Lunes, 11 Abril 2022 10:49

X.ESPIRITUALIDAD MARIANA Y MISIONERA DE LA IGLESIA A LA LUZ DE LA FIGURA BIBLICA DE SAN JOSE

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X.ESPIRITUALIDAD MARIANA Y MISIONERA DE LA IGLESIA A LA LUZ DE LA FIGURA BIBLICA DE SAN JOSE

 

1.Significado salvífico de la figura bíblica de San José

 

2.La espiritualidad mariana y misionera de la Iglesia en relación con San José

 

3.Santidad y misión a la luz de la figura bíblica de San José

 

1.Significado salvífico de la figura bíblica de San José

 

      Una figura bíblica sigue siendo actual en toda época histórica. Los textos bíblicos que la presentan son palabra de Dios, siempre viva y eficaz. El evangelio sigue aconteciendo. Los textos bíblicos siguen hablando.

      En cada texto escriturístico hay una llamada e invitación para cada ser humano y para cada pueblo. El mismo Espíritu que inspiró los textos sagrados y que hizo posibles las figuras bíblicas (como la de San José), anima a la comunidad eclesial a producir semejantes figuras que sean fieles a los designios salvíficos de Dios. La palabra escriturística invade todo el ser del hombre; por esto es "viva y eficaz" (Heb 4,12), como "la verdad" (Jn 17,17) que desvela la verdad del hombre y del mundo. Cada creyente puede encontrar su modo de colaborar a la propia vocación en las figuras bíblicas.[1]

      Cuando escuchamos, leemos o meditamos los textos bíblicos sobre San José, esta palabra de Dios (que describe la figura bíblica del esposo de María) es portadora de gracias especiales para quienes la escuchan con un corazón bien dispuesto. Son gracias similares a las que recibió San José.

      La "memoria" de la Iglesia sobre los misterios de Cristo tiene su punto culminante en la celebración eucarística (cf. SC 10). Allí el misterio pascual acontece como presencialización del sacrificio de Cristo, "memorial de su muerte y resurrección" (cf. SC 47). Análogamente, cuando la Iglesia (cada creyente y cada comunidad) "recuerda" la figura de San José, siempre en relación con María, entonces se realiza esta figura (de algún modo) en quienes son fieles al misterio de Cristo que se está celebrando.

      El hecho de que la comunidad eclesial siga viviendo y anunciando a Cristo por medio de los textos evangélicos que hablan de San José, tiene valor de llamada a la santidad y de  anuncio misionero. San José pertenece al mensaje evangélico y, más concretamente, a los textos del "primer anuncio". Asintiendo al mensaje del ángel, recibió a María como esposa. Esta actitud de fidelidad a los planes salvíficos de Dios, hace resaltar la realidad de Cristo como Salvador ("Jesús"), por el hecho de ser Dios ("Emmanuel") y hombre, nacido de María la Virgen (Mt 1,18-25).[2]

      Leyendo los textos bíblicos sobre San José, todo creyente se siente invitado a "ser José", es decir, a vivir y servir a la misión salvífica de Cristo: "Todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a San José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de participar en la economía de la salvación" (RC 1).[3]

      El mensaje bíblico sobre San José sólo se capta con una actitud de fidelidad y de contemplación, meditando la palabra en el corazón (Lc 2,19.51), que, en este caso, consiste en "tomar al niño y a su madre" (Mt 2,13), para vivir "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3).[4]

      La Iglesia, meditando la figura bíblica de San José, se siente llamada a profundizar en su propia responsabilidad misionera de servir y anunciar a Cristo, Dios y hombre, Salvador, "luz de las gentes" (Lc 2,32), nacido de María la Virgen por obra del Espíritu Santo. Mirando a San José, la Iglesia encuentra en él un "aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización" (RC 29).

      La figura bíblica de San José queda enmarcada en unos trazos principales:

- Es un hombre "justo", dispuesto a escuchar la palabra de Dios y seguir sus designios salvíficos (Mt 1,19).

- Vive en el ambiente de esperanzas mesiánicas a la luz de las promesas (Mt 1,22-23).

- Responde inmediatamente a la voluntad divina (Mt 1,24), colaborando así a la obra salvífica y dando al niño el nombre de Jesús (Mt 1,21.25).

- Su matrimonio con María se encuadra en el marco de la Alianza (signo del desposorio de Dios con su pueblo) (Mt 1,20.24).

- Su vida ya sólo pertenece "al niño y a su madre" (Mt 2,13.19).[5]

 

      La figura bíblica de San José sigue "aconteciendo" en la Iglesia. Su significado salvífico es redescubierto constantemente por creyentes que meditan la palabra de Dios como María, para iluminar los acontecimientos históricos. La historia deja entrever su significado salvífico, con un dinamismo que proviene de Cristo Salvador y que culminará en la glorificación final, como "recapitulación de todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). Entonces la Iglesia, como comunidad "convocada" ("Ecclesia"), personificada en María, será "la mujer vestida de sol"(Apoc 12,1), transformada plenamente en el Señor. Sintonizar con la figura bíblica de San José equivale también a "admirar" (Lc 2,33) el misterio de Cristo, en unión con María, para correr su misma suerte.

