Lunes, 11 Abril 2022 10:49

VIII. ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL APOSTOL

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                  VIII. ESPIRITUALIDAD MARIANA DEL APOSTOL

 

1. Dimensión mariana de la espiritualidad misionera de la Iglesia

 

2. María en la acción misionera del apóstol

 

3. María en la vida espiritual del apóstol

 

1. Dimensión mariana de la espiritualidad misionera de la Iglesia

 

      La "espiritualidad" cristiana, por ser "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), es esencialmente misionera, que se concretiza en la fidelidad a la "misión" del Espíritu (Lc 4,18). Se conjugan, pues, dos palabras, que son dos realidades: espiritualidad y misión. Es la misma "espiritualidad" o estilo de vida de Jesús, "concebido por obra del Espíritu Santo" en el seno de María (cfr. Mt 1,20), "ungido y enviado" por el Espíritu "para evangelizar a los pobres" (Lc 4,18).

      La "espiritualidad misionera" (AG 29) o "espíritu de la evangelización" se concretiza en "actitudes interiores que deben animar a los evangelizadores" (EN 74), es decir, en las diversas virtudes apostólicas (AG 23-24). Por esto, "la actividad misionera exige una espiritualidad específica" (RMi 87). Esta actividad eclesial de anuncio y de servicio es eminentemente mariana, puesto que la Iglesia, en su "misión apostólica", mira a María como figura y modelo de toda actividad apostólica (LG 65).[1]

      Los datos básicos de la espiritualidad misionera forman parte también de la espiritualidad mariana:

- Fidelidad al Espíritu Santo; dimensión pneumatológica de la espiritualidad mariana (cap. III, n.2).

- Vocación misionera; espiritualidad mariana de las diversas vocaciones (cap. VII).

- La comunidad apostólica; María en el camino de perfección y comunión (cap. V, n.2; cap. III, n.3).

- Las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral; María en el camino de la perfección (cap. V, n.2).

- La oración (contemplación) en relación con la misión; oración mariana de la Iglesia (cap. VI).

- El sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión; dimensión eclesial de la espiritualidad mariana (cap. III, n.3).

- La figura de María como Tipo de la Iglesia misionera; María en el camino de la misión (cap. V, n.3).

 

      La espiritualidad misionera es, pues, eminentemente mariana.      Cada uno de los puntos de la espiritualidad misionera (que acabamos de resumir) se puede individualizar en los temas de espiritualidad mariana que hemos estudiado en capítulos anteriores.

      La encíclica "Redemptoris Missio", en su capítulo sobre "la espiritualidad misionera", resume esta espiritualidad con unas líneas que pueden relacionarse fácilmente con la espiritualidad mariana. La "plena docilidad al Espíritu... compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejantes a Cristo" (RMi 87). La "comunión íntima con Cristo" equivale a sintonía y asociación esponsal con él (RMi 88). El "ardor de Cristo por las almas", hasta convertirse en "el hombre de la caridad" y "hermano universal", impele a una disponibilidad eclesial, como "fidelidad a Cristo que no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89). La respuesta generosa a la llamada a la santidad "está estrechamente unida a la vocación universal a la misión" (RMi 90). "El misionero es un contemplativo en acción... testigo de la experiencia de Dios" (RMi 91). Estos rasgos característicos de la espiritualidad misionera se viven a partir del Cenáculo con María: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92).

      La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). Afirma la encíclica "Redemptoris Missio", repitiendo la doctrina conciliar y después de resumir la espiritualidad misionera: "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).[2]

      La misión eclesial de maternidad consiste en la comunicación de la vida nueva por medio del anuncio, la celebración y los servicios de caridad. "La Iglesia aprende de María la propia maternidad; reconoce la dimensión materna de su vocación, unida esencialmente a su naturaleza sacramental... Al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio de la adopción de hijos mediante la gracia" (RMa 43). Contemplando el misterio de María e imitando sus virtudes, la Iglesia "se hace también madre mediante la Palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo, engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64).

