cuánto amor llamar porfía”.

 

¡Y cuántas, hermosura soberana!,

“mañana le abriremos”, respondía,

para lo mismo responder mañana.

 

        ¿Habrá alguno de vosotros que responda así a Jesús? ¿Habrá corazones tan duros entre vosotros, hermanos creyentes de esta parroquia? Que todos abramos las puertas de nuestro corazón a Cristo, que no le hagamos esperar más.

        Todos llenos del mismo deseo, del mismo amor de Cristo. Así hay que hacer Iglesia, parroquia, familia. Cómo cambiarían los pueblos, la juventud, los matrimonios, los hijos, si todos comulgáramos al mismo Cristo, el mismo evangelio, la misma fe.

        Cuando comulguéis, podéis decirle: Señor, acabo de recibirte, te tengo en mi persona y quiero que tu presencia salvadora llegue a todos los rincones de mi ser, de mi alma, de mi vida, de mi corazón; que tu comunión llegue a todos los rincones de mi carácter, de mi cuerpo, de mi lengua y sentidos. Que todo mi ser y existir viva unido a Tí. Que no se rompa por nada esta unión. ¡Qué alegría tenerte conmigo! Tengo el cielo en la tierra, porque el mismo Jesucristo vivo y resucitado, que sacia a los bienaventurados en el cielo, ha venido a mí ahora; porque el cielo es Dios; eres Tú, Dios mío, y Tú estás dentro de mí. Tráeme del cielo tu resurrección; que al encuentro contigo todo en mí resucite, sea vida nueva, no la mía, sino la tuya: la vida nueva de gracia que me has conseguido en la misa.     ¡Señor! que esté bien despierto en mi fe, en mi amor, en mi esperanza; cúrame, fortaléceme, ayúdame. Y si he de sufrir y purificarme de mis defectos, que sienta que tú estás conmigo.

        ¡Eucaristía divina! ¡Cómo te deseo, cómo te necesito, cómo te busco! ¡Con qué hambre de Ti camino por la vida! Te añoro más cada día, me gustaría morirme de estos deseos que siento y que no son míos, porque yo no los sé fabricar ni todo esto que siento. Qué nostalgia de mi Dios todo el día. Tengo hambre de Ti, necesito comerte ya, porque si no moriré de ansias del pan de vida. Quiero vivir mi vida siempre en comunión contigo.

 

29. PORQUE EL CUERPO EUCARÍSTICO DE JESÚS  TIENE PRESENCIA Y PERFUME DE LA SANGRE Y EL CUERPO DE MARÍA CONCIBIDO EN SU SENO

 

        El Único y Supremo Sacerdote es Jesucristo, Hijo de Dios, que para ser el Único Sacerdote del Altísimo en la Nueva Alianza tomó la naturaleza humana y unió las dos orillas; se hizo puente único y oficial, por donde Dios vino a nosotros para salvarnos y por donde nosotros pasamos a Dios para vivir esa salvación.

María es madre sacerdote y sacerdotal de Cristo, porque María “concibió por obra del Espíritu Santo” al Sacerdote o Sacerdocio, del cual todos los sacerdotes participamos en nuestro ser y existir, por la Unción y la Consagración del Espíritu Santo; pero más plenamente María, ya que Ella lo fue en su ser y existir, por una Unción y Consagración especial de Maternidad-Sacerdotal divina, quedando configurada más totalmente a Cristo, porque lo encarnó en su mismo ser y existir: “concibió” al Hijo cooperando a su ser y existir Sacerdotal, más concretamente, dio los materiales: su cuerpo y carne, voluntad, amor, disponibilidad... “fiat”, para que el Espíritu Santo pusiera la divinidad e hiciera el puente, al pontífice-sacerdote Cristo, unión de la naturaleza divina con la humana.

Desde entonces, los hombres podemos pasar a Dios y Dios nos envía por Él los dones de la Salvación. Esto es ser sacerdote. Luego María lo fue más y mejor que nosotros; María es sacerdote de Cristo, por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, y es Madre sacerdotal  de Cristo y de todos los sacerdotes porque el Espíritu Santo consagró en su seno al Único y Eterno Sacerdote, del cual todos participamos.

María, por esta Unción y Consagración especial y única de Maternidad-Sacerdotal,  toda Ella fue configurada a Cristo, Sacerdote y Víctima, y así empezó a preparar el sacrifico de Cristo, que todo entero y completo, desde la Anunciación y Encarnación del Misterio, pasando por la pasión, muerte y resurrección, hasta la consumación por la Ascensión del “Cordero degollado sentado ante el trono de Dios”,  ya completo, se hace presente en «memorial» en cada Eucaristía, por el ministerio de los sacerdotes: “haced esto en  memoria mía”.

El sacerdote, por el carácter sacerdotal, hace presente a Cristo, que actualiza todo su ser y existir sacerdotal y victimal en los ungidos y consagrados por el Espíritu Santo, en el sacramento del Orden, para la misión presbiteral, que se actualiza en la Palabra y Guía y Sacramentos, especialmente de la Eucaristía.

Cristo, al hacerse presente en la liturgia, que es una irrupción de lo divino en el tiempo, por el ministerio sacerdotal,  hace presente  su único ser y existir de “cordero degollado” ante el trono de Dios, eternamente ya  en el cielo, y aquí en la tierra, sacramentalmente presencializado por la potencia de Amor del Espíritu Santo en la liturgia divina realizada por los prolongadores de su misión en la tierra, sus presencias sacramentales, que son los sacerdotes.

Y al hacerlo presente por el ministerio de los sacerdotes, sacramental y espiritualmente nos encontramos, si entramos dentro del corazón de los ritos, con María,  “concibiendo y dando a luz”, porque Ella inició el sacerdocio de Cristo, su Hijo, en su seno, consagrándose como Madre sacerdote en su ser y existir, e iniciando su misión oyendo y obedeciendo la Revelación del Padre por el ángel Gabriel, su Palabra, su Hijo encarnándose, en la que nos revela su amor.

Como en la misa se hace presente Cristo entero y completo, todo su misterio, si estoy atento y entro dentro del corazón de la liturgia, de los ritos, si no me quedo en el exterior y entro en el corazón del Misterio de Cristo que se hace presente, todo entero, en la misa sorprendemos a la Virgen, meditando la Palabra y encarnándola en su corazón y su seno: “...concebirás y darás a luz... He aquí la esclava...María meditaba todas estas cosas en su corazón... encontraron al niño con María, su madre...”, porque Ella es sacramento, primer Sagrario de Cristo en la tierra, Arca de la Alianza Nueva y Eterna, presencia sacramental de Cristo, en y por su mismo ser y existir, concibiendo, dando a luz y llevando al Hijo en su caminar a Belén, en la huída a Egipto...

Y es así porque María, desde la Encarnación, ha quedado configurada, ungida y consagrada en su ser y existir por el ser y existir de Cristo, toda ella entera es Virgen, toda para Cristo, que en esto consiste también el celibato sacerdotal, cuestión de amor total a Dios, y gratuito a los hermanos, sin compensaciones de carne, de egoísmo. Y siempre y en todos, en Ella y nosotros, sacramentalmente, por la potencia de Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre,Espíritu Santo.

Por eso, y os lo digo con toda sinceridad,  por eso os lo comunico, siempre que celebro la Eucaristía,  la siento a Ella junto al Hijo, siento su presencia, su aroma, su perfume,: “junto a la cruz estaban su madre...”, y como la Eucaristía no es un mero recuerdo de la vida y sacrificio de Cristo, sino un «memorial» que hace presente todo el misterio de Cristo completo, resulta entonces que, en cada misa, de una forma sacramental y metahistórica, más allá del tiempo y espacio, junto “Cordero degollado ante el trono de Dios”, se hace también presente María,  como madre-sacerdote del Hijo y víctima oferente  con Él.

Jesucristo es el Único y Sumo sacerdote, que hace partícipe de su ser y existir sacerdotal, especialmente a los Obispos y presbíteros  por la Unción y Consagración del Espíritu Santo, el Mismo que “cubrió con su sombra” a María y engendró en Ella este ser y existir sacerdotal de Cristo en su naturaleza humana.

En cada Eucaristía siento también su gozo de Madre Única de Cristo Sacerdote Único, su gozo de madre sacerdote y sacerdotal de todos los sacerdotes; siento cómo está junto a mi, como Madre sacerdote y sacerdotal, ofreciendo conmigo a su Hijo, ya triunfante y glorioso, entre los Esplendores de Alabanza y Gloria del Padre, agradecido a la «recreación» de su proyecto de Salvación por el Hijo, después de las grandes tribulaciones que ha tenido que sufrir, en las que el Hijo quiso tener junto a Él, como madre sacerdote, a su Madre.

Todo sacerdote, al ofrecer el sacrificio del Hijo, tiene también, junto a Él,  a la Madre, porque esa fue  su voluntad y deseo; en estos tiempos de persecuciones a su Hijo, a la Iglesia y a los que son presencia sacramental del Hijo y prolongadores de su ser y misión sacerdotal, necesitamos esta ayuda que el Sumo Sacerdote nos ofrece y quiso tener junto a Sí como consuelo en su victimación. Esta presencia de la Madre por el Hijo que presencializa todo su misterio de salvación en la Eucaristía, nos ayudaría también a nosotros en medio de nuestras luchas y sufrimientos actuales. Porque en todas nuestras Eucaristías además de sacerdotes, tiene que haber una víctima; y ésa somos nosotros con nuestra entrega y ofrenda.

Cristo vencerá por medio de su Madre como lo ha hecho ya en innumerables etapas de la historia de la Iglesia, anunciadas ya por el Apocalipsis: “Cantaron un cántico nuevo, que decía: Digno eres de tomar el libro y abrir sus sellos, porque fuiste degollado y con tu sangre has comprado para Dios hombres de toda tribu, lengua, pueblo y nación,  y los hiciste para nuestro Dios reino y sacerdotes, y reinan sobre la tierra. Vi y oí  la voz de muchos ángeles en rededor del trono, y de los vivientes, y de los ancianos; y era su número de miríadas de miríadas y de millares de millares, que decían a grandes voces: Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición. Y todas las criaturas que existen en el cielo, y sobre la tierra, y debajo de la tierra, y en el mar, y todo cuanto hay en ellos oí que decían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos.  Y los cuatro vivientes respondieron: Amén. Y los ancianos cayeron de hinojos y adoraron”.

No lo dudemos. Cristo vencerá. Hace muy pocos años creía el mundo entero que el comunismo acabaría con Cristo y los cristianos. Y qué paradoja: ahora resulta que Rusia está más convertida  que Europa y su presidente va a la misa ortodoxa, mientras en la católica España, no sólo el presidente, sino muchos políticos no son católicos y muchos que se llaman católicos se avergüenzan de confesar a Cristo y sus mandamientos privada y públicamente y no obedecen a Dios antes que a los hombres, siendo incongruentes e incumplidores de fe que dicen tener, pero no practican. 

¡Qué grande eres Cristo Sacerdote! ¡Qué cavernas y maravillas de misterios y misterios encierras para los que inclinan su cabeza sobre tu corazón como Juan en el día de su ordenación! ¡Qué grande es ser sacerdote! ¡Hacer presente todo el misterio del proyecto y amor trinitario en la Eucaristía por el Hijo de Dios y de María, oferente también de su Hijo! ¡Qué certeza y seguridad saber que Ella está a mi lado para enseñarme a celebrar el misterio que Ella vivió y que se hace presente en cada misa, “de una vez para siempre”, por el Hijo: “he ahí a tu madre, he ahí a tu hijo”;la siento en su respirar de angustia y dolor “junto a la cruz”, porque es un memorial, no representación, es la presencia primera y única de  Cristo entero y completo, toda su vida, pasión, muerte y resurrección,  Sacerdote y Víctima de obediencia, adoración y alabanza al Padre, con María Madre de la Víctima sagrada y sacerdote oferente del Hijo. 

Es Ella; la siento y oigo en respirar doloroso de Madre en el Hijo, en las fatigas del Hijo en la Madre y de la Madre en el Hijo, que quiso -- «no sin designio divino» (Vaticano II, LG), que su Madre, ofrenda sacerdotal y víctima con Él, Único Sacerdotte agradable al Padre, estuviera allí obedeciendo, adorando, cumpliendo la voluntad del Padre, con amor sacerdotal y victimal extremo, hasta dar la vida, aceptada por el Padre en el Hijo, porque murió no muriendo en aquella “hora” del Hijo, “hora” suya también.

Es Ella; nadie más que Ella junto al Hijo, la que siento ya gloriosa y triunfante junto “al Cordero degollado ante el trono de Dios” rodeada del coro de  los ángeles y patriarcas y potestades y redimidos llenos de esplendor y gozo por la Victoria del Cordero... 

Es Ella, la que puede decir con más verdad y propiedad que ningún sacerdote fuera del Hijo: «ESTE ES MI CUERPO QUE SE ENTREGA POR VOSOTROS... ESTA ES MI SANGRE DERRAMADA PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS»;

En la consagración y después de ella, siento su aliento y cercanía  de madre y hermana sacerdotal, y observo su mirada llena de luz y belleza, que me mira con amor de Madre y Hermana sacerdote y me dice sin palabras, solo con su mirada: «ESTE ES MI CUERPO...», es mi cuerpo, el cuerpo engendrado y encarnado en mi seno, hecho carne en  mi carne, en el ser y  existir de la Madre; «ESTA ES MI SANGRE...», es la  sangre  de María, la que corrió por sus venas, la que el Único Sacerdote y Víctima de propiciación por nuestros pecados, recibió de su Madre Sacerdotal  que le ofreció a Él y se ofreció juntamente con Él, para hacer la voluntad del Padre, ese inconcebible y maravilloso  proyecto de Amor del Padre en el Hijo por la potencia de Amor del Espíritu Santo, del Amor del Padre al Hijo y del Hijo al Padre iniciado en María y en el que nos sumergen a toda la humanidad, iniciado en el seno de aquella Virgen, toda entera para Dios, como debe ser y existir todo sacerdote, a ejemplo del Sacerdote y de su  Madre sacerdotal, que eso es el celibato, más que egoísmo y carne, es amor de Espíritu Santo, amor gratuito y total, sin buscarse a sí mismo en nada.

¡María, Madre Sacerdotal, enséñame a ofrecer y a ofrecerme como tú con tu Hijo Sacerdote y Víctima al Padre, adorándole, cumpliendo su voluntad, con amor extremo, hasta dar la vida; enséñame, como enseñaste a Jesús, a ser sacerdote y ofrenda y altar de propiciación por mis pecados y los pecados del mundo.

En este año sacerdotal haz que todos tus hijos sacerdotes tengamos en ti, madre sacerdotal del Hijo, el icono y modelo perfecto de imitación y seguimiento de tu Hijo único sacerdote, a quien tenemos que hacer presente y prolongar en su ser y existir todos los sacerdotes, por la Unción y Consagración sacerdotal en el sacramento del Orden por la potencia de Amor del Espíritu Santo.

Tú sabes bien con qué seguridad te lo digo, porque el decírtelo, es ya haberlo conseguido, ya que eres Verdad y Vida  de Amor en y por tu Hijo Sacerdote que todo lo puede, Esplendor de la Belleza del Padre, Palabra encarnada en tu seno y revelada en Canción de Amor, canturreada, desde toda la eternidad, para todos los hombres, por el Padre, primero en tu seno, con Amor de Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo.

Esta canción, canturreada en «música callada» de eternidad por el Padre, en Única Palabra de Amor de Espíritu Santo en el seno de la Trinidad, y luego cantada en el seno de María, me dice, en  revelación encarnada del Hijo en María, que yo y tú y todos los hombres hemos sido soñados con Amor de Padre por el Padre que nos creó en el sí de amor de nuestros padres, que, perdidos por el pecado de Adán, el hijo entristecido y sacerdote de intercesión se ofreció por nosotros al Padre: “no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”, y  vino en mi búsqueda y me abrió las puertas de la eternidad, haciéndose sacerdote y víctima en el seno de María, que encarnó a Cristo en su ser y existir sacerdotal.

¡Cristo, Sacerdote Único del Altísimo! quiero darte gracias por haberme elegido como presencia sacramental de tu ser y existir y como prolongación de tu misión salvadora en el mundo. Quiero decirlo muy alto. Me sedujiste y me dejé seducir.

Me duelen tantas ofensas e ingratitudes hacia tu persona y sacerdotes, y me gustaría que todos te alabaran y te dijeran cosas bellas, por habernos hechos sacerdotes y habernos dado una madre tan cercana, sacerdote y  víctima y oferente contigo del único y sobreabundante sacrificio que puede salvar al mundo y a los hombres.

En este año sacerdotal, ante tanto secularismo y persecuciones a tus sacerdotes, yo veo y creo lo que nos dices: “...y vuelto, vi siete candeleros de oro, y en medio de los candeleros a uno semejante a un hijo de hombre, vestido de una túnica talar y ceñidos los pechos con un cinturón de oro. Así que le vi, caí a sus pies como muerto; pero él puso su diestra sobre mí, diciendo:

No temas nada, yo soy el primero y el último, el viviente, que fui muerto y ahora vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del infierno”.

 

¡Jesucristo sacerdote, nosotros creemos en ti!

¡Jesucristo sacerdote, nosotros confiamos en ti!

¡Tú eres el único sacerdote salvador del mundo!

 

        ¡María: Mujer, Virgen y Madre Sacerdotal de Cristo y de todos los sacerdotes, acéptanos como hijos sacerdotes, como aceptaste a Juan! Es mandato de tu Hijo: “he ahí a tu hijo”. Enséñanos a ser sacerdotes y víctimas con tu Hijo, para la salvación del mundo, como lo hiciste con tu hijo Juan, recién ordenado sacerdote por tu Hijo y encomendado a tu cuidado ¡Hermosa Nazarena, Virgen bella, Madre del alma, en Ti confiamos!

 

 

30.- PORQUE EL CUERPO MUERTO Y RESUCITADO DE CRISTO Y NACIDO DE MARÍA TIENE AROMA DE MARÍA, “QUE ESTUVO JUNTO A LA CRUZ”. Y JESÚS DESDE EL SAGRARIO NOS SIGUE DICIENDO A TODOS: “HE AHÍ A TU HIJO… HE AHÍ A TUMADRE”.

 

        El pan de vida del Sagrario es el pan de la misa, es el pan eucarístico, Cristo entero y completo, el cuerpo de Cristo nacido de María, que se ofreció, juntamente con Él: “Estaba allí la madre de Jesús”, al Padre por nosotros; la sangre derramada era sangre de María, recibida de la madre en su seno y nacimiento.

        Ya la piedad cristiana unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen. Porque la Eucaristía es el alma de la Iglesia, «centro y culmen» de toda su vida. Y María fue asociada por Dios a todo el misterio del Hijo, desde su maternidad hasta la cruz. Es lógico que así sea vista también por la Iglesia. Ella es madre de la Iglesia. Y la Iglesia se construye por la Eucaristía. 

        En el Nuevo Testamento, Juan da una aportación decisiva a la dimensión eucarística de la figura de María, no sólo en el relato del primer signo mesiánico, sino también en el de la pasión, donde Jesús confía al discípulo amado a su madre y viceversa, esto es, a Juan el cuidado de su madre (cf. Jn 19,25-27). Y en ambos casos nuevamente María es designada como «mujer» por su Hijo.

        Es claro que al ser su propio Hijo el que la designa así, cuando lo natural hubiera sido el término «madre», demuestra que no se trata sólo de un gesto de piedad filial por parte de Jesús, sino sobre todo de un episodio de revelación decisiva. También aquí ella es llamada mujer otra vez, como nueva Eva, para subrayar el inicio en ella de una nueva generación, la de la Iglesia, que brota del costado abierto de Cristo, nuevo Adán, del que manaron la sangre y el agua, símbolos de los sacramentos de la Iglesia. María es constituida por Cristo en Madre de los nuevos hijos nacidos de la fe y del bautismo.

        En San Juan, María permanece siendo la madre. Si primero era sólo la madre del Hijo, ahora es también la madre de la Iglesia. Si primero su maternidad era física, ahora es también espiritual. En el Calvario la madre de Jesús es elegida y designada la madre de los discípulos de Jesús en la figura del discípulo amado.

        Por eso la Iglesia, sacramento salvífico, además de ser esencialmente eucarística, tiene también una connotación existencial mariana. María tiene, pues, una presencia y un papel decisivo tanto en la Encarnación como en la economía salvífica-sacramentaria de la Iglesia: en las dos, ella ha dicho su «fiat» en la fe, en la esperanza y en la caridad.

        En ambas ella es cabeza-estirpe de una nueva generación querida por Dios: en la primera, por la generación del Hijo de Dios hecho carne en su seno; en la segunda, por la generación de la comunidad eclesial que brota del costado de Cristo, que se nutre con el cuerpo y la sangre de Cristo, engendrados por María.

        La Iglesia, por eso, no celebra nunca la Eucaristía sin invocar la intercesión de la Madre del Señor. En cada Eucaristía, «María ofrece como miembro eminente de la Iglesia no sólo su consentimiento pasado en la Encarnación y en la cruz, sino también sus méritos y la presente intercesión materna y gloriosa» (Marialis cultus 20).

        La encíclica Redemptoris Mater de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).  Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

        La Iglesia así lo comprende y lo canta agradecida en la antífona del Corpus Christi: «Ave, verum corpus natum de María Virgine, vere passum, inmolatum in cruce pro homine». Últimamente el Papa Juan Pablo II se ha referido a esta relación de la Eucaristía con María en dos documentos. En la Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae, nos dice: «Misterio de luz es, por fin, la institución de la Eucaristía, en la cual Cristo se hace alimento con su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino, dando testimonio de su amor por la humanidad “hasta el extremo” (Jn 13,1) y por cuya salvación se ofrecerá en sacrificio. Excepto en el de Caná, en estos misterios la presencia de María queda en el trasfondo. Los evangelios apenas insinúan su eventual presencia en algún que otro momento de la predicación de Jesús (cf Mc 3,31-35; Jn 2,12) y nada dicen sobre su presencia en el Cenáculo en el momento de la institución de la Eucaristía. Pero, de algún modo, el cometido que desempeña en Caná acompaña toda la misión de Cristo.

        La revelación, que en el bautismo en el Jordán proviene directamente del Padre y ha resonado en el Bautista, aparece también en labios de María en Caná y se convierte en su gran invitación materna dirigida a la Iglesia de todos los tiempos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Es una exhortación que introduce muy bien las palabras y signos de Cristo durante su vida pública, siendo como el telón de fondo mariano de todos los misterios de luz» (Rosarium Virginis Mariae 1).

        En otro pasaje de esta misma Carta del Rosario de la Virgen nos propone el Papa a María como modelo de contemplación cristológica, que recorre y nos ayuda a vivir la espiritualidad eucarística. Lo titula el Papa: María modelo de contemplación, y nos dice en el número 10: «La contemplación de Cristo tiene en María su modelo insuperable. El rostro del Hijo le pertenece de un modo especial. Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún. Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos. Cuando por fin lo da a luz en Belén, sus ojos se vuelven también tiernamente sobre el rostro del Hijo, cuando lo “envolvió en pañales y le acostó en un pesebre”» (Lc2,7).

        Desde entonces su mirada, siempre llena de adoración y asombro, no se apartará jamás de Él. Será a veces una mirada interrogadora, como en el episodio de su extravío en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?” (Lc 2,48); será en todo caso una mirada penetrante, capaz de leer en lo íntimo de Jesús, hasta percibir sus sentimientos escondidos y presentir sus decisiones, como en Caná (cf Jn 2,5); otras veces será una mirada dolorida, sobre todo bajo la cruz, donde todavía será, en cierto sentido, la mirada de la <parturienta>, ya que María no se limitará a compartir la pasión y la muerte del Unigénito, sino que acogerá al nuevo hijo en el discípulo predilecto confiado a Ella (cf Jn 19,26-27); en la mañana de Pascua será una mirada radiante por la alegría de la resurrección y, por fín, una mirada ardorosa por la efusión del Espíritu en el día de Pentecostés (cf He 1,14).

Los recuerdos de María

 

11. María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: “Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón” (Lc 2,19; cf 2,51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el <rosario> que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal.

        Y también ahora, entre los cantos de alegría de la Jerusalén celestial, permanecen intactos los motivos de su acción de gracias y su alabanza. Ellos inspiran su materna solicitud hacia la Iglesia peregrina, en la que sigue desarrollando la trama de su <papel> de evangelizadora. María propone continuamente a los creyentes los “misterios” de su Hijo, con el deseo de que sean contemplados, para que puedan derramar toda su fuerza salvadora. Cuando recita el rosario, la comunidad cristiana está en sintonía con el recuerdo y con la mirada de María (RVM 10 y 11).

 

7. 2. María, «mujer  eucarística»

 

  Así llama el Papa Juan Pablo II a María en la última Carta Encíclica Ecclesia de eucharistía. El capítulo sexto y último lo titulo al Papa: EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER EUCARÍSTICA. En este capítulo recoge el Papa la doctrina actual de la Iglesia, especialmente de los Mariólogos, elaborando una síntesis perfecta. Ya el Vaticano II había dado una amplia visión del lugar y papel obrado por María en la obra de la salvación, cuyo «centro y culmen» siempre será la Eucaristía: «(María) al abrazar de todo corazón y sin entorpecimiento de pecado alguno la voluntad salvífica de Dios, se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con Él y bajo Él, con la gracia de Dios omnipotente« (LG 56).

         «María, concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo al Padre en el templo, padeciendo con su Hijo cuando moría en la cruz, cooperó de forma enteramente impar a la obra del Salvador con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, con el fin de restaurar la vida sobrenatural de las almas” (LG 61). 

«María mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz, junto a la cual, no sin designio divino, se mantuvo erguida (cf. Jo 19,25), sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado» (LG 58).

        Sin el cuerpo de Cristo que «ella misma había engendrado» no hubiera sido posible ni la salvación ni la Eucaristía. Por eso María es Madre de la Eucaristía, por ser la madre de Cristo, materia y forma del Misterio eucarístico; María es arca y tienda de la Nueva Alianza, por engendrar por la potencia del Amor del Espíritu Santo la carne y la sangre de Cristo, derramada para la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres; María fue el primer Sagrario de Cristo en la tierra; María fue asociada expresamente por su Hijo en el sacrificio cruento de la Eucaristía, ofreciendo su vida con Él al Padre para la salvación de los hombres, consintiendo en su ofrenda y creyendo contra toda esperanza en la Palabra de Dios, creyendo que era el redentor de los hombres el que moría en la cruz.

        Por eso y por más razones, no he querido terminar este libro sobre la Eucaristía, sin dedicarle a María el último capítulo, como he hecho hasta ahora en mis libros publicados. Es mucho lo que Cristo confió en y a su madre y mucho lo que ella hace en la Iglesia actualmente, siempre asociada y unida totalmente a su Hijo, su mayor tesoro y fundamento de todas sus grandezas y misiones, y es mucho también lo que todos debemos a María «mujer eucarística».

Esta actitud eucarística de María ya había sido resumida por el mismo Pontífice en otro documento con estas palabras:  «Y hacia la Virgen María miran los fieles que escuchan la Palabra proclamada en la asamblea dominical, aprendiendo de ella a conservarla y meditarla en el propio corazón (cf Lc 2,19).

Con María los fieles aprenden a estar a los pies de la cruz para ofrecer al Padre el sacrificio de Cristo y unir al mismo el ofrecimiento de la propia vida. Con María viven el gozo de la resurrección, haciendo propias las palabras del Magníficat que canta el don inagotable de la divina misericordia en la inexorable sucesión del tiempo: “Su misericordia alcanza de generación en generación a los que lo temen” (Lc 1,50).

De domingo en domingo, el pueblo peregrino sigue las huellas de María, y su intercesión materna hace particularmente intensa y eficaz la oración que la Iglesia eleva a la Santísima Trinidad» (Dies Domini 86).

        Y ahora paso ya a transcribir literalmente el capítulo sexto y último de la Encíclica Ecclesia de eucharistia, donde el Papa Juan Pablo II recoge de modo insuperable, al menos por mí, la doctrina eucarístico-mariana actual. Uno disfruta leyendo y meditando estas verdades.

 

CAPÍTULO VI

EN LA ESCUELA DE MARÍA, «MUJER EUCARÍSTICA»

 

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía (20). Efectivamente, María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con Él.

 A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar. Ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42). Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio.

 

54. «Mysterium fidei». Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena, en cumplimiento de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: «no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que

fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así “pan de vida”.

 

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.

        Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió “por obra del Espíritu Santo era el Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.

        “Feliz la que ha creído”(L 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en «el primer tabernáculo de la historia» donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como «irradiando» su luz a través de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística?

        María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y también que una “espada” traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el «stabat Mater» de la Virgen al pie de la Cruz. Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de <Eucaristía anticipada> se podría decir, una <comunión espiritual> de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles como “memorial” de la pasión.

  ¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por nosotros”? (Lc 22, 19) Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a cada uno de nosotros: “¡He aquí a tu hijo!”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu madre!” (cf. Jn19 ,26.27). 

        Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros a ejemplo de Juan a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.

 

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi salvador” lleva a Jesús en su seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente la verdadera “actitud eucarística”.

        Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación, según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la encarnación redentora. En el magníficat en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía. María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su “diseño” programático. Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como María, toda ella un magnificat!

 

 

31. PORQUE MARÍA FUE EL PRIMER SAGRARIO DE CRISTO EN LA TIERRA, MADRE DE LA EUCARISTÍA Y ARCA DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA 

 

        No quisiera terminar esta reflexión eucarístico-mariana sobre la oración ante el Cristo de nuestros Sagrarios, sin tener una mención especial para la que fue su primer Sagrario en la tierra y Madre de la Eucaristía: María. Fue Ella la que en mi vida personal me llevó hasta el encuentro personal con su Hijo y todavía lo recuerdo. Me gusta ser agradecido y todavía sigue ocupando un lugar central en mi vida. En una visita a un santuario suyo muy querido, después de un largo tiempo en oración con ella, al despedirme, sentí que me decía con toda claridad en mi interior: pasa a mi hijo, es que hasta ahora te fijas principalmente en mí y no te has dado cuenta de que le llevo aquí en mis brazos para dártelo. Y yo repetía: Pero si contigo me va bien, pero si yo amo a tu hijo… Pero ella sabía mejor que yo que había llegado el momento de ser «cristiano», después de largo aprendizaje y encanto “mariano”.

        Ya la piedad cristiana de todos los tiempos unió siempre a María con este misterio. Por eso, tanto en las grandes catedrales como en las chozas de los países de misión, la intuición religiosa de los fieles, al lado de la Eucaristía, puso siempre la imagen y la piedad de la Virgen.

        Por eso, siempre que tengo problemas de cualquier tipo que sea, recurro a Maria en mi súplica, y, teniendo presente su comportamiento y eficacia en las bodas de Caná, yo sólo insisto con fuerza ante ella: «Pero díselo, díselo, díselo a tu Hijo, como lo hiciste en las bodas de Caná».

        La Encíclica «Redemptoris Mater» de Juan Pablo II afirma que la maternidad espiritual de María «ha sido vivida y comprendida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado banquete, celebración litúrgica del misterio de la Redención, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente» (RMa 44).          Y continúa el Papa: «Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía. Es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos, incluso los juveniles, en la pastoral de los santuarios marianos. María guía a los fieles a la Eucaristía» (RMa 44).

        Me permito la confidencia de mostrar cómo me gusta dirigirme a María como Madre sacerdotal en mi ratos de conversación con Ella, es que le pida cosas o le dé gracias por las recibidas o le diga cosas bellas, porque es linda y hermosa, y todos sus hijos, especialmente los sacerdotes, se lo expresemos llenos de amor con palabras propias o con oraciones ya hechas.

        Y mientras redactaba estas líneas en mi oración matinal, no le he dicho lo que nosotros, los sacerdotes, pensamos de ella, sino que he sido un poco curioso y atrevido, y he querido saber lo que Ella piensa de nosotros.

        Teniendo presente mis también recientes bodas de
oro sacerdotales, la canté como tantas veces: Virgen sacerdotal, Madre querida, tú que diste a mi vida tan dulce ideal, alárgame tus brazos maternales, ellos serán mi blancos corporales, tu corazón, mi altar sacrificial; luego me atreví a preguntarle ¿qué somos nosotros, sacerdotes, para Ti, María, hermosa nazarena, Virgen bella, Madre sacerdotal, Madre del alma?

        Y Ella nos dice a todos:

-- Soy tu madre sacerdotal, por mandato de Cristo en la persona de Juan; ven, te alargo mis brazos y estréchame, abrázame y siente el aliento de mi vida y de mis pechos maternales de Virgen, Mujer y Madre Sacerdotal, con toda confianza, con la misma confianza y ternura del Hijo, porque eres hijo en el Hijo por proyecto del Padre y por voluntad y deseo testamentario y lleno de amor extremo del Hijo en la cruz;

—Tú eres el encargo más gozoso y profundo y eterno que he recibido del Hijo, eres su testamento, su última voluntad, que cumplo con todo amor hasta dar la vida por ti si fuera necesario, si tú lo necesitas, como lo hice entonces, porque morí no muriendo, no pudiendo morir por ayudar a los sacerdotes recién ordenados, muriendo y viéndolo y sufriéndolo todo en el Hijo Sacerdote y Víctima por toda la Iglesia, especialmente por los nuevos sacerdotes de todos los tiempos.

—Sacerdotes de mi hijo Jesús, soy eternamente madre vuestra sacerdotal por voluntad de mi Hijo os quiero y me preocupo eternamente como madre sacerdotal de cada uno, y os espero a todos en el cielo, porque el “hijo de la perdición” no existe más entre los llamados, ya que fue único para siempre».«Por encargo del Hijo desde la cruz: “he ahí a tu madre, he ahí a tu Hijo”, vosotros sois testamento de entrega y de amor y de sangre de mi Hijo;

—Vosotros, sacerdotes, en Juan y por voluntad expresado de mi Hijo, sois mis hijos predilectos de amor y sangre y lágrimas y entrega de vida de madre por todos en el Hijo;

—Yo soy vuestra madre y vosotros sois mis hijos predilectos, tú eres mi hijo predilecto “no sin designio divino” (Concilio Vaticano 11) por voluntad del Padre en el Hiijo;

—Tú eres mi Hijo sacerdote, tú eres mi hijo del alma, porque te identificas con mi Hijo en su ser y existir sacerdotal; no veo diferencia sacerdotal entre ti y El, sois idénticos sacerdotalmente; Él es tú, tú eres Él, por eso te amo igual que a Él porque Él es el Hijo de Dios encarnado y tú eres el hijo en el Hijo hasta tal punto identificado sacerdotalmente ante el Padre y ante mí su madre, que no veo diferencias, sois idénticos sacerdotalmente, porque le amo a Él en ti y a ti en Él;

—Tú eres mi Hijo Jesús sacerdote, te quiero, te quiero, bésame, ven a mis brazos y amor y pechos maternales. Esto es lo que me dijo la Virgen. Gracias, María, Madre Sacerdotal.

 

SALVE, MARÍA,

 HERMOSA NAZARENA,

 VIRGEN BELLA,

MADRE SACERDOTAL,

MADRE DEL ALMA,

CUÁNTO TE QUIERO,

CUÁNTO ME QUIERES!

 

¡GRACIAS POR HABERME DADO A TU HIJO,

 HIJO DE DIOS ENCARNADO

Y SACERDOTE ÚNICO DEL ALTÍSIMO!

 

¡GRACIAS POR HABERME AYUDADO A SER Y EXISTIR SACERDOTAL Y VICTIMALMENTE EN ÉL!

 

¡Y GRACIAS TAMBIÉN, POR QUERER SER MI MADRE SACERDOTAL! ¡MI MADRE  Y MI MODELO!

 

 ¡GRACIAS

 

 

 

 

 

 

 

               (Sagrario de mi Seminario Mayor de Plasencia)

 

Sagrario de mi Seminario, presencia permanente de Cristo, donde empecé mi amistad con Cristo, Sacerdote único del Altísimo y Eucaristía Perfecta; el mejor Amigo y Confidente y Formador de vida cristiana; testigo de gozos, perdones, ayudas y abrazos de amor diarios; pan y alimento de amistad, permanentemente ofrecida a todos los hombres, con amor extremo, hasta el final de los tiempos

32. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES LA  PRESENCIA DE CRISTO ENTERO Y COMPLETO EN LA TIERRA

 

        QUERIDOS HERMANOS: Hoy es Jueves Santo y en este día tan lleno de vida y misterios entrañables para la comunidad cristiana, nosotros, seguidores y discípulos de Cristo, hacemos memoria de sus palabras y gestos en la Ultima Cena. San Juan de Ávila, uno de los santos eucarísticos y sacerdotales más grandes de España y de la Iglesia Católica, que tuvo relación con Santa Teresa, S. Ignacio de Loyola, S. Pedro de Alcántara y otros muchos, comentando esta frase en uno de sus sermones del Jueves Santo, se dirige al Señor con estas palabras:

        «¡Qué caminos, qué sendas llevaste, Señor, desde que en este mundo entraste, tan llenos de luz, que dan sabiduría a los ignorantes y calor a los tibios! ¡Con cuánta verdad dijiste: Yo soy la luz del mundo. Luz fue tu nacimiento, luz tu circuncisión, tu huir a Egipto, tu desechar honras, y esta luz crece hasta hacerse perfecto día. El día perfecto es hoy y mañana en los cuales obras cosas tan admirables, que parezcan olvidar las pasadas; tan llenas de luz, que parezcan oscurecer las que son muy lúcidas! ¡Qué denodado estáis hoy para hacer hazañas nunca oídas ni vistas en el mundo y nunca de nadie pensadas! ¿Quién vio, quién oyó que Dios se diese en manjar a los hombres y que el Criador sea manjar de sus criaturas? ¿Quién oyó que Dios se ofreciese a ser deshonrado y atormentado hasta morir por amor de los hombres, ofensores de Él?

        Estas, Señor, son invenciones de tu amor, que hace día perfecto, pues no puede más subir el amor de lo que tú lo encumbraste hoy y mañana, dándote a comer hoy a los que con amor tienen hambre de ti y mañana padeciendo hasta hartar el hambre de la malquerencia que tienen tus enemigos de hacerte mal. Día perfecto en amar, día perfecto en padecer... de manera que no hay más que subir al amor que adonde tú los has subido. «In finem dilexit eos...» has amado a los tuyos hasta el fin, pues amaste hasta donde nadie llegó ni puede llegar».

        Queridos hermanos: no tiene nada de particular que los santos se llenen de admiración y veneración ante estos misterios del amor divino, pues hasta nosotros, que tenemos fe tan flaca y débil, barruntamos en estos días el paso encendido del Señor, al sentir y experimentar un poco estos misterios, que a ellos les hacía enloquecer de ternura y correspondencia.

        ¡Qué bueno eres, Jesús! Tú sí que me amas de verdad. Tú sí que eres sincero en tus palabras y en tu entrega hasta el fin de tus fuerzas, hasta la muerte, hasta el fin de los tiempos. Quien te encuentra ha encontrado la vida, el tesoro más grande del mundo y de la existencia humana, el mejor amigo sobre la tierra y la eternidad. Jesús, tú estás vivo para las almas en fe ardiente y en amor verdadero. Admíteme entre tus íntimos y amigos. Tú eres el amigo, el mejor amigo para las alegrías y las penas, que quieres incomprensiblemente ser amigos de todos los hombres, especialmente de los más pobres, desarrapados, miserables, pecadores, desagradecidos.

Mi Señor Jesucristo Eucaristía, amigo del alma y de la eternidad, que siendo Dios infinito y sin necesitar nada de nadie -¿qué te puede dar el hombre que Tú no tengas?- te abajaste y te hiciste siervo, siendo el Señor del Universo para ganarnos a todos a tu cielo y a tu misma felicidad.

        Viniste y ya no quisiste dejarnos solos, viniste y ya no te fuiste, porque viniste lleno de amor, no por puro compromiso, como quien cumple una tarea y se marcha, porque su corazón está en otro sitio. Tu Padre te mandó la tarea de salvar a los hombres, pero en el modo y la forma y la verdad te diferencias totalmente de nosotros; porque a nosotros, nuestros padres nos mandan hacer algo, y lo hacemos por compromiso y una vez terminado, nosotros volvemos a lo nuestro, si estamos en el campo, volvemos a casa. Tú, en cambio, no lo hiciste por compromiso, no te fuiste una vez terminada la obra, sino que porque nos amabas de verdad, quisiste por amor loco y apasionado, y sólo por amor, permanecer siempre entre nosotros.

        Yo creo, Señor, en tu amor verdadero, en que me amas de verdad y me buscas y te arrodillas por encontrarme como amigo, aunque yo no comprendo a veces tu amor y tu comportamiento, no lo comprendo, no lo comprendo, cuando te veo buscarme con tal pasión y empeño como si de ello dependiese tu felicidad; no comprendo cómo nos amaste hasta ese extremo, podías haber inventado otras formas menos dolorosas para ti, y nos hubieras salvado lo mismo, pero no, sino que “tanto amó Dios al mundo, que entregó (traicionó) a su propio Hijo”. Y todo esto es verdad, sí, es verdad que existes y me amas y me buscas así.

        Con verdadera pasión de amor te pregunto: ¿No eres Dios? ¿Pues no eres infinito? Tú en el Sagrario siempre te estás ofreciendo en amistad permanente y verdadera... Tú no te cansas, Tú no te arrepientes de esperar, Tú no te aburres, porque estás siempre esperando, siempre amando, siempre perdonando a los hombres, siempre soñando con los hombres.

Aquel cuya delicia es estar con los hijos de los hombres, lleva dos mil años esperándonos, poniendo de manifiesto que lo que dijo: “me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos” ; es verdad que nos quieres y buscas mi cercanía y la amistad con los hombres y no solo para salvarlos sino porque eres feliz amando así y quieres que seamos felices en tu amistad, eternamente felices e iguales a Tí en eternidad, en cielo, en Trinidad, nos quieres hacer iguales a Ti, para que vivamos tu misma vida, felicidad, amor haciéndonos hijos en el Hijo, en amados y predilectos del Padre como el Amado, para que el Padre no vea diferencia entre Tú y nosotros y ponga en nosotros todas sus complacencias como las puso en Ti. 

Esta presencia permanente de Jesús en el Sagrario hacia exclamar a Santa Teresa: «Héle aquí compañero nuestro en el Santísimo Sacramento, que no parece fue en su mano apartarse un momento de nosotros».

Queridos hermanos, muchas veces pienso que, aunque no se hubiera quedado con nosotros en el Sagrario, bastaría con lo que hizo por todos nosotros para demostrarnos un amor extremo, para que nosotros estuviéramos para siempre agradecidos a su amor, a su proyecto, a su entrega... Así que no tiene nada de extraño que, cuando las almas llegan a tener experiencia de esto, ya no quieran separarse jamás del amor y la amistad del Señor. Jamás ha existido un santo que no fuera eucarístico, que no pasara largos ratos todos los días ante Jesús sacramentado, en oración silenciosa, adorante, transformante...

        La Eucaristía, hermanos, es también el pan que sostiene a cuantos peregrinamos en este mundo, como lo fue también para Elías en el camino hacia el monte Orbe (Cfr.1Re 19, 4-8). “Tomad y comed...” Esta verdad hace exclamar a la liturgia de la Iglesia: «Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gracias y se nos da la prenda de la gloria futura».

Los mismos signos elegidos por el Señor, el pan y el vino, denotan el carácter de la Eucaristía como alimento estrechamente unido a nuestra vida cristiana, a nuestro desarrollo espiritual, como son la comida y la bebida naturales.   Ya lo había anunciado el mismo Cristo anticipadamente en la multiplicación de los panes y peces: “Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre no tendréis vida en vosotros; el que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna” (Jn6,54-55). La Eucaristía es el alimento que necesitan para vivir en cristiano tanto los niños como los jóvenes y los adultos y cuando no se come, la debilidad de la vida cristiana, de la vida moral y religiosa se nota y llega a veces a ser extrema.  

        Uno puede estar débil, flaco, pero cuando se come con hambre el pan de la vida, crece y aumenta la fe, el amor, la esperanza, los deseos de amar a Dios y a los hombres, porque produce tal grado de unión con el corazón y los sentimientos de Cristo que nos contagiamos de Él, que vivimos como Él, como dice San Pablo: “vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí y mientras vivo en esta carne vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mi” (Gal2,20). “La Sabiduría”, dice la Escritura, “ha preparado el banquete, mezclado el vino y puesto la mesa; ha despachado a sus criados para que anuncien en los puntos que dominan la ciudad: Venid a comer mi pan y a beber el vino que he mezclado” (Prov.9,2-5).

Queridos hermanos, por amor a Cristo, no le defraudemos. Comulguemos con todo fervor. Él nos está esperando, siempre nos está esperando.

33. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR AMIGO Y ÚNICO SALVADOR DE LOS HOMBRES.

 

        QUERIDOS HERMANOS: Con gozo y emoción estamos celebrando la festividad del Corpus Christi, del Cuerpo y Sangre del Señor. La primera fiesta del Corpus se celebró en la diócesis de Lieja, en el año 1246, por petición reiterada de Juliana de Cornillon. Algunos años más tarde, en el 1264, el Papa Urbano IV hizo de esta fiesta del Cuerpo de Cristo una festividad de precepto para toda la Iglesia Universal, manifestando así la importancia que tiene para la vida cristiana y para la Iglesia la veneración y adoración del Cuerpo Eucarístico de nuestro Señor Jesucristo.

        Jesucristo, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo, quiso quedarse con nosotros hasta el final de los tiempos en el pan consagrado, como lo había prometido después de la multiplicación de los panes y de los peces y realizó esta promesa en la noche del Jueves Santo.

        En la Eucaristía y en todos los Sagrarios de la tierra está presente el mismo Cristo venido del seno del Padre, nacido de María Virgen, muerto y resucitado por nosotros. No está como en Palestina, con presencia temporal y mortal sino que está ya glorioso y resucitado, como está desde la resurrección, triunfante y celeste, sentado a la derecha del Padre, intercediendo por nosotros desde el Sagrario y en el cielo.

        El mismo Cristo que contemplan los bienaventurados en el cielo, es el que nosotros adoramos y contemplamos por la fe en el pan consagrado. Permanece así entre los hombres cumpliendo su promesa: “Me quedaré con vosotros hasta el final de los tiempos”.

        En este día del Cuerpo y de la Sangre del Señor nos fijamos y veneramos especialmente la Eucaristía como presencia de Cristo en el pan consagrado, como sacramento permanente en el Sagrario. «No veas --exhorta San Cirilo de Jerusalén-- en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa» (Catequesis mistagogicas, IV,6:SCh 126, 138).

         «Adoro te devote, latens Deitas, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos, esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla. Son esfuerzo loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe viva de la Iglesia, percibida especialmente en el carisma de la verdad del Magisterio y en la comprensión interna de los misterios, a la que llegan todos sobre todo los santos» (Ecclesia de Eucharistia 15c)

        Esta Presencia de Jesús Sacramentado junto a nosotros, en nuestras iglesias, junto a nuestras casas y nuestras vidas, debe convertirse en el centro espiritual de toda la comunidad cristiana, de toda la parroquia y de todo cristiano. Cuando estamos junto al Sagrario estamos con la misma intimidad que si estuviéramos en el cielo en su presencia.  

         Me parecen muy oportunas en este sentido la doctrina y enseñanzas del Directorio:

 

La adoración eucarística

         «La adoración del Santísimo Sacramento es una expresión particularmente extendida del culto a la Eucaristía, al cual la Iglesia exhorta a los Pastores y fieles. Su forma primigenia se puede remontar a la adoración que el Jueves Santo sigue a la celebración de la misa en la cena del Señor y a la reserva de las Sagradas Especies. Esta resulta muy significativa del vínculo que existe entre la celebración del memorial del sacrificio del Señor y su presencia permanente en las Especies consagradas.

        La reserva de las Especies Sagradas, motivada sobre todo por la necesidad de poder disponer de las mismas en cualquier momento, para administrar el Viático a los enfermos, hizo nacer en los fieles la loable costumbre de recogerse en oración ante el Sagrario, para adorar a Cristo presente en el Sacramento.

        La piedad que mueve a los fieles a postrarse ante la santa Eucaristía, les atrae para participar de una manera más profunda en el misterio pascual y a responder con gratitud al don de aquel que mediante su humanidad infunde incesantemente la vida divina en los miembros de su Cuerpo.   Al detenerse junto a Cristo Señor, disfrutan su íntima familiaridad, y ante Él abren su corazón rogando por ellos y por sus seres queridos y rezan por la paz y la salvación del mundo. Al ofrecer toda su vida con Cristo al Padre en el Espíritu Santo, alcanzan de este maravilloso intercambio un aumento de fe, de esperanza y de caridad. De esta manera cultivan las disposiciones adecuadas para celebrar, con la devoción que es conveniente, el memorial del Señor y recibir frecuentemente el Pan que nos ha dado el Padre.

        La adoración del Santísimo Sacramento, en la que confluyen formas litúrgicas y expresiones de piedad popular entre las que no es fácil establecer claramente los límites, puede realizarse de diversas maneras:

  -la simple visita al Santísimo Sacramento reservado en el Sagrario: breve encuentro con Cristo, motivado por la fe en su presencia y caracterizado por la oración silenciosa.

  -adoración ante el santísimo Sacramento expuesto, según las normas litúrgicas, en la custodia o en la píxide, de forma prolongada o breve;

  -la denominada Adoración perpetua o la de las Cuarenta Horas, que comprometen a toda una comunidad religiosa, a una asociación eucarística o a una comunidad parroquial, y dan ocasión a numerosas expresiones de piedad eucarística.

        En estos momentos de adoración se debe ayudar a los fieles para que empleen la Sagrada Escritura como incomparable libro de oración, para que empleen cantos y oraciones adecuadas, para que se familiaricen con algunos modelos sencillos de la Liturgia de las Horas, para que sigan el ritmo del año litúrgico, para que permanezcan en oración silenciosa. De este modo comprenderán progresivamente que durante la adoración del Santísimo Sacramento no se deben realizar otras prácticas devocionales en honor de la Virgen María y de los santos. Sin embargo, dado el estrecho vínculo

que une a María con Cristo, el rezo del Rosario podría ayudar a dar a la oración una profunda orientación cristológica, meditando en él los misterios de la Encarnación y de la Redención». (Directorio, nn. 164-165).

        Queridos hermanos: Iniciado este diálogo de amaor con el Señor en el Sagrario, pronto empezamos a escuchar a Cristo, que en el silencio del templo, sentados delante de Él, nos señala con el dedo y nos dice con lo que está o no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que Él quiere y me mande para poder ser su amigo y salvarme: “Amarás al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con todo tu ser”, si escucho a Cristo que me dice y me pide: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico, del que Él me da ejemplo y practica en el Sagrario para poder hacerlo, si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente a su misma vida, para hacer de mi vida una ofrenda agradable al Padre como la suya, necesitando a cada paso de Cristo, de oírle y escucharle, de recibir orientaciones y fuerza, ayudas, porque yo estaré siempre pobre y necesitado de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra.

Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

        Y el camino siempre será la oración personal, trato íntimo y diario entre Cristo   y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz y fuerza, pero que actúa cómo y cuando quiere.

Queridos hermanos, termino esta homilía repitiendo esta idea: me gustaría que todos los feligreses, desde el párroco hasta el niño de primera comunión, cada uno tuviera su tienda junto al Sagrario para desde allí escuchar, contemplar, aprender, imitar, y adorar tanto amor, tanta amistad, tanto cielo anticipado pero visto y aprendido directamente del mismo Cristo. Me gustaría introducir a todos mis feligreses, pero especialmente a los niños y a los jóvenes, sin excluir a nadie, en el Sagrario, en este trato diario, íntimo, amoroso, gratificante con Jesucristo Eucaristía. A Él sean dados todo honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén

 

34. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES UNA ENCARNACIÓN CONTINUADA QUE PROLONGA EL MISTERIO COMPLETO Y TOTAL DE CRISTO

 

        QUERIDOS HERMANOS Y AMIGOS: La Eucaristía es una Encarnación continuada, que prolonga no sólo la presencia sino todo el misterio vivido y realizado por Cristo, el Hijo de Dios, enviado por el Padre, por obra del Espíritu Santo. La Eucaristía, como la Encarnación, tienen diversas etapas y aspectos semejantes que deben ser meditados.

        En primer lugar, ambas son un don de Dios a los hombres, porque ambas son obra del Espíritu Santo, Supremo Don Divino, y son dones para la salvación de los hombres, por medio del Hijo, encarnado en naturaleza humana en una primera etapa y, luego, en un poco de pan y vino en la segunda; ambas también son una manifestación palpable del amor de Dios al hombre. Si San Juan, refiriéndose a Cristo, nos dice que “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito”, esta entrega podemos interpretarla tanto en sentido de encarnación como de entrega eucarística; en ambas nos deja la presencia real del Hijo, aunque de diverso modo. De Ana de Gonzaga, princesa del Palatinado, Bossuet cita estas notas íntimas: «Si Dios llevó a cabo cosas tan maravillosas para manifestar su amor en la Encarnación, qué no habrá hecho para consumarlo en la Eucaristía, para darse  en particular a cada cristiano».

        Por parte de Jesucristo, el Hijo de Dios, el motivo esencial en ambas etapas fue siempre el amor extremo. Lo dijo muy claro él: “Padre, no quieres ofrendas y sacrificios, aquí estoy yo para hacer tu voluntad”. Y se encarnó. Y antes de la Última Cena nos dice a todos: “Ardientemente he deseado comer esta cena pascual con vosotros”; “Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre, que se entrega por vosotros”; “Permaneceré con vosotros hasta el final de los tiempos”; “Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.

        Lo maravilloso de todo esto no es que yo ame a Cristo sino que “El me amó primero” y en esto consiste el amor verdadero y misterioso, como dice San Juan, no en que yo quiera ser amigo de Cristo, de Dios, esto es lógico para el que tenga fe, porque Dios es Dios, lo extraordinario es que Él, que es infinitamente feliz y lo tiene todo y no necesita de nada ni de nadie, me ame a mí que soy pura criatura, que no le puedo dar nada que Él no tenga.

        Por eso, queridos hermanos, tanto la Encarnación como la Eucaristía son iniciativas divinas. Creer esto, vivirlo, experimentarlo y sentirlo realmente... eso es la mayor felicidad que existe. Resumiendo: La Encarnación y la Eucaristía son obra del amor del Padre y del Hijo por el Espíritu Santo, que se realizan en y por Cristo; el mismo amor que le movió a bajar a la tierra le movió también a entregarse por nosotros en la cruz y en el pan consagrado y a buscarnos ahora en cada rincón del mundo, para llenarnos de su amor y felicidad.

        La Encarnación y la Eucaristía coinciden también en el sujeto que las realiza: la presencia corporal de Cristo, aunque en diversidad de situación. Y coinciden en su finalidad: la glorificación de la Santísima Trinidad y la salvación de los hombres. Si para que haya Eucaristía se requiere la presencia sacramental de Jesucristo, para que hubiera Encarnación ésta fue esencial. Y si para realizar el sacrificio de Cristo en la cruz, para salvar a los hombres ésta fue necesaria, ahora también es necesaria su presencia para el sacrificio de la Eucaristía, para proclamar su muerte salvadora y el perdón de los pecados. Dice S. Ambrosio: «Si anunciamos la muerte del Señor, anunciamos la redención de los pecados. Si por la Eucaristía en todo tiempo su sangre es derramada, es derramada para perdón de los pecados».

        La Encarnación hizo que el Hijo de Dios viniera y habitara en la tierra, la Eucaristía hace que el Hijo de Dios viva y habite hasta el final de los tiempos en el mundo, allí históricamente, en espacio y tiempo, aquí más allá del espacio y del tiempo, metahistóricamente. Pero siempre el mismo Cristo. Las almas eucarísticas no distinguen en la realidad ambas presencias, quiero decir, cuando dialogan con el Señor, lo pasado lo ven como presente, como si lo estuviera realizando ahora y predicando ahora y perdonado ahora y lo viven con el Cristo del evangelio y del cielo y ahora presente en el presente del tiempo y del espacio y de siempre.

         Quiero deciros unas palabras de S. Francisco de Asís en su testamento: «El Señor me daba una fe tan profunda en las iglesias, que oraba simplemente de esta manera: Te adoro, oh Señor Jesucristo, en todas las iglesias del mundo y te bendigo, porque has redimido al mundo entero por tu cruz. Una iglesia es la casa de Dios, más aún que la casa del pueblo cristiano».

        Por eso, incluso el templo católico más pobre está lleno de un misterio, de una presencia, que la habita, y nosotros debemos percibirla por la fe y mejor, por el amor. Toda iglesia está habitada. Posee la presencia real, corporal de Cristo; el Sagrario de cada iglesia es la morada de Dios entre los hombres.

        El pan consagrado es Cristo encarnado no en carne sino en una cosa por su amor extremo al hombre, a cada hombre, también a mí. Debiera pensar cómo correspondo yo a tanto amor y generosidad de Cristo.

Esta presencia de Cristo es o puede ser un reproche vivo a mi falta de fe, de amistad, de delicadeza para con Él. Cristo se ha quedado en la Eucaristía para que todo hombre, toda mujer, todo niño puedan entrar y encontrarse continuamente con Él, con el Jesús del evangelio. Todos, por grandes que sean nuestros pecados o abismal nuestra torpeza, podemos acercarnos a Él, como lo hicieron todos los hombres de su tiempo, los limpios y los pecadores, los leprosos, los tullidos, los necesitados, los ricos y los pobres.

        Cuando un cristiano sincero te pregunte qué tiene que hacer para buscar y encontrar al Señor, díle que vaya junto al Sagrario, rece alguna oración, o le hable de sus cosas y problemas... o abra el evangelio y medite, o simplemente mire al Sagrario, sin hacer nada más que mirar, porque eso es oración: mirar al Señor. La fiesta del Corpus Christi nos recuerda cada año esta presencia maravillosa de Cristo en amistad siempre ofrecida a todos los hombres; seamos agradecidos y visitémosle con frecuencia, todos los días; El se quedó para eso.

        El Cristo de las Batallas es un templo que siempre está abierto; qué trabajo cuesta cuando pasas por ahí, decir: el Señor está dentro, voy a entrar a visitarle, a estar un rato con Él. Qué gracias y dones recibirás. Hagamos todos la prueba.

