Lunes, 11 Abril 2022 11:22

IV. EL MANDATO MISIONERO DE JESUS. DIMENSION CRISTOLOGICA DE LA MISION

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IV. EL MANDATO MISIONERO DE JESUS. DIMENSION CRISTOLOGICA DE LA MISION

 

1. Misión de Jesús sin fronteras en la geografía y en la historia

 

A) La misericordia de Jesús hacia todo ser humano

B) Más allá de una cultura, de un país, de un tiempo y de una religión

C) El mundo entero amado por el Padre

 

2. Misión comunicada a la Iglesia

 

A) Un encargo o "mandato" permanente de Cristo a los suyos

B) La misma misión de Cristo prolongada en el tiempo

C) La urgencia de evangelizar

D) Los modelos apostólicos de Pedro y Pablo

 

3. La misión de anunciar a Cristo, Dios, hombre y Salvador

 

A) Anunciar a Cristo, el Hijo de Dios Amor

B) Anunciar a Cristo, el hombre entre los hombres

C) Anunciar a Cristo Salvador, camino hacia la verdad y el bien

D) Una cristología en clave misionera

 

1. Misión de Jesús sin fronteras en la geografía y en la historia

 

      Toda la vida de Jesús discurre según "el mandato recibido del Padre" (Jn 10,18). Ha sido "enviado" por el Padre con la fuerza del Espíritu para "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18) y ser el "Salvador del mundo" (Jn 3,17; 4,42). Jesús cumple esta misión sin condicionamientos ni fronteras, "por la vida del mundo" (Jn 6,51), porque ha venido "para la redención de todos" (Mc 10,48). Esta misión, que es "mandato" o encargo del Padre, es la que Cristo confía a la Iglesia (Jn 20,21).[1]

 

      La carta encíclica Redemptor hominis es una llamada a toda la humanidad al encuentro con Cristo Redentor, el Hijo de Dios hecho hombre, que es el centro del cosmos y de la historia. La Iglesia participa en el encargo universalista del Señor. "Si Cristo se ha unido en cierto modo a todo hombre, la Iglesia, penetrando en lo íntimo de este misterio, en su lenguaje rico y universal, vive también más profundamente la propia naturaleza y misión... En efecto, precisamente porque Cristo en su misterio de Redención se ha unido a ella, la Iglesia debe estar fuertemente unida con todo hombre" (RH 18).[2]

 

      La misión confiada a la Iglesia se realiza, pues, en línea de continuidad con la realidad divina, humana y salvífica de Jesús. No existiría misión "cristiana" si no se anunciara a Cristo Hijo de Dios, hermano nuestro, Salvador, camino, verdad y vida.

 

      A) La misericordia de Jesús hacia todo ser humano

 

      Uno de los puntos básicos de la acción evangelizadora de Jesús es su actitud de misericordia respecto a cualquier ser humano con quien se hizo encontradizo, si distinción de raza y de religión. La misión de "evangelizar a los pobres" es una nota característica de su mesianidad (Lc 4,18; 7,22; Mt 11,5). Toda situación humana de sufrimiento y en cualquier clase de persona, es el objetivo de su misión misericordiosa. Todos los pobres, enfermos, pecadores, alejados, sin preferencia de situación social, raza o religión, son objeto de su misericordia. Todos "los pobres" son declarados "bienaventurados", en el sentido de que, en Cristo, encuentran la salvación integral.[3]

 

      Los aproximadamente tres años de vida pública de Jesús se ciñen geográficamente a Palestina. Las esporádicas salidas fuera de las fronteras de Israel no tenían como objetivo directo la evangelización de los gentiles. Pero la misericordia de Jesús se muestra también ante personas extranjeras, como en el caso de la cananea (Mc 7,24-30) y del centurión romano (Mt 8,5-13). A unos gentiles que querían verle, Jesús les habla de su misterio pascual, de su "exaltación" en la cruz para "atraer todas las cosas" a él (Jn 12,20-32). El Mesías, "gloria de su pueblo Israel", es, por ello mismo, "la luz para iluminar a los pueblos" (Lc 2,32).

 

      Hay que partir de esta misericordia y "compasión" de Jesús para comprender su redención universalista: "para la redención de todos" (Mt 9,36). Las "otras ovejas", que todavía no forman parte de su grey, son también suyas: "tengo otros ovejas... y es necesario que yo las traiga" (Jn 10,16). El universalismo de la misión de Jesús aparece más en estas actitudes hondas que en las circunstancias externas de pueblos y fronteras.

 

      Jesús curó a diez leprosos, de los cuales uno, al menos, era samaritano. Este fue el único que regresó para manifestar su agradecimiento. Jesús hizo notar que era "extranjero" (Lc 17,18). Al poner un ejemplo de amor al prójimo, Jesús narró la parábola del buen samaritano (Lc 10,30-37). La misericordia de Jesús no tiene límites raciales ni religiosos. El haberse acercado, en la piscina Probática (o Betesda), a un hombre que era paralítico desde hacía 38 años, puede indicar la visita a un lugar donde acudía toda clase de personas, con algunos probables indicios de creencias paganas (Jn 5,2ss).

 

      La misión de Jesús, por el hecho de ser la epifanía del amor misericordioso de Dios (Tit 3,4), se dirige a todo ser humano. "Proclamar de ciudad en ciudad, sobre todo a los más pobres, con frecuencia los más dispuestos, el gozoso anuncio del cumpli­miento de las promesas y de la Alianza propuestas por Dios, tal es la misión para la que Jesús se declara enviado por el Padre" (EN 6).

 

      Esta misión es de misericordia sin limitaciones geográficas, culturales o sociológicas. Jesús "es enviado por el Padre como revelación de la misericordia de Dios (cf. Jn 3,16-18). El ha venido no para condenar, sino para perdonar, para derramar misericordia (cf. Mt 9,13). Y la misericordia más grande radica en su estar en medio de nosotros" (VS 118).[4]

 

      Dios, que es Padre de todos, se hace visible en Cristo su Hijo. Para todos, "Cristo se convierte en signo legible de Dios que es amor" (DM 3). En él, todo ser humano podrá descubrir la misericordia divina. El hijo pródigo de la parábola es "el hombre de todos los tiempos" y de todas las latitudes (DM 5).

 

      La misericordia es "la fuerza constitutiva de la misión" de Jesús y de la Iglesia (DM 6). En cualquier pueblo, cultura y religión, si no llega a entrar esta perspectiva nueva de la misericordia divina mostrada por Jesús, se origina inexorablemente un proceso de secularización y de deshumanización, capaz de destruir todos los valores fundamentales del hombre. La encarnación, la cruz y la resurrección de Jesús tienen la capacidad de levantar a cualquier ser humano de toda prostración.[5]

 

      Todos los momentos de la vida, muerte y resurrección de Jesús son puntos clave de un protagonismo original: Jesús construye, con todos nosotros, la historia de toda la humanidad. La historia ya no camina sin él (cf. Col 1,15-17). La historia es, de hecho y por esencia, la realización de la misión de la Iglesia.[6]

 

      B) Más allá de una cultura, de un país, de un tiempo y de una religión

 

      Si la misericordia de Jesús trasciende los límites de geografía, raza y religión, es porque su mensaje y su actuación tienen esta misma perspectiva universalista. El sermón de la montaña (las "bienaventuranzas") traspasa todo límite, como la acción providencial y amorosa del Padre, que "hace salir su sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). Por esto, los seguidores de Jesús deberán ser los primeros mensajeros de las bienaventuranzas, como "sal de la tierra y luz del mundo" (Mt 5,13-14). Cualquier pobre, hambriento o sediento, como cualquier afligido y marginado, puede recibir de Cristo la dignidad de "hijo de Dios". La única condición es la de amar (Mt 5,44), ser manso, humilde y misericordioso como Cristo. "Todos los afligidos", imitando a Cristo "manso y humilde de", pueden llegar a recuperar "la paz en el corazón" (Mt 11,28-29).[7]

 

      Jesús se insertó plenamente en la cultura, costumbres y actitudes religiosas de su tiempo y de su patria. A la circunstancias culturales y sociológicas que él vivió, les confirió un valor salvífico instrumental y universal: Belén, Nazaret..., trabajo, fiestas, idioma, hábitos populares y religiosos, pan y vino, agua y aceite, etc. Los signos salvíficos que nos dejó ("sacramentos") tienen y seguirán teniendo siempre esas huellas geográficas y culturales. Pero Jesús trascendió toda circunstancia, salvándola de la caducidad, sin desenraizarla del patrimonio común de toda la humanidad. Su salvación es trascendente, don de Dios. No vino a destruir ningún valor; pero trascendió todos los valores, para llevarlos a una plenitud: "no he venido a abolir, sino a dar cumplimiento" (Mt 5,17).[8]

 

      Jesús, en ambiente familiar, celebraba la fiesta de la Pascua (Lc 2,41). Durante los sábados, seguía siempre la costumbre de ir a la sinagoga (Lc 4,16). Pagaba los impuestos (Mt 17,24ss) y respectaba la autoridad civil y religiosa (Mt 26,63-64; Jn 19,11). Cumplía y ayudaba a cumplir los mandamientos de la ley antigua (Mt 5,43ss).

 

      Pero, cuando se trataba de cumplir los nuevos planes salvíficos de Dios, la vida y la doctrina de Jesús no estaban condicionadas a ninguna modalidad cultural, social o religiosa de la época. Se muestra como "Señor del sábado" (Lc 6,5). Perfecciona las leyes antiguas abriéndolas a un amor más auténtico (Mt 5,20ss). No se siente ligado a tradiciones discutidas (Mt 15,2; Jn 4,21). Supera las normas discriminatorias sobre la mujer (Jn 4,9ss). No cede ante las exigencias localistas de sus conciudadanos (Lc 4,23ss).[9]

 

      Precisamente por estas miras universalistas de salvación, "los de su casa no le recibieron" (Jn 1,11), y se convirtió en "signo de contradicción" (Lc 2,34). Los que habían convivido con él durante casi treinta años, le quisieron despeñar (Lc 29-30).[10]

 

      Las "otras ovejas", a que alude Jesús (Jn 10,16), y las "otras ciudades" que debe evangelizar (Lc 4,43), indican un alcance que va más allá de lo inmediato. Jesús se ha insertado plenamente en las situaciones históricas, culturales, geográficas y religiosas. Pero él va "más allá" (Mt 14,22; Lc 5,4) de lo inmediato y constatable. "El testimonio que el Señor da de sí mismo y que San Lucas ha recogido en su Evangelio ('es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades'), tiene sin duda un gran alcance, ya que define en una sola frase toda la misión de Jesús: 'porque para esto he sido enviado' (Lc 4,13). Estas palabras alcanzan todo su significado cuando se las considera a la luz de los versículos anteriores en los que Cristo se aplica a sí mismo las palabras del profeta Isaías: 'El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ungió para evangelizar a los pobres' (Lc 4,18)" (EN 6).

 

      El mandato misionero de Jesús, de "ir a todos los pueblos" (cf. n.2, A) tiene, pues, un significado misionológico profundo. No sólo hay que trascender las circunstancias de geografía y de historia de Palestina, asumiéndolas más profundamente, sino que la misión universalista continuará trascendiendo en todo lugar y en toda época histórica a donde llegue el evangelio. La palabra de Dios se "encarna" plenamente, pero no se condiciona a ningún valor. Más allá de la geografía, de la historia y de la cultura, está el corazón del hombre que tiene ansias de infinito, y la comunidad humana que debe llegar a ser una sola familia de hijos de Dios. La misión universalista de Jesús no es sólo ni principalmente geográfica, sino que trasciende todos los límites espaciales. Esta misión llega a todo hombre y al hombre concreto, allí donde está, pero le llama a orientar todo su ser, todas sus situaciones y valores culturales hacia los planes salvíficos de Dios Amor en bien de toda la humanidad.

