Lunes, 11 Abril 2022 10:29

HEMOS VISTO SU GLORIA EI camino de la contemplación según san Juan

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JUAN ESQUERDA BIFET

 

 

 

HEMOS VISTO SU GLORIA

 

EI camino de la contemplación según san Juan

 

Presentación

 

Cuando leemos el evangelio de Juan, nos sentimos invitados a descubrir las huellas del Señor resucitado en nuestro caminar de todos los días. Estas huellas 0 "signos" del paso de Cristo se encuentran también fuertemente impresas en la vida de todo ser humano.

 

Podemos hacer la prueba abriendo al "azar" cual~ quiera de esas páginas irrepetibles en que se narra un encuentro con Cristo. 'Cada uno se siente espontáneamente dentro de un drama, como interlocutor actual de Cristo. La lectura se convierte entonces en vivencia personal. Los latidos del corazón de Cristo todavía se perciben en sus palabras, siempre jóvenes, y en sus gestos, siempre cercanos, como de quien hace suyos nuestros sufrimientos, gozos, dudas y esperanzas.

 

Los problemas de nuestro existir humano concreto solo se iluminan "en el rostro de Cristo" (2Cor 4,6). En el evangelio de Juan es el rostro cercano y la mirada cariñosa de un amigo, a quien no Ie resulta indiferente ni anodino un solo momento de nuestro existir. En este rostro y en esta mirada descubrimos, por una parte, el misterio de Dios amor, y, por otra, el misterio de todo hombre, que sigue expresando, de un modo u otro, un deseo tan profundo como humanamente inexplicable: "Queremos ver a Jesús" (In 12,21).

 

La afirmaci6n clave de Juan refleja su propia ex~

 

periencia de encuentro con Cristo: Hemos visto su gloria (In 1,14). Pero es una experiencia que se repi­te en cada ser humano que se deja interpelar por Cristo. En efecto, el evangelio queda abierto hacia el futuro, como queriendo continuar los encuentros irrepetibles que deben hacerse realidad en cada hombre. Tanto los amigos de Cristo como sus perse­guidores, y aun quienes aparentan hablar con indi­ferencia, han sido "tocados" amorosamente por el. En este sentido podemos decir que el evangelio lo seguimos escribiendo todos en el caminar de nuestra vida, donde el gran protagonista va dejando sus "signos" 0 huellas de enamorado.

 

La sed de Dios, que se nota en cada persona, pue­blo, cultura y religi6n, tiene una expresi6n caracte­rística, que el mismo Dios sembró en todo corazón: "Muéstrame tu rostro" (Ex 31,18). La dinámica de la búsqueda de Dios es la expresión más auténtica de la historia humana, aunque siga estando ausente en muchas publicaciones "hist6ricas".

 

Nadie nos puede suplir en nuestra experiencia personal de encuentro con Cristo. Y tampoco nada ni nadie puede sustituir a Cristo como camino y como meta de una búsqueda sobre el sentido de nuestra existencia humana. Solo el da sentido al cosquilleo de nuestra interioridad y a la responsabi­lidad de un compromiso personal y comunitario. Los métodos e ideas que quisieran suplir al Señor, aunque se presentaran con la etiqueta de la "con­templación", de la "cosmovisión" y del "compromi­so", no harían mas que agrandar el vacio y aumen­tar los errores de nuestra vida personal y social. El camino de esta búsqueda es personal y, por tanto, intransferible e irrepetible; pero es también y esen­cialmente un camino comunitario de todos los her­manos, que deben llegar a ser la comunidad eclesial de redimidos por Cristo.

 

La dinámica de Hemos visto su gloria es como un

 

"drama", que se repite en cada página del evangelio de Juan y en cada recodo de nuestro camino de pere­grinas. En los personajes de Juan, como en los de nuestros días y en nosotros mismos, tiene lugar un forcejeo entre la luz y las tinieblas. Es la tensión de la fe en Cristo, que se resuelve en un encuentro per­sonal, y de la aceptación de su mensaje: "Para que creáis" (In 20,31).

