Lunes, 11 Abril 2022 11:32

CLAVES INTERPRETATIVAS DE LA EXHORT. APOST. "PASTORES DABO VOBIS" (J. Esquerda Bifet

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CLAVES INTERPRETATIVAS DE LA EXHORT. APOST. "PASTORES DABO VOBIS"

                                             (J. Esquerda Bifet)

Presentación

     Un documento del magisterio es siempre la palabra del Señor "predicada" y explicada por la Iglesia en unas circunstancias concretas de aquí y de ahora. El Papa Juan Pablo II dice de la Exhort. Apost. "Pastores dabo vobis": "Es el fruto del trabajo colegial del Sínodo de los Obispos de 1990... Juntos hemos elaborado un documento, muy necesario y esperado, del Magisterio de la Iglesia, que recoge la doctrina del Concilio Vaticano II y también la reflexión sobre las experiencias de los veinticinco años transcurridos desde su clausura"[1]. El Papa dirige el documento "al corazón de todos los fieles y en particular al corazón de todos los sacerdotes" (n.4). Los Obispos durante el Sínodo, como el Papa en el presente documento, han deseado lo mejor para delinear la figura del sacerdote del tercer milenio.

     Si hablamos de "claves" de lectura, no significa más que hacer notar unas líneas fuerza o perspectivas que brotan del mismo documento, si se lee con espíritu de fe, con la alegría de ser sacerdote "imagen viva de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.42) y con la esperanza y la decisión de corresponder a la voz que el Espíritu Santo dirige hoy a la Iglesia. Podría servir de punto de referencia la "clave" central que indica el mismo documento: "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).

     "Pastores dabo vobis" es un "proyecto", un "itinerario" una tarea que hay que convertir en realidad a base de años de reflexión y de compromiso (nn. 2-3, 78-79). La línea de "caridad pastoral" es predominante y está ya indicada en el título (Jer 3,15) y en la referencia continua al Buen Pastor (Jn 10), a su "corazón" (nn.49, 82) y a sus "sentimientos" sacerdotales (Fil 2,5) . Se trata de un documento "vivencial" que invita a vivir la propia realidad de gracia en el ejercicio del ministerio (como relación personal y sintonía con Cristo y seguimiento suyo) y al servicio de los hermanos (n.24), en el contexto del Presbiterio de la Iglesia particular y en una línea de disponibilidad hacia la Iglesia universal. Como "expresión" o "signo" de Cristo y "representación sacramental" suya (n.15), el sacerdote se hace servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión en el mundo de hoy (nn.12,16,59,73).

 

1. Visión de conjunto

     Los títulos bíblicos de los capítulos son un verdadero "evangelio de la vocación" (n.34), que sigue aconteciendo en la Iglesia y en el mundo de hoy.

     La situación actual de la sociedad (cap. I) hace recordar que el sacerdote es un hombre "tomado de entre los hombres" (Heb. 5,1). En medio de nuevas dificultades y nuevas posibilidades, el Señor sigue llamando a personas que deben ser formadas para estas circunstancias. La naturaleza y misión del sacerdote, es decir su identidad (cap. II), se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote (cap. III) se explica como vida en el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del "seguimiento evangélico" de los Doce. La pastoral vocacional (cap. IV) es un trasunto de la pedagogía usada por Jesús cuando dijo: "Venid y lo veréis" (Jn 1,39). Esta pastoral "es esencial y connatural en la pastoral de la Iglesia" (n. 34). La formación inicial de los candidatos (cap. V) es como la continuación de la labor de Jesús respecto a sus discípulos: "Instituyó doce para estuvieran con él" (Mc 3,14). Se desarrolla en cuatro niveles armónicamente relacionados: humano, espiritual, intelectual, pastoral. La formación permanente de los sacerdotes equivale a poner en práctica la recomendación de San Pablo: "Te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti" (2Tim 1,6). Es una formación que incluye un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular.

     Esta línea bíblica del documento postsinodal quiere poner de relieve la presencia de Jesús en la Iglesia y en el mundo, de suerte que los llamados se sientan invitados a adoptar una actitud profundamente relacional: "El que nos ha llamado y nos ha enviado sigue junto a nosotros todos los días de nuestra vida, ya que nosotros actuamos por mandato de Cristo" (n.4).[2]

     La Iglesia continúa hoy la misma acción formativa de Cristo. La exhortación postsinodal quiere delinear, sin dejar espacio para las dudas, la figura del sacerdote de hoy a la luz de la fisonomía permanente de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. Y lo hace con un decisivo tono de esperanza.[3]

 

2. Las claves de lectura indicadas en la introducción del documento

     La línea bíblica y pastoral de la exhortación aparece clara desde la introducción del documento. Se trata de formar pastores según el modelo del Corazón de Cristo Buen Pastor. Se glosan algunos textos bíblicos sobre el pastor (Jer 3,15; Jn 10; Heb 13,20; 1Pe 5,2) y se relacionan con algunos textos de misión (Jn 21,15ss; Mt 28,19; Lc 22,19; 1Cor 11,24).

     En un momento de profundos cambios se necesita afrontar una nueva evangelización y, consiguientemente, se necesitan nuevos evangelizadores. La Iglesia continúa siempre la obra formativa de Cristo, pero "hoy se siente llamada  a revivir con un nuevo esfuerzo lo que el Maestro hizo con sus apóstoles, ya que se siente apremiada por las profundas y rápidas transformaciones de la sociedad y de las culturas de nuestro tiempo" (n.2). Al presentar el "evangelio de la vocación" (cf. n.34), la Iglesia quiere constatar "la absoluta necesidad de que la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2).[4]

     Se trata de presentar un "proyecto" o "propuesta" vocacional, un "itinerario" y "programa" formativo, que abarque toda la vida desde el despertar de la vocación (nn.2-3; cf. n.79). La figura sacerdotal delineada es clara, sin dejar espacio para las dudas, aunque siempre hay lugar para la aplicación de nuevas gracias en las nuevas situaciones. Se necesitaba "dirigir a las nuevas generaciones una nítida y valiente propuesta vocacional" (n.2) y trazar unos "programas capaces de sostener el ministerio y la vida sacerdotal" (n.3). Esta "propuesta" es "la voz de las Iglesias particulares" corroborada por el Papa y dirigida a los sacerdotes como de corazón a corazón (n.4).[5]

     El documento del Papa refleja un hecho de gracia que está siguiendo su curso y que urge a adoptar actitudes más evangélicas. Este hecho de gracia queda reflejado en la abundante documentación actual sobre el sacerdocio[6]. Se trata de formar a los "primeros cooperadores en el ministerio apostólico", puesto que de ello "depende el futuro de la Iglesia y su misión universal de salvación" (n.4). La Iglesia es consciente de que cuenta con la presencia de Cristo resucitado que sigue llamando y formando a "los suyos" (Jn 13,1) (cf. n.4).

 

3. A partir de la configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza, Pastor, Siervo, Esposo

     La persona de Jesús es el punto de referencia para comprender el sentido de la vida y del ministerio sacerdotal. La consagración y misión de Jesús hacen ver su realidad de Sacerdote y Víctima, Cabeza, Pastor, Siervo y Esposo. Todos estos títulos se van repitiendo en el documento, aunque son más numerosas las frases que hablan de "Cabeza y Pastor". En las explicaciones, prevalece el tono de "Pastor" (caridad pastoral), "Siervo" (autoridad de servicio), "Esposo" (donación de amor esponsal a la Iglesia). "La referencia a Cristo es, pues, la clave absolutamente necesaria para la comprensión de las realidades sacerdotales" (n.12).

     No se presenta directamente una cristología sistemática, sino la misma persona de Jesús vivida a la luz de la fe y de la contemplación: "Jesús se presenta a sí mismo como lleno del Espíritu, 'ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva'; es el Mesías, el Mesías sacerdote, profeta y rey. Es éste el rostro de Cristo en el que deben fijarse los ojos de la fe y del amor de los cristianos. Precisamente a partir de esta 'contemplación' y en relación con ella, los Padres sinodales han reflexionado sobre el problema de la formación de los sacerdotes en la situación actual" (n.11).

     En el momento de discernir la figura del sacerdote de hoy, es necesario partir de la realidad de Cristo resucitado presente en la Iglesia (n.4). Es, pues, un "discernimiento evangélico" que "se fundamenta en la confianza en el amor de Jesucristo, que siempre e incansablemente se cuida de su Iglesia". Es la "fe en el amor indefectible de Cristo" (n.10) la que hace posible una lectura evangélica de los "signos de los tiempos" (n.11).

