Lunes, 11 Abril 2022 10:37

RENOVACION ECLESIAL Y ESPIRITUALIDAD MISIONERA PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION J. Esquerda Bifet

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

          RENOVACION ECLESIAL Y ESPIRITUALIDAD MISIONERA

                  PARA UNA NUEVA EVANGELIZACION

                                              J. Esquerda Bifet

Presentación

     La llamada a una "nueva evangelización"  tiene como objetivo la renovación de la comunidad eclesial para que ésta se haga misionera "ad gentes". Esta renovación eclesial será una realidad cuando se viva la fe cristiana con todas sus consecuencias. "¡La fe se fortalece dándola! La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). "La misión ad intra es signo creíble y estímulo para la misión ad extra y viceversa" (RMi 34).[1]

 

     La "nueva evangelización" equivale a "reevangelización" de las comunidades para recuperar "el sentido vivo de la fe" (RMi 33).[2] Esto significa una mayor vivencia de los valores evangélicos, según las líneas de la espiritualidad misionera trazadas por la encíclica Redemptoris Missio. Entonces la comunidad eclesial sabrá responder al momento histórico de gracia. "Dios abre a la Iglesia horizontes de una humanidad más preparada para la siembra evangélica. Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (RMi 3).[3]

 

1. Renovación eclesial para una nueva evangelización

     La "nueva época misionera" (RMi 92) abre nuevos horizontes al anuncio del evangelio. "Nuestro tiempo es dramático y, al mismo tiempo, fascinador" (RMi 38). Probablemente nos encontramos ante el mayor desafío histórico que ha tenido la Iglesia, en el sentido de reclamar una renovación eclesial que haga de personas y de comunidades un signo creíble de las bienaventuranzas. Se necesitan "nuevos santos para evangelizar al hombre de hoy".[4]

     Impresionan, en la nueva encíclica misionera, las frecuentes llamadas del Papa a la renovación eclesial, precisamente para afrontar la nueva evangelización con todas sus derivaciones misioneras. "Hoy la Iglesia debe afrontar otros desafíos, proyectándose hacia nuevas fronteras, tanto en la primera misión ad gentes, como en la nueva evangelización de pueblos que han recibido ya el anuncio de Cristo. Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesias particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

     La pauta de esta renovación eclesial se encuentra en las bienaventuranzas. "La Iglesia quiere extraer toda la verdad contenida en las bienaventuranzas de Cristo y sobre todo  la verdad contenida en esta primera: 'Bienaventurados los pobres de espíritu'... Fiel al espíritu de las bienaventuranzas, la Iglesia está llamada a compartir con los pobres y los oprimidos de todo tipo. Por esto exhorto a todos los discípulos de Cristo y a las comunidades cristianas, desde las familias a las diócesis, desde las parroquias a los Institutos religiosos, a hacer un sincera revisión de la propia vida en el sentido de solidaridad con los pobres" (RMi 60). "Ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59).

 

     La misión de la Iglesia consiste en llamar a la "conversión", es decir, "a la adhesión plena y sincera a Cristo y a su Evangelio, mediante la fe. La conversión es un don de Dios" (RMi 46). Ahora bien, esta llamada no sería eficaz sin el testimonio evangélico presentado por la comunidad eclesial. "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42). La Iglesia necesita ser y presentarse como Evangelio viviente, en un proceso de renovación continua. "Cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

     Los problemas internos de la comunidad eclesial pueden superarse fácilmente cuando se abre a una renovación misionera. "Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).

     Esta llamada a la renovación eclesial se encuentra en todos los períodos históricos. En el concilio Vaticano II, la invitación se repite con términos muy expresivos. Para que "la claridad de Cristo resplandezca sobre la faz de la Iglesia" (LG 1), es necesario que la misma Iglesia se renueve continuamente: "La Iglesia encierra en su propio seno a pecadores, y siendo al mismo tiempo santa y necesitada de purificación, avanza continuamente por la senda de la penitencia y de la renovación" (LG 8). Se trata siempre de renovación en el Espíritu Santo, quien, "con la fuerza del evangelio rejuvenece a la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada con su Esposo" (LG 4).[5]

     Esta renovación es eminentemente evangélica, en cuanto que se debe inspirar en las bienaventuranzas (como hemos indicado más arriba), es decir, en la caridad cristiana y el mandato del amor. Es renovación por medio de una vida santa. Así lo resumía Juan Pablo II en la exhortación apostólica Christifideles laici: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

     Sólo con esta actitud de renovación evangélica, será realidad la fidelidad a la misión. "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad" (RMi 90).

