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LA CLAVE DELA SANTIDAD EN EL CURA DE ARS: HUMILDAD, CONFIANZA AUDAZ, ENTREGA GENEROSA Y  MISIÓN

 

Presentación: El trasfondo de una vida sacerdotal oblativa y gozosa

 

1. La humildad, caminar en la verdad

 

2. Confianza filial y audaz

 

3. Amor apasionado para una misión apasionada

 

Conclusión: Leer el evangelio en la vida de los santos para hacer de la propia vida la visibilidad del evangelio

 

* * *

 

Presentación: El trasfondo de una vida sacerdotal oblativa y gozosa

 

Hay un itinerario que es común a todos los santos: tender con humildad, confianza y entrega generosa a “la perfección de la caridad” (LG 40). Cada santo tiene su fisonomía peculiar, pero siempre se encuadra en la vocación de todo cristiano a reaccionar amando según las bienaventuranzas y el mando nuevo del amor. Esta llama universal a la santidad se realiza en las circunstancias concretas y en el estado de vida de cada uno, sin rebajas.

 

Un “santo” es un creyente consciente del propio barro, que se ha dejado sorprender por el amor. El vaso de arcilla puede ser una gran obra de arte si se ha dejado hacer en las manos del alfarero. Si el Hijo de Dios se ha encarnado en nuestras circunstancias, es que esta donación inaudita de amor hace posible la respuesta de totalidad.

 

La santidad cristiana no es, pues, cuestión de hazañas ni de fenómenos

extraordinarios, sino que consiste en “vivir en Cristo”  (Gal 2,20; Col 3,3), partipando de su misma vida divina (cfr. Jn 6,57; 1Jn 4,9). Esta “vida nueva” en Cristo (Rom 6,4) se concreta en pensar, valorar y actuar como él.

 

Si se trata del sacerdote ministro, la peculiaridad consiste en la “caridad pastoral” (PO 13), es decir, el modo de amar del Buen Pastor, que da la vida dándose él (pobreza), según el proyecto del Padre (obediencia) y compartiendo esponsalmente la vida de todo ser humano como parte de su propia existencia (castidad virginal o evangélica).

 

El año sacerdotal dedicado al Santo Cura de Ars, con ocasión del 150 aniversario de su muerte (1859-2009), intenta “contribuir a promover el compromiso de renovación interior de todos los sacerdotes, para que su testimonio evangélico en el mundo de hoy sea más intenso e incisivo” (Benedicto XVI, Carta 16 junio 2009).

 

Esta “renovación interior” equivale a la sintonía comprometida con la vida del Buen Pastor. El evangelio necesita ser presentado por testigos que se esfuerzan sinceramente por vivirlo. Es necesario presentar la “visibilidad” del amor de Cristo para que crean en él. “Aunque no se puede olvidar que la eficacia sustancial del ministerio no depende de la santidad del ministro, tampoco se puede dejar de lado la extraordinaria fecundidad que se deriva de la confluencia de la santidad objetiva del ministerio con la subjetiva del ministro” (Benedicto XVI, Carta 16 junio 2009; cfr. PO 13).

 

San Juan María Vianney, para ser expresión del Buen Pastor, siguió un itinerario de santidad y misión, marcado por la humildad, la confianza y la entrega. Intentamos explicar la importancia y la actualidad de este tema.

NOTA: En cada uno de estos aspectos del itinerario de santidad, haremos referencia a la doctrina y vivencias del Santo Cura de Ars, recordando, al mismo tiempo y con brevedad, la doctrina de San Pablo, de San Juan de Ávila y del Siervo de Dios D. José Mª García Lahigueera. Citamos también sucintamnente algunos documentos eclesiales conciliares y postconciliares.

 

En mundo marcado por el desaliento y que, al mismo tiempo, pide signos y testigos, es necesario presentar la esperanza vivida como “gozo pascual” (PO 11). Ello supone insertarse en un dinamismo un tanto olvidado, que parta de la propia realidad asumida por Cristo, para saberse amado y decidirse a amarle y hacerle amar.

 

Para ser signo personal y sacramental del Buen Pastor,  como “expresión” de su misma persona (Jn 17,10), no hay otro camino posible que el del encuentro vivencial con él, que pide y hace posible imitar sus actitudes de “corazón manso y humilde” (Mt 11,29), como “sí” oblativo al Padre en el “gozo” del Espíritu Santo (cfr. Mt 11,26; Lc 10,21). La humildad es caminar en la verdad, y la mansedumbre es afrontar las dificultades con la confianza de que siempre se puede hacer los mejor; así la vida se transforma en amor de donación, apoyados en la providencia amorosa del Padre que hace salir “su sol” para todos y en todas las circunstancias.

 

Por este itinerario de humildad, confianza y entrega, a imitación de Cristo Buen Pastor, el sacerdote se convierte en “el «signo» y el «memorial» vivo de su presencia permanente y de su acción entre nosotros y para nosotros” (PDV 12), a modo de “prolongación visible y signo sacramental de Cristo” (PDV 16).

 

 

 1. La humildad, caminar en la  verdad

 

La humildad cristiana tiene como punto de referencia a Jesús, que “se humilló a sí mismo” (Fil 2,8) y que mostró siempre un “corazón manso y humilde” (Mt 11,29). Su filiación divina no le impedía reconocer que todo cuanto tenía, especialmente su doctrina, era del Padre (Jn 7,16). En Jesús, Dios es humildad.

 

Esta actitud humilde de Jesús se refleja en quienes lo siguen, afrontando la realidad con gratitud y equilibrio. Los dones recibidos son de Dios, a quien hay que tributar la gloria, y consiguientemente son para servir y compartir. De ahí nace la verdadera autoestima, que no olvida la propia limitación y debilidad. La realidad se afronta con esta visión de fe. María, en el “Magníficat”, reconoce su propia nada y, al mismo tiempo, las grandes cosas que Dios misericordioso ha hecho en ella.

 

Por esto, la humildad es la verdad o también “andar en verdad” (Santa Teresa, Moradas VI), puesto que toda virtud es in itinerario que no acaba nunca en esta tierra, hasta llegar a la verdad que es el mismo Dios. Jesús, manso y humilde, es también el camino hacia esta verdad que es bondad y vida (cfr. Jn 14,6). Dios quiere un "pueblo humilde y pobre" (Sof 3,12); si la Iglesia no tuviera esta característica, dejaría de ser transparencia de Jesús.

 

Para escuchar de verdad la Palabra de Dios, se necesita una actitud de humildad. Entonces la Palabra, que es la “buena semilla” (Mt 13,24), se recibe en “tierra buena” (Mc 4,8). Para poder predicar la Palabra, hay que recibirla primero en un corazón humilde, que se deje sorprender por ella.

 

La Palabrade Dios Amor resuena en nuestra pobreza radical. “El amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que perdona” (Deus Caritas est 10). La experiencia de misericordia se convierte en testimonio y anuncio de misericordia. Muchos problemas de dálogo pastoral, ecuménico e interreligioso, quedarían resueltos más fácilmente con esta actitud de verdad humilde y de comprensión. Con esta "humildad" se construye la comunidad, basada en "la unidad que es fruto del Espíritu" (Ef 4,2).

 

Para todo apóstol y especialmente para el sacerdote, es necesaria la humildad “ministerial”. El camino del éxito en la evangelización pasa por la "humildad" y pobreza bíblica, como actitud de abandono confiado y comprometido en las manos de Dios (cfr. 1Pe 5,6-7). La actitud apostólica es siempre de servicio ("ministerial"), a modo de "instrumento vivo de Cristo" (PO 12).

 

“Entre las virtudes principalmente requeridas en el ministerio de los presbíteros hay que contar aquella disposición de alma por la que están siempre preparados a buscar no su volun­tad, sino la voluntad de quien los envió. Porque la obra divina, para cuya realización separó el Espíritu Santo, trasciende todas las fuerzas humanas y la sabiduría de los hombres, pues "Dios eligió la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes" (1Cor 1,27). Conociendo, pues, su propia debilidad, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, buscando lo que es grato a Dios, y como encadenado por el Espíritu es llevado en todo por la voluntad de quien desea que todos los hombres se salven” (PO 15).

 

El apóstolno es un patrón, que pueda hacer y deshacer los contenidos y los signos eclesiales, sino un imitador de Cristo servidor de todos. Su servicio es de "entrega total, humilde y generosa, a la Iglesia" (PDV 21).

 

Estamos llamados a ser servidores humildes de una Iglesia que sólo siendo humilde y pobre será “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1).

 

Santo Cura de Ars:

 

“La humildad es para las virtudes como la cadena para el rosario: quitad la cadena y todas las cuentas caerán; quitad la humildad y todas las virtudes desaparecerán”.

 

“La humildad es como una balanza: más baja de un lado, más sube del otro”. “Los santos se conocían mejor que los otros, por eso eran humildes”.

 

“Dios me escogió para ser el instrumento de las gracias que hace a los pecadores porque soy el más ignorante y el más miserables de todos los sacerdotes. Si hubiera habido en la diócesis un sacerdote más ignorante y más ignorante que yo, Dios lo habría escogido a él”.

NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). Sobre la humildad, ver especialmente pp.205-208

 

 

 

San Pablo:

 

“Doy gracias a aquel que me revistió de fortaleza, a Cristo Jesús, Señor nuestro, que me consideró digno de confianza al colocarme en el ministerio,  a mí, que antes fui un blasfemo, un perseguidor y un  insolente. Pero encontré misericordia… Y la gracia de nuestro Señor sobreabundó en mí, juntamente con la fe y la caridad en Cristo Jesús… Cristo Jesús vino al mundo a salvar a los pecadores; y el primero de ellos soy yo” (1Tim 1,12-15).

 

“El que crea estar en pie, mire no caiga” (1Cor 10,12). “Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo” (2Cor 12,9). “Somos colaboradores de Dios y vosotros, campo de Dios, edificación de Dios” (1Cor 3,9). “Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz” (Fil 2,5-8).

 

“Nuestra capacidad viene de Dios” (2Cor 3,5). “La gracia de Dios conmigo” (1Cor 15,10). “Yo soy el último de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la Iglesia de Dios” (1Cor 15,9; cfr. 1Tim 1,15).

 

San Juan de Ávila:

 

"No sólo la humildad alcanza y conserva la gracia, mas es señal que da la entender que está allí la gracia... Quien a Dios tiene, en la humildad se conoce... No creáis haber santidad sin humildad, ni aunque seáis subido al tercer cielo" (Ser 66). "Y si te acordares que está Cristo en un pesebre, ¿habrás vergüenza de ensalzarte en este mundo? Que este Niño que está en este mundo, verdad es de Dios Padre... Cuando nace, en pesebre; cuando muere, en cruz" (Ser 4, 45).

 

"Está Dios humillado y puesto en palo, ¿y quieres tú estar ensalzado?" (Ser 3). "¡Oh humildad! ¡Oh pobreza, cuán amada sois de este Señor, pues os santifica, tomándoos en su misma persona, para después llamar bienaventurados a los humildes y pobres de espíritu!" (Ser 75, sermón sobre San José). "Si alguna cosa buena tengo, vos me la distes; y si a otros la diérades, mejor os sirviera con ella que yo" (Ser 18).

 

"Mira cuánto vale la humildad que, puestos en una balanza muchos pecados, y en otro buenas obras con soberbia, pesa más la humildad con pecados. ¡Cuánto más si pusieras buenas obras con humildad!" (Ser 21). "A quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaqueas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52).

 

"Y si quiere hallar un gran libro para leer cuán bueno es Él, mire cuán malo es vuestra merced, y crea que Dios le ama, y verá un retablo de hermosura de amor pintado en vileza de sus propias maldades… huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con Él y por Él" (Carta 93). "Mire, pues, qué de bienes vienen con la ceniza de la humildad, y no esté sin ella, porque no esté sin Dios" (Carta 85 -1-).

 

"Y aunque habrá enseñado a esos sus siervos cuán grande es la virtud de la humildad, para que Dios repose en el alma, no me impute a mal que por mi indigna boca se lo encomiende y reencomiende. ¡Oh Señor, y cuántos que bien caminaban han sido desencaminados por faltarles esta virtud!" (Carta 53). Las tentaciones y engaños del demonio se vencen con la humildad: "Huirá el demonio con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat" (AF 51, 5265ss).

 

La humildad va acompañada de la obediencia, "porque la humildad que no es obediente, no es humildad. Y no se engañe nadie con color de virtudes" (Ser 33, 402ss). "Humíllese mucho a Dios y a los hombres, que no hay otra arte para escapar de los lazos del demonio... sino ser chiquito" (Carta 105). “Porque la humildad... pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda" (AF cap. 52).

 

D. José Mª García Lahiguera:

 

"Mi santidad será, debe ser y espero que lo sea grande, muy grande en su sencillez, en su pequeñez. Será como la violeta humilde. Algo así como un tipo nuevo de santo original. ¡Grande en la nada!... En esta santidad, en adquirirla en silencio, cooperando con la gracia del Señor, pasaré los pocos años que me queden de vida" (Diario, 24 julio 1972).

 

"El programa es sencillo... Para conmigo mismo: humildad y olvido absoluto de mí mismo" (Diario, 24 julio 1972). "Y, por descontado, nada de saber, inquirir, averiguar, etc. en qué grado de oración se encuentra mi alma... En esto y en todo, humildad, sencillez, nada" (Diario, 25 julio 1975).

 

“Como Él, no hemos venido a ser servidos, sino a servir. Servicio, y lo repito con todo el ardor de mi alma, incondicional, desinteresado, total, permanente y hasta el fin. Que si Él se humilló… (Fil 2,8), nosotros debemos humillarnos hasta hacernos todo para todos (1Cor 9,22)” (Homilía en la fiesta de Cristo Sacerdote, 1971).

 

 

2. Confianza filial y audaz

 

Aceptar la propia realidad con equilibrio, supone encontrar a Cristo que la asume como amigo y esposo. La humildad verdadera se concreta en confianza filial y audaz. Todo es posible para que no se apoya en sí mismo. Al no tener nada que perder, el humilde es sincero y audaz.

 

La confianza cristiana y sacerdotal se apoya en el amor de Cristo resucitado presente, que le dice, como a Pablo: “No temas… yo estoy contigo” (Hech 18,9-10).  El punto de apoyo de la esperanza es el amor: Saberse amado y capacitado para amar. “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16).

 

En la vida sacerdotal los signos eclesiales de la presencia de Cristo, como son especialmente la Eucaristía, la Palabra y la comunidad eclesial, son fuente esperanza: “Piensen los presbíteros que nunca están solos en su trabajo, sino sostenidos por la virtud todopoderosa de Dios; y creyendo en Cristo, que los llamó a participar de su sacerdocio, entréguense con toda confianza a su ministerio, sabedores de que Dios­ es poderoso para aumentar en ellos la caridad” (PO 22),

 

La esperanza es confianza en la presencia de Cristo resucitado y está personifica en Él, “nuestra esperanza” (1Tim 1,1). Pero es también tensión de Iglesia peregrina que, en el itinerario hacia el encuentro definitivo con Cristo y en medio de las pruebas históricas,  sigue a “la mujer vestida de sol” (Apoc 12,1) y se siente identificada con ella. Las pruebas históricas producen, a veces, serias heridas y cicatrices profundas, pero la “esposa” de Cristo sabe “blanquear su túnica en la sangre del Cordero” (Apoc 7,14) para hacerse transparencia del Señor y de su misericordia.

 

El sentido de la vida humana se desvela en el misterio de Cristo (cfr. GS 22). El hombre puede realizarse amando, haciendo de su vida una donación, porque “la caridad es el don más grande que Dios ha dado a los hombres, es su promesa y nuestra esperanza” (Caritas in Veritate 2).

 

Se trata de un itinerario de libertad, como verdad de la donación, que se realiza en una lucha continua, a modo de búsqueda, que da sentido al existir: “La conciencia del amor indestructible de Dios es la que nos sostiene en el duro y apasionante compromiso por la justicia, por el desarrollo de los pueblos, entre éxitos y fracasos, y en la tarea constante de dar un recto ordenamiento a las realidades humanas. El amor de Dios nos invita a salir de lo que es limitado y no definitivo, nos da valor para trabajar y seguir en busca del bien de todos, aun cuando no se realice inmediatamente, aun cuando lo que consigamos nosotros, las autoridades políticas y los agentes económicos, sea siempre menos de lo que anhelamos. Dios nos da la fuerza para luchar y sufrir por amor al bien común, porque Él es nuestro Todo, nuestra esperanza más grande” (CVe 8).

 

La Iglesiacamina por la historia entre luces y sombras, acompañada por una presencia de Jesús que parece ausencia y silencio (cfr. Mt 28,20). Compartir la vida con Cristo, significa caminar con él para que en cada corazón humano y en cada pueblo resuene el “Padre nuestro” (como actitud filial comunicada por Jesús), las bienaventuranzas y el mando del amor (como actitud de donación infundida por el Señor). Entonces no queda lugar para el desánimo ni  para la agresivdad.

 

Cuando se anuncia la Palabra y se celebra la liturgia, es siempre anuncio y presencialización del misterio pascual de Cristo vencedor de la muerte y del pecado. Cuando se ejerce el ministerio sacramental de la reconciliación, se vive y se siembra la confianza no sólo del perdón, sino de la posibilidad y exigencia de caminar por el camino de la perfección de la caridad. No sería posible recuperar el “gozo pascual” (PO 11) en la vida del sacerdote, si no hubiera disponiblidad ministerial. El éxito apostólico pasa por la cruz, cuya eficacia se muestra en el anuncio, la celebración y la comunicación del Misterio de Cristo. El desánimo indica un vacío ministerial, que suele originarse en la falta de tiempo para el encuentro personal con Cristo.

 

La ineficacia de la acción ministerial puede provenir del hecho de no presentar en la propia vida la actitud evangélica de Cristo. Los sacramentos son eficaces cuando se celebran debidamente, pero para que su gracia cambie los corazones, se necesita el testimonio del apóstol y una recepción de fe.

 

Santo Cura de Ars:

 

“La esperanza es la que nos hace felices en la tierra”. “Cuando estudiaba, estaba abrumado de pena, ya no sabía qué hacer… Oí claramente la voz que me decía: ¿Qué te ha faltado hasta hoy?”. “Esta noche no dormía, lloraba mi pobre vida, de repente oí una voz que me decía: “in te Domine, speravi , non confundar in aeternum”.

 

“La misericordia divina es poderosa como un torrente desbordado que arrastra los corazones a su paso". Dios está "pronto a perdonar más aún que lo estaría una madre para sacar del fuego a un hijo suyo”.

 

“No es el pecador el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él”. “Este buen Salvador está tan lleno de amor que nos busca por todas partes”. Ponía en boca de Jesús: “Encargaré a mis ministros que anuncien a los pecadores que estoy siempre dispuesto a recibirlos, que mi misericordia es infinita”

 

(María, signo de esperanza) “Jesucristo, cuando nos dio todo lo que nos podía dar, quiso hacernos herederos de lo  más precioso que tenía, es decir de su Santa Madre”. "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo”.

NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón, o.c. Sobre la esperanza, ver especialmente pp. 70-71.

 

San Pablo:

 

“Todo puedo en aquel que me conforta” (Fil 4,13). "Cristo entre vosotros, la esperanza de la gloria, al cual nosotros anunciamos, amonestando e instruyendo a todos los hombres con toda sabiduría, a fin de presentarlos a todos perfectos en Cristo" (Col 1,27-28).

 

“Porque nuestra salvación es en esperanza; y una esperanza que se ve, no es esperanza, pues ¿cómo es posible esperar una cosa que se ve? Pero esperar lo que no vemos, es aguardar con paciencia” (Rom 8,24-25). “La esperanza no defrauda” (Rom 5,5).

 

“No me avergüenzo, porque yo sé bien en quien tengo puesta mi confianza” (2Tim 1,12; cfr. 1Tim 1,1). “Sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones” (2Cor 7,4). “Con la alegría de la esperanza”, podemos caminar “constantes en la tribulación;” (Rom 12,12).

 

San Juan de Ávila:

 

"Si se vieren caídos, lloren, mas no desconfíen" (AF cap. 23). "Y cuando en alguna culpa cayéredes, que no os desmayéis con desconfianza, mas que procuréis el remedio y esperéis el perdón" (AF cap. 24). "Y en esta esperanza, y no en la nuestra, hemos de emprender la empresa del servicio de Dios" (AF cap. 27).

 

"Si, pasando el río, se te desvanece la cabeza mirando las aguas, levanta los ojos en alto y mira los merecimientos del Crucificado, que te esforzarán a pasar seguro... Echa tus cuidados en Dios y asegúrate con su Providencia en medio de tus tribulaciones; y, si crees de veras que el Padre te dio a su Hijo, confía también que te dará lo demás, pues todo es menos" (Amor, n.13).

 

"Debe procurar el alegría y confianza grande en los merecimientos de Jesucristo"(Carta 236). Y este es "el modo como Él quiere que traten con Él los suyos" " (Carta 93).

 

D. José Mª García Lahiguera:

 

“¿Qué hace el alma?... «Le miro y me mira» = «Le amo y me ama». «Estamos los dos en silencio»" (Diario, 28 agosto 1973). "Cualquiera que lea estas páginas creerá que mi alma está en séptimas moradas. Nada de nada. Pero ¡adelante!" (Diario, 1 junio 1979).

 

 

3. Amor apasionado para una misión apasionada

 

A partir de una actitud humilde y confiada, se entiende mejor la exigencia del amor. Entonces la entrega no tiene rebajas. El amor es exigente, urge y es posible.

 

Sólo a partir de este amor se entiende la misión cristiana, que es sólo de amar y hacer amar al Amor. Y sólo en esta perspectiva, se puede abarcar al ser humano en toda su integridad. El corazón humano tiene sed de Dios, que es Amor.

 

Si la santidad se preseta sólo como exigencia o como una palabra abstracta, no cautiva a nadie. Para el cristiano, la verdad de la caridad es posible cuando uno se hace relación íntima con el Señor. “En Cristo, la caridad en la verdad se convierte en el Rostro de su Persona, en una vocación a amar a nuestros hermanos en la verdad de su proyecto. En efecto, Él mismo es la Verdad (cfr. Jn 14,6)” (Caritas in Veritate 1).

 

Los santos son las personas más auténticas, porque se han realizado amando. Y el amor urge y hace posible la respuesta: “El amor de Cristo nos urge” (2Cor 5,14). Es el amor verdadero que no antepone nada al proyecto de Dios Amor. “siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta Aquel que es la Cabeza, Cristo” (Ef 4,15). Cuando intencionada y voluntariamente se hacen rebajas al amor, ya no se entiende nada de la santidad y de la misión cristiana.

 

Hay que ir más allá del propio proyecto y de las propias preferencias. El amor de Dios es siempre sorprendente. La actitud cristiana más auténtica es la de dejarse sorprender por el Amor: “Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cfr. Jn 8,22)” (Caritas in Veritate 1).

 

Es siempre un amor que, por provenir de Dios y tender hacia él, se concreta en amor comprometido hacia el hermano sin excepción. “Los Santos —pensemos por ejemplo en la beata Teresa de Calcuta— han adquirido su capacidad de amar al prójimo de manera siempre renovada gracias a su encuentro con el Señor eucarístico y, viceversa, este encuentro ha adquirido realismo y profundidad precisamente en su servicio a los demás. Amor a Dios y amor al prójimo son inseparables, son un único mandamiento. Pero ambos viven del amor que viene de Dios, que nos ha amado primero” (Deus Caritas est 18).

 

El sacerdote ministro se inspira siempre en la oblación de Cristo presente en la Eucarisitía. Sería imposible el “gozo pascual” (PO 11) de amar y anunciar a Cristo, sin la vivencia eucarística. “En la Sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra Pascual y pan vivo, que por su Carne vivificada y que vivifica por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El. Por lo cual la Eucaristía aparece como fuente y cima de toda evangelización” (PO 5).

 

Las motivaciones en el camino de la santidad cristiana no son los deseos de una perfección abstracta, ni tampoco los deseos de perfeccionarse. Lo que urge es saberse amado por el Sepor y llamado a responder a su amor. Y las motivaciones del apóstol, como en Jesús, no son principalmente sociológicas (las cuales tienen su valor), sino una prolongación de la “compasión” de Jesús (cfr. Mc 8,2) y de la “búsqueda” de “todos” los redimidos (cfr. Mc 10,45; Mt 11,28; Lc 15,4).

 

No existe la misión cristiana, si no es como prolongación y participación de la misma misión de Cristo. “Una vez resucitado, llevando en su carne las señales de la pasión, Él infunde el Espíritu (cfr. Jn 20,22), haciendo a los suyos partícipes de su propia misión (cfr. Jn 20,21)” (Sacramentum Caritatis 12).

 

La declaración de amor por parte de Jesús y el encargo de la misión, se relacionan íntimamente. La referencia al Padre, que ama y que envía, es muy significativa: “Como el Padre me amó, yo también os he amado” (Jn 15,9); “como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20,21); “como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo” (Jn 17,18; “los has amado como a mí” (Jn 17,23). Amor y misión, en Cristo y en nosotros, son las dos caras de la misma medalla.

 

A Pedro, para apacentar las ovejas por las que Cristo dio su sangre (cfr. Hech 20,28), se le pide tres veces su donación incondicional: “¿Me amas más, tú?... apacienta mis ovejas… sígueme” (Jn 21,15ss). Nada ni nadie puede suplirnos en la respuesta al amor.

 

Uno de los momentos clave de la vida del apóstol es cuando puede anunciar a Cristo a partir de un encuentro con él. “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él... En efecto, no podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos... Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás... No podemos acercarnos a la Mesa eucarística sin dejarnos llevar por ese movimiento de la misión que, partiendo del corazón mismo de Dios, tiende a llegar a todos los hombres. Así pues, el impulso misionero es parte constitutiva de la forma eucarística de la vida cristiana” (Exh. Apost. Sacramentum Caritatis 84).

 

Parece como si, desde un mundo “globalizado”, hambriento de amor, surgiera una llamada apremiante: "Ven a ayudarnos" (Hech 16,9). Los nuevos areópagos de hoy están todos impregnados de los deseos insaciables del corazón humano, que ha sido creado a imagen de Dios Amor. Por esto, urge la misión a partir del amor (cfr. 2Cor  5,14-15).

 

Entonces el verdadero apostolado se concreta principalmente en la pastoral de la santidad, no es abstracto, sino en construir creyentes que vivan y transparenten las bienaventuranzas y el mandato del amor. La orientación “dirección” espiritual es parte esencial e imprescindible del apostolado del sacerdote ministro. Llama a la santidad (construir la vida amando) y guía en la santidad (reaccionar amando como Jesús).

 

Sólo una “caridad pastoral” bien entendida, como trasunto de la caridad del Buen Pastor, puede reflejar y hacer presente la fuente de la misión que es Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

Santo Cura de Ars:

 

“Un buen pastor, un pastor según el Corazón de Dios, es el tesoro más grande que el buen Dios puede conceder a una parroquia, y uno de los dones más preciosos de la misericordia divina”. “Mi secreto es simple: dar todo y no conservar nada”.

 

"Dios mío, concediendo la conversión de mi parroquia; acepto el sufrir lo que queráis durante todo el tiempo de mi vida”.

 

“¡Qué hermoso y qué gande es, conocer, amar y servir a Dios! No tenemos otra cosa que hacer en este mundo. Todo lo demás es tiempo perdido.

 

“Los hay que lloran por no amar a Dios suficientemente; bien, éstos le aman”. “No todos podemos dar grandes limosnas a los pobres, hacernos Dios de todo corazón”.

NOTA: Ver las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars, en los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón, o.c. Sobre la caridad, ver especialmente pp.71-74.

 

San Pablo:

 

"Me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20). “El amor de Cristo excede todo conocimiento” (Ef 3,19).

 

”A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas” (Ef 3,8-9).

 

“El amor de Cristo nos apremia al pensar que... murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos” (2Cor 5,14-15).

 

“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?...  Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó” (Rom 8,35.37).

 

“Urge que él reine (1Cor 15,25).  “Os celo con el celo de Dios” (2Cor 11,2). “Como una madre” (1Tes 2,7; cfr. Gal 4,19). Como un “padre” (1Cor 4,15). “Amándoos, daros nuestra vida” (1Tes 1,8).

 

“Apóstol por vocación… segregado para el evangelio” (Rom 1,1);  “la preocupación por todas las iglesias” (2Cor 11,28); el precio de “la sangre del Hijo” (Hech 20,28); “encadenado en el Espíritu” (Hech 20,22).

 

“Por el evangelio yo estoy sufriendo hasta llevar cadenas como un malhechor; pero la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9).

"Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15). “¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4,19; cfr. Jn 16,21-22).

 

San Juan de Ávila:

 

"No sólo nos convida a amarle, mas El nos infunde el amor"(Sermón 4).

"Pon los ojos en todo este mundo, que para ti se hizo todo por sólo amor, y todo él y todas cuantas cosas hay en él significan amor, y predican amor, y te mandan amor" (Tratado del Amor de Dios, 2).

 

"Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64). "Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí" (Sermón 5 -2-).

 

"Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con nudo de amor tan falso" (Carta 208). "Quien bien quisiere pesar el alma, pésela con este peso, de que Dios humanado murió por ellas" (Sermón 81).

 

El sacerdote debe "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón". Es amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39).

 

D. José Mª García Lahiguera:

 

"Mi santidad consiste en ser como El por el amor" (Diario, 26 mayo 1976). "Quintaesencia de mi espiritualidad, Amor. Amar al Amor. Quae placita sunt ei facio semper. Amar a mi Dios hasta morir de Dios. Amar, sufrir y orar «pro eis, pro Ecclesia et pro Congregartione Sororum Oblatarum Christi Sacerdotis»" (Diario, 1 enero 1979).

 

"Mi santidad: Como Jesús. Mi santidad sacerdotal: Como Cristo Sacerdote. Mi santidad sacerdotal particular: Como Cristo Sacerdote-Víctima" (Diario, 22 mayo 1980).

 

 

Conclusión: Leer el evangelio en la vida de los santos para hacer de la propia vida la visibilidad del evangelio

 

El sentido de la Palabra de Dios se encuentra en la vida de los santos, porque la han vivido con autenticidad.

 

Quienes han dicho que “sí” a la Palabra de Dios, como María y los santos, se han dejado sorprender y moldear por la acción del Espíritu Santo en la propia vida y en la misión.

 

El “sí” de María, en el primer momento de la consagración sacerdotal de Jesús en su seno, es parte integrante de nuestra misma respuesta de humildad, confianza y entrega. Es el “sí” que ha transformado y sigue transformando la historia, porque es la única respuesta válida a la Palabra de Dios y a su proyecto de amor sobre toda la humanidad.

 

La humildad, la confianza audaz y la entrega de los santos nace de su experiencia de la misericordia divina. Han sabido releer la propia biografía desde los latidos del Corazón de Cristo, que busca a la oveja perdida, como algo que pertenece a su amor esponsal y como expresión de la ternura materna de Dios. Así han experimentado la “compasión” de Cristo y son portadores de esa misma compasión para todos los hermanos sin excepción.

 

Los santos son humildes, confiados y generosos, porque han aprendido la lógica de la entrega: “Puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cfr. 1Jn 4, 10), ahora el amor ya no es sólo un « mandamiento », sino la respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (Deus Caritas est 1) La respuesta generosa al amor la hace posible el mismo Dios que nos ama. Le podemos amar con su mismo amor.

NOTA: "Está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan..., dando al Amado la misma luz y calor de amor que recibe... ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman" (San Juan de la Cruz,LlamaB, canc. 3ª, comentario a versos 5-6.

 

La vocación, la contemplación, la perfección, la comunión fraterna y la misión, se viven con autenticidad cuando María está presente de modo activo y materno, como en Caná, en el Calvario y en el Cenáculo de Pentecostés. Cristo Sacerdote sigue comunicando su consagración y misión sacerdotal desde el seno de Maria.

 

El Santo Cura de Ars decía a su Obispo: "Si queréis convertir vuestra diócesis, habéis de hacer santos a todos vuestros párrocos". "Lo que nos impide a los sacerdotes ser santos es la falta de reflexión; no se entra en sí; no se sabe lo que se hace; necesitamos la reflexión la oración, la unión con Dios”.

NOTA: Como hemos indicado, para las fuentes de las afirmaciones del Santo Cura de Ars,ver los diversos apartados de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón(Barcelona, Hormiga de Oro, 1994). Algunas de estas afirmaciones está citadas en la carta de Benedicto XVI dirigida a los sacerdotes, con ocasión del Año Sacerdotal (16 junio 2009).

 

Los santos de todas las écpocas interpelan nuestro modo de juzgar las épocas pasadas, con cierto tono de superioridad y de tensiones, que trasponemos anocrónicamente a otros tiempos. Pero en cada época ha habido santos que se han santificado y sentido fucundos apostólicamente, por haber vivido sus circunstancias en la verdad de la caridad, como itinerario de humildad y realismo, confianza filial y audaz, entrega incondicional al amor. Sólo ellos, con su “gozo pascual”, superieron superar su momento histórico y, de este modo, pudieron legarnos una auténtica herencia de gracia, transparencia y fruto del Evangelio.

 

 

Malta, oct. 2004   SANTIDAD CRISTOCENTRICA DEL SACERDOTE

 

 

                                                        Juan Esquerda Bifet

 

Sumario:

 

 

Presentación: Línea cristocéntrica de la santidad del sacerdote, exigencia, posibilidad y ministerio

 

1. Llamados a ser transparencia de la vida y  de las vivencias de Cristo Buen Pastor

 

2. Llamados a ser maestros y forjadores de santos, enamorados de Cristo,

 

3. Algunas connotaciones sobre la santidad sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

Líneas conclusivas

 

                                   * * *

 

Presentación: Línea cristocéntrica de la santidad del sacerdote, exigencia, posibilidad y ministerio

 

      El título de nuestra reflexión ("santidad cristológica del sacerdote") nos sitúan en una actitud relacional con Cristo Resucitado, siempre presente en nuestro caminar histórico y eclesial. Si decimos "santidad", nos referimos al deseo profundo de Cristo de ver en nosotros su expresión, su signo personal, su transparencia: "He sido glorificado en ellos... Santifícalos en la verdad: tu Palabra es verdad... Yo por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad" (Jn 17, 10.17.19). La dimensión cristocéntrica o cristológica es connatural a la santidad cristiana y sacerdotal.

 

      Ser sacerdote y, al mismo tiempo, no ser o no desear ser santo, sería una contradicción teológica, puesto que el ser y el obrar sacerdotal, como participación y prolongación del ser y del obrar de Cristo, comportan la vivencia de lo que somos y de lo que hacemos. Esta santidad sacerdotal es posible.[1]

 

      La "santidad" hace referencia a la realidad divina, porque sólo Dios es el "tres veces Santo" (Is 6,3), el Trascendente, Dios Amor. Jesús es la expresión personal del Padre (cfr. Jn 14,9). Los cristianos estamos llamados a ser "expresión" de Cristo, "hijos en el Hijo" (Ef 1,5; cfr. GS 22).

 

      Nosotros, sacerdotes, ministros ordenados, somos la expresión o signo personal y sacramental de Jesús Sacerdote y Buen Pastor. La santidad tiene sentido "relacional", de pertenecer afectiva y efectivamente a aquél que por excelencia es el Santo. Somos "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Cor 4,1). El sacerdote ministro es "hombre de Dios" (1Tim 6,11).

 

      La "santidad" del sacerdote tiene, pues, dimensión cristocéntrica o cristológica. Precisamente por ello tiene también dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesiológica y antropológica. La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal es, consecuentemente, mariana, contemplativa y misionera. Se trata, pues, un cristocentrismo inclusivo, no excluyente, puesto que queda abierto a todas las dimensiones teológicas, pastorales y espirituales. Por el "carácter" o gracia permanente del Espíritu Santo, recibida en el sacramento del Orden, participamos de la unción sacerdotal de Cristo (enviado por el Padre y el Espíritu), prolongamos su misma misión en la Iglesia y en el mundo, y, consecuentemente, estamos llamados a vivir en sintonía con las mismas vivencias de Cristo.

 

      Con esta perspectiva cristológica, hablar de santidad no es, pues, hablar de un peso, sino de una declaración de amor, experimentada y aceptada afectiva y responsablemente. Debemos y podemos ser santos y ayudar a otros a ser santos, por lo que somos y por lo que hacemos, es decir, por la participación en la consagración de Cristo y por la prolongación de su misma misión. Cristo nos ha elegido por su propia iniciativa amorosa (cfr. Jn 15,16) y, consecuentemente, nos ha capacitado para poder responder con coherencia a este mismo amor. Nuestra vida está llamada a la santidad y es, al mismo tiempo, ministerio de santidad. Somos forjadores de santos.[2]

 

      Decidirse a ser "santos" no significa más que comprometerse a ser coherentes con la exigencia de relación personal con Cristo, que incluye el compartir su misma vida, imitarle, transformarse en él, hacerle conocer y amar. Ello equivale a "mantener la mirada fija en Cristo" (Carta del Jueves Santo 2004, n.5), para poder pensar, sentir, amar, obrar como él. "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (PDV 12). Esta santidad es posible.[3]

 

 

1. Llamados a ser transparencia de la vida y  de las vivencias de Cristo Buen Pastor

 

      La dimensión cristocéntrica de la santidad sacerdotal nos sitúa en una profunda relación de amistad con Cristo. Hemos sido llamados por iniciativa suya (cfr. Jn 15,16). Nos ha llamado uno a uno, por el propio "nombre", para poder participar en su mismo ser de Sacerdote-Víctima, Pastor, Esposo, Cabeza y Siervo.[4]

 

      Esta dimensión cristocéntrica ayuda a entrar en la dinámica interna de la propia identidad: estamos llamados para un encuentro que se convierte en relación profunda, se concreta en seguimiento para compartir su mismo estilo de vida, se vive en fraternidad (comunión) con los otros llamados y orienta toda la existencia a la misión. Así, pues, en esta santidad van incluidos todos los aspectos de la vocación: encuentro, seguimiento, fraternidad y misión evangelizadora.

 

      La dinámica relacional se basa en una realidad ontológica: participamos en su ser (consagración), prolongamos su obrar (misión) y vivimos en sintonía con sus mismos sentimientos y actitudes, según la expresión paulina: "Tened los mismos sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5).

 

      Sin el deseo de corresponder vivencialmente a esta relación con Cristo, no se podría captar la dinámica apostólica y sacerdotal que incluye el "encuentro" y la "misión". Nos ha llamado para "estar con él" y para enviarnos a "predicar" (Mc 3,14).

 

      Si se quiere hablar de la "identidad" o de la propia razón de ser, ello equivale a encontrar el sentido de la propia existencia vocacional. Es relativamente fácil hacer elucubraciones sobre la identidad. Pero a la luz del evangelio, aparece claramente que se trata de la vivencia de lo que somos y hacemos: "Vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27). Cuando a Juan Bautista le preguntaron sobre su "identidad", no cayó en la trampa de responder con elucubraciones y teorías, sino que indicó una persona que daba sentido a su existencia y a su obrar: "Yo soy la voz... En medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis" (Jn 1,23.26).[5]

 

      Muchas cuestiones cristianas, que parecen problemáticas, dejan de serlo cuando se afrontan desde un "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Hablar de santidad sacerdotal, sin partir de la propia experiencia de encuentro y seguimiento de Cristo, es abocarse al fracaso o a discusiones estériles. La santidad sacerdotal sólo se capta desde la persona de Cristo profundamente amada y vivida: "Si alguno me ama... yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21).

 

      Desde esta perspectiva vivencial, que no excluye, sino que necesita el apoyo de la reflexión teológica sistemática, la palabra "santidad" pasa a ser una realidad de gracia que forma parte del proceso de configuración con Cristo. Cuando uno se sabe amado por Cristo, lo quiere amar y hacerlo amar. Es decir, quiere entregarse con totalidad al camino de santidad y de misión.[6]

 

      La decisión de ser "santos" es la respuesta a la declaración de amor por parte de Cristo: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Para discernir si uno avanza decididamente por este camino de santidad, podrían tomarse tres líneas de fuerza: No sentirse nunca solos (cfr. Mt 28,20), no dudar de su amor (cfr. Jn 15,9), no anteponer nada a Cristo.[7]

 

      Los matices de nuestra santidad, en su dimensión cristocéntrica o cristológica, dicen relación con cada uno de los títulos bíblicos de Cristo (que hemos recordado antes) y, consiguientemente, urgen al sacerdote a la vivencia de sus ministerios, como expresión de su "caridad pastoral", es decir, como vivencia de la misma caridad del Buen Pastor. En este sentido, el concilio Vaticano II resume la santidad sacerdotal con esta perspectiva: "Los presbíteros conseguirán propiamente la santidad ejerciendo su triple función sincera e infatigablemente en el Espíritu de Cristo" (PO 13).

 

      Se trata de transparentar a Cristo en el momento de anunciarle, celebrarle, prolongarle... Toda la acción pastoral es eminentemente cristológica y es también una urgencia y una posibilidad de ser santos. Anunciamos a Cristo, lo hacemos presente y lo comunicamos a los demás, viviendo lo que somos y lo que hacemos. La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal es, pues, de línea profética (anunciar a Cristo), litúrgica (hacer presente a Cristo), diaconal (servir a Cristo en los hermanos).

 

      El modelo apostólico de los Doce, es el punto de referencia obligado de la santidad sacerdotal, como algo específico. Es la "Vida Apostólica", es decir, el seguimiento radical de Cristo Buen Pastor, a ejemplo de los Apóstoles. Quienes somos sucesores de los Apóstoles (aunque en grado distinto), estamos llamados a vivir esta referencia evangélica.[8]

 

      La "Vida Apostólica" o "Apostolica vivendi forma", que resume el estilo de vida de los Apóstoles, se concreta en el seguimiento evangélico (cfr. Mt 19,27), la fraternidad o vida comunitaria (cfr. Lc 10,2) y la misión (cfr. Jn 20,21; Mt 28,19-20).[9]

 

      El camino de la santidad sacerdotal se recorre dejándose conquistar por el amor de Cristo, a ejemplo de S. Pablo: "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí... vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20). Y es este mismo amor el que urge a la misión: "El amor de Cristo me apremia" ( 2Cor 5,14).

 

      El cristocentrismo de San Pablo arranca de la fe como encuentro con Cristo, "el Hijo de Dios" (Hech 9,20), "el Salvador" (Tit 1,3), quien "fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación" (Rom 4,25). Cristo "vive" (Hech 25,19) y habita en el creyente (cfr. Fil 1,21), comunicándole la fuerza del Espíritu que le hace hijo de Dios (cfr. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17). Por el bautismo, el cristiano queda configurado con Cristo (cfr. Rom 6,1-5). Pablo vive de esta fe. Desde su encuentro inicial con el Señor, Pablo aprendió que Cristo vive en todo ser humano y, de modo especial, en su comunidad eclesial, a la que él describe como "cuerpo" o expresión de Cristo (cfr. 1Cor 12,26-27), "esposa" o consorte (cfr. Ef 5,25-27; 2Cor 11,2) y "madre" fecunda de Cristo (cfr. Gal 4,19.26).

 

      Las renuncias sacerdotales quedan resumidas en la expresión de San Pedro: "Lo hemos dejado todo y te hemos seguido" (Mt 19,27). La renuncia total no sería posible ni tendría sentido, sin el "seguimiento" como encuentro y amistad. La "soledad llena de Dios" (de que hablaba Pablo VI en la enc. Sacerdotalis Coelibatus), es, para el sacerdote ministro, el redescubrimiento de una presencia y de un amor más hermoso y profundo: "No tengas miedo ... porque yo estoy contigo" (Hech 18,9-10).[10]

 

      Cristo nos lleva en su corazón, desde el primer momento de su ser en cuanto hombre. Si el misterio del hombre sólo se descifra en el misterio Cristo, cada ser humano tiene en su propia vida huellas de ese amor: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). En esta perspectiva antropológico-cristiana, a la luz de la Encarnación, el sacerdote ministro se siente interpelado por unas vivencias de Cristo, que amó a "los suyos" (Jn 13,1) y los presentó cariñosamente ante el Padre: "los que tú me has dado" (Jn 17,2ss), "los has amado como a mí" (Jn 17,23).

 

      La llamada apostólica ("venid", "sígueme") trae consigo relación, imitación y configuración con Cristo. Si uno quiere ser consecuente con esta actitud relacional comprometida, que llamamos "santidad" (como trasunto de la caridad del Buen Pastor y, así mismo, reflejo de Dios Amor), en todas las circunstancias de su vida encontrará huellas de una presencia que sobrepasa el sentimiento de ausencia: "Estaré con vosotros" (Mt 28,20). El decreto Presbyterorm Ordinis recuerda esta presencia, que es fuente de santidad y de gozo pascual: "Los presbíteros nunca están solos en su trabajo" (PO 22).[11]

 

      La dimensión cristológica de la santidad es, por ello mismo, dimensión eucarística. "Hemos nacido de la Eucaristía... El sacerdocio ministerial tiene su origen, vive, actúa y da frutos «de Eucharistia»... No hay Eucaristía sin sacerdocio, como no existe sacerdocio sin Eucaristía" (Carta del Jueves Santo, 2004, n.2).[12]

 

      Para garantizar la dimensión cristológica de la santidad sacerdotal, es necesario relacionarla con la dimensión mariana. Cristo Sacerdote y Buen Pastor no es una abstracción, sino que ha nacido de María Virgen y la ha asociado a su obra redentora. María, Madre de Cristo Sacerdote y Madre nuestra, ve en cada uno de nosotros un "Jesús viviente" (según la expresión de S. Juan Eudes), es decir, con palabras del concilio, "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" PO 12), que quieren vivir "en comunión de vida" con ella como el discípulo amado (cfr. RMa 45, nota 130). Necesitamos vivir nuestra dimensión sacerdotal cristológica "en la escuela de María Santísima" (Carta del Jueves Santo, 2004, n.7).[13]

 

      La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal incluye el amor leal, sincero e incondicional a la Iglesia. Es, pues, dimensión eclesiológica. El apóstol Pablo, al invitarnos a configurarnos con Cristo, nos insta a vivir de sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5) y de sus mismos amores: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella" (Ef 5,25). "Para todo misionero y toda comunidad la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89).

 

 

2. Llamados a ser maestros y forjadores de santos, enamorados de Cristo

 

      Nuestra llamada a la santidad incluye el compromiso ministerial de ayudar a los fieles a emprender el mismo itinerario de santificación. Se trata del "ministerio y función de enseñar, de santificar y de apacentar la grey de Dios" (PO 7), como colaboradores de los obispos. Por esto, "la perspectiva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la santidad" (NMi 30). La dimensión cristocéntrica de la santidad se concreta necesariamenten en dimensión eclesiológica.

 

      En realidad, de la santidad de los sacerdotes depende, en gran parte la santidad, renovación y misionariedad de toda la comunidad eclesial. Así lo afirma el concilio Vaticano II: "Este Sagrado Concilio, para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, ­de difusión del Evangelio por todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, exhorte vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuercen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).

 

      Toda la acción pastoral tiende a construir la comunidad eclesial como reflejo de la Trinidad, por un proceso de unificación del corazón según el amor, que hace posible llegar a ser "un solo corazón y una sola alma" (Hech 4,32). Entonces, se construye la Iglesia como "misterio", es decir, como pueblo "congregado en la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4). Es misterio de comunión misionera. "La santidad se ha manifestado más que nunca como la dimensión que expresa mejor el misterio de la Iglesia. Mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al vivo el rostro de Cristo" (NMi 7)

 

      La acción ministerial profética, litúrgica y diaconal, además de ser el medio y el lugar privilegiado de la propia santificación, es la palestra para orientar a toda la comunidad eclesial por el camino de la santidad. Los ministerios son servicios que construyen una escuela de santidad y de comunión eclesial. Somos llamados a ser moldeadores de santos.

 

      Nuestra vida sacerdotal se puede resumir en la acción ministerial eucarística: "Esto es mi cuerpo... ésta es mi sangre" (Mt 26,26.28). En este momento obramos en nombre de Cristo y nos transformamos en él. Pero esta acción ministerial eucarística incluye el anuncio (profetismo) y la comunión (diaconía). Es más, la eficacia de las palabras del Señor no sólo llega hasta lo más hondo de nuestro ser, transformándolo, sino que también va pasando a toda la Iglesia y a toda la humanidad.

 

      A la luz de este servicio ministerial (en relación con el cuerpo eucarístico y con el cuerpo místico de Cristo), todo se puede reducir la urgencia de ser santos y hacer santos, como consecuencia del mandato eucarístico: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19; 1Cor 11,24). Es la tarea de anunciar, celebrar y comunicar a Cristo. La transformación eucarística del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, penetra el ser y el obrar sacerdotal, para pasar a la Iglesia y a la humanidad entera. El encargo de Cristo a los sacerdotes pone "el cuño eucarístico en su misión" (Carta del Jueves Santo, 2004, n.3). Por la Eucaristía, somos forjadores de santos.[14]

 

      La entrega apostólica de Pablo tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28). En la doctrina paulina, la vocación cristiana es elección en Cristo (cfr. Ef 1,3), para ser "gloria" o expresión suya por una vida santa (Ef 1,4-9), comprometida en la misión de "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10) y marcada con "el sello del Espíritu" (Ef 1,13). Es vida unida a la oblación de Cristo (cfr. Fil 2,5-11), por participar en el sacrificio eucarístico que hace presente la oblación del Señor, "hasta que vuelva" (cfr. 1Cor 11,23-26). Pablo es forjador de santos (cfr. Gal 4,19).[15]

 

      El sentido esponsal del ministerio tiende a construir la Iglesia santa, como esposa de Cristo, santificada por su amor esponsal: "Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5,25-27).

 

      Hacer santa a la comunidad eclesial, equivale a hacerla misionera y "madre", es decir, instrumento de vida en Cristo para los demás. Entonces la Iglesia "ejerce por la caridad, por la oración, por el ejemplo y por las obras de penitencia una verda­dera maternidad respecto a las almas que debe llevar a Cristo" (PO 6).

 

      Si se anuncia la Palabra, es para llamar a un actitud de escucha, de conversión y de respuesta generosa por parte de los creyentes. La predicación de la Palabra congrega al pueblo de Dios para construirlo en la caridad. Por esta predicación, se tiende a "invitar a todos instantemente a la conversión y a la santidad" (PO 4).

 

      La celebración de la Eucaristía y de los sacramentos en general, en el ámbito del año litúrgico, es una llamada a todos los fieles para hacer de su vida una oblación en unión con Cristo: "De esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismo, sus trabajos y todas las cosas creadas juntamente con El" (PO 5).

 

      La acción ministerial de orientar, animar y regir a la comunidad, siempre con espíritu de servicio, tiene el objetivo de "que cada uno de los fieles sea conducido en el Espíritu Santo a cultivar su propia vocación según el Evangelio, a la caridad sincera y dili­gente y a la libertad con que Cristo nos liberó" (PO 6).

 

      En los tres ministerios se tiende a formar a Cristo en los creyentes, por un proceso de santificación que es transformación de criterios, escala de valores y actitudes, en vistas a relacionarse con Cristo, imitarle y transformarse en él. Así resume San Pablo su actuación santificadora: "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19); "celoso estoy de vosotros con el celo de Dios, pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo" (2Cor 11,2).

 

      Nuestro ministerio consiste en ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12). Por ello mismo, somos servidores de una Iglesia llamada a la santidad. El capítulo quinto de la Lumen Gentium es una pauta para el itinerario de santificación: existe una llamada universal de la Iglesia a la santidad (LG 39-42), que consiste en la "perfección de la caridad", y que se realiza en la vida cotidiana según el propio estado de vida, usando los medios adecuados para conseguir este objetivo (LG cap.VI, nn.39-42). Así, pues, "todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

 

      El bautismo es, por su misma naturaleza, una llamada y una posibilidad de santidad: pensar, sentir, amar y obrar como Cristo. "El bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu" (NMi 31). El compromiso fundamental de quien se bautiza consiste en la decisión de hacerse santo por "el camino del Sermón de la Montaña: « Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial » (Mt 5,48)" (NMi 31).

 

      La experiencia del propio encuentro personal con Cristo y del seguimiento evangélico, según la pauta de las bienaventuranzas, es la mejor preparación para poder acompañar a otros por el mismo camino de santificación, que, como hemos indicado, es camino de relación con Cristo, imitación y transformación en él. El sacerdote es maestro de contemplación, de perfección, de comunión y de misión.

 

      El tema de la santidad sacerdotal en su dimensión cristocéntrica, aparece en todas las figuras sacerdotales de la historia. Estos santos sacerdotes fueron maestros y modelos de santidad sacerdotal y cristiana. Algunos santos sacerdotes han dejado escritos sobre la vida y ministerio del sacerdote. En su primera carta del Jueves Santo (1979), Juan Pablo II invita a inspirarse en las figuras sacerdotales de la historia: "Esforzaos en ser los maestros de la pastoral. Ha habido ya muchos en la historia de la Iglesia. ¿Es necesario citarlos? Nos siguen hablando a cada uno de nosotros, por ejemplo, San Vicente de Paúl, San Juan de Ávila, el Santo Cura de Ars, San Juan Bosco, Beato (ahora ya santo) San Maximiliano Kolbe y tantos otros. Cada uno de ellos era distinto de los otros, era él mismo, era hijo de su época y estaba al día con respecto a su tiempo. Pero «el estar al día» era una respuesta original al Evangelio, una respuesta necesaria para aquellos tiempos, era la respuesta de la santidad y del celo".[16]

 

 

3. Algunas connotaciones sobre la santidad sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

      La santidad constituye el "fundamento de la programación pastoral que nos atañe al inicio del nuevo milenio" (NMi 31). Esta afirmación de Juan Pablo II es un reto para la vida y ministerio sacerdotal. Estamos llamados a ser santos y a construir comunidades como escuela de santidad y comunión.

 

      En una sociedad "icónica", que pide signos, se necesita construir una Iglesia que transparente las bienaventuranzas como "autorretrato de Cristo" (VS 16). Efectivamente, "el hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42). Quienes hoy se sienten llamados a la fe cristiana, manifiestan "el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido" (RMi 47).

 

      Urge, pues, presentar la figura del sacerdote como expresión de la vida del Buen Pastor. San Pablo se consideraba "olor de Cristo" (2 Cor, 2,15). El Señor nos describe como su "expresión" o su "gloria": "He sido glorificado en ellos" (Jn 17,10). Nuestra identidad sacerdotal consiste en ser "prolongación visible y signo sacramental de Cristo" Sacerdote y Buen Pastor (PDV 16).[17]

 

      No se trata de un signo meramente externo, sino de una realidad ontológica (transformación en Cristo), que necesariamente tiene que manifestarse en el testimonio. Al mismo tiempo, esta realidad se hace vivencia personal y comunitaria, para poder decir como San Pedro el día de Pentecostés y repetidamente en sus discursos: "Nosotros somos testigos" (Hech 2,32; 3,15; 5,32; 10,39). Es, pues, relación, imitación, transformación en Cristo, que se convierte en su transparencia.