     Si no se pierde de vista este punto de referencia, las exigencias evangélicas encuentran su lógica intrínseca en el contexto de la caridad del Buen Pastor: "Jesucristo, que en la cruz lleva a perfección su caridad pastoral con un total despojo exterior e interior, es el modelo y fuente de las virtudes de obediencia, castidad y pobreza, que el sacerdote está llamado a vivir como expresión de su amor pastoral por los hermanos... El sacerdote debe tener 'los mismos sentimientos' de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (n.30).

     La "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), arranca del hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 1,18-19; Is 61,1-2). En quien ha recibido la imposición de manos por el sacramento del Orden, hay una acción permanente del Espíritu Santo que modela el ser, el obrar y el estilo de vida: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33).

     La referencia a Cristo, "el rostro definitivo del presbítero" (n.5), acentúa la importancia de la actitud de sintonía con sus sentimientos o amores sacerdotales. El documento postsinodal cita frecuentemente el texto de la carta a los Filipenses: "Tener entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Fil 2,5). Estos amores quedan resumidos en la expresión "Corazón de Cristo", como resumen de sus amores: "Formar a los futuros sacerdotes en la espiritualidad del Corazón del Señor supone llevar una vida que corresponda al amor y al afecto de Cristo Sacerdote y buen Pastor: a su amor al Padre en el Espíritu Santo, a su amor a los hombres hasta inmolarse entregando su vida" (n.49; cf. n.82).[7]

     La "representación sacramental" de Cristo como Cabeza y Pastor (n.15) se puede calificar también de "personificación", puesto que el sacerdote, por ser "instrumento vivo de Cristo", "personifica de modo específico al mismo Cristo" (n. 20, citando a PO 12). La expresión "imagen viva" se va repitiendo, en referencia a Cristo Esposo (n.22), Cabeza y Pastor (n.42). Se trata de "vivir íntimamente unidos a Jesucristo" (n.46).

     La representación de Cristo es precisamente en vistas al servicio eclesial. Es una inserción peculiar "en" la Iglesia y, al mismo tiempo, "al frente" de la Iglesia: "El sacerdote, en cuanto que representa a Cristo Cabeza, Pastor y Esposo de la Iglesia, se sitúa no sólo en la Iglesia, sino también al frente de la Iglesia" (n.16, citando la "proposición" 7). Es que "los apóstoles, y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo Cabeza y Pastor, han sido puestos -con su ministerio- al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (n.16).

     Esta representación de "autoridad", como configuración con Cristo "Cabeza", tiene el sentido de servicio, a imitación de "Cristo Siervo": "Jesucristo es Cabeza de la Iglesia su Cuerpo. Es 'Cabeza' en el sentido nuevo y original de ser 'Siervo', según sus mismas palabras... (Mc 10,45)... (Fil 2,7-8). La autoridad de Jesucristo Cabeza coincide, pues, con su servicio, con su don, con su entrega total, humilde y amorosa a la Iglesia. Y esto en obediencia perfecta al Padre; él es el único Siervo doliente del Señor, Sacerdote y Víctima a la vez... La vida espiritual de los ministros del Nuevo Testamento deberá estar caracterizada, pues, por esta actitud esencial de servicio al pueblo de Dios (cf. Mt 20,24ss; Mc 10,43.44) ... (cf. 1Pe 5,2-3)" (n.21).[8]

     La configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la "consagración" obrada por medio del sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy.[9]

 

4. Líneas de fuerza comunes en todo el contenido del documento

     A partir de la figura de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor, y de la configuración del sacerdote ministro con Cristo (de que hemos hablado en el apartado anterior), cabe destacar unas líneas de fuerza comunes que aparecen o se dejan entrever en todos los apartados del documento: actitudes relacionales de encuentro con Cristo, seguimiento y misión; acción permanente de Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal; servicio a la Iglesia como misterio, comunión y misión; caridad pastoral como participación en los amores de Cristo Buen Pastor; seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles; esperanza apoyada en la presencia de Cristo resucitado; cercanía al hombre concreto y a la situación sociológica e histórica. El itinerario formativo es permanente y armónico en sus cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. Algunas de estas líneas serán objeto de reflexión especial en los apartados siguientes.

     A partir de una llamada, que se hace "sígueme" permanente, la vida y ministerio sacerdotal se realiza en una actitud relacional de encuentro traducida en un seguimiento "esponsal" y en un compromiso de comunión y misión. El trasfondo es eminentemente relacional. No se trata de "cosas", sino de personas y comunidades, a comenzar por la "comunión" trinitaria que debe reflejarse en la comunión eclesial para construir la comunidad humana universal. "Se puede entender así el aspecto esencialmente relacional de la identidad del presbítero. Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad del inefable misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de la unidad del Espíritu Santo, el presbítero está inserto sacramentalmente en la comunión con el Obispo y con los otros presbíteros, para servir al Pueblo de Dios que es la Iglesia y atraer a todos a Cristo, según la oración del Señor... que sean uno como nosotros ... (Jn 17,11.21)" (n.12).

     La consecuencia de esta actitud relacional es la de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (n.44), en un nivel de "amistad" profunda con él (n.46). Por esto el itinerario permanente de la formación sacerdotal consiste en "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (n.34).[10]

     La acción permanente del Espíritu Santo en la vida y ministerio sacerdotal no es sólo por la configuración ontológica como participación de la consagración de Cristo, ni tampoco sólo por la acción eficaz pneumatológica por medio de los servicios ministeriales, sino que, al mismo tiempo, el Espíritu Santo es "el gran protagonista de su vida espiritual" (n.33), es decir, el que hace posible ser "imagen viva" de Cristo Buen Pastor (nn. 42, 46). El hace posible las "virtudes evangélicas" y comunica la "fuerza que sostiene su desarrollo hasta la perfección cristiana" (n.27). Siendo "el protagonista por antonomasia de la formación", comunica "el don de un corazón nuevo, configura y hace semejante a Jesucristo el Buen Pastor" (n.69).

     La figura del sacerdote queda descrita en una "eclesiología de comunión", que "resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el Pueblo de Dios y en el mundo" (n.12). El sacerdote es el servidor de la Iglesia misterio, comunión y misión. No se trata de la Iglesia en abstracto, sino en cuanto "signo" o "sacramento", es decir, "esencialmente relacionada con Jesucristo" (n.12). La Iglesia, como "misterio", es un conjunto de signos de la presencia activa de Cristo resucitado. "Es en el misterio de la Iglesia, como misterio de comunión trinitaria en tensión misionera, donde se manifiesta toda identidad cristiana, y por tanto también la identidad específica del sacerdote y de su ministerio. En efecto, el presbítero, en virtud de la consagración que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial, para vivir y actuar con la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo" (n.12). Es, pues, un "misterio de comunión" que se expresa en la "misión" del anuncio, celebración y comunicación de la persona y del mensaje de Jesús a todos los hombres.[11]

     En esta eclesiología de comunión deriva el amor a la Iglesia, como "total donación de sí a la Iglesia" (n.23), que tiene su fuente en el amor a Cristo: "El don de sí mismo a la Iglesia se refiere a ella como cuerpo y esposa de Jesucristo. Por esto la caridad del sacerdote se refiere primariamente a Jesucristo: solamente si ama y sirve a Cristo Cabeza y Esposo, la caridad se hace fuente, criterio, medida, impulso del amor y del servicio del sacerdote a la Iglesia, cuerpo y esposa de Cristo" (n.23). Este amor se expresará en la disponibilidad efectiva para la Iglesia particular y universal.

     La caridad pastoral es el resumen del estilo de vida de Cristo Buen Pastor y, consiguientemente, de la vida del sacerdote ministro. En ella se inspira la espiritualidad "específica" sacerdotal (cf. nn. 20, 23-25). El seguimiento evangélico, al estilo de los doce apóstoles, es la concretización de la caridad pastoral y es también parte esencial del estilo de vida de todo sacerdote, con las mismas exigencias evangélicas para los diocesanos y para los religiosos. Estos dos temas los estudiamos en los apartados siguientes.

