Lunes, 11 Abril 2022 11:20

EL AÑO LITURGICO EN LOS SERMONES DE SAN JUAN DE ÁVILA Joan Esquerda i Bifet

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            EL AÑO LITURGICO EN LOS SERMONES DE SAN JUAN DE ÁVILA

 

 

                                                       Joan Esquerda i Bifet

 

 

Presentación

 

      La vida de San Juan de Ávila discurre entre los años 1499 (nació en Almodóvar, Ciudad Real) y 1569 (murió en Montilla, Córdoba). Hizo sus estudios principalmente en las universidades de Salamanca y de Alcalá. Su ministerio, principalmente dedicado a la predicación, comienza en Sevilla, el mismo año de su ordenación sacerdotal (1526). Su predicación abarcaba las poblaciones vecinas, con una interrupción entre los años 1531-1533, cuando fue procesado por la Inquisición. Desde 1535, su predicación y sus misiones populares tienen lugar desde Córdoba como punto de irradiación hacia todo el sur de la península ibérica. Sus correrías apostólicas terminarán en Montilla, diez años antes de su muerte, ya muy enfermo, pero todavía dedicado a la predicación y al apostolado epistolar.

 

      Aunque son abundantes los estudios realizados sobre su predicación, son todavía muy escasos los dedicados a su concepción litúrgica[1]. El presente trabajo quiere llenar, modestamente, una laguna, especialmente respecto a al año litúrgico, tal como aparece en el textos de los sermones del Maestro Ávila.

 

      La actualidad del Maestro Ávila no es debida sólo a la celebración del quinto centenario de su nacimiento y a la petición oficial sobre declararle Doctor de la Iglesia, sino que se trata de una figura que ha tenido gran repercusión en autores posteriores, hasta nuestros días. Su predicación tuvo lugar en unos momentos de cambios históricos e ideológicos (la primera mitad del siglo XVI): aperturas geográficas y científicas, renacimiento, humanismo cristiano, reforma, concilio Tridentino, tiempos de postconcilio...

 

      El Maestro Ávila, en su predicación, estrechamente relacionada con el año litúrgico, nos resume los datos fundamentales del cristianismo en línea vivencial (llamada a la santidad y contemplación) y también en línea celebrativa (vivencia litúrgica).

 

      Su predicación es eminentemente litúrgica (siguiendo especialmente los tiempos fuertes), pudiéndosele calificar de profeta, liturgo y pastor. En su sepulcro se resume su vida con dos palabras ("messor eram", fui segador), que reflejan su ministerio profético de predicador, catequista y educador. De esa predicación se seguía la dirección espiritual de numerosas personas pertenecientes a todos los estamentos de la sociedad. Anunciaba el mensaje evangélico en vistas a ayudar a celebrarlo en la liturgia y a vivirlo por un camino de perfección. Intentaba una reforma eclesial que se basara en la reforma de personas y comunidades centradas en el misterio de Cristo, celebrado en la liturgia.[2]

 

1. El concepto y la vivencia de la liturgia en San Juan de Ávila

 

      Se nota en todos los textos avilistas un gran aprecio de los contenidos litúrgicos. Los tiempos fuertes de las celebraciones litúrgicas se armonizan con las fiestas de los santos e incluso con la piedad popular.

 

      No existía, en el siglo XVI, la sistematización y renovación litúrgica del postconcilio del Vaticano II. No obstante, el hecho de adentrarse en la celebración litúrgica, tal como aparece especialmente en los sermones y en el epistolario de San Juan de Ávila, produce la sensación de encontrarse con un pionero de una renovación posterior.

 

      Los momentos principales de la celebración litúrgica, tal como se comentan en los textos avilistas, son una invitación a la vida cristiana moral, espiritual y apostólica. Las explicaciones que ofrece el Maestro derivan de la misma celebración litúrgica. El aprecio de esta celebración es debido a que la "ordenó la Iglesia, movida por el Espíritu Santo" (Ser 3, 618s).

 

      La celebración litúrgica es principalmente sacramental, en el sentido de encuadrarse en un conjunto de signos portadores (eficaces) del mismo misterio que se celebra: "lo que muestran de fuera obran de dentro" (Ser 57, 357ss). Es la base para entender la liturgia como conjunto de signos celebrativos y comunicativos del misterio pascual de Cristo.

 

      El sentido "sacramental" de la liturgia, sobre todo en la celebración de los mismos sacramentos, indica las "señales de amor" (Ser 40, 16s), que nos incorporan a Cristo muerto y resucitado, "Cabeza" de su Cuerpo Místico (ibídem, 56ss). Cuando los fieles celebran y participan de esta realidad misteriosa y salvífica, su vida se transforma en la de Cristo: "Este Señor ensalza tanto a los suyos, juntándolos consigo mismo... que el bien que hacen ellos lo hace Él en ellos" (ibídem, 393ss).

 

      Todo deriva de la muerte redentora de Cristo que celebramos en la liturgia: "Muriendo allí en el monte Calvario, ordenando allí los sacramentos" (Juan I, lec. 20ª, 6124ss). De este modo, celebramos "la redemption del Señor, cuya virtud está y obra en los sacramentos" (AF cap. 18, 1812s; cfr. Ser 43, 220ss).

 

      La vida cristiana, guiada por el Espíritu Santo, se hace oblación como la de Jesús en el sacrificio redentor, presente ahora en el misterio eucarístico. La comunicación del Espíritu Santo, que se celebra más en Pentecostés, es fruto de todos los misterios de Cristo celebrados anteriormente: "Quien de esta semana (de Pentecostés) tiene parte, tiene parte en todas las otras fiestas del año" (Ser 28, 145s).