      La maternidad de María se actualiza por medio de la acción misionera de la Iglesia, puesto que "encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). La acción apostólica de la Iglesia tiene, pues, carácter mariano y materno. La Iglesia imita a María, "que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).[3]

      La Iglesia considera a María "Estrella de la evangelización", como ayuda y orientación para cumplir el mandato misionero del Señor (EN 82; RMi 92). Así como María "ayudó con sus oraciones a la Iglesia naciente", de igual modo sigue ayudando a la Iglesia para conseguir que "todas las familias de los pueblos... lleguen a reunirse felizmente en paz y concordia, en un solo Pueblo de Dios" (LG 69).[4]

 

2. María en la acción misionera del apóstol

 

      Por exigencia del bautismo, todo cristiano está llamado a la santidad y al apostolado. La participación en el ser de Cristo (configuración ontológica con él), hace posible la misión de prolongar su acción evangelizadora. La participación en el ser y en el obrar de Cristo comportan la necesidad de ser transparencia de su vida y de su mensaje (configuración moral y espiritual con él). "Los fieles, en cuanto incorporados a Cristo por el bautismo", quedan "integrados al Pueblo de Dios y hechos partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo" (LG 31). Estas exigencias de santidad y de apostolado quedan matizadas por la vocación específica: laicado, vida consagrada y sacerdocio ministerial. María ocupa un puesto peculiar en el camino apostólico de cada vocación.[5]

      La "misión" o envío es la acción de enviar: "como mi Padre me envío, así os envío yo" (Jn 20,21). La "evangelización" es la puesta en práctica de la misión recibida (Lc 4,18; Mc 16,15). La palabra "apostolado" incluye, en la práctica, ambos aspectos. Los elementos básicos del apostolado quedan resumidos en este texto conciliar: "Para anunciar el evangelio, envió el Señor a sus discípulos a todo el mundo, a fin de que los hombres, renacidos por la palabra de Dios, ingresen por el bautismo en la Iglesia, la cual, como cuerpo del Verbo encarnado que es, se alimenta y vive de la palabra de Dios y del pan eucarístico" (AG 6).

      De los documentos conciliares y postconciliares, especialmente a partir de "Ad Gentes", "Evangelii nuntiandi" y "Redemptoris Missio", se desprende que la acción misionera del apóstol debe abarcar todos estos elementos:

- Anuncio y testimonio,

- Llamada a la conversión y al bautismo,

- Celebración de los sacramentos y, de modo especial, la eucaristía,

- Organización de los diversos servicios de caridad,

- Formación de la comunidad (vocaciones, servicios...).

- Anuncio del Reino a todos los pueblos.[6]

 

      La acción misionera del apóstol se desarrolla en todos estos campos, que pueden reducirse a tres dimensiones: profética, litúrgica y de animación de la comunidad. La presencia activa y materna de María aparece en todas estas dimensiones: se anuncia a Cristo nacido de María, se celebra a Cristo que asocia a María a la obra redentora, se comunica a Cristo para crear una comunidad eclesial como la que se reunió con María en el Cenáculo (Act 1,14) y que llegó a ser "un solo corazón y una sola alma" (Act 4, 32).

      La dimensión profética de la acción apostólica se realiza por el anuncio, que incluye el testimonio. El primer anuncio del evangelio ("kerigma") consiste en dar a conocer el misterio de Cristo: Dios, hombre, Salvador, muerto y resucitado. De los fragmentos neotestamentarios que mejor han resumido el "kerigma", podemos señalar: Act 2,15-41; Rom 1,1-6; Gal 4,4-7; 1Cor 15,3-5. En ellos aparecen los datos fundamentales: "las promesas" o profecías (la esperanza mesiánica) que anuncian "la plenitud de los tiempos", Jesús verdadero hombre por ser "hijo de David" y "nacido de la mujer", Jesús verdadero "hijo de Dios" con "la fuerza del Espíritu", Jesús "Salvador" de todos los hombres por medio de su muerte y de su resurrección.[7]