 

 

35. PORQUE LA PRESENCIA DE CRISTO EN EL SAGRARIO ES SU AMOR A TODOS LOS HOMBRES “HASTA EL EXTREMO”

 

        QUERIDOS AMIGOS: La Eucaristía, como todos sabemos, tiene tres aspectos principales, que son Eucaristía como Sacrificio, como Comunión y como Presencia eucarística. En esta festividad del Corpus Christi, que estamos celebrando, la liturgia de la Iglesia quiere que veneremos, adoremos y celebremos especialmente su Presencia Eucarística.

        Ya en la Iglesia primitiva había la costumbre de llevarse a Cristo a las casas, en el pan que sobraba de las celebraciones eucarísticas, primeramente, porque no había todavía templos, y segundo, para poder comulgar durante la semana, sobre todo en tiempos de persecución o tratándose de monjes anacoretas.

Por Orígenes, autor del siglo II, nos consta que era tal el respeto hacia el sacramento que llevaban a sus casas, que creían pecar si algún fragmento caía por negligencia. Y Novaciano reprueba a los que «saliendo de la celebración dominical y llevando consigo, como se acostumbraba, la Eucaristía, llevan el cuerpo santo del Señor de aquí para allá sin valorarlo». Y todo esto era fruto de la fe, de la convicción profunda que tenía la Iglesia primitiva de que en el pan eucarístico permanecía el Señor. La Iglesia siempre ha defendido y venerado la presencia de Cristo en el pan consagrado.

        Cuando entramos en una iglesia, encontramos una luz encendida junto al Sagrario: esto nos recuerda que allí está presente Cristo en persona, el que vino del Padre, el que murió en la cruz por nosotros, el que vive en el cielo. Por esto, los cristianos serios y verdaderos no pueden olvidar esta presencia y se lo agradecen y corresponden con su visita y oración eucarística. Sin piedad eucarística no hay vida cristiana fervorosa, coherente y apostólica.

        Por eso, cuánto deben a esta presencia los santos y las santas de todos los tiempos, nuestros padres y madres cristianas que no tuvieron otra Biblia que el Sagrario, y aquí lo aprendieron todo para ser buenos cristianos, para amarse como buenos esposos para toda la vida, para sacrificarse por sus hijos y ser buenos vecinos, para amar y perdonar a todos, aquí se formaron los sacerdotes apostólicos, encendidos del fuego del amor a Dios y a los hombres, trabajando en obras de caridad y de apostolado o dedicando toda su vida a orar por los hermanos en un claustro, según los designios de Dios.

        Yo pienso, tengo la impresión a veces de que la diferencia entre una vida cristiana y otra, entre unos matrimonios y otros, entre una parroquia y otra, hasta entre un sacerdote y otro, está en esto, en su relación con Jesucristo Eucaristía en Misa-Sagrario, en la vivencia de este misterio. Si la Eucaristía, como dice el Concilio Vaticano II, es el centro y culmen de la vida cristiana y de la evangelización, necesariamente tiene que haber diferencia entre los que la veneran y la viven como centro y fuente de su vida y los que la tienen como una práctica más, rutinaria y sin vida; unos han encontrado al Señor, dialogan, revisan, programan y se alimentan sus sentimientos y sus actitudes comiendo a Cristo en el pan consagrado y en la oración y trato diario, recibiendo allí fuerza, vitalidad y alegría; otros no se han encontrado todavía con Él y, por tanto, no tienen ese diálogo y esa fuerza y ese aliento, que se reciben solo de Cristo Eucaristía. Si uno llega a vivir la misa “en espíritu y verdad” llegará por ese mismo camino al Sagrario porque es el mismo Cristo el que vive en ambos.  

        Y la razón es clara: el cristianismo esencialmente no son ritos ni palabras ni cosas, es una persona, es Jesucristo; si me encuentro con Él, puedo ser cristiano, puedo comprenderlo viviendo su misma vida, cumplir su evangelio, tratar de que otros lo conozcan y le amen y así hacerlos buenos y honrados; si no quiero visitarlo, encontrarme con Él, no puedo comprenderle ni entender su vida, porque Cristo, su evangelio, su amor y a su salvación, no se comprenden hasta que no se viven, hasta que no se experimentan.

        Por eso es absolutamente imprescindible el encuentro eucarístico con Él para llegar a la verdad completa de la Eucaristía, sólo se puede llegar por su amor, por ese mismo amor que Jesús tuvo al instituirla, que es su Espíritu Santo: “Muchas cosas me quedan por deciros ahora, pero no podéis cargar con ellas por ahora, cuando venga el Espíritu Santo, os llevará hasta la verdad completa”.       Por eso, los que hemos estudiado teología tenemos que tener mucho cuidado de pensar que ya hemos llegado a la verdad completa de la Eucaristía; allí no se llega por ideas o inteligencia sino por amor, ya que entonces sería sólo patrimonio de los teólogos, sino por el Espíritu Santo, por el mismo Amor Divino que lo programó y lo realizó y lo realiza cada día por la epíclesis, invocación personal, del Espíritu-Amor Personal de la Trinidad que nos ama.

         Dios sólo se manifiesta y se abre a los puros y sencillos de corazón: “Gracias te doy, Padre, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla”. De ahí la necesidad para todos, seglares y sacerdotes, de orar mucho ante ella y vaciarse de si mismo, de pecados, para poder vivirla, para conocerla y amarla y vivirla en plenitud y para sentir su salvación y para salvar a los otros.

        Pablo VI confirma esta realidad: «Durante el día, los fieles no omitan el hacer la Visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en un sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a la leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo, nuestro Señor allí presente... no hay cosa más suave que esta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad» (Mysterium fidei).

        Visitemos al Señor Eucaristía todos los días, pasemos un rato contándole nuestras alegrías y nuestras penas, comunicándonos con Él, y veremos cómo poco a poco vamos encontrando al amigo, al confidente, al salvador, a Dios.

Contemplar a Cristo, llegar a escuchar su voz, descubrirle en el pan que lo vela a la vez que nos lo revela, se va aprendiendo poco a poco y hay que recorrer previamente un largo camino de conversión por amor, de purificación y vacío de nosotros mismos para que Él pueda llenarnos, especialmente aquellos que quieran luego dirigir o tengan que dirigir a otros en este camino de encuentro con Jesucristo Eucaristía.

Digo yo que mal lo harán si ellos no lo han recorrido y digo también si no será éste uno de lo mayores males de la Iglesia actual, sin guías expertos en oración eucarística, con indicaciones y homilias puramente teóricas y generales, poco atractivas y liberadoras de nuestros pecados y miserias DE cuerpo y alma.          

         En este camino, según los expertos y mapas de ruta de los santos que lo han recorrido, lo primero, más o menos, son visitas breves, rutinarias, rezando oraciones... pero sin posibilidad de diálogo porque no se ha descubierto realmente el misterio, la presencia, solo hay fe, fe teórica y heredada, todavía no personal y así no hay todavía encuentro y no sale el diálogo... Luego vienen pequeños movimientos del corazón, como frases evangélicas que resuenan en tu corazón dichas por Cristo desde el Sagrario, o leyéndolas y meditándolas en su presencia y, al oírlas en tu interior, empiezas a levantar la vista, mirar y dialogar y darte cuenta de que el Sagrario está habitado, es El y así Cristo ha empezado a hacerse presente en nuestra vida, pero de forma directa y personal y así empieza un camino de sorpresas, sufrimientos porque hay que purificar mucho y esto duele: “Con un bautismo tengo que ser bautizado... y cuánto sufro hasta que se complete”.

        Iniciado este diálogo, automáticamente empezamos a escuchar a Cristo que en el silencio nos dice con lo que está y no está de acuerdo de nuestra vida: “el que quiera ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” y aquí está el momento decisivo y trascendental: si empiezo a convertirme, si comprendo que amar a Dios es hacer lo que El quiere, si “mi comida es hace la voluntad de mi Padre” y empiezo a alimentarme de la humildad, paciencia, generosidad, amor evangélico del que Él me da ejemplo y practica en el Sagrario; si empiezo a comprender que mi vida tiene que ser una conversión permanente, permanente, permanente, toda la vida, convirtiéndome y por tanto necesitando de Cristo, de oírle y escucharle, de ofrecerme con él en la Eucaristía, siempre indigente y pobre de su gracia, de su oración, de sus sentimientos y actitudes, si comprendo y me comprometo en mi conversión, entonces llegaré a cimas insospechadas, al Tabor en la tierra. Podrá haber caídas pero ya no serán graves, luego serán más leves y luego quedarán para siempre las imperfecciones propias de la materia heredada con un genoma determinado, que más que imperfecciones son estilos diferentes de vivir. Siempre seremos criaturas, simples criaturas elevadas sólo por la misericordia y el poder y el amor de Dios infinito.

        Y el camino siempre será personal, trato íntimo entre Cristo   y el alma, guiada por su Espíritu, que es amor y luz.

 

36. PORQUE CRISTO EUCARISTÍA ES EL TESORO Y «MONTE DE PIEDAD»DE LOS CATÓLICOS

 

        QUERIDOS HERMANOS: Estamos celebrando la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor. Desde la Cena del Señor, la Iglesia siempre creyó en la presencia de Cristo en el pan y en el vino consagrado, pero hasta llegar a esta fiesta universal de la Iglesia Católica, hay que reconocer que la Iglesia ha recorrido un largo camino para llegar a esta comprensión del misterio. A través de los siglos ha ido adquiriendo luz sobre el modo de cultivar la piedad eucarística y ha ido incorporando a su liturgia y a su vida esta liturgia, teología y vivencias.

        En la Iglesia primitiva la Eucaristía fue reconocida, siempre amada y públicamente venerada, pero especialmente en el marco de la Eucaristía y de la comunión. Fue ya en el siglo XII cuando se introdujo en Occidente la devoción a la Hostia santa en el momento de la consagración; en el siglo XIII se extendió la práctica de la adoración fuera de la Eucaristía, sobre todo, a partir de la instauración de la fiesta del Corpus Xti por Urbano IV.

        Ya en el siglo XIV surgió la costumbre de la Exposición Sacramental, y en el Renacimiento se erigió el Tabernáculo sobe el altar. Desde entonces han sido muy variadas las formas con las que la Iglesia ha cultivado la piedad a Jesús Sacramentado: Plegarias eucarísticas comunitarias o personales ante el Santísimo; Exposiciones breves o prolongadas, Adoración Diurna o Nocturna por turnos, Bendiciones Eucarísticas, Congresos Eucarísticos, las Cuarenta Horas, Procesiones, especialmente, la del Corpus en España e Hispanoamérica, con artísticas Custodias, tronos, altares para la adoración pública a Cristo presente en el pan consagrado.

        Fue en este Cuerpo, donde el Hijo de Dios vivió en la tierra, se hizo Salvación para el mundo entero y nos reveló y manifestó el amor extremo de la Santísima Trinidad: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo Unigénito...”. En este cuerpo y en todas sus manifestaciones se nos ha revelado el amor total del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: es Cuerpo de la Trinidad, manifestación del amor trinitario, visibilidad del Hijo, revelación del proyecto de Salvación del Padre, obra del Amor del Espíritu Santo. Este cuerpo nos pertenece totalmente: “Tanto amó Dios al mundo...” Es un cuerpo al que nos está permitido besar, adorar, tocar porque está todo lleno de vida, de paz, de entrega, de castidad, de misericordia a los pecadores, de ternura por los pobres y los desheredados, de revelación de los misterios divinos.

        Es lo que afirma San Juan en una de sus cartas: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos, al Verbo de la Vida... eso es lo que os anunciamos...”. Y todo esto que contempló y palpó el apóstol Juan está ahora en la Eucaristía, ésta es la nueva encarnación de Dios, éste es el Pensamiento y la Palabra de Dios hecha visible ahora en el pan consagrado, tocada y palpada por los nosotros, que seguimos recibiendo gracias tras gracias por su mediación.

        Para esto necesitamos primeramente la fe, creer, don de Dios parar ver como Él ve y reconocerle aquí presente en el pan. Esto es precisamente lo que pedimos en la oración de este día: “Concédenos, Señor, participar con fe en el misterio de tu Cuerpo y Sangre…”. De la fe que se va haciendo vida, nacerá la necesidad de Él, de su gracia, de su ayuda, de su amistad y finalmente la necesidad de no poder vivir sin Él.

        Esta celebración litúrgica no debe ser tan sólo el recuerdo del Misterio sino recobrar para nuestra vida cristiana lo que Cristo quiso que fuera su Presencia en la Eucaristía, que no es meramente estática sino dinámica en los tres aspectos de Eucaristía, misa-sacrificio, comunión y presencia. La Eucaristía fue instituida para ser pascua de salvación y liberación de los pecados del mundo, fue elaborada para ser alimento de la vida cristiana y permanece como intercesión ante el Padre y como salvación siempre ofrecida a los hombres.

        Queridos hermanos: si no adoramos la Eucaristía, es que en realidad no creemos en Cristo presente en la Hostia santa, no creemos que nos esté salvando y llamando a la amistad con Él, porque si creemos, la fe eucarística debe provocar espontáneamente sentimientos de gratitud y correspondencia, de aproximación y adoración. Si no adoramos, es que sólo creemos en un Cristo lejano, que cumplió su tarea y se marchó y ahora sólo nos quedan recuerdos, palabras, imágenes o representaciones muertas pero Él ya no permanece vivo y resucitado entre nosotros. Si creemos de verdad en su presencia eucarística, creemos en un Dios tan cercano, tan extremado en su amor que quiere vivir junto a nosotros para salvarnos. Y esto debe provocar en nosotros una respuesta de amor y correspondencia.

La fe y el amor a Cristo Eucaristía es el termómetro de nuestra fe en Jesucristo, y, a la vez, «la fuente que mana y corre, aunque es de noche» (por la fe) de nuestra unión con Dios, de nuestro amor y esperanza sobrenatural, de nuestra generosidad y vida cristiana, de nuestro compromiso apostólico, de nuestros deseos de redención y salvación del mundo, porque todo esto solo lo tiene Cristo, Él es la fuente y fuera de Él nada ni nadie puede darlo.

        A la luz de esta verdad examino yo todos los apostolados de la Iglesia, seglares o sacerdotales. Ponerse de rodillas ante Jesucristo y pasar largos ratos junto a Él es la verdad que salva o critica, que evidencia la sinceridad de nuestras vidas o la condena, que testifica la sinceridad de nuestro dolor por el pecado del mundo, de nuestros hijos, de nuestra sociedad y nuestra intercesión constante ante el Señor o la superficialidad de nuestros sentimientos; aquí se mide la hondura evangélica de nuestros grupos parroquiales, de nuestras catequesis y actividades y compromisos por Cristo en el mundo, en la familia, en la profesión. Este día del Corpus es <cairós>, el momento y la liturgia oportuna para renovar nuestra devoción a la Eucaristía como sacrificio, como comunión y como visita. Recobremos estas prácticas, si las hubiéramos perdido y potenciemos la visitas, los jueves eucarísticos, la Adoración Nocturna... todas las instituciones que nos ayuden a encontrarnos con Jesucristo Eucaristía, fuente de toda vida cristiana y Único Salvador del mundo.

        «El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras subsistan las especies del pan y del vino-, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

        Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf Jn 13,25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el «arte de la oración», ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!» (Ecclesia de Eucharistia 25).

        Quiero terminar con una estrofa del himno «adoro te devote...» «Señor, en la Eucaristía no veo tus llagas como las vio el Apóstol santo Tomás, pero, sin embargo, aún si verlas, yo hago la misma profesión de fe que hizo él: Señor mío y Dios mío. Haz, Señor, que crea cada día más y te ame más y ponga en Ti mi única esperanza... Oh Jesús, a quien ahora veo velado por el pan, ¿cuándo se realizará esto que tanto deseo en mi corazón? Verte ya cara a cara a rostro descubierto, para ser eternamente feliz contigo en tu presencia…” Amén.

 

37. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO  SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA

 

  QUERIDOS HERMANOS: Quiero empezar esta mañana del Corpus con esa estrofa del <Pange lengua> que cantamos hoy y muchas veces en latín en nuestras Exposiciones del Santísimo, y que quiero traducirla para vosotros: “Pange lingua gloriosi corporis mysterium...”: «Que la lengua humana cante este misterio: la preciosa sangre y el precioso cuerpo». Vamos a cantar, hermanos, a este Cuerpo glorioso que nos amó y se entregó por nosotros, que nació de la Virgen María, que trabajó y se cansó como nosotros, que padeció muy joven la muerte por nosotros y que resucitó y permanece vivo y glorioso en el cielo y aquí en el pan consagrado, en el silencio de los Sagrarios de nuestras iglesias; y a esta sangre que se derramó por amor al Padre y a nosotros, para hacer la Nueva y Eterna Alianza de Dios con los hombres en su sangre, el pacto de salvación que ya no se romperá nunca por parte de Dios.

        Vamos a cantar y dar gracias al Cuerpo de Cristo, del Hijo Amado del Padre, que ha sido vehículo y causa de nuestra redención. Vamos a adorarlo: “Tantum, ergo, sacramentum, veneremur cernui...” «Adoremos postrados tan grande sacramento», es el tesoro más grande y precioso que tiene la Iglesia y lo guardan en todos sus templos, porque la Iglesia es la esposa, y dice San Pablo, que “esposa es la dueña del cuerpo del esposo”, que es Jesucristo, eternamente presente y haciendo presente su amor y salvación, su entrega y su deseo de estar con los hijos de los hombres, de anticipar el cielo en la tierra para los que lo deseen, porque el cielo es Dios y Dios vivo y resucitado está en el pan consagrado.

        Fijaos bien, hermanos, en ese signo tan sencillo, en ese trozo de pan ha querido quedarse verdaderamente con todo su cuerpo, sangre, alma y divinidad el Hijo de Dios, la segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo y la Palabra eternamente pronunciada y pronunciándose por el Padre con amor de Espíritu Santo para los hombres, en un silabeo amoroso y canto eterno y eternizado de gozo y entrega total en el Hijo... Por eso dice la Biblia: “Realmente ninguna nación ha tenido a Dios tan cercano como nosotros...”.

        El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice: “El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión los escandalizó”: “Es duro este lenguaje, ¿quién podrá escucharlo?” La Eucaristía y la cruz siempre serán piedras de tropiezo para los discípulos de todos los tiempos. Sacrificio de la cruz y Eucaristía son el mismo misterio y no cesan de ser ocasión de división; ¿también vosotros queréis marcharos? Estas palabras de Jesús resuenan a través de todos los tiempos para provocar en nosotros la respuesta de los Apóstoles: “a quién vamos a ir, solo tú tienes palabras de vida eterna”.

        Nosotros, como los Apóstoles, le decimos hoy: Señor, nos fiamos de Ti y confiamos en Ti, queremos acoger en la fe y en el amor este don de Ti mismo en la Eucaristía, especialmente en este día del Corpus Christi. En primer lugar, como sacramento de la cruz, como sacrificio permanente de tu amor, perpetuado a través de los signos y palabras de la Última Cena. Dice el Vaticano II: «Nuestro Salvador en la Última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección...».

        Jesús dio la vida por nosotros cruentamente el Viernes Santo, pero anticipó, con su poder y amor, esa realidad salvadora, en la Eucaristía del Jueves Santo, mediante el sacrificio eucarístico, consagrando el pan y el vino, convirtiéndolos en su cuerpo y sangre y que ahora renovamos sobre nuestros altares, para hacer presente todos los bienes de la Redención.

Ante este misterio, nuestros sentimientos tienen que ser ofrecernos con Él al Padre en el ofertorio de la Eucaristía, para quedar consagrados con el pan y el vino en la Eucaristía por la invocación al Espíritu Santo en la epíclesis y después, al salir de la iglesia, como hemos sido consagrados y ya no nos pertenecemos, vivir esa consagración a Dios, cumpliendo su voluntad en adoración y amor extremo y total hasta dar la vida por los hermanos como Cristo en la santa misa.

        Este debe ser con Él nuestro sacrificio agradable a Dios. Esta es en síntesis la espiritualidad de la Eucaristía, lo que la Eucaristía exige y nos da al ser celebrada y comulgada; esto es participar de la Eucaristía “en espíritu y verdad”, no abrir simplemente la boca y comer pero sin comulgar con los sentimientos de Cristo.

Y así es cómo el que comulga o el que contempla o celebra la Eucaristía se va haciendo Eucaristía perfecta y consumada; así es cómo la Eucaristía se convierte para nosotros, según el Vaticano II, «en fuente y cumbre de toda la vida de la Iglesia», «es la cumbre y, al mismo tiempo, la fuente de donde arranca toda su fuerza…»; «es todo el bien espiritual de la Iglesia, Cristo mismo, en persona».

Queridos hermanos: La Eucaristía es la presencia viva de Cristo, el Corazón de Cristo en el corazón de la Iglesia Universal, en el corazón de sus templos católicos y en el corazón de todos creyentes.

        Una vez hecho presente el sacrificio de Cristo en el altar, la Iglesia lo hace suyo para ofrecerlo y ofrecerse a sí misma con Cristo al Padre, para ganar para sí y para el mundo entero las gracias de las Salvación, que encierra este misterio. Por eso, sin Eucaristía, no hay ni puede haber cristianismo ni seguidores ni discípulos de Jesús, ni santidad, ni vida ni nada verdaderamente cristiano.

        Un segundo aspecto de la Eucaristía, absolutamente importante y querido por Cristo y consiguientemente necesario para la Iglesia, es la comunión. En la intención de Cristo, al instituir la Eucaristía como alimento y en una cena, esto era directamente pretendido por el signo y por la intención: reunir a todos los suyos en torno a la mesa, para que coman el pan de vida eterna, el pan de la vida nueva de gracia, el pan del cielo.

 La comunión eucarística nos introduce en la participación de los bienes últimos y escatológicos: «La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf 1 Cor 11,26): «…hasta que vuelvas». La Eucaristía es camino y tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo (cf Jn 15,11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y «prenda de la gloria futura». En la Eucaristía, todo expresa la confiada espera: «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo». Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su totalidad.

        En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final del mundo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día” (Jn 6,54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre, entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila, por decirlo así, el «secreto» de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquia definía con acierto el Pan eucarístico «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661).

        Junto a las palabras de Cristo sobre la necesidad de comulgar para vivir su vida: “en verdad, en verdad os digo si no coméis la carne del Hijo de Hombre no tendréis vida en vosotros”, tenemos que poner la advertencia de Pablo: “Así, pues, quien come el pan y bebe el cáliz indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Examínese, pues, el hombre a sí mismo, y entonces coma del pan y beba del cáliz; pues el que come y bebe sin discernimiento, come y bebe su propia condenación. Por esto hay entre vosotros muchos flacos y débiles y muchos dormidos”.

          Qué valentía la de Pablo, qué claridad... Hay flacos y débiles entre los que comulgan porque realmente no comulgan con la vida de Cristo, sino que comen tan solo su cuerpo sin querer asimilar su vida, su evangelio, sus actitudes. Tendríamos que revisar nuestras Eucaristías, nuestras comuniones a la luz de estas palabras de Pablo y examinarnos para no comer indignamente el Cuerpo de Cristo. No basta comer el cuerpo de Cristo, hay que comulgar más y mejor con su amor, con sus sentimientos y actitudes.  

        Y ya para terminar, quiero citar unas palabras de Juan Pablo II, refiriéndose a la Eucaristía como presencia: «La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento de amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca nuestra adoración».

        Queridos hermanos: Jesús es la Salvación y el Camino, todos los días debemos revisar nuestra vida a la luz de la suya, todos los días debemos pasar a dialogar, consultar, orar y pedir ayuda, fortaleza, perdón de nuestros pecados. No concibo creer en Jesucristo y no visitarle con amor. Amor a Cristo y visita al Señor es lo mismo. En otra ocasión dirá el Papa Juan Pablo II: Poca vida eucarística equivale a poca vida cristiana, poca vida apostólica y sacerdotal, es más, vida en peligro. Lógicamente, vida eucarística abundante será vida rica en todo. Mucha vida eucarística es mucha vida cristiana, apostólica, sacerdotal. Es la que deseo y pido para vosotros y para mí. Amén.

38. PORQUE JUNTO AL SAGRARIO NOS HACEMOS CONTEMPORÁNEOS DE  CRISTO EN PALESTINA

 

        En el Sagrario está el mismo Cristo de Palestina, del Evangelio y del Cielo, ya resucitado. Es siempre el mismo y eternizado Cristo, salido del Padre, encarnado en el seno de la dulce Nazarena, de la madre fiel y creyente, María; el mismo que curó y predicó y murió y está sentado a la derecha del Padre, que está cumpliendo su promesa de estar con nosotros, hasta el final de los tiempos en todos los Sagrarios de la tierra.

        Nosotros, a veinte siglos de distancia, estamos ahora presentes y somos contemporáneos del mismo Cristo y podemos hablarle y tocarle como las turbas entusiasmadas de entonces, como la hemorroísa, para que nos cure; como la Magdalena, para que nos perdone; como el padre del aquel lunático, para que nos aumente la fe; como Zaqueo, para hospedarle en nuestra casa y sentir su amistad; como los niños y niñas de su tiempo, a los que tanto quería y abrazaba, como símbolos de la sencillez de espíritu, que debemos imitar sus seguidores, y recordando tal vez su propia infancia, tan llena de amor y ternura de José y María.

 Aquí está el mismo Cristo, no ha cambiado, a pesar de tanto desprecio y olvido por parte de los hombres. Es que son muchos los olvidos y abandonos que recibe de los hombres, es poca la reverencia y estima hacia su persona sacramentada de los mismos creyentes, incluso de los sacerdotes, como si el Sagrario fuera un trasto más de la iglesia, sin una mirada de amor y cariño, de agradecimiento. Y así años y años como ni no tuvieran fe en lo que celebran. Menos mal que es solo a veces. Menos mal que ya no puede sufrir porque lo sufrió todo antes. Menos mal que hoy sigue teniendo también como siempre amigos que lo miran, almas verdaderamente eucarísticas, sencillas o cultas, pobres o ricos, sacerdotes o laicos, siempre fieles cristianos, que lo adoran y se atan para siempre a la sombra de su Sagrario.

        Siento sinceramente estos desprecios al Señor en el Sagrario, porque Él está vivo, vivo y no ha perdido el amor ni la capacidad ni los deseos de transfigurarse ante nosotros, como lo hizo en el Tabor ante Pedro, Santiago y Juan, y convertirse así en cielo anticipado para los que le contemplan con fe y amor.

        Cristo en el Sagrario se entrega por nada. Basta un poquito de fe, de fijarse y pararse ante Él, porque está tan deseoso de trabar amistad con cualquiera, que se vende por nada, por una simple mirada de amor, por un poco de comprensión y afecto.

        Mi primer saludo, cada mañana, cuando vaya a una iglesia o a la oración, debe ser mirarle fijamente en el Sagrario y decirle: Jesús Eucaristía, yo creo en Tí; Jesucristo Eucaristía, yo confío en Ti; Jesucristo Eucaristía, Tú eres el Hijo de Dios; Oh Señor, nosotros creemos en Ti, te adoramos en el pan consagrado y nos alegramos de tenerte tan cerca de nosotros. Auméntanos la fe, el amor y la esperanza, que son los únicos caminos para llegar hasta Ti y unirnos por amor directamente contigo: “Señor, yo creo, pero aumenta mi fe”. “Señor, Tú lo sabes todo, Tú sabes que te amo”.

        Y cuando lleguen las noches de fe, las terribles purificaciones de nuestra fe, esperanza y caridad, cuando el entendimiento quiere ver y razonar por su cuenta porque en el fondo no se fía de tu palabra, y quiere probarlo todo y razonar todo: tu persona, tu presencia, tu evangelio, tus palabras y exigencias, incluso echar mano de exégesis y de teologías, la última palabra, el último apoyo es tu presencia eucarística, creer sin apoyos y lanzarse en pura fe, lanzarse a tus brazos sin sentirlos, porque no se ven ni se tocan ni sentimos tu aliento y cercanía, aunque Tú siempre está ahí esperándonos y nos das tu mano, porque quieres ayudarnos, porque para eso te quedaste en el Sagrario; pero en estos momentos no la sentimos, porque en esas purificaciones Tú quieres que me fíe totalmente de tu palabra, que me fíe solo de Ti: ¿Cómo Dios en un trozo de pan? ¿Y ahí el Dios creador de cielo y tierra? ¿Es razonable esto? Y Tú lo único que buscas es que me fíe solo de Ti, hasta el olvido y negación de todo lo mío y adquirido en teologías y exégesis, de todo apoyo humano y posible, de todo lo que yo vea y sienta, sin arrimos ni apoyo ni seguridades de nada ni de nadie, porque quieres darte totalmente, sin limitaciones de lo creado.

        Hasta los evangelios, en esas noches de fe, no dan luz ni consuelo ni certeza ni seguridad sensible; ¿Quién me asegura que sean verdad? ¿Por qué sufrir humillaciones, ser pobre y casto, cumplir los mandamientos? ¿Dónde está la verdad y la inspiración de lo divino? ¿Son puros escritos humanos? ¿Cristo en un trozo de pan? Es la noche de la fe, de creer y apoyarnos solo en Ti y en tu palabra aunque no la vemos realizada ni la sentimos en tu presencia eucarística, como si no hubiera nada, solamente pan, y el Sagrario, más que la morada del amigo, parece su tumba y sepulcro.

Estas crisis son inevitables y no son al principio; sino cuando alma quiere avanzar y el Señor quiere limpiar más nuestro corazón, cuando quiere de verdad entregarse totalmente y nosotros debemos prepararnos a su amistad vaciándnos totalmente de nosotros mismos para que Tú nos puedas llenar y sentirte y llegar al cielo en la tierra. Y entonces uno que ya vivía y quería vivir para Ti, se encuentra de golpe aparentemente sin fe, esto es lo que le parece al alma. Y pierde el sentido de su vida cristiana sin Ti y se encuentra perdido, como si hubiera perdido la fe, como si Te hubiera perdido , como si Tú no existieras. No te digo nada si esto te ocurre en un seminario o en un noviciado: ¿qué hago yo aquí? Son las noches del espíritu, de las purificaciones pasivas realizadas por el Espíritu Santo para purificarnos y no apoyarnos ya en nuestros razonamientos y criterios sino solo en Cristo, en la fe sobrenatural, en la misma visión de Dios que está  viniendo a nosotros y nos deslumbra, nos desborda  y ya solo debeos apoyarnos en Él por la fe y el amor purificados.

         Por si esto no fuera suficiente, y aquí está otra causa de la tiniebla, esta noche, estos interrogantes se plantean porque ha llegado el momento de la verdad, la hora del éxodo, de la conversión, de dejar la tierra, las posesiones, la parentela, los consumismos, los propios criterios, los afectos desordenados, los pecados, y esto cuesta sangre, porque ahora el Señor lo exige todo y lo exige de verdad, para ser sus amigos. “Si alguno quiere ser discípulo mío, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mt 16,24).

Hasta ahora todo había sido más o menos meditado, teórico, renuncias que debían hacerse, incluso predicadas a otros; pero ahora Cristo me exige la vida, y claro, como me amo tanto y esto me cuesta de verdad, antes de entregarme de verdad, exijo garantías: ¿Será verdad todo esto? ¿Jesucristo es Dios? ¿Dónde está Cristo ahora? ¿Llenará de verdad su evangelio y su persona? Y todo esto es sencillamente porque el Señor ha tomado parte en el asunto, quiere purificarme; pero de verdad. No como yo lo estaba haciendo hasta ahora, a temporadas y muy suavemente, sin echar sangre. Y ahora hay que derramarla como Cristo, para gloria del Padre y salvación de los hermanos. Y entonces es cuando los dogmas teológicos se plantean de verdad, no para enseñar a otros, discurtirlos, no; sino para vivirlos, para derramar mi sangre o no, para dar la vida o no por ellos, porque los creo

 ¿Estoy dispuesto a renunciar a la vida presente para ganar la futura? ¿Pero existe la futura? ¿Existe Dios? Porque mientras todo esto era en teoría, para enseñar, sacar títulos o predicar, no pasaba nada, pero en cuanto toca mi vida, igual que si toca mi dinero, entonces la cosa va en serio. Es mi vida, mi existencia. Y por aquí hace caminar el Señor a los que verdaderamente quieren unirse a Él, quieren ser santos, quieren vivir en plenitud el evangelio, y el camino siempre es la oración, podía decir que era la Eucaristía, pero no, es la oración o si quieres la oración eucarística. Y así cómo se pasa también y a la vez de una fe heredada o puramente teórica o apoyada en razonamientos nuestros o humanos a una fe personal y viva y experimentada.

         Esta situación ya durísima, se hace imposible, cuando además de la oscuridad de la fe, el amor y la esperanza, Dios permite que venga también la noche de la vida y nos visita el dolor moral, familiar o físico, la persecución injusta y envidiosa, la calumnia, por envidia, los últimos puestos, los desprecios sin fundamento alguno.

Y uno se pregunta: ¿dónde estás, Señor? ¿Cómo es posible que Tú quieras o permitas esto? ¿Por qué todo esto, Señor...? Sal fiador de mí. Pero Tú no respondes ni das señales de estar vivo, aunque estás ahí trabajando y purificándonos, totalmente entregado a tu tarea de podar todo lo que impida la amistad y el gozo pleno contigo, porque nos has amado y nos amas hasta el extremo de tus fuerzas, del amor y de la amistad; pero nosotros no comprendemos ni sabemos que tengamos que purificarnos tanto, ni por qué ni cómo ni cuánto tiempo, porque no nos conocemos.

        Y es precisamente entonces, cuando los sentidos y las criaturas se sienten más y vuelven a darnos la lata los afectos, la carne, las pasiones personales, porque ahora les ha tocado el hacha, en su raíz; pero de verdad. Y por eso echan sangre, porque antes los teníamos, pero no nos habíamos metido en serio con ellos. Ahora lo hace el Señor directamente y sin contemplaciones, lo quiere el Padre para hacernos totalmente hijos en el Hijo y dárnoslo todo con Él; pero antes de llegar a la resurrección y a la vida nueva de amistad con Él, hay que morir, pero de verdad, nada de romanticismo y literatura. Es el Getsemaní personal, tan verdad, tan verdad y tan duro, que muchos se despistan, les parece imposible que Dios quiera esto, y se echar para atrás, y por no encontrar a veces personas con esta experiencia, se alejan del camino que Dios les marcaba y serán buenas personas; pero no llegarán hasta estas altura que Dios les había preparado. Llegarán en el cielo, después del Purgatorio, como todos.

        Señor, échanos una mano, que nosotros no somos tan fuertes como Tú en Getsemaní, que te veamos salir del Sagrario para ayudarnos y sostenernos, porque somos débiles y pobres, necesitados siempre de tu ayuda. ¡No nos dejes, Madre mía! Señor, que la lucha es dura y larga la noche, es morir sin comprensión ni testigos de tu muerte, como tú, Señor, sin que nadie sepa que estás muriendo. Tú lo sabes bien, sin compañía sensible de Dios ni de los hombres, sin testigos del dolor y el esfuerzo; sino por el contrario, la mentira, la envidia, la persecución injustificada y sin motivos. Señor, que entonces te veamos salir del Sagrario, para acompañarnos en nuestro calvario hasta la muerte del yo, para resucitar contigo a una fe purificada, limpia de pecados y empecemos ya la vida nueva de amistad y experiencia gozosa y resucitada contigo.

 Queridos amigos, es mucho lo que el Señor tiene que limpiar y purificar en nosotros, si queremos llegar a la amistad total con Él, a la unión e identificación de amor con Él. Lo único que nos pide es que nos dejemos limpiar por Él para poder tener sus mismos sentimientos y actitudes y gozo y verdad y vida. Y lo haremos, con su ayuda; aunque nos cueste, porque “los sufrimientos de ahora no pesan lo que la gloria que un día se nos descubrirá” (Rom 8,18). En estas noches y purificaciones hay que “esperar contra toda esperanza”. Y es que hay que destruir en nosotros la ley del pecado que todos sentimos: “Así experimento esta ley: Cuando quiero hacer el bien, el mal es el que me atrae. Porque me complazco ante Dios según el hombre interior, pero experimento en mis miembros otra ley que lucha contra la ley de mi razón y me encadena a la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que lleva a la muerte? Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor” (Rom 7,23-25).

        Por todo esto, la necesidad de las noches del alma y de las purificaciones del entendimiento, de sus criterios puramente humanos; de la voluntad con sus afectos radicalmente desordenados, porque se pone a sí misma como centro en lugar de Dios; de la memoria, que solo sueña con el consumismo, con vivir y darse gusto al margen de la voluntad de Dios e incluso contra su voluntad. Es necesaria la noche y la cruz y crucificarse con Cristo para resucitar con Cristo a su vida nueva, para celebrar la pascua del Señor, la nueva alianza en su sangre y en la nuestra, el paso definitivo desde mi yo hasta Cristo, para vivir la vida nueva de amar a Dios sobre todas las cosas, de entrega a los hermanos sobre nosotros mismos, de no buscar el placer, el dinero, la soberbia, los honores y primeros puestos como razón de la propia existencia.

        Queridos hermanos, hay que purificarse mucho, Dios dirá, para llegar a la unión plena con Él, a la transformación total de nuestro ser y existir en Cristo, para que no sea yo sino Cristo el que viva en mí, para ser santos, para sentir a Cristo, para experimentarle vivo, vivo y resucitado: “Os ruego, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios. Este es vuestro culto razonable. Que no os conforméis a este siglo sino que os transforméis por la renovación de la mente, para que sepáis discernir la voluntad de Dios, buena, grata y perfecta” (Rom 12,1-2).

        Cristo, por la Eucaristía, nos llama a identificarnos con Él, a tener su misma vida y hacernos con Él una ofrenda agradable a la Santísima Trinidad, en adoración perfecta, hasta dar la vida, con amor extremo. Esto es cristianismo, vivir por Cristo, con Él y en Él, hacerse uno con Él, vivir su misma vida, con sus mismos afectos y actitudes, y esto exige cambios y conversión radical de nuestro ser y vivir. “Los que viven según la carne, no pueden agradar a Dios... Quien no posee el Espíritu de Cristo, no le pertenece” (Rom 8,8-10). «Para llegar a tenerlo todo, no quieras tener nada, para llegar a poseer todo, no quieras poseer nada«.

Las nadas de San Juan de la Cruz no son teorías pasadas de moda. Es la actualidad de toda alma que quiera llegar a la unión perfecta y total con Cristo: «Por tanto, es suma ignorancia del alma pensar podrá pasar a este alto estado de unión con Dios si primero no vacía el apetito de todas las cosas naturales y sobrenaturales que le puedan impedir, según mas adelante declararemos» (1S 5,2). «En este camino siempre se ha de caminar para llegar, lo cual es ir siempre quitando quereres, no sustentándolos; y si no se acaban todos de quitar, no se acaba de llegar» (1S 11,6).

 He leído muchas veces la primera carta de San Juan y me impresiona las repetidas y clarísimas veces que insiste en esto: donde hay pecado, no está ni puede estar ni vivir Dios. Por eso, la necesidad de quitar hasta las mismas raíces del pecado, para que nos llene la luz de Dios, que es vida amor:   “Todo el que permanece en Él, no peca, y todo el que peca no le ha visto ni le ha conocido” (1Jn 3,6). Y en su evangelio Cristo nos asegura: “Yo soy la Luz” “Porque todo el que obra mal, aborrece la luz, y no viene a la luz, por que sus obras no sean reprendidas. Pero el que obra la verdad viene a lu luz para que sus obras sean manifestadas, pues están hechas según Dios” (Jn 3 20-21).

        Ya dije anteriormente, que toda la devoción eucarística o la vida cristiana o la amistad con Cristo nos la jugamos a esta baza: la de la conversión permanente. Con otras palabras, las «noches» de San Juan de la Cruz. En cuanto yo empiezo a orar ante el Sagrario y quiero iniciar mi amistad con Jesucristo, a los pocos meses el Señor empieza a decirme lo que impide mi amistad con Él: el pecado. Tengo que mortificarlo, darle muerte en mí, se llame soberbia, envidia, genio, consumismo, castidad; si no quiero luchar o me canso, se acabó la oración, la amistad con Cristo, la vivencia eucarística, la santidad, la verdadera eficacia de mi sacerdocio o vida cristiana. Sí, sí, si llegaré a sacerdote, tal vez más alto, pero es muy distinto todo. Cuanto más alto esté en la Iglesia, mayor será mi responsabilidad. Es muy distinto todo: su vida, su palabra, su convencimiento, su misma eficacia apostólica cuando una persona ha llegado a esta unión.

 Y es muy triste no ver esto en las alturas de la Iglesia ni con la debida frecuencia. No son estos los cánones de selección. En el fondo, no nos fiamos de las Palabras de Cristo. Sin embargo, el Señor lo dice muy claro: “Yo soy la vid verdadera... mi padre el viñador; a todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto... permaneced en mí y yo en vosotros…sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,1-4).

 Es el Espíritu Santo el que iluminará purificando, unas veces más, otras menos, durante años, apretando según sus planes, que nosotros ni entendemos ni comprendemos perfectamente, sobre todo cuando nos está pasando, sólo después de pasado y en general, porque en cada uno es distinto, según los proyectos de Dios y la generosidad de las almas. Pero lo que está claro en los evangelio es que para conocer, para llegar a un conocimiento más pleno de Dios hay que ir limpiando el alma de todo pecado: “En esto sabemos que conocemos a Cristo: en que guardamos sus mandamientos”  (1Jn 2,3-6).

 

ÍNDICE

PRÓLOGO……………………………………………………………………………………………………. 5

ORACIONES EUCARÍSTICA…………………………………………………………………………....  9

1. ¿POR QUÉ LOS CATÓLICOS ADORAMOS A JESÚS EUCARISTÍA EN EL SAGRARIO?

 1.1. PORQUE ES CRISTO VIVO Y RESUCITADO, EL QUE ESTÁ EN EL CIELO…………………….19

1.2. PORQUE ES EL HIJO DE DIOS QUE SE HIZO CARNE Y PAN DE EUCARISTÍA……………..…21

1. 3. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO Y RESUCITADO…………………………… 22

1. 4. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ LA CARNE TRITURADA Y RESUCITADA

    PARA NUESTRA SALVACIÓN………………………………………………………………….   24

1.5. PORQUE «EN LA SANTÍSIMA EUCARISTÍA SE CONTIENE TODO EL BIEN DE LA IGLESIA.27

1.6. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CON LOS BRAZOS ABIERTOS…………………….31

1.7. PORQUE EL SAGRARIO ES TEMPLO Y  MORADA DE LA TRINIDAD EN LA TIERRA…..…. 32

1.8. PORQUE EN EL PAN CONSAGRADO ENCUENTRO A   JESUCRISTO, DULZURA DE MI FE...33

2.- PORQUE EN EL SAGRARIO ME ENCUENTRO CON EL CRISTO DE  LA HEMORROÍSA………35

3.-  PORQUE EN EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA “PARA ESTAR CON ÉL Y ENVIARNOS…”...39

4. PORQUE EL SAGRARIO CRISTO NOS ESPERA PARA EL ENCUENTRO DE AMISTAD……..…41

5. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA CONOCER Y AMAR A CRISTO……..46

6.- PORQUE EN EL SAGRARIO TENEMOS UN CARA A CARA CON CRISTO….48

7. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL CRISTO QUE CALMA LAS TEMPESTADES…….50

8. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA EL AMIGO DE MARTA Y MARÍA, QUE RESUCITÓ

   A SU HERMANO LÁZARO, PARA LIBRARNOS DE LA MUERTE ETERNA....…56

9. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MISMO CRISTO QUE SALVÓ A LA ADÚLTERA……….66

10. PORQUE EN EL SAGRARIO NOS ESPERA CRISTO PARA CURARNOS  DE NUESTRAS

     FALTA DE FE COMO A TOMÁS ……………………………………………………….……..65

1. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL CORAZÓN QUE MÁS AMA A LOS HOMBRES…..……74

12. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO EN INTERCESIÓN PERENNE

     POR SUS     HERMANOS, LOS HOMBRES……………………………………………..77

13. PORQUE EN EL SAGRARIO TENEMOS AL MEJOR MAESTRO Y MODELO

     DE ORACIÓN,     SANTIDAD Y APOSTOLADO………………………………………79

14. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES EL MEJOR PROFESOR

    DE SU PERSONA Y MISIÓN………………………………………………………………………86

15 PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO OFRECIENDO SIEMPRE SU VIDA

   POR SALVACIÓN DE SUS HERMANOS LOS HOMBRES………………………………88

16. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL SEÑOR DICIÉNDONOS: “ACORDAOS DE MI”………   91

17. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO CUMPLIENDO SU MISIÓN DE SALVACIÓN

     HASTA DAR LA VIDA CON AMOR EXTREMO………………………………………..96

18. PORQUE EN EL SAGRARIO LE DICE AL PADRE: “AQUÍ ESTOY PARA HACER   TU VOLUNTAD”…………………………………..99

19. PORQUE EL SAGRARIO NOS REVELA: “TANTO AMÓ DIOS AL MUNDO QUE ENTREGÓ     A SU PROPIO HIJO ………………………106

20. PORQUE EL SAGRARIO ES LA MEJOR ESCUELA PARA SEGUIR  Y AMAR A CRISTO……..114

 21. PORQUE «NADIE PUEDE COMER ESTA CARNE SIN ANTES ADORARLA.......…..115

22. PORQUE EN EL PAN EUCARÍSTICO ESTÁ EL AMOR DEL PADRE AL HIJO Y DEL HIJO AL PADRE ABRAZÁNDONOS EN AMOR TRINITARIO……….……..121

23. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ JESUCRISTO, PAN DE VIDA ETERNA……………………..123

24. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES FUERZA Y SABIDURÍA DE DIOS……………...126

25. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ CRISTO VIVO Y RESUCITADO, ÚNICO SACERDOTE  Y   VÍCTIMA DE SALVACIÓN……………………………………………….129

 26. PORQUE EL SAGRARIO PREDICA A CRISTO “DE UNA VEZ PARA SIEMPRE” ……..….131

27. PORQUE  DESDE EL SAGRARIO CRISTO NOS ESTÁ DICIENDO: “AMAOS LOS UNO

      A LOS OTROS COMO YO OS HE AMADO”………………………………………..…133

28. PORQUE CRISTO DESDE EL SAGRARIO NOS INVITA A VIVIR SU MISMA VIDA…………..139

29. PORQUE EL CUERPO EUCARÍSTICO DE JESÚS  TIENE SANGRE DE MARÍA MADRE  ……144

30.- PORQUE EL CUERPO MUERTO Y RESUCITADO DE CRISTO TIENE AROMA DE MARÍA,

“QUE ESTUVO JUNTO A LA CRUZ”, Y JUNTO AL SAGRARIO SIENTO SU ALIENTO DE MADRE: “HE AHÍ A TU HIJO… HE AHÍ A TUMADRE”…………… .152

31. PORQUE MARÍA FUE EL PRIMER SAGRARIO DE CRISTO EN LA TIERRA, MADRE DE

      LA EUCARISTÍA Y ARCA DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA………………………………  162

32. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES LA  PRESENCIA DE CRISTO ENTERO Y COMPLETO EN LA TIERRA  …………………………….………………. 167

33. PORQUE EN EL SAGRARIO ESTÁ EL MEJOR AMIGO Y  SALVADOR DE LOS HOMBRES….171

34. PORQUE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA ES UNA ENCARNACIÓN PERPETUA

     QUE PROLONGA EL MISTERIO COMPLETO Y TOTAL DE CRISTO……… 175

35. PORQUE EL SAGRARIO ES PRESENCIA AMOR DE CRISTO“HASTA EL EXTREMO” ………..178

36. PORQUE CRISTO EUCARISTÍA ES EL «MONTE DE PIEDAD»DE LOS CATÓLICOS……….…182

37. PORQUE JESUCRISTO EN EL SAGRARIO ES  SACERDOTE ÚNICO Y EUCARISTÍA PERFECTA….…186

38. PORQUE JUNTO AL SAGRARIO NOS HACEMOS CONTEMPORÁNEOS DE  CRISTO  EN PALESTINA………………………………………………………………………...…191

39.-ESPIRITUALIDAD DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA:

1. LA ESPIRITUALIDAD Y PASTORAL DE LA  ADORACIÓN EUCARÍSTICA…………………….199

2. LA ESPIRITUALIDAD Y VIVENCIA DE LA PRESENCIA EUCARÍSTICA:

      SENTIMIENTOS Y ACTITUDES QUE SUSCITA Y ALIMENTA………………..204

3.1  LA PRESENCIA EUCARÍSTICA DE CRISTO NOS ENSEÑA MUCHAS COSAS:

    “Y CUANTAS VECES HAGAIS ESTO, ACORDAOS DE MI”……….…………….207

3.2. UN SEGUNDO SENTIMIENTO…………………………………………………………...109

3.  3. OTRO  SENTIMIENTO……………………………………………………………………..….210

3. 4. EN EL “ACORDAOS DE MÍ”…………………………………………………………………211

3. 5. YO TAMBIÉN, COMO JUAN…………………………………………………………….…213

3. 6. LA EUCARISTÍA COMO APOSTOLADO DE ORACIÓN Y OFRENDA DE INTERCESIÓN…..216


[1]J. ESQUERDA BIFET, San Juan de Ávila, Escritos Sacerdotales, BAC minor Madrid 1969, pgs. 143-44.

2Ibid. pag. 145.

3Ibid. pag.147.[1]

 

4 Ibid. pag. 149).

5Ibid. pag 193

 

[5]

[6] Cfr. CONCEPCIÓN GONZÁLEZ, La adoración eucarística, Madrid, 1990

 

[7] Liturgia de la Horas, IV, pags. 1370-1373 (Libro 2,23,1.3.5.8.10: SCh 139,330-340).

[8]Liturgia de la Horas, IV, pp.408-410 (Oración 2: Revelationum S. Birgittae libri, 2, Roma 1628).

 

Martes, 23 Mayo 2023 09:19

BENITO BAUR . O.S.B. SED LUZ

 

 

 

 

 

BENEDIKT BAUR, O.S.B.

Archiabad

 

EN LA INTIMIDAD

CON DIOS

 

PENSAMIENTOS PARA LAS HORAS DE RECOGIMIENTO

 

La presente traducción, hecha sobre la segunda edición italiana de- Nell'intimitá con Dio, publicada en 1952 por Orbis Catholicus, de Roma, y sobre la cuarta alemana de 5/(7/ mil Gott: Gedanken für die Studen der Einkehr, publicada en 1951 por Verlag St. Andreas, Krefeld-Tréveris (Alemania), ha sido totalmente revisada de acuerdo con la quinta edición alemana, publicada en 1957 por esta última editorial Primera edición 1954 Séptima edición 1964.

 

NIHIL OBSTAT: El censor, SERAFÍN ALEMANY VENDRELL, C.O. IMPRIMASE: Barcelona, 26 de abril de 1954 + GREGORIO Arzobispo-obispo de Barcelona Por mandato de Su Excia. Rvma. ALEJANDRO PECH, Pbro., canciller-secretario

 

© Editorial Herder S. A.,

Barcelona (España) 1960

N.° Reg. 3195-60

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ÍNDICE

A modo de introducción……………………………………………… 7

Prólogo a la cuarta edición alemana………………..……….. 9

Prólogo a la quinta edición alemana ……………………..……9

 

I. Nuestra vocación

 1. Estamos destinados por Dios a participar

de su vida divina y a compartirla……………………….………11

 2.Estamos destinados por Dios a vivir  vida divina…18

 

II. Para Dios 31 1. El hecho : vivimos para Dios…..… 32

2. ¿ Qué encierra esta «vida para Dios» ? ……………….35

 

III. Sed perfectos………………………………………………..……..41

1. Sed perfectos……………………………………………………….. 42

2. Cuándo somos perfectos………………………………………. 47

 

IV. La purificación del corazón ………………………...………54

1. El porqué de la purificación del corazón……..……… 55

2. El camino de la purificación del corazón………...…. 58

 

V. El pecado……………………..…………………………………….. 63

1. Hemos pecado……………………………………………….….. 64

2. i Qué hemos hecho al pecar?.............................66

VI. El pecado venial………………………………….……....………72

1. Formas del pecado venial…………………………..…...…..73

2. Cómo combatir eficazmente el pecado venial .…..77

 

VII. El enemigo………………………………………………………… 84

 1. Qué es el amor propio……………………………………….. 85

2. Cómo se vence el amor propio……………………………. 92

 

 

VIII. La práctica de la virtud cristiana…………….……… 101

1. Sentido íntimo de la virtud cristiana .………..…….. 102

2. Leyes de las virtudes cristianas………………...………106

 

IX. Las tentaciones ………………………………………….….….113

1. Qué es la tentación…………………………………………... 114

2. Nuestra conducta en la tentación ……………......... 118

 

X. Las imperfecciones ………………………………………….….123

1. Obramos frecuentemente con imperfección…... . 124

2. Importancia de las imperfecciones………..……….….128

 

XI. La humildad…………………………………………………...... 133

1. Qué es la humildad cristiana………………..………….. 133

 2. Por qué debemos ser humildes…………………..….. 138

3. Cómo llegar a la humildad …………………....……..…..144

 

XII. La oración……………………………………………..…….…… 152

1. Por qué debemos orar……………………………….………. 152

2. Sentido de la oración cristiana………….……….…….. 160

 

XIII. La oración

(continuación)…………………….……………………………..….. 167

 1. i Qué es orar? …………………………………………………...168

2. El hábito de oración…………………………………..…….. 171

 

XIV. La santa misa………………………………..………..…… 179

Idea del sacrificio eucarístico………………………………… 179

 

XV. La santa misa (continuación)……….…………………. 189

La realización de la idea de sacrificio

en nuestra asistencia a la santa misa……………...…… 189

 

XVI. La vida interior…………………………....…………..…… 200

1. Qué es la vida interior …………………………….………….201

2. Cómo conciliar actividad y vida interior ……….……206

 

XVII. La santa voluntad de Dios…………………..………. 210

1. La voluntad revelada de Dios ……………………..………211

2. El beneplácito de Dios………………………………...……. 215

 

XVIII. Nuestra unión con Cristo………………………..…… 222

1. En Cristo Jesús……………………..…………………………… 223

2. Consecuencias de nuestro estar con Cristo….….. 228

 

XIX. El amor al prójimo…………………………….……….... 236

1. Formas de la caridad……………………………....…..….. 237

2. Importancia de la caridad fraterna…………………… .242

 

XX. El santo amor de Dios……………………………………. 250

1. El mandamiento del amor…………………………….….. 250

2. Los frutos del amor de Dios en el alma ……….... 253

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

A modo de introducción

 

«Dos son las finalidades que puede perseguir un libro y ambas influyen en su estilo. Una consiste en producir en el lector cierta impresión mientras dura la lectura; la otra, en traer a la memoria determinadas verdades, del modo más adecuado para que queden bien grabadas. El presente volumen ha sido escrito con este fin, y, por eso, he preferido proceder con la máxima brevedad compatible con la claridad de exposición, teniendo en cuenta la amplitud del tema y lo mucho que .éste se presta a los equívocos.»

Repito aquí estas palabras del P. W. Faber en su preciosa obra El progreso espiritual, porque creo que se pueden aplicar al presente trabajo. Y puedo añadir con el mismo P. Faber: «a buena parte de las páginas de este libro se ha aplicado fielmente la máxima nonum prenvatur in cunnum (debe madurar durante 9 años)».

Lo que aquí presento al lector ha ido madurando y agrupándose en el transcurso de muchos años. Los pensamientos que propongo a las almas sedientas de perfección para que los mediten, fueron base de nume-rosos ejercicios predicados en diversos sitios; la mayoría de ellos aparecen en los últtimos años de la revista «Das fnnere Leben» (La vida interior). Cediendo a numerosos ruegos para que publicara todos los artículos refundidos en un solo 1ibro, los he reelaborado agrupándolos a fondo en torno a una idea directriz. Es así como los transmito a 1as almas que sinceramente se afanan en el perfeccionamiento de su vida interior. i Sean, pues, para todas ellas, fuentes de luz y de fervor y gúia en la práctica de un fecundo y sereno ascetismo!

 

Beuron, febrero de 1938.

BENEDIK BAUR O. S. B. Archiabad

I

NUESTRA VOCACIÓN

 

«Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que ha querido que nos llamemos hijos de Dios, y lo somos.» i Ioh 3, i

 

1. Estamos destinados por Dios a participar de su vida divina y a compartirla con Él

 

¿Qué quiere Dios de nosotros? ¿Cuáles son sus planes sobre mí? ¿Cuál es el verdadero sentido de nuestra vida como hombres y como cristianos? He aquí la cuestión fundamental.

Sólo la revelación sobrenatural, sólo Dios mismo nos puede dar respuesta segura e infalible a esta pregunta; nos la da en cada página del Antiguo y Nuevo Testamento de la sagrada Escritura. Todas ellas tratan del magno tema de la inefable grandeza de nuestra vocación y destino a participar de la infinitamente sublime, rica y beatificante vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu. El íntimo sentido de nuestra vida se eleva hasta lo infinito por encima de la esfera propia de nuestra naturaleza humana, con todas sus aspiraciones y facultades. Dios nos ha destinado por la gracia «a huir de los placeres corrompidos del mundo y a ser partícipes de la naturaleza divina» (2 Petr i, 3-4) y, por lo tanto, de la vida divina, que compartimos verdadera y realmente, si bien en forma misteriosa, limitada, y cuyo desarrollo inicia11 mos ahora aquí en la tierra para poder completarlo después en el cielo.

«Yo he venido», nos asegura el Hijo de Dios hecho hombre, «para que tengan vida y la tengan abundante» (loh 10, 10). I,a vida que Cristo quiere darnos es la vida de Dios; la vida que el Hijo recibió, al encarnarse, en su naturaleza humana y que constantemente difunde sobre los suyos, de modo misterioso, a través de los sacramentos. «De su plenitud todos recibimos» (loh 1, 14).

«Dios es amor». Y el amor le impulsa a compartir sus riquezas, sus bienes, en una palabra, toda su vida con el hombre, con el polvo, con la nada.

Éste es el distintivo de todo el que es verdaderamente bueno, noble y generoso: sentir un irresistible impulso a difundirse en otro ser para hacerlo rico, grande y feliz. Tuvo, pues, Dios un sublime proyecto que quiso realizar en mí, al trazarme determinada ruta en la vida y asignarme determinado número de años para recorrerla : todas y cada una de las cosas de mi vida tienden a un solo objetivo : mi elevación al plano de la vida divina, en orden a coposeerla y con vivirla.

