Lunes, 11 Abril 2022 10:38

EL RENACER DEL ESPÍRITU MISIONERO. LA RIQUEZA Y NOVEDAD DEL EVANGELIO Juan Esquerda Bifet

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

EL RENACER DEL ESPÍRITU MISIONERO. LA RIQUEZA Y NOVEDAD DEL EVANGELIO

Juan Esquerda Bifet

Presentación

1. Un camino misionero ya recorrido, una herencia recibida

2. Una realidad misionera nueva en el inicio del tercer milenio, signo de esperanza

3. La respuesta a la novedad permanente del Evangelio

 

* * *

 

Presentación:

 

Jesús resucitado hace sentir su presencia en la historia eclesial de cada época. Es siempre él quien envía, acompaña y espera en todo acontecimiento y en el corazón de cada persona y de cada pueblo.

 

La caminar histórico produce siempre un desgaste. Las circunstancias humanas son siempre nuevas. La problemática de cada época es inédita. La acción de la gracia en la naturaleza (en el ser humano y en su historia) puede suscitar una reacción contraria a modo de resistencia. De ahí que en cada época hay situaciones nuevas que dejan entrever gracias nuevas y que reclaman evangelizadores nuevos. Las llamadas “crisis” históricas dejan traslucir esta realidad de tensión y armonía entre naturaleza y gracia.

 

En este sentido se puede hablar de un “renacer” del espíritu misionero en cada época, en medio de las dificultades ambientales. El Evangelio, que es el mismo Jesús presente bajo signos eclesiales, comunica luces y fuerzas nuevas. ¿Cómo descubrir esta realidad salvífica hoy y cómo ser fieles a la misma?

 

Veinte siglos de evangelización, entre luces y sombras son una herencia que hay que redescubrir y discernir, en vistas a dar nuevos pasos en el caminar eclesial y humano (apartado primero). Nuestra realidad histórica del inicio del tercer milenio, analizada a la luz del Evangelio, ofrece signos de esperanza (segundo apartado). Lo más importante es delinear la respuesta a la novedad permanente del Evangelio por parte de los nuevos evangelizadores (tercer apartado).

 

Auscultar el Evangelio tal como resuena en la historia, sólo es posible con un “corazón bueno” (Lc 8,15), que quiere recibir “la buena semilla”  en lo más hondo del propio ser como la Madre de Jesús (cfr. Lc 2,19.51; Lc 8,210-21), icono de la Iglesia misionera naciente (cfr. Hech 1,14) en todo el decurso de la historia.

 

 

1. Un camino misionero ya recorrido, una herencia recibida

 

En todas las épocas de la Iglesia se han dado conversiones que han tenido influencia decisiva en el campo de la evangelización. De San Agustín hay que recordar tres momentos principales de su permanente conversión: el momento inicial en Milán, que queda descrito en las Confesiones; el momento de su ordenación presbiteral, más allá de su proyecto personal; la relectura de las “bienaventuranzas”, hacia el final de su vida, cuando descubrió que esa actitud de reaccionar amando sólo es posible cuando dejamos vivir a Cristo en nosotros (es entonces cuando escribe las “Retractationes”).[1]

 

No faltan testimonios actuales de conversión, que dejan entender que no hay nadie de buena voluntad que se resista a la fuerza del evangelio cuando éste se lee con el corazón en la mano y, al  mismo tiempo, se encuentra plasmado en testigos coherentes.[2]

 

Las figuras misioneras históricas siguen incidiendo en el renacer del espíritu misionero de cada época. "Además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la «teología vivida» de los Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe" (NMi 27). Carlos de Foucauld resumió su vivencia y actitud permanente en la conocida oración “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras”... El fruto de esta actitud confiada sólo se daría después de su muerte; él creía que su obra no se aceptaba debido a su indignidad.

 

Madre Teresa de Calcuta vivió interiormente en una continua oscuridad y soledad, que asumió generosamente para “saciar la sed de Cristo... sed de amor y de almas”. Así pudo ser, especialmente para las personas más marginadas, aparentemente inútiles, una lucecita del amor de Dios. Su ideal consistía en conseguir que estas personas, mientras se las ayudaba, tuvieran experiencia de un amor totalmente nuevo, que sólo podía provenir de Dios. Pero esto reclamaba de ella “una vida escondida con Cristo en Dios” (Col 3,3), siguiendo siempre los signos de la voluntad divina, sin hacer esperar a los “pobres”.[3]

 

El renacer apostólico y el "fervor espiritual" de cada época está en dependencia directa de "esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia" (EN 80). Ellos, por ser un Evangelio vivo, ayudan a discernir los valores fundamentales del mismo Evangelio y saber inculturarlos debidamente. Para redescubrir esas figuras, hay que contextualizarlas, si perder su carisma personal y el de sus comunidades eclesiales.[4]

 

Estas figuras, con sus carismas peculiares, se armonizan en un contexto armónico de evolución y renovación, que es garantía de autenticidad y de fidelidad creativa. La gracia recibida del Espíritu Santo se transmite como algo vivo, que es necesario custodiar, profundizar y desarrollar de modo permanente. Es relativamente fácil deslindar los defectos, si se aceptan incondicionalmente los valores permanentes del evangelio.

 

La contextualización de estas figuras misioneras ayuda a descubrir una evolución que es armónica con las gracias nuevas del Espíritu en épocas posteriores. Se necesita discernimiento personal y comunitario. La fidelidad a estas gracias del pasado es garantía de autenticidad respecto a la actitud constructiva y creativa de cada época. [5]

 

Puede servir de ejemplo, el llamado “siglo cristiano” del Japón (1549-1650), que fue un siglo martirial y del que, además de los numerosos mártires canonizados,  se beatifican otros 188 mártires (noviembre 2008). La evangelización, después de San Francisco Javier, fue obra de jesuitas, dominicos, franciscanos y agustinos, con la colaboración de muchos japoneses catequistas. Los documentos de la época reflejan un estilo evangelizador que potenció a las comunidades para una actitud martirial y evangelizadora (entre cinco y diez mil mártires por lo menos), a pesar de las limitaciones (como fueron las tensiones entre evangelizadores y algunas apostasías). ¿Qué lecciones puede aportar hoy esta realidad martirial heroica, que entonces fue potenciada con una fuerte acción evangelizadora, para el Japón y para la Iglesia universal? La perseverancia en medio de las persecuciones fue debida a una auténtica vida cristiana de la comunidad.[6]

La encíclica Spe Salvi (2007) ofrece algunos datos esperanzadores en momentos históricos llenos de dificultad, como en el caso de las persecuciones, de la Iglesia primitiva y de la Iglesia en el Vietnam. El “gozo” y el sufrimiento de los mártires fue fecundo en frutos apostólicos (cfr. Spe Salvi 37; cfr. Jn 16,21-22).

 

Se puede seguir el camino misionero y misionológico del siglo XX, a través de las encíclicas preconciliares sobre la misión, de los documentos conciliares (especialmente AG, LG, GS) y de los documentos postconciliares (especialmente EN, RMi, TMa, NMi, exhortaciones postsinodales continentales,  nota doctrinal acerca de algunos aspectos de la evangelización, etc.).[7]

 

Las exhortaciones apostólicas postsinodales sobre cada uno de los Continentes presentan la situación evangelizadora actual, en vistas a encontrar la metodología adecuada para misión concreta. Subrayan la necesidad de una “nueva evangelización”, que englobe la evangelización “ad gentes”.[8]

 

Además de aclarar los conceptos, esta documentación traza líneas maestras y estimulantes. El concilio Vaticano II  desarrolla las virtualidades de la Iglesia como “sacramento universal de salvación” (LG 48; AG 1); es la Iglesia misionera, como Iglesia de la Palabra (DV), del misterio pascual (SC), insertada en el mundo (GS). “La comunidad cristiana está integrada por hombres que, reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido la buena nueva de la salvación para comunicarla a todos. La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria del genero humano y de su historia" (GS 1). "Es la persona del hombre la que hay que salvar. Es la sociedad humana la que hay que renovar" (GS 3).

