Lunes, 11 Abril 2022 11:21

EL MAESTRO AVILA Y LA RENOVACION SACERDOTAL AL INICIO DEL TERCER MILENIO Juan Esquerda Bifet

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                 EL MAESTRO AVILA Y LA RENOVACION SACERDOTAL

                        AL INICIO DEL TERCER MILENIO

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

Sumario:

 

Presentación: Santidad y renovación sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

1. La doctrina avilista sobre la renovación del sacerdote como signo del Buen Pastor

 

2. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal, en la línea de la caridad pastoral y de las virtudes del Buen Pastor según la Vida Apostólica

 

3. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular y para la Iglesia universal

 

Líneas conclusivas

 

                                   * * *

 

 

Presentación: Santidad y renovación sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

      Una lectura atenta de los textos conciliares y postconciliares del Vaticano II, pone de relieve unas líneas renovadoras sobre la vida y ministerio sacerdotal, todavía no puestas en práctica suficientemente.

 

      Mientras tanto, el despertar espiritual en la Iglesia y los cambios actuales o los nuevos areópagos (geográficos, sociológicos, culturales), urgen a construir una figura sacerdotal que sea más transparencia del Buen Pastor. Se trata de una figura más vivencial, más relacional con Cristo y más solidaria con los hermanos.[1]

 

      La renovación sacerdotal de cada época histórica sólo será posible en la medida en que haya santos sacerdotales al estilo de San Juan de Avila o del Cura de Ars. Efectivamente, el concilio Vaticano II, en el decreto "Presbyterorum Ordinis", sienta este principio: "Este Sagrado Concilio, para conseguir sus propósitos pastorales de renovación interna de la Iglesia, ­de difusión del Evangelio por todo el mundo y de diálogo con el mundo actual, exhorta vehementemente a todos los sacerdotes a que, usando los medios oportunos recomendados por la Iglesia, se esfuerzen siempre hacia una mayor santidad, con la que de día en día se conviertan en ministros más aptos para el servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).

 

      Exponer cuáles son las líneas renovadoras trazadas por el concilio y por el postconcilio, correspondería a un estudio especializado sobre el tema. Y lo mismo cabe decir de la descripción de la situación actual como exigencia de renovación eclesial y, concretamente, sacerdotal.[2]

 

      Intentaré ser muy concreto, para poder llegar al objetivo preciso. Resumo primeramente, en esta presentación, las líneas renovadoras sobre el sacerdocio en el inicio del tercer milenio, con expresiones que siguen llamando la atención de quien lea sin prejuicios los documentos magisteriales.

 

      El sacerdote (obispo o presbítero y, en cierto modo, el diácono) está llamado a una renovación según el modelo del Buen Pastor o según la "Vida Apostólica" (vida evangélica de los Apóstoles) (cfr. PO 1-3; PDV 20-22), por el hecho de formar parte de la "sucesión apostólica" (cfr. PDV 4-5, 15-16, 22, 24, 42, 46, 60). La santidad sacerdotal dice relación estrecha con los ministerios (como causa, como exigencia y como peculiaridad de la santidad) (cfr. PO 13; PDV 24-26).

 

      El amor y comunión eclesial se demuestran en la disponibilidad misionera universal (cfr. PO 10; PDV 16-17, 31-32); pero se concretan también en la comunión con el Papa y con el propio obispo, así como en la construcción del Presbiterio de la Iglesia particular como "fraternidad sacramental" y "familia sacerdotal" (cfr. PO 8; PDV 74-81).

 

      Esta santidad o espiritualidad sacerdotal se delinea por parte de quienes son "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12), en "unidad de vida" y "ascesis propia del pastor de almas" (PO 13-14). Es la caridad pastoral (cfr. PDV 21-24), que se concreta en las virtudes del Buen Pastor (obediencia, castidad, pobreza) como "signo y estímulo de la caridad" (PO 15-17). Por esto la vida y ministerio sacerdotal se renuevan según el "seguimiento" o "radicalismo evangélico", al estilo del Buen Pastor y de la vida de los Apóstoles (cfr. PDV 10, 27-30).

 

      Para conseguir este objetivo, son necesarios los medios de vida espiritual y pastoral (también a nivel humano e intelectual, personal y comunitario), como han enseñado siempre los santos sacerdotes (cfr. PO 18). La formación inicial en los Seminarios debe ofrecer una síntesis entusiasmante y clara de la espiritualidad sacerdotal específica (del sacerdote diocesano en particular). La formación permanente, en todos sus niveles, debe llegar a trazar un "proyecto" de vida en el Presbiterio (PDV 79).

 

      Estas líneas renovadoras del concilio y del postconcilio están muy lejos de ser una realidad práctica en los Presbiterios. De ahí la pregunta que podemos hacernos: ¿Cómo la figura de San Juan de Avila puede ayudar a responder con prontitud y generosidad a lo que el Espíritu Santo pide hoy en la vida sacerdotal?

 

      En el decurso del estudio intentaré ahondar en la doctrina avilista sobre la santidad o espiritualidad sacerdotal, para descubrir en ella no necesariamente una anticipación de la renovación actual, sino unas pistas siempre válidas en cualquier momento de la Iglesia, también en la actualidad.[3]

 

 

1. La doctrina avilista sobre la renovación del sacerdote como signo del Buen Pastor

 

      De todos es conocido el interés del Maestro Avila por renovar la formación sacerdotal, así como la vida y ministerio de los presbíteros. Los "Memoriales al concilio de Trento" (1551 y 1561) y las "Advertencias al concilio de Toledo" (1565-1566), así como las pláticas a sacerdotes y numerosas cartas, son una llamada continua a la renovación sacerdotal, con propuestas y soluciones concretas y audaces.[4]

 

      El entusiasmo y la tenacidad en esta empresa nacen de unas convicciones hondas y de ideas-fuerza, a modo de mística sacerdotal. Pero la dinámica de la renovación no deriva solamente de los conceptos en sí mismos, sino del amor apasionado por Cristo, que ayuda elaborar (dentro de la época) una reflexión estimulante.[5]

 

      Toda la doctrina avilista y especialmente la referente al Misterio de Cristo, arranca del misterio de la Encarnación, cuando Cristo fue "ungido" como Sacerdote (Juan I, lec. 16ª, 4724s). "Ungido viene, no con aceite, sino con sangre; y si ungido, no viene bravo, sino blando y manso" (Ser 1,162ss). Es ungido como Sacerdote y Víctima: "Cristo fue sacerdote y sacrificio; Él fue el que ofreció y lo que ofreció fue" (Juan I, lec.16ª, 4733ss).

 

      Por esto Cristo es Mediador, Sacerdote y Víctima, Buen Pastor. "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y El para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222, 262ss). Cristo es el "principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s)[6].