 

      El mundo de hoy pide testigos de la experiencia de Dios (cfr. EN 76; RMi 91). Todo apóstol y de modo especial el sacerdote, debe poder decir como San Juan: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos" (1Jn 1,3). El Espíritu Santo, recibido especialmente el día de ordenación, capacita para transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús.[18]

 

      El inicio del tercer milenio es una invitación acuciante a ser signos transparentes y eficaces del Buen Pastor. La Palabra, la Eucaristía, los sacramentos y la acción pastoral, nos moldean como expresión de Cristo y como signos santificadores.

 

      Según mi experiencia de encuentros sacerdotales en diversas latitudes y culturas, he llegado a la convicción de que en estos años del inicio del tercer milenio, puede tener lugar un resurgir sacerdotal si se redescubren los enormes tesoros doctrinales de los documentos conciliares y postconciliares (que, a su vez, recogen una historia milenaria de gracia). El día en que todo neo-sacerdote haya leído y se haya formado en estos documentos, ciertamente habrá una gran renovación de vida y de vocaciones sacerdotales, por el hecho de haber redescubierto "un tesoro escondido", como es la "mística" de la propia espiritualidad sacerdotal específica.[19]

 

      El Papa Juan Pablo pide elaborar un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio, que abarque todas estas facetas (cfr. PDV 79). Sólo siendo fieles al proceso de santidad, llegaremos a ser sacerdotes para una nueva evangelización (cfr. PDV 2, 9-10, 17, 47, 51, 82. Directorio 98).[20]

 

      Cuando Juan Pablo II nos recuerda a los sacerdotes las líneas de nuestra santidad, nos indica la relación entre la consagración y la misión como binomio inseparable: "La consagración es para la misión" (PDV 24).

 

      Se podría hablar del "carisma" apostólico y sacerdotal de Juan Pablo II, concretado en la dinámica evangélica: del encuentro, a la misión. Me parece que esta es la clave para entender sus documentos, a partir del primer momento de su pontificado, cuando  dijo: "Abrid las puertas a Cristo". Sus encíclicas, exhortaciones apostólicas, cartas del Jueves Santo y mensajes, ofrecen la armonía entre la consagración (como entrega totalizante a los planes de Dios) y la misión (como cercanía al hombre y a la realidad concreta). Pero esta dinámica es relacional: del encuentro con Cristo, se pasa al seguimiento de Cristo y al anuncio de Cristo.[21]

 

      Las cartas del Jueves Santo (desde 1979 hasta 2004) son una herencia apostólica, a modo de testamento sacerdotal de Juan Pablo II, que podrían resumirse en la letanía dirigida a Cristo Sacerdote, en que se pide "Pastores según su Corazón" (Letanía, citada en Carta del Jueves Santo 2004, n.7).

 

      Las cinco Exhortaciones Apostólicas Postsinodales continentales son una llamada a la santidad, que se concreta en un proceso de pastoral "inculturalizada", en las circunstancias históricas y geográficas. A esta tarea de santificación estamos llamados especialmente los sacerdotes. Es la primera vez en la historia, que se recoge la aportación de todas las Iglesias de esta manera tan concreta, como es la celebración de unos Sínodos Episcopales (continentales) con sus respectivas Exhortaciones Postsinodales.[22]

 

      Especialmente es acuciante, en estas Exhortaciones continentales, la llamada a la santidad respecto a los sacerdotes y personas consagradas: "Por el sacramento del Orden, que los configura a Cristo Cabeza y Pastor, los Obispos y sacerdotes tienen que conformar toda su vida y su acción con Jesús" (Ecclesia in Europa 34)[23]. "Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas" (Ecclesia in Europa 37).[24]

 

      La propia identidad sacerdotal podrá ser comprendida y asimilada, si se vive como signo personal y sacramental del Buen Pastor, reconociendo que se tiene una espiritualidad sacerdotal específica entusiasmante. Es el gozo de ser y sentirse signo de Cristo, aquí y ahora, con el propio Obispo, en la propia Iglesia particular, en el propio Presbiterio, al servicio de la Iglesia local y universal, inspirándose en las figuras sacerdotales de la historia y también, cuando uno se siente llamado, haciendo referencia a carismas particulares más concretos de vida religiosa o asociativa.

 

      La diocesaneidad incluye toda esta historia de gracia, que es una herencia apostólica. Sin la relación personal y comunitaria con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, la espiritualidad sacerdotal diocesana no encontraría su propia pista de aterrizaje. Se es sacerdote, signo del Buen Pastor, en el aquí y ahora de la propia Iglesia particular, presidida siempre por un sucesor de los Apóstoles (en comunión con el Sumo Pontífice y la Colegialidad Episcopal), quien concreta para sus sacerdotes las líneas evangélicas del seguimiento de Cristo.[25]

 

      Una línea característica de la espiritualidad cristiana y sacerdotal en el inicio del tercer milenio, es la esperanza, que presupone la fe y se tiene que concretar en la caridad. Hoy es posible ser santos y apóstoles. Es posible evangelizar en las situaciones nuevas, porque tenemos gracias nuevas. Pero se necesitan apóstoles renovados.[26]

 

      En la espiritualidad y santidad sacerdotal, este tono de esperanza se traduce en "gozo pascual" (PO 11). La vida del apóstol refleja el gozo pascual, también en los momentos de dificultad, dando testimonio de la esperanza cristiana: "El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91). Es el gozo de hacer "pasar" o de transformar el sufrimiento en amor de donación, como herencia que nos ha dejado Jesús en la última cena (cfr. Jn 15, 11; 17, 13).

 

 

Líneas conclusivas

 

      La santidad sacerdotal es esencialmente de dimensión cristológica, que, por ello mismo, se abre a la dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesiológica y antropológica. Precisamente la caridad pastoral, como trasunto de la vida del Buen Pastor, tiene esta orientación hacia los planes del Padre (cfr. Jn 10,18) y sigue las pautas de la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 10,1.14.18): "A Jesús de Nazaret, Dios le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y pasó haciendo el bien" (Hech 10,38).

 

      La consagración sacerdotal del ministro ordenado, por ser participación en la consagración sacerdotal de Cristo para prolongar su misma misión, enraiza en el ámbito del misterio de la Encarnación del Verbo: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).

 

      Por ser signo personal y comunitario de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, los sacerdotes somos expresión de su amor para con todos y cada uno de los redimidos. El contacto del sacerdote con cualquier ser humano, debe ser un anuncio y testimonio de ese amor, para que todos se sientan amados por Cristo y capacitados para amarle a él y, con él, a todos los demás hermanos. La vida sacerdotal es una invitación misionera y vivencial, como expresión testimonial de este anuncio: Dios te ama, Cristo ha venido por ti.

 

      La dimensión cristológica de la santidad sacerdotal hace recordar la realidad del "martirio", como parte integrante del "kerigma" o primer anuncio. Hemos sido elegidos para ser "testigos" ("mártires") del crucificado y resucitado: "Nosotros somos testigos" (Hech 2,32), "y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen" (Hech 5,32). El recuerdo de la figura sacerdotal del mártir San Maximiliano Kolbe, indica esta línea de caridad pastoral oblativa.[27]

 

      El "gozo pascual" (PO 11) puede resumir todos los contenidos de la dimensión cristocéntrica de la santidad sacerdotal. En realidad, es el gozo de las "bienaventuranzas" y del "Magníficat", por el hecho de saberse amado por Cristo y potenciado para amarle y hacerle amar. Es participación en el mismo gozo de Cristo (cfr. Lc 10,21). Es el gozo que nos dejó el Señor como herencia (Jn 15,11; 16,22.24; 17,13). Es el gozo que nace del encuentro permanente con él. Cuando, en el Cenáculo, los Apóstoles eligieron a Matías, resumieron la pauta de una vida sacerdotal y apostólica: uno que hubiera estado con el Señor, para ser testigo gozoso de su resurrección (cfr. Hech 1,22). Es el gozo de Pablo: "Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones" (2Cor 7,4).

 

      La dimensión cristocéntrica o cristológica de la santidad sacerdotal se traduce en:

 

- Declaración mutua de amor, como elección y llamada:

 

      "Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor" (Jn 15,9); "Yo os he elegido a vosotros" (Jn 15,16); "vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).

 

- Relación de encuentro, amistad, intimidad, contemplación:

 

      "Estuvieron con él" (Jn 1,39); "instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14); "vosotros sois mis amigos" (Jn 15,14); "estaré con vosotros" (Mt 28,20); "mi vida es Cristo" (Fil 1,21).

 

- Relación de pertenencia:

 

      "Habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1); "Padre... los que tú me has dado"... (Jn 17,9ss); "no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Gal 2,20).

 

- Relación de transparencia y misión:

 

      "Vosotros daréis testimonio, porque habéis estado conmigo desde el principio" (Jn 15,27); "el Espíritu... me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros" (Jn 16,14); "Padre... he sido glorificado en ellos (son mi expresión)" (Jn 17,10); "Como el me envió, también yo os envío" (Jn 20,21)...; "el amor de Cristo me apremia" ( 2Cor 5,14).

 

      A la luz de la presencia de Cristo Resucitado, que sigue acompañando a "los suyos" (Jn 13,1), se llega a unas actitudes que podríamos llamar de sabiduría y de sentido común cristiano y sacerdotal, y que constituyen la señal para saber si uno camina seriamente por el camino de la santidad en dimensión cristológica. La vivencia de nuestra realidad de participar en el ser de Cristo y de prolongar su misión, se podría concretar así:

 

- No dudar del amor de Cristo:

 

      Mons. Francisco Xavier Nguyen van Thuan, arzobispo de Saigón, estuvo 13 años en la cárcel Saigón. En los primeros días del duro cautiverio, sintiéndose desánimo por su aparente inutilidad, supo discernir la voz del Señor en su corazón: "Te quiero a ti, no tus cosas".[28]

 

- No sentirse nunca solos:

 

      Mons. Tang, obispo de Cantón estuvo 22 años en la cárcel. Cuando llegó a Roma y resumió los sufrimientos pasados en aquella soledad. Al preguntarle por los razones que le ayudaron a perseverar, respondió: "Cristo no abandona".[29]

 

- No poder prescindir de él:

 

      Pablo, en la cárcel de Roma: "En mi primera defensa nadie me asistió, antes bien todos me desampararon... Pero el Señor me asistió y me dio fuerzas" (2Tim, 4,16-17).

 

- No anteponer nada a él

 

      "En los enamorados la herida de uno es de entrambos, y un mismo sentimiento tienen los dos" (S. Juan de la Cruz, Cántico B, canc. 30, n.9)

 

      Nuestro modo de orar se puede realizar con sólo "mantener la mirada fija en Cristo" (Carta del Jueves Santo 2004, n.5).      Este encuentro vivencial y diario con Cristo, en la Eucaristía, en la Escritura y en los hermanos, da sentido a la vida sacerdotal; pero tiene que ser encuentro de amor apasionado que se convierta en anuncio apasionado. Nuestra identidad se demuestra en vivir y hacer vivir la presencia de Cristo resucitado en la Iglesia y en el mundo. Es un "asombro eucarístico" que suscita vocaciones sacerdotales (cfr. Carta del Jueves Santo 1004, n.5), porque entonces los jóvenes en nosotros "intuyen la llamada de un amor más grande" (ibídem, n.6).

 

      La relación personal con Cristo, que es fuente de misión, se moldea "en comunión de vida" con María (cfr. RMa 45, nota 130). Es "comunión vital con Jesús a través del Corazón de su Madre" (Rosarium Virginis Mariae 2). En el Corazón de María, Madre de Cristo Sacerdote y Madre nuestra, se puede auscultar el eco de todo el evangelio (cfr. Lc 2,19.51).[30]

 

      María nos acompaña en todas nuestras celebraciones eucarísticas y en todo nuestro ministerio. Ella sigue siendo el don de Cristo a todos sus fieles y, de modo particular, a sus ministros. "Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don" de su maternidad espiritual (Ecclesia de Eucharistia, n.57). Podemos unirnos a "los sentimientos de María", cuando ella escucha de nuestros labios las palabras de la consagración ("mi cuerpo... mi sangre") (cfr. ibidem, n.56).[31]



    [1]"Imitamini quod tractatis" (imitad lo que hacéis), es la expresión que ahora se encuentra en el texto de la alocución durante la ordenación presbiteral, cuando el obispo explica "la función de santificar en nombre de Cristo". Según Santo Tomás de Aquino, "la Ordenación sagrada presupone la santidad" (cfr. II-II, q.189, a.1, ad 3), para poder servir dignamente al cuerpo eucarístico y al cuerpo místico de Cristo (cfr. Supl. q.36, a.2, ad 1) y para guiar a otros por el camino de la santidad.

    [2]El "carácter" sacerdotal del sacramento del Orden exige santidad, por el hecho de poder obrar en nombre de Cristo; la gracia sacramental comunica la posibilidad de ser santos, es decir, de ser coherentes con lo que somos y hacemos.

    [3]Indicamos algunos estudios sobre santidad y espiritualidad sacerdotal: AA.VV., Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE, 1989); C. BRUMEAU, Les éléments spécifiques de la vie spirituelle des prêtres d'après Vatican II: Le prêtre, hier, aujourd'hui, démain (Paris, Cerf, 1970) 196‑205; J. CAPMANY, Apóstol y testigos, reflexiones sobre la espiritualidad y la misión sacerdotales (Barcelona, Santandreu, 1992); M. CAPRIOLI, Il sacerdozio. Teologia e spiritualità (Roma, Teresianum, 1992); J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991); Idem, Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 2002); A. FAVALE, El ministerio presbiteral, aspectos doctrinales, pastorales y espirituales (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989); G. GRESHAKE, Ser sacerdote. Teología y espiritualidad del ministerio sacerdotal(Salamanca, Sígueme, 1995); J.L. ILLANES, Espiritualidad y sacerdocio (Madrid, Rialp, 1999); D. TETTAMANZI, La vita spirituale del prete (Casale Monferrato, PIEMME, 2002); R. SPIAZZI, Sacerdozio e santità. Fondamenti teologici della spiritualità sacerdo­tale (Roma 1963); K. WOJTYLA, La sainteté sacerdotale comme carte d'identité: Seminarium (1978) 167‑181; P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf, 1969).

    [4]Son los títulos bíblicos que usa y explica PO nn.1-3 y PDV cap.II (ver nn.20-22).

    [5]AA.VV., Identità e missione del sacerdote (Roma, Città Nuova, 1994); F. ARIZMENDI, Vale la pena ser hoy sacerdote? (México, Lib. Parroquial, 1988); M. THURIAN, L'identità del sacerdote (Casale Monferrato, PIEMME, 1993). Ver otros estudios en la nota 4.

    [6]Un brahmán convertido (que después fue sacerdote y misionero), me describía su conversión recordando su experiencia de encuentro con Cristo. Visitando la capilla del hospital, donde él era director, se encontró ante la imagen del crucifijo y oyó en su corazón: "Me amó". Enseguida sacó esta consecuencia: "Si él me ama, yo le quiero amar y hacerle amar"...

    [7]Cfr. S. Benito, Regla, 4,31; 72, 11.

    [8]Pastores dabo vobisindica la "Vida Apostólica" como punto de referencia de la santidad sacerdotal, siempre como imitación de la vida del Buen Pastor y según el estilo de los Apóstoles (cfr. PDV 15-16, 42, 60, etc.). Explico estos contenidos y ofrezco bibliografía, en: Signos del Buen Pastor, espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 2002) cap. V (ser signo transparente del Buen Pastor) (trad. en italiano e inglés: Pontificia Universidad Urbaniana, Roma).

    [9]Las líneas de esta Vida Apostólica, eminentemente evangélica, se podrían resumir en las siguientes: 1ª: Elección, vocación, por iniciativa de Cristo (cfr. Mt 10,1ss; Lc 6, 12ss; Mc 3,13ss; Jn 13,18; 15,14ss). 2ª: "Sequela Christi" o seguimiento evangélico (cfr. Mt 4,19ss; 19, 21-27; Mc 10,35ss); 3ª: Caridad del Buen Pastor (cfr. Jn 10; Hech 20,17ss; 1Pe 5,1ss), 4ª: Misión de totalidad y de universalismo (cfr. Mt 28,18ss; Mc 16,15ss; Hech 1,8; Jn 20,21; PO 10). 5ª: Comunión fraterna (cfr. Lc 10,1; Jn 13,34.35; 17,21-23). 6ª: Eucaristía, centro e fuente de la evangelización (cfr. Lc 22,19-20; 1Cor 11,23ss; Jn 6,35ss). 7ª: Sintonía con la oración sacerdotal de Cristo (cfr. Jn 17; Mt 11,25ss; Lc 10,21ss). 8ª: Al servicio de la Iglesia esposa (cfr. 2Cor 11,2; Ef 5,25-27; Jn 17,23; 1Tim 4,14: "gracia" permanente). 9ª: Con María, "la Madre de Jesús" (cfr. Jn 19,25-27; Hech 1,14; Gal 4,4-19).

    [10]Cabría reflexionar sobre la realidad virginidad de María y de José, que les permitió descubrir en Cristo una predilección singular hacia ellos, abierta siempre a toda la humanidad y a cada ser humano en particular, de modo irrepetible. La vida sacerdotal centrada en Cristo, se resume en la imitación de su mirada hacia los hermanos, descubriendo en ellos una historia de amor esponsal y eterno. Todos ocupamos un lugar privilegiado en el Corazón de Cristo.

    [11]Puede aplicarse a todo apóstol y especialmente a todo sacerdote, esta afirmación de la encíclica misionera de Juan Pablo II: "Precisamente porque es « enviado », el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida... Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

    [12]La dimensión eucarística de la santidad sacerdotal es objeto de otra conferencia en este Encuentro Internacional de Sacerdotes.

    [13]La dimensión mariana es también objeto de otra conferencia en el presente Encuentro Internacional. Sobre la espiritualidad sacerdotal mariana, he resumido contenidos y bibliografía en: María en la espiritualidad sacedotal: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 1799-1804. (Sacerdoti) Maria nella spiritualità sacerdotale: Nuovo Dizionario di Mariologia, Paoline 1985, 1237-1242. Ver también: G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: Compostellanum 33 (1988) 205-224.

    [14]"In persona Christi quiere decir más que «en nombre», o también, «en vez» de Cristo. In persona: es decir, en la identificación específica, sacramental con el sumo y eterno Sacerdote" (enc. Ecclesia de Eucharistia n.29).

    [15]Cfr. F. PASTOR RAMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino, 1993). El tema paulino queda tratado por otra conferencia en ese encuentro sacerdotal.

    [16]Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo de 1979, n. 6. Sería necesario empaparse de los escritos sacerdotales de toda la historia, especialmente de época patrística: San Ignacio de Antioquía ("Cartas), San Juan Crisótomo ("Libro sobre el sacerdocio"), San Ambrosio ("Los oficios de los ministros"), San Gregorio Magno ("Regla pastoral"), San Isidoro de Sevilla ("Los miniterios eclesiásticos"); en época de Trento, San Juan de Avila ("Pláticas a sacerdiotes", "Tratado sobre el sacerdocio"), San Carlos Borromeo, San Juan de Ribera, etc. Ver figuras y escritos de cada época histórica, en: Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o.c., cap.IX (síntesis histórica); Signos del Buen Pastor, o.c., cap.X (síntesis y evolución histórica) (trad. italiano, inglés).

    [17]La expresión "signo" se repite con frecuencia en PDV (cfr. nn.12, 15-16, 22, 42-43, 49). Tiene la connotación de "sacramentalidad", en el contexto de Iglesia "sacramento": signo transparente y portador. Indica la transparencia que refleja el propio ser y vivencia, y que se convierte en instrumento eficaz de santificación y de evangelización.

    [18]"La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cfr. Hech 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima " (RMi 24).

    [19]Son todavía pocos los que se ordenan sacerdotes habiendo estudiado (o leído) estos documentos. Es necesario hacer una relectura de Presbyterorum Ordinis, en relación con Pastores dabo vobis y otros documentos (las Cartas del Jueves Santo, el Directorio, etc.). Entonces se descubre el propio ser como participación en el ser o consagración de Cristo (PO 1-3; PDV cap.II; Directorio cap.I), para prolongar su misma misión (PO 4-6; PDV cap.II, Directorio cap.II), en comunión de Iglesia (concretada también en el propio Presbiterio: PO 7-9; PDV 31, 74; Directorio 25-28), que exige y hace posible la santidad sacerdotal como "caridad pastoral" (PO 12-14; PDV cap.III; Directorio 43-56), concretada en las virtudes del Buen Pastor (PO 15-17; PDV 27-30; Directorio 57-67), sin olvidar los medios concretos y la formación permanente (PO 18-21; PDV cap.VI; Directorio cap.III). Hay que añadir la exhortación apostólica Pastores Gregis (2003), así como el Directorio para el ministerio pastoral de los Obispos (2004).

    [20]Presento las motivaciones y posibilidades de este proyecto en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio: Sacrum Ministerium 1(1995) 175-186. Ver también: J.T. SANCHEZ, Los sacerdotes protagonistas de la Evangelización, en: (Pontificia Comisión para América Latina), Evangelizadores, Obispos, sacerdotes y diáconos, religiosos y religiosas, laicos (Lib. Edit. Vaticana 1996) 101-110. Una buena base para un proyecto: Proposta di vita spirituale per i presbiteri diocesani (Bologna, EDB, 2003).

    [21]Estudié y resumí los documentos del Papa, bajo esta perspectiva, en: El carisma misionero de Juan Pablo II: De la experiencia de encuentro con Cristo a la misión: Osservatore Romano (esp.), 17.7.2001, pp.8-11. También en: Juan Pablo II, el carisma del encuentro con Cristo para la Misión: Omnis Terra n.321 (2002) 234-248; Jean Paul II: le charisme de la rencontre avec le Christ pour la mission: Omnis Terra (fr.) n.383 (2002)234-248; John Paul II, the Charisma of the encounter with Christ for Mission: Omnis Terra (Ing.) n.328 (2002) 233-247.

    [22]"Hoy son decisivos los signos de la santidad: ésta es un requisito previo esencial para una auténtica evangelización capaz de dar de nuevo esperanza. Hacen falta testimonios fuertes, personales y comunitarios, de vida nueva en Cristo. En efecto, no basta ofrecer la verdad y la gracia a través de la proclamación de la Palabra y la celebración de los Sacramentos; es necesario que sean acogidas y vividas en cada circunstancia concreta, en el modo de ser de los cristianos y de las comunidades eclesiales. Éste es uno de los retos más grandes que tiene la Iglesia en Europa al principio del nuevo milenio" (EEu 49). "Fruto de la conversión realizada por el Evangelio es la santidad de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo. No sólo de los que así han sido proclamados oficialmente por la Iglesia, sino también de los que, con sencillez y en la existencia cotidiana, han dado testimonio de su fidelidad a Cristo" (Ecclesia in Europa 14). Ver llamados semejantes en: Ecclesia in America 30-31 (vocación universal a la santidad, Jesús el único camino para la santidad); Ecclesia in Africa 136; Ecclesia in Oceania 30.

    [23]Ver también: Ecclesia in America 39; Ecclesia in Africa 97-98; Ecclesia in Asia 43; Ecclesia in Oceania 49.

    [24]Ver también: Ecclesia in America 43; Ecclesia in Africa 94; Ecclesia in Asia 44; Ecclesia in Oceania 51-52.

    [25]En la exhortación apostólica postsinodal Pastores Gregis", se subraya la necesidad de que el Obispo asuma la propia responsabilidad en el fomento de la espiritualidad de sus sacerdotes; ver especialmente nn.47-48. El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos indica la mismas líneas: nn.75-83.

    [26]Los últimos documentos de Juan Pablo II trazan marcadamente esta línea de esperanza. A los apóstoles "les anima la esperanza" (RMi 24). Basta leer las Exhortaciones Apostólicas Postsinodales, donde se alienta a afrontar las nuevas situaciones siguiendo los signos positivos de la acción providencial de Dios. También en Novo Millennio Ineunte, donde se insta a profundizar el misterio de la Encarnación como "signo de genuina esperanza" (NMi 4). La historia de cada creyente es "una historia de encuentro con Cristo... en el diálogo con él reemprende su camino de esperanza" (NMi 8). "Nos anima la esperanza de estar guiados por la presencia de Cristo resucitado y por la fuerza inagotable de su Espíritu, capaz de sorpresas siempre nuevas" (NMi 12). "¡Duc in altum! ¡Caminemos con esperanza! Un nuevo milenio se abre ante la Iglesia como un océano inmenso en el cual hay que aventurarse, contando con la ayuda de Cristo" (NMi 58).

    [27]Un sacerdote mártir de mi diócesis (Lleida), durante la persecución del año 1936 en España, al ser fusilado todavía estaba con vida y recitaba el "Credo"; al acercarse el verdugo para rematarle con el tiro de gracia, pidió que le dejaran terminar la profesión de fe...

    [28]Ver algunas de sus testimonios de su tiempo de prisión, en: Testigos de esperanza. Ejercicios espirituales dados en el Vaticano en presencia de S.S. Juan Pablo II (Madrid, San Pablo, 2000). Es la vivencia paulina: "¿Quién nos separará del amor de Cristo?" (Rom 8,35).

    [29]Santa Teresa invita a "traerle siempre consigo", porque "con tan buen amigo presente, todo se puede sufrir" (Vida, 22,6).

    [30]La oración sacerdotal de Jesús, pronunciada en la última cena, puede relacionarse fácilmente con el Corazón o interioridad de María, especialmente desde que recibió el encargo de ser nuestra Madre (cfr. Jn 19,25-27: "he aquí a tu hijo"): "Ellos son mi expresión... tú les amas como a mí... yo estoy en ellos" (Jn 17,10.23.26).

    [31]Con el correr de los años de nuestro sacerdocio, podemos tener la sensación, en algún momento, de sentirnos con las "manos vacías"; pero el ejemplo de Sta. Teresa de Lisieux es entusiasmante, cuando dice al Señor: "Pon tus manos en las mías y ya no están vacías". Por mi parte, he de decir que en mis cincuenta años de sacerdocio (1954-2004), no me he arrepentido nunca del primer encuentro con Cristo cuando empecé a sentir la vocación sacerdotal. La vida sacerdotal es siempre una historia de gracia y de misericordia. Es vida que intenta gastarse con gozo, para amar y hacer amar a Cristo. A veces, he tenido la impresión de ser "un estropajo" inútil. Pero el encuentro personal con Cristo, renovado diariamente en la Eucaristía y en su Evangelio, me ha hecho sentir en el corazón sus palabras alentadoras: "Este estropajo es mío", lavado con mi sangre redentora (cfr. Ap 7,14)...

    PROYECTO DE VIDA SACERDOTAL EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

                                         (Juan Esquerda Bifet)

 

I.   HACIA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR

 

     La formación permanente. Hacia un proyecto de vida según la "Vida Apostólica". ¿Cómo elaborar un proyecto de vida sacerdotal?. Material comparativo (PO, PDV, CIC). Documento de Puebla y Santo Domingo ¿Quiénes pueden elaborar este proyecto. Cuestionario.

 

II.  IDEARIO DE IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

 

     Identidad sacerdotal. A partir de la espiritualidad específica del sacerdote. Elementos fundamentales de la "Vida Apostólica" en el Presbiterio. Cuestionario.

 

III.OBJETIVOS Y METAS, ETAPAS O NIVELES

 

     Objetivos y metas según diversas dimensiones. Niveles y etapas. Cuestionario.

 

IV.  MEDIOS DE VIDA SACERDOTAL Y COMPROMISOS COMO PARTE DEL PROYECTO

 

     Líneas generales. Medios concretos. Compromiso personal y en grupo. Cuestionario.


I.   HACIA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DE LA IGLESIA PARTICULAR

    

 

1. La "formación permanente" según "Pastores dabo vobis"

 

     Siguiendo las indicaciones del Concilio (PO 19; CIC can 279), la exhortación postsinodal ha querido recalcar, en el cap. VI, la importancia de la formación permanente, señalando unos caminos de profundización que abarquen toda la vida y todo el ministerio sacerdotal.

 

     Este tema se presenta con la dinámica de "reavivar" la gracia o carisma del sacramento del Orden, que hace al sacerdote "partícipe no sólo del poder y del ministerio salvífico de Jesús, sino también de su amor" (PDV 70). Es, pues, el amor de Cristo que urge a la "actualización" constante de la vida y ministerio sacerdotal. "De esta manera, la formación permanente encuentra su propio fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden" (ibídem).

 

     La respuesta al "sígueme" no es sólo una actitud del pasado, sino que es una actitud de permanente respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (PDV 70). Esta respuesta al "ven y sígueme", que en el pasado fue una "opción fundamental", se irá reforzando y actualizando, tanto a nivel personal como a nivel comunitario. Es, pues, un compromiso que "deberá renovarse y reafirmarse continuamente durante los años del sacerdocio en otras numerosísimas respuestas, enraizadas todas ellas y vivificadas por el 'sí' del Orden sagrado" (ibídem).

 

     Todos los temas sacerdotales, también la formación permanente, deben analizarse a la luz de la caridad del Buen Pastor. "Alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral" (PDV 70). Esta formación ha de entenderse como "opción consciente y libre que impulse el dinamismo de la caridad pastoral y del Espíritu Santo. En este sentido la formación permanente es una exigencia intrínseca del don del ministerio sacramental recibido, que es necesaria en todo tiempo, pero hoy lo es particularmente urgente... por la 'nueva evangelización'" (ibídem).

 

     La formación permanente no es sólo exigencia del sacramento del Orden y de la caridad pastoral, sino que, al mismo tiempo, la comunidad cristiana tiene derecho a esa renovación sacerdotal. "De esta manera, la formación permanente es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser. Es, pues, amor a Jesucristo y coherencia consigo mismo. Pero es también un acto de amor al Pueblo de Dios, a cuyo servicio está puesto el sacerdote. Más aún, es un acto de justicia verdadera y propia: él es deudor para con el Pueblo de Dios" (PDV 70).

 

     El capítulo final de PDV, si se lee en el contexto de todo el documento, es la parte que compromete más. Porque no se trata sólo de organizar unos cursos para ponerse al día, sino de estructurar toda la vida del Presbiterio, de suerte que el sacerdote encuentre los medios necesarios para vivir su identidad sacerdotal con todas las exigencias de "vida apostólica" en el Presbiterio de la Iglesia particular.

 

     Hay que elaborar "programas capaces de sostener... el ministerio y vida sacerdotal" (n.3). Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (n.78). En este campo "es fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (n.79). Las estructuras del Presbiterio deben orientarse a una puesta en práctica de las orientaciones conciliares y postconciliares. El documento postsinodal compromete a todos. "Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (n.79).

 

     La participación del Obispo es vital, como compartiendo la misma vida y la misma suerte de su Presbiterio. "El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su Presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial" (n.79; cf. CD 15-17.28; PO 7, 19).

 

     Con estas aclaraciones se continua la enseñanza del concilio sobre el mismo tema: "Para que los presbíteros se entreguen más fácilmente a los estudios y capten con más eficacia los métodos de evangelización y de apostolado, procúreseles cuidadosamente los medios necesarios, como son la organización de cursos y de congresos, según las condiciones de cada país, la erección de centros destinados a los estudios pastorales, la fundación de bibliotecas y una conveniente dirección de los estudios para personas competentes. Consideren, además, los Obispos, o en particular, o reunidos entre sí, el modo más conveniente de conseguir que todos los presbíteros, en tiempo determinado, sobre todo en los primeros años después de su ordenación, puedan asistir a un curso en que se les brinde la ocasión de conseguir un conocimiento ­más completo de los métodos pastorales y de la ciencia teológica, y , sobre todo, de fortalecer su vida espiritual y de comunicarse mutuamente­ con los hermanos las experiencias apostólicas. Ayúdese especial­mente con estas y otras atenciones oportunas también a los neopá­rrocos y a los que se destinan para una nueva empresa pastoral, o a los que se envían a otras diócesis o nación" (PO 19; cfr. can. 279).

 

     El documento de Puebla hizo la aplicación concreta a la situación sacerdotal de A.L.: "La gracia recibida en la ordenación, que ha de reavivarse continuamente, y la misión evangelizadora exigen de los ministros jerárquicos una seria y continua formación, que no puede reducirse a lo intelectual, sino que se extenderá a todos los aspectos de su vida" (Puebla 719). "Objeto de esa formación, que tendrá en cuenta la edad y las condiciones de las personas, ha de ser: capacitar a los ministros jerárquicos para que, de cuerdo con las exigencias de su vocación y misión y la realidad latinoamericana, vivan personal y comunitariamente un continuo proceso que los haga pastoralmente competentes para el ejercicio del ministerio" (Puebla 720).

 

     La formación permanente es un camino de conversión continua y de fidelidad generosa, indispensable para la Nueva Evangelización, con programas concretos que abarquen toda la vida y ministerio sacerdotal: "Existe una conciencia creciente de la necesidad e integridad de la formación permanente, entendida y aceptada como camino de conversión y medio de fidelidad. Las implicaciones concretas que tiene esta formación para el compromiso del sacerdote con la Nueva Evangelización, exigen crear y estimular cauces concretos que la puedan asegurar. Cada vez aparece con más fuerza la necesidad de acompañar el proceso de crecimiento, intentando que los desafíos que el secularismo y la injusticia le plantean puedan ser asimilados y respondidos desde la caridad pastoral. Igual atención hemos de prestar a los sacerdotes, ancianos o enfermos" (Santo Domingo 72).

 

 

2. Hacia un proyecto de vida según la "Vida Apostólica"

 

     La exhortación postsinodal es un texto que da las pautas necesarias para estructurar el Presbiterio de la Iglesia particular de acuerdo con la "Vida Apostólica". Los candidatos al sacerdocio (diocesanos y religiosos) encuentran en él una posibilidad de vivir el sacerdocio con generosidad evangélica. Ahora ya verán que es posible poner en práctica las indicaciones del nuevo Código: "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245, par. 2). Este Presbiterio, al cual son invitados, ya existe en potencia...

 

     Hay que reconocer que la "Vida Apostólica" en el Presbiterio (para el clero diocesano), salvo casos individuales y de algunos grupos excepcionales, tiene un vacío de siglos. La doctrina eclesial se ha mantenido gracias al magisterio y a la vida de santos sacerdotes. Llevar a término esta empresa supondrá crear mentalidad y buscar pautas concretas. Probablemente será cuestión de muchos años y de grandes sacrificios, para arrinconar hábitos "legitimados", privilegios y derechos adquiridos. También en algunas instituciones religiosas o análogas, la "Vida Apostólica" ha quedado anquilosada, olvidando la vitalidad del carisma fundacional o dándose a una problemática al margen de los criterios evangélicos y eclesiales. Por esto la crisis sacerdotal ha sido común (con las mismas proporciones) para el clero diocesano y religioso.

 

     "Pastores dabo vobis" pertenece a un hecho de gracia, que aflora principalmente en las indicaciones del Vaticano II y de los documentos postconciliares, y que recoge un despertar sacerdotal anterior, especialmente a partir de San Pío X ("Haerent animo"). Este hecho necesita encontrar los santos sacerdotes del postconcilio. Se han dado grandes pasos que preanuncian un resurgir en las nuevas generaciones sacerdotales.

 

     A mi entender, el paso actual, salvando las diferencias, se podría comparar al paso trascendental de Trento respecto a los Seminarios, a la vida sacerdotal y al ministerio episcopal. Entonces se fue aplicando el concilio gracias a santos sacerdotes del postconcilio (San Carlos Borromeo, San Juan de Avila, San Juan de Ribera, San Ignacio de Loyola, San Juan Eudes, San Vicente de Paul, San Gregorio Barbarigo, etc.). ¿Estamos hoy preparados para poner en práctica la "Pastores dabo vobis"?

 

     Esta tarea es posible. La llamada del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy va unida a su presencia activa. La caridad pastoral, con todas sus consecuencias de "Vida Apostólica" en el Presbiterio, comienza a ser una realidad. El documento postsinodal parte de una actitud de fe y de esperanza: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33). "El Sínodo... es consciente de la acción constante del Espíritu Santo en la Iglesia"(son palabras que hace suyas el Papa: n.1).

 

     La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrán lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).

 

3. ¿Cómo elaborar un proyecto de vida sacerdotal?

 

     Los números 80-81 de "Pastores dabo vobis" indican unas pautas generales sobre los momentos, las formas y los medios de la formación sacerdotal permanente en el sentido indicado de proyecto global de vida. Se podrán indicar pautas para los cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual (nn.71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio. La formación permanente tiene esta finalidad: "Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (n.71).

 

     Las pautas de este "proyecto" (que podría llamarse "Directorio") no  serán nuevas obligaciones, sino indicaciones que recojan todo lo contenido en el concilio y postconcilio, para que el sacerdote pueda "desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de vida de Jesús Buen Pastor" (n.73). Es la respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (n.70).

 

     Se podrían delinear las pistas de los cuatro niveles indicados:

     - humano: compartir, convivencia, amistad, colaboración...

     - espiritual: oración, seguimiento evangélico, virtudes...

     - intelectual: estudio, actualización, profundización...

     - pastoral: ministerio, disponibilidad, dedicación, conocimiento de la realidad, evaluación, compromisos...

 

     También se podrían trazar unas líneas de:

     - vida personal (contemplación, estudio, vida sacramental, seguimiento evangélico, dirección espiritual, medios concretos...)

     - vida comunitaria (equipo de revisión de vida, convivencia, solidaridad, ayuda mutua en todos los niveles...)

     - vida pastoral (equipo apostólico, pastoral de conjunto en el campo profético-litúrgico-caritativo...), etc.

 

     Así mismo podría especificarse un "Directorio" o proyecto sacerdotal a partir de actitudes: actitud relacional con Cristo, actitud de seguimiento evangélico, actitud de comunión y fraternidad, actitud de misión.

 

     Todas estas posibilidades deberían reflejar una eclesiología clara, profunda y entusiasmante: el sacerdote como servidor de la Iglesia misterio, comunión, misión (PDV 73-75).

 

     En nuestra exposición, tendremos en cuenta todas estas posibilidades y elementos, pero, por razones prácticas de un estudio que ofrece materiales para elaboración personal o en grupo, seguiremos esta distribución: Ideario, objetivos y metas (etapas o niveles), medios y compromisos. Será el contenido de los capítulos II-IV.

 

4. Material comparativo (PO, PDV, CIC)

 

     Nuestro estudio consiste en la elaboración directa de un proyecto, sino en la aportación de unos elementos que emergen de los documentos actuales, de la realidad y de la experiencia sacerdotal. Para ello, ofrecemos aquí (para eventual consulta) un esquema comparativo de los contenidos de "Presbyterorum Ordinis" (PO), "Pastores dabo vobis" (PDV) y "Código de Derecho Canónico" (can.):

 

                   Configuración con Cristo:

PO1-3: participar del sacerdocio de Cristo Cabeza y Pastor.

PDV cap. II:  configuración (n. 20-22) con Cristo Sacerdote, Cabeza, Pastor, Siervo (n.48), Esposo (n.22)

Consagración por el Espíritu Santo:   PDV 1, 10, 27, 33, 69. Cfr. can.108.

 

                      Misión sacerdotal:

PO4-6: equilibrio de ministerios

PDV cap. II:  la misma misión de Cristo (prolongarle) Cfr. can. 259. 273-275.

                           Comunión:

En la "Iglesia misterio, comunión, misión": 12, 16, 59, 73.

"Sucesión apostólica": PDV 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60.

Con el Papa: PDV 16, 18, 28.

Con el Obispo:PO 7; PDV 31, 74, etc. (ChD 15-16,28; can. 273, 275, 384.

En el Presbiterio:PO 8; PDV 31, 74-80, etc. LG 28; ChD 28; can. 245; Puebla 663.

Con la comunidad eclesial: PO 9; PDV 12, 14, 17-18, 31, 66

Vida comunitaria: PO 8; PDV 17, 29, 44, 50, 74-81, etc.

Como "diocesano": PO 8; PDV 17, 31-32. 68, 74 ("incardinación")

 

                       Misión universal:

PO10-11; PDV 2, 4, 14, 16-18, 23. 31-32, 59, 74-75, 82.

 

           Santidad en el ejercicio del ministerio:

PO12-14: "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote", "en el ministerio", "unidad de vida", "ascesis del pastor de almas".

PDV III: "Vida según el Espíritu", santidad "específica"...

     Caridad pastoral: 15, 19-24, 27-33, 41, 48-49, 57, 65, 70ss

     En los ministerios: 23-25, 72.

 

                   Virtudes del Buen Pastor:

PO15-17:Humildad, obediencia (can. 245, 273, 275), castidad (can. 248, 277): "signo y estímulo de la caridad". Pobreza (can. 282, 287)

PDV:Consejos Evangélicos (27-30), "sequela Christi" (8-10, 13, 20, 30, 34, 36, 40, 60, 63-66, 70, 71, 81-82), dimensiones de la obediencia (28), virginidad (22, 29, 44, 50), pobreza (30).

 

                   Medios de santificación:

PO18: medios comunes y peculiares (además de los ministerios)

PDV: Relación personal con Cristo (passim), oración-contemplación (26, 37-38, 47, 51, 53, 72), Eucaristía (23, 26, 38, 46, 48), reconciliación (26, 48), liturgia de las horas (26, 72), María (36, 38, 45, 82), Dirección Espiritual (40, 50, 81), estudio (51), asociaciones (PO 8; PDV 31, 81), formación espiritual: 45-50. Cfr. can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550. Retiros, Ejercicios.

 

                     Formación permanente:

PO19 (Puebla 719; can. 279; Santo Domingo 67-75)

PDV cap.VI: hacer un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio.

 

          Sacerdotes para una "nueva evangelización":

PDV 2, 9-10, 17, 47, 51, 82.

 

 

5. ¿Quiénes pueden elaborar este proyecto? Tarea de todos

 

     "Pastores dabo vobis" (n.78ss) indica que todos los miembros del Pueblo de Dios pueden y deben colaborar en la formación permanente de los sacerdotes. El punto de referencia es la pertenencia a la misma comunidad eclesial (Iglesia particular), en la que la "comunión" es una fraternidad donde se comparte, se convive y se colabora en todo. "Es toda la Iglesia particular la que, bajo la guía del Obispo, tiene la responsabilidad de estimular y cuidar de diversos modos de formación permanente de los sacerdotes" (PDV 78).

 

     Esto supone una más íntima relación entre los sacerdotes y los fieles, cada uno conociendo, respetando y fomentando la vocación específica de los demás: "Precisamente la participación de vida entre el presbítero y la comunidad, si se ordena y lleva a cabo con sabiduría, supone una aportación fundamental a la formación permanente... De esta manera, todos los miembros del Pueblo de Dios puede y deben ofrecer una valiosa ayuda a la formación permanente de sus sacerdotes. A este respecto, deben dejar a los sacerdotes espacios de tiempo para el estudio y la oración; pedirles aquello para lo que han sido enviados por Cristo y no otras cosas; ofrecerles colaboración en los diversos ámbitos de la misión pastoral...; establecer relaciones cordiales y fraternas con ellos" (PDV 78)

 

     El mismo sacerdote, como miembro del Presbiterio de la Iglesia particular, es el primer responsable de que haya unos planes de formación permanente, en cuya elaboración él haya colaborado. Y es él también quien debe comprometerse, personalmente y en grupo, para que estos planes se lleven a la práctica y consigan el objetivo de revivir la "Vida Apostólica" en el Presbiterio. "En cierto modo, es precisamente cada sacerdote el primer responsable en la Iglesia de la formación permanente" (PDV 79).

 

     El carisma episcopal es imprescindible en todo este campo, como formando parte de un misma "Vida Apostólica" en cuanto cabeza visible, padre, amigo y hermano. No se trata sólo de organizar unos cursos según diversos niveles, sino de redimensionar toda la vida y el ministerio en la familia sacerdotal del Presbiterio. "Fundamental es la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (PDV 79).

 

     Esta responsabilidad episcopal forma parte de su carisma y ministerio específico (cfr. ChD 15-16, 28; PO 7). Juan Pablo II decía a los Obispos colombianos: "En este compromiso de santidad y en vuestra ejemplaridad personales, recomiendo especialmente, a imitación de Jesús Maestro y Amigo de los discípulos, que prestéis una atención especial a vuestros sacerdotes. Son los primeros colaboradores de vuestro ministerio episcopal y deben ser los primeros destinatarios de vuestro cuidado pastoral. Sed para ellos padres, hermanos, amigos, que se preocupen de su vida espiritual y también de sus necesidades materiales. Fomentad con vuestro ejemplo la fraternidad sacerdotal entre todos los que son ministros del único Sacerdote, Jesucristo. Sed ejemplo de comunión y de unidad con todos vuestros sacerdotes para edificación y estímulo del Pueblo de Dios" (Saludo a Obispos Colombianos, Bogotá, SPEC, 2.7.86).

 

     Esta labor hay que realizarla en cada Iglesia particular, pero se necesita la armonía de compartir experiencias con otros Presbiterios, también por medio de la Comisión o Departamento Episcopal del Clero. A nivel universal, se necesita la "comunión" con la Santa Sede (Congregación del Clero). La referencia al carisma de "Pedro" (como dependencia y como armonía) es siempre necesaria e intrínseca en cualquiera de estos niveles.

 

     Habrá que partir de realidades ya existentes en el Presbiterio, tanto de las programaciones como de las aplicaciones en marcha. Cada persona y cada institución o grupo aportará armónicamente lo suyo específico, respetando y apreciando la aportación de los demás. En América Latina habrá que tener en cuenta las directrices de Medellín, Puebla (que hemos citado más arriba) y Santo Domingo: "En la formación inicial de los futuros pastores y en la formación permanente de obispos, presbíteros y diáconos queremos impulsar, muy especialmente, el espíritu de unidad y comunión" (n.69). "Nosotros los obispos, nos proponemos organizar mejor una pastoral de acompañamiento de nuestros presbíteros y diáconos, para apoyar a quienes se encuentran en ambientes especialmente difíciles. Todos los ministros queremos conservar una presencia humilde y cercana en medio de nuestras comunidades para que todos puedan sentir la misericordia de Dios. Queremos ser testigos de solidaridad con nuestros hermanos" (n.75). Entre las líneas pastorales para conseguir una cultura cristiana, se señala: "Favorecer la formación permanente de los Obispos y presbíteros, de los diáconos, de los religiosos, religiosas y laicos, especialmente de los agentes de pastoral conforme a la enseñanza de la Iglesia" (n.240).

 

     En su visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma (24.11.92), Juan Pablo II dedicó toda su alocución al tema de la formación permanente. Recogemos una síntesis literal al final del cuarto capítulo, a modo de conclusión de nuestro estudio. Recordemos, de momento, la invitación inicial: "Para alentaros en este proceso formativo, deseo recordar y destacar algunos aspectos de la formación permanente que he propuesto en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis". Ojalá que con vuestro esfuerzo y el de los sacerdotes en vuestras diócesis, se logren elaborar unos "programas de formación permanente, capaces de sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3)".

 

 

6. Cuestionario para el trabajo personal o en grupo

 

     - ¿Qué clase de proyecto de vida te parecería mejor? (modo de redactarlo, perspectivas, punto de partida y puntos de vista)

 

     - ¿Qué orden interno pondrías en la redacción del texto? (por dimensiones: humana, espiritual, intelectual, pastoral; por niveles: personal, grupal...; por aspectos eclesiológicos: servidor de la Iglesia misterio, comunión, misión; por actitudes fundamentales: oración, seguimiento, misión; por distribución lógica y práctica: ideario, objetivos, medios).

 

     - ¿Cómo comenzar a elaborar este proyecto y quiénes deben colaborar concretamente? (empezando por grupos, decanato o arciprestazgo, todo el Presbiterio, participación de otras personas, con otros Presbiterios...).

 


II.  IDEARIO DE IDENTIDAD SACERDOTAL PARA UN PROYECTO DE VIDA EN EL PRESBITERIO DIOCESANO

 

Presentación

 

     Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta", un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida desde el despertar de la vocación (PDV 2-3; cf. n.79). La figura sacerdotal delineada debe ser clara, sin dejar espacio para las dudas, aunque siempre habrá lugar para la aplicación de nuevas gracias en las nuevas situaciones. Se necesita "dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional" (PDV 2) y trazar unos "programas capaces de sostener el ministerio y la vida sacerdotal" (n.3). Esta "propuesta" es el deseo y "la voz de las Iglesias particulares" corroborada por el Papa y dirigida a los sacerdotes como de corazón a corazón (PDV 4). El ser sacerdotal, su obrar y su vivencia, deben aparecer como participación en el ser, en el obrar y en la vivencia de Cristo Buen Pastor. De este modo se conseguirá "motivar y apoyar a todos los ministros ordenados para una formación permanente estructurada conforme a las orientaciones del magisterio pontificio" (Santo Domingo 73).

 

     En su visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma (24.11.92), Juan Pablo II resumió así el ideario y las motivaciones de un programa de formación permanente: "El sacerdote ministro es signo y transparencia de la caridad de Cristo buen Pastor. Por el hecho de participar de su consagración, puede prolongar su misma misión y está llamado a presentar su mismo estilo de vida. Todas las dimensiones de la formación permanente tienden a este objetivo: "Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote" (PDV 72). Por esto, el "significado profundo" de la formación permanente "es el de ayudar al sacerdote a ser y a desempañar su función en el espíritu y según el estilo de Jesús buen Pastor" (PDV 73)".

 

1. Identidad sacerdotal

 

     La "identidad" (la propia razón de ser) no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de: llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida.

 

     La Iglesia necesita presentar "modelos creíbles" (PDV 8), "sacerdotes formados que sean ministros convencidos y fervorosos de la 'nueva evangelización', servidores fieles y generosos de Jesucristo y de los hombres" (PDV 10). Se siente la "absoluta necesidad de que la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros 'nuevos evangelizadores'" (PDV 2). "Hemos recibido 'la fuerza del Espíritu Santo' (cf. Hech 1,6) para ser testigos de Cristo e instrumentos de vida nueva" (Santo Domingo 67). "Juan Pablo II nos ha recordado que la Iglesia necesita presentar modelos creíbles de sacerdotes que sean ministros convencidos y fervorosos de la Nueva Evangelización" (ibídem, 72; cf. PDV n.8 y cap. 6).

 

     El concilio Vaticano II había trazado la fisonomía sacerdotal de hoy, que encuentra en el rostro de Cristo el modelo acabado que hay que imitar y actualizar en cada época. "Presbyterorum Ordinis", respecto al sacerdote, y "Optatam totius", respecto a la formación inicial, habían dejado una pauta de trabajo. La fisonomía sacerdotal de hoy es una tarea inacabada, es decir, es una tarea de todos los días. El hecho de ser signo de Cristo Sacerdote y buen Pastor, y de participar en la "consagración y misión" del Señor, hace que el sacerdote pueda obrar "en nombre de Cristo Cabeza" (PO 2) y prologarle en su Palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoral (PO 4-6). Ahora bien, esta realidad del ser y del obrar sacerdotal, comporta una exigencia de "espiritualidad" o de "santidad", al estilo de vida del buen Pastor (PO 7ss).

     El sacerdote está llamado a ser "transparencia" de Cristo. "Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (PDV 15). El decreto conciliar sobre el sacerdote había señalado unas líneas de fuerza: comunión (PO 7-9), misión (PO 10-11), santificación al estilo del Buen Pastor (PO 12-17). Concretamente se pueden subrayar tres afirmaciones clave: ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12), "ascesis propia del pastor de almas" (caridad pastoral) (PO 13), "conseguirán la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Es siempre la caridad pastoral que se expresa concretamente en las virtudes del Buen Pastor (humildad, obediencia, castidad, pobreza) (PO 15-17), y que necesita la puesta en práctica de unos medios comunes y particulares (PO 18ss).

 

     La situación actual de la sociedad (PDV cap. I) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1). En medio de nuevas dificultades y nuevas posibilidades, el Señor sigue llamando a personas que deben ser formadas para estas circunstancias. La naturaleza y misión del sacerdote, es decir su identidad (cap. II), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap. III) se explica como vida en el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del "seguimiento evangélico" de los Doce.

 

     La persona de Jesús es el punto de referencia para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. La consagración y misión de Jesús hacen ver su realidad de Sacerdote y Víctima, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. Todos estos títulos se van repitiendo en el documento postsinodal (y en PO), aunque son más numerosas las frases que hablan de "Cabeza y Pastor". En las explicaciones, prevalece el tono de "Pastor" (caridad pastoral), "Siervo" (autoridad de servicio), "Esposo" (donación de amor esponsal a la Iglesia). "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (PDV 12).

 

     La "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (PDV 15), arranca del hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 4,18-19; Is 61,1-2). En quien ha recibido la imposición de manos por el sacramento del Orden, hay una acción permanente del Espíritu Santo que modela el ser, el obrar y el estilo de vida: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (PDV 33).

 

     La "representación sacramental" de Cristo como Cabeza y Pastor (PDV 15) se puede calificar también de "personificación", puesto que el sacerdote, por ser "instrumento vivo de Cristo Sacerdote", "personifica de modo específico al mismo Cristo" (PDV  20, citando a PO 12). La expresión "imagen viva" se va repitiendo, en referencia a Cristo Esposo (PDV 22), Cabeza y Pastor (PDV 42).

 

     La representación de Cristo es precisamente en vistas al servicio eclesial. Es una inserción peculiar "en" la Iglesia y, al mismo tiempo, "al frente" de la Iglesia: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (PDV 16, citando la "proposición" 7).

 

     Esta representación de "autoridad", como configuración con Cristo "Cabeza", tiene el sentido de servicio, a imitación de "Cristo Siervo": "Jesucristo es Cabeza de la Iglesia su Cuerpo. Es 'Cabeza' en el sentido nuevo y original de ser 'Siervo', según sus mismas palabras... (Mc 10,45)" (PDV 21). Es la línea de servicio acentuada por el Vaticano II: "Son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1; cfr. LG 24).

 

     La configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la "consagración" obrada por medio del sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación postsinodal para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy.