 

La misión es “alguien” que envía, acompaña, espera (cfr. RMi 88). Él sigue diciendo: “Id por todo el mundo" (Mc 16,15), "seréis mis testigos" (Hech 1,8), "estaré con vosotros" (Mt 28,20). Sólo Cristo da sentido a la existencia humana y es la razón de ser del apóstol. Él ha asumido nuestra historia y la hace partícipe de su misma biografía: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado... Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación... El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).

 

La exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (1975) describe una Iglesia que, al evangelizar, simultáneamente se evangeliza a sí misma y se siente llamada a dar testimonio del Evangelio y a comunicar la propia experiencia de Dios (el “espíritu de la evangelización”)."Para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios de juicios, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación" (EN 19). Son los puntos neurálgicos de nuestra sociedad.

 

La encíclica Redemptoris Missio (1990), resumiendo y aclarando los contenidos de AG y EN, invita a estudiar el proceso de la maduración de las “semillas del Verbo” (RMi 28), a “comunicar a los demás la propia experiencia de Jesús” (RMi 24) y a hacerse disponible para una misión más evangélica fruto de la contemplación (cfr. RMi 90-91).

 

 Juan Pablo II, en la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (1994) recordaba  que “el Verbo Encarnado es el cumplimiento del anhelo presente en todas las religiones de la humanidad: este cumplimiento es obra de Dios y va más allá de toda expectativa humana. Es misterio de gracia” (TMa 6).[9]

 

Desde que "el Verbo se ha hecho hombre y ha habitado entre nosotros" (Jn 1,14), la historia ha cambiado de rumbo. “En cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer... Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza” (Spe Salvi 39).

 

Esta herencia misionera de nuestro pasado deja entender que el encargo misionero es "único e idéntico en todas partes y en toda situación", pero "no se debe ejercer del mismo modo según las circunstancias" (AG 6). La historia de la evangelización se hace camino y aprendizaje para insertar el Evangelio en todas las culturas y en todos los pueblos. Esta historia la realiza todo el Pueblo de Dios, que camina hacia el encuentro definitivo de toda la humanidad con Cristo resucitado.

 

Tanto los éxitos como los fracasos de la historia de la evangelización, dejan entrever que el protagonista es Cristo muerto y resucitado, bajo la acción del Espíritu Santo, que quiere necesitar de instrumentos humanos vulnerables que son, al mismo tiempo, portadores de su gracia. Por esto, en cualquier período histórico emerge "la presencia y la actividad del Espíritu Santo" que "afecta a la historia" (RMi 28). La historia sigue siendo "misterio" de amor, capaz de remontar las limitaciones del pasado y de abrirse a las nuevas sorpresas de un misterio divino y humano. A la luz de la Encarnación y de la resurrección de Cristo, es siempre una historia de gracia que aparece principalmente en los santos misioneros y en los mártires.

 

Cada época misionera tiene su peculiaridad, dejando entrever signos de esperanza. Actualmente, en algunos países de arraigada cristiandad, se producen situaciones que "requieren de nuevo la acción misionera" como en la primera evangelización (AG 6). Pero los valores del Reino no siempre son constatables. Los mártires constituyen las páginas más hermosas de la historia misionera de la Iglesia. Las innumerables vidas escondidas, casi siempre anónimas y ofrecidas en la oblación misionera de todos los días, ha sido otro modo "martirial" de sembrar el evangelio.

 

En la constatación histórica del pasado, el tono que ha de prevalecer es el de la "esperanza gozosa" (Rom 12,12). La obra de la creación y de la nueva creación sigue siendo obra de Dios. Se asume armónicamente la herencia del pasado, para discernir y seguir los valores permanentes, purificar las expresiones imperfectas y hacerse más disponible.

 

Al reconocer los fracasos y las limitaciones del pasado, se constata con más precisión el alcance de la gracia, puesto que la historia de la evangelización es siempre historia salvífica. Se hace patente la paciencia milenaria de Dios y que apunta a compartir los dones recibidos del mismo Dios, sin relativismos ni sincretismos.

 

 

2. Una realidad misionera nueva en el inicio del tercer milenio, signo de esperanza

 

Se podría decir que, en las presentes circunstancias históricas, hemos tocado fondo respecto a las limitaciones eclesiales. Reconociendo con humildad estas limitaciones, también podemos constatar que se trata de un momento privilegiado para dejar actuar a Cristo resucitado. Podría ser como cuando Pablo se encontraba en Corinto, tal vez con tendencia al desánimo, después de constatar que en Atenas no habían aceptado el misterio de Cristo resucitado. Entonces fue cuando Cristo se le hizo presente de nuevo para decirle: “No tengas miedo, sigue hablando y no calles; porque yo estoy contigo y nadie te pondrá la mano encima para hacerte mal, pues tengo yo un pueblo numeroso en esta ciudad” (Hech 18,9-10).

 

La mies está preparada... La diferencia de nuestra época respecto al pasado no está en las dificultades y calamidades físicas y morales (que son siempre parecidas), sino que la comunidad eclesial ha experimentado la propia debilidad, sin tantos apoyos “humanos” como en el pasado. El caso de falta de vocaciones en muchas instituciones que envejecen inexorablemente, pero que perseveran con alegría y en espíritu de familia y entrega evangélica (sin dejar la oración y la esperanza), es un signo de gracia que anuncia un resurgir por encima de la lógica humana. Las vocaciones son siempre posibles si la comunidad vive con alegría su entrega generosa.

 

El inicio del siglo XXI (tercer milenio del cristianismo) queda descrito, de algún modo, en las directrices de Novo Millennio Ineunte (Juan Pablo II, 2001), Mane nobiscum Domine(Juan Pablo II, 2004), Ecclesia de Eucharistia (Juan Pablo II, 2003),  Deus Caritas est (Benedicto XVI. 2005), Sacramentum Caritatis (Benedicto VI, 2007), Spe Salvi(Benedicto XVI, 2007). Tal vez se podrían resumir todos estos documentos con la expresión final de la encíclica Spe Salvi: “un mundo sediento”. Es la línea de esperanza ya trazada a partir del misterio eucarístico: "Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo" (EdEu 8)

 

Además de la garantía del magisterio, estos documentos contienen experiencias y orientaciones providenciales para la evangelización actual. Se constata una realidad eclesial y sociológica, mientras al mismo tiempo se indica una acción de la gracia salvífica que reclama nuevos evangelizadores.

 

“Es la hora de un nueva « imaginación de la caridad », que promueva no tanto y no sólo la eficacia de las ayudas prestadas, sino la capacidad de hacerse cercanos y solidarios con quien sufre, para que el gesto de ayuda sea sentido no como limosna humillante, sino como un compartir fraterno” (NMi 50).

