Lunes, 11 Abril 2022 11:18

SAN JUAN DE AVILA, MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y SACERDOTAL

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     SAN JUAN DE AVILA, MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y SACERDOTAL

 

(Sumario)

                                     I

 

                    SU FISONOMÍA ESPIRITUAL Y APOSTÓLICA

 

      1. Algunos gestos espirituales más significativos de su vida

      2. Escritos. Contenidos espirituales

 

                                     II

 

                     MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

 

      1. Espiritalidad y vida cristiana

 

      a) Espiritualidad, santidad, perfección

      b) Las virtudes cristianas

      c) La vida de oración

      d) Seguimiento e imitación de Cristo

      e) Ascética, sabiduría de la cruz, martirio

      f) Espiritualidad y misión

 

      2. El proceso de la vida espiritual

 

      a) El camino contemplativo y de experiencia de Dios

      b) El camino de la santidad o perfección cristiana

      c) Obstáculos en la vida espiritual

      d) Medios básicos de espiritualidad

 

      3. Vocaciones y estados de vida

 

      a) La vocación cristiana común y diferenciada

      b) Vocación al laicado

      c) Vocación a la vida consagrada

      d) Vocación al sacerdocio ministerial

 

                                    III

 

                    MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

      1. El sacerdocio cristiano

 

      a) Cristo Sacerdote y Buen Pastor

      b) Iglesia, pueblo sacerdotal

      c) El sacerdocio ministerial

 

      2. Los ministerios sacerdotales

 

      a) La dedicación a los ministerios sacerdotales

      b) Ministerio de la Palabra

      c) Ministerios litúrgicos y sacramentales

      d) Servir a la comunidad eclesial

 

      3. Vida, espiritualidad y formación sacerdotal

 

      a) Vida al estilo de los Apóstoles

      b) Caridad pastoral y virtudes del Buen Pastor: pobreza, obediencia, castidad

      c) La oración sacerdotal, unidad de vida

      d) Obispo, Presbiterio, diócesis

      e) Formación sacerdotal. Proyecto de vida

      f) Líneas básicas de la espiritualidad y santidad sacerdotal en la escuela del Maestro Juan de Ávila

 

                                     IV

 

                             LINEAS CONCLUSIVAS

 

Trazos fundamentales de su espiritualidad cristiana y sacerdotal

 

                                     I

 

 

                    SU FISONOMÍA ESPIRITUAL Y APOSTÓLICA

 

 

        1. ALGUNOS GESTOS ESPIRITUALES MÁS SIGNIFICATIVOS DE SU VIDA

 

      La espiritualidad del Maestro Avila aparece con toda claridad en los principales gestos de su vida y en los contenidos de sus escritos. Son momentos fuertes de experiencia de Dios, de entrega a la voluntad divina y de servicio a los hermanos. Se nota una gran coherencia entre su vida y sus escritos.

 

      Su infancia discurre en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, Campo de Calatrava), desde su nacimiento (fiesta de la Epifanía de 1499 ó de 1500), hasta el inicio de sus estudios en Salamanca (1513). Los biógrafos hacen resaltar su piedad eucarística y mariana, así como sus gestos de caridad para con los pobres y su espíritu de sacrificio. Los estudios jurídicos en Salamanca discurren entre 1513 y 1517. Pero dejó incompletos los estudios, tal vez por una iluminación especial sobre el sentido de la vida, y regresó de nuevo a su ciudad natal (1517-1520), aunque es posible que estuviera ausente un tiempo en una orden religiosa.[1]

 

      Fue a estudiar Artes y Teología en la universidad de Alcalá (1520-1526), aconsejado por un religioso franciscano. Fue ordenado sacerdote en 1526 y quiso celebrar la primera Misa en Almodóvar, para venerar la memoria de sus padres ya difuntos. Repartió todos sus bienes entre los pobres, que había convidado para la fiesta. Se trasladó a Sevilla con la intención de poder embarcar hacia las Indias con Fr. Julián Garcés, que partiría como primer obispo de Tlaxcala (México).

 

      En Sevilla inició sus primeros trabajos apostólicos (desde 1527 a 1533). Se destacaba por su vida de oración y su labor catequética y caritativa. Las fechas sevillanas incluyen también alguna correría apostólica en ciudades de alrededor (Écija) y los años en que fue procesado por la Inquisición (1531-1533).[2]

 

      Sus primicias apostólicas las realizó conviviendo con un compañero suyo de estudios en Alcalá, el P. Fernando Contreras. Con éste y otros sacerdotes se dedicó, con estilo de vida evangélica, a la predicación popular por las calles de Sevilla, a la caridad para con los necesitados y encarcelados. Un sermón predicado en la iglesia del Salvador, ante el arzobispo de Sevilla (Don Alonso Manrique), fue la ocasión que impidió su viaje misionero hacia las Indias. Los biógrafos señalan que las extraordinarias cualidades espirituales del predicador provocaron la decisión del arzobispo.

 

      Su modo de predicar (alrededor de Sevilla: Écija, Alcalá de Guadaira, Lebrija...) no agradaba a todos y fue acusado ante la Inquisición, donde estuvo procesado entre los años 1531-1533. Hubiera podido tachar a los testigos, que lo habían denunciado calumniosamente y tal vez por haber denunciado sus conductas desarregladas; pero el Maestro prefirió confiar en la Providencia. Aprovechó aquellos tiempos de reclusión para escribir el primer proyecto del "Audi Filia". Fue en la cárcel donde principalmente aprendió el misterio de Cristo, porque, como diría posteriormente, "la Escritura Sacra la da nuestro Señor a trueque de persecución" (carta 2).[3]

 

      Después del proceso inquisitorial, puede considerarse clérigo de Córdoba, a donde llega en 1535, llamado por el obispo Fr. Juan Álvarez de Toledo. Con base en Córdoba, reuniendo a sus discípulos en el Alcázar viejo, fue realizando las predicaciones y misiones populares por el sur de España (Andalucía, Extremadura, parte de la Manca y Sierra Morena).

 

      A Granada acudió en 1536 para predicar, llamado por el arzobispo Don Gaspar de Ávalos. Se le ofreció una canongía que no aceptó. Allí ayudó a Juan Cidad (San Juan de Dios) a cambiar de vida (1535). También encontró a San Francisco de Borja con ocasión de predicar durante los funerales de la emperatriz Isabel (1539). Sus mejores discípulos los consiguió también en Granada y por esas fechas: Bernardino de Carleval, rector del Colegio Real, y Diego Pérez de Valdivia. En Granada están fechadas las primeras cartas que conocemos (desde 1538).

 

      Por donde pasaba para ejercer su labor apostólica, siempre con la colaboración de sus discípulos, dejaba instituciones educativas, residencias clericales y universitarias (que estudiamos en los apartados siguientes). A Baeza acudió en 1539 para reconciliar bandos enfrentados en luchas sangrientas; allí ayudó a organizar la universidad poniendo como formadores a sus discípulos. Este tema merece también estudio aparte.

 

      Su retiro en Montilla (Córdoba) pudo tener inicio en 1554, ya enfermo, hasta su muerte ocurrida el 10 de mayo de 1569. Dejó huella imborrable en esta ciudad y, de modo especial, entre los clérigos, padres y novicios jesuitas y monasterios. Los "Memoriales" (1551 y 1561) para el concilio de Trento y las "Advertencias" (1565-1566) para el sínodo de Toledo, fueron también escritos en Montilla. Escribe a San Ignacio en 1549. El año 1568 escribe también a Santa Teresa aprobando su autobiografía.

 

      Su muerte ocurrió en Montilla, el 10 de mayo de 1569. La enfermedad había sido larga y dolorosa, como "vino generoso con que Dios obsequia a sus amigos" (según él mismo afirmaba). Su oración durante el sufrimiento se expresaba con estas palabras: "Señor, crezca el dolor y crezca el amor, que yo me deleito en el padecer por vos". Pedía la Eucaristía con estas palabras: "Denme a mi Señor, denme a mi Señor". Expiró con la mirada puesta en el crucifico después de recitar la oración mariana "Recordare, Virgo Mater" y los nombres de Jesús, María y José. Según su última voluntad, fue enterrado en la Iglesia de la Compañía de Montilla. El epitafio de su sepulcro resume su carisma: "Messor eram" (fui segador).[4]

 

 

                    2. ESCRITOS. CONTENIDOS ESPIRITUALES

 

      Los escritos avilistas ofrecen contenidos profundos (bíblica y teológicamente), siempre con un enfoque muy pedagógico en el uso de imágenes y ejemplos. Se siente al Maestro muy cercano, claro, invitando a la vivencia evangélica. Las expresiones culturales son las de la época, dejando entrever las circunstancias sociológicas y eclesiales. El tono es de suma confianza en el amor de Dios, pero llamando a la perfección de la caridad. El lenguaje es el de un clásico castellano, sobrio, amalgamado con la imaginación y el calor meridional.[5]

 

      El Audi Filia es el documento más característico del Maestro Ávila, puesto que resume toda su enseñanza y refleja su misma vida. En realidad, las cartas y algunas pláticas tienen los mismos contenidos (cfr. cartas 20, 85 y plática 3ª). El objetivo es el de orientar a las personas que pedían consejo en el camino de la vida espiritual. Aunque la redacción se hizo en diversos momentos, el núcleo primitivo y permanente  consiste en el comentario al salmo 44 (45) ("escucha, hija"), en relación con Cantares 3,11 ("salid y mirad").[6]

 

      El tratado tiene una fuerte dimensión cristológica y eclesial, puesto que se trata del camino del desposorio de la Iglesia con Cristo. Hacia el final del tratado (en su última redacción) pueden constatarse las líneas principales del mismo. A la luz de los versículos 11 y 12 del salmo 44 (45) ("Oye, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y codiciará el rey tu belleza"), se describe un proceso de vida espiritual como conocimiento propio para seguir a Cristo Esposo y llegar a la unión transformante.

 

      Ha sido el mismo Maestro quien (en la redacción que sería publicada en 1574, después de su muerte) describe los contenidos del texto, esbozando las etapas clásicas de la vida espiritual: incipientes, proficientes, perfectos. Por esto, expone, en primer lugar, la realidad humana con sus limitaciones (engaños o tentaciones del mundo, carne y demonio), indicando los medios ascéticos para superarlas. Expone ampliamente los contenidos de la fe católica, que ilumina todo el camino espiritual y supera la tentación del sujetivismo (sentimentalismos). El conocimiento propio, adquirido en el proceso de la oración (especialmente por la meditación de la pasión), infunde confianza en la misericordia divina y alienta hacia el amor a Dios y al prójimo. La "salida" de sí mismo equivale al itinerario de dejar la propia voluntad (y el pecado) para revestirse de la hermosura espiritual, merecida por Cristo Redentor y comunicada a nosotros por los medios de vida espiritual (conocimiento propio, oración, penitencia).

 

      Es Cristo Esposo quien llama a escuchar su palabra, para salir de sí mismo, venciendo las tentaciones y entregándose a la perfección. Todo el proceso espiritual es, pues, una respuesta a la llamada de Dios Amor. La vida cristiana es camino de "justificación" y perfección. La humanidad vivificante de Cristo Esposo, que se ha entregado al Padre por amor a la Iglesia su esposa, es el hilo conductor.

 

      Se ha constatado la influencia del "Audi Filia" en santos y autores espirituales. Gran parte de la doctrina avilista pasó a formar parte del patrimonio espiritual cristiano de la humanidad, por medio de estas figuras de alto nivel: Fr. Luís de Granada, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, etc.[7]

 

      Los Memoriales al concilio de Trento fueron escritos a petición de Don Pedro Guerrero, quien, recién nombrado arzobispo de Granada, hubiera querido llevarse al Maestro para la segunda convocación del concilio (1551). Ambos Memoriales fueron escritos en Montilla, donde el Maestro Ávila estaba ya imposibilitado por la enfermedad, para ir al concilio.[8]

 

      El primer Memorial (1551) ("Reformación del estado esclesiástico") se centra en este objetivo señalado por el mismo título, ofreciendo una perspectiva eclesiológica que abarca todos los estamentos de la Iglesia. En el texto aflora la base teológico-bíblica del Maestro, así como su formación jurídica y su propia experiencia pastoral y de vida evangélica. Los temas principales que se tratan son: institución de los Seminarios, selección y educación de candidatos, atención a la formación continuada de los clérigos, línea teológica-pastoral-espiritual de esta formación inicial y permanente, instancia en los diversos ministerios (párrocos, predicadores, confesores), especialmente en la catequesis, sacramentos y servicios de caridad, los matrimonios clandestinos, santidad evangélica de los clérigos, cuestiones políticas internacionales (tribunal para impedir las guerras), etc.

 

      El segundo Memorial ("Causas y remedios de las herejías"), escrito diez años más tarde (1561), responde detalladamente a cuestiones nuevas que se habían suscitado en torno al concilio, y que habían agravado las situaciones anteriores. El tono es más incisivo, reclamando con urgencia la reforma eclesial que ya habían pedido los concilios anteriores. En este llamado a la conversión y renovación, ofrece un análisis objetivo y propone soluciones acertadas y factibles. Las causas de las herejías se encuentran precisamente en esa lentitud de reforma evangélica. El Maestro describe, desde su experiencia, la realidad concreta, es decir, los defectos de los diversos ambientes eclesiales; pero sus propuestas se basan en la confianza en "la misericordia de Dios" que es siempre "sin tasa". La renovación eclesial sólo se dará a partir de las exigencias evangélicas, aplicadas a Jerarquía y clero, reyes y autoridades civiles, vida consagrada y fieles en general. Este objetivo se conseguirá por medio de la predicación y la catequesis, así como la formación de la juventud y especialmente de los futuros sacerdotes. Al final detalla la reforma de los monasterios (vida religiosa o consagrada).

 

      Las Advertencias al concilio de Toledo (1565-1566) fueron escritas en vistas a aplicar las decisiones conciliares tridentinas en España, por medio de sínodos provinciales (Toledo, Granada, Santiago, Valencia). El documento está escrito para Don Cristóbal de Rojas y Sandoval, obispo de Córdoba (1562-1571), presidente del sínodo de Toledo, por ausencia de su arzobispo Bartolomé de Carranza (procesado por la Inquisición). Se presenta con una amplia base pastoral y jurídica, además de un conocimiento muy minucioso de los decretos conciliares y de las cuestiones eclesiales de la época. El Maestro redactó este documento, haciendo uso de sus propio conocimientos jurídicos y con la colaboración de su discípulo Lic. P. Francisco Gómez.[9]

 

      Se suelen dividir los Sermones del Maestro Ávila en dos grandes apartados: ciclo temporal y ciclo santoral. El número total es de 82. El ciclo temporal (59 sermones) abarca todo el año litúrgico, resaltando al adviento, Navidad, Epifanía, cuaresma, Pascua (pasión y resurrección), Pentecostés (Espíritu Santo), Ascensión, Corpus Christi (Eucaristía). El ciclo santoral puede distribuirse en sermones en las fiestas de Nuestra Señora (14 sermones) y sermones de santos (10 sermones).[10]

 

      Van apareciendo, en los sermones, todos los temas del mensaje cristiano: contenidos de la fe, moral cristiana (mandamientos, virtudes), sacramentos y liturgia en general, oración. Los temas se presentan en el contexto litúrgico y a partir de los textos de la misma liturgia. En todo se nota un gran equilibrio entre la acción de la gracia (la misericordia divina, la redención) y la cooperación y dignidad de la naturaleza humana. La fundamentación es eminentemente bíblica, con reflexiones teológicas en el momento oportuno, con una dicción literaria excelente, máxima claridad en la exposición, adaptación al auditorio.

 

      El Maestro muestra gran respeto y aprecio hacia los oyentes, mientras, al mismo tiempo, les llama a la conversión o cambio radical de vida, para poder participar en el Misterio de Cristo. Invita a recibir el perdón y a entregarse generosamente al camino de la perfección.

 

      La persona de Jesús es el punto constante de referencia. Por esto hace entrar al oyente en el texto evangélico, como si estuviera sucediendo en el momento presente. De este modo, Jesús sigue pasando, hablando y llamando. Se invita a entrar en la interioridad o sentimientos de Cristo (su Corazón). La palabra predicada lleva al encuentro con el Señor en los sacramentos y en la oración personal. Los temas cristológicos de la Encarnación y redención aparecen en esta perspectiva de llevar a los creyentes a la justificación por la fe y las obras, según los criterios de la Iglesia.

 

      El Maestro, en sus Pláticas, tenía predilección por los clérigos "porque en ellos veía a todo el mundo" (Proceso de canonización, Baeza, testimonio de Pedro de Lomas). Pero fueron también frecuentes las pláticas dirigidas a religiosas, como en los monasterios de Montilla, Zafra, Granada, Baeza y Córdoba. No se excluía la asistencia del pueblo, como puede constatarse por algunas expresiones en las que se invita a todos los creyentes a reflexionar sobre el tema de la vida consagrada. Se conservan 16 pláticas, de las que 14 están dedicadas a sacerdotes y 2 a religiosas monjas. En el bloque sacerdotal aparecen los temas principales referentes a la santidad y a la vida ministerial.[11]

 

      El rico Epistolario avilista se compone de unas 260 cartas, casi siempre de dirección espiritual. Entre los destinatarios se pueden encontrar todas las clases sociales. Muchos son discípulos suyos, entre los que destacan grandes predicadores como Fr. Luís de Granada. No son pocas las cartas que proponen un plan de vida, especialmente de espiritualidad, estudio y trabajo.[12]

 

      Desde gente sencilla, hasta obispos, gobernantes e intelectuales, todos los destinatarios reciben la misma atención por parte del Maestro, orientándolos por el camino de la perfección según el propio estado de vida: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, personas dirigentes y nobles, enfermos, personas atribuladas, jóvenes, matrimonios, grupos de amigos, alguna villa, etc. Destacan las cartas de dirección o consejo espiritual, dirigidas a sus discípulos o dirigidos: San Juan de Dios, Fr. Luís de Granada, Diego Pérez de Valdivia, Antonio de Córdoba, Doña Sancha Carrillo (a quien dedicó la primera redacción del "Audi Filia"), Doña Ana Ponce de León (condesa de Feria, que ingresó como monja en el monasterio de Santa Clara de Montilla), Inés de Oces (la gran convertida, carta 126)...

 

      Entre los santos a los que se dirige el Maestro Ávila, además de San Juan de Dios (su dirigido espiritual), destacan: San Ignacio de Loyola, San Francisco de Borja y Santa Teresa de Jesús. En la carta 178, dirigida a Don Pedro Guerrero, hace mención de la relación con San Juan de Ribera, entonces obispo de Badajoz.

 

      Los contenidos de las cartas del Maestro Ávila se refieren casi siempre a temas de consejo o dirección espiritual, con una perspectiva de renovación eclesial. Por medio de estas cartas, respondía a problemas concretos de la vida, en plena sintonía con el interlocutor, analizando objetiva y serenamente la realidad, para buscar luz en los textos bíblicos y, a veces, en las reflexiones teológicas, sin olvidar, cuando se presenta el caso, alguna comparación e incluso alguna nota de humor. En el epistolario aparece una gran maestría en los caminos del espíritu, por un proceso de discernimiento y de invitación a la perfección de la caridad, como meta posible si se usan los medios adecuados.

 

      Disponemos de dos amplios comentarios bíblicos: las lecciones sobre Gálatas (de antes de 1537), las lecciones sobre la primera carta de San Juan (de 1546). Aunque en estos comentarios ya aparece toda su doctrina escriturística, se puede decir que la base principal es eminentemente paulina[13]. Las lecciones empiezan citando el texto que se va a comentar y se pasa enseguida a su explicación textual, en relación con otros textos. La explicación fluye de modo armonioso y claro, intentando captar al auditorio con medios pedagógicos e intentando proponer unos contenidos catequéticos. Se tiende a aplicaciones prácticas de tipo espiritual y de compromisos sociales. Se invita siempre a la santidad cristiana con todas sus consecuencias personales y comunitarias.

 

      La "Doctrina cristiana" está distribuida en cuatro partes y contiene las oraciones del cristiano, las fórmulas del credo, de los mandamientos, los sacramentos, las obras de misericordia, las virtudes y dones, las bienaventuranzas, los novísimos, los pecados, los misterios del rosario. A cada una de las partes se añaden una preguntas para recapitular y memorizar lo contenidos.[14]

 

      El Tratado del amor de Dios parece ser originariamente un sermón que después retocaron sus discípulos. Se nota la mano de Fr. Luís de Granada, quien, el 21 de diciembre de 1586, escribía al P. Juan Díaz, heredero de los escritos avilistas:  "Holgaría de ver este tratado del amor de Dios con las Reglas". El Maestro había muerto en 1569.[15]

 

      La redacción literaria se coloca entre los mejores escritos de la literatura lírica española. Los contenidos (sobre la interioridad de Cristo y la contemplación del misterio de la Encarnación) sirven para poderle clasificar entre los mejores escritos de la teología mística española del siglo XVI. Se puede considerar una obra clásica de la literatura cristiana. Se constata el influjo de este escrito durante la vida del Maestro y en todo el siglo XVI (ya antes de ser publicado).

 

      Es una síntesis sapiencial del misterio de la Encarnación. Todos los temas se hilvanan a partir de la interioridad de Cristo o de su misterio: Amor de Dios, sentimientos de Cristo, predestinación en Cristo, desposorio con Cristo, humanidad y Corazón, locura de la cruz (pasión), redención, justificación, beneficio de Cristo, Cuerpo Místico (Cristo Cabeza), esperanza, Eucaristía...

 

      El Tratado sobre el sacerdocio es relativamente breve y esquemático. Corresponde a los contenidos (ampliados) de las pláticas 1ª y 2ª, dirigidas a los clérigos de Córdoba en 1563. Estas pláticas están redactadas teniendo a la vista los esquemas del Tratado.[16]

 

      Los Avisos o Reglas de espíritu, son orientaciones prácticas de vida cristiana, muy frecuentes en los escritos avilistas. Precisamente la primera edición del "Audi Filia" (1556, publicada sin autorización del autor) tenía este título: "Avisos y reglas christianas para los que desean servir a Dios". A veces son "Avisos" esporádicos, mientras que frecuentemente es todo un plan de vida espiritual. Sigue el mismo método de las sentencias de la "Imitación de Cristo" (que el Maestro tradujo e hizo preceder de un prólogo especial).[17]

 

      El libro de la Imitaciónde Cristo (atribuido a Tomás de Kempis), clásico en la espiritualidad cristiana, fue traducido y prologado por el Maestro Ávila. Este prólogo avilista es un resumen de su doctrina espiritual y ofrece la clave de su traducción. Probablemente es una labor realizada durante los años en que el Maestro estuvo procesado por la Inquisición (1531-1533). Se publicó en Sevilla (1536), mientras el Maestro ya radicaba en Córdoba; posteriormente fue publicado también en Baeza (1550). Los contenidos del prólogo a la "Imitación de Cristo", son parecidos a los de los "Avisos" y "Reglas", pero en este prólogo se insta más a la meditación de la Palabra de Dios, a la oración y a "recebir muchas veces el precioso cuerpo de nuestro Señor Jesucristo". Afirma que estas tres cosas son la clave de esta "pequeña obra... tan pobre en pompa de palabra y tan rica y harta en las sentencias".[18]

 

                                     II

 

                     MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD CRISTIANA

 

                     1. ESPIRITUALIDAD Y VIDA CRISTIANA

 

      Los datos fundamentales de la espiritualidad cristiana afloran continuamente en las enseñanzas de San Juan de Ávila. Es un clásico de espiritualidad, conocido universalmente, especialmente a nivel teológico y académico. Es precisamente este campo de la espiritualidad el que le coloca al lado de los grandes santos, místicos y amigos suyos del siglo XVI.[19]

 

 

a) Espiritualidad, santidad, perfección

 

      En los escritos avilistas, se habla de este tema con una expresión tradicional: "vida espiritual" (cfr. AF cap. 74, 7618; también la Plática 3ª, 378). Se hace referencia constante al bautismo y a la redención, para llamar a la "perfección" de la caridad (cfr. Mt 5,48). Es participación en la vida trinitaria, por "espirituación del Espíritu Santo", enviado por el Padre en nombre del Hijo (cfr. Ser 30, 78ss, 309ss).

 

      La vida espiritual, por ser actitud de fidelidad respecto a la vida divina participada, tiene dimensión trinitaria. Por ser templos de la Trinidad, participamos en la misma vida de Dios. La vida espiritual se adentra en este misterio con confianza y generosidad: "Ensanche vuestra merced su pequeño corazón en aquella inmensidad de amor con que el Padre nos dio a su Hijo; y con él nos dio a sí mismo, y al Espíritu Santo y todas las cosas" (Carta 160, 14ss).[20]

 

      En la doctrina avilista, la vida espiritual cristiana parte de la fe en Dios Amor, se basa en la bondad y misericordia divina (y en los méritos de Cristo) y está toda ella movida por el amor a Dios y a los hermanos. La referencia continua a los santos y autores espirituales, deja entrever que la doctrina avilista sobre la vida espiritual forma parte de una herencia común de gracia. El Maestro se inspira frecuentemente en San Pablo y en San Juan; las expresiones son fuertemente agustinianas y tomistas.

 

      La vida según el Espíritu es marcadamente eclesial, en el sentido de expresar el desposorio de Cristo con su Iglesia (tema del "Audi Filia"). Se puede afirmar que el itinerario espiritual se desarrolla en línea trinitaria, cristológica (humanidad de Cristo), pneumatológica, eclesial, mariana, apostólica y de cercanía al hombre concreto.[21]

 

      Se tiende siempre hacia la unión plena con Dios, sabiendo que, en esta vida, nunca puede ser plena y definitiva. Es Dios Amor quien toma la iniciativa en todo el proceso y es, pues, elamor el que lo mueve todo, desde el ejercicio de las potencias hasta la unión mística, sin olvidar la purificación y la iluminación. "Háceseles Dios su pedagogo" (Plática 3ª, 292s). Pero, a la luz de este objetivo, se valoran con equilibrio todos los aspectos de la vida ascética (abnegación), que, por ello mismo, tiende a la intimidad profunda (mística) con Cristo.[22]

 

      La vida espiritual, precisamente por su marcada tendencia hacia la unión con Dios, se concreta en un gran aprecio de las cosas creadas, ordenándolas en la perspectiva del amor. La posesión o el uso es sólo en la perspectiva de encontrar en esos dones al mismo dador. Así es el desprendimiento cristiano: "Ya en ellas no se para tanto como en el amor de la verdad y del Dador de ellas; y ésta es vida espiritual. Hácese un con él por amor" (Plática 3ª, 314ss).

 

      Esta vida es obra del Espíritu: "Esta unión de que se dice, obra del Espíritu de los perfectos" (Plática 3ª, 327s; cfr. Heb 12,23). "Todo cuanto hacen nace del amor; y ansí no sola la voluntad está enamorada de Dios, pero todas las potencias exteriores e interiores obran por amor" (Carta 222, 631ss). El corazón se va unificando, como proceso de unión con Dios y con los hermanos. La unificación consiste en "gozarse del bien de quien quiere" (Plática 3ª, 341s).

 

      Es un paso doloroso, porque el corazón debe irse desprendiendo de los dones de Dios, para quedarse con el absoluto del mismo Dios. Por esto, la "vida espiritual es entendimiento ilustrado y voluntad inflamada para con Dios" (Plática 3ª, 378ss). El dolor es una amalgama misteriosa de luz y oscuridad. La "oscuridad y el sentimiento de la ausencia y disfavor de Dios", puede ser una señal de "cuán cercanos estamos a Él" (Carta 20, -1-, 84ss, 145), aunque el alma parezca "dejada como en unas oscuras tinieblas" (Carta 20 -2-, 15s). "¡Oh si viésemos cuán metidos nos tiene en su corazón y cuán cerca estamos de Dios cuando a nosotros nos parece que estamos alanzados!" (ibídem, 233ss).

 

      El Maestro Avila habla frecuentemente del "corazón", en el sentido de la interioridad humana (criterios, valores, actitudes). Es el hombre todo entero ("con todo el corazón") el que es interpelado por Dios Amor: "No quiere Dios sino el corazón... no se contenta Dios con todo si no le dais el corazón" (Plática 16ª, 304ss). Así, pues, "el principal cuidado del cristiano ha de ser del corazón. Guárdenos Dios de tener el corazón dañado y enfermo" (Ser 10, 49ss). El corazón humano se limpia "con el amor de Dios, con el amar a Dios de todo corazón sobre todas las cosas" (Ser 21, 318s).

 

      Por "corazón" se entiende principalmente "la voluntad" con todos los afectos, que "es la fuente de donde mana" el agua del amor (cfr. Ser 51, 383ss). "El corazón del hombre es como una fuente, que, si está clara, claros arroyos salen de ella, y  si sucia, sucios" (Carta 11, 339s). El corazón está allí donde está "su tesoro" (cfr. Ser 63, 214ss; Mt 6,21).

 

      Dios dirige su llamada y su palabra al corazón, que es un amasijo de miseria y de grandeza, porque "tiene mil cuidados" (Ser 22, 458s). La redención de Cristo se dirige especialmente al "corazón" humano, frecuentemente "maleado" (Ser 28, 405), "obstinado y endurecido", a modo de "piedra" porque "perdió la imagen de Dios" (Ser 26, 500s). Por esto, "si el Mesías ha de ser Mesías, sáneme esta llaga que tengo en mi corazón; que si no me quita este mal, no quiero bien ninguno" (Ser 2, 227ss). Recibir a Cristo como huésped, es fuente de gozo para el corazón humano (ibídem, 234s).[23]

 

      El camino del corazón es camino de sencillez, de actitud filial, como se expresa en el "Padre nuestro" y en la llamada a la perfección: "Amad... como vuestro Padre" (Mt 5,44.48). En la vida espiritual hay que adoptar la actitud filial de un niño que resume su vivencia en la expresión "mi padre". Efectivamente, "bastarnos debería esta palabra «mi Padre», si nosotros fuésemos niños y hijos... No haya «yo» en arrimo, no «yo» en amor, no «yo» en nada, sino «mi padre» en todo y en mí" (Carta 134, 37ss). Entonces "toma Dios a su cargo a los pequeños" (ibídem, 50s). La actitud filial se traduce en decisiones generosas: "Guárdese de hurtar a Dios su honra y de levantar ídolo contra Él, mas en verdadera niñez se dé a Él" (ibídem, 59ss).

 

      Esta actitud filial, que podríamos llamar infancia espiritual, es un don del Espíritu Santo en el proceso de contemplación y perfección, enraizado en la vida concreta, como actitud de confianza filial en la Providencia divina: "El Espíritu Santo es ayo de niños. ¡Y qué bien enseñado será el niño que de tal ayo saliere enseñado" (Ser 32. 733s)[24]. Presenta las enseñanzas de San Francisco, modelo de sencillez, para comentar el mensaje evangélico de Jesús: "Has revelado estas cosas a los pequeños" (Mt 11,25; cfr. Ser 78, inicio).[25]

 

      El tema corresponde a la doctrina evangélica (cfr. Mt 18,3) y paulina (cfr. 1Cor 14,20) sobre hacerse como niños. En el ambiente navideños, el Maestro insta a adoptar esta actitud sencilla, generosa y alegre, puesto que el Señor se ha hecho niño "para conformarse con los pequeños" (Carta 134, 6). Nuestra vocación cristiana consiste en "ser, como dice San Pablo, niños en la malicia y grandes en el sentir" (ibídem, 30ss; 1Cor 14,20).[26]

 

      Por ser la espiritualidad cristiana eminentemente cristológica y eclesiológica, tiene también dimensión mariana. La vida según el Espíritu Santo ("espiritualidad") es relación con María e imitación de sus actitudes de fidelidad a la Palabra de Dios y al Espíritu Santo. La configuración con Cristo, bajo la acción del Espíritu Santo, es un proceso de virtudes y dones (cfr. AF cap 84, 8772ss), que mira a María como modelo y como Madre (cfr. Ser 61-71). Así, pues, la espiritualidad mariana es cristocéntrica: "Aquel tiene a la Virgen que tiene a su Hijo o lo quiere tener; el que está en gracia le tiene" (Ser 66, 308ss).[27]

 

      En el proceso de la vida espiritual hay una presencia activa y materna de María, que ayuda a seguir a Cristo (cfr. Ser 66, 219ss). Ella se hace presente en el inicio de la vida espiritual y en todo el itinerario: "Entiende que anda por tu corazón el favor de la Virgen María, que te ha alcanzado la gracia preveniente" (Ser 60, 529ss). María sigue acompañando en todo el camino de santidad: "Hermano, pasa adelante... porque crezca en ti la gracia de Dios. Porque así como hallaste a la Virgen fuerte y piadosa para que salieses de la escuridad de la noche a la lumbre del alma, de la mesma manera la hallarás también para que crezcas en la buena vida que con su oración te alcanzó" (ibídem, 651ss).[28]

 

      La dimensión misionera o apostólica de la espiritualidad, como derivación de la dimensión eclesial y mariana, es evidente en los escritos avilistas. Invita al celo apostólico a partir de la contemplación y de una mayor entrega a la santidad.

 

      En la doctrina avilista, la santidad consiste en participar de la misma vida de Dios, el Santo, Dios Amor. "La santidad verdadera no consiste en estas cosas (sentimientos), sino en el cumplimiento de la voluntad del Señor" (AF cap. 55, 5666s). Efectivamente, "aquel es más santo... que, con profundo desprecio de sí, tiene mayor caridad, en la cual consiste la perfección de la vida cristiana y el cumplimiento de toda la ley" (ibídem, cap. 76, 7749ss).

 

      La vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado. Tal es la exigencia que deriva de hecho de haber sido bautizado y de formar parte responsable del Cuerpo Místico en crecimiento constante, espiritual y apostólico. Por esto, los bautizados son "los llamados a la santa cristiandad que se llama reino de Dios" (Carta 86, 165s). La naturaleza de la vocación cristiana es, pues, de llamada a la santidad: "¿Qué es ser cristiano? Tener la condición de Jesucristo" (Ser 57, 439). Configurarse a Cristo suponía un proceso de conversión para pensar, sentir y amar como él. "El ser bautizado señal es de que te ha llamado Dios a la gracia. Cuando te tomó por hijo en el santo baptismo, allí se te dio señal de que nunca te faltaría Dios... ¿Pensáis que es poco ser cristiano?" (Ser 62, 343ss).

 

      También San Juan de Ávila afirmaba que en cualquier estado de vida se puede y se debe conseguir la santidad, sin necesidad de cambiar a otro estado: "Ya os puso Dios en ese estado, en ése os salvaréis; tened cuidado de hacer en él todo lo que debéis, que ahí os dará Él su gracia con que vais al cielo" (Ser 29, 215ss).

 

      En todos los escritos avilistas se puede encontrar una fuerte llamada a la santidad. En el tratadito llamado "Meditación del beneficio que nos hizo el Señor en el sacramento de la Eucaristía", se afirma que la gracia divina hace "semejante el hombre a Dios en la pureza de vida, y después en la bienaventuranza de la gloria, que es hacer al hombre divino, deificada su ánima y haciéndola participante de las costumbres y naturaleza de Dios" (ibídem, 25ss). La llamada a la santidad es, pues, debida a que el hombre tiene que ser "participante del mismo Dios" (ibídem, 65). Dios, por la gracia, hace "a los hombres deiformes" (Ser 45, 80).

 

      La expresión conciliar "perfección de la caridad" (LG 40) se encuentra casi literalmente en los escritos avilistas, cuando afirma que la perfección consiste en la caridad. Efectivamente, los cristianos estamos llamados a ser "perfectos guardadores de la Ley, que tenemos, cuyo principal mandamiento es el de la caridad" (AF cap. 34, 3528ss). El aspecto negativo de la renuncia queda enriquecido por el lado positivo de revestirse de Cristo: "La vida de perfección en dos cosas consiste: ... en desnudarnos de nosotros mismos, que llama San Pablo despojarnos del hombre viejo y vestirnos del nuevo y de Jesucristo" (Dialogus, n.21, 811ss).

 

      Los medios de santidad son necesarios, pero no constituyen la esencia de la santidad: "Rezas mucho, pero no amas a Dios, no amas al prójimo, tienes el corazón seco, duro, no partido con misericordia; no lloras con los que lloran; y si esto te falta, bien puedes quebrate la cabeza rezando y enflaquecerte ayunando; que no puso Dios en eso la santidad, principalmente, sino en el amor" (Ser 76, 232ss).

 

      Como predicador, el santo Maestro insta siempre a mayor generosidad en el campo de la perfección. Invita a "las personas de ánimos generosos" a enamorarse de "joya tan preciosa", deseando que "se ocupasen y sudasen en escardar su ánima de la yerba de las malas pasiones, la arasen y revolviesen con el arado de la cruz e imitación de ella, y se sembrase en ellas Jesucristo crucificado, no con cualquier fruto, sino colmado y perfecto" (Ser 54, 281ss).

 

      Hay que apuntar a la perfección de la caridad. Respetando las etapas del proceso de perfección (que veremos más adelante), hay que tender al "amor de perfectos" (Juan I, lec. 7ª, 1701ss), porque "la caridad perfecta es cuando Dios le ha hecho misericordia que no ame otra cosa sino a Dios" (ibídem, 1724ss). Entonces "hácese una con él por amor" (Plática 3ª, 317).

 

      El amor es el que rige todo el camino de perfección, como hemos indicado al presentar la virtud de la caridad. Se trata de reaccionar amando o de ordenar la vida según el amor (cfr. Sto. Tomás, I-II, q.62, a.2). Es la actitud de las bienaventuranzas. En la "Breve exposición de las bienaventuranzas" se dedica una frase muy breve a cada una de ellas. Se pueden resumir en la "defensa de la virtud y justicia, hasta sufrir martirio, si fuere necesario" (ibídem, 43ss).

 

      La primera bienaventuranza resume la actitud sincera de perfección: "Bienaventurados los pobres de espíritu, los que no hallan cosa buena en sí, no tiene en sí arrimo, no en su sabor, en su discreción, no en su razón; en todo se halla pobre, en todo tener necesidad de Dios; a Él van por consejo, de Él mendigan lo que han menester y sin Él no hallan remedio en otra parte"(Ser 13, 297ss). Es el resumen final del sermón de la montaña: "Amad... sed perfectos como vuestro Padre" (Mt 5, 44.48).

 

      Los santos son modelos y ayuda intercesora en el camino de la santidad. Se celebran sus fiestas y se acude a su intercesión, no sólo para alivio en las necesidades, sino especialmente para seguir su mismo camino. Ellos son propiamente los amigos de Dios porque cumplieron la voluntad de Dios.[29]

 

      Esta expresión, "los amigos de Dios", es relativamente frecuente en los escritos avilistas (Carta 49, 95ss). Aunque se trata de todos los santos en general, el tipo o modelo y punto de referencia es principalmente Abraham (cfr. Gálatas n.28, 1497ss). La amistad que tienen con Dios es obra de la gracia y puede ser imitada por todo creyente. A veces, se refiere a alguna misión especial (como en el caso de Abraham), dentro de la historia de salvación narrada por la Sagrada Escritura.

 

      La amistad con Dios, característica de los santos, consiste en la fidelidad a sus planes salvíficos, siguiendo los signos que Dios deja entrever en los acontecimientos históricos: "Siempre veremos esto en los amigos de Dios, que cualquiera corrección que de parte de Dios se les da, cualquiera reprehensión que se les haga, la admiten con grande voluntad y con muy alegre corazón, sin indignarse contra los ministros que Dios toma para aquel oficio" (Gálatas, n.19, 855ss).

 

      Los santos son testigos del amor de Dios por el camino de la perfección: "Los amigos de Dios van por camino contrario" al de los malos, mostrándose como "grandes amigos de la verdad y grandes aborrecedores de la mentira" (Gálatas n. 45, 2438ss). La amistad con Dios produce libertad y gozo del corazón: "En grande libertad viven, grande razón tienen para estar contentos" (Gálatas, n.51, 2799ss). El "camino angosto" que siguen se les convierte en "caminos seguros, dichosos, rectos, que llevan a buen paradero" (ibídem).

 

      Son "amigos" de lo planes divinos como "amigos de la gloria de Dios" (Carta 222,383ss), dispuestos a "sufrir trabajos" (Carta 63, 97), capaces de comer el "pan" de las tribulaciones (cfr. Carta 49, 95ss) con paciencia e incluso con alegría (cfr. Carta 28, 105ss); tienen un "corazón lleno de fe y de caridad" (Carta 63, 38ss). Ellos nos manifiestan a todos "un gran Amigo que es Dios", quien hace posible que también nosotros "tengamos otros muchos amigos, que son sus santos" (Carta 222, 662ss).

 

      La santidad o perfección cristiana se concreta en el seguimiento e imitación de Cristo, la relación y la transformación en él. La doctrina avilista acentúa la dimensión esponsal en la relación entre Cristo y la Iglesia, con las consecuentes aplicaciones a la vida de santidad. Esta perspectiva cristológica y eclesiológica de la espiritualidad y santidad cristiana deriva lógicamente hacia la espiritualidad mariana, como hemos visto en el apartado anterior.

 

 

b) Las virtudes cristianas

 

      La vida  y moral cristiana que aflora en los escritos avilistas es más bien moral de virtudes, aunque éstas se presentan siempre en la perspectiva del amor de Dios y a Dios, quien, precisamente porque nos ama, nos ha comunicado sus mandamientos. En los escritos del Maestro van apareciendo las virtudes teologales y cardinales, así como los dones y frutos del Espíritu Santo. Todas las virtudes están encuadradas en el proceso de unión, imitación y configuración con Cristo.

 

      Su convicción aparece de modo firme: sin la práctica de virtudes, no habría verdadero recogimiento ni verdadera contemplación. Los sentimientos o fervores sensibles pueden ayudar, pero no son constitutivos de la santidad. Las virtudes configuran con Cristo, hasta revestirse de él a modo de hombre nuevo: "Y es de notar que no sólo tú has de ser vestido del hombre nuevo y de Cristo, sino tus pensamientos, palabras y obras, y cada una de ellas vestida de todas las virtudes y de Cristo" (Dialogus, n. 22, 1024ss; cfr. Ef 4,24).

 

      El proceso de las virtudes es posible precisamente por influjo de la gracia: "Sabed que de la gracia que Dios pone en el ánima sale conocimiento de Dios... De aquí le procede al alma amor de Dios; procédele siete dones del Espíritu Santo, ocho bienaventuranzas; viénele de aquí siete virtudes, cuatro cardinales y tres teologales" (Juan I, lec. 3ª, 145ss). Del Espíritu Santo "recibimos virtudes y dones, para que podamos obrar conforme al alto ser de la gracia, que nos fue dada" (AF cap. 84, 8775ss).

 

      Las tres virtudes teologales están íntimamente relacionadas: "Creyendo firme con el entendimiento que todo el poder es de Dios, y confortados con el capacete de la esperanza, y ofrecidos a Dios con el amor, tomando de buena gana lo que El nos enviare, venga por donde viniere, haremos burla de nuestro enemigo, y adoraremos al Señor" (AF cap. 30, 3168; cfr. Ef 6,10-11). Las cuatro virtudes morales (prudencia, justicia, fortaleza, templanza), así como todas las que de ellas derivan, enraizan en la caridad.

 

      Para recibir la Eucaristía se requiere tener las virtudes teologales: "Lleguemos, pues, con firmeza de fe, con buena esperanza, con fuego de amor a este fuego inefable que aquí está encerrado, que sin falta acrecentará lo bueno que Él mismo nos dio y quemará lo que hallare extraño" (Ser 51, 783ss; cfr. Carta 54, 79ss).).

 

      Las virtudes quedan reforzadas por los dones del Espíritu Santo: "Infúndele Dios estas virtudes que llaman los teólogos hábitos... Y ansí pone Dios cosas en las potencias, cosas con que mejor obren" (Ser 31, 289ss). Del Espíritu Santo "recibimos virtudes y dones, para que podamos obrar conforme al alto ser de la gracia, que nos fue dada" (AF cap. 84, 8775ss; cfr. cap. 93, 9832ss; Juan I, lec. 3ª, 147ss). La acción de los dones es más fuerte que la de las virtudes ordinarias: "Una cosa es obrar como hombre bueno, aunque favorecido de Dios; otra cosa que sea el Espíritu Santo el auctor y movedor, y que sea el hombre cuasi no más que instrumento... como si un gran pintor tomase la mano a uno que no sabe pintar... obra Dios acompañando, el hombre como órgano del Espíritu Santo" (Ser 31, 355ss). Su operación es regeneración. Pone "perfectísima conformidad en la voluntad del hombre con la voluntad de Dios" (AF cap. 30, 5167ss).

 

                             La virtud de la fe

 

      La virtud de la fe es una actitud de admitir "las verdades de la fe católica con suprema certidumbre" (AF cap. 30, 3079s). Esta actitud incluye también la confianza en la bondad divina, puesto que "uno, por conjeturas probables, cree que está perdonado de Dios y en su gracia" (ibídem, 3093ss). La relación entre la fe y las obras es un tema que corresponde al proceso de la justificación.[30]

 

      Esta actitud de fe tiene las cualidades de la "virginidad": "La fe sin error es parte de virginidad, y una esperanza firme que Dios te ha de salvar y que te ama" (Ser 6, 114ss). Es fe que se transforma en vida (cfr. Ser 46) y que guía a modo de "estrella" para buscar a "Dios escondido" (Carta 43, 21ss). Por esto, "la fe ensancha el corazón a creer que aquello que nos parece tan sobre nuestro juicio, aquello tan sobre nuestro merecimiento y medida, aquello es Dios y propio rastro y señal de El" (Carta 133, 45ss).

 

      La fe viva es la que justifica: "Ni circuncisión, ni obras, todo vale nada delante de Dios si no hay fe; y tampoco la fe vale delante de sus ojos si no tiene vida... Vida tiene de tener nuestra fe, caridad y amor de Dios y del prójimo, que ésta es su vida, y éstas son las señales de que no es muerta" (Gálatas, n.52, 2818ss; cfr. Gal 5,6). Sin obras de caridad, la fe sería muerta: "Cristo no sólo es verdad, mas bondad; pues negáis la bondad, contra Cristo sois" (Juan I, lec. 15ª, 4449s).

 

      Esta fe viva va acompañada de la esperanza y caridad. Comentando la doctrina paulina de Ef 3,16-17, afirma: "Por la fe con caridad, dice que mora Cristo en nosotros. La fe es la que le aposenta, la que le da el señorío, la que con él nos liga; y ella mesma es las arras, los dones y los collares que da Cristo a la esposa con quien se casa" (Gálatas, n.52, 2854ss; cfr. Gal 5,6).[31]

 

      La fe es un don de Dios, que pide la colaboración libre y generosa del creyente. La aceptación de los contenidos de la fe debe ser no sólo por parte del entendimiento, sino también de todo el corazón, con manifestaciones concretas y comprometidas en la vida. "Él pone este don en nosotros, y después de haberle puesto, él le fortalece, para que confiemos en él... Este don pone Dios en sus grandes amigos y en aquellos que saben aprovecharse de él como fue en Abraham" (Gálatas, n.28, 1485ss; cfr. Gal 3,7; Rom 4,18). "La Palabra de Dios no puede faltar, sino que es verdadera... Más vale creer que ver" (Ser 41, 307ss, 452s).[32]

 

      La fe es asentimiento de las verdades divinas por la autoridad del mismo Dios que las revela (cfr. AF cap. 31-32 y 38). "Cree la fe lo que no ve, y adora con firmeza lo que a la razón es escondido" (AF cap. 31, 3243ss). Las razones no son determinantes: "Esta fe no está arrimada a razones ni motivos... Mas la fe que Dios infunde está arrimada a la Verdad divinal y hace creer con mayor firmeza que si lo viese con sus propios ojos... porque ni puede el entendimiento alcanzar con su propia razón a tener claridad de las cosas de la fe, ni la fe es tener evidencia, porque no sería fe ni habría merecimiento" (AF cap. 43, 4232ss). Es "honra de Dios, del cual, mientras cosas más altas creemos y que sobrepujan a nuestra razón, más le honramos y más nos le sometemos" (Carta 150. 93ss).

 

      El Maestro explica el tema de la fe especialmente en relación con todo el itinerario de la vida espiritual. Efectivamente la fe es "el principio de la vida espiritual", como don de Dios y fruto también de nuestra escucha de la Palabra de Dios (AF cap. 1, 21s). Al empezar el "Audi filia", se invita a esta escucha de fe respecto a la Palabra de Dios: "Estas palabras, devota esposa de Jesucristo, dice... Dios a la Iglesia cristiana, amonestándole lo que debe hacer para que el gran Rey Jesucristo la ame, de lo cual a ella se le siguen todos los bienes" (AF cap. 1, 10ss; glosa las palabras del salmo 44 -45- 11-12).

 

      La vida espiritual está sembrada de dificultades que sólo se pueden superar con gran espíritu de fe: "Cuando un ánima, con el amor de Dios, que es vida de la fe, desprecia lo próspero y adverso del mundo, y cree y confía en Dios, al cual no ve, no hay por donde el demonio le entre" (AF cap. 29, 2810ss; comenta 1Pe 5,8-9 y Ef 6,16). Con esta fe, "no haríamos tanto caudal" de las cosas de este mundo (cfr. Ser 13, 385ss).[33]

 

                         La virtud de la esperanza

 

      Al leer cualquier escrito avilista, el lector se siente inmerso en un ambiente de confianza en el amor de Dios y en los méritos de Cristo Redentor. Dios nos perdona en Cristo y en él nos comunica la vida nueva. La tensión hacia el encuentro definitivo con Dios da aliento a nuestro caminar. La esperanza es confianza en Dios y tensión hacia él: "Sea Él en quien esperamos, y Él sea lo que esperamos, porque de nadie podemos alcanzar a Dios, si el no se da, ni es razón esperar de Dios cosas menos que el mesmo Dios" (Carta 44,400ss).

 

      Al haber experimentado la misericordia de Dios, manifestada por Jesucristo y comunicada con la gracia del Espíritu Santo, el creyente está anclado firmemente en la esperanza: "Y en esta esperanza, y no en la nuestra, hemos de osar emprender la empresa del servicio de Dios" (AF cap. 27, 2712ss). "Nuestra esperanza" estriba en "los merecimientos y muerte de Jesucristo" (Ser 43, 755ss).

