Viernes, 06 Mayo 2022 08:26

5 AUTORES MARÍA AQUÍ SOLO TRATO DE MARÍA EN AUTORES Y ESCRITOS (FISONOMÍA MARIANA DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)

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5 AUTORES MARÍA

AQUÍ SOLO TRATO DE MARÍA EN AUTORES Y ESCRITOS

 

(FISONOMÍA MARIANA DE LA SANTIDAD SACERDOTAL)

Santidad Mariana del Sacerdote

La santidad de María aclara la vida y el misterio sacerdotal
Cardenal José Saraiva Maralins
Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos

Introducción

El punto de inicio de nuestra reflexi6n no puede ser otro que el horizonte del capítulo VIII de la Constitución Lumen gentium, de la cual se cumple este año el 40 aniversario de su promulgación. Su alcance era puesto en evidencia por Pablo VI: “Es la primera vez (...) que un Concilio ecuménico presenta una síntesis tan amplia de la doctrina católica en relación al lugar que María santísima ocupa en el ministerio de Cristo y de la Iglesia” (Discurso de cierre de la III Sesión del Concilio Vaticano II, 21 de noviembre de 1964).

La perspectiva conciliar nos lleva a entender que no es posible hablar de Cristo, ni de su Cuerpo místico, omitiendo la Virgen María. La sobriedad con la que el Nuevo Testamento presenta la persona y la misión de la Madre del Señor seguramente no se puede asimilar a la irrelevancia de su figura. María, al contrario, es decisiva al considerar la verdad de Dios hecho hombre y, por tanto, para fundamento de toda la entera economía de la salvación. Si por un lado el hablar de Cristo y de la Iglesia lleva naturalmente a hablar de María (pensemos en el alcance cristológico de la definición de la maternidad divina en el Concilio de Efeso del 431), por otro lado, la consideración de la figura de María conduce rápidamente a Cristo y a la Iglesia: el dicho tradicional “ad Iesum per Mariam”. Distinta sería una falsa devoción a la Virgen, construida según nuestro entendimiento, pero no según la revelación bíblica y la tradición eclesial de Oriente y Occidente.

Con relación a la unión con la Iglesia, de la cual es hija y madre, imagen y espelo, María refleja el Pueblo de Dios, en su conjunto como cada uno de sus miembros, cada uno de ellos con los propios carismas, misión, condición, estado de vida, función... Ya San Ambrosio, hablando a las vírgenes consagradas, recordaba que la vida de María “es regla de conducta para todos” y no sóio para quien se ha entregado públicamente al seguimiento de Cristo con amor único. No hay de hecho una categoría de creyentes que, de algún modo, se acerque más que otros a María, ya que, representando la “creyente” por excelencia, todos los discípulos de Jesús pueden y deben reconocerse en ella, advirtiendo que en su experiencia espiritual se revive de alguna manera aquella de María. Si consideras, de hecho, aquello que ha dicho Jesús: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 1 2,50).
La cualidad de vida santa de María clarifica entonces cada estado de vida, siendo definida por actitudes interiores esenciales para la vida como cristianos, que precede las varias vocaciones existentes en la Iglesia. Ya que María es la primera y más perfecta discípula de Jesús, todos los cristianos son exhortados a imitarla, conscientes de que para seguir Cristo es necesario cultivar las virtudes que tuvo María: la excelencia del camino mariano para vivir en Cristo ha sido bien ilustrada en la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae de Juan Pablo II
(16.10.2002). Se podría decir que como la fe, la esperanza y la caridad no son virtudes de una vocación en la Iglesia pero se suponen presentes en todas las vocaciones, del mismo modo, en analogía, la santidad de María informa la santidad cristiana, de modo que no hay santo o santa que no presente en su “propia” santidad el perfil “mariano”.

En verdad, la fisonomía “mariana” de la santidad de los cristianos se antepone a su devoción a María, porque está implícita en la configuración Cristo. En otras palabras, para adherirse a Dios completamente es natural apropiarse de aquel conjunto de virtudes espirituales que resplandecen con plenitud de la luz de la Virgen María, icono de la Iglesia de Cristo. Si todos los santos y las santas, en las distintas condiciones de vida (apóstoles, mártires, obispos, presbíteros, diáconos, religiosos, laicos, vírgenes, casados), llevan en sí el reflejo de la “santidad” de la Iglesia, ninguno de l[os jueJe llamarse “imagen purísima de la Iglesia” como en cambio confesamos de María (cf. Sacrosanctum Concilium n. 103). Nos lo enseña magistralmente Lumen gentium 65: “Mientras que la Iglesia en la Santísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), los fieles, en cambio, aún se esfuerzan en crecer en la santidad venciendo el pecado; y por eso levantan sus ojos hacia María, que brilla ante toda lo comunidad de los elegidos, como modelo de virtudes”. Por otro lado, el sello mariano marca profundamente la Iglesia, su identidad y misión, como ha destacado Juan Pablo II al observar que la dimensión mariana de la Iglesia es antecedente a la petrina. Como María expresa y refleja ia credencial de la fe verdadera, así ella reúne en si y refleja el sentido y alcance de la santidad cristiana: ¿Quién, aparte de ella, puede testimoniar el haber “tocado” la santidad de Dios, de haber recibido en su persona - espíritu, alma y cuerpo - al solo Santo? Mirar a la Todasanta es, de algún modo, comprender que la “santidad” le ha sido otorgada: desde el primer instante de su concepción, María es santa porque es gratuitamente santificada por Dios; y por otra parte, es entender que la santidad de María es una respuesta total, generosa, perseverante, al don del tres veces Santo, que la ha elegido como su propio santuario viviente. El don y la respuesta implicados en la santidad de Maria aparecen en los títulos que tradición eclesial le ha atribuido: casa de Dios, morada consagrada a Dios, templo de Dios... Tal misterio está bien ilustrado por el icono oriental de la Panagici, donde María está representada en un comportamiento orante, con los brazos abiertos, y que lleva sobre el corazón - regazo el círculo que encierra Aquel que los mismos cielos no pueden contener: quien la hace Panagia es Aquel que ella ha recibido en sí, el Santo Hijo de Dios, rostro visible del Padre invisible que está en los cielos; y esto en virtud de la potencia del Espíritu Santo y de la docilidad a éste.

María es santidad recibida por gracia y correspondida con libertad; es santidad testimoniada, irradiada, transmitida a todos, sin excepciones y preferencias. Por medio de ella hemos recibido al Santo que santifico nuestras almas.
Si debemos, por lo tanto, reconocer que la santidad de María no tiene que ver más con los sacerdotes que con los laicos o los religiosos, debemos añadir que los sacerdotes no pueden dejar de inspirar su vida y su misterio sin tomar referirse de la Todasanta.
En esta línea, quisiera explicitar el tema de la espiritualidad mariana del sacerdote, subrayando algunos aspectos que no hablan solo de cultivar la piedad mariana, sino que son vitales para vivir el misterio que el Espíritu Santo ha difundido en los corazones y puesto en las manos de los sacerdotes.

2. El vínculo “filial” que une al sacerdote y María
Como enseña Presbyterorum Ordinis, en el n. 1 8, la santidad del sacerdote se alimenta sobre todo mediante la economía sacramental, la cual une vitalmente a Cristo implicando toda la vida, en comunión y siguiendo el ejemplo de María: “Los ministros de la gracia sacramental se unen íntimamente a Cristo Salvador y Pastor por la fructuosa recepción de los sacramentos, sobre todo en la frecuente acción sacramental de la Penitencia, puesto que, preparada con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias. A la luz de la fe, nutrida con la lectio divina, pueden buscar cuidadosamente las señales de la voluntad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida, y hacerse, con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo. En la Santísima Virgen María encuentran siempre un ejemplo admirable de esta docilidad, pues ella, guiada por el Espíritu Santo, se entregó totalmente al misterio de la redención de los hombres; veneren y amen los presbíteros con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio”.

En este texto se observa que la devoción mariana del jacerdote no está dictada por una inclinación tá radicada en el sacramento recibido: los sacerdotes están completamente consagrados, por el Espíritu derramado sobre ellos, al misterio de Cristo Salvador. Para responder con diligencia a su vocación, ellos - advierte el Concilio- deben venerar y amar María con devoción y culto filial. El adjetivo “filial” merece detenerse a reflexionar, ya que cualifico una unión constitutiva que precede y suscita la misma devoción mariana: no es el homenaje caballeresco a la propia mujer (Madonna), ni el sen- ti entalismo que no incide sobre la vida, sino que es obediencia al don de Cristo, según la mutua entrega - recibimiento entre María y el discípulo amado, por deseo testamentario del Redentor (cf. Jn 1 9,25-27). Es más, el amor “filial” hacia la Madre del Señor, prolongando el amor por ella nutrido por su Hijo divino, debe recubrir las características del mismo amor filial de Cristo, quien, desde la Encarnación, ha sido el primero en decir a María “totus tuus”. En este sentido la calificación de “filial” no expresa el amor como optativo, dejando a los más sensibles a la espiritualidad mariana, siendo circunscrito en la objetividad del ser discípulos - hermanos de Jesús.
Sabemos que la entrega de María al discipulo amado no involucra sólo al apóstol Juan: Jesús la entregó como madre a todos ios discípulos. Pero tratándose de una relación entre personas, se entiende que María desarrolla su maternidad en relación con cada hijo, reconocido en su propia originalidad. Por tal motivo, los sacerdotes deben tener conciencia, en calidad de ministros ordenados, del vínculo que los une con María por aquello que ella es y por lo que ellos son en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Aquella que consagró todo su ser en la obra del Redentor, es inspiración fundamental para quienes se consagran en el ministerio ordenado para anunciar y actuar la obra de la redención.
No se debe olvidar que María no es sólo modelo de donación al Redentor y a los redimidos, sino, como Madre, es mafriz que genera en los sacerdotes, que la reciben y la aman con amor “filial”, la conformidad con Cristo su Hijo. El sacerdote está llamado por Jesús, en el estado que lo caracteriza, a recibir a María en su vida y en su ministerio, dispuesto a introducirla en todo el espacio de su ser y de su obrar, en calidad de ministro que obra in persona Christi. La eficacia del ministerio sacerdotal está en cierta medida, condicionada por el comportamiento “filial” que une al sacerdote con la Madre de Cristo, en obediencia a la suprema voluntad del Redentor.

De este modo el Santo Padre ha hablado de María Madre del sacerdocio, Madre de los sacerdotes, exhortando los ministros ordenados a aplicarse a ellos la entrega del testamento de Cristo: “De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: “Haced esto en memoria mía”, Cristo, desde lo alto de la Cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: “He ahí a tu hijo”. Al hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante se le dio a su Madre como “hijo”. Todos nosotros, por consiguiente, que recibimos el mismo poder mediante la Ordenación sacerdotal, en cierto sentido somos los primeros en tener el derecho a ver en ella a nuestra Madre. Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio”.

Desde este punto de vista, así escribe el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero en 1 994: “La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención” (n.68).

El vínculo “filial” con María, a la vez que permite experimentar a los sacerdotes la presencia materna, les enseña a vivir el ministerio dóciles al Espíritu Santo, imitando su ser Cristó foro por el mundo. A este respecto, es iluminante recordar un pasaje de la Lumen gentium donde la luz de la “maternidad” de María ilumina a cuantos son llamados al ministerio de regenerar los hombres en la santidad de Dios, como son justamente lo sacerdotes: “La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a ios hombres” (n. 65).

Comentando esta realidad, el Santo Padre Juan Pablo II auguraba en la Carta a los sacerdotes del Jueves Santo 1988: “Que la verdad sobre la maternidad de la Iglesia, como por ejemplo sobre la Madre de Dios, se haga más cercana a nuestras conciencias sacerdotales... Es necesario ir a fondo de nuevo en esta verdad misteriosa de nuestra vocación: esta paternidad en el espíritu, que a nivel humano es muy similar a la maternidad... Se trata de una característica de nuestra personalidad sacerdotal, que expresa justamente su madurez apostólica y su fecundidad espiritual... Que cada uno de nosotros permita a María ocupar un espacio en la casa del propio sacerdocio sacramental, como madre y mediadora de aquel gran misterio (cf. Ef 5,32) que todos queremos servir con nuestra vida”.


3. La santidad inspiradora de Maria en el sacerdote.
La obra del Espíritu Santo y Santificador dirige la atención obviamente al Padre, “fuente de toda santidad”, y el Hijo Redentor: el Espíritu “procede del Padre y del Hijo”, como profesamos en el Símbolo. Pero implica también a María, como vemos en las páginas del Nuevo Testamento. La Virgen, junto al Espíritu, está presente en la hora de la Encarnación y de Pentecostés, inicio y fruto del mysterium salutis obrado por el Cristo:
el Hilo del Altísimo se ha encarnado en el seno de la Virgen para efundir sobre cada criatura el Espíritu recreador. Si la efusión del Espíritu Santo en la Encarnación y en Pentecostés implica la presencia de María (Madre de Cristo Cabeza en Nazareth - Madre de la Iglesia, cuerpo de Cristo, en el Cenáculo), esto no puede ocurrir sin motivo: comprendemos que su cooperación materna está de alguna manera involucrada en la incesante santificación que el Espíritu de Cristo cumple en la vida de sus discípulos. Según dos dimensiones.

La primera considera la misión de María con respecto a nosotros: si estamos unidos por gracia inmerecida al Santo, es también gracias a Aquella que nos lo ha donado. “Concibiendo a Cristo, engendrándolo, alimentándolo, presentándolo en el templo al Padre, padeciendo con su Hijo mientras El moría en la Cruz, cooperó en forma del todo singular, por la obediencia, la fe, la esperanza y la encendida caridad en la restauración de lo vida sobrenatural de las almas. Por tal motivo es nuestra Madre en el orden de la gracia”(Lumen gentium 61).

El significado de la asociación de María a la obra del Redentor, se expresa así por Cirilo de Alejandria “Por ti María los creyentes llegamos a la gracia del santo bautismo... Por ti los apóstoles han predicado en el mundo la salvación”. En esta línea, podemos agregar nosotros: Por ti, Maria, se dona la gracia del sacramento de la Ordenación; por ti los sacerdotes son aquello que son; por ti María los sacerdotes desarrollan el ministeri d la santifiçaci’nIe Is’miemb os del uer o d Criste”. ( En ti se hizo Cristo Sacerdote, por ti vino el sacerdocio a los hombres, en ti Cristo fue ungido Sacerdote por el Espíritu Santo, Junto a ti en la cruz Cristo fue sacerdote de su propia víctima y consumó su victimación y obra redentora y sacerdotal)
En la santa unción que, mediante el sacramento de la Ordenación, conforma a quien lo recibe con Cristo Sacerdote, podemos ver un reflejo mariano. Como no se puede pensar en separar el sacerdocio de Cristo de la cooperación de María, que le ha dado el cuerpo y la sangre para el sacrificio de la nueva y eterna alianza, así debemos pensar que el vínculo entre María y ios sacerdotes está ordenado para ofrecer un sacrificio agradable a Dios.

La segunda dimensión contempla nuestra unión con la Todo- santa: para estar realmente unidos al Santo nos aferramos a María, aprendiendo de ella a vivir la santidad de la y en la Iglesia. Es lo que hicieron los Apóstoles en el Cenáculo, unidos a la Madre del Señor que imploraba “con sus ruegos el don del Espíritu Santo, quien ya la había cubierto con su sombra en la Anunciación” ( LG 59). Desde aquel 50 día del alba de la resurrección del Hijo, María continua ¡nceontemente a escuhar la oración de la comunidad cristiana, invocañdo el Espíritu Santificador sobre el ministerio de los sacerdotes, enseñándoles a recibirlo dignamente, dócilmente, con perseverancia, cotidianamente.
La espiritualidad mariana de tantos santos sacerdotes nos exhorta a recibir María en nuestra existencia, es decir a dejar espacio para que ella, por la potencia del Espíritu Santo, reproduzca en nuestras almas a Jesucristo vivo “Gestémonos en María, como cera en un molde para asemejamos perfectamente a Cristo” diría aún hoy Montfort a los sacerdotes. Lo retomaba también Pablo VI en estos términos: “Maria es el modelo estupendo de la dedicación total a Dios; Ella constituye para nosotros no sólo el ejemplo, sino la gracia de poder permanecer siempre fieles a la consagración, que hemos hecho de nuestra vida entera a Dios”.

4. María “maestra de vida espiritual”

A la pregunta ¿qué dice María a los sacerdotes?, es fácil responder recordando las sobrias pero importantes palabras que ella dijo a los siervos en las bodas de Caná: “Haced lo que El os diga” (Jn 2, 5). Es evocativo relacionar estas palabras con aquellas que Jesús dijo a los apóstoles en la Ultima Cena: “Haced esto en memoria mía”. Nutrir una verdadera devoción hacia María se resuelve de hecho en el obedecer existencialmente a Cristo, dejándolo “revivir” en nuestras personas y en nuestro mi-

nisterio sacerdotal. En síntesis, María nos llama maternalmente a comportarnos según la vocación recibida mediante la imposición de las manos, es decir a hacer memoria en la vida cotidiana de los santos misterios que celebramos en el altar in persona Christi.
Prestar atención a las llamadas de María: “Haced lo que Él os diga”, quiere decir para nosotros sacerdotes dejarnos formar espiritualmente por la Madre del Sumo y eterno Sacerdote: ella educa a la santidad, acompañándonos en el camino; ella nos llama a convertirnos a la santidad; ella nos introduce a la comunión con Cristo en la Iglesia.

Para ser fructuosos, el amor, la contemplación, la oración, la alabanza a María deben traducirse en “imitación de sus virtudes” como recuerda Lumen gentium 67. De ella aprendemos:
las bienaventuranzas de la fe; la serenidad del dejarnos llevar por el aquí estoy, también cuando no está todo claro; el perseverar en la vocación recibida, de la cual somos humildes servidores y no dueños; el espíritu misionero del ir solícitos a llevar Cristo al prójimo, como ella hizo visitando a Isabel; la actitud eucarística del Magnificat; el guardar en el corazón meditando palabras y hechos; el silencio receptivo de frente al misterio que nos supera; la fuerza de abrazar con alegría el sufrimiento de la Pascua; el amor al Cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

Una síntesis de los frutos que madura en los sacerdotes el recibir a María como Madre y Maestra de vida espiritual, se ofrece en el n. 68 del Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros publicado por la Congregación para el Clero: “La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos. Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio: ya que Ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal; la Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (cf Lc 2, 40). No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia”

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ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra, al conmemorar el aniversario de la proclamación de tu Inmaculada Concepción, deseamos unirnos a la consagración que tu Hijo hizo de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro, para que ellos sean consagrados en la verdad” (Jn 17, 19), y renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a tu Corazón Inmaculado.

       Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada, que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo. Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España en los caminos de la fe, de la esperanza y de la caridad; protege con tu amparo materno a todos los hombres y mujeres de nuestra patria en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

¡Corazón Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal que atenaza los corazones de las personas e impide vivir en concordia:

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana, desde el primer instante de su existencia hasta su último aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa y a la libertad de conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad del matrimonio y de la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!


Acoge, oh Madre Inmaculada, esta súplica llena de confianza y agradecimiento. Protege a España entera y a sus pueblos, a sus hombres y mujeres. Que en tu Corazón Inmaculado se abra a todos la luz de la esperanza. Amén.

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24. LA PERSONALIDAD DE MARÍA

CONOCER A MARÍA:

1. ES UN TESORO Algunas personas, con su forma de ser y de afrontar las circunstancias de la vida, nos ayudan a vivir la nuestra, a hacerla más intensa y agradable. Conocer. a alguien así es un tesoro que no tiene precio: conocer a María, aprender de Ella a vivir cada situación ¡y vivirla con Ella al lado!, dejarse contagiar por sus cualidades, es ese tesoro que se nos ofrece hoy ¡y que no podemos dejar escapar! Cada aspecto de su personalidad es un detalle de amor de Dios hacia nosotros, pues Él mismo nos la ha regalado como Madre, como Amiga, como Consejera.

2. ES ENCONTRAR UNA FE AUDAZ

Lo primero que nos brinda María es su propio camino de fe, su audacia que ya en la Anunciación cree ¡o humanamente imposible, acepta de corazón la «locura” de un Dios que se hace niño en su seno. Y su audacia, a partir de Belén, se convierte en perseverancia de fe cuando el Niño llora como todos, necesita a su madre como todos... pero Ella sigue creyendo que es el Hijo deI Altísimo que ha venido a traer la salvación.

       ¡Cómo atamos las manos al Señor cuando no le damos la oportunidad de hacer en nuestra vida “lo humanamente imposible” Qué alegría aprender a esperar con María los tiempos del Señor, a «calar” su forma humilde de actuar tan diferente de la nuestra. Ella no pone condiciones ni plazos, no pasa factura ni regatea, no acepta con «resignación’ ¡sino con gozo y confianza!

3. MUJER DE SILENCIO

María se expresa también en el silencio y nos enseña a apreciar su valor. Ese silencio no es sólo sobriedad al hablar, sino sobre todo capacidad de comprensión empapada de amor. En un mundo que no sólo padece sino también busca el ruido tanto exterior como interior, Ella nos enseña que no hay que temer al silencio sino convertirlo en momento de conversación con el Señor, en lugar de compañía cariñosa y amable de Aquél que nunca nos deja, que nos comprende y nos habla desde dentro de nuestro propio corazón. El silencio no es soledad sino compañía, no es un vacio sino una riqueza espiritual.

 

4. HUMILDAD: ATENTA A MIS NECESIDADES

       Pero si estamos hablando de características de la personalidad de María es inevitable destacar de qué manera testimonia con su vida el valor de una existencia humilde y escondida. ¡Con lo que nos gusta ser la excepción! Pero mira por dónde María, que era de verdad “la excepción”, la única criatura concebida sin pecado original, la de una pureza intachable, no sólo no reivindica las ventajas que le corresponden como Inmaculada y Madre de Dios, sino que no deseó nunca honores ni privilegios. Sus ojos no estaban puestos en Ella misma, sino en Jesús y en todos los que la rodeaban, por eso tenía -y tiene!- esa capacidad finísima de ver lo que cada uno necesita, le falta o le preocupa. Cuando uno se llena de Dios, el corazón se sanea, deja uno de estar pendiente de si me hacen caso o no, de si me tienen consideración o no, de si me tratan como merezco... ¡y tantas cosas que son raíces de orgullo que no traen más que amarguras! María, despojada de sí misma y pendiente de la voluntad de Dios y de las necesidades de sus hijos es entonces la mujer más feliz del mundo. Que la felicidad está más en dar que en poseer. ¡Qué grande se hace Dios en lo pequeño!

5. CAUSA DE NUESTRA ALEGRIA

       Tampoco podemos dejar, entre las muchísimas ayudas que la Virgen nos ofrece, la de ser “causa de nuestra alegría”, como dicen las letanías del Rosario. No es sólo modelo, sino causa. Esto significa que Ella, por gracia de Dios, es capaz de comunicarnos la alegría que nace de la esperanza incluso, y, sobre todo, en medio de las pruebas de la vida, que a Ella no le faltaron y a nosotros tampoco.

       No sabemos cómo es exactamente el rostro de María, pero sin duda es un rostro alegre, sonriente como tantas veces hemos visto: «el rostro alegre de la Iglesia»

PLEGARIA-HIMNO A LA VIRGEN MARIA

1. MARÍA, tú eres para el cristiano, en claridad de fe, lo que cantan estos versos: Lucero del alba, luz de mi alma, santa María.

En tres versos te he dicho, Señora, que tú me pareces aurora de la nueva creación que se dará para míen Cristo, foco de luz para que mi alma —que quiere saber de dónde viene y a dónde va— no se pierda en falsos caminos de salvación, ejemplo de vida noble y digna que haces de ti misma donación, oblación, entrega a los demás, arrodillada como dulce sierva ante los designios divinos que presiden tu existencia.

2. MARÍA, tú has sido persona predestinada por el Amor de Dios, y  la miras como: Virgen y Madre, hija del Padre, santa María.

El Amor te tomó de la mano y del corazón, desde tu Concepción. Él te condujo, piadosa doncella, a que hicieras la ofrenda de todo tu ser, y, al no tener otro amor que el suyo, te concedió el honor de ser privilegiada Hija del Padre a la que se otorgaría el don de ser Madre con gloria inmortal. Hija y madre. Misterio de amor y de luz. Hija del Padre, Dios bondadoso creador; madre del Hijo, Dios bondadoso redentor. Aunque no entiendo los misterios divinos, me gozo contemplando el beneficio concedido a María, mi madre.

3. MARÍA, tú has sido objeto preferido en el que tiene sus delicias el Espíritu. La liturgia dice que eres su flor: Flor del Espíritu.

Y es que embebes con tu presencia más todavía el jardín de la redención, dándole un toque femenino a todo su contorno. El Espíritu te da su amor, te llena de gracia, y tú eres enormemente generosa en la respuesta. Nada te reservas, nada te escondes, nada te guardas. Cuanto eres te muestra dadivosa para «ser a favor de los demás».

4. MARÍA, tú eres, por antonomasia, madre: Madre del Hijo. Ése es un honor y una gloria que ni tiene precedentes ni será nunca igualado. Porque el hijo es Hijo de Dios e Hijo tuyo. Y en tu maternidad no eres tú la que la das en herencia tu historia y vida vieja metida en las venas, sino que es el Hijo quien pone en tus venas espirituales savia nueva. Tu gloria de MADRE es la que recibes del HIJO.

5. MARÍA, tú eres, en fin, el regazo en el que todos los redimidos cabemos..., pues, al ser Madre de Jesús, cabeza del reino y de la iglesia, eres madre de todos los redimidos y discípulos del Hijo. Por eso te aclamamos gozosos como: Amor maternal del Cristo total,

Santa María, Madre de la Iglesia, madre mía, madre de todos. Amén.

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27. MEDITACIÓN MARIANA: “He aquí la esclava del Señor” (Mayo 1982)   MARÍA, SIERVA DE DIOS Y DE LOS HOMBRES

1. Vamos a meditar esta tarde sobre la respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Y vamos a meditar sobre esta respuesta de la Virgen precisamente porque la palabra servir no tiene buena prensa ni aceptación entre nosotros mismos, que tratamos de vivir en cristiano, especialmente el grupo de la parroquia.

       La Declaración de los Derechos Humanos insta a que nadie sea siervo o esclavo de otro. Cada persona deber ser libre y responsable de su vida y de sus actos. No podemos aceptar que haya hombres esclavos. Entonces ¿cómo poder afirmar que María es  la esclava, la sierva del Señor? ¿Qué sentido pueden tener estas palabras?

2. Lo primero que debemos afirmar es que María, la sierva del Señor, está en la llena del servicio a Dios y no de esclavitud. María quiere servir a Dios, a sus planes y para eso se entrega totalmente, pone toda su voluntad, toda su persona al servicio del proyecto de Dios. Y para poder hacer esto plenamente, lo primero que se requiere en la Virgen es ser y sentirse libre. Cómo puede realmente ponerse al servicio pleno de Dios, aunque uno lo afirme, si no está totalmente libre de pasiones fuertes o débiles como la soberbia, el egoísmo, la comodidad que le impiden a la persona ser y vivir con libertad y totalidad para con Dios y los hermanos? ¿Cómo poder servir sin fallos, sin reservas quien es esclavo de sí mismo?

Precisamente este es el sentido de la mortificación cristiana, de la revisión de vida en los grupos; es descubrir y mortificar las ramificaciones del yo que impiden el total amor y servicio y entrega a la voluntad de Dios y de los hermanos.

Y esto que es necesario para la relación con Dios, lo es igualmente para las relaciones humanas en el matrimonio, en las amistades, en la vida cristiana yen el grupo: cómo creerse uno que ama  al esposo, al amigo, y decir te amo con todo su corazón, cuando uno es esclavo de sí mismo y se ama casi exclusivamente a sí mismo, y se busca a sí mismo incluso en la relación con el esposo o los amigos? Cuanto más esclavo sea uno de sí o de cosas, menos fuerza y entrega puede tener para amar y entregarse de verdad a los demás.

De aquí la necesidad del servicio del amor que soporta los fallos del otro y le  perdona, la necesidad diaria de superar las faltas de amor de los otros, de amar a fondo perdido, de amar con gratuidad sin exigir o esperar a cada paso la tajada de recompensa, de amar como la Virgen, gratuitamente, como sierva que no tiene ego, egoísmo, amor propio o amor a sí misma más que a los demás.

Si no ese ama así, si en la amistad, en el matrimonio no se perdona gratuitamente, vendrá el divorcio, la separación, so pretexto de libertad, de derechos y autonomías, el mismo aborto es una derecho que dan a la madre estos gobiernos ateos sin mencionar los derechos de hijo a la vida y al amor.

María, por ser y sentirse libre, puede decir: “He aquí la esclava, la sierva del Señor”, porque al no buscar su egoísmo puede servir totalmente a Dios. Nosotros, para poder optar por Dios, necesitamos estar más libres de orgullos, de amor propio, de egoísmos, de envidias y soberbias... porque todo esto nos hace esclavos, nos incapacita para amar a Dios y a los hermanos.

3. El servicio de María es libre, no se busca a sí misma, sólo busca amar a Dios sobre sí misma, y cumplir su voluntad por encima de todo. Y por eso, cuando el Espíritu Santo “la cubre con su sombra” y engendra la Hijo de Dios, no da explicaciones a nadie y soporta la calumnia y las murmuraciones y la incomprensión, por otra parte, lógica y santamente llevada por su esposo José, y se lo confía todo a Dios.

El sí de María es amar a Dios y ponerse a su servicio por encima de todo, amar sobre todas las cosas; he aquí el verdadero amor, el que se vacía de sí mismo, el que piensa en Dios y en los demás más que en uno mismo. Quien ama de verdad, está siempre a disposición de la persona amada, no concibe la vida sin ella, no se ve sino en ella, no se realiza sin ella. María, por amor a Dios, se hace libre de esclavitudes y lo hace por amor obedencial y servicial a Dios. María amó y se pone al servicio total de Dios. María, desde la libertad y del amor total, se hace sierva de Dios y de los hombres. Desde esta perspectiva mariana sí que podemos decir que «servir es amar» y «amar es servir».

4. María fue saludada por el ángel como “kejaritomene, la llena de gracia”. Si estuvo llena de gracia desde el primer instante de su ser, también estuvo llena del amor de Dios. Y “Dios es amor”, dice San Juan. Amor gratuito, servicial y entrega total al hombre sin esperar nada de él porque el hombre no le puede dar nada que Él no tenga. Y este amor es el que llena a María.

Ella ama gratuitamente, sin esperar nada, sólo por amor, por hacer feliz a la persona amada. Nosotros, por naturaleza, somos egoístas, tenemos el pecado de origen, que consiste en amarnos a nosotros mismos más que a nadie. Pero “Dios es amor... en esto consiste el amor, en que Dios envió a su Hijo Único al mundo para que vivamos por Él... en esto consiste el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó primero y envió a su Hijo como propiciación de nuestros pecados” (1jn. 4, 8-10. María, lo afirma el arcángel Gabriel, estuvo llena de este amor.

El amor de Dios es gratuito, por el puro deseo de amarnos y hacernos felices.  Él no ama para que vivamos su misma vida de amor y felicidad. Quiere hacernos igual a Él: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su propio Hijo, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan  vida eterna”. Sólo hay una cosa que Dios no tiene si nosotros no se lo damos, nuestro amor.

5. En el Evangelio Cristo nos dice que vino al mundo para “servir y no para se servido... haced vosotros lo mismo”. Servir al Padre cumpliendo su voluntad: “mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado”. Y siendo maestro el Señor está con los suyos como el que sirve, lavando los pies de sus discípulos, atendiendo a las necesidades de los hombres, curando sus heridas, sanando sus enfermedades, consolando, acariciando a los niños (Lc 22,26-27; Jn 13, 1-17).

Este amor servicial y amistoso de Dios y de su Hijo nos ha llegado a se ser totalmente extraño en estos tiempos en que sólo se habla de derechos; esta forma de amar en cristiano resulta ajena hoy a los mismos cristianos, seguidores del“Siervo de Yavéh”  por las circunstancias de la política y sindicatos y  sociedad que solo habla de derechos.

El amor de servicio es algo de lo que hablamos en la iglesia, cuando predicamos o meditamos, pero no nos sirve luego para la vida, nada de ponerlo en práctica, como programa de vida y relación con los demás; pensamos así aquí ahora, viendo y oyendo a Cristo, pero luego nos comportamos como todos los demás: nos ponemos en una postura de servirnos de los demás, como hace todo el mundo y no en una mentalidad y actitud de servicio.

Sin embargo, fijémonos en lo que Cristo nos enseña con su comportamiento. Dice así el Evangelio: “Jesús llamó a los discípulos y le dijo: sabéis que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y los grandes las oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro servidor; de la misma manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar la vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 25-27).

6. María captó plenamente esta mentalidad de Dios: se pone  a servicio de la Palabra de Dios, a servicio de Isabel, del niño por el que tiene que huir a Egipto, al servicio de los novios que no se enteran, igual que el resto de los invitados a la boda de Caná, de que se han quedado sin vino, porque solo pensaban en si mismos y estaban pendientes de pasarlo bien ellos. María está pendiente de los demás más de que de si misma y por eso se da cuenta de que falta el vino. María, hasta el Calvario, fue puro servicio a todos. Por eso todos la quieren, desde Dios hasta el más pecador.

Aprendamos de María a ser cada día más serviciales, más libres de esclavitudes, para poder amar y servir a todos como Ella. Este  servicio debe ser motivado desde el amor a Dios, que es el más gratuito y fuerte. Sin deseos de querer amar más Dios y a los hombres, al esposo, al grupo de amigos no es posible emprender este camino de liberación, de superación, de gratuidad, porque supone una generosidad que naturalmente no tenemos, tiene que ser por la gracia de Dios.

Que María nos ayude a comprender todo esto. Que Ella nos convenza de que así deber ser un cristiano, fiel al ejemplo de Cristo, siguiendo y pisando sus huellas; que Cristo nos de su fuerza, su gracia, su amor para amar así, que seamos fieles a lo que Cristo nos pide. De esta forma todos los problemas del grupo, de los matrimonios, de las relaciones humanas quedarían superados por el amor servicial y gratuito.

María, madre y sierva del Señor, que por amor a Dios te hiciste esclava de tus hijos los hombres, danos deseos de imitarte como tú imitaste a tu Hijo. Queridas hermanas: Repitamos durante todo este mes de mayo: María, modelo de entrega a Dios, ruega por nosotros a tu Hijo, para que seamos semejantes a ti, y podamos decir tus mismas palabras con tus mismos sentimientos “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Amén.

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28. MARÍA, MADRE DE FE, DE ESPERANZA Y DE AMOR PARA TODOS SUS HIJOS

       Queridos hermanos:

1.- María es primeramente madre; Madre de Cristo y Madre de todos los creyentes en Cristo. María es nuestra Madre. Porque Dios lo quiso. Y lo quiso al enviarnos a su Hijo y elegir a María para Madre. Madre de la Cabeza, madre del cuerpo místico, que es la Iglesia, que somos todos nosotros.

Dios envió a su Hijo para salvarnos y quiso que tuviera una madre, como todos nosotros. Y el Hijo la eligió como madre. Y la quiso madre para todos nosotros, porque así nos la entregó a todos en la persona de Juan: “He ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”. Y el parto de este alumbramiento fue doloroso, porque fue el de su pasión y cruz de Cristo a la que quiso asociar a su Madre, la Virgen de los Dolores: “estaban junto a la cruz su madre...” Así la proclamó solemnemente Pablo VI en pleno Concilio Vaticano II:

«Para gloria de la Virgen y consuelo nuestro Nos proclamamos a María Santísima Madre de la Iglesia, es decir, del Pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores, que la llaman Madre amorosa. Queremos que de ahora en adelante sea honrada e invocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título»,

El título de Madre de la Iglesia era ciertamente nuevo en cuanto a su proclamación, pero no en su contenido, porque desde siempre todos los cristianos se han considerado hijos de María y la han invocado como Madre, con afecto filial.

Ya en las primeras páginas de la Biblia se nos promete como tal: “Pongo hostilidades entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; ella herirá tu cabeza, cuando tu hieras su talón” (Gn 3, 15).

La revelación posterior del Nuevo Testamento nos permite descubrir en este pasaje su sentido mariológico: esa mujer que triunfará con su Hijo sobre la serpiente no es otra que María.

Pero es, sobre todo, en el misterio de la Anunciación, donde Maria, con su Sí al plan salvífico del Padre, es constituida Madre de todos lo redimidos, acogiendo en su seno la Palabra divina Encarnada en su seno , Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador.

Tenemos este texto maravilloso de la Lumen gentium: «Desde la Anunciación... mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie, se condolió profundamente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consistiendo con su amor a la inmolación de la víctima engendrada por ella misma» (Jn 19, 25-27).

Y allí en el Calvario, fue proclamada solemnemente por Cristo como madre de los hombres en la figura de Juan: “Mujer, he ahí a tu hijo”, a tus hijos.

Si hay una madre, lógicamente  tiene que haber  hijos. Podíamos ahora considerar nuestra relación, nuestros deberes de hijos para con Ella, pero nos vamos a detener más bien en sus deberes y relación de Madre para con nosotros, en su maternidad actual para con todos los hijos de la Iglesia, con todos los hombres. Y citamos nuevamente la Lumen gentium:

«Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación de todos los elegidos. Pues, asunta en cuerpo y alma a los cielos, no ha dejado esta misión solidaria, sino que con su múltiple intercesión, continúa obteniéndonos los dones de la Salvación Eterna» (LG 62).

María, como madre, se ha convertido así en fuente de gracias, y a la vez en arquetipo y modelo de santidad y virtudes cristianas y evangélicas para todos nosotros, sus hijos. Es madre y modelo de santidad evangélica.

2. Madre y modelo de fe. Desde la Inmaculada Concepción hasta el Calvario caminó sin vacilar por el camino de la fe que mantuvo viva su esperanza y la hizo caminar y  vivir en caridad y entrega permanente a los planes de su Hijo Dios y sus hijos, los hombres. Y como modelo y madre, Ella es la realización anticipada de lo que testamos llamados a ser cada uno de sus hijos. Mirando a nuestra Madre como modelo, nos animamos a vivir las virtudes teologales, que son la base de toda la vida cristiana.

Madre de fe en la Anunciación, donde sin ver claro, aceptó la palabra divina y se abrazó a la voluntad salvífica de Dios. Concibió creyendo  al que dio a luz creyendo. Madre de la fe sin límites al pié de la cruz, cuando se consumaba el misterio de la Redención de la forma mas paradójica, fracasando su Hijo ante el pueblo y creyendo que era Dios, el Hijo que moría de forma tan cruel y dolorosa. Solo una fe del todo singular pudo sostener a la Madre en su unión salvífica con el Hijo.

Queridos hermanos, cuando no se comprenden los planes de Dios, porque no coinciden con los nuestros, que siempre van buscando el éxito inmediato; cuando no se entiende lo que Dios quiere y nos propone y uno tiene que decir Si a Dios sin saber donde le va a llevar ese sí; cuando crees que ya lo vas realizando y se van cumpliendo los planes de Dios, pero viene una desgracia que los mata en la cruz del fracaso, sin apoyos y explicaciones, en noche oscura y total de fe, de luz, de comprensión y explicación, como pasó con María; Ella, como Madre de la fe oscura y heroica te ayudará a pasar ese trance doloroso y estará junto a ti y sentirás su presencia como Jesús quiso que estuviera junto a su cruz, junto al Hijo de su entrañas y de su amor. Ella es ejemplo de cómo tenemos que vivir esos momentos dolorosos de la vida.

3. María, Madre de fe, es también madre auxiliadora en los momentos de peligros y desgracias, es auxiliadora e intercesora del pueblo santo de Dios. Además, lo puede todo, es omnipotente suplicando y pidiendo a su Hijo por nosotros. Como toda madre es intercesión para sus hijos. Todos  sabemos y decimos que no hay nada como el amor de una madre. Triste es la orfandad de cualquiera de los padres, pero  si la madre permanece, existe hogar y los hijos siguen unidos y caminan hacia adelante. Un hijo puede olvidrse de su madre, pero una madre no se olivara jamás de sus hijos. Si Dios nos dio a María por madre, esto nos inspira consuelo, paz, tranquilidad, seguridad. Es Dios quien lo ha querido y lo ha hecho.

4.- María, madre de fe, es esperanza nuestra; vida, dulzura y esperanza nuestra como rezamos en la Salve. Maria ha conseguido la plenitud de vida y salvación que buscamos. Ha sido asunta, es Madre del cielo, es premio, eternidad dichosa en Dios que abre su regazo para todos sus hijos. Es cita de eternidad. Es cielo anticipado para sus hijos. El cielo de María es que todos sus hijos se salven y lleguen a su Hijo, a Dios, para lo que su Hijo se encarnó en su seno.

Recemos: Maria, madre de fe y esperanza, auxiliadora del pueblo de Dios, intercede por tus hijos ante el Hijo que nos salvó y todo lo puede; tú lo puedes todo ante Él suplicando, porque es tu Hijo, lo llevaste en tus entrañas.

Madre, llévanos de la mano un día a donde tu ya vives como reina de la ángeles, tú que eres la mujer nueva, la Virgen Madre vestida del resplandor del Sol divino que es tu Hijo, coronada de estrellas, madre del cielo. Amén.

29. Complemento de María, Madre y Modelo de fe.

Así como en el Antiguo testamento rompe Abrahán la marcha de la fe y es llamado padre de los creyentes,, porque se fía del Señor que le invita  a salir de su tierra y parentela para caminar hasta la tierra prometida y fiado en esa misma palabra está dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, así también en el Nuevo Testamento María abre la marcha de los creyentes como madre de la fe, creyendo en la palabra que Dios le envía por medio del arcángel Gabriel que la hace por el Espíritu Santo madre del Salvador.

       Esta fe-confianza de María la encontramos totalmente clara y reflejada en el misterio de la Encarnación del Verbo, creyendo que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas. Y esta fe la aceptó orando, estaba orando cuando el ángel la saludó y le trajo buenas noticias de parte de Dios. Orando, mientras cosía o barría, o sencillamente orando, sin hacer otra cosa más que orar. Así se le aparece el ángel y le descubre el misterio: “concebirás y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús...será grande y se llamará Hijo del Altísimo...”

       Y Maria lo admite y sólo quiere saber qué tiene que hacer. Porque Ella tiene voto de virginidad: ¿Cómo puede ser eso? Y el ángel dice que el Señor con su poder se encargará de solucionarlo todo y ante esto y siguiendo sin ver claro pero fiándose totalmente: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

       Si para que se cumpla este proyecto de Dios es necesario que venga abajo mi reputación, mis planes, mi fama, incluso ante mi marido José, he aquí la que ya no tiene voluntad ni planes propios, pero que Dios haga en mí sus planes.

       Se fía y se entrega totalmente a Dios: “Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá”, le dirá luego su prima Isabel cuando María va a visitarla, porque está también embarazada.

       La fe de María ha sido el principio en el tiempo de nuestra salvación, es el principio de la maternidad divina de María. Pero quede claro, que esta fe, esta confianza no le descubre el misterio de Cristo y su misión, sino que lo irá descubriendo en la medida que  se vaya realizando. Lo tiene que ir descubriendo en contacto con su Hijo y su misterio: “María consevaba todas estas cosas en su corazón”. Siempre lo fue descubriendo por la oración. Por ejemplo, se ha perdido el niño. Y Ella lo busca, no sólo para sí sino para todos nosotros. Porque Ella está versada  en las Escrituras santas y sabe que el Mesías nos salvará. Por eso quiere encontrarlo para todos: “Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”. Y recibe esta respuesta desconcertante: “No sabíais que debía ocuparme de la casa de mi Padre”.

       Y añade muy acertadamente San Lucas, que lo escucharía de la Virgen: “María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón”. María meditaba, reflexionaba y su fe iba abriendo y descubriendo y aumentando y ejercitando hasta la perfección, como aumenta la tuya y la mía mediante la oración y las puestas con la  confianza en Dios.

       La fe dolorosa y redentora de la Virgen aparece sobre todo en el Calvario. Sigue siendo una fe abrahámica. La de Madre de todos los creyentes. En aquella oscuridad dolorosa del Viernes Santo hay una doble luz: primero, el amor invencible al Hijo y del Hijo, y la fe invencible de la Madre. Allí está ella de pie, firme, creyendo contra toda evidencia, dando a luz a la Iglesia, que está naciendo de los dolores del Hijo crucificado, a los que ella se une en noche de fe, sin ver nada, todo lo contrario, con una fe muy oscura y dolorosa y más meritoria que la de Abrahán  porque él no llegó a sacrificar a su hijo y verlo muerto, y María, sí. Y, sin embargo, cree, cree en la Victoria del Hijo viéndole morir en el más vergonzoso fracaso. Cree en la vida que está naciendo de la muerte de su Hijo. Y de hecho, con la palabra del Hijo, queda explicada toda esa noche de fe, porque realmente se ha convertido, unida al dolor de su Hijo en madre de todos los creyentes. Así se lo testifica su Hijo: “Mujer, he ahí a tu hijo, he ahí a tu madre”.

       Con estas palabras del Hijo ha quedado todo explicado, manifestado, descubierto: María por su fe, unida al sacrificio de su Hijo, se ha convertido en Madre de la Iglesia., de los creyentes, y al peder el Hijo, ha conseguido la multitud de todos, los nuevos hijos: Juan es el representante.

       Y María ensancha aún más, en la misma pérdida del Hijo, su amor y caridad por esta fe y nos recibe a todos en su corazón que adquiere dimensiones universales como la redención de Cristo.

 

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PRESENCIA ACTIVA DE MARIA EN EL CAMINO CONTEMPLATIVO DEL APOSTOL

Dimensión mariana de la contemplación:

       La actitud contemplativa de la Iglesia es una actitud profundamente mariana: "escuchar" la Palabra con el "corazón" abierto a los planes de Dios (cf. Lc 2,19.51). Es la actitud de volver a la autenticidad de un corazón que se abre al amor, "en espíritu y verdad" (Jn 4,23). La actitud contemplativa respecto al Verbo encarnado se realiza en la Iglesia "meditando piadosamente sobre María y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre" (LG 65). La Iglesia aprende a recitar, con María, el "Magnificat", en el que "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36).

       El proceso de contemplación ha sido descrito por los santos de diversas maneras: como apertura gradual al "agua viva" o presencia activa del Espíritu; como entrando cada vez más en lo más hondo ("moradas") del corazón; como un itinerario de salir del propio yo (éxodo para entrar en el silencio de Dios (desierto) y llegar a la unión con él (Jerusalén); como "escucha" (lectura) de la Palabra para dejarse cuestionar ("meditación"), pedir luz y fuerza ("oración" o petición) y unirse totalmente a los designios de Dios Amor ("contemplación"), etc.

María en el itinerario de la contemplación:

- Su silencio meditativo (Lc 1,29)

- y su "sí" a la Palabra (Lc 1,38)

- es expresión de su fe en Dios (Lc 1,45),

- convertida en alabanza, agradecimiento (Lc 1,46ss),

- que se concreta en servicio de caridad (Lc 1,39; Jn 2)

- y es intrumento del Espíritu (Lc 1,41).

- Acepta el misterio de Cristo (Lc 2,19.33.51)

- hasta correr esponsalmente su suerte (Lc 2,35; Jn 19,25ss).

Apóstol: hacia el "amor materno" de María por la contemplación:

       "El futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

       "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

Revisión de vida:

- Meditar la Palabra en el corazón: toda, como es, aquí y ahora

- Don de Dios, siempre viva: Escritura, Magisterio, Liturgia...

- Un proceso de apertura y escucha: recibirla, cuestionarse, pedir filialmente, sintonía de donación... (CEC 2654) (Mt 17,5: "nube")

- Leer la vida a la luz de la Palabra (GS 1, 4, 11, 44)

- Ser su transparencia e instrumento (servidores): Jn 1,45

 

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CUARTA MEDITACIÓN: Es tiempo de caminar con Teresa: Homilía del cardenal Ricardo Blázquez Pérez Ávila ( Año Jubilar Teresiano (24-4-20 15)

 

QUERIDAS HERMANAS CARMELITAS: Vamos a seguir meditando sobre nuestra madre, santa Teresa, que  en sus tiempos recios se desvivió por forjar amigos fuertes de Dios. Su intercesión nos alienta en nuestra situación que reclama ante los desafíos pastorales del mundo actual una disponibilidad decidida y alegre para continuar el camino a que ella nos invitó en Alba de Tormes a punto de morir: «Es tiempo de caminar».

((Don Alonso Sánchez de Cepeda anotó el momento del nacimiento de su hija: «En miércoles veinte y ocho días del mes de marzo de quinientos e quince años nasció Teresa, mifija, a las cinco horas de la mañana, media hora más o menos, que fue el dicho miércoles casi amaneciendo».

Teresa nació al rayar el día, el miércoles de Pasión, casi en el umbral de la celebración de la muerte y resurrección de nuestro Señor Jesucristo. En tiempo pascual, junto a la cuna de Teresa de a Jesús nos abrimos a la esperanza viva a que hemos renacido por la resurrección de Jesucristo (cf. 1 Pe 1, 3))).


1. Dios nos ha hecho felices con el regalo de santa Teresa

      

       «Dios ha amado a todo hombre por sí mismo» (Gaudium et spes 24); ha creado al ser humano, varón o mujer, a su imagen y semejanza y destinado a ser su hijo. Toda persona es un regalo de Dios. Nos debemos, como reconocimiento de esta dignidad, mutuo respeto, servicio y gratitud.

       Santa Teresa es un don excelente de Dios a la humanidad. Su persona, su vida y misión nos han enriquecido a todos. Felicitándonos, hacemos fiesta al cumplir Teresa de Ahumada no solo años sino también siglos. Con el nacimiento de santa Teresa Dios ha estado grande con nosotros y estamos alegres; bendecimos a Dios y nos felicitamos nosotros.

       Ella vive eternamente feliz en la presencia de Dios. La memoria de Teresa está viva también entre nosotros; el paso del tiempo no la ha relegado al olvido, como a la mayor parte de los mortales. Las celebraciones del V Centenario fueron una ocasión para que su memoria que pervive en la Iglesia y en la humanidad se reanime, se enardezca y se convierta en gratitud y en docilidad a su insigne magisterio.

Nos ha dejado una herencia preciosa: Su vida y su alma que hallamos en sus escritos; sus hijas e hijos en quienes tomó cuerpo y forma su obra reformadora; sus obras escritas en admirable español que son libro vivo, y no solo narración o doctrina.

       La generosidad de Dios, que pronto acogió personalmente Teresa sin reservas, fue y continúa siendo un servicio inestimable al Evangelio, a la Iglesia y a la humanidad. Lo recibido de Dios se hizo en Teresa misión fecunda. En su vida brilla tanto la gracia espléndida de Dios como su entrega generosa al Señor.

       Ella «muy amiga de letras» y atenta a las personas que, en la comunión de la Iglesia, le hablaban de Dios con conocimiento teológico y con experiencia espiritual  agradeció a lo largo de su vida y en el cumplimiento de su misión los carismas existentes en la Iglesia.

Jesús mismo consolaría a Teresa ofreciéndose como Libro vivo: «No tengas pena, que yo te daré libro vivo» (cf Vida 26, 5), porque Él es en persona la Palabra, el Amor, la Verdad y la Imagen de Dios.

Pues bien, además de aprender Teresa leyendo el libro vivo que es Jesucristo, se convirtió ella para nosotros en libro donde palpita la vida. La experiencia de fray Luis de León, que editó por primera vez en Salamanca el año 1588 las Obras de Santa Teresa, a quien no había conocido personalmente, pero la hallaba viva en sus hijas y en sus escritos, la podemos tener nosotros.

En sus escritos no solo cuenta y enseña, sino también oímos su oración, nos impacta su testimonio y nos alienta en el camino de Dios. Con su pluma comunica tantas cosas y se comunica personalmente.


2. El encuentro con Jesús sacó a Teresa del cansancio al camino. Nos ha advertido Teresa, contando lo que a ella le ocurrió, del peligro de la mediocridad. Ha experimentado la insatisfacción profunda, la fatiga, el marasmo, el descontento por su vida indecisa entre la entrega de Dios y la atracción del mundo. Durante un tiempo caminó como entre dos aguas, picoteando, ni estaba sentada a la mesa de Dios ni a la del mundo. Cuando estaba en un lugar ansiaba el otro y viceversa. Estaba cansada porque «coqueteaba con la mundanidad espiritual» (Papa Francisco en la misa crismal).

Vivió un tiempo sin hallar el eje de su vida ni el centro unificador. La vida desganada, cansina, desmotivada, mediocre, sin pasión por Dios y por el Evangelio deja el corazón triste y vacío. Ir tirando, matar el tiempo, es desperdiciar la fuerza de la vida, produce pena y compasión.

La insatisfacción y descontento en Teresa, mujer orante por vocación, se manifestaban en la oración descuidada. En la experiencia de Teresa, que ella vivió algún tiempo y expresó con claridad, podemos vernos corregidos, identificados y determinados al sí decidido a Dios.

El encuentro personal con Jesucristo cambió radicalmente su vida. Dios la esperaba en una imagen de un Cristo muy llagado que la hizo pasar de la representación al Cristo real. Ella describió la impresión que le produjo: «Pues ya andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las ruines costumbres que tenía. Acaecióme que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá, a guardar, que se había buscado para una cierta fiesta que se hacía en casa. Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal; porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe El con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle» (Vida 9, 1). La imagen de Cristo quedó como esculpida en el alma de Teresa; nunca pudo olvidarla.

Este estremecimiento de todo su ser fue para Teresa como una conversión. La conversión de María Magdalena y de san Agustín le proporcionaron la clave para interpretar lo acontecido. El encuentro con Jesucristo va a cambiar su vida y le va a descubrir el lugar y el sentido de Jesucristo en nuestra relación con Dios: es el Hijo encarnado, la Palabra única, la sacratísima humanidad, el Amigo que nunca falla, el Camino para encontrar al Padre, la puerta de la salvación y de la revelación. Ella está tan segura en la mediación insustituible de Jesús en todo el itinerario del hombre a Dios que se siente capaz de defender esta convicción cristiana incluso con teólogos.

El cambio experimentado por Teresa fue como el amanecer de un tiempo nuevo. Ha cambiado el horizonte de su vida. Pasó del cansancio por no hacer nada a la dedicación incondicional en medio de trabajos, persecuciones, viajes, incertidumbres; como Pablo describió sus trabajos por el Evangelio (cf. 2 Cor 11, 23-33), pudo Teresa en sus Cartas y Fundaciones informar de los propios. Si antes estaba desganada para todo, ahora el celo por la gloria de Dios y la salvación de los hombres le quema el alma. A veces nuestros cansancios proceden no de los trabajos sino de las inapetencias. «Solo el amor descansa» (Papa Francisco).

Hemos escuchado en la primera lectura uno de los relatos de la conversión de Saulo (Hch 9, 1-20; cf. 22, 5-16 y 26, 9-18). De celoso perseguidor del Camino, es decir, de la comunidad de discípulos del Señor, se convirtió por el encuentro con Jesús mientras caminaba, en ardiente evangelizador, elegido para ser mensajero del Nombre del Señor ante los paganos.

Teresa, después del encuentro con el Cristo muy llagado mostró también una disponibilidad sin reservas: «Vuestra soy, para Vos nací./ ¿Qué mandáis hacer de mí?». San Pablo que traía siempre en sus labios y en su vida a Jesucristo fue para Teresa un ejemplo luminoso. Leamos también en esta clave las Confesiones de san Agustín.

En las páginas escritas por Teresa el amor a Jesucristo, la pasión por la verdad, el celo por cumplir la misión recibida, la radicación en la humildad son conmovedoras. En ella nada es mortecino ni apagado. Si no tomamos la vida en su peso y en su desafío, no hallaremos la felicidad; no tendremos realmente vigor y esperanza para vivir, para trabajar, para sufrir, para morir. Es penoso arrastrar la carga diaria sin una fuente interior que refresque, purifique, ilumine, fortalezca y haga fecunda la vida.

Teresa pudo enseñarnos el deseo apasionado del encuentro con el Señor porque experimentó el vacio de su pérdida. El abismo del vacío se mide a la luz de la plenitud y viceversa. A nuestra generación nos dice Teresa que el malestar de nuestra cultura tiene que ver con el desconocimiento de Dios.


3. Maduración de santa Teresa a través de la oración.

El trato personal y amigable con Dios va conduciendo a Teresa. «En la oración el Señor da luz para entender las verdades» (Fundaciones, 10, 13). En ella el amor de Dios ha sacado amor. Siente algo inefable que se le torna irresistible: Dios la castiga con mercedes, es decir, a nuestra mezquindad el Señor responde con signos mayores de misericordia. Quizá tengamos la sensación de pensar que Teresa exagera cuando pondera sus pecados; pero nuestra inclinación a tal sospecha puede manifestar probablemente tanto el desconocimiento del sentido del pecado como el gozo del perdón y de la comunión con Dios.

       Si desde esta perspectiva volvemos la mirada a la parábola del «hijo pródigo» o del «padre bueno», podemos quizá concluir humanamente que en estricto derecho y rigurosa justicia el hijo mayor de la parábola tenía razón; pero el Padre bueno tenía razones en su corazón para restituir con el gozo desbordante de la fiesta al pródigo en la condición de hijo; y al hermano mayor, cumplidor y justiciero, el Padre le recuerda la satisfacción de estar siempre con él viviendo en su casa.

       En el «perdón» se ofrece un don reduplicativo. Dios mismo se hace nuevamente gracia para el pecador, que por su abundante misericordia desborda las relaciones de justicia rotas para abrir al perdonado a un futuro insospechado de esperanza y de paz.

Teresa es una monja contemplativa, a quien la Iglesia le ha reconocido el título de doctora, ser maestra de oración. (cf. Pablo VI declaró a santa Teresa doctora de la Iglesia el día 27 de septiembre de 1970). La figura de Teresa es poliédrica, ya que desde muchos lados puede ser admirada; pero el centro de su vida y misión es la oración cristiana.   

Su vocación fue la oración y su misión consistió en enseñar, escribir, fundar, recorrer caminos, testificar lo que la oración significa en el seguimiento de Jesús. La oración se sitúa en el dinamismo de seguimiento del Señor, y nos introduce en el misterio vivificador de la Santísima Trinidad, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Jesús enseñó a sus discípulos a orar, mostrando su especificidad en relación con la oración de los fariseos, de Juan el Bautista o de los paganos. En cuanto cristianos oramos a Dios como nuestro «Abbá>, por medio de Jesucristo su Hijo, en el Espíritu Santo. Porque Dios es nuestro Padre, la oración que nos enseñó el Señor se dirige confiadamente al Padre en el ámbito de la fraternidad. No podemos rezar «Padre nuestro» desconfiando de Dios ni enemistados entre nosotros.

4. Oración y amor. La oración auténticamente cristiana alimenta el amor de Dios y de los hermanos. Un buen conocedor de santa Teresa ha escrito a propósito de las Moradas del Castillo interior, obra cumbre de la literatura mística, «es un libro de oración que enseña a amar». La oración debe fructificar en buenas obras; no es un ensimismamiento autocomplaciente. La oración no es una ocupación de aristócratas del espíritu, sino necesidad de los indigentes que buscan a Dios. El test de la auténtica oración no es la alta elucubración del pensamiento ni la sensibilidad de los sentimientos, sino el amor humilde y servicial. La sustancia de la perfecta oración «no está en pensar mucho, sino en amar mucho» (Fundaciones 5, 2) «Para esto es la oración, hijas mías; de esto sirve este matrimonio espiritual, de que nazcan siempre obras, obras» (Séptimas Moradas 4, 6).

       ¿No necesitamos, como santa Teresa en su tiempo, rescatar la palabra amor de las realidades que le han robado el nombre? «Habíase de poder encubrir un amor tan fuerte como el de Dios, fundado sobre tal cimiento, teniendo tanto qué amar y tantas causas por qué amar? En fin, es amor y merece este nombre, que hurtado se le deben tener acá las vanidades del mundo» (Camino de Perfección).

¿Es amor genuino lo que llamamos amor? El amor verdadero se mide por la capacidad de sufrimiento real a la persona amada. Pues bien, de la hondura de la comunicación con Dios en la oración paciente, confiada y humilde brota incesantemente el amor verdadero en un proceso constante de purificación y de transparencia.

¡A cuántas personas pacientes y sencillas el amor las ha hecho serenas, gozosas y transparentes! «Esto quiero yo, mis hermanas, que procuremos alcanzar, y no para gozar, sino para tener estas fuerzas para servir, deseemos y nos ocupemos en la oración; no queramos ir por camino no andado, que nos perdamos al mejor tiempo; y sería bien nuevo pensar tener estas mercedes de Dios por otro que el que El fue y han sido todos sus santos; no nos pase por pensamiento. Creedme que Marta y María han de andar juntas para hospedar al Señor» (Séptimas Moradas, 4, 12).

El amor es el fundamento de la persona y de la comunidad. La unidad en la comunidad, si arraiga en la humildad, venciendo la vanagloria, será sólida. El orgullo dispersa; la humildad unifica en fraternidad. Son palabras las siguientes de Pablo: «Dadme esta alegría: Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. No obréis por rivalidad ni por ostentación, considerando por la humildad a los demás superiores a vosotros. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás» (Flp 2, 2-4).

Esta forma de comportamiento se fundamenta en Cristo modelo de vida. El amor, que tiene su origen en Dios que nos amó primero (cf. 1 Jn 4, 19), en Jesucristo que nos amó hasta la cruz (cf. Jn 13, 1) y en su Espíritu que lo derrama en nuestros corazones (cf. Rom 5, 5) es la fuerza unificadora de las comunidades fundadas por Teresa de Jesús. El amor humilde, pobre, paciente y alegre caracteriza el estilo de vida del Carmelo teresiano.


5. Oración apostólica

La oración en santa Teresa, a la que inicia a sus hermanas, es oración apostólica. No hay en la reforma de Teresa compartimentos estancos: por una parte la vida contemplativa, simbolizada por María, y por otra la vida activa, significada por Marta. Para Teresa las dos hermanas deben andar unidas.

Oración y actividad evangelizadora se alimentan mutuamente en el corazón de la Iglesia. El Papa Francisco ha convocado a la Iglesia a una etapa nueva de evangelización partiendo del encuentro con Jesucristo, que derrama gozo en la vida y el corazón de sus fieles y los envía bajo el signo de la alegría a evangelizar, a llevar buenas noticias con la palabra, las obras y la vida a todas las periferias del mundo. Justamente en esta onda emitía también santa Teresa.

La oración, que cultiva el encuentro con el Señor, debe traducirse en el dinamismo apostólico para llevar a todos la noticia de que Dios nos quiere y de que lejos de Dios nos desviamos y vagamos sin sentido. Nuestro Señor Jesucristo se hace presente entre nosotros, ya que estamos reunidos en su nombre y para cumplir su encargo. Nos ha hablado como amigos en la Palabra proclamada. En la comunión sacramental será nuestra «verdadera comida» y nuestra «verdadera bebida» (cf. Jn 6, 52-59).

La corriente de vida eterna que procede del Padre llega hasta nosotros a través de Jesús su Hijo, entregado por nosotros y resucitado que no vuelve a morir. El es el Pan de la vida eterna. En la casa de Teresa de Jesús todo lo relacionado con Jesús de Teresa tiene una particular resonancia en nosotros.

Oración, Jesucristo y vida comunitaria: ejes de santa Teresa de Jesús. Mensaje del Papa Francisco al padre Saverio Cannistrá, prepósito general de la Orden de los Hermanos
Descalzos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, con ocasión de la fecha exacta del 500 aniversario del nacimiento en la ciudad de Ávila de santa Teresa de Jesús (28-3-20 15).

 Querido hermano: Al cumplirse los quinientos años del nacimiento de santa Teresa de Jesús, quiero unirme, junto con toda la Iglesia, a la acción de gracias de la gran familia del Carmelo descalzo —religiosas, religiosos y seglares— por el carisma de esta mujer excepcional.

       Considero una gracia providencial que este aniversario haya coincidido con el año dedicado a la Vida Consagrada, en la que la Santa de Ávila resplandece como guía segura y modelo atrayente de entrega total a Dios. Se trata de un motivo más para mirar al pasado con gratitud, y redescubrir «la chispa inspiradora» que ha impulsado a los fundadores y a sus primeras comunidades. (cf. Carta a los Consagrados, 21 noviembre 2014).

¡Cuánto bien nos sigue haciendo a todos el testimonio de su consagración, nacido directamente del encuentro con Cristo, su experiencia de oración, como diálogo continuo con Dios, y su vivencia comunitaria, enraizada en la maternidad de la Iglesia!

1. Santa Teresa es, sobre todo, maestra de oración. En su experiencia, fue central el descubrimiento de la humanidad de Cristo. Movida por el deseo de compartir su experiencia personal con los demás, escribe sobre ella de una forma vital y sencilla, al alcance de todos, pues consiste simplemente en «tratar de amistad con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5). Muchas veces la misma narración se convierte en plegaria, como si quisiera introducir al lector en su diálogo interior con Cristo.

       La de Teresa no fue una oración reservada únicamente a un espacio o momento del día; surgía espontánea en las ocasiones más variadas: «Cosa recia sería que solo en los rincones se pudiera traer oración» (Fundaciones 5, 16). Estaba convencida del valor de la oración continua, aunque no fuera siempre perfecta. La santa nos pide que seamos perseverantes, fieles, incluso en medio de la sequedad, de las dificultades personales o de las necesidades apremiantes que nos reclaman.

Para renovar hoy la vida consagrada, Teresa nos ha dejado un gran tesoro, lleno de propuestas concretas, caminos y métodos para rezar, que, lejos de encerrarnos en nosotros mismos o de buscar un simple equilibrio interior, nos hacen recomenzar siempre desde Jesús y constituyen una auténtica escuela de crecimiento en el amor a Dios y al prójimo.

2. A partir de su encuentro con Jesucristo, santa Teresa vivió «otra vida»; se convirtió en una comunicadora incansable del Evangelio (cf. Vida, 23, 1). Deseosa de servir a la Iglesia, y a la vista de los graves problemas de su tiempo, no se limitó a ser una espectadora de la realidad que la rodeaba. Desde su condición de mujer y con sus limitaciones de salud, decidió —dice ella— «hacer eso poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese y procurar que estas poquitas que están aquí hiciesen lo mismo» (Camino 1, 2).

Por eso comenzó la reforma teresiana, en la que pedía a sus hermanas que no gastasen el tiempo tratando «con Dios negocios de poca importancia» cuando estaba «ardiendo el mundo» (Camino 1, 5). Esta dimensión misionera y eclesial ha distinguido desde siempre al Carmelo descalzo. Como hizo entonces, también hoy la santa nos abre nuevos horizontes, nos convoca a una gran empresa, a ver el mundo con los ojos de Cristo, para buscar lo que Él busca y amar lo que Él ama.

 
3. Santa Teresa sabía que ni la oración ni la misión se podían sostener sin una auténtica vida comunitaria.

Por eso, el cimiento que puso en sus monasterios fue la-fraternidad: «Aquí todas se han de amar, todas se han de querer, todas se han de ayudar» (Camino 4, 7). Y tuvo mucho interés en avisar a sus religiosas sobre el peligro de la autorreferencialidad en la vida fraterna, que consiste «todo o gran parte en perder cuidado de nosotros mismos y de nuestro regalo» (Camino 12, 2) y poner cuanto somos al servicio de los demás.

Para evitar este riesgo, la santa de Ávila encarece a sus hermanas, sobre todo, la virtud de la humildad, que no es apocamiento exterior ni encogimiento interior del alma, sino conocer cada uno lo que puede y lo que Dios puede en él (cf. Relaciones 28).

Lo contrario es lo que ella llama la «negra honra» (Vida 31, 23), fuente de chismes, de celos y de críticas, que dañan seriamente la relación con los otros. La humildad teresiana está hecha de aceptación de sí mismo, de conciencia de la propia dignidad, de audacia - misionera, de agradecimiento y de abandono en Dios.

Con estas nobles raíces, las comunidades teresianas están llamadas a convertirse en casas de comunión, que den testimonio del amor fraterno y de la maternidad de la Iglesia, presentando al Señor las necesidades de nuestro mundo, desgarrado por las divisiones y las guerras.

Querido hermano, no quiero terminar sin dar las gracias a los Carmelos teresianos que encomiendan al Papa con una especial ternura al amparo de la Virgen del Carmen, y acompañan con su oración los grandes retos y desafíos de la Iglesia. Pido al Señor que su testimonio de vida, como el de santa Teresa, transparente la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y convoque a muchos jóvenes a seguir a Cristo de cerca.

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«Hoy mi corazón está en Ávila» Carta del Papa Francisco a monseñor Jesús García Burillo, obispo de Ávila, con ocasión de la fecha exacta del 500 aniversario del nacimiento en la ciudad de Ávila de santa Teresa de Jesús (28-3-2015)

 

Querido hermano:Hoy mi corazón está en Ávila, donde - hace quinientos años nació Teresa de Jesús. Pero no puedo olvidar tantos otros lugares que conservan su memoria, por los que pasó con sus sandalias desgastadas recorriendo caminos polvorientos: Medina del Campo, Malagón, Valladolid, Duruelo, Toledo, Pastrana, Salamanca, Segovia, Beas de Segura, Sevilla, Caravaca de la Cruz, Villanueva de la Jara, Palencia, Soria, Granada, Burgos y Alba de Tormes.

Además, la huella de esta preclara Reformadora sigue viva en los cientos de conventos de carmelitas diseminados por todo el mundo. Sus hijos e hijas en el Carmelo mantienen ardiente la luz renovadora que la santa encendió para bien de toda la Iglesia.

A esta insigne «maestra de espirituales», mi predecesor, el beato Pablo VI, tuvo el inédito gesto de conferirle el título de doctora de la Iglesia. ¡La primera mujer doctora de la Iglesia! Ella nos muestra al vivo lo secreto de Dios, donde entró «por vía de la experiencia, vivida en la santidad de una vida consagrada a la contemplación y, al mismo tiempo, comprometida en la acción, por vía de experiencia simultáneamente sufrida y gozada en la efusión de carismas espirituales extraordinarios» (Homilía en la Declaración del doctorado de santa Teresa, 27 septiembre 1970: AAS [1970] 592).

Nada de esto ha perdido su vigencia. Contemplación y acción siguen siendo su legado paralos cristianos del siglo xxi. Por eso, cuánto me gustaría que pudiéramos hablar con ella, tenerla delante y preguntarle tantas cosas. Siglos después, su testimonio y sus palabras nos alientan a todos a adentramos en nuestro castillo interior y a salir fuera, a «hacerse espaldas unos a otros... para ir adelante» (Vida 7, 22). Sí, entrar en Dios y salir con su amor a servir a los hermanos. A esto «convida el Señor a todos» (Camino 19, 15), sea cual sea nuestra condición y el lugar que ocupemos en la Iglesia (cf. Camino 5, 5).

¿Cómo ser contemplativos en la acción? ¿Qué consejos nos das tú, Teresa, hoy? En la hora presente, sus primeros interlocutores serían los religiosos y las religiosas, a los que la santa animaría a comprometerse sin ambages: «No, hermanas mías, no es tiempo de tratar con Dios negocios de poca importancia» (Camino 1, 5), les decía a sus monjas.

Ella hoy nos saca de la autorreferencialidad y nos impulsa a ser consagrados «en salida», con un modo de vida austero, sin «encapotamientos» ni amarguras: «No os apretéis, porque si el alma se comienza a encoger, es muy mala cosa para todo lo bueno» (Camino 41, 5).

En este Año de la Vida Consagrada, nos enseña a ir a lo fundamental, a no dejarle a Cristo las migajas de nuestro tiempo o de nuestra alma, sino a llevarlo todo a ese amistoso coloquio con el Señor, «estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (Vida 8, 5).

¿Y sobre los sacerdotes? Santa Teresa diría abiertamente: no los olviden en su oración. Sabemos bien que para ella fueron apoyo, luz y guía. Consciente como era de la importancia de la predicación para la fe de las gentes más sencillas,
valoraba a los presbíteros y, «si veía a alguno predicar con espíritu y bien, un amor particular le cobraba» (Vida 8, 12). Pero, sobre todo, la santa oraba por ellos y pedía a sus monjas que estuvieran «todas ocupadas en oración por los que son defensores de la Iglesia y los predicadores y letrados que la defienden» (Camino 1,2).

Qué hermoso sería que la imitáramos rezando infatigablemente por los ministros del Evangelio, para que no se apague en ellos el entusiasmo ni el fuego del amor divino y se entreguen del todo a Cristo y a su Iglesia, de modo que sean para los demás brújula, bálsamo, acicate y consuelo, como lo fueron para ella. Que la plegaria y la cercanía de los Carmelos acompañen siempre a los sacerdotes en el ejercicio del ministerio pastoral.

¿Y a los laicos? ¿Y a las familias, que en este año tan presentes están en el corazón de la Iglesia? Teresa fue hija de padres piadosos y honrados. A ellos dedica unas palabras elogiosas apenas comienza el Libro de la Vida: «El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara, si yo no fuera tan ruin, con lo que el Señor me favorecía, para ser buena» (1, 1).

De joven, cuando aún era «enemiguísima de ser monja» (Vida 2, 8), se planteó seguir el camino del matrimonio, como las chicas de su edad. Fueron muchos y buenos los laicos con los que la santa trató y que le facilitaron sus fundaciones: Francisco de Salcedo, el «caballero santo», su amiga Guiomar de Ulloa o Antonio Gaytán, a quien le escribe alabando su estado y pidiéndole que se alegre por ello (cf. Carta 386 2).

Necesitamos hoy hombres y mujeres como ellos, que tengan amor a la Iglesia, que colaboren con ella en su apostolado, que no sean solo destinatarios del Evangelio sino discípulos y misioneros de la divina Palabra. Hay ambientes a los que solo ellos pueden llevar el mensaje de salvación, como fermento de una sociedad más justa y solidaria. Santa Teresa sigue invitando a los cristianos de hoy a sumarse a la causa del Reino de Dios y a formar hogares donde Cristo sea la roca en la que se apoyen y la meta que corone sus anhelos.

¿Y a los jóvenes? Mujer inquieta, vivió su juventud con la alegría propia de esta etapa de la vida. Nunca perdió ese espíritu jovial que ha quedado reflejado en tantas máximas que retratan sus cualidades y su talante emprendedor. Estaba convencida de que hay que «tener una santa osadía, que Dios ayuda a los fuertes» (Camino 16, 12).

Esa confianza en Dios la empujaba a ir siempre adelante, sin ahorrar sacrificios ni pensar en sí misma con tal de amar al prójimo: «Son menester amigos fuertes de Dios para sustentar a los flacos» (Vida 15, 5). Así puso de manifiesto que miedo y juventud no se casan.

Que el ejemplo de la Santa infunda valentía a las nuevas generaciones, para que no se les arrugue «el ánima y el ánimo» (Camino 41,8). Sobre todo, cuando descubran que merece la pena seguir a Cristo de por vida, como lo hicieron aquellas primeras monjas Carmelitas Descalzas que, en medio de no pocas contrariedades, abrieron las puertas del primer «palomarcico», un 24 de agosto de 1562.

De la mano de Teresa, los jóvenes tendrán valor para huir de la mediocridad y la tibieza y albergar en su alma grandes deseos, nobles aspiraciones dignas de las mejores causas. Me parece oírla ahora advertirles con su gracejo que si no tienen altas miras serán como «sapos», que caminan lenta y rastreramente, y se contentarán con «solo cazar lagartijas», dando importancia a minucias en lugar de a las cosas que cuentan de verdad (cf. Vida 13, 3).

Y, de modo especial, ruego a santa Teresa que nos regale la devoción y el fervor que ella tenía a san José. Harto bien harían los que pasan por la prueba del dolor, la enfermedad, la soledad, quienes se sienten agobiados o entristecidos recurrieran a este insigne Patriarca con el amor y la confianza con que lo hacía la santa.

Te confieso, querido hermano, que a menudo le hablo a san José de mis preocupaciones y problemas y, como ella, «no me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer... A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra —que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar—, así en el cielo hace cuanto le pide» (Vida 6,6). «Glorioso patriarca san José, cuyo poder sabe hacer posibles las cosas imposibles... Muéstrame que tu bondad es tan grande como tu poder», dice una antigua oración inspirada en la experiencia de la santa.

Querido hermano, te pido, por favor, que reces y hagas rezar por mí y mi servicio al santo Pueblo fiel de Dios. Por mi parte, encomiendo a cuantos celebran este y Centenario a la intercesión de santa Teresa, para que alcance del cielo todo lo que necesiten para ser de Jesús, como ella, y con la experiencia de su amor, puedan construir una sociedad mejor, en donde nadie quede excluido y se promueva la cultura del encuentro, del diálogo, de la reconciliación y la paz.

Este es un artículo muy interesante de Maximiliano Herraíz donde habla de la oración y apostolado en Santa teresa. Es apto para charlas y meditaciones sobre el tema. Va en negrilla lo que considero más importante que es la parte final: Unidad de vida y Conclusión, porque lo resume todo. Ver libro doñnde lo tengo mejor subrayado.

       Con el convencimiento de que su palabra puede satisfacer globalmente a todos, quiero añadir unos conceptos previos a una lectura comprensiva de la palabra de la Doctora Mística y a un acercamiento de las posiciones que se debaten.

Y lo primero que quiero expresar es que el amor a Cristo es lo único que cuenta, como expresión de la  experiencia profunda de la fe y superación de toda dialéctica entre las formas en que se pueda y se deba expresar el amor. Y por oración entiendo ahora los tiempos dedicados directamente a Dios, al «trato» con Él en la soledad personal o en comunidad con los hermanos en la fe;  y por apostolado entiendo el servicio activo y significativo a los hombres. Pues bien, me apresuro a decir que en Teresa no hay contrariedad, ni oposición y, ni siquiera, hablando con propiedad, primacía de una y subordinación de otra. No hay más dilema que amar o no amar. Ni hay más primacía que la del amor. Sólo el amor tiene valor absoluto.

Sólo el amor cuenta. «Sólo el amor es el que da valor a todas las cosas, y que sea tan grande que ninguna le estorbe a amar, es lo más necesario». Cuando se salva el amor, cualquier forma en que se exprese —oración o servicio apostólico— adquiere un valor pleno de expresión de la fe. Pero al mismo tiempo muestra su radical insuficiencia, porque ninguna expresión del amor se adecua completamente con el amor mismo. Este las desborda a todas.

De aquí que, el que verdaderamente ama o acepta al menos este planteamiento del amor, experimentará la exigencia interior de vivenciar su amor en el silencio contemplativo y en el servicio apostólico. No procederá por oposición excluyente, acción o contemplación, sino por integración amorosa, acción y contemplación. Un mismo amor, una idéntica fidelidad legitima estas dos expresiones complementarias, cada una de las cuales matiza y resalta más un aspecto de la vocación cristiana al amor: el cultual (oración), el compromiso (acción), inmanente uno al otro.

Tan íntimamente unidos están que no son separables en la realidad de la vida. Romperían la persona paralizando su crecimiento, desfigurando sustantivamente el ser cristiano. Pero puede, a nivel de expresión o signo y hasta de conciencia, tener uno preponderancia sobre otro, tanto en personas diversas, según vocación y carisma, o en la misma persona en distintos períodos de su proceso. Lo mismo puede decirse de la comunidad eclesial: puede darse una conciencia más viva de uno de estos elementos en un momento determinado de su historia.

Pero siempre será verdad que un contemplativo es activo, vive comprometidamente su existencia en la medida misma en que es contemplativo. Y que un apóstol es orante o deja de ser apóstol, testigo de Dios.

 Y esto, repito, aun cuando a nivel de signo, uno de los aspectos (oración o compromiso) quede muy en la penumbra porque el otro capitaliza y absorbe la atención vivencial de la persona o grupo.

Oración

 

La palabra teresiana sobre la oración en su relación al compromiso apostólico podemos desdoblarla en dos puntos para mayor claridad expositiva: como forja de apóstoles y como fuerza apostólica. Dos matices sumamente importantes para valorar todo el mensaje de Teresa definiendo la oración bajo el prisma del compromiso por la extensión y consolidación del Reino de Cristo.

Oración, forja de apóstoles

       Creer que la oración puede apartarnos de los hombres, la atención a Dios convertirse en desatención al hombre, es desconocer totalmente lo que es la oración y lo que implica encontrarse con el hombre.    Teresa es categórica: la oración nos descubre en toda su dimensión al hombre como destinatario de todo lo que Dios nos ha dado. Y, también, de todo lo que nos da en y por él.

Por el mismo hecho que es un adentramiento en el mundo íntimo de Dios, la oración se convierte en una fuerza de aproximación, de búsqueda y de servicio al hombre. El hombre sólo aparece como prójimo y hermano en el corazón de Dios. Y el movimiento de ayuda y donación, para ser auténtico y eficaz, arranca igualmente de Dios.

Porque la oración es trato de amistad, es comunión de vida, aceptación integral del Amigo. El «trato» con Dios desvela en toda su profundidad qué verdad es que Dios ama al hombre y, por consiguiente, desata unos dinamismos de entrega irrefrenables, dominadores. El orante, por lo mismo que amigo de Dios, entra en la corriente amorosa, inefable de Dios a todos.

Por eso, las fuerzas de donación que no desencadene la oración quedarán para siempre sepultadas, inertes en el corazón del hombre.

1 E 5; cf. MC 1,6; 7M 4,18.

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CONCLUSIÓN: María, memoria de la Iglesia en un camino de fe contemplada, celebrada, vivida y testimoniada

El discipulado evangélico es un camino eclesial de fe vivida como encuentro personal y comunitario con Cristo. Este camino es también de apertura a la Palabra, contemplada, celebrada, vivida, anunciada y testimoniada. Es el camino de la Lectio Divina. Entonces la comunidad eclesial, personificada en María, se presenta ante el mundo, como misterio de comunión para la misión. Jesús, nacido de María, está presente en ella, en medio de los hermanos, para ser comunicado a toda la humanidad.

Este camino de discipulado misionero y de Lectio Divina se aborda con María y como ella, para recibir a Cristo (contemplación, santidad) y transmitirlo a los demás (comunión, misión). En este camino, María es “memoria” de fe vivida, en un proceso de respuesta a la vocación, de contemplación, de perfección, de comunión fraterna y de misión. El Corazón de María es “el vaso y receptáculo de todos los misterios".[1]

María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, “primera discípula” (Aparecida 25), modelo y guía, para asociarse al misterio pascual de Cristo. María, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).

Con María, asociada a Cristo Redentor, se aprende a conservar en el corazón y a meditar silenciosamente y de modo comprometido, todos los misterios de Cristo. “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón” (DCe 42). Es camino de celebración y vivencia eucarística: “Por esto, cada vez que en la liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia” (SCa 33).

La Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias (1904-1981), fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento (México), invitaba a vivir el amor esponsal a Cristo con y como María. En sus escritos íntimos aflora su vivencia filial: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre". "Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto". "Madre mía en tu corazón me encierro toda". "En el corazón purísimo de tu Madre, derramaré el mío todo entero". "Quiero sacrificarme en el Corazón de María, por las almas".[2]

Al escuchar las palabras del Señor en el fondo del corazón, surge la sintonía con sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5), reflejados en el Corazón de María, como icono de la Iglesia de todas las épocas. La espiritualidad cristiana es eminentemente mariana y eclesial Cristo quiere nacer en un corazón virginal: "La virginidad y la fe profunda atrajeron a Cristo hacia lo más íntimo de su corazón; y así la madre lo custodió en lo escondido de sus miembros intactos".[3]

El discípulo de Cristo aprende de María a ofrecer un corazón desprendido de toda criatura. San Juan de Ávila lo describe así: "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el Corazón de la Virgen, por darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (Sermón 71). En el Corazón de María, el creyente encuentra el modelo y la ayuda necesaria para imitar a Cristo y unirse a él: "Quien cavare más en el Corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísima de gracia y amor, de la cual salían las virtudes así como ríos" (Sermón 69).[4]

La oración mariana característica del discípulo puede resumirse en la expresión de San Luis Mª Grignion de Montfort, que fue el “moto” de Juan Pablo II: “Totus tuus”. Esta oración va dirigida al Corazón de María para pedir que su Corazón viva en el nuestro, en vistas a amar a Cristo como le ama ella. "Soy todo tuyo y todas mis cosas son tuyas. Entra en todo mi ser. ¡Préstame tu corazón, María!".[5]

Este camino de discipulado misionero y de meditación de la Palabra es, por ello mismo, camino de fidelidad al Espíritu Santo, quien hizo posible la concepción virginal de María y quien guió toda la vida de Jesús. Por esto, “el Corazón de María fue templo del Espíritu Santo... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres... El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias".[6]

La Iglesia encuentra en el Corazón de María la "memoria" de todo el evangelio: "Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando  conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (RMa 26). Por esto, María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), que diariamente canta el "Magníficat" mariano, por ser "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35).

La herencia mariana de Juan Pablo II, que recoge y resume una historia milenaria de gracia, se podría concretar en la “presencia” activa y materna de María, quien con su "heroica fe", "precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios" (RMa 27; cfr. 24).

Los textos de la liturgia mariana invitan a acudir al Corazón materno de María, en vistas a vivir más en sintonía con Cristo: “Tú has dado a la Santísima Virgen María un corazón sabio y dócil, dispuesto a seguir cualquier indicación de tu voluntad; un corazón nuevo y manso, en el que has esculpido la ley de la nueva Alianza; un corazón sencillo y puro que ha merecido acoger a tu Hijo y gozar de la visión de su rostro; un corazón fuerte y vigilante, que ha sostenido con valor la espada del dolor y la esperado con fe el alba de la resurrección".[7]

Las directrices conciliares del Vaticano II ofrecen la clave para una dimensión mariana de la Lectio Divina y del discipulado misionero. Reflexionar sobre la interioridad o Corazón de María, equivale a entrar en sintonía con el  misterio redentor de Cristo. "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contem­plándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65).

En María, “la Iglesia venera la realización más pura de la fe" (CEC 149). Entonces la Iglesia se siente insertada en la historia humana, porque "a partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad entera comienza su retorno a Dios" (MC 28). El corazón de la Iglesia quiere imitar al "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo".[8]

 

ANEXO: PARA HABLAR DE LA INMACULADA: CONFERENCIAS, MEDITACIONES…

 

Mensaje de la LXXXIII Asamblea Plenaria de la CEE en el CL Aniversario de la definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María

«Signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios».

1.- Al cumplirse el CL Aniversario de la proclamación del dogma de la Concepción Inmaculada de la Santísima Virgen María, los obispos españoles queremos hacer llegar a nuestros hermanos, los hijos de la Iglesia en España, unas palabras sobre el sentido de este dogma para nuestra vida de fe y una invitación a renovar nuestra consagración, personal y comunitaria, a nuestra Madre, la Virgen Inmaculada. De este modo, convocamos a todos a la celebración de un Año de la Inmaculada, que comenzará el próximo día 8 de diciembre y concluirá el 8 de diciembre de 2005.

  2. Sentido del dogma mariano:El dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX el 8 de diciembre de 1854, confiesa: «...la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano». Con la definición de este dogma culminó un largo proceso de reflexión eclesial, bajo el impulso del Espíritu Santo, sobre la figura de la Virgen María, que permitió conocer, de modo más profundo, las inmensas riquezas con las que fue adornada para que pudiera ser digna Madre del Hijo eterno de Dios.

Tres aspectos de nuestra fe han sido subrayados de modo singular con la proclamación del dogma de la Inmaculada: la estrecha relación que existe entre la Virgen María y el misterio de Cristo y de la Iglesia, la plenitud de la obra redentora cumplida en María, y la absoluta enemistad entre María y el pecado.


          3.- María Inmaculada en el misterio de Cristo y de la Iglesia

Elegida para ser la Madre del Salvador, María ha sido «dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante». En el momento de la Anunciación, el ángel Gabriel la saluda como llena de gracia (Lc 1, 28) y ella responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. Preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción, María es la «digna morada» escogida por el Señor para ser la Madre de Dios.

4.- Abrazando la voluntad salvadora de Dios con toda su vida, María «colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los hombres. Por esta razón es nuestra madre en el orden de la gracia». Madre de Dios y Madre nuestra, María ha sido asociada para siempre a la obra de la redención, de modo que «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna». En ella la Iglesia ha llegado ya a la perfección, sin mancha ni arruga (cf. Ef 5, 27), por eso acude a ella como «modelo perenne», en quien se realiza ya la esperanza escatológica…

            5- María Inmaculada, la perfecta redimida.

La santidad del todo singular con la que María ha sido enriquecida le viene toda entera de Cristo: «redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo», ha sido bendecida por el Padre más que ninguna otra persona creada (cf. Ef 1, 3) y ha sido elegida antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (Ef 1, 4).

Confesar que María, Nuestra Madre, es «la Toda Santa» --como la proclama la tradición oriental-- implica acoger con todas sus consecuencias el compromiso que ha de dirigir toda la vida cristiana:

«Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor». El amor filial a la «Llena de gracia» nos impulsa a «trabajar con mayor confianza en una pastoral que dé prioridad a la oración, personal y comunitaria», respetando «un principio esencial de la visión cristiana de la vida: la primacía de la gracia».

6.- María Inmaculada y la victoria sobre el pecado.

María Inmaculada está situada en el centro mismo de aquella «enemistad» (cf. Gn 3, 15; Ap 12, 1) que acompaña la historia de la humanidad en la tierra y la historia misma de la salvación. «Por su pecado, Adán, en cuanto primer hombre, perdió la santidad y la justicia originales que había recibido de Dios no solamente para él, sino para todos los seres humanos».     Sabemos por la Revelación que el pecado personal de nuestros primeros padres ha afectado a toda la naturaleza humana: todo hombre, en efecto, está afectado en su naturaleza humana por el pecado original.

El pecado original, que consiste en la privación de la santidad y la justicia que Dios había otorgado al hombre en el origen, «es llamado “pecado” de manera análoga: es un pecado “contraído”, “no cometido”, un estado y no un acto». Y aun cuando «la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente», comprobamos cómo «lo que la Revelación divina nos enseña coincide con la misma experiencia, pues el hombre, al examinar su corazón, se descubre también inclinado al mal e inmerso en muchos males».

La Purísima Concepción —tal como llamamos con fe sencilla y certera a la bienaventurada Virgen María—, al haber sido preservada inmune de toda mancha de pecado original, permanece ante Dios, y también ante la humanidad entera, como el signo inmutable e inviolable de la elección por parte de Dios. Esta elección es más fuerte que toda la fuerza del mal y del pecado que ha marcado la historia del hombre. Una historia en la que María es «señal de esperanza segura».

En María contemplamos la belleza de una vida sin mancha entregada al Señor. En ella resplandece la santidad de la Iglesia que Dios quiere para todos sus hijos. En ella recuperamos el ánimo cuando la fealdad del pecado nos introduce en la tristeza de una vida que se proyecta al margen de Dios.

En ella reconocemos que es Dios quien nos salva, inspirando, sosteniendo y acompañando nuestras buenas obras. En ella encuentra el niño la protección materna que le acompaña y guía para crecer como su Hijo, en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 52). En ella encuentra el joven el modelo de una pureza que abre al amor verdadero. En ella encuentran los esposos refugio y modelo para hacer de su unión una comunidad de vida y amor.

En ella encuentran las vírgenes y los consagrados la señal cierta del ciento por uno prometido ya en esta vida a todo el que se entrega con corazón indiviso al Señor (cf. Mt 19, 29; Mc 10, 30). En ella encuentra todo cristiano y toda persona de buena voluntad el signo luminoso de la esperanza. En particular, «desde que Dios la mirara con amor, Maria se ha vuelto signo de esperanza para la muchedumbre de los pobres, de los últimos de la tierra que han de ser los primeros en el Reino de Dios».

 

7.- El testimonio mariano de la Iglesia en España.

La evangelización y la transmisión de la fe en tierras de España han ido siempre unidas a un amor singular a la Virgen María. No hay un rincón de la geografia española que no se encuentre coronado por una advocación de
nuestra Madre. Así lo recordó Juan Pablo II en los comienzos mismos de su pontificado: «Desde los primeros siglos del cristianismo aparece en España el culto a la Virgen. Esta devoción mariana no ha decaído a lo largo de los siglos en España, que se reconoce como “tierra de María”». Y así lo ha venido reiterando desde su primer viaje apostólico a nuestra patria: «El amor mariano ha sido en vuestra historia fermento de catolicidad. Impulsó a las gentes de España a una devoción firme y a la defensa intrépida de las grandezas de María, sobre todo en su Inmaculada Concepción».

8.-La peculiar devoción a María Inmaculada en España.

El amor sincero a la Virgen María en España se ha traducido desde antiguo en una «defensa intrépida» y del todo singular de la Concepción Inmaculada de María; defensa que, sin duda, preparó la definición dogmática. Si España es «tierra de María», lo es en gran medida por su devoción a la Inmaculada.

¿Cómo no recordar en este punto el extraordinario patrimonio literario, artístico y cultural que la fe en el Dogma de la Inmaculada ha producido en nuestra patria? A la protección de la Inmaculada se han acogido desde época inmemorial Órdenes religiosas y militares, Cofradías y Hermandades, Institutos de Vida Consagrada y de Apostolado Seglar, Asociaciones civiles, Instituciones académicas y Seminarios para formación sacerdotal. Numerosos pueblos hicieron y renovaron repetidas veces el voto de defender la Concepción Inmaculada de María. Propio de nuestras Universidades era el juramento que, desde el siglo XVI, profesores y alumnos hacían en favor de la doctrina de la Inmaculada.

Como propio también de nuestra tradición cristiana es el saludo plurisecular del «Ave María Purísima...». Siguiendo una antiquísima tradición el nombre de la Inmaculada Concepción ha ido acompañando generación tras generación a los miembros de nuestras familias.

A cantar sus alabanzas se han consagrado nuestros mejores músicos, poetas y dramaturgos. Y a plasmar en pintura y escultura las verdades de la fe contenidas en este dogma mariano se han entregado nuestros mejores pintores y escultores. Una muestra selecta de estos tesoros artísticos podrá contemplarse en la exposición que bajo el título Inmaculada tendrá lugar, D.m., en la Catedral de la Almudena de Madrid, del 1 de mayo al 12 de octubre de 2005.

Con esta exposición la Conferencia Episcopal Española en cuanto tal desea unirse a las iniciativas semejantes que la mayoria de las diócesis ya están realizando o realizarán a lo largo del próximo año.

9.- Fuerte arraigo popular de la fiesta de la Inmaculada

En la solemnidad litúrgica del 8 de diciembre «se celebran conjuntamente la Inmaculada Concepción de Maria, la preparación primigenia a la venida del Salvador (Is 11, 1. 10) y el feliz exordio de la Iglesia sin mancha ni arruga».

Al inicio del Año litúrgico, en el tiempo de Adviento, la celebración de la Inmaculada nos permite entrar con María en la celebración de los Misterios de la Vida de Cristo, recordándonos la poderosa intercesión de Nuestra Madre para obtener del Espíritu la capacidad de engendrar a Cristo en nuestra propia alma, como pidiera ya en el siglo VII San Ildefonso de Toledo en una oración de gran hondura interior: «Te pido, oh Virgen Santa, obtener a Jesús por mediación del mismo Espíritu, por el que tú has engendrado a Jesús. Reciba mi alma a Jesús por obra del Espíritu, por el cual tu carne ha concebido al mismo Jesús (...). Que yo ame a Jesús en el mismo Espíritu, en el cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo».

 10.- Conscientes de esta riqueza, expresión de una fe que genera cultura, en diversas ocasiones la Conferencia Episcopal Española ha llamado la atención sobre el fuerte arraigo popular que la Fiesta de la Inmaculada tiene en España, considerada de «decisiva importancia para la vida de fe del pueblo cristiano».  

Al hacerlo hemos recordado que «la fiesta del 8 de diciembre viene celebrándose en España ya desde el siglo XI, distinguiéndose los diversos reinos de la Península en el fervor religioso ante esta verdad mariana por encima de las controversias teológicas y mucho antes de su proclamación como dogma de fe».

Tras la definición dogmática realizada por el Papa Pío IX en el año 1854, la celebración litúrgica de la Inmaculada Concepción ha crecido constantemente hasta nuestros días en piedad y esplendor», tal como demuestra, entre otros actos, la cada vez más arraigada «Vigilia de la Inmaculada». Con la Vigilia y la Fiesta de la Inmaculada de este año, se abrirá el mencionado Año de la Inmaculada, que concluirá también con la Vigilia y la Fiesta del año 2005.

11.- En el año de la Eucaristía

              La conmemoración del CL Aniversario del dogma de la Inmaculada coincide con el Año de la Eucaristía proclamado para toda la Iglesia por el Papa Juan Pablo II. «María guía a los fieles a la eucaristía». «María es mujer eucarística con toda su vida», por ello, creceremos en amor a la Eucaristía y aprenderemos a hacer de ella la fuente y el culmen de nuestra vida cristiana, si no abandonamos nunca la escuela de María: ¡Ave verum Corpus natum de María Virgine!

 

12. CONSAGRACION A MARIA INMACULADA

Al cumplirse el primer centenario de la proclamación del dogma de la Inmaculada, el Papa Pío XII declaró el año 1954 como Año Mariano, de esa manera se pretendía resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Concepción Inmaculada y de su Asunción a los cielos. En España aquel Año Mariano tuvo hitos memorables, como el magno Congreso celebrado en Zaragoza del 7 al 11 de octubre de 1954, en conexión con el cual, el 12 de octubre, se hizo la solemne consagración de España al Corazón Inmaculado de María.

Estamos convencidos de que los nuevos retos que se nos presentan como cristianos en un mundo siempre necesitado de la luz del Evangelio no podrán ser afrontados sin la experiencia de la protección cercana de nuestra Madre la Virgen Inmaculada.

Como centro de la celebración del Año de la Inmaculada, las Iglesias diocesanas de España, pastores, consagrados y laicos, adultos, jóvenes y niños, peregrinaremos a la Basílica del Pilar, en Zaragoza, los días 21 y 22 de mayo de 2005 para honrar a Nuestra Madre y consagrarnos de nuevo solemnemente a su Corazón Inmaculado.

Somos conscientes de que «la forma más genuina de devoción a la Virgen Santísima... es la consagración a su Corazón Inmaculado. De esta forma toma vida en el corazón una creciente comunión y familiaridad con la Virgen Santa, como nueva forma de vivir para Dios y de proseguir aquí en la tierra el amor del Hijo Jesús a su Madre María».

Rezamos con las palabras que el Papa Juan Pablo II dirigió a la Virgen María para consagrar el mundo a su Corazón Inmaculado, durante el Año Santo de la Redención:

 

ACTO DE CONSAGRACIÓN AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre de Cristo y Madre Nuestra,

al conmemorar el Aniversario
de la proclamación
de tu Inmaculada Concepción,

 deseamos unirnos
a la consagración que tu Hijo hizo
de sí mismo:
“Yo por ellos me consagro,

para que ellos sean consagrados
en la verdad”
(Jn 17, 19),
y renovar nuestra consagración,
personal y comunitaria,
a tu Corazón Inmaculado.

Te saludamos a ti, Virgen Inmaculada,

que estás totalmente unida

a la consagración redentora de tu Hijo.
Madre de la Iglesia:
ilumina a todos los fieles cristianos de España

en los caminos de la fe,

de la esperanza y de la caridad;

protege con tu amparo materno

a todos los hombres y mujeres de nuestra patria

en los caminos de la paz, el respeto y la prosperidad.

¡Corazón Inmaculado!
Ayúdanos a vencer la amenaza del mal

que atenaza los corazones de las personas

e impide vivir en concordia:

¡De toda clase de terrorismo y de violencia, líbranos!

¡De todo atentado contra la vida humana,

desde el primer instante de su existencia

hasta su último aliento natural, líbranos!

¡De los ataques a la libertad religiosa

y a la libertad de conciencia, líbranos!

¡De toda clase de injusticias

en la vida social, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De las ofensas y desprecios a la dignidad

del matrimonio y de la familia, líbranos!

¡De la propagación de la mentira y del odio, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia

del bien y del mal, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo,

líbranos!
Acoge, oh Madre Inmaculada,

esta súplica llena de confianza y agradecimiento.

Protege a España entera y a sus pueblos,

a sus hombres y mujeres. Que en tu Corazón Inmaculado

se abra a todos la luz de la esperanza. Amén.

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DIOS HA MIRADO LA «PEQUEÑEZ» DE SU ESCLAVA

Gustavo Johansson de Terry,

Sacerdote «Todo Tuyo»

 

En el Magníficat de la Virgen María, del Evangelio de San Lucas 1,48, proponemos mejor esta traducción de la palabra griega «tapeínosis».

Así lo traduce, por ejemplo, la Nueva Biblia de Jerusalén, revisada y aumentada (BUbao, Editorial Desclée De Brouver, 1 998, pág. 1497):

«porque ha mirado la pequeñez de su esclava)> (Lc. 1,48). Esta Biblia ha sido editada «con las debidas licencias de la Conferencia Episcopal Española , el 22 de abril de 1998».

Siguiendo los estudios del R Pozo y de otros muchos teólogos y escrituristas , no parece acertada la palabra «humillación», pues ¿qué humillación tuvo que pasar la Virgen María antes de nacer su Hijo Dios, cuando canta con gran alegría su Magníficat el día de la Visitación? (María no es estéril, sino virgen).

Es interesante ver en Tierra Santa, que en el Santuario del pueblo de Am Karim, lugar de la Visitación a su pariente Isabel, cuando lees el gran mosaico del Magníficat en español, no traduce por «humillación», sino por «humildad».

Además, en razón del conocido paralelismo hebreo, concuerda más lo siguiente: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la pequeñez de su esclava.»

También hay que tener en cuenta que en versículos posteriores (Lc. 1,52), otra palabra con la misma raíz (=z’tapeinoús»), no la traducimos por «humillados», sino por «enaltece a los humildes)). Igual que cuando Jesús dice:

«aprended de Mí que soy manso y humilde de corazón» (Mateo 11,29), se usa la misma palabra griega «tapeinós». En el fondo,

Dios ha mirado el corazón humilde de María.

En este breve estudio, hay que mirar el diccionario griego que admite una amplia gama de traducciones de la palabra «tapeínosis»= bajeza, pequeñez; humillación, abatimiento, humildad. En verdad, yo prefiero la interpretación positiva y no la negativa del vocablo. Tapeínosis puede englobar todos los significados: humildad, humillación, pequeñez, sencillez, insignificancia, bajeza, condición humilde, pero entendiéndolo todo en positivo, nunca como si la Virgen María hubiera sido humillada; esto no. Yo humildemente propongo la palabra pequeñez» de su esclava, si les parece mejor.

No olvidemos tampoco la traducción latina «humilitatem ancillae suae» (confirmada también por el gran especialista de la Biblia, San Jerónimo) con el origen de la palabra «humus»= tierra, de la tierra, explicable por el sentimiento de pobreza ante la grandeza del Señor.

En verdad, la conciencia de pequeñez de la Santísima Virgen María está totalmente de acuerdo con la doctrina del Evangelio, pues así iL ce Jesús: el que se haga pequeño como este nino. ése es el más grande en el Reino de os cielos \lateo

18,4).

Lo decía San Agustín. el sabio Doctor de la Gracia: ¿Quieres ser grande? Comienza por hacerte pequeño» (Sermón 10, De\erhis Do- mini»).

Realmente, «Dios tiene por norma levantar a sus fieles de su pequeñez para hacerlos grandes y fuertes», explicaba San Beda el enerab/e precisamente en una homilía de la fiesta de la Visitación de la Virgen María (cf. Liturgia de las Horas, 2a Lectura del oficio del lde mayo).

«Felicitadme, todos Io que amáis al Señor, porque, siendo pequeña, agradé al Altísimo dice el Responsorio de la 2a Lectura del oficio de la memoria del 5 de agosto, aplicándolo a la Madre de Dios.

Y la oración colecta de la Misa de la Vigilia de la Asunción de Nuestra Señora reza así: «Porque te has complacido, Señor, en la humildad detu sierva, la Virgen María, Tú has querido elevarla a la dignidad de Madre de tu Hijo...» No dice, por tanto, humillación.

He leído que San Francisco de Borja, Duque de Gandía y gran noble de España, enseñaba a los suyos:

«Bien sé yo que no son grandes, sino los que se conocen por pequeños» (del oficio de lectura de su memoria libre del 3 de octubre). Es la misma idea.

El francés Pascal decía: «Hay que mirar la pequeñez del hombre en presencia de la infinita grandeza de Dios.»

Y la Doctora de la Iglesia, Santa Teresa del Niño Jesús, explicaba muy bien: «El Todopoderoso ha hecho obras grandes por mí; y la más grande es el haberme mostrado mi pequeñez» (en la Historia de un alma). El reconocimiento de la propia pequeñez es su conocida doctrina de la Infancia espiritual:con María, se siente pequeña anteDios.

También Miriam de Jesús Crucificado, carmelita de Belén, elevada a los altares por Juan Pablo II, afirmaba: «Quien se hace peque

ño, gusta y agrada a Jesús, y lo encuentra más fácilmente. Deseando hacernos pequeñas, humildes, sencillas y alegres, aspiramos a ser también almas fervientes, de fuego, de corazón grande y de deseos inmensos» (ver el libro «El Carmelo en Tierra Santa», Editorial Monte Carmelo, 1994, pág. 1 78).

Muchos poetas han cantado la hermosura y la belleza de la pequeñez de María, siempre «humilde de corazón». Es el tesoro inmenso y precioso que se encierra en el Corazón Inmaculado de María. Es un misterio, pero es verdad que «todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza». Es el misterio de la Purísima, de la limpia Concepción de esta «Princesa bellísima», la más bonita de todas las mujeres que Dios ha creado. Al Señor le encanta la humildad de la Virgen. «Porque Dios se ha complacido en la humildad de la Bienaventurada Virgen María, y por eso, la elevó a la dignidad de ser la Madre de Dios y también la Madre de la Iglesia» (repetía Santa Maravillas María de Jesús, C. D.).

Incluso, en las traducciones inglés de la Biblia, usan más bien la palabra pequeña, baja, humilde, que reflejan muy bien a la Virgen María, la «esclava del Señor».

Finalmente, he comprobado que el PAPA JUAN PABLO II, en sus viajes a España fl usó jamás la palabra «humillación» al citar este versículo del Magníficat, sino que emplea otras palabras como la «humildad» de su esclava. Así, por ejemplo, en el Santuario de Nuestra Señora de Montserrat, el 7 de noviembre de 1982.

Por todo esto, pienso sencillamente que se podría proponer una traducción más correcta y positiva de Lucas 1 ,48, siguiendo el conocido paralelismo hebreo de la Sagrada Escritura: la grandeza del Señor y... la pequeñez de su esclava».

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CONCLUSIÓN: MARÍA, MEMORIA DE LA IGLESIA EN UN CAMINO DE FE CONTEMPLADA, CELEBRADA, VIVIDA Y TESTIMONIADA

El discipulado evangélico es un camino eclesial de fe vivida como encuentro personal y comunitario con Cristo. Este camino es también de apertura a la Palabra, contemplada, celebrada, vivida, anunciada y testimoniada. Es el camino de la Lectio Divina. Entonces la comunidad eclesial, personificada en María, se presenta ante el mundo, como misterio de comunión para la misión. Jesús, nacido de María, está presente en ella, en medio de los hermanos, para ser comunicado a toda la humanidad.

Este camino de discipulado misionero y de Lectio Divina se aborda con María y como ella, para recibir a Cristo (contemplación, santidad) y transmitirlo a los demás (comunión, misión). En este camino, María es “memoria” de fe vivida, en un proceso de respuesta a la vocación, de contemplación, de perfección, de comunión fraterna y de misión. El Corazón de María es “el vaso y receptáculo de todos los misterios".[9]

María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, “primera discípula” (Aparecida 25), modelo y guía, para asociarse al misterio pascual de Cristo. María, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).

Con María, asociada a Cristo Redentor, se aprende a conservar en el corazón y a meditar silenciosamente y de modo comprometido, todos los misterios de Cristo. “A su bondad materna, así como a su pureza y belleza virginal, se dirigen los hombres de todos los tiempos y de todas las partes del mundo en sus necesidades y esperanzas, en sus alegrías y contratiempos, en su soledad y en su convivencia. Y siempre experimentan el don de su bondad; experimentan el amor inagotable que derrama desde lo más profundo de su corazón” (DCe 42). Es camino de celebración y vivencia eucarística: “Por esto, cada vez que en la liturgia eucarística nos acercamos al Cuerpo y Sangre de Cristo, nos dirigimos también a Ella que, adhiriéndose plenamente al sacrificio de Cristo, lo ha acogido para toda la Iglesia” (SCa 33).

La Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias (1904-1981), fundadora de las Misioneras Clarisas del Santísimo Sacramento (México), invitaba a vivir el amor esponsal a Cristo con y como María. En sus escritos íntimos aflora su vivencia filial: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre". "Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto". "Madre mía en tu corazón me encierro toda". "En el corazón purísimo de tu Madre, derramaré el mío todo entero". "Quiero sacrificarme en el Corazón de María, por las almas".[10]

Al escuchar las palabras del Señor en el fondo del corazón, surge la sintonía con sus mismos sentimientos (cfr. Fil 2,5), reflejados en el Corazón de María, como icono de la Iglesia de todas las épocas. La espiritualidad cristiana es eminentemente mariana y eclesial Cristo quiere nacer en un corazón virginal: "La virginidad y la fe profunda atrajeron a Cristo hacia lo más íntimo de su corazón; y así la madre lo custodió en lo escondido de sus miembros intactos".[11]

El discípulo de Cristo aprende de María a ofrecer un corazón desprendido de toda criatura. San Juan de Ávila lo describe así: "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el Corazón de la Virgen, por darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (Sermón 71). En el Corazón de María, el creyente encuentra el modelo y la ayuda necesaria para imitar a Cristo y unirse a él: "Quien cavare más en el Corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísima de gracia y amor, de la cual salían las virtudes así como ríos" (Sermón 69).[12]

La oración mariana característica del discípulo puede resumirse en la expresión de San Luis Mª Grignion de Montfort, que fue el “moto” de Juan Pablo II: “Totus tuus”. Esta oración va dirigida al Corazón de María para pedir que su Corazón viva en el nuestro, en vistas a amar a Cristo como le ama ella. "Soy todo tuyo y todas mis cosas son tuyas. Entra en todo mi ser. ¡Préstame tu corazón, María!".[13]

Este camino de discipulado misionero y de meditación de la Palabra es, por ello mismo, camino de fidelidad al Espíritu Santo, quien hizo posible la concepción virginal de María y quien guió toda la vida de Jesús. Por esto, “el Corazón de María fue templo del Espíritu Santo... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres... El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias".[14]

La Iglesia encuentra en el Corazón de María la "memoria" de todo el evangelio: "Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando  conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (RMa 26). Por esto, María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), que diariamente canta el "Magníficat" mariano, por ser "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35).

La herencia mariana de Juan Pablo II, que recoge y resume una historia milenaria de gracia, se podría concretar en la “presencia” activa y materna de María, quien con su "heroica fe", "precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios" (RMa 27; cfr. 24).

Los textos de la liturgia mariana invitan a acudir al Corazón materno de María, en vistas a vivir más en sintonía con Cristo: “Tú has dado a la Santísima Virgen María un corazón sabio y dócil, dispuesto a seguir cualquier indicación de tu voluntad; un corazón nuevo y manso, en el que has esculpido la ley de la nueva Alianza; un corazón sencillo y puro que ha merecido acoger a tu Hijo y gozar de la visión de su rostro; un corazón fuerte y vigilante, que ha sostenido con valor la espada del dolor y la esperado con fe el alba de la resurrección".[15]

Las directrices conciliares del Vaticano II ofrecen la clave para una dimensión mariana de la Lectio Divina y del discipulado misionero. Reflexionar sobre la interioridad o Corazón de María, equivale a entrar en sintonía con el  misterio redentor de Cristo. "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contem­plándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65).

 

En María, “la Iglesia venera la realización más pura de la fe" (CEC 149). Entonces la Iglesia se siente insertada en la historia humana, porque "a partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad entera comienza su retorno a Dios" (MC 28). El corazón de la Iglesia quiere imitar al "Corazón puro e inmaculado de María, qve y desea al Dios todo santo".[16]

       Cuando Jesús oró por la unidad, pidió al Padre un corazón unificado para "los suyos", como participación en la comunión de Dios Amor: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Aquellas palabras también encontraron eco en el Corazón de su Madre, allí presente como en Caná, porque "el Corazón de María es el lugar de cita entre la humanidad y la divinidad" (M. Laura Montoya).

       El Corazón de María debe ser el corazón de la Iglesia del tercer milenio. Dentro de este corazón materno y unificado, el de María y de la Iglesia, encuentran su propio hogar los pobres, los más pequeños y necesitados... "Corazón" de María y de la Iglesia significa su amor, su misericordia, su ternura, su gozo y su dolor, siempre solidario con la humanidad entera redimida por Cristo. "El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias" (San Antonio María Claret, EE, p.500s).

       El corazón de la Madre de Jesús es la memoria de la fe de la Iglesia. Cada creyente en Cristo y toda la comunidad eclesial, encuentran en la Virgen María la "memoria" de la fe. En efecto, ella guardaba y "contemplaba en su corazón" el mensaje y las palabras de Jesús (Lc 2,19.51). Como Isabel, la Iglesia de todos los tiempos encuentra en ese corazón el modelo y la memoria de la fe: "Bienaventurada tú que has que creído" (Lc 1,45). "La Iglesia venera en Maria la realización más pura de la fe" (CEC 149). Por haber creido que se cumplirían las palabras del Señor (cfr. Lc,45), María es "Madre de la esperanza".

       La Santísima Virgen "vive y realiza la propia libertad entregándose a Dios y acogiendo en sí el don de Dios... Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo" (VS 120). El corazón de la Madre de Jesús aparece unificado por la palabra recibida en el silencio de una escucha humilde, como quien sabe sorprenderse y admirar: "Se preguntaba qué significaba aquel saludo" (Lc 1,29; cfr. 1,33). De este modo, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).

       Los santos aprendieron a unificar su corazón, entrando en los sentimientos del corazón de la Madre de Jesús. "El corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió" (Santo Cura de Ars). "El Corazón de María no sólo fue  miembro vivo de Jesucristo por la fe  y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad" (San Antonio María Claret, EE, p.500s).

       Al entrar en sintonía con sus sentimientos virginales, como Hija predilecta del Padre, Madre del Hijo y templo del Espíritu Santo, la Iglesia experimenta mejor su dinamismo trinitario: "En el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre" (Ef 1,18). "El Corazón de María fue templo del Espíritu Santo" (San Antonio María Claret, EE, p.500s).

       María recibió con un "sí" al Verbo encarnado también en su corazón. El creyente, como José esposo de María, es invitado a orientar el corazón hacia Cristo, sin anteponer nada a él: "Toma al niño y a su Madre" (Mt 2,13). La orientación del corazón hacia Dios Amor ya tiene una pauta certera: el corazón de la Madre de Jesús. "A partir del «fiat» de la humilde esclava del Señor, la humanidad entera comienza su retorno a Dios" (MC 28).

       El corazón de la Madre de Jesús es la memoria contemplativa de la Iglesia. En el corazón de la Madre de Jesús encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51).

       En ese mismo corazón resonaron las palabras de Jesús moribundo: el perdón (Lc 23,34), la promesa de salvación (Lc 23,43), la sed (Jn 19,28), el abandono (Mt 27,46), la confianza total (Lc 23,46)... Su "nueva maternidad según el Espíritu" (RMa 21), proclamada por Jesús (Jn 19,26), convertía su corazón materno en la memoria contemplativa de la Iglesia: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27).

       La actitud típicamente eclesial es también especifícamente mariana: escuchar la palabra de Dios en el corazón, ponerla en práctica y anunciarla (cfr. Lc 11,28). Es como recibir el Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, para transmitirlo al mundo. Por esto, María y la Iglesia son una virgen que se hace madre por ser una virgen creyente, orante, oferente (cfr. MC 17-20). Toda la persona de María, subrayando su amor, queda simbolizada por su corazón, que recibe el proyecto de Dios, tal como es, para ponerlo en práctica.

       El "Magníficat" mariano se hace oración contemplativa de la Iglesia, donde "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). De este modo, el Magníficat sigue siendo, también por medio de la Iglesia, "la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18). "San Ambrosio, hablando a los fieles, hacía votos para que en cada uno de ellos estuviese el alma de María para glorificar a Dios: «Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios»" (MC 21; cita a San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16).

       Los santos han encontrado en el corazón de la Madre de Jesús la memoria de la vida de fe y de contemplación, para asociarse a Cristo. "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el corazón de la Virgen para darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (San Juan de Avila, sermón 71). Por esto, "quien cavare más en el corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísimo de gracia y amor" (ídem, sermón 69).

       El corazón de la Madre de Jesús es la memoria del seguimiento evangélico de la Iglesia. El corazón de la Madre de Jesús iba guardando las palabras del Señor, para transformarlas en gestos de fidelidad concreta, invitando a la comunidad eclesial a ser fiel a la nueva Alianza simbolizada por las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Ex 24,7). El seguimiento evangélico recupera entonces el sentido esponsal de correr la suerte o "beber el cáliz" de Cristo Esposo (Mc 10,38). María había sido la primera en decir el "sí" (Lc 1,38) y en aceptar la misma "espada" o suerte del Señor (Lc 2,35).

       Los santos más marianos la vivieron así: "Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes" (San Luís Mª Grignon de Montfort). "Es María, es el Corazón de María, la que más caridad tiene... Es todo caridad... María es el corazón de la Iglesia... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres" (San Antonio Mª Claret, EE, p.500s).

       El amor esponsal a Cristo se vive con y como María. "Mi corazón ardiente te lo doy por entero... haz con él lo que quieras, escóndelo en el Corazón purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará... Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre" (M. María Inés-Teresa Arias).

       En María toda vocación cristiana encuentra el modelo de una respuesta fiel y generosa: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 35). Es también ella la ayuda materna en todo el proceso vocacional, porque "sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones" (PDV 82) y estimulando a "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (PDV 34).

       El corazón de la Madre de Jesús es la memoria pascual de la Iglesia. Allí la Iglesia encuentra no sólo la memoria de la fe, de la contemplación y del seguimiento evangélico, sino también la memoria del misterio pascual. En aquel corazón, que es el corazón de la Iglesia, resonaron las palabras de Jesús crucificado y resucitado. Ella las "contempló en su corazón", según su actitud habitual (Lc 2,19.51), y las cotejó con las promesas de Jesús sobre su resurreción.

       Con las palabras de Jesús, también entraron en su corazón los gestos redentores de su Hijo. Por esto, "guiada por el Espíritu, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18), "sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).

       María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, modelo y guía para asociarse al misterio pascual de Cristo. Ella "cooperó a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61) y sigue cooperando "con amor materno" (LG 63), como figura del "amor materno" que debe tener todo apóstol (cfr. LG 65). La fecundidad materna "las penas indecibles del Corazón de María, la única que leía y comprendía los padecimientos internos de su Hijo divinísimo" (Concepción Cabrera de Armida). Por esto, "la Iglesia aprende de María la propia maternidad y reconoce la propia dimensión materna de su vocación" (RMa 43).

       El misterio pascual de Jesús, como sus palabras, sólo se comprende meditándolo, como María, en lo más hondo del corazón. Pero si el corazón está disperso y enredado en otras preferencias, "la semilla de la palabra" queda infecunda por no encontrar "un corazón bueno" (Lc 8,11.15).

       El corazón de la Madre de Jesús e la memoria de la Iglesia comunión y misión. La Iglesia se va construyendo como comunidad misionera, viviendo la fraternidad y la misión "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14). En el corazón de María aprende a construir la comunión de hermanos y a realizar la misión recibida de Jesús.    María es el corazón misionero de la Iglesia, por su presencia activa y materna. Hay comunión de hermanos, cuando el corazón se unifica meditando la palabra de Dios como María. Hay misión evangelizadora, cuando la comunidad se decide a ser madre como María, anunciando y dando testimonio de Jesús al mundo.      La "llena de gracia" es, como fruto excelso de la redención, la Madre de misericordia, figura de la Iglesia en su ministerio de misericordia. "María comparte nuestra condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre" (VS 120).       Ha habido apóstoles, como el santo Cura de Ars, que en su labor apostólica han vivido espontáneamente y comunicado a los demás una honda relación con el corazón de la Madre de Jesús: "El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas, no son más que un pedazo de hielo al lado suyo... El corazón de la Santísima Virgen es la fuente de la que Jesús tomó la sangre con que nos rescató"...

       Por el corazón de María, como figura de la Iglesia, se nos manifiesta el amor misericordioso de Cristo. En María encontramos "el tacto singular de su corazón materno, su sensibilidad peculiar, su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre" (DM 9). De ella se aprende "una especial ternura materna" (VC 28). Así lo experimentaron las personas más sensibles al tema mariano: "Éste es el sagrado asilo de mi refugio... el Inmaculado Corazón de María está unido al de Jesús; y, por consiguiente, morando en este sagrado santuario, estamos en el mismo centro del dulcísimo Corazón de nuestro dueño" (M. Esperanza de Jesús González).    La Iglesia aprende de María la actitud virginal de un corazón que escucha la palabra y se asocia esponsalmente a Cristo, para hacerlo presente en la comunión eclesial y en el mundo. Con este corazón virginal, esponsal y materno, ya se puede experimentar, cantar y proclamar que en Jesús se actualiza "la misericordia divina de generación en generación", como "luz para iluminar a todos los pueblos" (cfr. Lc 1,50; 2, 32)."Oh Signore, Dio nostro, che nel Cuore Immacolato di Maria hai posto la dimora del Verbo e il tempio dello Spirito Santo, per sua intercessione concede anche a noi, tuoi fedeli, di essere tempio vivo della tua gloria" (Preghiera Coletta, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, Messale Mariano, n.28).Un santuario, como el de Santa María la Mayor y tantos otros esparcidos por toda la geografía eclesial, se convierte en "memoria mariana" cuando la comunidad de los creyentes acude para escuchar al Palabra, celebrar la Eucaristía, orar, recibir el Espíritu Santo, compartir los bienes, practicar la carida y decidirse a anunciar a Cristo a todos los pueblos "con audacia" (cfr. Hech 2,42; 4,31-33). Entonces el santuario es el "corazón mariano" de la Iglesia. "Da questo cuore mariano di Roma, prego per quanti vivono nella nostra Città. Prego per tutti" Giovanni Paolo II, 8 dicembre 1997, in visita a Santa Maria Maggiore (Insegnamenti XX/2, 1997, 968-969).

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1. EL CORAZON DE MARIA EN EL CORAZON DE LA IGLESIA

       Hay algunos momentos clave de la vida de María, en los que se hacen evidentes los sentimientos de su corazón. Es como si los acontecimientos evangélicos y las palabras del Señor encontraran en ella una resonancia peculiar. Bastaría con recordar dos momentos especiales, a distancia de donde años uno del otro:

       (En Belén): "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).

       (A los doce años): "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,51).

       Estos sentimientos del corazón de María afloran también en otras ocasiones, aunque el texto evangélico no use la palabra "corazón": (Ante el anuncio del ángel): "Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (Lc 1,29). (En la visitación): "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador" (Lc 1.46-47). (En la presentación del niño en el templo): "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2,33). (En la perdida del niño en el templo): "Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48)...

       Al leer hoy estos textos, la Iglesia queda cuestionada, como si le recordaran una figura bíblica (María), con la que debe identificarse continuamente. En efecto, cuando Jesús califica con términos familiares a su "comunidad familiar" (su "Iglesia"), que le seguía fielmente, afirma: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21).

       Esta actitud de "escucha" comprometida, por parte de su Madre y por parte de la comunidad "eclesial" (familiar) de los seguidores de Cristo, equivale al "corazón bueno y óptimo, que escucha la palabra y la pone en práctica" (Lc 8,15). Es la parábola del sembrador, que usa el símil de la "semilla" como equivalente a "la palabra de Dios" (Lc 8,11).

       La actitud interior de María, desde lo más hondo de su corazón, es oblativa, oferente, en unión con la actitud interior de Jesús: "Llevaron a Jesús a Jerusalén  para presentarlo (ofrecerlo en sacrificio) al Señor" (Lc 2,22). El "sí" de María (Lc 1,38) había sido dado en relación con la obra salvífica de Dios, puesto que se le había dicho: "para Dios no hay nada imposible" (Lc 1,37).

       Pero la "obra de Dios" consistía en llevar a plenitud y complimiento la Alianza, como actitud de fe respecto a los nuevos planes salvíficos de Dios en Cristo: "La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado" (Jn 6,29). Dios quería el "sí" de su pueblo elegido: "Todo cuanto dice Yahvé lo cumpliremos y obedeceremos" (Ex 24,7).

       María estaba habituada a decir este "sí": "Hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Es la misma postura que aflorará en las bodas de Caná, como texto paralelo de su "fiat" y del "sí a la Alianza: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

       La Iglesia, para recibir la Palabra y transmitirla al mundo, sigue la misma ruta de decir que "sí" a la Alianza. Bajo la guía de María, como figura o icono de su maternidad, se hce madre (instrumento de vida nueva), en la medida en que se fiel como María, dejando entrar la Palabra hasta lo más hondo del propio corazón. En este contexto se comprende mejor cómo María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27).

       El Corazón de María es "memoria" para la Iglesia, porque la Iglesia va a inspirarse en su corazón para acertar en el modo de meditar y practicar el evangelio. En el Corazón de María la Iglesia encuentra en eco o resonancia del evangelio "rumiado" y vivido, transformado en un "sí".

 

       La expresión que han usado algunos santos, como San Luís María Grignon de Montfort ("préstame tu corazón"), equivale a este deseo milenario de la Iglesia, de recibir a María "en comunión de vida" (RMa 45), para aprender de ella a escuchar la Palabra y a recibir el "pan de vida", hasta el fondo del corazón, transformado en un "sí" de apertura generosa y total.

       La invitación repetida continuamente en la carta apostólica "Rosarium Mariae Virginis" (cfr. nn.2, 12), de entrar en sintonía con los sentimientos o Corazón de Cristo, por medio del Corazón de María, es una aplicación concreta de la invitación de San Pablo: "Tened los sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5). Pablo vive de Cristo (cfr. Fil 1,21; Gal 2,20), para "formar a Cristo" en los creyentes (Gal 4,19). Es la actitud "materna" del apóstol, en el contexto de la Iglesia "madre" (Gal 4,26), a imitación de María, "la mujer", de quien nace Cristo para que nosotros recibamos "la adopción de hijos por el Espíritu Santo" (Gal 4,4-7).

       Así es el camino de la "comunnión vital con Jesús, a través del Corazón de María" (RVM 2). De este modo, entramos en sintonía con "los misterios del Señor, a través del Corazón de aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). Ella "meditaba todas estas cosas en su corazón, puesto que era como el vaso y receptáculo de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C; Omelia II sull'Annunciazione: "La santissima Madre di Dio conservava tutte queste parole medirandole nel suo cuore come fosse vaso e ricettacolo di ogni mistero").

       Ir al Corazón de María para encontrar el eco o resonancia del evangelio, equivale a "buscar en su Corazón el fruto de su vientre" (RVM 24). Así se entra en sintonía con los sentimientos de Cristo, para "permanencer en su amor" (Jn 15,9), siguiendo la invitación de María: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Seguimos la pauta de María, quien "vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras" (RVM 11).

       En su rostro y en su corazón, encontramos un signo muy cercano de la misericordia de Dios: "En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón" (Santo Cura de Ars). María es "el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (Puebla 282).

       La oración mariana del final de "Ecclesia in Europa" resume esta actitud contemplativa de la Iglesia: "María se nos presenta como figura de la Iglesia que, alentada por la esperanza, reconoce la acción salvadora y misericordiosa de Dios, a cuya luz comprende el propio camino y toda la historia. Ella nos ayuda a interpretar también hoy nuestras vicisitudes bajo la guía de su Hijo Jesús. Criatura nueva plasmada por el Espíritu Santo, María hace crecer en nosotros la virtud de la esperanza... María, Madre de la esperanza, ¡camina con nosotros! Enséñanos a proclamar al Dios vivo; ayúdanos a dar testimonio de Jesús, el único Salvador" (EEu 125).

       Un autor oriental, Teófano Grapto (Nicea, muerto hacia el año 845), oraba así: "Oh Señora, que tienes un Corazón compasivo y grande ternura, cura nuestros males y heridas, para que te glorifiquemos como conviene".

"O Signora, che hai cuore compassionevole e grande tenerezza, cura i mali, le ferite... afinché ti glorifichiamo come si conviene" (Teofane Grapto, Canone Paracletico alla Madre di Dio: Parakletikè, ode IX).

 

2. EL CAMINO DEL CORAZON EN MARÍA Y EN LA IGLESIA

       Cuando se dice en el evangelio que María "meditaba en su corazón" (Lc 2,19.51), se quiere indicar su actitud interior, amasada de pensamietos, motivaciones y actitudes hondas. Es toda su persona simbolizada por el "corazón". Para expresar esta apertura total a la Palabra de Dios, ella ha seguido un camino guiada por el Espíritu Santo o por la acción de la gracia divina. "Guardaba sus palabras en su corazón, no como las de un niño de doce años, sino como las de aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo, al que veía crecer en sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres" (Orígenes, In Luc. homil., 20,6; PG 13, 1853: "non quasi pueri, qui duocedim esset annorum, sed eius qui de Spiritu Sancto conceptus fuerat, quem videbat proficere sapientia et gratia apun Deum et homines"; "Conservava nel so Cuore le parole di lui, non come le parole di un fanciullo di dodici anni, ma come le parole di colui che era stato concepito da Spirito Santo, di colui che ella vedeva progredire in sapienza e in gratia agli occhi di Dio e degli uomini").

       Comentando estos pasajes neotestamentarios de Lc 2,19.51, afirma Juan Pablo II: "María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras" (RVM 11). Es como el resumen de su "actitud interior" (EdE 53). San Ambrosio comenta Cant 8,6 ("pone me ut signaculum super cor tuum") y lo aplica a la Santísima Virgen con estas palabras: "tamquam signaculum ponitur in medio eius Dominus Iesus" (S. Ambrosio, De Isaac et anima VI, 53: PL 14,547-548).

"Maria conservava ogni parola dentro il suo cuore per evitare che dal suo cuore nessuna ne colasse fuori" (Commento al Salmo 118, 4,17: PL 15,1247).

       El "corazón" de que haban los textos bíblicos ("kardía" en griego, "leb" en hebreo) simboliza toda la interioridad humana. Es aquel "lugar" más pronfundo del ser humano, donde Dios se manifiesta, dejando "inquieto" el corazón, hasta que se abra totalmente a sus designios divinos.

       María acogía los acontecimientos y las palabras de Jesús, dejándolos entrar sin condicionamientos en el corazón, allí donde Dios ya está presente, aunque escondido y siempre sorprendente.

       El "corazón" es como la fuente y la sede de la función intelectual, emotiva y afectiva, donde se toman las decisiones más vitales. La saede de la sabiduría se encuentra en un corazón que se abre continuamente a la verdad, a la belleza y al amor.

       La verdadera experiencia espiritual aflora en un corazón que tiene "sed" de Dios, "como tierra reseca, agotada, y sin agua" (Sal 62,2). Se busca a Dios, pero movidos por el mismo Dios, quien ha tomado la iniciativa en esta búsqueda. En la revelación propiamente dicha, es Dios quien busca al hombre y suscita en él el deseo de encuentro personal. El Corazón de María refleja esta ansia interior, que quiere recibir al "Dios vivo", tal como es: "Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío, tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Sal 41,2). "Te busco de todo corazón" (Sal 118,10).

       Comentando el salmo 72, el Ps.Ildefonso lo aplica a Maria: "Tú eres el Dios de mi corazón" (sermo 1, De Assumptione: PL 96, 244), y añade: "Tú eres el Dios de mi corazón" (sermo 1, De Assumptione), y añade: "Mi corazón y mi carne exultan primero en mi Dios vivo, cuando le di a luz según la carne... pero ahora él es mi Rey y mi Dios, en quien he creído por la fe y he deseado con el corazón" (Ps.Ildefonso, ibídem, 245).

 

       En el Corazón de María, esta apertura suponía el sufrimiento de no poder entender el misterio, porque Dios es siempre más allá de nuestro entender y ver. En nuestro corazón, el sufrimiento se origina también por el proceso de "compunción" y "conversión". Tanto en María como en nosotros, es siempre el dolor pacificador y "gozoso" de querer encontrar al "Dios vivo", aceptando su sorpresa.

       El Corazón de María estaba formado en la escucha de la ley, de las enseñanzas proféticas y de los salmos. Es Dios mismo quien busca el amor del corazón humano, porque lo ha creado a imagen suya: "Escucha, Israel... amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Deut 6,4-5; Mt 22,37). El hombre, consciente de su propia debilidad (y, en nuestro caso, también del pecado), pide a Dios la fuerza para abrirse al amor: "Te gusta un corazón sincero y en mi interior me inculcas sabiduría... Crea en mí un corazón puro" (Sal 50,8.12)).

       Dios ya ha impreso en el corazón del hombre la necesidad de realizarse amando: "Escribiré mi ley en su corazón" (Jer 31,33). Pero el hombre tiende a cerrase en sí mismo. Entonces Dios manifiesta más fuertemente que él es siembre fiel al amor, dispuesto a transformar el corazón hacia un apertura total: "Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne" (Ez 36,26).

       Dios "escruta los corazones" (Jer 17,10), pero es siempre para rehacerlos desde la raíz. Su pedagogía consiste en hacer experimentar el "silencio", para suscitar de nuevo la sede de amor respondiendo al amor de Dios: "La atraeré y la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2,16).

       En el Corazón de María, esta acción divina de su palabra salvífica encontró "un corazón bueno" (Lc 8,15). La semilla del sembrador es "la Palabra de Dios" (Lc 8,11). Jesús, "la Palabra hecha carne" (Jn 1,14), encontró en María un corazón dispuesto, sin obstáculos y sin amaños. Comparando la fe de María con la poca fe de Zacarías, dice San Agustín: "Similis vox, dissimile cor... cor autem dissimile angelo pronuntiante noscamus" (S. Agustín, Sermo 291, 5: PL 38, 1318). "Para que conozcamos que sus palabras eran semejantes... pero el corazón era muy diferente" (S. Agustín, Sermo 291, 5: PL 38, 1318).

       Junto al Corazón de María, durante nueva meses, se había formado el Corazón de Jesús, "manso y humilde" (Mt 11,28). La acción del Espíritu Santo en María (cfr. Lc 1,35) hizo que ella recibiera al Verbo (Palabra personal de Dios) en su corazón y en su cuerpo virginal con plena autenticidad.

       La Iglesia mira a María para seguir el mismo camino de un corazón que se abre totalmente al amor, para entrar en sintonía con "los sentimientos de Cristo" (Fil 2,5). La Palabra de Dios Amor reclama la verdad de la donación: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

       El camino del corazón sigue la pauta de las "bieanventuranzas": "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). El Corazón de María "contemplaba", es decir, veía y miraba a Cristo, de corazón a corazón. Por esto, en toda circunstancia, hacia de su vida un "amén", una donación total. Ella "no llevaba ídolos grabados en su corazón" (Teodoro de Ancira, Sermo in Amnunt., 11; PO, 19.329: Omelia sulla Madre di Dio, 11: "non impresse nel cuore idoli falsi"; "non erroris simulacra cordi insculpserit"), sino que "su corazón estaba vuelto hacia Dios" (idem, PO 19,330; Omelia sulla Madre di Dio, 11: "divinamente saggia nell'animo, unita a Dio nel cuore").

       En este camino del corazón, Cristo es el modelo de "corazón manso y humilde" (Mt 11,28). María es la figura y prototipo de una Iglesia que quiere recibir el misterio de Cristo hasta el fondo del corazón, es decir, en el modo de pensar, sentir, valorar, amar y actuar, para reaccionar siempre amando dy perdonando. Ella fue siempre "tota mundissima, a cuius corde et opere longe fuit omnis peccati labe" (Ps.Ildefonso, De corona Virginis, 10: PL 96, 298). "toda purísima, porque de su corazón y de sus obras estuvo siempre lejos la mancha del pecado" (Ps.Ildefonso, De corona Virginis, 10: PL 96, 298).

       El "corazón inquieto" del hombre (según la expresión agustiniana) encuentra sentido a la vida, sólo cuando aprender a escuchar la voz de Dios, "dentro", "más íntimamente presente que nosotros mismos". En el corazón del hombre, durante su peregrinación terrena, siempre queda un atisbo de búsqueda de verdad y de bien. María es Madre, Maestra, guía y modelo en este camino del corazón, que se abre totalmente al misterio de Cristo.

3. ESCUCHAR LA PALABRA DE DIOS EN EL CORAZÓN COMO MARÍA

       Cuando María "meditaba en el corazón" (Lc 2,19), ella ejercitaba una actitud interna profundamente vital. "Meditar" (sym-ballousa) era para ella acoger el mensaje y los acontecimientos, como quien los inserta en su corazón para confrontarlos unos con otros y así poder responder a Dios con mayor coherencia  y generosidad. Ella había aprendido a armonizar palabras y acontecimientos:"Maria... conservabat omnia Domini Salvatoris in corde suo vel dicta vel gesta" (S. Ambrosio, In Psal. 118,12,1: PL 15, 1361A; "Maria nel suo cuore custodiva tutto, parole e azioni, del Signore Salvatore").

"Si meravigliava delle cose che si dicevano (cfr. Lc 3,33); tuttavia, conservava anche queste cose, insieme con le precedenti nel suo cuore (Lc 2,19)"."Sane merito sermones mirabatur; consevabat vero etiam ista cum prioribus in corde suo" (Teodoro de Ancira, Homil. IV,13: PG 77,1412; Teodoro di Ancira).

       María estaba acostumbrada a esa vitalidad interna, como un enjambre donde se elabora la miel, ya desde niña, en un ambiente de educación familiar, para "escuchar" a Dios y responder a su invitación con un amor pronto y total. Así lo enseñaban los padres a sus hijos, recordándoles el fragmento más emblemático de la Sagrada Escritura: "Ascolta, o Israele, Jahve è il nostro Dio, Jahve è uno solo. Ama Jahve tuo Dio con tutto il cuore"... (Deut 6,4-5).

"Escucha, Israel... amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente" (Deut 6,4-5) Dios quiere hacerse escuchar en su llamada al amor, mostrándose como un padre cariñoso que busca y pide nuestro amor

       Meditar era, pues, en María, poner algo "con" y "juntamente" (sym) para "confrontar" (ballousa), como quien busca una nueva luz. De esta manera, la Palabra de Dios se convertía en sus mismos latidos, de modo repetitivo y sincrónico, como quien "rumía" o mastica algo para encontrar su verdadero sabor.

"Che cosa significa il termine: «meditava»? Vuol dire: custodire nel proprio cuore; considerare nel proprio cuore; imprimerlo dentro di sé... Meditava nel proprio cuore perché era santa e aveva letto le Sacre Scritture e conosceva il profeti" (S. Jerónimo, Homilia in Nativitate Domini: CCL 78, 527).

       Era una escucha o lectura convertida en oración, a modo de lectura "orada", con un afecto profundo de quien ya estaba enamorada de Dios. Este saborear la Palabra era actitud sapiencial, no necesariamente científica o ténica. Era un camino de fe profunda que, precisamente por ser tal, muchas veces parece noche tenebrosa.

       María se había formado en la escuela de los salmos e himnos del Antiguo Testamento, los cuales era fruto de haber escuchado y releido frecuentemente la ley y los acontecimientos de la historia de salvación. Esta actitud de escucha es la raíz de la fe bíblica, que no es una simple especulación, sino una actitud de quien pone en práctica la voluntad divina, sin esperar compensaciones intelectuales ni constataciones tangibles (cfr. Sant 1,22; Rom 2,13).

       Así iba entrando María en la gran sorpresa de Dios, porque es él quien tiene la iniciativa de buscar y quien espera la respuesta de nuestro corazón, ayudándonos con su gracia. Contemplar la Palabra como María es una actitud vital, exigente y comprometida, para agradecer la iniciativa de Dios sin hacerse esperar.

       La búsqueda y contemplación constante del "rostro" de Dios traza la ruta certera del camino del corazón. Se quiere "conocer" a Dios tal como es, pero la verdadera experiencia contemplativa llega a la convicción de que "No ver es la verdadera visión, porque aquel a quien busca trasciende todo conocimiento" (San Gregorio de Nisa, Vida de Moisés). En este sentido, dice el concilio Vaticano II que "la Santísima Virgen avanzó en la peregrinación de la fe" (LG 58).

"Non vedere è la vera visione, perché colui che è cercato trascende ogni conoscenza" (S. Gregorio di Nissa, Vita di Mosè). "La beata Vergine avanzò nella peregrinazione della fede" (LG 58).

       La búsqueda del rostro de Dios es una constante bíblica, que refleja un corazón sediento: "¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios?" (Sal 41,2). "Oigo en mi corazón:"Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor, no me escondas tu rostro" (Sal 26,8-9). Por esto la Iglesia aprende "la contemplazione del volto di Cristo in compagnia e alla scuola della sua Madre Santissima" (RVM 3 e 43). "Il Rosario, infatti, non è altro che contemplare con Maria il volto di Cristo" (RVM 3).

"la contemplación del rostro de Cristo en compañía y a ejemplo de su Santísima Madre. Recitar el Rosario, en efecto, es en realidad contemplar con María el rostro de Cristo" (RVM 3 y 43).

 

       La Iglesia aprende de María esta actitud contemplativa, para ser de verdad la Iglesia de la Palabra y de "pan de vida".  María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), para guiar en esa apertura total del corazón a los designios de Dios. La Iglesia busca en el Corazón de María el eco del mensaje evangélico rumiado vivencialmente por ella, para contemplarlo, vivirlo y anunciarlo.

       María concibió al Verbo en su corazón antes que es su seno: "Fit prius adventus fidei in cor Virginis, et sequitur fecunditas in utero matris" (S. Agustín, Sermo 293,1: PL 39,1327-11328; "). La ruta de esta actitud contemplativa queda trazada desde el momento de la Anunciación ("pensaba": Lc 1,29), hasta la asociación esponsal al pie de la cruz como "mujer" o esposa (Nueva Eva) que comparte "de pie" la misma suerte (Jn 19,25-26), con una "mirada" que quiere abarcar todo el misterio oculto (cfr. Jn 19,37).

       Es la ruta de un "sí" generoso (Lc 1,38) y gozoso (Lc 1,46), que sabe "contemplar" (Lc 2,19.51) y "admirar" (Lc 2,33), invitando a la comunidad eclesial (la nueva esposa) a emprender este mismo camino contemplativo y comprometido: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

... "Umile ancella accolse la tua parola e la custodì nel suo cuore; mirabilmente unita al mistero della redenzione, perseverò con gli Apostoli in preghiera nell'attesa dello Spirito Santo; ora risplende sul nostro cammino segno di consalazione e di sicura speranza"... (Prefazio della beata Vergine Maria, IV).

       María es custodia de la Palabra. En su corazón va a inspirarse la Iglesia para meditar como ella todo el mensaje evangélico. María es la "memoria" evangélica de una Iglesia contemplativa, santa y misionera, que moldea continuamente su corazón y sus vivencias íntimas por medio de la Palabra y del "pan de vida" (Jn 6,35ss). Al Corazón de Maria acude la Iglesia "puesto que era como el vaso y receptáculo de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C). Omelia II sull'Annunciazione: "La santissima Madre di Dio conservava tutte queste parole medirandole nel suo cuore come fosse vaso e ricettacolo di ogni mistero").

       Así lo reconoce la Iglesia en las oraciones litúrgicas:

..."Padre... fa che sul suo esempio custodiamo e meditiamo sempre nel cuore i tesori di grazia del tuo Figlio"... (Preghiera sulle Offerte, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, Messale Mariano, n.28).

..."Padre Santo... Tu hai dato alla beata Vergine Maria un cuore sapiente e docile, pronto ad ogni cenno del tuo volere; un cuore nuovo e mite, in cui hai scolpito la legge della nuova Alleanza; un cuore semplice e puro che ha meritato di accogliere il tuo Figlio e di godere la visione del tuo volto; un cuore forte e vigilante, che ha sostenuto intrepido la spada del dolore e ha atteso con fede l'alba della risurrezione"... (Prefazio, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, Messale Mariano, n.28).

 

4. EL PROCESO DE MEDITAR LA PALABRA EN EL CORAZON COMO MARIA

       La contemplación de la palabra de Dios es un proceso o itinerario espiritual de apertura sin condiciones, de dejarse sorpresnder y cuestionar por Dios y de decidirse a seguir el proyecto o voluntad del mismo Dios. "Chi ama il Signore ne ama la Legge, come Maria che, nel suo amore verso il Figlio, ne ripponeva con affetto materno nel suo cuore tutte le parole" (S. Ambrogio, Commento al Salmo 118, 13,3: PL 15, 1452). ("Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón") ("Maria diligens Filium omnia verba eius in corde suo materno conferebat affectu")

 

       Ante el saludo del ángel, María deja la puerta abierta a la acción divina: "Ella se conturbó por estas palabras, y discurría qué significaría aquel saludo" (Lc 1,29). San Pedro Crisólogo comenta esta turbación de María como quien entra en la oscuridad de la fe contemplativa: "Se turbó su carne, se conmovieron sus entrañas, tembló su mente y se llenó de estupor toda la profundidad de su corazón" (Sermón 143, 8: PL 52, 585; "si turbò la carne, il grembo sussultò, la mente tremò, l'intera profondità del cuore restò attonita: la Vergine, infatti, all'ingresso dell'angelo aveva avvertito nel suo intimo l'ingresso della divinità").

       La descripción que hace San Bernardo de Claraval sobre la Anunciación, indica esta apertura del Corazón de María al Verbo o Palabra personal de Dios: "Abre, Virgen bienaventurada, tu Corazón a la confianza, tu boca a la palabra de asentimiento, tu seno al Creador. He aquí que el Esperado de las gentes está fuera y llama a la puerta... Levántate con tu fe, corre con tu disponibilidad, abre con su consentimiento" (Homilía 4,8).

"Apri, o Vergine Beata, il tuo Cuore alla fiducia, la tua bocca alla parola di assenso, il tuo grembo al Creatore. Ecco, l'Atteso dalle genti sta fuori e bussa la tua porta... Alzati con la tua fede, corri con la tua disponibilità, apri col tuo consenso" (Omelia 4,8).

       Cuando posteriormente, en Belén y en el templo, "meditaba en su corazón" (Lc 2,19.51), es señal de que adoptaba una actitud que iba más allá del "estupor" de los pastores (cfr. Lc 2,9) y de los rabinos (cfr. Lc 2,47). María supera el primor momento de estupor (cfr. Lc 1,29; 2,50), para pasar a una apertura incondicional del corazón a los nuevos planes de Dios.

       "Contemplar" significaba para María, comparar, poner en relación, rumiar, saborear, como quien armoniza los diversos datos de la fe y de la revelación (cfr. Lc 2,19; Lc 2,51). De este modo, puede combina, a la luz de la fe contemplativa, "todas las palabras" ("pantha ta rhemata"), es decir, todo el mensaje evangélico insertado en el acontecimiento. "Los temas de la fe los meditaba en su corazón... dándonos ejemplo" (San Ambrosio, In Lucam II,54: CCL 14,54; "meditava nel suo cuore gli argumenti della fede... ci ha dato l'esempio").

       La palabra divina ("rhema") es creativa y renovadora, procedente de un Dios que ama, que se hace cercano de modo siempre nuevo y sorprendente, especialmente por la encarnación del "Verbo" (cfr. Jn 1,14). Por esto, "ninguna palabra (acontecimiento) es imposible para Dios" (Lc 1,37; cfr. Mc 10,27). Es decir, no hay acontecimientos irreversibles, porque todo acontecimiento humano puede ser cambiado por el amor. María dijo que "sí" a esta acción salvífica de Dios en la historia.

       San Jerónimo, comentando Lc 2,19, afirma: "Recordabatur quod angelus Gabriel sibi dixerat, illa quae dicta sunt in prophetis... Hoc legerat (se refiere a Is 7,14: virginidad), illud audierat. Videbat iacentem puerum... conferebat quae audierat quaeque legabat cum his quae videbat" (Homilia in Nativitate Domini: CCL 78, 527; en Enchiridion Marianum, n.828). ("Meditando nel cuore si rendeva conto che le cose lette si accordavano con le parole dell'angelo... Ciò che Gabriele aveva detto, era stato già predetto da Isaia: «Ecco la vergine concepirà e parturirà» (Is 7,14). Se questo l'aveva detto, quell'altro l'aveva sentito. Vedeva il bambino giuacente... colui che giaceva era il Figlio di Dio... Lo vedeva giacere e lei meditava le coswe che aveva udito, quelle che aveva letto e quelle che vedeva") (S. Jerónimo, Homilia in Nativitate Domini: CCL 78, 527).

       María comparaba lo oído del ángel, con lo leído en la Escritura (e.g. Isaías) y lo visto (el niño recién nacido). Podía relacionar Is 7,14 (sobre la virginidad, según Mt 1,23), con Is 9,6 ("E' nato per noi un bambino, un figlio ci è stato donato, egli porta sulle spalle il dominio"). ("Nos ha nacido un niño, un hijo se nos ha dado, él lleva sobre sus hombros la soberanía").

 

       San Gregorio Magno comenta Lc 2,19 con estas palabras: "mandata illius non transitorie, sed implenda opere" (Moralium..., lib.XVI, cap.36, 44; n.1671 de Enchiridium Marianum: PL 75, 1143). La maternidad de María es fruto de su escucha comprometida y eficaz, como figura de la maternidad de la Iglesia (cfr. Lc 8,21).

       María custodiaba en su corazón la palabra de Dios, convencida de que "no hay nada imposible" para él (Lc 1,37). Su actitud de "sí" y de "contemplación" era una actitud relacional, de quien se sabe insertada en unos nuevos planes salvíficos de Dios. Ella, meditando o contemplando con atención, atesoraba algo que venía a ser central en su vida, hasta orientar toda su existencia poniendo en práctica los designios divinos.

       Con esta actitud de "escucha", María continuaba la actitud aprendida en el Antiguo Testamento y resumida en la "shema" (Deut 6,4-5), para llegar a su cumplimiento en el Nuevo Testamento (cfr. Lc 1,38; 8,21). Por esto, Isabel alaba la fe de María, que es garantía de cumplimiento de la obra mesiánica: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45).

       Esta actitud contemplativa de María es profundamente relacional. "Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo" (RVM 10). Ella aprende a contemplar el rostro de Dios que resplandece en el rostro de su Hijo. Es el rostro del "Siervo de Yahvé", hijo de la "sierva del Señor" (Lc 1,48), rostro doliente en pasión y en la cruz, rostro depuesto en el sepulcro, rostro glorioso de resucitado. Ella había aprendido a contemplar este rostro al deponerlo en el pesebre (cfr. Lc 2,7) y cuando lo depusieron en el sepulcro (cfr. Lc 23,51).

 

       La contemplación del rostro de Cristo, por parte de María, es actitud relacional, es decir, actitud de fe viva, a modo de "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), de intimidad profunda como quien es madre y "asociada" ("mujer") a la obra redentora del nuevo Adán (cfr. Jn 2,4; 19,26). Ella pertenece, en cuerpo y corazón, exclusivamente a Cristo. Es "la Virgen", que escucha, ama y se ofrece para recibir y comunicar el misterio de Cristo. Su contemplación la muestra como la máxima Virgen y la máxima madre, es decir, la única madre que, por ser Virgen, ha hecho de su concepción, gestación y parto una donación total al hijo.

       La escucha de la Palabra era una invitación a "amar con todo el corazón" (Deut 6,4). En María, la escucha tendía directamente a la persona de Jesús, como Palabra definitiva del Padre, a la que ella quedaba asociada con un "sí" de "ofrecimiento" sacrificial juntamenten con su Hijo (cfr. Lc 2,2). Jesús era la Palabra que penetraba el corazón como una "espada" (Lc 2,35) que corta esquemas anteriores, para conducir a la novedad de compartir la misma vida y destino hacia el misterio pascual.

       La Iglesia aprende este itinerario de "lectio divina", realizada en la escuela de María, abriéndose totalmente a la Palabra, dejándose sorprender por ella, pidiendo con confianza humilde y filial, uniéndose a la voluntad divina. En este proceso contemplativo de la Palabra, María "accompagna con materno amore la Chiesa" (Prefazio della beata Vergine Maria, III).

"Oh Dio, che hai preparato una degna dimora dello Spirito Santo nel cuore della beata Vergine Maria, per sua intercesione concede anche a noi, tuoi fedeli, di essere tempio vivo della sua gloria"... (Preghiera Coletta, Messa del Cuore Immacolato della beata Vergine Maria, sabato dopo la solennità del Cuore di Gesù).

 

5. LA IGLESIA DE LA PALABRA VIVIDA DESDE EL CORAZON DE MARIA

       La Iglesia, meditando la Palabra de Dios como María, se siente acompañada e invitada por ella como en las bodas de Caná: "Haced lo que él nos diga" (Jn 2,5). Con el corazón dispuesto como el de María, se escucha en cada gesto y palabra del Señor la voz del Padre: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle" (Mt 17,5).

       La actitud de María, que escucha, medita en el corazón y dice que "sí", es la figura de la Iglesia, el "icono perfecto de la maternidad de la Iglesia" y, por tanto, de su fidelidad (RVM 15). Esta actitud equivale a un proceso de ir asimilando la Palabra de Dios hasta lo más hondo de la propia vivencia o del propio corazón. "La santísima Virgen es Maestra en la contemplación del rostro de Cristo" (EdE 53).

       La Palabra de Dios sigue siendo suya, "viva y eficaz" (Heb 4,12). Es el "Verbo" o Palabra definitiva del Padre, insertada en nuestra historia: "La Palabra se hizo carne y puso su morada entre nosotros" (Jn 1,14). Es palabra revelada, como un regalo o don de Dios, para quien "nada hay imposible" si el corazón se abre a su acción salvífica. A esta Palabra María respondió con un "sí" (Lc 1,38), pronunciado con el amor de "todo su corazón" (Deut 6,4). Este "sí" fue un preludio del nuestro, que debe brotar también de un corazón contemplativo: "El consentimiento de la Virgen fue en nombre de toda la humanidad" (Santo Tomás de Aquino, III, 30, 1c).

       Es la Palabra que encontró en el Corazón de María una actitud de fe: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Es modelo de fe para la comunidad eclesial (cfr. Lc 8,21). Es la fe o "teología vivida de los santos" (NMi 27).

 

       El ejemplo y la actitud de María en Caná influyó en la fe de los primeros discípulos de Jesús. María captó bien el significado profundo de las palabras del Señor, a pesar de la aparente negativa. San Efrén explica la actitud de María en Caná, como fruto de su actitud contemplativa: "Ella era consciente del miráculo que se iba a realizar, como dice el evangelista...

"Ceterum miraculum quod facturus erat conscia erat illa: «omnem rem», ait evangelista, «conservabat in corde suo» (Lc 2,51), et «quodcumque dixerit vobis filus meus facite»" (S. Efrem, Hymni de Nativitate, 5,1: CSCO 145, 44).

       La Iglesia, desde sus inicios, aprendió a vivir esta fe en la Palabra, como actitud de oración y caridad, en la escuela del Cenáculo, "en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hech 1,14). La predicación apostólica (cfr. Hech 2-4) consistía precisamente en esta misma Palabra, asimilada previamente en la contemplación por parte de quienes tenían el servicio magisterial. La Iglesia sigue predicando el mensaje evangélico con testimonio de vida, como Palabra que sale y que llega al fondo del corazón.

       En el camino histórico de la Iglesia, hay una "presencia transvesal" de María (TMA 43), que es siempre "presencia activa y materna" (RMa 1 y 45), como "influjo salvífico" (LG 60). María "precede" en este camino, como modelo y ayuda para releer los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios. En efecto, "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios, como signo de esperanza cierta" (LG 68; cfr. RMa 51-52).

       El seguimiento de Cristo, para ser sus "testigos" (cfr. Hech 1,8; 2,32; Jn 15,27), empezó propiamente después de las bodas de Caná: "Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos (parientes) y sus discípulos" (Jn 2,12). La Iglesia, como el Precursor, es la "voz" de Cristo "presente" (Jn 1,23). En la vocación profética del Batista y en la vocación apostólica de los discípulos, precedió e influyó María con su fe y con su actitud contemplativa (cfr. Lc 1,35; Jn 2,5).

       Para poder anunciar "el Verbo de la vida" se necesita haberlo "contemplado" previamente en el corazón (cfr. 1Jn 1,1ss). Dios ha hablado y sigue hablando de muchas maneras, "en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio de su Hijo" (Heb 1,1-2). Para formar parte de la familia espiritual de Jesús, hay que escuchar su palabra y ponerla en práctica: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21; Mc 3,35; Mt 12,50).

       María es más bienaventurada por haber recibido a Cristo en su corazón que por haberlo recibido en su seno: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente, quae nullo doli ambitu sincerum adulteraret adfectum: corde humilis... loquendi parcior, legendi studiosior" (S. Ambrosio, De Virginibus, II, 7: PL 16, 208). "Ella era vergine non solo nel corpo ma anche di mente e non falsò mai, con la doppiezza, la sincerità degli affetti. Umile nel cuore... non loquace, amante dello studio divino"... (S. Ambrogio, De Virginibus, 2,7: PL 16,209).

"Fit prius adventus fidei in cor Virginis, et sequitur fecunditas in utero matris" (S. Agustín, Sermo 293,1: PL 39,1327-11328).

... (commenta Lc 11,27-28: "Beati sono piuttosto"?...): "Anche per Maria: di nessun valore sarebbe stata per lei la stessa divina maternità, se non avesse portato il Cristo più felictemente nel cuore che nella carne" (S. Agostino, De sancta virginitate, 3: PL 40, 398; "Materna propinquitas nihil Mariae profuisse, nisi felicius Christum corde quam carne gestasset").

       La Palabra que resonó en el Corazón de María (cfr. Lc 2,19.51) es el mismo "pan de vida", Jesús, que se comunica como mensaje y como Eucaristía. El mensaje evangélico, meditado en el Corazón de María, y el pan eucarístico tiene el "sabor de la Virgen Madre" (Juan Pablo II Congreso Eucarístico Internacional, 2000).

       Contemplar el rostro de Jesús equivale a entrar en sintonía con su vida íntima, es decir, con su corazón. El discípulo amado, que reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús (cfr.Jn 13,13.15; 21,20), es el mismo que recibió a María como Madre "en comunión de vida" (RMa 45, nota 130). Al Señor se le conoce sólo de corazón a corazón: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21).

       Al Señor se le capta con un corazón contemplativo como el de María. Se llega a la "comunión vital con Jesús por medio del corazón de su Madre" (RVM 2). Los textos evangélicos tienen su resonancia en ese corazón materno: "Los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). No sólo se aprenden las cosas que Jesús enseñó, sino "de comprenderle a Él", porque "nadie como su Madre puede introducirnos en un conocimiento profundo de su misterio" (RVM 14).

"Non si tratta solo di imparare le cose che Egli ha insegnato, ma di «imparare Lui»" poiché "nessuno come la Madre può introdurci a una conoscenza profonda del suo mistero" (RVM 14).

       Este es el mejor camino para "modelar al cristiano según el Corazón de Cristo" (RVM 17), hasta llegar "a la profundidad de su corazón" (RVM 19). Cuando la Iglesia medita en María, es porque "busca entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cfr. Lc 1,42)" (RVM 24). "La contemplación del rostro de Cristo se centra sobre todo en lo que de él dice la Sagrada Escritura" (NMi 17), como lo hacía María contemplando (relacionando) estos textos con lo que veía y escuchaba. Es "oración de corazón cristológico" (RVM 1)

 

       La Palabra de Dios está personificada en Jesús. El mismo es la palabra viva que "crece" y se difunde en el corazón: "La Palabra de Dios iba creciendo" (Hech 6,7). Es "semilla incorruptible" (1Pe 1,23), que nos engendra para ser "hijos en el Hijo" (GS 22; Ef 1,5). Esta realidad de gracia empezó en el seno y en el Corazón de María, como figura de la Iglesia "madre" (Gal 4,26), que recibe también al Señor en el corazón para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). La Iglesia vive de los mismos sentimientos del Corazón materno de María.

 

6. EL "MAGNIFICAT" EN EL CORAZON DE MARIA Y DE LA IGLESIA

       El "Magníficat" de María, recitado durante la visita a su prima Santa Isabel, es "una inspirada profesión de su fe", como respuesta a las gracias recibidas en bien de toda la humanidad. Las palabras de este himno reflejan "la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Ella es "la Madre del Señor" (Lc 1,43), la Virgen orante.

       La "contemplación" de María sobre las palabras del ángel, se expresa con el himno del "Magnificat", que se inspira en los salmos y otros himnos del Antiguo Testamento. La novedad del "Magníficat" está en la referencia al misterio de la encarnación realizado en María: "El Poderoso ha hecho en mí maravillas" (Lc 1,49).

       El gozo de la Anunciación se proclama en el "Magníficat": "Se alegró y se regocijó su corazón" (Oracula Sibyllina, siglo segundo, VIII, vers.462-468: GCS 8, 171-172; "Tremante, immobile stette, la mente confusa, con il cuore che batteva per l'inatteso messaggio. In seguito però ne gioì e caldo con la voce il cuore si sentì": Oracoli Sibillini.

S. Atanasio: ("Cor eius palpitavit guadii abundantia, protulitque canticum"...). "Su corazón palpitó de gozo y entonó un cántico" (S. Atanasio de Alejandría, Sermo de Maria Dei Mater: "Le Muséon" 71, 1958, 209s). La Anunciación y la visitación, recuerdan el gozo mesiánico anunciado por los profetas: "¡Exulta, hija de Sión! ¡Da voces jubilosas, Israel! ¡Regocíjate con todo el corazón, hija de Jerusalén!" (Sof 3,14).

       Las expresiones laudatorias del cántico, pueden haberse inspirado en el himno de la madre de Samuel: "Tengo el corazón alegre gracias al Señor... yo me regocijo en tu victoria. Nadie como el Señor es santo... Los hartos se contratan por un poco de pan, mientras que los hambrientos ya no se fatigan... El Señor empobrece y enriquece, el Señor humilla y enaltece" (1Sam 2,1ss). Son ideas que también se encuentran frecuentemente en el salterio y en otros textos que recuerdan los hechos salvíficos del "éxodo" (cfr. Sal 80).

       La actitud habitual de María, de "contemplar en su corazón" (Lc 2,19.51), indica el poner en relación un acontecimiento salvífico (como los sucesos de la Anunciación y de la visitación) con datos de la historia de salvación. Lo que veía o escuchaba, lo ponía en relación con las profecías o los salmos, que ella misma había leído, escuchado o cantado. "El Magnificat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18).

       El "gozo" de la Anunciación y del "Magníficat" es el gozo mesiánico que también cantarán los ángeles en Belén como cumplimiento de las profecías: "Os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor" (Lc 2,10). Entonces María puso de nuevo en práctica su actitud contemplativa (cfr. Lc 2,19). Esta contemplación era fuente de gozo: "Tu palabra es la alegría de mi corazón" (Jer 15,16).

       María expresa los sentimientos de su corazón movido por la acción del Espíritu Santo, recordando los sucesos de la Anunciación como cumplimiento de las promesas mesiánicas, ahora ya hechas realidad. El contexto del "Magníficat" indica el significado del "sí" de María a la voluntad salfícia de Dios (Lc 1,38) como expresión máxima de la fe (Lc 1,45), que se concreta en un servicio de caridad (Lc 1,39) y, al mismo tiempo, es instrumento de la gracia del Espíritu comunicada a Isabel y a Juan Bautista (Lc 1,41).

       Se puede apreciar en el "Magníficat" (Lc 1,47-55) un paralelo de los temas que aparecen en la Anunciación: gozo, poder de la santidad de Dios, salvación universal, humildad o pobreza (bíblica) de la criatura, misericordia divina según las promesas mesiánicas. En el cántico afloran los sentimientos más profundos del corazón de María: alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación.

       María da gracias por la historia de salvación (Lc 1,46-48), en la que se demuestra la omnipotencia y misericordia divina (Lc 1,49-53), dando inicio al reino mesiánico (Lc 1,54-55). "Maria alaba al Padre «por» Jesús, pero también lo alaba «en» Jesús y «con» Jesús" (EdE 58).

       La Iglesia recita el "Magníficat" imitando el espíritu de María: "Adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC 2097). El cántico, repetido a través de los siglos, llamando a María "dichosa" (Lc 1,48), recuerda la presencia activa y materna de María: "La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magnificat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria" (RMa 35).

 

       Jesús dice que "de la abundancia del corazón habla la boca" (Lc 6,45). El contexto de esta afirmación indica una actitud de quien "escucha mis palabras y las pone en práctica" (Lc 6,47). El "Magníficat" es un ejemplo de esta actitud comprometida al contemplar la palabra de Dios. Por esto sigue siendo, a la vez, "el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios" (CEC 2619). La Iglesia lo considera como "cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economía de la salvación, cántico de los «pobres» cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas" (ibídem).

       El "espiritu del Magníficat" es camino pascual. La Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la "humillación" a la "exaltación", por la "pobreza" bíblica a la salvación. "Puesto que el Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (EdE 58).

       Cuando la Iglesia canta los salmos, lo hace con el espíritu de María: "No cantas para un hombre, sino para Dios, y como hacía María, medítalo en tu corazón" (San Ambrosio, De Instit. Virginis, 102: PL 16, 345). "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (MC 21; San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16).