 

      Pero el Maestro prefiere entrar en los sentimientos o interioridad de Cristo, es decir, en su Corazón. Su amor a la Iglesia esposa y a toda la humanidad redimida es amor sacrificial: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Amor, n.8, 352ss; cfr. Ef 5,25-27).

 

      Esta interioridad o amor de Cristo Sacerdote se concreta en su mirada de amor, al Padre y a nosotros: "¡Miraos, siempre, Padre e Hijo, miraos siempre, sin cesar, porque ansí se obre mi salud!" (Amor n.12,492ss). A la luz de este amor sacrificial explica el significado del Buen Pastor: "No tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo... somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios, y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por ese sumo Sacerdote y Pastor" (AF cap.87, 9202ss).[7]

 

      En los escritos avilistas y, especialmente en la predicación, aparece con frecuencia la figura del Buen Pastor, para llamar a la reforma de vida y a la santidad: "Encorporados en Él, somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por este sumo sacerdote y pastor" (AF 87, 9202ss; cita 1Pe 3,18). Esta realidad se concreta en exigencia de perfección, puesto que, por los méritos de "nuestro justo y soberano pastor" y por su "sangre", hemos sido "ataviados con la hermosura de su gracia y justicia" (ibídem).

 

      Por esto la predicación avilista está siempre matizada de confianza en la misericordia divina: "¡Buen Pastor tenemos, que nos escogió para guardarnos y de tanto tiempo!" (Ser 15,59s, 76ss). "Alegraos, que, si alguna vez cayésedes, Buen Pastor tenéis que volverá y sacará del barranco" (ibídem, 446ss). No desfallece quien medita en su pasión: "Mirando que mi pastor, sólo por sacar mi ánima de entre las espinas, porque no me espinase, quiso Él entrar en ellas y espinarse" (ibídem, 520ss). Encontramos al Buen Pastor en la Eucaristía: "Dios humanado... Jesucristo, Médico y Pastor amoroso, está entre nosotros" (Ser 54, 355-415).[8]

 

      La renovación sacerdotal arranca del hecho de que los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss). Dirigiéndose a los sacerdotes, dice con insistencia: "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7, 92ss).[9]

 

      Al hacer la aplicación al sacerdote ministro, el Maestro Avila insta a la santidad y renovación por el hecho de representar a Cristo. Subraya principalmente el hecho de poder actuar "en persona de Cristo" (Carta 157,264). Es lo que hoy calificamos como "signo" o "transparencia" del Buen Pastor.[10]

 

      Esta representación de Cristo reclama una coherencia de vida. Puesto que "el sacerdote representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s), "ha de ser la representación tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo" (ibídem, n.26, 1025s).[11]

 

      La representación exige, pues, imitación. Si los sacerdotes "representamos y prolongamos su sagrada persona, y decimos las palabras en persona de Él" (Plática 1ª, 64ss), de ello se sigue que "nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mesmo Señor" (ibídem, 89s).[12]

 

      Calificar a los sacerdotes como "ojos de la Iglesia" (Plática 2ª, 449), "enseñadores" (Ser 55, 784) y "guardas de la viña" (Ser 8, 600s), equivale a una llamada apremiante a la santidad. De ahí necesidad de una formación previa desde el Seminario, como lo pide el Maestro al concilio de Trento: "Porque no tengamos la liviandad de mozos que ahora tenemos por presbíteros, sin serlo en edad, ni seso, ni santidad. Y contra esto no se dispense" (Memorial I, n.36, 1005ss). Al concilio de Toledo pide la aplicación de las normas tridentinas: "Pídese también bondad y todo lo demás requisito para un tal ministerio" (Advertencias II, n.41, 622s; cfr. Ses.23, cap.14 de Trento).[13]

 

      Al abogar por la renovación sacerdotal, el Maestro apunta a la selección y formación, pero también a la buena elección de los obispos: "Elíjanse hombres de prudencia natural, de letras sólidas, de buena vida y ejemplo; déseles instrucción: qué materias han de predicar y con qué modo" (Memorial II, n.43, 1869ss, 1883ss). [14]

 

      Si se quisiera ahondar más en este tema, habría que analizar cómo el Maestro practica y describe cada uno de los ministerios: predicación, sacramentos, servicios de caridad. Al mismo tiempo, se podría constatar un gran equilibrio entre la oración o contemplación y la vida ministerial.[15]

 

      La renovación de la vida y del ministerio sacerdotal, a la luz del Buen Pastor, llevaría a los mismos rasgos característicos de la figura de San Juan de Avila: vida contemplativa y eucarística, fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu Santo, equilibrio de ministerios (profetismo, liturgia, pastoreo), seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, disponibilidad misionera, catequesis en todos los sectores de la comunidad, preferencia pastoral por la juventud y por los pobres, comunión eclesial y dimensión profundamente mariana...[16]

 

 

2. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal, en la línea de la caridad pastoral y de las virtudes del Buen Pastor según la Vida Apostólica

 

      El punto de referencia al Buen Pastor (en la doctrina avilista y en las enseñanzas del Vaticano II) incluye la línea básica de la "Vida Apostólica" ("apostolica vivendi forma") y, consecuentemente, la práctica de las virtudes del Buen Pastor, como seguimiento evangélico radical. La doctrina del concilio y del postconcilio es muy clara.

 

      La renovación sacerdotal (personal y comunitaria) no será posible mientras estas orientaciones no lleguen a ser convicción profunda, como base de la espiritualidad sacerdotal específica (también y particularmente del sacerdote diocesano). La figura y la doctrina de San Juan de Avila pueden ser un mordiente y una ayuda eficaz para conseguir este objetivo primordial.

 

      La "Vida Apostólica" incluye siempre tres aspectos principales: seguimiento evangélico radical, vida comunitaria y disponibilidad misionera (cfr. Mt 19,27ss; Lc 10,1ss; Jn 20,21-23).[17]

 

      Así aparece en la doctrina avilista, cuando describe a los sacerdotes como "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4. 162s). Por esto, tanto la selección como la formación de los candidatos al sacerdocio debe orientarse hacia esta finalidad: "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10, 140ss).

 

      No se trata de una afirmación de adorno, sino de una realidad de gracia, que hace de los sacerdotes "un dibujo de los Apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos Apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores" (Advertencias I, n.10, 316ss). Otra orientación "no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los Apóstoles, cuyos ellos son sucesores" (Advertencias I, n.8, 259ss).[18]

 

      La "caridad pastoral" (PO 14) no consiste sólo en dirigir la comunidad y ejercer en ella los ministerios, sino que incluye todos los niveles de la vida sacerdotal y, por tanto, la actitud del Buen Pastor, que "da la vida por las ovejas" (Jn 10,11). Es la nota característica de la espiritualidad sacerdotal, a condición de que se la presente en el contexto evangélico: concretada en pobreza, obediencia, castidad (las virtudes características del Buen Pastor). Es la "ascética propia del pastor de almas" (PO 13).

