Lunes, 11 Abril 2022 11:22

DIMENSION MISIONERA DE LA CONTEMPLACION EN SAN JUAN DE LA CRUZ J. Esquerda Bifet Pont. Universidad Urbaniana

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  DIMENSION MISIONERA DE LA CONTEMPLACION EN SAN JUAN DE LA CRUZ

                                              J. Esquerda Bifet

                                     Pont. Universidad Urbaniana

 

1.   Presentación: Problemática misionera actual y experiencia de Dios

 

     Al cristianismo se le pregunta hoy sobre su experiencia peculiar de Dios. La pregunta proviene de sectores muy diferenciados: la sociedad de bienestar y de eficacia, los ambientes de marginación y pobreza, las religiones no cristianas, la misma comunidad eclesial.

     Las perspectivas y motivaciones son muy diversas, pero el tema de Dios sigue cuestionando el corazón humano, especialmente cuando parece que Dios calla y está ausente: "El mundo exige a las evangelizadores que le hablen de un Dios a quienes ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).[1]

     A esta realidad actual se la podría calificar de "nuevo Areópago" (Act 17,19-34), en el que el cristianismo no puede menos de anunciar a Cristo muerto y resucitado. El rechazo de un primer momento se convierten luego en aceptación generosa. El evangelio, con todas sus exigencias doctrinales y morales, se anuncia a partir de un encuentro personal con Cristo.

     No se va a aceptar una doctrina evangélica que no aparezca en relación estrecha con Cristo resucitado presente. A la Iglesia se la cuestiona sobre su experiencia contemplativa como capacidad de inserción en el mundo: "¿Qué es de la Iglesia,... después del Concilio?... ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?" (EN 76).[2]

     La actualidad de San Juan de la Cruz se manifiesta precisamente en este campo: "Juan de la Cruz es un enamorado de Dios. Trataba familiarmente con El y hablaba constantemente de El. El lo llevaba en el corazón y en los labios, porque constituía su verdadero tesoro, su mundo más real. Antes de proclamar y cantar el misterio de Dios, es su testigo; por eso habla de El con pasión y con dotes de persuasión no comunes... Hablaba de las cosas de Dios y de los misterios de nuestra fe, como si los viera con los ojos corporales".[3]

     Los seguidores de religiones no cristianas pueden llegar a tener una experiencia verdadera de Dios; pero se encuentran ante la misma problemática de "silencio" y "ausencia". Su cuestionamiento sobre la experiencia cristiana de Dios en esos momentos de oscuridad se convierte en un reto insoslayable. Ellos leen a veces el evangelio y conocen a nuestros místicos; pero necesitan ver testigos actuales que puedan decir: "Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3).[4]

     Mientras dentro y fuera de la Iglesia revaloriza la espiritualidad y la contemplación, no deja de ser desconcertante ver surgir una problemática "misionera" que parece restar importancia al mandato misionero de Cristo. En efecto, está en juego el concepto de evangelización, identificándolo, a veces, con una acción social reductiva, simplemente filantrópica, o relativizándolo como si Cristo no fuera el único camino de salvación. Cuando existe una verdadera experiencia de Dios, por parte del misionero o del misionólogo, no ocurren estas reducciones, puesto que entonces se vive la misión en sintonía vivencial con la palabra de Dios: "La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).[5]

     Desde "fuera" del cristianismo se nos pregunta insistentemente sobre nuestra experiencia peculiar de encuentro con este Dios Amor que se ha hecho hombre y que ha proclamado el mensaje de las bienaventuranzas. Desde "dentro" del cristianismo y precisamente en el sector de los evangelizadores (o de los tratadistas sobre la evangelización) surgen opiniones que parecen relativizar la naturaleza misionera de la Iglesia.[6]

     Si los evangelizadores de hoy recuperaran su actitud contemplativa, la problemática intraeclesial se despejaría fácilmente, mientras su testimonio y su acción apostólica recuperaría toda su eficacia ante un mundo que espera ansioso el testimonio de encuentro vivencial con Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, único Salvador.

     ¿Cuál es la luz que puede aportar a esta problemática misionera actual la contemplación cristiana y, de modo particular, la doctrina de San Juan de la Cruz?  Obrar con criterios de fe, sin concesiones al oportunismo, supone un corazón muy purificado y contemplativo, porque "esta tan perfecta osadía y determinación en las obras, pocos espirituales la alcanzan"[7]. La misión, como todo dato de vida cristiana, es cuestión de amor: "No se afrenta delante del mundo el que ama, de las obras que hace por Dios, no las esconde con vergüenza, aunque todo el mundo se las haya de condenar".[8]

     La experiencia cristiana de Dios tiene sentido esponsal. en todo camino religioso hay una huella de la presencia de Dios. En el evangelio se nos dice que es Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, quien se nos ha hecho nuestro camino (Jn 14,6) y nuestro "consorte" o protagonista en un mismo caminar (cfr. 1,14).

     La fe del evangelizador debe llegar a ser experiencia contemplativa de "comunicación de personas y unión"[9], como si Dios le dijera: "Yo soy tuyo y para ti, y gusto de ser tal como soy por ser tuyo y para darme a ti"[10]. De esta experiencia de amor nace el celo apostólico a imitación de Cristo: "El buen Pastor se goza con la oveja sobre sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos".[11]

     La doctrina y el testimonio de San Juan de la Cruz sobre la contemplación puede ayudar al evangelizador a reestrenar la autenticidad de la misión, como anuncio y testimonio de un encuentro vivencial con Cristo, el Verbo Encarnado y Redentor. "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado... Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El Hijo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). Así se comprende como todos los hombres están llamados a ser "una guirnalda para la cabeza del Esposo Cristo".[12]

 

2. La respuesta de la contemplación cristiana

 

     La oración es siempre una actitud relacional con Dios. Los modos o medios para orar ("métodos") son una ayuda para superar las limitaciones inherentes a nuestra naturaleza humana. El camino de la oración, precisamente por ser relacional, parte de la propia realidad y se apoya en la bondad de Dios. Por esto es una camino de autenticidad y de confianza o unión. Se tiende siempre a encontrar y "ver" definitivamente a Dios.

