Jueves, 05 Mayo 2022 10:35

1 santidad sacerdotal Vat II Molinari

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TRABAJO SOBRE LA SANTIDAD SACERDOTAL

 

 

He visto algunos libros de mi biblioteca para ver cómo posiblemente procedería si alguna vez tuviera que hablar sobre la santidad sacerdotal. Desde luego si para meditar me metería directamente en santidad sacerdotal. Y para brevedad un poco de Esquerda y MENSAJE A LOS SACERDOTES CON MOTIVO DEL AÑO SACERDOTAL, CEE, EDICE Madrid 2009

Tener en cuenta los libros de Sta. Lyonet, Charles BERNARD, DE LA POTERY, y todos los jesuitas de la Gregoriana de mi tiempo, especialmente los tratados de san Pablo.

 

 

Para un trabajo más amplio:

 

ESQUERDA BIFET: FORJADORES DE SANTOS, CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, PONENCIAS DEL ENCUENTRO INTERNACIONAL DE SACERDOTES «SIGUIENDO LAS HUELLAS DE CRISTO APÓSTOL, MALTA 8-23 2004

ESQUERDA BIFET: ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL, SERVIDORES DEL BUEN PASTOR,  EDICEP, 2008

PROLONGAR LA MISION DE CRISTO, RETIROS ESPIRITUALES PARA SACERDOTES 2009-2010, CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA

TEOLOGÍA DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL, BAC.

 

 Edice: mensaje a los sacerdotes con motivo del año sacerdotal

CHARLES BERNARD: TEOLOGÍA ESPIRITUAL, VERBO DIVINO

I SACERDOTI NELLO SPIRITUDLVTICAO II, DE LE CI, TORINO

 

PARA CONCEPTO GENERAL Y EMPEZAR Y TAMBIÉN PARTICULAR

MANUEL BELDA; GUIADOS POR EL ESPÍRITU, PALABRA

 

LA VOCACIÓN UNIVERSALDE LOS CRISTIANOS A LA SANTIDAD(MOLINARI)

 

La obligación que los presbíteros tienen de tender a la perfección no depende sólo de las exisgencia de su bautismo, coo por tod otro critsiano, sino de un nuevo t´tiulo. Cosnsagrdos de manera particular a Dios por la unción del Espíritu Santo mediante el cadamento del Orden, ellos han llegado a ser instrumentos vivos de Cristo, sacerdote eterno, por esto se dben empeñar en buscar perfección de aquel que representan.

 

1. Vocación universal de los cristianos a la santidad

 

El parrafo 13 del Decreto sobre el miniteri y la vida sacerdotal, rico de inspieración y de doctrina teológica, reclaa por su contenido y para el lógico desenvolvimiento, el parrafo 40 de la constitución dogma´tica sobre la Iglesia, que trata «ex professo» de la vocacion de todos loscristanos a la santidad. No podeía ser de otros modo: si de hecho uno de los méritos del Concilio ha sido aquel de haber presentado en tmerminos siempre m´s claros y transparjentes la vedadera naturaleza de la vida cirsitan, poniendo de relieve la unión vital con Cristo cmo la esencia de la misma, es lígoco que allí donde se trata del mismo tema fundamental más con el intento de aplicarlo a cada una de las categorías de las persona, la enseñanza básica de la Constitución dogmática es necesariio que venga tomado y desarrollado teniendo presentes los aspectos particulares y las modalidades determinados de ulteriores elementos de especificación.

En virtud de esta consideración parece por tanto obligado tomar , si bien sumariamente, las ideas principales sobre la cuales se apoya la enseñanza cnciliar sobre la sntida cristian: solo entnces se podrá pareciar el armoniosos y gradual desarrollo de las dieas contenidad en el núcleo cuando estan vengan progresivamente puestas más explícitamente y completas con ocasión de las consideraciones más detalladas ofrecidad allí donde se habla de la varias categorías de persona existentes  en el seno de la Iglesia.

 

Es conocido para todos cómo la enseñanza enseñanza conciliar, ofreciendo una visión de cnjunto de la historia de la salvación, haya puesto en evidencia la categoría de la unión con Dios indicándola com aquella que más acecuadamente describe la esencia de las relaciones entre Dios y el hombre en toda su actividad sobre el hombre[1].

Dios busca al hombre para unirlo a sí mismo de una menera que supera toda imaginación y exigencia humana, y una vez que estos lo han abandonado rechazando su don gratuito, Dios mismo viene nuevamente a su encuntro en la Persona del verbo encarnado y redentor que hace hombre «propter nos homines y propter postran salutem».

De este forma Dios  se hace uno de nosotros para darnos también a nostros, miembros de aquel género humano en el cual ha querido ingerirse – constituyéndose en Cabeza-, el poder estar unidos a Dios de un modo esencialmente nuevo. Él ha venido “para que tengamos vida y la tengamos en abundancia” (Jn 10,10), esto es, para dar a los hombres su misma vida divina a fin de que ellos, no como simples hombres, sino como personas introducidas y elevadas a la intimidad sobrenatural, puedan entregarse a Dios con aquella riqueza y abundancia propia del que participa en la vida divina:

 

            «Los seguidores deCristo... realmente santos» (LG, n 40a).

 

Pero así como la elevación del hombre al orden sobrenatural no suprime su personalidad, así tatambién el proceso desu santificación en Cristo viene en aquel modo que es propio de las pesonas, esto es, en un plano tanto ontológico como moral.

Por eso a san Pablo le gusta llamar “santos” a los santificados por la gracia recibida en el santo bautismo, porque fueron unidos a Cristo, y no cesa de exhorata a los cristianos a vivir conscientemente y con verdadero sentido de responsabilidad la vida divina de la cual han sido hechos partícipes; por esto mismo, a tener los mismos sentimientos de Cristo y a “revertirse” de Él”.

            Por esto mismo motivo, el Concilio, refiriéndose explícitamente a esta misma enseñanza, prosigue también diciendo:

«Amonesta el Apóstol .. (Mt 6,12)» (LG n40a).

 

Propiamente por estas verdades fundamentales el Concilio ha enseñado abierta e inequívocamente que todo cristiano es abiertamente llamado a la santidad en el sentido más estricto de la palabra; y tal vocación, precisamente porque deriva de nuestra inserción en Cristo es hasta tal punto empeñativa que nos obliga a estar dispuestos al sacrificio más sublime de la caridad, como el martirio por la fe si viniese exigido, sino que también nos obliga a vivir de un modo responsable a nuestra dignidad de miembros del cuerpo místico de Cristo, viviendo de su misma vida[2].

Por tanto, a la luz de estas verdades se comprende mejor por qué el Concilio haya querido hablar de una vocación de todos loscistianos a la santidad cirsitana, e indicar que ella es radicalmente una en cuanto todo cristian debe unirse siempre mas a Cristo en la caridad y particpar en su vida y en su espíritu, haciendo uso de aquellos medios fundamentales que son ofrecidos a todos, como los sacramentos, cuya finalidad es dar, hacer crece, aumentar la unión ontológica, vital y personal entre el cristiano y Cristo mismo.

El Concilio se ha dado prisa en explicar que sería errado concluir de esto que todos sean llamados al mismo tipo y al mismo grado de unión con Cristo, o bien, que todos sean llamados a participar del mismo modo en su vida que es inmensamente rica hasta el punto que nosotros sus miembros podemos participar en formas y modos inmunerables. Por esto, la Constitución dogmática ha explicado detalladamente que esta santidad cristiana debe ser conseguida «según el estado y la condición de cada uno» (LG nn. 41 y 50).

Y es útil notar, en contraste con ciertas corrientes y orientaciones de pensamiento que habían encontrado expresión en uno de los proyectos antecedentes, que fue precisamente en virtud de este principio por lo que el Concilio modificó intencionadamente y en modo sustancial una frase en al cual se hablaba precisamente de la vocación de todos los cristianos a única e idéntica santidad cristiana: en la redacción definitiva fue suprimida la palabra idéntica. (eadem sanctitas, diverso modo).

Por tanto queremos hacer notar la siguiente aclaración: sólo valorando esta aportación se podrán apreciar las siguientes enseñanzas del Concilio, en las cuales, presuponiendo el fundamento de santidad común a todos, propondrá, sin embargo, abiertamente la característica de la santidad y santificación propia de cada estado, por lo tanto, la santidad y santificación propia del sacerdote, de la cual queremos hablar.

Antes de proceder a comentar el texto del Decreto PO que se ocupa de la santidad típica de los sacerdotes, queremos llamar todavía vuestra atención sobre dos consideraciones interdependientes la una de la otra y de capital importancia en esta materia.

Nos referimos sobre todo al hecho de que cuanto hemos expuesto anteriormente sobre nuestra vida cristiana así como nuestra unión y conformidad con Cristo no debe ser considerado como algo estático, sino dinámico y fáctico.

Si Cristo de hecho comunica a los hombres su vida divina esto es porque pretende vivir  en nosotros aquellos modos existenciales que no podido vivir en su naturaleza humana, que aún siendo perfecta en su género, es, sin embargo, individual y por eso limitada.

Es una prerrogativa y característica exclusiva de Cristo que Él, haciendo partícipes de su vida a los hombres, vive no sólo en su naturaleza humana individual, sino también en las personas humanas que llegadas a ser miembros de su Cuerpo Místico y vitalmente vivificantes para ellos, deliberadamente ponen a su disposición su personalidad y aquellas cualidades únicas e irrepetibles de que cada persona humana está dotada.

Todo ser humano, por tanto, que devolviendo a Dios el amor con que Él nos ama, se entrega incondicionalmente a Cristo; toda persona humana que aceptando la gracia que le viene ofrecida para participar libremente en la vida de Cristo, conscientemente se configura y se une a Él y se deja mover y guiar por el Espíritu, pone a disposición de Cristo todo esto que el individuo tiene como persona, a fin de que Cristo la vivifique, la eleve, la haga suya en el seno del Cuerpo Místico.

De esta forma, toda persona que conscientemente vive su «ser miembro» del Cuerpo Místico contribuye a la actuación de la misión de Cristo que es la de continuar, extender, prologar su vida sobre la tierra, su trabajo, y hacer así que todo el género humano y todo persona, vivificada sobrenaltalmente por Él y unida a Él, pueda – por Él, con El y en Él, unida a todos los otros—contitur el «Novas vir perfectus», el Cristotoal, caput et membra que debe ofrecer a Dios la glorificación humana más pefecta y completa.

Con la ayuda de estas consideraciones, que nos permiten entrar en el verdadero significado de nuestra participación en la vida de la gracia, es posible comprender por una parte cuál sea la verdadera y grande responsabilidad de todo cristiano, y por otro lado, apreciar y ve cómo las personas que se dejan animar en toda su vida y actividad por el espíritu de Él, continúen y extiendan en el tiempo y en el espacio su misión y la hagan visible a los demás en sus personas, según las circunstancias concretas en las que viven.

Toda persona, de hecho, en el ámbito de su cualidades y circunstancias personales, vive así de la vida de Cristo y hace que Cristo cabeza viva en ella, su miembro, y complete en ella su vida y su obra.

Participando profundamente de la vida y del amor de Cristo, ella contagia el amor de Cristo, ella extiende su calor y gozo y el esplendor de su vida en las circunstancias concreta en que cada una viva.

Unida íntimamente a Cristo atrae hasta Él a los hombres que fascinados y conquistados por su bondad, ascienden hasta la Cabeza de donde viene la vida y el amor, es la fuente de la gracia. Es ésta la verdadera teología de la gracia, abundantemente explicada por Juan y Pablo, recurriendo a las metáforas de la vid y los sarmientos, del olivo y retoños, y sobre todo y más claramente que ninguna otra, a la del Cuerpo Místico y a la unión de la Cabeza con los miembros. Es ésta nuestra verdadera realidad de nuestra inserción, injerto en Cristo por medio del Bautismo, realidad tan viva y profunda que permite al Apóstol de las gentes poder decir: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20), y de explicar ulteriormente las implicaciones de la misma verdad en esto que se refiere a la misión de Cristo y a su prolongación en el tiempo: “Cumplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo a favor de su Iglesia” (Col 1, 24).

El énfasis puesto por san Pablo en este texto sobre el valor eclesial de nuestra inserción en Cristo nos conduce oportunamente a proponer la segunda consideración antes anunciada: en todos los estudios conciliares, en su esfuerzo de hacernos siempre valorar mejor la naturaleza, la riqueza y las responsabilidades de la vida en Cristo, la Iglesia justa y oportunamente ha explicado y valorado cómo esta vida contenga por naturaleza dimensiones y vivencias que trascienden y superan nuestra persona. La vida cristiana no es sólo ni primariamente una relación que mira a Dios y a nosotros tan solo y personalmente; es una vida que nos viene dada y comunicada en el seno de un Cuerpo místico: La Iglesia. El ligamen ontológico y vital para cada uno de nosotros con Cristo Cabeza comporta por su naturaleza ligamen vital con los demás miembros del mismo organismo, de forma que toda nuestra actividad tiene repercusiones vitales en los otros miembros. Existe por tanto entre los miembros del Cuerpo místico una comunicación misteriosa e invisible, pero toalmten real, en virtu de la cual el bien de uno es el de todo el Cuerpo y todos los miembros son llamados a dar su aportación a la obra salvífica de Cristo por el bien de toda la Iglesia. Por esto mismo la participación en lavida de Cristo, si realmente es aconciente y real, debe cntener un dimensión eclesial y debe traducirse en un constante y esforzado amor por los hombres, en una eficaz y activa colaboración a la obra con la cual Cristo mismo edifica la ensambladura sobrenatural de su Cuerpo místico.

Cristo Cabeza, haciéndonos  partícipes de su vida divina, quiere que nosotros seamos asociados a su obra salvifica, cooperando a la aplicación de sus méritos redentores para cada una de las personas. Viviendo y obrando en sus miembros mediante su Espíritu Él quiere prolongar en el tiempo y en espacio su actividad vital entre los hombres, desarrollándola intensivamente y consolidándola.

Mas en este organismo sobrenatural que es la Iglesia cada uno de los miembros tienen necesariamente funciones y compromisos distintos, cualitativa y cuantitativamente distintos; ninguno de ellos, en razón de su limitación humana, puede por si solo cumplir todo el trabajo y misión de Cristo; todos los miembros son necesarios, porque están llamados, en su pequeño o gran encargo, a desenvolver una determinada función;  si la cumple con perfección, a la vez que asegura la perfección y la santidad sujetiva de la persona en cuestión, ayuda al bienestar y al regular progreso y desarrollo de todo el organismo.

De aquí la obligación de toda persona de buscar seria y constantemente qué cosa el confíe Dios dentro del organismo del Cuerpo místico, cual sea su llamada y la manera típica y personal de cumplir la función que le ha sido asignada. Es este puno el que ha tratado el Concilio de explicar aplicando a cada una de las categorías y estados de personas las modalidades de su inserción en Cristo; y esto lo ha hecho en relación con los sacerdotes, y después de haber descrito «El presbiterado en la misión de la Iglesia» y «El ministerio de los Presbíteros», ha pasado luego a considerar con detalle cuáles sean las consecuencias y las implicaciones de esta doctrina en el modo con que los sacerdotes deban responder a la vocación a la santidad, y por tanto, a vivir en unió y conformidad con Cristo, teniendo en cuenta el modo típico que corresponda a la naturaleza de su misión y de su función.

Una vez que he expuesto esta larga pero necesaria premisa, podemos ahora proceder a explicar y considerar, paso a paso, aquella parte del Decreto sobre el ministerio y la vida de los presbíteros que trata propiamente de su llamada a la santidad.  A seguidas podremos comentar del mismo modo los números siguientes que se ocupan del modo en que el ejercicio de su función sacerdotal debe favorecer esta santidad (n 13), y de la unidad y armonía que esta visión debe producir en la vida de los presbíteros (n º 14).

 

 

 

PECULIAR VOCACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS A LA SANTIDAD

 

            «Por el Sacramento del Orden los presbíteros se configuran con Cristo Sacerdote, como miembros con la Cabeza, para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo, que es la Iglesia, como cooperadores del orden episcopal». (PO 12)

 

Esta primera frase del n 12, aún en su brevedad, reclama y expone los conceptos de los cuales habíamos antes hablado, que constituyen, por así decirlo, los exponentes de toda consideración sobre la santidad cristiana. Se trata de aquellos conceptos que se refieren a realidades objetivas, a valores operantes en el orden ontológico, mientas la frase siguiente se ocupará de hacer valer las exigencias puestas por estos en lo que mira al orden intencional, sujetivo y consciente.