 

      Como en los otros temas teológicos, el Maestro Avila no habla con nuestra terminología, sino con expresiones patrísticas. Por esto describe la actitud del pastor como "ferviente celo", amor de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobe el sacerdocio, n.39, 1450ss). "Ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de almas" (Plática 7ª, 62ss), a imitiación de Cristo que "amó a la Iglesia hasta entregarse en sacrificio por ella" (Ef 5,25). El servicio ministerial incluye la actitud de dar la vida, puesto que los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss).[19]

 

      No sería posible esta caridad pastoral sin el espíritu y la práctica de la oración. El Maestro propone renovar el modo de examinar para Ordenes: "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Ser 10, 132ss).[20]

 

      Es verdad que, en los escritos avilistas, la renovación sacerdotal se concreta más en la vida de pobreza, pero ello es debido a que esta virtud evangélica es la clave para vivir las demás virtudes del Buen Pastor, la fraternidad sacerdotal y la disponibilidad misionera. El Maestro era un ejemplo. Su gran fecundidad apostólica era debida a su vida evangélica: "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real".[21]

 

      No se sigue un ideal de perfección abstracta, sino el compartir la misma vida de Cristo[22]. Así lo afirma el Maestro, comentando Mt 8,20: "No tuvo renta, casa ni posesión. Santa Marta lo acogía como a pobre, y otros le ayudaban con sus haciendas, siendo Él Señor de todas las cosas del mundo, tanto que nace en casa ajena, que el día de su muerte en sábana y sepultura de otro le enterraron y celebraron sus exequias" (Ser 16, 61; cfr. Ser 2, 240ss; Ser 3, 206ss).

 

      La fecundidad apostólica está en relación directa con la pobreza evangélica, tal como la vivió el Señor: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir" (Ser 81,100ss).[23]

 

      Si no hay renovación sacerdotal por una vida de pobreza,los sacerdotes no sabrán ser "padres de los pobres" (Advertencias II, n.99, 1290ss; cfr. Plática 8ª, 55ss). Al instar a esta vida de pobreza sacerdotal, el Maestro se remite a los primeros tiempos de la Iglesia, fecundos en el campo de la evangelización: "Bienaventurados eran aquellos tiempos, cuando no había en la Iglesia cosa temporal que buscar, mas adversidades y angustias que sufrir; y aquel solo entraba en ella que por amor del Crucificado se ofrecía a padecer estos males presentes con cierta esperanza de reinar con Él en el cielo" (Memorial I, n.7, 187ss).

 

      En las "Advertencias" para el concilio de Toledo, en la Pláticas 6ª y 8ª y en la carta n. 177, el Maestro invita a poner en práctica la renovación eclesial y clerical querida por Trento (cfr. Advertencias I, nn. 1-2, 8, 13; Advertencias II, n.10). Efectivamente, los bienes de la Iglesia (las "rentas"), que distribuyen los clérigos, son para su honesta sustentación y para el bien de los pobres: "Los obispos y beneficiados todos no pueden gastar de las mismas rentas todas, más de lo necesario para poder vivir moderadamente; y que lo demás deben dar a pobres" (Advertencias I, n.25, 795ss). "En esto se fundan las rentas eclesiásticas: en mantener al obrero, y no a enriquecerlo... si el Evangelio les da que se mantengan, todo lo que a esto sobra se ha de restituir en obras pías" (Plática 8ª, 13ss).

 

      La vida de pobreza se concreta, según el PO 17 y también según el Maestro Avila (que cita los concilios antiguos), "en lo que toca a sus personas y casas" (Advertencias I, n.1). El Maestro invita a que "cualquiera halle en ella olor de cielo muy mayor que en las casas de las más estrechas religiones. Que, pues el estado es más perfecto que de religiosos, justo es que lo sea la vida y todo lo demás" (Advertencias I, n.5, 177ss). De otro modo se estaría en oposición con la figura de Cristo clavado en cruz (ibídem, n.5) y Buen Pastor (ibídem, n.6). El Maestro no deja de detallar: muebles, comida, criados, rentas... (cfr. Advertencias I, nn.7-13).[24]

 

      En cuanto a la obediencia y castidad, encontramos más bien motivaciones, que al ser recordadas por quien las vive, recuerdan la frescura del evangelio: imitación de Cristo, inmolación, amistad profunda con Cristo, desposorio, fecundidad apostólica...

 

      Estas virtudes hacen al sacerdote disponible para ejercer los ministerios con la actitud del Buen Pastor. La predicación es "oficio principal" (Advertencias I, n.17, 477ss)[25]. Pero para ejercer este ministerio se requiere un adecuada formación teológica, pastoral y espiritual (cfr. Advertencias I, n.34). Se ha de predicar "doctrina de palabra de Dios y de los santos, dicha con calor de Espíritu Santo" (Memorial II, n.12, 499ss).[26]

 

      Sin esta preparación, la predicación sería superficial: "¿Pensáis que no hay más sino leer en los libros y venir a vomitar aquí lo que habéis leído?" (Ser 49, 173ss). El Maestro desea una renovación profunda en aquel ambiente histórico que dejaba mucho que desear: "Restan los predicadores de la palabra de Dios, el cual oficio está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin gran daño de la cristiandad. Porque como éste sea el medio para engendrar y criar hijos espirituales, faltando éste, ¿qué bien puede haber sino el que vemos, que, en las tierras do falta la palabra de Dios, apenas hay rastro de cristiandad?" (Memorial I, n.14, 345ss).[27]

 

      Para predicar con fruto se necesita el testimonio del predicador: "Gran dignidad es traer oficio en que se ejercitó el mesmo Dios, ser vicario de tal Predicador, al que es razón de imitar en la vida como en la palabra" (Carta 4, 18ss). "El predicador, el confesor, delante ha de ir. No ha de hablar palabra buena que primero no la haya él obrado" (Ser 5 -2-, 276ss). Los predicadores "son luz del mundo, que están puestos sobre candelero; que son ciudades asentadas sobre monte" (Gálatas, n.3, 144ss; cfr. Is 62,2).

 

      El Maestro usaba la expresión de subir al púlpito "templado", es decir, con la actitud de predicar "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo"[28]. La oración debe preceder a la predicación: "El día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular" (Carta 7, 234ss).

 

      La renovación personal del predicador se concreta en no buscar su propio interés ni tampoco agradar a los demás: "El verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir" (Gálatas, n.8, 388ss; cfr. n.45).

