Lunes, 11 Abril 2022 11:30

VI. ORACION MARIANA: DE MARIA Y A MARIA

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VI. ORACION MARIANA: DE MARIA Y A MARIA

 

1. Oración de María

 

2. Oración mariana de la Iglesia

 

3. "Magnificat": oración de María y de la Iglesia

 

1. Oración de María

 

      La oración es siempre una actitud relacional con Dios que está presente y que se comunica al hombre. La "presencia" y la "palabra" de Dios hacen posible la actitud relacional del ser humano, desde el "corazón", desde su interioridad. La iniciativa es siempre por parte de Dios, que comunica este don de su presencia y su palabra en Cristo: "si supieras el don de Dios" (Jn 4,10). La actitud relacional del hombre es de autenticidad, como criatura limitada, "sedienta", interpelada por la misericordia de Dios. Es, pues, el corazón o interioridad profunda, que se abre para responder al don de un Dios que establece relaciones de "Alianza" o pacto de amor.[1]

      La oración de María, según los textos evangélicos, es un resumen de esta actitud relacional del corazón ante la presencia y la palabra de Dios, que ha manifestado sus designios de salvación. María, reconociendo su propia "nada" ante la "misericordia" de Dios, sabe alabar y agradecer a Dios sus beneficios ("Magnificat"), ofreciendo la propia vida para cumplir sus designios en bien de toda la humanidad.  En las palabras del "Magnificat", "el cántico de los pobres" (CEC 2618), "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). Por esto, "en la fe de su humilde esclava, el don de Dios encuentra la acogida que esperaba desde el comienzo de los tiempos" (CEC 2617).

      Cuando se dice que María "meditaba estas cosas en su corazón" (Lc 2,19.51), se describe la actitud relacional de volver a lo más hondo del propio corazón, guiada por la luz del rostro de Dios. "María es la figura del orante, prototipo de la contemplación" (RMa 33). Ella "conservaba todo esto en su corazón para meditarlo (cf. Lc 2,41.51)" (LG 57).

      Esta actitud contemplativa de María se convierte en oración de intercesión ante las necesidades de los hermanos, "cuando en las bodas de Caná de Galilea, movida a misericordia, suscitó con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús Mesías (cf. Jn 2,1-11)" (LG 58). Por ser respuesta a la Alianza, la actitud contemplativa de María se concretizó en asociación esponsal a Cristo: "A lo largo de su predicación acogió las palabras con que su Hijo, exaltando el reino por encima de las condiciones y lazos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados (cf. Mc 3,35; Lc 11,17-28) a los que escuchan y guardan la palabra de Dios, como ella lo hacía fielmente (cf. Lc 2,19 y 51). Así avanzó también la Santísima Virgen en la peregrinación de la fe, y mantuvo fielmente su unión con el Hijo hasta la cruz... asociándose con entrañas de madre a su sacrificio" (LG 58). Por esto "su oración coopera de manera única con el designio amoroso del Padre" (CEC 2617).

      La oración mariana es de donación total. El "consentimiento" de la Anunciación, ratificado en el cántico del "Magnificat", es una actitud habitual de María: "consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). Por esto, "la oración de la Virgen María, en su Fiat y en su Magnificat, se caracteriza por la ofrenda generosa de todo su ser en la fe" (CEC 2622). Su oración es escuchada porque es la oración de "la mujer" (Jn 2,4; 19,26) que vive en sintonía con Cristo, asociada a su hora como "nueva Eva", figura de la Iglesia esposa.

      La oración de María tiene también lugar al comienzo de la Iglesia, cuando la comunidad eclesial se preparaba para recibir los dones del Espíritu Santo (Act 1,14). Este gesto mariano y eclesial será programático para toda la historia de la Iglesia peregrina. "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia" (CEC 2679). María es modelo de oración y acompaña con su oración intercesora la oración de la Iglesia: "ora por nosotros como ella oró por sí misma: 'Hágase en mí según tu palabra' (Lc 1,38)" (CEC 2677). El "fiat" de María es el compendio de la oración cristiana, y es la misma actitud filial del "Padre nuestro", como respuesta a la Alianza sellada con la redención de Cristo: "ser todo de El, ya que El es todo nuestro" (CEC 2617).[2]

      Desde antiguo, se ha querido resumir la oración bíblica de María en "siete palabras"[3]:

      - "¿Cómo será esto, pues no conozco varón?" (Lc 1,34).