 

      La humillación del Verbo encarnado y redentor fundamenta nuestra salvación: "Aquí está el Hijo de Dios, como semilla debajo de la tierra; vive debajo de esperanza: Spe enim salvi facti sumus" (AF cap. 18ª, 5553ss; cfr. Rom 8,24). Nuestra esperanza está anclada en Cristo, "como áncora firme y segura del ánima" (AF cap. 30, 3140s; cfr. Heb 6,19).

 

      La tensión escatológica de la esperanza no significa huir del presente, sino transformarlo. La Eucaristía relaciona estos momentos (el presente y el futuro), como "retablo de las cosas que están por venir... recogidas están allí todas las grandezas de Dios que esperamos, que aun no son venidas. Figura es el Sacramento de la gloria que esperamos" (Ser 41, 684ss). Esta esperanza da sentido a la lucha por afrontar la realidad y transformarla: "¡Bienaventurado el que esta esperanza tuviere en su seno, que todos los trabajos del mundo no bastarían para derribarlo!" (Ser 18, 292ss). Se ponen como modelo los patriarcas del Antiguo Testamento, según la carta a los Hebreos (ibídem, 308ss; cfr. Heb 10,34). La esperanza infunde seguridad: "Arrimaos a Dios, subíos al cielo, do no llegará tormenta de los trabajos, poné vuestra esperanza en Dios" (ibídem, 469ss).

 

      La esperanza es fuente de gozo. Glosando los textos de la Epifanía (segundo domingo), afirma: "Hoy se canta en la epístola spe gaudentes. Habéisos de gozar con la verdadera esperanza. Es tanto el gozo, el que esta esperanza tiene, que cualquiera prosperidad desprecia y cualquier trabajo pasa primero que ofender a Dios... No andes desmayado y triste, sino esforzado y alegre, esperando tan grandes bienes como están guardados. Es esto gran joya, siempre viva, en cualquier tiempo esperar en Dios: tu amor en Dios y lo que amares en amor de Dios" (Ser 6, 127ss).

 

      Con esta actitud de esperanza se van superando las pruebas. Si hay desprendimiento de las cosas de la tierra, "crece el amor y la esperanza de las cosas del cielo" (Ser 82, 65s). Pone el ejemplo del herrero que machaca el hierro para moldearlo (ibídem, 129ss). Así se aprende a "sufrir con alegría" (ibídem, 204; cfr. Rom 12,12). Con esta esperanza, el creyente queda estimulado al proceso de santificación (ibídem, 229; cfr. 1Jn 3,3). La "esperanza viva" es una joya, un regalo de Dios (ibídem, 375ss, 498ss; cfr. 1Pe 1,3).[34]

 

      La esperanza cristiana se apoya en la misericordia de Dios, quien no sólo perdona, sino que da los medios necesarios para salvarse. La "confianza cristiana... arrimada a los merecimientos de Cristo, hace vivir consolados y morir confortados" (Ser 43, 222ss). Los sacramentos, especialmente la Eucaristía, son signos especiales que fundamentan esta confianza (cfr. AF 18-19, 23-24, 27, 30, 76). "Ten, pues, hermano, confianza en estos merecimientos que Jesucristo tuvo" (Ser 27, 478s).

 

      En la vida espiritual, el "desmayo" es obra del espíritu del mal. "Es la desesperación y caimiento del corazón, tiro tan peligroso de nuestro enemigo que, cuando yo me acuerdo de los muchos daños que por ella han venido a conciencias de muchos, deseo hablar algo más en el remedio de aqueste mal" (AF cap. 23, 2195ss). A la luz de la Encarnación redentora, descubrimos el amor de Dios (cfr. AF cap. 19). Dios es siempre fiel: "Es imposible que Dios falte verdaderamente. Yo os pondré mi cabeza que me la cortéis, que no os faltará Dios " (Juan I, lec. 3ª, 128ss). "¡Qué prueba nos dio para tener confianza! Desconfiar los hombres de la misericordia de Dios, después de la muerte de Cristo, blasfemias son grandes" (Juan I, lec. 22ª, 6870ss).

 

      Cuando surgen las tribulaciones, es el momento de profundizar en la confianza en la Providencia divina (cfr. AF cap. 30). "Si, pasando el río, se te desvanece la cabeza mirando las aguas, levanta los ojos en alto y mira los merecimientos del Crucificado, que te esforzarán a pasar seguro... Echa tus cuidados en Dios y asegúrate con su Providencia en medio de tus tribulaciones; y, si crees de veras que el Padre te dio a su Hijo, confía también que te dará lo demás, pues todo es menos" (Amor, n.13, 533ss).[35]

 

      Para avanzar por el camino de la perfección se necesita adoptar esta actitud de confianza inquebrantable (cfr. Carta 222). Estamos en unas manos que fueron clavadas en la cruz por amor (cfr. Carta 20 -1-, 273ss). Por esto hay que "alzar los ojos arriba, considerando a Jesucristo nuestro Señor" (Carta 44, 93ss), mirando al "abundantísimo mar de su amor, que no tiene término" (Carta 90, 96s).[36]

 

      La esperanza no excluye el santo temor de Dios: "Así entre estas dos cosas camina: temor y esperanza. Y cuanto más crece el amor, crece también la esperanza y va creciendo aqueste temor" (AF cap. 29, 2929ss). El "temor santo" de Dios, se traduce en "buena confianza de su misericordia", que va acompañada de humildad y de conocimiento de sí mismo para no desviarse: "No os fiéis de santidad ninguna, si le falta el temor santo y casto que hace humillarse, mirando ser ajeno el bien que tiene, y hace estar colgado de las orejas de Dios, suplicándole con oración continua no le quite el bien que por su bondad le ha dado, el que sin injusticia le puede quitar" (Carta 174, 22ss).

 

      La vida espiritual se apoya en la confianza y en el temor de Dios, evitando tanto un temor exagerado como una confianza ilusa. Comenta el texto de Sal 117,6: "Las cuales y semejantes palabras no quitan del todo el temor que un cristiano, por su parte, debe tener, mas quitan el demasiado, con la confianza que en Dios debe tener. Y así entre dos cosas camina: temor y esperanza" (AF cap. 29, 2927ss).[37]

 

      El santo temor de Dios se expresa en humildad y confianza. como garantía para evitar nuevas caídas (cfr. AF cap. 57, 5930; Prov 28,14). Dios nos atrae hacia él por medio de estas dos motivaciones: el fervor de la caridad y el temor. "Así trae Dios dos espuelas: la derecha, si fueses caliente, servir a Dios con fervor... La otra espuela que tiene Dios es su izquierda, que es frío. Es el temor para los hombres fríos. ¡Ojalá tuviere tu anima espuela, agora fuese por amor o por temor!" (Juan I, lec. 7ª, 1811ss).

 

                          La virtud de la caridad

 

      La doctrina avilista rebosa de amor de Dios y amor a Dios y a los hermanos. Se basa especialmente en la doctrina joánica sobre Dios Amor (primera carta de San Juan) y en los textos de Pablo sobre la caridad y sobre nuestra elección en Cristo (cfr. Ef 1-3). La explicación teológica la toma de Santo Tomás y del Pseudo Dionisio. Al Maestro Ávila se le podría llamar el Doctor del amor, con la connotación de amor misericordioso. Anunciando este amor de Dios, se reclama respuesta de amor por una vida de caridad vertical y horizontal.

 

      El amor de Dios se muestra en la creación y en la redención. Dios Amor nos ha comunicado el Espíritu de amor para invitarnos a la donación de totalidad. El pequeño "Tratado del amor de Dios" es una síntesis de este amor que reclama amor. A partir de esta perspectiva del amor, se entiende la llamada urgente a la conversión y renovación personal y social.[38]

 

      La vida tiene sentido si se realiza amando. La vida espiritual es expresión de este amor. En los momentos relacionales de la oración, "este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es fin del pensar" (AF 75, 7658s). Y en el camino de perfección, la persona que busca a Dios "hácese una con él por amor" (Plática 3, 317). "Como Dios sea amor, de sólo amor se deja cazar"(Carta 67, 34ss). El amor lleva a la unión con Dios: "Amemos, y será nuestro Dios, porque sólo el amor lo posee" (Carta 74, 86ss).

 

      Los contenidos de la primera carta de San Juan son una invitación a responder al amor de Dios. Es amor que llega a la comunicación de lo que es el mismo Dios, a cierta "igualdad" y "amistad" (Juan I, lec. 8ª, 1955ss). Es "amor fecundo", puesto que "nunca Dios ama a nadie sin que le haga bien con su amor" (Juan I, lec. 3ª, 88ss). "Porque Dios es Dios, por eso nos ama libremente" (Carta 61, 47s). Es amor unitivo y transformante, puesto que "el mismo Dios se da a sí mismo a aquel que le ama" (Ser 23, 143s). La invitación a responder al amor es lógica: "¿Por qué no amamos a nuestro Señor, el cual creemos ser sumo bien, y habiéndonos Él amado primero, aun hasta morir por nosotros?" (AF cap. 48, 4896ss).

 

      Por parte nuestra, el amar a Dios consiste en hacer su voluntad y alegrarse de las perfecciones del mismo Dios: "Traer un querer perpetuo... con que siempre queráis que nuestro Señor Dios... sea en sí tan bueno, tan santo... Un querer, con que quisiéramos que el Señor fuese en sí quien es; porque caridad en este querer consiste... eso es fruto del Espíritu Santo" (Carta 26, 46ss; cita a Santo Tomás, II-II, q. 23, a. 1).

 

      El Maestro, comentando 1Jn 2,5 (en relación con la doctrina de Santo Tomás: II-II, q.184, a.1, ad 3), explica "tres maneras de amor" o de la caridad, que corresponden a los tres grados del camino de perfección: "Amor de principiantes, amor de aprovechantes y amor de perfectos" (Juan I, lec. 7ª, 1701ss). En esta perspectiva, habla de las excelencias de la caridad: "La caridad es como un fuego que enciende en un leño muy verde, comiénzale a encender el fuego, échase de sí mucho humo; esto es los principiantes... El aprovechante va poquito a poquito aprovechando... no es tan descuidado en el servicio de Dios. La caridad perfecta es cuando Dios le ha hecho misericordia que no ame otra cosa sino a Dios" (ibídem, 1724ss).

 

      La caridad hacia Dios no consiste, pues, en meros sentimientos, sino en decisiones y unión de voluntad, a modo de donación. "El verdadero amor está escondido allí en lo profundo de las virtudes" (Carta 184, 383ss). "Amémoste, pues, y conozcámoste por el conocimiento que del amor resulta" (Carta 64, 126s). La totalidad es la única regla del amor: "Demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64, 67ss). Por esto, el justo hace todo "por solo el amor de Dios" (AF cap. 50, 5180). "Aquel ama a Dios verdaderamente que no guarda nada de sí mismo para sí" (Ser 5 -2-, 419s). Las obras valen según el peso del amor: "No mira tanto Nuestro Señor al don cuanto a la voluntad y amor con que se da" (Ser 8, 127s).[39]

 

      El amor es unitivo: "Ninguno se junta con Él sino por el amor, y quien más ama, más junto está" (Ser 50, 28ss). Dios nos pide el amor de "amistad" (cfr. Ser 64, 165ss). La unidad consiste en que el amor "hace el corazón uno con Dios y trata a Dios como a Dios" (Ser 71, 268s). Es "fuego" que quema todo lo que no suene a amor: "El fuego de amor de ti, que en nosotros quieres que arda hasta encendernos, abrasarnos y quemarnos lo que somos, y transformarnos en ti, tú lo soplas... lo haces arder con la muerte que por nosotros pasaste" (AF cap. 69, 7015ss). Es "amor arraigado", no principalmente por esperar el cielo o temer el infierno (Juan I, lec. 7ª, 1685ss).

 

      La caridad no es amor de "concupiscencia" o de interés propio, sino de "amistad" (cfr. Ser 64 y Carta 222). Es el "primer amor" o el fondo del corazón, que Dios ha creado para sí: "Dame este primer amor, porque es mío... No lo quiero por fuerza ni por temor, sino dame tu amor, y dámelo por amor" (Ser 64, 176ss; cfr Ap 2,4). La pauta es el mismo Dios, que es Amor.

 

      La caridad nace de Dios, que es Amor. El Maestro Ávila, siguiendo la doctrina del Pseudo-Dionisio, expone las dos cualidades de la verdadera caridad: salir de sí y unirse a la persona amada. Dios "salió de sí" y se unió a nosotros por la Encarnación "y porque tomó flaquezas y muerte". Por el sacramento de la Eucaristía, "el que es vida y resurrección junta consigo por manera inefable a nosotros mortales y miserables" (Ser 50, 64ss).

 

      No es posible a la naturaleza humana conseguir, con sus propias fuerzas, esta caridad, que es vida divina. Pero Dios nos comunica su mismo amor por medio de Jesucristo su Hijo. Es la "caridad y amor de Dios y del prójimo, que ésta es su vida" (Gálatas n. 52, 2840ss; cfr. Gal 5,6), que se manifiesta en las obras: "La caridad, donde quiera que está, produce grandes y excelentes fructos. No se contenta con tener el amor ocultado, sino que da muestras de él con sus obras" (ibídem, 2902ss; comenta 1Cor 9,22).

 

      El amor a Dios se goza en que Dios sea tal como es: "Siempre queráis que nuestro Señor Dios, delante del cual habéis de andar, sea en sí tan bueno, tan santo, tan lleno de gloria como en sí mesmo; ansí con un gozo y complacencia en todo los bienes de Dios, holgándoos y regocijándose vuestra ánima en ver que vuestro Señor, verdadero amor, tiene todo aquello que merece" (Carta 26, 127ss).[40]

 

      Por esto, la caridad se demuestra en la unión efectiva y afectiva con la voluntad de Dios. Comentando la doctrina paulina sobre la caridad como "plenitud de la ley" (Rom 13,10), va exponiendo que se trata de la unión de voluntad con la voluntad divina, tomando como ejemplo los santos en el cielo, "transformados en un querer con el de Dios" (Carta 26, 47ss). El Maestro invita a sus dirigidos a llegar a la "perfecta caridad". La caridad es, pues, la sintonía de la propia voluntad con la de Dios: "Por eso os dije que trujésedes un querer, con que quisiésedes que el Señor fuese en sí quien es; porque la caridad en este querer consiste" (Carta 26, 208ss).

 

      La caridad consiste, pues, en armonía de la propia voluntad con la de Dios: "El amor de caridad, dicen los santos teólogos, que ha de nacer de la voluntad... la verdadera esencia del amor consiste en aquesto, y ansí entonces diremos que una ánima ama a Dios cuando quiere a Dios y su gloria" (Carta 222, 347ss; cfr. II-II, q.24, a.1). "Andar en perpetua caridad" consiste en caminar por "una vía de amistad" (ibídem, 534ss y 551ss). Entonces no es sólo la voluntad, sino también "todas las potencias exteriores e interiores obran por amor", "porque todo cuanto hacen nace del amor" (ibídem, 631ss).

 

      La vida espiritual se mueve, pues, por este camino de la caridad, como unión con la voluntad de Dios: "No quite sus ojos de Dios y de su santa voluntad, que es el norte al cual hemos de mirar en la noche y mar de aqueste mundo, para aportar al puerto de salud, que no tiene fin" (Carta 78, 13ss). Seguir la voluntad de Dios es señal de garantía en la vida espiritual: "Ésta es la verdadera señal de los hijos de Dios, que dejan su voluntad propia y hacen la de Él; y esto  no en las prosperidades (que aquello poco es), mas en las adversidades" (Carta 81, 118ss).[41]

 

      Este ideal sublime se hace asequible, si se parte de la propia realidad amada por Dios: "Confíe que es amada de Él, y tenga esperanza de ver con alegría la faz del Señor... Subjétese del todo a la voluntad del Señor, y tórnese un poco de lodo, y diga al Señor: ... haz de mí a toda su voluntad" (Carta 135, 19ss). Así se va llegando al olvido de sí, para donarse a Dios y a los hermanos: "Ofrecerse tal cual es a nuestro Señor y no querer ella nada para sí, sino que Él la ponga donde Él quisiere, y que allí estará contenta... Ofrézcase a la voluntad de Dios y no elija por donde ha de ser salva, que Él tiene cuidado de ella" (Carta 90, 363ss, 397ss). Se trata de que nuestra voluntad "esté aparejada a querer todo lo que Dios quiere que queramos, sin sacar alguna excepción" (Carta 52, 32ss). Por esto, "todo el saber del siervo de Dios es hacer la voluntad de Él y a ojos cerrados esperar en Él" (Carta 77, 35ss).

 

      El don de la sabiduría pertenece al campo de la caridad, a modo de conocimiento amoroso de Dios. La sabiduría cristiana se apoya en la revelación divina, en su misma palabra personal que es Cristo, el Verbo encarnado. Es siempre un don de Dios, que consiste en reconocer la propia realidad creada a la luz del misterio de Dios Amor: "Tiene esto la inmensidad de Dios y la grandeza de sus obras, que mientras más un hombre conoce de Él y de ellas, tanto más le parece que es poco lo que ha conocido y mucho el camino que le queda de andar" (Ser 53, 4ss). El encuentro auténtico de una parte de la verdad, hace al hombre sabio, en cuanto que sigue siempre buscando la verdad infinita.

 

      Este don de la sabiduría se comunica a los humildes: "No se comunica la sabiduría de Dios, sino a los pequeños y humildes. que con sencillez se llegan a Él, inclinando su oreja a Él y a su Iglesia, y reciben de su bondad muy grandes mercedes, con las cuales queda el ánima satisfecha, hermoseada con fe y con obras" (AF cap. 49, 5071ss). En realidad, la sabiduría, por estar enraizada en la caridad, abarca todo el itinerario de la vida cristiana: "Dice San Bernardo: «Ése es sabio, a quien le sabe cada cosa como ella es»; aquel es sabio que le amargan los pecados más que la hiel, quien pone la honra debajo de los pies, quien se huelga con los trabajos, quien ama a Dios más que a sí, quien ama al prójimo como a sí mismo. Este tal tiene lumbre y esta lumbre es sobrenatural" (Juan I, lec. 4ª, 557ss; cita a San Bernardo, Sermo 18, 1).[42]

 

                  La caridad fraterna: El mandato del amor

 

      Si la revelación cristiana se resume en Dios Amor manifestado por Cristo, la señal característica del cristiano es también el amor. Dice el Maestro Ávila que "el mandamiento de la caridad del prójimo (es) semejable al mandamiento de amar a Dios"; pero hay que reconocer que somos "muy flacos en la caridad" (Ser 36, 592ss). El mandato del amor es un reto al cristianismo: "Si los cristianos fuésemos perfectos guardadores de la Ley, que tenemos, cuyo principal mandamiento es el de la caridad, sería tanta la admiración que en el mundo causaríamos que... creerían que moraba Dios en nosotros" (AF cap. 34, 3528ss).

 

      Comentando la doctrina paulina sobre la caridad, concluye: "Si no tienes caridad con que ames a Dios y al prójimo, aunque te vendas en tierra de moros y des por Dios el precio que dieron por ti, no vale nada" (Ser 8, 415; cita 1Cor 13,1). La señal de vivir en esa caridad para con Dios es "el amor del prójimo, que desciende de este profundísimo amor" (Carta 26, 235s; cfr. Carta 222, 640ss).

 

      El tema de la caridad fraterna tiene en el Maestro Ávila textos de antología. Todo hermano, especialmente el más necesitado y el más pobre, es algo que pertenece al Señor: "Vuestros prójimos son cosa que a Jesucristo toca" (Carta 62, 37ss). Por esto, "prueba del perfecto amor de nuestro Señor es el perfecto amor del prójimo" (Carta 103, 30ss).

 

      La profunda doctrina avilista sobre el Cuerpo Místico no podía menos de afrontar el tema de la caridad fraterna en su perspectiva de comunión. Amar a los hermanos equivale a entrar en sintonía con los sentimientos de Cristo: "Porque, si Cristo en vos mora, sentiréis de las cosas como Él sintió y veréis con cuánta razón sois obligada a sufrir y amar a los prójimos; a los cuales Él amó y estimó como la cabeza ama a su cuerpo, y el esposo a la esposa, y como hermano a hermanos, y como amoroso padre a sus hijos" (AF cap. 95, 9930ss).

 

      La caridad fraterna es la nota de garantía de la vida cristiana en todos sus niveles. El Maestro alude frecuentemente al mandato del amor (cfr. Juan I, lec. 9ª, 18ª, 22-23ª) y, por tanto, al ejemplo del Señor, indicando que corresponde a la razón de ser de la Iglesia como Cuerpo Místico (cfr. Ser 10, 512ss). La explicación, basada en los principios evangélicos, se aplica a compromisos concretos de caridad (cfr. Ser 25, 425ss; Carta 110, 51ss). La contemplación cristiana tiene también esta nota de garantía: mirar a los demás redimidos por Cristo "con los ojos que Él los miró" (AF cap. 95, 9930). Entonces, cumpliendo su mandato, se ama a Cristo "por sí, y a ellos por Él y en Él" (9978s; comenta el texto del "mandato" según Jn 15,12).[43]

 

      Quien ama al hermano necesitado, no distingue entre buenos y malos: "Más gente cabe en este mandamiento del amor, que cabe en el cielo, porque en el cielo no caben más que buenos y en este mandamiento caben malos y buenos... Y los que están en pecado mortal son hijos bastardos, mas hermanos son. Y los infieles que lo pueden ser, viniéndose a la fe, manda Dios que entren en esta cuenta" (Juan I, lec. 21ª, 6474ss). La novedad del mandato del amor consiste en amar con el mismo amor de Cristo, "como lo cumplió nuestro Señor Jesucristo..., que fue desinteresadamente... Pues mandamiento de amor de esta manera, nuevo es, nunca notificado ni a gentiles ni a judíos" (Juan II, lec. 9ª, 1050ss).[44]

 

 

                              Virtudes morales

 

      Todas las virtudes encuentran su fuente y su raíz en la caridad. Las virtudes "morales" indican el actuar humano concreto en la perspectiva del amor. Respecto a la virtud de la prudencia, tratándose del recto y equilibrado modo de obrar de cada una de las demás virtudes, puede constatarse especialmente en el consejo o dirección espiritual, en el discernimiento del Espíritu y en modo de ejercer la autoridad por parte de los gobernantes.

 

      Las reglas de la prudencia se aplican a todos los campos del actuar humano. El Maestro presta más atención a la vida espiritual. En las cartas a los dirigidos les ofrece algunas orientaciones, invitándoles a la docilidad a las mismas, en vistas a no exagerar. Así, por ejemplo, en carta a su dirigido  San Juan de Dios, comenta Mt 24,45 (el siervo "fiel y prudente") y dice: "Para ser fiel es menester ser prudente... porque si no hay prudencia, cae el hombre en mil cosas que desagradan a Dios y es castigada su necedad con necio castigo" (Carta 46, 22ss).

 

      En el campo del gobierno (eclesiástico o civil) es donde la prudencia necesita una actuación mayor, puesto que se trata del bien de los súbditos, a los que se sirve como al Señor: "Notoria cosa es, para cumplir bien con este oficio, ser necesaria la lumbre de la prudencia, con la cual disponga bien los medios, con que alcance su fin, que es la paz y virtud de los ciudadanos" (Carta 11, 484ss). Norma de prudencia para el gobernante es buscar consejo de personas entendidas (cfr. ibídem, 927ss). Pero por tratarse de una virtud sobrenatural, es necesaria "la mayor lumbre celestial que de la contemplación de Dios resulta", la cual se encuentra o se debe encontrar especialmente en quienes rigen la Iglesia (ibídem, 942).

 

      Respecto a la justicia, además de referirse al campo de la "justificación", el Maestro también la explica como virtud moral o cardinal: la virtud que consiste en la actitud habitual de dar a cada uno (a Dios, al prójimo, a la comunidad humana) lo que es debido.

 

      Al exponer explícitamente el término de "justicia" en la primera carta de Juan (1Jn 2,28-29), el Maestro recuerda los tres tipos clásicos de justicia: "Tres maneras hay de justicia: una es conmutativa, otra es distributiva, otra es justicia universal" (Juan I, lec. 17ª, 5160s). La justicia conmutativa se refiere a los contratos: "Justicia conmutativa es la de los contractos de daca y toma, vender la cosa por lo que vale y comprarla por lo que merece" (ibídem, 5161ss). La justicia distributiva se refiere al buen ejercicio de los oficios públicos (ibídem, 5166ss). La justicia "universal", según el Maestro Ávila, se refiere a la santidad y virtudes (al "hombre justo"), que tiene su primer modelo en Dios justo (cfr. ibídem, 5171ss). Esta última es la que se explica en el texto de Juan, como fuente de toda justicia: "Dios hace justicia porque es justo; pues sabed que todo hombre que es justo ha nacido de Dios" (ibídem, 5203s; cfr. 1Jn 2,28-29).

 

      La aplicación de la justicia por parte de los gobernantes consiste en hacer cumplir las leyes, con tal que no se pierda de vista el objetivo para que han sido dictadas: para el bienestar del pueblo y para la recta distribución de los bienes entre todos los ciudadanos (cfr. Carta 11)[45]. La justicia debe llegar también a corregir los abusos cometidos por parte de quienes tienen algún cargo especial en la sociedad (cfr. Carta 11, 979ss; Carta 180, 5ss).[46]

 

      Un verdadero tratado de orden público es la descripción sobre el arte de gobernar, que se hace en la carta 11 (con 1330 líneas de contenido), dirigida "a un Señor de este Reino, siendo asistente en Sevilla". Después de dar una normas generales, hace la aplicación a los diversos campos de la vida social. Todo gobernante tiene que buscar no el propio interés, sino el "cuidado de la gobernación y provecho de otros" (Carta 11, 29s).

 

      La persona que ejerce un cargo público ha de "llevar las cargas de su súbditos" (Ser 35, 539s). Los mismos reyes y gobernantes deben humillarse dando buen ejemplo en la confesión y comunión (ibídem, y Ser 55, 430ss). En las celebraciones dentro de la Iglesia, "no es razón que el rey ni los grandes tengan aquel aparato de estrados como en otras partes suelen tener" (Ser 35, 765ss). Nadie puede abusar de su "poderío" como si no hubiera "quien juzgue a ellos" (ibídem, 794). Poniendo el ejemplo del rey David (cfr. 2 Reg 6,14ss), comenta: "Y aquel baila bien cuyo cuidado único es beneficiar a los suyos, y para el bien público tiene ofrecida su hacienda, su honra y su vida, al ejemplo del Señor, que vino a servir y a dar la vida en rescate de muchos" (ibídem, 828ss; Mt 20,20).

 

      El problema de la corrupción en los niveles de la actuación pública disminuiría si los gobernantes atendieran al verdadero fin de su actuación: "No se contenten con sólo mandar - que aquello sin amor se puede hacer -, mas desciendan de su majestad por subir en la bondad, y dejen el ocio y regalo y tomen el azadón en la mano, y caven, con sudor de su cara, la dura tierra de los corazones de sus súbditos, si quieren gozar del fructo y del nombre de gobernantes cristianos, imitadores de Jesucristo" (Carta 11, 314ss). Pero "hay pocos que entiendan esta carga, aneja al oficio público, de procurar de hacer buenos a los que les son encomendados... como buenos padres, para que sus hijos sean virtuosos" (ibídem, 321ss).

 

      No descuida el Maestro el respeto a la autoridad, puesto que se trata de un "lugarteniente de Dios" (Carta 12, 395). Pero, precisamente por ello, se atreve denunciar los abusos: "Aprendan los grandes a no extender sus grandezas, ni piensen que mientras más libremente hicieren lo que quieren, tanto más grandes son. No es poder usar mal del poder, mas usar de él según razón y derecho" (Ser 50, 523ss). Recuerda que "los lugares altos hacen muchas veces a los buenos malos; ninguna o pocas, de los malos buenos", porque quienes llegan a ellos están, a veces, "embriagados del falso vino del mandar, de las riquezas y placeres" (Ser 69, 49ss).[47]

 

      La virtud de la fortaleza no aparece explicada con amplitud, sino relacionada con la esperanza, con la paciencia, con el anuncio (el profetismo), con el martirio, con el sufrimiento y las pruebas, etc. La esperanza es confianza y también "tensión" hacia el encuentro definitivo, por encima de las dificultades. El anuncio de la verdad con fortaleza profética puede llevar a la persecución y al martirio. Las pruebas de esta vida son medios en los que se acrisola la virtud, especialmente la virtud de la esperanza y de la fortaleza. La fortaleza se demuestra también en el cumplimiento del propio deber y en la obligación del trabajo.

 

      La paciencia es la concretización de la virtud de la fortaleza en los momentos de dificultad (dolor, pruebas, sufrimiento, tribulaciones). La paciencia se adquiere meditando en Cristo crucificado. La paciencia se adquiere en las pruebas de esta vida, sufridas por amor: "Que así como una castidad es probada con cosas contrarias, una humildad con deshonras, una paciencia con trabajos, una caridad con hacer bien a quien nos hace mal, así es la fe y confianza probada con enviar Dios trabajos que parecen sacar de juicio, y esconderse Él" (Carta 22, 69ss).

 

      La paciencia es también imitación de Cristo, contemplando su pasión y esperando su venida final: "El Padre amó a su Hijo mucho, y le entregó en poder de muchos dolores. Ama el Hijo a vuestra merced mucho, y por esto envíale éstos: llévelos con paciencia, como el Hijo llevó los suyos, y será amada de Él, y sentirse ha en el trono de Él, como Él se sienta en el trono del Padre" (Carta 27, 148ss; cfr. Carta 115, 108ss).

 

      Dios mismo tiene suma paciencia con nosotros: "Ninguno hay que con tanta paciencia os sufra como el Señor benigno, que conoce muy bien vuestra flaqueza" (Carta 48, 84ss). Y las pruebas que nos envía son señales de su amor para probar nuestra paciencia: "Ansí que, señor, aunque la salud de vuestra merced se emplease bien, más se huelga Dios con la paciencia en la enfermedad, porque es cosa donde más se ejercita el amor, que con la paciencia de la salud" (Carta 168, 21ss).

 

      La virtud de la templanza (virtud que ordena y modera los deseos y tendencias) queda expuesta en relación con la castidad, la mortificación, la orientación de la concupiscencia, el recto uso de la bebida y comida, la moderación en el vestir y en el uso de los bienes de esta tierra, la modestia en el aprecio de sí mismo, etc.

 

      La virtud de la castidad orienta las inclinaciones afectivas según la caridad. Puede también referirse al dominio de la concupiscencia, o también al seguimiento radical de Cristo por medio de la virginidad y celibato. La castidad se traduce en dominio de sí mismo en el campo de la sexualidad y de las inclinaciones de la carne. Este vencimiento es necesario para que Cristo viva en el alma: "La preciosa joya de la castidad no se da a todos, mas a los que con muchos sudores de importunas oraciones y de santos trabajos la alcanzan de nuestro Señor" (AF cap. 5, 413ss). Este bien "por mucho que cueste, siempre se compra barato", puesto que hace posible "aposentar a Cristo en sí" (ibídem, 419ss). No es posible guardar "castidad entre regalos" (ibídem, 468).

 

      La castidad se presenta en armonía con las demás virtudes. Se han de poner los medios para adquirirla o conservarla, especialmente la templanza, la oración y la recepción de la Eucaristía (Ser 11, 543ss). Sin sacrificio no es posible ser casto: "¿Pensáis que holgando y durmiendo y teniendo el vientre lleno se gana la castidad? No, hermano, que en corporales limpios y de lienzo se aposenta Cristo" (ibídem, 583ss).

 

      Para guardar la castidad cristiana, además del espíritu de sacrificio y de la oración ferviente, se requiere "procurar alguna buena ocupación" (AF cap. 6, 519ss). La meditación de la pasión es un medio eficaz para superar las tentaciones. La soberbia suele terminar en pecados contra la castidad (cfr. AF 7-16). La devoción a María es una ayuda imprescindible: "Ella oye y recibe de muy buena gana, como verdadera amadora de lo que le pedimos" (AF cap. 14, 1305ss). Amar a María y acudir a ella es camino de castidad: "Si la carne te tienta, llama a María... veis aquí una Virgen que, mientras más un hombre se enamora de ella, será más casto" (Ser 63, 496ss).

 

      La moderación de las ambiciones y de la estima de sí mismo se llama humildad. Es la actitud de reconocer los dones recibidos y también la propia limitación humana. El realismo de la doctrina avilista se basa en el conocimiento de la naturaleza humana a la luz de la redención. Se reconoce la propia debilidad y, al mismo, los dones de Dios.

 

      La humildad cristiana no es apocamiento, sino actitud de confianza, generosidad, magnanimidad y audacia (cfr. AF, cap. 67). Sin actitud de humildad, no existe la santidad. "No sólo la humildad alcanza y conserva la gracia, mas es señal que da la entender que está allí la gracia... Quien a Dios tiene, en la humildad se conoce... No creáis haber santidad sin humildad, ni aunque seáis subido al tercer cielo" (Ser 66, 149s).

 

      La doctrina sobre la humildad cristiana no tiene origen en una reflexión humana, sino en los ejemplos y enseñanzas de Jesucristo (cfr. Ser 21, todo). Todos los momentos de la vida del Señor, desde la Encarnación hasta la cruz, son una llamada a la humildad: "Y si te acordares que está Cristo en un pesebre, ¿habrás vergüenza de ensalzarte en este mundo? Que este Niño que está en este mundo, verdad es de Dios Padre... Cuando nace, en pesebre; cuando muere, en cruz" (Ser 4, 451ss). "Está Dios humillado y puesto en palo, ¿y quieres tú estar ensalzado?" (Ser 3, 745s). "¡Oh humildad! ¡Oh pobreza, cuán amada sois de este Señor, pues os santifica, tomándoos en su misma persona, para después llamar bienaventurados a los humildes y pobres de espíritu!" (Ser 75, 1236ss, sermón sobre San José).

 

      Puesto que la humildad es la verdad (según enseñanza de Santa Teresa), será un acto de humildad reconocer y agradecer los dones de Dios: "Si alguna cosa buena tengo, vos me la distes; y si a otros la diérades, mejor os sirviera con ella que yo" (Ser 18, 624ss). La misma actitud de autenticidad se traduce en reconocer la propia miseria y pecado: "Mira cuánto vale la humildad que, puestos en una balanza muchos pecados, y en otro buenas obras con soberbia, pesa más la humildad con pecados. ¡Cuánto más si pusieras buenas obras con humildad!" (Ser 21, 392ss).

 

      El reconocimiento de los dones de Dios lleva al agradecimiento y a la alabanza del mismo Dios. La gratitud es un proceso que queda descrito en tres momentos: "Tres grados se suelen poner de la virtud del agradecimiento. El primero es conocer en el corazón el beneficio recebido; el segundo, alabarlo y contarlo con palabra; el tercero, satisfacerlo con la obra, según la posibilidad de quien lo recibió" (Carta 76, 1ss). Hay que agradecer especialmente el perdón de los pecados (cfr. AF cap. 12). Efectivamente, "el ánima... se debe ocupar en hacimiento de gracias por tan grande y no merecida merced, de no sólo haber Dios perdonado el infierno, mas haberle recebido por hijo y dádole su gracia y dones interiores, por merecimiento del verdadero Hijo de Dios, Jesucristo nuestro Señor" (ibídem, 7410ss; cfr. Rom 4,25).

 

      El reconocimiento de la propia miseria no lleva al desánimo, sino a la confianza en la misericordia divina: "Y así, Señor, siempre tu gracia y tu misericordia anduvo delante de mí... Porque si tú, Señor, esto no hubieras hecho, todos los pecados del mundo hobiera yo hecho" (AF cap. 66, 6748ss; cfr. San Agustín, Sermón 99, cap. 6, etc.). Se puede decir que para conocer la bondad de Dios, hay que aprender a conocer la propia bajeza: "Y si quiere hallar un gran libro para leer cuán bueno es Él, mire cuán malo es vuestra merced, y crea que Dios le ama, y verá un retablo de hermosura de amor pintado en vileza de sus propias maldades" (Carta 93, 41ss).

 

      En el camino de la perfección y de la contemplación la humildad es garantía de acierto: "A quien Él levanta a grandes cosas, primero le abate en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaqueas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52, 5401ss). Precisamente la contemplación es camino de humildad, "contentándose con aquella vista sencilla y humilde, acatando a los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia" (Carta 1, 361ss).

 

      La humildad es un don de Dios; la cooperación a este don consiste en el conocimiento propio y la aceptación de las humillaciones. Mirando a Cristo en su vida humilde, "tendréis gana de ser despreciada, por ser conforme al Señor" (AF cap. 3, 185s). Ante las injurias, es mejor adoptar una actitud de propia humillación: "Iros a vuestro rincón y delante de Dios quejaros de vos diciendo: Señor, debiéndote yo tanto, que soy obligado a pasar por ti otro tanto como tú pasaste por mí, no sufro una palabrita, una nonada; quéjome, Señor, de mí y de mi poquedad" (Ser 2, 215ss). Por esto, el humilde huye de las honras del mundo, "huyendo con mucho cuidado de ser preciado de aquel que a su Señor despreció; y teniendo por grande señal de ser amado de Cristo, el ser despreciado del mundo, con Él y por Él" (Carta 93, 215ss). "Mire, pues, qué de bienes vienen con la ceniza de la humildad, y no esté sin ella, porque no esté sin Dios" (Carta 85 -1-, 19ss). Recordaba a sus dirigidos que "muy mal se guarda la humildad entre honras" (AF cap. 5, 467s).

 

      En las "Reglas de espíritu", el Maestro señala unos grados de humildad, a modo de invitación a conocerse, negar la propia voluntad, obedecer, adoptar signos externos de sencillez ("no hacer alguna singularidad notable en las cosas exteriores"), aceptar con paciencia y alegría las humillaciones, confesar las propias faltas, "anteponer a los otros a sí", "hablar cosas pocas y buenas", "pretender estado y hábito humilde", etc.

 

      El discernimiento de las mociones del buen Espíritu o del mal espíritu, tiene lugar por el camino de la humildad. Entre las señales del buen Espíritu, "la principal sea si os dejan más humillada que antes. Porque la humildad... pone tal peso en la moneda espiritual, que suficientemente la distingue de la falsa y liviana moneda" (AF cap. 52, 5345ss; cita a San Gregorio Magno, Moral, lib. 34, cap. 23). Los engaños del demonio se superan con la humildad: "Huirá el demonio con la piedra de la humildad, que es golpe que le quiebra la cabeza como a Goliat" (AF 51, 5265ss). La humildad va acompañada de la obediencia, "porque la humildad que no es obediente, no es humildad. Y no se engañe nadie con color de virtudes" (Ser 33, 402ss). "Humíllese mucho a Dios y a los hombres, que no hay otra arte para escapar de los lazos del demonio... sino ser chiquito" (Carta 105, 72ss).[48]

 

 

c) La vida de oración

 

      El Maestro explica la oración vocal (personal, comunitaria) e invita a vivir la oración y celebración litúrgica. Aconseja con frecuencia la meditación e invita a adentrarse en la unión contemplativa. Pero recalca especialmente las actitudes interiores que hay que adoptar en la oración.

 

      La oración avilista, profundamente contemplativa, sigue la dinámica de humildad (realismo), confianza (en el amor de Dios) y unión (con la voluntad de Dios). Los tres aspectos de la actitud oracional (humildad por nuestra condición de criaturas, confianza en la bondad de Dios) y unión, se reflejan en toda la doctrina avilista: "El hablar con Dios ha de ser con gozo y temor; con temor, teniéndose por indigno de hablar con tal alto Señor, y con grande alegría de contemplar tan grande honra como Dios tuvo por bien de hacer a los mortales en tener de nosotros tan especial cuidado, que continuamente podamos gozar de su divino coloquio".[49]

 

      La actitud relacional de la oración se concreta en una "muy estrecha y familiar comunicación" con el Señor (AF cap. 70, 7136). La oración es una actitud filial. En este sentido hay que entender su expresión: como "un niño o uno que oye órgano y gusta" (Plática 3ª, 167ss); "con un afecto sencillo, como niño ignorante" o con "una sosegada atención para aprender de su maestro" (AF cap. 75, 7656ss). Esta la actitud filial de autenticidad y confianza, se resume en la "humildad y simplicidad de niño" (AF cap. 75, 7728).

 

      El Maestro Ávila invita continuamente a una actitud relacional con Dios, expresada en alabanza, acción de gracias, confianza, petición, amor. Este contexto relacional resume los contenidos tradicionales de la oración: "Por oración entendemos aquí una secreta e interior habla con que el ánima se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en aquella secreta habla se pasa con Dios" (AF cap. 70, 7138ss). Esta oración es posible gracias al Espíritu Santo que se nos ha comunicado: "La oración que no es inspirada del Espíritu Santo, poco vale; la que no se hace según Él, la que no inspira y ordena Él, de muy poco fruto es, poco aprovecha" (Ser 30, 41ss; cfr. Rom 8,26).

 

      Parte siempre de la bondad de Dios y de la realidad humana (personal y comunitaria), para pasar a la confianza filial y a la unión con Dios. La oración cristiana consiste en dejar orar a Cristo en nosotros. Citando a San Agustín, afirma: "Cuando nosotros oramos, Él (Cristo) ora en nosotros" (AF cap. 84, 8868; cfr. San Agustín, Enarr. in Ps., 85,1). En este sentido se puede comprender mejor cómo la oración es actitud filial, a imitación de la oración de Cristo.[50]

 

      La actitud filial de la oración se refleja especialmente en el "Padre nuestro" (cfr. Plática 3ª y AF cap. 70 y 75). "Y Padre nuestro es, con el cual nos habíamos de holgar, conversando, aunque ningún provecho de ello viniera" (AF cap. 70, 7170ss). Nuestra actitud filial (de confianza y autenticidad) se funda en su amor paterno: "Verdaderamente te ama y procura tu bien. Padre tuyo es y buen padre; y a todos ayuda, y hace bien a los que en él esperan" (Ser 9, 309ss). La garantía de esta actitud filial es el amor a todos los hermanos: "Y no ha de pensar que teniendo tan buen Padre en el cielo, como tiene, que no ha menester a nadie, porque este Padre es amigo de caridad y humildad, y quiere aprovechar a unos por medio de otros" (Carta 90, 348ss).

 

      El tono de intimidad y de confianza lo comenta a partir de algunas escenas evangélicas. Comentando la escena de Jesús esperando a la Samaritana (Jn 4,2), invita a encontrar a Cristo en la soledad: "Quédase allí solo, descansando. Por esto quien quisiere negociar con Él, vaya, que allí lo hallará solo, y el negocio que Él más quiere es que vais a regocijaros con Él; id, que allí lo hallaréis solo" (Ser 11, 80ss).

 

      La necesidad de la oración la recordaba a toda clase de personas: "Si tuviésedes callos en las rodillas de rezar y orar, si importunásedes mucho a Nuestro Señor y esperásedes de Él que os dijese la verdad, otro gallo cantaría. ¿Quieres que te dé su luz y te enseñe? Ten oración, pide, que darte ha. Todos los engaños vienen de no orar" (Ser 13, 560ss). Explica la oración de modo asequible para todos. Es oración del corazón y que puede realizarse continuamente: "Oración de corazón, que mana de fe viva, alcanzará lo que pidiere" (Ser 10, 102s).  Comenta Lc 18,1 (sobre la oración continua): "Graciosa y muy agradable oración haréis si, dondequiera que os halláredes, alzardes vuestros corazones a Dios y lo tuvierdes presente en vuestra memoria. ¿Quién os estorbará que no podáis hacer esto?" (Sermón 10, 321ss). Invita a todos los fieles a practicar esta oración: "Comunicaos con Él, recogeos un poco a solas con Él en vuestro rinconcillo, si queréis sanar de vuestros males" (ibídem, 376ss).

 

      En las cartas a sus dirigidos, explica frecuentemente los modos de hacer esta oración continua y sencilla. Aconseja una lectura que lleve a contentarse con una "vista sencilla y humilde, acatando a los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia" (Carta 1, 361ss). Se puede hacer oración a partir de los acontecimientos: "No esperaréis horas ni lugares ni obras para recogeros a amar a Dios; mas todos los acontecimientos serán despertadores de amor. Todas las cosas que antes os distraían, agora os recogerán" (Carta 56, 104ss). "Ningún rato haya en el cual vuestro corazón no ofrezca a Dios sacrificio de alabanzas y de amor  encendido" (Carta 66, 69s). En cualquier dificultad, "perseveremos en mirar a Dios" (Ser 129, 19s).

 

      Siendo la oración una actitud relacional que tiende a la unión con Dios, es normal que presente esta dimensión contemplativa de la oración, siempre en relación con el proceso de perfección: incipientes, proficientes y perfectos (cfr. toda la  Plática 3ª).

 

      El tiempo para orar se encuentra más fácilmente cuando la oración es actitud relacional, por parte de quien busca a la persona amada. Hay que encontrar tiempo para orar, "porque no tener algunos ratos de ella, sería yerro muy grande" (AF cap. 6, 549s). Hay que evitar los obstáculos para esta "secreta y amigable habla". Por esto, además de explicar la naturaleza de la oración y su necesidad, no deja de invitar a poner los medios concretos.

 

      Para conseguir estos objetivos de la oración, recomienda planes concretos, ambiente propicio, toma de conciencia sobre la presencia de Dios, petición, lectura, etc. (cfr. AF cap. 58-61). A sus discípulos recomienda orar por la mañana meditando la pasión, y por la tarde haciendo un examen para llegar al conocimiento propio. Todos esos medios son ayudas (caminos, métodos) para pensar, sentir, examinarse, dialogar... Pero la oración es siempre un don de Dios: "Y de ninguna manera presumáis en el acatamiento de Dios, de estribar en vuestras razones ni ahinco, mas en humillaros a Él con un afecto sencillo, como niño ignorante y discípulo humilde, que lleva una sosegada atención para aprender de su maestro, ayudándose él. Y sabed que este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar" (AF cap. 75, 7654ss).

 

      La valoración de los medios es positiva, pero nunca pueden sobrevalorarse por encima de la actitud sencilla de oración. El Maestro habla por experiencia: "Y a muchos he visto llenos de reglas para la oración, y hablar de ella muchos secretos, y estar muy vacíos de la obra de ella" (AF cap. 75, 7724ss). No hay que dejar de lado los medios necesarios, pero sí hay que insistir en la confianza y en el amor. "Y no os digo esto para quitar las industrias razonables que de nuestra parte hemos de poner, especialmente cuando somos principiantes en ellos, mas para que se haga con tanta libertad que no nos impidan el estar colgados del Señor, esperando sus mercedes por la vía que Él las quisiere hacer. Y tened por cierto que en este negocio aquél aprovecha más que más se humilla, y más persevera, y más gime al Señor; y no quien sabe más reglas" (ibídem, 7729ss; cfr. Carta 222, 182ss).

 

      La oración avilista tiende, pues, a la actitud relacional de unión. Es oración fuertemente contemplativa en el sentido sencillo de un corazón que se quiere abrir del todo a Dios y a su Palabra, reconociendo la propia pobreza y donándose totalmente a él. Por esto, el camino de la oración contemplativa (que veremos después) es, al mismo tiempo, camino de perfección. En la terminología avilista, equivale, a veces, al camino de meditación.

 

      La meditación es un modo de hacer oración, muy recomendado por los santos y también por el Santo Maestro. Es también un medio peculiar de perfección. En el Maestro se expone como un camino de oración contemplativa, especialmente por tratarse de la meditación de la pasión (unión con los sentimientos de Cristo).[51]

 

      Esta meditación se desarrolla por medio de la lectura, reflexión, afectos y resoluciones, centrándose en la persona y doctrina de Jesús, como "escuchando a Dios en aquellas palabras que de fuera leéis, como si a él mismo oyérades predicar cuando en este mundo hablaba" (AF cap. 59, 6052ss). Es, pues una lectura "meditativa" (escuchar), que lleva al examen de actitudes y de vida, para pasar a la petición y a la unión con la voluntad de Dios. Es el proceso clásico de la "lectio divina".

 

      La meditación avilista se hace más con el corazón que con la cabeza. El Maestro la llama "meditación sosegada" y "sosegada atención": "Y de ninguna manera presumáis en el acatamiento de Dios, de estribar en vuestras razones ni ahinco, mas en humillaros a Él con un afecto sencillo, como niño ignorante y discípulo humilde, que lleva una sosegada atención para aprender de su maestro, ayudándose él. Y sabed que este negocio más es de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar... Y, si Dios os hace esta merced de meditación sosegada, será mas durable lo que en ella sintiéredes, y más larga y sin pesadumbre" (AF cap. 75, 7654ss).[52]

 

 

d) Seguimiento e imitación de Cristo

 

      El camino de la perfección cristiana se concreta en la imitación y seguimiento de Cristo. El Maestro invita a este seguimiento, para imitar el estilo de vida de los Apóstoles (cfr. AF cap. 76, 7803ss; cfr. ibídem, cap. 88-89). El seguimiento de Cristo comporta imitarle (cfr. Gálatas, n.4).

 

      En la doctrina avilista, el seguimiento evangélico tiene sentido de desposorio con Cristo. "Sabéis a qué entrastes?... A tratar amores con vuestro esposo Jesucristo" (Plática 15ª, 86ss). Las grandes exigencias de la abnegación se encuadran en esta perspectiva de seguimiento: "Si con Jesucristo fuéredes, id sin vos" (Ser 15, 368). "Señor, que siempre os seguí yo por vos y en vos" (Ser 15, 188s). En sentido eclesial general y particularmente en el seguimiento radical, el alma que sigue al Señor es para "ser esposa de Cristo" (AF cap. 104, 10894s).