     El deseo de "ver a Dios" es innato en el corazón del hombre. La "queja" sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios es una expresión de este mismo deseo. La oración, como actitud relacional, es, pues, un dinamismo del corazón, que quiere "ver" o "contemplar" ("theorein") a Dios.[13]

     En todas las religiones o culturas religiosas existe un "camino" de contemplación, con modalidades muy diferentes que dependen de la psicología y de la base cultural de cada pueblo. Durante el decurso de la historia han existido muchas personas que, a partir de su experiencia religiosa, han dado origen a un movimiento o a una "religión".

     El cristianismo no corresponde propiamente a ninguna de esas culturas religiosas, ni es fruto de la experiencia contemplativa de un fundador; pero ha apreciado y respetado siempre cualquier valor contemplativo auténtico. Cristo es el Hijo de Dios que se ha hecho hombre; sólo él ha visto a Dios y "nos lo ha narrado" (Jn 1,18). Sólo él es "el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). "Ver a Jesús" con los ojos de la fe (Jn 12,21) equivale a "ver" a Dios en cuanto es posible en esta tierra (cfr. Jn 12,45-46).[14]

     Lo peculiar de la contemplación cristiana no estriba en "métodos" (medios, caminos, "yogas"), sino en la realidad de la Encarnación del Verbo, a la luz de la cual descubrimos que "Dios es Amor" (1Jn 4,8). Efectivamente, Dios hecho hombre "camino con nosotros" (Jn 1,14), se ha hecho nuestro protagonista, nuestro compañero de viaje, "cargando" sobre sí nuestra realidad limitada y pecadora (Mt 8,17; Is 53,4).[15]

     La actitud relacional del "Padre nuestro" es actitud filial: es el mismo Cristo, el Hijo de Dios, quien ora, vive y ama en nosotros (Gal 2,20), haciéndose nuestro "camino" para llegar al Padre bajo la acción del Espíritu de amor (cfr. Gal 4,4-7; Rom 8,15-23). Somos "hijos en el Hijo" con todas las consecuencias (cfr. Ef 1,5).

     En nuestra realidad limitada ("autenticidad") encontramos a Cristo hermano y esposo; por esto ya podemos dirigirnos confiadamente a Dios, sin miedos ni angustias (confianza y unión). El camino, que es irrepetible e inalienable (porque nadie nos puede suplir), dura tanto como nuestra vida mortal; "ya" vislumbramos destellos de una visión de Dios, "ya" hemos comenzado la recta final que nos lleva a "ver" a Dios; pero "todavía no" hemos llegado a la visión y al encuentro definitivo. En Cristo, el Verbo Encarnado (Palabra personal de Dios) y el Emmanuel (Dios con nosotros), el "silencio" de Dios se nos hace "palabra", mientras la "ausencia" de Dios senos hace presencia de donación.[16]

     Sólo con la experiencia de esta contemplación cristiana se puede responder a las preguntas actuales, que provienen tanto de las religiones no cristianas como de una sociedad secularizada: ante una realidad de Dios que "calla" y está "ausente" (en las situaciones de dolor y de injusticia y en el camino de la contemplación), ¿cómo es la experiencia de Dios por parte del cristiano? (cfr. EN 76; RMi 38).

     Sólo a partir de una fe vivencial se podrán aclarar las teorías de cada época sobre la misión y la acción evangelizadora de la Iglesia. Hoy se nos pide nuestra experiencia y vivencia (testimonio y autenticidad) sobre las bienaventuranzas y el mandato del amor. Sería imposible ofrecer este testimonio, si no procediera de la actitud filial del Padre nuestro, que es una actitud eminentemente contemplativa.[17]

     La "contemplación" cristiana tiende, pues, a "ver" a Dios Amor en todo y en todos. A partir de la humanidad de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, se "vislumbra" en toda la creación las "huellas" del Amado, los "mensajeros" y el mismo "semblante" de este Dios enamorado y esposo. Pero Dios sigue siendo "más allá" de sus signos y de sus dones, "escondido" en lo más hondo del corazón humano o "centro del alma". Estamos ya en plena terminología sanjuanista.[18]

     Esta capacidad contemplativa de "ver" a Dios más allá de la superficie de las personas, de los acontecimientos y de las cosas, es todo un proceso de vaciar el propia corazón de todo lo que no suene a amor de donación. "En esto conocerá el que de veras a Dios ama, si con ninguna cosa menos que él se contenta"[19]. Se tiende a hacer de la vida una donación total, vaciándose de todo egoísmo, para dejarse llenar de Dios amor. Solamente por este camino el hombre se hace donación a los hermanos, especialmente a los más pobres.[20]

     En este "silencio" de donación, en el que se intenta acallar todo brote de egoísmo, el corazón humano puede captar mejor las resonancias infinitas del misterio de Cristo: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silencio, y en silencio ha de ser oída por el alma"[21]. Entonces se entra en sintonía con el pensar, sentir y querer de Cristo (fe, esperanza, caridad), para hacer de la propia vida (en Cristo y con él) una donación al Padre y a los hermanos.

     La experiencia cristiana de Dios es, pues, un encuentro con Cristo, el Hijo de Dios, escondido en la propia limitación y pobreza. Sólo quien ha encontrado las huellas de Cristo en su propio corazón será capaz de ayudar a los hermanos a descubrir esas mismas huellas en la propia vida.