 

A pesar del deseo innato que forcejea en cada co­razón humano ("queremos ver a Jesús"), parece como si uno se adentrara en un callejón sin salida: "A Dios no le ha visto nadie" (In 1,18). Es la impre­si6n producida por los signos pobres de la presencia y de la palabra de Jesús. Necesitamos esta experien­cia, que corre a la par con la experiencia de nuestra propia pobreza, puesto que es la única que puede acabar con tantos castillos de naipes y tantos espejismos que nosotros nos empeñamos en calificar de planes maravillosos. Solo cuando aceptamos nues­tra propia limitación sentimos cercano a Cristo: "EI Padre os ama"(Jn 16,27); "quien me ve a mi, ve al Padre" (In 14,9); "nadie viene al Padre sino por mi" (In 14,6)...

 

Verdaderamente, en Cristo cercano descubrimos que "Dios es más grande que nuestro corazón" y que nuestros planes (1 In 3,20), porque "el nos ha amado primero" (l Jn 4,19). La "luz inaccesibIe" (1Tim 6,16) se va haciendo luz: "En tu luz hemos visto la luz" (Sal 35,lO). En Jesús, que es "la luz ver­dadera", que disipa las tinieblas e "ilumina a todo hombre" (In 1,9), descubrimos que "Dios es amor" (l In 4,8.16). Siguiendo la invitación de Jesús, que se nos ha hecho encontradizo, nuestra contingencia y circunstancias de cada día dejan traslucir la tras­cendencia de un Dios amor, para quien nuestro existir ya forma parte cariñosamente de su misma vida eterna: "Llévame, luz admirable" (J. H. New­man).

 

En este encuentro vivencial con Cristo se aprende a pasar con él, a partir de un "éxodo", a través de un "desierto", para llegar a la unión 0 encuentro en el lugar y en el tiempo preparado por el Padre, es decir, en la nueva Jerusalem. Jesús nos invita a vivir su "pascua", que es también la nuestra, de "pasar de este mundo al Padre" (In 13,1).

 

Con esta perspectiva de camino de perfección, que es camino de experiencia y de encuentro contempla­tivo, comprendemos como en Jesús se resumen to­dos los "signos" de la historia de salvación: es el cordero pascual, el tabernáculo, la serpiente de bronce, el mana, el agua que brota de la roca... Pero lo más maravilloso del caso es que ahora estos sig­nos de su presencia y cercan{a salvífica se nos hacen presentes en nuestras circunstancias históricas, asu­midas esponsalmente por él como suyas. En el evan­gelio de san Juan aprendemos la actitud contempla­tiva de ver siempre un "más allá" de las cosas. A Cristo le encontramos en la enfermedad, la humilla­ción, la marginación, la soledad, el servicio humilde y anónimo, el trabajo cotidiano... Todo se convierte en pascua o"paso" hacia una nueva creación, que se fragua en la historia de todos los d{as.

 

La historia humana se hace historia de encuentro con Dios en el propio coraz6n, en la comunidad y en la creación 0 cosmos. Es una historia de encuen­tro con Dios amor (In 3,16; 1 In 4,8.16). Nuestro, historia se hace al compás de nuestra capacidad de encuentro con Dios y de donación a los hermanos.

 

El evangelio se sigue realizando en nuestras cir­cunstancias, donde experimentamos la mirada, la llamada y la cercanía cariñosa de Cristo. Es allí don­de resuena de modo nuevo la palabra inspirada de los textos escriturísticos. En este encuentro de todos los d{as.. Cristo nos declara su amor, que no tuvo principio ni tendrá fin. Desde el día de la Anuncia­ción

 

 somos una página de su biografía. Este encuen­tro vivencial da inicio a un "más allá", que ahora es solo proyecto de "vida eterna", pero que un día será visión y plenitud. De este encuentro inicial hay que hacer un programa de vida para siempre, que co­mience, ya desde ahora, a unificar el corazón, relacionándolo sin complejos ni reservas con Dios y con los hermanos. Esta unidad de vida es el camino y la meta de la contemplación según el evangelio de Juan.