- "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).

- "(María) saludó a Isabel" (Lc 1,40).

- "Proclama mi alma la grandeza del Señor"... (Magnificat: Lc 1,46-55).

- "Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? Tu padre y yo te hemos buscado angustiados" (Lc 2,48).

- "No tienen vino" (Jn 2,3).

- "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).[4]

 

      Aparte de las palabras explícitas de María, hay que considerar las actitudes marianas de oración, manifestadas con palabras o sin ellas. En la anunciación, María adopta una actitud de silencio meditativo y de apertura a los planes de Dios (Lc 1,29), que se expresará en actitud de fidelidad a la Palabra divina (Lc 1,38). Las actitudes expresadas en el Magnificat, se pueden resumir en la pobreza bíblica expresada en forma de alabanza, agradecimiento, esperanza (Lc 1,46ss). Ante las palabras proféticas de Simeón, María, con San José, expresa su admiración ante los designios de Dios (Lc 2,33-34). El silencio contemplativo de María (en Belén y en el templo), indican la actitud de adoración y de donación (Lc 2,19 y 51). La oración bíblica de los salmos es frecuentemente un "grito" o una "queja" confiada ante el dolor; la pregunta de María al encontrar a Jesús en el templo será ocasión para que Jesús haga referencia al misterio redentor (misterio pascual) (Lc 2,48). En Caná, María muestra la actitud de caridad suplicante o intercesora, que sintoniza con los problemas de los hermanos, siempre en la perspectiva de los planes salvíficos de Dios (Jn 2,3.

      Toda actitud mariana de oración es de invitación a la fidelidad a la voluntad salvífica de Dios, como respuesta a la Alianza (Jn 2,5). Junto a la cruz, la perseverancia en el dolor se hace asociación esponsal con Cristo (Jn 19,25-27).

      El gesto mariano de orar juntamente con la Iglesia primitiva (Act 1,14) pone en estrecha relación el misterio de la Encarnación y el de Pentecostés. Lo que fue María en la Anunciación, lo es la Iglesia, con María, desde Pentecostés. "Fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4). En el Cenáculo, "también María imploraba con sus oraciones del don del Espíritu, que en la Anunciación ya la había cubierto con su sombra" (LG 59). Cabe, pues, relacionar la oración de Cristo desde el seno de María (Heb 10,5-7) con su oración permanente "intercediendo siempre por nosotros" (Heb 7,25; cf. Rom 8,34). Cristo "une a sí la comunidad entera de los hombres y la asocia al canto de este divino himno de alabanza" (SC 83). La oración de la Iglesia "es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo con su Cuerpo al Padre" (SC 84). María, como figura de la Iglesia esposa, está unida a esta oración continua de Cristo, presente en su Cuerpo Místico (cf. Apoc 12,1ss). [5]

 

2. Oración mariana de la Iglesia

      Desde los primeros siglos, la Iglesia ha sentido necesidad de orar con María (Act 1,14) y a María (Lc 1,48-49), en el contexto de una oración eclesial que es siempre "comunión" con todos los redimidos. En cualquier necesidad de la Iglesia, la comunidad se siente unida en una oración comunitaria, como cuando oraba por Pedro (Act 12,5). Hay una "presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" (MC 18).

      En la oración mariana, la Iglesia considera a María como modelo y ayuda de fidelidad contemplativa respecto a la Palabra y a la voluntad de Dios (Lc 8,21). María es "la mujer" fiel a la Alianza, que invita a la Iglesia a vivir en sintonía con las palabras de Jesús (Jn 2,5-11). "Principalmente a partir del concilio de Efeso, ha crecido maravillosamente el culto del Pueblo de Dios hacia María en veneración y en amor, en la invocación e imitación, de acuerdo con sus proféticas palabras: Todas las generaciones me llamarán bienaventurada, porque ha hecho en mí maravillas el Poderoso (Lc 1,48-49)" (LG 66).