     Se puede decir que todo el documento postsinodal tiene una línea de esperanza. No se trata de indicar sólo dificultades y de señalar sólo exigencias, sino se subrayar principalmente las posibilidades de afrontar una realidad actual con una figura sacerdotal verdaderamente evangélica. "Si bien se pueden comprender los diversos tipos de 'crisis', que padecen algunos sacerdotes de hoy en el ejercicio del ministerio, en su vida espiritual y también en la misma interpretación de la naturaleza y significado del sacerdocio ministerial, también hay que constatar, con alegría y esperanza, las nuevas posibilidades positivas que el momento histórico actual ofrece a los sacerdotes para el cumplimiento de su misión" (n.9). El Espíritu Santo, comunicado de modo especial en el sacramento del Orden y presente en la Iglesia, hace posible una respuesta alegre y generosa a las exigencias sacerdotales (cf. nn.23, 33, 69).

     La cercanía al hombre concreto en su situación sociológica, cultural e histórica, es una consecuencia de la encarnación del Verbo. Se participa y se prolonga la misma cercanía de Cristo Sacerdote y Buen Pastor. De ahí deriva una misión sin condicionamientos ni fronteras, así como "la opción preferencial por los pobres" (n.30 y 49). "El sacerdote es el hombre de la caridad" (n.49). La aplicación de este principio llega también a la inserción en las culturas por un proceso de "inculturación", que es siempre de respeto, purificación y sublimación: "El evangelio penetra vitalmente en las culturas, se encarna en ellas, superando sus elementos culturales incompatibles con la fe y con la vida cristiana y elevando sus valores al misterio de la salvación que proviene de Cristo" (n.55).

     Estas y otras líneas de fuerza se integran mutuamente en la armonía de un itinerario formativo permanente que tiene cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual y pastoral. La configuración con Cristo Sacerdote y Buen Pastor se va haciendo cada vez más intensa y auténtica en el ser, obrar y vivencia. Si se habla de formación humana (nn.43-44, 72), es para desarrollar la personalidad (con sus criterios, valores y actitudes) como "imagen viva" de Cristo. La formación espiritual es ciertamente el "centro vital que unifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (n.45), pero precisamente por ello reclama los otros niveles de formación. La formación intelectual es "base de la entrega personal total a Jesús y a la Iglesia" (n.52) y "opera una relación personal del creyente con Jesucristo" (n.53). La formación pastoral tiene también una prioridad, puesto que se trata de formar pastores, en sintonía con los "sentimientos de Cristo Buen Pastor" (n.57; cf. Fil 2,5), a la luz de la palabra contemplada y estudiada, a la luz de la celebración de los misterios y para construir la comunidad en la caridad (n.57; cf. OT 4). De este modo, el sacerdote se forma continuamente para ser "testigo de la caridad de Cristo" (n.58) y para servir a "la Iglesia misterio, comunión y misión" (n.59).

 

5. Sucesores en el ministerio apostólico y en el seguimiento evangélico de los Doce

     El documento postsinodal da mucha importancia a la relación del sacerdocio ministerial (de los presbíteros) con la sucesión apostólica. Aunque la doctrina es tradicional (si bien poco conocida y profundizada), se puede decir que es la primera vez que un documento magisterial hace hincapié en la sucesión apostólica para hacer ver las consecuencias de tipo ministerial y las exigencias de vida evangélica. El tema es lógico: quienes están llamados a vivir la "vida apostólica" son principalmente los sucesores de los Apóstoles (los Obispos) y sus inmediatos colaboradores (los presbíteros). La exhortación usa frecuentemente la expresión "seguimiento evangélico" ("sequela Christi") y "radicalismo evangélico", como algo connatural al sacerdocio de los Doce y de sus sucesores. Las exigencias evangélicas son las mismas para el sacerdote diocesano como para el sacerdote religioso.

     La sucesión apostólica o del ministerio apostólico une estrechamente Obispos y presbíteros (que forman parte del mismo Presbiterio, presidido por el Obispo). En el Mensaje de los Padres sinodales, citado por la exhortación, los Obispos dicen: "Vosotros sois nuestros primeros cooperadores en el servicio apostólico" (n. 4 de la exhortación postsinodal). En realidad, "el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los Apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20)... Por tanto, el ministerio ordenado surge con la Iglesia y tiene en los Obispos, y en relación y comunión con ellos también en los presbíteros, una referencia particular al ministerio originario de los apóstoles, al cual 'sucede' realmente, aunque respecto el mismo tenga unas modalidades diversas" (n.16).

     Uno de los párrafos más explícitos sobre la sucesión apostólica es el n. 42 del capítulo V ("Instituyó doce para que estuvieran con él"... "vivir como los Apóstoles, en el seguimiento evangélico"). Antes de pasar a los cuatro niveles de formación (humana, espiritual, intelectual y pastoral), el documento quiere dejar claro que se trata de una formación para la vida apostólica de los Doce: "dejarse configurar con Cristo Buen Pastor" y, por tanto, aprender en la "escuela del Evangelio", a "vivir en el seguimiento de Cristo como los Apóstoles" (n.42)[12]. El tema se repite al hablar del Seminario como "continuación en la Iglesia, de la íntima comunidad apostólica formada en torno a Jesús... comunidad promovida por el Obispo para ofrecer, a quien es llamado por el Señor para el servicio apostólico, la posibilidad de revivir la experiencia formativa que el Señor dedicó a los Doce". De este modo el Seminario será "fiel a los valores evangélicos en los que se inspira y capaz de responder a las situaciones y necesidades de los tiempos" (n.60).

     Hay que recordar que la "vida apostólica" de los Doce se delinea por la vida comunitaria, el seguimiento evangélico y la disponibilidad misionera. Los tres puntos son muy explícitos en el documento y se repiten insistentemente. En los apartados siguientes nos detendremos en el aspecto comunitario (Presbiterio) y misionero (caridad pastoral sin fronteras). Si no hubiera la conciencia y el compromiso generoso de seguimiento evangélico (con la práctica concreta, aunque no necesariamente profesión, de los llamados "consejos evangélicos"), la vida fraterna y la disponibilidad misionera no se harían efectivas ni duraderas.

     El llamado "radicalismo evangélico" (n.27) no es más que la misma caridad pastoral con todas sus exigencias, tomando como modelo a Cristo Buen Pastor y expresándola con el seguimiento de Cristo al estilo de los Apóstoles. No se trata primariamente de la vida religiosa en general, sino del mismo seguimiento evangélico (que puede adoptar una forma "religiosa" con compromisos especiales o una forma de vida "incardinada" en la Iglesia particular y en el Presbiterio diocesano). Este seguimiento evangélico con la exigencia de la práctica de los "consejos evangélicos" forma parte de la identidad de los presbíteros como inmediatos colaboradores de los Obispos: "Expresión privilegiada del radicalismo son los varios consejos evangélicos que Jesús propone en el Sermón de la Montaña (cf. Mt 5-7), y entre ellos los consejos, íntimamente relacionados entre sí, de obediencia, castidad y pobreza; el sacerdote está llamado a vivirlos según el estilo, es más, según las finalidades y el significado original que nacen de la identidad propia del presbítero y la expresan" (n.27).

     Al hablar de cada uno de los "consejos evangélicos" (nn.28-30), el documento sinodal expone detalladamente la obediencia, castidad y pobreza, a la luz de la caridad pastoral. Se trata de imitar "los mismos sentimientos de Jesús, despojándose de su propio 'yo', para encontrar, en la caridad obediente, casta y pobre, la vida maestra de la unión con Dios y de la unidad con los hermanos (cf. Flp 2,5)" (n.30).

     A la luz de la caridad pastoral, las virtudes evangélicas aparecen como eminentemente sacerdotales. La obediencia (n.28) debe ser "apostólica", centro de la comunión de Iglesia (Papa, Colegialidad Episcopal, Obispo propio), "comunitaria" (inserción y corresponsabilidad en el Presbiterio), con "carácter de pastoralidad" (disponibilidad misionera).

     La "virginidad" (n.29), a la luz de la caridad pastoral, tiene sentido "esponsal", como "donación personal a Jesucristo y a su Iglesia". Entonces aparece el celibato con su "valor profético para el mundo actual", como "estímulo de la caridad pastoral" (citando PO 16) y como signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia: "La Iglesia, como Esposa de Jesucristo, desea ser amada por el sacerdote de modo total y exclusivo como Jesucristo Cabeza y Esposo la ha amado. Por esto el celibato sacerdotal es un don de sí mismo en y con Cristo a su Iglesia y expresa el servicio del sacerdote a la Iglesia en y con el Señor" (n.29). Se trata de "ofrecer la totalidad de su amor a Jesucristo" (n.44).