 

La vida se va haciendo encuentro y donación a Cristo, que vive en cada ser humano y que aguarda en cada acontecimiento. La existencia se vive en cla­ve de donación: en Cristo, don de Dios amor para todos los hombres, se aprende a abrir la propia exis­tencia al amor (Jn 3,16; 4,10). El propio "yo" se abre al mundo nuevo de la caridad. El hombre reencuen­tra su propia identidad dándose (GS 24).

 

La aventura de aprender a amar a Cristo día a día es un estreno permanente del amor. Las exigencias de la vida cristiana solo se pueden entender y vivir a la luz y al calor de esta aventura de encuentro coti­diano con Cristo.

 

Auscultar y vivir en sintonía con el amor de Cris­to equivale a restaurar el propio corazón, la propia comunidad, la propia cultura y el propio pueblo, ayudando a salvar a todos de caer en la gangrena de una dispersión estéril. A la creación, a las culturas y a los pueblos se les comienza a destruir cuando falta la interioridad de un corazón unificado. Pero esta unificación solo es posible a partir del encuentro vi­vencial y cotidiano con Cristo, que nos hace capaces de realizar el mandamiento del amor.

 

Para saber pasar las páginas de un período histó­rico como es la encrucijada de un milenio hay que reestrenar continuamente un encuentro con Cristo que haga fecundo el salto en el "vado" de arriesgar­

 

lo todo por él. Esta opción fundamental vale la pena, porque dejara huellas indelebles en la historia de la humanidad.

 

Hemos visto su gloria es el resumen de la expe­riencia de Juan, el discípulo amado. Y es también el resumen de nuestra experiencia cristiana. Es una experiencia semejante a Hemos conocido el amor (1 In 3,16). En Jesús descubrimos al Hijo de Dios, el Verbo, que desde nosotros y en nosotros hace de su vida y de la nuestra una mirada amorosa y comunitaria al Pa­dre. Es la vida nueva en el Espíritu.

 

Jesús construye esta unidad del "si" a Dios y a los hermanos haciendo primero de "los suyos" la trans­parencia, el testimonio y el instrumento para que toda la humanidad sea partfcipe del don de Dios. Somos la Iglesia "sacramento", es decir, el espacio en que Cristo continua haciéndose presente y cerca­no bajo "signos" pobres, a fin de que todos los hombres puedan experimentar el encuentro con él:

 

Hemos visto su gloria.

 

Jesús se hace camino para cada uno en un proce­so contemplativo que, en el Espíritu Santo, lleva ha­cia el Padre. La vida de cada persona, como conti­nuación del evangelio, es un camino de amistad con Cristo, de contemplaci6n del Verbo como expresión

 

o "gloria" de su amor, bajo los "signos" pobres de nuestras circunstancias personales y comunitarias.

 

La historia salvífica que  nos narra Juan, el discí­pulo amado. comenzó hace dos mil años, pero reco­giendo unos amores y una mirada eterna en el seno de Dios: la Palabra siempre "vuelta hacia el Padre". Es la Palabra que, desde el principio de la creación, ha dirigido la historia humana; que es, por ello mis­mo, historia de salvación. Desde el día en que esta Palabra fue anunciada a María, la Palabra 0 Verbo se hizo carne (hombre), es decir, hermano nuestro. El "si" de María fue el "si" querido por Dios, como

 

figura y anticipación de todos los "sies" de personas y comunidades que posteriormente se encontrarían con Cristo, elHijo de Dios hecho hombre.