 

      Las celebraciones litúrgicas hacen posible que se actualicen (sin repetirse) los misterios del Señor: "Habéis de saber, hermano, que, aunque las fiestas de Dios se pasaron cuanto a la historia, pero no se pasaron cuanto a la virtud... Siempre dura la virtud de la pasión hasta que el mundo se acabe" (Ser 27, 9ss). Recordamos los misterios haciendo "memoria" efectiva y afectiva.

 

      El caminar cristino ya tiene sentido pascual, gracias a las celebraciones litúrgicas que hacen presente al Señor resucitado: "Ya Él ha tomado la posesión por todos; allá nos está esperando... Él pagó nuestras deudas... Grandes prendas de amor nos ha dado" (Ser 82,414ss). Los actos de culto (oración y sacrificio) son el reconocimiento de la supremacía de Dios. Se reconoce a Dios como fuente de todo, en el plano de la creación y de la redención obrada por Cristo. "Adorad, pues, a este Señor con reverencia profunda como a principio de vuestro ser" (AF cap. 64, 6526ss).

 

      Este culto litúrgico tiene lugar especialmente en la celebración eucarística, donde, por medio de Cristo, mostramos "reverencia y amor como verdaderos hijos de Dios, que tenemos mucho acatamiento a nuestro Padre" (Ser 41, 896ss). En toda celebración litúrgica ha de haber la actitud contemplativa, que significa el "silencio" admirativo de los misterio de Dios. Sin este silencio, no habría buena celebración cristiana. "Este silencio es honra muy propia de Dios, porque es confesión que se le deben tales alabanzas, que son inefables a toda criatura" (AF cap. 31, 3277ss). Los verdaderos adoradores reconocen al Dios tres veces "Santo" (cfr. Is 6,3) y "confiesan con el silencio que es el Señor mayor de lo que pueden entender ni decir" (ibídem, 3284ss).

 

      La celebración litúrgica se manifiesta en todo su esplendor cuando se trata del sacrificio de Cristo, presente en la Eucaristía. Efectivamente, la Eucaristía es "representación de Jesucristo crucificado" (Ser 47, 153s). "En la primera venida padeció y fue sepultado; y aquí se llama ser sacrificado en la misa, porque es representación de su sagrada pasión" (Ser 55, 241ss). Se llama "memoria" porque en ella se actualiza lo que Cristo hizo el Jueves Santo (Memorial II, n.79), "para que la Iglesia tenga sacrifico precioso que ofrecer al Eterno Padre" (ibídem, n.81, 3153s). Es "memoria" a modo de "retablo en que puso (Dios) todas sus maravillas, en que está debujado su encarnación, su nacimiento y su pasión, y todas las obras pasadas que ha hecho dignas de memoria" (Ser 41, 236ss).[3]

 

      En la Eucaristía se hacen presentes los misterios del Señor: "Encerró Dios en ese Sacramento santísimo todas sus maravillas pasadas... Pues aquí en el Sacramento hallaréis todo eso que ha ya tantos años que pasó; pues ésa es la virtud que tiene este santísimo Sacramento, como la que tenía el maná que cayó del cielo" (Ser 41, 215ss).

 

      La celebración litúrgica no puede reducirse a solos signos externos, sino que debe comprometer toda la persona. "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en este que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 677ss). Entonces el sacrificio de Cristo se prolonga en el creyente, quien "él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él" (ibídem, 693ss).

 

      La participación en el misterio redentor, presente en la Eucaristía, es la clave para valorar al Maestro Ávila como apóstol de la comunión frecuente e incluso diaria: "Comer de este Pan celestial o cada día o poco menos de cada día" (Ser 55, 815s), porque "así lo aconsejaron los santos" (Ser 58, 456s). Alude a las enseñanzas de San Agustín y San Jerónimo, quienes preguntados sobre "si es bueno comulgar cada día, responden que pluguiese a Dios que cada día hubiese aparejo para ello" (Plática 12, 19ss).[4]

 

      Toda la vida cristiana es un acto de culto, como oblación que se une a la oblación sacerdotal de Cristo. "A los cristianos hízolos sacerdotes en el espíritu... así todo cristiano tiene poder para en el altar de su corazón sacrificar a Dios" (Juan I; 16ª, 4756ss). Comentado el texto de San Pedro sobre el pueblo sacerdotal (cfr. 1Pe 2,9), presenta la vida cristiana como una oblación unida a la del Señor (cfr. Ser 73, 4ss; Carta 11, 249ss). Esta oblación es más valiosa que otras obras externas, porque es oblación de sí mismo: "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 680ss).

 

2. La predicación durante el año litúrgico

 

      Una de las características de la figura del Maestro Ávila es la de predicador evangélico. Sus discípulos y dirigidos se alimentaban de sus sermones, que tenían lugar especialmente con ocasión de las grandes fiestas litúrgicas[5]. Los biógrafos llaman al Maestro Ávila "predicador apostólico" o también predicador evangélico. Su estilo es eminentemente paulino (en cuanto a los contenidos y en cuanto al celo apostólico). Predicaba en templos, conventos, plazas y calles, según el género más adecuado del momento: homilías, conferencias o pláticas, catequesis.[6]

 

      La predicación siembre gira en torno al Misterio de Cristo, celebrado durante el año litúrgico, dando más espacio a las celebraciones del Corpus Christi (Eucaristía) y de Pentecostés (Espíritu Santo). Se adaptaba al pueblo sencillo, sin dejar de usar fórmulas teológicas tradicionales, explicándolas con sus contenidos bíblicos, patrísticos y magisteriales.