 

 

CONFIGURACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS CON CRISTO

 

Las expresiones «Cristo Cabeza» y  «y su Cuerpo que es la Iglesia» ponen en evidencia sobre todo el sustrato fundamental, esto es, la doctrina del Cuerpo místico: nada más lógico ya que se afronta aquí deliberadamente el problema de la santidad y de la santificación de los presbíteros, lo que significa ciertamente su unión con Cristo: en esta materia no existe una imagen bíblica mas expresiva y frecuente que aquella paulina del Cuerpo místico, que ya hemos desarrollado ampliamente al fin de facilitar la comprensión de la profundidad de ligámenes existentes entre Cristo y los cristianos.

La referencia explícita, puesta en primer lugar, al sacramento del Orden indica

ya desde el principio la nota típica destinada a hacer entender cuáes sean las modalidades peculiares de la unión entre Cristo y los miembros de su Cuerpo místico que Él ha escogido y elegido entre sus ministros. Es en virtud de este sacramento por el que ellos reciben un carácter ontológico que los configura de un modo particular en su calidad de «sacerdos»; y si es verdad que todos los fieles esta´n unidos a Cristo que es sacerdote en el proceso desu santficación, y pro tanto particpan de su sacerdocio real, sin embargo es verdadero y no puede ser infravalorado o ignorado, que uno de los sacramentos de la nueva ley tiene como característica especial la de imprimir un carácter esprecífico en lo que lo reciben y que siendo «ungidos» por el Señor, vienen configurados por esto mismo a Cristo en su cualidad de sacerdote, a Cristo que es el «ungido» por excelencia.

 

            Este carácter objetivo y especial, ligado a la recepción de un sacramento, confiere una nota distintiva al que se une también una función específica. De esta deriva consiguiente y necesariamente el aspecto formal y distintivo de la unión con Cristo por parte de aqeullos que reciben tal carácter.

            En esta breve proposición inicial elsacerdocio de los prebíteros viene presentado en función de la Iglesia: «para la estructuración y edificación de todo su Cuerpo que es la Iglesia. Todo lo que antes hemos dicho hablando de la dimensión eclesial propia de nuestra inserción en Cristo, viene aquí explícitamente tomado y acentuado apenas se habla de esto que es típico y caracteriza la vida de los sacerdotes y su función; el Concilio ha querido así subrayar que el sacerdici es un «munus» y no sólo una gracia dada única o prevalentemente par la santificación del mismo sacerdote. Esta visión, acentuando el aspecto eclesial, orienta hacia unacncepción de la santidad mucho más rica y auténtica, porque fundada sobre la donación y sobre el amor, es concebida en función del «munus» de los sacerdotes, esto es, de su misión de hacer crecer y edificar todo el Cuerpo que es la Iglesia.

Con el explícito acento en la «cualidad de cooperadores del orden episcopal» el Concilio ha querido subrayar evidentemente cómo el vínculo untivo de lso sacerdotes con los Obispos es parte esencial de su misma vida y ministerio y es un elemento del cual los presbíteros no pueden hacer abstracción en la propia tendencia hacia la santidad. Dondequiera que el Concilio ha tratado de los sacerdotes, tanto en la Constitución dogmática sobre la Iglesia, como en el presente Decreto, esta nota de íntima unidad del sacerdocio católico ha estado justamente puesta de relieve; los obispos, como sucesotes de los Apóstoles, desde la plenitud de su misión confieren a los prebíteros una participación en ella y estos vienen así a ser cooperadores de los Obispos, en la participación en el sacerdocio de Cristo.

 

 

2. ELEVACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS A LA CONDICIÓN DE «INSTRUMENTOS VIVOS» DE CRISTO SACERDOTE

 

En las siguientes expresiones del parágrafo 12ª la atención de dirige prevalentemente a la consideración de las implicaciones de cuanto ha sido presentado en las líneas precedentes, esto es, a la obligación particular que se impone a los sacerdotes de tender a la santidad. Resalta el fundamento ontológico de esta llamada de los presbíteros a la santidad en el Sacramento del Orden.

Todos los fieles han sido llamados a la santidad; el Concilio hablar largamente de este mandato en el capítulo de la Constitución dedicado a esto. Esta obligación proviene del mismo bautismo por el cual todo cristiano viene consagrado a Dios y siendo incorporado al Cuerpo de Cristo vive de la vida de la Cabeza. Pero tenemos que tener cuidado de no hacer de esta consagración bautismal una interpretación tan total y universal que haga innecesaria la consagración específica de los Obispos y presbíteros, con razonamientos puramente filosóficos, sin tener en cuenta los datos de la revelación.

Ciertamente todos los bautizado están llamados a la santidad, pero el decreto abiertamente se dispone a explicar y especificar claramente que la consagración sacerdotal tiene un ser y misión propia sobre la bautismal, porque por medio de la ordenación sacerdotal «vienen elevados a la condicion de instrumentos vivos de Cristo eterno sacerdote».

Si como antes decíamos, todo bautizado, en cuanto miembro del Cuerpo místico, está unido vitalmente a Cristo y de su vida debe vivir, está claro también que todo cristiano, en consecuencia, es un instrumento vivo de Cristo. Por lo tanto está obligado a vivir de la vida y sentimientos de Cristo, hasta el punto que pueda vivir el ideal de san Pablo: “Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí”. A

Pero dado, por una parte, la limitación de la naturaleza humana y consiguientemente la imposibilidad de que por una persona humana puedan ser ejercitadas las diverss y variadas formas que la vida divina comunica a los hombres, esto es, de que pueda cumplir todas las misiones de Cristo, se comprende cómo el Espíritu de Cristo asigne formas de vida diversas a cada cristiano y que estos reciban de Cristo mismo las funciones diversas por el bien de todo el organismo. Lo cual quiere decir, que aún siendo todos miembros vitales del Cuerpo místico, instrumentos vivos de Cristo, esta instrumentalidad reviste formas diferentes y no comunes a todos.

Con la consagración sacerdotal, que profundiza y abarca la del bautismo, Crito msmo confiere alos prebíteros un peculiar forma de asociación con Él, en virtu de la cual los sacerdotes llegan a ser intrumentos «en su misma actividad de eterno sacerdote».

Esta especial instrumentalizad tienen om fun específico el de hacer que los prebíteros puedan eficazmente «porsegur en el tiempo la admiragle obrade Crito, que ha reintegdo con divina eficacia a todo el género humano».

Se nota que el texto del Decreto deliberadamente habla de la obra de Cristo que ha «reintegado» al género humano. Los sacerdotes son los instrumentos de Cristo sacerdote en cuanto aplican los frutos de la redención a los hombres. Con esto, el Concilio ha querido quedar claro el valor objetivo, real e infinito de la salvación obrada por Cristo, único mediador y sumo pontífice, mediante su muerte y resurrección. No debemos olvidar que la Constitución dogmática ha descrito admirablemente que «La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros  (cf. 1 Cor io,ii) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia, aun en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta santidad. Y mientras no haya  nuevos cielos y nueva tierra, en los que tenga su morada la santidad (cf. 2 Petr 3,13), la Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e instituciones, que pertenecen a este tiempo, lleva consigo la imagen de este mundo que pasa, y Ella misma vive entre las creaturas que gimen entre dolores de parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de Dios (cf. Rom 8,19-22)».

Y como el mismo texto más ampliamente explica: «Porque Cristo, levantado en alto sobre la tierra atrajo, hacia Sí a todos los hombres (cf. lo 12,32 gr.); resucitando de entre los muertos (cf. Rom 6,9) envió a su Espíritu vivificador sobre sus discípulos y por El constituyó a su Cuerpo que es la Iglesia, como Sacramento universal de salvación; estando sentado a la diestra del Padre, sin cesar actúa en el mundo para conducir a los hombres a su Iglesia y por Ella unirlos a Sí más estrechamente, y alimentándolos con su propio Cuerpo y Sangre hacerlos partícipes de su vida gloriosa. Así que la restauración prometida que esperamos, ya comenzó en Cristo, es impulsada con la venida del Espíritu Santo y continúa en la Iglesia, en la cual por la fe somos instruidos también acerca del sentido de nuestra vida temporal, en tanto que con la esperanza de los bienes futuros llevamos a cabo la obra que el padre nos ha confiado en el mundo y labramos nuestra salvación» (cf.Flp 2,12).

Es precisamente esta obra salvífica del Redentor la que debe ser continuada en el tiempo, no ya en el sentido de que ella no está objetivamente conseguida y completa, sino en cuanto que por disposición de Dios, la aplicación de su frutos depende en parte de la colaboración de los hombres. Y para prologar esta aplicación de la salvación Dios y de la misión salvífica de Cristo el Padre, en su proyecto salvador,  ha querido valerse de instrumentos humanos, esto es, de sacerdotes a los cuales les asigna más específicamente aplicar los frutos de la redención a los hombres por medio de la administración de los sacramentos y en particular, por la celebración del sacrificio eucarístico.

Por medio de una especial consagración, no contenida explícitamente en el Bautismo, también instituido por Cristo, los prebíteros vienen investidos de un nuevo poder haciéndolos «dispensatores mysteriorum Dei», estableciendo entre ellos y Cristo un nueva y más profunda relación, una más íntima unión ontológica en razón de la cual ellos son por la misma consagración obligados a tender a la santidad de un modo nuevo, específico y más intenso: «los sacerdotes están especialmente obligados a tender hacia esta perfección», por las razones antes indicadas.

Conviene indicar que si por una parte el Concilio insiste en la obligación de tender a la santidad, haciendo comprender que ésta diriva de la consagración bautismal, y de forma nueva, de la sacerdotal, por otra parte, él mismo presenta la consagración bautismal y por la misma razón análogamente a la «nueva consagración», propia de los sacerdotes, como un «signo «un don» «de una vocación» y de una «gracia».

Efectivamente tanto el Bautismo como el Orden son sacramentos, signo eficaces de la gracia; el elemento de gratuidad sea de al inserción en el Cuerpo místico y de la participación en la vida divina, como de la asociación a la función sacerdotal de Cristo no puede y no debe jamás olvidado: con profunda razón el Decreto insiste con las palabras «don »«vocación»«gracia» para reclamar luego como reclamo necesario de la «humana debilidad».

La conciencia de la sublimidad y de las obligaciones de la vocación cristiana y sacerdotal, la firme convicción de la gratuidad de este don; la conciencia de la debilidad y poca firmeza deben mutuamente integrarse y, si tomadas en su conjunto, excluyen todo peligrote vanagloria, sostendrán al sacerdote en las amarguras, desilusiones y fáciles abatimientos causados por la visión de la propia miseria y desproporción frente a la grandeza de su dignidad, de sus obligaciones y de su misión.

De esto precisamente se ocupa la frase siguiente penetrando siempre más a fondo en el significado teológico de los elementos ya antes descritos y tomando de allí algunas importantes consecuencias:

«Siendo, pues, que todo sacerdote representa a su modo la persona del mismo Cristo, tiene también la gracia singular de, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, poder seguir más aptamente la pefección de Aquel cuya fundón representa, y del que sane la debilidad de la carne humanan la santida de quien es hecho por nostros Pontífice santo, inocente, inmaculado, apartado de los pecadores (Hbre 7, 26)».

La fuerza, el valor, el significado y las consecuencias de la «nueva consagración» recibida en la ordenación y con la cual los presbíteros «son elevados a la condición de instrumentos vivos de Cristo, eterno sacerdote» son aquí puesta en clara luz, y afirmando la íntima y operante eficacia de la gracia, o sea, de la unión con Cristo, viene ahora ofrecida la respuesta a la angustiosa pregunta que lógicamente puede dejar perplejos, desconcertados y llenos de miedo a los que son llamados para asumir tal responsabilidad y misión.

La presentación de la verdad afirmada antes de la figura del sacerdote a la luz de la doctrina del Cuerpo místico y de la inserción en Cristo nos permite entender mejor ahora por qué, tratándose de aquellos que en razón del Cuerpo místico tienen en virtud de este especial consagración una función que los asocia más íntimamente a Cristo eterno sacerote, estos podrá realmente  actuar en nombre de Cristo mismo y hacerle presente. Todo sacerdote, como miembro del Cuerpo místico, no es puro instrumetno físico, mecánico, sino insturmento vivoy personal; es instrumetno que  deliberadamente y conscientemente asociándose a Cristo, le permite prolongar su acción salvadora, prestándole su humanidad, servirse de su persona, de ser otro Cristo «alter Christus», de «agere o gerere personan ejus». P

Por esta razón, en el sacerdote, es Cristo mismo el que vive y trabaja; es Cristo mismo el que confiere la gracia, el que bautiza, consagra... Por lo tanto el sacerdote goza de una gracias especial, que le ha dotado el sacramento del Orden,  por la cual ha sido configurado a Cristo sacerdote, puede vivir el ideal o aquella forma de vida en Cristo, que se ha hecho por nosotros Pontífice «santo, inocente, incontaminado, segregado de los pecadores (Hbr. 7, 26).

  Con este texto de la carta a los Hebreos, que es texto más explícito en relación con el sacerdocio de la Nueva Alianza,  el Concilio ha querido subrayar que la santidad de los sacerdotes es totalmente cristocéntrica y cristológica en el sentido de que Cristo sumo y eterno sacerdote es el principio vivificante, la fuerza que sostiene, la fuente de vida de los sacerdotes y de su santidad.

Hablándose aquí de la santidad y de la santificación sacerdotal, el Decreto enseña abiertamente que en este proceso en el cual el prebítero debe tratar de acercarse a la perfección de aquel del cual es representante, no se pude prescindir del elemento propio de la función del que ha sido llamado y elegido por Dios: por esto se dice que «tiene también la gracia singular de, al mismo tiempo que sirve a la plebe encomendada y a todo el pueblo de Dios, poder conseguir más aptamente la perfección de Aquel cuya función representa y que la sane la debilidad de la carne humana la santidad de quien es hecho nuestro pontífice» (PO 12ª).

Mientras se establece el principio de la unidad que existe objetivamente entre santidad sacerdotal y donación a los demás, y que debe por tanto ser también subjetivamente creada entre santificación personal y cumplimiento de la misión apostólica, de la cual tratan «ex professo» los números 13 y 14, el Decreto subraya nuevamente que el sacerdote recibe la ordenación sacerdotal en razón de su misión “omnis namque pontifex ex hominibus adsumptus pro hominibus” (Hbr 5,1), texto ampliamente usado en la ceremonia de la ordenación  sacerdotal.

            No viene explicado por el Concilio cómo deban entenderse estas palabras de que el sacerdote deba servir a todo el pueblo de Dios, es decir, de si el sacerdote atendiendo a su pequeña porción, a la parroquia, por ejemplo, atiende o contribuye  a todo el bien del pueblo de Dios; o si estando en una pequeña porción deba estar abierto a toda la Iglesia. Lo que está claro que el Decreto  ha querido abrir a los sacerdotes unos horizontes más amplios que la simple parroquia, aunque ésta sea importantísima, recordándoles que en virtud de la propia consagración ellos participan del sacerdocio de Cristo y por tanto de su misión universal.

            Con la conciencia cierta de ser investidos de una misión pastoral que los pone en comunión con la Iglesia universal, los sacerdotes podrán mejor cumplir la misión confiada y hacer abrirse a los fieles al sentido universal de la Iglesia y fortalecer su unión ontológico y vital con todos aquellso que la constituyen, más allá de los confinesde la parroquia o de una diócesis, pequeñas células de un organismo y de un Cuerpo rico y extenso, esto es, el entero y completo Cuerpo místico de Cristo. La misión del sacerdote es la misión universal de la Iglesia,  como se deduce de la misma celebración de la Eucaristía.

 

 

3. LA MISIÓN DE LOS PRESBÍTEROS EN RELACIÓN CON LA MISIÓN DE CRISTO

 

            En las reflexiones precedentes hemos dicho que el sacramento del Orden configura a los sacerdotes con Crito sacerdote para hacerlos instrumentos vivos de Él y sus colaboradores.

