Lunes, 11 Abril 2022 10:48

VII. ESPIRITUALIDAD MARIANA DE LAS DIVERSAS VOCACIONES

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VII. ESPIRITUALIDAD MARIANA DE LAS DIVERSAS VOCACIONES

 

1. María en el camino de la vocación

 

2. María y la vocación laical

 

3. María y la vocación de vida consagrada

 

4. María y la vocación sacerdotal

 

1. María en el camino de la vocación

 

      Toda persona humana es llamada a realizarse en la historia según los planes de Dios. En el Antiguo Testamento encontramos las grandes llamadas como punto de referencia de toda llamada actual.[1]

      La vocación es siempre una elección en Cristo: "nos eligió en Cristo antes de la creación del mundo para ser su pueblo" (Ef 1,4). En este sentido hablamos de vocación "cristiana", que es "llamada a la libertad" (Gal 5,13) o a "la verdad" de Cristo (Jn 8,32).

      La llamada de Dios es siempre don e iniciativa suya (Jn 15,16), puesto que "es él quien nos ha amado primero" (1Jn 4,10). La vocación es siempre "sorprendente" y, como en el caso de María, produce un primer sentimiento de "temor" y estupor (Lc 1,29). En un segundo momento, cuando la persona ha respondido libremente a la llamada, se produce el gozo de experimentar la bondad y misericordia de Dios, como en el Magnificat de María (Lc 1,46ss).

      La vocación cristiana puede estudiarse en una gama muy amplia de posibilidades:

- Llamada a la fe, como opción fundamental y "adhesión plena y sincera a Cristo y a su evangelio" (RMi 46), en un proceso de sintonía con sus criterios, escala de valores y actitudes. María es modelo de esta fe (Lc 1,45).

- Llamada a la santidad, como compromiso de configura ción con Cristo, unión o relación con él, imitación suya, especialmente a partir del "bautismo". A esta santidad, como "plenitud de vida cristiana" y "perfección de la caridad", son llamados todos los cristianos (LG 40). María es modelo de esta santidad cristiana, como "llena de gracia" que ha hecho de la propia vida un "sí" de donación total a los planes de Dios (Lc 1,28.38).

- Llamada a la misión, como compromiso de anunciar a Cristo y su evangelio, según los carismas recibidos y los servicios o "ministerios" encomendados. María es modelo de este anuncio del gozo mesiánico (Lc 1,40-41).

- Llamada a un estado de vida que tradicionalmente se ha venido distinguiendo en laical, vida consagrada, sacerdotal (ver los apartados siguientes), como conjunto de circunstancias de lugar y de tiempo donde uno se realiza según las gracias recibidas. Todo estado de vida está relacionado con la Iglesia como misterio, comunión y misión. María es Tipo o modelo y figura de la Iglesia como comunidad orgánica de personas y de grupos; ella es "la mujer" (Jn 2,4) modelo de toda comunidad eclesial (Lc 8,19-21).

 

      La respuesta a la vocación es posible precisamente por ser gracia de Dios que capacita para decir un "sí" consciente, libre y generoso. El tema de la Alianza (antigua y nueva) tiene esta doble faceta: la llamada de Dios y la respuesta personal y comunitaria. Dios quiere salvar al hombre mediante la colaboración del mismo hombre. La indicación de María a los servidores de Caná ("haced lo que él os diga": Jn 2,5), además de ser una manifestación de su respuesta personal (Lc 1,38), es, al mismo tiempo, una invitación a responder a la Alianza del Sinaí (Ex 24,7) y a la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo (Lc 22,20).

      Tradicionalmente se ha venido explicando la respuesta vocacional por un proceso de discernimiento de las señales de vocación y por un camino de fidelidad generosa. Las señales de vocación son como manifestaciones de la voz de Dios, la cual "debe ser entendida y distinguida por los signos que cotidianamente dan a conocer a los cristianos prudentes la voluntad de Dios" (PO 11). La vocación es una experiencia de declaración de amor (Mc 10,21) que se traduce en relación personal con Cristo (Mc 3,13-14). María será siempre modelo y ayuda materna para discernir y formarse en un proceso de:

- Recta intención, es decir, de motivaciones que sean suficientemente claras y coherentes (gloria de Dios, servicios de caridad, criterios evangélicos...).

- Libertad de elección, sin condicionamientos psicológicos ni sociológicos, con equilibrio afectivo, como decisión personal y compromiso permanente.

- Cualidades suficientes que fundamenten la idoneidad en los diversos niveles: humano (personal y de convivencia comunitaria), espiritual, intelectual, apostólico...[2]

 

      Según el evangelio de Juan, el seguimiento evangélico del grupo apostólico inició después del milagro de Caná: "Jesús manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después de esto bajó a Cafarnaún con su Madre, sus hermanos y sus discípulos" (Jn 2,11-12).