     Es la misma caridad pastoral la que da sentido a la pobreza evangélica haciéndola eminentemente sacerdotal. Se hacen resaltar sus "connotaciones pastorales", que se concretan en la imitación de Cristo pobre y crucificado, en la disponibilidad misionera, en la vida fraterna del Presbiterio, en la cercanía y "opción preferencial por los pobres". Entonces "la pobreza sacerdotal" aparece en todo su "significado profético" (n.30).

     No se pueden separar las tres virtudes sacerdotales evangélicas, puestro forman una unidad, como "transparencia" de la caridad del Buen Pastor. La actitud relacional y amistosa con Cristo hace ver en esas virtudes el modo más concreto de compartir su misma vida, para ser "signo" personal y "transparencia" suya (nn. 12, 15-16, 22, 42-43, 49). La caridad del Buen Pastor fue así y sigue siendo así (n.30). No se trata principalmente de "exigencias" a modo de obligaciones, sino de la consecuencia de un enamoramiento y amistad, como "signo del amor de Dios a este mundo" (n.29). Así aparece el "valor gozoso del seguimiento de Jesús" (n.10) como "testimonio máximo de amor" (PO 11). La caridad pastoral hace posible "transparentar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélica" (n.20).

 

6. Una espiritualidad sacerdotal específica: caridad pastoral sin recortes ni fronteras

     La "vida espiritual" o "espiritualidad" del sacerdote se presenta en la exhortación apostólica "Pastores dabo vobis" a partir de la llamada universal a la santidad que consiste en la caridad (n. 19; cf. LG 40). "Espiritualidad" es equivalente a "vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad" (n. 19). Para el sacerdote ministro hay una nota específica de esta perfección: "la caridad pastoral". Ella "constituye el alma del ministerio sacerdotal" (n.48; cf. n.16) y es "alma y forma de la formación permanente del sacerdote" (n.70).

     Esta vida espiritual ("espiritualidad") o vida según el Espíritu tiene, pues, una peculiaridad o "especificidad" cuando se trata del sacerdote. Es una "vocación 'específica' a la santidad" (n.20). Los elementos básicos de esta espiritualidad específica, que fundamentan la caridad pastoral son los siguientes, según el documento postsinodal: "consagración" como configuración con Cristo Cabeza y Pastor, "misión" de ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote", representación personal ("personificación") de Cristo, estilo de vida "llamada a manifestar y testimoniar de manera original el radicalismo evangélico" (n.20, citando a PO 2 y 12).

     La exhortación, en diversos apartados, señala algunas características específicas que derivan de la caridad pastoral: santificación en los mismos actos del ministerio (nn.24.25), seguimiento evangélico expresado en los llamados "consejos evangélicos" como imitación de la "vida apostólica" (nn.27-30), pertenencia a la Iglesia particular en unión con el propio Obispo y con los demás sacerdotes del Presbiterio (esta pertenencia, expresada en la "incardinación", es un hecho de gracia especial para los sacerdotes diocesanos) (nn.31-32, 74), disponibilidad para la misión en la Iglesia particular y universal (nn.16-18, 31-32). Esta disponibilidad misionera es expresión de una caridad sin fronteras. El seguimiento evangélico al modo de los Apóstoles lo hemos resumido más arriba; es la caridad pastoral sin recortes. La pertenencia a la Iglesia particular, como un hecho de gracia, lo estudiamos en el apartado siguiente.

     Cada una de estas características representa todo un programa de vida espiritual. Todas ellas se complementan, derivan de la configuración y relación con Cristo, y se concretan en sintonía de sentimientos y de actitudes del mismo Cristo, como expresión de la caridad pastoral. Es participación de la misma caridad de Cristo, donación total de sí, expresión del sacerdocio como "officium amoris" (San Agustín)[13]. "El principio interior, la virtud que anima y guía la vida espiritual del presbítero en cuanto configurado con Cristo Cabeza y Pastor es la caridad pastoral, participación de la misma caridad pastoral de Jesucristo: don gratuito del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, deber y llamada a la respuesta libre y responsable del presbítero. El contenido esencial de la caridad pastoral es la donación de sí, la total donación de sí a la Iglesia, compartiendo el don de Cristo y su imagen" (n.23).

     En el documento postsinodal esta expresión ("caridad pastoral") se repite continuamente como nota característica de todos los aspectos de la vida espiritual del sacerdote. No es un término abstracto, sino la "donación" de sí mismo que hace el Buen Pastor y que debe expresarse en la vida de los sacerdotes ministros. El estilo de vida de caridad pastoral deriva del hecho de participar en la misma consagración y en la misión de Cristo: "Gracias a esta consagración obrada por el Espíritu Santo en la efusión sacramental del Orden, la vida espiritual del sacerdote queda caracterizada, plasmada y definida por aquellas actitudes y comportamientos que son propios de Jesucristo, Cabeza y Pastor de la Iglesia y que se compendian en la caridad pastoral" (n. 21).

     La santificación por los mismos actos del ministerio recibe en la exhortación una atención particular (nn.24-26). De hecho se comenta el texto conciliar de "Presbyterorum Ordinis" nn.12-13 y hace la aplicación a cada uno de los ministerios: servicio de la Palabra, de los sacramentos y de animación de la comunidad (nn.26, 47-49). Se trata de santificarse "por las mismas acciones sagradas de cada día" (PO 12) o "a través del ejercicio del ministerio" (n.25; cf. PO 13). Siempre es a partir de la "caridad pastoral" y de la "relación" personal e íntima con Cristo (n.25). Entonces se realiza la "unidad de vida" (n.23; cf. PO 14) que supera la dicotomía entre la vida espiritual y la acción apostólica. Hay una estrecha relación entre el hecho de santificarse por los actos del ministerio y la vida santa del ministro que influye en la misma acción ministerial (n.25). "Existe, por tanto, una relación íntima entre la vida espiritual del presbítero y el ejercicio de su ministerio... Por otra parte, la santidad misma de los presbíteros contribuye en gran manera al ejercicio fructuoso del propio ministerio... La relación entre la vida espiritual y el ejercicio del ministerio sacerdotal puede encontrar su explicación también a partir de la caridad pastoral" (n.24).

     La vida sacerdotal se hace oblación "sacrificial" por la "caridad pastoral", que es "principio interior y dinámico capaz de unificar las múltiples actividades del sacerdote" (n.23). En esta línea sacrificial de una vida de donación, la Eucaristía reencuentra su centralidad: "El lugar verdaderamente central, tanto de su ministerio como de su vida espiritual, es la Eucaristía" (n.26; cf. nn. 23, 38, 46, 48; PO 5).

     Realizar esta espiritualidad en la vida cotidiana presupone una formación inicial y permanente que no olvide ni infravalore los medios concretos: vida eucarística y litúrgico-sacramental (liturgia de las horas, reconciliación), lectura contemplativa de la Palabra, devoción mariana, dirección espiritual, vida comunitaria, etc. (nn.45-50).

     La vida espiritual (con su "especificidad" característica de "caridad pastoral") inserta al sacerdote en el misterio del hombre a la luz del misterio de Cristo para "buscar a Cristo en los hombres" (n.49). Así se concretiza su realidad de ser "tomado de entre los hombres y constituido a favor de los hombres" (Heb 5,1).

     La disponibilidad para la Iglesia universal dimana, por una parte, de la misma naturaleza del sacerdocio ministerial. El documento postsinodal cita y comenta "Presbyterorum Ordinis" n.10 y "Optatam totius" n.20, puesto que "cualquier ministerio sacerdotal participa de la misma amplitud universal de la misión confiada por Cristo a los Apóstoles" (PO 10). Así, pues, "por la naturaleza misma de su ministerio, deben estar llenos y animados de un profundo espíritu misionero" (n.18). El sacerdocio de Cristo, en su ser, en su misión y en su entrega, tiene las características de universalismo. Esas mismas características han pasado al sacerdocio participado por los Apóstoles y, por tanto, por sus sucesores e inmediatos colaboradores (los presbíteros). No es posible hacer recortes a lo que por su misma naturaleza es para todos los redimidos.

