Lunes, 11 Abril 2022 10:36

(PUM, Manual) ESPIRITUALIDAD MISIONERA J. Esquerda-Bifet

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

(PUM, Manual)        ESPIRITUALIDAD MISIONERA

     J. Esquerda-Bifet

 

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

B) La dimensión espiritual de la evangelización

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad

   misionera

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

C) Síntesis doctrinal

 

3. Dimensiones y perspectivas de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

B) Espiritualidad del apóstol "ad Gentes"

C) Espiritualidad cristiana en relación con la espiritualidad

   no cristiana

 

4. Formación en la espiritualidad misionera

 

A) Formación misionera específica

B) Formación para vivir la misión en actitud relacional con Cristo

C) Formación espiritual para la vocación misionera específica

 

Líneas conclusivas: Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

 

 

 

 

 

1. El "espíritu" de la evangelización hoy

 

A) Terminología: "espíritu", "espiritualidad"

 

     El término "espiritualidad" indica el "espíritu" o estilo de vida. Se quiere "vivir" lo que uno es y hace. Para el cristiano, se trata de la vida "espiritual", es decir, de la "vida según el Espíritu" (Rom 8,9): "caminar en el Espíritu" (Rom 8,4). Es, pues, una vida que se quiere vivir en toda su realidad humana, con autenticidad y profundidad.

     En toda cultura humana se encuentran tres relaciones básicas del comportamiento personal y colectivo: la relación con los demás hermanos, la relación con las cosas y acontecimientos, la relación con la trascendencia (Dios, el más allá...). El hombre busca vivir en profundidad el "misterio" de su propia existencia y de los demás hermanos, así como el realismo pleno de las cosas y de la historia, donde se deja sentir el "más allá" de una presencia y de una voz de Dios.

     La vida espiritual no es, pues, una actitud intimista, sujetivista o alienante, sino una camino o proceso de santidad o de perfección, que se traduce en actitudes de fidelidad, generosidad y compromiso vital de totalidad.

     El verdadero estudio del misterio de Cristo se realiza con actitud vivencial. Hay que estudiar los datos de la revelación con una actitud científica de análisis y síntesis, en vistas a una clarificación y precisión (función científica); hay que profundizarlos también para el anuncio y la llamada a la fe (función kerigmática, evangelizadora, pastoral); hay que celebrarlos en los momentos litúrgicos (dimensión litúrgica). Pero si faltara la función vivencial, esas otras funciones correrían el riesgo de quedarse en profesionalismo.[1]

     Es "vida en Dios" (Rom 6,11) o según los planes salvíficos del Padre, que quiere que el hombre se construya libremente según la imagen divina, como "hijo en el Hijo", que tiene la "impronta" del Espíritu, para hacer que toda la creación y toda la historia se orienten hacia Cristo, el Salvador, Dios hecho hombre (cf. Ef 1,3-14; Col 1,9-17).

     Es vida en Cristo (cf. Jn 6,56-57; Gal 2,20), a partir de una llamada que se hace encuentro (cf. Jn 1,35-51), unión y relación personal (cf. Mc 3,14), seguimiento personal y comunitario, imitación (cf. Mt 11,29), configuración o transformación (cf. Jn 1,16; Rom 6,1-8) y misión (cf. Mt 4,19; 28,19-20).

     Es vida nueva en el Espíritu, que, con el Padre y el Hijo, habita en el corazón del hombre como en su propia casa solariega (cf. Jn 14,17.23), que ilumina al hombre acerca del misterio de Cristo (cf. Jn 16,13-15), y que le transforma en transparencia y en testigo del evangelio (cf. Jn 15,26-27).

     La "espiritualidad" o el "espíritu" de la vida cristiana tiene, pues, dimensión trinitaria y, por tanto, teológica, salvífica, cristológica, pneumatológica. Pero es también un caminar de hermanos que forman una sola familia o comunidad "convocada" (dimensión eclesial), comprometida en las situaciones humanas concretas (dimensión antropológica, social e histórica). Es una vida espiritual que se alimenta de la meditación palabra de Dios y de la celebración del misterio pascual (dimensión contemplativa y litúrgica). Es vida que debe anunciarse y comunicarse a todos los pueblos (dimensión misionera), hasta que un día será realidad plena en el más allá (dimensión escatológica).

     El "espíritu" o "espiritualidad" no es simplemente interiorización, sino un camino de verdadera libertad (cf. Gal 5,13; Jn 18,32) que pasa por el corazón y que se dirige a la realidad integral del hombre y de su historia personal y comunitaria. La espiritualidad cristiana se hace inserción ("encarnación") en la realidad, a imitación del Hijo de Dios hecho hombre, armonizando de este modo un proceso de inmanencia que es, al mismo tiempo, de trascendencia y de esperanza.

     La vida "espiritual" se llama también vida de "perfección" o de santidad: "sed perfectos como vuestro Padre celestial" (Mt 5,48). Se trata de ordenar la propia vida según el amor, es decir, hacer de la propia existencia una "entrega de sí mismo a los demás" (GS 24). "La caridad es el vínculo de la perfección" (Col 3,14).[2]

 

B) La dimensión espiritual de la evangelización

 

     La "espiritualidad", o función vivencial de la teología, quiere abarcar el misterio de Cristo en toda su integridad y perspectiva. Los horizontes se abren al infinito: la contemplación, como encuentro que quiere hacerse visión total; la misión, que quiere ser compromiso de anunciar a Cristo a toda la familia humana.

     El proceso de perfección se realiza vaciándose de todo lo que no suene a amor, para llenarse de Dios que es amor y para transformarse en donación total a Dios y a los hermanos. Este camino de perfección se hace, por su misma naturaleza, camino de misión.

     Por el hecho de ser testigo del "misterio" de Dios Amor y servidor de la "comunión" eclesial, el cristiano se hace disponible para la "misión". No habría espiritualidad cristiana sin referencia vivencial (afectiva y efectiva) a la Iglesia misterio, comunión y misión. El camino de la "espiritualidad" y perfección se hace servicio de la "Iglesia sacramento universal de salvación" (LG 48; AG 1).

     La evangelización no depende principalmente de una teología sobre la misión, ni tampoco de unas experiencias personales o comunitarias. Es Cristo resucitado, presente en la Iglesia y en el mundo, quien ha comunicado el mandato misionero, como misión recibida del Padre bajo la acción del Espíritu Santo (cf. Jn 20, 21-23; Act 1, 1-8). Por esto, la acción evangelizadora reclama una actitud relacional con Cristo: en Espíritu, por Cristo, al Padre (cf. Ef 2,18). La evangelización tiene, pues, dimensión "espiritual" de sintonía con los planes salvíficos del Padre, de relación personal con Cristo y de fidelidad a la acción del Espíritu Santo.[3]

     La evangelización se vive con actitud de relación personal  respecto a Cristo que envía, acompaña y espera allí donde va el apóstol: "estaré con vosotros" (Mt 28,20). La dimensión espiritual de la evangelización consiste en la vivencia de esta realidad de fe.

     Los Apóstoles vivieron la misión con esta actitud relacional de testigos: "Nosotros somos testigos" (Act 2,32); "la caridad de Cristo me urge" (2Cor 5,14); "os anunciamos lo que hemos visto y oído, lo que hemos tocado con nuestras manos: el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss).

     Esta actitud relacional, como espiritualidad del evangelizador, es fruto de un don de Dios, que llama a un encuentro con él para escuchar su palabra y comunicar a los hermanos la vida divina. El anuncio evangélico presupone esta vivencia: "Hemos conocido el amor de Dios" (1Jn 3,16); "amemos a Dios, porque él nos ha amado primero" (1Jn 4,19).[4]

     La espiritualidad del evangelizador se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), todas ellas impregnadas de relación personal. Son actitudes de relación familiar con Dios, de confianza filial, de sintonía con los planes salvíficos de Dios, de amistad con Cristo, de fidelidad a la acción y presencia del Espíritu Santo, de escucha contemplativa de la palabra de Dios, de sensibilidad respecto a los problemas de los hermanos redimidos por Cristo, etc. Todas estas actitudes se traducen en una actitud comprometida para anunciar el evangelio a todos los pueblos. Sin esta actitud misionera, no se concibe la espiritualidad cristiana. Al mismo tiempo, sin las actitudes relacionales de espiritualidad, no existe una verdadera acción apostólica.

     Esta dimensión espiritual de la evangelización rompe la dicotomía entre la vida interior y la acción apostólica. Hay siempre momento diferenciados; pero la actitud del corazón es siempre la misma. La donación a Dios y a los hermanos se manifiesta en los momentos de contemplación de la palabra, de celebración de los misterio de Cristo (liturgia), de vida comunitaria, de acción externa, de cercanía a los hermanos, de soledad, de sufrimiento...

     Del encuentro vivencial y relacional con Cristo, en los momentos contemplativos y eucarísticos, se pasa al deseo de entrega de totalidad (santidad) y al deseo de misión y compromiso sin fronteras.

     La vivencia de la espiritualidad se convierte en sensibilidad respecto a las situaciones humanas concretas y actuales, a la luz del evangelio. Entonces se adquiere un verdadero sentido de la historia humana, afrontando los acontecimientos con los criterios, escala de valores y actitudes de Cristo Buen Pastor. De esta espiritualidad nace espontáneamente el sentido de comunión fraterna y el compromiso misionero de orientar toda la humanidad hacia la verdad de Cristo y, por tanto, hacia el amor, la solidaridad, la libertad, la igualdad, la justicia y la paz.

     El "espíritu" de la evangelización ("espiritualidad misionera") se convierte en un camino hacia la realidad completa, con toda su inmanencia y trascendencia. Es camino hacia Dios Amor y, por tanto, hacia todos los hombres y hacia todo el cosmos. Pero este camino pasa por el corazón, orientándolo hacia el único camino de salvación: Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6).

 

C) Documentos conciliares y postconciliares sobre la espiritualidad misionera

 

     La expresión "espiritualidad misionera" se encuentra en el decreto conciliar "Ad Gentes" (1965). Es la primera vez que aparece en el documento magisterial. Está en el contexto del objetivo de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos: "Este Dicasterio promueva la vocación y la espiritualidad misionera, el celo y la oración por las misiones, y difunda noticias auténticas y convenientes sobre las misiones" (AG 29).[5]

     El tema en sí mismo (no la expresión literal), en todo su rico contenido, se encuentra explicado en el capítulo IV, que tiene como título "Los misioneros". Ahí se desarrolla la vocación misionera (AG 23), las virtudes (espiritualidad) del misionero (AG 24), la formación misionera (AG 25-26) y los Institutos Misioneros (AG 27). Como puede apreciarse en las notas, el tema viene a ser una continuación de la doctrina expuesta anteriormente por las encíclicas misioneras.[6]

     El decreto conciliar "Ad Gentes" describe a los misioneros como portadores de una "vocación especial" (AG 23), que exige "vida realmente evangélica", expresada en fidelidad generosa a la llamada, de suerte que sean coherentes con las exigencias de la misión. Por esto "han de renovar su espíritu constantemente" (AG 24) y adquirir "una especial formación espiritual y moral" (AG 25). Imbuido de esta "vida espiritual", el misionero hará posible que "la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado" (AG 25).

     Aunque de nuestro tema se hable explícitamente sólo en estos números citados (de los capítulos IV y V de "Ad Gentes"), todo el decreto conciliar aparece un dinamismo de disponibilidad cristiana para la misión. La vida espiritual es vida según el Espíritu. En efecto, "el Espíritu Santo unifica en la comunión y en el ministerio y provee de diversos dones jerárquicos y carismáticos a toda la Iglesia a través de todos los tiempos, vivificando, a la manera del alma, las instituciones eclesiásticas e infundiendo en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Es esta vida de fidelidad al Espíritu la que transforma a los apóstoles en testigos (cf. AG 6).

