Lunes, 11 Abril 2022 11:19

JUAN DE ÁVILA, UN CORAZÓN UNIFICADO EN EL CORAZÓN DE CRISTO

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

JUAN DE ÁVILA, UN CORAZÓN UNIFICADO EN EL CORAZÓN DE CRISTO

 

Presentación

 

San Juan de Ávila se me hizo familiar desde que, leyendo sus escritos, me pareció encontrar en él un eco de los latidos del Corazón de Cristo. Yo era sólo adolescente, seminarista menor, a mediados del siglo veinte. Sus escritos me impresionaban por su hondura, pero al principio no llegaron a conquistarme. Me parecían algo oscuros, también porque su literatura era la de un clásico de cuatro siglos atrás.

 

El encuentro de “sintonía” tuvo lugar cuando, años más tarde, releyendo los textos que teníamos que compartir con los demás estudiantes teólogos, me di cuenta de que allí se podía encontrar a alguien que había entrado en la intimidad de Cristo, en su mismo Corazón, en el amor materno de María, como apóstol, servidor humilde y enamorado de la Iglesia al estilo de Pablo. No era, pues, principalmente Juan de Ávila en sí mismo quien me cautivó, sino “Aquel” de quien él vivía para comunicarlo a los demás.

 

En este encuentro influyó la síntesis sapiencial de su doctrina, que, según iba descubriendo, abarcaba todos los contenidos de la teología cristiana con sus fundamentos bíblicos, patrísticos, magisteriales, litúrgicos y “narrativos” (inspirados en la vida de los santos), aplicados a una realidad histórica y sociocultural. Me daba la sensación de haber encontrado una doctrina sapiencial cristiana que unificaba el corazón, la comunidad eclesial y la misma sociedad. Valía la pena continuar leyendo al Maestro Ávila, como testigo de un encuentro vivencial y comprometido con Cristo, que daba sentido pleno a la vocación cristiana y, en mi caso, a la vocación sacerdotal y misionera.

 

Por haber leído asiduamente la biografía y todas las obras escritas del Maestro Ávila (sermones, cartas, tratados, exposiciones bíblicas, etc.), me sentí más capacitado para entender cada una de sus expresiones doctrinales y de sus gestos apostólicos. Parece como si, en Juan de Ávila, todo se armonizara por centrarse en el Misterio de Cristo profundamente amado.

 

1: En el Corazón de Cristo y de María

 

En el Seminario nos formaron desde los textos evangélicos, asimilados y vividos en relación con la Eucaristía, la Santísima Virgen, la Iglesia y la sociedad ambiental. Aquella formación “relacional” era de intimidad con Cristo, de sintonía con su amor. Por esto, cualquier biografía o semblanza de santo que leíamos, la valorábamos según las vivencias evangélicas. Así prácticamente fuimos leyendo los principales clásicos de espiritualidad, sintiéndolos “familiares” precisamente por su relación íntima con Cristo, con María, con la Iglesia y con el mundo.

 

A Juan de Ávila lo sentí así, sin separarlo de toda la tradición eclesial, de la que él era un testigo cualificado. Su doctrina y su testimonio me parecían de línea “relacional”, “vivencial”, de entrega al amor de Dios manifestado en Cristo, nacido de María Virgen. Y, consecuentemente, amando a la Iglesia y a toda la humanidad como Cristo.

 

Algunas de sus afirmaciones impactan todavía hoy: “Cuando yo, mi buen Jesús, veo cómo de tu costado sale el hierro de la lanza, esa lanza es una saeta de amor que traspasa, y de tal manera hiere mi corazón, que no deja en él nada que no penetre" (Tratado del Amor de Dios, n.11). Porque Cristo, continúa diciendo el Maestro Ávila,  "tendió sus brazos para ser crucificado, en señal que tenía su Corazón abierto con amor" (Audi Filia, cap.78). “No tiene Jesucristo el amor y Corazón tasado... en su Corazón nos tiene y nunca se olvida de nosotros" (Sermón 9).

 

Tratándose de Cristo concreto (no abstracto), el tema mariano aparece con normalidad: es la Madre de Jesús y nuestra, que nos lleva en su seno como “pedazo de sus entrañas”. El tema “corazón”, aplicado al amor materno de María, es muy frecuente y siempre en dimensión cristológica y eclesial: “Como fue allí derramado el Espíritu Santo abundantemente en su corazón y entrañas, ámanos en gran manera, ámanos entrañablemente... como a hijos adoptivos nos tiene" (Sermón 32). "Mucha es la ternura de su Corazón maternal para con nosotros" (Sermón 68).