 

     La figura del sacerdote queda descrita en una "eclesiología de comunión", que "resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo" (PDV 12). El sacerdote es el servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión. No se trata de la Iglesia en abstracto, sino en cuanto "signo" o "sacramento", es decir, "esencialmente relacionada con Jesucristo" (ibídem). La Iglesia, como "misterio", es un conjunto de signos de la presencia activa de Cristo resucitado. "Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial, para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo" (ibídem). Es, pues, un "misterio de comunión" que se expresa en la "misión" del anuncio, celebración y comunicación de la persona y del mensaje de Jesús a todos los hombres.

 

     "El Buen Pastor conoce sus ovejas y es conocido por ellas (cf. Jn 10,14). servidores de la comunión, queremos velar por nuestras comunidades con entrega generosa, siendo modelos para el rebaño (cf. 1Pe 5,1-5). Queremos que nuestro servicio humilde haga sentir a todos que hacemos presente a Cristo Cabeza, Buen Pastor y Esposo de la Iglesia" (Santo Domingo 74; cf. PDV 10).

 

(Ver otros elementos y datos comparativos entre PO y PDV en el capítulo I, n.4)

 

 

2. A partir de la espiritualidad específica del sacerdote

 

     El Concilio había trazado la fisonomía espiritual del sacerdote a partir de su participación en el ser de Cristo (PO 1-3 y de la prolongación de la misma misión del Señor (PO 4-6), en la comunión eclesial (PO 7-9). La "espiritualidad", como vida según el Espíritu, es una consecuencia.  Es "sintonía" con el Buen Pastor, puesto que los sacerdotes son "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12). Es una santidad que se realiza "en el ejercicio del ministerio" y en "unidad de vida" con Cristo (PO 13-14). Es, pues, caridad pastoral, es decir, espiritualidad o "ascesis propia del pastor de almas" (PO 14). De ahí derivarán las virtudes concretas del Buen Pastor, que enraízan en la caridad pastoral: obediencia, castidad, pobreza. Estas virtudes son el "signo y estímulo de la caridad" (PO 15-17).

 

     El estilo de vida o espiritualidad del sacerdote es transparencia de la misma vida de Cristo buen Pastor. "Los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (PDV 15). "La vida y el ministerio del sacerdote son continuación de la vida y de la acción del mismo Cristo" (PDV 18).

 

     La "vida espiritual" o "espiritualidad" del sacerdote se presenta, en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis", a partir de la llamada universal a la santidad, que consiste en la caridad (cita y comenta LG 40). "Espiritualidad" es equivalente a "vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (PDV 19). Para el sacerdote ministro hay una nota específica de esta perfección: "la caridad pastoral".

 

     La referencia a Cristo, "el rostro definitivo del presbítero" (PDV 5), acentúa la importancia de la actitud de sintonía con sus sentimientos o amores sacerdotales. El documento postsinodal cita frecuentemente el texto de la carta a los Filipenses: "Tener entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Fil 2,5). Estos amores quedan resumidos en la expresión "Corazón de Cristo", como resumen de sus amores: "Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (PDV 49; cf. n.82).

 

     En cuanto a la vida espiritual, el documento de Santo Domingo precisa: "El sacerdocio procede de la profundidad del inefable misterio de Dios. Nuestra existencia sacerdotal nace del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y de la acción santificadora y unificante del Espíritu Santo; esta misma existencia se va realizando para el servicio de una comunidad a fin de que todos se hagan dóciles a la acción salvadora de Cristo (cf. Mt 20,28; PDV 12).     El Sínodo episcopal de 1990 y la exhortación post-sinodal ... una insistencia honda sobre la caridad pastoral (cf. PDV cap.3)" (Santo Domingo 70).

 

     La vida espiritual inserta al sacerdote en el misterio del hombre a la luz del misterio de Cristo para "buscar a Cristo en los hombres" (PDV 49). Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (PDV 45-50).

 

     Las características específicas de esta santidad y espiritualidad se concretan en las siguientes: caridad pastoral como configuración con Cristo Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo, santificación en los mismos actos del ministerio, seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica", pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio (esta pertenencia, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal.

 

     Cada una de estas características representa todo un programa de vida espiritual. Todas ellas se complementan, derivan de la configuración y relación con Cristo, y se concretan en sintonía de sentimientos y de actitudes del mismo Cristo, como expresión de la caridad pastoral. "El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y su imagen" (PDV 23). La Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (PDV 26; cf. PO 5).

 

     La santificación por los mismos actos del ministerio recibe en la exhortación una atención particular (PDV 24-26). De hecho se comenta el texto conciliar de "Presbyterorum Ordinis" nn.12-13 y hace la aplicación a cada uno de los ministerios: servicio de la Palabra, de los sacramentos y de animación (dirección) de la comunidad. "Existe, por tanto, una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio... Por otra parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio... La relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral" (PDV 24).

 

     El seguimiento evangélico (del que hablaremos en el apartado siguiente) es una nota característica de la espiritualidad y de la formación sacerdotal. De hecho, el documento postsinodal presenta este tema íntimamente relacionado con los presbíteros, por el hecho de participar (con los Obispos) del mismo estilo de vida de los doce Apóstoles. Para todo sacerdote que esté llamado a presidir la comunidad eclesial, el seguimiento evangélico forma parte esencial de su espiritualidad. En esto no hay distinción entre diocesanos y religiosos, puesto que se trata de las mismas exigencias evangélicas y del mismo radicalismo. La caridad pastoral incluye el seguimiento radical de Cristo por parte de quien es su signo personal y sacramental.

 

     La pertenencia a la Iglesia particular y al Presbiterio concretiza la existencia sacerdotal, dentro de la línea de sucesión apostólica. Hay Iglesia particular y Presbiterio donde hay un sucesor de los Apóstoles. El servicio a la Iglesia misterio, comunión y misión tendrá, pues, estas connotaciones que indican, al mismo tiempo, comunión con el sucesor de Pedro y apertura a la Iglesia universal. "Concretamente, el sacerdote está llamado a madurar la conciencia de ser miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado, o sea, incorporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral. Esta conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia. Ese es, en realidad, el objetivo vivo y permanente de la caridad pastoral que debe acompañar la vida del sacerdote y que lo lleva a compartir la historia o experiencia de vida de esta Iglesia particular en sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y a trabajar en ella para su crecimiento. Sentirse, pues, enriquecidos por la Iglesia particular y comprometidos activamente en su edificación, prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (PDV 74). La caridad pastoral queda, pues matizada con estas circunstancias eclesiales de gracia: el aquí y el ahora de la Iglesia particular.

 

     La disponibilidad para la Iglesia universal dimana, por una parte, de la misma naturaleza del sacerdocio ministerial. El documento postsinodal cita y comenta "Presbyterorum Ordinis" n.10 y "Optatam totius" n.20, puesto que "cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PO 10). Así, pues, "por la naturaleza misma de su ministerio, deben estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero" (PDV 18). Por otra parte, esta disponibilidad universal deriva también del hecho de pertenecer a la Iglesia particular y colaborar en la responsabilidad misionera del Obispo, siempre en la línea de universalismo: "La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites... (cita PO 10)... sino a la misión universal..., pues cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PDV 32).

 

     Para el sacerdote diocesano todo ello tendrá una aplicación especial: "En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular, lo cual no está  motivado solamente por razones organizativas y disciplinares; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación e su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido, la 'incardinación' no se agota en su vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero" (PDV 31). Estos hechos de gracia matizan el modo de seguir a Cristo obediente, casto y pobre, analógicamente a como el carisma fundacional y los compromisos concretos matizan el seguimiento evangélico de los religiosos. La espiritualidad del sacerdote religioso, con sus características peculiares de un carisma fundacional, es un estímulo y una riqueza imprescindible para la Iglesia particular y para el Presbiterio.

 

     Es importante notar que para todo sacerdote (diocesano y religioso), las exigencias de seguimiento evangélico (que son las mimas para ambos) se inspiran en el buen Pastor y en el seguimiento apostólico: "Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20). En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote" (PDV 16).

 

 

3. Elementos fundamentales de la "Vida Apostólica" en el Presbiterio

 

     El Concilio presentó la fisonomía del sacerdote presbítero en relación con su propio obispo, con su Presbiterio y con la Iglesia particular (como concretización de la Iglesia universal). Es en estas perspectivas que el sacerdote encontrará las aplicaciones concretas de su espiritualidad y pastoralidad específica (LG 28; ChD 28-29; PO 7-8). El seguimiento evangélico, al estilo de los Apóstoles como imitadores y consortes del Buen Pastor, queda descrito principalmente al detallar las virtudes que derivan de la caridad pastoral (PO 15-17). El presbítero debe poder encontrar los modos y los medios de esta espiritualidad en su propio Presbiterio (PO 8), sin excluir otros posibles matices de los presbíteros que siguen un carisma fundacional y unos modos concretos en instituciones de tipo religioso, "secular" y asociativo (PO 8).

 

     La "Vida Apostólica" en el Presbiterio es la vida de los doce Apóstoles y de sus sucesores (obispos) e inmediatos colaboradores (presbíteros). Los diáconos participan del ministerio apostólico y, en este sentido, forman parte del Presbiterio; pero en cuanto a la "Vida Apostólica", no todos son llamados al "seguimiento evangélico" por la práctica de los "consejos".

 

     El documento postsinodal da mucha importancia a la relación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) con la sucesión apostólica. Aunque la doctrina es tradicional (si bien poco conocida y profundizada), se puede decir que es la primera vez que un documento magisterial hace hincapié en la sucesión apostólica para hacer ver las consecuencias de tipo ministerial y las exigencias de vida evangélica. El tema es lógico: quienes están llamados a vivir la "Vida Apostólica" son principalmente los sucesores de los Apóstoles (los Obispos) y sus inmediatos colaboradores (los presbíteros). La exhortación usa frecuentemente la expresión "seguimiento evangélico" ("sequela Christi") y "radicalismo evangélico", como algo connatural al sacerdocio de los Doce y de sus sucesores. Las exigencias evangélicas son las mismas para el sacerdote diocesano y para el sacerdote religioso.

 

     La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros (que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo). En el Mensaje de los Padres sinodales, citado por la exhortación, los Obispos dicen: "Vosotros sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico" (PDV 4, de la exhortación postsinodal). En realidad, "el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los Apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20)... Por tanto, el ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual 'sucede' realmente, aunque respecto el mismo tenga unas modalidades diversas" (PDV 16).

 

     Uno de los párrafos más explícitos sobre la sucesión apostólica es el n. 42 del capítulo V ("Instituyó doce para que estuvieran con él"... "vivir como los Apóstoles, en el seguimiento evangélico"). Antes de pasar a los cuatro niveles de formación (humana, espiritual, intelectual y pastoral), el documento quiere dejar claro que se trata de una formación para la vida apostólica de los Doce: "dejarse configurar con Cristo Buen Pastor" y, por tanto, aprender en la "escuela del Evangelio", a "vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles" (PDV 42). El tema se repite al hablar del Seminario como "continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús... comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce". De este modo el Seminario será "fiel a los valores evangélicos en los que se inspira y capaz de responder a las situaciones y necesidades de los tiempos" (PDV 60).

 

 

     Hay que recordar que la "Vida Apostólica" de los Doce se delinea por la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Los tres puntos son muy explícitos en el documento y se repiten insistentemente. Si no hubiera la conciencia y el compromiso generoso de seguimiento evangélico (con la práctica concreta, aunque no necesariamente profesión de los llamados "consejos evangélicos"), la vida fraterna y la disponibilidad misionera no se harían efectivas ni duraderas. La actuación del carisma episcopal es indispensable no sólo para cuestiones jurídicas, sino principalmente para hacer posible la "Vida Apostólica" en el Presbiterio (PDV 74; cfr. CD 15-16; PO 7-8).

 

 

     El llamado "radicalismo evangélico" (PDV 27) no es más que la misma caridad pastoral con todas sus exigencias, tomando como modelo a Cristo Buen Pastor y expresándola con el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles. No se trata primariamente de la vida religiosa en general, sino del mismo seguimiento evangélico (que puede adoptar una forma "religiosa" con compromisos especiales o una forma de vida "incardinada" en la Iglesia particular y en el Presbiterio diocesano). Este seguimiento evangélico con la exigencia de la práctica de los "consejos evangélicos" forma parte de la identidad de los presbíteros como inmediatos colaboradores de los Obispos: "Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza; el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan" (PDV 27).

 

     Al hablar de cada uno de los "consejos evangélicos" (PDV 28-30), el documento sinodal expone detalladamente la obediencia, castidad y pobreza, a la luz de la caridad pastoral. Se trata de imitar "los mismos sentimientos de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (PDV 30).

 

     Hay una afirmación de "Pastores dabo vobis" que se repite de diversas maneras y que es un compendio sapiencial de esta doctrina sobre la caridad pastoral como "officium amoris" (S. Agustín): "testigo del amor de Cristo como Esposo" (PDV n.22). A partir de esta perspectiva de correr la misma suerte de Cristo, en el seguimiento esponsal de radicalismo evangélico (sequela Christi) como los Apóstoles, se puede comprender mejor todo el rico contenido de los llamados "consejos evangélicos" (nn.27-30). Se sigue esponsalmente a Cristo, buen Pastor, en su "caridad pastoral" expresada por la obediencia, castidad (virginidad) y pobreza.

 

     A la luz de la caridad pastoral, las virtudes evangélicas aparecen como eminentemente sacerdotales. La obediencia (PDV 28) debe ser "apostólica", centro de la comunión de Iglesia (Papa, Colegialidad Episcopal, Obispo propio), "comunitaria" (inserción y corresponsabilidad en el Presbiterio), con "carácter de pastoralidad" (disponibilidad misionera).

 

     La "virginidad" (PDV 29), a la luz de la caridad pastoral, tiene sentido "esponsal", como "donación personal a Jesucristo y a su Iglesia". Entonces aparece el celibato con su "valor profético para el mundo actual", como "estímulo de la caridad pastoral" (citando PO 16) y como signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia: "La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo Cabeza y Esposo la ha amado. Por esto el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor" (PDV 29). Se trata de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (PDV 44).

 

     Es la misma caridad pastoral la que da sentido a la pobreza evangélica haciéndola eminentemente sacerdotal. Se hacen resaltar sus "connotaciones pastorales", que se concretan en la imitación de Cristo pobre y crucificado, en la disponibilidad misionera, en la vida fraterna del Presbiterio, en la cercanía y "opción preferencial por los pobres". Entonces "la pobreza sacerdotal" aparece en todo su "significado profético" (PDV 30).

 

     No se pueden separar las tres virtudes sacerdotales evangélicas, pues forman una unidad, como "transparencia" de la caridad del Buen Pastor. La actitud relacional y amistosa con Cristo hace ver en esas virtudes el modo más concreto de compartir su misma vida, para ser "signo" personal y "transparencia" suya (PDV  12, 15-16, 22, 42-43, 49). La caridad del Buen Pastor fue así y sigue siendo así (PDV 30). No se trata principalmente de "exigencias" a modo de obligaciones, sino de la consecuencia de un enamoramiento y amistad, como "signo del amor de Dios a este mundo" (PDV 29). Así aparece el "valor gozoso del seguimiento de Jesús" (PDV 10) como "testimonio máximo de amor" (PO 11). La caridad pastoral hace posible "transparentar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélica" (PDV 20).

 

     La práctica concreta del seguimiento evangélico se realiza siempre en la comunión del Presbiterio como "familia" (PDV 74), con matices de vida comunitaria que puede revestir formas diferentes. "Cada sacerdote, tanto diocesano como religioso, está unido a los demás miembros de este presbiterio, gracias al sacramento del Orden, con vínculos particulares de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad" (PDV 17). "Son muchas las ayudas y los medios... entre éstos hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81).

 

     Para que "la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2), urge construir la fisonomía sacerdotal como imagen de Cristo Buen Pastor. "Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos" (n.18).

 

     La dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal es imprescindible para conseguir la "unidad" afectiva y efectiva de la comunidad eclesial de la Iglesia particular y de su Presbiterio cfr. Act 1,14). "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).

 

 

Cuestionario para el trabajo personal y en grupo

 

     ¿Cómo quisieras que se elaborara el ideario del proyecto de vida en el Presbiterio? (presentación, orden de ideas, redacción,...)

 

    

     ¿Qué contenidos te parecen esenciales? (a partir de Cristo Sacerdote y Buen Pastor, prolongado en el Pueblo sacerdotal, con el ministerio y vivencia de los sacerdotes ministros, en la fraternidad del Presbiterio de la Iglesia particular, para la Iglesia universal...)

 

     ¿Qué dinamismo y acentuaciones debería tener este ideario? (motivaciones, urgencias, preferencias...)


           III. OBJETIVOS Y METAS, ETAPAS Y NIVELES

 

 

Presentación

 

     A partir del ideario sacerdotal, hay que pasar a la puesta en práctica del mismo, indicando unos objetivos y metas a que se tiende, y señalando etapas graduales para llegar ahí. Será también necesario señalar unos medios concretos (ver cap. IV).

 

     Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (PDV 78). Se invita a "hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79). El documento de Santo Domingo precisa: "Elaborar proyectos y programas de formación permanente para obispos, sacerdotes y diáconos, las comisiones nacionales del clero y los consejos presbiterales" (n. 73)..

 

     Se trata de recorrer un itinerario común, en el que los hermanos se ayudan para llegar a los mismos objetivos. "En virtud de la común ordenación sagrada y de la común misión, los presbíteros todos se unen entre sí en íntima fraterni­dad, que debe manifestarse en espontánea y gustosa ayuda mutua, tanto espiritual como material, tanto pastoral como personal, en las reuniones, en la comunión de vida de trabajo y de caridad" (LG 28).

 

1. Objetivos y metas según las diversas dimensiones

 

     En itinerario formativo permanente tiene cuatro dimensiones: humano, espiritual, intelectual y pastoral. La configuración con Cristo Sacerdote y Buen Pastor se va haciendo cada vez más intensa y auténtica en el ser, obrar y vivencia.

 

     Si se habla de formación humana (PDV 72, 43-44), es para desarrollar la personalidad (con sus criterios, valores y actitudes) como "imagen viva" de Cristo. "En el trato con los demás hombres y en la vida de cada día, el sacerdote debe acrecentar y profundizar aquella sensibilidad humana que le permite comprender las necesidades y acoger los ruegos, intuir las preguntas no expresadas, compartir las esperanzas... Sobre todo conociendo y compartiendo, es decir, haciendo propia, la experiencia humana del dolor... el sacerdote enriquece su propia humanidad y la hace más auténtica y transparente, en un creciente y apasionado amor al hombre" (PDV 72)

 

     La personalidad humana y cristiana se desarrolla armónicamente por la capacidad de pensar (criterios), valorar (escala de valores), amar (actitudes de donación), obrar, conocerse, compartir, convivir, colaborar, a la luz de las bienaventuranzas y del mandato del amor. "Mucho ayudan para conseguir esto las virtudes que con razón se aprecian en el trato social, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocu­pación de la justicia, la urbanidad y otras cualidades que reco­mienda el Apóstol Pablo cuando escribe 'Pensad en cuánto hay de verdadero, de puro, de justo, de santo, de amable, de laudable, de virtuoso, de digno de alabanza' (Fil., 4,8)" (PO 3).

 

     La formación espiritual (PDV 72, 45-50) es ciertamente el "centro vital que unifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (PDV 45), pero precisamente por ello reclama los otros niveles de formación. Esta formación apunta a una relación profunda con Cristo (aspecto contemplativo), que se hace seguimiento (opción fundamental) y misión. "La formación del presbítero en su dimensión espiritual es una exigencia de la vida nueva y evangélica a la que ha sido llamado de manera específica por el Espíritu Santo infundido en el sacramento del Orden. El Espíritu, consagrando al sacerdote y configurándolo con Jesucristo Cabeza y Pastor, crea una relación que, en el ser mismo del sacerdote, requiere ser asimilada y vivida de manera personal, esto es, consciente y libre, mediante una comunión de vida y de amor cada vez más rica, y una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo. En esta relación entre el Señor Jesús y el sacerdote -relación ontológica y psicológica, sacramental y moral- está el fundamento y a la vez la fuerza para aquella 'vida según el Espíritu' y para aquel 'radicalismo evangélico' al que está llamado todo sacerdote y que se ve favorecido por la formación permanente en su aspecto espiritual... 'Si así lo hacemos, tendremos la fuerza para engendrar a Cristo en nosotros y en los demás'... también se necesita, y de modo especial, reanimar la búsqueda continuada de un verdadero encuentro personal con Jesús, de un coloquio confiado con el Padre, de una profunda experiencia del Espíritu" (PDV 72)

 

     La formación intelectual (PDV 72, 51-56) es "base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia" (PDV 52) y "opera una relación personal del creyente con Jesucristo" (PDV 53). Hay que aprender a estudiar, renovándose continuamente, para responder a los nuevos problemas que surgen en la Iglesia y en la sociedad. "El sacerdote... está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo, y, por ello, el verdadero rostro del hombre. Pero esto exige que el mismo sacerdote busque este rostro y lo complete con veneración y amor (cf. Sal 26,8; 41,2)" (PDV 72)

 

     La formación pastoral (PDV 72, 57-59) tiene también una prioridad, puesto que se trata de formar pastores, en sintonía con los "sentimientos de Cristo Buen Pastor" (PDV 57; cf. Fil 2,5), a la luz de la palabra contemplada y estudiada, a la luz de la celebración de los misterios y para construir la comunidad en la caridad (PDV 57; cf. OT 4). La formación pastoral debe abarcar todos los niveles: profético, litúrgico, hodegético (di animación y dirección). "El aspecto pastoral de la formación permanente... Para vivir según la gracia recibida, es necesario que el sacerdote esté cada vez más abierto a acoger la caridad pastoral de Jesucristo, que le confirió su Espíritu Santo con el sacramento recibido. Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote. La caridad pastoral es un don y un deber, una gracia y una responsabilidad, a la que es preciso ser fieles, es decir, hay que asumirla y vivir su dinamismo hasta las exigencias más radicales" (PDV 72).

 

     Estos cuatro aspectos se relacionan estrechamente haciendo que la persona del sacerdote se sienta, a la luz de la fe, plenamente realizado. "El camino hacia la madurez no requiere sólo que el sacerdote continúe profundizando los diversos aspectos de su formación, sino que exige también, y sobre todo, que sepa integrar cada vez más armónicamente estos mismos aspectos entre sí, alcanzando progresivamente la unidad interior, que la caridad pastoral garantiza" (PDV 72)

 

     De este modo, el sacerdote se forma continuamente para ser "testigo de la caridad de Cristo" (PDV 58) y para servir a "la Iglesia misterio, comunión y misión" (PDV 59). "Sólo la formación permanente ayuda al 'sacerdote' a custodiar con amor vigilante el 'misterio' del que es portador para el bien de la Iglesia y de la humanidad" (PDV 72)

 

2. Niveles y etapas

 

     A nivel personal según diversos aspectos: contemplativo (oración, celebración litúrgica, estudio), seguimiento (entrega, renuncias, virtudes evangélicas), misión (disponibilidad, preparación, dedicación...)

 

     A nivel de grupo: arciprestazgo (decanato, zona, vicaría), amigos, dirección espiritual, asociación, institución...

 

     En diversos lugares del documento postsinodal se invita a esta vida fraterna y comunitaria: PDV 17, 29, 44, 50, 60, 73-74, 76-77, 81. Tanto para el seguimiento evangélico como para la vida comunitaria, los sacerdotes que forman parte del mismo Presbiterio pueden encontrar diversas posibilidades: iniciativa privada (grupos, equipos, "cenáculos"), equipo de trabajo pastoral y vida espiritual (v.g. arciprestazgos o decanatos), asociaciones sacerdotales, asociaciones de vida apostólica, Institutos seculares, Instituciones religiosas, etc. (PDV 81, 31, 74). Que un sacerdote sienta la llamada a vivir una de estas formas (aunque sea sin incardinación a la diócesis), es una cosa normal (como en cualquier otra institución); pero sería un contrasentido que, por no encontrar el propio Presbiterio organizado, tuviera que entrar en una organización para la cual no tiene vocación. En cuanto a las "asociaciones" sacerdotales, hay que recordar que la "Unión Apostólica" es un servicio de intercambio de experiencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, a partir de la iniciativa de los mismos grupos o equipos de nivel territorial (pastoral) o de amistad (revisión de vida, etc.), y siempre en dependencia espiritual y pastoral respecto al carisma episcopal.

 

     A nivel de Presbiterio: La vida comunitaria, según diversas posibilidades, es esencial para la vida sacerdotal ("vida apostólica") en el Presbiterio. Este debe ser siempre "una verdadera familia", que "se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales". Y aunque esta fraternidad "no excluye a nadie", no obstante "puede y debe tener sus preferencias" o modalidades (PDV 74). Siempre es posible "la vida común o fraterna entre los sacerdotes" (ibídem) o, como dice el concilio, "alguna manera de vida común" o de tipo asociativo (PO 8). "Hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81; cfr. ChD 28; LG 28; PO 7-8).

 

     "Presbyterorum Ordinis" ha trazado unas líneas prácticas, que se convierten en una tarea para construir el Presbiterio como familia sacerdotal:

 

     "Los presbíteros, constituidos por la Ordenación en el Orden del Presbiterado, están unidos todos entre sí por la íntima fraternidad sacramental y forman un presbiterio especial en la diócesis a cuyo servicio se consagran bajo el Obispo propio. Porque aunque se entreguen a diversas funciones, desempeñan con todo un solo ministerio sacerdotal para los hombres.

     Para cooperar en esta obra son enviados todos los presbíte­ros, ya ejerzan el ministerio parroquial o interparroquial, ya se dediquen a la investigación o a la enseñanza, ya realicen trabajos manuales, participando, con la conveniente aprobación del ordina­rio, de la condición de los mismos obreros donde esto parezca útil; ya desarrollen, finalmente, otras obras apostólicas u ordenadas al apostolado.Todos tienen, ciertamente, a un mismo fin: a la edificación del Cuerpo de Cristo, que, sobre todo en nuestros días, exigen múltiples trabajos y nuevas adaptaciones.

     Es de suma trascendencia, por tanto, que todos los presbíte­ros, diocesano o religiosos, se ayuden mutuamente para ser siempre cooperadores de la verdad. Cada uno está unido con los demás miembros de este presbiterio por vínculos especiales de caridad apostólica, de ministerio y de fraternidad; esto lo expresa ya la Liturgia desde los tiempos antiguos, al ser invitados los presbí­teros asistentes a imponer sus manos sobre el nuevo elegido, juntamente con el Obispo ordenante, y cuando concelebran la Sagrada Eucaristía con corazón unánime. Cada uno de los presbíte­ros se une, pues, con sus hermanos por el vínculo de la caridad, de la oración y de la total cooperación, y de esta forma se manifiesta la unidad con que Cristo quiso que fueran consumados para que conozca el mundo que el Hijo fue enviado por el Padre" (PO 8).

 

     Esto se aplicará de modo especial a los hermanos que se encuentren en dificultad (soledad, enfermedad, ancianidad, marginación, etc.). Las "asociaciones" (institucionales o espontáneas) serán de gran ayuda (cfr. PO 8).

 

     El tema de la "soledad" (PDV 74) encuentra solución adecuada (además de en la propia vida de relación personal con Cristo) en la fraternidad del Presbiterio, e insta a "meditar sobre una doctrina que el concilio Vaticano II había puesto nuevamente de manifiesta: la doctrina de la realidad del Presbyterium (cf. LG 28; PO 7-8). Se invita a los Obispos y a los sacerdotes a que vivan esta realidad que es fuente de una rica espiritualidad y de una fecunda acción apostólica" (Juan Pablo II, Discurso en la clausura del Sínodo Episcopal, 27 octubre 1990).

 

3. Cuestionario

 

     ¿Qué itinerario práctico se podría seguir en cada dimensión y nivel?

 

IV.  MEDIOS DE VIDA SACERDOTAL Y COMPROMISOS COMO PARTE DEL PROYECTO

 

Presentación

 

     Después de resumir los fundamentos y necesidad de la formación permanente, el documento de Santo Domingo indica la importancia de señalar algunos medios: "Por estas razones nos proponemos: Buscar en nuestra oración litúrgica y privada y en nuestro ministerio una permanente y profunda renovación espiritual para que en los labios, en el corazón y en la vida de cada uno de nosotros, esté siempre presente Jesucristo; crecer en el testimonio de santidad de vida a la que estamos llamados con la ayuda de los medios que ya tenemos en nuestras manos: 'los encuentros de espiritualidad sacerdotal, como los ejercicios espirituales, los días de retiro o de espiritualidad' (PDV n. 80) y otros recursos que señala el Documento Pontificio Postsinodal" (Santo Domingo 71).

 

     La exhortación postsinodal indica que todo momento de la vida es un "tiempo favorable" (cf. 2Cor 6,2), porque hay que realizar continuamente un "crecimiento": en la vida espiritual, vida intelectual, vida pastoral, etc.. La formación permanente no puede olvidar que existen "momentos privilegiados" para conseguir estos mismos objetivos, que puede ser "más comunes y establecidos previamente" (PDV 80).

 

 

1. Líneas generales

 

     De potenciación humana: conocerse, convivir, cooperar, madurez afectiva, descanso, ayuda económica (solidaridad, compartir)

 

     De relación personal con Cristo: oración-contemplación de la Palabra, celebración litúrgica, vivencia gozosa y de "unidad de vida" en la acción (PO 13-14)

 

     De seguimiento evangélico: virtudes evangélicas ("consejos") a partir de la caridad pastoral

 

     De vida fraterna y comunitaria ("forma comunitaria" PDV 17): en grupo geográfico, grupo funcional, grupo de amistad, de asociación etc., en el arciprestazgo (vicaría, decanato), con el Presbiterio en general, con la comunidad eclesial, dinámica interna (encontrarse, compartir, ayudarse)

 

     De potenciación intelectual: para responder a las cuestiones actuales (culturales, sociológicas...) y especialmente a las nuevas gracias que el Espíritu Santo comunica a la Iglesia. Profundizar los documentos magisteriales.

 

     De acción y disponibilidad misionera local y universal: en cada ministerio (profético, litúrgico, de dirección y servicio), en la pastoral de conjunto, en la misión "ad gentes" y ayuda entre Iglesias hermanas.

 

 

2. Medios concretos

 

     Entre estos medios o "momentos privilegiados", "hay que recordad, ante todo, los encuentros del Obispo con su Presbiterio", que pueden ser litúrgicos, pastorales, culturales, etc. Existen también "encuentros de espiritualidad sacerdotal": encuentros de espiritualidad, retiros, Ejercicios... Y hay también "encuentros de estudio y de reflexión común", para conseguir una síntesis entre espiritualidad, cultura y acción pastoral, y poder responder "a los nuevos retos de la historia y a las nuevas llamadas que el Espíritu dirige a la Iglesia" (PDV 80).

 

     Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (nn.45-50).

 

     Cada medio concreto debe ser motivado, para evitar rutinas y formulismos.

 

A) Personales:Meditación de la Palabra y estudio

     vida eucarística, litúrgica y sacramental

     consejo o dirección espiritual

 

B) Comunitarios:

     encontrarse: geografía, función, amistad, carisma...

     compartir: revisión de vida, compartir el Evangelio

     ayudarse:perseverancia y generosidad en la vocación, pastoral, estudio, problemas personales.

 

     "Son muchas las ayudas y los medios... Entre éstos hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (PDV 81).

 

     Sobre la vida comunitaria ver capítulo III y líneas generales de este capítulo IV, n.1.

 

 

C) Medios comunes y peculiares de santificación y de ministerio:

 

     "Presbyterorum Ordinis" señala estos medio sin olvidar los ministerios (PO 18).

 

     "Pastores dabo vobis" indica:

 

     Relación personal con Cristo (passim),

     oración-contemplación (26, 37-38, 47, 51, 53, 72),

     Eucaristía (23, 26, 38, 46, 48),

     reconciliación (26, 48),

     liturgia de las horas (26, 72),

     devoción a María (36, 38, 45, 82),

     Dirección Espiritual (40, 50, 81),

     estudio (51),

     asociaciones (PDV 31, 81; cfr. PO 8),

     formación espiritual: 45-50. Cfr. can. 246, 255, 276, 280, 533, 545, 548, 550,

     retiros, Ejercicios: PDV 80.

 

D) Medios específicos para ejercer adecuadamente cada uno de los ministerios:

 

     En el campo profético (Palabra), litúrgico (sacramentos, etc.), animación de la comunidad (organizaciones, servicios, etc.).

 

E) Centralidad de la Eucaristía para la vida espiritual y pastoral:

 

     La vida sacerdotal se hace oblación "sacrificial" por la "caridad pastoral", que es "principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples actividades del sacerdote" (n.23). En esta línea sacrificial de una vida de donación, la Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (n.26; cf. nn. 23, 38, 46, 48; PO 5).

 

3. Compromiso personal y en grupo

 

Un proyecto sencillo personal (y en el grupo reducido):

     - Dedicar diariamente un tiempo determinado a la meditación de la Palabra,

 

     - Reservar diariamente un momento de visita a Jesús en la Eucaristía,

 

     - Tener periódicamente un encuentro fraterno con otros sacerdotes para ayudarse mutuamente (reunirse para orar, compartir, ayudarse),

 

     - Poner en práctica y animar las orientaciones del Obispo respecto al Presbiterio (proyecto de vida o directorio, formación permanente, pastoral sacerdotal...),

 

     - Recitar diariamente una oración mariana para la fidelidad a estos compromisos.

 

En el grupo apostólico (vicaría, decanato, arciprestazgo), en la "asociación", etc. (según programas particulares, reglamentos, estatutos, etc.).

 

4. Cuestionario para el trabajo personal o en grupo

 

     ¿Cómo concretar y aplicar estos medios a nivel personal, grupal y de Presbiterio?

 

 

     ¿Qué motivaciones indicarías para que estos medios fueran verdaderos estímulos y ayudas?

 

 

A MODO DE SINTESIS CONCLUSIVA:

 

     Juan Pablo II, en su visita al Pontificio Colegio Mexicano de Roma (24.11.92), en la celebración del 25º aniversario del Colerio y con ocasión de la beatificaicón de los mártires, dedicó toda su alocución al tema de la formación permanente. Recogemos una síntesis literal:

 

...  "Quiero poner de relieve que este Colegio tiene actualmente la delicada misión de favorecer, juntamente con las Universidades eclesiásticas de Roma, la formación permanente de los presbíteros que son enviados por sus respectivos Obispos, para obtener alguna especialización en las ciencias sagradas y humanas, con el objeto de ofrecer un mejor servicio pastoral en los Seminarios e Instituciones de las iglesias diocesanas en México.

 

     "Para alentaros en este proceso formativo, deseo recordar y destacar algunos aspectos de la formación permanente que he propuesto en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis". Ojalá que con vuestro esfuerzo y el de los sacerdotes en vuestras diócesis, se logren elaborar unos "programas de formación permanente, capaces de sostener, de una manera real y eficaz, el ministerio y vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3).

 

     "En primer lugar recordemos que "la formación permanente encuentra su fundamento y su razón de ser original en el dinamismo del sacramento del Orden" (PDV 70), que tiene diversos aspectos y un significado profundo. Efectivamente, ella "es expresión y exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser... es una exigencia intrínseca del don del ministerio sacramental recibido" (ibídem).

 

     "En la liturgia de la Palabra, que estamos celebrando, hemos escuchado el discurso de Pedro en la casa de Cornelio, en el que resume toda la vida de Jesús con estas pocas palabras: "pasó haciendo el bien" (Act 38). Es él, "Jesús de Nazaret", el "ungido con el Espíritu Santo y con poder", el que murió y resucitó, del que San Pedro dice, en nombre de los demás apóstoles, "nosotros somos testigos" (Act 10,39).

 

     "Pues bien, el sacerdote ministro es signo y transparencia de la caridad de Cristo buen Pastor. Por el hecho de participar de su consagración, puede prolongar su misma misión y está llamado a presentar su mismo estilo de vida. Todas las dimensiones de la formación permanente tienden a este objetivo: "Así como toda la actividad del Señor ha sido fruto y signo de la caridad pastoral, de la misma manera debe ser también para la actividad ministerial del sacerdote" (PDV 72). Por esto, el "significado profundo" de la formación permanente "es el de ayudar al sacerdote a ser y a desempañar su función en el espíritu y según el estilo de Jesús buen Pastor" (PDV 73).

 

     "La diversas dimensiones de la formación permanente se armonizan entre sí, porque todas ellas tienden a crear pastores dispuestos a dar la vida como el Señor. Así, pues, "alma y forma de la formación permanente del sacerdote es la caridad pastoral" (PDV 70). Para ser "signo" del buen Pastor, que "pasó haciendo el bien", el sacerdote debe ahondar en su formación humana, hasta tener un "apasionado amor al hombre", compartiendo con él alegrías y trabajos. Esta solidaridad con el hombre, al estilo de Jesús, no será posible sin la formación espiritual, que se traduce en relación personal con el Señor y seguimiento evangélico, hasta llegar a "una participación cada vez más amplia y radical de los sentimientos y actitudes de Jesucristo". La formación intelectual, continuamente actualizada, gira en torno al Misterio de Cristo, anunciado, celebrado, comunicado, vivido: "el sacerdote, participando de la misión profética de Jesús e inserto en el misterio de la Iglesia Maestra de verdad, está llamado a revelar a los hombres el rostro de Dios en Jesucristo".

 

     "La oración sacerdotal de Jesús durante la última cena, cuyas primeras palabras hemos escuchado en este celebración, nos ofrece un aspecto esencial de la vida del sacerdote: su unión con Jesucristo. El Señor repite constantemente: "los que tú me has dado... los que me has dado sacándolos del mundo... tú me los has dado..." (Jn 17,1-10). ¿Cómo no encontrar en estas palabras la fuente y centro de nuestra vocación en todas las etapas y dimensiones de formación inicial y permanente? Nuestro ser, nuestro obrar y nuestro estilo de vida deben ser, ante los hombres, "como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (PDV 16).

 

     "Las singladuras de la vida sacerdotal están claramente trazadas en la doctrina, tradición y vida de la Iglesia. De ello estamos todos convencidos. Queda en pie la cuestión que se plantean muchos sacerdotes: ¿cómo encontrar en el propio Presbiterio, con el propio Obispo, los medios necesarios para cumplir con todas estas exigencias evangélicas? He  aquí el por qué de un "programa" de vida que hay que elaborar para llevar a efecto una formación permanente eficaz y qu eresponda a las necesidades propias y de las comunidades que se os confían. Se trata, en efecto, de "hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).

 

     "La formación permanente ayuda a los sacerdotes a construir esta "familia" sacerdotal y "fraternidad sacramental" querida por el concilio (CD 28; PO 8), en la que todos colaboren responsablemente a hacer realidad la "íntima fraternidad" que deriva "de la común ordenación sagrada y de la común misión" (LG 28). Porque "dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y con el propio Presbiterio unido al Obispo... La fisonomía del Presbiterio es, por tanto, la de una verdadera familia" (PDV 74).

 

     "Los deseos ardientes de Jesús, manifestados durante la última cena, nos urgen a asumir, cada uno con su propia responsabilidad, esa tarea de la que depende en gran parte el futuro de la Iglesia. La gracia del Espíritu Santo, recibida en el sacramento del Orden, nos urgen a sentirnos hermanos de los demás sacerdotes, asumiendo la tarea de hacer del propio Presbiterio, siempre en comunión con el propio Obispo, una verdadera familia sacerdotal en la que todos se acogidos y unidos para compartir y ayudarse en los diversos campos de la vida y del ministerio.

 

     "Si dejamos penetrar en nuestro corazón el inmenso amor de Cristo a sus sacerdotes, como se manifiestan en la oración sacerdotal de la última cena, nos sentiremos llamados a servir con nuestros hermanos del Presbiterio, a la Iglesia que es misterio, comunión y misión (cf.PDV 73).

 

     "La comunidad eclesial necesita ver en nosotros el signo personal del Buen Pastor, que "pasó haciendo el bien" (Act 10,38). Invito, pues, a todos a seguir las huellas de tantos sacerdotes ejemplares que México ha tenido ha tenido a lo largo de su historia, incluida la más reciente. De ésta son una muestra elocuente los veintidós sacerdotes mártires que he beatificado en la fiesta de Cristo Rey. La Iglesia y la sociedad de hoy necesitan testigos creíbles que realicen, como estos sacerdotes, una labor apostólica profética y martirial, "prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (PDV 74). Con ellos podremos decir también nosotros: "Jesús de Nazaret... pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos... y nosotros somos testigos de todo lo que hizo" (Act 10,38-39).

 

     "Para instaros más a este compromiso de abnegada vida sacerdotal, os encomiendo a la Santísima Virgen, la cual "con su ejemplo y mediante su intercesión, sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal" (PDV 82) en la Iglesia.

 

     "Deseo terminar con las palabras que pronuncié en Durango, durante mi inolvidable visita pastoral, y donde tuve la alegría de ordenar a un centenar de scerdotes de todo el país: "¡México necesita sacerdotes santos! ¡México necesita hombres de Dios que sepan servir a sus hermanos en las cosas de Dios! ¿Seréis vosotros esos hombres? El Papa, que os ama entrañablemente, así lo espera. ¡Sed los santos sacerdotes que necesitan los mexicanos y que anhela la Iglesia! ¡Que Nuestra Señora de Guadalupe os acompañe siempre por los caminos de la nueva evangelización de América! Así sea". (Homilía 24.11.92: Osserv. Rom. 26.11.92, p.6)

 

     El servicio de la "Unión Apostólica", que nació para fomentar la "vida apostólica" en la fraternidad el Presbiterio, tiene hoy una oportunidad irrepetible para hacer realidad este "proyecto de vida" y animarlo desde dentro, a partir del compromisio personal y de grupo.

                               JUAN PABLO II

 

                            PASTORES DABO VOBIS      *

 

Exhortación Apostólica Post-Sinodal sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual

 

                              (25 - III- 1992)

 

      A veinticinco años del concilio Vaticano II, tuvo lugar la celebración del Sínodo de los Obispos (1990) para tratar del tema sacerdotal, y de modo particular de la formación inicial y permanente de los sacerdotes. Acerca de la identidad sacerdotal había ya tratado el Sínodo de 1971, con un documento sinodal de orientaciones adecuadas al momento crítico de los años setenta. Ambos Sínodos se fundamentaron en la doctrina conciliar del Vaticano II, contenida especialmente en "Presbyterorum Ordinis" y en "Optatam totius", para poder responder a situaciones muy distintas.

 

      La exhortación post-sidonal recoge toda la documentación del Sínodo (especialmente sus proposiciones finales) y ofrece amplias orientaciones sobre el tema. Se quiere "poner en práctica la doctrina conciliar y hacerla más actual e incisiva en las circunstancias actuales" (n.2). No se trata de responder a dudas sobre el sacerdocio, sino de proponer líneas de renovación evangélica en todo el proceso de formación.

 

      Los diversos capítulos tienen un título bíblico muy significativo, como indicando el "evangelio de la vocación" (n.34). La situación actual de la sociedad (cap.1) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1), puesto que Dios sigue llamando a personas que deben ser formadas para las circunstancias de la época. La naturaleza y misión del sacerdote, su identidad (cap.2), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo, comunicadas al sacerdote ministro para prolongarle en la Iglesia: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap.3) es vida según el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18), que invita a imitar el mismo estilo de vida del Buen Pastor y el "seguimiento evangélico" de los Doce. La pastoral vocacional (cap.4) está centrada en la invitación de Jesús: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39); se señalan objetivos, contenidos, medios y responsables para esta pastoral que "es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia" (n. 34). La formación inicial de los candidatos (cap.5) es como la continuación de la labor de Jesús respecto a sus discípulos: "Instituyó doce para estuvieran con él" (Mc 3,14). Se señalan cuatro niveles armónicamente relacionados: humano, espiritual, intelectual, pastoral. La formación permanente de los sacerdotes equivale a poner en práctica la recomendación de San Pablo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1,6); esta formación es una exigencia del sacramento del Orden y un derecho de la comunidad eclesial.

 

      A partir de la figura de Cristo Sacerdote, Cabeza, Buen Pastor, Esposo y Siervo, y de la configuración del sacerdote ministro con Cristo, se destacan unas líneas de fuerza que aparecen en todos los apartados del documento: actitudes relacionales de encuentro con Cristo para el seguimiento y la misión; acción permanente del Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal; servicio a la Iglesia como misterio, comunión y misión; caridad pastoral como participación en los amores de Cristo Buen Pastor; seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles; esperanza gozosa apoyada en la presencia de Cristo resucitado; cercanía al hombre concreto y a la situación sociológica e histórica. El itinerario formativo (inicial y permanente) es integral y armónico en sus cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Ello reclamará un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio diocesano.

 

      La "identidad" no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida. Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta" vocacional, un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida, desde el despertar de la vocación hasta el final (nn.2-3; cfr. n.79).

 

      La persona de Jesús es el punto de referencia, como "el rostro definitivo del presbítero" (n.5), para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. Por esto se puede apuntar, con lógica interna, a las exigencias evangélicas (consejos evangélicos) que derivan de la caridad del Buen Pastor (n.30). De este modo, el sacerdote podrá representar al Buen Pastor, Cabeza, Siervo y Esposo de la Iglesia "no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (n.16). "El sacerdote ministro es servidor de Cristo presente en la Iglesia misterio, comunión y misión" (n. 16).

 

      El documento post-sinodal da mucha importancia a la participación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) en la sucesión apostólica. La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros, que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo (n.16; cfr. n.42).

 

      A partir de la caridad pastoral y de la participación en la vida apostólica de los Doce, se van señalando las exigencias, las etapas de formación y los medios para la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Se señalan algunas características específicas que derivan de la caridad pastoral: santificación en los mismos actos del ministerio (nn.24.25), seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica" (nn.27-30), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal (nn.16-18, 31-32). La pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia especial y una "realidad sobrenatural" para los sacerdotes diocesanos (nn.31-32, 74).

 

      En el documento postsinodal se acentúa esta actuación del carisma episcopal en todas las etapas de la formación y de la vida sacerdotal, tanto para la espiritualidad como para la pastoral y las expresiones de vida práctica (nn.4, 28, 31, 35, 41, 50, 65, 74, 79, 80). Esta actuación es imprescindible para hacer realidad la "vida apostólica" (vida fraterna, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera) en el Presbiterio de la Iglesia particular. "La fisonomía del Presbiterio es la de una verdadera familia" (n.74; cfr. CD 28; PO 8). Pero esto no será realidad mientras no actúe o no se deje actuar el carisma de quien preside la Iglesia particular y su Presbiterio. "Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y por el propio Presbiterio unido al Obispo" (n.74; cfr. CD 15-16; PO 7).

      La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tenga lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).

 

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* AAS 84 (1992) 657-804.

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                    Exhort. Apost. "Pastores dabo vobis"

 

AA.VV., Os daré pastores según mi corazón (Valencia, EDICEP), 1992.

 

- Commentaria in Adh. Apost. "Pastores dabo vobis": Seminarium 32 (1992) n. 4; 33 (1993) n. 3.

 

- Pastores dabo vobis. Etudes et commentaires: Bulletin de Saint Sulpice 19 (1993).

 

- Studi sull'Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis" di Giovanni Paolo II: Salesianum 55 (1993) n. 1-2.

 

- Sacerdoti per una nuova evangelizzazione. Studi sull'Esortazione Apostolica Pastores dabo vobis (Roma, LAS, 1993).

 

- Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis"..., Testo e commenti (Lib. Edit. Vaticana 1992).

 

E. BORDA, La formazione pastorale dei sacerdoti nell'esortazione apostolica "Pastores dabo vobis", "Annales Theologici" 6 (1992) 289-318.

 

M. CAPRIOLI, Esortazione Apostolica Postsinodale "Pastores dabo vobis": Teresianum 43 (1992) 323-357.

 

COMISION EPISCOPAL DEL CLERO, La formación humana de los sacerdotes según "Pastores dabo vobis" (Madrid, EDICE, 1994).

 

S. GAMARRA, La formación permanente en "Pastores dabo vobis": Scriptorium Victoriense 40 (1993) 261-278.

 

CLAVES INTERPRETATIVAS DE LA EXHORT. APOST. "PASTORES DABO VOBIS"

                                           (J. Esquerda Bifet)

Presentación

     Un documento del magisterio es siempre la palabra del Señor "predicada" y explicada por la Iglesia en unas circunstancias concretas de aquí y de ahora. El Papa Juan Pablo II dice de la Exhort. Apost. "Pastores dabo vobis": "Es el fruto del trabajo colegial del Sínodo de los Obispos de 1990... Juntos hemos elaborado un documento, muy necesario y esperado, del Magisterio de la Iglesia, que recoge la doctrina del Concilio Vaticano II y también la reflexión sobre las experiencias de los veinticinco años transcurridos desde su clausura"[1]. El Papa dirige el documento "al corazón de todos los fieles y en particular al corazón de todos los sacerdotes" (n.4). Los Obispos durante el Sínodo, como el Papa en el presente documento, han deseado lo mejor para delinear la figura del sacerdote del tercer milenio.

     Si hablamos de "claves" de lectura, no significa más que hacer notar unas líneas fuerza o perspectivas que brotan del mismo documento, si se lee con espíritu de fe, con la alegría de ser sacerdote "imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.42) y con la esperanza y la decisión de corresponder a la voz que el Espíritu Santo dirige hoy a la Iglesia. Podría servir de punto de referencia la "clave" central que indica el mismo documento: "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).

     "Pastores dabo vobis" es un "proyecto", un "itinerario" una tarea que hay que convertir en realidad a base de años de reflexión y de compromiso (nn. 2-3, 78-79). La línea de "caridad pastoral" es predominante y está ya indicada en el título (Jer 3,15) y en la referencia continua al Buen Pastor (Jn 10), a su "corazón" (nn.49, 82) y a sus "sentimientos" sacerdotales (Fil 2,5) . Se trata de un documento "vivencial" que invita a vivir la propia realidad de gracia en el ejercicio del ministerio (como relación personal y sintonía con Cristo y seguimiento suyo) y al servicio de los hermanos (n.24), en el contexto del Presbiterio de la Iglesia particular y en una línea de disponibilidad hacia la Iglesia universal. Como "expresión" o "signo" de Cristo y "representación sacramental" suya (n.15), el sacerdote se hace servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión en el mundo de hoy (nn.12,16,59,73).

 

1. Visión de conjunto

     Los títulos bíblicos de los capítulos son un verdadero "evangelio de la vocación" (n.34), que sigue aconteciendo en la Iglesia y en el mundo de hoy.

     La situación actual de la sociedad (cap. I) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1). En medio de nuevas dificultades y nuevas posibilidades, el Señor sigue llamando a personas que deben ser formadas para estas circunstancias. La naturaleza y misión del sacerdote, es decir su identidad (cap. II), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap. III) se explica como vida en el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del "seguimiento evangélico" de los Doce. La pastoral vocacional (cap. IV) es un trasunto de la pedagogía usada por Jesús cuando dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Esta pastoral "es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia" (n. 34). La formación inicial de los candidatos (cap. V) es como la continuación de la labor de Jesús respecto a sus discípulos: "Instituyó doce para estuvieran con él" (Mc 3,14). Se desarrolla en cuatro niveles armónicamente relacionados: humano, espiritual, intelectual, pastoral. La formación permanente de los sacerdotes equivale a poner en práctica la recomendación de San Pablo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1,6). Es una formación que incluye un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular.

     Esta línea bíblica del documento postsinodal quiere poner de relieve la presencia de Jesús en la Iglesia y en el mundo, de suerte que los llamados se sientan invitados a adoptar una actitud profundamente relacional: "El que nos ha llamado y nos ha enviado sigue junto a nosotros todos los días de nuestra vida, ya que nosotros actuamos por mandato de Cristo" (n.4).[2]

     La Iglesia continúa hoy la misma acción formativa de Cristo. La exhortación postsinodal quiere delinear, sin dejar espacio para las dudas, la figura del sacerdote de hoy a la luz de la fisonomía permanente de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Y lo hace con un decisivo tono de esperanza.[3]

 

2. Las claves de lectura indicadas en la introducción del documento

     La línea bíblica y pastoral de la exhortación aparece clara desde la introducción del documento. Se trata de formar pastores según el modelo del Corazón de Cristo Buen Pastor. Se glosan algunos textos bíblicos sobre el pastor (Jer 3,15; Jn 10; Heb 13,20; 1Pe 5,2) y se relacionan con algunos textos de misión (Jn 21,15ss; Mt 28,19; Lc 22,19; 1Cor 11,24).

     En un momento de profundos cambios se necesita afrontar una nueva evangelización y, consiguientemente, se necesitan nuevos evangelizadores. La Iglesia continúa siempre la obra formativa de Cristo, pero "hoy se siente llamada  a revivir con un nuevo esfuerzo lo que el Maestro hizo con sus apóstoles, ya que se siente apremiada por las profundas y rápidas transformaciones de la sociedad y de las culturas de nuestro tiempo" (n.2). Al presentar el "evangelio de la vocación" (cf. n.34), la Iglesia quiere constatar "la absoluta necesidad de que la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2).[4]

     Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta" vocacional, un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida desde el despertar de la vocación (nn.2-3; cf. n.79). La figura sacerdotal delineada es clara, sin dejar espacio para las dudas, aunque siempre hay lugar para la aplicación de nuevas gracias en las nuevas situaciones. Se necesitaba "dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional" (n.2) y trazar unos "programas capaces de sostener el ministerio y la vida sacerdotal" (n.3). Esta "propuesta" es "la voz de las Iglesias particulares" corroborada por el Papa y dirigida a los sacerdotes como de corazón a corazón (n.4).[5]

     El documento del Papa refleja un hecho de gracia que está siguiendo su curso y que urge a adoptar actitudes más evangélicas. Este hecho de gracia queda reflejado en la abundante documentación actual sobre el sacerdocio[6]. Se trata de formar a los "primeros cooperadores en el ministerio apostólico", puesto que de ello "depende el futuro de la Iglesia y su misión universal de salvación" (n.4). La Iglesia es consciente de que cuenta con la presencia de Cristo resucitado que sigue llamando y formando a "los suyos" (Jn 13,1) (cf. n.4).

 

3. A partir de la configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza, Pastor, Siervo, Esposo

     La persona de Jesús es el punto de referencia para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. La consagración y misión de Jesús hacen ver su realidad de Sacerdote y Víctima, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. Todos estos títulos se van repitiendo en el documento, aunque son más numerosas las frases que hablan de "Cabeza y Pastor". En las explicaciones, prevalece el tono de "Pastor" (caridad pastoral), "Siervo" (autoridad de servicio), "Esposo" (donación de amor esponsal a la Iglesia). "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).