      María es modelo de respuesta fiel y generosa a la vocación. "En íntima unión con Cristo, María, la Virgen Madre, ha sido la criatura que más ha vivido la plena verdad de la vocación, porque nadie como ella ha respondido con un amor tan grande al amor inmenso de Dios" (PDV 36).[3]

      Al mismo tiempo, María "sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones" (PDV 82). Ella ayuda en todo el proceso de la vocación, para "buscar a Jesús, seguirlo y permanecer en él" (PDV 34). El inicio de una vocación tiene siempre algún signo de la presencia mariana, como la santificación del Precursor (Lc 1,15.41) y el seguimiento apostólico (Jn 2,11-12). La perseverancia en los momentos de dificultad encuentra un apoyo en su fortaleza junto a la cruz (Jn 19,25-27). Las nuevas gracias del Espíritu Santo, en un período de renovación, señalan a María como figura de la Iglesia, siempre fiel a la Palabra (Act 1,14; Lc 11,28; Mt 12,46).

      María tiene la misión de hacer de cada cristiano un "Jesús viviente" (según la expresión de San Juan Eudes) o una transparencia suya, un evangelio vivo, de acuerdo con el estilo propio de cada vocación. En toda vocación hay que distinguir el don y la cooperación. La santidad o perfección cristiana consiste siempre en la caridad, como expresión de las bienaventuranzas. "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

      María "es nuestra Madre en el orden de la gracia" porque "cooperó... a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61). Ella sigue cooperando "con amor materno" a nuestra "generación y educación" como hermanos en Cristo (LG 63; Rom 8,29) e "hijos en el Hijo" (cfr. Ef 1,5).

      La vivencia de la identidad de la propia vocación se concreta en el gozo de saberse amado por Dios y de poder amarle a él en sí mismo y en los hermanos. El "gozo" que María canta en el Magnificat corrobora este sentido de identidad, que hará posible superar las dificultades sin caer en la agresividad ni en la huida. La actitud mariana de respuesta generosa a la vocación hace descubrir y vivir que "el hombre, por ser la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí misma, no puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega de sí mismo a los demás" (GS 24).

      Toda vocación cristiana se realiza en la comunión y en la misión eclesial.

 

2. María y la vocación laical

      La vocación laical tiene como objetivo "dilatar el Reino de Dios, e informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano" (AA 4). Los laicos, "guiados por el espíritu evangélico, contribuyen a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento" (LG 31).

      Es, pues, una vocación de "inserción" en el "mundo" o en la "secularidad", para ser "fermento evangélico" "en el corazón del mundo" (EN 70) y, de este modo, "tratar de obtener el Reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios" (LG 31). Así, pues, "la condición eclesial de los fieles laicos se encuentra radicalmente definida por su novedad cristiana y caracterizada por su índole secular" (CFL 15).

      Según la etimología de la palabra, "laicos" son los "miembros del Pueblo" de Dios. Pero su peculiaridad no aparece tanto en la palabra cuanto en la realidad de formar parte del Pueblo de Dios como fermento evangélico en la sociedad. Su camino de santidad y de apostolado será, pues, peculiar, a fin de insertar el espíritu evangélico en las estructuras humanas. Su condición de profetismo, sacerdocio y realeza no es el de la jerarquía (o del sacerdocio ministerial), sino del carácter bautismal (y de los sacramentos de la iniciación) con la derivación hacia:

- La secularidad o inserción en el "orden temporal" (can. 225) o "ciudad terrena" (can. 227), que está constituida por los asuntos "temporales" o "seculares" (cfr. LG 31; GS 43).

- El testimonio y vivencia de fermento evangélico, como signo especial de las exigencias fundamentales que derivan del bautismo respecto a las bienaventuranzas y al mandato del amor.

- La asunción de la propia responsabilidad en la misión de la Iglesia, para hacer llegar a las estructuras humanas la fuerza de su profetismo, sacerdocio y realeza.

- La vivencia de la comunión eclesial como parte peculiar del Pueblo de Dios, en la armonía de carismas, vocaciones y ministerios.[4]

 

      La espiritualidad laical, sin disminuir en las exigencias de la caridad, tendrá, pues, estas características de inserción en el mundo como miembros responsables de la Iglesia misterio, comunión y misión. La vocación de todo fiel es una llamada a la santidad y al apostolado, como "vocación a la santidad en el amor"; cuando se trata de los fieles laicos, está vocación "se manifiesta y actúa según la índole secular que es propia y peculiar de ellos" (CFL 64). Su línea espiritual y apostólica es de inserción, como signos creíbles del evangelio, formando parte integrante y responsable de la Iglesia misterio, comunión y misión.

      Los laicos, como los demás fieles, por el hecho de ser miembros de la Iglesia, sólo podrán cumplir con su cometido si se renuevan evangélicamente: "Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

      Si la línea "laical" o "secular" deriva del misterio de la encarnación (como inserción profunda del Verbo en la humanidad), aparece claro que la doctrina mariana ayudará a toda la Iglesia y, de modo especial, a los laicos, a comprender mejor está dimensión salvífica: "La Iglesia, meditando piadosamente sobre María y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación" (LG 65).