      La Iglesia, como los primeros evangelizadores (apóstoles y evangelistas), ha hecho siempre este primer anuncio conjuntamente con el anuncio de María Virgen y Madre, asociada al Redentor. La virginidad de María transparenta la divinidad de Cristo, quien es "el HIjo de Dios" (Lc 1,35), concebido "por obra del Espíritu Santo" (Mt 1,20). La maternidad verdadera de María deja entender la humanidad perfecta de Cristo, "nacido de la mujer" (Gal 4,4), "de la estirpe de David" (Mt 1,1; Rom 1,3). Así María es "la Madre del Señor" (Lc 1,43), es decir, de Cristo, el Salvador, el Hijo de Dios hecho nuestro hermano, "el Señor" resucitado.[8]

      La dimensión litúrgica de la acción apostólica tiene lugar principalmente en la celebración de los sacramentos (especialmente la eucaristía), así como en el itinerario del año litúrgico, en la liturgia de las horas y en los demás signos que "recuerdan" y hacen presente los misterios de Cristo en medio de su Iglesia[9]. La asociación de María a Cristo, "el que salvará a su pueblo de sus pecados" (Mt 1,21), prefigura la cooperación de la Iglesia, por medio de la acción apostólica, en la obra redentora. En toda la celebración litúrgica, que es parte esencial de la acción apostólica, hay una presencia de María, análoga a la presencia junto a la cruz de Cristo (Jn 19,25), puesto que "se asoció con entrañas de madre a su sacrificio" (LG 58).

      La comunidad cristiana ha sentido y vivido siempre la presencia de María especialmente en la celebración eucarística. Ella es como la "memoria" de la Iglesia, que debe recibir a Cristo, la Palabra hecha carne, para transmitirlo al mundo, asociándose a su sacrificio redentor con el "fiat" y el "stabat" de María, actualizados ahora en el "amén" al final de la "epíclesis" eucarística. La acción apostólica educa a toda la comunidad a decir este "amén" a la acción del Espíritu Santo, quien hizo posible la encarnación del Verbo en el seno de María, que transforma el pan y el vino en el cuerpo y sangre de Jesús, y que hace de toda la comunidad y de cada fiel el "cuerpo" místico de Jesús.[10]

      La construcción de la comunidad ("plantatio Ecclesiae") consiste en establecer de modo permanente los signos de la presencia de Cristo resucitado. Son los signos de la palabra, eucaristía, sacramentos, caridad, misión... (cfr. RMi 51), como en la primera comunidad eclesial que "con María la Madre de Jesús" (Act 1,14), se reunía para escuchar "la doctrina de los Apóstoles, (celebrar) la fracción del pan, la oración... teniendo todas las cosas en común" (Act 2,42-45), y se disponía a "anunciar la Palabra de Dios con audacia" (Act 4,31). Esta "comunión eclesial" es capaz de construir la humanidad en la "comunión" de hermanos.[11]

      La misión comunicada por Cristo se concreta, pues, en una acción apostólica (profética, litúrgica y de servicios de caridad), que manifiesta la naturaleza materna y comunitaria de la Iglesia, la cual tiene a María como modelo y personificación. La acción materna de María se realiza por medio de la Iglesia y, de modo especial, por medio de la acción apostólica. "Esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia, desde el momento en que prestó fiel asentimiento en la Anunciación, y lo mantuvo sin vacilación al pie de la Cruz, hasta la consumación perfecta de todos los elegidos" (LG 62). "Por esto también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido por obra del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).

 

3. María en la vida espiritual del apóstol

 

      La misión eclesial prolonga en el tiempo la misma misión de Cristo, que sigue asociando a María bajo la acción del Espíritu Santo. El apóstol participa de la unción y misión de Cristo por el Espíritu (Lc 4,18; Jn 20,21-23), que comenzó en el seno de María el día de la Encarnación.

      La vida "espiritual" del apóstol es la misma vida cristiana como "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), pero matizada por la fidelidad a la misión del mismo Espíritu, a ejemplo de Cristo (Lc 4,1.14.18). Es siempre vida de "caridad". Precisamente por ello, la espiritualidad "apostólica" equivale a la caridad pastoral, que se puede concretar en estas líneas:

- Actitud relacional con Cristo, encuentro con él, a partir de una llamada o vocación: Jn 1,38-39; Mc 3,13-14; Mc 10,21; Jn 15,6.26.