     La finalidad de la actividad misionera consiste en la gloria de Dios, por el cumplimiento de sus designios salvíficos sobre la humanidad: "Gracias a esta actividad misionera, Dios es glorificado plenamente desde el momento en que los hombres reciben plena y conscientemente la obra salvadora de Dios, que completó en Cristo" (AG 7).[7]

     La misión de la Iglesia tiende hacia la construcción de la humanidad en la comunión. Esta comunión y fraternidad cristiana se expresa en la oración y en la caridad: "Así, finalmente, se cumple en realidad el designio del Creador, quien creó al hombre a su imagen y semejanza, pues todos los que participan de la naturaleza humana, regenerados en Cristo por el Espíritu Santo, contemplando unánimemente la gloria de Dios, podrán decir: 'Padre nuestro'" (AG 7).

     En los documentos postconciliares el tema de la espiritualidad misionera se fue profundizando paulatinamente. Empezó a cobrar

actualidad desde la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" de Pablo VI (año 1975), donde se dedica todo un capítulo al "espíritu de la evangelización" (título del cap. VII).[8]

     La palabra "espíritu" queda explicada en la misma Exhortación Apostólica, como "actitudes interiores que deben animar a los obreros de la evangelización" (EN 74). Este "espíritu" o "espiritualidad" viene a ser el estilo de vida del evangelizador, el cual, por ello mismo, será fiel a la naturaleza de la evangelización (EN cap. I-III) y a la acción evangelizadora tal como Cristo la realizó y la confió a la Iglesia (EN cap. IV.VI). Por esto, la misión "merece que el apóstol le dedique todo su tiempo, todas sus energías y que, si es necesario, le consagre su propia vida" (EN 5). Se trata, pues, de una espiritualidad que deriva de la misión y que tiene como objetivo la misión, al estilo de Cristo evangelizador que ha querido prolongarse en la Iglesia evangelizadora.

     "Evangelii Nuntiandi" desarrolla la "espiritualidad" o "espíritu" de la evangelización como fidelidad al Espíritu Santo (EN 75), autenticidad de vida evangélica con una rica experiencia de Dios (EN 76), servicio de unidad (EN 77) y de verdad (EN 78), celo apostólico o caridad pastoral vivida con alegría pascual (EN 79-80). De este modo la Iglesia, reunida con María en el Cenáculo, fiel a las nuevas gracias del Espíritu, podrá realizar y promover la "evangelización renovada" que requieren nuestros tiempos (EN 81-82).

     La Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86-88) ratifica el objetivo del Dicasterio misionero según las indicaciones de AG 29 y puntualiza algo más: "estudios de investigación sobre la teología, la espiritualidad y la pastoral misionera" (art. 86), el "espíritu misionero" (art. 87), las "vocaciones misioneras" (art. 88).

     La primera afirmación del capítulo VIII de la encíclica "Redemptoris Missio" es precisamente sobre la existencia de la espiritualidad misionera como "espiritualidad específica": "La actividad misionera exige una espiritualidad específica, que concierne particularmente a quienes Dios ha llamado a ser misioneros" (n. 87). Se refiere a la "espiritualidad misionera" de que habla el título del capítulo. Con ello se ratifica la afirmación conciliar (AG 29), que es también de la Constitución Apostólica "Pastor Bonus" (art. 86), como una traducción de la expresión "espíritu misionero" (ibídem, 87) y del "espíritu de la evangelización" (EN VII).

     El decreto conciliar "Ad Gentes" había descrito la espiritual del misionero, detallando virtudes y actitudes concretas (AG 23-24) e instando a proseguir en la formación espiritual (AG 25). "Evangelii nuntiandi" había indicado un conjunto de "actitudes interiores" del apóstol (EN 74-80): fidelidad a la vocación (n. 74), fidelidad al Espíritu Santo (n. 75), autenticidad y testimonio (n. 76), unidad y fraternidad (n. 77), servicio de la verdad (n. 78), caridad apostólica (nn. 79-80).

     La encíclica "Redemptoris Missio" sigue una línea descriptiva que corresponde al contenido de los capítulos anteriores y a la finalidad de la misma encíclica de elevar el tono de la disponibilidad misionera a lo Pablo (1Cor 9, 16, citado ya en el n. 1).

     El contenido de la encíclica se mueve en tres dimensiones principales estrechamente relacionadas: pneumatológica, cristológica, eclesiológica y pastoral. En el interior de la encíclica la actitud espiritual se encuadra también en la dimensión trinitaria, antropológica y sociológica.

     La fidelidad al Espíritu Santo (dimensión pneumatológica) es la actitud básica de la espiritualidad misionera ("espiritualidad" = vida según el Espíritu). "Esta espiritualidad se expresa, ante todo, viviendo con plena docilidad al Espíritu; ella compromete a dejarse plasmar interiormente por él, para hacerse cada vez más semejante a Cristo" (n. 87). A partir de esta docilidad, se presentan "los dones de fortaleza y discernimiento", como "rasgos esenciales de la espiritualidad misionera" (ibídem).

     La fidelidad al Espíritu Santo es el punto de partida para entender la misión en su significado pneumatológico (cap. III). Sin la docilidad al Espíritu no se acertará en el contenido evangélico de la misión o no habrá la fortaleza para actuarlo: "También la misión sigue siendo difícil y compleja, como en el pasado, y exige igualmente la valentía y la luz del Espíritu" (n. 87). En la nueva situación de la Iglesia y de la sociedad, "conviene escrutar las vías misteriosas del Espíritu y dejarse guiar por él hasta la verdad completa (cf. Jn 16,13)" (ibídem).

     La dimensión cristológica de la espiritualidad misionera se presenta como relación personal con él, imitación, seguimiento: "Nota esencial de la espiritualidad misionera es la comunión íntima con Cristo: no se puede comprender y vivir la misión, si no es con referencia a Cristo, en cuanto enviado a evangelizar" (n. 88). Como en otros pasajes de la encíclica, se pone como modelo de esta actitud cristológica a san Pablo, quien nos deja entrever "sus actitudes" (ibídem, citando a Fil 2,5-8; 1Cor 9,22-23).

     De esta relación personal con Cristo nace la recta comprensión de la misión y la disponibilidad para la misma. La dimensión cristológica de la misión (cap. I-II) se comprende y vive a partir de una espiritualidad eminentemente cristológica. Hay que resaltar un aspecto fundamental de esta espiritualidad cristológica: la experiencia de la presencia de Cristo en la vida del apóstol. "Precisamente porque es 'enviado', el misionero experimenta la presencia consoladora de Cristo, que lo acompaña en todo momento de su vida. 'No tengas miedo... porque yo estoy contigo' (Act 18, 9-10). Cristo lo espera en el corazón de cada hombre" (n. 88).

     La dimensión eclesiológica de la espiritualidad misionera se expresa en amor a la Iglesia como la ama Cristo. Esta será la garantía de la misión: "Quien tiene espíritu misionero siente el ardor de Cristo por las almas y ama a la Iglesia, como Cristo" (n. 89). Es el sentido o "espíritu de la Iglesia", que le hace descubrir y vivir "su apertura y atención a todos los pueblos y a todos los hombres" (ibídem).

     Esta dimensión eclesiológica de la espiritualidad es el punto de partida para comprender la dimensión eclesiológica de la misión (cap. I-II). "Lo mismo que Cristo, él debe amar a la Iglesia... (Ef 5,25). Este amor, hasta dar la vida, es para el misionero un punto de referencia. Sólo un amor profundo por la Iglesia puede sostener el celo del misionero; su preocupación cotidiana -como dice san Pablo- es la 'solicitud por todas las Iglesia' (2Cor 11,28). Para todo misionero y toda comunidad, la fidelidad a Cristo no puede separarse de la fidelidad a la Iglesia" (n. 89; cf. PO 14).

     La dimensión pastoral de la espiritualidad se describe en la línea de la "caridad apostólica": "La espiritualidad misionera se caracteriza, además, por la caridad apostólica" (n.89). Es la caridad pastoral de "Cristo, el Buen Pastor, que conoce sus ovejas, las busca y ofrece su vida por ellas (cf. Jn 10)" (ibídem).

     Se trata, pues, de un "celo por las almas, que se inspira en la caridad misma de Cristo, y que está hecha de atención, ternura, compasión, acogida, disponibilidad, interés por los problemas de la gente" (n. 89). Por esto, "el misionero es el hombre de la caridad" (ibídem).

     La dimensión antropológica de la espiritualidad está en estrecha relación con Cristo "que conocía lo que hay en el hombre (Jn 2,25), amaba a todos ofreciéndoles la redención, y sufría cuando ésta era rechazada" (n. 89). Esta dimensión está en la línea de toda la encíclica: "La actividad misionera tiene como único fin servir al hombre, revelándole el amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo" (n. 2). De este modo, "el misionero es el 'hermano universal', lleva consigo el espíritu de la Iglesia, su apertura y atención... particularmente a los más pequeños y pobres" (n. 89).

     Esta dimensión antropológica es eminentemente liberadora (nn. 38-39). "En cuanto tal, supera las fronteras y las divisiones de raza, casta e ideología: es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (n.89).

     La encíclica coloca un tema básico de espiritualidad (la contemplación) al hablar de las nuevas situaciones actuales (dimensión sociológica), a modo de "nuevos areópagos" que interpelan a la Iglesia (culturas, medios de comunicación, desarrollo, liberación de los pueblos, derechos fundamentales, ecología, etc.), se señala "la angustiosa búsqueda de sentido, la necesidad de interioridad, el deseo de aprender nuevas formas y modos de concentración y de oración... se busca la dimensión espiritual de la vida como antídoto a la deshumanización" (n. 38). A esta fenómeno, que "no carece de ambigüedad", la Iglesia sólo puede responder ofreciendo "el patrimonio espiritual" evangélico recibido de Cristo, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn 14,6). Esta "es la vía cristiana para el encuentro con Dios para la oración, la ascesis, el descubriendo del sentido de la vida. También es un areópago que hay que evangelizar" (n. 38).

     A esta problemática sobre la búsqueda actual de Dios, sólo se puede responder con una actitud verdaderamente contemplativa. El Papa lo afirma también como fruto de su misma experiencia misionera: "El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular, las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, sino es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir, como los Apóstoles: 'Lo que contemplamos... acerca de la Palabra de vida..., os lo anunciamos' (1Jn 1,1-3). "El misionero ha de ser un contemplativo en la acción" (ibídem).

     La espiritualidad misionera se puede resumir como vida de santidad en relación a la misión: "La llamada a la misión deriva, de por sí, de la llamada a la santidad... La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión... La espiritualidad misionera de la Iglesia es un camino hacia la santidad. El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos" (n. 90).

 

2. Naturaleza y significado de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad misionera: vivir la misión según el Espíritu

 

     Si la "espiritualidad" cristiana significa "una vida según el Espíritu" (Rom 8,9), la "espiritualidad misionera" equivale a vivir la misión con fidelidad generosa al mismo Espíritu. Se conjugan, pues, dos realidades cristianas íntimamente unidas: espiritualidad y misión.[9]

     Acerca de la misión, se puede estudiar su naturaleza (teología) y su acción práctica (pastoral). Pero es necesario también estudiar su estilo de vida, su "espíritu", es decir, su "espiritualidad" o vida según el Espíritu Santo. "Hoy se pide a todos los cristianos, a las Iglesia particulares y a la Iglesia universal la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu" (RMi 30).