En el intento de elaborar con mayor claridad y precisión este concepto, el decreto ofrece algunas ulteriores dilucidaciones de índole fundamental, describiendo antes esto que caracterizóon la msión sacedototal de Cristo para aplicarla después directamente a los sacerdotes. El concilio pues establece un cierto tipo de paralelismo entre la santidad y la msión de Cristo de una parte y la santidad y la misión de los presbíteros de otra.

 

            

           Cristo                                                                          Presbíteros

 

Cristo –ungido por el Señor, y por esto        Presbíteros: con la unción d

Santificado y consagrado                              del Espíritu Santo, consagrados

 

Enviado al mundo por el Padre                       enviados por Cristo(sicut me misit     

                                                                         Pater, et ego mitto vos (Jn20, 21)                                                                              

A favor nuestro (hombres)                            enteramente al servicio de los                  para              redimirnos                                                       hombres

 

Se ofreció a sí mismo                                    se dedican enteramente

 

Y así con la pasión entró en la gloria            mortifican en si mismo las obras                                                                                                de la carne y des esta forma                                                                                                           pueden progresar en santidad...

                                                                                   hasta llegar al hombre perfecto

                                                                                   (elemento escatológico)

 

Todas estas expresiones tienen un profundo significado.

 

El nombre de Cristo dice de suyo el primero «unctus» y tal expresión se refiere en primer lugar al uso según el cual el rey de Israel venía a ser ungido. La unción estaba para indicar la misión divina de estos y la sacralizad de su persona en dependencia de la msión que ellos tenían en teocracia veterotestametnaria. Pero todos sabíamos que este concepto adquiere en el Nuevo testamento un signifado más trico y en lo referente a Cristo denota la unción del Espíritu Santo, en fuerza de la cual toda la humanidad de Cristo es consagrada a la persona del Verbo y  en Él, al Padre: ella tiene como finalidad el hacer santa a la humanidad de Cristo antológicamente y sustancialmente.

Se habla de Cristo que el Padre ha enviado: Cristo es el enviado por excelencia del Padre, proanunciado por los profetas y prefigurado por algunos grandes personajes del A.T. La expresión tradidit semetipsum en la terminología bíblica tiene un significado muy rico que se reduce a la donación de sí mismo, sino a una actitud radical de entrega que tipifica toda la vida y la misión de Cristo, desde la pobreza de Belén hasta la entrega del Calvario, donde el tradidit encuentra su coronamiento y la expresión más tangible de la donación total de sí mismo por amor a los demás.

El Concilio, introduciendo este término con uan rica citación de la carta da san Pablo a Tito, que resalta la intencionalidad de esta donación, ha querido recordar que este «tradere seipsum» es una actitud supremamente sacerdotal y que encontrará su expresión en la institución del mismo sacrifico eucarístico en la última cena: “hoc est corpus deum quod pro vobis tradetur».

Véase la teología neotestamentaria, especialmente la paulina en la Carta a los Hebreos sobre Cristo sacerdote y víctima, donde se toma como función de Cristo a quella específica de redentor que sacerdotalmente se sacrifica a sí mismo para redimir a la humanidad caída. Por eso el Concilio trae las palabras de Pablo: “se entregó a sí mismo a favor nuestro para redimirnos de toda iniquidad y hacerse un pueblo no inmundo, que sea objeto de complacencia y tratase de cumplir el bien” (Tit 2,14).

 El paralelismo establecido entre Cristo y los sacerdotes, entre el sumo sacerdote, “unctus”, el “Missus”  que “tradidit semetipsum" y aquellos que son consagrados sacerdotes no pueden quedarse simplemente en un juego palabras, sino que debe convertirse en una realidad. Precisamente por este hecho, después de darnos la descripción de la manera en que Cristo llevó a cabo su misión y en virtud de que "con la pasión entró en su gloria"(cf. Lc 24,26)--reclamo del aspecto  escatológico de la definitiva glorificación de Cristo-  el Decreto continúa: «De la misma manera los sacerdotes, consagrados por el Espíritu con la Unción del Espíritu Santo son enviados por Cristo, mortifican en sí mismo las obras de la carne y se dedican por completo al servicio los hombres, y así pueden progresar en la santidad de la que han sido dotados en Cristo, hasta llegar a ser hombre perfecto (cf. Ef. 4:13).

Aunque creemos que las explicaciones ofrecidas puedan ser suficiente para ayudar a entender mejor las posibles riquezas del texto en cuestión, antes de pasar a comentar el paso siguiente queremos llamar la atención  en algunos puntos que parecen ser de un cierto relieve para la comprensión de los piadosos efectos contenidos en la enseñanza en la obligación de los sacerdotes para alcanzar la santidad.

Primero reclamamos la atención sobre la expresión «consagrado con la unción del Espíritu Santo» inserta deliberadamente para hacer hincapié en la función y la importancia primordial del Espíritu Santo en la Iglesia. Conocida es la importancia que la teología oriental, más desarrollada, da a este punto capital, defendiendo que en la consagración sacerdotal se da una comunicación especial del Espíritu Santo, como Espíritu del Hijo.

En segundo lugar nos gustaría señalar que, después que en varias ocasiones habló de "la santidad objetiva que reciben los sacerdotes en el sacramento,  el Consejo desea prevenir cualquier posible malentendido. Nos referimos a la interpretación que podría llevar a malentendidos en la ascética y espiritual, como si la santidad es algo adquirido y no requiera ser vivido y aumentado a través de una respuesta libre y consciente, que  requiere compromiso, esfuerzo y vigilancia. Por esto el Decreto habló explícitamente de que la asociación de los sacerdotes a la misión redentora de Cristo lelleva a tener que «mortificarse en el las obras de la carne»,  a <dedicarse por entero a los hombres al servicio de los hombres», y por lo tanto al progreso en la santidad.

En tercer lugar creemos necesario explicar que la expresión «los cerdotes se dedican enteramente al servicio de los hombres» no puede y no debe interpretarse en el sentido de exclusivamente o principalmente en el sentido de un servicio hecho de pura actividad, de apostolado exterior. Aunque el Decreto se dirige especialmente a los sacerdotes que se han dedicado a la atención directa de las almas, debe tenerse presente que también puede aplicarse a los sacerdotes religiosos, haciendo los ajustes necesarios y pertinentes (PO n 1).

 

4. La docilidad de los sacerdotes con el espíritu de Cristo


            Después de haber hablado de la obigación de los prebíteros detender a la santidad en razón de la especial consagración que los configura a Cristo sumo sacerdote y los hace instrumentos vivos de Él; después de haber mostrado , por medio de un paralelismo,  cómo hacer frente a este hecho con una participación consciente en las actitudes y las disposiciones básicas de Cristo llevando a cabo su misión, el Decreto da un paso ulterior a fin de ayudar a una mejor y más piadosa forma de responder los sacerdotes a su vocación.
            Por lo tanto, trata de responder a la pregunta: ¿cómo puede un sacerdote aplicar este ideal? La respuesta viene dada respondiendo que ellos podrán vivir participando de la disposiciones de Cristo, sumo sacerdote, solo si se abren al espíritu de Cristo para dejarse en todo conducir por Él. De hecho, sólo si se trasladan y son animados por el Espíritu de Cristo, ellos serán un «alter Christus verdad» que podrán repetir con san Pablo: " Ahora no soy yo, es que Cristo vive en mí" (Gal. 2,20).

A partir de esta premisa general se deduce necesariamente que el modo peculiar y  específico de tender los presbíteros a la santidad debe estar intrínsecamente vinculado al ejercicio de su ministerio, porque es cuando la santidad sacerdotal es dada por el hecho de que se convierten en instrumentos vivos de Cristo Sacerdote. El tema de la relación entre la santidad del sacerdote y su ministerio es aquí abordado explícitamente por el Consejo y será desarrollado aún más en el siguiente número del mismo Decreto.

Insistiendo fuertemente sobre el hecho de que los prebíteros son ordenados para su santidad específica por medio de las acciones sagradas propias de su ministerios, el Concilio ha querido ex professo excluir aquella forma de actividad que en nuestros tiempo recibe el nombre de herejia de la acción.

Por eso el Decreto ha subrayado vigorosamente que la misma actividad de los sacerdotes requiere y pide santidad de vida, esto es, una íntima familiaridad y amistad con el Señor. Porque existe el peligro real de que los presbíteros, sobrecargados por la cantidad de trabajo a realizar dada la escasez de sacerdotes, olviden el cultivo de su vida espiritual en razón de los trabajos apostólicos. Peligro que ha secularizado muchas vidas sacerdotales.

           

 

 

 

 

 

 

III SANTIDAD Y EJERCICIO DE LAS FUNCIONES SACERDOTALES

 

 

«Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo su triple función»

 

Vemos claramente con estas palabras cómo ha de ser y ejercerse el ministerio sacerdotal que promueve la santidad típica de los sacerdotes, estableciendo una profunda unidad entre ministerio, vida y santidad sacerdotal. Y sin querer establecer un orden de importancia afirma el Decreto en su capítulo segundo como en el tercero que los sacerdotes deben ser ministros de la Palabra, dispensadores de las cosas santas y pastores del pueblo de Dios.

Para poder ejercer este ministerio de la Palabra los sacerdotes deben «leer y escuchar todos los días la palabra de Dios» (PO 13b), esto es, la sagrada Escritura. Vemos cómo la lectura está asociada por el mismo Concilio a la de la escucha; es un recurso a un término escriturístico de profundo significado que connota la aceptación plena en la propia vida de la Palabra de Dios: “beati qui audiunt verbum Dei y custodiant” (Lc 11, 28). Subraya de esta forma la necesidad y la riqueza de la dispoción interior de la meditación, de la contemplación amorosa, que comporta la verdadera apertura a la acción de Dios, la cual, a su vez, permite al sacerdote actuar y tranformar su propia persona en la palabra que escucha y convertirse cada día más en un «alter Christus», en una persona que ha hecho suyos los criterios de Cristo y se deja mover por su Espíritu.

Esto es lo que pretende el Decreto enseñar cuando dice que los sacerdotes «se esforzarán en realizarla (no solo leer ni aún escuchar o acogerla) en si mismos y así se convertirán en discípulos del Señor siempre más perfectos» ( PO 13b).

Esta «escucha» profunda e íntima de la Palabra de Dios con la consiguiente asimilación y transformación en vida conforme con la vida y sentimientos de Cristo es considerada por el Decreto siempre en relación con el ejercicio del ministerio: «esta misma palabra que deben enseñar a los demás» «para que estén manifiestos a todos tus progresos» «haciéndolo así se salvará a sí mismo y a los que les escuchan»; «transmitirán mejor a los otros lo que ellos han contemplado». Con todo esto queda clara la insistencia del Concilio sobre la necesidad de tener siempre una división unitaria de la vida y del minsterii delos cerdotes.

Por otra parte conviene decir, porque así lo hace el Decreto, que lo que le hace al sacerdote transmitir a los otros la Palabra de Dios no es tanto el conocimiento erudito de la Escritura, furto de uñna lectura exegética asunque sea muy vastísima, sino aquel tipo de lectura que ,siendo «escucha» de oración y dócil apertura que la luz del Verbo divino concede a los humildes, permite que e stos puedan descubrir más intimamente las insondables riquezas de Cristo (Ef 3,8) y la multiforme sabiduría de Dios. De esta forma Cristo se hace verdad y vida en su instrumento vivo, en la persona del sacerdote, que vital y plenamente unida a Él por la asimilación de palabra y sentimientos, puede hablar y obrar en nombre de él, en plena concordancia con él, movido por él y por la fuerza penetrante de su Espíritu.

Precisamente la vivencia de esta unión con Cristo, de su presencia vivificante –gracia, don libre y gratuito- le ayudará a los sacerdotes, en medio de luchas y dificultades de todo tipo, a su plena donación y a continuar la misión de Cristo: «(Teniendo presente que es el Señor quien los corazones y que la excelencia no procede de ellos mismos, sino del poder de Dios, en el momento de proclamar la palabra se unirán más íntimamente a Cristo Maestro y dejarán guiar por su Espíritu. Así, uniéndose con Cristo, participan de la caridad de Dios, cuyo misterio, oculto desde siglos, ha sido revelado en Cristo» (13b).

Cuando esto se hace realidad, cuando el sacerdote, en medio de su función, se abandone completamente a Cristo y quede invadido de su espíritu y vida, será entonces cuando el Señor mismo, por medio de su humanidad prestada,  se haga visible a los hombres, y haga visible y santificadora su palabra y su obras por medio de los sacramentos, experimentado sobre todo su amor, porque Dios es Amor (Jn 2,16).

Y esto lo confirma continuamente la historia de la Iglesia en sus sacerdotes santos, esto es, unidos a Cristo, aunque no hayan estado dotados de gran inteligencia o dones naturales. Pero les bastaba ser verdaderos sacerdotes según el corazón de Cristo, olvidándose totalmente de si y ansiosos de dejar de vivir a Cristo en ellos para que pudiera darse a los hombres.

Y el pueblo, guiado de una intuición profunda, en relación a tales personas, reconocían la presencia de Dios y sabían seguir a los pastores que no buscan sus cosas sino la de Cristo (1Cor 13,5 y Fil 2,21).

           

 

2. Ministerio y santificación

 

Pasando ahora a exponer cómo a la hora de ejercer la segunda función sacerdotal los presbíteros deban unirse a Cristo y vivir así santamente, el Decreto afirma que esta función es la más importante: «Como ministros sagrados, sobre todo en el sacrificio de la misa, los presbíteros ocupan especialmente el lugar de Cristo» y un poco después, en la frase siguiente se añade más abiertamente: «que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran, en cuanto que celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuran mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias»

         Basta para esto meditar que en el sacrificio eucarístico el sacerdote dice las palabras “esto es mi cuerpo, esta es mi sangre” en primera persona y que no son sólo palabras conmemorativas sino operantivas de la conversión del pan en el cuerpo de Cristo o del vino en la Sangre de Cristo: «En el misterio del sacrificio eucarístico, en que los sacerdotes desempeñan su función principal, se realiza continuamente la obra de nuestra redención». Esta simple consideración bastaría para hacer entender por rqué el Concilio haya claramente arfirmado que es en ejercicio delafuncion sacramental y sobre todo en el sacrifico de la misa, donde los prebíteros obran de manera especial en persona Christi: « y, por tanto, se recomienda con todas las veras su celebración diaria, la cual, aunque no puedan estar presentes los fieles, es una acción de Cristo y de la Iglesia».

Cristo de hecho nos ha redimido por medio de su sacrificio sobre la cruz y antes de morir ha querido instituir el sacrificio eucaristico, celebrando en él morten Domini donec veniat (Cfr 1Cor 11,26): toda la obra de la salvación encuentra en este sacrificio de Cristo su culminación.

Esta activida de Crsito no viene entendida en su plenitud si no se comprende que Cristo es a la vez sacerdote y víctima, y que Él se sacrifica a sí mismo sobre el altar del Gólgota para el bien de la humanidad, anticpando y después renovando de modo incruento en memorial esta donación total de sí mismo: corpus meum quod pro vobis tradetur, Cálix sanguinis mei que pro vobis et pro multis(ómnibus) effundetur inremissionem peccatoruam.

Siendo este el punto capital de la misión sacerdotal no de puede persar de forma distinta en la quehaceres de la vida y de la misión de aquell oque son llamadoa a particpar en ella y que agenda en la persona de Cristo continuan su misión. Está por tanto claro que la santidad sacerdotal y por tanto la espiritualidad de los sacerdotes debe estar totalmente centrada en el hecho de que ellos deben ser sacerdote y víctimas, unidos a Cristo, sumo sacerdote y víctima inmaculada: es la función reparadora que el sacerdote debe ejercer juntamente y unido a Cristo en cada Eucaristía.

Sin vacilación alguna, sino con la máxima claridad y con términos inequívocos, el Concilio ha inculcado esta verdad y nos invita a recordad la solemne admonición del Obispo en nuestra ordenación: «imitamini quod tractatis». Recordando la vida y las enseñanzas de ls Apóstoles, y refiriéndose a las ricas expresiones con la que esta verdad era por ellos transmitida, el Decreto recuerda a los sacerdotes el debe de mortificarse en los vicios y concuspiscencias.