 

      C) El mundo entero amado por el Padre

 

      La vivencia más honda manifestada por Jesús es la que se refiere al amor del Padre por toda la humanidad. Con sus afirmaciones de amor universalista, que invitaban a un nuevo nacimiento y nueva filiación (Jn 3,5), trascendía los esquemas farisaicos y rabínicos de la época. Porque "de tal manera ha amado Dios al mundo, que le ha dado a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él, tenga la vida eterna" (Jn 3,16). La misión de Jesús, que tiene su "origen fontal" en el "amor del Padre" (AG 2), es "para salvar al mundo por medio de él" (Jn 3,17).[11]

 

      La misericordia del Padre hacia toda la humanidad se manifiesta en el amor misericordioso de Jesús. La norma que él vivió y que transmitió a los suyos es la de amar a todos, para mostrar que son "hijos del Padre celestial, que hace salir el sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45). La misión deberá reflejar este amor y misericordia del Padre de todos: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48); "sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre" (Lc 6,36).[12]

 

      La palabra de Dios contenida en la revelación tiene toda ella una armonía, que sólo se puede captar con un corazón abierto a las dimensiones universalistas de la misma palabra. Sin esta perspectiva, la palabra queda reducida a conceptos humanos (filosóficos), sin apertura al Dios revelado. La palabra que Cristo comunica es él mismo, el Verbo, que confiere unidad a toda la creación, a toda la historia, a toda la revelación y a todo el campo de la fe. La armonía entre todo el depósito de la revelación se hace patente, cuando no se hace reducciones a su dimensión universalista. Es la misma unidad vital del Hijo, que ha venido "para la redención de todos" (Mt 20,28), como Hijo del Padre de todos.[13]

 

      La oración del "Padre nuestro" va más allá de los esquemas farisaicos (Mt 6,5) y de toda las fórmulas y ritos paganos (Mt 6,7). Un día, el "Padre nuestro" será la oración de toda la humanidad (cf. AG 7). La oración sacrificial de Jesús "congregará en la unidad a todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). De este modo, "vendrán de oriente y de occidente" (Mt 8,11) para manifestar la fe en Jesús, enviado por el Padre. Así sucedió con los pobres pastores, los magos de oriente y el centurión romano (Lc 2,8-20; Mt 2,1-12; 8,5ss).[14]

 

      Todo ser humano, al escuchar el mensaje de Jesús, queda invitado y urgido a descubrir el amor del Padre en "las flores", en "los pájaros" y, de modo especial, en la propia vida y en la de los hermanos. "El Padre conoce" con amor todo lo que pasa en la vida de cada ser humano (Mt 6,25-34). En la vida y en el mensaje de Jesús, aparece el misterio del hombre como profundamente amado por el Padre: "En realidad, el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, Cristo nuestro Señor, Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. Nada extraño, pues, que todas las verdades hasta aquí expuestas encuentren en Cristo su fuente y su corona" (GS 22).

 

      Jesús, imagen personal del Padre, con su redención, ha recuperado para todo hombre el rostro primitivo que había sido modelado como imagen e hijo de Dios. "El que es imagen de Dios invisible (Col 1,15) es también el hombre perfecto, que ha devuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado" (GS 22).

 

      Por Jesús y sólo en él, la humanidad descubre (en la fe), que "el hombre (todo hombre) es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24). Por esto, el juicio final de toda la humanidad se realizará según el amor a todo hermano enfermo, pobre, forastero, marginado..., en el que se refleja el Hijo de Dios: "cuanto hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25,40).

 

      El mensaje de Jesús es de "nueva Alianza" o nuevas bodas, como demostración del amor del Padre en Cristo "consorte" (esposo) de toda la humanidad. Todos quedan invitados y urgidos por el Padre para participar en esta "sintonía" con Cristo. Por esto hay que llamar a todos, "salir a las plazas y a los cruces de los caminos", para invitar al encuentro y adhesión personal aCristo (Mt 22,9ss).

 

      El "mandato" o encargo misionero de Jesús (Mt 28,19; Mc 16,14-20) es un encargo de amor. Por esto no tiene fronteras. Hay que anunciar que el mundo es amado por Dios, Padre de todos, quien quiere comunicar a todos la vida en Cristo, la vida nueva en el Espíritu. "Dios quiere que todos los hombres se salven y que lleguen al conocimiento de la verdad" (1Tim 2,4).[15]

 

2. Misión comunicada a la Iglesia

 

      La Iglesia, comunidad "convocada" por Cristo, no tendría razón de ser, si no fuera para prolongarlo en la historia y para anunciarlo a toda la humanidad. La misión de la Iglesia es, pues, esencialmente cristológica y, a partir de Cristo, es trinitaria pneumatológica, soteriológica y antropológica. Su realidad de signo portador de Cristo constituye su naturaleza misionera.[16]

 

      El "mandato" o encargo recibido de Cristo no es una realidad simplemente jurídica ni exclusivamente moral (a modo de obligación), sino que principalmente constituye la naturaleza misma de la Iglesia como "misterio" de Cristo (signo suyo eficaz) que tiene la "misión" de anunciarlo y comunicarlo a todos los pueblos. "El mandato de Cristo no es algo contingente y externo, sino que alcanza el corazón mismo de la Iglesia" (RMi 62).

 

       Desde su inicio, la Iglesia actúa teniendo en cuenta el modelo de los doce apóstoles, y, de modo especial, de Pedro y Pablo. "Este solemne mandato de Cristo de anunciar la verdad salvado­ra, la Iglesia lo recibió de los Apóstoles con la encomienda de llevarla hasta el fin de la tierra (cf. Act 1,8)" (LG 17).

 

      La Iglesia queda urgida a cumplir la misión, no sólo por el "mandato" externo de Jesús, sino también por la exigencia interna de la vida participada de Cristo. "La misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). Por esto, "la Iglesia ora y trabaja a un tiempo, para que la totalidad del mundo se incorpore al Pueblo de Dios, Cuerpo del Señor y Templo del Espíritu Santo, y en Cristo, Cabeza de todos, se rinda todo honor y gloria al Creador y Padre universal" (LG 17).

 

      A) Un encargo o "mandato" permanente de Cristo a los suyos

 

      El "mandato" o encargo misionero de Jesús a su Iglesia, aparece en los cuatro evangelistas y sigue aconteciendo. No es una simple ley, sino un acto de confiar a "los suyos" (Jn 13,1), de modo permanente, el mismo encargo que él recibió del Padre con la fuerza del Espíritu. Cristo, presente en la Iglesia, sigue confiando este encargo y hace posible su realización.

 

      En las diversas redacciones del texto evangélico sobre el mandato misionero, aparecen cuatro características comunes:

 

      - el universalismo de la misión,

      - la presencia permanente de Cristo resucitado,

      - la fuerza del Espíritu Santo para cumplir la misión,

      - la urgencia o necesidad de cumplir la misión encomendada.[17]

 

      En el evangelio de Mateo, el mandato acentúa el mensaje que la Iglesia, fundada por Cristo, debe anunciar a todos los pueblos hasta hacerlos discípulos (o comunidad familia) de Cristo (Mt 28,19-20; cf. 16,18).[18]

 

      El evangelio de Marcos hace hincapié en la "proclamación" o "kerigma", siempre en relación con la presencia de Cristo resucitado y con la fuerza del Espíritu Santo (Mc 16,15-20). Los textos de Lucas (evangelio y Hechos) recalcan el dar testimonio de la resurrección de Jesús (Lc 24,47-48; Act 1,8.22; 2, 32). En el evangelio de Juan, Jesús confía a los apóstoles elmismo mandato que él recibió del Padre para construir la comunión o unidad en los corazones y en toda la comunidad humana (Jn 10,18; 17,18-23; 20,21-23).[19]

 

      El "poder" que Jesús manifiesta en su vida para perdonar y sanar, salvando a todos (Lc 6,19), es el mismo que ha comunicado a los suyos: "se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra; id"... (Mt 28,18-20). Es el poder de enseñar, santificar y dirigir, a partir de la presencia de Cristo resucitado y de la fuerza de su Espíritu. Es el poder mesiánico anunciado por el profeta Daniel (Dan 7,13-14).

 

      La Iglesia cumple el mandato de Cristo, no sólo como deber fundamental de "propagar la fe y la salvación de Cristo" a todos los pueblos, sino también "en virtud de la vida que a sus miembros infunde Cristo" (AG 5; cf. RMi 11). No es propiamente una imposición jurídica, sino una exigencia del amor de Dios, comunicado por Cristo a su Iglesia.

 

      La misión de la Iglesia se puede definir en relación con el mandato de Cristo: "La misión, pues, de la Iglesia se realiza mediante la actividad por la cual, obediente al mandato de Cristo y movida por la caridad del Espíritu Santo, se hace plena y actualmente pre­sente a todos los hombres y pueblos para conducirlos a la fe, la libertad y a la paz de Cristo por el ejemplo de la vida y de la predicación, por los sacramentos y demás medios de la gracia, de forma que se les descubra el camino libre y seguro para la plena participación del misterio de Cristo" (AG 5).

 

      La presencia de Cristo resucitado es fundamental para dar sentido de permanencia y de vitalidad al mandato: "estaré con vosotros" (Mt 28,20); "ellos salieron a predicar por todas partes y el Señor cooperando con ellos, confirmando la palabra con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20).[20]

 

      El primer envío de los Apóstoles y discípulos, durante la vida pública de Jesús, anticipa, de algún modo, las características del mandato misionero (Mt 10,5ss; Mc 6,7ss; Lc 9,1ss). Se trata de prolongar la misma misión de Jesús (anuncio, perdón, sanación), con su acompañamiento (Lc 10,1.17) y corriendo su misma suerte pascual. El Espíritu Santo, que acompañó siempre la misión de Jesús (Lc 4,1-18), seguirá acompañando y vivificando también la misión prolongada en los apóstoles de todos los tiempos (Mt 10,20).

 

      El "envío" ("shaliah") que reciben los apóstoles es para prolongar no sólo el mensaje de Cristo, sino también su misma persona. Recibir o rechazar al apóstol, escucharle o no, equivaldrá a recibir o rechazar a Cristo (Mt 10,40-42; Lc 10,16). Esta participación en la misma misión de Jesús tiene lugar después de haber escuchado y seguido al Señor, según los textos evangélicos anteriores. Se trata de hacer como hacía él, que "pasaba", "enseñando", "curando", "apiadándose" (Mt 9,35-36; Mc 6,34). Los apóstoles irán ahora aparentemente solos, pero "delante de él... adonde él había de ir" (Lc 10,1). Se comienza a notar una presencia afectiva y efectiva, que tendrá lugar en la misión postpascual: "estaré con vosotros"; "el Señor con ellos".[21]

 

      Se trata de una dependencia total respecto a Jesús, para poder obrar en su nombre, como "cooperadores y copartícipes de su palabra, de su acción y de su amor"; se podría hablar de una "inclusión hebraizante"[22], puesto que la palabra de Jesús (Mt 5-7) y su acción salvífico-pastoral (Mt 8-9) se convierten ahora en misión de los apóstoles, como una continuación lógica. Por esto, los enviados de Jesús hablan y obran como él (Mt 10,1-41). Consecuentemente serán considerados como Jesús por el servicio (y autoridad) de la palabra.

 

      Los apóstoles participan, pues, del mismo "poder" ("exusia") de Jesús, que es siempre de "servicio" ("diaconía") (Mt 20,28; Mc 10,45) y de "humillación" ("kenosis") (Fil 2,5; Jn 13,5-16). Si se actúa con el mismo poder de Jesús, es porque, habiendo recibido la misión de parte del mismo, se obra y se habla bajo la acción del "Espíritu del Padre" (Mt 10,20), como Cristo se dejó guiar por él (Lc 4,1.14.18; 10,21).

 

      B) La misma misión de Cristo prolongada en el tiempo

 

      La misión de Jesús se prolonga a través de la historia por medio de los signos eclesiales. La Iglesia es portadora de la presencia activa de Jesús y, por tanto, de la predicación de su mensaje, de la celebración de los signos salvíficos y de la actualización de su cercanía y compasión respecto a cada ser humano. Los diversos ministerios eclesiales expresan esta presencia eficaz de Cristo.