     La espiritualidad misionera es el estilo de vida que corresponde al mandato misionero de anunciar el evangelio a todos los pueblos. Las dimensiones de la espiritualidad cristiana (ver el n. 1, A) coinciden las dimensiones o perspectivas de la misión: seguir la voluntad salvífica de Dios (dimensión trinitaria, teológica, salvífica); encuentro, seguimiento, relación personal, imitación, configuración con Cristo (dimensión cristológica); fidelidad a la acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); "comunión", amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesial); compromiso fraterno de inserción en la situación concreta (dimensión antropológica), etc.

     Las "actitudes interiores" del apóstol (EN 74) son, pues, su estilo o "espíritu": fidelidad generosa a la vocación y a la misión del Espíritu (EN 75), que equivale a cumplimiento del mandato misionero de Cristo según los designios salvíficos del Padre.

     La realidad de la misión no nace propiamente de una reflexión teológica (por buena que sea), sino que procede del Padre, por Cristo y en el Espíritu Santo. Esta realidad se capta adecuadamente en el encuentro vivencial y contemplativo con Cristo (espiritualidad).

      Del encuentro con Dios en Cristo, se pasa a comprender y vivir la misión sin fronteras en la comunión de Iglesia. Toda cristología y eclesiología, lo mismo que la pastoral y la misionología, reflejan las actitudes espirituales del teólogo o del apóstol.

     Los temas teológicos y pastorales sobre la misión tienen necesariamente una dimensión de espiritualidad. Efectivamente, la misión supone respuesta vivencial y comprometida a los planes salvíficos y universales de Dios como agradecimiento de la fe recibida (dimensión trinitaria y salvífica); es cumplimiento generoso del mandato de Cristo (dimensión cristológica); es fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica); es amor y sentido de Iglesia (dimensión eclesiológica); es prolongación de la acción evangelizadora de Cristo (dimensión pastoral); es cercanía comprometida al hombre concreto (dimensión antropológica y sociológica).

      La dimensión espiritual de la evangelización (como "espiritualidad misionera") no es, pues, ajena ni paralela a las otras dimensiones; pero tiene sus perspectivas, elementos y temario propios. Se trata de vivir en sintonía con la caridad del Buen Pastor, que, enviado por el Padre bajo la acción del Espíritu, se prolonga en la Iglesia y en el mundo a través de servicios o ministerios ejercidos por personas vocacionadas y profundamente relacionadas con él.

     La "espiritualidad misionera", como "espíritu de la evangelización" o dimensión espiritual de la misión, refleja el estilo de vida del apóstol, que se debe "renovar constantemente" (AG 24). Esta renovación espiritual comporta una renovación en la teología y en la pastoral misionera. Y de esta renovación "interior" o de "actitudes", derivará la renovación misionera de toda la Iglesia.

     Para encuadrar la espiritualidad misionera dentro de la misionología, basta recordar que todo tratado de las ciencias eclesiásticas puede estudiarse según diversas funciones: teológica o de investigación y síntesis, pastoral o de metodología de la acción, vivencial o de espiritualidad, etc. La espiritualidad misionera es una parte integrante de la misionología como estudio de la función espiritual o vivencial de la misión.[10]

     El resultado más importante de la espiritualidad misionera es la alegría de sentirse llamado y amado por Cristo, y capacitado para amarle, hacerle conocer y hacerle amar. "La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior, que viene de la fe. En un mundo angustiado y oprimido por tantos problemas, que tiende al pesimismo, el anunciador de la 'Buena Nueva' ha de ser un hombre que ha encontrado en Cristo la verdadera esperanza" (RMi 91).

 

B) Datos fundamentales de la espiritualidad misionera

 

     Para poder relacionar la "espiritualidad" con la "misión", habrá elaborar unos datos fundamentales a partir de la figura del Buen Pastor, que se transparenta a través de las figuras misioneras de todas las épocas, desde Pedro y Pablo hasta nuestros días. Antes de elaborar una temática concreta, a base de análisis y síntesis, habrá que referirse a esos datos fundamentales como fuente de toda reflexión teológica sobre la espiritualidad misionera.

     La figura del Buen Pastor, con su fisonomía detallada es el punto de referencia de toda espiritualidad apostólica. Su vivencia es de relación personal y de fidelidad generosa respecto a la misión recibida del Padre, desde la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz (Jn 19,30). Esta fidelidad se concreta en sintonía con la acción del Espíritu Santo que le consagra y envía a "evangelizar a los pobres" (Lc 4,18; Mt 11,5). El "mandato" recibido del Padre es el de "dar la vida" (Jn 10,11ss) "por la vida del mundo" (Jn 6,51). La caridad pastoral de Jesús se concreta en donación de totalidad y de universalismo: se da él mismo, sin pertenecerse, como "consorte" o protagonista de todo ser humano. Jesús vivió la misión así y así la comunicó a los suyos (Jn 20,21).

     Las "actitudes interiores" de los santos y figuras misioneras constituyen su "espíritu" o estilo de evangelización, y son siempre válidas en los fundamental. Precisamente esta actitud espiritual de los santos, como valor permanente, es la que ayuda a afrontar fiel y generosamente las situaciones nuevas de cada época.[11]

     Otros datos, más complementarios, podrán elaborarse a partir de las diversas épocas históricas, es decir, a partir del estilo misionero de cada momento del actuar evangelizador de la Iglesia. Hay que saber conjugar figuras misioneras, realizaciones, experiencias, documentos, etc., discerniendo lo que tiene valor permanente y valorando en sus justos términos lo que es pasajero, secundario e incluso limitado o erróneo. A cada época hay que juzgarla dentro de su misma perspectiva histórica. Los "hechos de gracia" de todo momento histórico van siempre acompañados de signos pobres y limitados.[12]

     Los elementos doctrinales sobre el espíritu de la evangelización se encuentran siempre en los textos inspirados y en la tradición de la Iglesia. La doctrina escriturística va acompañada de la doctrina patrística y conciliar. Veinte siglos de gracia suponen muchas luces del Espíritu Santo concedidas a toda su Iglesia, para poder profundizar mejor los datos revelados. No se podría penetrar hoy el sentido de la Escritura, si se omitiera toda esta acción histórica y eclesial del Espíritu Santo.

     La acción magisterial de la Iglesia ofrece datos suficientes para elaborar la temática de espiritualidad misionera. Las encíclicas misioneras ofrecen material abundante sobre las virtudes apostólicas, así como sobre el estilo de la evangelización, aunque se deja sentir la falta de una elaboración sistemática y de una síntesis global. A partir del concilio Vaticano II, ya se puede hablar de una "espiritualidad misionera" (AG 29), pero todavía explicada en términos descriptivos (cf. AG 23-24). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece una síntesis ordenada y relativamente completa sobre nuestro tema, señalando unos puntos básicos: vocación (EN 74; cf. EN 5), fidelidad al Espíritu Santo (EN 75), autenticidad y testimonio (EN 76), unidad y fraternidad apostólica (EN 77), servicio de la verdad (EN 78), celo apostólico a lo Pablo y según el modelo de los santos misioneros (EN 79-80).[13]

     A partir de la realidad misionera, emergen figuras e instituciones que subrayan algunos elementos esenciales de la misión, de modo que se pueda hablar de espiritualidad misionera peculiar. Frecuentemente esta realidad depende de carismas fundacionales o carismas misioneros específicos, los cuales ponen el acento en diversos factores: el concepto de misión, la metodología apostólica y, especialmente, las virtudes del apóstol y el estilo de vida comunitaria del grupo.[14]

     Las líneas básicas de la espiritualidad del apóstol o de las comunidades se pueden deducir de los tres elementos que componen la "vida apostólica" de todas las épocas históricas: seguimiento evangélico de Cristo, fraternidad o vida comunitaria del grupo, disponibilidad misionera. En realidad, es este último elemento el que matiza la generosidad evangélica y la vida fraterna del apóstol en general y del misionero en particular.

     Una síntesis de espiritualidad misionera podría también elaborarse a partes de estos tres elementos: realidades apostólicas y etilo de vida con que se afrontan, líneas de espiritualidad y virtudes concretas, medios e instituciones o servicios misioneros.

***

C) Síntesis doctrinal

 

     Para captar todo el alcance de la espiritualidad misionera, no basta con delimitar su naturaleza y significado. Es también conveniente presentar una síntesis doctrinal que abarque un temario relativamente completo, en el que se puedan ver todos los elementos fundamentales indicados más arriba.

     El decreto conciliar "Ad Gentes" señala una lista de virtudes en relación a la vocación misionera (AG 23-25). La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ofrece una lista de temas básicos bajo el epígrafe: "El espíritu de la evangelización" (EN cap. VII). Ambos temarios son posibles, pero les faltaría un orden más lógico y sistemático.

     Un buen temario o síntesis doctrinal podría derivar de la definición sobre la espiritualidad misionera. Este temario sería de tipo deductivo: naturaleza, niveles, alcance, aplicaciones, medios, etc. Pero podría también derivar de las realidades concretas de la vida misionera; sería entonces de tipo inductivo: situación, historia, dificultades, antropología, cultura, Iglesia local o particular, etc. El mejor método es siempre de síntesis de ambos tipos, el deductivo y el inductivo: elaborar una doctrina espiritual a partir de realidades misioneras iluminadas por el mensaje evangélico predicado por la Iglesia y vivido por los santos misioneros.

     Un temario completo y sistemático habrá de tener en cuenta: la figura del Buen Pastor y de los Apóstoles, las realidades de la acción evangelizadora que reclaman un especial estilo de vida, los documentos de la Iglesia, las figuras misioneras de toda la historia, los carismas fundacionales de las instituciones misioneras, etc.

     Siguiendo estas líneas, un temario aproximativo podría ser el siguiente, siempre bajo una perspectiva vivencial:

     - Fidelidad al Espíritu Santo, en la misión de Cristo confiada a los Apóstoles y según los planes salvíficos del Padre.

     - Vocación misionera.

     - La comunidad apostólica.

     - Las virtudes concretas que derivan de la caridad pastoral.

     - La oración  como experiencia cristiana de Dios.

     - El sentido y amor de Iglesia misterio, comunión y misión.

     - La figura de María como Tipo de la Iglesia misionera.[15]

 

     En todos estos temas, conviene distinguir si se trata de la persona del evangelizador o de la comunidad evangelizadora. La espiritualidad apunta a hacer disponible al apóstol y a la comunidad para la evangelización local y universal. Esta espiritualidad, personal y comunitaria, se basa en el seguimiento de Cristo que deriva de la misión.

     Hay que destacar algunos temas espirituales de actualidad:  la actitud relacional con Cristo que deriva de la vocación misionera, la experiencia cristiana de Dios, la actitud de bienaventuranzas  como cercanía a los pobres, la línea de inserción (inmanencia) como fruto de la trascendencia y esperanza, el misterio de la conversión desde la renovación personal y eclesial, la relación entre espiritualidad y acción apostólica, etc.