      Toda figura bíblica es tal porque participa en la historia de salvación, como instrumento de Dios y como "expresión" ("tipo") de toda la comunidad creyente. Cuando la comunidad mira a esta figura, aprende de ella a colaborar en los planes salvíficos. Al contemplar a San José, la comunidad eclesial reencuentra su "modo de servir, así como de participar en la economía de la salvación" (RC 1). La participación en la obra redentora tiene lugar por medio de una actitud de servicio humilde y responsable. Hay un cierto paralelismo, salvando siempre la diferencia, entre la realidad de la figura bíblica de San José, que personifica a la Iglesia, y María como "Tipo" de la misma Iglesia.[6]

      San José, por el hecho de ser hombre "justo" (Mt 1,19), vivía de las esperanzas mesiánicas plasmadas en la revelación del Antiguo Testamento. Todos los pueblos y culturas han tenido una actitud de espera acerca de un futuro mejor o de una salvación verdadera. El "justo" del Antiguo testamento vivía esta actitud apoyado en la palabra y en las promesas de Dios (Hab 2,4). De San José aprende el creyente a situarse en esta actitud de esperanza, "por encima de toda humana esperanza" (Rom 4,18). Esta confianza audaz, que se apoya en la revelación, capacita para mirar a los acontecimientos y a la comunidad humana con actitud constructiva, confiando en el valor definitivo y perenne de toda acción humana hecha por amor.[7]

      "Servir a la economía de salvación" como José (RC 32), tiene dimensión cristológica y mariológica. Se trata de "tomar al niño y a su madre" (Mt 2,13), en las circunstancias concretas de la Iglesia y de la sociedad en que se vive. La historia se construye y llega a su "plenitud" amando, apoyándose en Cristo "nacido de la mujer" (Gal 4,4). Ahora esta historia es eclesial o de la "nueva Jerusalén" (Gal 4,26), que vive y camina como fermento salvífico en medio de la sociedad humana, como solidaria de los gozos y esperanzas, es decir, "solidaria del género humano y de su historia" (GS 1).

      El "tipo" más perfecto de la comunidad creyente es María (Jn 2,5; Lc 8,21; cf. Ex 24,7). José, como consorte o esposo de María, forma parte de esta figura de la comunidad creyente: "Lo que hizo le unió en modo particularísimo a la fe de María" (RC 4). Se le pidió renovar el "sí" matrimonial a la luz del misterio de la encarnación. Su amor fue elevado a participar activamente en estos planes salvíficos; por esto fue "llamado nuevamente por Dios a este amor" (RC 19), como un "don esponsal de sí" (RC 20). Aceptó a María amándola tal como era en los designios de Dios.

      La figura bíblica de San José indica una paternidad nueva. Lo que parece esterilidad se convierte en máxima fecundidad. Por su "sí" a los planes salvíficos de Dios en el misterio de la Encarnación, su vida se ha convertido en instrumento para que Cristo Redentor naciera de María la Virgen por obra del Espíritu Santo. Dios quiso su "sí" expresado en amor esponsal a María y en donación total a Cristo. Por esto, "el hijo de María es también hijo de José en virtud del vínculo matrimonial que les une" (RC 7). "No es la suya una paternidad derivada de la generación; y, sin embargo, no es 'aparente' o solamente sustitutiva, sino que posee plenamente la autenticidad de la paternidad humana y de la misión paterna en la familia. En ello está contenida una consecuencia de la Unión Hipostática: la humanidad asumida en la unidad de la Persona divina del Verbo-Hijo, Jesucristo... asumió todo lo que es humano... En este contexto está también 'asumida' la paternidad humana de José" (RC 21).[8]

      El hecho de dar el nombre a "Jesús" (Salvador) es también un ejercicio de su paternidad. Su vida queda íntimamente relacionada con Cristo Salvador: "Toda la vida, tanto 'privada' como 'escondida' de Jesús ha sido confiada a su custodia" (RC 8). La salvación obrada por Jesús se manifestó a través de esta cooperación de San José.

      El gesto silencioso de fidelidad de San José fue querido por Dios, y demostró el modo peculiar de la actuación divina salvífica. Efectivamente, Dios quiere salvar al hombre por medio del hombre. San José es figura de la vocación humana a colaborar activamente en los planes salvíficos de Dios. "Simplemente él 'hizo' como el ángel del Señor le había mandado (Mt 1,24)... El silencio de José posee una especial elocuencia: gracias a este silencio se puede leer plenamente la verdad contenida en el juicio que de él da el Evangelio: el 'justo' (Mt 1,19). Hace falta saber leer esta verdad, porque ella contiene uno de los testimonios más importantes acerca del hombre y de su vocación" (RC 17).

      La figura de San José es inexplicable sin su relación estrecha con la Santísima Virgen, su esposa. Su "sí" a los planes salvíficos de Dios se identifican con su "sí" matrimonial. En este "sí" se puede ver "una disponibilidad de voluntad semejante a la de María" (RC 3).