      Los laicos están llamados a una espiritualidad y misión específica. Ahora bien, "el modelo de esta espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María", puesto que, "mientras vivió en este mundo una vida igual a los demás, llena de preocupaciones y trabajos familiares, estaba constantemente unida con su Hijo y cooperó de modo singularísimo a la obra del Salvador" (AA 4). Los laicos, pues, imitan a María y "encomiendan su vida apostólica a su solicitud materna" (ibídem).[5]

      El tema de la Sagrada Familia de Nazaret está íntimamente relacionado especialmente con el aspecto matrimonial del laicado. "Por misterioso designio de Dios, en ella vivió escondido largos años el Hijo de Dios: es, pues, el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que transcurrió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo, para que sean fieles a sus deberes cotidianos, para que sepan soportar las ansias y tribulaciones de la vida, abriéndose generosamente a las necesidades de los demás y cumpliendo gozosamente los planes de Dios sobre ellas" (FC 86).[6]

      El amor esponsal entre Cristo y la Iglesia (Ef 5,25-27) se expresa de dos maneras: por la vida matrimonial y  por la vida de virginidad. María es siempre el Tipo de una Iglesia Esposa fiel a Cristo Esposo, tanto en un estado como en otro. "El matrimonio y la virginidad son dos modos de expresar y de vivir el único Misterio de la Alianza de Dios con su pueblo. Cuando no se estima el matrimonio, no puede existir tampoco la virginidad consagrada; cuando la sexualidad humana no se considera un gran valor donado por el Creador, pierde significado la renuncia por el Reino de los cielos" (FC 16). [7]

      En forma de oración a María, Juan Pablo II concluye la exhortación "Christifideles Laici" (n. 64) indicando unas líneas básicas de espiritualidad mariana laical. Resume primero su vocación laical específica: "llamados por Dios a vivir en comunión de amor y de santidad con El y a estar fraternalmente unidos en la gran familia de los hijos de Dios, enviados a irradiar la luz de Cristo y a comunicar el fuego del Espíritu por medio de su vida evangélica en todo el mundo". Encomienda luego a María la fidelidad a la vocación laical según sus líneas fundamentales:

- "llena sus corazones de reconocimiento y entusiasmo por esta vocación y por esta misión"...

- "danos tu misma disponibilidad para el servicio de Dios y para la salvación del mundo"...

- "abre nuestros corazones a las inmensas perspectivas del Reino de Dios y del anuncio del Evangelio a toda criatura",

- "enséñanos a tratar las realidades del mundo con un vivo sentido de responsabilidad cristiana y en la gozosa esperanza de la venida del Reino de Dios"...

- "guíanos y sosténnos para que vivamos siempre como auténticos hijos e hijas de la Iglesia de tu Hijo y podamos contribuir a establecer sobre la tierra la civilización de la verdad y del amor" (CFL 64).

 

3. María y la vocación de vida consagrada

      Llamamos "vida consagrada" al modo de vida cristiana que quiere imitar, de modo permanente, el estilo evangélico de Cristo, que fue casto, obediente y pobre. Tradicionalmente se ha venido llamando "seguimiento evangélico" radical, como respuesta al "sígueme" del Señor (Mt 19,21). No nos referimos a la "consagración" fundamental del bautismo (que es propia de todo cristiano), sino a ese "género de vida virginal que Cristo Señor escogió para sí y que la Virgen Madre abrazó" (LG 46). Es, pues, "una peculiar consagración que radica íntimamente en la consagración del bautismo y la expresa con mayor plenitud" (PC 5).[8]

      La vida consagrada por la práctica permanente de los consejos evangélicos, es "signo" fuerte de las bienaventuranzas, como "seguimiento de Cristo según se propone en el evangelio" (PC 2), "signo y estímulo de la caridad" (LG 42) y del amor de totalidad de Cristo a su esposa la Iglesia (LG 44). La práctica de los consejos evangélicos va acompañada de alguna forma de fraternidad y se realiza en vistas a un servicio eclesial de caridad. Por esto es siempre una vocación (personal y comunitaria) en vistas a la consagración y a la misión. [9]

      La elección radical de Dios solo, se vive en una línea de cristocentrismo (desposorio con Cristo), como signo y servicio de Iglesia. La acción del Espíritu Santo, que ha comunicado sus "carismas" en vistas a la consagración y a la misión, hace posible el equilibrio de unidad de vida entre la contemplación de la Palabra y la acción apostólica. Es siempre un "don divino que la Iglesia ha recibido de su Señor y que con su gracia conserva siempre" (LG 43).[10]

      La vida consagrada se realiza "según el modelo de la consagración de la Madre de Dios" (RD 17), puesto que "ella es la más plenamente consagrada a Dios; consagrada del modo más perfecto; su amor esponsal alcanza el culmen en la Maternidad divina por obra del Espíritu Santo" (ibídem). María es ejemplo y ayuda para este desposorio con Cristo, que es "manantial extraordinario de espiritual fecundidad en el mundo" (LG 42). En María y en la Iglesia, "la maternidad es fruto de la donación total a Dios en la virginidad" (RMa 39). La consagración se hace fecundidad materna y misionera, puesto que "la virginidad por el Reino se traduce en múltiples frutos de maternidad según el espíritu" (RMi 70).[11]

      María es modelo y madre en todos los elementos fundamentales de la vida consagrada:

- en el seguimiento evangélico, a modo de desposorio con Cristo (Jn 2,11-12),

- en la pobreza evangélica como la vida en Belén y Nazaret (LC 1-2; Mt 1-2),

- en la obediencia a los planes salvíficos de Dios (Lc 1,38).