     Por otra parte, esta disponibilidad universal deriva también del hecho de pertenecer a la Iglesia particular y al Presbiterio y colaborar en la responsabilidad misionera del Obispo, siempre en la línea de universalismo: "La pertenencia y dedicación a una Iglesia particular no circunscriben la actividad y la vida del presbítero, pues, dada la naturaleza de la Iglesia particular y del ministerio sacerdotal, aquellas no pueden reducirse a estrechos límites... (cita PO 10)... sino a la misión universal" (n.32). La Iglesia particular es el eco y concretización de la Iglesia universal, como corresponsable de la misma misión universalista (cf. nn.31-32, 65, 74). El Obispo con su Presbiterio es responsable de hacer efectiva esta misión, en la que deben participar todos los componentes de la comunidad eclesial y, de modo particular, los presbíteros como colaboradores necesarios de los Obispos en el "servicio apostólico" (nn.4, 16-18, 31-32).[14]

     Estas exigencias de la caridad pastoral, especialmente en cuanto al seguimiento evangélico (ver arriba en el apartado 5) y a la disponibilidad misionera universal, no deben considerarse como un peso, sino como un compartir esponsalmente la misma vida de Cristo Buen Pastor: "signo sacramental de Cristo" (n.16), "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (n.15), para "revivir en su vida espiritual el amor de Cristo Esposo con la Iglesia esposa" (n.22), "llamados a imitar y vivir su misma caridad pastoral" (n.22), como "credibilidad de su testimonio del Evangelio" (n.5). Las exigencias del hecho de ser "signo" y "transparencia" de Cristo sólo se comprenden a partir de un enamoramiento, como "partícipes de su amor" (n.70). "Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (n.15).

     "Pastores dabo vobis" es un documento muy rico en datos sobre la espiritualidad sacerdotal. Este tema merecería un estudio especial. Al tema de "la vida espiritual del sacerdote", la exhortación postsinodal le dedica especialmente todo el capítulo tercero: "El Espíritu del Señor está sobre mí" (Lc 4,18), la vida espiritual del sacerdote. Es, pues, a partir de la consagración y misión de Cristo que puede vislumbrarse todo el contenido de este tema. Precisamente por ello, la vida espiritual se presenta como "centro vital que unifica y vivifica su ser sacerdote y su ejercer el sacerdocio" (n.45). Al señalar importancia y centralidad de la vida espiritual, el documento deja entrever esta línea de fuerza en todos y cada uno de los capítulos.[15]

     La caridad pastoral, como quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal hay que estudiarla y vivirla según diversas dimensiones, a las que hemos aludido sucintamente en este apartado: Trinitaria, pneumatológica, cristológica, eclesiológica y mariológica, contemplativa, misionera, antropológica...

     La dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal es una síntesis de las otras dimensiones. Como Madre de Cristo Sacerdote y como figura de la Iglesia, modelo de fidelidad a la vocación, ella está presente en todas las etapas del proceso vocacional inicial y permanente: "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (n.82).[16]

     Para que "la nueva evangelización tenga en los sacerdotes sus primeros nuevos evangelizadores" (n.2), urge construir la fisonomía sacerdotal como imagen de Cristo buen Pastor. "Hoy, en particular, la tarea pastoral prioritaria de la nueva evangelización, que atañe a todo el Pueblo de Dios y pide un nuevo ardor, nuevos métodos y una nueva expresión para el anuncio y el testimonio del Evangelio, exige sacerdotes radical e integralmente inmersos en el misterio de Cristo y capaces de realizar un nuevo estilo de vida pastoral, marcado por la profunda comunión con el Papa, con los Obispos y entre sí, y por una colaboración fecunda con los fieles laicos" (n.18).[17]

 

7. Espiritualidad específica del sacerdote diocesano y del sacerdote religioso en el Presbiterio de la Iglesia particular

     Una lectura apresurada del documento puede dar la impresión de preferencia por el "sacerdote diocesano", por el hecho de referirse a él explícita y ampliamente en algunos apartados (nn.17, 31-32, 68, 74). En realidad esta "preferencia" es una impresión objetiva en cuanto que aclara realidades y conceptos que hasta ahora no habían sido expuestos por los documentos magisteriales de manera tan explícita. Era necesario hacer estas aclaraciones para el bien de todos. Ya es interesante notar que el documento hable de sacerdotes "diocesanos" y "religiosos", si usar el término "secular".[18]

     Hay que tener en cuenta (como hemos visto hasta ahora) que la base fundamental del ser, del actuar y de la espiritualidad sacerdotal, es común a diocesanos y religiosos. La configuración con Cristo Sacerdote, Cabeza y Pastor, exige para todos el mismo seguimiento radical (vida apostólica de los Doce), la misma disponibilidad misionera (local y universal) y la misma vida de "comunión" con los demás presbíteros del Presbiterio de la Iglesia particular, cuya cabeza es el Obispo. Las exigencias de "vida apostólica", al estilo de los Doce, son las mismas. La caridad pastoral es la quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, sea del sacerdote diocesano que del religioso.

     Ahora bien, todas estas realidades de gracia quedan matizadas por otras gracias, que podrían resumirse, para el sacerdote "diocesano", en la "incardinación", como pertenencia especial a la Iglesia particular y al Presbiterio, y como dependencia espiritual y ministerial respecto al Obispo; todo ellos "como valor espiritual del presbítero" (n.31).

     En cuanto al sacerdote "religioso" (o de instituciones analógicas), estas realidades de gracia quedan matizas por el "carisma fundacional", que se concreta en compromisos especiales de seguimiento evangélico y en modos peculiares de vida comunitaria y de misión. Ambos cleros pertenecen al Presbiterio diocesano y dependen pastoralmente del carisma episcopal. También dependen del Obispo respecto a la espiritualidad general cristiana y sacerdotal. Los religiosos tendrán una cierta autonomía (precisada por el derecho) respecto a la concretización del carisma específico.[19]

     Para el sacerdote diocesano todos estos hechos de gracia (pertenencia permanente a la Iglesia particular y al Presbiterio, relación especial con el Obispo, incardinación) serán como su "carisma específico" y tendrán una aplicación especial: "En esta perspectiva es necesario considerar como valor espiritual del presbítero su pertenencia y su dedicación a la Iglesia particular, lo cual no está  motivado solamente por razones organizativas y disciplinares; al contrario, la relación con el Obispo en el único presbiterio, la coparticipación e su preocupación eclesial, la dedicación al cuidado evangélico del Pueblo de Dios en las condiciones concretas históricas y ambientales de la Iglesia particular, son elementos de los que no se puede prescindir al dibujar la configuración propia del sacerdote y de su vida espiritual. En este sentido, la 'incardinación' no se agota en su vínculo puramente jurídico, sino que comporta también una serie de actitudes y de opciones espirituales y pastorales, que contribuyen a dar una fisonomía específica a la figura vocacional del presbítero... Estar en una Iglesia particular constituye, por su misma naturaleza, un elemento calificativo para vivir una espiritualidad cristiana" (n.31). Estos hechos de gracia matizan el modo de seguir a Cristo obediente, casto y pobre, analógicamente a como el carisma fundacional y los compromisos concretos (v.g. los votos) matizan el seguimiento evangélico de los religiosos.

     La espiritualidad del sacerdote religioso, con sus características peculiares de un carisma fundacional, es un estímulo y una riqueza imprescindible para la Iglesia particular y para el Presbiterio; este sacerdocio expresado por la vida "consagrada" pertenece a la herencia apostólica que todo sacerdote (diocesano o religioso) debe custodiar. "El don de la vida religiosa, en la comunidad diocesana, cuando va acompañado de sincera estima y justo respeto de las particularidades de cada Instituto y de cada espiritualidad tradicional, amplia el horizonte cristiano y contribuye de diversa manera a enriquecer la espiritualidad sacerdotal, sobre todo respecto a la correcta relación y recíproco influjo entre los valores de la Iglesia particular y los de la universalidad del Pueblo de Dios" (n.74; cf. n.31).

     Es importante notar que para todo sacerdote (diocesano y religioso), las exigencias de seguimiento evangélico y de misión (que son las mismas para ambos) se inspiran en el Buen Pastor y en el seguimiento apostólico: "Mediante el sacerdocio del Obispo, el sacerdocio de segundo orden se incorpora a la estructura apostólica de la Iglesia. Así el presbítero, como los apóstoles, hace de embajador de Cristo (cf. 2Cor 5,20). En esto se funda el carácter misionero de todo sacerdote" (n.16).