 

He elaborado este "comentario" al evangelio se­gún san Juan intentando describir cómo el Verbo encarnado penetra, en cada época, en el corazón de cada hombre que se abre al amor. Me parece ver, en todas partes que el evangelio del discípulo amado se sigue viviendo y realizando en esos casi innume­rables corazones que se han decidido a hacer de la vida un camino de contemplaci6n, es decir, de amor esponsal, de amistad, de totalidad y de compromiso radical. En estos corazones, que se transparentan en tantos rostros anónimos, he ido releyendo el texto inspirado del evangelio de Juan. A partir de esta "relectura", he puesto en unas pobres líneas algo de lo mucho que he aprendido de ellos y que yo mismo no se corno explicar. Pienso en tantas vidas an6ni­mas en el seno de las familias, comunidades, claus­tros, campos de misión, investigación teológica, su­frimiento, marginación, olvido... Su vida se está escribiendo como un nuevo evangelio, no con pala­bras "inspiradas", pero si con palabras imborrables, en el corazón de Dios, a quien sólo conoceremos de verdad en el "más allá".

 

He aprendido también a leer a san Juan a través de la vivencia de los santos, que resumí en una pu­blicación anterior (Testigos del encuentro). He apro­vechado las reflexiones de los mejores comentaristas actuales, a los que cito en la orientación bibliográfi­ca. He redactado mis reflexiones intentando leer el evangelio "hecho carne" en el misterio de tantas vi­das cristianas, casi siempre anónimas, de toda cultu­ra, raza y condición, en cuyas pupilas he visto refle­jado el gozo indecible de haber encontrado a Cristo.

 

El año 2000 es un nuevo hito y, a la vez, un reto, en el camino humano y eclesial, cuando los hombres

 

de todas las latitudes buscan a Dios en el rostro de Jesús, que vive en su Iglesia. Hoy, en el cruce de dos

 

Introducci6n a la lectura contemplativa de Juan

 

milenios, san Juan escribiría de nuevo la frase llena de sentido contemplativo, comunitario y misionero:

 

Hemos visto su gloria.

 

Cristo sale al encuentro

 

Juan es una voz cualificada en el coro de los testi­gos del encuentro con Cristo. Es verdad que en cada documento escriturístico resuena la misma palabra de Dios, que se encuentra en todos los demás escritos inspirados. Por esto a san Juan hay que leerlo en armonía con toda la revelaci6n cristiana, que ahora encontramos en la Sagrada Escritura y en la tradi­ción de la Iglesia. Pero en élencontramos algo pe­culiar: la insistencia en "ver" a Cristo, encontrarle, estar con él, conocerlo, tenerlo, amarlo, tocarlo, per­manecer en él... Juan nos cuenta retazos de vida que son otros tant6s encuentros con Cristo.

 

El evangelio según san Juan está escrito para que cada uno de nosotros descubra y encuentre a Cristo en su propia circunstancia. A "Jesús de Nazaret" le encontramos en nuestro "Nazaret" (Jn 1,45-51). Cristo se hace presente e interlocutor aquí y ahora; deja resonar su palabra y se deja entrever bajo sig­nos, en el propio corazón y en la comunidad en que uno vive. Pero hay que saber leer y ver, aleccionados en la escuela del Espíritu de amor: "Si alguno me ama, yo me manifestare a él" (Jn 14,21). La expe­riencia de encuentro contemplativo y amistoso con Cristo no es exclusiva de nadie, puesto que Jesús es "la luz que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9).

 

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El evangelio del "discípulo amado" refleja el ca­minar de la Iglesia peregrina, que aprende a encon­trar a Cristo en cada recodo del camino. Hay que saber leer el evangelio para creer y tener vida en Cristo Un 20,31). Y hay que releerlo prolongado en cada época, en cada comunidad, en cada situaci6n humana y en la vida irrepetible de cada persona. Hay que leerlo como lo han leído los "místicos", es decir, los "enamorados" de Jesús.

 

Los servicios técnicos y las reflexiones teol6gicas, asi como la exegesis textual y estructural, deben res­petar la iniciativa siempre actual de la palabra de Dios, sin condicionamientos personalistas y "cultu­rales". La verdadera exegesis y teología deja siempre abierto el paso al encuentro personal de cada uno con el Verbo hecho carne. A Cristo, la palabra del Padre, se Ie encuentra en armonía y "comuni6n" con la predicaci6n, celebraci6n y vivencia de la Igle­sia, donde el se esconde y se manifiesta, ahora tam­bién bajo "signos" pobres de humanidad prolonga­da en el tiempo. El Verbo 0 Palabra, meditada así en el coraz6n y en el grupo de hermanos, no hace secta, sino que construye la comunidad universal.