Al hablar de coposesión y convivencia, no lo hacemos pensando que vayamos a ser iguales a Dios, dejando así nuestra condición de criaturas. Ni tampoco figurándonos que haya de injertarse en nosotros una parte del ser o de la vida de Dios, que de este modo se convertiría en algo propio nuestro. Ni siquiera pensando que podríamos vivir esa vida divina con su misma plenitud infinita, o como la vive el Verbo, engendrado de la sustancia del Padre y consustancial con el mismo. Lo que queremos decir es que Dios, por la fuerza de su caridad, infunde en nosotros un algo — la gracia santificante — por la que obtenemos una pureza, belleza y santidad limitadas, pero que, en realidad, son propias de la esencia divina y que sólo a ella corresponden esencialmente. Convertida en semejante a Dios un alma así dotada, podemos llamarla, con el lenguaje de los Padres de la Iglesia, «divina» y «deiforme», ya que es reflejo de aquella magnificencia, hermosura, santidad y plenitud que distingue a Dios de todo lo creado y le coloca a un nivel infinitamente elevado sobre cuanto no es Él.

Cuando la vida divina se difunde por nuestra alma, nos pasa algo así como al hierro: el hierro que se pone al fuego, sigue siendo hierro, pero va perdiendo la dureza y color naturales, para ir adquiriendo, en cambio, el brillo, el ardor y la energía que son propios del fuego y no del hierro. En virtud de la gracia santificante adquiere el alma una cualidad nueva, algo que sobrepuja en mucho a su naturaleza, algo gracias a lo cual se transforma en imagen de Dios, en «deiforme» o semejante a Dios, y adquiere la capacidad de convivir la vida de Dios en forma perfecta, aunque limitada. A pesar de que este algo, nuevo y superior, es también creado y del todo diverso de la vida de Dios, basta para elevarnos altísimamente sobre nuestra naturaleza humana, incluso sobre la naturaleza angélica, y hace que podamos entablar relaciones totalmente insospechadas con Dios, con nosotros mismos, con el prójimo, las cosas todas y la vida.

En este sentido y sólo en éste hay que entender la frase «vida divina en nosotros». Nosotros, los hombres, podemos y debemos ser copartícipes de esta vida divina; nosotros que, por causa del pecado original, somos «hijos de la ira» (Eph 2, 3), «vasos de ira aptos para la perdición» (Rom 9, 22) y que, sin embargo, la benignidad infinita de Dios los transforma en «vasos de misericordia, haciendo ostentación de las riquezas de su gloria sobre los que han sido destinados por Él a la misma» (Rom 9, 23).

 L,os hombres participamos de la vida divina en la gloria eterna de los cielos. Allí será realidad eterna y beatificante lo que nos está prometido -. «He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado» (Ap 21, 3-4). Como dice el Concilio Vaticano, «Dios, en su bondad infinita, ha destinado al hombre a participar de los dones divinos, que superan toda inteligencia humana» (sesión 3, cap. 2).

Dios ha plasmado sabiamente nuestra naturaleza humana de tal forma que, siempre y en todo lugar, el deseo ardiente de nuestro espíritu y de nuestro corazón tiende al infinito, a lo eterno, y no encuentra su sosiego más que en Él. Nuestro espíritu reclama su saber sin límites, nuestro corazón exige un amado que le pueda saciar para siempre y le haga eternamente feliz : nuestros transitorios goces terrenos aspiran a desembocar en una beatitud sin fin. Lo que de más notable hay en el hombre tiende a amplitudes y profundidades infinitas: en último término a la coposesión de la vida divina.

En la vida eterna que nos aguarda en el cielo, «desaparecerá todo lo que es imperfecto» (1 Cor 13, 14 10); entonces sí que tendremos «vida, y vida abundante» (Ioh io, 10), «seremos semejantes a Él» (1 Ioh 3, 2), poseeremos la vida de modo parecido al suyo, no ya como aquí en la tierra, sólo como un momento parcial y fugaz de nuestra existencia, sino para siempre, en su fuerza y plenitud indivisas, igual que Dios la posee simultánea y enteramente por eternidad de eternidades.

 Las potencias de nuestro espíritu se verán penetradas, transformadas e iluminadas por una nueva luz, luz que se enciende al contacto con la llama de la divinidad y, una vez encendida, sigue brillando eternamente en toda la plenitud de su fuerza y de su ardor. Por medio de esta luz abrazaremos de una sola ojeada al infinito, sus profundidades insospechadas, sus ilimitadas amplitudes. L,o veremos «tal cual es» (1 Ioh 3, 2) : sin velos, claramente, en un acto de visión único y eterno. No como aquí en la tierra, paso a paso, en continuo forcejeo desasosegado, en constante tantear, incierto siempre, siempre afanoso, intranquilo, insatisfecho, sino con plenitud eternamente perfecta. Nuestro espíritu participará entonces de la sublimidad y perfección de la visión divina y concluirá ya para siempre nuestra dolorosa tarea de amor fragmentario. Seremos absorbidos por la llama del amor divino y nos veremos cautivados por él.

 Amaremos en un acto eterno de caridad, único ininterrumpido, semejante al de Dios. Al contacto con la llama del amor divino se habrá renovado el nuestro a imitación del suyo : amaremos con fuerza serena y entera todo lo es de Djos, todo lo que Él encierra dentro de sí y todo lo que Él ama amorosamente y ha sido creado por Él. 15

 ¿Quién puede comprender lo que Dios quiere hacer de nosotros, los hombres, y lo que hará, a pesar de nuestra absoluta indignidad ? L,o único que podemos hacer es asombrarnos y prorrumpir en una continua acción de gracias: esto es, también, lo que haremos eternamente en la otra vida, en los goces del cielo a los que Dios nos tiene destinados.

También aquí en la tierra tenemos el inestimable privilegio de compartir la vida divina; pues «así como el padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hijo el tener vida en sí mismo» (Ioh 5, 26), la misma vida que tiene el Padre. Procedente del Padre, el torrente de vida divina se derrama sin límites, en plenitud increada e incesantemente en el Hijo, en el Verbo, que es «Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero». Al hacerse hombre encarnándose, el torrente inmenso de vida divina ha irrumpido en el mundo creado, y, en primer lugar, en la naturaleza humana asumida por el Hijo de Dios en el seno de la Virgen. «Lleno de gracia y de verdad, y de su plenitud todos hemos recibido» (Ioh 1, 14-16).

El eterno Hijo de Dios, en virtud de la aceptación de la naturaleza humana, se ha convertido para nosotros en una especie de vid, como Él mismo se designa : «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto» (Ioh 15, 5). El sarmiento recibe en sí la vida que de la vid se difunde; del mismo modo recibimos nosotros, los sarmientos, la vida de Cristo, si nos incorporamos a ÉL Y no hemos de temer que nuestra vida natural, humana, vaya a extinguirse en esta unión vital con Cristo, antes al contrario, se verá irrigada por su vida y sumergida en su plenitud y feracidad. De este modo nuestra vida sobrenatural será tan sublime, tan pujante y tan fecunda, que descollará inconmensurable sobre todas las grandezas meramente humanas y sobre todos los valores naturales.

El Hijo de Dios se hizo hombre y se inmoló en la cruz precisamente para que pudiéramos participar de la vida divina. «Porque tanto amó Dios al mundo, le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Ioh 3, 16). Participamos de esta vida divina uniéndonos a Cristo, incorporándonos a Él por la fe y por la recepción del sacramento del santo bautismo. El bautismo es un renacimiento (1 Petr 1, 23), un nacimiento «según Dios, que no según la carne» (Ioh 1, 13; 1 Ioh 3, 9). Los bautizados somos una «nueva criatura» (Gal 3, 10; 2 Cor 5, 47), un «hombre nuevo» (Eph 4, 24; Gal 3, io), copartícipes de la vida divina que nos ha sido infundida, «hijos de Dios» (1 Ioh 1, 12). Lo que en el bautismo se inició, va desarrollándose en constante crecimiento hacia la perfección por medio del sacramento de la santa eucaristía. En ella viene a nosotros el Señor en persona, como Dios y como hombre. «He venido para que tengan vida, y la tengan abundante.» Todos los días quiere saciarnos de su vida, para introducirnos así cada vez más profundamente en su intimidad e identificarnos con su manera de pensar y querer, con sus juicios y su amor, su oración y su constante oblación, de modo que, poseyendo su vida, podamos llegar a decir, sin temor a engañarnos, «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». La santa eucaristía es «el pan de Dios que bajó del cielo y da la vida al mundo» (Ioh 6, 33). <¡El que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá la vida eterna y yo le resucitaré el último día» (Ioh 6, 48; 51, 54).

Lleños de santa admiración, meditemos el sublime misterio de haber sido llamados y elegidos para participar de la vida divina; nada más grande podía ni puede dársenos. ¿Qué significa la vida puramente natural y humana, tanto la corporal como la espiritual, frente a esta vida divina ? ¿ Qué son el talento, el genio, la ciencia, los bienes terrenos, el favor y la estima de los hombres, la salud, la fuerza física o la del espíritu, el prestigio, el poder y cuanto la vida terrena puede brindarnos ? ¡ Qué pena sería que no conociéramos el don de Dios, que no lo estimáramos en su justo valor!

Sólo Dios puede saber cuántos son los que prefieren trocar el único bien verdadero, la participación de la vida divina, por un bien terreno, pasajero, vano. «¡ Señor, perdónalos, que no saben lo que hacen !»

 

2. Estamos destinados por Dios a convivir su vida divina

 

Realmente, somos copartícipes de la vida de Dios, aunque de modo limitado, creado. Esta coparticipación de la vida divina nos impulsa y obliga a apropiárnosla, a realizarla en nosotros, imitándola, en convivencia con Dios, ya que sólo participamos, en realidad, de la vida divina cuando la convivimos simutánea e íntimamente con Él- Es decir obtenemos esa participación por la unión de nuestro espíritu con Dios, y u n espíritu sólo se une con otro por la ejecución en común de sus actos vitales.

 Con esta reflexión se nos descubre un nuevo horizonte y otra excelencia de nuestra vocación: en la participación de la vida divina, se trata nada menos que de asimilar el modo de pensar, saber, querer, amar propio de Dios, y así convivir con Él ; se trata de obrar siempre de tal forma que nos unamos continuamente a la obra de Dios, que vive en nuestra alma. Unión, por supuesto, a modo humano y limitado, en absoluta subordinación á Dios y en completa y libremente consentida sumisión a su voluntad.

Convivir la vida de Dios, compartir su modo de pensar y de amar, ejecutar de común acuerdo los planes divinos, ¡ qué grandeza! Nuestra vida no se mueve ya dentro del corto plano de los criterios, juicios, aspiraciones y acciones meramente humanonaturales; se convierte en vida «sobrenatural», vida elevada a un nivel infinitamente superior al de toda vida puramente humana y que se va acercando de un modo gradual a la infinitamente rica y potente vida de Dios. Éste, que vive y obra en el alma así agraciada, la llena de su luz, de su pureza, de su aversión a todo lo impuro y lo malvado, de sus pensamientos, de su poder, de su amor y de su felicidad. Y así el alma se hace «deiforme», imagen pura y brillante de Dios, manifestación e irradiación de la vida de Dios, no ya solamente en su misma sustancia, sino en su modo de pensar y de amar, en sus sentimientos, en toda su conducta. Éste es el secreto de nuestros santos; ellos sí que lo entienden bien y han plasmado en sus vidas con la gracia de Dios la vida, los sentimientos y los designios divinos que han experimentado en el santuario íntimo de sus almas.

Éste es el excelso cometido para el que hemos sido llamados: convivir la vida del Dios santo, fuerte e inmortal. ¡Convivir la vida de Dios! Para eso desciende a nuestras almas el Dios infinito, Padre, Hijo y Espíritu Santo, estableciendo en ella su tienda y su morada. ¡ Somos habitación de Dios! «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a Él y en Él haremos morada» (Ioh 14, 23). En efecto, Padre, Hijo y Espíritu Santo habitan en el alma que posee la gracia santificante, y viven en ella la misma vida santa, rica y feliz que en el cielo : el Dios santo y amoroso se entrega al alma, la penetra, la abrasa, la aviva con la plenitud de su luz, de su poder y de su santidad, la atrae al seno de su propia vida juntamente con todo el complejo de sus potencias y sus acciones. No puede menos, el alma, de convivir con gozo y con entera, pero libre, entrega personal y amorosa, la misma vida que Dios vive en su intimidad infinita. Así se ve cada vez más y más dominada y transformada por el torrente de la vida divina. Se va elevando progresivamente sobre el plano meramente natural y humano, dejando atrás su impotencia, su estrechez de miras, su apego a lo vil, a lo efímero, a lo pasajero. Se va despegando de esa difícil atadura del amor desordenado al «Yo», de la afición a las cosas, acomodándose progresivamente a las exigencias de la vida de Dios, y su vida se convierte en deiforme, en vida santa.

Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, vive ante nosotros esa vida divina en forma visible, intuitiva, asequible, humanizada.

Lo que piensa y quiere, hace y omite, su oración y su sacrificio, sus obras y su doctrina, todo constituye 20 la manifestación de la vida divina en forma humana entre nosotros y para nosotros, los hombres. Por eso nos dice el Padre : «Oídle» (Mt 17, 5) ; por eso el Señor nos íntima, agrupándonos en torno suyo: «Aprended de mí» (Mt 10, 29). Dios vive ante nosotros su vida divina en la persona de Cristo. El que vive con Cristo la vida divina, tiene que elegir, como Él, la pobreza, la sumisión a la voluntad ajena, el empequeñecimiento, la humillación ante los hombres, la privación, la cruz, la vida retirada de silencio y de oración; en una palabra, justamente lo que el hombre natural rehuye y se esfuerza en alejar de sí por todos los medios. «Aprended de mí.»

Nuestra sublime vocación es «conformarnos con la imagen de su Hijo» (Rom 8, 29), «revestirnos del Señor Jesucristo» (ibid. 13, 14), para que «así como llevamos la imagen del hombre terreno, llevemos también la imagen del hombre celestial» (1 Cor 15, 49).

Cuanto más realicemos en nosotros la imitación de Cristo, tanto más viviremos la vida divina y seremos «deiformes», semejantes a Dios. De aquí que la imitación de Cristo ocupe el centro de la vida y la aspiración cristiana, como ejemplo y módulo de nuestra posibilidad de convivir la vida de Dios en nuestro carácter de criaturas humanas y de alcanzar la perfección.

Para que de hecho vivamos esta vida divina y podamos dar un valor divino a nuestras acciones, fatigas y preocupaciones cotidianas, Cristo, nuestro Señor, nos admite a la comunión de vida consigo y nos transforma en miembros de su cuerpo, sarmientos de la vid que Él es. «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» (Ioh 15, 5-6).

Con este fin de hacernos convivir su vida divina, Cristo nos ha incorporado a sí en el santo bautismo, y refuerza esta incorporación en cada comunión que recibimos, otorgándonos fuerza para superar las maneras de pensar, sentir y obrar puramente naturales y humanas, y manteniéndonos en la convivencia y prolongación de su vida, lo mismo que la vid hace con el sarmiento.

Además, en el santo bautismo nos ha infundido Dios, a la vez que la gracia santificante, todas las virtudes sobrenaturales: las tres virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, y las cuatro virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, y, en perfecta trabazón con ellas, toda la compleja serie de las demás virtudes sobrenaturales, que forman la corte de la gracia santificante, como la virtud de la veneración de Dios, la humildad, castidad, paciencia, obediencia, etc.

Estas virtudes sobrenaturales, que son al principio delicadas semillas, echan sus raíces en nuestra alma y se desarrollan hasta convertirse en disposiciones habituales, mediante las cuales podemos apartar de nosotros, con cierta naturalidad y seguridad, todo lo malo, y comprender y soportar la vida cotidiana con sus pequeneces, los hombres, las obligaciones, los sinsabores y sufrimientos, casi por nuestra cuenta y apoyados en nosotros mismos. Todo esto lo hacemos de un modo que contrasta con los juicios, sentimientos y vivencias del hombre mundano; lo hacemos de un modo semejante al divino: como Él ve, juzga, piensa y valora las cosas y los hombres, sus pensamientos, sus intenciones y sus obras, o sea de un modo <sobrenatural».

 Por eso es fundamentaría virtud de la santa fe. Por la fe nos elevamos infinitamente sobre la capacidad y la luz de la razón natural. La fe ilumina sobrenaturalmente la razón, prestándole las fuerzas necesarias para identificarse con los juicios y criterios de Dios y poder verlo todo, si se admite esta expresión, con los mismos ojos de Dios. Por la fe nuestro espíritu se vincula tan íntima y estrechamente con el Espíritu de Dios, que asimila el modo de pensar, juzgar y saber divinos, su sublimidad, certeza y verdad. El acto de fe excede toda potencia racional natural y humana : es un acto (¡sobrenatural» de participación en el saber divino, un ver con los ojos de Dios, un juzgar y valorar a tenor de las medidas de Dios. Por esto, es la fe, y sólo ella, la que está en grado de admitir y comprender teóricamente las bienaventuranzas del sermón de la montaña, y, si llega a ser viva, también prácticamente : la bienaventuranza de los pobres de espíritu, de los mansos, de los tristes, de los pacíficos, de los injuriados, desterrados, perseguidos por amor a Cristo. La fe nos suministra una actitud frente a las cosas y a los acontecimientos, un enjuiciamiento y valoración de los mismos, que jamás podría por sí solo obtener el pensamiento puramente natural, y que por eso mismo parece, ante la consideración de los hombres meramente racionalistas, algo totalmente irracional y antinatural, que debe rechazarse.

La segunda virtud fundamental es la virtud sobrenatural de la esperanza, que se nos infunde en el alma, mediante el santo bautismo, juntamente con la semilla de la fe y de la caridad. Ella es la fuerza motriz de la vida cristiana. Ella nos brinda la segura expectativa de la eterna bienaventuranza, que Dios nos ha prometido y nuestro Redentor nos ha merecido. Ella nos da la firme convicción de que Dios nos dará todos los medios necesarios para nuestra salvación eterna. Puesto que Dios nos ha empeñado su palabra, confiamos en alcanzar con su gracia la gloria que nos ha prometido. Sabemos, sí, las dificultades que asedian a la consecución de la vida eterna. Conocemos también lo desproporcionadas que son las fuerzas humanas para la conquista del reino de Dios. Reconocemos de buen grado que «somos incapaces de pensar algo (sobrenaturalmente bueno) como de nosotros mismos» (2 Cor 3, 5). A pesar de todo, exclamamos con el Apóstol : «todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 4, 13).

Aquí radica el secreto del cristiano: cuanto menos confíe en sus propias fuerzas para salvarse, tanto más tendrá a su disposición la ayuda y la gracia de Dios. Y cuanto más cuente con la gracia y la ayuda de Dios, con su fidelidad y omnipotencia, tanto más tendrá conciencia de que Dios colabora con él, y podrá decir con el Apóstol : «me basta su gracia, puesto que de las flaquezas hemos de sacar la virtud. Muy gustosamente, pues, continuaré gloriándome en mis debilidades para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las enfermedades, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias, por Cristo; pues cuando parezco débil, entonces es cuando soy fuerte» (2 Cor 12, 9-10). En el desvalimiento del cristiano se revelan el poder omnipotente y la acción omnicomprensiva de Dios, a los que el cristiano se adhiere en sus pensamientos, deseos y acciones sobrenaturales, colaborando con Dios en sumisión completa a su voluntad. Alegre, victorioso, rebosando ánimo y confianza en Dios, puede hacer suya la expresión del Apóstol : «lo puedo todo». Y «la esperanza no quedará confundida, pues el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5, 5).

 «Ahora quedan estas tres cosas: la fe, la esperanza, la caridad; pero la más excelente de ellas es la caridad» (1 Cor 13, 13). L,a caridad del cristiano es enteramente nueva, divina, es una participación de la caridad de Dios. Es una caridad completamente saturada del ardor y la pureza de la caridad divina, y, por eso, pertenece a esa especie singular de amor que es propia de- Dios.

 Dios se ama a sí mismo y ama todo lo creado : a sí mismo, como sumo bien que comprende y resume toda bondad; a los seres, creados precisamente por amor, como reflejo, imagen e irradiación de su propio ser, como seres en los que se reconoce y redescubre, en los que se ama a sí mismo. Nuestra condición de cristianos nos eleva a esta forma divina de amar: amamos a Dios por sí mismo; los seres creados, los hombres y las cosas, los amamos por amor de Dios y en relación con Dios, es decir, como Dios los ama. Con nuestro amor entramos en Dios, y cuanto amamos lo amamos a partir de Dios. Así los cristianos amamos a Dios y cuanto El ha creado, del mismo modo que Él ama. Nuestra caridad queda incluida, así, en el torrente de amor infinitamente santo con que Dios ama, y orientada hacia Él. Es una caridad realmente sobrenatural, elevada inmensamente sobre todo amor puramente humano, natural, por noble que fuere; cuánto más sobre el amor impuro, sensual e instintivo. L,a caridad cristiana es el amor del que escrito está : «el amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5, 5).

 ¿Por qué, pues, hemos de extrañar que la caridad cristiana sea tan vigorosa, pura y heroica, y que todo lo supere ? «La caridad es paciente, es benigna ; no es envidiosa, no es jactanciosa; no se hincha; no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera» (i Cor 13, 4-7). La caridad cristiana es tan sublime y potente precisamente por ser una participación de la divina; penetra y cautiva nuestra voluntad de tal manera, que la asimila a la de Dios, haciéndole compartir sus designios, siempre infinitamente santos y puros. Y ¿puede haber para nosotros algo más santo y más alentador que compartir la voluntad divina y diluir nuestros deseos en los de Dios ? ¡ Feliz el que haya conseguido este «amor de uniformidad» en todo, en las alegrías y en los sufrimientos, y no atienda ya a sus deseos y caprichos, habiéndose sumergido totalmente en la identidad con la voluntad divina !

Pero nuestra vocación cristiana alcanza todavía más alto. En el bautismo se nos infundieron, además de la gracia santificante y de las virtudes sobrenaturales, los llamados dones del Espíritu Santo : don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de piedad, de ciencia, de fortaleza, de temor de Dios. Aunque esté sometida al influjo de la gracia, nuestra naturaleza sigue siempre sujeta a los efectos del pecado original, es decir, a su propia imperfección, y no es capaz de aspirar por sí misma, de un modo perfecto, a la meta sobrenatural. Le falta ese estímulo interno, tan peculiar y tan necesario también en cada momento, para elevarse a las cumbres de la santidad cristiana. Pero Dios quiere que escalemos estas cumbres; para esto infunde en nuestra alma los dones del Espíritu Santo, que nos capacitan para seguir sin resistencia la llamada de Dios y dejarnos arrastrar por el soplo del divino Espíritu a las alturas de la existencia cristiana. Nos domina y mueve un poder del todo nuevo : no ya las ponderaciones y reflexiones humanas, sino directamente el mismo Espíritu Santo, que nos impulsa.

Podemos compararnos a una barca en el agua a la que ya no hiciéramos avanzar a golpe de remo, sino dejando que el viento hinchara sus velas. Poseídos y arrastrados por el Espíritu Santo, realizamos obras realmente santas, y en ellas nos elevamos sobre el modo de obrar meramente humano. Nuestra voluntad humana ha adquirido el ritmo y la regularidad del querer y el obrar de Dios; nuestras acciones son más suyas que nuestras. Es entonces cuando experimentamos como nunca cuan cierto es que, más allá de todo querer y obrar nuestro, puramente humano, estamos totalmente absorbidos en el obrar y el querer divinos. «Que el que se gloríe, se gloríe en el Señor» (1 Cor 1, 31), «que es el que infunde en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Phil 2, 13).

L,a cumbre de nuestra vocación, el pensar, querer y obrar siempre a lo divino, en una palabra, el convivir la vida de Dios, obtiene su realización perfecta en la vida del más allá, en el cielo. Entonces «seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es» (1 Ioh 3, 2). «Ahora veo por un espejo y oscuramente, entonces veremos cara a cara. Al presente conozco sólo en parte, entonces conoceré como soy conocido» (i Cor 13, 12). ¡ Conocer a Dios como es en sí mismo, en toda la plenitud de su ser, de sus perfecciones, de su sabiduría, de su justicia y misericordia, de su pureza y santidad, de su fecundidad infinita, que se despliega eternamente en las tres divinas personas ! A esta contemplación de Dios hay que unir el éxtasis de amor nunca experimentado aquí, en la tierra, que llena y arrebata toda el alma, amor que la hace profundamente feliz, amor que no se extinguirá jamás.

Pero ¿ cómo es posible esta visión de Dios y el eterno éxtasis de amor ? Solamente porque Dios nos permite participar de su naturaleza, y de su modo de conocerse y amarse, y asimilarnos este conocimiento y. amor. De este modo adquiriremos conciencia eterna de lo que significa haber nacido de Dios (Ioh 1, 13), ser «partícipes de la naturaleza divina» (2 Petr 1, 4) «hijos de Dios y herederos del cielo» (Rom 8, 16-17). Por este camino alcanzaremos nuestro último fin, que no está en nosotros mismos, sino en Dios, en la santificación de su nombre y el cumplimiento de su voluntad. Todo lo que el hombre es, todo lo que posee, sus dones de naturaleza y de gracia, su santidad y su virtud, su vida, su porvenir, sus bienes, todo lo que no es propiamente Dios, es sólo medio y camino para la obtención del último fin : la glorificación de Dios. Cuanto más perfectamente participemos y convivamos la vida de Dios, tanto más nuestros sentimientos y aspiraciones, nuestros sufrimientos y nuestras obras serán una exaltación de Dios, y tanto más nos quedaremos absortos admirando su plenitud infinita, amándole y gustando de su propia felicidad, y llenos del torrente de sus delicias cantaremos incesantemente sus alabanzas.

Participando de la vida de Dios, cumpliremos el principal mandamiento, en el fondo el único, que Dios nos dio : «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc 12, 30). «¡Amarás!» «El amor es la suprema glorificación. Al amar, concentramos todo nuestro ser y querer y lo ponemos al servicio del que amamos». «¡Amarás!» Éste es el gran mandamiento que comprende los demás, el gran deber que encierra todos los deberes. Es nulidad y vanidad cuanto no aspira a glorificar a Dios por el camino del amor. Al llamarnos Dios a la existencia, nos ha creado para que le demos gloria; y para que, conviviendo su vida divina, alcancemos lo que nuestro ser incesantemente reclama: nuestra salvación, nuestra felicidad. Dios ha ligado nuestros intereses a los suyos, nuestra vida a su vida, nuestra felicidad a su felicidad, y hay que tenerlo bien en cuenta : sólo tendremos verdadera felicidad si le glorificamos y servimos, y según la medida del amor con que le sirvamos.

 Dios ha dispuesto las cosas así por el bien de nosotros, los hombres. Sólo para que seamos felices, nos da unos mandamientos, nos envía fatigas y pruebas, amarguras y sufrimientos en la vida terrena; nos ha llamado a una meta altísima y ésos son los únicos medios para alcanzarla.

Y nosotros, los hombres, ¿qué hacemos? ¡ Pensamos tan poco en lo que más nos importa, nos preocupamos tan poco en saber cuál es el plan de Dios respecto a nosotros! Poco tardamos en olvidar la gratitud debida al hijo de Dios. Si Él no hubiera venido, si no hubiera tomado sobre sí la cruz, si no hubiera expiado nuestros pecados con su muerte, habríamos sido arrojados para siempre a lo más profundo del infierno, a la eterna oscuridad y muerte.

«Yo he venido para que tengan vida, y la tengan abundante» (Ioh 10, 10).

¡Vivamos más de la fe!¡ Qué ánimos cobraríamos y qué dicha sentiríamos si se impregnara nuestra conciencia de la grandeza de los designios divinos sobre nosotros!

 

 

 

 

II

 

PARA DIOS

 

«Haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús.» (Rom 6, 11)

 

Compartir la vida divina: ésta es la cumbre a que se nos encamina. Pero Dios vive de por sí, tiene fin y objeto en sí mismo; al contrario de nosotros, que lo encontramos en otras cosas, en lo exterior.

En Él se contiene la plenitud de toda bondad y de todo lo apetecible, y esta plenitud es tan enorme, que no puede ser completada ni aumentada con ningún otro bien. Los seres que existen fuera de Él son solamente una revelación, un reflejo, una emanación y una descarga de la plenitud de bien que Dios encierra en sí : todos son infinitamente inferiores a Él; en conjunto y en particular, son nada en su comparación. ¿Qué pueden ser, pues, para Dios? El único bien para el que Él puede persistir, el centro de todo vivir y querer divinos, no puede ser otro que su propia infinitud.

Dios vive su propia vida; y nosotros, los hombres, la convivimos. También, pues, nosotros vivimos, en fin de cuentas, sólo y únicamente para Dios. El hecho : vivimos para Dios Convivimos la vida de Dios «en Cristo Jesús», la cabeza a que pertenecemos como sus miembros. De Él nos afirma el Apóstol: «muriendo, murió al pecado una vez para siempre; mas viviendo, vive para Dios» (Rom 6, 10).

 Su vida humana y su vida en la tierra están totalmente dedicadas a Dios. «No cumplo mi voluntad, sino la del que me envió» (Ioh 5, 30), «no busco mi gloria; hay quien la busca y juzga» (Ioh 8, 50); «mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y acabar su obra» (Ioh 4. 34) i «yo hago siempre lo que es de su agrado» (Ioh 8, 29).

Cuando san Pablo quiere resumir en una palabra el espíritu y la vida del Verbo encarnado, no encuentra mejor expresión que ésta: «se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Phil 2, 8). Cristo vivió para el Padre todos los años que pasó en la tierra; para la gloria, voluntad, deseos e intenciones del Padre, vive aun noche y día en los silenciosos tabernáculos de nuestras iglesias. Toda su vida es amorosa dedicación al Padre.

En el diario sacrificio nos une a nosotros, miembros de su cuerpo místico, a sus oraciones y alabanzas. Es tan grande su amor al Padre, que le determina a multiplicar en nosotros la dedicación a Dios que constituye su vida entera.

Por esta razón nos ha incorporado a sí en el santo bautismo. Los hombres recibimos de nuestros padres la vida natural, mas ellos no pueden impedir que contraigamos el pecado original en el preciso momento en que nos dan la vida. Si el Señor no nos elevara a su altura, seguiríamos apegados a los 32 deseos de la carne. «Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida (en el santo bautismo) por Cristo» (Phil 2, 4-5)-

Hemos renunciado al demonio, a la carne y al mundo con sus placeres y vanidades; hemos pronunciado nuestro decidido abrenuntio a todo lo que es contrario a Dios, a todo lo que nos aleja y separa de Él. A la pregunta : «¿Crees en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo?», hemos contestado que creemos. «Creo» : es decir, me entrego a Dios, me pongo de su parte. Me consagro a Dios con todo mi ser, con toda mi voluntad, con todos mis sentidos y potencias. Y entonces fuimos bautizados «en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo».

Desde aquel momento ya no nos pertenecemos. No vivimos para nosotros, ni para ninguna criatura, llámese hombre o cosa, ciencia o arte, trabajo o placer, riqueza o salud o belleza. Desde aquel momento pertenecemos a Dios en Cristo Jesús, y vivimos con Cristo para el Padre. Éste es el significado del santo bautismo.

Fuimos bautizados para participar en la celebración del sacrificio eucarístico, centro y vértice de toda la vida cristiana. En el momento del ofertorio, depositamos en el altar, por mano del sacerdote, con los dones del pan y del vino, nuestro corazón, nuestra personalidad, nuestros deseos e inclinaciones, todo lo que somos, tenemos y podemos, todo lo que nos alegra y nos hace sufrir. «Con espíritu de humildad y corazón contrito seamos acogidos por ti, oh Señor» (ofertorio); queremos llegar a ser una pura ofrenda a Dios, a semejanza de Cristo nuestro Señor, que se sacrifica por nosotros, ser un mismo espíritu y una misma voluntad con Él. En el ofertorio, nos despegamos de cuanto no es Dios mismo y de cuanto no está consagrado a glorificarle, renunciamos a todo movimiento de amor propio, a toda afición desordenada a las cosas creadas. Sólo así nos preparamos para ser ofrendados juntamente con Cristo.

En la consagración, nos transformamos, con Él, en una «hostia pura, santa, inmaculada», elevados sobre todo lo creado en Cristo y con Cristo, entregados y consagrados a Dios. El día que hemos comenzado con esta participación en el sacrificio eucarístico, está consagrado al Señor: le pertenece por entero y sin reservas. Le pertenecen nuestros pensamientos y todo nuestro amor. Le pertenecen nuestras obras y nuestras fatigas y todos los instantes de la jornada. En efecto, durante la consagración también nosotros hemos sido consagrados a Dios con Cristo y, como Él, vivimos ya únicamente para el Padre. Y, en la comunión, Jesús en persona habita en nuestras almas: «Yo vivo, y también vosotros viviréis» (Ioh 14, 19).

Él es el canal que conduce a nuestras almas las caudalosas aguas de su santa vida, toda entregada al Padre. «Así como me envió mi Padre viviente y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá para mí» (Ioh 6, 57). Jesús une el alma al amor con que, como Hijo, ama al Padre ; la introduce en su corazón, la reviste de su ardiente caridad, para que «en Él, con Él y para Él» ame al Padre y viva para el Padre.

 Jesús le enseña, y le empuja, a adorarle, a alabarle, a entregarse a Él como Jesús mismo hace. Vivamos la vida de Cristo, asimilemos sus modos de pensar y de querer. Que también de nosotros pueda decirse : «bien sabemos que vive para Dios», con el espíritu y la fuerza de Cristo (Rom 6, 10). Para los religiosos hay que añadir otra consideración. Hemos pronunciado votos de pobreza, castidad y obediencia. ¿Con qué fin? Para desprendernos consciente, libremente, con ayuda de aquellos santos votos, de toda clase de pesada atadura a los bienes materiales, a los amores terrenos y a nuestra libertad personal. Sólo para poder vivir totalmente y sin traba alguna para Dios y su amor. ¡ Para Dios en todo y para siempre !

Si Dios vive exclusivamente para sí, vivamos nosotros también exclusivamente para Él. «Haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, n) . 2. ¿Qué encierra esta «vida para Dios»? «Cristo, muriendo, murió al pecado de una vez para siempre». Compartimos nosotros su vida. «Haceos cuenta de que estáis también vosoros muertos al pecado> (Rom 6, 10-11).

El primer paso en la «vida para Dios», el decisivo, consiste, pues, en morir al pecado, en romper completamente y sin compromisos, no sólo con el pecado mortal, sino también con el venial, con las imperfecciones e infidelidades conscientes y deliberadas. Si queremos vivir para Dios, debemos librarnos de toda participación en el pecado, debemos estar dispuestos a cualquier sacrificio para precavernos contra un pecado o una infidelidad consciente, debemos sustraernos con voluntad inflexible a toda ocasión de pecado. Abandonemos los anchos caminos que llevan a la perdición (Mt 7, 13).

Las opiniones y los criterios de los hijos de este mundo no deberán nunca más influir nuestra conducta, ya que sabemos que «todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida» (i Ioh 2, 16), y, por lo tanto, alejamiento de Dios. (¡Vivir para Dios» significa también vivir para lo creado: para la salvación del alma propia y la de los demás, para la familia, la profesión, el justo bienestar material, el cumplimiento de los deberes, la ciencia, la salud física; vivir para las grandes causas de la sociedad y de la patria. Pero siempre de modo que, aun aspirando a la felicidad terrena, cuidando de la familia y de los prójimos, cumpliendo los deberes del propio estado, no nos detengamos en las cosas creadas, sino que miremos más allá de todo lo que nos rodea o momentáneamente se nos exige, y atendamos directamente a Dios: a Él, y no a nosotros, debemos .referirlo todo.

No debemos buscar satisfacción o placer personal, ni éxito y honor entre los hombres, ni ventaja, ganancia o provecho. ¡ Dios en todo ! Sólo así estableceremos relaciones justas con los hombres, con las cosas, el trabajo, las penas y los sufrimientos y guardaremos la debida proximidad y la debida distancia con todas las cosas. Vivir para Dios implica finalmente una triple acti-, vidad : ver, abandonarse y amar a Dios en todo. Ver a Dios en todo.

 Necesitamos ante todo ojos iluminados por la fe; ojos que, en todo lo qre el día nos presenta, no vean sólo la actividad de la naturaleza, la obra de hombres mejor o peor intencionados, sino la benevolencia, la providencia y la mano de Dios. Él es quien todo lo predispone y di36 rige, el que da y el que quita; la gran realidad que se oculta detrás de cada suceso y de toda experiencia. Confiarse a Dios en todo. Si hemos de vivir realmente para Dios, no reconoceremos más que su santa voluntad ni nos dejaremos guiar más que por ella. Su ley y su voluntad serán nuestra norma y nuestra fuerza.

Nunca haremos cosa alguna que pueda desagradarle ni que sea contraria a su ley y a su voluntad. Renunciaremos de buen grado a nuestros deseos y a nuestros gustos personales, para hacer solamente lo que a Él le place. Con fe y amor nos someteremos a todos los deseos, decisiones y permisiones de la providencia; a todas las humillaciones y contrariedades de la vida exterior e interior, y asentiremos con nuestro «fiat», amorosa y humildemente, a todo lo duro que el Señor nos imponga. «Según tú gustes, como tú lo quieras y porque tú lo quieres: hágase tu voluntad sobre todas las cosas.» Amar a Dios en lado. «El temor de Dios es el principio de la sabiduría», de la vida perfecta. Pero la perfección se alcanza solamente en el amor, porque .gracias al amor, y sólo a él, nos olvidamos de nosotros mismos y de las cosas que nos circundan, obrando solamente para Dios y sacrificándole toda criatura.

 El amor hace que Dios signifique y sea todo para nosotros, el sol en cuyo derredor nos movemos. Sólo por el amor somos capaces de dirigir nuestros pensamientos y nuestras intenciones al Señor, de verle en todo y de encontrarle en cualquier parte, de escuchar continuamente su voz y vivir exclusivamente para Él; sólo el amor hace que interpretemos, refiriéndolas a su benevolencia, todas las cosas.

El amor hace que nuestros deseos y nues37 tras inclinaciones estén consagradas a Él, que no nos liguemos desordenadamente a ninguna criatura, sino que nos mantengamos en relación con Dios y santifiquemos las inclinaciones y el amor, justificados y necesarios, hacia determinadas personas o actividades. El amor nos impulsa a buscar siempre en primer término a Dios y a su gloria y a elevarnos sobre el amor propio y el respeto humano. Nos fortalece para soportar' con calma y resignación, y aun para aceptar con alegría y agradecimiento todo lo penoso y desagradable que nos trae cada día.

El amor tiene una sola respuesta a todo lo que la vida nos quita o nos da : por ti, Dios mío, por tu amor; como tú lo quieres y porque así es como lo quieres. Dios, su santa voluntad, su agrado : ninguna otra cosa toma el amor en consideración. Por eso reduce enérgicamente a sumisión a todas nuestras inclinaciones, opiniones y tendencias: a nuestro entero modo de obrar.

 El amor debe reinar como un soberano; es la llama que llega al cielo y que transforma en fuego todo lo que en nosotros pueda encontrar o alcanzar : la oración, el trabajo, las renunciaciones, los sufrimientos, los sacrificios. Así vivimos como quienes, muertos al pecado, viven para Dios en Jesucristo nuestro Señor. Esta es, pues, nuestra tarea de todos los días y todos los momentos : vivir para Dios, sólo para Dios. «Yo soy el Señor tu Dios : no tendrás otro dios que a mí» (Exdo, 2). ¡Ningún ídolo! No puede, haber término medio en la vida religiosa : o un alma siente a Dios como a su todo, o se siente ella centro del universo, astro a cuyo alrededor todo se mueve : quien no vive para Dios, necesariamente vive para sí mis38 mo, llegando hasta pretender que los demás e incluso Dios se sometan a sus caprichos.

 

 

 

 

 

III

 

SED PERFECTOS

 

«Sed perfectos, como vuestro

Padre celestial es perfecto.» Mt 5, 48

 

Hemos de participar en la vida de Dios, si bien en forma creada y limitada. Esto nos enfrenta a una tarea : «Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto». Los cristianos somos perfectos cuando ordenamos nuestros pensamientos y nuestra voluntad, nuestras acciones y omisiones, nuestros sentimientos y aspiraciones y todas nuestras cosas conforme a la santa voluntad de Dios, sin desviarse un ápice ni a la derecha ni a la izquierda, sin faltar por más ni por menos. Orar perfectamente, cual debe ser la oración; amar a Dios perfectamente sin reticencias, siempre y en todo; ser perfectos en la paciencia ante el dolor y el sufrimiento y las decepciones diarias; amar perfectamente a todos los hombres, a cada uno de ellos en nuestros sentimientos, en nuestras palabras, en nuestra conducta, sin falta ni omisión alguna : todo esto es sencillamente sobrehumano. «¡ Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto !»

 

1. Sed perfectos

 

Por el santo bautismo, el cristiano lleva en su alma la gracia sobrenatural, la gracia «santificante», que es el germen y raíz de la vida sobrenatural Pues bien, lo mismo que toda raíz sana, posee la gracia santificante un impulso a crecer y desarrollarse, y por ende el bautizado está también sometido a esa ley de aspiración al crecimiento y a la perfección: sustraerse a esta ley implica detenerse en su desarrollo y desmedrar. De igual modo que son muchos los obstáculos que contrarrestan el desenvolvimiento de toda vida natural, un inmenso número de fuerzas y potencias enemigas acechan la vida sobrenatural en su misma existencia. Quien no trabaje seriamente por el constante progreso de su vida sobrenatural, tarde o temprano tendrá que sucumbir al influjo de los obstáculos destructores; porque no avanzar significa, simplemente, retroceder.

 De aquí nace el deber fundamental de todo cristiano : aspirar con todo ahínco a la meta de la perfección y procurar ser más perfecto cada instante. Solamente así podrá conservar la vida sobrenatural y asegurar su florecimiento.

«¡ Sed perfectos !» Con indecible amor nos ha acogido el Señor, por el santo bautismo, en su propia vida, para que «participáramos de la divina naturaleza» (2 Petr 1, 4). Con el principio de vida sobrenatural que es la gracia santificante, nos ha regalado las tres virtudes teologales : fe, esperanza y caridad, como pies con los que caminar hacia Dios y brazos con ios que poder abrazarle; y otras muchas virtudes con las que podemos orientar hacia Dios y sus divinos fines nuestro quehacer cotidiano con las cosas terrenas.

Injertados por el bautismo en la vid que es Cristo, quedamos sin más incorporados a la Iglesia, nos hacemos hijos de ella. Nuestras son, entonces, las sagradas Escrituras, divinamente inspiradas, del Antiguo y Nuevo Testamento; nuestros los santos sacramentos : nuestro Cristo en la sagrada eucaristía, víctima y alimento de nuestro espíritu; nuestros los méritos y las virtudes, las oraciones y reparaciones de Cristo y de sus santos, de todas las almas puras y amantes de Dios en el cielo y en la tierra.

Por el santo bautismo el mismo Dios, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo se establecen en nuestra alma para estar cerca de nosotros, atraernos amorosamente al círculo de su vida divina y proseguirla misteriosamente en nosotros. ¿ No debemos, no podemos llegar a ser perfectos, como es perfecto nuestro Padre celestial ?

Si el bautismo es el sacramento de la regeneración, la confirmación es el sacramento del perfeccionamiento, del vigor cristiano, de la madurez sobrenatural. La confirmación trasplanta al bautizado al estado de mayor de edad, de adulto. Ahora posee el cristiano la plenitud de la gracia y «tiene que extender en su derredor el encanto y perfume de todas las virtudes» (Catecismo Romano). Para eso se recibe en la sagrada confirmación al Espíritu Santo y el cristiano está desde ese momento llamado a comportarse varonilmente, llevando una vida cristiana perfecta. El cometido de avanzar en la perfección, que se- nos impuso en el santo bautismo, apremia y urge más desde que se ha recibido la confirmación.

Cuantas veces celebramos con recta intención y la debida disposición de ánimo el sacrificio eucarístico, o lo concelebramos con el sacerdote, nos compenetramos con el sacrificio que Cristo ha realizado en la cruz. Con un rotundo sí de nuestra voluntad, nos unimos a su oblación, nos apropiamos los excelsos sentimientos y los fines del sacrificio con el que el Señor se inmola por nosotros. Cuando en la santa comunión el Señor se nos da como alimento, su espíritu, su capacidad de sacrificio impregnan y saturan lo más profundo de nuestro ser. Nos sentimos entonces capaces de santificar nuestra vida cotidiana, con sus trabajos y luchas, sacrificios y fatigas. Gracias a la virtud del sacrificio eucarístico y a la participación del santo convite, la jornada del auténtico cristiano viene a ser un ininterrumpido santo sacrificio de adoración, acción de gracias, alabanza y expiación, de amorosa entrega a todo lo que Dios nos da que hacer, sobrellevar y sufrir .conforme a su santa voluntad. La participación en la santa misa nos ofrece así diariamente una preciosa ocasión de adentrarnos cada vez más íntimamente en el espíritu de sacrificio del Señor, en su abandono en manos del Padre, en su obediencia hasta la muerte : llega a ser un deber cada día más grave y apremiante el sacar de la santa comunión las fuerzas y los ánimos para edificarnos interiormente en entrañable vinculación de espíritu y voluntad con Cristo, para autoinmolarnos y vivir en amor total, e indivisiblemente unidos a Cristo y a Dios. «¡ Sed perfectos !»

«¡Sed perfectos!» En primer lugar, Dios, su gloria, el cumplimiento de su santa voluntad. ¿ Quién da más gloria a Dios ? ¿ Quién se abandona más totalmente y sin reservas a las disposiciones y normas de la providencia ? El santo. Una sola alma perfecta glorifica a Dios mucho más que miles de imperfectas, ya que un solo acto de amor, tal como lo realiza un alma perfecta, tiene mayor valor ante Dios que todos, los actos de amor de tantas almas que aún no han alcanzado la perfección. El alma perfecta se ocupa constantemente en tales actos de amor. Si queremos honrar a Dios de verdad y con todo fervor, hemos de procurar por todos los medios superar las imperfecciones y vivir para la perfección.

«¡ Sed perfectos!» En segundo lugar, la salvación de nuestra alma. ¿Cómo nos la aseguraremos mejor ? Trabajando sincera y eficazmente por la perfección; cuanta más urgencia nos demos en alcanzarla, con tanta más seguridad nos preservaremos del pecado, de todo pecado, por insignificante que pueda parecemos. Quien lucha para llegar a la perfección, sabe resistir a las ocasiones y halagos del mal, pues tiene ante los ojos un ideal que le subyuga, le apremia, le espolea constantemente, sin dejarle un momento de descanso : no podrá contentarse con medianías.

 «¡ Sed perfectos!» Nuestro tiempo necesita santos. Todos lamentan que la situación del mundo haya venido a ser insostenible e insanable. ¿Qué puede ya salvar al mundo de hoy ? No la ciencia, ni el trabajo, ni la industria, ni la técnica. Únicamente la santidad, la santidad de los cristianos, sobre todo la de sacerdotes y religiosos. Tenemos urgente necesidad de cristianos perfectos, de sacerdotes y religiosos, estudiantes y empleados, obreros y patronos. Quien quiera ser útil al mundo, a la Iglesia, a la patria, a la humanidad, deberá comenzar por sí mismo, esforzándose en recorrer el camino de la perfección cristiana. ¡Cuan descristianizada está hoy la vida ! ¡ Cómo ha penetrado el espíritu del mundo en la Iglesia, en las comunidades y parroquias, en las familias, en las inteligencias y corazones de los hombres ! Nosotros, hombres de hoy, nos vemos interiormente divididos, como desgarrados, perdida toda íntima y profunda relación con Dios, inconscientes y, por tanto, infelices, amargados, sin verdadera y radical alegría, cansados de vivir y sin ánimos para seguir viviendo.

Junto a todo esto, tantas preocupaciones de los superiores eclesiásticos y del clero, tantos libros buenos: tantas misiones, academias, discursos, sermones; aun las mismas santas confesiones y comuniones, las peregrinaciones, los oficios divinos y las festividades religiosas tan detalladamente organizadas y ejecutadas con tanta pompa. Y siempre de nuevo la misma amarga experiencia: el dispendio es grande y el fruto pequeño y efímero. Y viene siempre de nuevo el enemigo y siembra cizaña, y la cizaña abunda inmensamente más que la buena siembra. En realidad, sólo una cosa puede poder aportarnos remedio : la seria aspiración a ser perfectos, el firme propósito de obrar siempre con viva y enérgica virtud cristiana; en una palabra, la santidad, que, como toda vida auténtica, ha de empezar echando sus raíces en el interior. No es que se desprecie lo externo, pero ha de brotar del fondo del alma. El alma de la perfección es la vida interior, el íntimo despego de las cosas del mundo, la ruptura con todo pecado consciente, con todo egoísmo, la renuncia a todo lo que no es Dios y que, por tanto, nos dificulta la unión con Él, el ansia de 46 humillación, ia penitencia, la expiación, el sentirnos siempre en presencia de Dios, la oración, el recogimiento, el amor de Dios sobre todas las cosas, la prontitud de ánimo para hacer y sufrir cualquier cosa, soportarlo y ofrecerlo todo como Dios lo da y lo dispone, como Él lo permite y ordena. Esto es precisamente lo que los tiempos actuales esperan y exigen de nosotros, los cristianos : una vida de perfección cristiana.

 

2. Cuándo somos perfectos

 

Somos perfectos si amamos y en la medida en que amamos. «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente ; y al prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39). El amor es la expresión más sublime, la cifra y resumen de nuestra capacidad. En el amor resumimos todo nuestro ser, sentir, querer y aspirar, y lo entregamos incondicionalmente al servicio del ser que amamos. El amor es el modo más perfecto de glorificar a Dios. Por el amor es como mejor cumplimos sus mandamientos. Del mandamiento del amor a Dios y al prójimo «dependen toda la ley y los profetas» (Mt 22, 40). Al amor se refieren todos los mandamientos; más todavía, él es la satisfacción de todas las leyes, porque sin él no hay satisfacción; es el alma de todas las virtudes, es toda la virtud. Si falta el amor, falta todo; pero, habiéndolo, todo lo tenemos con él; las virtudes brotan del amor como de su raíz natural, están a su servicio, le allanan el camino de tal modo que el alma amante puede realizar o sacrificar con facilidad, con valentía y con alegre prontitud todo lo que el amor le exige.

Somos, pues, perfectos en la medida en que amamos. ¿A quién? A Dios y al prójimo. Por eso pone el Señor como signo de sus seguidores el amor al prójimo. «En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros» (Ioh 13, 35). De la misma manera el apóstol san Juan dictamina la autenticidad de nuestro amor a Dios por el amor que demostramos al prójimo : «Si alguno dijere : Amo a Dios, pero aborrece a su hermano, miente. Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve. Nosotros tenemos de Él este precepto, que quien ama a Dios ame también a su hermano» (1 Ioh 4, 20-21). Es en realidad un único e idéntico amor el que nos lleva a amar en Cristo a Dios y al hermano : sólo el motivo es diverso : amamos a Dios por Él mismo, y al prójimo por amor de Dios y de Cristo.

 ¡ Qué falsa, engañosa y dañina es la idea que tantas almas tienen de la perfección ! Piensan que consiste en penitencias y mortificaciones extraordinarias, en los ayunos y sacrificios lo más grandes posible; creen ser perfectas cuando se encuentran libres de luchas y de tentaciones, cuando pueden orar sin dificultad, cuando sienten fervor y consuelo en la oración, cuando pueden rezar como a ellas les gusta.

Muchos religiosos creen ser perfectos cuando observan rigurosamente las reglas prescritas. ¿Y quién va a negar que las mortificaciones, la asiduidad en la oración, la fidelidad a las reglas, sean cosas muy santas, sin las cuales no puede haber perfección cristiana en un convento? Pero no son la perfección. ¿Acaso no hay muchas almas, sumamente mortificadas, dadas a la oración y fieles a sus reglas, que son duras en el juicio, soberbias, presuntuosas y tercas, prontas a la crítica y al reproche, dominadoras, poco caritativas de pensamiento y de palabra, susceptibles, celosas, irritables, caprichosas y sin el menor dominio sobre sí mismas? ¿Son, acaso, perfectas?

Somos perfectos en la medida en que amamos. Pero el amor lo posee todo aquel que está en estado de gracia, es decir, que observa los mandamientos de Dios sin cometer pecado grave. ¿Es, por esto, realmente perfecto ? No; la perfección exige más: no sólo excluye los pecados graves, sino cualquier pecado venial deliberado; emprende una denodada lucha contra toda falta que descubre. No tolera actitudes acomodaticias, negligencia, debilidad o falta alguna de carácter, aunque no pueda impedir que el hombre, mientras viva en la tierra, sea frecuente víctima de debilidades involuntarias, de faltas y pequeneces humanas.

La perfección consiste en el amor, 0 sea en el perfecto cumplimiento del gran precepto: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo». El que ame cualquier otra cosa más que a Dios, el que ame algo contrario a Dios o simplemente algo distinto de Dios en el mismo grado,que a Él, no cumple el precepto del amor y no camina por la senda de la perfección. Si quiere andar por el camino de la vida perfecta, ha de cumplir en algún grado el mandamiento del amor, que puede practicarse en mil gradaciones distintas. Dentro del marco de este gran mandato del amor quedan aún al cristiano' un sinfín de posibilidades para aspirar a la  perfección: pues también la perfección, como el amor, admite grados innumerables. A primera vista podemos distinguir dos líneas fundamentales de la perfección cristiana: la de la perfección esencial y la de la perfección en sentido propio y estricto.

La perfección esencial, o sea la entendida en su sentido lato, es aquella sin la cual nadie puede alcanzar la meta de la vida cristiana, que es la gloria eterna con Dios. Exige que se cumplan los mandamientos, que se viva en estado de gracia santificante, y además de esto, que se haga todo lo necesario para ese estado de gracia y, por lo mismo, para mantenerse libre de pecados graves. Pero, si un cristiano quisiera hacer o evitar solamente lo que está estrictamente mandado, no cumpliría entonces la exigencia de Cristo: «¡Sed perfectos!» Si alguien, por ejemplo, quisiera amar a sus semejantes sólo cuando hay obligación definida de actuar y pecado grave en la omisión, en poquísimos casos cumpliría las exigencias del amor cristiano. Quien se contenta con lo rigurosamente mandado, se encuentra aún muy lejos de la perfección esencial.

La perfección en sentido propio y estricto, de la que ahora tratamos, sobrepasa las estrecheces de la perfección esencial. El que es perfecto en sentido estricto, evita todo pecado, incluso los pecados veniales conscientes y deliberados y, en cuanto le es posible, se precave también de las llamadas flaquezas o debilidades naturales. Cumple a ciencia y conciencia los mandamientos de Dios, del Evangelio y de la Iglesia y lleva una vida de gracia y virtud. Hace, además, lo que no está mandado estrictamente. Yendo más allá del círculo de las obligaciones estrictas, escoge sacrificios, lo simplemente  aconsejado y recomendado, y lo hace para dar mayor gloria y honra a Dios.

Hay, en efecto, muchas cosas que podemos poseer y de las que podemos disfrutar lícitamente, y muchas que podemos hacer u omitir lícitamente, disponerlas en un sentido o en otro. Las obligaciones mismas, que nos han sido impuestas, pueden cumplirse más o menos perfectamente tanto en el aspecto cuantitativo como en el cualitativo. En el aspecto cuantitativo: oración más frecuente, limosna más cuantiosa; en el cualitativo : mayor fervor, más constancia, mayor pureza de intención al ejecutar las obras.

El perfecto realiza diariamente a ciencia y conciencia todos sus deberes, tanto los estrictamente «obligatorios» como los de mero consejo. Ios ejecuta con plena fidelidad, exactitud y puntualidad. Es, además, de suma importancia que el móvil de nuestros pensamientos y voluntades,, de nuestras acciones y misiones sea el amor perfecto, es decir, que lo pensemos y queramos todo, lo hagamos y suframos todo con recta intención: porque Dios lo quiere y lo desea de nosotros. Nuestra actividad es verdaderamente perfecta cuando va acompañada por aquel grito que irrumpe de lo más profundo del alma : «Sí, Padre, porque así te plugo» (Mt 11, 26). L,a fuerza del amor espolea al amante a evitar en lo posible todas las faltas de precipitación, debilidad y flaqueza humanas, si bien es cierto, como hemos ya dicho, que nosotros, hombres endebles, no lograremos superar totalmente todas las faltas y debilidades. Solamente a la Madre de Dios, la Virgen santísima, le fue otorgado el privilegio de verse inmune de toda mancilla y de toda imperfección.

Puesto que la perfección cristiana consiste en su meollo en el amor, o sea en el cumplimiento del «primero y principal mandamiento», todo cristiano está obligado a aspirar a la perfección. Se viola el mandamiento del amor no sólo por el pecado, sino por toda acción u omisión que no vaya dirigida a Dios, por todo lo que no hagamos y suframos por la gloria de Dios. «Ya comáis, ya bebáis, hacedlo todo para gloria de Dios» (i Cor 10, 31). Lo que es de mero consejo, debe también estar dirigido y orientado a la gloria de Dios. Por eso quien lo hace todo, incluso lo meramente aconsejado y recomendado, se limita al perfecto cumplimiento del deber.

Es consecuencia de todo esto el llamamiento a la vida perfecta, dirigido a todos los cristianos, aunque no estén llamados todos al mismo grado de perfección cristiana; de una manera son llamados los célibes y de otra los casados; uno es el caso de los sacerdotes, otro el de los religiosos. Pero, estando todos llamados a la vida perfecta, a todos es posible, en conformidad con las cualidades y circunstancias personales y según la medida de la gracia de Dios, alcanzar la perfección. Es un grave error y causa de perjuicios todavía más graves pactar con ligereza consigo mismo, diciéndose que no está llamado a la vida perfecta o que la vida de perfección es terreno acotado de unos pocos, reservado para sacerdotes y religiosos. Quien así piensa, se aparta de los designios de Dios, no atenderá a su obligación de aspirar a la perfección. Claro es que nadie se condena por no ser perfecto en la hora de la muerte, con tal de que cumpla en cierto grado el mandamiento del amor de Dios y muera, por consiguiente, en estado de gracia.