      Toda figura bíblica ayuda a decir el propio "sí" a la acción salvífica de Dios, a modo de respuesta libre y generosa a la Alianza: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7; cf. Lc 1,38). El aspecto mariano es básico para descubrir y vivir el mensaje cristológico que para nosotros encierra cada figura bíblica: "Haced lo que él (Cristo) os diga" (Jn 2,5).[9]

 

2.La espiritualidad mariana y misionera de la Iglesia en relación con San José

 

      En cada época histórica tiene lugar un despertar misionero de la Iglesia, en vistas a afrontar una situación nueva. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica" (RMi 1-3). La Iglesia profundiza su propia identidad tomando conciencia de su "naturaleza misionera" (AG 2), puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La misión de la Iglesia es siempre universalista.

      El punto de referencia de la misión de la Iglesia es el misterio de la Encarnación. El cristianismo ofrece a todo ser humano, a toda cultura y a toda religión, la experiencia de haber encontrado a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, como único camino de salvación. La Iglesia aprende de la figura bíblica de San José esa "unión íntima" con Cristo y con María, que es garantía de su despertar espiritual y misionero. "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88).

      La figura de San José está orientada totalmente al misterio de Jesús, que "salva al mundo de sus pecados" (Mt 1,21). Los fragmentos bíblicos sobre el esposo de María, según el evangelio de San Mateo, indican que en Cristo se han  cumplido todas las promesas y esperanzas de salvación (Mt 1,23).

      La eficacia evangelizadora no radica en el poder de unos medios humanos, sino en la línea evangélica de "servicio". El modo peculiar de la cooperación de San José a la obra redentora, es el de un servicio humilde y oculto. Por esto, la Iglesia "tendrá siempre presente ante los ojos su humilde y maduro modo de servir, así como de participar en la economía de la redención" (RC 1). San José es el esposo "la sierva del Señor" (Lc 1,38), que se reconoce siempre "pequeña" y amada por él (Lc 1,48).

      Esta actitud eclesial de servicio, a ejemplo de San José, equivale a "servir a la misión salvífica de Cristo" (RC 32). Los baremos humanos valen poco en el momento de calibrar los quilates de la misión. La eficacia evangélica y evangelizadora de cada época se ha demostrado a través de figuras misioneras, cuya vida ha sido de servicio humilde y oculto parecido al de San José.

      Este servicio y esta cooperación misionera son responsabilidad de todos y de cada uno de los miembros de la Iglesia. El sentido popular de la devoción a San José se podría convertir, con una buena catequesis, en una toma de conciencia respecto a la responsabilidad misionera de la Iglesia. La figura bíblica de San José hace descubrir que la tarea misionera es "tarea que en la Iglesia compete a todos y a cada uno: a los esposos y a los padres, a quienes viven del trabajo de sus manos o de cualquier otro trabajo, a las personas llamadas a la vida contemplativa, así como a las llamadas al apostolado" (RC 32). Es "todo el pueblo cristiano" el que está llamado a "participar en la economía de la salvación" (RC 1).

      Una "nueva evangelización" y una "reevengelización" del mundo exigen un "nuevo ardor" en los evangelizadores. El despertar de un nuevo impulso misionero supone una actitud de generosidad apostólica, que prescinda de miras y ventajas temporalistas y egocéntricas. "La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal... ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 2-3).[10]

      La figura y el "patrocinio" de San José son un ejemplo de esta actitud de renuncia evangélica para servir a la misión evangelizadora de Cristo. Por esto, "este patrocinio debe ser invocado y todavía es necesario a la Iglesia, no sólo como defensa contra los peligros que surgen, sino también y sobre todo como aliento en su renovado empeño de evangelización en el mundo y de reevangelización" (RC 29).

      El ejemplo de San José apunta más directamente a la vida y "renovación interior"; pero ésta es un elemento imprescindible para una toma de conciencia sobre la responsabilidad misionera de toda la Iglesia: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[11]

      El "silencio" activo de San José se convierte en un examen de conciencia para la misionariedad de la Iglesia. "La aparente tensión entre la vida activa y la contemplativa encuentra en él una superación ideal" (RC 27). Este equilibrio entre contemplación y misión sigue cuestionando al apóstol de hoy: "La Iglesia, ¿ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora?" (EN 76).[12]

      Este tema ha merecido el calificativo de "nuevo areópago", en el sentido de ser un gran desafío para la Iglesia misionera. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador. Mientras por un lado los hombres dan la impresión de ir detrás de la prosperidad material y de sumergirse cada vez más en el materialismo consumístico, por otro, manifiestan la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización. Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6). Es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).[13]

      La figura de San José indica un estilo de vida o una espiritualidad peculiar, en vistas a la misión. La eficacia apostólica deriva de la fidelidad a los planes salvíficos de Dios. Grandes cosas las puede haber, pero lo que más cuenta es el amor con que se hacen esas mismas cosas, aunque sea pequeñas: "San José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo, no se necesitan 'grandes cosas', sino que se requieren solamente las virtudes humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas" (RC 24).[14]

      Al evangelizador, la figura bíblica de San José le hará descubrir que los trabajos concretos y los cargos tienen su importancia, pero es más importante la donación de la persona en cualquier trabajo y en cualquier cargo. "El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene" (GS 35) y "no puede encontrar su propia plenitud, si no es en la entrega de sí mimo a los demás" (GS 24).