     "Más allá" de todo valor cultural y religioso, e incluso más allá de toda auténtica experiencia religiosa de Dios y de toda elaboración teológica, está Cristo esperando un encuentro de fe explícita, que se convierta en donación total. La "conversión" y el "bautismo" no son más que ese proceso de apertura y donación,, que, a partir de un primer momento de fe y de celebración sacramental, se hace cada vez más hondo por la contemplación de la Palabra, el encuentro eucarístico y la donación (caridad) a los hermanos.[22]

     En esta experiencia cristiana de Dios, el concepto de misión se mantiene en la línea evangélica de ineludible mandato misionero, puesto que se tata de "las almas santas engendradas por Cristo en la Iglesia"[23]. Al mismo tiempo, esta experiencia cristiana contemplativa salva "trascendiendo" la verdadera búsqueda de Dios y las experiencias contemplativas de otras comunidades religiosas y culturales.[24]

 

3. Valor apostólico y eficacia eclesial de la contemplación

 

     Ordinariamente no se duda del valor de la vida contemplativa. Pero algunas veces se infravalora la importancia de la contemplación para la persona del evangelizador. En el fondo hay una cuestión de escala de valores y de prioridades y urgencias en cuanto al tiempo. La doctrina conciliar del Vaticano II ha trazado unas pistas de valoración: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración" (AG 25). "Los Institutos de vida contemplativa tienen importancia máxima en la conversión de las almas con sus oraciones, obras de penitencia y tribulaciones, porque es Dios quien, por la oración, envía obreros a su mies, abre las almas de los cristianos para escuchar el Evangelio y fecunda la palabra de salvación en sus corazones" (AG 40).[25]

     Se olvida con frecuencia que San Juan de la Cruz fue un gran contemplativo en medio de muchas actividades y viajes. El tiempo se encuentra para lo que uno ama. Sus escritos describen el camino de la oración contemplativa, a partir de su propia experiencia y, sobre todo, a la luz de la palabra de Dios. En general, hace pocas alusiones a la vida práctica de apostolado o de acción eclesial; pero su doctrina es muy orientadora para todo evangelizador que esté inmerso en una fuerte actividad.[26]

     La acción apostólica lleva la impronta imborrable del Espíritu, por ser acción eminentemente suya. Por esto Cristo Esposo "envía su Espíritu primero a los Apóstoles, que es su aposentador, para que le prepare la posada del alma Esposa".[27]

     Toda acción apostólica, precisamente por ser eclesial, necesita la fuerza de la oración, "porque las obras buenas no se pueden hacer sino en virtud de Dios"[28]. Cuando se actúa sin esta fuerza, es que no se entiende "la vena y raíz oculta de donde nace el agua y se hace todo fruto"[29]. El verdadero compromiso apostólico supone mucha "osadía y determinación en las obras", lo cual es fruto de una profunda vida interior.[30]

     En este contexto de valoración de la acción externa, cuando se realiza "en el Espíritu de Cristo" (PO 13), se puede comprender la crítica que hace San Juan de la Cruz de quienes infravalorar la oración con la excusa de una urgencia en la acción. La eficacia de una acción apostólica depende de Cristo, que envía su Espíritu en la medida en que el apóstol viva en sintonía de vida con él: "Es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas obras juntas... grande agravio se le hacía a ella y a la Iglesia si... la quisiesen ocupar en cosas exteriores o activas, aunque fuesen de mucho caudal... porque de otra manera todo es martillar y hacer poco más que nada y a veces nada, y aun a veces daño".[31]

     El tono de esperanza es necesario para la predicación y acción apostólica. Es el tono de "gozo pascual" (PO 13), que sabe afrontar la realidad, y especialmente el sufrimiento, con el espíritu de Cristo crucificado: sufrir haciendo de la vida una donación. Sólo así se llega a la "fiesta del Espíritu Santo"[32], que tiene lugar en el corazón ("centro del alma") y que lo orienta todo hacia el amor. Es la actitud de esperanza que descubre en el misterio de la cruz el mismo misterio de la Pascua. El apóstol es un instrumento de esta acción del Espíritu, que quiere hacer de cada creyente una esposa de Cristo: "Está el alma absorta en vida divina... anda interior y exteriormente como de fiesta".[33]

     Mezclar la misión con una salvación al margen de Cristo equivaldría a "vaciar la cruz de Cristo" (1Cor 1,17). Este equívoco se encuentra en dos tendencias actuales: presentar a Cristo como uno de tantos caminos de salvación; buscar una "experiencia" extraordinaria de Dios a partir de un esfuerzo psicológico de concentración interior o de ambientación colectiva (a modo de conquista).[34]

     La doctrina de San Juan de la Cruz está centrada en el misterio de la Encarnación, como manifestación definitiva de Dios en esta tierra. Hay que purificar el corazón para entrar en esa "bodega" del amor divino, de suerte que, con Pablo, ya no se sepa nada más que a Cristo crucificado (1Cor 2,2). "En la interior bodega - de mi Amado bebí, y cuando salía - por toda aquesta vega, - ya cosa no sabía, - y el ganado perdí que antes seguía".[35]

     Cuando la misión se explica o se realiza sin tener en cuenta la evangelización propiamente dicha, Cristo viene a ser el gran ausente. Se buscan entonces soluciones "misioneras" y "espirituales" al margen de la revelación. Si Dios "nos da todo en Cristo" (Rom 8,32), sería una gran error buscar soluciones al margen de esta donación. Las "semillas de Verbo" y la "preparación evangélica" llevan necesariamente al encuentro con Cristo.[36]

     La doctrina de San Juan de la Cruz, como respuesta a la problemática de la época (los "iluminados"), sigue siendo actual por su rico contenido neotestamentario: "Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene otra más que hablar (cita a Heb 1,1-2)... lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (cita Mt 17,5: 'Este es mi Hijo amado, escuchadle')... Oídle a él, porque yo no tengo más fe que revelar, ni más cosas que manifestar. Que, si antes hablaba, era prometiendo a Cristo... Y así, haría mucho agravio a mi amado Hijo, porque no sólo en aquello le faltaría en la fe, más le obligaría otra vez a encarnar y pasar por la vida y muerte primera".[37]

 

4.   Evangelizadores expertos en humanidad y contemplativos enamorados de Dios

 