 

      Se puede seguir, al filo de sus sermones, todos los tiempos fuertes de la liturgia: adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua (pasión y resurrección), Pentecostés, Ascensión, Corpus Christi. Paralelamente, sigue también las fiestas marianas y de algunos santos. Van apareciendo los temas clásicos del mensaje cristiano (fe, sacramentos, moral, oración), a la luz de la Encarnación (en torno a la Navidad) y de la redención (en torno a la Pascua). Los temas más sistemáticamente explicados son los de la Eucaristía, el Espíritu Santo y la Santísima Virgen. Pero sus lecciones bíblicas, sobre la carta a los Gálatas y sobre la primera carta de San Juan, ofrecen los principales contenidos evangélicos. El hecho de partir de la palabra de Dios y de los textos litúrgicos de la fiesta que se celebra, prestan al texto un gran equilibrio entre la acción de la gracia (misericordia divina) y la cooperación y dignidad humana.[7]

 

      La fundamentación es eminentemente bíblica, con reflexiones teológicas en el momento oportuno, con una dicción literaria excelente, máxima claridad en la exposición, adaptación al auditorio. El texto se dirige al hombre concreto, en su situación histórica, cultural y sociológica. El Maestro muestra gran respeto y aprecio hacia los oyentes, mientras, al mismo tiempo, les llama a la conversión o cambio radical de vida, para poder participar en el Misterio de Cristo. Invita a recibir el perdón y a entregarse generosamente al camino de la perfección. "La palabra dicha en el púlpito, que no revuelve al malo los humores, no se dice como palabra de Dios ni se recibe como palabra de Dios" (Ser 28, 409ss).[8]

 

      En el siglo XVI, tiempo de "renacimiento", supo aplicar los contenidos de la fe a las situaciones de la época. Afloran las situaciones históricas y sociológicas, con realismo y confianza, denunciando y alentando. Era como "una red barredera, porque iba dando avisos a todo género de personas"[9]. Según afirma él mismo, "el verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir" (Gálatas, n.8, 388ss; cfr. n.45).

 

      Puesto que la palabra que se anuncia, "palabra de Cristo es" (Ser 28, 376; cfr. Ser 80, 56ss), se necesita la preparación adecuada del predicador. Sus disposiciones personales se resumen en la santidad de vida, puesto que "anuncia" un mensaje divino como los "ángeles". Por esto, predicar "es oficio de ángeles" (Plática 4ª, 17): "El sacerdote, el predicador, ángel, quia angelus signifcat nuntius, y el predicador es mensajero de Dios y háblaos de Dios por su boca. Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real" (Ser 2, 35ss; cfr. Mal 2,7; ver también: Ser 4, 53ss; Ser 5 -2-, 255ss).[10]

 

      La llamada a la conversión y renovación (personal y social) es exigida y se hace posible por el amor de Dios, manifestado por medio de su Hijo Jesucristo. Por esto, puede detallar y denunciar los abusos, invitando a recibir el perdón y a decidirse a un camino de santidad. La predicación es siempre una referencia explícita a Jesucristo, como si el evangelio aconteciera de nuevo.

 

      El mensaje evangélico tiene el tono de derivar del amor de Cristo presente, que sigue pasando, hablando, llamando. Esta actualización del mensaje y de la misma presencia del Señor, tiene lugar especialmente al celebrar los misterios en las diversas fiestas del año litúrgico. El predicador ofrece la Palabra de Dios, glosada en el momento actual, hecho realidad especialmente por medio de los sacramentos y celebraciones eclesiales. Por esto llama a la santidad o perfección como exigencia del bautismo y de la Eucaristía. El mejor regalo que Dios puede hacer a una comunidad eclesial es la de un buen predicador: "Que un predicador acierte a ver, quiero decir a conocer lo que cumple, merced grande es que hace al pueblo" (Ser 18, 11ss). "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª, 26ss; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco).

 

      La forma dialogal de los sermones favorecía la participación activa, por parte de los oyentes, en las celebraciones que tenían lugar. Aunque el sermón llegara a durar, alguna veces, de dos a tres horas, ello no impedía la gran afluencia de público y la aceptación general[11]. Al Maestro le importaba especialmente exponer con claridad el mensaje evangélico: "Que un predicador acierte a ver, quiero decir a conocer lo que cumple, merced grande es que hace al pueblo" (Ser 18, 11ss). De este modo, subía al púlpito "templado", es decir, "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo".[12]

 

3. La dinámica del año litúrgico como exigencia de santidad y vida cristiana

 

      En las diversas fiestas del año litúrgico, el bautizado queda invitado a santificarse, dando culto a Dios. Toda fiesta litúrgica tiene sentido de celebración del culto, de práctica de la caridad, de descanso y de vida familiar: "Debía el cristiano de emplear los días de fiesta en que Dios fuese alabado, en descuidarse de sus negocios y de sus intereses y acordarse de los negocios y de los intereses de Dios, en que aquellos días fueses todos de Dios para gloria suya y para el alabanza suya... a usar de obras de misericordia y a tener particular cuenta con los beneficios de Dios" (Gálatas, n.37, 2138ss).

 

      Todo bautizado es llamado a vivir el misterio pascual celebrado en los sacramentos y en todo el año litúrgico: "Yo me acordaré de ti, Señor... que fuiste bautizado en el Jordán para dar fuerza a mi bautismo, mediante el cual fui engendrado en el Espíritu Santo y admitido a la compañía de la Iglesia santa, católica, y tenido por hijo tuyo" (Ser 49, 373ss).

