Lunes, 11 Abril 2022 10:48

V.DINAMISMO DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA: CONTEMPLACION, PERFECCION, EVANGELIZACION

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V.DINAMISMO DE LA ESPIRITUALIDAD MARIANA: CONTEMPLACION, PERFECCION, EVANGELIZACION

 

1.María en el camino de la contemplación, dimensión contemplativa de la espiritualidad mariana de la Iglesia

 

2.María en el camino de la perfección y comunión

 

3.María en el camino de la misión, dimensión misionera de la espiritualidad mariana de la Iglesia

 

1. María en el camino de la contemplación, dimensión contemplativa de la espiritualidad mariana de la Iglesia.

 

     La actitud contemplativa de la Iglesia es una actitud profundamente mariana: "escuchar" la Palabra con el "corazón" abierto a los planes de Dios (cf. Lc 2,19.51). Es la actitud de volver a la autenticidad de un corazón que se abre al amor, "en espíritu y verdad" (Jn 4,23).

     En el evangelio y en los escritos de Juan (el discípulo amado que recibe a María en "comunión de vida") contemplar ("theorein") significa "ver a Jesús" (Jn 12,21), "ver su gloria" (Jn 1,14; 2,11), verle incluso en un sepulcro vacío o en la bruma del lago, con una actitud de fe: "vio y creyó" (Jn 20,8), "es el Señor" (Jn 21,7). Es como "ver" a Jesús donde parece que no está, conocerle amándole (Jn 10,14; 14,21). De este encuentro vivencial con Cristo, arranca el anuncio: "os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).[1]

     Precisamente porque la Escritura es el "libro en el cual cada uno puede leer el Verbo"[2], hay que recibir la palabra de Dios con una actitud mariana como la de Juan.[3]

     La actitud contemplativa respecto al Verbo encarnado se realiza en la Iglesia "meditando piadosamente sobre María y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre" (LG 65). La Iglesia aprende a recitar, con María, el "Magnificat", en el que "se vislumbra la experiencia personal de María, el éxtasis de su corazón" (RMa 36).[4]

     La fe contemplativa de María, como modelo de la fe contemplativa de la Iglesia, equivale a una "vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3), como "noche oscura" del Espíritu (cfr RMa 17-19). "Por medio de la fe, María está unida perfectamente a Cristo en su despojamiento" (Rom 18). Es la actitud de "pobreza" bíblica de quien es "bienaventurada por haber creído" (Lc 1,45; cfr. Jn 20,29).[5]

     La actitud mariana y eclesial ante el misterio es actitud de adoración, es decir, de silencio activo, gozoso y admirativo, dentro de la oscuridad de la fe. La reflexión y los afectos pasan a ser aceptación amorosa y gozosa del misterio, admirando los designios de Dios con un silencio de donación total de sí: "Ellos no entendieron... su madre contemplaba todas estas palabras en su corazón" (Lc 2,50-51).[6]

     El proceso de contemplación ha sido descrito por los santos de diversas maneras: como apertura gradual al "agua viva" o presencia activa del Espíritu; como entrando cada vez más en lo más hondo ("moradas") del corazón; como un itinerario de salir del propio yo (éxodo para entrar en el silencio de Dios (desierto) y llegar a la unión con él (Jerusalén); como "escucha" (lectura) de la Palabra para dejarse cuestionar ("meditación"), pedir luz y fuerza ("oración" o petición) y unirse totalmente a los designios de Dios Amor ("contemplación"), etc.

     El hecho es que los "contemplativos", al describir este proceso, toman a María como modelo de apertura total a la Palabra y de asociación esponsal con Cristo. El tema del "desposorio" (y matrimonio espiritual, etc.) es un tema clásico en las expresiones sobre la contemplación. Por esto, la Iglesia, en este proceso contemplativo, encuentra en María su modelo y su ayuda para "asemejarse cada día más a su Esposo" (LG 65). María es "la mujer" (Jn 2,4; 19,25; Gal 4,4), que "consintiendo" en los planes de Dios y "asociándose" a Cristo (LG 65), es "Tipo de la Iglesia" para "la unión perfecta con Cristo" (LG 63).