 

      De esta predicación se seguirá una verdadera renovación de la Iglesia: "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª, 26ss; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco). El fervor de la Iglesia, en cada época histórica, necesita esta predicación renovada: "¡Oh Iglesia cristiana, cuán caro te cuesta la falta de aquellos tales enseñadores, pues por esta causa está tu faz tan desfigurada y tan diferente de cuando estabas hermosa en el principio de tu nacimiento!... ¿Sabéis cuál fue la causa de vida eclesial? Haber predicadores, encendidos con fuego de amor celestial, que encendían los corazones de los oyentes al fervoroso amor de Jesucristo nuestro Señor" (Ser 55, 783ss, 811ss).[29]

 

      La predicación lleva necesariamente a la celebración de los misterios de Cristo, especialmente en la Eucaristía. La renovación sacerdotal encuentra en la Eucaristía su fuente y su fuerza. Poder pronunciar las palabras de la consagración, presupone una vida de santidad. El Señor pone "en manos" de sus sacerdotes, "su poder, su honra y su misma persona" (Plática 1ª, 13s; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.25, 1007ss).

 

      El paralelismo entre la Encarnación y la Eucaristía, coloca al sacerdote en disposición de imitar las actitudes de la Santísima Virgen: "Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote" (Ser 55, 235ss)[30]. Por celebrar la oblación de Cristo, el sacerdote está llamado a imitar sus sentimientos sacerdotales: "En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 348ss).

 

 

3. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular y para la Iglesia universal

 

      Entre las cuestiones que impresionan más sobre la renovación sacerdotal en el postconcilio del Vaticano II y al inicio del tercer milenio, especialmente para el clero diocesano, sobresalen los temas del Presbiterio como "fraternidad sacramental" (PO 8) o "realidad sobrenatural" y "mysterium" (PDV 74), así como la pertenencia a la Iglesia particular como hecho santificador y evangelizador, es decir, como "elemento cualificador para vivir su espiritualidad cristiana" (PDV 31; cfr. PDV 32, 68, 74). Esta pertenencia a la Iglesia particular se traduce en disponibilidad misionera universal (PO 10).[31]

 

      Si a ello se añade la propuesta que hace el Papa Juan Pablo II sobre un "proyecto" de vida en el Presbiterio bajo la guía el propio obispo (cfr. PDV 79), da la sensación de que la renovación sacerdotal está sólo comenzando[32]. La figura de San Juan de Avila puede servir de estimulante para hacer realidad estas voces del Espíritu Santo hoy.

 

      No podemos encontrar en el Maestro Avila nuestra propia terminología, pero sí podemos ver en él los mismos contenidos: un sacerdote que vive y enseña estas realidades de gracia al estilo de los Apóstoles y, por tanto, como seguimiento evangélico radical, en comunión eclesial, para la misión.

 

      En la doctrina del Maestro Avila se constata una actitud permanente de estrecha relación con el propio obispo, con quien, en el Presbiterio, se forma una sola familia: "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros... Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él" (Memorial I, n.5, 122ss).[33]

 

      Esta relación familiar, de trato personal, facilita la actuación del mismo obispo y la aceptación fiel y generosa por parte de los sacerdotes: "Con deseo de nuestra enmienda (Dios) nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae ganas de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro, mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, ansí para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª, 264ss).

 

      Al obispo, ayudado por sus sacerdotes, compete formar a sus futuros colaboradores en el Presbiterio de la Iglesia particular, puesto que a ellos toca "dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71, 2915s). "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Ser 81, 122ss).[34]

 

      Cuando el concilio afirma que el Presbiterio es una "fraternidad sacramental" (PO 8), deja entender que esta fraternidad es exigencia del sacramento del Orden y, al mismo tiempo, es un signo eficaz de evangelización. El Maestro Avila decía: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª, 274ss).[35]

 

      Si las expresiones son distintas de las nuestras, la realidad de gracia es la misma. La doctrina avilista describe el Presbiterio, compuesto por quienes (obispo y presbíteros) "son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Ser 81, 94s), puesto que son "retrato de la escuela y colegio apostólico" (Advertencias I, n.4, 162s).

 

      Para renovar la vida y ministerio sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular, los documentos actuales señalan diversas áreas o niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. El Maestro Ávila ofrece material para cada nivel, especialmente en cuanto a la vida espiritual, intelectual (estudio) y pastoral.[36]

 

      En tiempo del Maestro Avila, el Presbiterio quedaba simbolizado por los clérigos que ejercían los ministerios en la catedral, en estrecha relación con el obispo. La reforma de la catedral, querida por el concilio tridentino, sería un eslabón necesario para que el Seminario adjunto pudiera formar buenos pastores. Por esto, el Maestro insta a que se aplique el concilio tridentino: "Y primero conviene que reformen a los más conjuntos, que es el clero todo, y luego a los demás; y de estos más conjuntos, primero a los que están más inmediatos, que son todos los señores de las catedrales, de los cuales habla el c. 4 de la ses. 22 y el c. 12 de la ses. 24" (Advertencias I, n.33).[37]

 

      El proyecto de vida, que se pide hoy para el Presbiterio, puede encontrar, en la doctrina avilista, unas pistas sobre la vida fraterna, el estudio, los diversos ministerios y la espiritualidad (cfr. Advertencias I, n.33).[38]

 

      De todos es conocida la labor del Maestro en el campo educativo. Cuando se trata de los sacerdotes, aconseja una formación especializada  y universitaria, en vistas a predicar "lección de Sagrada Escritura" (Memorial II, nn.67-68). Así se podrán seleccionar mejor los ministros que hayan de ejercer los diversos cargos.[39]

 

      La comunidad eclesial (Iglesia particular) será la primera favorecida por esta reforma sacerdotal: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos de prelado que imitare este celo!" (Ser 81, 88ss).

 

      Una de las señales más claras de renovación sacerdotal (a nivel espiritual y pastoral) es la apertura a la Iglesia universal. Aunque el Maestro no usa nuestras expresiones actuales (misión "ad gentes", primera evangelización, etc.), su doctrina pastoral y su acción evangelizadora sin fronteras. El mismo y sus discípulos, especialmente sacerdotes, se movían en esta perspectiva universalista: "En viniendo Jesucristo, poniéndose en el madero, luego se levantó señal que llamaba y traía a sí, no solamente un pueblo, sino todos los pueblos" (Gálatas, n.4, 224ss).[40]

 

      La misión recibida por los Apóstoles tiene estas características de universalidad: "Mandó a sus siervos, que fueron los apóstoles, ir unos a Oriente, otros a Occidente" (Ser 24, 270s). Así lo cumplieron los Apóstoles y sucesores: "No paró la salud del Padre, que es Cristo, en el pueblo de los judíos, mas salió, cuando fue predicado por los apóstoles en el mundo, y ahora lo es, acrecentándose cada día la predicación del nombre de Cristo a tierras más lejos para que así sea luz, no sólo de los judíos que creyeron en Él, a los cuales predicó en propia persona, mas también a los gentiles que estaban en ceguedad de idolatría tan lejos de Dios" (AF cap. 111, 11453ss).