- en la virginidad bajo la acción del Espíritu Santo, para ser "la mujer" asociada a Cristo (Lc 1,35; Jn 2,4),

- en la disponibilidad para el servicio y misión de la Iglesia por una nueva maternidad (Jn 19,25-27; Apoc 12,1ss),

- en la vida fraterna como vínculo de comunión y ayuda para la vida espiritual, apostólica, intelectual y humana (Act 1,14).[12]

 

      En toda institución de vida consagrada se puede constatar una presencia activa y materna de María, que ha dejado sus huellas en gestos de vida, documentos, costumbres, oraciones, etc. De este modo, la "vida consagrada" se puede convertir en "un reflejo de la presencia de María en el mundo".[13]

      El sentido de totalidad en la entrega, expresada en un "corazón indiviso" (cfr. 1Cor 7,32-35)), ha sido recalcado en toda la tradición eclesial, desde los comienzos de las formas concretas de vida consagrada. María es siempre modelo y ayuda de esta entrega de totalidad. Se trata de "no anteponer absolutamente nada a Cristo".[14]

      Es "toda la Iglesia" la que "encuentra en María su primer modelo", pero "con más razón las personas y comunidades consagradas dentro de la Iglesia" (RD 17). La razón es que "ella... del modo más perfecto... sigue a Cristo como a su Maestro, en castidad, pobreza y obediencia" (ibídem). Por esto hay que "avivar" la consagración del seguimiento evangélico "según el modelo de la consagración de la misma Madre de Dios" (ibídem)

      La Iglesia revelará al mundo el mensaje evangélico de Cristo especialmente por medio de la vida consagrada. De la renovación de la vida consagrada depende, en gran parte, el que la Iglesia sea verdaderamente "sacramento universal de salvación" (AG 1)[15]. La renovación de la vida consagrada se realizará en la medida en que se mire a María como modelo y Madre. Hay que buscar en su ejemplo y acción materna "la vitalidad espiritual" y el "rejuvenecimiento" de las instituciones.[16]

      Los fundadores de las instituciones eclesiales, y especialmente de las diversas formas de vida consagrada, han manifestado siempre una línea espiritual, comunitaria y apostólica fuertemente mariana. Las reglas o estatutos de esas instituciones tienen frecuentemente este matiz mariano: la oración personal y comunitaria (oraciones, devociones y consagraciones marianas), las motivaciones respecto a cada uno de los consejos evangélicos, la vida fraterna como en cenáculo con María, el apostolado en sus diversos campos de caridad y de cercanía a los pobres. Este sentido mariano de la vida consagrada les ayudaba a vivir el sentido y amor de Iglesia.[17]

 

4. María y la vocación sacerdotal

      La figura del Buen Pastor (Jn 10,1-18) es el punto de referencia para la espiritualidad de los doce apóstoles, así como de sus sucesores e inmediatos colaboradores. A esta espiritualidad se le ha llamado también "vida apostólica", es decir, la vida evangélica de los Apóstoles, que, como la vida del Buen Pastor, se desarrolla en dos niveles: la responsabilidad sobre la comunidad (el Buen Pastor conoce, guía, lleva a buenos pastos, defiende), la vida evangélica semejante a la del Buen Pastor (que "da la vida").

      El modelo apostólico de Pedro y Pablo ha quedado plasmado principalmente en dos fragmentos neotestamentarios: 1Ptr 5 (sobre los "presbíteros"); Act 20,17ss (discurso de Pablo en Mileto, a los "presbíteros" de Efeso).). Se trata de una actitud de seguimiento evangélico, que supone la vida fraterna y se dirige hacia la misión.

      De los textos neotestamentarios se desprenden estas líneas principales de espiritualidad "apostólica" o sacerdotal:

- Vocación y elección como iniciativa de Cristo: Mt 10,1ss; Lc 6, 12ss; Mc 3,13ss; 6,7; Lc 9 1 y 10,1; Jn 13,18; 15,14ss.

- Seguimiento evangélico de Cristo: Mt 4,19ss; 10, 1-42; 19, 21-27; Mc 6, 7-12; 10,35ss; Lc 9, 1-6; 10,2-9.

- Llamados a compartir la caridad del Buen Pastor: Jn 10; Act 20,17ss; 1Pe 5,1ss.