     Esta dimensión contemplativa de la espiritualidad mariana de la Iglesia abarca personas y comunidades, en los momentos más meditativos y en los momentos más celebrativos. La persona es siempre persona (no masificada), especialmente cuando celebra en comunión eclesial los misterios de Cristo. Meditando estos misterios y celebrándolos con María, "la Iglesia admira y ensalza en ella el fruto más espléndido de la redención" (S 103), y "proclama el misterio pascual" cumplido en ella y en todos los santos (SC 104).

     La "lex orandi" de la Iglesia es eminentemente mariana, a partir de la "lex credendi" y tendiendo hacia la "lex vivendi". María es garantía de autenticidad. "El Espíritu Santo perfecciona constantemente la fe con sus dones" (DV 5), cuando encuentra en los creyentes la actitud mariana de apertura fiel y generosa.

     María ayuda a la Iglesia a "ver" a Cristo resucitado cuando parece que no está. En los momentos de "silencio" de Dios, se descubre al Verbo encarnado y resucitado hablando al corazón (Lc 24,32), y a Dios que nos dice desde "la nube" del silencio: "Este es mi Hijo amado, escuchadle" (Mt 17,5). En los momentos de "ausencia" de Dios, se descubre la cercanía del Emmanuel: "Soy yo" (Jn 6,20); "estoy con vosotros" (Mt 28,20). María, la Madre del Verbo hecho hombre y del Emmanuel, nos indica el camino de la fe contemplativa y comprometida: "Haced lo que él os diga" (Jn 2,5).[7]

 

2. María en el camino de la perfección y comunión

     La santidad o perfección cristiana consiste siempre en la caridad, como expresión de las bienaventuranzas. "Todos los fieles, de cualquier estado o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40).

     "Dios es Amor" (1Jn 4,8ss). En Dios esta caridad es "comunión", máxima unidad de donación mutua. Entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, sólo reina la "pura relación" de amor infinito.   En cada corazón humano y en todo comunidad debe reflejarse la comunión de la Trinidad, como pidió Jesús en la última cena: "Te pido que todos sean uno, Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti..., que lleguen a la unión perfecta" (Jn 17,21-23). La Iglesia entera está llamada a ser esta "unidad" o comunión en el corazón y con los hermanos: "Y así toda la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4).[8]

     María "es nuestra Madre en el orden de la gracia" porque "cooperó... a la obra del Salvador, con la obediencia, la fe, la esperanza y la ardiente caridad, a la restauración de la vida sobrenatural de las almas" (LG 61). Ella sigue cooperando "con amor materno" a nuestra "generación y educación" como hermanos en Cristo (LG 63; Rom 8,29) e "hijos en el Hijo" (cfr. Ef 1,5).

     Sin olvidar los matices y carismas de cada vocación, hay que subrayar la importancia de la espiritualidad mariana en relación a todo el proceso de perfección, para configurarse plenamente con Cristo, con el ejemplo y la ayuda de María. El proceso de perfección es un camino de virtudes y dones, para vaciarse del falso yo y unirse a Dios. María está en todas las etapas de este proceso de purificación, iluminación y unión ("éxodo", "desierto", "Jerusalén"). El desposorio de la Iglesia con Cristo tiene a María como modelo y ayuda (LG 65).[9]

 

María modelo y ayuda en el camino de perfección:

 

purificación: María Inmaculada, sin pecado

camino de perfeccióniluminación: María fiel a la Palabra

unión: María asociada a Cristo

 

     La experiencia de los santos deja entender la presencia activa de María en todos los momentos de la espiritualidad cristiana (lex vivendi. Es el camino de la fe, como "vida de fe" con María (RMa 48). "El alma perfecta se hace tal por medio de María"[10]. Ella es "guía y Maestra segura"[11]. Hay que imitarla especialmente "en las virtudes más humildes"[12]. "La Virgen fue constituida como principio difusivo de santificación... La Iglesia entera obtiene de ella la santificación".[13]

 

María modelo

Camino de perfecciónMaría Maestra

María ayuda materna

 

     La vida de comunión se manifiesta en la comunidad eclesial: familia, pequeñas comunidades, grupos apostólicos y de perfección, parroquia, Iglesia particular, Iglesia universal. Toda comunidad eclesial, para ser comunión, necesita vivir estos elementos esenciales: escucha de la palabra, oración, celebración eucarística, compartir los bienes. Son los elementos que aparecen en la comunidad eclesial primitiva (Act 2 y 3). "En efecto, toda comunidad, para ser cristiana, debe formarse y vivir en Cristo, en la escucha de la palabra de Dios, en la oración centrada en la eucaristía, en la comunión expresada en la unión de corazones y espíritus, así como en el compartir según las necesidades de los miembros (Act 2,42-47). Cada comunidad debe vivir unida a la Iglesia particular y universal" (RMi 51).