 

      La exposición del seguimiento de Cristo sirve para toda vocación cristiana. Sólo a partir de esta actitud cristiana fundamental, muchas personas descubren su llamada específica a la profesión de esta misma vida evangélica. El Maestro no se cansa de predicar para todos que hay que buscar a Dios por sí mismo: "¡Señor, tú solo mi bien y descanso; fálteme todo y no me faltes tú; piérdase todo y no tú! Aunque me quieras quitar todo cuanto me quieras dar, dándome a ti no se me da que me falte todo" (Ser 2, 581ss). Entonces se aprende a perderlo todo por él: "Comencemos vida nueva, pues el Niño la comienza... Vais por humildad, por pobreza. A la corte vais por mis negocios. Quiérome ir con vos" (Ser 4, 526ss; cfr. Ser 5 -1-, 180ss).[53]

 

      Además de los sermones, también las cartas contienen esa misma llamada frecuente al seguimiento, con la particularidad de aplicar la llamada a la persona concreta, según su estado de vida: "No estime a Dios en tan poco, que quiera dar poco por Él, pues Dios le estimó a él en tanto, que no quiso dar menos que a sí por él" (Carta 2, 149ss). "Su Amado es, y más Amador que Amado" (Carta 22, 99). "No tengáis en el corazón a criatura alguna aposentada, por darle corazón y posada desembarazada a Él... dejad todo lo que no es Él" (Carta 47, 32ss, 72s; cfr. Carta 127, 75ss). Hay que vivir en continuo agradecimiento por esta vocación de dejarlo todo por el amor (cfr. Carta 94, 13ss).

 

      El seguimiento, como actitud de compartir la misma vida, incluye la imitación de Cristo. El Maestro es un apasionado por Cristo, en sintonía con su interioridad. Por esto invita a una relación y unión profunda con él, para imitarlo y transformarse en él: "Cristo nos amó; imitadle en sus virtudes y en el desprecio del mundo... Cristo os es dado por ejemplo, para que, mirando a él, rijáis vuestra vida" (Memorial II, 515ss).

 

      Aludiendo a la doctrina paulina de "revestirse de Cristo" (Col 3,10), invita a la imitación del Señor, para poder participar en su divinidad: "Habemos de tener compañía con Cristo en sus costumbres... Hemos de parecer a la humanidad de Cristo en padecer trabajos y persecuciones" (Juan I, lec. 3ª, 218ss). No es algo inabarcable, sino factible. Cristo es modelo de amor misericordioso y de humildad: "Otro remedio no tenéis para acertar el camino sino mirar dónde este Niño pone los pies y caminar por allí. Mirad su humildad, su mansedumbre, su caridad, su obediencia... Y quien le ama, fácilmente cumple lo demás. Y no sólo nos convida a le amar, mas Él nos infunde el amor, si aparejados nos halla" (Ser 4, 647ss).

 

      La imitación de Cristo es una exigencia de la vocación cristiana: "¿Qué quiere decir cristiano? - Imitador de Jesucristo. - ¿Quién imita a Cristo? - El que blasfemare los pecados y amare los trabajos" (Ser 26, 488ss). Especialmente las personas que quieran vivir el desposorio con el Señor, "han de mirarse en Jesucristo, viéndose como en un espejo, no tengan alguna mancha en la cara... porque su Esposo no las deseche" (Ser 27, 152ss).[54]

 

      No es una imitación simplemente externa o rutinaria, sino que se convierte en unión con Cristo. En el Maestro Ávila, la unión e imitación incluye la incorporación a Cristo. Nos unimos a él como hermano, pero "aun hay otro grado de unión, por el cual llega el hombre a ser hecho... no sólo cristiano, mas aun Cristo" (Ser 53, 616ss). Dios ama al creyente porque "lo ve unido con Jesucristo e encorporado con Él... Misterio grande, unión inefable, honra sobre todo merecimiento, que el hombre y Cristo sean un Cristo" (ibídem, 669ss).

 

 

e) Ascética, sabiduría de la cruz, martirio

 

      San Juan de Ávila presenta el camino espiritual por una serie de etapas hasta llegar a la unión con Dios. Es el camino de la ascética que deriva hacia la intimidad con el Señor ("mística"). El habla más bien de "incipientes", que progresivamente pasarán a "proficientes" y "perfectos". En la etapa de los incipientes "hase de comenzar por los defectos propios y por la meditación de la pasión" (Plática 3ª, 144ss). Es, pues, un momento fuerte para conocerse a sí mismo y fundamentar la confianza en el amor de Dios; de ahí se seguirá una entrega mayor.

 

      En la doctrina avilista, tan profundamente arraigada en el amor de Dios, se invita continuamente al esfuerzo ascético o la puesta en práctica de las obras buenas. Es, pues, la actitud contraria a la de los "alumbrados" o "dejados", que entendían el "recogimiento" como actitud pasiva y sin esfuerzo. La verdadera actitud ascética comienza por reconocer la propia "miseria" y decidirse a cumplir los mandamientos (cfr. Plática 3ª, 212ss). Esta actitud ascética (de humildad y de práctica de la voluntad de Dios) es necesaria en todo el proceso de la vida espiritual. "Si quisiera correr por los hermosos caminos de Dios, no vaya muy cargado de tierra; que cuanto más dejare por Dios, tanto El más le dará de su gracia" (Carta 10, 115ss).

 

      La ascética es necesaria durante todo el proceso de la vida espiritual, sin dicotomías, aunque distinguiendo claramente las diversas etapas, que pueden ser de tono más ascético o místico. Hay una continuidad en todo el proceso de la vida espiritual, marcado por la atención al conocimiento de sí mismo y a la voluntad de Dios. Lo importante es llegar a la unión con Cristo, por un proceso de abnegación o negación de sí mismo.

 

      La "abnegación" es la actitud evangélica de "negarse a sí mismo" para "seguir" a Cristo tomando su "cruz" (cfr. Mt 16,24). En la doctrina avilista, el tono del amor suscita una mayor confianza y una mayor negación de todo cuanto no suene a amor a Dios y a los hermanos: "Se prueba el amor... en la propia abnegación" (Carta 103,19s; comenta Mt 16,24). El camino del desposorio con Cristo trae consigo la abnegación de todo cuanto no sirva para la unión con él.

 

      El ejemplo de Cristo que sufre en la pasión, es el punto de referencia de la abnegación cristiana, como actitud de respuesta al amor: "Si vienes tras mí, ven sin ti" (Ser 15, 294). Cuando uno se busca a sí mismo, se pierde a sí y no encuentra a Dios (cfr. Ser 19, 221s). Para entrar en sintonía con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo, hay que despojarse del propio "parecer" y de la propia "voluntad". "Enseñados en la escuela del Espíritu Santo", dice, "destetaos de vuestra voluntad, de vuestro propio parecer, salíos de vosotros mismos, salíos de vuestro natural" (Ser 30, 464ss).

 

      En sana lógica evangélica, el Maestro explica que no se trata de "vaciarse" de algo válido, sino de "desembarazarse" para "llenarse" de Dios (cfr. Ser 44, 75ss). Es vaciarse de sí para llenarse del amor y hacerse donación: amor a Dios y a los hermanos. En este proceso de donación, el hombre se siente plenamente realizado: "Hermano, si os dais vosotros a Dios, todo es vuestro; si no, no tenéis nada" (Ser 64, 335s).[55]

 

      Se apunta al gran "todo" que es Dios, dispuestos a dejar nuestro "todo" que es nada: "Si todo lo dejásemos, de veras hallaríamos al todo" (Plática 15ª, 239s); "demos, pues, nuestro todo, que es chico todo, por el gran todo, que es Dios" (Carta 64, 67ss). Este es "el mayor sacrificio que se puede hacer a Dios", puesto que es la ofrenda de sí mismo (Plática 16ª, 2s); es un "trueque" que vale la pena (ibídem, 321s).

 

      Es, pues, un proceso de "liberarse" de todo lo que "contradice" al amor de Cristo (cfr. Carta 58, 59s). En aras de este amor, vale la pena cualquier renuncia: "Echéis de vuestro corazón todo aquello que Dios no es" (Carta 62, 104ss); "no viváis en vos, que moriréis, arrojaos en El, transformaos en El" (Carta 82, 15ss); "tanto alcazaréis de El, cuanto perdiéredes de vos" (Carta 164, 75ss); "no os quedéis en vos, pasaos a El, perdeos en El" (Carta 226, 72ss).[56]

 

      Abnegarse es "desprenderse", en el sentido de un buen uso de las criaturas. Nada ni nadie puede ocupar el puesto del absoluto de Dios: "Diga a todas las cosas: Apartaos de mí, que no soy vuestro ni debo ser mío" (Carta 147, 66ss). Equivale a despojarse de todo para revestirse de Cristo, compartiendo su misma cruz: "Desnudo murió Jesucristo en la cruz, desnudos nos hemos de ofrecer nosotros a El. Nuestra vestidura sola ha de ser hacer su santa voluntad" (AF cap. 26, 2593ss).

 

      Compartir la misma vida de Cristo equivale a correr su misma suerte de cruz. Es el tema del "Audi Filia", como desposorio que se traduce en el desprendimiento de "salir" del propio "pueblo" (Salmo 44 -45-), "fuera de la puerta", como Cristo, para seguirle por el camino de la cruz (cfr. AF cap. 98, 10268ss; Heb 13,13-14). Quien se desposa con Cristo, "huye toda la gloria de la vida presente, para que alcance todo lo que se promete en el siglo que está por venir" (AF cap. 99, 10423ss; cita a San Jerónimo, Epist. 148, 21).[57]

 

      Es muy frecuente, en el Maestro Ávila, el tema del dolor o sufrimiento. Es la realidad cotidiana en todos los períodos históricos y en todas las latitudes. Lo importante es descubrir el misterio de la cruz. El sufrimiento no resulta estéril cuando se ha transformado en donación, en unión con Cristo crucificado.[58]

 

      El "Tratado sobre el amor de Dios" describe toda la interioridad de Cristo, desde la Encarnación hasta la cruz (sus "miradas" de amor). Quien sigue a Cristo, se deja conquistar por el misterio de su cruz: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Amor, n. 8, 352ss; cfr. Ef 5,25-27). El creyente entra en la locura de la cruz: "¡Oh cruz! hazme lugar, y véame yo recibido mi cuerpo por ti y deja el de mi Señor. ¡Ensánchate, corona, para que pueda yo poner mi cabeza! ¡Dejad, clavos, esas manos inocentes y atravesad mi corazón y llagadlo de compasión y de amor!" (ibídem, 397ss).[59]

 

      No se mira directamente el dolor, sino el amor, que es siempre el único modo de descifrar el misterio del dolor: "No solamente la cruz, mas la mesma figura que en ella tienes, nos llama dulcemente a amor; la cabeza tienes inclinada, para oírnos y darnos besos de paz... los brazos tendidos, para abrazarnos; las manos agujereadas, para darnos tus bienes; el costado abierto, para recebirnos en tus entrañas, los pies clavados, para esperarnos y para nunca te poder apartar de nosotros. De manera que mirándote, Señor, todo me convida a amor: el madero, la figura, el misterio, las heridas de tu cuerpo; y, sobre todo, el amor interior me da voces que te ame y que nunca te olvide de mi corazón" (Amor, n. 11, 454ss).

 

      El camino de la contemplación y de la perfección está marcado por la cruz, como signo de desposorio entre Cristo y su Iglesia. La esposa no tiene más honra que la del esposo crucificado (cfr. AF cap. 2, 92ss) y "lleno de deshonras" (ibídem, cap. 3, 161). Con "el báculo de la cruz" y sus cinco llagas (como las cinco piedras de David), Cristo ha vencido el pecado (cfr. AF cap. 22, 2135ss). Así es "el camino de la cruz... por el cual Cristo anduvo" (AF, cap. 26, 2632s). Por esto, "el verdadero y perfecto amor del Señor crucificado estima... el padecer por su Dios" (ibídem, cap. 2702ss). La Iglesia esposa aprende a seguir el mismo camino de Esposo: "Alce sus ojos a Jesucristo, puesto en la cruz, y cobrará esfuerzo" (AF cap. 68, 6871s).

 

      Cuando sobrevienen las tribulaciones y sufrimientos, el creyente (la Iglesia esposa) mira a Cristo crucificado, "enclavado en la cruz hasta que el mundo se acabara" (AF cap. 69, 7052s). "En este espejo" se mira la Iglesia esposa "muchas veces al día" (AF cap. 69, 7116ss). Todos los creyentes, según la doctrina paulina, son invitados a vivir "crucificados en el corazón con Él" (AF cap. 111, 11563s; cfr. comenta 2,19; cfr. Juan I, lec. 14ª, 4096ss). Toda "oveja legítima de Jesucristo", ha de estar "señalada con su señal" (Carta 213, 26ss).[60]

 

      Era un queja bastante frecuente del Maestro (en sermones y cartas) la de que son pocos los que siguen a Cristo por el camino de la cruz (cfr. Ser 13, 401ss), prefiriendo quedar "vivos a las pasiones" (ibídem, 586). No hay verdadero seguimiento de Cristo que no lleve a la cruz (cfr. Ser 15, 265ss). Caminar con él, "romero a la cruz" (Ser 16,92ss), trae consigo recibir "la miel del Espíritu Santo" (Ser 27, 488s). Para encenderse de amor por el Señor, bastaría tomar "una rajica de la cruz de Jesucristo" (Ser 38, 314s). Su figura puesta en cruz se convierte en "saetas" de amor que atraviesan nuestros corazones (Ser 39, 171ss).

 

      Tomar la cruz significa: "Que tengáis el corazón tan sellado con el de Cristo, que antes deseéis estar con Él con trabajos que sin él con mucho descanso" (Ser 78, 370ss). Si hemos sido amados en la cruz, estamos invitados a amar en la cruz: "Amado fue en cruz, ame en cruz; caro costó a Cristo y con gemidos le parió quien le ganó... Ofrézcale su vida y honra en las manos del crucificado" (Carta 2, 152ss). "Todo se dio en la cruz por nuestro amor; mucho se ha de dar por el que es mucho" (Carta 15, 29ss).

 

      Así es "la sabiduría de la cruz" (Carta 22, 83ss), por parte de quien ha decidido seguir caminando, con la esperanza de un encuentro definitivo: "Cristo crucificado... este Cristo quiero, aquí lo busco, y fuera de aquí no lo quiero" (Carta 23, 113ss). "¿Quién es aquel que te ama, y no te ama crucificado?" (Carta 58, 55ss). "En cruz conviene estar hasta que demos el espíritu al Padre; y vivos, no hemos de bajar de ella, por mucho que letrados y fariseos nos digan que descendamos" (Carta 97, 58ss). "La cruz le dan, confíe que le dan al que se puso en ella" (Carta 102, 26ss). El creyente en Cristo ha de poner su confianza en la cruz: "Levante la cabeza y considere delante de sí a Cristo crucificado, y no espirado, sino que le mira vivo y le espera con los brazos abiertos" (Carta 232, 176ss).

 

      Entre las tribulaciones de quienes se han decidido a seguir a Cristo por el camino de la cruz, cabe destacar el tema de la persecución y el martirio. Fue la suerte que tocó al Maestro Ávila y a algunos de sus discípulos, acosados por las calumnias y también por las enfermedades. La doctrina avilista deja siempre la impresión de confianza en el amor de Dios, de suerte que siempre se puede hacer lo mejor. Es la actitud de las bienaventuranzas.[61]

 

      Con relativa frecuencia hace alusión el Maestro a la realidad del martirio: por el derramamiento de sangre o por la caridad en la vida espiritual o en el sufrimiento. El martirio estricto es la "confesión de la fe"; el martirio espiritual es "confesión de amor" (Carta 76, 102ss). Dios providente muestra así la santidad de la Iglesia: "Quitadme la crueldad de los tiranos, y no hubiera la hermosura de los mártires que hay en la Iglesia" (Juan I, lec. 16ª, 4681ss). Los mártires cristianos "morían por no perder la fe o la virtud. De manera que ninguna cosa temporal amaban, ni cosa temporal temían, por recia que fuese" (AF cap. 33, 3397s). Era de verdad "gente... tan llena de sabiduría" porque "ha derramado la sangre por Cristo" (ibídem, 3411s).

 

      A partir del martirio de sangre, el Maestro estimula a sufrir amando en las tribulaciones y persecuciones. "Padecían de antes por no perder la fe; padecen agora por no apartarse de tu voluntad" (Carta 76, 103ss). "Como los mártires querían antes morir que negar la fe, así tú, padecer lo que padeces por no quebrar su santa voluntad. Y hacerte ha compañero en la gloria con ellos" (AF cap. 15, 1402ss).

 

      El itinerario de la vida espiritual se puede comparar a un martirio por causa de Cristo Esposo: "Nuestro Señor la haga mártir de su amor" (Carta 104, 36). Por esto el itinerario tiene significado martirial y esponsal. En este sentido de lucha espiritual "la vida del cristiano es un continuo martirio y una molesta guerra" (Carta 32, 14ss). Por tratarse de seguir a Cristo Esposo, la persona llamada a la santidad tiene que ser "mártir de amor y para que beba su cáliz con El" (Carta 116, 27ss). Es el martirio de la cruz: "Aparejémonos a ser mártires de la caridad, pues no lo somos de la fe; y poniendo nuestros ojos en Aquel que en la cruz subió tan denodado para sufrir, corramos esta carrera con alegría, en cuyo fin está Dios puesto por joya" (Carta 76, 109ss).

 

      En la vida espiritual el martirio no es sangriento, sino de caridad: "Ya se dio a Él, no conviene tornarse a tomar. En el punto que deseó su amor, se obligó a ser mártir de él" (Carta 102, 36ss). Los santos y mártires del pasado son un recuerdo estimulante: "Debéis pensar que estáis en un martirio por amor de Jesucristo, pues por servirlo sois martirizada" (Carta 19, 169ss). La paciencia puede tener sentido martirial: "Trabajemos nosotros de ser mártires en la paciencia, que aunque no es tan grande nuestro trabajo como el de ellos, es más largo" (Carta 23, 68ss). En cualquier clase de martirio, siempre se trata de "morir por Cristo" (AF cap. 111, 11556).[62]

 

      Los casos de caridad heroica son también equiparables al martirio. Así es cuando algunos, inspirados por la caridad cristiana, se someten a cautiverio "en tierra de moros", con el riesgo de perder la propia vida. "Mártir sería este tal por el cumplimiento de la palabra de Dios, y el que muere por sus prójimos, mártir es" (Juan I, lec. 22ª, 7168ss). El apóstol, especialmente en el cargo de pastor de la comunidad, debe estar dispuesto a denunciar la verdad y, por consiguiente, a "morir por la honra de Dios" (Ser 5 -2-, 267).

 

      La actitud martirial es un don de Dios, una gracia, que reclama, como toda gracia, la cooperación del creyente. "Los mártires no tendrían fuerzas para padecer los tormentos que padecían si no tuvieran los trabajos de Jesucristo delante" (Ser 47, 202ss; cita a San Bernardo, In Cant., ser. 61, 6-7). Sólo con la gracia es posible transformar los sufrimientos en donación: "No os espantéis de lo que sufrían los mártires... No os espantéis que el alma sufra tanto, conociendo que mora en ella Jesucristo, que la ama, que la está mirando cómo pelea" (Ser 62, 659ss). "Que eso de Dios es; que el morir por Dios, el querello, de Dios fue dado; y el podello pasar, efecto es de la predestinación" (Ser 79, 330ss).

 

 

f) Espiritualidad y misión

 

      Al entrar en sintonía con los deseos de Cristo Esposo, la persona espiritual o contemplativa se deja contagiar su celo de almas: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso" (Carta 208,11ss). Así se imita el celo del Buen Pastor (cfr. Plática 7ª, 62ss; cfr. Ef 5,25).[63]

 

      La caridad del apóstol se alimenta en la oración y está en relación con ella: "¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Ser 10, 132ss). Es la caridad que se traduce en "amor de Dios y prójimo" (Ser 81, 179ss). Esta caridad pastoral hace que los pastores "velen su ganado" y, que puedan decir como el Señor respecto a las almas: "No me las arrebatará nadie" (Ser 15, 539ss; cfr. Jn 10,30). De la oración nacen los "corazones de madre" para llorar a los "espirituales hijos" (Plática 2ª, 375ss). El celo apostólico es amor de "verdadero padre y verdadera madre", que nace de "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo" (Tratado sobre el sacerdocio, n. 39, 1449ss).

 

      La referencia a la santidad de la primitiva Iglesia, es para llamar a una renovación constate, en vistas a la evangelización, y también para señalar que ésta sigue dándose "en nuestros tiempos... entre nosotros; y en las Indias Orientales y Occidentales, con más abundancia" (AF 32, 3365ss). El Maestro subraya la necesidad de este testimonio de santidad en la acción evangelizadora entre los no cristianos, especialmente en las "Indias" (cfr. Memorial II, n.14, 631ss; Juan I, lec. 15ª, 4575ss). Si son muchos los que van a esas tierras con grandes riesgos, bien puede el Señor reclamar a todos una entrega total a sus planes de salvación: "Dame acá tu primer amor" (Ser 64, 176; cfr. Ap 2,4).

 

      Respecto al encuentro entre religiones (en su época), invita a recordar la responsabilidad cristiana de ofrecer el testimonio evangélico: "Es verdad que a esos moros que están en Granada no les lucimos como dice sant Pablo, porque somos nosotros tan malos, tan amigos de hacienda... dicen que lo aprendieron de nosotros" (Juan I, lec. 4ª, 494ss). Haciendo alusión al gran sacrificio que hacen los musulmanes en su peregrinación a La Meca, algunos de los cuales, según se decía, "se sacaban los ojos para no ver con ellos otra cosa alguna", afirma: "Sácatelos tú, no como aquéllos, según la letra, mas mortificándolos para que no vean cosa indecente, pues han visto a este Señor, fuente de bondad y limpieza" (Ser 36, 2073ss).

 

 

 

                     2. EL PROCESO DE LA VIDA ESPIRITUAL

 

      Encontramos a San Juan de Avila como Maestro y director de espíritus, como compañero de viaje, no sólo por los contenidos de los temas espirituales, sino especialmente por los aspectos prácticos en todos los campos y facetas de la vida espiritual.

 

 

a) El camino contemplativo, experiencia de Dios

 

      La oración, descrita por el Maestro Ávila, apunta hacia la contemplación, en un proceso que él mismo resume con la clasificación tradicional de incipientes, proficientes y perfectos (Plática 3ª). En el primer grado de oración sobresale el esfuerzo de las potencias. En el segundo grado hay una acción más profunda de Dios en las mismas potencias. El tercer grado es ya la unión. Todo el proceso tiende a la unión con Dios y, por tanto, a la contemplación.

 

      En este camino de contemplación se busca una "secreta y amigable habla con Él" (AF cap. 6, 577). Es un camino de silencio y de pobreza espiritual, a la luz de Dios Amor. En las explicaciones avilistas se puede constatar el sentido nupcial del camino contemplativo. La "contemplación" es la misma oración, especialmente por parte de quien está enamorado de Dios, en cuanto que quiere "ver" a Dios, a quien ama profundamente.

 

      El camino se puede llamar nupcial en el sentido de ser camino de desposorio con Cristo, de incorporación y transformación en él, a modo de conocimiento por amor. Pero se parte de la misma creación (como mensaje de Dios amor), de la propia realidad donde se refleja Dios, de la Palabra de Dios que entra en el corazón y, especialmente, del misterio de Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre por amor. La contemplación es "un silencio de Dios", a modo de "unas bodas (entre Dios y el alma) que no se pueden decir", puesto que "no hay palabras y, si hay algunas, serían bajas y estorbarían el amor muy estrecho" (Plática 3ª, 182ss).

 

      Se describe como "la experiencia particular del amoroso trato de Dios con quien El quiere", más allá de lo que uno pueda entender (Carta 158, 80ss, a Santa Teresa). Es como "secreta y familiar comunicación" (AF cap. 70, 7136). La persona llamada a este encuentro expresa su experiencia "con un afecto sencillo, como niño ignorante" o con "una sosegada atención para aprender de su maestro" (AF cap. 75, 7656ss). "No conviene fatigar la cabeza con el recogimiento, porque este negocio es de pura gracia de Señor" (Carta 93, 64s).

 

      En buena doctrina avilista, como también en la doctrina teresiana y sanjuanista, se describe el camino de la contemplación como camino de perfección. Aunque el Maestro explica las tres etapas (que hemos citado más arriba), todo el proceso lo presenta como una escucha contemplativa de la Palabra de Dios. Es el tema del "Audi Filia": "Oye, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre" (Salmo 44)... Pero para llegar a la unión transformante, que ya es la contemplación propiamente dicha, hay que profundizar continuamente en el conocimiento propio y en el seguimiento e imitación de Cristo.

 

      A veces se describe la contemplación en sí misma, en relación con una experiencia peculiar de Dios: "Los ejercitados en el ejercicio del perfecto amor... de un vuelo se ponen derechamente en contemplación y amor del bien sumo, que es Dios; y enamorados de El tan de verdad, que buscan la faz de El y, olvidados de su propio interés, quieren ser todos enteros para Dios más que para sí" (Ser 69, 438ss). Se tiende a la unión con el Amado: todo se resuelve en amar: amor dialogal, unión afectiva y efectiva de voluntad.

 

      El proceso, aunque se describe por grados o etapas, no tiene dicotomías y siempre necesita la gracia de Dios. Es "negocio de gracia", que Dios "lo da a quien le parece" (Plática 3ª, 135ss). Cuando se recibe este don, "aunque el entendimiento obra poco o nada, la voluntad obra con gran viveza, y ama fortiter"; entonces hay que "cerrar el entendimiento a todo y suspenderse con gran atención viva a Dios, que suspende, como quien escucha a uno que habla de alto, aunque siempre está como acechando el entendimiento. Y no haya reflexión en lo que está haciendo, sino como un niño o uno que oye órgano y gusta" (ibídem, 167ss).

 

      Hay que disponerse para este don "con ejercicios de aspiraciones y unión. No es menester que haya obras de entendimiento para esto" (Plática 3ª, 193s). Por grandes que sean las dificultades, "cuando Dios viene, todo se acierta a hacer" (ibídem, 192). El mismo Maestro admite que otros autores se explican de otro modo: comenzar "pensando, como quien pone leña y salta la centella... y el amor reposado" (ibídem, 205ss).

 

      El Maestro Ávila, más que explicar la naturaleza de la contemplación (aunque no deja de anotar los contenidos esenciales), prefiere guiar a los oyentes y dirigidos por el camino de la misma, a partir de la propia realidad y aceptando la acción amorosa de Dios que pide un cambio y una entrega de totalidad. Por esto, prefiere invitar a una actitud profunda de humildad: "Comenzar... por su miseria, vida de Cristo y beneficios... es primero necesario escuchar algunas veces a Dios... Ejemplo del que oye al que habla de lejos o del perro que espera el hueso que le quieren echar" (Plática 3ª, 212ss). Es, pues, el conocimiento de sí, bajo la mirada a amorosa de Dios, que lleva a "ejercitarse en mortificaciones y en obras de obediencia, humildad, cosas bajas" (ibídem, 236ss).

 

      La gracia de la contemplación la da Dios a quien se humilla ante el Señor. El motivo consiste en que "a quien Él levanta a grandes cosas, primero le abaje en sí mismo, dándole conocimiento de sus propias flaquezas; para que, aunque vuelen sobre los cielos, queden asidos a su propia bajeza, sin poder atribuir a sí mismos otra cosa sino su indignidad" (AF cap. 52, 5402ss). Con esta humildad, el contemplativo estará "contentándose con aquella vista sencilla y humilde, acatando a los pies del Señor y esperando su limosna y misericordia" (Carta 1, 361ss; cfr. Carta 8, 113). Sin la humildad, se caería en un engaño (cfr. Ser 48, 230ss). Los eventuales fenómenos extraordinarios, que pudieran producirse, no pertenecen propiamente a la contemplación.

 

      El camino contemplativo es camino de conocimiento propio, de confianza y de amor. "Este negocio es más de corazón que de cabeza, pues el amar es el fin del pensar" (AF cap. 75, 7658s). Este amor es unión con Dios, con su voluntad, en el sentido de tener un mismo querer con él (Carta 26, 46ss). Por esto aconseja a sus dirigidos: "Cuando delante se hallaren de Dios, trabajen más en escucharle que por hablarle y más por amarle que por entenderle" (Carta 54, 99s).

 

      Esta unión de voluntad se convierte en trato de amistad. El amor que Dios infunde "hace el corazón uno con Dios, y trata a Dios como a Dios, y tras Él -siendo verdadero- va todo lo demás" (Ser 71, 267ss). Entonces la oración contemplativa se traduce en una "secreta y amigable habla" (AF cap. 6, 577), "una vía de amistad, a la manera que inclina el corazón a holgarse de los bienes de un grande amigo que tiene" (Carta 222, 534ss). El resultado en la vida práctica es que "todo cuanto hacen nace del amor" (ibídem, 631s).

 

      Siendo camino de amor y amistad, no excluye un proceso de "silencio" (que también parece "ausencia"), puesto que Dios se va comunicando él mismo, más allá de sus dones y de nuestra manera de entender. Aceptar este silencio con actitud de adoración "es honra muy propia de Dios... confiesan con el silencio que es el Señor mayor de lo que pueden entender ni decir... porque este secreto de quién Él es... para sí solo es, pues Él solo se comprende" (AF cap. 31, 3277ss).

 

      Es interesante notar cómo, al comentar el texto de 1Jn 1,1ss ("os anunciamos lo que hemos contemplado"), lo hace con la explicación del Pseudo Dionisio sobre las tinieblas u oscuridad luminosa (donde entró Moisés para hablar con Dios). En esta oscuridad del entendimiento se aprende a amar a Dios en su mismo misterio. El mismo Maestro confiesa que no lo puede explicar: "Sabéis amar al que no sabéis entender. No lo puedo decir más claro, porque es cosa que se puede sentir y no decir... quédese vuestro entendimiento fuera, pues no puede entender, y entre la voluntad a amarle, pues le puede amar" (Juan II, lec. 1ª, 83ss; cfr. AF cap. 31; Ser 13, 71ss).

 

      En realidad, es un "silencio" lleno de "alguien". El creyente va callando a todo lo que no sea el mismo Dios, para no impedir "la secreta habla con el Señor, que pide silencio... debe el alma callar aun a sí misma" (Carta 155, 11s; cita a San Agustín: "in magno silentio cordis" (Enarrat. in Ps. 38, 20). En estos momentos, no hay que "escudriñar", sino "abrir la boca de vuestro corazón y tragar esta píldora de oscuridad y el sentimiento de la ausencia... de Dios, con obediencia al mismo Dios" (Carta 20 -1-, 83s).

 

      El profundo deseo de ver a Dios deja esta impresión de silencio y ausencia, sabiendo que se camina hacia una presencia y un encuentro indescriptible: "El vivir me da pasión, pues viviendo no te veo". Ello es como una muerte más dolorosa: "Estar ausente de ti, pues está mi gloria en verte" (Composiciones en verso, n.3). Saber "mirar" a Cristo, como Hijo enviado por el Padre y palabra personal suya, es el camino contemplativo que lleva a la visión de Dios en el más allá (cfr. Juan II, lec. 1ª, 93ss).[64]

 

      El Maestro describe la contemplación de María desde su Corazón o interioridad, especialmente a partir de la Ascensión del Señor. El camino contemplativo de María tiene la particularidad de quien es Inmaculada y Virgen. La oscuridad y dolor de la fe (ansiando el encuentro final con Cristo) indican un tendencia más profunda hacia la visión de Dios. Señala, como características de la contemplación mariana, la unión perfecta de amor, la pobreza bíblica radical y la tensión dolorosa y gozosa de presencia-ausencia de Dios.

 

      En su camino contemplativo, María estaba "enferma de amor" (Ser 69, 473; Cant 2,5) y este amor hería al mismo Dios: "¿Quién contará los misterios del amor que entre Dios y la Virgen pasaban, hiriendo Él a ella con la contemplación de su hermosura y de su bondad, y ella a El con amarlo y pensar en Él con grandísima fidelidad?" (Ser 70, 223ss). María "hería" a Dios "con esta intención y vista amorosa y con recoger sus pensamientos y contemplación en uno, trayéndolo siempre en el acatamiento de Dios, como dice David" (Ser 71, 212ss; cita al Pseudo Dionisio, De div. nomin., 4,14 y el Salmo 24,15). A imitación de María, el contemplativo "hace el corazón uno con Dios... y enseñórase Dios de todo ello, porque Él se enseñoreó del amor, que lo enseñorea todo" (ibídem, 267ss).[65]

 

      La expresión "recogimiento" equivale, en la doctrina avilista, a la contemplación en cuanto que es intimidad con Dios y reclama atención del corazón. "Recogidos" eran personas dedicadas al camino de la oración interior.

 

      En la doctrina avilista, la palabra "recogimiento" significa concentración o silencio del corazón y del ambiente, a modo de "continuo desierto por Cristo" (Plática 16ª, 282ss), para poder orar mejor (cfr. Ser 11, 22s). Es la actitud sanjuanista ("quedéme y olvidéme") y teresiana, de estar "muchas veces tratando a solas con quien sabemos que nos ama". El recogimiento, en la doctrina avilista, cuida mucho de la práctica de las virtudes y también del modo de orar: "Comunicaos con Él, recogeos un poco a solas con Él en vuestro rinconcillo, si queréis sanar de vuestros males" (Ser 10, 376ss).[66]

 

      Cuanto hemos dicho en los apartados anteriores sobre la oración y el camino contemplativo, se encuadra en el contexto del "recogimiento" avilista: "Íntimo recogimiento de la oración" (AF cap. 10, 904s) que se transforma en "un continuo desierto por Cristo" (Plática 16ª, 282ss). Es a modo de "pesebre" (Carta 46, 57). "Este negocio es de pura gracia de Dios" (Carta 93, 65). Pero la voluntad tiene que colaborar libremente con esta gracia: "Echada toda la gente de casa, hallaremos dentro al que en todas partes está... nuestra voluntad muy quieta, habiendo recogido todo su amor y puéstolo en Dios" (Carta 57, 15ss). Este "recogimiento del pensamiento y vivir dentro de sí", es "para el trato familiar con nuestro Señor" (Carta 109, 50ss).[67]

 

      En este contexto de oración contemplativa, el Maestro no deja de referirse a la experiencia de Dios. La oración, por ser actitud relacional con Dios, tiene esta característica vivencial. "Entonces sabrás por experiencia... Experimente yo, Señor, la fortaleza de vuestra presencia, que dais a los que bien os reciben" (Ser 55, 863). Es "la noticia experimental que del amor nace" (Carta 10, 29ss). Así es el trato personal con Dios, para conocerle y amarle: "Mientras más tratare a este Señor, más le conocerá, y mientras más le conociere, más le amará" (Carta 33, 44ss).

 

      Esta experiencia tiene lugar en el encuentro con Cristo: "Ven a Jesucristo... en El, y no en otro, está el consejo, el remedio y ayuda contra todos los males" (Ser 39, 394ss). "¿Nunca has probado a ir cuando lo has menester? Ve, pues, a El, hermano, y verás cuán blando lo hallarás para abrazarte, para consolarte y remediarte" (Ser 47, 190ss). "Jesucristo... te llama, te quiere bien y te busca" (Ser 39, 261s; Ser 49, 314ss).

 

      El mismo Maestro se siente impotente para explicar la experiencia de Dios: "Quiere Dios venir a vosotros, y si me preguntásedes qué es venir Dios en un ánima, no creo que os lo sabría decir... Probadlo y veréis lo que es. Basta deciros que el huésped que os quiere venir es Dios. Hermanos, Dios quiere venir a vosotros" (Ser 2, 156ss). "Diréisme: - Padre, ¿en qué sabemos si Cristo nos ha hallado? -Una sola señal os daré, en que lo podéis conocer. Mirad si andáis vos buscando a Jesucristo, y en eso veréis si os buscó y os halló. Haced lo que quisierdes; si El no os hiere el corazón, poco aprovecha... Luego, cuando vos anduvierdes herida a buscar a Jesucristo, entonces creed que El os ha buscado y os ha hallado a vos" (Ser 19, 408ss).[68]

 

      En la doctrina avilista, los fenómenos extraordinarios (o epifenómenos) no constituyen la esencia de la vida espiritual cristiana. Aún en el caso de que sean auténticos, no son señales de santidad (cfr. Carta 158, a Santa Teresa). Lo importante es caminar por la vía de la humildad, confianza y caridad. "Quien bien ama, siente sus pecados y maldades, y se aprovecha de los merecimientos de Cristo" (Carta 222, 679ss).

 

      En el siglo XVI, como en otras épocas de la historia eclesial (también en la nuestra), diversos grupos espirituales o personas particulares tenían fenómenos extraordinarios (visiones, locuciones o revelaciones privadas, éxtasis, levitaciones, glosolalia, etc). El Maestro Ávila alude a algunos de estos fenómenos al hablar de la contemplación, al tratar de los "alumbrados" y al escribir a Santa Teresa. Para discernir la autenticidad de los mismos, hay que tener en cuenta la armonía con la revelación, los frutos espirituales duraderos y el consejo de personas competentes.[69]

 

      Aunque estos fenómenos pueden ser efecto de la gracia, no son señal, por sí mismos, de santidad o de contemplación. Siempre deben mirarse con "cautela" y "recelo" e incluso "se deben temer": "Estas cosas no se dan por merecimientos, ni por ser uno más fuerte, antes algunas veces por ser más flaco; y como no hacen a uno más santo, no se dan siempre a los más santos" (Carta 158, 70ss, a Santa Teresa). Si dejan el fruto de humildad y conocimiento propio, y, al mismo tiempo, están de acuerdo con la doctrina de la Iglesia, "no hay para qué huir ya de ellas" (ibídem, 56ss; se remite a San Agustín: In Io. Ev. tract. 40, cap. 8).[70]

 

      Para discernir la autenticidad de esos fenómenos, el Maestro afirma que es "necesaria... lumbre del Espíritu Santo, que se llama discreción de espíritus" (AF cap. 51, 5319s). Pero hay que guardarse de "gente sin letras" o malos directores, que fomentan esas manifestaciones (cfr. AF cap. 74).  La señal de autenticidad es la humildad, que lleva siempre al conocimiento propio y a la consulta con personas competentes (cfr. AF cap. 50-54). Se inclina decididamente a "creer a las palabras de Dios sencillamente" (Ser 41, 416s).

 

 

b) El camino de la santidad o perfección cristiana

 

      A grandes trazos y recordando la doctrina tradicional sobre las diversas etapas de la vida espiritual (incipientes, proficientes, perfectos),  el "Audi Filia" comenta los versículos 11 y 12 del salmo 44 (45): "Oye, mira, inclina tu oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y codiciará el rey tu belleza".[71]

 

      En realidad, las preferencias del Maestro Ávila son en favor de un proceso de conocimiento propio (humildad), seguimiento de Cristo (con confianza y decisión) y unión transformante (perfección de la caridad). Son los mismos contenidos de las pláticas 3ª y 4ª y de la carta 222. Del conocimiento propio, se pasa a la confianza y a la entrega generosa. "Lo que vuestra merced ha de hacer para ser muy santa es lo primero, tenerse por muy mala y tener a Dios por muy bueno" (Carta 103, 6ss). De ahí nace la humildad, la confianza y la entrega: "Desconfiemos, pues, de nos, y confiemos en Dios, y comencemos en virtud del Omnipotente; y nuestro principio sea la humildad, figurado en la ceniza, y nuestro fien es el amor, figurado en la resurrección" (Carta 74, 164ss).

 

      En todo el proceso, no se notan dicotomías entre ascética y mística, pero sí una acción del Espíritu Santo cada vez más profunda. Hay que ir paso a paso: "Como dice el experimentado, y santo Bernardo, «el camino de la perfección no se ha de volar, sino pasear». Ni piense nadie que es todo uno, entenderla y tenerla" (AF cap. 26, 2594ss).

 

      Con el trasfondo paulino de despojarse del hombre viejo y revestirse de Jesucristo (cfr. Ef 4,22-24; Rom 13,14 ), describe la acción del Espíritu Santo por un proceso de virtudes y de dones. Esta acción del Espíritu de amor nos transforma en Cristo e "introduce su forma perfectamente en nuestras ánimas, que entonces se dicen estar llenas de Espíritu Santo. Y ésta es la mayor perfección que hay en esta vida, puesto que tiene grados, porque siempre crece hasta que salgamos de este mundo" (Dialogus, n.21, 863ss).

 

      Inspirándose en la imagen del fuego, describe así la acción del Espíritu en el proceso de perfección: "Pues así como el fuego no se contenta con echar del leño la humedad y frialdad, sino que le da su forma, así vos no os habéis de contentar con echar de vos el hombre viejo, sino vestiros de Cristo" (Dialogus, n.21, 867ss; cfr. Ef 4,22-24; Rom 13,14). Es, pues, un proceso de rica dimensión cristológica y pneumatológica: "Vestirnos del hombre nuevo es adquirir virtudes, gracia, caridad, dones del Espíritu Santo, buenos ejercicios, buenos pensamientos, buenas palabras, obras, oración, etc.... porque crucificar al hombre viejo es como la corrupción de la forma preexistente, y el vestirnos del hombre nuevo es la última disposición para vestirnos de Cristo y recebir su Espíritu Santo" (ibídem, 894ss).

 

      El proceso de transformación en Cristo, por obra del Espíritu Santo, compromete a toda la personalidad. Así, pues, para transformarse en Cristo, hay que mortificar "el entendimiento... no siguiendo nuestro consejo; la voluntad, obedeciendo; las pasiones... haciendo contra ellas; los sentidos, con encerramiento y silencio; las imaginaciones con la continua oración; la carne y la sensualidad, con la aspereza" (Dialogus, n.22, 922ss). Siempre se tiende a "la caridad, amando a Dios porque es bueno" y a "la humildad, pensando de Dios y conociendo vuestra vileza" (ibídem, 939ss).

 

      En el "Audi Filia", en la plática 3ª y en la carta 222 se resume todo el proceso: conocerse con humildad y realismo (cfr. Carta 222, 10ss), confianza en Cristo Redentor (ibídem, 125ss), entrega de amor (ibídem, 337ss). Pero todo el proceso es "una vía de amistad" (ibídem, 534ss, 585ss), puesto que se dirige hacia la perfección de la caridad: "hácese una con él por amor" (Plática 3ª, 317).[72]

 

      En el proceso espiritual es necesario mantener el deseo de perfección. El deseo de encontrarse con Dios es expresión de la actitud de humildad (conciencia de la propia necesidad), de confianza (convicción de posibilidad) y de generosidad (decisión de llegar a la meta). Es Dios mismo quien ha sembrado en el corazón humano el deseo insaciable de él: "Mas ¿qué es esto que nos puso Dios? Un deseo, una gana tan entrañable de subir, que nunca jamás nos contentamos hasta tener lo que queremos... Y ansí, aunque fueses señor de los ángeles y de los cielos, no estarías contento si no subieses a ver a Dios" (Ser 21, 38ss). Jesucristo es "el Deseado de todas las gentes, y no quiere venir sino donde es deseado" (Carta 42, 106ss).

 

      El Maestro intenta suscitar este deseo de perfección: "¡Qué lástima es ver que sea Dios poco amado y deseado!... ¡que no sea amada y deseada aquella suma Bondad!... Una de las mayores faltas que hay en nosotros es no tener deseo de Dios" (Ser 2, 548s; domingo tercero de adviento). Los defectos se corrigen más fácilmente cuando hay verdadero "deseo y propósito de mejorar" (Plática 2ª, 510s). En este sentido se puede decir, con San Bernardo, que "el deseo y cuidado de la perfección, por perfección se reputa" (ibídem, 312s; cfr. San Bernardo, Ep. 254,3).

 

      Quien desea es que ya ha encontrado, en parte, el objeto de sus deseos: "Mucho tiene andado del camino el que tiene buena gana de andar" (Carta 63, 8s). El Señor, para comunicarse, espera este deseo ardiente de él, casi como único precio de la donación: "Conténtase Jesucristo nuestro Redemptor, en lugar de precio para alcanzarle, que tengamos sed y deseo de El; no quiere más de nosotros; con sólo esto se contenta, que estemos sedientos y deseosos" (Ser 62, 6ss). "¿Y quién es aquel que puede sufrirse de no ir a ti y tomarte, pues por la sola hambre te das" (Carta 67, 47ss).

 

      Hay una pedagogía divina que hace pasar por este deseo gozoso y doloroso: "Suele Él probar a sus deseosos con dilación del deseo, para que, cuando les diere el deseo de su corazón, tanto mejor les sepa la merced" (Carta 112, 29ss). Esa pedagogía tiene la particularidad de purificar algún obstáculo en la vida espiritual: "¿Qué hará quien desea conocer a Dios y no tiene posibilidad, no tiene lumbre, no vista, como ciego?... Pongamos lodo en nuestros ojos, y conozcamos que somos ciegos y que no podemos ver, si no vamos a las aguas donde fue enviado y a donde Jesucristo moró, que fueron el corazón y entrañas de la Virgen María Nuestra Señora" (Ser 13, 13sss).

 

      El deseo verdadero es confiado y audaz. Quien está enamorado de Dios, desea verle y encontrarle: "¡Oh Señor, que me tenéis muerto de vuestro deseo! Tanto años ha que os ando buscando, y no os puedo hallar; dádmeos ya, Señor, por quien vos sois, a conocer. ¡Oh, Señor, que mucho os deseo y no puedo topar con vos!" (Ser 62, 46ss). Se puede afirmar que el deseo de Dios es eficaz: "Los deseos que tienes de Dios, aposentadores son de Dios, y señal es que si tienes deseo de Dios, que presto vendrá a ti. No te canses de desearlo, que, aunque te parezca que lo esperas y no viene y aunque te parezca que lo llamas y no te responde, persevera siempre en el deseo, y no te faltará. Hermano, ten confianza en El, que, aunque no viene cuando tú le llamas, El vendrá cuando sea que te cumple" (Ser 27, 191ss).

 

      En el proceso de perfección (que es vida según el "Espíritu"), es determinante la venida del Espíritu Santo, el cual viene a la medida de nuestros deseos: "No vendrá el Espíritu Santo a ti si no tienes hambre de Él, si no tienes deseo de Él" (Ser 27, 190s). Por esto, "conviene mucho para que el Espíritu Santo tenga por bien venir a nuestros corazones, ... tener deseos de recibirle y que sea nuestro convidado, un cuidado muy grande, un deseo muy firme y ansioso" (ibídem, 80ss).

 

 

c) Obstáculos en la vida espiritual

 

      Entre los obstáculos principales de la vida espiritual, además del pecado y de las tendencias desordenadas, el Maestro va señalando el amor propio, las tentaciones (del mundo, demonio, carne), los escrúpulos, la tibieza (con la tristeza), la dejadez o comodidad y el sentimentalismo.

 

      El amor propio está en la raíz de toda actuación humana, como consecuencia del pecado original. La tendencia buena hacia la verdad y el bien, ha quedado debilitada y desorientada, traduciéndose en una búsqueda del propio interés, sin tener en cuenta la caridad hacia Dios y hacia el prójimo. Se trata del "amor propio", que es la "raíz de todos los males" (Carta 52, 3ss) y  la "causa de que no falten vicios en las cosas espirituales" (Carta 184, 213ss). En las cartas de dirección espiritual, el Maestro ayudará a vencer este amor propio, primero con examen de las tendencias del corazón, y, luego, procurando orientar las tendencias hacia el verdadero amor a sí mismo (la verdadera autoestima) que es la entrega al camino de perfección.

 

      No basta con la introspección del examen de conciencia (que veremos luego entre los medios de perfección), sino que hay que adoptar una actitud de "negación" o "abnegación". Es el espíritu de "sacrificio" (también como medio de perfección). Este proceso de conocerse y corregirse ("negarse", según la expresión evangélica) está orientado por las exigencias del amor. Este esfuerzo más ascético queda dinamizado por la convicción de ser amados por Cristo. El verdadero amor a sí mismo consiste en la entrega generosa al camino de perfección. "Amaos para Dios, pues ya una vez os distes a El" (Carta 64, 5ss).

 

      Las tentaciones, provenientes del mundo, demonio y carne, se valen de la debilidad y de las tendencias desordenadas de la naturaleza humana. Las tentaciones se pueden concretar en malos ejemplos (mundo), sugestiones del espíritu del mal (demonio) y malas inclinaciones (carne). En realidad, las tentaciones del mundo y del demonio comienzan por la vanidad, "haciéndonos caer en la soberbia" (AF cap. 17, 1558). Esos engaños se vencen "con la fe" (cfr. Carta 150, 27ss; 1Pe 5.9).

 

      Las enseñanzas del Maestro Ávila son siempre muy objetivas, como conocedor de la realidad humana y, especialmente, como contemplativo asiduo de la Palabra de Dios y de la historia de gracia en la vida de los santos. Se pueden vencer fácilmente las tentaciones si se tiene fuerte confianza en Dios y se ponen los medios ascéticos practicados por los santos. Con estos medios, "no tendrán fuerza las tentaciones para vencer, porque en la oración de debilitan" (Ser 12, 617ss). El esfuerzo para vencer las tentaciones se traduce en la oración y puede transformarse en un martirio benéfico. "Llámale con humildad y con fiucia, que no dejará de socorrer a quien por su honra pelea, que, al fin, Él hará que salgas con ganancia de aquesta pelea, y te contará este trabajo en semejanza de martirio" (AF cap. 15, 1399ss).

 

      A veces, las tentaciones son pruebas que Dios permite en los designios de su Providencia, para el necesario proceso de purificación: "Con el trabajo de la tentación se purgan los pecados pasados y se anima el hombre más a servir a Dios, viendo que le ha más menester... Las tentaciones serán como golpes que te ayudarán a arraigar más en ti la limpieza... Y acuérdate que vale más buena guerra que mala paz" (AF cap. 15, 1372ss). Incluso hay tentaciones que pueden ser señal de madurez en el camino espiritual. "Y sucede de aquí que, estando nuestra ánima en flor de principios, comience a dar fruto de hombres perfectos; pues, mamando antes leche de devoción tierna, comemos ya pan con corteza, manteniéndonos con las piedras duras de las tentaciones" (ibídem, cap. 28, 2753ss).