 

      Todo cuanto existe en la Iglesia "sacramento" son signos portadores de la presencia activa y de la misión de Jesús. Los ministerios (servicios, funciones), las vocaciones (llamadas) y los carismas son otras tantas concretizaciones de la "sacramentalidad" de la Iglesia como "complemento" de Cristo en el tiempo (cf. Ef 1,23).[23]

 

      La Iglesia primitiva tuvo muy pronto experiencia práctica de la realidad misionera como prolongación de la misión de Jesús. Las multitudes recibieron el mensaje pentecostal de Pedro como si fuera la misma palabra de Jesús (Act 2,37-41). La presencia prometida por Jesús (Mt 28,19) se hizo sentir como "cooperación" eficaz para "confirmar la palabra" predicada (Mc 16,20).

 

      La misión eclesial de los primeros momentos fue como un caminar de sorpresa en sorpresa, como si fuera una prolongación de la predicación de Jesús. El Espíritu Santo descendió no sólo sobre los discípulos (Act 2,4), sino también sobre creyentes israelitas y gentiles (Act 11,15). La comunidad pudo constatar que "Dios concedió también a los gentiles la conversión que lleva a la vida" (Act 11,18).

 

      Por esto, la misión eclesial postpascual, en sus contenidos y en su metodología básica, se inspiró en la misma misión de Jesús y en las líneas que él mismo había trazado cuando envió a los discípulos por primera vez (Mt 10,5ss y paralelos). Es verdad que la redacción literaria de los evangelios puede haber tenido una influencia a partir de la misión postpascual; pero, en realidad, fue ésta la que se inspiró en los datos fundamentales heredados de Jesús.

 

      La estructura redaccional de los discursos misioneros de Jesús parece relacionarse con las directrices prácticas de la Iglesia primitiva (postpascual), como se refleja en los Hechos de los Apóstoles (cfr. Act 2,42-47; 4,32-34, etc.), pero con validez permanente para otras épocas. Los discursos en general contienen datos básicos prepascuales, a modo de núcleo tradicional (que proviene de Jesús), matizados por las realidades prácticas postpascuales de la experiencia eclesial. Las normas son válidas como actitudes profundas, aunque los detalles literarios pueden parecer opuestos entre sí cuando se trata de aspectos secundarios.[24]

 

      El horizonte inmediato de la misión, en el discurso misionero de Jesús, es el pueblo de Israel (Mt 10,6). Pero los detalles redaccionales (con influencia postpascual) indican ya un apertura progresiva a todos los pueblos. En algún modo se anticipa la dimensión universalista del envío final después de la resurrección "a todos los pueblos" (Mt 28,19-20; Mc 16,15-20; Lc 24,47-49; Act 1,1-8).

 

      La fuerza de la resurrección de Jesús y el envío del Espíritu Santo, se pueden constatar continuamente en la evangelización de la Iglesia postpascual. Esta realidad salvífica, con expresiones diversas, es una constante en toda la historia de la evangelización. La fuerza de la misión aparece cuando la "palabra" va acompañada de "signos", es decir, de "testimonio" y de servicios de caridad (cf. Mc 16,20; Act 2,42-47).[25]

 

      C) La urgencia de evangelizar

 

      La vida de Jesús está totalmente orientada hacia la misión recibida. La urgencia de evangelizar queda expresada en sus afirmaciones (Lc 12,49; Jn 10,16). Son expresiones que indican el "gran deseo" de realizar la nueva Pascua, que sellará la Nueva Alianza, para que todos puedan participar en ella (Lc 22,15).

 

      A la Iglesia le urge la misión por ser la misma misión de Cristo. "La razón de su ser es revelar a Dios, es decir, al Padre, que nos permite verlo en Cristo" (DM 19). Le urge el mandato recibido de Cristo, asumido desde la participación en su misma vida (cf. RMi 11). "Por ello incumbe a la Iglesia el deber de propagar la fe y la salvación de Cristo, tanto en virtud del mandato expreso... como en virtud de la vida que Cristo infundió en sus miembros" (AG 5).

 

      Es la urgencia del "amor fontal o caridad del Padre" (AG 2), la urgencia del "amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5) y la urgencia del amor de Cristo: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14).[26]

 

      Para todo apóstol, la evangelización se convierte en la razón de ser de la propia vida. En realidad, es la razón de ser de la Iglesia, como comunidad que "existe para evangelizar" (EN 14). La presencia de Cristo resucitado urge a poner en práctica la misión como exigencia del amor. Es una consecuencia de "permanecer" en su amor, que se comunica como misión: : "como mi Padre me amó, así os he amado yo" (Jn 15,9); "como mi Padre me envió, así os envío yo" (Jn 20,21). El mandato o encargo ("id") equivale, pues, a ser fieles a su amor (Jn 15,9). La misión, como todo dato cristiano, sólo se entiende a partir del amor que Dios ha manifestado al mundo por medio del envío de su Hijo Jesucristo (Jn 3,16ss).

 

      El Padre ama a los enviados de Cristo porque son su expresión: "he sido glorificado en ellos" (Jn 17,10); "les has enviado como tú me enviaste a mí" (Jn 17,18); "les has amado como a mí" (Jn 17,23). Un dato básico de la misión, a la luz del mandato de Cristo, es la exigencia de unidad en la comunidad eclesial: "el mundo creerá" si los enviados son fieles a este amor, expresado en "unidad" (Jn 17,23).

 

      Cuando la persona de Cristo no es urgencia de misión para la Iglesia, la misión "se va deteniendo" o desviando su objetivo (RMi 2). Si "la misión se halla todavía en los comienzos" (RMi 1 y 40), es porque no se realiza como urgencia del amor a Cristo. Por esto, "no se puede comprender y vivir la misión sin referencia a Cristo en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).

 

      La Iglesia queda urgida por el amor de Cristo y el impulso del Espíritu Santo. No la mueve principalmente una necesidad filantrópica o sociológica, sino el llegar a cada pueblo y a cada ser humano para hacerle partícipe de la salvación plena e integral en Cristo. "De aquí que haga suyas las palabras del Apóstol: '¡Ay de mí si no evangeliza­ra!' (1 Cor 9,16), por lo que se preocupa incansablemente de enviar evangelizadores hasta que queden plenamente establecidas nuevas Iglesias y éstas continúen la obra evangelizadora. Por eso se ve impulsada por el Espíritu Santo a poner todos los medios para que se cumpla efectivamente el plan de Dios, que puso a Cristo como principio de salvación para todo el mundo" (LG 17).[27]

 

      La urgencia actual de evangelizar, a la luz de los textos evangélicos referentes al mandato de Cristo, se concreta en:

 

      - hacer conocer los planes salvíficos de Dios en Cristo a todos los pueblos y en toda situación humana,

      - ser signo eclesial transparente y portador de Cristo,

      - acercarse al hombre concreto para anunciarle la salvación integral en Cristo,

      - insertar los valores evangélicos en los ámbitos geográficos, sociológicos y culturales, para abrirlos a Dios Amor,

      - responder con actitudes evangélicas a un momento de cambios profundos de la sociedad actual,

      - hacer a cada comunidad eclesial verdaderamente responsable y prácticamente solidaria de la misión universal (con aportación de ayuda espiritual, material y vocacional).

 

 

      D) Los modelos apostólicos de Pedro y Pablo

 

      La referencia misionológica a los modelos apóstoles de Pedro y Pablo, se debe a que ellos son el símbolo de los demás Apóstoles y la señal de garantía de un verdadero seguimiento de Cristo y de una misión auténtica. Todos los creyentes, también en el campo de la misión evangelizadora, estamos "edificados sobre el cimiento de los Apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular" (Ef 2,20).[28]

 

      La misión que Pedro realiza desde el día de Pentecostés, es la de anunciar el misterio pascual de Cristo, llamando a la conversión y al bautismo, para recibir la vida nueva del Espíritu Santo (Act 2,32-41). Se presenta siempre la figura de Cristo como Hijo de Dios (resucitado), hombre verdadero (crucificado y muerto), Salvador de todos ("Jesús").[29]

 

      La acción evangelizadora va acompañada por "el Espíritu Santo enviado del cielo" (1Pe 1,12); así se anuncia la "redención" como fruto de "la sangre preciosa de Cristo", que comunica un nuevo nacimiento por "la semilla incorruptible de la palabra de Dios" (1Pe 1,18-23). Se anuncia a Cristo, muerto y resucitado, que, por el bautismo, hace de la humanidad una oferta agradable a Dios (1Pe 3,18-21). Los apóstoles son "testigos de la pasión de Cristo" y deben cuidar de la "grey" (la comunidad) al estilo del Buen Pastor ("el Pastor principal"), preparando su venida definitiva (1Pe 5,1-4).[30]

 

      El modelo apostólico de Pablo sigue estas mismas pautas con matices nuevos. El "apóstol" proclama el primer anuncio (el "kerigma") porque ha sido "llamado para el apostolado" y "segregado para el evangelio de Dios" (Rom 1,1). Su acción evangelizadora gira en torno a Jesús, "el Hijo de Dios" anunciado por los profetas, hecho nuestro hermano en cuanto hombre, que manifiesta "la fuerza del Espíritu" por su muerte y resurrección. Este mensaje debe predicarse a todos los pueblos (Rom 1,2-7).

 

      Pablo "no se avergüenza" de este evangelio (Rom 1,16), sino que gasta la vida para anunciarlo, como "prisionero del Espíritu" (Act 20,22), sin buscar su propio interés (Act 20,23). Los encargados de continuar este anuncio (los "pastores") tienen la asistencia del Espíritu Santo y deben cuidar de convocar a la comunidad ("ecclesia"), que Cristo "adquirió con su sangre" (Act 20,28).

 

      Para Pablo, Cristo, el Hijo enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, es el centro de la misión, porque "todo ha sido creado por él y en él", y "todo se apoya en él" (Col 1,12-17; cf. Ef 1,3-23). Pablo es sólo "servidor" de Cristo, "cabeza de su cuerpo que es la Iglesia" y que nos "ha reconciliado con la sangre de su cruz" (Col 1,18-23). Este "misterio" de Cristo se manifiesta y comunica por medio de la Iglesia (Col 1,24-27; cf. Ef 3,1-11). El anuncio debe ser hecho a todos "los pueblos, como coherederos y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio" (Ef 3,6).

 

      El ideal de Pablo es el de "presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28). Su encuentro personal con Cristo, precisamente por ser auténtico, se expresó en donación total (Act 9,6) y en disponibilidad para anunciar a Cristo "a los pueblos" (Act 9,15; Rom 15,16).

 

      Por esto, "el evangelio es poder de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom 1,16), sin distinción entre judíos y griegos (Gal 3,28). Los que antes estaban lejos (los "paganos"), ya pueden estar "cerca por la sangre de Cristo" (Ef 2,13). Sin excepción, hay que llegar a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), porque ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo para salvar a todos.

 

      Pablo vivió esta misión con una especial "solicitud por todas las Iglesias" (2Cor 11,28), con el fuego en el corazón: "la caridad de Cristo me apremia" (2Cor 5,14). Su vida ya no tendría sentido sin esta dedicación a la misión confiada por el Señor.[31]

 

      La referencia al modelo apostólico, especialmente de Pedro y Pablo, será siempre una fuente de renovación misionera. Si las primeras comunidades cristianas llegaron a vivir el radicalismo evangélico y la disponibilidad misionera, fue porque los creyentes "eran asiduos en la predicación de los Apóstoles" (Act 2,42), siguiendo su testimonio. A través de los siglos, los sucesores de los Apóstoles (el Papa y los Obispos) irán garantizando y estimulando la misión que la Iglesia ha recibido de Cristo.[32]

 

      3. La misión de anunciar a Cristo, Dios, hombre y Salvador

 

      Los contenidos de la misión se reducen al anuncio integral de Cristo, Hijo de Dios, perfecto hombre y Salvador. El anuncio se convierte en presencialización de los misterios de Cristo, celebrados en la comunidad y vividos en el corazón y en la convivencia social. Al anunciar, celebrar y vivir el misterio de Cristo en toda su integridad, la dimensión cristológica de la misión aparece como dimensión trinitaria, pneumatológica, eclesiológica, pastoral, espiritual y antropológica.