     Nuestra sociedad necesita evangelizadores con un "nuevo ardor" para emprender, con "nuevos métodos" y "nuevas expresiones", una "evangelización"[38]. "Renovar y reavivar la fe constituye la base imprescindible para afrontar cualquiera de las grandes tareas que se presentan hoy con mayor urgencia a la Iglesia: experimentar la presencia de Dios en Cristo, en el centro mismo de la vida y de la historia, redescubrir la condición humana y la filiación divina del hombre, su vocación a la comunión con Dios, razón suprema de su dignidad, llevar a cabo una nueva evangelización a partir de la reevangelización de los creyentes, abriéndose cada vez más a las enseñanzas y a la luz de Cristo".[39]

     Hay que evangelizar "en términos totalmente nuevos", hasta "proponer una nueva síntesis cristiana entre evangelio y vida", y "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio". La Iglesia, ante estos retos, está "llamada a dar un alma a la sociedad moderna". Por esto, los evangelizadores deben ser "expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen de sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean contemplativos enamorados de Dios".[40]

     Estos evangelizadores renovados" deben ser, pues, contemplativos que, por el hecho de entrar en el corazón de Dios, saben comprender y comprometerse en las situaciones humanas concretas. En expresión de San Juan de la Cruz, sería persona de "puro amor", que hacen gran bien a la Iglesia y a la sociedad por el hecho de "estarse con Dios en oración". Entonces sus obras apostólicas tienen la eficacia del evangelio, porque se hacen "en virtud de Dios".[41]

     La vida espiritual del evangelizador es un conjunto de "actitudes interiores" (EN 74), que se asumen en estrecha unión con Cristo, como de quien comparte esponsalmente su misma vida: "En los enamorados la herida de uno es de entrambos, y un mismo sentimiento tienen los dos".[42]

     La "unidad de vida" (PO 14), que armoniza la vida interior y la acción apostólica, es fruto de la intimidad con Cristo y se convierte en imitación de su fidelidad a la voluntad del Padre. Es "unidad de vida pacientemente buscada, pero jamás suficientemente lograda", que nace de la "voluntad de  seguir a Cristo más de cerca, vivificada y estimulada por un amor personal a Cristo; este amor es principio de unidad interior de toda vida consagrada".[43]

     Esta "unidad de vida", en San Juan de la Cruz, es participación en la vida o comunión trinitaria de Dios Amor. La persona contemplativa va realizando, bajo la acción del Espíritu Santo, un proceso de unidad en el corazón. Entonces "ama por el Espíritu Santo, como el Padre y el Hijo se aman"[44], puesto que Dios ha querido "unirla consigo"[45], para comunicarle "el mismo amor que al Hijo por unidad y transformación de amor".[46]

     El evangelizador debe ser un testigo del misterio de Dios Amor revelado por Cristo, para construir la comunidad eclesial en comunión de hermanos que sean disponibles para la misión[47]. La Iglesia entonces se hace verdaderamente expresión de la comunión divina para construir la comunión de toda la humanidad.[48]

     La unidad de la Iglesia, como expresión de la unidad divina, constituye su identidad y es la fuerza de la misión (cfr. EN 77). El objetivo del evangelizador es el de construir esta unidad como reflejo de la vida trinitaria: "Así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".[49]

     Esta unidad eclesial ("comunión"), reflejo de la vida trinitaria, comienza en el corazón de cada creyente y del mismo evangelizador, y es el fundamento de la misión: "Como tú me enviaste a mí, así yo los envié al mundo... Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti... y conozca el mundo que tú me enviaste y amaste a éstos como me amaste a mí" (Jn 17,18-23). El mandato misionero tiene esta misma base trinitaria, que unifica en Cristo a toda la humanidad (Mt 28,19).

     Por medio de la oración contemplativa, el creyente (y todo evangelizador) entra vivencialmente en esta vida de unión con Dios Amor, uno y trino. La presencia divina de "inhabitación" es relación íntima y comunicación: "Secretísimamente mora el Amado con tanto más íntimo e interior y estrecho abrazo, cuanto ella (el alma) esté más pura y sola de otra cosa que Dios"[50]. San Juan de la Cruz comenta a Juan 14,23 acerca de la presencia trinitaria como comunicación de las tres divinas personas: "Lo cual es ilustrándole el entendimiento divinamente en la sabiduría del Hijo, y deleitándole la voluntad en el Espíritu Santo, y absorbiéndola el Padre celestial poderosa y fuertemente en el abrazo abismal de su dulzura".[51]

     De esta experiencia de Dios (en la fe oscura) nacerá el celo abrasador de querer que "las almas", "todas ellas juntas", sean "una guirnalda para la cabeza del Esposo Cristo"[52]. La dignidad del ser humano estriba en el ser elegido en Cristo para participar en la condición de Hijo de Dios.[53]

 

5. El valor de "las almas", a la luz del misterio de la Encarnación

 

     Acostumbramos a usar la expresión "almas" para indicar el ser humano en toda su integridad y unidad. Es expresión tradicional en la Iglesia, muy usada por los santos como San Juan de la Cruz. Decir "alma" o "almas" evoca actitudes relacionales, inspiradas por el Espíritu, que orientan profundamente hacia Dios amor, el cual nos ha dado a su Hijo como hermano, consorte, mediador, protagonista, esposo. Las personas humanas ("las almas") están llamadas a abrirse a Dios creador y redentor, para entablar relaciones íntimas que serán de "vida eterna". Nos referimos, pues, al ser humano en todo su "misterio", que "sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado" (GS 22).

     La expresión "almas" ha pasado de modo especial al campo de la evangelización y de la espiritualidad (SC 33). Así se dice que, por la eucaristía, "el alma se llena de gracia" (cfr. SC 49). Se habla frecuentemente del "bien de las almas" (CD 31) y se afirma que el sacerdote debe tener una espiritualidad o "ascesis propia del pastoral de almas" (PO 13).