 

      El modo de vencer las tentaciones es también indirecto, puesto que el "vencimiento" de la tentación "más viene por maña de tener paciencia en lo que nos viene, que por fuerza de querer hacer que no nos venga" (AF cap. 27, 2654ss). En el "Dialogus inter confessarium et paenitentem", se resume el modo de actuar ante las tentaciones: dar gracias a Dios por este beneficio suyo, orar con instancia y confianza, discernir de dónde vienen las tentaciones, sopesar lo que se pierde si se consienten, considerar la vileza del pecado, acordarse de la pasión del Señor, pensar en los novísimos, etc. Esta larga lista de consejos prácticos tiende a la intimidad con Cristo y a la configuración con él por obra del Espíritu Santo (Dialogus, nn. 27-28).

 

      Jesucristo, sin tener inclinaciones desordenadas, fue tentado en el desierto (cfr. Mt 4,1-11). Ello es una señal de que las tentaciones pueden venir en cualquier período de la vida espiritual, también cuando parece que la persona ha adquirido la perfección: "Y aun los siervos y muy siervos de Dios, a cabo de mucho tiempo ejercitados en su santo servicio, se hallan nuevos con este guerrero, y les arma cosa en las cuales no se saben dar a manos sin la ayuda particular de nuestro Señor" (Ser 9, 144ss).

 

      Los escrúpulos figuran también entre los obstáculos en el camino de la perfección. El sano equilibrio de la doctrina avilista ayuda a desterrar toda suerte de rigorismo y de laxismo, sin dejar espacio para los escrúpulos, que sería una manifestación de poca confianza, cuando no es fruto de la propia debilidad psicológica. Esta enfermedad psicológico-espiritual puede ser un gran obstáculo para la generosidad (con mucha pérdida de tiempo), pero, al mismo tiempo, puede superarse y desembocar en una gran entrega en el campo de la perfección.

 

      Como era de esperar, en las cartas de dirección espiritual es donde más se trata este tema, que angustia a muchas personas espirituales. El Maestro resume las pautas que ofrece la doctrina tradicional: "Los escrúpulos de las confesiones son tentaciones del demonio para atormentaros, y quitaros la dulcedumbre del corazón, y dejaros sin gusto en las cosas de Dios. Porque el corazón escrupuloso no está bueno para amar ni para confiar... Haced burla de ellos, y subjetaos a lo que os dicen vuestros confesores... Daos, hermana, prisa a amar, y quitárseos han los escrúpulos, que nacen del corazón temeroso, y el amor perfecto echa fuera el temor" (Carta 62, 75ss).[73]

 

      El modo paternal con que el Maestro trata a los escrupulosos no está reñido con su firmeza en ayudarles a salir de la dificultad. Por esto les invita a no perder "la dulcedumbre del corazón" y el "gusto de las cosas de Dios", necesario para servir al Señor (cfr. Carta 62, 76s). Estimula a confiar en Cristo Esposo y a caminar decididamente por el camino de la perfección: "Bien parece, hermana, que no sois para prueba ni habéis salido de la niñez, pues en dejándose de reír el celestial Esposo con vos, luego ponéis sospecha que está con vos enojado" (Carta 139, 1ss). Hay que recordar la bondad que Dios ya ha demostrado en el pasado: "Fiadle este crédito, que os ama, aunque agora no os lo muestre" (ibídem, 10s).

 

      Del propio conocimiento hay que pasar al amor de Dios, colocando las propias miserias ("llagas") en las llagas gloriosas de Cristo crucificado: "¿Quién de los hombres tendrá descanso ni paz, pues todos pecamos? Quiere el Señor que os arriméis a El y os gocéis en El, y que pongáis vuestras llagas en las suyas, para quedéis sana y consolada, por recias y sensibles que sean las vuestras" (Carta 139, 14ss). Un buen método para salir del escrúpulo consiste en ayudar a otros a salir de este mal. Después de ofrecer una buena lista de consejos a su discípulo Don Diego de Guzmán, dice: "Ya creo tendrá vuestra merced tantas receptas, que pueda dar a otros" (Carta 216, 35s).

 

      Un defecto por el extremo contrario de los escrúpulos es la tibieza, que no hay que confundir con la sequedad, sino que es la actitud habitual de falta de generosidad y de entrega, a modo de "enfermedad asaz peligrosa", y "mujer que gasta y no gana" (Carta 162, 1ss). Se suele detectar en la actitud de cometer pecados veniales deliberados y habituales sin intención de corregirse. El Maestro señala su causa en el "descuido en el corazón", como en el caso del descontento del pueblo en el desierto durante el éxodo: "Por cierto, no otra sino el descuido del corazón, que es madre de tibieza, y la tibieza del descontento, y el descontento de la disolución; y ésta de todos los males" (Carta 38, 87ss).

 

      Es la ruina de la vida espiritual para quienes se dejan llevar por ella, porque "ni conocen a sí ni conocen a Dios" (Carta 66, 39). "Y así nosotros ni tenemos hambre de Él ni hartura en las criaturas, mas estamos helados, ni acá ni allá, llenos de pereza y desmayados, y sin sabor en las cosas de Dios" (Carta 74, 40ss). El desastre espiritual de la tibieza se concreta en la tristeza estéril, porque "el mayor trabajo que hay en este mundo... es no trabajar en tu ánima, en tu viña; el hacer mal, ser tibio" (Ser 8, 508ss). Y advierte: "Habéis comenzado a servir a Dios; guardaos de la tibieza, no eche a perder la devoción que os dieron, que la quema y abrasa peor que cierzo" (ibídem, 696ss).

 

      Una carta dirigida "a un su amigo" está dedicada enteramente al tema de la tibieza. Hace un resumen de la misma y de sus consecuencias: "Una paja hace tanto peso al tibio, que lo derriba en el suelo, y le hace dejar lo comenzado, y aun arrepentirse de lo haber comenzado" (Carta 138, 13s). Hace al hombre "desleal al Señor" y "vivirá una vida tan miserable, que de pesada la haya de dejar" (ibídem, 33s). "Riéndose está el tibio por defuera y carcomiéndose de dentro... ¿Por qué no entendemos que Dios es joya de nuestros trabajos y que tal joya no se debe ganar bocezando y durmiendo y mano sobre mano?" (ibídem, 49ss). "No permitamos reinar sobre nos tibieza, que, como hiel, hace amargo el camino de Dios al hombre y a Dios el servicio del hombre" (ibídem, 79ss).

 

      Como buen predicador y pedagogo, el Maestro invita a huir de este mal, que es causa de muchos pecados y de la tristeza: "Eso es otro duelo, hijos. Guardaos de tibieza, por quien Dios es. ¡Oh carcoma! ¡Y cuántas ropas ha roído y comido y cuántos tiene perdidos!... La tibieza es madre de la tristeza, del temor; madre del desasosiego, del desconsuelo, y lo que comenzáredes, creedme que en eso acabaréis; el vicio os llevará; si con tibieza comenzáredes, con tibieza acabaréis" (Ser 62, 571ss, 614ss). A veces pone comparaciones llenas de colorido: "Es cierto que, cuando una olla está hirviendo, no llegan las moscas a ella; mas, después que se enfría, lléganse todas a ella" (Juan I, lec. 7ª, 1492s).

 

      Como en todos los otros temas, la solución de la tibieza consiste en experimentar el amor de Cristo. Refiriéndose al amor del niño Jesús en Belén, formula una pregunta y él mismo da la respuesta: "¿Por qué queréis, Niño, quitaros de los brazos de vuestra Madre y poneros en el pesebre? Para dar una gran bofetada a nuestra tibieza y flojura" (Ser 4, 423ss). Considerar el ejemplo de los santos, es también un buen remedio para la tibieza: "Si queréis sentir el mucho esfuerzo y poco temor que sienten los varones perfectos, alanzad de vos la tibieza, y tomad el negocio de la virtud a pechos, y leeréis en vuestro corazón el esfuerzo y seguridad que leéis en los libros" (AF cap. 29, 2932ss).

 

      El sentimentalismo era en el siglo XVI una verdadera plaga de la vida espiritual, especialmente a partir del alumbradismo. La doctrina avilista recomienda siempre obrar con espíritu de fe, practicar el sacrificio, seguir la voluntad de Dios, ahondar en la humildad. Su perspectiva fundamental es el amor. La verdadera consolación y devoción no se confunden con el sentimentalismo. La "salvación" no consiste en "devoción y sentimientos", sino "en la guarda de los mandamientos de Dios" (Carta 136, 49ss).

 

      Seguir a Cristo comporta negación, en vistas a ordenar la vida según el amor. Quien sigue a Cristo  "por consolaciones y gustos del ánima", es como si le siguiera "por dineros" (AF cap. 26, 2574s). Los sentimientos o "lágrimas" se pueden seguir sólo cuando no se fuerzan y hay moderación: "Y por esto habéis de tomar estos sentimientos, o lágrimas, de tal arte que no os vais mucho tras ellas, porque no perdáis por seguirlas aquel pensamiento o afección espiritual que las causó" (AF cap. 74, 7592ss).

 

      Son buenas las lágrimas cuando nacen del dolor de los pecados. Entonces, si son moderadas, pueden ser expresión de una actitud filial: "Y sintiéndolas, no las olvidéis, mas ponedlas delante los ojos y presentaos a Jesucristo, Salvador y Médico nuestro, y lloraos delante de Él, que sin falta él os acallará. No hay armas tan fuertes como lágrimas de niño para su padre, ni hay cosa que así nos haga victoriosos delante de Dios como llorarnos delante de Él y quejarnos de nosotros a Él, no para que haga justicia, mas misericordia" (Carta 63, 65ss).

 

      La devoción verdadera se fundamenta en el amor, que consiste en la unión de la propia voluntad con la voluntad de Dios: "Esta manera de amor no habéis de pensar que está colocada y asentada en la afección y ternura del corazón, porque de esta manera muchas personas se hallarían impotentes para amar... El amor de caridad, dicen los santos teólogos, que ha de nacer de la voluntad... la verdadera esencia del amor consiste en aquesto, y ansí entonces diremos que una ánima ama a Dios cuando quiere a Dios y su gloria" (Carta 222, 341ss; cfr. II-II, q.24, a.1).

 

      Hay que aprender a seguir al Señor por consolación y desolación. Todo puede venir de él, según sus planes de amor: "No le parezca a vuestra señoría fuera de ley de amor darle un tiempo gusto de la miel y en otro de hiel, porque, entre estas mudanzas en los efectos, uno es el corazón de su Amado, que por una vía y por otra procura el bien de ella" (Carta 130, 11ss). Cuando la consolación viene de Dios, hay que aceptarla como un don suyo, para servirle mejor: "Y advertid que nos os digo esto para que algún rústico entienda por ello que quiero decir que son malos los sentimientos de Dios y sus dulzores, los cuales da a los que no le ofenden y le sirven y se mortifican" (Carta 184, 572ss).

 

      Es normal, en el proceso de la vida espiritual, que se alternensequedad y fervor. Ni sequedad ni fervor son señales de perfección, sino el afrontar los sufrimientos cumpliendo la voluntad de Dios: "Hurtad el cuerpo a todo lo que os pide deleite, devoción y gusto y sabor, y no lo procuréis hasta que Dios os lo dé, y ejercitaros en un puro padecer a secas por Cristo en vuestra lección y oración, penitencias, confesiones, comuniones y obediencias" (Carta 184, 187ss). Lo importante es la práctica de las virtudes: "Y porque se queja vuestra merced que no tiene aquel fervor agora que al principio deste camino, me parece avisarle que, si esta falta de fervor es falta de ternura y devoción, ya criado en sustancia de virtudes, no tiene por qué tanto se queje" (Carta 234, 35ss).

 

      Con la búsqueda de sentimientos, se mezcla frecuentemente el "deseo de revelaciones". El Maestro invita a "guardar la ley de Dios por camino llano", puesto que, "por no estar desasidos los corazones de estos deseos, por eso permite el Señor grandes ilusiones" (Carta 247, 1ss).

 

 

d) Medios básicos de espiritualidad

 

      En los escritos avilistas van apareciendo todos los medios de vida espiritual señalados por la tradición eclesial: sacramentos (especialmente la Eucaristía), oración (meditación, presencia de Dios), devoción mariana, obras de caridad, sacrificio o mortificación, examen, plan de vida (retiros), lectura espiritual, dirección o consejo espiritual, silencio... No se trata de quedarse sólo en esos medios, sino de pasar al objetivo final: "Notad que el vestirnos de Cristo es el fin de desnudarnos de nosotros mesmos" (Dialogus, n.21, 842s). "El vestirnos del hombre nuevo es la última disposición para vestirnos de Cristo y recebir su Espíritu Santo" (Dialogus, 906s).

 

                         La meditación perseverante

 

      En el contexto de la oración y contemplación (que hemos resumido más arriba), el Maestro expone ampliamente y aconseja frecuentemente el modo de orar que se llama "meditación". Da mucha importancia a la meditación de la pasión. Al estilo de la "Devotio Moderna", destribuye los temas de la meditación según los días de la semana. Se realiza por un proceso de reflexión, afectos, resoluciones y petición. Pero, en la doctrina avilista, todo el proceso tiende a "recogimiento" (contemplación, unión con Dios), por medio del conocimiento propio y de la confianza en el amor de Dios.

 

      Ordinariamente aconseja meditar la pasión por la mañana y reservar el examen para el atardecer. Se inclina porque se haga diariamente, en un lugar apartado y durante un tiempo determinado. Aunque el ejercicio de meditación puede hacerlo cualquier cristiano, de modo especial se requiere por parte de los ministros y personas consagradas (cfr. AF cap. 58, 6018ss). Para hacer posible y asequible la meditación, da unos consejos prácticos sobre cómo pasar de la lectura a la reflexión, a mover los afectos, a unirse a la voluntad de Dios y también a saber callar con un silencio contemplativo.

 

      La oración como medio de perfección, además de concretarse en la meditación sistemática, se expresa también por medio del ejercicio de la presencia de Dios. Los momentos especiales de oración, sin dejarlos de lado, deben llevar a una actitud habitual de relación personal con Dios. Es el tema que el Maestro aconseja a sus dirigidos, invitándoles a vivir de esta presencia providencial y amorosa.

 

      Como hemos indicado más arriba, al aconsejar el ejercicio de la meditación, no deja de aludir a la conveniencia de encontrar lugares adecuados. Pero a Dios se le encuentra en todas partes y hay que vivir de esta presencia con una actitud relacional: "Mire mucho vuestra señoría no ensangoste a Dios, pues es inmenso; no piense que no le ha de buscar ni hallar sino en tal lugar o tal obra. En todo está si ella está con Él; y si en todo le busca, en todo lo hallará" (Carta 30, 170ss).

 

                    El ejercicio de la presencia de Dios

 

      Entre los muchos consejos, "avisos" o "reglas", que pueden encontrarse en los escritos avilistas, una de las listas tiene el título de "Diez documentos" y empieza con este consejo: "El primero será que trabaje siempre de acordarse que nuestro Señor Dios, trino en personas y uno en esencia, está en todo lugar, y en su corazón, y dondequiera que se hallare; y así trabaje de estar con mucha reverencia estando presente tan gran Señor; y, acordándose de Él, tenga en su voluntad un gozo y querer con que esté muy contento y alegre de que este Señor está tan lleno de gloria como nuestra fe nos dice" (Reglas de espíritu, n.3, Diez documentos; cita a Tob 4,6 y 3Reg 17,1). Como puede observarse, se invita a adoptar un actitud de respeto y confianza gozosa en la presencia de Dios.

 

      Este ejercicio de la presencia de Dios se concreta también en la llamada oración continua, siguiendo la enseñanza del Señor (cfr. Lc 18,1). El Maestro Ávila lo explica así: "Quiere decir que lo hagamos muchas veces y con cuidado... Graciosa y muy agradable oración haréis si, dondequiera que os halláredes, alzardes vuestros corazones a Dios y lo tuvierdes presente en vuestra memoria. ¿Quién os estorbará que no podáis hacer esto?" (Ser 10, 315ss).

 

                         Sacrificio y mortificación

 

      El esfuerzo por santificarse comporta la actitud y la práctica concreta del sacrificio o mortificación. El dolor del sacrificio tiene sentido a la luz de Cristo crucificado. Toda la vida cristiana se hace oblación con él, especialmente por medio del sacrificio eucarístico. Es una respuesta del creyente a la oblación del mismo Cristo: "Él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él" (Ser 43, 693ss). Por esto, la mejor preparación para participar en el sacrificio eucarístico es la entrega de sí mismo: "El aparejo que tú has de llevar no tanto consiste en las cosas fuera de ti como en ti mesmo... tu voluntad dada al Señor por amorosas obras de sus santos mandamientos y de su Iglesia... Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 673ss).

 

      La purificación de las propias tendencias y la tensión hacia la entrega, comporta frecuentemente sacrificio doloroso (cfr. AF cap. 5, 430ss). El dolor que comporta el sacrificio de la vida espiritual, se redimensiona a la luz del amor de Cristo Esposo: "Porque tal esposo como Cristo no se da de balde a quien lo ha de llevar. Dice Él: «Algo le tengo que costar; quien me quisiera hame de dar la sangre». ¡Oh cuán pocos amigos tiene Cristo!... ¿Queréis alcanzar la joya? No miréis la costa, sino lo que ganaréis con la costa" (Plática 16ª, 404ss).

 

      En la práctica, el Maestro aconseja una "prudente templanza", cuando se ponen "particulares remedios", especialmente para ordenar las tendencias de la carne (cfr. AF cap. 5, 427ss). La vida espiritual o vida según el Espíritu, se concreta en ofrenda de la propia mortificación al Espíritu Santo: "Dale de comer al Espíritu Santo, y dale de comer tu corazón; que carne come; pero mira que es carne mortificada lo que come... Muerta ha de estar tu carne y manida, castigada y mortificada, domada con ayunos y disciplinas" (Ser 27, 302ss).[74]

 

                            Examen de conciencia

 

      El tema del examen de conciencia aparece en el contexto de una llamada a la conversión y a la perfección. Así sucede en los sermones: "La palabra dicha en el púlpito, que no revuelve al malo los humores, no se dice como palabra de Dios ni se recibe como palabra de Dios" (Ser 28, 409ss). Es una llamada que examina de amor, infundiendo la confianza en la misericordia divina. A veces habla de la conciencia, que es como "perrillo" que ladra (cfr. Ser 3, 353).

 

      Por el examen de conciencia, el creyente intenta conocerse a sí mismo para mejor responder a la voluntad de Dios: "Los pies con que nuestra alma se menea son el examen y la oración. Con los primeros se va al conocimiento propio; con el segundo, al amor de Dios" (Carta 232, 16ss). El examen es necesario también para hacer una buena confesión: "Si flojos habéis sido hasta aquí en barrer vuestra casa, tomad agora vuestra escoba, que es vuestra memoria. Acordaos de lo que habéis hecho en ofensa de Dios y de lo que habéis dejado de hacer en su servicio, íos al confesor y echad fuera todos vuestros pecados, barred y limpiad vuestra casa" (Ser 2, 475ss).

 

      El escrito llamado "Dialogus inter confessarium et paenitentem" es un examen no sólo sobre los pecados, sino también sobre la fe y las actitudes cristianas. Se ayuda al penitente no sólo para la acusación de los pecados, sino especialmente para un encuentro con Cristo. La explicación del Maestro, también en otros escritos, es de guiar hacia la autenticidad (conocimiento propio), la confianza (conocimiento de la bondad divina) y la generosidad: "El primer cuidado que tengáis sea cavar en la tierra de vuestra poquedad, hasta que, quitando de vuestra estimación todo lo movedizo que vos tenéis, lleguéis a la firme piedra que es Dios, sobre la cual, y no sobre arena, fundaréis vuestra casa" (AF cap. 58, 5949ss).

 

      Recomienda el examen diario de conciencia al terminar la jornada: "Entra en ti y ponte cada noche en cuenta con Dios" (Ser 1 -2-, 664s). Un buen examen de la noche consiste en reconocer "todas las culpas de aquel día... delante de Cristo crucificado" (Carta 232, 175ss). Pero ha de ser un examen sobre las disposiciones y actitudes acerca de la caridad: "No os entretengáis en saber cosas curiosas, volved vuestra vista a vos misma, y perseverad en examinaros... perseverando en sosiego, poco a poco veréis con la gracia de Dios lo que en vuestro corazón hay, aunque sea en los más secretos rincones" (AF cap. 58, 5969ss). En algunas cartas señala algunas materias concretas de examen (cfr. Carta 232).

 

      En el camino de la vida espiritual, el examen es una gran ayuda para conocerse, pedir perdón y enmendarse: "Porque por maravilla hallaréis cosa tan provechosa para enmiendo de la vida, como tomarse el hombre cuenta de cómo la gasta, y de los defectos que hace... Haced cuenta que os han encomendado una hija de un rey, para que tengáis cuidado continuo de mirar por sus costumbres y que, a la noche, le pedís cuenta... Entrad en capítulo con vos a la noche, juzgándoos muy particularmente, como haríades a otra tercera persona" (AF cap. 62, 6282ss).

 

      El Maestro Ávila habla por experiencia propia. Su examen de conciencia lo plastifica con la imagen del publicano (cfr. Lc 18,33), que se reconoce pecador ante Dios: "¡Señor, sed manso a mí, pecador! El hombre le había de decir a Nuestro Señor de corazón estas palabras. Yo hace más de quince años que primero que me acueste las digo. Dice San Agustín: Si nos juzgamos, Dios no nos juzgará... si tú te acusas, Él te excusa" (Ser 21, 373ss; cfr. San Agustín, Sermón 278, c.12). Por esto puede concluir: "Ni veo que hay rato mejor gastado que entender en reprenderse a sí mismo; ni cosa más provechosa para nuestra enmienda que examinar nuestros errores" (Carta 12, 40ss).

 

                                Plan de vida

 

      Un medio de vida espiritual, frecuentemente sugerido por el Maestro Ávila, es el plan de vida. A veces se trata de un plan para una persona en unas circunstancias concretas (a modo de dirección espiritual). Pero también ofrece unas líneas o "avisos" más generales en las "Reglas de espíritu". Esas líneas podían ser también pautas para una dirección espiritual posterior.

 

      El plan es a modo de programa de vida espiritual, en el que no faltan los momentos de meditación y lectura, así como el tiempo de apostolado y de descanso. A veces incluso parece un horario de retiro. Según la persona concreta o grupo especial al que se dirige, el plan acentúa más un aspecto u otro. Así ocurre en las cartas  n.5 (al Maestro García Arias, sobre el estudio), n.8 (horario de vida espiritual para un sacerdote), n.148 (vida comunitaria para un grupo de canónigos), n.225 (un plan de estudio para un discípulo), n.236 (plan de vida espiritual para un discípulo).[75]

 

                          La práctica del silencio

 

      Un medio de vida espiritual, muy apreciado por el Maestro Ávila, es el silencio. El tema está relacionado con la oración contemplativa o recogimiento, de que hemos hablado más arriba. A veces, el tema forma parte del plan de vida. Pero propiamente es el silencio interior, a modo de actitud de adoración y admiración: "Y este silencio es honra muy propia de Dios, porque es confesión que se le deben tales alabanzas, que son inefables a toda criatura" (AF cap. 31, 3277ss; cap. 75, 7644ss). En realidad "el recogimiento es un silencio en Dios" (Plática 3ª, 182).

 

                             Lectura espiritual

 

      Respecto a las lecturas espirituales, además del consejo insistente sobre la lectura de la Sagrada Escritura y la invitación al estudio, invita a leer libros de santos y autores espirituales que fomentan la vida espiritual. Da mucha importancia a lectura y estudio de autores recomendados o "libros de buenos autores" (Memorial II, n. 64, 2682). En el mismo Memorial al concilio de Trento, se remite a la práctica de los "santos pasados", los cuales recomendaban buenas lecturas de "doctrina llana, segura y provechosa" (ibídem, n.61, 2613ss). Los sacerdotes, además de los libros sobre dogma y moral, "tengan libros devotos en que leer... y Biblia, pues éstas son armas, que, como capitanes de los pueblos, han de tener" (Advertencias II, n.97).

 

      No deja de aconsejar prudencia, cuando se trata de autores que pueden producir alguna confusión. Así lo hace respecto el tercer abedecedario de Francisco de Osuna: "La tercera parte no la dejen leer comunmente, que les hará mal, que va por vía de quitar todo pensamiento, y esto no conviene a todos" (Carta 1, 340ss). Entre los Santos Padres, recomienda especialmente a "Jerónimo y Crisóstomo" (Carta 225, 19). Aunque el consejo se refiere también para el modo de estudiar teología, no siempre se distinguen los campos entre estudio y lectura espiritual, especialmente cuando aconseja leer San Agustín, San Ambrosio, San Bernardo y San Buenaventura.[76]

 

                            Dirección espiritual

 

      Un gran Maestro de vida espiritual, como es San Juan de Ávila, no podía menos de recomendar la Direcciónespiritual, que él mismo ejercía con asiduidad, a veces en relación con la confesión, casi siempre por medio de correspondencia epistolar. No usa propiamente la palabra "director" o "dirección espiritual", sino más bien "confesor", "guía", "maestro", "padre"... El tema viene de los primeros siglos de la Iglesia y se ha ido desarrollando posteriormente, a nivel expositivo y práctico.

 

      Los destinatarios de la dirección espiritual impartida por el Maestro Ávila reciben orientaciones sobre todos los temas y etapas de la vida espiritual, especialmente sobre la vocación, contemplación, perfección y deberes del propio estado de vida. El Maestro señala objetivos precisos, motiva el camino, indica las etapas, los peligros y los medios adecuados. Parte de los planes salvíficos de Dios (que reclama nuestra entrega de amor) y tiene en cuenta la realidad concreta y circunstancial de la persona guiada. Se trata de personas de toda condición social: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas, así como también obispos y personas de gobierno.[77]

 

      Al hablar de las figuras que se encontraron con él (capítulo I), hemos aludido a su dirigido San Juan de Dios. Entre sus discípulos (cfr. el cap. II), hay que destacar a Diego Pérez de Valdivia, Luís de Granada, Antonio de Córdoba... A algunas de sus dirigidas les escribe orientaciones concretas o les dedica algún escrito. Por parte del Maestro, se puede observar (a partir de sus escritos) una actitud de gran respeto, sentido paterno, motivaciones hondas. En la perspectiva de grandes exigencias, deja siempre grande espacio a la confianza.

 

      En el "Audi Filia" se describe propiamente todo el proceso de la vida espiritual (inicialmente concretada en Doña Santa Carrillo). Los consejos oscilan entre una decidida renuncia a todo lo que pueda ser impedimento, y una invitación a la unión íntima con Dios (por medio de Cristo Esposo). Guía a personas que ciertamente desean la perfección, por un proceso de fidelidad a la acción del Espíritu Santo y de escucha contemplativa y comprometida de la Palabra de Dios.

 

      No deja de anotar las cualidades del "director" (que él llama "guía y padre"). Se trata de una "persona letrada y experimentada en las cosas de Dios" (AF cap. 55, 5638s). Debe ser un "confesor sabio y experimentado" (AF cap. 28, 2728). Entre las "Reglas de espíritu" (redacción 2ª), señala estas mismas directrices: "Conviene que para el regimiento de vuestra conciencia toméis por guía y padre alguna persona letrada, y experimentada, y ejercitada en las cosas de Dios, y no toméis quien no tenga uno sin otro" (II, n.9).

 

      La época en que se escriben estas orientaciones, estaba necesitada de un gran discernimiento. Había que compaginar ciencia y experiencia, además de la prudencia. Las letras solas ciertamente serían insuficientes. La experiencia que se basara sólo en cierta "devoción" subjetivista, conduciría también a engaños. La verdadera experiencia consiste "en el cumplimiento de la voluntad del Señor" (AF cap. 55, 5666ss). La falta de formación espiritual en algunos directores hacía mucho daño: "¡Oh, cuánto mal ha hecho a sí y a otros, gente sin letras. que ha tomado entre manos negocio de la vida espiritual, haciéndose jueces de ella, siguiendo solamente su ignorante parecer!"(AF cap. 74, 7616ss). Si no es hombre de oración, no podrá dirigir bien a los demás, porque "debe orar mucho al Señor la salud de su enfermo; y no cansarse porque le pregunte el tal penitente muchas veces una misma cosa... Encomiéndele la enmienda de la vida y que tome los remedios de los sacramentos" (AF cap. 28, 2734ss).

 

      Además de la ciencia, experiencia y prudencia, el Maestro indica el sentido de paternidad (sin paternalismos), como expresión de su celo apostólico y fruto de su propia experiencia de Dios (cfr. Carta 1). Esta carta. dirigida a Fr. Luís de Granada, es un tratadito práctico de dirección espiritual, principalmente en vistas a orientar al mismo director o confesor. Se describe el sentido de paternidad para guiar en la filiación divina adoptiva, al estilo de San Pablo (cfr. 1Cor 4,15) y según la doctrina de San Juan (cfr. 1Jn 3,1).

 

      Darse a los dirigidos, por parte del director, significa que no deje de cumplir con sus obligaciones y que "les enseñe a andar poco a poco y sin ayo, para que no estén siempre flojos y regalados, mas tengan algún nervio de virtud; y no se dé él tanto a otros, que pierda su recogimiento y pesebre de Dios" (Carta 1, 219ss). También conviene que "no se meta en remediar necesidades corporales... y sépanlo así sus hijos, que no han de llegarse a él ni esperen de él favor temporal alguno" (ibídem, 227ss).[78]

 

      Por parte del "dirigido" o de la persona que busca este consejo espiritual, ha de acudir a la oración para pedir la gracia necesaria en el discernimiento de la voluntad de Dios y las mociones del Espíritu Santo, siempre con una apertura total: "Y pues tanto os va en acertar con buena guía, debéis con mucha instancia pedir al Señor que os la encamine El de su mano, y, encaminada, fiadle con mucha seguridad vuestro corazón, y no escondáis cosa de él, buen ni mala" (AF cap. 55, 5672ss). Los importante es "darle a entender las raíces de la tentación, de manera que él (el consejero) quede satisfecho y entienda el negocio; y darle muy entero crédito en lo que dijere" (AF cap. 28, 2728ss).

 

      No se trata propiamente de "obediencia" al director, sino de docilidad y humildad, para no fiarse de sí mismo ni tampoco apoyarse o condicionarse de modo absoluto a nadie: "No confiéis en el saber ni fuerza del hombre, mas en Dios, que os hablará y esforzará por medio del hombre" (AF cap. 55, 5685ss). Así se evitan dos errores: el de la autosuficiencia personalista y el de la confianza exagerada en un hombre (ibídem). No hay que olvidar nunca que el verdadero director es el Espíritu Santo. "El siervo de Dios, el confesor y el predicador, no te han de ser estorbo para el Espíritu Santo; hate de ser una escalera para que tú subas a Dios" (Ser 27, 261ss).

 

      En el contexto de los medios de perfección, cabe destacar también una línea de gozo o consolación, que hemos visto, de algún modo, al hablar de la esperanza, así como de los sentimientos (consolación y desolación). Los amigos de Dios "en grande libertad viven, y grande razón tienen para estar contentos" (Gálatas, n.51, 2799s). En realidad, "un ánima no puede estar mucho tiempo sin buscar consolación, buena o mala" (AF cap. 9, 820s). El hecho de estar bautizado es una llamada a vivir con el gozo de la esperanza (cfr. Ser 62, 349ss).

 

 

                      3. VOCACIONES O ESTADOS DE VIDA

 

      San Juan de Ávila ha sido más estudiado como Maestro de vida espiritual en los estados de vida sacerdotal y consagrada. Pero leyendo con atención sus escritos espirituales, nos encontramos con un Maestro de la vida cristiana en todas sus vocaciones y estados de vida. Todo estado de vida y vocación cristiana (laical, vida consagrada, vida sacerdotal) encuentra abundante materia en la doctrina avilista.

 

a) La vocación cristiana común y diferenciada

 

      El tema de la llamada de Dios, la "vocación", lo explica el Maestro Ávila en relación con la predestinación, la fe, la santidad y el seguimiento evangélico. Lo aplica a todo bautizado, también a los "seglares", pero habla más directamente de los religiosos y sacerdotes. Cada uno es llamado por Dios con especial vocación: "No andéis todos por un camino; que ni todos han de ser casados, ni todos clérigos, ni todas monjas" (Ser 76, 399ss; en el monasterio de Santa Clara de Montilla). El discernimiento vocacional tiene como objetivo acertar con la voluntad de Dios: "Señores, lo que habéis de desear es que, donde fuéredes, os lleve Dios; que vuestra mudanza de estado sea conforme a su voluntad; y estad seguros, confiad en Él, que Él mira por vos" (ibídem, 460ss).

 

      A veces, comenta los textos evangélicos de la llamada, recordando el "sígueme" y la mirada de Cristo (cfr. Juan I, lec. 14ª, 4135ss). Comenta la vocación de San Mateo con estas palabras: "Sígueme. Levántase de su banco, dejado todo lo que tenía delante; deja los libros, deja las cuentas y deja los dineros. Vase tras Jesucristo" (Ser 77, 59ss). Esta palabra está preñada de amor, es un "recia palabra" (Plática 16ª, 67), que reclama un respuesta comprometida.

 

      Todos hemos sido llamados o elegidos en Cristo. Hay que agradecer la vocación respondiendo con generosidad: "San Pablo ruega a Dios que dé a entender a los de Éfeso el grande bien para que son llamados; e yo suplico lo mesmo para vos, para que, conociendo el gran valor de vuestra esperanza, seáis más agradecida a quien os llamó" (Carta 94, 19ss). Apreciar la llamada es fuente de gozo, puesto que se trata de recibir al mismo Dios: "¿Sabéis, hermana, para qué os llama Dios? ¿Sabéis cuál es el fin del camino que habéis comenzado? ¿Sabéis cuál es la joya de vuestra pelea y la corona de vuestra victoria? Dios mismo es" (ibídem, 26ss).

 

      Aunque la vocación es un don para toda la familia, no pocas veces los padres presentan cierta resistencia. Los padres cristianos deben responder con generosidad, aún en el caso de grandes sacrificios. Refiriéndose al caso de la condesa de Feria (Sr. Ana de la Cruz), que ingresó en el monasterio de Santa Clara de Montilla, afirma: "Y si los padres ven a sus hijos que quieren servir a Dios de alguna manera buena, que a ellos no es apacible, deben mirar lo que Dios quiere; y, aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios, y ofrezcan sus hijos a Dios, y serán semejantes a Abraham" (AF cap. 98, 10372ss).

 

      El modo de discernir la vocación se basa en los mismos criterios del discernimiento del Espíritu (del que se ha hablado en torno a las virtudes. La respuesta a las consultas es muy diversa, según las disposiciones de quienes han buscado el consejo. En las cartas 7 y 8 puede intuirse el discernimiento acerca de la recta intención, de la libre voluntad y de las cualidades.

 

      Toda vocación reclama una formación adecuada. El tipo de formación que el Maestro Ávila proponía era integral, basada en el conocimiento teórico y en la educación humana y cristiana. La formación vocacional debe darse desde la infancia, "por ser aquella edad el fundamento de toda la vida" (Carta 11, 1152ss). Toda formación debe apuntar a "buenas costumbres" (ibídem). Los dos pilares en que se apoya son la escuela y la familia (cfr. Ser 46, 592ss). Pero siempre habrá que dar el enfoque catequístico, ya desde la infancia y juventud, ofreciendo "alguna lección de doctrina sagrada y piadosa" (Memorial II, n.88, 3315ss; cfr. Advertencias I, n.48). Esta formación será específica para cada estamento: seglares (Advertencias I, n.47, 1630s, 1628s), religiosos (Carta 141, 45ss; Memorial II, n. 96, 3681ss) y sacerdotes (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n. 42, 1504ss).

 

 

b) Vocación al laicado

 

      La acción ministerial y los escritos del Maestro Ávila se dirigen a todos los sectores del pueblo de Dios. Muchas veces se hace alusión a los seglares (laicos), especialmente a personas casadas, gobernantes, seglares jóvenes y adultos. La invitación general a la santidad se aplica al campo de la familia y de los servicios en la sociedad civil.

 

      La doctrina sistemática actual sobre el laicado no existía en el siglo XVI. En la doctrina avilista se hace resaltar, con la llamada a la santidad de todos los bautizados, la participación en el sacerdocio de Cristo. Las enseñanzas sobre el bautismo hacen explícita la llamada a la santidad.

 

      La preocupación formativa del Maestro llega claramente al sector laical. Así, por ejemplo, en las "Advertencias al concilio de Toledo" el Maestro Ávila pide una formación "reformada" de "los laicos", con el objetivo de "poderse reformar en sus costumbres" (Advertencias I, n.47, 1628s). Propone una especie de "seminario de ellos todos" (ibídem, 1630s), siguiendo las pautas del concilio tridentino (ses. 24, cap. 4).

 

      Para los laicos que trabajan en el sector educativo, pide que se le seleccione y que se les proporcione una educación más cuidadosa y "reformada" (Advertencias I, n.47, 1630s). Pide esta formación , instando a aplicar las normas del concilio tridentino (cap. 4 de la ses. 24). Sugiere se les proporcione publicaciones adecuadas (cfr. Advertencias I, nn. 48-52).

 

      En el sector de los gobernantes, urge a los responsables a que no sólo den leyes justas, sino principalmente su propio testimonio y la aplicación adecuada de esas mismas leyes. En las "Advertencias necesarias para los reyes" (escrito dirigido a Don Cristóbal de Rojas y demás Prelados del concilio de Toledo) y en la carta 11 (dirigida "a un Señor de este Reino"), se dan pautas para el gobernante cristiano. Es un caso típico de la inserción de los valores evangélicos en las estructuras humanas por parte de los laicos.

 

      En las enseñanzas avilistas, así como en la actuación del Maestro, se puede observar un gran respecto y aprecio de la dignidad de la mujer. Son muchas las mujeres dirigidas por él; las considera muy capaces de vivir el misterio de Cristo en toda su hondura. Había, entre sus dirigidas, mujeres casadas, solteras y viudas, de toda clase social, seglares y consagradas, grandes convertidas y almas verdaderamente santas. A algunas de ellas (como Sancha Carrillo y Ana Ponce de León) dedica escritos importantes.[79]

 

      Donde puede apreciarse mejor este aprecio y respeto por la mujer, es en las cartas dirigidas a Santa Teresa. Precisamente este respeto hace descubrir las grandes cualidades de la mística española del siglo XVI, mientras, al mismo tiempo, ofrece, con libertad, directrices de discernimiento en cuanto a los fenómenos extraordinarios.[80]

 

      Al describir la vida espiritual como desposorio con Cristo, es lógico que personifique al creyente con la "esposa". En esta perspectiva (Cristo Esposo, la Iglesia esposa) se encuadra el "Audi Filia", libro escrito, en su primera redacción, para dirigir espiritualmente a Doña Sancha Carrillo. La Santísima Virgen, es "la mujer" por excelencia, la figura de la Iglesia esposa: "Nuestra bendita mujer fue criada para que ayudase al segundo Adán, Cristo, a restaurar lo que el primer hombre y mujer echaron a perder" (Ser 68, 421ss).[81]

 

      La actuación concreta respecto a las mujeres, dentro de este aprecio a que hemos aludido, se encuadra también en las normas de prudencia. Las cartas dirigidas a mujeres son muy atentas, sin aires de superioridad, respetuosas, invitando siempre a la confianza y, al mismo tiempo, a la fidelidad y a la generosidad. Las recibía ordinariamente en la iglesia. A las mujeres casadas, las invita a cumplir con sus obligaciones del hogar (cfr. Carta 3, 173ss). Para indicar que cada miembro de la familia tiene que desempeñar un trabajo peculiar, igualmente digno, afirma: "El oficio de la mujer, el oficio de la señora de casa es guisar muy bien de comer a los que andan trabajando en la hacienda de sus maridos, para que, cuando vengan cansados, se refresquen y descansen y huelguen" (Ser 8, 12ss).

 

      No tiene empacho en criticar defectos evidentes de la época, como cuando se trata de denunciar el despilfarro y el excesivo lujo en los vestidos (Ser 12, 261ss; Ser 36, 263ss). Al mismo tiempo, se preocupa por buscar una solución para las mujeres públicas, víctimas y también cómplices de las pasiones de los varones (Carta 11, 1209ss). No hay que olvidar que, en el proceso de la Inquisición, se le acusó de defender la autonomía las mujeres en el hogar; su opinión consistía más bien en que las mujeres podían usar libremente su pratrimonio para limosnas.

 

 

c) Vocación a la vida consagrada

 

            La naturaleza y características de la vida consagrada

 

      Además de un gran aprecio por la vida consagrada, el Maestro ofrece un conjunto muy valioso de doctrina, siempre en las líneas básicas de seguimiento evangélico radical como desposorio con Cristo, vida fraterna, disponibilidad para la caridad (misión). Su aprecio por la vida consagrada se demuestra especialmente por la dirección espiritual de muchas personas que seguían este camino evangélico.[82]

 

      Se puede observar en todo el decurso de la vida del Maestro, su cercanía a algunas instituciones religiosas y, de modo especial, la relación espiritual con algunas personas concretas: San Juan de Dios, Fr. Luís de Granada, San Francisco de Borja, San Ignacio, Santa Teresa... No pocos discípulos ingresaron en instituciones de vida consagrada.

 

      Se encuentra, a veces, una amplia y detallada explicación de cada uno de los votos y, por tanto, de los consejos de pobreza, castidad y obediencia (Carta 224). Las exigencias evangélicas, acompañadas siempre de oración, sacrificio, humildad y vida comunitaria, se presentan en la perspectiva del desposorio con Cristo: "Por tanto, conviene, como esposa de Jesucristo, que claramente entienda; y, entendiendo, continuamente considere; y, considerando, ardientemente ame; y, amando, con toda diligencia obre con perseverancia aquello para lo cual pretende de entrar en religión" (Carta 224, 10ss).

 

      Los tres consejos (profesados por medio de los votos) expresan la entrega total del corazón: "conservar el corazón de las cosas terrenas y vanas" (Carta 224, 53s). Efectivamente, "son instituidos para limpiar y purificar el ánima del amor de sí mismo, conviene a saber: de la mala afición cerca de las cosas exteriores o interiores o carnales, procurando con toda diligencia despojarse de sí mismo y de todas las cosas de este mundo y vestirse de caridad e inflamarse en amor de Jesucristo, de tal manera que sea una misma cosa con Él" (ibídem, 332ss).

 

      El sentido de desposorio es, pues, el prisma para entender esta consagración: "Las madres monjas, las religiosas y doncellas... han de mirarse en Jesucristo, viéndose como en un espejo, no tengan alguna mancha en la cara... porque su Esposo no las deseche" (Ser 27, 152ss). La entrega total es por un amor esponsal (cfr. Ser 54, 234ss).[83]

 

      Es siempre la perspectiva del enamoramiento de Cristo, que pide la entrega de totalidad: "El mayor sacrificio que se puede hacer a Dios es ofrecerle cada uno a sí mismo; y aquél se ofrece a sí mismo que le ofrece su voluntad" (Plática 16ª, 2ss). María es modelo de esta vida de consagración a Cristo Esposo (ibídem (cfr. Carta 40). Los detalles de la vida claustral sólo pueden entenderse con esta perspectiva de entrega al Señor: "Las rejas con humildad, ¿qué son? Paraíso, y los moradores de ellas, ángeles. Rejas sin humildad, ¿qué son? Infierno, y los moradores, demonios" (ibídem, 359ss).

 

      El "sí" a Dios resume la donación total: "Decir a Dios de sí. Vaso sois, echad toda la hiel, y recebiréis miel... Podad de vos todo lo que Dios no es... Y quien tal Sí quiero ha de dar, menester ha pedir la gracia del Señor para ser bien casada" (Carta 40, 68ss, 188ss). El ofrecimiento es de totalidad: "Pueda darle su corazón todo como morada sosegada y apacible" (Carta 142, 5s); "ofrézcase en perpetuo don a Aquel cuyo es por muchos títulos" (ibídem, 22). No se olvida la dimensión escatológica, en cuanto que se tiende al encuentro final con Cristo Esposo en el más allá: "De todo corazón se pase al siglo por venir... el cual no tanto consiste en tiempo presente o futuro, cuanto en espíritu" (ibídem, 73ss).

 

      Es por amor a Cristo que se dejan todas las cosas. Quienes han sido llamados "han despreciado todo, y por agradar más a Dios eligieron vida de cruz en pobreza y trabajos, y en obediencia a Dios y a los hombres"(AF cap. 34, 3469ss). Es una respuesta a su "sígueme", que va acompañado de su mirada de amor (cfr. Juan I, lec. 14ª, 4135ss; Ser 77, 59ss). Sólo quien capta ese amor sabe comprender el significado de esa "recia palabra" (Plática 16ª, 67).

 

      Esta grandiosidad de la vida consagrada se concreta, en la vida práctica, con servicios humildes. En el sermón para la toma de velo de la Condesa de Feria (Ana Ponce de León), en el monasterio de Santa Clara de Montilla, invita a los presentes a descubrir el verdadero valor de la vida consagrada: "¿Sabéis a qué entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren, si le pareciere a su prelada; a cocinar, si fuere menester; a abajarse, a ser esclava de las otras y a besar la tierra que las otras huellan" (Ser 76, 359ss).

 

      En el siglo XVI, la vida religiosa, especialmente femenina, no estaba tan orientada hacia la vida activa, salvo en el caso de los misioneros de todas las épocas (incluso monjes). En este sentido, el Maestro presenta a los religiosos como cooperadores en la acción pastoral: "Los religiosos son añadidos para ayudar a los perlados y curas" (Ser 81, 95s; cfr. Memorial I, n.41). Es lo que hoy llamaríamos cooperación en los planes pastorales de la diócesis.[84]

 

      La realidad de la vida clerical y religiosa del siglo XVI no era muy halagüeña, como puede observarse por los escritos avilistas (especialmente los Memoriales para el concilio de Trento). El Maestro señala algunos defectos que existían incluso en los monasterios: "Creen que dejan el siglo y no lo dejan, mas múdanse de un siglo a otro, engañados y embaucados de sí mismos" (Carta 224, 7ss). Por esto, "más es de llorar el religioso flojo que el pecador engolfado en vicios" (Carta 157, 11s).

 

      Como hizo sobre la vida clerical, proponiendo la selección de los candidatos y la formación en los Seminarios, de manera semejante propugnó la renovación de la vida religiosa por medio de una mejor selección (cfr. Carta 141, 45ss) y de una mejor formación doctrinal y espiritual (cfr. Memorial II, n.96). Las síntesis que ofrece en algunos sermones y cartas, así como en las pláticas, son un buen ideario sobre la identidad de la vida consagrada.

 

      Las normas de selección son, a veces, circunstanciales, como en el caso de los primeros seguidores de San Juan de Dios (su dirigido), a quien le dice: "Y los que viéredes que son chismosos, no los consintáis en vuestra compañía, que son para disfamar el Hospital... porque veces hay que, por no hacer enojo a uno, echáis a perder a muchos" (Carta 141, 45ss). Algunos monasterios de clausura dejaban mucho que desear en cuanto a la formación: "Muchos monasterios de monjas hay que se les pasa casi todo el año que no oyen sermón por no tener dineros que dar al predicador... Mírese mujeres muchas juntas, y descontentas, y sin doctrina qué harán; y póngase en ello remedio" (Memorial II, n. 96, 3681ss).

 

      Aunque el estado de vida consagrada (religiosa) es mejor, en cuanto que es un signo más fuerte de perfección, no obstante, lo mejor para cada uno es seguir la voluntad de Dios: "Aunque el estado de la religión sea mejor, no para todos es mejor. Mejor es ser religioso que casado; mas acaece que a uno, por su flaqueza, no le es mejor. Mas cuando el estado es en sí mejor, y para éste es mejor, misericordia es de Dios tomar este estado" (Ser 76, 401ss).[85]

 

      Los sermones del Maestro son, a veces, una maravillosa propaganda vocacional hacia la vida consagrada. Aunque llama a todos a la perfección de la caridad (como exigencia del bautismo), dice de los religiosos que son "el corazón" de la Iglesia: "Sabéis que son los religiosos en el cuerpo místico de la Iglesia? El Papa es la cabeza; los brazos, los caballeros; el corazón, los religiosos. Él es el primero que vive y el postrero que muere; él es la fuente del calor, él es el que está más guardado" (Ser 18, 428ss).

 

      Por esto, presenta a la vida consagrada como estímulo para que todos vivan las exigencias evangélicas: "En esto las personas religiosas nos llevan la ventaja; porque si están en el coro, si están en el refitorio, si en el retraimiento, en todas partes están en servicio de Dios... siempre alabando a Jesucristo" (Ser 27, 87ss). Seguir la vocación a la vida consagrada, es un don del Espíritu Santo. Todo se deja "por amor a Jesucristo... Más quiere agradarle a Él y servirlo que ser señor de toda la redondez de toda la tierra" (Ser 29, 476ss). El Espíritu Santo mueve a vivir "en cruz" con Cristo "obediente, pobre, desechado" (ibídem, 564ss).

 

             La práctica de cada uno de los consejos evangélicos

 

      Hemos visto en este mismo capítulo el seguimiento evangélico (y el desposorio con Cristo) como uno de los temas básicos de espiritualidad cristiana. Ahora resumiremos la práctica de cada uno de los consejos evangélicos (la castidad, la pobreza y la obediencia) en este contexto esponsal del seguimiento radical de Cristo por la vida consagrada.

 

      Al hablar de la virginidad (o castidad evangélica), el Maestro se refiere especialmente al desposorio con Cristo que tiene lugar en la vida religiosa (o consagrada) (cfr. Ser 77, 328s). El seguimiento evangélico de los Apóstoles ha sido imitado por las vírgenes y por otras formas de vida consagrada durante la historia posterior. Se trata de compartir la misma vida con Cristo Esposo. No es fruto de una lógica humana, sino un don de Dios. Esta "dádiva de nuestro Señor" sólo la comprenden "aquellos a los cuales es dado por Dios" (ibídem, cap. 14, 1279ss; Mt 19, 11). Es don del Espíritu Santo (cfr. AF cap. 16, 1432ss).