      Esta "confiada invocación" de la Iglesia a María se convierte en "experiencia de su intercesión" (MC 22). En el fondo no es más que la fidelidad a las palabras de Jesús: "He aquí a tu Madre" (Jn 19,27). "Como el discípulo amado, acogemos a la Madre de Jesús, hecha madre de todos los vivientes" (CEC 2679).

      La actitud relacional de María para con la Iglesia, y de esta para con María, no puede quedarse en simples reflexiones teóricas, sino que, como en todos los temas cristianos, debe pasar a la vivencia. La oración mariana de la Iglesia es una vivencia continuada de su desposorio con Cristo (bodas de Caná), de su asociación a Cristo en la cruz (Jn 19,25-27) y de su compromiso de ser continuamente fiel a las nuevas gracias del Espíritu Santo (Act 1,14; cf. Apoc 2,7ss).

      La recitación de la primera parte del "Ave María", y del "Magnificat", así como la "memoria" de María durante la celebración eucarística, ha sido una práctica habitual de la Iglesia desde los primeros tiempos. Los sentimientos que afloran de esta recitación y celebración se han ido expresando en otras "fórmulas" como el himno "Acathistos", las estrofas "Theotokia" (como el "sub tuum praesidium" desde el siglo III), himnos populares, letanías, rosario, "angelus", etc. Estas oraciones han quedado plasmadas en fórmulas litúrgicas y en devociones populares.[6]

      Esta "comunión" eclesial con María tiene el sentido de insertarse en el proceso de "comunión" trinitaria, que es la quinta esencia de la vida espiritual: en el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). "En la oración, el Espíritu Santo nos une a la Persona del Hijo Unico, en su humanidad glorificada. Por medio de ella y en ella, nuestra oración filial comulga (entre en comunión) en la Iglesia con la Madre de Jesús" (CEC 2673).

      Este es el significado de la inserción del nombre de María en la oración eucarística: "en comunión con la Bienaventurada Virgen María". Esta "memoria" mariana hace que la Iglesia se sienta más unida a Cristo Esposo, precisamente a partir de la imitación y de la intercesión de María. "La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella, contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo" (LG 65).[7]

      La Iglesia, al "recordar" a María, especialmente en la celebración de los Misterios de Cristo, imita sus sentimientos de alabanza, gratitud, confianza, humildad, fidelidad, contemplación, asociación... María se encuentra presente, de modo activo y materno, en el camino histórico y litúrgico de la Iglesia. "María es ejemplo de la actitud espiritual con que la Iglesia celebra y vive los diversos misterios" (MC 16).[8]

      En este sentido, María es "figura de orante" (RMa 33). "María es la orante perfecta, figura de la Iglesia. Cuando le rezamos, nos adherimos con ella al designio del Padre, que envía a su Hijo para salvar a todos los hombres... Podemos orar con ella y a ella. La oración de la Iglesia está sostenida por la oración de María. La Iglesia se une a María en la esperanza" (CEC 2679).

      La oración mariana de la Iglesia tiene un doble movimiento, centrado siempre en la persona de Jesús, y apoyado "en la singular cooperación de María a la acción del Espíritu Santo" (CEC 2675):

      - unirse al agradecimiento de María por los beneficios recibidos de Dios ("Magnificat"),

- confiar a María la propia oración, uniéndola a la suya (oración de María en la anunciación, presentación, Caná, etc).

 

      El "Ave María" ha sido siempre la oración mariana preferida de la Iglesia, precisamente por abarcar este doble movimiento y hacer referencia explícita a Cristo. Por esto, "confiándonos a su oración, nos abandonamos con ella a la voluntad de Dios" (CEC 2677); "pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos reconocemos pecadores y nos dirigimos a la Madre de la Misericordia, a la Virgen Santísima. Nos ponemos en sus manos 'ahora', en el hoy de nuestras vidas" (CEC 2677).