Estas graves palabras del Pontifical Romano, referidas al Apóstol Pablo, mientras hacen presente la necesidad de una fuerte ascesis que mira a evitar tudo esto que podía ostaculizar el ministerio sacrdotal, constituye una invitación a seguir la «regia via crucis: sempre mortificationem Jesu in corpore nostro circumferentes ut et vida Jesu manifestetur in corporibus nostris (2Cor 4,10). Es una invitacion positiva a acaeptar, uniendonos a Aquel que en cualidad de sumo sacerdote, «se ha ofrecido como víctima para santificar a los hombres» en razón de la consagración recibida, que nos pide esta participación consciente, por amor a los hombres, en el sacrificio redentor de Cristo.

La dimensión apostólica del sacrificio es por tanto siempre necesario tener en cuenta para inspirar y realizar la donacion total del sacerdote por sus hermanos los hombres. Y de hecho en la misma celebración eucarística, en la cual se renueva de modo incruento el sacrifico de la cruz, el pensamientos que debe guiar al sacerdote de e se e bien que de él deriva para lus hemanos los hombres. Por esto el Decreto recuerda: «los presbíteros ocupan especialmente el lugar de Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran». Y viene la recomendación: «y, por tanto, se recomienda con todas las veras su celebración diaria, la cual, aunque no puedan estar los fieles...» rechazando así la opinión de que si no había fieles, en razón de su aspecto comunitario, no debia celebrarse la santa misa; recomedando la celebración privada de los monjes por las gracias que obtienen para ellos personalmente y para toda la Iglesia.

Partiendo de estas premisas se comprende mejor la advertencia hecha a los sacerdotes de que «Cristo, que se sacrificó a sí mismo para santificar a los hombres, y, por ende, son invitados a imitar lo que administran»; con estas palabras el Concilio quiere indicar la importancia y el valor que la celebración cotidana de la misa tiene en ela vida y en la santificación y en la espiritualidad de los sacerdotes, de tal menera que la espiritulidad propia del sacerdote debe encontrar su centro y culmen en al Eucaristía y in especial en la celebración cotidiana de la misa. En ella los sacerdotes se unen a Cristo sacerdote de un modo verdaderamente nuevo y especial, vienen asociados y deben conscientemente asociarse más que los demás fieles, al ofrecimiento que Cristo sacerdote y víctimahace de sí mismo al Padre para la vida de la Iglesia y de todos los hombres.

         Meditando en la posición central que el sacrificio de la santa misa tiene en al vida de los presbíteros para el Concilio, mirando en particular su sublima vocación sacerdotal y su profundo significado, los presbíteros encontrarán en ello un potente estímulo para corresponder a la gracia de Dios que los asocia así de intimamente a su propia ofrenda al Padre.

         Llevando así  al  altar su esperanza y desilusiones, afanes y preocupaciones, sufrimientos y tormentos, ellos podrán ofrecerse así unidos íntimamente a Cristo, mediador entre Dios y los hombres; llevando al altar alegrías y dolores, angustias y satisfacciones de su fieles que ellos tienen muy dentro de su corazón sacerdotal, ellos podrán participar enteramente en la caridad del Redentor que se inmola por los hombre; actuando en nombre y en la persona de Cristo ellos lo harán sacramentalmente presente en su comunidad cristiana y entre los hombres, haciendo así que estos puedan gozar de la presencia de aquel que habiendo tomado sobre sí todas nuestras miserias nos permite decir con san Pablo: “non enim habemus pontificem, quei non pssit compati infirmtatibus nostris» (Heb 4,15). Los sacerdotes podrán así hacer experimentar a los hombres el calor y la fuerza del amor sacerdotal de Cristo viviente en ellos.

         Sigue el Concilio: «Así, mientras los presbíteros se unen con la acción de Cristo Sacerdote, se ofrecen todos los días enteramente a Dios, y mientras se nutren del Cuerpo de Cristo, participan cordialmente de la caridad de quien se da a los fieles como pan eucarístico».

         Estas últimas palabras que acabo de citar del Concilio, que siguen directamente a la teologái de la Misa y del sacramento del altar, revisten en nuestro contexto una importancia del todo singular, porque no sólo ponen el acento en la caridad de Cristo, de la cual nos nutrimos especialmente cuando comemos el Cuerpo de Cristo, sino que acentúan el aspecto sacerdotal de la misma, de la cual, los presbíteros, como tales, participan de un modo eminentemente hasta el punto de hacernos con el Señor, hostias vivas, que se inmolan y se consuman por el bien de los hombres.

         Y cuanto he dicho de la función sacerdotal de la Eucaristía en relación con la santidad y la espiritualidad de los sacerdotes, vale igualmente, aunque análogamente, para el ministerio de los sacerdotes en cuanto a la administración de los demás sacramentos: decimos análogamente, o de una manera semejante, aunque no igual, porque el valor y la función de la Eucaristía es primario, «centro y culmen» dirá en otra parte el Concilio, en relación con todos los demás sacramentos, que tienen en ella la fuente que mana y la cabeza del Cuerpo.

Por eso mismo, en otra lugar, el Concilio dirá que los ministros de los sacramentos deben esforzarse por unirse a «la intención y a la caridad de Cristo» (PO 3d). Estas simples palabras, aún siendo breves y concisas, constituyen un programa, indican un camino a seguir en la vida sacerdotal y modelan las actitudes propias a tener en cuenta en la administración de los mismos: identificarse con Cristo,  con sus mismos sentimientos y actitudes no solo en el deseo de salvarlos y liberarlos del pecado e introducirlos en la intimidad divina, sino entregarse con la misma caridad y entrega con la cual Él se ha dado abundantemente a todos los hombres, en caridad infinita, para hacerlos sentir su misma caridad, bondad, benignidad, su paciencia en todo, su misericordia llena de compasión. Ideal que todo sacerdote debe hacer suyo y debe tratar de actuar en todo momentos de su vida y de su apostolado, pero como dice el Concilio «en el ejercicio del sacramento de la Penitencia» y en la prontitud «de administrarlo toda vez que los fieles lo pidan razonablemente» (PO 13d). De esta forma los sacerdotes imitan a Cristo que buscó a los pecadores para liberarlos de su angustias y pecados para acercarlos con compasión y hacerlos probar su misericordia y perdón, disposiciones llenas de caridad que si son cultivadas por los representantes de Cristo, no sólo los predispone a ser instrumentos vivos en el consolar a los afligidos y conceder aliento a los pecadores, sino que le lleva a exigirse por Cristo una constante abnegación de sí mismos y una total disponibilidad para acoger los corazones afligidos de sus feligreses y torturados por las miserias del mundo, uniéndolos así a la caridad y misericordia de Cristo, y llevando así a su plenitud la santidad personal de cada uno.

Después de haber tratado el sacrifico eucarístico y la administración de los sacramentos, el Decreto pasa a considerar el valor que tiene el Oficio Divino para la santidad sacerdotal. También en esto el Concilio se apoya en el principio fundamental, puesto al principio de nuestra materia, esto es, la íntima unión existente, en razón de la consagración sacerdotal, entre Cristo y sus presbíteros. Porque la recitación del Oficio, si de hecho es y permanece como oración de Cristo, unido a su Cuerpo que es la Iglesia, y que dirige al Padre, se entiende que los sacerdotes están obligados participar de un modo íntimo y profundo, ya que su vida y su santidad no puede estar desunida de esta oración que, siendo de Cristo, también es suya.

Por eso, el Decreto recuerda a todos los que «gerunt personam Christi»,     « En el rezo del Oficio divino prestan su voz a la Iglesia, que persevera en la oración, en nombre de todo el género humano, juntamente con Cristo, que vive siempre para interceder por nosotros (Hebr 7,25). (PO 13d).

RESUMIENDO diríamos que todos aquellos que por razón de su vocación y consagración participan de la misión de Cristo sumo sacerdote, deben tomar conciencia que Él, único mediador entre Dios y los hombres, los asocia a su oración intercesora y quiere perpetuar y continuar sobre la tierra  esta actividad  para el bien de los hombres, sirviéndose de sus labios y de sus corazones. La función eclesial de este «oficio sacerdotal» había  sido ya puesta de relieve en la Constitución sobre la sagrada liturgia con abundantes textos que paso a citar.

Después de todo lo dicho en este Decreto y en los párrafos que hemos comentado, se puede ver una armónica visión de la identidad del sacerdote con el ser y existir sacerdotal de Cristo, con su vida y sentimientos y misión, vistos íntegramente,  y en todos sus aspectos,  identidad con Cristo que significa, exige, constituye y culmina la santidad cristiana y sacerdotal.

Puestas estas reflexiones, se equivocaría gravemente quien se eximiese de tales exigencias de unión con Cristo en su ser y obrar, porque privaría a Cristo de un instrumento vivo del cual tiene necesidad absoluta de servirse porque Él ya ha trascendido el tiempo y el espacio, conserva el fuego y el amor, el Espíritu, pero necesita de manos y labios para continuar su misión salvadora en el mundo, para poder prolongar en la humanidad y el corazón que le prestan sus sacerdotes su plegaria de alabanza y glorificación al Padre, su intercesión y súplica permanente al Padre por la salvación de sus hermanos, los hombres de todos los tiempos.

« CAPÍTULO IV

 

EL OFICIO DIVINO

 

[El Oficio divino, obra de Cristo y de la Iglesia]

 

83. El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza.

Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que sin cesar alaba al Señor e intercede por la salvación de todo ci mundo, no sólo celebrando la Eucaristía, sino también de otras maneras, principalmente recitando el Oficio divino.

84. Por una tradición cristiana, antigua, el Oficio divino está estructurado de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y de la noche, y cuando los sacerdotes y todos aquellos que han sido destinados a esta función por institución de la Iglesia cumplen debidamente ese admirable cántico de alabanza, o cuando los fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre.

[Honor de los obligados al Oficio divino]

8. Por tanto, todos aquellos que ejercen esta función, por una parte cumplen la obligación de la Iglesia y por otra participan del altísimo honor de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a Dios, están ante su trono en nombre de la madre Iglesia.

[Valor pastoral del Oficio divino]

86, Los sacerdotes dedicados al sagrado ministerio pastoral rezarán con tanto mayor fervor las alabanzas de las Horas cuanto más vivamente estén convencidos de que deben observar la amonestación de San Pablo: Orad sin interrupción (r Thess 5,17), pues sólo el Señor puede dar eficacia y crecimiento a la obra en que trabajan, según dijo: Sin mí no podéis hacer nada (lo 15,5); por esta razón, los Apóstoles, al constituir diáconos, dijeron: Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la oración y al ministerio de la palabra (Act. 6,4).

87. Pero, a fin de que los sacerdotes y demás miembros de la Iglesia puedan rezar mejor y más perfectamente el Oficio divino en las circunstancias actuales, el sacrosanto Concilio, prosiguiendo la reforma felizmente iniciada por la Santa Sede, ha determinado establecer lo siguiente en relación con el Oficio según el rito romano.

 

3 EL MINISTERIO DE LA GUÍA O PASTOREO

 

En la parte última de este número llamado a explicar cómo el ejercicio de las funciones sacerdotales exijan y favorezcan la santidad de los presbítero, pasamos ya a considerar la función de «regir y pastorear» el rebaño de Dios.

Como en todos los otros textos conciliares en los que se ha habado del ejercicio de la autoridad y la expresión paceré y regere se refieren ciertamente a esta dimensión, nuestro Decreto inculca que debe ser considerado como un servicio al pueblo de Dios. De aquí se deduce que esta concepción fundamental, auténticamente evangélica, necesariamente postula y a la vez favorece la santidad típicamente propia de los sacerdotes.

Se manifiesta evidente cuando se dirige la mirada a Cristo Buen Pastor que como tal ejerce una verdadera autoridad en su grey. Y esta autoridad y servicio a la grey la que le obliga a dar su vida por ella, entregándose a un servicio total y gratuito a los hombre hasta derramar su sangre por ellos. Y a   esto  contribuyen todos los textos excriturísticos que se exponen en el desarrollo para indicar que es un sacerdote perfecto, al cual le han seguido muchos presbíteros con el derramamiento de su sangre en el martirio allí donde la Iglesia es y ha sido perseguida. Esto no se puede explicar si no existe en ellos en grado heróico las virtudes de fe, esperanza y caridad. Esta fe, llena de amor, es la que lleva a escuchar la voz del Señor y acogerla en el corazón y en la vida: “En verdad, en verdad os digo si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecuendo, pero si muere, entonces da  mucho fruto. El que ama su vida, la perderá, pero el que la pierda en este mundo, la salvará para la vida eterna. Si uno me quiere seguir, que me siga, y donde yo estoy, estará  también mi siervo. Si uno me sirve mi Padre lo honrará” (JN 12,24-269.

Esta vivencia de fe llena de caridad produce en el sacerdote un cambio radical de actitudes y comportamientos, de renuncia constante de sus propios intereses, de disponibilidad hacia los otros, de procurar el encuentro de los hombres con Cristo, el amigo. Esta disposición, como dice el Decreto, llevará a los sacerdotes «Rigiendo y apacentando al Pueblo de Dios, se ven impulsados por la caridad del Buen Pastor a entregar su vida por sus ovejas 16, preparados también para el sacrificio supremo, siguiendo el ejemplo de los sacerdotes que incluso en nuestros días no rehusaron entregar su vida; siendo educadores en la fe, y teniendo ellos mismos firme confianza de entrar en el santuario en virtud de la sangre de Cristo (Hebr 19, 19), se acercan a Dios con sincero corazón en la plenitud de la fe (Hebr 10,22); y robustecen la esperanza firme para sus fieles 17, para poder consolar a los que se hallan atribulados, con el mismo consuelo, con que Dios los consuela a ellos mismos»

Todo el esfuerzo por cumplir con estos servicios pastorales exigen al sacerdote una vedadera abnegación de sí, que manifiesta su santidad de vid y que los sacerdotes deben favorecer y desarrollar a través del ejercicio de sus funciones sacerdotales.

 

IV LA UNIDAD Y ARMONIA DE VIDA

 

Después de haber expuesto en los númerso precedentes una clara exposición de la santidad típica de los presbíteros, el Concilio, haciéndose eco de las angustias, preocupaciones y aspiracióne de los sacerdotes, deseando poner en práctica este ideal, afronta directamente un problema de fonda: Cómo lograr la verdadera unidad en al vida de los sacerdotes? Cómo lograr un verdadera armonía entre vida, ejercicio de funciones sacerdotales y santidad?

1. MULTIPLICIDAD DE OBRAS Y ACCIONES

 

«14. [Unidad y armonía de la vida de los presbíteros.] Siendo en el mundo moderno tantas las ocupaciones que deben afrontar los hombres y tanta la diversidad de los problemas que los angustian, y que muchas veces tienen que resolver precipitadamente, no es raro que se vean en peligro de desparramarse en mil preocupaciones. Y los presbíteros, implicados y distraídos en las muchas obligaciones de su ministerio, no pueden pensar sin angustia cómo lograr la unidad de su vida interior con la magnitud de la acción exterior».

Con verdadero realismo el Concilio no se esconde ni infravalora las dificultades de la hora presente; por eso, el Decreto habla de la situación angustiosa en al cual los sacerdotes viven, encontrándose con la compleja problemática que agita la mente y los corazones de los hombres, sin descender a detalles concretos de su vida pastoral.

La santidad de los presbíteros, intímamente ligada al desarrollo de su trabajo pastoral, para ser tal, requiere profunda viva interior de oración, pero no superficial de puro rezo, sino profunda de intimdad con Cristo: «con la magnitud de la acción exterior. Esta unidad de la vida no la pueden conseguir ni la ordenación meramente externa de la obra del ministerio ni la sola práctica de los ejercicios de piedad, aunque la ayudan mucho».

Si quiere asegurar la verdadera unidad de la que el Concilio habla, presentándola como ideal auténtico de la santidad sacerdotal, es necesario descender más al fodo: ateniéndose a los prinpios antes expuestos sobre la participación ene. sacerdocio de Cristo por parte de los prebíteros y su asocicación a Él como sus instrumentos vivos y personales, ddeabemos fijar la atencia i centrar la espiritualda sacedotal en el hecho de que Cristo mismo, viviendo en sus presbíteros, busque prologar a través deellos su ms actividad y misión sacerdotal en el munodç. Lo cual implica:

a) Que Crito debe ser ejemplo contante, el model vivo en el cual debe inspirarse todo aspecto de la vida y de la acatividad sacerdotal;

b)Que Cristo mimsio es el centro vital, la fuente mismia de esta via en la que armoñnímcamente se juntand los dos elementos; Él de hecho con la comunicación de su Esjpíritu dirige y mueve a  los sacedotes transformándolos siempremas interiormente y on la donación de si en el Eucaristía, los hace partícipes de su vida.