- Comunión fraterna: Mt 10,15; Mc 6,7.30-31; Lc 9,1.10; 10,1.17-21; Jn 13,34.35; 17,21-23.

- Misión de totalidad y de universalismo: Mt 10,5; 28,18ss; Mc 6,7; 16,15ss; Lc 9,2 y 10,1; Act 1,8; Jn 20,21 (PO 10).

- Eucaristía como centro y fuente de la evangelización: Lc 22,19-20; 1Cor 11,23ss; Jn 6,35ss

- Al servicio de la Iglesia esposa: 2Cor 11,2; Ef 5,25-27; Jn 17,23; 1Tim 4,14 ("gracia" permanente)

- Sintonía con los sentimientos (y oración) sacerdotales de Cristo: Jn 17; Mt 11,25ss; Lc 10,21ss; Fil 2,5.

 

      La vida sacerdotal (o del ministerio apostólico) es un "signo o representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Buen Pastor" (PDV 15-16), para "obrar en su nombre" o "en persona de Cristo Cabeza" (PO 2). Ello incluye ser, ante la Iglesia, transparencia de la vida y del amor de totalidad de Cristo Buen Pastor y Esposo, como signo de la de su caridad pastoral y esponsal (PDV 22; PO 13).

      El concilio Vaticano II ha trazado la fisonomía sacerdotal de hoy, que encuentra en el rostro de Cristo el modelo acabado que hay que imitar y actualizar en cada época. El hecho de ser signo de Cristo Sacerdote y buen Pastor, y de participar en la "consagración y misión" del Señor, hace que el sacerdote pueda obrar "en nombre de Cristo Cabeza" (PO 2) y prologarle en su Palabra, sacrificio, acción salvífica y pastoral (PO 4-6). Ahora bien, esta realidad del ser y del obrar sacerdotal, comporta una exigencia de "espiritualidad" o de "santidad", al estilo de vida del buen Pastor (PO 7ss). El sacerdote está llamado a ser "transparencia" de Cristo. "Por tanto, los presbíteros son llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia de el en medio del rebaño que les ha sido confiado" (PDV 15). El decreto conciliar sobre el sacerdote había señalado unas líneas de fuerza: comunión (PO 7-9), misión (PO 10-11), santificación al estilo del Buen Pastor (PO 12-17).[18]

            La naturaleza y misión del sacerdote, es decir su identidad, se presenta a partir de la consagración y misión de Cristo comunicadas al sacerdote ministro: "Me ha ungido y me ha enviado" (Lc 4,18). El sacerdote queda configurado con Cristo Sacerdote y Buen Pastor, para prolongarle en la Iglesia. La espiritualidad o vida espiritual del sacerdote se explica como vida en el Espíritu: "El Espíritu del Señor sobre mí" (Lc 4,18). Es el mismo estilo de vida del Buen Pastor y del "seguimiento evangélico" de los Doce.[19]

      La configuración con Cristo, en cuanto al ser, al obrar y a la vivencia, es una acción permanente del Espíritu Santo, como consecuencia de la "consagración" obrada por medio del sacramento del Orden. En esta base teológica se apoya la exhortación postsinodal para pasar a la descripción de la figura del sacerdote que hay que delinear y construir para servir a la Iglesia y al mundo de hoy.

      La "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor" (PDV 15), arranca del hecho de participar en su ser o consagración, para prolongar su misma misión (Lc 4,18-19; Is 61,1-2). En quien ha recibido la imposición de manos por el sacramento del Orden, hay una acción permanente del Espíritu Santo que modela el ser, el obrar y el estilo de vida o espiritualidad (PDV 33).

      Esta representación de "autoridad", como configuración con Cristo "Cabeza", tiene el sentido de servicio, a imitación de "Cristo Siervo": "Jesucristo es Cabeza de la Iglesia su Cuerpo. Es 'Cabeza' en el sentido nuevo y original de ser 'Siervo', según sus mismas palabras... (Mc 10,45)" (PDV 21). Es la línea de servicio acentuada por el Vaticano II: "Son promovidos para servir a Cristo Maestro, Sacerdote y Rey" (PO 1; cfr. LG 24).[20]

      Para trazar las líneas principales de la espiritualidad sacerdotal mariana, hay que tener en cuenta estos datos esenciales:

- María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18); los sacerdotes participan en su ser (consagración), prolongar su obrar (misión), viven su mismo estilo de vida (espiritualidad).

- María es Madre del Pueblo sacerdotal (cfr. LG 62), puesto que "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad.

- María es Madre especial del sacerdote ministro, en todo el proceso de vocación, seguimiento, misión, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[21]

 

      La espiritualidad sacerdotal, por enraizar en la misma consagración de Cristo y por compartir su misma misión, incluye la sintonía con los sentimientos de Cristo respecto a su Madre, puesto que quiso nacer de ella y asociarla a su obra redentora. Cristo fue ungido sacerdote, por la acción del Espíritu, en el seno de María, y quiso que ella "se asociara con entrañas de Madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58). Por esto, los sacerdotes "la reverenciarán y amarán con filial devoción y culto", como "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio" (PO 18).[22]

      La invitación de Juan Pablo II en "Pastores dabo vobis" indica las pistas de un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrá lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (n.82). "Por eso, nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente" (ibídem).