     Todos los temas doctrinales sobre la espiritualidad misionera giran en torno al tema fundamental de la fidelidad al Espíritu Santo, puesto que se trata de una misión vivida bajo su acción salvífica. Pentecostés es el punto de referencia de la Iglesia misionera en cada época, que quiere renovarse reuniéndose en cenáculo con María, en espíritu de oración, escucha de la palabra, celebración de la eucaristía, vida comunitaria, para cumplir con "audacia" y con la fuerza del Espíritu la acción evangelizadora (cf. Act 1,14; 2,42-47; 4,31-35). "Fue en Pentecostés cuando empezaron los 'hechos de los Apóstoles', del mismo modo que Cristo fue concebido cuando el Espíritu Santo vino sobre la Virgen María, y Cristo fue impulsado a la obra de su ministerio cuando el mismo Espíritu Santo descendió sobre él mientras oraba" (AG 4; cf. LG 59; EN 82; RH 82).[16]

     Es el Espíritu Santo quien "infunde en el corazón de los fieles el mismo espíritu de misión que impulsó a Cristo" (AG 4). Por esto la espiritualidad misionera puede definirse como fidelidad al Espíritu Santo, que realiza en la Iglesia la misión confiada por Cristo (Jn 20,21-23). La unción y misión del Espíritu en Jesús abarca todo su ser, su vida y su acción apostólica: encarnación (Mt 1,18.20), bautismo (Jn 1,33-35), Nazaret (Lc 4,18), desierto (Mc 1,12; Lc 4,1), predicación (Lc 4,14), gozo de evangelizar (Lc 10,21), muerte redentora (Jn 7,37-39; 19,34), comunicación de la misión (Jn 20,21; Act 1,1-8).

     La fuerza y misión del Espíritu, que actuó en Jesús, es ahora la fuerza y misión de la Iglesia. Cada apóstol, como Pablo, se siente impulsado por el Espíritu y "prisionero" suyo (Rom 15,18; Act 20,22). La evangelización, como prolongación de la acción salvífica de Cristo, es eminentemente pneumatológica: "No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo... Es él quien actúa en cada evangelizador que se deja poseer y conducir por él"... Sin él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor" (EN 75).

     La "espiritualidad" del misionero consistirá, pues, en la fidelidad generosa al Espíritu Santo, que lleva al desierto (Lc 4,1), a la predicación y evangelización de los pobres (Lc 4,18), al gozo del misterio pascual (Lc 10,21). El discernimiento del Espíritu en la acción apostólica sigue estas mismas líneas bíblicas: oración, sacrificio, humildad, vida ordinaria de "Nazaret" (= "desierto"); amor preferencial por los que sufren, campos de caridad y servicio (= "pobres"), esperanza de confianza y tensión comprometida (= "gozo"). Se acierta en una acción evangelizadora cuando se traduce todo en donación. La capacidad de evangelizar a los pobres (Lc 4,18), dependerá del hecho de saber transformar las dificultades o desierto (Lc 4,1) en una nueva posibilidad de darse (Heb 9,14; Jn 19,34), como el Buen Pastor que "da la vida" según "el mandato del Padre" (Jn 10,17-18). Para ser "pan comido", como Cristo eucaristía, hay que pasar por la pobreza de Belén y por la desnudez de la cruz. Así se anuncia el misterio pascual con las palabras y con la propia vida.

     La fidelidad al Espíritu Santo se traduce en relación personal con Dios como respuesta a su presencia, apertura a la luz de su palabra ysintonía con su acción santificadora y evangelizadora. Estos son los datos fundamentales de la promesa de Jesús sobre la venida del Espíritu Santo a los Apóstoles (cf. Jn 14,16; 15,25-27; 16,14; Act 1,1-8). La fidelidad se traduce en aceptación armoniosa de los dones permanentes y de las luces nuevas para responder a una nueva evangelización.

 

3. Dimensiones y perspectivas de la espiritualidad misionera

 

A) Espiritualidad cristiana, espiritualidad misionera

 

     La dimensión misionera de la espiritualidad cristiana es fundamental para entender las otras dimensiones. En efecto, la espiritualidad del apóstol, especialmente del que trabajo en el campo de la primera evangelización (misionero "ad Gentes"), no es algo ornamental, sino que arranca de la misma realidad cristiana.

     Cualquier dato o realidad cristiana tiene dimensión misionera universal: la palabra revelada, Cristo Salvador, el don de la fe, el bautismo, la eucaristía, la naturaleza de la Iglesia, la oración, etc.

     La espiritualidad cristiana, como vivencia de estas realidades, es esencialmente misionera. El camino de la perfección cristiana es una apertura comprometida y progresiva a los planes salvíficos y universales de Dios Amor, que trascienden el espacio y el tiempo.[17]

     La peculiaridad de la religión y de la espiritualidad cristiana es precisamente la "iniciativa" de Dios. Es él quien, inesperadamente, se manifiesta por medio de su palabra (la "revelación") y, más concretamente, por medio de Jesús, el Verbo encarnado, la Palabra personal de Dios. Este misterio revelado es para toda la humanidad.

     Si la espiritualidad cristiana es una respuesta a la palabra de Dios, para vivir en Cristo la vida nueva del Espíritu Santo, necesariamente debe ser compromiso de comunicar esta palabra a todos los hermanos. La Iglesia mira siempre a "proponer la doctrina auténtica sobre la revelación y su transmisión, para que todo el mundo lo escuche y crea, creyendo espere, esperando ame" (DV 1).

     El cristiano que recibe y medita la palabra de Dios, se hace consciente de que los hombres han sido elegidos en Cristo desde toda la eternidad (cf. Ef 1,4) y que todo ha de ser "recapitulado en Cristo" (Ef 1,10). Quien medita el misterio de Cristo queda vocacionado para "iluminar a todos acerca de la dispensación del misterio oculto desde los siglos en Dios" (Ef 3,9).

     Cristo, Palabra personal del Padre, aparece siempre como "Salvador del mundo" (Jn 6,42), "para la vida del mundo" (Jn 6,51). Jesús es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10; cf. Tit 2,1), como expresa su nombre, que es, al mismo tiempo, su razón de ser (cf. Mt 1,21). Si la espiritualidad cristiana es seguimiento de Cristo, imitación, unión y configuración con él, ello significa que incluye necesariamente la sintonía con sus planes de salvación: "venid a mí todos" (Mt 11,28), "tengo otras ovejas" (Jn 10,16). La verdadera vida en Cristo, como espiritualidad cristiana, no puede desentenderse del hecho de que "Cristo murió por todos" (2Cor 5,15).

     La salvación en Cristo no se ciñe a una época, a una cultura o a un sector geográfico. El mensaje cristiano de salvación se injerta vivencialmente en el creyente para ser comunicado a todos: "Lo que ha sido predicado una vez por el Señor, o lo que en él se ha obrado para salvación del género humano, debe ser proclamado y difundido hasta los últimos confines de la tierra, comenzando por Jerusalén, de suerte que lo que una vez se obró para todos en orden a la salvación, alcance su efecto en todos en el curso de los tiempos" (AG 3).

     La fe acoge la palabra de Dios y el misterio de Cristo tal como es. Por esto se hace "apertura del corazón humano ante el don: ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo" (DeV 51). Para agradecer este don hay que disponerse a ser instrumento a fin de que otros lo reciban: "La Iglesia anuncia al que da la vida y coopera con él a dar la vida" (ibídem 58).

     La gratitud por el don de la fe recuerda a todos los creyentes que la vocación cristiana es vocación a la santidad y al apostolado. Cuanto más se viva la fe cristiana, más claramente se sentirá la llamada a comunicarla a todos los redimidos. La aceptación vivencial y comprometida de la fe suscitará apóstoles que se dediquen a colaborar en la extensión del Reino ya en la tierra, como preparación del Reino definitivo, donde "Dios será todo en todos" (1Cor 15,28). La gratitud por comunicar la fe se expresará en términos teológicos diversos según las épocas: propagar la fe, plantar la Iglesia, extender el Reino, etc. Pero al que vive de la fe, todas estas expresiones equivalen a ser fiel al mandato misionero de Cristo (cf. Mt 28,19-20). No se trata de un mandato "jurídico", sino de un hecho de gracia: "La misión de la Iglesia se cumple por la operación con la que, obediente al mandato de Cristo y movida por la gracia y la caridad del Espíritu Santo, se hace presente en acto pleno a todos los hombres o pueblos, para llevarlos, con el ejemplo de su vida y la predicación, con los sacramentos y los demás medios de gracia, a la fe, la libertad y la paz de Cristo, de suerte que se les descubra el camino libre y seguro para participar plenamente en el misterio de Cristo" (AG 5).

     A partir del bautismo, como configuración con Cristo, el cristiano comienza un camino de vida nueva, que es de santidad y de apostolado: "Los fieles, incorporados a la Iglesia por el bautismo, quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia" (LG 11).

     La vida cristiana se centra en la eucaristía, como presencialización del misterio pascual; participar en el sacrificio y sacramento eucarístico equivale a insertarse en el dinamismo misionero de la Iglesia, puesto que "la eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la evangelización" (PO 5; cf. LG 11; SC 10).[18]

     Ser Iglesia es participar en su naturaleza misionera, puesto que "ella existe para evangelizar" (EN 14). La espiritualidad cristiana es auténtica cuando es espiritualidad de Iglesia. Cuanto más se vive la espiritualidad cristiana, tanto más uno se adentra en el misterio trinitario, que se refleja en la realidad de una Iglesia misterio, comunión y misión: "La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza, misionera, puesto que toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre" (AG 2).[19]

     Todo cristiano recibe la vida nueva del Espíritu Santo, que le hace decir "Padre" con la voz y el amor de Cristo. La oración cristiana del "Padre nuestro" tiende, por su misma naturaleza, a ser oración de toda la humanidad (cf. AG 7). El camino de la oración, como camino de perfección, lleva a la unión con Cristo que es el "Salvador de todos los hombres" (1Tim 4,10). La oración y la perfección cristiana se hacen sintonía con la oración y los deseos de Cristo: "Padre, que te conozcan a ti, como único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (Jn 17,3).

 

B) Espiritualidad del apóstol "ad Gentes"

 

     La espiritualidad misionera es, de modo especial, la vivencia, la fidelidad, la generosidad la disponibilidad que corresponde al apóstol o evangelizador. Cabe todavía distinguir entre el apóstol en general y aquel apóstol que e enviado a realizar la primera evangelización ("implantar la Iglesia", misión "ad gentes"). A este último se le acostumbra a llamar "misionero".

     La espiritualidad del apóstol está relacionada con la misión o envío y con la acción evangelizadora. Su espiritualidad es "misionera" precisamente porque es actitud fiel y generosa de "ejercer sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). Esta espiritualidad no es dicotomía entre vida interior y acción, sino "unidad de vida", que sigue el ejemplo de Cristo, tanto en la oración como en la acción. La caridad de Buen Pastor ayuda a reducir a unidad su vida y su acción apostólica, encontrando tiempo para poner en práctica los medios de vida espiritual y de apostolado.[20]

     La espiritualidad misionera sabe encontrar el punto de equilibrio entre las tensiones que se originan en la vida apostólica: servicio y consagración, cercanía (inmanencia) y trascendencia, acción externa y vida interior, institución y carismas, etc. Puesto que "la caridad es como el alma de todo apostolado" (AA; LG 33), la armonía entre la vida interior y el apostolado se origina en la vida teologal: "el apostolado se ejercita en la fe, en la esperanza y en la caridad que el Espíritu Santo difunde en el corazón de todos los hijos de la Iglesia" (AA 3).

     La vida espiritual del apóstol consiste en la unión con el Señor; por esto, "la fecundidad del apostolado depende de la unión vital con Cristo" (AA 4). Los medios de vida espiritual para el apóstol son los medios comunes a todo cristiano, pero, de modo especial, la misma vida apostólica como prolongación vivencial de la palabra, del sacrificio, de la acción salvífica y pastoral de Cristo. Precisamente esta espiritualidad armónica del apóstol es la que mejor ayudará a descubrir el universalismo de la misión. Entonces la espiritualidad es verdaderamente misionera.