 

Cada palabra del evangelio es una mirada de Cris­to, un latir de su coraz6n, una Hamada actual a en­tablar una relaci6n amistosa y a tomar una opci6n fundamental. El evangelio se hace siempre lectura "apasionada", porque es nuestra misma historia que se va escribiendo en los diferentes encuentros con Cristo. Juan escribi6 el evangelio para impreg­nar el mundo con la palabra de Dios amor. El hom­bre, la historia y el mundo ya no tienen sentido sin Cristo, que es el centro de todas las cosas.

 

Juan escribi6 .el evangelio para dejarnos la pala­bra viva de Cristo resucitado, que sigue presente en­tre nosotros. Escribi6 para que creyéramos en el Hijo de Dios /Jn 20,31), es decir, a fin de que nues­tra vida se hiciera encuentro y aceptaci6n vivencial

 

de la persona y del mensaje de Jesús. La palabra "creer", que se repite unas den veces en el evangelio de Juan, es una tensi6n que se va manteniendo a lo largo de toda la narraci6h, como interpelando a cada uno desde lo hondo del propio ser.

 

Juan nos cuenta propiamente la "glorificaci6n" de Jesús en su carne. Jesús se hace "visible" a los creyentes, como única revelaci6n plena, para trans­formarlos en hermanos suyos e hijos de Dios, parti­cipantes de su misma vida divina. La caridad, como vida divina comunicada, libera y diviniza al hom­bre. Cada uno se siente llamado por su nombre a participar en esta vida (Jn 10,3ss). La comuni6n con Dios se hace comuni6n con los hermanos.

 

El evangelio de Juan da a entender la presencia actual de Cristo en nosotros y de nosotros en el, que invita a la armonía y equilibrio entre la vida con­templativa y activa, asi como entre los dones recibi­dos de Dios y la c:omunidad 0 instituci6n creada y animada por el mismo Cristo y por su Espíritu en­viado por eI.

 

En toda época y situaci6n humana, los problemas nuevos encuentran nueva luz en la palabra de Dios, que es el mismo Jesús. Pero Dios sigue teniendo la iniciativa sobre su Palabra y no la deja manipular por nadie. Para hacer entrar la Palabra en una cul­tura ("inculturaci6n") o en una situaci6n y proble­ma humano ("encarnaci6n"), hay que profundizar primero la misma Palabra a la luz de la fe con una actitud de contemplaci6n. El evangelio, escrito, pre­dicado, leído y meditado, procede siempre de la es­cuela del Espíritu Santo.

 

Contenido doctrinal

 

EI mensaje de Juan es transparente: Dio$ nos ama porque es amor Un 13,16; 1 In 4,8.16); hay que creer

 

en el arnor, aceptando a Cristo Hijo de Dios hecho nuestro hermano Un 1,14; 1 In 4,16); nuestra fe y encuentro con Cristo se demostrani en el amarnos como el nos amo (Jn 13,34; 1Jn 4,l1ss). Este es el "conocer" amando o conocer "contemplativo", que libera a la persona de toda opresión interna y externa.

 

Todo el mensaje joánico se resume en el mismo Jesús, que es el Hijo y la Palabra de Dios, hecho hombre por nosotros. El es la Palabra y revelación definitiva de Dios a la humanidad. El es el revelador y la revelación (Jn 1,18). Viene a nosotros como unigénito del Padre, para transmitirnos la vida nueva en el Espíritu Santo. EI mismo Jesús es el don de Dios a todo hombre; pero hay que acogerlo con fe, desde lo hondo del coraz6n y comprometiendo toda la existencia. Es el salvador del mundo (Jn 4,42). Nos revela el misterio de Dios y el misterio del hombre. Personifica y lleva a plenitud la ley, los profetas y todos los valores del Antiguo Testamento.