      La dimensión mariana de la espiritualidad sacerdotal es imprescindible para conseguir la "unidad" afectiva y efectiva de la comunidad eclesial de la Iglesia particular y de su Presbiterio (cfr. Act 1,14). "Cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad... Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).[23]

      Si el sacerdote debe encontrar su modo peculiar de actuar la espiritualidad sacerdotal "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13), es allí es donde principalmente ha de encontrar la presencia activa y materna de María, como Madre, modelo, intercesora, a la que debe conocer, amar, imitar, celebrar e invocar, como concretización de su caridad pastoral. La fidelidad a la consagración y a la misión (participada de Cristo) en todos los momentos de la vida y ministerio del sacerdote es la esencia de su espiritualidad. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).

      Se puede decir entonces que el sacerdote, de modo especial, hace realidad, por medio  del ministerio, la maternidad de la Iglesia a imitación de María y en relación con ella. Por esto, como Pablo, toma como figura a María, "la mujer" (Gal 4,4), para su difícil ministerio de "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). "La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65).[24]

 

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Nota: Ver otros estudios sobre la vocación laical, religiosa y sacerdotal en las notas respectivas del presente capítulo.



    [1]Gen 12,1; Ex 3,10-16; 1Sam 3,10; Is 6,9;  Jer 1,7; Ez 3,1-4.

    [2]AA.VV., Vocación común y vocaciones específicas, Madrid, Soc. Educ. Atenas 1984; M. BELLET, Vocation et liberté, Bruges, Desclée 1963; R. BERZOSA, El camino de la vocación cristiana, Estella, Verbo Divino 1991; J.F. DE RAYMOND, Le dynamisme de la vocation, Paris, Beauchesne 1974; J. ESQUERDA BIFET, Compartir la vida con Cristo, dinamismo de la vocación cristiana, Barcelona, Balmes 1988; Idem, Dinamismo de la vocación cristiana, en: Caminar en el amor, Madrid, Soc. Educ. Atenas 1989, cap. 5; J. LUZARRAGA, Espiritualidad bíblica de la vocación, Madrid, Paulinas 1984; C.M.

MARTINI, A. VANHOYE, Bibbia e vocazione, Brescia, Morcelliana 1982; M. NICOLAU, Esbozo de una teología de la vocación, "Manresa" 40 (1968) 47-64; A. PIGNA, La vocazione, teologia e discernimento, Roma, Teresianum 1976.

    [3]La exhort. apost. postsinodal "Pastores dabo vobis" habla de María en relacion con la vocación, en los nn. 36, 38, 45, 82 (bis).

    [4]AA.VV., Vocación y misión del laicado en la Iglesia y en el mundo, "Teología del Sacerdocio" 20 (1987); A. ANTON, Principios fundamentales para una teología del laicado en la eclesiología del Vaticano II, "Gregorianum" 68 (1987) 103-155; J.I. ARRIETA, Formación y espiritualidad de los laicos, "Ius Canonicum" 27 (1987) 79-97; J. ESQUERDA BIFET, Dimensión misionera de la vocación laical, "Seminarium" 23 (1983) 206-214; PONT. CONSILIUM PRO LAICIS, Apostolado de los laicos y responsabilidad pastoral de los obispos, Roma 1982; Idem, Espiritualidad de los laicos, formas actuales, Roma 1980.

    [5]Los fragmentos marianos de los documentos postconciliares sobre los laicos, indican líneas parecidas: CFL 64; CT 73; FC 86; MD 2ss.

    [6]"Familiaris consortio" n. 86 continúa: "Que san José, "hombre justo", trabajador incansable, custodio integérrimo de los tesoros a él confiados, los guarde, proteja e ilumine siempre. Que la Virgen María, como es Madre de la Iglesia, sea también Madre de la "Iglesia doméstica", y, gracias a su ayuda materna, cada familia cristiana pueda llegar a ser verdaderamente una "pequeña Iglesia", en la que se refleje y reviva el misterio de la Iglesia de Cristo. Sea ella, Esclava del Señor, ejemplo de acogida humilde y generosa de la voluntad de Dios; sea ella, Madre Dolorosa a los pies de la Cruz, la que alivie los sufrimientos y enjugue las lágrimas de cuantos sufren por las dificultades de sus familias". G. MEDICA, Alla scuola di Nazaret, Maria Maestra di vita, Leumann, LDC 1983.

    [7]Ver comentario a "Familiaris consortio" en: A. SARMIENTO, A missâo da família cristâ, "Theologia" 19 (Braga 1984) 14-224.