     La espiritualidad del "misionero" es fundamentalmente la misma que corresponde a todo evangelizador, pero con matices especiales, que tienen su punto de partida en la vocación específica. Cada vocación tiene sus "carismas" o gracias especiales, que reclaman una actitud espiritual de respuesta fiel y generosa. La espiritualidad del misionero es, pues, espiritualidad de dedicación al primer anuncio el evangelio, para implantar los signos permanentes de la evangelización en aquellas comunidades donde la Iglesia todavía no puede considerarse suficientemente implantada. Es la espiritualidad que corresponde a la misión universalista "ad gentes": la dedicación permanente al anuncio del evangelio a todos los pueblos.

     Esta espiritualidad se concreta en "actitudes interiores" (EN 74), que se convierten en estilo de vida evangélica ante las situaciones misioneras. El concilio Vaticano II señala unas líneas y virtudes concretas: respuesta generosa a la llamada, dedicación o vinculación a la obra evangelizadora, fortaleza ante las dificultades de la primera evangelización, confianza y audacia en el anuncio del evangelio, vida realmente evangélica, testimonio hasta el "martirio", gozo en la tribulación, obediencia eclesial, renovación constante... (cf. AG 24).

     El concilio Vaticano II describe así la fisonomía espiritual del misionero: "Lleno de fe viva y de esperanza firme, sea el misionero hombre de oración; inflámese en espíritu de fortaleza, de amor y de templanza; aprenda a contentarse con lo que tiene; lleve en sí mismo con espíritu de sacrificio la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús obre en aquellos a los que es enviado; llevado del celo por las almas, gástelo todo y sacrifíquese a sí mismo por ellas, de forma que crezca en amor de Dios y del prójimo con el cumplimiento diario de su ministerio. Obedeciendo así con Cristo a la voluntad del Padre, continuará la misión de Jesús bajo la autoridad jerárquica de la Iglesia y cooperará al misterio de salvación" (AG 25).

      Las situaciones especiales de países y sectores poco evangelizados (o descristianizados) reclaman una profunda espiritualidad en el apóstol. Los problemas actuales de pastoral requieren actitudes de autenticidad. Sólo con una rica espiritualidad sabrá el apóstol encontrar el equilibrio necesario en el proceso de inculturación, de maduración de la Iglesia local, de presentación del evangelio en una época de cambio.

 

C)   Espiritualidad cristiana en relación con la espiritualidad no cristiana

 

     El fenómeno tal vez más llamativo de estos últimos tiempos, al comienzo de un tercer milenio de cristianismo, es el encuentro de las religiones no cristianas con el evangelio, como cuestionamiento sobre la "experiencia de Dios". Esas religiones, que ya han emprendido un "camino" ("método", rito, yoga, zen...) hacia el único y mismo Dios, se encuentran con el misterio del Absoluto, que escapa a toda experiencia y consideración humana. De ahí que pregunten al cristianismo, a sus santos del pasado y a sus evangelizadores y creyentes de hoy, si existe "otra" experiencia peculiar de Dios.[21]

     Este fenómeno es parecido al que se encuentra en la sociedad "secularizada", que pregunta sobre el "silencio" y la "ausencia" de Dios: "Paradójicamente, el mundo, que, a pesar de los innumerables signos de rechazo de Dios, lo busca sin embargo por caminos insospechados y siente dolorosamente su necesidad, el mundo exige a los evangelizadores que le hablen de un Dios a quien ellos mismos conocen y tratan familiarmente, como si estuvieran viendo al Invisible" (EN 76).

     Ante esta realidad, que tal vez es el desafío más profundo que ha tenido la Iglesia misionera en dos milenios, el evangelizador no puede contestar con simples teorías, ni "cristianizando" algunos métodos de interiorización. La respuesta sólo cabe desde dentro del cristianismo, es decir, desde el encuentro personal e insustituible con Cristo resucitado y con Dios amor. La experiencia de este encuentro se expresa en una actitud de caridad según el sermón de la montaña y el mandato del amor: "El mundo exige y espera de nosotros sencillez de vida, espíritu de oración, caridad para con todos, especialmente para los pequeños y los pobres, obediencia y humildad, desapego de sí mismo y renuncia. Sin esta marca de santidad, nuestra palabra difícilmente abrirá brecha en el corazón de los hombres de este tiempo. Corre el riesgo de hacerse vana e infecunda" (EN 76).

     El "camino" de la oración, como camino relacional del hombre hacia Dios, es similar en todas las religiones (búsqueda del Absoluto, purificación, etapas, medio...), como una marcha hacia el "centro" de la vida, hacia la unificación del "corazón", hacia la armonía cósmica y hacia la fraternidad universal. ¿Cuál es la originalidad del cristianismo en esta búsqueda auténtica de Dios?

     Querer responder a esta pregunta trascendental con una síntesis teórica "mejor" o con una metodología psicológica "más perfecta", sería dejar el problema sin solución. Porque el cristianismo sólo puede responder a esas llamadas, que dejan entender una "preparación evangélica", a la luz del Misterio de Cristo: el Verbo encarnado, redentor, resucitado, presente en la Iglesia. "El Hijo de Dios con su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22).[22]

     La especificidad u originalidad del cristianismo consiste en esa "irrupción" de Dios en la historia de la humanidad y de cada uno, a modo de llamada inesperada o insospechada: revelación, encarnación, redención... en Cristo. Así se ha manifestado Dios Amor. El hombre, en su búsqueda de Dios, se siente llamado y amado "más allá" de sus esperanzas y búsquedas: "El nos ha amado primero" (1Jn 4,19). "Cristo, en la misma revelación del Padre y de su amor, manifiesta el hombre al propio hombre... Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera del evangelio nos envuelve en absoluta oscuridad. Cristo resucitó; con su muerte destruyó la muerte y nos dio la vida, para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba!, ¡Padre!" (GS 22).

     La experiencia espiritual del misionero cristiano consiste en haber descubierto (como respuesta a la gracia y al don de Dios) que donde parece que hay "silencio de Dios", allí está el Verbo encarnado; y que donde parece haber "ausencia de Dios", allí está el "Emmanuel", Dios con nosotros, Cristo resucitado presente. De esta fe vivencial, alimentada en el diálogo frecuente con Cristo (en su palabra y en su eucaristía), nacen los gestos evangélicos del sermón de la montaña y del mandato del amor.

     La espiritualidad cristiana se convierte, pues, en un hecho privilegiado de evangelización, en cuanto que debe colorear el concepto de misión (teología) y su aplicación metodológica (pastoral). El evangelizador debe presentar, a través de sus gestos de vida, su experiencia de Dios amor (revelado en Cristo), su experiencia de diálogo con Dios ("Padre nuestro"), su actitud de gozo pascual (esperanza) y su experiencia de las bienaventuranzas (hacer de la vida una donación).

 

 

4. Formación en la espiritualidad misionera

 

A) Formación misionera específica

 

     El decreto conciliar "Ad Gentes", después de haber presentado la vocación y la espiritualidad misionera, invita a profundizar la formación misionera de los apóstoles que se dedican a la primera evangelización. Se trata de la formación espiritual y moral (AG 25), doctrinal y pastoral (AG 26).[23]

     Esta formación tendrá lugar en los Seminarios, Noviciados, grupos o movimientos apostólicos y, especialmente, en los Institutos Misioneros (AG 27), a fin de asegurar no solamente la perseverancia en la vida espiritual, sino también una acción apostólica permanente y eficaz. Esta formación inicial deberá ser completada y reafirmada continuamente durante toda la vida por medio de una adecuada formación permanente.

     Se necesita una formación peculiar para vivir la misión específica "ad gentes". Se trata de una formación profunda y práctica, que se traduzca en "capacidad de iniciativas, constancia para continuar lo comenzado hasta el fin, perseverancia en las dificultades, paciencia y fortaleza para soportar la soledad, el cansancio y el trabajo infructuoso" (AG 25). Esta formación ayudará a adoptar una actitud de apertura, disponibilidad en los cargos, adaptación a las situaciones y culturas diferentes, fraternidad, etc. (ibídem).

     La formación permanente fue una iniciativa del concilio Vaticano II principalmente para los sacerdotes y análogamente para todos los agentes de la evangelización, "debido a las circunstancias de la sociedad moderna" (OT 22) que exigen una adaptación y potenciación continua. Los cursos programados para esta formación tienen como objetivo ayudar a los evangelizadores a "adquirir un conocimiento más acabado de los métodos pastorales y de la ciencia teológica, así como fortalecer su vida espiritual y comunicar mutuamente con sus hermanos las experiencias apostólicas" (PO 19).[24]

     La formación teológica y pastoral (AG 26) necesita ser presentada en el contexto de una fuerte dimensión espiritual. En efecto, la misión se vive como respuesta "integral", vivencial y comprometida respecto a los designios salvíficos y universales de Dios (dimensión salvífica y trinitaria). La puesta en práctica del mandato misionero de Cristo (dimensión cristológica) se traduce en fidelidad incondicional a la misión y acción del Espíritu Santo (dimensión pneumatológica), que se realiza en la vivencia de la comunión y misión de la Iglesia (dimensión eclesial), equilibrando la tensión entre inmanencia (inserción) y trascendencia (dimensión histórica y escatológica del Reino). La dimensión espiritual ayuda a armonizar todas estas dimensiones de la misión, así como a poner en relación de colaboración a los diferentes agentes de la evangelización según la diversidad de ministerios (pastoral de conjunto).

     La formación espiritual del misionero abarca principalmente el campo de la experiencia contemplativa de Dios. Las personas espirituales de otras religiones preguntan a los cristianos sobre la peculiaridad de la oración y contemplación cristiana. La experiencia espiritual del misionero se apoya en el "don de Dios" (Jn 4,10), que Cristo ofrece a todo hombre también en las situaciones que parecen "silencio" y "ausencia" de Dios. El apóstol cristiano ha experimentado las mismas dificultades de la vida, pero en ellas ha encontrado a Cristo resucitado, el Verbo (Palabra) y el "Emmanuel" (presencia especial de Dios). Sólo a partir de esta experiencia de fe contemplativa, podrán surgir los gestos evangélicos que transparentan las bienaventuranzas y el mandato del amor.

 

B) Formación para vivir la misión en actitud relacional con Cristo

 

     La misión no tiene origen en una elaboración teológica ni tampoco es el fruto de unas experiencias. Las reflexiones doctrinales y las experiencias de acción apostólica son necesarias para atinar en la naturaleza y en la metodología de la misión. Pero la misión, en sí misma, tiene su punto de partida en Dios Amor, que ha enviado a su Hijo hecho hombre por obra el Espíritu Santo. La formación misionera debe ser, pues, eminentemente relacional.