     El celo de las almas se inspira en el amor del Buen Pastor. Esta imagen le sirve a San Juan de la Cruz para describir precisamente la unión más perfecta con Cristo, que se puede tener en esta vida: el "matrimonio espiritual". En efecto, la parábola del pastor que busca a la oveja perdida termina con el encuentro de unión esponsal. El sentido esponsal lo apoya el santo en esta parábola, complementándola con la dracma perdida (que vendría a ser las arras de la boda): "Tanto era el deseo que el Esposo tenía de acabar de libertar y rescatar esta su Esposa de las manos de la sensualidad y del demonio, que... de la manera que el buen Pastor se goza con la oveja sobre sus hombros, que había perdido y buscado por muchos rodeos (Lc 15,5), y como la mujer se alegra con la dracma en las manos,... así este amoroso Pastor y Esposo del alma es admirable cosa de ver el placer que tiene y gozo de ver al alma ya así ganada y perfeccionada, puesta en sus hombros y asida con sus manos en esta deseado junta de unión".[54]

     La caridad pastoral es nota característica de la espiritualidad misionera, como trasunto de la caridad del Buen Pastor. El celo apostólico presupone la propia experiencia de este encuentro con Cristo: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (RMi 89). Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (RMi 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem). Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (RMi 89). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (RMi 89).

     Se trata de llamar y guiar a las "almas" a un encuentro de "desposorio" con Cristo, que se inició en el bautismo y que es fruto de la Encarnación y de la Cruz. "Cada alma" ha sido llamada a este desposorio. San Juan de la Cruz distingue entre esta verdad de fe y la realidad de la propia vivencia. Esta última no siempre se da, puesto que frecuentemente falta el compromiso de perfección como puesta en práctica del desposorio realizado por Cristo. Después de recordar que "debajo del árbol de la Cruz... el Hijo de Dios redimió y, por consiguiente, desposó consigo la naturaleza humana y consiguientemente a cada alma, dándola él gracia y prenda para ello en la Cruz", hace esta observación: "Este desposorio que se hizo en la Cruz no es del que ahora vamos hablando. Porque aquél es desposorio que se hizo de una vez, dando Dios al alma la primera gracia, lo cual se hace en el bautismo con cada alma. Más éste es por vía de perfección, que no se hace sino muy poco a poco por sus términos, que, aunque es todo uno, la diferencia es que el uno se hace al paso del alma, y así va poco a poco; y el otro, al paso de Dios y así hácese de una vez".[55]

     La acción pastoral es una guía en este camino de configuración con Cristo, para llegar a hacer que cada creyente sea "el alma enamorada del Verbo Hijo de Dios, su Esposo"[56]. Ser guía en el camino de la perfección (caridad) y en el camino de la oración, supone tener experiencia propia, como maestro "sabio, discreto y experimentado". Sabida es la crítica que San Juan de la Cruz hace de los directores espirituales que no saben guiar hacia la cumbre de la santidad. Se queja el Santo de esos "maestros espirituales" que usan "modos rateros" o que no saben más que "martillar y macear con las potencias como herrero", en lugar de orientar por el camino de un silencio contemplativo[57]. De estos guías se podría afirmar que " es muy poco conocido Cristo de los que se tienen por sus amigos".[58]

     Cuando se explica a los creyentes la Palabra de Dios, hay que ayudarles a contemplarla, diría San Juan de la Cruz, por un camino de "advertencia amorosa a Dios... simple y sencilla, como quien abre los ojos con advertencia de amor... que se quede libre para lo que entonces la quiere el Señor... Dios es el que habla entonces secretamente al alma solitaria, callando ella".[59]

     El valor de las "almas" aparece, pues, en el amor que Dios muestra al hombre por medio de la Encarnación del Verbo. "Amar Dios al alma es meterla en cierta manera en sí mismo, igualándola consigo, y así ama al alma en sí consigo con el mismo amor que él se ama"[60]. El alma está "hecha Dios por participación de Dios".[61]

     Los escritos de San Juan de la Cruz reflejan admirablemente la peculiaridad de la contemplación cristiana. Por esto, "su experiencia y su palabra poseen una virtualidad oculta que alcanza a todo creyente que desde otras confesiones vibre por la sede de Dios vivo; e incluso arrastra a todo hombre que busca en profundidad la purificación del ser y el sentido de la existencia".[62]

     El evangelizador deberá anunciar este misterio de gracia y de amor a la luz de la Encarnación del Verbo y de la redención. Pero deberá también ayudar a responder a este amor con una actitud de donación total. Por la gracia recibida y a la luz de una fe vivida generosamente, el seguidor de Cristo se sentirá amado y capacitado para amar tal como uno es amado. Hay que guiar, pues, por este camino de perfección y contemplación, en el que el alma "está dando a Dios al mismo Dios en Dios, y es verdadera y entera dádiva del alma a Dios... que es dar tanto como le dan... dando al Amado la misma luz y calor de amor que reciben".[63]

     El celo apostólico de los santos nace de haber experimentado, primero en sí mismos, ese amor irrepetible y gratuito de Dios por cada ser humano, "como única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24). Por esto "el hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35). "Se es misionero ante todo por lo que se es, en cuanto Iglesia que vive profundamente la unidad en el amor, antes de serlo por lo que se dice o se hace" (RMi 23).

     Ante este misterio de gracia, no siempre correspondida por el hombre, el celo apostólico de San Juan de la Cruz se expresa con esta llamada insistente a responder a Dios Amor: "¡Oh almas criadas para estas grandezas y para ellas llamadas!, ¿qué hacéis?, ¿en qué os entretenéis? Vuestras pretensiones son bajezas y vuestras posesiones miserias. ¡Oh miserable ceguera de los ojos de vuestra alma, pues para tanta luz estáis ciegos, y para tan grandes voces sordos, no viendo que, en tanto que buscáis grandezas y gloria, os quedáis miserables y bajos, de tantos bienes hechos ignorantes e indignos!".[64]

     A todo evangelizador de hoy y de siempre, por ser "el hombre de la caridad" (RMi 89), el mensaje sanjuanista sobre la contemplación podría resumirse en un examen sobre la caridad pastoral: "A la tarde te examinarán en el amor".[65]

     La dimensión misionera de la contemplación en San Juan de la Cruz aparece en una perspectiva universalista y cósmica, a partir del misterio trinitario de Dios Amor manifestado por Cristo el Verbo Encarnado. El misterio del hombre sólo se descifra en Cristo, encontrado como consorte (Esposo) de nuestro caminar histórico de humanidad y de Iglesia peregrina.[66]



    [1]Esta pregunta surge particularmente en los momentos de sufrimiento. "Sólo Jesucristo, Palabra definitiva del Padre, puede revelar a los hombres el misterio del dolor e iluminar con los destellos de su cruz gloriosa las más tenebrosas noches del cristiano" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", 14 de diciembre de 1990, n.16).