     No se presenta directamente una cristología sistemática, sino la misma persona de Jesús vivida a la luz de la fe y de la contemplación: "Jesús se presenta a sí mismo como lleno del Espíritu, 'ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva'; es el Mesías, el Mesías sacerdote, profeta y rey. Es éste el rostro de Cristo en el que deben fijarse los ojos de la fe y del amor de los cristianos. Precisamente a partir de esta 'contemplación' y en relación con ella, los Padres sinodales han reflexionado sobre el problema de la formación de los sacerdotes en la situación actual" (n.11).

     En el momento de discernir la figura del sacerdote de hoy, es necesario partir de la realidad de Cristo resucitado presente en la Iglesia (n.4). Es, pues, un "discernimiento evangélico" que "se fundamenta en la confianza en el amor de Jesucristo, que siempre e incansablemente se cuida de su Iglesia". Es la "fe en el amor indefectible de Cristo" (n.10) la que hace posible una lectura evangélica de los "signos de los tiempos" (n.11).

     Si no se pierde de vista este punto de referencia, las exigencias evangélicas encuentran su lógica intrínseca en el contexto de la caridad del Buen Pastor: "Jesucristo, que en la cruz lleva a perfección su caridad pastoral con un total despojo exterior e interior, es el modelo y fuente de las virtudes de obediencia, castidad y pobreza, que el sacerdote está llamado a vivir como expresión de su amor pastoral por los hermanos... El sacerdote debe tener 'los mismos sentimientos' de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (n.30).

     La "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), arranca del hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 1,18-19; Is 61,1-2). En quien ha recibido la imposición de manos por el sacramento del Orden, hay una acción permanente del Espíritu Santo que modela el ser, el obrar y el estilo de vida: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33).

     La referencia a Cristo, "el rostro definitivo del presbítero" (n.5), acentúa la importancia de la actitud de sintonía con sus sentimientos o amores sacerdotales. El documento postsinodal cita frecuentemente el texto de la carta a los Filipenses: "Tener entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Fil 2,5). Estos amores quedan resumidos en la expresión "Corazón de Cristo", como resumen de sus amores: "Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (n.49; cf. n.82).[7]

     La "representación sacramental" de Cristo como Cabeza y Pastor (n.15) se puede calificar también de "personificación", puesto que el sacerdote, por ser "instrumento vivo de Cristo", "personifica de modo específico al mismo Cristo" (n. 20, citando a PO 12). La expresión "imagen viva" se va repitiendo, en referencia a Cristo Esposo (n.22), Cabeza y Pastor (n.42). Se trata de "vivir íntimamente unidos a Jesucristo" (n.46).

     La representación de Cristo es precisamente en vistas al servicio eclesial. Es una inserción peculiar "en" la Iglesia y, al mismo tiempo, "al frente" de la Iglesia: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (n.16, citando la "proposición" 7). Es que "los apóstoles, y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (n.16).

     Esta representación de "autoridad", como configuración con Cristo "Cabeza", tiene el sentido de servicio, a imitación de "Cristo Siervo": "Jesucristo es Cabeza de la Iglesia su Cuerpo. Es 'Cabeza' en el sentido nuevo y original de ser 'Siervo', según sus mismas palabras... (Mc 10,45)... (Fil 2,7-8). La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide, pues, con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre; él es el único Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez... La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al pueblo de Dios (cf. Mt 20,24ss; Mc 10,43.44) ... (cf. 1Pe 5,2-3)" (n.21).[8]

     La configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la "consagración" obrada por medio del sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy.[9]

 

4. Líneas de fuerza comunes en todo el contenido del documento

     A partir de la figura de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, y de la configuración del sacerdote ministro con Cristo (de que hemos hablado en el apartado anterior), cabe destacar unas líneas de fuerza comunes que aparecen o se dejan entrever en todos los apartados del documento: actitudes relacionales de encuentro con Cristo, seguimiento y misión; acción permanente de Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal; servicio a la Iglesia como misterio, comunión y misión; caridad pastoral como participación en los amores de Cristo Buen Pastor; seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles; esperanza apoyada en la presencia de Cristo resucitado; cercanía al hombre concreto y a la situación sociológica e histórica. El itinerario formativo es permanente y armónico en sus cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Algunas de estas líneas serán objeto de reflexión especial en los apartados siguientes.

     A partir de una llamada, que se hace "sígueme" permanente, la vida y ministerio sacerdotal se realiza en una actitud relacional de encuentro traducida en un seguimiento "esponsal" y en un compromiso de comunión y misión. El trasfondo es eminentemente relacional. No se trata de "cosas", sino de personas y comunidades, a comenzar por la "comunión" trinitaria que debe reflejarse en la comunión eclesial para construir la comunidad humana universal. "Se puede entender así el aspecto esencialmente relacional de la identidad del presbítero. Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad del inefable misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de la unidad del Espíritu Santo, el presbítero está inserto sacramentalmente en la comunión con el Obispo y con los otros presbíteros, para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y atraer a todos a Cristo, según la oración del Señor... que sean uno como nosotros ... (Jn 17,11.21)" (n.12).

     La consecuencia de esta actitud relacional es la de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (n.44), en un nivel de "amistad" profunda con él (n.46). Por esto el itinerario permanente de la formación sacerdotal consiste en "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (n.34).[10]

     La acción permanente del Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal no es sólo por la configuración ontológica como participación de la consagración de Cristo, ni tampoco sólo por la acción eficaz pneumatológica por medio de los servicios ministeriales, sino que, al mismo tiempo, el Espíritu Santo es "el gran protagonista de su vida espiritual" (n.33), es decir, el que hace posible ser "imagen viva" de Cristo Buen Pastor (nn. 42, 46). El hace posible las "virtudes evangélicas" y comunica la "fuerza que sostiene su desarrollo hasta la perfección cristiana" (n.27). Siendo "el protagonista por antonomasia de la formación", comunica "el don de un corazón nuevo, configura y hace semejante a Jesucristo el Buen Pastor" (n.69).

     La figura del sacerdote queda descrita en una "eclesiología de comunión", que "resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo" (n.12). El sacerdote es el servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión. No se trata de la Iglesia en abstracto, sino en cuanto "signo" o "sacramento", es decir, "esencialmente relacionada con Jesucristo" (n.12). La Iglesia, como "misterio", es un conjunto de signos de la presencia activa de Cristo resucitado. "Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial, para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo" (n.12). Es, pues, un "misterio de comunión" que se expresa en la "misión" del anuncio, celebración y comunicación de la persona y del mensaje de Jesús a todos los hombres.[11]

     En esta eclesiología de comunión deriva el amor a la Iglesia, como "total donación de sí a la Iglesia" (n.23), que tiene su fuente en el amor a Cristo: "El don de sí mismo a la Iglesia se refiere a ella como cuerpo y esposa de Jesucristo. Por esto la caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo: solamente si ama y sirve a Cristo Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impulso del amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo" (n.23). Este amor se expresará en la disponibilidad efectiva para la Iglesia particular y universal.

     La caridad pastoral es el resumen del estilo de vida de Cristo Buen Pastor y, consiguientemente, de la vida del sacerdote ministro. En ella se inspira la espiritualidad "específica" sacerdotal (cf. nn. 20, 23-25). El seguimiento evangélico, al estilo de los doce apóstoles, es la concretización de la caridad pastoral y es también parte esencial del estilo de vida de todo sacerdote, con las mismas exigencias evangélicas para los diocesanos y para los religiosos. Estos dos temas los estudiamos en los apartados siguientes.

     Se puede decir que todo el documento postsinodal tiene una línea de esperanza. No se trata de indicar sólo dificultades y de señalar sólo exigencias, sino se subrayar principalmente las posibilidades de afrontar una realidad actual con una figura sacerdotal verdaderamente evangélica. "Si bien se pueden comprender los diversos tipos de 'crisis', que padecen algunos sacerdotes de hoy en el ejercicio del ministerio, en su vida espiritual y también en la misma interpretación de la naturaleza y significado del sacerdocio ministerial, también hay que constatar, con alegría y esperanza, las nuevas posibilidades positivas que el momento histórico actual ofrece a los sacerdotes para el cumplimiento de su misión" (n.9). El Espíritu Santo, comunicado de modo especial en el sacramento del Orden y presente en la Iglesia, hace posible una respuesta alegre y generosa a las exigencias sacerdotales (cf. nn.23, 33, 69).

     La cercanía al hombre concreto en su situación sociológica, cultural e histórica, es una consecuencia de la encarnación del Verbo. Se participa y se prolonga la misma cercanía de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. De ahí deriva una misión sin condicionamientos ni fronteras, así como "la opción preferencial por los pobres" (n.30 y 49). "El sacerdote es el hombre de la caridad" (n.49). La aplicación de este principio llega también a la inserción en las culturas por un proceso de "inculturación", que es siempre de respeto, purificación y sublimación: "El evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que proviene de Cristo" (n.55).

     Estas y otras líneas de fuerza se integran mutuamente en la armonía de un itinerario formativo permanente que tiene cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual y pastoral. La configuración con Cristo Sacerdote y Buen Pastor se va haciendo cada vez más intensa y auténtica en el ser, obrar y vivencia. Si se habla de formación humana (nn.43-44, 72), es para desarrollar la personalidad (con sus criterios, valores y actitudes) como "imagen viva" de Cristo. La formación espiritual es ciertamente el "centro vital que unifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (n.45), pero precisamente por ello reclama los otros niveles de formación. La formación intelectual es "base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia" (n.52) y "opera una relación personal del creyente con Jesucristo" (n.53). La formación pastoral tiene también una prioridad, puesto que se trata de formar pastores, en sintonía con los "sentimientos de Cristo Buen Pastor" (n.57; cf. Fil 2,5), a la luz de la palabra contemplada y estudiada, a la luz de la celebración de los misterios y para construir la comunidad en la caridad (n.57; cf. OT 4). De este modo, el sacerdote se forma continuamente para ser "testigo de la caridad de Cristo" (n.58) y para servir a "la Iglesia misterio, comunión y misión" (n.59).

 

5. Sucesores en el ministerio apostólico y en el seguimiento evangélico de los Doce

     El documento postsinodal da mucha importancia a la relación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) con la sucesión apostólica. Aunque la doctrina es tradicional (si bien poco conocida y profundizada), se puede decir que es la primera vez que un documento magisterial hace hincapié en la sucesión apostólica para hacer ver las consecuencias de tipo ministerial y las exigencias de vida evangélica. El tema es lógico: quienes están llamados a vivir la "vida apostólica" son principalmente los sucesores de los Apóstoles (los Obispos) y sus inmediatos colaboradores (los presbíteros). La exhortación usa frecuentemente la expresión "seguimiento evangélico" ("sequela Christi") y "radicalismo evangélico", como algo connatural al sacerdocio de los Doce y de sus sucesores. Las exigencias evangélicas son las mismas para el sacerdote diocesano como para el sacerdote religioso.

     La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros (que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo). En el Mensaje de los Padres sinodales, citado por la exhortación, los Obispos dicen: "Vosotros sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico" (n. 4 de la exhortación postsinodal). En realidad, "el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los Apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20)... Por tanto, el ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual 'sucede' realmente, aunque respecto el mismo tenga unas modalidades diversas" (n.16).

     Uno de los párrafos más explícitos sobre la sucesión apostólica es el n. 42 del capítulo V ("Instituyó doce para que estuvieran con él"... "vivir como los Apóstoles, en el seguimiento evangélico"). Antes de pasar a los cuatro niveles de formación (humana, espiritual, intelectual y pastoral), el documento quiere dejar claro que se trata de una formación para la vida apostólica de los Doce: "dejarse configurar con Cristo Buen Pastor" y, por tanto, aprender en la "escuela del Evangelio", a "vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles" (n.42)[12]. El tema se repite al hablar del Seminario como "continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús... comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce". De este modo el Seminario será "fiel a los valores evangélicos en los que se inspira y capaz de responder a las situaciones y necesidades de los tiempos" (n.60).

     Hay que recordar que la "vida apostólica" de los Doce se delinea por la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Los tres puntos son muy explícitos en el documento y se repiten insistentemente. En los apartados siguientes nos detendremos en el aspecto comunitario (Presbiterio) y misionero (caridad pastoral sin fronteras). Si no hubiera la conciencia y el compromiso generoso de seguimiento evangélico (con la práctica concreta, aunque no necesariamente profesión, de los llamados "consejos evangélicos"), la vida fraterna y la disponibilidad misionera no se harían efectivas ni duraderas.

     El llamado "radicalismo evangélico" (n.27) no es más que la misma caridad pastoral con todas sus exigencias, tomando como modelo a Cristo Buen Pastor y expresándola con el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles. No se trata primariamente de la vida religiosa en general, sino del mismo seguimiento evangélico (que puede adoptar una forma "religiosa" con compromisos especiales o una forma de vida "incardinada" en la Iglesia particular y en el Presbiterio diocesano). Este seguimiento evangélico con la exigencia de la práctica de los "consejos evangélicos" forma parte de la identidad de los presbíteros como inmediatos colaboradores de los Obispos: "Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza; el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan" (n.27).

     Al hablar de cada uno de los "consejos evangélicos" (nn.28-30), el documento sinodal expone detalladamente la obediencia, castidad y pobreza, a la luz de la caridad pastoral. Se trata de imitar "los mismos sentimientos de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (n.30).

     A la luz de la caridad pastoral, las virtudes evangélicas aparecen como eminentemente sacerdotales. La obediencia (n.28) debe ser "apostólica", centro de la comunión de Iglesia (Papa, Colegialidad Episcopal, Obispo propio), "comunitaria" (inserción y corresponsabilidad en el Presbiterio), con "carácter de pastoralidad" (disponibilidad misionera).

     La "virginidad" (n.29), a la luz de la caridad pastoral, tiene sentido "esponsal", como "donación personal a Jesucristo y a su Iglesia". Entonces aparece el celibato con su "valor profético para el mundo actual", como "estímulo de la caridad pastoral" (citando PO 16) y como signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia: "La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo Cabeza y Esposo la ha amado. Por esto el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor" (n.29). Se trata de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (n.44).

     Es la misma caridad pastoral la que da sentido a la pobreza evangélica haciéndola eminentemente sacerdotal. Se hacen resaltar sus "connotaciones pastorales", que se concretan en la imitación de Cristo pobre y crucificado, en la disponibilidad misionera, en la vida fraterna del Presbiterio, en la cercanía y "opción preferencial por los pobres". Entonces "la pobreza sacerdotal" aparece en todo su "significado profético" (n.30).

     No se pueden separar las tres virtudes sacerdotales evangélicas, puestro forman una unidad, como "transparencia" de la caridad del Buen Pastor. La actitud relacional y amistosa con Cristo hace ver en esas virtudes el modo más concreto de compartir su misma vida, para ser "signo" personal y "transparencia" suya (nn. 12, 15-16, 22, 42-43, 49). La caridad del Buen Pastor fue así y sigue siendo así (n.30). No se trata principalmente de "exigencias" a modo de obligaciones, sino de la consecuencia de un enamoramiento y amistad, como "signo del amor de Dios a este mundo" (n.29). Así aparece el "valor gozoso del seguimiento de Jesús" (n.10) como "testimonio máximo de amor" (PO 11). La caridad pastoral hace posible "transparentar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélica" (n.20).

 

6. Una espiritualidad sacerdotal específica: caridad pastoral sin recortes ni fronteras

     La "vida espiritual" o "espiritualidad" del sacerdote se presenta en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis" a partir de la llamada universal a la santidad que consiste en la caridad (n. 19; cf. LG 40). "Espiritualidad" es equivalente a "vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (n. 19). Para el sacerdote ministro hay una nota específica de esta perfección: "la caridad pastoral". Ella "constituye el alma del ministerio sacerdotal" (n.48; cf. n.16) y es "alma y forma de la formación permanente del sacerdote" (n.70).

     Esta vida espiritual ("espiritualidad") o vida según el Espíritu tiene, pues, una peculiaridad o "especificidad" cuando se trata del sacerdote. Es una "vocación 'específica' a la santidad" (n.20). Los elementos básicos de esta espiritualidad específica, que fundamentan la caridad pastoral son los siguientes, según el documento postsinodal: "consagración" como configuración con Cristo Cabeza y Pastor, "misión" de ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote", representación personal ("personificación") de Cristo, estilo de vida "llamada a manifestar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélico" (n.20, citando a PO 2 y 12).

     La exhortación, en diversos apartados, señala algunas características específicas que derivan de la caridad pastoral: santificación en los mismos actos del ministerio (nn.24.25), seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica" (nn.27-30), pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio (esta pertenencia, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia especial para los sacerdotes diocesanos) (nn.31-32, 74), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal (nn.16-18, 31-32). Esta disponibilidad misionera es expresión de una caridad sin fronteras. El seguimiento evangélico al modo de los Apóstoles lo hemos resumido más arriba; es la caridad pastoral sin recortes. La pertenencia a la Iglesia particular, como un hecho de gracia, lo estudiamos en el apartado siguiente.

     Cada una de estas características representa todo un programa de vida espiritual. Todas ellas se complementan, derivan de la configuración y relación con Cristo, y se concretan en sintonía de sentimientos y de actitudes del mismo Cristo, como expresión de la caridad pastoral. Es participación de la misma caridad de Cristo, donación total de sí, expresión del sacerdocio como "officium amoris" (San Agustín)[13]. "El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y su imagen" (n.23).

     En el documento postsinodal esta expresión ("caridad pastoral") se repite continuamente como nota característica de todos los aspectos de la vida espiritual del sacerdote. No es un término abstracto, sino la "donación" de sí mismo que hace el Buen Pastor y que debe expresarse en la vida de los sacerdotes ministros. El estilo de vida de caridad pastoral deriva del hecho de participar en la misma consagración y en la misión de Cristo: "Gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en la caridad pastoral" (n. 21).

     La santificación por los mismos actos del ministerio recibe en la exhortación una atención particular (nn.24-26). De hecho se comenta el texto conciliar de "Presbyterorum Ordinis" nn.12-13 y hace la aplicación a cada uno de los ministerios: servicio de la Palabra, de los sacramentos y de animación de la comunidad (nn.26, 47-49). Se trata de santificarse "por las mismas acciones sagradas de cada día" (PO 12) o "a través del ejercicio del ministerio" (n.25; cf. PO 13). Siempre es a partir de la "caridad pastoral" y de la "relación" personal e íntima con Cristo (n.25). Entonces se realiza la "unidad de vida" (n.23; cf. PO 14) que supera la dicotomía entre la vida espiritual y la acción apostólica. Hay una estrecha relación entre el hecho de santificarse por los actos del ministerio y la vida santa del ministro que influye en la misma acción ministerial (n.25). "Existe, por tanto, una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio... Por otra parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio... La relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral" (n.24).

     La vida sacerdotal se hace oblación "sacrificial" por la "caridad pastoral", que es "principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples actividades del sacerdote" (n.23). En esta línea sacrificial de una vida de donación, la Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (n.26; cf. nn. 23, 38, 46, 48; PO 5).

     Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (nn.45-50).

     La vida espiritual (con su "especificidad" característica de "caridad pastoral") inserta al sacerdote en el misterio del hombre a la luz del misterio de Cristo para "buscar a Cristo en los hombres" (n.49). Así se concretiza su realidad de ser "tomado de entre los hombres y constituido a favor de los hombres" (Heb 5,1).

     La disponibilidad para la Iglesia universal dimana, por una parte, de la misma naturaleza del sacerdocio ministerial. El documento postsinodal cita y comenta "Presbyterorum Ordinis" n.10 y "Optatam totius" n.20, puesto que "cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PO 10). Así, pues, "por la naturaleza misma de su ministerio, deben estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero" (n.18). El sacerdocio de Cristo, en su ser, en su misión y en su entrega, tiene las características de universalismo. Esas mismas características han pasado al sacerdocio participado por los Apóstoles y, por tanto, por sus sucesores e inmediatos colaboradores (los presbíteros). No es posible hacer recortes a lo que por su misma naturaleza es para todos los redimidos.

     Por otra parte, esta disponibilidad universal deriva también del hecho de pertenecer a la Iglesia particular y al Presbiterio y colaborar en la responsabilidad misionera del Obispo, siempre en la línea de universalismo: "La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites... (cita PO 10)... sino a la misión universal" (n.32). La Iglesia particular es el eco y concretización de la Iglesia universal, como corresponsable de la misma misión universalista (cf. nn.31-32, 65, 74). El Obispo con su Presbiterio es responsable de hacer efectiva esta misión, en la que deben participar todos los componentes de la comunidad eclesial y, de modo particular, los presbíteros como colaboradores necesarios de los Obispos en el "servicio apostólico" (nn.4, 16-18, 31-32).[14]

     Estas exigencias de la caridad pastoral, especialmente en cuanto al seguimiento evangélico (ver arriba en el apartado 5) y a la disponibilidad misionera universal, no deben considerarse como un peso, sino como un compartir esponsalmente la misma vida de Cristo Buen Pastor: "signo sacramental de Cristo" (n.16), "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), para "revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa" (n.22), "llamados a imitar y vivir su misma caridad pastoral" (n.22), como "credibilidad de su testimonio del Evangelio" (n.5). Las exigencias del hecho de ser "signo" y "transparencia" de Cristo sólo se comprenden a partir de un enamoramiento, como "partícipes de su amor" (n.70). "Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (n.15).

     "Pastores dabo vobis" es un documento muy rico en datos sobre la espiritualidad sacerdotal. Este tema merecería un estudio especial. Al tema de "la vida espiritual del sacerdote", la exhortación postsinodal le dedica especialmente todo el capítulo tercero: "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18), la vida espiritual del sacerdote. Es, pues, a partir de la consagración y misión de Cristo que puede vislumbrarse todo el contenido de este tema. Precisamente por ello, la vida espiritual se presenta como "centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (n.45). Al señalar importancia y centralidad de la vida espiritual, el documento deja entrever esta línea de fuerza en todos y cada uno de los capítulos.[15]

     La caridad pastoral, como quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal hay que estudiarla y vivirla según diversas dimensiones, a las que hemos aludido sucintamente en este apartado: Trinitaria, pneumatológica, cristológica, eclesiológica y mariológica, contemplativa, misionera, antropológica...

     La dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal es una síntesis de las otras dimensiones. Como Madre de Cristo Sacerdote y como figura de la Iglesia, modelo de fidelidad a la vocación, ella está presente en todas las etapas del proceso vocacional inicial y permanente: "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (n.82).[16]

     Para que "la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2), urge construir la fisonomía sacerdotal como imagen de Cristo buen Pastor. "Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos" (n.18).[17]

 

7. Espiritualidad específica del sacerdote diocesano y del sacerdote religioso en el Presbiterio de la Iglesia particular

     Una lectura apresurada del documento puede dar la impresión de preferencia por el "sacerdote diocesano", por el hecho de referirse a él explícita y ampliamente en algunos apartados (nn.17, 31-32, 68, 74). En realidad esta "preferencia" es una impresión objetiva en cuanto que aclara realidades y conceptos que hasta ahora no habían sido expuestos por los documentos magisteriales de manera tan explícita. Era necesario hacer estas aclaraciones para el bien de todos. Ya es interesante notar que el documento hable de sacerdotes "diocesanos" y "religiosos", si usar el término "secular".[18]

     Hay que tener en cuenta (como hemos visto hasta ahora) que la base fundamental del ser, del actuar y de la espiritualidad sacerdotal, es común a diocesanos y religiosos. La configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, exige para todos el mismo seguimiento radical (vida apostólica de los Doce), la misma disponibilidad misionera (local y universal) y la misma vida de "comunión" con los demás presbíteros del Presbiterio de la Iglesia particular, cuya cabeza es el Obispo. Las exigencias de "vida apostólica", al estilo de los Doce, son las mismas. La caridad pastoral es la quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, sea del sacerdote diocesano que del religioso.

     Ahora bien, todas estas realidades de gracia quedan matizadas por otras gracias, que podrían resumirse, para el sacerdote "diocesano", en la "incardinación", como pertenencia especial a la Iglesia particular y al Presbiterio, y como dependencia espiritual y ministerial respecto al Obispo; todo ellos "como valor espiritual del presbítero" (n.31).

     En cuanto al sacerdote "religioso" (o de instituciones analógicas), estas realidades de gracia quedan matizas por el "carisma fundacional", que se concreta en compromisos especiales de seguimiento evangélico y en modos peculiares de vida comunitaria y de misión. Ambos cleros pertenecen al Presbiterio diocesano y dependen pastoralmente del carisma episcopal. También dependen del Obispo respecto a la espiritualidad general cristiana y sacerdotal. Los religiosos tendrán una cierta autonomía (precisada por el derecho) respecto a la concretización del carisma específico.[19]

     Para el sacerdote diocesano todos estos hechos de gracia (pertenencia permanente a la Iglesia particular y al Presbiterio, relación especial con el Obispo, incardinación) serán como su "carisma específico" y tendrán una aplicación especial: "En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular, lo cual no está  motivado solamente por razones organizativas y disciplinares; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación e su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido, la 'incardinación' no se agota en su vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero... Estar en una Iglesia particular constituye, por su misma naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana" (n.31). Estos hechos de gracia matizan el modo de seguir a Cristo obediente, casto y pobre, analógicamente a como el carisma fundacional y los compromisos concretos (v.g. los votos) matizan el seguimiento evangélico de los religiosos.

     La espiritualidad del sacerdote religioso, con sus características peculiares de un carisma fundacional, es un estímulo y una riqueza imprescindible para la Iglesia particular y para el Presbiterio; este sacerdocio expresado por la vida "consagrada" pertenece a la herencia apostólica que todo sacerdote (diocesano o religioso) debe custodiar. "El don de la vida religiosa, en la comunidad diocesana, cuando va acompañado de sincera estima y justo respeto de las particularidades de cada Instituto y de cada espiritualidad tradicional, amplia el horizonte cristiano y contribuye de diversa manera a enriquecer la espiritualidad sacerdotal, sobre todo respecto a la correcta relación y recíproco influjo entre los valores de la Iglesia particular y los de la universalidad del Pueblo de Dios" (n.74; cf. n.31).

     Es importante notar que para todo sacerdote (diocesano y religioso), las exigencias de seguimiento evangélico y de misión (que son las mismas para ambos) se inspiran en el Buen Pastor y en el seguimiento apostólico: "Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20). En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote" (n.16).

     La pertenencia a la Iglesia particular y al Presbiterio concretiza la existencia sacerdotal, dentro de la línea de sucesión apostólica. Para todo sacerdote, "el Presbiterio en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural que tiene su raíz en el sacramento del Orden" (n.74)[20]. Hay Iglesia particular y Presbiterio donde hay un sucesor de los Apóstoles. El servicio a la Iglesia misterio, comunión y misión tendrá, pues estas connotaciones que indican, al mismo tiempo, comunión con el sucesor de Pedro y apertura a la Iglesia universal. "Concretamente, el sacerdote está llamado a madurar la conciencia de ser miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado, o sea, incorporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral. Esta conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia. Ese es, en realidad, el objetivo vivo y permanente de la caridad pastoral que debe acompañar la vida del sacerdote y que lo lleva a compartir la historia o experiencia de vida de esta Iglesia particular en sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y a trabajar en ella para su crecimiento. Sentirse, pues, enriquecidos por la Iglesia particular y comprometidos activamente en su edificación, prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (n.74).

     La caridad pastoral queda, pues matizada con estas circunstancias eclesiales de gracia: el aquí y el ahora de la Iglesia particular, en la comunión y misión de la Iglesia universal. Todo sacerdote está al servicio de toda la comunidad eclesial y es garante (con el Obispo) de una herencia de gracia que enraíza con la tradición apostólica. El sacerdote "incardinado", por el hecho de su pertenencia más permanente, es el que debe apreciar, cuidar y armonizar con más atención todos los carismas existentes en la Iglesia particular, sean de tipo laical, de vida consagrada o de vida sacerdotal (cf.74). Es "la genuina opción presbiteral de servicio a todo el Pueblo de Dios, en la comunión fraterna del Presbiterio y en obediencia al Obispo" (n.68).

     El carisma episcopal, del que depende todo presbítero según diversas modalidades (que hemos indicado sucintamente más arriba), es imprescindible para hacer realidad la "vida apostólica" (vida fraterna, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera) en el Presbiterio de la Iglesia particular (cf. CD 15-16; PO 7). "La fisonomía del Presbiterio es la de una verdadera familia" (n.74; cf. CD 28). Pero esto no será realidad mientras no actúe o no se deje actuar el carisma de quien preside la Iglesia particular y su Presbiterio. "Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y por el propio Presbiterio unido al Obispo... La unidad de los presbíteros con el Obispo y entre sí no es algo añadido desde fuera a la naturaleza propia de su servicio, sino que expresa su esencia como solicitud de Cristo Sacerdote por su Pueblo congregado por la unidad de la Santísima Trinidad" (n.74).[21]

     La vida comunitaria, según diversas posibilidades, es esencial para la vida sacerdotal ("vida apostólica") en el Presbiterio. Este debe ser siempre "una verdadera familia", que "se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales". Y aunque esta fraternidad "no excluye a nadie", no obstante "puede y debe tener sus preferencias" o modalidades (n.74). Siempre es posible "la vida común o fraterna entre los sacerdotes" (ibídem) o, como dice el concilio, "alguna manera de vida común" o de tipo asociativo (PO 8). "Hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (n.81).[22]

     El tema de la "soledad" (n.74) encuentra solución adecuada (además de en la propia vida de relación personal con Cristo) en la fraternidad del Presbiterio, e insta a "meditar sobre una doctrina que el concilio Vaticano II había puesto nuevamente de manifiesta: la doctrina de la realidad del Presbyterium (cf. LG 28; PO 7-8). Se invita a los Obispos y a los sacerdotes a que vivan esta realidad que es fuente de una rica espiritualidad y de una fecunda acción apostólica".[23]

 

8. Hacia un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio de cada Iglesia particular

     El capítulo final (cap. V: formación permanente de los sacerdotes), si se lee en el contexto de todo el documento, es la parte que compromete más. Porque no se trata sólo de organizar unos cursos para ponerse al día, sino de estructurar toda la vida del Presbiterio, de suerte que el sacerdote encuentre los medios necesarios para vivir su identidad sacerdotal con todas las exigencias de "vida apostólica" en el Presbiterio de la Iglesia particular (según las diversas modalidades que ya hemos indicado: diocesano, religioso, etc.).

     Hay que elaborar "programas capaces de sostener... el ministerio y vida sacerdotal" (n.3). Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (n.78). En este campo "es fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (n.79). Las estructuras del Presbiterio deben orientarse a una puesta en práctica de las orientaciones conciliares y postconciliares. El documento postsinodal compromete a todos. "Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrollo por etapas y tiene modalidades precisas" (n.79).[24]

     La exhortación postsinodal es un texto que da las pautas necesarias para estructurar el Presbiterio de la Iglesia particular de acuerdo con la "vida apostólica". Los candidatos al sacerdocio (diocesanos y religiosos) encuentran en él una posibilidad de vivir el sacerdocio con generosidad evangélica. Ahora ya pueden ver que es posible poner en práctica las indicaciones del nuevo Código: "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245, par. 2). Este Presbiterio, al cual son invitados, ya existe en potencia...[25]

     "Pastores dabo vobis" pertenece a un hecho de gracia, que aflora principalmente en las indicaciones del Vaticano II y de los documentos postconciliares, y que recoge un despertar sacerdotal anterior, especialmente a partir de San Pío X ("Haerent animo"). Este hecho necesita encontrar los santos sacerdotes del postconcilio. Se han dado grandes pasos que preanuncian un resurgir en las nuevas generaciones sacerdotales.[26]

     Los números 80-81 de "Pastores dabo vobis" indican unas pautas generales sobre los momentos, las formas y los medios de la formación sacerdotal permanente en el sentido indicado de proyecto global de vida. Se podrán indicar pautas para los cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual (nn.71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio. La formación permanente tiene esta finalidad: "Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (n.71).

     Las pautas de este "proyecto" (que podría llamarse "Directorio") no  serán nuevas obligaciones, sino indicaciones que recojan todo lo contenido en el concilio y postconcilio, para que el sacerdote pueda "desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de vida de Jesús Buen Pastor" (n.73). Es la respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (n.70).[27]

     Esta tarea es posible. La llamada del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy va unida a su presencia activa. La caridad pastoral, con todas sus consecuencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, comienza a ser una realidad. El documento postsinodal parte de una actitud de fe y de esperanza: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33). "El Sínodo... es consciente de la acción constante del Espíritu Santo en la Iglesia"(son palabras que hace suyas el Papa: n.1).

     La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tenga lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).



    [1]Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1992, n.1. La Exhortación Apostólica lleva fecha del 25 de marzo de 1992 (Anunciación del Señor). Comentario a la Exhortación: Os daré pastores según mi coraón, Valencia, edit. EDICEP 1992. El texto con introducciones, comentarios breves y notas bibliográficas: Pastores dabo vobis, Casale Montferrato, PIEMME 1992. Para los documentos del Sínodo: G. CAPRILE, Il Sinodo dei Vescovi 1990, La Civiltà Cattolica 1991. El texto completo de las "propositiones" finales votadas y entregadas el Santo Padre no se ha publicado; pero la exhortación recoge el contenido de todas ellas y las cita casi integramente.

    [2]Es cita textual del Mensaje de los Padres Sinodales, 28 oct. 1990, III: "L'Osservatore Romano", 29-30 octubre 1990.

    [3]El documento de Juan Pablo II ha sido llamado "Exhortación postsinodal de la esperanza". Ver la presentación oficial a cargo de Mons. Schotte en: "L'Osservatore Romano", 8 abril 1992, p.17.

    [4]Es interesante notar que el documento postsinodal habla de "poner en práctica la doctrina conciliar sobre este tema y hacerla más actual e incisiva en las circunstancias actuales" (n.2, citando textualmente la "proposición" n.1).

    [5]La "identidad" no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida.

    [6]El documento postsinodal aprovecha toda la documentación referente al Sínodo (se puede ver en la publicación de Caprile, citada en la nota 1), además de los documentos conciliares (especialmente LG, PO, OT) y postconciliares (especialmente la "Ratio fundamentalis": AAS 62, 1970, 321-384). Entre los documentos sinodales, además de las "proposiciones" finales, hay que destacar "Lineamenta" e "Instrumentum laboris" (éste último fue el más apreciado y sirvió de esquema para las "proposiciones"). Se citan también, entre otros documentos del Papa, algunas alocuciones dominicales durante el "Angelus" (1989-1991). Las "proposiciones" finales son el fruto de las aportaciones de los Padres, que fueron cristalizando en las "proposiciones" de cada uno de los 13 grupos de trabajo, hasta elaborar una lista única que fue la que se votó. En el discurso final, el Papa había dicho sobre los documentos postsinodales: "El documento postsinodal se inspira en lo que fue programado en común, y se podría decir que lo contiene" (27 de octubre de 1990).

    [7]Es el texto de la "proposición" 23 de los Padres sinodales, que deja entrever el tema de las "tres miradas" sacerdotales de Cristo, según la escuela sacerdotal francesa y la doctrina de San Juan de Avila. Ver: Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Avila, Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica 1969, p.53 (referencia al Tratado del amor de Dios y al Audi Filia). El texto de la exhortación indica frecuentemente esta actitud de vivir de los sentimientos de Cristo: nn.26, 30, 49, 53, 57, 72, 82.

    [8]Es la línea de servicio acentuada por el Vaticano II: "Son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1; cfr. LG 24).

    [9]Ver el tema de la "configuración" en los nn. 3, 15, 18, 20-22, 25, 27, 31, 42, etc. El tema de la acción (unción) del Espíritu Santo en los nn. 1, 10, 27, 33, 69, etc. La "consagración", en los nn. 9, 20, 22. El tema del sacramento del Orden, carácter, gracia sacramental, en el n. 70. Estos temas siempre tienen la perspectica de la vivencia de la caridad pastoral y de las exigencias evangélicas: "Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia y en enviado a ejercer el ministerio pastoral. Y Así, al sacerdote, marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia, e inserto en una condición de vida permanente e irreversible, se le confía un ministerio pastoral que, enraizado en su propio ser y abarcando toda su existencia, es también permanente. El sacramento del Orden confiere al sacerdote la gracia sacramental, que lo hace partícipe no sólo del 'poder' y del 'ministerio' salvífico de Jesús, sino también de su 'amor'" (n.70; comenta 2Tim 1,6).

    [10]Esta actitud relacional se hace patente en casi todos los números del documento. La configuración con Cristo y el servicio a la Iglesia y a los hombres, tienen este trasfondo de sintonía vivencial con la realidad de Cristo presente, sus criterios, sus amores, su estilo de vida. De esta relación con Cristo, se pasa a la relación con la Iglesia (donde está Cristo bajo signos) y con todo ser humano (donde espera Cristo). El servicio ministerial es santificador por sí mismo, en cuanto que es un signo e instrumento de la presencia activa de Cristo (n.26).

    [11]La mejor explicación de esta tema se encuentra en el capítulo  II (sobre la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial). De ahí lo irá tomando el documento para aplicarlo en otros capítulos más prácticos: "... el sacerdote ministro es servidor de Cristo presente en la Iglesia misterio, comunión y misión. Por el hecho de participar en la 'unción' y en la 'misión' de Cristo, puede prolongar en la Iglesia su oración, su palabra, su sacrificio, su acción salvífica. Y así es servidor de la Iglesia misterio porque realiza los signos eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo resucitado. Es servidor de la Iglesia comunión porque -unido al Obispo y en estrecha relación con el presbiterio- construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios. Por último, es servidor de la Iglesia misión porque hace a la comunidad anunciadora y testigo del Evangelio" (n. 16, citando Instrumentum laboris 16 y la Propositio 7). Ver otros apartados que explican la misma trilogía: nn. 59 y 73.

    [12]La exhortación cita literalmente el Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), IV: "L'Osserv. Romano", 29-30 octubre 1990. La expresión "sucesores de los Apóstoles" se aplica a los Obispos, en cuanto que sólo ellos presiden las Iglesias particulares con su Presbiterio. La exhortación postsinodal relaciona a los presbíteros con la sucesión apostólica o con el ministerio apostólico (sin llamarles explícitamente "sucesores", para evitar confusión). Lo que importa es la misma realidad de una sucesión apostólica en cuanto al ministerio y en cuanto a las exigencias evangélicas y misioneras. Cfr. nn. 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60. La actuación del carisma episcopal es indispensable no sólo para cuestiones jurídicas, sino principalmente para hacer posible la "vida apostólica" en el Presbiterio (n. 74; cfr. CD 15-16; PO 7-8).

    [13]Repetidas veces se cita esta expresión de San Agustín: In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5: CCL 36,678.

    [14]La responsabilidad misionera se presenta también en el contexto de la trilogía Iglesia misterio, comunión y misión, relacionando los tres elementos: la Iglesia es misionera siendo portadora de Cristo (misterio) como fraternidad imagen de la Trinidad (comunión), que debe construir la comunión universal de hermanos en Cristo. El sacerdote ministro sirve a esta Iglesia que es, pues, misionera por su misma naturaleza. Cf. nn.12, 16, 59, 73.

    [15]Ver un estudio más amplio en: Espiritualidad sacerdotal y formación espiritual del sacerdote, en: Comentario a "Pastores dabo vobis", Os daré pastores según mi corazón. Valencia, EDICEP 1992. Los estudios actuales sobre la espiritualidad sacerdotal recogen estas líneas. Ver especialmente estas obras de conjunto: AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio, Madrid, EDICE 1987; AA.VV. Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989. Recojo bibliografía actual sobre cada tema en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC 1991. Estudios también de contexto latinoamericano en: Signos del Buen Pastor, espiritualidad y misión sacerdotal, Bogotá, CELAM 1991.

    [16]El tema mariano queda intercalado en varios pasajes del documento. Al hablar de la pastoral de las vocaciones (cap. IV), se presenta a María como modelo de respuesta vocacional: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (n.36, citando la "proposición" 5). La Iglesia pide vocaciones, reunida en Cenáculo con María (n.38). Durante la formación inicial (cap. V), los candidatos viven en "confianza filial" con María, entregada por Jesús "como madre al discípulo" (n.45, citando OT 8).

El domento sinodal termina con una oración a María, que resume todos sus títulos eclesiales y sacerdotales: "Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes... Madre de Cristo Sacerdote... Madre de la Iglesia..., Reina de los Apóstoles"... (n.82).

    [17]La "nueva evnagelización" exige una renovación por parte de los sacerdotes y, consecuentemente, debe llegar a redimensionar todo el proceso de la formación sacerdotal. Ver: COMISION EPISCOPAL CLERO, Sacerdotes para la nueva evangelización, Madrid 1990; CELAM, Nueva evangelizción, génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147.

    [18]Los documentos conciliares no usan el término "secular" para el sacerdote, puesto que prefieren usar este término para la línea "laical" (inserción en lo "secular"). El nuevo Código habla de sacerdotes "seculares" (no dice "diocesanos"). Hay siempre un campo de "secularidad" para todo sacerdote. Es cuestión de terminología, que siempre hace referencia a un aspecto objetivo. El documento postsinodal, siguiendo la línea de los documentos conciliares, parte de realidades teológicas, sin excluir (aunque no use) la terminología del Código. Sería un contrasentido querer hacer de este hecho terminológico un caballo de batalla.

    [19]Hablar, pues, del sacerdote "diocesano" no significa "reivindicación" ni exclusivimo. Tampoco sería justo calificar de "religiosos" algunos elementos esenciales de vida sacerdotal (vida comunitaria, contemplativa, de seguimiento evangélico y de misión universal). Si el sacerdote "incardinado" (diocesano) no llega a vivir su propia espiritualidad específica (de radicalismo evangélico, de vida comunitaria y de misión), tampoco sabrá apreciar los matices especiales de gracia de la vida religiosa respecto al seguimiento evangélico, a la vida fraterna y a la misión. Para el sacerdote incardinado, esta misma diocesaneidad es el modo más auténtico de vivir su amor y sumisión al Sucesor de Pedro. La pastoral vocacional no pude basarse en presentar la vida religiosa como el único camino de seguimiento evangélico, como tampoco se debe decir que el sacerdocio diocesano es el único camino de caridad pastoral. Estas sensibilidades deben superarse por la vivencia auténtica del propio carisma, que siempre es de aprecio de los demás carismas. Pero será difícil superar un vacío de siglos respecto a la "vida apostólia" en el Presbiterio...

    [20]El decreto conciliar "Presbyterorum Ordinis" calificar de "fraternidad sacramental" (PO 8) la comunión en el Prebiterio, por el hecho derivar del sacramento del Orden (LG 28). El contexto conciliar indica también la "sacramentalidad" de signo eficaz, por ser una concretización de la Iglesia "sacramento" (cf.LG 1; Jn 17,23; Puebla 663). El sacerdote es signo personal y comunitario (siempre "sacramental") de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor. En su visita al Pontificio Colegio Español de Roma (28 marzo 1992), dijo Juan Pablo II: "Debéis ser pastores de la unidad con vuestro Obispo y en la unidad fraterna con el propio Prebiterio. Vuestro ministerio sólo puede tener sentido en la vinculación ontológica y sacramental de vuestro sacerdocio con el Obispo y con vuestros hermanos sacerdotes... Por esto la comunión de cada sacerdote con el Obispo y el propio Presbiterio diocesano debe ser imagen del misterio de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para edificar así la comunidad eclesial y humana según el mandato del amor" ("L'Osservatore Romano", 30-31 marzo 1992, pp. 14-15).

    [21]En el documento postsinodal se acentúa esta actuación del carisma episcopal en todas las etapas de la formación y de la vida sacerdotal, tanto para la espiritualidad como para la pastoral y las expresiones de vida práctica: nn.4, 28, 31, 35, 41, 50, 65, 74, 79, 80. Este tema es imprescindible para la buena marcha de todas las orgnizaciones y servicios del Presbiterio: Seminario, Consejo Presbiteral, formación permanente, convivencia sacerdotal como familia de hermanos, etc.

    [22]En diversos lugares del documento postsinodal se invita a esta vida fraterna y comunitaria: nn.17, 29, 44, 50, 60, 73-74, 76-77, 81. Tanto para el seguimiento evangélico como para la vida comunitaria, los sacerdotes que forman parte del mismo Presbiterio pueden encontrar diversas posibilidades: iniciativa privada (grupos, equipos, "cenáculos"), equipo de trabajo pastoral y vida espiritual (v.g. arciprestazgos o decanatos), asociaciones sacerdotales, asociaciones de vida apostólica, Institutos seculares, Instituciones religiosas, etc. (nn.81, 31, 74). Que un sacerdote sienta la llamada a vivir una de estas formas (aunque sea sin incardinación a la diócesis), es una cosa normal (como en cualquier otra institución); pero sería un contrasentido que, por no encontrar el propio Presbiterio organizado, tuviera que entrar en una organización para la cual no tiene vocación. En cuanto a las "asociaciones" sacerdotales, hay que recordar que la "Unión Apostólica" es un servicio de intercambio de experiencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, a partir de la iniciativa de los mismos grupos o equipos de nivel territorial (pastoral) o de amistad (revisión de vida, etc.).

    [23]Juan Pablo II, Discurso en la clausura del Sínodo Episcopal, 27 octubre 1990. No hay que olvidar la importancia de la propia dirección espiritual (nn.40, 50, 81) como medio de santificación sacerdotal.

    [24]La participación del Obispo es vital, como compartiendo la misma vida y la misma suerte de su Presbitetio. "El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su Presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial" (n.79; cf. CD 15-17.28; PO 7).

    [25]Hay que reconocer que la "vida apostólica" en el Presbiterio (para el clero diocesano), salvo casos individuales y de algunos grupos excepcionales, tiene un vacío de siglos. La doctrina eclesial se ha mantenido gracias al magisterio y a la vida de santos sacerdotes. Llevar a término esta empresa supondrá crear mentalidad y buscar pautas concretas. Probablemente será cuestión de muchos años y de grandes sacrificios, para arrinconar hábitos "legitimados", privilegios y derechos adquiridos. También en algunas instituciones religiosas o análogas la "vida apostólica" ha quedado anquilosada, olvidando la vitalidad del carisma fundacional o dándose a una problemática al margen de los criterios evangélicos y eclesiales. Por esto la crisis sacerdotal ha sido común (con las mismas proporciones) para el clero diocesano y religioso.

    [26]Ver este tesoro documental en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC 1985. A mi entender, el paso actual, salvando las diferencias, se podría comparar al paso trascendental de Trento respecto al los Seminarios, a la vida sacerdotal y al ministerio episcopal. Entonces se fue aplicando el concilio gracias a santos sacerdotes del postconcilio (San Carlos Borromeo, San Juan de Avila, San Juan de Ribera, San Ignacio de Loyola, San Juan Eudes, San Vicente de Paul, San Gregorio Barbarigo, etc.). ¿Estamos hoy preparados para poner en práctica la "Pastores daboo vobis"?

    [27]Se podrían delinear las pistas de los cuatro niveles indicados (humano, espiritual, intelectual, pastoral) o trazar unas líneas de vida personal (contemplación, estudio, vida sacramental, seguimiento evangélico, dirección espiritual, medios concretos...), vida comunitaria (equipo de revisión de vida, convivencia, solidaridad, ayuda mutua en todos los niveles...), vida pastoral (equipo apostólico, pastoral de conjunto en el campo profético-litúrgico-caritativo...), etc. También podría especificarse un "Directorio" o proyecto sacerdotal a partir de actitudes: actitud relacional con Cristo, actitud de seguimiento evangélico, actitud de comunión y fraternidad, actitud de misión.

(IL SACERDOTE PASTORE E GUIDA DELLA COMUNITA' NELLA PARROCCHIA.

Dopo la parte dogmatica, pastorale, giuridica, sociologica: parte spirituale):

                            * * *

 

SPIRITUALITA' PROPRIA DEL SACERDOTE IN QUANTO GUIDA DELLA COMUNITA'. SPIRITUALITA' DELLA PARROCCHIA

 

 

Carità pastorale, spiritualità specifica del sacerdote che guida la comunità parrocchiale

 

     La spiritualità propria del sacerdote viene descritta come "carità pastorale" e "ascetica propria del pastore d'anime" (PO 13). In modo particolare questa spiritualità si attua da parte dei sacerdoti che guidano la comunità parrocchiale, nello spazio e tempo, cioè  nelle circostanze salvifiche-teologiche, pastorali, ecclesiali, culturali e sociologiche. In queste circostanze di grazia, geografiche e storiche, i sacerdoti attuano la loro realtà soprannaturale di essere "prolungamento visibile e segno sacramentale di Cristo nel suo stesso stare di fronte alla Chiesa e al mondo" (PDV 16).

     Essere prolungamento del Buon Pastore significa diventare "segni viventi e portatori della misericordia" (Il Presbitero, Maestro... IV, n.2). Il sacerdote vive la sua configurazione a Gesù Cristo Capo e Pastore per mezzo della carità pastorale. "La vita spirituale del sacerdote viene improntata, plasmata, connotata da quegli atteggiamenti e comportamenti che sono propri di Gesù Cristo Capo e Pastore della Chiesa e che si compendiano nella sua carità pastorale" (PDV 21). In questo modo i sacerdoti diventano "strumenti vivi di Cristo Sacerdote" (PO 12).

 

     La carità pastorale fa del sacerdote un segno e imagine viva di Gesù, Capo, Pastore e Sposo della Chiesa. Così diventa "capace di amare la gente con cuore nuovo, grande e puro, con autentico distacco da sé, con dedizione piena, continua e fedele, e insieme con una specie di «gelosia» divina (cfr. 2 Cor 11,2), con una tenerezza che si riveste persino delle sfumature dell'affetto materno, capace di farsi carico dei «dolori del parto» finché «Cristo non sia formato» nei fedeli (cfr. Gal 4, 19)" (PDV 22).

 

     Le dimensioni della carità pastorale aprono la parrocchia e i suoi servitori nella prospettiva cristologica-teologica, ecclesiologica, sociologica. I sacerdoti che guidano la comunità sono la visibilità di Cristo in mezzo alla Chiesa e nelle circostanze storiche e culturali-sociologiche. Per mezzo di essi, Cristo vive presente "in mezzo" ai fratelli (cfr. Mt 18,20), come segno di unità che riflette la Trinità di Dio Amor: "Siano anch'essi in noi una cosa sola, perché il mondo creda che tu mi hai mandato" (Gv 17,21).

 

I servizi ministeriali nella parrocchia, esigenza, espressione e mezzo privilegiato di santità:

 

     La guida e costruzione della comunità parrocchiale per mezzo dell'annuncio de la Parola (dimensione profetica), della celebrazione dei sacramenti (dimensione liturgica) e dei servizi di carità (dimensione diaconale), spinge i sacerdoti responsabili della parrocchia a lasciarsi modellare secondo le esigenze della stessa parola predicata, del mistero di Cristo celebrato e del commando dell'amore vissuto in mezzo ai fratelli.

 

     Questi servizi pastorali vengono attuati dal sacerdote ministro, in collaborazione con tutte le altre vocazioni (laicali e di vita consacrata). E' spiritualità di comunione ecclesiale, che domanda un'educazione permanente nel mistero della Chiesa,   comunione missionaria. "La funzione di pastore non si limita alla cura dei singoli fedeli: essa va estesa alla formazione di un'autentica comunità cristiana" (PO 6). E' "la comunione (koinonìa) che incarna e manifesta l'essenza stessa del mistero della Chiesa" (Novo Millennio Inneunte 42).

 

     Il sacerdote ministro si santifica nell'esercizio dei ministeri, attuati secondo lo spirito di Cristo: "I presbiteri raggiungeranno la santità nel loro modo proprio se nello Spirito di Cristo eserciteranno le proprie funzioni con impegno sincero e instancabile" (PO 13).

 

     Tra la vita spirituale del sacerdote e l'esercizio dei ministeri sacerdotale, esiste uno stretto legame. L'identità sacerdotale scaturisce dall'armonia e "unità di vita" tra le esigenze di vita interiore e di azione apostolica. Il sacerdote vive la carità pastorale, a imitazione di Cristo Buon Pastore e in unione con lui. "La vita spirituale, altro non è che l'accoglienza nella coscienza e nella libertà, e pertanto nella mente, nel cuore, nelle decisioni e nelle azioni, della «verità» del ministero sacerdotale come amoris officium" (PDV 24; cfr. S. Agostino, In Ioannis Evangeliun Tractatus 123,5: PLS 2,637).

 

     Gli stessi ministeri sacerdotali tendono, per sua natura, a far diventare santi i fedeli membri della comunità ecclesiale. Si tende a "formare Cristo" nella vita dei credenti (cfr. Gal 4,19). Lo scopo dell'azione pastorale dei sacerdoti consiste nel "condurre al suo pieno sviluppo di vita spirituale ed ecclesiale la comunità loro affidata" (Il presbitero, Maestro... IV, n.3).

 

     L'Eucaristia è la sorgente da dove scaturisce la carità pastorale ed è anche la garanzia dell'unità di vita. Nel sacramento e sacrificio eucaristico, il sacerdote impara che, "il principio interiore, la virtù che anima e guida la vita spirituale del presbitero in quanto configurato a Cristo Capo e Pastore è la carità pastorale, partecipazione della stessa carità pastorale di Gesù Cristo" (PDV 23).

 

     Nell'Eucaristia, il sacerdote impara a "vivere quale dono per il propri fratelli" (Direttorio per il ministero e la vita dei presbiteri n.48), e a "diventare pure hostia" in sintonia con "gli stessi sentimenti che furono in Cristo Gesù" (Fil 2,5; Il Prebitero, Maestro... IV, 2).

 

 

 

Nella Chiesa particolare e universale

 

     Il dono di sé, come espressione della carità pastorale, non ha confini. I limiti della parrocchia non sono delle frontiere chiuse, ma delle concretizzazioni di una realtà di grazia molto più larga. "All'interno della comunità ecclesiale la carità pastorale del sacerdote sollecita ed esige in un modo particolare e specifico il suo rapporto personale con il presbiterio, unito nel e con il Vescovo, come esplicitamente scrive il Concilio: «La carità pastorale esige che i presbiteri, se non vogliono correre invano, lavorino sempre nel vincolo della comunione con i Vescovi e gli altri fratelli nel sacerdozio» (PO 14)" (PDV 23).

 

     Sentire con la Chiesa si concretizza nel vivere la comunione ecclesiale come fonte ed espressine di spiritualità. "Il rapporto con il Vescovo nell'unico presbiterio, la condivisione della sua sollecitudine ecclesiale, la dedicazione alla cura evangelica del Popolo di Dio nelle concrete condizioni storiche e ambientali della Chiesa particolare sono elementi dai quali non si può prescindere nel delineare la configurazione propria del sacerdote e della sua vita spirituale" (PDV 31).