 

Jesús, revelándonos al Padre y comunicándonos el Espíritu Santo, reafirma su identidad. Su ser mas intimo es siempre de "mirada" u orientaci6n hacia e Padre en el Espíritu (Jn 1,1). Su retorno al Padre es a través de su muerte, expiatoria de nuestros pecados, y a través de su resurrecci6n, fuente de nuestro nuevo nacimiento. A la luz de su "pascua" (paso al Padre), Jesús anuncia y comunica la nueva creación

 

o vida nueva en  e1 Espíritu para todos los hombres de todas las épocas. Jesús sale al encuentro de cada hombre para decirle: "Yo soy..... la luz, el pan, la vida, la verdad, el camino, la puerta, el buen pastor, la resurrecci6n... La encarnaci6n del Verbo (Jn 1,14) ha hecho posible el misterio de la pascua y el envío del Espíritu Santo (Jn 20,22).

 

La Iglesia o comunidad de creyentes, creada por Jesús y animada por su Espíritu, es como su prolongación en el tiempo y la expresi6n de su amor: es su

 

grey 0 rebaño (Jn 10), los sarmientos de la vid (Jn 15), su esposa (cfr. Jn 3,29 yAp). En esta comunidad, Jesús deja unos signos de su presencia activa y amo­rosa: Pedro, la misi6n apost6lica de los doce, el bau­tismo, la eucaristía, el perd6n, la palabra... Pero Jesús sigue siendo siempre el centro imprescindible de su comunidad ("los suyos"), que debe pasar con él hacia el Padre.

 

 La Iglesia enraíza en la encarnaci6n del Verbo yes, por ello mismo, el signo visible del desposorio del Verbo con la humanidad y el signo portador de la presencia de Dios entre nosotros (Ap 21,3-4; Ex 33,7-11).

 

La narraci6n evangélica de Juan se desenvuelve a través de un dinamismo en forma de espiral. Las ideas se profundizan para llegar al centro (Cristo re­sucitado, Hijo de Dios) y luego elevarse indefinida­mente mas y mas. Lo importante es presentar continuamente a Dios, que nos da a su Hijo por amor, y que reclama nuestra fe de encuentro con ély de do­nación a el y a los hermanos. En su "carne"  humillada y glorificada (muerte y resurrecci6n) descubri­mos su divinidad. EI hombre es llamado a entrar en la vida intima de Dios amor. EI amor viene de arri­ba, Se recibe gratuitamente, para hacerse compromiso de donaci6n a los hermanos y lugar de encuentro con la Trinidad.

 

El dramatismo del evangelio de Juan aparece en las reacciones diferentes ante la persona y el mensaje de Jesús. A veces es la lucha entre la luz las tinieblas. Siempre es el drama de la fe, que continua en la Iglesia como signo de contradicci6n. María personifica a la Iglesia como "la mujer" creyente, asocia­da esponsalmente a Cristo.

 

La fe viva

 

Desde el pr6logo (Jn 1,7) hasta la conclusi6n (In 20,31), Juan urge continuamente a la fe como en­cuentro

 

vivencial con Cristo y como aceptaci6n in­condicional de su mensaje. La palabra "creer" se re­pite casi cien veces. EI problema que se plantea al creyente es e1 de aprender a discernir los "signos" en los que Cristo muestra su "gloria", es decir, su rea­lidad de hijo de Dios y salvador. Hay momentos dramáticos en la narraci6n evangélica que reflejan las situaciones del existir humano, también el nuestro.

 

La fe de que habla Jesús es iniciativa de Dios y don suyo. Pero reclama una respuesta que compro­mete todo el ser, a modo de opd6n fundamental para siempre. Es una ((mirada" relacional a Cristo, a su persona y a su mensaje. En Cristo, la historia ha tomado definitivamente el rumbo de una nueva creaci6n. A Cristo se Ie descubre en su humanidad e historia concreta: se hace encontradizo en nuestro caminar hist6rico y circunstancial. Cristo espera el "si" de nuestro coraz6n a sus palabras y hechos sal­vificos, que tienen valor permanente y actual. Jesús origina la "crisis" de los "ultimos" tiempos para reorientar toda la historia humana hacia el amor.