 

“Un nuevo siglo y un nuevo milenio se abren a la luz de Cristo. Pero no todos ven esta luz. Nosotros tenemos el maravilloso y exigente cometido de ser su «reflejo»” (NMi 54).[10]

 

“Los dos discípulos de Emaús, tras haber reconocido al Señor, «se levantaron al momento» (Lc 24,33) para ir a comunicar lo que habían visto y oído. Cuando se ha tenido verdadera experiencia del Resucitado, alimentándose de su cuerpo y de su sangre, no se puede guardar la alegría sólo para uno mismo. El encuentro con Cristo, profundizado continuamente en la intimidad eucarística, suscita en la Iglesia y en cada cristianola exigencia de evangelizar y dar testimonio... El Apóstol relaciona íntimamente el banquete y el anuncio: entrar en comunión con Cristo en el memorial de la Pascua significa experimentar al mismo tiempo el deber de ser misioneros del acontecimiento actualizado en el rito. La despedida al finalizar la Misa es como una consigna que impulsa al cristiano a comprometerse en la propagación del Evangelio y en la animación cristiana de la sociedad” (MND 24).

 

La llamada que había hecho Juan Pablo II al iniciar su pontificado (1978), ha sido asumida, comentada y actualizada por Benedicto XVI. Es una indicación clave para la evangelización actual: "¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! El Papa (Juan Pablo II) hablaba a los fuertes, a los poderosos del mundo, los cuales tenían miedo de que Cristo pudiera quitarles algo de su poder, si lo hubieran dejado entrar y hubieran concedido la libertad a la fe. Sí, él ciertamente les habría quitado algo: el dominio de la corrupción, del quebrantamiento del derecho y de la arbitrariedad. Pero no les habría quitado nada de lo que pertenece a la libertad del hombre, a su dignidad, a la edificación de una sociedad justa... Y todavía el Papa quería decir: ¡no! quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada –absolutamente nada– de lo que hace la vida libre, bella y grande... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida".[11]

 

En esta misma homilía inicial de su pontificado (24 abril 2005), Benedicto XVI indicaba la experiencia de encuentro con Cristo como fuente de la misión: “Nada hay más hermoso que haber sido alcanzados, sorprendidos, por el Evangelio, por Cristo. Nada más bello que conocerle y comunicar a los otros la amistad con él”.

 

El Papa Benedicto XVI, en su primera encíclica Deus Caritas Est, reitera la línea de esperanza misionera, basada en un transparente testimonio de caridad evangélica. Cuando la Iglesia “muestra la universalidad del amor” (DCe 25), entonces “la fuerza del cristianismo se extiende mucho más allá de las fronteras de la fe cristiana” (ibídem, 31).[12]

 

Es verdad que la misión de Cristo empezó hace ya más de veinte siglos y que, no obstante, "está aún lejos de cumplirse... se halla todavía en sus comienzos" (RMi 1). Las "semillas del Verbo", que comenzaron a sembrarse desde los inicios de la historia humana y en todos los pueblos y culturas, esperan llegar a su maduración en Cristo (cfr. RMi 28).

 

Una sociedad "icónica" necesita signos y testigos creíbles del evangelio (cfr. EN 76; RMi 91).La globalización actual (sociológica, cultural...) se convierte también en encuentro cotidiano de los cristianos con las "semillas del Verbo". "Entre los grandes cambios del mundo contemporáneo, las migraciones han producido un fenómeno nuevo: los no cristianos llegan en gran número a los países de antigua cristiandad, creando nuevas ocasiones de comunicación e intercambio culturales, lo cual exige a la Iglesia la acogida, el diálogo, la ayuda y, en una palabra, la fraternidad" (RMi 37). El fenómeno migratorio ha producido un encuentro pluralístico, permanente y universal entre razas, culturas y religiones.

 

Al leer nuestras publicaciones cristianas, también respecto a las ayudas a países o sectores más necesitados, podemos observar que la “motivaciones misioneras” son predominantemente “sociológicas”. Esto me parece un reto intraeclesial, que necesita un fuerte discernimiento.

 

Ya el concilio constataba el nacimiento de "una nueva forma más universal de cultura... una nueva época de la historia humana" (GS 54). En la postmodernidad, debido al hundimiento de las ideologías, se ponen en tela de juicio algunos valores permanentes del pensar y del actuar ético, dando más importancia a la experiencia, a las impresiones fuertes, a la utilidad y a la eficacia. Esta línea secularizante puede convertirse en "una angustiosa búsqueda de sentido" (RMi 38). Una vida "cristiana" no coherente puede haber "velado más que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión" (GS 19).[13]

 

El fenómeno de las sectas, que se ha dado prácticamente en todas las religiones y en todas las épocas históricas, tiene hoy una característica especial, que tiende al sincretismo, a la fenomenología, al relativismo y a la experiencia subjetivista. Pero esta búsqueda actual de una fuerte experiencia religiosa (personal y comunitaria) puede enfocarse hacia la autenticidad de la contemplación y del compromiso de caridad y de fraternidad. Los recién bautizados necesitan ser acogidos en nuestras comunidades, sabiendo que en ellas ocuparán un lugar peculiar en el campo de la vivencia, formación, fraternidad y apostolado. ¿Estamos preparados para ello?

 

Una sociedad "icónica" necesita signos y testigos creíbles del evangelio (cfr. EN 76; RMi 91). Hay que iluminar las conciencias con los principios evangélicos, para reencontrar convicciones válidas y permanentes sobre la verdad, la libertad y el bien, así como sobre la ética personal, familiar y social. Será difícil (si no imposible) perseverar hoy en la fe, si no se tiene experiencia de encuentro con Cristo y deseos de santidad.

 

Uno de los retos principales de la situación actual consiste en el deseo de las religiones no cristianas por intercambiar con el cristianismo experiencias auténticas de encuentro con Dios ("contemplación"). Ello comporta el diálogo interreligioso, así como una profundización del proceso de insertar el evangelio en las diversas culturas.

 

Los “bajo fondos” de las megalópolis actuales son fácilmente constatables: miseria moral (no sólo física), familias rotas (“divorcio”) y heridas (“aborto”), formación sin valores (sólo importarían las impresiones y la búsqueda de lo útil). Se notan tendencias y desánimos (depresiones, suicidios). Son los “nuevos pobres” de nuestra sociedad.

 

 

3. La respuesta a la novedad permanente del Evangelio

 

Año paulino

 

El hecho de celebrar un año dedicado a San Pablo (junio 2008-2009) es un acontecimiento de gracia y de renovación, en el camino de la santidad y de la misión. El Corazón de Cristo se refleja en el corazón y en la vida de Pablo así como en el corazón y en la vida de todo apóstol que quiera vivir en coherencia con el evangelio.[14]

 

El mismo Apóstol cuenta repetidamente su “conversión”, en el sentido de un encuentro vivencial con Cristo que le confía la misión de evangelizar sin fronteras (cfr. Hech 9,1-19; 22,3-21; 26,9-20). En él, la misión tiene como fuente el amor: "Me amó" (Gal 2,20); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "urge que él reine" (1Cor 15,25). La misión es un itinerario de conversión permanente, como apertura a la sorpresa de Dios.

 

Su vida es una continua apertura a la gran novedad del misterio de Cristo (cfr. Gal 1,11-17; 1Cor 15,8-10). A la luz de Cristo, cambió radicalmente su actitud personal y su cosmovisión, y así pudo contagiar a otros de su experiencia de encuentro con el Señor resucitado.

 

Tenía conciencia de ser "instrumento escogido" (Hech 9,15), “segregado para el evangelio de Dios” (Rom 1,1), dentro de un proyecto misionero; por esto se sentía como "encadenado por el Espíritu" (Hech 20,22). Esta elección era un don recibido o "gracia otorgada por Dios", que le destinaba a "ser para los gentiles ministro de Cristo Jesús" (Rom 15,15-16). Por esto se presenta como "deudor de todos" (Rom 1,14), sin otra razón de ser que la de anunciar el evangelio (cfr. 1Cor 9,16).