     El apóstol ha sido llamado para un encuentro personal con Cristo (Mc 3,13-14; Jn 1,39), que se convierte en seguimiento evangélico (Mt 4,19-22; Mc 10,21-31), para compartir la vida con Cristo (Mc 10,38) y continuar su misión (Jn 20,21). Por esto la acción evangelizadora presupone una experiencia de relación personal con Cristo: "Os anunciamos lo que hemos visto y oído... el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss). La misión no deja de ser una presencia activa de Cristo resucitado que reclama actitud relacional: "Id..., estaré con vosotros" (Mt 28,19-20); "ellos se fueron, predicando por todas partes, cooperando con ellos el Señor" (Mc 16,20).[25]

     Con esta perspectiva de actitud relacional, la misión recobra todo su sentido de amistad con Cristo (Jn 15,14) para ser sus testigos (Jn 15,27; Act 1,8; 2,32). La misión se hace dinámica vivencial: del encuentro, a la evangelización. Entonces no existe la dicotomía entre la vida interior y la acción, sino que se pasa de un encuentro con Cristo a otro encuentro: Cristo presente en la eucaristía, en su palabra, en sus signos salvíficos, en la comunidad, en los hermanos, en la soledad, en el trabajo, en el dolor, en el gozo, en los acontecimientos, en el presente y en el más allá...

     La "unidad de vida" (PO 13-14), tan necesaria para sentirse realizado en el cumplimiento de la misión, sólo es posible a partir del amor de Cristo y a Cristo, expresado en relación personal de intimidad profunda. Es la voluntad de seguirle más de cerca, para compartir su misma vida y misión, según sus mismas vivencias de amor al Padre en el Espíritu y de amor a toda la humanidad, hasta dar la vida en sacrificio.

     Jesús vivió, con actitud relacional de Hijo, el "mandato del Padre" de "dar la vida" para "tomarla de nuevo" (Jn 10,17-18), siempre con la fidelidad a la acción del Espíritu Santo (Lc 4,1-18). Esta era su vivencia más honda, su "comida" (Jn 4,34), su "gozo en el Espíritu" (Lc 20,21).

     Los Apóstoles vivieron la misión como actitud relacional con Cristo presente en la Iglesia. Es Cristo que envía a la acción evangelizadora y es él mismo que ahí espera al apóstol. Por esto él sigue siendo "el principio y centro permanente de la misión" (RH 11). El apóstol vive en Cristo y de su presencia (Gal 2,20; Fil 1,21; Act 18,9), sólo predica a Cristo (2Cor 4,5) sintiéndose urgido por su amor (2Cor 5,14) y fortalecido con su asistencia (Fil 4,13). Entonces el sufrimiento se convierte en "complemento" de los sufrimientos de Cristo (Col 1,24). El objetivo de la misión ya queda definitivamente claro: "recapitular todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10). A partir de esta actitud relacional, sabiéndose profundamente amado por Cristo, ya es posible dedicar la vida a amarle del todo (2Cor 12,15)y a hacerle amar de todos. El apóstol queda, pues, "segregado para el evangelio" (Rom 1,1) y se hace "todo para todos" (Rom 1,14; 1Cor 9,22). Su vida ya no tiene sentido al margen de Cristo.[26]

     La misión se vive en sintonía con las vivencias de Cristo, el "enviado" del Padre (Jn 10,36). Sólo así se puede "mirar al hombre casi con los ojos del mismo Cristo" (RH 18), puesto que todo ser humano es "el hermano por quien Cristo ha muerto" (1Cor 8,11). Desde el día de la encarnación, Cristo "se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" (GS 22). La actitud relacional con Cristo se hace encuentro comprometido con todos los hermanos, especialmente con los más pobres, con los que no le conocen ni le aman. La misión sólo se puede vivir "injertados" vivencialmente en el misterio pascual de Cristo, muerto y resucitado (Rom 6,5).

 

C) Formación espiritual para la vocación misionera específica

 

     Existe una vocación misionera general y especial. No se trata solamente de afirmar la existencia de esta vocación, sino que principalmente es necesario apuntar la formación en todos sus niveles. Cuando el concilio Vaticano II habla de la "vocación especial" o "vocación misionera" (AG 23), describe al mismo tiempo las virtudes y espiritualidad del misionero (AG 24) y urge a una formación espiritual adecuada (AG 25). "Evangelii Nuntiandi" comienza a describir "el espíritu de la evangelización" (EN cap. VII), hablando de las "actitudes interiores" que han de tener los evangelizadores, para "ser dignos de esta vocación" (EN 74).

     El tema de la vocación misionera puede estudiarse a nivel de teología (existencia y naturaleza de esta vocación), a nivel de pastoral (acción de pastoral vocacional) y a nivel de espiritualidad (señales de vocación, fidelidad, formación, etc.).

     La existencia de una vocación misionera específica reclama una actitud espiritual peculiar. Todo cristiano debe vivir la dimensión misionera de su propia vocación (laical, religiosa o de vida consagrada, sacerdotal). El misionero debe vivir la espiritualidad cristiana con los matices de su vocación. Como toda vocación cristiana, también la vocación misionera se caracteriza por unas señales: recta intención, decisión libre, idoneidad o cualidades. Todo ello ha que quedar garantizado por la admisión de la Iglesia. Por esto se necesita un período especial de formación, en el que se pueda dar un acertado discernimiento y acompañamiento.[27]

     Los "sellados con vocación especial" misionera, tienen que estar "dotados" de "disposiciones y talentos", de suerte que estén "dispuestos a emprender la obra misional" según la misión que recibirán de la Iglesia. De este modo, quedan "segregados para la obra que han sido llamados, como ministros del evangelio, para que la oblación de los gentiles sea acepta y santificada por el Espíritu Santo" (AG 23; cf. Rom 15,16).

     La recta intención queda matizada por las motivaciones de la misión: comunicar la fe, implantar la Iglesia, extender el Reino, conducir los no creyentes a la plenitud en Cristo, etc. La decisión libre se constata en unas actitudes firmes ante la evangelización.

     Las cualidades o virtudes requeridas (idoneidad) se pueden resumir en las siguientes (cf. AG 23-25; EN 74-80):

     - fortaleza ante las dificultades de la misión;

     - sensibilidad y comprensión ante los valores auténticos de las religiones no cristianas;

     - visión sobrenatural de fe, que vaya más allá de una simple acción filantrópica;

     - presentar una vida que transparente el evangelio;

     - sentido y amor de Iglesia, traducido en obediencia;

     - vivir el carisma misionero de la propia institución.

 

      La fidelidad inicial debe ir madurando a través de la vida misionera, para convertirse en una actitud permanente de decisión, donación y gozo. Las dificultades ambientales e históricas no deben disminuir las exigencias de la vocación misionera, sino que esas mismas situaciones (personales, comunitarias, ambientales) serán una motivación especial para mayor claridad en la presentación de las vocación y de las exigencias de entrega evangélica. Para apoyar esta actitud de seguimiento generoso y de misión universalista, habrá que presentar más claramente el carisma del grupo o del Instituto misionero al que se pertenece. Dios sigue llamando en cualquier situación histórica.

     La fidelidad depende de la gracia, puesto que la vocación es un don de Dios. Las comunidades tienen necesidad de apóstoles y misioneros; ello es un don (no un derecho) que Dios hace llegar a todos si cada uno corresponde según su responsabilidad. Precisamente por ello, se necesita la colaboración de la persona llamada y de toda la comunidad eclesial. Una comunidad evangelizada y evangelizadora es una comunidad que pide el don de las vocaciones y se prepara para recibirlas, sostenerlas y compartirlas con otras comunidades más necesitadas.

     La pastoral vocacional misionera se basa en esta oración y colaboración de todos. La fidelidad inicial y permanente ha de tener en cuenta los condicionamientos personales (psicología, herencia) y ambientales (familia, cultura...). La formación, en todos sus niveles (espiritual, humano, intelectual, pastoral), debe impartirse teniendo en cuenta los valores permanentes del evangelio (la fisonomía del Buen Pastor y de la "vida apostólica"), así como también las situaciones diferentes de cada época histórica.

     La formación espiritual misionera se basa principalmente en la llamada de Cristo, para estar con él y para ser enviado por él a fin de prolongar su misma misión de evangelizar, bautizando o configurando a cada hombre con Cristo y erradicando el espíritu del mal de todo corazón humano (cf. Mc 3,14; Mt 28,19-20).[28]

 

Líneas conclusivas: Espiritualidad misionera para una nueva evangelización

 

     La Iglesia se encuentra ante situaciones nuevas, que suponen gracias nuevas y que reclaman nuevos evangelizadores. Es necesario emprender la tarea de "una nueva evangelización: nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión"[29]. "En los umbrales del tercer milenio, toda la Iglesia, pastores y fieles, ha de sentir con más fuerza su responsabilidad de obedecer al mandato de Cristo: 'Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación' (Mc 16,15), renovando su empuje misionero. Una grande, comprometedora y magnífica empresa ha sido confiada a la Iglesia, la de una nueva evangelización, de la que el mundo actual tiene una gran necesidad" (CFL 64).

     En la encíclica "Redemptoris Missio", Juan Pablo II llama a una "nueva evangelización" en vistas a renovar a toda la comunidad eclesial hasta hacerla misionera sin fronteras. Apunta, pues, principalmente a sus citar una renovación evangélica que se traduzca en disponibilidad misionera. "La nueva evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el compromiso por la misión universal" (RMi 2). "Preveo que ha llegado el momento de dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización y a la misión ad gentes. Ningún creyente en Cristo, ninguna institución de la Iglesia puede eludir este deber supremo: anunciar a Cristo a todos los pueblos" (ibídem 3; cf. n. 33).

     Una nueva evangelización supone una actitud de mayor disponibilidad en los evangelizadores, una espiritualidad profundamente vivida, una renovación eclesial. La Iglesia está llamada a "dar un alma a la sociedad moderna", evangelizando "en términos totalmente nuevos", para "proponer una nueva síntesis creativa entre evangelio y vida". Los evangelizadores deben ser "expertos en humanidad, que conozcan a fondo el corazón del hombre de hoy, participen en sus gozos y esperanzas... y, al mismo tiempo, sean contemplativos enamorados de Dios", capaces de "poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificantes del evangelio".[30]

     La espiritualidad misionera, como renovación eclesial, es la clave de la eclesiología conciliar: viviendo su realidad de "misterio" o "sacramento" de Cristo (LG I), como "comunión" o pueblo de hermanos (LG II), la Iglesia en cada uno de sus miembros (LG III-VI) se hace misionera como "sacramento universal de salvación" (LG VII; cf. AG 1). De este modo, la naturaleza misionera de la Iglesia se expresa como "maternidad", que tiene a María como prototipo (LG VIII; cf. AG 4).

     Cuando la Iglesia "avanza por la senda de la renovación" (LG 8), entonces "Cristo resplandece sobre la faz de la Iglesia" LG 1). Así la misma Iglesia parece como "sacramento", es decir, transparencia y signo portador, "signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1). La fuerza misionera de la Iglesia "misterio" o "sacramento", aparece en su realidad de "comunión", como reflejo de la comunión trinitaria de Dios amor, es decir, como "un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" (LG 4, citando a San Cipriano).

     En la Exhortación Apostólica sobre el laicado, el Papa insiste en una "renovación evangélica" por parte de toda la Iglesia: "El concilio Vaticano II ha pronunciado palabras altamente luminosas sobre la vocación universal a la santidad. Se puede decir que precisamente esta llamada ha sido la consigna fundamental confiada a todos los hijos e hijas de la Iglesia, por un concilio convocado para la renovación evangélica de la vida cristiana... Es urgente, hoy más que nunca, que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica" (CFL 16).