Nuestros más serios empeños han de cifrarse, por tanto, en llegar a ser perfectos, no contentándonos con la que hemos llamado perfección esencial, es decir, con alcanzar un grado cualquiera, relativamente bajo, de amor, sino aspirando a la perfección en sentido riguroso y afinado y luchando por ella con la gracia de Dios. Con venzámonos de que nuestro deber más sagrado y nuestro verdadero interés consisten en violentarnos diaria e incesantemente por conseguir la perfección. No aspiraríamos continuamente si, llegado un momento, dijéramos «ya basta». Si pensamos haber alcanzado la cima, entonces cesamos de avanzar, abandonamos nuestro deber y dejamos de cumplir el mandamiento del amor de Dios. «El amor de Cristo nos apremia», debemos exclamar con el Apóstol (2 Cor 5, 14). El amor hace ligero todo lo pasado y lleva con igualdad todo lo desigual. Lleva la carga sin carga y hace dulce y sabroso todo lo amargo. No dice : Esto es imposible. Porque cree poderlo y deberlo todo (cf. La imitación de Cristo, libro 3, cap. 5). ¡ Dichosos nosotros si vivimos la realidad del (¡amor de Dios, infundido en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» ! (Rom 5, 5). Somos tanto más perfectos cuanto más amamos.

 

 

 

 

IV

 

LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN

 

«Bienaventurados los limpios de corazón.» Mt 5, 8

 

¡Convivir la vida de Dios, una vida que, apartada de lo puramente terreno, pertenece enteramente a Dios, una vida de perfecto amor de Dios! Ésta es la cima a la que estamos llamados. Mas ¿ cuál es el camino que a ella conduce? Es usual, desde hace muchos siglos, distinguir tres caminos o «vías» en la vida espiritual: La vía purgativa o de los principiantes, la vía iluminativa o de los proficientes, y la vía unitiva o de los perfectos.

Ya se ve, pues, que las cumbres de la perfección se apoyan sobre dos escalas que debemos subir antes de poder alcanzar el amor perfecto. Lo cual no quiere decir que estos dos grados preliminares sean prácticamente separables entre sí o de la vía unitiva, ni que en ésta no sea ya necesario el trabajo de la purificación del corazón y de la constante vigilancia para preservarse de todo pecado o defecto, ni que sena superfluas las ansias de la vía iluminativa y el constante esfuerzo por la obtención y aumento de las virtudes.

Estas vías de purificación, iluminación y unión se relacionan e interfieren; están estrechamente vinculadas entre sí: iniciados en la vía purgativa, hemos ingresado también en la iluminativa y la unitiva; lo mismo que, por otra parte, la iluminativa, con sus ansias de tener y aumentar las virtudes, permanece siempre condicionada al trabajo de purificar el corazón.

 

1. El porqué de la purificación del corazón

 

Tenemos que convivir la vida de Dios en Cristo Jesús. Siendo Él «la verdadera vid», quiere y debe continuar su vida en nosotros : éste es el profundo sentido de nuestra vocación y vida cristianas. Lo repite san Pablo más de ciento cincuenta veces en sus cartas: «vivimos en Cristo Jesús», estamos vitalmente unidos a Él como lo está el sarmiento a la vid, como la mano al brazo, y éste al cuerpo y al alma que lo vivifica. Jesús quiere «revivir» en nosotros, quiere repetir en nosotros, lo más fiel y perfectamente posible, la vida que tuvo aquí en la tierra por la gloria del Padre y por la salvación de nuestra alma y las de nuestros hermanos.

Ahora bien, la vida de Cristo es de la más delicada pureza, ya que, siendo Él Hijo de Dios y Dios mismo, sólo puede ser su vida purísima y santísima. Puros son su entendimiento y su voluntad, puras sus intenciones y los móviles de su acción; puro es su corazón, libre de todo movimiento de aversión o de inclinación que no sea perfecto, libre de toda cerrazón en su propio juicio, sus razonamientos o su voluntad.

 Cristo está exento de toda sombra de sensualidad, de todo movimiento de orgullo, de toda forma de egoísmo. Vive en nosotros, sus miembros, como quien es divinamente puro, y ansia ardientemente colmarnos de su pureza para vencer todo cuanto en nosotros queda de impuro. Para esto nos proporciona su ejemplo, para esto nos da fuerza: con la fuerza de Cristo podemos «purificarnos de toda mancha de nuestra carne y nuestro espíritu, completando la obra de la santificación en el temor de Dios». (2 Cor 7, 1).

Existe el pecado original. De él arranca la perversidad del corazón humano, de la que todos nos resentimos. Ha quedado oscurecida nuestra inteligencia : no conocemos a Dios ni nos conocemos a nosotros mismos; ignoramos tanto el origen como el fin de nuestra vida. No sabemos en qué consiste nuestra verdadera felicidad ni qué hacer para alcanzarla. Somos ciegos e ignoramos que lo somos; más bien creemos que vemos, a pesar de no ver nada. La voluntad, creada recta por Dios, se ha torcido bajo los efectos del pecado original: tenía originariamente nuestro corazón tendencia natural a amar a Dios sobre todas las cosas, mas después del pecado nuestro amor se ha reconcentrado en nosotros mismos. Si amamos, es con egoísmo: buscamos siempre nuestra ventaja y nuestro interés. Con estas hiiras nos afanamos desde la infancia tras las cosas terrenas, y nos esclavizan, sujetan a sus órdenes las necesidades materiales y el deseo de remediarlas. Del pecado original nació la concupiscencia, el afán desordenado de las posesiones terrenas (concupiscencia de los ojos), de los goces y placeres mundanos y sensuales (concupiscencia de la carne) y del honor, del poder y la distinción social (concupiscencia del espíritu).

Esta concupiscencia nos dificulta querer y, más aún, practicar el bien: vemos el bien, lo estimamos, incluso lo deseamos, pero obramos mal. No somos como debemos ser; ¡viven en nosotros tantos instintos que no deberíamos tolerar ! Siendo así, ¿ qué recurso nos queda ? Purificar del mal nuestro corazón, libertarlo del desorden y de la corrupción. La cuestión del progreso interior, de la subida a las cumbres de la vida cristiana, de la vida para Dios y con Él, se reduce necesariamente al problema de la purificación del corazón. Haremos posible que la gracia divina se difunda en nosotros, en la medida en que trabajemos en la purificación de nuestro corazón; obtendremos provecho de la sagrada comunión, de la oración y de nuestra vida piadosa, en la medida en que seamos puros de corazón. Si nuestro esfuerzo espiritual no produce cuanto debería, si nuestra participación de los sacramentos y nuestra oración no son del todo fructuosas, hay que buscar ante todo la causa de nuestra insuficiente purificación del corazón, en la que radica todo el progreso espiritual. La purificación del corazón es la condición indispensable de todo progreso.

El trabajo de la purificación del corazón es siempre y en todas partes la tarea fundamental. La vía purgativa es lo primero; el que la abandona, creyendo llegar al grado de la iluminativa y la unitiva por un sendero diverso y más cómodo, se equivoca. El que quiere subir una escalera, debe comenzar por el peldaño inferior, ya que sin comienzo no puede haber progreso ni perfección. Combatir los defectos, enderezar la naturaleza inclinada al mal, arrancar la cizaña del jardín de nuestra alma, eliminar, día tras día, hora tras hora, los obstáculos a nuestro  avance : en esto consiste la purificación del corazón. Este primer paso, además de necesario, es el único que augura victoria. Podrá atemorizarnos la magnitud de la empresa, podrá parecer a alguno más atractiva la máxima moderna: «la naturaleza es buena en sí y es menester únicamente dejarla obrar, dejar que crezcan todos sus gérmenes, incluso la cizaña». Mas para eso reza la palabra del profeta : «¡ Oh pueblo mío !, los que te guían y te llaman feliz son los que te descarrían» (Is 3, 12; 9» 16). Un solo camino conduce en verdad a la victoria : la purificación del corazón; no es suficiente para llevar a la perfección, pero es necesario y hay que recorrerlo.

 

2. El camino de la purificación del corazón

 

«Crea en mí, ¡ oh Dios mío!, un corazón puro» (Ps 50, 12). Esto es principalmente obra de Dios, mas también nuestra : obra de purificación por el mal cometido por nosotros o que vive en nosotros, y obra de preservación del mal, del pecado y de la imperfección.

 En primer lugar debemos realizar, naturalmente, la purificación del pecado. Es un hecho, por desgracia, que faltamos, que pecamos diariamente, y así diariamente debemos arrepentimos y pedir perdón al Señor. Siempre tenemos motivos para rezar : «Padre nuestro, perdónanos nuestras deudas», y todos los días confesamos con humildad en el «Confíteor» de la misa: «que pequé de pensamiento, palabra y obra por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa». Con razón frecuentamos el sacramento de la penitencia y nos lamentamos de los pecados que cometemos.

 En segundo lugar, la purificación de las malas costumbres innatas en nosotros, de la tendencia a buscar siempre y ante todo nuestro provecho, nuestra comodidad, nuestros intereses personales y la satisfacción de nuestros deseos egoístas. ¡ Primero nosotros, después el Señor ! Ésta es la llaga abierta en carne viva, el foco de nuestra enfermedad, el veneno que intoxica nuestra sangre : es nuestro amor propio desordenado. Somos unos egoístas, con frecuencia incluso bajo disfraz de piedad. Este egoísmo nos ciega y es, en el noventa por ciento de los casos, el motivo de que nuestra piedad sea sólo un barniz y no un sentimiento auténtico y firme.

Muy importante es también la purificación de nuestra inveterada costumbre de razonar y juzgar de un modo demasiado humano y de obrar por motivos meramente naturales. Decimos que es más racional, más fácil, más prudente desde el punto de vista humano, más sano, más lucrativo, más honroso; que a los demás les causa mejor impresión; que se conquistan mayor estima e influencia, etc. Por desgracia, tenemos el hábito de juzgar desde un punto de vista meramente natural, de emplear medios naturales, de contar especial y casi exclusivamente con las energías y capacidades humanas, de dejarnos determinar en nuestras decisiones por motivos puramente humanos.

Costumbre muy nociva también es la de entregarnos a pensamientos inútiles, absurdos y vanos, estructurar planes para el futuro, crearnos preocupaciones superfluas y exageradas respecto a nuestro porvenir. Ha y preocupaciones justísimas y Dios las aprueba, siempre que se mantengan dentro de límites razonables. ¡ Pero somos tan poco razonables! Así es el hombre: se preocupa con más frecuencia de cosas que no le interesan que de aquellas que más le importan y frente a las cuales se siente impotente. No quiere reconocer su propia incapacidad : se imagina ser y poder alguna cosa, preocupándose de dominar el futuro y sustraerse a esta o aquella vicisitud, en vez de entregarse ciegamente, en la oscuridad de la fe, a la providencia de Dios. Con cierta frecuencia se preocupa también gustosamente en escarbar todos los recovecos del pasado. Queremos ver claro, poner todos los puntos sobre las íes, rehusamos confiar en Dios, que en su misericordiosa bondad nos lo ha perdonado todo y ha borrado todas nuestras culpas. Queremos hacerlo todo por nosotros mismos, confiar en nuestras propias fuerzas. La tendencia a replegarse en sí mismo puede ser morbosa en algunos casos, pero ¡ cuántas veces no es sino fruto del orgullo y de una excesiva confianza ! ¡ Cuánto debemos trabajar para liberarnos de pensamientos y cuidados inútiles!

A todo esto se añade la difícil labor de acabar con los apegos desordenados, sea a las personas, sea al oficio, a los caprichos y simpatías, al cuerpo, a la salud, al propio juicio y a la propia voluntad, a la honra, a las alabanzas y al reconocimiento, a ciertas distracciones, lecturas y charlas. Cuesta muchas fatigas y grande abnegación el libertarse de tales inclinaciones y ligaduras. Esto resulta tanto más difícil cuanto que nos es imprescindible tratar con los hombres, dedicarnos a nuestro oficio y ocuparnos en mil cositas de la vida cotidiana.

En fin, ¡ nos enfrentamos con la tarea de dominar las pasiones! Tenemos pasiones. Éstas son elementos integrantes de una naturaleza sana y pueden 60 rendirnos servicios insustituibles, a condición de que vayan dirigidas y dominadas por el espíritu, por una voluntad noble y elevada. Ahí están las fuertes pasiones del orgullo, de la ira y de la sensualidad, con sus múltiples ramificaciones de la envidia, celotipia, susceptibilidad, vindicta, pereza, comodidad, ambición y lujuria, que son otras tantas manifestaciones del amor propio desordenado. Se requiere una vigilancia continua y una abnegación consciente para dominar adecuadamente las pasiones y aplicar sus impulsos básicos a la obra del bien.

 El primer paso decisivo en la vida de la piedad cristiana es la purificación del corazón. Purificación de todo pecado, de todo apego desordenado a lo creado, de las malas tendencias e inclinaciones y de la esclavitud de las pasiones.

 He aquí la gran tarea que debemos realizar en nuestra vida si queremos ser cristianos perfectos. Esta labor exige de nosotros una oración ferviente, que pide fuerzas y luces de lo alto. Exige una seria disciplina y una constante abnegación de nosotros mismos. Exige que nos esforcemos por ser cada vez más pacientes, humildes y menos quisquillosos, que crezcamos en el santo amor. Cuanto más amemos a Dios y al prójimo por amor de Dios, tanto más seguramente superaremos el pecado y todas las desviaciones, triunfando sobre todo del poder de nuestro desordenado amor propio.

¿Estamos dispuestos a comenzar esta tarea? Ciertamente, sería imposible contando sólo con nuestras fuerzas humanas. Pero si hacemos lo que está de nuestra parte, Dios mismo acabará su gran trabajo de purificarnos. «Todo sarmiento que haya en mí», dice Cristo, «y dé fruto, lo podará (el Pa61 dre) para-que dé más fruto» (Ioh 15, 1). El Padre sabe qué medios de purificación nos convienen y cómo ha de guiarnos y conducirnos para que nos veamos libres del pecado y de la' imperfección. A nosotros nos toca entregarnos con todo celo a la labor que se nos ha encomendado, a la llamada «purificación activa», poniendo nuestra confianza inconmovible en la gracia y en la acción de Dios sobre nosotros. Él tiene gran interés en que lleguemos a la pureza, soltura y libertad interiores, y alejará los óbices que salen al paso con el torrente de mayores y más abundantes gracias. Confiemos en la eficacia y poder del amor infinito con que nos ama. Confiemos en la virtud de nuestro Señor Jesucristo que actúa en nosotros, que nos sumerge en su vida pura y santa, para hacernos partícipes de su inocencia y de su pureza perfecta, haciéndonos así testigos suyos y de su santidad.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

V

 

 EL PECADO

 

«Reconozco mis culpas, y mi pecado está siempre ante mí.» Ps 50, 7

 

«En Él nos eligió antes de la constitución del mundo; para que fuésemos santos e inmaculados ante su presencia» (Eph 1, 4) mediante la posesión de la vida divina y la participación en la misma. Cada día deberíamos agradecérsela nuevamente, poseerla y vivirla con más perfección, hasta que podamos vivirla un día con perfección absoluta en la visión beatífica de Dios: allí «seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual es. Y todo el que tiene en Él esta esperanza, se santifica, como santo es Él» (Ioh 3, 2-3). Se reflejó en nuestra alma esta luz por primera vez en el bautismo. Después de bautizarnos, al imponernos un vestido blanco, símbolo de la gracia que se nos había conferido, nos dijo la Iglesia: «Recibe esta blanca vestidura y llévala inmaculada hasta el trono del Juez divino». Consideremos, pues, el don divino que hemos recibido en el bautismo y examinemos hasta qué punto hemos llevado limpio a través de la vida el blanco velo bautismal.

 

1. Hemos pecado

 

Debíamos llevar a través de la vida la blanca vestidura de la gracia, el traje espléndido de nuestra adopción divina, y lo hicimos durante algunos años. Eran los años de la primera infancia. Mas apenas llegamos a la edad en que podíamos conocer y discernir entre el bien y el mal, se insinuó el pecado en el paraíso de nuestro joven corazón y pecamos : pecados pequeños, pecados mayores, pecados graves : hemos pecado mucho. Nos sobran motivos para, rezar incesantemente: «perdónanos nuestras deudas», «miserere mei Deus, apiádate de mí, oh Dios, según tus piedades, y según la muchedumbre de tus misericordias, borra mi iniquidad. Contra ti, sólo contra ti he pecado, he hecho el mal a tus ojos» (Ps 50, 3-6). Hemos sido el hijo pródigo que abandonó la casa paterna para marcharse a un país extraño : «después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad. Volviendo en sí, dijo : Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti» (Lc 15, 13-19)-

 Padre, he pecado de pensamiento, de deseo, de palabra, de obra, de omisión; he pecado contra Dios, contra el prójimo, contra mí mismo; he pecado contra los mandamientos de Dios, los preceptos de la Iglesia, los deberes de mi estado y de mi profesión; he cometido los siete pecados capitales, y además he envuelto a otros en mi pecado: les he dado motivo de escándalo, los he instigado y he sido para ellos ocasión de pecar. He cometido más de un pecado grave, y me he hecho culpable, más o menos inconscientemente, de numerosos pecados de infidelidad, de faltas e imperfecciones de todo género. He cometido pecados todos los días de mi vida, desde hace ya muchos años, y van superando en número «a los cabellos de mi cabeza» (Ps 39, 13).

Y todo esto, a pesar de los medios innumerables que hemos tenido a nuestro alcance para conservar intacta la veste bautismal; a pesar de las enseñanzas recibidas en la familia, en la escuela, en el templo; a pesar de las numerosas inspiraciones, de las amonestaciones y los avisos interiores de la gracia divina; a pesar de tantos buenos ejemplos que continuamente se nos presentan a la vista; a pesar de las meditaciones, ejercicios espirituales, confesiones y buenos propósitos; a pesar de la participación, cotidiana quizá, en el santo sacrificio y la comunión ; a pesar del gran número de oraciones que recitamos y libros espirituales que leemos. Los sacerdotes y religiosos recuerden especialmente la gracia del sacerdocio y de la profesión religiosa, con los grandes medios de santificación que encuentran en los sagrados votos y en la disciplina del claustro. «Apiádate de mí, oh Dios, según tus piedades, y según la muchedumbre de tu misericordia, borra mi' iniquidad. Lávame de ella más y más y límpiame de mi pecado. Pues reconozco mis culpas, y mi pecado está siempre ante mí. Contra ti, sólo contra ti he pecado, y he hecho el mal a tus ojos. Aspérgeme con hisopo y seré puro; lávame, y emblanqueceré más que la nieve» (Ps 50, 3-6, 9).

«Nada hay de que pueda gloriarme; pero hay muchas cosas por las que debo postrarme en tierra, pues yo débil e inconstante» (Imit. de Cristo).

 

2. ¿Qué hemos hecho al pecar?

 

Para saber valorar la gravedad del pecado, antes debemos intentar comprender quién es Dios, ya que el pecado es negación de Dios : un atentado contra su misma esencia, contra su amor y su santidad, una violación de sus supremos e inalienables derechos. El pecado nos separa de Dios y nos arroja a un abismo de humillación tanto más profundo y de miseria tanto más íntima, cuanto más sublime, grande es nuestra vocación a convivir la vida divina.

El pecado se revuelve en primer lugar contra Dios: es una ofensa a Él, «Yo soy el Señor, tu Dios», al cual debemos referir todas las cosas, servirle, vivir exclusivamente y siempre para Él. ¿Qué hacemos al pecar? En realidad, apreciamos todas las cosas según nos sirvan o no para satisfacer nuestras pasiones, especialmente el orgullo y la sensualidad. La s fuerzas físicas y morales nos han sido dadas para que viviéramos sólo para Dios y su gloria, y nosotros, por el contrario, las empleamos para nuestros fines personales, contrariando la voluntad y los preceptos de Dios. Más aún, nos incautamos arbitrariamente de las que nos interesan, que son propiedad de Dios, y por su naturaleza han de servir a la voluntad y a la gloria del Señor, y las acomodamos a nuestros caprichos y nuestras intenciones contra la voluntad de Dios : las referimos a nosotros, no a Dios, y las hacemos esclavas de nuestras ambiciones; buscamos nuestra gloria y nuestra voluntad, en vez de la suya. Nos preferimos a Dios, nos colocamos sobre Él : ¡ primero nosotros, y luego Dios ! Ponemos junto a Dios, incluso sobre Dios, un ídolo : el ídolo de nuestro yo, del dinero, provecho, trabajo u honor : el ídolo de un placer, una amistad, un gozo vano. Preferimos una criatura al Creador, la situamos prácticamente sobre Él y. decimos a nuestro ídolo : «tú eres mi todo, tú eres mi Dios; yo vivo para ti.» ¿No es esto uña injusticia, una ofensa, un menosprecio a Dios? «¿Sucedió jamás cosa como ésta ? ¿ Hubo jamás pueblo alguno que cambiase de Dios, con no ser dioses ésos ? ¡ Pues mi pueblo ha cambiado su gloria por un ídolo ! Pasmaos, cielos, de esto, y horrorizaos, dice el Señor» (Ier 2, 10-12).

El pecado es desobediencia a Dios, violación consciente de un mandato suyo. «Yo soy el Señor, tu Dios». Tiene el derecho de mandar, y su mandato es ley. Al pecar, le retiramos la obediencia debida, menospreciamos la voluntad y la ley del Altísimo, pisoteamos sus mandamientos y queremos seguir nuestro camino : «Desde antiguo ya quebrantaste tu yugo, rompiste tus coyundas y dijiste : No te serviré» (Ier 2, 20). Y todo esto, tras habernos consagrado a Él en el bautismo, tras habernos puesto a su servicio.

El pecado es ingratitud. ¡En su amor misericordioso nos ha sacado Dios de la condenación eterna, nos ha adoptado como a sus hijos muy amados en Jesucristo, y ha derramado tantas buenas semillas en el sembradío de nuestra alma ! ¡ Y nosotros pecamos! No disfrutamos de los dones naturales y sobrenaturales, los dones de la fe, de los sacramentos, de nuestro estado de cristianos o de religiosos, sino que abusamos de ellos. Nos servimos de las fuerzas del espíritu y de las del cuerpo, de la salud, de los miembros y de los sentidos, no para dar gloria a Dios y cumplir en todo su voluntad viviendo sólo para Él, sino para enfrentarnos, serle desobedientes y ultrajarle. «¿Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera? ¿Cómo, esperando que diese uvas, dio agrazones?» (Is 5, 4).

 El pecado va dirigido contra, Cristo, nuestro Señor y Salvador. Para arrebatarnos al' pecado y a la miseria que éste implica, nos baja a la tierra el Hijo de Dios, que viene «a salvar lo que estaba perdido» (Mt 18, n). ¡Cómo nos ama, y cuántos sacrificios, cuántas penas pasó por salvarnos, desde el pesebre hasta la cruz ! ¿ Qué nos dicen los misterios dolorosos del rosario, las estaciones del víacrucis, la cruz, los clavos y la lanza, las heridas ? Por nosotros, por cada uno de" nosotros ha sufrido todo esto, solamente para abrirnos el «acceso al Padre» (Eph 2, 18), para obtenernos el perdón de los pecados, la vida divina, la gracia y el derecho a la posesión de la vida eterna. Nosotros, en recompensa, pecamos y despreciamos todos sus sacrificios. Éste fue su dolor más agudo durante la agonía en Getsemaní: previo con clarividencia divina la ingratitud con que íbamos a corresponderle. «Pueblo mío, ¿ qué mal te he hecho, en qué te he disgustado ? Respóndeme. Porque te he libertado de la esclavitud de Egipto (bautismo), me ofreces tú la cruz; porque te he llevado a través del desierto nutriéndote del maná celestial (eucaristía), dándote la patria donde corre leche y miel (Iglesia), preparas tú la cruz a tu Salvador. Yo te he enaltecido con mi poder (a la dignidad de Hijo de Dios, a la coposesión de la vida divina), y tú en recompensa me clavas en la cruz. Pueblo mío : ¿qué te he hecho, en qué te he disgustado ? ¡ Respóndeme!» (impro68 perios del viernes santo). ¿ Qué podemos responder, sino esto ? : Sí, hemos pagado tu amor con vil ingratitud. ¡ Y la ingratitud duele tanto !

Es el pecado lo que esteriliza en nosotros la obra de la redención, lo que impide que crezca y prospere en nuestra alma la buena semilla de las inspiraciones y estímulos de la gracia : tanto el pecado grave como el venial. Es verdad que mientras cometemos solamente pecados veniales estamos en gracia de Dios y proseguimos por el recto camino, pero las pequeñas infidelidades y los numerosos defectos nos impiden andar con soltura: la vida interior no prospera, las gracias no producen -los frutos deseados. Y es que oponemos obstáculos insuperables a la obra de la redención y santificación que el Señor quiere consumar en nosotros con su acción y sus sacramentos. Y así esterilizamos la obra de la redención en nosotros y en los demás. ¿No le causará pena al Señor todo esto ? El pecado nos daña también a nosotros mismos, es la mayor desgracia que nos puede suceder. Hubiéramos podido convivir con Dios, y al cometer un pecado grave dejamos de alimentar esta vida. De las cumbres de la posesión de Dios, nos precipitamos en los abismos de su lejanía. Y en lo que toca a nosotros nos hemos separado, nos hemos excluido de la vida divina : ya no somos hijos de Dios, sino hijos de ira; ya no somos sarmientos vivos de la vid que es Cristo, sino sarmientos secos. Y sólo nos faltará que la muerte corte la última fibra que aún nos mantiene unidos a la vid, para que caigamos por toda la eternidad en las tinieblas donde habrá «llanto y rechinar de dientes». Dios, que tanto nos ha amado en Cristo, nos debe rechazar 69 para siempre de su seno, y, perdido Dios, ya está perdido todo.

El pecado entraña en sí mismo su castigo: ese atormentador remordimiento que persigue día y noche al pecador, quizá la pérdida de la salud, de la riqueza, del honor, del buen nombre; siempre el abrasador reproche y la pregunta angustiosa : «¿Cómo acabará todo esto?» Si el infeliz no vuelve al Padre, su desgracia se hace aún mayor con la perversión de la conciencia, la ceguera de la razón, el relajamiento de la voluntad, el endurecimiento del corazón, la insospechada debilitación del carácter, la pérdida de toda estima de sí mismo, la perversión de la naturaleza y, en consecuencia, el temor a la muerte. Éstos son los dos caminos del pecado aquí en la tierra; si la gracia de Dios no interviene misericordiosa, desembocan inevitablemente en la exclusión definitiva de la vida divina y de la visión de Dios : el infierno : eterna lejanía de Dios, lejanía de todo bien, lejanía de toda felicidad y de toda alegría. ¡ Sólo infelicidad, odio y amargura por toda la eternidad !

 El pecado ejerce también una repercusión sobre la comunidad : sobre la familia, la parroquia, la Iglesia, la humanidad. Todo pecado cometido es un perjuicio para la comunidad : priva de la bendición de Dios al individuo y, por tanto, también a aquélla, puesto que todos formamos un solo cuerpo místico, un único organismo. Si un miembro enferma, todo el organismo se resiente; si un sarmiento queda estéril, ya la vid no da todo el fruto. Si un miembro es objeto de la ira de Dios, se resiente toda la colectividad. Nadie vive aislado, nadie al pecar se daña sólo a sí mismo; y todo esto aun prescindiendo del escándalo que ordinariamente va vinculado al pecado. Éste es el concepto católico y cristiano del pecado.

El pecado entraña una relación con Dios que no puede soslayarse. La época moderna, que pone entre paréntesis la existencia de Dios, no puede menos de negar el pecado y se ve forzada a explicar exclusivamente el sentimiento de la culpa a partir del mismo hombre. Otros, por su parte, admitiendo la existencia .de Dios, tratan de aminorar la gravedad del pecado,- diluyendo la causa del pecado entre factores puramente pedagógicos y psicológicos, y reduciéndola en último análisis a un simple error de la mente y de la conciencia. Se llega hasta afirmar que el pecado es humano, un signo de vitalidad humana y de grandeza de espíritu. Hoy se glorifica y ensalza positiva y públicamente el pecado. Nosotros, en cambio, reconozcamos que el pecado es una injuria hecha a Dios y a Cristo, nuestro Redentor. Lo aborrecemos como la mayor y la única verdadera desdicha del hombre y de la humanidad en el tiempo y en la eternidad. Confesamos con el Salmista: «Reconozco mi culpa y mi pecado está siempre ante mí».

Arrepintámonos de lo que hemos faltado. Volvamos, con el hijo pródigo, al Padre y esperemos que use con nosotros aquella bondad, amor y gracia con que recibió al hijo «que había muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 18-32). Pidamos por los extraviados en las sendas del pecado y expiemos para que Dios les sea benévolo y les dé luz y fuerza para romper con el pecado. «Haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 4) .

 

 

 

 

 

 

 

 

VI

 

VI EL PECADO VENIAL

 

«Quien ha nacido de Dios, no peca.» i Ioh 3, 9

 

Una vez que Dios quiere hacernos partícipes ya en este mundo de su vida divina, se nos impone el deber de purificarnos y preservarnos de todo pecado, no sólo del mortal, sino también del venial. Porque la vida de Dios es por esencia absolutamente santa.

El pecado venial, lo mismo que el grave, es una afición desordenada a la criatura, si bien por él aún no nos separamos completamente de Dios, aún seguimos en el camino que conduce hacia Él, siendo hijos de Dios, hijos de la gracia; pero nuestra participación en la vida de Dios, nuestro «ser en Jesucristo», pierde fuerza y vigencia. Nos quedamos para el tiempo y la eternidad en un grado inferior al de la gloria para la que Dios en su amor infinito nos había llamado y escogido.

 Hay almas a quienes horroriza el pecado mortal, pero que a menudo estiman el venial como insignificante y menospreciable. Al no valorarlo debidamente, no le tienen el horror que se merece. Y, sin embargo, de la postura que se adopte respecto al pecado venial depende precisamente el desarrollo, el progreso o el retroceso de toda la vida interior. Mientras consideremos el pecado como cosa de poca monta, mientras permanezcamos indiferentes frente a él, es inconcebible una verdadera participación de la vida divina, es imposible una vida de caridad perfecta. «El que desprecia lo poco, poco a poco se precipitará» (Ecli 19, 1). «El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho» (L,c 16, 10).

 

1. Formas del pecado venial

 

Hay un pecado venial deliberado. Es una transgresión consciente de un mandato divino cometido con pleno consentimiento de la voluntad en materia, como suele decirse, no grave; por ejemplo, una pequeña mentira, una pequeña falta de caridad o de la obediencia que debemos a nuestros padres o superiores. No es un apartamiento completo de Dios, ya que seguimos en el camino recto, pero a la voluntad reconocida de nuestro Dios y Salvador contraponemos la nuestra; estimamos un placer cualquiera, una satisfacción o una cosa terrena por encima de la voluntad y el mandato de Dios. Rehusamos así una inspiración, una invitación de la gracia: de haber correspondido a ella, nos hubiera dado Dios otras aún mayores y un aumento de caridad y de felicidad eterna. Pero con el pecado venial hemos perdido este derecho: ése es el fruto del pecado venial deliberado. Ya no será de extrañar que Dios se nos muestre más reservado en sus dones y que, por consiguiente, sin ellos, cometamos aún más frecuentes infidelidades y que nuestra voluntad se incline a ceder, se nos ofusque el juicio, mengüe la fe, revivan las tendencias naturales, disminuya el fervor. Iremos perdiendo de vista progresivamente el ideal del amor de Dios, sintiendo fatiga y cansancio, hasta que, por fin, nos abandonen el coraje y la alegría.

Nuestra miseria se consuma con el pecado venial habitual. Muchas almas piadosas están en una infidelidad e inexactitud casi continuas en «pequeñas» cosas; son impacientes, poco caritativas en sus pensamientos, juicios y palabras, falsas en su conversación y en sus actitudes, lentas y relajadas en su piedad, no se dominan a sí mismas y son demasiado frivolas en su lenguaje, tratan con ligereza la buena fama del prójimo. Conocen sus defectos e infidelidades y los acusan quizá en confesión, mas no se arrepienten de ellos con seriedad ni emplean los medios con que podrían prevenirlos. No reflexionan que cada una de estas imperfecciones es como un peso de plomo que las arrastra hacia abajo, no se dan cuenta de que van comenzando a pensar de manera puramente humana y a obrar únicamente por motivos naturales, ni de que resisten habitualmente a las inspiraciones de la gracia y abusan de ella. El alma pierde así el esplendor de su belleza, y Dios va retirándose cada vez más de ella. Poco a poco pierde el alma sus puntos de contacto con Dios : en Él no ve al Padre amoroso y amado a quien se entregaba con filial ternura; algo se ha interpuesto entre los dos.

Y tiene que ser así, porque el pecado venial hace que nos comportemos continuamente con Dios y el Salvador de un modo mezquino e incluso bajo : elegimos lo que Él desprecia y aborrece, nos exponemos a sabiendas al peligro de vernos separados completamente de Él. Esta actitud nos priva de las ayudas de la gracia, nos va abismando en un estado de debilidad, de indiferencia y de tibieza, al mismo tiempo que aumenta nuestra satisfacción, orgullo y ceguera. ¿Por qué hemos de extrañar que en tal estado nos precipitemos irremediablemente en el abismo de la separación de Dios ?

La ruina de las almas radica en el pecado venial frecuente, habitual; nos lo enseñan la experiencia y la historia de tantas almas. Algo muy distinto son los llamados pecados veniales semideliberados. Muchas almas buenas tienen tal horror al pecar deliberado, que son, por así decir, incapaces de cometer cualquier pecado, por «pequeño» que sea, a plena conciencia, pero, sin embargo, tienen que reprenderse todos los días de ciertas faltas que las humillan y oprimen, a la vez que irritan al prójimo, no obstante los esfuerzos más sinceros y los mejores propósitos, y aun habiendo empleado todos los medios para evitarlas. No se trata de pecados veniales deliberados, sino de los semideliberados y pecados de fragilidad y precipitación. Se cometen por irreflexión momentánea, por ligereza de carácter o por atolondramiento, olvido y celo excesivo: se decide y obra uno sin darse cuenta, en el momento de actuar, de la pecaminosidad del acto.

Hay también pecados de sorpresa: una excitación nerviosa, una situación comprometida, un apuro, una sorpresa, hacen que nos decidamos u obremos diversamente de como querríamos. Sucumbimos a la presión de las circunstancias: hemos cometido una falta, mas sin total advertencia ni consentimiento perfectamente libre de la voluntad.

Ocurre, además, que uno es sobrecogido por movimientos repentinos de impaciencia, tedio, ira, irritación, pensamientos poco caritativos, sentimientos de antipatía, de menosprecio de los demás, de envidia, impulsos de sensualidad, de imaginaciones torpes y apetencias impuras, caprichos del humor, de la melancolía, etc. Después de la falta, tenemos la impresión, clara y penosa, de no haber sido suficientemente generosos ni habernos dominado bastante, si bien no somos capaces de precisar qué parte exacta tiene nuestra voluntad libre en la falta. Sin embargo, en general, hay cierta culpabilidad, siquiera remota, por culpable negligencia en la vigilancia, en el conocimiento y en la guarda de nosotros mismos. Por esta razón las faltas semideliberadas, esos impulsos espontáneos y directos, pueden ser materia de arrepentimiento, de confesión y de absolución en el sacramento de la penitencia.

Estas faltas semideliberadas son también pecados, por lo cual debemos fomentar frente a ellas durante todo nuestra vida un profundo horror y esforzarnos por evitarlas. Pero no estará de más hacer notar que nunca podremos evitarlas del todo, que es precisamente lo que enseña la Iglesia : mientras vivamos en la tierra, nadie puede evitar todos los pecados semideliberados, a no ser que Dios le conceda este privilegio especial, que creemos otorgó a María santísima (Con. de Trento, sess. vi, can. 23). Lo que debemos intentar, pues, en. nuestra lucha contra el pecado semideliberado, no es su eliminación definitiva, sino su restricción a un mínimo.

 Sea nuestro programa: nunca un pecado consciente y deliberado; a la vez, el menor número posible de pecados semideliberados y de faltas o imperfecciones. «Quien ha nacido de Dios, no peca.»

 

 

2. Cómo combatir eficazmente el pecado venial

 

Pregunta de vital importancia, porque todo depende del modo de comportarnos frente al pecado venial. Debemos eliminar a toda costa de nuestra vida el pecado venial deliberado. Mientras no tengamos este propósito decidido, será imposible la caridad perfecta, la perfecta unión con Dios, la vida para y con Él. El pecado semideliberado ya es otra cosa, porque presupone un profundo horror a toda consciente infidelidad y transgresión de un mandamiento de Dios, y, apenas cometido y reconocido, provoca un sincero arrepentimiento. Nos humilla el haber hablado u obrado ireflexiblemente, el haber tomado determinada decisión en un momento de compromiso, el haber sido presa fácil de la irritación y del nerviosismo; y acudimos en seguida a Dios para pedirle perdón, renovamos el propósito de mantenernos en mayor vigilancia y generosidad en adelante, y le pedimos la gracia de no caer otra vez. En una palabra, estos pecados semideliberados nos han servido para conocernos mejor, para humillarnos y recurrir a Dios, nuestro único salvador, y formular un acto de contrición renovando la decisión de oponernos al mal. Por eso estas faltas no son para nosotros un obstáculo o un perjuicio, sino más bien un eficaz medio de santificación, un camino hacia Dios, una gracia. No obstante, debemos hacer lo posible para que vaya reduciéndose también la frecuencia de estas faltas.

 ¿ Qué medios utilizar en esta lucha ?

En primer lugar, la oración. No nos bastan el deseo y el esfuerzo humanos. «Dios es el que obra en vosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Phil 2, 13). El mismo deseo de no pecar ya no es obra nuestra, sino que lo despierta en nosotros la gracia divina (Conc. de Orange, año 529. can. 4). Para comprender bien lo que es y lo que para nosotros significa el pecado venial, es preciso que nos ilumine la gracia de Dios. Y habrá de ser también la gracia divina la que nos dé vigor y fortaleza para emprender la lucha contra el pecado venial en sus más variadas formas y para mantenernos en ella día tras día durante toda la vida con fervor y fidelidad inviolables. Dios da la gracia al que se la pide : «pedid y se os dará» (I/C 11, 9).

En segundo lugar, hay que adquirir principios claros respecto a las que llamamos «cosas pequeñas», las reglas, las prescripciones, los deberes, etc. En realidad, para nosotros no puede haber cosas pequeñas. En cada obligación nuestra, en cada mandato, deseo u orden de los superiores legítimos, en cada suceso del día, sea bueno o malo, el ojo de la fe descubre a Dios : su providencia, tolerancia o disposición, su voluntad, su beneplácito. Si vivimos la fe, aun las cosas que, humanamente hablando, son insignificantes, serán grandes para nosotros, santas y dignas de consideración. Descubrimos en ellas la santa voluntad de Dios, al mismo Dios, y así nos será fácil preservarnos de cualquier infidelidad y negligencia.

La justa valoración del pecado venial, especialmente del deliberado, es de la máxima importancia. Tendemos a considerarlo como insignificante, mas esta ilusión es el principio del fin. Debe subsistir en nosotros el profundo convencimiento de que es una ofensa a Dios, algo que El aborrece con todo el poder de su santidad, desobediencia a sus leyes, ingratitud al que nos ama infinitamente y nos concede todo el bien que poseemos. Después del pecado grave, el venial es nuestra mayor desgracia. Si bien en realidad no nos separa de Dios, pues no nos priva de la inhabitación de Dios en nosotros ni nos quita la vida divina, la dignidad de hijos de Dios, sí nos priva, desde luego, de numerosas gracias e impide la expansión de la vida divina en nosotros, el aumento de la gracia santificante y de las virtudes sobrenaturales, obstaculiza la gracia, la repele y arrincona de modo que no puede desarrollarse donde crece la planta venenosa del pecado venial habitual.

Otra ayuda, y de primer orden, en esta lucha contra el pecado venial, es el uso frecuente y provechoso del sacramento de la penitencia. Este sacramento no sólo perdona los pecados cometidos, sino que prepara y fortifica el alma para el porvenir, gracias al arrepentimiento, a la absolución del sacerdote y a la penitencia que éste impone; atenúa la tendencia a recaer, aumenta la inclinación al bien y nos da derecho a nuevas y más eficaces gracias actuales con las que podamos resistir y evitar el pecado venial. Por supuesto, este triunfo depende mucho del buen uso que hagamos del sacramento de la penitencia, que debemos recibir con profunda contrición, reportando el provecho que nos brinda. A los superiores de las órdenes religiosas manda la Iglesia que velen por la confesión al menos semanal de los religiosos. Para evitar la rutina en la confesión semanal, y especialmente en la confesión de los pecados veniales, será útil que concentremos nuestra atención en el dolor. Y para formar un ver79 dadero dolor, echaremos una ojeada general, no particular, a los pecados de nuestra vida pasada. Si no hemos cometido ningún pecado grave desde la última confesión, recordemos que no es absolutamente necesaria, según enseñan expresamente los teólogos, para la validez de la confesión la mención y acusación detallada de los pecados veniales e imperfecciones. Según la doctrina del Concilio de Trento (sesión 14, cap. 5), muchos son los medios por los que se puede obtener la remisión de los pecados veniales, no siendo, por consiguiente, necesario acusarnos de ellos en la confesión; pero, añade el Concilio, es provechoso confesarlos.

Rigurosamente hablando, por consiguiente, basta, si no tenemos la conciencia manchada con un pecado mortal, acusarnos de un pecado real, aunque se trate de uno de la vida pasada ya confesado y perdonado por Dios. En todo caso, no es bueno demorar demasiado en el examen de conciencia, siendo, en cambio, mucho más importante el esfuerzo por formar el acto de arrepentimiento amoroso más perfecto posible, que borra los pecados veniales. Entonces puede bastarnos la acusación limitada a unos pocos puntos. Con el arrepentimiento renovado sobre los pecados de la vida pasada terminaremos la confesión, diciendo: Me acuso de todos los pecados de mi pasada vida. Muchos se estacionan demasiado en el examen de conciencia y en la formulación de las faltas, haciéndoseles onerosa la confesión semanal. Al arrepentimiento siguen espontáneamente los propósitos de enmienda correspondientes.

Otro medio indispensable es la asidua vigilancia: sobre los sentidos externos, la imaginación, pensamientos, deseos, tendencias, afectos y costum80 bres. «Velad y orad para no caer en la tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es flaca» (Mt 26, 41). Sin una continua vigilancia y mortificación de los sentidos, del paladar y de la lengua, de la volubilidad' de las tendencias espontáneas, de la susceptibilidad, del resentimiento, del espíritu de contradicción, del orgullo, de la inclinación a la crítica y al desprecio del prójimo, es imposible superar el pecado venial. A la oración debemos unir la mortificación y la adecuada ascesis, como nos exhorta el Señor : «Vigilad y orad», porque «esta especie de demonios no puede ser expulsada por ningún medio, si no es por la oración» (Me 9, 28).

Otro medio también indispensable es_ el ejercicio reflexivo de las virtudes cristianas, especialmente de la virtud de la fe, de las virtudes cardinales de la templanza (autodominio) y de la fortaleza para los sacrificios que se nos exigirán. Pero lo más importante de todo es que se encienda en nosotros el amor a Dios y al prójimo, el amor ardiente a Cristo, nuestro Señor y Salvador. -Creciendo el amor, crecen todas las virtudes y se vigoriza el deseo de evitar el pecado venial. El problema del progreso interior y de la pureza del alma es ante todo un problema de aumento de la caridad. Si amamos, los pecados y las faltas desaparecen como por encanto. Generalmente, adoptamos una postura errónea respecto a nuestras relaciones con el pecado venial : ponemos a los bordes del camino de nuestra vida una infinidad de letreros que nos van advirtiendo : «es pecado», «no se puede», o «¿podré hacer esto?», y así lo empequeñecemos o, mejor, lo obstruimos, y nos resulta verdaderamente imposible caminar por él, con sencillez, seguridad y alegría, hacia la cumbre. ¡ Vivimos una ascesis demasiado negativa ! Necesitamos más amor, una ascesis más positiva y luminosa. Si tenemos amor, lo tenemos ya todo.

El amor nos fortalece para aceptar los sacrificios y mortificaciones, para renunciar a esto y aquello, para oponer un no tajante a los movimientos del amor propio, para mantener la vigilancia imprescindible si queremos preservarnos de toda falta aun en las cosas más «pequeñas». De las profundidades del amor debe brotar ese sincero aborrecimiento de todo pecado venial, por pequeño que sea, que debe acompañarnos siempre y penetrar enteramente nuestro ser, influir y determinar toda actitud de nuestro espíritu y de nuestra voluntad. El amor nos inmuniza contra cierta forma de temor al pecado, infundada, paralizadora y debilitante, y contra toda incertidumbre y exceso de escrúpulo respecto a las innumerables posibilidades de pecar venialmente, porque une nuestra voluntad a la de Cristo y a la dé Dios, y le da una dirección claramente determinada. Nos empuja a hacer el bien, a hacerlo perfectamente y a pesar de todas las dificultades.

El amor no se contenta cor evitar el mal, con no faltar a ningún mandato dt Dios, que eso lo hace también el temor; se eleva sobre el simple deber y quiere hacer más, dar más. El amor otorga al alma la fuerza de una vigilancia constante, la fuerza de emplear los medios necesarios para obrar bien, superar los obstáculos, evitar todo lo que podría desagradar a Dios. El amor nos mueve a intentar complacerle siempre y en todo. Ésta es su meta : muy superior, por cierto, al mero no obrar mal.

El amor es una potencia superior a todas las demás. Transforma al que ama, le da nuevas ideas, nuevos impulsos y capacidades desconocidas. No es pequeña cosa el que nos haga evitar continuamente en la tierra el pecado venial, en medio de los hombres, en el vaivén de la vida moderna; no es pequeña cosa vigorizar nuestras fuerzas con esa facilidad y prontitud que nos mantiene casi espontáneamente en el recto camino y hace casi imposibles la desviación y la caída. Para llegar hasta aquí se precisa un estado de ánimo, superior a toda mediocridad, que puede existir solamente donde el fuego del amor divino arde con vehemencia.

Hagamos un examen de conciencia sobre nosotros mismos: ¿ qué pienso yo del pecado venial ? ¿ cómo lo he considerado hasta ahora en la teoría y en la práctica? ¿qué debo hacer, modificar, abandonar, mejorar? ¿con qué medios alcanzaré este objeto?

Nuestro programa : «Quien ha nacido de Dios, no peca, porque la simiente de Dios (la gracia) está en él» (1 Ioh 3, 9). Tenemos que llegar a que nos sea moralmente imposible cometer deliberadamente el menor pecado, permitirnos a ciencia y conciencia las menores infidelidades. Tiene que ir verificándose poco a poco en nosotros lo que está escrito : «Quien ha nacido de Dios, no peca. No puede pecar». «El que desprecia las cosas pequeñas, se precipitará poco a poco» (Eccli 19, r).

 

 

 

 

 

 

VII

 

EL ENEMIGO

 

«Todos buscan sus intereses, mas no los de Jesucristo.» Phil 3, 21

 

No es cosa de poca monta haber sido elevados hasta la participación en la vida divina,, ser sarmientos de la vid que es Cristo, sarmientos en que Él hace circular la savia de su vida, y, en fin, poder decir: «no vivo yo, es Cristo quien vive en mí». Cristo quiere y debe vivir y reinar en nosotros, ser el alma que nos vivifique y determine todos nuestros pensamientos, deseos y acciones.

Pero, a partir del instante en que Cristo toma posesión de nuestra alma para infundirnos su espíritu y penetrarnos de su vida, se le contrapone el enemigo que ambiciona impedir su expansión. No es precisamente este enemigo el demonio o el mundo, sino que vive en nuestro interior : nacido con nosotros, nos ha estado esclavizando incluso cuando no gozábamos todavía del uso de la razón. Es el enemigo cuyo poder aumenta cada día, ayudado por nuestras pasiones, las tinieblas de nuestra mente, la debilidad de nuestra voluntad, nuestros pecados y nuestras malas costumbres. Es un enemigo que se envalentona precisamente con los golpes que le damos, un enemigo que se ufana de las victorias que sobre él vamos logrando, y se las adjudica. Un enemigo que crece nutriéndose precisamente de las virtudes que practicamos y hasta de los defectos a los que cedemos; un enemigo que se despierta con nosotros por las mañanas y queda a nuestro lado todo el día, atento siempre a envenenar y degradar espiritualmente todas nuestras obras. Ya es hora de decir que este enemigo se llama amor propio. ¡ Hay que derrotarlo ! Si lo vencemos, está asegurado en nosotros el reino de Cristo. Sólo entonces podremos decir, con san Pablo, «no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Un bosquejo intuitivo de este enemigo artero nos lo da la Imitación de Cristo, de Tomás de Kempis, libro 3, cap. 54 : «Las tendencias contrarias de la naturaleza y de la gracia».

 

1. Qué es el amor propio

 

Hay un amor propio recto, ordenado. Debemos amarnos, desearnos el bien, sí, tenemos que amarnos a nosotros mismos, porque la aspiración y la tendencia a la felicidad están inscritas en nuestra naturaleza. Podemos desear para nosotros los bienes naturales: talento, ciencia, integridad. Podemos amar también nuestro cuerpo, cuidarlo, velar por su salud y hermosura, pero a condición siempre de que la principal solicitud sea por el alma, por adquirir las virtudes, por conseguir la salvación eterna. El amor propio es ordenado cuando nos amamos en Dios y por Dios, cuando, como hijos de Dios, como redimidos, como llamados que somos a la participación  de la vida divina, le adoramos, le servimos, trabajamos en su santo amor por Él y cumplimos su voluntad.

El amor propio ordenado tiene su reverso, que es el odio de sí mismo : odiar los pecados cometidos y hacer penitencia por ellos. Aborrecemos nuestra propensión al pecado y nuestra corrupción interna, esforzándonos por subsanarlas mediante la ascesis y la abnegación. Odiamos nuestro cuerpo, sometiéndolo a la disciplina y a la mortificación. «Si alguno viene a mí y no aborrece aun su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 26). Hay también un amor propio desordenado, del que vamos a hablar ahora. Este amor propio nos lo encontramos en todos los caminos y en todos los senderos, día tras día y hora tras hora, bajo mil formas diversas, exteriormente siempre complaciente, mesurado, mañoso, gentil, amable, deferente. Pero, visto al desnudo, es un lobo voraz, falso, mentiroso, habilísimo en el arte de la seducción y de la persuasión, sofista.

El amor propio es la fuerza que mueve el mundo. «Todos procuran sus intereses», dice san Pablo, todos van a lo suyo, todos buscan su provecho : somos unos egoístas. El amor propio es la raíz secreta y profunda de los pecados y de los vicios que hacen a los hombres continuamente infelices : pereza, falta de carácter, infidelidad, mentira, concupiscencia, avaricia; de los pecados de .la carne y del espíritu.

El amor propio es la madre fecunda de todos los grandes crímenes de la humanidad, de las injusticias que claman venganza al cielo y de las que la historia es rica en ejemplos; de las opresiones, de las faltas de caridad con el prójimo, de las enemistades y guerras, de la destrucción de nuestra felicidad y de la del prójimo. El amor propio es, en último análisis, lo que arranca la fe y la religión de millones de corazones, lo que priva de Dios y del cielo a millones de hombres.

 Junto a este egoísmo grosero y vulgar, hay otre más sutil que es propio de las almas piadosas: el amor propio «espiritual>. También en esta forma se introduce el egoísmo cada día en los corazones, pensamientos, reacciones internas, palabras y obras de las almas buenas.

Un alma, por ejemplo, anhela ardientemente la perfección; pero detrás de esta ansia se encuentra, inconfesado, el deseo de ser estimada, admirada, considerada, y, frecuentemente, una complacencia en la propia perfección, una admiración de sí misma, y un secreto orgullo.

Trabaja el alma cuanto puede, por huir del pecado, pero, a escondidas, se insinúa en ella el amor propio : huye del pecado, no tanto porque es ofensa a Dios, sino también porque afea su propia belleza espiritual, o también porque querría creerse a sí misma superior a tales debilidades.

El amor propio va buscando consuelos, desea luces, dones y gracias; se fija en las que Dios concede a las demás y termina por hacerse celoso, envidioso y antipático. Engañada por el amor propio sobre el verdadero objeto de la vida y el combate espiritual, el alma los considera no ya como el cumplimiento de la voluntad de Dios, sino como un perfeccionamiento personal y una mejora de su vida; y al proponerse un objeto equivocado, se desfiguran los motivos de su acción. El alma termina por encerrarse en una escuela de perfección conforme a su elección y a sus gustos, y no sospecha ni de lejos que su esfuerzo por progresar no es otra cosa que un engaño y una apoteosis de su propio espíritu.

El amor propio hace que se agite el alma y se inquiete por sus defectos, pecados y debilidades; que se deje abatir y acobardar por su propia miseria, que no pueda soportar la vista de su propia nulidad, que esté descontenta de la obra de Dios y de la gracia en ella, ya que le parece lenta, terriblemente lenta. Había calibrado sus propias fuerzas de bien diverso modo y pensando que la gracia iba a obrar como por encanto. ¡ Qué nerviosa la pone esta lentitud de Dios !

El amor propio lisonjea al alma para que se proponga una meta alta, demasiado alta : teniendo a la vista el ejemplo de Cristo y de los santos, piensa hacer otro tanto. Cree que ha hecho ya cuanto ha podido, mas no puede dejar de comprobar que lo que ha hecho queda por debajo de lo que ha visto en ellos, y esta reflexión acaba por desanimarla.

 El amor propio pone ante los ojos del alma el bien que hace : la fidelidad con que cumple sus obligaciones, el celo con que practica la oración y los ejercicios de piedad; a la vista de tanto bien, pronto se levanta una sutil niebla y el alma comienza a marearse. El amor propio produce en el alma inquietud, impaciencia, descontento, si se ve obligada a combatir, en los momentos de oración, las distracciones, los pensamientos vanos y otras tentaciones; si nota en sí pobreza de pensamientos elevados o frialdad de corazón; si tiene que reconocer su propia incapacidad; si sufre aridez de espíritu.

En las relaciones con el prójimo, el amor propio nos hace susceptibles, inflexibles, soberbios, impacientes, exagerados en la afirmación del propio yo y de los propios derechos, fríos, indiferentes, injustos en nuestros juicios y en nuestras palabras. Se deleita en hablar de las propias acciones, de las luces y experiencias interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin necesidad de hacerlo.

En las prácticas de piedad se complace en mirar a los demás, observarlos y juzgarlos; se inclina a compararse y a creerse mejor que ellos, a verles los defectos solamente y negarles las buenas cualidades, a atribuirles deseos e intenciones poco nobles, llegando incluso a desearles el mal. El amor propio —para deshonra de la piedad— hace que nos sintamos ofendidos cuando somos humillados, insultados o postergados, o no nos vemos considerados, estimados y obsequiados como esperábamos.

No es posible enumerar todas las formas del amor propio espiritual. Basta indicar las que éste gusta adoptar en la vida de comunidad. En ella se manifiesta con frecuencia como separatismo, como tentativa de apartarse un tanto de la vida común, de querer hacer más de lo que prescriben las reglas y las constituciones, de sustraerse siempre que puede a la vida común para seguir su propio camino. Gusta de presentarse bajo el disfraz de una rigurosa fidelidad a la regla, intento que hace a uno poco comprensivo y le mueve a espiar, controlar y acusar a los otros, y que considera siempre a los superiores demasiado suaves e indulgentes. Se manifiesta como afición a las cosas privadas, sin interés por las de la comunidad; como independencia de espíritu: no quiere uno someterse a la obediencia ciega, no le 89 place realizar sin examen crítico lo ordenado, quiere ver y juzgar por sí mismo.

 El amor propio induce a la crítica, al descontento, a la indiferencia para con los superiores, hermanos o hermanas. El amor propio, por fin, es la fuente de todas las inquietudes, dificultades interiores, zozobras, temores, desilusiones, deseos, esperanzas irrealizables, programas, propósitos, intenciones: todas esas cosas que mantienen el alma en tensión continua, que no la dejan en tranquilidad, la privan del recogimiento y el espíritu de oración, de la paz interior, y le impiden llegar a la unión perfecta con Dios, al estado de oración perfecta. Ahora que hemos visto con claridad la decisiva importancia que el amor propio tiene en la vida de piedad, comprenderemos cuan necesario es afrontar este enemigo para rechazarlo y aniquilarlo.

El amor propio es la causa profunda de todos nuestros pecados e infidelidades. Sabemos que el pecado es la afición desordenada a un bien temporal, a una vanidad, a una locura, a un ídolo; afición que reconoce su origen en un amor desordenado de sí mismo, en el amor propio. Se insinúa la serpiente en el paraíso: «No, no vais a morir; ...y seréis como Dios» (Gen 3, 4); halaga el amor propio de Eva, y la mujer se deja engañar, toma el fruto prohibido y lo entrega a Adán para que lo coma también.

 En este momento se desata sobre la humanidad el torrente del pecado, que penetra en todas las cosas, en todos los corazones, en los pensamientos, inclinaciones y deseos, en los cuerpos y en las almas, en las palabras y en las obras de los hombres : éste es el fruto del amor propio. Hace de Caín un fratricida; de un apóstol, el traidor del Señor. ¿Ha y poder más nefasto que el del amor propio ? El amor propio es en nosotros el enemigo de Dios. Hemos sido creados para el santo amor de Dios. «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Mt 22, 37). «El que no ama, permanece en la muerte» (1 Ioh 3, 14).

 Pero ¿quién ama a Dios? El que se entrega enteramente y sin reservas a la voluntad y al beneplácito divinos, el que asiente con un sincero fiat a todas las gracias, fatigas, deberes, penas y alegrías que la vida le proporciona, el que nada busca para sí, sino que sólo vive para el honor, el servicio y la voluntad de Dios. Mas, a todo esto, ¿cuál es la actitud del amor propio ? : vive para sí y no para Dios, es el enemigo jurado de Dios y su amor El amor de Dios y el amor propio son como los dos platos de una balanza: si uno sube, el otro baja. Sólo tras la derrota del amor propio puede germinar en el alma el amor a Dios y a Cristo. Y si el amor propio es el enemigo del amor a Dios, necesariamente es también el enemigo del amor al prójimo. Éste une los espíritus y los corazones, que el amor propio separa.