 

      El paulinismo de San Juan de Avila le lleva a esta disponibilidad universalista, que arranca de la naturaleza misma de la Iglesia. En efecto, la Iglesia ha sido "congregada de diversidad de gentes en una fe y en un baptismo" (Ser 68, 116s). Es "la Iglesia universal" (Ser 20, 94s), redimida por Cristo, "el Deseado de todas las gentes" (Carta 42, 106s; Ser 2, 545; cfr. Ag 2,8). Según la doctrina paulina, Dios "quiere que todos se salven y vengan a conocimiento de esta verdad" (1Tim 2,4); la consecuencia a que llega el Maestro Avila, comentando este texto, es la siguiente: "Pues sin ella (sin la Iglesia) no pueden agradar a Dios ni salvarse, no la deja de dar a nadie, si por él no queda" (AF cap. 43, 4358ss; cfr. 1Tim 2,4).

 

      La renovación sacerdotal deriva, pues, hacia esta dimensión misionera universal: "¡Quién pudiese tener mil millones de lenguas para pregonar por todas partes quién es Jesucristo!" (Carta 207, 15ss). La oración del sacerdote es para "que aproveche a todo el mundo" (Plática 2ª, 153s), como "si todo el mundo estuviese encima de él" (ibídem, 460; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.7, 232ss).

 

      Los discípulos de San Juan de Avila siguieron sus pisadas, imitando con él la Vida Apostólica de disponibilidad misionera: "Vivían sus discípulos apostólicamente... sacerdotes ejemplares, que... predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado".[41]

 

 

Líneas conclusivas

 

      La renovación sacerdotal actual que puede derivar de la figura de San Juan de Avila tiene las características de una estrecha relación personal con Cristo Buen Pastor. Es renovación que se concreta en la caridad pastoral, no como concepto teórico ni tampoco sólo como acción externa, sino como actitud de compartir la misma vida, misión y virtudes del Buen Pastor, según el modelo de la Vida Apostólica. Si es auténtica esta renovación, se reflejará en la construcción del Presbiterio de la Iglesia particular, tal como queda descrito en la doctrina conciliar y postconciliar, con la derivación consecuente hacia la Iglesia universal.

 

      No hay que olvidar que la doctrina avilista es invitación a vivir la interioridad o Corazón de Cristo, cuyo misterio se anuncia, celebra y comunica a la comunidad. El Maestro tiene en cuenta la situación concreta del sacerdote en aquel ambiente histórico, con sus aspectos positivos y negativos. Precisamente por esto, no deja de proponer medios prácticos de vida y ministerio sacerdotal

 

      Para una renovación sacerdotal al inicio del tercer milenio, la síntesis doctrinal avilista ofrece una "mística" entusiasmante, que puede presentarse según las diversas dimensiones: teológico-trinitaria (gloria de Dios), cristológico-eucarística, eclesiológico-esponsal, mariana, evangélica o de seguimiento radical, antropológica y sociológica.

 

      Como hemos indicado en el presente estudio, la figura sacerdotal de Cristo descuella como Buen Pastor que se quiere prolongar en el sacerdote ministro. De ahí derivan las virtudes o espiritualidad específica de sacerdote, en relación con los diversos ministerios, en la familia sacerdotal del Presbiterio con el propio obispo, al servicio de la Iglesia particular y universal. La consecuencia a que llega es muy concreta: "El estado sacerdotal, que se tome con los fines para que lo instituyó el Sumo Sacerdote Cristo".[42]

 

      El sacerdote ministro está profundamente relacionado con Cristo. Por ser "pregonero de Cristo" (Carta 165, 91) y dispensador de los misterios de Dios (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.11), el sacerdote es "un hombre que profesa ser ministro de Cristo crucificado" (Memorial II, n.91, 3520s). El trato íntimo es de "amistad" y de "estrecha familiaridad" con Cristo, "como persona que tiene con el Señor particular amistad y particular trato" (Tratado del sacerdocio, n.9, 304).

 

      La exigencia de santidad se convierte en posibilidad, en cuanto que el sacerdote vive en sintonía con sus intereses salvíficos universales: "Es mucha razón que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos... En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse con los deseos y oración de él" (Tratado del sacerdocio, n.10, 344ss). La celebración eucarística será la fuente de una entrega generosa, puesto que "¿cómo puede un sacerdote ofender a Dios teniendo a Dios en sus manos?" (Ser 64, 135s). El sacerdote está en el altar "en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264s).

 

      La dimensión eclesial está intrínsecamente unida a la dimensión cristológica: "El sacerdote, como Orígenes dice, es la faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia" (Tratado sobre el sacerdocio n.11, 396ss; cfr. Orígenes, In Lev. homil. 5,3.4).

 

      La dimensión mariana es una consecuencia de la dimensión cristológica, eucarística y eclesial. Se subraya el paralelismo y también la relación materna y filial respectivamente. La acción sacerdotal es semejante a la de María por "el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado", no sólo una vez, sino frecuentemente (Tratado del sacerdocio, n.2, 70ss). Por ello, los sacerdotes ministros son "semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre" (Plática 1ª, 111ss; cfr. Carta 157, 260ss).[43]

 

      La vivencia de estas dimensiones lleva a la "caridad para con todos" (Ser 10,132ss), puesto que los sacerdotes ministros han sido llamados "para pastores" y para "dar la vida, como hizo Cristo" (Advertencias I, n.6, 198ss).

 

      Los discípulos y lectores de San Juan de Avila no se sienten condicionados por su doctrina, sino más bien estimulados a vivir el estilo evangélico del Buen Pastor. Un resumen de las líneas básicas del estilo avilista podría ser el que nos da su biógrafo L. Muñoz: "Vivían sus discípulos apostólicamente... Tuvo si duda intento... de fundar una religión de sacerdotes ejemplares, que, coadjutores de los obispos, acudiesen a cultivar las almas, enseñar a los niños la doctrina, criar santamente la juventud, ayudar a los fieles en el camino de la salvación, gobernar los más perfectos en la vida espiritual; finalmente, que predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado".[44]

 

      Las Iglesias particulares y sus Presbiterios podrían encontrar en la figura sacerdotal de San Juan de Avila una invitación eficaz para una entrega evangélica sin rebajas y para una misión apostólica sin fronteras, en armonía con todas las vocaciones y ministerios, y en comunión con el sucesor de Pedro que preside la caridad universal y que lleva para todos el "cántaro" del agua viva (cfr. Ser 33, 249ss; Lc 22,10): "¿Quién habrá que no siga al vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo?" (Memorial II, n.41, 1772ss). Por esto, podemos reconocer, todavía hoy, en la figura y escritos del Maestro, con palabras de Pablo VI, "una escuela de intensa espiritualidad".[45]

 

      El Mensaje de Juan Pablo II con ocasión del V centenario del Maestro Avila (10 de mayo de 2000) es una invitación a continuar profundizando en su incidencia sacerdotal: "El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización... Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los saceredotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reune en la caridad".[46]

 

                 EL MAESTRO AVILA Y LA RENOVACION SACERDOTAL

                        AL INICIO DEL TERCER MILENIO

 

                                                         Juan Esquerda Bifet

 

 

Presentación: Santidad y renovación sacerdotal en el inicio del tercer milenio

 

      Una lectura atenta de los textos conciliares y postconciliares del Vaticano II, pone de relieve unas líneas renovadoras sobre la vida y ministerio sacerdotal, todavía no puestas en práctica suficientemente.