     María es punto de referencia para vivir esta comunión eclesial, como en el Cenáculo de Jerusalén: "perseveraban unánimes en la oración... con María, la Madre de Jesús" (Act 1,14). La presencia activa y materna de María guía a la comunidad a comunicar esta realidad de comunión a todos los pueblos: "ella, que asistió con sus oraciones a la naciente Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre de cristianos, como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad" (LG 69).

     La presencia de María en cada comunidad, ayuda a proseguir un camino de perfección que es camino de comunión. La comunidad se convierte en escuela de contemplación, santidad, seguimiento evangélico, misión. El fundamento bíblico de la vida comunitaria

indica una presencia de Cristo que sigue asociando a María. Por esto la comunidad es signo eficaz de santificación y de misión (Mt 18,20; Jn 2,11-12; 13,35-37; 17,23; Act 1,4; 4,32-34).

     La comunidad eclesial, "con María y como María" (RMi 92), se convierte en:

            Escuela de vida en Cristo (Mt 12,46-50)

Comunidad que ora: encuentro personal y comunitario con Cristo

Comunidad que celebra el Misterio de Cristo (Liturgia)

Comunidad que ama: encuentro con los hermanos

Comunidad que se santifica: camino de perfección.[14]

 

  Escuela de  generosidad y de perfección evangélica (Jn 2,12)

               Desposorio con Cristo (castidad),

               intercambio de bienes (pobreza),

                unión de voluntad (obediencia).

 

Escuela de misionariedad(Act 1,14)

                 Por el anuncio de la Palabra,

              por la celebración de la salvación,

                 por los servicios de caridad.

 

3. María en el camino de la misión, dimensión misionera de la espiritualidad mariana

     El camino de la Iglesia misterio y comunión se convierte, por su misma naturaleza, en camino de misión. La contemplación, el seguimiento y la vida fraterna (que hemos visto en los apartados anteriores) disponen a la comunidad eclesial para hacerse misionera y madre.

     En el cenáculo de Jerusalén, la Iglesia, reunida con María, comenzó su "nueva maternidad en el Espíritu" (RM 47), que constituye su razón de ser y, por tanto, su misionariedad. En todas las épocas históricas, el Espíritu Santo hace posible la misión de la Iglesia, comunicándole nuevas gracias para "dar testimonio con audacia de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo" (Act 4,33).

     Los períodos más fecundos para la evangelización se han caracterizado por la toma de conciencia sobre la maternidad de la Iglesia. Ello se hace patente de modo especial en la vida y en los escritos de los santos. De este "sentido" de Iglesia, se pasa fácilmente a María Tipo de la maternidad eclesial.[15]

     La maternidad de la Iglesia es "ministerial" y "sacramental" en cuanto que obra a través de los ministerios o servicios proféticos, cultuales y de caridad, como signos eficaces y portadores de Cristo. "La Iglesia... se hace madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad, pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios" (LG 64). En esta maternidad apostólica la Iglesia imita a María: "Por esto también la Iglesia, en su labor apostólica, se fija con razón en aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacida de la Virgen, para que también nazca y crezca por medio de la Iglesia en las almas de los fieles" (LG 65).[16]

     El ser y la función apostólica de la Iglesia son una maternidad permanente y universal. La naturaleza de esta maternidad es de instrumentalidad salvífica. La permanencia de esta misma maternidad puede compararse con la de María: "Esta maternidad de María en la economía de la gracia, perdura sin cesar desde el momento del asentimiento que prestó fielmente en la Anunciación, y que mantuvo sin vacilar al pie de la cruz, hasta la consumación perpetua de todos los elegidos" (LG 62).