       El espíritu del "Magníficat" se concreta en el compromiso misionero de anunciar a Cristo único Salvador de toda la humanidad. Este espíritu se aprende en el Corazón de María: "La Iglesia, acudiendo al Corazón de María, a la profundidad de su fe, expresada en las palabras del Magníficat, renueva cada vez mejor en sí la conciencia de que no se puede separar la verdad sobre Dios que salva, sobre Dios que es fuente de todo don, de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús. La Iglesia, por tanto, es consciente -y en nuestra época tal conciencia se refuerza de manera particular- de que no sólo no se pueden separar estos dos elementos del mensaje contenido en el Magníficat, sino que también se debe salvaguardar cuidadosamente la importancia que «los pobres» y «la opción en favor de los pobres» tienen en la palabra de Dios vivo... La Iglesia debe mirar hacia ella, Madre y Modelo, para comprender en su integridad el sentido de su misión" (RMa 37).

 

7. SAN JOSÉ EN EL CORAZÓN DE MARÍA

       Diversos pasajes evangélicos dejan entrever una unión íntima entre la Santísima Virgen y San José. Son textos relacionados, a veces, con la actitud de María de "meditar en el corazón" (Lc 2,19.51). Los "hechos" y "palabras" que ella meditaba incluyen también a su esposo José.

       Cuando los pastores llegaron a Belén, trayendo el mensaje de los ángeles, "encontraron a María, a José y al niño reclinado en el pesebre" (Lc 2,16). María "meditaba todas esas cosas (acontecimientos y palabras) en su corazón" (Lc 2,19).

       María y José habían vivido aquellos días conjuntamente y con intensidad. En efecto, ambos caminaron juntos hacia Belén para cumplir con las disposiciones de la autoridad civil: "Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta" (Lc 2,4-5). Para ambos, "no había lugar en el mesón" (Lc 2,7).

 

       Cuando ofrecieron al niño Jesús en el templo, el texto evangélico se expresa en plural, tanto respecto al viaje, como al acto de ofrecimiento: "Llevaron a Jesús a Jerusalén  para presentarle al Señor" (Lc 2,22). Ante las palabras de Simeón, que profetiza una "espada" para María, en el contexto de un rechazo o escándalo respecto al Mesías, ambos esposos reaccionan conjuntamente: "Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él" (Lc 2,33).

       La huida a Egipto  y el regreso a Nazaret se describe también dentro de una estrecha relación mutua, hecha posible gracias a Jesús. Por esto, el ángel, por dos veces, le indica a José: "Toma al niño y a su Madre" (Mt 2,13.20). José cumplió la orden como algo esencial a su misión: "Tomó al niño y a su Madre" (Mt 2,14.21). La residencia definita, "en Nazaret", indica también esta relación profundamente familiar (cfr. Mt 2,23).

       La actitud habitual de María, de "meditar en el corazón", tiene esas connotaciones comunitarias y familiares, que incluyen el espacio de interioridad de su esposo José, especialmente cuanto ambos vivían el misterio de Belén, ambos ofrecían al nño en el templo, ambos sufrían el exilio y ambos se insertaban en el ámbito familiar de Nazaret.

       Cuando a los doce años el niño Jesús se pierde en el templo, de nuevo el corazón de María "meditaba" el misterio de sus gestos y palabras, envolviendo en su actitud contemplativa y dolorosa a su esposo José. Los dos "iban anualmente a Jerusalén a la fiesta de la Pascua" (Lc 2,41). Ambos quedaron "admirados" al reencontrar al niño discutiendo en el templo con los doctores (cfr. Lc 2,48). Y, sobre todo, ambos sufrieron profundamente aquella ausencia, que, en labios de María, defó descrita así: "Tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando" (Lc 2,48). Era el dolor vivido conjuntamente por la ausencia del hijo que era toda su razón de ser.

 

       En este contexto de viviencia armónica por parte de ambos esposos, la actitud contemplativa de María se enraíza en el camino de la fe, doloroso y oscuro para ambos: "No entendieron sus palabras" (Lc 2,50).

       La contemplación de María en lo más profundo de su corazón abarca, pues, todas estas circunstancias: "Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas contemplándolas en su corazón" (Lc 2,51). Por esto, la actitud redentora de Jesús se concretrá en obediencia a sus padres, que habían corrido su misma suerte: "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y les estaba sujeto" (ibídem).

       Los dos momentos clave, en Belén y en el templo, vividos intensamente por el corazón de María, están enmarcados en un conjunto de detalles evangélicos, que forman parte de la contemplación de María, como "confrontando" lo que veía, lo que oía y lo que había visto y oído anteriormente. Es posible intuir el eco o resonancia de estos mismos acontecimientos y palabras, en el corazón contemplativo de María, "desposada" con José (Mt 1,18; Lc 2,5).

       A Maria y a José, el ángel había eplicado el significado salvífico de la concepción de Cristo "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18.30; Lc 1,35). El intercambio familiar de de sus experiencias sería normal en toda la convivencia posterior de largos años, hasta que Jesús inició su vida pública y dejó Nazaret: "Tenía Jesús, al comenzar (la predicación), unos treinta años, y era, según se creía, hijo de José" (Lc 3,23).

       El nombre de Jesús ("Salvador") fue el nombre indicado por el ángel a ambos esposos (cfr. Lc 1,31; Mt 1,21), aunque fue José, como padre legal, quien impondría el nombre al recién nacido. El nombre de Jesús, impartido por José al niño Jesús, según las indicaciones del ángel, y la pronunciación afectuosa de este mismo nombre, unió a los esposos en una misma suerte (cfr. Mt 1,25).

 

       Por parte de José, el hecho de "recibir a María como esposa" (Mt 1,20.24), se encuadra en el contexto de su actitud de "varón justo" (Mt 1,19), "hijo de David" (Mt 1,20), en quien se hace patente el cumplimiento de las promesas mesiánicas, porque Jesús nace de María su esposa. La lista genegalógica de Jesús termina así: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo" (Mt 1,16).

       La actitud comprometida de José es parecida a la la actitud contemplativa y fiel de María. El "sí" de la Santísima Virgen se encuadra en el contexto de la aceptación por parte de José: "Despertado José del sueño, hizo como el Angel del Señor le había mandado, y tomó consigo a su mujer" (Mt 1,24). Recibió a María como esposa virginal, tal como era en los designios de Dios (cfr. Mt 1,25).

       Cuando nosotros leemos o escuchamos estos datos evangélicos, que encontraron eco contemplativo y comprometido en el corazón de María, podemos entrever el contenido salvífico de otros datos que ahora a Iglesia debe meditar en su corazón como María.

       A Jesús, cuando "tenía treinta años", se le llama "hijo de José" (Lc 3,23; 4,23; cfr. Jn 1,45) y también "hijo de María" (Mc 6,3). Las dos afirmaciones se formulan también juntas: "Hijo del carpintero, su madre se llama María" (Mt 14,55). Y cuando Jesús se presentó como "pan de vida" en la sinagoga de Cafarnaum, la gente decía de él que era "hijo de José" y "conocemos a su Madre" (Jn 6,42).

       La contemplación de María y de la Iglesia es camino de fe oscura, dolorosa y humilde, porque se trata de compartir la misma suerte de Jesús, rechazado y crucificado, para que, una vez resucitado, pudiera mostrar "su gloria de unigénito del Padre" (Jn 1,14) y atraer a todos hacia él (cfr. Jn 12,32). Para llegar a este objetivo, la "espada" de la Palabra tenía que penetrar el corazón de María, "consorte" de José. "¡Oh Madre del Señor, en tu corazón ha penetrado la espada que Simeón te habia profetizado" (S. Máximo Confesor, Vida de María, VII, n.78: CSCO 478-479; "O Madre del Signore, nel tuo cuore è penetrata la spada che Simeone ti aveva predetto").

 

8. JUAN BAUTISTA EN EL CORAZÓN DE MARÍA

       Hay dos expresiones evangélicas, entre otras, que hacen patente una relación entre el Corazón de María y la persona de Juan Bautista. En efecto, el niño Juan "exultó de gozo" en el seno de su madre Isabel (Lc 1,41.44) cuando María "saludó" a su prima (Lc 1,40). El saludo de María se conviritó también en expresión del "gozo" mesiánico: "Mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador" (Lc 1,47).

       La actitud interior de María, simbolizad por su "corazón" o "espíritu", consistía en una disponibilidad o respuesta inmediata a una inspiración divina: "Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá" (Lc 1,39). Fue una actitud parecida a la de los pastores, que "vinieron con prisa" a Belén, como quien no hace esperar ni pone  obstáculos a la voluntad de Dios (cfr. Lc 2,16).

       La fidelidad de María al mensaje de ángel, así como su apertura a la acción del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,35-38), está en sintonía con la actitud de Isabel que llevaba al niño Juan en su seno: "Isabel fue llena del Espíritu Santo" (Lc 1,41). El gozo del niño en el seno de su madre forma parte de las expresiones de ésta respecto a María: "Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,42-45).

 

       María fue "una ciudad de Judá" (Ain Karim), para servir humildemente en aquel ambiente familiar. El "Magníficat" es "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Es la expresión de "la esclava del Señor" (Lc 1,38), que reconoce su "nada" y, al mismo tiempo, canta las "maravillas" que Dios ha hecho en ella domo demostración de su "misericordia" para con todos (cfr. Lc 1,48-50). La alabanza mariana, dirigida a Dios, incluye también las promesas de salvción que se cumplirán poro medio de la actuación ministerial del Prevursor. De este modo, Dios "acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia, como había anunciado a nuestros padres ‑ en favor de Abraham y de su linaje por los siglos" (Lc 1,54-55).

       Tres meses de convivencia con Isabel, desde "el sexto mes" del embarazo de ésta (Lc 1,6), hasta el nacimiento del niño Juan, fueron suficientes para compartir los sentimientos maternos de su prima que vivía pendiente del hijo que llevaba en su seno. El "salto de gozo" del niño repercutió en el Corazón de María y en todos sus sentimientos de ternura materna con que ella acompañaba a su hijo Jesús todavía en su seno. En su corazón materno quedaron para siempre las huellas de unas vivencias que compartió con Isabel.

       "Juan" sería llamado con este nombre, según el mensaje del ángel, porque era un inesperado "don de Dios" (cfr. Lc 1,13.63). En su nacimiento, su padre, Zacarías, resumió con un cántico (el "Benedictus") ideas y vivencias parecidas a las del "Magníficat". Se trataba también de una acción salvífica y misericordiosa de Dios, para "visitar" y "redimir" a su pueblo (Lc 1,68). El nombre de "Jesús" (Salvador) recordaba la fuente originaria de esta presencia salvífica: era el "Emmanuel, Dios con nosotros" (Lc 1,32; Mt 1,23-4). En el Corazón de María (y por medio de sus labios) resonaron los dos nombres, el de Jesús y el de Juan su precursor, como nombres que ya serían inseparables, también para ella.

 

       El "gozo" por el nacimiento de Juan (Lc 1,14) era fruto del corazón o de "las entrañas de misericordia de Dios" (Lc 1,78), según las promesas mesiánicas (cfr. Lc 1,70). Era el preanuncio del "grande gozo" del nacimiento de Cristo "Salvador" (Lc 2,10). María, portadora de Jesús en su seno, sintió que su vida quedaba también entrelazada con la vida del Precursor, como parte integrante de las preocupaciones de su corazón materno, especialnete cuando oyó recitar a Zacarías: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos, anunciando a su pueblo la salvación por el perdón de sus pecados" (Lc 1,76-77). María le acompañó siempre  como nombre inseparable del nombre y de la persona de Jesús.

       La vida de Juan Bautista, tal como se describe en el evangelio, discurrió por unas circunstancias que parecen ser un paralelo de la vida de María. El "gozo" de Juan, ya expresado ante el saludo y la presencia de María (cfr, Lc. 1,41.44), será después un "gozo pleno" por el hecho de anunciar a Cristo (Jn 3,29). Es sun gozo similar al que María cantó en el "Magníficat" (cfr. Lc 1,47) por la venida de Cristo al mundo.

       Juan era sólo "la voz" (Jn 1,23) que anunciaba la "presencia" de Cristo (Jn 1,26), también como "Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" (Jn 1,29.36). María, en Caná, es también la voz que invita a una relación comprometida con el Señor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

       La experiencia de Juan, por "ver el Espíritu descender sobre Jesús" (Jn 1,32), le recordaba a María la acción del mismo Espíritu Santo en la Encarnación del Verbo (cfr. Lc 1,35; Mt 1,18). El bautismo de Jesús en el Jordán recordaba a todos que él había venido a "bautizar en el Espíritu Santo" (Jn 1,35). Juan ya había experiementado esta acción "espiritual" desde el seno de su madre (cfr. Lc 1,15.41). Juan señaló a Jesús como "Hijo de Dios" (Jn 1,34), con las mismas palabras que María había oído del ángel (cfr. Lc 1,35).

       Juan, como "amigo del Esposo" (Jn 3,29), iba desapareciendo para dejar paso a Jesús (cfr. Jn 3,30). María era "la mujer" (Jn 2,4; 19,26), que con sus actitudes de fe y de asociación esponsal a Cristo (la "nueva Eva" asociada al "nuevo Adán"), se convertía sólo en transparencia de quien era "la luz" que "ilumina a los que viven en tinieblas" (Lc 1,79). La "espada" anunciada por Simeón, indica esta asociación esponsal a Cristo, para dejarle traslucir como "luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,32).

       Juan era "más que profeta" (Mt 11,9), como "ángel" o "enviado" para preparar los caminos del Mesías (Mt 11,10). Era "el mayor de todos los nacidos de mujer" (Mt 11,11). María, Madre de Jesús, era más bienaventurada por haberlo llevado en su corazón, que por haberlo llevado en su seno, aunque, en ella, estas dos realidades eran una sola: "Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan" (Lc 11,28). Ella "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente" (S. Ambrosio, De Virginibus, II, 7: PL 16, 208). "Ella era vergine non solo nel corpo ma anche di mente".

       A Juan lo mataron por haber anunciado a Cristo y por llamar a "conversión", como apertura a él y a su mensaje salvador. A Cristo le rechazarían por ser, aparentemente, sólo un ciudadano sin importancia, "hijo de María" (Mc 6,3; cfr. Jn 6,42; cfr. Lc 4,28ss). Herodes llegó a pensar que Jesús era Juan Bautista resucitado. Pero los que han anunciado a Jesús, con el riesgo de correr su misma suerte, siguen hablando después de muertos. En el Corazón de María, Juan Bautista tuvo siempre un lugar de predilección. El "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25) le hizo comprender a María, que todo discípulo de Jesús estaba destinado a correr su misma suerte, la de Jesús y la de María: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).

 

 

9. LOS PASTORES DE BELÉN EN EL CORAZÓN DE MARÍA

       La descripción que hace San Lucas sobre el nacimiento de Jesús en Belén, indica una actitud materna y virginal de María. Sólo una madre virgen (en su cuerpo y en su corazón) podía realizar este gesto como una actitud relacional de donación total al hijo: "Dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2,7).

       Es una actitud relacional de un "corazón" materno, que ha recibido la "Palabra" hasta lo más hondo de su amor: "Sus ojos se vuelven también sobre el rostro del Hijo" (RVM 10). Es la misma actitud con que acogerá el mensaje de los ángeles transmitido por medio de los pastores: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).

       Los pastores habían recibido como "señal" de que el recién nacido era el "Salvador", las mismas indicaciones que reflejan la actitud materna de María al deponer al niño en el pesebre: "Encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre" (Lc 2,12; cfr. Lc 2,7). Estas palabras del mensaje de los ángeles a los pastores, que resumen también eel gesto materno de María, le hicieron recordar a ella la paz mesiánica anunciada por los profetas: "Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre... « Príncipe de Paz ». Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia" (Is 9,5-6).

       María relacionaba el canto de los ángeles ("gloria a Dios en el cielo y paz en la tierra"...), así como el mensaje sobre el niño, con lo que veía y lo que recordaba de las santas Escrituras. San Jerónimo, comentando Lc 2,19, relaciona la meditación de María con el texto de Isaías 7,14 ("la virgen concebirá y dará a luz") y afirma: "Conferebat quae audierat, quaeque legebat (las profecías) cum his quae videbat" (el niño recién nacido) (San Jerónimo, Homilia de Nativitate Domini: CCL 78, 527). ("Ciò che Gabriele aveva detto, era stato già predetto da Isaia: «Ecco la vergine concepirà e parturirà» (Os 7,14). Se questo l'aveva detto, quell'altro l'aveva sentito. Vedeva il bambino giuacente... colui che giaceva era il Figlio di Dio... Lo vedeva giacere e lei meditava le cose che aveva udito, quelle che aveva letto e quelle che vedeva")

       El "temor" de los pastores ante el "ángel" y ante la "gloria del Señor" (Lc 2,9), es parecido al "estupor" de María en la Anunciación (Lc 1,29-30). La diferencia está en la actitud contemplativa de María, que transforma el "estupor" en respeto y aceptación del misterio en el fondo de su corazón. El ángel ayudó a María y a los pastores, a transformar el "estupor" en "gozo" (cfr. Lc 1,28: saludo de "gozo"; 2,10: "grande gozo"). Es el gozo mesiánico en bien de "todo el pueblo" y especialmente de los más pobres (Lc 2,10).

       El ángel señala a Jesús como "Salvador" y "Cristo Señor", por el hecho de nacer "en Belén, la ciudad de David" (Lc 2,11). María relacionaba este mensaje con el que ella había recibido en la Anunciación: "El Señor le dará el trono de David su padre" (Lc 1,32-33; cfr. Is 9,5-6).

       Lo que los pastores transmitieron a María y a José es precisamente este mensaje mesiánico que ellos cumplierton con premura: "los pastores se decían unos a otros: «Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado»" (Lc 2,15). Sus "prisas" se convierten en encuentro: "Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre" (Lc 2,16). Parte integrante del mensaje, que los pastores "dieron a conocer" también a todos (Lc 2,17) es el canto de los ángeles, que formó parte de la meditación de María en su corazón: "Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor (de buena voluntad)" (Lc 2,13).

       El ver o mirar de los pastores se convierte en certeza de que las palabras del mensaje angélico se hacía realidad, y los transforma en los primeros anunciadores de Jesús: "Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían" (Lc 2,17-18). La Palabra de Dios se cumple cuando el corazón humano la recibe tal como es. Así lo hicieron los pastores, quienes, por ello mismo, entraron a formar parte de la actitud materna y contemplativa del Corazón de María: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).

       Los pastores, a quienes el mensaje evangélico había sorprendido "vigilando su rebaño" (Lc 2,8), ahora, al ver cumplido el anuncio, pasan a una puesta en práctica, que consiste en la gratitud y la alabanza: "Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho" (Lc 2,20). Es la actitud mariana del "Magníficat", fruto de haber meditado la Palabra de Dios sin poner trabas en el corazón.

       Los "pobres de espíritu", como los pastores, son los únicos que saben captar el misterio de Cristo, con la actitud de las "bienaventuranzas" que se refleja en el "Magníficat" de María, fruto de haber visto a Dios escondido en los signos pobres de todo ser humano, especialmente los más débiles. Ver a Cristo escondido y manifestado bajo signos pobres, sólo es posible con la actitud humilde y generosa de un corazón parecido al Corazón de María, que no antepone nada ni nadie a la Palabra del Señor.

       La Iglesia de las "bienaventuranzas" y del "Magníficat" está llamado a prolongar en el tiempo la actitud de los pastores y, especialmente, la actitud contemplativa y fecunda de María: "La Iglesia es la cuna en la que María coloca a Jesús y lo entrega a la adoración y contemplación de todos los pueblos" (Bula Incarnationis Mysterium, 11).

 

10. LOS MAGOS DE ORIENTE EN EL CORAZÓN DE MARÍA

       El evangelio según San Mateo nos describe el encuentro de los Magos venidos de Oriente, con Jesús niño, anotando que este "encuentro" fue "con María su Madre" (Mt 2,11). La actitud interior de María, al recibir a los pastores, puede servir de punto de referencia para comprender esa misma actitud en el venida de los Magos: "Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,19).

       En ambos casos (el de los pastores y el de los Magos) el encuentro con Cristo se describe con una realidad viva y rica, que hay que profundizar con una actitud contemplativa como fue la de María. Los Magos, como los pastores, encuentran a Cristo siguiendo una inspiración superior: "Hemos visto su estrella en el Oriente y hemos venido a adorarle" (Mt 2,2). Pero hacen también referencia a una promesa implícita sobre el Mesías: "¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?" (ibídem).

       Una respuesta a esa pregunta sobre el Mesías queda descrita en la explicación escriturística dada por los rabinos de Jersualem: "En Belén de Judea, porque así está escrito por medio del profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá, porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel" (Mt 2,5-6; cfr. Miq 5,1).

       Así como María relacionó en su corazón el acontecimiento de los pastores, con el mensaje que ellos traían de parte del ángel y con las profecías que ella había leído o escuchado (cfr. Lc 2,19; cfr.Is 7,14; 9,5-6), de modo semejante, en encuentro de los Magos con Jesús niño y "con María su Madre", suscitó en ella la "contemplación", como actitud interior de confrontar un hecho concreto con un mensaje y unas profecías. Los pastores y los Magos fueron a "Belén, la ciudad de David" (Lc 2,11; Mt 2,5-6); María relacionaba esta realidad con lo que ella había escuchado en la Anunciación: "El Señor le dará el trono de David su padre" (Lc 1,32).

       La "grande alegría" de los Magos al redescubrir la estrella que les conducía al encuentro con Cristo (Mt 2,10), es parecida a la "grande alegría" anunciada por los ángeles a los pastores (Lc 2,10), así como al "gozo" del niño Juan (en el seno de Isabel) como fruto del al saludo de María (cfr. Lc 1,41.44). Ella ya cantó ese gozo mesiánico en el "Magníficat", que brotó de su corazón contemplativo.

       La capacidad contemplativa de María, expresada en el "Magníficat", es también fruto de haber meditado el salterio y algunos himnos del Antiguo Testamento. Ante la llegada de los Magos, ella podía muy bien "relacionar" este encuentro con lo que ellos decían y, especialmente, con las promesas mesiánicas: "Que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributos que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones, que se postren ante él todos los reyes, y que todos los pueblos le sirvan" (Sal 71,10-11).

       La narración del evangelio según San Mateo puede reflejar y resumir esta contemplación mariana. La redacción del texto parece un parelelo de Isaías, sobre una Jerusalem llena de luz y madre de todos los pueblos: "Levántate, resplandece, que ha llegado tu luz... Caminarán las naciones a tu luz... Tus hijos vienen de lejos"... (Is 60,1-6). María presenta a Cristo que es "luz para iluminar a los gentiles" (Lc 2,32).

       En cada época, esta narración evangélica recobra una actualidad especial. Los pueblos siguen encontrando a Cristo, a la luz de una Iglesia que se hce "madre" como María, en la medida en que sea "signo" o transparencia de Cristo. El cruce actual de religiones y culturas se concretiza en un encuentro con la Iglesia, cuya misión materna consiste en ser transparencia e instrumento de Cristo, "como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya un solo rebaño y un solo pastor" (SC 2; cfr. Is 11,12).

 

       El caminar histórico de la humanidad deja entrever que "el Verbo Encarnado es, pues, el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia" (TMa 6). La Iglesia llegará a ser el "signo" o transparencia de esta realidad salvífica, en la medida en que sea contemplativa como María. Si María es "Madre por medio de la Iglesia" (RMa 24, LG 65), "la Iglesia aprende de ella su propia maternidad" (RMa 43).

       La escena de los Magos y de los pastores es como un aldabonazo permanente en el corazón de la Iglesia, llamada a ser eco del Corazón de María. Hoy los diversos pueblos y culturas, ya en contacto con comunidades eclesiales, dice: "Hemos visto su estrella" (Mt 2,2); "queremos ver a Jesús" (Jn 12,21). El encuentro se realizará en la medida en que aprenda la actitud materna, contemplativa y comprometida, de María.

 

11. LOS DISCIPULOS DE JESUS EN EL CORAZON DE MARIA

       Leyendo los textos evangélicos, a la luz de la armonía de la fe y de la revelación, se percibe una relación muy profunda entre María y los discípulos de Jesús. El evangelio de San Juan describe precisamente los inicios del seguimiento evangélico de los discípulos con "la Madre de Jesus". María ya estaba en Caná, invitada para las bodas, antes de que fueran invitados los discípulos del Señor: "Tres días después se celebraba una boda en Caná de Galilea y estaba allí la Madre de Jesús. Fue invitado también a la boda Jesús con sus discípulos" (Jn 2,1-2). El "tercer día" tiene ya la resonancia de "la hora" cuando sería glorificado Jesús. La Iglesia vive ahora "el tercer día", es decir, actualiza la resurrección del Señor como invitación a las bodas, también con María, "la mujer", figura de la Iglesia esposa (cfr. Jn 2,4).

       El episodio de Caná termina describiendo la fe de los discípulos: "Creyeron en él sus discípulos" (Jn 2,11). La actitud de fe oscura de María, relacionada con el  milagro, tuvo su influencia en la actitud de fe de los primeros seguidores de Jesús. El seguimiento apostólico, ya en sus inicios, se describe en relación con "la Madre de Jesús": "Después bajó a Cafarnaúm con su madre y sus hermanos (parientes) y sus discípulos" (Jn 2,12).

       Objetivamente, aunque no necesariamente a nivel de ser consciente, en esa actitud apostólica de fe y de seguimiento influyó aquella que estaba asociada a "la hora" de Cristo como "la mujer", es decir, "la Nueva Eva" (como dice San Ireneo), figura de la comunidad eclesial como esposa de Cristo (cfr. Jn 2,4). La actitud que manifiesta María recuerda su contemplación comprometida de cumplir siempre las palabras del Señor: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Lc 1,38; Ex 19,8; 24,7).

       Si ella estaba habituada a contemplar en el corazón las palabras del Señor para ponerlas en práctica (cfr. Lc 2,19.51), nadie mejor que ella estaba preparada para entender el significado profundo de la enseñanza de Jesús sobre la comunidad de los creyentes. Ella era "la bieanventurada" por haber llevado en su seno y amamantado con su leche al Hijo de Dios; pero era "más bieanventurada" por haberlo recibido hasta el fondo de su corazón (cfr. Lc 11,27-28). Ella, como "siempre Virgen", perteneció siempre y totalmente al misterio de Cristo Esposo. "La verginità e la fede pronta attirano Cristo nell'intimo del cuore; e così la madre lo custodisce nel nascondimento delle sue membra intatte" (Prudenzio, Apotheosis 581: PL 59,978; "virginitas et prompta fides Christum bibit alvo cordis, et intacta condit paritura latebris").

       El mismo evangelista San Lucas, que decribe la fe de María (cfr. Lc 1,45) y su actitud contemplativa (cfr. Lc 2,19.51), es quien transmite el significado profundo de esta fe y de esta contemplación, que es modelo de la fe contemplativa y comprometida de la comunidad eclesial, como nueva familia establecida por Jesús (cfr. Lc 11,27-28; cfr. 8,21).

       En este mismo contexto cabe interpretar la afirmación de Jesús: "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50). En el texto paraleto, Lucas matiza que se trata de la misma actitud contemplativa de María: "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21; cfr. Lc 11,27-28).

       Por esta actitud contemplativa, nadie mejor que María podía comprender el sentido relacional de muchas expresiones de Jesús. Nosotros prestarmos más bien atención principal a unas ideas; la persona que vive con fe contemplativa fija su atención más bien en el aspecto relacional y afectivo: "Mi Madre y mis hermanos" (Lc 8,21); "mi Iglesia" como comunidad-familia (Mt 16,18), "mis ovejas" (Jn 10,14ss); "los que tú me has dado" (Jn 17,6ss); "a me lo hicisteis" (Mt 25,40).

       María más que nadie, guiada por el Espíritu Santo, especialmente después de Pentecostés, podía captar  con el corazón lo que significaba para Jesús el grupo de sus discípulos, "los suyos", a quienes "amó hasta el extremo" (Jn 13,1). El evangelio encontraba siempre eco en su corazón materno: "Todo lo cual lo consideraba en su corazón la Santa Madre del Señor de todo el universo y verdadera Madre de Dios, como está escrito, y añadiendo aquellos hechos maravillosos que de El (de Jesús) se contaban, multiplicó la alegría de su corazón" (Basilio de Seleucia, In Annuntiationem, 39: PG 85,447-448) "Tutte queste cose la santa Madre del Signore di tutti e vera Madre di Dio conservando nel cuore - come sta scritto - con l'aggiunta degli straodinari eventi che erano avvenuti attorno a lui, multiplicava l'esultanza del cuore" (Omelia sulla Madre di Dio).

       Contemplando  en su corazón estos gestos y palabras de Jesús, intuía que ella misma formaba parte de una familia que iba más allá de los estrechos muros del hogar de Nazaret e incluso más allá del grupo familiar de "sus parientes" (Jn 2,12).

       La "mirada" de Jesús a su Madre, "de pie junto a la cruz" Jn 19,25-26), se prolonga hacia el "discípulo amado" en representación de los demás. María, "la mujer" asociada a "la hora" de Jesús, para correr su misma suerto o "espada" (Lc 2,35), abría su maternidad hacia su único Hijo y aprolongado y presente en cada uno de sus seguidores: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26).

       Ella estaba unida a Cristo inmolado "con corazón maternal" (LG 58). Su actitud materna, por ser virginal, fue siempre de oblación total: "Se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma" (LG 58).

       Los discípulos, representados por San Juan y las piadosas mujeres, aprendieron de ella a estar también "de pie junto a la cruz" (Jn 19,26), viviendo en comunión de vida con ella, es decir, recibiéndola como Madre "en el propio hogar" o casa familiar (cfr. Jn 19,27). Recibirla como Madre y como modelo de maternidad, equivale a aprender de ella la actitud contemplativa, asociativa y oblativa.

       El Espíritu Santo, enviado por Jesús, haría que la Santísima Virgen pudiera relacionar el encargo del Señor ("ahí tienes a tu hijo") con sus palabras de despedida orando al Padre en la última cena: "He sido glorificado en ellos" (ellos son mi expresión-gloria) (Jn 17,10), "tú les amas como a mí" (Jn 17,23), "yo estoy en ellos" (Jn 17,26).

       La invitación que hace San Juan, de "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37), equivale a la actitud mariana de fe contemplativa, hecha oblación al pie de la cruz, unida a los sentimientos del corazón del Señor. El "costado abierto", del quebrota "sangre y agua", es como el resumen de toda la redención y de todo el evangelio, concretado también en las últimas palabras de Jesús, que encontraron eco contemplativo en el corazón de su Madre. Todo sucedió para que la comunidad creyera con la fe contemplativa de María y de Juan el "discípulo amado": "El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis" (Jn 19,35).

       La presencia de María, "la Madre de Jesús", en el Cenáculo (Hech 1,14), con ciento veinte discípulos, incluidas algunas mujeres que seguían al Señor (Hech 1,15), es un signo de cómo los discípulos estaban en el Corazón de María su Madre. "Todos ellos fueron llenos del Espíritu Santo" (Hech 2,4), para asimilar el mensaje evangélico en el corazón, hacerlo vida propia y transmitirlo a los demás.

       Recibir a Jesús y transmitirlo a los demás, siempre bajo la acción del Espíritu Santo, es el resumen de la realidad materna de la Iglesia, que se inspira en la actitud contemplativa y materna de María. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, como había sido concebido Cristo al venir al Espíritu Santo sobre la Virgen María, y Cristo había sido impulsado a la obra de su ministerio, bajando el mismo Espíritu Santo sobre El mientras oraba" (AG 4). María es el "icono" en que se inspira la Iglesia de todos los tiempos.

       En el Corazón de María encontraron y siguen encontrando eco especial las palabras de Jesús, que repiten los Apóstoles y sus sucesores en la celebración eucarística: "Este es mi cuerpo... ésta es mi sangre... haced esto en conmemoración mía" (Lc 22,19-20). Mientras la Iglesia cumple este encargo eucarístico, María sigue diciendo: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

       Los "hermanos" del Señor aprendieron a vivir "en comunión de vida" con María. Ella lleva en su corazón la expresión que había dicho Jesús refiriéndose a su comunidad eclesial ("mis hemanos": Lc 8,21), y la relacionaba continuamente con el encargo recibido en la cruz ("tu hijo": Jn 19,26). Ella acompañó a todos y a cada uno (no sólo a Juan), llevándolos en su corazón, especialmente a los que gastaron vida por el Señor y a los que, como Santiago, dieron la vida por él (cfr. Hech 12,2). El santuario mariano del Pilar es una expresión de esta realidad salvífica.

       El Corazón de María es modelo de seguimiento evangélico. En el Prefacio de la Misa sobre "María Madre y Maestra de vida espiritual", la Iglesia ora al Señor con estas palabras: "María es modelo de vida evangélica; de ella nosotros aprendemos, con su inspiración nos enseña a amarte sobre todas las cosas, con su actitud nos invita a contemplar tu Palabra, y con su corazón nos mueve a servir a los hermanos".

 

12. EL DISCIPULO AMADO EN EL CORAZON DE MARIA

       Existe una interrelación familiar entre María y el "discípulo amado". Ella recibió el encargo de asumirlo como hijo; él recibió el encargo de tratarla como Madre: "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,26-27). Era un encargo mutuo, que debía vivirse de corazón a corazón, recibiendo las palabras de Jesús en "un corazón bueno" (Lc 8,15), como María las había recibido en su corazón (cfr. Lc 2,19.51).

       El resultado de esta interralación entre madre e hijo, así como entre hijo y madre, la concreta San Jua con esta expresión: "La acogió (o recibió) en su casa". Ello equivale a una convivencia familiar, que puede traducirse por "comunión de vida" (RMa 45, nota 130, citando a San Agustín), es decir, "la introduce en todo el espacio de la vida interior" (ibídem).

       El hecho de que San Juan describa a María como "la mujer" extrechamente relacionada con Cristo, en Caná y en el Calvario (Jn 2,4ss; 19,25ss), deja entender una relexión contemplativa del mismo discípulo que convivió con ella después de la muerte y resurrección del Señor.

       Este recuerdo de Juan incluye su propia experiencia de fe en Cristo (cfr. Jn 2,11) y de seguimiento evangélico junto "con su Madre" (Jn 2,12). Todo el evangelio de Juan refleja una actitud contemplativa de "ver la gloria" del Hijo de Dios a través de sus gestos y palabras (Jn 1,14), hasta descubrir, con esta "mirada" contemplativa, y vivir profundamente el misterio de Cristo (cfr. Jn 12,21; 19,37).

       Esta actitud contemplativa de Juan equivale, siempre con grado y modo distinto, a la actitud contemplativa de poner en práctica lo que dice el Señor (Jn 2,5) y de perseverar "de pie" junto a Jesús cuando había llegado "su hora" (Jn 19,25ss). A Juanle tocó también "estar de pie" junto a la cruz, con María, para aprender a "mirar" a Jesús con los ojos de la fe.

       Esta "mirada" contemplativa hacia Cristo, que observamos en María y en el discípulo amado, contrasta con el escándalo de Nazaret (que también nos los narra San Juan), cuando sus conciudanos no aceptaron a Cristo como Salvador, porque, según decían ellos: "Es hijo de José y conocemos a su padre y a su madre" (Jn 6,42).

       La invitación constante del evangelio de Juan consiste en aprender a pasar o "mirar" más allá de los "signos" pobres de la humanidad de Cristo, descubriéndolo como "Salvador del mundo" (Jn 3,42), "Hijo de Dios" (Jn 6,69; 20,31). Así era la fe contemplativa de María, con quien Juan convivió después de la muerte y resurrección del Señor.

       La fe contemplativa de Juan era un conocimiento de Cristo vivido desde el amor. Es el discípulo que "reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús" (Jn 13,23.25; 21,20) y, por tanto, supo conocer a Cristo amándolo, siguiendo la pauta trazada por el mismo Jesús: "Si alguno me ama, yo me manifestaré a él" (Jn 14,21; cfr. 10,14). Juan supo descubrir, por medio de esta mirada contemplativa y amorosa, al "Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

       Se puede decir que la mirada contemplativa de Juan encuentra su punto culminante cuando "vio"  o decubrió a Cristo resucitado en un sepulcro vacío: "Entró... vio y creyó" (Jn 20,8). Los signos que había dejado Cristo resucitado eran tan pobres como los de la gruta de Belén: sepulcro vacío, lienzos por el suelo, sudario plegado; pesebre, niño envuelto en pañales... La mirada contemplativa de María, envolviendo a Jesús con pañales y colocándolo en la cuna (cfr. Lc 2,7), es la representación del creyente que decubre el misterio pascual de Cristo resucitado enmedio de signos pobres. "Contemplar" es ver a Jesús como Hijo de Dios y Salvador, donde humanamente parece que no está. María "contemplaba en su corazón" (L 2,19) con esta actitud de fe. Es la misma actitud que refleja el discípulo amado ante el sepulcro vacío.

       No puede pasarse por alto que esta fe contemplativa de Juan en Cristo resucitado, está relacionada con el hecho de haber convivido con María, al menos durante la tarde del viernes santo y todo el día del sábado antes de la resurrección: "La recibió en su casa", es decir, convivió con ella en familia, en comunión de vida (Jn 19,27).

       En esta convivencia íntima con María, podía observar que a ella le bastaba "contemplar las palabras del Señor en su corazón" (cfr. Lc 2,19.51), para intuir su profundo misterio, puesto que "para Dios no hay nada imposible" (Lc 1,37). Cristo había dicho que "resucitaría al tercer día" (Mt 17,23). Meditar estas palabras en el corazón, mientras, al mismo tiempo, se cotejaban con los detalles pobres de un pesebre y de un sepulcro vacío, era suficiente, con la gracia del Espíritu Santo, para creer en el misterio de Cristo, "Hijo de Dios", resucitado.

       A Cristo se le descubre de corazón a corazón (cfr. Jan 13,23, en relación con Lc 2,19.51). Juan, en la última cena, reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús; en el Calvario, invita a mirar con fe su costado abierto. Esta actitud de fe contemplativa (descrita posteriormente en la redacción del evangelio), supone una acción del Espíritu Santo enviado por Jesús resucitado. La narración evangélica posterior no cambia los hechos (reclinar la cabeza sobre su pecho, mirar al crucificado), sino que indica una actitud contemplativa fruto de la redención de Cristo y de la gracia del Espíritu Santo, que ayuda a interpretar los hechos reales en su significado salvífico más profundo.

       Convivir con María, recibiéndola "en familia" o "en casa", se convirtió para Juan en una actitud de fidelidad contemplativa hacia las palabras de Señor: "He aquí a tu Madre". Acogiendo a María, aprendió de ella a a "ver" a Jesús donde parece que no está, meditando sus palabras "en el corazón", en relación con unos signos pobres en los que Jesús se esconde y se manifiesta.

       Según los Santos Padres, el evangelio no se puede comprender, si no se adopta una actitud contemplativa, que equivale a recibir a María como Madre, imitando su contemplación: "Ninguno puede percibir su significado, si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes, Commen. sec. Lc., X, 129131: CSEL, 32/4, 504s).

       Al describir en el Apocalipsis el camino histórico de la Iglesia, Juan presenta una dinámica escatológica que tiende hacla "la mujer vestida de sol" (Ap 1,12), transformada por la luz de Cristo resucitado. En la fiesta de la Asunción, los textos litúrgicos citan este pasaje en relación con el "Arca de la Alianza" que ha subido al cielo (Ap 11,19). Para comprender mejor este lenguage simbólico, se lee también el texto paralelo de Lucas que describe la "subida" de María "a la montaña" para visitar a su prima Isabel. Ambos textos tienen el mismo trasfondo bíblico, que deja entender el contenido mariano explicado por el concilio Vaticano II: "La Madre de Jesús, de la misma manera que ya glorificada en los cielos en cuerpo y alma es la imagen y princi­pio de la Iglesia que ha de ser consumada en el futuro siglo, así en esta tierra, hasta que llegue el día del Señor (cfr. 2 Pe 3,10), antecede con su luz al Pueblo de Dios peregrinante como signo de esperanza y de consuelo hasta que llegue el día del Señor" (LG 68).

       La actitud contemplativa de Juan (aprendida "en comunión de vivda con María"), que tiene dimensión cristológica, mariana y eclesial, presenta a la Santísima Virgen como "la mujer" (Ap 12,1; cfr. Jn 2,4; 19,26), figura de la Iglesia peregrina, que camina hacia el encuentro definitivo con Cristo resucitado en el más allá. María, precedienco a la Igleisa, ya ha llegado a esta realidad escatológica ("final") fruto de la redención de Cristo.

       Cabe pensar que cuando Juan escribe el evangelio, tiene en cuenta la actitud contemplativa de María y, por tanto, busca el eco de todo el evangelio  en su corazón materno. Juan escribió y anunció lo que había "visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1s). María "vió", a través de los gestos y palabras de Jesús, contempladas en su corazón, mucho más que el discípulo amado.

       La contemplación de María, en toda su hondura, quedó escondida en el silencio de su Corazón, lleno de "alguien", que es siempre más allá de lo que podamos pensar, sentir y decir. Estamos invitados todos a entrar en este Corazón, que sólo vivió para decir que "sí" a la Palabra personal de Dios, para que nosotros también busquemos y encontremos en él la resonancia de todos los contenidos evangélicos meditados con fe viva, alentada por el amor y la esperanza que no defrauda.

 

13. LA PASION Y RESURRECION DEL SEÑOR EN EL CORAZON DE MARIA

       Es muy frecuente en toda la tradición eclesial y especialemnte durante la época patrística, hacer referencia al Corazón de María en relación con la pasión del Señor. Muchas veces se relaciona el hecho mariano de "estar de pie junto a la Cruz", con la "espada" profetizada por Simeón, para expresar el dolor de María desde lo más profundo de su corazón.

       "Espada... que atravesará también el Corazón de María" (Orígenes, In Lucam homil. 17, 6: PG 13, 1845; Origene, Omelie su Luca: "spada che trafigge non solo il cuore degli altri, ma anche quello di Maria").

       "O Madre del Signore, nel tuo cuore è penetrata la spada che Simeone ti aveva predetto. Allora si infissero nel tuo cuore i chiodi che perforarono le mani del Signore... le innomerevoli sofferenze e ferite del Figlio si repercuotevano nel tuo cuore"... (S. Massimo Confessore, Vita di Maria, VII, n.78: CSCO 478-479).

       (copié ya y sólo la primera parte de la frase en el cap.8 sobre S.José, al final).

       "Il cuore della Vergine stessa fu ripieno di dolore nel segno della croce... Simeone chiama spada i molti pensieri che feriscono le viscere"... (Anfiloquio di Iconio, Anfilochio di Iconio, Homilia di octava Domini, 8: PG 39,57A). "También el corazón de la Virgen se llenó de tristeza en el signo de la cruz").

       Si María "contemplaba en su corazón" las palabras y los acontecimientos salvíficos, no podía pasarle por alto la referencia, al menos implícita, a la pasión del Señor. En efecto, el nombre de "Jesús", del que le habló el ángel ("vas a dar a luz un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús": Lc 1,31), está relacionado con la redención de los pecados, según la aclaración hecha por el ángel a San Jose: "Porque él salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21).

       A esta contemplación del misterio redentor de Cristo se añade el aspecto doloroso de correr su misma suerte o de sufrir la misma "espada", como oposición por parte de quienes no aceptarían las exigencias de la Palabra de Dios: "¡Y a ti misma una espada te atravesará el alma! ‑ a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos" (Lc 2,35).

       Estos hechos salvíficos se dan en el contexto de una meditación profunda por parte de María, que queda descrita cuando llegan los pastores a adorar al niño (cfr. Lc 2,19). Poniendo ella "en relación" el mensaje del ángel, con lo que ella veía y con las profecías mesiánicas (todo ello integrado en la "contemplación" de su corazón), se vislumbra el significado sacrificial de la presentación del recién nacido en el templo: "Cuando se cumplieron los días de la purificación, según la Ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo (ofrecerlo) al Señor" (Lc 2,22).

       La "víctima" que ella había concebido en su seno, tenía que ser ofrecida al Señor como "Cordero de Dios que quita los pecados del mundo" (Jn 1,29.36). La "admiración" de María y José (cfr. Lc 2,33) es también una especie de intuición del misterio profundo de quien, para redimir al mundo, tenía que cargar con nuestros pecados haciéndose el "siervo doliente" (Is 42 y 53,12).

 

       Cuando Jesús fue reencontrado en el templo, después de la celebración de la Pascua, sus palabras dejaban entender que su vida estaba ligada estrechamente a la acción salvífica de Dios en un contexto sacrificial. Jesús pertenecía a "la casa" del Padre (Lc 2,49), donde se realizaría el sacrifico redentor cuando llegaría "su hora" de "pasar de este mundo al Padre" (cfr. Jn 2,4; 13,1). La "búsqueda dolorosa" del niño perdido en el templo (Lc 2,48), se puede describir como un ansia del corazón: "Ecce ego et pater tuus afflicti, cor in ore, ibamus, circumibamus, quaerebamus te" (San Efrén, Hymni de nativitate, 4,130; CSCO 187,33).

       Cuando Jesús, en Caná y en el Calvario, se dirige a María, calificándola de "mujer", indica el sentido de asociación de su Madre a su misma obra redentora como "Nueva Eva". Ella pertenece a "la hora" de Jesús y está llamada a asociarse con actitud sacrificial, "de pie junto a la cruz". La unión entre Jesús y María es indisoluble, como figura del amor del Señor a su Iglesia (cfr. Ef 5,25), su esposa "inmaculada" y su "complemento" (cfr. Ef 1,23).

       La asociación de María al sacrificio de Jesús fue "con corazón maternal": "La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrina­ción de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la Cruz, en donde, no sin designio divino, se mantuvo de pie (cfr. Jn 19, 25), se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio, consintiendo con amor en la inmolación de la víctima engendrada por Ella misma, y, por fin, fue dada como Madre al discípulo por el mismo Cristo Jesús, moribundo en la Cruz con estas palabras: «¡Mujer, he ahí a tu hijo!» (Jn., 19,26-27)" (LG 58).

       "Stabat Mater dolorosa - iuxta crucem lacrimosa - dum pendebat Filius. Cuius animam gementem - contristatam et dolentem - pertransivir gladius". "La Madre piadosa estaba - junto a la cruz y lloraba - mientras el Hijo pendía, - cuya alma, triste y llorosa - traspasada y dolorosa - fiero cuchillo tenía" (Himno litúrgico, fiesta de la Virgen Dolorosa, 15 septiembre). "Addolorata, in pianto - la Madre sta presso la Croce - d cui pende il Figlio. - Immersa in angoscia mortale - geme nell'intimo del Cuore - trafitt da spada". (abajo siguen otras frases)

       María, como puede vislumbrarse en el "Magníficat", estaba acostumbrada a recitar el salterio y otros himnos del Antiguo Testamento. Los salmos 21 y 68 describen los sufrimientos del futuro redentor: ultrajes, crucifixión, repartición de sus vestidos, sed... Solamente al llegar esos momentos culminantes de la pasión, ella podría captar todo su significado, pero el mismo Espíritu Santo, que inspiró aquellos textos, obraba en el Corazón de María haciéndole intuir la intimidad y vivencia de su Hijo.

       Las últimas palabras de Jesús, muriendo en la cruz, fueron escuchadas directamente por María y meditadas en su corazón. Su gesto de estar "de pie" indica una actitud interna de "mirar" con fe contemplativa. En el Corazón de María resonaron las palabras de Jesús como un resumen de todo el evangelio: perdón (cfr. Lc 23,34), esperanza de salvación (cfr. Lc 23,43), función materna de María y de la comunidad eclesial (cfr. Jn 19,26-27), las ansias o sed de comunicar la salvación (cfr. Jn 19,28; Sal 68), abandono o silencio de Dios (Mt 25,46); Sal 21), fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre (Jn 19,30), confianza en las manos del Padre (Lc 23,46; Sal 30). La Iglesia acude al Corazón de María, para encontrar en él el eco de las palabas del Señor.

       La "túnica inconsútil" que se rifaron los soldados (Jn 19,23), suponía muchas horas de trabajo hecho con amor. La túnica desapareció; el amor que María puso en su elaboración queda insertado en la historia como "influjo salvífico en favor de los hombres" (LG 60), puesto que forma parte de su colaboración como asociada al Redentor ("se asoció con corazón maternal a su sacrificio": LG 58).

       En el himno litúrgico "Stabat Mater" (citado más arriba), el creyente se siente invitado a vivir en sintonía con Cristo por medio del Corazón de su Madre: "Sancta Mater, istud agas, - crucifixi fige plagas - cordi meo valide". "En mi corazón imprime las llagas que tuvo en sí". "Ferisci il mio cuore con le sue ferite, - stringimi alla sua croce, inèbriami del suo sangue!

       GIORGIO DI NICOMEDIA (Jorge de Nicodemia): "Se desagarró el corazón de su Madre". "Chi mai dunque potrebbe contare i numerosi colpi che in questa circostanza attraversarono il cuore della Madre?... l'ardente amore per il Figlio... mossa dall'amore verso il Figlio... la forza della su abruciante fiamma interiore... con immutabile forza interiore guardava il Figlio... cocente dolore... quanto si lascerò il cuore di Maria! Quanto restò interamente scosso!... allora una più penetrante spada si conficcò nel cuore della Vergine... mentre nella mano si piantava il chiodo, nel cuore invece si conficcava una ferita moratlae!" (Giorgio di Nicomedia, Omelie, Maria ai piedi della croce: PG 100, 1457-1489).

       El "discípulo amado", que, en nombre nuestro, "recibió" a María en su casa ("en comunión de vida") (cfr. Jn 19,27), invita a "mirar" con mirada de fe contemplativa aquel hecho salvífico del costado abierto de Jesús, del que brotó "sangre y agua" (Jn 19,34). La "mirada" contemplativa de María podía captar más que nadie que aquella "sangre" (formada en su seno por obra del Espíritu Santo) era también el símbolo de una vida donada por amor (Jn 10,17; 15,13); y que aquella "agua" significaba el "agua viva" o vida nueva comunicada por el Espíritu Santo gracias a la obra redentora de Cristo (cfr. Jn 7,38-39).

       Con esta "mirada" de fe contemplativa, el Corazón de María fue siguiendo los acontecimientos que se siguieron a la muerte del Señor: el descenso de la cruz y la desposición en el sepulcro, envolviendo el cuerpo de Jesús con una "sábana": "Después de descolgarle, (José de Arimatea) le envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca en el que nadie había sido puesto todavía" (Lc 23,53). María, una vez más, siguiendo su actitud habitual, relacionó lo que veía con otros hechos de la vida de Jesús y con las profecías: "Lo envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada" (Lc 2,7). Así lo describe un escritor oriental:

       (la vergine profondamente addolorata chiede al Figlio di poterlo accogliere di nuovo nelle sue viscere e di sepelirlo nel suo cuore): "Ahimè, questa fredda pietra tombale, come colpita da un ferro mosso dal tuo forte braccio, quali scintille spirituali manda nel mio cuore! Perché non mi si spezza il petto? perché non posso scolpirti un più arcano sepolcro, sí da poterti accogliere di nuovo nelle mie viscere e seppellirti nel mio cuore? Io sono il mistico calice che non è stato distaccato dalla sua pietra preziosa: porto con me la mia porta, che è stata piantata in me, illuminata dal divio splendore!" (Simeone Metafraste, Vita di Maria: PG 114-224; Homologion 964-965).

       La fe de María era fe contemplativa y "pascual" (de "paso" hacia el misterio más profundo de la glorificación). Toda la vida de Jesús consistía en "pasar de este mundo al Padre" (Jn 13,1). Su donación sacrificial, de la que forma parte la actitud de María como figura de la Iglesia, no termina en la cruz, puesto que él había dicho: "Yo doy mi vida para volverla a tomar" (Jn 10,17). La fe contemplativa le hacía recordar a María las veces que Jesús, al anunciar la pasión, había también profetizado su resurrección: "El hijo del hombre... resucitará al tercer día" (Mt 17,22-23; 20,17). Acostumbrada a recitar los salmos, la armonía de la fe y de la revelación, le hacían vislumbrar algo del misterio profundo de la resurrección, sin saber todavía los detalles de la misma: "No dejarás a tu santo conocer la corrupción" (Sal 15,10; cfr. Hech 2,27, sermón de Pedro en Pentecostés, rodeado por la comunidad primitiva en la que estaba María, Hech 1,14ss).

       La fe María en la resurrección del Señor se puede también intuir de modo indirecto. Efectivamente, Juan, el "discípulo amado", cumplió el encargo de Jesús, de recibir a María "en su casa" o "en comunión de vida" (Jn 19,7), al menos durante las horas que pasaron entre la muerte del Señor y su resurrección. Cuando Juan llegó al sepulcro y lo encontró vacío, en el que Cristo había dejado los lienzos (sábana) por el suelo y el sudario plegado, "vio y creyó" (Jn 20,8). La convivencia con María durante aquellas horas de profundo silencio contemplativo, le ayudó a aceptar con espíritu de fe la prediccción del Señor sobre su resurrección al tercer día. Entre los discípulos del Señor existía ya la convicción de que "el tercer día" tenía un significado profundo (cfr. Lc 24,21); faltaba sólo descubrir este significado con la fe del "discípulo amado", que supo convivir con María esperando la resurrección.

       Así vivió ella el misterio pascual y ahora lo sigue vivieno en nuestro caminar eclesial. Convivendo con ella, la Iglesia aprende a descubrir a Cristo resucitado presente en los signos pobres de la historia.

14. LA EUCARISTIA EN EL CORAZON DE MARIA

       Jesús, "pan de vida" (Jn 6,35), se formó en el seno de María, junto a su corazón, por obra del Espíritu Santo. En aquel corazón encontraron especial resonancia contemplativa todas los gestos y palabras de Jesús. Cuando María oyó por primera vez las palabras del Señor, "este es mi cuerpo... esta es mi sangre" (Lc 22,19-20), se conmovieron sus entrañas de Madre, puesto que se trataba de carne de su misma carne y sangre de su misma sangre. Se repetiría la experiencia de la Encarnación, cuando, según San Pedro Crisólogo, "Se turbó su carne, se conmovieron sus entrañas, tembló su mente y se llenó de estupor toda la profundidad de su corazón" (Sermón 143, 8: PL 52, 585; "si turbò la carne, il grembo sussultò, la mente tremò, l'intera profondità del cuore restò attonita").

       Ya en Cafarnaún, cuando Jesús anunció el misterio eucarístico, usó las expresiones "mi carne", "mi sangre": "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él... el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,56-57). El "escándalo" respecto a la Eucaristía, queda unido al escándalo por no querer aceptar la realidad humana de Jesús, hijo de María: "Murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo». Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?»" (Jn 6,41-42).

       Ella iba "todos los años" a Jerusalén para celebrar la Pascua, como consta desde la infancia de Jesús, en vida de San Jose (cfr. Lc 2,41). El viernes santo estaba ella junto a la cruz (Jn 19,25). Los gestos y las palabras de Jesús durante la última cena, ella las captó o directamente en el mismo momento de la celebración de la Pascua, o inmediatamente después. En Pentecostés, ella formaba parte de la comunidad reunida en el Cenáculo (cfr. Hech 1,14ss).

       Es, pues, lógica esta observación del Papa Juan Pablo II en la encíclica Ecclesia de Eucharistia: "¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz" (EdE 56)." (EdE 56).

       La presencia real de Cristo en la Eucaristía nos recuerda que su cuerpo y su sangre son verdaderamente humanos por haberlos tomado de María. Ella "ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe eucarística de la Iglesia... es el primer «tabernáculo» de la historia" (EdE 55). La Eucaristía tiene el "sabor" de la Virgen Madre, o, como decía San Juan de Avila, "por ser ella la guisandera, se le pegó mejor sabor". Se trata del "pan de la Vigen" ("il pane della Vergine"), que nosotros adoramos y recibimos como "verdadero cuerpo nacido de María Virgen" (EdE 62).

       El sacrificio de Jesús, hecho presente en la celebración eucarística, es la actualización de la actitud y gestos sacrificiales de Jesús, especialmente en el Calvario. Alí "no falta lo que Cristo ha realizado también con su Madre para beneficio nuestro" (EdE 57). "María, con toda su vida junto a Cristo, hizo suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía... «para presentarle al Señor» (Lc 2, 22)... Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de «Eucaristía anticipada» se podría decir, una «comunión espiritual» de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión" (EdE 56).

       El acontecimento sacrificial de Jesús incluye su dolor al ver a su Madre junto a la Cruz y, al mismo tiempo, el hecho de quererla asociada ("la mujer") a la obra redentora (como figura y Madre de la Iglesia) y el don que Jesús nos hizo de ella como Madre. Por esto, "vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente" (EdE 57).

       La "actitud interior" de María, simbolizada en su Corazón, es el aliciente y el modelo que invita a toda la Iglesia a vivir en sintonía con esa actitud contemplativa, esponsal y sacrificial: "María puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él... la relación de María con la Eucaristía se puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer « eucarística » con toda su vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este santísimo Misterio" (EdE 53).

       Durante la celebración euacarística, la comunidad eclesial se une al sacrifico de Cristo con un "sí" ("amén"), que recuerda el "sí" de María: "Por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios... hay una analogía profunda entre el «fiat» pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor" (EdE 55). Por esto ella es "el inigualable modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística" (ibídem).

       La Iglesia celebra y adora el misterio eucarístico, "haciendo suyo el espíritu de María" (EdE 58), es decir, imitando su "fiat" (su "sí") de la Encarnación y haciendo de la vida un "Magníficat" como "éxtasis de su Corazon". Por esto se puede afirmar que "¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un magnificat!" (ibídem).

       El "pan de vida", que es Jesús, como Palabra y como Eucaristía, encontró el Corazón de María preparado para una nueva transformación. Ella, la Inmaculada desde su concepción, era también la asociada a Cristo ("la mujer", la "Nueva Eva") y en quien, como Asunta o glorificada en cuerpo y alma, se demostraría el fruto de la resurrección del Señor. "Mirándola a ella, conocemos la fuerza trasformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor" (EdE 62).

       María es modelo de fe para la Iglesia. La acción del Espíritu Santo, que la hizo a ella Madre virginal del Señor, es la misma acción que transforma el pan y el vino en el cuerpo y la sangre de Jesús, y a nosotros nos hace partícipes de la misma vida de Señor (cfr. Jn 6,57). La oración del ofertorio del domingo cuarto de Adviento, está formulada así:

"Accogli, o Dio, i doni che presentiamo all'altare, e consacrali con la potenza del tuo Spirito, che ha riempito con la sua potenza il grembo della Vergine Maria".

       Cuando la Iglesia "invoca" la venida del Espíritu Santo en la celebración eucarística ("epíclesis"), se acuerda de María, quien recibió este mismo Espíritu para pode concebir virginalmente al Hijo de Dios (cfr. Lc1,35ss). San Juan Damasceno explica la "epiclesis" en estos términos: "Preguntas cómo el pan se convierte en el cuerpo de Cristo... Te baste oír que es por la acción del Espíritu Santo, de igual modo que gracias a la Santísima Virgen y al mismo Espíritu, el Señor, por sí mismo y en sí mismo, asumió la carne humana" (De fide ortodoxa IV, 13).

"Domandi come il pane si converte nel corpo di Cristo?... Ti basti udire che e per l'azione dello Spirito Santo, nello stesso modo che, grazie alla Santissima Vergine e allo stesso Spirito Santo, il Signore, per sé e in se stesso, assunse la carne umana" (De fide ortodoxa IV, 13).

       La espiritualidad mariana, concretada en la imitación de su vida de fe, lleva a una participación más profunda en la liturgia, especialmente eucarística. En efecto "la meditación sobre Cristo con María" (como puede ser por medio del rezo del Rosario), ayuda a penetrar más "en la vida del Redentor". De este modo, se consigue que "cuanto Él ha realizado y la Liturgia actualiza sea asimilado profundamente y forje la propia existencia" (RVM 13).

       La relación de María con el misterio eucarístico, se fundamenta en su realidad de ser "Madre del Sumo y Eerno Sacerdote", porque "guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María. Mientras ella decía su "sí", el Verbo se encarnó en su seno. Junto a su Corazón de Madre, Cristo Sacerdote se ofreció al Padre en sacrificio redentor: "Por eso, al entrar en este mundo, dice: Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo... ¡He aquí que vengo... para hacer, oh Dios, tu voluntad!" (Heb 10,5-7).

       Todo bautizado está llamado a hacer de su vida una oblación, unida a la oblación de Cristo al Padre en el Espíritu, "un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15), puesto que "por él, ya podemos decir «sí» a Dios" (2Cor 1,20). El Corazón materno de María ve en cada creyente un "Jesús viviente" por hacer. Cada bautizado está llamado a recibir a María como Madre, siguiendo el ejemplo del "discípulo amado". Los sacerdotes ministros están llamados a "venerar y amar con filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (PO 18; cfr. OT 8).

       Pero toda vocación cristiana encuentra en ella un Corazón de Madre para modelarse en él, según el ejemplo de Cristo Sacerdote: "María es la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).

 

15. EL CORAZON DE MARIA EN EL CAMINO HISTORICO DE LA IGLESIA: LAS SEMILLAS SEMBRADAS EN EL PRIMER MILENIO

 

       Durante todo su caminar histórico, la Iglesia se ha ido inspirando en el Corazón de María, como "memoria" del evangelio contemplado y vivido. Los temas ya desarrollados anteriormente nos han ido habituando a releer los hechos y el mensaje de Jesús, buscando su "eco" en el Corazón de María. El caminar eclesial más auténtico es el que se ha realizado imitando el Corazón de María (su actitud interior), fiel a la Palabra del Padre y a la acción del Espíritu, asociada a su Hijo Redentor.

       Desde los primeros siglos, se ha tomado el Corazon de María como un símbolo de su persona, de su interioridad, de su amor materno, siempre como figura o modelo de lo que la Iglesia está llamada a ser: Iglesia transformada por la Palabra, alimentada por el "pan de vida", en cuyo corazón resuena la actitud interior de María expresada en su "fiat" (Lc 1,38), en su "Magníficat" (cfr. 1,46), su "contemplación" (Lc 2,19.51) y su "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25).

       Entre los Padres y escritores eclesiásticos de los primeros siglos, el Corazón de María era todo un símbolo de profundo significado cristológico y eclesial.

       Ya los oráculos sibilinos (siglo II) presentan el Corazón de María amalgamado de gozo y de dolor: "Se alegró y se regocijó su corazón" (Oracula Sibyllina, VIII, vers.462-468: GCS 8, 171-172; Ital.; "Tremante, immobile stette, la mente confusa, con il cuore che batteva per l'inatteso messaggio. In seguito però ne gioì e caldo con la voce il cuore si sentì" (Oracoli Sibillini).

       Es muy sugestiva la referencia a la interioridad de María (a su Corazón) en relación con las palabras del ángel (Anunciación) y con el "gozo" mesiánico cantado en el "Magníficat". Así lo hace San Atanasio (295-373):  "Cor eius palpitavit guadii abundantia, protulitque canticum"...). "Su corazón palpitó de gozo y entonó un cántico" (San Atanasio de Alejandría, Sermo de Maria Dei Mater: "Le Muséon" 71, 1958, 209s).

       El tema del Corazón de María, atravesado por la espada, sirve de clave para entrar en la pasión del Señor. Orígenes (185-254) habla del Corazón de María, atravesado dolorosamente por la "espada" profetizada por Simeón (In Lucam homil. 17, 6: PG 13, 1845). ("gladius qui non aliorum tantum sed etiam Mariae cor pertransiit")

       En esta misma línea, se expresaron otros Padres y autores eclesiásticos, haciendo referencia a la pasión del Señor, contemplada desde el corazón doloroso de María. Así San Máximo Confesor (580-662): "O Madre del Signore, nel tuo cuore è penetrata la spada che Simeone ti aveva predetto. Allora si infissero nel tuo cuore i chiodi che perforarono le mani del Signore... le innomerevoli sofferenze e ferite del Figlio si repercuotevano nel tuo cuore"... (S. Massimo Confessore, Vita di Maria, VII, n.78: CSCO 478-479).

       Frecuentemente se presenta el Corazón de María lleno de dolor en la pasión, Así Anfiloquio de Iconio (340-394): "Il cuore della Vergine stessa fu ripieno di dolore nel segno della croce... Simeone chiama spada i molti pensieri che feriscono le viscere"... (Anfiloquio de Iconio, Anfilochio di Iconio, Homilia di octava Domini, 8: PG 39,57A). "También el corazón de la Virgen se llenó de tristeza en el signo de la cruz"; "Fuit ergo ipsius Virginis cor tristitia impletum in signum crucis"). También Jorge de Nicomedia (+860): "Se desagarró el corazón de su Madre". "Chi mai dunque potrebbe contare i numerosi colpi che in questa circostanza attraversarono il cuore della Madre?... l'ardente amore per il Figlio... mossa dall'amore verso il Figlio... la forza della su abruciante fiamma interiore... con immutabile forza interiore guardava il Figlio... cocente dolore... quanto si lascerò il cuore di Maria! Quanto restò interamente scosso!... allora una più penetrante spada si conficcò nel cuore della Vergine... mentre nella mano si piantava il chiodo, nel cuore invece si conficcava una ferita moratlae!" (Giorgio di Nicomedia, Omelie, Maria ai piedi della croce: PG 100, 1457-1489).

       Al presentar la "contemplación" de María en lo más profundo de su Corazón (Lc 2,19.51), Orígenes desribe la intuición de María sobre el misterio del Hijo de Dios que se deja entender a través de sus palabras de niño: "Guardaba sus palabras en su corazón, no como las de un niño de doce años, sino como las de aquél que fue concebido por obra del Espíritu Santo, al que veía crecer ein sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres" (Orígenes, In Luc. homil., 20,6; PG 13, 1853: "non quasi pueri, qui duocedim esset annorum, sed eius qui de Spiritu Sancto conceptus fuerat, quem videbat proficere sapientia et gratia apun Deum et homines"; "Conservava nel so Cuore le parole di lui, non come le parole di un fanciullo di dodici anni, ma come le parole di colui che era stato concepito da Spirito Santo, di colui che ella vedeva progredire in sapienza e in gratia agli occhi di Dio e degli uomini").

       Por esto, la referencia al Corazón de María es una invitación para que la Iglesia siga el mismo camino de entrar en el misterio de Cristo por medio de una fe contemplativa parecida a la de María y a la de San Juan que la recibió como Madre: "Ninguno puede percibir su significado, si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes, Commen. sec. Lc., X, 129131: CSEL, 32/4, 504s) (ver texto italiano en RMa n.23, nota 47).

       San Efrén(307-373) describe el Corazón de María como un templo donde reside Jesucristo como Sumo Sacerdote: (no lo cité arriba) "Dichosa aquella en la que habitas en su mente y en su corazón. Ella es para ti un aula regia... El Sancta Sanctorum, o Summo Sacerdote" (San Efrén, Hymni de nativitate, 17,5: CSCO 186,89; "Beata colei nella cui mente e nel cui cuore sei presente! Essa è per te un'aula regale, o Fihlio del re; ed è per te il Santo dei santi, o Sommo sacerdote!" ("Beata illa in cuius mente et corde tu es! Aula regis illa est per te... et Sancta Sanctorum per te, o summe Sacerdos!").

       La vida interior de María, su corazón, discurría en unión con Cristo. Buscar al niño perdido, según San Efrén, era una búsqueda dolorosa del corazón: "Ecce ego et pater tuus afflicti, cor in ore, ibamus, circumibamus, quaerebamus te" (San Efrén, Hymni de nativitate, 4,130; CSCO 187,33). De esta búsqueda se seguía una contemplación más profunda de su corazón acerca de los hechos y las palabras de Jesús, intuyendo su misterio más allá de sus milagros como en Caná: "Ceterum miraculum quod facturus erat conscia erat illa: «omnem rem», ait evangelista, «conservabat in corde suo» (Lc 2,51), et «quodcumque dixerit vobis filus meus facite»" (S. Efrem, Hymni de Nativitate, 5,1: CSCO 145, 44).

       Basilio de Seleucia(siglo V) describe la alegría del Corazón de María, al meditar los acontecimientos de la vida del Señor: "Todo lo cual lo consideraba en su corazón la Santa Madre del Señor de todo el universo y verdadera Madre de Dios, como está escrito, y añadiendo aquellos hechos maravillosos que de El (de Jesús) se contaban, multiplicó la alegría de su corazón" (Basilio de Seleucia, In Annuntiationem, 39: PG 85,447-448) "Tutte queste cose la santa Madre del Signore di tutti e vera Madre di Dio conservando nel cuore - come sta scritto - con l'aggiunta degli straodinari eventi che erano avvenuti attorno a lui, multiplicava l'esultanza del cuore" (Omelia sulla Madre di Dio).

       Teodoro de Ancira(+ antes del 446) presenta el Corazón de María abierto totalmente a Dios: "No llevaba ídolos grabados en su corazón" (Teodoro de Ancira, Sermo in Amnunt., 11; PO, 19.329: Omelia sulla Madre di Dio, 11: "non impresse nel cuore idoli falsi"; "non erroris simulacra cordi insculpserit"), sino que "su corazón estaba vuelto hacia Dios" (idem, PO 19,330; Omelia sulla Madre di Dio, 11: "divinamente saggia nell'animo, unita a Dio nel cuore"). De ahí su capacidad contemplativa y de confrontación: "Si meravigliava delle cose che si dicevano (cfr. Lc 3,33); tuttavia, conservava anche queste cose, insieme con le precedenti nel suo cuore (Lc 2,19)"."Sane merito sermones mirabatur; consevabat vero etiam ista cum prioribus in corde suo" (Teodoro de Ancira, Homil. IV,13: PG 77,1412; Teodoro di Ancira). San Juan Damasceno(675-749) reafirma la pureza inmaculada del Corazón de María: "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo" (S. Juan Damasceno, Orat. in Nativ. B.V. Mariae I,9: PG 96, 676C: "Cor purum et labe carens, Deum videns omni labe carentem"). (no encontré en italiano en Città Nuova 2).

       En este sentido, según el Ps. Gregorio Taumaturgo (s.VI?), el Corazón de María "era como el vaso y receptáculo de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 In Annunt.: PG 10, 1169C). ..."velut quae omnium misteriorum vas ac receptaculum esset" (Ps. Gregorio Taumaturgo, Homil. 2 in Annunt.: PG 10,1169C). Omelia II sull'Annunciazione: "La santissima Madre di Dio conservava tutte queste parole medirandole nel suo cuore come fosse vaso e ricettacolo di ogni mistero").

       Entre los Padres y escritores eclesiásticos latinos de los primeros siglos, prevalece la figura de María que concibe a Cristo en su seno y en su corazón. La Iglesia entera y cada fiel imita esta actitud de fe "virginal" de María. Así lo afirma San Ambrosio (333-397): "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente, quae nullo doli ambitu sincerum adulteraret adfectum: corde humilis... loquendi parcior, legendi studiosiorElla "Virgo erat non solum corpore, sed etiam mente" (S. Ambrosio, De Virginibus, II, 7: PL 16, 208). "Ella era vergine non solo nel corpo ma anche di mente e non falsò mai, con la doppiezza, la sincerità degli affetti. Umile nel cuore... non loquace, amante dello studio divino"... (S. Ambrogio, Le Vergini, De Virginibus, 2,7: PL 16,209). Y también San Agustín (354-450): "Fit prius adventus fidei in cor Virginis, et sequitur fecunditas in utero matris" (S. Agustín, Sermo 293,1: PL 39,1327-11328). (no encuentro traducción italiana; pero texto semejante augustiniano:

... (commenta Lc 11,27-28: "Beati sono piuttosto"?...): "Anche per Maria: di nessun valore sarebbe stata per lei la stessa divina maternità, se non avesse portato il Cristo più felictemente nel cuore che nella carne" (S. Agostino, De sancta virginitate, 3: PL 40, 398; "Materna propinquitas nihil Mariae profuisse, nisi felicius Christum corde quam carne gestasset"). Así lo afirma también el poeta Prudencio (+405): "La verginità e la fede pronta attirano Cristo nell'intimo del cuore; e così la madre lo custodisce nel nascondimento delle sue membra intatte" (Prudenzio, Apotheosis 581: PL 59,978; "virginitas et prompta fides Christum bibit alvo cordis, et intacta condit paritura latebris").

       Los Padres latinos explican también concretamente cómo era el proceso contempativo del Corazon de María, relacionando palabrfas, hechos y profecías. Así San Jerónimo (347-420): "Conferebat quae audierat, quaeque legebat (las profecías) cum his quae videbat" (el niño recién nacido) (S. Jerónimo, Homilia de Nativitate Domini: CCL 78, 527). ("Ciò che Gabriele aveva detto, era stato già predetto da Isaia: «Ecco la vergine concepirà e parturirà» (Os 7,14). Se questo l'aveva detto, quell'altro l'aveva sentito. Vedeva il bambino giuacente... colui che giaceva era il Figlio di Dio... Lo vedeva giacere e lei meditava le cose che aveva udito, quelle che aveva letto e quelle che vedeva"). También San Ambrosio (333-397): "Los temas de la fe los meditaba en su corazón" ("argumenta fidei conferebat in corde... exemplum edidit") (San Ambrosio, In Lucam II,54: CCL 14,54; "meditava nel suo cuore gli argumenti della fede... ci ha dato l'esempio"). "Maria... conservabat omnia Domini Salvatoris in corde suo vel dicta vel gesta" (S. Ambrosio, In Psal. 118,12,1: PL 15, 1361A; "Maria nel suo cuore custodiva tutto, parole e azioni, del Signore Salvatore").

       Es un proceso contemplativo que sirve de modelo para la contemplación de todo creyente. San Ambrosio (333-397) invita a cantar los salmos como lo hacía María, desde lo hondo de su corazón: "No cantas para un hombre, sino para Dios, y como hacía María, medítalo en tu corazón" (San Ambrosio, De Instit. Virginis, 102: PL 16, 345). Entonces el corazón del creyente se hace eco del alma o Corazón de María: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (MC 21; San Ambrosio, Expositio Evangelii secundum Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, 15,16)."Sia in ciascuno l'anima di Maria a magnificare il Signore, sia in ciascuno lo spirito di Maria a esultare in Dio". Siguiendo el ejemplo de María, el creyente pone las palabras de Cristo en el centro del corazón, con afecto materno: "Maria conservava ogni parola dentro il suo cuore per evitare che dal suo cuore nessuna ne colasse fuori" (Commento al Salmo 118, 4,17: PL 15,1247). "María conservaba todas las palabras en su corazón, para evitar que ni una sola se derramase fuera". "Los temas de la fe los meditaba en su corazón" ("argumenta fidei conferebat in corde... exemplum edidit") (San Ambrosio, In Lucam II,54: CCL 14,54; "meditava nel suo cuore glio argumenti della fede... ci ha dato l'esempio"). "Chi ama il Signore ne ama la Legge, come Maria che, nel suo amore verso il Figlio, ne ripponeva con affetto materno nel suo cuore tutte le parole" (S. Ambrogio, Commento al Salmo 118, 13,3: PL 15, 1452). ("Porque amaba a su Hijo, consideraba con afecto materno todas sus palabras en su corazón") ("Maria diligens Filium omnia verba eius in corde suo materno conferebat affectu").

       La contemplación de María, según San Pedro Crisólogo (406-450) se expresaba con el "estupor" de su corazón: "Se turbó su carne, se conmovieron sus entrañas, tembló su mente y se llenó de estupor toda la profundidad de su corazón" (Sermón 143, 8: PL 52, 585; "si turbò la carne, il grembo sussultò, la mente tremò, l'intera profondità del cuore restò attonita").

 

16. CORAZON DE MARIA: EL CAMINO ABIERTO EN EL SEGUNDO MILENIO.

       La herencia recibida del primer milenio cristiano sobre el Corazón de María, se explicitará especialmente desde mediados del segundo milenio. Los textos evangélicos de Lc 2,19.51, que hacen referencia explícita al Corazón de la Santísima Virgen, servirán de punto de referencia, como modelo en el camino de la contemplación de la Palabra y de su puesta en práctica en el camino de perfección.

       San Bernardo de Claraval(1090-1153), cuando describe el "fiat" de María en la Anunciación, imagina en suspenso toda la creación esperando su "sí" (Homilía 4, 8-9). En este contexto, relaciona el corazón con el seno y dice a María: "Abre, Virgen bienaventurada, tu Corazón a la confianza, tu boca a la palabra de asentimiento, tu seno al Creador. He aquí que el Esperado de las gentes está fuera y llama a la puerta... Levántate con tu fe, corre con tu disponibilidad, abre con su consentimiento".

"Apri, o Vergine Beata, i ltuo Cuore alla fiducia, la tua bocca alla parola di assenso, il tuo grembo al Creatore. Ecco, l'Atteso dalle genti sta fuori e bussa la tua porta... Alzati con la tua fede, corri con la tua disponibilità, apri col tuo consenso" (Homilía 4,8).

       Un autor del siglo XII, Egberto de Schönau (1120?-1184), hermano de la famosa mística Isabel, y abad del monasterio benedictino de Schönau, en una oración al Corazón de María, se siente unido a ella y ensalza sus cualidades: ..."Dal profondo che è in me, saluterò il tuo Cuore immacolato, il primo sotto il solo che fu trovato degno di ospitare il Figlio di Dio, disceso dal seno del Padre... Con quale parole saluterò degnamente il dolce Cuore che sta nel tuo petto pudico? (pudoroso en esp.)... Vivi, vivi e gode in eterno, o Cuore santo e amantissimo, nel quale ebbe inizio la salvezza del mondo e la divinità, che portando pace al mondo, ha baciato l'umanità... Ogni anima ti magnifichi, o madre di dolcezza, e ogni lingua di genti pie esalti nel secoli eterni la beatitudine del tuo Cuore, dal quale scaturì la nostra salvezza".

"Desde lo más profundo de mi ser, saludaré a tu Corazón Inmaculado, el primero bajo el sol que fue encontrado digno de hospedar al Hijo de Dios, procedente del seno del Padre... Oh Corazón santo y amantísimo, en el cual tuvo inicio la salvación del mundo y en donde la divinidad, que trayendo al mundo la paz, ha besado a la humanidad!... Toda alma te glorifique, Madre de dulzura, y toda lengua de las gentes piadosas exalte por los siglos eternos la bienaventuranza de tu Corazón, del cual brotó nuestra salvación".

       El Papa Inocencio III (pontificado: 1198-1216) escribió sobre la Santísima Virgen, subrayando sus virtudes y su ternura maternal. Su corazón era el símbolo de su actitud interior. Siguiendo la doctrina de San Ambrosio y San Agustín, afirma la virginidad corporal y espiritual de María. Comentado el texto de Lc 10,38 (cuando Jesús entró en un pueblo o castillo), dice: "En este espiritual castillo, que es la Madre de Dios, Virgen María, el muro exterior es la virginidad corporal, la torre interior es la humildad del corazón... Concibió en su Corazón al Verbo, que se hizo carne y habitó en ella. Concibió en su Corazón al Verbo" (Inocencio III, 1198-1216: ML 217, 583-584).

       El Papa Julio III (pontificado: 1503-1513) manifestaba predilección por el título de María "Reina de misericordia", haciendo referencia a su corazón: "Oh gloriosísima Reina de misericordia, saludo tu virginal Corazón, que fue limpísimo de toda mancha de pecado. Ave María" (Julio III, 1503-1513) (citado por H. Marín, o.c., p.19).

       San Juan de Avila(1500-1569), con su predicación mariana y su gran influencia en los santos y escritores de su época y de epocas posteriores, tiene ya una doctrina muy amplia sobre el Corazón de María. Fue el gran apóstol del Corazón de María en el siglo XVI, precursor de los grandes apóstoles marianos de los siglos XVII-XVIII. En el "Corazón de María" se resume toda la interioridad contemplativa de la Santísima Virgen, como camino de gozo y de dolor, en sintonía con la interioridad del Corazón de Cristo. Su Corazón ansiaba ardientemente ver al Jesús nacido (cfr. Carta 40) y verle definitivamente en la gloria (cfr. Ser 70). María vivía pendiente de la voluntad divina, "herida con su amor, que era ley de su Corazón" (Ser 70). Por esto es Corazón desprendido de toda criatura: "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el Corazón de la Virgen, por darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (Ser 71). En el Corazón de María, el creyente encuentra el modelo y la ayuda necesaria para imitar a Cristo y unirse a él: "Quien cavare más en el Corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísima de gracia y amor, de la cual salían las virtudes así como ríos" (Ser 69).

       La descripción que hace San Juan de Avila sobre el Corazón de María, tiene dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica. Y "como fue allí derramado el Espíritu Santo abundantemente en su corazón y entrañas, ámanos en gran manera, ámanos entrañablemente... como a hijos adoptivos nos tiene" (Ser 32). "Mucha es la ternura de su Corazón maternal para con nosotros" (Ser 68). De este "purísimo Corazón" brotó el canto del "Magníficat", porque el "altar de su Corazón ardía en honra de Dios" (Ser 69). Tiene "muy amoroso y maternal Corazón" (ibídem); "Corazón de Madre tiene la Virgen contigo" (Ser 71). Es el "virginal Corazón" que quedó "lastimado" acompañando a Cristo en la pasión (Ser 67). Fue Corazón herido por "cuchillo de amor" (Ser 70).Por ser "el Corazón más tierno del mundo", cada golpe que daban a Cristo, era "una lazada que atravesaba el Corazón de la Virgen" (Ser 67). Todos los momentos de la pasión y de la sepultura repercutían en su Corazón; por esto, aunque con su "cuerpo se iba alejando del sepulcro, mas el Corazón se quedaba dentro" (ibídem).

       La primera imagen del Corazón de María, con el niño en su regazo, que también muestra su Corazón mientras señala del de la Madre, es originaria del Brasil (misiones o "reducciones" jesuíticas de Pernambuco), ideada por el jesuita Beato José Anchieta (provincial entre los años 1565-1577). Esta imagen llegó a ser muy popular, especialmente entre la población indígena. En 1829, debido a las dificultades religiosas, fue trasladada a Nápoles (convento capuchino de San Efrén el Viejo) y coronada canónicamente en 1841.

       San Juan Eudes(1601-1680) ha sido el gran apóstol del Corazón de María. En el martirologio romano se dice de él que fue "promotor del culto litúrgico a los sagrados Corazones" (de Jesús y María). Fue fundador de la "Congregación de Jesús y de María", de la "Orden de Nuestra Señora de la Caridad" y de la "Congregación del Corazón admirable de la Madre de Dios" (tercera orden de los Eudistas). Fundó muchas Cofradías dedicadas a los sagrados Corazones. San Pío X resumió posteriormente su finalidad: "Imitar cuidadosamente las virtudes de los sacratísimos Corazones de Jesús y de María, especialmente la caridad" (Carta Apostólica "Pia Consotiatio": AAS 2, 1911, 227s) y presentó al santo como promotor del culto litúrgico a los sagrados Corazones y "padre de esta suavísima devoción" (Carta Apostólica "Divinus Magister": AAS 1, 1909, 480).