    [2]La relación entre contemplación y misión ha sido estudiada recientemente con una perspectiva armónica: AA.VV., Contemplazione e missione, "Fede e Civiltà" 75 (1978) 3-34; E. ANCILLI, Fecondità missionaria della preghiera contemplativa, in: Spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986, 181-196; L. BORRIELLO, Una forte esperienza di Dio quale base di ogni promozione umana ed evangelizzazione, in: Portare Cristo all'uomo, III, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, 441-460; DINH DUC DAO, Preghiera e missione, in: Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. urbaniana 1985, 233-251; J. ESQUERDA BIFET, Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, o.c., I, 407-420; La experiencia cristiana de Dios, "más allá" de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativos, en: Portare Cristo all'uomo, I, 351-368; Valor evangelizador y desafíos actuales de la experiencia religiosa, "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56.

 

    [3]JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n. 14. He estudiado a Santa Teresa también relacionando contemplación y misión: Dimensión misionera de la oración en Santa Teresa de Avila, en: Teresa de Avila..., 35 Semana Española de Misionología, Burgos 1982, 129-147.

 

    [4]Ver una respuesta a este cuestionamiento, como adaptación de la mística cristiana a personas que buscan sinceramente a Dios, en: Experiencias de Dios, Barcelona, Balmes 1976, introducción. "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado (dice Juan Pablo II) que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

    [5]"La salvación que interesa a vosotros es la obtenida y ofrecida por Cristo. La salvación de toda la persona, salvación que sea completa y universal, única y absoluta, plena y que comprende todo. El apóstol cristiano no es sencillamente un asistente social, ni la fe cristiana es una simple ideología o un nuevo programa humanístico. La Iglesia, siempre y en todas partes, debe comprometerse a llevar a los pueblos a comprender su eterna vocación en Cristo, una llamada de comunión personal con Dios viviente... Aun cuando la Iglesia reconoce gustosamente cuanto hay de verdadero y de santo en las tradiciones religiosas del budismo, del induismo y del islam - reflejos de aquella verdad que ilumina a todos los hombres - ello no disminuye su deber y su determinación de proclamar sin vacilaciones a Jesucristo que es 'el camino, la verdad y la vida' (Jn 14,6; Cfr Nostra Aetate 2)" (Carta de Juan Pablo II a los Obispo de Asia, 23 de junio de 1990: Oss. Rom. esp. 19 de agosto de 1990). Sobre la relación entre evangelización y progreso, liberación, etc., ver: EN, cap. III; RMi 58-60, 83.

    [6]La encíclica "Redemptoris Missio", en los tres primeros capítulos, responde a estas cuestiones: Cristo único Salvador, el Reino en la persona y mensaje de Jesús, el Espíritu Santo. Ver: Discurso de Juan Pablo II en su visita a la Pontificia Universidad Urbaniana, 11 de abril de 1991: "Ossservatore Romano" edic. español, 19 de abril de 1991, pp. 8-9. Discurso del Card. J. Tomko en el consistorio extraordinario (4-7 de abril de 1991): El desafío de las sectas y el anuncio de Cristo, único Salvador: "Oss. Rom." edic. en español, 12 de abril de 1991, p. 11.

    [7]Cántico B, canc. 29, n. 8. La compara a "la fortaleza y osadía del león" (Cántico B, canc. 24, n. 4). Esta actitud es de profunda humildad y de confianza incondicional: "atribuyéndose (el alma) a sí su miseria y al Amado todos los bienes que posee, viendo que por ellos ya merece lo que no merecía, toma ánimo y osadía" (Cántico B, canc. 33, n. 2).

    [8]Ibídem, n.7. "Tenía costumbre de decir que por donde fuésemos, hiciésemos bien  todos, para que pareciésemos hijos de Dios" (Procesos, 172, BMC).

    [9]Llama B, canc. 3ª, n.24.

    [10]Ibídem, n.6.

    [11]CánticoB, canc. 22, n.1. Completa la comparación con la referencia a la dracma perdida: ... "y como la mujer se alegra con la dracma en las manos, que para hallarla había encendido la candela y trastornado toda la casa, llamando a los amigos y vecinos, se regracia con ellos, diciendo: 'Alegraos conmigo'" (ibídem; cfr. Lc 15,5.9)

    [12]Cántico B, canc. 30, n.7. "La fe es el medio único, próximo y proporcionado para la comunión con Dios" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n.2). El Papa ha subrayado el valor antropológico de San Juan de la Cruz: "Juan de la Cruz, cantor de la hermosura divina, testigo de un Dios que engrandece al hombre al hacerlo partícipe de su misma vida, os precede y os estimula con su ejemplo. Su figura es patrimonio de toda la humanidad, especialmente en el campo de la espiritualidad y de la cultura. Seguid el camino, 'a zaga de su huella...', para que se revitalice y encarne ese patrionio de fe y de saberes que es herencia y compromiso de las gentes de Castilla y León" (JUAN PABLO II, Discurso a la Junta de Castilla y León, 16 de noviembre de 1990).

    [13]Ver el significado de la contemplación cristiana en relación a la metodología de la meditación, en: CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los obispos de la Iglesia Católica sobre algunos aspectos de la meditación cristiana, Lib. Edit. Vaticana, 15 e octubre de 1989. "La oración cristiana... se configura, propiamente hablando, como un diálogo personal, íntimo y profundo, entre el hombre y Dios. La oración cristiana expresa, pues, la comunión de las criaturas redimidas con la vida íntima de las Personas trinitarias... En la Iglesia, la búsqueda legítima de nuevos métodos de meditación deberá siempre tener presente que el encuentro de dos libertades, la infinita de dios con la finita del hombre, es esencial para una oración auténticamente cristiana" (ibídem, n. 3).