    [8]Prescindimos, en el presente estudio, de las diversas modalidades de "vida consagrada" (siempre por la práctica permanente de los "consejos evangélicos"): monacal, eremítica, religiosa, sociedades de "vida apostólica", institutos seculares, asociaciones, etc. Estas diversas modalidades de "vida consagrada" (y otras que puedan surgir en el futuro) son, cada una de ellas, signos peculiares del desposorio entre Cristo y la Iglesia: vida claustral estricta, vida de soledad en el "desierto", compromisos públicos, consagración en la plena inserción en el mundo, consagración privada, etc. Ninguna forma de "vida consagrada" debe minusvalorar las otras posibilidades del "seguimiento evangélico" radical. Y aunque cada una de esas formas expresa una cierta plenitud de consagración, ninguna puede abarcar todas las modalidades. En todas las modalidades se expresa el "deseo de vivir según el estilo de vida de los Apóstoles, que permanece a través de los siglos como punto de referencia" (Lineamenta para el Sínodo Episcopal sobre la vida consagrada, 1994).

    [9]El nuevo Código resumen así los elementos fundamentales de la vida consagrada: "La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una forma estable de vivir, en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo, se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo, para que, entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia, preanuncien la gloria celestial" (can. 573, pár. 1).

    [10]Todos los aspectos de la vida consagrada quedan matizados por el "carisma de los Fundadores", según la expresión de Pablo VI en "Evangelii Testificatio" n.11 (año 1971). AA.VV., Los religiosos ante la misión del Redentor, "Confer" (Madrid, 1991) 521-666; S.Mª ALONSO, La utopía de la vida religiosa, Madrid, Inst. Teol. Vida Religiosa 1982; M. AZEVEDO, Los religiosos, vocación y misión, Madrid, Soc. Educ. Atenas 1985; A. BANDERA, Teología de la vida religiosa, Madrid, Soc. Educ. Atenas 1985; J. BEYER, Vie consacrée et vie religieuse de Vatican II au Code du Droit Canonique, "Nouv. Revue Théologique" 110 (1988) 74-96; G.G. DORADO, Religioso y cristiano hoy, Madrid, Perpetuo Socorro 1983; La vida religiosa, documentos conciliares y postconciliares, Madrid, Inst. de Vida Religiosa 1987; J. LUCAS HERNANDEZ, La vida sacerdotal y religiosa, Salamanca, Soc. Educ. Atenas 1986; T. MATURA, El radicalismo evangélico, Madrid, Inst. de Vida Religiosa 1980; B. SECONDIN, Seguimiento y profecía, herencia y povernir de la vida consagrada, Madrid, Paulinas 1986.

    [11]AA.VV., María en la vida religiosa, Madrid 1986; G. RAMBALDI, Maria nel mistero di Cristo e della Chiesa, la devozione a Maria nelle anime consacrate, Milano, Ancora 1968.

    [12]Ver el n. 2 del capítulo V: María en el camino de la perfección y comunión. Desde tiempo patrísticos se presenta la vida consagrada de las vírgenes, según el modelo de María: SAN ATANASIO, De Virginibus, CSCO, t. 151, 58-64; SAN AMBROSIO, De Virginibus, 1,1-6: PL 16,208-211.

    [13]Carta de Juan Pablo II a los Religiosos, 1988. El Papa insiste en algunos otros puntos de relación entre María y la vida consagrada. Respecto a la vocación, afirma: "esta elección nos apremia, así como ha sucedido a María en la anunciación, a situarnos en lo más profundo del misterio eterno de Dios que es amor... Con la Virgen, en el hecho de la anunciación en Nazaret, meditemos el misterio de la vocación, que ha llegado a ser nuetra 'parte' en Cristo y en la Iglesia". La acción apostólica de la Iglesia y especialmente de la vida consagrada, es maternidad eclesial a imitación de la Virgen: "María lleva al Cenáculo de Pentecostés la nueva maternidad... esta maternidad, como figura, debe pasar a toda la Iglesia... Quienes se dedican a la vida apostólica..., con María, sabrán compartir la suerte de sus hermanos y ayudar a la Iglesia en la disponibilidad de un servicio para la salvación del hombre".

    [14]SAN BENITO, Regla, c. 4,21 y c. 72,11. Entonces se vive la unidad del corazón: "un solo corazón dirigido hacia Dios" (SAN AGUTIN, Regula ad Servos Dei, 1,1: PL 32,1378). "María es modelo de vida evangélica; de ella nosotros aprendemos, con su inspiración nos enseña a amarte sobre todas las cosas, con su actitud nos invita a contemplar tu Palabra, y con su corazón nos mueve a servir a los hermanos" (Prefacio del formulario de la Misa sobre la Virgen: María Madre y Maestra de vida espiritual).

    [15]"La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponiblidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69).

    [16]Carta de  Juan Pablo II a todas las personas consagradas... con ocasión del año mariano(1988), conclusión.