       Muchas Cofradías de los Sagrados Corazones fueron fundadas y promovidas (desde el siglo XVII en adelante) también por otros Pontífices y figuras históricas, en diversos países cristianos. Hubo muchos intentos para conseguir la aprobación de la fiesta litúrgica del Corazón de María. Desde el siglo XVIII en adelante, se fundan también diversas Congregaciones religiosas con el título de "Corazón de María" o también "Corazones de Jesús y de María".

       San Luis Mª Grignon de Montfort(1673-1716) puede considerarse también como uno de sus grandes promotores, aunque es más conocido por la "esclavitud mariana". Decía el santo: "Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes". Su oración "Totus tuus" va dirigida al Corazón de María para pedir que su Corazón viva en el nuestro. "Totus tuus ego sum et omnia mea tua sunt. Accipio te in mea omnia! Praebe mihi cor tuum, Maria" ("Sono tutto tuo, e tutto ciò che ho è tuo. Sii tu mia guida in tutto. Dammi il cuo cuore, Maria"). El significado nos lo da el mismo santo: "Più un'anima sarà consacrata a lei, più sarà consacrata a Gesù Cristo" (Tratado de la verdadera devoción a María, Trattato della vera devozione a Maria, 120).

       En los siglos siguientes, además de las Cofradías y Congregaciones dedicadas al Corazón de María, proliferaron las oraciones, imágenes, consagración y devociones populares. En tiempo de Pío VI (1775-1799), gran devoto de María, se divulga esta oración: "Sagrado Corazón de María... vos salváis el alma mía" (ASS 31, 1888-1889, 740).

       Pío VII(1800-1822), en sus escritos, habla de la Virgen dolorosa y de su mediación materna. Durante su pontificado se aprobaron algunas oraciones que se refieren al Corazón de María: "Corazón ambabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura de los ángeles y de los hombres; Corazón el más parecido al de Jesús, cuya más perfecta imagen sois; Corazón lleno de bondad y tan compasivo con nuestras miserias... Hacedlos sentir la ternura de vuestra maternal Corazón" (oraciones indulgencias por la S. Congregación de las Indulgencias, 18 agosto 1807).

       Santa Catalina Labouré(1806-1876) tuvo la aparición de María en 1830, quien le dio el signo de la "Medalla Milagrosa" (las manos de María comunican la luz de la grazia divina a todo el mundo). En el reverso de la medalla aparece la letra M con una cruz sobrepuesta y debajo dos corazones. La santa, al preguntar sobre el significado, afirma que le pareció oír: "La M y los dos corazones hablan suficientemente". Se divulgo por todo el mundo la oración jaculatoria que formaba parte de la aparición: "¡Oh María, sin pecado concebida! Rogad por nosotros que recurrimos a Vos".

       El culto público y oficial al Corazón de María tiene lugar especialmente desde el siglo XIX. "Nuestra Señora del Sagrado Corazón" (Notre-Dame du Saint-Coeur) fue coronada en 1869 con una corona bendecida por Pío IX. Durante todo el siglo XI se fundaron numerosas Congregaciones y Cofradías cordimarianas. Entre las Congregaciones religiosas: "Hijas del Santísimo e Inmaculado Corazón de María" (Gerona, 1848), "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849, por San Antonio María Claret), "Misioneros del Inmaculado Corazón de la Bienaventurada Virgen María" (Scheut, Bruselas, 1862), "Esclavas del Inmaculado Corazón de María" (Lleida, 1862, por M. Esperanza), "Hijas del Purísimo Corazón de María" (Varsovia, 1867), "Hijas de los Sagrados Corazones de Jesús y de María" (Instituto Ravasco, Génova, 1868) y muchas otras más. Algunas ya fueron fundadas en el siglo XVIII, como la "Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María" (Picpus. 1797), etc., etc.

       Pío VIII(1829-1839), cuando era obispo de Montalbo, había escrito: "El purísimo Corazón de María es el fiel trasunto del de Jesús". En tiempo de Beato Pío IX (1846-1878), se indulgencia esta oración, conocida hoy universalmente: "Dulce Corazón de María sed la salvación mía" (30 septiembre 1852). Otra oración parobada: "Por estar vuestro Corazón purísimo lleno de caridad, de dulzura y de ternura para con nosotros pecadores, os llamamos madre de la divina Piedad" (26 marzo 1860). Aunque ya desde Pío VII se concedió permiso para celebrar la fiesta del Corazón de María a quienes lo pidieran, fue Pío IX (21 de julio 1855) quien promulgó el oficio y la misa propia para esas ocasiones.

       En "Nuestra Señora de las Victorias" (Notre-Dame des Victoires), Paris, se fomentó, especialmente desde 1836, la devoción y consagración al Corazón de María, por medio de una Archicofradía de influjo universal. Ya en 1870, con ocasión del concilio Vaticano I, se recogieron adhesiones de los obispos en vistas a este objetivo. Pío IX era favorable. Se intentó de nuevo (en 1906) la consagración de todo el género humano al Corazón Inmaculado de María. San Pío X (1907) acogió la súplica. La fórmula de consagración fue aprobada por la Congregación de Indulgencias y se expresa así: "¡Oh María, Virgen poderosa y Madre de misericordia, Reina del cielo y Refugio de los pecadores! Nosotros nos consagramos a vuestro Corazón Inmaculado... Os prometemos finalmente, oh gloriosa Madre de Dios y Madre de los hombres, poner todo nuestro corazón al servicio de vuestro culto bendito, para asegurar, por medio del reinado de vuestro Corazón Inmaculado, el Reino del Corazón de nuestro adorable Hijo en nuestras almas, en nuestro país y en todo el universo" (S. Congregación de Indulgencias, 21 febrero 1907).

       San Antonio María Claret(1807-1870), fundador de los "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849) es otro de los grandes pioneros de esta devoción y culto. Algunas de sus afirmaciones compendian esa devoción cordimariana: "El Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe  y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad... Es María, es el Corazón de María, la que más caridad tiene... Es todo caridad... María es el corazón de la Iglesia... El Corazón de María ha sido el órgano de todas las virtudes en grado heroico, y singularmente de la caridad para con Dios y para con los hombres... El Corazón de María es el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias... El Corazón de María fue templo del Espíritu Santo" (EE, p.500s).

       León XIII(1878-1903), por medio de sus numerosas encíclicas sobre el Rosario, fomentó la devoción a la Santísima Virgen. En algunos de sus documentos habla explícitamente del Corazón de María: "Ardientemente deseamos que el pueblo católico (italiano) acuda a esta gran Virgen y haga dulce violencia a su Corazón de Madre" (ASS 20, 209, Epistola "Vi è ben noto", 20 sept. 1887). Durante su pontificado, se aprobaron algunas oraciones, como la siguiente: "Omnipotente y sempiterno Dios, que preparaste digna morada del Espíritu Santo en el Corazón de la bienaventurada Virgen María, concédenos propicio, que festejando devotamente su purísímo Corazón, podamos vivir conforme a tu Corazón" (oración aprobada para el Congreso Mariano de Turín: ASS 31, 1898-1899, 538-540). Hay una nota de la S. Congregación de Ritos, que precede a esa fórmula, indicando que la oración fomentará "la esperanza en el amor y bondad de su Corazón". La fórmula misma empieza dirigiéndose a María, a modo de "consagración a vuestro Corazón maternal".

       San Pío X(1903-1914), al que ya hemos hecho referencia anteriormente, invita a profundizar la doctrina mariana haciéndola vida propia. En la encíclica "Ad diem illum", después de afirmar que "por María... penetramos en el conocimiento de Cristo", indica el camino para imitar la contemplación de María, en sentido de vivencia del misterio de Cristo: "No sólo conservaba, confiriéndolo en su corazón lo acaecido en Belén y en el templo del Señor en Jerusalén, sino que ... vivía la vida del Hijo, partícipe como era de sus planes e intenciones. Nadie, pues, como ella conoció profundamente a Cristo" (AAS 36, 1903-1904). Durante su pontificado se aprobaron algunas invocaciones, como las siguientes, en las que se habla del Corazón de María: "Nuestra Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros" (ASS 37, 1904-1905, 16-17; "Corazón doloroso e inmaculado de María" (aprobación del Cardenal Mercier y carta autógrafa de San Pío X; indulgenciada por Benedicto XV, 28 septiembre 1916).

       En tiempo de Benedicto XV (1914-1922), siguiendo la costumbre de toda el siglo XIX e incio del siglo XX, se fue intensificando el deseo de consagración de personas e instituciones al Corazón de María, instando a la consagración de toda la humanidad, especialmente teniendo en cuenta las calamidades de la época. En este contexto tienen lugar las apariciones de la Virgen en Fátima (desde el 13 de mayo de 1917). La Santísima Virge apareció con su Corazón rodeado de espinas.

       Las apariciones de Fátima (1917) radifican, pues, la devoción al Corazón de María, indicando también la consagración del mundo. En la aparición del 13 de mayo se pide a los tres videntes "reparar... las ofensas hechas al Corazón Inmaculado de María". El 13 de junio, María aparece con su "Corazón rodeado de espinas", comunicando el siguiente mensaje: "Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y hacerme amar. El quiere establecer en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado". El 13 de julio insiste sobre la consagración: "Vendré a pedir la consagración del mundo a mi Corazón Inmaculado... Al fin triunfará mi Corazón Inmaculado".

       También en tiempo de Benedicto XV, se conceden indulgencias a algunas oraciones que hacen referencia al Corazón de María: "Os presento el Corazón Inmaculado de María en unión con el Corazón amantísimo de nustro Señor Jesucristo inmolándose en la cruz en el Calvario y ahora en el altar para santificar y salvar las almas" (25 noviembre 1920). "Corazón purísimo de María Virgen, alcanzadme de Jesús la pureza y humildad de corazón" (13 enero 1922).

       Pío XI(1922-1939), el Papa de las Misiones, describe la mirada amorosa de María: "Son ojos abiertos sobre nosotros, que nos siguen por todas partes, como nos sigue su Corazón" (10 mayo 1926). "Confiándose al Corazón de la Madre, se llega al Corazón del Hijo" (3 julio 1933). El cuidado maternal de María se dirige a todos los redimidos: "María, por habérsele confiado todos los hombres a su maternal Corazón en el Calvario, no cuida cuida y ama menos a los que ignoran haber sido redimidos por Cristo Jesús, que a los que disfrutan felizmente de los beneficios de la misma redención" (encíclica "Rerum Ecclesiae" 1926: AAS, 18, 1926, p.83).

       Entre las oraciones aprobadas en tiempo de Pío XI, destacamos las siguientes: "María, mi dulce madre... Prestadme vuestro Corazón, dadme vuestro amor y el de Jesús, que esto me basta para ser feliz" (29 julio 1924). "Aunque hijitos vuestros, volvemos con nuestros pecados a crucificar en nuestro corazón a Jesús y traspasamos nuevamente vuestro Corazón" (20 julio 1925).

       Sería interesante aportar aquí testimonios y vivencias de santos y personas con fama de santidad en este período (siglo XIX e inicio del XX), puesto que esta herencia que estamos constatando llegó a ser patrimonio de innumerables fieles, en sintonía con las enseñanzas del magisterio. Además de los citados más arriba, recogemos sólo unos pocos testimonios posteriores.

       Decía el Santo Cura de Ars (1786-1859): "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió". La Sierva de Dios M. Esperanza de Jesús González (1823-1885), fundadora (Lleida, 1862) de las "Esclavas del Inmaculado Corazón de María" (Misioneras), deja escrita su vivencia: "Éste es el sagrado asilo de mi refugio... el Inmaculado Corazón de María está unido al de Jesús; y, por consiguiente, morando en este sagrado santuario, estamos en el mismo centro del dulcísimo Corazón de nuestro dueño".

       Santa Teresa de Lisieux(1873-1897), Patrona de las Misiones, también manifiesta espontáneamente una relación íntima y filial con el Corazón materno de María: "Te me apareces, Virgen, en la sombría cumbre del Calvario, de pie junto a la cruz... ¡Oh Reina de los mártires, quedando en el destierro, prodigas por nosotros toda la sangre virginal y pura de tu sublime corazón de madre!" (Poesía 44). Jesucristo "sufrió este martirio por salvar almas, abandonó a su Madre, vio a la Virgen Inmaculada de pie junto a la cruz con el corazón traspasado por una espada de dolores" (Carta 184, al A. Bellière).. "Vivir contigo quiero, Madre amada... de tu inmenso corazón descubro los abismos de amor. Tu maternal mirada desvanece mis miedos, y me enseña a llorar, y me enseña a reír" (Poesía 44).

       La Venerable Concepción Cabrera de Armida (1862-1937) ha dejado escritas las confidencias recibidas del Señor, en las que el mismo Jesús indica su relación íntima con el Corazón de María: "En el Corazón de María vibraba constantemente el eco de mi pasión interna de aquella que oprimió a mi alma desde la Encarnación"" (CC 42,288-290, junio 23, 1919). "Todos los cálices que apuré Yo, los puse también en el corazón de María, que fue la corredentora y como el eco de mis martirios. Por eso es la Reina del dolor, porque ni uno solo, de mis tormentos internos y externos, dejó de repercutir en su corazón de Madre" (CC 41,274, junio 16,1917). "El Corazón de mi Madre, canal único por donde se derraman las gracias a la humanidad" (CC. 51, 309-311, abril 8,1928).

       En su librio titulado "Ternuras al Corazón Inmaculado de María" (1919), Concepción Cabrera de Armida describe la interioridad de Jesús desde el Corazón de María. Son meditaciones puestas en labios de la Santísima Virgen, con reflexiones y propósitos del lector: "Las penas fueron para mi corazón; los frutos serán para el tuyo" (n.4, destierro a Egipto). "Comunicó a mi corazón toda la fortaleza del suyo, toda la resignación y la serenidad que necesitaba para el sacrificio que iba a ofrecer al Eterno Padre" (n.19, Cenáculo). "Y así abismado su corazón en el mío y el mío en el suyo, permanecimos juntos el «Varón de dolores» (Is 53,3) y la Madre del Dolor... Ahí naciste en mi corazón" (n.23, Jesús muerto en la cruz). Se pide a María: "Ensancha mi corazón para que sea como Tú en la Eucaristía" (n.17); "Madre mía, préstame tu Corazón" (n.20).

       La Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias (1904-1981) invita a vivir el amor esponsal a Cristo con y como María. En sus escritos íntimos aflora su vivenia filial: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre". "Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto". "Madre mía en tu corazón me encierro toda". "En el corazón purísimo de tu Madre, derramaré el mío todo entero". "Se va mi confianza al Corazón de María... María se conmueve, y Jesús me abre sus brazos". "Quiero sacrificarme en el Corazón de María, por las almas".

       Los Papas de mediados del s.XX en adelante, siguieron las  líneas trazadas por sus antecesores. En la doctrina y actuación de Pío XII (1939-1958) encontramos ya toda esta herencia milenaria como algo vivido espontáneamente por la Iglesia entera. Sus discursos son un arsenal de dotrina, que recoge esta herencia eclesial. "Virgen compasiva, de Corazón herido por la espada, Madre del autor de la paz y Reina de la paz" (Alocución 29 mayo 1950). "El fiat de la Encarnación, su colaboración en la obra de su Hijo... y esa muerte del alma que experimentó en el martirio, habían abierto el Corazón de María al amor universal de la humanidad" (Alocución 17 julio 1954). "Con el Corazón atravesado por una espada, está al pie de la cruz de su divino Hijo" (Alocución 25 octubre 1942). "El Corazón de la Madre lleno de misericordia" (Radiomensaje 19 juno 1947). "El Corazón misericordioso de la santa Virgen se compadecerá de las necesidades de las familias" (Alocución 10 mayo 1959). "Como la madre de familia, que abraza con su mirada, que aprieta contra su Corazón a su querida descendencia" (Alocución 22 mayo 1952). "Corazón maternal y compasivo" (Radiomensaje 13 mayo 1946). "La delicadeza de su Corazón Inmaculado" (Radiomensaje 26 julio 1954). "Su Corazón Inmaculado, canal dulcísimo de todos los bienes" (Radiomensaje 12 octubre 1954, Montevideo, Congreso Mariano). "El Corazón purísimo de la Virgen, sede de aquel amor, de aquel dolor, de aquella compasión y de todos aquelos altísimos afectos que tanta parte fueron en la redención nuestra, prinicipalmente cuando... velaba en pie junto a la cruz" (Radiomensaje 12 octubre 1954, Congreso mariano nacional de España: AAS 46, 1954, 680).

       También en sus documentos más importantes va delineando los matices peculiares del Corazón de María: "Aquel maternal Corazón que, juntamente con el Corazón suavísimo de su Hijo, palpitó ardentísimamente" (Carta Apostólica "Novissimo universarum", 1 mayo 1947). "María tiene Corazón maternal para con todos los miembros del mismo augusto Cuerpo" (Const. Apost. Munificentissimus Deus, 1 noviembre 1950: AAS 42, 1950, p.753, en la definición del dogma de la Asunción). "Su virginal Corazón, sagrario de todas las virtudes" (Epist. 14 noviembre 1954).

       Nuestra oración confiada es "como para violentar suavemente al maternal Corazón de María" (Encíclica "Ingruentium malorum", 15 septiembre 1951). Pueden verse también algunas oraciones aprobadas en tiempo de Pío XII: "Nos refugiamos en tu Corazón Inmaculado, seguros de encontrar en él todos los alientos, que anhela nuestro desolado corazón; depositamos en ti toda confianza, para que tu mano maternal nos guíe y nos sostenga en el áspero camino de la vida" (Penitenciaria Apostólica, 28 agosto 1956). "Nos echamos en vuestros brazos... oh inmaculada Madre de Jesús y Madre nuestra, confiados de encontrar en vuestro Corazón amantísimo la satisfacción de nuestras ardientes aspiraciones y el puerto seguro de las tempestades" (Oración para el año mariano de 1954).

       En tiempo de Pío XII tiene lugar la Consagración del mundo al Corazón Inmaculado de María (el 31 de octubre, en Fátima por Radiomensaje, y el 8 de diciembre de 1942, en Roma). Recogemos la frase final de la fórmula de consagracion del 8 diciembre 1942: "Nosotros nos consagramos perpetuamene a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, oh Madre nuestra y Reina del mundo, para que vuestro amor y patrocinio apresuren el triunfo del Reino de Dios, y todas las gentes, pacificadas con sí y con Dios, os proclamen bienaventurada, y entonen con Vos... el eterno Magníficat de gloria, amor, agradecimiento al Corazón de Jesús, en solo el cual pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz" (AAS 34, 1942, 345-346). La consagración se renovó, incluyendo "todos los pueblos de Rusia", el 7 de julio de 1952: "Consagramos de modo especialísimo al mismo Inmaculado Corazón, todos los pueblos de Rusia" (Carta "Sacro vergente anno": AAS 44, 1952, 505). En la encíclica "Ad caeli Reginam" (11 octubre 1954) se establece la renovación anual de la consagración (AAS 46, 1954, 615).

       La fiesta del Corazón de María pasó a ser fiesta litúrgica con Oficio y Misa propia para la Iglesia universal. El Decreto de la S. Congregación de Ritos (4 mayo 1944) resume la doctrina cordimariana con estas palabras: "La Iglesia... bajo el símbolo de este Corazón, venera devotísimamente la eximia y sin par santidad del alma de la Madre de Dios, mas principalmente su ardentísimo amor a Dios y a Jesús su Hijo, y su maternal piedad para con los hombre redimidos  con la divina sangre" (AAS 37, 1945, 50-51).

       El Beato Juan XXIII (1958-1963) continuó las enseñanzas de Pío XII. Cuando era cardenal Patriarca de Venecia, fue legado pontificio para conmemorar el 25 aniversario de la consagración de Portugal al Corazón de María (13 mayo 1956), pronunciando un discurso programático. En la encíclica "Ad Petri Cathedram" (29 junioi 1959) hace alusión explícita a la consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María (AAS 51, 1959, 518). Alentó a la práctica de esta consagración, recordando su propia experiencia personal y hablando frecuentemeente del "amor maternal de María y del "reino de su Inmaculado Corazón" (AAS 52, 1960, 190, 449).

       Pablo VI(1963-1978), al final de la tercera sesións conciliar del Vaticano II (21 novembre 1964), después de promulgar la Constitución "Lumen Gentium", de tanto contenido mariano, quiso consagrar el mundo al Corazón de María, renovando la consagración de Pío XII. Después de recordar esta consagración hnistórica, el texto de la fórmula dice: ..."Immaculato Corde Tuo, o Deipara Virgo, universum genus humanum commendamus" (AAS 56, 1964, 1017).

(es la única frase sobre el "Corazón") (saqué directamente de AAS)

       En la encíclica "Signum Magnum" (13 mayo 1967), Pablo VI recuerda esta consagración, en el 25 aniversario de la consagración hecha por Pío XII (31 octubre 1942), invitando a renovarla, con actitud filial hacia el "Corazón Inmaculado de la Madre de la Iglesia: "Invito a rinnovare la consacrazione personale al Cuore Immacolato di Maria. E poiché in quest'anno si ricorda il XXV anniversario della solenne consacrazione della Chiesa e del genere umano a Maria, Madre di Dio, e al suo Cuore Immacolato, fatta dal Nostro Predecessore di s.m., Pio XII, il 31 ottobre 1942, in occasione del radiomessaggio alla nazione Portoghese  -  consacrazione che Noi stessi abbiamo rinnovato il 21 novembre 1964 - esortiamo tutti i figli della Chiesa a rinnovare personalmente la propria consacrazione al Cuore Immacolato della Madre della Chiesa, ed a vivere questo nobilissimo atto di culto con una vita sempre più conforme alla divina volontà, in uno spirito di filale servizio e di devota imitazione della loro celeste Regina" (Signum Magnum, n.8).

       En esta misma encíclica "Signum Magnum", Pablo VI hace un resumen de la doctrina cordimariana, recordando el significado del santuario mariano de Fátima. Es "Corazón maternal y compasivo" (introducción, citando a Pío XII). Se remite a la doctrina de San Agustín, sobre concebir a Cristo también en el corazón: "la consanguineità materna nulla avrebbe giovato a Maria, se ella non si fosse sentita più fortunata di ospitare Cristo nel cuore che nel seno" (n.3). Por esto, "in Maria la Chiesa di Cristo addita l'esempio del modo più degno di ricevere nei nostri spiriti il Verbo" (ibídem). Si el pueblo cristiano aprende a imitar la actitud del Corazón de María, se seguirán frutos de renovación: "Possa il Cuore Immacolato di Maria risplendere dinanzi allo sguardo di tutti i cristiani quale modello di perfetto amore verso Dio e verso il prossimo; li induca esso alla frequenza dei santi Sacramenti... li stimoli inoltre a riparare le innumerevoli offese fatte alla divina Maestà; rifulga, infine, come vessillo di unità e sprone a perfezionare i vincoli di fratellanza tra tutti i cristiani in seno all'unica Chiesa di Gesù Cristo" (n.7).

       En la exhortación apostólica Marialis cultus (1974), Pablo VI resume también la doctrina cordimariana, invitando a imitar su actitud de conemplación y de "fe, con la que Ella, protagonista y testigo singular de la Encarnación, volvía sobre los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc. 2,19.51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia, escucha con fe, acoge, proclama, venera la palabra de Dios, la distribuye a los fieles como pan de vida y escudriña a su luz los signos de los tiempos, interpreta y vive los acontecimientos de la historia (MC 17). La Iglesia ha ido aprendiendo a entrar en el Corazón de María: "Pero la misma Iglesia, sobre todo a partir de los siglos de la Edad Media, ha percibido en el corazón de la Virgen que lleva al Niño a Jerusalén para presentarlo al Señor (cfr. Lc. 2,22), una voluntad de oblación que transcendía el significado ordinario del rito" (MC 20). De ella se aprenden las virtudes teologales: "la fe, la esperanza y la caridad que animaron el corazón de la Virgen (MC 26). Los misterios del Señor se meditan "vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor", para que "desvelen su insondable riqueza" (MC 47).

       El Papa Juan Pablo II (1978ss) ha ido manifestando continuamente, ya desde su primer radiomensaje (17 de octubre de 1978: AAS 70, 1978, 927) y su primera visita a Santa María Mayor (8 diciembre 1978), su predilección por la oración de San Luís María Grignon de Montfort ("Totus tuus"), que termina con la expresión "praebe mihi cor tuum" (Tratado de la verdadera devoción, 233). "Così, grazie a San Luigi, cominciai a scoprire tutti i tesori della devozione mariana da posizioni in un certo senso nuove" ("Dono e mistero. Nel 50º del mio sacerdozio" (5 novembre 1996). Lo recuerda también en la carta apostólica "Rosarium Virginis Mariae" (2002), n.15.

       En 1981, también en su visita a Santa María Mayor (8 diciembre), al final de la Santa Misa, Juan Pablo II quiso renovar la consagración a María, haciendo referencia a la consagración de Pío XII en 1942 y explicando su significado: "quel particolare dialogo di amore e di affidamento, che la Chiesa della nostra epoca conduce con lo Spirito Santo mediante il Cuore della Genitrice di Dio... Nei nostri tempi, insieme con l'opera del Concilio Vaticano II, è rinnata nella Chiesa la speranza del rinnovamento. E mentre questa speranza incontra diverse difficoltà... è sembrato che si debba un'altra volta rivolgersi allo Spirito Santo mediante il Cuore della Genitrice di Dio, Colei che il Papa Paolo VI spesso chiamava «Madre della Chiesa»" (Insegnamenti IV/2, 1981, pp. 871-875; preghiera nell'atto di affidamento: pp. 876-879).

       En 1982, el 13 de mayo, un año después del atentado, Juan Pablo, quiso renovar la consagración en Fátima para agradecer la protección de María. El 16 de octubre de 1983, el Papa quiso de nuevo realizar la consagración del mundo al Corazón de María, en la plaza de San Pedro, conjuntamente con los cardelaes y con los obispos partipantes en el Sínodo. De nuevo, el 25 de marzo de 1984, repitió el acto de consagración.

       Comentando el tema de la Inmaculada, en otra visita a Santa María Mayor (8 diciembre 1985), Juan Pablo II glosó el texto paulino de Rom 5,20 de este modo: "Proprio laddove - nel cuore di una donna: Eva - è abbondato il peccato - nel cuore di una donna: Maria - è sobrabbondata la Grazia. La Grazia che viene all'umanità attraverso Maria è molto più abbondante del danno che proviene dal peccato dei nostri Progenitori. In Maria, come in nessun'altra creatura umana, vediamo il trionfo della grazia" (Insegnamenti VIII/2 (1985) 1458-1462). En esta misma ocasión, repitió la consagración al Corazón de María: "Al cuore materno della Vergine, quasi accogliendo gli impulsi di un solo desiderio, affido tutti coloro che, in ogni parte del mondo, per qualsiasi angustia o sofferenza, hanno particolare bisogno della sua protezione... Il tuo Cuore Immacolato regni nelle coscienze, nelle famiglie, nella società, nelle Nazioni, nell'intera umanità! O clemente, o pia, o dolce Vergine Maria. Amen" (ibídem).

       Al ofrecer una corona de flores a la imagen de la Inmaculada, en plaza España (8 diciembre 1986), comentó el "Magníficat", diciendo: "In queste parole si esprime la tua anima... Insegnaci questo mistero del tuo cuore. Insegnaci che Dio è tutto" (Insegnamenti IX/2 (1986) 1902-1903). En el mismo lugar, el 8 diciembre 1990, comentó la Anunciación: "Soltanto Colei che è «piena di grazia», che è l'Immacolata, può accogliere l'insondabile Mistero di Dio; è capace di sentirlo con tutta la profondità del suo cuore di donna" (Insegnamenti XIII/2 (1990) 1574-1576). En 1992 (también el 8 diciembre): "Tu sei la memoria perpetua. Madre della Chiesa, sostienici in questo compito...  Tu sei l'immacolata sensibilità del cuore umano a tutto ciò che é di Dio" (Insegnamenti XV/2 (1992) 861-864).

       En la recitación del "Angelus", el día 8 diciembre 1997, fiesta de la Inmaculada, presentó la pureza del Corazón de María: "Nel suo cuore non vi è ombra di egoismo: non desidera nulla per sé, ma solo la gloria di Dio e la salvezza degli uomini" (Insegnamenti XX/2 (1997) 963-964).

       Juan Pablo ha sido una invitación para toda la Iglesia, en el paso entre dos milenio, para adentrarse en los "sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), es decir, en su Corazón, por medio de la actitud contemplativa del Corazón de María. La encíclica Redemptoris Mater (1987), del año mariano para preparar el grande Jubileo, es también un resumen de la doctrina cordimariana.

       La fe de María fue aceptación gozosa del misterio de Cristo en su corazón: "María, que por la eterna voluntad el Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos inescrutables caminos y de los insondables designios de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino" (RMa 14). "No es difícil, pues, notar en este inicio una particular fatiga del corazón, unida a una especie de «noche de la fe» -usando una expresión de San Juan de la Cruz-, como un «velo» a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio" (RMa 17).

       Su fe se concretó en obediencia responsable: "María es digna de bendición por el hecho de haber sido para Jesús Madre según la carne («¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!»), pero también y sobre todo porque ya en el instante de la anunciación ha acogido la palabra de Dios, porque ha creído, porque fue obediente a Dios, porque «guardaba» la palabra y «la conservaba cuidadosamente en su corazón» y la cumplía totalmente en su vida" (RMa 20)

       La Iglesia, pues, encuentra en el Corazón de María la "memoria" de todo el evangelio: "Ella fue para la Iglesia de entonces y de siempre un testigo singular de los años de la infancia de Jesús y de su vida oculta en Nazaret, cuando  conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (RMa 26). Por esto diariamete canta el "Magnífica" mariano, por ser "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35). En el caminar de la Iglesia entre dos milenio, María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27).   En el inicio de tercer milenio del cristianismo, Juan Pablo II recoge esta herencia milenaria es invita a toda la Iglesia a ser más contemplativa, más santa y más misionera. Sus aportaciones las resumimos en el apartado (capítulo) siguiente.

17. LA PERSPECTIVA CONTEMPLATIVA Y MISIONERA DEL TERCER MILENIO. RESUMEN HISTORICO Y PERSPECTIVAS DE FUTURO   

       La herencia mariana de Juan Pablo II, que recoge y resume una historia milenaria de gracia, se podría concretar en la presencia activa y materna de María, quien con su "heorica fe", "precede el testimonio apostólico de la Iglesia, y permanece en el corazón de la Iglesia, escondida como un especial patrimonio de la revelación de Dios" (RMa 27). En el corazón de la Iglesia se hace presente, por la imitación y el afecto, el Corazón materno de María, el Corazón de la Madre de Dios.

       El Misterio de Cristo, en toda su hondura y su "amor hasta el extremo" (Jn 13,1), se hace patente en el corazón de quienes creen en él con una fe que es "conocimiennto de Cristo vivido personalmente" (VS 88). En el Corazón de María, la Iglesia encuentra una actitud interior de línea trinitaria: el máximo "modelo de fe vivida" en Cristo (TMA 43), la "mujer del silencio y de la escucha, dócil a la voz del Espíritu" (TMA 48), el "ejemplo perfecto de amor" al Padre (TMA 54).

       Los documentos que hemos citado en los apartados anteriores, recogen los testimonio de Santos Padres, Papas, Santos y autores espirituales en el decurso de dos milenios. El Corazón de María es el punto de referencia para la Iglesia, en vistas a entrar en una dinámica trinitaria, cristológica, pneumatológica, eucarística, contemplativa, misionera, antropológica y sociológica.

       Es el Corazón de la Madre de Dios, que medita la Palabra del Padre, asociándose a Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo. Es Corazón que vibra al unísono con el de Cristo, ahora presente en la Eucaristía. Es Corazón Inmaculado, todo puro y santo, virginal, lleno de ternura materna y misericordia. La Iglesia encuentra allí su "memoria", donce resuena todo el evangelio.

       Es Corazón lleno de alabanza gozosa (San Atanasio, s.III; Bsilio de Seleucia, s.V) y también atravesado por la espada del dolor especialmente en la pasión (Orígrnes, s.II-III; Anfiloquio de Iconio, s.IV; San Máximo Confesor, s.VI-VII, y muchos otros). Corazón que guarda y relaciona las palabras y los hechos del Señor, como adentrándose en su misterio, según la enseñanza de muchos Santos Padres, como San Jerónimo (s.IV-V): "Conservaba en su corazón todos los dichos y los hechos del Señor" (×custodiva tutto, parole e azioni del Signore"); Corazón que relaciona lo que ve, lo que escucha y lo que ha leído o recuerda. Su meditación era "con afecto materno" (San Ambrosio, s.IV) ("ne ripponeva con affetto materno nel suo cuore tutte le parole"). Precisamente por haber meditado las palabras del Señor en su Corazón, nos invita a escucharlas (San Efrén, s.IV).

       Es Corazón virginal, porque ella "concibió antes en su corazón que en su seno" (San Amborio y San Agustín, s.IV y V). Es templo de Cristo Sumo Sacerdote (San Efrén, s.IV), siempre abierto a Dios, sin ídolos (Teodoro de Ancira, s.V), Corazón "puro e inmaculado, que ve y desea al Dios inmaculado" (San Juan Damasceno, s.VII-VIII), "recipiente de todos los misterios" (Ps. Gregorio Taumaturgo, s.VI) ("vaso e ricettacolo di ogni mistero"). Es Corazón confiado que pronuncia su "sí" (San Bernardo, s.XII); "Corazón Inmaculado, el primero bajo el sol que fue encontrado digno de hospedar al Hijo de Dios, procedente del seno del Padre" (Egberto de Schönau, s. XII). Es Corazón humilde, que concibe al Verbo (Inocencio III, s.XII-XIII), "virginal Corazón, limpísimo de toda mancha de pecado" (Julio III, s.XVI).

       Los santos ha experimentado su bondad, contemplándolo "herido de amor", "mar de gracia y de amor", lleno de Espíritu Santo y de "ternura maternal", "amoroso y maternal", "Corazón de Madre", "virginal Corazón" que quedó "lastimado" acompañando a Cristo en la pasión, "el Corazón más tierno del mundo" (San Juan de Avila, s.XVI). Por esto, invitan a imitar sus virtudes y pide a María poderla amar con su mismo Corazón (San Luís Mª Grignon de Montfort (s.XVII-XVIII).

       "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió" (Santo Cura de Ars, s.XIX). Por esto es instrumento de salvción, como reza la jaculatoria unversalmente conocida: "Dulce Corazón de María sed la salvación mía" (oración indulgenciada el 30 septiembre 1852, en tiempo del Beato Pío IX). Las oraciones aprobadas por la Iglesia son la "lex orandi" que manifiesta la "lex credendi" de los fieles: "Corazón ambabilísimo, objeto de las complacencias de la adorable Trinidad y digno de toda la veneración y ternura... Corazón el más parecido al de Jesús, cuya más perfecta imagen sois; Corazón lleno de bondad y tan compasivo con nuestras miserias... Hacedlos sentir la ternura de vuestra maternal Corazón" (oraciones indulgencias por la Congregación de las Indulgencias, 18 agosto 1807). "Corazón purísimo lleno de caridad, de dulzura y de ternura" (oración indulgenciada, 26 marzo 1860). Al acudir a ella, se desea y pide "el reinado de vuestro Corazón Inmaculado" (oración indulgenciada, 21 febrero 1907). Se pide imitar todas sus virtudes y especialmente su fe, esperanza y caridad, su pureza y humildad.

       El purísimo Corazón de María es el fiel trasunto del de Jesús. Es "origen y manantial de donde Jesús tomó la humanidad... Es todo caridad... es el corazón de la Iglesia... el órgano de todas las virtudes... el trono en donde se dispensan todas las gracias y misericordias... templo del Espíritu Santo" (San Antonio María Claret, s.XIX). Es "digna morada del Espíritu Santo... amor y bondad de su Corazón" (oración aprobada en tiempo de León XIII). Su Corazón "vivía la vida del Hijo" (San Pío X, s.XX). Acudimos al "Corazón doloroso e inmaculado de María" (oración aprobada entiempo de San Pío X). Reparamos las ofensas que se hacen a su Corazón y al Corazón de su Hijo, para restablecer su reinado en el mundo (Fátima, 1917, y consagraciones sucesivas).

       Ella cuida de todos con amor maternal. Su Corazón está "unido al de Jesús" (M. Esperanza, s.XIX). Tiene un "sublime corazón de madre", donde se descubren "abismos de amor" (Santa Teresa de Lisieux, s.XIX). Es "canal único por donde se derraman las gracias a la humanidad" (Venerable Concepción Cabrera de Armida, s.XIX-XX). Por esto se tiene la audacia de contar con ella para todo: "Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre... Lo escribí todo en el Corazón de mi Madre, ese es mi libro que siempre tengo abierto" (Sierva de Dios M. María Inés-Teresa Arias, s.XX)

       Los Papas que realizaron la consagración al Corazón de María, han indicado su aspecto relacional: "Corazón herido por la espada... El Corazón de la Madre lleno de misericordia... Corazón maternal y compasivo... La delicadeza de su Corazón Inmaculado... Su Corazón Inmaculado, canal dulcísimo de todos los bienes... sede de aquel amor, de aquel dolor, de aquella compasión y de todos aquelos altísimos afectos que tanta parte fueron en la redención nuestra... maternal Corazón que, juntamente con el Corazón suavísimo de su Hijo, palpitó ardentísimamente... sagrario de todas las virtudes" (Pío XII, s.XX). Al dirigirnos a María, descubrimos su "Corazón maternal y compasivo", "modello di perfetto amore verso Dio e verso il prossimo" (Pablo VI, Signum magnum).

       Un Decreto de la Congregación de Ritos, que aprueba la fiesta litúrgica para la Iglesia universal (4 mayo 1944), resume la doctrina cordimariana con estas palabras: "La Iglesia... bajo el símbolo de este Corazón, venera devotísimamente la eximia y sin par santidad del alma de la Madre de Dios, mas principalmente su ardentísimo amor a Dios y a Jesús su Hijo, y su maternal piedad para con los hombre redimidos  con la divina sangre".

       Ella meditaba "los acontecimientos de la infancia de Cristo, confrontándolos entre sí en lo hondo de su corazón (cfr. Lc. 2,19.51). Esto mismo hace la Iglesia, la cual, sobre todo en la sagrada Liturgia" (Pablo VI, MC 17), aprendiendo de su Corazón la "voluntad de oblación" (MC 20) y el camino de todas las virtudes (MC 26). Por esto, los misterios del Señor se meditan "vistos a través del Corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor", para que "desvelen su insondable riqueza" (MC 47).

       En su Corazón se aprende la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo en nuestra época: "quel particolare dialogo di amore e di affidamento, che la Chiesa della nostra epoca conduce con lo Spirito Santo mediante il Cuore della Genitrice di Dio" (Juan Pablo II, en su visita a Santa María Mayor, 8 diciembre 1981, al renovar la consagración a María). En ella encontramos "la profondità del suo cuore di donna! (ídem, 1990). "Tu sei l'immacolata sensibilità del cuore umano a tutto ciò che é di Dio... Nel suo cuore non vi è ombra di egoismo: non desidera nulla per sé, ma solo la gloria di Dio e la salvezza degli uomini" (ídem, 1992).

       María tenía un "corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino" (Juan Pablo II, RMa 14). Pero su camino de fe suponía "una particular fatiga del corazón" (RMa 17). Su cántico en la visitación (el "Magníficat") es "el éxtasis de su corazón" (RMa 36). "El cántico del Magníficat, que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos" (RMa 35).

       El gesto de Juan Pablo II, de levantar y mostrar el Evangelio, al iniciar el tercer milenio del cristianismo, es también una invitación a imitar el Corazón de María que contemplaba todas las palabras del Señor en lo más profundo de su ser. En la apertura de la puerta santa en Santa María la Mayor (1 enero 200), se invita a toda la Iglesia a adentrarse en el Corazón maternal de María:"La storia di ogni uomo è scritta innanzitutto nel cuore della propria madre. Non stupisce che la stessa cosa si sia verificata per la vicenda terrena del Figlio di Dio... Maria... «serbava tutte queste cose meditandole nel suo cuore». Quest'oggi, primo giorno dell'anno nuovo, alla soglia di un nuovo anno di questo nuovo millennio, la Chiesa si richiama a quest'interiore esperienza della Madre di Dio... All'inizio dell'anno Duemila, mentre avanziamo nel tempo giubilare, confidiamo in questo tuo «ricordo» materno, o Maria! Ci poniamo su questo singolare percorso della storia della salvezza, che si mantiene vivo nel tuo cuore di Madre di Dio" (Testo dell'omelia: "L'Osservatore Romano" 3-4 gennaio 2000, p.6).

       En la carta apostólica Novo Millennio ineunte (6 enero 2001), al clausurar el gran Jubileo, Juan Pablo II invita nuevamene a imitar la fe contemplativa de María: "Hemos de imitar la contemplación de María, la cual, después de la peregrinación a la ciudad santa de Jerusalén, volvió a su casa de Nazareth meditando en su corazón el misterio del Hijo (cf.Lc 2,51)" (NMi 59).

       Con ocasión de año dedicado al rosario (octubre 2002-2003), en la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), la invitaión se concreta en unas pautas que ayuden a entrar en el Corazón ("intimidad") de Cristo, por medio del Corazón de María: "El Rosario en su conjunto consta de misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, y nos ponen en comunión vital con Jesús a través –podríamos decir– del Corazón de su Madre" (RVM 2). "Nadie se ha dedicado con la asiduidad de María a la contemplación del rostro de Cristo. Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo" (RVM 10). "María vive mirando a Cristo y tiene en cuenta cada una de sus palabras: « Guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (Lc 2, 19; cf. 2, 51). Los recuerdos de Jesús, impresos en su alma, la han acompañado en todo momento, llevándola a recorrer con el pensamiento los distintos episodios de su vida junto al Hijo. Han sido aquellos recuerdos los que han constituido, en cierto sentido, el rosario que Ella ha recitado constantemente en los días de su vida terrenal" (RVM 11).

       La orientación hacia el Corazón de María es eminentemente cristológica, porque en él se aprende "la meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de Aquella que estuvo más cerca del Señor" (RVM 12). La Iglesia se siente identificada con la actitud interior del Corazón de María, en vistas a configurarse con Cristo: "Haciendo nuestras en el Ave Maria las palabras del ángel Gabriel y de santa Isabel, nos sentimos impulsados a buscar siempre de nuevo en María, entre sus brazos y en su corazón, el «fruto bendito de su vientre» (cf. Lc 1, 42)" (RVM 24). Entrando en sintonía con e Corazón de María, encontramos el eco de su invitación permanete: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Entramos, pues, en "los sentimientos de Cristo" (Fil 2,5), por medio del Corazón contemplativo de María.

       Si Cristo es el cumplimiento de todos los anhelos que Dios ha sembrado en el corazón del hombre (en todas las culturas y religiones), lo es de modo especial respecto a los deseos de los creyentes cristianos, que, en el decurso de veinte siglos, han cristalizado en la imitación del Corazón de María para poder entrar en sintonía con el mismo Señor que quiso formase junto a este Corazón.

       "La plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), que se concrreta en la concepción de Cristo por obra del Espíritu Santo en el seno de María, invita a discernir los "signos de los tiempos" (Mt 16,3) en la historia eclesial, partiendo de las gracias que el Espíritu Santo ha sembrado en el corazón de los creyentes y en las enseñanzas eclesiales. El corazón de la Iglesia se ha ido modelando en el Corazón de María, para poder ser, como ella, la transparencia y el signo portador de Cristo. El Corazón materno de María se encuentra en el corazón misionero de la Iglesia.

       Las reflexiones teológicas que se han realizado sobre el Corazón de María durante la historia son aportaciones válidas, dentro del contexto de todo el esfuerzo teológico por reflexionar sobre la fe. Gestos que se han cumplido respecto al Corazón de María (consagraciones, imágenes, oraciones, etc.), siguen teniendo su valor, siempre bajo una acción del Espíritu Santo que perfecciona y renueva en una evolución armónica. Toda esta herencia de gracia (que hemos resumido anteriormente) parece ser una invitación a una vivenvia más profunda de fe. La espiritualidad mariana en relación con el Corazon de la Madre de Dios, es un camino de "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).

       El tema del Corazón de María, tal vez más que otros temas, es una invitación a imitar la experiencia y "teología vivida de lo santos" (NMi 27). Los cristianos del tercer milenio, para poder responder a los nuevos retos de la evangelización, necesitamos ser contemplativos como María. Las comunidades cristianas están llamadas a ser "escuelas de oración" (NMi 33), "escuelas de comunión" (NMi 43) para llegar a ser verdaderamente misioneras. "Una oración intensa, pues, que sin embargo no aparta del compromiso en la historia: abriendo el corazón al amor de Dios, lo abre también al amorde los hermanos, y nos hace capaces de construir la historia según el designio de Dios" (NMi 33).

 

18. LOS HECHOS Y EL MENSAJE DE JESUS EN EL CORAZON MATERNO DE MARIA Y DE LA IGLESIA

       La actitud eclesial de identificarse con la vida interior de María, es decir, con su Corazón contemplativo, será el mejor camino para hacer una relectura del evangelio en cuanto incide en la historia actual del mundo. No podría hacerse este relectura, que es también verdadero discernimiento de los "signos de los tiempos", a la luz del evangelio meditado en el corazón.

       La "devoción" al Corazón de María o, si se quiere formular con otros términos, la "espiritualidad cordimariana", consiste en dejarse moldear por la Palabra, como María, en lo más profundo del corazón: criterios, convicciones, motivaciones, escala de valores, decisiones, actitudes... Se trata de la Palabra, tal como es, toda entera, en la situación concreta, que llama a la contemplación, seguimiento, comunión y misión... "Contemplar" como María (cfr. Lc 2,19.51), supone poner en relación los contenidos de la Palabra de Dios, en la armonía de la fe y de la revelación, que es la base para construir la armonía de la creación y de la historia de la humanidad.

       Esta "espiritualidad" o "devoción" deja entrar el Corazón materno de María en el corazón materno de la Iglesia. Si María tiene un Corazón misericordioso, debe reflejarse en el corazón misericordioso de la Iglesia. De este modo la maternidad de María, que "perdura sin cesar en la economía de la gracia" (LG 62), se realiza "por medio de la Iglesia" (RMa 24). El "corazón maternal" de María (LG 58) se prolonga en el de la Iglesia. Esta, al contemplar en el corazón el encargo de Jesús ("He aquí a tu Madre", Jn 19,27), "aprende de Maria su propia maternidad" (RMa 43).

       La maternidad virginal de María es un proceso de escucha de la Palabra en el corazón y de respuesta de donación. Por esto afirma el concilio Vaticano II: "También en su obra apostó­lica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles. La Virgen en su vida fue ejemplo de aquel afecto materno, con el que es necesario estén animados todos los que en la misión apostólica de la Iglesia cooperan para regenerar a los hombres" (LG 65). María es modelo y figura de la maternidad eclesial, para colaborar a que los creyentes

"reengendrados de un germen no corruptible, sino incorruptible, por medio de la Palabra de Dios viva y permanente" (1Pe 1,23).

       Esta actitud eclesial, que se adentra en las singladuras del Corazón de María, es una búsqueda del eco del evangelio en quien dedicó toda su vida a hacerlo parte integrante de su corazón. Cualquier texto evangélico y de la Sagrada Escritura en general, esconde el Verbo encarnado, que se quiere comunicar a quienes abren el corazón como María.

       En los primeros capítulos hemos concretado algunos de estos textos, a partir de la actitud mariana de "contemplar en el corazón" (Lc 2,19.51). Han sido los textos referentes a la Anunciación, Magníficat, San José, Juan Bautista, los pastores de Belén, los Magos de Oriente, los discípulos de Jesús, el "discípulo amado", el misterio pascual y la Eucaristía.

       Cuando uno se habitúa a meditar el evangelio, buscando el eco vivencial en el Corazón de María, va encontrando la armonía de la revelación y de la fe en los textos más sencillos, sin extrapolar su significado. Indicamos algunos ejemplos:

* Cualquier texto del evangelio puede meditarse en la perspectiva mariana del "fiat"(Lc 1,38), "Magníficat" (Lc 1,46), "contemplaba en su corazón" (Lc 2,19.51), "estaba de pie junto a la cruz" (Jn 19,25), "en oración, con un mismo espíritu... en compañía de la María la Madre de Jesús" (Hech 1,14). Entonces, al meditar las palabras y los gestos del Señor, ella, presente en la vida de cada persona y en la historia de toda comunidad cristiana, dice: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

* El "sí" de María en la Anunciación (Lc 1,38) es un "sí" que indica la donación de toda la persona a los nuevos planes de Dios. María está acostumbrada a contemplar en su corazón el "sí" del pueblo de Israel, como respuesta a la Alianza o pacto de amor: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7). El eco de estas palabras en su corazón se traduce por el "sí" de la Anunciación y por las palabras dirigidas a los servidores en las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Era una constante de su vida de fidelidad, admiración y donación generosa.

* Los nueve meses de gestación suponían una vivencia íntima entre la Madre y el Hijo. De hecho, el Verbo encarnado en el seno de María se ofrecía al Padre: "Me has formado un cuerpo... ¡He aquí que vengo para hacer tu voluntad!" (Heb 10,2-7). La actitud mariana reflejada en su "fiat" ("hágase en mí según tu Palabra": Lc 1,38), es una actitud parecida de oblación. La interferencia entre Madre e Hijo, estaba también guiada por el Espíritu Santo. María recitaba los salmos, inspirados por el mismo Espíritu. En el salmo 109, mésiánico, se dice: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado hoy". María vivía esta realidad: "Ha sido en su vientre donde se ha formado, tomando también de Ella una semejanza humana que evoca una intimidad espiritual ciertamente más grande aún... Los ojos de su corazón se concentran de algún modo en Él ya en la Anunciación, cuando lo concibe por obra del Espíritu Santo; en los meses sucesivos empieza a sentir su presencia y a imaginar sus rasgos" (RVM 10).

 * En la casa de Isabel, cuando nació Juan el Bautista, su padre Zacarías, entonando el himno del "benedictus", hizo referencia a Abraham: El Señor "ha hecho misericordia a nuestros padres, recordando su santa alianza y el juramento que juró a Abraham nuestro padre" (Lc 1,72-73). Jesús durante su predicación en los años de vida pública, se refirió a Abraham, diciendo: "Vuestro padre Abraham se regocijó pensando en ver mi Día; lo vio y se alegró... Antes de que existiera Abraham, existo yo" (Jn 8,56-57). María, en el Magníficat ("el éxtasis de su Corazón"), habia también recordado a Abraham: "Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había anunciado a nuestros padres en favor de Abraham y de su linaje por los siglos" (Lc 1,54-55). María es "la creyente" (cfr. Lc 1,45), como modelo de fe en el Nuevo Testamento.

* Durante la presentación del niño Jesús en el templo, Simeón entonó un himno de alabanza, indicando al Mesías como la "salvación... "preparada a la vista de todos los pueblos, luz para iluminar a los gentiles y gloria de tu pueblo Israel" (Lc 2,30-32). María y José "estaban admirados" (Lc 2,33); era la actitud contemplativa de recibir la acción salvífica de Dios hasta lo más hondo del corazón. Jesús se presentaría en la vida pública con esas palabras: "Yo soy la luz del mundo" (Jn 9,5).

* Cuando Jesús, a los doce años, fue encontrado en el templo, dijo a sus padres: "¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo  debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2,49). María había escuchado del ángel que su Hijo, Jesús, "será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35). María, al "contemplar en su corazón",  "ponía en relación" lo que veía, lo que escuchaba y lo que recordaba.

* Jesús, cuando visitó Nazaret durante su vida pública, fue llamado "hijo de María" (Mc 6,3). La gente admiraba, como si no se atreviea a creer en él como Mesías, afirmaba: "Conocemos a su padre y a su madre" (Jn 6,42). María corre la misma suerte de Jesús, su misma "espada", como "señal de contradicción" (Lc 2,34) y "piedra desechada por los constructores" (Mt 21,42; 1Pe 2,7; cfr. Sal 118,22-23). La actitud interior de María era la de "oblación" unida a la oblación de Jesús (cfr. Lc 2,22).

* María escuchó de Jesús, en Caná y en el Calvario, que la llamada como "la mujer" (Jn 2,4; 19,26). Como "asociada" a la persona y obra salvífica de Cristo, ella era la "Nueva Eva" (según San Ireneo). Por esto "se condolió vehementemente con su Unigénito y se asoció con corazón maternal a su sacrificio" (LG 58). Cuando Jesús se presenta como "Esposo" (Mt 9,15), describiendo esta realidad también por las parábolas de bodas, la Iglesia queda invitada a adoptar la actitud esponsal y maternal de María.

* La "paz" es la característica del mensaje de Jesús. El anuncio del evangelio de Jesús se concreta en una "paz" que personifica al mismo Jesús (cfr. Lc 10,5-6). En el nacimiento del Señor, los ángeles cantaron esta paz y anunciaron a Cristo como mensaje de "gran gozo" (cfr. Lc 2,10.14). Es el gozo con que el ángel había saludado a María en la Anunciación: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1,28). Y es también el "gozo" que, por medio de María, se comunicó a Juan Bautista en el seno de su madre Isabel (Lc 1,41.44). Maria "contemplaba todo esto en su corazón" (Lc 2,19).

* En la Anunciación, el ángel le dijo a María que Jesús "será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre" (Lc 1,32). Repetidas veces, llaman a Jesús, durante su vida pública, "hijo de David": curación del ciego de Jericó (cfr. Lc 18,38) y de otros enfermos, en el domingo de Ramos (cfr. Mt 21,9), etc. Jesús mismo hace referencia a esta título (cfr. Lc 20,41-42), recordando el salmo 110. Maria recordaba el mensaje del ángel, recitaba con frecuencia los salmos, acogía todas las palabras de Jesús contemplándolas en su corazón...

* Después de la Ascensión, los discípulos (unos 120) se reunieron en el Cenáculo "con María la Madre de Jesús" (Hech 1,14). Todos ellos había escuchado las promesas de Jesús, en el momento de suvir a los cielos, sobre la venida del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,5-8). Y "todos ellos fueron lleno de Espíritu Santo" (Hech 2,4). María recordaba en su corazón las palabras del ángel: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por  eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios" (Lc 1,35).

* La fe de María se expresa continuamente por el hecho de recibir las palabras del Señor en su corazón y ponerlas en práctica. Isabel alabó esta fe de María: "¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc 1,45). Cuando Jesús, durante su predicación, alabó la fe de algunas personas como la hemorruisa (Mt 9,22), la cananea (Mt 15,28), el centurión (Mt 8,10), indicaba que se trataba de una fe que ponía en práctica su mensaje. "Mi madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 8,21). Jesús encontró esta fe en María (cfr. Lc 1,45). Es la fe que espera de su Iglesia: "Dichosos los que no han visto y han creído" (Jn 20,29).

* Todos los textos de la Escritura, a la luz de la vida y enseñanzas de Jesús, nos hacen entrar en su "corazón manso y humilde", que "lleno de gozo en el Espíritu Santo", dijo "sí, Padre" (cfr. Lc 10,21; Mt 11,25-29). El Corazón de Jesús se formó junto al Corazón de María, plasmado con su misma sangre y redimensionado según su misma psicología. El Corazón de María es el de la "esclava" del Señor, la que reconoce su propia "nada", la que compartió con mansedumbre su misma suerte.

* Las últimas palabras de Jesús en la cruz, encontraron eco en el Corazón de María. En ese Corazón, la Iglesia va a buscar su significado y, sobre todo, el modo de llevarlas a la práctica.

La espada que atravesó su corazón, según la profecía de Simeón (cfr. Lc 2,34-35), eran todos los sufrimientos de Cristo. Pero sus palabras eran para muchos una "señal de contradicción. Ella las recibió en su corazón con fe contemplativa, "de pie", "mirando", descubriendo en ellas resumen de todo el evangelio: perdón (cfr. Lc 23,34), esperanza de salvación (cfr. Lc 23,43), función materna de María y de la comunidad eclesial (cfr. Jn 19,26-27), las ansias o sed de comunicar la salvación (cfr. Jn 19,28; Sal 68), abandono o silencio de Dios (Mt 25,46); Sal 21), fidelidad de Jesús a la voluntad del Padre (Jn 19,30), confianza en las manos del Padre (Lc 23,46; Sal 30). En el Corazón de Jesús se han modelado los santos, siguiendo la escuela del Corazón de María.

* En cualquier texto de la Escritura encontramos la voz del Padre que nos señala a su Hijo escondido bajo signos pobres: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17)... "escuchadlo" (Mt 17,5). María, acostumbrada a abrir su corazón a la voz de Dios, ayuda a descubrir al Señor manifestado en sus signos, como en Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La acción del Espiritu Santo, manifestado en forma de paloma (en el bautismo) o en forma de "nube luminosa" (en el Tabor), hace posible la fe del creyente. María había sido cubierta con "la nube" (la sombra) del Espíritu Santo y supo decir que "sí" (cfr. Lc 1,35-38), inaugurando el camino oscuro y luminoso de la fe cristiana.

 

CONCLUSIÓN: El eco del Evangelio en el Corazón de María y de la Iglesia

       En el corazón de la Madre de Jesús, la Iglesia encuentra la "memoria" activa y materna, que le recuerda, actualiza y hace efectiva su fe, su contemplación de la palabra, su seguimiento evangélico, su participación en el misterio pascual de cruz y resurrección, su realidad materna de comunión y misión, su tensión de esperanza hacia el más allá. La exhortación apostólica "Pastores gregis", presenta a "Maria, «memoria» dell'Incarnazione del Verbo nella prima comunità cristiana" (PG 14).

       El corazón de la Madre de Jesús sigue meditando y haciendo suyas las palabras y la vida de su Hijo, que está presente en nosotros. Por esto, nuestra vida en Cristo sigue siendo su principal preocupación, para hacer que cada uno llegue a ser un "Jesús viviente" (San Juan Eudes) por la prolongación del corazón de Cristo en el propio corazón y en la propia vida.

       En el Corazón de María seguimos ocupando un puesto privilegiado, como cualquiera de las figuras evangélicas que fueron objeto de su contemplación. La comunidad eclesial y todo creyente se siente invitado a acudir al Corazón de María, para encontrar en él el eco de todo el evangelio. Hoy esta meditación mariana engloba la realidad histórica de todos los días, porque el evangelio sigue aconteciendo en el Corazón de María y en el corazón de la Iglesia.

       Jesús, que no ha venido a destruir, sino a llevar a la plenitud (cfr. Mt 5,17), llama a sintonizar con su pensar, sentir y querer, según las reglas del verdadero amor. La actitud de un corazón unificado por el amor, que encontró en el corazón de su Madre (cfr. Lc 2,19.51), la quiere encontrar en el corazón de los suyos. María, "accogliendo e meditando nel suo cuore avvenimenti che non sempre comprende (cfr Lc 2,19), diventa il modello di tutti coloro che ascoltano la parola di Dio e la osservano (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).

       María está "nel cuore della Chiesa" (RMa 27), como memoria, figura y Madre de la unidad eclesial universal querida y pedida por el Señor. La actitud de todo creyente respecto a María es de dependencia filial. Se trata de vivir en "comunione di vita" con ella, dejándola entrar "in tutto lo spazio della propria vita interiore" (RMa 45). Es, pues, actitud que unifica el corazón por ser actitud: relacional: de oración, contemplación; imitativa: de fidelidad a la voluntad de Dios; celebrativa: en torno al misterio pascual de Cristo; vivencial: viviendo su presencia activa y materna en todo el proceso de configuración con Cristo y de misión.

       En realidad, es una especie de infancia espiritual, per "diventare come i bambini" (Mt 18,3). En el fondo, no es más que vivir, en relación afectiva y efectiva con la maternidad de María, la participación en la filiación divina de Jesús (cfr. Ef 1,5). Hasta los niños lo pueden vivir así, porque "di questi è il regno dei cieli" (Mt 19,14). Así lo dejaba entender la Bta. Jacinta de Fátima: "¡Me agrada tanto el Inmaculado Corazón de María! Es el Corazón de nuestra Madre del cielo". Y así lo vivieron muchas almas fieles al evangelio: "Mi corazón todo entero... escóndelo en el Corazón Purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará" (M. María Inés-Teresa Arias).

       La relación de los creyentes con María es de corazón a corazón. El "Magnificat" se convierte en una escuela para sintonizar con los sentimientos de María, que son expresión de los sentimientos de Jesús. Por esto, "attingendo dal cuore di Maria, dalla profondità della sua fede, espressa nelle parole del Magnificat, la Chiesa rinnova sempre meglio in sé la consapevolezza che non si può separare la verità su Dio che salva" (RMa 37). En el cántico evangélico de María se aprende a vivir la preocupación por la gloria de Dios y por la salvación de la humanidad, la misericordia y el servicio a los pobres.

       El camino de la unidad eclesial universal pasa por un corazón unificado, "contemplativo", donde resuena el "fiat", el "magnígicat" y el "stabat" junto a la cruz. El corazón de los creyentes y de toda la Iglesia se moldea donde se moldeó el de Jesús. Bien vale la pena "entregarse", "consagrarse", "confiarse" a quien es Madre del Cristo total, para que nuestra entrega al Señor sea con María y como María.

      

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

ORIENTACION BIBLIOGRAFIA

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SERRA A., Sapienza e contemplazione di Maria secondo Luca 2,19.51 (Roma 1982)

 

 

 

Juan Esquerda Bifet

 

 

 

 

 

EL CAMINO

DEL CORAZON

 

 

 

 

INDICE

 

Documentos y siglas

Introducción: Unificar el corazón disperso

I. Palabra en el silencio

1. El camino de la escucha y de la admiración

2. El camino de la fe en Cristo

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la fe de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

II. Presencia en la soledad

1. Dios se da a sí mismo

2. El encuentro relacional con Cristo

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria contemplativa de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

III. Desposorio en la renuncia

1. El camino de plenitud en el amor

2. El seguimiento evangélico como desposorio

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria evangélica de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

IV. Fecundidad de la cruz

1. Cruz y martirio

2. La perfecta alegría

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria pascual de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

V. Esperanza en la incertidumbre

1. El camino de la comunión sin recompensa

2. El camino de la misión sin eficacia inmediata

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la Iglesia comunión y misión

Conclusión: El corazón de la Madre de Jesús en el corazón unificado de la Iglesia

Orientación bibliográfica

 

       DOCUMENTOS Y SIGLAS

AA   Apostolican Actuositatem (C. Vaticano II, sobre el apostolado de los laicos).

AG   Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).

CA   Centesimus Annus (Encíclica de Juan Pablo II, en el centenario de la "Rerum novarum", sobre la doctrina social de la Iglesia: 1991).

CECCatechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).

CFL  Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)

DM  Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).

DEVDominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).

DV   Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).

EA   Ecclesia in Africa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Africa: 1995).

EN   Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).

ET   Evangelica Testificatio (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la vida consagrada: 1971).

EV   Evangelium Vitae (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el valor de la vida humana: 1995).

FC   Familiaris Consortio (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la familia: 1981).

GS   Gaudium et Spes (C. Vaticano II, sobre la Iglesia en el mundo).

LE   Laborem Exercens (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el trabajo: 1981).

LG   Lumen Gentium     (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).

MC   Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el culto y devoción mariana: 1974).

MD  Mulieris Dignitatem (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre la dignidad y la vocación de la mujer: 1988).

MR   Mutuae Relationes (Directrices de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada: 1978).

OL   Orientale Lumen (Carta Apostólica de Juan Pablo II: 1995).

OT   Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el sacerdocio).

PC   Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida religiosa).

PDVPastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).

PM   Provida Mater (Constitución Apostólica de Pío XII, sobre los Institutos Seculares: 1947).

PO   Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).

PP    Populorum Progressio  (Encíclica de Pablo VI sobre cuestiones sociales: 1967).

RC   Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la figura y la misión de San José: 1989).

RD   Redemptionis Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la vida consagrada: 1984).

RH   Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979).

RM   Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).

RMi  Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).

SC   Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).

SD   Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).

SDVSummi Dei Verbum (Carta Apostólica de Pablo VI, sobre la vocación: 1963).

SRSSollicitudo Rei Socialis (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la cuestión social: 1987).

TMATertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II como preparación del Jubileo del año 2000).

UR   Unitatis Redintegratio (C. Vaticano II, sobre la unidad).

UUSUt Unum Sint (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el empeño ecuménico: 1995).

VC   Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).

VS   Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).

 

INTRODUCCIÓN

       Unificar el corazón disperso

       Acostumbramos a decir que la cara es el espejo del alma. Rostros serenos que siembran serenidad los hay, y muchos, casi siempre en el anonimato de un servicio humilde y callado. Pero hoy se intuyen en muchos rostros y en muchas actuaciones los síntomas de un corazón disperso y roto. El modo de mirar, escuchar y hablar, deja traslucir un corazón que no está plenamente orientado hacia el amor. A veces, por un falso concepto de reivindicación, se destrozan las vidas y las instituciones ajenas.

       Un corazón dividido no sirve más que para utilizar y despreciar al prójimo. Las prisas, el malhumor, las quejas, el desánimo, la angustia, la duda... todo eso se expresa en el rostro y en el modo de hablar y de comportarse. Y entonces no aparecen las bienaventuranzas ni el mandato del amor ni, por tanto, el evangelio.

       Con un corazón roto y disperso no se puede evangelizar el mundo. Hay demasiada gente que se siente sola y frustrada. "Ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo" (EN 80).

       Dios infundió su Espíritu de felicidad en el corazón y, por tanto, en el rostro del primer hombre (cfr. Gen 2,7), confiándole una tarea que se iniciaba maravillosamente y que tenía que completarse en la historia. Y puesto que Dios es Amor y la máxima unidad, quería que el ser humano (hombre y mujer) fuera a su imagen y semejanza: un corazón unificado, que, en su serenidad y vida fraterna, reflejara la "comunión" trinitaria del mismo Dios.

       Pero aquel rostro inicial, de arcilla quebradiza, se hizo añicos. Para cerciorarse de ello basta con auscultar el propio corazón, sin ir más lejos, o abrir cualquier libro sobre la historia humana. Luces y sobras se entrecruzan continuamente. Nuestro modo de pensar, sentir y querer, parece moverse por interferencias de un egoísmo personal y colectivo, que humanamente es inexplicable. Esa "división íntima del hombre" origina todos los desastres de la humanidad (GS 13).

       El camino histórico de la humanidad, en toda cultura y religión, es un camino de búsqueda de la verdad, del bien y de la belleza. Es, en realidad una búsqueda de Dios, a veces sin saberlo explícitamente. La historia es un forcejeo del hombre por salir de una dispersión estéril, para construir una comunión fecunda y solidaria. Pero la realidad constatable es la que vemos todos los días, de luces y contrastes. Claro que los contrastes ayudan también a descubrir el misterio de luz se esconde en todo corazón humano.

       Este camino de la humanidad entera y de todo ser humano, es un camino hacia el fondo del corazón, donde sigue esperando Dios amor: "Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no te encuentre a ti" (S. Agustín). Sólo desde la unidad del corazón, creado a imagen de Dios Amor, será posible construir la unidad de toda la familia humana: "En la medida en que el hombre es pecador, amenaza y amenazará el peligro de guerra hasta el retorno de Cristo; pero en la medida en que los hombres, unidos por la caridad, triunfen del pecado, pueden también reportar la victoria sobre la violencia" (Is 2,4). (GS 78; cfr. Is 2,4).

       Estamos llamados a construir un mundo libre. Pero esa realidad no se realizará por medio del dominio, las ambiciones o las luchas fratricidas. Ni tampoco será fruto del mercado libre ni de las urnas. "La libertad se fundamenta en la verdad del hombre y tiende a la comunión" (VS 86). En el corazón abierto de Cristo crucificado aparece la verdadera libertad:  "Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a sus discípulos a tomar parte en su misma libertad" (VS 85).

       El rostro de Dios, manifestado en Cristo su Hijo, refleja el corazón del mismo Dios, en el que todo es donación total de sí mismo. Por esto, "la luz del rostro de Dios resplandece con toda su belleza en el rostro de Cristo, «imagen de Dios invisible» Col 1,15)" (VS 2). El camino de la unidad del corazón humano pasa por el corazón de Cristo: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado" (GS 22).

 

       El tercer milenio necesita encontrar una comunidad eclesial unida, a partir de corazones unificados en el amor. El cristianismo se empobrece y degenera en nuevas rupturas cuando, olvidándose de Cristo crucificado y resucitado, cifra su esperanza en seguridades humanas, en experiencias sensibles y en resultados contables e inmediatos.

       Hay muchos pueblos, especialmente en el continente asiático, cuya cultura religiosa se ha fraguado, siempre bajo la acción especial de la Providencia, por un camino de unificar el corazón. Esos pueblos no encontrarían a Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), si no vieran una Iglesia en la que transparente cómo es el camino hacia Cristo único Salvador. Esos pueblos y culturas no entienden tanto nuestros conceptos (que a veces les resultan contrapuestos), sino que esperan nuestra experiencia de encuentro con Cristo, manifestado en un corazón y una comunidad unificada: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

       Ese diálogo de vida será el único que construirá la comunión universal, comenzando por el continente en que nació Jesús hace 2000 años. "Jesucristo, «luz de los pueblos», ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el Evangelio a toda criatura" (VS 2). "Es necesario que el hombre de hoy se dirija nuevamente a Cristo para obtener de él la respuesta sobre lo que es bueno y lo que es malo... Cristo revela la condición del hombre y su vocación integral" (VS 8).

       La Iglesia, que camina con pie firme atravesando el dintel de un tercer milenio, necesita un "corazón puro" (Sal 23,4), un "corazón nuevo" (Ez 11,19), plasmado a imagen del corazón de Cristo muerto en cruz como preludio de su glorificación. La "sangre" que brota del costado abierto del Señor (cfr. Jn 19,34) "manifiesta al hombre que su grandeza y, por tanto su vocación, consiste en el don sincero de sí mismo" (EV 25).

       La Iglesia, peregrina en la historia, viviendo en sintonía con los sentimientos del Corazón de Cristo, anuncia "la dimensión espiritual del corazón humano y su vocación al amor divino" (VS 112). Sólo así se podrá "liberar al hombre de su enfermedad más profunda, elevándolo a la misma vida de Dios" (EV 50). "La vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud cuando se entrega" (EV 51). La unidad es auténtica si nace de la relación personal y de la donación.

       El corazón se unifica cuando sus latidos siguen un itinerario al compás de Cristo "camino", en sintonía con sus "sentimientos" (Fil 2,5), a quien nada ni nadie puede suplantar porque "en él el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMA 5). Sólo Cristo, único Salvador del mundo, presente en el corazón unificado de su Iglesia, "manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (GS 22).

       El Corazón de la Madre de Jesús es figura y memoria de la Iglesia, que va unificando su propio corazón por un camino de fe, contemplación, seguimiento evangélico, misterio pascual, comunión eclesial y misión. En este sentido, "María está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), como "Virgen hecha Iglesia" según la expresión de San Francisco de Asís. La Iglesia vive los sentimientos de Cristo Esposo, imitando los sentimientos de María. "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25).

       Cuando Jesús oró por la unidad, pidió al Padre un corazón unificado para "los suyos", como participación en la comunión de Dios Amor: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21). Aquellas palabras también encontraron eco en el Corazón de su Madre, allí presente como en Caná, porque "el Corazón de María es el lugar de cita entre la humanidad y la divinidad" (M. Laura Montoya). Ese corazón debe ser el de la Iglesia del tercer milenio. Dentro de este corazón materno y unificado, el de María y de la Iglesia, los pobres, los más pequeños y necesitados encuentran su propio hogar.

 

I

PALABRA EN EL SILENCIO

 

1. El camino de la escucha y de la admiración

2. El camino de la fe en Cristo

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la fe de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

1. El camino de la escucha y de la admiración

       Nos parece extraño, pero es verdad. El ser humano no se siente realizado sólo con decir palabras y en hacer cosas. Su ser más hondo empieza a despertarse con gozo, sólo cuando los ojos y el corazón se abren para admirar, escuchar y darse. Si las palabras y las obras no nacen de este "silencio" de la escucha y de la admiración, se convierten en simple ruido y hojarasca, o también en desechos que no dejan respirar ni vivir en paz a los demás.

       Dios ha creado al hombre y ha dado inicio a su historia "con su palabra" (Sab 9,1). El mismo, como Padre, se expresa con su Palabra personal (el "Verbo"), pronunciada en un eterno "silencio" de donación amorosa en el Espíritu Santo. Por esto, Dios amor es la máxima unidad, un silencio sonoro de donación y comunión mutua y plena. Y quiso reflejarse, por medio de su palabra amorosa, en la creación y, especialmente, en el corazón del hombre.

       El corazón del ser humano se realiza sólo cuando se unifica en la verdad de la donación. El camino de esta unificación consiste en la escucha y en la admiración: la luz con que vemos las cosas, el aire que respiramos, el agua, las flores, los montes, la tierra... Todo es reflejo de una palabra amorosa de Dios dirigida al corazón del hombre. Por esto, cada ser humano es una historia de amor eterno, como una página irrepetible que prolonga en el tiempo la misma vida de Dios.

       El ruido, las prisas, el modo egoísta de usar las cosas y de mirar y tratar a las personas, son una polvoreda que chamusca nuestra vocación eterna de escuchar y de admirar. Entonces ya no existen hermanos, sino sólo personas "útiles" o inútiles, como un objeto que se usa o se desecha. Son muchas las personas que se sienten utilizadas y, consecuentemente, solas y frustradas.

       Las cosas, los acontecimientos, las personas y las intuiciones del corazón, sólo dejan entender su mensaje en quien sabe escuchar y admirar, sin manipular ni dominar. Y si Dios nos ha dado su Palabra personal, que es Jesús, su Hijo hecho hombre, esa escucha y esa admiración de la realidad concreta, sólo es posible a la luz del mensaje evangélico: "Este es mi Hijo amado..., escuchadle" (Mt 17,5). Otro análisis de la realidad, llevaría a la división y la violencia.

       Dios es siempre sorprendente, también en sus criaturas. El misterio del corazón humano sólo se esclarece aceptando el misterio de Dios sorprendente. Al corazón se le comienza a comprender cuando se quiere abrir a la verdad, al bien y a la belleza. El camino de esta apertura se hace a partir de un encuentro con Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), presente en la historia y en cada corazón humano. "Buscad al Señor y vivirá vuestro corazón" (Sal 68,33).

       Cuando el corazón acepta esta luz y esa acción amorosa de la palabra de Dios, se purifica y renueva, como si se estrenara de verdad: "Crea en mí, oh Dios, un corazón puro; renueva dentro de mí un espíritu firme" (Sal 50,10). Transformando el "corazón de piedra" en "corazón de carne", por un "espíritu nuevo", que es el Espíritu de Dios Amor (Ez 11,19), entonces las cosas, los acontecimientos y las personas se ven en su verdadera perspectiva y en su realidad integral, porque "todo es gracia" (Santa Teresa de Lisieux), todo nos habla de Alguien: "¿No se venden dos pajarillos por poco dinero? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento de vuestro Padre" (Mt 10,29).

       En el fondo del corazón, por ser éste reflejo de Dios, está la fuente de la vida, el punto de encuentro entre Dios y el hombre. El camino se hace unificando el corazón en el amor. "Dios ha hablado de muchas maneras" durante la historia, siempre dirigiéndose al corazón del hombre; pero "en los últimos tiempos, nos ha hablado por medio de su Hijo, a quien constituyó heredero de todo" (Heb 1,1-2). Por esto se puede afirmar que "Cristo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

       Dios sigue hablando y sembrando "las semillas de su Palabra" en el corazón de todo ser humano y de toda cultura (RMi 28; cfr. AG 11). La luz y la vida, que se hallan en Jesús, llegan al corazón del ser humano cuando éste aprende a disipar las tinieblas del egoísmo. Los hombres que todavía no conocen a Cristo, pero que ya tienen su semilla en el corazón, sólo podrán descubrirle si se encuentran con creyentes que hayan unificado el corazón por el camino de las bienaventuranzas y del mandato del amor.

       Al fondo del corazón humano no se llega por ejercicios de autosugestión y concentración, sino sólo por una vida unificada, es decir, vaciada de todo lo que no sea "verdad en el amor" (Ef 4,15). La naturaleza humana es buena si se la purifica de los aditamentos que no corresponden a su ser de imagen de Dios. Hay que vaciarse de todo ese lastre, por un proceso de silencio y de verdadera concentración de esfuerzos, para construir la unidad y la paz: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios; bienaventurados los sembradores de la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,8-9).

       El corazón sólo se puede unificar por un cambio continuo del propio modo de pensar, programar y valorar las cosas. Pero este proceso o camino de "conversión" ("metanoia") se realiza escuchando la palabra de Dios, en la creación, en la historia y en la revelación propiamente dicha. Ese corazón que se va unificando, es un compendio del universo, un "micro-cosmos". Ahí va teniendo lugar el encuentro con Dios y, consecuentemente, con todos los hermanos sin particularismos ni exclusivismos.

       De la escucha de la palabra, se va pasando a la admiración de la historia de amor que se encuentra cada ser humano. Entonces se adopta una "mirada contemplativa" (EV 83), que permite ver más allá de la superficie, de lo útil y de lo que agrada. El corazón unificado tiene la capacidad de intuir y admirar el "misterio" de cada hermano y de toda la humanidad.

       La "palabra" de Dios es una "semilla" que el mismo Dios ya ha sembrado en todo corazón humano, para que, escuchando y admirando, se haga "hermano universal" en la armonía del cosmos. La "tierra buena" para recibir esa semilla de comunión, es el "el corazón bueno y recto" que sabe "escuchar, conservar... y dar fruto con perseverancia" (Lc 8,11-15). El corazón de la Madre de Jesús fue así (cfr. Lc 2,19.51). Con ella se aprende a admirar el misterio de nuestro propio corazón, donde ya habla y se refleja Dios Amor.

2. El camino de la fe en Cristo

       Es Dios mismo quien se hace encontradizo con el hombre. Por esto, su presencia y su palabra reclaman una actitud de apertura de todo el ser. "Por la fe, el hombre se entrega entera y libremente a Dios, le ofrece el homenaje total de su inteligencia y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela" (DV 5).

       La "obediencia de la fe" (Rom 1,5) es una actitud del corazón (inteligencia y voluntad), que orienta todo el ser humano a aceptar vivencialmente la verdad garantizada por Dios en la revelación. Esta fe se hace aceptación, proclamación, celebración, vida comprometida y relación personal. Por esto, los creyentes son llamados a una "vida digna del evangelio de Cristo" (Fil 1,27).

       La fe en Cristo da sentido a la vida porque comunica las verdaderas razones para vivir. Ya "no se trata sólo de aceptar unas enseñanzas y de cumplir con unas exigencias, sino de algo más radical: adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre" (VS 19).

       Es prácticamente imposible aceptar el mensaje cristiano, especialmente en el campo moral, cuando el creyente no vive esta adhesión personal a Cristo, concretada en relación (oración) y seguimiento (imitación). El mensaje cristiano abarca la totalidad del corazón; cuando éste no está unificado por el amor, se inclina a interpretar los contenidos del mensaje según las propias preferencias. Ahí radican algunas reticencias y alergias respecto a los documentos eclesiales.

       Las culturas religiosas no cristianas, que han hecho un camino de siglos para unificar el corazón, tienen mucha dificultad en aceptar un cristianismo presentado e incluso defendido por cristianos cuyo corazón no transparenta los valores evangélicos. Da la impresión de que el evangelio no ha sido suficientemente proclamado a nivel de conciencia y de culturas, puesto que no siempre aparece personificado en la vida de los creyentes.

       Habría que preguntarse sobre si la Iglesia de hoy está preparada para recibir en su seno a esas multitudes inmensas, sedientas de Dios, que ya tienen las "semillas del Verbo", pero que todavía no han encontrado a Cristo, el Verbo hecho nuestro hermano (cfr. EN 76; TMA 36). No siempre presentamos "el genuino rostro de Dios" revelado por Jesucristo (GS 19).

       Siempre ha habido, hay y habrá testimonios de santidad, suficientes para mostrar que Cristo resucitado vive presente en su Iglesia, a pesar de los fallos de tipo personal y comunitario. Pero la realidad y los desafíos del presente histórico, en el inicio de un tercer milenio de cristianismo, urge a una profundización mayor e incluso a una recuperación: "Urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que se ha de hacer vida" (VS 88).

       Cuando un hombre de buena voluntad, creyente en Cristo o no, escucha o lee nuestras reflexiones "cristianas", tiene derecho a constatar que en esos discursos o escritos estamos hablando de "alguien" vivido personalmente, porque "la fe es un decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cfr. Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como él vivió (cfr. Gal 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos" (VS 88).

       La fe se hace camino, a partir de un encuentro con Cristo, que espera pacientemente en nuestra realidad cotidiana. Por ser la fe "un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), el mismo Cristo se nos hace camino, como compañero y consorte de nuestro caminar.

       Al Dios revelado por Cristo, no se le puede encontrar en los conceptos y en los acontecimientos, si no se le encuentra primero en el propio corazón. Si el corazón se abre al misterio escondido en su ser más profundo, entonces va descifrando el misterio de la creación y de la historia humana.

       Jesús habló de inhabitación de Dios en nuestro corazón, cuando éste se abre al amor: "Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23). La fe cristiana se vive y se anuncia de verdad cuando se convierte en invitación a entrar en sí mismo, ordenando la propia vida según el amor, para encontrar a Dios en el propio corazón y en el de los hermanos.

       Hacer una opción fundamental por Cristo es indispensable para caminar por este camino de fe. Si Dios "nos ha elegido en él desde antes de la creación del mundo" (Ef 1,3), ha sido para hacernos "hijos en el Hijo" (Ef 1,5; cfr. GS 22). Cuando el corazón humano se va identificando con Cristo, según su modo de pensar, sentir, querer y vivir, entonces se convierte en "gloria" o reflejo del mismo Dios (Ef 1,6).

       La fe cristiana tienden a la "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). A Cristo no le descubrirán los no creyentes, si en los creyentes vieran sólo un concepto, un paréntesis o un simple modo de expresar la religiosidad. Estar "sellados por el Espíritu" (Ef 1,13) comporta que el ser humano, creado por Dios como imagen suya, se haga partícipe de Cristo, que es "imagen de Dios invisible" (Col 1,15), "esplendor de su gloria" (Heb 1,3).

       La tarea es hermosa y entusiasmante. El camino de la fe se adentra en el corazón de Dios. A imagen de ese corazón ha sido creado y redimido el corazón humano. El signo visible del corazón de Dios es Jesús, su Hijo hecho hombre, que sigue invitando a toda la humanidad: "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas" (Mt 11,28-29).

       El corazón "manso" reacciona amando en las dificultades, sin agresividad ni desánimo ni frialdad; el corazón "humilde" reconoce que los dones de Dios siguen siendo suyos para servir a los hermanos. La felicidad comienza a brotar en un corazón que se olvida de sí para hacerse donación a los otros. Es "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).