 

      Este camino de desposorio, que es la clave de la vida espiritual, queda descrito en el "Audi Filia", en el que se privilegia el tema de la virginidad por parte de quien es "casta esposa" de Cristo (AF cap. 7, 640). Cristo es el centro del corazón, "donde Cristo solo quiere morar" como Esposo único (AF cap. 8, 746ss). Ya nadie más puede ocupar ese mismo lugar: "Todo aquel lugar ha de ocupar en vuestro corazón Jesucristo, que si os casáredes había de ocupar el marido" (AF cap. 8, 700ss; San Agustín, Serm. 137, cap. 8, 9).[86]

 

      Como era de esperar, siguiendo la tradición espiritual, se presenta la virginidad como camino hacia el encuentro definitivo (escatológico) con Cristo Esposo en el más allá: "Obra habéis comenzado de gran corazón, pues queréis... tener por vía de virtud lo que los ángeles tienen por naturaleza; y pretender particular corona en el cielo y ser compañera de las vírgenes, que cantan el nuevo cantar, y acompañan al Cordero dondequiera que va. Mirad vuestro título, que de presente tenéis, que es ser esposa de Cristo, y el bien que esperáis en el cielo" (AF cap. 11, 1072ss; cfr. Ap 14,4).

 

      Esta línea escatológica se convierte, en esta tierra, en servicio a Jesucristo por la caridad. Quienes son llamados a la virginidad son "personas dadas al servicio de Jesucristo, que por darle vuestra virginidad sois tomados por sus esposas" (Ser 11, 502ss). Por esto, "las vírgenes son la porción más entera que hay en el cielo", como las "primicias" y "las más excelentes moradas que Dios tiene entre los hombres", quien "se huelga en los corazones enteros" (Ser 29, 512ss; cita a San Cipriano, De habitu virginum 3, 22-23).

 

      La virginidad supone grandes renuncias, no sólo en el campo de la sexualidad, sino en el de la afectividad. Pero la renuncia cristiana, también en este campo, es verdadera liberación para entrar en sintonía con el amor esponsal de Cristo, a quien nada ni nadie puede suplir: "Libertóos el Señor para que fuésedes toda suya, y vuestros ojos a Él solo mirasen, como la esposa casta a su solo esposo suele mirar" (AF cap. 56, 5794ss). De ahí deriva el significado cristiano de esta renuncia, "pues la virginidad se toma entre cristianos no por sí sola, mas porque ayude para con más libertad dar el corazón a Dios" (ibídem, cap. 58, 6014ss). Es causa de "mucha alegría" y "estado de fecundidad", a imitación de la Virgen María, quien siendo "Virgen de las vírgenes... dio fruto y no perdió la flor de su limpieza" (ibídem, cap. 105, 10966ss; cfr. Ser 63, 499ss).

 

      Esta alegría y libertad del corazón se convierte siempre en donación y servicio: "Esta dignidad y estado no se ha de escoger por no poder más; no ha de ser sino por Jesucristo, con solo deseo de le agradar y servir... por los amores de Jesucristo" (Ser 29, 527ss; cfr. Cant 1,5). Son numerosas las cartas avilistas dedicadas a "doncellas", en el claustro o también en la soledad de sus casas particulares. Lo importante es "tomar por esposo al Rey celestial" (Carta 33, 3), y consagrarle todo el corazón. Por esto, "aunque el matrimonio es bueno, la virginidad es mejor", porque se imita "a la bienaventurada María, Virgen, Madre y Esposa", Madre de las vírgenes (Carta 38, 191ss). La soledad está llena de Cristo Esposo, quien les da "su compañía en pago de la soledad que acá pasaron por Él" (ibídem, 206s; cfr. Ap 14,4).

 

      La totalidad de la entrega se expresa en el cuerpo y en el corazón. "El cuerpo de la virgen particularmente es de Cristo y tierra suya... Vaso sois, echad toda la hiel, y recebiréis miel... Podad de vos todo lo que Dios no es... sola vos y Cristo" (Ser 40, 96ss; cfr. Cant 2,10-12). La virginidad es como "martirio", porque es una lucha continua por amor (Carta 70, 159ss). En esa lucha hay que invocar al "virginal Esposo y a su limpísima Madre" (ibídem).

 

      La referencia a la Santísima Virgen es en la lógica evangélica, puesto que las personas vírgenes "tienen más semejanza con la Madre Virgen"; por esto, Cristo "se huelga mucho... de ser concebido, nacido y envuelto y tratado de cuerpo virgen, porque Él es virgen" (Carta 84, 9ss).  Cristo "quiere ser tratado de brazos y corazones limpios, y por eso se puso en los brazos de la Virgen, y Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que quiere ser tratado de vírgenes" (Ser 4, 340ss).

 

      A partir del amor a Cristo Esposo, la persona consagrada quiere compartir su misma vida de pobreza. Se imita la misma vida de Cristo, que fue peregrino en este mundo. Comentado la pobreza de Cristo, según Mt 8,20, dice: "No tuvo renta, casa ni posesión. Santa Marta lo acogía como a pobre, y otros le ayudaban con sus haciendas, siendo Él Señor de todas las cosas del mundo, tanto que nace en casa ajena, que el día de su muerte en sábana y sepultura de otro le enterraron e celebraron sus exequias" (Ser 16, 61; cfr. Ser 2, 240ss).

 

      Muchos cristianos, considerando este ejemplo de Cristo, han sentido la llamada a vivir como él. Es la pobreza voluntaria: "¡Qué cosa tan pesada era la pobreza antes que Cristo viniese al mundo, qué aborrecida, qué menospreciada! Pero bajó el Rico del cielo y escogió madre pobre, y ayo pobre, y nace en portal pobre, toma por cuna un pesebre, fue envuelto en pobres mantillas, y después, cuando grande, amó tanto la pobreza, que no tenía dónde reclinar su cabeza" (Ser 3, 206ss).[87]

 

      Cuando habla para personas consagradas, les recuerda el ejemplo de San Francisco: "No ha habido quien tan amigo haya sido de la pobreza" (Ser 78, 12s). De hecho, al resumir los tres votos, empieza por el de la pobreza, porque es el más llamativo en la vida del Señor; tiene también sentido esponsal: "Este voto muchas personas le prometen, mas pocas le guardan y menos son las que llegan a la perfección de la pobreza... Conveniente es a la esposa de Jesucristo no se aficionar a tener hábito de rico paño ni a tener cosas curiosas de mucho precio, sino una simple cama y un oratorio simple y devoto, y que todo lo demás que tuviere dé de sí olor de pobreza" (Carta 224, 55ss).

 

      El tema de la obediencia puede referirse a la virtud general y cristiana de seguir los signos de la voluntad de Dios, manifestados expresamente por los mandamientos y también por quienes tienen la misión de regir la comunidad eclesiástica o civil: "Basta para el cristiano que estime en mucho al pastor, al príncipe, o al maestro, que los ministros de Dios por tal le señalen; que aquellos que tiene las veces de Dios les pongan en aquel estado... y hagan cuenta, en haberlos puesto sus ministros, que el mesmo Espíritu Santo los puso" (Gálatas n.2, 77ss; comenta Gal 1,1).

 

      El Maestro se refiere a la obediencia general en muchas ocasiones. Al tratarse de las personas consagradas, las invita a practicar esta obediencia con mayor asiduidad para no caer en engaños. La obediencia constituye uno de los consejos evangélicos (votos) y se concreta en cumplir las disposiciones de los superiores según las reglas de la institución. Se trata de no buscar la propia voluntad o "libertad" malentendida, sino en orientarse hacia el amor de Dios: "No os espantéis de que tanto os encomiende la obediencia... porque vuestra seguridad está en no querer libertad" (AF cap. 101, 10629ss).

 

      Como en las otras virtudes y consejos evangélicos, el punto de referencia es siempre el ejemplo del Señor: "Mandó César que cada uno fuese a su tierra a escribirse y a dar cierto tributo, y obedicióle Dios, ¿y no tendré yo vergüenza de no seros obediente? Antes que salga del vientre obedece, y no yo. Si es cosa recia resistir a tu voluntad, ahí está Dios en la obediencia, en lo bajo, en el establo. Ahí está el Niño" (Ser 5 -2-, 324ss).[88]

 

      Al hacer la aplicación a personas que se han desposado con Cristo, les recuerda que el camino de la obediencia ha sido siempre el de los santos y de las instituciones de perfección. "Y tened por cierto que aunque mucho busquéis, no hallaréis otro camino tan cierto ni tan seguro, para hallar la voluntad del Señor, como éste de la humilde obediencia, tan aconsejado por todos los santos, y tan obrado por muchos de ellos, según nos dan testimonio las vidas de los santos padres, entre los cuales se tenía por muy gran señal de llegar uno a la perfección en ser muy sujeto a su viejo" (AF cap. 55, 5689ss).

 

      Si en la vida consagrada hay más ocasiones de practicar la obediencia, ello equivale a disponer de más medios de liberación interior. Usando imágenes de la época, afirma: "Echad vuestros pies en el cepo de la clausura, y vuestro cuello debajo del yugo de la obediencia; haceos captivo por Cristo, y aherrojaos por su amor, y tened fuerte; que más anchura hallaréis que en todo el mundo... Obedeced, doncella, abajaos, servid, barred, haced todo cuanto pudiésedes... y más honrado será vuestro collar en el cielo. Perded aquí y ganaréis acullá" (Ser 29, 593ss, 617ss).

 

      No oculta la dificultad de la obediencia, especialmente en la vida consagrada; pero insiste en su importancia y necesidad: "¡Oh señoras, y qué cuerda de la vigüela hemos tocado! ¡Qué vena tan rica hemos descubierto para vosotras, la obediencia! A esta virtud, señoras, de la obediencia es la que habéis de traer muy arraigada en vuestros pechos y metida dentro de vuestros corazones. Obedeced a vuestra perlada y perlado como si el mismo Dios os lo mandase" (Plática 15ª, 290ss; en el monasterio de Santa Clara, Montilla). Pero la dimensión esponsal dará sentido a la renuncia: "Miraos vos en el espejo de vuestro Esposo... Obedecé aunque os cueste la sangre y la vida, que por obediencia la derramó y murió vuestro Esposo. Comed de su mismo plato" (ibídem, 300ss). En otra plática, a las monjas de la Cruz, de Zafra, afirma: "¿Qué será de la esposa de Cristo si obedeciendo Él, no fuese ella obediente?" (Plática 16ª, 494s).

 

      La dificultad de la obediencia deja entrever su valor y necesidad: "Señoras, gran bien tenéis en estar subjetas, en haberos Dios dado quien os mande, y a quien obedezcáis, y por cuyo parecer os rijáis antes que por el vuestro. Sabedlo agradecer" (Ser 78, 356ss; sobre San Francisco de Asís, "en un monasterio de monjas").

 

      La humildad está también en estrecha relación con los votos. Así lo recuerda el Maestro en la Carta 224 ("a una doncella"). La vida de Cristo y de su Madre estaba adornada de esta virtud:  "Procure de continuo traer a la memoria la profunda humildad de nuestro Salvador, el cual, siendo Dios, se sometió a la obediencia del hombre, conviene a saber, de la Virgen María, su Madre, y de San Josef, que ansí lo dice el Evangelio" (Carta 224, 310ss; cita y comenta 1Reg 15,22; Fil 2,8; Lc 2,51). La humildad y obediencia de la Virgen Santísima son también el punto de referencia (cfr. Ser 75, 887ss).

 

 

                            La vida comunitaria

 

      Toda la vida cristiana es "comunión" o fraternidad, como reflejo de Dios Amor. La realidad de ser Iglesia, Cuerpo Místico, se concreta en la vida fraterna. El Maestro Ávila se remite a la primera comunidad cristiana de Jerusalén, donde todos eran "un solo corazón y una sola alma" (Act 4,32; cfr. AF 33, 3355ss). Los primeros cristianos, al recibir el Espíritu Santo, mostraban "el grande amor que tenían en sus corazones y entrañas a Jesucristo, y a su santa pobreza" (Ser 29, 427ss; sermón de Pentecostés). Esta vida fraterna y comunitaria se concreta de modo especial en la comunidad religiosa.

 

      La enseñanza de Jesús sobre la unidad (cfr. Mt 18,20; Jn 17,21-23) indica la importancia de reflejar la unidad divina en nosotros: "En gran manera es Nuestro Señor amigo de la unidad; es su oficio ayuntar las cosas apartadas y divididas, y las juntas conservarlas en su unidad. Veremos en esto, si bien miramos, el mesmo ser de Dios, que es... unísima esencia, simplicísima" (Ser 6, 11ss).

 

      La unidad de la comunidad depende de la unidad del corazón: "Y todos generalmente guardad la unidad del corazón, que Cristo oró al Padre... No haya división -que es cosa del infierno- entre los llamados a la santa cristiandad que se llama reino de Dios; no traigan pleito los que son hijos de paz... no haya envidias entre los que so miembros de un cuerpo" (Carta 86, 162ss). Las rupturas de la comunidad se originan en las rupturas del corazón: "¡Oh locura grande la nuestra, que, pensando que nos amamos, nos aborrecemos, y buscando, a nuestro parecer, el bien, caemos en todos los males!" (Carta 148, 6ss, a unos canónigos que habían recuperado la vida fraterna).

 

      La aplicación a la comunidad de vida consagrada aparece también en los consejos dados a sus discípulos que se hicieron jesuitas: "No se turben con la diversidad de las condiciones que en las comunidades suele haber, mas piensen que hasta que uno es probado con prójimos, es muy poco lo que de Dios tiene. Y a esto principalmente enderecen sus fuerzas... a llevar injurias con alegría. Pongan sobre sí los ojos y no curen de hacerse maestros de otros" (Reglas de espíritu, n.4: Avisos para D. Diego de Guzmán y el Dr. Loarte para entrar en la Compañía).

 

      La vida comunitaria no se fundamenta en grandes cualidades humanas, sino en el servicio humilde que exprese la donación, porque "aunque sea fregar escudillas, es convertir almas" (ibídem, 33s). Son los servicios humildes hechos por amor al Señor y a los demás. "¿Sabéis a qué entra en el monasterio? A fregar, si se lo mandaren; a abajarse, a ser esclava de las otras y a besar la tierra que las otras huellan" (Ser 76, 364ss, con ocasión de la toma de velo de la condesa de Feria, en el monasterio de Santa Clara de Montilla).

 

      La vida fraterna de la Sagrada Familia en Nazaret es modelo para toda comunidad. Se describe especialmente la figura de San José, alabando a Dios por las cualidades de Jesús y de María, admirando "tanta humildad, tanta caridad y tanta virtud en aquella Señora que por esposa le había sido dada", adorando, al mismo tiempo, "al bendito Niño Jesús, siendo informado que estaba en el vientre de nuestra Señora" (Ser 75, 586ss).

 

 

d) Vocación al sacerdocio ministerial

 

      El tema del sacerdocio encuentra abundante materia en la doctrina avilista y en el testimonio del mismo Maestro. Lo desarrolamos ampliamente en el capítulo siguiente (cap.III).

 

      En los escritos avilistas aparecen los temas básicos: Cristo Sacerdote, Iglesia pueblo sacerdotal (sacerdocio de los fieles), sacerdocio ministerial, ministerios, espiritual, formación... El tema merece un estudio especial, que ofrecemos en el apartado siguiente. En el presente capítulo, nos ceñimos a unas nociones generales sobre la vocación sacerdotal.

 

      La vocación, como hemos visto en este mismo capítulo, es un don de Dios, expresado por medio del "sígueme", "recia palabra" (Plática 16ª, 67), que Jesús dirige a algunas personas y, de modo especial, a los Apóstoles. Así describe la vocación de San Mateo: "Sígueme. Levántase de su banco, dejado todo lo que tenía delante; deja los libros, deja las cuentas y deja los dineros. Vase tras Jesucristo" (Ser 77, 59ss).[89]

 

      El Maestro Ávila insta a una buena selección de los candidatos al sacerdocio: "Los que hubieren de ser elegidos para estos colegios sean de los mejores que hubiere en todo el pueblo, haciendo inquisición de ello muy de raíz el obispo y los que el concilio le señalare por acompañados. Y de esta manera vendrán llamados y no injeridos, y entrarán por la puerta de obediencia y llamamiento de Dios" (Memorial I, n.17, 458ss; cfr. Memorial II, n.91, 3407ss).

 

      Hay dos cartas (nn. 7 y 8), dirigidas respectivamente"a un mancebo que le pidió consejo si sería sacerdote" y "a un sacerdote", en las que se pueden encontrar criterios de discernimiento de la vocación. En el primer caso desaconseja seguir la vocación sacerdotal, por no haber intención recta ni buenas disposiciones. En la segunda carta (al sacerdote) le alienta a perseverar en la vocación para poder hacer mucho bien a las almas; si se ponen los medios necesarios (oración y estudio), se pueden superar las dudas y dificultades.

 

      La idoneidad, además de la recta intención y libre voluntad, consiste en tener las cualidades necesarias: "Han de procurarse sea gente de la cual se entiende que vive Dios en ellos, amigos de virtud, aficionados a las cosas de la Iglesia, probados en la castidad" (Advertencias I, n.39, 1405ss).

 

      La selección y formación comienza ya en lo que yo llamamos pastoral vocacional (en las familias, parroquias, escuelas...). El Maestro recomienda encargar este servicio a personas cualificadas: "Y para hallar éstos es menester que los obispos tengan en cada pueblo personas de fiar que los inquiran y procuren, informándose de los maestros de las escuelas y de los lectores de gramática" (Advertencias I, n. 39. 1412ss).

 

      Sobre la escasez de vocaciones, hace una observación muy al estilo evangélico: "Y, si acaso los obispos del sínodo dijeren que no se halla de esta gente; dígales que es grande engaño pensar que nuestro Señor falte en dar tales personas en su Iglesia, que puedan ser ministros verdaderos suyos. Porque el mismo Dios, que pide que sean sus ministros tales y derramó su sangre por tenerlos, ha puesto su Espíritu divino en muchos para poder serlo; y el parecer que no los hay es porque no los buscan los perlados, ministros del Señor, cuyo es este cuidado" (ibídem, 1417ss).

 

Nota: El tema sobre la vocación, vida y ministerio sacerdotal será ampliamente desarrollado en el capítulo siguiente (III).

 

 

 

                                    III

 

                    MAESTRO DE ESPIRITUALIDAD SACERDOTAL

 

 

      1. EL SACERDOCIO CRISTIANO

 

      En este proceso histórico de sistematización de la doctrina sacerdotal, San Juan de Ávila (s. XVI) es un eslabón imprescindible. En sus escritos se pueden encontrar todos los contenidos fundamentales, con formulaciones, a veces, distintas de las nuestras, pero siempre basadas en la Escritura, tradición (Padres), magisterio, teólogos y santos. Su fuerte reflexión, tomista y agustiniana, parte de los contenidos evangélicos y paulinos.[90]

 

a) Cristo Sacerdote y Buen Pastor

 

      La doctrina avilista sobre Cristo Sacerdote es dinámica, a partir de su mediación redentora. Por ser Dios hecho hombre, su mediación es perfectamente salvífica. Es sacerdote y víctima porque su mediación se realiza ofreciéndose él mismo en sacrificio. "Catad que tenemos negociador en la corte" (Juan I, lec. 6ª, 1285s). Nuestra "causa" es la suya (cfr. Ser 53, 430ss). "Sepan todos que otro medianero principal no hay si El no" (Ser 34, 105). "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y El para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222, 262ss).

 

      La unción sacerdotal de Jesucristo tiene lugar en la Encarnación. Por esto el Señor es el "Cristo" o "Mesías" ("ungido"): "Jesucristo es ungido propiamente, es nombre de nuestro Señor" (Juan I, lec. 16ª, 4724s). De este modo, Cristo es el "principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s)[91]. De su sacerdocio participa toda la Iglesia, cada bautizado según la gracia peculiar recibida.

 

      Su "unción" o consagración no es de dominio o de privilegios, sino de servicio e intercesión: "Sacerdote es, porque en cuanto hombre está delante del Padre rogando por nosotros... Ungido viene, no con aceite, sino con sangre; y si ungido, no viene bravo, sino blando y manso" (Ser 1,162ss).

 

      Cristo es Sacerdote y víctima porque, desde la Encarnación, se ofreció "a la redempción del linaje humano" (Gálatas n.31). Su mediación es sacrificial y redentora: "El Padre Eterno puso un Medianero entre nosotros y Él para que por su medio alcanzásemos misericordia" (Carta 222, 262ss). "Jesucristo se puso en medio de Dios Padre y de mí, y Él recibió los golpes en sí mismo y en Él me perdonó el Padre lo que yo había de pecar" (Ser 3, 682ss). "Sepan todos que otro medianero principal no hay si Él no" (Ser 34, 105).

 

      Con este ofrecimiento sacerdotal, Cristo lleva a cumplimiento las realidades sacrificiales del Antiguo Testamento, puesto que "en todas ellas estaba Cristo como encerrado" (Gálatas n.11, 1791s; cita Heb 10,5-7). Como redentor, es también "legislador" (ibídem, 1837s).

 

      Jesucristo Sacerdote sobresale sobre todas las figuras veterotestamentarias que le precedieron y prepararon: "Si de fuera lleva el gran sacerdote escritos los nombres de los doce hijos de Israel sobre sus hombros, y también en su pecho, muy mejor el nuestro los tiene encima sus hombros, padeciendo por los hombres, y los tiene escritos en su corazón" (AF cap.78, 8178ss). "Y no falta aquí la vara sacerdotal, pues este Señor, por institución y juramento irrevocable de su Padre eterno, es Sacerdote para siempre, según el orden de Melquisedec, sacerdote más digno que el de Aarón" (Ser 35, 155ss; cfr. Sal 109,4). Jesús, como "Pontífice Sumo", ha penetrado los cielos con el sacrificio de su propia sangre (cfr. Ser 67, 666ss)

 

      La realidad sacerdotal y sacrificial de Cristo se resume así: "Cristo fue sacerdote y sacrificio; Él fue el que ofreció y lo que ofreció fue, como dice San Pablo, que ansí como Abel ofreció a Dios corderos de su manada, y pareció bien a Dios aquel sacrifico, ansí Cristo se ofreció a sí, cordero sin mancilla, y agradó a su Padre" (Juan I, lec.16ª, 4733ss; se refiere a la carta a los Hebreos).[92]

 

      El Maestro va presentando la realidad sacerdotal de Cristo desde su interioridad o desde su Corazón. Los amores de Cristo Sacerdote por su esposa la Iglesia (Ser 6, todo) se manifiestan en su inmolación en la cruz y en el derramamiento de su sangre. "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia, y hacerla hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Amor, n.8, 352ss; cfr. Ef 5,25-27).[93]

 

      La interioridad de Cristo Sacerdote se resume en las "miradas", que son un tema avilista muy peculiar: mirada al Padre para seguir sus designios, mirada a la humanidad necesitada (pecadora) y mirada a sí mismo para inmolarse. Su amor sacrificial hacia nosotros se origina en su mirada al Padre: "No nace este amor de mirar lo que hay en el hombre, sino de mirar a Dios y del deseo que tiene de cumplir su voluntad" (Amor n.11, 469ss). Nos mira, pues, "en el eterno Padre" (ibídem, n.4, 92ss). El Maestro se entusiasma ante esa mirada de amor entre el Padre y el Hijo: "¡Miraos, siempre, Padre e Hijo, miraos siempre, sin cesar, porque ansí se obre mi salud!" (Amor n.12,492ss).

 

      La figura del Buen Pastor resume también la realidad sacerdotal y sacrificial de Cristo, que lleva a su plenitud toda figura anterior, desde el justo Abel, quien "es figura de nuestro justo y soberano pastor, el cual dice de sí: Yo soy el Buen Pastor. Y también es sacerdote; y, por consiguiente, como dice San Pablo, ha de ofrecer dones y sacrificios a Dios... No tenía este gran sacerdote qué ofrecer por los pecados del mundo, sino a sí mismo... somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios, y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por ese sumo Sacerdote y Pastor" (AF cap.87, 9202ss; relaciona Jn 10,10 con Heb 5,1).

 

      La caridad pastoral o celo apostólico se inspira en la figura del Buen Pastor. El Maestro Ávila glosa los contenidos de Juan 10 (el buen pastor) y de Lucas 15 (la oveja perdida). Pero tiene también en cuenta el transfondo veterotestamentario de Dios Pastor y del futuro pastor, el Mesías, anunciado por los profetas (cfr. Ser 79,80ss: Isaías; 185ss: Ezequiel).

 

      La predicación sobre Cristo Buen Pastor suscita profunda confianza: "Encorporados en Él, somos lavados de nuestros pecados, mirados de Dios y agradables a Él, como sacrificio ofrecido por este sumo sacerdote y pastor" (AF 87, 9202ss; cita 1Pe 3,18). El motivo principal consiste en que el Padre mira a "nuestro justo y soberano pastor", por cuya "sangre" hemos sido "ataviados con la hermosura de su gracia y justicia" (ibídem). Por esto "las ovejas" quedan invitadas a "velar y orar al verdadero pastor" (AF cap.29, 2805s).[94]

 

      En Cristo Buen Pastor se manifiesta la elección y el amor de Dios hacia nosotros. El sermón 15 explica ampliamente el tema, comentando el cap.10 de San Juan. La iniciativa de amarnos es suya: "Por su gracia nos eligió" (Ser 15,59s). Nuestra confianza se apoya en ese amor, que cuida premurosamente de cada una de las ovejas: "¡Buen Pastor tenemos, que nos escogió para guardarnos y de tanto tiempo!" (ibídem, 76ss). Su conocer es amar, hasta derramar su sangre (como cordero y pastor) y curar a "la ovejita coja y cansada" (ibídem, 155s). Nos invita a seguirle con confianza: "Alegraos, que, si alguna vez cayésedes, Buen Pastor tenéis que volverá y sacará del barranco" (ibídem, 446ss). No desfallece quien medita en su pasión: "Mirando que mi pastor, sólo por sacar mi ánima de entre las espinas, porque no me espinase, quiso Él entrar en ellas y espinarse" (ibídem, 520ss).

 

      El Maestro Ávila llama a la conversión, describiendo al Buen Pastor con la oveja ya reencontrada: "¿Habéis visto tan lindo cielo estrellado, como ver a Jesucristo venir con la ovejita en sus brazos?" (Ser 19, 333ss). El término sangre indica su donación total: "¿Qué pastor hubo que apacentase sus ovejas con la propia sangre de él?" (Ser 50, 307ss; cfr. Ser 79, 80ss).

 

      A veces, la descripción sobre el Buen Pastor se une al tema de la presencia eucarística: "Dios humanado... Jesucristo, Médico y Pastor amoroso, está entre nosotros" (Ser 54, 355-415). Su amor trasciende nuestros pecados y miserias: "Bien conoció el Eterno Padre la flaqueza de los hombres, y por eso el Pastor que nos envió les henchió primero de tan grandísimo amor para con sus ovejas, que por mucho que ellas tengan pesadumbres y faltas, Él tiene mucho más sin comparación para las sufrir y llevar encima de sus hombros" (ibídem, 681ss).

 

      El tema está relacionado con Cristo Redentor. La cercanía de Cristo a las necesidades hunanas constituye "lo más entrañable de su corazón" (Carta 20 -1-,180s). Es que "llevó a cuestas nuestros pecados, pagando por ellos, y tráenos en su seno, porque nos tiene tan guardados" (Ser 79, 82ss; cita Is 40,11).

 

      Quienes dirigen la Iglesia han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss). Por esto, el Maestro invita a la renovación sacerdotal: "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7, 92ss).

 

      El tema se complementa con la referencia a María, "nuestra Pastora" (Ser 15,23), que es modelo del cuidado materno que ha de tener todo pastor: "Pastora, no jornalera que buscase su propio interés" (Ser 70,737ss).[95]

 

 

b) Iglesia, pueblo sacerdotal

 

      La eclesiología del Maestro Ávila se expresa con los títulos bíblicos de "cuerpo", "esposa", "pueblo". La imagen paulina de "cuerpo" invita a construir la armonía, la comunión y el crecimiento espiritual. La expresión "esposa" presenta los contenidos de relación con Cristo Esposo, de seguimiento evangélico, de alianza esponsal y de entrega.[96]

 

      La Iglesia es "pueblo" sacerdotal (cfr. 1Pe 2,9-10; Ser 73,4ss). En realidad, el término indica propiedad esponsal ("esposa") y tiene connotación comunitaria (como el título "cuerpo"). El Maestro usa también el término "congregación": "Otro nombre tiene esta compañía general, que comprende todos éstos, que es Iglesia, el cual quiere decir congregación; porque toda esta congregación recibe gracia por Jesucristo" (Juan II, lec. 2ª, 239ss; cfr. Ef 4,15).

 

      En el ámbito sacerdotal, se trata del sacerdocio de los fieles, es decir, de todo el pueblo de Dios. El Señor "a los cristianos hízolos sacerdotes en el espíritu... así todo cristiano tiene poder para en el altar de su corazón sacrificar a Dios" (Juan I; 16ª, 4756ss). Por el bautismo, participamos de la realidad filial y sacerdotal de Cristo: "Nos hizo hijos siendo Él Hijo, y sacerdotes siendo Él Sacerdote" (Carta 1, 14ss).

 

      Ésta es una de las ideas más repetidas por el Maestro, hasta el punto que el camino de la contemplación y de la perfección (al que están llamados todos los bautizados) es un proceso de oblación sacrificial o de donación por amor. Esta participación sacerdotal es la más importante para todo cristiano: "Y ofreciéndote a ti de esta manera, haces al Señor más señalados servicios en esto que si mil mundos le dieses" (Ser 43, 680ss). Así es el sacrificio del corazón: "Pareceos que es poquito bien éste que Cristo nuestro Redemptor os hizo, que tengáis derecho para ofrecer a Dios vuestro corazón y que le parezca a Dios bien?" (Juan I, lec.16ª, 4762ss).

 

      El término "espiritual", aplicado al sacerdocio de los fieles, significa el cumplimiento del Antiguo Testamento en la plenitud de Cristo. Comentando los textos de Ap 5,10 y 1Pe 2,9, afirma: "Una manera hay de sacerdocio espiritual, y éste conviene a chicos y grandes, casados, hombres y mujeres. Dándosele gracias al Cordero, le dicen: Fecisti nos Deo regnum et sacerdotes. Gran merced hacernos reyes, libres y francos, Lo cual declara San Pedro: Vos estis genus electum, regale, etc., pueblo escogido, linaje real" (Ser 73, 4ss; cfr. 1Pe 2,9).

 

      La llamada a la santidad y el camino hacia la misma, es un proceso de oblación sacerdotal, en el que se ha comprometido todo cristiano. El reino de sacerdotes equivale a reino que se rige por la nueva ley del amor: "Que no en balde se dice en la Escriptura el reino de los fieles reino sacerdotal, sino porque no sólo ha de ser regido por humana razón, para alcanzar su fin y ser llamado humano, mas también con la ley divina, para ser llamado santo y cristiano, pasando de lo humano a lo divino, como cuando a uno baptizan y le ponen nombre nuevo" (Carta 11, 249ss).

 

      El significado del sacerdocio "espiritual" de los fieles es eminentemente esponsal: "Nos llamamos esposa suya toda la congregación de los fieles" (Ser 6,64s). De ahí la urgencia de fomentar entre los cristianos el deseo de santidad o de perfección. Todo creyente está llamado a compartir la oblación sacrificial de Cristo Esposo: "Él mismo se ofrece a Dios en recompensa de que el mismo Dios se da a él" (Ser 43, 69311). La oblación de Cristo reclama nuestra propia oblación (cfr. Ser 81, 100ss).

 

      El sacerdocio ministerial está ordenado a hacer posible la oblación sacerdotal de todo el pueblo de Dios. De ahí deriva el celo apostólico por "formar a Cristo" en los creyentes (cfr. Gal 4,19): "¡Cómo tendrá paciencia en ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso como el que el Señor aborrece!" (Carta 208,11ss).

 

      Los elementos fundamentales del sacerdocio común de los fieles son, pues: participación en el sacerdocio de Cristo por medio del bautismo (unción), posibilidad de ofrecerse a sí mismos unidos al sacrificio de Cristo (actualizado en la Eucaristía), relación y diferenciación respecto al sacerdocio ministerial.

 

 

c) El sacerdocio ministerial

 

      Se participa en el sacerdocio de Cristo (en grado y en modo diverso), por medio del bautismo, de la confirmación y del Orden. La doctrina avilista sobre el sacerdocio ministerial es muy abundante, aunque se refiere preferentemente al actuar "en persona de Cristo" (Carta 157,264).[97]

 

      Los conceptos con los que se expresa la realidad sacerdotal giran en torno a la participación en la unción de Cristo, la representación de su persona, la prolongación de su acción apostólica y la imitación de su mismo estilo de vida. Es una transformación que hace posible su representación: "Ha de ser la representación tan verdadera, que el sacerdote se transforme en Cristo" (Tratado sobre el sacerdocio, n.26, 1025s). Por esto, "el sacerdote representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor" (ibídem, n.10, 342s).[98]

 

      La representación y prolongación se convierten en imitación: "Quiso Jesucristo dar parte a los sacerdotes para que exteriormente pudiesen ofrecer sacrificios" (Juan I; 16ª, 4755ss). "Allí (en los sacramentos de la Eucaristía y de la penitencia) representamos y prolongamos su sagrada persona, y decimos las palabras en persona de Él" (Plática 1ª, 64ss). En este sentido se puede decir que "Dios obedece a la voz del hombre en las palabras de la consagración" (ibídem, 63s). La consecuencia que se sigue es la de la imitación, porque "nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mesmo Señor" (ibídem, 89s).

 

      Las exposiciones del Maestro Ávila son descriptivas y llevas de colorido, para hacerse entender y para invitar a la perfección sacerdotal. Así ocurre principalmente en las pláticas y cartas a los sacerdotes. La celebración eucarística es el principal punto de referencia: "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª, 223s). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264ss). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (Plática 1ª, 123).

 

      La doctrina sacerdotal, que supone la participación en la unción de Cristo, se orienta hacia el obrar apostólico como "personas públicas" o "embajadores" de Cristo (cfr. Plática 13ª, 7ss). El sacerdote es "padre de todos" (Plática 2ª, 135ss). Esta realidad eclesial del sacerdotes se concreta en que Dios "no mira a los merecimientos de aquel sacerdote en particular, sino mira a los merecimientos de la Iglesia universal, en cuyo lugar ofrece el sacerdote aquello" (ibídem, 10ss).

 

      El carisma sacerdotal es para el bien de toda la Iglesia, puesto que "somos los ojos de la Iglesia, cuyo oficio es llorar los males todos que vienen al cuerpo" (Plática 2ª, 449ss). Más concretamente, con respecto al ministerio de la reconciliación: "¡Cuán mal te sabemos agradecer el poder que has dado a los sacerdotes y cómo los has hecho despenseros de tus merecimientos!" (Ser 58, 157ss).

 

      Esta donación eclesial de ser "enseñadores" (Ser 55, 784) y "guardas de la viña" (Ser 8, 600s) explica el sentido ministerial del sacerdote ordenado: "Suya es la obra; ministros suyos somos nosotros, y quiere especialmente nuestra fe y caridad y paciencia, con que no veamos luego el provecho que deseamos" (Carta 136, 39ss).

 

      Apoyado en este doctrina, el Maestro pide a Trento una mejor selección y formación de los candidatos, "porque no tengamos la liviandad de mozos que ahora tenemos por presbíteros, sin serlo en edad, ni seso, ni santidad. Y contra esto no se dispense" (Memorial I, n.36, 1005ss). Y al concilio de Toledo pedirá la aplicación de las normas tridentinas: "Pídese también bondad y todo lo demás requisito para un tal ministerio" (Advertencias II, n.41, 622s; cfr. Ses.23, cap.14 de Trento).[99]

 

      La doctrina sacerdotal avilista se refiere a obispos y presbíteros. Pero es importante observar, por una parte, la insistencia en la renovación del episcopado, y, por otra parte, la estrecha relación entre obispos y presbíteros, que forman, con los diáconos, la unidad del Presbiterio (de que hablaremos más adelante en este mismo capítulo). La clave se encuentra en la sucesión apostólica, que reclama una vida según el estilo de los Apóstoles: "Como un apóstol moría, dejaba otro para que entendiese en lo que él. ¿Por qué pensáis que se llama Ecclesia apostolica? Porque viene desde allí, y así tenemos el catálogo de los Papas desde San Pedro, para que sepamos que viene la secuela desde él" (Plática 9ª, 60ss).

 

      Los obispos y presbíteros, con la ayuda de los diáconos, se entregan al bien de la Iglesia diocesana (llamada "particular" o "local"). La vida pastoral tiene sentido de servicio ("ministerio"), sin derecho a privilegios: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos de prelado que imitare este celo! Él así lo dejó ordenado: que el Papa quedó en su lugar, y los prelados suceden a los Apóstoles, y los curas a los setenta y dos discípulos, como San Hierónimo dice; y éstos son de la intrínseca razón de la Iglesia; y los religiosos son añadidos para ayudar a los prelados y curas" (Ser 81, 88ss).

 

      Teniendo en cuenta la situación en que se encontraba el clero de entonces (obispos y presbíteros), no es de extrañar la insistencia del Maestro en la renovación de los obispos (elección y cualidades), como principio de la renovación eclesial. No habría buenos sacerdotes (presbíteros) si no hubiera buenos obispos: "Elíjanse hombres de prudencia natural, de letras sólidas, de buena vida y ejemplo; déseles instrucción: qué materias han de predicar y con qué modo" (Memorial II, n.43, 1869ss, 1883ss).

 

      El desposorio con la Iglesia de parte de todo sacerdote ministro (obispo y presbítero) se realiza en el servicio de caridad concreta hacia los más necesitados. Por esto ha de mirar "cómo se ejercita el catecismo de los rudos; qué cuidado tiene de las viudas, pobres y personas miserables, de las cuales es padre el obispo... Tenga cuenta que de aquí adelante no será elegido a dignidad obispal persona que no sea suficiente para ser capitán del ejército de Dios, meneando la espada de su palabra contra los errores y contra los vicios, y que pueda engendrar hijos espirituales a Dios, pues es esposo de su Iglesia, y en señal de ello trae anillos en sus manos" (Memorial II, n.42, 1823ss).

 

      La doctrina actual del Vaticano II sobre la pobreza del obispo y del presbítero (cfr. PO 17) es una enseñanza permanente, ya recordada por el Maestro Ávila al remitirse a los concilios antiguos. Así, pues, "en lo que toca a sus personas y casas" (Advertencias I, n.1), o la morada del sacerdote, el Maestro invita a que "cualquiera halle en ella olor de cielo muy mayor que en las casas de las más estrechas religiones. Que, pues el estado es más perfecto que de religiosos, justo es que lo sea la vida y todo lo demás" (Advertencias I, n.5, 177ss). De otros modo se estaría en oposición con la figura de Cristo clavado en cruz (ibídem, n.5) y Buen Pastor (ibídem, n.6). El Maestro no deja de detallar: muebles, comida, criados, rentas... (Advertencias I, nn.7-13). Insiste también en aplicar las directrices de Trento sobre la residencia en la diócesis (ibídem, n.16).

 

      El rechazo del sacerdocio ministerial por parte de los reformadores, pudo ser debido a los abusos por parte de los pastores: "Y es una justa permisión que, pues han dejado la santidad, por la cual fueron amados, y reverenciados, y obedecidos como padres y pastores verdaderos, les haya permitido el Señor venir a dar en majestad y vanidad de mundana pompa por ser tenidos como lobos y tiranos" (Advertencias I, n.2, 75ss).

 

      El oficio episcopal, con la necesaria cooperación de los presbíteros, consiste en la oración, la enseñanza, el testimonio y la dirección de la comunidad, puesto que son "los pilotos de la navecilla de San Pedro... Ellos son la guía que enseñan los caminos" (Advertencias I, n.4, 124). En este sentido, "debían mirar que tienen el oficio de Moisés y que ellos son los que tienen que subir al monte y hablar con Dios; y que cual tienen el oficio había de ser su vida, llena de resplandor de rostro, y en sus manos las tablas de la Ley... habían de tener tan gran resplandor de doctrina y tan gran observancia de la Ley para el buen ejemplo, que bajasen tras sí aun a los muy malos" (ibídem, n.4, 149ss).

 

      El modelo a que se remite el Maestro es el de los Apóstoles, puesto que los sacerdotes ministros son "el retrato de la escuela y colegio apostólico, y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4, 162s).

 

      De la renovación de los obispos depende la renovación de sus sacerdotes y de toda Iglesia particular: catedrales, predicadores y confesores, Seminarios, seglares, juventud, colegios y educación cristiana en general (cfr. Advertencias I, nn.33-52). La predicación será su principal ministerio (ibídem, n.17). La visita pastoral, practicada con la periodicidad conveniente, ha de ir acompañada por la predicación, sacramentos, caridad hacia los necesitados y reforma de vida; habrá que celebrar también los sínodos diocesanos e interdiocesanos (ibídem, nn.19-23).

 

      La carta 177 (dirigida a Don Pedro Guerrero) es toda ella un plan de vida para el obispo, con repercusión en los sacerdotes y en toda la comunidad eclesial. De su vida de oración, dependerá la calidad de su predicación. La actuación ministerial debe ser sin favoritismos de parte, cuidando de la disciplina eclesial, del propio testimonio de pobreza, de la atención a los pobres y de la formación de predicadores.[100]

 

      La referencia al diaconado permanente de los primeros siglos (recuperado de nuevo a raíz del Vaticano II), sirve para recordar la misión evangelizadora de todo ministro del Señor, especialmente de los párrocos: "En el principio de la Iglesia era oficio del diácono catequizar a los que habían de ser cristianos, instruyéndolos en los artículos de la fe y purgándolos de las malas costumbres... Mas ahora, como cesó el oficio de los diáconos, está a cargo del cura enseñar a los parroquianos lo que les conviene obrar para que se salven" (Tratado sobre el sacerdocio, n.38, 1398ss).

 

      El diácono se cuidaba también del campo caritativo, colaborando con el obispo: "En la Iglesia primitiva, los diáconos eran como los ojos de los obispos, para mirar las necesidades y peligros de ofender a Dios, par que el obispo, siendo de ello avisado, pudiese remediarlo" (Advertencias I, n.25, 853ss; cita a San Clemente, Constit. Apost. lib.2, cap.3).

 

 

      2. LOS MINISTERIOS SACERDOTALES

 

      La acción ministerial, realizada y descrita por el Maestro Ávila, abarca los tres campos principales de la pastoral: predicación, sacramentos, servicios de caridad y dirección. Más que cada uno de los ministerios por separado, conviene ver el conjunto armónico y equilibrado, tal como aparece en el concilio Vaticano II (PO 4-6) y en el postconcilio (PDV 13-18), gracias a la referencia explícita al Buen Pastor (caridad pastoral).

 

      En el Maestro Ávila, la referencia a Cristo Buen Pastor (que hemos visto en el apartado anterior) es determinante, tanto para captar el enfoque de los ministerios (el presente apartado) como para enfocar mejor la espiritualidad (el apartado siguiente). La acción pastoral del sacerdote ministro se presenta como prolongación de la misma acción del Señor, por el hecho de obrar en su nombre.[101]

 

 

a) La dedicación a los ministerios sacerdotales

 

      Toda la pastoral sacerdotal gira n torno a dos coordenadas: línea vertical (hacia Dios y desde Dios), línea horizontal (hacia los hermanos y desde la propia entrega y testimonio). "Los sacerdotes somos diputados para la honra y contentamiento de Dios y guarda de sus leyes en nos y en los otros" (Plática 1ª, 235ss). Por ello mismo, los sacerdotes se distinguen por ser "abogados por el pueblo de Dios, ofreciendo al unigénito Hijo delante del alto tribunal del Padre... maestros y edificadores de ánimas" (Memorial I, n.12, 317ss).

 

      Por el hecho de ejercer "una misión en Jesucristo" (Ser 27,55s), los pastores son "ayudadores" o continuadores de esta misma misión del Señor. El celo apostólico, llamado también celo de almas, equivale a vivir en sintonía con los deseos salvíficos de Cristo: "¡Oh si tuviéramos atravesadas en el corazón estas joyas que trujeron atravesado el del Señor, hasta ponerlo y alancearlo en la cruz!" (Carta 208, 12ss).

 

      La misión pastoral del sacerdote es prolongación, en el tiempo, de la misma misión del Señor: "Y porque hobiese más voces que predicasen y más médicos que curasen las ánimas, aunque Él solo lo podía hacer, quiso tomar ayudadores para tener ocasión de les galardonar sus trabajos y de hacer bien a los otros por medio de aquestos ayudadores" (Ser 81, 73ss).

 

      La vida y ministerio sacerdotal se mueve en la línea de San Pablo: "Vivo estaba el Apóstol para Dios, pues con tanto cuidado entiende en las cosas que tocan a su servicio" (Gálatas, n.27, 1225ss). Comentando Gal 4,19 y 1Tes 2,7, describe la actitud paulina: "Debía de tener entendido el Apóstol que haberle hecho Dios pastor en su Iglesia no había sido hacerle señor, sino padre y madre de todos" (Gálatas n.42, 2262ss).

 

      La acción pastoral tiende con preferencia al "cuidado de curar las ovejas enfermas. atar las perniquebradas, esforzar las flacas, mantener y engordar las sanas" (Memorial II, n.8, 250ss). Para ello se necesita una preparación adecuada: "¿Cómo ejercitarán el oficio de médicos, pues nunca aprendieron el arte?" (ibídem, n.10, 341s).

 

      Los pastores, como los pilotos de navíos, no pueden quedar "dormidos" (cfr. Ser 73, 130ss). Los mismos pastores deben ayudar a los creyentes a despertarse, como el ángel que despertó al profeta Elías (cfr. 3Reg 19,4-6): "Fue oficio de sacerdotes, oficio de ángeles de Dios, convidar, rogar, importunar a los dormidos, a los desmayados, a los temerosos" (Ser 46, 577ss). Dios mismo es quien quiere pastorear por medio de pastores que sean fieles (cfr. Ser 54, 309ss; Ez 34,10-16).

 

      La acción pastoral exige "ferviente y eficaz oración, y también santidad... y más particular obligación tiene de dar ejemplo a sus parroquianos" (Tratado sobre el sacerdocio, n.36, 1342ss). El Maestro insta a la santificación personal en relación con el ministerio: "Rigiéndoos bien a vosotros, regís al pueblo" (Plática 1ª, 215s). La acción apostólica exige santidad en el ministro: "Allende de esta obligación que tiene de ser buen sacerdote y de guardar su propia conciencia, sucede el tener por oficio ayudar y enseñar las ánimas de los feligreses, cosa que requiere, como San Gregorio dice, no menor santidad que para ofrecer el santo sacrifico del altar" (Tratado sobre el sacerdocio, n.37, 1361ss; cfr. San Gregorio Magno, Regla pastoral, parte 1ª, cap.10).

 

      La relación entre vida interior y acción pastoral se resuelve en unidad de vida. Cuando nacen de la caridad e imitación de Cristo Buen Pastor, uno y otro aspecto de la vida sacerdotal se armonizan y postulan mutuamente: "Trabajo es mirar uno por sí solo, y más que doblado por sí y por otros; y pocos hay que sepan cumplir con estas dos partes, que no defrauden a alguna, según cada uno se aficiona más o menos" (Carta 136, 3ss). Se armonizan la oración y la acción "mezclando la una vida con la otra, y así vuestra merced lo haga, no descuidándose de lo uno por lo otro" (ibídem, 12ss).

 

      Frecuentemente daba este consejo a sus discípulos: "El ministro del Evangelio" se da a "las ocupaciones de las ánimas", de suerte que, al mismo tiempo, le permitan "seguir él su camino" y aprovechar "de virtud en virtud" (cfr. Carta 228, 81ss).[102]

 

 

b) Ministerio de la Palabra

 

      El ministerio de la predicación ocupa un puesto de preferencia en el apostolado sacerdotal. Por parte de los obispos, "predicar a sus ovejas" es "oficio principal" (Advertencias I, n.17, 477ss).[103]

 

      Para que el sacerdote esté a la altura de este ministerio profético, necesita profundizar en la formación teológica, pastoral y espiritual (cfr. Advertencias I, n.34). Se ha de predicar "doctrina de palabra de Dios y de los santos, dicha con calor de Espíritu Santo" (Memorial II, n.12, 499ss).[104]

 

      El Maestro deja constancia de las lagunas de la época respecto a esta materia. Refiriéndose a San Pablo, afirma: "Éste sí es buen predicador,que no los que son el día de hoy, que no hacen sino hablar. ¿Pensáis que no hay más sino leer en los libros y venir a vomitar aquí lo que habéis leído?" (Ser 49, 173ss). En el Memorial primero para el concilio de Trento, se queja con estas palabras: "Restan los predicadores de la palabra de Dios, el cual oficio está muy olvidado del estado eclesiástico, y no sin gran daño de la cristiandad. Porque como éste sea el medio para engendrar y criar hijos espirituales, faltando éste, ¿qué bien puede haber sino el que vemos, que, en las tierras do falta la palabra de Dios, apenas hay rastro de cristiandad?" (Memorial I, n.14, 345ss).[105]

 

      La predicación, por ser anuncio evangélico, incluye el testimonio del predicador (cfr. Memorial II, n.12, 497ss), a imitación de Cristo, quien "no solamente nos despierta con palabras, mas con obras" (Ser 80, 37s). "Gran dignidad es traer oficio en que se ejercitó el mesmo Dios, ser vicario de tal Predicador, al que es razón de imitar en la vida como en la palabra" (Carta 4, 18ss). Por esto, "el predicador, el confesor, delante ha de ir. No ha de hablar palabra buena que primero no la haya él obrado" (Ser 5 -2-, 276ss).

 

      Pero tampoco hay que olvidar la eficacia de la palabra divina, más allá de la persona de los predicadores. Después de recordar que éstos son "espuertas de la semilla de la palabra de Dios", añade: "no tengáis en poco la semilla si la espuerta es vil" (Ser 28,380).