     La renovación interior tiene repercusiones en la vida práctica y, de modo especial, en la disponibilidad misionera de toda la Iglesia: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).

     Esta invitación es un examen de conciencia sobre puntos muy concretos, que ya fueron indicados por Pablo VI en Evangelii nuntiandi (1975): "¿Qué es de la Iglesia, diez años después del concilio? ¿Está anclada en el corazón del mundo y es suficientemente libre e independiente para interpretar al mundo? ¿Da testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres y al mismo tiempo del Dios Absoluto? ¿Ha ganado en ardor contemplativo y de adoración, y pone más celo en la actividad misionera, caritativa, liberadora? ¿Es suficiente su empeño en el esfuerzo de buscar el restablecimiento de la plena unidad entre los cristianos, lo cual hace más eficaz el testimonio común, con el fin de que el mundo crea?" (EN 76).[6]

     Toda renovación eclesial auténtica, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cf. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).

 

2. Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

     Una nueva evangelización requiere, como hemos visto, una renovación eclesial, de suerte que en creyentes y comunidades aparezca más claramente el rostro de Cristo, a modo de "evangelio vivido" (RMi 47). Ahora bien, esta renovación se hará realidad por un proceso de "espiritualidad misionera", como fidelidad a las nuevas gracias del Espíritu Santo. La espiritualidad que describe Redemptoris Missio para los misioneros es analógicamente la misma que deben tener todos los agentes de la nueva evangelización, puesto que se trata de renovar la comunidad eclesial para hacerla misionera ad gentes.[7]

     La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra ya en el concilio Vaticano II, al hablar de los cometidos de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29)[8]. El contenido de esta expresión se encuentra en los números 23-25 de Ad Gentes, y se desarrolla explicando la vocación misionera, la formación espiritual y las virtudes concretas de los misioneros, que "han de renovar su espíritu constantemente", para vivir una "vida realmente evangélica" (AG 24), de suerte que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25)..[9]

     Pablo VI, en Evangelii nuntiandi, presentó "el espíritu de la evangelización", explicándolo como "actitudes interiores" del apóstol (EN 74), fidelidad al Espíritu Santo como "agente principal de la evangelización" (EN 75), "autenticidad" y testimonio (EN 76), unidad (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), caridad apostólica (EN 79-80). Esta espiritualidad se adquiere viviendo en Cenáculo con María para afrontar una "renovada evangelización" (EN 81-82).

     La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica Redemptoris Missio es precisamente sobre la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (RMi 87).

     La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (RMi 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

     La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (RMi 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

     La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (RMi 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se pone como modelo de esta actitud cristológica a san Pablo, quien nos deja entrever "sus actitudes" (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

     De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y se vive a partir de una espiritualidad eminentemente cristológica. Hay que recordar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (RMi 88).

     La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (RMi 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

     Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (RMi 89; cf. PO 14).

     La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

     Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (RMi 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

     La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (RMi 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (RMi 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (RMi 89).

     Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (RMi 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

     La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), a modo de "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.), se señala "la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (RMi 38). A esta fenómeno, que "no carece de ambigüedad", la Iglesia sólo puede responder ofreciendo "el patrimonio espiritual" evangélico recibido de Cristo, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Esta "es la vía cristiana para el encuentro con Dios, para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida"... (RMi 38).

     A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3). "El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (ibídem).[10]

     La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación a la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (RMi 90).

     La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

 

3.   Implicaciones de renovación y de espiritualidad para la formación misionera (sacerdotal, religiosa, laical)

     La renovación eclesial y la espiritualidad misionera, en vistas a una nueva evangelización, comportan importantes consecuencias para la formación sacerdotal, religiosa y laical, tanto inicial como permanente, y en todos los niveles: espiritual, humano, intelectual y pastoral.

     Una nueva evangelización reclama "nuevo fervor" por parte de los apóstoles. Si se da este nuevo fervor o generosidad, habrá también sacerdotes más disponibles para la misión. La encíclica Redemptoris Missio dice que "todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneros" (RMi 67), de suerte que se hagan disponibles para "predicar el Evangelio más allá de los confines del propio país" (ibídem). Esto supone "desprendimiento de la propia patria" (ibídem). La encíclica cita la doctrina conciliar al respecto: "El don espiritual que los presbíteros recibieron en la ordenación no los prepara a una misión limitada y restringida, sino a la misión universal y amplísima de salvación hasta los confines de la tierra" (PO 10; cfr RMi 67).