 

 

 

 

 

II

PRESENCIA EN LA SOLEDAD

 

1. Dios se da a sí mismo

2. El encuentro relacional con Cristo

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria contemplativa de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

1. Dios se da a sí mismo

       Un corazón disperso y roto sólo puede unificarse si se abre al amor. La vida es verdadera si es "orden según el amor" (Santo Tomás). El corazón se unifica cuando entra en el camino de la relación personal y de la donación mutua.

       La certeza de saberse amado y de poder amar, eleva al ser humano a su verdadera y única dignidad. Pero tanto la relación como la donación suponen una presencia personal. La soledad es, en sí misma, un vacío que no tiene razón de ser, salvo que esté "llena" de una presencia intuida más allá de la sensibilidad.

       El hombre nunca está solo, aunque experimente con frecuencia la soledad. Dios no es un concepto ni una idea, sino "alguien" que, por amor, ha dado origen a la creación y la historia. Es también él quien ha puesto en marcha los latidos del corazón humano. Todo es don de Dios, que él nos comunica estando presente y amándonos. Sin su presencia, sus dones no podrían llenar el corazón.

       La soledad de un momento de "desierto" o de oración, puede llegar a ser "soledad llena de Dios" (Pablo VI). Ahí se puede encontrar le relación con el corazón de Dios: "Se internaba mi espíritu en el mar inmenso de Dios... en medio del corazón de mi Dios y Señor, sentir la blandura de sus santísimos brazos con que apretaba mi alma contra su corazón". Entonces se entra en "íntima comunicación con Dios... en lo más secreto de su Corazón... como un muy amigo trata sus cosas con su igual... todo es buscar tiempo para hablar a solas" (M. María Antonia París).

       El misterio de la historia humana consiste en que los dones de Dios son pasajeros, y Dios parece ausente. Cuando el corazón se apega a esos dones olvidando que son dones para servir, entonces se origina la dispersión y la ruptura con los hermanos, y Dios pasa a ser un paréntesis o un objeto útil. Pero cuando uno comienza a intuir que, más allá de los dones, está Dios que quiere darse él mismo, entonces esa presencia amorosa parece ausencia o lejanía. Es una presencia dolorosa en la esperanza, que unifica el corazón y la historia de la humanidad entera.

       La vida recupera su hermosura cuando el corazón se deja educar por la pedagogía de Dios. El nos da sus dones, para que aprendamos que se nos quiere dar él mismo. En esa pedagogía divina es un proceso normal que sus dones dejen paso al verdadero don, que es él. El proceso es tan doloroso como necesario, para que el corazón aprenda a darse gratuitamente también él mismo, sin el acompañamiento de los dones sensibles y de los regalos pasajeros. Amar es darse como Dios se da.

       La señal de que el corazón se va unificando y reflejando a Dios Amor, consiste en el modo de mirar, escuchar y servir a los hermanos. Una "mirada contemplativa" a los hermanos ayuda a escuchar "en el rostro de cada persona una llamada a la mutua consideración, al diálogo y a la solidaridad" (VS 83). Entonces se intuye que cada ser humano es un misterio, una historia de amor. Más allá de toda vida humana está la fuente de la vida, que es Dios Amor.

       Cuando en los dones de Dios, que él nos va retirando, descubrimos a Dios que se da a sí mismo, entonces, aunque sea en el dolor, aprendemos el camino de la comunión con los hermanos y con toda la creación. La armonía del cosmos y de la humanidad aparecen en el dinamismo del amor: darse a sí mismo, a ejemplo de Dios que es Amor. A Dios se le descubre más allá de sus dones y también más allá de nuestros sentimientos y de nuestras conquistas intelectuales y tácticas.

       En el fondo de todas las cosas y, especialmente, en el fondo del propio corazón, se va haciendo el vacío de todo lo que no tiene consistencia. Todo es contingente y pasajero; nosotros también. Pero hay "Alguien" permanente, que es la fuente que originó nuestro ser: el corazón de Dios. De lo pasajero de nuestro ser, pasamos a la trascendencia del Ser, que nos salva porque nos ha colocado en su amor eterno.

       Ver a Dios en esta vida y en la creación es sólo un ensayo de la verdadera visión en el más allá. En el corazón puro, que no antepone nada a Dios, se reflejan las luces de su amor: "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8). A Dios se le ve y se le escucha sólo de corazón a corazón, porque él habla así. Su modo de hablar consiste en darse más allá de sus dones y más allá de nuestros conceptos y programaciones.

       Para llegar a ser familiares de Jesús y compartir su misma vida, hay que "escuchar la palabra de Dios y ponerla en práctica" (Lc 11,28). Así lo hizo siempre la Madre de Jesús, con un corazón siempre abierto a la sorpresa de Dios (cfr. Lc 2,19.51).

       La palabra y la presencia de Dios, cuando se dejan sentir en el corazón, originan una actitud humilde de oración, a modo de "grito" gozoso y doloroso. Dios ya se deja sentir y ya comienza a darse él mismo, pero todavía no del todo. Al orar de verdad, con el corazón, es toda la persona la que ora y la que se quiere dar. La oración propiamente dicha no tiene paréntesis, ni en el corazón ni en el tiempo. Por esto se encuentra siempre "tiempo" especial parar orar.

       Este encuentro misterioso con Dios en el fondo del corazón, es una experiencia de fe acerca de "la lejanía de Dios". Entonces "el corazón palpita en armonía con el ritmo del Espíritu, eliminando toda doblez o ambigüedad" (OL 12).

       La oración del corazón se hace "silencio lleno de una presencia adorada" (OL 16). Es silencio de adoración, admiración y donación. No es el simple silencio de no pensar nada, de no sentir nada o no hacer nada, sino el silencio de un corazón que no se busca a sí mismo porque se da (tal vez sin ideas, sentimientos y palabras), ante una presencia (la de Dios Amor) profundamente amada y adorada (intuida por la fe, esperanza y caridad). Es lo que San Juan de la Cruz llamaría "una atención amorosa".

       A Dios se le deja entrar en el corazón cuando no se le pide ni la tarjeta de identidad ni la de crédito. El es como es, "ama como Dios" (San Juan de Avila). Hay que recibirle tal como es: sorprendente, misterioso, infinitamente Otro, que ya comienza a comunicar su misma vida y a darse tal como es. En el fondo de nuestro ser quiere encontrar un corazón que intuya, como el de Agustín, que está presente "más íntimamente presente que mi misma intimidad".

       En Cristo, la presencia de Dios es "Verbo" o Palabra personal (Jn 1,14). El corazón queda invitado a escuchar abriéndose, a cuestionarse para orientarse hacia el amor, a pedir humildemente que esta palabra y presencia se hagan realidad profunda de unión total y definitiva (cfr. CEC 2654).

       La presencia de Dios continúa oculta en "la nube"; pero ahora, en Cristo, es "nube luminosa" (Mt 17,5), que invita a penetrar en ella rasgándola confiadamente con una actitud filial de fe, esperanza y caridad.

       Entrando audazmente en la soledad del corazón, comenzamos a aprender que nunca estamos solos. Desde esta soledad llena de Dios, se descubre el misterio de comunión que nos une a todos los hermanos y a toda la creación. Al mismo tiempo, la presencia divina de inmensidad (en todos los seres), nos invita a vivir la presencia trinitaria de "inhabitación" en nuestros corazones, esperando y preparando, en el "silencio" de donación incondicional, el encuentro definitivo con todos los hermanos y con Dios Amor, uno y trino.

2. El encuentro relacional con Cristo

       Desde el día de la encarnación del Verbo, Dios se ha hecho hermano nuestro, consorte y compañero de camino, "unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). El corazón de Cristo, unido al Padre en el amor del Espíritu Santo, vive también en sintonía con cada corazón humano. El camino de la unificación del corazón lo hace él con nosotros.

       El corazón de Cristo suena a unidad y verdad en el amor. Si en él podemos ver al Padre (cfr. Jn 14,9), es porque vivió según la voluntad del Padre (cfr. Jn 17,4). Su corazón, "manso y humilde" (Mt 11,29), indica una actitud permanente de transformar las dificultades en donación y de agradecer los dones recibidos sirviendo a los demás. En su vida mortal "pasó haciendo el bien" (Act 10,38) y, una vez resucitado, sigue viviendo en sintonía con toda la humanidad "para interceder en favor nuestro" (Heb 7,25).

       El corazón humano llega a su plena realización cuando se encuentra con Cristo, "imagen del Dios invisible" (Col 1,15), para relacionarse con él. Este encuentro relacional hace vivir de "los mismos sentimientos de Cristo" (Fil 2,5). El corazón se unifica en la escucha de su palabra evangélica, siempre actual, y en el compartir su misma vida presente y donada en la eucaristía. Ya podemos "vivir de su misma vida" (Jn 6,57) y "permanecer en su amor" (Jn 15,9).

       Cuando la palabra de Dios parece silencio, y cuando su presencia parece ausencia, la relación personal con Cristo nos hace descubrir que ese silencio es sonoro y que esa ausencia es una presencia más honda. En el evangelio según San Juan, Jesús "manifiesta su gloria" (Jn 1,14; 2,11) por medio de "signos". Se puede afirmar que el signo principal, como compendio de los demás, es el corazón o "costado abierto", del que brotan "sangre y agua" (Jn 19,34). Por esto San Juan invita a "mirar al que traspasaron" (Jn 19,37). Es el mirar "contemplativo" que sabe descubrir a Jesús donde parece que no está (Jn 20,8; 1Jn 1, 1ss).

       Jesús dejó escrita su biografía en su "corazón manso y humilde" (Mt 11,29). Era un corazón unificado por la donación: su "cuerpo entregado" y su "sangre derramada en sacrificio" (Lc 22,19-20). De este corazón brota el "agua viva" (Jn 4,10; cfr. 7,37-39; 19,34), como comunicación de un "nuevo nacimiento en el Espíritu" (Jn 3,5).

       La intimidad con Cristo empieza por un encuentro (Jn 1,39) que se va convirtiendo en seguimiento (Mt 4,19-20) y en amistad profunda (Mt 15,14-15). Compartiendo la misma vida en Cristo, el creyente va entrando en su corazón para sintonizar con sus amores: "Tengo compasión de esta muchedumbre" (Jn 15,32); "venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28); "tengo otras ovejas y también a ésas tengo que conducir" (Jn 10,16); "tengo sed" (Jn 19,28)... El corazón humano se unifica en sintonía con los sentimientos de Cristo, "apoyando la cabeza sobre su pecho" (Jn 13,23-25).

       El camino del corazón es de relación y de donación. La soledad se siente, pero con el convencimiento de que Cristo está presente: "No tengas miedo porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10). Las dificultades ya no suenan a fracaso, sino a compartir la cruz de Cristo, como quien comparte su "copa" de bodas (Mc 10,38).

       El evangelio es el camino del corazón. Con su lectura contemplativa, el creyente se siente mirado y llamado por Cristo con amor (Mc 10,21), buscado y acompañado por sus pies (Lc 8,1; 10,39), bendecido y sanado por sus manos (Mt 8,3; 19,13-15), invitado a entrar en su corazón (Mt 11,28-29; Jn 20,27). El camino es, pues, una respuesta a su llamada y una aceptación vivencial de su persona y de su mensaje. Y cuando el corazón está más unificado, el creyente se convierte, para los demás, en mirada, pies, manos y corazón del Señor: "Soy fragancia de Cristo" (2Cor 2,15).

       La presencia de Cristo en los signos de Iglesia tiene el significado de una actualización de lo que sucedió en el evangelio. Así "Cristo puede recorrer con cada uno el camino de la vida" (RH 13). Entonces la vida se hace relación, a modo de "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).

       Es verdad que esta relación personal tiene lugar frecuentemente en la sequedad y en la sensación de ausencia y de vacío. Pero el amor tiene que hacer este camino relacional, en el que cada uno se da gratuitamente sin esperar el premio de la sensación inmediata. Esta presencia de Cristo, vivida en la fe, se convierte en esperanza de un encuentro definitivo.

       Si se quisiera resumir con pocas palabras la vida de tantos santos que en veinte siglos han seguido a Cristo incondicionalmente, se podría decir que se sintieron amados, enviados y acompañados por él. La "urgencia del amor de Cristo" (2Cor 5,14) les fue unificando en su modo de pensar, valorar las cosas y adoptar actitudes. De la experiencia de "vivir en Cristo" (Gal 2,20), pasaban espontáneamente a comprometerse para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Su vida era "tocada por la mano de Cristo, conducida por su voz y sostenida por su gracia" (VC 40).

       También es verdad que el proceso de unificar el corazón parece frecuentemente un vaciarse sin sentido; pero la experiencia relacional con Cristo hace descubrir que ese proceso no es más que participar en su "humillación" para poder también participar en su "glorificación" (Fil 2,8-9). Al fin y al cabo no se trata de aniquilarse, sino de liberarse de la "basura" (Fil 3,7), para llenarse de "la caridad de Cristo que supera toda ciencia" (Ef 3,19).

       En la relación personal con Cristo, las propias debilidades, que a veces son errores e incluso pecados, se superan aceptando de modo comprometido su perdón y su amistad: "Con sumo gusto seguiré gloriándome sobre todo en mis flaquezas, para que habite en mí la fuerza de Cristo" (2Cor 12,9).

       En esa relación íntima con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre por obra del Espíritu Santo, aparece que la contemplación cristiana es actitud relacional con Dios Amor, como infinitamente uno en tres personas. La expresión del pensar del Padre (en el Verbo) y la expresión del amor mutuo entre el Padre y el Hijo (en el Espíritu Santo), son la máxima unidad por ser sólo comunión y donación mutua y plena. Ahí está la fuente de la unidad del corazón humano. Pero esa fuente divina ya se encuentra, por gracia, en lo más hondo de nuestro ser. Jesús se hace nuestro camino hacia esa máxima unidad de Dios Amor, moviendo nuestro corazón a que viva en sintonía con el suyo.

       El hombre, por medio de Cristo "camino", ya puede entrar en el misterio de la Verdad y del Bien infinito. "A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado" (Jn 1,18); "nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27). Jesús nos invita a perdernos para recuperarnos en la relación de un amor de donación como el que existe eternamente en Dios.

       Por Cristo, el corazón humano busca a Dios siempre más allá de toda contingencia. Un corazón unificado es un corazón que se abre continuamente a las nuevas sorpresas de Dios, escondido en la creación y en los hermanos.

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria contemplativa de la Iglesia

       En el corazón de la Madre de Jesús encontraron acogida las palabras del Señor: las palabras del ángel (Lc 1,29), el mensaje de Belén (Lc 2,19), la profecía de Simeón (Lc 2,33), las palabras de Jesús niño (Lc 2,51)... Todo lo "contemplaba en su corazón" (Lc 2,1.51).

       Esa misma acogida de "mujer del silencio y de la escucha" (TMA 48), tuvieron las palabras de Jesús en Caná (Jn 2,4ss) y, especialmente, en el Calvario (Jn 19,26). Porque si ella "estaba de pie junto a la cruz" (Jn 19,25), era para asociarse esponsalmente a Cristo, participando en su misma suerte o "espada" (Lc 2,35).

       En ese mismo corazón resonaron las palabras de Jesús moribundo: el perdón (Lc 23,34), la promesa de salvación (Lc 23,43), la sed (Jn 19,28), el abandono (Mt 27,46), la confianza total (Lc 23,46)... Su "nueva maternidad según el Espíritu" (RMa 21), proclamada por Jesús (Jn 19,26), convertía su corazón materno en la memoria contemplativa de la Iglesia: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). La acción materna de María tendrá que ser "influjo salvífico" (LG 60) en el corazón de la Iglesia, para ayudarla a asemejarse cada día más a su Esposo" (LG 65).

       La actitud típicamente eclesial es también especifícamente mariana: escuchar la palabra de Dios en el corazón, ponerla en práctica y anunciarla (cfr. Lc 11,28). Es como recibir el Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, para transmitirlo al mundo. Por esto, María y la Iglesia son una virgen que se hace madre por ser una virgen creyente, orante, oferente (cfr. MC 17-20).

       La actitud mariana del discípulo amado, de recibir a la Virgen como Madre en "comunión de vida" (RMa 45), se convierte en actitud contemplativa de ver a Jesús donde parece que no está (cfr. Jn 20,8; 21,7). De esta actitud mariana y contemplativa arranca la misión del anuncio: "Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos" (1Jn 1,3).

       Cuando la Iglesia contempla los textos de la Escritura, como "libro en el cual cada uno puede leer el Verbo" (Andrés de Creta), lo hace con la actitud joánica de "recibir a María como Madre" (RMa 23). El "Magníficat" mariano se hace oración contemplativa de la Iglesia, donde "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). De este modo, el Magníficat sigue siendo, también por medio de la Iglesia, "la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18).

       El camino contemplativo que la Iglesia imita de María, es el camino de la fe oscura, que sabe adorar, admirar y callar con un silencio activo de donación. La fe contemplativa de María (cfr. Lc 1,45) es modelo de la contemplación de la Iglesia, la cual queda invitada a ser también "la mujer dócil a la voz del Espíritu", que "se deja guiar en toda su existencia por su acción interior" (TMA 48).

       En la oración mariana de la Iglesia hay una presencia activa y materna de María. Es la "presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" (MC 18).

       La oración contemplativa de María será siempre el punto de referencia de la oración contemplativa de la Iglesia. "La oración de la Virgen María, en su Fíat y en su Magníficat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe" (CEC 2622). "Con el don de sí misma, María entra plenamente en el designio de Dios, que se entrega al mundo. Acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender (cfr. Lc 2, 19), se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28) y merece el título de «Sede de la Sabiduría»" (VS 120).

       La contemplación mariana y eclesial es aceptación amorosa y generosa del misterio y de la sorpresa de Dios. Es, pues, un silencio activo que, a imitación de Dios Amor, se hace donación y servicio. La "búsqueda" de Cristo (cfr. Lc 2,44.48) será siempre un proceso doloroso, hasta el punto que cada momento del encuentro se convertirá en una nueva etapa de la búsqueda, a modo de inserción en el misterio de Nazaret y de la cruz (cfr. Lc 2,50-52).

       Esta contemplación mariana y eclesial tiene sentido de desposorio con Cristo. Es precisamente "la contemplación de María a la luz del Verbo", la que lleva a la Iglesia a la unión con Cristo Esposo (cfr. LG 65). María y la Iglesia son "la mujer", esposa y asociada a Cristo (cfr. Jn 2,4; 19,25; Gal 4,4), que "consintiendo" en los planes de Dios, "se asocia" a Cristo (LG 58) para una "unión perfecta" con él (LG 63).

       En la contemplación del misterio de Cristo, durante el año litúrgico, "la Iglesia admira y ensalza en María el fruto más excelso de la redención" (SC 103) y "proclama el misterio pascual" cumplido en ella y en todos los santos (SC 104).

       Cuando la contemplación parece transformarse en "silencio" y "ausencia" de Dios, entonces María ayuda a descubrir al Verbo en lo que parecía silencio y al Emmanuel en lo que parecía ausencia. Esta presencia activa de María se convierte en la "memoria" de la contemplación, que consiste en la unión con los planes salvíficos de Dios: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). Precisamente esta invitación contemplativa tiene sentido de desposorio, como cumplimiento de la antigua Alianza: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7).

       Los santos han encontrado en el corazón de la Madre de Jesús la memoria de la vida de fe y de contemplación, para asociarse a Cristo. "Libre, vacío de todas las cosas de la tierra y verdaderamente pobre estaba el corazón de la Virgen para darse desembarazada al que de verdad lo merece poseer" (San Juan de Avila). Por esto, "quien cavare más en el corazón de la Virgen, hallará en lo más dentro de él una mar abundantísimo de gracia y amor" (ídem).

       La apertura contemplativa a la palabra de Dios es un itinerario que atrapa a toda la persona y abarca toda la vida. En este proceso, María es Madre, modelo y guía. Ella ayuda en ese itinerario a través de las "moradas" del propio corazón, como para despojarlo de sí mismo, para llenarlo de Dios y convertirlo en donación. Entonces la palabra de Dios se recibe tal como es (don e iniciativa de Dios), para dejarse cuestionar por ella hasta unirse a los planes salvíficos de Dios.

       Este itinerario es un camino de éxodo (desprendimiento) y desierto (silencio y escucha), para llegar a Jerusalén (unión). Con María y como ella, es itinerario de:

       - silencio meditativo: Lc 1,29;

       - "sí" de fidelidad a la palabra: Lc 1,38;

       - alabanza, agradecimiento, adoración: Lc 1,46ss;

       - servicio de caridad: Lc 1,39;

       - instrumento del Espíritu Santo: Lc 1,41;

       - aceptación del misterio de Cristo: Lc 2, 19.33.51;

       - asociación esponsal a Cristo para correr su misma suerte pascual: Lc 2,35; Jn 19,25-27.

       De esta contemplación mariana y eclesial nace el "amor materno" para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19; cfr. LG 65; RMi 92). Meditar la palabra de Dios, tal como es, aquí y ahora, dejándola entrar en lo más hondo del corazón, se traduce en el gesto materno que anuncia esta misma palabra "de modo creíble", como fruto de su "experiencia de Dios" (RMi 91; 1Jn 1,1ss).

       El corazón de la Madre de Jesús sigue siendo la "memoria" del corazón contemplativo y misericordioso de la Iglesia: "María, con perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y la capacita para abrazar a todo el género humano" (VS 120). Este don de sí misma, a los planes salvíficos y universales de Dios, es el modelo de la virginidad contemplativa y de la maternidad fecunda de la Iglesia.

       Revisión de vida para unificar el corazón

- Encontrar al mismo Dios, en el fondo del corazón y en la vida, más allá de sus dones:

       "Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn 14,23).

       "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rom 5,5).

       "Quien guarda su palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él" (1Jn 2,5).

       "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios" (Mt 5,8).

       "La palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14).

       "Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis... Mirarán al que traspasaron" (Jn 19,34-37).

       "Llegó primero al sepulcro. Se inclinó y vio las vendas en el suelo... y el sudario que cubrió su cabeza, no junto a las vendas, sino plegado en un lugar aparte... vio y creyó" (Jn 20,5-8).

       "Estas señales han sido escritas para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis vida en su nombre" (Jn 20,31).

- Encontrar a Cristo cercano y consorte, que comparte su vida con nosotros:

       "Jesús se volvió, y al ver que le seguían les dice: «¿Qué buscáis?» Ellos le respondieron: «Maestro, ¿dónde vives?». Les respondió: «Venid y lo veréis». Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día" (Jn 1,38-39).

       "Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14).

       "Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron" (Lc 5,11).

       "Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso" (Mt 11,28).

       "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27).

       "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre (Jn 14,9).

       "Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada (Jn 15,5).

       "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor (Jn 15,9).

       "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,13-15).

       "También vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio" (Jn 15,27).

       "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo, el cual... se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil 2,5.8).

       "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

       "No tengas miedo porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).

       "No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Gal 2,20).

       "Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida" (1Jn 1,1).

- Encontrar en el corazón de la Madre de Jesús, la "memoria" contemplativa de la Iglesia:   "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva" (Gal 4,4-5).

       "Cuando oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena  de Espíritu Santo" (Lc 1,41).

       "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada" (Lc 1,46-48).

       "Una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones" (Lc 2,35).

       "Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,51).

 

       "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).

       "Todo el que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,50).

       "Alzó la voz una mujer de entre la gente, y dijo: «¡Dichoso el seno  que te llevó y los pechos que te criaron!». Pero él dijo: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan»" (Lc 11,27-28).

       "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,26-27).

 

III

DESPOSORIO EN LA RENUNCIA

 

1. El camino de plenitud en el amor

2. El seguimiento evangélico como desposorio

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria evangélica de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón

1. El camino de plenitud en el amor

       El corazón humano se unifica solamente cuando se orienta hacia el amor de donación. Pero este amor verdadero sólo tiene una regla: la totalidad. Por esto la caridad es indivisible, como en Dios Amor. Así es el amor de Cristo: "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).

       A la "perfección de la caridad" (LG 40) está llamado todo cristiano, en cualquier estado y condición en que se encuentre. Este es el meollo del mensaje evangélico: "Amad..., sed perfectos como vuestro Padre" (Mt 5,44.48). Es verdad que en esta vida nunca se llega a la perfección del amor de modo permanente y definitivo. Pero al amor le basta con tender sinceramente a la donación plena, empezando todos los días, rehaciéndose en un proceso de conversión continua. Hay momento en los que amamos de todo corazón; pero luego aparece de nuevo nuestra debilidad y desorden. El verdadero amor de totalidad no se cansa de estrenar la aurora.

       Experimentamos continuamente en nosotros mismos y también observamos en los demás, una tendencia a la rebaja y al descuento en las exigencias morales. Por esto no nos resulta fácil aceptar las exigencias evangélicas recordadas por la Iglesia. La moral cristiana sólo la acepta quien está dispuesto a orientar toda su vida hacia el amor: "La vida moral se presenta como la respuesta debida a las iniciativas gratuitas que el amor de Dios multiplica en favor del hombre; es una respuesta de amor" (VS 10).

       El aprecio de la vida humana (y la de todos los demás seres) no es cuestión de meros sentimientos, sino que sólo tiene lugar cuando uno hace de la propia vida una donación gratuita. Entonces se valora verdaderamente la propia vida y la de los demás. Los atropellos contra la vida nacen del hecho de destrozar la propia existencia en girones de egoísmos inconfesables. El "corazón nuevo" (Ez 36,25) es corazón decidido a ser verdadera vida: "Un don que se realiza al darse" (EV 49).

       No es posible darse a sí mismo, sin renunciar a preferencias y gustos personales. "Sentirse" realizado de verdad, sólo es posible por el camino del "despojo" de sí mismo o del falso yo, para llegar a ser lo que Dios ha programado: ser reflejo de su donación. Porque la característica del amor de Dios no es la de dar cosas, sino la de darse a sí mismo.

       Las bienaventuranzas son el "autorretrato de Cristo" (VS 16). "Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles a la gloria de su pasión y su resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana" (CEC 1717).

       La peculiaridad del amor de Cristo consiste en darse él mismo, sin pertenecerse y como consorte. Y a este amor incondicional llama a los suyos: "Esta vocación al amor perfecto no está reservada de modo exclusivo a una élite de personas... Los mandamientos y la invitación de Jesús están al servicio de una única e indivisible caridad, que espontáneamente tiende a la perfección, cuya medida es Dios mismo" (VS 18).

       Estamos acostumbrados a hablar de "santidad", y a veces esta palabra resulta estereotipada y sin sentido. En realidad, se trata de la misma vida de Dios, el "Santo", la fuente y el sostén de nuestro ser, el infinitamente Otro y, al mismo tiempo, el Amor (cfr. 1Jn 4,8). Dios nos ha creado para participar en esa su misma vida: "Sed santos porque yo soy santo" (Lev 19,2). Por esto, "nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,4-5). A esta novedad de plenitud ya apuntaba el mandamiento antiguo: "Amarás a tu Dios con todo tu corazón" (Deut 6,5). Pero en Cristo ya podemos amar a Dios con su mismo amor, hasta llegar a ser expresión del mismo Cristo, "alabanza de su gloria" (Ef 1,12).

       La exigencia de este amor constituye el meollo de la vida y moral cristiana. No sería posible aceptar y cumplir estas exigencias sin la gracia de Dios, que todos pueden recibir para abrir libremente el corazón a los horizontes infinitos del amor. Esas exigencias "sólo son posibles como fruto de un don de Dios, que sana, cura y transforma el corazón del hombre por medio de la gracia" (VS 23).

       A esta vida de un corazón que se abre al amor, los cristianos la llamados "perfección". Propiamente es un camino o proceso que tiende a esa perfección o madurez de la personalidad humana y cristiana. "La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre" (VS 17). La "caridad de Dios", que "se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5), hace posible vivir sus exigencias "en plenitud", porque nos capacita para "responder a la sublime vocación de ser hijos en el Hijo" (VS 17).

       Es, pues, "un crecimiento en el amor", personalmente y en la comunidad eclesial, para responder a "las exigencias del desarrollo de la «imagen de Dios» que está en el hombre" (VS 111). Sólo el que se ha dejado captar por quien "nos amó primero" (1Jn 4,19), entiende que es posible responder a esta llamada de llevar a plenitud la participación en la filiación divina de Jesús (cfr. Ef 1,4-6). Esta convicción y decisión de ser santos, por encima de toda moda y caricatura, se asume con confianza plena "en el inagotable amor misericordioso de Dios"; sólo así es posible avanzar por "el camino de la plenitud de vida propia de los hijos de Dios" (VS 115). Esta confianza y esta audacia brotan en el corazón cuando nos decidimos a "hacernos como niños" (Mt 18,3). Bastaría estrenarla todos los días, queriendo responder al amor con todo el corazón.

       La vocación cristiana es de "caminar en el amor" (Ef 5,2), que consiste en la apertura generosa a los criterios, a la escala de valores y a las actitudes de Cristo. Es el camino del "sí", que inició el mismo Jesús desde el seno de María, queriendo unir a su "sí" el de su Madre y el de toda la humanidad. Es el camino del corazón, donde espera Dios Amor. Por esto el corazón de la Madre de Jesús es la "memoria" de una Iglesia creyente y contemplativa, que quiere vivir el evangelio en plenitud.

       Las exigencias del mensaje evangélico sólo se entienden y viven a partir de un enamoramiento. Por parte de Jesús, su amor está asegurado: "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros" (Jn 15,9). Por parte nuestra, la invitación espera una respuesta: "Permaneced en mi amor" (ibídem). Esa respuesta no sería posible sin la presencia del mismo Jesús en nuestro corazón: "Permaneced en mí, como yo en vosotros; lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí" (Jn 15,4). Apoyados en su presencia comprometida, es posible una respuesta generosa: "Podemos" (Mc 10,39); "todo lo puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13). Así es la creatividad del amor.

       Es importante observar cómo todos los que se entregaron al amor en plenitud, tomaron como punto de partida la iniciativa de Cristo: "Me amó, se entregó por mí" (Gal 2,20). Apoyados en esta fe y confianza inquebrantable, supieron realizarse en el deseo y la búsqueda de esta plenitud de amor que se ensaya todos los días: "Vivo en la fe del Hijo de Dios" (ibídem).

       La renuncia es una consecuencia del amor: "No anteponer nada a Cristo" (San Cipriano y San Benito). Cuando el Señor invitó a "renunciar a todo", indicó también el motivo de esta renuncia: "Seguirle", para ser sus discípulos y amigos (Lc 14,33; Mt 16,24). Se trata de renunciar a todo lo que no lleve al amor, por amor al "reino" (Mt 19,12), es decir, a su "nombre" o persona (Mt 19,29).

       El camino de la plenitud en el amor se va realizando a partir del convencimiento de que Dios nos ama en Cristo, puesto que "en él nos ha dado todo" (Rom 8,32). De este convencimiento, que es fruto de la gracia, nace la decisión de totalidad: darse del todo y para siempre. A la luz de la encarnación y de la redención, descubrimos que esa entrega es posible, a pesar de las debilidades, errores y defectos. Al mirar a Cristo, que es luz, vida y amor, nos dejamos mirar por él en nuestra oscuridad, debilidad, frialdad y dureza. Su mirada de misericordia imprime en nosotros su reflejo; entonces, con él, ya podemos mirar al Padre, en el Espíritu, haciendo de nuestra vida unidad en el amor: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros" (Jn 17,21).

       La "unidad de vida", que armoniza vida interior y acción, sin dicotomías, brota de un corazón unificado, que se va vaciando de todo lo que no suene a donación a Dios y a los hermanos.

2. El seguimiento evangélico como desposorio

       La revelación cristiana, siguiendo la línea del Antiguo Testamento, habla continuamente de "alianza" o desposorio. Dios, hecho hombre, comparte la misma suerte de toda la humanidad. El camino hacia Dios, que en todas las religiones pasa por el corazón, se hace camino de desposorio en el cristianismo: Cristo el Esposo o consorte, el "camino", el protagonista, el hermano y el responsable de nuestro existir unido al suyo.

       Las renuncias radicales del amor encuentran su significado en la naturaleza del mismo amor. El "éxodo", dejando atrás promesas superadas, es ya un éxodo que lleva al "desierto" de la Alianza y a la unión de la nueva "Jerusalén". Jesús es el nuevo "templo", la "shekinah" (tienda de caminante), el "pan de vida", el Emmanuel, "el Verbo hecho hombre que habita entre nosotros" (Jn 1,14).

       Este amor de desposorio por parte de Cristo, reclama un amor de retorno, hasta compartir su misma vida. El "seguimiento" evangélico tiene, pues, las características de una amistad profunda en la que dos vidas se funden en una sola, hasta beber la misma "copa" de bodas en la nueva "Alianza" (Lc 22,20; Mc 10,38). La Iglesia entera se hace esposa o consorte, en vistas a "que todo hombre pueda encontrar a Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el mismo camino de la vida" (RH 13; cfr. VS 7).

       El seguimiento de Cristo, como camino del corazón compartido con él, tiene como impulso interior el amor. Se sigue a Cristo, confiados en su Espíritu, que confiere "la gracia de compartir su misma vida y su amor" (VS 15). Las bienaventuranzas practicadas por Jesús son su "autorretrato", a modo de "invitaciones a su seguimiento y a la comunión con él" (VS 16). La vida y moral cristiana "consiste fundamentalmente en el seguimiento de Cristo, en el abandonarse a él, en el dejarse transformar por su gracia y ser renovados por su misericordia, que se alcanzan en la vida de comunión de su Iglesia" (VS 119).

       No sería posible este seguimiento evangélico, si el deseo sincero de una entrega total, a pesar de las propias limitaciones. El amor tiende a la totalidad de la donación. Sólo entonces existe la verdadera libertad. "La perfección exige aquella madurez en el darse a sí mismo, a que está llamada la libertad del hombre" (VS 17).

       Este seguimiento esponsal hace compartir la misma filiación divina de Jesús, como "hijos en el Hijo" (cfr. Ef 1,5; GS 22). Por ese compartir su misma vida, se llega a la "libertad de los hijos de Dios" (Rom 8,21). Las exigencias de la moral cristiana ya son posibles, cuando se quieren vivir como seguimiento esponsal de Cristo: "Por esto, seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral cristiana"; entonces se tiende a "adherirse a la persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino, participar de su obediencia libre y amorosa a la voluntad del Padre" (VS 19). "El seguimiento de Cristo clarificará progresivamente las características de la auténtica moralidad cristiana y dará, al mismo tiempo, la fuerza vital para su realización" (VS 119).

       Seguir evangélicamente a Cristo equivale, pues, a adoptar una actitud y opción fundamental, que afecta al creyente "en su interioridad más profunda" (VS 21). Se comparte de verdad la vida en Cristo cuando se vacía el corazón de todo lo que no se refiere a él, como centro de la creación y de la historia.

       Sólo quien sigue esponsalmente a Cristo, adhiriéndose vivencialmente a su persona, puede acertar en el análisis de la realidad concreta. Si en la realidad no aparece la luz de Cristo, esa realidad es parcial y tiene el riesgo de convertirse en un espejismo o en una tergiversación de la misma. La dinámica del discernimiento de la realidad pasa por la participación en la vida de Cristo y en su misma conciencia de "Salvador del mundo" (Jn 4,42).

       La palabra "conversión", además de significar el "cambio de mentalidad" ("metanoia") y la consecuente renuncia al pecado, indica también la apertura al "reino" (Mc 1,15), es decir, "la adhesión a la persona de Jesús" (VS 19) y el "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88). Se trata, pues, de "convertirse más radicalmente al evangelio" (UUS 15). Es la "conversión" que hace de cada carisma eclesial un servicio de amistad fraterna: "Tú, cuando te hayas convertido, confirma a tus hermanos" (Lc 22,32). Entonces las estructuras eclesiales aparecen como servicios "kenóticos" o humildes, que son eficaces no por el poder y los privilegios humanos, sino por la acción del Espíritu a través de signos débiles y pobres.

       El seguimiento evangélico es inherente a toda vocación cristiana, a partir del bautismo. Pero en las narraciones evangélicas y en los tiempos apostólicos, aparece una modalidad radical del mismo seguimiento, que es propia de los Apóstoles, de sus sucesores y de las diversas modalidades de vida consagrada surgidas en la historia, para imitar "el género de vida virginal y pobre que Jesús escogió para sí y que abrazó su Madre, la Virgen" (LG 46). Entonces "los rasgos característicos de Jesús - virgen, pobre y obediente - tienen una típica y permanente «visibilidad» en medio del mundo" (VC 1). Las personas "consagradas" son "signo y profecía para la comunidad de los hermanos y para el mundo" (VC 15), "memorial viviente del modo de existir y de actuar de Jesús" (VC 22).

       La llamada que Jesús dirige a los suyos, el "sígueme", se puede apreciar dilectamente la invitación a una relación personal: "Para estar con él" (Mc 3,14). El corazón humano es capaz de las máximas renuncias, cuando experimenta una cierta seguridad (en la fe) de ser amado por Cristo. El "amor apasionado por Jesucristo" (VC 109) lleva a su "anuncio apasionado a quienes aún no le conocen, a quienes lo han olvidado y, de manera preferencial, a los pobres" (VC 75).

       La vida de amistad con Cristo, por ser auténtica, tiende a ser profunda, a modo de desposorio. El mismo se llama "Esposo" o consorte (Mt 9,15) y, por esto, invita a correr su misma suerte y a compartir su misma vida. El amó hasta "dar la vida", como máxima expresión del amor (cfr. Jn 15,13). Su donación total consiste en darse él mismo, sin buscar sus propios intereses y sin pertenecerse. Por esto "no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8,20), y hace de la voluntad del Padre su propia "comida" (Jn 4,34). Su modo de amar es así, sin cálculos matemáticos ni descuentos egoístas.

       A esta vida de amistad invita a "los suyos", a quienes "ha amado hasta el extremo" (Jn 13,1). Si quiere compartir con ellos su misma vida e intimidad divina (cfr. 15,15), es para poder exigir una respuesta generosa en sintonía con la suya: "Permaneced en mi amor" (Jn 15,9). Esta mutua amistad es posible, porque está fundamentada en su iniciativa: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16; cfr. 1Jn 4,10).

       En el camino del seguimiento evangélico se encuentran muchas sorpresas. La principal consiste en "el amor de Cristo que supera toda ciencia" y toda previsión (Ef 3,19). A la luz de este amor, las demás sorpresas se puede superar: la propia debilidad y los propios defectos, los fracasos, malentendidos y abandonos... Pero en la tempestad, él deja oír su voz desde dentro del corazón: "Soy yo, no temáis" (Jn 6,20). Pablo, tal vez algo desanimado en Corito, escuchó la misma voz del amigo que nunca abandona: "No tengas miedo... porque yo estoy contigo" (Act 18,9-10).

       La Iglesia entera se siente invitada a entrar en esos amores como esposa de Cristo, quien la ha amado hasta dar su vida en sacrificio "para santificarla... y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). "La Iglesia esposa, conducida por el Espíritu a reproducir en sí los rasgos del Esposo, se presenta ante El resplandeciente (cf. Ef 5,27)" (VC 19).

 

       Es verdad que son muchos los títulos bíblicos de la Iglesia: cuerpo de Cristo, pueblo, sacramento o misterio, viña, rebaño... Pero todos ellos se refieren a Cristo: ser su expresión, su propiedad esponsal, su signo e instrumento, su familia o comunidad... Si Jesús dijo "mi Iglesia" (Mt 16,18), fue para dar a entender su amor tierno y familiar: "Mi madre y mis hermanos" (Lc 8,21).

       Al tomar conciencia de ser Iglesia esposa, el creyente queda invitado a compartir esponsalmente la misma vida de Cristo: "¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? (Mc 10,38)". Hay que "caminar en el amor, como Cristo nos amó hasta entregarse a sí mismo como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,2). "María con los Apóstoles en el Cenáculo... es una imagen viva de la Iglesia-Esposa... En María está particularmente viva la dimensión de la acogida esponsal, con la que la Iglesia hace fructificar en sí misma la vida divina a través de su amor total de virgen" (VC 34).

       Hoy tal vez los cristianos hemos restado importancia al sentido esponsal del seguimiento evangélico y a la realidad bíblica de la Iglesia como esposa de Cristo. Algunas carencias actuales (en la misión, las vocaciones, la contemplación, el amor de Iglesia) tienen origen en este vacío de sentido eclesial. La vocación cristiana no tendría sentido sin esta perspectiva esponsal de la encarnación: "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). La Iglesia será signo de este misterio de comunión, en la medida en que ella misma sea comunión con Cristo Esposo y con toda la humanidad.

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria evangélica de la Iglesia

       En María, la Iglesia encuentra "la mujer" siempre fiel a las palabras y a la acción redentora de Jesús (Jn 2,4-5; 19,25-27; Lc 11,28). La Madre del Señor es la "memoria" de la Iglesia en el seguimiento evangélico: "En Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales, manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre, sus parientes y sus discípulos" (Jn 2,11-12).

       El corazón de la Madre de Jesús iba guardando las palabras del Señor, para transformarlas en gestos de fidelidad concreta, invitando a la comunidad eclesial a ser fiel a la nueva Alianza simbolizada por las bodas de Caná: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; cfr. Ex 24,7). El seguimiento evangélico recupera entonces el sentido esponsal de correr la suerte o "beber el cáliz" de Cristo Esposo (Mc 10,38). María había sido la primera en decir el "sí" (Lc 1,38) y en aceptar la misma "espada" o suerte del Señor (Lc 2,35).

       La Madre de Jesús sigue siendo el modelo y la guía en este camino de seguimiento esponsal. Es "ejemplo perfecto de amor, tanto a Dios como al prójimo" (TMA 54). Los santos más marianos la vivieron así: "Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes" (San Luís Mª Grignon de Montfort). "Es María, es el Corazón de María, la que más caridad tiene... Es todo caridad... María es el corazón de la Iglesia" (S. Antonio Mª Claret).

       El amor esponsal a Cristo se vive con y como María. "Mi corazón ardiente te lo doy por entero... haz con él lo que quieras, escóndelo en el Corazón purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará... Mi Señor, te amo con el Corazón de tu Madre" (M. María Inés-Teresa Arias).

       En María toda vocación cristiana encuentra el modelo de una respuesta fiel y generosa: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 35). Es también ella la ayuda materna en todo el proceso vocacional, porque "sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones" (PDV 82) y estimulando a "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (PDV 34).

       En toda vocación cristiana, que es siempre de seguimiento evangélico, hay un inicio en el que se toma una opción fundamental, como también hay unos momentos difíciles en los que hay que perseverar con fidelidad y unos tiempos especiales de renovación. Siempre hay que tender "a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). María sigue acompañando activa y maternalmente en todos estos momentos:

       - en el inicio de la santificación y del seguimiento apostólico: Lc 1,15.41 (el precursor); Jn 2,11-12 (los discípulos);

       - perseverando firmemente en las dificultades: Jn 19,25-27;

       - orando para una renovación constante en el Espíritu Santo: Act 1,14.

       Como María y con ella, la Iglesia entera aprende a "abrazar de todo corazón la voluntad salvífica de Dios" y, consecuentemente, a "consagrarse totalmente a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención con él y bajo él, con la gracia de Dios Omnipotente" (LG 56). Por esta consagración y entrega de obediencia incondicional de su corazón, María (como Tipo de la Iglesia) "se convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano" (ibídem) y "cooperó a la restauración de la vida sobrenatural de las almas (LG 61). Esta realidad mariana se prolonga en la Iglesia según la vocación específica de cada creyente.

       El seguimiento evangélico de la vocación laical tiende a la inserción en las estructuras humanas, "a modo de fermento" (LG 31), en vistas a "perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu evangélico" (AA 4). Encomendando a su "solicitud materna" este compromiso apostólico, los laicos imitan la vida de María, quien "mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida a su Hijo y cooperó de modo singularmente a la obra del Salvador" (AA 4; cfr. CFL 64; CT 73; FC 86; MD 2).

       El seguimiento evangélico de la vida consagrada expresa de modo radical el estilo de vida de Cristo, "según se propone en el evangelio" (PC 2). Es, pues, "el género de vida espiritual y pobre que Cristo Señor escogió para sí y para su Madre" (LG 46). La vida consagrada se realiza "según el modelo de la consagración de la Madre de Dios" (RD 17). En este sentido, se puede decir que la vida consagrada es "un reflejo de la presencia de María en el mundo" (Juan Pablo II, año mariano de 1988). Esta vida se convierte en "múltiples frutos de maternidad según el Espíritu" (RMi 70), como "fruto e la donación total a Dios en la virginidad" (RMa 39). "La persona consagrada encuentra en la Virgen una Madre por título muy especial... una especial ternura materna. La Virgen le comunica aquel amor que permite ofrecer cada día la vida por Cristo, cooperando con El a la salvación del mundo. Por eso, la relación filial con María es el camino privilegiado para la fidelidad a la vocación recibida... avanzar en ella y vivir en plenitud" (VC 28).

       El seguimiento evangélico de la vida sacerdotal o del sacerdote ordenado es una prolongación de la acción y de la caridad pastoral de Cristo, como "representación sacramental", "memorial", "prolongación visible y signo sacramental de Cristo" Cabeza, Buen Pastor, Sacerdote, Siervo y Esposo (PDV 13-16). Si en los ministerios hay que "obrar en su nombre" o "en persona de Cristo Cabeza" (PO 2), es necesario también ser, ante la comunidad eclesial, signo transparente de cómo amaba el Buen Pastor, que vivió pobre, obediente y casto (cfr. PDV 22). María, "guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18). De ahí se seguirá "una sólida y tierna devoción" por parte de los sacerdotes ministros (PDV 82; cfr, PO 18; OT 8).

       La Virgen María ayuda a todo creyente a lo largo de todo el proceso de perfección y seguimiento, para configurarse plenamente con Cristo. Su acción materna tiende a hacer de cada bautizado un Jesús viviente, "cooperando con amor materno a su generación y educación" (LG 63).

       Al contemplar a María, se recupera la eclesiología de desposorio con Cristo, puesto que de ella se aprende el seguimiento esponsal de "la mujer" y "nueva Eva", como Tipo de la Iglesia esposa. "La Iglesia... se asemeja más y más a su Esposo" (LG 65), cuando, con María y con ella, contempla el misterio de la encarnación y redención.

       El desposorio eclesial con Cristo, a ejemplo de María, es un camino de discernimiento y de fidelidad al Espíritu Santo. María continúa ahora en la Iglesia su función intercesora como en el cenáculo (Act 1,14), donde "María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu Santo, que en la Anunciación ya la había cubierto a ella con su sombra" (LG 59). Existe una "misteriosa relación entre el Espíritu de Dios y la Virgen de Nazaret", que hace posible "su acción (de ambos) sobre la Iglesia" (MC 27).

       Los santos han mirado a María como Madre, modelo y guía en todo el itinerario de la perfección: "El alma perfecta se hace tal por medio de María" (San Bernardino de Siena). "La Virgen fue constituida como principio difusivo de santificación. La Iglesia entera obtiene de ella la santificación" (San Buenaventura). En este camino, ella es "guía y maestra segura" (San Efrén). Ellos aprendieron experimentalmente que "María es maestra de vida espiritual para cada uno de los cristianos" (MC 21).

       En el corazón de la Madre de Jesús, como memoria evangélica de la Iglesia, se aprende a avanzar por el camino de la perfección, imitándola especialmente "en las virtudes más humildes" (Santa Teresa de Lisieux). Entonces la espiritualidad cristiana es eminentemente mariana, como "vida de fe" con María (RMa 48).

       El camino de la fe es necesariamente camino de contemplación y de perfección. Toda reflexión teológica que no fuera una invitación al seguimiento esponsal de Cristo, dejaría de ser reflexión cristiana. María garantiza el itinerario para adentrarse en el misterio de Cristo Esposo. Las renuncias evangélicas no son más que la orientación del corazón, unificándolo hacia el amor esponsal a Cristo.

       Revisión de vida para unificar el corazón

- El amor verdadero tiende a la totalidad de la entrega:

       "Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,13).

       "En esto hemos conocido lo que es amor: en que él dio su vida por nosotros. También nosotros debemos dar la vida por los hermanos" (1Jn 3,16).

       "Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas" (Mt 22,37-40).

       "Amad..., sed perfectos como vuestro Padre" (Mt 5,44.48).

       "Sed compasivos, como vuestro Padre es compasivo" (Lc 6,36).

       "Sed santos porque yo soy santo" (Lev 19,2; 1Pe 1,16).

       "Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación... pues no nos llamó Dios a la impureza, sino a la santidad" (1Thes 4,3.7).

       "Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad" (2Thes 2,13).

       "Nos ha elegido en Cristo antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad" (Ef 1,4-5).

       "La caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5).

       "Nosotros amemos a Dios, porque él nos amó primero" (1Jn 4,19).

       "Sed, pues, imitadores de Dios, como hijos queridos, y caminad en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros como oblación y víctima de suave aroma" (Ef 5,1-2).

       "Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor" (Jn 15,9).

       "Vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó, se entregó por mí" (Gal 2,20).

- Compartir esponsalmente la misma vida de Cristo:

       "Jesús, fijando en él su mirada, le amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los  pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme»" (Mc 10,21).

       "Cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío" (Lc 14,33).

       "Entonces Pedro, tomando la palabra, le dijo: «Ya lo ves, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué recibiremos, pues?»" (Mt 19,27).

       "Todo aquel que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o hacienda por mi nombre, recibirá el ciento por uno y heredará vida eterna" (Mt 19,29).

       "El hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza" (Mt 8,20).

       "Esta copa es la Nueva Alianza en mi sangre, que es derramada por vosotros" (Lc 22,20).

       "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y que vuestro fruto permanezca" (Jn 15,16).

       "Cristo amó a su Iglesia y se entregó en sacrificio por ella, para santificarla... y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada" (Ef 5,25-27).

- Encontrar en el Corazón de la Madre de Jesús, la memoria del seguimiento evangélico de la Iglesia:

       "El ángel le dijo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por  eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios. Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». Y el ángel dejándola se fue". (Lc 1,35.38).

       "Simeón les bendijo y dijo a María, su madre: «Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción. Y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones»" (Lc 2,34-35).

       "El ángel del Señor se apareció en sueños a José en Egipto y le dijo: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre, y ponte en camino de la tierra de Israel; pues ya han muerto los que buscaban la vida del niño». El se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel... se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret" (Mt 2,19-23).

       "Cuando le vieron, quedaron sorprendidos, y su madre le dijo: «Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando». El les dijo: «Y ¿por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?». Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón" (Lc 2,48-51).

       "Jesús dijo: ...«Mujer, todavía no ha llegado mi hora». Dice su madre a los sirvientes: «Haced lo que él os diga»... En Caná de Galilea, dio Jesús comienzo a sus señales, manifestó su gloria, y creyeron en él sus discípulos. Después bajó a Cafarnaúm con su madre, sus parientes y sus discípulos" (Jn 2,11-12).

 

IV

FECUNDIDAD DE LA CRUZ

1. Cruz y martirio

2. La perfecta alegría

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria pascual de la Iglesia

Revisión de vida para unificar el corazón1. Cruz y martirio

       El silencio, la soledad y la renuncia forman parte del itinerario que va hacia la Pascua. La sombra de la cruz es luminosa y llena de vida, porque en ella hay "alguien" que es palabra y presencia esponsal. Al corazón humano le espanta el sufrimiento, pero cuando descubre a Cristo Esposo crucificado, aprende a beber con alegría su misma copa, para compartir su misma vida.

       El cristianismo es camino de cruz porque está siempre orientado hacia la Pascua del Señor. La cruz abre sus brazos y su corazón a la resurrección. Los errores y pecados del pasado y del presente son siempre debidos al hecho de querer escapar de la cruz. La debilidad de la cruz se convierte en "fuerza de Dios" (1Cor 1,24). Los brazos de la cruz, impresos en la vida del creyente, atraen el corazón del mismo Cristo.

       Cristo crucificado está simbolizado por los crucifijos. Su presencia verdadera aparece sólo en vidas humanas que quieren ser sus "testigos" (Act 1,8), hasta poder decir como Pablo: "No quise saber nada entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Cor 2,2). El corazón de Cristo quedó abierto en la cruz para mostrar su unidad, como reflejo de Dios Amor. Aquel costado abierto, del que brotó el agua viva del Espíritu, fue la máxima epifanía de la Trinidad, porque entonces apareció el significado de la encarnación del Hijo de Dios: "De tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito" (Jn 3,16).

       El cristiano ya sólo podrá unificar el corazón, si crucifica sus criterios, su escala de valores y sus actitudes, orientándolas hacia la oblación o donación de sí mismo. La realidad concreta, aunque sea dolorosa, es hermosa, porque cuando se transforma la vida en donación, ya es posible hacer siempre lo mejor: "El don total de uno mismo, como hizo Cristo en la cruz" (VS 89).

       La "mirada" puesta en Cristo crucificado es más clarificadora que todos los "enunciados doctrinales" sobre la moral cristiana, porque "sólo en Cristo está la respuesta verdadera"; por esto, "la Iglesia encuentra en Jesús crucificado la respuesta al interrogante que atormenta hoy a tantos hombres... Cristo crucificado revela el significado auténtico de la libertad, lo vive plenamente en el don total de sí y llama a los discípulos a tomar parte en su misma libertad" (VS 85).

       La madurez del corazón humano se manifiesta en la verdad de la donación, como expresión de la verdadera libertad. Pero esa donación se aprende en la cruz pascual de Cristo. Efectivamente, "su carne crucificada es la plena revelación del vínculo indisoluble que existe entre libertad y verdad" (VS 87). En la resurrección de Jesús aparece "la fecundidad y la fuerza salvífica de una libertad vivida en la verdad" (ibídem). Por esto, "la contemplación de Jesús crucificado es la vía maestra por la que la Iglesia debe caminar cada día si quiere comprender el pleno significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a Dios y a los hermanos" (VS 87).

       La sangre que brota del costado de Cristo, significa su vida donada por amor. Por esto, "la sangre de Cristo manifiesta al hombre que su grandeza, y por tanto su vocación, consiste en el don sincero de sí mismo" (EV 25). La vida humana recupera todo su sentido. Así como el Hijo de Dios "manifestó su gloria" en vistas a "su hora" (Jn 2,11; 13,1), del mismo modo el misterio de la vida humana se descifra en la cruz como verdad de donación. "La vida encuentra su centro, su sentido y su plenitud, cuando se entrega" (EV 51). Jesús ha fundado la Iglesia para vivir y anunciar este mensaje: "De la cruz, fuente de vida, nace y se propaga el pueblo de la vida" (ibídem).

       Cuando los cristianos decimos "cruz", queremos indicar la actitud oblativa de Cristo, especialmente en los momentos de dolor y humillación. Por esto, participar en la cruz, significa entrega de sí mismo, principalmente en los momentos de renuncia, de servicio y de donación total. Sin esta perspectiva del amor, el signo de la cruz no pasaría de ser frustración y soledad estéril. La imagen de Cristo crucificado no produce traumas en los pequeños, si éstos ven reflejado en los mayores el mismo amor sereno de Jesús. Los traumas se originan en un corazón disperso y dividido, desde donde se contagian a los demás con la excusa de la "cruz".

       A veces, la participación en la cruz de Cristo llega al grado de "martirio", es decir, de "testimonio" sangriento. La historia de la Iglesia, según la promesa del Señor (Jn 15,18ss; Mt 10,17ss), será siempre historia martirial. "La caridad, según las exigencias del radicalismo evangélico, puede llevar al creyente al testimonio supremo del martirio" (VS 89). "El martirio cristiano siempre ha acompañado y sigue acompañando la vida de la Iglesia" (VS 90).

       Todo creyente que se decida a ser consecuente con las exigencias evangélicas, hallará contradicciones, también dentro de la comunidad eclesial, como ha sido el caso de muchos santos. Lo importante es garantizar que la actitud tomada corresponda al evangelio tal como lo vive y practica la Iglesia. Las personas que forman la comunidad eclesial no dejan de tener sus limitaciones humanas, que frecuentemente son fuente de dificultades para los demás. Pero hay que saber intuir el misterio de la Iglesia "comunión", donde Cristo está presente por medio de signos pobres.

       La donación sincera y leal resulta incómoda para todos. Hay muchos cristianos que, por ser fieles al evangelio y a la Iglesia, son marginados, pierden puestos de trabajos y sufren persecución. Son siempre muchos los apóstoles que viven permanentemente en una situación martirial. "En el martirio, como confirmación de la inviolabilidad del orden moral, resplandecen la santidad de la ley de Dios y a la vez la intangibilidad de la dignidad personal del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios" (VS 92).

       La entrega al camino de perfección y de misión, irá acompañada siempre por la posibilidad del martirio. "El martirio es un signo preclaro de la santidad de la Iglesia" (VS 93). Esa entrega generosa y martirial se convierte en "anuncio solemne y compromiso misionero «usque ad sanguinem» para que el esplendor de la verdad moral no sea ofuscado en las costumbres y en la mentalidad de las personas y de la sociedad" (ibídem).

       La vida cotidiana del cristiano más sencillo que quiere ser fiel, tiene estas características de martirio incruento de "coherencia", que, a veces, lleva consigo "sufrimientos y grandes sacrificios" (VS 93). El gozo del Espíritu, que "nadie puede arrebatar" (Jn 16,22), es el resultado de un camino de Pascua que pasa siempre por la cruz.

       Martirio, cruento o incruento, será siempre una actitud habitual de donación de quien no busca sus propios intereses, sino los de Cristo (2 Cor 12,14). "Es un testimonio que no hay que olvidar", porque también "en nuestro siglo han vuelto los mártires, con frecuencia desconocidos, casi «milites ignoti» de la causa de Dios" (TMA 37).

       La cruz ilumina todo el camino de la vida, descubriendo en ella signos de esperanza pascual. No podría ser testigo creíble de Cristo quien no estuviera fraguado en la cruz. Es verdad que, a veces, la cruz parece "anonadamiento" total; pero ese despojamiento de todo es sólo para manifestar la donación total de Cristo, quien "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre" (Fil 2,7-9).

       Aunque parezca un contrasentido, habrá que buscar la fuente del dolor de Cristo no en los azotes, espinas, clavos y sarcasmos, sino en el amor. El dolor más profundo de Jesús, en Getsemaní y en la cruz, fue debido al amor al Padre en el Espíritu Santo, al amor a toda la humanidad y a su amor de donación total. El dolor más profundo consistía en ver que "el Amor no es amado" (San Francisco de Asís), que los hombres sus hermanos estaban destruido por el egoísmo y el pecado, y que su misma oblación parecía un "abandono" inútil (Mt 27,46). Entonces se manifestó plenamente la donación de Cristo: "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).

       Jesús sufrió por "haber amado a los suyos hasta el extremo" (Jn 13,1). "Dar la vida" por sus "amigos" fue la prueba máxima de su amor y la causa de su dolor. Quien ha experimentado este amor, se siente fortalecido para afrontar el dolor, para transformarlo en cruz de donación total. Pero el mismo creyente no deberá olvidar que la experiencia del amor de Cristo ha sido siempre en la propia debilidad y pecado, donde esperaba él, "cansado del camino" (Jn 4,6) y con el corazón abierto.

       Si faltara el sentido del pecado (perdonado o prevenido), faltaría también el amor apasionado por Cristo y el servicio incondicional a los hermanos. El perdón generoso de Jesús es siempre el estímulo que genera los apóstoles de todos los tiempos. Al vivir esta fe en el amor misericordioso de Cristo, el apóstol comprende que no existe cristianismo (santidad y misión) sin cruz. La vida apasionada de Pablo, el perseguidor convertido, estuvo marcada por esa misma señal: "Estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19).

 

2. La perfecta alegría

       El corazón humano busca siempre la felicidad, la verdadera paz. Cuando hay dispersión hacia lo que no es verdadero ni bueno, el corazón sufre. Una sociedad de bienestar, como la nuestra, no siempre ayuda a conseguir el gozo de un corazón unificado en la verdad de la donación.

       Los santos han sido deconcertantes. No siempre fueron comprendidos. Que San Francisco hable de "perfecta alegría", precisamente cuando es despreciado, desconocido e incluso apaleado, no tiene sentido humanamente hablando. A los santos sólo se les entiende a partir de su enamoramiento de Cristo. La sencillez, la pobreza y la alegría del "hermano universal", nace de su amistad y desposorio con Cristo.

       Cuando uno entra en los amores de Cristo, en su corazón abierto por amor, entonces se comienza a comprender su misterio de Belén, Nazaret y Calvario. Y si Jesús ha querido experimentar el "abandono" en la cruz, así como el "silencio" y la "ausencia" de Dios, es porque, como Esposo, ha aceptado la "copa" de bodas preparada por el Padre (cfr. Jn 18,11; Lc 22,20). Así amó a toda la humanidad, que es su esposa o consorte. A la luz de este amor, las penalidades de esta vida no son más que participación en el amor esponsal de Cristo crucificado.

       El gozo más profundo de un corazón enamorado de Cristo es el de compartir su misma vida, "completándolo" en todo (Efes 1,23): en su oración (por el "Padre nuestro"), en su amor (por las bienaventuranzas y el mandamiento nuevo), en su vida ordinaria de Nazaret, en su "pasión" (cfr. Col 1,24), en su misión (Jn 20,21)... Ese fue el "gozo desbordante" de Pablo (2Cor 7,4). Algunos hablarán de masoquismo y voluntarismo. Otros se perderán en elucubraciones sobre cómo es posible "completar" la pasión de Cristo, siendo ya perfecta y completa... Pero al enamorado le basta con aceptar la invitación de Cristo Esposo; "¿podéis beber la copa que yo he de beber?" (Mc 10,38). Sólo el amor sabe respetar el misterio de Dios que es Amor, así como la historia de amor que se refleja en todo hermano y en el propio corazón. A esa luz no se llega si no es por medio del sufrimiento y de la oscuridad de la fe.

       La perfecta alegría nace del hecho de dedicarse desinteresada y plenamente al "Reino de Dios". Entonces se descubre que ese Reino "es ante todo una persona, que tiene el rostro y el nombre de Jesús de Nazaret, imagen del Dios invisible" (RMi 18). Y así se aprende a "participar de la función real de Cristo en la cruz" (VS 87). La Iglesia, esposa de Cristo, no desea otro diadema, otro cetro y otro trono que el de Cristo coronado de espinas, escarnecido y crucificado.

       El gozo esponsal consiste en encontrar a Cristo en el propio corazón, en el corazón de todo hermano y en los signos pobres de la Iglesia, especialmente en la palabra evangélica, en la eucaristía, en los demás sacramentos y en el carisma y vocación de cada hermano. Ese gozo se alimenta de la esperanza en un encuentro definitivo: "El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven, Señor Jesús" (Apoc 22,17.20). Ese gozo profundo del Espíritu no lo pueden arrasar las borrascas de superficie.

       El amor a Cristo Esposo se demuestra en afrontar las dificultades, amando, es decir, transformándolas en otras tantas posibilidades de servicio y donación. Tanto Getsemaní como el Calvario, para Cristo y para la Iglesia, son la "copa" de bodas preparada por el Padre. A partir de este amor esponsal, es posible vivir y morir perdonando y sembrando la esperanza (Lc 23,34.46; Jn 19,30).

       Este lenguaje cristiano no resulta fácil en ninguna cultura. Pero el proceso de "inculturación" no puede "desvirtuar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17). Quien no se haya "inculturado" en los valores evangélicos, tampoco será capaz de insertarse en las culturas y en la historia humana.

       Jesús sigue siendo "el camino" para transformar la humillación o "kenosis" de la cruz, en una conciencia más profunda de ser "hijos en el Hijo". El, en medio del abandono de la cruz, tenía conciencia y certeza de ser Hijo eterno de Dios. Así experimentó más que nadie el "silencio" de Dios. Por esto, en la resurrección experimentó plenamente, también en su humanidad, los efectos de su filiación divina.

       El camino está trazado también para nosotros. Nuestra ventaja consiste en que Jesús se nos hace "el camino", invitándonos a compartir su experiencia de cruz y de resurrección. Con nosotros ha iniciado el proceso de "volver al Padre" (Jn 16,28). La filiación divina participada bien merece el precio de participar en la cruz de Cristo, en su silencio, soledad, abandono..., que son siempre palabra, presencia y plenitud divina.

       Por la cruz, es como si el corazón de Cristo se vaciara de sí mismo, para mostrar a Dios Amor. Entonces, más que nunca, se aclaran sus palabras: "Quien me ve a mí, ve al Padre" (Jn 14,9). Su anonadamiento ("kenosis") deja entrever la plenitud de la presencia divina. Desde entonces, las reglas del amor han quedado redactadas con claridad: vaciarse de sí, para llenarse de Dios y para ser donación a Dios y a los hermanos.

       Este es la alegría de "volver" al primer rostro del hombre, creado por Dios a su imagen y recreado a imagen de Cristo su Hijo. El retorno es doloroso, como de quien tiene que corregir, cercenar, reorientar. Pero el corazón humano va recuperando el gozo de abrirse a la suma verdad, al sumo bien y a la suma belleza. Es la alegría de ser "biografía" complementaria de Cristo en el tiempo.

       El gozo de esta perfecta alegría no nace de una conquista, sino que es don e iniciativa divina. Ahí aparece de nuevo el motivo principal del gozo: saberse amado por Dios en Cristo, por haber sido elegido para compartir esponsalmente su misma suerte. La vida de Cristo se prolonga en nosotros, en nuestro Belén, Nazaret, Calvario y sepulcro vacío.

       El nuevo cielo y la nueva tierra están ya "sellados" por el Espíritu (Ef 1,13). El "gozo en el Espíritu" (Lc 10,21) consiste en participar con Cristo en la construcción de la "ciudad" definitiva (Apoc 21,1-2). El camino pascual para llegar a este triunfo ya está trazado: "La sangre (o vida) de Cristo, se ofreció inmaculada a Dios por medio del Espíritu" (Heb 9,14). El éxito o el fracaso humano ya no cuentan; sólo cuenta la cruz del misterio pascual.

       Las vicisitudes de la historia ya han encontrado su orientación definitiva: la cruz pascual de Cristo, que "atrae todo a sí" (Jn 12,32). La historia ha recuperado su sentido. Del tapiz maravilloso que estamos tejiendo, por el momento sólo vemos las hilachas del reverso; pero ya intuimos el resultado futuro y definitivo, que sólo será posible por la transformación del sufrimiento en amor. La vida es hermosa porque es prolongación, en el tiempo, de la vida de Cristo, para comenzar a participar en su "vida eterna" (Jn 6,40; 17,2).

       "Vivir y creer" en Cristo (Jn 11,26) es el fundamento de un corazón unificado por la perfecta alegría. Todos los hermanos y todos los dones de Dios pueden ayudar, pero nadie puede suplir a Cristo. En los momentos difíciles, parece que todo se tambalea, por dentro y por fuera. Pero, aunque sea en la tempestad, en el sepulcro vacío o en un cenáculo de gente desconcertada, Jesús no faltará a la cita para decir de nuevo: "Soy yo" (Jn 6,20; Lc 24,39). Esta esperanza, reestrenada todos los días a ejemplo de la Madre de Jesús, es la que da sentido gozoso al caminar personal y comunitario.

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria pascual de la Iglesia

       En el corazón de la Madre de Jesús, la Iglesia encuentra no sólo la memoria de la fe, de la contemplación y del seguimiento evangélico, sino también la memoria del misterio pascual. En aquel corazón, que es el corazón de la Iglesia, resonaron las palabras de Jesús crucificado y resucitado. Ella las "contempló en su corazón", según su actitud habitual (Lc 2,19.51), y las cotejó con las promesas de Jesús sobre su resurreción.

       Con las palabras de Jesús, también entraron en su corazón los gestos redentores de su Hijo. Por esto, "guiada por el Espíritu, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18), "sufriendo profundamente con su Unigénito y asociándose con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).

       María es como el corazón pascual de la Iglesia. Las palabras de Jesús, "he aquí a tu Madre" (Jn 19,27), señalan a quien es Madre, modelo y guía para asociarse al misterio pascual de Cristo. "Su maternidad la inició en Nazaret y la vivió en plenitud en Jerusalén junto a la cruz" (TMA 54). Esa maternidad "perdura sin cesar" (LG 62), como figura y Tipo de la Iglesia, también asociada esponsalmente a Cristo, para transmitirlo al mundo. Ella "cooperó a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61) y sigue cooperando "con amor materno" (LG 63).

       Participando en el misterio pascual de Cristo, la Iglesia imita y participa en la maternidad de María, porque "mediante la palabra y el bautismo, engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64). En María y en la Iglesia, se realiza la "nueva maternidad según el Espíritu" (RMa 21). Los "dolores de parto" son su participación en los sufrimientos de Cristo (Jn 16,21; Gal 4,19; Apoc 12,4-5), para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). El corazón de María es el "primer altar, primera víctima con Cristo" (Pablo Mª Guzmán).

       La vida humana está llamada a un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5), como fruto del misterio pascual de Cristo. María, "la mujer" asociada a Cristo Redentor, ha colaborado en la transmisión de esa nueva vida: "Por esto María, como la Iglesia de la que es figura, es Madre de todos los que renacen a la vida. Es, en efecto, Madre de aquella Vida por la que todos viven, pues, al dar a luz esta Vida, regeneró en cierto modo, a todos los que debían vivir por ella" (EV 102). María "ha estado siempre presente en la Iglesia con su maternal asistencia" (Pablo VI).

       Esa maternidad de María se realiza ahora "por medio de la Iglesia" (RMa 24). Y es, por tanto, la misma Iglesia la que participa de esta maternidad. "Al contemplar la maternidad de María, la Iglesia descubre el sentido de su propia maternidad y el modo con que está llamada a manifestarla" (EV 102).

       En esta relación con la realidad y con los sentimientos de María, la Iglesia se hace más consciente y responsable de que su única misión es la de anunciar y comunicar al mundo a Cristo Salvador. Por vivir en sintonía con el corazón de la Madre de Jesús, se aprende que "el «sí» de la anunciación madura plenamente en la cruz, cuando llega para María el tiempo de engendrar y acoger como hijo a cada hombre" (EV 103).

       La Iglesia participa también en esta nueva maternidad. Precisamente por ello, la fe descubre en cada ser humano una presencia de Jesús, que debe llegar a ser realidad profunda en el corazón. Todo lo que se hace a un hermano, se hace al mismo Jesús (cfr. Mt 18,5; 15,40). María es portadora de este mensaje viviente, que convierte en sagrada la vida de cada hombre.

       La maternidad de María y de la Iglesia consiste, pues, en un "sí", que llega a su madurez en la participación en el misterio pascual de Cristo. El "sí" es más auténtico y más profundo cuando se convierte en asociación a Cristo crucificado. La fecundidad del "fiat" se manifiesta con plenitud en el "estar de pie junto a la cruz" (Jn 19,25). Esa fecundidad incluye "las penas indecibles del Corazón de María, la única que leía y comprendía los padecimientos internos de su Hijo divinísimo" (Concepción Cabrera de Armida).

       La relación de la Iglesia y de todo creyente con María, llega a ser tan estrecha, que es como la expresión connatural a su mismo ser. Es verdad que la naturaleza de la Iglesia es ministerial (de servicios) y sacramental (de signos eficaces). Pero la realidad a la que apuntan estos servicios y signos es la misma: Jesús, que quiere comunicarse por María y por la Iglesia. "La Iglesia aprende de María la propia maternidad y reconoce la propia dimensión materna de su vocación" (RMa 43).

       En los servicios o ministerios de anuncio, celebración y comunicación del misterio de Cristo, la Iglesia siente espontáneamente la presencia activa y materna de María, su excelso Tipo. Por esto, "al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio de la adopción de hijos mediante la gracia" (RMa 43).

       La fecundidad de la maternidad eclesial está, pues, en relación directa con el "amor materno de María" (LG 65). Pero ese amor está marcado con la impronta de la cruz. El "sí" a la palabra de Dios es una aceptación de su miseria, que es siempre sorprendente, a modo de "espada" que desbarata los cálculos y las programaciones humanas, como "signo de contradicción" (Lc 2,34-35).

       Ante la realidad dolorosa del fracaso humano, resulta difícil aceptar las palabras proféticas de Jesús: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto" (Jn 12,24). En el cenáculo del primer sábado santo, los discípulos estaban desconcertados. Pero allí María, la creyente, la contemplativa y "la mujer" asociada a su Hijo, continuaba "meditando en el corazón" el anuncio de Jesús: "El hijo del hombre... resucitará al tercer día" (Mt 20,18-19). Desde aquel cenáculo, María es la "memoria" pascual de la Iglesia.

       Se necesita también ahora un corazón de madre, como el de María, para aceptar incondicionalmente el misterio pascual de Jesús, todo entero. Quien dice aceptar la resurrección, sin cargar la cruz, vive de fantasías infantiles y estériles. Y quien, ante su propia cruz, se deja llevar por la agresividad o por la angustia y el desánimo, es que no ha captado las últimas palabras esperanzadoras de Jesús crucificado: "En tus manos, Padre" (Lc 23,46).

       El misterio pascual de Jesús, como sus palabras, sólo se comprende meditándolo, como María, en lo más hondo del corazón. Pero si el corazón está disperso y enredado en otras preferencias, "la semilla de la palabra" queda infecunda (Lc 8,11). El misterio pascual sólo lo captan quienes tienen alma de niño o que aceptan su propia pequeñez, para decir llenos de bozo en el Espíritu: "Sí, Padre, porque así te agrada" (Lc 10,21).

       Sin el gozo del "Magníficat", nunca se comprenderá ni vivirá la cruz. Sin la fe de María, nunca se aceptará la realidad viva y completa de Jesús resucitado presente. Es fácil aceptar las abstracciones y reducciones, porque no comprometen a nada. La fe en Jesús resucitado y en su mensaje "es un conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88).

 

       Revisión de vida para unificar el corazón

- Unificar el corazón transformando el sufrimiento en donación y servicio gozoso:

       "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,1).

       "Si yo, el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo: no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, dichosos seréis si lo cumplís" (Jn 13,14-17).

       "Por haberos dicho esto vuestros corazones se han llenado de tristeza. Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me voy, no vendrá a vosotros el Paráclito; pero si me voy, os lo enviaré" (Jn 16,6-7).

       "Dentro de poco no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver. En verdad, en verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis, y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo" (Jn 16,19-20).

       "Cristo se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres... y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre" (Fil 2,7-9).

       "Porque no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio. Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17).

       "No quise saber entre vosotros sino a Jesucristo, y éste crucificado" (1Cor 2,2).

       "Yo por la ley he muerto a la ley, a fin de vivir para Dios: estoy crucificado con Cristo" (Gal 2,19).

- Dejar vibrar el corazón en la "perfecta alegría" de compartir la misma suerte de Cristo Esposo:

       "Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: «Me voy y volveré a vosotros». Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre" (Jn 14,27-28).

       "Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: «Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya»" (Lc 22,41-42).

       "La copa que me ha dado el Padre, ¿no la voy a beber?" (Jn 18,11).

       "Y alrededor de la hora nona clamó Jesús con fuerte voz: «¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?»... Y enseguida uno de ellos fue corriendo a tomar una esponja, la empapó en vinagre y, sujetándola a una caña, le ofrecía de beber" (Mt 27,46-48).

       "Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: «Todo está cumplido.» E inclinando la cabeza entregó el espíritu" (Jn 19,30).

       "El velo del Santuario se rasgó por medio y Jesús, dando un fuerte grito, dijo: «Padre, en tus manos pongo mi espíritu», y, dicho esto, expiró" (Lc 23,45-46).

       "Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

       "Estoy lleno de consuelo y sobreabundo de gozo en todas mis tribulaciones" (2Cor 7,14).

- Unificar el corazón viviendo el misterio pascual en el corazón de la Madre de Jesús:

       "La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar" (Jn 16,21-22).

       "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19).

       "La Jerusalén de arriba es libre; ésa es nuestra madre, pues dice la Escritura: «Regocíjate estéril, la que no das hijos; rompe en gritos de júbilo, la que no conoces los dolores de parto, que más son los hijos de la abandonada que los de la casada»" (Gal 4,26-27).

       "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa. Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dice: «Tengo sed»" (Jn 19,25-28).

       "Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz" (Apoc 12,1-2).

       "Luego vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar no existe ya. Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo... Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin; al que tenga sed, yo le daré del manantial del agua de la vida gratis" (Apoc 21,1-2.6).

       "El Espíritu y la esposa dicen: ven... ven, Señor Jesús (Apoc 22,17.20).

 

 

 

 

V

ESPERANZA EN LA INCERTIDUMBRE

1. El camino de la comunión sin recompensa

2. El camino de la misión sin eficacia inmediata

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la Iglesia comunión y misión

Revisión de vida para unificar el corazón1. El camino de la comunión sin recompensa

       En Dios Amor, todo es "comunión", es decir, donación mutua interpersonal. Y el objetivo que Dios se ha trazado en la obra de la creación y redención, es el de hacer de cada corazón y de toda la familia humana, una comunión reflejo de la comunión divina. Por esto, la Iglesia es signo transparente y portador de esta comunión universal: "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra «comunión»" (SRS 40).

       Es hermoso hablar de esa comunión, donde cada uno y cada pueblo o comunidad sólo existe para relacionarse dándose gratuitamente. Pero, en la práctica, la comunión es el verdadero amor de vaciarse de sí mismo, renunciando a las propias preferencias, en bien de los demás, sin esperar recompensa. La experiencia enseña que buscar esa recompensa, por legítima que sea, es fuente de dolor y de división entre hermanos.

       Ese amor de gratuidad, de darse a sí mismo de verdad, es el amor con que amó Jesús: "Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos" (Jn 15,13). Y así quiere que amen sus seguidores: "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

       En una familia existe esta comunión, en la medida en que hay unos padres que se desviven por el bien de sus hijos, aún sabiendo que no siempre se lo agradecerán. En una comunidad eclesial, la comunión necesita personas que se decidan a ser gotita de aceite y nada más: sirviendo, dirigiendo, animando o, simplemente, estando con serenidad.

       En la Iglesia universal y en las Iglesias particulares, tanto las personas como los servicios, han sido instituidos por Jesús para construir una comunión donde él esté a gusto: "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). Cuando la insistencia se pone en los propios derechos y en el campo de los poderes humanos, entonces los litigios "eclesiales" se hacen insolubles, precisamente por la naturaleza de la Iglesia que es comunión.

       ¿Existe esta comunión? ¿será una utopía inabarcable? A juzgar por lo que es noticia sociológica, esa comunión existe sólo en la lejanía. Pero si alguien se decidiera a vivir "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), descubriría que ya están puestos los cimientos de esa catedral maravillosa de la comunión eclesial universal: pastores y misioneros que "han entregado su vida a la causa de nuestro Señor Jesucristo" (Act 15,26), almas consagradas y contemplativas en innumerables campos de caridad, enfermos con el corazón en paz y sembrando serenidad, padres y madres que se desviven por la familia, servidores anónimos que no buscan más premio de que a Cristo... El amor de gratuidad existe, pero no se nota, precisamente por ser amor que no espera otra recompensa que la de seguir amando. Esas personas desconocidas no conocen la frustración. Son como el crecer silencioso y lento de un bosque, sin los ruidos propagandísticos de un solo árbol que se derrumba.

       La realidad de superficie, también en la Iglesia o en las comunidades eclesiales, aparece hecha añicos. Los hermanos cristianos estamos separados desde hace siglos. Las instituciones se reafirman buscando preferentemente la propia obra por encima de la Iglesia comunión. Privilegios y enredos, los hay todavía, y muchos. Sólo una Iglesia o una comunidad eclesial concreta, que se decida a esta actitud "kenótica" de "despojarse" de todo como Cristo (Fil 2,5ss), podrá construir la comunión pedida por Jesús: "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

       Así se explica por qué (como vemos en las autobigrafías de los santos) el Señor guía a muchos corazones por el camino del despojamiento total, para que su vida sólo suene a donación. La pedagogía de Dios es desconcertante, hasta permitir toda clase de marginaciones, humillaciones y olvidos... Es el privilegio que le tocó a Jesús. Incluso el mismo Dios se esconde, dejando la impresión de que calla y está ausente. Pero esos son los santos, casi siempre anónimos, que han ido construyendo la Iglesia comunión y misión. Y esos santos, ya en la patria, siguen siendo calladamente comunión: la "comunión de los santos", el dogma más desconocido.

       Es curioso observar que, tanto las personas como las instituciones, cuando buscan sus propios intereses al margen de la comunión y de las directrices de la Iglesia, pueden llegar a un cierto éxito, incluso con largos años de duración. Pero como todo lo que no nace del amor es caduco, a la larga se produce un fenómeno de soledad y de frustración, que es el origen de todas las crisis históricas. El punto de referencia, que el Señor ha dejado a "su" Iglesia amada, es el de "Pedro" (Mt 16,18). Pero orientarse hacia esta "Roca", dentro y fuera de la Iglesia, es siempre despojamiento y donación de fe. Los hermanos que están "fuera" o lejos, no siempre constatan esa comunión. Leer el magisterio con espíritu de fe y con el corazón abierto a la sorpresa de Dios, es fuente de comunión y de pocos aplausos.

       El Señor no da vocaciones verdaderas a instituciones y Presbiterios, donde no reine el estilo de familia evangélica querida por él y que él inspiró a los Apóstoles y a los fundadores. Es verdad que hay momentos de pruebas inexplicables, pero lo importante es que él quiere estar "en medio" de hermanos que vivan de verdad y gozosamente la comunión, olvidándose de sí mismos para que los demás experimenten la familia eclesial.

       Para ser comunión, hay que eliminar mucha chatarra. Pero precisamente cuando falta la comunión con Dios y con los hermanos, a esa chatarra le ponemos la etiqueta de méritos, de derechos adquiridos e incluso de "carismas" o dones recibidos. Nos empeñamos en que los demás hermanos (separados o no) reconozcan su error y acepten sin más la verdad evangélica completa (según nuestros baremos). Pero ellos no ven en nosotros el rostro de Jesús misericordioso, ni la actitud de perdón, que consiste en excusar sin acusar: "Perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen" (Lc 23,34). La verdadera comunión, del corazón y de la comunidad eclesial, "revela el rostro de Cristo" (UUS 75).

       La vida de comunión en una comunidad cristiana (sacerdotal, religiosa, laical), necesita las derivaciones esenciales de toda comunidad evangélica y apostólica: el seguimiento radical de Cristo y la misión sin fronteras. Sin estos dos mordientes, la comunidad se atrofia y resquebraja, porque se sobrepone el propio interés y las quejas de todo y contra todos. El reflejo de la comunión trinitaria en el corazón y en la comunidad, es imposible sin el amor de gratuidad. "Jesús pide que le sigan y le imiten en el camino del amor, de un amor que se da totalmente a los hermanos por amor de Dios" (VS 20).