 

      Los predicadores "son luz del mundo, que están puestos sobre candelero; que son ciudades asentadas sobre monte" (Gálatas, n.3, 144ss; cfr. Is 62,2). Pero esto será realidad si el predicador anuncia de verdad los contenidos de la palabra de Dios: "El verdadero predicador, de tal manera tiene de tratar su palabra de Dios y sus negocios, que principalmente pretenda la gloria de Dios. Porque si anda a contentar los hombres, no acabará; sino que a cada paso trocará el Evangelio y le dará contrarios sentidos o enseñará doctrina contraria a la voluntad de Dios: hará que diga Dios lo que no quiso decir" (Gálatas, n.8, 388ss; cfr. n.45).

 

      Esta predicación evangélica es la que consigue la auténtica renovación de la Iglesia: "Los que predican reformación de Iglesia, por predicación e imitación de Cristo crucificado lo han de hacer y pretender" (Plática 4ª, 26ss; pone el ejemplo de Santo Domingo y San Francisco). Cuando los predicadores "son tibios", se siguen consecuencias funestas para la Iglesia (cfr. Ser 55,728ss, 750ss).

 

      Subir al púlpito "templado", según su expresión, significa predicar "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo"[106]. Y aunque recordaba a sus discípulos que "en la oración se aprendía la verdadera predicación y se alcanzaba más que con el estudio"[107], no dejaba de aconsejar oración y estudio a la vez: "El día antes del sermón ocuparlo en gustar lo que ha de decir, y no predicar sin estudio ni sin este día de recogimiento particular" (Carta 7, 234ss).

 

      A sus discípulos predicadores, como en el caso de Fr. Luís de Granada, les da pautas concretas de predicación, instándoles a buscar la gloria de Dios y no el propio éxito o el aprecio y afecto de los oyentes. La predicación es una especie de dirección espiritual, que reclama amor de padre: "Resta pedir oficio de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar" (Carta 1, 67s).

 

      Las dificultades provenientes de la predicación, pueden superarse con relativa facilidad cuando prevalece la caridad pastoral: "Muchas veces, padre, acaece en este oficio ser honrados y ser despreciados; mas el siervo de Dios, tan sordo debe pasar a lo uno como a lo otro, aunque más se debe alegrar con el desprecio que con la honra" (Carta 4, 53ss).

 

      Además de las cartas a discípulos predicadores (como es el caso de las cartas 1 y 4), la doctrina avilista sobre el ministerio sacerdotal de la predicación queda expuesta en el Tratado sobre el sacerdocio: "Dichoso oficio por el cual Dios es engrandecido en los corazones humanos y estimado por digno de ser temido, y reverenciado, y amado... (los predicadores) son comparados al mismo sol, porque con el calor y fuego de la Palabra de Dios producen en las ánimas fruto provechoso a quien lo hace, y sazonado y sabroso al Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.45, 1579ss).

 

      La predicación "es oficio de ángeles" (Plática 4ª, 17) y reclama santidad y disposiciones parecidas al del Precursor, San Juan Bautista. El mismo Maestro reconoce su propia indignidad, mientras, al mismo tiempo, anuncia el evangelio con confianza audaz y con el gozo de ser predicador de Cristo: "¡Pobre de mí y de otros como yo, que tenemos el oficio de San Juan y no tenemos su santidad... El sacerdote, el predicador, ángel, quia angelus signifcat nuntius, y el predicador es mensajero de Dios y háblaos de Dios por su boca. Somos mensajeros de Dios, aposentadores de la persona real... Que si el predicador se llorase primero por indigno del tal oficio... y os aparejásedes para oir bien la palabra de Dios; que, aunque las predica un hombre pecador y miserable como yo, palabras son de Dios, que no suyas, y en nombre de Dios os las dice" (Ser 2, 35ss; cfr. Mal 2,7; ver también: Ser 4, 53ss; Ser 5 -2-, 255ss).

 

 

c) Ministerios litúrgicos y sacramentales

 

      El anuncio del misterio de Cristo lleva a su celebración y a una vivencia personal y comunitaria consecuente. Los ministerios sacramentales específicos del sacerdote, que trata con más amplitud el Maestro Ávila, son los de la Eucaristía y de la penitencia (confesión, reconciliación).[108]

 

      La identidad del sacerdote ministro, en cuanto tal, se hace patente en la Eucaristía, puesto que "el sacerdote representa en la Misa a Jesucristo nuestro Señor" (Tratado sobre el sacerdocio, n.10, 342s). El Señor pone "en manos" de sus sacerdotes, "su poder, su honra y su misma persona" (Plática 1ª, 13s; cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.25, 1007ss).

 

      Representar a Cristo y pronunciar las palabras de la consagración en su nombre, es una muestra de su amor: "Con inefable amor dio a los sacerdotes ordenados... que, diciendo las palabras que el Señor dijo sobre el pan y vino, hagan cada vez que quisieren lo mismo que el Señor hizo el Jueves Santo" (Ser 35, 217ss).

 

      La relación del sacerdote ministro con María, se fundamenta en el paralelismo con la Anunciación y Encarnación: "Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote" (Ser 55, 235ss).[109]

 

      Esta dimensión eucarística del sacerdocio ministerial es eminentemente cristológica: hacer de la propia vida una oblación unida a la oblación de Cristo (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.12). Efectivamente, "en este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse en los deseos y oración con Él" (ibídem, n.10, 348ss).

 

      La vida sacerdotal se inspira en la vida de los santos. El Maestro Ávila no disimula su predilección por San Juan Bautista: "En tales espejos se mire el sacerdote que va a consagrar, y entre ellos no olvide aquel tan principal que es San Juan, que, de solamente de echar agua en la cabeza de Cristo, se tenía por indigno, y con profundo temblor y reverencia decía: Ego a Te debeo baptizari, et Tu venis ad me? Y, a esta cuenta, mayor santidad ha menester un sacerdote y mayor espanto y admiración le ha de tomar, pues trata al Señor con trato más familiar que San Juan Baptista" (Tratado sobre el sacerdocio, n.20, 818ss).

 

      Se acentúa la importancia de la Eucaristía como sacrificio (además de la presencia sacramental). En "el santo sacrificio de la Misa" se "significa" o hace presente "muy en particular la muerte del Señor" (Ser 37, 121ss).

 

      La obra redentora de Cristo, desde la Encarnación hasta la cruz, se hace presente en la Eucaristía. Ello reclama del sacerdote ministro una sintonía de sentimientos y actitudes: "Piense que esto es un traslado de aquella obra, cuando el Padre Eterno envió a su Hijo al vientre virginal para que salvase el mundo, y de la vida y muerte del Señor... Acuérdese de este misterio de la pasión y muerte del Señor y agradézcala... Luego ofrezca al Eterno Padre este sacrificio, que es su Hijo... acordándose de cómo se ofreció el Señor en la cruz por todo el mundo, y pídale una poquita de aquella encendida caridad para que el ministro sea conforme con el Señor" (Carta 8, 30ss).

 

      La celebración eucarística exige santidad de vida en el sacerdote. El Maestro hace resaltar la dimensión o paralelismo mariano (que ya hemos indicado más arriba): "¿Con qué agradecimiento serviremos a Dios esta merced? ¡Cuán grande ha de ser nuestra santidad y pureza para tratar a Jesucristo, que quiere ser tratado de brazos y corazones limpios, y por eso se puso en los brazos de la Virgen, y Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que quiere ser tratado de vírgenes" (Ser 4, 338ss; cfr. Carta 6, 88ss).

 

      De ahí la instancia en prepararse para celebrar el sacrificio eucarístico y saber dar gracias después de su celebración. El Maestro aconseja pensar "en los trabajos de Cristo" y retirarse "un rato en un rincón", para vivir en sintonía con lo que allí se va a hacer presente (cfr. Ser 47, 347ss). Después de la celebración, hecha sin "prisas", hay que dar gracias y no salir inmediatamente "a sus negocios" (Tratado sobre el sacerdocio, n.30, 1158ss). Con "falta de aparejo" (Carta 6, 8), podría impedirse el fruto de la celebración eucarística.[110]

 

      Este dinamismo de la perfección, en relación con la práctica sacramental, encuentra un momento privilegiado en el ministerio de la reconciliación o del sacramento de la penitencia (confesión). La práctica de este sacramento, en la doctrina avilista, se presenta como un medio privilegiado de dirección espiritual. Se tiende a despojarse del pecado, para pasar a una vida nueva en Cristo: "Despojarse del hombre viejo y vestirnos del nuevo y de Jesucristo" (Dialogus, 814s; cfr. Rom 13,14; Ef 4,24).[111]

 

      De ahí se desprende la importancia que el Maestro da al sacramento de la reconciliación: "¡Cuán mal te sabemos agradecer el poder que has dado a los sacerdotes y cómo los has hecho despenseros de tus merecimientos!" (Ser 58, 157ss).

 

      La necesidad de buenos confesores aparece en estrecha relación con el ministerio de los predicadores. Se necesita preparación y disponibilidad. En las "Advertencias al concilio de Toledo", se pide que se organicen las misiones populares con confesores y predicadores, que "discurran por el obispado, predicando y confesando" (Advertencias I, n.34, 1163s). En efecto, "los confesores son como las redes, en cuyas mallas vienen a parar las almas movidas del Señor o por medio de los predicadores, o de otras inspiraciones del Señor, y ellos son en cuyas manos se ponen comunmente los negocios de todos" (ibídem, 1183ss).

 

      El término "confesor" equivale frecuentemente al de director espiritual. Por esto se aconseja "buscar un confesor sabio y experimentado, y darle a entender las raíces de la tentación... Y el tal confesor debe orar mucho al Señor por la salud de su enfermo" (AF cap.28, 2727ss). El camino de la santidad requiere la práctica frecuente de la reconciliación: "El mejor remedio contra los pecados veniales es la frecuente confesión de ellos" (Juan II, lec. 7ª, 898s).[112]

 

      De este modo, por medio del ministerio de la reconciliación, se puede ayudar al penitente a "esforzarlo en la virtud... y llorar con él... y decirle mucho de la misericordia de Dios, que lo ha esperado, y esto por bien e sin reñir, por amor" (Plática 5ª, 480ss). "El buen confesor ha de ser leído y letrado, y como el pescador prudente, que, cuando tiene un pescadillo chico, luego le saca con un tirón y le echa en la cestilla; cuando viene un barbo grande, dale soga... el pescador le saca poco a poco" (Plática 11ª, 87ss).[113]

 

 

d) Servir a la comunidad eclesial

 

      El anuncio evangélico y la celebración litúrgica (sacramental) tienen a construir la comunidad cristiana en la caridad. La tarea de los predicadores y confesores, que discurren por el obispado (cfr. Advertencias I, n.34, 1163ss), presupone la organización de las parroquias con sus respectivos curas residentes.

 

      El número y distribución de parroquias de be ser según la necesidad de las comunidades, teniendo también en cuenta la distancia geográfica: "No sólo se haga aumentar el número de los sacerdotes que sirven, mas se hagan nuevas parroquias... Y en esto se debe tener grande miramiento, porque la distancia grande de la iglesia parroquial suele ser causa de faltar los sacerdotes a los parroquianos" (Advertencias II, n.12, 197ss). También pueden establecerse algunas capillas dentro de la demarcación parroquial, con sacerdotes residentes (cfr. ibídem).

 

      La figura sacerdotal del "cura" (párroco) se hace resaltar por tener "más particular obligación de dar ejemplo a sus parroquianos" (Tratado sobre el sacerdocio, n.36, 1342ss). Se requiere "mucha diligencia... para hacer bien el oficio de cura" (ibídem, n.39, 1431s). A veces, el Maestro pone a los curas como modelo a imitar por parte de los canónigos de las catedrales: "Y miren que los curas, cuyo oficio es de muy mayor trabajo, no se quejan de tener sermones todas las fiestas, con tener muy menos rentas" (Advertencias I, n.18, 558ss).

 

      El cuidado que los sacerdotes deben tener de la comunidad cristiana, es debido al hecho de ser como "ciudad para que descansen los trabajados y cansados, y refugio de los atribulados; y puesta en alto para que no se pierdan los caminantes" (Juan I, lec. 4ª, 486ss). Por esto, "ha de arder en el corazón del eclesiástico y un fuego de amor de Dios y celo de almas" (Plática 7ª, 62ss).

 

      Esta acción "ministerial" de caridad y de dirección (que completa la del anuncio y de la celebración), tiene siempre la característica del servicio. Hay que imitar la actitud del Señor: "Porque para servir a los hombres se quitó Él lo que lícitamente pudiera tener" (Ser 33, 359ss; cfr. Mt 20,28). "Vino a servir para que aprendamos a servir, para que te abrases en amor cada vez que vieres a Jesucristo servir por ti, derramando su sangre por ti" (Ser 80, 321ss).

 

      Pero esta actitud ministerial debe mostrarse también en el modo de vivir y de vestir: "Para servir conviene quitar el ornato, porque muchas veces la pompa del mayor le estorba que no aproveche a sus súbditos. Olvidad la majestad y superioridad, y haceos humilde... si no queréis que huigan de vos las ovejas y que osen llegar a descubriros sus llagas" (Ser 33, 368ss).

 

      La dirección espiritual activa forma parte del ministerio sacerdotal (aunque no exclusivamente). Ello tiene lugar especialmente cuando se consulta al sacerdote sobre el camino de perfección. El sacerdote es entonces "guía y padre", pero ha de ser "confesor sabio y experimentado" (AF cap.28, 2728), "persona letrada y experimentada en las cosas de Dios" (ibídem, cap.55, 5638s).[114]

 

      La carta n.1 (dirigida a Fr. Luís de Granada) es un resumen de orientaciones prácticas para los directores espirituales, que pueden ser confesores o predicadores. Es una especie de paternidad espiritual, al estilo de San Pablo (cfr. 1Cor 4,15), que participa de la paternidad divina (cfr. 1Jn 3,1). Por esto, quien ejerce este ministerio "debe orar mucho al Señor la salud de su enfermo; y no cansarse porque le pregunte el tal penitente muchas veces una misma cosa... Encomiéndele la enmienda de la vida y que tome los remedios de los sacramentos" (AF cap.28, 2734ss).[115]

 

      Este ministerio de la dirección espiritual, a partir de la confesión (así como en relación con la predicación), se practica orientando a los creyentes por el camino de la perfección, proponiendo los medios que han usado los santos, según su propio estado de vida: frecuencia de sacramentos, lectura espiritual, meditación, examen, obras de caridad, etc.

 

      El Maestro Ávila, en su acción apostólica, practicó estos servicios de caridad y dirección según las diversas situaciones de sus dirigidos: infancia y juventud, estudiantes y formadores en colegios y universidades, pobres y enfermos, etc. Bajo su dirección espiritual se encuentra todo género de personas (seglares, religiosos, sacerdotes) y se aprovechan las diversas áreas de pastoral (catequesis, misiones populares, etc.).

 

 

      3. VIDA, ESPIRITUALIDAD Y FORMACIÓN SACERDOTAL

 

      En el campo de la espiritualidad sacerdotal, la teología y la espiritualidad han logrado una síntesis bastante satisfactoria. Es la espiritualidad que se concreta en la sintonía (relación, intimidad, imitación, configuración) con Cristo Buen Pastor.

 

      En el Maestro Ávila, el tema, aparentemente estudiado con amplitud, queda todavía abierto a nuevos estudios e investigaciones. Su punto de vista principal es la figura del Buen Pastor, imitado al estilo de los Apóstoles, con una línea marcadamente paulina. Su preocupación preferencial por la formación sacerdotal (Seminarios y estudios posteriores) deja entrever el nervio de la espiritualidad: la caridad pastoral, con sus exigencias de amistad profunda (desposorio con Cristo) y de imitación de las actitudes del Buen Pastor (obediencia, castidad, pobreza).[116]

 

a) Vida al estilo de los Apóstoles

 

      El estilo de vida de los Apóstoles, aplicado especialmente a la vida sacerdotal en el Presbiterio y, consecuentemente, a la vida consagrada (según las diversas modalidades históricas), se ha llamado "vida apostólica" o "apostolica vivendi forma". Se concreta en el segimiento evangélico radical (por la práctica permanente de los llamados consejos evangélicos), en la vida fraterna o comunitaria y en la disponibilidad misionera.

 

      La referencia a la "vida de los Apóstoles" es frecuente en la doctrina sacerdotal avilista. Los sacerdotes deben ser "retrato de la escuela y colegio apostólico y no de señores mundanos" (Advertencias I, n.4. 162s). La selección y formación de los candidatos debe guiarse por eta orientación: "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10, 140ss).

 

      Por el hecho de ser sucesores de los Apóstoles, cada uno según su grado, los obispos y los presbíteros deben vivir su mismo estilo de vida, siendo "un dibujo de los Apóstoles, a quien suceden; tal, que por la vida obispal todos saquen por rastro cuáles fueron los antiguos Apóstoles, y no tales que no haya cosa que más los haga desconocer que mirar a sus sucesores" (Advertencias I, n.10, 316ss). Una vida mundana "no es imitar a Cristo, ni a Pedro, ni a los Apóstoles, cuyos ellos son sucesores" (Advertencias I, n.8, 259ss).

 

      En este testimonio de "vida apostólica" se inspira la comunidad cristiana en todos sus estamentos. En un sermón con ocasión de la fiesta de los evangelistas, afirma: "¡Oh dichosas ovejas que en tiempo de tal Pastor fueron vivas, y dichosas lo serán la que cayeren en manos del prelado que imitare este celo!" (Ser 81, 88ss).

 

      Es la vida que llevaba San Pablo, centrada en Cristo y sin anteponer nada a él: "Decir, pues, el Apóstol que no vivía para sí, es decir, que no buscaba sus intereses ni su gloria, sino los intereses, la gloria y la honra de Dios: que conforme a la voluntad de Dios era gobernada su vida" (Gálatas, n.25, 1168ss, comentando Gal 2,19).[117]

 

 

b) Caridad pastoral y virtudes del Buen Pastor: pobreza, obediencia, castidad

 

      El Maestro Ávila habla de "ferviente celo", como de "verdadero padre y verdadera madre" (Tratado sobe el sacerdocio, n.39, 1450ss). Los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias I, n.6; cfr. Ser 81, 88ss).[118]

 

      El celo de almas es la concretización más visible de la caridad pastoral. Es consecuencia de una fuerte experiencia de oración y de desprendimiento evangélico: "Si de veras nos quemase las entrañas el celo de la casa de Dios... ver las esposas de Cristo enajenadas de El y atadas con ñudo de amor tan falso" (Carta 208,11ss). "El jornalero, que principalmente trabaja por el dinero, en viendo el lobo, salta por las tapias" (Plática 7ª, 72ss).

 

      Esta caridad se concreta en "amor de Dios y prójimo", puesto que tales han de ser los que van a predicar o ser curas" (Ser 81, 179ss). Por esto, "ha de arder en el corazón del eclesiástico un fuego de amor de Dios y celo de almas", a imitación del Buen Pastor que da la vida por sus ovejas (Plática 7ª, 62ss) y que "amó a la Iglesia hasta entregarse en sacrificio por ella" (Ef 5,25).

 

      Dios examina a sus pastores sobre el amor y la oración: "Cuando los quieren ordenar, examínanlos si saben cantar y leer, si tienen buen patrimonio; pues ya, si saben unas pocas de cánones y tienen buen patrimonio, ¡sus!, ordenar. ¿En qué examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración" (Ser 10, 132ss). Es caridad que se aprende en relación estrecha o en intimidad con Cristo. Así serán pastores "que velen su ganado, que puedan decir como el Señor: No me las arrebatará nadie" (Ser 15, 539ss; cfr. Jn 10,30).

 

      La sintonía con los amores de Cristo por parte de los pastores de la Iglesia, se traduce en oración y acción apostólica: "Que si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muerto a sus espirituales hijos, el Señor, que es misericordioso, les diría lo que a la viuda de Naím: No quieras llorar. Y les daría resucitadas las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª, 375ss). El apóstol debe "tener verdadero amor a nuestro Señor Jesucristo, el cual le cause un tan ferviente celo, que le coma el corazón" (Tratado sobre el sacerdocio, n.39, 1449ss). Por esto, todo apóstol ha de tener "verdadero padre y verdadera madre" (ibídem).

 

                              Vida de pobreza

 

      La pobreza evangélica caracteriza la vida de todo santo sacerdote; así fue la vida del Maestro ÁVila: "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real"[119]. Es la imitación de la misma vida del Señor. El Maestro concreta esta vida pobre a la luz de Mt 8,20: "No tuvo renta, casa ni posesión. Santa Marta lo acogía como a pobre, y otros le ayudaban con sus haciendas, siendo Él Señor de todas las cosas del mundo, tanto que nace en casa ajena, que el día de su muerte en sábana y sepultura de otro le enterraron y celebraron sus exequias" (Ser 16, 61; cfr. Ser 2, 240ss).

 

      Esta pobreza evangélica no entra en los baremos y criterios puramente humanos: "¡Qué cosa tan pesada era la pobreza antes que Cristo viniese al mundo, qué aborrecida, qué menospreciada! Pero bajó Rico del cielo y escogió madre pobre, y ayo pobre, y nace en portal pobre, toma por cuna un pesebre, fue envuelto en pobres mantillas, y después, cuando grande, amó tanto la pobreza, que no tenía dónde reclinar su cabeza" (Ser 3, 206ss).

 

      La eficacia apostólica dependerá especialmente del testimonio de pobreza por parte de los evangelizadores: "En cruz murió el Señor por las ánimas; hacienda, honra, fama y a su propia Madre dejó por cumplir con ellas; y así quien no mortificare sus intereses, honra, regalo, afecto de parientes, y no tomare la mortificación de la cruz, aunque tenga buenos deseos concebidos en su corazón, bien podrán llegar los hijos al parto, mas no habrá fuerza para los parir" (Ser 81,100ss).

 

      Quien representa a Cristo, debe presentar la misma vida de Cristo, como garantía de prolongar su misma misión: "Cierto es que nació en pobreza y aspereza, y de la misma manera vivió, y con crecimiento de esto murió. Y habiendo Él traído la embajada del Padre con este tan humilde aparato, no se agradará que su embajador, pues es de rey celestial, vaya con aparato de mundo" (Carta 182, 100ss).

 

      El testimonio de pobreza acompaña la vida de los sacerdotes por ser "padres de los pobres" (Advertencias II, n.99, 1290ss; cfr. Plática 8ª, 55ss). Sin la actitud de pobreza, tampoco habría disponibilidad apostólica, puesto que "no podrán vacar bien al oficio de ánimas, que pide a todo el hombre, y plega a Dios que baste" (Ser 81, 184ss).

 

      La renovación de la Iglesia no sería posible sin vida de pobreza evangélica, especialmente por parte de los pastores, quienes no han de ir "buscando prebendas, sino salud de almas" (Memorial I, n.15, 394ss). Las épocas más fecundas de la Iglesia han sido aquellas que estaban marcadas por las dificultades y la pobreza: "Bienaventurados eran aquellos tiempos, cuando no había en la Iglesia cosa temporal que buscar, mas adversidades y angustias que sufrir; y aquel solo entraba en ella que por amor del Crucificado se ofrecía a padecer estos males presentes con cierta esperanza de reinar con Él en el cielo" (Memorial I, n.7, 187ss).

 

      La dignidad sacerdotal se demuestra "en la humildad aun exterior, en vestidos y pompas" (Memorial II, n.91, 3530ss). La falta de pobreza en los clérigos (obispos y presbíteros) era un "escándalo común" en aquella época (cfr. Memorial I, n.20, 599).[120]

 

      El Maestro no rechaza las rentas (y prebendas) que son anejas a los cargos pastorales. No olvida procurar "un razonable mantenimiento" de los clérigos (Memorial I, n.22, 768s). Pero pide que se evitan "los patronazgos que algunas personas tienen de presentar a beneficios y capellanías" (ibídem, n.24, 811ss) y que se cambie el modo de hacer oposiciones a canongías (cfr. Memorial II, n.70, 2839ss).

 

      El uso de las rentas debe orientarse hacia el sustentamiento de una vida clerical modesta, de suerte que lo restante se de a los pobres: "Los obispos y beneficiados todos no pueden gastar de las mismas rentas todas, más de lo necesario para poder vivir moderadamente; y que lo demás deben dar a pobres" (Advertencias I, n.25, 795ss). "En esto se fundan las rentas eclesiásticas: en mantener al obrero, y no a enriquecerlo... si el Evangelio les da que se mantengan, todo lo que a esto sobra se ha de restituir en obras pías" (Plática 8ª, 13ss).[121]

 

 

                             Vida de obediencia

 

      El seguimiento y la imitación de Cristo por parte de todo cristiano y, de modo especial, por parte del sacerdote, incluye una vida de obediencia. La redención se realizó por medio de la obediencia de Cristo a los designios salvíficos del Padre: "Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su santísima Madre, y al santo Josef, como cuenta San Lucas. Y no piense nadie de poder agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que, por no la perder, perdió la vida en la cruz" (AF cap.101, 10625ss; cfr. Lc 2,51).

 

      A sus discípulos y dirigidos les recomienda continuamente esta virtud, que consiste en orientar la propia voluntad según la verdadera libertad (no el libertinaje): "No os espantéis de que tanto os encomiende la obediencia... porque vuestra seguridad está en no querer libertad" (AF cap.101, 10629ss).

 

      La obediencia del sacerdote encuentra una motivación especial en el hecho de que el mismo Cristo obedezca a las palabras del sacerdote: "¿Qué sacerdote, si profundamente considerase esta admirable obediencia que Cristo le tiene, mayor a menor, Rey a vasallo, Dios a criatura, ternía corazón para no obedecer a nuestro Señor en sus santos mandamientos y para perder antes la vida, aun en cruz, que perder su obediencia?" (Plática 1ª, 46ss).

 

      Se concreta especialmente en la relación con el propio obispo: "Debe mirar que es eclesiástico, y ha de servir a su prelado en lo que le mandare, pues le prometió obediencia" (Memorial II, n.71, 2885ss). La relación del sacerdote con el obispo, aunque no puede ceñirse sólo a este aspecto más jerárquico, se ha de tener en gran aprecio, en vistas a la actuación pastoral, así como a la vida personal del mismo sacerdote y a su renovación y actualización permanente.

 

 

                        Vida de castidad evangélica

 

      Por el hecho de representar a Cristo Buen Pastor, el sacerdote ministro está llamado a ser su expresión personal. La castidad evangélica (llamada también virginidad y celibato) no es sólo la orientación de la sexualidad según el amor, sino que es principalmente imitación de la vida virginal del Señor. En la doctrina avilista, la virginidad evangélica tiene sentido esponsal.

 

      Esta virtud está incluida en el seguimiento evangélico, al estilo de la vida de los doce Apóstoles. Los candidatos al sacerdocio ministerial deberán ser seleccionados y formados en esta vida evangélica y apostólica, no como una imposición jurídica, sino como una exigencia de la misma llamada a formar parte de los Apóstoles: "Procuren traellos a la Iglesia y hacerlos ministros de Dios" (Memorial II, n.91, 3418ss). "Búsquese hombres que posean castidad y las otras virtudes; déseles aparejo y buenos ejercicios de virtudes y estudio" (ibídem, 3505ss).

 

      Dada la realidad eclesial de la época, por falta de Seminarios y de formación adecuada, así como de escasos medios de perseverancia, algunos aconsejaban la eliminación del celibato para los sacerdotes seculares. El Maestro escribe a Trento exponiendo lo que ha sido siempre doctrina común de la Iglesia: "Y como esto entendiesen los sumos pontífices pasados, alumbrados por el Espíritu del Señor... mandaron que el que hubiese de ser sacerdote fuese virgen" (Tratado sobre el sacerdocio, 632ss).[122]

 

      Un motivo determinante para reafirmarse en esta tradición apostólica, es la disponibilidad misionera por el desprendimiento de ocupaciones más seculares: "El remedio de esto no entiendo que es casarlos; porque, si ahora, sin serlo, no pueden ser atraídos a que tengan cuidado a las cosas pertenecientes al bien de la Iglesia y de su propio oficio, ¿qué harían si cargasen de los cuidados de mantener mujer e hijos, y casarlos, y dejarles herencia? Mal podrían militar a Dios y a negocios seculares" (Memorial, n.91, 3468ss).[123]

 

      Al hablar de la pobreza sacerdotal, el Maestro recuerda que sin esta virtud evangélica, no sería posible el celibato. El modo de evitar que entren en la vida clerical personas ambiciosas de ventajas económicas, será el de "quitarles el cebo que les hace venir" (Memorial II, n.91, 3515ss). En realidad, se quiere un "sacerdote evangélico", al estilo de la vida de Jesús y de los Apóstoles. Por esto, la castidad es su "virtud propia, muy propia y propísima" del sacerdote, puesto que "cuerpo y alma se nos pide limpia, para consagrar al Señor y recibirle con fruto... cuán justa y debida cosa es que se reciba y trate el purísimo cuerpo de Jesucristo por cuerpo de sacerdote limpio en todo y por todo" (Tratado sobre el sacerdocio, n.15, 592ss).

 

      El motivo principal de la virginidad sacerdotal, de acuerdo con la tradición eclesial, es el de la celebración eucarística, en cuanto que, en ella, se representa a Cristo Esposo ante la Iglesia esposa. Las expresiones del Maestro corresponden a la época, pero los contenidos son los mismos: "Algo más se debe pedir al que tiene por oficio siempre orar y está sublimado en más excelente estado que el lego; y en ninguna manera, salva Ecclesiae et maiorum determinatione, me podría persuadir ser cosa agradable a Dios que se huelgue de ser consagrado y tratado su virginal cuerpo por hombres que juntan su cuerpo con otro, ni que pueden tener espíritu levantado a las cosas celestes y gustar de ellas, como su oficio requiere" (Memorial II, n.91, 3477ss).[124]

 

      Un cambio en este campo, equivaldría a "hacer novedad en la Iglesia". Es más acertado superar las dificultades por medio de una adecuada selección y formación sacerdotal. "La mayor seguridad que se puede tener para no errar es seguir los caminos antiguos de la Iglesia católica". Por esto, "sería cosa más conveniente, aunque en ello se pasase trabajo, procurar que haya en la Iglesia legítimos y limpios ministros de Dios, cuales la santa Iglesia los ha pintado y mandado, antes que, por condescender a flaqueza de flacos, disminuir la limpieza del trato de los ministros celestiales y hacer una novedad en la Iglesia, de la cual se ha de seguir mayor incentivo de codicia, y de vida derramada, y de mayor negligencia y descuido" (Memorial II, n.91, 3494ss).

 

 

c) La oración sacerdotal, unidad de vida

 

      El significado y la importancia de la oración sacerdotal se encuadra en el contexto de la oración cristiana en general. Por el ejercicio de la oración y de la celebración sacrificial, se hace realidad la mediación sacerdotal: "Y aquél ha de tener por oficio orar, que tiene por oficio el sacrificar, pues es medianero entre Dios y los hombres, para pedirle misericordia" (Plática 2ª, 125ss). "Conviénele orar al sacerdote, porque es medianero entre Dios y los hombres" (Plática 3ª, 207s).

 

      Su oración se traduce en gemidos del Espíritu Santo (cfr. Plática 2ª, 200ss; Rom 8,26-27). Es oración intercesora de irradiación universal, mucho más eficaz que la oración de Moisés y de Elías: "No pienso que la confianza de Moisés y Elías es bastante para tal oración, porque, como a hombre que le es encomendado todo el mundo universo y que es padre de todos, así se allega orando a Dios que se apacigüen las guerras dondequiera que las haya... que se ponga remedio a todos los males que hay, privados y públicos" (Plática 2ª, 134ss). El sacerdote está llamado a tener "tan gran fuerza en la oración, que aproveche a todo el mundo" (ibídem, 153s).

 

      Esta oración es necesaria en la Iglesia y, por ello, se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes que amargamente llorasen de ver muertos a sus espirituales hijos" (Plática 2ª, 375s); ellos son "los ojos de la Iglesia" (ibídem, 449s). "¡Oh sacerdotes!... habíamos de andar siempre importunando a Nuestro Señor con oraciones" (Ser 13, 604ss).

 

      Siempre puede el sacerdote encontrar tiempo suficiente para orar o "a lo menos tiene sus ratos diputados para ello" (Plática 2ª, 496s). Sin la oración, reflejará en su predicación y en sus consejos sólo su propio parecer: "El sacerdote que no ora... darme ha por consejos de Dios consejo suyo" (Ser 5 -2-, 423ss).

 

      Junto con esta característica intercesora de la oración (como parte integrante del ministerio sacerdotal), se puede detectar el aspecto de la intimidad y confianza, "un trato muy familiar con Dios, un admitirlos Dios a su conversación como amigos suyos" (Plática 3ª, 64s). "Esto, padres, es ser sacerdote, que amansen a Dios cuando estuviere, ¡ay!, enojado con su pueblo; que tengan experiencia que Dios oye sus oraciones y les da lo que piden, y tengan tanta familiaridad con él" (Plática 1ª, 194ss).

 

      Como puede observarse, la oración sacerdotal, además de ser medio para la propia santificación, es también y principalmente ministerio, como prolongación de la oración de Jesús. Es oración que compromete la propia existencia: "Pues tiene oficio de orar, tenga vida de orador" (AF 76, 7767s).

 

      La oración como ministerio se ejerce, de modo especial, en la celebración eucarística y en el oficio divino (liturgia de las horas).  Fr. Luís de Granada afirma que el Maestro Ávila se preparaba devotamente para celebrar el oficio (Vida, parte 3ª, cap.4). En este ministerio de la oración se realiza también la caridad pastoral. Caridad y oración intercesora son dos cualidades necesarias para que uno sea admitido a la ordenación sacerdotal: "¿En qué los examinará Dios? En la caridad para con todos y en la oración, si saben bien orar y importunar a Dios por los prójimos y amansarlo y hacer amistades entre Dios y los hombres, y sentir males ajenos y llorarlos" (Ser 10, 140ss).

 

 

d) Obispo, Presbiterio, diócesis

 

      La "realidad sobrenatural" del Presbiterio (PDV 74), como realidad de gracia, no se encuentra explicada en el Maestro Ávila con nuestra terminología actual; pero en los escritos avilistas aparece la realidad de la vida sacerdotal del Presbiterio, a modo de familia, que reclama una estrecha relación entre el obispo y sus sacerdotes, en vistas a servir a la misma Iglesia particular.

 

      La relación entre obispo y presbíteros del mismo Presbiterio se concreta en responsabilidad del obispo respecto a los diversos sectores de la vida sacerdotal, así como, por parte de los sacerdotes, en obediencia y colaboración efectiva y afectiva.

 

      La dinámica del Presbiterio, en la doctrina avilista, tiene la característica de una familia sacerdotal: "Y pues prelados con clérigos son como padres con hijos y no señores con esclavos, prevéase el Papa los demás en criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros... Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él" (Memorial I, n.5, 122ss).

 

      La relación familiar es mutua (de relación interpersonal). Es relación basada en realidades de gracia, que reclaman actitudes de atención y colaboración mutua: "Con deseo de nuestra enmienda (Dios) nos envía prelado que, por la misericordia de Dios, tiene celo de nos ayudar a ser lo que debemos. No trae ganas de enriquecerse, no de señorearse en la clerecía, como dice San Pedro, mas de apacentarnos en buena doctrina y ejemplo y ayudarnos en todo lo que pudiere, ansí para el mantenimiento corporal, que es lo menos, como para que seamos sabios y santos, los más sabios y santos del pueblo... A los prelados manda San Pedro que hagan estas cosas con la clerecía, y a la clerecía manda que sea humilde y obediente a su prelado" (Plática 1ª, 264ss).

 

      La construcción de este Presbiterio es competencia principal del obispo, especialmente cuando todavía no existen los presbíteros formados para constituir esta familia sacerdotal. El prelado es el principal responsable de la formación inicial y permanente de sus presbíteros: "El prelado es obligado a, si tales oficiales no hay, hacerlos él, dándoles aparejo para estudio, y ayudar para ello a los que no tienen; y con doctrina y buenos ejemplos hacerlos tales que sean modelos, a cuya forma se edifiquen las ánimas; porque para esto el prelado es prelado y para esto principalmente le es dada la renta; porque el fin de él ha de ser la edificación de las ánimas, y no hay mejor medio para esto que hacer gente tal que sea para ello" (Ser 81, 122ss).

 

      Los obispos "son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71, 2915s). Al mismo tiempo, el Maestro insta a conseguir obispos que estén dispuestos y sean capaces de formar a sus clérigos: "Adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial II, n.43, 1883ss).

 

      La unión entre obispo y presbíteros del mismo Presbiterio es como un signo eficaz de evangelización: "Y, si cabeza y miembros nos juntamos a una en Dios, seremos tan poderosos, que venceremos al demonio en nosotros y libraremos al pueblo de sus pecados, porque... hizo Dios tan poderoso al estado eclesiástico, que, si es el que debe, influye en el pueblo toda virtud, como el cielo influye en la tierra" (Plática 1ª, 274ss).

 

      La realidad del Presbiterio (obispo y presbíteros) se describe en la doctrina avilista como quienes "son de la intrínseca razón de la Iglesia" (Ser 81, 94s), puesto que son "retrato de la escuela y colegio apostólico" (Advertencias I, n.4, 162s).

 

      La renovación de la vida sacerdotal en el Presbiterio abarca diversas áreas o niveles: humano, espiritual, intelectual, pastoral. El Maestro Ávila ofrece material para cada nivel, especialmente en cuanto a la vida espiritual, intelectual (estudio) y pastoral.

 

      El interés que el Maestro manifiesta por la formación permanente de los sacerdotes (como veremos en el apartado siguiente), así como la importancia que da al reforma de las catedrales y de la vida canonical, son el marco en el hay que encuadrar los planes de vida sacerdotal en el Presbiterio.

 

      La reforma de la "catedral", que es la Iglesia "madre", donde tiene la "cátedra" el obispo (cabeza de la Iglesia particular y del Presbiterio), tendrá gran repercusión en la vida del Seminario y del mismo Presbiterio. En los escritos avilistas, la reforma de la catedral está estrechamente unida a la formación y a la vida sacerdotal.

 

      Los "canónigos" son los clérigos que dan testimonio de vivir según los "cánones" o directrices de la Iglesia sobre la "vida apostólica", colaborando en solemnizar el culto y en las derivaciones pastorales. La catedral, pues, con sus clérigos servidores, será el punto de referencia de la renovación del Presbiterio y de la pastoral de la Iglesia particular.

 

      La renovación de la Iglesia dependerá, en gran parte, de la catedral. El Maestro pide que se aplique el concilio tridentino: "Y primero conviene que reformen a los más conjuntos, que es el clero todo, y luego a los demás; y de estos más conjuntos, primero a los que están más inmediatos, que son todos los señores de las catedrales, de los cuales habla el c. 4 de la ses. 22 y el c. 12 de la ses. 24" (Advertencias I, n.33).

 

      En la catedral, los clérigos se dedican al culto y a la predicación: "El oficio de los (clérigos) de las catedrales es loar a Dios" (Advertencias I, n.18). Pero el Maestro pide que "en las catedrales haya tanta frecuencia de sermones como en las parroquias" (Advertencias I, n.18, 549s). Y expresa la queja de que, en las catedrales "suelen faltar sermones en principalísimas festividades, y así se quedan sin declarar al pueblo aquellos altísimos misterios que en ellas se celebran" (Advertencias I, n.18). Por esto, los canónigos deben ser "muy amigos de la sagrada lección y de la oración" (Carta 148, 140ss).

 

      La cuestión de las rentas, que tantos problemas ha suscitado en la historia de la Iglesia, no debería ser obstáculo para la vida y ministerio sacerdotal, puesto que los clérigos están disponibles para la predicación y "aun de balde no se habían de cansar" (Advertencias I, n.18).[125]

 

      El "modo de vivir" del sacerdote se expresa en la moderación respecto al uso de los bienes. Todo ello podría concretarse en un "plan de vida". La vida fraterna necesita una revisión continua y una derivación o potenciación hacia los diversos campos de caridad (cfr. Advertencias I, n.33).[126]

 

      No se olvida de aconsejar una formación especializada  y universitaria, en vistas a predicar "lección de Sagrada Escritura" (Memorial II, nn.67-68). Pide que desaparezca el sistema de acceder a los cabildos por medio de "sermones de oposición".[127]

 

      La renovación de las catedrales y de sus clérigos ("canónigos") repercutiría en la renovación del Seminario y de toda la diócesis. La sustentación económica del Seminario y de otras obras educativas, se puede conseguir por una mejor distribución de las rentas (cfr. Memorial I, n.19).[128]

 

 

e) Formación sacerdotal. Proyecto de vida

 

      La formación sacerdotal que propone el Maestro Ávila, se basa en su misma experiencia: sus estudios (antes y después de la ordenación), su biblioteca virtual (libros que conoce y cita), el trasfondo bíblico-patrístico-teológico de sus escritos, etc.

 

      Esta formación, que él posee y que recomienda a los demás, puede calificarse de integral. Hay una base antropológica que corresponde al ambiente y cambios de su época. Se apunta principalmente a las actitudes espirituales, sin ahorrar esfuerzos en el campo intelectual. Se tiende a formar pastores que asuman los diversos ministerios con la responsabilidad que corresponde a una época de cambios.

 

      La formación integral, como proceso de educación de las "buenas costumbres", debe comenzar desde la infancia, "por ser aquella edad el fundamento de toda la vida" (Carta 11, 1192ss). Es formación que ha de impartirse desde la familia y los colegios (cfr. Ser 46, 592ss), y que debe incluir los contenidos evangélicos (cfr. Memorial II, n.88; Advertencias I, n.48). El Maestro aplicó estas directrices a la formación sacerdotal.

 

      La necesidad de formación sacerdotal era patente en aquella época, en que muchos entraban en la clerecía no para tener por herencia al Señor, sino para conseguir privilegios y ventajas temporales. Refiriéndose a la tonsura, constata "que solamente la toman para tener seguridad si algún delito hicieren" (Memorial I, n.31, 921s; para gozar de inmunidad judicial). Frecuentemente no había selección de los candidatos y mucho menos una formación adecuada.

 

      La reforma de la Iglesia dependía estrechamente de la renovación del clero (cfr. Advertencias I, n.33, 1089s). Los "males de la Iglesia, que producían "dentera" en ella, provenían, en gran parte, de "una gente que desde muchachos se crió sin obediencia, sin clausura, sin devoción y con ruines compañías" (Tratado sobre el sacerdocio, n.33, 1268s).[129]

 

      La selección debe hacerse ya en el momento inicial o en lo que hoy llamaríamos pastoral vocacional: "Que los prelados tengan noticia de las personas virtuosas que en su obispado hay, así chicos como grandes, en los cuales se conozca que mora la gracia del Señor y que es gente de vida inclinada a cosas de la Iglesia, que sabe pelear las guerras por la castidad y alcanzar en ellas victoria, y que sepan por experiencia qué es oración o tenga disposición para la aprender y tener siendo enseñados" (Memorial II, n.91, 3410ss).

 

      El objetivo de la formación sacerdotal tiene en cuenta los diversos ministerios (profético, litúrgico y de dirección), que el Maestro resume con los términos de "predicadores", "confesores" y "curas" (cfr. Advertencias II, n.34). Para él, se trata, sobre todo, de "la honestidad que han de tener los clérigos" (Plática 6ª, 107ss; se refiere a la vida de pobreza evangélica).

 

      Toda la formación apunta a desempeñar dignamente los "oficios divinos" (Plática 7ª, 5ss). Por esto, "ha de arder en el corazón del eclesiástico y un fuego de amor de Dios y celo de almas" (Plática 7ª, 62ss).[130]

 

      La creación de los Seminarios correspondía a la necesidad de impartir eta formación antes de la ordenación sacerdotal. El Maestro daba también pláticas a los ya clérigos (Córdoba, Granada, Montilla...).[131]

 

      Apoyado en su propia experiencia, propone soluciones concretas en los Memoriales para el concilio de Trento, con posibilidad de especialización (curas, confesores, predicadores) (cfr. Memorial I, nn.13-15) e indicando los diversos sectores: intelectual, espiritual, pastoral (cfr. Memorial II, nn.66-71).[132]

 

      El tema de la vocación aparece enmarcado en la perspectiva de la predestinación, de la fe, del bautismo, del seguimiento evangélico y del camino de perfección. Todo cristiano está llamado a la santidad, cada uno según su propio estado de vida o vocación específica (laical, religiosa, sacerdotal).

 

      La vocación sacerdotal se presenta en el contexto de la vocación apostólica, como respuesta al "sígueme" de Jesús (cfr. Juan I, lec.14ª, 4135ss). Se trata de una "recia palabra", cargada de amor (Plática 16ª, 67). El Maestro describe la vocación del apóstol San Mateo: "Sígueme. Levántase de su banco, dejado todo lo que tenía delante; deja los libros, deja las cuentas y deja los dineros. Vase tras Jesucristo" (Ser 77, 59ss).[133]

 

      Se resume la doctrina paulina sobre la llamada, según la carta a los efesios: "San Pablo ruega a Dios que dé a entender a los de Éfeso el grande bien para que son llamados; e yo suplico lo mesmo para vos, para que, conociendo el gran valor de vuestra esperanza, seáis más agradecida a quien os llamó" (Carta 94, 19ss).[134]

 

      La vocación al seguimiento evangélico (en el sacerdocio ministerial y en la vida religiosa o consagrada) no puede estar condicionada a la decisión de los padres y demás familiares: "Y si los padres ven a sus hijos que quieren servir a Dios de alguna manera buena, que a ellos no es apacible, deben mirar lo que Dios quiere; y, aunque giman con amor de los hijos, vénzanse con el amor de Dios, y ofrezcan sus hijos a Dios, y serán semejantes a Abraham" (AF cap.98, 10372ss).

 

      La selección, iniciada ya en la familia y en la pastoral vocacional, se concretará en el momento de la admisión en los Seminarios o colegios: "Los que hubieren de ser elegidos para estos colegios sean de los mejores que hubiere en todo el pueblo, haciendo inquisición de ello muy de raíz el obispo y los que el concilio le señalare por acompañados. Y de esta manera vendrán llamados y no injeridos, y entrarán por la puerta de obediencia y llamamiento de Dios" (Memorial I, n.17, 458ss; cfr. Memorial II, n.91, 3407ss).[135]

 

      Lo que importa más son las cualidades morales, indispensables para la idoneidad sacerdotal: "Todos éstos han de procurarse sea gente de la cual se entiende que vive Dios en ellos, amigos de virtud, aficionados a las cosas de la Iglesia, probados en la castidad" (Advertencias I, n.39, 1405ss).

 

      Las vocaciones existen siempre, al menos en sus gérmenes, que hay que detectar y cultivar, como decimos hoy, por medio de una buena pastoral vocacional: "Y para hallar éstos es menester que los obispos tengan en cada pueblo personas de fiar que los inquiran y procuren, informándose de los maestros de las escuelas y de los lectores de gramática... Y, si acaso los obispos del sínodo dijeren que no se halla de esta gente; dígales que es grande engaño pensar que nuestro Señor falte en dar tales personas en su Iglesia, que puedan ser ministros verdaderos suyos. Porque el mismo Dios, que pide que sean sus ministros tales y derramó su sangre por tenerlos, ha puesto su Espíritu divino en muchos para poder serlo; y el parecer que no los hay es porque no los buscan los prelados, ministros del Señor, cuyo es este cuidado" (Advertencias I, n.39, 1412ss).

 

      Es importante asegurar "que jamás ordenen de sacerdote a quien no estuviere suficientemente instruido para ser buen cura" (Advertencias I, n.46, 1615ss). El examen decisivo ha de ser sobre la caridad pastoral y el espíritu de oración ministerial (cfr. Ser 10,140ss).

 

      Los primeros responsables de la formación sacerdotal son los obispos, los cuales deben "criar a los clérigos como a hijos, con aquel cuidado que pide una dignidad tan alta como han de recibir; y entonces tendrán mucha gloria en tener hijos sabios y mucho gozo y descanso en tener hijos buenos, y gozarse ha toda la Iglesia con buenos ministros" (Memorial I, n.5, 122ss).[136]

 

      La renovación de la Iglesia sería un objetivo inalcanzable sin la selección y formación de sus pastores. "Y éste es el punto principal del negocio y que toca en lo interior de él; sin lo cual todo trabajo que se tome cerca de la reformación será de muy poco provecho, porque será, o cerca de cosas exteriores, o, no habiendo virtud para cumplir las interiores, no dura la dicha reformación por no tener fundamento" (Memorial I, n.5, 139ss).[137]

 

      La conclusión a que se llega es la institución del Seminario en cada diócesis. Citando el concilio IV de Toledo, dice: "Esto que dice el concilio parece que se debe practicar de la manera siguiente: que en cada obispado se haga un colegio, o más según la cualidad de los pueblos principales que en él hubiere, en los cuales sean educados, primero que ordenados, los que hubieren de ser sacerdotes" (Memorial I, n.12, 303ss).[138]

 

      El Maestro propone una formación diversificada, según se trate de sacerdotes más fijos (curas y confesores) o de predicadores más ambulantes: "Dos necesidades de personas de éstas tiene la Iglesia; una de curas y confesores, y otra de predicadores; y entrambas se han de remediar de estos colegios" (Memorial I, n.13, 335ss).

 

      En resumen, el Maestro privilegia la selección de los candidatos, invitando a proporcionar una formación adecuada en la oración y pobreza, el estudio de la teología y de la moral, partiendo de las fuentes escriturísticas y conciliares. Propone también una formación teológica y pastoral diferenciada según la dedicación a diversos ministerios. "Los mejores son aquellos que, dejadas todas las cosas, contentos con letras y virtud, buscan esta dignidad para servir a Cristo imitando a Él y a sus Apóstoles" (Advertencias II, n.10, 140ss).