Todo esto requiere un composición que vien resuelta en los números siguientes, aunque las última palabras de este párrado contienen en germen la doctrina yñ lo que el Concilio recomienda en este ámbito, esto es, la necesidad de una íntima asocicación con Cristo, unión co Cristo en la misión que la voluntad del Padre le ha enviado a cumplir con su obra.

 

 

2BÚSQUEDA DE LA VOLUNTAD DEL PADRE EN UNIÓN CON CRISTO Y ENTREGA AL SERVICIO DE LOS HERMANOS.

Insistiendo en el principio de la unión existente entre Cristo y los sacerdotes y sobre el hecho de que ellos has sido consagrados para que puedan continuar y ralizar la misma misión de Crito a traves de las taera confiadas por el Padre, es evidente que estos ministros deben «En realidad, Cristo, para cumplir indefectiblemente la misma voluntad del Padre en el mundo por medio de la Iglesia, obra por sus ministros, y por ello continúa siendo siempre principio y fuente de la unidad de su vida principio y fuente de la unidad de su vida. Por consiguiente, los presbíteros conseguirán la unidad de su vida uniéndose a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre y en la entrega de sí mismos por el rebaño que se les ha confiado. De esta forma, desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad».

Mas no podemos sumergirnos en este Espíritu de Cristo, no podemos recibirlo si no estamos convencidos de que «esta caridad sacerdotal brota del sacrificio eucarístico» y que esto debe constituir «el centro y raiz de toda la vida del presbítero». Y esto será verdaderamente realizado cuando los sacerdotes penetren íntimimamente «en el misterio de Cristo con la oración» PO14b). Pongo el párrafo completo:

«Esta caridad pastoral fluye sobre todo del sacrificio eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Cosa que no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada vez, por la oración, en el misterio de Cristo».

Recurriendo por tanto a los más profundos principios teológicos, el Decreto ofrce la solución al problema de la interna armonia de la vida sacerdotal indicando y proponiendo la caridad pastoral, a imagen del Buen Pastor, como principio unitario de esta realidad. Pero advierte y toma sus precauciones para que esta caridad pastoral no venga identificada simplemente con el ejercicio (sic y simpliciter) del apostolado exterior, sino más bien con aquel principio interiorde una profunda, viva, y vital unión con Cristo, nutrida de la Eucaristía y de la oración, de las cuales deben nacer y proceder toda actividad externa. Serán la oración y la Eucaristía las que le ayuden  «Para poder realizar concretamente la unidad de su vida, consideren todos sus proyectos, procurando conocer cuál es la voluntad de Dios; es decir, la conformidad de los proyectos con las normas de la misión evangélica de la Iglesia. Porque no puede separarse la fidelidad para con Cristo de la fidelidad para con la Iglesia»

La pueden organizar, en cambio, los presbíteros imitando en el cumplimiento de su ministerio el ejemplo de Cristo Señor, cuyo alimento era cumplir la voluntad de Aquel que le envió a completar su obra.

 

2CUMPLIMIENTO DE LA VOLUNTAD DEL PADRE EN UNIÓN CON CRISTO Y ENTREGA AL SERVICIO DE LOS HERMANOS

 

Insistiendo en el principio de unión existente entre Cristo y los sacerdotes y y dado que ellos son cnsagrados paraque puedancontinuar y relizar , atrevedse ellos, la obra decalvación confiada por el Padre, es evidente que estos sus ministro deben «unirsea Cristo en la búsqueda y descubriento de la voluntad del padare y en dono desim mismo para el rebaño a ellos confiados» (14b).

En el intento y antia de encontrar en cristo la unidad de su vida, los prebíteros nospdrán hacer otra cosa que particpal intimamente y conscientemen a la consecución     pleno del amor de Cristo que habiendo «venido para coumplir la voluntad del Padre» (Hbr 10,9 conf Jn 4,34; 6,38, obraba constantemente en unión  con Él, y basaba todo su querer en cumplir la voluntad del Padre (Jn8,29).

Unidos a Cristo todos los sacerdotes deben hacerse la siguiente pregunta: ¿cuál es la voluntad del Padre? Y en razon de aquella íntima unión y asociación con Cristo esta pregunte se concretiza en la fórmula: como ha vivido y obrado Cristo en el desarrollo y terminación de la obra confiada por su Padre. En la parábola del buen Pastor es donde Cristo nos ha dejado una descripción  básica de estas disposiciones conociendo, amando y dándose enteramente a sus ovejas. Así los sacerdotes «desempeñando el papel del Buen Pastor, en el mism ejercicio dela caridad pastoral encontraraán el vínculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad». Pero advierte y toma sus precauciones para que esta caridad pastoral no venga identificada simplemente con el ejercicio (sic y simpliciter) del apostolado exterior, sino más bien con aquel principio interiorde una profunda, viva, y vital unión con Cristo, nutrida de la Eucaristía y de la oración, de las cuales deben nacer y proceder toda actividad externa.

 

 

3 FIDELIDAD A LA IGLESIA

 

Habiendo indicado claramente en el número precedente cómo la constante búsqueda de la voluntad del Padre en unión con Cristo y el Espíritu de donacion sea el principio que debe guiar la vida y la activiadad sacerdotal, el Decreto ofrece sabiamente un criterio práctico que permite aplicar con más facilidad y seguridad este principiio a casos concretos.

Si en oración los sacerdotes buscan penetrar en el misterio de la vida del Verbo encarnadao y sumo sacerdote, fácilmente ellos descubrirán la volunta de ´Dios; incluso tendrán la seguridad de no errar y de no ser objeto de ilusiones personales, y con la obediencia al Obispo  en virtud el mandato de Cristo, mientras la unión con los hemanos además de todas las ventajas que ofrece para la ayuda en el apostolado, procura consuelo y fortaleza en los momentos duros y difíciles de la vida apostólica: « y de esta suerte se unirán con su Señor, y por El con el Padre, en el Espíritu Santo, a fin de llenarse de consuelo y de rebosar de gozo».(14b) Porque Cristo mismo opera de mil modos en sus sacerdotes por medio de la unión espiritual, en el Espíritu, ya que ellos, pobres, indiegentes y necesitados en todo estan siempre necesitado de su presencia y consuelo, por que Cristo será siempre el mejor amigo y confidente, con los brazos abiertos, a una amistad que no se rompe nunca, porque es eterna, para siempre.

.

«Para poder realizar concretamente la unidad de su vida, consideren todos sus proyectos, procurando conocer cuál es la voluntad de Dios 24; es decir, la conformidad de los proyectos con las normas de la misión evangélica de la Iglesia. Porque no puede separarse la fidelidad para con Cristo de la fidelidad para con la Iglesia. La caridad pastoral pide que los presbíteros, para no correr en vano 25, trabajen siempre en vínculo de unión con ios obispos y con otros hermanos en el sacerdocio. Obrando así hallarán los presbíteros la unidad de la propia vida en la misma unidad de la misión de la Iglesia, y de esta suerte se unirán con su Señor, y por El con el Padre, en el Espíritu Santo, a fin de llenarse de consuelo y de rebosar de gozo»(14b)

 

         «Los sacerdotes, habiendo recibido el Orden sagrado en la Iglesia y para la Iglesia, ellos deaben vivir en comunión con la Iglesia, con los Apóstoles de la Iglesia que son los Obispos por que «la fidelidad a Cristo no puede serpararse de la fidelidad a la Iglesia. (PO14c). esto significa que nos sólo la selección de los trabajos sinolas actitudes en hacerlo el modo deben ser «realizados en íntima unión cn los Obispos y cons los otros hermanos en el sacerdocio» (PO14c)

 

 

 

ESQUERDA: TEOLOGÍA DE LA ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

CAPfTULO VIII

SIGNO CLARO DE CRISTO SACERDOTE:

SANTIDAD Y LINEAS DE ESPIRITUALIDAD

SUMARIO

1. Dinámica de la perfección cristiana:

A) Naturaleza de la santidad cristiana.

B) Dinámica de crecimiento en la santidad o perfección cristiana.

C) Santidad en los diversos estados.

D) Por los «signos y estímulos de la caridad»:

a) Perfección cristiana y «consejos evangélicos>.

¿) La imitación de la vida externa de Cristo.

c) Una gama de consejos evangélicos.

d) Espíritu y práctica de los consejos.

e) Estado de perfección.

2. Dinámica de la perfección sacerdotal:

A) La llamada de Cristo en la Iglesia, urgencia de santidad.

B) Ser y vivencia:

a) Santidad ontológica.

b) Santidad moral.

C) Instrumento y transparencia.

D) En el ejercicio del ministerio:

a) En el ministerio de la palabra.

b) En la celebración de la eucaristía.

e) En el ministerio de la oración.

d) En el ministerio de los signos sacramentales.

e) En la acción apostólica-pastoral.

E) Medios y posibilidades.

. Líneas o estilo de espiritualidad y santidad:

A) Nociones de espiritualidad y estilo,

B) Dimensiones de la vida sacerdotal.

C) En la comunión de la Iglesia.

D) Afirmaciones clave del decreto Presbyterorum ordinis. Orientación bibliográfica,

PRESENTACIÓN

Dentro de la línea de Iglesia «sacramento», el sacerdote ministro debe ser <(expresión)), transparencia, «signo claro» de Cristo Sacerdote, Buen Pastor. <(Testigo)>, «olor» de Cristo (2 Cor 2,15), «gloria» o epifanía (Jn 17,10), vendría a significar la santidad del sacerdote y las líneas de su estilo.

El primer documento aprobado en el concilio Vaticano II,

la constitución litúrgica Sacrosanctum concilium, en su primer número, indica el objetivo conciliar: «Este sacrosanto concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana»... Pues bien, aplicando este objetivo a la vida cristiana del sacerdote ministro, la santidad sacerdotal aparece como uno de los objetivos del concilio, pues así se dice expresamente en el decreto Presbyteroruin ordinis: «Por lo tanto, para conseguir sus fines pastorales de renovación interna de la Iglesia, de difusión del Evangelio por el mundo entero, así corno de diálogo con el mundo actual, este sacrosanto concilio exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, cmpleando los medios recomendados por la Iglesia, se esfuercen por alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el Pueblo de Dios» (PO 12).

Si los ,fijies pastorales del concilio dependen, en gran parte, de I el texto conciliar que acabamos de transcribir, toda la vida sacerdotal queda coloreada por una dinámica de crecimiento en la configuración con Cristo Buen Pastor, para dejar transparentar la presencia y la acción del Señor sobre los hombres de cada época.

La santificación sacerdotal es un proceso de configuración con Cristo Sacerdote, Buen Pastor. Es una dinámica exigia p5f1tra eza el mismo sacerdocio, al menos por «ética profesional»; es una pertenencia a Cristo que comporta conocimiento, intimidad, imitación, sintonización con los sentimientos del Señor en el ejercicio de los signos ministeriales, valiéndose de los medios cristianos en general y de ios medios específicos. Es como una respuesta vivencial a los deseos explícitos de Cristo: «Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis como yo» (Jn 13,15; cf. 17,17-19).

i. Dinámica de la perfección cristiana

Dios es trascendente, santo y santificador. Es decir, Dios es caridad (i Jn 4,8) y ha creado al hombre para ser su «imagen>, predestinándolo en Cristo para ser su «epifanía» o «gloria» (Ef c. i). De ahí que la santidad consista en la caridad. La santidad, en la economía actual, es transformación en Cristo que se prolonga en la Iglesia: «La Iglesia, cuyo misterio trata de exponer este sagrado concilio, goza, en la opinión de todos, de una mdefectible santidad, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien cori ci Padre y el Espíritu llamamos ‘el solo Santo’, amo a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (Ef 5,25-26), la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios» (LG 39) .

 

A) NATURALEZA DE LA SANTIDAD CRISTIANA

 

Dios es «santo», único, trascendente. La santidad del hombre consiste en una cercanía a Dios que será participación en la caridad. La santidad consiste en la caridad.

La Iglesia es santa porque:

— expresa la santidad de Cristo, por ser su signo, su «esposa», su «cuerpo» u otro yo;

— está santificada por el Espíritu Santo;

— es un «signo» eficiente de santidad para los hombres.

Pero esta santidad es la de una Iglesia «peregrina», que, «siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación» (LG 8). Es Iglesia de «pecadores» que han iniciado un proceso de cambio y de «bautismo».

En la Iglesia todos están llamados a la máxima santidad, que es el precepto del amor a Dios y al prójimo. La perfección de la caridad puede conseguirse según el propio estado de vida (LG 39).

Cristo es el maestro, modelo, autor y consumador de la santidad o caridad (LG 40). El sermón de la montaña, o las bienaventuranzas, encierran la perfección cristiana: en cualquier circunstancia saber reaccionar como Dios-Amor, es decir, amando, puesto que somos hijos de Dios (Mt c.5). La santidad consiste en un hacerse disponible para amar, sabiéndolo arriesgar todo por el amor e imitando a Cristo en saber reaccionar amando (precepto del amor).

 

B) DINÁMICA DE CRECIMIENTO EN LA SANTIDAD

O PERFECCIÓN CRISTIANA

 

La santidad cristiana, que consiste en la caridad, es un proceso de conversión y de bautismo para ir adquiriendo los criterios de Cristo, su escala de valores, su actitud de caridad (virtudes teologales) y su manera de actuar (virtudes morales). La acción del Espíritu Santo puja a saber reaccionar amando o hacerse disponible para amar a Cristo; de esta manera se va diciendo, cada vez más y mientras llega la visión y posesión de Dios, el <(Padre nuestro» con la <>voz» y la «fisonomía» de Cristo: <(en el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre» (LG 4; Ef 2,18).

La santidad cristiana es un proceso de «conversión» o de cambio de mente y de vida para poder injertarse y bautizarse en Cristo. Tal es la predicación de Jesús (Mc 1,15; Mt 4,17), de Juan Bautista (Mt 3,2) y de los apóstoles (Lc 24,47; Act 2, 32s). Se trata de un proceso de <(bautismo» para esponjarse en Cristo (como una esponja se empapa de agua), «revestirse» de Cristo (Gál 3,27) e «injertarse» en él (Rom 6,3s). De ahí la llamada a la conversión y al bautismo en el anuncio o 1w- rigma cristiano (Act 2,27s). Es un renacer de nuevo por el Espíritu Santo (Jn c.3), que es el <(agua viva» de la que habla frecuentemente Jesús en el evangelio de San Juan 2,

A la perfección cristiana, que consiste en la caridad, se la ha calificado con diversos términos o ideas bíblicas:

— participación y configuración;

— unión, intimidad, relación;

— semejanza, imitación de Cristo;

— servicio, cumplimiento de la voluntad de Dios;

— caridad.

En el proceso de la santidad hay que tener en cuenta la acción de la gracia (influencia positiva), la acción de las «tinieblas» (pecado, espíritu del mal, como influencia negativa), los condicionamientos ambientales y psicológicos, La colaboración del hombre es una respuesta progresiva a la palabra de Dios-Amor, que llama a un encuentro y transformación en Cristo. En todo este proceso, suponiendo el deseo •ncero de respuesta, hay una serie de me ios e santi cación entre los que sobresalen la eucaristía, los sacramentos, la oración, el sacrificio, el propio trabajo y estado, la fidelidad a la propia vocación, etc. Esta fidelidad a la gracia y palabra de Dios tiene un tipo y una madre, María, por cuyo fiat «la humanidad comienza su retorno a Dios» .

C) SANTIDAD EN LOS DIVERSOS ESTADOS

Todos están llamados a la misma santidad, y a la máxima santidad o perfección que consiste en la caridad. Pero los carismas o gracias particulares son distintos, como son distintos los caminos y los estados de vida. Cada uno conseguirá la santidad cristiana en su propio trabajo o profesión y en su propio estado, caminando por las virtudes teologales y morales hasta la fidelidad de los dones del Espíritu Santo y las actitudes de bienaventuranzas y frutos del mismo Espíritu.