 

      Los sermones sobre el adviento, se glosan los textos litúrgicos para preparar la Navidad. La venida de Señor se prepara con deseos ardientes que conduzcan a un cambio de vida. "Este tiempo de Adviento tiempo santo es, instituido para aparejarse el hombre, para aposentar a Dios" (Ser 3, 53ss). Es el tiempo de "aparejar posada a nuestro Señor y de saberlo tratar" (Carta 87, 1ss).

 

      Se recuerdan las tres venidas del Señor, armónicamente entrelazadas: la venida como Mesías, la venida como juez al final de los tiempos y la venida en la actualidad. La venida celebrativa de la actualidad litúrgica muestra a "Cristo tan manso, tan sin majestad, estimado el postrero de los hombres" (Ser 1 -1-, 224ss). Recordando las tres venidas, el creyente se estimula a recibir a Cristo presente en el prójimo necesitado (ibídem., 523ss).

 

      El adviento es tiempo propicio para instar a la santificación personal y a la renovación de las comunidades. Es la renovación que pedían los profetas y, especialmente, San Juan Bautista (cfr. Ser 2,1ss). El adviento ofrece una oportunidad de examen de conciencia sobre la propia vida: "Mirad vuestra conciencia; pagá lo que debéis; perdoná las injurias; salí de vuestros pecados y no me quede nadie que no se confiese y comulgue para recebir al Niño que ha de nacer, que representa la Iglesia que nace" (Ser 1 -1-, 759ss).[13]

 

      La preparación inmediata a la Navidad la resume en la actitud de ofrecer "posada" al Señor por medio de la práctica de la caridad: "No diga nadie: «No quiero este huésped»; que con solo venir paga bien la posada" (Ser 2, 266ss). Es el mismo Dios que pide posada: "¿Qué cosa es ver a Dios a la puerta de una ánima, llamando y rogando que le dé posada para bien de ella?" (Carta 87, 9ss). Adviento es tiempo de "deseos" de renovación (cfr. Carta 43). El Señor es el "Deseado" de todas las gentes (cfr. Ag 2,8); por esto, hay que "abrirle el seno de muestro deseo" (Carta 42, 106ss).

 

      La celebración de la Navidad se centra en el misterio de la Encarnación de Hijo de Dios. Al describir el misterio de Dios hecho hombre, el Maestro Ávila hace hincapié en las manifestaciones de pobreza, como cercanía a la humanidad doliente. Es, según los textos avilistas, la "Pascua" de Navidad (cfr. Ser 2, 64ss). Celebramos "el Niño nacido por muestro bien... Mientras este Niño más padece, más nos roba el corazón para le amar... ¿Quién constriñó a Dios a hacerse hombre? No otro sino el amor" (Carta 61, 1ss).

 

      Se invita al creyente a "aparejar" el corazón "para el Niño que ha de nacer, sin tener cosa propia, en las ánimas que lo quieren recebir. Extranjero viene y en mucha pobreza" (Carta 115, 2ss). "¿No ve vuestra señoría cuán proprio viene a nacer para conformare con los pequeños?" (Carta 134, 5ss). En el contexto navideño, todo invita a confianza, perdón y renovación: "Es hoy día de las misericordias de Dios y que rebosa de alegría y de confianza para los pecadores" (Ser 4, 255ss; cfr. ibídem, 505ss). La Navidad sigue aconteciendo: "Esta fiesta, hermano, de nacer Dios y hacerse chiquito por amor de los hombres, por vos se hace; alma, vos sois la dama, por vos se hacen estas justas, porque el hombre se remedie y se salve" (Ser 5 -2-, 50ss).

 

      El misterio de Dios humanado se inserta en nuestras circunstancias humanas: "Bajarse Dios a hacerse hombre, y después de humanado, nacer en un establo y estar llorando, puesto en un pesebre"... (Ser 2, 91ss). Por la fe se descubre a Dios hecho hombre, escondido en los detalles pobres de Belén (cfr. Ser 5-2-, 295ss; Ser 36, 1865ss). Es, pues, tiempo para afianzarse en la bondad divina, pasando del conocimiento propia a la confianza y a la entrega: "Establo soy, supla vuestra misericordia lo que en mí falta, provea lo que yo no tengo" (Ser 2, 622ss).

 

      El camino de la perfección cristiana se plasma en las circunstancias del nacimiento de Cristo en Belén (cfr. Ser 3, 46ss). Navidad es una llamada a las virtudes de la fe, la humildad, la confianza, el amor, el recogimiento, la pobreza... "¿Cómo contempláis la blandura de Dios, si sois áspero y duro para vuestros prójimo? ¿Cómo contempláis a Jesucristo nacido en Betlem, en un portal tan pobre, etc., si no tenéis paciencia para sufrir vuestra pobreza y las necesidades que se os ofrecen, y si deseáis en vuestro corazón ser rico?" (ibídem, 104ss). "Ea, pues, que a buscarnos viene este Niño, duélanos de nuestros pecados... pasemos hambre con él... obedezcamos a su voz" (ibídem, 735ss; cfr. Ser 5 -1-, 276ss).[14]

 

      La "manifestación" de Cristo a todos los pueblos se celebra en la Epifanía. Con la figura de los Magos se quiere expresar la búsqueda de Dios que se encuentra en todo corazón humano: "El mayor de los negocios del hombre es buscar a Dios,y de tal manera, que lo halle" (Ser 5 -1-, 1s). Buscar se salir de sí, como hizo Abraham: "El hombre que sale de su propia voluntad y de sus deleites y placeres, ese tal sale de su tierra y hallará a Dios" (Ser 5 -1-, 167ss; cfr. Gen 12).