 

La misión se concretaba en el mismo Cristo que le había enviado, le acompañaba y le esperaba en todos los hermanos. La comunidad eclesial de los creyentes, la “ecclesia” convocada y amada por el Señor, era como "cuerpo" o expresión de Cristo (cfr. 1Cor 12,26-27), su "esposa" o consorte (cfr. Ef 5,25-27; 2Cor 11,2) y "madre" fecunda para hacer nacer a Cristo en los demás (cfr. Gal 4,19.26). Su entrega apostólica, llena de dificultades, tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28). Así vivía en sintonía con el amor de Cristo a su Iglesia hasta “dar la vida por ella” (Ef 5,25).

 

La atención respetuosa y crítica respecto a los criterios del momento y a las preferencias ideológicas o prácticas de la sociedad, no le podían separar del amor a Cristo y de la misión confiada (cfr. Rom 8,35). Por esto, no se avergonzaba de anunciar el evangelio en su totalidad (cfr. Rom 1,16) ni buscaba su propio interés (cfr. Hech 20,23). “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Cor 15,16).

 

Este estilo misionero paulino es el que quería contagiar a los demás "pastores", a quienes se había confiado cuidar de la "Iglesia" que el mismo Cristo "adquirió con su sangre" (Hech 20,28). Lo más importante de la vida apostólica consistía en ser "fragancia" de Cristo y de su caridad pastoral: "Por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo" (2Cor 2,14-15). "Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15).

 

La misión consistía en anunciar a Cristo, haciéndole presente bajo signos eucarísticos y comunicándolo a los demás como participación en su vida. A Pablo le había tocada en suerte anunciar este misterio a todos los pueblos (cfr. Ef 3,8) proclamando "la verdad en el amor" (Ef 4,15). Cristo anunciado y vivido es el centro de la misión, porque "todo ha sido creado por él y en él", y "todo se apoya en él" (Col 1,12-17; cfr. Ef 1,3-23). El apóstol es sólo servidor del "misterio" de Cristo manifestado por medio de su Iglesia (cfr. Col 1,24-27; cfr. Ef 3,1-11). Por esto, el anuncio debe ser hecho a todos "los pueblos, como coherederos y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio" (Ef 3,6).

 

El “gozo de la esperanza” (Rom 12,12) se fundamenta en el mismo Cristo resucitado, “nuestra esperanza” (1Tim 1,1). Se anuncia a Cristo, el Hijo de Dios hecho hombre, el Salvador y Redentor (cfr. Rom 1,2-7). Es el misterio de la “cruz” salvadora de “Cristo crucificado”, aunque parezca un “escándalo” y una ”necedad” (1Cor 1,23)

 

La ilusión del Apóstol estriba en "presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28).La llamada al bautismo es para configurarse con Cristo (cfr. Rom 6,1-5), para vivir en sintonía los criterios, la escala de valores y las actitudes de Cristo (cfr. Gal 2,20; cfr. Fil 1,21).

 

Sin retrasos, hay que tender a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), porque ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo, "nacido de "la mujer", para salvar a todos. La historia humana ya ha recuperado su sentido, porque Cristo la vive con nosotros. "Ahora es el día de la salvación" (2Cor 6,2). La historia camina hacia Cristo hasta que Dios sea "todo en todos" (1Cor 15,28).

 

Cristo es "el Hijo de Dios" (Hech 9,20), "el Salvador" (Tit 1,3), que "fue entregado por nuestros pecados y resucitó para nuestra justificación" (Rom 4,25). Se trata de un cristocentrismo abierto a toda la humanidad, que no destruye lo que Dios ya ha sembrado en otras culturas y religiones (cfr. Hech 17,22-34). Sólo con la presencia de Cristo resucitado, la historia humana y la misión eclesial recobran su sentido.[15]

 

Una relectura misionera de la Palabra, con ocasión del  Sínodo Episcopal de 2008

 

El Sínodo Episcopal sobre la Palabra de Dios (octubre de 2008), es una invitación a toda la Iglesia para contemplar, vivir, celebrar y anunciar la Palabra a toda la humanidad. Es un momento fuerte para hacer que la Iglesia sea expresión e instrumento (“sacramento”) del misterio de Cristo (Palabra definitiva de Dios), misterio revelado, creído, celebrado, vivido y anunciado.

 

La apertura a la Palabra hará que la comunidad eclesial se sienta más interpelada para realizar la misión profética que transforma a la misma Iglesia y a toda la humanidad: "Ciertamente, la Palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas; y escruta los sentimientos y pensamientos del corazón" (Heb 4,12).

 

La “Lectio Divina” debería ser un camino de contemplación y misión. De hecho se recibe la Palabra con apertura del corazón (“lectura”), dejándose cuestionar por ella (“meditación”), pidiendo humildemente luz y fuerza (“petición”) para vivir en sintonía con la voluntad divina (“unión”, “contemplación”). El camino debe realizarse como disponibilidad para el camino de santidad y de servicio.  Quien vive en sintonía con la voluntad salvífica de Dios, busca espontáneamente cumplir el encargo de hacerle conocer y amar (“misión”).

 

La misión de Pablo consistía en anunciar la Palabra que transforma la vida personal y comunitaria. Para esa misión pedía la oración de la comunidad: "Hermanos, orad por nosotros para que la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria, como entre vosotros" (2Tes 3,1). Aún estando en la cárcel, decía que “la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9). En la Iglesia primitiva, la acción evangelizadora se describía así: “La Palabra de Dios iba creciendo” (Hech 6,7).

 

Cuando se lee el evangelio con espíritu de fe (bajo la acción de la gracia), se descubre que “alguien” nos lleva en el corazón, “alguien” que nos ama dándose él, “alguien” que comparte y vive toda la historia humana, “alguien” que ya ha vivido nuestra historia haciéndola suya.

 

Releer el evangelio, con el corazón abierto, comporta un encuentro vivencial y comprometido. Pero quien se “convierte” a Cristo, necesita, a su  vez, ver “signos” eclesiales evangélicos. Seguramente que Pablo recordaría el gesto de perdón realizado por Esteban en el momento de su martirio. Para algunos convertidos, el momento decisivo fue cuando alguien se les hizo transparencia o signo vivo del evangelio. La misión consiste también y principalmente en ofrecer signos de vida evangélica.

 

Una actuación apostólica coherente consistiría en llegar a las personas “angustiadas”, solas, acosadas..., para acogerlas en la caridad cristiana (acompañamiento, escucha, ayuda, lectura evangélica, oración en “comunión” eucarística y mariana). Una lectura orante de la Palabra de Dios, en comunión eclesial, podría recuperar a muchos cristianos y apóstoles desanimados. Todo bautizado está llamado a insertarse en una “comunidad” eclesial donde se contemple, viva, celebre y anuncie la Palabra.[16]

 

Urgencia misionera de la renovación eclesial:

 

En cada época histórica, la Iglesia se renueva para ser fiel a las nuevas gracias de Dios, que corresponden a las nuevas realidades y que suscitan nuevos apóstoles. La renovación es ley de vida eclesial, como afirma el concilio: “Caminando, pues, la Iglesia a través de peligros y de tribu­la­ciones... persevera siendo digna esposa de su Señor, y no deja de renovarse a sí misma bajo la acción del Espíritu Santo hasta que por la cruz llegue a la luz sin ocaso" (LG 9).