     La relación entre la maternidad de María y la de la Iglesia es tan estrecha, que se puede hablar de una sola maternidad (cf. RH 22). Propiamente es la maternidad de María que se actualiza por medio de la Iglesia: "Las palabras que Jesús pronuncia desde lo alto de la cruz significan que la maternidad de su madre encuentra una nueva continuación en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RM 24).

     Esta realidad materna, mariana y eclesial, se basa en el hecho de que Cristo sigue presente y operante en los signos eclesiales (Mt 28,20), asociando a María y a la Iglesia (cf. Jn 19,25-27). La misión que la Iglesia ha recibido de Cristo (Jn 20,21-22) se realiza bajo la acción del Espíritu Santo. Ella anuncia, presencializa y comunica a Cristo, para que sea realidad viviente en el corazón de cada ser humano.

     El término "maternidad", aplicado a la misión de la Iglesia, encuentra su punto de apoyo en la misma doctrina de Jesús sobre las dificultades del apostolado (cf. Jn 16,20-22). San Pablo hace uso de esta terminología, incluso con el símil de los "dolores de parto" (Gal 4,19), en un contexto que es, al mismo tiempo, mariano (Gal 4,4-7), apostólico (Gal 4,19) y eclesial (Gal 4,26).[17]

     La enseñanza paulina sobre la maternidad de la Iglesia se basa en el texto de Isaías sobe la nueva Sión o nueva Jersualén, que será madre de todos los pueblos (Is 54.1; 11,12). Esta nueva Jerusalén "es libre y es nuestra madre" (Gal 4,26), y tiene su comienzo en "la plenitud de los tiempos", cuando "Dios ha enviado a su Hijo nacido de la mujer" (Gal 4,4). Toda la humanidad está llamada a participar en la filiación divina de Cristo por obra del Espíritu Santo (Gal 4,6), puesto que él es "el Salvador de todos" (1Tim 4,10).[18]

     En cada comunidad eclesial se concretiza la maternidad de la Iglesia (2Jn 1,4.13). Todo creyente recibe la vida divina por medio de la Iglesia o de los signos eclesiales; por esto la fe en la Iglesia se puede expresar de este modo: "Creo en la santa Iglesia, madre"[19]. Pero, al mismo tiempo, todo creyente es Iglesia madre, como parte activa e integrante de una comunidad que es madre por los servicios del profetismo, culto y realeza (cf. PO 6). Toda comunidad eclesial, y especialmente la Iglesia particular, se hace responsable de poner en práctica esta maternidad que es de misionariedad universal.[20]

     La condición de Iglesia peregrina hace descubrir el significado de las dificultades y persecuciones. Estas tribulaciones forman parte de la maternidad y misionariedad de la Iglesia y se transforman en fecundidad cuando la vida se hace donación. Estos son los "dolores de parto" inherentes a la vida apostólica (Jn 16,20-21; Gal 4,19), que hacen de la Iglesia  (personificada en María) "la gran señal" (Apoc 12,1ss). Cristo continúa asociando a la Iglesia, que debe ser consorte (esposa) de sus sufrimientos (Ef 5,25ss), a imitación de María que fue llamada a compartir la "suerte" (espada) y "la hora" de Cristo (Lc 2,35; Jn 19,25-27). Los signos eclesiales de esta maternidad, como son las vocaciones y los ministerios, participan de estas reglas evangélicas de saber morir para resucitar con Cristo, como "el granito de trigo" (Jn 12,24).

     Jesús continúa asociando a María su madre en la aplicación de la redención, también en su presencia activa de resucitado, por medio de los signos eclesiales que constituyen la maternidad ministerial y sacramental de la Iglesia. En esta perspectiva salvífica, mariana y eclesial, se comprende mejor el principio patrístico, repetido por el concilio, sobre la necesidad de la Iglesia para la salvación (cf. LG 14, 16; AG 7).

     Cristo es el único Salvador, porque las semillas evangélicas que Dios ha sembrado en todos los corazones y en todos los pueblos (culturas, religiones...) tienden, por sí mismas, a hacerse explícitamente Iglesia ya en esta tierra. La maternidad  de la Iglesia, en relación con la maternidad de María, es instrumento de Cristo, tanto para que su salvación llegue a cada ser humano (todavía no explícitamente cristiano), como para que toda la humanidad llegue un día a ser explícitamente la Iglesia que Cristo ha instituido como signo visible y sacramental de salvación para todos.