      Por medio de la oración mariana, la Iglesia se adentra (con ella y como ella) en la nube de la fe y de las tribulaciones, bajo la acción del Espíritu Santo, para colaborar en el proceso de santificación y de evangelización. En este sentido, la Iglesia vive no sólo a imitación de María, sino en "comunión" con ella en cuanto orante. "En virtud de su cooperación singular con la acción del Espíritu Santo, la Iglesia ora también en comunión con la Virgen María para ensalzar con ella las maravillas que Dios ha realizado en ella y para confiarle súplicas y alabanzas" (CEC 2682).

      La oración mariana de la Iglesia, teniendo en cuenta su fundamento bíblico, como respuesta a la invitación de recibir el mensaje de Cristo (Jn 2,5), tiene estas características:

- Es actitud de escucha contemplativa de la Palabra: Lc 1,38 ("hágase en mí según tu palabra"); Jn 2,5 ("haced lo que él os diga"); Lc 8,21 ("mi madre y mis hermanos son quienes escuchan la palabra de Dios y la cumplen"); Lc 9,35 ("éste es mi Hijo amado, escuchadlo"); Sab 18,14-15 (la Palabra en el "silencio"; cf. Lc 2,19.51).

- Es actitud de fidelidad al Espíritu Santo en el camino hacia las bodas del Cordero: Lc 1,35 ("el Espíritu Santo vendrá sobre ti"...); Act 1,14 y 2,4 ("perseverando en oración con María... fueron llenos del Espíritu Santo"); Apoc 2,7ss ("oiga la Iglesia qué dice el Espíritu"); Apoc 22,17-20 ("el Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven!... Amén ¡Ven, Señor Jesús!").

- Es actitud de fecundidad materna, que transforma las dificultades en donación (Jn 16,21-23; 19,25-27; Gal 4,4-19.26).

 

      Las oraciones que la Iglesia ha dirigido y sigue dirigiendo a María indican la "lex credendi" como "lex orandi". "La veneración que la Iglesia ha dado a la Madre del Señor en todo tiempo y lugar... constituye un sólido testimonio de su 'lex orandi' y una invitación a reavivar en las conciencias su 'lex credendi'. Y viceversa: la 'lex credendi' de la Iglesia requiere que por todas partes florezca lozana su 'lex credendi' en relación con la Madre de Cristo" (MC 56).[9]

      Las fórmulas de esas oraciones tienen un rico contenido doctrinal respecto a todas las gracias que María ha recibido de Dios (sus títulos para actuar en la historia de salvación). Las actitudes de oración, reflejadas en esas fórmulas, se pueden resumir en las siguientes:

- Dimensión trinitaria de alabanza (con gratitud y gozo) al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, imitando a María en su fidelidad a los planes salvíficos de Dios.

- Dinamismo de configuración con Cristo, en un proceso de fidelidad, unión, imitación, asociación y en relación a la celebración de sus misterios (Navidad, Pascua, Pentecostés).

- Actitud de fidelidad al Espíritu Santo en las luces y mociones de la gracia y en todo el proceso de santificación, contemplación y acción de caridad.

- Sentido de comunión de los santos, como miembros de una misma familia eclesial (María Madre, hermana, discípula).

- Actitud filial respecto a María, confiando especialmente en su misericordia, pidiendo su intercesión, protección y presencia materna, particularmente en los momentos de dificultad espiritual y material.[10]

 

3. "Magnificat": oración de María y de la Iglesia

      En el cántico del "Magnificat" (Lc 1,46-55), María expresa los sentimientos más profundos de oración: alabanza a Dios, gratitud, fe, confianza, humildad (pobreza bíblica), reconocimiento de la misericordia de Dios, unión con toda la humanidad y con toda la historia de salvación. En este cántico evangélico aparece de manifiesta que "adorar a Dios es alabarlo, exaltarle y humillarse a sí mismo, como hace María en el Magnificat, confesando con gratitud que El ha hecho grandes cosas y que su nombre es santo" (CEC 2097).