El amor propio es el gran aguafiestas, el enemigo que siembra en los corazones la mala simiente de la aversión, la envidia, el odio y la enemistad. El amor propio busca sólo y siempre el propio provecho, sin cuidarse de los derechos ajenos ni de la ley de la caridad con el prójimo. San Pablo escribe a los de Corinto : «el amor es paciente, es benigno; no es envidioso, no es jactancioso, no se hincha; no es descortés, no es interesado, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo 91 lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta» (i Cor 13, 4 ss). ¿Verdad que no es esto el amor, propio ? ¿Qué se sigue de ahí? Esta verdad incontrovertible : toda perfección, toda santidad, todo progreso espiritual se funda en la destrucción del amor propio. Sólo sobre sus ruinas puede erigirse la nueva edificación en la que Cristo vive y reina. Y esta otra verdad : el gran medio para llegar a la perfección es la purificación y desapego del propio yo y del amor propio, que es el enemigo por excelencia.

 

2. Cómo se vence el amor propio

 

Nuestra tarea es doble : oración y mortificación. «Esta clase de demonios no se vence sino por la oración y el ayuno [la mortificación]» (Mt 17, 21).

A la oración le están prometidas y vinculadas las gracias, «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis» (Mt 7, 7). «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia [santidad], porque serán saciados» (Mt 5, 6). Cuanto más y mejor oremos, tantas más gracias nos serán concedidas para que podamos vencer el amor propio. En nuestra oración debemos pedir ante todo el verdadero amor de Dios y de Cristo. El amor propio disminuye a medida que crece en nosotros el amor de Dios. «Señor, ¡ aumenta nuestro amor !»

 Estrechamente unida a la oración está la mortificación. La mortificación de la sensualidad y de la molicie, del deleite y del placer en sus innumerables formas y matices, la mortificación de los sentidos, de los ojos, de la curiosidad, de la lengua. Finalmente, y ante todo, la mortificación generosa de las potencias del alma, es decir, la disciplina y el dominio de las inclinaciones y de las pasiones, del orgullo, la vanidad, la susceptibilidad, la exagerada confianza en sí mismo, el mal humor, la volubilidad, el espíritu de contradicción, la locuacidad, la indecisión de la voluntad, la impetuosidad del carácter; la mortificación de la inteligencia, el dominio de la imaginación y de la memoria, la moderación de la tristeza y la nostalgia, del temor, de la alegría, de la actividad exagerada e insaciable.

Aun cuando hubiéramos hecho todo esto, seríamos todavía unos siervos inútiles. Nuestro esfuerzo no basta. Nunca somos bastante perspicaces para combatir el amor propio en todos sus aspectos : nos falta ese valor, casi cruel, necesario para seguir trabajando hasta aniquilarlo. En consecuencia, es necesaria la intervención de Dios.

Y Dios interviene, empuña martillo y cincel y se pone al trabajo : quiere hacer con nosotros una obra maestra, una imagen lo más fiel y perfecta posible de su Unigénito: un hijo de Dios, como Él, que lleve marcados los rasgos y la fisonomía propios de Jesús y resplandezca con la belleza de Cristo; y todo esto, para extender a nosotros lo más perfectamente posible el amor que el Padre tiene al Hijo suyo consustancial.

 Interviene Dios, y actúa en nosotros externamente por medio de su amorosa providencia, de sus disposiciones, de las que nosotros llamamos las «casualidades» de cada día; por medio de las circunstancias en las que nos coloca, de las enfermedades, humillaciones, triunfos y fracasos, dificultades y amarguras, cruces y dolores, pequeñas y grandes alegrías. En cada momento de la vida Dios nos tiene 93 de su mano y está trabajando en nosotros para destruir nuestro amor propio, que es nuestro mayor enemigo.

Actúa también en nosotros internamente, manifestándose como un Dios celoso que no tolera a su lado, en nuestra alma, otros dioses, como quiera que se llamen. Es celoso del amor y de la entrega de nuestro corazón: quiere ser centro y objeto de todos nuestros deseos y todas nuestras inclinaciones; quiere que le amemos de verdad con todo el corazón, con todas las fuerzas, y que además amemos todas las otras personas y cosas en Él y por Él.

Es celoso del homenaje de nuestra inteligencia: quiere que humillemos nuestro entendimiento ante Él, que reconozcamos que Él lo es todo, que con una fe ciega le sometamos todos nuestros criterios y nos dejemos guiar siempre por su luz; que estemos dispuestos a morir al espíritu propio, a renunciar a verlo y comprenderlo todo con nuestra pobre inteligencia, y a admitir la orientación de su Espíritu y de su Luz, a someternos absoluta e incondicionalmente a El.

El Señor es un Dios celoso: sus celos, en verdad, no tienen límite. Va Dios tan lejos, que no tolera en nuestro corazón ni la más insignificante huella de amor propio, al que persigue hasta su aniquilamiento total. Dios comienza esta obra de total desprendimiento retirando al alma que ha decidido vivir solamente para Él los consuelos que en un principio le había concedido. Estas consolaciones eran necesarias y muy oportunas en los comienzos de la vida espiritual : tenían por objeto apartar a la criatura de la parte inferior del alma, con el fin de unirla sólo a Dios.

Estas consolaciones —l o sabemos por experiencia personal — iban vinculadas a un gusto sensible de Dios y de las cosas divinas; de ahí que nuestra primera entrega a Dios no era en realidad pura, sino que estaba matizada por un sutilmente disfrazado amor propio. Poco a poco, cuando estos consuelos ya han cumplido su papel, interviene Dios para purificar nuestro amor. A intervalos y durante alguna temporada sustrae al alma los consuelos internos, permite que ella note en sí misma aridez, distracciones involuntarias, dificultades en la oración, pérdida de toda devoción sensible y de la fruición que anteriormente sentía; incluso la deja caer en cierta frialdad y desgana por las cosas divinas, en una sensible dificultad para recogerse y comunicarse con Dios.

Por todos estos indicios el alma se da cuenta de que ha entrado en una crisis espiritual. Feliz entonces el alma que se comporta con coraje y acepta con paz y humildad el tiempo de prueba -. si permanece fiel y entrega generosamente a Dios todo lo que Él le pide, comenzará a amarle por sí mismo, y no ya por su dulzura ni por sus consuelos. Al llegar a este punto, puede ya iniciarse el segundo período de la acción divina encaminada a destruir el amor propio. Tras alternativas más o menos pronunciadas de períodos de fervor y sequedad, Dios arrebata todos los elementos sensibles al alma que le ha permanecido fiel; le da a saborear su amor con escasa frecuencia y tan sólo por breves momentos.

Así despojada, el alma se va haciendo más sencilla y más pura : no se da ya cuenta de que es amada, ni siquiera de que ama; y, sin embargo, su amor es más fuerte y más puro que antes. 95 Ama sin pensar en sí misma, se olvida, se pierde de vista. L,a prueba de su amor no se apoya, como antes, en lo sensible, sino que se ha hecho más robusta, más fiel, más paciente, más caritativa, más suave, más desinteresada, más firme ante las tentaciones.

El fervor de la sensibilidad ha cedido el puesto al fervor de la voluntad, el amor propio ha perdido terreno, el alma ha aprendido a olvidarse y a perderse en el amor de Dios. Y aquí comienza la tercera fase, la de «la grande purificación», el tiempo del que escribe santa Catalina de Genova: «El amor divino destruye todo lo que es más querido: valiéndose de la muerte, de la enfermedad, de la pobreza, del odio, de la discordia, de la calumnia, del escándalo, de la mentira, de la pérdida del honor a los ojos de tus padres, familiares y amigos y de ti misma, de modo que no sabe una cómo comportarse, ya que de todas las cosas más queridas sólo te vienen pena y humillación. No comprendes siquiera por qué obra así el amor de Dios, pues tanto por relación a Dios como a los hombres su conducta te parece que no tiene sentido. Después de dejar así al alma más o menos contrariada, presa de íntimo sufrimiento, el amor divino le muestra, por fin, su rostro radiante y luminoso y, apenas lo advierte, desnuda y abandonada, se arroja el alma en sus brazos».

I,a primera de estas grandes purificaciones se manifiesta en forma de graves tentaciones que parecen arremeter contra todas nuestras virtudes: tentaciones contra la pureza, la fe, la confianza en Dios y la caridad y el amor al prójimo; tentaciones de ira, de resentimiento, de desconfianza, de blasfemia, de resistencia a Dios y a su gracia; marejada 96 de todas las pasiones, que ya creíamos extirpadas para siempre y desde tiempo atrás. Pero, a pesar de todo, el alma permanece interiormente firme y pura : conoce sus fragilidades y su nada, y, por fin, cesa de admirarse y de amarse; reconoce lo pecaminosa y lo horrible que íntimamente es, y comienza a alimentar su propio desprecio y aborrecimiento. Todo esto no es más que obra del amor divino en nuestra alma.

Se caracteriza la segunda purificación por grandes humillaciones externas. Se propagan calumnias contra la persona, pierden todos la estima en que la tenían, se la califica de hipócrita, se interpretan mal sus palabras y sus obras. Los que un tiempo eran sus amigos, ahora la abandonan, la rehuyen. Ni sus mismos superiores la valoran ya : la condenan, le retiran su confianza. Y el alma sufre y calla, deja que la condenen, que la calumnien, que se alejen todos de ella, que sospechen de ella lo que quieran, y ora con Cristo : «Padre, perdónalos». En realidad, nada de cuanto le reprochan puede imputarse a sí misma, mas se cree culpable y está convencida de que merece el tratamiento que recibe. Aquí es donde Dios actúa. El amor propio no debe encontrar ningún apoyo : ni en el testimonio de la propia conciencia, ni en la opinión o en el juicio de los hombres. Y, con todo, Dios no está aún satisfecho.

El alma podría apoyarse en Dios, en su proximidad, pero hasta de ese deseo se ve privada. En el período en que Dios la somete a escrúpulos y a apariencias de pecado, y a graves humillaciones provenientes de las criaturas, incluso Él mismo la trata con severidad, casi con dureza, de modo que parece rechazarla. El 97 alma se cree condenada y repudiada por Dios para toda la eternidad. Todo le ha sido arrebatado: sus únicas posesiones son la tiniebla, la oscuridad, la privación de toda ayuda, la ansiedad, un sentimiento de abandono total, por parte de todo y de todos, y se ve impulsada a exclamar : «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» ¿Qué puede hacer? Nada; si no es arrojarse ciegamente en los brazos de Dios, en una especie de rendición incondicional: «A tus manos, Señor, encomiendo mi 'espíritu.»

Profundamente humillada, reducida a la nada a los ojos de los hombres y a los suyos propios, no le queda donde apoyarse. Pero en este momento se le abren los ojos, y, por fin, el amor propio se desarraiga del suelo del alma, llevándose consigo todos sus retoños y ramificaciones. Y el alma queda libre para estallar en actos de puro amor; el amor de Dios le muestra su rostro luminoso y radiante.

Con un sentimiento de íntima gratitud, el alma se entrega ya definitivamente en los brazos amorosos del Padre y canta alegremente : «¡ Dios es amor !» «Vencer el amor propio es vencerlo todo», dice san Alfonso de Jolgorio. El que vence el amor propio, lo conquista todo: Dios, la propia alma, la paz del corazón, la santidad. Tarea grande, demasiado grande para nuestras fuerzas. Pero no nos acobardemos, porque en nosotros vive y actúa el Dios omnipotente, en nosotros Cristo, nuestro Señor, vive y actúa y lucha contra nuestro común enemigo. Él nos infunde su espíritu, su luz, su fuerza que todo lo puede. «Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos.» «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 4, 13).  «Hijo, conviene que lo des todo por el todo y que nada sea tuyo. Sabe que el amor propio te engaña más que ninguna cosa del mundo. Según fueren el amor y afición que tienes a las cosas, estarás más o menos ligado a ellas. Si tu amor fuera puro, sencillo y bien ordenado, no serás esclavo de ninguna. No codicies ¡o que no te conviene tener. No quieras tener cosas que te puedan impedir o quitar la libertad interior. Es de admirar que no te entregues a mí de lo íntimo del corazón con todo lo que puedes tener o desear. ¿Por qué te consumes con vana tristeza ? ¿ Por qué te fatigas con superfluos cuidados ? Está presto a cumplir mi voluntad y no sentirás daño alguno» (Imitación de Cristo, libro 3, cap. 27).

 

 

 

 

VIII

 

LA PRÁCTICA DE LA VIRTUD CRISTIANA

 

La vía purgativa se continúa con la vía iluminativa o de los proficientes, es decir, de los que se entregaron un día al servicio de Dios (primera conversión) y ahora se consagran seria y sinceramente a vivir la vida de perfección cristiana ya en el claustro, ya en el mundo, en el ejercicio de una profesión profana (segunda conversión).

Gracias a las luces más radiantes que Dios les infunde en la vía iluminativa, los proficientes adquieren un conocimiento más íntimo de Dios. Mejor que a través de las bellezas de la creación, que los rodean, conoce el alma a Dios en los grandes misterios salvíficos de la encarnación del Hijo de Dios, de la redención y de la vida eterna, que le ha sido prometida. El alma se familiariza más con las verdades de la fe; penetra más profundamente los misterios de la vida, de la pasión y muerte, de la resurrección y glorificación de Cristo, de su vida y acción en el cuerpo místico, que es la Iglesia. El alma se eleva a un conocimiento vital del amor y bondad infinitos de Dios, que la hace, por su parte, más sensible y dócil a sus inspiraciones. Bajo los auspicios de esta influencia divina, capta el alma cada vez más los valores de la persona de Cristo, el Señor, su santa vida interior y la acción de su gracia en los hombres. Y todo esto lo consigue el alma no tanto por su propio esfuerzo y sus reflexiones teológicas, cuanto por las Juces derramadas por Dios sobre su inteligencia. El alma se sumerge más en los misterios de la fe y vive más de ellos a medida que se va abriendo también más y haciéndose más dócil a las inspiraciones de la gracia, es decir, se purifica más del pecado y se libera de las pasiones y apegos desordenados. Sólo así puede avanzar en el camino de la perfección.

Al resplandor de las iluminaciones que la acompañan en la vía de los proficientes, el alma madura paso a paso en un alto amor de Dios y del prójimo. El amor se manifiesta en los proficientes no sólo luchando contra el mal y el enemigo de lo divino, como en el grado de los incipientes, sino también siguiendo más de cerca a Cristo por la imitación más perfecta de sus virtudes, particularmente de la humildad y la mansedumbre (Mt n , 29), de la obediencia hasta la muerte (Phil 2, 8), del amor al Padre y a los hombres (Ioh 13, 1; Gal 2, 20).

 Para consolidar y perfeccionar las virtudes en el alma de los proficientes, Dios las prueba con ciertos sufrimientos y penas, al mismo tiempo que las ilumina  aridez duradera y desazón en la oración, tentaciones vehementes, sobre todo contra la paciencia; no raras veces permite Dios la pérdida de bienes exteriores: el honor, la fama, relaciones familiares y amistades, pobreza y enfermedades. Dios mismo apoya y sostiene en tales pruebas las aspiraciones del alma a crecer y perfeccionarse en la virtud. Quiere sobre todo fundarlas sólidamente en la humildad, que es la base última de toda virtud auténticamente cristiana, y quiere también anegarla en el conocimiento, que sobrepuja a cuanto podemos vislumbrar, del amor de Dios que se reveló en Cristo y en su obra redentora y que incesantemente se nos manifiesta también a nosotros.

 

1. Sentido íntimo de la virtud cristiana

 

La vida divina de la gracia, que se nos infundió en nuestras almas en el santo bautismo, está sujeta a crecimiento. «Es semejante el reino de los cielos a un grano de mostaza, que toma uno y lo siembra en su campo; y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse un árbol, de suerte que las aves del cielo vienen a anidar en sus ramas. Es semejante el reino de los cielos al fermento que una mujer toma y lo pone en tres medidas de harina hasta que todo fermenta» (Mt 13, 31-33). Así es el amor infinito de Dios: nos hace participar de su vida divina, pero no quiere que nos quedemos estacionarios, no quiere que nos contentemos con lo recibido en el santo bautismo, sino que crezcamos y progresemos en una participación cada vez más sublime y plenaria. ¿Hasta dónde podemos llegar ? Hasta «hacernos conformes con la imagen de su Hijo» (Rom 8, 29). En verdad, elevada y grandiosa es la cima que estamos llamados a escalar: «la imagen de su Hijo», tal como se nos ofrece irradiante en las excelsas virtudes que el Señor practica en el Evangelio; las cumbres de su humildad y de 102 su amor que, generoso, lo da todo. El grano de mostaza de la vida divina ha sido depositado en nuestras almas, para que crezca sin cesar, para que llegue a ser un árbol grande y lozano, para que fructifique a la gloria de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, en provecho de nuestra propia alma y de la de tantos de cuya salvación y santificación somos solidariamente responsables.

La gracia santificante es el fermento que penetra en el hombre y lo transforma con su virtud. Es un poder vivo y eficaz que actúa en nosotros. Puede y elevará el pensamiento y la voluntad del hombre, sus sentimientos y fuerzas, sus alegrías y sufrimientos a la esfera de lo sobrenatural, transformándolo todo en obras de virtudes sobrenaturales : «hasta que todo fermenta». La gracia no puede permanecer ociosa en nosotros; trabaja y actúa, puesto que no es sino participación de la vida misma de Dios, potente y siempre activa. No descansa mientras no retroceda en el alma el enemigo de Dios y todo el hombre quede santificado y divinizado, inundado de los vivos reflejos de las virtudes sobrenaturales. Ea gracia urge a realizarse en actos y obras de virtud, a dar fruto.

 «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt n , 29). «Yo os he dado ejemplo», dice el Señor, «para que vosotros hagáis también como yo he hecho» (Ioh 13, 15). Y el Apóstol nos insiste con toda urgencia : «Tened los mismos sentimientos que, tuvo Cristo Jesús, quien siendo Dios en la forma, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Phil 2, 5-8). Mencionaremos también especialmente aquel otro texto : «Vestios del Señor Jesucristo» (Rom 13, 14). Tenemos que identificarnos con los sentimientos del Señor hasta poder decir en verdad : «Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). El Padre nos ha designado explícitamente a su Hijo, hecho hombre, como maestro y modelo : «Éste es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia: escuchadle» (Mt 17, 5). Cristo vive y obra siempre conforme al beneplácito del Padre. Su pensar y querer, sus sentimientos y su oración, sus palabras y acciones, su conducta con los hombres, todo es perfecto, santo y como debe ser según la voluntad del Padre. De aquí que las palabras y obras del Señor sean para nosotros el modelo y ejemplo de toda virtud y santidad.

De aquí que nos recomiende el Padre: «¡ Escuchadle!», y que el mismo Señor nos diga : «¡ Aprended de mí!» En Él habita la plenitud de la virtud, de la santidad y de la perfección. En Él, en su vida santa y perfecta se han formado los santos de la Iglesia y han llegado a ser lo que son. Éstos escucharon la recomendación del Padre y la palabra de Cristo. ¡ Ojalá también nosotros le prestemos oído y la pongamos en práctica ! ¡ Dios lo quiera !

 El misterio de nuestra unión vital con Cristo nos revela el verdadero sentido del esfuerzo por la adquisición de las virtudes: nuestra vida virtuosa es la expresión natural y la necesaria irradiación de nuestro «ser en Cristo». «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» (Ioh 15, 5). La práctica de la virtud es la expresión natural y el resplandor necesario de nuestra incorporación a Cristo en el santo bautismo.

No es, pues, cosa de nuestro gusto libre y personal, sino un deber sagrado, que deriva de la recepción del santo bautismo. Entonces fuimos incorporados a Cristo, unidos vitalmente a Él, para ser colmados de su propia vida.

Éste es el privilegio de la virtud cristiana : si el cristiano, es decir, el bautizado o miembro del cuerpo místico, se humilla con espíritu contrito, esta humillación se vincula a la humillación practicada por Cristo cuando se hizo hombre, cuando estuvo sometido a María y José, cuando lavó los pies a los apóstoles. Es Cristo quien con su humildad glorifica al Padre y le honra en nosotros y a través de nosotros, sus miembros. Nuestra pobreza se une en espíritu con la pobreza que el Señor practicó en el pesebre, en el desierto de Egipto, en Nazaret, en su vida pública, cuando no tenía siquiera donde reclinar la cabeza. Y es su pobreza, prolongada en nosotros, la que condena la avaricia de los hijos de este mundo y honra expresamente al Padre. A los ojos de Dios sólo hay en todo el universo uno que lo glorifica dignamente, sólo uno que ora perfectamente, que perfectamente es humilde y pobre de espíritu: Cristo. Nosotros le estamos incorporados, y de este modo pudo Él proseguir en nosotros su vida de perfección para gloria del Padre. «I,a cabeza y los miembros forman tan íntimamente un solo cuerpo, que es imposible distinguir lo que pertenece a uno y lo que es de los otros» (S. Agustín, In Ps 40, 1).

Ser cristianos, ser miembros de Cristo y no vivir su vida de perfección, es una contradicción in terminis. Nuestra incorporación a Cristo proporciona a nuestra virtud un valor y una excelencia que superan a los de cualquier virtud puramente natural y humana.

 

2. Leyes de las virtudes cristianas

 

Primera, ley: las virtudes pueden y deben crecer y robustecerse continuamente. La vida sobrenatural penetra en nosotros como una fuerza que despierta las potencias del alma, entendimiento, memoria, voluntad; las satura de una nueva vida, las coloca en mejor disposición para recibir la luz y la verdad divina; les infunde un nuevo impulso para vivir siempre en consagración al Señor infinitamente bueno, para trabajar con Él, mortificarse, sufrir y actuar cada vez más perfectamente por su amor. Es una nueva oleada de vida que se vierte en nuestra alma y nos arrastra consigo, una fuerza divina que exige siempre del alma nuevas energías, sujeta la complejidad de nuestra vida moral y la conduce hacia cumbres más altas.

Como cristianos, debemos hacer todo lo posible para crecer. Pero hay una diferencia muy notable entre el desarrollo de las virtudes naturales — por ejemplo, la formación del carácter, el logro de la ciencia o del valor natural — y el desarrollo de las virtudes cristianas sobrenaturales. El hombre llega a poseer las primeras por su propia voluntad, mediante el propio esfuerzo y una actividad incansable; la vida sobrenatural, por el contrario, no puede ser producida ni acrecentada por el solo esfuerzo humano : solamente Dios puede dárnosla. Es Dios quien nos eleva de un grado inferior de virtud a otro superior, quien nos concede una luz más viva que antes o nos infunde un grado de vitalidad sobrenatural más intenso que el precedente. Es Dios quien produce en nosotros el crecimiento de las virtudes, que sólo de El debemos esperar y sólo en El debemos buscar.

Nos proporciona el Señor tres grandes medios que favorecen el crecimiento de las virtudes sobrenaturales. El primero es el uso de los sacramentos. En ellos fluye caudalosa la corriente de la gracia. Nosotros la recibiremos a la medida de la pureza y del fervor de nuestras almas. Entre todos los sacramentos, es el de la sagrada comunión el que aumentará en nosotros la vida de la gracia. Todos los sacramentos tienen como fin el aumentar en nosotros la gracia santificante, con cuyo aumento se realiza simultáneamente el de las virtudes sobrenaturales.

Constituyen el segundo medio las buenas obras que realizamos. Como estas obras son fruto de la gracia, nos hacen más agradables a Dios, quien nos confiere un grado más alto de gracia y, por lo mismo, un aumento en la virtud. El Concilio de Trento enseña expresamente contra los protestantes que los justificados alcanzan por sus buenas obras el aumento de gracia y la vida eterna.

La oración contribuye de modo particular al crecimiento de las virtudes; la oración es una obra buena y, como tal, nos merece un aumento de gracia y de virtud, como cualquier otra obra buena; pero además tiene la oración un valor propio: el llamado valor impetratorio, ya que se nos ha dicho: «Pedid y se os dará» (Ioh 16, 24). Este valor impetratorio será tanto más eficaz cuanto más conscienteniente entremos con nuestra vida y nuestra oración en comunión con la Iglesia orante. Que también esta oración de la comunidad tiene su promesa: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt i8, 20), allí estoy yo orando con ellos.

 Segunda ley: la virtud puede también disminuir e incluso puede llegar a perderse totalmente. Así somos de débiles, de inconstantes en nuestro esfuerzo y en nuestro querer, de expuestos a tantas dificultades, enemigos y peligros.

El enemigo por excelencia que dificulta el crecimiento de la gracia y de la virtud, o que la detiene, es el pecado venial, no suficientemente odiado ni combatido. No puede atacar directamente la virtud y la gracia ni puede destruirlas, pues que son tan puras; pero una cosa puede hacer el pecado venial: debilitar la intensidad y la fecundidad de la gracia santificante, y con ella el aumento y la perfección de las virtudes, especialmente del amor. El pecado venial se ciñe como la hiedra a la delicada plantita de la vida en la gracia, para ir sofocándola lentamente. Las plantas venenosas de los pecados veniales habituales deterioran el terreno, le sustraen los jugos vitales, vician el aire necesario a plantas de sol cuales son la gracia y las virtudes.

Finalmente, el pecado venial aleja del alma muchas gracias eficaces y mata muchos gérmenes vitales de los cuales habrían de desarrollarse las virtudes: todo esto es el fruto del pecado venial deliberado. Mas también podemos echar a perder las virtudes. Las perdemos por el pecado mortal, que mata en primer lugar la virtud más esencial y básica: la caridad. Una vez perdida la caridad que nos une a Dios, pierde ya el alma todas las demás virtudes, a excepción de la fe y de la esperanza: queda destruido y asolado el jardín divino del alma cristiana, se esfuma toda la vida. Sólo la fe y la esperanza van arrastrando una existencia enlutada en el alma, hasta el día en que la irífeliz llega a destruir, por la incredulidad y la desesperación, estos últimos recuerdos de la hermosa floración divina de un tiempo; V entonces todo es noche en el alma, todo es esterilidad y tiniebla. Tan sólo una llamita vacilante: ei carácter bautismal — no precisamente una virtud—, que inextinguible sobrevive en el alma del bautizado y suspira incansable por el retorno de la gracia y de las virtudes. ¿Quién de nosotros puede considerarse eximido, siquiera por un instante, de la fragilidad, el pecado y la maldad de corazón ? «El que cree estar en pie, mire no caiga» (1 Cor 10, 12), «no es del que quiere ni del que corre, sino de Dios, que tiene misericordia» (Rom 9, 16), «con temor y temblor trabajad por vuestra salvación» (Phil 2, 12). Podemos perder la gracia y las virtudes, estamos inclinados al pecado, y si nos vemos exentos lo debemos únicamente al amor misericordioso del Señor, que nos preserva.

 Tercera ley: todas las virtudes sobrenaturales se apoyan mutuamente : nacen, crecen y disminuyen a la vez. No están yuxtapuestas, como árboles distintos cuyo desarrollo se efectúa a tenor del carácter particular de cada uno, sino que más bien forman un solo árbol, un todo orgánico con la gracia santificante, de la cual proceden como de su raíz.

En el organismo humano no crece primero sólo un brazo o sólo el corazón o la cabeza; todas las partes del 109 cuerpo crecen simultáneamente, en dependencia absoluta una de otra, como un todo orgánico. Esto mismo ocurre en el organismo de la vida sobrenatural: todas las virtudes crecen o menguan a un mismo tiempo. Y no podría ser de otra manera, ya que todas ellas están en relación directa con la virtud del amor a Dios, en la cual todas se comprenden. «La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha, no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera» (i Cor 13,4-7). El que posee la caridad sobrenatural para con Dios y con el prójimo, está dispuesto a practicar cualquier virtud donde y como se la presenten el deber y la ocasión. El amor orienta cada pensamiento y cada obra nuestros hacia Dios, y por eso plasma toda nuestra vida, tanto la privada como la social, según las exigencias de la virtud cristiana sobrenatural.

«¡ Ama y haz lo que quieras!» (San Agustín). Lo que nace del perfecto amor a Dios le resulta siempre bueno y agradable; el que posee el amor perfecto, posee todas las virtudes : la fe, la esperanza, la prudencia, la fortaleza, la templanza, la justicia. Cuanto más perfecto sea nuestro amor de Dios, tanto más perfecta, sencilla y fecunda será nuestra virtud, pues el amor es el alma de todas las virtudes. Importa, en consecuencia, que nos esforcemos por adquirir y poseer el amor. Al calor de la caridad crecen espontáneamente todas las virtudes.

Sucede con cierta frecuencia que tenemos una virtud y las otras no. Alguien, por ejemplo, será castísimo, pero a la vez soberbio y presuntuoso; otro será obediente, y al mismo tiempo altanero; aquél piadoso, pero poco caritativo, impaciente y egoísta. Semejante desmembramiento y segregación de las distintas virtudes obedece a que la virtud de tales personas es débil e imperfecta : de ahí esas lamentables caricaturas de la virtud cristiana que, por desgracia, solemos encontrar con tanta frecuencia en todas partes.

 La vida de gracia y la virtud sobrenatural son algo sublime, sobre todo la virtud perfecta que tiene sus raíces en la vida sobrenatural perfecta. Quien, por otra parte, posee la vida y las virtudes sobrenaturales, tiene asimismo la dicha de que son suyas de modo perfecto todas las nobles virtudes naturales humanas: las virtudes cardinales de la justicia, la prudencia, la fortaleza y la templanza, juntamente con todas las demás que llamamos virtudes morales y están relacionadas con las cardinales, por ejemplo, la modestia, la castidad, el dominio de sí mismo, etc.

 Toda virtud natural es al mismo tiempo sobrenatural para nosotros los bautizados, con tal de que esté vivificada por la gracia santificante y movida además por un impulso sobrenatural, sobre todo por el amor de Dios. Si, por consiguiente, adquirimos y practicamos con celo la virtud cristiana, seremos también al mismo tiempo hombres naturalmente nobles y virtuosos. L,a práctica de la perfección cristiana nos hace asimismo perfectos er el aspecto humano. Y, por el contrario, mientras nuestra vida moral natural está mancillada de faltas, señal es de que nuestra vida sobrenatural no es todavía perfec111 ta. Las relaciones existentes entre las virtudes naturales y las sobrenaturales son para nosotros un motivo más de vivir en toda su pureza la vida de la gracia y de la perfección crisfiana. Así, la naturaleza misma hallará su plena expansión y nosotros alcanzaremos el ideal de la personalidad cristiana. Nuestro celo y fervor por crecer en la gracia y conquistar las virtudes sobrenaturales quedan recompensados.

Examinémonos y pidamos la gracia de llevar una vida virtuosa cristiana perfecta.

 

IX

 

LAS TENTACIONES

 

«No nos dejes caer en la tentación.» Mt 6, 13

 

¡Convivir la vida de Dios en Cristo Jesús como miembros de su cuerpo místico! Cristo «padeció y fue tentado» (Hebr 2, 18). El Apóstol lo dice y repite explícitamente : «Fue probado en todo a semejanza nuestra, excepto el pecado» (Hebr 4, 15), y el Evangelio narra prolijamente cómo, después del bautismo en el Jordán, el Señor «fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo» (Mt 4, 1). ¿NO es éste un hecho misterioso? El Espíritu Santo impulsa al mismo sobre quien poco antes en el Jordán se vieron los cielos abiertos y sobre quien resonó la voz del Padre: «Éste es mi Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias», y lo conduce al desierto de Judea para que sea tentado por Satanás. La liturgia de la primera dominica de cuaresma ve en el Señor así conducido al «Cristo total», es decir, a Cristo unido con su Iglesia, a su cuerpo místico, a todos nosotros. Todos los que en el bautismo hemos sido admitidos en Cristo y en la Iglesia, nos vemos conducidos al desierto para participar en su vida, para proseguir su vida en nosotros y ser tentados con Él por Satanás. Es vocación nuestra, como miembros de Cristo, vencer con su fuerza al enemigo, al mundo, al demonio y a la carne, para gloria del Padre y con el fin de conquistar de este modo la corona de la vida. «El que se bate en el estadio, no es coronado si no lucha según las reglas» (2 Tim 2, 5). «Bienaventurado el varón que soporta la tentación, porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le aman» (Iac 1, 12). «Tened por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Mas tenga obra perfecta la paciencia, para que seáis perfectos y cumplidos, sin faltar en cosa alguna» (Iac 1, 2-4). La virtud puesta a prueba en la tentación, se fortifica y crece.

 

1. Qué es la tentación

 

Lo sabemos todos demasiado bien por experiencia diaria. Bastante tenemos que sufrir por las tentaciones que nos vienen de nuestra naturaleza, que, a consecuencia del pecado original, arrastra el sello de la concupiscencia. Como si no nos bastase este enemigo interno, estamos circundados por enemigos externos que con sus lisonjas intentan arruinarnos : el mundo y el demonio. «Estad alerta y velad, que vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda rondando y busca a quién devorar» (1 Petr 5, 8). Se le ha concedido licencia para molestarnos y estimular nuestras peores pasiones. Furioso de odio y de envidia contra nosotros, quiere aplastar en nosotros a Cristo, causarle perjuicio y derrotas, a Él, cabeza nuestra, que en nosotros vive y le combate. ¿Quién se atreve a poner en duda que en el demonio encontramos un adversario mucho más fuerte que nosotros ?

Con el diablo está aliado el mundo.Al hablar de «mundo», entendemos todas las personas que viven para satisfacer su amor propio, orgullo y sensualidad. «Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y el orgullo de la vida» (1 Ioh 2, 16). Viven para el dinero y la satisfacción de sus sentimientos. La pobreza, y más si es libremente elegida, la castidad, son para ellos locura. Las humillaciones y las ofensas voluntariamente aceptadas, necedad; orar, una ocupación buena para quienes no sirven para otra cosa. Y querrían inculcarnos estos principios; con palabras y ejemplos se empeñan en arrastrarnos al camino ancho que conduce a la perdición. Intentan descorazonarnos, haciendo burla de nuestro pensamiento y de nuestra vida, de nuestra religión y nuestra Iglesia. Y frecuentemente no son personas que siguen las prácticas del mundo, sino personas de cristianismo inoperante en la práctica, que con su ejemplo y consejos nos dan ocasión de pecado. Su seducción nos inclina a compartir su vanidad, su sensualidad, su frialdad ante el prójimo.

Concupiscencia y pasiones en nuestro interior; y en torno a nosotros el mundo y el demonio: irealmente, no nos faltan estímulos ni halagos para inducirnos a abandonar el bien y obrar el mal! «Nadie en la tentación diga: soy tentado por Dios. Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni tienta a nadie» (Iac 1, 13). ¿Cómo podría ser santo Dios si nos indujera al mal ? Dios no nos tienta nunca : sólo permite que seamos tentados, interior y exteriormente. Dios reina también sobre el tentador, que puede acercársenos sólo hasta donde el Señor lo permite, pero «no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas, antes dispondrá con la tentación el éxito para que podáis resistirla» (i Cor 1o, 13).

Si Dios permite que seamos tentados, es porque persigue un fin divinamente sabio y sublime. No lo permitiría si no supiera sacar un bien de las tentaciones a las que nos somete, razón por la cual las tentaciones no son para nosotros un mal, sino un grande bien. ¿Por qué?, porque son un medio insustituible en la empresa de la purificación del corazón. Como una bengala, iluminan los abismos de la sensualidad, de la concupiscencia, del amor propio, del egoísmo, de la avaricia, del odio; y así se convierten en guía del conocimiento que tenemos de nosotros y de la verdadera humildad. En los momentos de tentación vemos con claridad infalible lo débiles que somos, lo poco que hace falta para apartarnos del bien y precipitarnos en el mal. Las tentaciones nos incitan a combatir y a resistir virilmente, expiando de este modo nuestra indolencia y negligencia en otras épocas de nuestra vida; nos obligan a mantenernos en guardia, a prohibirnos cuanto podría convertirse en cebo de la tentación; nos instan a dedicarnos con interés a la oración, porque si queremos vencer necesitamos mucha oración, y la gracia está vinculada a la oración.

La tentación es un precioso medio para el progreso del alma, y por esto es un bien grandísimo. Nadie que se empeñe seriamente en la búsqueda de Dios, puede verse exento de ella. La tentación nos 116 despierta del letargo de la tibieza y nos espolea a realizar sacrificios y actos de mortificación. Además, tiene el fin, y la fuerza también, de hacernos adelantar en la virtud: toda tentación combatida y vencida es un acto de virtud y redunda en su acrecentamiento. Al combatir una incipiente duda contra la fe, despertamos un acto de fe; al defendernos de un sentimiento de sospecha, de odio, de envidia, o de un pensamiento poco caritativo que nos asalta, suscitamos una reacción de humildad. ¡ En qué pararía nuestra virtud si no tuviéramos que combatir tentaciones! En la lucha contra éstas, aquélla se purifica, se fortalece, se consolida. Reaccionando contra la desgana en la oración y en las cosas religiosas, se robustece nuestra fidelidad a Dios. El vernos perseguidos o calumniados puede transformarse en una ventaja, si soportamos con paciencia y humildad por amor de Dios.

 La tentación es también una fuente inagotable de méritos para la vida eterna. Cada victoria obtenida sobre la tentación aumenta la gracia santificante y la vida divina en nosotros; nos une más estrechamente a Cristo. Razón tiene el apóstol Santiago al exclamar : «Tened por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Mas tenga obra perfecta la paciencia, porque seáis perfectos y cumplidos sin faltar en cosa alguna» (Iac 1, 2-4).

¿Extrañaremos, pues, nuestras tentaciones o nos atreveremos a lamentarnos de ellas? «Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probase» (Tob 12, 13). Con estas palabras consuela el ángel a Tobías en la hora de su prueba. Las tentaciones son el premio del sincero suspirar por Dios y de la fidelidad a Él ; si las permite, es para que nos purifiquemos, y purificándonos nos hagamos más agradables a sus ojos. Las tentaciones nos son necesarias. Si las aprovechamos bien, serán para nosotros fuente de gracias.

 

 

 

2. Nuestra conducta en la tentación

 

Sería una presunción desear la tentación o querer provocarla sin motivo, pero sería un error temerla como si el Señor no nos fuera a proporcionar la necesaria asistencia de su gracia. Sería injusto entristecernos cuando presentimos que llega y creer que todo está perdido. Nunca estamos solos y siempre tenemos la certeza de que Dios no nos abandona : jamás permite que seamos tentados más allá de nuestras fuerzas.

Dios no demuestra su cuidado de nosotros ahorrándonos la tentación, lo cual, más que aprovecharnos, nos perjudicaría, sino al no permitir que seamos tentados hasta rebasar nuestra capacidad. Conoce mejor que nosotros nuestro límite. ¿No es Él quien nos da las fuerzas con su gracia? Contiene la tentación en su medida oportuna y no tolera que se ensañe demasiado.

Para las tentaciones más graves nos da una gracia mayor, a fin de que podamos resistir y vencer. Dios nos ama y conoce las profundidades de nuestra alma : ansia vehemente, divinamente, que seamos fuertes y venzamos; vive en nosotros, Padre, Hijo y Espíritu Santo, infinitamente próximo, con objeto de sostenernos en la lucha y conducirnos a la victoria. Cristo, la cabeza, la vid, habita en nosotros : su fuerza circula como savia en el alma. Cristo se pone siempre de nuestra parte para vencer, en y con nos118 otros, al mundo, al demonio.y a la carne. «Confiad: yo he vencido al mundo» (Ioh 16, 33). Y nosotros nos apoyamos en esa su fuerza que actúa en nosotros : «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 4, 13). ¿Qué debemos temer los que en el bautismo hemos sido marcados con la contraseña de la cruz e iluminados por la luz de Cristo, los que hemos sido injertados en Él para participar en su vida ? «El Señor es mi luz y mi salvación : ¿ a quién voy a temer?» (Ps 26, 1).

Podemos aplicarnos confiadamente las palabras del salmo que rezamos todas las tardes en completas : «Te enviará a sus ángeles para que te guarden en todos tus caminos, y ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces en las piedras. Pisarás sobre áspides y víboras y hallarás al león y al dragón. Porque me amó, yo le salvaré; yo le defenderé porque confesó mi nombre. Me invocará y yo le oiré, estaré con el en la tribulación, le sacaré y le honraré. Le saciaré de días y le daré a ver mi salvación» (Ps 90, n ss).

Unidos así a Dios y a Cristo, cabeza nuestra, el gran triunfador, vamos valerosamente al encuentro de la tentación con la vista serena que sabe distinguir en la tentación entre el primer movimiento, la consiguiente complacencia del hombre inferior, y el verdadero consentimiento propiamente dicho del hombre superior. El demonio o nuestra imaginación nos ponen ante los ojos el fruto prohibido, a veces con gran vivacidad, insistencia y obstinación.

Mas todo esto no es sino el primer movimiento, una sugerencia que no constituye absolutamente ningún pecado mientras nuestra voluntad no otorga su consentimiento. Pero la tentación prosigue : sin quererlo, el hombre inferior que habita en nosotros se ve atraído por el fruto prohibido que se le presenta, y experimenta cierto agrado. Esta complacencia de la parte inferior de nuestra naturaleza influye, como es natural, sobre la decisión de nuestra voluntad libre, y la invita a consentir. Entonces hay que decidirse. Si la voluntad rehusa su consentimiento, la tentación es rechazada enérgicamente: la voluntad ha vencido. A veces vacila un momento: no querría ofender a Dios, pero al mismo tiempo querría gozar del fruto prohibido.

También puede suceder que la voluntad resista sólo a medias y que le falte una decisión absoluta, o que rechace realmente la tentación, pero sólo cuando se ha dado cuenta de que la cosa le va resultando peligrosa: es un estado de ánimo en el cual el entendimiento no ve con toda claridad; la voluntad está encadenada en cierto modo por la incipiente actuación de la concupiscencia: es el estado de semiconsentimiento. En él nunca se puede hablar de un pecado propiamente dicho.

Muy distinto caso sería si consintiéramos totalmente a la tentación, esto es, si, a pesar de la voz de la conciencia y con perfecto conocimiento del mal, nos dejáramos arrastrar a pensar con placer en el fruto prohibido, a desearlo, o todavía más a gustarlo de hecho. Este pleno consentimiento constituye un pecado mortal, si se trata de materia grave; un pecado venial, si se trata de materia menos grave; pero en ambos casos es un pecado cometido deliberadamente, conscientemente.

 Prevengamos la tentación: practicando una seria mortificación interna y uniendo a ella la oración. «Velad y orad para no caer en la tentación» (Mt 26, 41). La táctica del mundo y del demonio tiende a impedir que oremos, incluso a infundirnos aversión 120 a la oración. Prevengamos también las tentaciones huyendo de las ocasiones de pecado, por pequeñas que sean. «El que ama el peligro perecerá en él» (Eccli 3, 27). Una cosa es exponerse al peligro de pecar mientras se cumple el deber, y otra, sin razón suficiente. ¡Cuántos han acarreado gravísimos males a su alma por haberse expuesto al peligro de ver, decir, hacer o curiosear algo sin necesidad!

Prevengamos también la tentación alejándola con el trabajo continuo, con el concienzudo cumplimiento de nuestras obligaciones. «Ia ociosidad es la madre de todos los vicios», dice la sabiduría popular. Prevengámosla, ocupándonos de fomentar nuestro horror a todo pecado, por pequeño que parezca, y, sobre todo, esforzándonos por aumentar en nosotros el amor de Dios y de Cristo. El amor- es la mejor ayuda y la mayor defensa contra la tentación : nos da fuerza, alegría, ímpetu y arrojo tales, que la tentación queda pronto superada.

 Combatamos la tentación. Habremos de repetir muchas veces y con confianza la petición del padrenuestro: «no nos dejes caer en la tentación», concédenos la fuerza de permanecer fuertes en ella. Ya que el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continuamente.

Combatimos la tentación manifestándosela abiertamente al director espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla. El que revela sus propias tentaciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bien.

 

 

 

X

 

LAS IMPERFECCIONES

 

«Esforzaos por alcanzar el amor.» Cor 14, 1

 

Estamos destinados a convivir la vida divina en Jesucristo mediante una activa participación en la vida del que es nuestra cabeza.

 Pero en Cristo no hay pecado ni sombra de imperfección : todas sus obras son perfectas, tanto en su ejecución exterior como en su espíritu interior. Le es imposible obrar con una caridad imperfecta, por temor al castigo o por una esperanza de recompensa. Todo lo hace por amor purísimo hacia el Padre, atendiendo únicamente a su deseo y a su gloria.

Cristo vive su vida de oración con absoluta perfección y fidelidad: su oración es adoración, acción de gracias, intercesión y reparación perfectas. Su mortificación es también perfecta en todos los aspectos; su sed de inmolación no conoce otros límites que el beneplácito del Padre.

Su amor a la pobreza, a la renuncia, a la humillación ante los hombres, es heroico, e igualmente lo es su amor a los hombres : ni siquiera a los enemigos guarda rencor su corazón : se entrega a ellos voluntariamente y deja que le atormenten con salvaje crueldad. Cristo da su sangre y su vida lo mismo por sus amigos que por sus enemigos. No hay acción o pensamiento suyo susceptibles de perfeccionamiento : todo lo que hace, dice o sufre, es insuperablemente perfecto. Son actos, los suyos, que agradan todos inmensamente al Padre y le dan una inmensa gloria. Compartir esta vida divina, revivirla: ésta es nuestra vocación como cristianos. Por lo tanto, no solamente debemos librarnos de todo pecado, incluso venial, sino también luchar incesantemente por librarnos de las imperfecciones que suelen afear los actos y pensamientos nuestros que de suyo son buenos.

 

1. Obramos frecuentemente con imperfección

 

 El Señor no nos impone la renuncia absoluta a las criaturas, pero la aconseja, a fin de que Dios, su voluntad, su beneplácito, su gloria, sean nuestro único amor. No nos manda vender todo lo que poseemos y darlo a los pobres y seguirle, pero lo aconseja : «Si quieres ser perfecto, ve, vende cuanto tienes, dalo a los pobres y tendrás un tesoro en los cielos, y ven y sigúeme» (Mt 19, 21). No nos manda renunciar al matrimonio, pero lo aconseja como algo más perfecto para aquellos «a quienes ha sido dado a entender esto» (Mt 19, n) .

Aconseja servir con humildad : «el que sea mayor entre vosotros, sea vuestro servidor» (Mt 23, n) , «cuando seas invitado, ve y siéntate en el postrer lugar» (Lc 14, 10). «No os preocupéis, diciendo : ¿ qué beberemos, qué comeremos o qué vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero  el reino y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt 6, 31-33). «Haced al prójimo todo lo que deseáis para vosotros» (Mt 7, 12). «No resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la mejilk derecha, preséntale también la izquierda; y al quiera litigar contigo para quitarte la túnica, d§v jale también el manto, y si alguno te requisar;, para una milla, vete con él dos. Da a quien te pida y no vuelvas la espalda a quien te pida algo pre ^ tado» (Mt 5, 39-42).

Para cumplir la ley basta hacer lo que está mandado; si observamos los mandamientos, no cometemos ningún pecado. Pero más allá de lo que no puede ser hecho u omitido sin pecar, sin ofender a Dios, queda abierto a nuestras aspiraciones el vasto horizonte de las cosas que no están mandadas, sino solamente recomendadas o aconsejadas; que no son solamente buenas, sino mejores; que no entran ya en los estrechos límites del mandamiento, sino que pertenecen a la vida de perfección.

 En estas cimas ya no hay lugar a posturas tibias frente al  pecado venial y a los defectos; hay sólo vida intensa, deseo ardiente de hacer todo el bien posible siempre que se presente la ocasión, el bien hacia el que nos sintamos movidos interior o exteriormente y de hacerlo con la mayor entrega y perfección posibles. Deseo ardiente de no perder nada de todo el bien que podamos hacer, de no perdonar fatiga para realizar cualquier acción nuestra con mayor perfección.

En estas cimas reina el «ardor de la caridad» de aquella caridad que ama verdaderamente a Dios sobre todas las cosas, y tan sinceramente, tan íntiv mámente, que excluye todo lo que podría desagras dar al Señor o agradarle menos, e incita eficazmente al alma a practicar lo que más le gusta y lo que le procura una mayor gloria. Por eso aquí, que es donde acaba el campo de lo que es objeto de simple deber y de estricto precepto, se abre también el vasto campo de las imperfecciones.

Obramos con imperfección cuando cumplimos, sí, lo que está mandado, pero a la vez dejamos más o menos sistemáticamente para los que quieren ser perfectos lo que se sale de la estricta obligación: Obramos también con imperfección siempre que practicamos lo que es justo y bueno, mas sin la delicadeza y pulcritud que debe caracterizar a un alma que tiende seriamente a elevarse más cada día. Podríamos, deberíamos hacer mejor lo que ya hacemos bien : orar, estudiar, obedecer, etc. Hacemos el bien menos perfectamente de como somos capaces, o, lo que es lo mismo, no hacemos todo el bien que podemos.

Cada día afeamos nuestra alma con nuevas imperfecciones. l,as buenas acciones que vamos encontrando en el transcurso de nuestro día son, poco más o menos, la oración, el trabajo, las obras de caridad, las mortificaciones, los sufrimientos. A toda esta cadena casi ininterrumpida de buenas obras se adhiere el moho de las imperfecciones. Iras más de las veces nuestros actos sobrenaturales buenos, como la oración, la obediencia, la mortificación, la obligación de amar al prójimo y aun a los enemigos, las prácticas religiosas de toda clase, las realizamos no tanto incitados por un perfecto amor a Dios, cuanto por un amor imperfecto, es decir, por temor al castigo, por la esperanza de premio, de gloria y de atraernos la bendición del Señor.

Buscamos a Dios, sí, mas para satisfacción nuestra, porque en El encontramos nuestra felicidad. Y así, privados de esta caridad pura, muchos, demasiados de nuestros actos quedan muy imperfectos.Frecuentemente obramos con un amor muy débil, un amor de Dios que ni siquiera de lejos se parece al que debe tener un alma fervorosa.

Ésta es otra fuente de imperfecciones. Nuestros actos, naturalmente buenos, por ejemplo, el trabajo, el cumplimiento de las obligaciones familiares o profesionales, el comer o descansar, el estudio, no siempre están animados del espíritu de fe y pureza de intención que son necesarios para sobrenaturalizarlos. Más bien proceden de nuestro modo de ver, juzgar y pensar simplemente humano. Obrar de esta forma constituye una urdimbre de imperfecciones.

A veces nos sentimos movidos a hacer algo bueno, por ejemplo, a rezar; pero preferimos cualquier otra cosa, buena también en sí misma, cualquier otra ocupación innecesaria, a pesar de que no nos podemos disimular que sería mucho mejor atender a esa inspiración del rezo. Así es como muchos de nuestros actos buenos se transforman en actos imperfectos.

 Una inagotable fuente de imperfecciones es, finalmente, nuestra innata mala costumbre de no tener, ante todo, la mira de nuestras acciones dirigida hacia Dios, hacia su beneplácito, su gloria, su voluntad, sino, al contrario, fija en nosotros mismos.

Nos hemos acostumbrado a juzgar los sucesos, las experiencias, las circunstancias, incluso los hombres, en primer lugar desde nuestro punto de vista personal : estimamos buena una cosa en cuanto nos parece deseable; la llamamos mala, si no es conforme a nuestros deseos. No nos preocupa el saber si es o no en sí agradable al Señor. Nos portamos como si nos hubiéramos olvidado totalmente de El, por estar concentrados en nosotros. Y esto mismo nos ocurre en la oración y en la recepción de los sacramentos: los llamamos buenos cuando sentimos gusto y cuando nos procuran consuelo. Siempre el «yo» en primer lugar; ¿ y el Señor ?

De esta disposición proceden todos los días innumerables actos imperfectos, que podrían y deberían ser más perfectos, más en consonancia con la divina voluntad. ¡Cuántas imperfecciones, con las que estropeamos el bien que hacemos ! Y, sin embargo, les damos muy poca importancia. Esta indiferencia es un grandísimo obstáculo para nuestro progreso espiritual. «Claro está que es imposible el progreso de nuestra vocación, mientras no nos limpiemos de estas imperfecciones» (cf. Subida del monte Carmelo, lib. i, cap. n) .

¿ De dónde proviene esta indiferencia respecto a las imperfecciones, incluso en quienes se esfuerzan por romper con el pecado venial o han efectuado realmente tal ruptura ? Proviene de que nos decimos : ya hay bastante con no pecar, y de que no nos damos cuenta suficiente de nuestra vocación a la perfección y de lo mucho que estorban las imperfecciones en la vida espiritual.

 

2. Importancia de las imperfecciones

 

El acto imperfecto es, de suyo, un acto bueno, ya que no hay en él pecado o transgresión de un mandamiento o prohibición divinos. Pero es un acto 128 que puede y debe ser mejorado. Nos consolamos fácilmente diciéndonos: no estoy obligado a más, he hecho lo que debía y lo sigo haciendo; y olvidamos que el acto imperfecto puede transformarse fácilmente en un pecado venial, lo cual puede suceder, y sucede, por culpa de lo que nos determina a obrar imperfectamente.

 Esta causa es el apego desordenado de una persona, al trabajo, a un placer que en sí está permitido; o es el amor de la propia comodidad, el horror al sacrificio, la ausencia de la mortificación debida, del necesario espíritu de fe y de una visión sobrenatural respecto a la vida práctica, la falta de disciplina; o es la ligereza y superficialidad en todo lo que respecta a Dios. Es siempre, en el fondo, un insuficiente dominio de nuestro orgullo, de nuestro amor propio y de nuestro egoísmo. Por estas causas, que pueden encontrarse en el fondo de muchas acciones imperfectas, las imperfecciones se convierten con frecuencia en pecados veniales, y, por lo tanto, pueden ser materia de confesión, a pesar de que, aisladas de estas causas y tomadas en sí mismas, no sean pecado alguno y no puedan ser materia de confesión.

Aunque la imperfección de suyo no es pecado, es siempre, sin embargo, un desorden, porque está necesariamente en contraste con lo que Dios, lo que el Salvador espera y exige de nosotros. Con estos actos imperfectos demostramos tener una voluntad poco noble y aun positivamente no generosa: demostramos que estamos dispuestos a servirle sólo hasta donde el no pecar equivale a no incurrir en culpa o en castigo.

Las imperfecciones, rectamente miradas, no significan sino que anteponemos nuestro gusto a la voluntad y al beneplácito de Dios. Buscamos ante todo lo que nos agrada, si bien en cosas buenas y que no representan una formal ofensa al Señor. Un trabajo, una obligación, cosas todas buenas de por sí, no las consideramos primeramente en relación a Dios, sino que las subordinamos a nuestros propios intereses, consideramos si son o no agradables, útiles y provechosas. Este es el desorden que encierra la imperfección : primero nosotros y luego Dios y la voluntad divina. ¿ Es éste un perfecto amor de Dios ?

Las imperfecciones son, además, una mengua del bien que podemos y debemos hacer, comprometen el valor moral de la acción buena que realizamos y representan una no despreciable pérdida de gracia, de méritos y de gloria. Es evidente que de este modo nos privamos de muchos favores y de especiales gracias divinas; como lo es también que, obrando así, no podemos alcanzar la perfección real ni una perfecta participación en la vida divina. Las imperfecciones arrebatan a nuestra alma la nobleza y el vigor. Si no las combatimos eficazmente, se adhieren a todas nuestras acciones, deprimen el tono general de nuestra conducta y pueden llegar a impedir su completo desarrollo. La costumbre de obrar imperfectamente conduce fácilmente a un retroceso en toda la vida espiritual.

Como consecuencia de los muchos actos imperfectos, es inevitable que vuelvan a pulular determinadas tendencias desordenadas que preparan el camino al pecado venial : comienza la caridad a verse debilitada i>or obstáculos que se le van acumulando, y así empiezan las desdichas: deberíamos crecer continuamente en caridad, mas las muchas imperfecciones atrofian su desarrollo; ya no podemos cumplir sinceramente el mandamiento «amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente». Cesamos de avanzar, nos hacemos unas almas atrasadas. El niño debe crecer, porque si no crece, no sólo no se hará nunca un hombre, sino que se hará un ser deforme, un enano; lo mismo ocurre en la vida interior: si no crecemos ininterrumpidamente en el amor, quedaremos como esas pobres criaturas entristecidas, enanos de la vida espiritual. ¡ Y cuántos hay de éstos ! Muchas de estas almas se eritibian lentamente, poco a poco se vacían y aligeran. ¡ Qué pena !

No es, pues, la imperfección un detalle sin importancia; jamás es suficiente contentarse con no cometer ningún pecado venial, pues queda mucho camino por recorrer. El que no avanza, el que no está decidido a realizar cada uno de sus actos mejor cada día, con más fe, humildad y paciencia, retrocede. O mejorar o retroceder: no hay término medio, no hay ni puede haber tregua. Debemos convencernos de una vez para siempre. Lo mismo que de nuestra actitud frente al pecado venial, también de nuestra postura frente a las imperfecciones dependen nuestro progreso interior, el aumento en gracia y virtud, y, en última consecuencia, un mayor o menor grado de gloria en la eternidad.

Llegado el profeta Elias a Bersabé y habiéndose retirado desde allí hasta el próximo desierto de Judá, se recostó bajo un enebro, y deseaba morir. «¡ Basta, Señor, recibe ya mi vida!», tal era su descorazonamiento. Se adormece, mas un ángel le despierta, y Elias ve junto a sí un vaso de agua' y un pan; come y bebe, y vuelve a adormecerse. Por segunda vez le toca el ángel y le ordena: «Levántate y come, porque te queda un largo camino». Elias se levantó y, con la fuerza de aquel alimento, anduvo durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios, Horeb (3 Reg 19, 3-8).

Podemos vernos bajo la figura de Elias, porque también nosotros muchas veces querríamos decir: «¡ Basta, Señor !» ¿Será posible que no baste conservar el alma pura de todo pecado grave y de todo pecado venial deliberado? ¿Será posible que no baste mortificarse continuamente para no cometer ningún pecado venial semideliberado, por sorpresa, por debilidad ? A nosotros siempre nos parece que sí; pero el ángel del Señor, la gracia, nos va despertando de nuestros pensamientos y nos empuja: «Levántate, que aún te queda un largo camino», mientras no hayas eliminado — en cuanto te es posible en esta vida — todas tus imperfecciones.

¿ Cómo lograrlo ? El único medio garantizado es el amor puro, el perfecto amor de Dios y de Cristo. Que esto es lo esencial para nosotros : «esforzarnos para alcanzar el amor» (1 Cor 14, 1).

Preguntémonos: ¿ cuál ha sido hasta la actualidad mi actitud frente a las imperfecciones ?, ¿ qué he pensado de ellas?, ¿no las he tomado demasiado a la ligera ?

Pidamos al Señor la gracia de llegar, por medio de una ardiente caridad, a hacer todo el bien en cada ocasión que tengamos, y a hacerlo siempre con perfección.