 

      La Epifanía completa la Navidad, haciendo ver las títulos de Cristo recién nacido: Rey, admirable, consejero, fuerte, padre del mundo futuro, príncipe de la paz... (cfr. Ser 5 -1-, 54ss; comenta Is 9,6). Los detalles que se desprenden de los textos bíblicos y litúrgicos, indican los contenidos de la fe y de toda la vida cristiana. La "estrella de la fe" guía a los Magos y a nosotros al encuentro con Cristo: "Qué perdido anda el que busca a Cristo sin la estrella de la fe. En lo pobre y más olvidado del mundo está Cristo" (Ser 5 -1-, 248ss; comenta 1Cor 1,27). Cuando la estrella se oculta, como ocurrió en el camino de los Magos, hay que vivir más de la fe (cfr. Ser 5 -2-, 284ss). En encuentro con Cristo se traduce en "dones", es decir, en el sacrificio de sí mismo. "¿Habemos de parecer delante de él sin dones? No hay ninguno que no tenga que ofrecer, pues a sí mesmo se puede todo quemar en holocausto... El amor en las obras es el meollo, el tétano" (ibídem, 277ss).[15]

 

      En el camino hacia Cristo, la estrella simboliza a María: "¡Benditos hombres que con tal Estrella encontráis, mejor que la que os ha guiado hasta aquí! Aquella grande y chica, grande en los ojos de Dios y chica en los suyos" (Ser 5 -2-, 338ss). A Cristo se le encuentra con María: "Tómalo la Virgen en sus manos y múestraselo. En viendo los Reyes al Niño, alumbróles los corazones, y dales a entender que aquél era el Mesías. Derríbanse en el suelo" (ibídem, 349).

 

      La Navidad y Epifanía recuerdan a la Iglesia la actitud de María, de recibir y transmitir a Cristo (cfr. Ser 3, 46ss). Se imita a María en la actitud de silencio y en el compartir la pobreza del Señor: pañales, pesebre, portal.  María invita a visitar al Señor: "Prostraros delante del Niño y de la Virgen bendita, y besarle los pies y ofrecerle alguna cosa: rezarle algún rosario o pensar alguna cosa devota" (Ser 4, 303ss). La Virgen "nos lo dio niño, puesto en un pesebre, manso y humilde, para que ninguno que quisiera ser remediado, tema de llegarse a Él" (Ser 68, 230ss).

 

      La Iglesia, al celebrar la Navidad, imita las actitudes y vivencias de María: "Paraos a pensar cuán cuidadosa y alegre andaba la Virgen en estos ocho días (antes de Navidad), qué cuidados traía en su corazón, no como los vuestros... Por eso vuestro oficio ha de ser estos ocho días en disponeros. Jesucristo ha de nacer en mi alma, ¿qué aparejo haré, cómo lo aderezaré, para desque venga la halle bien aparejada?" (Ser 2, 61ss; cfr. Ser 4, 592ss). La fe de María era mayor que la de Abraham y de la de los Magos: "Primero que todos ellos lo adoró la Virgen, para dar a entender que si Abraham se dice padre de creyentes, más razón hay para que la Virgen se llame madre de fe. ¡Oh qué honrada está con este Niño, viendo a los reyes darle oro, encienso y mirra!" (Ser 5 -2-, 26ss).

 

      El tiempo litúrgico de cuaresma se, para la comunidad eclesial, camino de Pascua. Es camino de oración, penitencia, celebración sacramental y caridad (limosna). "La penitencia obra es de Dios y no del hombre" (Ser 7, 25s)[16]. El miércoles de ceniza es el inicio del tiempo cuaresmal, caracterizado por la penitencia, con el acento en el perdón de los pecados y la confianza en la misericordia divina: "¿Por qué me ponen ceniza? Porque no puedes hacer penitencia si eres fantástico, elevado y altivoso... Y porque te abajes, aunque seas rey, o emperador, o papa, y te conozcas por pobre y miserable necesitado de las limosnas de Dios, memento homo" (Ser 7, 193ss).

 

      Al explicar los textos litúrgicos de los diversos domingos de cuaresma, el Maestro Ávila va describiendo el camino espiritual a la luz del bautismo y de la Pascua: luchar contra las tentaciones (Ser 9), vencer a Dios con la oración (Ser 10), pedir el agua viva como la samaritana (Ser 11), vivir el sentido del evangelio sobre la multiplicación de los panes (Eucaristía, Palabra, limosna) (Ser 12), la luz de la fe (Ser 13), la nueva vida a la luz del llanto de Jesús y de la resurrección de Lázaro (Ser 14), el Buen Pastor que da la vida (Ser 15), etc. El camino de la cuaresma queda iluminado por la vida de Cristo, como camino hacia la cruz.

 

      El camino cuaresmal tiene significado cristológico. Tomando el símbolo de la ceniza, afirma: "Acuérdate, hombre, que eres ceniza, dice Dios; acuérdate del pecado que te consumió y fuego que te tornó ceniza; acuérdate que, para remediar esos males, hizo Dios por ti lo que hizo; para remediar esto vino Dios, y Él mismo fue abrasado de amor y, hecho cenizado (sic), fue trabajado, sudó, cansó, fue perseguido y afrentado, crucificado por ti... Crucifican a Cristo, y después la ceniza que da aprovecha para que con agua viva la esparzamos" (Ser 7, 339ss; cfr. Num 19,1-22: las cenizas de la vaca roja).