 

2: En el corazón de la Iglesia, con un corazón unificado para  ser sembrador del Evangelio

 

Leyendo al Maestro Ávila y sin perder de vista que se trata de un gran renovador guiado por el evangelio vivido radicalmente, el lector se contagia del amor respetuoso hacia la Iglesia de Jesús, a pesar de las limitaciones y lacras de la época. El secreto está en descubrir a la Iglesia como fruto y como expresión de la misericordia divina. Es siempre la Iglesia amada de Jesús (cfr. Ef 5,25).

 

En el "Tratado del amor de Dios", se describe el amor de Cristo Esposo a su Iglesia: "¿Qué te parecería un día de la cruz por desposarte con la Iglesia y hacerla tan hermosa, que no la quedase mancilla ni ruga?" (Tratado del Amor, n.8).

 

Este amor a la Iglesia lo contagiaba a todos los fieles, invitando a renovarse y a renovarla amándola como Cristo: "Salgámonos nosotros de nosotros mismos y vámonos al campo de nuestra viña, que es la Iglesia, que cada uno de esta Iglesia miembro suyo es" (Sermón 8). "¡Oh Iglesia cristiana, cuán cara te cuesta la falta de aquellos tales enseñadores, pues por esta causa está tu faz tan desfigurada y tan diferente de cuando estabas hermosa en el principio de tu nacimiento!" (Sermón 55).

 

Yo diría que es entusiasmante encontrar un autor (en este caso, un santo y “Maestro” o “Doctor”), que armonice datos positivos y diferentes puntos de vista sin relativizar y sin ocultar las limitaciones superables. La fe (por ser “gracia”) es un don de Dios, pero entra en un corazón y en una historia humana, en la complejidad y limitaciones de la cultura y del ambiente sociológico e histórico.

 

En el Maestro Ávila, no sólo se armoniza la fe y la razón, sino que todos los contenidos de la revelación se afrontan desde las diversas perspectivas: bíblica (especialmente evangélica y paulina), patrística, litúrgica, magisterial, vivencial, pastoral, teológica, encarnada en la realidad concreta… Uno se encuentra con el corazón de un apóstol que está unificado por una síntesis sapiencial enraizada en Cristo. Verdaderamente, salvando las distancias y peculiaridades, nos encontramos ante otro “San Pablo”, también en sentido sacerdotal de “olor de Cristo” y de “alter Christus”. Por esta armonía, es un Maestro de influjo universal.

 

A él, lo que más le interesaba era que todos conocieran y amaran a Cristo, entregándose a él con una vida de relación y amistad, y sin anteponer nada a su amor. Hay una continua referencia a la persona de Jesús, a su vida concreta, según las narraciones evangélicas. Es consciente de que el Señor sigue amando y llamando a una respuesta confiada y generosa.

 

Los textos avilistas sólo se comprenden desde los amores de Cristo. Hace una relectura de esos textos según el misterio que se celebra; es como si el evangelio aconteciera de nuevo, especialmente al celebrar la Eucaristía y las diversas fiestas del año litúrgico. Por esto se subraya armónicamente el valor de la Palabra de Dios y de los sacramentos, en vistas a afrontar todos los campos de la acción apostólica, profética, litúrgica y caritativa. Así el Maestro pudo llegar a los sectores más pobres y necesitados de la sociedad.

 

Esta armonía se la contagió la persona y la doctrina de San Pablo: “Una de las cosas que más admirable hicieron el Evangelio, fue la conversión del Apóstol" (Comentario a Gálatas, n.12). "Muerto estaba el Apóstol para la gloria y honra del mundo... Muerto estaba el Apóstol al mundo para sentir sus afrentas, persecuciones y adversidades... Vivo estaba para sentir las afrentas de Jesucristo y las ofensas que contra él se hacían... Vivo estaba el Apóstol para Dios, pues con tanto cuidado entiende en las cosas que tocan a su servicio" (ibídem, n. 27).

 

3. En el camino de la vocación, del ministerio y de la  vida sacerdotal

 

Aunque el Maestro Ávila tiene sólo un tratadito esquemático sobre el sacerdocio y algunas pláticas y cartas dirigidas a los sacerdotes, su doctrina sacerdotal se encuentran diseminada en todos sus escritos, como quien vive “su” sacerdocio insertado en Cristo Buen Pastor, en la Iglesia pueblo sacerdotal y al servicio de todos los redimidos. Su doctrina sacerdotal es una “teología narrativa”, expresada en su persona, en todos sus ministerios (proféticos, litúrgicos, diaconales) y en todos sus proyectos de reforma sacerdotal, a comenzar por los Seminarios.