 

      Sin esta referencia a Cristo, la misión se desvirtúa o se tergiversa. Cuando Cristo está ausente de los objetivos misioneros (o se reduce a un dato marginal), ya no existe la acción evangelizadora. La divinidad de Cristo subraya la trascendencia de la evangelización; su humanidad recuerda la inserción; su redención apunta a la salvación verdadera, integral y plena del ser humano y de toda la humanidad.

 

      Precisamente porque Cristo es perfecto Dios y perfecto hombre, que ha dado su vida en sacrificio, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5). La Iglesia ha sido fundada por Jesús para anunciar y comunicar esta salvación. En Cristo, que es "la Palabra definitiva de la revelación, Dios se ha dado a conocer del modo más completo, ha dicho a la humanidad quién es. Esta autorevelación definitiva de Dios es el motivo fundamental por el que la Iglesia es misionera por naturaleza. Ella no puede dejar de proclamar el Evangelio, es decir, la plenitud de la verdad que Dios nos ha dado a conocer sobre sí mismo" (RMi 5).[33]

 

      A) Anunciar a Cristo, el Hijo de Dios Amor

 

      Al anunciar a Cristo resucitado y presente en la historia humana, se anuncia, por ello mismo, que es el Hijo de Dios: "Jesucristo, constituido Hijo de Dios... a partir de la resurrección de los muertos" (Rom 1,4). Sin la divinidad y resurrección de Cristo, "la predicación y la fe carecen de sentido" 1Cor 15,14). Este es el punto más fundamental del cristianismo, sin cuyo anuncio no habría evangelización.[34]

 

      Todas las religiones tienen sus fundadores y exponentes cualificados en los temas religiosos. Dentro del marco de la providencia divina, estas personas han podido tener una experiencia religiosa fuerte e incluso una experiencia verdadera de Dios. El cristianismo no se basa en una experiencia semejante, sino en el mismo Hijo de Dios hecho hombre. La experiencia filial de Jesús respecto al Padre, no es una simple experiencia religiosa o mística, sino que corresponde a una realidad objetiva: él es y tiene conciencia de ser el Hijo unigénito de Dios, enviado para salvar al mundo. Por esto, el mensaje de los Apóstoles se centraba en la resurrección y, consecuentemente, en la divinidad de Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre (Act 2, 22ss; Jn 1,1-18; Ef 1,1-14; Col 1,3-17).[35]

 

      El evangelio de Juan, ya desde el prólogo, gira en torno al hecho salvífico de la encarnación del Verbo. El discípulo amado, al anunciar que "el Verbo se hizo carne", subraya el "haber visto su gloria, la gloria del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Jesús, en cuanto Verbo, ya era preexistente en Dios (Jn 1,1). Sólo él, en cuanto "Hijo unigénito que está en el seno del Padre", ha podido contar lo que ha visto: cómo es Dios en sí mismo (Jn 1,18).[36]

 

      Jesús se presentó así, como Hijo de Dios enviado por amor (Jn 3,16), que existía antes de Abrahán (Jn 8,58), que puede decir, con el Padre, "yo soy" (Jn 8,28; cf. Ex 3,14). Los signos que realiza, desde Caná hasta la cruz (el costado abierto), manifiestan su gloria de "Hijo de Dios", que invita a "creer para tener vida en su nombre" (Jn 20,30-31).[37]

 

      La historia humana es ya otra historia desde la encarnación del Hijo de Dios, es decir, ha recuperado su marcha hacia una plenitud en Cristo, querida por Dios desde el principio de la historia. Algunos textos paulinos son un resumen del anuncio de Cristo que, siendo hombre como nosotros, no deja de ser el Hijo de Dios (Rom 1,1-7; Ef 1; Col 1; Fil 2,5-10). Pablo considera su conversión como una llamada para anunciar a Cristo Hijo de Dios: "tuvo a bien revelar en mí a su Hijo para que le anunciase entre los gentiles" (Gal 1,16). El primer anuncio del evangelio consiste, pues, en proclamar que Jesús, por ser Hijo de Dios y hombre verdadero, es el Salvador de todos los hombres.[38]

 

      La carta a los Hebreos aporta esta misma perspectiva de cristocentrismo, que apunta hacia la gloria del Padre y el cumplimiento de sus planes salvíficos. Los "diversos modos" de hablar de Dios en el Antiguo Testamento (y analógicamente en la historia humana) llegan a la plenitud en la manifestación de "su Hijo" (Heb 1,1-2). El sacrificio redentor de Cristo se convierte en la oblación de toda la humanidad. Toda la creación y toda la historia salvífica apuntan, pues, a la glorificación de Dios por medio de Jesús: "por medio de él, ofrezcamos sin cesar a Dios un sacrificio de alabanza" (Heb 13,15).[39]

 

      A través del amor de Cristo manifestado en su humanidad, se puede descubrir, por la fe, que "en Cristo habita toda la plenitud de la divinidad corporalmente" (Col 2,9). Sólo Dios puede amar así. Pero la divinidad de Jesús aparecerá claramente en la resurrección, "porque es solamente en el misterio pascual donde el creyente puede alcanzar el sentido pleno del título 'Hijo de dios'. Después de su resurrección, su filiación divina aparece en el poder de su humanidad glorificada" (CEC 444-445).

 

      La pobreza extrema de Belén y del Calvario, el mensaje de las bienaventuranzas y del mandato del amor, el perdón de Jesús crucificado y su abandono en las manos del Padre, manifiestan un amor que tiene las características de la divinidad: sólo Dios hecho hombre puede hablar, vivir y morir así, dándose a sí mismo total e incondicionalmente. En ese amor se manifiesta la epifanía personal del "amor de Dios al mundo", enviando a su Hijo hecho donación bajo la acción del Espíritu de amor (cf. Jn 316; Lc 4,18). "Dios es Amor. El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a su Hijo unigénito, para que nosotros vivamos por él... ha enviado a su Hijo como propiciación por nuestros pecados" (1Jn 4,8-10).[40]

 

      En el caminar humano, a partir de Cristo, ha surgido una realidad totalmente nueva. Todas las religiones y culturas religiosas pueden ser un camino hacia Dios; pero, en Cristo, Dios es "el camino" (Jn 14,6), "el esposo" o consorte (Mt 9,15), el responsable o protagonista, "el Verbo hecho hombre para establecer su tienda de caminante entre nosotros" (Jn 1,14).[41]

 

      El Dios revelado por Cristo es el mismo Dios reconocido por toda la humanidad; pero, en Cristo, su Hijo, se nos ha manifestado y comunicado como "Dios Amor". En Cristo, "hemos conocido el amor" (1Jn 4,16). Y este amor se ha de anunciar a toda la humanidad, porque "él ha muerto por nuestros pecados, y no solamente por los nuestros, sino por los del mundo entero" (1Jn 2,2).

 

      B) Anunciar a Cristo, el hombre entre los hombres

 

      Ningún ser humano se ha insertado tanto en la historia como Cristo, que se llama a sí mismo "el hijo de hombre" (Jn 1,51). Al leer el evangelio, se capta fácilmente que ninguna persona humana y ningún acontecimiento son ajenos o extraños a las vivencias de Cristo. Su "compasión" (Mt 9,36) indica una sintonía que arranca de su mismo ser y que invade todo su obrar y sus vivencias.

 

      Jesús "pasó haciendo el bien" (Act 10, 38), como quien asume la historia humana como parte de su misma biografía (Mt 8,17). "Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón" (GS 1). Jesús "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdadera­mente uno de los nuestros, semejantes en todo a nosotros, excepto en el pecado" (GS 22).

 

      Cuando Pablo, en Atenas, anunció a Cristo en su calidad de "hombre" resucitado, produjo el escándalo de quienes, por su cultura parcialmente errónea, no consideraban valor positivo la vida terrena del hombre (cf. Act 17,31-32). El escándalo de Nazaret (Lc 4,29), el de Cafarnaún (Jn 6,60ss) y el de la cruz, tienen origen en el amor de Cristo por el hombre hasta querer "salvar a otros" sin liberarse a sí mismo de la muerte (Lc 23,35). La cruz seguirá produciendo siempre el escándalo de quienes no aman verdaderamente al hombre. Pero, también en cada época,  suscitará la compasión y la fe de quienes han comenzado a amar a Dios en cada hermano que sufre. Este "signo de contradicción" (Lc 2,34) de la humanidad de Cristo crucificado, es el único camino de salvación para el hombre.[42]

 

      Anunciar a Cristo, el hombre entre los hombres, no consiste sólo en proclamar su verdadera condición de hombre. Efectivamente, siendo Hijo de Dios como persona, en su naturaleza humana es como nosotros: entendimiento, voluntad, afectividad, sensibilidad... Todo en máxima armonía con su persona divina. Asumió totalmente nuestra condición humana, si contraer el pecado y el desorden. Pero, al querer asumir también nuestra debilidad y contingencia (además de la responsabilidad de nuestros pecados), quedó a merced de los vaivenes caprichosos de la historia humana.[43]

 

      Jesús no tuvo privilegios históricos. Su vida, como la nuestra, estaba inmersa en estos vaivenes inexplicables, pero sabiendo que existe una Providencia amorosa del Padre, "que hace salir su sol sobe buenos y malos" (Mt 5,45), y que cuida de todos los detalles para que podamos hacer de la vida una donación (Mt 6,25-34). Sin esta visión plenamente humana y radicada en la fe, la donación de Jesús en la cruz no pasaría de ser un fracaso, "un escándalo para los judíos y una necedad para los griegos" (1Cor 1,23). Por esto, "vino a su casa y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11).[44]

 

      Al anunciar a Cristo así, verdadera y plenamente hombre, que corre nuestra misma suerte histórica, se anuncia la solución del misterio de cada ser humano de cada época histórica. Jesús, por ser "imagen de Dios invisible" (Col 1,15) y hombre como nosotros, ha podido recuperar al hombre devolviéndole su dignidad de hijo de Dios. Por esto, "manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre y le descubre la dignidad de su vocación" (GS 22). Sólo el misterio de Cristo puede iluminar el misterio del hombre.[45]

 

      Cristo, siendo verdadero hombre, salva a la humanidad abriéndole a su dimensión trascendente, que sólo se resuelve en Dios Amor. Una humanidad sin Dios, destruiría al hombre en toda su dignidad y derechos fundamentales. A partir de la encarnación del Hijo de Dios, "las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospe­chada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad" (EN 53; cf. RMi 8).

 

      En Cristo hombre, descubrimos que Dios respeta al hombre y lo ama tal como es, también en su circunstancia histórica de limitación y atropello. Cuando el Padre dice en el Tabor, "este es mi Hijo amado" (Mt 17,5), nos indica que ese amor continúa en la cruz, cuando Cristo dice al Padre: "¿por qué me has abandonado?" (Mc 15,34). La historia de cada hombre atropellado por la pobreza, por la marginación y la muerte, puede convertirse en biografía o "complemento" de Jesús (Col 1,24; Ef 1,28). La condición indispensable es la de abrirse al amor, como Cristo y en él (cf. Mt 5,44-48). El bautismo hace posible esta "inserción" en Cristo, para vivir de su misma vida (cf. Rom 6,1-5).

 

      C) Anunciar a Cristo Salvador, camino hacia la verdad y el bien

 

      Los caminos de "salvación" son muchos, si por salvación se entiende la liberación de algún mal: del dolor (budismo), de los apegos del corazón (hinduismo), de la pobreza material, de una vida sin sentido, etc. Pero cuando se anuncia a Cristo, este anuncio no puede reducirse a estos aspectos, sino a la realización plena del ser humano según los planes de Dios Amor en Cristo Jesús. En este sentido, "la salvación no puede venir más que de Jesucristo" (RMi 5).[46]

 

      Ante la búsqueda actual de liberación, y ante "la angustiosa búsqueda de sentido..., la Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6)" (RMi 38).[47]

 

      En Cristo, Dios y hombre, ha aparecido la salvación plena y definitiva "para todos los hombres" (Tit 2,11). "En ningún otro hay salvación" (Act 4,12). El es "la vida" y "la luz que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9). Siguiéndole a él, como "luz del mundo", se disipan las tinieblas del error (Jn 8,12). Es "luz para iluminación de las gentes" (Lc 2,32). Es el camino hacia la verdad y el bien definitivo.