- Seguimiento evangélico para vivir el mismo estilo de vida de Cristo Buen Pastor: Mt 4,19ss; Mt 19, 21-27; Mc 10,38; Jn 10.

- Vida fraterna con el grupo apostólico al que cada uno pertenece: Jn 13,34-35; 17,21-23; Act 4,32.

- Disponibilidad para la misión, que es siempre de línea universalista: Jn 20,21-23 (17,18); Mt 28,19-20; Mc 16,15s; Act 1,1-8.[12]

 

      María está presente en todos los momentos de la vida apostólica: en el anuncio, la celebración y la comunicación del misterio de Cristo. Y también está presente en la vida del apóstol:

- Momentos iniciales: Lc 1,39-45 (santificación del Precursor); Jn 2,1-12 (María en el seguimiento inicial).

- Momentos de dificultad: Jn 19,25-27 (perseverancia junto a la cruz); Gal 4,4.19 (fecundidad del dolor).

- Momentos de renovación y de gracias nuevas del Espíritu: Act 1,14; 2,3.[13]

 

      La tensión entre vida interior y acción apostólica se resuelve por medio de una actitud profunda de "unidad de vida" (PO 14). Efectivamente, todo apóstol se santifica "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esta actitud de equilibrio supone una orientación del corazón, como en María, hacia la voluntad salvífica de Dios: "hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38); "haced lo que él os diga" (Jn 2,5). La sintonía con la caridad del Buen Pastor, que sigue siempre la voluntad del Padre (Jn 10,18), unifica la vida del apóstol.

      El celo apostólico tiene matices de "amor materno" (o paterno), según algunas afirmaciones de San Pablo (Gal 4,19; 1Tes 2,7.11; 1Cor 4,15). La imagen "materna" del apóstol se base en la doctrina de Jesús, al comparar el sufrimiento apostólico con el de una madre: fecundidad por medio del amor de donación dolorosa (Jn 16,21-23). Pablo VI, en "Evangelii nuntiandi", describe la caridad apostólica: "¿De qué amor se trata? Mucho más que el de un pedagogo; es el amor de un padre; más aún, el de una madre. Tal es el amor que el Señor espera de cada predicador del evangelio, de cada constructor de la Iglesia" (EN 79).

      De ahí deriva la actitud espiritual del apóstol, a modo de "amor materno": "María es modelo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65; RMi 92).[14]

      La vida espiritual del apóstol se expresa en diversas actitudes que son eminentemente marianas. Por esto el apóstol vive "con Maria y como Maria" (RMi 92), en "comunión de vida" con ella (RMa 45), colaborando con su presencia activa y materna de intercesión y afecto e imitando sus actitudes de:

- Apertura a los planes de Dios: Lc 1,28-29.38.

- Fidelidad al Espíritu Santo: Lc 1,35.39.45; Act 1,14.

- Contemplación de la Palabra: Lc 1,46-55; 2,19.33.51.

- Asociación esponsal: Lc 2,35; Jn 2,4; 19,25.

- Donación sacrificial: Jn 19,25-27 (LG 58)

- Esperanza, tensión escatológica: Apoc 12,1; 21-22.

 

      La fe de María fue punto de referencia para la vivencia y la acción evangelizadora de la primitiva Iglesia (Lc 1,45; Jn 2,11). El influjo de María en la fe apostólica sigue teniendo su repercusión en toda la acción misionera de la Iglesia y, de modo más concreto, en todo evangelizador. "Esta fe de María... precede el testimonio apostólico de la Iglesia y permanece en el corazón de la Iglesia" (RMa 27). Entonces el apóstol es "el hombre de las bienaventuranzas... que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91). El "Magnificat", por su armonía con los contenidos de las bienaventuranzas, será, para el apóstol, la escuela cotidiana para hacerse transparencia del evangelio.[15]

 

                          Selección bibliográfica

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Nota: Ver otros estudios que relacionan la misión con el tema mariano, en el capítulo V, n.3.