     La pertenencia a la Iglesia particular y al Presbiterio concretiza la existencia sacerdotal, dentro de la línea de sucesión apostólica. Para todo sacerdote, "el Presbiterio en su verdad plena es un mysterium: es una realidad sobrenatural que tiene su raíz en el sacramento del Orden" (n.74)[20]. Hay Iglesia particular y Presbiterio donde hay un sucesor de los Apóstoles. El servicio a la Iglesia misterio, comunión y misión tendrá, pues estas connotaciones que indican, al mismo tiempo, comunión con el sucesor de Pedro y apertura a la Iglesia universal. "Concretamente, el sacerdote está llamado a madurar la conciencia de ser miembro de la Iglesia particular en la que está incardinado, o sea, incorporado con un vínculo a la vez jurídico, espiritual y pastoral. Esta conciencia supone y desarrolla el amor especial a la propia Iglesia. Ese es, en realidad, el objetivo vivo y permanente de la caridad pastoral que debe acompañar la vida del sacerdote y que lo lleva a compartir la historia o experiencia de vida de esta Iglesia particular en sus valores y debilidades, en sus dificultades y esperanzas, y a trabajar en ella para su crecimiento. Sentirse, pues, enriquecidos por la Iglesia particular y comprometidos activamente en su edificación, prolongando cada sacerdote, y unido a los demás, aquella actividad pastoral que ha distinguido a los hermanos que les han precedido" (n.74).

     La caridad pastoral queda, pues matizada con estas circunstancias eclesiales de gracia: el aquí y el ahora de la Iglesia particular, en la comunión y misión de la Iglesia universal. Todo sacerdote está al servicio de toda la comunidad eclesial y es garante (con el Obispo) de una herencia de gracia que enraíza con la tradición apostólica. El sacerdote "incardinado", por el hecho de su pertenencia más permanente, es el que debe apreciar, cuidar y armonizar con más atención todos los carismas existentes en la Iglesia particular, sean de tipo laical, de vida consagrada o de vida sacerdotal (cf.74). Es "la genuina opción presbiteral de servicio a todo el Pueblo de Dios, en la comunión fraterna del Presbiterio y en obediencia al Obispo" (n.68).

     El carisma episcopal, del que depende todo presbítero según diversas modalidades (que hemos indicado sucintamente más arriba), es imprescindible para hacer realidad la "vida apostólica" (vida fraterna, seguimiento evangélico, disponibilidad misionera) en el Presbiterio de la Iglesia particular (cf. CD 15-16; PO 7). "La fisonomía del Presbiterio es la de una verdadera familia" (n.74; cf. CD 28). Pero esto no será realidad mientras no actúe o no se deje actuar el carisma de quien preside la Iglesia particular y su Presbiterio. "Dentro de la comunión eclesial, el sacerdote está llamado de modo particular, mediante su formación permanente, a crecer en y por el propio Presbiterio unido al Obispo... La unidad de los presbíteros con el Obispo y entre sí no es algo añadido desde fuera a la naturaleza propia de su servicio, sino que expresa su esencia como solicitud de Cristo Sacerdote por su Pueblo congregado por la unidad de la Santísima Trinidad" (n.74).[21]

     La vida comunitaria, según diversas posibilidades, es esencial para la vida sacerdotal ("vida apostólica") en el Presbiterio. Este debe ser siempre "una verdadera familia", que "se concreta en las formas más variadas de ayuda mutua, no sólo espirituales, sino también materiales". Y aunque esta fraternidad "no excluye a nadie", no obstante "puede y debe tener sus preferencias" o modalidades (n.74). Siempre es posible "la vida común o fraterna entre los sacerdotes" (ibídem) o, como dice el concilio, "alguna manera de vida común" o de tipo asociativo (PO 8). "Hay que recordar las diversas formas de vida común entre los sacerdotes, siempre presentes en la historia de la Iglesia, aunque con modalidades y compromisos diferentes" (n.81).[22]

     El tema de la "soledad" (n.74) encuentra solución adecuada (además de en la propia vida de relación personal con Cristo) en la fraternidad del Presbiterio, e insta a "meditar sobre una doctrina que el concilio Vaticano II había puesto nuevamente de manifiesta: la doctrina de la realidad del Presbyterium (cf. LG 28; PO 7-8). Se invita a los Obispos y a los sacerdotes a que vivan esta realidad que es fuente de una rica espiritualidad y de una fecunda acción apostólica".[23]

 

8. Hacia un proyecto de vida sacerdotal en el Presbiterio de cada Iglesia particular

     El capítulo final (cap. V: formación permanente de los sacerdotes), si se lee en el contexto de todo el documento, es la parte que compromete más. Porque no se trata sólo de organizar unos cursos para ponerse al día, sino de estructurar toda la vida del Presbiterio, de suerte que el sacerdote encuentre los medios necesarios para vivir su identidad sacerdotal con todas las exigencias de "vida apostólica" en el Presbiterio de la Iglesia particular (según las diversas modalidades que ya hemos indicado: diocesano, religioso, etc.).

     Hay que elaborar "programas capaces de sostener... el ministerio y vida sacerdotal" (n.3). Se trata de "programar y llevar a cabo un plan de formación permanente, que responda de modo adecuado a la grandeza del don de Dios y a la gravedad y exigencias de nuestro tiempo" (n.78). En este campo "es fundamental la responsabilidad del Obispo y, con él, la del Presbiterio" (n.79). Las estructuras del Presbiterio deben orientarse a una puesta en práctica de las orientaciones conciliares y postconciliares. El documento postsinodal compromete a todos. "Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el Presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrollo por etapas y tiene modalidades precisas" (n.79).[24]

     La exhortación postsinodal es un texto que da las pautas necesarias para estructurar el Presbiterio de la Iglesia particular de acuerdo con la "vida apostólica". Los candidatos al sacerdocio (diocesanos y religiosos) encuentran en él una posibilidad de vivir el sacerdocio con generosidad evangélica. Ahora ya pueden ver que es posible poner en práctica las indicaciones del nuevo Código: "deben prepararse para una unión fraterna con el Presbiterio diocesano, del cual serán miembros para el servicio de la Iglesia" (can. 245, par. 2). Este Presbiterio, al cual son invitados, ya existe en potencia...[25]

     "Pastores dabo vobis" pertenece a un hecho de gracia, que aflora principalmente en las indicaciones del Vaticano II y de los documentos postconciliares, y que recoge un despertar sacerdotal anterior, especialmente a partir de San Pío X ("Haerent animo"). Este hecho necesita encontrar los santos sacerdotes del postconcilio. Se han dado grandes pasos que preanuncian un resurgir en las nuevas generaciones sacerdotales.[26]

     Los números 80-81 de "Pastores dabo vobis" indican unas pautas generales sobre los momentos, las formas y los medios de la formación sacerdotal permanente en el sentido indicado de proyecto global de vida. Se podrán indicar pautas para los cuatro niveles: humano, espiritual, intelectual (nn.71-72). Pero debe quedar claro que se trata de toda la vida sacerdotal en el Presbiterio. La formación permanente tiene esta finalidad: "Debe ser más bien el mantener vivo un proceso general e integral de continua maduración, mediante la profundización, tanto de los diversos aspectos de la formación -humana, espiritual, intelectual y pastoral-, como de su específica orientación vital e íntima, a partir de la caridad pastoral y en relación a ella" (n.71).

     Las pautas de este "proyecto" (que podría llamarse "Directorio") no  serán nuevas obligaciones, sino indicaciones que recojan todo lo contenido en el concilio y postconcilio, para que el sacerdote pueda "desempeñar su función en el espíritu y según el estilo de vida de Jesús Buen Pastor" (n.73). Es la respuesta a "un sígueme que acompaña toda la vida" (n.70).[27]

     Esta tarea es posible. La llamada del Espíritu Santo a la Iglesia de hoy va unida a su presencia activa. La caridad pastoral, con todas sus consecuencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, comienza a ser una realidad. El documento postsinodal parte de una actitud de fe y de esperanza: "Nuestra fe nos revela la presencia operante del Espíritu de Cristo en nuestro ser, en nuestro actuar y en nuestro vivir" (n.33). "El Sínodo... es consciente de la acción constante del Espíritu Santo en la Iglesia"(son palabras que hace suyas el Papa: n.1).