El Vaticano II señala diversos estados de vida y especifica la manera de conseguir la santidad en cada uno de ellos:

sacerdotes ministros (obispos, presbíteros y diáconos):

en relación a Cristo Sacerdote y Buen Pastor, cuyas disposiciones y espíritu viven en el ejercicio del ministerio;

— esposos y padres, como (<testigos y colaboradores de la fecundidad de la santa madre Iglesia» (LG 41);

— otros fieles, en su propia condición y circunstancias;

— los que son llamados a la práctica de los consejos evangélicos, «como señal y estímulo de la caridad» (LG 42).

«Por lo tanto, todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida y a través de todo eso, se santificarán cada día más si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo»

(LG 41).

D) POR LOS «SIGNOS Y ESTfMULOS DE LA CARIDAD»

Así son llamados los consejos evangélicos en el Vaticano II (LG 42). La imitación de la vida externa del Señor es un medio avalantdla histori de la imftación de sus disposicione iriternasEs trrrbién un testimonio eclesial de la santidad cristiana, o un «signo y estímulo de la caridad» para que todo el Pueblo de Dios se sienta continuamente interpelado hacia la caridad y hacia la escatología del encuentro definitivo con Cristo resucitado.

La santidad cristiana «aparece de modo particular en la práctica de los que comúnmente llamamos consejos evangélicos» (LG 39). La calificación de «consejo» significa que no es una obligación estricta y que, para su práctica, ha de haber una llamada del Señor. La perfección o caridad no consiste en los consejos, sino que éstos son un medio o un camino de santidad.

a) Perfección cristiana y «consejos evangélicos»

Acabarnos de indicar que los consejos evangélicos no constituyen la perfección cristiana, sino un medio y un camino. En su aspecto positivo, la perfección cristiana consiste en

caridad o transformación en Cristo. En su aspecto negativo consistiría en quitar todo desorden. Hacer la voluntad de Dios sin dejarse llevar por egoísmo de ninguna clase, o lo que es lo mismo, orientar toda la vivencia hacia la máxima gloria de Dios, es esencial a la vocación cristiana. Pero el hombre se siente condicionado por la triple concupiscencia: el deseo de la propia excelencia, el deseo de posesiones terrenas, el deseo de vida conyugal... Estas tendencias son buenas de suyo, pero desordenadas muchas veces como consecuencia del pecado original, de pecados pasados, de presiones del ambiente y de tentaciones del espíritu malo.

El deseo de la propia excelencia, ordenado, lleva al hombre a desarrollar en sí todos los dones naturales y sobrenaturales. El deseo de poseer asegura al hombre los medios de subsistencia y vitalidad en un margen de iniciativa, al escoger estos medios para cumplir mejor los planes de Dios. Las tendencias afectivas a poseer con exclusividad el amor de otra persona y los deseos de ver reflejada la propia existencia en los descendientes hacen participar en la fecundidad del primer Ser y es testimonio del amor esponsal de Cristo a su Iglesia y de la fecundidad de ésta. Pero, de hecho, estos deseos desfasan muchas veces al hombre de su meta. La razón última de este desorden ha de buscarse en el egoísmo, como tendencia del hombre a constituirse en «absoluto», y en las consecuencias de pecado original.

b) La imitación de la vida externa de Cristo

Cristo trazó el camino para llegar al Padre: los mandamientos. Es un camino obligado para todos. Pero, además, Con su ejemplo y doctrina, eligió y aconsejó (llamando a quienes quiso) una vida o «estado» externo que ayuda a vencer mejor los obstáculos de la concupiscencia en el camino hacia l)ios, aunque no disminuya precisamente los sacrificios. El uso y proviedacl moderada de los bienes terrenos, la renuncia al matrimonio, la vida de sumisión habitual, ciertamente ayudan a vencer el ardor de las tres concupiscencias. Escoger

este camino es consecuencia de una vocación especial y un carisma que no todos poseen, sino «aquellos a quienes se ha concedido» (Mt x,ii). La imitación de la vida externa del Señor ayuda al hombre a «liberarse de los impedimentos que podrían apartarle del fervor de la caridad» (LG 44); quien practica los consejos, «da un testimonio de la vida nueva y eterna conseguida por la redención de Cristo y preanuncia la resurrección futura y la gloria del reino celestial» (ibíd.).

e) Una gama de consejos evangélicos

Son muchos los llamados consejos evangélicos, es decir, tantos cuantos son los aspectos de la vida externa del Señor que se presentan como un medio para disponerse mejor a servir al Padre. Pero son tres los consejos más apreciados en la Tradición en orden a adquirir la perfección: obediencia, pobreza, castidad. Precisamente los que contrarrestan la triple concupiscencia de que se ha hablado en el párrafo anterior:

«Los consejos evangélicos de castidad consagrada a Dios, de pobreza y de obediencia, como consejos fundados en las palabras y ejemplos del Señor y recomendados por los apóstoles, por los Padres, doctores y pastores de la Iglesia, son un don divino que la Iglesia recibió del Señor y que, con su gracia, se conservan perpetuamente» (LG 43).

Los consejos dicen relación a la caridad, en cuanto que son camino expedito para ella. Teológicamente, el mejor consejo es aquel que está más orientado a conseguir la unión con Dios y con el prójimo por la caridad.

El ejercicio habitual de la caridad fraterna en la dedicación al ministerio pastoral imita al Buen Pastor, que «pasó haciendo el bien» (Act 10,38). Propiamente la práctica de este consejo es en vistas a comunicar la perfección adquirida; en cambio, los tres consejos clásicos son para adquirir la perfección. Según Santo Tomás, en el primer caso se coloca el estado episcopal (II-II q.184); pero los consejos en sí mismos (no su profesión o los «votos») dicen una gran relación al sacerdocio ministerial, como veremos luego. Quienes han sido llamados a los consejos evangélicos colaboran de una manera especial con el sacerdocio ministerial (LG 44).

d) Espíritu y práctica de los consejos

Todo cristiano está obligado a tender a la perfección evitando todo desorden y siendo fiel a todas las gracias recibidas. No podría haber perfección de santidad sin cumplir también aquello que no está mandado propiamente, con tal que sea aconsejable para la persona que lo quiera practicar. A esta disposición la podríamos calificar de «espíritu» de los consejos, es decir, el deseo demostrado de quitar todo desorden y la disponibilidad de responder fielmente a las llamadas de la gracia. Al espíritu de los consejos están llamados todos los cristianos. De suyo, no obstante, incluye alguna práctica, según las inspiraciones de la gracia.

La práctica de los consejos evangélicos, o sea la imitación ¡ de la vida «externa» del Señor para poder imitar más eficazmente sus disposiciones internas, no es más que para los llamados. Esta llamada puede ser para una práctica habitual (v.gr., para quienes se comprometen de una manera estable) o de una manera «actual» (v.gr., una inspiración de prescindir de algo en una circunstancia concreta). Cualquier gracia actual se puede considerar como una llamada o vocación; pero se llama propiamente vocación cuando es una llamada a una vida estable de práctica de consejos.

La imitación de la vida externa del Señor no quiere decir imitación de los detalles externos accidentales (tales como la manera de vestir), sino imitación en la manera de usar los bienes terrenos y de escoger un medio ambiental de vida más conducente a la unión con Dios.

Para mayor estabilidad en la práctica habitual de los consejos, hay quienes se obligan con compromisos individuales y quienes se agrupan con otros para dicha práctica. Estos compromisos pueden llegar al voto, que, a su vez, puede revestir mayor o menor oficialidad delante de la Iglesia (o de compromiso ante la comunidad eclesial). El episcopado es un compromiso oficial tomado antela Iglesia, que obliga al máximo de los consejos, es decir, a la caridad pastoral en sentido pleno (II-II q.184). Quienes se obligan a la práctica de los consejos de una manera pública, ordinariamente también practican una línea concreta de espiritualidad; de ahí las diversas órdenes y congregaciones religiosas. En este campo de la publicidad, <(la autoridad de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu Santo, se preocupó de interpretar estos consejos, de regular su práctica y de determinar también las formas estables de vivirlos» (LG 43; PC 1 y 5).

e) Estado de perfección

La Iglesia reconoce jurídicamente, a saber, en sus leyes u cánones, como estado de perfección, aquel estado de vida iue suponga cierta estabilidad y cierta publicidad eclesial en la Isráctica de los consejos. Así, por ejemplo, el episcopado, el

estado religioso y los institutos seculares, por el momento. Ha habido un reconocimiento progresivo en la historia. La estabilidad y oficialidad (publicidad eclesial) ha de ser no sólo de hecho, sino incluso de derecho, para que se dé estado jurídico de perfección.

En toda la cuestión de la práctica de los consejos evangélicos se ha de distinguir entre lo que pertenece a la legislación actual, las diversas disposiciones eclesiásticas en los diversos períodos históricos y las exigencias que dimanan o se relacionan con los carismas que se poseen. Actualmente se distingue entre el estado de perfección adquirida y el estado de perfección adquirendae; el primero supone haber llegado a una madurez en la caridad de buen pastor es el caso del obispo); el segundo ¡e comunmente se llama esta o e per ección, y se refiere a un estado que ayuda a adquirir la perfección (es el caso de los religiosos y miembros de institutos seculares) ‘.

2. Dinámica de la perfección sacerdotal

El sacerdote ministro no es sólo «signo» de Cristo Sacerdote, Buen Pastor, en cuanto participa ontológicamente de su ser y su actuar sacerdotal, sino que debe ser verdaderamente un «signo viviente» o «instrumento vivo» del Señor. Si la santidad o perfección cristiana consiste en la caridad, la santidad en el sacerdote tendrá el matiz de caridad pastoral, como sintonización e identificación de actitudes con Cristo Sacerdote.

 

A) LA LLAMADA DE CRISTO EN LA IGLESIA,

URGENCIA DE SANTIDAD

Cristo, Sacerdote y Víctima, ha expresado el deseo y la urgencia de la santidad y perfección de sus ministros. Ya no es sólo la santidad ritual del sacerdocio levítico, sino la sant dad de configuración con Cristo, Buen Pastor y Cordero inmolado. Los apóstoles repetirán la misma doctrina, tanto cuando hablan del propio ministerio como cuando estimulan a los que participan en la misma labor apostólica.

1

4 1. BEYER, De vita per consilia evangelica consecresta (Romac xq6); A. COLORADO, Los consejos evangélicos (Salamanca 1965); De Institatis saecularibus bibliographia: Periodica 52 (1963) 239-259; J. ESQUERDA, Asoczaciones sacerdotales de perfección: Teología Espiritual ¡o (ig66) 413-431; lo., Espirttualzdad y vida cornz,nitaria en el Presbiterio. Asociaciones ymovimtentos sacerdotales: Burgense 14/1 (1973) 137-160; Etudes sur les Instituís Séculiers (Bruges 1963-1964); J. M. GRANERO, El sentido original de los consejos evangelices: Manresa 32 (1960)

391-394; G. LEMA1TRE, Sacerdoce, perfectiors et voeuc (Paris 1932); G. LESAGE, L’Accession des Congrégatzons ó l’étatreligzeux canontque (Ottawa 1952); E. MAZZOLJ, Cli Istituti Secolari vello Chi esa (Milano ¡969); A. MORTA, Los consejosevangslieos (Madrid, Coculsa, iq68); A. ORERTI, Vocazione e missione degli Istituti Secolari (Milano 1967); 1. G. RANQUET,Conseils trangéliques el maturzté humaine (Paris, Desclée, 1968); F. SEBASTIÁN, La vida de perfección en la Iglesia (Madrid,Coculsa, 1963); J. M. SETIÉN, Institutos seculares para el clero diocesano (Vitoria 1957); ID., Organización de las asociacIonessacerdotales: Revista Española de Derecho Canónico ¡7 ¡962) 677-706. Véase la Constitución apostolica Provida Mater, de Pío XII (iq47. Cf. F. MoaLOT, Bibllographie sur Instituts Séculiers (1891-1972) (Roma, Comnsentarium pro Religiosis, ¡973).

 

 Las enseñanzas de la Iglesia, en todas las épocas, son un eco de la doctrina dei Señor.Cuando Jesús manifiesta hasta la perfección el amor de Dios (Jn 13,1; cf. 3,16), urge a quienes le han de sensibilizar que sean expresión suya y glorificación del Padre. En la oración sacerdotal de Cristo (Jn 17,6-19) aparecen las máximas aspiraciones de Cristo respecto a sus sacerdotes:

— «los que tú me has dado» (segregados como propiedad suya;

— «he sido glorificado en ellos» (somos su expresión);

— «como me enviaste a mí» (presencializar a Cristo);

— «ruego por ellos... santifícalos en la verdad» (oración eficaz; sentido de victimación o de correr su suerte);

— «yo me victimo (santifico) por ellos»;

— «para que tengan mi gozo completo» (la identidad y alegría sacerdotal depende de la generosidad).

Esta santidad, siguiendo las huellas de Cristo, supone cierta emancipación (Rom 1,1; 2 Tim 2,4; 2 Cor 12,14), imitación de Cristo (iCor 4,16; 2 Cor 2,15), idoneidad de virtudes (2 Cor 3,6), servir de ejemplo a la grey (i Pe 5,1-4)...

sacerdote ministro ha recibido una gracia sacramental para conseguir esta santidad (i Tim 4,14; 2 Tim x,6).

Toda la vida de la Iglesia, «sacramento» de Cristo, rçpite de muchas maneras la necesidad y posibilidad de perfección sacerdotal. Concilio, liturgia, ritos de ordenación, Santos Padres, magisterio, leyes eclesiásticas, teólogos, santos..., y el mismo sensus fidelium, son exponentes de una Tradición que encuentra en Santo Tomás una expresión teológica: deiformissimus a deisimillimus .

Las expresiones clásicas de los santos (además de la de Santo Tomás) referentes a la santidad sacerdotal podrían resumirse en las siguientes:

«cumbre de la virtud» (SAN GREGORIO NACIANCENO);

— «un alma más pura que los rayos del sol» (SAN JUAN

CRISÓSTOMO);

«tomaron la condición del mismo sol» (SANTA CATALINA

DE SIENA);

¡erf

— «si la bondad es propia del rey, la santidad es propia

del sacerdote» (SAN JUAN DE AVILA).

Los documentos pontificios, especialmente desde San Pío X, exponen la santidad sacerdotal con términos parecidos a las afirmaciones de Juan XXIII: «Christus magna sacerdotum tunica:

‘Cristo es la gran túnica de los sacerdotes’, es decir, que la vida del sacerdote debe estar toda ella penetrada de la santidad de Cristo. Induimini Iesum Christum (Rom 13,14)» 6,

El Vaticano II urge a la santidad sacerdotal como uno de los objetivos del concilio y del cual dependen, en gran parte, los demás (PO 12). Se trata de una santidad «según la imagen del sumo y eterno Sacerdote», en orden a ser «un testimonio vivo de Dios» (LG 41).

Bajo la idea de «signo viviente» o, según afirmación conciliar, «instrumento vivo de Cristo Sacerdote» (PO 12), podría resumir así la santidad sacerdotal según el decreto Presbyterorum ordinis:

— signo viviente por la santificación en el ministerio

(PO 12-13);

— por la unidad de vida o de identificación con Cristo

(PO 14);

— por las virtudes del Buen Pastor (PO 15-17);

según los medios comunes y específicos (PO i8ss).

 

B) SER Y VIVENCIA

Si, por el sacramento del orden, el ser del sacerdote es una configuración ontológica y funcional con Cristo, por ello mismo «están obligados especialmente a adquirir aquella perfección (ya exigida por el bautismo), puesto que, consagrados de una forma nueva a Dios en la recepción del orden, se constituyen en instrumentos vivos del Sacerdote eterno, para poder conseguir a través del tiempo su obra admirable» (PO 12).

a) Santidad ontológica

El sacerdote ministro posee unas realidades sobrenaturales (carismas) que le acercan a Dios, para participar de su sacralidad, y le configuran con Cristo, para servir al Pueblo santo. Vocación, carácter y gracia sacramental, misión, etc., son participación peculiar de la vida divina que se nos da por Cristo. Toda la persona del sacerdote queda enrolada, atrapada en la dinámica de la redención.

y espiritualidad

5 Ssscro TOMÁS, Sup!. q.S a.i; II-II q.i8 a.6 q.1g4 a.8; q.i8ç a.I ad 3; Sup!. q.6 a.r

qjS ¿.4, cte.