     La maternidad de la Iglesia tiene carácter "virginal", en el sentido de fidelidad a la palabra de Dios y a la acción del Espíritu Santo. Esta fidelidad  virginal, a ejemplo de María, es fidelidad a la doctrina (fe), a las promesas (esperanza) y a la acción amorosa de Dios (caridad). La Iglesia es madre como medianera de verdad, como portadora de las promesas divinas y como instrumento de vida divina.

     En la medida en que la Iglesia es virgen fiel, se hace también madre y esposa fecunda, "sacramento universal de salvación" (AG 1, en relación con AG 4). María es modelo y ayuda de esta virginidad maternal de la Iglesia: "Como ya enseñó san Ambrosio, la Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión perfecta con Cristo. Pues, en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre" (LG 63; cf. RM 44).

     El "sentido" y amor de Iglesia, que equivale a la conciencia fiel de ser Iglesia "misterio" (signo de Cristo) y "comunión" (fraternidad), lleva necesariamente a responsabilizarse de la "misión" materna de la Iglesia. La relación con María nace espontáneamente en el corazón del apóstol y de la comunidad que quiere vivir su realidad integral de Iglesia.

     En la Iglesia, todos los signos sacramentales son "mediaciones". En realidad se trata de signos portadores de Cristo, único Salvador y Mediador (1Tim 2,5). Esta mediación es, pues, una acción materna y misionera de comunicar Cristo al mundo. Como la mediación mariana, la mediación eclesial dice relación de subordinación a Cristo único Mediador, es participación en la única mediación del Señor y tiene características de maternidad.

     La mediación eclesial encuentra en la mediación mariana su Tipo o personificación, su modelo de cooperación materna y su ayuda para el ejercicio adecuado de la misma. María ejerce su mediación materna también por medio de la Iglesia. La maternidad de María "permanece en la Iglesia como mediación materna" (RM 40). "La maternidad de la Iglesia se lleva a cabo no sólo según el modelo y la figura de la Madre de Dios, sino también con su cooperación" (RM 44).

     Así, pues, "se puede afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia maternidad.... Porque, al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia" (RM 43).[21]

     Cabe todavía ampliar la dimensión misionera de la espiritualidad mariana a otros puntos: María en cada uno de los ministerios (proféticos, litúrgicos, de animación y caridad...); universalismo de la misión en relación a la maternidad de María y de la Iglesia; el anuncio del evangelio "ad gentes", comparando Ef 3,6 ("gentes coheredes") con Mt 2,1-11 ("los Magos de Oriente... encontraron al niño con María"); la cercanía a los más pobres (contenido del "Magnificat", según RMa 35-37, Puebla 297, Santo Domingo 15); inserción de la situación humana histórica, cultural, social (santuarios, piedad popular...); María en la Nueva Evangelización etc.[22]

 

                  Orientación bilbiográfica

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Nota: Sobre María Eucaristía, ver la nota 14 del presente capítulo. Sobre la mediación materna, la nota 21.



    [1]La misión confiada por Cristo se realiza a partir de la propia experiencia de encuentro con él: "La venida del Espíritu Santo los convierte (a los Apóstoles) en testigos o profetas (Act 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

    [2]ANDRES DE CRETA, Hommilia IV in nativitatem B.M.V.: PG 97, 865.

    [3]"Redemptoris Mater" 23, nota 47, cita la frase de Orígenes: "Los Evangelios son las primicias de toda la Escritura, y el Evangelio de Juan es el primero de los Evangelios; ninguno puede percibir el significado si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido a María como Madre": Comm. in Ioan., 1,6: PG 14, 31.