      La "Madre del Señor" aparece como "Virgen orante", puesto que "el Magnificat es la oración por excelencia de María, el canto de los tiempos mesiánicos, en el que confluyen la exaltación del antiguo y del nuevo Israel" (MC 18). "En estas sublimes palabras, que son al mismo tiempo muy sencillas y totalmente inspiradas por los textos sagrados del pueblo de Israel, se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36). En el himno evangélico se trasluce la interioridad de María (ya desde la anunciación) como recapitulación y superación de las vivencias del antiguo Israel. Es también el resumen de las esperanzas mesiánicas, cantadas con el gozo de verlas convertidas en realidad.[11]

      El "Magnificat" ha sido, desde los primeros siglos, el cántico de la Iglesia en camino. "La Virgen Madre está constantemente presente en este camino de fe del Pueblo de Dios hacia la luz. Lo demuestra de modo especial el cántico del Magnificat que, salido de la fe profunda de María en la visitación, no deja de vibrar en el corazón de la Iglesia a través de los siglos. Lo prueba su recitación diaria en la liturgia de las vísperas y en otros muchos momentos de devoción tanto personal como comunitaria" (RMa 35).

      Así, pues, el Magnificat sigue siendo, a la vez, "el cántico de la Madre de Dios y el de la Iglesia, cántico de la Hija de Sión y del nuevo Pueblo de Dios" (CEC 2619). La Iglesia lo considera como "cántico de acción de gracias por la plenitud de las gracias derramadas en el economía de la salvación, cántico de los 'pobres' cuya esperanza ha sido colmada con el cumplimiento de las promesas" (ibídem).

      Las vivencias de María, expresadas en el Magnificat, son como la personificación de las vivencias de la Iglesia. El Pueblo de Dios, todavía peregrino, imita el caminar orante y caritativo de María. El Magnificat, en todo su contexto bíblico, es una expresión de la realidad mariana de la Iglesia. La acción del Espíritu Santo, que hizo a María Virgen-Madre, es la misma que inspira el texto del Magnificat. El Espíritu Santo sigue comunicando a la Iglesia esa misma realidad virginal y maternal vivida y cantada por María. El texto inspirado es una invitación a la Iglesia a vivir en la misma sintonía de sentimientos que la Madre del Señor. Entonces "María resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos" (LG 65).

      El Magnificat se ha de encuadrar en el contexto del evangelio de la infancia según San Lucas (Lc 1-2). En estos capítulos se describe la vida consciente y responsable de María. La vivencia mariana narrada por Lucas es de fidelidad generosa a la nueva acción del Espíritu Santo. El cántico de María manifiesta su apertura total a la Palabra de Dios:

- Su "sí" a la Palabra (Lc 1,38)

- es la expresión máxima de la fe en Dios (Lc 1,45)

- concretada en un servicio de caridad (Lc 1,39)

- que es instrumento de la gracia del Espíritu (Lc 1,41).

 

      El saludo de María a Isabel es portador de gozo mesiánico  y se explicita y amplía con el Magnificat. María puede cantar la acción definitiva del Espíritu Santo, porque ha creído incondicionalmente en esta acción.

      El Magnificat expresa la fe de la Iglesia personificada en María, como reflexión vivencial del misterio de la Encarnación para anunciarlo a todos los pueblos. La fuerza del Espíritu Santo (Lc 1,49.51) recuerdan los textos paulinos del "kerigma" o anuncio evangélico ("por la fuerza de Dios": 2Cor 13,4), que indican la debilidad del instrumento humano levantado por la fuerza de la resurrección de Cristo. La misma fuerza del Espíritu, por la que Cristo resucitado ha vencido a la muerte, es la que transforma la debilidad humana de María y de la Iglesia para hacerlas a ambas virgen y madre. Los signos pobres, cuando son reconocidos, se convierten en fuerza de Dios. La Iglesia apoya su confianza en la "humillación" o "anonadamiento" de Cristo (Fil 2,7) y de María (Lc 1,48).