    [17]Los fundadores han buscado en María el ejemplo y la ayuda para: la fidelidad a los designios universales del Padre, la asociación a Cristo Redentor, la fidelidad al Espíritu, el sentido de maternidad de Iglesia misionera. AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità, Brescia, Morcelliana 1982; F. CIARDI, Los fundadores, hombres del Espíritu, para una teología del carisma del fundador, Madrid, Paulinas 1983; Idem, Indicazioni metodologiche per l'ermeneutica del carisma dei Fondatori, "Claretianum" 30 (1990) 5-47; G.M. MEDICA, Grandi catechisti, Leumann, LDC 1989. Ver las figuras marianas de la historia, especialmente entre los fundadores: S.M. RAGAZZINI, Maria vita dell'anima, Frigento 1984; G. RAMBALDI, Maria nel mistero di Cristo e della Chiesa, la devozione a Maria nelle anime consacrate, Milano, Ancora 1968.

    [18]Concretamente se pueden subrayar tres afirmaciones clave: ser "instrumentos vivos de Cristo Sacerdote" (PO 12), "ascesis propia del pastor de almas" (caridad pastoral) (PO 13), "conseguirán la santidad ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Es siempre la caridad pastoral que se expresa concretamente en las virtudes del Buen Pastor (humildad, obediencia, castidad, pobreza) (PO 15-17), y que necesita la puesta en práctica de unos medios comunes y particulares (PO 18ss).

    [19]Este es el resumen de los capítulos 2 y 3 de "Pastores Dabo vobis". Ver: AA.VV., Os daré pastores según mi corazón, Valencia, EDICEP 1992; AA.VV., Vi darò pastori secondo il mio cuore, Esortazione Apostolica "Pastores dabo vobis"..., Testo e commenti, Lib. Edit. Vaticana 1992; M. CARPIOLI, Esortazione Apostolica Postsinodale "Pastores dabo vobis", "Teresianum" 43 (1992) 323-357; Pastores dabo vobis, Esort. Apost. Post-Sinodale di Giovanni Paolo II (25 marzo 1992). Testo originale... Presentazione, introduzioni, commentoe sussidi (J. Saraiva, L. Pacomio), Casale Montferrato, PIEMME 1992.

    [20]Ver síntesis de espiritualidad sacerdotal con bibligrafía actual en: AA.VV., Espiritualidad sacerdotal, Congreso, Madrid, EDICE 1989; J. CAPMANY, Apóstol y testigo, reflexiones sobre la espiritualidad y la misión sacerdotal, Barcelona, Santandreu Edit. 1992; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC 1991; Signos del Buen Pastor, Espiritualidad y misión sacerdotal, Bogotá, CELAM 1991; M. CAPRIOLI, Il sacerdozio, teologia e spiritualità, Roma, Teresianum 1992; J. GEA, Ser sacerdote en el mundo de hoy y de mañana, Madrid, PPC 1991; Sobre el Presbyterorum Ordinis:  AA.VV., Los presbíteros a los diez años de "Presbyterorum Ordinis", Burgos, Facultad Teológica 1975. Para estudios sobre el "iter" del documento conciliar, ver: M. CAPRIOLI, Il decreto conciliare "Presbyterorum Ordinis", storia, analisi, dottrina, Roma, Teresianum 1989 e 1990.

    [21]"Los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María" (PIO XII, Menti nostrae, n.42). "Es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (ibídem n.124). Es "Madre de los sacerdotes" (JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo 1979). "En cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre" (ibídem). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (Carta del Jueves Santo 1988).

    [22]Síntesis y bibliografía sobre la espiritualidad mariana del sacerdote, en: G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II, "Compostellanum" 33 (1988) 205-224; G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria, Milano, Ancora 1968; J. ESQUERDA BIFET, Teología de la espiritualidad sacerdotal, Madrid, BAC 1991, cap. XI; Idem, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1988, 1799-1804; L.M. HERRAN, Sacerdocio y maternidad espiritual de María, "Teología del Sacerdocio" 7 (1975) 517-542; A. HUERGA, La devoción scerdotal a la Santísima Virgen, "Teología Espiritual" 13 (1969) 229-253; B. JIMENEZ DUQUE, María en la espiritualidad del sacerdote, "Teología Espiritual" 19 (1975) 45-59; A. MARTINELLI, Maria nella formazione teologico-pastorale del futuro sacerdote, "Seminarium" 27 (1975) 621-640; P. PHILIPPE, La Très Sainte Vierge et le Sacerdoce, Paris 1947 (La Virgen María y el sacerdote, Bilbao, Desclée 1955). Ver la palabra "Sacerdotes" en el Nuevo Diccionario de Mariología, Madrid, Paulinas 1790-1804.

    [23]Ver también "Pastores dabo vobis", nn.36, 38, 45.

    [24]La conclusión a que se debe llegar en la vida práctica es la siguiente: "Que cada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en la casa del propio sacerdocio sacramental, como Madre y Mediadora de aquel gran misterio (cfr. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida" (JUAN PABLO II, Carta del Jueves Santo, 1988). RMa 43 aplica el texto paulino de Gal 4,4-19 al apóstol en sentido mariano.

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