    [1]AA.VV., Lecciones de espiritualidad misionera, Buenos Aires, Edit. Claretiana 1984; M. COLLINS REILLY, Spirituality for mission, Manila, Loyola Univ. 1976; J. ESQUERDA BIFET, La espiritualidad misionera, en: Misión para el tercer milenio, Curso básico de Misionología, Roma, PUM 1992, 188-208; Idem, Teologia della evangelizzazione, Spiritualità missionaria, Pontificia Università Urbaniana 1992; Idem, Espiritualidad misionera, Madrid, BAC 1982;

E. FARREL, A Spirituality of Evangelization, "Religious Life Review" 29 (1990) 183-189; S. GALILEA, Espiritualidad de la evangelización, según las bienaventuranzas, Bogotá, CLAR 1980; J. MONCHAMIN, Théologie et spiritualité missionnaires, Paris, Beauchesne 1985; Y. RAGUIN, Espíritu, hombre, mundo, Madrid, Narcea 1976; K. WOJTYLA, La evangelización y el hombre interior, "Scripta Theologica" 11 (1979) 39-57; F. ZALBA, Espiritualidad misionera, "Rev. Telógica Limense" 18 (1984) 371-382.

    [2]En tema de la maternidad eclesial (misionera) en relación a María, lo hemos resumido en el cap. V, n. 3, para presentar la dimensión misionera de la espiritualidad mariana. Este tema se complementa con el contenido del presente capítulo. Según el Abad Isaac de Stella, "María y la Iglesia son, a la vez, una madre y varias madres. Ambas son madres de Cristo, pero ninguna da a luz sin la otra" (PL 194, 1862-1866).

    [3]Además de la bibliografía citada en las notas posteriores, ver: J. ESQUERDA BIFET, Maternidad de la Iglesia y misión, "Euntes Docete" 30 (1977) 5-29; Idem, La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia, "Estudios Marianos" 26 (1965) 231-274; U. VANNI, Dalla maternità di Maria alla maternità della Chiesa, "Rassegna di Teologia" 26 (1985) 28-47.

    [4]Estudios sobre la relación de María con el proceso de evangelización: D. BERTETTO, Maria e l'attività missionaria di Cristo e della Chiesa, en: Portare Cristo all'uomo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, I, dialogo, pp. 455-472; O. DOMINGUEZ, María, modelo de la espiritualidad misionera de la Iglesia, "Omnis Terra" n.86 (1979) 226-241; J. ESQUERDA BIFET, Maternidad de la Iglesia y misión, "Euntes Docete" 30 (1977) 5-29; Idem, Dimensión misionera de los temas marianos, ibidem, 32 (1979) 87-101; Idem, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum, Congresso Teol. Internazionale di Pneumatologia, Roma, Lib. Edit. Vaticana 1983, 1293-1306; Idem, María y la Iglesia, Madre y evangelizadora de los Pueblos, en: "Virgo Liber Verbi", Roma, Marianum 1991, 425-443; S. MEO, Maria stella dell'evangelizzazione, en: L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977, 763-778; L. MOREIRA, La estrella de la evangelización, "Omnis Terra" 10 (1977-1978) 167-170. Ver estudio sistemático sobre el tema y bibliografía más amplia:

J. ESQUERDA BIFET, Mariologia per una Chiesa missionaria, Roma, Pont.Univ. Urbaniana 1988.

    [5]Cada una de estas vocaciones tiene su dimensión mariana. Ver el capítulo VII.