 

     L'appartenenza a la Chiesa particolare significa diventare custode di una storia di grazia e di una eredità apostolica, di cui la comunità parrocchiale è una concretizzazione privilegiata. "È necessario che il sacerdote abbia la coscienza che il suo «essere in una Chiesa particolare» costituisce, di sua natura, un elemento qualificante per vivere una spiritualità cristiana" (PDV 31).

 

     La spiritualità della carità pastorale è di comunione viene vissuta con profondità. "L'appartenenza del sacerdote alla Chiesa particolare e la sua dedicazione, fino al dono della vita, per l'edificazione della Chiesa «nella persona» di Cristo Capo e Pastore, a servizio di tutta la comunità cristiana, in cordiale e filiale riferimento al Vescovo, devono essere rafforzate da ogni altro carisma che entri a far parte di un'esistenza sacerdotale o si affianchi ad essa" (PDV 31).

 

     La parrocchia riecheggia tutta la Chiesa particolare (che presiede un successore degli Apostoli, in collaborazione col suo Presbiterio) e anche tutta la Chiesa universale (in comunione con Successore di Pietro en con la Collegialità Episcopale). "Per fomentare opportunamente lo spirito comunitario, bisogna mirare non solo alla Chiesa locale ma anche alla Chiesa universale" (PO 6).

 

     Se la missione sacerdotale ha "la stessa ampiezza universale della missione affidata da Cristo agli apostoli" (PO 10), ciò significa che non ci può essere spiritualità sacerdotale senza la prospettiva missionaria universale: "La vita spirituale dei sacerdoti dev'essere profondamente segnata dall'anelito e dal dinamismo missionario" (PDV 32). Per ciò, la carità pastorale si concretizza nel far diventare missionaria tutta la comunità e quindi, tutte le vocazioni e istituzioni.

 

Al servizio della costruzione dell'unità

 

     Il parroco è padre a pastore di tutti, come servizio di unità, animazione e coordinamento. La sua autorità è quella di dirigere senza cercare il proprio interesse. Il sacerdote è al servizio di tutta la comunità, di tutti carismi e di tutte le vocazioni, privilegiando l'attenzione alle persone più bisognose: gli ammalati, i poveri, i giovani, le famiglie... In questo senso è "il servo di molti" (S. Agostino, Sermo Morin Guelferbytanus 32,1: PLS 2,637), seguendo ed imitando la vita de Cristo Servo (cfr. Mt 20,24ss; Mc 10,43-44).

 

     Il pastore della comunità parrocchiale "chiama le sue pecore una per una" (Gv 10,3-4), suscitando la conoscenza e la relazione di amicizia con tutte le persone e tutte le famiglie. In questo rapporto deve apparire sempre molto chiaro che "le anime appartengono a Cristo" (Il presbitero, Maestro... cap.IV, n.3).

 

     Nel riunire la comunità parrocchiale, i sacerdoti cercano di servire tutti senza discriminazioni, per portare tutti a l'unità. "Esercitando la funzione di Cristo capo e pastore per la parte di autorità che spetta loro, i presbiteri, in nome del vescovo, riuniscono la famiglia di Dio come fraternità viva e unita e la conducono al Padre per mezzo di Cristo nello Spirito Santo" (PO 6)

 

     Il servizio dell'autorità si concretizza nel costruire l'unità della comunità. L'umiltà nell'atteggiamento di servizio no diminuisce la responsabilità di prendere delle decisioni senza condizionamenti. "Nell'edificare la comunità cristiana i presbiteri non si mettono mai al servizio di una ideologia o umana fazione, bensì, come araldi del Vangelo e pastori della Chiesa, si dedicano pienamente all'incremento spirituale del corpo di Cristo" (PO 6).

 

     Il sacerdote diventa pane spezzato come Cristo; appartiene a tutti ed è disponibile in tutto quanto riguarda l'evangelizzazione della comunità. "Pastore della comunità, il sacerdote esiste e vive per essa: per essa  prega, studia, lavora e si sacrifica, per essa è disposto a dare la vita, amandola come Cristo, riversando su di essa tutto il suo amore e la sua stima" (Direttorio per il ministero e la vita dei presbiteri n.55).

 

     Gli spazi "vuoti", dove non arrivano i servizi parrocchiali (profetici, luturgici, diaconali), sono i luoghi deboli dove entrano le sette e le tendenze materialistiche. L'azione del parroco suscita la collaborazione attiva e responsabile di tutte le vocazioni e carismi.

 

     La spiritualità sacerdotole nel guidare le comunità parrocchiali, comporta che la casa del sacerdote sia la casa di tutti, anche con i segni di povertà: "Sistemino la propria abitazione in modo tale che nessuno possa ritenerla inaccessibile, né debba, anche se di condizione molto umile, trovarsi a disagio in essa" (PO 17).

 

     La vicinanza e prossimità dei sacerdoti a tutti i componenti della comunità, si esprime nel modo di vivere, vestire e parlare, secondo lo stile di vita di Cristo povero e servitore, sempre vicino a tutti e disposto ad ascoltare ed accompagnare tutti.

 

Comunità parrocchiale, scuola di preghiera-contemplazione, perfezione e missione

 

     La guida della parrocchia si concretizza nel cammino della contemplazione della Parola (comunità, scuola di preghiera), nel cammino della perfezione (comunità, scuola di santità), nel cammino di missione (comunità, scuola di missionarietà).

 

     La comunità parrocchiale diventa scuola di preghiera, comunità che ascolta la parola, prega, ama, evangelizza, secondo il modello della Chiesa primitiva: "Erano assidui nell'ascoltare l'insegnamento degli apostoli e nell'unione fraterna, nella frazione del pane e nelle preghiere" (At 2,42).

 

     Nel servire alla comunità i presbiteri privilegiano la meditazione della Parola (lectio divina), la celebrazione dell'Eucaristia, la celebrazione della liturgia delle ore, l'itinerario dell'anno liturgico (intorno al Mistero Pasquale e alla domenica). "Le nostre comunità cristiane devono diventare autentiche « scuole » di preghiera, dove l'incontro con Cristo non si esprima soltanto in implorazione di aiuto, ma anche in rendimento di grazie, lode, adorazione, contemplazione, ascolto, ardore di affetti, fino ad un vero «invaghimento » del cuore" (Novo Millennio Ineunte 33).

 

     La comunità parrocchiale diventa scuola di santità, dove tutti i servizi, vocazioni e carismi tendono alla configurazione con Cristo, imitando i suoi criteri, la sua scala di valori e i suoi atteggiamenti. "La chiamata alla missione deriva di per sé dalla chiamata alla santità... L'universale vocazione alla santità è strettamen­te collegata all'universale vocazione alla missione: ogni fedele è chiamato alla santità e alla missione" (RMi 90).

 

     L'itinerario parrocchiale è itinerario battesimale e quindi, itinerario di santità: "Chiedere a un catecumeno: « Vuoi ricevere il Battesimo? » significa al tempo stesso chiedergli: « Vuoi diventare santo? ». Significa porre sulla sua strada il radicalismo del discorso della Montagna: « Siate perfetti come è perfetto il Padre vostro celeste » (Mt 5,48)... Le vie della santità sono molteplici, e adatte alla vocazione di ciascuno" (Novo Millennio Inneunte 31).

 

     La comunità parrocchiale è scuola di missionarietà e carità. Il cammino di preghiera e di santità si rivolge verso l'annuncio del vangelo a tutti gli uomini. "Il mandato missionario ci introduce nel terzo millennio invitandoci allo stesso entusiasmo che fu proprio dei cristiani della prima ora: possiamo contare sulla forza dello stesso Spirito, che fu effuso a Pentecoste e ci spinge oggi a ripartire sorretti dalla speranza « che non delude » (Rm 5,5)" (Novo Millennio Inneunte 58).

 

     I programmi di pastorale tendono a costruire delle persone e delle comunità dove Cristo sia nel centro del modo di pensare, di sentire e valutare, di amare e di agire.

 

     In questo modo, la comunità diventa "un cuore solo e un anima sola" (At 4,32), sempre attenta ai bisogni di tutti i fratelli e sorelle, con l'atteggiamento di "una nuova « fantasia della carità », che si dispieghi non tanto e non solo nell'efficacia dei soccorsi prestati, ma nella capacità di farsi vicini, solidali con chi soffre, così che il gesto di aiuto sia sentito non come obolo umiliante, ma come fraterna condivisione" (Novo Millennio Inneunte 50).

 

     La parrocchia diventerà una concretizzazione della Chiesa particolare e universale, mistero di comunione per la missione, mediante un processo permanente di rinnovamento, a imitazione degli Apostoli raggruppati "con Maria la Madre di Gesù" (At 1,14), figura e Madre della Chiesa. Maria è "il modello di quel­l'amore materno, dal quale devono essere animati tutti quelli che, nella missione apostolica della Chiesa, cooperano alla rigenerazione degli uomini" (LG 65; cfr. RMi 92).

 

     La presenza attiva e materna di Maria nell'itinerario di contemplazione, perfezione e missione, assicurerà alla comunità parrocchiale, con la sua intercessione, l'atteggiamento di apertura ai piani salvifici di Dio (Lc 1,28‑29.38), di fedeltà all'azione dello Spirito (Lc 1,35.39‑45), di contemplazione della Parola (Lc 1,46‑55; 2,19.51), di associazione sponsale a Cristo (Lc 2,35; Gv 2,4), di donazione sacrificale a Cristo Redentore (Gv 19,25‑27) e di tensione escatologica verso l'incontro definitivo di tutta l'umanità con Cristo (Ap 12,1; 21‑22).

                            Juan Esquerda Bifet

 

 

 

 

 

 

                              EL PADRE OS AMA

 

 

                       La misión, un proyecto de amor

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                                     INDICE

 

Documentos y siglas

 

Presentación: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17)

 

I. La sed y búsqueda de Dios en todos los pueblos

 

      1. La vida tiene sentido en la búsqueda de Dios

      2. Dios, ¿calla? ¿está ausente?... Ama como él es

      3. Las huellas desconcertantes de un Dios cercano

      Meditación bíblica

 

II. Dios "Padre" en el mensaje evangélico de Jesús

 

      1. Providencia misteriosa de Dios Amor

      2. Misericordia: ternura materna de Dios

      3. Su Hijo, enviado por amor a toda la humanidad

      Meditación bíblica

 

III. "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9)

 

      1. Su modo peculiar de amar: darse él mismo

      2. Su cercanía esponsal

      3. Su transparencia personal

      Meditación bíblica

 

IV. El "Padre nuestro", oración de toda la humanidad

 

      1. Actitud filial, oración en el Espíritu

      2. Cristo ora en nosotros

      3. La oración de toda la familia humana

      Meditación bíblica

 

V. "Amad... como vuestro Padre" (Mt 5,44-45)

 

      1. Cristo en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada pueblo

      2. Actitud de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor"

      3. Dejar que Cristo viva y ame en nosotros y en todos los hermanos

      Meditación bíblica

 

Líneas conclusivas: Hacia la "civilización del amor" y la "cultura de la vida" en todos los pueblos

 

Selección bibliográfica

 

                                                        DOCUMENTOS Y SIGLAS

 

AA    Apostolican Actuositatem (C. Vaticano II, sobre el apostolado de los laicos).

 

AG    Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).

 

CA    Centesimus Annus (Encíclica de Juan Pablo II, en el centenario de la "Rerum novarum", sobre la doctrina social de la Iglesia: 1991).

 

CEC   Catechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).

 

CFL   Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)

 

DEV   Dominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).

 

DM    Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).

 

DV    Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).

 

EA    Ecclesia in Africa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Africa: 1995).

 

EN    Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).

 

ET    Evangelica Testificatio (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la vida consagrada: 1971).

 

EV    Evangelium Vitae (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el valor de la vida humana: 1995).

 

FC    Familiaris Consortio (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la familia: 1981).

 

GS    Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).

 

LE    Laborem Exercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981).

 

LG    Lumen Gentium     (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).

 

MC    Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el culto y devoción mariana: 1974).

 

MD    Mulieris Dignitatem (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer: 1988).

 

MR    Mutuae Relationes (Directrices de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: 1978).

 

OL    Orientale Lumen (Carta Apostólica de Juan Pablo II: 1995).

 

OT    Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el sacerdocio).

 

PC    Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida religiosa).

 

PDV   Pastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).

 

PM    Provida Mater (Constitución Apostólica de Pío XII, sobre los Institutos Seculares: 1947).

 

PO    Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).

 

PP    Populorum Progressio  (Encíclica de Pablo VI sobre cuestiones sociales: 1967).

 

RC    Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la figura y la misión de San José: 1989).

 

RD    Redemptionis Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la vida consagrada: 1984).

 

RH    Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).

 

RM    Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).

 

RMi   Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).

 

SC    Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).

 

SD    Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).

 

SDV   Summi Dei Verbum (Carta Apostólica de Pablo VI, sobre la vocación: 1963).

 

SRS   Sollicitudo Rei Socialis (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la cuestión social: 1987).

 

TMA   Tertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II como preparación del Jubileo del año 2000).

 

UR    Unitatis Redintegratio (C. Vaticano II, sobre la unidad).

 

UUS   Ut Unum Sint (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el empeño ecuménico: 1995).

 

VC    Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).

 

VS    Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).

 

                                                              PRESENTACION:

                                      "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17)

 

      Así es la gran sorpresa que Cristo comunicó a sus amigos, para anunciarla a toda la humanidad: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Se refiere a un amor paternal, que, por parte suya, como Hijo de Dios, es especial; pero que él quiere compartir con nosotros: "Mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).

 

      No se trata principalmente de una idea o concepto sobre la bondad divina, sino que el mismo Jesús se presenta como la expresión y epifanía personal de Dios Amor. Sus palabras, sus gestos, sus pasos y todos los momentos de su vida, equivalen al gran anuncio: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). En el amor de Cristo cercano, descubrimos el amor personal de Dios.

 

      Dos mil años desde la Encarnación son una historia de ese mensaje grabado en el corazón humano, que sigue anunciándose y aconteciendo en el aquí y ahora de cada comunidad humana. Gracias a la Encarnación del Verbo, somos hijos en el Hijo, es decir, en Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre. A cada ser humano le llega ese mensaje sorprendente, que sólo Cristo puede anunciar: "Mi Padre y vuestro Padre". Es Padre suyo desde la eternidad; es Padre nuestro por gracia y don suyo.

 

      El itinerario que ha seguido toda cultura, todo pueblo, toda religión y todo corazón humano, queda imantado hacia esta dirección: "Este es mi hijo amado en quien me complazco, escuchadle" (Mt 17,5). Al escuchar a Cristo, el hombre entra en los planes eternos de Dios Amor. Cada uno puede llegar a sentirse amado en Cristo.

 

      La mirada de Cristo refleja un amor eterno que procede del Padre y se expresa en el Espíritu Santo. Esa misma mirada se refleja en todo corazón humano. Los que ya se han percatado de ella, es decir, los creyentes en Cristo, tienen la misión de transparentar y anunciar la filiación divina participada.

 

      El mayor obstáculo para la evangelización, en el inicio de un tercer milenio, sería la opacidad de los que decimos haber encontrado a Cristo. La vida cristiana es tal cuando se expresa en la serenidad gozosa de anunciar a todo ser humano: "Dios te ama, Cristo ha venido por ti".

 

      Este anuncio no se improvisa ante el espejo, ni se puede expresar sólo por un discurso literario. Se trata de una "vida nueva" (Rom 6,4), que se traduce en acogida, convivencia y servicio callado. El anuncio se hace con la "mirada" contemplativa y comprometida, de saber adivinar la presencia de Cristo en cada hermano, sobre todo es el más pobre y menos valorado por los demás.

 

      La convicción de ser amados de Dios se resquebraja fácilmente por la duda, la desconfianza y el desánimo. El error y la fragilidad acechan a nuestra puerta. Sólo Dios hecho hombre, Cristo Jesús, puede disipar esos temores y comunicar esa convicción inquebrantable, a partir de la cual es posible afrontar la vida con gozo y generosidad.

 

      La afirmación hecha por Jesús, "el Padre os ama" (Jn 16,27), viene a ser la recta final de una historia milenaria de culturas y religiones, a modo de "cumplimiento de un anhelo" (TMA 6), que Dios mismo ha sembrado en todo corazón humano.

 

      El cristianismo es autorretrato de Jesús, cuando manifiesta la convicción gozosa de que la vida es hermosa y merece vivirse, porque ya se puede transformar en "complemento" de la misma vida y muerte de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre (cfr. Col 1,24).

 

      La vida se hace donación a partir de esta convicción honda: "Hemos conocido el amor" (1Jn 4,16). Entonces ya es posible caminar según las pautas del sermón de la montaña: "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,44-45). Esa vida nueva es un don de Dios Padre, por medio de su Hijo, que nos hace "renacer por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).

 

      Cuando recitamos el "Padre nuestro" y lo vivimos por el mandato del amor, expresamos "el deseo filial de que Dios se manifieste y sea conocido por los hombres como Dios auténtico. Que su identidad revelada -su rostro de Padre- se muestre patente y eficaz sin límite en el ámbito de toda existencia humana" (I. Gomà Civit).

 

      La máxima expresión de Dios Amor consiste en haber enviado a su Hijo para que, participando de su misma vida, experimentemos el gozo de ser amados en él y como él: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su HIjo unigénito" (Jn 3,16). En la despedida de la última cena, Jesucristo hizo esta oración sorprendente: "Padre... que tengan en sí mismos mi alegría colmada... yo en ellos y tú en mí... los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,13.23).

 

      El cruce de miradas entre el Padre y el Hijo, expresado en el amor del Espíritu Santo, se prolonga en el corazón del creyente. "Toda gracia tiene su origen en la divina mirada" (Concepción Cabrera de Armida). Por esto, quien abre el corazón a esta mirada de amor, ya puede mirar al Padre "como lo mira Jesús".

 

      Nuestro encuentro con Cristo se nos ha convertido en sintonía con su amor al Padre. El Señor comparte con nosotros su "gozo en el Espíritu Santo" y su oración al Padre: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,21-22).

 

      La misión es un proyecto de amor, porque su fuente es Dios Amor. "La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y del Espíritu Santo, según el designio de Dios Padre. Pero este designio dimana del «amor fontal» o de la caridad de Dios Padre" (AG 2).

 

 

I

 

LA SED Y BUSQUEDA DE DIOS EN TODOS LOS PUEBLOS

 

 

 

      1. La vida tiene sentido en la búsqueda de Dios

      2. Dios, ¿calla? ¿está ausente?... Ama como él es

      3. Las huellas desconcertantes de un Dios cercano

      Meditación bíblica

 

 

 

 

      La señal más clara de que Dios nos ama es el hecho de haber modelado nuestro corazón a su medida: ya no podemos prescindir de él. Nos sentimos realizados así: en la búsqueda de un Dios que parece esconderse en sus mismas huellas.

 

      Esta es la característica del amor de Dios: se da él mismo, más allá de sus dones. Por esto, buscarle es ya empezar a amarle y encontrarle, porque significa que hemos descubierto que sus dones no son él. La seguridad de saberse amado por él es la única brújula que puede orientar y dar sentido a la existencia de todo ser humano, sin distinción de raza, cultura o religión.

 

 

1. La vida tiene sentido en la búsqueda de Dios

 

      El ser humano se ha preguntado siempre sobre el sentido de su existencia. Culturas y religiones han elaborado hipótesis hermosas que ofrecen sólo un aspecto de la solución. Pero la realidad más honda y constatable es que el hombre busca el sentido de Dios como respuesta al sentido de la propia existencia.

 

      Esa búsqueda es como la de quien va palpando, "a tientas" (Hech 17,27), para dar sentido a la vida. En realidad, "el deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre" (CEC 27).

 

      Preguntarse sobre sí mismo, en la perspectiva de un origen y de un fin, equivale a preguntarse sobre Dios. La autoconciencia espiritual del hombre se convierte en la búsqueda de la trascendencia divina. Hay "alguien" que da sentido a la vida, porque, al ser más allá de nuestra existencia, la sostiene. Es el "Otro", el trascendente e inmanente. En nuestro ser contingente están las huellas de su amor eterno. El misterio del hombre se desvela en el misterio de Dios.

 

      La "aspiración profunda" de todo ser humano tiende a "una vida plena". Por esto, el hombre "se interroga sobre sí mismo" (GS 9) y, precisamente por ello, se pregunta sobre Dios: "Nos has hecho, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta encontrarte a ti... Tú estabas más íntimamente presente que mi mayor intimidad" (San Agustín, Confesiones).

 

      La conquista del universo es una aspiración legítima, puesto que el hombre es la síntesis del mismo. Pero esa aspiración sin fronteras cósmicas está alimentada por la sed de Dios: "Por su interioridad, el hombre es, en efecto, superior al universo entero; a esta profunda interioridad retorna cuando entra dentro de su corazón, donde Dios le aguarda, escrutador de los corazones, y donde él personalmente, bajo la mirada de Dios, decide su propio destino" (GS 14).

 

      Esa búsqueda se puede calificar de "sufrir a Dios" (Santo Tomás), en el sentido de necesitar absolutamente de él y de su amor, sin poder encontrarle plenamente en esta tierra. Porque sus dones no son él, que es infinitamente más allá de todos ellos. El hombre existe para saberse amado y poder amar, sin limitaciones en ese amor recibido y correspondido.

 

      La creación contingente, como una hoja seca que se cae del árbol, deja entrever que, a pesar de su caducidad, ha sido programada por amor. Pero es la inquietud interior del hombre la que se plantea el problema sobre Dios, no ya sólo como una primera idea o un primer motor, sino como "Alguien", que nos ama porque nos ha hecho capaces de amar y de ser amados.

 

      Si el hombre dejara de buscar a Dios, dejaría de buscar el sentido de la propio existencia. Esa búsqueda es la vida del hombre, porque todo paso en esa búsqueda es ya un encuentro con la verdad, el bien, la belleza, que tienen su origen y plenitud en Dios.

 

      Las cosas, puesto que son buenas, van aplacando, en cierto modo, la inquietud del corazón humano. Despreciarlas para poder llegar a Dios, sería un camino equivocado. Quedarse en ellas, olvidando a Dios, sería abocarse a la frustración. Las cosas son mensajeros que dejan entender que, en esos dones, Dios se comienza a dar a sí mismo. "Mil gracias derramando - pasó por restos sotos con presura, - y, yéndolos mirando, - con sola su figura - vestidos los dejó de hermosura" (San Juan de la Cruz, Cántico Espiritual). El "paso" de Dios por estos dones, deja entrever algo más...

 

      La búsqueda de Dios no puede separarse, en esta tierra, de la búsqueda del misterio del hombre y del universo. Todo es hermoso cuando se asume como epifanía del amor de Dios: "Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación" (Sant 1,17). Creación, evolución, historia..., todo es un libro abierto que habla de "Alguien".

 

      Quien busca a Dios no es un aguafiestas, sino que, con "mirada contemplativa" (EV 83), sabe adivinar que la historia humana ha tenido origen en un corazón divino, y que, consecuentemente, sólo encontrará su significado cuando discurra al unísono con ese amor eterno. La fe cristiana encamina hacia ese ideal: "Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio al Padre" (Col 3,17).

 

      "Ahora, que la noche es tan pura,

      y que no hay nadie más que tú,

      dime quién eres.

      Dime quién eres y por qué me visitas.

      por qué bajas a mí que estoy tan necesitado

      y por qué te separas, sin decirme tu nombre...

      Dime quién eres... dime quién soy yo también"

      (Himno de vísperas).

 

      El "Padre", de quien nos habla Jesús, es el Dios que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45), porque, más que "su" sol, todos son hijos "suyos", pedazos de sus entrañas.

 

 

2. Dios, ¿calla? ¿está ausente?... Ama como él es

 

      Dios, cuando se hace más cercano, deslumbra y parece ausente. Nuestra realidad humana procede de la nada por un gesto amoroso de Dios. Seguimos siendo "barro" quebradizo y opaco, especialmente cuando centramos demasiado la atención en nosotros mismos. La luz nos llama a salir de esa opacidad. Nos convertimos en luz cuando nos dejamos deslumbrar por la sorpresa de Dios, que es luz en las tinieblas: "En tu luz podemos ver la luz" (Sal 36,10).

 

      Frecuentemente nos asalta la duda sobre el amor: ¿nos aman de verdad o nos utilizan como una cosa?, ¿podemos amar con amor de donación sin manipular a los hermanos?... Mientras experimentamos nuestra debilidad, al mismo tiempo sentimos el anhelo insaciable de una vida llena de verdad, de bien y de belleza. Y en esos contrastes de nuestra realidad maravillosa y quebradiza, se hace presente Dios, diciéndonos que nos ama no según nuestros cálculos, sino como él es, porque él es Amor.

 

      Si abrimos los ojos a la realidad actual y a la historia del pasado, constatamos una humanidad que camino a tientas, con ansias de infinito y con lacras y atropellos indecibles, que se suceden sin interrupción. Esa historia refleja el fondo del corazón humano. Las miserias humanas son fruto de una división interna del corazón. Toda calamidad histórica tiene origen en "la íntima división del hombre" (GS 13).

 

      El problema sobre Dios consiste en que él es el absolutamente "Otro". El hombre encontrará su propia razón de ser y captará su propia realidad, sólo en la medida en que deje que Dios sea tal como es, con todo su misterio sorprendente. El empeño por querer adaptarse a esa realidad humana y divina, produce la sensación de "silencio" y "ausencia" de Dios.

 

      Dios, siendo "el que es" y quien sostiene toda la existencia (cfr. Ex 3,13-15), sigue siendo "el Dios escondido" (Is 45,15). En realidad es "el Dios vivo" (Ex 3,6; Mt 22,32; Rom 9,26), quien, por ser trascendente, es plenamente inmanente y cercano, amigo de los hombres, "misericordioso y clemente, rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6). No es "el Dios desconocido", sino que "en él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17,23.28).

 

      Dios es siempre más allá de todo cuanto nosotros podamos pensar, decir y experimentar. Nos ama así, tal como es, dejándose "sentir" de algún modo, pero más allá de nuestras conquistas. Aceptarle tal como es y alegrarse de que sea así, es señal de amor y fuente de gozo. El verdadero amor ama a la persona amada y la quiere tal como es. Sólo en aras de ese amor, el "silencio" y la "ausencia" se van descubriendo como "palabra" y "presencia" suya peculiar.

 

      El abuso de querer utilizar las cosas y las personas según nuestros propios puntos de vista e intereses personalistas, se convierte en el error de intentar hacer un Dios a la medida de nuestro egoísmo. Entonces Dios "escapa", o mejor, espera oculto a que amanezca su luz en nuestro corazón. "Si alguno ama al mundo (egoísticamente), el amor del Padre no está en él" (1Jn 2,15).

 

      La manía de muchas programaciones y elucubraciones humanas consiste en querer apoyar en Dios la división del propio corazón. Entonces se crea un "politeísmo" práctico, fabricado con nuestras ideas achatadas, que incluso a veces intentamos adornar con la etiqueta de "gloria de Dios".

 

      Esos subproductos que nacen del corazón dividido, son como un espejo hecho añicos, que refleja la abigarrada lista de nuestras preferencias engañosas, por encima del misterio de Dios. Es necesario unificar el corazón, para poder descubrir a Dios cercano: "Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1Cor 8,6).

 

      Al "Padre de la gloria" (Ef 1,17) se le descubre con la sabiduría evangélica de aceptar la propia realidad tal como es, porque allí ha dejado Dios las huellas de su presencia y de su amor. Cuando Dios parece que calla y que está ausente, es que quiere corregir nuestro modo de pensar y de valorar las cosas. Entonces "Dios nos trata como a hijos", a quienes quiere corregir con amor (cfr. Heb 12,7-9).

 

      Cuando Cristo presentó el mensaje sobre el amor del Padre, no fue aceptado por todos. Si se busca el propio interés, "por encima de la gloria de Dios" (Jn 12,43), entonces no se acepta a Dios tal como es. El baremo para conocer nuestra actitud relacional respecto a Dios, se encuentra en el modo de tratar a los hermanos. Tanto el favoritismo, como la utilización de los demás, son el gran obstáculo para encontrar a Dios presente en nuestra vida.

 

      Dios ni calla ni está ausente; simplemente es más allá de sus dones. Es nuestro único Padre, en el sentido que él es más allá del don que nos ha concedido en nuestros padres terrenos: "Uno solo es vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9). Ningún don divino puede llenar el corazón del hombre; pero todos los dones de Dios dejan entender ese más allá que es él mismo, y que un día será el don definitivo. Dios ama tal como es, dándose él, de modo sorprendente.

 

      Hay momentos en los que el "sufrir a Dios" ya no es debido sólo a nuestras limitaciones, sino que se origina en los nuevos planes de Dios sobre nosotros, que van más allá de nuestra lógica. En esos momentos hay que adoptar la actitud filial de Jesús en Getsemaní: "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no sea como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39).

 

      A nosotros nos parece que Dios nos ama cuando tenemos éxitos y todo nos va bien. Pero, en realidad, todo lo que él envía o permite está hecho a nuestra medida, aunque sean los momentos de fracaso. Dios nos ama en su Hijo Jesucristo y como a él, que vivió marginado y murió crucificado. "Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Jahvé para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo" (Sal 103,13-14).

 

 

3. Las huellas desconcertantes de un Dios cercano

 

      En todo pueblo, en toda cultura y en toda religión, existen huellas patentes de una presencia y cercanía de Dios. Los acontecimientos históricos no tienen explicación sin él. Y hay textos doctrinales maravillosos que reflejan experiencias profundas de haberle encontrado. En el Antiguo Testamento, esa realidad tiene una dinámica y profundidad especial, puesto que se trata de una experiencia mesiánica, que sólo es posible con una presencia peculiar de Dios.

 

      Pero esas huellas de Dios, cercano en cada corazón humano y en cada pueblo, son huellas desconcertantes. Se amalgaman con expresiones humanas defectuosas. Las huellas de Dios se mezclan con huellas de seres que peregrinan "a tientas" y a tropezones. Así ama Dios al hombre, sin escandalizarse del barro humilde de su procedencia. Cuando se trata de un estropajo, Dios lo declara suyo, para cambiarlo en un bordado maravilloso. El es siempre fiel al amor.

 

      Hay muchas "escrituras" o libros "santos" y "espirituales", en el sentido de exponer una verdadera experiencia de Dios para transmitirla a los demás. Pero la "Escritura" del Antiguo Testamento tiene una acción especial del Espíritu Santo que, de hecho, engloba a todos los demás pueblos y culturas religiosas, para orientarlas hacia Cristo, el único "Mesías" y "Salvador del mundo" (Jn 4,42).

 

      Todas esas "escrituras", también las inspiradas por Dios, necesitan una recta interpretación, que deslinde las huellas de Dios y las huellas culturales, sociológicas y psicológicas del hombre. De todos modos, siempre se trata de una historia humana llena de luces y sombras, que es historia de una amor divino inquebrantable para todos y cada uno de los pueblos.

 

      Esta realidad de la historia humana acontece de modo especial en todo corazón, porque para Dios toda persona tiene un "nombre" irrepetible, grabado por artesanía en el fondo de su ser. Nuestra vida es una historia de huellas desconcertantes de Dios cercano.

 

      El misterio de su amor, consiste en que sus huellas de infinito se han querido identificar con las nuestras que parecen deleznables. Pero Dios nos ama así, tal como él es y asumiéndonos a nosotros tal como somos, insertando nuestra historia de hombres libres en la suya de amor eterno: "Mis planes no son vuestros planes" (Is 55,8), nos dice amorosamente el Señor, como recuperando la orientación de la ruta de nuestro caminar.

 

      Es importante acertar con la dinámica de esas huellas. Porque en la búsqueda irreversible del corazón humano, se ha hecho presente el mismo Dios. Ya "es una búsqueda que nace de lo íntimo de Dios", quien "busca al hombre movido por su corazón de Padre" (TMA 7).

 

      Esa sorpresa todavía no la ha descifrado ninguna cultura religiosa, como tampoco ninguna elucubración humana. Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, es "el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" y también en todas las culturas (cfr. TMA 6). Por esto, él es "la palabra definitiva sobre el hombre y su historia" (TMA 5). Sólo en él "se esclarece el misterio del hombre" (GS 22).

 

      Nuestras huellas por un camino zigzagueante, reflejan también una huellas de Dios que necesitamos descifrar. La clave es el amor, no la táctica ni el utilitarismo. A Dios no se le conquista, sino que se da él tal como es. Y su Espíritu de amor, que ha sembrado sus huellas en toda cultura y en todo pueblo, "las prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).

 

      Las "semillas de la Palabra", sembradas por el Espíritu en todo corazón humano, tienden al encuentro con la "palabra definitiva". Dios ahora "habla al corazón" (Jer 31,3), por medio de su Palabra personal que es Jesucristo, el Verbo encarnado.

 

      Esas huellas son desconcertantes, porque reafirman la dignidad del hombre trascendiéndole. Sólo el Hijo de Dios hecho hombre puede descifrar las huellas de una búsqueda milenaria y mutua, por parte de Dios y por parte del hombre. Cristo, hombre como nosotros, afirma desde dentro de nuestro camino histórico: "Soy yo" (Jn 4,26; 6,35; 8,12.18). Sólo él "manifiesta el hombre al mismo hombre" (GS 22). En Cristo se actualiza y llega a su cumplimiento el mensaje del Sinaí sobre Dios fiel a la existencia: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14; cfr. Deut 4,31).

 

      Nadie tiene derecho a reclamar lo que trasciende su propio ser. La búsqueda de Dios por parte de hombre es una gracia, y culmina en el encuentro con el Verbo encarnado. No es la conquista de una idea sobre Dios, sino las sorpresa de encontrarse con el Hijo de Dios hecho hombre, más allá de todo mérito e intuición. Pero una vez concedido este don, "las multitudes tienen derecho a conocer las riquezas del misterio de Cristo" (EN 53). Porque "hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,6).

 

      En algunos ambientes culturales de religiones tradicionales, Dios es llamado "Padre de nuestros padres". En el Antiguo Testamento, Dios es "Padre de huérfanos" (Sal 68,6). Con ello se quiere indicar la bondad y ternura paterna de Dios: "Con amor eterno te he amado" (Jer 31,3); "yo soy para Israel un Padre" (Jer 31,9).

 

      Pero esas huellas de la cercanía de Dios han llegado a su cenit en Jesucristo, el Hijo eterno del Padre, enviado al mundo para compartir con nosotros su realidad de filiación divina. Aquellas huellas de la paternidad de Dios siguen siendo una preparación evangélica para encontrar a Cristo.

 

      Quienes hemos tenido ya la suerte de descifrar esas huellas sorprendentes de Dios Padre, quedamos comprometidos a compartir una realidad que es ya herencia de toda la humanidad. Pero el anuncio no será aceptado, si no procede de una actitud filial totalmente nueva, de parte de quienes, por ser hijos en el Hijo, tenemos que manifestar las facciones de Jesucristo. El mundo ya camina atraído no tanto por teóricos, cuanto por testigos del encuentro.

 

      Por este encuentro de fe, Cristo hace de nosotros "un reino de sacerdotes para su Dios y Padre" (Ap 1,6). Sólo por medio de él, podemos "conocer al Padre" tal como es (1Jn 2,14; Mt 11,27). Y en este conocimiento amoroso, el Espíritu Santo, que es expresión personal del amor entre el Padre y el Hijo, nos delinea según la fisonomía de Jesús. La dinámica de la vida cristiana tiene una orientación trinitaria que arrebata toda la existencia personal y comunitaria: en el Espíritu, por Cristo, al Padre (cfr. Ef 2,18).

 

      El encuentro con Cristo, que comparte su filiación divina, es un don de Dios, el don de la fe. Así lo afirmó Jesús: "Nadie puede venir a mí, si el Padre no le atrae!" (Jn 6,44). Pero todas las huellas que Dios ha sembrado en las culturas y religiones llevan al encuentro explícito con Cristo: "Todo el que escucha el Padre... viene a mí" (Jn 6,45).

 

      Las huellas de Dios son todas salvíficas, porque orientan hacia Cristo Salvador y de él dependen: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Descubrir en las huellas de Dios, al mismo Dios como Amor y Padre, sólo es posible por medio de Jesús: "Nadie viene al Padre sino por mí" (ibídem).

 

      Este encuentro no es definitivo, en cuanto que tiende a un encuentro pleno en el más allá. La señal de haber encontrado al Padre anunciado por Jesús, es el anhelo de ese encuentro final ("escatológico") y pleno, que sigue dando sentido a la búsqueda en la vida humana.

 

      El encuentro con Cristo se hace anuncio y testimonio de esta paternidad divina, que cautiva el corazón con ansias de eternidad: "Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17). Sin este mordiente de misión y de búsqueda escatológica, el cristianismo perdería la fuerza de su "utopía", porque no sabría anunciar "el gozo de la esperanza" (cfr. Rom 12,12).

 

      "Quien diga que Dios ha muerto

      que salga a la luz y vea

      si el mundo es o no tarea

      de un Dios que sigue despierto...

      que Dios está, sin mortaja,

      en donde un hombre trabaja

      y un corazón le responde" (Liturgia de las Horas).

 

 

Meditación bíblica

 

 

- La vida es una búsqueda de Dios a través de sus dones:

 

      "Toda dádiva buena y todo don perfecto viene de lo alto, desciende del Padre de las luces, en quien no hay cambio ni sombra de rotación" (Sant 1,17)

 

      "Todo cuanto hagáis, de palabra y de obra, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias por su medio al Padre" (Col 3,17).

 

      "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos" (Mt 5,44-45).

 

      "El Padre os ama" (Jn 16,27).

 

      "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10,21-22).

 

 

- Dios ama desde un silencio sonoro:

 

      "Una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salía una voz que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle»" (Mt 17,5).

 

      "El que es" (cfr. Ex 3,13-15), sigue siendo "el Dios escondido" (Is 45,15), "el Dios vivo" (Ex 3,6; Mt 22,32; Rom 9,26), "misericordioso y clemente, rico en amor y fidelidad" (Ex 34,5-6), "el Padre de la gloria" (Ef 1,17).

 

      "En él vivimos, nos movemos y existimos" (Hech 17,23.28).

 

      "Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él" (1Jn 2,15).

 

      "Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien son todas las cosas y por el cual somos nosotros" (1Cor 8,6).

 

      "Uno solo es vuestro Padre, el del cielo" (Mt 23,9).

 

      "Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero que no sea como yo quiero, sino como quieres tú" (Mt 26,39).

 

      "Cual la ternura de un padre para con sus hijos, así de tierno es Jahvé para quienes le temen; que él sabe de qué estamos plasmados, se acuerda de que somos polvo" (Sal 103,13-14).

 

 

- La sorpresa de un Dios cercano:

 

      "Mis planes no son vuestros planes" (Is 55,8)

 

      "Hay un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4,6).

 

      "Padre de huérfanos" (Sal 68,6).

 

      "Con amor eterno te he amado... yo soy para Israel un Padre" (Jer 31,3.9)

 

      "Nadie puede venir a mí, si el Padre no le atrae" (Jn 6,44).

 

      "Todo el que escucha el Padre... viene a mí" (Jn 6,45).

 

      "Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce bien al Hijo sino el Padre, ni al Padre le conoce bien nadie sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

 

      "Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6).

 

      "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9)

 

      "Padre... que tengan en sí mismos mi alegría colmada... yo en ellos y tú en mí... los has amado a ellos como me has amado a mí" (Jn 17,13.23).

 

      "Ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre" (Jn 20,17).

 

 

II.

 

DIOS "PADRE" EN EL MENSAJE EVANGELICO DE JESUS

 

 

 

      1. Providencia misteriosa de Dios Amor

      2. Misericordia: ternura materna de Dios

      3. Su Hijo, enviado por amor a toda la humanidad

      Meditación bíblica

 

 

 

 

      En todo lo que dice y hace, Jesús refleja al Padre que le ha enviado. Según sus enseñanzas, la historia humana, a pesar de las apariencias, se escribe al compás de los latidos del corazón de nuestro Padre Dios. Todo es providencial.

 

      El misterio de Dios Amor impregna con su luz y calor toda la vida humana. En el barro débil y quebradizo de todo ser humano, se refleja la ternura de sus ojos misericordiosos. La garantía de esta Providencia amorosa y de esta misericordia paterna, es la misma vida de Jesús, tan zarandeada como la nuestra. Dios nos ama a todos en Cristo su Hijo y ha programado nuestra vida para correr su misma vida y destino.

 

 

1. Providencia misteriosa de Dios Amor

 

 

      Jesús caminaba como quien pasea por su propia casa, con confianza filial. Y así enseñó a caminar a los demás, pisando con paso esperanzado. La historia humana, de todos y de cada uno, está llena de alboradas y de atardeceres, sin que falten, alternándose, éxitos y fracasos. Pero todo es hermoso porque se puede seguir la programación de Dios amor sobre nuestra vida de hombres libres. Ese caminar confiado es fuente de gozo. Dios protege a su pueblo "como a la niña de sus ojos, como un águila cuida a su nidada" (Deut 32,10-11).

 

      Dios respeta cariñosamente la libertad humana y la hace posible. Pero su omnipotencia es capaz de orientarlo todo según sus planes amorosos sobre el hombre. "Todo lo que le place lo realiza" (Sal 115,3). "Sólo el plan de Dios se lleva a efecto" (Prov 19,21). Esta Providencia misteriosa de Dios, que no deja de producir dolor y gozo, tiene su clave en el amor: "Dios es suficientemente poderosos y bueno para hacer surgir un bien del mismo mal" (San Agustín).

 

      El mensaje de Jesús sobre la Providencia amorosa del Padre es tan claro como impresionante. A Dios no se le escapa ningún detalle. Pase lo que pase, "lo sabe vuestro Padre" (Mt 6,32). Los pájaros y las flores son un memorial de la Providencia divina, tan misteriosa como llena de amor: "¿No se venden dos pájaros por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29). Todos los días se estrena una nueva aurora, como aventura imprevisible, porque "vuestro Padre hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Y ese sol es "suyo", como expresión de su amor.

 

      La realidad humana de desgracias personales y comunitarias, patentes en cada época histórica, parece disipar esa visión providencialista del evangelio. Pero, por la fe en Cristo, sabemos que Dios está de corazón en cada cosa y, que, consecuentemente, "todo es gracia" (Santa Teresa de Lisieux). A la luz de la Encarnación del Hijo de Dios, que fue zarandeado por la historia como cualquier ser humano, sin privilegios, ya se puede afirmar que "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10).

 

      El grito confiado de los salmos se desprende de situaciones semejantes a las nuestras; por esto se eleva el corazón a Dios con confianza filial: "Si mi padre y mi madre de abandonan, el Señor me acogerá" (Sal 17,10). El es "Padre de los huérfanos y tutor de viudas" (Sal 68,6). La historia humana, con todos sus contrastes, no deja de reflejar el "amor eterno" y "extremo" de Dios, Padre de todos, que ama a cada uno con amor irrepetible (cfr. Jer 31,3; Zac 8,2; Ef 2,4).

 

      Como un remolino en la corriente del río, así parece diluirse la vida humana, cuando las cosas (según nuestro parecer) andan mal. Pero el agua del río refleja siempre el azul del cielo. La lucha de la vida tiene un destino eterno que ya comienza a reflejarse cuando la vida se hace donación. "Dios nos ha dado a su Hijo único" por amor, insertándolo sin privilegios en nuestro mismo caminar histórico, "para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna" (Jn 3,16).

 

      No faltan éxitos deslumbrantes en la historia de cada persona y de cada pueblo. El riesgo de esos momentos de euforia consiste en atribuir los méritos sólo o principalmente al propio esfuerzo, o también a un "Dios" fabricado a nuestra medida. La Providencia conoce bien nuestro juego de niños, desmonta nuestro castillos de naipes y nos educa por la línea de la donación: hacerse pan partido y comido como Jesús. "No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el pan del cielo... Yo soy el pan de vida" (Jn 6,32-35).

 

      Cuando las cosas andan mal, nosotros reaccionamos drásticamente. A veces escapamos o nos desanimados, en huelga de brazos caídos. Frecuentemente queremos mantenernos en una frialdad indiferente que aparenta serenidad. Y no faltan las ocasiones en que afrontamos la realidad sólo con nuestra lógica humana de agresividad. Pedro, en Getsemaní, intentó defender a Jesús por medios admitidos legítimamente en la autodefensa. Pero Jesús espera de los suyos la lógica de las bienaventuranzas: reaccionar amando y perdonando. "Vuelve la espada a la vaina. La copa que mi Padre me ha preparado, ¿no la he de beber?" (Jn 18,11).

 

      Hacemos bien en acudir a Dios en nuestras necesidades y confiar en su ayuda. Pero, a veces, el resultado es contrario a lo que esperábamos y habíamos pedido. No obstante, la paternidad de Dios Amor va más allá de nuestra lógica. "¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,11-13).

 

      Tanta luz nos ofusca, porque nuestros ojos están enfermos. La pauta que nos da Jesús es la de una actitud filial que no deja de cumplir con sus propias responsabilidades. Lo importante es que, según sus palabras, "ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso" (Lc 12,30). El presente, tan enigmático, sólo deja entrever su secreto con la clave de un futuro definitivo. Las hilachas del reverso de un tapiz maravilloso (que es nuestra realidad presente) no nos dejan ver las maravillas del anverso del tapiz definitivo (que será nuestra realidad futura). "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).

 

      A fuerza de "humanizar" el cristianismo, nos han desmantelado de los grandes valores humanos que se esconden en la esperanza cristiana: la audacia gozosa de afrontar la vida, sabiendo que siempre se puede hacer lo mejor. De las manos de Dios salió ese barro quebradizo que se llama Adán y Eva, Caín y Abel. Los añicos de esa obra de artesanía, por culpa del pecado original y otros pecados consecuentes, pueden rehacerse en Cristo.

 

      La paciencia milenaria de Dios providente, radica en su amor de donación y en el respeto que tiene siempre por la dignidad humana, obra de sus manos, imagen suya y pedazo de sus entrañas. La paciencia milenaria del divino alfarero pasa por Belén, Nazaret, Calvario, sepulcro vacío...

 

      La Providencia de Dios es así. Hoy como ayer, el Padre dice a su Hijo, presente en cada corazón humano y en toda la historia personal y comunitaria: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 17,5). Aceptar responsablemente esa Providencia, sólo es posible cuando la fe en Cristo se traduce en opción fundamental por él. La fe es "un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida... La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).

 

 

2. Misericordia: ternura materna de Dios

 

 

      En todas las culturas religiosas se constata una cierta confianza en la bondad de Dios. En el Antiguo Testamento, el amor de Dios se descubre con la analogía de un padre (cfr. Os 11,1), una madre (cfr. Is 49,14-15; 66,13, un esposo (cfr. Is 62,4-5). Su amor es fiel, tierno e inquebrantable, "amor eterno" (Jer 31,3), amor de padre que levanta al hijo a la altura de su rostro para darle un beso e infundirle su misma vida (cfr. Os 11,4), o que le mece cariñosamente en sus brazos (cfr. Deut 1,31).

 

      Cuando se habla de "misericordia" divina, se quiere indicar la ternura materna de su amor. Es un amor que tiene las características del seno de una madre ("rahamim") (cfr. Jer 31,3; Is 49,15; Os 2,3). Y esa ternura materna es de fidelidad inquebrantable ("hesed") (cfr. Ex 34,6; Is 63,7; 2Sam 7,14). Podemos leer esta misericordia divina en la historia humana, puesto que "de la misericordia del Señor está llena la tierra" (Sal 33,5; cfr. Sab 11,23-26).

 

      Al presentar la bondad de nuestro Padre Dios, Jesús la describe con estas características de ternura materna, al estilo de los profetas (cfr. Lc 15,20). Por esto, la misericordia divina será la pauta de todo amor humano auténtico y perfecto: "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).

 

      El mismo Dios, en quien creen las diversas religiones, se ha mostrado, por medio de su Hijo, "rico en misericordia" (Ef 2,4), dispuesto siempre a perdonar. Por esto, Jesús "encarna y personifica la misericordia... es, en cierto sentido, la misericordia" (DM 2). "El amor del Padre es más fuerte que la muerte... más fuerte que el pecado" (DM 8). "Cuando la misericordia y la miseria se encuentran y se comprenden y se funden, ya no queda más que la MISERICORDIA y, hechida de ésta el alma, rebosante de felicidad, ansiando que millones de almas se aprovechen de la misericordia de Dios, queriendo difundirla por los cuatro ámbitos del mundo" (M. María Inés Teresa Arias).

 

      La "compasión", que tantas veces manifiesta Jesús ante el dolor (cfr. Mc 1,41; 8,2; Mt 9,36; 14,14; 15,32), hace de él "la revelación de la misericordia de Dios" (DM 2), "el signo legible de Dios que es Amor" (DM 3). En Jesús se revela el amor tierno de Dios: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?" (Is 49,15).

 

      La Iglesia, como comunidad familiar convocada por Jesús, "vive una vida auténtica, cuando profesa y proclama la misericordia" (DM 13). Es entonces cuando aparece con evidencia que "la misericordia es la fuerza constitutiva de la misión" (DM 6). La Iglesia no es más que un conjunto de signos débiles y pobres, pero transparentes y portadores de Jesús que personifica la misericordia divina. En este sentido, la Iglesia es madre de misericordia.

 

      Dios es "Padre de las misericordias y Dios de toda consolación" (2Cor 1,3), para que todo creyente que haya experimentado su misericordia, se haga, a su vez, mensajero y testigo de la misma. Las cosas de Dios son así; cuando uno se adentra más en ellas con autenticidad, se contagia de su amor y se siente más cercano a cualquier ser humano que sufre. La compasión verdadera se aprende en el corazón de Dios.

 

      La gran misericordia de Dios se concreta principalmente en hacernos partícipes de su misma vida, como fruto de la redención de Jesús: "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros" (1Pe 1,3-4).

 

      Esa "riqueza" de la misericordia divina se ha manifestado como un "exceso de amor", en cuanto que Dios ama al ser humano en su realidad limitada, no por la limitación humana, sino porque Dios es la misma bondad. El "amor inmenso" de Dios se ha volcado sobre nuestra realidad débil y pecadora, para comunicarnos la "vida en Cristo", en el que "nos ha resucitado y glorificado" (Ef 2,4-6).

 

      Entonces se entiende mejor por qué la oración cristiana es "un grito a la misericordia de Dios" (DM 15). Se descubre a Cristo cercano, como signo legible de la misericordia del Padre, puesto que "con su estilo de vida y con sus acciones, ha demostrado cómo en el mundo en que vivimos está presente el amor" (DM 3). La justicia de Dios se manifiesta plenamente "a través de la misericordia" (DM 4).

 

      Los males de esta vida quedan redimensionados. Cualquier sufrimiento puede convertirse en donación, al estilo de Cristo muerto en cruz. "La cruz de Cristo es una revelación radical de la misericordia... un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia del hombre" (DM 8).

 

      Al llamar a María "Madre de misericordia", la Iglesia encuentra en ella a la persona que "ha experimentado más que nadie la misericordia", como fruto excelso de la redención (cfr. DM 9). En este sentido, "María es la que conoce más a fondo el misterio de la misericordia divina" y, por tanto, "puede llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de una madre" (DM 9). Ella deja entender el rostro materno de Dios. Es "el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (Puebla 282).

 

      La Iglesia encuentra en María su propia realidad de ser madre de misericordia. Es la misión de transparentar y comunicar a Cristo, para "hacer un mundo más humano" (GS 57), en el que reine el amor misericordioso de Dios, Padre de todos. María "condivide la condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios" (VS 120). "María es Madre de misericordia porque Jesucristo, su HIjo, es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de dios" (VS 118).

 

      La Iglesia aprende de María la actitud materna de misericordia. "María Santísima, hija predilecta del Padre, se presenta ante la mirada de los creyentes como ejemplo perfecto de amor, tanto a Dios como al prójimo... Su maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la cruz, se sentirá como afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: «Haced lo que él os diga»" (TMA 54).

 

 

3. Su Hijo, enviado por amor a toda la humanidad

 

 

      En esta búsqueda mutua entre Dios y el hombre, Dios se muestra cercano, providente, misericordioso, con amor tierno de padre y madre. La creación y la historia están llenas de huellas de su cercanía y de ecos de su palabra. Pero el hombre no siempre descubre su presencia y su voz amorosa. La gran sorpresa de la historia humana, que todavía no es "noticia" en muchos corazones, consiste en que Dios se ha hecho hombre en Cristo su Hijo, enviado por amor.

 

      Somos muchos los que decimos creer en esta verdad. Pero Cristo no se deja encontrar cuando se le quiere reducir a un adorno, un paréntesis, una reliquia o un personaje que ya pasó. La clave es "no anteponer nada a Cristo", según la expresión de San Cipriano, repetida luego por San Benito. Así se le puede descubrir cercano, "alguien" que comparte esponsalmente nuestro caminar.

 

      Dios no se ha hecho hombre principalmente para que hagamos una elucubración teológica, ni tampoco para hacer de él una etiqueta o bandera para competir con los demás. Es el amor al "mundo", a toda la humanidad, lo que ha movido a Dios a hacerse hombre: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su HIjo unigénito... para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).

 

      Cuando uno lee el evangelio, sin prejuicios en la cabeza ni en el corazón, se encuentra con una sorpresa impresionante: el evangelio acontece, Cristo sigue presente y habla de tú a tú, con un lenguaje que sólo lo entiende la fe cristiana. Por medio de todos sus gestos y palabras nos quiere decir: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Y cuando nos asalta la duda por tanta sorpresa, él insiste: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Si el evangelio no se lee de corazón a corazón, no se llega a entender.

 

      Mientras estaba escribiendo estas notas, durante un viaje misionero, una joven me preguntó: "¿Por qué cuando leo el evangelio no lo entiendo?"... Pensé que, en realidad, todos somos de la misma arcilla, que plantea las mismas dudas y presenta las mismas debilidades. Pero me atreví a sugerirle: "Deje que el evangelio acontezca en su corazón y lo entenderá; pero hay que cambiar el corazón abriéndolo al amor, para que entre Cristo".

 

      El camino hacia Dios providente y misericordioso ya está trazado. Es el mismo Cristo que se hace "camino" (Jn 14,6), compartiendo esponsalmente nuestro caminar, como quien va a bodas (cfr. Mc 10,35.38). Desde su corazón, donde tenemos un puesto reservado, y guiados por su Espíritu de amor, descubrimos que Dios es Padre suyo y nuestro. La vida recupera su verdadero color.