      El trabajo apostólico tiene estas mismas características, que derivan del misterio redentor de Cristo. "Gracias a su banco de trabajo, sobre el que ejercía su profesión con Jesús, José acercó el trabajo humano al misterio de la redención" (RC 22).[15]

      La vida oculta de Nazaret se prolonga en muchos apóstoles que han entregado sus vidas a una actuación oculta y sencilla, que no es noticia. Es la "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). La grandeza, eficacia y fecundidad de un apóstol no depende de la publicidad ni del reconocimiento humano, sino de la sintonía vivencial y efectiva con Cristo. "José estaba en contacto cotidiano con el misterio 'escondido desde siglos', que 'puso su morada' bajo el techo de su casa" (RC 25).

      Los grandes apóstoles de todos los tiempos han valorado la vida interior como conjunto de actitudes que unifican la vida según los criterios y la escala de valores de Cristo. La relación íntima con Cristo equivale a la capacidad de donación a los hermanos. Sólo Cristo puede infundir en el corazón del apóstol el amor verdadero a las almas, que es fuente de fecundidad apostólica. "Puesto que el amor 'paterno' de José no podía dejar de influir en el amor 'filial' de Jesús y, viceversa, el amor 'filial' de Jesús no podía dejar de influir en el amor 'paterno' de José... Las almas más sensibles a los impulsos del amor divino ven con razón en José el luminoso ejemplo de vida interior" (RC 27).

      Descubrir en cada pueblo y en cada cultura unos destellos de esperanza de salvación, en armonía con las esperanzas mesiánicas de la revelación cristiana, sólo es posible cuando existe la actitud humilde de San José, que se traduce en fidelidad incondicional a Jesús, el Salvador, nacido de María. Los "justos", como José o Simeón, por ser fieles al Espíritu Santo, descubren a Cristo como "luz para la iluminación de los pueblos" (Lc 2,32; cf. Mt 1,19ss).[16]

      Cristo nace hoy en relación a los signos "pobres" de la Iglesia. Los servicios ocultos son los que construyen la verdadera historia de la misión. Decidirse a "tomar al niño y su madre" como José (Mt 2,13.20), equivale a servir a la Iglesia sin servirse de ella. La misión más eficaz y fecunda es la de vivir "a la sorpresa de Dios". Donde uno es enviado (tal vez zarandeado por la historia), allí le espera Cristo en cada hermano y circunstancia, como en Nazaret y Belén. Es siempre él, nacido de María y nacido de la Iglesia, que necesita de nuevos "José".

 

- A Cristo le encuentran los "pobres" (los pastores), con "María y José", escondido en los signos pobres de Belén y de la Iglesia (Lc 2,16).

- La comunidad eclesial mira a María y José para imitar su capacidad contemplativa de "admiración" (Lc 2,33) y de apertura a la palabra (Mt 1,24; Lc 2,19.51).

- La fecunidad apostólica va unida al hecho de compartir el dolor del seguimiento y de la misión (Lc 2,48).[17]

 

      Se puede hablar de una "memoria" de la Iglesia sobre San José, en el sentido de que, "recordando" su servicio y colaboración en la vida de Cristo, surgen en la Iglesia nuevos "José", que se deciden a servir a Cristo nacido de maría y de la Iglesia. El evangelio sigue aconteciendo cuando se le medita con un corazón fiel y generoso. La "memoria" de San José suscita en cada época nuevos santos y apóstoles. Por esto, "todo el pueblo cristiano no sólo recurrirá con mayor fervor a San José e invocará confiado su patrocinio, sino que tendrá siempre presente ante sus ojos su humilde y maduro modo de servir"; la "reflexión" sobre San José "consentirá a la Iglesia encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor" (RC 1). Para la Iglesia que recuerda a San José, éste se convierte en "el depositario del misterio escondido desde los siglos en Dios (cf. Ef 3,9)" (RC 5).

      La Iglesia no es una estructura de poder humano, sino un conjunto de signos "pobres", que transparentan y comunican a Cristo. La actitud devocional hacia San José se traduce en actitud de fe, concretada en una vida "escondida" al servicio de estos signos pobres instituidos por el Señor. La figura de San José forma parte de estos mismos signos que nunca están de moda ni se cotizan en la publicidad.[18]

 

3.Santidad y misión a la luz de la figura bíblica de San José

 

      En el campo de la evangelización y de la santidad se puede hablar del "camino de José", es decir, del modo como él colaboró con los designios salvíficos de Dios. Es un modo "activo" y "contemplativo" a la vez. Su capacidad de silencio contemplativo era un índice de su capacidad de colaborar activamente en los planes de Dios: "Simplemente él 'hizo como el ángel del Señor le había mandado' (Mt 1,14). Y este primer 'hizo' es el comienzo del 'camino de José'... el silencio de José posee una especial elocuencia" (RC 17).[19]

      San José pertenece a la lista interminable y desconocida (muchas veces olvidada) de personas, que son eficazmente activas porque son profundamente contemplativas, convencidas de que "es más precioso delante de Dios y del alma un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hacen nada, que todas esas otras obras juntas".[20]