 

      Jesús es, para cada ser humano, el "único Mediador... que se entregó a sí mismo para redención de todos" (1Tim 2,5-6). Es Mediador en cuanto Dios hecho hombre, que ofrece su vida en sacrificio. Sensible a los intereses del Padre, es también sensible a los problemas de sus hermanos los hombres. "Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo, y de ello Cristo tiene plena conciencia" (RMi 5).[48]

 

      En Jesús encontramos la salvación y redención definitiva, porque Dios "nos ha reconciliado consigo por medio de Cristo" (2Cor 5,18). Todo ser humano busca la verdad y el bien. Esa búsqueda es dolorosa y no siempre llega a un objetivo claro y seguro. El hombre tiene, en el fondo de su ser, la capacidad de llegar a ese objetivo; pero se encuentra siempre en medio de debilidades, dudas y errores (cf. GS 15). En este realidad, se puede constatar "la división íntima del hombre", por la que "toda vida humana... se presenta como lucha, y por cierto dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (GS 13). No obstante, en esta interioridad profunda, "Dios le aguarda" con amor (GS 14). Sólo "con el don del Espíritu Santo, el hombre llega por la fe a contemplar y saborear el misterio del plan divino" (GS 15). Ese "misterio" del hombre sólo puede encontrar solución en Cristo.[49]

 

      Los títulos bíblicos que se refieren a Jesús, iluminan su misterio y el nuestro, como Mediador, Salvador y Redentor de la humanidad. Su mediación salvífica (cf. 1Tim 2,5) se realiza por una acción de enseñanza, de donación sacrificial, de pastoreo y de "conquista" por amor (realeza), porque es Maestro, Sacerdote, Pastor y Rey.

 

      - Jesús Maestro salva porque es el Verbo o Palabra personal de Dios en nuestras circunstancias (Jn 1,14), es "la luz para todo hombre" (Jn 1,4), el Profeta (Mt 21,11) que habla en nombre de Dios "con autoridad" (Lc 4,32), el legislador definitivo (Mt 5). Su mensaje consiste en anunciar "lo oído del Padre" (Jn 3,32; 8,26.28.40; 15,15). El hombre encuentra en Cristo la verdad de los criterios, el orden de la escala de valores y la autenticidad y firmeza de las actitudes humanas fundamentales respecto a la vida.[50]

 

      - Jesús Sacerdote salva porque él mismo es la "víctima" o sacrificio querido por el Padre (cf. Heb 5; Jn 10,18-19). Es el "servidor" que da la vida sin buscar su propio interés (Is 40-55; Mc 10,45). El rescate de Redentor ha sido pagado "con la sangre de Cristo, cordero sin mancha y sin tacha"(1Pe 1,19; cf. Act 20,28). Los cristianos son llamados a hacer de toda la humanidad una donación a Dios y a los hermanos, como "víctima viva, santa, agradable a Dios" (Rom 12,1).[51]

 

      - Jesús Buen Pastor salva, no sólo por su enseñanza y su donación sacrificial, sino también por guiar y asumir la historia humana como parte de su existencia. "Conoce" amando a sus ovejas ("mis ovejas") (Jn 10,14). Son su propiedad "esponsal", de consorte (Mt 25,1ss; Ef 5,25ss). En la acción pastoral de Cristo, hasta formar, de toda la humanidad, "un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16), es su caridad oblativa y diaconal, la que conoce y llama por el nombre, guía, sana, alimenta y defiende.[52]

 

      - Jesús Rey salva "conquistando" toda la humanidad por el amor. Su reino "no es de este mundo", sino que, como Rey, ha venido para "dar testimonio de la verdad" (Jn 18,36-37). La misión confiada a la Iglesia deriva de "la autoridad plena sobre el cielo y la tierra", que Cristo ha recibido como Hijo de Dios hecho hombre, el Señor resucitado (Mt 28,17). Por esto la misión consiste en anunciar la cercanía de su "reino" (Mt 10,7), en orar para que "venga" pronto (Mt 6,10), en construirlo amando a Cristo en sus "hermanos pequeños" (Mt 25,40). Jesús resucitado actúa en esta misión de la Iglesia para "entregar el reino a Dios Padre" (1Cor 15,24), hasta que "Dios sea todo en todas las cosas" (1Cor 15,28). La misión de la Iglesia consiste, pues, en "hacer que todas las cosas tengan a Cristo por cabeza" (Ef 1,10).[53]

 

      La misión de la Iglesia consiste, pues, en anunciar a Cristo Salvador, en cuanto Hijo de Dios hecho hombre. Si Cristo se llama a sí mismo "esposo" o consorte (Mt 9,15; cf. Jn 3,29; Mt 25,1ss), es porque se ha insertado responsablemente en la historia humana para asumirla como propia. "El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).

 

      D) Una cristología en clave misionera

 

      Los temas cristológicos se presentan polarizados en tres líneas: Cristo Dios, Cristo hombre, Cristo Salvador (y Redentor). El acento puede recaer también sobre el título de "Señor", que, por referirse a Cristo resucitado, resume todos los otros aspectos. La encarnación del Verbo y le redención obrada por Jesús dejan entender la verdadera salvación del hombre, que sólo puede realizar quien es Dios y hombre al mismo tiempo.[54]

 

      Los contenidos de la fe se expresan con términos culturales, según el contexto ambiental en que se evangeliza (fe y teología contextuada). Las expresiones garantizadas por el magisterio continúan siendo válidas en cualquier cultura, debido también a la unidad fundamental de toda la humanidad. Pero esas expresiones pueden siempre mejorarse e incluso completarse con otras formulaciones o cuadros mentales según las diversas épocas y culturas. La misión de la Iglesia tendrá en cuenta el contexto histórico y cultural en que se anuncia la misma fe y los mismos contenidos evangélicos.[55]

 

      El Catecismo de la Iglesia Católica resume los contenidos de la fe en el capítulo segundo de la primera parte ("Creo en Jesucristo, Hijo único de Dios"), con aportaciones basadas en la Escritura, patrística, concilios y magisterio en general. Estos contenidos dejan el campo abierto a la reflexión teológica, de suerte que se pueda profundizar más el misterio de la fe y expresarlo cada vez con más precisión y adaptación circunstancial.[56]

 

      La problemática actual en el campo cristológico puede tener grandes repercusiones (negativas o positivas) en el campo misionológico e incluso misionero. En el fondo, vuelven a suscitarse los mismos problemas del contexto histórico de los primeros concilios: la divinidad (y resurrección de Jesús) o su humanidad (el alcance de su inserción en la historia y en las situaciones humanas). El misterio de Cristo hay que presentarlo en todas sus dimensiones: trascendente, histórica, "kenótica" (por medio de la Cruz), cósmica, escatológica, carismática, liberadora, expresión de la "gloria" del Padre, ...[57]

 

      Una presentación unilateral del misterio de Cristo puede romper el equilibrio de la "encarnación". Una formulación por medio de términos inadecuados no podría expresar (ni incluso analógicamente) el misterio de Cristo; éste sería el caso, por ejemplo, de filosofías materialistas que prescinden de la trascendencia de Dios, o que buscan conquistar experiencias íntimas ("religiosas").[58]

 

      Es importante colocar la cristología, de algún modo, en el centro de la teología cristiana, de suerte que toda ella recupere su clave misionera y suscite en quien la estudia o enseña una actitud de contemplación, perfección y misión. El misterio de Cristo ha sido preparado en la historia y en la revelación veterotestamentaria para ser comunicado, vivido, celebrado, anunciado.[59]

 

      A mi entender, la teología de la evangelización (y más concretamente la "misionología"), no puede centrarse en dilucidar los problemas de la cristología actual (o de cada época). Cada tema debe dilucidarse en su propia sede. No obstante, tendrá que aclarar conceptos que pueden repercutir en la misión. Así, por ejemplo, cuando se trate de presentar a todos los pueblos (y de modo especial a las religiones no cristianas) que Cristo es el único Verbo encarnado, el único Salvador y Redentor. Es decir, se tendrá que presentar la especificidad de los conceptos cristianos de "encarnación", "salvación", "redención", más allá de culturas, de razas y de castas.

 

      La contextualización cultural y ambiental de la cristología (o de cualquier tratado de teología) interesa directamente a la misionología; pero aún en este caso, es la cristología en sí misma la que puede analizar mejor este problema de "inculturación". De ahí la importancia de una comunicación interdisciplinar. Pero una cristología eminentemente misionera debe presentar principalmente las realidades y conceptos cristológicos que se relacionan directamente con la evangelización y que urgen a cumplir y vivir el mandato misionero de Cristo y la naturaleza misionera de su Iglesia. Esta es el contenido del decreto conciliar Ad Gentes (n.3; cf. LG 3), de la exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi (cap. I) y de la encíclica Redemptoris Missio (cap. I).

 

      En el misterio de Cristo, encontramos una "pedagogía" divina que, habiendo preparado a la humanidad para recibir a "su Hijo", finalmente lo envía "en carne nuestra". "Así, pues, a su Hijo, por el que también hizo los cielos, le constituyó heredero de todas las cosas, a fin de restaurar todas las cosas en él". En Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, descubrimos al "enviado al mundo como verdadero mediador entre Dios y los hombres". Y éste es el mensaje que "debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra" (AG 3). La Iglesia, al cumplir esta misión, se presenta como "reino de Cristo" que, "por el poder de Dios crece visiblemente en el mundo"; en ella se proclama que "todos los hombres están llamados a la unión con Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos" (LG 3).

 

      Una cristología en clave misionera incluye los mismos temas que se profundizan en la teología sistemática general, pero abriéndolos a su dimensión salvífica universalista, que debe llegar a todas las culturas y a todos los pueblos, y que hace del mismo teólogo un apóstol sin fronteras. Por esto, en todos los temas cristológicos debería aparecer:

 

      - el misterio de la encarnación como autorevelación definitiva e irrepetible de Dios, por medio de Jesucristo, "Palabra definitiva de la revelación" (RMi 5; cf. Act 4,10.12),

      - el misterio de la redención (integral y universal) y de la Pascua (o "paso" de Jesús por la muerte a la resurrección), como dinámica salvífica de un "venir del Padre" para "volver al Padre" con toda la humanidad salvada y resucitada en él (cf. Jn 16,28; 20,17),

      - el misterio de la misión de Cristo que continúa presente en su Iglesia, donde se anuncia, celebra y vive su realidad de "kenosis" (encarnación, muerte) y de "exaltación" (Fil 2,5-11; Jn 12,32). La resurrección da pleno significado a la misión de Cristo y de su Iglesia.

 

      Esta cristología en clave misionera reafirma la fe en él, como adhesión, encuentro y compromiso de misión. La redención realizada por Cristo es don divino y tiene su iniciativa en el mismo Dios que prepara a toda la humanidad para un encuentro con él por la fe. Es Dios mismo, como Amor, el que se comunica a la humanidad. "La salvación en Cristo, atestiguada y anunciada por la Iglesia, es autocomunicación de Dios" (RMi 7). La especificidad de la salvación ofrecida por Cristo, radica en su encarnación (como Verbo hecho hombre), en su enseñanza de las bienaventuranzas y del mandato del amor, y en su redención (como Sacerdote  y Víctima, Buen Pastor que da la vida como propiciación por los pecados). "Así, pues, el Hijo de Dios marchó por los caminos de la verdadera encarnación, para hacer de los hombres partícipes de la naturaleza divina" (AG 3).[60]

 

                           ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

 

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Nota: Ver las fichas bibliográficas del presente capítulo: bienaventuranzas (nota 3), cruz (nota 5), sentido de la historia (nota 6 y 25), fe inculturada (nota 8), misericordia (nota 12), palabra revelada (nota 13), Padre nuestro (nota 14), Iglesia sacramento (nota 23), Pablo (nota 31 y 38), revelación (nota 33), carta a los Hebreos (nota 39 y 51), Cristo Sacerdote (nota 51), caridad pastoral (nota 52), cristología (nota 56).