    [14]"Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: em Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

 

    [15]Los místicos cristianos dejan entrever claramente que la experiencia cristiana de Dios sólo puede tener lugar a la luz de la Encarnación. Ver: Y. RAGUIN, St. Teresa of Avila and Oriental Mysticism, en: AA.VV., Asian religious traditions and christianity, Manila, Univ. of Santo Tomás 1983. En San Juan de la Cruz, lo original no estriba en la estructura lingüística, psicológica, filosófica e incluso teológica (que puede ser dependiente de una época o de una herencia cultural), sino en el camino para llenarse de Dios y hacerse un don para Dios y para los hermanos ("andando enamorada"): vaciándose de todo egoísmo ("diréis que me he perdido") para responder a Dios Amor. Por esto, "los místicos, como nuestro Santo, son los grandes testigos de la verdad de Dios y los maestros a través de los cuales el Evangelio de Cristo y la Iglesia católica encuentran, a veces, acogida entre los seguidores de otras religiones" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro de la Fe", n.17).

    [16]Es necesario distinguir entre lo que es común de la vida contemplativa cristiana y no cristiana, y aquello que es específicamente cristiano. Ver: AA.VV., La mistica, fenomenologia e riflessione teologica, Roma, Città Nuova 1984; La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988. Prayer-Prière, "Studia Missionalia" 24 (1975). Resumo ideas y bibliografía en: Experiencia "religiosa" y experiencia cristiana de Dios, "Athéisme et Dialogue" (Pont. Consilium pro Dialogo cum non credentibus) 23/4 (1988) 370-387. Ver otros trabajos en la nota 2.

    [17]  "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).

    [18]La expresión "fondo del alma" o "centro del alma" es frecuente en todos los místicos cristianos. "El centro del alma es Dios, el cual cuando ella hubiere llegado según toda la capacidad de su ser y según la fuerza de su operación e inclinación, habrá llegado al último y más profundo centro suyo en Dios, que será cuando con todas sus fuerzas entienda, ame y goce a Dios" (Llama B, canc. 1, n. 12). Es la vivencia auténtica del mandamiento sobre el amor: "amarás con todo el corazón, con toda el alma, con toda tu mente" (Deut 6,5; Mt 22,37).

    [19]Cántico B, canc. 27, n.8.

    [20]"La Iglesia quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo  la verdad contenida en esta primera: 'Bienaventurados los pobres de espíritu'... Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Instituos religiosos, a hacer un sincera revisión de la propria vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60). "La Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes (ayuda a los pobres), pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesia locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos" (RMi 83). La cercanía a los pobres requiere un corazón contemplativo que les sepa ofrecer el mensaje evangélico: "No se puede ir a los pobres sin un corazón de pobre, que sepa escuchar y recibir la Palabra de Dios tal como es" (JUAN PABLO II, Discurso en Medellín, 5 de julio de 1986).

    [21]Avisos, Puntos de amor, n.21. "Juan de la Cruz, consecuente con sus afirmaciones acerca de Cristo, nos dice que Dios, 'ha quedado como mudo y no tiene más que hablar' (Subida II, 22, 4); el silencio de Dios tiene su más elocuente palabra de amor en Cristo crucificado" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n.16).

    [22]"El anuncio de la Palabra de Dios tiende a la conversión cristiana, es decir, a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio, mediante la fe. La conversión es un don de Dios" (RMi 46).

 

    [23]Cántico B, canc. 30, n.7. Estas almas son 2l adorno esponsal ("las guirnaldas") de la Iglesia esposa.

    [24]"La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11).

"La venida del Espíritu Santo los convierte (a los Apóstoles) en testigos o profetas (Act 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

 

    [25]En relación a los sacerdotes se dice: "Sean conscientes de lo que hacen e imiten lo que traen entre manos; las preocupaciones apostólicas, los peligros y contratiempos, no sólo no les sean un obstáculo, antes bien asciendan por ellos a una más alta santidad, alimentando y fomentando su acción en la abundancia de la contemplación" (LG 41). Sólo así podrán "enseñar más adecuadamente a los otros lo que ellos han contemplado" (PO 13). Respecto a los evangelizadores en general, dice Juan Pablo II: "El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (RMi 91).

 

    [26]Se calcula que San Juan de la Cruz andó unos 27.000 kilómetros. "La cárcel de Toledo, las soledades de El Calvario y La Peñuela en Andalucía, su apostolado en los monasterios, su tarea de superior van curtiendo su personalidad, que se refleja en la lírica de su poesía y en los comentarios de sus escritos, en la vida conventual sencilla y en un apostolado itinerante. Alcalá de Henares, Baeza, Granada, Segovia y Ubeda son nombres que evocan una plenitud de vida interior, de ministerios sacerdotal y de magisterio espiritual" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica, "Maestro en la Fe", n.5).

    [27]Cántico B, canc. 17, n.8. Las virtudes, comunicadas por el Espíritu, "están dando al Hijo de Dios sabor y suavidad en el alma, para que por este medio se aposente más en el amor de ella" (ibídem, n. 10).

    [28]Cántico B, anotación a la canc. 29.

    [29]Ibídem.

    [30]Ibídem, n.8. "El Dóctor Místico, superando esos escollos, ayuda con su ejemplo y doctrina a robustecer la fe cristiana con las cualidades fundamentales de la fe adulta,... personal,... eclesial,... una fe orante y adorante, madurada en la experiencia de comunión con Dios; una fe solidaria y comprometida, manifestada en coherencia moral de vida y en dimensión de servicio" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestra en la Fe", n.7).

    [31]Cántico B, anotación a la canc. 29.

    [32]Llama B, canc. 1ª, n.9.

    [33]Llama B, canc. 2ª, n.36.

    [34]Ver la nota 17. "Sólo en la fe se comprende y se fundamenta la misión... La salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 4-5).

    [35]Cántico B, canc. 26.