 

      La vivencia más íntima, manifestada por Jesús durante su vida mortal, es el anuncio del amor del Padre por toda la humanidad. Dios ha programado para el hombre un "nuevo nacimiento" (Jn 3,5), que trasciende toda intuición y experiencia religiosa fraguada durante la historia humana.

 

      Cristo nos ama con el mismo amor con que le ama el Padre (cfr. Jn 15,9). El objetivo de la redención consiste en que el Espíritu Santo nos hace partícipes de esa misma vida divina (cfr. Jn 16,14). Por esto, el Padre nos ama como a Cristo su Hijo: "Los has amado como a mí... yo estoy en ellos" (Jn 17,23.26).

 

      Cuando Jesús nos habla del Padre, nos indica al mismo Dios reconocido por todas las culturas y religiones. Pero la novedad de su mensaje es el mismo Jesús, como expresión personal del Padre, que lo ha enviado por amor: "En esto hemos conocido el amor de Dios, en que él ha dado la vida por nuestros pecados" (1Jn 4,16). Efectivamente, "ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1Jn 2,2). Por esto, ya podemos conocer que "Dios es amor" (1Jn 4,7).

 

      El mensaje de Jesús sobre el amor del Padre es para todos sin reduccionismos ni privilegios. En este mensaje descubrimos que "él nos amó primero" (1Jn 4,10), por propia iniciativa, de modo sorprendente, más allá de nuestras previsiones y cálculos humanos. La señal de vivir este mensaje será la mirada contemplativa hacia cada hermano, viendo en todos ellos un eco del amor eterno de Dios. Pero esa misma mirada se completa aceptándonos a nosotros mismos, en la propia realidad, con los dones recibidos para servir y con los defectos para corregirlos. Todo ello es como un retablo de la misericordia de Dios Amor, que hay que restaurar en nosotros y en los demás.

 

      Confesar a Jesús y creer en él, es aceptar consecuentemente la paternidad de Dios sobre toda la familia humana, también sobre los hermanos más cercanos, en quienes los defectos se nos hacen más patentes. Para ofrecer de verdad el corazón a Dios, hay que "reconciliarse con el hermano" (Mt 5,24). Y puesto que en todo hermano está presente Cristo, quien le descubre escondido, descubre a Dios Amor: "Quien confiesa al Hijo, posee también al Padre" (1Jn 2,23).

 

      El mensaje evangélico sobre el Padre se anuncia a través de una vida "salvada" por el amor, que se hace comunión con los hermanos. Entonces los creyentes en Cristo pueden anunciar con autenticidad: "Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo" (1Jn 4,14).

 

      A Dios Amor, que nos hace partícipes de su divinidad por medio de su Hijo, "no lo ha visto nadie" (Jn 1,18). Esa novedad cristiana sobre Dios Amor y sobre nuestra filiación divina participada, nos la ha contado y comunicado sólo Jesús, "el Hijo único, que está en el seno del Padre" (ibídem). Así es el "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5).

 

      Dios ha escrito todo su amor paterno por nosotros en la vida de Jesús, nuestro hermano y redentor. Toda su vida está marcada por el amor: "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38). Jesús es el Hijo enviado de Dios, "marcado con su sello" (Jn 6,27). Unidos a él y gracias al Espíritu Santo que nos comunica, experimentamos que Dios es nuestro Padre. Sólo Jesús, el Hijo unigénito, "ha venido de Dios y ha visto al Padre" (Jn 6,46).

 

      Hablar sobre Dios es relativamente fácil. Acertar en presentar su misterio, aunque sea balbuceando, es más difícil. Pero si Dios se ha expresado a sí mismo hablando, esa "Palabra" encierra todo lo que es él. Y esa Palabra eterna y persona es el Verbo encarnado, Jesús. Dios ha hablado sobre sí mismo "de muchas maneras": por medio de la creación, de la historia, de los profetas... Ahora, en "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), que es nuestra historia cristiana, "ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4) y, por tanto, "nos ha hablado finalmente por medio de su Hijo" (Heb 1,2). "En El, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5).

 

 

Meditación bíblica

 

 

- Los hitos de una Providencia paternal:

 

 

      "Le cuida como a la niña de sus ojos, como un águila cuida a su nidada" (Deut 32,10-11).

 

      "Si mi padre y mi madre de abandonan, el Señor me acogerá" (Sal 17,10). "Es Padre de los huérfanos y tutor de viudas" (Sal 68,6).

 

      "Ya sabe vuestro Padre que tenéis necesidad de todo eso" (Lc 12,30).

 

      "¿No se venden dos pájaros por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29).

 

      "Vuestro Padre hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45).

 

      "¿Qué padre hay entre vosotros que, si su hijo le pide un pez, en lugar de un pez le da una culebra; o, si pide un huevo, le da un escorpión? Si, pues, vosotros, siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan!" (Lc 11,11-13).

 

      "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).

 

      "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle" (Mt 17,5).

 

      "No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el pan del cielo... Yo soy el pan de vida" (Jn 6,32-35).

 

      "Vuelve la espada a la vaina. La copa que mi Padre me ha preparado, ¿no la he de beber?" (Jn 18,11).

 

 

- Una historia humana construida por la misericordia:

 

 

      "De la misericordia del Señor está llena la tierra" (Sal 33,5).

 

      "Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).

 

      "Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo ... y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús" (Ef 2,4-7).

 

      "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas?" (Is 49,15).

 

      "¡Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!" (2Cor 1,3-4).

 

      "Bendito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, inmaculada e inmarcesible, reservada en los cielos para nosotros" (1Pe 1,3-4).

 

 

- Por Cristo, la historia humana es historia de amor:

 

      "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su HIjo unigénito... para que el mundo se salve por él" (Jn 3,16-17).

 

      "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6).

 

      "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9).

 

      "El Padre mismo ama, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre" (Jn 16,27-28).

 

      "Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí... para que el amor con que tú me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,23.26).

 

      "Ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1Jn 2,2).

 

      "Dios es amor... El nos amó primero... En esto hemos conocido el amor de Dios, en que él ha dado la vida por nuestros pecados" (1Jn 4,7.10.16).

 

      "Quien confiesa al Hijo, posee también al Padre" (1Jn 2,23).

 

      "Nosotros hemos visto y damos testimonio de que el Padre ha enviado a su Hijo como Salvador del mundo" (1Jn 4,14).

 

      "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38).

 

      "Cuando llegó la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4).

 

      "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos" (Heb 1,1-2).

 

 

III.

 

 

"QUIEN ME VE A MÍ, VE AL PADRE" (Jn 14,9)

 

 

 

      1. Su modo peculiar de amar: darse él mismo

      2. Su cercanía esponsal

      3. Su transparencia personal

      Meditación bíblica

 

 

 

 

 

      Es una afirmación clave para descubrir el misterio de Cristo: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14.9). Ningún profeta se ha atrevido a formular una expresión semejante. Jesús se presentó como Hijo de Dios, siempre consciente de lo que era y de la misión que venía a realizar (cfr. Lc 2,49; Heb 10,5-7).

 

      Su modo de amar tiene estas características divinas, que enraizan en su humanidad verdadera: se da él mismo en persona y se acerca a cada hermano como quien vive y comparte la misma existencia. Sus gestos y sus palabras son transparencia personal del mismo Dios: "Soy yo" (Jn 8,28.58); "yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).

 

      Leer el evangelio con el corazón abierto, equivale a encontrarse con Cristo, que es la Palabra personal del Padre, pronunciada eternamente en el amor del Espíritu Santo e insertada ahora en nuestra misma historia. El Padre se nos hace legible en Jesús, su Hijo, hecho retazo de nuestra misma existencia.

 

 

1. Su modo peculiar de amar: darse él mismo

 

 

      En todo gesto, palabra y momento de su existir histórico, Jesús hace de su vida una donación total. Es la expresión del amor más hermoso: "dar la vida" (Jn 10,15; 15,13). Se da él, especialmente cuando experimenta la pobreza extrema; no se pertenece, porque su vida está hipotecada por la voluntad salvífica del Padre; ama como "consorte", es decir, como quien comparte, desde dentro, todos los avatares de nuestro existir.

 

      La máxima expresión de este amor tiene lugar cuando muere amando y perdonando. Es la característica de su misma vida. Al asumir como propia la historia humana, toda persona concreta, aunque sea un estropajo, ocupa un lugar único en su corazón. Entonces su mirada amorosa al Padre se inserta en la nuestra haciéndola suya: "Perdónalos, Padre... En tus manos, Padre" (Lc 23,34.46).

 

      Pero esta actitud del final de su vida terrena, es el resultado de una programación que Cristo ha asumido como "hora" o meta de gracia a la que se dirige (cfr. Jn 2,4; 13,1) o como "comida" que sustenta y da sentido a su vida (cfr. Jn 4,34). Es la señal de garantía de que su mensaje de amor procede de Dios, porque hace siempre "lo que agrada" al Padre (Jn 8,29).

 

      Jesús no se busca a sí mismo. Es siempre "pan partido" (cfr. Lc 22,19; 24,30), "pan de vida" (Jn 6,35.48). La pobreza de no tener donde alojarse en su nacimiento (cfr. Lc 2,7), ni tener donde reclinar la cabeza al predicar (cfr. Mt 8,20), se concreta en su extrema desnudez en la cruz, cuando se repartieron sus vestidos y echaron a suerte su túnica (cfr. Jn 10,23).

 

      De este modo "cumplía todo" lo que el Padre le había encomendado (Jn 19,30, como expresión o "gloria" suya (Jn 17,4). Su vida fue siempre de donación por todos y cada uno: "Por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19). Esta donación era la fuerte de su gozo: "Por esto me ama el Padre, porque doy mi vida, para tomarla de nuevo" (Jn 10,17).

 

      Esta peculiaridad del amor de Jesús corresponde al modo de amar que tiene Dios. Nos da sus dones (que son pasajeros y no son Dios), pero se nos quiere dar él mismo, tal como es. El ser humano recibe entonces una llamada trascendental: salir de sí y hacerse pan comido, a imagen de Dios Amor en Cristo su Hijo.

 

      El proceso de nuestra donación es lento, porque el barro quebradizo de nuestro ser no entiende tanta artesanía. Por esto, Cristo "siente compasión" (Mt 9,36), carga con nuestros pecados y debilidades (cfr. Mt 8,17), como "consorte" o "esposo" (Mt 9,15). Se acerca, comparte, perdona, sana... Es decir, ama, sin más aditamentos, siendo sólo donación, como el Padre hace salir todos los días "su sol" por puro amor (Mt 5,45).

 

      Cuando uno se acerca a Cristo, presente en su evangelio y en su Eucaristía, se siente amado de modo nuevo. El no utiliza a las personas, sino que se da a cada uno tal como él es. No ama por las cualidades, méritos o cargos, sino por el ser de cada uno, que es como la prolongación y complemente del mismo Cristo (cfr. Col 1,24). Porque desde la Encarnación, "habita entre nosotros", compartiendo nuestra misma suerte (Jn 1,14). La gran sorpresa del que cree en Cristo consiste en sentirse amado por él, identificado con él, hasta el punto de que el Padre nos pueda decir, viéndonos en él: "Este es mi Hijo amado en quien me complazco" (Mt 17,5).

 

      El modo de amar de Jesús es expresión del modo peculiar de amar que tiene Dios. Jesús obró siempre "como el Padre" le había encargado: "Ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,31). Por esto, sus milagros indican el dominio sobre todo lo creado y el poder de cambiar la antigua ley en la ley nueva del amor: "Yo os digo, amad a vuestros enemigos" (Mt 5,44).

 

      En aras de ese amor, desde su primer momento en el seno de María, Cristo se ofreció para "hacer la voluntad" del Padre (Heb 10,5-7). Tal tenía que ser su ocupación habitual (cfr. Lc 2,40). a modo de "copa" de bodas ("Alianza"), para expresar su amor esponsal a toda la humanidad (cfr. Lc 22,20.42; Jn 18,11). Por esto, la "pasión" es el "paso" hacia el Padre, como signo del "amor extremo por los suyos" (Jn 13,1).

 

      Ya no importa tanto cuáles hubieran podido ser las circunstancias concretas de su nacimiento en Belén o de su infancia en Nazaret, y de su caminar por Palestina. Aunque nos alegramos de todas las circunstancias que ya sabemos, lo más importante es que en ellas se hizo pan comido, el hombre por los hombres, el "entregado" con todo su ser de "cuerpo inmolado" y de "sangre derramada en sacrificio por todos" (Mt 26,26-28). Porque esas circunstancias las quiere prolongar en las nuestras, haciéndolas complemento de las suyas.

 

      La novedad del cristianismo consiste en transparentar y prolongar en el tiempo, el modo peculiar de amar y de perdonar de Jesús. Su misión, recibida del Padre, consiste en hacer presente este amor en las circunstancias históricas de cada época. Porque la misión de Jesús transparenta el amor del Padre: "Como mi Padre me ha amado a mí, así os he amado yo a vosotros" (Jn 15,9). La misión del cristianismo consiste en transparentar ese mismo amor: "Como mi Padre me envió, así os envío yo... recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,21-2).

 

      Caminos hacia Dios hay muchos: todos los esfuerzos humanos de honestidad, hacia la verdad, el bien y la belleza auténtica, de paso hacia la trascendencia. Muchas figuras históricas, dentro o fuera del cristianismo, son gestos peculiares del camino hacia Dios. Pero "el Camino" es sólo Jesús (Jn 14,6), porque su modo de amar transparenta el modo de amar de Dios, que es la suma Verdad, el sumo Bien y la suma Belleza. En todos los momentos de su vida podemos "ver su gloria, gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

 

 

2. Su cercanía esponsal

 

 

      Toda persona que se encuentra con Cristo, experimenta lo que experimentaron cuantos le encontraron durante su vida mortal. A Cristo no se le siente extraño ni forastero ni intruso, sino cercano, de casa, pero con una mirada inexplicable: se presenta como compartiendo nuestra misma vida y nuestra misma suerte. Así lo describen los evangelistas, como cumplimiento de las promesas mesiánicas: "Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,16-17; cfr. Is 53,4).

 

      Podía tratarse de un fariseo (Nicodemo), de una divorciada (la samaritana), de una pecadora (la Magdalena), de un publicano (Zaqueo), de una madre que había perdido a su hijo único (la viuda de Naim), o también de leprosos, paralíticos, ciegos, hambrientos... Todos pudieron experimentar que su llamada era sincera: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).

 

      El porqué de esta cercanía no puede buscarse en ejemplos históricos de personas santas, héroes o filantrópicas. Es algo único e irrepetible. Hay en él una amistad que puede calificarse de esponsal. En realidad, a sus discípulos los califica de "amigos del Esposo" (Mt 9,15). Y declara una amistad tan fuerte, que consiste en "dar la vida por sus amigos" (Jn 15,13). Pero es una amistad cuyo manantial hay que buscarlo en la eternidad: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      La intimidad que él ofrece es la de hacer a sus amigos partícipes de todo lo suyo. El Hijo de Dios hecho hombre comparte con nosotros su filiación divina y su intimidad con el Padre y el Espíritu Santo: "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15).

 

      Al encontrar a Cristo, se derrumban todos nuestros complejos. Es como encontrar la propia razón de ser. Lo nuestro le interesa como suyo, como si ya lo hubiera vivido él desde siempre. Al escuchar sus parábolas, se constata que ha vivido las circunstancias humanas (trabajo, gozo, dolor...) desde dentro, pensando en nosotros y amándonos intensamente. En las parábolas se refleja, con todo detalle, su vida de casi treinta años en Nazaret. Pero ahora esas parábolas dejan entrever todavía con más claridad el misterio del Hijo de Dios hecho hombre: "Os he dicho esto en parábolas. Se acerca la hora en que... con toda claridad os hablaré acerca del Padre" (Jn 16,25).

 

      La gran sorpresa, para quien vive de la fe, consiste en constatar que Cristo se identifica con nuestro caminar. Cuando experimentamos nuestras limitaciones, que a veces son también pecados y errores, él hace nacer una esperanza nueva e inquebrantable en el corazón, para ayudarnos a decir: "Volveré hacia mi Padre" (Lc 15,17). Porque esta expresión del hijo pródigo la elaboró el mismo Jesús y ahora la dice con nosotros, en relación con su dinámica histórico-salvífica: "Voy al Padre" (Jn 14,12); "subo a mi Padre y a vuestro Padre" (Jn 20,17).

 

      La constatación de esta realidad, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente (VS 88), tiene lugar al experimentar la "conmoción" del padre del hijo pródigo, cuando recibe y cubre de besos al hijo de su amor (cfr. Lc 15,20). Porque, efectivamente, el Padre ve en cada uno de los redimidos una biografía complementaria de Jesús.

 

      Cristo se ha hecho protagonista, responsable, sensible, hermano, consorte de nuestra misma vida, como "único Mediador entre Dios y los hombres", porque "se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1Tim 2,5-6). La fragilidad de nuestra historia la asume él para hacerla partícipe de su caminar seguro y salvífico hacia el Padre.

 

      Esta cercanía esponsal de Cristo llega al punto de no querer prescindir de nosotros en su existir glorioso de resucitado. En realidad, se queda presente para seguir asumiendo nuestra historia: "Estaré con vosotros" (Mt 28,20). Pero el objetivo final consiste en hacernos partícipes de su triunfo definitivo: "En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).

 

      Es verdad que esa insistencia en su cercanía esponsal no cancela nuestra libertad de aceptación y nuestra dignidad responsable. Pero él comunica siempre un aliento esperanzador: "No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino" (Lc 12,32).

 

      Jesús ha venido para garantizar el plan de Dios sobre los hombres: "El Padre Eterno creó el mundo universo por un libérrimo y misterioso designio de su sabiduría y de su bondad, decretó elevar a los hombres a la participación de la vida divina y, caídos por el pecado de Adán, no los abandonó, dispensándoles siempre su auxilio, en atención a Cristo Redentor, «que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura» (Col 1,15). A todos los elegidos desde toda la eternidad el Padre «los conoció de antemano y los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos herma­nos» (Rom 8,19)" (LG 2).

 

      Las apariciones de Cristo resucitado indican esa cercanía, que alienta a los suyos a dar el salto a la fe. A cada uno se le hace cercano según su propia flaqueza, para que se sienta llamado por su propio nombre (cfr. Jn 20,16) e invitado por un movimiento o "ardor del corazón" (Lc 24,32). La cercanía se puede descubrir incluso bajo los signos pobres de un sepulcro vacío (cfr. Jn 20,7-8) o por medio de un éxito inexplicable después de un fracaso espiritual o apostólico (cfr. Jn 21,7).

 

      Esta cercanía es tan exigente como el amor de totalidad. Invita a creer sin esperar otros signos extraordinarios (cfr. Jn 20,29). Cuando uno ha entrado en esa lógica del evangelio, la cercanía de Cristo se hace examen de amor incondicional: "¿Me amas más, tú?" (Jn 21,15ss).

 

      Ya no caben subterfugios ni condicionamientos. El "sígueme" final del evangelio (Jn 21,19) es la invitación a amarle con la misma sintonía de relación personal y de entrega total. Habiendo amado "hasta el extremo" (Jn 13,1), bien puede exigir a los suyos un amor de retorno, que acepte la sorpresa permanente de su amor, dejándole a él la iniciativa del cuándo, cómo y por qué. ¡Nos basta él! Ya ha pasado el tiempo de los andamios pasajeros y de los compases de espera: "Tú lo sabes todo, tú sabes que te amo" (Jn 21,17).

 

 

3. Su transparencia personal

 

 

      En ese mundo peculiar de amar y en esa cercanía de hermano, Cristo transparenta su realidad de Hijo de Dios. Efectivamente, "el Hijo de Dios comunica a su humanidad su propio modo personal de existir en la Trinidad" (CEC 470). En sus pasos, gestos y palabras, deja entender su realidad profunda de "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "esplendor de su gloria" (Heb 1,3).

 

      Su pro-existencia tan marcada, de quien entra en nuestra realidad histórica como en casa propia, sin herir nuestra dignidad, deja transparentar su pre-existencia de Hijo unigénito del Padre. Todo el evangelio puede resumirse en estas palabras: "La Palabra (el Verbo) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

 

      Ya se encuentran "semillas del Verbo" en toda la creación y en toda la historia, especialmente en la revelación del Antiguo Testamento. Pero "Cristo es su única y definitiva culminación" (TMA 6), como "Palabra definitiva" (TMA 5) o "autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5). Por esto, ya no es posible otra revelación, puesto que, en Cristo su Hijo, el Padre ya nos ha dicho todo, salvo la visión y el encuentro en el más allá: "En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella" (RH 11).

 

      El mismo Jesús invita a encontrar al Padre a través de él: "Yo el Padre somos uno" (Jn 10,30); "el que me ha visto a mí, ha visto al Padre... yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14,9-10). El objetivo de la misión de Jesús consiste en dar a conocer los nuevos planes de Dios, que ha enviado a su Hijo al mundo: "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).

 

      Al encontrar a Cristo, encontramos a "Dios Amor" (1Jn 4,8). Gracias a él, "hemos conocido el amor" de Dios, que "consiste en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,10). Esta manifestación y comunicación de Dios ha tenido lugar "en la plenitud de los tiempos", cuando "ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4). De este modo, Dios nos ha revelado el secreto de su vida íntima, invitándonos a participar en ella, por Cristo y en el Espíritu Santo: "Pues por él, tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

 

      El Dios revelado por Jesús es el mismo de todas las religiones, pero la revelación sobre su realidad divina es nueva: Dios Amor que, en su máxima unidad vital, es Padre, Hijo y Espíritu Santo. El Padre se expresa a sí mismo en el Hijo (el Verbo o Palabra personal). El amor mutuo entre el Padre y el Hijo se expresa en el Espíritu Santo. Es un solo Dios en tres personas, donde cada persona es sólo relación de donación total. Pero ese misterio de Dios sólo lo conocemos por la fe: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Mt 11,27); "nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6).

 

      Conocer a Cristo, tal como ama y se acerca en el evangelio, sólo es posible amándolo de verdad: "Yo soy el buen pastor y conozco mis ovejas y las mías me conocen a mí" (Jn 10,14); "el que me ame, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21). Sólo se puede llegar a "conocer" el misterio de Dios, revelado por medio de Jesús, amando a fondo al mismo Jesús: "Si me conocierais a mí, conoceríais a mi Padre" (Jn 8,19). El "conocer", de que habla Jesús, incluye la aceptación por amor.

 

      Los hechos y discursos de Jesús son esa autorevelación de Dios. Jesús es "el consagrado y enviado al mundo" por el Padre (Jn 10,36) para esta revelación definitiva. Su "hacer y enseñar" (cfr. Hech 1,1) corresponde a un "pasar" especial de Dios por el mundo: "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38). Por medio de esta acción salvífica y amorosa de Jesús, se manifiesta el Padre: "Creed en mis obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,38).

 

      El modo de hablar de Jesús no es simplemente conceptual, como de quien expone sólo unas ideas. Su mensaje refleja al mismo Dios personal, que no habla para convencer por fuerza de las ideas, sino que se da a sí mismo para captar el corazón humano desde su raíz. Por esto, la doctrina de Jesús no se presta a elucubraciones teóricas al margen de la aceptación de la Palabra de Dios por la fe.

 

      Sobre la doctrina de Jesús se ha reflexionado durante siglos. La reflexión teológica y conceptual tiene que respetar este presupuesto de aceptación doctrinal y vivencial de la persona de Jesús: "Un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Porque el mismo Jesús expone su mensaje con objetividad y sin manipulaciones teorizantes: "Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar... Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12,49-50).

 

      Esta actitud auténtica y coherente de Jesús deja entrever la nueva y definitiva revelación sobre Dios, porque se trata de conocer al Padre Dios, que ha enviado a su Hijo por amor. La autenticidad de Jesús aparece en su objetividad: "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16).

 

      Una reflexión teológica que no fuera esencialmente invitación a la relación personal con Cristo y, por medio de él, con el Padre que lo ha enviado, no sería más que una manipulación de conceptos humanos destinados a la esterilidad y al cansancio. A muchas elucubraciones del pasado, y tal vez del presente, se pueden aplicar las palabras de Jesús: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces?" (Jn 14,9).

 

      Conocer a Cristo como Hijo de Dios, es una gracia del Espíritu Santo. Sólo el Espíritu puede "escrutar" esas "intimidades" divinas: "El Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios" (1Cor 21,10). Se comienza a conocer a Cristo cuando se quiere entrar en sintonía con su modo de pensar, sentir y querer. El Espíritu comunica la realidad de Jesús a quien quiere vivir de él (cfr. Jn 16,15).

 

      Hay una "soledad" en el misterio de Cristo, que puede producir un rechazo por parte de quienes no estén dispuestos a aceptar con fe la nueva sorpresa de Dios. En Nazaret le quisieron despeñar (cfr. Lc 4,29). En la sinagoga de Cafarnaún calificaron de "duras" sus palabras (cfr. Jn 5,60). La cruz es el punto final de este "escándalo", que había sido ya profetizado por Simeón (cfr. Lc 2,34-35). Pero precisamente esta "soledad" y peculiaridad de Jesús le manifiesta tal como es: "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32). Entonces manifiesta más que nunca su amor al Padre: "Para que conozca el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado" (Jn 14,31).

 

      Para "ver a Jesús" (Jn 12,21) y descubrir "su gloria" (Jn 2,11), hay que aprender a "mirar" su misterio con la actitud mariana de "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25.37) para compartir su misma "espada". La fe es ese "mirar" con amor, para descubrir a Cristo en los signos pobres de su humanidad, como epifanía personal de Dios Amor. "Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20,29). La fe no espera ver signos extraordinarios, porque le bastan "las palabras de vida eterna" del Señor muerto y resucitado (Jn 6,68).

 

 

Meditación bíblica

 

 

- La peculiaridad del amor de Cristo

 

      "Al desembarcar, vio mucha gente, sintió compasión de ellos y curó a sus enfermos" (Mt 14,14).

 

      "Siento compasión de la gente, porque hace ya tres días que permanecen conmigo y no tienen qué comer. Y no quiero despedirlos en ayunas, no sea que desfallezcan en el camino" (Mt 15,32).

 

      "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas" (Jn 10,11)

 

      "Por esto me ama el Padre, porque doy mi vida, para tomarla de nuevo" (Jn 10,17).

 

      "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13).

 

      "Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo" (Jn 6,48-51).

 

      "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

 

      "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

 

      "Por ellos yo me inmolo" (Jn 17,19).

 

      "Perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen... Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,34.46).

 

      "Hay un solo Dios, y también un solo Mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos" (1Tim 2,5-6).

 

 

- Cristo cercano, el Emmanuel, Dios con nosotros

 

      "La Palabra (el Verbo) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1,14).

 

      "Pasó haciendo el bien" (Hech 10,38).

 

      "Al atardecer, le trajeron muchos endemoniados; él expulsó a los espíritus con una palabra, y curó a todos los enfermos, para que se cumpliera el oráculo del profeta Isaías: El tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,16-17; cfr. Is 53,4).

 

      "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt 11,28-30).

 

      "El que me ame, será amado de mi Padre, y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21).

 

      "No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15).

 

      "En la casa de mi Padre hay muchas mansiones; si no, os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Y cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14,2-3).

 

      "Estaré con vosotros" (Mt 28,20).

 

      "Los predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que este sea el primogénito entre muchos herma­nos" (Rom 8,19).

 

 

- Cristo, epifanía personal de Dios Amor

 

      "La Palabra (el Verbo) se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

 

      "Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado" (Jn 7,16).

 

      "Si me conocierais a mí, conoceríais a mi Padre" (Jn 8,19).

 

      "Yo y el Padre somos uno" (Jn 10,30).

 

      "A aquel a quien el Padre ha santificado y enviado al mundo, ¿cómo le decís que blasfema por haber dicho: Yo soy Hijo de Dios?" (Jn 10,36).

 

      "Creed en mis obras, y así sabréis y conoceréis que el Padre está en mí y yo en el Padre" (Jn 10,38).

 

      "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar" (Mt 11,27)

 

      "Yo no he hablado por mi cuenta, sino que el Padre que me ha enviado me ha mandado lo que tengo que decir y hablar... Por eso, lo que yo hablo lo hablo como el Padre me lo ha dicho a mí" (Jn 12,49-50).

 

      "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie viene al Padre sino por mí" (Jn 14,6).

 

      "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces?  El que me ha visto a mí, ha visto al Padre... yo estoy en el Padre y el Padre está en mí" (Jn 14,9-10).

 

      "Para que conozca el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí" (Jn 14,31).

 

      "No estoy solo, porque el Padre está conmigo" (Jn 16,32).

 

      "Os he dicho esto en parábolas. Se acerca la hora en que... con toda claridad os hablaré acerca del Padre" (Jn 16,25).

 

      "Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3).

 

      "Subo a mi Padre y a vuestro Padre" (Jn 20,17).

 

      "El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación... porque en él fueron creadas todas las cosas... todo fue creado por él y para él... y todo tiene en él su consistencia" (Col 1,15-17).

 

      "Siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas" (Heb 1,3).

 

      "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de la mujer" (Gal 4,4).

 

      "Por él, tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

 

      "Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (Jn 6,68-69).

 

 

IV.

 

 

EL "PADRE NUESTRO", ORACIÓN DE TODA LA HUMANIDAD

 

 

 

 

      1. Actitud filial, oración en el Espíritu

      2. Cristo ora en nosotros

      3. La oración de toda la familia humana

      Meditación bíblica

 

 

 

 

 

      Al meditar sobre la actitud orante de Jesús, uno se encuentra con la sorpresa de sentirse insertado en su misma oración. No es sólo porque él ora por nosotros, sino que él también ora en nosotros y nos comunica su misma actitud filial hacia el Padre.

 

      Entrar en sintonía con el "Padre nuestro", equivale a sintonizar con la oración de Cristo presente en todos los corazones. Entonces se rompen las barreras de la historia y de la geografía, para ir unificando el corazón en la comunión universal de hermanos, hijos del mismo Padre. La armonía de un corazón filial hace posible que en el cosmos y en la humanidad entera se refleje la comunión de Dios Amor.

 

      Por la oración del "Padre nuestro", Dios se nos hace familiar, "Padre querido", íntimo como una madre, pendiente de nosotros como en la vida de Jesús su Hijo. "Rezar el Padre nuestro es aspirar a un mundo humano en el que la Agapé («Caridad» o amor-a-lo-divino) sea principio supremo y única ley" (I. Gomá Civit).

 

 

1. Actitud filial, oración en el Espíritu

 

 

      La actitud relacional de Cristo respecto al Padre es filial, en el sentido profundo de ser expresión de realidad de Hijo de Dios hecho hombre. Su oración refleja y expresa esta actitud. Por esto, su mensaje sobre la oración no se centra en una exposición teórica de conceptos, ni en una metodología   psicosomática de concentración. La oración del "Padre nuestro" es actitud filial, como imitación y participación en la actitud filial de Cristo (cfr. Mt 6,9-13).

 

      Es normal que, para orar mejor en cualquier ambiente cultural y religioso, se busque una explicación adecuada que aclare las cuestiones, y que se practique una serie de medios útiles: fórmulas, ritos, actitudes corporales y mentales... La relación con Dios abarca todo el ser. Pero la novedad del "Padre nuestro" está en la actitud del corazón: saberse amado por Dios en la propia pobreza y querer amarle tal como es. Es una actitud filial de autenticidad, confianza, unión y entrega. Así se ora "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23).

 

      No sólo se imita la actitud filial de Cristo, sino que también se participa en ella, puesto que, por el bautismo, compartimos su misma vida. En este sentido, se puede afirmar que "la oración dominical es el resumen de todo el evangelio" (Tertuliano). "En tan pocas palabras, está toda la contemplación y perfección cristiana" (Santa Teresa, Camino).

 

      No sería posible rezar bien el "Padre nuestro", sin cierta sintonía con la vida de Cristo, especialmente con su actitud de unión con el Padre, compasión respecto a los hermanos y perdón de las ofensas recibidas. La actitud del "Padre nuestro" expresa el contenido de las bienaventuranzas.

 

      Esta actitud filial, que es imitación y participación de la vida de Cristo, es obra del Espíritu Santo. No sería posible con las solas fuerzas humanas de una concentración mental o con meros sentimientos estéticos y poéticos. El Espíritu Santo, enviado por Jesús, nos hace decir "Padre" con la voz y el amor del Hijo de Dios, que vive en nosotros: "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8,14-16).

 

      A esa actitud filial, comunicada por el Espíritu Santo, que es también realidad filial, corresponde la complacencia y el amor del Padre. Cuando Jesús nos dice "el Padre os ama" (Jn 16,27), su afirmación se basa en su unión con nosotros. Por esta unión, se comprende el significado de su oración al Padre: "Les has amado como a mí" (Jn 17,23). Compartimos la misma experiencia y realidad filial de Jesús.

 

      La oración de los salmos es una preparación de la época mesiánica. Aunque esas fórmulas milenarias recogen vestigios de oraciones de otras culturas religiosa, su contenido más profundo consiste en la esperanza mesiánica. Al margen de esta esperanza, que es el contenido básico de la revelación veterotestamentaria, los salmos no se distinguirían de las oraciones de otras religiones. Preanunciando la filiación peculiar del futuro Mesías, el creyente participa también de esta actitud filial: "El me invocará: ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! Y yo haré de él el primogénito" (Sal 89,27-28; cfr. Heb 10,5-7).

 

      No se trata, pues, solamente de una actitud de interioridad filial, sino también de una real participación, por gracia, en la misma filiación divina de Jesús: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1Jn 3,1). El don del Espíritu consiste principalmente en hacernos hijos en el Hijo (cfr. Ef 1,5.13-14). Dios revela esta realidad salvífica a los "pequeños", que se deciden a vivir en sintonía con el "sí" filial de Cristo: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque  has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,25-26).

 

      Poder decir "Padre" a Dios desde la propia realidad de hijos de Dios por participación, es un don divino que se concreta en la comunicación del Espíritu Santo: "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Gal 4,6; cfr. Jn 14,16). Es el mismo Espíritu Santo el que "habla", vive y ora en nosotros (cfr. Mt 10,20; Rom 8,26-27).

 

      En esta comunicación del Espíritu Santo se sintetizan los frutos de la redención obrada por Jesús. Efectivamente, esta comunión es "la promesa del Padre" (Hech 1,4). La actitud filial del "Padre nuestro", bajo la acción del Espíritu Santo, es la clave para entender el evangelio, según la promesa de Jesús: "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26). Se da testimonio de Cristo, en la medida en que se participe de su actitud filial traducida en donación a los hermanos.

 

      En esta actitud de sintonía con el Señor, se entra en un "conocimiento" amoroso de su mensaje, para llegar a su núcleo central: el diálogo de Dios con el mundo por medio de su Hijo, su Palabra personal. Conocer a Cristo es escuchar su voz y seguirle (cfr. Jn 10,27). De este conocimiento se sigue una comunicación especial del mismo Cristo: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

 

      Esta actitud filial, que es don del Espíritu, fundamenta la relación estrecha y hogareña con Dios Amor, uno y trino, presente por inhabitación en el corazón de los creyentes en Cristo: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada (casa solariega)" (Jn 14,23). La oración es siempre eficaz cuando es actitud filial en unión con Cristo: "Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13).

 

 

2. Cristo ora en nosotros

 

 

      Desde el día de la Encarnación, Jesús "está unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). La vida de cada ser humano forma parte de la suya, a modo de biografía complementaria. Por esto podrá decir el día del juicio final: "En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

 

      El "Padre nuestro" es nuestra oración insertada en la suya. El Padre oye en nosotros su voz y ve en nosotros su rostro. Cuando el hijo pródigo llega a casa y pronuncia la palabra "Padre", es Cristo mismo el que la pronuncia, haciendo que el Padre manifieste la ternura infinita de su amor (cfr. Lc 15,20-24).

 

      No es sólo la imitación de la actitud filial de Cristo, sino la participación en esta misma realidad de gracia. Jesucristo vive en nosotros como "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), ayudándonos a configurarnos realmente con su actitud filial respecto al Padre y con su amor fraterno hacia toda la humanidad. Dejar que él ore en nosotros, equivale a dejar que nos transforme en él. "El que es imagen de Dios invisible es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado" (GS 22).

 

      Orar el "Padre nuestro" con autenticidad es todo un programa de vida nueva. Porque el diálogo del Hijo con el Padre en el amor del Espíritu Santo, constituye toda su razón de ser y fundamenta nuestra existencia de vida nueva. Decir de verdad "Padre nuestro", equivale a moldearse en el corazón de Cristo. El ora en nosotros en la medida en que lo dejemos vivir en nuestros criterios, escala de valores y actitudes fundamentales.

 

      Las oraciones que Jesús dirigió al Padre eran nuestras, las formuló pensando en nosotros, amándonos y reservando en su corazón un lugar peculiar para todos y cada uno. Su oración o diálogo actual con el Padre tiene las mismas características. Se pueden, pues, tomar esas oraciones como propias, sabiendo que la actitud filial de Cristo se prolonga en nosotros: "Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7); "sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21); "te he glorificado sobre la tierra, he cumplido tu obra" (Jn 17,4); "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42); "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,34.46).

 

      No se trata de la materialidad de las palabras, sino principalmente de dejar que Cristo ore en nosotros. Tampoco es algo pasivo, alienante o sujetivista, sino una actitud de "conversión", es decir, de abrirse al amor. Porque esta actitud oracional y filial compromete a hacer de la propia existencia una donación total en la Eucaristía: "Mi cuerpo que es entregado por vosotros... mi sangre que es derramada por vosotros" (Lc 22,19-20).

 

      No es que los santos se sintieran más fuertes y más capaces que nosotros, sino más pobres y, por tanto, más invitados a entrar en los "sentimientos de Cristo" (Fil 2,5). En el decurso de la historia del cristianismo, muchas almas santas se han inspirado en alguna frase de la oración sacerdotal de Jesús en la última cena. Cuando decimos "santos", queremos decir personas que, siendo débiles como nosotros, se han sentido amadas e invitadas a darse del todo.

 

      No me atrevo a hacer un comentario, sino sólo a cursar una invitación para hacer la prueba, dejándose guiar por los sentimientos de Cristo, inmersos en su mirada amorosa al Padre (en el amor del Espíritu Santo), en sintonía con esa misma mirada hacia toda la humanidad y con su actitud de donación incondicional:

 

      "Padre... que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo... he manifestado tu nombre a los que me diste... he sido glorificado en ellos... me inmolo por ellos... que sean uno como nosotros... los has amado a ellos como me has amado a mí... el amor con que me amaste esté en ellos, porque yo estoy en ellos" (Jn 17,1-26).

 

      Hasta los "niños" pueden entender y vivir esta realidad cristiana (cfr. Mt 11,25). En el camino de la fe no hay privilegios, sino servicios y carismas diferentes, siempre para servir y compartir. Todo enfermo, pobre, niño o recién convertido, puede entrar (si recibe la gracia) en esta realidad de la vida íntima de Cristo, quien "se despojó" de todo (cfr.Fil 2,8) para expresar que su vida era un "sí" de "consumación" o de "entrega" total (cfr. Jn 19,30). Cuando uno va llegando a este "sí", todo lo demás que no suene a donación, es paja y "basura" (Fil 3,8).

 

      Ese es el camino para vivir la vida trinitaria en el fondo del corazón y en la vida. Y si es verdad que no hay que infravalorar los esfuerzos teológicos sobre el misterio de Cristo, siempre que se realicen con humildad e inviten a la contemplación y a la caridad, no obstante, lo más hermoso de la vida trinitaria del cristiano, consiste en la "vivencia" gozosa del misterio.

 

      No se trata de conquistar el misterio, sino de aceptar y vivir la dinámica del bautismo: en el Espíritu Santo, por medio de nuestra inserción en Cristo Hijo de Dios, ya podemos acercarnos al Padre (como el hijo pródigo o como Jesús en el bautismo), para experimentar su ternura paterna y materna. "Por él (Cristo), unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

 

      El Padre nos ama en Cristo desde la eternidad. Su amor desborda en nosotros cuando nos adherimos personalmente a Cristo con una fe viva: "El Padre mismo os ama, porque vosotros me amáis a mí y creéis que yo salí de Dios" (Jn 16,27). Este amor del Padre se convierte en donación. Nos da a su Hijo por amor: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).

 

      La señal para saber si Cristo ora en nosotros, es la actitud de perdón (cfr. Mc 11,25). Es el "perdón" de acoger, comprender, respetar, darse, al estilo del mismo Jesús. El Señor quiere orar en nosotros y hacer que nuestra oración prolongue la suya a través del tiempo, a condición de que vivamos en sintonía con su mirada al Pare, traducida en mirada de amor a los hermanos.

 

      El misterio de la Encarnación fundamenta esta realidad consoladora y comprometida de la oración de Cristo, prolongada en la nuestra: "El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a Sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza" (SC 83).

 

 

3. La oración de toda la familia humana

 

 

      En el Corazón de Cristo cabemos todos. Su oración se contagia y prolonga en cada corazón humano. El objetivo de la redención consiste en que toda la humanidad llegue a pronunciar un "Padre nuestro" universal, que se refleje en el cumplimiento del mandato del amor. Así se cumplirá "el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo, por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: «Padre nuestro»" (AG 7).

 

      La oración del "Padre nuestro", como actitud filial y fraterna, se contagia por un proceso de ósmosis, que necesita también el anuncio y el testimonio. Si la misión consiste en "transmitir a los demás la propia experiencia de Jesús" (RMi 24), esta misma experiencia es la del "Padre nuestro", manifestado en la actitud de las bienaventuranzas y del mandato del amor.

 

      La suerte de la humanidad entera está ligada a Cristo el Hijo de Dios. Su paso por la tierra indica el itinerario obligado para todos. La vida de marginación y de pobreza, en Belén y Nazaret, se transforma en vida donada hasta la cruz. Entonces la vida humana recupera su sentido gozoso de donación a los hermanos, según los designios del Padre. Toda la humanidad está programada en esa ruta salvífica, cuyo caminar es sostenido por el "Padre nuestro". Sin esta actitud filial, el hombre reacciona con agresividad, desánimo y frialdad.

 

      La humanidad entra en el camino de salvación por las mismas etapas de la vida de Cristo. Cuando será capaz de decir de verdad el "Padre nuestro", también será capaz de compartir los bienes, escuchando el clamor de los hermanos que son hijos del mismo Padre. La "vida eterna", que ya inicia en esta vida presente, equivale a compartir la misma vida y suerte de Cristo muerto y resucitado (cfr. Jn 6,40), que nos juzgará un día a todos según el amor.

 

      Ser "testigos" de Cristo, "hasta los últimos confines de la tierra" (cfr. Hech 1,8), sólo es posible cuando se vive en sintonía con él. Las fronteras se superan fácilmente cuando se ora al Padre "en espíritu y en verdad" (Jn 4,23). El "Padre nuestro" universal ya se está preparando en el camino de toda cultura y en el anhelo de todo corazón. Esta "preparación evangélica" se dirige hacia la unidad y comunión total. El desenlace final sólo será posible abriéndose a los nuevos designios del Padre, con un corazón en sintonía con el de Cristo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34). Inculturarse hoy, significa transparentar el "corazón manso y humilde" de Cristo (cfr. Mt 11,29).

 

      La oración de Jesús incide en toda la historia. Un día conseguirá su eficacia definitiva: "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1). La eficacia ya se comenzó a sentir desde la Encarnación y redención de Cristo. Pero Dios, con su paciencia milenaria, quiere salvar al hombre por medio del hombre. La "gloria" de Dios, que consiste en la vida plena del hombre, se conseguirá en la medida en que toda la humanidad se abra al amor. "La gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre es la visión de Dios" (San Ireneo). El camino está trazado en la oración de Jesús, que se prolonga en el corazón humano.

 

      Esta dinámica histórica sólo es posible a la luz de la fe y bajo la acción del Espíritu Santo. Los mensajeros del evangelio son, por ello mismo, mensajeros del "Padre nuestro" universal: "Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49). La unidad de toda la familia humana se construye a la par con la unidad del corazón, para aprender a decir: "Sí, Padre" (Lc 10,21).

 

      El "bautismo" equivale a la "inserción" en la vida divina, por Cristo y en el Espíritu. "Bautizar a todas las gentes" significa hacerlas entrar en los planes de Dios Amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo (cfr. Mt 28,19). El himno de este caminar en el amor se sostiene con la oración dominical.

 

      La historia humana ya ha recuperado, con creces, su orientación original. La "imagen de Dios", que fue impresa en el corazón del hombre (cfr. Gen 1,26-27) y que se perdió con el pecado, se reconstruye en Cristo, dejando que él viva y ore en nuestro propio corazón. Cuando un pueblo reza de verdad el "Padre nuestro", adquiere una mirada contemplativa hacia todos los demás pueblos. La propia cultura es una historia del mismo Dios, que también está presente en la cultura e historia de los demás pueblos.

 

      El "Padre nuestro", como expresión dialogal de las bienaventuranzas y del mandato del amor, vacía el corazón de todo egoísmo, lo llena del amor de Dios y lo convierte en donación a Dios y a los hermanos. La paz entre las naciones se fragua en el corazón unificado por este amor y actitud filial. La "carta magna" de la paz, se diga o no en las Constituciones de los pueblos, sigue la ruta trinitaria del "Padre nuestro", pronunciado por Cristo en un corazón y en una comunidad renovada por el Espíritu.

 

      Cuando los cantones suizos estaban enredados en una guerra fratricida (siglo XV), uno de los políticos que intentaba conseguir la paz (Nicolás de Flüe), sintió la llamada de Dios a retirarse a la soledad. Allí aprendió, para sí y para los demás, el programa para construir una verdadera convivencia pacífica. resumido en esta oración: "Señor, vacíame de mí, lléname de ti, y haz de mí un don para ti y para los hermanos". Gracias a este santo, que invitó a mirar e invocar a la Santísima Trinidad como fuente de unidad, Suiza consiguió la paz. Su constitución, desde entonces, inicia con la referencia al misterio de Dios uno y trino.

 

      La historia de los pueblos tiene sorpresas inexplicables. Hay culturas florecientes que se han derrumbado de modo aparatoso e irreparable. Los pecados históricos inciden en los pueblos, destruyendo todo aquello que no haya nacido del amor. El dominio y el poder no son garantía de permanencia. Lo único que va a quedar es aquello que haya nacido de la caridad y de la verdad.

 

      El "Padre nuestro" construye la comunión, sanando el corazón y la comunidad, para que viva en sintonía con el Corazón de Cristo, donde todo corazón humano y todo pueblo tiene un lugar reservado de predilección. "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión»" (SRS 40).

 

 

Meditación bíblica

 

 

- La oración es actitud filial gracias al Espíritu

 

      "Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien, recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios" (Rom 8,14-16).

 

      "La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba, Padre!" (Gal 4,6; cfr. Jn 14,16).

 

      "Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros" (Jn 14,16-17).

 

      "Si alguno me ama, guardará mi palabra, mi Padre le amará, vendremos a él y haremos en él nuestra morada (casa solariega)" (Jn 14,23).

 

      "El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho" (Jn 14,26).

 

 

- Cristo vive en nosotros y ora en nosotros

 

 

      "El me invocará: ¡Tú, mi Padre, mi Dios y roca de mi salvación! Y yo haré de él el primogénito" (Sal 89,27-28; cfr. Heb 10,5-7).

 

      "Todo lo que pidáis en mi nombre, yo lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo" (Jn 14,13).

 

      "El Padre mismo os ama, porque vosotros me amáis a mí y creéis que yo salí de Dios" (Jn 16,27).

 

      "Padre... que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo... he manifestado tu nombre a los que me diste... he sido glorificado en ellos... me inmolo por ellos... que sean uno como nosotros... los has amado a ellos como me has amado a mí... el amor con que me amaste esté en ellos, porque yo estoy en ellos" (Jn 17,1-26).

 

      "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (1Jn 3,1).

 

      "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).

 

      "Vengo para hacer tu voluntad" (Heb 10,7); "sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10,21); "te he glorificado sobre la tierra, he cumplido tu obra" (Jn 17,4); "no se haga mi voluntad, sino la tuya" (Lc 22,42); "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23,34.46).

 

 

- La oración que hace de toda la humanidad una sola familia

 

 

      "Pero llega la hora (ya estamos en ella) en que los adoradores verdaderos adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así quiere el Padre que sean los que le adoren" (Jn 4,23).

 

      "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque  has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Mt 11,25-26).

 

      "Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra" (Jn 4,34).

 

      "Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti" (Jn 17,1).

 

      "Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto" (Lc 24,49).

 

      "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Hech 1,8).

 

      "Por él (Cristo), unos y otros (judíos y gentiles) tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef 2,18).

 

 

V.

 

 

 

"AMAD... COMO VUESTRO PADRE" (Mt 5,44-45)

 

 

 

      1. Cristo en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada pueblo

      2. Actitud de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor"

      3. Dejar que Cristo viva y ame en nosotros y en todos los hermanos

      Meditación bíblica

 

 

 

 

      Llegar a captar, como vivencia gozosa, que el Padre nos ama, sólo es posible cuando el corazón se abre a la vida de los demás. Hay demasiadas prisas y saludos superficiales, que hacen de los hermanos una cosa útil y nada más. Todas las teorías que han intentado negar a Dios (o que han fabricado ídolos intelectuales) han nacido en un corazón que previamente se ha cerrado al amor.

 

      La vida de cada ser humano es una historia de Dios Amor, que no se puede tratar con prisas y superficialidad, ni con utilitarismos egoístas. Sólo con una mirada de fe y con una actitud de donación, se descubre que Cristo vive en nosotros y que el Padre nos ama a todos entrañablemente en él. La convicción de ser amados de Dios, camina a la par con la decisión de amar a los hermanos. Y cuando uno se siente amado, se descubre capacitado para amar más. La persona humana se siente realizada  por ese amor. Pero "la caridad viene de Dios" (1Jn 4,7).

 

 

1. Cristo en el corazón y en la vida de cada hombre y de cada pueblo

 

 

      La vida es aprendizaje del camino de donación. Hay que abrirse a la perspectiva grandiosa de que todo es un gran museo de huellas de Dios Amor. En cada ser humano se refleja el rostro de Cristo. En todo corazón humano hay una historia de una presencia divina de gracia. Lo difícil es descubrir sus huellas, sin dejarse engañar por otras señales más aparatosas de cualidades y de defectos.

 

      A cada ser humano se le ama y respeta cuando se le mira con "mirada contemplativa" (EV 83). Es mirada que no curiosea ni utiliza, no domina ni desprecia, sino que intuye un misterio: la presencia de Cristo hermano y consorte. Es el mismo Cristo que convirtió a los inocentes de Belén en mártires, y que carga esponsalmente con todas las miserias de la humanidad (Mt 8,17).

 

      En la vida de cada ser humano y de cada pueblo resuena el himno inicial de la carta de Pablo a los efesios: "Nos ha elegido en Cristo desde antes de la creación del mundo" (Ef 1,4). Cada ser humano, independientemente de sus cargos y cualidades, está pensado por artesanía, para formar parte de los planes de Dios Amor en Cristo su Hijo: "Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Col 1,12-14).

 

      Pero nosotros clasificamos, descartamos y utilizamos a nuestro aire, sin mirada evangélica. Es difícil, en la práctica, aceptar que Cristo "ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido" (Lc 19,10), especialmente si estos hermanos, recuperados por Cristo, nos pasan delante en cargos y honores. Dios se hace silencioso y "ausente" cuando no amamos de corazón a los hermanos. Muchas obras apostólicas se vienen abajo porque las ha carcomido el egoísmo personal o colectivo.

 

      Todos los seres humanos está programados para configurarse con Cristo, para "ser santos e inmaculados en el amor" (Ef 1,4), para ser "alabanza de la gloria" de Dios como expresión de Cristo, partícipes de su misma filiación (cfr. Ef 1,5-6). Pero esta obra de artesanía necesita el acompañamiento respetuoso de los demás.

 

      Si desde la Encarnación del Verbo, "el tiempo llega a ser una dimensión de Dios" (TMA 10), ello significa que la vida de cada persona se está construyendo como "complemento" o biografía de Cristo en el tiempo histórico (cfr. Col 1,24). Cristo está "en el corazón de cada hombre" (RMi 88), queriendo compartir la misma vida para hacerla su misma vida.

 

      Cuando Cristo, según las narraciones evangélicas, se encontraba con alguna persona concreta, lo hacía como quien ya estaba allí anteriormente formando parte de la misma historia (cfr. Jn 1,50). En este sentido es "el Salvador del mundo" (Jn 4,42). No es "alguien" o algo superañadido artificialmente, sino "el don de Dios" (Jn 4,10), más allá de toda previsión humana y de todos los demás dones de Dios.

 

      Esta "mirada contemplativa" es la única que puede rescatar las "semillas del Verbo", presentes en cada corazón, religión y cultura. Porque todo ser humano es una historia de amor, que el Espíritu Santo está guiando hasta el encuentro explícito con Cristo. Efectivamente, "es el Espíritu quien esparce «las semillas de la Palabra» presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28).

 

      La gran sorpresa que nos ha regalado Dios consiste en habernos mostrado su amor dándonos a su Hijo. Pero esa sorpresa no la ven quienes no hacen de Cristo el centro de su propia vida. El cristianismo no será aceptado, sino en la medida en que los no cristianos se sientan mirados y amados como Cristo miró y amó.

 

      La verdadera historia del cristianismo está escrita en retazos de vida gastada por Cristo y por los hermanos. Esta historia existe en los santos y mártires de todas las épocas, en todos los campos de caridad y apostolado. No acostumbra a ser noticia ni queda escrita en los archivos, sino sólo en el corazón de Dios, como "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). ¿Quién sabe y valora que, en veinte siglos, pasan ya de un millón los mártires cristianos del continente asiático, mientras, al mismo tiempo, amplios sectores todavía están esperando el primer anuncio?

 

      Hay una intimidad profunda entre Cristo y cada corazón humano. Toda búsqueda de verdad y de bien camina hacia un encuentro con él. Pero Cristo quiere entrar, por la puerta ancha, en lo más hondo del corazón, para entablar una relación personal y para emprender un camino que ya es de seguimiento esponsal: "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen... El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre" (Jn 10,27.29).

 

      A los que ya han encontrado Cristo, él les encarga darle a conocer y amar: "Como el Padre me envió, así también yo os envío" (Jn 20,21). Es la sorpresa de participar en su misma razón de ser, de actuar y de vivir. Las circunstancias las escoge él con su acción providente, que siempre respeta nuestra libertad. Lo importante es ser, para otros, instrumento de encuentro con Cristo. Todo ser humano que se encuentre con nosotros, necesita encontrar alguna huella de que Dios le ama. Y las huellas de Dios Amor están en la línea de la donación y del servicio humilde, sin esperar más premio que el de amarle y hacerle amar.