    [1]En el capítulo primero de nuestro estudio hemos presentado una síntesis biblica sobre Jesús como evangelizador (enviado, Salvador y Redentor universal). En este capítulo cuarto, estudiamos el mandato de Cristo en su significado universalista y en cuanto comunicado a la Iglesia. AA.VV., Cristo y la misión (Burgos, Semanas Misionales, 1979) XXI Semana de Misionología; ver especialmente: D. MUÑOZ LEON, Cristo y la misión en el Nuevo Testamento 15-56; F. SANCHEZ ARJONA, Las Cristologías actuales y la Misión 107-121; L. CASTAN LACOMA, Misión de Crito y  Misión de la Iglesia 193-217.

    [2]La encíclica Redemptor hominis fue publicada el 4 de marzo de 1979. Su línea misionera ha sido aprovechada en documentos posteriores, por ser la encíclica primera y programática del pontificado de Juan Pablo II.

    [3]J.R. FLECHA, Las bienaventuranzas (Salamanca, 1989); S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas (Bogotá, CLAR, 1980); E. GATTI, La Chiesa delle beatitudini (Bologna, EDB, 1979); F.M. LOPEZ MELUS, Las Bienaventuranzas, ley fundamental de la vida cristiana (Zaragoza 1982); U. PLATZKE, El sermón de la montaña (Madrid, Fax, 1965).

    [4]El anuncio de esta misericorida divina universalista es parte esencial de la misión confiada por Jesús a su Iglesia. El término hebreo "rahamim" indica la misericordia como seno materno, corazón, entrañas (Jer 31,3; Is 49,15; Os 2,3). El término "hesed" significa amor fiel a la Alianza (Ex 34,6; Is 63,7). AA.VV., Dives in Misericordia, Commento all'enciclica di Giovanni Paolo II (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981); AA.VV., Giovanni Paolo II. Dio ricco di misericordia(Roma, Logos, 1980). La encíclica Dives in Misericordia (de Juan Pablo II) es del 30 de noviembre de 1980: AAS 72 (1980) 1177-1232. Ver DM 7 y la nota 52 (la misericordia divina en el Antiguo Testamento).

    [5]La cruz es el signo de una fuerza sobrenatural que actúa a través de los signos pobres de la misión de Cristo y de la Iglesia. AA.VV., La sapienza della croce oggi (Torino, LDC, 1976); AA.VV., Sabiduría de la cruz (Madrid, Narcea, 1980); H.U. VON BALTHASAR, La gloire et la croix (Aubier, 1965); DAO DINH DUC, La misión hoy a la luz de la cruz Omnis Terra 28 (1986) 22-29; J. ESQUERDA BIFET, La fuerza de la debilidad (Madrid, BAC, 1993); P. GIGLIONI, La croce e la missione ad gentes Euntes Docete 38 (1985) 153-178; M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1981) 165-181; J. MASSON, La mission sous la croix, en: Evangelizzazione e culture (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1976) I, 246-261; J. MOLTMANN, El Dios crucificado (Salamanca, Sígueme, 1975); E. STEIN, Ciencia de la cruz (Burgos, Edit. Monte Carmelo, 1989). Ver: La sapienza della croce (Roma, Antonianum 1995).

    [6]La historia de la misión eclesial ofrece puntos clave de la teología misionera, garantizados por la práctica de los misioneros de todos los tiempos. Habría que hacer resaltar cómo Dios obra misericordiosamente por medio de instrumentos débiles y sin los poderes de este mundo. H.U. VON BALTHASAR, Teología della storia (Brescia, Morcelliana, 1964); H.W. GENSICHEN, El peso y la enseñanza de la historia, en: K. MÜLLER, Teología de la misión (Estella, Verbo Divino, 1988) 177-194; J. MOUROUX, Le mystère du temps (Paris, Aubier, 1962).

    [7]Es importante constatar un hecho histórico y universal: toda persona que lea o escuche con buena voluntad el sermón de la montaña, siente que aquel mensaje responde a los deseos profundos del corazón humano. Las religiones no cristianas se sienten interpeladas profundamente por el mensaje de Jesús, cuando este mensaje aparece en la conducta de los creyentes. I. GOMA', El evangelio de San Mateo (Madrid, Marova 1976) I, 189ss (el sermón de la montaña). Ver bibliografía sobre las bienaventuranzas en la nota 3.

    [8]El tema de la "inculturación" (insertar el evangelio en las culturas) necesita esta perspectiva universalista, para no caer en "nacionalismos" y "racismos" culturales. Apreciar un valor de un pueblo concreto, sólo es posible en la perspectiva de un respeto por los valores de otros pueblos. Las circunstancias "culturales" concretas que Jesús asumió (por ejemplo, el pan y el vino para la eucaristía), tiene ya, por la encarnación, un valor universal, y no tienen que cambiarse. Ver el tema de la "inculturación" en el capítulo VIII. AA.VV., La fe interpelada, jornadas de estudio y diálogo entre profesores universitarios (Salamanca 1993); AA.VV., Evangelii inculturatio: possibilitates et limites: Seminarium 32 (1992) n.1.

    [9]De todos es conocida la actitud de Jesús respecto a la mujer, evitando toda discriminación. Jesús obró siempre libremente, sin condicionarse a la época. M. GUERRA, La mujer evangelizada y evangelizadora: Teol. del Sacerdocio 20 (1987) 627-738. La carta apostólica Mulieris dignitatem (Juan Pablo II, 1988), ha hecho resaltar este aspecto evangélico. "En las enseñanzas de Jesús, así como en su modo de comportarse, no se encuentra nada que refleje la habitual descriminación de la mujer, propia del tiempo... Este modo de hablar sobre las mujeres y a las mujeres, y el modo de tratarlas, constituye una clara 'novedad' respecto a las costumbres dominantes entonces" (MD 13: las mujeres del evangelio).

    [10]María, su Madre, compartió esta misma suerte (la "espada"), por su fidelidad a la Palabra que, siendo "espada de dos filos", es motivo de escándalo. A. SERRA, María según el evangelio (Salamanca, Sígueme, 1988); Idem, Nato da Donna..., ricerche bibliche su Maria di Nazaret (1989-1992) (Roma, Marianum, 1992). El valor misionero del "escándalo" evangélico aparecen en la cruz y en el martirio. Ver sobre la fuerza evangelizadora de la cruz, la nota 5.

    [11]El evangelio de Juan indica continuamente esta salvación universal, querida por el Padre. La liberación que ofrece Jesús, como "Salvador del mundo" (Jn 4,42), es para "todo el que tenga sed" (Jn 7,37-39). V.M. CAPDEVILA I MONTANER, Liberación y divinización del hombre. La teología de la gracia en el evangelio y en las cartas de san Juan (Salamanca, Secretariado Trinitario, 1981).

    [12]La misericordia es "la fuerza constitutiva de la misión" (DM 6). Y. CONGAR, La misericorde attribut souverain de Dieu: La Vie Spirituellle (1962) 380-395. Ver los estudios de la nota 4.

    [13]La dimensión universalista es intrínseca a la palabra revelada, porque la revelación (y la Alianza) tiene como objetivo toda la humanidad. AA.VV., Comentarios a la constitución "Dei Verbum" sobre la divina revelación (Madrid, BAC, 1969); D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios (Salamanca, Sígueme, 1965); J. ESQUERDA BIFET, Meditar en el corazón (Barcelona, Balmes, 1987; Idem, La Paraula contemplada esdevé missió: Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 367-378; J. GUILLEN TORRALBA, La fuerza de la "palabra": Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 379-394; S. PIE NINOT, Paraula de Déu i Saviesa: Sv 18,14-16: Revista Catalana de Teologia 14 (1989) 29-39; R. POU I RIUS, Llegir la sagrada Escriptura amb el mateix Esperit amb què ha estat escrita: Revista Catalana de Teologia 14 (1990) 361-366.

    [14]La Iglesia se hace misionera en la medida en que adopte la actitud filial y fraterna expresada en la oración del "Padre nuestro". Los valores evangélicos se manifiestan por actitudes que reflejen las bienaventuranzas y el mandato del amor. S. BARTINA, El Padrenuestro comentado según su trasfondo semítico (Barcelona, Balmes, 1993); S. SABUGAL, Abba'... La oración del Señor (Madrid, BAC, 1985) (historia y exégesis teológica).

    [15]En el Nuevo Testamento, la urgencia de evangelizar procede del amor que Dios nos ha manifestado a todos en Cristo: "nos apremia el amor de Cristo" (2Cor 5,14; cf. 1Cor 9,16). Por esto, "es el Espíritu Santo quien impulsa a anunciar las grandes obras de Dios" (RMi 1).

    [16]Estudiaremos la naturaleza misionera de la Iglesia en los capítulos VI y VII. Anteriormente (en el capítulo III, n. 2) hemos visto la misión de la Iglesia a partir del misterio trinitario.

    [17]Si se explica la misión a partir del mandato de Cristo, las opiniones teológicas encuentran su complementariedad mutua: comunicar la fe, anunciar la salvación, implantar la Iglesia... Pero hay que evitar, en el uso de este vocablo ("mandato"), el tono de imposición e incluso de obligación meramente jurídica. El decreto Ad Gentes pesenta el "mandato" como el encargo de una misión que procede del amor fontal del Padre: AG 1 (exigencia de la misma naturaleza de la Iglesia), 5 ("movida por la caridad del Espíritu"), 38 (urgencia del anuncio). La exhortación postsinodal Evangelii nuntiandi lo presenta como una prolongación de la misma misión de Cristo y, consecuentemente, como un encargo que atañe a todo creyente: EN 5, 59-60, 67, 77, 81. La encíclica Redemptoris Missio presenta el "mandato" como una urgencia en sintonía con la participación en la vida de Cristo: RMi 1, 22-23, 32, 44-46, 62-63, 92. "La Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero" (RMi 92).

    [18]I. GOMA', El evangelio según San Mateo (Madrid, Marova, 1976) II, cap. XIII, p.715: "La palabra-vértice es el imperativo MATHETEUSATE: haced discípulos... señala el resultado completo de la Misión; no como otros términos del vocabulario misional que indican sólo un aspecto, o una fase incoativa ('proclamar', 'dar testimonio', 'evangelizar', etc.). Hacer discípulos es hacer Comunidad cristiana, hacer Iglesia".

    [19]El tema misionológico del "mandato" parece que no ha sido suficientemente estudiado a nivel teológico. F. ASENSIO, Horizonte misional a lo largo del Antiguo y Nuevo Testamento (Madrid, C.S.I.C., 1974); D. SENIOR, C. STRUHLMÜLLER, Biblia y misión, Fudamentos bíblicos de la misión (Estella, Edit. Verbo Divino, 1985) II (Fundamentos de la misión en el Nuevo Testamento: Jesús y la Iglesia); A. WOLANIN, La misión de Jesucristo, en: Misión para el tercer milenio, curso básico de Misionología (Roma, PUM y Bogotá OMP, 1992) cap. III.

    [20]Habría que relacionar esta presencia de Cristo por medio del apóstol, con los otros signos de su presencia en la Iglesia y en el mundo. "Para realizar esta obra tan grande, Cristo está presente en su Iglesia sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro... sea sobre todo bajo las especies sacramentales. Está presente con su virtud en los sacramentos... Está presente en su palabra"... (SC 7).

    [21]En la encíclica Redemptoris missio, explicando la comunión íntima con Cristo, se dice: "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

    [22]I. GOMA', El evangelio de San Mateo, o.c., I, cap. V: Los enviados del Mesías, p. 521.