      El gozo cantado en el Magnificat es un gozo "pascual", que va pasando de la humillación a la exaltación, de la "kenosis" a la glorificación, como asociación a Cristo (correr sus misma suerte, participar de su misma "espada": Lc 2,35). Dios "ha hecho cosas grandes" en María, porque ha mostrado en ella que los "pobres" son "bienaventurados". Esta acción salvífica es para el bien de todo el Pueblo de Dios; por esto María puede personificar a la Iglesia. Lo que Dios ha hecho en María ("hizo en mí cosas grandes": Lc 1,49) es para bien de todas las generaciones. El "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38) es la disposición mariana y eclesial para que Dios continúe haciendo "cosas grandes" en la historia de salvación.[12]

      La Iglesia ha sido fundada por el Señor para anunciar, hacer presente y comunicar el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. El Magnificat resume y sublima, a la luz de Jesucristo, el Salvador, las ideas mesiánicas de promesa y esperanza, de presencia y acción salvífica de Dios trascendente. La fuerza de la resurrección de Cristo es la fuerza de la acción nueva del Espíritu Santo, anticipada en María como personificación de la Iglesia también asociada a Cristo Redentor. En el Magnificat se aprende a meditar la Palabra de Dios como María y al estilo de los salmos: se considera un acontecimiento a la luz de la historia de salvación y de la misma palabra de Dios, para glorificar a Dios que quiere salvar a todos. Como en el "nunc dimittis" de Simeón, donde Jesús es anunciado como "luz de las gentes" (Lc 2,29-32), así en el Magnificat, la salvación misericordiosa de Dios, comunicada en Jesús, será cantada por "todas las generaciones" (Lc 2,48).

      Las ideas y esperanzas mesiánicas cantadas por María y por la Iglesia, ya se han cumplido en Cristo el Emmanuel. Dios es:

- Salvador (Lc 1,47),

- santo (Lc 1,49)

- poderoso (Lc 1,49.51),

- misericordioso (Lc 1,54),

- que tiene sus preferencias por los pobres (Lc 1,52-53)

- y es fiel a sus promesas (Lc 1,55).

 

      La Iglesia, recitando el Magnificat, con María y como ella, evoca las promesas mesiánicas del Antiguo Testamento y tiene en cuenta que todos los pueblos están esperando al Salvador. Por esto:

- da gracias por la historia de salvación (Lc 1,46-48),

- que demuestra la omnipotencia y misericordia divina (Lc 1,49-53),

- dando comienzo al reino mesiánico (Lc 1,54-55).[13]

 

      El camino eclesial para sintonizar con la actitud mariana del Magnificat es el de la "contemplación" de las palabras de Jesús en lo más hondo del corazón (Lc 2,19.51). Esta actitud mariana ya aparece en la anunciación (Lc 1,29). Esta capacidad contemplativa, imitada por la Iglesia, se convierte en capacidad de anuncio y de misión.

      El hecho de que el Magnificat haya sido oración eclesial durante siglos, es una realidad de gracia que matiza nuestra fe con una dimensión mariana de imitación de quien es bienaventurada por haber creído (Lc 1,45). La fe se vive más profundamente cuando se convierte en alabanza a Dios y anuncio a los hermanos. La Iglesia aprende el camino de Pascua, pasando por la "humillación" a la "exaltación", por la "pobreza" bíblica a la salvación.[14]

      La acción del Espíritu Santo transforma la "pobreza", reconocida con humildad, en instrumento de salvación. El punto de referencia es el misterio pascual de Cristo. En efecto, la resurrección del Señor es consecuencia de su humillación ("kenosis") o muerte redentora. La "pobreza" cantada en el Magnificat es la "kenosis" de quien es "llena de gracia" como fruto de la muerte y resurrección de Cristo. La Iglesia, a través de un camino de peregrinación, participa de las limitaciones de la humanidad entera (GS 1); aceptando esta "pobreza" con humildad, confianza y caridad, la Iglesia se hace "sacramento universal de salvación" (LG 48), como transparencia e instrumento de la salvación de Cristo para todos los pueblos. En este caminar, encuentra a María que "precede con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza" (LG 68).