    [6]Los estudios sobre la acción pastoral señalan también: agentes y responsables de la evangelización, finalidad, contenido, medios, destinatarios, situaciones, etc. AA.VV., La teologia pastorale, natura e compiti, Bologna, Dehoniane 1990; J. APAECHEA, Fundamentos bíblicos de la acción pastoral, Barcelona, Flors 1963; G. CARDAROPOLI, La pastorale come mediazione salvifica, Assisi, Cittadella Ed. 1991; Y.M. CONGAR, Principes doctrinaux, en: L'activité missionnaire de l'Eglise, Unam Sanctam 67 (1967) 185-221; J. ESQUERDA BIFET, Evangelizar hoy, Animadores de las comunidades, Madrid, Soc. Educ. Atenas 1987; C. FLORISTAN, M. USEROS, Teología de la acción pastoral, Madrid, BAC 1968; J.M. IRABURU, Acción apostólica, misterio de fe, Bilbao, Mensajero 1969; S. LANZA, Introduzione alla Teologia Pastorale, 1: Teologia dell'azione pastorale, Brescia, Queriniana 1989; M. MIDALI, Teologia pastorale pratica, Roma, LAS 1991; R. SPIAZZI, Los fundamentos teológicos del ministerio pastoral, Madrid, Studium 1962.

    [7]Ver este tema, con bibliografía, en el cap. III, n. 1, B: María en el primer anuncio ("kerigma") de la Iglesia primitiva. C.H. DODD, La predicación apostólica y sus desarrollos, Madrid, Fax 1974.

    [8]Sobre el "primer anuncio" ("kerigma") en relación con el tema mariano, ver: J. ESQUERDA BIFET, María en el "kerigma" o primera evangelización misionera, "Marianum" 42 (1980) 470-488.

    [9]Ver el capítulo III, n.3: Dimensión eclesial... litúrgica.

    [10]Ver el capítulo III, n.3: Dimensión eclesial... litúrgica. AA.VV., De B.V. Maria et Santissima Eucharistia, en: Alma Socia Christi, Romae, PAMI 1952; AA.VV., Marie et l'Eucharistie, "Etudes Mariales" 36-37 (1979-1980) 5-141; T.M. BARTOLOMEI, Le relazioni di Maria alla Eucaristia, considerata come sacramento e come sacrificio, "Ephemerides Mariologica" 17 (1967) 313-336; M. GARCIA MIRALLES, María y la Eucaristía, "Estudios Marianos" 13 (1963) 469-473; M.J. NICOLAS, Fondement théologique des rapports de Marie avec l'Eucharistie, "Etudes Mariales" 36-37 (1979-1980) 133-141.

    [11]  Se puede decir que toda la acción apostólica tiende a hacer de cada fiel un "Jesús viviente" (como transparencia suya) y de cada comunidad un reflejo de la comunión trinitaria. La comunidad eclesial consiste esencialmente en esta "comunión" o "unidad" (cfr. LG 4). María es instrumento materno para hacer posible, con su "intercesión", esta comunidad unida en la caridad de Cristo (LG 69). "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40).

    [12]Ver la bibliografía de la nota 1, sobre la espiritualidad misionera. La encíclica "Redemptoris Missio" (cap. VIII) señala unas líneas más concretas: fidelidad al Espíritu Santo, intimidad con Cristo, amor a la Iglesia, celo apostólico, santidad, contemplación. Son concretizaciones parecidas a las de "Evangelii nuntiandi" cap. VII. El decreto conciliar "Ad Gentes" señala más bien algunas virtudes concretas (AG 24). Ver comentario al capítulo VIII de RMi (espiritualidad misionera): J. ESQUERDA BIFET, Espiritualidad misionera, en: Haced discípulos a todas las gentes, Valencia, EDICEP 1991, 249-270.

    [13]Ver la bibliografía de la nota 4 (María en la misión de la Iglesia). A. LAURAS, La Vierge Marie dans la vie de l'apôtre, "Cahiers Mariales" 5 (1961) 211-216. Resumo doctrina con bibliografía actual en: Mariologia per una Chiesa missionaria, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1988 (cap. VII: Spiritualità mariana dell'apostolo).

    [14]"Esta característica materna de la Iglesia ha sido expreada de modo particularmente vigoroso por el Apóstol de las gentes, cuando escribía: Hjios míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Gal 4,19). En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29)" (RM 43; cf. EN 79).

    [15]Sobre el "Magnificat", ver las notas 11 y 12 del capítulo VI.

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