      Esta actividad verdaderamente eficaz y contemplativa es unidad de vida sin dicotomías, que se manifiesta en una serenidad armoniosa ante los acontecimientos gozosos y dolorosos. A la luz del misterio de la encarnación, vivido en relación personal y amorosa con Cristo, es posible esta armonía entre contemplación y acción. "Según la conocida distinción entre el amor a la verdad (caritas veritatis) y la exigencia del amor (necessitas caritatis) podemos decir que José ha experimentado tanto el amor a la verdad, esto es, el puro amor de contemplación de la verdad divina que irradiaba de la humanidad de Cristo, como la exigencia del amor, esto es, el amor igualmente puro del servicio, requerido por la tutela y por el desarrollo de aquella misma humanidad" (RC 27).[21]

      El amor a Cristo unifica el corazón y lo hace capaz de amar, tanto en el silencio contemplativo como en el servicio fraterno y apostólico. En San José encontramos estas líneas contemplativas con repercusión en la obra salvífica:

- Aceptación y adoración del misterio de la "salvación" realizado por la acción del Espíritu Santo en María (Mt 1,20ss).

- Sentido de admiración, conjuntamente con María, ante el anuncio de Jesús como  Salvador de todos los pueblos y luz de las naciones (Lc 2,30-33).

- Actitud de silencio activo de quien acepta colaborar con los planes salvíficos de Dios en armonía con el "fiat" de María (Mt 1,24; Lc 1,38).

 

      Este estilo de vida, tan contemplativo y activo, se podría concretar diciendo que San José vivió a la "sorpresa" de Dios, como hipotecado libre y generosamente por su voluntad salvífica. El hecho de aceptar a María como esposa y de seguir fielmente unos acontecimientos de marginación (Belén, Egipto, Nazaret), sólo tiene sentido a la luz de una relación estrecha con el misterio de Cristo, nacido de María y que ahora se prolonga en la Iglesia: "Toma al niño y a su madre" (Mt 2,13.20).

      Al recordar a los Apóstoles "en cenáculo con María" (RMi 92; cfr, Act 1,14), la encíclica  "Redemptoris Missio" anuncia el "amanecer de una nueva época misionera... si todos responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (RMi 92). En cada época histórica de profunda renovación y misionariedad, la Iglesia ha tomado conciencia de la relación entre la anunciación y Pentecostés, puesto que "fue en Pentecostés cuando empezaron los hechos de los Apóstoles, del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María" (AG 4).

      Es un hecho que grandes santos, contemplativos y apóstoles, han tenido un gran aprecio por la figura bíblica de San José, siempre en relación con María y con la Iglesia (relación entre la anunciación y Pentecostés). Estas personas santas supieron "actualizar" la palabra de Dios, redescubriendo en San José la figura del creyente en momentos determinantes de la historia de la Iglesia. Algunos de estas personas santas y misioneras dieron origen a instituciones de perfección y de evangelización, con una línea marcadamente josefina.[22]

      Juan XXIII quiso hacer resaltar la figura de San José incluyéndolo en la plegaria eucarística[23]. El mismo Sumo Pontífice dejó entender que la renovación eclesial querida por el concilio dependía en gran parte del redescubrimiento de este santo: "El concilio ecuménico sólo exige para su realización y éxito luz de verdad y de gracia, disciplinado estudio y silencio, serena paz de las mentes y corazones... En el templo máximo de San Pedro, donde se veneran preciosos recuerdos de toda la cristiandad, también hay un altar para San José, y proponemos con fecha de hoy, 19 de marzo de 1961, que este altar de San José revista nuevo esplendor más amplio y solemne, y sea el punto de convergencia y piedad religiosa para cada alma e innumerables muchedumbres... ¡Oh San José! Aquí está tu puesto como 'Protector universalis Ecclesiae'. Hemos querido ofrecerte... una corona de honor como eco de las muestras de afectuosa veneración que ya surgen de todas las naciones católicas y de todos los países del mundo".[24]

      Estos signos sencillos de la Iglesia encontraron eco en los documentos conciliares del Vaticano II. Las alusiones explícitas son escasas, a la medida de la figura humilde de San José: "Al celebrar el sacrificio eucarístico, es cuando mejor nos unimos al culto de la Iglesia celestial, entrando en comunión y venerando la memoria, primeramente, de la gloriosa siempre Virgen María, y también del bienaventurado José"... (LG 50; cf. SC 104).[25]

      La Exhortación Apostólica "Redemptoris Custos" ha tenido un eco aparentemente discreto, a juzgar por los comentarios posteriores. Pero muchas personas e instituciones han encontrado en estas indicaciones de Juan Pablo II unas pautas certeras para redescubrir su propio carisma espiritual y misionero, a nivel personal, comunitario e institucional.

      Al contemplar la palabra de Dios que nos describe la figura bíblica de San José, nos encontramos con un "hecho" eclesial de gracia, eminentemente evangélico: "Reflexionar sobre la participación del Esposo de María en el misterio divino, consentirá a la Iglesia... encontrar continuamente su identidad en el ámbito del designio redentor, que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación" (RC 1).