      Cantando los contenidos salvíficos del Magnificat, la Iglesia contempla a María "a la luz del Verbo hecho hombre"; entonces "llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja más a su Esposo" (LG 65). El proceso eclesial de virginidad (fidelidad) y maternidad (fecundidad), encuentra en el Magnificat una pauta eficaz. María precede a la Iglesia en este misterio de virginidad y maternidad, "presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63). "La Iglesia, contemplando su profunda santidad e imitando su caridad y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre, se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad... Y es igualmente virgen, que guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo, y a imitación de la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo, conserva virginalmente una fe íntegra, una esperanza sólida y una caridad sincera" (LG 64).

 

                          Selección bibliográfica

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Nota: Sobre la oración de María, ver también los estudios citados en el capítulo V, n.1 (contemplación).



    [1]Ver el Catecismo de la Iglesia Católica, 4ª parte. AA.VV., La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988; Carta de la Congregación para la doctrina de la fe: Alcuni aspetti della meditazione cristiana (15.10.89): AAS 82 (1990) 362-379. Ver: La oración cristiana, en: Catecismo de la Iglesia católica, cuarta parte. Si se analiza la oración como actitud del corazón, será fácil relacionarla con el "Corazón" de María: J.Mª HERNANDEZ, Ex abundantia cordis..., Roma, Secretariado Corazón de María 1991; J. LAFRANCE, La oración del corazón, Madrid, Narcea 1981; M. PEINADOR, Teología bíblica cordimariana, Madrid 1959; A. SERRA, Sapienza e contemplazione di Maria secondo Luca 2,19.51, Roma 1982.

    [2]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); G. HELEWA, Maria "l'Orante perfetta, in: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma, Centro Cultura Mariana 1993, 168-184; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, Madrid, Edit. de Espiritualidad 1973; I. LARRAÑAGA, El silencio de María, Satiago de Chile 1977; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984; Idem, María de Nazareth, la verdadera discípula, Madrid, PPC 1991; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467.

    [3]SAN ALBERTO MAGNO, Opera Omnia, Paris 1984, vol. 22, pp.88-89; SAN BERNARDINO DE SIENA, De Visitatione B.M.V., seu de septem verbis: Opera, Venetiis 1745, vol. 4, sermón 9, pp. 105-112; BTO ALONSO DE OROZCO, Obras, Madrid 1966, pp.263-275.

    [4]Ver resumen y comentario en: F.M. LOPEZ MELUS, María de Nazareth, la verdadera discípula, Madrid, PPC 1991, pp.165-201. Tomando de los autores citados anteriormente, distribuye las siete palabras por un proceso de amor: separante (Lc 1,34), transformante (Lc 1,38), comunicante (Lc 1,40), exultante (Lc 1,46-55), saboreante (de gozo y amargura) (Lc 2,48), compasivo (Jn 2,3), consumante (Jn 2,5).

    [5]Ver en el capítulo tercero (n. 1: dimensión bíblica), los estudios sobre los textos escriturísticos de Lucas y Juan (de interés para el tema de la oración mariana). J. DANIELOU, Les Evangiles de l'Enfance, Paris 1967; O. DA SPINETOLI, Introduzione ai Vangeli dell'Infanzia, Brescia 1967; A. FEUILLET, Le Saveur méssianique et sa mère dans les récits de l'enfance de saint Matthieu et de saint Luc, Lib. Edit. Vaticana 1990; Idem, L'heure de la Mère de Jésus, étude de théologie johannique, Fanjeux 1970; Idem, Jésus et sa Mère d'après les récits lucaniens de l'enfance et d'après Saint Jean, Paris, Gabalda 1974 A. GUERET, L'engendrement d'un récit. L'Evangile de l'Enfance sélon saint Luc, Paris, Cerf 1983; R. LAURENTIN, Structure et théologie de Luc I-II, Paris 1957; S. MUÑOZ IGLESIAS, Los evangelios de la infancia, Madrid 1983-1987 (3 vol.); A. SERRA, E c'era la Madre di Gesù..., saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988), Roma, Marianum 1989; Idem, María según el evangelio, Salamanca, Sígueme 1988; Idem,  Maria a Cana e presso la Croce, Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978. Sobre el "Magnificat", ver el n. 3 ("Magnificat": oración de María y de la Iglesia).