     La disponibilidad misionera de los sacerdotes se refiere tanto a la Iglesia particular como a la Iglesia universal: "Preocupados por el bien de los hijos de Dios, procuren cooperar en el trabajo pastoral de toda la diócesis e incluso de toda la Iglesia" (LG 28).

Ahora bien, esta disponibilidad no será posible si los sacerdotes no se esfuerzan por "alcanzar una santidad cada vez mayor, para convertirse, día a día, en más aptos instrumentos en servicio de todo el Pueblo de Dios" (PO 12).[11]

     La formación para la vida religiosa o consagrada tiende tanto a la disponibilidad universal como a la urgencia de presentar en la propia vida el testimonio radical de los valores evangélicos. "En la inagotable y multiforme riqueza del Espíritu se sitúan las vocaciones de los Institutos de vida consagrada, cuyos miembros, 'dado que por su misma consagración se dedican al servicio de la Iglesia... están obligados a contribuir de modo especial a la tarea misional, según el modelo propio de su Instituto'... La Iglesia debe dar a conocer los grandes valores evangélicos de que es portadora; y nadie los atestigua más eficazmente que quienes hacen profesión de vida consagrada en la castidad, pobreza y obediencia, con una donación total a Dios y con plena disponibilidad a servir al hombre y a la sociedad, siguiendo el ejemplo de Cristo" (RMi 69).

     La formación misionera del laicado debe reforzar sus líneas específicas de espiritualidad y de apostolado: inserción en las estructuras humanas, a modo de fermento, con la responsabilidad que les es propia dentro de la comunión eclesial. "La necesidad de que todos los fieles compartan tal responsabilidad no es sólo cuestión de eficacia apostólica, sino de un deber-derecho basado en la dignidad bautismal, por la cual 'los files laicos participan, según el modo que les es propio, en el triple oficio - sacerdotal, profético y real - de Jesucristo'. Ellos, por consiguiente, 'tienen la obligación general, y gozan del derecho, tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo" (RMi 71).

     La formación misionera para toda vocación, ministerio y carisma tiene que presentarse dentro de unas dimensiones básicas. Recogemos las que señala la encíclica "Redemptoris Missio".

     La dimensión trinitaria de la formación hace entrar responsablemente en la dinámica salvífica de la vida divina, puesto que la misión viene del Padre, por el Hijo y en el Espíritu Santo (cfr. Jn 20,21-23). Precisamente por esto, "fin último de la misión es hacer partícipes de la comunión que existe entre el Padre y el Hijo" (RMi 23). Si no se vive en un clima de generosidad esta vida divina, no se siente la urgencia de evangelizar: "La urgencia de la actividad  misionera brota de la radical novedad  de vida, traída por Cristo y vivida por sus discípulos" (RMi 7).

     La dimensión cristológica de la formación, además de llevar a la "comunión íntima con Cristo" (RMi 88), ayudará a descubrir que la misión evangelizadora es una cuestión de fe y de vivencia: "La misión es un problema de fe, es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros... He aquí por qué la misión, además de provenir del mandato formal del Señor, deriva de la exigencia profunda de la vida de Dios en nosotros" (RMi 11). La misión lleva consigo el comunicar a los demás la propia experiencia de encuentro con Cristo: "La venida del Espíritu Santo los convierte (a los Apóstoles) en testigos o profetas (Act 1,8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima" (RMi 24).

     La dimensión pneumatológica de la formación, además de subrayar "una plena docilidad al Espíritu" (RMi 87), hará ver que "el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda la misión eclesial" (RMi 21). Sólo con una actitud de fidelidad al Espíritu Santo, se podrá descubrir "su presencia y actividad", que "afectan  también a la sociedad, a la historia, a los pueblos, a las culturas y a las religiones", a modo "semillas de la Palabra", preparándolos  para un encuentro o "para su madurez en Cristo" (RMi 28).

     La dimensión eclesial de la formación conduce a un "espíritu misionero" que comporte "amar a la Iglesia como Cristo" (RMi 89; cf Ef 5,25)). Ahora bien, este amor se expresa en una fidelidad que sea verdaderamente servicio de Iglesia, trabajando para que toda la humanidad encuentre a Cristo presente en los signos eclesiales por él establecidos. "La Iglesia no es fin para sí misma, sino fervientemente solícita de ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo, y toda igualmente de los hombres y para los hombres" (RMi 19).[12]

     La dimensión pastoral de la formación ayudará a prestar atención al fenómeno actual de búsqueda de experiencia de Dios, que viene a ser un nuevo "areópago" para los evangelizadores. "Este fenómeno así llamado del 'retorno religioso' no carece de ambigüedad, pero también encierra una invitación. La Iglesia tiene un inmenso patrimonio espiritual para ofrecer a la humanidad: en Cristo, que se proclama 'el Camino, la Verdad y la Vida' (Jn 14,6)... También es un areópago que hay que evangelizar" (RMi 38).