 

 

 

 

XI

 

LA HUMILDAD

 

«Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.» Mt 11, 29

 

El santo bautismo nos ha transformado en miembros vivos de Cristo, nuestra cabeza. Por tanto, el espíritu, la vida interior del Señor tiene que fluir sobre nosotros, empapándonos por dentro y fuera. El espíritu de Cristo es en su esencia espíritu de humildad. Precisamente, hablando de la humildad, nos dijo el Señor : «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt n , 29).

 

1. Qué es la humildad cristiana

 

El mismo Señor nos traza un sublime cuadro de la humildad en la famosa parábola del fariseo y el publicano. «Dos hombres subieron al templo a orar, el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, de pie, oraba para sí de esta manera : ¡ Oh, Dios!, te doy gracias de que no soy como los demás hombres : rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano. Ayuno dos veces a la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo. El publicano se quedó allá lejos, y ni se atraveía a levantar los ojos al cielo, y hería su pecho diciendo: ¡Oh Dios!, ¡sé propicio a mí, pecador ! Os digo que bajó éste justificado a su casa y no aquél. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado» (Lc 18, 9-14).

El orgullo es la estima desordenada de las propias cualidades. Es orgulloso el que se atribuye lo bueno que en él hay como si fuese mérito suyo. El soberbio se complace en sus dotes, rumia con placer interiormente sus talentos, su saber, sus méritos; desea que todos los demás se convenzan de lo mismo, que lo comenten y admiren (vanagloria). Esta autocomplacencia engendra una orgullosa confianza en nosotros : el soberbio cuenta con su propia capacidad, su inteligencia, su criterio; no necesita el consejo ni la ayuda ajenos; se considera más inteligente y perspicaz que los demás; ni siquiera siente la necesidad de dirigirse a Dios para obtener su luz, su fuerza y su gracia. El soberbio cree bastarse a sí mismo.

 La complacencia propia lleva a considerarse superior a todos. El soberbio desprecia a los demás, los mira de arriba abajo, se cree bastante mejor que ellos; exactamente igual que el fariseo del que nos habla el Evangelio.

De la complacencia en sí mismo se deriva también la ambición, o sea, el deseo desordenado de alabanza, de admiración, estima y fama, acompañado por el temor de no ser bastante considerado y apreciado, de ser olvidado quizá, de pasar inadvertido; de ser despreciado; por el temor de que otro cualquiera nos pueda igualar o superar, lograr un triunfo y una reputación mayores, ejercer una influencia más amplia.

 Así es como de la depravada raíz de la soberbia van brotando los movimientos de envidia, celos, odio y la más feroz enemistad. El ambicioso intenta ser el primero en todo, quiere dominarlo todo, tener siempre razón, imponer a todos sus opiniones y sus caprichos, desempeñar el primer papel, por lo cual no raras veces llega a ponerse en ridículo. Disimula cuanto puede sus defectos, y se transforma en esclavo de la vanidad y del respeto humano, en persona sin carácter, falsa e insincera en su talante, palabras, sentimientos; en todo su ser.

 El humilde mira ante todo al Señor: Tu solus sane tus, tu solus altissimus. Sabe que por sí solo nada tiene y nada es; reconoce, desde luego, el bien que en él hay y las cualidades que posee, mas tiene siempre presente aquello de : «¿Qué tienes que no hayas recibido ?, y, si lo recibiste, ¿ de qué te glorías como si no lo hubieras recibido?» (1 Cor 4, 7); se humilla en el reconocimiento de su propia nada y de su absoluta dependencia de Dios, y permanece en el puesto que le corresponde.

El humilde ve con claridad que no tiene nada que no haya recibido, ni en el orden de la naturaleza : vida, cuerpo, inteligencia, talento, salud y fuerza, ojos, miembros: nada; ni en el orden de la gracia : «Dios produce en nosotros el querer y el obrar» (Phil 2, 13), «no que de nosotros mismos seamos capaces de pensar algo, que nuestra suficiencia viene de Dios» (2 Cor 3, 5) : ningún pensamiento, ninguna decisión saludable y grata a Dios, ninguna obra buena, ni siquiera la más íntima, ninguna oración, ningún acto de fe o de caridad proviene de nosotros mismos, ni podemos llamarlo completamente nuestro.

Nuestra misma cooperación con la gracia, el no abusar de las gracias que Dios nos da y el corresponder les, es fruto de la acción de Dios en nosotros. Tan exacta es la palabra del Apóstol: «¿Qué tienes que no hayas recibido ?» Nada, absolutamente nada.

Hay, sin embargo, algo que es exclusivamente nuestro : el pecado. El humilde sabe muy bien que, por su propia cuenta, sólo es capaz de esto: de pecar; sabe que abandonado a sí mismo es capaz de cualquier pecado. Si no ha caído en estas o eñ aquellas culpas, no se lo debe a sí mismo, sino únicamente a Dios, que en su infinita misericordia lo ha preservado : abandonado, no hubiera podido defenderse. Como el publicano del Evangelio, se reconoce pecador, indigno de levantar siquiera su mirada hacia el Señor, indigno de la estima, la consideración y el afecto de los hombres; merecedor de ser tratado como lo que es : un pecador.

 La humildad de espíritu encuentra su expresión práctica en la humildad de voluntad y de acción. Al humilde no le preocupan su honor ni la afirmación de su personalidad, sus caprichos, deseos o gustos; ama y aun busca el desprecio, la ignominia y la injusticia, para sufrirlos junto con el Redentor humillado y repudiado por los hombres. Considera un honor el poder estar tan cerca de Jesús — como miembro de su cuerpo místico — para, con El, ser obediente, sumiso, postergado, y, con Él, padecer contrariedades e injusticias. Comparte la vida humilde del Señor, y estima como un privilegio el poder con vivirla. Lleno del espíritu de Cristo, ni siquiera desea salir de esta condición en que se encuentra : no aspira a grandes y brillantes afirmaciones personales, a gestiones, encargos, honores; satisfecho como está de las modestas posibilidades de acción que le han sido otorgadas, del trabajo y el campo de actividad que se le ha confiado; satisfecho incluso de ver cómo los demás realizan obras más dignas de consideración.

El humilde tiene intuición suficiente para descubrir sus propios defectos y debilidades, conoce al detalle sus infidelidades y faltas diarias: está dispuesto a admitir que tiene más deficiencias y debilidades que los otros.

Cuanto más adquiere conciencia de su propia nada e indignidad, tanto más se apoya en la misericordia, la gracia, el perdón, el favor y la cercanía de Dios y del Redentor. Nadie será mejor hombre de acción que el humilde, nadie invocará como él la luz y la fuerza del cielo; nadie tendrá una confianza en Dios como la suya, serena e inconmovible. Cuanto menos pueda y menos intente obrar a solas, tanto más actuará en él la gracia divina. A Dios le gusta crear de la nada. En Dios y en Cristo, el humilde se encuentra fuerte, animoso, intrépido, al nivel de cualquier empresa y de cualquier revés, dispuesto a cualquier renuncia. «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 4, 13).

El humilde tiende solamente a Dios, a su voluntad, a su beneplácito, su prescripción o su tolerancia. El humilde saborea la maravillosa hermosura de la voluntad divina y de su santa y sabia providencia: vive sin preocupaciones, abandonado a sus brazos. Su vida es alegría en la vohintad de Dios y de Cristo: reconocerse pobre o débil no le preocupa ni agita; no se mira a sí mismo, sino a Dios : sus disposiciones, permisiones, misericordia, su amor y su gusto. A pesar de reconocerse tan imperfecto, es feliz. No quiere sus imperfecciones, detesta y combate sus defectos, pero no le inquietan; sólo le humillan, y por eso le empujan más hacia Dios, le incitan a la oración y la confianza. Ya querría él apresurarse hacia las cumbres de la perfección, pero está contento de que las cosas vayan tan despacio y tan dificultosamente, a pesar de encontrarse tan lejos de la meta. Todo lo acepta como el Señor lo envía, en todo se acomoda plenamente a la guía, a la dirección y a la providencia divinas, ho único que quiere es ser pequeño, no hacer nada por sí mismo, sino depender siempre del Señor, abandonarse confiadamente en sus brazos. ¿Quién puede gozar de una mayor libertad interior que el humilde? ¿Quién hay más libre interiormente, más puro, más sereno, más tranquilo, más próximo a Dios?

 Éste es el misterio de la humildad, el misterio de no querer ser nada ante sí y ante los hombres, el misterio de ansiar ser despreciado por amor a Jesús. Pero ¡qué poco lo comprendemos nosotros, los cristianos, y la íntima, profunda alegría que encierra! ¡ Por supuesto, amarga y muy amarga es la piel, y dura la corteza; mas el fruto es inefablemente dulce !

 

 2. Por qué debemos ser humildes

 

1. La humildad es la virtud de Cristo. «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros)) (Ioh 1, 14). El misterio de la encarnación del Verbo es el misterio y el acto de humillación Y anonadamiento voluntarios y sin límites que de sí hace el Hijo de Dios. Aunque «existiendo en la forma de Dios, no  reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres; y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente, hasta la muerte, y muerte de cruz” (Phil 2, 5-8). El Hijo de Dios, la eterna y divina Sabiduría, elige deliberadamenteel anonadamiento, la ignominia de la muertee\.t la cruz. «Aprended de mí”.

Sigamos al Señor al establo de Belén, al escondrijo de Nazaret, donde lleva una vida de trabajo, pobreza y obediencia: El Hijo de Dios elige conscientemente, deliberadamente, la humillación y la obediencia hasta la muerte. «Aprended de mí”.

Y sigámosle a Getsemaní en la vigilia de su dolorosa pasión, donde se ve cubierto por el sucio vestido de nuestros pecados. «A quien no conoció el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que en tI fuéramos justicia de Dios” (2 Cor 5, 21) . j Qué humillado, confuso, anonadado se siente ante el Padre! ¿ Hubiera podido asumir una ignominia mayor que la de los pecados de todos los hombres, pecados de orgullo, de sensualidad, de injusticia, de impureza, desde el pecado de Adán y de Caín hasta:el último que se ha de cometer en el mundo el día del juicio universal? Ahora ya se puede comprender por qué S\1 cuerpo se cubre de un sudor de sangre: Cristo se ve recubierto por la sangrante vergüenza de nuestros pecados. Y todo esto lo ha cargado sobre sí, no obligado, sino porque libremente ha querido. «Aprended de mí”.

Y qué profunda es también la humillación de verse pospuesto a Barrabás! El pueblo, que poco antes le había aclamado gritando: ((Hosanna al Hijo de David)), exige ahora a Pilato : « Libera a Barrabás”

¿Qué hace el justo, el inocente? Calla, sufre en absoluto silencio esta inmensa afrenta pública; tanto más pública, cuanto que se produce ante el mundo romano-pagano representado por Pilato y ante el mundo hebreo allí presente. Sin una palabra de resentimiento, sufre ser juzgado y tratado como un desecho de la humanidad por el poder público y por el pueblo, al que sólo había hecho bien; ser tratado como un proscrito, de quien una soldadesca cruel y desenfrenada se burla a sus anchas. ¿No podía Él impedirlo? i Sin duda alguna! Pero quiere anonadarse hasta el fondo. Este es el espíritu de Cristo: ansia de anulación, de desprecio, de humillación ante los hombres . “Aprended de mí» .

        i Y la humillación de la muerte en cruz, entre dos ladrones! El mundo de entonces no conocía muerte más afrentosa ; era muerte de los esclavos y de los expulsados de la sociedad humana .. Y es precisamente está muerte la que elige deliberadamente Cristo, a plena <conciencia, ésta y no otra cualquiera. “Se humilló, hecho obediente, hasta la muerte, y muerte de cruz», por voluntaria obediencia al Padre. «Aprended de mí» .

 Sí, no hay duda alguna: la humildad es la virtud de Cristo. Él, que es nuestra cabeza, debe proseguir su vida en nosotros, que somos sus miembros. Esta es la razón por la que tampoco nuestra vida puede ser otra que vida de negación, vida de auténtica hull1ildad y obediencia.

 

2. La humildad es el presupuesto de toda virtud y de toda perfección. Nunca se halla el alma más dispuesta a recibir la gracia que cuando es h umilde. (Dejad que los niños se acerquen a mí»:ésta es una ley sagrada en el orden sobrenatural: que se humilla será ensalzado» , y también: «Dios su g racia a los humildes» (1 Petr 5,5)·

La humildad es, por otra parte, la confesión de  potencia, sabiduría, magnificencia, bondad y misericordia de Dios. Es un continuo «tu solus sanctus», una ininterrumpida adoración del Altísimo.

Tal homenaje glorifica excelsamente a Dios, que no puede menos de doblegarse sobre el alma con infinita misericordia y colmarla de sus mejores dones. «El que se humilla será ensalzado .» La excelencia de la humildad se ve claramente en ! el hecho de que todas las ,demás se basan en la humildad y se desarrollan en ella. Verdad es que la fe es el comienzo de la vida cristiana, la primera de Ias virtudes sobrenaturales; pero la fe se basa también en la humildad, que es su condición . La fe su-pone la sumisión y la docilidad de la voluntad que influye sobre 1a inteligencia y la determina a aceptar y acatar la verdad divina revelada, que no com prende. La fe es la que eleva el alma a Dios, sometiéndola a Éll en virtud de la humildad. Por eso no es posible una vida de fe sin una humildad profunda, ni puede darse una verdadera y genuina vida cri stiana que no se base en una fe viva.

        Lo mismo pasa con la obediencia. ¿ Cómo es de esperar una vida de obedi encia sin una profunda humildad, o sea, sin el propósit~ de someter y sacrificar el propio yo, los propios criterios, voluntad y deseos? ¿Y cómo un sincero, desinteresado amor i al prójimo, si la humildad no guía el timonel. Del alma? Sólo el humilde es verdaderamente desinteresado y altruista, piensa en sí mismo, no persigue primero su interés; solo el  por lo tanto, puede ser realmente generoso para renunciar, para sacnficarse, para darse, para trabajar por Cristo y por las almas, para sufrir la injusticia y la ingratitud,  para padecer y negarse a sí mismo. Donde hay poca humildad, fatalmente habrá poca caridad.

Sólo el alma humilde puede ser alma de oración. Orar quiere decir reconocer la propia nada, la incapacidad para obrar bien, la propia dependencia de Dios; y al mismo tiempo confesar la magnificencia, la bondad y el amor de Dios para con sus hijos, las criaturas. Y así, ¿ quién se encuentra en condiciones más favorables para la oración que el humilde? Sólo él sabrá agradecer y tomar como un regalo de Dios todo 10 que el vaivén del día le trae y sabrá responder con una palabra de amor. El alma humilde, bien conocedora de su personal insignificancia, dependencia y nulidad, alimentará una ilimitada e inconmovible confianza en Dios, en su amorosa y sabia providencia: Sabrá someterse sin reservas y aceptar con calma y paciencia todo lo que Dios le envía, a través 'de ros hombres y de las circunstancias difíciles entre las que se encuentre, y a través;\de la enfermedad y la penuria. .

La humildad es la condición indispensable de toda virtud y perfección, así como, por el contrario, el orgullo constituye un 'obstáculo insuperable. «Dios resiste al soberbio». Por eso la auténtica perfección cristiana no puede florecer más que sobre el terreno abonado de 1a humildad. La humildad y el esfuerzo serio por adquirir la perfección ,son todo uno.

 

3. La humildad es el punto crítico y decisivo de nuestra vida y nuestras aspiraciones religiosas. Hay muchos caminos, muchas virtudes y muchos medios , que conducen a la perfección del amor; pero todos los medios y caminos por los que el hombre avanza, se resumen en definitiva en la sumisión de la propia 'oluntad a la voluntad divina, es decir, que todo se

ifra en ser humildes. Orar es absolutamente indispensable y son muchos los que oran, pero al mismo tiempo no acatan la voluntad de Dios, sino que uen en mil cosas sus propias ideas y caprichos: . es falta la humildad. Muchos se sacrifican, pero a su gusto, no según la voluntad de Dios, y corren fuera del camino recto: les falta la humildad.

Todos los medios y caminos que nos señalan la Sagrada Escritura y las vidas de los santos son buenos;pero, en la vida práctica, nos serán útiles y provechosos en la medida en que estemos entregados a la voluntad de Dios, es decir, en la medlda en que estemos cimentados sobre la humildad.

La humildad, la sumisión filial a Dios, es la que sella la autenticidad y fertilidad de la vida cristiana y las gracias particulares y más elevadas que recibe el alma de Dios. Son auténticas especialmente nuestra oración y nuestra piedad si y en el grado en que van animadas por la humildad, necesitándose, por otra parte, mucha oración para alcanzar la perfecta  humildad. La humildad y la piedad están, como se ve íntimamente unidas.

 

4. El Señor ha vinculado a la humildad una promesa maravillosa: «Ap'rended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis la paz para vuestras almas» (Mt JI, 29). Todos buscamos la paz del corazón, pero ¿ quién la encuentra? Sólo el ~umilde. “Hay cuatro cosas, dice el autor de la Imatación de Cristo, que proporcionan gran paz: Procura, hijo, hacer antes la voluntad de otro que la tuya . Escoge siempre tener menos que más. Busca Slempre el lugar más bajo, y es tá suj eto a todos. Desea siempre y ruega que se cumpla en ti eternamente la divina voluntad . Así entrarás en los términos de la paz y descanso» (libro 3, capítulo 23). ¿No son éstos precisamente el espíritu y la ambición del alma humilde?

¿ Puede darse un hombre más contento en la privación, adversidad, injusticia, mortificación u ofensa, que el que nada busca pan! sí, que nada ' qui:ere según el propio gusto y el propio deseo, sino que sólo aspira a loque es conforme a la voluntad y las disposiciones de Dios ?" ¿ el que se tiene por lo que es en realidad, por un pecador, por nada, y así se lo repite mil veces interiormente : yo merezco cosas aún peores?

En un alma así dispuesta, enmudece todo movimiento y todo inicio de descontento, de crítica, de impaciencia o murmuración contra Dios o las circunstancias o los hombres. É:stas son las bendiciones de la  humildad.

 

3. Cómo llegar a la humildad

 

Tendremos que recorrer un largo trecho antes de que - siendo como somos, por naturaleza, parientes en espíritu del fariseo - nos veamos transformados en el publicano, en un hombre consciente de su propia nada, de su personal incapacidad y de su total dependencia de Dios y de la gracia; un hombre que sienta vivamente, conozca y reconozca su propia perversidad íntima y su pecabilidad, y deseeser tenido y tratado por todos como loque es reamente. En nuestra naturaleza está arraigada una viva aversión a todo lo que es humildad y humillación. Reconocemos nuestra nulidad, pero, en la práctica, no queremos vivir de acuerdo con esta idea. El espíritu del mundo, del amor propio, del mundo ha penetrado también en nosotros, los cnstJano  incluso entre los que tienden a la perfección, y nos domina con frecuencia sin percibirlo, a pesar de que La humildad es el fundamento sin el que no puede sostenerse la verdadera vida cristiana. He aquí, pues, el gran problema: ¿Cómo llegar a la humildad?

 

Nuestra primera tarea consiste en que nos asiirnilemos la doctrina del Apóstol: “ ¿ Quién es el que a ti te hace preferible? ¿ Qué tienes que no hayas recibido?, Y si lo recibiste, ¿ de qué te glonas?» (1 Cor 4, 7); ((es “Dios quien obra en nosotros el querer y el obran> (Phil 2, 13). Yo no puedo atnbuirme nada. Si Dios no me diera nada, ¿ cómo podría yo concebir un buen pensamiento, o desear, intentar o realizar algo bueno? Dependemos de su acción en nosotros mucho más de lo que podemos comprender y aun imaginar: ni un solo pensamiento, ni una sola decisión o acto de voluntad podemos tener por nuestras propias fuerzas, de nosotros mismos. Como dice el Apóstol: “Nuestra suficiencia viene de Dios» (2 Cor 3, 5), es obra de su gracia.

        Es una enseñanza explícita de la fe: El que afirma que la gracia de Dios nos es dada en virtu.d de nuestra propia oración y no más bien que la gracia de Dios hace que podamos orar a Dios, contradice al Apóstol : “Fui hallado de los que no me buscaban, me dejé ver de los que no preguntaban por mi» (Rom 10, 20; Is 65, 1). Y además: “El que afirma que con las solas fuerzas naturales y sin la llumlnación e inspiración del Espíritu Santo puede pensar o querer algo útil para su salvación eterna  “Es hereje, y no comprende la palabra del Evangeho» : “Sin mí no podéis hacer nada» (Ioh 15, 5)·

Por el espíritu de fe conocemos y confesamosI nuestra indignidad a los ojos de Dios, a los del prójimo y a los nuestros; nuestras diarias imperfecciones, defectos, errores e infidelidades. ¿Qué somos?P ecadores, fáciles al pecado, llenos de ceguera, fragilidad, egoísmo, vanidad, corrupción . Y todo, a pesar de tantas pláticas, lecturas, meditaciones, y a pesar de lascomuniones, quizá cotidianas. ¡Cuántos motivos nos sobran para escondernos en un rincón del templo, como el publicano del Evangelio. Y suplicar golpeándonos el pecho : “¡Señor, ten piedad de mis pecados !» i Cuántos, para ser sencillos en nuestra actitud, en el modo de andar, en los gestos, en la mirada, en las palabras! i Cuántos, para posponernos sinceramente a los demás, para valorar al prómimo mucho más que a nosotros mismos y someternos voluntariamente a las injusticias¡ `poque nada mejor merecemos; por nuestros pecados.

El espíritu d~le llQS hace profundizar en los mis, terios de Cristo'·. 'Cll'into más honda sea la fe con ila que nos aproximamos a la persona y a la vida del ·Señor, tanto más se nos revela su más íntima esencia: en su vida escondida en el seno de la Virgen , en su nacimiento en Belén, en su infancia, en su recatada vida de Nazaret, en su actividad pública, en su pasión , en su oculta y misteriosa vida del Sagrario. Cuanto más 1e contemplemos, tanto más vigorosamente impulsados nos sentiremos a imitar su vida yhumildad.

Por el espíritu de fe nos sometemos interior y exteriormente a los mandamientos, a la voluntad, disposiciones y transigencias de Dios ; lo  mismo que a los que le representan de cualquier forma que sea: padres, superiores, autoridades civiles y eclesiástcaso. Nos haremos con el Señor obedientes <hasta la muerte», sin murmurar, sin replicar, sin crítica ni descontento, con el sincero deseo de ser guiados por los superiores y depender en cada momento de ellos.

Por el espíritu de fe, cada obligación, cada artículo del reglamento, cada prescripción o disposición de las autoridades representa para nosotros la voluntad y el mandato de Dios mismo, y, por lo tanto, es excelsa y sagrada y la l acataremos con humildad. El espíritu de fe es también una gracia del Señor que debemos pedir con fervor. «Pedid y recibiréis » (Mt 7, 7). Al orar nos postrarnos y humillamos ante el Señor.

En la oración pedimos que nos otorgue la virtud de la humildad. Nosotros no podemos concedérnosla y la esperarnos suplicantes de su bondad. ((Porque quien pide, recibe, y quien busca, hallará, y a quien llama, se le abrirá» (Mt 7, 8). La oración confiada atrae la gracia de la humildad al alma y la hace crecer y desarrollar.

 

2. Llegamos a la humildad por la obra de Dios, principal factor de la misma. ((Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los que la edifican» (Ps 136, 1) . Dios no nos abandona nunca; interviene y trabaja enérgicamente para curarnos de nuestro orgullo, de nuestra megalomanía, de nuestra vanidad. Con este fin emprende su gran obra de nuestra p urificación y da suma importancia a que sintamos r experimentemos nuestra nada y nos veamos libres de vanas complacencias y de falsa confianza en nosotros mismos. Con este fin permite las arideces y esconsuelos, las tentaciones, a veces horribles , y las ~u millaciones de toda especie que nos sobrevienen.  

Nuestro único deber es doblegarnos a sus deseos, dejar que haga en nosotros y con nosotros lo que quiera, como quiera; quiera, como quiera; ya directamente, ya a través de los acontecimientos, del ambiente, las experien cias, las circunstancias temporales, las personas, etc. Es decir, no hay que desear siempre que los hombres y las cosas sean diversos de lo que son: jamás hay que negar nada, nunca rebeiarse contra nada, aceptarlo todo con alegría o al menos con resignación tal y como viene, porque, en efecto, todo sucede según su voluntad infinitamente buena y sabia y conforme a las disposiciones de su amorosa providencia.

      ¡Aceptarlo todo!, esto es lo esencial: saber aceptar,saberagradecer, saber decir sí siempre y a todo, 'aun    a las cosas amargas e ingratas, aun a las que hierenI nuestros sentimientos más íntimos, nuestra personalidad,nuestro modo de ver, o nuestra más íntiínaesencia. i Sólo como tú lo quieres, dispones, permites! Por mi parte, nada quiero: nada según mis deseos o a tenor de mis esperanzas, ilusiones, criterios o caprichos. i Sólo como a ti te plazca! Esto   sí que es humildad; humilde, sincero y total silencio personal ante Dios; entrega y alegría en la voluntad, disposiciones y providencia de Dios. Este es el acto más sublime de la personalidad: la continuación dél acto de humildad y obediencia de nuestro Salvador en el monte de los Olivos: «Padre, si es posible, pase de mí este cáliz; mas no se haga  mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22,42).

En pnmer lugar, aceptar y acoger los mil detalles ingratos y a veces penosos de la vida, las circunstancias, dificultades, contrariedades y obstáculos;todo lo que se nos presenta al revés de nuestros sueños, distinto de lo que creíamos justo y bueno;todo que es contrario a nuestro modo de ser, todI lo que nos gustaría eliminar. Aceptarlo porque El lo quiere así, porque Él así lo manda y lo permite, porque ha establecido que nuestra vida en este momento sea así y no de otra manera. Por medio de estasdisposiciones, que tan enigmáticas nos parecen, Dios  interviene en nuestra vida día tras día y hora tras hora: «Yo soy el Señor”. Éll es quien debe disponer y quien nos indica el camino; yo he de decir que sí e inclinarme humildemente. Así es como El quiere enseñarme a ser humilde y pequeño. «Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas a donde querías; cuandodo envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras” (1oh 21, (8). Así nos educa el Señor en la humildad.

En segundo lugar, aceptar el hecho humillante de lomucho que hemos pecado en nuestra vida. Él lo ha permitido, para labrar nuestra salvación, a partir de nuestros propios pecados. Nos arrepentimos, por supuesto. Pero sometámonos también, humildemente, a la confesión de nuestros pecados y recitemos continuamente con profunda convicción nuestro «mea culpa, mea culpa, mea culpa”. El orgulloso se enoja por haber pecaado; esta comprobación le atormenta toda la vida, y se siente desgraciado por tener que admitir que a él le haya ocurrido semejante cosa. Pero el alma humildeacepta esta su miseria y la convierte en instrumento para convencerse de su propia nulidad, anonadarse ante Dios y exponerle su arrepentimiento: un nuevo medio para adherirse tanto más firme y confiadamente al único que es capaz de sacarlo del pecado, al único que puede preservarlo en el futuro.

        Aceptar además las continuas humillaciones cotidianas que experimentamos en la vida interios: nuestras diarias culpas, miserias, tentaciones, los - primeros movimientos, las imperfecciones y debilidades, nuestra ineptitud, la aridez de nuestra oración, nuestra ceguera, nuestra falta d e comprensión , nuestras tinieblas, la incapacidad de poner en práctica nuestros buenos propósitos. Si estas cosas nos agitan o inquietan, si nos sorprenden o fácilmente nos confunden o abaten, es señal de que aún no hemos salido del campo del orgullo. Deberemos humillarnos y gritar al Señor: «i Padre, sí, porque

así 10 quieres tú!» (Mt I1, 27), «porque quieres hacerme tocar con la mano que no soy sino un saco de 'basura». Así nos educa el Señor en la humildad.

Aceptar, finalmente, las mortificaciones que provienen del exierior: la crítica más o menos benévola, los juicios falsos del prójimo respecto a nosotros, el trato inmerecido, los reproches infundados, las calumnias, difamaciones, acusaciones de todo género, la incapacidad o las equivocaciones personales que comprometen nuestro buen nombre, aunque nada tengamos que reprocharnos en conciencia. Detrás de todo esto que tanto nos hace sufrir, se halla el Padre. Amoroso, nuestro

Redentor, di spuesto a mostrarnos los caminos de la humildad, de la perfecta sumisión, del completo abandono a su guía y a su voluntad. Así, día a día, nos educa el Señor en la humildad.

        La verdadera ganancia consiste en que te ofrezcas de verdadero corazón a la voluntad divina, sin buscar lo que sea tuyo, así en lo pequeño como en lo grande, así en el tiempo como en la eternidad; de forma que, siempre con igual faz, continúes dando gracias, entre las .cosas prósperas. y las adversas, pesándolo todo en justa balanza. Si eres tan fuerte y longánime en la esperanza, que dispongas tu corazón a sufrir aún más cuando se te haya privado deconsolaci6n interior; si no quieres justificarte; sino que me ensalzas como santo; entonces justamenteandas por la senda de la paz y puedes esperar confiadamente volver a ver mi rostro con júbilo. Y sollegares al perfecto menosprecio de ti mismo, sábeteque entonces gozarás de abundante paz cuanto acabe en este destierro» (Imit. de Cristo, libro 3, cap  25).

Conc1uiremos estas consideraciones sobre la humildad cristiana con las palabras de la Imitación de CristoII, 2: “Cuando un hombre se humilla por sus defectps, entonces fácilmente aplaca a los otros y sin dificultad satisface a los que le odian. Dios defiende y libra al humilde; al humilde ama y consuela; al hombre humilde concede gracia, y después de su abatimiento le levanta a gran honra . Al humilde descubre sus secretos y le trae dulcemente a sí y le convida. El humilde, recibida la afrenta, está en paz, porque está en Dios y no en el mundo.

“No pienses haber aprovechado algo si no te estimas  por el más inferior de todos”. “El que se ensalza, será humillado y el que se humilla será esalzado” (Lc 14. 11)

 

 

XII

 

LA ORACIÓN

 

«Señor, enséñanos a orar.»

 

Hay algo conmovedor en la oración del Señor. Cristo ora en su vida terrena y ora por medio de nosotros en el santísimo sacramento del altar : adora, ama, da gracias, alaba, ruega y expía siempre sin cansarse. Día y noche. Su oración es tan pura, tan acendrada, tan infinitamente valiosa, que los ojos del Padre se posan en Él con infinita complacencia y la acogen benignamente. Un día quedóse un rato en oración; cuando terminó, uno de sus discípulos le pidió : «Señor, enséñanos a orar» (Le I I , i). El discípulo había quedado cautivado profundamente por el Señor orante. También nosotros podemos acudir a Él y pedirle : «Señor, enséñanos a orar», danos la luz y la gracia necesarias para penetrar el secreto de la oración cristiana, para que aprendamos a llevar una vida de oración según el modelo que tú nos das.

 

1. Por qué debemos orar

 

«Todas las cosas tienen por fin la oración» (san Francisco de Sales), esto es, las ha creado Dios para que le glorifiquen y le reconozcan como punto de partida y meta de cada una de ellas y le rindan homenaje con humildad y sumisión total. Los seres no dotados de razón cumplen este cometido simplemente por el mero hecho de existir, es decir, porque al ser llamados del no-ser al ser por el Creador, confiesan el poder, sabiduría y bondad del Dios que les ha dado la existencia y se la conserva, que les da continuamente su ser y su obrar para que puedan así cumplir su papel dentro de la totalidad del universo.

Si «todas las cosas tienen por fin la oración», el hombre, en primer lugar, está puesto en la tierra para reconocer a Dios como su creador, como el primer fundamento y el fin de su existencia, y admirar y alabar la grandeza, el poder, la sabiduría y la bondad de Dios, entregarle su amor, acatarle, enderezar toda su personalidad hacia Él como su último fin; esto es, adorarle, glorificarle, bendecirle, darle gracias. La oración es, por lo tanto, una exigencia que para todo hombre se deduce del hecho de ser colocado en la existencia por Dios y haber recibido de Dios todo cuanto es y posee.

 Para nosotros, los cristianos, la necesidad de la oración estriba en otros fundamentos completamente sobrenaturales.

Los cristianos oramos:

 

1) Porque nos hemos transformado, en virtud de la redención de Cristo, en hijos de Dios. «Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para redimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que todos (judíos y gentiles) recibiésemos la adopción. Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que grita: ¡ Abba, Padre!»  (Gal 4, 4-6). En idéntico sentido nos explica el Apóstol : «No habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción por el que clamamos : ¡ Abba, Padre !» (Rom 8, 15).

En nosotros, los bautizados, alienta un nuevo espíritu, el espíritu de la filiación divina, el amor filial hacia el Padre producido en nosotros por el Espíritu Santo que en nosotros mora y que desde dentro nos impele a llamar a Dios con amor «Padre». En esta palabra, «Padre», encerramos toda nuestra fe, nuestra confianza filial, nuestra entrega, nuestro amor, nuestro arrepentimiento, nuestra oración, nuestra decisión de amarle y de someternos en todo a su santa voluntad.

Nuestra oración cristiana no es, pues, el lenguaje del hombre puramente natural en su diálogo con Dios, sino que nos llegamos hasta Él, como hijos al Padre, para adorarle, alabarle, amarle y pedirle la ayuda que tanto necesitamos. No olvidamos nuestro ser de criaturas, pero no nos apoyamos sobre Él en nuestra oración, sino en nuestra dignidad y grandeza como hijos de Dios. Llenos de veneración filial, nos acercamos al Padre con la convicción de que Él nos trata siempre divinamente bien como a hijos suyos y que podemos entregarnos a Él con toda confianza y con el cariño más íntimo. Así pues, nuestra oración cristiana se funda en nuestra filiación divina, esto es, en la gracia santificante, y nos hace brotar el Espíritu Santo que habita en nosotros. Es obra no de nuestro esfuerzo humanonatural, sino de la gracia.

Los cristianos oramos:

 

2) Porque en virtud de nuestro santo bautismo en Cristo somos sarmientos suyos, ya que Él es 154 nuestra vid, en cuya vida participamos, y la compartimos, como los sarmientos la de la vid. Podemos hablar al Padre en nuestra oración, podemos cantarle nuestra palabra de amor sólo en la medida en que estemos en Cristo y vivamos su vida. Pero la vida de Cristo es esencialmente vida de entrega al Padre, una oblación, un ofrecimiento al Padre, lleno de amor. En virtud de nuestra comunión de vida con Cristo, estamos incluidos en esta su oblación amorosa: en Él, con Él y por Él pronunciamos la palabra del amor: «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad». En Él, con Él y por Él pronunciamos con filial confianza la palabra de la gran petición : «El pan nuestro de cada día dánosle hoy, perdónanos nuestras deudas..., líbranos del mal». Así nos unimos a la oración de Cristo nuestro Señor y expresamos sus mismos sentimientos; nuestra oración no es ya la de un  hombre abandonado a su insuficiencia y nulidad, sino que es al propio tiempo y ante todo la de Cristo, que en nosotros y con nosotros ruega al Padre. Nuestra oración, insignificante en cuanto nuestra, es realzada y ennoblecida por la dignidad y la majestad de Cristo : «El que permanece en mí y yo en él, éste da mucho fruto» (Ioh 15, 5) : el que en mí vive y yo en él, su oración dará mucho fruto. «No vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20) : no oro yo propiamente, más bien es Cristo quien ora en mí. Nuestra oración será, pues, tanto más fructuosa y eficaz cuanto más íntimamente nos fundamos con Cristo y convivamos su vida.

Cristo es el gran orante. Como Hijo eterno de Dios, como Logos o Verbo, es la palabra en la que el Padre expresa la eterna plenitud divina y la majestad de su ser y de sus divinas riquezas, y en la que se reflejan la magnificencia y el sublime esplendor del Padre. Cristo es «el esplendor de su gloria y la imagen de su ser» (Hebr 1, 3), la representación perfecta de la grandeza e infinidad divinas, un eterno canto de alabanza a Dios Padre. Isleño de un fecundo amor contempla el Hijo la majestad resplandeciente del Padre y le canta eternamente el himno de la alabanza, el único que es perfectamente digno de Dios.

Este verbo eterno de Dios se ha hecho hombre en Cristo, siendo así incorporada la vida humana del Señor a la alabanza que eternamente rinde al Padre el Verbo y convirtiéndose en una exaltación constante, en una oración y en una palabra de amor. Esta exaltación penetra e informa toda la vida de Cristo desde su entrada en esta vida en el seno de la virgen madre y el pesebre, hasta la vida oculta de Nazaret, la vida pública, la muerte en la cruz, la vida inmortal que ahora tiene en el cielo y en el santísimo sacramento del altar. Una alabanza siempre perfectamente digna de Dios, una oración santa.

Mas Cristo quiere seguir prolongando su vida en nosotros, continuando también en nosotros su misma oración. Con este fin nos ha hecho participar de su vida en el santo bautismo y nos convida diariamente al sacrificio de la misa y a la comunión, para que podamos vincularnos más hondamente a su oración, a su amorosa entrega, a su alabanza y a su adoración del Padre. Cristo quiere multiplicar su oración en nosotros, para que en cualquier momento y en cualquier lugar resuene en miles 156 y miles de corazones amantes, en un coro formidable, en la comunión con la Iglesia tanto en el cielo como en la tierra. Tal es la dignidad de la oración cristiana.

Nosotros, los cristianos, oramos:

3) Porque tenemos necesidad externa de la oración, sobre todo de la oración impetratoria. «No que seamos capaces de pensar algo como de nosotros mismos, sino que nuestra suficiencia viene de Dios» (2 Cor 3, 5); y en otra parte precisa el Apóstol: «Dios es el que obra en nosotros el querer y el obrar según su beneplácito» (Phil 2, 13). Somos, pues, sencillamente incapaces por nuestras propias fuerzas naturales, a pesar de nuestros buenos deseos y de los mejores propósitos, de superar el mal, resistir a las tentaciones, querer y obrar lo bueno y lo recto. Pero el Apóstol nos declara con toda seguridad: «Todo lo puedo en aquel que me conforta», todo, incluso lo más grande y lo más difícil; pero todo «en aquel que me conforta». ¿A quién conforta mejor y a quién da Dios con más facilidad la fuerza y la gracia ? Al que ora. «Pedid y recibiréis» (Mt 7, 7). Si no se pide, no se recibe; si se pide poco o mucho, se recibe poco o mucho : ésta y no otra es la norma general en el orden de la salvación. Dios desea darnos generosamente su gracia, pero la vincula y la condiciona a la oración. Es verdad que también cualquier otra obra buena nos aproxima a Dios y produce un incremento de gracia santificante; pero hay una manera extraordinaria y eficaz de obtenerla, y es la oración. Éste es el medio que está a disposición de todos en cualquier momento y lugar. Es el primer medio para el alma que quiere avanzar y llegar a la per157 fección, y el último recurso de la que se encuentra ya en el umbral de la eternidad. Es un medio de la máxima eficacia para unirnos con Dios y asimilar su fuerza. «Pedid y recibiréis», pues «a los humildes da Dios su gracia» (1 Petr 5, 5). En la oración impetratoria o de súplica confesamos nuestra nada y nuestra impotencia, y lo esperamos todo de Dios; en la oración reconocemos la grandeza, la omnipotencia y la bondad divinas, e incluimos siempre al mismo tiempo un elemento de adoración, de acatamiento de sus designios, de glorificación amorosa.

Nosotros, los cristianos, oramos:

4) Porque somos hijos de la Iglesia, y la Iglesia necesita almas de oración. Ella es propiamente la ulglesia orante», y toda su existencia se ordena a rogar, a adorar, bendecir y glorificar a Dios, y sufrir y trabajar por los divinos intereses. Mantiene siempre su pensamiento, su corazón, sus deseos, sus ojos dirigidos a Dios en estrecha unión de pensamiento y de intenciones con el gran orante, Cristo, su esposo divino; ora en el cielo, ora en el purgatorio, ora aquí en la tierra : «Laudamus te. Benedicimus te. Adoramus te. Glorificamus te. Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam». Si en la tierra un coro de almas en oración se cansa o debe pasar a otras ocupaciones, le reemplaza otro y prosigue la oración de la Iglesia, noche y día, sobre todo el globo terrestre. l,a Iglesia ora en sus sacerdotes, a los que, en el día de su ordenación de subdiáconos, confía su oración por excelencia, el breviario, con la obligación rigurosa de recitar infatigablemente todos los días hasta su muerte la oración oficial de la Iglesia.

La Iglesia ora en los muchos religiosos, en cuyas manos coloca el breviario el día de la profesión; noche y día, donde haya sacerdotes y conventos, está reunida la Iglesia, representada en sus sacerdotes y religiosos, en torno al gran liturgo y orante en el tabernáculo, y une su adoración, su caridad, su acción de gracias, su intercesión y su reparación, a la oración infinitamente santa y grata a Dios del sumo sacerdote, Cristo; oración pura, santa, infinitamente fecunda en, con y por Cristo nuestro Señor.

I,a Iglesia ora en nombre de los muchos hijos suyos que no saben, han olvidado o no pueden orar; ora por los muchos que no quieren ser hijos suyos y están fuera del redil, lejos de la Madre, y perecen de hambre y de miseria; ora en representación de todos los hombres, sean cuales fueren sus necesidades, tentaciones, apuros y peligros.

El mundo alejado de Dios no ora; busca la salvación en cisternas agrietadas (Ier 2, 13), en el incremento de la producción material y de la actividad cultural, en empresas cada vez más refinadas, en la destrucción del pasado, en el progreso técnico, en la siempre insatisfecha ayidez de ganancia y de bienestar, incluso en el alejamiento de Dios y de Cristo y en la lucha contra la Iglesia, en la divulgación del ateísmo, en la divinización del hombre y de la humanidad, en la elevación a valor absoluto del trabajo, el dinero, la nación o el Estado.

El mundo no tiene necesidad de ningún dios, de ninguna luz, de ninguna ayuda : se basta a sí mismo; por esta razón ni siente la falta de la oración, ni la desea. Por eso es aún mucho mayor la necesidad de la oración de la Iglesia y de la nuestra, para 159 completar y compensar, expiar y satisfacer, conseguir perdón y gracia mediante la oración; y esto especialmente en nuestros tiempos, con sus necesidades materiales, religiosas y morales. ¿Quién puede salvar al mundo de hoy ? Ni la ciencia, ni la técnica, ni la política, ni la fuerza humana: lo único que nos puede salvar es la misericordia de Dios y la gracia divina que obtenemos por medio de la oración. En la oración está la salvación del mundo.

El mundo de hoy, sus calamidades, piden a gritos almas de oración que se unan a la Iglesia orante y, con ella, al gran orante, Cristo, en un común «Kyrie eleison», que fuerce el corazón de Dios, y en un incesante «santificado sea tu nombre». «¡Orad sin interrupción!», «¡pedid y recibiréis!» «Creemos que nadie obtiene su salvación sin la ayuda de Dios, que nadie obtiene esta ayuda sino el que ora» (san Agustín). «Todos los santos se han santificado por medio de la oración. Todos los condenados se han condenado porque no han hecho oración; si hubieran orado con constancia, se hubieran salvado» (san Alfonso de L,igorio). «No hay hombre más poderoso que el que reza» (san Juan Crisóstomo). En la oración está la fuerza de la Iglesia y del cristiano.

 

2. Sentido de la oración cristiana

 

¿Qué pretendemos al orar? En último término, no pretendemos otra cosa que la unión amorosa de nuestra voluntad con la de Dios, la entrega total de nuestro corazón, y estar junto al Padre, rendirle vasallaje y colocarnos cerca de Él. 

Podemos ponernos en comunicación con Dios y unirnos a Él por un doble camino: por la inteligencia y por la voluntad. Del primer modo se une el alma con Dios mediante sus reflexiones sobre É¡, sus meditaciones sobre su omnipotencia o sus diversas perfecciones, su providencia y su acción, <> considerando uno de los misterios cuya inteligencia puede llevarle más cerca de Dios. Mas sería un gran error el creer que la esencia de la oración consiste en este modo de unirnos con Dios: es sólo la preparación para la oración propiamente dicha, que consiste en la amorosa unión del corazón y la voluntad de Dios.

En esta unión de voluntad con Dios queremos, ante todo, adorarle y entregarnos a Él amorosamente, para que Él haga resplandecer en nuestra alma la plenitud de su poder y majestad y pueda realizar en nosotros, sin cortapisas, su dominio y su presencia. La adoración, el acatamiento amoroso es la íntima esencia y el alma de toda oración verdadera, incluso de la impetratoria, porque, en primer lugar, hay que colocar el «santificado sea tu nombre», la adoración, la ascensión a Dios; y, después, el «pan nuestro de cada día». La oración como amor de adoración, como acatamiento y glorificación de Dios, es el objeto al que han de subordinarse todas las demás formas de oración y al que están enderezadas.

Si a Dios mismo y su glorificación hay que colocarlos en primer lugar, sería un error ver en la oración esencialmente y en primera línea un medio para el «deleite espiritual», para la «dulzura» espiritual o aun para el provecho moral, para perfeccionarse a sí mismo, y subordinar la glorificación de Dios al «servicio» de la propia alma, como si la salvación del alma fuese el supremo y íntimo fin •de la oración. Por el contrario, es la obra de nuestra santificación la que debe ordenarse a la glorificación de Dios. Debemos santificarnos y aspirar a progresar espiritualmente para así poder adorar y honrar más perfectamente a Dios, y para que el culto que le consagramos sea menos indigno de Él. Con la adoración va unida la acción de gracias.

Cada día experimentamos y sabemos con más claridad lo obligados que estamos a dar gracias a Dios. Todo cuanto somos y tenemos, sea en el orden de la naturaleza, sea en el de la gracia, en último análisis lo tenemos por bondad y misericordia divina. ¿ Dónde estaríamos, si Él no nos hubiera amado tanto desde la eternidad, que decidió crearnos y dotarnos de las cualidades, talentos y capacidad que poseemos?

¿Dónde estaríamos, si Él no nos hubiera enviado misericordiosamente a su Hijo unigénito para librarnos de las cadenas del pecado, del demonio y del infierno, hacernos hijos de Dios y conquistarnos las gracias con las que podemos lograr la visión eterna de Dios ? ¡ Cuánto amor despilfarra personalmente con nosotros todos los días y todas las horas ! : gracias sin medida, gracias de iluminación, de excitaciones interiores de la voluntad, fuerza contra el mal, ánimos para el bien y para perseverar valiosamente en él. Todo esto nos insta natural y necesariamente a estarle agradecidos y a expresar nuestra gratitud en la vida.

Un tercer objeto que podemos procurar en la oración es el de volver a Dios Padre, a quien hemos ofendido por nuestros pecados, con sentimientos de arrepentimiento y penitencia, y con la voluntad 162 pronta a expiar y satisfacer. Es verdaderamente penoso que hayamos ofendido groseramente a nuestro I'adre bondadoso oponiéndonos a su voluntad, que hayamos preferido nuestros vanos caprichos a los preceptos y la voluntad de Dios, despreciándole y postergándole a nuestros propios gustos y deseos. ¿Qué podemos hacer frente a tantas ofensas, sino entonar de corazón nuestro «mea culpa», arrepentirnos, llorar sobre nuestros pecados y hacer penitencia por ellos ? Por lo tatito, hemos de acercarnos al Padre en santo y amoroso arrepentimiento y esperar de Él su palabra de perdón : los cristianos le reconocemos y glorificamos como el Dios santo y Señor de las misericordias.

Un cuarto sentido de nuestra oración cristiana resplandece en la oración impetratoria. En nuestras peticiones nos dirigimos al poder de Dios, cuya bondad nos puede conceder las ayudas y socorros necesarios. En esta forma de oración demostramos que creemos en el amor del Padre hacia nosotros, sus hijos, y manifestamos, además, al mismo tiempo, nuestra dependencia, nuestra indigencia y nuestra necesidad constante de Él, y expresamos nuestra fe en que Él, como Padre nuestro, ha de otorgarnos a nosotros, sus hijos, una participación en la plenitud de sus riquezas para hacernos santos, y ha de darnos todas las ayudas que necesitamos para llegar como cristianos a la meta de la vida eterna.

Levantamos, orando, nuestras manos y corazón al Padre, y pensamos con amor e interés en los otros muchos que están encomendados a nuestra intercesión y por quienes estamos obligados a orar: por los vivos y por los difuntos, por los que nos aman y por los que nos desprecian, dañan u odian. En la oración  petitoria honramos el poder, la bondad y el amor de Dios y nos sometemos a ellos amorosamente; por esto nuestra oración impetratoria no se limita a pedir el remedio de nuestra indigencia, sino que, con nuestro grito que implora auxilio, llegamos hasta el mismo Dios y ponemos a sus pies nuestra entrega y nuestra adoración.

Por lo demás, no pretende nuestra oración impetratoria alterar los planes de Dios ni conseguir de Él que cambie sus puntos de vista y sus proyectos. Antes bien, rogamos a Dios con la convicción de que Él, desde la eternidad, ha incluido en los planes de su providencia divina nuestras plegarias con amor paternal. De ahí que nuestra oración impetratoria tiene un sentido y una eficacia indudables, aunque sea verdad que la voluntad de Dios es absoluta e inmutable.

Así, lo que sube en forma de oración a Dios baja en forma de bendición y de gracia sobre el orante. La oración cristiana es esencialmente y en primer lugar adoración de Dios y meta de nuestra vida, siendo, por otra parte, pero en segundo lugar, el gran instrumento para la construcción de la vida cristiana. No es exageración alguna el llamar a la oración, con san Juan Eudes, «algo tan importante como la tierra que nos sustenta, el aire que respiramos, el pan que comemos, el corazón que late en nuestro pecho, que son a los hombres tan necesarios para llevar una vida humana» (Royaume 2, 3) .

Toda verdadera y auténtica oración nos cambia, nos asemeja a Dios y nos santifica progresivamente; libera el corazón y el espíritu del amor desordenado a las cosas creadas, cuando éstas se oponen a la entrega a Dios. Por ser la oración entrega y eleva164 ción del alma, nos libra del poder y dominio del amor propio, las pasiones y las malas inclinaciones. Al orar nos introducimos más íntimamente en el mundo de lo divino y reconocemos más sinceramente la caducidad de los bienes y deleites que la tierra nos ofrece, dado que la oración exige que nos unamos a Dios. En ella nuestro espíritu entra en contacto con Él y es penetrado cada vez más por su luz; la voluntad va uniéndose a Él, a su santa voluntad y a sus intereses; el corazón se siente atraído siempre de nuevo por la bondad infinita y el amor del Padre y se ve colmado del amor, que es Dios mismo. Así, la oración auténtica transforma irresistiblemente al hombre y le hace participar cada vez más en la santa vida de Dios.

L,a fuerza y la excelencia de la oración cristiana se revelan tanto en la vida interior como en la exterior del cristiano. Éste es el secreto de la fecundidad de acción de nuestros santos: oraban bien y mucho; de la oración sacaban las fuerzas para el abnegado y constante cumplimiento del deber, para el trabajo duro e incansable, para sus actos heroicos. Trabajo y oración, acción y contemplación van juntas y se apoyan mutuamente.

Nuestra oración, sea adoración, alabanza, acción de gracias o impetración, vuelve de Dios a nosotros en forma de bendición y de gracia, en forma de fecundación y de ayuda para el crecimiento espiritual y para una unión siempre más íntima y profunda con Dios. Así se puede comprobar la verdad de aquello de que «la oración es el alimento del alma y como la respiración del alma cristiana».

Quien cesa de orar, cesa de respirar y de vivir, y, vice165 versa, si el cristiano quiere llevar una vida de fe viva, si con la gracia de Dios pretende acercarse a la perfección, sólo puede hacerlo orando, ya que al mismo tiempo que ora recibe la gracia divina y se sumerge en Dios. De todo esto ha de quedar bien claro que el fin último de la oración no es el crecimiento interno del hombre, ni el servicio o la salvación de su alma; antes bien, nosotros nos santificamos mediante la oración para así poder glorificar más a Dios, adorarle y amarle; y lo podremos tanto mejor cuanto más puros, ricos y santos lleguemos a ser por nuestra oración.

De esta forma nuestra oración sirve al crecimiento interior, pero éste sirve a su vez a Ja glorificación y la adoración de Dios. ¡ Sea, pues, para nosotros la oración cristiana algo grande y santo! ¿ No es para nosotros, pobres hombres, la mayor honra y gracia que se nos puede hacer el poder orar, el tener acceso a Dios, nuestro Padre celestial, y el poder hablar con Él, y que Él se incline hacia nosotros con amor y bondad, nos preste oídos y acepte complacido la veneración que le tributamos? ¡ Cómo debemos dar gracias por poder orar ! ¡ Cómo hemos de preocuparnos por orar bien ! ¡Cómo hemos de valorar y amar la oración cristiana ! «¡ Señor, enséñanos a orar !»

XIII

 

LA ORACIÓN (Continuación)

 

Si conocieras el don de Dios.» Ioh 4, 10

 

Respecto a la oración circulan muchos engaños, desconocimiento y equivocaciones. Consecuencia de esto es que la oración resulta aún más difícil de lo que es en sí misma, de que poco a poco se vaya perdiendo, no sólo la alegría, sino hasta el ánimo de orar y la confianza en el valor de la oración, y vaya entrando el cansancio. Muchos de esos errores radican en que no se sabe claramente en qué consiste propiamente la oración, cuál es su esencia y en que se ignora qué es el orar justo y bueno.

Piensan muchos que es de la esencia de la oración cristiana que los arrebate y conmueva profundamente; que de ningún modo puedan distraerse hacia atracción alguna, aunque sea de un modo involuntario y, por lo tanto, inculpable. Otros creen que hay que sentir hacia la oración una interior disposición de ánimo acompañada de cierto gusto por orar : piensan que no es posible una auténtica oración si en ella no surgen delicados sentimientos y afectos del alma, sin que el orante note ningún cansancio, agotamiento, debilidad o distracción, siéndolé, por lo tanto, imposible permanecer frío, insensible, seco y vacío. Otros hay que se trastornan por una distracción o cualquier fracaso de su oración, de tal forma que desestiman lo que han orado y vuelven a comenzar su oración hasta que les parece pueden estar por fin contentos de ella. Víctimas de estos tormentos, tienen, sin embargo, siempre la mejor voluntad, mas incurren continuamente en nuevos engaños y dificultades.

1. ¿Qué es orar? Orar es, en sentido general, hablar amorosamente con Dios, comunicarse con Él, entablar un diálogo enamorado, aunque sea sin palabras, con Él. I.a genuina oración se basa en el amor, brota del amor y tiende al amor. El termómetro de la oración, como de toda virtud y obra buena, es el amor de Dios, que puede expresarse por obra y por palabra. Llamamos oración al amor que se expresa por palabra, no siendo imprescindible que la palabra sea vocal. La oración es el enunciado del amor que hacemos en Dios a Dios.

Esta expresión de amor a Dios, al Señor y Creador del universo, va necesariamente acompañada de reverencia y respeto, del santo temor que nos sobrescoge al entrar en su intimidad y sentir la majestad de su gloria; va asimismo acompañada de esa actitud de obediencia y sumisión a la divina voluntad. El verdadero amor de Dios no puede menos de ser reverente y sumiso, es decir, una oración de adoración. La esencia de la oración es, por consiguiente, la expresión del amor que adora reverente y obediente.

 Pero no sólo oramos a Dios y a Cristo, el Señor; nos dirigimos también a los ángeles y santos del cielo, particularmente a la virgen María, madre de Dios y madre nuestra. Estos seres no son Dios, sino simples criaturas, que han sido sumergidas por la gracia divina en la vida y en la gloria de Dios. Por eso los amamos y les expresamos nuestro amor, que no tiene el mismo valor que el que nos lleva a Dios y a Cristo. Los amamos de otro modo, porque nosotros no adoramos a la Virgen y a los santos, sino que los veneramos. Asimismo la oración dirigida a la madre de Dios entraña una veneración (cultus hyperduliae) que difiere de la que tributamos a los santos (cultus duliae).

La oración a Dios y a Cristo es la oración por antonomasia, la oración en su pleno sentido, el enunciado del amor en la más rendida adoración, en la que entregamos a Dios todo nuestro ser; es la expresión del amor, que alaba, agradece, pide y expía.

El acto de oración, considerado desde el punto de vista de la vida humana del alma, no es fundamentalmente un acto del entendimiento, un esfuerzo por comprender espiritualmente un texto de lectura o de meditación, o una reflexión, como ordinariamente se piensa. El acto de oración, si se toma en su esencia, no es ni siquiera un acto de atención, si se entiende de modo que la oración en la que uno se ha distraído por eso solo deja de ser una oración bien hecha. Y mucho menos es el acto de oración un acto de la fantasía, una imagen que, de Jesús, de María o de un pasaje del Evangelio, producimos en nosotros al orar. La oración no es tampoco una emoción, o un sentimiento de devoción. No queremos decir que estos actos del entendimiento y de la ima169 ginación o estas emociones nada signifiquen para la oración; antes bien, pueden ser y son de hecho muy importantes y preciosos e incluso indispensables como preparación para ella y manifestaciones que pueden acompañarla; pero no tocan la esencia de la oración, en sí mismos no son oración. Faltando todos esos actos, puede darse muy bien una oración perfecta, santa y agradable a Dios.

 Orar es, más bien, uno de los actos sobrenaturales de la voluntad, animados por el Espíritu Santo que vive y obra en nosotros : es en el fondo un acto por el que nosotros, que somos hijos de Dios, nos dirigimos al Padre con obsequioso amor para entregarnos a Él y estar junto a Él en amor, y, amándole, obedecerle y adorarle. El mismo amor que «se nos infunde en los corazones por el Espíritu Santo» (Rom 8, i) junto con la gracia santificante, la gracia de la filiación divina, es lo que nos mueve a los hijos hacia el Padre. Queremos expresarle nuestro amor, nuestra entrega y veneración amorosas, nuestra alabanza que el amor nos sugiere, nuestra gratitud, admiración y alegría por su belleza, majestad y bondad,. por su maravilloso gobierno del mundo, tanto del de la naturaleza como del de la gracia; queremos expresarle nuestra súplica filial, basada en la confianza que su amor y su bondad nos producen, y condicionada a los intereses y la voluntad del Padre que nos ama ; queremos decirle nuestra palabra de arrepentimiento, que brota de un amor filial y de la conciencia de haber incurrido en culpa contra el Padre. Orar es, en su más íntima esencia, un acto de amor, y la oración es tanto más perfecta cuanto más se refleja en ella el amor, cuanto más se eleva el que ora del amor imperfecto al perfecto.