6 JuAN XXIII, Discurso en la primera sesión del Sínodo romano (25-1-60): AAS 52 (1960) 2015.

 

 

Cristo Sacerdote, el Verbo de Dios hecho hombre, que se inmola por la salvación de los hombres, hace partícipes a los ministros de su poder y de su inmolación sacerdotal. La cercanía a Dios (»santidad») que tiene el sacerdote ministro, le viene de ser «sensibilización» de Cristo Sacerdote. Su ser indica cercanía y pertenencia a Cristo Sacerdote y Víctima.

b) Santidad moral

La cercanía a Dios suscita en el hombre una respuesta íntima que ahínca sus raíces en lo más profundo del ser. Toda palabra de Dios reclama esta respuesta. Cristo Sacerdote, Palabra personal de Dios, exige y urge una respuesta en quien ha sido llamado para ser transparencia suya o signo sensible de la misma Palabra.

Separar la vid. yia real dad sacerdotal sería una1rdo y una contrad ‘n con el mis sacerdote. No tenTer seriamente hacia la santi ad sacerdotal, sería una inautenticidad que produciría desequilibrio y falta de identidad.

La santidad moral del sacerdote es sintonización con los sentimientos sacerdotales de Cristo, es decir, concretar sacerdotalmente el «tened en vosotros los mismos sentimientos que Cristo Jesús» (Flp 2,5). Es una victimación o donación en vistas a la entrega a Dios y al apostolado. Esta santidad es y manifiesta el amor a Dios y a los hombres.

 

C) INSTRUMENTO Y TRANSPARENCIA

La santidad, como signo de las bienaventuranzas, es una parte integrante del ministerio sacerdotal. En la actual economía de la gracia, Dios actúa a través de instrumentos dóciles a su acción salvífica (PO 12).

Participación en el sacerdocio de Cristo equivale a instrumentalidad, al menos en cuanto se refiere a hacer partícipes a los demás de los frutos de la redención. Dios podría obrar directamente sin valerse de causas segundas; pero no es ésta su manera ordinaria de obrar, ni aun en el orden’ sobrenatural. I)c ahí la razón de ser de los mismos signos eclesiales y del misterio de la Encarnación.

Si es verdad que Cristo puede servirse de instrumentos inútiles, no lo es menos que muchas veces supedita la eficacia ipostúlica a la calidad, disponibilidad y docilidad del instrumento ministerial, exigiendo a éste un desarrollo de sus cualitttdes. l’ratmndose de personas (<(instrumentos vivos»), supone

una autenticidad vivencia1 para no estar en contradicción con lo que se realiza.

En la Iglesia de los signos, cada signo expresa lo que contiene y comunica. El sacerdote debe manifestar en sí mismo lo que anuncia y realiza. El grado de eficacia del signo depende, en parte, de esta disposición que llamamos santidad moral.

Para que Cristo se haga presente íntegramente, se necesita un signo sensible diáfano. Parte integrante del <(signo» que es una persona sería el testimonio de una vida que patentice el encuentro personal con Cristo y la eficacia de su doctrina y de su acción. ¿Cómo se puede creer en la fecundidad esposal de Cristo, Palabra, Víctima, Buen Pastor..., si la esposa Iglesia fuera infecunda en sus ministros?

Los apóstoles eran testigos de la muerte y resurrección de Cristo; debían garantizar la existencia del misterio de Cristo con el «convencimiento» práctico de sus vidas y de su palabra, con su autenticidad e identidad (LG 41). «Los pastores de almas... guíen a su rebaño, no sólo de palabra, sino también con el ejemplo» (SC xg). Parte integrante de la predicación cristiana es la vivencia y testimonio de la misma por una vida santa, de suerte que se pueda decir: «lo que hemos visto y oído... acerca de la palabra de vida..,eso es lo que testificamos y anunciamos, la vida eterna»... (i Jn i,is).

La dependencia de parte de la eficacia del ministerio respecto a la vida santa del ministro pertenece al mismo misterio del Cuerpo místico de Cristo, como Iglesia de los <(signos» 7.

 

D) EN EL EJERCICIO DEL MINISTERIO

La dinámica de la santidad sacerdotal recibe su impronta del ejercicio del ministerio: «Los presbíteros conseguirán de N manera propia la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo» (PO 13).

El servicio de la palabra de Dios, de actualización de la obra salvífica (especialmente en la santa misa y en los sacramentos), de apacentar el rebaño de Cristo, reclama una sinto- 1 nización de sentimientos con los sentimientos de Cristo, Sacerdote y Víctima. Estos actos del ministerio para edificar la Iglesia son, a la vez, jgçnci santidad sacerdoajj.rcicio de la misma y medios para alcana. No basta con la simple actuación material, sino una actuación que sea «en el Espíritu de Cristo», lo cual supone un proceso de identificación y unos medios adecuados (PO i8ss) 8

7 Mystici Corporis Christi: AAS (‘943) 213.

Véase cada uno de los ministerios en el capitulo 5.

 

 

a) En el ministerio de la «palabra»

La palabra de Cristo, predicada por el sacerdote, anuncia ci hecho salvífico que se hace presente en la liturgia. Quien prolonga la palabra de Cristo debe ser signo sensible del mismo hecho salvífico que anuncia: la muerte y resurrección del Señor. Realizando en sí mismo este misterio, demuestra a las demás el contenido del mismo y la eficacia de la salvación.

La palabra predicada necesita el testimonio, al menos, de la comunidad eclesial en general. Pero el testimonio y la vivencia interna del ministro es como parte integrante de la predicación.

La espiritualidad sacerdotal tiene una impronta de ascética del predicador del Evangelio. Toda la vida queda condicionada a la predicación: estar atento a la palabra de Dios (estudio, contemplación), vivir pendiente de los acontecimientos y de los problemas concretos de los hombres para iluminarlos con la palabra de Dios, comprometerse personalmente a las exigencias de la misma palabra. Es toda una ascética o espiritualidad de ir asimilando cada dato de la revelación, con una asimilación vivencial que se puede llamar contemplación: «Buscando cómo puedan enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado» (PO 13; cf. 4). Es una ascética de no buscarse ni predicarse a sí mismo ni el propio criterio.

La espiritualidad sacerdotal queda marcada por la palabra de Dios, para no dejarse llevar de la tendencia de dominio ideológico sobre los demás y para ser fiel a la acción del Espíritu Santo. Encontrar tiempo para estudiar, orar, profundizar la palabra, es una de las notas del predicador del Evangelio, como una ascética de escala de valores, puesto que la palabra de Dios tiene eficacia por sí misma, con tal que se predique verdaderamente esta palabra 9.

b) En la celebración de la Eucaristía

Toda la vida sacerdotal queda polarizada por el misterio pascual (la muerte y resurrección de Jesús), que es anunciado,presencializado, comunicado. La eucaristía hace presente, bajo signos sacrificiales, el misterio de la muerte y resurrección del Señor.

La vida espiritual del sacerdote tiene esta dinámica pastoral: la liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Tglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una

vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en e1 sacrificio y coman la cena del Señor» (SC jo).

Que la vida sacerdotal esté centrada en la Eucaristía es una de las afirmaciones basilares del Vaticano II: «Los otros sacramentos, así como todos los ministerios eclesiásticos y obras de apostolado, están íntimamente trabados con la sagrada Eucaristía y a ella se ordenan. Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra pascua y pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo» (PO 5). Esto no significa propiamente que la vida del sacerdote esté centrada en el «culto», sino en el misterio pascual de la muerte y resurrección de Cristo, que se anuncia, presencia- liza y comunica principalmente a través de la Eucaristía.

En esta perspectiva de equilibrio de ministerios, «la celebración eucarística, aun cuando se haga sin participación de fieles, sigue siendo, sin embargo, el centro de la vida de toda la Iglesia y el corazón de la existencia sacerdotal» La relación entre la espiritualidad sacerdotal y la Eucaristía encuentra su complementación necesaria en el espacio diario pasado junto al sacramento eucarístico, como una concretización de la propia vocación: «estuvieron con él» (Jn 1,39), «para estar con él» (Mc 3,14) 11

e) En el ministerio de la oración

Baste lo dicho en el capítulo 5 sobre el ministerio de la oración, así como cuanto se dirá en el capítulo siguiente sobre la intimidad con Cristo como virtud consecuente de la caridad pastoral.

En la tierra y por ministerio de la Iglesia, sigue sensibilizándose y prolongándose la oración sacerdotal de Cristo. El ministro realiza esta función ministerial como «boca de toda la Iglesia» (SAN BERNARDO).

Exponer ante el Padre los deseos de Cristo, viviente hoy en el Cuerpo místico, exige sintonización de sentimientos sacerdotales para que no se dé un contrasentido. Estos sentimientos «cristianos» no se improvisan, sino que son la expresión de una postura habitual.

10 De sacerdotio ministeriili (Sínodo 1971) p2.” n.3. ‘Nuestro Sumo Sacerdote se sirve de mi inteligencia, de mi voluntad y de mis labios para hacerme pensar, querer y pronunciar Ja afirmación que declara: Este es mi cuerpos (CARO. MERCIER, La Vida interiorFbarcelona 1940] p.13o). véase R. GARRI000-LAGRANGE, La santificación del sacerdote (Madrid iç6); lo., La unión del sacerdote con Cristo, Sacerdote y Víctrnia (Madrid 1955). El tema sacerdote-eucaristía está ampliamente tratado en las encíclicas sacerdotales; véanse los cópttulos 5 y 7.

11 «A fin de cumplir con fidelidad su ministerio, gusten de corazón del cotidiano coloquio con Cristo Señor en la visita y culto personal de la santísima Eucaristtai... (PO «8).

5 sbre predaci6n (teologla, bibliografia, etc.), véase el capItulo 5.

 

 

El ministerio de la oración, vivido en el espíritu de Cristo (PO 13), se realiza en la Eucaristía, en los sacramentos, en la predicación de la palabra, en el «oficio divino» o «liturgia de las horas», en la acción pastoral..., y suponeentrenamiento, medios concretos tradicion4ks, omunes y específiienterdotales (PO i8) 12

d) En el ministerio de los signos sacramentales

Los sacramentos hacen presente y actual la voluntad de Cristo de santificar a los hombres, así como sus méritos adquiridos en suvictimación. Esta presencialidad del hecho salvífico, en cuanto a los frutos de la redención y en cuanto a la acción de Cristo resucitado, hacen del sacerdote una parte integrante del signo sacramental, puesto que es él quien pronuncia las palabras de Cristo de manera consciente, uniéndose a las intenciones actuales de Cristo y a las intenciones de la

Iglesia.

La voluntad del sacerdote ministro debe estar unida a la voluntad de Cristo, en orden a la santificaciónpropia y de los demás. Es—deeii si quiere santjfiaz. antificarse, esto no lo puede realizar al margen d]que administE1irioacra- mental reclama el signo de testimonio en quien administra sacramento y en la comunidad donde se administra.

Palabra y sacramento se postulan mutuamente. Tanto la palabra como el signo sacramento tienen como parte integrante la santidad y el testimonio del ministro, aunque, para ciertos efectos esenciales del sacramento, éstos no dependan di-

rectamente de la santidad ni de la fe del ministro (los efectos ex opere operato).

Evangelizar supone llamar a la conversión, anunciar el mensaje, hacer presente la muerte y resurrección del Señor... y proporcionar medios (instituidos por el Señor) para configurarse con Cristo 13 Estar pendiente, de manera totalizante, de la evangelización supone todas estas facetas; de otro modo, se ofrecerían unos medios de salvación meramente estériles, al no estar en la línea de la economía de la gracia.

e) En la acción apostólico-pastoral

Cristo cuida ahora de sus ovejas, para llevarlas a los mejores pastos de la vida eterna o vida sobrenatural, por medio de sus ministros. Todo

2 Vcase el capítulo 5 sobre la oración como ministerio, y el capítulo g sobre la vida de oración o de intimidad con Cristo.

‘3 Véase apítulu .

tar a través de sus ministros que han recibido el mismo encargo del Padre. La espiritualidad propia del sacerdote es una «ascesis de pastor de almas» (PO 13).

El Señor dio la vida por sus ovejas. Con su vida lo dio todo. El Cristo «visible», es decir, el ministro, ha de estar en la misma disposición. Gobierno eclesial equivale a dar a los hombres la vida en Cristo. Dirigir, presidir autoritativamente en la Iglesia, reclama una plena disponibilidad en el servicio

o diaconía.

La acción verdaderamente pastoral es una responsabilidad que compromete toda la existencia, como comprometió la del Buen Pastor. La caridad cristiana y la caridad de buen pastor tiene otras reglas que las de una actuación meramente de «funcionario» o «profesional». Pero éste será el tema del capítulo siguiente 14

 

E) MEDIOS Y POSIBILIDADES

Santificarse en ej propio ministerio sólo ene lugar cuando

éste se realiza <en el Espfritii deCristo> (PO3).

Piopa coneguFta disposi cnse requieren los medios instituidos por el Señor o porla Iglesia, en la que actúa el mismo Espíritu del Señor.

La exigencia de santidad sacerdotal sería abrumadora si no existiera al mismo tiempo la posibilidad de corresponder a tal exigencia. La gracia sacramental del orden ayuda a corresponder moralmente a la santidad ontológica que deriva del carácter sacramental. Se debe ser santo, pero al mismo tiempo se puede ser santo, pese a las limitaciones que existen en cualquier persona humana que vive en la glesia peregrina.

Hay medios de santificación que son comunes a todo cristiano y de los que no puede dispensarse quien posee el carisma sacerdotal: oración, sacrificio, devoción mariana... Pero, además, para el sacerdote ministro, son medios de santificación los mismos actos de su ministerio sacerdotal, y especialmente la celebración de la misa. La práctica de la caridad pastoral, en todas sus facetas (palabra, culto, sacramentos, pastoreo, oración...), es el medio específico sacerdotal por excelencia. <>Ofrezcan, como es su deber, sus oraciones y sacrificios por su plebe y por todo el Pueblo de Dios, reconociendo lo que hacen e imitando lo que tratan. Así, en vez de encontrar un obstáculo en sus preocupaciones apostólicas, peligros y contratiempos,

14 Véase el tema del apostolado en ci capítulo 7, y el tema de la caridad pastoral, en el capitulo 9.

 

sírvanse más bien de todo ello para elevarse a más alta santidad, alimentando y fomentando su actividad con la frecuencia de la contemplación, para consuelo de toda la Iglesia de Dios»

(LG 41).

La santidad sacerdotal no es una idea abstracta, sino una idea-fuerza, con tal que no se quede en el campo de la teoría. Esta obligación de santidad no es «asfixiante», como si fuera un peso abrumador, sino la oportunidad de tener los mismos sentimientos de Cristo, Sacerdote y Víctima. Cristo es el ser más humano y más cercano a nosotros, además y precisamente por ser, al mismo tiempo, Hijo de Dios. Ha palpado nuestra limitación, se ha hecho responsable de nuestra culpabilidad y de nuestra tarea de santificación.

Por lo que somos, por lo que hacemos y por lo que recibimos, nos urge y es posible ser santos. «Deber cumplir sus gestos de Cristo con un alma de Cristo..., estamos aquí en el punto central de la teología mística del sacerdocio» i5

Si santidad equivale a caridad, el sacerdote es el profesional del amor o el «máximo testimonio del amor» (PO Ii). El santo Cura deArs lo decía con estas palabras: «El sacerdocio, he aquí el amor del Corazón de Jesús» i6 Santidad sacerdotal equivale a prolongar la caridad de Cristo en su mirada al Padre (cumplir su voluntad salvífica, religión), en su mirada a los hombres (celo apostólico) y en su mirada a sí mismo para dar- se plenamente en sacrificio.