    [23]La "sacramentalidad" de la Iglesia queda, pues, íntimamente relacionada con su misión de evangelizar a todos los pueblos. J. ALFARO, Cristo, sacramento de Dios Padre; la Iglesia, sacramento de Cristo glorificado: Gregorianum 48 (1967) 5-27; A. NAVARRO, La Iglesia como sacramento primordial: Estudios Eclesiásticos 41 (1966) 139-159; O. SEMMELROTH, La Iglesia como sacramento original (San SebastiAn, Dinor, 1965). Ver el capítulo VI n. 2 de nuestro estuio.

    [24]Ver: J. ERNST, Il vangelo secondo Luca, Brescia, Morcelliana 1990; Idem, Il vangelo secondo Marco, Brescia, Morcelliana 1991; J.A. FITZMYER, Luca teologo, Aspetti del suo insegnamento, Brescia, Queriniana 1991 (cap. 5º: Il discepolato negli scritti lucani); I. GOMA', El evangelio de San Mateo, Madrid, Marova 1976 (I, cap. V: Los enviados del Mesías).

    [25]Los datos sociológicos y estadísticos tiene valor para constatar una parte de la realidad; pero la acción evangelizadora queda, muchas veces, sin posibilidad de constatación o de contabilidad inmediata, a modo de "granito de trigo" que aparentemente muere en el surco (Jn 12,24). Es el caso del trabajo oculto ("Nazaret"), de la persecución, del dolor, de la cruz y del martirio. La historia de la evangelización deja entrever siempre unos signos evangélicos en los que se incuba un fruto posterior. Ver en sentido de la historia: H.U. VON BALTHASAR, Teología della storia (Brescia, Morcelliana, 1964); M. FLICK, ALSZEGHY Z., Teologia della storia: Gregorianum 25 (1954) 256-298.

    [26]Esa urgencia se presenta en San Pablo como dando sentido a la vida; su única razón de ser es anunciar a Cristo (1Cor 9,16; 1Cor 2,2). Ver el modelo apostólico de Pablo en este mismo apartado (2,D).

    [27]La "sensibilidad" hacia la misión de Cristo no corresponde a una sensibilidad generaliza (que es también buena) respecto a unas necesidades humanas más inmediatas. Si se considerara país de misión sólo cuando es país de "tercer mudo" (al que sin duda hay que ayudar), no habría sensibilidad respecto a un país que no fuera de tercer mundo (como el Japón: 0,4% católicos). Quizá esta falta de sensibilidad misionera es una de tantas "dificultades internas y externas que han debilitado el impulso misionero de la Igelsia hacia los no cristianos" (RMi 2).

    [28]Tomar la doctrina revelada (explicada por la Iglesia) como punto de referencia, es la via normal para el trabajo teológico, también para la reflexión misionológica. Esto vale principalmente (en estos años postconciliares) respecto a la doctrina magisterial del Vaticano II y de documentos posteriores. Es a partir de la fe ("fides quaerens intellectum") que la reflexión teológica podrá realizar un itinerario verdaderamente científico, con los mayores espacios de libertad y de iniciativa técnica, sin condicionarse a otras opiniones y escuelas, y con la apertura a planteamientos diversos (también en campo ecuménico e interreligioso). Este es el mejor camino para no condicionar la reflexión teológica científica a unos poderes particulares (a veces absorbentes) de personas e instituciones no magisteriales. La libertad del teólogo necesita el apoyo de la fe (profesada por la Iglesia) para poder reflexionar sin condicionamientos. Z. ALSZEGHY, M. FLICK, Come si fa la teologia (Ed. Paoline 1974). Ver: Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo (Cong. Doct. de la Fe, 24 de mayo de 1990).

    [29]Estos son los tres elementos principales del "kerigma" como primer anuncio. Sobre el "kerigma", ver la nota 28 del capítulo III. C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos (Madrid, Fax, 1974).

    [30]S. GAROFALO, Pietro testimone della passione: Euntes Docete 3 (1950) 181-206.

    [31]AA.VV., Paul du Tarse, apôtre du notre temps (Rome, Ab. St. Paul, 1979); AA.VV., Pablo, vida, apostolado, escritos (Madrid, Studium, 1972); F. AMIOT, Ideas maestras de san Pablo (Salamanca, Sígueme, 1966); L. CERFAUX, Jesucristo en San Pablo (Bilbao, Desclée 1967); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy (Madrid, Paulinas, 1984); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas, 1979); ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1966); J. SANCHEZ BOSCH, Nascut a temps. Una vida de Pau l'Apòstol (Barcelona, Edit. Claret, 1992). Ver otros estudios en la nota 50 del capítulo II.

    [32]Ver el tema de la responsabilidad misionera del Papa y de los Obispos, en el capítulo VI, 3, A, de nuestro estudio. La enseñanza conciliar y postconciliar, especialmente en: AG 30. 38; EN 67-68; RMi 61-63. "Los Doce son los primeros agentes de la misión universal, constituyen un 'sujeto colegial' de la misión, al haber sido escogidos por Jesús para estar con él y ser enviados 'a las ovejas perdidas de la casa de Israel' (Mt 10,6). Esta colegialidad no impide que en el grupo se distingan figuras singularmente, como Santiago, Juan y, por encima de todos, Pedro, cuya persona asume tanto relieve que justifica la expresión: 'Pedro y los demás Apóstoles' (Act 2,14.37). Gracias a él se abren los horizontes de la misión universal en la que posteriormente destacará Pablo, quien por voluntad divina fue llamado y enviado a los gentiles (cf. Gal 1,15-16)" (RMi 61).

    [33]Este tema es básico para toda la acción evangelizadora, especialmente cuando se trata de la "inculturación" (ver el capítulo VIII de nuestro estudio). Jesucristo es la "Palabra" personal del Padre; las "semillas" de esta Palabra esparcidas en las culturas, preparan este salto infinito hacia la fe; pero la revelación estricta y la fe son pura gracia, y no son una simple evolución o perfeccionamiento de las culturas. U. BETTI, La Rivelazione divina nella Chiesa (Roma, Citta Nuova, 1970); R. FISICHELA, La rivelazione: evento e credibilità (Bologna, EDB, 1985); O. RUIZ, Jesús, Epifanía del amor del Padre, Teología de la Revelación (México, CEM, 1988). Ver estudios sobre la Palabra, en el capítulo II, nota 55.

    [34]En el fondo de casi toda la problemática teológica y misionológica actual, está en juego la fe en la resurrección real de Cristo. La cosmovisión cristiana encuentra en ella su punto de referencia. J. CABA, Resucitó Cristo, mi esperanza (Madrid, BAC, 1986); F.X. DURWELL, La resurrección de Jesús, misterio de salvación (Barcelona, Herder, 1979); X. LEON DUFOUR, Resurrección de Jesús y mensaje pascual (Salamanca, Sígueme, 1973); M.J. NICOLAS, Teologia della risurrezione (Lib. Edit. Vaticana, 1989). Ver los estudios cristológicos citados en este mismo capítulo y en la nota 46 del capítulo I.

    [35]En resumen biblico del inicio de nuestro estudio (capítulo I, n.1) hemos presentado no sólo la realidad divina y humana de Jesús, sino también su conciencia de ser el Hijo de Dios y Salvador universal. O. RUIZ ARENAS, Jesús, Epifanía del amor del Padre, Teología de la Revelación (México, CEM, 1988) cap. 15 (autoconciencia de Jesús). Ver Documento de la Comisión Teológica Internacional sobre la conciencia de Jesús: La coscienza che Gesù aveva di se stesso e della sua missione (1985).

    [36]Una teología contextualizada o inculturada no podrá olvidar que el concepto de "encarnación", en el cristianismo, tiene un contenido único: es el mismo Dios en persona (en la persona del Verbo) que se hace hombre. No es, pues, ni una "reencarnación", ni una simple teofanía. Por la "encarnación" del Verbo, Dios asume la historia humana como parte de su misma historia. Por esto, la humanidad queda "recapitulada" en Cristo (Ef 1,10). M.M. GONZALEZ GIL, Cristo, el misterio de Dios (Madrid, BAC, 1976) I, lib. 1 (el misterio de Cristo en la fe de la Iglesia); lib. 3 (el misterio de Cristo en síntesis teológica).

    [37]J. BONSIRVEN, Le témoin du Verb, le disciple bienaimé (Toulouse, 1956); L. BOUYER, El cuarto evangelio, introducción al evangelio de san Juan (Barcelona, Estela, 1967); J. ESQUERDA BIFET, Hemos visto su gloria (Madrid, Paulinas, 1986); A. FEUILLET, El prólogo del cuarto evangelio (Madrid, Paulinas, 1971). Ver otros estudios sobre San Juan en la nota 15 del capítulo I.

    [38]El cristocentrismo de San Pablo tiene su raíz en la fe en su divinidad, como "Yavé que salva" (cf. Tit 1,3). Desde su conversión, Pablo predicaba en las sinagogas que Jesús "era el Hijo de Dios" (Act 9,20). A. AMATO, Missione cristiana e centralità di Cristo Gesù, en: La missione del Redentore (Leumann, Torino, LDC, 1992) 11-29; ST. LYONNET, Etudes sur l'Epître aux Romains (Roma, Pont. Ist. Biblico, 1989); J.A. FITZMYER, Teología de San Pablo (Madrid, Cristiandad, 1975); C. I. GONZALEZ, El es nuestra salvación (Bogotá, CELAM, 1987), tema I (el Salvador es el centro de la fe cristiana); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); ST. VIRGULIN, Cristo al centro della missione di Paolo: Riv. di Vita Spirituale 40 (1986) 378-397. Ver estudios paulinos citados en la nota 31 de este mismo capítulo.

 

    [39]Los valores positivos de culturas y religiones ya pueden considerarse como "preparación evangélica" que necesitan llegar a la plenitud en Cristo. "Es también el Espíritu quien esparce las 'semillas de la Palabra' presentes en los ritos y culturas, y los prepara para su madurez en Cristo" (RMi 28). G. MORA, La carta a los Hebreos como escrito pastoral (Barcelona, Facultad de Teología, 1974); C. SPICQ, L'Epitre aus Hébreux (Paris, Gabalda, 1977); A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo en el Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme, 1984) tema primero (el Hijo superior a los ángeles). He intentado presentar el sentido evangelizador de la carta a los Hebreos en: La vida es un sí (Carta a los Hebreos) (Salamanca, Sígueme, 1986).

    [40]A. FEUILLET, Le mystère de l'amour divin dans la théologie johanninque (Paris, Gabalda, 1972).

    [41]A. AMATO, Cristologia e religioni non cristiane: Credere Oggi 12 (Padova 1992), n.69, 94-107.

    [42]La acción evangelizadora de Pablo es una constante "inculturación" en las diversas áreas del mundo antiguo, con validez permanente para épocas posteriores. Ver: J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980).

    [43]En el capítulo primero de nuestro estudio, hemos visto estos temas: la cercanía a todo ser humano en su situación concreta (2,B), Dios hecho nuestro hermano (3,A). La humanidad de Cristo es "vivificante". Sólo manifestando que es verdaderamente hombre, puede mostrar que es "Dios con nosotros" (Emmanuel). J. ESQUERDA BIFET, Soy Yo, misterio de Cristo, misterio del hombre (Barcelona, Balmes, 1990); O. GONZALEZ DE CARDEDAL, Jesús de Nazaret (Madrid, BAC, 1975); J.L. MARTIN DESCALZO, Vida y misterio de Jesús de Nazaret (Salamanca, Sígueme, 1989); E. MURA, La humanidad vivificante de Cristo (Barcelona, Herder, 1957). Ver en las cristologías (citadas en este mismo capítulo) todo lo referente a la humanidad de Jesús.

    [44]B. FORTE, Jesús de Nazaret. Historia de Dios y Dios de la historia (Madrid, Paulinas, 1983); E. SCHILLEBEECKX, Jesús, la historia de un viviente (Madrid, Cristiandad, 1983).