     La dimensión espiritual de la formación acentúa la necesidad de relación personal con Cristo, seguimiento evangélico y disponibilidad misionera[13]. Ello llevará a ser verdaderamente signo personal de Cristo Buen Pastor, hasta "dar testimonio de caridad para con todos" (RMi 89). Este testimonio es necesario especialmente por parte de quien representa a Cristo Sacerdote, Cabeza y Buen Pastor (cfr. PO 2, 6, 12). "El hombre contemporáneo cree más en los testigos que en los maestros... el testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de misión" (RMi 42).

     La dimensión antropológica de la formación se convierte en cercanía al hombre concreto, a imitación del Buen Pastor, en sus circunstancias de lugar y tiempo, en su situación sociológica, cultural e histórica. "La actitud misionera lleva a los pobres luz y aliento para un verdadero desarrollo, mientras que la nueva evangelización debe crear en los ricos, entre otras cosas, la conciencia de que ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59). Una formación integral evitará el sentido "reductivo" de la misión y descubrirá que "la Iglesia misionera está comprometida también en estos frentes, pero su cometido primario es otro: los pobres tienen hambre de Dios, y no sólo de pan y libertad; la actividad misionera ante todo ha de testimoniar y anunciar la salvación en Cristo, fundando las Iglesias locales que son luego instrumento de liberación en todos los sentidos" (RMi 83).

     Todas estas dimensiones de la formación encuentran en la nueva evangelización una llamada para una renovación evangélica, especialmente en el campo de la espiritualidad misionera. Una Iglesia misionera encuentra su fuerza y su eficacia en su misma realidad de misterio y de comunión. En la medida en que la Iglesia sea transparencia de Cristo (por la vida de santidad y de comunión), en esa misma medida será portadora del misterio de Cristo para todos los pueblos. La renovación eclesial se realiza en la línea de las bienaventuranzas, del mandato del amor y de los consejos evangélicos. Todo apóstol se hace servidor de la Iglesia misionera en la medida en que sea servidor de la Iglesia misterio y de la Iglesia comunión.[14]



    [1]La frase "una nueva evangelización" es una invitación que ha hecho Juan Pablo II y que ha repetido con frecuencia desde el año 1983, primero en Puerto Príncipe (Haití) (9 de marzo de 1983) y luego en Santo Domingo (11 y 12 de ocubre de 1984). Se trata de una "evangelización nueva: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"; cfr Insegnamenti VI/1 (1983) 698. Como primer presupuesto fundamental se señala: "suscitar nuevas vocaciones y prepararlas convenientemente, en los aspectos espiritual, doctrinal y pastoral" (ibídem). El objetivo quedó marcado desde el principio: suscitar una intensa movilización espiritual, para cambiar los corazones mediante una evangelización renovada que sea fuente de vitalidad cristiana y de esperanza, que despliegue con más vigor el potencial de santidad, en un gran impulso misionero, una vasta actividad catequética, una manifestación fecunda de colegialidad y comunión, un combate evangélico de dignificación del hombre; cfr. Insegnamenti VII/2, 1984, 882-884.

    [2]Para encontrar "nuevos métodos" y "nuevas expresiones", se necesita afianzar el "nuevo fervor" de los apóstoles, por medio de una vida renovada espiritualmente. J.A. BARREDA, Una nueva evangelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; CELAM, Nueva evangelización génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; (Conferencia Episcopal Argentina), Documento de trabajo: Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficio del libro 1989; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Medellín" 16 (1990) 220-237; P. GIGLIONI, Perché una "nuova" evangelizzazione, "Euntes Docete" 43 (1990) 5-36; G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14; A. SALVATIERRA, Características eclesiales de la nueva evangelización, "Surge" 47 (1989) 422-445; F. TAMAYO, La nueva evangelización, ¿palabra de moda o proyecto histórico?, "Cathedra" (Colombia) (1987) 114-141.

 

    [3]Comentario a la encíclica Redemptoris Missio: AA.VV., Haced discípulos a todas las gentes, Valencia, EDICEP 1991.

    [4]Juan Pablo II, Alloc. 11.10.85 al Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa: Insegnamenti VIII, 2, pp.910ss. Datos sobre la renovación eclesial: J. ESQUERDA BIFET, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en: Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987, 47-75; M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis, "Bogoslacka Smotra" 45 (1975) 221-234.