 

      La renovación sacerdotal de cada época histórica sólo será posible en la medida en que haya santos sacerdotales al estilo de San Juan de Avila o del Cura de Ars.

 

1. La doctrina avilista sobre la renovación del sacerdote como signo del Buen Pastor

 

      En los escritos avilistas y, especialmente en la predicación, aparece con frecuencia la figura del Buen Pastor, para llamar a la reforma de vida y a la santidad.

 

      La renovación sacerdotal arranca del hecho de que los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss).

 

      Al hacer la aplicación al sacerdote ministro, el Maestro Avila insta a la santidad y renovación por el hecho de representar a Cristo.

 

      La renovación de la vida y del ministerio sacerdotal, a la luz del Buen Pastor, llevaría a los mismos rasgos característicos de la figura de San Juan de Avila: vida contemplativa y eucarística, fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu Santo, equilibrio de ministerios (profetismo, liturgia, pastoreo), seguimiento evangélico al estilo de los Apóstoles, disponibilidad misionera, catequesis en todos los sectores de la comunidad, preferencia pastoral por la juventud y por los pobres, comunión eclesial y dimensión profundamente mariana...

 

2. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal, en la línea de la caridad pastoral y de las virtudes del Buen Pastor según la Vida Apostólica

 

      El punto de referencia al Buen Pastor (en la doctrina avilista y en las enseñanzas del Vaticano II) incluye la línea básica de la "Vida Apostólica" ("apostolica vivendi forma") y, consecuentemente, la práctica de las virtudes del Buen Pastor, como seguimiento evangélico radical. La doctrina del concilio y del postconcilio es muy clara.

 

      La "Vida Apostólica" incluye siempre tres aspectos principales: seguimiento evangélico radical, vida comunitaria y disponibilidad misionera (cfr. Mt 19,27ss; Lc 10,1ss; Jn 20,21-23).

 

      Así aparece en la doctrina avilista, cuando describe a los sacerdotes como "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4. 162s).

 

      No sería posible esta caridad pastoral sin el espíritu y la práctica de la oración.

 

      En los escritos avilistas, la renovación sacerdotal se concreta más en la vida de pobreza; pero ello es debido a que esta virtud evangélica es la clave para vivir las demás virtudes del Buen Pastor, la fraternidad sacerdotal y la disponibilidad misionera.

 

      En cuanto a la obediencia y castidad, encontramos más bien motivaciones, que al ser recordadas por quien las vive, recuerdan la frescura del evangelio: imitación de Cristo, inmolación, amistad profunda con Cristo, desposorio, fecundidad apostólica...

 

      Estas virtudes hacen al sacerdote disponible para ejercer los ministerios con la actitud del Buen Pastor. La predicación es "oficio principal" (Advertencias I, n.17, 477ss).

 

      El paralelismo entre la Encarnación y la Eucaristía, coloca al sacerdote en disposición de imitar las actitudes de la Santísima Virgen.

 

3. La doctrina avilista sobre la renovación sacerdotal en el Presbiterio de la Iglesia particular y para la Iglesia universal

 

      Entre las cuestiones que impresionan más sobre la renovación sacerdotal en el postconcilio del Vaticano II y al inicio del tercer milenio, especialmente para el clero diocesano, sobresalen los temas del Presbiterio como "fraternidad sacramental" (PO 8) o "realidad sobrenatural" y "mysterium" (PDV 74), así como la pertenencia a la Iglesia particular como hecho santificador y evangelizador, es decir, como "elemento cualificador para vivir su espiritualidad cristiana" (PDV 31; cfr. PDV 32, 68, 74). Esta pertenencia a la Iglesia particular se traduce en disponibilidad misionera universal (PO 10).

 

      En la doctrina del Maestro Avila se constata una actitud permanente de estrecha relación con el propio obispo, con quien, en el Presbiterio, se forma una sola familia, "pues prelados con clérigos son como padres con hijos" (Memorial I, n.5, 122ss).

 

      Esta relación familiar, de trato personal, facilita la actuación del mismo obispo y la aceptación fiel y generosa por parte de los sacerdotes.

 

      Cuando el concilio afirma que el Presbiterio es una "fraternidad sacramental" (PO 8), deja entender que esta fraternidad es exigencia del sacramento del Orden y, al mismo tiempo, es un signo eficaz de evangelización. El Maestro Avila decía: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª, 274ss).

 

      El proyecto de vida, que se pide hoy para el Presbiterio, puede encontrar, en la doctrina avilista, unas pistas sobre la vida fraterna, el estudio, los diversos ministerios y la espiritualidad (cfr. Advertencias I, n.33).

 

      Una de las señales más claras de renovación sacerdotal (a nivel espiritual y pastoral) es la apertura a la Iglesia universal.

 

Líneas conclusivas

 

      La renovación sacerdotal actual que puede derivar de la figura de San Juan de Avila tiene las características de una estrecha relación personal con Cristo Buen Pastor. Es renovación que se concreta en la caridad pastoral, no como concepto teórico ni tampoco sólo como acción externa, sino como actitud de compartir la misma vida, misión y virtudes del Buen Pastor, según el modelo de la Vida Apostólica. Si es auténtica esta renovación, se reflejará en la construcción del Presbiterio de la Iglesia particular, tal como queda descrito en la doctrina conciliar y postconciliar, con la derivación consecuente hacia la Iglesia universal.

 

      Para una renovación sacerdotal al inicio del tercer milenio, la síntesis doctrinal avilista ofrece una "mística" entusiasmante, que puede presentarse según las diversas dimensiones: teológico-trinitaria (gloria de Dios), cristológico-eucarística, eclesiológico-esponsal, mariana, evangélica o de seguimiento radical, antropológica y sociológica.

 

      Las Iglesias particulares y sus Presbiterios podrían encontrar en la figura sacerdotal de San Juan de Avila una invitación eficaz para una entrega evangélica sin rebajas y para una misión apostólica sin fronteras. Por esto, podemos reconocer, todavía hoy, en la figura y escritos del Maestro, con palabras de Pablo VI, "una escuela de intensa espiritualidad" (Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970).