    [4]AA.VV., Marie dans la prière de l'Église, "Études Mariales" 39 (1982); AA.VV., El Magníficat, Teología y espiritualidad, "Ephemerides Mariologicae" 36 (1986) fasc. III; J. ESQUERDA BIFET, Magníficat y salmos: espiritualidad y psicología mariana y eclesial, "Estudios Marianos" 38 (1974) 53-71; I. GOMA', El Magníficat, canto de salvación, Madrid, BAC 1982; ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, Madrid, Edit. de Espiritualidad 1973; R.Mª LOPEZ MELUS, Orar con María y orar a María, Onda, Spagna 1984; A. SERRA, Sapienza e contemplazione di Maria secondo Luca 2,19.51, Roma, Marianum 1982; Idem, "Fecit mihi magna" (Lc 1,49a), una formula comunitaria?, "Marianum" 40 (1978) 306-343; E. TOURON DEL PIE, María, oyente y discípula de la palabra, "Rev. Esp. de Teología" 50 (1990) 435-467. Sobre la oración de María y a María: capítulo VI.

    [5]Ver la doctrina de San Juan de la Cruz sobre la contemplación, aplicada a María, en: AA.VV., San Juan de la Cruz y la Virgen, Sevilla, Miriam 1990. Casi todos los estudios se basan en la afirmación del santo: "la gloriosa Virgen Nuestra Señora... no tuvo jamás forma de creatura impresa en su alma ni se movió nuncia por ella, sino siempre su moción vino del Espíritu Santo" (Subida, III, 2,10). Ver también: ILDEFONSO DE LA INMACULADA, La Virgen de la contemplación, Madrid, Edit. de Espiritualidad 1973. Sobre San Juan de Avila: J. ESQUERDA BIFET, La oración contemplativa en relación a la devoción mariana según el Maestro San Juan de Avila, in: De cultu mariano saeculo XVI, vol. IV, Roma, PAMI 1983, 325-381.

    [6]En San Juan de la Cruz, este "paso" es como una conversión total al amor de Dios, en olvido de sí mismo: "Gocémonos, Amado, y vámonos a ver en tu hermosura"...  (Cántico espiritual, canc. 36).

    [7]Esta Iglesia contemplativa, que aprende de María a meditar la Palabra, a asociarse a Cristo y a prepararse para las nuevas gracias del Espíritu Santo, es la Iglesia misionera que sabrá presentar al mundo su propia experiencia de Dios (cfr. RMi 92). La sociedad actual pide testigos del Invisible (cfr. EN 76), que le anuncien a Cristo habiéndole experimentado como camino, verdad y vida (cfr. RMi 24 y 38).

    [8]El concilio Vaticano II toma esta definición de Iglesia, citando a San Cipriano: De orat. dom. 23: PL 4,553. La encíclica "Sollicitudo rei socialis" ha recalcado la importancia de esta comunión eclesial en vistas a construir toda la comunidad humana como familia que refleja la Trinidad: "Se percibe, a la luz de la fe, un nuevo modelo de unidad del género humano, en el cual debe inspirarse en última instancia la solidaridad. Este supremo modelo de unidad, reflejo de la vida íntima de Dios, uno en tres personas, es lo que los cristianos expresamos con la palabra 'comunión'" (SRS 40).

    [9]Algunos autores prefieren describir la espiritualidad mariana distinguiendo todas las etapas de la ascética y de la mística. Ver: S.M. RAGAZZINI, Maria vita dell'anima, Frigento 1984.

    [10]SAN BERNARDINO DE SIENA, Mariale, edic. Card. Vives, II, 946.

    [11]SAN EFREN, Opera Omnia, ed. Gerardi 1732, I, 547.

    [12]SANTA TERESA DE LISIEUX, Novissima Verba, 23 ag. 1897.

    [13]SAN BUENAVENTURA, Sermo 2 de Purificat. B.Mariae Virginis, IX, 242ss.

    [14]La comunidad se hace escuela de vida en Cristo especialmente a partir de la Eucaristía. María está presente en la comunidad eucarística: AA.VV., De B.V. Maria et Santissima Eucharistia, en: Alma Socia Christi, Romae, PAMI 1952; AA.VV., Marie et l'Eucharistie, "Etudes Mariales" 36-37 (1979-1980) 5-141; T.M. BARTOLOMEI, Le relazioni di Maria alla Eucaristia, considerata come sacramento e come sacrificio, "Ephemerides Mariologicae" 17 (1967) 313-336; M. GARCIA MIRALLES, María y la Eucaristía, "Estudios Marianos" 13 (1963) 469-473; M.J. NICOLAS, Fondement théologique des rapports de Marie avec l'Eucharistie, "Etudes Mariales" 36-37 (1979-1980) 133-141.