Cuanto más eficiente sea el amor en el corazón del cristiano, con tanta más fuerza le impulsará a manifestar al amado su palabra de amor, aunque haga mucho tiempo que sepa que es amado. Quien ama, debe gozarse en expresar su amor, sencillamente porque se trata de una palabra de amor. Siempre que el amor de Dios es vivo y eficaz en nosotros, tenemos la convicción gozosa y feliz de que el Padre, que habita con su Hijo y el Espíritu Santo en el fondo de nuestra alma, escucha nuestro requiebro amoroso, lo aprecia y lo acepta, principalmente porque esta misma expresión de amor la pronunciamos unidos con el gran orante, Cristo, que incluye nuestra oración y nuestra entrega amorosa al Padre en su oración y en su entrega. En la Iglesia oramos siempre «por Cristo nuestro Señor», como miembros de su cuerpo místico, unidos íntimamente, vitalmente con Él, que es nuestra cabeza.

¡ Qué admirable dignidad y qué poder tiene la oración del cristiano si se considera de este modo ! En el acto de oración nos separamos de nuestro propio yo, abandonamos el .mundo creado que nos rodea, y vamos al Padre para echarnos en sus brazos con el fervoroso deseo de permanecer a su l?do y servir su gloria e intereses. Precisamente para expresar esta nuestra entrega juntamos nuestras manos: así lo hacía en la Antigüedad el vasallo, poniéndolas entre las de su señor en señal de humilde entrega a su servicio.

 

2. El hábito de oración

 

El acto de oración es algo transitorio. Pero por la frecuente repetición de los actos se forma un há171 bito, una disposición duradera, un estado de oración, que se alimenta y se afirma en los actos de oración, los cuales, por lo tanto, le son indispensables.

Es evidente que, al hablar de la oración habitual, no se trata de la oración vocal, ni siquiera de la oración interior llamada contemplativa, ya que en la tierra nos es imposible a los hombres pensar en Dios ininterrumpidamente y ocuparnos, con atención constante, de las cosas divinas.

Por hábito de oración hay que entender más bien la prontitud interior para la entrega amorosa a Dios, la sujeción filial a su santa voluntad y a las disposiciones de su divina providencia en todas las circunstancias de la vida. Es esa postura constante y esa decisión de la voluntad de aceptar todas y cada una de las cosas que Dios quiere de nosotros y de realizar con amor todo lo que nos sale al paso : deberes, reglas, prescripciones; esa costumbre de pronunciar siempre y en cualquier momento y hasta las últimas consecuencias, a pesar de las molestias y sacrifios que se nos exijan, la palabra del amor: «Sí, Padre, porque así te agrada» (Mt n , 26), «santificado sea tu nombre, hágase tu voluntad». Es esa disposición constante de aceptar incluso todas las dificultades, sinsabores, humillaciones, tentaciones y pruebas, desengaños, sufrimientos, enfermedades, etcétera, y recibir como de Dios las faenas de cada día.

 El fin próximo de la oración cristiana es el hábito de oración, la continua unión interior con Dios, que vive en el fondo de nuestra alma y nos atrae fuertemente hacia sí. Al orar, nos dejamos llevar por los impulsos del Espíritu Santo, permitiéndole que lleve a cabo su maravillosa obra en nosotros. Así se acrisola en nosotros el amor, que nos une con Dios, que va transformando poco a poco nuestro modo de juzgar, pensar, querer, obrar y sentir, nuestras acciones y misiones hasta que llegue a ser puro, deiforme y santo. El fin remoto de nuestra oración es siempre la adoración y la gloria de Dios.

 La oración habitual es una entrega muda, casi inaccesible a nuestra propia conciencia, constante; una disposición de entrega de nuestro corazón y nuestra voluntad a Dios y la suya, con el fin de dejarle colaborar con nosotros en el modo y medida que Él crea oportunos según su sabiduría y caridad divinas. Es la oración de la profundidad, hecha en las más radicales intimidades del alma, allí donde ésta se une por medio de la gracia santificante con el Dios trino que vive y obra en ella. Es, si queremos expresarlo en un símbolo, la brasa siempre dispuesta a echar chispas que se conviertan en llamas; la brasa está siempre allí, aunque no esté siempre produciendo hogueras.

 A esta oración interior, como modo o conducta estable de unión y entrega a Dios, sirven y ayudan los actos de oración, que se mueven, por así decirlo, en la periferia y son como una oración de superficie. Viceversa, de la oración de profundidad, de la oración habitual brotan los actos de oración, que son más puros, frecuentes, perfectos y fecundos cuando el alma ha alcanzado con más seguridad el hábito de oración.(Mi tesis doctoral:esto es oración contemplativa infusa divina. La oración habitual es la unitiva: meditativa-afectova-contemplativa- mística-transformativa).

 Somos realmente piadosos en la medida en que logramos este estado de unión con el Dios que vive dentro de nuestra alma. L,a piedad auténtica es, precisamente, ese modo estable de ser del alma que 173 hace que el cristiano esté dispuesto a hacer y soportar por amor a Dios todo lo que Él le pida, le exija o le imponga.

La oración habitual es la actitud fructífera con que debemos valorar todo nuestro trajín diario y su trascendencia para la gloria de Dios y nuestro propio desarrollo espiritual. Mientras mantenemos esta habitual entrega amorosa a Dios y a su voluntad, estamos orando también con nuestro trabajo, con nuestros sacrificios y nuestros sufrimientos, aunque no realicemos actos de oración y no pensemos en orar. Sólo en virtud de ese modo estable de ser del alma nos es posible el «orar sin interrupción» (i Thess 5, 17), el «orar siempre» que nos exige el Señor (L,c 18, 1). Hay momentos en que debemos concentrar la atención en el trabajo y no podemos pensar al mismo tiempo en Dios y en las cosas divinas; esto nos ocurre continuamente a través de la jornada; pero, no obstante, en virtud de esa disposición habitual del alma, de esa unión con Dios, de ese ánimo de hacerlo y sufrirlo todo por Dios, estamos orando ininterrumpidamente.

El hábito de oración es de grandísima importancia en las dificultades internas y externas que solemos experimentar cuando oramos: cansancio, dolor de cabeza, aburrimiento, incapacidad para pensar, distracciones, sequedad, repugnancia, tedio y fastidio, y especialmente las distracciones internas que no podemos dominar y que nos acechan continuamente. E n virtud de esa disposición constante de unirnos siempre, especialmente en la oración, a la voluntad de Dios, haremos oración de todos esos impedimentos que a primera vista parece que nos estorban: los convertiremos en oración, acatando 174 la voluntad de Dios que nos asigna esa cruz en la oración, aceptando con humildad nuestra impotencia, nuestras distracciones involuntarias, nuestras dificultades y contrariedades. Precisamente al someternos así a la voluntad de Dios, nos unimos con Él, y esto es hacer oración. Y, reconociendo humildemente todas nuestras distracciones involuntarias, nuestra impotencia, nuestras dificultades y nuestros fallos, al dar nuestro sí a la voluntad de Dios, unimos con ella, no precisamente nuestra inteligencia, sino, más profundamente, nuestra propia voluntad, y esto es orar.

En fuerza de nuestra oración interior, debemos hacer lo posible para prevenir las distracciones y, cuando las descubrimos, deberemos reconcentrarnos de nuevo. Pero cuando, contra nuestra voluntad, no logremos librarnos ni protegernos contra las tentaciones, no es necesario que nos desanimemos o nos entristezcamos por ello, como si no hubiéramos orado rectamente: basta con que expresemos nuestro sí a la cruz de las distracciones y de nuestra incapacidad uniéndonos a la voluntad de Dios, y esta unión amorosa, este sí de nuestra voluntad, será ya una auténtica, fecunda y santa oración. Que también sobre la oración reina la ley que es base de toda vida cristiana aquí en la tierra, la ley de saber llevar la cruz. Sometámonos humildemente a esta ley. Siempre que existe esta voluntad constante, firme y sincera de unirnos en la oración totalmente a la voluntad de Dios, es decir, siempre que realmente queremos orar, oramos bien, a pesar de todas las distracciones involuntarias y de nuestra incapacidad. Es un sentimiento altamente consolador que nuestra impotencia humana y nuestras frecuentes 175 distracciones no perjudiquen en modo alguno a nuestra oración, mientras vive en nosotros esa postura de entrega a la voluntad de Dios y a sus designios. Un acto de oración que brota de esta postura de voluntad, es siempre una oración perfecta, pues ella, ese sentimiento de confiada entrega a la voluntad de Dios, es precisamente la «oración esencial». Que a esto se una o no la llamada devoción accidental o sensible, el intenso vibrar de nuestra afectividad, es de poca importancia. I,o único decisivo y fundamental es la postura habitual de entrega de nuestra voluntad: ella constituye la esencia de la oración. Esta misma disposición total interna guía a la vez nuestro espíritu hacia Dios siempre con mayor atención, y esto en mayor grado a medida que vamos formando en nosotros más perfecta entrega interior. Mientras tanto, sin embargo, debemos hacer todo lo posible para evitar las distracciones y hacer más desembarazado el camino de la oración, sin olvidar que nunca nos veremos libres de la cruz de las distracciones.

 Las distracciones se insinúan furtivamente en nuestra oración sin que lo notemos y contra nuestra positiva voluntad. ¿Perderá por eso el valor y la fecundidad? Nada en absoluto. L,a voluntad permanece unida a Dios, aun durante las distracciones involuntarias. Hay que abrazar la cruz de las distracciones con amor, entregados totalmente a la santa voluntad de Dios. Así la distracción no nos habrá separado de Él, sino que nos habrá unido más'estrechamente . A pesar de la distracción, de la aridez y del vacío interior, nuestra oración no habrá perdido su valor: nos habrá hecho más humildes y se habrá convertido en ayuda para nosotros.

Debe quedar bien claro que, para nosotros, la esencia de la oración reside en esa postura de unión de nuestra voluntad con la santa voluntad de Dios. Quede también bien claro que podemos orar perfectamente y con fecundidad, a pesar de todas las dificultades, debilidades y distracciones involuntarias. Oramos tanto cuanto nuestra voluntad busca en la oración a Dios, sólo a Dios y su voluntad.

Oramos a Cristo con el mismo sentido que a Dios Padre, al Espíritu Santo o a toda la santísima Trinidad, pues Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es, por ser verdadero Dios, objeto de la misma adoración que el Padre. La esencia de la oración a Cristo es adoración, entrega amorosa a sus preceptos, a sus mandamientos, a su santa voluntad. Nos entregamos al Padre con Cristo y por medio de El. Cristo nuestro Señor acepta la oración que le dirigimos y la presenta al Padre. Así, nuestra oración a Cristo es una oración dirigida al Padre en El, con El y por Él.

Nuestra oración a los santos es un acto de voluntad que admite y reconoce las grandezas, las gracias, las virtudes, la santidad, el poder de intercesión de los santos, pero pasa por ellos hasta Dios y Cristo para darle gracias, alabarle, glorificarle y amarle en y por sus santos, con sus corazones, su amor y su entrega. Aunque acudimos con confianza y amor filialeá a nuestra madre celestial y nos entregamos a ella y deseamos permanecer junto a ella, sabemos claramente que no puede ni quiere ser para nosotros el último término o el último grado: al contrario, como madre nos lleva siempre a su Hijo, y con Él y por Él al Padre, para que ella sostenga con amor v fidelidad maternales nuestro amor y nuestra adoración, nuestra entrega amorosa, nuestra alabanza, nuestra acción de gracias, nuestra petición, y los presente a Dios.

¡ Si conocieseis «el don de Dios» (Ioh 4, 10) : la gracia, la sublimidad, el poder de la oración cristiana !

 Nuestra oración cristiana encierra y posee u n valor y una fuerza que sobrepasa en mucho todas las demás fuerzas humanas y todas las grandezas naturales. ¿Qué pueden significar, frente al poder de la oración cristiana, de la oración hecha o presentada al Padre por Cristo, todo el saber, todo el poder de los hombres? ¿Qué puede significar el mismo poder de Satanás y de todo el infierno? «¡Si conocieras el don de Dios !»

¿No hemos de valorar, por lo tanto, mucho más aún nuestra oración cristiana ? ¿ No hemos de confiar mucho más aún en nuestra oración y confiar más en su poder? Cristo, el gran orante, ora con nosotros y nos hace partícipes de la dignidad y eficacia de su oración. ¡ Tal es nuestra fe y nuestra confianza!

XIV

LA SANTA MISA

«Me acercaré al altar de Dios.» Ps 42, 4

 

              Ideal del sacrificio eucarístico

 

Centro y compendio de la vida y la piedad cristianas es la celebración o, mejor dicho, la concelebración del sacrificio eucarístico, que «el sumo sacerdote, Jesucristo, instituyó y es renovado en la Iglesia constantemente por sus ministros» (ene. Mediator Dei, n.° 841 ).

Es, pues, importantísimo que todo cristiano tenga una idea justa del santo sacrificio y de su colaboración en él.

Hubo tiempo en que, si dejamos a un lado los círculos de los teólogos especializados, se creyó vulgarmente que la santa misa no tenía ya una significación litúrgica. Todas las ceremonias y detalles de su celebración se explicaban más bien alegóricamente: cada una se tomaba como escena cualquiera de la vida y de la pasión de Cristo. L,a santa misa 1 Los números que se citan en el texto corresponden a la edición española de Ediciones «Sigúeme» (Salamanca, 1948). 179 vino a ser una figuración retrospectiva e histórica de los misterios de la vida y la muerte de Jesús. Esta interpretación alegórica dominó como idea popular de la misa todo el período comprendido entre el siglo ix y principios del xvi. Es en este tiempo cuando se recapacita en la explicación profunda de la misa ante la urgencia de consideraciones teológico-dogmáticas, y viene a considerarse como el sacrificio de alabanza y de acción de gracias de la Iglesia, es decir, de la comunidad celebrante. Éa lucha de la Iglesia contra el protestantismo lleva consigo el que, después del Concilio de Trento (1545-1563), se haya hecho hincapié en el sacrificio y en el carácter sacrificial de la muerte de Cristo, así como en el de la misa como sacrificio de expiación. Poco a poco se fue superando la estrechez de miras en el modo de considerar la misa, especialmente en los últimos años, gracias al llamado movimiento de renovación litúrgica de nuestro siglo y la encíclica Mediator Dei de S. S. Pío xn .

¿ Qué pretende la celebración de la misa ?

Quiere hacernos practicar ese acto de entrega, acatamiento, homenaje y adoración al Dios Trino y Uno que Cristo nuestro Señor realizó ante el Padre durante toda su vida terrena y particularmente en su muerte en la cruz, en forma de sacrificio, del único perfecto sacrificio. El Señor nos incluye en este acto suyo de adoración y de entrega a Dios, para que tributemos con Él y por Él a la santísima Trinidad el obsequio, homenaje y entrega de que sólo Él es capaz : obsequio, homenaje y entrega, adoración y glorificación tales que excedan infinitamente cualquier acto semejante que por nuestra propia cuenta podamos realizar. Es una gracia inestimable la que nos ha sido regalada al ser convidados a la concelebración de la santa misa.

 El santo sacrificio es la conmemoración de la pasión y muerte del Señor. «Cuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciad la muerte del Señor hasta que Él venga» (1 Cor n , 26).

 En el centro de la institución por el Señor en la última cena se hallan los sufrimientos de su muerte, cuyo recuerdo debe ser mantenido constantemente en la Iglesia por medio del sacrificio eucarístico y como realizado ante nuestros ojos por Él. De este modo cada misa nos transporta a la cruz en la que nuestro Señor y Salvador se entregó con muerte cruenta por nosotros, personalmente por cada uno de nosotros.

«Éste es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria mía. Y asimismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo: <Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros» (Le 22, 19-20).

En la celebración de la santa misa hacemos revivir el recuerdo de tantas atrocidades como el Hijo de Dios hecho hombre soportó interior y exteriormente, en el alma y en el cuerpo, especialmente al ser clavado cruelmente en la cruz y quedar colgado de ella durante tres horas en la agonía más amarga.

Contemplando su pasión y muerte reconocemos en Él la expresión y confirmación de su entrega amorosa al Padre y de su perfectísima obediencia : «Se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz» (Phil 2, 8); reconocemos la manifestación de su amor por nosotros, por cada uno de nosotros en particular, que supera todos nuestros cálculos y todas nuestras medidas : ese amor sublime que le hizo entregarse por nosotros —po r mí — para expiar en nuestro lugar, para alcanzarnos el perdón de los pecados y hacernos hijos de Dios, objeto del amor del Padre. «Cristo me amó y se entregó por mí» (Gal 2, 20).

Al considerar en la celebración de la santa misa su pasión y su muerte, reconocemos que la salvación nos ha venido por la muerte de Cristo en la cruz : por ella se nos han abierto los cielos y la eterna participación de la vida y de los bienes divinos. En la concelebración del santo sacrificio contemplamos el acto de adoración, de homenaje supremo, de maravillosa glorificación del Trino rendido por el Hijo de Dios hecho hombre : tan excelsos, que sólo son dignos de Él ; tan exhaustivos, que toda otra adoración, glorificación u homenaje a Dios ha de unirse a ellos, si es que quieren ser atendidos. Porque «en Él, con Él y por Él es dado a Dios Padre todopoderoso, en unidad del Espíritu Santo, todo honor y gloria por los siglos de los siglos» (canon de la misa).

 Con la memoria de la pasión y muerte de Cristo está estrechamente enlazada, según el espíritu de la liturgia, la de su resurrección y ascensión gloriosas, que se fundan en su pasión y en su muerte y forman con éstas un todo compacto. Mas la celebración eucarística subraya especialmente la muerte en cruz del Señor, ya que en ella Cristo es significado y representado en estado de víctima» (Mediator Dei, 89) y «las especies eucarísticas (pan y vino) simbolizan la cruenta separación del cuerpo y de la sangre» (ibid.).

La celebración eucarística, que se desarrolla en el altar, es todavía más : es un sacrificio, es ofrenda de un sacrificio. El Señor ofreció por primera vez este sacrificio en la última cena en Jerusalén y encargó su celebración a la Iglesia, diciendo : «Haced 182 esto en memoria mía» (Me 14, 22-24; 1 Cor n , 24, 25). El Concilio de Trento explica y acentúa, frente a la herejía de los protestantes, el carácter sacrificial de la misa : «Cristo, sacerdote eterno según el orden de Melquisedec (Ps 109, 4), quiso dejar en su última cena a su amada esposa la Iglesia un sacrificio visible. Por esto debía conservarse el recuerdo del sacrificio cruento realizado en la cruz hasta el fin de los tiempos y convertírsenos en poder salvífico para el perdón de los pecados que diariamente cometemos. Cristo ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino» (sess. 2, cap. 1).

 «El augusto sacrificio del altar no es, pues, una mera y simple conmemoración de la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo, sino que es un sacrificio propiamente dicho, en el cual, inmolándose incruentamente el sumo sacerdote, hace lo que entonces en la cruz, ofreciéndose enteramente al Padre como víctima gratísima» (ene. Mediator Dei, núm. 67). Naturalmente, no derrama ya su sangre, ni sufre como en la cruz, pero «la sabiduría divina ha encontrado un medio admirable para hacer manifiesto el sacrificio de Cristo por signos externos que son símbolos de su muerte», ya que «las especies eucarísticas, bajo las cuales está presente, simbolizan la cruenta separación del cuerpo y de la sangre. Así la demostración de su muerte real en el Calvario se repite en todos los sacrificios del altar, porque por medio de símbolos distintos se significa y demuestra que Jesucristo está en estado de víctima» (Mediator Dei, 89).

La celebración del sacrificio eucarístico es el ofrecimiento de un sacrificio en el que Cristo realiza 183 misteriosamente por su inmolación incruenta lo mismo que en la cruz : se ofrece a sí mismo al Padre como víctima agradable a sus ojos. Así, pues, el sacrificio de la santa misa es el sacrificio de la propia ofrenda, el auto-sacrificio de Cristo: el mismo Señor es la víctima que es ofrecida a Dios en la santa misa; sólo ella puede satisfacer al santo Dios. Sobre el altar consagra Jesús a su Padre toda su vida, su sangre, su corazón, con todos sus sentimientos de obsequio y amor, adoración y alabanza, con el fin de pedir todo lo que ha orado desde el primer momento de su entrada en este mundo, todo lo que ha trabajado y sufrido : Cristo es la víctima y la hostia «pura, santa, inmaculada», en la que «el Padre tiene sus complacencias».

 El sumo sacerdote que ofrece el sacrificio es también «el mismo sacerdote que se inmoló a sí mismo en otro tiempo sobre la cruz» (Conc. de Trento) : Cristo celebra en el altar su santo sacrificio con manos limpias y corazón puro. El hombre que ejerce como sacerdote es sólo su instrumento, su órgano; Cristo ofrece por medio de él, y es el verdadero sacerdote en el altar. Él está presente bajo las especies consagradas de pan y de vino y «se ofrece al Padre como en la cruz, si bien no en forma cruenta. En las especies consagradas de pan y de vino, por las que está representado en estado de víctima» (Mediator Dei, 89), expresa a su Padre la total entrega que le indujo a aceptar la cruz y que mantiene siempre.

 En estos principios se basa la dignidad excelsa de la santa misa : es un único y mismo sacrificio con el de Cristo en la cruz, un obsequio de infinito valor para el Padre. Por eso el valor de la santa 184 misa, en cuanto que es sacrificio que Cristo hace de sí mismo al Padre, es ilimitado e infinito en cuanto a adoración, glorificación, acción de gracias, expiación y petición dignas de Dios. Al participar en la celebración de la santa misa, podemos y debemos satisfacer nuestro ardiente deseo de adorar, glorificar, alabar, dar gracias y expiar y entregarnos a Dios con todo nuestro amor; lo podemos porque «en Él, con Él y por Él (con Cristo) le es dado todo honor y gloria» (canon de la misa).

El sacrificio de la misa es también el sacrificio de la Iglesia.

Cristo no conoce sólo el sacrificio eucarístico, sino que lo ofrece como cabeza de su Iglesia, en* la unión más íntima y vital con ella. Todos los que son miembros de la Iglesia, en el cielo, en la tierra, e incluso las almas del purgatorio, se reúnen en torno al sumo sacerdote, Cristo, y ofrecen juntos el sacrificio en el que Él se entrega al Padre. Por medio del sacerdote celebrante es toda la Iglesia la que eleva el cuerpo y la sangre de Cristo vícitma. «Nosotros, tus siervos (los sacerdotes), y tu pueblo santo (la Iglesia) ofrecemos a tu excelsa majestad una hostia santa, pura, inmaculada» (oración después de la consagración). Todos podemos y debemos unirnos íntimamente con Cristo, sumo sacerdote, y «ofrecer el sacrificio con Él y por Él, santificándonos con Él» (Mediator Dei, 79).

Al inmolarse Cristo, se inmola la Iglesia, se inmolan todos los que concelebran el santo sacrificio de la misa : quedamos todos juntamente sacrificados e inmolados a Dios. La Iglesia entera se inmola como víctima en el cielo y en la tierra juntamente con Cristo, a quien sacrifica en la santa misa, y el sacrificio de Cristo en la cruz se convierte en el sacrificio de la Iglesia, en nuestro propio sacrificio.

En la concelebración de la santa misa nos incluimos y nos acogemos al sacrificio que Cristo ofreció en la cruz para consacrificarnos y «concrucificarnos» con El. «La celebración de la santa misa tiende a reproducir en nosotros, por medio del misterio de la cruz, la imagen del divino Salvador, según la palabra del Apóstol : "Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo, mas ya no soy yo : es Cristo quien vive en mí " (Gal 2, 20), y así nos convertimos en víctimas para la mayor glorificación de Dios Padre» (Mediator Dei, 125). «Es, pues, absolutamente necesario que entremos en íntimo contacto con el sumo sacerdote, ofreciendo con Él y por Él, santificándonos con El» (ibid. 79).

El profundo sentido y la más íntima significación de la celebración eucarística es, pues, que, en la santa misa, la Iglesia y nosotros mismos nos ofrecemos como víctimas con Cristo crucificado, en santa unidad de sacrificio, en un mismo espíritu, en una misma voluntad y un mismo' acto. Mas sólo podremos participar en el sacrificio de Cristo en cuanto aceptemos y preservemos en nosotros su espíritu sacrificial, su espíritu de obediencia a los deseos de Dios, de humildad, de entrega ilimitada al Padre, de adoración, de glorificación, su amor vehemente y sacrificado a las almas, su odio a todo pecado, su determinación y disposición constante de expiación, mortificación y penitencia. Sólo así nos es posible manifestar a la excelsa majestad del Dios Trino el tributo de una adoración digna de El y hacernos participantes en las gracias de la redención.

La condición esencial para que podamos ofrecer justamente la víctima, que es Cristo, en la concelebración de la santa misa, es que nos ofrezcamos nosotros mismos y nos hagamos una sola e idéntica víctima ofrecida con Cristo al Padre, y con el mismo espíritu con que Él se ofreció en la cruz y ahora se ofrece continuamente en el altar: esto es lo decisivo. Concelebrar la santa misa significa y exige algo másy que el mero reflexionar piadosamente sobre los textos del misal y sobre las ceremonias y símbolos sagrados; significa y exige algo más que deleitarse en la contemplación de las majestuosas funciones litúrgicas, en el profundo canto coral o en las armonías del órgano.

Hay que ofrecerse con Cristo en muerte mística interior, tal real como misteriosa, a semejanza de lo que sucede en la transustanciación de las especies del pan y del vino del sacrificio: son consagrados, dejando de ser lo que antes eran; mueren, por así decirlo, y se convierten en algo nuevo : el cuerpo y la sangre de Cristo. Algo semejante debe ocurrir en nosotros siempre que asistimos al santo sacrificio de la misa : el pan y el vino son nuestro ejemplo : debemos, coma ellos, dejar de ser el hombre de ayer — el hombre de la infidelidad, de la falta de autodominio, el hombre que rehuye el sacrificio, el hombre de deseos desordenados, pasiones, inclinaciones y hábitos perversos, el hombre de los apegos absurdos, de la preocupación desmedida por lo terreno, del amor propio desordenado y del egoísmo —. Queremos y debemos ser víctimas ofrecidas, consagradas a Dios, convirtiéndonos a El con todo nuestro modo de pensar, sentir y aspirar, en unión con el sentido sacrificial de Cristo y de su entrega total y amorosa como víctima.

Demos gracias a Dios por disponer de un sacrificio «puro, santo, inmaculado». Démosle gracias porque podemos ofrecerle diariamente esta víctima infinitamente excelsa : el cuerpo y la sangre de Jesucristo. Con esta víctima tributamos a Dios una glorificación, homenaje, adoración y alabanza realmente dignas de ÉL

Salgamos de la santa misa con la consciente convicción de que hemos sido ofrecidos e inmolados con Cristo a Dios. Animados por esta conciencia, vayamos al encuentro de las ocupaciones diarias y demostremos en la vida práctica, en el trato con los hombres, en las obligaciones profesionales, que hemos adquirido en la concelebración de la santa misa fuerzas y arrojo para ser más mortificados, más pacientes, más entregados al trabajo y al amor. Nuestro sacrificio no se limita al corto tiempo de la celebración de la santa misa, sino que debe durar todo el día. La santa misa sigile obrando : encuentra su mejor expresión práctica en la alegre y amorosa aceptación de todos los sacrificios y preocupaciones que el Señor querrá enviarnos durante el día.

LA SANTA MISA

(Continuación)

«Me acercaré al altar de Dios.» Ps 14, 4

 

 La realización de la idea de sacrificio en nuestra asistencia a la santa misa

 

Si la misa es el sacrificio de Cristo, de la Iglesia y el nuestro propio, el sacrificio en el que ofrecemos a Cristo y a nosotros mismos al Padre, surge una pregunta importantísima: ¿cómo hay que asistir a la santa misa ? Porque de la recta inteligencia del santo sacrificio dependen nuestra oración y nuestra vida cristiana: la misa es realmente el centro y vértice de la piedad cristiana.

Muchos no saben qué deben hacer mientras se celebra la santa misa; intentan entonces ocupar el tiempo en alguna «devoción» o en determinadas «oraciones» : hacen la meditación, algunos sacerdotes rezan el breviario, otras personas emplean el tiempo en otras cosas. Y no se dan cuenta de que, como bautizados, son llamados a concelebrar la santa misa : ofrecer a Cristo y en Él y con Él a nosotros mismos al Padre, entregarnos con Él a Dios.

El gran mérito de la llamada renovación litúrgica de este siglo consiste en que desde el principio tomó como objetivo principal de su aspiración el fomento y la comprensión profunda de la celebración del sacrificio eucarístico, ya que no podía olvidar que «el misterio de la santísima eucaristía, instituida por el sumo sacerdote, Jesucristo, y renovada constantemente por sus ministros, en fuerza de su propia voluntad, es como el compendio y el centro de la vida cristiana» (Mediator Deit 84).

De esto se deduce que para nosotros, los cristianos, tiene una importancia decisiva que aprendamos el modo de asistir y concelebrar debidamente el santo sacrificio, lo cual lograremos solamente cuando nos asimilemos el espíritu de sacrificio con el que el Señor se ofrece en la cruz y nos dejemos penetrar por él enteramente. Asistimos a la santa misa para ofrecer a Cristo al Padre, y con Él y por Él ofrecernos nosotros mismos, de forma que «nos convertimos en víctimas juntamente con Cristo» (Mediator Dei, 125). Para lo cual es necesario que «tengamos los mismos sentimientos que tenía Cristo Jesús y que reproduzcamos en nosotros mismos, en cuanta lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía el Redentor cuando hacía el sacrificio de sí mismo» en la cruz (ibid. 101).

¿Cómo podremos asimilarnos este espíritu sacrificial de Cristo y reproducir sus mismas disposiciones sacrificiales de la cruz ? Sólo si tomamos, de corazón, parte, interna y externamente, en la acción que se verifica en el altar.

La participación externa puede realizarse de diversas maneras. Bien estará siempre que usemos el misal y nos unamos de este modo a las oraciones  y sentimientos de la Iglesia; que tomemos parte en la llamada misa de comunidad, o en misas dialogadas, cantadas, etc. Mas estas formas de participación externa nunca. son esenciales: lo esencial consiste fundamentalmente en que asistamos a la santa misa con la íntima intención de ofrecernos y de inmolarnos con Cristo, que ésta es la manera más perfecta de «concelebrar» la santa misa.

 Así pues, decisiva es, ante todo, la participación interior en el santo sacrificio.

Esta participación interior no requiere esencialmente la penetración del sentido de los textos litúrgicos, símbolos o ceremonias, o el. entender perfectamente las fases de evolución del año litúrgico y el proceso de formación de las fiestas particulares o de los ciclos festivos; ni siquiera requiere la meditación de los pensamientos propios de la fiesta contenidos en las oraciones, epístola, evangelio y otros fragmentos bíblicos propios del día. Todos estos conocimientos son muy buenos, sin duda alguna, y conviene que se posean del mejor modo posible; mas nunca forman lo que podemos llamar la alta ciencia de la participación interior y de la asistencia espiritual de la santa misa.

 La participación interior es, esencialmente, cuestión de voluntad: de una disposición y estado de ánimo sacrificiales, mayores cada día, de un propósito de la voluntad cada día más decidido y fortificado, más determinado a la perfecta entrega en manos de Dios, a su adoración y su servivio, ai cumplimiento de sus mandamientos y de su voluntad, al humilde y amoroso abandono en los brazos de la providencia divina con todo lo que ella, para nosotros, disponga y permita.

Ésta es la gran tarea a la que nos obliga la asistencia al santo sacrificio. De que nos empeñemos seriamente en calcar cada vez más profundamente en nosotros el espíritu sacrificial que vemos en Cristo crucificado y en avivar ese mismo espíritu durante la celebración de la santa misa, depende nuestra posibilidad de participar debida y respetuosamente en ella : para mayor bien nuestro y mayor gloria de Dios. En esta penosa y constante tarea consiste, en cierto modo, la única preparación remota aceptable, habitual en nosotros, que nos dispone a la asistencia interior a la santa misa : una preparación que comprende toda nuestra vida, con sus preocupaciones, sacrificios, luchas y dificultades.

Pero esta preparación, que debe preceder nuestra asistencia al santo sacrificio, debe ser vivificada continuamente en la misma asistencia. A este fin debemos ordenar lo que se llama «misa de los catecúmenos» o premisa, con sus oraciones y lecturas, en la que ocupa un lugar preeminente la recitación de algunas oraciones y de la confesión de las culpas para obtener la total remisión de los pecados. Siguen luego nueve exclamaciones de misericordia a Cristo en el «Kyrie eleison» y la oración de la Iglesia.

 Nuestro espíritu de oblación tiene aún mejor ocasión para ser reanimado en el ofertorio, en el que reproducimos espiritualmente lo que los fieles de los primeros siglos realizaban visiblemente acercándose al altar y depositando allí sus ofrendas: vino, pan, dinero, víveres, etc., como expresión de su común voluntad sacrificial. También nosotros reproducimos esta escena espiritualmente y deponemos nuestros dones en el altar: nuestro corazón,nuestro yo, nuestro arrepentimiento, nuestro estado de ánimo, nuestro ardiente deseo de vivir en el Señor, de darle hoy todo, de aceptarlo todo de buena voluntad y dejarnos guiar humildemente en todo por la suya. Somos «la gota de agua» que el sacerdote vierte en el cáliz, identificándonos con la víctima, que es Cristo. Los religiosos deben renovar el sacrificio total de sí mismos que hicieron en la hora de gracia de su profesión, y deben confirmarlo con nuevo ardor, con nueva determinación de unirse al sacrificio de Cristo sobre la cruz y el altar.

 El canto del prefacio nos une al coro exultante y bullicioso de los ángeles, cantando con ellos el «santo, santo, santo». Nos ponemos a continuación en comunión con los santos y bienaventurados del cielo, y así, «estando en comunión», nos preparamos a asimilar la voluntad de sacrificio que se palpa en el sagrado momento de la consagración. Como en otro tiempo sobre la víctima de Salomón se abrió el cielo y descendió fuego que consumió sus dones, así también se abren los cielos sobre los nuestros de pan y de vino, desciende un fuego santo que se posesiona de ellos, los transforma y los presenta ante el trono de Dios. Este fuego del cielo es el mismo Cristo, nuestro Señor, sumo sacerdpte y víctima al mismo tiempo.

En el momento de la consagración se realiza «la inmolación incruenta por medio de la cual, una vez pronunciadas las palabras de la consagración, Cristo se hace presente en el altar en estado de víctima. Con lo cual, al poner sobre el altar la víctima divina, el sacerdote la presenta al Padre como oblación a su gloria» (Mediator Dei, 112-113). Uniéndonos al sacerdote celebrante, ofrecemos al Padre a Cristo, . nuestra víctima, la misma víctima que se ofreció en la cruz; a su sacratísimo corazón, con todo su amor, su entrega, su veneración, su alabanza, su acción de gracias, sus méritos y satisfacciones, su intercesión para lograrnos el perdón y la gracia. «En memoria de la sagrada pasión, de la resurrección de entre los muertos y de la gloriosa ascensión de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, ofrecemos a tu excelsa majestad una hostia pura, santa e inmaculada : el pan santo de la vida eterna y el cáliz de perpetua salud», es decir, a Cristo, que está presente, como sumo sacerdote y como víctima, sobre el altar en el mismo estado de inmolación en que en otro tiempo estuvo una sola vez sobre la cruz.

 Ofrecemos al Padre esta víctima santa como un don nuestro, como una propiedad nuestra, como un perfecto complemento de nuestras obras y nuestra oración, de nuestro amor y de nuestro sufrimiento., de suyo insuficientes, como una oración y una acción de gracias, una satisfacción, adoración y glorificación nuestras. Pronunciamos en estos sagrados momentos un doble «sí» de nuestra voluntad.

 En primer lugar, el «sí» agradecido a lo que se verifica misteriosamente en el altar : Cristo se ofrece como lo hizo en la cruz; el «sí» alegre a todo lo que Él incluye en este ofrecimiento, valorado y encerrado en su sacratísimo corazón: su entrega generosa, su amor, su oración, su acción de gracias, su alabanza, satisfacción y expiación por nuestros pecados, sus méritos para lograrnos fuerza y gracia para nosotros y para todos nuestros seres queridos; el «sí» agradecido, porque podemos ofrecer al Padre el santísimo corazón de Cristo con todas sus infinitas riquezas y así suplir nuestra pobreza. «Bendito 194 el que ha venido (en la consagración) en el nombre del Señor. Hosanna in excelsis».

Y un segundo «sí», el de nuestra voluntad de ser inmolados : queremos vernos elevados sobre lo terreno y lo caduco en estos santos momentos; queremos ofrecernos a Dios y ser cosa suya, que lo vivamos total y absolutamente, no según nuestra pro- |)iu voluntad y nuestro sacrificio, sino en unión con la disposición sacrificial de nuestro Señor y Salvador en la cruz. 1,0 que hacemos de forma incruenta en la concelebración litúrgica de la santa misa, huy que realizarlo de forma cruenta; en una auténtica inmolación, a través de toda la jornada, con un «sí» serio y eficaz a las palabras del Señor : «El que quiera ser mi discípulo, niegúese a sí mismo y tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24).

 En la asistencia a la santa misa se trata de algo profundamente serio : de los fundamentos de la existencia cristiana, de un interno con-morir misterioso, más eficaz, con el Señor crucificado. Se trata de que con una entrega total elijamos de nuevo cada día el camino de la cruz y pronunciemos un desinteresado «sí» a las fatigas, sufrimientos y amarguras que nos imponen el día de hoy y la preocupación por el futuro, con sentimientos de humilde y universal obediencia, idénticos a los de Cristo crucificado : «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús» (Phil 2, 5). Convertidos en víctimas, junto a Cristo clavado en cruz, digamos también con El: «Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió» (Ioh 4, 24), pues «ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Este «sí» es incluido en la recitación del padrenuestro, que expresamos en la más íntima unión de espíritu, corazón y volun195 tad con el Señor, quien lo reza en este momento con nosotros y con toda la Iglesia celestial y terrena.

La santa comunión pertenece a la integridad del santo sacrificio. La concelebración de la misa está vinculada a la «sagrada cena del Señor» (i Cor n , 20), «en la que comemos el pan del Señor y bebemos su cáliz» (1 Cor n , 22). Es el banquete en que «anunciamos la muerte del Señor» (1 Cor n , 26) y en el que se reúne la comunidad que lo celebra. La comunión de los santos con el Señor y entre sí tiene que encarnarse y profundizarse en este banquete. Puesto que el banquete eucarístico pertenece a la integridad del santo sacrificio, el que concelebra el sacrificio debe también tomar parte en la mesa del Señor, debe comulgar.

En la sagrada comunión viene a nuestra alma Cristo en persona, Cristo víctima; la llena y penetra de su voluntad y espíritu de sacrificio y de entrega al Padre, fortaleciéndonos para la dura realidad de la jornada y para la inmolación cruenta que cada día se exige de nosotros, y que la inmolación litúrgica, y como tal incruenta, de nosotros en la santa misa, deberá manifestarse en la vida práctica en nuestro trabajo profesional, en nuestras relaciones, en nuestra actitud, digna de quien se ha convertido en víctima agradable a Dios en el santo sacrificio del altar, junto con Cristo crucificado. La exclamación del diácono o del sacerdote en las misas sencillas, Ite Missa est, significa algo más que un simple «podéis marcharos» : representa un encargo y una recomendación : la misión de entrar en el trabajo o la ocupación diarios con ánimo de total entrega a Dios y a su voluntad, sus mandamientos, designios y disposiciones.

Es particular designio del Señor, que se ha inmolado con infinito amor por nosotros, los hombres, en la cruz, el derramar en nuestra alma, mediante la sagrada comunión, el resplandor y la fuerza de su caridad, y hacer que nos juntemos los cristianos cu santa comunión de mesa y vida, como hermanos y hermanas, en unidad interna e indivisible, formando un solo cuerpo y una sola alma. De este modo la comunión es cada día para nosotros una invitación a la caridad como la pide el Apóstol: «La caridad es paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es descortés, no es interesada, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera» (1 Cor 13, 4-7); una invitación a la caridad, de la que dice el Señor : «Éste es mi precepto : que os améis unos a otros, como yo os he amado. Yo os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto» (Ioh 15, 12-16); el fruto de la caridad cristiana que se olvida de sí, que sirve, que ayuda. .Sólo con la fuerza de su amor, que nos comunica en la comunión, podemos cumplir este precepto.

La sagrada comunión debe servir también para que nos identifiquemos cada día más profundamente con el Señor, ofrecido en la cruz y en el santo sacrificio de la misa. «Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de Dios, no reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo y haciéndose semejante a los hombres, y en la condición de hombre se humilló, hecho obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Phil 2, 5-8). Pío XII explica así esta expresión del Apóstol: «exige de todos los cristianos que reproduzcan en sí mismos, en cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo estado de ánimo que tenía el Redentor cuando hacía el sacrificio de sí mismo: la humilde sumisión de espíritu, la adoración, el honor y la alabanza, y la acción de gracias a la divina majestad de Dios; exige, además, que reproduzcan en sí mismos las condiciones dé víctima : la abnegación propia, según los preceptos del Evangelio, el voluntario y espontáneo ejercicio de la penitencia, el dolor y la expiación de los propios pecados. Exige, en una palabra, nuestra muerte mística en la. cruz con Cristo, de tal forma que podamos decir con san Pablo : «Estoy crucificado con Cristo» (Mediator Dei, 101).

De este modo, la recepción de la sagrada comunión prolonga la parte precedente del santo sacrificio : se trata, en todo caso, de la última esencia de nuestro ser de cristianos, que es la unión con Cristo y la semejanza con su muerte (Rom 6, 8). U n cristianismo que no exige sacrificio y no se acerca continuamente a la cruz, intentando asemejarse al Crucificado, no es auténtico cristianismo.

Terminará el sacrificio eucarístico, pero nosotros po>dremos hacer que perpetúe ininterrumpidamente su poder y eficacia : lo que hemos vivido en la función litúrgica deberá ser mantenido en nuestra vida y encontrar su prolongación en un sincero «sí» de la voluntad, dispuesta al sacrificio, y la realización generos a de todo lo que nos proponga el día con sus •exigencias e imposiciones; un continuo ofertorio ene el que vivimos durante toda la jornada nuestra as istencia a la santa misa. Así, el día viene a ser u n cántico de acción de gracias, práctico y eficaz, 19:* en virtud de nuestra asistencia al santo sacrificio, y será al mismo tiempo la mejor preparación para la misa del día siguiente.

La asistencia a la santa misa, debidamente entendida, no debe quedar sin influencia sobre el conjunto de la vida cristiana. No, porque la misa es el centro de la piedad y de la vida del cristiano, que la penetra y va convirtiendo cada día más en lo que realmente es y debe ser: una vida de unión estrecha con el espíritu sacrificial de Cristo, un conniorir con Él, una auténtica imitación del Señor : «El que quiera venir en pos de mí, niegúese a sí mismo y tome su cruz y sígame. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí, la hallará» (Mt 16, 24).

 ¿No es realmente algo grande y sublime el poder asistir a la celebración de la santa misa siempre que queramos ? ¡ Cómo debemos dar gracias!

¿No es una riqueza y una gracia sin igual el que tengamos un sumo sacerdote, Cristo, y que por su bondad dispongamos de sacerdotes que tienen el poder, recibido en su ordenación, de ofrecer el santo sacrificio, y que nosotros, los cristianos, podamos concelebrar y podamos unirnos al sacrificio de Cristo ? • ¡ Qué gratitud debemos también al sacerdote, que sube diariamente con nosotros y por nosotros al altar y nos da ocasión de poder unirnos al sacrificio del Señor y de su Iglesia, ofreciendo así al Dios santo una adoración, una acción de gracias y una gloria dignas de El !

XVI

LA VIDA INTERIOR

 «Orad sin interrupción

i Thess 5, 17 ; L,c 18, 1

 

En la epístola a los Colosenses describe san Pablo la vida del cristiano como debería realizarse todos los días: «Buscad las cosas de allá arriba, donde Cristo está sentado a la diestra del Padre. Porque estáis muertos (según el hombre viejo), y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Despojaos del hombre viejo con todas las obras y vestios del nuevo». De un modo especial pertenece la caridad a la vida cotidiana del cristiano: «Soportaos y perdonaos mutuamente, siempre que' alguno diere a otro motivo de queja. Pero, por encima de todo, vestíos de la caridad, que es vínculo de perfección. Y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo. I,a palabra de Cristo habite en vosotros abundantemente, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con toda sabiduría, con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y dando gracias a Dios en vuestros corazones. Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por Él» (Col 3, 2 ss).Y en otro sitio : «Aplicaos a la oración, velad en ella con haci200 miento de gracias» (Col 4, 2). A los de Éfeso, en cambio, los exhorta así: «Aprovechad bien el tiempo, porque los días son malos. Por esto, no seáis insensatos, sino procurad entender cuál es la voluntad del Señor. llenaos del Espíritu Santo, siempre en salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Eph 5, 16-20).

Un continuo dirigir a Dios nuestra mirada de reconocimiento, una postura de alegría sobrenatural en Dios, de confianza en Dios, de amorosa familiaridad con Dios : así es como, según vemos, presenta san Pablo la vida del cristiano.

 

1. Qué es la vida interior

 

Acaso no fue tan grande para los primeros cristianos como para nosotros la dificultad de convertir la vida diaria en oración y en santidad. Quizás ninguna otra época ha sentido como la nuestra el problema de santificar nuestra actividad cotidiana y transformarla en oración. Los hombres llevaban en otros tiempos una vida más tranquila y desconocían el agotador activismo de nuestros días; la tensión entre interioridad y actividad no era tan fuerte coco en los tiempos actuales. Hoy nos vemos precisados a concentrar el pensamiento y el espíritu sobre el trabajo, el cumplimiento del deber o la máquina que se nos confía. Estamos a veces tan absortos en nuestra ocupación, que durante horas enteras no podemos permitir que aflore ningún otro pensamiento, y mucho menos la idea de Dios. Nos encontramos muy lejos del ideal que nos traza san Pablo : «Cantad y salmodiad a Dios en vuestros corazones». Estamos muy lejos de la invitación que nos dirige el Señor : «Es preciso orar en todo tiempo y no desfallecer» (Lc 18, 1). De todo lo cual brota una pregunta inquietante : ¿ cómo podremos conciliar la unión con Dios, esa «oración sin interrupción», piedad, o vida interior, con la vida profesional y la actividad cotidiana ?

No basta, por otra parte, que consideremos la vida interior únicamente en relación con la actividad, con la actividad por antonomasia. Esto sería hacerse una idea deficiente de la vida interior. Uno que lleva una vida poco activa puede carecer más o menos de vida interior. No lleva una verdadera vida interior quien se entrega a la curiosidad y quiere saberlo, verlo y oírlo todo. Tampoco llevan una verdadera vida interior quien se ocupa sin necesidad de asuntos que no se le han encomendado; quien vive al acecho de lo que pasa a su alrededor; quien se interesa por todas las debilidades y faltas del prójimo y las comenta con otros; quien se da a toda clase de charlas y distracciones; quien se entrega con exceso a leer periódicos, escuchar la radio y es muy locuaz. Todas estas cosas no dejan tiempo y espacio a la vida interior, a la conversación con Dios.

La vida interior, la unión con Dios, no consiste simplemente en el mayor número posible de prácticas de piedad, oraciones vocales, meditaciones, lecturas piadosas, y ni siquiera en asistir lo más frecuentemente posible a las funciones religiosas. Tampoco consiste en meditar sin cesar sobre Dios y sus misterios ni en tener la idea fija de que Dios está presente y de que nos ve, nos penetra y nos sigue siempre con su mirada. Muchos confunden la piedad, que es vida interior, con las prácticas de piedad, y se creen tanto más piadosos cuantas más de estas prácticas acumulan. ¡ Como si la suma de las obras constituyera la piedad !

 La verdadera interioridad cristiana o unión con Dios no es, en su fundamento y en su esencia, una actividad de la mente, sino de la voluntad. Es una actitud, un estado, una determinada disposición duradera e inmutable de amor a Dios, de confianza en Dios, de total entrega a las órdenes, deseos, preceptos y beneplácito de Dios, una permanente y delicada atención a la voz de Dios que habla -en nuestro corazón bajo la forma de inspiraciones, llamadas y toques de conciencia. La vida interior es la docilidad constante de la voluntad, que se adapta a la divina voluntad y se abandona a Dios. Se funda sobre un vivo y abierto espíritu de fe, que. sin esfuerzo, casi por una buena costumbre, en todo percibe a Dios, su acción y su amor. Por esta mirada de fe el alma acepta paso a paso, sin inquietantes preocupaciones, casi por hábito, con gratitud, amor y alegría, la voluntad y las disposiciones de Dios, arrojándose confiadamente en sus brazos. Escucha la voz y la llamada de Dios en todas las cosas y sucesos, en sus obligaciones y dificultades, lo mismo que en las exigencias de la propia conciencia. Y a todo ello responde con un exultante «como tú lo quieres».

 La unión con Dios consiste, pues, por nuestra parte, en una elevada disposición de amor de Dios, cimentada en un profundo espíritu de fe y de confianza en Él; en una actitud permanente del alma, una alegre prontitud de nuestra voluntad a hacer todo lo que Dios quiere y como lo quiere; una gozosa presteza a someternos y entregarnos sin reservas a todos los sacrificios, sufrimientos, dificultades y fracasos que Él nos manda valiéndose de las circunstancias y de los hombres.

No es que en esta «oración sin interrupción» estemos pensando continuamente en Dios, mas tampoco nos ocupamos dé pensamientos inútiles o positivamente malos; no formulamos constantemente nuevas plegarias y jaculatorias, ni hacemos nuevos «actos». Lo que ante todo interesa es que nuestra voluntad y nuestro corazón estén continuamente enderezados hacia Dios en el gozoso empeño de evitar toda desviación y de cumplir su voluntad y sujetarnos a ella siempre y en todas las cosas. La oración continua —al igual que cualquier oración verdadera— precisa, por tanto, una renuncia total al propio yo y a todo lo que no se ajusta a la voluntad y al beneplácito de Dios. Por más que elevemos al cielo un considerable número de jaculatorias, nunca llevaremos realmente una vida interior mientras no aseguremos sus- premisas: una purificación del corazón lo más perfecta posible, una vida de mortificación real y de renuncia a todo, especialmente al amor propio, a la manifestación y exaltación de la propia personalidad y los propios criterios.

La vida interior es una disposición de amor a Dios que se asienta en lo más profundo del alma, con lo cual debemos realizar y santificar nuestro trabajo. No busquemos en él nuestra satisfacción ni la alabanza de los hombres o el éxito, sino solamente la voluntad de Dios, su interés y su honor.

Con esta disposición de amor debemos aceptar nuestra cruz diaria. Sepamos descubrir la mano de Dios, sus tolerancias y su providencia, y pronunciemos alegremente nuestro «fíat» : sometámonos a Él y mantengamos siempre nuestra adhesión, felices de que nos haya tocado en suerte cumplir su santa voluntad.

 Acojamos con esta disposición de amor las innumerables pequeñas atenciones con las que el Señor nos alegra la vida de nuevo cada día. Son los pequeños «gozos» que florecen a lo largo de la vida : tanto en el orden de la naturaleza como en el de la gracia, goces en el trabajo, en el estudio, en las relaciones con las personas queridas; alegría de las flores y de los pájaros, de las muchas cosas bellas que nos ofrecen la naturaleza y la civilización. Detrás de todas ellas podemos descubrir constantemente la amorosa atención del Señor y atribuirlas a su amor con corazón agradecido. Precisamente por esta disposición de amor no nos detenemos en el placer que las cosas nos procuran. Ello lo convierte en ocasión de subir a Dios y de alzar la mirada hacia Él, de darle gracias y de amarle : nuestra felicidad se transforma en oración.

 De esta orientación y de esta postura de la voluntad brotan necesariamente incontables actos, afectos, jaculatorias, no rebuscadas ni artificiosas, sino absolutamente espontáneas. Son como llamadas que surgen de las brasas y a la vez alimentan y mantienen en el alma el fuego del amor divino. Entonces empezamos a «orar sin interrupción» y a «cantar y salmodiar a Dios en nuestros corazones». Entonces vivimos la vida que pretende san Pablo cuando nos dice : «Aprovechad bien el tiempo, porque los días son malos : Llenaos de Espíritu Santo, siempre en salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando y salmodiando al Señor en vuestros corazones, dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesucristo» (Eph 5, 16-20).

Aquí, en la cima de una vida, impregnada del amor puro y santo de Dios, prospera la vida interior, que se traducirá espontáneamente en nuestros rezos y jaculatorias no estudiadas ni artificiales, sino auténticas, que rebosarán vida y fervor, y casi involuntariamente nos vendrán continuamente a los labios. El trabajo, las distracciones, las contrariedades, las tentaciones, las dificultades diarias que suelen agitar y abatir a los hombres, serán para nosotros materia de oración, ocasión de levantar los ojos a Dios en actos de agradecimiento, ofrenda y amor. Viviremos verdadera y totalmente para Dios, refiriéndolo todo a ÉL Habremos llegado a ser almas interiores y a «orar sin interrupción».

 

 2. Cómo conciliar actividad y vida interior

 

Nuestra equivocación fundamental consiste en considerar la vida interior y la actividad exterior como dos enemigos irreconciliables. Partiendo de este error, lo que procuramos es establecer entre ellos una especie de compromiso, una tregua, asignando rigurosamente su parte a cada uno como si no debieran tener relación alguna entre sí. Sobre este supuesto, relegamos las prácticas de piedad a un determinado momento del día, aislándolas del curso de nuestra vida, y así influyen sobre ella y sobre nuestra alma solamente en ese corto rato que les dedicamos, Análogamente, a nuestro meditar y pensar en Dios lo restringimos y encerramos en estas prácticas de piedad, como en un cajón, de modo que 206 sólo logran evadirse de ellas en determinadas ocasiones y en contados momentos; son un acto pasajero, un breve recuerdo y una imagen momentánea, y no representan para nosotros una fuerza vital ni un principio de vida, ni una indicación que orienta definitivamente nuestra alma; no saturan nuestro entendimiento, ni acompañan nuestra acción, ni son esenciales a nuestra vida. En este sentido jamás podrán darse una vinculación y fusión orgánicas entre vida interior y actividad externa.

Una segunda confusión: limitamos nuestra contemplación, nuestra «oración continua» y nuestra unión con Dios, a pensar en Él y tener en Él fija la atención : a una tarea del entendimiento y de la imaginación, en lugar de considerarla primordialmente como actividad de la voluntad y, por tanto, del alma entera, es decir, como actividad que compromete a todo el hombre. La contemplación no es sólo, ni principalmente, pensar en Dios, quererlo imaginar a toda costa : es una actitud de la voluntad, es amor de Dios, es una constante disposición de amor y un continuo espíritu de oración, y es, al mismo tiempo, una demostración del amor expresada en obras perfectamente conformes a la voluntad divina y en prácticas de oración espontáneas y casi involuntarias, que son lo que llamamos jaculatorias. Oramos en cuanto amamos a Dios. Nuestra vida interior es tanto más profunda e intensa cuanto más sincero es nuestro amor a Dios y cuanto más hacemos y sufrimos por su puro amor.

¿Cómo, pues, conciliar vida interior y actividad externa ?

Debemos convertir en oración nuestra actividad diaria, lo que lograremos, principalmente, si inicia rnos la jornada con la santa misa y los acostumbrados rezos y oraciones, y si la interrumpimos de vez en cuando para llevar a cabo los ejercicios de piedad prescritos; lo lograremos si basamos nuestra actividad en el espíritu de oración de que antes se ha hablado, es decir, en esa permanente entrega amorosa a Dios y a su voluntad, en que consiste la oración continua y que convierte todas nuestras acciones y omisiones en oración.

Este espíritu de oración implica tres cosas : En primer lugar, elimina todo lo que podría desagradar a Dios, aun la más pequeña infidelidad y las imperfecciones conscientes. En segundo lugar, nos mantiene dispuestos a hacer cuanto esté de nuestra mano para cumplir escrupulosamente el deber, todos nuestros deberes, con la máxima fidelidad y exactitud, sacrificando totalmente nuestra voluntad y nuestros gustos, prestos a aceptar todas las cosas desagradables, las dificultades, enfermedades, disgustos, etc., con una entrega incondicional a la Providencia divina, perseverando en eso con toda paciencia. Si en nuestra jornada de trabajo guardamos este propósito y esta postura de oración interior, esta intención pura, este abandono en los deseos de Dios, este espíritu de completa conformidad con la voluntad divina, entonces nuestra actividad será, sin duda alguna, una constante oración, un ininterrumpido «gloria Patrio, un «santificado sea tu nombre» auténticamente vivido. Oramos en todo tiempo viendo y amando a Dios en todo.

Dichosos nosotros si aprendemos con la gracia de Dios a orar sin intermisión y a vivir realmente con Dios como hombres de vida interior. El hombre interior no vive ya en y con las cosas y las impresiones ni se desbarata ni extravía en el vaivén inquieto del trajín cotidiano. Está firmemente afincado en la santa voluntad de Dios, por encima de la contingencia y avatares de los acontecimientos, impresiones y experiencias diarios. Está más allá de las alabanzas y de las reprensiones, de las honras y de las humillaciones, dueño siempre de su vida. Vive en la voluntad de Dios, donde encuentra su paz y reposo en medio de todas las alternativas y marejadas. Vive en un santo abandono y se halla en todas las cosas a punto. Siempre está contento, porque ve a Dios en todo y sobre todo. No siente los temores y angustias que acongojan a los demás, porque su confianza en la bondad y providencia de Dios es inconmovible. La constante unión con Dios favorece incluso la armonía de la vida intelectual y corporal, preserva de agotamientos nerviosos, de la irritabilidad y de la impresionabilidad violenta, nos hace amables a quienes nos rodean, nos hace alegres y sencillos, nos hace magnánimos y generosos, libres de la estrechez de miras y de las tacañerías del corazón.