 

      "Acordarse" de Cristo, equivale a una actitud de penitencia  por unirse a sus padecimientos en la pasión. "Acuérdate de él con la penitencia, y tendrás parte en lo que Él padeció y ganó; porque no por otro canal ha de venir a ti el fruto de su pasión, sino mediante el acordarte de ella y el hacer penitencia" (Ser 42, 41ss). La penitencia cuaresmal no es el objetivo final, sino el medio para participar en el misterio redentor de Cristo: "Por eso la santa Iglesia nos da esta Cuaresma de término para deshacer con penitencia los malos tratos que entre año hemos hecho... para que así, quitados los pecados de en medio, vengamos a tomar parte de las penas que nuestro Señor pasó" (Carta 13, 65ss).

 

      Se llama a la conversión para participar de la misma vida de Cristo, "pues no puede haber perdón de pecados sin que se dé la gracia" (AF cap. 44, 4495s). Por esto, "el primer paso que el ánima ha de dar allegándose a Dios, ha he ser la penitencia de sus pecados" (AF cap. 71, 7360s).

 

      El año litúrgico camina hacia la Pascua, para celebrar la resurrección del Señor y los frutos de la misma en nosotros. Felicitar la Pascua tiene este sentido cristológico: "El Cordero que murió por sus ovejas y resucitó para bien de ellas, os de muy buenas Pascuas y os haga muy conforme a su santa voluntad, pues para esto os llama a su servicio" (Carta 126, 1ss).

 

      En los sermones avilistas sobre la Pascua, se describen las diversas apariciones del Señor, buscando su significado también para nosotros. Subraya la aparición en el camino de Emaús a dos discípulos (cfr. Ser 16) y la del Cenáculo a todos los Apóstoles (cfr. Ser 17). Cristo, en la aparición como peregrino, quiere indicar su cercanía con signos de pobreza como durante su vida pública (cfr. Ser 16, 46ss); en la aparición a los Apóstoles, quiere indicar el significado salvífico de sus llagas (ahora gloriosas) (cfr. ibídem, 90ss) y la glorificación de su mismo cuerpo (cfr. ibídem, 202ss). No deja de aludir a las otras apariciones narradas por los evangelios (cfr. 16, 213ss y Ser 17). "En el sepulcro entró muerto y salió vivo, sin que los lazos de la muerte lo pudiesen tener" (Ser 43, 99s).

 

      La liturgia pascual celebra el misterio de Cristo resucitado, invitando a creer y a adoptar una actitud de esperanza y una decisión de santidad. Se invita a repetir la profesión de fe de Santo Tomás: "Viendo la humanidad, creeré la divinidad" (Ser 17, 23). Jesús "resucitó por nuestra justificación" (Rom 4,25; cfr. Ser 55, 1047s).

 

      Las celebraciones pascuales tienen lugar especialmente en el momento eucarístico, donde cada creyente puede recibir los frutos de la redención: "Este Señor que has recebido venció a la muerte para ti y para Él; y pues te has arrimado a Él, Él te sacará a nado de este mar donde quieres entrar" (Ser 43, 108ss). De la resurrección de Cristo se seguirá la nuestra al final de los tiempos (cfr. Ser 43, 108ss), cuando "darnos ha cuerpo semejante al suyo, semejante a su claridad, semejante al suyo glorificado" (Ser 26, 603s). Efectivamente, gracias a su resurrección, también nosotros resucitaremos con él: "Nos ha el Señor de resucitar para vivir una vida que nunca más muerta" (AF cap. 22, 2169s).

 

      La venida del Espíritu Santo es fruto de la muerte y resurrección de Cristo (cfr. Ser 32, 451ss). Los seis sermones dedicados a Pentecostés presentan, pues, el fruto salvífico de la muerte, resurrección y ascensión del Señor. Es la "Pascua" del Señor, quien comunica a los suyos los frutos de la redención[17]. No nos aprovecharía la redención realizada por el Señor, si no recibiéramos el Espíritu Santo: "Este día (Pentecostés) es tan grande, de tanta dignidad, que quien en él no tiene parte, no la tiene en ningún otro día de Jesucristo; ya que la muerte de Jesucristo ganó perdón de pecados; pero sin la gracia que hoy se da, no te aprovecha nada... Si la recibes, Jesucristo quedará muy bien pagado de todo cuanto pasó en este mundo" (Ser 32, 451ss).

 

      No es una fiesta sólo para recordar, sino que vuelve a acontecer la efusión del Espíritu en la Iglesia: "¡Qué lindo día y casamiento tan hermoso! Hoy salva Dios al mundo por el Espíritu Santo. Pues ¿por qué se dice Jesucristo Salvador? Ansí es, que lo es, que por sus ruegos vino el Espíritu Santo a los hombres" (Ser 31, 242ss).

 

      Pero estas celebraciones pascuales y pentecostales son una exigencia de santidad: "Hoy baja la luz a los hombres, hoy baja la misma persona del Dios, el Espíritu Santo, y entra en los corazones de los hombres... Hoy salva Dios al mundo por el Espíritu Santo" (Ser 31, 242ss). El Espíritu viene según la preparación y según los deseos que se tengan sobre su venida: "Y pues ves, hermano, que por los merecimientos de Jesucristo se da el Espíritu Santo, no ceses de pedirlo, no dejes de desearlo con gran deseo, sintiendo de Él que vendrá a tu ánima... apareja tu posada... y todos estemos con verdadera confianza, que por su misericordia vendrá en fuego de amor, fortalecerá nuestros corazones y darnos ha sus dones" (Ser 27, 509ss).