       Las rupturas de la comunión se originan siempre y previamente en el corazón. Al principio no suelen ser grandes herejías ni cismas, sino "sólo" falta de apertura generosa a las exigencias evangélicas: "Ninguna laceración debe atentar contra la armonía entre la fe y la vida: la unidad de la Iglesia es herida no sólo por los cristianos que rechazan o falsean la verdad de la fe, sino también por aquellos que desconocen las obligaciones morales a las que los llama el Evangelio" (VS 26).

       De esta falta de generosidad evangélica, se pasa fácilmente al "disenso" (VS 113) y, luego, a la búsqueda de teorías y de grupos que justifiquen la postura adoptada, para quedar en "paz". Los no creyentes y los no católicos no ven a Cristo en nosotros, porque falta el signo de la unidad, la realidad de "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. Jn 13,35; 17,21-23).

       Se necesitan corazones de "madre", que sepan olvidarse de sí mismos, viviendo a la sorpresa de Dios, para ser instrumentos dóciles en sus manos. Hoy es difícil esa actitud "materna", en un ambiente de reivindicaciones donde prevalece el valor del número cuantitativo y del poder.

       Para construir la comunión de hermanos con un amor de gratuidad, es necesario orar y obrar como le gusta a Dios. La acción providencial de Dios Amor no es sólo una página poética del evangelio (Mt 6,25ss), sino una realidad sorprendente y evangélica de todos los días. Para ser un instrumento y un monumento de la gloria de Dios, que es Amor, hay que destruir o dejar de lado todo lo que no suene a comunión. "Destrúyeme, Señor, y sobre mis ruinas levanta un monumento a tu gloria" (Laura Montoya).

       Uno se siente de verdad realizado, cuando vive gratuitamente ese amor. Otro modo de realizarse, según las propias preferencias, sería una trampa que agostaría las vocaciones y vaciaría de sentido las comunidades eclesiales y los carismas fundacionales.

2. El camino de la misión sin eficacia inmediata

       Dios unifica el corazón del hombre por caminos desconcertantes: dejando entrar su amor en el silencio, la soledad, la renuncia, la cruz, la gratuidad, la incertidumbre humana... Siempre se trata de orientar el ser humano hacia la donación. Cuando se comienza a tener una leve experiencia de la presencia y de la palabra de Dios y del encuentro con Cristo crucificado y resucitado, entonces el Señor comunica su misión: "Ve a mis hermanos" (Jn 20,17). Es verdad que no estamos preparados para esta sorpresa; pero él nos enseña a darnos a los demás, anunciando y transparentando su amor, comunicando a los otros la propia experiencia de misericordia.

       En el servicio de la misión, el hombre se encuentra con la misma sorpresa: non se asegura la eficacia inmediata. Es verdad que frecuentemente se vislumbra y hasta se constata cierto éxito, pero pronto se aprende que la misión consiste en correr la suerte de Cristo: "Vino a los suyos y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). Al fin y al cabo, "el siervo no tiene mayor éxito que su señor" (Jn 15,20). Es que el amor unifica el corazón del apóstol por un proceso de gratuidad en la donación: darse a sí mismo, sin pertenecerse, como "consorte" de Cristo.

       Si el corazón de los creyentes se unifica por la donación incondicional, entonces Cristo se transparenta en el rostro de la Iglesia. "Jesucristo, «luz de los pueblos», ilumina el rostro de su Iglesia, la cual es enviada por él para anunciar el Evangelio a toda criatura" (VS 2).

       En el momento histórico actual se piden testigos, no teóricos. Por esto nos encontramos ante "un formidable desafío a la nueva evangelización, es decir, al anuncio del evangelio siempre nuevo y siempre portador de novedad" (VS 116). Sin la transparencia de vida, el apóstol dejar de ser un signo creíble, porque "la transparencia de Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).

       Es el Espíritu Santo quien transforma al creyente en testigo: "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Act 1,8). Por esto su eficacia tiene una lógica diversa de la nuestra. La evangelización ha necesitado siempre de cruz, martirio y santidad. La debilidad humana ya no es impedimento, si se apoya en "la prenda del Espíritu", para "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10.14).

       Se puede hablar de "contemporaneidad de Cristo respecto al hombre de cada época" (VS 25), en cuanto que la Iglesia se hace transparencia e instrumento suyo. Por medio de una Iglesia renovada, aparecerá que "el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad" y en todas las culturas (TMA 6). Esos "anhelos" y "semillas del Verbo" deben llegar a "su madurez en Cristo" (RMi 28).

       Sólo un corazón crucificado puede garantizar "una radical renovación personal y social, capaz de asegurar justicia, solidaridad, honestidad y transparencia" (VS 98). Ninguna explicación teológica, por buena que sea, podrá suplir esa actitud cristiana de donación, necesaria para "dar cuenta de la esperanza" (1Pe 3,15).

       En la misión, es necesario presentar el rostro de Jesús por medio de personas y comunidades que viven en relación interpersonal de donación. Los conceptos, las estructuras y el diálogo, serían ineficaces sin esa expresión cristiana de la comunión. "La comunión genera comunión y se configura esencialmente como comunión misionera" VC 46).

       Se puede constatar la eficacia de una colaboración con otros hermanos de creencias diversas, en vistas a construir la justicia, la paz y el desarrollo. Pero la evangelización da un paso más: presentar, en esa misma colaboración, la persona de Cristo y su mensaje, que llevan a plenitud insospechada todos esos valores auténticos de la humanidad.

       En ese anuncio evangélico propiamente dicho, no siempre se podrá contabilizar la eficacia salvífica. En esa oscuridad e incertidumbre, es cuando aparece que "la fe se fortalece dándola" (RMi 2), porque "uno es el que siembra y otro el que siega" (Jn 4,37). La misión es camino pascual de luces y de sombras, como la "nube luminosa" del Tabor (Mt 17,5). Lo importante es anunciar a Cristo, el Hijo de Dios, Salvador del mundo. Pero el apóstol no puede contabilizar la misión, haciendo de ella un mero conjunto de actos administrativos, de exposiciones teóricas y de acciones filantrópicas.

       Se ha pensado poco que el evangelio no queda suficientemente promulgado, a nivel de conciencia y de culturas, si no llega al fondo del corazón. De esa regla no quedamos dispensados ni los que nos llamamos cristianos. Muchas reacciones ante problemas actuales, dejan entrever que el corazón no está suficientemente evangelizado o "bautizado". No basta con hacer llegar el evangelio a niveles geográficos y sociológicos; es imprescindible que el mensaje de Jesús llegue a los criterios, escala de valores y actitudes personales, comunitarias y sociales. Este repensamiento debe empezar por las comunidades eclesiales y por la persona de cada apóstol. Decidirse a pasar "bautizados" de verdad a un tercer milenio cristiano, es un compromiso evangélico de todos.

       Ante la ineficacia aparente de la misión, Jesús examina de amor: "¿Me amas más?" (Jn 21,15ss). Este examen encuentra al apóstol algo impreparado y, como a Pedro, convaleciente. Nosotros creemos responder perfectamente cuando nos sentimos fuertes y preparados. Jesús prefiere una respuesta humilde y confiada en su palabra: "Si tú lo mandas, echaré las redes" (Lc 5,5); "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21,17).

       La esperanza en los momentos de vacío y de fracaso, se traduce en una alegría que refleja las bienaventuranzas: "Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91). Por esto, se puede decir que "la característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la «Buena Nueva» ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (ibídem).

       Una sociedad que tiende hacia la angustia, el utilitarismo y la violencia, no puede ser evangelizada "a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo y aceptan consagrar su vida a la tarea de anunciar el reino de Dios y de implantar la Iglesia en el mundo" (EN 80).

       Tanto el camino de la comunión como el de la misión, se recorre con un corazón que sabe expresarse con "una sosegada y limpia mirada de verdad" (UUS 2). El mayor desastre de una comunidad eclesial consiste en la duda, el cansancio y el desánimo. Ordinariamente esta situación se origina cuando el corazón se cierra a la generosidad evangélica. Entonces se puede hablar del pastor "mercenario", que permite que el "lobo" del desánimo disperse a las ovejas (cfr Jn 10,12-13).

       La misión necesita apóstoles audaces, que no admitan ninguna duda sobre su identidad. "Que los misioneros y misioneras, que han consagrado toda la vida para dar testimonio del Resucitado entre las gentes, no se dejen atemorizar por dudas, incomprensiones, rechazos, persecuciones. Aviven la gracia de su carisma específico y emprendan de nuevo con valentía su camino" (RMi 66).

       La misión comienza a dar sus frutos, a veces casi imperceptibles, cuando el apóstol se olvida de sí mismo y de sus intereses personalistas. Si la obra es de Dios, seguirá adelante por encima de nuestras previsiones; y si no es de Dios, tampoco nos interesa a nosotros. La historia real de la santidad y de la evangelización tiene lugar casi siempre en el anonimato; por esto, no siempre queda escrita en nuestros libros.

       Los que han arriesgado todo por Cristo, "prefieren, con espíritu de fe, obediencia y comunión con los propios Pastores, los lugares más humildes y difíciles" (RMi 66). En el sepulcro de un gran apóstol (San Juan de Avila) esculpieron este epitafio: "Fui segador". Segó porque supo ser él mismo granito de trigo que muere en el surco (cfr. Jn 12,24).

3. El corazón de la Madre de Jesús, memoria de la Iglesia comunión y misión

       La Iglesia se va construyendo como comunidad misionera, viviendo la fraternidad y la misión "con María la Madre de Jesús" (Act 1,14). En el corazón de María aprende a construir la comunión de hermanos y a realizar la misión recibida de Jesús.

       María es el corazón misionero de la Iglesia, por su presencia activa y materna. Hay comunión de hermanos, cuando el corazón se unifica meditando la palabra de Dios como María. Hay misión evangelizadora, cuando la comunidad se decide a ser madre como María, anunciando y dando testimonio de Jesús al mundo.

       En la acción evangelizadora, la Iglesia manifiesta el "amor materno" de María (LG 65). Por esto, la evangelización siempre se origina en cenáculo con María (cfr. Act 1,14), para escuchar la palabra, orar, celebrar la eucaristía, compartir los bienes y recibir el Espíritu Santo, en vistas a anunciar el evangelio "con audacia" (cfr. Act 2,42-44; 4,32).

       Esta realidad vital de la Iglesia, que constituye su razón de ser o "naturaleza misionera" (AG 2), es realidad de maternidad: recibir al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo y transmitirlo al mundo. Es, pues, una realidad mariana y eclesial a la vez, por un proceso de fidelidad (virginidad) y fecundidad (maternidad). Lo que fue María en la Anunciación, en cierto modo lo es la Iglesia desde Pentecostés (cfr. AG 4; LG 49).

       La Iglesia, "con María y como María, su modelo y Madre" (RMi 92), vive este proceso de comunión y de misión, sabiendo que en la medida en que los hermanos sean "uno", en esa misma medida el mundo creerá en Cristo (cfr. Jn 17,23).

       La expresión "con María" recuerda su presencia activa, intercesora y materna. La expresión "como María" indica la imitación e incluso la identificación o unión con quien, fiel a la palabra y al Espíritu, es transparencia e instrumento de Cristo: "La mujer vestida de sol" (Apoc 12,1). De este modo, la Iglesia se va haciendo "sacramento universal de salvación" (AG 1), es decir, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La Iglesia aprende de María a ser principio y estímulo de comunión (cfr. LG 68-69).

       En momentos especiales de la historia, cuando se vislumbra "una nueva época misionera" (RMi 92), se necesita vivir más la presencia de María en medio de la comunidad, porque "nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" ibídem). La "nueva evangelización" (RMi 2) y la "evangelización siempre renovada" (EN 82), acontecen siempre teniendo en cuenta a María como memoria de la Iglesia que es comunión y misión, es decir, familia o fraternidad sacramental y madre.

       Confiando en la intercesión de María, la Iglesia se dispone a "anunciar con firmeza y amor a los hombres de nuestro tiempo, el evangelio de la vida" (EV 105). Cuando las dificultades del anuncio parecen infranqueables, entonces se acude a ella como "mujer de esperanza, que supo acoger como Abrahán la voluntad de Dios «esperando contra toda esperanza» (Rom 4,18)" (TMA 48). Estamos llamados a anunciar a Cristo, que nació de María y la sigue asociando a su obra redentora.

       La misión de la Iglesia, a la luz del misterio de María, aparece como maternidad misericordiosa. La fuente de la misericordia está en Dios Amor, que se nos manifiesta y acerca por medio de Jesús. La ternura materna de Dios misericordioso se nos muestra por María, Madre de misericordia, y por el ministerio reconciliador de la Iglesia.

       La Iglesia, especialmente en sus ministerios, está llamada a mostrar, como María y con ella, la ternura materna de Dios. María es "presencia sacramental de los rasgos maternos de Dios" (Puebla, 291). Ella "constituyó (por su imagen de Guadalupe) el gran signo, de rostro maternal y misericordioso, de la cercanía del Padre y de Cristo, con quienes ella nos invita a entrar en comunión" (ibídem, 282).

       La Iglesia aprende de María a ser madre de misericordia. María es Madre de Jesús, que es "la revelación de la misericordia de Dios" (VS 118). Al recibir de Jesús el encargo de ser Madre de todos los hombres, "María, en perfecta docilidad al Espíritu, experimenta la riqueza y universalidad del amor de Dios, que le dilata el corazón y le capacita para abrazar a todo el género humano" (VS 120). Con su ejemplaridad y acción materna, sigue colaborando en el proceso eclesial de santificación y de misión. Ella está también activamente presente en la actualización sacramental del misterio de Cristo.

       María ha experimentado la debilidad de la naturaleza humana, aunque no el desorden ni el pecado. En su "nada" o realidad de criatura, ha experimentado la oscuridad del misterio de Dios, la gratuidad de sus dones, la pequeñez en corresponder al infinito amor de Dios. Desde esa "nada", colmada de inmensas gracias de Dios, pudo experimentar más que nadie la compasión de Jesús por los pecados de los hombres.

       La "llena de gracia" es, como fruto excelso de la redención, la Madre de misericordia, figura de la Iglesia en su ministerio de misericordia. "María comparte nuestra condición humana, pero con total transparencia a la gracia de Dios. No habiendo conocido el pecado, está en condiciones de compadecerse de toda debilidad. Comprende al hombre pecador y lo ama con amor de Madre" (VS 120).

       Si María es "Madre por medio de la Iglesia" (RMa 24), esta realidad mariana comportará también para la Iglesia una actitud de recibir en el corazón el encargo de Jesús: "He aquí a tu hijo" (Jn 19,26). Efectivamente, la Iglesia tiene la misión de "formar a Cristo" en todo ser humano (Gal 4,19), de suerte que todos los nombres puedan "renacer por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5). El corazón maternal de la Iglesia está llamado a vivir en sintonía con el corazón maternal de la Madre de Jesús, para actuar con su mismo "amor materno" (LG 65).

       Ha habido apóstoles, como el santo Cura de Ars, que en su labor apostólica han vivido espontáneamente y comunicado a los demás una honda relación con el corazón de la Madre de Jesús:

       - "El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas, no son más que un pedazo de hielo al lado suyo"...

       - "El corazón de la Santísima Virgen es la fuente de la que Jesús tomó la sangre con que nos rescató"...

       - "En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos"...

       - "El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón"...

       Por el corazón de María, como figura de la Iglesia, se nos manifiesta el amor misericordioso de Cristo. En María encontramos "el tacto singular de su corazón materno, su sensibilidad peculiar, su especial aptitud para llegar a todos aquellos que aceptan más fácilmente el amor misericordioso de parte de una madre" (DM 9). De ella se aprende "una especial ternura materna" (VC 28). Así lo experimentaron las personas más sensibles al tema mariano: "Éste es el sagrado asilo de mi refugio... el Inmaculado Corazón de María está unido al de Jesús; y, por consiguiente, morando en este sagrado santuario, estamos en el mismo centro del dulcísimo Corazón de nuestro dueño" (M. Esperanza de Jesús González).

       Por este testimonio mariano y eclesial de misericordia, será posible que "todas las familias de los pueblos... sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad" (LG 69). Pero es necesario dar este testimonio por medio de la comunión eclesial entre todos los cristianos. Conseguir esta unidad o comunión "pertenece específicamente al oficio de la maternidad espiritual de María"; por esto, "una mejor comprensión del puesto de María en el misterio de Cristo y de la Iglesia... hace más fácil el camino hacia el encuentro" (MC 33).

       El corazón de la Madre de Jesús sigue siendo, como en la primitiva Iglesia, el signo necesario para la comunión ("koinonía") y para la misión eclesial. Maria, figura de la Iglesia, es la máxima expresión del genio femenino. Por esto, toda mujer, según su propia vocación, está llamada a ser el signo ("icono") de la Iglesia esposa fiel y madre fecunda, por el servicio específico de comunión y misión. En la mujer creyente se vislumbra a María que recuerda la fidelidad a la Alianza: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5; Ex 19,8; Ex 24,7).

       La Iglesia aprende de María la virginidad de un corazón que escucha la palabra y se asocia esponsalmente a Cristo, para hacerle presente en la comunión eclesial y en el mundo. Con este corazón virginal, esponsal y materno, ya se puede experimentar, cantar y proclamar que en Jesús se actualiza "la misericordia divina de generación en generación", como "luz para iluminar a todos los pueblos" (cfr. Lc 1,50; 2, 32).

       También ahora, como en tiempo de los Magos, la humanidad queda invitada a "encontrar al niño con María su madre" (Mt 2,11). La Iglesia madre, como "nueva Jerusalén" (Gal 4,26), es ahora la portadora de Cristo "luz del mundo" (Jn 8,12). Por esto es llamada a indicar el camino hacia el encuentro pleno con el Salvador: "Alzate, resplandece, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti... las naciones caminarán a tu luz" (Is 60,1-3).

       Revisión de vida para unificar el corazón

- Unificar el corazón para construir la comunión eclesial:

       "Donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20).

       "Lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas" (Mt 15,18-19).

       "En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros" (Jn 13,35).

       "Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

       "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos" (Act 4,32).

       "Nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros... Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros... compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad" (Rom 12,5.9-13).

       "Alegraos con los que se alegran; llorad con los que lloran. Tened un mismo sentir los unos para con los otros; sin complaceros en la altivez; atraídos más bien por lo humilde; no os complazcáis en vuestra propia sabiduría. Sin devolver a nadie mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres; en lo posible, y en cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres (Rom 12,15-18).

       "No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien" (Rom 12,21)

       "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra en todos. A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común" (1Cor 12,4-7).

       "Pues del mismo modo que el cuerpo es uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad, no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu" (1Cor 12, 12-13).

       "Si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su  gozo. Ahora bien, vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte" (1Cor 12, 26-27).

       "La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe; es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. La caridad no acaba nunca" (1Cor 13,5-8).

       "Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3,12-14).

- Unificar el corazón para realizar la misión eclesial:

       "Uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado" (Jn 4,37-38).

       "Como tú me has enviado al mundo, yo también los he enviado al mundo" (Jn 17,18).

       "Como el Padre me envió, también yo os envío... Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,21-22).

       "Vete donde mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y vuestro Dios" (Jn 20,17).

       "Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).

       "Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación... Ellos salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,15.20).

       "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20).

       "A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas" (Ef 3,8-9).

       "Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14-15).

       "Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza" (1Pe 3,15).

- Unificar el corazón materno de la Iglesia en sintonía con el corazón materno de María:

       "Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador, porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mi favor maravillas el Poderoso, Santo es su nombre, y su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen" (Lc 1,46-50).

       "Los pastores... fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que lo oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc 2,15-19).

       "El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios" (Jn 3,5).

       "Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,26-27).

       "Perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos... el número de los reunidos era de unos ciento veinte" (Act 1,14-15).

       "Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!" (Gal 4,4-6).

       "¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Gal 4,19)."Nunca nos presentamos, bien lo sabéis, con palabras aduladoras, ni con pretextos de codicia, Dios es testigo, ni buscando gloria humana, ni de vosotros ni de nadie. Aunque pudimos imponer nuestra autoridad por ser apóstoles de Cristo, nos mostramos amables con vosotros, como una madre cuida con cariño de sus hijos. De esta manera, amándoos a vosotros, queríamos daros no sólo el Evangelio de Dios, sino incluso nuestro propio ser, porque habíais llegado a sernos muy queridos" (1Tes 2,5-8).

       CONCLUSION:

       El corazón de la Madre de Jesús

       en el corazón unificado de la Iglesia

       En el corazón de la Madre de Jesús, la Iglesia encuentra la "memoria" activa y materna, que le recuerda, actualiza y hace efectiva su fe, su contemplación de la palabra, su seguimiento evangélico, su participación en el misterio pascual de cruz y resurrección, su realidad materna de comunión y misión, su tensión de esperanza hacia el más allá.

       En este proceso, todo creyente va unificando el corazón por unas reglas evangélicas que parecen una utopía: en Cristo, el "silencio" se hace palabra, la soledad está llena de Dios, la renuncia se hace amor esponsal, el abandono de la cruz se transforma en Pascua de resurrección y en comunicación del Espíritu, la actitud de esperanza construye la comunión y sostiene la misión evangelizadora.

       El corazón de la Madre de Jesús sigue meditando y haciendo suyas las palabras y la vida de su Hijo, que está presente en nosotros. Nuestra vida en Cristo sigue siendo su principal preocupación, para hacer que cada uno llegue a ser un "Jesús viviente" (San Juan Eudes) por la prolongación del corazón de Cristo en el propio corazón y en la propia vida.

       No resulta fácil entrar en estas reglas de juego, que unifican el corazón según las bienaventuranzas y el mandato del amor. Sería más asequible humanamente un proceso de pacificación y de concentración psicológica. Pero Jesús, que no ha venido a destruir, sino a llevar a la plenitud (cfr. Mt 5,17), llama a sintonizar con su pensar, sentir y querer, según las reglas del verdadero amor. La actitud de un corazón unificado por el amor, que encontró en el corazón de su Madre (cfr. Lc 2,19.51), la quiere encontrar en el corazón de los suyos. María, "acogiendo y meditando en su corazón acontecimientos que no siempre puede comprender, se convierte en el modelo de todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la cumplen (cfr. Lc 11, 28)" (VS 120).

       María "está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), como memoria, figura y Madre de la unidad eclesial universal querida y pedida por el Señor. La unidad de todos los cristianos sólo puede llegar por la "conversión" de los corazones, que se abren a la acción de "un mismo Espíritu" (cfr. 1Cor 12,11), el cual vivifica y anima a todas las comunidades cristianas dentro de la única comunión.

       Sin esta "conversión" a la Palabra y al Espíritu, que unifica el corazón, no sería posible la comunión eclesial, "porque es de la renovación interior, de la abnegación propia y de la libérrima efusión de la caridad, de donde brotan y maduran los deseos de la unidad" (UR 7). Un corazón unificado no encuentra tanta dificultad en perdonar, excusa a los hermanos y no insiste en las eventuales culpabilidades históricas de los demás.

       La actitud de todo creyente respecto a María es de dependencia filial. Se trata de vivir en "comunión de vida" con ella, "dejándola entrar en todo el espacio de la vida interior" (RMa 45). Es, pues, actitud que unifica el corazón por ser actitud:

       - relacional: de oración, contemplación;

       - imitativa: de fidelidad a la voluntad de Dios;

       - celebrativa: en torno al misterio pascual de Cristo;

       - vivencial: viviendo su presencia activa y materna en todo el proceso de configuración con Cristo y de misión.

       En realidad, es una especie de infancia espiritual, hasta "hacerse como niños" (Mt 18,3). En el fondo, no es más que vivir, en relación afectiva y efectiva con la maternidad de María, la participación en la filiación divina de Jesús (cfr. Ef 1,5). Hasta los niños lo pueden vivir así, porque "de ellos es el Reino de los cielos" (Mt 19,14). Así lo dejaba entender Jacinta de Fátima: "¡Me agrada tanto el Inmaculado Corazón de María! Es el Corazón de nuestra Madre del cielo". Y así lo vivieron muchas almas fieles al evangelio: "Mi corazón todo entero... escóndelo en el Corazón Purísimo de tu Madre y ella lo hermoseará" (M. María Inés-Teresa Arias).

       La relación de los creyentes con María es de corazón a corazón. El "Magníficat" se convierte en una escuela para sintonizar con los sentimientos de María, que son expresión de los sentimientos de Jesús. Por esto, "la Iglesia acude al Corazón de María, a la profundidad de su fe expresada en las palabras del Magníficat" (RMa 37). En el cántico mariano se aprende a vivir la preocupación por la gloria de Dios y por la salvación de la humanidad, la misericordia y el servicio a los pobres.

       María "sintetiza la fe de Israel y también de todos los miembros del Cuerpo místico, especialmente de los pobres... María es, al mismo tiempo, la Madre de la Iglesia y su más perfecta realización" (Comisión Teológica Internacional, 1987). La Iglesia, que tiene como objetivo la construcción de toda la comunidad humana como reflejo de la comunión trinitaria, vive de fe y esperanza inquebrantable: "Para Dios nada hay imposible" (Lc 1,37).

       El "influjo salvífico" de María (LG 60) en el corazón de la Iglesia produce una orientación hacia los planes salvíficos de Dios, hacia Cristo Esposo y hacia la acción santificadora del Espíritu. Tiene, pues, dimensión trinitaria, cristológica y pneumatológica. María es para la Iglesia "una purísima imagen de lo que ella misma (la Iglesia), toda entera, ansía y espera ser" (SC 103).

       La unificación del corazón es fruto de la redención de Cristo. El corazón humano tiende siempre hacia la dispersión, debido a sus limitaciones, desorden y pecado. En María, la "llena de gracia" e Inmaculada, "la Iglesia admira el fruto más espléndido de la redención" (SC 103). Por esto, el corazón de los creyentes se moldea en el corazón de María, para transformarse en Cristo por obra del Espíritu Santo. Se trata de "dejarse plasmar interiormente por el Espíritu, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87).

       La historia eclesial se construye siempre en un camino litúrgico, que va desde el misterio de la encarnación, Navidad y Epifanía, hasta la Pascua y Pentecostés. En este camino pascual, de encarnación y redención, los creyentes experimentan la presencia activa y materna de María, que les hace participar en la filiación divina de Jesús (cfr. Gal 4,4-7). "En la celebración de este círculo anual de los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con amor especial a la biena­venturada Madre de Dios, la Virgen María,unida con lazo indisolu­ble a la obra salvífica del su Hijo" (SC 103).

       La actitud mariana de la Iglesia unifica los corazones de sus creyentes, porque es fidelidad generosa a la palabra de Dios y al Espíritu Santo. La Iglesia está atenta en toda época a lo que Dios le pide: "Oiga la Iglesia qué le dice el Espíritu" (Apoc 2,7). No sería posible esta fidelidad al Espíritu, sin la actitud relacional con María como Madre, modelo e intercesora.

       Desde el seno de María, el día de la encarnación, Jesús se ofreció al Padre por la redención del mundo (cfr. Heb 10,5-7). Entonces, quiso el "sí" de María, su fidelidad a la palabra y a la acción del Espíritu Santo, su vida oculta de Nazaret, su asociación esponsal al Redentor. Jesús expresó en la última cena su actitud inmolativa con estas palabras: "Yo me santifico (me inmolo) por ellos" (Jn 17,19). Con esta actitud pidió al Padre un corazón unificado para los suyos, que se expresaría también con la misma actitud de inmolación: "Para que ellos también sean santificados (inmolados) en la verdad" (ibídem). El camino de la unidad eclesial universal pasa por un corazón unificado donde resuena el "fiat", el "magníficat" y el "stabat" junto a la cruz.

 

       Entregarse o consagrarse es la única regla que tiene el amor. Y puesto que "el amor viene de Dios" (1Jn 4,7), sólo en Dios se puede realizar esta entrega de donación total. Pero Dios se ha hecho hombre en el seno de María. Su modo salvífico de obrar para unificar nuestro corazón sigue siendo el mismo: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). El corazón de los creyentes y de toda la Iglesia se moldea donde se moldeó el de Jesús. Bien vale la pena "entregarse", "consagrarse", "confiarse" a quien es Madre del Cristo total, para que nuestra entrega al Señor sea con María y como María.

 

 

 

 

 

ORIENTACION BIBLIOGRAFIA

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MEDITACIÓN: MAGNIFICAT: ESPIRITUALIDAD MARIANA DESDE EL MAGNIFICAT (Meditación no elaborada, ni corregida ni aumentada)

1. «Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lc1,46s).

Aquí vemos, hermanas, una de las actitudes esenciales de María, libre de pecado, que nos enseña mucho, pues es la acti tud testificadora de la Verdad, en la que estaba sumergida la San tísima Virgen. Adán pecó y originó el pecado en la humanidad: la rebelión contra Dios, por querer ser como Dios, sugestionado por el que es la mentira y la soberbia esencialmente. María, en cambio, en el momento de su mayor exaltación: Madre de Dios, sólo sabe proclamar la grandeza del Señor, glorificar al que es ci Autor de todas las obras grandes. Vemos, pues, a María, glorificando a Dios porque se ve salvada por El. Adán glorificó la mentira al aceptar la propuesta del padre de la mentira, Satán, y se alejó del ámbito de Dios. El pecado siempre es negación de la Verdad, Dios, y reafirmación de la mentira, Satán.

María se proclama criatura de Dios, necesitada de El, vinculada a El, por eso se regocija en Dios, su Salvador. Lo contrario a Adán, que no acepta el designio de su Creador sobre El, se separa de Dios al querer, engañado por Satán, glorificarse a sí mismo, llegando a ser como Dios. Dos caminos opuestos al alcance de toda criatura: el de la Verdad, que nos hace humildes reconociendo que sin Dios nada somos y nada podemos; y el de la mentira, que nos hace creer lo que no somos y lo que no podemos sin Dios, creyendo tocar el cielo con las manos, cuanto más alejados estamos de Dios, al situarnos en la mentira.

La enseñanza para nosotras, concepcionistas, es la de asimilar en nuestro espíritu la actitud humilde y glorificadora de María, nuestra Madre, que nos hace sentirnos salvadas por Dios, deudoras de Dios en todo lo que somos y hacemos. No trabajar por adquirir esta actitud de María es quedarnos situadas en la esencia del pecado original, que nos saca de la verdad y de la glorificación que debemos a nuestro Dios Creador y Padre, y, por lo mismo, nos sitúa en la actitud de Adán, engendradora del pecado, y nos hace pecar, revelarnos contra Dios y su designio creador sobre nosotras.

Y en este camino, hermanas, siempre que pecamos estamos frustrándonos, porque estamos activando la fuerza del pecado original que heredamos de Adán, haciendo crecer en nuestro interior su actitud pecadora que destruye el ser o vida divina que recibimos de Dios, generadora de paz y felicidad, de santidad.
Cuando luchamos por liberarnos del pecado, estamos luchando por adquirir la actitud esencial de María, actitud que, por ser la de la libre de pecado, es la actitud libre de error; actitud de humildad, llamamos nosotras, porque está cargada de la verdad de Dios, que hace que le glorifique por su grandeza y santidad. Actitud propia del ser creado por Dios a su imagen y semejanza representado perfectamente por María, nuestra Madre Inmaculada.

Tenemos, por tanto, en María la auténtica actitud del que lucha contra la semilla de Satán, que es la mentira, el error, el pecado, la muerte, que todo esto trae consigo la propia glorificación. Por ello, cuando descubramos en nosotras dones del Señor, cuando a causa de las capacidades recibidas de El hagamos cosas relevantes o bien hechas, jamás busquemos las propias alabanzas, que sería caer en las trampas de Satanás, sino glorifiquemos con toda el alma al Señor, como María, sin que nos quede capacidad para el engrandecimiento propio, sino que todo nuestro ser proclame la grandeza del Señor; y, si no podemos ocultar esos dones de Dios después de haberlo procurado, regocijémonos en Dios nuestro Salvador, pues todo es de El y todo debe volver a El.

Y así hagamos que se cumpla en nosotras con toda fidelidad lo que canta el salmo: «No a nosotros, Yahvé, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria» (Sal 1 13b,1) porque sólo de El es cuanto contiene la tierra, y los bienes que recibimos de El son. Por tanto, como María, devolvamos a Dios lo que es de Dios: todo nuestro ser rendido glorificándole sólo a El. Pidamos a María este espíritu glorificador de Dios.

2. «Porque ha puesto los ojos en la pequeñez de su esclava»

Estremece a María que Dios haya puesto sus ojos en ella. Él, el Sadday, el Omnipotente, ha mirado su pequeñez y le ha hecho Madre del «Hijo del Altísimo» (Lc 1, 35). Ante este inefable misterio ella se percibe como es, pequeña, muy pequeña y todo su ser se convierte en alabanza al Poderoso que ha mirado su pequeñez. En cambio, Adán en el Paraíso, por no decir el pecado, prescinde del que le ha creado y busca su propia grandeza. El pecado desoye siempre a Dios y sigue la voz de la propia soberbia autosuficiencia que le dice: «Serás como Dios» (Gén 3,5).

       Buscamos ser más, o no someternos a Dios cuando pecamos. María, la que no conoce la senda del pecado, en la grandeza de la mater nidad divina que Dios le ha dado, se asombra de que Dios haya hecho eso con ella. Se asombra de la elección divina, y no encuentra más explicación que la de que Dios ha mirado su pequeñez, la pequeñez de su esclavita.

Como digo arriba, ésta es la senda del no pecado, el asombro agradecido, confiado, de entrega constante y amorosa que inclina todo su ser ante el proyecto de Dios, Señor soberano de todo lo creado, Autor de todo lo bueno. Asombro nacido de la conciencia de su realidad humana. Elia veía con claridad que sin Dios no hubiera sido nada, porque todo lo había recibido de El. Esta es la grandeza de María: proclamar a viva voz que todo lo había hecho Dios porque había mirado la pequeñez de su esclava, su nada vuelta hacia su Creador y Señor.

Es lo que le faltó a Adán. Adán fue creado por Dios también sin pecado, pero él, desoyendo la voz de la Verdad —Dios, que le había hablado—, escuchó y creyó la voz de la mentira —Satán—, y se metió por la senda del pecado. Su actitud fue de rebelión contra Dios porque no reconoció su pequeñez, sino que en la ocasión que se le presentó buscó su grandeza, en la que encontró su propia ruina, que es el fruto de entrar por la senda de la mentira, del pecado, de la independencia de Dios, de la soberbia. En definitiva, es la actitud de autoafirmación en lo que somos cuando nos apartamos de Dios: nada, pecado.

La actitud de todo ser humano creado a imagen y semejanza de Dios es la de María. Es la que nos conduce a Dios y a su felicidad. Es la actitud por antonomasia que debemos imitar en María las Concepcionistas. Actitud de asombro por haber sido elegidas por Dios, creadas y predestinadas por Dios (Rom 8,30), amadas por Dios con amor de predilección, electivo. Actitud de asombro de que Dios siga amándonos a pesar de nuestros pecados. Actitud de asombro de que Dios mire, siga mirando nuestra pequeñez para concedernos nuevas gracias de misericordia, de amor y perdón. Conciencia de que todo lo que somos y recibimos es del Creador, no nuestro, y de que, si queremos o pretendemos ignorar nuestra nada y pequeñez, nunca cantaremos la grandeza de Dios en lo que somos y hacemos, sino la grandeza de nuestra miseria y debilidad que terminará siempre en la propia frustración, en el propio pecado, diría en el ridículo.

Porque no hay persona que caiga más en el ridículo que la que se alaba a sí misma. Está fuera de sitio, fuera de la virtud. En cambio, está en la virtud y muy cerca de la verdadera conversión quien reconoce la propia pequeñez, pues será iluminada por el Señor para ver con claridad su mediocridad y la belleza de la santidad, para seguirla, para acoger con humilde corazón el proyecto creador y vocacional de Dios confiando en su gracia para vivirlo.

Pidamos a nuestra Madre Inmaculada que nos alcance del Señor esta actitud de autenticidad que rezuma verdad, que rezuma a Dios, porque es la verdad y es poner las cosas en su sitio. ¡El grande es sólo Dios! María en la plenitud de su santidad lo sabía, lo vivía, y así lo proclama. Si ella es grande, es porque Dios la ha hecho grande. Es la actitud, vuelvo a repetir, de la libre del pecado, la actitud del humilde, y, por lo tanto, libre de error.

Pues así hemos de ser para ser hijas suyas. No nos será difícil, pues, además de pequeñas en la virtud, somos pecadoras. Asombrémonos con María de nuestra elección, que no merecemos. Y aceptemos con ella lo que Dios ha hecho con nosotras; y, con María, entonemos con agradecimiento un cántico de amor y de alabanza al Creador, porque se ha dignado poner sus ojos en nuestra pequeñez y elegimos para El.

3. «Desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque ha hecho en mi favor cosas grandes el Omnipotente, es santo su nombre»

María sigue proclamando su vinculación agradecida al Todopoderoso, por el que la llamarán bienaventurada todas las generaciones. Adán, en cambio, buscó su bienaventuranza, su felicidad en la materia, gustando, disfrutando de ella. «Comió del fruto prohibido» (Gén 3,17), y la tierra, la materia, se volvió contra él, porque había desobedecido al Creador de ella. María, aunque contrariada en sus deseos de pasar desapercibida en el pueblo de Israel, encontró su gozo en la aceptación del designio de Dios sobre ella, y allí encontró su bienaventuranza. En la santidad, en el rendimiento de su voluntad, no en la posesión de cosas, sino en la renuncia de su voluntad, encontró su gozo, y con alegría se entregó íntegra al cumplimiento del divino designio, experimentando y cantando su plenitud en ello.

María proclama que la llamarán bienaventurada todas las generaciones, no por lo que ella haría en el futuro sino por lo que Dios había hecho en su favor, el Omnipotente, el Santo. Y se gozó en su Nombre santo. Se gozó en Dios, no en lo que ya era ella: Madre de Dios. Se perdió en Dios, no en su grandeza maternal. Se olvidó de sí y entonó un canto de glorificación a la divina voluntad.

Recordemos que el Magníficat lo cantó María después de que le dijo su prima Isabel que era bienaventurada porque había creído que se cumplirían las cosas que se le habían dicho de parte del Señor, y María, recogiendo de labios de Santa Isabel esta profecía, cuyo autor era el Espíritu Santo, responde que si la llamarán bienaventurada las generaciones es por el Omnipotente, por lo que El se ha dignado hacer en ella. No sabe salir de Dios María, ni las alabanzas la pueden sacar. Ella queda vacía de sí misma y llena de Dios.

Las alabanzas no caben en ella porque el Verbo de Dios ocupaba todo su ser, y éste es su gozo: Dios y sus cosas, el Omnipotente que las ha hecho, y, a pesar de las alabanzas de Isabel, María deja las cosas en su sitio. Dios es Dios. Su nombre es santo, es el Omnipotente, es el que Es. Y ella es su sierva, su esclava, entregada con amor a su designio divino, con humildad y gozo infinito.

Esta ha de ser nuestra respuesta o actitud ante el designio de Dios sobre cada una de nosotras. Nos ha elegido para El, no porque seamos mejores que las demás, sino porque su nombre es santo, misericordioso. Porque nos ha amado con predilección sin nosotras merecerlo.

Nuestra respuesta ha de ser entregarnos con gozo al cumplimiento de sus designios sobre nosotras, con corazón humilde, proclamando su obra salvadora, redentora, a favor nuestro, sin quedarnos en nosotras, sino sólo en Dios. Viviendo desprendidas de la materia, no sujetas a las cosas, sino sólo en la cosas de Dios, y en Dios mismo, como María.

Vacías de la vanagloria, llenas sólo de Dios, en humildad, reconociendo que sólo Dios es santo, y nosotras quedándonos en nuestro sitio, sólo siervas de Dios, esclavas suyas en el desarrollo interno y externo de nuestra vocación. Reconociendo que todo lo que hay en nosotras es obra de la misericordia y omnipotencia de Dios, quedaremos vacías de nosotras mismas y con el corazón abierto a la obra santificadora del Espíritu.

Muy importante interiorizar este reconocimiento, que hagamos oración sobre ello, porque nuestro ser responde poco o casi nada al Ser divino; por eiio, ha tenido que desplegar Dios su amor, su omnipotencia y su misericordia para atraernos hacia El, día a día. Reconociendo así nuestra pequeñez, nuestra nada, agradecidas nos gozamos, como María, nuestra Madre, en Dios nuestro Salvador. Y nos sentiremos deudoras de El, porque ¡ha hecho tantas cosas a favor nuestro, nuestro Dios y Señor!

4. «Su misericordia alcanza de generación en generación a los que le temen. Desplegó la fuerza de su brazo; dispersó a los de corazón altanero»

María, nuestra Madre, recuerda la historia de su pueblo, testigo de las misericordias del Señor cuando ha caminado por las sendas de Dios. Nosotras recordamos hoy a Adán, al Adán de hoy, que se desliga de Dios, gloriándose de sus descubrimientos, de sus conquistas, de sus riquezas, de sus honores. Esto es el pecado, abocado a la ruina. En un momento pueden venir abajo sus conquistas, sus riquezas. No está en las cosas la seguridad, sino sólo en Dios que prolonga su estabilidad, su misericordia con los que le temen amorosamente, con los que reconocen lo que Dios es: ¡Todo!; el hombre: ¡nada! Pero el pecado piensa así, equivocadamente. Porque fuera de Dios sólo existe el error.

María, o el no pecado, desde su permanencia en Dios, contempla cómo Dios va llenando las generaciones de su gracia y sabiduría, de su inteligencia, en los que le aman y en los que no le aman, aunque ellos no lo entiendan, porque su misericordia y amor son eternos. Pero más en los que le aman y reconocen su poder y bondad. A éstos los llena de su sabiduría divina, les abre la inteligencia para más conocerle experimentalmente y en toda la creación. Les llena de su gracia, los acoge en su corazón. Todo esto lo contempla María desde su pequeñez, desde su humildad, que le acerca más íntimamente a Dios y al conocimiento de sus designios. Y se gloría de la potencia de su brazo con los que le aman.

Y contempla también cómo la potencia del Omnipotente se complace en lo pequeño, en el humilde, porque se complace en la verdad, no en la falsedad de la arrogancia humana, que terminará bajo la fuerza de su brazo poderoso, que arroja o dispersa a los de corazón altanero lejos de su ámbito de santidad.

María es la pequeña, la que canta su dependencia humilde con el Dios misericordioso que llena de gloria su alma. Así debemos cantar las concepcionistas y vivir nuestra dependencia de Dios, haciéndonos pequeñas frente a quien se quiera hacer grande; siendo humildes ante la prepotencia que tengamos a nuestro alrededor, y gloriándonos de nuestra pequeñez porque sólo Dios es grande, repito, reconociendo vitalmente con las obras esta realidad divina, porque es en lo que se complace Dios, ya que es la verdad, y es lo que nos acerca a El, no la soberbia, no el orgullo, no la envidia de los que hacen grandes cosas, de quien tenga más cosas, sino la vivencia de la esencia de nuestro ser, que es la pequeñez, y es la que nos acerca al Esencial, al Dios misericordioso.


5. «Derribó a los potentados de sus tronos, y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías»

 

Continúa María cantando la historia de su Pueblo y las consecuencias que trajo para el mismo su arrogancia y soberbia. Fue la historia también de Adán que arrodilló su corazón ante Satán en el paraíso, ya que «al llegar a ser como Dios» sería dueño de todo. Adoró la mentira, que era el mismo Satán. Es lo que adora el hombre de hoy al adorar el poder y la ambición.

María, desde su corazón humilde, adora la fidelidad de Yahvé con ios humildes que se sacian de sus bienes. María es la pobre de Yahvé que se gloría de no tener nada para recibirlo todo de la fidelidad y del amor de Dios que abre sus tesoros a los humildes. Expresa aquí María su actitud real de despojo de todo lo que no sea Dios, despojo afectivo y efectivo de los bienes materiales y espirituales.

Entendemos, hermanas, que este despojo espiritual, esta experiencia gozosa de sentirse pequeña, muy pequeña ante Dios, vacía, muy vacía de deseos ante Dios para llenarse de su fidelidad y amor, es una reverberación de la existencia de Dios en ella, de su Ser divino en la criatura que no abriga más deseos que los deseos de su Dios, que se gloría en ser pequeña para Ilenarse de la grandeza de su Dios. Más aún, que se goza en ser pequeña, para necesitar de su Dios, de la fidelidad de su Dios, de su amor y lealtad, de su bondad con los humildes de corazón.

En este canto, María nos abre su alma llena de la luz de Dios, llena de Dios mismo, y deja que Dios mismo se haga canto en su boca para decirnos que a los pobres, a los humildes los colma de bienes y despide a los ricos con las manos vacías. Llena de su Ser divino a los humildes que reconocen y cantan la grandeza del que es Eternidad, Autor y Creador de todo lo bueno, Bien infinito que tiende a comunicarse, a darse a los que abren su corazón vacío de cosas a la liberalidad amorosa y divina de su Dios, que se gozan de poseer sólo a Dios. En cambio, deja vacíos de su trascendencia divina a los que están llenos de ambiciones terrenas, encadenado su corazón a las riquezas de la tierra.

Esta revelación del Ser divino, como criatura, sólo la pudo cantar la Unica que fue libre del pecado, sin experiencia de desorden, no atrapada por el mal. Que sólo tuvo experiencia de Dios, de su santidad, de la forma de existencia de Dios, o modo de ser. Que fue muy cercana a Dios y a su modo de pensar, al ser ella purísima, espiritual, santísima, fiel, establecida en la Verdad, en la Inmutabilidad, en Dios eternidad, y por ello siempre fue llevada por el espíritu de Dios. Y la cantó para nosotras para que pensemos como Dios piensa, y para que amemos lo que Dios ama: la humildad y a los humildes, la pobreza y a los despojados, a los que están vacíos de vicios, pero llenos de virtudes, llenos de Dios.

Nosotras entendemos poco de estas grandezas divinas, pero podemos contemplarlas, adorarlas y amarlas, como María, desde nuestra pequeñez, y cantarlas como ella, deseando vivir en Dios y de Dios. No desear tener ningún deseo, para que seamos llenas de los deseos de Dios. Desear estar muy vacías de las cosas terrenas para que nos llene Dios de su amor deseable, fiel, eterno, inefable.

Pidamos a nuestra Madre Inmaculada que así como ella supo tan perfectamente ocupar su puesto y supo vivir pequeña ante Dios, porque lo era de verdad, así a nosotras nos alcance del Señor vivir pequeñas en su presencia, humildes delante de los demás. Que nos enseñe a no prosternamos ante las cosas, ante la ambición y grandezas humanas. Que nos enseñe a no adorar la mentira de Satán y las apariencias falsas de santidad. Que, en fin, nos llene de su espíritu empapado, rebosante de Dios, para que nos convirtamos en un canto de amor a Dios que lo revele, como ella lo hizo.


6. «Acogió a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia como lo había anunciado a nuestros padres a favor de Abrahán y su linaje por ios siglos» (Lc 1,54s)

 

María canta, por fin, la gloria de la fidelidad de Dios, la gloria de estar cerca de su Dios por su misericordia que se acuerda de lo anunciado a Abraham, de la palabra dada a los que creen y esperan en El. Por el contrario, Adán creyó a Satán más que a Dios y a su fidelidad con El. Se apegó a lo efímero, y el premio fue su destrucción espiritual y moral, y aun material; su incredulidad le alejó de Dios y le metió en el pecado, en el reino de las tinieblas.

       María, en cambio, sabiendo que el Esencial es invisible, ajeno a poseer nada, esperó despojada sólo en Dios, y el premio fue ser acogida por El. Así lo entendió ella en su maternidad divina. Canta que había engendrado a Dios contemplando en ello la acogida de Dios a su pueblo, según le prometió a Abraham. Y en su pueblo se sintió acogida ella también. Así lo canta: «Acogió a Israel, su siervo». Y, como consecuencia de esta fidelidad de Dios, María se veía hecha Madre del Altísimo, y esta misericordia del Señor desborda su alma de gozo y de paz.

Tan profunda fue su fe, su amor, su culto a la fidelidad de Dios, que entonó mayor grandeza para su pequeñez —ser acogida por la fidelidad de Dios— que ser elegida por El para las grandes cosas que había hecho en ella. Estimó mayor grandeza ser acreedora de la misericordia de Dios que de su propia grandeza maternal. Se sintió más acogida de Dios por ser descendiente de Abraham, a quien acoge la fidelidad de Yahvé, que por los méritos de su fiel esclava. En una palabra, hermanas, María, nuestra Madre, lo que canta en su Magníficat es su pequeñez, el esencial despojo de sí misma, ante la obra grandiosa que Dios ha hecho a favor de su pueblo, aunque haya sido ella, como hija de Abraham, la elegida donde Dios ha demostrado su fidelidad a las promesas hechas a Israel.

Como vemos, hermanas, María sólo sabe moverse en Dios, no sabe salir de Dios. Le es imposible. Porque antes había salido de sí misma. ¿Qué nos dice a nosotras, concepcionistas, hijas suyas, hijas de este espíritu íntegramente libre del pecado, despojado del mal, que manifiesta claramente la imagen y semejanza de Dios? Nos dice, resumiendo todos estos días de Ejercicios espirituales concepcionistas, que, asumiendo nuestra realidad ante Dios, es decir reconociéndonos nada en su presencia convencidamente y, consecuentemente vaciando de nuestra realidad humana toda la soberbia y desorden que tenernos, apareceremos ante Dios pequeñas y seremos acogidas por El con entrañas de misericordia, análogamente a como fue acogida nuestra Madre Inmaculada. Y si nos hacemos y aparecemos pequeñas también ante nuestras Hermanas, si somos humildes, viviremos sin duda la imagen y semejanza de Dios, porque cimentaremos nuestra vida en la verdad.

Cimentaremos en la verdad, si somos humildes, los compromisos de nuestra consagración monástica, nuestros votos de obediencia, castidad y pobreza o despojo concepcionista; nuestra clausura o búsqueda de Dios; nuestra oración nuestra alabanza divina. Haciéndonos pequeñas, humildes, cimentaremos en la autenticidad nuestra mortificación y vida d penitencia; nuestro amor a Dios y nuestro amor fraterno; cimentaremos en la verdad nuestra fe y la vivencia de nuestro propio carisma.

En cambio, si no nos hacemos humildes, si no nos establecernos en la verdad, la soberbia o espíritu desordenado de Adán, atravesará nuestro ser haciéndonos desear grandezas, ambiciones. Nos hará prescindir de Dios en muchas ocasiones de nuestras ocupaciones. Desoyendo su voz de santidad, nos hará buscar en las cosas la propia satisfacción y felicidad; nos hará orgullosas gloriándonos de nuestras capacidades o de las propias obras de nuestras manos. Nos hará prosternar, no ante la grandeza de Dios, sino ante los triunfos que nos puede ofrecer la propia honra buscando fama y aplausos humanos en nuestro obrar. Nos hará creer más en la eficacia de las cosas y del propio esfuerzo que en la fidelidad y amor de Dios que da su gracia a los humildes para llevarlas a cabo. Nos hará insensibles al amor de las hermanas, a sus necesidades, a su modo de ser.

Por tanto, hermanas, además de los propósitos que hayamos hecho en estos Ejercicios, saquemos fundamentalmente el de reconocer nuestra pequeñez delante de Dios y de las hermanas, admitiendo humildemente que conozcan nuestra pequeñez, que cuesta más, gloriándonos de ello, para agradar más a Dios; aceptando con paz que se conozcan asimismo nuestros errores y fallos, y que nos los digan en corrección fraterna, para que lo que resplandezca en nuestra vida sea todo y sólo obra de Dios a imitación de nuestra Madre Inmaculada, y seamos así más fácilmente imagen santa de Dios quitando el desorden de nuestra vida.

Verdaderamente, hermanas, que fue la soberbia la causa del pecado, porque aquí tenemos a María. Ella misma se hace un retrato en su Magníficat y lo cimienta en la verdad, que no sé por qué la llamamos humildad. Su nombre verdadero es reconocimiento de la verdad, que nos lleva al conocimiento de Dios, Causa de todo lo bello y bueno que existe. Quien tiene esta virtud de reconocimiento de la verdad canta como María su pequeñez y sólo sabe gloriarse en Dios su Salvador y Señor. Esta es María, la conocedora de Dios y de sus deudas con Dios, cuyo Nombre es santo.

Si la imitamos, comportándonos como somos, muy pequeñas delante de Dios y de las hermanas, habremos dado el puntillazo mortal a nuestro egoísmo y a nuestro deseo de salirnos de la verdad buscando ser algo o alguien delante de los demás. Nos habremos liberado de lo falso y de la mentira, de todo lo que no es estar en Dios, y con ello habremos conseguido nuestra mayor grandeza, la grandeza a que nos lleva el desarrollo de nuestras raíces: la santidad, y, en consecuencia, ser agradables a los ojos de Dios. Habremos conseguido que nos mire y nos acoja como a María, nuestra Madre, y así seremos de verdad fecundas para la Iglesia, porque Dios podrá hacer cosas grandes desde nuestra pequeñez.

Si no empezamos por aquí, estamos fuera de sitio, habremos perdido el tiempo y fracasado en nuestra vocación concepcionista. Tenemos que situarnos en la verdad, y mirarnos desde Dios, y vernos como somos: nada, insignificantes, pequeñas ante .l, y así tendremos la fuerza de Dios, porque estaremos en El al estar en la verdad. Ciertamente no os puedo desear ni me puedo desear mayor bien que la grandeza de hacernos pequeñas, porque así lo sintamos y deseemos; será prueba de que hemos captado la verdad de Dios.

Es una gran iluminación, sin duda, lo que os estoy y me estoy deseando: la gran iluminación de situarnos en la verdad, en Dios, de donde nos sacó el pecado. Podemos rechazar esta verdad, pero el mal lo palparemos nosotras aquí y en la eternidad. Situémonos en la luz, en la verdad; será el mejor broche de oro que pongamos a estos Ejercicios y a nuestra vida. Lo repito tantas veces porque necesitamos a fondo quitar el lastre de la soberbia que nos atenaza y nos aleja de Dios.

No podremos de otro modo ser concepcionistas, porque precisamente es la espiritualidad que exige vivir lo que estamos reflexionando, que está llamada a vivir la pureza de la sin pecado ¡María! Que es decir estar con ella en Dios, sin querer movernos fuera de Dios porque entendamos que es el supremo valor en nuestra vida, por el que debemos luchar para conseguirlo. Que lleguemos a entender con todo nuestro ser, como María, que Dios es Dios, y nosotras sólo somos sus criaturas, pequeñas criaturas suyas que reciben de El el «ser» y el «hacer».

Que así nos conceda nuestra Madre sentirnos pequeñas ante las demás, y como ella las sirvamos con todo nuestro ser, como nuestra ocupación preferida, así como ella lo hizo con su prima Santa Isabel, para que, en todo momento, proclamemos con júbilo y autenticidad el gozo de sentirnos inmersas en Dios nuestro Salvador, único bien deseable sobre todas las cosas.

Hermanas, ojalá sea éste el fruto de estos Ejercicios: salir de  ellos afianzadas fuertemente en la virtud de la humildad, porque por aquí empezaremos a desandar el camino del desorden, del pecado, de la ruptura con Dios, y nos remontaremos hacia la cumbre de la santidad, hacia la cima del Monte santo de la Concepción, que para eso somos hijas suyas y ella nos tiene por tales. Que nuestra gloria sea parecernos a ella, como lo fue la de nuestra Madre Santa Beatriz, y por alcanzarlo dejó toda la vacuidad del mundo y honra.

Termino recomendándonos, una vez más, el reconocimiento de nuestra pequeñez, y que nos preguntemos cada vez que seamos soberbias en nuestra mente, en nuestro corazón y comportamiento: ¿Cómo nos mirará Dios? ¿Podrá poner El sus ojos en nosotras con agrado?, ¿cómo nos mirará nuestra Madre Inmaculada? ¿Con pena? ¡Qué fracaso de vida! ¡Oh, si lo supiéramos...!

Vamos, pues, a situarnos en nuestro sitio siendo pequeñas, humildes, para que Dios sea grande en nosotras y nos acoja en su misericordia, y su fidelidad nos santifique, nos haga conformes a la imagen de su Hijo, seamos imagen y semejanza de Dios, muy unidas a nuestras raíces: Padre, Hijo y Espíritu Santo, para su gloria. Amén.

 

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VIDA DE MARÍA: (MARMIÓN)

 

IX. LA SANTISIMA VIRGEN, LOS MISTERIOS DE LA INFANCIA
Y DE LA VIDA OCULTA (Tiempo después de Epifanía)

EL VERBO DIVINO ASUME UNA NATURALEZA HUMANA PARA UNIRSE A ELLA PERSONALMENTE

El misterio de la Encarnación puede reducirse a un contrato, ciertamente admirable, entre la divinidad y nuestra humanidad. A cambio de la naturaleza humana que de nosotros recibe, el Verbo Eterno nos da participación en su Vida divina.

Es de notar, efectivamente, que somos nosotros los que damos al Verbo una naturaleza humana. Dios, ciertamente, podía haber producido, para unirla a su Hijo, una humanidad en su pleno desarrollo, en cuanto a la perfección de su organismo, como lo hizo con Adán el día que le creó; de este modo, Jesucristo habría sido con toda verdad un hombre, por no faltarle nada de lo esencial de éste; pero sin relación directa con nosotros por el nacimiento, no se podría considerar propiamente de nuestra raza.

Dios no quiso proceder así. ¿Cuál fue, pues, el plan de la Sabiduría infinita? Que el Verbo nos tomase la humanidad a la que debía unirse. De ese modo Jesucristo será de verdad el «Hijo del hombre»; será miembro de nuestra raza: «nacido de una mujer... de la descendencia de David».

Al celebrar en Navidad la Natividad de Jesucristo, nos remontamos a través de los siglos para poder leer la lista de sus antepasados y recorremos su genealogía humana, y repasando las generaciones, una tras otra, vemos que nace en la tribu de David, de la Virgen María: «De la cual nació Jesús, llamado el Cristo» ».

Dios quiso participar plenamente, por decirlo así, en nuestra raza por la naturaleza humana que destinaba a su Hijo, y darnos, a cambio, una participación en su divinidad:O admirabile comercium!  
Ya lo sabéis: Dios, por su naturaleza, está inclinado a una prodigalidad infinita, ya que es de la esencia del bien el comunicarse: Bonum est difusívum sui.

Si, pues, existe una bondad infinita, ésta se entregará, se comunicará, de una manera también infinita. Dios es esta bondad que no tiene límites; la Revelación nos enseña que existen entre las personas divinas, del Padre al Hijo, y del Padre y del Hijo al Espíritu Santo, infinitas comunicaciones que agotan en Dios esa propensión natural de su Ser a difundirse.

Pero además de esta comunicación natural de la bondad infinita, hay otra que fluye de su amor voluntario a la criatura. Dios, que es la plenitud del Ser y del Bien, se ha desbordado al exterior por amor. ¿Cómo tuvo lugar esto? Dios quiso primeramente darse de un modo particularísimo a una criatura uniéndola en unión personal a su Verbo. Este don de Dios a una criatura es algo único, y hace de esta criatura elegida por la Santísima Trinidad el mismo Hijo de Dios: «Tú eres mi Hijo: hoy mismo te he engendrado».

Jesucristo, el Verbo unido personalmente y de modo indisoluble a una humanidad, es semejante a nosotros en todo, menos en el pecado. A nosotros nos pide, pues, esta humanidad: «Dadme para mi Hijo vuestra naturaleza, parece decirnos el Padre Eterno, y, a cambio, os daré en primer lugar a esta naturaleza y, por medio de ella, a todos los hombres de buena voluntad, una participación en mi divinidad.» Pues Dios se comunica así a Jesucristo, para darse, por medio de Él, a todos nosotros: el plan divino consiste en que Cristo reciba la divinidad en su plenitud «y los demás, sucesivamente, participemos dé ella». Así comunica Dios su bondad al mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su Unigénito Hijo». Ordenación admirable que gobierna el comercio maravilloso entre Dios y el género humano.

Y ¿a quién pedirá Dios concretamente el producir esa humanidad a la que quiere unirse de modo tan íntimo y ser el instrumento de sus gracias para el mundo? Hemos nombrado ya a esa criatura que llamarán bienaventurada todas las generaciones: la genealogía humana de Jesucristo termina en María, la Virgen de Nazaret. El Verbo la pidió una naturaleza humana, y por medio de ella a nosotros, y María se la dio; por eso, en lo sucesivo la veremos inseparable de Jesús y de sus misterios por donde ande Jesús, allí la encontraremos a ella también: es su Hijo tanto como lo es de Dios.

Aunque Jesús conserva siempre su cualidad de ser Hijo de María, se nos revela como tal, sobre, todo en los misterios de la infancia y de su vida oculta; y si es cierto que María ocupa siempre un lugar privilegiado, con todo, su oficio se manifiesta exteriormente más activo en estos misterios y hemos de contemplarla con preferencia en estos momentos, ya que en ellos resplandece principalmente su maternidad diviha; y no ignoráis que esta dignidad incomparable es la fuente de todos los demás privilegios de la Virgen Santísima.

Los que no conocen a la Virgen, ni profesan a la madre de Jesucristo un amor sincero, corren el peligro de no comprender fructuosamente los misterios de la humanidad de Jesucristo. Es el Hijo del hombre y es también el Hijo de Dios; caracteres ambos que le son esenciales; es el Hijo de Dios por una generación inefable y eterna, y se ha hecho Hijo del hombre al nacer de María, en el tiempo. Contemplemos, pues, a esta Virgen al lado de su Hijo, y ella, agradecida, nos alcanzará un conocimiento más’ y más íntimo de estos misterios de jesucristo, a los que se siente tan estrechamente unida.

1. CÓMO EN EL MISTERIO DE LA ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN SE FIRMA EL CONTRATO ENTRE LA DIVINIDAD
Y LA HUMANIDAD; LA MATERNIDAD DIVINA

Para hacer posible la unión que Dios quería establecer con la humanidad, se necesitaba el consentimiento de ésta. Es la condición que puso la Sabiduría infinita.

Trasladémonos a Nazaret. Llegó ya la plenitud de los tiempos; Dios, dice San Pablo, determinó enviar a su Hijo al mundo, para nacer de una mujer. El ángel Gabriel, celestial mensajero, trae las proposiciones divinas a la virgencita. Trábase un diálogo sublime, del cual pende la liberación del género humano. El ángel comienza por saludar a la virgen, proclamándola, de parte de Dios, “llena de gracia».

Y, en efecto, no sólo es inmaculada, es decir, ninguna mancha ha empañado su alma — la Iglesia ha definido que ella fue la única entre todas las criaturas a la que no alcanzó el pecado original —, sino también que por estar destinada a ser la madre de su Hijo, el Padre Eterno la colmó de sus dones. Está llena de gracia, pero no como lo estará Jesucristo; Él lo está por derecho y de la misma plenitud dé Dios; mientras que María la recibe por participación aunque no se puede calcular la medida, pero que está en relación con su dignidad eminente de Madre de Dios.

 “He aquí, dice el ángel, que concebirás en tu seno y darás a luz un Hijo, a - quien pondrás por nombre Jesús... llamado hijo del Altísimo; reinará en lá casa de Jacob por los siglos, y su reino no tendrá fin.» Dijo María al Ángel: «Cómo podrá ser esto, pues yo no conozco varón?» La Virgen quiere guardar la virginidad. “El Espíritu Santo vendrá sobre ti. y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra; y por esto el Hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios.» “He aquí la’ sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra».

En este instante solemne se ha firmado el contrato; y pronunciado el Fiat (Hágase) por María, la humanidad entera ha dicho a Dios por boca de Ella: « Sí, lo acepto, Dios mío! ¡Así sea!» «Y al instante el Verbo se hizo carne.» Se encarna en las purísimas entrañas de María por obra del Espíritu Santo: el seno de la Virgen viene a ser el Arca de la Nueva Alianza entre Dios y los hombres.

Al cantar la Iglesia en el Credo las palabras que recuerdan este misterio: «Y se encarnó por obra del Espíritu Santo, de la Virgen María, y se hizo hombre», obliga a sus ministros a doblar la rodilla en señal de adoración. Adoremos nosotros también a este Verbo divino que por nosotros se hace hombre en el seno de una virgen; adorémosle con tanto más amor cuanto más se humilla Él, «tomando, como dice San Pablo, la forma de siervo».Adorémosle juntamente con María, que, iluminada de una luz celestial, se postró ante su Creador y ahora Hijo suyo; y por fin, con los ángeles, que estaban pasmados de asombro de la condescendencia infinita de Dios para con nosotros los hombres.

Saludemos después a la Santísima Virgen y démosla gracias por habernos traído a Jesucristo, pues a su consentimiento se lo debernos: «Por Ella hemos merecido al Autor do la Vida». Añadamos, además, nuestro parabién.

Ved también cómo el Espíritu Santo, por boca de Santa Isabel — Isabel estaba llena del Espíritu Santo —, saludaba a la Virgen Santísima al día siguiente de la Encarnación: « Bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! Dichosa la que ha creído que se cumplirá lo que se le ha dichó de parte del Se- flor» Bienaventurada, porque esa fe en la palabra de Dios ha hecho de la Santísima Virgen la Madre de jesucristo. ¿Puede darse criatura alguna que haya recibido jamás elogios parecidos de parte del Ser infinito?

María devuelve al Señor toda la gloria de las maravillas que se obran en ella. A partir del instante en que el Hijo de Dios tomó carne en su seno, canta la Virgen en su corazón un cántico rebosante de amor y de agradecimiento. En casa de su prima Isabel le brotan, hasta desbordarse, los sentimientos íntimos de su alma, y entona el Magníficat, que repetirán con ella sus hijos en el correr de los siglos, para alabar a Dios por haberla escogido entre todas las mujeres: «Mi alma magnífica al Señor y salta de júbilo mi espíritu en Dios, mi Salvador, porque ha mirado la humildad de su sierva..., porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso».

María se encontraba ya en Belén para el empadronamiento que había ordenado César Augusto, cuando, como dice San Lucas, «se cumplieron los días de su parto y dio a luz a su Hijo primogénito y le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre por no haber sitio para ellos en el mesón». ¿Quién es este Niño? Es el Hijo de María, pues ella acaba de darle a luz: su Primogénito.

Pero la Virgen ve en este Niño, semejante a los demás, al mismo Hijo de Dios. El alma de María rebosaba de una fe inmensa, fe que comprendía y rebasaba la de los justos todos del Antiguo Testamento; por eso reconoce Ella en su Hijo a su Dios.

Esta fe se traduce al exterior en un acto de adoración. Nada más mirarle, la Virgen se postró interiormente en una adoración cuyo alcance y profundidad noses imposible sondear.
A esta vivísima fe, a estas adoraciones tan hondas, sucedían los ímpetus de un amor inconmensurable.

Primeramente, el amor humano. Dios es amor; y para que nos podamos formar de éste una idea, Dios da a las madres una participación. El corazón de una madre, con su ternura incansable, la constancia en sus preocupaciones, las delicadezas inagotables de sus afectos, es una creación verdaderamente divina, aun cuando no sea más que una chispa del amor que Dios nos tiene.

Sin embargo de ello, por muy imperfectamente que el amor de una madre refleje el amor que el Señor nos profesa, Dios nos concede las madres para suplir ese amor de algún modo en nosotros; desde la cuna están junto a nosotros para guiamos, para cuidarnos, sobre todo en los primeros años en los que tanto cariño necesitamos.

Imaginaos, por consiguiente, con qué predilección modelaría la Santísima Trinidad el corazón de la Virgen que Dios se escogió para ser la Madre del Verbo Encarnado; Dios se ha complacido en derramar el, amor en su corazón, en formarle expresamente para amar a un Hombre Dios. En armonía acabada se juntaban en el corazón de María la adoración de la criatura con respecto a su Dios y el amor de la madre a su único Hijo.

No es menos admirable su amor sobrenatural Lo sabéis: el amor de un alma para con Dios hay que medirle por los grados de gracia que tiene. ¿Qué es lo que embaraza en nosotros el desarrollo del amor, de la gracia? Nuestros pecados, nuestras faltas deliberadas, nuestras la- fidelidades voluntarias, nuestra afición a las criaturas Toda falta voluntaria encoge el corazón y deja echar raíces al egoísmo.

Pero el alma de la Virgen tiene una pureza perfecta; no la mancilló ningún pecado, ni le llegó sombra alguna de falta; está llena de gracia; y lejos de encontrar en ElIa el menor estorbo al aumento de la gracia, el Espíritu Santo halló siempre en el corazón de la Virgen una docilidad admirable a todas sus inspiraciones. A eso se debe que al corazón de María le dilató magníficamente el amor. Cuál, pues, no debió ser la alegría que sintió el alma de Jesucristo al verse así amado por su Madre!

Si exceptuamos el gozo incomprensible que le provenía de la visión beatífica y de la mirada de complacencia infinita con que le contemplaba el Padre celestial, nada le debió alegrar tanto como el amor de su Madre Santísima.

Jesucristo encontraba en ese amor una compensación sobreabundante a la indiferencia de los que se negaban a recibirle; el corazón de esta doncella era un foco inextinguible de amor, cuyas llamas Él mismo animaba con sus divinas miradas y con la gracia interior de su Espíritu.

Entre estas dos almas se producían mutuas y continuas correspondencias que hacían crecer su unión; de Jesús a María existían tales donaciones y entregas, y de María a Jesús una correspondencia tan perfecta que no nos las podemos figurar mayores ni tan íntimas, si exceptuamos la unión de las divinas Personas en la Trinidad y la Unión hipostática en la Encarnación.

Acerquémonos a María con una confianza humilde y completa. Si su Hijo es el Salvador del mundo, Ella tiene gran parte en su misión y ha de compartir el amor que siente por los pecadores, Oh Madre de los pecadores, le cantaremos con la Iglesia, «tú que has dado a luz a tu Creador, sin dejar de ser virgen, socorre a este pueblo caído, que tu Hijo viene a levantar tomándonos la naturaleza humana»; «ten piedad de los pecadores a los que viene a redimir tu Hijo)). Pues para rescatamos, oh María, por nosotros se dignó bajar de los esplendores eternos tu seno virginal.


2. LA PURIFICACIÓN DE MARÍA Y LA PRESENTACIÓN DR JESÚS EN EL TEMPLO

 

María comprenderá bien esta súplica, pues está asociada íntimamente a Jesús en la obra de nuestra redención.
Transcurridos ocho días desde el nacimiento de su Hijo, la madre le hace circuncidar conforme a la ley judía; se le impone el nombre de Jesús que había indicado el Ángel, y que traza su misión de Salvador y su obra redentora. Al cumplir Jesús los cuarenta días, la Virgen se asocia ya más directa e íntimamente también. a la obra de nuestra salvación y le presenta en el Templo. Ella fué la primera que ofreció a su divino Hijo al Padre Eterno.

Esta ofrenda de María es la más perfecta, naturalmente, después de la oblación que Jesucristo, supremo Pontífice, hizo de Si mismo en su Encarnación y que terminó en el Calvario. Cae fuera de todos los actos sacerdotales de los hombres, y los excede, porque María es la Madre de Jesucristo, mientras los hombres no son más que sus ministros.

Contemplemos a María en el acto solemne de la presentación de su Hijo en el Templo de Jerusalén. Todo el ceremonial minucioso y magnífico del Antiguo Testamento tenía su punto de referencia en Jesucristo; todo en él era un símbolo oscuro que iba a encontrar su realidad perfecta en la Nueva Alianza.

Sabéis que una de las prescripciones rituales que obligaba a las mujeres judías, una vez madres, era la de presentarse en el Templo unas cuantas semanas después del alumbramiento. La madre tenía que purificarse de la mancha legal que contraía al nacer la prole, como consecuencia del pecado original; además, si se trataba de un primogénito y era varón, tenía que presentarle al Señor para consagrársele como a Dueño Soberano de todas las criaturas. Sin embargo de eso, se le podía «rescatar» por una ofrenda más o menos importante — un cordero o bien un par de tórtolas —, según la situación económica de las familias.

Ciertamente que estas prescripciones no obligaban ni a María ni a Jesús. Éste era el supremo Legislador de todo el ritual judío; su nacimiento fué milagroso y virginal y puro en todo: «El Hijo engendrado será santo, será llamado Hijo de Dios»; por lo tanto, no se hacía necesario consagrarle al Señor, ya que era el mismo Hijo de Dios; tampoco necesitaba purificación la que había concebido por obra del Espíritu Santo y continuó siempre virgen.

Pero María, guiada en esto por el mismo Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, abundaba en perfecta conformidad de sentimientos con el alma de su Hijo: «Padre, había dicho Jesucristo al entrar en el mundo, no quisiste sacrificios ni oblaciones: son insuficientes para satisfacer a tu adorable justicia y redimir al hombre pecador; pero me has preparado un cuerpo para inmolarle:
Heme aquí que vengo para hacer en todo tu voluntad» .Y la Virgen ¿qué dijo? «He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra.»

Quiso cumplir esta ceremonia para demostrar cuán profunda era su sumisión. En compañía de José, su esposo, lleva, pues, la Virgen a Jesús, su primogénito, y que será siempre su único Hijo, pero que tiene que ser el primogénito entre muchos hermanos que le serán semejantes por la gracia.

Al meditar este misterio nos vemos obligados a exclamar: « Ciertamente hay un Dios escondido, el Dios de Israel es Salvador!>. En este día, Jesucristo entraba por vez primera en el Templo, que en fin de cuentas era su templo. A Él le pertenecía aquel Templo maravilloso, admiración de las naciones y orgullo de Israel, y en el que tenían lugar todos los ritos religiosos y los sacrificios cuyos detalles Dios mismo había reglamentado: porque aunque le lleva una doncella virgen es el Rey de los reyes y el Señor soberano: «Vendrá a su templo el Señor».

Mas ¿de qué modo viene? ¿Con todo el brillo de su Majestad? ¿Como aquel a quien todas las ofrendas se le deben? De ninguna manera; viene de incógnito completamente.

Pero oigamos más bien lo que nos refiere el Evangelio. Alrededor del recinto sagrado debía de haber una multitud bulliciosa: mercaderes, levitas, sacerdotes, doctores de la Ley. Un grupito cruza y se pierde entre el gentío: son unos pobres que no llevan ni cordero ni ofrendas ricas, únicamente las dos palomas, sacrificio de pobres. Nadie se fija en ellos, pues no llevan séquito de criados; los grandes, los soberbios entre los judíos, ni siquiera les miran; el Espíritu Santo tiene que iluminar al anciano Simeón y a la profetisa Ana, para que ellos, al menos, reconozcan al Mesías. El que es «el Salvador que se prometió al mundo, la luz que tiene que lucir ante todas las naciones», viene a su Templo como Dios escondido.

Por otra parte, en nada se exteriorizaban lo sentimientos del alma de Jesús; los resplandores de su divinidad permanecían ocultos, velados; pero aquí, en el Templo, renovaba Él la oblación que de Sí mismo había hecho en el instante de su Encarnación, se ofrecía a su Padre para ser «cosa suya», le pertenecía con pleno derecho. Esto era como el ofertorio del sacrificio que tenía que consumarse en el Calvario.

Este acto fue también sumamente agradable al Padre Eterno. A los ojos de los profanos, en esta acción tan sencilla que todas las madres judías cumplían, nada de particular se encerraba. Pero Dios recibió aquel día infinitamente más gloria que recibiera antes en ese templo con todos los sacrificios y todos los holocaustos de la Antigua Alianza. ¿Por qué así? Porque en ese día se le ofrecía su propio Hijo Jesucristo, y, a su vez, el mismo Hijo le ofrece infinitos homenajes de adoración, de acción de gracias, de expiación, de impetración. Es un don digno de Dios; el Padre celestial debió de aceptar esta ofrenda sagrada con una alegría que excede a toda ponderación, y toda la corte del cielo fijaba u mirada extasiada en esta oblación única. Hoy no se necesitan ya holocaustos ni sacrificios de animales; la única Víctima digna de Dios acaba de serle ofrecida.

Esta ofrenda tan grata a Dios le es presentada por las manos de la Virgen, de la Virgen llena de gracia. La fe de María es perfecta; llena de las claridades del Espíritu Santo, su alma comprendía hasta dónde llegaba el valor de la ofrenda que a Dios hacía en ese momento; el Espíritu Santo, con sus inspiraciones, ponía a tono su alma con las disposiciones interiores del Corazón de su divino Hijo.

Así como la Virgen había dado asentimiento en nombre de todo el género humano al anunciarle el Ángel el misterio de la Encamación, de igual manera en ese día María ofreció a Jesús en nombre de toda la raza humana. Ella sabe que su Hijo es «el Rey de la gloria, la luz nueva, engendrada antes de la aurora, el Dueño de la vida y de la muerte». Por eso le presenta a Dios para conseguirnos todas esas gracias de salvación que su Hijo Jesús, conforme a la promesa del Ángel, traerá a la Tierra.

No olvidéis tampoco que el que ofrece la Virgen es su mismo Hijo, el que llevó en su seno virginal y fecundo. ¿Qué sacerdote, qué santo presentó jamás a Dios la oblación eucarística en una unión tan estrecha con la divina Víctima como lo estaba la Virgen en este momento? No sólo estaba unida con Jesús por sentimientos de fe y de amor, como podemos estarlo nosotros — aunque en un grado incomparablemente menor —, sino que el lazo que la ligaba a Jesucristo era único: Jesús era el fruto de sus mismas entrañas. Ved ahí por qué María desde este día en que presenta a Jesús como primicias del futuro sacrificio tiene parte principal en la obra de nuestra redención.

Y notad cómo, desde este momento también, Jesucristo quiere asociar a su Madre y hacerla Víctima con Él. He aquí que se acerca el anciano Simeón, guiado por el Espíritu Santo, que llenaba su alma. En este Niño reconoce al Salvador del mundo: le toma en sus brazos y canta su gozo de haber visto por fin con sus ojos al Mesías prometido. Y después de ensalzar «a la luz que tiene que manifestarse un día a todas las naciones”, mirad cómo entrega el Niño a su Madre, y dirigiéndose a Ésta le dice: «Puesto está para caída y levantamiento de muchos en Israel y para blanco de contradicción; y una espada atravesará tu alma”. Era el anuncio, un poco nebuloso, del sacrificio sangriento del Calvario. El Evangelio nada nos dice de los sentimientos que pudieron despertarse en el purísimo corazón de la Virgen al oír esta predicción.

¿Podemos creer que esta profecía nunca desapareció de su espíritu? San Lucas nos revelará más tarde, y a propósito de otros sucesos, que la Virgen «guardaba todo en su corazón”Pues lo mismo se puede decir de esta escena tan imprevista para ella. Sí, la Virgen conservaba el recuerdo de estas palabras, tan terribles como misteriosas para su corazón maternal; desde entonces no cesaron de atravesar su alma. Pero María aceptó, en un acuerdo total con los sentimientos del corazón de su Hijo, en quedar asociada desde ahora y de un modo tan completo a su sacrificio.

Un día la veremos consumar, como Jesús, su oblación en el monte del Gólgota; la veremos de pie— «su Madre estaba de pie»ofrecer también a su Hijo, fruto de sus entrañas, por nuestra salvación, como le ofreció treinta y tres años antes en el Templo de Jerusalén.

Demos gracias a la Santísima Virgen por haber presentado por nosotros a su divino Hijo; rindamos fervientes acciones de gracias a Jesucristo de haberse ofrecido a su Padre por nuestra salvación.
En la santa Misa, Jesucristo se ofrece de nuevo; presentémosle al Padre Eterno; unámonos a Él, y como Él en la misma disposición de una sumisión completa, perfecta a la voluntad de su Padre celestial; unámonos a la fe profundísima de la Santísima Virgen; «por esta fe sincera, por este amor fidelísimo», “nuestras ofrendas merecerán ser gratas a Dios”.

 

3. JESÚS SE PIERDE A LA EDAD DE DOCE AÑOS

Hasta tanto que se cumpla en toda su plenitud la profecía de Simeón, María tendrá desde ahora su parte en el sacrificio. Pronto se verá obligada a huir a Egipto, país desconocido, para alejar a su Hijo de las iras del tirano Herodes; y allí se queda hasta que el Ángel ordena a José, ya muerto el rey, que emprenda de nuevo el regreso a tierra de Palestina.

La Sagrada Familia se establece entonces en Nazaret. Y allí pasa Jesucristo su vida hasta llegar a los treinta años, y por eso se le llamará «Jesús el Nazareno”. Un rasgo tan sólo nos ha conservado el Evangelio de este período de la vida de Jesucristo: Jesús perdido en el Templo. No desconocéis las circunstancias que motivaron la ida de la Sagrada Familia a Jerusalén. El Niño Jesús cumplía los doce años. A esa edad comenzaban los jóvenes israelitas a estar sometidos a las prescripciones de la ley mosaica, y, de modo especial, a subir al Templo tres veces al año:
en Pascua, Pentecostés y en la fiesta de los Tabernáculos. Nuestro divino Salvador, que ya con su circuncisión quiso someterse al yugo de la Ley, se trasladó a la ciudad santa con María, su Madre, y con su padre nutricio. Sin duda era la primera vez que hacía esta peregrinación.

Al entrar en el Templo, nadie se imaginó que aquel adolescente era el mismo Dios que allí se adoraba. Jesús se mezcló con la turba de israelitas, tomando parte en las ceremonias y en el canto de los salmos. Su alma comprendía, como nadie jamás podrá comprender, el significado de los ritos sagrados y saboreaba la unción que fluye del simbolismo de aquella liturgia cuyos pormenores Dios mismo había dispuesto; Jesús veía en figura lo que tenía que realizarse en su misma persona; al mismo tiempo ofrecía a su Padre, en nombre de los allí presentes y de todo el género humano, una alabanza perfecta. Dios recibió en ese Templo homenajes infinitamente dignos de Él.

«Al fin de la fiesta, dice el Evangelista, quien debió oír relatar el hecho a la Santísima Virgen, el Niño Jesús se quedó en la ciudad, sin advertirlo sus padres» Como sabéis, por la Pascua la afluencia de judíos era muy considerable; de ahí ese amontonamiento embarazoso de que no podemos formarnos idea; al regreso, las caravanas se formaban con suma dificultad, y sólo al fin de la tarde lograban juntarse los diversos parientes.

Además, según costumbre, los jóvenes podían ir, a su gusto, con un grupo u otro de su caravana. María creía que Jesús se encontraba con José, y así seguía su camino tranquila, cantando himnos sagrados; pensaba sobre todo en Jesús, a quien esperaba volver a encontrar muy pronto.

Mas ¡cuál no sería su dolorosa sorpresa cuando, al juntarse con el grupo en que iba José, Ella no vio al Niño. «Y Jesús? ¿Dónde está Jesús?» Éstas fueron las primeras palabras de María y José. ¿Dónde estaba Jesús? Nadie lo sabía.

Cuando Dios quiere llevar a un alma hasta la cima de la perfección y de la contemplación, la hace pasar antes por muy rudas pruebas. Nuestro Señor lo tiene dicho: «Cuando un sarmiento que está unido a Mí, que soy la viña, produce fruto, mi Padre le poda: Le limpiara’. Y ¿para qué? Para que lleve ma’s fruto»  Estas duras pruebas consisten principalmente en tinieblas espirituales, en sentirse abandonada de Dios. Con ellas purifica el Señor a las almas con el fin de hacerlas dignas de más íntima unión y más levantada.