    [6]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); BARRE, Prières de l'Occident à la Mère du Sauveur, Paris 1963; Idem, Antiennes et répons de la Vierge, "Marianum" 29 (1967) 153-254; J. CASTELLANO, La preghiera a Maria, in: AA.VV., Maria nel Catechismo della Chiesa Cattolica, Roma, Centro Cultura Mariana 1993, 185-210; B. CAPELLE, Formes et formules de la liturgie nariale, in: Maria, I, 234-245; M. GARRIDO, La Virgen María en los himnos litúrgicos de sus fiestas, in: De cultu mariana saeculis VI-XI, Roma, PAMI, 157-202; J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro San Juan de Avila, in: De cultu mariano saeculo XVI, vol. IV, Roma, PAMI 1983, 325-381; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984; D. MONTAGNA, La lode della Theotokos, "Marianum" 24 (1962) 453-543; E.M. TONIOLO, Akathistos, en: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 64-74; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467.

    [7]  Además de la nota anterior, ver: M. AUGÉ, Linee di una rinnovata pietà mariana nella riforma dell'anno liturgico, "Marianum" 41 (1979) 267-286; C. POZO, Orientación bíblica, litúrgica y ecuménica de la renovación del culto mariano, "Estudios Marianos" 43 (1978) 215-288.

    [8]"Marialis Cultus" (n.21) cita a San Ambrosio: "Que el alma de María esté en cada uno para alabar al Señor; que su espíritu esté en cada uno para que se alegre en Dios" (SAN AMBROSIO, Expositio sec. Lucam, II, 26: CSEL 32, IV, p.55).

    [9]Ver textos de las oraciones marianas desde los primeros siglos (síntesis doctrinal, oración de María, oración a María, fórmulas de diversas épocas, lugares, ritos, liturgia, piedad popular, devociones, etc.): R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, 1984.

    [10]Ver: J. ESQUERDA BIFET, La gran señal, María en la misión de la Iglesia, Barcelona, Balmes 1983 (cap. VI, n.5: Actitud mariana de oración).

    [11]AA.VV., El Magnificat, teología y espiritualidad, "Ephem. Mariologicae" 86 (1986) fasc. I-II; J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica, "Estudios Marianos" 19 (1945) 31-43; J. ESQUERDA BIFET, Magnificat y salmos: espiritualidad y psicología mariana y eclesial, "Estudios Marianos" 38 (1974) 53-71; I. GOMA, El Magnificat, canto de salvación, Madrid, BAC 1982. Ver comentarios a San Lucas en la bibliografía el capítulo 3, n.1.

    [12]J.M. BOVER, El "Magnificat", su estructura y su significación mariológica, "Estudios Marianos" 19 (1945) 31-43.

    [13]Además del cántico de Ana (1Sam 2,1-10), hay que recordar otros himnos del Antiguo Testamento que tienen expresiones parecidas a las del Magnificat: Hab 3,18-19 (Lc 1,46); Gen 30,13 y Catn 6,9 (Lc 1,48); Deut 26,7; Is 41,8 y Sal 98, 3 (Lc 1,54); Miq 7,20 y Gen 17,7 (Lc 1,55), etc. Ver: A. FEUILLET, La Vierge Marie dans le Nouveau Testamet, en: Maria, VI, 38-39. Todos los contenidos básicos de los salmos, iluminados con el Misterio de la Encarnación, se pueden encontrar en el Magnicat.

    [14]Cfr. H. LECLERQ, Magnificat, en: Dict. Arch. Chrét. et Lit., X, 1, 1125-1129. Al menos desde el siglo IV, la salmodia recitada por la Iglesia incluye el Magnificat.

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