      Teresa de Lisieux, patrona de las misiones, puede ser un signo indicador de un despertar misionero de la Iglesia: "Mi devoción a San José, desde la infancia, era una misma cosa con mi amor a la Santísima Virgen"[26]. "¿San José bendito? ¡Cuánto le amo!... ¡Cuán sencilla me parece que debió ser su vida!"[27]. "Lo que más me edifica cuando medito el secreto de la Sagrada Familia, es la idea de una vida del todo ordinaria. La Santísima Virgen y San José sabían ciertamente que Jesús es Dios, y, sin embargo, muchos misterios les estaban ocultos, y, como nosotros, vivían de la fe".[28]

      La misión sigue necesitando personas e instituciones que, por el hecho de vivir "una profunda renovación interior", asumen "la propia responsabilidad en la difusión del evangelio y aceptan su participación en la obra misionera" (AG 35). "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos... Es necesario suscitar un nuevo 'anhelo de santidad' entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana" (RMi 90).

      La fiesta litúrgica de San José presenta al esposo de María colaborando en la obra salvífica, como ejemplo y estímulo de la Iglesia llamada a la santidad y a la misión universal.[29]

      La misión de "tomar al niño y a su madre" (Mt 2,13), para comunicarlo al mundo, supone una vida de fidelidad y de silencio, al estilo de José, es decir, una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Jesús será siempre considerado como "hijo de José" (Lc 4,22; cfr 2,48), en la perspectiva de la fe y de la salvación en Cristo (cfr. Rom 4,13-22). Esta "paternidad" es el soporte del celo apostólico al estilo de Pablo (1Cor 4,15), que tiene también matices de "amor materno" (cfr. Gal 4,19; 1Tes 2,7.11). La figura bíblica de San José ayuda a descubrir la figura bíblica de María, como modelo de consagración, santidad y misión: "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cfr. LG 65).

 

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LEPICIER A.H.M.,Tractatus de Sancto Iosepho Sponso S. M. Virginis, Roma 1933.

LLAMERA B., Teología de San José, Madrid 1953.

MARTELET B., José de Nazaret, el hombre de confianza, Madrid 1981.

MORAN J.A., Nuestro padre San José, El Salvador 1966.

MUÑOZ IGLESIAS S.,Los evangelios de la infancia, Madrid 1983-1987 (tres volúmenes).

PAUL A.,L'Evangile de l'Enfance selon saint Matthieu, Paris, Cerf 1968.

PERETTO E.M., Ricerche su Mt 1-2, "Marianum" 31 (1969) 140-247.

STRAMARE T.,San Giuseppe nella Sacra Scrittura, nella teologia e nel culto, Roma, PIEMME 1983; San Giuseppe virgulto rigoglioso, rassegna storico. dottrinale, Casale Monferrato, PIEMME 1987.

SERRA A.M.,María según el evangelio, Salamanca, Sígueme 1988.

SUAREZ F., José, esposo de María, Madrid 1982.

 

Nota: Ver otros estudios en el capítulo III (dimensión bíblica), especialmente los que se refieren a la infancia de Jesús.



    [1]Los textos inspirados siguen hablando, en cada una de sus expresiones, de los acontecimientos salvíficos y de las figuras bíblicas. La palabra evangélica urge tanto a la contemplación como a la misión. G. AUZOU, La Parole de Dieu, Approches du mystère des Saintes Ecritures, Paris, Edit. de l'Orante 1963; D. BARSOTTI, Misterio cristiano y palabra de Dios, Salamanca, Sígueme 1965;

J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, profetismo misionero, Barcelona, Balmes 1986; Idem, Meditar en el corazón, Barcelona, Balmes 1987; V. MANNUCI, Bibbia come parola di Dio, Brescia, Queriniana 1984. Ver comentarios a la Constitución conciliar "Dei Verbum", del Vaticano II. Sobre figuras bíblicas concretas: Grande dizionario illustrato dei personaggi biblici, Casale Monferrato. PIEMME 1991. Sobre otras figuras: AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità, Brescia, Morcelliana 1982. Ver otros estudios en la nota 1 del capítulo III.

    [2]La figura bíblica de José, como esposo de María, ayuda a comprender los datos fundamentales del "kerigma": Jesús Hijo de Dios (bajo la acción del Espíritu Santo), Jesús verdadero hombre (hijo de David), Jesús Salvador (según las promesas mesiánicas). María, Virgen y Madre, asociada a Cristo como figura de la comunidad eclesial, es parte integrante del "kerigma". Ver el tema de María en relación al primer anuncio, en el capítulo III, n.1.

    [3]La exhortación apostólica "Redemptoris Custos" (RC), de Juan Pablo II (15 agosto 1989), tiene esta línea salvífica: "servir" y "participar" en la economía de la salvación", a ejemplo de San José, esposo de María. Este documento no ha tenido mucho eco en las publicaciones, pero ha conseguido un gran impacto en muchas comunidades cristianas, especialmente de vida consagrada y misionera. Ver el texto en Insegnamenti XII/2 (1989) 197-248.