 

    [5]"Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación... La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (Unitatis redintegratio 6). Esta es la enseñanza continua de los concilios: Lateranense V, sess. 12 (Mansi 32, 988, B-C).

    [6]En otro apartado de Evangelii nuntiandi Pablo VI preguntaba: "¿Qué eficacia tiene en nuestros días la energía escondida de la Buena Nueva, capaz de sacudir profundamente la conciencia del hombre? ¿Hasta dónde y cómo esta fuerza evangélica puede transformar verdaderamente al hombre de hoy? ¿Con qué medios hay que proclamar el Evangelio par que su poder sea eficaz?" (EN 4).

    [7]"El Concilio Vaticano II... tuvo como objetivo principal el de despertar la autoconciencia de la Iglesia y, mediante su renovación interior, darle un nuevo impulso misionero en el anuncio del eterno mensaje de salvación" (Slavorum Apostoli 16).

    [8]La Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

 

    [9]La expresión "espiritualidad misionera" es anterior al concilio Vaticano II. Se encuentra ya usada en: G.B. TRAGELLA, Per una spiritualità missionaria, Roma 1948; C. CARMINATI, Il problema missionario, Roma 1941, cap. V: "Spiritualità missionaria"; AA.VV., Espiritualidad misionera, Burgos (VI Semana Misionológica) 1954; A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire, Tours 1963. Los comentarios al decreto conciliar "Ad Gentes" aportan algunos datos sobre la espiritualidad misionera cuando explican la figura del misionero: J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, in: AA.VV., Chiesa e missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 199-225; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966, 209-225; K. MÜLLER, Les missionnaires (n. 13 à 27), en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église, Paris, Cerf 1967, 333-361.

 

    [10]Evangelii nuntiandihabía indicado esta misma urgencia: "El mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente" (EN 76).

    [11]La formación intelectual (especialmente teológica) debe llevar a la disponibilidad de anunciar el Evangelio a todos los pueblos: "La misión de evangelizar, que es propia de la Iglesia, exige no sólo que el Evangelio se predique en ámbitos geográficos cada vez más amplios y a grupos humanos cada vez más numerosos, sino también que sean informados por la fuerza del mismo Evangelio el sistema de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación; en una palabra, es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio" (Sapientia Christiana, proemio). Aplicaciones a la vida y ministerio sacerdotal: Sacerdotes para la nueva evangelización, Madrid, Comisión Episcopal Clero 1990 (orientaciones doctrinales y guía de retiros y celebraciones).

    [12]La afirmación es una cita literal de Pablo VI, Discurso en la apertura de la tercera sesión conciliar del Vaticano II, 14 de septiembre de 1964: AAS 56 (1964) 810.

    [13]En la documentación del Sínodo Episcopal de 1990 (sobre la formación sacerdotal) se pueden constatar tres grandes líneas de fuerza: la disponiblidad misionera en las circunstancias actuales requiere una fuerte actitud relacional con Cristo y un seguimiento evangélico generoso concretado en la práctica de los consejos evangélicos. Si estas líneas de formación sacerdotal se llevan a la práctica, ciertamente se puede prever para toda la Iglesia una gran renovación. Ver (además de "Osservatore Romano"): La formazione dei sacerdoti nelle circostanze attuali, Documenti ufficiali dell'ottava Assemblea generale ordinaria del Sinodo dei Vescovi..., Roma, Logos 1990. En las alocuciones del Papa durante el "Angelus" aparecen estas mismas líneas en un contexto armónico de todos los niveles de formación: Gli "Angelus" di Giovanni Paolo II Verso il Sinodo sulla formazione dei sacerdoti, Lib. Edit. Vaticana 1990.

    [14]El mensaje de los Padres Sinodales (Sínodo de 1990) resume estos tres aspectos: "Servidores del misterio, apoyados en la palabra de Dios, hemos de madurar cada día en la fe para ser realmente hombres según el Evangelio. Servidores de la comunión, debemos buscar siempre una mayor intergración personal y comunitaria para el servicio de la Iglesia, familia de los hijos de Dios. Servidores de la misión, nuestra esfuerzo constante se orienta a dar respuesta a los signos de los tiempos, comprendiendo y valorando, con criterio evangélico, las circunstancias culturales, políticas, sociales y económicas que van vambiando aceleradamente y que desafían nuestra misión de servicio a toda la humanidad" ("Oss. Rom." español, 2 nov. 1990, p.12).

Visto 270 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.