 

      La formación debe continuar durante toda la vida. Al Maestro le apenaba la falta de ciencia teológica y bíblica en los ministros (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.42), "cuya ignorancia es mucho de llorar" (Advertencias I, n.44, 1521). Habrá que continuar el estudio de la Escritura, de los Santos Padres, de la doctrina moral y espiritual. Para ello recomienda "que, cuando los ordenen, se sepa qué libros tienen de casos de conciencia y de doctrinal moral, de santos (Padres) y de Sagrada Escritura; y se tenga en cuenta con ellos en las visitaciones, que tengan los dichos libros y estudien en ellos, pues, sin esto, todo es perdido" (Memorial II, n.71, 2907ss).[139]***

 

      La economía de los Seminarios es viable si se distribuyen mejor las rentas del obispado y de los mismos clérigos y beneficiados (canónigos): "Y no hay en esto mucho tiempo que gastar, porque de préstamos y fábricas ricas y de anejar algunos beneficios podría proveerse esto con muy gran facilidad. Y cuando de ahí no, con quitar tres o cuatro raciones y otras tantas canonjías de la iglesia catedral, sobraría paño. Y sería bien hecho; pues, en comparación de confesar, y predicar, y regir ánimas, pequeño negocio es cantar en el coro; mayormente que, aunque éstos se quitasen, no por eso habría menos voces, pues no todos los canónigos y racioneros cantan" (Memorial I, n.19, 577ss).

 

      La influencia de las propuestas avilistas, acerca de los Seminarios, en el decreto tridentino, ha sido demostrada por algunos estudios de investigación[140]. El Maestro Ávila, al mismo tiempo, se esforzó por aplicar las decisiones conciliares. Así lo hizo especialmente por medio de las Advertencias al concilio de Toledo: "Para reformar enteramente el clero todo conviene que se hagan de nuevo tales sacerdotes, que antes sea necesario tenerles de la rienda a su virtud y celo que no darles de la espuela para que caminen con leyes... El medio, pues, para hacerlos tales cuales se desea es poner en debida ejecución el seminario" (Advertencias I, n.17, 1359ss).[141]

 

      El Maestro va señalando las diversas áreas de formación: espiritual (moral), intelectual, pastoral (cfr. Advertencias I, n.39, 1405ss). "Lo que principalmente se pretende es hacer buenos sacerdotes que puedan ser curas suficientes para confesar y doctrinar el pueblo" (ibídem, n.40, 1447ss). "En la educación de los que han de estar en el seminario es lo principal de este negocio... de manera que salgan maestros verdaderos de las almas, redimidas por la sangre del Señor" (ibídem, n.43, 1509ss).

 

      Una de las preocupaciones más urgentes será la de en conseguir buenos formadores (cfr. Advertencias I, nn.40-41) y una formación especializada, también a nivel universitario (cfr. ibídem, n.40, 1459ss). "Lo principal que deseo se trate es el buen orden del Seminario, eligiendo a gente de virtud y poniéndoles rectores espirituales o que tengan algo de ello; porque juntándose buen fundamento y doctrina, no faltará nada" (Carta 244, 14ss, a Don Pedro Guerrero).

 

      Para conocer los contenidos de la fe, el Maestro hace hincapié en la doctrina de los concilios. El cita y usa frecuentemente estos textos, que comunican el significado de la revelación. En el Memorial primero para el concilio de Trento, pide al concilio que los formadores, los educandos y los mismos pastores puedan disponer de los textos conciliares: "Por no tener los teólogos copia de todos los Concilios, ignoran muchas cosas necesarias. Convenía que mandase ponerlos en las Universidades e Iglesias Catedrales. Los Concilios que comunmente andan impresos son pequeña parte de los que hay" (Memorial I, n.67).

 

      Las reflexiones teológicas necesitan inspirarse en los santos teólogos que ha tenido la Iglesia. Escribe en el Memorial segundo al concilio de Trento: "Parece que la Teología de Santo Tomás y de San Buenaventura es la más conveniente para ser enseñada en las escuelas, aunque en particular pueda cada uno leer otros buenos autores que hay" (Memorial II, n.66, 2741ss).

 

      Respecto a la formación permanente o continuada (de que ha hablado más arriba), el mismo Maestro había dirigido pláticas a los clérigos de Córdoba, Granada y Montilla. En carta a Don Pedro Guerrero (arzobispo de Granada) recuerda "la obligación de los obispos así en predicar, como en hacer pláticas a sus clérigos" (Carta 244, 19ss). Sugiere "que se dé orden cómo en los pueblos haya lección para los clérigos, así para saber lo que conviene saber para sí y para otros, como para estar bien ocupados" (ibídem).

 

      Ayudaría mucho a la formación permanente si hubiera un texto catequético más completo para quienes imparten el catecismo: "Debíase mandar que éste (catecismo) le tuviesen todos los curas y los predicadores y con efecto leyesen en él" (Memorial II, n.63). Las residencias sacerdotales, organizadas en ambiente de caridad, oración y estudio, favorecen la formación continuada (cfr. Carta 233 y Advertencias II, n.80).

 

      La formación permanente quedaría truncada, si cada sacerdote no tuviera su propio plan o proyecto de vida. El Maestro ofrece a sus discípulos una serie de "avisos" o consejos sobre cada aspecto de la vida sacerdotal, a nivel personal y, a veces, comunitario: pastoral, intelectual, espiritual. No olvida los medios concretos para asegurar los tiempos de oración, estudio, trabajo o ministerio y descanso.[142]

 

      Puede ser también un plan de vida para un grupo (revisión de vida, cenáculo, etc.). Actualmente se tiende especialmente al proyecto de vida para todo el Presbiterio. El "proyecto" del Presbiterio, pedido por PDV 79, no llega a cuajar cuando falta el proyecto de vida personal o del propio grupo (geográfico, funcional, amistad, asociación, dirección espiritual, etc).

 

      Sobre la vida comunitaria o fraterna, baste recordar el modo de vivir de sus discípulos, según el modelo de la vida de los Apóstoles. Es siempre un encontrarse periódicamente, para compartir y ayudarse en todos los aspectos de la vida y ministerio sacerdotal.

 

 

f) Líneas básicas de la espiritual y santidad sacerdotal en la escuela del Maestro Juan de Ávila

 

      No se captaría bien la espiritualidad sacerdotal del Maestro Ávila, si no se encuadrara en la perspectiva del misterio de Cristo, vivido desde la propia interioridad y en sintonía con la interioridad (Corazón) del Señor. De este modo, el misterio de Cristo es conocido y vivido personalmente, estudiado y contemplado, celebrado durante el año litúrgico, anunciado, presente en toda persona que busca o sufre, escondido y manifestado en la Iglesia.

 

      La espiritualidad sacerdotal avilista enraíza en el proceso de la espiritualidad cristiana, como algo necesariamente previo y fundamental: conocerse en la propia identidad (dimensión atropológico-cristiano-vocacional); confiar sin dudas enfermizas en el amor de Dios (dimensión teológico-cristológica); entregarse al camino de perfección (dimensión espiritual-pneumatológica).

 

      Al dirigirse a los sacerdotes (como puede verse en el epistolario) el Maestro tiene en cuenta la realidad concreta de la persona (en su situación ambiental), señala el ideal evangélico del sacerdote, sin rebajas, y recuerda la necesidad de poner en práctica unos medios concretos que lo hacen posible.[143]

 

      Observando todo el campo de la espiritualidad sacerdotal (que analizamos a continuación), se puede constatar la presentación de una síntesis entusiasmante, que podríamos calificar de "mística" sacerdotal, encuadrada según diversas dimensiones: teológico-trinitaria (gloria de Dios), cristológico-eucarística, eclesiológico-esponsal, mariana, evangélica o de seguimiento radical (exigente, posible, entusiasmante), pastoral-intelectual (bíblica, patrística, magisterial, litúrgica, teológica, actual), antropológica y sociológica.

 

      Pasando ya a resumir los elementos básicos más concretos, hay que partir de Cristo Sacerdote, prolongado en la Iglesia, hecho presente especialmente por medio del sacerdocio ministerial. Por el hecho de participar en el ser sacerdotal por medio del sacramento del Orden, el sacerdote ministro puede prolongar la palabra, el sacrificio, la acción salvífica y pastoral de Cristo. La espiritualidad es la vivencia de la participación en el ser de Cristo y de la prolongación de su mismo obrar; se vive lo que uno es y hace. Se concreta en caridad pastoral y virtudes del Buen Pastor, al estilo de la vida de los Apóstoles, en el propio Presbiterio y al servicio de la Iglesia local (particular) y universal.

 

      De todos estos datos de espiritualidad sacerdotal (en armonía con la herencia común de toda la Iglesia), se pueden detectar algunos matices o peculiaridades, que podrían constituir lo que, a veces, se ha llamado escuela sacerdotal avilista. No obstante, los matices avilistas más sobresalientes no pueden infravalorar los factores más comunes que hemos ido resumiendo en todo este capítulo.

 

      La referencia a Cristo Sacerdote y Buen Pastor es muy marcada, al menos si se tiene en cuenta su exposición sobre el misterio de Cristo (Verbo encarnado, crucificado y resucitado, presente en la Eucaristía). Esta espiritualidad, eminentemente pastoral, se inspira en este punto de partida: "El estado sacerdotal, que se tome con los fines para que lo instituyó el Sumo Sacerdote Cristo" (Vida, lib.3º, cap.20). "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7ª, 92ss).

 

      Esta línea misionera o pastoral enraíza en la consagración (como participación en el ser de Cristo). Los sacerdotes son "todos enteros consagrados al Señor con el trato y tocamiento del mesmo Señor" (Plática 1ª, 89s). Por hacer al Señor presente, "relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios" (ibídem, 123). Es espiritualidad de dimensión cristológica y eucarística.

 

      Esta referencia del sacerdote a Cristo tiene sentido de relación e intimidad, imitación y sintonía. Los ministerios de la Palabra y de los sacramentos dejan entrever esta relación vivencial. Por ser "pregonero de Cristo" (Carta 165, 91) y dispensador de los misterios de Dios (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, n.11), el sacerdote es "un hombre que profesa ser ministro de Cristo crucificado" (Memorial II, n.91, 3520s). Cristo "es la piedra de donde el predicador ha de sacar agua, como dice San Pablo" (Plática 4ª, 11; cfr. 1Cor 10,4).

 

      El trato íntimo es de "amistad" y de "estrecha familiaridad" con Cristo, "como persona que tiene con el Señor particular amistad y particular trato" (Tratado del sacerdocio, n.9, 304). Esta intimidad tiene lugar de modo especial en la celebración eucarística: "Si miramos cuán sobre todo es venir Dios al llamado de un sacerdote y estar en sus manos, dejarse tratar de él con más estrecha familiaridad que nadie pudiera pensar, ninguna santidad le parecerá que le sobra y le iguala, ni que llega con mucho a lo que merece el Señor de pureza infinita, comunicando con tan inefable comunicación" (ibídem, n.12, 493ss).

 

      De este modo, la relación íntima con Cristo se concreta en imitación y sintonía con sus sentimientos y amores: "Es mucha razón que quien le imita en el oficio, lo imite en los gemidos... En este espejo sacerdotal se ha de mirar el sacerdote para conformarse con los deseos y oración de él" (Tratado del sacerdocio, n.10, 344ss).

 

      La centralidad de la celebración eucarística es debida al hecho de representar a Cristo Sacerdote, principalmente durante la celebración de este misterio: "El sacerdote representa en la misa a Jesucristo nuestro Señor, principal sacerdote y fuente de nuestro sacerdocio" (Tratado del sacerdocio, n.10, 342ss; cfr. Ser 56, 234ss). Consecuentemente se pregunta: "¿Cómo puede un sacerdote ofender a Dios teniendo a Dios en sus manos?" (Ser 64, 135s). El sacerdote está en el altar "en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157, 264s).

 

      Ser representante de Cristo es un servicio de visibilidad y de signo eclesial. Es como si la Iglesia se sintiera también expresada de modo especial en el representante de Cristo, como transparencia e instrumento del mismo Cristo: "El sacerdote, como Orígenes dice, es la faz de la Iglesia; y como en la faz resplandece la hermosura de todo el cuerpo, así la clerecía ha de ser la principal hermosura de toda la Iglesia" (Tratado sobre el sacerdocio n.11, 396ss; cfr. Orígenes, In Lev. homil. 5,3.4).

      Esta dimensión eclesial de la espiritualidad sacerdotal la explica el Maestro con diversas comparaciones: "guardas de la viña", "cabezas", "corazones de madre", "ojos": "Guardas son de la viña los pontífices, los predicadores, los sacerdotes" (Ser 8, 600ss). "Por el descuido de las cabezas está la viña (de la Iglesia) tan estragada" (ibídem, 628s) y "la faz tan desfigurada" (ser 55, 784 ). Los sacerdotes son la expresión materna de la Iglesia: "Si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes... les daría resucitados las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª, 375ss). "Somos los ojos de la Iglesia" (ibídem, 449s).

 

      La dimensión mariana es una consecuencia de la dimensión cristológica, eucarística y eclesial. Se subraya el paralelismo y también la relación materna y filial respectivamente. "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª, 111ss; cfr. Carta 157, 260ss). La acción sacerdotal es semejante a la de María por "el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado", no sólo una vez, sino frecuentemente (Tratado del sacerdocio, n.2, 70ss). Consecuentemente, María considera a los sacerdotes como parte de su mismo ser: "Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas" (Ser 67, 743ss). La castidad o virginidad sacerdotal tiene esta perspectiva mariana (cfr. Tratado del sacerdocio, n.15).[144]

 

      La dimensión de seguimiento evangélico radical la hemos resumido anteriormente (en este mismo capítulo), al hablar de la caridad pastoral y, consecuentemente, de las virtudes del Buen Pastor. La descripción del "ministro de Cristo crucificado" (Memorial II, n.91, 3520s) se concreta en la exigencia de compartir e imitar su misma vida de renuncia y de entrega (cfr. Ser 81,96ss).

 

      La caridad pastoral, como "caridad para con todos" (Ser 10,132ss), es la fuente de las exigencias de vida evangélica al estilo de los Apóstoles, como hemos indicado más arriba (n.3, a-b). Los sacerdotes ministros han sido elegidos "para pastores criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... llevándolos sobre sus hombros... aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es buen pastor" (Advertencias I, n.6, 198ss).

 

      Estas dimensiones básicas (cristológico-eucarística, eclesial-mariana y evangélico-pastoral) podrían ser la clave para delinear la escuela del Maestro Ávila en sus dos vertientes: espiritualidad cristiana en general y espiritualidad sacerdotal en particular.[145]

 

      No se puede deslindar completamente, en la doctrina avilista, la vertiente sacerdotal y la cristiana general. Los contenidos básicos de esta espiritualidad son los mismos. Son temas que se basan en su misma teología sobre la Encarnación, Cuerpo Místico (Iglesia), humanidad (y Corazón) de Cristo, Eucaristía, Espíritu Santo, justificación (y beneficio de Cristo), María, sacerdocio, etc. Los temas de espiritualidad cristiana tienen su punto de partida en Dios Amor, que se manifiesta a través de la Encarnación del Verbo y, de modo especial, en la interioridad o Corazón de Jesucristo (desde la Encarnación hasta la cruz).

 

      Esta espiritualidad cristiana y sacerdotal es de máxima confianza en los méritos de Cristo Sacerdote y Redentor. Apoyado en este confianza, el Maestro alienta a sus discípulos y oyentes a emprender el camino de la contemplación y perfección,

invitándolos a insertarse responsablemente, según su propia vocación específica, en la vida concreta (personal, familar-comunitaria, social). Tema constante de esta derivación contemplativa, evangélica y misionera, es la Eucaristía, la acción del Espíritu Santo y la figura programática de María (modelo y Madre de la Iglesia).

 

      Sus discípulos, como también sus lectores y oyentes, se sentían fuertemente atraídos, pero no condicionados por su doctrina y su testimonio. La doctrina del Maestro siembra confianza y serenidad, mientras, al mismo tiempo, deja grandes espacios para la propia iniciativa y responsabilidad. Es la libertad cristiana, tan ausente en los círculos iluministas de la época.

 

      Los biógrafos del Maestro hablan de "colegio de clérigos", "escuela", "discípulos", pero no aparece propiamente una estructura organizada sobre el grupo "avilista". Hay que recordar que el grupo de discípulos sacerdotes era muy diferenciado (seculares y de diversas órdenes religiosas), y no refleja siempre una relación entre ellos, salvo en el caso de algunas residencias o colegios y de algunas obras apostólicas (grupos para misiones populares).

 

      Sobresalen dos características de la escuela: vida espiritual y vida apostólica. "Vivían sus discípulos apostólicamente... Tuvo si duda intento... de fundar una religión de sacerdotes ejemplares, que, coadjutores de los obispos, acudiesen a cultivar las almas, enseñar a los niños la doctrina, criar santamente la juventud, ayudar a los fieles en el camino de la salvación, gobernar los más perfectos en la vida espiritual; finalmente, que predicasen por el mundo, dilatasen la verdad evangélica, manifestasen los tesoros que tenemos en Cristo crucificado" (Vida, lib.2, cap.1).

 

      El término "escuela", en nuestro caso, indica más bien una relación de consejo espiritual e imitación, pero también una cierta disposición para la vida en grupo: "Ha tenido (el Maestro Ávila) secuela de muchos que, siguiendo su consejo, se dan al servicio de Dios y reformación de vida, de cualquier estado, y especialmente ha tenido y tiene secuela de algunos, en los cuales ha atinado el buen Ávila el modo de vivir de la Compañía, sin obediencia tamen ni obligación".[146]

 

      A veces, los testimonios se refieren a residencias concretas, con cierta organización interna y con derivación apostólica: "Hízose también aquí (en Granada) un Colegio de clérigos recogidos para servicio del arzobispo... Y pudiera referir aquí las personas insignes que fueron tocadas de Nuestro Señor, que después fueron doctores en Teología y muy útiles a la Iglesia con su ejemplo y doctrina".[147]

 

      Pero el hecho de repetirse esos colegios y residencias, dio lugar a una sensación de lo que hoy llamaríamos movimiento, asociación o grupo. Así ocurre con la petición del cardenal infante, Don Enrique, arzobispo de Évora (Portugal): "Había volado en alas de la fama hasta Portugal el buen nombre de esta pequeña Congregación de sacerdotes operarios y sanctos. Y con deseo de aprovechar más sus ovejas, el cardenal... escribió a el Maestro Ávila le enviase algunos sacerdotes de su escuela".[148]

 

      Un buen resumen de la relación del Maestro Ávila con sus discípulos sacerdotes, lo encontramos en esta afirmación del biógrafo Muñoz: "Fue muy celoso, con deseos y afectos ardentísimos, de que se conociese la perfección que pide el estado sacerdotal, que se tomase con los fines para que le instituyó el Sumo Sacerdote Cristo; procuró con grandes ansias y trabajó mucho para que todos fuesen perfectos sacerdotes. Hacíales muy de ordinario pláticas" (Vida, lib.3, cap.20). El grupo de profesores de Baeza recibió atenciones y orientaciones especiales.

 

      Si la organización del "grupo" o "escuela" no aparece bien definida, sí queda clara la adhesión espiritual (no condicionante) y los contenidos doctrinales sobre la santidad sacerdotal (que ya hemos estudiado en este mismo capítulo).

 

      Si se quiere instar en el término "escuela", cabe recordar el influjo decisivo de la figura y doctrina avilista en sus discípulos (procedentes de diversas corrientes), en órdenes religiosas, en santos y autores espirituales hasta nuestros días.

 

      Esta herencia avilista a través de los siglos es debida a su autenticidad, muy distante de los movimientos erasmistas, reformistas e iluministas de su época. Es una herencia relacionada con los carismas de tantos santos del siglo XVI; pero sus contenidos parecen estar también muy de acuerdo con los del concilio Vaticano II y su postconcilio.

 

      La influencia avilista la constató, a distancia de setenta años de la muerte del Maestro, su biógrafo Muñoz,quien escribía en 1635: "No hay ciudad en España que no haya gozado de más varones santos y apostólicos (se refiere a los discípulos), que hayan enseñado más sólida doctrina; y, con haber más de ochenta años que predicó el padre Maestro Ávila y sus discípulos, permanecen hoy en día discípulos de sus discípulos, que conservan el espíritu de este gran Maestro" (Vida, lib.1, cap.20).

 

      El hecho de que la doctrina avilista siga siendo actual en épocas tan diferenciadas como las que discurren entre el siglo XVI y el inicio del tercer milenio, indica una novedad permanente. Santos y autores espirituales citaron y siguen citando con profusión esta doctrina preñada de una viva espiritualidad y capaz de suscitar continuos movimientos de renovación eclesial.[149]

 

      El caso histórico similar de la escuela francesa de espiritualidad del siglo XVII, puede servir como analogía. Sus autores y escritos siguen siendo de suma actualidad. La originalidad innegable de esta escuela, tan influyente hasta hoy, tiene un punto de arranque en el misterio de la Encarnación del Verbo, a la luz de los contenidos bíblicos y patrísticos, con datos entusiasmantes acerca del sacerdocio de Cristo y del sacerdocio ministerial, con gran capacidad de renovación espiritual y pastoral.

 

      Todo resurgir en la historia de la Iglesia tiene sus raíces tradicionales y sus avances novedosos. La escuela francesa, sin perder su originalidad, encuentra sus raíces inmediatas en San Carlos Borromeo (institución de Seminarios), en el cartujo de Burgos, Antonio de Molina (por su doctrina sacerdotal patrística y avilista) y también en San Juan de Ávila.

 

      Hay contenidos comunes en el Maestro Ávila (siglo XVI) y en los autores de la escuela francesa (siglo XVII). La sintonía de conceptos es debida principalmente a las fuentes comunes (bíblicas, patrísticas y de autores espirituales). Es importante notar la gran semejanza en el enfoque acerca de la Encarnación del Verbo, las "miradas" de Cristo Sacerdote (al Padre, al la humanidad entera, a sí mismo para inmolarse), las exigencias evangélicas de la espiritualidad sacerdotal, el paralelismo con la figura de María, la institución de Seminarios, la renovación del clero.

 

      En este contexto hay que valorar la afirmación de P. Pourrat, al transmitir un testimonio de Bourgoing, que hace referencia al aprecio de Bérulle sobre el Maestro Ávila: "Dios ya había echado sus semillas (de renovación del clero) en diversas personas y lugares; me acuerdo haber oído decir a nuestro muy honorable Padre (P. Bérulle) que ello había sido un diseño (dessein) del P. Juan de Ávila, predicador apostólico; añadiendo, al mismo tiempo, que si hubiera vivido (Ávila) en nuestros días, hubiera ido a ponerse a sus pies, y lo hubiera tomado como maestro y director de esta obra, pues le tenía en singular veneración".[150]

 

      Si durante los siglos XVI-XX, la influencia avilista fue más a nivel internacional (por medio de autores espirituales y de santos), a mediados del siglo XX se puede constatar un resurgir espiritual y sacerdotal preferentemente en los ambientes españoles y latinoamericanos. Las fechas son muy significativas: 1944 (cincuentenario de la beatificación), 1946 (Pío XII lo declara Patrono del Clero secular español), 1969 (celebración del cuarto centenario de su muerte), 1970 (Pablo VI lo canoniza y lo propone como protector de los sacerdotes y como modelo de renovación eclesial).[151]

 

      Es difícil valorar debidamente un resurgir sacerdotal que produjo abundantes frutos antes e inmediatamente después del concilio Vaticano II (especialmente entre 1944 y 1970), a pesar de la crisis sacerdotal (crisis posterior y generalizada también en otras naciones).

 

      La doctrina del Vaticano II (clausurado en 1965) comienza a aplicarse de modo coherente al final del segundo milenio y principio del tercero. Es un hecho parecido al postconcilio tridentino (aplicado lentamente según las diversas situaciones). En nuestro estudio hemos intentado constatar los contenidos doctrinales avilistas de valor permanente, señalando su potencialidad  de incidir en los temas actuales.

 

      Los estudios de investigación histórica sobre el Vaticano II encontrarían abundante materia sobre la incidencia de algunos obispos (de marcada línea avilista) en la redacción de los textos sacerdotales sobre la "familia sacerdotal" y la "fraternidad sacramental" del Presbiterio (cfr. LG 28; CD 28; PO 8)[152].

 

      El Congreso Internacional, celebrado con ocasión del quinto centenario su nacimiento (Madrid, 2000), ha sido una nueva muestra de su influjo permanente en la Iglesia.[153]

 

      La espiritualidad y santidad sacerdotal, descrita y testimoniada por el Maestro Ávila, sigue sentando escuela, sin necesidad de estructura y organización estricta. Es una realidad de gracia, que no se condiciona a ningún sector, puesto que pertenece a todos. Cada uno podrá inspirarse en algunos aspectos más que en otros. Puede ser también que algunos grupos delineen su camino de revisión de vida y de comunidad fraterna, a la luz de esa doctrina, respetando otras aplicaciones y posibilidades.

 

      De modo parecido a como ocurre con los carismas fundacionales de los santos, esas gracias son siempre insuficientemente aplicadas, porque pertenecen a una herencia común y permanente, capaz de producir continuos movimientos de renovación evangélica, en cualquier situación histórica, eclesial, sociológica y cultural.

 

      Así es la escuela espiritual y sacerdotal del Maestro Juan de Ávila, Patrono del Clero español, que bien merecería llamarse Maestro de la confianza en el amor de Dios, Maestro de la espiritualidad sacerdotal y de la santidad cristiana.

 

      Las Iglesias particulares y sus Presbiterios podrían encontrar en él una invitación hacia una entrega evangélica sin rebajas y una misión apostólica sin fronteras, en armonía con todas las vocaciones y ministerios, y en comunión con el sucesor de Pedro que preside la caridad universal y que lleva para todos el "cántaro" del agua viva (cfr. Ser 33, 249ss; Lc 22,10): "¿Quién habrá que no siga al vicario de Cristo viendo que él sigue a Cristo?" (Memorial II, n.41, 1772ss).

 

      Podemos reconocer, todavía hoy, en la figura y escritos del Maestro San Juan de Ávila, "una escuela de intensa espiritualidad" (Pablo VI)[154]. Juan Pablo II ha ratificado este mismo deseo e invitación: "El ejemplo de su vida, su santidad, es la mejor lección que sigue impartiendo a los sacerdotes de hoy, llamados también a dar nuevo vigor a la evangelización... Ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz también para los saceredotes de hoy que, al ser administradores de los misterios de Dios, están en el corazón mismo de la Iglesia, donde se construye sobre base firme y se reune en la caridad".[155]

 

                                     IV

 

LINEAS CONCLUSIVAS: TRAZOS FUNDAMENTALES DE SU ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y SACERDOTAL

 

      La espiritualidad cristiana y sacerdotal del Maestro Avila está relacionada estrechamente con su ministerio de profeta, liturgo y pastor. En su sepulcro se resume todo con dos palabras ("messor eram", fui segador), que reflejan su ministerio profético de predicador, catequista y educador. Esta acción ministerial es eminentemente contemplativa y, al mismo tiempo, deriva hacia la dirección o consejo espiritual, para guiar a los creyentes por el camino de perfección. Se le descubre siempre como Maestro en todo el decurso de la vida espiritual cristiana y sacerdotal.

 

      En realidad, el Maestro anunciaba el mensaje evangélico en vistas a ayudar a celebrarlo en la liturgia y a vivirlo por un camino de perfección. Por su parte, él vivía esta realidad ministerial como seguimiento evangélico (a imitación del Buen Pastor), al estilo de los Apóstoles y, de modo especial, según la figura de Pablo. Con esta vitalidad espiritual y apostólica, de línea contemplativa (recepción de la Palabra), eucarística y mariana, podrá llegar a los campos más concretos de la caridad pastoral: los pobres, los enfermos, los atribulados, la juventud, la familia... La reforma eclesial que propugna es, pues, desde la propia reforma y procurando la renovación de los diversos estamentos eclesiales.

 

      La dedicación generosa del Maestro Ávila a los ministerios tiene su punto de partida en el amor y seguimiento de Jesucristo: "Señor, que siempre os seguí yo por vos y en vos" (Ser 15, 188s). Su apostolado hubiera sido totalmente otro de no haber tenido el gesto de repartir todos sus bienes patrimoniales (una mina de plata) entre los pobres, con ocasión de su primera Misa. Los primeros años de su ministerio en Sevilla, viviendo evangélicamente con Fernando de Contreras, le marcaron para toda la vida. Su vida pobre y su cercanía a los pobres, durante sus correrías apostólicas, no era un aditamento, sino algo esencial como en la vida de Jesús. "Fue obrero sin estipendio... y habiendo servido tanto a la Iglesia, no recibió de ella un real" (L. Muñoz, Vida, Lib. 3º, cap. 4). Así vivió y así murió, dejando como símbolo la cruz de palo que presidía su habitación en Montilla.[156]

 

      Su disponibilidad misionera quedó también marcada por el ofrecimiento para evangelizar en el Nuevo Mundo, alistándose como misionero con el primer obispo de aquellas tierras (Fr. Julián Garcés). Su viaje frustrado se tradujo en una dedicación plena a los ministerios, según el estilo de vida de los Apóstoles, urgido por la caridad del Buen Pastor. A donde no llegó el "Apóstol de Andalucía", llegarían sus discípulos. Los campos de apostolado eran muchos: predicación y catequesis, sacramentos y vida litúrgica, obras de misericordia, educación, dirección y orientación espiritual, siempre hacia los horizontes universalistas de la Iglesia y hacia todas las situaciones sociológicas y culturales.

 

      Era un trasunto de la figura apostólica de Pablo, en su vida y en su predicación. Desde los comienzos de su predicación, el Maestro explicaba los escritos paulinos; en Écija, ya antes de 1531. Las lecciones sobre la carta paulina a los Gálatas fueron impartidas en Córdoba antes del año 1537. "Fue nuestro predicador muy devoto del apóstol San Pablo y procuró imitarlo mucho en la predicación y en la desnudez y en el gran amor que a los prójimos tuvo. Supo sus epístolas de coro... Y es de ver que todas las veces que se le ofrecía declarar alguna autoridad de este santo Apóstol lo hacía con grande espíritu y maravillosa doctrina, como consta de todo sus sermones y escritos".[157]

 

      A sus discípulos recomendaba este mismo paulinismo, que se aprende a fuerza de persecución: "Si vuestras mercedes estuvieran sentenciados a muerte con tres testigos contestes, como yo los tuve, entendieran muy bien a San Pablo". Un gran historiador ha llegado a afirmar: "Juan de Ávila es un retrato vivo del apóstol San Pablo. Yo no recuerdo que en la historia de la Iglesia hayan otro que se le asemeje tanto. En la vida y en el pensamiento".[158]

 

      Como predicador, el Maestro Ávila es un caso extraordinario en su época, tan falta de buenos predicadores. El epitafio de su sepulcro ("Messor eram") se refiere principalmente a este ministerio. Los biógrafos le llaman "predicador apostólico" o también predicador evangélico. Con estilo paulino (en cuanto a los contenidos y al fuego interior de los conceptos), su predicación abarcaba todos los ambientes del sur de España (templos, conventos, plazas y calles) y todos los géneros de predicación: homilías, conferencias o pláticas, catequesis. Es predicación que discurre glosando los tiempos y contenidos litúrgicos.[159]

 

      Según afirma el mismo biógrafo Fr. Luís, "como persona de letras y ingenio que era... llevaba el sermón bien enhilado" (Vida, parte 3ª, cap. 5). Se producían grandes conversiones o grandes cambios de vida, como en el caso de San Juan de Dios. Sus discípulos y dirigidos se alimentaban de sus sermones.[160]

 

      Una de sus características más sobresalientes fue la de catequista y educador. Como buen pedagogo, se basa en unos contenidos claros, ordenados y completos, presentados con amenidad, convicción y testimonio, reclamando una actitud de alegría por parte de los catequistas, ayudando a memorizar los contenidos por medio del diálogo, las expresiones poéticas y el canto. Era necesario que los niños entendieran el catecismo y supieran explicarlo: "Para que lo entiendan y sepan dar cuenta de cada cosa qué es y para qué" (Doctrina cristiana, final).[161]

 

      El Maestro Ávila era un director espiritual muy conocido y consultado en su época. Sus consejos son pautas muy acertadas y de aplicación concreta a cada persona, en el camino de la vocación, oración-contemplación, perfección, vida fraterna y apostolado. Los dirigidos y dirigidas eran gente de toda condición social, gente sencilla e intelectual, del estamento laical, religioso o sacerdotal, obispos y autoridades civiles. En el epistolario de dirección espiritual o en otras referencias, pueden encontrarse nombres de dirigidos como San Juan de Dios, Diego Pérez de Valdivia, Luís de Granada, Antonio de Córdoba, Sancha Carrillo, Ana Ponce de León (condesa de Feria), Inés de Oces, etc... A todos les va señalando los caminos de la vida espiritual, sin rebajar las exigencias, como quien ha escuchado con respeto, ha reflexionado y acompaña con afecto sincero; invita siempre al conocimiento propio, a la confianza en el amor de Dios y a la entrega generosa.[162]

 

      La figura del Maestro Ávila es la de un contemplativo, que

bebe continuamente en las fuentes de la Palabra de Dios con actitud oración humilde y confiada. Cumplía lo que él mismo recomendaba a sus discípulos: "Sed amigos de la Palabra de Dios, leyéndola, hablándola, obrándola" (Carta 86, 193s). Sus biógrafos dicen que "vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida" (L. Muñoz, Vida, lib. 3, cap. 14) y que, pesar de sus muchas ocupaciones, "no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le dirigiese" (ibídem, lib. 1, cap. 8).

 

      Su vida apostólica era eminentemente eucarística. Era un enamorado de la Eucaristía: celebrada, adorada, vivida, predicada. Su mismo sello personal (como puede verse en las cartas) tiene grabada una custodia con el Santísimo expuesto. Fue el gran apóstol de la comunión frecuente y diaria. Tradujo en redacción poética castellana el "Pange lingua" y el "Sacris Solemnis". Se conservan veintisiete sermones dedicados directamente a la Eucaristía. No dejaba de predicar en la fiesta y octaba del Corpus Christi, especialmente desde que, en 1542, se le apareció el Señor, caído bajo el peso de la cruz, cuando el Maestro iba a retirarse la Cartuja; entonces oyó estas palabras: "Así me ponen los hombres".[163]

 

      Su vida espiritual era profundamente mariana. Los sermones dedicados directamente a María (Ser 60-72) se han llamado, a veces, "libro de la Virgen". Todos los otros sermones acostumbran a estar precedidos por la invocación a María, pidiendo la gracia particular del momento litúrgico. En las biografías se indica con detalle esta su preferencia espiritual. Durante su estancia en Granada, ayudó con sus sermones a la construcción de una iglesia en honor de la Santísima Virgen, acarreando él mismo algunas piedras. Recogen también una de sus oraciones marianas preferidas, que recitó en el momento de expirar: "Recordare, Virgo Mater, cum steteris ante Deum, ut loquaris pro nobis bona, et avertas indignationem suam a nobis"[164]. Algunas de sus expresiones son índice de su misma espiritualidad mariana: "Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción de María" (Ser 63, 544s); "cuando yo veo una imagen con su Niño en los brazos, pienso que he visto todas las cosas" (Ser 4, 553s).

 

      La caridad pastoral del Maestro se concretaba en todos los niveles ministeriales, pero se puede notar una permanente preferencia por los más pobres, enfermos y atribulados, niños y jóvenes, campesinos y trabajadores. Sus obras caritativas eran asistenciales y promocionales, especialmente proporcionando centros educativos y organizando cofradías, llamando a los ricos a compartir sus bienes con los necesitados y urgiendo a las autoridades a proporcionar trabajo y asistencia a los trabajadores. A partir de su propia experiencia, podía instar a llenar estos vacíos, como consta por los "Memoriales" para el concilio de Trento (cfr. Memorial I, n.43; Memorial II, n.55). Su acción catequética tenía en cuenta estos sectores marginados[165]. Las cartas dirigidas a los enfermos están llenas de unción y comprensión.[166]

 

      Todas estas líneas de su fisonomía (como profeta, liturgo y pastor) le llevaron, sin intentarlo directamente, a ser un gran reformador de la vida eclesial en todos sus niveles (catequesis, sacramentos, caridad) y estamentos (laicado, religiosos, sacerdotes y jerarquía en general). Sus escritos son una invitación continua a la reforma personal y comunitaria por una línea profundamente evangélica. Su invitación nace del amor a la Iglesia, aprendido en la meditación de la Palabra. Por esto le ilusiona pensar que es la misma Iglesia la que invita a la renovación[167]. Su mira principal esta la renovación de la vida sacerdotal (obispos y presbíteros) y de la vida consagrada. Pablo VI, en la homilía de la canonización, le calificó de "un precursor" de la "renovación eclesial".[168]

 

      El Maestro Ávila es un enamorado de Cristo Buen Pastor, contemplado en su Palabra, celebrado en la Eucaristía y sacramentos, anunciado por medio de la predicación y catequesis, vivido con sus exigencias evangélicas y comunicado para ser vivido según las bienaventuranzas y el mandato del amor. No es, pues, un tema el que le atrae, sino una persona, que es el Hijo de Dios hecho nuestro hermano. En Cristo Redentor, se nos ha revelado Dios como Dios Amor, para la salvación de todos y cada uno de los seres humanos.[169]

 

      En sus escritos y en su vida aparecen ampliamente todos los temas de la espiritualidad cristiana y sacerdotal. Sus ejemplos y enseñanzas son una guía para todos los creyentes (laicos, religiosos, sacerdotes). San Juan de Avila explicó y vivió estos temas (cap. I) y puede ser considerado con un Maestro eximio de espiritualidad cristiana y sacerdotal (cap. II-III). Su influjo en la posteridad, a nivel universal, aparece claro en santos y escritos espirituales hasta nuestros días (ver trabajo aparte: Influencia histórica permanente del Maestro San Juan de Avila).

 

      Pablo VI, en los discursos con ocasión de la canonización, delinea la figura de Juan de Ávila, especialmente como modelo de la santidad cristiana y sacerdotal. Indica su figura y sus escritos como "una escuela de intensa espiritualidad". El Papa propone especialmente: "la firmeza en la verdadera fe, el auténtico amor a la Iglesia, la santidad, la fidelidad al Concilio, la imitación de Cristo, tal como debe ser en los nuevos tiempos"[170]. Y resume la figura "profética" del Maestro con esta pincelada: "Una santidad de vida nada común, un celo apostólico sin límites, una fidelidad sin engaños a la Iglesia"[171].

 

      Juan Pablo IIinvita a seguir "el ejemplo de su vida, su santidad... ante los retos de la nueva evangelización"[172]. El Papa citó a San Juan de Avila en primera carta de Jueves Santo (1979), así como durante las visitas a España (Sevilla, 5 noviembre de 1982; Valencia, 8 de noviembre). En un discurso del 1 de diciembre de 2000, también en relación con el V centenario del nacimiento del Maestro, cita ampliamente sus enseñanzas e invita a seguir "el ejemplo, siempre actual, de san Juan de Ávila".[173]



    [1]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 3.

    [2]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 4-6.

    [3]Cfr. L. GRANADA, Vida, parte 2ª, cap. 6; L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 6.

    [4]Cfr. L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap. 22-26.

    [5]Ver: Obras completas del Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970-1971) 6 volúmenes; al inicio del volumen I se recogen, en elenco bibliográfico, todas las ediciones de los escritos en diversas lenguas, así como los estudios realizados.

    [6]Cfr. Obras completas, I, cap. VI e introducción al texto del "Audi Filia".

    [7]En la "Guía de pecadores" (Lisboa 1556), Fr. Luís publicó una parte del "Audi Filia" (todavía no editado por el Maestro). Era asiduo lector de las cartas del Maestro. De su aprecio por el "Audi Filia", dice: "El Audi Filia también podré yo decir que lo tengo en la cabeza por haberlo leído muchas veces; y, cuando lo leo, paréceme que veo vivo al Padre en aquellas letras muertas, mayormente acordándome cuántas veces platicó conmigo muchas de éstas" (Carta a Sr. Ana de la Cruz, condesa de Feria). Ver: B. VELADO GRAÑA, Dos cartas inéditas del V.P. Fr. Luís de Granada: Revista de Espiritualidad 7 (1948) 350-355.

    [8]Cfr. Obras completas, vol VI (introducción a los tratados de reforma).

    [9]Cfr. Obras completas, VI, introducción y pp. 229-349.

    [10]Cfr. Obras completas, III, 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [11]Cfr. Obras completas, III, 361ss (Pláticas espirituales, introducción y notas).

    [12]Cfr. Obras completas, V (introducción).

    [13]Ver: Obras completas, IV (comentarios bíblicos, introducción).

    [14]  Cfr. Obras completas, VI.

    [15]Ver Obras completas, VI (Tratados menores, introducción).

    [16]Cfr. Obras completas, III (introducción al Tratado sobre el sacerdocio).

    [17]Cfr. Escritos menores, en: Obras completas (Madrid, BAC, 1971) vol. VI, 482ss.

    [18]El texto del prólogo se encuentra en la Miscelánea breve de los escritos menores: Obras completas, vol. VI, 512-514.

    [19]La espiritualidad avilista ha sido estudiada con cierta amplitud, aunque quedan todavía muchos aspectos por profundizar. Estudios: C.M. ABAD, La espiritualidad del Bto. Ávila: Manresa 28 (1956) 455-478; M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997); F. CARRILO RUBIO, Espiritualidad del Beato Maestro Juan de Ávila: Semana Avilista 1 (1952) 93-105; J. ESQUERDA BIFET, Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad cristiana: Studia Missionalia 36 (1987) 83-107; Id., Jean d'Avila, en: Dictionnaire de Spiritualité Chrétienne, VIII, 1 partie, 270-283; Id., Giovanni d'Avila, en: Dizionario Enciclopedico di Spiritualità (Roma, Città Nuova, 1990) 1125-1128; A. GRANADO BELLIDO, San Juan de Ávila. Por qué quema el fuego (Madrid, Paulinas, 1991); I. MENÉNDEZ-REIGADA, El Beato Juan de Ávila, maestro de vida espiritual: Vida sobrentural 39 (1940-1941) 12-13, 102-109; 40, 27-36, 91-99; 41, 28-36; P. POURRAT, La spiritualité chrétienne (Paris 1944) t. 3, 159-163.

    [20]El tema de la Trinidad y la presencia divina por inhabitación: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997) cap. VI (espiritualidad trinitaria).

    [21]Estas son sus perspectivas fundamentales: J. ESQUERDA BIFET, Giovanni d'Avila, en: Dizionario Enciclopedico di Spiritualità (Roma, Città Nuova, 1990) 1125-1128.

    [22]Ver: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad, o.c., cap. IV (experiencia de amor) y V (la unión).

    [23]La venida del Espíritu Santo sana el corazón: "Venga el Espíritu Santo y quite este corazón cruel, duro, etc., y denle otro sano" (Ser 31, 266; cfr. Ez 11,19).

    [24]Esta afirmación está hecha en un contexto de queja contra los malos teólogos.

    [25]"Verdaderamente te ama y procura tu bien. Padre tuyo es y buen padre; y a todos ayuda, y hace bien a los que en él esperan" (Ser 9, 309ss).

    [26]Así es la actitud de la oración contemplativa, que se expresa "con un afecto sencillo, como niño ignorante" o con "una sosegada atención para aprender de su maestro" (AF cap. 75, 7656ss). Es una actitud como de "un niño o uno que oye órgano y gusta" (Plática 3ª, 167ss).

    [27]El Maestro describe la actitud de los primeros cristianos respecto a María, quienes, "movidos por el Espíritu Santo", constataban "el grande amor con que recibía a los que iban a ella, su gran misericordia, que a ninguno desechaba" (Ser 70, 674ss). Honrarla a ella equivale a honrar a Cristo, "porque toda la honra que a su Madre hicieren, la recibe Él como hecha a sí mesmo" (ibídem, 1206ss).

    [28]Se han hecho mucho estudios sobre la doctrina mariana en e Maestro Avila. Respecto a la espiritualidad mariana, recojo conenidos y abuntante bibliografía: La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; La doctrina mariológica del Maestro san Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114. Cfr. A. MOLINA, Presencia de María en el epistolario del Santo Maestro Juan de Ávila: Estudios Marianos 36 (1972), 281-304.

    [29]Acerca de los santos, el Maestro acentúa la imitación y la intercesión. Cfr. R. GARCÍA Y GARCÍA DE CASTRO, El Mtro. Juan de Ávila, santo y forjador de santos: Maestro Ávila 1 (1946) 223-238.

    [30]En la "Doctrina cristiana" (1554) se dedica una parte importante al "Credo". También se puede encontrar una síntesis de los contenidos de la fe en el "Dialogus inter confessarium et paenitentem" (n. 4ss). Cfr. M. NICOLAU, La virtud de la fe en las obras del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 239-242.

    [31]Es evidente la referencia a la explicación distinta de Lutero (cfr. Ser 33, 217ss; comenta la doctrina de San Pablo: Gal 2,16).

    [32]Los llamados motivos de credibilidad quedan expuestos en el "Audi Filia". El hombre debe creer a Dios si revela (cap. 38), aunque revele misterios ininteligibles (cap. 32), por la autoridad de Dios que no se engaña ni nos engaña (cap. 42).

    [33]La fe es "perla preciosa, sin la cual cuanto uno más tiene, más pobre está", y es la "disposición para dársenos el Espíritu Santo" (Carta 150, 89ss).

    [34]A sus dirigidos los alienta con esta actitud de esperanza, que se traduce en confianza en el amor de Dios y entrega en sus manos: "El segundo punto que debe mucho notar para alcanzar el camino del cielo, ha de ser tener una viva esperanza en Cristo nuestro Redemptor, aprovechándose de sus merecimientos en todas sus necesidades. Esto se llama en la divina Escriptura con muchos nombres, porque unas veces lo llama fe, otras esperanza, otras sentir de Dios en bondad, otras le llama confianza" (Carta 222, 125ss).

    [35]Los sermones son una continua llamada a la confianza en el amor de Dios: "Arrójate en Dios, que no es Dios infiel, que, arrojándote en El, no te ha de hurtar el cuerpo y dejarte caer; si comienzas en el esfuerzo de Dios, en él podrás acabar" (Ser 18, 636ss).

    [36]Hay cartas dedicadas totalmente al tema de la confianza, basada siempre en la misericordia de Dios manifestada por medio de Jesucristo crucificado, su Hijo (cfr. Cartas 44, 48, 54, 90, etc.). Las situaciones humanas dejan entrever siempre un destello de la Providencia, que invita a la confianza. Se invita a tener certeza moral del perdón (Carta 160, 51ss), gracias a los "merecimientos de Cristo" (Carta 89, 20ss). Se insiste en ello: "Debe procurar el alegría y confianza grande en los merecimientos de Jesucristo"(Carta 236, 436ss). Y este es "el modo como Él quiere que traten con Él los suyos" (Carta 93, 60ss).

    [37]El amor debe prevalecer sobre el temor: "¡Si Dios abriese nuestros ojos para que creyésemos que Dios es verdaderamente bueno, y que nos ama, y el bien que nos tiene aparejado! Aunque para el que no tiene conocimiento de esto es bueno el temor; mas para quien conoce el amor que nos tiene, mucho bien le es pensar en ello, para ser bueno, a quien tanto le ama" (Ser 79, 219ss).

    [38]Sobre la caridad en San Juan de Ávila: E.M. DÍAZ RAMÍREZ, Ya han florecido las granadas (Almagro, Ciudad Real, 1993), antología de textos; J.B. GOMIS, El amor puro en el Bto. Juan de Ávila y en Molinos: Verdad y Vida 8 (1950) 351-370; A. SEGOVIA, El amor de Dios en las cartas del P. Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 147-282. Ver los comentarios al Tratado del amor de Dios.

    [39]El amor enraíza en la voluntad y nos hace semejantes a Dios (cfr. Juan I, lec. 21ª, 6640ss).

    [40]Este gozo es "fruto del Espíritu Santo" (Carta 26, 206ss). Es gozo que expresa "lo más subido de la caridad que en esta vida es cuando nos gozamos de la mesma gloria que tiene Dios" (Carta 222, 425ss).

    [41]En el siglo XVI, era frecuente la tendencia hacia los sentimientos sujetivistas. El Maestro amonesta a las monjas de la Cruz, en Zafra: "No penséis que seguir la voluntad de Dios que es solamente rezar un poco o tener alguna poca de devoción o hacer alguna buena obra, que no es sino sufrir afrentas, hacer bien a quien nos hace mal, rogarle por quien nos persigue, y todo hacer contrario a nuestra voluntad; esto es obedecer a Dios" (Plática 16ª, 268ss).

    [42]En un sermón dedicado a San Francisco de Asís, dice: "Ésta es buena sabiduría de aquellos con que Dios está, que se guían por el consejo y parecer de Dios; y poco es el saber de los que por su cabeza y parecer se quieren guiar" (Ser 78, 300ss).

    [43]Comenta 1Jn 2,7-8, en relación con los textos de la última cena, y alude a la tradición según la cual el apóstol San Juan "lo que más predicaba y escribía era caridad; que cuando era viejo, llevábanlo a la iglesia en una silla, y cuando paraban en el camino predicábales: «¿Qué pensáis, hijuelos? Amaos unos a otros». Y esto muchas veces" (Juan I, lec.9ª, 2229ss).

    [44]El Maestro aplica la doctrina del mandamiento nuevo a situaciones difíciles. Se remite a la oración sacerdotal del Señor por la unidad: "Todos generalmente guardad la unidad el corazón, que Cristo oró al Padre... Amaos todos en Cristo, y seréis todos ricos; porque siendo los corazones uno, también lo sea la hacienda" (Carta 86, 162ss, 201s; a la villa de Utrera). Respecto a la caridad pastoral, ver: A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426.

    [45]  Ver: M. BRUNSÓ, El Beato Juan de Ávila, reformador y hombre de leyes y de cánones (Madrid, Comillas, 1954) (Tesis Doctoral).