 



    [1]Es la figura descrita en "Pastores dabo vobis" cap. I, nn.6-7 (esperanzas y obstáculos). Ver: AA.VV., El presbítero en la Iglesia de hoy (Madrid, Soc. Educ. Atenas, 1994).

    [2]AA.VV., Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE, 1989); AA.VV., Espiritualidad del Presbiterio (Madrid, EDICE, 1987).

    [3]Algunos estudios han afrontado el estilo renovador del Maestro Avila: A. DE LA FUENTE GONZÁLEZ, El Bto. Mtro. Juan de Ávila, alma de la verdadera reforma de la Iglesia española: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 231-250; J. DEL RÍO MARTÍN, Santidad y pecado en la Iglesia. Hacia una Eclesiología de San Juan de Ávila (Córdoba 1986); Idem, Ecclesia sancta: hacia la reforma de la reforma según San Juan de Ávila, en: AA.VV., Ecclesia tertii millenni advenientis, Casale Montferrato, PIEMME 1997 (omaggio al P. Antón... nel suo 70º compleanno), 459-476.

    [4]Estos documentos sacerdotales han sido publicados aparte de las obras completas: Juan de Ávila, Escritos sacerdotales (Madrid, BAC, reed. 2000).

    [5]Algunos estudios sobre la doctrina sacerdotal en el Maestro: T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68; Id., Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969); Id., Razón de ser del sacerdocio ministerial. Estudio histórico doctrinal sobre Juan de Ávila en relación a la problemática actual: Teología del Sacerdocio 2 (1970) 121-163; J.J. GALLEGO, Sacerdocio y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila (Córdoba 1998); B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44. Ver otros estudios en notas posteriores; I. ROMERO, Fuego de cruzado. Estampas de sacerdocio del Maestro Juan de ÁVila: Semblanzas sacerdotales (Vitoria 1947). Ver otros estudios en notas posteriores.

    [6]Es la doctrina de Santo Tomás: III, q.22, a.4.

    [7]Al glosar los contenidos de Juan 10 (el buen pastor) y de Lucas 15 (la oveja perdida), hace referencia al tema veterotestamentario de Dios Pastor y del futuro pastor, el Mesías, anunciado por los profetas (cfr. Ser 79,80ss: Isaías; 185ss: Ezequiel).

    [8]El tema se completa con la referencia a María, "nuestra Pastora" (Ser 15,23), que es modelo del cuidado materno que ha de tener todo pastor: "Pastora, no jornalera que buscase su propio interés" (Ser 70,737ss).

    [9]La triste realidad de la separación de los protestantes o reformadores pudo ser debida, según el Maestro, a la falta de renovación en los pastores. "Y es una justa permisión que, pues han dejado la santidad, por la cual fueron amados, y reverenciados, y obedecidos como padres y pastores verdaderos, les haya permitido el Señor venir a dar en majestad y vanidad de mundana pompa por ser tenidos como lobos y tiranos" (Advertencias I, n.2, 75ss).

    [10]"Los apóstoles y sus sucesores, revestidos de una autoridad que reciben de Cristo, Cabeza y Pastor, han sido puestos ‑con su ministerio‑ al frente de la Iglesia, como prolongación visible y signo sacramental de Cristo" (PDV 16). Algunas expresiones avilistas: "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª, 223s). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264ss). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (Plática 1ª, 123).

    [11]Los estudios sobre la doctrina sacerdotal avilista acentúan la dimensión de santidad y de ministerialidad. Además de los estudios citados anteriormente, ver: J. DELICADO BAEZA, Dispensador de los misterios de Dios: Semana Avilista (Madrid 1969) 149-167; M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26. Ver otros estudios en notas posteriores.

    [12]Para renovar las catedrales, los Seminarios y la comunidad en general, hay que empezar por la renovación de los sacerdotes ministros (cfr. Advertencias I, nn.33-52). En cuanto a la renovación de los obispos, la predicación será su principal ministerio (ibídem, n.17); la visita pastoral por parte del obispo, practicada con la periodicidad conveniente, ha de ir acompañada por la predicación, sacramentos, caridad hacia los necesitados y reforma de vida; habrá que celebrar también los sínodos diocesanos e interdiocesanos (ibídem, nn.19-23).

    [13]La doctrina avilista en relación con la problemática sacerdotal de su época: R. GARCÍA VILLOSLADA, Problemas sacerdotales en los días del Bto. Ávila (Madrid, Semana Avilista, 1969) 11-29; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; J. MARTÍN ABAD, Imagen normativa del sacerdote en el siglo XVI (1500-1563) (Valencia 1975) (Tesis Doctoral); F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981).

    [14]Habrá que seleccionar a los candidatos de este modo, teniendo en cuenta su desposorio con la Iglesia: "Cómo se ejercita el catecismo de los rudos; qué cuidado tiene de las viudas, pobres y personas miserables, de las cuales es padre el obispo... Tenga cuenta que de aquí adelante no será elegido a dignidad obispal persona que no sea suficiente para ser capitán del ejército de Dios, meneando la espada de su palabra contra los errores y contra los vicios, y que pueda engendrar hijos espirituales a Dios, pues es esposo de su Iglesia, y en señal de ello trae anillos en sus manos" (Memorial II, n.42, 1823ss).

    [15]Estudio el tema en: Introducción a la doctrina de San Juan de Avila (Madrid, BAC, 2000), cap. VI, n. 2: Los ministerios sacerdotales.

    [16]Introducción a la doctrina..., o.c., cap. I, 2 (líneas básicas de su figura).

    [17]Ver estos tres aspectos en "Presbyterorum ordinis": nn.15-17 (seguimiento), n.8 (vida comunitaria), n.10 (disponibilidad misionera). En la exhortación apostólica postsinodal "Pastores dabo vobis" se presentan estos aspectos como participación en la sucesión apostólica (PDV 60), que trae como consecuencia la práctica radical (no necesariamente la profesión o los votos) de los consejos evangélicos (PDV 4-5, 15-16, 22, 29, 49, 60 (cfr. Dir 57-67). En la exhortación sobre la vida consagrada ("Vita consecrata") se indica que ese género de vida es imitación de la "apostolica vivendi forma" (cfr. VC 45, 93-94).

    [18]Con algo de añoranza respecto a la primitiva Iglesia, afirma: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos del prelado que imitare este celo!" (Ser 81, 88ss).

    [19]Las expresiones avilistas son muy llamativas, sin componendas: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso" (Carta 208,11ss). "El jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias" (Plática 7ª, 72ss). De ahí se sigue la entrega constante por el servicio ministerial: "Que velen su ganado, que puedan decir como el Señor: No me las arrebatará nadie" (Ser 15, 539ss; cfr. Jn 10,30). Ver: A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426.