     La invitación de Juan Pablo II indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tenga lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82).



    [1]Carta a los sacerdotes para el Jueves Santo de 1992, n.1. La Exhortación Apostólica lleva fecha del 25 de marzo de 1992 (Anunciación del Señor). Comentario a la Exhortación: Os daré pastores según mi coraón, Valencia, edit. EDICEP 1992. El texto con introducciones, comentarios breves y notas bibliográficas: Pastores dabo vobis, Casale Montferrato, PIEMME 1992. Para los documentos del Sínodo: G. CAPRILE, Il Sinodo dei Vescovi 1990, La Civiltà Cattolica 1991. El texto completo de las "propositiones" finales votadas y entregadas el Santo Padre no se ha publicado; pero la exhortación recoge el contenido de todas ellas y las cita casi integramente.

    [2]Es cita textual del Mensaje de los Padres Sinodales, 28 oct. 1990, III: "L'Osservatore Romano", 29-30 octubre 1990.

    [3]El documento de Juan Pablo II ha sido llamado "Exhortación postsinodal de la esperanza". Ver la presentación oficial a cargo de Mons. Schotte en: "L'Osservatore Romano", 8 abril 1992, p.17.

    [4]Es interesante notar que el documento postsinodal habla de "poner en práctica la doctrina conciliar sobre este tema y hacerla más actual e incisiva en las circunstancias actuales" (n.2, citando textualmente la "proposición" n.1).

    [5]La "identidad" no se presenta como duda, sino como profundización en los aspectos evangélicos de llamada, encuentro, seguimiento, fraternidad eclesial y misión. Para formar "signos personales del Buen Pastor", hay que partir de la configuración con el ser sacerdotal de Cristo, que capacita para prolongar su misma misión y que hace posible y urge a vivir su mismo estilo de vida.

    [6]El documento postsinodal aprovecha toda la documentación referente al Sínodo (se puede ver en la publicación de Caprile, citada en la nota 1), además de los documentos conciliares (especialmente LG, PO, OT) y postconciliares (especialmente la "Ratio fundamentalis": AAS 62, 1970, 321-384). Entre los documentos sinodales, además de las "proposiciones" finales, hay que destacar "Lineamenta" e "Instrumentum laboris" (éste último fue el más apreciado y sirvió de esquema para las "proposiciones"). Se citan también, entre otros documentos del Papa, algunas alocuciones dominicales durante el "Angelus" (1989-1991). Las "proposiciones" finales son el fruto de las aportaciones de los Padres, que fueron cristalizando en las "proposiciones" de cada uno de los 13 grupos de trabajo, hasta elaborar una lista única que fue la que se votó. En el discurso final, el Papa había dicho sobre los documentos postsinodales: "El documento postsinodal se inspira en lo que fue programado en común, y se podría decir que lo contiene" (27 de octubre de 1990).

    [7]Es el texto de la "proposición" 23 de los Padres sinodales, que deja entrever el tema de las "tres miradas" sacerdotales de Cristo, según la escuela sacerdotal francesa y la doctrina de San Juan de Avila. Ver: Escuela sacerdotal española del siglo XVI: Juan de Avila, Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica 1969, p.53 (referencia al Tratado del amor de Dios y al Audi Filia). El texto de la exhortación indica frecuentemente esta actitud de vivir de los sentimientos de Cristo: nn.26, 30, 49, 53, 57, 72, 82.

    [8]Es la línea de servicio acentuada por el Vaticano II: "Son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1; cfr. LG 24).

    [9]Ver el tema de la "configuración" en los nn. 3, 15, 18, 20-22, 25, 27, 31, 42, etc. El tema de la acción (unción) del Espíritu Santo en los nn. 1, 10, 27, 33, 69, etc. La "consagración", en los nn. 9, 20, 22. El tema del sacramento del Orden, carácter, gracia sacramental, en el n. 70. Estos temas siempre tienen la perspectica de la vivencia de la caridad pastoral y de las exigencias evangélicas: "Con la efusión sacramental del Espíritu Santo que consagra y envía, el presbítero queda configurado con Jesucristo Cabeza y Pastor de la Iglesia y en enviado a ejercer el ministerio pastoral. Y Así, al sacerdote, marcado en su ser de una manera indeleble y para siempre como ministro de Jesús y de la Iglesia, e inserto en una condición de vida permanente e irreversible, se le confía un ministerio pastoral que, enraizado en su propio ser y abarcando toda su existencia, es también permanente. El sacramento del Orden confiere al sacerdote la gracia sacramental, que lo hace partícipe no sólo del 'poder' y del 'ministerio' salvífico de Jesús, sino también de su 'amor'" (n.70; comenta 2Tim 1,6).

    [10]Esta actitud relacional se hace patente en casi todos los números del documento. La configuración con Cristo y el servicio a la Iglesia y a los hombres, tienen este trasfondo de sintonía vivencial con la realidad de Cristo presente, sus criterios, sus amores, su estilo de vida. De esta relación con Cristo, se pasa a la relación con la Iglesia (donde está Cristo bajo signos) y con todo ser humano (donde espera Cristo). El servicio ministerial es santificador por sí mismo, en cuanto que es un signo e instrumento de la presencia activa de Cristo (n.26).

    [11]La mejor explicación de esta tema se encuentra en el capítulo  II (sobre la naturaleza y misión del sacerdocio ministerial). De ahí lo irá tomando el documento para aplicarlo en otros capítulos más prácticos: "... el sacerdote ministro es servidor de Cristo presente en la Iglesia misterio, comunión y misión. Por el hecho de participar en la 'unción' y en la 'misión' de Cristo, puede prolongar en la Iglesia su oración, su palabra, su sacrificio, su acción salvífica. Y así es servidor de la Iglesia misterio porque realiza los signos eclesiales y sacramentales de la presencia de Cristo resucitado. Es servidor de la Iglesia comunión porque -unido al Obispo y en estrecha relación con el presbiterio- construye la unidad de la comunidad eclesial en la armonía de las diversas vocaciones, carismas y servicios. Por último, es servidor de la Iglesia misión porque hace a la comunidad anunciadora y testigo del Evangelio" (n. 16, citando Instrumentum laboris 16 y la Propositio 7). Ver otros apartados que explican la misma trilogía: nn. 59 y 73.

    [12]La exhortación cita literalmente el Mensaje de los Padres sinodales al Pueblo de Dios (28 octubre 1990), IV: "L'Osserv. Romano", 29-30 octubre 1990. La expresión "sucesores de los Apóstoles" se aplica a los Obispos, en cuanto que sólo ellos presiden las Iglesias particulares con su Presbiterio. La exhortación postsinodal relaciona a los presbíteros con la sucesión apostólica o con el ministerio apostólico (sin llamarles explícitamente "sucesores", para evitar confusión). Lo que importa es la misma realidad de una sucesión apostólica en cuanto al ministerio y en cuanto a las exigencias evangélicas y misioneras. Cfr. nn. 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60. La actuación del carisma episcopal es indispensable no sólo para cuestiones jurídicas, sino principalmente para hacer posible la "vida apostólica" en el Presbiterio (n. 74; cfr. CD 15-16; PO 7-8).

    [13]Repetidas veces se cita esta expresión de San Agustín: In Iohannis Evangelium Tractatus 123,5: CCL 36,678.

    [14]La responsabilidad misionera se presenta también en el contexto de la trilogía Iglesia misterio, comunión y misión, relacionando los tres elementos: la Iglesia es misionera siendo portadora de Cristo (misterio) como fraternidad imagen de la Trinidad (comunión), que debe construir la comunión universal de hermanos en Cristo. El sacerdote ministro sirve a esta Iglesia que es, pues, misionera por su misma naturaleza. Cf. nn.12, 16, 59, 73.

    [15]Ver un estudio más amplio en: Espiritualidad sacerdotal y formación espiritual del sacerdote, en: Comentario a "Pastores dabo vobis", Os daré pastores según mi corazón. Valencia, EDICEP 1992. Los estudios actuales sobre la espiritualidad sacerdotal recogen estas líneas. Ver especialmente estas obras de conjunto: AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio, Madrid, EDICE 1987; AA.VV. Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989. Recojo bibliografía actual sobre cada tema en: Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC 1991. Estudios también de contexto latinoamericano en: Signos del Buen Pastor, espiritualidad y misión sacerdotal, Bogotá, CELAM 1991.