La gracia sacramental del orden hace posible, pues, la correspondencia a la configuración ontológica y funcional habida por el carácter: «El carácter sacramental del orden sella por parte de Dios un pacto externo de su amor de predilección que exige de la criatura escogida la contraposición de la santificación... A la dignidad concedida debe, pues, corresponder una dignidad adquirida, para la que no basta un solo acto de voluntad y de deseo, aunque sea intensísimo. En concreto, se es sacerdote si se forma un alma sacerdotal empeñando incesantemente todas las facultades y energías espirituales en conformar la propia alma con el modelo del eterno y sumo Sacerdote, Cristo» 17

Sin privilegios por encima de los demás cristianos, cada miembro de la Iglesia sabe que es amado por Dios con una predilección irrepetible e inconfundible, como una elección exclusiva (en cuanto individualizada en cada uno) y una configuración con Cristo. El pensamiento evangélico de «llamó a

15 M. M. PIIIIlr’oN, Los sacramentos en la vida cristiana (Buenos Aires 1955) p302.

IÜ San Juan María V,anney, citado en Sacerdotii nostri primordia.

7 Pm Xli, D ursa póstumo al Seminario de Apulia: L’Osservatore Romano (17-X-1958).

los que quiso» (Mc 3,13), «los amó hasta el colmo» (Jn 13,1), «os he elegido yo» (Jn 15,16), «os he amado como el Padre me ha amado a mí» (Jn 15,9) y las repetidas veces que dice «los que tú me has dado» (Jn 17,6ss), debe ser un punto de referencia para encontrar continuamente la identidad sacerdotal, sentirse amados por el Señor y, consiguientemente, urgidos a amar y hacerle amar: «No sé otra cosa más eficaz con que a vuestras mercedes persuada lo que les convierte hacer que con traerles a la memoria el alteza del beneficio que Dios nos ha hecho en llamarnos al oficio sacerdotal» 18

3. Líneas o estilo de espiritualidad y santidad

Aunque algunas de las líneas o del estilo de espiritualidad y santidad han sido ya expuestas al hablar de la dinámica de la perfección sacerdotal, resumiremos ahora los trazos más salientes de la vida espiritual del sacerdote.

A) NocIoNEs DE ESPIRITUALIDAD Y ESTILO

La transformación en Cristo por la vida sobrenatural es única cualitativamente. En el campo ontológico puede haber una múltiple configuración (por el carácter del bautismo, de la confirmación, del orden). En el campo moral o de las virtudes puede haber mayor o menor configuración, recalcando, a su vez, esta o aquella virtud. Cabe incluso hacer resaltar diversos matices de una misma virtud. Los carismas del Espíritu Santo son muchos y diferentes, no habiendo dos personas que los posean de la misma manera. La relación personal de cada uno con Dios y de Dios con cada persona es irrepetible. Estas diferenciaciones constituyen la riqueza del Cuerpo místico, en el que los miembros se complementan mutuamente.

Incluso se ha hablado de escuelas de espiritualidad, acentuando cada una de ellas algún matiz de las virtudes cristianas, como puede verse en los fundadores. No caben exclusivismos en este campo, puesto que el mismo Espíritu que ha suscitado unos carismas puede suscitar otros.

A veces se discute sobre la existencia de una espiritualidad específica (por ejemplo, la sacerdotal o laical). Es cuestión de terminología. distintos, hay matices de una espiritualidad cristian’bsimente la misma y accidentalmente diferente. Tanto para estudiar una escuela de

8 SAN JUAN DE AVILA, Plática primera a los sacerdotes. véanse las encíclicas sacerdotales, especialmente Haerent animo, sobre la santidad sacerdotal: AAS 41 (1908) 555-577.

Teología sacerdotal

14

  

espiritualidad como la espiritualidad específica de un estado en la Iglesia (religioso, sacerdotal, laical), pueden estudiarse estos aspectos: datos históricos, realidades sobrenaturales que recalca, sistematización doctrinal, virtudes características, medios ascéticos, sistema de organización del grupo.

Los aspectos que acabamos de señalar pueden aplicarse, tratándose del sacerdocio, al sacerdocio de los bautizados y confirmados y al sacerdocio ministerial. El sacerdocio ministerial puede vivirse en la forma de vida religiosa (y de instituto secular) y en la forma de sacerdote diocesano. Estas dos formas no se excluyen necesariamente entre sí 19

Una vocación específica (como es la del seglar, la del religioso no sacerdote, la del sacerdote religioso, la del sacerdote diocesano), supone matices específicos de las virtudes, puesto que existen carismas específicos, aunque no estuvieran todavía estudiados 20

El estilo o las líneas de espiritualidad no depende únicamente de las escuelas y de los estados. Hay acontecimientos eclesiales que marcan una época. Uno de éstos es el Vaticano II (que supone el hecho anterior de las encíclicas sacerdotales). El estilo trazado por el concilio debe construirse, puesto que no es algo ya elaborado. Si este estilo es un don de Dios, precisamente por ello necesita el hombre caminar al paso de Dios, haciéndose disponible gradualmente. El estilo sacerdotal que aparece en los textos conciliares del Vaticano II puede quedar sin aplicación durante años si la correspondencia o fidelidad se retrasara. Lo mismo cabría decir si existiera un desconocimiento de la doctrina conciliar. La gracia nueva del Vaticano II supone un estilo nuevo de sacerdote que no se puede «profetizar», sino que debe construirse humildemente todos los días en una Iglesia peregrina.

B) DIMENSIONES DE LA VIDA SACERDOTAL

Podrían resumirse en cuatro, siguiendo las enseñanzas de Pablo VI: dimensión sagrada, dimensión apostólica, dimensión ascético-mística y dimensión eclesial 21

Estas dimensiones deben estudiarse dentro de una complementación y equilibrio mutuo. La misión de Cristo, parti cipada por los sacerdotes ministros, tieiie estas mismas características: consagrante o misión totalizante, entrega al servicio

1 9 J• Teología y espiritualidad sacerdotal (Madrid, Zyx, 1966) cg.

20 relLjrl entre ci sacerdote diocesano y el sacerdote religioso se estudió ene1 capítulo 6 rl. 1. L,t vu .RIofl laical, en el capitulo 4.

de los demás, vivencia del encargo recibido del Padre, amor a su esposa, la Iglesia.

Una consagración sin el servicio apostólico se convertiría en una segregación como clase social acumuladora de privilegioS. Un servicio sin la luz de la misión y de la consagración

no sería más que una filantropía sin caridad de buen pastor. Consagración y servicio sin vivencia sería un puro profesionalismo, sin vida y sin comunión con los sentimientos y disposiciones de Cristo. Una vivencia o espiritualidad que no arrancara de la misión (que es consagración y servicio), sería mero subjetivismo. Y cualquiera de estos aspectos sin la dimensión eclesial de comunión sería un salirse de las reglas del

juego del misterio de Cristo, que se prolonga en la Iglesia.

La autenticidad e identidad sacerdotal llegan a ser tales cuando se produce el equilibrio entre las cuatro dimensiones apuntadas. Entonces se produce una de las características de la espiritualidad y estilo sacerdotal según el Vaticano II: el gozo pascual (PO u). La alegría sacerdotal, que es herencia del Señor (Jn 17,13), nace del convencimiento sobrenatural de que el sacerdocio ministerial tiene razón de ser como prolongación del ser, del actuar y de la vivencia sacerdotal de Cristo. Sójo cuando se recorta el sentidototalizante del sacerdocio (en cualquiera de sus dimensiones) es cuando se produce una frustración, que no puede solucionarse reduciendo el sacerdocio a un paréntesis o recortando sus exigencias evangélicas y misioneras.

Estas dimensiones sacerdotales encuentran, en el decreto Presbyterorum ordinis, unas formulaciones peculiares: máximo testimonio del amor (PO ji), instrumento vivo de Cristo Sacerdote (PO 12). A la luz de la Iglesia, como «sacramento» o signo de Cristo, el sacerdote aparece como signo especial, puesto que actúa en nombre de Cristo Cabeza y Buen Pastor (PO 2 y 6). La epifanía y cercanía de Dios-Amor en Cristo tiene su prolongación en el sacerdocio ministerial, que es, por ello mismo, Signo de Dios-Amor: «En efecto, la función propia del ministro en la Iglesia es hacer presente el amor de Dios en Cristo para con nosotros, mediante la palabra y el sacramento, y suscitar al mismo tiempo la comunión de los hombres con Dios y entre sí».

Ser y sentirse instrumento sería propiamente la autenticidad y humildad específica del sacerdote. No es instrumento «cosa», sino instrumento que es fiel a la misión encomendada de transmisión del mensaje de salvación. Es Dios quien ha tomado la iniciativa de salvar, pero se vale de causas segundas. El instrumento no inventa al margen de la causa principal. Para ser instrumento vivo de Cristo hay que sintonizar con sus sentimientos y disponibilidad de buen pastor. En caso contrario sería un obstáculo a la salvación y una contradicción consigo mismo.

La unidad de vida (PO 14) destruye toda antinomia aparente o existente entre la consagración y el servicio, entre la vida interior y la acción apostólica. Sintonizar con las disposiciones de Cristo, que sigue siempre la voluntad salvífica del Padre, supone actuar como quiere y gusta al Padre. Los momentos de vida interior o de acción externa, las actitudes de «segregación» y las de acercamiento, estarán siempre condicionadas por la voluntad del Padre. Los momentos de interiorización o de actividad están postulados por la caridad. De ahí la relación entre la contemplación y la vida o acción apostólica, según hemos visto en capítulos anteriores al hablar de la evangelización. Y en esta misma línea entra la afirmación de que la santificación del sacerdote es en ejercicio del ministerio, pero realizado en el Espíritu de Cristo (PO 13).

 C) EN LA COMUNIÓN DE LA IGLESIA 

 

Es una de las dimensiones que acabamos de estudiar. Pero el Vaticano II acentúa el sentido de Iglesia (PO ig; OT 9), de suerte que el actuar sacerdotal sea siempre en esta perspectiva de comunión (PO 7 y 8).

El sacerdote es el ministro de Cristo y de su Iglesia. Cristo se hace presente y actúa por medio de signos eclesiales servidos por el sacerdote ministro. La Iglesia es signo de Cristo, especialmente cuando el sacerdote sirve estos signos (sacramentos, Eucaristía, predicación...),

Los documentos sacerdotales de la historia eclesiástica usan frecuentemente el símil de «desposorio» al hablar de la unión entre el sacerdote y la Iglesia, principalmente cuando se refieren al obispo. Sentido de Iglesia es tomar conciencia de que nosotros, con todo lo nuestro, nos debemos a la Iglesia. Somos signo personal de Cristo, que se prolonga en la Iglesia a través nuestro.

La espiritualidad sacerdotal se podría calificar como espiritualidad de Iglesia. El amor de Cristo a su Iglesia, que «se entregó a sí mismo por ella», queda hoy sensibilizado en la vida del sacerdote, que es signo de Cristo,

La misma maternidad de la Iglesia se concretiza principalinentc por ci ministerio sacerdotal. Sentido de Iglesia, en

el sacerdote, es sentirse y ser verdaderamente miembro vivo del Cuerpo místico según la propia función,

Una de las señales de verdadera vocación sacerdotal es precisamente el sentido de Iglesia. Es un matiz de la vida teologal en el sentido de que la fe, la esperanza y la caridad vienen a concretarse casi espontáneamente en un sintonizar comprometidamente con los problemas eclesiales (OT 9).

El sentido de Iglesia se adquiere tras una larga formación, hasta convertir en «reflejo» (don del Espíritu Santo) la vida teologal, como reacción espontánea de la caridad ante los problemas de la Iglesia.

El sentido de Iglesia, o de comunión eclesial, lo concretiza el sacerdote en la construcción de la fraternidad sacerdotal en el presbiterio de la Iglesia particular. Se concretiza también en el caminar dentro de la Iglesia peregrina, de signos pobres, sin romper con ellos ni buscar pseudocarismas o singularidades estériles en el orden de la gracia. El punto de referencia en momentos de tensión y de dudas, o de opiniones muy diversas, es siempre la acción del Espíritu Santo a través de este signo pobre de Iglesia que se llama magisterio (LG 23s).

D) AFIRMACIONES CLAVE DEL «PRESBYTERORUM

ORDINIS»

Resumimos sencillamente algunas afirmaciones, cada una de las cuales daría pie a una línea peculiar o a un aspecto actual de la espiritualidad sacerdotal:

— «Servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey» (PO i; servicio).

— «Oficio sacerdotal en persona de Cristo Cabeza» (PO 2):

diferencia y complementación con el sacerdocio común).

— «Consagración y misión» (PO 2: es una misión totalizante).

— «Segregados para consagrarse totalmente» (PO : doble polaridad de consagración y servicio).

— Equilibrio de funciones (PO 4-6: la evangelización incluye el triple ministerio).

— «No cumplir su misión aislado y como por su cuenta» (PO : comunión con el obispo y copresbíteros; pastoral de conjunto).

— «Intima fraternidad sacramental» (PO 8: vida en presbiterio).

— «Llevarlos a todos a la unidad» (PO : servicio a los laicos).

—   «Misión universal» (PO so: perspectiva misionera).

 

ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

En las notas del presente capítulo se han recogido algunos trabajos sobre:

tratados de espiritualidad y santidad cristiana (nota i), consejos evangélicos, estado de perfección, etc. (nota 4). Para ampliar bibliografía sobre espiritualidad sacerdotal, consultar el boletín bibliográfico anual de «Teología del Sacerdocios,

G. D’AVACK, Spiritualitó sacerdotale (Roma, Cittá Nuova, igi).

F’. M. ALVAREZ, Las grandes escuelas de espiritualidad en relación con el sacerdocio (Barcelona, Herder, 1963).

R. BAZZANO, etc., Temí di spiritualitá sacerdo tale alía luce del concilio Vaticano II (Firenze 1966).

L. BOUYER, El sentido de la vida sacerdotal (Barcelona, Herder, 1962).

G. CALABRIA, Apostolica vivendi forma (Valencia 1964).

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—— «Gozo pascual)>, «máximo testimonio del amor)> (PO 1 i:

autenticidad de generosidad y optimismo, para suscitar vocaciones).

— «Instrumentos vivos de Cristo Sacerdote)> (PO i: sentido de instrumento).

«Santidad ejerciendo sus ministerios en el Espíritu de Cristo)>..., «ascesis propia del pastor de almas)> (PO i: santidad en y por el ministerio).

— «Unidad de vida> (PO i: la unión con Cristo rompe la aporía entre la vida interior y la acción).

«Atado por el Espíritu)> (PO voluntad de Dios u obediencia sacerdotal).

— «Servicio de la nueva humanidad)> (PO 16: sentido escatológico de la vida sacerdotal).

«Dóciles a la voz de Dios en la vida cotidiana)> (PO 17:

pobreza y corazón limpio para poder adivinar y seguir los verdaderos signo de los tiempos).

— Medios de vida sacerdotal (PO 18-21: espiritualidad, cultura, técnica pastoral, economía...).

—   «No están nunca solos)> (PO 22: presencia de Cristo y sentido eclesial).

 


[1] Desde la primera página de la ´constitución dogmática LG, este concepto fundamental vieneforertemente inculacao: «LG 1 de todo el género humano...». La misma idea vien posteriormente desarroallada con el recurso a las categorías de nuestra particpacion en la ida divina (LG.2 ) de nuestra adopción de hjos del Padre celetial (LG n3) y de las diversa imágines bíblica com son el templo, el reino, elredil, elcampo, el edificio, la esposa el pueblo de Dios, el Cuerpo Místico de Cristo, etc. Pensemos también en esto que el Concilio  ha enseñado hablando de la caridad como vínculo de nuestra participación y unión con Dios (cfr, por ejemplo, LG n 42).

                Aunque el concepto de unión íntima con Dios es el fundamento de todos lso textos conciliares que tratan de la santidad, sin embargon ningún otro paso exprimer tanta claramente esta idea com la f´jórmula que fue escogida a propósito en el n 50b de la Constitución LG en la cual se dice: podremos aspirar a la perfecta unión con Cristo, esto es, a la santidad».

[2] Véanse las siguientes palabras de la Constitución Dogmática LG: Esté claro a todos....y a la perfección de la caridad» (LG n 40ª) y la anotación oficial de parte de la Comisión teológica del Concilio: « en esta frase que es como la conclusión de todo el número, se afirma categóricamente que todos los cristianos están llamados no sólo a la santidad, digamos substancial, sino también a la perfección o a la misma santidad heroica, como aparece en muchos santos de la historia de la Iglesia (Schema Constitutionis  De Ecclesia)

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