    [20]Parece referirse al amor materno del apóstol Pablo (cfr. Gal 4,19), cuando dice: "Que si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muerto a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naím: No quieras llorar. Y les daría resucitadas las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª, 375ss). Todo apóstol ha de ser "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobre el sacerdocio, n.39, 1449ss).

    [21]L. Muñoz, Vida, Lib.3º, cap.4.

    [22]La pobreza sacerdotal es exigida por el hecho de representar a Cristo: "Cierto es que nació en pobreza y aspereza, y de la misma manera vivió, y con crecimiento de esto murió. Y habiendo Él traído la embajada del Padre con este tan humilde aparato, no se agradará que su embajador, pues es de rey celestial, vaya con aparato de mundo" (Carta 182, 100ss). Podríamos, pues, afirmar que la comunidad eclesial tiene derecho de ver en el sacerdote cómo era la caridad (pobreza, obediencia, castidad...) del Buen Pastor.

    [23]Sin la actitud de pobreza, "no podrán vacar bien al oficio de ánimas, que pide a todo el hombre, y plega a Dios que baste" (Ser 81, 184ss).

    [24]El decreto "Presbyterorum Ordinis" (Vaticano II) dice: "Guiados, pues, por el Espíritu del Señor, que ungió al Salvador y lo envió a evangelizar a los pobres, los presbíteros, y lo mismo los Obispos, mucho más que los restantes discípulos de Cristo, eviten todo cuanto pueda alejar de alguna forma a los pobres, desterrando de sus cosas toda clase de vanidad. Dispongan su morada de manera que a nadie esté cerrada, y que nadie, incluso el más pobre, recele frecuentarla" (PO 17).

    [25]El Maestro se remite a Trento (ses. V, cap.2 y sess. XXIV, cap.4).

    [26]Sobre la predicación avilista, ver: R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524; A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27; J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades n.21 (1928); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [27]Para corregir estos eventuales defectos, existentes incluso en los obispos, el Maestro aconseja que éstos tengan "un hombre docto en teología... con quien comuniquen lo que han de predicar; principalmente que basta en los obispos, para el pueblo, una doctrina llana, que ésta es la que aprovecha más, y en su boca de ellos serán piedras preciosas... Éste es su oficio precipuo y éste quiere el concilio hagan por sí mismos" (Advertencias I, 488ss).

    [28]Así lo testifica Fr. Luís de Granada: Vida, parte 1ª, cap.2.

    [29]Son muchas las afirmaciones del Maestro sobre la renovación del ministerio de la predicación: "Dichoso oficio por el cual Dios es engrandecido en los corazones humanos y estimado por digno de ser temido, y reverenciado, y amado... (los predicadores) son comparados al mismo sol, porque con el calor y fuego de la Palabra de Dios producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.45, 1579ss).

    [30]Es conocido el fragmento mariano en que reclama santidad sacerdotal: "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª, 111ss; cfr. Carta 157, 260ss).

    [31]Otras expresiones: "familia sacerdotal" (ChD 28; PDV 74), "un hecho evangelizador" (Puebla 663), el cauce normal o "el lugar privilegiado" para "encontrar los medios específicos de santificación y evangelización" (Directorio 27). El concilio presenta esta "íntima fraternidad" como exigencia "de la común ordenación sagrada y de la comunión misión" (LG 28).

    [32]"Esta responsabilidad lleva al Obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas" (PDV 79).

    [33]La Iglesia particular y el Presbiterio necesitan la actuación del carisma episcopal (LG 23; cfr. PO 7-8). En efecto, el obispo está llamado a "fomentar la santidad de sus clérigos, de los religiosos y de los laicos, de acuerdo con la peculiar vocación de cada uno" (ChD 15; cfr. PO 7; ChD 15-16; PDV 74, 79; SC 42). Sobre él "recae principalmente la grave responsabilidad de la santidad de sus sacerdotes" (PO 7). Ver el Directorio "Ecclesiae Imago" sobre el ministerio pastoral de los obispos (n. 111). Cfr. J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal en relación con el carisma episcopal: Burgense 40/1 (1999) 61-79. (recoge y analiza datos conciliares y postconciliares).

    [34]"Adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial II, n.43, 1883ss).

    [35]Sobre el significado y alcance de este signo eficaz ("sacramental"), ver PO 8, comentado por Puebla 663: "Un hecho evangelizador" (Puebla 663).

    [36]El Maestro Avila ofrece abundantes elementos para los diversos niveles de formación, especialmente en las cartas 5, 8, 148, 225, 236, etc.

    [37]  El Maestro pide que "en las catedrales haya tanta frecuencia de sermones como en las parroquias" (Advertencias I, n.18, 549s). Se queja de que en las catedrales "suelen faltar sermones en principalísimas festividades, y así se quedan sin declarar al pueblo aquellos altísimos misterios que en ellas se celebran" (Advertencias I, n.18). Por esto, los canónigos deben ser "muy amigos de la sagrada lección y de la oración" (Carta 148, 140ss).

    [38]En la carta n.148, dirigida a unos canónigos (parece ser del cabildo de Córdoba), indica la oración, el estudio, las obras de caridad, porque entonces "crecerá en ellos el bien comenzado" (Carta 148, 140ss). La fraternidad conseguida es "misericordia grande de Dios", puesto que "los quiere dar Dios perdón y tomarlos por hijos" (ibídem, 5ss).

    [39]No le gusta el sistema de acceder a los cabildos por oposición. "Estos medios no parecen convenientes para el predicador cristiano" (Memorial II, n.70, 2839ss). "Sería mejor que el tal cabildo se enviase a informar a las universidades y a otras partes donde las tales personas han predicado, y llámese aquel de cuya vida, letras y predicación mejor información se hallase" (ibídem, 2854ss).

    [40]Es conocido el hecho de haberse ofrecido, recién ordenado sacerdote, para la evangelización en el Nuevo Mundo (Tlaxcala). Algunos de sus discípulos marcharon a al Nuevo Mundo, al África y a la India. Todos se mostraban abiertos a la evangelización sin fronteras (cfr. L. Muñoz, Vida, lib.2º, cap.1).

    [41]L. Muñoz, Vida, lib. 2º, cap.1.

    [42]L. MUÑOZ, Vida, lib.3º, cap.20.

    [43]J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114.

    [44]Vida, lib.2, cap.1. Añade el mismo biógrafo: "Fue muy celoso, con deseos y afectos ardentísimos, de que se conociese la perfección que pide el estado sacerdotal, que se tomase con los fines para que le instituyó el Sumo Sacerdote Cristo; procuró con grandes ansias y trabajó mucho para que todos fuesen perfectos sacerdotes. Hacíales muy de ordinario pláticas" (ibídem, lib.3, cap.20).

    [45]Pablo VI, Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 566.

    [46]JUAN PABLO II, Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avia, 10 de mayo de 1000: Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

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