Sin duda, la Virgen María no tenía necesidad de tales pruebas; ¿qué rama pudo ser más fecunda jamás que la que dió al mundo el fruto divino? Pero al perder a Jesús, conoció esos intensos dolores, que tuvieron que aumentar también su capacidad de amor y la extensión de sus méritos. Se nos hace muy difícil medir hasta donde llegó la inmensidad de esta aflicción; para apreciarla, se necesitaría comprender todo lo que era Jesús para con su Madre.

Jesús no había dicho nada, y María lo conocía muy bien para pensar que se había extraviado; si había dejado a sus padres, es que así lo quiere el mismo Jesús. ¿Cuándo volverá? ¿Le verá nuevamente? María, en los pocos años que vivió en Nazaret al lado de Jesús, había sentido que se encerraba en el divino Niño un misterio inefable, y esto era en aquellos momentos causa de indecibles angustias.

Ahora lo urgente era buscar al Niño. Qué días aquéllos! Dios permitió que la Santísima Virgen se viese cercada de tinieblas en aquellas horas de congoja y rebosantes de ansiedad; no sabía dónde se encontraba Jesús, y no comprendía tampoco que no hubiese antes avisado a su Madre; y vivía en un inmenso dolor al verse privada de Aquel a quien amaba a la vez como Hijo suyo y como su Dios.

María y José regresaron a Jerusalén, con el corazón torturado de inquietudes; el Evangelio nos dice que le buscaron por todas partes, entre sus parientes y conocidos,pero nadie daba razón de Él. En fin, como sabéis, después de tres días, le encontraron en el Templo, sentado en medio de los doctores de la Ley.

Los doctores de Israel se reunían en una de las salas del Templo para explicar las Sagradas Escrituras; el que quería podía juntarse al grupo de los discípulos y de los oyentes. Esto mismo hizo Jesús. Había ido allí y en medio de ellos estaba, pero no para enseñar, pues aun no había llegado su hora de presentarse ante el mundo como el único Maestro que Viene a revelar los secretos de lo alto; estaba allí, como tantos jóvenes israelitas, «para escuchar y preguntar» : así dice textualmente el Evangelio.

¿Y qué intentaba el Niño Jesús al preguntar así a los doctores de la Ley? No cabe duda que quería ilustrarles, inducirles a hablar de ia venida del Mesías, a juzgar por las preguntas y respuestas y por las citas que hacía de la Sagrada Escritura, orientar sus indagaciones hacia ese punto, para despertar su atención sobre las circunstancias de la aparición del Salvador prometido. Esto es, al parecer, lo que el Padre Eterno quería de su Hijo, la misión que le encomendaba, y jara lo cual le hace interrumpir por breves momentos su vida escondida y tan callada. Y los doctores de Israel estaban maravillados de la sabiduría de sus respuestas.

María y José, llenos de alegría por haber encontrado a Jesús, se acercan a Él y su Madre le dice: Hijo, ¿por qué nos has hecho así? Y no hay en ello una reprensión — la Virgen humilde era prudente en extremo para osar reprender al que sabía que era Dios—; más bien es el grito de su corazón que revela sus sentimientos maternos. «Mira que tu padre y yo, apenados, andábamos buscándote.» ¿Y qué responde Jesús? «Por qué me buscabais? ¿No sabíais que conviene que me ocupe en las cosas de mi Padre?».

De las palabras que salieron de los labios del Verbo Encarnado y recogió el Evangelio, las primeras son éstas. Ellas resumen toda la persona, toda la vida y toda la obra de Jesús. Esas palabras explican su filiación divina, señalan su misión sobrenatural; toda la existencia de Jesucristo no será más que un comentario brillante y magnífico.

Y para nuestras almas encierran una enseñanza preciosa. Os lo he dicho ya muchas veces: en Jesucristo hay dos generaciones; es Hijo de Dios e Hilo del hombre. Como «Hijo del hombre», estaba obligado a observar la ley natural y la ley mosáica que imponían a los niños el respeto, el amor y la sumisión a sus padres. ¿Y quién lo cumplió mejor que Jesús? Más tarde ha de decir «que no vino a abrogar la Ley, sino a cumplirla, a perfeccionarla».

¿Quién como Él supo hallar en su corazón muestras más sinceras de ternura humana? Como «Hijo de Dios», tenía con respecto a su Padre celestial deberes superiores a los deberes humanos, y que a veces parecían oponerse a estos últimos. Su Padre le había dado a entender que debía quedarse aquel día en Jerusalén.

Con las palabras que Jesús pronunció en esta ocasión, nos quiere enseñar que cuando Dios nos pide que cumplamos su voluntad, no debe haber consideración humana que nos detenga, en estas ocasiones hay que decir: Tengo que entregarme por entero a las cosas de mi Padre celestial.

San Lucas, que debió sin duda recoger la confesión humilde de los labios de la misma Virgen María, nos dice que Esta no comprendió todo el alcance de estas palabras». Bien sabía la Virgen que su divino Hijo no podía merlos de obrar de modo perfecto; pero entonces, ¿por qué no lo previno con tiempo? María no comprendía la relación que existe entre este modo de obrar y los intereses de su Padre. ¿Cómo este modo de portarse Jesús entraba en el programa de salvación que le había dado su Padre celestial? Tampoco esto lo entendía.

Pero si es cierto que no vio entonces todo su alcance, no dudaba que Jesús fuese el Hijo de Dios. Por eso se sometía en silencio a esa voluntad divina que exigía de su amor sacrificio semejante: Ella conservaba en su corazón todas las palabras de Jesús. Las guardaba en su corazón, y en ese santuario adoraba el misterio de las palabras de su Hijo, hasta tanto que le fuese dado el poder gozar de la luz plena.

Dice el santo Evangelio que, después de haber sido encontrado Jesús en el Templo, se volvió a Nazaret con su Madre y San José y que allí permaneció hasta llegar a la edad de treinta años. Y el sagrado escritor resume todo este largo período con estas sencillas palabras: «Y les estaba sujeto». De modo que de una vida de treinta y tres años, el que es la Sabiduría eterna quiso pasar los treinta primeros en el silencio y la oscuridad, en la sumisión y el trabajo.

Hay aquí un misterio y unas enseñanzas cuyo significado completo no alcanzan ni siquiera muchas almas piadosas.
¿De qué se trata, en realidad? El Verbo, que es Dios también, se hizo carne; el que es infinito y eterno, se humilla un día — después de muchos siglos de espera yse viste de forma humana: “Se anonadó, tomando la forma de siervo... y haciéndose semejante a los hombres».

Aunque nace de una Virgen inmaculada, la Encarnación constituye para Él una humillación inconmensurable. «No vacilaste en bajar al seno de la Virgen» ». ¿Y por qué desciende hasta estos abismos? Para salvar al mundo, trayéndole la luz divina.

Ahora bien, salvo raros chispazos que iluminan a ciertas almas privilegiadas: los pastores, los Magos, Simeón y Ana, hay que decir que esta lumbrera se oculta, y queda voluntariamente durante treinta años «bajo el celemín» para manifestarse después únicamente tres años, y escasos.

¿No es esto misterioso? ¿Y no es para sacar de tino a nuestra pobre razón? Si hubiésemos conocido la misión de Jesús, no le hubiéramos dicho como muchos de sus parientes lo hicieron más tarde: «Manifiéstate, pues,. al mundo, ya que nadie hace esas cosas en secreto, si pretende darse a conocer»

Pero los pensamientos de Dios no son nltestroS pensamientos y sus caminos rebasan núestros caminos. El que viene a rédimir al mundo, quiere salvarle primero con una vida escondida a los ojos del mundo.

Durante treinta años, el Salvador del género humano no hace más que trabajar y obedecer en el taller de Nazaret; toda la actividad del que viene a enseñar a la humanidad para devolverle la herencia eterna se reduce a vivir en silencio y obedecer a dos criaturas en los trabajos más ordinarios.

Verdaderamente, oh Salvador mío!, «Tú eres un Dios escondido». “Sin duda, oh Jesús, que creces en edad, en sabiduría y en gracia, ante tu Padre y ante los hombres”, tu alma posee, desde el primer instante de tu entrada en el mundo, la plenitud de la gracia, todos los tesoros de ciencia y sabiduría, pero esta sabiduría y esta gracia se exteriorizan poco a poco y con medirla; a los ojos de los hombres eres un Dios escondido, y tu divinidad se encubre bajo las apariencias de un obrero.

Oh Sabiduría eterna, que para sacarnos del abismo al que nos había arrojado la desobediencia altanera de Adán, quisiste vivir en un humilde taller, y en él obedecer a simples criaturas, yo te bendigo y adoro!

A los ojos de sus contemporáneos, la vida de Jesucristo en Nazaret aparece como la existencia vulgar de un simple artesano. Y podéis ver cuán cierto es esto: andando el tiempo, al darse a conocer Jesucristo en su vida pública, los judíos de su tierra se quedan tan admirados de la sabiduría de sus palabras, de la sublimidad de su doctrina y de la grandeza de sus obras, que se preguntan: ¿De dónde le vienen a éste tal sabiduría y tales prodigios? ¿No es éste el hijo del carpintero? ¿Su madre no se llama María? ¿De dónde, pues, le viene todo esto?». Jesucristo era para ellos una piedra de escándalo, ya que hasta entonces no habían visto en él más que un obrero.

Este misterio de la vida oculta contiene enseñanzas que nuestra fe debe aprovechar con avidez. Y lo primero, que no hay nada grande a los ojos de Dios si no se hace a gloria suya y con la gracia de Jesucristo; cuanto más nos asemejemos a Jesucristo, más gratos seremos a su Padre.

La filiación divina de Jesucristo da a sus más insignificantes acciones un valor infinito; Jesucristo tan adorable y grato es a su Padre cuando maneja el escoplo o el cepillo como al morir en la cruz para salvar a la humanidad. La gracia santificante que nos hace hijos adoptivos de Dios, diviniza en nosotros radicalmente toda nuestra actividad, y nos hace dignos, como Jesús, aunque por diverso título, de las complacencias de su Padre.

Ya sabéis que los talentos más privilegiados, los pensamientos más sublimes, las acciones más generosas y más llamativas, nada valen para la vida eterna si no las vivifica esta gracia. Las puede admirar, las puede aplaudir el mundo, este mundo que pasa; la eternidad, que es lo único estable, no las acepta ni cuentan para nada ante ella. ¿Qué aprovecha, decía Jesucristo,Verdad infalible, de qué sirve conquistar el mundo entero por la fuerza de las armas, por los hechizos de la elocuencia o por el prestigio del saber, si falta mi gracia y queda excluido de mi reino, el único que no tiene fin?

Mirad, por el contrario, ese pobre obrero que gana su pan a fuerza de sudores, esa humilde sirvienta ignorada del mundo, ese pobre infeliz que tiene el desprecio de todos: su vida vulgar no llama la atención ni atrae las miradas de nadie. Pero la gracia de Jesucristo anima esas vidas, y son embeleso de los ángeles, y para el Padre, para Dios, para el Ser infinito que por Sí mismo subsiste, un objeto continuo de amor: estas almas llevan estampadas,
 por la gracia, la imagen de Jesucristo.

La gracia santificante es la fuente primera de nuestra
verdadera grandeza; ella le confiere su verdadera nobleza y un esplendor de eternidad a nuestra vida, por ordinaria y trivial que parezca,

Pero este don está oculto. El reino de Dios se levanta sobre todo en el silencio; es ante todo un reino interior y que se esconde en las profundidades del alma: «Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. No cabe duda que la gracia posee una virtud que se traduce casi siempre al exterior por la luz que despiden las obras de caridad; pero el principio de su fuerza está muy adentro. La verdadera intensidad de la vida cristiana reposa en el fondo del corazón; allí es donde Dios mora, adorado y servido por la fe, por el recogimiento, por la humildad, por la obediencia, por la sencillez, por el trabajo y por el amor.

Nuestra actividad exterior no es estable ni es fecunda sobrenaturalmente, sino a base de vida interior. Conforme esté caldeado el horno sobrenatural de nuestra vida íntima, así será también el fruto exterior de nuestra irradiación. ¿Podemos hacer algo más grande en este mundo que promover el reino de Cristo en las almas? ¿Qué obra se la puede comparar, y cuál la aventajará? Es obra exclusiva de Jesucristo y de la Iglesia.

Así y todo, nada conseguiremos si empleamos medios distintos de los que empleó nuestro divino Caudillo. Estemos bien convencidos de que trabajaremos más por el bien de la Iglesia, la salvación de las almas y por la gloria de nuestro Padre celestial, buscando ante todo nuestra unión con Dios en una vida pletórica de fe y de amor, cuyo fin único es Él, que con esa actividad devoradora y de fiebre que no nos deja tiempo ni gusto para encontrar a Dios en la soledad, en el recogimiento, en la oración y en el desasimiento de nosotros mismos.

Ahora bien, no hay nada que tanto favorezca esta unión intensa del alma con Dios como la vida escondida. Y ésta es la razón por que las almas interiores, iluminadas por un rayo de luz de lo alto, sienten mi placer especial en contemplar la vida de Jesús en Nazaret; encuentran en ello un encanto particular y abundancia de gracias de santidad.

 

5. SENTIMIENTOS DE MARÍA SANTÍSIMA EN ESOS AÑOS
DE LA VIDA OCULTA

 

De la Santísima Virgen es de quien principalmente alcanzaremos la participación en las gracias que Jesucristo nos mereció con su vida oculta en Nazaret. Nadie conoce tan bien como la humildísima Virgen cuántas y cuáles fueron esas gracias, porque nadie recibió tantas como Ella. Esos años debieron ser para la Madre de Jesús una fuente inagotable de gracias de inestimable valor. Al pensar en esto, se ve uno como deslumbrado y sin palabras para traducir las intuiciones que se agolpan en los umbrales del alma.

Reflexionemos unos momentos en lo que debieron ser para María esos treinta años. Tantos gestos y palabras, tantas acciones de Jesús, tuvieron que ser para Ella verdaderas revelaciones.
Sin duda que había en .todo eso algo incomprensible, aun para la Santísima Virgen; no se puede vivir en contacto continuo con el infinito, como Ella lo hacía, sin sentir y a veces como palpar el misterio. Mas, ¡qué luz tan abundante y tan clara bañaba su alma! ¡ Qué acrecentamiento ininterrumpido de amor debió de obrar en su corazón inmaculado aquel trato inefable con Dios que trabaja y le obedece en todo!

María vivía allí con Jesús en tal unión que excede a cuanto se puede decir. Los dos formaban un todo; el espíritu, el corazón, el alma, todo el vivir de la Virgen estaba en perfecta armonía con el espíritu, con el corazón, con el alma y con la vida de su Hijo. Su existencia era, por decirlo así, una vibración pura y perfecta, serena y muy amorosa, de la vida misma de Jesús.

Pues bien, ¿de dónde venía a María esta unión, este amor? De su fe. La fe de la Virgen es una de sus virtudes más características.
¡Qué fe tan admirable y de confianza plena en la palabra del Ángel! El mensajero divino le anuncia un misterio inaudito que pasa y desconcierta a la naturaleza: la concepción de un Dios en el seno de una virgen. Y a eso ¿qué responde María? “He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra».  

Si María mereció ser Madre del Verbo Encarnado, fué por haber dado asentimiento total a la palabra del Ángel: “Concibió antes en la mente que en el cuerpo». Jamás vaciló la fe de María en la divinidad; en su Hijo Jesús verá siempre al Dios Infinito.

Y, sin embargo de esto, ¡a qué pruebas no fue sometida su fe! Su Hijo es Dios, y el Ángel le tiene dicho que ha de ocupar el trono de David, y que Jesús ha de ser un signo de contradicción y motivo de ruina y también de salvación; María tendrá que huir a Egipto para librar al Niño de las furias del tirano Herodes; durante treinta años, su Hijo, que es Dios y que viene a redimir al género humano, vive en un pobre taller, en una vida de trabajo, de sujeción, de oscuridad.

Más tarde verá que a su Hijo le odian a muerte los fariseos, le verá abandonado por sus mismos discípulos, en manos de sus enemigos, colgado en una cruz, colmado de sarcasmos, hecho un abismo de sufrimientos. Le oirá gritar su abandono por el Padre, pero su fe seguirá inquebrantable. Hasta el pie de la cruz su fe brilla en todo su esplendor. María reconocerá siempre a su Hijo como a su Dios, y por eso la Iglesia la aclama la “Virgen fiel» por excelencia: Virgo Fidelis.

Esta fe es la fuente de todo el amor do María para con su Hijo, y la que la hace estar siempre unida con Él, aun en los dolores de su pasión y de su muerte. Pidamos a la Virgen que nos consiga esta fe firme y práctica que remata en el amor y en el cumplimiento de la voluntad divina: “He aquí a la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra»; estas palabras resumen toda la existencia de María; ¡que ellas también gobiernen la nuestra.

Esta fe ardorosa que era para la Madre de Dios una fuente de amor, era también causa de gozo. Nos lo enseña el Espíritu Santo, que sirviéndose de Isabel la proclama «bienaventurada la que creyó».

Lo mismo será con respecto a nosotros. San Lucas nos cuenta que a continuación de un discurso del Señor a las turbas, una mujer, levantando la voz, exclamó: «Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron.» Y Jesucristo dijo: «Más bien, dichosos los que oyen la palabra de Dios y la cumplen».

 Jesús no contradijo en manera alguna la exclamación de la mujer judía; pues sabemos que fue Él quien inundó de alegrías incomparables el corazón de su Madre? Únicamente quiere enseñamos dónde se encuentra el principio de la alegría, lo mismo para nosotros que para Ella.

El privilegio de la maternidad divina es algo único: María es la criatura insigne que Dios escogió, desde toda la eternidad, para la asombrosa misión de ser la Madre de su Hijo: ahí está la raíz de todas las grandezas do María.

Pero Jesucristo quiere enseñarnos que así como mereció la Virgen las alegrías de la maternidad por si fe y por su amor, podemos participar también nosotros, no ciertamente en la gloria de haberle dado a luz, pero sí de la alegría de concebirle en nuestras almas. ¿Cómo alcanzaremos esta alegría? «Escuchando y practicando la palabra de Dios.» La escuchamos por la fe, la practicamos, cumpliendo con amor lo que ella nos manda.

Tal es para nosotros, como para la Virgen, la fuente de la verdadera alegría del alma; tal el camino de la verdadera felicidad. Si después de haber inclinado nuestro corazón a las enseñanzas de Jesucristo, obedecemos a sus órdenes y permanecemos unidos con Él, nos amará tanto y es Jesucristo mismo quien lo afirma como si fuésemos «su madre, su hermano, su hermana». ¿Qué unión más estrecha y más fecunda podíamos desear?


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EL CORAZON MATERNO DE MARIA, MEMORIA DE LA IGLESIA MISIONERA

       Juan Esquerda Bifet

Introducción: El Corazón de María, memoria de la Iglesia

1. El Corazón de María en el corazón de la Iglesia

2. El camino del corazón en María y en la Iglesia

3. Escuchar la Palabra de Dios en el corazón como María

4. El proceso de meditar la palabra en el corazón como María

5. La Iglesia de la Palabra vivida desde el Corazón de María

6. El "Magníficat" en el corazón de María y de la Iglesia

7. San José en el Corazón de María

8. Juan Bautista en el Corazón de María

9. Los pastores de Belén en el Corazón de María

10. Los Magos de Oriente en el Corazón de María

11. Los discípulos de Jesús en el Corazón de María

12. El "discípulo amado" en el Corazón de María

13. La pasión y resurreción del Señor en el Corazón de María

14. La Eucaristía en el Corazón de María

15. El Corazón de María en el camino histórico de la Iglesia: las semillas sembradas en el primer milenio

16. Corazón de María: el camino abierto en el segundo milenio.

17. La perspectiva contemplativa y misionera del tercer milenio. Resumen histórico y perspectivas de futuro

18. Los hechos y el mensaje de Jesús en el Corazón materno de María y de la Iglesia.Conclusión: El eco del Evangelio en el Corazón de María y de la Iglesia

Orientación bibliográfica

       DOCUMENTOS Y SIGLAS

AA   Apostolican Actuositatem (C. Vaticano II, sobre el apostolado de los laicos).

AG   Ad Gentes (C. Vaticano II, sobre la actividad misionera).

CECCatechismus Ecclesiae Catholicae (Catecismo "universal", 1992).

CFL  Christifideles Laici (Exhortación apostólica de Juan Pablo II, sobre la vocación y misión de los laicos: 1988)

CT   Catechesi Tradendae (Exhortación apostólica de Juan Pablo II: 1979).

DM  Dives in Misericordia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la misericordia: 1980).

DEVDominum et Vivificantem (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Espíritu Santo: 1986).

DV   Dei Verbum (C. Vaticano II, sobre la revelación).

EA   Ecclesia in Africa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Africa: 1995).

EAmEcclesia in America (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en América: 1999).

 

EAs  Ecclesia in Asia (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Asia: 1999).

EO   Ecclesia in Oceania (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, sobre la Iglesia en Oceanía: 2001).

EEu  Ecclesia in Europa (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II: 2003).

EdE  Ecclesia de Eucharistia (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la Eucaristía en relación con la Iglesia)

EN   Evangelii Nuntiandi (Exhortación Apostólica de Pablo VI, sobre la evangelización: 1975).

IM   Incarnationis Mysterium (Bula de Juan Pablo II, sobre convocación del gran jubileo del año dos mil, 1999).

LG   Lumen Gentium     (C. Vaticano II, sobre la Iglesia).

MC   Marialis Cultus (Exhortación apostólica de Pablo VI, sobre el culto y devoción mariana: 1974).

NMi  Novo Millennio Inneunte (Carta apostólica de Juan Pablo II, al concluir el gran jubileo, 2001)

OT   Optatam Totius (C. VAticano II, sobre la formación para el sacerdocio).

PC   Perfectae Caritatis (C. Vaticano II, sobre la vida religiosa).

PDVPastores Dabo Vobis (Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes: 1992).

PO   Presbyterorum Ordinis (C. Vaticano II, sobre los presbíteros).

RC   Redemptoris Custos (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la figura y la misión de San José: 1989).

RD   Redemptionis Donum (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre la vida consagrada: 1984).

 

RH   Redemptor Hominis (Primera encíclica de Juan Pablo II: 1979)

RM   Redemptoris Mater (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el Año Mariano: 1987).

RMi  Redemptoris Missio (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el mandato misionero: 1990).

RVMRosarium Virginis Mariae (Carta Apostólica de Juan Pablo II, sobre el Rosario, 2002).

SC   Sacrosantum Concilium (C. Vaticano II, sobre la liturgia).

SD   Salvifici Doloris (Exhortación Apostólica de Juan Pablo II, sobre el sufrimiento: 1984).

TMATertio Millennio Adveniente (Carta Apostólica de Juan Pablo II como preparación del Jubileo del año 2000).

UR   Unitatis Redintegratio (C. Vaticano II, sobre la unidad).

UUSUt Unum Sint (Encíclica de Juan Pablo II, sobre el empeño ecuménico: 1995).

VC   Vita Consecrata (Exhortación Apostólica de Juan PabloII, sobre la vida consagrada y su misión: 1996).

VS   Veritatis Splendor (Encíclica de Juan Pablo II, sobre la doctrina moral de la Iglesia: 1993).

 

CAPITULO III

LA MADRE DE JESUS

‘Feliz la que ha creído!» (Lc 1,45).

Reflexionaremos nuevamente sobre la Encarnación: Jesús, don de Dios, es enviado al mundo por el Padre; va incluida también la respuesta humana de María, su Madre. Este día se dedica a María. En ella contemplamos nuestro lugar propio en. el plan de salvación por parte de Dios.

Lugar de María en el Plan de Salvación de Dios
Dios habla en Jesucristo. Este hablar es diferente de la palabra de creación donde Dios está solo. Ahora nos habla. La nueva creación va a venir no por Dios solo, sino por Dios y hombre. Es la alianza, uniendo el abismo existente entre cje- lo y tierra, entre Dios y el hombre.

Además en la obra de salvación Dios actúa con un poder soberano, pero ahora es el poder del amor. El amor supone un compañero, nunca es dominante, nunca prescinde del ama do. El amor no puede menos de estar pendiente de él, de su libertad y de su respuesta. El amor, por tanto, corre un riesgo, no uno más de los que hemos de asumir cada día cuando entramos en las autopistas de la vida y del mundo. El amor es un riesgo total, porque entra en juego lo más íntimo de la persona. ¿Puede él entregar su obra de creación y salvación en manos y corazones de hombres y confiarse él mismo a sus criaturas?

El riesgo de Dios comienza al crear al hombre en libertad dejando su vida y destino en manos de ellos y que configuren el mundo y construyan la sociedad de acuerdo con sus propios diseños. Este es el drama de la creación, de la cultura, de la historia.
El riesgo de Dios, pues, es radical en su plan de salvación al entregar a sti propio Hijo al mundo con intención de salvarle no a través de un despliegue de su poder sino por medio de una invitación de amor.

La historia de Israel, secuencia sin fin de respuestas y de rechazos, prevé este drama de salvación. Llega a su culmen en Jesús. El es la nueva alianza, don irrevocable de Dios al hombre.
Pero ¿cómo será Jesús recibido? ¿Se quedará solo, o será el comienzo de una nueva creación? Si no hubiera nadie que Jo reciba, la revelación sería inútil; sería tan sólo un monólogo de Dios consigo mismo. ¿Encontrará Jesús un lugar en este mundo nuestro donde se le dé la bienvenida y encuentre fe?
Lucas nos dice la respuesta que encuentra la palabra de salvación de Dios en nuestro mundo por medio de María, la primera de los creyentes. Somete su vida, en fe y amor, al plan salvador de Dios. En ella el Hijo de Dios se convierte en un miembro de nuestra familia humana. Ella deja que su misma vida quede atraída dentro de los designios de Dios y que sea formada por Jesús, su Hijo, y por su misión. Por lo que ella es también la primera en tomar parte en su obra de salvación. El Vaticano II hace un resumen de su vocación. «Abrazando la voluntad salvífica de Dios con generoso corazón y sin el impedimento de pecado alguno, se consagró totalmente, cual esclava del Señor, a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo al misterio de la redención con El y bajo El, por la gracia de Dios omnipotente» (L.G. ri. 56).
Así es como María ocupa su lugar en la Iglesia, subordinada a Jesús, su Hijo, pero irreemplazable. Ella no es un mero adorno de la vida cristiana, ni Ja veneracton que por ella sentimos es una forma accidental de devoción popular de la que nos podamos dispensar. Ella ocupa ya su lugar en los evangelios. Cierto, el kerigma primitivo no habla de ella, puesto que está centrado por completo en la persona y misión de Jesús, que es el «Señor y Mesías» (Hch 2,36). Pero los evangelios de Lucas y Juan fueron escritos en una fecha en que la fe cristiana había madurado. La vida de los cristianos no es únicamente don de Dios sino que incluye también la respuesta humana. En este sentido nos habla Lucas de la sumisión de María a la llamada de Dios en la Anunciación y de su crecimiento gradual hacia un siempre mayor entendimiento de su vocación, hasta que ella se encuentre en medio de los Apóstoles aguardando a que fuese derramado el Espíritu Santo sobre la joven Iglesia (Hch 1,14). Juan la contempla de pie bajo la cruz junto al discípulo a quien Jesús amaba, unida a Jesús en el cumplimiento de su misión (Jn 19,25-27).
No son éstas, adiciones marginales al mensaje del evangelio sino su genuino desarrollo. En su respuesta a la palabra de Dios, María es el modelo de la Iglesia entera, que prograsando en su obediencia, recibe la palabra de Dios y «conserva pura e íntegramente la fe... imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad» (L.G. n. 64) Así la persona de María como sierva del Señor, que se entrega libremente a Dios y deja que su vida se vea absorbida en la vida y misión de su Hijo, como modelo de la Iglesia, pertenece a la sustancia del mensaje cristiano.
Hay más. La primitiva Iglesia vio a María en el contexto de la salvación de la humanidad: como está Eva al comienzo de nuestra historia de pecado, así María es el comienzo de la historia de salvación. El Concilio cita a Epifanio: «El nudo de la desobediencia de Eva fue desatado por la obediencia de María; lo que ató la virgen Eva por la incredulidad, la Virgen María lo desató por la fe» (L.G. n. 56).

Entonces, María titambién su puesto especial en íos Ejercicios Espirituales. Ellos tienen por fin ayudar a la búsqueda de la voluntad de Dios, conducirnos a un compromiso total a Dios libre de ilusiones, y a realizar el plan de Dios en nuestra vida actual. Por lo que invita Ignacio una y otra vez a que nos volvamos en oración a María para que interceda por nosotros ya que fue ella la que se comprometió incondicionalmente a cumplir la voluntad de Dios. En su presencia nos esforzamos por caer en la cuenta de las desorientaciones de nuestro corazón y de los atractivos engañosos del mundo circunstante (cfr. n. 63). Este día, pues, todas las meditaciones van a estarffs en María, para encontrar en ella el modelo y la norma de nuestra vida como respuesta a la palabra de Dios.

Las meditaciones tienen por base el evangelio de Lucas. Su relato de la concepción y nacimiento de Jesús está escrito para la comunidad de los creyentes: La salvación viene de Dios y hay que recibirla con fe y amor. María es e! modelo de entrega total a Dios. Cada palabra de dicho relato refleja el mefable misterio del encuentro de Dios con sus criaturas en palabras y simbolismos de la tradición judía. Ha servido de inspiración al arte religioso a lo largo de los siglos.

En la meditación sobre la Anunciación queremos buscar cuál es el mensaje espiritual de la narración.

La Anunciación (Le 1,26-38)

«Dios envió al ángel».

La salvación es obra de Dios, su propio don. Con todo, envía un ángel: los ángeles son mensajeros. Dios ya no está solo como en el amanecer de la creación. Dios nos ofrece una alianza de amor, y el amor requiere uno con quien compartir lo Dios está pendiente de la respuesta libre de su criatura. Así lo estará hasta el fin del tiempo, así lo está también conmigo. Dios necesita nuestra respuesta. Invita, pero, respeta nuestra libertad.
»A una ciudad de Galilea llamada Nazaret» ¿A quién se envía el mensajero? ¿Qué espera por parte de sus criaturas? Si bien Dios quiere establecer su reino en contra de los poderes de la oscuridad, no busca un aliado en el poder humano; al ángel no se le envía a Roma, concentración del poderío político y militar. Aunque empiece Dios a decir su palabra de sabiduría divina y de verdad, el ángel no es enviado a los centros orgullosos deJ saber humano en Grecia o Egipto. Y aunque quiere Dios santificar al mundo para conducirlo a la verdadera adoración en espíritu y en verdad, el ángel no es enviado a la ciudad santa de Jerusalén donde se cantan salmos y se ofrecen sacrificios a diario; la salvación nada tiene que ver con los ritos vacíos de espíritu.
El ángel es enviado a Galilea, país atrasado política, cultural y espiritualmente, «a los que vivían en la oscuridad» (ls 9,1; Mt 4,16), a Nazaret, un pueblo que no se puede encontrar en ningún mapa del mundo antiguo. «i,De Nazaret puede ha-
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ber cosa buena?» (Jn 1,46). ¿Qué espera realmente Dios por parte de su criatura al venir a salvarnos? «A una virgen cuyo nombre era María» María es una virgen; es el único título aplicado a su nombre, la única explicación de ser elegida para madre del sal. vador. En lenguaje bíblico virginal quiere decir ante todo fidelidad a Dios. A Israel se le llama hija virgen de Sión, en tanto en cuanto es pueblo fiel de la alianza, escucha a Yahveh, y deja a los ídolos. La adoración que los cananeos tributaban a Baal es llamada adulterio. Este es el significado que conserva el Nuevo Testamento. Los 144.000 del Apocalipsis, salvados de la destrucción final, son vírgenes «que siguen al Cordero a dondequiera que vaya’, hombres y mujeres que no se han manchado de idolatría (Ap 14,4). Pablo amonesta a los Corintios a que permanezcan fieles al evangelio no adulterado, ya que él los ha desposado a Cristo como «a una virgen pura». Que no se dejen arrastrar lejos «de una sincera y pura devoción a Cristo, al igual que la serpiente engañó a Eva con su astucia» (2 Co 11,2ss). La virginidad concierne a la mente y al corazón. La integridad y pureza física son un símbolo.

Esta, pues, es la prerrogativa de María: Ella es una virgen; ella no escuchará otras voces e incitaciones, sólo a) ángel de Dios. Su vida y su ser dependerán por entero de Dios, ella se guiará por su palabra. Este es, de hecho, el requisito básico de quien ansíe encontrar la voluntad de Dios. Los Ejerci.cios Espirituales están diseñados para conducir con precisión a prestar atención únicamente a Dios, no a distraerse con mul -titu de voces que también le reclamen.

«Alégrate, favorecida del Señor» María está, pues, preparada a recibir el mensaje del ángel al que responderá de todo corazón. Esta presteza, con todo, no es consecución suya, es en sí don de Dios, el don más íntimo que Dios nos puede otorgar: la fuerza con que responder a su amor. Cuando traducimos estas palabras por «llena de gracia», se crea fácilmente un malentendido, como que la gracia es algo que se pueda medir. La gracia es un lazo vivo de amor. Es amor pero no tal como se halla oculto en lo hondo de Dios sino en cuanto se hace creador en nuestro corazón y consigue nuestra respuesta final. Es del todo don de
Dios, pero realizado en nuestra libertad. Dios hace despertar a su criatura de su ceguera por lo terreno, el nuevo corazón, él nos atrae hacia sí mismo.

Es privilegio de María que desde el comienzo de su existir sea abrazada por el amor de Dios, al que siempre responde. En el designio de Dios ella pertenece totalmente a Jesús quien en todo es similar a nosotros excepto en el pecado. Con él ella pertenece a Dios. El la ha unido, de forma única. a Jesús y a su misión. Ella, por su parte, deja que su vida sea absorbida en el amor de Dios. Así será la madre de Jesús, la madre del Salvador.

El ejercitante ha de experimentar que la apertura de su corazón y su generosidad en la entrega de sí mismo, a la que es invitado, no es consecución suya sino don de Dios.


«El Señor está contigo»

Así que ahora podemos entrar sin temor en su vida real, tal como Dios la destinó para ella, para ser la madre del Salvador. Incluso antes de que se pronuncie el mensaje, está ella asegurada por la garantía de Dios ofrecida a los que él elige:
estará con ella. Así sucedió con Moisés (Ex 3,12), con Gedeón (Jc 6,12), con Jeremías (Jr 1,8); lo mismo, finalmente con los apóstoles en su misión imposible al mundo entero (Mt 28,20).. Es la única seguridad que se da a quienes siguen a Jesús.
«Vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo»
Es un privilegio único de María ser madre de Jesús para dar al Hijo de Dios una mente y un cuerpo humanos, para hacerle ciudadano de este mundo y miembro de nuestra familia humana. Es orgullo de toda madre reconocer en la cara del hijo sus propias facciones, en las reacciones del niño su mismo carácter, y su voz en los primeros balbuceos. Jesús era su niño.
Pero, aun en este privilegio único, María no está sola. La. concepción de Jesús en su seno es sólo el principio de su presencia constante en nuestro mundo y sociedad, por medio de los creyentes. El cuerpo de Cristo, su presencia en nuestro mundo, se difundirá a todos sus fieles. Todos los creyentes formarán su cuerpo, su presencia continuada dentro de la sociedad humana, y serán responsables de hacer efectiva y real su venida al mundo. De este modo, la Iglesia misma, «al
recibir la palabra de Dios en fe, se convierte en madre» y mediante el cumplimiento de su misión, da vida a los demás «que son concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios a una vida nueva e inmortal» (L.G. n. 64).

«A quien pondrás por nombre Jesús»

Toda madre ha de aprender, a veces con pena, a dejar que su niño se desarrolle y viva su vida. María también lo ha de hacer de forma única. Su Hijo tiene una misión que ya está expresada en su nombre «Jesús», que significa Salvador. Ella misma (según Lucas) le va a poner el nombre y, de este modo, por así decirlo, ratifica su destino de no pertenecerle a ella sino al pueblo. Ella experimentará lo que este nombre implica en el momento de abandonar la casa de Nazaret. Ella se pondrá en camino para verle en Cafarnaún, centro de sus actividades, pero ha de saber que la verdadera familia de Jesús, su «madre y hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 8,21). No se funda en un parentesco de sangre sino en la fe en él. Por lo que, de hecho, es la primera en pertenecer a su familia como primera que creyó en él. Mas resulta duro para ella caer en la cuenta de que no le pertenece. No le pertenece pero ella sí le pertenece a él. Tiene que entregarlo al mundo, y tendrá que ensanchar el corazón hasta que esté tan abierto como el de Jesús, con un amor que abrace a todos los pueblos.
«Será llamado Hijo del Altísimo» Título que corresponde a la dignidad única de Jesús, y que incluye, además, la rendición total de María: Jesús pertenece a su Padre, su lealtad se la entregará a él, no a su madre. Así lo experimenta ella cuando, a la edad de doce años, se queda Jesús en el templo y ella le hace esta dolorosa pregunta: «i,Por qué nos has hecho esto?». La simple respuesta de Jesús consiste en su única lealtad: «,No sabéis que yo debía estar en la casa de mi Padre? Pero ellos no comprendieron” (Lc 2,48- 51). El golpe tremendo de su obediencia a Dios cae sobre ella bajo la cruz.
Le costará a María toda su vida caer en la cuenta de todas las implicaciones que entraña ser madre de Jesús, desde su

BREVES PUNTOS PARA LA MEDITACION

encuentro con Simeón que habla del destino de Jesús que será «para caída y elevación de muchos», hasta su presencia en el Calvario y en el cenáculo en Pentecostés. Cada una de estas experiencias le va acercando más y más al misterio de su persona y misión. Los designios de Dios se le van descubriendo por partes, en los acontecimientos de la vida de Jesús, de su propia vida y en la vida de la comunidad apostólica.

«He aquí la esclava del Señor»

Es la rendición total de María en la que se entrega de por vida a Dios, y entrega la seguridad de su pequeño mundo en el que ella se siente en casa, el humilde pero seguro lugar de su pueblo. Se rinde totalmente a lo desconocido, a un futuro más allá de su control y comprensión, sin nadie por guía que conteste a sus preguntas, al misterio inescrutable de Dios, con ningún otro seguro más que Dios mismo, su palabra.
«Hágase en mí según tu palabra»
La palabra de Dios llegó a ella por el mensaje del ángel; Dios sigue hablándole a ella en todos los momentos de su vida. La palabra dada es de total obediencia pero, a medida que los acontecimientos tengan lugar en su vida, la profundizará y enriquecerá; su matrimonio con José, el nacimiento del niño, los años de Nazaret, ¡a despedida de Jesús, la agonía bajo la cruz, la emoción por su Hijo Resucitado. En todos estos acontecimientos su «fiat» no sólo se va a repetir sino que se pondrá a prueba y se cumplirá hasta que su vida y su amor se fusionen en la gloria de su Hijo. Así son nuestras entregas, un darse continuo a Dios a medida que corren nuestras vidas. Los votos bautismales, ¡a profesión religiosa o la entrega sacerdotal nadie sabe lo que implica de antemano. La entrega de sí mismo a Dios hay que ratificarla en un sucesivo despliegue de la vida de cada cual.
Esta será ahora su vida: ha recibido el mensaje del ángel, ahora se queda sola, consigo misma. El Señor estará presente con su fidelidad callada.

«Y el ángel, dejándola, se fue»

1. Participar del don de Dios. La Visitación (Lc 1,39-45).
En la visita a Isabel, el sentido de la Anunciación se pone de manifiesto.
— «María se levantó y marchó con prisa»: Es atraída por la misma misión de Jesús; el amor de Dios se halla presente en nuestro mundo, le alcanza y se pone a su servicio.
— «Saludó a Isabel»: Cuando las personas son tocadas por Dios, su encuentro tiene un significado nuevo. El contacto humano se hace canal del actuar de Dios; un simple saludo adquiere una profundidad nueva. (Lee los saludos en las cartas de Pablo).
— «Isabel quedó llena del Espíritu Santo»: En la nueva comunidad de creyentes la vida es compartida, se transforma.
— «Bendita tú entre las mujeres»: El oficio de María en el plan de salvación es el de mujer. Ella es virgen, esposa, madre con relación a Dios. Ella realiza al máximo su riqueza y hondura de mujer.
— «Feliz la que ha creído!»: La grandeza de María no se funda en su maternidad física, sino en su fe.
— «Se cumplirán las cosas que le fueron dichas»: su vida, su futuro descansa en manos de Dios; él solo es el seguro de su cumplimiento.
2. Alabanza de María, El Magnificat (Lc 1,46-55).
El don de Dios se convierte en himno de alabanza dentro del corazón de María. Contiene los grandes temas del evangelio de Lucas.
— «Engrandece mi alma al Señor»: La acción salvadora de Dios tiene eco en el corazón de María. Su contemplación se dirige a encontrar al Dios de salvación en sus hazañas, cantando alabanzas de amor.
— «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada»:
Grandeza de Dios es que la criatura le haya encontrado y que no sea humillada por su majestad sino que es levantada a participar de su gloria.

— «Santo es su nombre»: al atraer hacia sí a las criaturas, Dios nada pierde de su santidad infinita; María en su relación más íntima con Dios baja su cabeza ante tanta santidad.
— «Desplegó la fuerza de su brazo»»: comienza el reino de Dios; consiste en levantar al humilde, en saciar al hambriento con sus bienes; la Buena Nueva llega al pobre; a los que se glorían de su riqueza y poder terrenos los dispersará y marcharán hambrientos.
— «Como había anunciado a nuestros padres’»: En la obra de salvación se da cumplimiento a las antiguas promesas: Dios es fiel. Dios está siempre presente en nuestro mundo, «de generación en generación»». Mi vocación propia y mi confianza en Dios se entrelazan dentro de la historia de su fidelidad, historia que arranca de la creación y que perdurará hasta el fin.
— Lc 1,5-25: El anuncio a Zacarías del nacimiento de Juan, su duda y castigo.
— Mt 1,18-24: Origen de Jesús según Mateo: La historia de José.
— Hb 11: La fe a través de las edades.
— Ef 1,3-14: El misterio de la elección de Dios.
— Vaticano II, L.G. cap. VIII especialmente n. 56, el puesto de María en el plan de salvación de Dios. nn. 63 y 64:. María, modelo de la Iglesia.

PREGUNTAS

PARA UNA REFLEXION MARIANA


tu «Bajaste de tu trono y te viniste a la puerta de mi choza. Yo estaba solo, cantando en un rincón, y mi música encantó oído. Y tú bajaste y te viniste a la puerta de mi choza.
Tú tienes muchos maestros en tu salón, que a toda hora te cantan. Pero la sencilla copla ingenua de este novato te enamoró; su pobre melodía quejumbrosa, perdida en la gran música del mundo.
Y tú bajaste con el premio de una flor, y te paraste a la puerta de mi choza»». (TAGORE, Gitanjali n. 49).

1. ¿Qué lugar ocupa María en mi vida? ¿Puedo yo llevar a cabo el significado de la tradición Mariana de la Iglesia más allá de las prácticas de devoción? ¿Me siento capaz de aprender de ella la verdadera fe?
2. ¿Se ha visto mi fe puesta a prueba y desafiada por mis experiencias personales o por lo que me rodea? ¿Ha sido profundizada y enriquecida a lo largo de los años o se ha vuelto mortecina y superficial?

 

 

 

 

LÍNEAS BÁSICAS DE LA MATERNIDAD DE MARÍA RESPECTO A LOS SACERDOTES MINISTROS

 

(Mons. Juan Esquerda Bifet)

Presentación: La presencia activa y materna de María en la vida y en los ministerios sacerdotales

1: En el itinerario formativo

2: En la vida sacerdotal

3: En el ejercicio de los misterios

Conclusión: Nuestro lugar en el Corazón materno de María

* * *

Presentación: La presencia activa y materna de María en la vida y en los ministerios sacerdotales

En todos los temas cristianos hay que tener en cuenta que nos encontramos ante realidades de gracia, las cuales continúan aconteciendo. La presencia activa y materna de María en la Iglesia es una de estas realidades de gracia y tiene una dimensión sacerdotal, en bien de toda la Iglesia y especialmente en bien de los sacerdotes ministros.

Las palabras de Jesús dirigidas a María, continúan repercutiendo en su Corazón maternal: “He aquí a tu hijo” (Jn 19,26). Su maternidad es una realidad salvífica permanente: “Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62).

También las palabras de Jesús al discípulo amado, continúan siendo actuales: “He aquí a tu Madre” (Jn 19,27). Un buen “discípulo”  las sigue escuchando y poniéndolas en práctica. Por esto, a María “la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (LG 53).

El encargo recibido por Juan, en nombre de todos los creyentes, se concretó en una relación familiar: “La recibió en su casa” (Jn 19,27). Esta recepción equivale a recibirla en “comunión de vida” por parte de todo fiel, y especialmente por parte de todo ministro ordenado: “La palabra del Crucificado al discípulo —a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27)— se hace de nuevo verdadera en cada generación” (enc. Deus Caritas Est, n. 42).[17]

María estaba habituada a “meditar” las palabras de Jesús en su Corazón (cfr. Lc 2,19.51). Por esto, el encargo recibido en el Calvario, como un nuevo aspecto de su maternidad, lo relacionaba con otras palabras del mismo Jesús. Efectivamente, todo lo que decía y hacía Jesús estaba relacionado con “las cosas (o la casa) del Padre” (Lc 2,49), con su “hora” (Jn 2,4), con su actitud oblativa “en manos” del Padre (Lc 23,46). María había escuchado cómo Jesús calificó  a la comunidad de sus seguidores: “Mi madre, y mis hermanos” (Mt 12,48; cfr. Lc 8,21). Y en la última cena, las referencias de Jesús a sus discípulos también eran otras tantas llamadas al Corazón de la Madre: “Ellos son mi expresión… les amas como a mí… yo estoy en ellos” (Jn 17,10.23.26). Nadie mejor que ella podía captar los sentimientos profundos de Cristo, en cuyo Corazón abierto podía “contemplar” todo su amor para con cada uno de los redimidos (cfr. Jn 19,27). Recibir a los discípulos y hermanos de Jesús, significaba para ella recibir al mismo Jesús: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mt 10,40).

La herencia de Jesús al dejarnos a su Madre como nuestra, continúa siendo una realidad salvífica, siempre actual: “Jesucristo – decía el Cura de Ars - tras habernos dado cuanto nos podía dar, quiere aún dejarnos en herencia lo más precioso que él tenía: su Santa Madre”.[18]

Es una realidad que muestra a María como la madre siempre “ocupada” en relación con la Iglesia, en la cual se actualiza “el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen” (LG 60).

Todo esto tiene lugar, aunque de modo diferenciado, en cada una de las vocaciones. María es Madre, modelo, intercesora, ayuda, maestra, guía, discípula… Así lo podemos aplicar a todo el proceso formativo sacerdotal, como también a la realidad de su vida y del ejercicio de los ministerios.

La "memoria" de María equivale a tomar conciencia de su presencia activa y materna en el campo de la evangelización, como modelo y ayuda en el seguimiento y discipulado evangélico de todos los creyentes y especialmente del sacerdocio ministerial.[19]

1: En el itinerario formativo

María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cfr. Jn 2,11-12). Encontramos también un momento especial de perseverancia (junto a la cruz: Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo (Pentecostés: Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.

Para afrontar estos tres momentos de la vocación sacerdotal, se necesita una formación inicial y permanente, de suerte que la vocación sea una vivencia permanente y comprometida, a modo de “vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,25) y con vistas a ejercer los ministerios. Se quiere vivir lo que uno es y hace, como proceso de consagración y misión.

Puesto que en el sacerdocio ministerial (de los ministros ordenados) se trata de una especial participación en la consagración y misión de Cristo Sacerdote, presente en la Iglesia, hay que tener en cuenta estos datos esenciales: María es Madre de Cristo Sacerdote, Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal y Madre especial de los sacerdotes ministros. La maternidad peculiar de María respecto a los sacerdotes ministros, se integra armónicamente con su cuidado materno respecto a todos los redimidos.

El itinerario formativo del sacerdote ministro (tanto en el período inicial como en la formación continuada), incluye necesariamente la formación sobre el propio carisma específico sacerdotal, que tiene dimensión mariana por su misma naturaleza.[20]

María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo (Verbo Encarnado), de la que participa toda la Iglesia, tuvo lugar en le seno de María, por obra del Espíritu Santo. Desde entonces, María, “guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres” (PO 18). De este modo, quedó relacionada íntimamente con el ser (la consagración) de Cristo, con su obrar (la misión) y con su vivencia y estilo de vida. En el momento del sacrificio de la cruz, “se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).

El “sí” sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María: “Vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 40.9). El “sí” de María (Lc 1,38) quedó unido al de Jesús. Ella llevó en su seno a Jesús Sacerdote: Dios, hombre, Salvador. Su actitud habitual de meditar la Palabra (cfr. Lc 2,10.51) deja entender que recibió al Verbo antes en su corazón que en su seno.[21]

El “Magníficat” es el fruto de su “sí” contemplativo, unido al sacrificio de Cristo Sacerdote, que ya desde su concepción e infancia era “oblación” al Padre, en el Corazón y por manos de María (cfr. Heb 10,7ss, en relación con Lc 2,22, cuando tuvo lugar la presentación de niño en el templo).

 María es Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal, puesto que "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad. La Iglesia es “Pueblo sacerdotal” (LG 10). María es Madre de la Iglesia por haber engendrado a Cristo, Cabeza de la mima. Es “Madre de la Iglesia” por ser “Madre de los pastores y de los fieles”.[22]

Los contenidos del título “Madre de la Iglesia”, ya están en el concilio. Efectivamente, María es “verdadera Madre de. Redentor...  verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53).

La misión de la Santísima Virgen María se inserta, pues, “en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico” (LG 54). María es, a la vez, miembro y Madre del Pueblo sacerdotal, Tipo o figura de la Iglesia (cfr. LG 53, 62-65). Es “Madre en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). "Con su nueva maternidad en el Espíritu, acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia" (RMa 37).

María es Madre especial del sacerdote ministro (y de todos los ministros ordenados), en todo el proceso de vocación, seguimiento y misión, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[23]

El sacerdote ministro participa de la consagración sacerdotal de Cristo (que tuvo lugar en el seno de María), prolonga la misma misión de Cristo (quien asoció y sigue asociando a María), está llamado a vivir en sintonía con él (como María, guiada por el Espíritu Santo, se asoció a la obra redentora de Cristo). De este modo, María está presente y activa maternalmente en todas las etapas del itinerario de la vida apostólica.

La participación peculiar por parte de los sacerdotes ministros en el sacerdocio de Cristo, es una “consagración” especial, que deriva hacia la “misión”, como prolongación de la misma misión de Cristo, para obrar “en su nombre” o “en persona de Cristo”. Esta participación en la consagración y misión de Cristo exige y, al mismo tiempo, hace posible una sintonía y docilidad generosa. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).

Todos los aspectos y etapas de la formación sacerdotal hacen referencia a María, como “Madre y educadora de nuestro sacerdocio”(PDV 82). Efectivamente, “cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (ibídem).

De ahí la relación esencial del sacerdote ministro con María “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25-27). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, sin no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).

Decía Benedicto XVI a los seminaristas en Colonia durante la XX Jornada Mundial de la Juventud (19 agosto 2005), comentando el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cfr. Mt 2,11) y describiendo el itinerario formativo sacerdotal: “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano”.

2: En la vida sacerdotal

La espiritualidad mariana es una dimensión intrínseca a la espiritualidad eclesial. De modo particular lo es de la espiritualidad sacerdotal. Los Apóstoles y discípulos formaban parte de la familia de Jesús: “Mi Madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; cfr. 2,19.51). El hecho del Cenáculo es paradigmático, como punto de referencia durante toda la historia eclesial, donde los Apóstoles y discípulos reunidos, “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” (Hech 1,14).

 Los “sentimientos” de Cristo respecto a su Madre tienen que reflejarse en quienes participan de la misma consagración del Señor y prolongan su misma misión, mientras presentan el mismo estilo de vida como testimonio evangélico. Cristo fue “ungido” sacerdote en el seno de María, por obra del Espíritu Santo, y quiso nacer de ella, asociándola a su obra redentora. La espiritualidad sacerdotal mariana es una actitud de reverencia y amor filial hacia quien es "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio" (PO 18). El ser (consagración), el obrar (misión) y la vivencia (espiritualidad) del sacerdote, incluyen una relación estrecha con María.

La comunión en el Presbiterio de la Iglesia particular supone “unión” y  sintonía vivencial con “María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Por esto, la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), que es una “realidad sobrenatural” (PDV 74), como derivación del sacramento del Orden (cfr. LG 28), necesita esta sintonía de oración en comunión fraterna y en espera activa de las nuevas gracias del Espíritu Santo. María, también ahora, “precede el testimonio apostólico" (RMa 27).

Las figuras sacerdotales de la historia (como San Juan de Ávila, San Juan Eudes, San Luís María Grignion de Montfort, San Alfonso Mª de Ligorio, el Santo Cura de Ars, San Antonio Mª Claret, etc.), son puntos de referencia para recordar y vivir la relación de María con los sacerdotes ministros. Los santos sacerdotes han vivido esta relación con María a la luz de la Encarnación (consagración sacerdotal de Cristo en el seno de su Madre), del sacrificio redentor que culmina en la cruz (con María en actitud oblativa), de la Eucaristía (como pan de vida que se formó en el seno de María y que actualiza el misterio redentor) y de la Iglesia (como madre de las almas).

Por ser “Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes” (PDV 82), María ejerce también en ellos un “influjo salvífico” (LG 62), que es de presencia activa y de modelo de asociación a Cristo Sacerdote. Ella es “Madre y educadora de nuestro sacerdocio” (PDV 82). En este sentido, "los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María" (Pío XII, Menti nostrae  n.124).

Esta espiritualidad se concreta en relación filial e imitación. Por ser “madre y educadora de nuestro sacerdocio... nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente” (PDV 82).

Las palabras de Jesús en la cruz (“he aquí a tu Madre”) siguen aconteciendo en quienes quieren vivir en sintonía con “los sentimientos” oblativos de Cristo (Fil 2,5). La invitación a asumirla como Madre, incluye dejarse orientar por ella como modelo de maternidad apostólica, en todo el itinerario de formación, en la vida y en el ministerio sacerdotal: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). María es modelo y ayuda de fidelidad a la Palabra y al Espíritu Santo.

En los documentos magisteriales sobre el sacerdocio ministerial, es frecuente la invitación a vivir la relación interpersonal con María. Ella “es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (Menti nostrae, n.124). Por ser “Madre de los sacerdotes”, "en cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo 1979). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (Carta del Jueves Santo 1988).[24]

3: En el ejercicio de los ministerios

Los sacerdotes ministros prolongan la misma misión de Cristo, proclamando su palabra, celebrando su misterio pascual y actualizando su acción salvífica y pastoral. La fidelidad a la consagración y a la misión, participada de Cristo, en todos los momentos de la vida y ministerio del sacerdote, constituye la esencia de su espiritualidad. Con la ayuda y el ejemplo de María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia como Pueblo sacerdotal, viven estos ministerios con las mismas actitudes y “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,5).

Los ministerios sacerdotales son una especial concretización de la maternidad de la Iglesia (cfr. PO 6) y, consecuentemente, tienen que ejercerse con el “amor maternal” de María, figura de la Iglesia madre (cfr. LG 65; Gal 4,19, en relación con Gal 4,4-7 y 4,26). El sacerdote, como Pablo, toma a María como figura e imagen materna, "la mujer" (Gal 4,4), para describir su difícil y, a veces, doloroso ministerio de "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19).

Comentando este texto paulino de la carta a los Gálatas, Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater  lo aplica al apóstol para resaltar su vivencia mariana: “En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el « primogénito entre muchos hermanos » (Rom 8, 29)” (RMa 43).

Recibir a María en la propia casa, tiene, pues, para el sacerdote, un sentido ministerial: "Quecada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en la casa del propio sacerdocio sacramental, como Madre y Mediadora de aquel gran misterio (cfr. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida" (Juan Pablo II, Carta del Jueves Santo, 1988).

La espiritualidad sacerdotal es de “caridad pastoral”, a modo de “unidad de vida”, en  sintonía de actitudes con Cristo Buen Pastor (cfr. PO 13). Esta espiritualidad específica de los sacerdotes se realiza "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). En el ejercicio de los ministerios, los sacerdotes están llamados a vivir la espiritualidad mariana de todo bautizado, en relación con la presencia activa y materna de María. Ella es modelo, intercesora, guía, maestra y discípula. La caridad pastoral, quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, matiza todos los aspectos de la devoción y culto mariano: conocerla, amarla, imitarla, celebrarla e invocarla.

Esta caridad pastoral tiene el matiz de “amor materno” a imitación de María. "La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65).

Los santos sacerdotes han subrayado también el paralelismo entre María y el sacerdocio ministerial, especialmente en relación con la Eucaristía. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (San Juan de Ávila, Plática 1ª).[25]

Por ser la Eucaristía “fuente y cima de toda la evangelización” (PO 5), todos los ministerios se relacionan armónicamente entre sí: se anuncia a Cristo, se le hace presente (especialmente en la Eucaristía) y se le comunica para que sea centro de la vida personal y comunitaria. María concibió aquel cuerpo ofrecido en sacrificio que ahora se actualiza sacramentalmente por manos del sacerdote y, también por medio de él, se anuncia y comunica. El anuncio del evangelio presupone la actitud de contemplación de la Palabra, como María que la meditaba en su corazón (cfr. Lc 2,19.51). Con ella, se vive mejor el equilibrio y la armonía de los ministerios.

María está presente en la Iglesia, que es misterio de comunión misionera, a cuyo servicio está el sacerdote. Los ministerios sacerdotales tienden a construir la comunidad eclesial como comunidad de oración y fraternidad (a la luz de la Palabra y en relación con la Eucaristía), para llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32) y de este modo anunciar el evangelio “con audacia” (Hech 4,31). Para ello es imprescindible la actitud permanente y programática de vivir la comunión en sintonía “con María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). “En ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto” (Benedicto XVI, Sacramentum Caritatis 96).

El ministerio sacerdotal, especialmente en la celebración eucarística (que presupone el anuncio y lleva a la vivencia), tiene en cuenta el modelo mariano de recibir al Señor para comunicarlo a los demás. “Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos « hasta el extremo » (Jn 13,1)” (Sacramentum Caritatis 33).

El sacerdote ministro, como Juan, recibe el don de María para comunicarlo a los demás, cooperando como ella a hacerlo vida propia:  “La Bienaventurada Virgen avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cfr. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (LG 58).

Para todo bautizado y especialmente para el sacerdote ministro “María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (Sacramentum Caritatis 33).

Por medio de la acción ministerial de la Iglesia, la maternidad de María “perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62). María “está unida también íntimamente a la Iglesia... porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la prece­dió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre” (LG 63).

La espiritualidad mariana de la Iglesia es esencialmente ministerial y, al mismo tiempo, reclama la fidelidad carismática a las nuevas gracias del Espíritu Santo: “Por lo cual, también en su obra apostó­lica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles” (LG 65).

Conclusión: Nuestro lugar en el Corazón materno de María

La participación del sacerdote ministro en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo, está, pues, íntimamente relacionada con María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo sacerdotal. Su vocación, consagración y misión se realizan en dimensión cristológica, mariana y eclesial. Cada momento ministerial tiene un paralelismo con María, especialmente en la celebración eucarística donde se actualiza el sacrificio redentor.

El sacerdote ministro sirve los signos ministeriales de la maternidad de la Iglesia, actualizando la maternidad de María. Cristo se prolonga en los signos y ministerios de la Iglesia asociando a María. María ve en los sacerdotes ministros un “Jesús viviente” (San Juan Eudes), como “instrumentos vivos” de Cristo Sacerdote (PO 12).

Juan Pablo II, en Pastores dabo vobis, indicaba unas pistas de renovación, vividas en un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrá lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (PDV 82).

Cuando se meditan las palabras del Señor dirigidas a María (“he aquí a tu hijo”: Jn 19,26), es fácil encontrar la armonía de la revelación y de la fe, que tendría lugar en el Corazón de María, al meditar en estas palabras de la oración sacerdotal de Jesús: “Ellos son mi expresión” (Jn 17,10), “los amas como a mí” (Jn 17,23), porque “yo estoy en ellos” (Jn 17,26). María vivió y sigue viviendo en esta “onda” cristológica y sacerdotal.

Es emocionante y programática la despedida de Juan Pablo II, en la carta del Jueves Santo de 2005, unos días ante de su muerte: “¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: «Ahí tienes a tu madre« (Jn 19, 27)” (Carta Jueves Santo, 2005, n.8).

Los sacerdotes ministros y los futuros sacerdotes son llamados a “amar y venerarcon amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). La espiritualidad sacerdotal mariana es, pues, “filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).

El Santo Cura de Ars, confió sus feligreses al Corazón Inmaculado de María, poniendo sus nombres en un corazón de plata. La relación de los bautizados con la ternura materna de María la expresaba así: "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo".[26]

Benedicto XVI confió al Corazón materno de María el cuidado de la vocación, de la vida y del ministerio sacerdotal: “¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros. Recurrid frecuentemente a ella con confianza” (Discurso a los seminaristas, Colonia, Jornada Mundial de la Juventud, 19 agosto 2005).

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La alegría de ser sacerdote es una nota característica de su identidad, como anunciador, celebrador y comunicador del Misterio Pascual de Cristo. Por esto, “el gozo pascual” (PO 11) es parte integrante del testimonio del sacerdote y nota característica de su identidad, también y especialmente con vistas a suscitar vocaciones sacerdotales.

La identidad sacerdotal se concreta en el “gozo pascual” de vivir lo que uno es y hace: “El sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza… «La felicidad que hay en el decir la misa se comprenderá sólo en el cielo», escribía el Cura de Ars. Os animo por tanto a reforzar vuestra fe y la de los fieles en el Sacramento que celebráis y que es la fuente de la verdadera alegría. El santo de Ars escribía: «El sacerdote debe sentir la misma alegría (de los apóstoles) al ver a Nuestro Señor, al que tiene entre las manos»”.[27]

 

ESTUDIOS:

F.M. ÁLVAREZ, La Madre del Sumo y Eterno Sacerdote (Barcelona, Herder, 1968); María y la Iglesia: espiritualidad mariana sacerdotal: Seminarios 33 (1987) 465-475.

A. BANDERA, La Virgen María y el sacerdocio de Cristo: Teología Espiritual 42 (1998) 35-60.

M. BORDONI, La dimensione mariana del sacerdozio ordinato: Sacrum Ministerium 10 (2004) 175-205.

G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: Compostellanum 33 (1988) 205-224.

G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria (Milano, Ancora, 1968).

E. DE LA LAMA, La Madre de Jesús en el kerigma de Pablo. Para el estudio del perfil mariano de la espiritualidad sacerdotal: Scripta de Maria 3 (2006) 89-130.

A. De LUÍS FERRERAS, María, en: Diccionario del Sacerdocio, o.c., 415-421.

M. DUPERRAY, Regina Cleri: en: Maria, Études sur la Sainte Vierge (Paris, 1949-1971), III, 659-696.

J. ESQUERDA BIFET, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; Maria nella spiritualità sacerdotale, in: nuevo Dizionario di mariología (Paoline, 1985) 1237-1242; Espiritualidad sacerdotal, Servidores del Buen Pastor (Valencia, EDICEP, 2008), cap.V (Iglesia, María); Teología de la espiritualidad sacerdotal(Madrid, BAC, 1991) cap. XI (Espiritualidad sacerdotal mariana); Espiritualidad mariana (Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal); Spiritualità mariana della Chiesa, Esposizione sistematica (Roma, Centro di Cultura Mariana, 1994) cap.VII, 4.

J.M. FERRER GRENESCHE, La Virgen María en la formación sacerdotal: Toletana 13 (2005) 11-29.

N. GARCÍA GARCÉS, María y la espiritualidad de los ministros ordenados, en: Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE 1989) 263-282.

L.M. HERRÁN, Sacerdocio y maternidad espiritual de Maria: Teo­logía del Sacerdocio 7 (1975) 517‑542; María en la espiritualidad sacerdotal según la doctrina del Vaticano II: Annales Theologici 3 (1989) 347-370.

A. HUERGA, La devoción sacerdotal a la Santisima Virgen: Teo­logía Espiritual 13 (1969) 229‑253.

J.L. ILLANES, Espiritualidad y sacerdocio (Madrid, Rialp, 1999).

B. JIMÉNEZ DUQUE, Maria en la espiritualidad del sacerdote: Teo­logía Espiritual 19 (1975) 45‑59.

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P. PHILIPPE, La Virgen María y el sacerdote (Bilbao, Desclée, 1955).

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E. SAURAS, Maria y el sacerdote: Estudios Marianos 13 (1953) 143‑172.

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Para facilitar al eventual traductor en italiano, transcribimos algunos textos magisteriales en italiano:

(En la presentación):"La parola del Crocifisso al discepolo — a Giovanni e attraverso di lui a tutti i discepoli di Gesù: « Ecco tua madre » (Gv 19, 27) — diventa nel corso delle generazioni sempre nuovamente vera” (enc. Deus Caritas est, n.42).

(Todavía en la presentación):

"Gesù Cristo dopo averci dato tutto quello che ci poteva dare, vuole ancora farci eredi di quanto egli ha di più prezioso, vale a dire della sua Santa Madre" (Nodet, 244; testo di riferimento nella Lettera del Papa Benedetto XVI, 16 giugno 2009, nota 61).

(En la conclusión):

"Il segreto della vostra vocazione e della vostra missione è conservato nel Cuore Immacolato di Maria, che veglia con amore materno su ognuno di voi" (Benedetto XVI, Discorso ai seminaristi: Colonia, Giornata Mondiale della Gioventù, 19 agosto 2005).

 

MARÍA, DESAFÍO EVANGÉLICO IV.

CON MARÍA EN POS DE JESÚS

6. MARÍA SIEMPRE EN COMUNIDAD


MARÍA CON LA COMUNIDAD


Somos muchos los que nos confesamos “devotos de la Virgen”, pero no hay que olvidar que ser “devoto” de María significa tanto como inspirar nuestra vida en la suya, tener sus mismos sentimientos, estar animados por su misma fe. Recordemos que la verdadera devoción no consiste en un afecto estéril y transitorio, ni en la yana credulidad, sino en imitar sus virtudes (LG 97).

¿Cómo era, pues, la fe de María? ¿Era, acaso, individualista e intimista? ¿Qué nos dicen los evangelios y los demás libros del Nuevo Testamento a este respecto? Nos hablan de una María cuyo corazón vibra ante las esperanzas y anhelos de salvación de su pueblo y de la humanidad entera. Con místico arrebato canta al Señor, “cuya misericordia llega a sus fieles de generación en generación, al Dios que levanta a los humildes, coima de bienes a los hambrientos y auxilia a su pueblo Israel, su siervo, como lo había prometido” (Lc 1,46-55). María tiene una vivencia solidaria de la fe, no vive prisionera en la preocupación por su salvación y santificación, sino apasionada por la historia de la salvación. Como un miembro más del pueblo de Dios, peregrina en caravana con José y con Jesús hacia Jerusalén. María se siente pueblo de Dios.
Con heroísmo materno no ataja a Jesús cuando decide entregarse a la misión profética de anunciar la Buena Noticia, sino que le empuja y le sigue pisándole los talones hasta la cruz (Jn 19,25). Acepta la muerte de su Hijo “para congregar a los hijos de Dios que estaban dispersos” (Jn 11,52). María no se queda en su retiro de Nazaret “haciendo su vida”, entregada solo a la contemplación, sino que sigue a Jesús de cerca, forma parte de su grupo, comienza con los apóstoles y discípulos el proyecto del pueblo de la Nueva Alianza, la nueva humanidad.
Lucas retrata la identificación de María con el grupo de Jesús mediante una sola frase en el libro de los Hechos, de la que se pueden deducir legítimamente muchas conclusiones: “Todos ellos se dedicaban a la oración en común, junto con algunas mujeres, además de María, la madre de Jesús, y sus parientes” (Hch 1,14). María no reduce su vivencia de la fe a la relación solitaria con “su” Dios. Ella está en sintonía con Jesús, su Hijo, que vivió en comunidad de amigos.

El grupo de Jesús, recuperado del desconcierto de la pasión y muerte del Maestro, se concentra para buscar su identidad, para reflexionar el mensaje y la vida del Maestro. Y María es un miembro más; discreto, sí, pero al mismo tiempo, decisivo. Allí está ella, una más, animando a compartir, creando y alentando un clima de fraternidad, siendo en gran medida el corazón de aquella comunidad.
¿Cuánto debe nuestra Iglesia a esta mujer firme y fuerte? ¿Qué hubiera pasado sin su acción aglutinadora y estimulante? María “era un solo corazón y una sola alma” con el resto de la comunidad. Lo tenía todo en común con los otros miembros. Con ellos “partía el pan en las casas”, y con ellos “comía alabando a Dios con alegría y de todo corazón” (Hch 2,42-47). “Lo tenían todo en común”, lo ponían todo en común. También María, por supuesto; y no solo los bienes económicos, que poco tendría, sino los dones del Espíritu, en los cuales era de verdad rica. ¿Cuántos recuerdos sobre el Maestro, recogidos por los evangelistas, se los debemos a las confidencias de ella, a los aportes en los intercambios de aquella intensa convivencia comunitaria? ¿Qué no le contaría a Juan, el “hijo adoptivo”, en las largas horas de relación doméstica? María es, pues, memoria de Jesús para la Iglesia.
Por tanto, de individualismo, María, nada. De espíritu comunitario, todo. De cristiana por libre, nada. De miembro vivo y vibrante de la comunidad de Jesús, todo. Donde está la Iglesia, allí está María. Donde está María, allí está la Iglesia. ¿Es comprensible la misión de María fuera de su entorno natural, que es la Iglesia? ¿No es arrancar un miembro privilegiado y singular del propio cuerpo?


LA NUEVA FAMILIA DE JESÚS


Jesús está en medio de un corro apretado de oyentes que escuchan con avidez su palabra densa, cálida, penetrante. Llega su madre con otros familiares que quieren saludarle y hacerle ver que están presentes. Imposible; el círculo es tan apretado que resulta inviable llegar a él. Alguien cercano se lo hace saber: “Tu madre y tus hermanos están ahí fuera y quieren verte”. Pero él, después de darle gracias por el aviso, advierte a los oyentes: “Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica” (Lc 8,19-21).
¡Asombroso Jesús! No es habitual este lenguaje tan radical, y desde luego no era el propio de los letrados y rabinos. Este hombre anuncia algo distinto. Y convence con la seguridad y calidad con que lo afirma: “Todos comentaban estupefactos: ‘Qué tendrá su Palabra? Es un modo nuevo de enseñar con autoridad” (Mc 1,27). Jesús introduce una relación nueva entre los oyentes, les invita a valorar justamente los lazos de la familia natural y a descubrir otros  que los podrían unir a todos, independientemente de la familia, lengua, cultura, raza o nación. Habla de “otra” familia, en la que todos pueden ser miembros con solo cumplir la voluntad de Dios, es decir, con practicar la justicia y el amor. Jesús confirma, pues, el mensaje de los profetas: hay una familia nueva y universal, en la que cumpliendo el mensaje de Dios, todos resultan ser hermanos de él y entre sí: “Todos vosotros sois hermanos” (Mt 23,8).

Jesús ofrece una clave, hoy de suma actualidad, para crear una sociedad igual, fraterna y libre: sin negar la familia natural, afirma que para que rija la aceptación, la unión y el compartir, se precisa entrar en otra familia con valores de carácter universal, otra familia que opera y se construye desde una fi-aternidad supracarnal, que asegura la pertenencia de unos a otros y el compromiso de cuidar unos de otros. Solo así Dios es Padre de todos y, derivadamente, todos hermanos al invocario como Padre. El abrazo de todos con todos posibilita el abrazo particular en cada uno con su familia particular. Y de esta manera se rompe todo proyecto de hostilidad, dominación y exclusión. Todos hemos de vivir en círculo familiar; pero para que todos los círculos vivan en reciprocidad armónica, Jesús declara la novedad de ese otro círculo superior que nos une a todos en igualdad, justicia, libertad y amor interpersonal. Antes o simultáneamente a ser esposos o hijos y hermanos de sangre, somos personas que nos amamos en la hermandad divina del amor, la justicia y la verdad.

CRISTIANOS POR LIBRE, UN IMPOSIBLE

Cualquier lector que se asome al Nuevo Testamento, por más inexperto que sea, percibe que en todos sus libros se nos presenta la dimensión comunitaria como lo más esencial del proyecto de Jesús. Ante esa constatación uno se pregunta cómo hemos podido llegar a esa antítesis existencial entre el cristianismo individualista de muchos que presumen de cristianos y el cristianismo comunitario de los orígenes inspirado en el mensaje genuino de Jesús.

La misión confiada por el Padre a Jesús es que forme un solo rebaño bajo un solo pastor (cf. Jn 10,16). Por tanto, el proyecto de Jesús es que los hombres pasemos de ser la Babel de la confusión (Gn 11,8) a una nueva Jerusalén de comunión (Hch 2,44), es decir, que pasemos de la algarabía de las lenguas al lenguaje común de la fraternidad (Hch 2,11).

Estamos llamados a vivir una especie de simbiosis entre nosotros y con Cristo. Jesús expresó esto con la elocuente alegoría de la vid: “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). Todos los sarmientos tienen comunión de vida y un destino común. Pablo lo dice con la alegoría audaz del cuerpo humano (Gá 3,28). ¿Qué más se puede decir para expresar la solidaridad y la comunión de vida a la que estamos llamados dentro de la comunidad? Los miembros del cuerpo se pertenecen unos a otros, se necesitan, se ayudan, se compadecen, se complementan, se congratulan, forman una unidad vital. Eso es cada cristiano dentro de la comunidad: un miembro con una función (1 Co 12,12-31). ¿Puede, tal vez, un miembro alardear: “Yo hago mi vida al margen del resto de los miembros”? ¿Es que se concibe un miembro separado de los demás? ¿No es, en ese caso, un puro pedazo de carne muerta?

Pedro y Pablo, sobre todo, expresan esa comunión de vida y de destino de los miembros de la Iglesia bajo la imagen del templo. Hemos sido llamados y agregados a la comunidad de la Nueva Alianza para ser piedras vivas que, unidas y soldadas por la caridad, forman el templo vivo de Dios: “Al acercaros a él (Cristo), piedra viva desechada por los hombres, pero elegida y digna de honor a los ojos de Dios, también vosotros, como piedras vivas, vais entrando en la construcción del templo espiritual” (1 Pe 2,5). Pablo expresa el mismo pensamiento recordando a los efesios: “Fuisteis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, con Cristo Jesús como piedra angular. Por obra suya, la construcción se va levantando compacta, para formar un templo consagrado por el Señor, y también por obra suya vais entrando vosotros con los demás en esa construcción, para formar por el Espíritu una morada para Dios” (Ef 2,19-22).
Los primeros cristianos recitaban una oración que condensaba bellamente la llamada de los creyentes en Jesús a la comunión fraterna. Oraban: “Señor, como los granos de trigo y los granos de uva estaban dispersos por los campos y han sido triturados y amasados para formar este pan y este vino de la Eucaristía, así nos has congregado a tus hijos dispersos por diversos lugares para que vivamos en la unidad y

 

MARÍA EN POS DE JESÚS

MARÍA, DESAFÍO EVANGILICO IV. CON MARÍA EN POS DE JESÚS

seamos ofrenda agradable a tus ojos”. ¡Cuánta sublimidad y cuánto milagro encierra esta breve oración! ¿Tiene algo que ver con el “rezar a su aire”, con el “yo hago mis oraciones”, “yo tengo mis rezos”, “yo cumplo”, de tantos y tantos rezadores que, “con la conciencia tranquila”, se sienten cristianos como el que más?

REFLEXIÓN, ORACIÓN, DIÁLOGO Y COMPROMISO

Lecturas bíblicas

• Lc 8,19-21: Los que escuchan a Jesús forman una familia, “su” nueva familia.
• Hch 1,12-14: María comparte intensamente la vida de la comunidad de Jerusalén.

Para el diálogo
— ¿He descubierto la dimensión comunitaria y eclesial de la vivencia religiosa de María? ¿Qué relatos o afirmaciones me han resultado más esclarecedores en este sentido?
— ¿Medito, asimilo y procuro vivenciar los grandes textos que ponen de relieve la dimensión comunitaria de la fe: Jesús constituye con sus discípulos una nueva familia, somos como los sarmientos de una vid, miembros del cuerpo comunitario, piedras vivas del templo eclesial?
— ¿Cómo vivo la fe: de forma individualista o comunitaria? ¿Cómo la comparto con otros cristianos? ¿Cuál es mi grado de comunión?
— ¿Estoy integrado en un grupo o comunidad cristiana? En caso negativo, ¿por qué no? En caso positivo, ¿vivo fielmente la comunión fraterna?
— ¿Qué cambios debo verificar, en este sentido, en mi vivencia cristiana?
Oración
Oración espontánea, con la que nos confirmamos mutuamente en la fe.

“PADRE, QUE SEAN UNO”

Las imágenes neotestamentarias, algunas heredadas del Antiguo Testamento, con que se expresa la interrelación de los creyentes en Jesús: familia, cuerpo, pueblo, rebaño, templo, vid, nos hablan de comunión, de corresponsabilidad, de solidaridad. ¿Tiene esto algo que ver con las praxis de tantos que tácita o explícitamente se comportan como “cristianos por libre”? Decir cristiano individualista es decir tanto como comunidad de solitarios: una rotunda contradicción. El que quiera ser cristiano por libre, sencillamente no quiere ser cristiano. Tal vez quiera ser un asceta occidental o un contemplativo oriental, pero no cristiano. Ya san Cipriano lo decía en el siglo IV con una frase que se ha hecho inmortal: “Un cristiano solo no es ningún cristiano”. Una abeja sola no es ninguna abeja, porque se muere irremisiblemente. El enjambre le es esencial. ¿Conoce, acaso, alguien a alguna abeja solitaria?

“Un corazón solitario no es un corazón”, dijo Antonio Machado. Un corazón que no es un miembro inserto en el prodigio de un organismo humano, no es un corazón, sino una máquina de bombear sangre. Un

Oración comunitaria: María, Madre de Jesús y Madre nuestra, tú que compartías la oración con los primeros discípulos, escucha ahora la oración de esta comunidad reunida. Te ofrecemos nuestro trabajo, nuestras preocupaciones, todo el peso y la alegría de nuestra vida. Acepta y apoya nuestro esfuerzo por ser fieles a Jesús, y mantén nuestra unión dentro de la Iglesia.
Protege nuestra fe y ayúdanos a fortalecerla en comunidad, como nos señala Jesús y nos recuerda la Iglesia. Que seamos una comunidad que crece en la fe y que avanza cada día en el camino de tu Hijo Jesús.

Ayúdanos a vivir en esperanza, a compartir cada día más, seguros de que, solo así, Jesús está y camina con nosotros. Escucha nuestra oración, acompáñanos en nuestro caminar personal y comunitario por la senda del Evangelio, pues tú eres nuestra Madre. Amén.

Cristiano solo, que no forma parte de ese prodigio que es la comunidad eclesial, no es un cristiano. ¿Cómo podemos cumplir la consigna del Señor de “amarnos como él nos ha amado” (Jn 15,12), si nos empeñamos en ser cristianos solitarios? ¿Cómo se puede cumplir el sueño de Jesús hecho oración en la hora sublime de su última cena: “Que sean uno, como tú y yo, Padre, somos uno para que el mundo crea” (Jn 17,2 1-22), si nos empeñamos en vivir “cada uno en su casa y Dios... en la de todos”? No es eso lo que ha dicho Jesús, sino: “Donde dos o más se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).
¿Cómo podremos recibir el testimonio y el apoyo que necesitamos en una sociedad que nos hace respirar la contaminación de unos pseudovalores si somos “hermanos separados”? ¿Cómo vamos a tener coraje para ser testigos del Señor o recuperarnos del cansancio de la lucha sin el calor reconfortante del hogar eclesial? ¿Cómo vamos a ser una fuerza salvadora si no logramos la unión que hace la fuerza, si no somos “común-unión? Evidentemente no basta el testimonio personal para que los alejados tengan un signo suficiente y convincente de que la fe en Jesús es la clave de la realización de las personas, de su liberación y de una convivencia fraterna. Cuando pones de relieve actitudes generosas y gestos llenos de grandeza de algunos cristianos, la respuesta que he recibido en la mayoría de los casos es: “Personas maravillosas las encuentras en todo movimiento y en todas las confesiones y credos”. Es Jesús quien nos ha advertido de que es necesario el testimonio de la fraternidad “para que el mundo crea” (Jn 17,2 1-22).
Una convivencia fraterna, auténtica, de personas de distinta condición en medio de una sociedad en que se instrumentaliza descaradamente a los individuos es un milagro del Espíritu que indefectiblemente provoca asombro. Y es que la Iglesia, sin su rostro visible que son las comunidades vivas, se convierte en una realidad social irrelevante.

¿Cómo podríamos constituirnos los cristianos en la realización de la utopía de Jesús, en la maqueta de la nueva humanidad, fraternal, reconciliada, liberada, si viviera cada uno encerrado en su celda de ermitaño? Todos damos por supuesto que la “masa” que va a “misa”, el amplio público de nuestras asambleas dominicales no es comunidad ni tiene la fuerza salvífica de una comunidad que celebra el misterio pascual.

Por eso, no podemos contentarnos con integrarnos en asambleas dominicales. Con ello no realizamos, ni mucho menos, el proyecto comunitarjo de Jesús.

Escribo, amigo lector, desde la experiencia, no desde un mero presupuesto doctrinal teórico. He animado y animo diferentes grupos y comunidades cristianas. Y al afirmar lo que afirmo, simplemente levanto acta de lo que “he visto y oído”. Muchos que integran grupos y comunidades cristianas confiesan que el grupo y la comunidad les han rescatado de la soledad, del aburrimiento y la rutina, del vacío afectivo y de la incomunicación, y les han brindado el calor de la amistad y de una vivencia profunda de la fe. Los testimonios serían interminables. Uno de ellos es el mío, ya que tengo que agradecer a todos los miembros de los grupos y comunidades que he animado la amistad reconfortante, el estímulo de su testimonio, la alegría del compartir y un rico intercambio en todos los aspectos de la vida humana y cristiana. Además, con frecuencia oigo: “Mi familia verdadera sois vosotros”, “qué equivocado estaba viviendo mi cristianismo individualista”, “cuántos años he estado practicando un cristianismo equivocado”, “es asombroso constatar cómo hemos cambiado gracias al grupo y a la comunidad”, “ahora vivimos un cristianismo más alegre, más festivo, más desde la perspectiva del amor y no del miedo y del cumplimiento”.