 

      El Maestro une a la fiesta de Pentecostés la memoria del Cenáculo: "Mira a la benditísima Virgen y a los Apóstoles recogidos en el cenáculo" (Ser 27, 333ss; cfr. Act 1,14). Al celebrar este misterio, nos acordamos de que María sigue presente en la Iglesia e intercediendo por nosotros: "Por grande misterio tengo quedar la Madre de Dios entre los Apóstoles, así después de la pasión como después de la ascensión... abogada tienes en la Virgen María... Ten por averiguado que si vas a la Madre de Dios, que si te encomiendas a ella, vendrás con consuelo y alivio de toda cuanta pena tuvieres" (Ser 32, 492ss).

 

      Otras fiestas del año litúrgicovan apareciendo en los escritos avilistas, especialmente en los sermones dedicados al Corpus Christi, a la Asunción de María (y otras fiestas marianas) y a algunos santos.

 

      Casi todos los veintisiete sermones avilistas dedicados a la eucaristía, fueron predicados durante las fiestas del Corpus Christi. Los "regocijos de fuera", que hacían "rebosar... las anchuras de las calles y plazas", tienen como objetivo principal proclamar "nuestra fe que este es nuestro Señor, Rey, Redemptor, Esperanza y Medianero; Criador nuestro, por ser Dios; camino para pasar a gozar de El, por ser hombre" (Ser 35, 279ss). El Maestro aprovechaba esos días para la catequesis y para invitar a una participación más activa y consciente en la celebración eucarística y a la puesta en práctica del mandato del amor (cfr. Ser 36, 284ss). Participar en la fiesta equivalía a participar en la misma vida de Cristo. Sugirió al concilio de Trento, que hubiera "cada día sermón" durante todo el "octavario", para poder exponer más ampliamente la doctrina eucarística (Memorial II, n. 80).[18]

 

      La fiesta mariana más explicada en los sermones avilistas es la Asunción. Le dedica cuatro sermones (Ser nn. 69, 70-72), en los puede encontrarse toda la doctrina mariana y especialmente el significado del misterio de la Asunción. Su glorificación en cuerpo y alma es fruto de la redención del Señor y de haber estado asociada íntimamente a él. En otros sermones se explican las fiestas marianas de la natividad (Ser 60-62), la presentación en el templo (Ser 63), la purificación de Nuestra Señora (Ser 64), la Anunciación (Ser 65), la visitación (Ser 66), la soledad o Dolorosa (Ser 67), la Virgen de las Nieves (Ser 68). A veces se hace referencia especial al nombre de María (Ser 65 -2-, 292ss).[19]

 

      También la predicación del Maestro Ávila tenía lugar en las fiestas de los santos, ofreciendo una síntesis del santo, a la luz de la misma celebración litúrgica, especialmente a partir de los textos bíblicos. Hay sermones en las siguientes fiestas: San Nicolás (Ser 73), Santos Fabián y Sebastián (Ser 74), San José (Ser 75), Santa María Magdalena (Ser 76), San Mateo (Ser 77), San Francisco de Asís (Ser 78), Todos los Santos (Ser 79), Santa Catalina (Ser 80) y Santos Evangelistas (Ser 81). El sermón dedicado a San José (19 de marzo) es uno de los más largos. Comenta 1,18 (María, Madre de Jesús, desposada con José); la fiesta redunda en alabanza del Señor y de su madre: "Así todo lo que se dijere en alabanza del santo Josef resulta en honra de Jesucristo nuestro Señor, que lo honró con nombre de padre, y de la Virgen Santa María, de la cual fue verdadero y castísimo esposo" (Ser 75, 26ss).[20]

 

A modo de conclusión

 

      Los sermones avilistas, tenidos durante el año litúrgico, son una fuerte invitación a la santidad y la misión como exigencia de la caridad que dimana del misterio pascual. La referencia a los misterios del Señor (desde la encarnación hasta la ascensión) es continua. Se pueden ir viviendo los momentos fuertes del año litúrgico a través de los sermones y del epistolario del Maestro Ávila: Adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua, Pentecostés, Corpus, fiestas marianas y de los santos. El domingo "es diputado al pensamiento de la resurrección y la gloria que en el cielo poseen los que allá están" (AF cap. 72, 7463ss).



    [1]Sobre la liturgica: M. BRUNSÓ, El espíritu litúrgico del P. Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 169-197. Sobre la predicación: R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524; A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27; J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades n.21 (1928); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador). Para otros temas avilistas, con bibliografía para los temas principales, ver: Diccionario de San Juan de Ávila (Burgos, Monte Carmelo, 1999).

    [2]Citamos los textos avilistas según: L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970-1971). Citamos los sermones con la sigla Ser (indicando el número del sermón y las líneas). Otras citas son fáciles de discernir: AF ("Audi Filia"), Juan (comentario a la primera carta de San Juan), Gálatas (comentario a la carta a los Gálatas), Memorial (Memoriales al concilio de Trento), Vida (la biografía de Fr. Luís de Granada o de Luís Muñoz, según los casos), etc.

    [3]Cuando celebramos esta "memoria", el Señor hace presente su sacrificio redentor (cfr. Ser 38, 5s). Allí se hace presente "lo que Cristo padeció por vosotros. De manera que es el Sacramento un retablo de toda la vida pasada de Jesucristo" (ibídem, 681ss). El cuerpo y la sangre de Cristo, presentes en la Eucaristía, son, pues, "memoria de aquella sagrada pasión" (Ser 51, 498). En la Misa se sigue "representando y significando muy en particular la muerte del Señor" (Ser 57, 121ss; cfr. Cartas 6 y 8).