     La toma de conciencia sobre la propia responsabilidad misionera en el momento actual, de parte de personas y de instituciones y comunidades, depende de una "profunda renovación interior", que se traduzca en convicciones, decisiones y compromisos concretos: "Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es deber fundamental del Pueblo de Dios, el concilio invita a todos a una profunda renovación interior, a fin de que, teniendo viva conciencia de la propia responsabilidad en la difusión del evangelio, acepten su participación en la obra misionera entre los gentiles" (AG 35).[31]

      Los campos que se abren para una nueva evangelización se descubren por un proceso de discernimiento de los "signos de los tiempos". Los acontecimientos, iluminados por la palabra de Dios, dejan entrever los planes salvíficos de Dios, que llaman a más contemplación y a más compromiso de caridad: "El Pueblo de Dios, movido por la fe, que le impulsa a creer que quien lo conduce es el Espíritu del Señor, que llena el universo, procura discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos, de los cuales participa juntamente con sus contemporáneos, los signos verdaderos de la presencia o de los planes de Dios" (GS 11).

     Sólo con una gran sensibilidad espiritual es posible "escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, puede la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad" (GS 4). Este discernimiento de los acontecimientos es siempre a la luz de la palabra de Dios y bajo la guía del Espíritu Santo. "Es propio de todo el Pueblo de Dios, pero principalmente de los pastores y de los teólogos, auscultar, discernir e interpretar, con la ayuda del Espíritu Santo, las múltiples voces de nuestro tiempo y valorarlas a la luz de la palabra divina, a fin de que la verdad revelada pueda ser mejor percibida, mejor entendida y expresada en forma más adecuada" (GS 44)[32].

      La renovación de los evangelizadores se traduce en una más ilusionada y tenaz acción evangelizadora. Para emprender una nueva evangelización, los apóstoles de hoy deben renovarse en su actitud relacional con Dios (contemplación), en su relación con los hermanos (comunión), en la capacidad de insertarse en el mundo (inserción), en la coherencia con el evangelio (autenticidad) y en el sentido de trascendencia (esperanza).

     La renovación cristiana se realiza siempre a la luz del "Padre nuestro", de las "bienaventuranzas" y del "mandato del amor". Se trata siempre de ahondar en la actitud filial y relacional con Dios (oración) y en la caridad, a ejemplo de Cristo y en unión con él. Por esto, es una actitud de "bautismo" o de configuración con Cristo. Toda vocación cristiana (laical, religiosa o consagrada y sacerdotal) se renueva por una mayor imitación de la vida apostólica de los doce Apóstoles: seguimiento evangélico, fraternidad o vida comunitaria, disponibilidad misionera. Se descubre la dimensión misionera universal de la propia vocación, cuando se quiere vivir con todas sus exigencias espirituales, para insertarse en las estructuras humanas como fermento (vocación laical), para ser signo fuerte de las bienaventuranzas por la profesión y práctica permanente de los consejos evangélicos (vocación a la vida consagrada), para ser signo sacramental del Buen Pastor que guía y da la vida (vocación sacerdotal).

     La espiritualidad misionera, de "actitudes interiores" a la luz del evangelio, es la base descubrir y vivir el significado de la problemática misionera actual: el concepto de misión y de evangelización (AG 1-9; RMi I-II), la llamada universal a la conversión a Cristo y al bautismo (EN 53; RMi 46), el sentido y amor de Iglesia misterio-comunión-misión (AG 6; EN 28, 59-62), el proceso de "inculturación" (EN 20; RH 10-11; RMi 52), la inserción en las realidades humanas especialmente en la opción preferencial por los pobres (EN 30-38; RMi 58-60; Puebla 670, 1128ss), el diálogo evangelizador e interreligioso (RMi 55), el equilibrio entre ministerios (proféticos, cultuales, hodegéticos), Las "comunidades de base" (RMi 51), la recta distribución de los apóstoles (RMi 67-68), los medios  y expresiones de evangelización (especialmente la piedad popular y medios de comunicación social) (RMi 37), etc.[33]

     La espiritualidad misionera hace descubrir y vivir la prioridad y la iniciativa de Dios en el don de la misión. Como estilo de vida del misionero, la espiritualidad ayuda a profundizar en los temas teológicos sobre la misión (teología misionera) y es la mejor garantía para acertar en la pastoral misionera.

     Toda renovación eclesial auténtica, bajo la acción del Espíritu Santo, se realiza en el paradigma del Cenáculo: "Como los Apóstoles después de la Ascensión de Cristo, la Iglesia debe reunirse en el Cenáculo 'con María la Madre de Jesús' (Act 1,14), para implorar el Espíritu Santo y obtener fuerza y ardor para cumplir el mandato misionero. También nosotros, mucho más que los Apóstoles, tenemos necesidad de ser transformados y guiados por el Espíritu" (RMi 92; cf. AG 4; LG 59; EN 82; RH 22; RMa 24).

     La dimensión mariana de la espiritualidad misionera hace redescubrir y vivir la naturaleza misionera y materna de la Iglesia (Gal 4,4, 4,19; 4,26). "María es el ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (RMi 92; cf. LG 65).

 

         CUESTIONARIO PARA EL TRABAJO PERSONAL O EN GRUPO

 

1.   Relacionar la espiritualidad con la misión: comparar el capítulo V de "Lumen Gentium" con el cap. VII de "Evangelii Nuntiandi" y el n. 24 de "Ad Gentes".

 

2.   Describir la espiritualidad misionera como fidelidad al Espíritu Santo en la misión evangelizadora: Lc 4,14-18; AG 4; EN 75.

 

3.   La fisonomía espiritual (virtudes) del misionero hoy: AG 24; EN 76-81; en relación con Jn 10,1-18; Hechos 20,17-38.

 

4.   Formación para la vocación misionera específica, formación espiritual (y humana), intelectual, pastoral: AG 25-26.



    [1]Los manuales de espiritualidad ofrecen este aspecto "vivencial" y "afectivo" de la teología, pero pocas veces indican su relación con la misión de la Iglesia. Ver: AA.VV., Problemi e prospettive di Spiritualità, Brescia, Querianiana 1983; J. AUMANN, Spiritual theology, London, Sheed and Ward 1980; A.M. BERNARD, Teologia spirituale, Roma, Paoline 1982; L. BOUYER, Introduzione alla vita spirituale, Borla, Torino 1965; J. ESQUERDA BIFET, Caminar en el amor, dinamismo de la vida espiritual, Madrid, Sociedad Educación Atenas 1989; D.M. HOFMANN, Maturing the Spirit, Boston, St. Paul Edit. 1970; J. RIVERA, J.M. IRABURU, Espiritualidad católica, Madrid, CETE 1982F. RUIZ, Caminos del Espíritu, compendio de toelogía espiritual, Madrid, EDE 1988; A. ROYO MARIN, Teología de la perfección cristiana, Salamanca, Sígueme 1968; G. THILS, Existence et sainteté en Jésus-Christ, Paris, Beauschesne 1982.

    [2]  Santo Tomás indica este principio orientativo de toda la vida moral: "ordo amoris" (I-II, q.62, a.2).

    [3]Las misonologías actuales incluyen ordinariamente el tema de la espiritualidad misionera. Ver: AA.VV., Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985; AA.VV, La misionología hoy, Estella, Verbo Divino 1987; AA.VV:, Lexikom Missionstheologiescher Grundbegriffe, Berlin, D. Reimer Verlag 1987; M. DAGRAS, Théologie de l'évangelisation, Paris, Desclée 1976; J. POWER, Mission theology today, Dublin 1971; P. VADAKUMPADAN, Evangelization today, Shillong (India) 1989; A. WOLANIN, Teologia della missione, Casale Montferrato, PIEMME 1989.

    [4]La palabra evangélica urgen tanto a la contemplación como a la misión. G. AUZOU, La Parole de Dieu, Paris, Edit. de l'Orante 1963; J. ESQUERDA BIFET, Profetismo cristiano, profetismo misionero, Barcelona, Balmes 1986; Idem, Meditar en el corazón, Barcelona, Balmes 1987; V. MANNUCI, Bibbia come parola di Dio, Brescia, Queriniana 1984. Ver comentarios a la Constitución conciliar "Dei Verbum", del Vaticano II.

    [5]La expresión "espiritualidad misionera" es anterior al concilio Vaticano II. Se encuentra ya usada en: G.B. TRAGELLA, Per una spiritualità missionaria, Roma 1948; C. CARMINATI, Il problema missionaria, Roma 1941, cap. V: "Spiritualità missionaria"; AA.VV., Espiritualidad misionera, Burgos (VI Semana Misionológica) 1954; A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire, Tours 1963.

    [6]Los comentarios al decreto conciliar "Ad Gentes" aportan algunos datos sobre la espiritualidad misionera cuando explican la figura del misionero: J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, in: AA.VV., Chiesa e missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 199-225; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966, 209-225; K. MÜLLER, Les missionnaires (n. 13 à 27), en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église, Paris, Cerf 1967, 333-361.

    [7]  El tema de la "gloria de Dios" ha sido poco estudiado en relación a la misión. Pueden verse los comentarios a AG 4-6 y LG 2-4. Ver: M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1981, 165-181; A. PEÑAMARIA, El designio salvador del Padre, presupuestos teológicos de espiritualidad misionera, "Estudios Trinitarios" 17 (1983) 407-425.

    [8]La Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" ha sido estudiada bajo diversos aspectos: teológicos, pastorales, espirituales. AA.VV., Esortaziobe Apostolica "Evangelii Nuntiandi", Commento sotto l'aspetto teologico, ascetico e pastorale, S. Congregazione per l'Evangelizzazione dei Popoli 1976; AA.VV., L'Annuncio del Vangelo oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1977: AA.VV., "Evangelii Nuntiandi" Kommentare und Perspektiven, "Neue Zeitschrift für Missionswissenschaft" 32 (1976) 241-341.

    [9]AA.VV., Lecciones de espiritualidad misionera, Buenos Aires, Claretiana 1984; AA.VV., My Witnesses, Missionary Spirituality, Roma, CIAM 1982; AA.VV., Mes témoins, Spiritualité missionnaire, ibidem 1983; G. COURTOIS, Esprit chrétien, esprit missionnaire, Paris, Fleurus 1966; M. DHAVAMONY, Basic scrutctures of missionary spirituality, "Omnis Terra" 13 (1979) 197-210; J. ESQUERDA BIFET, Teologia della evangelizzazione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1980; Idem, Espiritualidad misionera, Madrid, BAC 1982; Idem, Spiritualitá e missione, Bologna, EMI 1985; J. MONCHAMIN. Théologie et spiritualité missionnaire, Paris, Beauchesne 1985; K. MÜLLER, Les missionnaires, II La spiritualité missionnaire, en: Vatican II, L'Activité missionnaire de l'Église, Paris, Cerf 1967, 338-347; Y. RAGUIN, I am sending you, Spirituality for the missioner, Manila, EAPI 1973; M.C. REILLY, Spirituality for mission, Manila, Loyola University 1976 (New York, Orbis Book 1978); A. RETIF, La mission, éléments de théologie et spiritualité missionnaire, Tours 1963; A. SEUMOIS, L'anima dell'apostolato missionario, Milano 1961.

    [10]La exposición sobre la espiritualidad misionera ha encontrado su lugar apropiado dentro de la misionología estrictamente dicha. Ver AA.VV., Missiologia oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1985; AA.VV., La misionología hoy, Estella, Verbo Divino 1987.

    [11]Las figuras misioneras son siempre fuente inspiradora de espiritualidad misionera. AA.VV., Spirito del Signore e libertà, Figure e momenti della spiritualità, Brescia, Morcelliana 1982; G SOLDATI, I grandi missionari, Bologna, EMI 1985.

    [12]Cada época histórica tiene su estilo misionero específico. Ver: M.C. REILLY, Spirituality for mission, New York, Orbis Book 1978.