La comunidad es un signo sacramental liberador, el sacramento básico, podríamos decir, en cuyo contexto corresponde celebrar los demás sacramentos. La comunidad “nos hace la pascua”, en el mejor sentido de la palabra, nos saca de nuestra madriguera, nos ensancha el corazón, nos libera de la obsesión por el “yo” y nos conduce a la preocupación por el “nosotros” comunitario. La vida solitaria, por el contrario, nos encoje, nos achica, nos empequeñece; la vida solidaria nos ensancha, nos dilata, nos engrandece. Creo que, en general, los hombres y las mujeres somos un poco insensatos; nos empeñamos en ser felices a nuestro aire, según nuestros paradigmas, y hacemos oídos sordos a las pautas que nos da el que es la Verdad, que ha sido un ser humano como nosotros y al cual el Padre le ha entregado el prospecto de cómo funciona este invento suyo maravilloso que es la persona humana. Pero parece que pretendemos saber más que Dios sobre nosotros mismos, sobre el secreto de la realización personal y sobre la felicidad. ¡Pura insensatez! Nuestra grandeza y felicidad no pueden estar sino en vivir como Dios, cuya existencia se reduce a amar. Él no tiene nada de solitario: es Trinidad, Familia, Comunión, Amistad. “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza” (Gn 1,26). Por eso, la plenitud de nuestra vida y el manantial de nuestra alegría están en amar y vivir en comunión fraterna. Por eso Jesús ora al Padre en el momento sublime de su vida: “Que sean uno, como tú y yo, Padre, somos uno; que vivan consumadamente en la unidad”.

PARA DAR GUSTO A DIOS

La escena fue conmovedora. Felipa, una anciana, fiel feligresa, tiene el corazón muy gastado; los médicos han advertido a los hijos que, aunque no lo parezca, está grave, tiene el corazón con un ritmo muy perezoso y en cualquier momento puede dejar de latir. Ella lo sabe. Me pide la unción de los enfermos y, al mismo tiempo, convoca a sus tres hijas y sus dos hijos para la celebración; participan en la celebración cinco nietos ya jóvenes. La celebración es emotiva por lo que supone en sí y por
la asombrosa serenidad y vibración con que partipa la enferma. Concluida la celebración, se dirige a sus hijos y a sus nietos para decirles:
“Sé perfectamente que tengo los días contados; no me asusta la muerte, porque tengo esperanza y sé que me encontraré con vuestro padre ya pronto (había fallecido hacía dos años y medio). Pero, además, muero muy tranquila porque sé que los hermanos os queréis, vivís unidos y os ayudáis; hemos conseguido lo que pretendíamos vuestro padre y yo; no os angustiéis por mi muerte; en el cielo rogaré por vosotros para que perseveréis”. A pesar del esfuerzo para no emocionarla, las lágrimas corrieron inevitablemente por las mejillas de los hijos. Recuerdo la anécdota por su referencia a lo que constituye el motivo principal de la felicidad de un padre y una madre: la unión de los hijos. A esta mujer admirable esta realidad le dio paz en el preludio de su muerte; pero, sin duda, le hizo a ella y a su esposo felices en plena vida. En otra ocasión estaba de visita en la casa de un sobrino, que daba a una plaza. Sus dos hijas (mellizas de siete años) y el hijo (de diez años) estaban jugando en la plaza bajo la mirada de mi sobrino, que les contemplaba desde un balcón. En un determinado momento me llama: “Ven, ven; verás qué escena”. Estaban los tres divirtiéndose, abrazándose, riendo, felices como bienaventurados del cielo. Mi sobrino me dijo: “Esto, ver a los hijos que se quieren, no tiene precio”.

¿No reflejan, acaso, las afirmaciones de Jesús que este es el sueño de Dios cuando afirma que él ha vivido, ha luchado y ha muerto “para congregar a los hijos de Dios que están dispersos” (Jn 11,52), que ha venido para reconciliarnos? (cf. 2 Co 5,19)? José María Valverde en su libro “Los juegos” presenta a Dios bajo la imagen de mi sobrino, como un padre que contempla a sus hijos enteramente felices al verlos, en plena armonía, jugar jubilosos: “Y sonríe al hallarnos, bajo la luz jugando, niños juntos, inermes”. Exactamente esto mismo hay que decir de la Madre, María.
San Pablo, padre en la fe de los filipenses, les escribe: “Hacedme feliz del todo, andad de acuerdo, teniendo un amor recíproco y un interés unánime por la unidad” (Flp 2,2). Esto nos pide el Padre-Madre- Dios; y esto nos pide María, la madre espiritual de todos los hombres. Esta es la liturgia más agradable para ellos: nuestra comunión fraterna, el que puedan contemplarnos unidos en el espíritu como están unidas nuestras manos cuando recitamos, haciendo cadena, el padrenuestro, la oración de los hijos de Dios. San Ignacio de Antioquía, en su carta a los romanos cuando va camino de Roma para ser martirizado, escribe: “Estad unidos como las cuerdas de la cítara para alabar a Dios cantando a Cristo, impulsados por el Espíritu”. A Dios, a Cristo, a María, les gusta la polifonía más que los solos. Cantemos todos, cada uno con su propia voz, pero plenamente acordes y concordes.

 

REFLEXIÓN, ORACIÓN, DIÁLOGO Y COMPROMISO


Lecturas bíblicas

.Jn 17,20-23: Jesús ora: “Que sean uno para que el mundo crea”.
el Es preciso mantener la unidad del espíritu mediante

1V. CON MARÍA EN POS DE ¡ESIJS

Tú eres, Señor, la Cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. Todos somos tus miembros.
Hemos sido bautizados en un mismo Espiritu,
hemos comido el único Pan de Vida.
Concédenos, Señor, vivir en la unidad de tu Cuerpo. Que seamos uno en Ti, como Tú eres uno con el Padre. Concédenos, Señor, comprendernos y perdonamos para que podamos recibir el perdón que el Padre nos ofrece. Haznos reír con el que ríe, llorar con el que llora,
poner en común nuestras alegrías y penas.
Enséñanos, Padre, a poner al servicio de todos
los talentos que generosamente nos has dado,
como lo hizo con tanta fidelidad María, nuestra Madre. Si así nos amamos mutuamente, no con palabras sino con obras, el mundo conocerá que somos de verdad tus discípulos. Y cuando nuestra unión sea perfecta, el mundo creerá en Ti.

UNA COMUNIDAD COMO DIOS MANDA

La comunidad cristiana no es un grupo para la tertulia, ni un mero lugar de intercambio o evasión (una forma de matar juntos el tiempo (‘ntretenidamente), ni un grupo terapéutico, ni un mero grupo de formación e información, sino un grupo de vida y comunión que se reúne ‘n “nombre de Cristo” (Mt 18,20), que vive en comunión con la Iglesia y se compromete a trabajar por el Reino, personal y grupalmente.

El grupo y la comunidad cristianos son una fraternidad de quienes se sienten y viven como hijos del mismo Padre y de la misma Madre, hermanos que conviven evangélicamente, realizando así el misterio de la Iglesia de Cristo y convirtiéndose de este modo en el hogar espiritual de sus miembros. En el libro de los Hechos, Lucas ofrece el significado genuino que estos vocablos, grupo y comunidad, tienen para los cristianos. No ofrece una definición abstracta, conceptual, sino existencial, al mostrarnos a la comunidad de Jerusalén como modelo de identificación; por eso el evangelista la idealiza.

Unión de corazones. Señala este como un rasgo de identidad de la comunidad de Jerusalén: “En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo” (Hch 4,32), es decir, tenían la misma mentalidad: la de Jesús, la de las bienaventuranzas (Mt 5,1-12). Compartían la misma jerarquía de valores; estaban animados por la misma mística, porque todos se alimentaban de la misma mesa y bebían de la misma fuente: la Palabra del Señor (Hch 2,42).
La comunidad de Jerusalén es, asimismo, una comunidad de amigos. Se quieren hasta el punto de suscitar el asombro de los paganos y judíos testigos de sus vidas: “Mirad cómo se quieren!”. Con ello Lucas certifica que son fieles a la consigna del Señor de amar como él. No es que se diga de forma explícita que son amigos, sino que se indica que en ellos se verifican las actitudes fundamentales que definen la amistad según los pensadores clásicos: tener un solo corazón y una sola alma y compartir los bienes. Las comunidades tienen un momento fuerte para celebrar esta realidad: la Eucaristía, en la que como hermanos comparten el pan de la Palabra y el pan del Cuerpo del Señor, después de haber celebrado el ágape, comida de amor mutuo.
Comunidad fraternaL Las comunidades y grupos cristianos son, en el proyecto de Jesús, esencialmente fraternales, con todo lo que este

144 MARÍA, DESAFÍO EVANGÉLICo

Para el diálogo

— ¿Qué diferencias hay entre la Iglesia que nos presenta el Nuevo Testamento y la Iglesia “real” que “somos”?

— ¿Qué testimonios personales podemos aportar sobre la fuerza liberadora y personalizadora de la comunidad?

— ¿Conocen los que nos rodean que somos discípulos de Jesús porque nos amamos unos a otros como él nos ama?

— ¿Pueden ver en nosotros a los testigos del proyecto de Jesús y de la “nueva humanidad” por las relaciones cordiales, sinceras, profundas, diferenciadas de las relaciones interesadas, superficiales y formalistas que dominan en la sociedad?

Oración

— ¿En qué aspectos definidos y concretos estas lecturas bíblicas me invitan a cambiar?

Oracjón com unitaria:

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XII. MARIA EN EL CAMINO MISIONERO DE LA IGLESIA

 

1. María en el primer anuncio del evangelio

A) María en los datos fundamentales del primer anuncio

B) María en los primeros testigos del evangelio

C) Dimensión misionera de los títulos marianos

2. María en la misión de la Iglesia

A) María figura de la Iglesia

B) María figura de la maternidad y sacramentalidad de la Iglesia

C) La Iglesia se hace evangelizadora en Cenáculo con María

3. Dimensión mariana de la vida y del ministerio del apóstol

A) María en el camino de la vocación apostólica

B) María en la acción evangelizadora

C) María en la vida del apóstol

 

1. María en el primer anuncio del evangelio

 

       La acción del Espíritu Santo hace de María y de la Iglesia un "signo" transparente y portador de Cristo para todos los pueblos. Cuando se habla de María, es para anunciar que: Cristo es perfecto Dios, perfecto hombre y Salvador universal. La realidad mariana de virginidad, maternidad y asociación, son transparencia de todo el misterio de Cristo.

       María es la primera creyente y discípula de Cristo. Por esto también puede ser llamada la primera evangelizadora. La "cooperación (de María) a la salvación" (LG 56), como "asociada" a Cristo Redentor (LG 58), se convierte en "influjo salvífico" y en "misión materna para todos los hombres" (LG 60). Ella es "la gran señal" (Apoc 12, 1) ante los pueblos, como "la mujer" (Jn 2,4; 19,26); Gal 4,4) figura de la Iglesia.

       Manifestar a Cristo y comunicarlo a todos los corazones y todas las gentes, es la razón de ser de María y de la Iglesia. La Iglesia mira a María como "punto de referencia... para los pueblos y para la humanidad entera" (RMa 6). En esta realidad "misionera", María precede a la Iglesia como "la gran señal" (Apoc 12,1), "estrella de la evangelización" (EN 82).[28]

       A) María en los datos fundamentales del primer anuncio

       Desde el día de Pentecostés, la Iglesia anuncia que Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre para nuestra salvación, por medio de su muerte y resurrección; en él se cumplen las esperanzas mesiánicas (cf. Act 2,15-41).       Estos datos del "kerigma" o primer anuncio cristiano, que la Iglesia está llamada a anunciar a todos los pueblos, aparecen en la predicación de Pablo (1Cor 15,3-5; Rom 1,1-4; Gal 4,4-7) y en los evangelios.[29]

       María forma parte de este anuncio misionero, como "la mujer" de la que, por obra del Espíritu Santo, nace el Salvador. Los textos marianos del Nuevo Testamento contienen todos los elementos básicos del anuncio misionero:

       - en Cristo, Hijo de David (verdadero hombre),

       - Hijo de Dios (concebido por obra del Espíritu Santo),

       - ha comenzado el cumplimiento de las profecías y esperanzas mesiánicas.[30]

       El misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado, que la Iglesia anuncia a todos los pueblos, tiene su faceta mariana de transparencia o de "gran señal" (Apoc 12,1). Cuando se anuncia a Cristo, nacido de María la Virgen, es para hacer resaltar su realidad integral: Cristo hombre (María Madre), Cristo Hijo de Dios (María Virgen) y Cristo Salvador (María asociada, "la mujer", Tipo de la comunidad eclesial). María aparece relacionada con el misterio de Cristo y de la Iglesia, como "la mujer", figura de la comunidad creyente, asociada esponsalmente a "la hora" de Cristo (Gal 4,4; Jn 2,4; 19,26).

       Se pueden encontrar todos los elementos básicos del primer anuncio ("kerigma") en los textos marianos de la infancia de Jesús (Mt 1-2; Lc 1-2), así como en los textos joánicos (Jn 2 y 19). Como todo fragmento evangélico, también estos textos anuncian a Cristo, "el Señor". "La mujer", por medio de la cual Jesús es de nuestra estirpe (hombre), es virgen y madre por obra del Espíritu Santo, para hacer resaltar que Cristo es Hijo de Dios, el Señor resucitado.

       El kerigma o primer anuncio proclama que Jesús es "nacido de la mujer" (Gal 4,4), "de la estirpe de David" (Rom 1,3; Mt 1,1), "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20); es el "Hijo de Dios" (Lc 1,35), "el que salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21). María, anunciada por la Iglesia, hace ver la realidad de Jesucristo, el Salvador por ser el Señor resucitado, Hijo de Dios y hermano nuestro. Jesús es "el Salvador preparado ante la faz de todos los pueblos, luz para iluminar a las gentes" (Lc 2,30-32; Is 42,6; 49,6). María forma parte de la epifanía de este misterio salvífico, compartiendo la misma "suerte" de Cristo (cf. Lc 2,35). La palabra de Dios es siempre "espada" que define la actitud de la persona respecto a los planes de salvíficos de Dios.

       La Iglesia encuentra en María su "Tipo" o personificación. Efectivamente, María, recibiendo con espíritu de adoración esta palabra (Lc 2,19-51), define su postura de asociación a Cristo para dejar transparentar todo su "misterio", que es de salvación para todos los pueblos (Ef 3,3-7). Ahora este "misterio oculto por los siglos en Dios", se manifiesta y se comunica por medio de la Iglesia y, más concretamente, por la vida y acción apostólica de la misma (Ef 3,8-10). Cuando la Iglesia anuncia el mensaje evangélico sobre María, indica la actitud de respeto a los planes salvíficos de Dios en Cristo: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La nueva Alianza, que es para todos los pueblos, tiene las mismas características fundamentales de la primera Alianza en el Sinaí: Dios tiene la iniciativa en la historia de salvación, pero quiere la respuesta libre del hombre: "Haremos lo que el Señor nos dirá" (Ex 24,7).

 

       La figura de María, a la luz de los textos del Nuevo Testamento es Tipo de la comunidad eclesial, que anuncia y comunica el misterio de Cristo en toda su integridad "kerigmática". La "humillación" de Cristo (que es hombre como nosotros) deja transparentar su "exaltación" (de Hijo de Dios), como Salvador del mundo. La fidelidad de María al misterio de la encarnación (Lc 1,38.45) se muestra en su actitud de "pobreza" (Lc 1,48), como tipo de la fe y de la acción materna y evangelizadora de la Iglesia (Jn 2,11).

       Jesús fue anunciado por Simeón como "luz de los pueblos" (Lc 2,32), mientras, al mismo tiempo, a María se le comunicaba su participación en la "suerte" dolorosa de Jesús (Lc 2,33-35). La maternidad de María, recibiendo al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, se hace nueva maternidad universal como tipo de la maternidad de la Iglesia misionera. María es "la gran señal", que transparenta la luz de Cristo (Apoc 12,1ss). La Iglesia es signo o "sacramento" porque "Cristo, luz de los pueblos, ... resplandece sobre la faz de la Iglesia" (LG 1).

 

       B) María en los primeros testigos del evangelio

       El evangelio de Mateo indica el cumplimiento de las promesas mesiánicas. El "kerigma" o primer anuncio es para todo el género humano. María forma parte de este anuncio, como transparencia de la realidad mesiánica de Jesús. La "genealogía" de Jesús indica al Salvador que, en cuanto hombre, es de nuestra estirpe, nacido de María (Mt 1,1-15). En el "Emmanuel" (Dios con nosotros), se cumplen las esperanzas mesiánicas y llegan a su plenitud las esperanzas de salvación que se encuentran en todos los pueblos (Is 7,14; Mt 1,21-23; Lc 2,31-32).[31]

 

       El evangelio de Lucas subraya la fe de la comunidad y la cercanía de Jesús (su humanidad, su misericordia). María es como "la hija de Sión" (Sof 3,14ss), que recibe al Salvador con una actitud de fidelidad generosa. El Salvador es para todas las generaciones (Lc 1,50) y para todo el pueblo (Lc 2,10). El "gozo" de María, cantado en el Magnificat (Lc 1,47), es anuncio de la buena nueva (anuncio gozoso, "eu-angello") para todas las gentes. María personifica a la comunidad mesiánica que recibe al Salvador para anunciarlo y comunicarlo a toda la humanidad. Su capacidad contemplativa ante la palabra se convierte en transparencia del misterio de Cristo para todos los pueblos (Lc 2, 19-20).[32]

       El evangelio de Juan presenta los "signos" por los que Cristo manifiesta su "gloria" o misterio de Verbo encarnado (Jn 1,14). María, con su fe, es modelo de esta actitud creyente (Jn 2,11), que sabe descifrar los signos más pobres, para ver en ellos la donación de Dios al hombre (la "sangre") y la comunicación de su vida divina (el "agua") (Jn 19,34-37). El mismo Espíritu Santo, que formó a Cristo en el seno de María, comunica la vida en Cristo a todos los creyentes (Jn 1,13; 7,37-39). En el primer signo (Caná) y en el último ("glorificación" desde la cruz), María abre el camino a una comunidad de seguidores de Cristo (Jn 2,12) que viven de él como "pan de vida" (palabra y eucaristía), "para la vida del mundo" (Jn 6,48-51).[33]

       En la doctrina de Pablo, María, "la mujer" (Gal 4,4s), es modelo de la maternidad de la Iglesia (Gal 4,26) y de la maternidad del apóstol (Gal 4,19). La maternidad de María, de la Iglesia y del apóstol, es siempre instrumento de vida en Cristo o de filiación divina por obra del Espíritu Santo (Gal 4,4-7).[34]

       La Iglesia es "misionera por su misma naturaleza" (AG 2), como "sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48), que encuentra en María su personificación o Tipo (LG 53, 63). Viviendo y anunciando el misterio de Cristo nacido de María, la Iglesia reencuentra continuamente su identidad. Al inicio del capítulo mariano de la Lumen Gentium, el concilio Vaticano II, citando el texto paulino de los Gálatas, resume así la acción eclesial de anunciar a Cristo Redentor del mundo: "Queriendo Dios, infinitamente sabio y misericordioso, llevar a cabo la redención del mundo, al llegar la plenitud de los tiempos, envió a su Hijo nacido de mujer,... para que recibiéramos la adopción de hijos (Gal 4,4-5). El cual, por nosotros los hombres y por nuestra salvación, descendió de los cielos y por obra del Espíritu Santo se encarnó de la Virgen María (Credo). Este misterio divino de salvación nos es revelado y se continúa en la Iglesia" (LG 52).[35]

       En la acción misionera de la Iglesia, María está siempre presente, como parte integrante del "kerigma" o primer anuncio. La presencia de María en este primer anuncio a todos los pueblos, es garantía de autenticidad en todos los elementos básicos del mismo anuncio: Cristo Hijo de Dios (María Virgen), Cristo hombre (María Madre), Cristo Salvador (María asociada a Cristo, como figura de la Iglesia).

       C) Dimensión misionera de los títulos marianos

       Cada uno de los títulos marianos indica un aspecto del misterio de Cristo o de su gracia redentora. Están, pues, es función de hacer patente la historia salvífica realizada por el Señor. Son títulos que la Iglesia ha ido explicitando, en la contemplación y predicación de la Palabra revelada e inspirada: Madre de Dios, asociada a Cristo Redentor, Madre nuestra (acción e intercesión de mediación materna), siempre Virgen, Inmaculada, Asunta y Reina.

       La redención realizada por Cristo encuentra, en las gracias concedidas a María, una aplicación especial, mientras, al mismo tiempo, esas gracias indican la relación de Cristo con la Iglesia y con toda la humanidad. Son, pues, títulos que expresan:

       - la unión especial con Cristo Salvador universal,

       - la función de María en la historia de salvación.

       - la relación con la Iglesia "sacramento universal de salvación",

       - la cercanía del misterio de Cristo a las circunstancias humanas sociológicas, culturales e históricas.[36]

       Al presentar los títulos marianos con esta dimensión salvífica y misionera, recuperan su dinamismo eclesial y su fuerza evangelizadora, puesto que, en cada uno de ellos, se puede encontrar la misión salvífica de la Iglesia como continuación de la de Cristo.

       Cuando decimos que María es Madre de Dios, queremos indicar que ella es "la mujer" de la que ha nacido el Hijo de Dios (Gal 4,4), "la madre del Señor" (Lc 1,43). Esta fe se ha formulado con la expresión "Theotokos" (Madre de Dios), contenida en la definición de Efeso (año 431). María es madre del Hijo de Dios en su nacimiento humano; su maternidad dice relación a la persona de Jesús, el Verbo preexistente.

       Por medio de la maternidad divina de María, se afirma que Jesús es Dios hecho hombre, "Dios con nosotros" (Mt 1,23), "encarnado en el seno de la Virgen María por obra del Espíritu Santo" (credo de Nicea). El anuncio de Cristo Salvador universal queda garantizado por el hecho de ser verdadero Dios y verdadero hombre. El cristianismo no es fruto de la experiencia religiosa de un fundador, sino de la encarnación del Hijo de Dios y de su obra redentora de muerte y resurrección.

       La asociación de María a Cristo Redentor equivale al título bíblico de "mujer", que comparte la misma "hora" o suerte del Señor (Jn 2,4; 19,26). La vida de María está ligada a la de Jesús. Por ser fiel a la "Palabra", tendrá que compartir la misma "espada" (Lc 2,35). Por esto los Santos Padres la llaman "Nueva Eva", Esposa del Verbo, asociada a Cristo[37]. En esta asociación, María es figura de la Iglesia esposa, que debe compartir la acción salvífica de Cristo anunciándola, haciéndola presente y comunicándola a todos los pueblos (cf. LG 63-65).[38]

       La cooperación de María a la obra salvífica se expresa por medio de su realidad de madre nuestra, medianera, intercesora. Siguiendo las palabras de Jesús (cf. Jn 19,26-27), "la Iglesia católica, instruida por el Espíritu Santo, la venera como a madre amantísima, con afecto filial" LG 53). Esta maternidad es una "cooperación" (LG 53) "en el orden de la gracia" (LG 61) o "según el Espíritu" (RMa 21) y a modo de "influjo salvífico" (LG 60). Esta maternidad se realiza como "intercesión" (LG 62) y "mediación" (LG 60). Es como una "presencia activa y materna" (RMa 1,24,28,48,52). María participa de modo especial en la única mediación de Cristo, que es "el único mediador entre Dios y los hombres" (1Tim 2,5).[39]

       La cooperación de María indica la dignidad de la persona humana, que es salvada por la acción divina y teniendo en cuenta la propia colaboración libre. La doctrina patrística sobre la cooperación humana a la obra salvífica, se resume en el aforismo: "Dios salva al hombre por medio del hombre". Es el tema de la "Alianza": el "sí" de Dios reclama y hace posible el "sí" del hombre. La acción evangelizadora de la Iglesia es una concretización de esta realidad mariana de "mediación" materna. María es figura de la Iglesia medianera y evangelizadora.[40]

       La virginidad de María ("aeiparthenos") es una "señal" de la divinidad de Jesús, en cuanto que la acción del Espíritu Santo en toda la vida del Señor (desde su concepción virginal hasta la resurrección) deja entrever su filiación divina. Es, pues, la "señal" que manifiesta a Jesús como "Emmanuel" (Mt 1,23; Is 7,10-16). La maternidad virginal de María es "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,18), que la "ha cubierto con su sombra" (Lc 1,35), para poder "concebir" al "Hijo del Altísimo" (Lc 1,31-32).

       Todo el ser de María, cuerpo y espíritu, queda abierto a la acción del Espíritu de modo permanente, como fruto excelso de la redención, para ser expresión del misterio de Cristo: "recibió al Verbo en su alma y en su cuerpo y dio la vida al mundo" (LG 53). Es, pues, fidelidad esponsal y permanente a Cristo: "se consagró totalmente a la persona y a la obra de su Hijo" (LG 56). La virginidad de María muestra su máxima maternidad, Madre de Dios y Madre de todos los hombres, como figura de la maternidad virginal y fecunda de la Iglesia (cf. LG 63). La dimensión cristológica y eclesial de la virginidad de María deja entrever la realidad del misterio de Cristo y de la Iglesia. El anuncio de la maternidad virginal de María es anuncio de la verdadera divinidad y humanidad de Jesús, así como de la realidad sobrenatural de la Iglesia "sacramento universal de salvación", que es virgen fiel a la Palabra y a la acción del Espíritu, y madre fecunda.[41]

 

       La santidad de María, "la llena de gracia" (Lc 1,28), la "toda santa", indica que ha sido "redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo" (LG 53).. El "don" gratuito, que ella ha recibido, está relacionado con la misión de Madre de Dios y Madre nuestra. Ella es la elegida y amada de modo permanente, desde su concepción inmaculada hasta su glorificación en cuerpo y alma a los cielos (Asunción y realeza). Esta gracia la ha hecho siempre fiel, sin pecado personal ni original.[42]

       María es "la gran señal" (Apoc 12,1), como "asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo... para que se asemejara más plenamente a su Hijo... vencedor del pecado y de la muerte" (LG 59). En la Inmaculada y Asunción, aparece la redención de Cristo en toda su integridad, como signo de una humanidad que un día quedará totalmente santa y glorificada, en cuerpo y alma. La creación quedará totalmente renovada. La vida humana adquiere pleno sentido por esta dimensión escatológica que da valor a la historia presente. La realidad de la Iglesia, como "sacramento universal de salvación", tiene este sentido escatológico de ser fermento de una nueva humanidad y de una creación "perfectamente renovada en Cristo" resucitado (LG 48).[43]

 

2. María en la misión de la Iglesia

 

       La realidad de gracia que la fe descubre en María ayuda a conocer mejor la realidad de Cristo que se prolonga en la Iglesia para comunicarse a todos los pueblos. Las aspiraciones de toda la humanidad hacia la perfección y salvación, se encuentran realizadas en María: "A partir de la humilde esclava del Señor, la humanidad inicia su retorno hacia Dios" (MC 28).

       Anunciando el Misterio de Cristo, nacido de María y que sigue asociando a María en la obra redentora, la Iglesia se realiza como "sacramento universal de salvación" (AG 1; LG 48), es decir, como "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).[44]

       La maternidad universal de María y de la Iglesia se postulan mutuamente para hacer realidad el mandato misionero de Jesús. La figura bíblica de María ayuda a la Iglesia a construir la "comunión" universal. Meditando el Misterio de Cristo, como María y con su ayuda, la Iglesia toma conciencia de su propia realidad de misterio (signo de Cristo), comunión y misión. La diversidad de valores por los que se diferencian entre sí los pueblos y las culturas, encuentran en la Iglesia un principio de unidad, de purificación y de sublimación.

 

       A) María figura de la Iglesia

 

       La "identidad" de la Iglesia se encuentra principalmente en el modelo mariano: "Se consagró totalmente como esclava del Señor a la persona y a la obra de su Hijo, sirviendo con diligencia al misterio de la redención" (LG 56; cf. RMa 40).

       María, por cada una de las gracias recibidas y por cada uno de sus títulos, es siempre "Tipo" de la Iglesia. Es, pues, modelo (ejemplo, figura), personificación e instrumento:

       ejemplo, personificación

       María Tipo  -----------------------  Iglesia como María

       influjo, ayuda

       María está "íntimamente unida con la Iglesia" (LG 63). "Con ella y como ella" (RMi 92), recibe al Verbo bajo la acción del Espíritu Santo, en un proceso de escucha, respuesta y donación. Marialis cultus expone el paralelismo María-Iglesia, como Virgen oyente, orante, oferente, Madre (MC 17-20). En María, la Iglesia encuentra el modelo de "consagración total a la persona y a la obra de su Hijo", para "convertirse en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano" (LG 56).[45]

       María es siempre modelo de la fe de la Iglesia. Se trata de una fe vivencial y comprometida, de quien "avanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz" (RMa 2; LG 58). En esta "peregrinación en la fe... María precedió... y sigue precediendo" a la Iglesia como su personificación (RMa 5-6). Es una actitud de aceptación plena de la Palabra divina, así como de unión incondicional con sus designios de salvación por Cristo y en el Espíritu Santo (cfr. RMa 12-19).

       Al subrayar el título mariano de Tipo de la Iglesia, el Vaticano II, señala la línea vivencial y misionera: "La Bienaventurada Virgen, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es Tipo de la Iglesia, en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo" (LG 63).[46]

       En el título mariano de Tipo o figura, la Iglesia se encuentra a sí misma:

       - personificada en María y unida plenamente a Cristo,

       - realizada ya en María, aunque de camino hacia la plenitud en Cristo,

       - virgen fiel y madre fecunda como María, en el anuncio y comunicación del misterio de Cristo,

       - llamada como María a la asociación esponsal con Cristo.

       La relación entre María y la Iglesia deriva hacia la misión de colaborar en la obra salvífica. Jesús continúa asociando a María como Madre y Tipo de la Iglesia, actuando en el mundo por medio de signos eclesiales. María pertenece plenamente al principio fontal de la Iglesia, que es Cristo. Por esto, la Iglesia, al identificarse con María, se siente más unida al Señor, a los planes salvíficos del Padre, a la acción del Espíritu Santo y a la obra de salvación universal.

       B) María figura de la maternidad y sacramentalidad de la Iglesia

 

       La maternidad "espiritual" de María se dirige no solamente a los creyentes individualmente, sino especialmente como comunidad eclesial. Esta maternidad se realiza "en la Iglesia y por medio de la Iglesia" (RMa 24). Por esto María es Madre de la Iglesia, es decir, "Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores".[47]

       En el cenáculo de Jerusalén, La Iglesia, reunida con María, comenzó su "nueva maternidad en el Espíritu" (RMa 47), que constituye su razón de ser y, por tanto, su misionariedad. En todas las épocas históricas, el Espíritu Santo hace posible la misión de la Iglesia, comunicándole nuevas gracias para "dar testimonio con audacia de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo" (Act 4,33).

       Los períodos más fecundos para la evangelización se han caracterizado por la toma de conciencia sobre la maternidad de la Iglesia. Ello se hace patente de modo especial en la vida y en los escritos de los santos. De este "sentido" de Iglesia, se pasa fácilmente a María Tipo de la maternidad eclesial.[48]

       La maternidad de la Iglesia es "ministerial" y "sacramental" en cuanto que obra a través de los ministerios o servicios proféticos, cultuales y de caridad, como signos eficaces y portadores de Cristo. "La Iglesia... se hace madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64). En esta maternidad apostólica la Iglesia imita a María: "Por esto también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacida de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).[49]

       El ser y la función apostólica de la Iglesia son una maternidad permanente y universal. La naturaleza de esta maternidad es de instrumentalidad salvífica. La permanencia de esta misma maternidad puede parangonarse a la de María: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos" (LG 62).

       La relación entre la maternidad de María y la de la Iglesia es tan estrecha, que se puede hablar de una sola maternidad (cf. RH 22). Propiamente es la maternidad de María que se actualiza por medio de la Iglesia: "Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24).

 

       al Verbo

       Virgen fiel  -------------------------  Madre fecunda

       al Espíritu

 

       Esta realidad materna, mariana y eclesial, se basa en el hecho de que Cristo sigue presente y operante en los signos eclesiales (Mt 28,20), asociando a María y a la Iglesia (cf. Jn 19,25-27). La misión que la Iglesia ha recibido de Cristo (Jn 20,21-22) se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Ella anuncia, presencializa y comunica a Cristo, para que sea realidad viviente en el corazón de cada ser humano.

       El término "maternidad", aplicado a la misión de la Iglesia, encuentra su punto de apoyo en la misma doctrina de Jesús sobre las dificultades del apostolado (cf. Jn 16,20-22). San Pablo hace uso de esta terminología, incluso con el símil de los "dolores de parto" (Gal 4,19), en un contexto que es, al mismo tiempo, mariano (Gal 4,4-7), apostólico (Gal 4,19) y eclesial (Gal 4,26).[50]

       La enseñanza paulina sobre la maternidad de la Iglesia se basa en el texto de Isaías sobre la nueva Sión o nueva Jerusalén, que será madre de todos los pueblos (Is 54,1; 11,12). Esta nueva Jerusalén "es libre y es nuestra madre" (Gal 4,26), y tiene su comienzo en "la plenitud de los tiempos", cuando "Dios ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4). Toda la humanidad está llamada a participar en la filiación divina de Cristo por obra del Espíritu Santo (Gal 4,6), puesto que él es "el Salvador de todos" (1Tim 4,10).[51]

       En cada comunidad eclesial se concretiza la maternidad de la Iglesia (2Jn 1,4.13). Todo creyente recibe la vida divina por medio de la Iglesia o de los signos eclesiales; por esto la fe en la Iglesia se puede expresar de este modo: "Creo en la santa Iglesia, madre"[52]. Pero, al mismo tiempo, todo creyente es Iglesia madre, como parte activa e integrante de una comunidad que es madre por los servicios del profetismo, culto y realeza (cf. PO 6). Toda comunidad eclesial, y especialmente la Iglesia particular, se hace responsable de poner en práctica esta maternidad que es de misionariedad universal.[53]

       La condición de Iglesia peregrina hace descubrir el significado de las dificultades y persecuciones. Estas tribulaciones forman parte de la maternidad y misionariedad de la Iglesia y se transforman en fecundidad cuando la vida se hace donación. Estos son los "dolores de parto" inherentes a la vida apostólica (Jn 16,20-21; Gal 4,19), que hacen de la Iglesia  (personificada en María) "la gran señal" (Apoc 12,1ss). Cristo continúa asociando a la Iglesia, que debe ser consorte (esposa) de sus sufrimientos (Ef 5,25ss), a imitación de María que fue llamada a compartir la "suerte" (espada) y "la hora" de Cristo (Lc 2,35; Jn 19,25-27). Los signos eclesiales de esta maternidad, como son las vocaciones y los ministerios, participan de estas reglas evangélicas de saber morir para resucitar con Cristo, como "el granito de trigo" (Jn 12,24).

       Jesús continúa asociando a María su madre en la aplicación de la redención, también en su presencia activa de resucitado, por medio de los signos eclesiales que constituyen la maternidad ministerial y sacramental de la Iglesia. En esta perspectiva salvífica, mariana y eclesial, se comprende mejor el principio patrístico, repetido por el concilio, sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación (cf. LG 14, 16; AG 7).

       Cristo es el único Salvador, porque las semillas evangélicas que Dios ha sembrado en todos los corazones y en todos los pueblos (culturas, religiones...) tienden, por sí mismas, a hacerse explícitamente Iglesia ya en esta tierra. La maternidad  de la Iglesia, en relación con la maternidad de María, es instrumento de Cristo, tanto para que su salvación llegue a cada ser humano (todavía no explícitamente cristiano), como para que toda la humanidad llegue un día a ser explícitamente la Iglesia que Cristo ha instituido como signo visible y sacramental de salvación para todos.

       La maternidad de la Iglesia tiene carácter "virginal", en el sentido de fidelidad a la palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo. Esta fidelidad  virginal, a ejemplo de María, es fidelidad a la doctrina (fe), a las promesas (esperanza) y a la acción amorosa de Dios (caridad). La Iglesia es madre como medianera de verdad, como portadora de las promesas divinas y como instrumento de vida divina.

       En la medida en que la Iglesia es virgen fiel, se hace también madre y esposa fecunda, "sacramento universal de salvación" (AG 1, en relación con AG 4). María es modelo y ayuda de esta virginidad maternal de la Iglesia: "Como ya enseñó san Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues, en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63; cf. RMa 44).

       Así, pues, "se puede afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia maternidad.... Porque, al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia" (RMa 43).

 

       C) La Iglesia se hace evangelizadora en Cenáculo con María

       El proceso de maternidad virginal de María se realizó bajo la acción del Espíritu Santo (Lc 1,35; Mt 1,18-20). La Iglesia comenzó a ser misionera y madre guiada por esta misma acción del Espíritu, a modo de "plenitud" (Act 2,4), que capacita para anunciar a Cristo con audacia (Act 2,32-33; 4,31). "La era de la Iglesia empezó con la venida, es decir, con la bajada del Espíritu Santo sobre los Apóstoles reunidos en el cenáculo de Jerusalén junto a María, la Madre del Señor" (DeV 25).[54]

       La presencia de María en la comunidad eclesial que preparaba Pentecostés (Act 1,14), se ha convertido en un hecho paradigmático, como punto de referencia para toda época histórica de la Iglesia. En esta realidad bíblica se entrecruzan las imágenes e la anunciación (Nazaret) y de Pentecostés (cenáculo). "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4); "antes de Pentecostés... también María imploraba con sus oraciones el don del Espíritu, que en la anunciación ya la había cubierto con su sombra" (LG 59).

       La realidad misionera de la Iglesia arranca de la encarnación y de la redención, pero se manifiesta desde el día de Pentecostés: "La Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; comenzó la difusión del evangelio por la predicación y fue, por fin, prefigurada la unión de los pueblos en la catolicidad de la fe por medio de la Iglesia de la Nueva Alianza" (AG 4). Esta misionariedad de la Iglesia tiene características de maternidad: "La Iglesia, contemplando su profundidad santidad e imitando su caridad (de María) y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).

       María en la anunciación simboliza a la Iglesia y la precede. Por esto en Pentecostés se encuentra en medio de la comunidad eclesial, como expresión de la misma Iglesia: "Por consiguiente, en la economía de la gracia, actuada bajo la acción del Espíritu Santo, se da una particular correspondencia entre el momento de la encarnación del Verbo y el del nacimiento de la Iglesia. La persona que une estos dos momentos es María: María en Nazaret y María en el cenáculo de Jerusalén" (RMa 24).

 

       Es ya una "constante", en la época postconciliar del Vaticano II, la invitación a reunirse en cenáculo con María. En Evangelii nuntiandi, Pablo VI hizo esta invitación para preparar el año dos mil, puesto que ya estamos en "la vigilia del tercer milenio": "En la mañana de Pentecostés, ella (María) presidió con su oración el comienzo de la evangelización bajo el influjo del Espíritu Santo. Sea ella la estrella de la evangelización siempre renovada que la Iglesia, dócil al mandato del Señor, debe promover y realizar, sobre todo en estos tiempos difíciles y llenos de esperanza" (EN 82).[55]

       En su primera encíclica, Juan Pablo II hacía una invitación semejante, puesto que estamos en "un nuevo adviento" (RH 1, 20, 22), en una "nueva etapa de la vida de la Iglesia" (RH 6), en una "época hambrienta de Espíritu" (RH 18). Esta invitación se ha ido repitiendo, de modo más insistente durante el año mariano.[56]

       En el fondo de esta temática mariana y eclesial se encuentra el tema del Espíritu Santo, que hace madre a María y hace misionera y madre a la Iglesia. En Marialis cultus, Pablo VI subrayó esta relación: "María es también la Virgen-Madre... constituida por Dios como tipo y ejemplar de la fecundidad de la Virgen-Iglesia, la cual se convierte ella misma en madre"... (MC 19; cita a LG 64).[57]

       Los momentos más fecundos de la historia de la Iglesia han sido aquellos en los que se ha tomado conciencia de esta realidad mariana y eclesial. Se podría hablar de un "nuevo Pentecostés", en el sentido de recibir nuevas gracias del Espíritu Santo para poder afrontar nuevas situaciones eclesiales. Así lo dejó entrever el Papa Juan XXIII, al convocar el concilio Vaticano II y en la oración para pedir el éxito del mismo: "Renueva en nuestra época los prodigios de un nuevo Pentecostés".[58]

       La misión que la Iglesia recibió de Cristo es la misma del Señor (Jn 20,21; 17,18). Es, pues, misión bajo la acción del Espíritu Santo (Act 1,8), como fue la de Cristo (Lc 4,18). Se trata de anunciar y comunicar un "nuevo nacimiento por el agua y el Espíritu" (Jn 3,5), como fruto de la glorificación de Jesús (Jn 7,37-39; 19,35).

       Esta misión, que Cristo recibió del Padre y que ejerció bajo la guía del Espíritu Santo, al ser comunicada a la Iglesia, constituye la fuente de la fecundidad eclesial (Jn 15,26-27; 16,13-15). Por esto Jesús compara la vida y acción apostólica a una maternidad que, para llegar al gozo de la fecundidad, ha de pasar por los dolores de parto (Jn 16,20-22). Pablo aplicó este símil materno a su propio trabajo apostólico (Gal 4,19; cf. 1Tes 2,7-8), en el contexto de la maternidad de María (Gal 4,4) y de la Iglesia (Gal 4,26).

       Esta realidad misionera y materna de la Iglesia, bajo la acción del Espíritu Santo, fundamenta el deseo que la misma Iglesia tiene de vivir en cenáculo con María (Act 1,14). Guiada por el Espíritu Santo, la Iglesia vive de la palabra y de la eucaristía, se edifica como fraternidad y se orienta audazmente hacia la evangelización (cf. Act 2,42-47; 4,31-34). María está presente de modo ejemplar y activo en este proceso de maternidad.

       El mismo Espíritu Santo, que hizo madre a María siempre Virgen, hace misionera y madre a la Iglesia. La maternidad eclesial, como fecundidad apostólica, es, pues, obra del Espíritu Santo. Efectivamente, el Espíritu Santo "guía la Iglesia a toda la verdad... la unifica en comunión y ministerio... Con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).

       La acción del Espíritu Santo, que guía a la Iglesia en todo el proceso de maternidad apostólica, la constituye en "instrumento eficaz" de vida divina. Por esto, "la comunidad eclesial ejerce una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo" (PO 6). De ahí deriva la actitud espontánea de la Iglesia de "identificarse" con María en la anunciación y de sentirla siempre presente en el cenáculo de cada comunidad apostólica (cf. LG 65).

       La venida del Espíritu Santo no se limita, pues, a la comunidad eclesial, sino que, por medio de ella, se prolonga en toda la humanidad. Por el Espíritu Santo, la Iglesia, a imitación de María, se hace madre y evangelizadora de todos los pueblos (cf. Act 10,45; 11,15.18).

 

3. Dimensión mariana de la vida y del ministerio del apóstol

 

       El "sentido" y amor de Iglesia, que equivale a la conciencia fiel de ser Iglesia "misterio" (signo de Cristo) y "comunión" (fraternidad), lleva necesariamente a responsabilizarse de la "misión" materna de la Iglesia. La relación con María nace espontáneamente en el corazón del apóstol y de la comunidad que quiere vivir su realidad de ser Iglesia madre y misionera.

       La dimensión mariana de la misión hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). Por esto, así como María "ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente", sigue ayudando también a la Iglesia de cada época para que "todas las familias de los pueblos... lleguen a reunirse felizmente en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios" (LG 69). El apóstol vive su entrega a la misión como "amor maternal" a ejemplo de María (LG 65; RMi 92)

       Toda renovación eclesial, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo. María sigue presente de modo activo y materno en la vida y en ministerio del apóstol: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92).[59]

 

       A) María en el camino de la vocación apostólica

 

       La vocación de todo cristiano es una llamada a la santidad, es decir, "a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Y es también llamada a la misión de anunciar a Cristo para ser sus "testigos hasta los confines de la tierra" (Act 1,8).[60]

       María es modelo de respuesta a la vocación (cf. Lc 1,38) y de fidelidad a la misión (cf. Lc 1,40-41). Es "la mujer" (Jn 2,4), modelo de fe en la comunidad eclesial (cf. Lc 8,19-21). "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36). Por esto, "con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones... en la Iglesia" (PDV 82).

       La ejemplaridad y la ayuda materna de María en la vocación del apóstol tiene lugar desde el inicio del seguimiento evangélico, como actitud de fe, de desprendimiento y de asociación a Cristo. En el milagro de Caná, donde María manifestó su fidelidad incondicional al Señor ("haced lo que él os diga": Jn 2,5), "Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él" (Jn 2,11). Esta fe se convirtió en seguimiento: "después estos, bajó a Cafarnaún con su Madre, sus hermanos y sus discípulos" (Jn 2,12).

       La presencia activa de María en el camino vocacional, se convierte en ayuda de la acción salvífica:

 

       - en el inicio del camino vocacional como en la santificación del Precursor y en la fe de los primeros discípulos (Lc 1,15.41; Jn 2,11),

       - en el seguimiento apostólico que incluye la intimidad con Cristo y la misión (Jn 2,12; Mc 3,14),

       - en los momentos de dificultad, cuando es necesario vivir el misterio de la cruz (Jn 19,25-27),

       - en los períodos de renovación por las nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; 2,4).

 

       La fidelidad a la propia vocación apostólica produce el gozo de saberse amado y capacitado para amar. Es el "gozo" que canta María en el "Magnificat" (Lc 1,47), partícipe de la misma "espada" o suerte de Cristo, como "gozo en el Espíritu" (Lc 10,21), que ayuda a superar los momentos de soledad y de fracaso humano para transformarlos en misterio de Pascua (Jn 12,24ss; 16,20-22).

       La ejemplaridad e "influjo salvífico" (LG 60) y materno de María llega a cada vocación según su especificidad espiritual y misionera. En la vocación laical, la línea misionera se dirige hacia la inserción en las estructuras humanas, como fermento evangélico, según la propia responsabilidad y en comunión con la Iglesia (cf. LG 31; GS 43; CFL 64). "El modelo de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María", puesto que, "mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador" (AA 4). Los laicos, pues, imitan a María y "encomiendan su vida apostólica a su solicitud materna" (ibídem).[61]

       La vocación a la vida consagrada se concreta en el seguimiento evangélico radical, como "género de vida virginal que Cristo Señor escogió para sí y que la Virgen Madre abrazó" (LG 46; cf. RD 17)). Esta consagración radica en la consagración bautismal, expresando "su plenitud" (PC 5). Es amor de totalidad a Cristo y a la Iglesia (cf. LG 44). Se concreta en la práctica permanente de los consejos evangélicos, vividos con cierta ayuda fraterna y apuntado hacia la disponibilidad misionera. Es consagración y misión. Así "consiguen la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios" (can. 573, pár. 1).[62]

       María es "modelo" de la vida consagrada, puesto que "ella es la más plenamente consagrada a Dios; consagrada del modo más perfecto; su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo" (RD 17). En María y en la Iglesia, "la maternidad es fruto de la donación total a Dios en la virginidad" (RMa 39). Por esto la consagración se hace maternidad en la misión: "la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el Espíritu" (RMi 70). Por esto, la vida consagrada es "un reflejo de la presencia de María en el mundo".[63]

       La vocación sacerdotal corresponde a quienes reciben el sacramento del Orden, para "representar sacramentalmente a Jesucristo Cabeza y Buen Pastor" (PDV 15-16) y, por tanto, "obrar en su nombre" o "en persona de Cristo Cabeza" (PO 2). Ello comporta la participación en el ser sacerdotal de Cristo, la prolongación de su obrar sacerdotal y la transparencia de su estilo de vida de Buen Pastor.[64]

       La relación de María con el sacerdote ministro se basa en este triple dato: consagración, función, vivencia. María es Madre de Cristo Sacerdote, de cuya consagración, acción salvífica y estilo de vida participa el sacerdote ministro (cf. PO 18). La consagración sacerdotal de Cristo ha tenido lugar en el seno de María (por la unión hipostática); el mismo Señor ha querido asociar a María en su acción salvífica y ha querido que ella compartiera su misma vida y misión (Lc 2,35; Jn 19,25). En este sentido, se puede comprender la afirmación frecuente en el magisterio sobre María como Madre especial del sacerdote ministro, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[65]

       B) María en la acción evangelizadora

       La acción evangelizadora de todo apóstol (laico, religioso, sacerdote) consiste en prolongar la misma misión de Cristo en el tiempo y en el espacio (cf. Jn 20,21; AG 6). "Los fieles, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo", quedan "integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo" (LG 31). Como hemos visto en el apartado anterior, María está relacionada con cada vocación, sea en el camino de la santidad que en el camino de la misión.[66]

       La presencia activa de María en la acción evangelizadora del apóstol tiene lugar en sus tres dimensiones: profética (de anuncio y testimonio), litúrgica (de celebración de los misterios de Cristo), diaconal (de servicios de caridad y de organización). En la acción apostólica:

       - se anuncia a Cristo "nacido de María la mujer" (Gal 4,4),

       - se celebra el misterio pascual de Cristo que ha querido asociar a María (cf. Jn 19,25ss),

       - se comunica la vida en Cristo, de la que María es instrumento materno "en el orden de la gracia" (LG 61).

       La acción apostólica de anuncio tiende a presentar a Cristo Dios, hombre, Salvador. María entra espontáneamente en este anuncio porque su virginidad deja entrever la divinidad de Jesús: es "el Hijo de Dios" (Lc 1,35), concebido "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20). Su maternidad indica la realidad humana de Jesús, "nacido de la mujer" (Gal 4,4), "de la estirpe de David" (Mt 1,1; Rom 1,3). María es "la madre del Señor" (Lc 1,43).[67]

       La acción apostólica de celebrar de los misterios de Cristo tiene lugar en la liturgia y, de modo especial, en la celebración eucarística. La asociación de María a Cristo, que "salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21), demuestra que Dios salva al hombre por medio del hombre. Ella "se asoció con entrañas de madre a su sacrificio" (LG 58) y, de este modo, prefigura la cooperación de la Iglesia en la obra apostólica. Esta realidad salvífica tiene lugar especialmente en la celebración eucarística, donde la "epíclesis" (invocación del Espíritu Santo) recuerda la encarnación en el seno de María.[68]

 

       La acción apostólica de construir la comunidad en la comunión se realiza con los servicios proféticos (anuncio y testimonio), litúrgicos y hodegéticos (de dirección, animación, caridad). La comunidad se construye en la unidad, como la primera comunidad eclesial, "con María, la Madre de Jesús" (Act 1,14), escuchando la palabra, orando, celebrando la eucaristía y compartiendo los bienes (cf. Act 2,42-45). Esta vida de comunión, bajo la acción del Espíritu, lleva a "anunciar la Palabra con audacia" (Act 4,31). Esta acción apostólica de la comunidad es "una verdadera maternidad para conducir las almas a Cristo" (PO 6). María es el Tipo de esta maternidad apostólica de la Iglesia (cf. LG 65).

 

       C) María en la vida del apóstol

 

       La vida "espiritual" del apóstol, como "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), se puede concretar en la caridad pastoral, a imitación de Cristo Buen Pastor. Es, pues, vida profundamente relacionada con Cristo, en comunión de hermanos, para compartir su misma vida y para prolongar su misión y acción salvífica. Se participa en la "consagración" y "misión" de Cristo por el Espíritu Santo (Lc 4,18; cf. Jn 20,21-23).

 

       Esta espiritualidad del apóstol queda matizada por la misión; por esto se llama espiritualidad misionera. Los trazos fundamentales de esta espiritualidad tiene un marcado acento mariano:

 

       - "plena docilidad al Espíritu" (RMi 87) con el ejemplo y ayuda de María (Lc 1,35.39-45),

       - "comunión íntima con Cristo" (RMi 88) como María "la mujer" asociada a la obra salvífica del Señor (Jn 2,4; Lc 2,35),

       - "ardor de Cristo por las almas" como "hombre de la caridad" (RMi 89) a ejemplo de la maternidad de María (Jn 19,25-27; Gal 4,4-19),

       - "anhelo de santidad" como fidelidad a la Palabra y a la voluntad divina (RMi 90) siguiendo la pauta mariana (Lc 1,38; Jn 2,5),

       - "fidelidad a la Iglesia" (RMi 90) en estrecha unión a quien es Tipo de la Iglesia (Apoc 12,1),

       - ser "contemplativo en la acción" (RMi 91) "meditando la Palabra en el corazón" como María (Lc 2,19.51).[69]

       La presencia activa y materna de María es una realidad, tanto en el camino de la vocación (cf. A), como en la acción apostólica (cf. B) y en la vida personal y comunitaria del apóstol. La vida del apóstol está jalonada de signos de esta presencia mariana, desde el despertar de la vocación (Jn 2,11-12), hasta los momentos de dolor fecundo (Jn 19,25-27; Gal 4,4.19) y de nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; 2,3).

       María sigue influyendo, con su testimonio e intercesión, en la fe apostólica de la Iglesia y de todo evangelizador: "Esta fe de María... precede el testimonio apostólico de la Iglesia y permanece en el corazón de la Iglesia" (RMa 27). El modelo mariano de la fe (Lc 1,45) sigue influyendo en los apóstoles de todos los tiempos (cf. Jn 2,11; 20,29).

       La actitud mariana del apóstol se convierte en "unidad de vida" (PO 14), que armoniza vida interior y acción externa, siguiendo el ejemplo y las indicaciones de María: "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38), "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La santificación por medio de los ministerios tiene lugar desde esta búsqueda de la voluntad del Padre, a imitación de Cristo Buen Pastor (cf. Jn 10,18). La actitud apostólica a imitación de María se concreta en:

 

       - apertura a los planes salvíficos de Dios (Lc 1,28-29.38),

       - fidelidad a la acción del Espíritu (Lc 1,35.39-45),

       - contemplación de la Palabra (Lc 1,46-55; 2,19.51),

       - asociación esponsal a Cristo (Lc 2,35; Jn 2,4)

       - donación sacrificial con Cristo Redentor (Jn 19,25-27),

       - tensión escatológica hacia el encuentro definitivo (Apoc 12,1; 21-22).

       Jesús comparó a los Apóstoles con una madre que sufre para dar a luz (cf. Jn 16,20-22). San Pablo expresó su celo apostólico usando esta misma comparación, como dolor de madre transformado en donación para "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). La figura tipo de esta maternidad, en el contexto paulino, es "la mujer" de la que nace el Hijo de Dios, para hacernos partícipes de su filiación por obra del Espíritu (Gal 4,4-7). La Iglesia es "madre" por medio de la acción apostólica, como continuación de la maternidad de María (Gal 4,26). Por esto la caridad o celo apostólico tiene estas características: "¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre; más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada predicador del evangelio, de cada constructor de la Iglesia" (EN 79).[70]

 

       La misión eclesial de maternidad se actualiza en todas las épocas con la fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo. Así se comprende por qué la actitud apostólica, siendo una concretización de la maternidad eclesial, debe ser un trasunto del amor materno de María: "María es modelo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65; RMi 92).[71]

 

      

 



[1] PS. GREGORIO TAUMATURGO, Homilía obre la anunciación, 2: PG 10, 1169C.

[2]Ver estos y otros textos, con sus respectivas citas, en la voz "Corazón de María", en: J. ESQUERDA BIFET, Mi corazón se fue tras él. Diccionario doctrinal de María Inés-Teresa Arias (México 2004).

[3]PRUDENCIO(+405), Apotheosis 581: PL 59,978.

[4]SAN JUAN DE AVILA(+1569), Obras completas (Madrid, BAC, 1970-1971), sermones 69-71. Ver también nueva edición de las Obras completas (Madrid, BAC, 2000-2003), vol. IV (sermones).

[5]SAN LUIS Mª GRIGNION DE MONTFORT (1673-1716), Tratado de la verdadera devoción a María, 120. El significado cristológico de esta oración nos lo da el mismo santo: "Cuanto más un alma se consagra a ella, más queda consagrada a Jesucristo... Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes".

[6]SAN ANTONIO MARÍA CLARET(+1870), fundador de los "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849): Escritos Espirituales(Madrid, BAC, 1985), Carta a un devoto del Corazón de María (pp.496-506). "El Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe  y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad” (ibídem).

[7]Misa del Corazón Inmaculado de la B.V. María: Misal Mariano, n.28, Prefacio.

[8]SAN JUAN DAMASCENO (+749) Homilía sobre la Natividad de la Virgen María,  I,9: PG 96, 676C.

El camino eclesial de la meditación de la Palabra y del discipulado misionero es camino de imitación e intimidad con María. Así lo describe el documento de Aparecida: “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere «alma» y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando el «sí» brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática” (Aparecida 268).

María, presente en la Iglesia, actualiza en ella su vivencia de fidelidad a la Palabra y de maternidad misionera: “En nuestras comunidades, su fuerte presencia (de María) ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en «casa y escuela de la comunión» (cita de  NMi 43) y en espacio espiritual que prepara para la misión” (Aparecida 272).

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[9] PS. GREGORIO TAUMATURGO, Homilía obre la anunciación, 2: PG 10, 1169C.

[10]Ver estos y otros textos, con sus respectivas citas, en la voz "Corazón de María", en: J. ESQUERDA BIFET, Mi corazón se fue tras él. Diccionario doctrinal de María Inés-Teresa Arias (México 2004).

[11]PRUDENCIO(+405), Apotheosis 581: PL 59,978.

[12]SAN JUAN DE AVILA(+1569), Obras completas (Madrid, BAC, 1970-1971), sermones 69-71. Ver también nueva edición de las Obras completas (Madrid, BAC, 2000-2003), vol. IV (sermones).

[13]SAN LUIS Mª GRIGNION DE MONTFORT (1673-1716), Tratado de la verdadera devoción a María, 120. El significado cristológico de esta oración nos lo da el mismo santo: "Cuanto más un alma se consagra a ella, más queda consagrada a Jesucristo... Guardad, verted en el seno y Corazón de María todos vuestros tesoros, todas vuestras gracias y virtudes".

[14]SAN ANTONIO MARÍA CLARET(+1870), fundador de los "Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María" (1849): Escritos Espirituales(Madrid, BAC, 1985), Carta a un devoto del Corazón de María (pp.496-506). "El Corazón de María no sólo fue miembro vivo de Jesucristo por la fe  y la caridad, sino también origen y manantial de donde tomó la humanidad” (ibídem).

[15]Misa del Corazón Inmaculado de la B.V. María: Misal Mariano, n.28, Prefacio.

[16]SAN JUAN DAMASCENO (+749) Homilía sobre la Natividad de la Virgen María,  I,9: PG 96, 676C.

El camino eclesial de la meditación de la Palabra y del discipulado misionero es camino de imitación e intimidad con María. Así lo describe el documento de Aparecida: “Como en la familia humana, la Iglesia-familia se genera en torno a una madre, quien confiere «alma» y ternura a la convivencia familiar. María, Madre de la Iglesia, además de modelo y paradigma de humanidad, es artífice de comunión. Uno de los eventos fundamentales de la Iglesia es cuando el «sí» brotó de María. Ella atrae multitudes a la comunión con Jesús y su Iglesia, como experimentamos a menudo en los santuarios marianos. Por eso la Iglesia, como la Virgen María, es madre. Esta visión mariana de la Iglesia es el mejor remedio para una Iglesia meramente funcional o burocrática” (Aparecida 268).

María, presente en la Iglesia, actualiza en ella su vivencia de fidelidad a la Palabra y de maternidad misionera: “En nuestras comunidades, su fuerte presencia (de María) ha enriquecido y seguirá enriqueciendo la dimensión materna de la Iglesia y su actitud acogedora, que la convierte en «casa y escuela de la comunión» (cita de  NMi 43) y en espacio espiritual que prepara para la misión” (Aparecida 272).

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MARÍA, LA VERDADERA DISCÍPULA DE SU HIJO

“Dijo María: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra... Porque ha mirado la bajeza de su esclava, por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones” (Lc 1, 38.48).

María guardaba todas estas cosas revoloteándolas en el corazón” (Lc 2, 19).

 

INTRODUCCIÓN: El Corazón de María, memoria de la Iglesia

       El Corazón de la Madre de Jesús es figura y memoria de la Iglesia, que va unificando su propio corazón por un camino de fe, contemplación, seguimiento evangélico, misterio pascual, comunión eclesial y misión. En este sentido, "María está en el corazón de la Iglesia" (RMa 27), como "Virgen hecha Iglesia" según la expresión de San Francisco de Asís. La Iglesia vive los sentimientos de Cristo Esposo, imitando los sentimientos de María. "En la Virgen María todo es referido a Cristo y todo depende de él" (MC 25).

Reflexionar sobre la interioridad o "Corazón" de María, equivale a entrar en sintonía con el "Corazón" de Cristo. "La Iglesia, reflexionando piadosamente sobre ella y contem­plándola en la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración entra más profundamente en el sumo misterio de la Encarnación y se asemeja más y más a su Esposo. Porque María... atrae a los creyentes hacia su Hijo y su sacrificio hacia el amor del Padre" (LG 65). El corazón de la Iglesia imita el "Corazón puro e inmaculado de María, que ve y desea al Dios todo santo" (San Juan Damasceno, Orat. in Nativ. B.V. Mariae I,9: PG 96, 676C).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[17]Por su especial actualidad sacerdotal, transcribimos la nota 130 de la encíclica Redemptoris Mater, con la referencia a San Agustín: “Como es bien sabido, en el texto griego la expresión «eis ta ídia» supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cfr. San Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: « La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura ».

 

[18] Ver la fuente de este y de otros textos del Cura de Ars, en: Benedicto XVI, Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars (16 junio 2009). Ordinariamente se toman de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón (Barcelona, Hormiga de Oro, 1994).

 

 

[19]Este tema de la presencia de María es muy explícito en los documentos de Juan Pablo II, especialmente a partir de Redemptoris Mater (ver nn.1, 38, 32-32, 38, 48), quien se remite a los documentos del concilio. Ver también la encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.57: “María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Decía Germán de Constantopla: "Puesto que sigues todavía paseándote corporalmente en medio de nosotros, lo mismo que si estuvieras aquí viva, los ojos de nuestros corazón se sienten atraídos para  mirarte todo el día... Tú visitas a todos y velas por todos... No has abandonado este mundo perecedero... sino que estás muy cercana de los que te invocan" (Oratio in Dormitionem SS. Deiparae: PG 98, 343, 346).

[20]Ver estudios citados en la bibliografía final. Sobre el itinerario formativo, resumo los contenidos en: Espiritualidad mariana(Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal).

 

[21] Dice San Agustín: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne" (Sobre la santa virginidad, 3).

 

[22]Pablo VI, Alocución, en Santa María la Mayor, 21 noviembre 1964).

 

[23]Ver bibliografía final, sobre la espiritualidad mariana del sacerdote ministro.

 

[24] Ver éstos y otros textos marianos en su contexto: PO 19; OT 8; can. 246, 276; PDV 36, 38, 45, 82. En la exhortación apostólica Pastores gregis: nn.3,13, 14-15, 36, 74.

 

[25]Resumo la espiritualidad mariana sacerdotal de San Juan de Ávila, en:La doctrina mariológica del Maestro San Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114.

 

[26]Sobre la fuente de estas afirmaciones del Santo Cura de Ars, ver la nota 2 y también: Juan XXIII, Sacerdotii nostri primordia (encíclica con ocasión del primer centenario de su muerte, 1959).

 

[27]Benedicto XVI, Video conferencia, Retiro en Ars, 28 septiembre 2009).

 

    [28]Este título mariano, usado por Evangelii nuntiandi, indica una realidad de gracia: María es "Tipo" (figura, personificación) de la Iglesia, que es virgen, madre, misionera. S. MEO, Maria Stella dell' evangelizzazione, en: L'Annuncio del Van­gelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763‑778. La Iglesia se siente identificada con María en la misión universal: "Que la Madre de Dios y Madre de todos los hombres interceda en la comunión de todos los santos, ante su Hijo hasta que todas la familias de los pueblos, tanto los que se honran con el título de cristianos como los que todavía desconocen a su Salvador, lleguen a reunirse felizmente, en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima Trinidad" (LG 69).

    [29]C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax 1974); J. ESQUERDA BIFET, María en el "kerigma" o primera evangelización misionera: Marianum 42 (1980) 470-488; M.J. NICOLAS, Theotokos, el misterio de María (Barcelona, Herder 1967).

    [30]Estos elementos del "kerigma" aparecen claramente en el conjunto de textos marianos neotestamentarios: Mt 1-2 (infancia); Lc 1-2 (infancia); Jn 2,1-12 (Caná); 19,25-27 (cruz); Mc 3,31-35 y paralelos sinópticos (alabanza de la madre de Jesús); Act 1,12ss (cenáculo); Gal 4,4-7 ("la mujer"); Apoc 12,1 ("la gran señal"). Además de los estudios citados en las notas anteriores, ver: AA.VV., María en el Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme 1982); A. FEUILLET, La Vierge Marie dans le Nouveau Testament, en enciclopedia Maria, vol. I, II, IV; F. SPEDALIERI, Maria nella Scrittura e nella Tradizione della Chiesa primitiva (Roma, Herder 1968); O. DA SPINETOLI, Maria nella tradizione biblica (Bologna, Dehoniane 1967); A. SERRA, María según el evangelio (Salamanca, Sígueme 1988).

    [31]Ver los estudios de la nota anterior sobre María en el Nuevo Testamento. I. GOMA, El evangelio según San Mateo (Madrid, Edic. Marova 1976) vol. I, I (Evangelio de la Infancia); A. PAUL, L'Evangile de l'Enfance selon saint Matthieu (Paris, Cerf 1968); E.M. PERETTO, Ricerche su Mt 1-2: Marianum 31 (1969) 140-247. Ver (en nota siguiente) otros estudios que analizan conjuntamente Mateo y Lucas.

    [32]Además de los estudios de las notas anteriores, ver: J. DANIELOU, Les Evangiles de l'Enfance (Paris 1967); O. DA SPINETOLI, Introduzione ai Vangeli dell'Infanzia (Brescia 1967); A. FEUILLET, Le Saveur méssianique et sa mère dans les récits de l'enfance de saint Matthieu et de saint Luc (Lib. Edit. Vaticana 1990); A. GUERET, L'engendrement d'un récit. L'Evangile de l'Enfance sélon saint Luc (Paris, Cerf 1983); R. LAURENTIN, Structure et théologie de Luc I-II (Paris 1957); S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia (Madrid 1983-1987).

    [33]AA.VV., De Beata Vergine Maria in Evangelio S. Ioannis et in Apocalipsi, en: Maria in Sacra Scriptura (Roma, PAMI 1967); R.E. BROWN, El evangelio según san Juan (Madrid, Cristiandad 1979); A. FEUILLET, L'heure de la Mère de Jésus, étude de théologie johannique (Fanjeux 1970); Idem, Jésus et sa Mère d'après les récits lucaniens de l'enfance et d'après Saint Jean (Paris, Gabalda 1974); R. SCHNACKENBURG, El evangelio según Juan (Barcelona, Herder 1980); A. SERRA, Maria a Cana e presso la Croce (Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978).

    [34]L. CERFAUX, Le Fils né de la femme (Gal 3,24-4,9): Bible et Vie Chrétienne 4 (1953-1954) 59-65; A. VANHOYE, La Mère du Fils de Dieu selon Gal 4,4: Marianum 40 (1978) 237-247.

    [35]AA.VV., La presenza di Maria nella missione evangelizzatrice del Popolo di Dio (Loreto 1973); J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de los temas marianos: Euntes Docete 32 (1979) 87-101; S. MEO, Maria stella dee'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763-778.

    [36]Ver los títulos marianos desarrollados en algunas mariologías actuales: D. BERTETTO, Maria la Serva del Signore, Mariologia (Napoli, Dehoniane 1988); A. Mª CALERO, María en el misterio de Cristo y de la Iglesia (Madrid, Edit. CCS 1990); J.M. CARDA, El misterio de María (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1986); A. DE PEDRO, Madre de Dios, Madre de los hombres, imagen de la Iglesia (Madrid, Paulinas 1989); J. ESQUERDA BIFET, Maria en la missió de l'Església (Barcelona, Facultat de Teologia 1981); Idem, La gran señal, María en la misión de la Iglesia (Barcelona, Balmes 1983); Idem, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994); S. DE FIORES, Maria Madre di Gesù (Roma, 1992); C.I. GONZALEZ, María, Evangelizada y Evangelizadora (Bogotá, CELAM 1988); (Inst. Teología a Distancia), María la Madre del Señor (Madrid, 1986); R. LAURENTIN, La Vergine Maria (Roma, Paoline 1984); A. MARTINEZ SIERRA, María, Madre del Señor (Madrid, Inst. Teol. Dist. 1986); L. MELOTTI, Maria la Madre dei viventi, compendio di Mariologia (Leumann, LDC 1986); C. POZO, María en la obra de salvación (Madrid, BAC 1974); S. VERGES, María en el misterio de Cristo (Salamanca, Sígueme 1972).

    [37]Cf. LG 56,58,63. Esta asociación de María es consecuencia de la acción del Espíritu: "guiada por el Espíritu Santo, se consagró al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18). En María aparece que la dignidad cristiana de la mujer (que representa a la Iglesia esposa) no necesita el sacerdocio ministerial; éste no debe ser privilegio ni fuente de ventajas temporales, sino servicio de representar a Cristo Esposo y Siervo.

    [38]S. FOLGADO, María asociada a Cristo en el misterio redentor, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 375-389; E. LLAMAS, Puesto de María en la economía de la Redención: Estudios Marianos 32 (1969) 149-230; E. SCHILLEBEECKX, Mère de la Rédemption (Paris, Cerf 1963).

    [39]María es "verdadera madre de los miembros (de Cristo)..., por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella Cabeza" (LG 53, citando a San Agustín, De s. virginitate 6: PL 40,399). AA.VV., La maternité spirituelle de Marie (Paris, Lithielleux 1962); J. ESQUERDA BIFET, La maternidad espiritual de María en el capítulo VIII de la constitución sobre la Iglesia del Vaticano II: Ephemerides Mariologicae 16 (1966) 95-138; D.J. FRENAUD, La función propia de María es siempre de Madre: Estudios Marianos 28 (1966) 101-144; T. KOEHLER, La maternité spirituelle de Marie, en: Maria, I, 573-601.

    [40]Después del concilio Vaticano II y de la encíclica Redemptoris Mater, los estudios recalcan estos tres aspectos de la mediación de María y de la Iglesia: subordinación a Cristo, participación en su única mediación, sentido materno. D. BERTETTO, La mediazione di Maria nel Magistero del Vaticano II: Euntes Docete 40 (1987) 597-620; O. DOMINGUEZ, La mediación mariana según el concilio Vaticano II: Estudios Marianos 28 (1966) 211-252; J. ESQUERDA BIFET, La mediación de María, aspectos específicos de la encíclica: Ephemerides Mariologicae 39 (1989) 237-254; A. LUIS, La mediación universal de María en el cap. VIII de la "Lumen Gentium": Estudios Marianos 30 (1968) 131-184; S. MEO, La "Mediazione materna" di Maria nell'Enciclica "Redemptoris Mater", en: Redemptoris Mater, contenuti e prospettive dottrinali e pastorali, Atti del convegno di studio (Roma, Pont. Accademia Internazionale 1988) 131-157; Idem, Mediadora, en: Nuevo Diccionario di Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 1304-1320; E. SAURAS, La mediación maternal de María en el concilio Vaticano II: Estudios Marianos 30 (1968) 189-233.

    [41]En la virginidad permanente de María aparece, pues, la naturaleza misionera de la Iglesia como esposa fiel y fecunda. J.A. de ALDAMA, La maternité virginiale de Notre Dame, en: Maria, VII, 117-152; R. BROWN, La concezione verginale e la risurrezione corporea di Gesú (Brescia, Queriniana 1977); J.H. NICOLAS, La Virginité di Marie (Friburg 1962); F.P. SOLA, O. DOMINGUEZ, María, siemrpe Virgen, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 349-362.

    [42]Cfr. Conc. Trid. sess. VI, c.23: CTr 5, 791ss; J. CASCANTE, Santidad de la Madre de Dios, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 363-373; J. GALOT, La sainteté de Marie, en: Maria, VI, 417-448.

    [43]Sobre la Inmaculada y la Asunción, además de los manuales de mariología, citados anteriormente, ver: AA.VV., Virgo Immaculata, Acta Congressus internationalis (Romae, PAMI 1954); O. DOMINGUEZ, María asociada a Cristo en su triunfo, en: Enciclopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 391-399; J. GALOT, Le mystère de l'Assomption, en: Maria, VII, 153-237.

    [44]Algunos estudios actuales han subrayado la relación entre los temas marianos y la evangelización: AA.VV., La presenza di Maria nella missione evangelizzatrice del Popolo di Dio (Loreto, 1973); J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de los temas marianos: Euntes Docete 32 (1979) 87-101; Idem, Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29; Idem, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum. Congresso Teol. Internazionale di Pneumatologia(Roma, Lib. Edit. Vaticana 1983) 1293-1306; C.I. GONZALEZ, María, evangelizada y evangelizadora (Bogotá, CELAM 1988) tema X (María en la misión evangelizadora de la Iglesia); S. MEO, Maria stella dell'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763-778; A. SEUMOIS, Maria nei paesi di missione, en: Enc. Mariana Theotokos (Roma, Massimo 1959) 212-220.

    [45]Cita a: S. IRENEO, Adv. haer. III, 22,4: PG 7, 959 A.

    [46]Cita a SAN AMBROSIO, Expos. Lc. II 7: PL 15,1555. Ver: P. DE ALCANTARA, Maria, ejemplar y modelo de la Iglesia, en: Enci­clopedia Mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 415‑426;

L. DEISS, Marie, Fille de Sion (Bruges, 1959); J. ESQUERDA BIFET, Significado salvífico de María como Tipo de la Iglesia: Ephemerides Mariologicae 17 (1967) 89-120; Idem, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; J. GALOT, Marie, Type et modèle de l'Église, en: L'Église du Vatican II (Paris, 1966) III; O. SEMMELROTH, Marie, Archétype de l'Église (Paris, Fleurs 1968); M. THURIAN, Maria, Madre del Señor, figura de la Igle­sia (Santander, Sal Terrae 1966).

    [47]PABLO VI, Aloc. al final de la tercera etapa conciliar, 21 nov. 1964: AAS 1964, 1007-1018. Ver: J. ESQUERDA BIFET, María Madre de la Iglesia (Bilbao, Desclée 1968); Idem, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274; J. GALOT, Théologie du titre "Mère de l'Eglise": Ephemerides Mariologicae 32 (1982) 159-173; M. LLAMERA, Maria, Madre de los hombres y de la Iglesia, en: Enci­clopedia mariana posconciliar (Madrid, Coculsa 1975) 401‑414; R. SPIAZZI, La Vergine Maria, Madre de la Chiesa (Roma, Città Nuova 1966); F. SOLA, Maria, Madre de la Iglesia: Estudios Marianos 30 (1968) 105‑129.

    [48]K. DELHAYE, Ecclesia mater chez les Pères des trois premiers siècles (Paris, Cerf 1964).

    [49]Estudio más ampliamente la relación entre la maternidad y la misión de la Iglesia, en: Maternidad de la Iglesia y misión: Euntes Docete 30 (1977) 5-29; La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia: Estudios Marianos 26 (1965) 231-274.

    [50]"Esta característica materna de la Iglesia ha sido expresada de modo particularmente vigoroso por el Apóstol de las gentes, cuando escribía: Hijos míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Gal 4,19). En estas palabras de San Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos (cf. Rom 8,29)" (RMa 43; cf. EN 79).

    [51]L. CERFAUX, Le Fils né de la femme (Gal 3,24-4,9): Bible et Vie Chrétienne 4 (1953-1954) 59-65; A. VANHOYE, La Mère du Fils de Dieu selon Gal 4,4: Marianum 40 (1978) 237-247.

    [52]Fórmula del credo en la Iglesia africana primitiva. Cf. K. DELHAYE, o.c., p. 98 y 108.

    [53]H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal (Salamanca, Sígueme 19749).

    [54]Enc. Dominum et vivificantem 25. El tema del cenáculo queda relacionado con el tema de la anunciación precisamente por la relación entre la maternidad de María y la de la Iglesia. Cf. DeV 66; AG 4; LG 59.

    [55]Esta invitación dirigida a la Iglesia para reunirse en Cenáculo con María, se encuentra frecuentemente en los documentos magisteriales: AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24; RMi 92. Estudio estas indicaciones en: L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vaticana 1983) 1293‑1306.

    [56]Ver: Enc. Redemptoris Mater 52; Catechesi tradendae nn. 72-73; Dives in Misericordia n. 15. Es muy significativa, al respecto, la carta del año 1981, en la que el Papa invitaba a los obispos a un encuentro especial en Roma (y que no pudo realizarse debido al atentado sufrido en este mismo año): Lettera al Episcopato della Chiesa cattolica per il 1600º anniversario del 1º concilio di Costantinopoli e per il 1550º anniversario del concilio di Efeso: AAS 73 (1981) 513-527.

    [57]Los estudios sobre el Espíritu Santo y María dan material abundante para ampliar el tema hacia la misión de la Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo. Resumo el tema (incluyendo bibliografía sobre el Espíritu Santo y la misión de la Iglesia) en: L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum (Lib. Edit. Vaticana 1983) 1293‑1306. Ver más bibliografía en: D. FERNANDEZ, A. RIVERA, Boletín sobre el Espíritu Santo y María: Ephemerides Mariologicae 28 (1978) 265-273.

    [58]Oración por el concilio: AAS 51 (1959) 382; Const. Apostólica Humanae salutis: AAS 54 (1962) 5-13. El tema de una acción nueva del Espíritu Santo en la Iglesia aparece en otros documentos: SC 43; EN 75; RH 18, etc.

    [59]Ver la dimensión misionera de la doctrina mariana en el aparto 2 de este capítulo (estudios de la nota 17). La espiritualidad misionera del apóstol tiene fundamentación mariana: O. DOMINGUEZ, María modelo de la espiritualidad misionera de la Iglesia: Omnis Terra n. 86 (1979) 226-241; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VIII (espiritualidad mariana del apóstol); A. LAURAS, La Vierge Marie dans la vie de l'apotre: Cahiers Marials 5 (1961) 211-216; S. MEO, Maria stella dell'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Van­gelo oggi (Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977) 763-778.

    [60]Ver el tema de la vocación misionera en el capítulo    XI de nuestro estudio. En toda vocación cristiana, María es modelo y ayuda: J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VII (espiritualidad mariana de las diversas vocaciones); R. SANCHEZ CHAMOSO, María y la vocación en la Iglesia: Seminarios 33 (1987) 221-246.

    [61]Ver: CFL 64; CT 73; FC 86; MD 2ss. Sobre la vocación misionera del laicado, ver el capítulo XI n.1 C. La línea de "secularidad" en la misión de los laicos, enraíza en el misterio de la Encarnación. La vivencia del misterio de María ayudará a profundizar en esta línea de inserción: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre María y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación" (LG 65).

    [62]Ver el tema de la vocación a la vida consagrada, en relación con la misión, en el capítulo XI n.1 C.

    [63]Carta de Juan Pablo II a los Religiosos(1988). La acción apostólica de la Iglesia y especialmente de la vida consagrada, es maternidad eclesial a imitación de la Virgen: "María lleva al Cenáculo de Pentecostés la nueva maternidad... esta maternidad, como figura, debe pasar a toda la Iglesia... Quienes se dedican a la vida apostólica..., con María, sabrán compartir la suerte de sus hermanos y ayudar a la Iglesia en la disponibilidad de un servicio para la salvación del hombre" (ibídem). Ver: AA.VV., María en la vida religiosa. Compromiso y fidelidad (Madrid, Inst. Teológico Vida Religiosa 1986); L.M. DE CANDIDO, Vida consagrada, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1924-1956; J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VII, n.3; D. FERNANDEZ, María en la vida religiosa: Ephemerides. Mariologicae 36 (1986) 348-356; G. RAMBALDI, Maria nel mistero di Cristo e della Chiesa, la devozione a Maria nelle anime consacrate (Milano, Ancora 1968); A. PARDILLA, Vida consagrada. IV: María modelo de vida consagrada, en: Nuevo Diccionario Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1956-1977.

    [64]Ver en el capítulo XI n.1 C la vocación cristiana diferenciada, con la aplicación a la vocación sacerdotal. Ver también en ese capítulo la bibliografía sobre el sacerdocio ministerial, especialmente en relación a la misión; la responsabiidad misionera, en el cap. VI n.3 B.

    [65]"Es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (PIO XII, Menti nostrae n.124). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo 1988). Sobre la espiritualidad mariana del sacerdote, ver: G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria (Milano, Ancora 1968); J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC 1991) cap. XI; Idem, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; A. HUERGA, La devoción scerdotal a la Santísima Virgen: Teología Espiritual 13 (1969) 229-253; B. JIMENEZ DUQUE, María en la espiritualidad del sacerdote: Teología Espiritual 19 (1975) 45-59; P. PHILIPPE, La Virgen María y el sacerdote (Bilbao, Desclée 1955.

    [66]Ver el tema de la acción misionera (profética, litúrgica y hodegética) en el capítulo VII de nuestro estudio (la acción evangelizadora de la Iglesia).

    [67]Ver el tema de María en el primer anuncio del evangelio, en el n.1 del presente capítulo.

    [68]AA.VV., Marie et l'Eucharistie: Etudes Mariales 36-37 (1979-1980) 5-141; T.M. BARTOLOMEI, Le relazioni di Maria alla Eucaristia, considerata come sacramento e come sacrificio: Ephemerides Mariologicae 17 (1967) 313-336; M. GARCIA MIRALLES, María y la Eucaristía: Estudios Marianos 13 (1963) 469-473; M.J. NICOLAS, Fondement théologique des rapports de Marie avec l'Eucharistie: Etudes Mariales 36-37 (1979-1980) 133-141. Sobre la piedad mariana popular: cap. VIII 1 C (nota 16). María en el ecumenismo: cap. VIII 3 C.

    [69]Ver el tema de la espiritualidad misionera en el capítulo X de nuestro estudio, especialmente el n.3 B (la espiritualidad del apóstol "ad gentes").

    [70]Ver en este mismo capítulo XII, el n.2 B (María figura de la maternidad y sacramentalidad de la Iglesia).

    [71]AA.VV., La spiritualitá mariana della Chiesa alla luce dell'enciclica "Redemptoris Mater" (Roma, Teresianum 1988); A. LAURAS, La Vierge Marie dans la vie de l'apôtre: Cahiers Mariales 5 (1961) 211-216. Resumo doctrina con bibliografía actual en: Espiritualidad mariana de la Iglesia (Madrid, Soc. Educ. Atenas 1994) cap. VIII (espiritualidad mariana del apóstol). Ver también los estudios citados en la nota 32 y en el n.3 A, del presente capítulo: María en relación con las diferentes vocaciones.

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