    [45]La encíclica Redemptor Hominis coloca el misterio de Cristo, en cuanto Dios y hombre, como base de la misión de la Iglesia: "En Cristo y por Cristo, Dios se ha revelado plenamente a la humanidad y se ha acercado definitivamente a ella y, al mismo tiempo, en Cristo y por Cristo, el hombre ha conseguido la plena conciencia de su dignidad, de su elevación, del valor trascedental de la propia humanidad, del sentido de su existencia... Jesucristo es principio estable y centro permanente de la misión que Dios mismo ha confiado al hombre" (RH 11).

    [46]La fe cristiana es encuentro con Cristo. Por esto la Iglesia realiza su misión para que "todo hombre pueda encontrar a Cristo, de modo que Cristo pueda recorrer con cada uno el camino de la vida" (VS 7; cita RH 13). La cristología hace hincapié en Cristo en cuanto Salvador, precisamente por ser Dios y hombre. Ver el capítulo I, n. 3 de nuestro estudio. A. AMATO, Gesú il Signore (Bologna, EDB, 1988) cap. 14 (la encarnación como acontecimiento soteriológico); J. GALOT, Cristo unico Salvatore e salvezza universale, en: Cristo, Chiesa, Missione (Roma, Pont. Univ. Urbaniana, 1992, 55-66; C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y soteriología (Bogotá, CELAM, 1987); L. RUBIO MORAN, El misterio de Cristo en la historia de la salvación (Salamanca, Sígueme, 1982).

 

    [47]La encíclica Veritatis Splendor presenta este punto de partida para la moral humana y cristiana: "La luz del rostro de Dios resplandece con toda belleza en el rostro de Jesucristo, 'imagen de Dios invisible' (Col 1,15), 'resplandor de su gloria' (Heb 1,3), 'lleno de gracia y de verdad' (Jn 1,14), 'el camino, la verdad y la vida' (Jn 14,6). Por esto, la respuesta decisiva a cada interrogante del hombre, en particular a sus interrogantes religiosos y morales, la da Jesucristo" (VS 2).

    [48]La encíclica Redemptoris Missio afirma, no obstante, el valor de otras "mediaciones", siempre en relación con Cristo: "Aun cuando no se excluyan mediaciones parciales, de cualquier tipo y orden, éstas sin embargo cobran significado y valor únicamente por la mediación de Cristo y no pueden ser entendidas como paralelas y compelementarias" (RMi 5).

    [49]Sobre el claro oscuro de la realidad humana en su "estado de naturaleza caída", ver: SANTO TOMAS, I-II, q.109, a.3. Sobre la búsqueda de la verdad y del bien, con sus éxitos y sus fracasos, ver la encíclica Vertatis Splendor 62-64.

    [50]La predicación de Jesús es una expresión de su mismo ser (Dios hecho hombre para Salvar al hombre). La misión que realizó y que encomendó a sus apóstoles, contiene esencialmente esta faceta de "enseñar" con su misma fuerza salvífica. M.M. GONZALEZ GIL, Cristo, el misterio de Dios (Madrid, BAC 1976) lib. II, cap. 10 (la predicación).

    [51]El sacerdocio de Cristo según la carta a los Hebreos: C. SPICQ, L'Epitre aus Hébreux (Paris, Gabalda, 1977); A. VANHOYE, Sacerdotes antiguos, sacerdote nuevo en el Nuevo Testamento (Salamanca, Sígueme, 1984); H. ZIMMERMANN , Die Hohe priester, Christologie des Hebräerbriefes (Paderborn 1964). Sobre el sacerdocio de Cristo en relación con la misión profética y salfívica: J. ALFARO, Las funciones salvíficas de Cristo como revelado, Señor y Sacerdote, en: Mysterium Salutis (Madrid, Cristiandad, 1971) II/I c.7; J. GUILLET J., Jésus Christ, prêtre et prophète: Studia Missionalia 22 (1973) 331-344. Estudio comparativo entre el sacerdocio de Cristo y el de la religiones no cristianas: AA.VV., Sacerdoce et prophétie: Studia Missionalia 22 (1973). Resumo síntesis del tema y bibliografía actual en: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC 1991) cap. 2 (Cristo, nuestro Sacerdote).

    [52]La figura del pastor en el Antiguo Testamento: Is 40, 11 (Dios mismo es el pastor); Jer 23,1-6 (el Mesías pastor); Ez 34,1-31 (Dios pastor reprende a los malos pastores). Pablo usa la figura del pastor aplicada Cristo y a quienes le representan en la Iglesia (Act 20,28). Pedro insta a un celo pastoral que merezca la aprobación del Pastor principal (1Pe 5,1-4). J. GARAY, La caridad pastoral (Vitoria, Unión Apostólica, 1977); M. PEINADO, Solicitud pastoral (Barcelona, Flors, 1967); P. RABITTI, Il prete: l'uomo della carità pastorale (Bologna, Dehoniane, 1980); P. XARDEL, La flamme qui dévore le berger (Paris, Cerf, 1969). Síntesis doctrinal y bibliografía: Teología de la espiritualidad sacerdotal (Madrid, BAC, 1991) cap. IX (las virtudes del Buen Pastor); Signos del Buen Pastor (Bogotá, CELAM, 1991.

    [53]Pablo llega a esta conclusión que tiene sabor misionero: Jesús "tiene que reinar" (1Cor 15,25). La afirmación de Jesús sobre su realeza: Mt 27,11; Mc 15,2; Lc 23,3; Jn 18,36-37. La realeza de Cristo está relacionada con su condición de cabeza de la Iglesia y de toda la humanidad (Ef 1,22; Ef 4,15). La fiesta litúrgica de Cristo Rey recoge todos estos aspectos de su realeza, para construir "un reino eterno y universal", que será de "verdad, vida, santidad, gracia, justicia, amor y paz" (Prefacio de la fiesta). Jesús, "Rey del universo", conduce "toda la creación, liberada de la esclavitud y del pecado" hacia la glorificación de Dios por el cumplimiento de sus planes salvíficos universales (oraciones de la fiesta). Jesús reina desde "el altar de la cruz", en la que "se consuma el misterio de la redención humana y somete a su poder la creación entera" (Prefacio). Su reino se construye sólo con la actitud de donación, haciendo de la humanidad una familia de hermanos, a imagen de Dios Amor. Ver los comentarios al evangelio de Juan: R. E. BROWN, El evangelio según san Juan (Madrid, Cristiandad, 1979) 63 (el relato de la pasión, Jn 18,28-40).

    [54]Con una buena base escriturística y patrística, se puede calibrar mejor la importancia de unas etapas históricas en la reflexión sobre los temas cristológicos: la verdadera divinidad (el Hijo es consubstancial al Padre) queda afirmada en el concilio primero de Nicea (325); la humanidad íntegra (naturaleza humana perfecta o completa) queda aclarada en el concilio primero de Constantinopla (381). El símbolo niceno-constantinopolitano recoge ambos aspectos con términos precisos. El concilio de Efeso (431) afirma la divinidad de Cristo (una persona divina) en dos naturalezas (divina y humana); por esto María es Theotokos (Madre de Dios). El concilio de Calcedonia (451) afirma la unidad de persona y la clara distinción y perfección de las dos naturalezas (el único Hijo en dos naturalezas sin confusión o cambio, sin división ni separación). Los concilios posteriores reafirmarán y concretarán esta misma fe: Constantinopla II (553); Constantinopla III (680-681): sobre la voluntad humana de Cristo; Nicea II (787): legitimidad de las imágenes como expresión del misterio de la encarnación. Ver las cristologías citadas en las notas siguientes.

    [55]Además de los conceptos fisolóficos diversos (de épocas y culturas) habrá que tener en cuenta la eventual "aceptación" de la figura de Jesús en las diversas religiones (según su propio modo de recibir los datos cristianos). La tarea misionera será entonces todavía más compleja, puesto que ordinariamente se trata de una corrección a fondo. Ver: A. AMATO, Gesù il Signore (Bologna, EDB, 1988) 10ss (Gesù nelle religioni non cristiane); Idem, Cristologia e religioni non cristiane: Credere Oggi 12 (Padova 1992) 94-107.

    [56]Fudamentalmente se pueden encontrar en el catecismo (salvo en sus aspectos técnicos) los contenidos que presentan las cristologías más conocidas: A. AMATO A., Gesú il Signore, saggio di Cristologia (Bologna, EDB, 1988); M. BORDONI, Gesù di Nazareth Signore e Cristo (Roma, 1982); L. BOUYER L., Le Fils éternel (Paris, Cerf, 1974); R.E. BROWN R.E., Jesús Dios y hombre (Santander, Sal Terrae, 1979); Y.M. CONGAR, Jesucristo (Barcelona, Estela, 1964); C. CHOPIN, El Verbo encarnado y redentor (Barcelona, Herder, 1979); CH. DUQUOC, Cristología, ensayo dogmático sobre Jesús de Nazaret el Mesías (Salamanca, Sígueme, 1985); J. ESQUERDA BIFET, Soy Yo, misterio de Cristo, misterio del hombre (Barcelona, Balmes, 1990); P. FAYNEL, Jesucristo es el Señor (Salamanca, Sígueme, 1968); B. FORTE, Jesús de Nazaret. Historia de Dios y Dios de la historia (Madrid, Paulinas, 1983); J. GALOT, Cristo, ¿Tú quién eres? (Madrid, CETE, 1982); C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, Cristología y soteriología (Bogotá, CELAM, 1987); O. GONZALEZ DE CARDEDAL, Jesús de Nazaret (Madrid, BAC, 1975); M. GONZALEZ GIL, Cristo, el misterio de Dios (Madrid, BAC, 1976); W. KASPER, Jesús el Cristo (Salamanca, Sígueme, 1984); R. LAVATORI, L'Unigenito del Padre (Bologna, Dehoniane, 1983); A. LOPEZ, Jesús el ungido, Cristología (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1991); L. RUBIO MORAN, El misterio de Cristo en la historia de la salvación (Salamanca, Sígueme, 1982); J.A. SAYES, Jesucristo, ser y persona (Burgos, Aldecoa, 1984); E. SCHILLEBEECKX, Jesús, la historia de un viviente (Madrid, Cristiandad, 1983); S. VERGES, J.M. DALMAU, Dios revelado por Cristo (Madrid, BAC, 1969).

    [57]Cf. A. AMATO, Gesù il Signore, o.c., 24ss (pluralismo de aproximaciones en la cristología católica); 49ss (modelos de cristología contemporánea); D.J. BOSCH, Transforming Mission (New York, Orbis Books, 1993) (presenta también, por capítulos separados, el concepto de misión en las Iglesias orientales, Iglesia católica, Iglesias de la reforma, etc.); C.I. GONZALEZ, El es nuestra salvación, o.c., apéndice I (algunas cristologías que parten de la reforma); apéndice II (cristologías de la liberación); C. HALLENCREUTZ, Cristo en la teología misionera protestante, en: Jesucristo y la misión, o.c., 175-191; E. MELIA', Jesucristo y la mision católica, en: Cristo y la misión, o.c., 157-178.

    [58]El concepto que se tenga de "revelación" (o de la "palabra" revelada por Dios) puede oscilar entre lo "irreversible" de los acontecimientos (como en la línea de Hegel) y un espiritualismo desencarnado que no quiere insertarse en la historia ni comprometerse en ella. Ver: B. MONDIN, Le cristologie moderne (Roma, Aspes, 1973); idem, Teologías de la praxis (Madrid, BAC, 1981).

    [59]Sólo por Cristo conocemos la Trinidad, el sentido de la historia humana, el misterio del hombre, los planes salvíficos de salvación por medio de la Iglesia, la restauración final de todas las cosas con la fuerza de su resurrección... Ver el capítulo I, n.3, C. Ver: F. DUCI, Jesús llamado Cristo, introducción al Jesús de la historia y a su comprensión desde la fe (Madrid, Paulinas, 1983).

    [60]F. SANCHEZ ARJONA, Las Cristologías actuales y la Misión, en: AA.VV., Cristo y la misión, o.c., 107-121.

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