    [13]Ver bilbiografía sobre el Vaticano II y "Evangelii Nuntiandi" en las notas anteriores. Sobre las encíclicas misioneras: M. BALZARINI, A. ZANOTTI. Le missioni nel pensiero degli ultimi Pontifici, Milano 1960; A. RETIF, Introduction à la doctrine pontificale des missions, Paris 1963; T. SCALZOTTO, I Papi e l'evangelizzazione missionaria, en: Chiesa e missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 547-595.

    [14]F. CIARDI, I fondatori uomini dello Spirito, per una teologia del carisma di fondatore, Roma, Città Nuova 1982; AA.VV., Mysterium Ecclesiae in conscientiae sanctorum, Roma, Teresianum 1967.

    [15]Sobre cada uno de estos temas, ver síntesis doctrinal y bibliografía en los estudios citados en las nota 1 (manuales de espiritualidad) y 9 (estudios sobre espiritualidad misionera).

    [16]AA.VV:, Credo in Spiritum Sanctum, Atti del Congresso Internazionale di Pneumatologia, Lib. Edit. Vaticana 1983; AA.VV., El Espíritu Santo, luz y fuerza de Cristo en la misión de la Iglesia, Burgos 1980; J. CASTELLANO, La missione nel dinamismo dello Spirito Santo, en: Spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986, 79-100; J. ESQUERDA BIFET, L'azione dello Spirito Santo nella maternità e missionarietà della Chiesa, en: Credo in Spiritum Sanctum..., o.c., 1293-1306; Idem, Agua viva, Discernimiento y fidelidad al Espíritu Santo, Barcelona, Balmes 1985; J. lOPEZ GAY, El Espíritu Santo y la misión, Bérriz 1967; J. SARAIVA, Dimensione pneumatologica dell'evangelizzazione, "Euntes Docete" 32 (1979) 3-32; A. SEUMOIS, Esprit Saint et dynamisme missionnaire, "Euntes Docete" 32 (1979) 341-364; J. VODOPIVEC, Lo Spirito Santo nella personalità e nell'attività del missionario, "Euntes Docete" 33 (1980) 3-26.

    [17]Los estudios sobre la espiritualidad cristiana van adquiriendo cada vez más la dimensión misionera. AA.VV., La spiritualità della missione, Roma, Teresianum 1986.

    [18]J. ESQUERDA BIFET, Eucaristia e missione, Roma, Pont. Opera Propagazione della Fede 1988; Idem, Copa de bodas, Eucaristía, vida cristiana y misión, Barcelona, Balmes 1986; B. FORTE, La Chiesa nell'Eucaristia, Mapoli, D'Auria 1988; D, MONGILLO, Eucaristia, comunione, missinoe, Roma, Pont. Unione Missionaria 1985.

    [19]AA.VV., La Chiesa sacramento di comunione, Roma, Teresianum 1979; L. BOUYER, L'Église de Dieu, Paris, Cerf 1970; J. ESQUERDA BIFET, Somos la Iglesia que camina, Barcelona, Balmes 1987; H. DE LUBAC, Meditaciones sobre la Iglesia, Madrid, Encuentro 1980; G. PHILIPS, L'Église et son mystère, Paris, Desclée 1967.

    [20]A. PARDILLA, La figura bíblica del apóstol, Roma, Claretianum 1982.

    [21]Sobre la peculiaridad de la experiencia cristiana de Dios, ver algunas aportaciones de estudios hechos en colaboración: La mistica, fenomenologia e riflessione teologica, Roma, Città Nuova 1984; La preghiera, bibbia, teologia, esperienze storiche, Roma, Città Nuova 1988. Prayer-Prière, "Studia Missionalia" 24 (1975). Resumo ideas y bibliografía en: Experiencia "religiosa" y experiencia cristiana de Dios, "Athéisme et Dialogue" (Pont. Consilium pro Dialogo cum non credentibus) 23/4 (1988) 370-387.

    [22]Además de la bibliografía de la nota anterior, ver: AA.VV., Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976; AA.VV., Portare Cristo all'uomo, ibidem 1985; AA.VV., Asian religious traditions and christianity, Manila, Univ. of Santo Tomás 1983. Ver otros temas en: Dictionnaire des Religions, Paris, Presses Universitaires 1985; Spiritual Masters, "Studia Missionalia" 36 (1987). Resumo doctrina comparativa y bibliografía en: Contemplación cristiana y experiencias místicas no cristianas, en: Evangelizzazione e culture, o.c., I, 407-420; La experiencia cristiana de Dios, "más allá" de las culturas, de las religiones y de las técnicas contemplativos, en: Portare Cristo all'uomo, I, 351-368.

    [23]AA.VV., La formazione del missionario oggi, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1978; AA.VV., De aspectu missionali in sacerdotibus formando, "Seminarium" (1973) n.4; P. CHIOCCHETTA, La formazione allo spirito missionario, "Seminarium" (1979) 573-595; R. DEVILLE, La formation des seminaristes à l'esprit missionnaire, "Seminarium" (1990) 177-187; J. ESQUERDA BIFET, Spiritualità, vocazione e formazione missionaria, en: Chiesa e Missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1990, 199-225; A. NICOLAS, Formation and spirituality for mission, "Est Asian Pastoral Review" 17 (1980) 104-116.142; K. MÜLLER, Les missionnaires, III-IV Formation..., en: Vatican II, L'activité missionnaire de l'Église, o.c., 347-357; F. PAVANELLO, L'orientamento missionario nella formazione sacerdotale, "Seminarium" (1970) 781-797.

    [24]Siguiendo las indicaciones del decreto conciliar "Optatam totius" y los documentos referentes al Sínodo Episcopal sobre la formación de los sacerdotes (1990), se podrían tener en encuentra cuatro niveles de formación: espiritual, humano, intelectual y pastoral (ver "Lineamenta" e "Instrumentumn Laboris" del Sínodo de 1990). La Exhortación Apostólica "Christifideles Laici" presta mucha atención a este tema (n.52-65).

    [25]En los tratados de Cristología falta ordinariamente esta orientación espiritualidad y misionera del misterio de Cristo. Resumo esta orientación y bibliografía actual en: Cristología para la misión, Bogotá, OMP 1990.

    [26]AA.VV., La sapienza della croce oggi, Torino, LDC 1976; AA.VV., Sabiduría de la cruz, Madrid, Narcea 1980; C. CARRETTO, Perché Signore?, Il dolore..., Brescia, Morcelliana 1985; G. DINH DUC DAO, La misión hoy a la luz de la cruz, "Omnis Terra" 28 (1986) 22-29; J. GALOT, Pourquois la souffrance?, Louvain, Sintal 1984; P. GILIONI, La croce e la missione ad gentes, "Euntes Docete" 38 (1985) 153-178; C, GUTIERREZ, Hablar de Dios desde el sufrimiento, Salamanca, Sígueme 1986; I. LARRAÑAGA, Del sufrimiento a la paz, Madrid, Paulinas 1985; M.J. LE GUILLOU, Dieu de la gloire, Dieu de la croix, en: Evangelizzazione e Ateismo, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1981, 165-181; J. MASSON, La mission sous la croix, en: Evangelizzazione e culture, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1976, I, 246-261; J. MOLTMANN, El Dios crucificado, Salamanca, Sígueme 1975.

    [27]No es fácil distinguir entre vocación misionera general y específica. En el plano de la formación, esta distinción es muy importante. Nosotros nos referimos a la espiritualidad del que es llamado a la evangelización "ad gentes". AA.VV., La familia..., Las vocaciones misioneras, Burgos 1984; AA.VV., Vocazione comune e vocazioni specifiche, Roma, LAS 1981 (Vocación común y vocaciones, Madrid, Soc.Educación Atenas 1984); AA.VV., La vocation, éveil et formation, Paris, Cerf 1965; L.A. CASTRO, Vocazione e missione, Bologna, EMI 1985; J. ESQUERDA BIFET, La vocazione missionaria, in: Vocazione comune e vocazioni specifiche, o.c., 248-266 (Vocación común y vocaciones, 63-85); Idem,  Compartir la vida con Cristo, dinamismo de la vocación cristiana, Barcelona, Balmes 1988; J. GALOT, Porteurs du soufle de l'Esprit, Paris 1967; R. JOU, La vocation missionnaire aujourd'hui, "Vocation" (1980) 450-462; L.J. LECUONA, La vocazione missionaria, en: Le missioni nel decreto "Ad Gentes" del concilio Vaticano II, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1966, 209-225; Idem, La vocación misionera, "Misiones  Extranjeras" 50 (1966) 331-338; P. LONGO, La vocazione missionaria, "Seminarium" (1973) 1130-1145; R. MOYA, La vocación misionera, en: Espiritualidad y misión, Roma, CIAM 1980, 53-85; C. ROMANIUK, La vocazione nella Bibbia, Bologna, Dehoniane 1973.

    [28]Sobre los medios concretos de perseverancia: (Congregación para la Evangelización de los Pueblos) Guía pastoral para los sacerdotes... 1990 (Pastoral guide for diocesan priests...; Guide de vie pastorale pour les prêtres...).

    [29]JUAN PABLO II, Alocución al CELAM, en Puerto Príncipe, Haití, 9 de marzo de 1983. También en Santo Domingo, 11 y 12 de octubre de 1984. J.A. BARREDA, Una nueva evnagelización para un hombre nuevo, "Studium" 28 (1988) 2-34; CELAM, Nueva evangelización génesis y líneas de un proyecto misionero, Bogotá 1990; (Conferencia Episcopal Argentina), Documento de trabajo: Líneas para una evangelización nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión, San Miguel, Oficio del libro 1989; S. DI GIORGI, La nuova evangelizzazione e l'interlocuzione, "Euntes Docete" 43 (1990) 57-86; J. ESQUERDA BIFET, Renovación eclesial para una nueva evangelización, "Medellín" 16 (1990) 220-237; P. GILIONI, Perché una "nuova" evangelizzazione, "Euntes Docete" 43 (1990) 5-36; G. MELGUIZO, En qué consiste la "novedad" querida por el Santo Padre para la evangelización de América Latina, "Medellín" 15 (1989) 3-14; A. SALVATIERRA, Características eclesiales de la nueva evangelización, "Surge" 47 (1989) 422-445; F. TAMAYO, La nueva evangelización, ¿palabra de modo o proyecto histórico?, "Cathedra" (Colombia) (1987) 114-141.

    [30]JUAN PABLO II, Discurso al Simposio del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa, 11 de octubre de 1985.

    [31]J. ESQUERDA BIFET, Il rinnovamento ecclesiale per una pastorale missionaria, en: Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987, 47-75; M. ZOVKIC, Conversio et renovatio Ecclesiae tamquam conditio et sequela evangelizationis, "Bogoslacka Smotra" 45 (1975) 221-234.

    [32]M.D. CHENU, Les signes des temps, "Nouvelle Revue Théologique" 87 (1965) 29-39; J. ESQUERDA BIFET, Magisterio y signos de los tiempos,, "Burgense" 10 (1969) 239-271; L. GONZALEZ CARVAJAL, Los signos de los tiempos, reflexión teológica en la Iglesia, en: La Iglesia en el mundo de hoy, Madrid, Taurus 1970, II, 25-278; M. RUIZ, Los signos de los tiempos, "Manresa" 40 (1968) 5-18.

    [33]Ver análisis de la problemática misionera actual en: AA.VV., Chiesa locale e inculturazione nella missione, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1987; AA.VV., La salvezza oggi, Congressso Internazionale di Missiologia, Roma, Pont. Univ. Urbaniana 1989.

Visto 263 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.