 

      La predilección de Cristo es siempre hacia los pobres y los "pequeños". A veces, son estropajos, según la valoración que de ellos hace la sociedad, como en el caso de los niños sin protección jurídica (por no haber nacido), si hogar unido, sin una formación cultural... Cualquier pequeño se encuentra muy dentro de los amores de Cristo. "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños... no es voluntad de vuestro Padre celestial, que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mt 18,10.14).

 

      La "civilización de la vida" se construye por medio de la "mirada contemplativa", traducida en escucha, acogida, acompañamiento..., hasta compartir los mismos bienes, como miembros de una misma familia. Es el ideal a donde se tiende con sinceridad. Bastaría con dar un paso concreto en la propia comunidad o grupo humano en que se vive.

 

      Uno se siente amado por Dios y experimenta el gozo de su amor, cuando se decide a darse gratuitamente, sin exigir un amor de retorno. "Hay más alegría en dar que en recibir" (Hech 20,35). El mejor premio consiste en escuchar de la boca de Cristo: "El Padre os ama" (Jn 16,27). Nos basta él. "Sólo Dios basta" (Santa Teresa).

 

 

2. Actitud de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor"

 

 

      La actitud filial de la oración cristiana se traduce necesariamente en acogida y amor fraterno. Son las señales de garantía para cerciorarse de haber orado bien. Esta actitud relacional con Dios se refleja y se ensaya en la autenticidad de la relación con los hermanos. No existe dicotomía entre los momentos de oración y los momentos de acción y vida fraterna, sino interrelación y resonancia mutua.

 

      En realidad, la vida cristiana debe ser sintonía permanente con los sentimientos de Cristo, que son siempre de donación. "Cuando hayáis levantado a Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy, y que no hago nada por mi cuenta" (Jn 8,28). Su diálogo permanente con el Padre se traduce en cercanía a los hermanos, según los designios salvíficos del mismo Padre. Todo lo que es Jesús aparece en su actitud de crucificado, abandonado en manos del Padre, para redención de toda la humanidad.

 

      Quien ha experimentado el amor de Dios en su propia realidad de ser humano limitado, se contagia de la ternura misericordiosa del mismo Dios, para vivir en sintonía con los hermanos. "Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso" (Lc 6,36). Obrar como hijos de Dios equivale a esa actitud descrita en el sermón de la montaña: "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial... Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,44-48).

 

      Amar a Cristo es decidirse a vivir sus mismas actitudes: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21). La intimidad con Cristo es la puerta para entrar en la intimidad con Dios amor: "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

 

      Toda la enseñanza de Jesús se resume en el mandamiento nuevo, que es peculiarmente suyo, y que sólo él, viviendo en nosotros, lo puede convertir en realidad: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros"  (Jn 13,34-35).

 

      Dar "gloria" a Dios es ser expresión de Cristo por la sintonía e imitación de sus actitudes. "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos" (Jn 15,6). Las bienaventuranzas "dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su resurrección" (CEC 1717). Se puede decir que "son una especie de autorretrato de Cristo y, precisamente por esto, son invitaciones a su seguimiento y a la comunión de vida con él" (VS 16).

 

      El mandato del amor es un programa concreto y comprometido, puesto que urge a hacer de toda relación fraterna un donación plena a imitación del mismo Cristo. La fuente de este amor fraterno está siempre en el amor entre el Padre y el Hijo, que se expresa en la persona del Espíritu Santo.

 

      La vida evangélica del amor, que Cristo "practicó y enseñó" (Hech 1,1), se va plasmando en las circunstancias humanas de cada día. La vida oculta de Nazaret, vida de trabajo y convivencia, es el mismo mensaje de las bienaventuranzas y del mandato del amor. Quien sigue a Cristo, siente la llamada a compartir su misma vida y destino, si esperar más premio que el de poder corresponder a su amor. En unión con él, se aprende a vivir de la sorpresa de Dios: "Lo sabe vuestro Padre" (Mt 6,32).

 

      Resulta entusiasmante ir entrando en la intimidad de Cristo, que es más profunda que la vida familiar: "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). La condición que Jesús pone para entrar en esa intimidad es la verdadera fraternidad "en su nombre", es decir, por amor a él; entonces se hace presente "en medio" de nosotros (cfr. Mt 18,20). Esta fraternidad, basada en el amor de Cristo, conquista el corazón del Padre: "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,19).

 

      Esa vida nueva es la planta sembrada por el Padre (cfr. Mt 15,13), como injerto o sarmiento de la vida que es el mismo Cristo. Permanecer en su amor equivale a entrar a formar parte de la familia de Dios, de la que nadie queda excluido si quiere abrirse al amor. El Padre quiere que se logre "mucho fruto" y que este fruto sea "permanente". "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto... y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,8.16).

 

      Se comienza a experimentar el amor del Padre cuando uno no busca directamente el éxito, sino la oportunidad de hacer felices a los demás. Hacer que una persona se sienta amada, respetada, alentada y capacitada para amar, es fuente de alegría porque es participación en el modo de amar característico de Dios: darse él mismo.

 

      Sentirse realizado, sólo es factible cuando uno se decide a hacer de la vida una donación. Entonces es siempre posible vivir la propia identidad, en cualquier circunstancia. Sentirse amado y poder amar, ayudando a otros a entrar en esta dinámica de donación, sólo es posible a partir del encuentro con Cristo. Con él presente, siempre es posible llegar al amor más hermoso: darse como él.

 

      La vida divina es "comunión" plena entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Dios ha hecho al hombre, como persona y como miembro de la comunidad, reflejo y semejanza de esa donación trinitaria interpersonal. Por esto, "el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24).

 

      Esta vocación del ser humano al amor, constituye su razón de ser. La felicidad no está tanto en recibir, cuanto en dar y darse para que los demás sean felices (cfr. Hech 20,35). Ese salir de sí para realizarse de verdad, sólo es posible con la gracia, porque "el amor viene de Dios" (1Jn 4,7).

 

      Definitivamente, la humanidad entera y cada persona en particular, "no puede encontrar su plenitud, si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). Otro tipo de progreso económico y social llevaría a la división y lucha por el poder. La lógica evangélica de las bienaventuranzas y del mandamiento nuevo encuentran en Cristo y en los que le siguen, su plena realización.

 

 

3. Dejar que Cristo viva y ame en nosotros y en todos los hermanos

 

 

      Esa era toda la ilusión de Pablo respecto a sí mismo y a los demás: "No soy yo el que vivo, es Cristo que vive en mí" (Gal 2,20); "he de formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19). Pero el más interesado en ello es el mismo Cristo: "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57).

 

      Dios nos ha enviado a su Hijo para que participemos en su misma vida: "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9). Precisamente en este objetivo de la redención se descubre el amor tierno del Padre para cada ser humano, porque todos estamos llamados a prolongar a Cristo en nuestras circunstancias de espacio y de tiempo.

 

      En cada recodo de nuestro camino, podemos escuchar al Padre que quiere encontrar a Cristo en nosotros: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 17,5). A este Tabor se llega por medio de la vivencia del bautismo.

 

      Cada vocación cristiana diferenciada se caracteriza por su especial configuración con Cristo. Los matices de diferenciación indican su participación peculiar en la vida cristiana: en las estructuras humanas (vocación laical), en el servicio ministerial (vocación sacerdotal), en la profesión del radicalismo evangélico (vocación de vida consagrada). Pero lo más importante es la configuración con Cristo: como fermento evangélico insertado en el mundo, como signo personal-sacramental, como visibilidad y memoria viviente. Toda vocación apunta a vivir en Cristo, pensando, sintonizando y amando como él.

 

      El Padre quiere ver en cada uno la fisonomía de Cristo su Hijo, delineada de modo peculiar por el Espíritu Santo. Por esto, la diferenciación vocacional es complementación mutua, dentro de la realidad de gracia que constituye la comunión de los santos. Uno se siente amado por el Padre, cuando descubre ese amor peculiar en los demás y se alegra por ello. Y se siente acompañado por Cristo, cuando descubre en cada hermano a Cristo escondido, como un evangelio escrito en carne viva.

 

      El creerse superior o más selecto (tanto en cuanto a la propia persona como a la propia institución), no corresponde a la doctrina evangélica. Los carismas del mismo Espíritu son signos indicadores del amor de un mismo Padre, y de un mismo Señor, Jesucristo, que tiene sus predilecciones en los hijos más necesitados. Sin este enfoque de humildad evangélica, que es la quintaesencia de la comunión, los planes más hermosos de pastoral y las obras "apostólicas" más grandiosas, están abocadas a un fracaso ruidoso. La carcoma del egoísmo, personal o colectivo, no perdona ningún monumento que no se fundamente en la verdad de la donación.

 

      El inicio de un tercer milenio necesita ver las huellas de vida en Cristo, que no se borren con el tiempo. Sólo quedará lo que el Padre haya sembrado o injertado en Cristo. "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz" (Mt 15,13). La caridad, como reflejo y participación de la comunión divina, fundamenta toda la historia humana personal y comunitaria: "Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3).

 

      Sólo va a quedar la vida verdadera, que consiste en el amor. Es la vida que el Padre nos va comunicando en Cristo "por la acción del Espíritu Santo en el hombre interior" (Ef 3,16). Ese es el ideal cristiano que se está construyendo en cada corazón y en cada comunidad: "Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, enraizados y cimentados en el amor" (Ef 3,17).

 

      Al constatar que Cristo vive en nosotros, nos encontramos con su misma realidad de íntima unión con el Padre. Participamos de su misma vida divina relacional: "Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,20).

 

      Dejar que Cristo viva y ame en nosotros, se traduce en correr su misma suerte en esta tierra, para llegar al mismo premio en el más allá: "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22,28-29). Ese premio no es otro que el encuentro definitivo con Dios.

 

      Jesús nos ha dejado como encargo ser signo del amor de Dios para todos los hermanos. Las "buenas obras" son una "luz" que deja entrever ese amor del Padre: "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16). Todo hermano que se cruce en nuestro caminar, necesita sentir la cercanía del amor de Dios.

 

      Nuestras obras transparentan el amor divino sólo cuando no buscamos nuestro propio interés. La mejor "recompensa" de nuestras obras consiste en que los demás se sientan amados por Dios y capacitados para hacerse donación a Dios y a los hermanos. Para ser transparencia e instrumento de este amor, hay que aprender a desaparecer: "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial... Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,4).

 

      La vida cristiana lleva la impronta de la Trinidad. Todo apóstol se mueve en esta perspectiva de Dios Amor. El Padre comunica "la acción santificadora del Espíritu" a cuantos han sido "rociados con la sangre de Jesucristo" (1Pe 1,2). Esta acción salvífica une a todos "en un mismo sentir", que es el himno mejor para "glorificar al Padre" (Rom 15,6).

 

      La esperanza cristiana se apoya en esta amorosa dispensación de Dios, por Cristo y en el Espíritu. Cristo vive en nosotros transformándonos en él. El objetivo principal de su acción salvífica consiste en hacer de cada corazón humano un "sí" o "amén", por Cristo, al Padre (cfr. 2Cor 1,20). Cuando la vida se hace donación,entonces es una "oblación ofrecida por Cristo a Dios" (Heb 13,15).

 

      El "sí" de Jesús al Padre, en el amor del Espíritu Santo, se va haciendo realidad en la vida del creyente. Ese "sí" debe llegar a ser universal y cósmico, "cuando Cristo entregue a Dios Padre el reino" (1Cor 15,24), y entonces "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28).

 

      Es todo un programa de vida, que se estrena diariamente en la comunidad eclesial cuando celebra la Eucaristía: "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2Cor 13,13). El "amén" de Cristo al Padre, en el amor del Espíritu Santo, es ahora el "amén" de la Iglesia, que mira a María como "modelo de fe vivida" (TMA 43), "la mujer dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48), "ejemplo perfecto de amor tanto a Dios como al prójimo" (TMA 54).

 

 

Meditación bíblica

 

 

- Cristo espera y vive en cada corazón humano

 

      "Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños... no es voluntad de vuestro Padre celestial, que se pierda uno solo de estos pequeños" (Mt 18,10.14).

 

      "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1,3).

 

      "Gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Col 1,12-14).

 

      "Nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado" (Ef 1,4-6).

 

      "Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios" (Col 3,2-3).

 

      "Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas mi siguen... El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre" (Jn 10,27.29).

 

      "Como el Padre me envió, así también yo os envío" (Jn 20,21).

 

 

Una vida plasmada por las "bienaventuranzas" y por el "mandamiento nuevo"

 

      "Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso" (Lc 6,36). Obras como hijos de Dios equivale a esa actitud descrita en el sermón de la montaña: "Amad... para que seáis hijos de vuestro Padre celestial... Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial" (Mt 5,44-48).

 

      "Ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso. Buscad primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura" (Mt 6,32-33).

 

      "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50).

 

      "Os aseguro también que si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, sea lo que fuere, lo conseguirán de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,19).

 

      "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,34-35).

 

      "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él" (Jn 14,21).

 

      "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

 

      "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto y seáis mis discípulos" (Jn 15,6).

 

      "La gloria de mi Padre está en que deis mucho fruto... y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,8.16).

 

      "Cuando hayáis levantado a Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo soy, y que no hago nada por mi cuenta" (Jn 8,28).

 

      "Amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios" (1Jn 4,7).

 

 

Un programa de vida en Cristo que transforme el mundo

 

 

      "Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt 5,16).

 

      "Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial... Cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,4).

 

      "Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57).

 

      "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 17,5).

 

      "Toda planta que no haya plantado mi Padre celestial será arrancada de raíz" (Mt 15,13).

 

      "Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros" (Jn 14,20).

 

      "Vosotros sois los que habéis perseverado conmigo en mis pruebas; yo, por mi parte, dispongo un Reino para vosotros, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22,28-29).

 

      "No soy yo el que vivo, es Cristo que vive en mí" (Gal 2,20)

 

      "He de formar a Cristo en vosotros" (Gal 4,19).

 

      "En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene; en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él" (1Jn 4,9).

 

      "Nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo" (1Jn 1,3).

 

      "Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, arraigados y cimentados en el amor" (Ef 3,14-17).

 

      "Pedro, apóstol de Jesucristo, a los que viven como extranjeros en la Dispersión... según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo y ser rociados con su sangre. A vosotros gracia y paz abundantes" (1Pe 1,1-2).

 

      "Y el Dios de la paciencia y del consuelo os conceda tener los unos para con los otros los mismos sentimientos, según Cristo Jesús, para que unánimes, a una voz, glorifiquéis al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Rom 15,5-6).

 

      "Pues todas las promesas hechas por Dios han tenido su sí en  él; y por eso decimos por él «Amén» a la gloria de  Dios" (2Cor 1,20).

 

      "Ofrezcamos sin cesar, por medio de él, a Dios un sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de los labios que celebran su nombre. No os olvidéis de hacer el bien y de ayudaros mutuamente; ésos son los sacrificios que agradan a Dios" (Heb 13,15-16).

 

      "Luego vendrá el fin, cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad... Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo" (1Cor 15,24-28).

 

      "La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo" (2Cor 13,13).

 

 

                                                        LÍNEAS CONCLUSIVAS:

Hacia la "civilización del amor" y la "cultura de la vida" y en todos los pueblos

 

 

      Nuestro caminar es construcción de una historia común y familiar sin fronteras. Venimos de Dios y caminamos hacia él, que es Padre de todos. El aire que respiramos es el mismo. Nuestros cuerpos asimilan los elementos de la misma tierra. Pero todo nuestro ser más profundo es fruto del amor de Dios que nos hace partícipes de su misma vida.

 

      En cada época se puede hablar de una nueva aurora. En realidad ese nuevo amanecer acontece cada día, porque Dios nos regala por amor "su sol" (Mt 5,45). Todas las cosas son dones suyos, como un regalo para prepararnos a recibirle a él. Todas las auroras pasan como se marchitan todas las flores; pero el amor que Dios puso en ellas nunca pasa, porque Dios se da a sí mismo.

 

      La nueva aurora del inicio del tercer milenio es un reestreno de la gracia de la Encarnación. La historia humana ha recuperado su sentido a partir del Hijo de Dios hecho caminante con nosotros. Ahora esa historia es suya y nuestra.

 

      La "renovación", como apertura a los nuevos planes de Dios Amor sobre el hombre, se llama, con términos evangélicos, "conversión" y "fe": "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (cfr. Mc 1,15). Nos llaman a abrir la mente y el corazón a la persona de Cristo, para "bautizarnos" en él, es decir, para pensar, sentir y amar como él. El mismo Cristo, el "Reino", está ya presente y urge a una aceptación gozosa y vivencial.

 

      La historia se está escribiendo sólo en el corazón de Dios, Padre de todos. Ordinariamente las noticias que se nos dan, o tal como se nos dan, son una caricatura de la realidad. Todo lo que no sea vida en Cristo, es sólo contraste y sombra, que hace resaltar más la luz y los colores. Interpretaciones sobre la historia las habrá siempre; pero la verdadera historia se hace y se cambia amando.

 

      En Cristo, el Padre nos dice que nos ama. "Dios busca al hombre", porque lo ha llevado eternamente en su corazón, "movido por su corazón de Padre" (TMA 7). Cristo es la personificación de esta búsqueda. Por esto es "el cumplimiento" y "la única y definitiva culminación" de todos los deseos del corazón humano, de las culturas y de los pueblos (cfr. TMA 6).

 

      Al estrenar un tercer milenio, se nota en el ambiente una actitud de inseguridad, desánimo, cansancio y, a veces, angustia. Las euforias engañosas tienen el mismo origen falaz que el anuncio de calamidades sin remedio. Si el corazón humano no se construye amando, entonces inventa teorías para engañarse él y engañar a los hermanos. La vida es más sencilla, porque, a la luz de la Encarnación, tiene la misma "dimensión divina" que la vida del Hijo de Dios hecho nuestro hermano y consorte (cfr. Jn 1,14; TMA 10).

 

      La gran suerte que nos ha tocado vivir, cabalgando entre dos milenios, es la de poder dejar las huellas de la presencia de Cristo. Esas huellas serán las únicas que quedarán imborrables, sin carcoma, porque son complemento de la vida, muerte y resurrección del Señor. En realidad, todo cristiano, con los matices diferenciados de su propia vocación, en "otro Cristo" (según San Cirilo), "visibilidad de Cristo" (VC 1) y "memoria viviente del Verbo encarnado" (VC 22). Y está llamado a ser así sin fronteras.

 

      Algunos cristianos han sido llamados a ser esa "visibilidad" y "memoria" de modo especial, como signo personal y sacramental del Buen Pastor (sacerdotes) o como signo radical del amor de la Iglesia esposa a Cristo Esposo (vida consagrada). La clave para serlo de verdad consiste en "no anteponer nada a Cristo" (según San Cipriano y San Benito). El objetivo es el de conseguir que "toda lengua confiese que Cristo es el Señor, para gloria de Dios Padre" (Fil 2,11). Nos unimos a la mirada amorosa de Jesús al Padre, para decir con él: "Te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4).

 

      La "civilización del amor" se convierte en "cultura de la vida" (cfr. EV 95) para toda la humanidad. Se camina hacia "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1), donde reinará la justicia y el amor (cfr. 2Pe 3,13). Cristo mismo "prepara el lugar" definitivo para todos (Jn 14,2). La creación es hermosa, pero "gime" porque se está construyendo definitivamente bajo la acción del Espíritu de amor, que quiere hacer de todo y de todos la casa solariega de Dios, donde todos se sientan hermanos, como hijos del mismo Padre.

 

      Ese cambio radical hacia la nueva civilización y cultura, ya desde esta vida, es gemido esperanzado de actitud filial (cfr. Rom 8,23-24). Nuestro ser y nuestra historia chirría porque está pasando del egoísmo al amor. La vida de Cristo indicó este camino pascual, de muerte y resurrección: "¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria?" (Lc 24,26).

 

      Para quien cree en Cristo, la vida es hermosa, con sus luces y contrastes de Belén y Nazaret, Tabor y Calvario. Lo importante es descubrir que Cristo identifica sus huellas con las nuestras, para que le descubramos sólo por la fe como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Cuando, en medio de la tempestad o de una aparente ausencia,  nos dice "soy yo" (Jn 6,20; Lc 24,39), es para invitarnos a participar de una historia que se construye sólo en su corazón: "Voy al Padre... salí del Padre y he venido al mundo, ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre" (Jn 16,10.28). Pero este tesoro hay que anunciarlo a todos los hermanos.

 

      Por Cristo, descubrimos que la historia humana está programada por amor en el corazón del Padre, y que nuestra dignidad personal y comunitaria consiste en compartir su misma vida de Hijo de Dios, "en quien todo tiene su consistencia" (Col 1,17), como "Alfa y Omega", principio y fin, "aquel que es, que era y que va a venir" (Ap 1,8). "Recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), consiste en hacer posible que la "mirada" del Padre se dirija con amor a cada ser humano, partícipe de la filiación de Cristo por el bautismo: "Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17).

 

      El "Reino del Padre" comienza a clarear en los corazones que se abren al amor (cfr. Mt 13,43). La "herencia del Reino" (Mt 25,34) se recibirá después. Cualquier evento histórico importante, como el paso entre dos milenios (aunque sea una clasificación convencional), es una llamada urgente a la santidad: "Para que se consoliden vuestros corazones con santidad irreprochable, en la venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos los santos" (1Tes 3,13).

 

      Saciar la "sed" del Señor (cfr. Jn 19,28), equivale a comprender y secundar su profundo anhelo de que el Padre sea conocido y amado, de parte de toda la humanidad transformada en Cristo por medio del Espíritu Santo (cfr. Ef 1,18).

 

      En nuestro caminar histórico entre dos milenios, marcado por un Jubileo, "María, Madre del Redentor... la Madre del amor hermoso, será para los cristianos... la Estrella que guía con seguridad sus pasos al encuentro del Señor" (TMA 59). Así la historia universal se seguirá construyendo en el amor, como sello imborrable que Dios puso en ella, ya desde la creación y, de modo especial, desde la Encarnación. El beso de Dios, dándonos a su Hijo en el amor del Espíritu Santo, hará posible nuestro "sí", imitando el "sí" de María, porque "el asentimiento de la Virgen fue en nombre de toda la humanidad" (Santo Tomás de Aquino).

 

 

                                                    SELECCIÓN BIBLIOGRÁFICA

 

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CABODEVILLA J.Mª, Discurso del padrenuestro. Madrid, Edit. Católica 1971.

 

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CASTRO S., Padrenuestro, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad. Madrid, Paulinas, 1991, 1454-1467.

 

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JEREMIAS J., Abba. El mensaje central del Nuevo Testamento. Salamanca, Sígueme 1983.

 

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VERGÉS S., Dios es amor. El amor de Dios revelado en Cristo según Juan. Salamanca, Secretariado Trinitario, 1982.

Jueves, 16 Marzo 2023 10:58

VI. ORACION MARIANA: DE MARIA Y A MARIA

VI. ORACION MARIANA: DE MARIA Y A MARIA

 

1. Oración de María

 

2. Oración mariana de la Iglesia

 

3. "Magnificat": oración de María y de la Iglesia

 

1. Oración de María

 

      La oración es siempre una actitud relacional con Dios que está presente y que se comunica al hombre. La "presencia" y la "palabra" de Dios hacen posible la actitud relacional del ser humano, desde el "corazón", desde su interioridad. La iniciativa es siempre por parte de Dios, que comunica este don de su presencia y su palabra en Cristo: "si supieras el don de Dios" (Jn 4,10). La actitud relacional del hombre es de autenticidad, como criatura limitada, "sedienta", interpelada por la misericordia de Dios. Es, pues, el corazón o interioridad profunda, que se abre para responder al don de un Dios que establece relaciones de "Alianza" o pacto de amor.[1]

      La oración de María, según los textos evangélicos, es un resumen de esta actitud relacional del corazón ante la presencia y la palabra de Dios, que ha manifestado sus designios de salvación. María, reconociendo su propia "nada" ante la "misericordia" de Dios, sabe alabar y agradecer a Dios sus beneficios ("Magnificat"), ofreciendo la propia vida para cumplir sus designios en bien de toda la humanidad.  En las palabras del "Magnificat", "el cántico de los pobres" (CEC 2618), "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Por esto, "en la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos" (CEC 2617).

      Cuando se dice que María "meditaba estas cosas en su corazón" (Lc 2,19.51), se describe la actitud relacional de volver a lo más hondo del propio corazón, guiada por la luz del rostro de Dios. "María es la figura del orante, prototipo de la contemplación" (RMa 33). Ella "conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41.51)" (LG 57).

      Esta actitud contemplativa de María se convierte en oración de intercesión ante las necesidades de los hermanos, "cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)" (LG 58). Por ser respuesta a la Alianza, la actitud contemplativa de María se concretizó en asociación esponsal a Cristo: "A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3,35; Lc 11,17-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz... asociándose con entrañas de madre a su sacrificio" (LG 58). Por esto "su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre" (CEC 2617).

      La oración mariana es de donación total. El "consentimiento" de la Anunciación, ratificado en el cántico del "Magnificat", es una actitud habitual de María: "consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). Por esto, "la oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe" (CEC 2622). Su oración es escuchada porque es la oración de "la mujer" (Jn 2,4; 19,26) que vive en sintonía con Cristo, asociada a su hora como "nueva Eva", figura de la Iglesia esposa.

      La oración de María tiene también lugar al comienzo de la Iglesia, cuando la comunidad eclesial se preparaba para recibir los dones del Espíritu Santo (Act 1,14). Este gesto mariano y eclesial será programático para toda la historia de la Iglesia peregrina. "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia" (CEC 2679). María es modelo de oración y acompaña con su oración intercesora la oración de la Iglesia: "ora por nosotros como ella oró por sí misma: 'Hágase en mí según tu palabra' (Lc 1,38)" (CEC 2677). El "fiat" de María es el compendio de la oración cristiana, y es la misma actitud filial del "Padre nuestro", como respuesta a la Alianza sellada con la redención de Cristo: "ser todo de El, ya que El es todo nuestro" (CEC 2617).[2]

      Desde antiguo, se ha querido resumir la oración bíblica de María en "siete palabras"[3]:

      - "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34).

- "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).

- "(María) saludó a Isabel" (Lc 1,40).

- "Proclama mi alma la grandeza del Señor"... (Magnificat: Lc 1,46-55).

- "Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados" (Lc 2,48).

- "No tienen vino" (Jn 2,3).

- "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).[4]

 

      Aparte de las palabras explícitas de María, hay que considerar las actitudes marianas de oración, manifestadas con palabras o sin ellas. En la anunciación, María adopta una actitud de silencio meditativo y de apertura a los planes de Dios (Lc 1,29), que se expresará en actitud de fidelidad a la Palabra divina (Lc 1,38). Las actitudes expresadas en el Magnificat, se pueden resumir en la pobreza bíblica expresada en forma de alabanza, agradecimiento, esperanza (Lc 1,46ss). Ante las palabras proféticas de Simeón, María, con San José, expresa su admiración ante los designios de Dios (Lc 2,33-34). El silencio contemplativo de María (en Belén y en el templo), indican la actitud de adoración y de donación (Lc 2,19 y 51). La oración bíblica de los salmos es frecuentemente un "grito" o una "queja" confiada ante el dolor; la pregunta de María al encontrar a Jesús en el templo será ocasión para que Jesús haga referencia al misterio redentor (misterio pascual) (Lc 2,48). En Caná, María muestra la actitud de caridad suplicante o intercesora, que sintoniza con los problemas de los hermanos, siempre en la perspectiva de los planes salvíficos de Dios (Jn 2,3.

      Toda actitud mariana de oración es de invitación a la fidelidad a la voluntad salvífica de Dios, como respuesta a la Alianza (Jn 2,5). Junto a la cruz, la perseverancia en el dolor se hace asociación esponsal con Cristo (Jn 19,25-27).

      El gesto mariano de orar juntamente con la Iglesia primitiva (Act 1,14) pone en estrecha relación el misterio de la Encarnación y el de Pentecostés. Lo que fue María en la Anunciación, lo es la Iglesia, con María, desde Pentecostés. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4). En el Cenáculo, "también María imploraba con sus oraciones del don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto con su sombra" (LG 59). Cabe, pues, relacionar la oración de Cristo desde el seno de María (Heb 10,5-7) con su oración permanente "intercediendo siempre por nosotros" (Heb 7,25; cf. Rom 8,34). Cristo "une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza" (SC 83). La oración de la Iglesia "es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre" (SC 84). María, como figura de la Iglesia esposa, está unida a esta oración continua de Cristo, presente en su Cuerpo Místico (cf. Apoc 12,1ss). [5]

 

2. Oración mariana de la Iglesia

      Desde los primeros siglos, la Iglesia ha sentido necesidad de orar con María (Act 1,14) y a María (Lc 1,48-49), en el contexto de una oración eclesial que es siempre "comunión" con todos los redimidos. En cualquier necesidad de la Iglesia, la comunidad se siente unida en una oración comunitaria, como cuando oraba por Pedro (Act 12,5). Hay una "presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" (MC 18).

      En la oración mariana, la Iglesia considera a María como modelo y ayuda de fidelidad contemplativa respecto a la Palabra y a la voluntad de Dios (Lc 8,21). María es "la mujer" fiel a la Alianza, que invita a la Iglesia a vivir en sintonía con las palabras de Jesús (Jn 2,5-11). "Principalmente a partir del concilio de Efeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso (Lc 1,48-49)" (LG 66).

      Esta "confiada invocación" de la Iglesia a María se convierte en "experiencia de su intercesión" (MC 22). En el fondo no es más que la fidelidad a las palabras de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). "Como el discípulo amado, acogemos a la Madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes" (CEC 2679).

      La actitud relacional de María para con la Iglesia, y de esta para con María, no puede quedarse en simples reflexiones teóricas, sino que, como en todos los temas cristianos, debe pasar a la vivencia. La oración mariana de la Iglesia es una vivencia continuada de su desposorio con Cristo (bodas de Caná), de su asociación a Cristo en la cruz (Jn 19,25-27) y de su compromiso de ser continuamente fiel a las nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; cf. Apoc 2,7ss).

      La recitación de la primera parte del "Ave María", y del "Magnificat", así como la "memoria" de María durante la celebración eucarística, ha sido una práctica habitual de la Iglesia desde los primeros tiempos. Los sentimientos que afloran de esta recitación y celebración se han ido expresando en otras "fórmulas" como el himno "Acathistos", las estrofas "Theotokia" (como el "sub tuum praesidium" desde el siglo III), himnos populares, letanías, rosario, "angelus", etc. Estas oraciones han quedado plasmadas en fórmulas litúrgicas y en devociones populares.[6]

      Esta "comunión" eclesial con María tiene el sentido de insertarse en el proceso de "comunión" trinitaria, que es la quinta esencia de la vida espiritual: en el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). "En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga (entre en comunión) en la Iglesia con la Madre de Jesús" (CEC 2673).

      Este es el significado de la inserción del nombre de María en la oración eucarística: "en comunión con la Bienaventurada Virgen María". Esta "memoria" mariana hace que la Iglesia se sienta más unida a Cristo Esposo, precisamente a partir de la imitación y de la intercesión de María. "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella, contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo" (LG 65).[7]

      La Iglesia, al "recordar" a María, especialmente en la celebración de los Misterios de Cristo, imita sus sentimientos de alabanza, gratitud, confianza, humildad, fidelidad, contemplación, asociación... María se encuentra presente, de modo activo y materno, en el camino histórico y litúrgico de la Iglesia. "María es ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los diversos misterios" (MC 16).[8]

      En este sentido, María es "figura de orante" (RMa 33). "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres... Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. La Iglesia se une a María en la esperanza" (CEC 2679).

      La oración mariana de la Iglesia tiene un doble movimiento, centrado siempre en la persona de Jesús, y apoyado "en la singular cooperación de María a la acción del Espíritu Santo" (CEC 2675):

      - unirse al agradecimiento de María por los beneficios recibidos de Dios ("Magnificat"),

- confiar a María la propia oración, uniéndola a la suya (oración de María en la anunciación, presentación, Caná, etc).

 

      El "Ave María" ha sido siempre la oración mariana preferida de la Iglesia, precisamente por abarcar este doble movimiento y hacer referencia explícita a Cristo. Por esto, "confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella a la voluntad de Dios" (CEC 2677); "pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la Madre de la Misericordia, a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos 'ahora', en el hoy de nuestras vidas" (CEC 2677).

      Por medio de la oración mariana, la Iglesia se adentra (con ella y como ella) en la nube de la fe y de las tribulaciones, bajo la acción del Espíritu Santo, para colaborar en el proceso de santificación y de evangelización. En este sentido, la Iglesia vive no sólo a imitación de María, sino en "comunión" con ella en cuanto orante. "En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas" (CEC 2682).

      La oración mariana de la Iglesia, teniendo en cuenta su fundamento bíblico, como respuesta a la invitación de recibir el mensaje de Cristo (Jn 2,5), tiene estas características:

- Es actitud de escucha contemplativa de la Palabra: Lc 1,38 ("hágase en mí según tu palabra"); Jn 2,5 ("haced lo que él os diga"); Lc 8,21 ("mi madre y mis hermanos son quienes escuchan la palabra de Dios y la cumplen"); Lc 9,35 ("éste es mi Hijo amado, escuchadlo"); Sab 18,14-15 (la Palabra en el "silencio"; cf. Lc 2,19.51).

- Es actitud de fidelidad al Espíritu Santo en el camino hacia las bodas del Cordero: Lc 1,35 ("el Espíritu Santo vendrá sobre ti"...); Act 1,14 y 2,4 ("perseverando en oración con María... fueron llenos del Espíritu Santo"); Apoc 2,7ss ("oiga la Iglesia qué dice el Espíritu"); Apoc 22,17-20 ("el Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!... Amén ¡Ven, Señor Jesús!").

- Es actitud de fecundidad materna, que transforma las dificultades en donación (Jn 16,21-23; 19,25-27; Gal 4,4-19.26).

 

      Las oraciones que la Iglesia ha dirigido y sigue dirigiendo a María indican la "lex credendi" como "lex orandi". "La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar... constituye un sólido testimonio de su 'lex orandi' y una invitación a reavivar en las conciencias su 'lex credendi'. Y viceversa: la 'lex credendi' de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su 'lex credendi' en relación con la Madre de Cristo" (MC 56).[9]

      Las fórmulas de esas oraciones tienen un rico contenido doctrinal respecto a todas las gracias que María ha recibido de Dios (sus títulos para actuar en la historia de salvación). Las actitudes de oración, reflejadas en esas fórmulas, se pueden resumir en las siguientes:

- Dimensión trinitaria de alabanza (con gratitud y gozo) al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, imitando a María en su fidelidad a los planes salvíficos de Dios.

- Dinamismo de configuración con Cristo, en un proceso de fidelidad, unión, imitación, asociación y en relación a la celebración de sus misterios (Navidad, Pascua, Pentecostés).

- Actitud de fidelidad al Espíritu Santo en las luces y mociones de la gracia y en todo el proceso de santificación, contemplación y acción de caridad.

- Sentido de comunión de los santos, como miembros de una misma familia eclesial (María Madre, hermana, discípula).

- Actitud filial respecto a María, confiando especialmente en su misericordia, pidiendo su intercesión, protección y presencia materna, particularmente en los momentos de dificultad espiritual y material.[10]

 

3. "Magnificat": oración de María y de la Iglesia

      En el cántico del "Magnificat" (Lc 1,46-55), María expresa los sentimientos más profundos de oración: alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación. En este cántico evangélico aparece de manifiesta que "adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC 2097).

      La "Madre del Señor" aparece como "Virgen orante", puesto que "el Magnificat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18). "En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). En el himno evangélico se trasluce la interioridad de María (ya desde la anunciación) como recapitulación y superación de las vivencias del antiguo Israel. Es también el resumen de las esperanzas mesiánicas, cantadas con el gozo de verlas convertidas en realidad.[11]

      El "Magnificat" ha sido, desde los primeros siglos, el cántico de la Iglesia en camino. "La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magnificat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria" (RMa 35).

      Así, pues, el Magnificat sigue siendo, a la vez, "el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios" (CEC 2619). La Iglesia lo considera como "cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economía de la salvación, cántico de los 'pobres' cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas" (ibídem).

      Las vivencias de María, expresadas en el Magnificat, son como la personificación de las vivencias de la Iglesia. El Pueblo de Dios, todavía peregrino, imita el caminar orante y caritativo de María. El Magnificat, en todo su contexto bíblico, es una expresión de la realidad mariana de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo, que hizo a María Virgen-Madre, es la misma que inspira el texto del Magnificat. El Espíritu Santo sigue comunicando a la Iglesia esa misma realidad virginal y maternal vivida y cantada por María. El texto inspirado es una invitación a la Iglesia a vivir en la misma sintonía de sentimientos que la Madre del Señor. Entonces "María resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos" (LG 65).

      El Magnificat se ha de encuadrar en el contexto del evangelio de la infancia según San Lucas (Lc 1-2). En estos capítulos se describe la vida consciente y responsable de María. La vivencia mariana narrada por Lucas es de fidelidad generosa a la nueva acción del Espíritu Santo. El cántico de María manifiesta su apertura total a la Palabra de Dios:

- Su "sí" a la Palabra (Lc 1,38)

- es la expresión máxima de la fe en Dios (Lc 1,45)

- concretada en un servicio de caridad (Lc 1,39)

- que es instrumento de la gracia del Espíritu (Lc 1,41).

 

      El saludo de María a Isabel es portador de gozo mesiánico  y se explicita y amplía con el Magnificat. María puede cantar la acción definitiva del Espíritu Santo, porque ha creído incondicionalmente en esta acción.

      El Magnificat expresa la fe de la Iglesia personificada en María, como reflexión vivencial del misterio de la Encarnación para anunciarlo a todos los pueblos. La fuerza del Espíritu Santo (Lc 1,49.51) recuerdan los textos paulinos del "kerigma" o anuncio evangélico ("por la fuerza de Dios": 2Cor 13,4), que indican la debilidad del instrumento humano levantado por la fuerza de la resurrección de Cristo. La misma fuerza del Espíritu, por la que Cristo resucitado ha vencido a la muerte, es la que transforma la debilidad humana de María y de la Iglesia para hacerlas a ambas virgen y madre. Los signos pobres, cuando son reconocidos, se convierten en fuerza de Dios. La Iglesia apoya su confianza en la "humillación" o "anonadamiento" de Cristo (Fil 2,7) y de María (Lc 1,48).

      El gozo cantado en el Magnificat es un gozo "pascual", que va pasando de la humillación a la exaltación, de la "kenosis" a la glorificación, como asociación a Cristo (correr sus misma suerte, participar de su misma "espada": Lc 2,35). Dios "ha hecho cosas grandes" en María, porque ha mostrado en ella que los "pobres" son "bienaventurados". Esta acción salvífica es para el bien de todo el Pueblo de Dios; por esto María puede personificar a la Iglesia. Lo que Dios ha hecho en María ("hizo en mí cosas grandes": Lc 1,49) es para bien de todas las generaciones. El "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38) es la disposición mariana y eclesial para que Dios continúe haciendo "cosas grandes" en la historia de salvación.[12]

      La Iglesia ha sido fundada por el Señor para anunciar, hacer presente y comunicar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. El Magnificat resume y sublima, a la luz de Jesucristo, el Salvador, las ideas mesiánicas de promesa y esperanza, de presencia y acción salvífica de Dios trascendente. La fuerza de la resurrección de Cristo es la fuerza de la acción nueva del Espíritu Santo, anticipada en María como personificación de la Iglesia también asociada a Cristo Redentor. En el Magnificat se aprende a meditar la Palabra de Dios como María y al estilo de los salmos: se considera un acontecimiento a la luz de la historia de salvación y de la misma palabra de Dios, para glorificar a Dios que quiere salvar a todos. Como en el "nunc dimittis" de Simeón, donde Jesús es anunciado como "luz de las gentes" (Lc 2,29-32), así en el Magnificat, la salvación misericordiosa de Dios, comunicada en Jesús, será cantada por "todas las generaciones" (Lc 2,48).

      Las ideas y esperanzas mesiánicas cantadas por María y por la Iglesia, ya se han cumplido en Cristo el Emmanuel. Dios es:

- Salvador (Lc 1,47),

- santo (Lc 1,49)

- poderoso (Lc 1,49.51),

- misericordioso (Lc 1,54),

- que tiene sus preferencias por los pobres (Lc 1,52-53)

- y es fiel a sus promesas (Lc 1,55).

 

      La Iglesia, recitando el Magnificat, con María y como ella, evoca las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento y tiene en cuenta que todos los pueblos están esperando al Salvador. Por esto:

- da gracias por la historia de salvación (Lc 1,46-48),

- que demuestra la omnipotencia y misericordia divina (Lc 1,49-53),

- dando comienzo al reino mesiánico (Lc 1,54-55).[13]

 

      El camino eclesial para sintonizar con la actitud mariana del Magnificat es el de la "contemplación" de las palabras de Jesús en lo más hondo del corazón (Lc 2,19.51). Esta actitud mariana ya aparece en la anunciación (Lc 1,29). Esta capacidad contemplativa, imitada por la Iglesia, se convierte en capacidad de anuncio y de misión.

      El hecho de que el Magnificat haya sido oración eclesial durante siglos, es una realidad de gracia que matiza nuestra fe con una dimensión mariana de imitación de quien es bienaventurada por haber creído (Lc 1,45). La fe se vive más profundamente cuando se convierte en alabanza a Dios y anuncio a los hermanos. La Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la "humillación" a la "exaltación", por la "pobreza" bíblica a la salvación.[14]

      La acción del Espíritu Santo transforma la "pobreza", reconocida con humildad, en instrumento de salvación. El punto de referencia es el misterio pascual de Cristo. En efecto, la resurrección del Señor es consecuencia de su humillación ("kenosis") o muerte redentora. La "pobreza" cantada en el Magnificat es la "kenosis" de quien es "llena de gracia" como fruto de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia, a través de un camino de peregrinación, participa de las limitaciones de la humanidad entera (GS 1); aceptando esta "pobreza" con humildad, confianza y caridad, la Iglesia se hace "sacramento universal de salvación" (LG 48), como transparencia e instrumento de la salvación de Cristo para todos los pueblos. En este caminar, encuentra a María que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza" (LG 68).

      Cantando los contenidos salvíficos del Magnificat, la Iglesia contempla a María "a la luz del Verbo hecho hombre"; entonces "llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja más a su Esposo" (LG 65). El proceso eclesial de virginidad (fidelidad) y maternidad (fecundidad), encuentra en el Magnificat una pauta eficaz. María precede a la Iglesia en este misterio de virginidad y maternidad, "presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63). "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad... Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).

 

                          Selección bibliográfica

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Nota: Sobre la oración de María, ver también los estudios citados en el capítulo V, n.1 (contemplación).



    [1]Ver el Catecismo de la Iglesia Católica, 4ª parte. AA.VV., La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988; Carta de la Congregación para la doctrina de la fe: Alcuni aspetti della meditazione cristiana (15.10.89): AAS 82 (1990) 362-379. Ver: La oración cristiana, en: Catecismo de la Iglesia católica, cuarta parte. Si se analiza la oración como actitud del corazón, será fácil relacionarla con el "Corazón" de María: J.Mª HERNANDEZ, Ex abundantia cordis..., Roma, Secretariado Corazón de María 1991; J. LAFRANCE, La oración del corazón, Madrid, Narcea 1981; M. PEINADOR, Teología bíblica cordimariana, Madrid 1959; A. SERRA, Sapienza e contemplazione di Maria secondo Luca 2,19.51, Roma 1982.

    [2]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); G. HELEWA, Maria "l'Orante perfetta, in: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma, Centro Cultura Mariana 1993, 168-184; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, Madrid, Edit. de Espiritualidad 1973; I. LARRAÑAGA, El silencio de María, Satiago de Chile 1977; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984; Idem, María de Nazareth, la verdadera discípula, Madrid, PPC 1991; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467.

    [3]SAN ALBERTO MAGNO, Opera Omnia, Paris 1984, vol. 22, pp.88-89; SAN BERNARDINO DE SIENA, De Visitatione B.M.V., seu de septem verbis: Opera, Venetiis 1745, vol. 4, sermón 9, pp. 105-112; BTO ALONSO DE OROZCO, Obras, Madrid 1966, pp.263-275.

    [4]Ver resumen y comentario en: F.M. LOPEZ MELUS, María de Nazareth, la verdadera discípula, Madrid, PPC 1991, pp.165-201. Tomando de los autores citados anteriormente, distribuye las siete palabras por un proceso de amor: separante (Lc 1,34), transformante (Lc 1,38), comunicante (Lc 1,40), exultante (Lc 1,46-55), saboreante (de gozo y amargura) (Lc 2,48), compasivo (Jn 2,3), consumante (Jn 2,5).

    [5]Ver en el capítulo tercero (n. 1: dimensión bíblica), los estudios sobre los textos escriturísticos de Lucas y Juan (de interés para el tema de la oración mariana). J. DANIELOU, Les Evangiles de l'Enfance, Paris 1967; O. DA SPINETOLI, Introduzione ai Vangeli dell'Infanzia, Brescia 1967; A. FEUILLET, Le Saveur méssianique et sa mère dans les récits de l'enfance de saint Matthieu et de saint Luc, Lib. Edit. Vaticana 1990; Idem, L'heure de la Mère de Jésus, étude de théologie johannique, Fanjeux 1970; Idem, Jésus et sa Mère d'après les récits lucaniens de l'enfance et d'après Saint Jean, Paris, Gabalda 1974 A. GUERET, L'engendrement d'un récit. L'Evangile de l'Enfance sélon saint Luc, Paris, Cerf 1983; R. LAURENTIN, Structure et théologie de Luc I-II, Paris 1957; S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, Madrid 1983-1987 (3 vol.); A. SERRA, E c'era la Madre di Gesù..., saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988), Roma, Marianum 1989; Idem, María según el evangelio, Salamanca, Sígueme 1988; Idem,  Maria a Cana e presso la Croce, Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978. Sobre el "Magnificat", ver el n. 3 ("Magnificat": oración de María y de la Iglesia).

    [6]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); BARRE, Prières de l'Occident à la Mère du Sauveur, Paris 1963; Idem, Antiennes et répons de la Vierge, "Marianum" 29 (1967) 153-254; J. CASTELLANO, La preghiera a Maria, in: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma, Centro Cultura Mariana 1993, 185-210; B. CAPELLE, Formes et formules de la liturgie nariale, in: Maria, I, 234-245; M. GARRIDO, La Virgen María en los himnos litúrgicos de sus fiestas, in: De cultu mariana saeculis VI-XI, Roma, PAMI, 157-202; J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro San Juan de Avila, in: De cultu mariano saeculo XVI, vol. IV, Roma, PAMI 1983, 325-381; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984; D. MONTAGNA, La lode della Theotokos, "Marianum" 24 (1962) 453-543; E.M. TONIOLO, Akathistos, en: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 64-74; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467.

    [7]  Además de la nota anterior, ver: M. AUGÉ, Linee di una rinnovata pietà mariana nella riforma dell'anno liturgico, "Marianum" 41 (1979) 267-286; C. POZO, Orientación bíblica, litúrgica y ecuménica de la renovación del culto mariano, "Estudios Marianos" 43 (1978) 215-288.

    [8]"Marialis Cultus" (n.21) cita a San Ambrosio: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (SAN AMBROSIO, Expositio sec. Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p.55).

    [9]Ver textos de las oraciones marianas desde los primeros siglos (síntesis doctrinal, oración de María, oración a María, fórmulas de diversas épocas, lugares, ritos, liturgia, piedad popular, devociones, etc.): R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984.

    [10]Ver: J. ESQUERDA BIFET, La gran señal, María en la misión de la Iglesia, Barcelona, Balmes 1983 (cap. VI, n.5: Actitud mariana de oración).

    [11]AA.VV., El Magnificat, teología y espiritualidad, "Ephem. Mariologicae" 86 (1986) fasc. I-II; J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica, "Estudios Marianos" 19 (1945) 31-43; J. ESQUERDA BIFET, Magnificat y salmos: espiritualidad y psicología mariana y eclesial, "Estudios Marianos" 38 (1974) 53-71; I. GOMA, El Magnificat, canto de salvación, Madrid, BAC 1982. Ver comentarios a San Lucas en la bibliografía el capítulo 3, n.1.

    [12]J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica, "Estudios Marianos" 19 (1945) 31-43.

    [13]Además del cántico de Ana (1Sam 2,1-10), hay que recordar otros himnos del Antiguo Testamento que tienen expresiones parecidas a las del Magnificat: Hab 3,18-19 (Lc 1,46); Gen 30,13 y Catn 6,9 (Lc 1,48); Deut 26,7; Is 41,8 y Sal 98, 3 (Lc 1,54); Miq 7,20 y Gen 17,7 (Lc 1,55), etc. Ver: A. FEUILLET, La Vierge Marie dans le Nouveau Testamet, en: Maria, VI, 38-39. Todos los contenidos básicos de los salmos, iluminados con el Misterio de la Encarnación, se pueden encontrar en el Magnicat.

    [14]Cfr. H. LECLERQ, Magnificat, en: Dict. Arch. Chrét. et Lit., X, 1, 1125-1129. Al menos desde el siglo IV, la salmodia recitada por la Iglesia incluye el Magnificat.

ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL EN RELACION CON EL CARISMA EPISCOPAL

 

                                                        Juan Esquerda Bifet

 

Sumario:

 

      1.El carisma episcopal y la espiritualidad sacerdotal. Presentación y delimitación del tema

      2.Una realidad de gracia delineada con claridad: la espiritualidad sacerdotal en el  Presbiterio

      3.La puesta en práctica de la espiritualidad sacerdotal por medio del proyecto de vida en el Presbiterio

      4.La necesidad teológica del carisma episcopal para la vida sacerdotal

      5.Líneas conclusivas: unas propuestas factibles

 

                                   * * *

 

1. El carisma episcopal y la espiritualidad sacerdotal. Presentación y delimitación del tema

 

      La espiritualidad específica del sacerdote, particularmente del sacerdote llamado "diocesano" o "secular", tiene una relación de dependencia directa respecto al carisma del propio obispo.[1]

 

      Este carisma, recibido en el sacramento del Orden y relacionado con la misión eclesial, apunta principalmente no a las cuestiones de administración, sino a la realidad de gracia de cada súbdito y, de modo especial, de cada sacerdote (presbítero) y diácono del Presbiterio.

 

      Mi reflexión sobre esta realidad de gracia la he ido elaborando en sentido "transversal", durante largos años de estudio teológico y docencia universitaria sobre la espiritualidad sacerdotal (de todo sacerdote ministro, obispo y presbítero), mientras, al mismo tiempo, iba observando las realidades existentes en diversos Presbiterios.[2]

 

      No intento responder directamente al ruego que me han hecho repetidas veces sobre la elaboración de una síntesis de espiritualidad episcopal. Una espiritualidad específica del obispo existe, puesto que responde a la gracia especial recibida en el sacramental del Orden; pero en ningún modo es una espiritualidad aparte del Presbiterio, puesto que obispos y presbíteros forman una unidad especial.[3]

 

      La peculiaridad de la espiritualidad episcopal está ligada esencialmente al hecho de ser cabeza del Presbiterio y a la exigencia de orientar la gracia recibida hacia la santificación de sus presbíteros (además de todos los fieles de la Iglesia particular). Pero mi reflexión se orienta directamente hacia el Presbiterio, donde los presbíteros y diáconos necesitan, para vivir su propia espiritualidad específica, la actuación del carisma episcopal.[4]

 

      En mis estudios sobre la historia de la espiritualidad sacerdotal he constatado un vacío, especialmente respecto a la urgencia actual de llevar a efecto las directrices trazadas por el concilio y postconcilio del Vaticano II. Muchas de estas directrices quedan sin aplicar a la vida sacerdotal del Presbiterio, por no dejar actuar el carisma episcopal.[5]

 

      Se han dado  pasos muy importantes en esta cuestión fundamental, pero me parecen insuficientes. Veo en todo ello un caso parecido a las decisiones del concilio de Trento respecto a los Seminarios. Entonces se cumplió la decisión de instituir estos centros formativos, pero no se llevó a efecto, en general, el deseo de Trento: que los obispos, renovando la pastoral de la diócesis (y de la catedral), plasmaran en los Seminarios la "vida apostólica" o vida al estilo de los Apóstoles.[6]

 

      Para comprender mejor lo que intento decir, bastaría leer el canon 245, que urge a los futuros sacerdotes (durante su período de formación en el Seminario) a prepararse para vivir la vida fraterna en el Presbiterio: ..."los alumnos... mediante la vida en común en el Seminario, y los vínculos de amistad y compenetración con los demás, deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245). Pero, en buena lógica, un seminarista se preguntará: ¿dónde queda descrito este Presbiterio? ¿cuál es su proyecto de vida?...[7]

 

      Son muchos los textos conciliares y postconciliares que hacen referencia a esta relación de dependencia del presbítero respecto al obispo, en todos los campos de la vida y del ministerios sacerdotal. Cada uno de los "tria munera" incluyen esta relación estrecha entre obispo y presbíteros[8]. En las visitas "ad Limina", es frecuente que el Santo Padre recuerde con insistencia a los obispos esta relación, invitándoles a ponerla en práctica.[9]

 

      La Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos, programada para el año 2.000, estudia el tema del obispo. En los "Lineamenta" para este Sínodo se resume la relación entre el obispo y sus sacerdotes con estas palabras: "Junto con los sacerdotes de su Presbiterio, tiene que recorrer los caminos específicos de espiritualidad en cuanto llamado a la santidad por el nuevo título derivado del orden sagrado" (Lineamenta, n.89).[10]

 

 

2. Una realidad de gracia delineada con claridad: la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio

 

      El proceso de reflexión y de concientización sobre la espiritualidad sacerdotal ha llegado a un momento culminante en el siglo XX, gracias a las figuras sacerdotales de todas las épocas, a la doctrina patrística, a los documentos magisteriales y a los estudios teológicos.[11]

 

      Lo más importante de esta síntesis teológica sobre la espiritualidad sacerdotal, consiste en haber llegado a individualizar las realidades de gracia, de las que deriva la espiritualidad del sacerdote, como vivencia de lo que uno es y hace. La reflexión teológica queda siempre abierta a nuevas especulaciones. Hoy ya es relativamente fácil individualizar los trazos más salientes de la fisonomía sacerdotal.[12]

 

      Sería bueno poner ya en práctica estas líneas de espiritualidad en el Presbiterio de la Iglesia particular, sin entretenerse demasiado en nuevas pesquisas que intenten escapar de lo que ya es claro, aunque todavía no asimilado y puesto en práctica. Urge presentar una síntesis clara, ordenada y entusiasmante. Ello es posible, gracias especialmente a los documentos magisteriales y a las figuras de santos sacerdotes (especialmente los beatificados o canonizados).[13]

 

      La espiritualidad eclesial de toda la comunidad sería una abstracción, si cada una de las vocaciones (laical, religiosa, sacerdotal) no viviera su propio carisma, para compartirlo con los demás en comunión eclesial de hermanos (sin prevalencias, exclusivismos y privilegios). La espiritualidad sacerdotal aporta el servicio de unidad y coordinación entre todas las vocaciones, ministerios y carismas; el sacerdote diocesano tiene esta peculiaridad de coordinación de todos los carismas, sin exclusivismos ni exclusiones, bajo la guía de quien preside la caridad.[14]

 

      La espiritualidad sacerdotal corresponde a la vivencia de su propio ser y misión. Se participa en el ser o consagración sacerdotal de Cristo, para representarle como Cabeza, Pastor, Sacerdote, Siervo y Esposo (cfr. PO 1-3; PDV 11-13). Jesucristo, ungido y enviado por el Espíritu Santo (cfr. Lc 4,18), prolonga su ser y lo expresa en "los suyos" (Jn 13,1; 17,10).[15]

 

      Es la espiritualidad que corresponde al hecho de prolongar su misma misión de anuncio (kerigma), cercanía salvífica y donación sacrificial. En el diálogo de Cristo con el Padre, aflora esta misión común que se prolonga en la historia (cfr. Jn 17,18) y que Jesús confía explícitamente en su resurrección y ascensión (cfr. Jn 20,21; Mt 28,19-20).[16]

 

      Por ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12), la espiritualidad de los sacerdotes ministros se delinea como caridad pastoral, es decir, como "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13). Esta espiritualidad se realiza "ejerciendo los ministerios incansablemente en el Espíritu de Cristo" (PO 13) y se expresa sin dicotomías en "unidad de vida" o armonía entre vida interior y acción apostólica (PO 14).[17]

 

      Es espiritualidad según el estilo de vida de los Apóstoles, como "signo personal y sacramental" de cómo amó el Buen Pastor (PDV 16). Los "Apóstoles" y sus sucesores están llamados a vivir el seguimiento evangélico radical, en comunión fraterna y con disponibilidad misionera (Mt 4,19ss; 19,27ss; Mc 3,14; PDV 15-16, 60). Así comparten esponsalmente la misma vida del Señor (Mc 10,38; PDV 22, 29) y son signo de cómo amó él (Jn 17,10; PDV 49).