 

Por el hecho de ser “sacramento universal de salvación” (LG 48), la Iglesia está llamada a ser "signo" transparente y portador de Cristo. Esta transparencia es siempre de "comunión" o fraternidad, según el mandato del amor y como reflejo de la comunión trinitaria (cfr. LG 1 y 4). Esa realidad "sacramental" (de transparencia, instrumentalidad y comunión), según los contenidos de las constituciones conciliares, es un camino de fidelidad a la Palabra (DV), de vivencia del misterio pascual (SC), de práctica de la caridad y solidaridad (GS).De este modo, al "anunciar el Evangelio con la claridad de Cristo, que resplandece sobre la faz de la Iglesia", podrá "presentar a sus fieles y a todo el mundo con mayor precisión su naturaleza y su misión universal" (LG 1).

 

En la época actual, cuando se piden “signos” y “testigos”, la Iglesia está llamada a presentar la experiencia de relación filial con Dios (el “Padre nuestro”), la reacción de amar en toda circunstancia histórica (las “bienaventuranzas”) y el modo de amar del mismo Jesús (el “mandato nuevo del amor”). Cristo “es quien nos revela que Dios es amor (cfr. Jn 4,8), a la vez que nos enseña que la ley fundamental de la perfección humana, y, por tanto, de la transformación del mundo, es el mandamiento nuevo del amor” (GS 38).

 

Sin renovación personal y comunitaria, no habría espíritu misionero auténtico. “Puesto que toda la Iglesia es misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el Santo Concilio invita a todos a una profunda renovación interior a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del Evangelio, acepten su cometido en la obra misional entre los gentiles" (AG 35).[17]

 

Estas llamadas están implícita o explícitamente en condicional, es decir, como si el fruto de santidad y misión dependiera en gran parte de la renovación eclesial. "Los fines pastorales de renovacióninterna de la Iglesia y de difusión del Evangelio por el mundo entero", dependerán, especialmente por parte de los sacerdotes, del hecho de "esforzarse por alcanzar una santidad cada vez mayor" (PO 12). Pero "todos los cristianos deben reemprender el camino de la renovación evangélica" (ChL 16). "La santidad de vida permite a cada cristiano ser fecundo en la misión de la Iglesia" (RMi 77).

 

La fecundidad apostólica en una época como la nuestra depende en gran parte de la santidad de los apóstoles. La perspectiva de esperanza misionera se presenta en forma condicional: “Nunca como hoy la Iglesia ha tenido la oportunidad de hacer llegar el Evangelio, con el testimonio y la palabra, a todos los hombres y a todos los pueblos. Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitudes y deseos de nuestro tiempo" (RMi 92).

 

La renovación consiste principalmente en el compromiso por recorrer el itinerario de santidad propuesto por el Evangelio: "Todos los fieles, de cualquier estado y condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana, a la perfección de la caridad" (LG 40). Tiene siempre sentido de vivir con mayor fidelidad el Evangelio: "Toda renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad hacia su vocación... La Iglesia peregrina en este mundo es llamada por Cristo a esta perenne reforma, de la que ella, en cuanto institución terrena y humana, necesita permanentemente" (UR 6).

 

Para que las comunidades eclesiales vivan el espíritu misionero, se necesita un cambio profundo de mentalidad: "Es necesaria una radical conversión de la mentalidad para hacerse misioneros, y esto vale tanto para las personas, como para las comunidades... Sólo haciéndose misionera la comunidad cristiana podrá superar las divisiones y tensiones internas y recobrar su unidad y su vigor de fe" (RMi 49).

 

La realidad constante, también en nuestra época, de las conversiones, reclama que los convertidos encuentren en la Iglesia los valores evangélicos que a ellos les han ayudado a adherirse a Cristo. "Cada convertido es un don hecho a la Iglesia y comporta una grave responsabilidad para ella... porque, especialmente si es adulto, lleva consigo como una energía nueva, el entusiasmo de la fe, el deseo de encontrar en la Iglesia el Evangelio vivido. Sería una desilusión para él, si después de ingresar en la comunidad eclesial encontrase en la misma una vida que carece de fervor y sin signos de renovación. No podemos predicar la conversión, si no nos convertimos nosotros mismos cada día" (RMi 47).

 

Por parte de los evangelizadores, y según la peculiaridad de su vocación misionera, se necesita una renovación evangélica al estilo de los Apóstoles. Esta “vida apostólica” se concretará en una peculiar inserción como fermento evangélico (vida laical), en una “visibilidad” especial de la vida del mismo Cristo (vida consagrada) y en una transparencia de la caridad del Buen Pastor (vida sacerdotal).

 

La cercanía y solidaridad para con los pobres se concreta en compartir la vida con ellos. "Ha llegado el momento de hacerse realmente hermanos de los pobres en la común conversión hacia el desarrollo integral, abierto al Absoluto" (RMi 59). Es necesario presentar prácticamente (y no sólo en las afirmaciones orales o escritas) una "opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados", para poder "hacerse voz de todos los pobres del mundo" (TMa 51). "La Iglesia tiene una conciencia viva de ser pobre en medio de los pobres, como lo fue su fundador Jesucristo: pobre entre todos los pobres del mundo... para pasar, como Cristo, en medio de ellos «haciendo el bien» (Hech 10,38)".[18]

 

La renovación eclesial sigue el camino de la comunión y misión, puesto que, al evangelizar, "la Iglesia comienza por evangelizarse a sí misma" (EN 15). El ritmo trinitario de la misión (cfr. Mt 28,19; AG 2-4) reclama el ritmo trinitario de la vida cristiana personal y comunitaria (cfr. Ef 1-2; 2,18), que es exigencia de perfección y comunión, hasta llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32). La comunión eclesial misionera sería imposible sin la vivencia del misterio trinitario de Dios Amor.

 

El testimonio de esta fe, como "conocimiento de Cristo vivido personalmente" (VS 88), hace de la Iglesia un signo transparente de la realidad de la Encarnación. Los creyentes en Cristo tienen que vivir de la convicción de que "en El, el Padre ha dicho la palabra definitiva sobre el hombre y sobre la historia" (TMa 5).

 

Los no creyentes en Cristo no darán el paso a la fe sólo por aceptación de conceptos, sino principalmente por la gracia de Dios y el anuncio y testimonio de los cristianos. "Viviendo las bienaventuranzas, el misionero experimenta y demuestra concretamente que el Reino de Dios ya ha venido y que él lo ha acogido" (RMi 91).

 

El problema de laescasez de  vocaciones misioneras, encuentra solución en el testimonio gozoso y familiar del seguimiento evangélico de Cristo. Las experiencias y los testimonios son determinantes. “Hace falta sobre todo tener la valentía de proponer a los jóvenes la radicalidad del seguimiento de Cristo, mostrando su atractivo” (SCa 25).

 

La vocación misionera recobra todo su atractivo vocacional cuando aparece en ella el mismo estilo de vida que en Jesús: “La Iglesia debe cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cfr. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cfr. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cfr. 2 Cor 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cfr. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cfr. Lc 10, 4 ss). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios, en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio” (Aparecida 31).

 

La acción y la animación misionera necesitan especialmente la cooperación de quienes (también dentro de la Iglesia) son tenidos en menos: “Dios ha escogido más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte” (1Cor 1,27). Hay que “salir a los caminos” (Lc 14,23) e invitar a los enfermos, personas marginadas u olvidadas, niños, jóvenes en búsqueda, ancianos, “jubilados”, marginados... Es la lógica evangélica, que no suele ser la más seguida.