    [16]El tema mariano queda intercalado en varios pasajes del documento. Al hablar de la pastoral de las vocaciones (cap. IV), se presenta a María como modelo de respuesta vocacional: "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como Ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (n.36, citando la "proposición" 5). La Iglesia pide vocaciones, reunida en Cenáculo con María (n.38). Durante la formación inicial (cap. V), los candidatos viven en "confianza filial" con María, entregada por Jesús "como madre al discípulo" (n.45, citando OT 8).

El domento sinodal termina con una oración a María, que resume todos sus títulos eclesiales y sacerdotales: "Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes... Madre de Cristo Sacerdote... Madre de la Iglesia..., Reina de los Apóstoles"... (n.82).

    [17]La "nueva evnagelización" exige una renovación por parte de los sacerdotes y, consecuentemente, debe llegar a redimensionar todo el proceso de la formación sacerdotal. Ver: COMISION EPISCOPAL CLERO, Sacerdotes para la nueva evangelización, Madrid 1990; CELAM, Nueva evangelizción, génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147.

    [18]Los documentos conciliares no usan el término "secular" para el sacerdote, puesto que prefieren usar este término para la línea "laical" (inserción en lo "secular"). El nuevo Código habla de sacerdotes "seculares" (no dice "diocesanos"). Hay siempre un campo de "secularidad" para todo sacerdote. Es cuestión de terminología, que siempre hace referencia a un aspecto objetivo. El documento postsinodal, siguiendo la línea de los documentos conciliares, parte de realidades teológicas, sin excluir (aunque no use) la terminología del Código. Sería un contrasentido querer hacer de este hecho terminológico un caballo de batalla.

    [19]Hablar, pues, del sacerdote "diocesano" no significa "reivindicación" ni exclusivimo. Tampoco sería justo calificar de "religiosos" algunos elementos esenciales de vida sacerdotal (vida comunitaria, contemplativa, de seguimiento evangélico y de misión universal). Si el sacerdote "incardinado" (diocesano) no llega a vivir su propia espiritualidad específica (de radicalismo evangélico, de vida comunitaria y de misión), tampoco sabrá apreciar los matices especiales de gracia de la vida religiosa respecto al seguimiento evangélico, a la vida fraterna y a la misión. Para el sacerdote incardinado, esta misma diocesaneidad es el modo más auténtico de vivir su amor y sumisión al Sucesor de Pedro. La pastoral vocacional no pude basarse en presentar la vida religiosa como el único camino de seguimiento evangélico, como tampoco se debe decir que el sacerdocio diocesano es el único camino de caridad pastoral. Estas sensibilidades deben superarse por la vivencia auténtica del propio carisma, que siempre es de aprecio de los demás carismas. Pero será difícil superar un vacío de siglos respecto a la "vida apostólia" en el Presbiterio...

    [20]El decreto conciliar "Presbyterorum Ordinis" calificar de "fraternidad sacramental" (PO 8) la comunión en el Prebiterio, por el hecho derivar del sacramento del Orden (LG 28). El contexto conciliar indica también la "sacramentalidad" de signo eficaz, por ser una concretización de la Iglesia "sacramento" (cf.LG 1; Jn 17,23; Puebla 663). El sacerdote es signo personal y comunitario (siempre "sacramental") de Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor. En su visita al Pontificio Colegio Español de Roma (28 marzo 1992), dijo Juan Pablo II: "Debéis ser pastores de la unidad con vuestro Obispo y en la unidad fraterna con el propio Prebiterio. Vuestro ministerio sólo puede tener sentido en la vinculación ontológica y sacramental de vuestro sacerdocio con el Obispo y con vuestros hermanos sacerdotes... Por esto la comunión de cada sacerdote con el Obispo y el propio Presbiterio diocesano debe ser imagen del misterio de amor entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, para edificar así la comunidad eclesial y humana según el mandato del amor" ("L'Osservatore Romano", 30-31 marzo 1992, pp. 14-15).

    [21]En el documento postsinodal se acentúa esta actuación del carisma episcopal en todas las etapas de la formación y de la vida sacerdotal, tanto para la espiritualidad como para la pastoral y las expresiones de vida práctica: nn.4, 28, 31, 35, 41, 50, 65, 74, 79, 80. Este tema es imprescindible para la buena marcha de todas las orgnizaciones y servicios del Presbiterio: Seminario, Consejo Presbiteral, formación permanente, convivencia sacerdotal como familia de hermanos, etc.

    [22]En diversos lugares del documento postsinodal se invita a esta vida fraterna y comunitaria: nn.17, 29, 44, 50, 60, 73-74, 76-77, 81. Tanto para el seguimiento evangélico como para la vida comunitaria, los sacerdotes que forman parte del mismo Presbiterio pueden encontrar diversas posibilidades: iniciativa privada (grupos, equipos, "cenáculos"), equipo de trabajo pastoral y vida espiritual (v.g. arciprestazgos o decanatos), asociaciones sacerdotales, asociaciones de vida apostólica, Institutos seculares, Instituciones religiosas, etc. (nn.81, 31, 74). Que un sacerdote sienta la llamada a vivir una de estas formas (aunque sea sin incardinación a la diócesis), es una cosa normal (como en cualquier otra institución); pero sería un contrasentido que, por no encontrar el propio Presbiterio organizado, tuviera que entrar en una organización para la cual no tiene vocación. En cuanto a las "asociaciones" sacerdotales, hay que recordar que la "Unión Apostólica" es un servicio de intercambio de experiencias de "vida apostólica" en el Presbiterio, a partir de la iniciativa de los mismos grupos o equipos de nivel territorial (pastoral) o de amistad (revisión de vida, etc.).

    [23]Juan Pablo II, Discurso en la clausura del Sínodo Episcopal, 27 octubre 1990. No hay que olvidar la importancia de la propia dirección espiritual (nn.40, 50, 81) como medio de santificación sacerdotal.

    [24]La participación del Obispo es vital, como compartiendo la misma vida y la misma suerte de su Presbitetio. "El Obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su Presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial" (n.79; cf. CD 15-17.28; PO 7).

    [25]Hay que reconocer que la "vida apostólica" en el Presbiterio (para el clero diocesano), salvo casos individuales y de algunos grupos excepcionales, tiene un vacío de siglos. La doctrina eclesial se ha mantenido gracias al magisterio y a la vida de santos sacerdotes. Llevar a término esta empresa supondrá crear mentalidad y buscar pautas concretas. Probablemente será cuestión de muchos años y de grandes sacrificios, para arrinconar hábitos "legitimados", privilegios y derechos adquiridos. También en algunas instituciones religiosas o análogas la "vida apostólica" ha quedado anquilosada, olvidando la vitalidad del carisma fundacional o dándose a una problemática al margen de los criterios evangélicos y eclesiales. Por esto la crisis sacerdotal ha sido común (con las mismas proporciones) para el clero diocesano y religioso.

    [26]Ver este tesoro documental en: El sacerdocio hoy, documentos del magisterio eclesiástico, Madrid, BAC 1985. A mi entender, el paso actual, salvando las diferencias, se podría comparar al paso trascendental de Trento respecto al los Seminarios, a la vida sacerdotal y al ministerio episcopal. Entonces se fue aplicando el concilio gracias a santos sacerdotes del postconcilio (San Carlos Borromeo, San Juan de Avila, San Juan de Ribera, San Ignacio de Loyola, San Juan Eudes, San Vicente de Paul, San Gregorio Barbarigo, etc.). ¿Estamos hoy preparados para poner en práctica la "Pastores daboo vobis"?

    [27]Se podrían delinear las pistas de los cuatro niveles indicados (humano, espiritual, intelectual, pastoral) o trazar unas líneas de vida personal (contemplación, estudio, vida sacramental, seguimiento evangélico, dirección espiritual, medios concretos...), vida comunitaria (equipo de revisión de vida, convivencia, solidaridad, ayuda mutua en todos los niveles...), vida pastoral (equipo apostólico, pastoral de conjunto en el campo profético-litúrgico-caritativo...), etc. También podría especificarse un "Directorio" o proyecto sacerdotal a partir de actitudes: actitud relacional con Cristo, actitud de seguimiento evangélico, actitud de comunión y fraternidad, actitud de misión.

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