 

      Como dato específico de la espiritualidad del sacerdote diocesano, habrá que tener en cuenta unas realidades de gracia que matizan su espiritualidad sacerdotal. Las realidades de gracia de todo sacerdote (consagración por el carácter, seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, fraternidad, misión que prolonga la misión de Cristo), quedan matizadas por la caridad pastoral como determinante, la dependencia pastoral y espiritual respecto al obispo, la pertenencia permanente (por la incardinación) a la Iglesia particular y al Presbiterio diocesano.

 

      La realidad de gracia del Presbiterio matiza la espiritualidad sacerdotal diocesana de modo determinante (cfr. PO 8; LG 28; PDV 31, 74-80; ChD 28; Puebla 663; Dir. 25-28).  Es una "fraternidad sacramental" (PO 8), o "íntima fraternidad" exigida por sacramento el Orden (LG 28), signo eficaz de santificación y evangelización. Por esto, el Presbiterio es "mysterium" y "realidad sobrenatural" (PDV 74), que matiza la espiritualidad de sus componentes, en el sentido de pertenecer a una "familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74). Consecuentemente, la fraternidad del Presbiterio es "lugar privilegiado", donde todo sacerdote (especialmente el diocesano o "secular", por estar "incardinado"), puede "encontrar los medios específicos de santificación y evangelización" (Directorio 27). Entonces la fraternidad del Presbiterio llegará a ser "un hecho evangelizador" (Puebla 663).[18]

 

      La realidad de gracia, de pertenecer de modo permanente al Presbiterio, no es exclusiva ni excluyente. Todo sacerdote pertenece al Presbiterio, pero esa pertenencia de gracia, en el caso de la incardinación, puede ser más permanente (como lo es para el religioso la pertenencia a su institución).[19]

 

      Estas realidades de gracia se resumen, pues, en consagración y misión, como signo personal y sacramental del Buen Pastor, en línea de caridad pastoral (virtudes evangélicas en relación con los ministerios), según el estilo de vida de los Apóstoles, perteneciendo en sentido esponsal a la Iglesia particular y a la familia sacerdotal del Presbiterio.

 

      En cada presbítero, estas realidades de gracia necesitan, para su recta comprensión y realización, la actuación del carisma episcopal (cfr. PO 7; ChD 15-16; PDV 74, 79). El obispo es el fundamento visible de la unidad en la Iglesia particular y en su Presbiterio (LG 23; cfr. PO 7-8), y es él principalmente quien debe "fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y de los laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno" (ChD 15).

 

      Las gracias provenientes del sacramento del Orden (carácter, para ejercer válidamente, y gracia sacramental, para servir santamente), aunque son una participación peculiar del sacerdocio de Cristo, se reciben por imposición de manos del obispo, adquiriendo éste una paternidad espiritual. Esta paternidad tendrá un significado especial respecto a quienes se han incardinado a la Iglesia particular y pertenecen, de modo permanente, al Presbiterio: "En la cura de las almas son los sacerdotes diocesanos los primeros, puesto que estando incardinados o dedica­dos a una Iglesia particular, se consagran totalmente al servicio de la misma, para apacentar una porción del rebaño del Señor; por lo cual constituyen un presbiterio y una familia, cuyo padre es el Obispo" (ChD 28).[20]

 

 

      Tanto en la acción ministerial como en la vivencia de la propia espiritualidad específica, "ningún presbítero, por tanto, puede cumplir cabalmente su misión aislada o individualmente, sino tan sólo uniendo sus fuerzas con otros presbíteros, bajo la dirección de quienes están al frente de la Iglesia" (PO 7).[21]

 

      En el campo de la espiritualidad o santidad específica, la relación de dependencia no es sólo de tipo disciplinar o jurídico, sino especialmente de actuación ministerial por parte del carisma episcopal: "Por esta comunión, pues, en el mismo sacerdocio y ministerio tengan los Obispos a sus sacerdotes como hermanos y amigos, y preocúpense cordialmente, en la medida de sus posibilidades, de su bien material y, sobre todo, espiritual. Porque sobre ellos recae principalmente la grave responsabilidad de la santidad de sus sacerdotes; tengan, por consiguiente, un cuidado exquisito en la continua formación de su Presbiterio. Escúchenlos con gusto, consúltenles incluso y dialoguen con ellos sobre las necesidades de la labor pastoral y del bien de la diócesis" (PO 7).[22]

 

      Sería prácticamente imposible la derivación misionera universal del Presbiterio de la Iglesia particular, si el carisma episcopal no asumiera la responsabilidad misionera de la diócesis con la cooperación responsable de sus presbíteros. Es de lamentar que tanto la espiritualidad sacerdotal del Presbiterio, como la disponibilidad misionera universal de la Iglesia particular, acostumbren a estar ausentes de muchos planes de pastoral; sin la espiritualidad sacerdotal, faltaría la colaboración responsable y gozosa del Presbiterio; sin la derivación misionera universal, ya no habría dimensión eclesial auténtica.[23]

 

 

3. La puesta en práctica de la espiritualidad sacerdotal por medio del proyecto de vida en el Presbiterio

 

      Estas realidades de gracia, que constituyen la espiritualidad sacerdotal diocesana, representan la identidad del mismo sacerdote. Son también las pautas principales de su ideario. Pero se necesita llevarlas a la práctica concreta en el contexto ambiental del propio Presbiterio.

 

      Si el Presbiterio es una "fraternidad sacramental" (PO 8), un "mysterium" o "realidad sobrenatural" (PDV 745), una "familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74), "un hecho evangelizador" (Puebla 663), todo ello indica que es el cauce normal o "el lugar privilegiado"  para "encontrar los medios específicos de santificación y evangelización" (Directorio 27).

 

      ¿Cómo hacer efectivo este Presbiterio, donde el presbítero pueda encontrar los medios necesarios para realizar la caridad pastoral, el seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, la fraternidad efectiva y afectiva y la disponibilidad misionera?

 

      "Pastores dabo vobis" sugiere que el obispo, con su Presbiterio, elabore un proyecto de vida que abarque todas estas realidades de vida y ministerio sacerdotal, dejando espacio operativo, como es lógico, al plan diocesano de pastoral y al campo propio de los carismas e instituciones eclesiales. El texto dice así: "Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).

 

      El proyecto de vida debe abarcar todas las áreas de la formación permanente, para que sea capaz de "sostener de una manera real y eficaz, el ministerio y la vida espiritual de los sacerdotes" (PDV 3).[24]

 

      Todo sacerdote o futuro sacerdote necesita ver un Presbiterio estructurado según un ideario definido, unos objetivos precisos y unos medios adecuados. La doctrina conciliar y postconciliar sobre el sacerdocio ministerial (que hemos resumido en el n. 2) ofrece material suficiente para programar estos apartados (ideario, objetivos, medios).[25]

 

      No es fácil entender por qué este proyecto de vida, pedido por PDV, no es todavía una realidad en muchos Presbiterios. Tal vez falta algo tan esencial como es el plan de pastoral diocesano, en el que se encuadre mejor la vida del Presbiterio, dejando espacio operativo a su propio camino. A veces es debido a que el Consejo Presbiteral (que no debe identificarse con el Presbiterio) no ha encontrado su cauce de actuación.[26]

 

      Los planes de formación permanente (en sus cuatro áreas: humana, espiritual, intelectual, pastoral), la actuación del Consejo Presbiteral y la puesta en práctica del proyecto de vida en el Presbiterio, dependerán de la actuación del carisma episcopal. Si esta actuación se limitara al terreno administrativo y de gobierno, bien podría organizar cursos de actualización, convocar sesiones de consejo con sus componentes y dar normas disciplinares. Pero quedaría sin afrontar la principal actuación del carisma episcopal: la revitalización de su Presbiterio según el modelo de la "vida apostólica" o "apostolica vivendi forma" (es decir: el seguimiento evangélico, la vida comunitaria y la disponibilidad misionera).

 

      Sin la actuación del carisma episcopal, en esta línea de espiritualidad específica (cfr. ChD 15-16, 28; PO 7), la formación permanente del clero seguirá siendo algo marginal o circunstancial; el Consejo Presbiteral no acertará en encontrar su actuación específica (siempre distinta del Consejo Pastoral). Entonces el proyecto de vida en el Presbiterio ya no se vería como algo necesario. El plan diocesano de pastoral, en cualquiera de sus ofertas, no será efectivo mientras el Presbiterio no tenga su propio proyecto de vida sacerdotal.

 

      La existencia o la carencia de este  proyecto integral, que abarca toda la vida y ministerial sacerdotal (cfr. PDV 3, 79; Dir 76, 86), es el índice de vitalidad del Presbiterio y también de la recta actuación del carisma episcopal respecto a sus sacerdotes.

 

      Habrá que contar con una realidad atrofiante que reclama afrontarla como quien rema contra corriente: en la mayoría de los Seminarios no se ha estudiado sistemáticamente la espiritualidad específica del sacerdote. Los documentos conciliares y postconciliares al respecto, no son suficientemente conocidos y, mucho menos, estudiados. Precisamente ahí está uno de los principales y más urgentes campos de actuación del carisma episcopal: ayudar a tomar conciencia y a vivir la propia espiritualidad sacerdotal diocesana en el Presbiterio.[27]

 

 

4. La necesidad teológica del carisma episcopal para la vida sacerdotal

 

      Analógicamente a cuando se dice del "párroco", todo sacerdote (presbítero), en su actuación sacerdotal y en la comunidad confiada, es "un pastor que hace las veces del obispo" (SC 42; cfr. LG 28). No se trata de competencias o de alternativas, sino de la realidad del Presbiterio, cuyos miembros son siempre "colaboradores necesarios en el ministerio y oficio de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios" (PO 7). El decreto ChD matiza que la labor del obispos es "con la cooperación de su Presbiterio" (ChD n. 11). Respecto al obispo, que es "padre" de todo el Presbiterio (ChD 28), los presbíteros son también "hermanos y amigos suyos" (PO 7).[28]

 

      Si el obispo es "el gran sacerdote de su grey, de quien deriva y depende, en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles" (SC 41), ello tendrá una aplicación peculiar respecto a los presbíteros. Efectivamente, "sobre los obispos recae de manera principal el grave peso de la santidad de sus sacerdotes" y, por esto, habrán de tener "el máximo cuidado de la continua formación de sus sacerdotes" (PO 7). Los obispos son "principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares" (LG 23).[29]

 

      No es mi intento, en el presente estudio, urgir la aplicación de esta obligación (y vocación específica) por parte del obispo, sino más bien atraer la atención de la reflexión teológica sobre la actuación del carisma episcopal en la vida de los sacerdotes y, de modo especial, suscitar en los presbíteros (y diáconos) el amor filial y la dependencia espiritual respecto a su propio obispo. La afirmación "nada sin el obispo" recobra toda su hondura en esta perspectiva de comunión responsable.[30]

 

      Mientras no actúe o no se deje actuar al carisma episcopal en la delineación práctica de la espiritualidad sacerdotal en el Presbiterio, esta espiritualidad no pasará de ser una aspiración pasajera o un ideal teórico. Los "Lineamenta" se remiten a la importancia de la sucesión apostólica, para urgir la vida apostólica (que es común a obispos y presbíteros): "El testimonio ininterrumpido de la Tradición reconoce en los obispos aquellos que poseen el «sarmiento de la semilla apostólica» y suceden a los Apóstoles como pastores de la Iglesia" (Lineamenta n.28)[31]. "Los obispos son sucesores de los Apóstoles no solamente en la autoridad y en la sacra potestas, sino también en la forma de vida apostólica, en los sufrimientos" (Lineamenta n.29). "El obispo es el primer responsable del discernimiento de la vocación de los candidatos, de su formación" (Lineamenta n.34).

 

      Son muchos los textos conciliares que instan al sacerdote presbítero a poner en práctica sus exigencias sacerdotales, teniendo en cuenta su dependencia respecto al propio obispo. Hemos ido citando algunos en los apartados anteriores (cfr. LG 28; PO 7; ChD 28; PDV 74, 79).

 

      Esta dependencia efectiva no será realidad sino en el grado en que el obispo viva en las mismas condiciones de sus presbíteros, embarcado en la misma barca, para correr la misma suerte. Sin esta cercanía familiar, espiritual, pastoral y económica, la actuación del carisma episcopal no pasará las fronteras de la disciplina y de la administración.[32]

 

      Hay un texto conciliar programático que resume esta actuación episcopal y que necesitaría ser asimilado también por los presbíteros, para no poner obstáculoss a la actuación del carisma episcopal del propio obispo: "Traten siempre con caridad especial a los sacerdotes, puesto que reciben parte de sus obligaciones y cuidados y los realizan celosamente con el trabajo diario, considerándolos siempre como hijos y amigos, y, por tanto, estén siempre dispuestos a oírlos, y tratando confidencialmente con ellos, procuren promover la labor pastoral íntegra de toda la diócesis. Vivan preocupados de su condición espiritual, intelectual y material, para que ellos puedan vivir santa y piadosamente, cumpliendo su ministerio con fidelidad y éxito" (ChD 16).[33]

 

      Me parece ver en esta afirmación conciliar el fundamento de la orientación de "Pastores dabo vobis" sobre el proyecto de vida, que hemos citado y comentado más arriba (cfr. PDV 79). Los "Lineamenta" fofrece unas pautas muy esclarecedoras:

 

      "A la actitud del obispo con cada sacerdote se une la conciencia de tener en torno a sí un Presbiterio diocesano. Por esto debe alimentar en ellos la fraternidad que sacramentalmente los une y promover entre todos el espíritu de colaboración en una eficaz pastoral de conjunto (Lineamenta n.33).

 

      "El obispo debe esforzarse cada día para que todos los presbíteros sepan y se den cuenta, de forma concreta, que no están solos o abandonados, sino que son miembros y parte de un solo Presbiterio... consciente de que el testimonio de comunión afectiva y efectiva entre el obispo y sus presbíteros es un estímulo eficaz de la comunión en la Iglesia particular en todos los demás niveles" (ibídem).

 

      "La relación sacramental-jerárquica se traduce en la búsqueda constante de una comunión afectiva y efectiva del obispo con los miembros de su Presbiterio" (Lineamenta n.32)

 

      Pablo VI recordó esta realidad de gracia al inaugurar la Asamblea de Medellín desde la catedral de Bogotá: "Si un obispo concentrase sus cuidados más asiduos, más inteligentes, más pacientes, más cordiales, en formar, en asistir, en escuchar, en guiar, en instruir, en amonestar, en confortar a su clero, habría empleado bien su tiempo, su corazón y su actividad"[34]. Los "Lineamenta" recuerdan también este ministerio episcopal: "El ministerio del obispo se determina con relación a las diferentes vocaciones de los miembros del Pueblo de Dios y, ante todo, con relación a los sacerdotes, incluso religiosos, y al Presbiterio constituido por ellos en la Iglesia particular" (Lineamenta n.31).

 

      Sin esta referencia al carisma episcopal, el sacerdote diocesano no podrá llevar a efecto todas las exigencias de la espiritualidad sacerdotal. Al constatar esta vocación en el propio Presbiterio, el sacerdote puede apoyarse también en otros carismas legítimos y también eclesiales. Pero queda por cubrir el campo más suyo y más específico:

 

      ¿Cómo encontrar en le propio Presbiterio (con su propio obispo), los medios propios de espiritualidad y de evangelización? (cfr.. PO 8; PDV 74; Dir 27)[35]

 

      ¿Cómo ser servidor y coordinador de todos los carismas que el Espíritu Santo ha suscitado en la Iglesia particular y en la comunidad eclesial que le ha confiado el obispo?

 

 

      Si no se encontrara apoyo explícito por parte del carisma episcopal (por no reconocerlo, por no amarlo o por no dejarlo actuar), difícilmente se encontraría solución a estas aspiraciones hondas que el Espíritu Santo ha comunicado a los sacerdotes el día de la ordenación sacerdotal, especialmente cuando se ordenan como incardinados (desposados) al servicio de la Iglesia particular (en comunión responsable con la Iglesia universal) y como miembros permanentes de la familia sacerdotal del Presbiterio.[36]

 

 

5. Líneas conclusivas: unas propuestas factibles

 

      La doctrina conciliar y postconciliar del Vaticano II enraíza en toda la tradición eclesial sobre la "Vida Apostólica" en el Presbiterio. El obispo fue siempre (en línea de principio) el primer responsable y agente en la construcción de esa vida sacerdotal al estilo de los Apóstoles: seguimiento evangélico, fraternidad, disponibilidad misionera.[37]

 

      Los "Lineamenta" para la Asamblea ordinaria de los Obispos (para el año 2.000) recuerdan también esta relación del obispo con sus sacerdotes, como hemos citado repetidamente en el presente estudio. Ahí se invita a considerar el significado de la Misa Crismal: "Para un obispo es un momento de gran esperanza, ya que se encuentra con el Presbiterio diocesano, reunido en torno a él" (Lineamenta n. 96). También hay que reconocer la importancia de la mediación del obispo en la ordenación sacerdotal "recibiendo de Dios a los nuevos cooperadores" (Lineamenta n. 96).

 

      La dinámica histórica de la espiritualidad sacerdotal (siempre en línea de caridad pastoral y de espiritualidad comunitaria y eclesial) indica unos hitos (época patrística, medioevo, Trento, encíclicas sacerdotales del siglo XX, Sínodos...), en los que la figura del obispo es determinante en la puesta en práctica o en la decadencia de la vida sacerdotal en el Presbiterio.[38]

 

      El futuro de los Seminarios radica en esta actuación del obispo (como sucesor de los Apóstoles que forma a sus colaboradores inmediatos), mucho más que en nuevas metodologías y organizaciones[39].

 

      El futuro de los Presbiterios radica también en la propia responsabilidad de los presbíteros, corroborada con la actuación imprescindible del carisma episcopal. El "proyecto" (escrito o vivido) del Presbiterio no podrá realizarse de modo efectivo y permanente sin el obispo.[40]

 

      La actuación concreta del carisma episcopal (como padre, hermano, amigo, según las expresiones conciliares) emana de su propia espiritualidad, como exigencia de la ordenación o consagración episcopal. Pero esta espiritualidad forma una unidad especial con sus presbíteros (y diáconos), a modo de unidad familiar y "colegio".

 

      Sería una afirmación superficial decir que esta actuación "clericalizaría" la actuación del obispo... Efectivamente, su carisma, además de dirigirse "por igual" a todos los estados de vida según la propia vocación (laical, religiosa, sacerdotal), debe afianzarse formando a sus colaboradores inmediatos que son parte de este mismo carisma.[41]

 

      Concretamente, la actuación del carisma episcopal es necesaria para que se ponga en práctica la espiritualidad (y vida ministerial) en el Presbiterio. De modo especial necesitaría concretarse más explícitamente en estos puntos:

 

      1) Trazar las líneas claras y entusiasmantes de la "mística" o espiritualidad sacerdotal en el Seminario y en el Presbiterio (ello sería fuente de vocaciones y de perseverancia sacerdotal).

 

      2) Asumir el cuidado más directo de la espiritualidad de sus presbíteros (nadie le puede suplir, aunque sí muchos pueden ayudar, especialmente por la dirección espiritual y asociaciones).

 

      3) Hacerse más cercano, compartiendo la misma vida a nivel humano (economía, vivienda, descanso...), espiritual (procurando retiros y dirección espiritual), intelectual (actualización), pastoral (compartiendo los sudores apostólicos)... La perseverancia sacerdotal no será posible sin esta cercanía a modo de familia sacerdotal, sin distinciones ni privilegios.

 

      4) Trazar el proyecto de vida en el Presbiterio, tal como lo pide PDV 79, de manera sencilla, entusiasmante y siempre perfeccionable (con la aportación de todo el Presbiterio).

 

      5) Hacer que los presbíteros colaboren activa y responsablemente en el plan diocesano de pastoral, desde su propio proyecto de vida (sin diluirlo en el plan general).

 

      6) Hacer posible el cauce de la colaboración misionera universal, por medio del centro diocesano misionero y de las OMP e Institutos misioneros, de suerte que se transforme la Iglesia particular en Iglesia misionera, especialmente por la aportación del mismo Presbiterio.

 

      7) Instar continuamente en la oración común con sus Presbíteros, en la que aparezcan "sus esperanzas para el Presbiterio diocesano" (Lineamenta n.93), a modo de Cenáculo con María que también "imploraba con sus oraciones el don del Espíritu" (LG 59). Si la Iglesia "invoca frecuentemente a María como Regina Apostolorum" (Lineamenta n. 100), es debido a que ella es la "Madre del sumo y eterno sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (PO 18) y, por consiguiente, madre peculiar de todos los sacerdotes ministros.[42]



    [1]El concilio Vaticano II, "Pastores dabo vobis" y el "Directorio" prefieren el término "diocesano" (cfr. LG 28 y 41; PO 8; PDV 2, 4, 17, 28, 31, 59, 68, 71, 74; Dir. 88-89). El Código de Derecho Canónico usa el término "clero secular" (can. 680). No se trata de oponer términos, sino de acentuar un aspecto: pertenencia permanente a una diócesis (por la incardinación) y distinción del clero "regular" o religioso. El calificativo de "secular" indica que es distinto de estilo "claustral", en cuanto que existe una mayor inserción en las estructuras seculares. Hay que reconocer, no obstante, la existencia de una "secularidad" que es propia del laicado: "El carácter secular es propio y peculiar de los laicos" (LG 31).

    [2]En mis publicaciones he tenido en cuenta, a partir de la base bíblica, los documentos históricos (patrísticos, magisteriales, litúrgicos), la vida de los santos sacerdotes y la experiencia de muchos sacerdotes con quienes me he encontrado en los diversos Continentes. La realidad y la experiencia las he intentado discernir a la luz de la Palabra predicada, vivida y celebrada por la Iglesia de todos los tiempos. Cfr. Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991); Signos del Buen Pastor (Bogotá, CELAM, 1991).

    [3]Los "Lineamenta" para la X Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos, tiene expresiones muy ricas de contenido sobre la espiritualidad específica del obispo: "Padre cercano en medio de su pueblo, el obispo es la imagen de Jesús, el Buen Pastor, que camina junto a su rebaño" (n.86). "El obispo debe encontrar en la caridad pastoral el vínculo de la perfección sacerdotal y también el fruto de la gracia y del carácter sacramental recibido... Se debe conformar con Cristo Buen Pastor, tanto en su vida personal como en su ministerio apostólico, de modo que el pensamiento de Cristo (cfr. 1Cor 2,10) le invada en todo y totalmente en las ideas, en los sentimientos, en las opciones y el obrar" (n.87). "Sin embargo el obispo debe vivir su espiritualidad propia, a causa del don específico de la plenitud del Espíritu de santidad, que ha recibido como padre y pastor de la Iglesia... Se trata, demás, de una espiritualidad eclesial, porque cada obispo es configurado con Cristo Pastor, para amar a la Iglesia con el amor de Cristo Esposo, para servirla... Así, en la Iglesia, se convierte en modelo y promotor de la espiritualidad de comunión en todos los niveles" (n.89). "La caridad pastoral debe determinar los modos de pensar y actuar del obispo... En consecuencia, la caridad pastoral exige estilos y formas de vida que, realizados como imitación de Cristo pobre y humilde, permitan estar cerca de todos los miembros del rebaño" (n.69). "La eficacia de la guía pastoral de un obispo y de su testimonio de Cristo... depende en gran parte de la autenticidad del seguimiento del Señor y del vivir in amicitia Jesu Christi" (n.97).

    [4]"Todos los presbíteros, juntamente con los Obispos, participan de tal modo del mismo y único sacerdocio y ministerio de Cristo, que la misma unidad de consagración y de misión exige una comunión jerárquica con el Orden de los Obispos, unión que manifiestan perfectamente a veces en la concelebración litúrgica, y unidos a los cuales profesan que celebran la comunión eucarísti­ca. Por tanto, los Obispos, por el don del Espíritu Santo, que se ha dado a los presbíteros en la Sagrada Ordenación, los tienen como necesarios colaboradores y consejeros en el ministerio y función de enseñar, de santificar y de apacentar la grey de Dios" (PO 7).

    [5]He resumido mi impresión al final de Historia de la espiritualidad sacerdotal (Burgos, Facultad Teológica, 1985) p. 216: "Las experiencias de vida apostólica, tantas veces practicadas por los santos obispos y sacerdotes durante la historia pasada, seguirán siendo esporádicas y momentáneas mientras no encuentren eco responsable y vivencial en todo el Presbiterio y especialmente en quien es su cabeza, hermano y padre". Será difícil remontar un vacío de varios siglos. Cfr. Espiritualidad sacerdotal y formación espiritual del sacerdote, en: Os daré pastores según mi corazón (Valencia, EDICEP, 1992) 207-222.

    [6]El decreto conciliar de Trento invitaba al obispo asumir la responsabilidad de sus futuros sacerdotes: "Establece el santo Concilio que todas las catedrales, metropolitanas e Iglesias mayores, tengan obligación de mantener y educar religiosamente, e instruir en la disciplina eclesiástica, según las posibilidades y extensión de las diócesis, cierto número de jóvenes de la misma ciudad y diócesis... Cuide el obispo que asistan todos los días al sacrificio de la Misa, que confiesen a los menos una vez al mes, que reciban, a juicio del confesor, el Cuerpo de nuestro Señor Jesucristo, y que sirvan en la catedral y en otras Iglesias del pueblo los días festivos. El obispo... arreglará, según el Espíritu Santo le iluminare, todo lo dicho, y todo cuanto sea oportuno y necesario, velando en sus frecuentes visitas de que siempre se guarde"... (Ses.23, can.18 de reforma: Concilium Tridentinum, IX, 628-630). He hecho notar el vacío postconciliar respecto a este cuidado episcopal: La institución de los Seminarios y la formación del clero, en: Trento, i tempi del Concilio, Società, religione e cultura agli inizi dell'Europa moderna (Trento, 1995) 261-270.

    [7]Dos son las preguntas que más me han impresionado en los diversos Seminarios diocesanos (de los cinco Continentes): ¿existe para el sacerdote diocesano una espiritualidad específica? ¿encontraré en mi Presbiterio los medios necesarios para vivirla?

    [8]En realidad, los presbíteros son "colaboradores y consejeros necesarios" del obispo en todos los ministerios (PO 7; cfr. CD 16, 28). Ver también el Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio de los obispos (22 de febrero de 1973), nn. 107-117 (Relaciones con el clero diocesano).

    [9]Textos como el siguiente son muy frecuentes, parecidos en los contenidos básicos y variados según las circunstancias: "En todas estas tareas, vuestros primeros y principales colaboradores en la predicación del Evangelio y en la difusión de la buena nueva de la salvación son los sacerdotes... Esta paternidad espiritual se expresa en un profundo vínculo de comunión entre vosotros y vuestros sacerdotes, en vuestra disponibilidad en acogerlos y el apoyo que esperan y necesitan de vosotros... El bienestar humano y espiritual de vuestros sacerdotes será el coronamiento de vuestro ministerio episcopal... Compartir una vida sencilla alegra al Presbiterio y, cuando va acompañada por la confianza mutua, facilita la obediencia voluntaria que todo presbítero debe a su obispo" (JUAN PABLO II, Disc. a los miembros de la Conferencia Episcopal de Zimbabwe, 4 de septiembre de 1998, Oss. Rom. esp. 11 septiembre, p.5).

    [10]La pregunta n. 6 del "Cuestionario" de los "Lineamenta" queda formulada así: "¿Cómo vive el obispo su relación con el Presbiterio y con cada sacerdote, especialmente en la proclamación de la fe? ¿Cuáles deberían ser sus preocupaciones principales en este campo?".

    [11]Indico algunas síntesis actuales, teológicas y sistemáticas, sobre la espiritualidad sacerdotal: AA.VV., Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE, 1989); AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio (Madrid, EDICE, 1987); J. CAPMANY, Apóstol y testigos, reflexiones sobre la espiritualidad y la misión sacerdotales (Barcelona, Santandreu, 1992); M. CAPRIOLI, Il sacerdozio. Teologia e spiritualità (Roma, Teresianum, 1992); J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991); Idem, Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal (Bogotá, CELAM, 1991); A. FAVALE, El ministerio presbiteral, aspectos doctrinales, pastorales y espirituales (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1989). Pero surge siempre esta pregunta: ¿se estudia en los Seminarios la espiritualidad sacerdotal de modo sistemático y entusiasmante?

    [12]  Sin el conocimiento y la vivencia de esta espiritualidad sacerdotal específica, que es esencialmente comunitaria y eclesial, sería imposible la aportación responsable de los sacerdotes al plan pastoral de la Iglesia particular. Este plan pastoral debe ser orientado, en último término, por el obispo, quien, al mismo tiempo tiene el carisma de presidir el Presbiterio y cuidar de su espiritualidad y santificación. Cada vocación  (laical, sacerdotal o de vida consagrada) y cada carisma (personal o de grupo-movimiento) debe vivir su propia realidad e identidad, personal y comunitaria, dentro de la comunión eclesial, y encontrar su espacio operativo para que de verdad aporte algo a la comunidad eclesial y a la pastoral de conjunto. Un plan pastoral diocesano que no respetara estas realidades de gracia, no sería eclesial ni cristiano.

    [13]Actualmente se discuten dos cuestiones: "ministerialidad" y "secularidad" de la espiritualidad y vida sacerdotal. Las dos cuestiones (como otras del pasado o que surgirán en el futuro) son válidas, si se quedan en un campo de reflexión sin herir las realidades de gracia. Toda la espiritualidad sacerdotal es "ministerial" o de "servicio" (en nombre de Cristo Profeta, Sacerdote y Pastor), a partir de una realidad ontológica (el "carácter" o gracia permanente del Espíritu). El sacerdote está insertado en las realidades del mundo ("seculares"), a la luz de Cristo Sacerdote Buen Pastor. Suscitar una nueva perspectiva teológica es siempre válido (así avanza la teología), con tal que no sirva para distraer de la vivencia de lo que ya ha quedado esclarecido suficientmente por la acción del Espíritu en la Iglesia.

    [14]El pastoreo de quien preside la comunidad debe cuidar de todos los carismas, por el hecho de "ejercer el oficio de Cristo Cabeza y Pastor", tiende a "formar una genuina comunidad cristiana" (PO 6). "Los presbíteros están puestos en medio de los laicos para llevarlos a todos a la unidad de la caridad... Ellos son defensores del bien común" (PO 9).

    [15]Participar ontológicamente o en el ser del sacerdote de Cristo Cabeza y Pastor (cfr. PO 1-3), comporta una configuración con él (cfr. PDV 20-22), que es también Siervo (cfr. PDV 48) y Esposo (cfr. PDV 22). Esta participación en el ser de Cristo es consagración por el Espíritu Santo (cfr. PDV 1, 10, 27, 33, 69). De ahí derivan las diversas dimensiones o perspectivas y puntos de vista de esta realidad tan rica de contenidos: dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica, eclesiológica, antropológica, sociológica... (cfr. Directorio cap. I).

    [16]Los textos conciliares y postconciliares indican esta participación en la misma misión profética, sacerdotal y real de Cristo (cfr. PO 4-6, 10-11; PDV 16-18). Es siempre misión universal (cfr. PO 10; PDV 16-18, 31-32). Al mismo tiempo, es misión santificadora por el ejercicio del mismo ministerio (cfr. PO 13), con tal que se realice en "unidad de vida", como Cristo está unido a la voluntad del Padre (PO 13-14). Las afirmaciones clave del PO 12-14 son un programa completo de espiritualidad sacerdotal ministerial: "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote", "en el ministerio", "unidad de vida", "ascesis del pastor de almas".

    [17]La caridad pastoral es la sintonía e imitación de Cristo Buen Pastor, que da la vida dándose él (pobreza), sin pertenecerse (obediencia), como consorte o Esposo (castidad o virginidad). Así el sacerdote es signo personal y sacramental del Buen Pastor: Mt 19,27; PO 15-17; PDV 21-30. La comunidad eclesial tiene derecho a ver, en quien la preside espiritualmente, la caridad del Buen Pastor y Esposo de la Iglesia. Además de las síntesis globales sobre la espiritualidad sacerdotal (citadas más arriba), ver: M. PEINADO, Solicitud pastoral (Barcelona, Flors, 1967); P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf, 1969.

    [18]Estos elementos pueden inspirarse en una figura de valor sacerdotal, participando periódicamente en grupos sacerdotales o en asociaciones (como la Unión Apostólica y otras), subrayando algunos matices y añadiendo otros, concretando más los compromisos, etc. El sacerdote religioso (o de instituciones de vida consagrada) vive estas realidades de gracia con matices de una espiritualidad "particular": relación con el carisma fundacional, estatutos, compromisos (votos, etc.).

    [19]C. BERTOLA, Fraternidad sacerdotal (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1992); A. CATTANEO, Il Presbiterio della Chiesa particolare (Milano, Edit. Giuffré, 1993); J. ESQUERDA BIFET, Teología de la Espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991) cap. VI; V. FUSCO, Il presbiterio: Fondazione biblico-teologica: Asprenas 33 (1986) 5-36; J. LECUYER, Le Presbyterium, en: Les prêtres (Paris, Cerf, 1968) (Unam Sanctam 68) 275‑288; A. VILELA, La condition collégial des prêtres au III siècle (Paris, Beauchesne, 1971).

    [20]Esta paternidad no significa paternalismo; en otros textos conciliares se le llama también hermano y amigo (PO 7). Esta paternidad deriva del hecho de que el obispo sea "la imagen viva de Dios Padre" (S. Ignacio de Antioquía, Ad Trall. 3,1).

    [21]En el ejercicio de los ministerios, el presbítero representa al obispo: "En cada una de las congregaciones de fieles, ellos representan al Obispo con quien están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y solicitud pastoral y la ejercitan en el diario trabajo" (LG 28; cfr. SC 42; PO 7). En la administración del sacramento de la confirmación, la misión o encargo recibido del obispo es indispensable para su validez. La teología todavía no ha aclarado si el presbítero podría también ordenar, analógicamente a como puede confirmar como ministro extraordinario; hoy por hoy, esta ordenación no sería válida.

    [22]Es importante observar la insistencia en la "comunión", como partícipes del mismo sacerdocio y ministerio del obispo y, consecuentemente, de la misma espiritualidad sacerdotal, salvando la diferencia en el grado sacramental y la dependencia del carisma episcopal. "Presbyterorum Ordinis" habla de la "obedien­cia sacerdotal, ungida de espíritu de cooperación, se funda especialmente en la participación misma del ministerio episcopal que se confiere a los presbíteros por el Sacramento del Orden y por la misión canónica" (PO 7,b).

    [23]Sobre la derivación misionera universal del ministerio sacerdotal (para colaborar con la responsabilidad del obispo), ver: ChD 5-6; LG 23, 28; PO 10; AG 38; RMi 63; PDV 2, 4, 14, 16-18, 23, 31-32, 59, 74-75, 82; Dir. 14-15. Los "Lineamenta" desea "que toda la diócesis se haga misionera" (Lineamenta n.74; cfr. nn. 45 y 73).

    [24]Expuse la fundamentación y las pautas de este proyecto en: Ideario, objetivos y medios para un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio, "Sacrum Ministerium" 1(1995) 175-186. Ver también: J.T. SANCHEZ, Los sacerdotes protagonistas de la Evangelización, en: (Pontificia Comisión para América Latina), (Lib. Edit. Vaticana 1996) 101-110. En esta última publicación, el entonces Prefecto de la Congregación para el Clero trata de la formación permanente en el Presbiterio y propone en la p. 110: "elaboración en cada Presbiterio de un proyecto de vida que recoja las orientaciones concretas en los diversos niveles de formación permanente: humana, espiritual, intelectual, pastoral, un programa orgánico, sistemático, integral".

    [25]El proyecto podría tener, pues, tres partes principales: El ideario (ser, obrar y vivencia o espiritualidad), los objetivos (a nivel humano, espiritual, intelectual, pastoral) y los medios (personales y comunitarios). Para cada uno de estos capítulos hay material suficientemente claro y entusiasmante en PO, PDV y Directorio. Ver el artículo citado anteriormente sobre el proyecto de vida en el Presbiterio.

    [26]Al consejo presbiteral "compete, entre otras cosas, buscar los objetivos claros y distintamente definidos de los diversos ministerios que se ejercen en la diócesis, proponer prioridades, indicar los métodos de acción" (Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio pastoral de los obispos, 22 de febrero de 1973, n. 202). Pero por su medio también "se fomenta la fraternidad en el Presbiterio y el diálogo entre el obispo y los presbíteros" (ibídem).

    [27]Sin esta mística sacerdotal, conocida y vivida gozosa y generosamente, difícilmente tendrá el obispo vocaciones "propias" en su Seminario, así como clero suficiente y disponible apostólicamente en su diócesis; este conocimiento de la propia espiritualidad lleva, por su misma lógica interna, a estudiar los clásicos de espiritualidad de cualquier escuela, también para servir a las demás vocaciones. En este campo puede prestar un gran servicio la Unión Apostólica, como cauce de intercambio de experiencias de "Vida Apostólica" en los diversos Presbiterios.

    [28]Lineamenta n.11, citando LG 28 y ChD 7, dice: "La necesaria cooperación del Presbiterio está enraizada en el mismo evento sacramental". Más adelante afirma: "Esta misma gracia (sacramental) une a los presbíteros a las distintas funciones del ministerio episcopal... Sus necesarios colaboradores y consejeros... asumen, según su grado, los oficios y la solicitud del obispo y la hacen presente en cada comunidad" (Lineamenta n.31; cfr. LG 28). El Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio pastoral de los obispos concreta: "El Obispo... sabe bien que su deber es dirigir su amor y su solicitud particular sobre todo hacia los presbíteros y hacia los candidatos al ministerio sagrado" (n. 107; cita PO 7; ver también el n. 111 del mismo Directorio). De ello se seguirá que "todo el Presbiterio se sienta junto con el Obispo verdaderamente corresponsable de la Iglesia particular" (n. 111).

    [29]"En los presbíteros de la diócesis, aunque sean religiosos, el Obispo trata de infundir y hacer madurar la conciencia de formar un único Presbiterio en la Iglesia, todos juntos con el Obispo y unidos entre sí por el vínculo del sacramento del Orden, aunque sean diversas las tareas que desempeñan" (Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio pastoral de los obispos n. 109).

    [30]En el Presbiterio, el obispo ocupa el lugar de Cristo, mientras los presbíteros ocupan el lugar de los Apóstoles (San Ignacio de Antioquía, Ad Magnesios VI, 1). El carisma propio de la apostolicidad del obispo tiene significado espiritual y moral antes que administrativo. Esta realidad de gracia fundamenta "su relación  personal-espiritual del pastor con su grey" (Lineamenta n.10).

    [31]toma la expresión "semilla apostólica" de Tertuliano (Praescr. Haeret., 32: PL 2,53). Para los contenidos de "sucesores" de los Apóstoles, ver LG 18 y 20. "Pastores dabo vobis" recuerda también que los presbíteros participan, en grado inferior, de esta sucesión apostólica (cfr. PDV 15-16, 42, 60).

    [32]Al hablar de la pobreza sacerdotal, el concilio Vaticano II, remitiéndose a toda la tradición, une la vida del obispo con la del sacerdote: "Guiados, pues, por el Espíritu del Señor, que ungió al Salvador y lo envió a evangelizar a los pobres, los presbíteros, y lo mismo los Obispos, mucho más que los restantes discípulos de Cristo, eviten todo cuanto pueda alejar de alguna forma a los pobres, desterrando de sus cosas toda clase de vanidad. Dispongan su morada de manera que a nadie esté cerrada, y que nadie, incluso el más pobre, recele frecuentarla" (PO 17). Sobre la vida sencilla y pobre de los obispos: Motu Proprio "Pontificalia insignia" (Pablo VI, 21 de junio de 1968); Instrucción "Ut sive sollicite" (31 de marzo de 1969).

    [33]Continúa el texto: "Por lo cual han de fomentar las instituciones y establecer reuniones especiales, de las que los sacerdotes participen algunas veces, bien para practi­car algunos ejercicios espirituales más prolongados para la renovación de la vida, o bien para adquirir un conocimiento más profundo de las disciplinas eclesiásticas, sobre todo de la Sagrada Escritura y de la Teología, de las cuestiones sociales de mayor importancia, de los nuevos métodos de acción pastoral" (ChD 16).

    [34]Pablo VI, Alocución en la inauguración de la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, Catedral de Bogotá (24 de agosto de 1968). Son los mismos contenidos del Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio pastoral de los obispos: "El Obispo considera como un sacrosanto deber conocer a sus presbíteros diocesanos, sus caracteres y capacidades, sus aspiraciones y tenor de vida espiritual, su celo e ideales, su estado de salud y sus condiciones económicas, su familia y todo lo que diga relación a ellos" (n. 111).

    [35]En "Don y misterio" (en el apartado sobre el Presbiterio de Cracovia), Juan Pablo II manifesta su gozo de haber encontrado en su Presbiterio (como presbítero y como obispo) la fraternidad sacerdotal y las ayudas necesarias para vivir su sacerdocio.

    [36]Las diversas asociaciones, carismas, movimientos, etc., pueden ser una ayuda para vivir mejor las realidades de gracia de la propia espiritualidad sacerdotal diocesana. Hay que reconocer también y apreciar la gran ayuda de las diversas formas de vida consagrada, así como de la pertenencia a instituciones y asociaciones que se inspiran en carismas particulares. Ello puede ayudar también al sacerdote diocesano, a modo de dirección espiritual o de grupo de amigos; pero no cancela la actuación del carisma episcopal ni la puede suplir.

    [37]Ver en la historia de la espiritualidad sacerdotal la forma de vivir los Presbiterios según San Agustín, San Eusebio de Vercelli, Santo Domingo, experiencias "canonicales", etc. Cfr. Teología de la Espiritualidad Sacerdotal, o.c., cap. 13 (síntesis histórica). También en: Historia de la espiritualidad sacerdotal (Burgos, Facultad de Teología, 1985); corresponde al vol. 19 de "Teología del Sacerdocio".

    [38]Además de los santos obispos recordados anteriormente, cabe hacer mención de otros posteriores: San Carlos Borromeo, San Juan de Ribera, San Juan de Ávila... Ver Historia de la espiritualidad sacerdotal, o.c.

    [39]La renovación de los Seminarios no puede consistir principalmente en el cambio de unas estructuras materiales y organizativas, sino en el afianzamiento de la "Vida Apostólica" puesta en práctica con el propio obispo, en las coordenadas actuales de una familia sacerdotal que comparte la misma suerte.

    [40]Es importante e imprescindible que el Consejo Presbiteral asuma esta responsabilidad, como "consejo" del obispo, respecto a la vida de los presbíteros. Todo ello debe ser reforzado por la Comisión o Departamento Episcopal del Clero (pastoral sacerdotal, vocaciones y ministerios).

    [41]La exención histórica de la vida religiosa o consagrada (por motivos especiales) o la exención actual respecto a la autonomía del carisma de la vida consagrada, no debe olvidar la actuación necesaria e indispensable del sucesor de los Apóstoles, en el ámbito de la Iglesia particular, respecto a quienes imitan de modo peculiar la "apostolica vivendi forma", siguiendo el estilo apostólico de que son garantes los obispos (cfr. VC 45, 48, 93-94). La actuación del carisma episcopal abarca todos los demás carismas. Los "Lineamenta" hacen, en el cuestionario, esta pregunta: "¿Qué iniciativas concretas favorecen la unión espiritual del obispo, sobre todo con los presbíteros y diáconos, con los consagados y las consagradas y con los laicos, especialmente si están reeunidos en asociaciones y fundaciones eclesiales?" (pregunta n. 20).

    [42]He prescindido de la denominación jurídica sobre el sector eclesial que preside el obispo (diócesis, arquidiócesis, patriarcado, vicariato, prefectura, prelatura, etc.). Lo importante es la Iglesia concretizada allí donde hay un sucesor de los Apóstoles, en comunión con el Papa sucesor de Pedro.

                         CRISTO CONTEMPLADO, AMADO, ANUNCIADO

 

(Itinerario espiritual y apostólico de Bta. M. Matilde Téllez)

 

Introducción:

 

- Invitación del Santo Padre, en el año del Rosario (oct. 2002-2003), a contemplar, amar y anunciar el rostro de Cristo, con la mirada y el Corazón de María, Madre de la Iglesia (cfr. "Rosarium Virginis Mariae")

 

- Importancia de la "teología vivida" de los santos (NMi 27). Aplicación a la doctrina y vivencia de M. Matilde Téllez.

 

- Jesucristo Eucaristía es el centro de su vida. Lo contempla, lo ama y lo anuncia, sirviéndole en los hermanos más necesitados. Por haber encontrado a Cristo en la propia realidad de pobreza y limitación, es capaz de encontrar a Cristo en los más necesitados. El tono de este itinerario contemplativo, evangélico y apostólico, es de alegría (las "bienaventuranzas") y de experimentar la presencia de María en la propia vida.

 

 

                                  CRISTO CONTEMPLADO

 

- "Se confundía de vergüenza en su presencia"

 

- (desde la propia realidad) "En mi pequeñez me hundo y oscurezco"... "Yo me confundo en mi pequeñez"

 

- "Deseo comulgar... y sólo el deseo me tiene dichosa y alegre"

 

- "Todo es sacrosanto en mi camino"

 

- "Todo de balde, todo regalo de Dios"

 

- "Un sagrario llevo en mi pecho"

 

- "Toda la vida es acción de gracias"

 

- "Creo habitar... en el seno de mi dulce compañero Jesús"

 

- "Vivimos con Jesús, le comemos, sin que el sabor se acabe, pues todos los días sabe a Sacramento el mundo"

 

- "Con una sola mirada me enloqueces, me haces lo feliz que pudiera ser en el cielo"

 

- "¿Cómo es posible vivir lejos de un sagrario?"

 

- "Cúrame por tu divino Corazón"

 

- "El sumo, único y verdadero bien en casa"

 

- "Me retiro con más deseos de estarme"

 

- "Aquí siempre inalterable, constante y generosa a tus pies... Estoy a tus pies"

 

- "Me arrastra el corazón el sagrario"

 

- "Viviré a las puertas de un sagrario siempre"

 

- "Eternizarme a tu lado"

 

- "Haces como que te marchas"

 

- (en los quehaceres) "me avisa un recuerdo del sagrario"

 

- "Alma mía, mira a un sagrario y calla un poquito siquiera"

 

- "Oigamos tu voz bendita... que sabe a Dios, a Jesús sacramentado"

 

- "No sé hablar en tu presencia... pero tú oyes mis sentimientos"

 

- ... "este año (1875) voy a pasarle a la puerta de un sagrario"

 

- "Ríete de mí, pero hazme buena; hazme más; hazme santa"

 

- "Estoy hecha un volcán de deseos... eres tú sólo y nadie es más que tú; lo eres todo"

 

- "Dejo hablar al corazón y se vuelve mudo... ¿Por qué se reprime recostado en el pecho de mi Dueño?"

 

- "Desde que te amo, todo me gusta igual y nada me satisface a no ser estar contigo"

 

- "Me vienen los deseos de meterme en un Sagrario"

 

- "Vente conmigo a donde me mandas alejarme"

 

- "No me deja mirar que por la puerta de un Sagrario"

 

- "Una Hostia bendita es toda mi vida"

 

- "Decir enamorada: Jesús"

 

- "¿Por qué me llamaste con tus miradas eternas... sin reparar que me engolfaba en un mar de deudas y deberes santos?"

 

- "Deseando hacerle compañía, y nada parece se me ocurre decirle en mis deseos de mucho amarle"

 

- "Tan dulce es su amistad"

 

- ... "Señor, que perecemos", con pasmo de mi alma creer oír tu voz bendita: "No temas, soy yo"

 

- "Hasta los rincones me huelen a Dios"

 

- "Ven conmigo, compañero divino, mírame pobrecita"

 

- "No lo merezco, pero me va a acompañar Jesús"

 

 

                                     CRISTO AMADO

 

(centrada en el amor de Jesús)

 

- "Conozco que soy todavía miserable... ¡andadora en miserias!... saboreo con afán, cuándo... le pueda llamar de verdad mi Dueño y Esposo"

 

- "Quería más servirte que decir... más amar y más mirarte"

 

- "Cuánto amaba a Jesús sacramentado... ardía al acercarme a un sagrario"

 

- "¿Quién no amará al Santísimo Sacramento? ¡está loca mi alma!"

 

- "¿De qué haré yo mi empleo... sino de amar y amar muchísimo"?

 

- "Sufrir por amor"

 

- "Entregando con todo amor el corazón a Jesús, si excusas ni condiciones"

 

- "Tuya soy, aunque sea de hielo, junto al tuyo mi corazón"

 

- "¡Jesús mío, eres mi vida. Te amo, te busco, te necesito, ven en mi ayuda!"

 

- "¿Por qué me enamoras y luego hacer (como) que te marchas?"

 

- "Principia hoy mi nuevo sacrificio y de amor" (1.1.1875: Circuncisión del Señor)

 

- "Eres mi todo"

 

- "Que todo mi amor, sin quedar nada para nadie, te lo dedico. ¡Me consagro y me entrego a tu Corazón!"

 

- "Dispon de mi corazón que es tuyo y vamos a entrar en vida de amores"

 

- Dame un pedazo de tu Corazón sagrado, para que con él te ame"

 

- "Yo quería ser santa... sólo por conseguir dar gloria a mi Jesús"

 

- "Todo mi esmero es juntar amor y siempre estoy pobrecita de él"

 

- "Habiéndote conocido, no debo mirar lo que es ilusión, lo que es mentira"

 

- "Si mil vidas tuviera las gastaría gustosa en un continuo sufrir por amor"

 

- "La comunión... siempre es nuestra vida, nuestra alegría"

 

- "¡Cuán dulce es mi vida, y nada puede amargarla, habiendo Jesús sacramentado!"

 

- "Es la única, pero grande prueba, ¡ser tan poco y recibir tanto!"

 

- "Siempre amarga mis amores mi nada"

 

- "Pretendo ser tu esposa a pesar de mi pequeñez"

 

- "Todo mi esmero es juntar amor y siempre estoy pobrecita de él"

 

 

                       CRISTO ANUNCIADO Y SERVIDO EN LOS POBRES

 

- "Sólo deseos y almas... calman mi estado de ambición que me consume"

 

- "Comulgar con todos y por todos"

 

- "Gozosa corría por las calles de Béjar... visitando a su amante Jesús en las persona de sus pobres"

 

- (sobre la pérdida de las almas) "¿Quién si no tus Amantes te han de sentir esta pérdida?"

 

- "Dame gracia, Niño divino, para correr a tu seno, hasta que aprenda a conquistar al pecador; por tus amores, ¡que se conviertan todos!"

 

- (De la Eucaristía, a servir a los hermanos, con ayuda espiritual y material)

 

- "Cuando acabo de comulgar, quería dar noticia de lo rico que es este oficio"

 

- "Quería poblar el mundo de adoradores del Santísima adorable"

 

- "Es el encargo de Jesús, que todo el que le ame a él, ame y busque al pecador extraviado"

 

- "Jesús mío, que te vean a ti solo"

 

- "Yo desde el cieno de mis culpas descubrí tu bondad... míralos también a todos"

 

- "Dios mío, tráelos y llévate mi vida en cambio"

 

- ... "me concedas que un pecador... te conozca y te ame"

 

 

                                  CON MARIA PRESENTE

 

- "Que amen, Madre mía, todos por mí, mientras yo amo también"

 

- "Amar y enseñar a amar al Dios sacramentado a todo el que nuestra ambición alcance, siguiendo las huellas de María"

 

- "María, haz conmigo esta súplica: que se salven todos, que todos los que te conozcan no pequen más"

 

- "Dile, tú, Madre mía, lo que yo le diría"

 

- "Tú sabrás enseñarme a presentarme a Jesús"

 

- "María me acompaña a todas horas y no deja de recordarme un sagrario"

 

- "Me recordaste por tu Madre que había sagrario"

 

- (el amor a María ha moldeado su corazón y le acompaña en tres momentos: oración, cumplimiento del deber, apostolado)

 

- (le pareció oír a la Virgen) "Amantes de Jesús, hijas mías" (se sintió "embobada" y "endiosada")

 

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