 

La misión de Jesús es siempre hacia los “pobres” (Lc 4,18). Los más pobres hoy están: 1º) entre la gente que no encuentra sentido a la vida (también entre los que sobresalen en los “medios de comunicación”, hablando, luciendo, poseyendo...); 2º) entre los emigrantes de otros pueblos, culturas y religiones, que aportan una herencia milenaria de valores, pero que se sienten heridos e incomprendidos, a veces, como si les quisiera quitar lo único que les queda, es decir, la huella de Dios que ama a todos.

 

Ante esas masas enormes que todavía no conocen a Cristo, hay que contar el porcentaje de no cristianos que hoy viven en países tradicionalmente cristianos. Relativamente al número de habitantes cristianos, hay más paganos en España (o en Europa), que cristianos en la India o en la China. La “sed” de almas, que sentía Santa Teresa de Lisieux, es la sed que Cristo contagia a sus amigos. M. Teresa de Calcuta comenta la sed de Cristo en la cruz, con estas palabras: “La Virgen estaba allí, para comprender plenamente la sed de amor que tenía Jesús. Ella habría dicho inmediatamente: Yo sacio tu sed con mi amor y con el sufrimiento de mi corazón”.[19]

 

El camino de la esperanza misionera

 

En la encíclica sobre la esperanza, Spe Salvi (Benedicto XVI, 2007), se trazan unas pautas para presentar al mundo de hoy las líneas de la esperanza cristiana: significado, actualidad, lugares o escuelas de aprendizaje, figuras históricas, etc.

 

Entresacamos algunas derivaciones más misioneras, como respuesta al desafío actual sobre la relación fe y razón, Evangelio y cultura. En este contexto se presenta la novedad y actualidad del testimonio de Santa Josefina Bakhita, como signo viviente de esperanza con derivación misionera: “Sentía el deber de extender la liberación que había recibido mediante el encuentro con el Dios de Jesucristo; que la debían recibir otros, el mayor número posible de personas. La esperanza que en ella había nacido y la había « redimido » no podía guardársela para sí sola; esta esperanza debía llegar a muchos, llegar a todos” (Spe Salvi 3).

 

A esta figura se añaden los innumerables santos, mártires y misioneros de la historia eclesial, de los que se resume la clave de su éxito: “Han dejado todo por amor de Cristo para llevar a los hombres la fe y el amor de Cristo” (Spe Salvi 8). “Los santos pudieron recorrer el gran camino del ser hombre del mismo modo en que Cristo lo recorrió antes de nosotros, porque estaban repletos de la gran esperanza” (Spe Salvi 39).

 

Como había afirmado ya Redemptoris Missio, “la Iglesia y, en ella, todo cristiano, no puede esconder ni conservar para sí esta novedad y riqueza, recibidas de la divina bondad para ser comunicadas a todos los hombres” (RMi 11). Consecuentemente, “la relación con Jesús es una relación con Aquel que se entregó a sí mismo en rescate por todos nosotros (cfr. 1 Tm 2,6). Estar en comunión con Jesucristo nos hace participar en su ser « para todos », hace que éste sea nuestro modo de ser” (Spe Salvi 28).

 

La esperanza cristiana o es para todos o no es cristiana. “La esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa... en el sentido de que mantenemos el mundo abierto a Dios. Sólo así permanece también como esperanza verdaderamente humana.” (Spe Salvi 34). Esta esperanza se fundamenta en el hecho de que “en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer” (Spe Salvi 39).

 

Por esto, “nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza?” (Spe Salvi 48).

 

El Señor es la luz, pero ha querido transmitirla por medio de personas, instrumentos vivos, como reflejo suyo cercano a todo hermano: “Jesucristo es ciertamente la luz por antonomasia, el sol que brilla sobre todas las tinieblas de la historia. Pero para llegar hasta Él necesitamos también luces cercanas, personas que dan luz reflejando la luz de Cristo. Y ¿quién mejor que María podría ser para nosotros estrella de esperanza” (Spe Salvi 49).

 

María, Reina de los Apóstoles, Madre de la Iglesia, es Madre de la esperanza, como “icono” de la Iglesia misionera: “Por tu « sí », la esperanza de milenios debía hacerse realidad, entrar en este mundo y su historia... (en la visitación) te convertiste en la imagen de la futura Iglesia que, en su seno, lleva la esperanza del mundo por los montes de la historia... Recibiste entonces la palabra: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » (Jn 19,26). Desde la cruz recibiste una nueva misión. A partir de la cruz te convertiste en madre de una manera nueva: madre de todos los que quieren creer en tu Hijo Jesús y seguirlo” (Spe Salvi 50).

 

María sigue presente, de modo activo y materno, en medio de la comunidad eclesial: “La alegría de la resurrección ha conmovido tu corazón y te ha unido de modo nuevo a los discípulos, destinados a convertirse en familia de Jesús mediante la fe. Así, estuviste en la comunidad de los creyentes que en los días después de la Ascensión oraban unánimes en espera del don del Espíritu Santo (cfr. Hech 1,14), que recibieron el día de Pentecostés... Por eso tú permaneces con los discípulos como madre suya, como Madre de la esperanza. Santa María, Madre de Dios, Madre nuestra, enséñanos a creer, esperar y amar contigo. Indícanos el camino hacia su reino. Estrella del mar, brilla sobre nosotros y guíanos en nuestro camino” (Spe Salvi 50).

 

A modo de conclusión

 

El “renacer” del espíritu misionero sólo puede darse actualizando en nuestra época la novedad perenne del Evangelio. Se puede hablar de “estilo” o de “espíritu”, en el sentido de que tanto los contenidos doctrinales, como la metodología de acción, corresponden a la realidad del mismo Cristo, ungido y enviado por el Espíritu para “evangelizar a los pobres” (Lc 4,18).

 

No se pueden afrontar los retos de nuestra época sin analizar la realidad sociológica, cultual e histórica, a la luz del Evangelio. Las situaciones son nuevas, las gracias del Espíritu son también nuevas. La actitud misionera de personas y comunidades debe ser nueva.

 

La clave de esta respuesta está en la actitud “espiritual” del apóstol, como respuesta a la acción del “Espíritu” (cfr. Gal 5,25). A una realidad diferente, se debe responder con una vida diferente, como encuentro con Cristo “camino, verdad y vida” (Jn 14,6). Es una actitud eminentemente relacional y oblativa, en sintonía con las mismas vivencias de Cristo.

 

Toda comunidad eclesial y todo apóstol, para ser coherente con la misión, sigue la voz de una llamada para un encuentro personal con Cristo (cfr. Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico y en comunión apostólica y eclesial (cfr. Mt 4,19-22; Mc 10,21-31; Lc 10,1), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misma misión (Jn 20,21). Sólo así se podrá anunciar hoy, en circunstancias culturales y sociológicas distintas y diversas del pasado, el Evangelio de siempre: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

 

En toda época histórica se actualiza un Pentecostés, en el que puede afirmarse: “La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cfr. Hech 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con toda libertad” (RMi 24).

 

Se necesita seguir un itinerario formativo de línea más misionera comprometida, a nivel personal y comunitario, que será el objetivo de nuestra segunda conferencia. Son las líneas evangélicas actualizadas para el tercer milenio, en vistas a presentar la novedad cristiana de Dios Amor (cfr. encíclica Deus caritas est), con una actitud de esperanza en sintonía con las bienaventuranzas (cfr. encíclica Spe  Salvi). El camino formativo tiene que seguir las pautas de la Palabra (revelada, predicada, celebrada, contemplada, vivida, anunciada), según el estilo de la vida y del ministerio de los Apóstoles (especialmente como la figura de Pablo). Es el camino del discipulado misionero (cfr. documento de Aparecida).