    [15]AA.VV., Mysterium Ecclesiae in conscientia sanctorum, Roma, Teresianum 1967; O. CASEL, Misterio de la Ekklesía, Madrid, Guadarrama 1964; K. DELHAYE, Ecclesia mater chez les Pères des trois premiers siècles, Paris, Cerf 1964.

    [16]AA.VV., La missione apostolica di Maria, Brusasco, Torino, Ediz. S.M. 1963; AA.VV., La presenza di Maria nella missione evangelizzatrice del Popolo di Dio, Loreto 1973; AA.VV., María en la pastoral popular, Bogotá, Paulinas 1976; D. BERTETTO, Maria e l'attività missionaria di Cristo e della Chiesa, in: Portare Cristo all'uomo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985, I, Dialogo, pp. 455-472; O. DOMINGUEZ, María modelo de la espiritualidad misionera de la Iglesia, "Omnis Terra" n.86 (1979) 226-241; S. MEO, Maria stella dell'evangelizzazione, in: L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977, 763-778; J. ESQUERDA BIFET, Maternidad de la Iglesia y misión, "Euntes Docete" 30 (1977) 5-29; La maternidad de María y la sacramentalidad de la Iglesia, "Estudios Marianos" 26 (1965) 231-274; L. MOREIRA, La estrella de la evangelización, "Omnis Terra" 10 (1977-1978) 167-170; A. SEUMOIS, Maria nei paesi di missione, in: Enc. Mariana Theotokos, Roma, Massimo 1959, 212-220. Ver otros estudios en el capítulo IX, nota 4.

    [17]"Esta característica materna de la Iglesia ha sido expresada de modo particularmente vigoroso por el Apóstol de las gentes, cuando escribía: Hjios míos, por quienes sufro dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Gal 4,19). En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el primogénito entre muchos hermanos (Rom 8,29)" (RMa 43; cf. EN 79).

    [18]L. CERFAUX, Le Fils né de la femme (Gal 3,24-4,9), "Bible et Vie Chrétienne" 4(1953-1954) 59-65; A. VANHOYE, La Mère du Fils de Dieu selon Gal 4,4, "Marianum" 40 (1978) 237-247.

    [19]Fórmula del credo en la Iglesia africana primitiva. Cf. K. DELHAYE, o.c., p. 98 y 108.

    [20]H. DE LUBAC, Las Iglesias particulares en la Iglesia universal, Salamanca, Sígueme 1974.

    [21]Después del concilio Vaticano II y de la encíclica Redemptoris Mater, los estudios recalcan estos tres aspectos de la mediación de María y de la Iglesia: subordinación a Cristo, participación en su única mediación, sentido materno. Ver: D. BERTETTO, La mediazione di Maria nel Magistero del Vaticano II, "Euntes Docete" 40 (1987) 597-620; O. DOMINGUEZ, La mediación mariana según el concilio Vaticano II, "Estudios marianos" 28 (1966) 211-252; J. ESQUERDA BIFET, La mediación materna de María, aspectos específicos de la enc. "Redemptoris Mater", "Ephemerides Mariologicae" 39 (1989) 237-254; A. LUIS, La mediación universal de María en el cap. VIII de la "Lumen Gentium", "Estudios Marianos" 30 (1968) 131-184; S. MEO, La "Mediazione materna" di Maria nell'enciclica "Redemptoris Mater", en: AA.VV., Redemptoris Mater, contenuti e prospettive dottrinali e pastorali, Roma, PAMI 1988; Idem, Mediadora, en: Nuevo Diccionario de Mariologia, Madrid, Paulinas 1988, 1304-1320; G.M. ROSCHINI, La mediazione di Maria oggi, Roma, Marianum 1971; E. SAURAS, La mediación maternal de María en el concilio Vaticano II, "Estudios Marianos" 30 (1968) 189-233.

    [22]Ver la espiritualidad mariana del apóstol en el capítulo VIII. La espiritualidad mariana popular, en el capítulo IX. Sobre María en la Nueva Evangelización: capítulo IX, n.3, nota 23.

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