    [36]Cristo es la "Palabra definitiva de su revelación", la "autorevelación definitiva de Dios" (RMi 5).

    [37]Subida, lib. 2, cap. 22, nn. 3-5.

    [38]La frase "una nueva evangelización" es una invitación que ha hecho Juan Pablo II y que ha repetido con frecuencia desde el año 1983, primero en Puerto Príncipe (Haití) (9 de marzo de 1983) y luego en Santo Domingo (11 y 12 de ocubre de 1984). Se trata de una "evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"; cfr Insegnamenti VI/1 (1983) 698. Ver: J.A. BARREDA, Una nueva evangelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; CELAM, Nueva evangelización génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; (Conferencia Episcopal Argentina), Documento de trabajo: Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficio del libro 1989; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Medellín" 16 (1990) 220-237; P. GIGLIONI, Perché una "nuova" evangelizzazione, "Euntes Docete" 43 (1990) 5-36; G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14; A. SALVATIERRA, Características eclesiales de la nueva evangelización, "Surge" 47 (1989) 422-445; F. TAMAYO, La nueva evangelización, ¿palabra de moda o proyecto histórico?, "Cathedra" (Colombia) (1987) 114-141.

 

    [39]JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n.3.

    [40]JUAN PABLO II, Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11.10.85. Cfr. RMi 91.

    [41]Cántico B, anotación a la canc. 29.

    [42]Cántico B, canc. 30, n.9. Entonces la vida del apóstol refleja el gozo pascual, también en los momentos de dificultad, dando testimonio de la esperanza cristiana: "El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas... Viviendo las Bienaventuranzas el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91).

 

    [43]Documento de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, Potissimum Institutionis (2 de febrero de 1990), sobre la formación, cap. I, nn.17-18.

    [44]Llama B, can. 3ª, n.82.

    [45]Cántico B, canc. 39, n. 3.

    [46]ibídem, n. 5. "Porque el alma, como ya verdadera hija de Dios, en todo es movida por el espíritu de Dios, com enseña San Pablo, diciendo que los que son movidos por el espíritu de Dios son hijos del mismo Dios (Rom 8, 14). De manera que, según lo que está dicho, el entendimiento de esta alma es entendimiento de Dios; y la voluntad suya es voluntad de Dios; y su memoria, memoria de Dios; y su deleite, deleite de Dios... hecha Dios por participación de Dios" (Llama B, canc. 2ª, n. 34).

    [47]Ver la trilogía eclesial "misterio", "comunón" y "misión", explicada en el documento final del Sínodo Extraordinario de 1985: Ecclesia sub Verbo Dei Mysteria Christi celebrans pro salute mundi, Relatio finalis... (E Civitate Vaticana 1985). El tema es de mucho contenido espiritual y misionero: AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione, Roma, Teresianum 1979; G. PHILIPS, L'Église et son mystère, Paris, Desclée 1967; AA.VV., Mysterium Ecclesiae et conscientia sanctorum, Roma, Teresianum 1967.

    [48]La encíclica "Sollicitudo rei Socialis" fundamenta toda la acción social de la Iglesia en la "comunión" trinitaria vivida por los creyentes y las comunidades cristianas: "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual deb inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, Uno en tres Personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'. Esta comunión, específicamente cristiana, celosamente custodiada, extendida y enriquecida con la ayuda del Señor, es el alma de la vocación de la Iglesia a ser 'sacramento', en el sentido ya indicado" (SRS 41).

    [49]La unidad de la Iglesia ("comunión"), como reflejo de la "comunión" trinitaria, es un signo eficaz de evangelización. Ver: C. BONIVENTO, Sacramento di unità, Bologna, EMI 1976; Idem, Dinamismo missionario della "communio" nel Vaticano II, "Euntes Docete" 29 (1976) 453-471; J. CAPMANY, Misión en la comunión, Madrid, PPC 1984; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión, "Estudios de Misionología" 2 (1977) 217-252; R. GARZIA, Comunione e missione, Bologna, EMI 1974; J.M.R. TILLARD, Eglise d'Eglises, écclésiologie de communion, Paris, Cerf 1987.

    [50]Llama B, canc. 4ª, n. 14.

    [51]Llama B, canc. 1ª, n. 15.

    [52]Cántico B, canc. 30, n. 7.

    [53]"La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (ibídem 2). Ver la dimensión trinitaria de la misión en esta misma encíclica: RMi 1, 23, 32, 44, 47, 92.

    [54]Cántico B, anotación a la canc. 22, n. 1.

    [55]Cántico B, canc. 23, nn. 3 y 6. Dice JUAN PABLO II: "Como maestro en el camino de la fe, su figura y escritos iluminan a cuantos buscan la experiencia de Dios por medio de la contemplación y del abnegado servicio a los hermanos" (Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n. 4).

    [56]Cántico B, canc. 1, n. 2.

    [57]Llama B, canc. 3ª, nn. 30-68.

    [58]Subida, lib. 2, cap. 7, n. 12.

    [59]Llama B, canc. 3ª, comentario al v. 3.

    [60]Cántico B, canc. 32, n. 6.

    [61]Llama B, canc. 2ª, n. 34.

    [62]F. RUIZ, Místico y Maestro, San Juan de la Cruz, Madrid, BAC 1986.

    [63]Llama B, canc. 3ª, comentario a versos 5-6.

    [64]Cántico B, canc. 39, n. 7.

    [65]Avisos, Dichos de luz y amor, n. 60.

    [66]"En la época en que vivió Juan de la Cruz, España era un foco irradiante de fe católica y de proyección misionera. Estimulado y, a la vez, ayudado por aquel ambiente, el Santo de Fontiveros supo elaborar una síntesis armónica de fe y cultura, experiencia y doctrina, construída con los más sólidos valores de la tradición teológica y espiritual de su patria y con la belleza de su lenguaje y poesía" (JUAN PABLO II, Carta Apostólica "Maestro en la Fe", n. 18). Cfr. S.T. PRASKIEWICZ, L'ideale missionario di San Giovanni della Croce, "Omnis Terra" n.29 (1991) 268-274.

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