 

Al final de la encíclica misionera Redemptoris Missio (que hemos citado más arriba),  Juan Pablo II había descrito un reto en “condicional”: "Veo amanecer una nueva época misionera, que llegará a ser un día radiante y rica en frutos, si todos los cristianos y, en particular, los misioneros y las jóvenes Iglesias responden con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo" (RMi 92).

 

Este “condicional” se puede concretar también con una invitación dirigida por Benedicto XVI en el inicio de su pontificado, y que es un reto especialmente para toda la comunidad eclesial y para todo apóstol. Sería un contrasentido dirigir esta invitación en unas circunstancias inéditas, cuando las televisiones de todos los países la estaban transmitiendo, si no vieran esta realidad reflejada en la Iglesia:“Quien deja entrar a Cristo no pierde nada, nada – absolutamente nada – de lo que hace la vida libre, bella y grande... ¡No tengáis miedo de Cristo! Él no quita nada, y lo da todo. Quien se da a él, recibe el ciento por uno. Sí, abrid, abrid de par en par las puertas a Cristo, y encontraréis la verdadera vida".[20]

 

CARIDAD APOSTOLICA COMO PABLO (esquena de trabajo para el año paulino: 2007-2008):

 

El amor como fuente: El apóstol Pablo fue siempre fiel al proyecto misionero de Dios, como "encadenado por el Espíritu" (Hech 20,22). En él, la misión tiene como fuente el amor: "Me amó" (Gal 2,20); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "urge que él reine" (1Cor 15,25).

 

A partir del encuentro con Cristo resucitado, Pablo aprendió que Cristo vive en todo ser humano y, de modo especial, en su comunidad eclesial (que Pablo había perseguido), a la que él describe como "cuerpo" o expresión de Cristo (cfr. 1Cor 12,26-27), "esposa" o consorte (cfr. Ef 5,25-27; 2Cor 11,2) y "madre" fecunda de Cristo como María (cfr. Gal 4, 4-7, 19.26). Por esto, su entrega apostólica tiene esta característica de "completar" a Cristo por amor a su Iglesia (cfr. Col 1,24), y de preocuparse "por todas las Iglesias" (2Cor 11,28).

 

Misión sin fronteras:"Éste me es un instrumento de elección para que lleve mi nombre ante la gentes" (Hech 9,15; cfr. Rom 15,15-16). Su misión consiste en "anunciar el evangelio allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido" (Rom 15,20). El mismo se describe como "apóstol por vocación, segregado para el evangelio de Dios" (Rom 1,1), "deudor de todos" (Rom 1,14), urgido por la caridad (cfr. 2Cor 5,14), sin otra razón de ser que la de anunciar el evangelio (cfr. 1Cor 9,16). La preocupación misionera se concretaba en la "solicitud por todas las Iglesias" (2Cor 11,28). "El Evangelio que oísteis, que ha sido proclamado a toda criatura bajo el cielo y del que yo, Pablo, he llegado a ser ministro" (Col 1,23). La historia camina hacia Cristo hasta que Dios sea "todo en todos" (1Cor 15,28). Por esto el anuncio debe ser hecho a todos "los pueblos, como coherederos y copartícipes de las promesas en Cristo Jesús, por medio del evangelio" (Ef 3,6; cfr. Hech 17,22-34).

 

Su cristocentrismo no excluyente: Su acción evangelizadora gira en torno a Jesús, "el Hijo de Dios" anunciado por los profetas, hecho nuestro hermano en cuanto hombre, que manifiesta "la fuerza del Espíritu" por su muerte y resurrección (cfr. Rom 1,2-7). No se avergüenza de anunciar el evangelio (cfr. Rom 1,16) ni busca su propio interés (cfr. Hech 20,23). Es el estilo de misión que quiere contagiar a los demás "pastores", a quienes se ha confiado cuidar de la "Iglesia" que Cristo "adquirió con su sangre" (Hech 20,28). "Todo ha sido creado por él y en él", y "todo se apoya en él" (Col 1,12-17; cfr. Ef 1,3-23).

 

Instrumento y fragancia: Se dedicó a "proclamar" el evangelio, como "embajador de Cristo" (2Cor 5,20). "Desde Jerusalén y en todas direcciones hasta el Ilírico he dado cumplimiento al Evangelio de Cristo" (Rom 15,19). "Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1Cor 15,16). Pablo es "fragancia" de Cristo: "Por nuestro medio difunde en todas partes el olor de su conocimiento. Pues nosotros somos para Dios el buen olor de Cristo" (2Cor 2,14-15). "Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas" (2Cor 12,15). ). El apóstol es sólo servidor del "misterio" de Cristo manifestado por medio de su Iglesia (cfr. Col 1,24-27; cfr. Ef 3,1-11).

 

Objetivo de la misión: "Presentar a todos los hombres perfectos en Cristo" (Col 1,28). Sin retrasos, hay que tender a "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10), porque ha llegado "la plenitud de los tiempos" (Gal 4,4), en la que Dios ha enviado a su Hijo, "nacido de "la mujer", para salvar a todos.

Cfr. AA.VV., Pablo, vida, apostolado, escritos (Madrid, Studium, 1972); F. AMIOT, Ideas maestras de san Pablo (Salamanca, Sígueme, 1966); G. BARBAGLIO, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos (Salamanca, Sígueme, 1989); S. BENETTI, Pablo y su mensaje (Madrid, Paulinas, 1982); J.M. BOVER, Teología de san Pablo (Madrid, BAC, 1967); F. BROVELLI, En el corazón del apóstol. A la escucha de san Pablo (Madrid, San Pablo, 2004); A. BRUNOT, Los escritos de san Pablo (Estella, Verbo Divino, 1982); L. CERFAUX, Jesucristo en San Pablo (Bilbao, Desclée, 1967); Idem, Itinerario espiritual de san Pablo (Barcelona, Herder, 1968); J. ESQUERDA BIFET, Pablo hoy (Madrid, Paulinas, 1984); F. F. RAMOS (dir.), Diccionario de San Pablo (Burgos, Monte Carmelo, 1999); J.A. FITZMYER, Teología de San Pablo (Madrid, Cristiandad, 1975); M. HERRANZ, San Pablo en sus cartas (Madrid, Edic. Encuentro, 2008); J. HOLZNER, San Pablo, heraldo de Cristo (Barcelona, Herder, 1980); W. GARDINI, Pablo, un cristiano sin fronteras (Buenos Aires, Paulinas, 1979); O. KUSS, San Pablo. La aportación del apóstol a la teología de la Iglesia primitiva (Barcelona, Herder, 1975); ST. LYONNET, Apóstol de Jesucristo (Salamanca, Sígueme, 1966); S. MUÑOZ IGLESIAS, Por las rutas de San Pablo. Ciudadano romano, apóstol y mártir (Madrid, Palabra, 1981); J. MURPHY-O’CONNOR Pablo, su historia (Madrid, San Pablo, 2008); F. PASTOR RAMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino, 1993); J. SÁNCHEZ BOSCH, Nacido a tiempo (Barcelona, Claret, 1994); Idem, Maestro de los Pueblos. Una teología de Pablo, el Apóstol (Estella, Verbo Divino, 2007).

 



[1]Catequesis de Benedicto XVI, 27 febrero 2008.