    [46]El Maestro tiene sus grandes reparos sobre la pena de muerte, describiendo los males peores que de ella se siguen: "De manera que del delicto (del crimen) y del remedio de él (de la pena de muerte) se siguió igual pérdida" (Carta 11, dirigida a una autoridad civil). Propone buscar otras soluciones alternativas, puesto que "este remedio tan necesario ha de ser el postrero de los otros remedios" (ibídem, 280s). El Maestro se preocupaba de la justicia internacional, especialmente respecto a las guerras tan frecuentes en aquella época. Por esto, en el Memorial primero para el concilio de Trento, propone la creación de un tribunal internacional (cfr. Memorial I, n.63). Cfr. L. CASTÁN, Un proyecto español de Tribunal Internacional de Arbitraje obligatorio en el siglo XVI, formulado por el Mtro Ávila (Tarragona, Biblioteca Antonio Agustín, 1957).

    [47]El mismo gobernante se santificará ejerciendo bien su cargo a servicio del bien común: "El lugar de perfección que tenéis es para aprovechar a todos y para que tengáis un acuerdo del bien común con olvido del vuestro" (Carta 86, 131ss). Cfr. A. MARTÍN ARTAJO, El gobernante católico, a la luz de los escritos del Beato Maestro Juan de Ávila: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 251-269; C. MARTÍN, El gobierno de la ciudad, según el Beato Juan de Ávila: Revista de Estudios de la Vida Local 12 (1953) 333-349.

    [48]La humildad es nota característica del Maestro Ávila. En plan de confianza, se califica de "jumento perezoso" y de "poca salud" (Carta 154,1ss). No aceptó dignidades, soportaba las injurias, se dedicaba con preferencia a explicar el catecismo a los pequeños (cfr. L. Muñoz, Vida, lib.3º, cap.4). En la hora de su muerte pidió que le dijeran lo que se suele decir a los grandes pecadores.

    [49]Palabras con que inicia el documento titulado "De la oración". Las capítulos 70 y 75 del "Audi Filia" (unidos a la plática 3ª) son un verdadero tratado sobre la oración.

    [50]Estudios avilistas: F. BORRAZ GIRONA, De theologia orationis iuxta doctrinam Sancti Johannis de Avila (Roma, Unv. Santo Tomás, 1975; Burgos 1976) (Tesis Doctoral); E.Mª DÍAZ RAMÍREZ, Vino nuevo. Orar con San Juan de Ávila (Barcelona, Casals, 1984); J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; J.L. MORENO MARTÍNEZ, San Juan de Avila, Maestro de oración (Burgos, Montecarmelo, 2002); J. SANCHÍS, Doctrina del Bto. Juan de Ávila sobre la oración: Verdad y Vida 5 (1947) 5-64. Su apostolado se apoyaba en la oración: "Vivía de oración, en la que gastó la mayor parte de su vida" (L. MUÑOZ, Vida, lib. 3, cap. 14). A pesar de sus muchas ocupaciones, "no predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le dirigiese" (ibídem, lib. 1, cap. 8). Por esto decía que "cuando había de predicar, su principal cuidado era ir al púlpito templado" (ibídem).

    [51]En el "Audi Filia" (cfr. cap. 58-59 y 75), ofrece una síntesis de cómo hacer la meditación.

    [52]La meditación avilista une "la lección y la oración" (AF cap.59, 6067).

    [53]Se presenta a los santos como modelos de este seguimiento, especialmente a San Antonio Abad (cfr. Ser 12, 700ss), a San Francisco de Asís (cfr. Ser 78), a Santa María Magdalena (cfr. Ser 76) y a San Mateo (cfr. Ser 77). Ellos son los que se han decidido a vender todas las cosas por el Señor (cfr. Mt 19,21; Ser 12, 700ss; Ser 13, 319ss). Han seguido "las pisadas del Señor" (Ser 15, 326). La Santísima Virgen excede a todos los santos en este seguimiento de totalidad (cfr. Ser 67, 161ss). Ver también, en este mismo capítulo, el tema del amor a Dios en sentido de totalidad (cfr. Ser 30, 484ss; Ser 54, 556ss; Ser 77, todo).

    [54]El Maestro Ávila hizo un "prólogo" a esta perla de la espiritualidad cristiana y la tradujo al castellano (1536). La imitación de Cristo, dice el Maestro en el prólogo, se hace posible meditando la palabra de Dios y recibiendo la Eucaristía. Entonces el lector se encuentra ante Jesucristo como ante un "espejo". Cfr. J. TARRÉ, La traducción española de la «Imitación de Cristo»: Analecta Sacra Tarraconensia 15 (1942) 101-127.

    [55]La alegría de los santos, como es el caso de San Francisco, enraíza en la actitud de abnegación para seguir a Cristo con libertad de corazón. San Franciso de Asís dejó de lado el "Adán viejo" para ser "reengendrado por Espíritu Santo" (Ser 78,141ss).

    [56]Cfr. A. BERENGUERAS, La abnegación en los escritos del Bto. Juan de Ávila (Madrid 1959).

    [57]Describe los "tres brazos" de la cruz: "tormentos, desprecio y pobreza" (Carta 128, 26ss). Por esto, "la cruz es la muerte del parecer y voluntad propia" (Carta 161, 45ss). L. LERMA SANZ, Theologia crucis apud S. Johannem de Avila (Roma, Gregoriana, 1972) (Tesis doctoral); O. LÓPEZ MELÚS, Doctrina crucis Beati Magistri Joannis de Avila (Roma, Gregoriana, 1956) (Tesis Doctoral, ms. 2180).

    [58]La vida del Maestro Ávila está tocada por la cruz, simbolizada en la cruz grande de palo que presidía su habitación en Montilla. Persecuciones, tribulaciones, renuncia a ventajas temporales, todo lo iba afrontando a la luz de la pasión, meditada continuamente. Era la fuente de su serenidad y alegría. La meditación que más recomendaba el Maestro era la pasión del Señor.

    [59]Entrar en sintonía con el amor de Cristo en la cruz, tiene sentido de desposorio: "¿Qué le falta a esa cruz para ser una espiritual ballesta, pues así hiere los corazones?... ¡Tirado ha la ballesta y herido me ha el corazón! Agora sepa todo el mundo que tengo yo el corazón herido... ¿Qué has hecho, Amor dulcísimo?... Vine aquí para curarme, ¡y me has herido! Vine para que me enseñases a vivir, ¡y me haces loco! ¡Oh sapientísima locura: no me vea yo jamás sin ti" (Amor, n. 11, 435ss).

    [60]Si el Esposo llegó a "morir por puro amor" (AF cap. 78, 8068), como algo que "excede a todo el amor de las madres" (AF cap. 80, 8084s), la esposa es invitada a compartir la misma suerte.

    [61]El Maestro recalca que los mártires supieron superar la prueba del martirio, ayudados por la gracia, dispuestos a no perder la filiación divina participada y esperando poder ver a Dios: "Un bien por el cual se iban los siervos de Dios por esos campos y moraban en las cuevas, padecían soles y fríos, hambre y desnudez, un bien por el cual derraman los mártires su sangre" (Ser 18, 373ss).

    [62]Al explicar el significado de las tribulaciones, alude frecuentemente al caso de los mártires: "¿Por qué hemos de irnos a sentar a aquella mesa de perseguidos, deshonrados, santos, tratados y muertos a cuchillo, no habiendo nosotros padecido nada? ¡Qué vergüenza sería parecer predicadores delicados delante aquellos que con tantas persecuciones y derramamiento de sangre lo fueron!" (Carta 2, 204ss).

    [63]Cfr. A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426; J.M. MADRUGA, El perfil misionero de San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 851-864.

    [64]Estudios sobre la contemplación en la doctrina avilista: M. ANDRÉS, Historia de la mística de la edad de oro en España y América (Madrid, BAC, 1994) XI,4 (San Juan de Ávila y su escuela); F. BORRAZ GIRONA, De theologia orationis iuxta doctrinam Sancti Johannis de Avila (Roma, Unv. Santo Tomás, 1975; Burgos 1976) (Tesis Doctoral); J. CHERPRENET, Juan de Ávila, Místico: Maestro Ávila 2 (1948) 99-118; J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550; J.B. GOMIS, Estilos del pensar místico, el Bto. Juan de Ávila: Rev. de Espiritualidad 10 (1951) 443-450; B. JIMÉNEZ DUQUE, Dimensión mística de la vida sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 255-271; J.L. MORENO MARTÍNEZ, San Juan de Avila, Maestro de oración (Burgos, Montecarmelo, 2002); E.A. PEERS, Studies in the Spanish mystics (London 1951) vol. 2, pp. 121-148; R. ROUSSELOT, Les mystiques espagnols (Paris 1869) cap. 3 (Jean d'Avila).

    [65]Cfr. J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550,

    [66]En la Plática 3ª distingue entre "dejamiento" y "recogimiento", invitando a este último como línea evangélica auténtica de dejar el pecado y de entregarse al amor de Dios (Plática 3ª, 162ss).

    [67]El Maestro, en el "Audi Filia" aconseja tener "corazón recogido" (AF cap. 56, 5759s).

    [68]E.M. DÍAZ RAMÍREZ, La madre está tras la sarga. La experiencia de Dios en San Juan de Ávila (Almagro, Ciudad Real, 1995). Ver también: M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad (Madrid, BAC, 1997) cap. III (la experiencia de Dios).

    [69]Cfr. J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro Juan de Ávila: Anthologica Annua, 24-25 (1977-1978) 499-550 (notas comparativas con textos teresianos y sanjuanistas); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) pp. 332-325.

    [70]En el epistolario, el Maestro es algo severo para con las personas que buscaban directamente estos fenómenos, al estilo de los alumbrados: "No los procuréis hasta que Dios los dé, y ejercitaros en puro padecer a secas por Cristo", sobre todo teniendo en cuenta que muchos "andan tras la miel de las cosas divinas, y no tras la cruz que los ha de salvar" (Carta 184, 206ss).

    [71]M. ANDRÉS MARTÍN, San Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad, o.c., cap. VIII (etapas de la vida espiritual), cap. IX (el itinerario de la vida espiritual).

    [72]Aunque se puede hablar de "amor de principiantes, amor de aprovechantes y amor de perfectos" (Juan I, lec.7ª, 1701ss), habrá que tener en cuenta que "la caridad perfecta es cuando Dios le ha hecho misericordia que no ame otra cosa sino a Dios" (ibídem, 1724ss). Los grados de la caridad quedan descritos en la lección 7ª del comentario a la primera carta de San Juan.

    [73]Sobre este mismo tema escribe a su discípulo Don Diego de Guzmán, que posteriormente entraría en la Compañía (Carta 216, 11ss).

    [74]La penitencia material es sólo un medio para llegar a la penitencia moral: "Ha de ayunar el hombre en todo lo malo, los ojos, pensamientos, la voluntad" (Ser 7, 249ss; sobre el miércoles de ceniza).

    [75]Ver también algunos fragmentos similares, con algunas orientaciones prácticas, en las cartas dirigidas a Don Pedro Guerrero (nn. 177-181, 243-244, 248) y a Don Cristóbal de Rojas (nn. 215 y 182).

    [76]Entre los libros espirituales, recomienda: "De mystica theologia" del Pseudo-Dionisio Areopagita; la vida de San Antonio Abad; las "Confesiones" de San Agustín; "Morales" (San Gregorio Magno); el comentario a los Cantares, de San Bernardo; las "Colaciones" de Casiano; la "Imitación de Cristo" (Kempis); los "Cartujanos" (L. de Sajonia); "Passio duorum" de F. Tenorio y L. de Escobar (Valladolid 1526); "Abecedarios" de F. de Osuna (especialmente el tercero, Toledo 1527); "Via Spiritus" de Bernabé de Palma (Sevilla 1532).

    [77]Ver algunos estudios sobre la dirección espiritual avilista: C.M. ABAD, La dirección espiritual en los escritos y en la vida del Bto. Juan de Ávila: Manresa 18 (1946) 43-74; J. ESQUERDA BIFET, Juan de Ávila, Maestro de espiritualidad cristiana: Studia Missionalia 36 (1987) 83-107; B. GUTIÉRREZ, El director espiritual según el Maestro Juan de Ávila (Roma, Gregoriana, 1956) (Tesis Doctoral, ms. 2270); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Padre Ávila, Director Espiritual: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 57-71; J. OROZ RETA, San Juan de Ávila Padre de almas: Rev. Agustiniana 36 (1995) 89-115; V.M. SÁNCHEZ RUIZ, Una hija espiritual del Mtro Ávila, doña María de Mendoza, fundadora del colegio complutense de la Compañía de Jesús: Manresa 19 (1947) 354-363.

    [78]El buen director espiritual debe concretar los grandes principios en consejos prácticos ("receptas"), según la tradición de la Iglesia: frecuencia de sacramentos, lectura espiritual, meditación-contemplación, obras de caridad, estudio, etc.

    [79]Ver: L. MUÑOZ, Vida, lib. 1º, cap.18 y 23-27.

    [80]En otros casos, como en el de la falsa visionaria Magdalena de la Cruz (del convento de Santa Isabel de Córdoba), se mostró muy reacio (no quiso visitarla ni aprobar lo que algunas personalidades habían aprobado).

    [81]La relación de María con la Iglesia tiene sentido de figura y de maternidad: "Miró en esto el Señor al mayor provecho de su sacratísima Madre; miró al provecho de la Iglesia que entonces había y también a los que después habíamos de nacer en ella hasta que el mundo se acabe" (Ser 70, 483ss).

    [82]Algunos sermones son una síntesis de la vida consagrada (o religiosa) propiamente dicha, especialmente los que pronunció en monasterios de monjas. Muchas cartas de dirección espiritual, así como las pláticas dirigidas a los padres y novicios jesuitas de Montilla, presentan los mismo contenidos. Cfr. T. ECHEVARRÍA, Ideas y enseñanzas del Bto. Juan de Ávila acerca de la vida religiosa: Vida Religiosa 3 (1946) 153-158, 219-225, 354-360.

    [83]Se entra en la vida consagrada "a tratar amores con vuestro esposo Jesucristo" (Plática 15ª, 89s, a las monjas de Santa Clara de Montilla). La plática 16ª, dedicada a las monjas del monasterio de la Cruz en Zafra, explica los mismos contenidos.

    [84]Hay que recordar los alientos que el Maestro dio a Santa Teresa respecto a su acción externa por medio de los viajes: "Sea en buena hora la venida a estas tierras, pues confío de nuestro Señor que ha de ser para que Él reciba mayor servicio de esa peregrinación que del encerramiento en la celda; que, cierto, señora, la necesidad que en las ánimas hay es tanta, que hace a los que un poco de conocimiento tienen del valor de ellas, apartarse de los abrazos continuos del Señor por ganarle ánimas donde repose, pues tanto trabajó por ellas" (Carta 185, 3ss).

    [85]Pero no deja de alentar al aprecio de la vida consagrada, teniendo en cuenta el ejemplo del Señor, quien "fue tan amador de pobreza, que ya no hay cristiano, si es verdadero cristiano, que no tenga en más ser pobre que rico. Y ansí, después de su venida en tanta pobreza, muchos y muchas dejaron sus haciendas por hacerse pobres, teniendo en más ser pobre por Cristo que rico en le mundo" (Ser 3, 211ss).

    [86]La práctica (el voto) de la virginidad da sentido de amor esponsal a los otros votos (ver toda la carta 224).

    [87]El tema de la pobreza lo explica el Maestro especialmente para los sacerdotes. Es la pobreza del Buen Pastor, que es la clave de la eficacia apostólica (cfr. Ser 81,100ss; Carta 182, 100ss).

    [88]Cristo nos redimió por medio de su obediencia a la voluntad del Padre: "Cristo, obediente fue a su Padre en vida y en muerte; y también obedeció a su santísima Madre, y al santo Josef, como cuenta San Lucas. Y no piense nadie de poder agradar sin obediencia al que tan amigo fue de ella, que, por no la perder, perdió la vida en la cruz" (AF cap. 101, 10625ss; cfr. Lc 2,51).

    [89]M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948). Ver otros estudios, según los temas más concretos, en el capítulo VI.

    [90]Ver el conjunto de documentos avilistas sacerdotales, en: Juan de Ávila, Escritos sacerdotales (Madrid, BAC, 1969). Algunos estudios ofrecen las bases de su teología sacerdotal (además de los que citamos en apartados siguientes sobre su pastoral y espiritualidad): F.J. DIAZ LORITE, San Juan de Avila y Pastores dabo vobis, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 765-788; J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68; Id., Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969); Id., Razón de ser del sacerdocio ministerial. Estudio histórico doctrinal sobre Juan de Ávila en relación a la problemática actual: Teología del Sacerdocio 2 (1970) 121-163; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981). Ver otros estudios en notas siguientes.

    [91]Es la doctrina de Santo Tomás: III, q.22, a.4.

    [92]F. CARRILLO, El Misterio de Cristo en el Beato Juan de Ávila (Málaga 1946); J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68.

    [93]J.A. De ALDAMA, El Bto. Juan de Ávila, precursor de Santa Margarita María de Alacoque en la devoción al Sagrado Corazón de Jesús: Maestro Ávila 1 (1946) 255-268; M. BRUNSO, El Beato Juan de Ávila y la encíclica «Haurietis aquas»: Resurrexit 21 (1961) 309-311; J. ESQUERDA BIFET, El Bto. Juan de Ávila, jalón imprescindible en la historia de la devoción al Corazón de Jesús: Surge 20 (1962) 227-233.

    [94]T. HERRERO, Pastoral Bíblica del Maestro Juan de Ávila (Granada 1961).

    [95]Son muchos los estudios sobre la mariología avilista. Recogo los contenidos y referencias bibliográficas, en: La doctrina mariológica del Maestro san Juan de Avila: Marianum 62 (2001) 91-114.

    [96]Indico sólo algunos estudios sobre su eclesiología: J. DEL RÍO MARTÍN, Santidad y pecado en la Iglesia. Hacia una Eclesiología de San Juan de Ávila (Córdoba 1986); Idem, La Iglesia, misterio de amor de Dios a los hombres, según San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 581-597; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Dimensión eclesial del sacerdote: Semana Avilista (Madrid 1969) 69-91; M. MARTÍN DE NICOLÁS, Imágenes de la Iglesia en San Juan de Ávila: Miscelánea Comillas 45 (1987) 27-68; Idem, La eclesiología de San Juan de Ávila (Madrid, 1987); A. PLÁCIDO GUTIÉRREZ, La actuación de María en la Iglesia de Cristo, según San Juan de Ávila (Pamplona, Univ. de Navarra, 1984) (Tesis Doctoral); J.I. TELLECHEA IDIGORAS, San Juan de Avila y la reforma de la Iglesia, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional,o.c., pp. 47-75.

    [97]Trento trató el tema del sacerdocio ministerial en la ses.XXIII (5 de julio de 1563). La doctrina sacerdotal de la época es abundante, acentuando la exigencia de santidad. Entre otros autores, cabe resaltar: Bartolomé de los Mártires, Stimulus Pastorum (1564) (prologado por Fr. Luís de Granada y con gran trasfondo avilista). El tratado de Antonio de Molina, Instrucción de sacerdotes, es posterior (Burgos 1612), y recoge con profusión los textos y la doctrina avilista. La influencia de la doctrina avilista sacerdotal se puede constatar en el tomo 3º de Luís de la Puente, De la perfeccón del cristiano en todos sus estados (Pamplona 1616).

    [98]Algunos estudios avilistas sobre el sacerdocio ministerial: J. DELICADO BAEZA, Dispensador de los misterios de Dios: Semana Avilista (Madrid 1969) 149-167; J. ESQUERDA BIFET, Jesucristo Sacerdote y el sacerdote ministro en la vida y doctrina del Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 45-68; Id., Razón de ser del sacerdocio ministerial. Estudio histórico doctrinal sobre Juan de Ávila en relación a la problemática actual: Teología del Sacerdocio 2 (1970) 121-163; Id,Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969);  J.J. GALLEGO, Sacerdocio y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila (Córdoba 1998); A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; J.J. GALLEGO, Sacerdocio y oficio sacerdotal en San Juan de Ávila (Córdoba 1998); M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26. Ver notas siguientes.

    [99]La doctrina avilista en relación con la problemática sacerdotal de su época: R. GARCÍA VILLOSLADA, Problemas sacerdotales en los días del Bto. Ávila (Madrid, Semana Avilista, 1969) 11-29; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; J. MARTÍN ABAD, Imagen normativa del sacerdote en el siglo XVI (1500-1563) (Valencia 1975) (Tesis Doctoral); F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981).

    [100]Además de esta carta 177, ver también las cartas 178-181, 243-244, 248. Esta acción pastoral del obispo reclama su residencia en la diócesis (Ser 81, 147). Como dato curioso y concreto, puede verse una carta (del año 1557), dirigida al P. Cañas S.I., sobre el obispo de Córdoba (Don Leopoldo de Austria), que estaba enfermo y totalmente impedido para residir en la diócesis: "Dejar este obispado sin su presencia toda su vida, no es lícito, pues su necesidad es extrema, y el peligro de vida que él alega tener aquí, no le excusa en caso de tal necesidad, pues es obligado a poner la vida por las ovejas; y aunque ad tempus las pudiese dejar, por toda su vida no" (Carta 196, 29ss).

    [101]Además de los estudios avilistas citados anteriormente, ver: A.P. AMANDIO, O "munus sanctificandi" dos sacerdotes, segundo a doutrina de sao Joao de Avila (Roma, PUG, 1995 (Tesis Doctoral); T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. DELICADO BAEZA, Dispensador de los misterios de Dios: Semana Avilista (Madrid 1969) 149-167; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Dimensión eclesial del sacerdote: Semana Avilista (Madrid 1969) 69-91; A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44.

    [102]Además de los estudios ya citados, ver: A. DUVAL, Quelques idées du bienheureux Jean d'Avila sur le ministère pastoral et la formation du clergé: Supl. Vie Spirituelle n.6 (août 1948) 121-153; T. HERRERO, Pastoral Bíblica del Maestro Juan de Ávila (Granada 1961).

    [103]El Maestro se remite a Trento (ses. V, cap.2 y sess. XXIV, cap.4).

    [104]Cfr. R.M. HORNEDO, El estilo coloquial del Beato Ávila: Razón y Fe n.868 (1970) 513-524; A. HUERGA, El ministerio de la palabra en el B. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 93-147; L. MORALES OLIVER, El Beato Maestro Juan de Ávila y el estilo de la predicación cristiana: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 19-27; J.A. MUNITIZ, La oratoria del Bto. Ávila y los clásicos: Humanidades n.21 (1928); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [105]Para corregir estos eventuales defectos, existentes incluso en los obispos, el Maestro aconseja que éstos tengan "un hombre docto en teología... con quien comuniquen lo que han de predicar; principalmente que basta en los obispos, para el pueblo, una doctrina llana, que ésta es la que aprovecha más, y en su boca de ellos serán piedras preciosas... Éste es su oficio precipuo y éste quiere el concilio hagan por sí mismos" (Advertencias I, 488ss).

    [106]Así lo testifica Fr. Luís de Granada: Vida, parte 1ª, cap.2.

    [107]Afirmación que se encuentra en el proceso de Montilla.

    [108]M. BRUNSÓ, El espíritu litúrgico del P. Mtro. Juan de Ávila: Semana Avilista (Madrid 1969) 169-197. Ver referencias; J. ESQUERDA BIFET, El año litúrgico en los sermones de san Juan de Avila, en: AA.VV., Fovenda sacra liturgia. Miscelánea en honor del Dr. Pere Tarrés (Barcelona, Centre de Pastoral Litúrgica, 2000) 427-442.

    [109]Ver otros pasajes en que aparecen ideas semejantes: Ser 36, 1960ss; Ser 37, 273; Ser 38, 410; Ser 50, 130ss; Ser 56, 234ss; Ser 64. 135ss. Ver la espiritualidad mariana sacerdotal, más adelante.

    [110]L. AGUIRRE, El Bto. Juan de Ávila, paladín de la Eucaristía: Verdad y Vida 2 (1944) 422-436; M. BRUNSÓ, El Padre Ávila y la Eucaristía: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 29-56; J.M. CARDA, Los efectos de la Eucaristía en los escritos del Bto. Ávila: Rev. Española de Teología 18 (1958) 261-281; A. HUERGA, El Beato Ávila y el Maestro Valtanás: dos criterios distintos en la cuestión disputada de la comunión frecuente: La Ciencia Tomista 84 (1957) 425-457; F. IRIARTE, Evolución y fuentes principales de la espiritualidad eucarística del Apóstol de Andalucía: Rev. de Espiritualidad 17 (1958) 33-55; T. PIZARRO, La eucaristía pan de vida eterna. Orientaciones de espiritualidad del Santo Maestro Juan de Ávila (Cáceres 1986).

    [111]El tratadito titulado "Dialogus inter confessarium et paenitentem" es una orientación sobre toda la moral y perfección cristiana.

    [112]Cfr. C.M. ABAD, La dirección espiritual en los escritos y en la vida del Bto. Juan de Ávila: Manresa 18 (1946) 43-74; B. GUTIÉRREZ, El director espiritual según el Maestro Juan de Ávila (Roma, Gregoriana, 1956) (Tesis Doctoral, ms. 2270); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Padre Ávila, Director Espiritual: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 57-71; F. MARTIN HERNANDEZ, San Juan de Avila, guía espiritual a través de sus cartas, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 711-728; J. OROZ RETA, San Juan de Ávila Padre de almas: Rev. Agustiniana 36 (1995) 89-115; V.M. SÁNCHEZ RUIZ, Una hija espiritual del Mtro Ávila, doña María de Mendoza, fundadora del colegio complutense de la Compañía de Jesús: Manresa 19 (1947) 354-363.

    [113]J. JANINI, Los confesores especiales para niños, según el Bto. Juan de Ávila: Surge 5 (1947) 257-262.

    [114]Se queja de la poca preparación de los directores: "¡Oh, cuánto mal ha hecho a sí y a otros, gente sin letras, que ha tomado entre manos negocio de la vida espiritual, haciéndose jueces de ella, siguiendo solamente su ignorante parecer!" (AF cap.74, 7616ss). Ver estudios sobre la dirección espiritual según San Juan de Avila, en al apartado anterior.

    [115]La carta es un resumen magistral del tema. Primero hay que pedir a Dios "el espíritu de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar" (Carta 1, 67s). La tarea de dirigir a otros es un "cuidadoso y fuerte amor que El (Dios) pone en un hijo suyo con otros hombres" (ibídem, 79s). Ha de ceñirse a la vida espiritual, sin favoritismo ni intromisiones (ibídem, 227ss). Ofrecerá las pautas seguidas en la tradición eclesial.

    [116]Sobre la espiritualidad sacerdotal en los escritos avilistas (además de los estudios citados anteriormente), ver: T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. ESQUERDA BIFET, Mensaje sacerdotal de Juan de Ávila: Surge 19 (1961) 53-58, 196-201, 397-402; 20 (1962) 53-58; 21 (1963) 53-59, 179-201; Id., Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969); A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426; J.M. GARCÍA LAHIGUERA, La santidad sacerdotal a través del Beato P. Juan de Ávila (Madrid, 1952); A. GARCÍA SUÁREZ, Ascética sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 221-254; A. GRANADO BELLIDO, La espiritualidad sacerdotal en los escritos de San Juan de Ávila (Sevilla 1983) (Miscelánea-Homenaje al card. J.Mª Bueno Montreal) 211-283; B. JIMÉNEZ DUQUE, Dimensión mística de la vida sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 255-271; M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26; L. MARCOS FERNÁNDEZ-BOBADILLA, La santidad sacerdotal sgún la doctrina del beato Juan de Ávila (Roma, Gregoriana, 1937) (Tesis Doctoral); Idem, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); J. MARTÍN ABAD, Imagen normativa del sacerdote en el siglo XVI (1500-1563) (Valencia 1975) (Tesis Doctoral); A. MUÑOZ ALONSO, Carisma y ministerio sacerdotal: Semana Avilista (Madrid 1969) 31-44; J. Del RÍO MARTÍN, Espiritualidad sacerdotal en los escritos de San Juan de Ávila, en: Espiritualidad del presbítero diocesano secular (Madrid 1987) 535-582; B. SANTOS, Sacerdote perfecto y ejemplar: Maestro Ávila 2 (1948) 5-10. En el contexto de la historia de la espiritualidad sacerdotal: Historia de la espiritualidad sacerdotal: Teología del Sacerdocio 19 (Burgos, Fac. Teológica 1985) pp. 137-144 (San Juan de Ávila).

    [117]La renovación de la vida sacerdotal, según San Juan de Avila, tiene como punto de referencia el estilo de vida de los Apóstoles. Cfr. J. ESQUERDA BIFET, El Maestro Avila y la renovación sacerdotal, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 691-709.

    [118]El tema de la caridad pastoral equivale, en términos avilistas, al celo apostólico del sacerdote; el tema queda englobado en la santidad sacerdotal. Ver estudios citados anteriormente, al inicio de este apartado. A. De La FUENTE, El sacerdote y mis hermanos: el Bto. Ávila, modelo de caridad sacerdotal: Maestro Ávila 1 (1946) 413-426; J.M. MADRUGA, El perfil misionero de San Juan de Avila, en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002), pp. 851-864.

    [119]L. Muñoz, Vida, Lib.3º, cap.4.

    [120]En las "Advertencias" para el sínodo de Toledo, el Maestro señala aplicaciones concretas a partir de las disposiciones de Trento (cfr. Advertencias I, nn. 1-2, 8, 13; Advertencias II, n.10). En las Pláticas 6ª y 8ª, así como en la carta n.177, insiste sobre el mismo tema de la pobreza de prelados y clérigos, también para poner en práctica las decisiones tridentinas.

    [121]Manifiesta su discrepancia respecto a la opinión contraria de Fr. Domingo de Soto. No tiene reparo en aconsejar el desprendimiento total de las rentas, en vistas a dedicarse a los campos de caridad; así lo hace con un joven que le pidió consejo para ser sacerdote, buscando al mismo tiempo unas rentas que le habían ofrecido: "Estáis muy bien donde estáis sin blanca de renta, mucho mejor que en Roma con cuanto tiene el que os convida con ella. Sabed conocer la dignidad de los enfermos a quien servís" (Carta 7, 73ss).

    [122]En un sermón de Navidad, afirma también: "¡Oh padres sacerdotes!... ¡Cuán grande ha de ser nuestra santidad y pureza para tratar a Jesucristo, que quiere ser tratado de brazos y corazones limpios, y por eso se puso en los brazos de la Virgen, y Josef fue también virgen limpísimo, para dar a entender que quiere ser tratado de vírgenes" (Ser 4, 332ss).

    [123]El "corazón indiviso", a que aludía San Pablo (cfr. 1Cor 7,32-34; PO 16), se traduce en disponibilidad misionera incondicional, puesto que se trata de "cumplir con tan altos oficios, que piden al hombre todo entero y no dividido" (Memorial II, n.91, 3504ss).

    [124]No hay que olvidar que el Maestro describe el matrimonio como camino de santidad (cfr. cap.III, n.3, g; cap.V, n.4). Las expresiones avilistas no son una infravaloración del matrimonio, sino una acentuación del sentido esponsal del celibato. Esta explicación se entiende mejor al relacionar el celibato sacerdotal con la virginidad de María; el Señor quiso ser concebido de la Virgen, por obra del Espíritu Santo, "para dar a entender que cuerpo tan cercano a la limpieza de espíritu, por cuerpo cuanto fuere posible semejable al espiritual ha de ser tratado y recibido" (Tratado sobre el sacerdocio, n.15, 627ss).

    [125]El Maestro alude a ciertas rentas cuantiosas, en aquella época, y concluye: "Razón es no se cansen, pues llevan buena renta" (Advertencias I, n.18). Pone como modelo a los párrocos, que "no se quejan de tener sermones todas las fiestas, con tener menos rentas" (ibídem).

    [126]En la carta n.148, dirigida a unos canónigos (parece ser del cabildo de Córdoba), les señala visitar a los enfermos y asistir a los moribundos. Si ponen los medios de oración y de estudio, además del culto eucarístico, "crecerá en ellos el bien comenzado" (Carta 148, 140ss). La fraternidad conseguida es "misericordia grande de Dios", puesto que "los quiere dar Dios perdón y tomarlos por hijos" (ibídem, 5ss).

    [127]"Estos medios no parecen convenientes para el predicador cristiano" (Memorial II, n.70, 2839ss). "Sería mejor que el tal cabildo se enviase a informar a las universidades y a otras partes donde las tales personas han predicado, y llámese aquel de cuya vida, letras y predicación mejor información se hallase" (ibídem, 2854ss).

    [128]El mismo Maestro cedió en 1540 el beneficio de Santaella (Córdoba) para obras educativas.

    [129]F. SÁNCHEZ BELLA, La reforma del clero en San Juan de Ávila (Madrid, Rialp, 1981). Algunos datos sobre situación del clero y necesidad de reforma: J.L. CASTÁN, La reforma del clero en los sínodos valencianos del siglo XVI (1548-1607): Anales Valentinos 25 (1998) 146-170.

    [130]El biógrafo Muñoz resume la finalidad de los colegios avilistas (especialmente eclesiásticos): "Fue su intento no sólo que se criasen hombres de letras, sino también de virtud; pues las escuelas eran sólo para formar eclesiásticos, curas de almas y clérigos ejemplares. Así hizo que las Constituciones mirasen a este fin, y que los mozos comenzasen a industriarse en costumbres eclesiásticas, pues se criaban para ministros de Dios, para enseñar su palabra y predicar al pueblo el camino de la virtud, y que habían de tener desde sus tiernos años embebido en sus entrañas el espíritu evangélico, porque mal puede uno ser maestro en el arte que nunca fue discípulo" (L. MUÑOZ, Vida, lib.1º, cap.20).

    [131]El Maestro instituyó tres Colegios Mayores universitarios (Baeza, Jerez, Córdoba) y tres convictos para clérigos (Granada, Córdoba y Évora). El P. Granada habla de convictos o colegios para "clérigos recogidos". El Colegio universitario de Baeza es de 1538; los clérigos formados en Baeza, según Luis Muñoz (biógrafo de Juan de Ávila), tenían fama de buena formación "en toda España".

    [132]A. DUVAL, Quelques idées du bienheureux Jean d'Avila sur le ministère pastoral et la formation du clergé: Supl. Vie Espirituelle n.6 (août 1948) 121-153; J. ESQUERDA BIFET, Criterios de selección y formación clerical en el Bto. Maestro Juan de Ávila: Seminarios 7 (1961) 25-45; A. De La FUENTE, El Beato Maestro Ávila y los seminarios tridentinos: Maestro Ávila 1 (1946) 153-171; T. HERRERO, El Beato Maestro Juan de Ávila y la formación bíblica del sacerdote católico: Archivo Teológico Granadino 18 (1955) 133-163; F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Los seminarios españoles. Historia y pedagogía (1563-1700) (Salamanca 1964).

    [133]  M. LARRÁYOZ, La vocación al sacerdocio según la doctrina del Bto. Juan de Ávila: Maestro Ávila 1 (1946) 239-254; 2 (1948) 11-26.

    [134]Al describir la vocación cristiana a la santidad, emergen elementos básicos y comunes: "¿Sabéis, hermana, para qué os llama Dios? ¿Sabéis cuál es el fin del camino que habéis comenzado? ¿Sabéis cuál es la joya de vuestra pelea y la corona de vuestra victoria? Dios mismo es" (Carta 94, 26ss).

    [135]El mismo Maestro muestra grande equilibrio en el proceso de discernimiento, como aparece en la correspondencia epistolar. En las cartas 7 y 8 puede observarse una respuesta muy distinta cuando le consultan sobre la vocación. En un caso, desaconseja seguir la vocación sacerdotal, por falta de intención recta. En el otro caso, alienta a seguir la vocación, en la que es posible perseverar si se ponen los medios adecuados.

    [136]"Son obligados a dar a sus ovejas pastores que las sepan apacentar" (Memorial II, n.71, 2915s). "Y adviértase que para haber personas cuales conviene, así de obispos como de los que les han de ayudar, se ha de tomar el agua de lejos, y se han de criar desde principio con tal educación, que se pueda esperar que habrá otros eclesiásticos que los que en tiempos pasados ha habido" (Memorial II, n.43, 1883ss; cfr. Ser 81, 122ss).

    [137]"Pues sea ésta la conclusión: que se dé orden y manera para educarlos que sean tales; y que es menester tomar el negocio de más atrás, y tener por cosa muy cierta que, si quiere la Iglesia tener buenos ministros, que conviene hacellos; y, si quiere tener gozo de buenos médicos de las almas, ha de tener a su cargo de criar tales y tomar el trabajo de ello; y, si no, no alcanzará lo que desea" (Memorial I, n.9, 212ss).

    [138]Cfr. Concilio IV de Toledo, can.24; Mansi, 10,626.

    [139]Además del estudio de la Escritura, recomienda la lectura de los Santos Padres y de otros autores cualificados, quienes son un don de Dios a la Iglesia "para que nos declarasen la Escriptura con el mismo espíritu que fue escripta" (Carta 9, 35ss). Son "altos ingenios ejercitados en la divina Escritura, llenos de luz celestial para la entender, como gente puesta por Dios para que enseñasen su Iglesia" (Memorial II, n.20, 838ss). Los más citados por él son: San Agustín (unas 242 veces) y San Ambrosio (unas 77 veces). Cuando se trata de lecturas y estudio, recomienda a sus discípulos especialmente a "Jerónimo y Crisóstomo" (Carta 225, 18). Cita a San Bernardo unas 91 veces (especialmente el comentario a los Cantares), a San Buenaventura unas 11 veces) y Santo Tomás de Aquino unas 74 veces). Por los escritos avilistas y referencias epistolares, se puede constatar la existencia de algunos libros patrísticos en la biblioteca del Maestro: "De mystica theologia" del Pseudo-Dionisio Areopagita, la vida de San Antonio Abad, las "Confesiones" de San Agustín, las "Morales" y otros escritos de San Gregorio Magno, las "Colaciones" de Casiano.El Maestro cita frecuentemente el concilio tridentino (unas dos cientas veces).Cfr. Obras completas, I, 213-214; J. ESQUERDA BIFET, Doctrina teológica del Bto. Maestro Ávila, en tiempo de postconcilio: Miscelánea Comillas 47-48 (1967) 101-104.

    [140]En el decreto conciliar influyeron también otras experiencias anteriores a Trento, además de los colegios y de las propuestas avilistas. Hay que recordar el Colegio Capránica de Roma (1456), el Colegio sacerdotal de Dillingen (1549), el Colegio Romano (1551) y Germánico de Roma (1553) (ambos fundados por San Ignacio), la decisión del concilio nacional de Londres (1555-1556) (presentada en Trento por el Cardenal Pole). En España, existía ya una tradición anterior: Lérida (1371, Colegio de la Asunta), Sigüenza (1476), Toledo (1485), Granada (1492), Sevilla (1505), Alcalá (1508)... Ver: L. CASTÁN, El origen del capítulo «Tametsi» del Concilio de Trento contra los matrimonios clandestinos: Rev. Española de Derecho Canónico 14 (1959) 613-666; A. De La FUENTE, El Beato Maestro Ávila y los seminarios tridentinos: Maestro Ávila 1 (1946) 153-171; H. JEDIN, Juan de Avila als Kirchenreformer: Zeitschrift für Aszese und Mystik 11 (1936) 124-138; J.I. TELLECHEA, El obispo ideal en el siglo de la reforma, Instituto Español de estudios eclesiásticos, Roma 1963; A. TORRES, El Bto. Juan de Ávila, reformador: Manresa 17 (1945) 1193-201; VALENTÍN DE S. JOSÉ, El Bto. Juan de Ávila y el Concilio de Trento: Rev. de Espiritualidad 5 (1946) 222-237; Idem, El Bto. Juan de Ávila y el concilio de Trento. El Apóstol forjador de apóstoles: Rev. de Espiritualidad 5 (1943) 12-15. Ver también: (S.C. pro Causis Sanctorum), Positio super canonizatione aequipolenti (Romae 1970) 414-423 (la voz de Ávila en Trento).

    [141]En los números sucesivos va detallando: economía, edad para la admisión, selección según conducta moral, pastoral vocacional por la diócesis, estudios, cualidades de los profesores y formadores, etc. (ibídem, nn. 17-43). Para la aplicación del concilio, cabe también recordar, además del Maestro Ávila, a San Pío V, San Carlos Borromeo (que fundó seis Seminarios en Italia), San Gregorio Barbarigo, San Juan de Ribera, Santo Toribio de Mogrovejo...

    [142]Algunas cartas significativas: n.5 (al Maestro García Arias, sobre el estudio), n.8 (horario de vida espiritual para un sacerdote), n.148 (vida comunitaria para un grupo de canónigos), n.225 (un plan de estudio para un discípulo), n.236 (plan de vida espiritual para un discípulo). También son prácticos algunos fragmentos de las cartas dirigidas a Don Pedro Guerrero (nn. 177-181, 243-244, 248) y a Don Cristóbal de Rojas (nn. 215 y 182).

    [143]Además de los estudios avilistas citados en la nota 39, ver: T. CARDENAL FERNÁNDEZ, El ministerio sacerdotal, exigencia de perfección: Semana Avilista (Madrid 1969) 199-220; J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila: Anthologica Annua 17 (1969); Id., Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114; A. GONZÁLEZ MENÉNDEZ-REIGADA, El Padre Ávila, sacerdote de cuerpo entero: Semana Avilista 2 (1969) 137-150; B. JIMÉNEZ DUQUE, San Juan de Ávila y la crisis sacerdotal: Teología Espiritual 14 (1970) 397-414; L. MARCOS, El Bto. Juan de Ávila, Maestro de santidad sacerdotal (Vitoria 1948); I. ROMERO, Fuego de cruzado. Estampas de sacerdocio del Maestro Juan de ÁVila: Semblanzas sacerdotales (Vitoria 1947).

    [144]J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad sacerdotal mariana en Juan de Ávila: Estudios Marianos 35 (1970) 85-114.

    [145]J. ESQUERDA BIFET, Escuela sacerdotal española del s. XV: Juan de Ávila (Roma, Instituto Español de Historia Eclesiástica, 1969); B. JIMÉNEZ DUQUE, El Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1988) cap.VII (la escuela sacerdotal); L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Obras completas I, cap. V; Idem, En torno al Mtro. Ávila y su escuela sacerdotal: Surge 8 (1950) 195-199; Idem, La escuela sacerdotal del Beato Maestro Padre Ávila: Semana Nacional Avilista (Madrid 1952) 183-197.

    [146]Carta del P. Nadal a San Ignacio, 15 de marzo de 1554. "Otros muchos fueron los que en aquel tiempo, de la escuela del padre Maestro Ávila pasaron a la de San Ignacio, donde vivieron con notable ejemplo de humildad y modestia, y desprecio de las cosas de la tierra, procurando parecerse a su santo Maestro" (L. Muñoz, Vida, cap.11).

    [147]L. Granada, Vida, 3ª parte, cap.4, p.2.

    [148]J. De SANTIVÁÑEZ, Historia de la provincia de Andalucía de la Compañía de Jesús (Manuscrito, Granada, Biblioteca Universitaria) part 1ª, lib. 1, cap. 36.

    [149]Baste recordar algunos maestros espirituales y santos, que han leído y citado la doctrina del Maestro Ávila, haciendo referencia, a veces, a su vida santa: Antonio de Molina, cardenal Astorga (arzobispo de Toledo), Diego de Estella (franciscano), Fr. Luís de León, los jesuitas Baltasar Álvarez, Martín Gutiérrez, Antonio Cordeses, Luís de la Palma, Luís de la Puente, Alonso Rodríguez, Pedro Ribadeneira... Lo citan con cierta profusión San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, Santo Cura de Ars, San Antonio María Claret, Bto. José Allamano, Bto. Manuel Domingo y Sol, etc.

    [150]Le sacerdoce(Paris, Bloud et Gay, 1933); cita la afirmación de Bourgoing, tomada del prólogo a las Oeuvres complètes de Bérulle, p.VIII.

    [151]Se puede constatar una gran renovación sacerdotal en España durante los años 1942 y siguientes. Fueron muy abundantes las publicaciones y los actos celebrados: biografías, semanas, estudios especializados, peregrinaciones al sepulcro, resurgir del espíritu misionero... En los Seminarios se organizaron "academias" avilistas que fueron un gran fermento de renovación, con derivaciones misioneras especialmente hacia América Latina. Fue la mejor disposición para captar posteriormente los contenidos de los documentos magisteriales preconciliares, conciliares y postconciliares sobre el sacerdocio. Ver algunos datos en: L MARCOS, El Beato Juan de Ávila, Patrono del clero secular español: Resurrexit 6 (1946) 435-436; G. MARTÍNEZ DE ANTOÑANA, El Bto. Juan de Ávila, Patrón del clero secular español: Ilustración del Clero 40 (1947) 97-103; B. SANTOS, A propósito del Patrono del Patronato del Beato Juan de Ávila sobre el Clero Secular español (Granada 1947).

    [152]Entre estos Padres conciliares, cabría investigar en los papeles personales de Don Casimiro Morcillo y Don Laureano Castán. Análogamente podría servir de referencia la actuación de Don Pedro Guerrero y Fr. Bartolomé de los Mártires, en el concilio de Trento, respecto a los Seminarios.

    [153]Publicado en: AA.VV., El Maestro Avila. Actas del Congreso Internacional (Madrid, 27-30 noviembre 2000 (Madrid, EDICE, 2002).

    [154]Homilía durante la canonización(31 de mayo de 1970): Insegnamenti VIII/1970, 566.

    [155]Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avila(10 de mayo de 2000): Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

    [156]El biógrafo Muñoz describe la pobreza del Maestro Ávila, manifestada también en sus modales externos: "Su vestido era humilde y pobre, pero muy limpio; una loba o sotana de paño bajo, o sarga muy gruesa, alta un codo del suelo; un manteo de lo mismo; todo tan despreciable y vil como pudiera el más mortificado religioso; el vestido interior, tan astroso y pobre, como el exterior de los mendigos; y esta moderación en el traje aconsejaba usasen los sacerdotes, y que fiasen en Dios, y diesen limosnas de sus bienes, aunque fuesen los principales. Esta humildad en el traje conservaron sus discípulos por muchos años" (Vida, lib. 3º, cap. 4).

    [157]L. GRANADA, Vida, p.3ª, c.5. El biógrafo L. Muñoz recoge el testimonio de un padre dominico, quien, a pesar de algunas prevenciones, acudió a escucharle y afirmó: "Vengo de escuchar a San Pablo interpretar a San Pablo" (Vida, lib. I, cap. 9). El dominico P. Alonso Carrillo, del convento de Santo Domingo en Córdoba, afirmaba: "Si al apóstol San Pablo y a su doctrina habían de entender los hombres y dar explicaciones de ella, uno era el dicho P. Maestro Juan de Ávila y otro estaba por nacer, porque era único en el mundo en ciencia y virtudes" (L. MUÑOZ, Vida, l.1, cap.9).

    [158]R. GARCÍA VILLOSLADA, La figura del Bto. Ávila: Manresa 17 (1945) 389-403; 18 (1946) 87-97. Cfr. Obras completas, IV (introducción a los comentarios bíblicos, I,3: San Pablo interpretando a San Pablo).

    [159]L. Muñoz nos ha dejado unas pinceladas que describen su predicación: "No predicaba sermón sin que por muchas horas la oración le precediese" y que, como resultado de sus sermones, "iban todos las cabezas bajas, callando, compungidos". "Sus palabras, aunque fuesen de reprensión, iban envueltas en amor, caridad y celo del aprovechamiento de las almas, y así le oían con notable afecto" (Vida, lib.1º, cap.7-11 y 22). Aconsejaba a sus discípulos: "Amar mucho a nuestro Señor". Había que subir al púlpito "templado", es decir, "con una muy viva hambre y deseo de ganar con aquel sermón alguna ánima para Cristo" (L. GRANADA, Vida, parte 1ª, cap.2).

    [160]Cfr. L. SALA BALUST, F. MARTÍN HERNÁNDEZ, Santo Maestro Juan de Ávila (Madrid, BAC, 1970) 274-289 (El Maestro Ávila, predicador).

    [161]Ver el catecismo ("Doctrina cristiana") en: Obras completas VI, 357-362 (introducción), 454-481 (texto).

    [162]Todo el tratado del "Audi Filia" es un itinerario de dirección o consejo espiritual.

    [163]L. MUÑOZ, Vida, lib. 3º, cap. 16 (ver también el cap. 15).

    [164]Esta oración, "Recordare", la recomienda en el sermón 66, 27ss. Ver: L. GRANADA, 2ª parte, cap. 7 (De la devoción que tenía a Nuestra Señora).

    [165]Invita a prestar atención "especialmente para hombres del campo, como son pastores, gañanes, caminantes, trajineros, carreteros y trabajadores, etc." (Doctrina cristiana, 1834ss).

    [166]Recuérdese su colaboración, pidiendo limosna por la calle, para el hospital de San Juan de Dios en Granada. Cfr. J. SÁNCHEZ MARTÍNEZ, «Kénosis-Diakonía» en el itinerario espiritual de San Juan de Dios (Madrid 1995) 262-266; B. MORÁN, La enfermedad en la ascética del Beato Mtro Juan de Ávila (Madrid 1951).

    [167]"Ya consta que lo que este santo concilio pretende es el bien y la reformación de la Iglesia. Y para este fin, también consta que el remedio es la reformación de los ministros de ella" (Memorial I, n.9, 212ss). Las líneas básicas y la praxis concreta de la reforma, pueden verse en los "Memoriales" y las "Advertencias" (más las "advertencias necesarias para los reyes").

    [168]Homilía durante la canonización, 31 de mayo de 1970: Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [169]  El "Tratado del amor de Dios" (que hemos resumido más arriba) puede ser la clave de su fisonomía espiritual y apostólica, a la luz de la encarnación del Verbo y del misterio redentor.

    [170]Homilía durante la canonización(31 de mayo de 1970): Insegnamenti VIII/1970, 562-567.

    [171]Discurso durante la audiencia después de la canonización(1 de junio de 1970): Insegnamenti VIII/1970, 562-567 (ver p.571).

    [172]Mensaje con ocasión del V centenario del nacimiento de San Juan de Avila(10 de mayo de 2000): Oss. Rom. esp. n. 22, 2 de junio de 2000, p.9.

    [173]L'Osserv. Rom. esp. 8 dic. 2000, p.7.

 

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