    [4]Es la actitud propia del evangelizador: "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que le acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18,9-10). Cristo le espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

    [5]Algunos estudios sobre San José dejan entender estos datos bíblicos: F. CANALS, San José patriarca del Pueblo de Dios, Valladolid 1982; J.A. CARRASCO, San José en el misterio de Cristo y de la Iglesia, Valladolid 1980; E. CARRO, R. PALMERO, San José, Bilbao 1980; J.M. ESCRIVA', En el taller de San José, Madrid 1969;

J. ESQUERDA BIFET, José de Nazaret, Salamanca, Sígueme 1989; J. GALOT, Saint Joseph, Roma 1985; M. GASNIER, Los silencios de San José, Madrid 1980; E.S. GOBERT, San José, un hombre para Dios, Barcelona 1982; U. HOLSMEISTER, De Sancto Ioseph quaestiones biblicae, Roma 1945; J. JANTSCH, José de Nazaret, Madrid, Patmos 1954; JOSE A. DEL NIÑO JESUS, San José, su misión, su tiempo, su vida, Valladolid 1965; A.H.M. LEPICIER, Tractatus de Sancto Iosepho Sponso S. M. Virginis, Roma 1933; B. LLAMERA, Teología de San José, Madrid 1953; B. MARTELET, José de Nazaret, el hombre de confianza, Madrid 1981; J.A. MORAN, Nuestro padre San José, El Salvador 1966; T. STRAMARE, San Giuseppe nella Sacra Scrittura, nella teologia e nel culto, Roma, PIEMME 1983; Idem, San Giuseppe virgulto rigoglioso, rassegna storico. dottrinale, Casale Monferrato, PIEMME 1987; F. SUAREZ, José, esposo de María, Madrid 1982. Ver bibliografía histórica y actual en F. CANALS, T. STRAMARE (o.c.), y en: "Apostolado Sacerdotal" 22 (Barceona, 1966) nn.231-232. Ver tmabién los comentarios al evangelio de la infancia, especialmente según San Mateo.

    [6]Toda figura bíblica personifica a la comunidad, cada una según su propio cometido. L. DEISS, Marie, Fille de Sion, Bruges 1959; J. ESQUERDA BIFET, Significado salvífico de María como Tipo de la Iglesia, "Ephemerides Mariologicae" 17 (1967) 89-120; J. GALOT, Marie, Type et modèle de l'Église, en: L'Église du Vatican II, Paris, 1966, III; O. SEMMELROTH, Marie, Archétype de l'Église, Paris, Fleurs 1968; T. STRAMARE, San Giuseppe virgulto rigoglioso, rassegna storico. dottrinale, Casale Monferrato, PIEMME 1987; M. THURIAN, Maria, Madre del Signore, Immagine della Chiesa, Brescia, Morcelliana 1964.

    [7]"El contexto de 'justicia' es uno de los temas fundamentales del mensaje de Cristo según Mateo, y la palabra es una de las predilectas del evangelista... En el panorama doctrinal del primer Evangelio, la abstracción 'justicia' tiene relación íntima y casi podrá intercambiarse con la consigna dinámica de 'cumplir la Voluntad del Padre que está en los cielos'" (I. GOMA, El Evangelio según San Mateo, Madrid, Marova 1976, I, pp.33-34).

    [8]La familia cristiana tiene siempre como modelo la sagrada familia de Nazaret. Dice el documento de Santo Domingo: "Jesucristo es la Nueva Alianza, en El el matrimonio adquiere su verdadera dimensión. Por su Encarnación y por su vida en familia por María y José en el hogar de Nazaret se constituye un modelo de toda familia" (n.213).

    [9]Las palabras de María son un eco de la respuesta a la Alianza, como representando a la comunidad creyente y como resumen de toda figura bíblica. San José asumió responsablemente esta respuesta "haciendo" lo que el ángel le pidió de parte de Dios. A.M. SERRA, María a Cana e presso la Croce, Roma, Centro di Cultura Mariana "Mater Ecclesiae" 1978; Idem, María según el evangelio, Salamanca, Sígueme 1988, XIII ("Haced lo que él os diga"); Idem, E c'era la Madre di Gesù..., saggi di esegesi biblico-mariana (1978-1988), Roma, Marianum 1989; Idem, Nato da Donna..., ricerche bibliche su Maria di Nazaret (1989-1992), Roma, Marianum 1992.

    [10]Ver este tema en el capítulo IX, n.3. La encíclica "Redemptoris Missio" presenta la necesidad de una "nueva evangelización" o "reevangelización" de las comunidades ya cristianas, en vistas a hacerse responsables de lamisión universal, quie es tarea de todos. Ver RMi nn. 2, 3, 33, 59, 72, 73, 85, 86.

    [11]La renovación de personas y comunidades es condición indispensable para asumir las responsabilidades de la evangelización. Ver RMi nn. 47, 49, 52, 60. J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización, "Seminarium" 31 (1991) n.1, 135-147.

    [12]La verdadera "experiencia" de Dios se convierte en eficacia misionera: AA.VV., Contemplazione e missione, "Fede e Civiltà" 75 (1978) 3-34; E. ANCILLI, Fecondità missionaria della preghiera contemplativa, in: Spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986, 181-196; L. BORRIELLO, Una forte esperienza di Dio quale base di ogni promozione umana ed evangelizzazione, en: Portare Cristo all'uomo, III, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, 441-460; DINH DUC DAO, Preghiera e missione, en: Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, 233-251; J. ESQUERDA BIFET, Valor evangelizador y desafíos actuales de la "experiencia" religiosa, "Euntes Docete" 43 (1990) 37-56.