 

[2] Algunas experiencias de conversiones procedentes del hinduismo, budismo, islamismo, etc., ratifican estas afirmaciones. Ver: AA.VV., La conversión: Rev. Agustiniana 27 (1986) nn.82-83; E. BUENO, La conversión en la teología contemporánea: Rev. Agustiniana 27 (1986) 185-230; T. GOFFI,Conversión, en: Nuevo Diccionario de Espiritualidad (Madrid, Paulinas, 1991) 356-362; K. RAHNER, Conversión, en: Sacramentum mundi (Barcelona, Herder, 1972) I, 976-985; P. TREVIJANO, Pecado, conversión y perdón en el Nuevo Testamento: Scriptorium Victoriense 41 (1994) 127-170; S. VERGÉS, La conversión cristiana en San Pablo (Salamanca, Secret. Trinitario, 1981). Ver la voz “conversión” en: Diccionario de Misionología y Animación Misionera (Burgos, Monte Carmelo, 2003).

 

[3]Mother Teresa: Come Be My Light, The Printed Writings of the “Saint of Calcuta” (New York, Random House, 2007). Madre Teresa: Sii la Mia luce (a cura di Brian Kolodiejchuk, M.C) (Milano, Rizzoli, 2007). Ver, por ejemplo, p.163, carta a Jacqueline Theresa, 17 octubre 1954.

 

[4]Ver un resumen valorativo de la historia misionera, en: J.Mª LABOA, La misión en la Iglesia,en: La misionología hoy (Estella, Verbo Divino, 1987) 138-170 (historia dividida en tres períodos), 167-170 (una historia en continua renovación).

 

[5]Algunos estudios sobre figuras misioneras en su conjunto: AA.VV., Testigos de la fe en América Latina (Buenos Aires y Estella, Verbo Divino, 1986); R. BALLAN, Misioneros de la primera hora, Grandes evangelizadores del Nuevo Mundo (Madrid, Mundo Negro, 1991); F. CIARDI, Los fundadores hombres del Espíritu (Madrid, Paulinas, 1983); E. PIZZARIELLO,Amigos de Dios y de los hombres (Buenos Aires, Claretiana, 1984).

 

[6]Cfr. J. RUIZ DE MEDINA, El Martirologio del Japón 1558-1873 (Roma, Inst. Historicum S.I, 1999). También en la “Positio” del nuevo grupo de beatos: (Tokien. et Aliarum) Beatificationis seu Declarationis Martyrii Servorum Dei Petri Kibe Kasui Sacerdotis Professi S.I. et CLXXXVI Sociorum… annis 1603-1639. Positio super Martyrio; ver allí fuentes y estudios (del pasado y actuales, desde 1603 a 1999) en pp.57-75.

 

[7]Ver contenidos de estos documentos en: Misionología (Madrid, BAC, 2008) cap. II, apartado X (magisterio misionero: antes, durante y después del concilio Vaticano II). Textos de estos documentos, con introducciones y bibliografía (segunda edición): La Iglesia misionera. Textos del magisterio pontificio(Madrid, BAC, 2008).

 

[8]Exhortaciones postsinodales sobre cada Continente: Ecclesia in Africa (1995); Ecclesia in America (1999); Ecclesia in Asia (1999); Ecclesia in Oceania (2001); Ecclesia in Europa (2003). Estas exhortaciones ofrecen también una breve síntesis histórica, para poder valorar la actualidad.

 

[9]Eusebio de Cesarea (+340) se planteaba la misma cuestión que nos planteamos hoy: "¿Qué es evangelizar? Predicar a todos los hombres... que Cristo ha venido a la tierra" (Sobre el libro de Isaías, cap.40: PG 24, 367).

 

[10]Si la carta apostólica Tertio Millennio Adveniente (nn.36-38)  invitaba a un examen serio sobre las actitudes cristianas, a su vez la carta apostólica Novo Millennio Ineunte invita a "ser testigos del amor" para afrontar los retos del presente (nn.42-57). Cfr. AA. VV., Tertio Millennio Adveniente. Comentario teológico-pastoral (Salamanca, Sígueme, 1995); (Comité para el Jubileo del año 2000), Jesucristo, Salvador del mundo (Madrid, BAC, 1996).

 

[11]BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración de su Pontificado (24 de abril de 2005). Ver ideas parecidas en Sacramentum Caritatis: “No podemos guardar para nosotros el amor que celebramos en el Sacramento. Éste exige por su naturaleza que sea comunicado a todos... Verdaderamente, nada hay más hermoso que encontrar a Cristo y comunicarlo a los demás” (SCa 84).

 

[12] Ver el resumen de la encíclica Spe Salvi en el apartado 3. Es importante tener en cuenta la novedad misionera que ha tenido, por su repercusión universal, el “acontecimiento del discurso de Benecito XVI en la Universidad de la Sapienza, Roma, 17 enero 2005 (sobre la relación entre la fe y razón); la visita no se realizó (debido a un cierto rechazo), pero sí fue enviado y leído el discurso con gran aceptación. Una repercusión parecida tuvo lugar con ocasión del discurso en la universidad de Ratisbona, 12 septiembre 2006 (sobre el mismo tema y con breve referencia al Islam). Muchos intelectuales (de todas las culturas y religiones) fueron a leer directamente estos discursos en los “sitos” de internet, incluso para constatar la fuente de posibles malentendidos.

 

[13]"Laicidad" significa propiamente la distinción y autonomía peculiar de las cosas temporales, que respeta el hecho religioso sin inmiscuirse en él. "Laicismo" es más bien una actitud negativa respecto a lo religioso y eclesial. "Secularismo" es oposición o marginación de todo lo sagrado en la vida práctica.

 

[14]Entre tantos estudios científicos o divulgativos sobre San Pablo (sobre todo cuando se trata del autor de algunos de sus escritos), se corre el riesgo de quedarse en discusiones teóricas. Lo importante es que estos textos paulinos están inspirados y reflejan la fe de la Iglesia sobre cómo debe ser el apóstol de Cristo.

 

[15] Cfr. F. BROVELLI, En el corazón del apóstol. A la escucha de san Pablo (Madrid, San Pablo, 2004); F. PASTOR RAMOS, Pablo, un seducido por Cristo (Estella, Verbo Divino, 1993); S. MUÑOZ IGLESIAS, Por las rutas de San Pablo. Ciudadano romano, apóstol y mártir (Madrid, Palabra, 1981); J. SÁNCHEZ BOSCH, Maestro de los Pueblos. Una teología de Pablo, el Apóstol (Estella, Verbo Divino, 2007); Idem., Nacido a tiempo (Barcelona, Claret, 1994). Ver otros estudios en el esquema final sobre San Pablo.

 

[16] F. CONTRERAS MOLINA, Leer la Biblia como Palabra de Dios. Claves teológico-pastorales de la lectio divina en la Iglesia (Estella, Verbo Divino, 2007); C. MESTERS, Hacer arder el corazón. La lectura orante de la Palabra (Estella, Verbo Divino, 2006); G. ZEVINI, La lectio divina en la comunidad cristiana (Estella, Verbo Divino, 2005). Ver otros estudios citados en el esquema final de la conferencia sobre la formación misionera.

 

[17] Ver otras llamadas parecidas invitando a la renovación, en los documentos conciliares y postconciliares, en relación con la misión evangelizadora: SC 1, 43; LG 1, 4, 8; PO 12; OT 1; PC 2-4; UR 6-7; EN 76; ChL 16; RMi 46, 49, 90-91; TMA 20; NMi 2. He resumido los contenidos y bibliografía más actualizada en: Renovación eclesial y espiritualidad misionera para una nueva evangelización: Seminarium 31 (1991) n.1, 135-147.

 

[18]JUAN PABLO II, Alocución durante la oración mariana, domingo 14 abril 1991.

 

[19] Carta desde Vietnam, 29 marzo 1994.

 

[20]BENEDICTO XVI, Homilía en la inauguración de su Pontificado (24 de abril de 2005).

 

Visto 257 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.