    [4]L. AGUIRRE, El Bto. Juan de Ávila, paladín de la Eucaristía: Verdad y Vida 2 (1944) 422-436; M. BRUNSÓ, El Padre Ávila y la Eucaristía: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 29-56; J.M. CARDA, Los efectos de la Eucaristía en los escritos del Bto. Ávila: Rev. Española de Teología 18 (1958) 261-281; A. HUERGA, El Beato Ávila y el Maestro Valtanás: dos criterios distintos en la cuestión disputada de la comunión frecuente: La Ciencia Tomista 84 (1957) 425-457.

    [5]De su predicación, se siguió un grande mejora de vida en San Juan de Dios y San Francisco de Borja. Muchos de sus discípulos, como Fr. Luís de Granada, se formaron escuchando con sencillez y generosidad los sermones avilistas. Cfr. L. GRANADA, Vida, parte 3ª, cap. IV (De la predicación de este siervo de Dios y el fruto que con ella hizo); L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º (Vida y predicación). Cfr. A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27.

    [6]L. Muñoz nos ha dejado unas pinceladas que describen su predicación: "No predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese" y que, como resultado de sus sermones, "iban todos las cabezas bajas, callando, compungidos". "Sus palabras, aunque fuesen de reprensión, iban envueltas en amor, caridad y celo del aprovechamiento de las almas, y así le oían con notable afecto" (Vida, lib.1º, cap.7-11 y 22). Aconsejaba a sus discípulos: "Amar mucho a nuestro Señor". Había que subir al púlpito "templado", es decir, "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo" (L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap.2).

    [7]Se suelen dividir los sermones del Maestro Ávila en dos grandes apartados: ciclo temporal y ciclo santoral. El número total es de 82. El ciclo temporal (59 sermones) abarca todo el año litúrgico, resaltando al adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua (pasión y resurrección), Pentecostés (Espíritu Santo), Ascensión, Corpus Christi (Eucaristía). El ciclo santoral puede distribuirse en sermones en las fiestas de Nuestra Señora (14 sermones) y sermones de santos (10 sermones). Se nos han conservado sus sermones gracias a sus discípulos que los transcribían durante la predicación y luego guardaban celosamente. A veces, el Maestro había redactado un esquema amplio o también corregía el texto transcrito por los discípulos. De ahí la doble o triple redacción con ciertas variantes, tal vez por adaptación a diferentes lugares. Cfr. B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap. XII (catequista, predicador, escritor).

    [8]Cfr. J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades (1928) n.21.

    [9]L. GRANADA, Vida, parte 3ª, cap. 5.

    [10]Así aconseja a sus discípulos predicadores: "El día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular" (Carta 7, 234ss). Por medio de la oración y el estudio, los predicadores "han de tener que dar y que les quede; han de tener para sí y para los otros" (Ser 80, 109s).

    [11]Cfr. R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524.

    [12]L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap. 2. "Como persona de letras y ingenio que era... llevaba el sermón bien enhilado" (ibídem, parte 3ª, cap. 5).

    [13]Va instando a una preparación adecuada: "Aquel que se encerró en el vientre de la Virgen... quiere venir a cada uno de los que estáis aquí... Aparejadle, hermanos, vuestras ánimas, que quiere Dios venir a ellas" (Ser 2, 128ss).

    [14]Al hablar de la Navidad, el Maestro no puede olvidar la Eucaristía, y viceversa (cfr. Ser 41, 368ss, 568ss). En la fiesta del Corpus, invita a imitar a "los pastores, que fueron apriesa y vieron al Hijo de Dios, y trujéronlo metido espiritualmente en sus entrañas" (Ser 55, 323ss). Es también una invitación a imitar la actitud de fe de los Reyes Magos (cfr. Ser 50, 254ss).

    [15]Esos mismos contenidos aparecen en el epistolario de tiempo de epifanía (cfr. Carta 43, 12ss).

    [16]Se trata especialmente del orden moral: "Esto es ayuno: poco hablar, poco deleitar, dieta de la mala vida que has tenido todo el año, cura de las enfermedades en que caíste todo el año... Ha de ayunar hombre en todo lo malo, los ojos, pensamientos, la voluntad" (Ser 7, 249ss; sobre el miércoles de ceniza).

    [17]Cfr. P. JOBIT, Bienheureux Jean d'Avila, sermons sur le Saint Esprit, (Namur, Les écrits des Saints, 1960).

    [18]El Maestro explicaba al pueblo los datos de la institución de la fiesta, por parte de Urbano IV (Const. "Transiturus" de 1264), como fruto de una inspiración del Espíritu Santo, para "hacer maravillas" en las personas y en la sociedad, de acuerdo con "la alteza de este milagro" eucarístico (cfr. Ser 35, 210ss).

    [19]J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114; Idem, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550A. MOLINA PRIETO, Los tres sermones asuncionistas de San Juan de Ávila, en: Virgo Liber Verbi (Roma, Marianum, 1991) 281-309; D. FERNÁNDEZ, Culto y devoción popular a María en la obra de San Juan de Ávila: Ephemerides Mariologicae 31 (1981) 79-99.

    [20]Dios quiso que "San Josef, hombre bajo según el mundo y oficial carpintero, fuese levantado a tanta honra de ser verdadero esposo de la Madre de Dios y de ser llamado padre y tomado por ayo de aquel que tiene al Eterno Padre por padre y que es criador de cielos y tierra" (Ser 75, 80ss). Se santificó en el trabajo (cfr. Advertencias necesarias para los Reyes, n. 16). En San José aparece la humildad del Verbo encarnado (cfr. Ser 65 -2-, 274s; comenta la anunciación: Lc 1,27).

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