    [13]Juan Pablo II indica comunica tamibén su experiencia personal y una reflexión consecuente: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero ha de ser un contemplativo en la acción. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3)" (RMi 91).

    [14]Ver la espiritualidad mariana del apóstol en el capítulo VIII.

    [15]D. CHENU, Hacia una teología del trabajo, Barcelona, Estela 1965; A. MARTINEZ ALBIACH, Espiritualidad del trabajo, "Burgense" 28/2 (1987) 511-532; E. TESTA, Il lavoro nella Bibbia, nella Tradizione e nel Magistero della Chiesa, "Liber Annuus" (Studium Biblicum Franciscanum) 36   (1986) 183-210.

    [16]La esperanza cristiana se apoya sólo en Cristo, centro de la creación y de la historia; la cooperación del creyente es confiada, activa y responsable. J. GALOT, Le mystère de l'espérance, Paris, Lethielleux 1973; P. GRELOT, Espérance, liberté, engagement du chrétien, Paris, Paulines 1983; R. LAURENTIN, Nouvelles dimensions de l'espérance, Paris, Cerf 1972; B. MONDIN, I teologi della speranza, Bologna, Borla 1974.

 

    [17]Ver la relación entre la maternidad de María y de la Iglesia, en los capítulos V n.3 y VIII n.2.

    [18]La eclesiologia de "comunión" acentúa el valor de la fraternidad como signo eficaz de Cristo. La Iglesia "misterio", como signo de la presencia del Señor, se hace "misión" en la medida en que viva la "comunión". "La vida de comunión eclesial será así un signo para el mundo y una fuerza... La comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión" (CFL 31). Ver: J. CAPMANY, Misión en la comunión, Madrid, PPC 1984; J. ESQUERDA BIFET, Compartir con los hermanos, la comunión de los santos, Barcelona, Balmes 1992; CL. GARCIA EXTREMEÑO, La actividad misionera de una Iglesia sacramento y desde una Iglesia comunión, "Estudios de Misionología" 2 (1977) 217-252; J.M.R. TILLARD, Eglise d'Eglises, écclésiologie de communion, Paris, Cerf 1987.

    [19]Ver: M. GASNIER, Los silencios de San José, Madrid 1980. Sobre la contemplación cristiana en relación a la no cristiana, resumo doctrina comparativa y bibliografía en: Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976, I, 407-420; La experiencia cristiana de Dios, "más allá" de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativos, en: Portare Cristo all'uomo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, I, 351-368.

    [20]SAN JUAN DE LA CRUZ, Cántico espiritual, anotación a la canción 29 (texto B). Se puede hablar de una "dimensión teologal" de la evangelización: hacer que las personas evangelizadas vivan la vida de fe, esperanza y caridad, dispuestas a seguir todo el camino de la santidad cristiana. En la vida y en los escritos de San Juan de la Cruz aparece "la fuerza teologal de la vida apostólica" (Carta Apostólica de Juan Pablo II, Maestro en la fe (14.12.90).

    [21]"Redemptoris Custos" cita a: S. TOMAS, Summa Theol., II-IIae, q. 182, a.1, ad 3.

    [22]Recojo testimonio de Papas y santos en: José de Nazaret, Salamanca, Sígueme 1989, cap. 6. Sobre D. Comboni: P. CHIOCCHETTA, A. GILLI, La preghiera in Comboni, Roma, Missionari Comboniani 1989 (appendice: S. Giuseppe nella tradizione comboniana). Sobre los Santos Padres: G.M. BERTRAND, G. PONTON, Textes Patristiques sur Saint Joseph, Montréal, CRD Oratoire S. Jospeh, 1966. Sobre documentos pontificios, Santos Padres en particular y sobre autores y santos de todas las épocas: F. CANALS VIDAL, San José, Patriarca del Pueblo de Dios, Valladolid 1982, apéndices documental y bibliográfico. Ver más bibliografía en la nota 5.

    [23]Decr. "Novis hisce temporibus" (S.C. de Ritos), 13 noviembre 1962: AAS 54 (1962) 873.

    [24]Carta Apostólica de Juan XXIII, sobre la devoción a San José, 19 de marzo de 1961: Discorsi, Messaggi... del Santo Padre Giovanni XXIII, Tip. Pol. Vaticana, III, 773-782.

    [25]Ver: S. BARTINA, San José en los documentos del Concilio Vaticano II, "Estudios Josefinos", 13 (1971) nn.49-50.

    [26]STA. TERESA DE LISIEUX, Historia de un alma, cap. VI. Ver en: Procès de béatification et canonisation de Sainte Thérèse de l'Enfant-Jésus et de la Sainte-Face, I, Procès informatif ordinaire, Roma, Teresianum 1973, Manuscrits autobiographiques "A". chap. VI.

    [27]STA TERESA DE LISIEUX, Novissima verba, 20 de agosto.

    [28]STA TERESA DE LISIEUX, Consejos y recuerdos, n.99.

    [29]Oración de la celebración eucarística y de la liturgia de la horas: "Dios todopoderoso, que, en los albores del Nuesto Testamento, encomendaste a San José los misterios de nuestra salvación, haz que ahora tu Iglesia, sostenida por la intercesión del esposo de María, lleve a su pleno cumplimento la obra de la salvación de los hombres".

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