En cuanto a las solicitudes que el hombre mundano tiene sobre el bienestar, la salud, el trabajo, el honor y la estima, el éxito, el hombre interior sabe que el sentido de la vida y la Verdadera dicha no están en todo eso, sino que se .cifran en cosa muy distinta, en centrarse interiormente en Dios más allá del gozo y del sufrimiento tal como lo entienden los mundanos, más allá de las honras y favores humanos. El verdadero sentido y la verdadera dicha se cifran en vivir Dios, como nos lo describe la Imitación de Cristo en el lib. 3, cap. 31. «No hay hombre más dichoso y feliz que el hombre de vida interior». ¡ Dios nos dé la gracia de llegar a serlo efectivamente !

XVII

LA SANTA VOLUNTAD DE DIOS

»Hágase tu voluntad.»

 

Convivir la vida de Dios. Tener un solo querer con Dios. L,a voluntad de Dios es divinamente santa y sabia, y nosotros seremos santos y .sabios en la medida en que sepamos verter nuestra voluntad en la suya: así es, además, como vivimos la -vida de Cristo, cabeza nuestra, que no conoció otra voluntad que la del Padre. Su comida es cumplir la voluntad del que le ha enviado (Ioh 4, 34); obediente a la voluntad del Padre, sale al encuentro de la cruz (Phil 2, 8). Por eso pudo promulgar esta ley: «No el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21).

Se nos ha fijado una meta gloriosa: compartir la vida divina en el cielo eternamente, inalienablemente, perfectamente. «¡ Venga a nos tu reino!» Pero el camino que a ella conduce es la voluntad de Dios: «Hágase tu voluntad», y sólo lo recorreremos si nos sometemos amorosamente a la voluntad divina : en esto consiste prácticamente la perfección cristiana. En la conformidad con la voluntad de Dios se demuestra prácticamente el amor de Dios y de Cristo, y en la unión perfecta de nuestra voluntad  con la suya se traduce el grado de nuestra unión con Dios.

De dos modos nos da a conocer Dips su santa voluntad: por medio de lo que nos prohibe, manda o aconseja, y valiéndose de las disposiciones de su providencia. La primera forma se llama «voluntad revelada» de Dios, y la segunda constituye su «voluntad de beneplácito».

 

1. La voluntad revelada de Dios

 

Tiene como característica la de indicar lo que Dios exige o desea de nosotros, a saber : ya de todos los hombres en general, ya de algún grupo de hombres, ya, en particular, de una persona. En el orden natural esta voluntad de Dios se nos revela en las exigencias de la naturaleza, del raciocinio y «le la inteligencia natural, en los deberes de moralidad y de justicia con el prójimo y con la sociedad, en las exigencias de decoro y de cortesía. Sería una falsa piedad la de quien creyera poder sustraerse a las exigencias de la sana razón natural. Dios quiere unte todo que pensemos y reflexionemos según la razón, que empleemos los medios naturales para conocer su voluntad, que nos dejemos aconsejar por otros y que usemos la inteligencia: precisamente nos la ha dado Dios para que sepamos aplicar a los usos concretos de nuestra vida las exigencias de la voluntad explícita de Dios, porque en muchos casos nuestro raciocinio es para nosotros la única luz.

En el orden sobrenatural se nos revela la voluntad de Dios mediante sus mandamientos, los de ' !l santa madre Iglesia y las obligaciones del estado tal cada cual. Los mandamientos de Dios son la expresión más universal de su voluntad, norma primera y fundamental de todas las obligaciones, incluso de la piedad. Observarlos es el primer deber. Cuanto más fielmente los cumplimos, tanto más perfectamente nos adherimos a la voluntad de Dios y tanto mejor queremos lo que Él quiere.

Los preceptos de la Iglesia son la segunda e indispensable norma de nuestra conducta y de nuestra religiosidad : determinan las exigencias de la fe respecto a nuestra razón, las de la moralidad respecto a nuestra voluntad y las de la disciplina respecto a nuestra conducta. Una piedad que se resistiera a conformarse plenamente a los preceptos de la Iglesia, en la fe, en la moral y en la disciplina, se condenaría por sí misma.

 Las obligaciones del propio estado determinan aún más concretamente lo que Dios exige de cada uno de nosotros a tenor de nuestra condición: son la expresión de la voluntad de Dios para cada persona y en cada caso. Nunca nos santificaremos si no cumplimos estas obligaciones con absoluta fidelidad; no sería genuina una piedad que se entregara a la acción apostólica o a las obras de caridad o a la oración, descuidando los deberes que el propio estado le impone. Las obligaciones del estado sacerdotal están contenidas en las leyes que regulan la vida de los sacerdotes, en las prescripciones litúrgicas y en la parte del derecho canónico que trata del clero. Las de los religiosos, en su regla : en cada prescripción, aun aparentemente insignificante, en el reglamento de la casa, en la distribución del tiempo diario, en cualquier orden de los superiores y en cualquier toque de campana, Dios hace saber al religioso lo que quiere de él. Las obligaciones de estado de los cristianos que viven en el mundo están especificadas por los deberes profesionales de cada uno, sea empleado, médico u obrero, padre o madre de familia o subordinado. En estas obligaciones del propio estado ve cada uno lo que Dios en cada instante quiere personalmente de él.

Al tratar de llegar a la perfección, no basta ya hacer solamente lo que está explícitamente mandado : el perfecto aspira a realizar todas sus acciones del mejor modo posible, hace todo el bien que le permiten sus condiciones y circunstancias, trasciende el estricto «deber y realiza las que se llaman obras supererogatorias, si son conciliables con las obligaciones de su estado. Ora más de lo rigurosamente necesario, asiste a la santa misa- otros días además del domingo y las fiestas de precepto, recibe los sacramentos de la penitencia y del altar más de una vez al año. Es el amor lo que empuja al alma a hacer más, y en esta inclinación interior y en las ocasiones externas de hacer obras supererogatorias se revela la voluntad de Dios.

¿Cuál debe ser nuestra postura respecto a la voluntad revelada por Dios ?

Ante todo, distinguirla, reconocerla.. No hay que detenerse en la obligación, exigencia, mandato o prohibición, ni en las personas, sean o no superiores, que nos dan las órdenes; hay que elevarse hasta la causa primera que es Dios, hasta su voluntad y beneplácito, y saber verlos en todos nuestros debeíes, obligaciones y prescripciones, lo mismo que en las exigencias de la naturaleza respecto al alimento \ al descanso, en las imposiciones sociales y en las necesidades de todo género. Pero para todo esto se precisa una profunda y viva fe : nunca lo lograremos si, como la gente vulgar, pensamos y juzgamos de un modo meramente humano, natural. L,a mirada limpia de la fe que nos hace decir «tú lo quieres y tú me llamas, hágase tu voluntad», debe llegar a sernos familiar y connatural, hasta que en toda ocasión nos resulte espontánea. Para conocer siempre mejor la voluntad y el beneplácito divinos, habrá que releer y meditar asiduamente el evangelio, él misal, el reglamento.

Un segundo paso es amar la voluntad de Dios. Amemos los mandatos, las prescripciones, las obligaciones de nuestro estado, nuestra regla de vida, porque en todos ellos vemos a Dios, su santa voluntad y su beneplácito. Todo mandamiento es de suyo gravoso al hombre, y toda obligación, dura, porque se contrapone a nuestros deseos e inclinaciones naturales; mas, si llegamos a amar su voluntad y su beneplácito, entonces «el yugo es suave y la carga ligera».

Un mandato, el deber o la regla, terminarán por aplastarnos si nos sometemos a ellos por la fuerza y con desgana; pero si, por el contrario, nos abrazamos a la santa voluntad divina, como Jesús se abrazó a ella en la cruz, entonces el mismo deber y el mandamiento nos sostienen y nos unen estrechísimamente a la. amabilísima voluntad de Dios. El amor a esta santa voluntad divina que descubrimos bajo el velo de los deberes y de las prescripciones, nos da la fuerza necesaria para cumplir de corazón lo debido, aun en las cosas más pequeñas, nos hace caras y santas todas nuestras obligaciones, nos ensancha el corazón y nos libera, de modo que en nada depositamos mayor afecto que en la santa voluntad divina: seremos cumplidores, puntuales, fieles, pero sin rigorismo farisaico, sin pedantería, sin escrúpulos agobiantes, sin ansiedades ni angustias; no desearemos sólo conocer los mandamientos para observarlos, sino que más bien veremos en ellos la voluntad de Dios, que nos sirve de norma en la vida; y aun observándolos con la máxima escrupulosidad, permaneceremos siempre interiormente libres, y tanto más cuanto más «recorramos el camino de los mandamientos del Señor» (Ps 118, 32).

Nuestro amor a la voluntad revelada de Dios nos lleva espontáneamente a cumplirla con alegría y felicidad, con plena entrega a su realización exterior, hacer lo que a Dios agrada y como a Él le gusta. De este modo todo nuestro obrar se transforma en una oración continua, en vida de piedad y de unión con Dios, y, en último análisis, en vida de santidad.

 

 2. El beneplácito de Dios

 

El beneplácito de Dios no se dirige, como su voluntad revelada, a todos los hombres en conjunto o a categorías enteras de hombres, sino a cada persona en singular, y nos da a conocer no lo que nosotros debemos hacer por Dios, sino lo que Él hace por nosotros en particular, lo que obra en, sobre y por nosotros. Si somos fieles en la ejecución de la voluntad revelada de Dios, con nuestra obediencia nos adherimos a sus deseos e intenciones y nos dejamos guiar por su mano a donde quiera llevarnos. Mas si nos abandonamos a su beneplácito, Dios nos toma en los brazos de su providencia: ya no caminamos midiendo el camino con nuestros cortos pasos, sino que nos hacemos conducir por Él y de este modo avanzamos mucho más, al paso de Dios (san Francisco de Sales).

Todo contribuye asi bien de los que amam a Dios» (Rom 8, 28). Hay una providencia divina que se preocupa de cada uno de nosotros en particular. «Ni siquiera un pájaro está en olvido a los ojos de Dios; aun los cabellos de vuestra cabeza están contados todos» (l,c 12, 6 ss). «Ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá» (L,c 21, 18) sin el permiso del Padre.

 Hay una providencia que se oculta tras todos los acontecimientos y «azares de la vida»; todo lo ordena, dirige, y dispone como mejor puede servir a nuestra salvación, a la salvación de cada uno; todo, absolutamente todo, tanto lo que sucede en el ámbito general del universo como lo que nos ocurre en el pequeño rnundo de nuestra profesión y de la vida de todos los días. Al servicio de la providencia están los hombres todos, quiéranse bien o mal, y todo lo que tiene algún influjo en nuestra vida: todos los hombres son sólo instrumentos de los que el Señor se sirve para nuestra santificación. Tampoco en las cosas de la vida interior hay «casualidad» o «ciego destino».

Esta providencia de Dios se ocupa continuamente de nosotros —de mí—, trabajando siempre por purificar nuestra alma, por fecundarla, iluminarla y conducirla hasta las cumbres de la santidad. ¡ Qué delicada es y qué firme al mismo tiempo! Dios aprovecha la ocasión más oportuna y el momento más propicio para actuar en nosotros del mejor modo posible; sabe tener en cuenta nuestro estado de ánimo y nuestras necesidades, sabe apelar a todos los recursos y agotar todos los medios. Él, y sólo Él, sabe cómo tratarnos en cada caso y qué impresión nos va a producir tal o cual disposición. Él, y sólo Él, es bastante sabio y potente para unir y coordinar entre sí todos los factores que influyen en nuestra vida, que determinan o deben determinar nuestro modo de pensar y de querer, con el fin de hacerlos servir a nuestro verdadero bien, tanto en su conjunto como cada uno aisladamente.

 El beneplácito de Dios se revela en esas tolerancias o transigencias divinas que las más de las veces nos parecen absolutamente inexplicables. Dios nunca quiere el mal ni que nadie sea injusto con nosotros, que mienta por nuestra culpa o haga el mal de cualquier forma : no lo quiere, pero lo permite de una u otra manera, aunque podría impedirlo con toda facilidad. Pero cuando algo nos ofende, nos hallamos entonces con la voluntad positiva de Dios que quiere que aceptemos y suframos la injusticia. El beneplácito de Dios se manifiesta, además, en todas las disposiciones y permisiones divinas, en todo lo que el vaivén de la jornada nos presenta, interior y exteriormente: penas y alegrías, humillaciones y sacrificios, deberes, desventuras, dificultades, fracasos, injusticias que nos vienen de los hombres; faltas de caridad con nosotros, contrariedades, tentaciones, enfermedades. Nunca se da el «azar». «Aun los cabellos de vuestra cabeza están contados; ni siquiera uno de ellos cae sin el permiso del Padre.» Todo cuanto sucede en nuestra vida está, de un modo u otro, permitido o positivamente querido por la voluntad infinitamente sabia y justa de Dios, que vela sobre nosotros incesantemente. «Echad sobre Él todos vuestros cuidados, puesto que tiene providencia de vosotros» (1 Petr 5, 7).

El beneplácito de Dios, su acción en nosotros y sobre nosotros, es el principal factor de nuestra vida interior. Si permanecemos unidos a Él, caminamos como El a grandes pasos y alcanzamos pronto la santidad. Ix> que realizamos con nuestro esfuerzo personal contribuye también a nuestra santificación, pero será siempre poco y nos hará adelantar pocos metros. El verdadero progreso comienza cuando inicia su obra el divino beneplácito.

 ¿Qué actitud debemos adoptar respecto a esta acción de Dios en nosotros, su beneplácito ?

Antes que nada, ver y creer. Será el paso decisivo. Ver en todas las cosas a Dios, su providencia, su permisión, su acción. Pero esto requiere una fe viva y profunda : una fe que no se detenga en lo que perciben y experimentan los sentidos, ni en lo que afirman el juicio humano y la inteligencia puramente natural; una fe que se eleve hasta Dios y lo considere todo, absolutamente todo, como enviado o al menos permitido por Él, por su amor. Es verdad que este ó aquel gozo y tal o cual pena ño vienen directamente de los hombres, de las circunstancias, de una u otra contingencia o combinación : mas nuestra fe va más allá : no se para en los hombres y en sus intenciones, no atiende obtusamente a lo desagradable y a lo amargo : una cruz oprimente, una injusticia padecida, una grave ofensa, una enfermedad, un fracaso; descubre la razón más profunda: la disposición de Dios, su amorosa providencia, su santísima voluntad. «Tú quieres, Señor, que yo lleve esta cruz, que sufra este contratiempo.»

 Lo que importa, pues, es ver a Dios en todo, ver su voluntad y su amor más allá y a través de todos los sucesos: «Bienaventurados los que sin ver creen» (Ion 20, 29).

Debemos, además, entregarnos con absoluta simplicidad en brazos de este divino beneplácito, confiarnos a él ciegamente, y dejar que obre en nosotros y sobre nosotros. Aquí se abren vastos horizontes para el ejercicio del santo abandono en Dios. Aquí se realiza la gran proeza de la fe y de la confianza en la voluntad de beneplácito de Dios «que no se nos había manifestado todavía». Entregarse, abandonarse sin reservas y sin comprenderlo a todo lo que Dios permite que se realice a nuestro alrededor, para entregarnos incondicionalmente a su acción, manifestada en las pruebas internas y externas con las que nos purifica : aceptar y acoger con gratitud las innumerables pequeñas alegrías, materiales y espirituales, naturales y sobrenaturales, que cada día nos acarrea : en la naturaleza, con su sol y sus flores; en la familia, en el trato con los hombres, en el trabajo, en nuestra comunicación con Dios, Cristo, María y los santos. Acoger y aceptar reconocidamente las muchas dificultades y las penas de la vida cotidiana, las tentaciones, la sequedad, todas las penosas pruebas de la vida interior y exterior : porque no son sino la expresión de la- voluntad de Dios, la fórmula de acción de su beneplácito, el testimonio del amor que nos tiene y de su deseo de salvarnos, purificarnos, santificarnos, prepararnos para la bienaventuranza eterna. Debemos aceptar esta acción de Dios y estas permisiones de su providencia sin reserva alguna, sin curiosidad, inquietud o desconfianza, porque sabemos que Dios quiere siempre nuestro bien; aceptarlas incluso con agradecimiento, confiando en su proximidad y en la asistencia de su gracia. Nuestra ánica respuesta a esta acción de Dios en nosotros sea siempre : aSea como tú, Señor, lo quieres; hágase tu voluntad».

Y esto es el cielo en la tierra : entrega absoluta a Dios y a su providencia, a sus disposiciones y transigencias. Llegada a estas alturas, el alma agradece a Dios todas sus decisiones, por muy penoso que resulte todavía acatarlas, y ama todo lo que Dios permite u obra en ella o en lo que le concierne. Nada le parece que tenga ya importancia si no es la voluntad de Dios, la conformidad absoluta de la propia con la suya, el abandono incondicional a cuanto Él quiere, hace o permite. Ya no se lamenta de haber perdido un consuelo, una posición o cualquier otra cosa del mundo, ni siquiera la salud: sabe que nada podrá ayudarle tanto, para identificarse con la santa voluntad de Dios, como la ausencia y la pérdida de todo lo creado. En su entrega a las disposiciones y permisiones de la providencia encuentra el alma toda su felicidad y su paz, su cielo en la tierra. Ya no siente envidia o celos, ni temor, ni preocupaciones o angustia : no se apega a nada ni a nadie, y sólo quiere lo que quiere Dios. «Amar la voluntad de Dios cuando nos vemos endulzados por los consuelos es, sin duda, buena cosa, si es que se ama la voluntad de Dios y no la consolación que en ella encontramos.

Amar la voluntad de Dios manifestada en sus mandamientos, consejos e inspiraciones, es un amor aún más elevado. Pero si, por amor a Dios, ambicionamos el sufrimiento, la desolación y otras pruebas semejantes, hemos alcanzado las cumbres del perfecto amor, ya que entonces no reconoceremos otro amor que la santa voluntad de Dios» (san Francisco de Sales).

Voluntad revelada de Dios —actividad núes, tra—, piedad activa. Voluntad de beneplácito divin0 — acción de Dios—, piedad pasiva. Aquí comienza sobre nosotros la acción de Dios, nosotros acogemos y secundamos su impulso, la noción de la actividad divina, y de este modo somos activos con Dios y a la medida de Dios, en absoluta dependencia de su acción en nosotros y con nosotros. De está unión de la voluntad y acción divinas con las nuestras brotan las obras de perfección, que son preciosas para la vida eterna: tanto más preciosas cuanto con más fe y amor nos hayamos entregado a la voluntad y a la acción divinas.

Pidamos al Señor, con el autor de la Imitación de Cristo: «Señor, tú sabes lo que es'mejor; haz esto o aquello, según te agradare. Da lo que quisieres, y cuanto quisieres, y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes y como más te agradare y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, dispon de mí libremente en todo. En tu mano estoy; vuélveme y revuélveme a la redonda. Ve aquí a tu siervo dispuesto a todo; porque no deseo, Señor, vivir para mí, sino para ti. ¡ Ojalá que viva digna y perfectamente ! Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a ti. Tu voluntad sea la mía y mi voluntad siga siempre la tuya, y se conforme en todo con ella. Tenga yo un querer y no querer contigo y no pueda querer ni no querer sino lo que tú quieres y no quieres. Tú eres la verdadera paz del corazón, tú el único descanso; fuera de ti todas las cosas son molestas e inquietas. En esta paz permanente, esto es, en ti, sumo y eterno Bien, dormiré y descansaré» (libro 3, capítulo 15).

XVIII

NUESTRA UNIÓN CON CRISTO

                                             

   «Yo soy la vid, y vosotros

                                         los sarmientos.» Ioh 15, 5

 

Dios es plenitud de vida. Por puro amor a nosotros, Dios ha decidido comunicárnosla de modo que podamos conservarla, vivirla, gozarla. Mas, antes de sernos infundido, este torrente de vida se almacena en «el primogénito entre todos los hermanos» (Rom 8, 29) : «plugo a Dios dotarle de toda plenitud» (Col 1, 19). Lo que Cristo recibió quiere ahora repartírnoslo a nosotros : con este objeto le ha erigido el Padre en cabeza del cuerpo místico, que es la Iglesia (Col 1, 18), y le ha hecho la" vid, cuyos sarmientos vivos somos nosotros: «Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos.» Vid y sarmientos forman un solo organismo : viven y obran unidos, y unidos producen el fruto; del mismo modo, nosotros, los bautizados, formamos con Cristo una única vid, un solo cuerpo, en cuyo interior circula la vida que sólo Cristo posee en toda su plenitud.

¿Qué es lo esencial en la práctica de la vida cristiana ? Que permanezcamos . en Cristo y Él en nosotros; conservar la unión vital con Cristo, vernos siempre compenetrados con Él. «Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí. El que no permanece en mí, es echado fuera como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan» (Ioh 16, 4-6).

Lo esencial de la vida cristiana consiste en «ser en Cristo» : injertados y vitalmente unidos a Él, sarmientos de la vid que Él es.

 

1. En Cristo Jesús

 

Si leemos atentamente el Evangelio y las cartas

de los apóstoles, se nos revelan dos importantes principios : lo que Jesús ha hecho y hace, no lo hace solo : nosotros lo hacemos con Él y en Él; lo que hace cada uno de nosotros, no lo hace solo : Cristo lo hace con nosotros y en nosotros. Cristo y nosotros somos una misma cosa: también nosotros hemos muerto con Él (2 Tim 2, 11), sido sepultados con Él (Rom 6, 4), resucitados con Él (Eph 2, 6), y con Él hemos subido al Padre (Eph 2, 18). Por otra parte, Cristo vive en los suyos como la vid en los sarmientos (Ioh 15, 5) : vive en el pobre, en el enfermo, en el mendigo que pide un pedazo de pan (Mt 25, 35); en nosotros es perseguido (Act 9, 4 ss), en nosotros sufre, combate, vence, y en nosotros consuma «lo que falta a su pasión» (Col 1, 24).

Estamos unidos al Cristo histórico: al Cristo que nació en Belén y que concluyó su vida oculta de Nazaret y su vida pública con la muerte en la cruz. Estamos vitalmente unidos a Él, porque aceptamos por la fe su doctrina tal como nos la han transmitido los evangelios y porque ajustamos nuestra vida cristiana a sus enseñanzas y al ejemplo de su santa vida.

Pero al hablar de nuestro «ser y estar en Cristo Jesús», nos referimos particularmente a nuestra unión real y óntica con el Señor glorificado. El Cristo, que vivió en la tierra, es el Señor que reina e impera en los cielos, es el Kyrios que pervive misteriosamente en su «cuerpo místico» y en los miembros de este cuerpo, en los bautizados, en quienes ypor quienes continúa y se hace fructífera la obra de la redención hasta la consumación de los siglos.

Le es tan familiar a san Pablo el hecho de que en el bautismo quedamos incorporados a Cristo, que todas sus cartas nos hablan repetidamente de él. Parece que san Pablo vivía totalmente anegado en este misterio de Cristo y no se cansaba de imbuírnoslo en todas sus facetas y aplicaciones. Hasta qué punto le asombraba y sobrecogía de gozo este misterio, lo vemos especialmente en la Carta a los Efesios: «Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que en Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos, por cuanto que en Él nos eligió antes de la constitución del mundo, porque fuésemos santos e inmaculados ante Él, y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza y gloria de su gracia. Por esto nos hizo gratos en su Amado, en quien tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados según las riquezas de su gracia que superabundantemente derramó sobre nosotros... En Él (Cristo) también vosotros fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo prometido, prenda de nuestra herencia, rescatando la posesión que Él se adquirió para alabanza de su gloria» (Eph i, 3-14). Toda gracia y salvación nos son dadas en Cristo, «porque en Él habéis sido enri224 quecidos en todo : en toda palabra y en todo conocimiento» (1 Cor 1, 4).

Con la misma claridad, si bien no con tanta frecuencia, nos atestigua el Apóstol el otro hecho, es decir, que Cristo vive en nosotros, los cristianos. En la Epístola a los Corintios dice : «Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿ No reconocéis que Jesucristo está en vosotros, a no ser que estéis reprobados?» (2 Cor 13, 5). A los Gálatas les escribe estas osadas palabras : «Y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí» (Gal 2, 20). Y más adelante: «Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros» (Gal 4, 19). Y pide por los efesios a Dios Padre para que «habite Cristo por la fe en vuestros corazones» (Eph 3, 17).

Cristo mismo nos lo asegura al prometernos la sagrada eucaristía : «El que come mi carne y bebe mi sangre, está en mí y yo en él. Así como me envió mi Padre vivo, y vivo yo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí» (Ioh 6, 56-57). «Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada» (Ioh 15, 4 s).

El papa Pío XII nos expone esta sublime verdad en su encíclica sobre el cuerpo místico de Cristo. De la unión viva con el Cristo glorioso dice Pío Xii que es «algo sublime misterioso y divino», una unión que la sagrada Escritura compara con la unidad orgánica y vital de la vid con los sarmientos y de la cabeza con los miembros. «Sí, nuestro mismo Salívador no teme comparar esta unión con la maravillosa unidad por la que el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre». Nosotros poseemos esta unidad con Cristo en la Iglesia, en la que todos nosotros constituimos una única «persona mística», formando el Cristo total. «Cristo vive en nosotros por el Espíritu que nos comunica y por el que actúa en nosotros, de tal manera que todas las acciones sobrenaturales del Espíritu Santo en nuestras almas deben ser igualmente atribuidas a Cristo. En virtud de esta «comunicación del Espíritu Santo, todos los dones, virtudes y carismas, que colman de modo eminente, sobreabundante y efectivo la cabeza (Cristo), fluyen sobre todos los miembros de la Iglesia y se realizan diariamente en ellos».

La unión mística entre Cristo y nosotros se establece en el santo bautismo : «¿ O ignoráis que cuantos hemos sido bautizados en Cristo Jesús fuimos bautizados para participar en su muerte ? Con El hemos sido sepultados por el bautismo, para participar en su muerte, para que, como Él resucitó de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en El por la semejanza de su muerte (o sea, en el bautismo), también lo seremos por la de su resurrección» (Rom 6, 3-5). El santo bautismo no es un mero símbolo que exprese solamente el efecto de la justificación, sino que es un signo eficaz que produce la justificación. El santo bautismo entabla de tal modo la unión entre el bautizado y Cristo, que la realidad y el fruto de la muerte de Cristo fluye sobre quien recibe el bautismo.

Los demás sacramentos, sobre todo el de la sagrada eucaristía, profundizan, solidifican y desarrollan el germen depositado en el bautismo. El Señor se nos une en la sagrada comunión no sólo mediante su fuerza y virtud, como en los demás sacramentos, sino que se nos adhiere con todo su ser y poder, de modo que se establece una unidad entre la cabeza y los miembros. Por eso la sagrada eucaristía es realmente «comunión», es decir, unión, hacerse uno, el sacramento de la incorporación a Cristo y de ser uno con El. La eucaristía sumerge más y más al bautizado en el Cristo glorioso, transformándole más y más en Cristo, colmándole con k plenitud de su vida. «Como yo vivo por el Padre, así también el que come vivirá por mí».

Al decir que Cristo vive en nosotros y nosotros estamos en Él, hablamos de Cristo no sólo en cuanto a su humanidad gloriosa, sino también en cuanto a su divinidad. Y no nos referimos a la unión de Cristo con nosotros, que consistiría en el mero hecho de que Cristo nos conoce y se preocupa amorosa y solícitamente de nosotros. Tampoco queremos decir que el Señor glorioso mora continuamente entre nosotros con su divinidad y humanidad, con su cuerpo y alma tal como está presente en el santísimo sacramento del altar. Nos referimos más bien a la comunión de vida íntima y real que surge entre el Señor glorioso y el bautizado. Quien está en Cristo, posee una vida que trasciende su propia vida natural y humana; en él opera la vida de Cristo como la vida de la vid es participada por los sarmientos. Cristo es, en efecto, la raíz y capital fundamento de nuestra vida cristiana. Una vida, la de la vid, que es Cristo, y la de los sarmientos, que somos los cristianos. Unidad de vida, de sufrimientos, de esfuerzos y batallas, de amor y de entrega en manos del Padre : la oración, el sufrimiento, el amor del Señor que se funde con nuestras pobres oraciones, sufrimientos y amores. En esta fusión radica nuestra confianza y de ella brota el coraje que nos anima : ' en la nada y miseria de nuestra vida, de nuestras oraciones y ofrendas está Él, el Señor glorioso, que les da el mérito y pujanza de su oración, de su amor al Padre. Esto es lo que encierra la frase que repetimos: Él está en nosotros y nosotros en Él. Yo vivo, yo oro, mas ya no yo, sino que Él vive y ora en mí. Él vive mi vida, la anima, la empapa y colma con el mérito y valor de su propia vida.

Nuestra vida cristiana es así realmente una participación de la vida de Cristo, un reflejo, de su santa vida, totalmente entregada al Padre. Y todo esto tanto más, cuanto más profundamente arraigados estamos en Él, cuanto más espacio damos a su acción sobre nosotros.

Toda esta realidad es todavía un secreto misterio que captamos sólo por la fe. «Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces os manifestaréis también con Él en gloria» (Col 3, 3 ss). Brillará por toda la eternidad con el resplandor de su gloria. ¡ Tal es el designio que tiene Dios con nosotros, pobres hombres! ¡Cómo debemos agradecer, sentirnos dichosos y alabarnos, porque Cristo está en nosotros y nosotros en Él!

2. Consecuencias prácticas de nuestro estar en Cristo

 

«En Él tenemos la redención por la virtud de su sangre, la remisión de los pecados» (Eph 1, 7). Cuan228 do nos unimos a Cristo en el santo bautismo, cuando fuimos incorporados a Él, se realizó en nosotros algo inefablemente grandioso; se nos comunicó y se nos asimiló de tal modo a la pasión y muerte de Cristo, que nosotros mismos, por así decirlo, las sufrimos. En el momento en que nos unimos como miembros a la cabeza, que es Cristo, constituimos «una persona mística» y, por consiguiente, fluyen sus méritos y satisfacción sobre nosotros, hechos miembros de Cristo, hechos unos con Él en el bautismo.

Es lo que enseña santo Tomás de Aquino cuando dice: «Ésta es la verdad, que en Él, en virtud de nuestra incorporación a Cristo, la cabeza, obtenemos el perdón de los pecados, porque su expiación y satisfacción se hacen nuestras, como si nosotros mismos hubiéramos dado la plena satisfacción de nuestros pecados, quedando libres del castigo eterno que hemos merecido y reconciliados con Dios en Cristo Jesús» (Summa theol. ni, qu. 48, a. 1; qu. 69, a. 2).

 Somos asimismo adoptados por Dios Padre como hijos en la caridad, en Cristo, en virtud de nuestra incorporación a Él.

Al nacer éramos hijos de la ira (Eph 2, 3); ahora somos en Cristo hijos queridos de Dios. ¡ Qué nobleza ! El santo bautismo nos coloca como hermanos y hermanas junto al Hijo eterno del Padre, para ser partícipes con Él del amor del Padre. «Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que llamados hijos de Dios, lo seamos» (1 Toh 3, 1). Para hacernos capaces de su amor paterno, nos constituye miembros de su amado Hijo y nos asemeja a Él de tal modo y nos eleva a tal grado de unión, que ve y ama en nosotros a su Hijo. Nos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea primogénito entre muchos hermanos (Rom 8, 29). Incorporados a Cristo, llevamos sus rasgos en nosotros y su vida y su Espíritu nos embargan. El Padre derrama sobre nosotros el amor que tiene a su Hijo y, puesto que hemos recibido el Espíritu de la filiación, podemos decirle : «¡ Abba, Padre !», entablar un diálogo filial con Él, escucharle, preguntarle, pedirle, darle gracias, adorarle y amarle. ¡ Qué riqueza !

«En Él habéis sido enriquecidos» (1 Cor 1, 4). Una nueva y sublime fuerza obra en nosotros : «Concédaos Dios, ilumine los ojos de vuestro corazón, para que conozcáis cuál es la excelsa grandeza de su poder para con nosotros, los creyentes» (Eph 1, 18-19). En nuestra vida cristiana no estamos solos, obligados a servirnos sólo de nuestras fuerzas. Una fuerza más elevada y poderosa opera en nosotros. En ella debemos apoyarnos a pesar de nuestra flaqueza y precisamente porque somos tan flacos y débiles: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 3, 13), es decir, en virtud de Cristo que actúa en mí. «En la flaqueza del hombre llega al colmo el poder» (de Cristo) (2 Cor 12, 9).

La. magnimidad y el coraje invencible del apóstol san Pablo en los trabajos, fracasos, persecuciones y sufrimientos sobrepasan todas las fuerzas naturales humanas (cf. 2 Cor 11, 16-33). Él sabe que hay otra fuerza que le sostiene: «Me fatigo y lucho con la energía de su fuerza que obra poderosamente en mí» (Col 1, 29). ¡ Y qué poder el que vive en nuestros santos, inflama sus oraciones y sus palabras, fructifica sus bendiciones y obra insospechadas maravillas! «Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne flaca, que lo que naturalmente siempre aborrece y huye, acometa y acabe con fervor de 230 espíritu. No es según la condición humana llevar la cruz, amar la cruz, castigar el cuerpo, ponerle en servidumbre, huir las honras, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado ; sufrir toda cosa adversa y dañosa, y no desear cosa de prosperidad en este mundo. Si miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas; mas si confías en Dios, Él te enviará fortaleza del cielo y hará que te estén sujetos el mundo y la carne» (Imitación de Cristo, libro 2, capítulo 12). «Tal es la gracia de Cristo» «ibidem), el poder del Señor que obra en nosotros.

«En Él habéis sido enriquecidos». En Él reciben nuestra vida, nuestras obras, sufrimientos y sacrificios un valor nuevo, más elevado y sublime. ¿Qué valen nuestras acciones y trabajos considerados en sí mismos ? ¡ Cuan deficientes e imperfectos son, envenenados todos ellos por el amor propio ! ¡ Qué distantes están de lo que debieran ser ! Pero estando nosotros en Cristo, ya es otra cosa. El Señor vierte en nuestra vida y en nuestros empeños, en nuestras labores y sufrimientos unas gotas del valor y méritos de su oración y de su amor al Padre. El Padre ve en nuestra oración y en nuestra actividad el espíritu y el amor con que su Hijo le ama. A través de nuestras oraciones y súplicas distingue la voz del primogénito, de su amado Hijo. I,a vida cristiana alcanza así en Él su pleno valor. Con palabras persuasivas recuerda el apóstol san Pablo a la joven Iglesia de Corinto que no tiene por qué vanagloriarse de méritos y grandezas terrenales. No hay en ella estadistas ni grandes filósofos, ni ricos ni potentados; solamente pobres y esclavos despreciados que nada significan a los ojos del mundo; pero tienen su grandeza, «valen algo» en Cristo Jesús (cf. i Cor i, 26-30). En realidad, las grandezas terrenas nada importan frente a la grandeza de quien está en Cristo. Ésta es la verdadera grandeza ante Dios, la que revaloriza toda la vida del cristiano a los ojos de Dios.

«¡En Él habéis sido enriquecidos!» En Él adquieren las acciones y aspiraciones, los esfuerzos y sufrimientos del cristiano la fertilidad y eficacia que prometió el Señor : «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. El que no permanece en mí, es echado fuera como el sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego» (Ioh 15, 5 s).

Aunque hagamos todo cuanto está en nuestra mano, somos incapaces por nosotros mismos de la más pequeña obra sobrenatural, incapaces de obras que den fruto para la vida eterna. Sólo en Cristo puede haber crecimiento sobrenatural, sólo en Él podemos prosperar en bendiciones celestes, recibir gracia sobre gracia y dar frutos de vida eterna, no solamente para nosotros individualmente, sino además para todos nuestros hermanos y hermanas, para toda la Iglesia y para toda la humanidad, en mayor o menor medida, según que .nosotros estemos más o menos en Cristo y Él en nosotros.

La fecundidad de este «estar en Cristo» refulge con esplendores meridianos en los santos de la Iglesia. Todo cuanto ellos han hecho y padecido y los milagros que han obrado no son más que el fruto de la actuación del Señor en ellos, de Cristo glorioso en los cielos. Nuestra vida cristiana y nuestros esfuerzos serán también fecundos en Él. A pesar de nuestra propia impotencia, confiamos en su acción en nosotros.

 Nuestra grandeza y nobleza consisten, pues, en que nosotros estamos en Cristo y Él vive y opera en nosotros. No somos meros hombres, dotados de cualesquiera cualidades naturales, con una misión simplemente humana : estamos incorporados a Cristo. De las simas del pecado y de la lejanía de Dios hemos sido elevados al estado de gracia y de la vida sobrenatural, para ser con Cristo hijos de Dios y herederos del cielo. ¡

 Ojalá que nos miremos a nosotros mismos como sarmientos vivos de Cristo, la vid, como animados y vigorizados por la gracia y la virtud de Cristo ! «Todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 4, 13). Somos más fuertes que todas las pasiones, más fuertes que todas las seducciones del mundo y todas las concupiscencias de la carne. Por nuestras venas corre la fuerza de Cristo victorioso y triunfante contra todos los enemigos. ¡ Creamos en Él! ¡Apoyémonos en Él!

¡ Miembros de Cristo ! El secreto de nuestra fuerza y de nuestra grandeza consiste en que estemos vinculados a la cabeza y nos dejemos guiar y conducir por Él; en que no nos aislemos, no nos apoyemos en nosotros mismos, no nos abandonemos a una necia y orgullosa confianza en nosotros mismos, como si bastaran nuestras propias luces y fuerzas naturales, humanas; en que presintamos las intenciones y designios de la cabeza y queramos y hagamos lo que Cristo quiere, poniendo nuestros deseos y aspiraciones en perfecta consonancia con las de Cristo, nuestra cabeza.

¡ Miembros de Cristo! Tengamos un santo respeto a nosotros mismos, a nuestra alma, nuestros talentos, cualidades, dones y obras. ¡ Respeto a nues233 tro cuerpo y miembros ! Ya no son nuestros, sino de Cristo, que es la cabeza. San Pablo llama miembros de Cristo a los miembros de nuestro cuerpo, y nos conjura diciendo: «¿Y vamos a tomar los miembros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz ? ¡ No lo quiera Dios !» (i Cor 6, 15).

 ¡ Miembros de Cristo ! Veamos también en nuestros hermanos y hermanas los miembros de Cristo. Teniendo ese santo y sobrenatural respeto a nuestros hermanos y hermanas, meditemos las palabras del Señor : «En verdad os digo que cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis. Cuando dejasteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos, conmigo no lo hicisteis» (Mt 25, 40-45). ¿ No pensaríamos y hablaríamos de nuestros prójimos con mucho mayor respeto, benevolencia y amor, no serían mucho mayores nuestro celo y entrega, si viéramos én ellos a los miembros de Cristo ?

 «Conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros, en que nos dio su Espíritu» (1 Ioh 4, 13). El Espíritu de Cristo vive en nosotros. Él nos orienta e impele hacia Dios, hacia la verdad y el bien. Nos otorga la gozosa y alegre decisión de realizar en nuestra vida los principios de Cristo y del Evangelio, de renunciar al pecado, de cumplir los mandamientos de Dios. Nos hace fuertes en la batalla contra Satanás, en el dominio sobre nosotros mismos, en la abnegación y el sacrificio, en dejarnos crucificar en Cristo.

Nos impulsa al amor de Dios, de Cristo y del prójimo. Es el Espíritu de la verdadera sabiduría, de la inteligencia de las cosas de Dios, del consejo, de la fortaleza, de la piedad, del santo temor de Dios. Él nos transforma, haciéndonos amar 234 la soledad, el recogimiento, la oración, la pobreza, la castidad, la mortificación, la humildad, la obedien. cia. Él nos exhorta, nos apremia, nos amonesta, nos habla, nos presta luz y fuerza con sus inspiraciones, sus auxilios y su gracia. Somos nada por nosotros mismos y dejados a nuestros pobres juicios, consejos, reflexiones y esfuerzos; pero actúa y vive en nosotros el Espíritu de Cristo. «El, a cuyo poder y ciencia están sometidas todas las cosas, nos protege, por medio de sus inspiraciones, contra nuestra poquedad, ignorancia, cerrazón o dureza de corazón» (santo Tomás de Aquino, Sumnva theologica i-n q. 68 a. 2 ad 3).

 ¡Qué fuerzas y auxilios tan maravillosos se nos otorgan por nuestra unión con Cristo! Si tuviéramos siempre y en todas las circunstancias la fe viva y consciente de nuestra comunión de vida con Cristo, tendríamos un poderoso estímulo en nuestra ascensión a la perfección cristiana

XIX

EL AMOR AL PRÓJIMO

«Éste es mi precepto, que os améis unos a otros  como yo os he amado.» Ioh 15, 12

Convivimos la vida divina en Jesucristo, en quien hemos sido injertados.         Mas la vida de Cristo es esencialmente, al mismo tiempo que vida de inmolación y de entrega al Padre, vida de amor a los hombres, sus «hermanos» ; es vida de amor al prójimo. Él es el buen samaritano que no sabe pasar de largo sin prestarnos ayuda; su amor lo impulsa a inclinarse sobre nuestras heridas para derramar sobre ellas vino y aceite y llevarnos al mesón, la Iglesia, donde podamos cu rar y, por su influjo, seguir viviendo. «Acoge a los pecadores y come con ellos» (Le 15, 2). Si debemos compartir su misma vida, la nuestra debe ser, también, una vida de caridad fraterna, porque «en esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tenéis caridad unos para con otros» (Ioh 13, 35) 

1. Formas de la caridad

 

Dios, al crear al hombre, le ha infundido, en su infinita sabiduría, un impulso a amar y a ser amado. La forma primitiva del amor humano es el amor sensible: innato en todo hombre, es su pasión natural más violenta, y consiste en esa involuntaria simpatía, en ese impulso espontáneo que sentimos hacia una persona u objeto, apenas hemos descubierto en ellos algún aspecto que nos agrada o es conforme a nuestros gustos.

De nosotros depende el dominar este impulso mediante una potente reflexión y fuerza de voluntad, a fin de convertirlo en resorte de nuestra felicidad personal y de la ajena. Si, por el contrario, no sabemos dominarnos reflexivamente, podemos dejarnos arrastrar por el amor hacia el camino de la perdición, arrastrando con nosotros a otras personas.

La pasión y el sentimiento del amor producen grandes bienes a los hombres, mas también casi todo el mal y casi todas sus desgracias. Depende de que el amor sea dirigido y vigilado, o se abandone a su propio desenfreno. Este amor sensible, esta simpatía natural, anida también en el corazón de los más perfectos. Todos sabemos por experiencia lo vigilantes que debemos mantenernos frente a estas inclinaciones y movimientos que surgen espontáneamente.

Existe, además, un amor puramente natural y humano, que encontramos por doquiera entre los hombres. Más que un sentimiento, es ya una intención y una disposición de la volutad, una virtud : fruto de trabajo y de libertad. Es una dilatación del alma, una necesidad de fusión con otras almas : su237 pera la estrechez y la mezquindad del propio yo. Tanto más rica es un alma, cuanto mayor y más noble es su amor. El amor ensancha los horizontes y profundiza a la vez los sentimientos, las ideas y la comprensión : sólo lo que se ama se comprende perfectamente. El amor, el puro y noble amor, abre los ojos, agudiza la mirada : permite conocer profundidades que permanecen insospechadas al que no ama, al que permanece insensible al amor. Si se le orienta hacia la verdad y el bien, el amor confiere al alma un nivel tan elevado y una nobleza y perfección tan sublimes, que puede llegar a abrazar todas las perfecciones morales y todas las virtudes naturales.

 De este amor puro y noble está necesariamente dotada un alma piadosa realmente orientada hacia Dios. Mas debemos despertarlo continuamente en nosotros en sus manifestaciones de gentil benevolencia humana y natural para con el prójimo, sea el que fuere; de leal empeño en hacernos mutuamente felices; de noble deseo de no hacer sufrir a nadie, de ir siempre sembrando alegría, ayudando y sirviendo; de sincero esfuerzo por ser justos, amables, buenos y corteses unos con otros.

La virtud natural del amor no se fija en las propias necesidades ni busca su propio interés: se basa únicamente en lo bueno que encuentra en el hermano, y cuando éste ha abandonado el camino recto, respeta al menos en él la naturaleza humana que el hombre, aun descarriado, no puede destruir, como tampoco puede desarraigar los gérmenes de bondad latentes en ella. Más aún, encuentra en este desvío una nueva ocasión para avivar su determinación de reconquistar al hermano para el bien que ha abandonado.

 Con mayor o menor frecuencia es el egoísmo el que ejerce una influencia decisiva sobre la virtud natural del amor, ya que el amor es indispensable a nuestra vida humana. Sólo si tiene un móvil puro alcanza alturas morales dignas de la máxima estima. La virtud natural del amor constituye el sustrato normal del amor propiamente sobrenatural o caridad cristiana, base de la paz y la felicidad de una familia, de una colectividad o de una nación.

El principio teológico es el siguiente: lo sobrenatural no destruye la naturaleza, sino que la presupone, la enriquece y la ennoblece. L,o cual significa que el verdadero cristiano, el hombre realmente piadoso, es por necesidad un hombre naturalmente noble, altruista, generoso, bueno, un buen carácter lleno de fe y de bondad, incapaz de cualquier injusticia en sus juicios, palabras y obras, incapaz de mentira, deslealtad y artera diplomacia: un hombre que sentirá la necesidad de comportarse rectamente con todos y de dar amor siempre, todo el amor que pueda.

Es evidente que esta forma de amor exige un esfuerzo y una superación personal. Ea prueba del amor consiste en saber soportar, renunciar, trascender lo indicado, perdonar, aceptar las humillaciones. El amor genuino y noble debe saber lo que puede amar y hasta dónde lo puede amar; y tiene que amar, sencillamente, porque no puede menos de amar. El amor natural es obra de la voluntad, y por eso una virtud, si bien sólo una virtud natural.

Este amor humano natural es ampliamente superado por el amor sobrenatural del prójimo o caridad, que purifica el amor natural de las imperfecciones,  que fácilmente se le adhieren, y lo transforma en amor del prójimo por amor de Dios y de Cristo.

 Puesto que se funda, en el amor de Dios, no es sino su flor más bella. .Nos hace amar al prójimo no por sí y por lo que en él nos atrae, sino porque Dios lo quiere, por un motivo sobrenatural, es decir, por un motivo tomado de la fe, y por un bien que se conoce sólo a través de la fe. L,a caridad nos hace amar al prójimo por Dios y por Cristo, que nos mandan amarle. Desea y quiere para el prójimo el bien sobrenatural y la salvación del alma, que ha sido rescatada por la sangre de Cristo. Reconoce en el prójimo al Hijo de Dios, a quien Dios ama y cuida con amor infinito. Ve en el prójimo al hombre redimido por Cristo, al miembro de Cristo, a Cristo mismo. «Cuantas veces hicisteis, eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 40).

La caridad cristiana ve en el alma del prójimo las excelsas riquezas y los tesoros de la vida divina, de la inhabitación de la santísima Trinidad y de su destino a ser eternamente copartícipe de la felicidad de Dios. A partir de esta visión sobrenatural de la fe, ama al prójimo y le desea todos estos bienes y valores sobrenaturales, le desea que abunde cada vez más en ellos y sea así más dichoso en Dios.

L,a caridad sobrenatural no es otra cosa que el amor mismo de Dios que nos ha sido infundido en nuestros corazones por la gracia santificante. En el amor cristiano del prójimo no hacemos sino extender hacia el prójimo nuestro amor a Dios y a Cristo.

Por consiguiente, podemos y debemos amar cristianamente, es decir, sobrenaturalmente, al prójimo en la medida en que amamos a Dios y a Cristo y estamos con ellos ligados por este amor. 240 La nobleza sublime del amor cristiano y sobrenatural del prójimo es tal que se identifica con el amor de Dios y de Cristo; es «el amor divino, que se ha derramado en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). I

XX

 

EL SANTO AMOR DE DIOS

 

«Amarás al Señor, tu Dios.» Mt 22, 37

 

I,a sabiduría de Dios tiende a levantarnos a nosotros, hombres, de nuestra nada y a hacernos compartir su vida. Pero su vida es amor. «Dios es caridad» (Ioh 4, 8). Por eso nuestra vida debe ser también caridad, tenemos que arder en la llama de aquel amor que es Dios mismo.

 

1. El mandamiento del amor

 

Dios exige nuestro amor, mi amor en particular, hasta el punto de darnos este mandamiento : «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y 'con toda tu mente. Éste es el más grande y primer mandamiento. El segundo, semejante a éste, es : Amarás al prójimo como a ti mismo. De estos dos preceptos penden toda la ley y los profetas» (Mt 22, 37-40).

Amar a Dios es el más grande y primer mandamiento, que liga nuestra conciencia y la obliga en todo momento. Un mandamiento sin límites : por más que hagamos, no lo cumpliremos como para poder decir: «ya es bastante»; siempre tenemos que se250 guir amando. Es un mandamiento que nos obliga a amar a Dios con «todas las fuerzas» (Mc 12, 30). ¿Cumplimos en verdad este mandamiento ?

No preguntamos si poseemos ahora, hoy, el perfecto amor de Dios; preguntamos más bien si nuestras aspiraciones y ambiciones continuas son las de amar siempre más, cada vez más perfectamente, a Dios. Con esto cumplimos el mandamiento principal y, por consiguiente, nuestra solicitud debe seriamente concentrarse en el empeño de dilatar nuestro corazón, de perfeccionarnos en el amor, de llegar al amor integral e indiviso. ¿ Podemos amar realmente a Dios ?

 ¿ Podemos nosotros, miserables pecadores, abrazar con amor al Dios infinitamente santo y excelso ? ¿ Podemos levantarnos en alas del amor hasta Él ? Por nosotros mismos, no; no lo podemos con el amor que brotaría de nuestras propias facultades; pero lo podemos con el amor que Él mismo enciende en nuestros corazones, con la gracia santificante.

Cuando recibimos el santo bautismo, «el amor de Dios se derramó en nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo» (Rom 5, 5). Con este amor, otorgado por Dios mismo, podemos amarle y cumplir el mandamiento que nos dio de amarle. Es la virtud divina de la caridad : divina no sólo porque tiene por objeto a Dios, ni porque nos religa con Dios, haciéndonos uno con Él; es ante todo divina porque, por medio de ella, amamos a Dios del mismo modo que se ama Él y puede amarse así mismo en virtud de su naturaleza divina, con un amor que quiere a Dios por sí mismo y quiere todo lo demás, que no es Dios, por Dios y en Dios. El amor divino derramado en nuestros corazones es todavía algo más : es la participación del amor con que Dios se ama a sí mismo y ama todo lo que está fuera de Él; es la centella, la llama del horno del corazón mismo de Dios. Nos hace ser un espíritu con Dios, fundidos en Él, por así decirlo, como dos llamas que se juntan y forman un solo fuego.

Gracias a este amor divino derramado en nuestros corazones, Dios trino es en verdad nuestro Dios y habita en nosotros, según nos lo asegura el Señor: «Si alguno me ama, guardará mi palabra y mi Padre le amará, y vendremos a Él y en Él haremos morada» (Ioh 14, 23). «Si alguno me ama», es decir, con un amor sobre todas las cosas, con un amor cuyo motivo profundo no es ya la perfección del propio yo ni la esperanza del premio ni el temor del castigo, sino únicamente Dios, su voluntad, su gloria. ¡ Bienaventurado tal amor, porque Dios pondrá su gozo y complacencia en él!

El santo amor de Dios se manifiesta en distintas formas. Una de ellas es el amor de complacencia en Dios, en su grandeza, en sus atributos, en sus maravillosas obras de la creación, de la redención y del mundo de la gracia. Le admiramos, nos alegramos de su grandeza y de sus gestas, le alabamos y glorificamos. Del amor de complacencia brota el de benevolencia. Deseamos que Dios sea más conocido y más amado por nosotros y por todos los hombres. ¡ Vénganos tu reino, hágase tu voluntad !

Otra manifestación del santo amor de Dios es la conformidad de nuestra voluntad y de nuestras obras con lo que Dios quiere y desea. Dejamos nuestro querer y obrar en la santa voluntad de Dios. Nuestro amor es de amistad con Dios, por el que nos entregamos totalmente a Él. Dios es el centro de nuestro ser y de nuestra vida. Dios, que habitó en 252 otro tiempo entre nosotros en forma de hombre y nos llamó amigos suyos. «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os digo amigos, porque todo lo que oí de mi Padre, os lo he dado a conocer» (Ioh 15, 15). ¡ Qué sentimientos de amor y de gratitud hacia el misericordioso bienhechor de nuestras almas tiene que despertar esta condescendencia divina para con nosotros !

 Una forma esencial del amor de Dios es el amor del prójimo. Con la fuerza y la disposición del amor de Dios derramado en nuestros corazones abrazamos también amorosos a todas las criaturas que han salido de las manos de Dios, particularmente los hombres, nuestros prójimos. En ellos abrazamos a los hijos de Dios, que, rescatados con el precio de la sangre de Cristo, están adornados con la gracia santificante, son templos consagrados del Dios vivo y están destinados a la bienaventuranza eterna. El amor cristiano del prójimo es, lo mismo que el amor de Dios, un amor santo, sobrenatural y divino. Está muy por encima del amor humano natural más noble, porque es el cumplimiento radical del mandamiento más grande y primero : «Amarás al Señor, tu Dios, y al prójimo (por amor de Dios) como a ti mismo».

 

 2. Los frutos del amor de Dios en el alma

 

El amor, como la más eminente de todas las virtudes, nos viste con la túnica de la santidad. Es el «vínculo de la perfección» (Col 3, 14), encierra en sí todas las virtudes, dándoles la orientación a Dios. Nada más grande ni santo podemos hacer que amar, y por ningún otro medio podemos santificarnos sino por el amor.

El amor nos une con Dios y transforma nuestras facultades espirituales. Inclina a la inteligencia a ajustarse a la locura de la cruz; libra a la voluntad de toda terquedad y propio capricho, haciéndola dócil a la voluntad divina; el corazón se dispone más y más, con sus tendencias, deseos e impulsos, a entregarse por amor a la gloria de Dios y salvación del prójimo, derramando, si es preciso, la sangre. Porque «el amor es fuerte como la muerte» (Cant 8, i). Dice la Imitación de Cristo; «Gran cosa es el amor, y bien sobremanera grande : él solo hace ligero todo lo pesado y lleva con igualdad todo lo desigual. Pues lleva la carga sin carga, y hace dulce y sabroso todo lo amargo. Anima a hacer grandes cosas y mueve a desear siempre lo más perfecto» (lib. 3, cap. 5).

 El santo amor de Dios simplifica enormemente tanto la vida exterior como la interior del hombre. Dios, como espíritu puro, es esencial e infinitamente simple; el amor que nos une con Dios, nos hace semejantes a Él y ñas comunica su santa simplicidad. Hace sencillos nuestra inteligencia, nuestros juicios y criterios y nuestras aspiraciones. Vemos a nuestros prójimos en Dios, en Cristo, que habita en ellos, que son miembros de su cuerpo místico. En todas las coyunturas y circunstancias de la vida reconocemos la bondad y sabiduría de Dios. Tenemos un solo deseo, hacemos un solo conato : el que Dios sea glorificado, su voluntad cumplida. Ya no somos víctimas, como antes, de mil inquietudes, deseos y preocupaciones. Encontramos reposo en la santa voluntad de Dios. Amamos cuanto debemos amar : el prójimo, la profesión, el trabajo, la oración; pero lo amamos todo en Dios; vemos, buscamos y queremos en todo su santa voluntad.

 Este amor santo simplifica también nuestros personales intereses e inclinaciones. Lo que antes amábamos, conversaciones, lecturas, etc., se nos vuelve cada vez más insípido. Coartamos nuestro trato y comercio con los hombres. El amor propio se bate en retirada en todos los frentes. Obramos con toda sencillez lo que creemos ser nuestro deber, sin preocuparnos por lo que digan o piensen de nosotros nuestros vecinos. Avanzamos despreocupados por nuestro camino, solícitos únicamente de agradar a Dios.

Dios simplifica asimismo la oración del alma amante. Ya no es capaz de múltiples consideraciones, propósitos, pensamientos, ni de continuas preguntas y respuestas. Su oración es reposada y sencilla : un rato de filial entretenimiento con el Padre. Árida o sumergida en íntimo gozo, recogida o distraída a pesar suyo, mas siempre feliz, en unión con Dios, que conoce todos los deseos de nuestro corazón, aunque no se los enumere uno a uno.

«El más pequeño acto de amor puro tiene mayor valor a los ojos de Dios y es más provechoso a la Iglesia que todas las otras obras juntas», dice san Juan de la Cruz, refiriéndose a la incomparable fecundidad del santo amor de Dios. ¿ Qué pensar, pues, de la vida entera de esas almas felices que realizan casi sin interrupción actos y obras de amor ? Esas almas son las únicas que dan toda la gloria a Dios. ¿Y quién puede cooperar mejor que ellas a la realización de los planes salvíficos de Dios?

Todos sus pensamientos y sentimientos, todo su querer y obrar son, por así decirlo, una obra de perfecto amor. A ellas cabe aplicar las palabras de san Francisco de Sales : «Todo cuanto se hace por amor es acto de amor». Son innumerables los hombres que deben a estas obras de los amantes perfectos la gracia de la conversión, la victoria en las tentaciones, el coraje en la batalla , la gracia de la vocación sacerdotal y religiosa, la gracia de la perseverancia.

«Todos los bienes me  vinieron juntamente con ella (con el amor perfecto de Dios) y en sus manos me trajo una riqueza incalculable . Es para los hombres tesoro inagotabl e y los que d e é l se aprovechan se hacen participantes d e l a amistad de Dios » (Sap 7 , n-14).

Todos estamos llamados a las cumbres del amor. Ésta es la meta a la que corremos: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Mc I 2 , 30) . ¿Quién cumple acabadamente este mandamiento? El amante que no sabe ni busca sino a Dios y que jamás se cansa de amarle vehementemente. ¡

 Sólo Dios! Pero no sólo cuando pasen los años, cuando nos vaya blanqueando el cabello, como si debiéramos dedicar los mejores años de nuestra vida exclusivamente a la fase negativa que es la purifica ción del corazón de todos los pecados. Ya desde ahora, desd  los primeros años y desde el mismo comienzo de nuestra entrega a Dios, aspiremos al amor y aprendamos a amar . En el amor se encierran y del amor nacen todas las virtudes, y con amor hay que practicarlas. Sea ésta nuestra norma: no llegar al amor al cabo de los años y a través de otras virtudes, sino al contrario, alcanzar la perfección de todas las virtudes a través de l amor.

«Amarás a l Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu  alma  con toda tu mente y con todas tus fuerzas» . «Procuraos la caridad» ( 1 Co r 14 , 1).

Página 1 de 78