 

La santidad sacerdotal se concreta en amor a la Iglesia. Se necesitan "en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes" (Plática 2ª), que son "los ojos de la Iglesia" (ibídem) y sus "enseñadores" (Sermón 55) y "guardas de la viña" (Sermón 8)

 

La verdadera reforma eclesial de la época la basaba en una vida de santidad, especialmente por parte de los sacerdotes: "¿Sabéis cuál fue la causa de vida eclesial? Haber predicadores, encendidos con fuego de amor celestial, que encendían los corazones de los oyentes al fervoroso amor de Jesucristo nuestro Señor" (Sermón 55),

 

Lo que hoy llamamos “identidad” sacerdotal se capta al constatar que "Dios obedece a la voz del hombre en las palabras de la consagración" (Plática 1ª). "En la Misa nos ponemos en le altar en persona de Cristo a hacer el oficio del mismo Redentor" (Carta 157). "Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trujo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª).

 

El instrumento es débil, pero es transmisor de un tesoro divino. Los predicadores son "espuertas de la semilla y palabra de Dios"; pero añade: "no tengáis en poco la semilla si la espuerta es vil" (Sermón 28). "En el oficio sacerdotal representamos la persona de Jesucristo nuestro Señor" (Plática 2ª). Es una vocación gozosa y fecunda como en Pablo (cfr. 1Cor 4,15; Gal 4,19): "Resta pedir oficio de padre para con sus hijos que hubiéremos de engendrar" (Carta 1).

 

La consecuencia que se sigue es la de una relación íntima con Cristo y la imitación de su mismo amor, porque "nos veremos todos enteros consagrados al Señor con el trato o tocamiento del mismo Señor" (´Plática 1ª). Se imita la caridad del Buen Pastor, según el estilo de vida de los Apóstoles: "¡Oh eclesiásticos, si os mirásedes en el fuego de vuestro pastor principal, Cristo, en aquellos que os precedieron, apóstoles y discípulos, obispos mártires y pontífices santos!" (Plática 7ª).

 

Los sacerdotes han sido llamados "para pastores y criadores del ganado, que los apacienten en los pastos de ciencia y doctrina... y aunque sea con derramar sangre y dar la vida, como hizo Cristo, y dijo que este tal es el Buen Pastor" (Advertencias para el Sínodo de Toledo I, n.6). Sólo así llegarán a suscitar la vocación a la santidad por parte de todos los fieles cristianos, en la vida laical y en la vida consagrada.

 

A modo de conclusión

 

Adentrarse en San Juan de Ávila, significó para mí, aprender a apreciar la armonía entre carismas y escuelas de espiritualidad de todas las épocas. Ya cualquier santo y carisma, y especialmente los autores clásicos,  me resultaban más familiares, como “de casa”. Todo me estimulaba al estudio de este tesoro inmenso de la historia eclesial, que es ya una herencia y patrimonio común y que aflora continuamente en los escritos del Maestro. Las diferencias son matices peculiares de un maravilloso mosaico de la historia cristiana.

 

San Juan de Ávila supo valorar y fomentar todas las experiencias espirituales de su época. Por esto, le apreciaron a él los grandes maestros contemporáneos y también posteriores hasta hoy. La peculiaridad “avilista” es la armonía entre vocaciones, carismas y ministerios, salvando su espicificidad dentro de la comunión eclesial. Del Maestro Ávila aprendí que ésta es una característica de la espiritualidad del sacerdote diocesano: desde el seguimiento evangélico radical (al estilo de los Apóstoles), apreciar y suscitar todos los carismas y vocaciones, ofreciendo el servicio sacerdotal de comunión en la Iglesia particular y universal. Entonces se valora en toda su riqueza la vocación de vida consagrada y laical, así como los nuevos carismas que el Espíritu Santo comunica a la Iglesia en cada época.

 

La clave de la acción evangelizadora de Juan de Ávila está en su experiencia contemplativa de Cristo, que le urge a construir la “comunión” en los corazones, en las familias, en la sociedad humana y especialmente en la Iglesia. No tiene fronteras en su acción misionera, porque tampoco tiene rebajas en la entrega. El “apóstol de Andalucía” estaba abierto a la evangelización universalista.

 

Sus grandes ideales son posibles, porque se apoyaba en Cristo “pan de vida” (Palabra y Eucaristía), profundamente amado, y porque se dejaba guiar por el amor materno de María, en un proceso de fidelidad gozosa y generosa al Espíritu Santo.

 

Juan Esquerda Bifet

Catedrático emérito de la Pontifica Universidad Urbaniana, Roma

 

Visto 264 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.