 

Por la fe, la vida humana recupera su sentido pro­fundo, como vivencia existencial de un presente que comienza a seT vida para siempre. Dios, hecho hom­bre, hace posible este paso continuo hacia el "más allá", desde la raíz del aquí y del ahora. Es el cami­no de todo el hombre y con todas sus circunstancias hacia la verdad y la vida eterna.

 

El programa de la fe, que a veces se hace drama, lo ha trazado el mismo Jesús: creer que el Hijo de Dios se ha hecho hombre para perdonar nuestros pecados y para. darnos una vida nueva en el Espíritu por medio de su muerte expiatoria, que florece en resurrecci6i1 gloriosa. Esta fe se expresa en el man­damiento del amor, porque es adhesi6n personal al mensaje y a los amores de Cristo, que hace de su vida

 

una donaci6n sacrificial al Padre y a los hermanos.

 

Es, pues, un proceso de irtomando conciencia de Cristo resucitado presente, para entrar en una amis­tad comprometida con el. Vamos "pasando" de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la nada a la vida nueva, de la incredulidad a la fe, porque caminamos con Cristo en su paso pascual hacia la cruz y la glorificaci6n. Nos apoyamos en los "sig­nos" que el mismo Jesús nos ha dejado de su pre­sencia actual: su palabra, su eucaristía, sus testigos... Así nos vamos haciendo comunidad de creyentes (Iglesia), que reflejan la "comuni6n" de amor y uni­dad entre el Padre, e1 Hijo y el Espíritu Santo.

 

La fe fundamenta nuestra esperanza, porque nace del amor de Dios y lleva a su amor y al amor de los hermanos. Así es la síntesis del evangelio según san Juan: "EI Padre os ama porque me amáis" (Jn 16,27). Por esto hay que dejar hablar a los textos evangélicos sin interpretaciones anacr6nicas ni téc­nicas atrofiantes. Basta con dejar "encarnar" o reso­nar la palabra de Dios en nuestras circunstancias, como palabra pronunciada para todos los hombres y para todos los tiempos, que debe crear una comu­ni6n de hermanos sin antagonismos ni fronteras. Dios sigue pronunciando su palabra en un tiempo y en un espacio concreto, pero para trascender al mundo, que debe edificarse sobre el mode1o de la donaci6n sacrificial de Cristo buen pastor. Sólo por estas líneas maestras del evangelio de Juan es posi­ble hacer la relectura de la Palabra en cada situaci6n hist6rica concreta.

 

EI testimonio apost6lico de Juan el evangelista (Jn 20,31; 21,24), como el nuestro, se convierte en instrumento del Espíritu, para que otros crean en Jesús y entren en la comuni6n de vida divina por el bautismo (el agua) y la eucaristía (la sangre) (IJn 5,6-8).

 

No se puede encontrar a Cristo a1 margen de los signos pobres de su presencia, que é1 mismo ha dejado en 1a Iglesia, y cuya eficacia él mismo garan­tiza por medio del pastoreo o testimonio apostólico. "Queremos ver a Jesús" (In 12,21) es el grito y e1 deseo de todo hombre de buena vo1untad que nece­sita e1 servicio o ministerio de los apósto1es.

 

Cronología, vocabulario, distribución del texto

 

El texto joánico refleja también el ambiente eclesial de fi­nales del siglo I: algunas dificultades internas de la comunidad (¿las primeras sectas?) y la persecución por parte de los opositores. En realidad deja entrever la prob1ematica fundamental de todos los tiempos.

 

La tradición ha localizado la última redacción del evangelio hacia e1 ano 90, tal vez en Éfeso. Si ante­riormente haya habido diversas redacciones del texto, Juan ha sido siempre la autoridad apostólica res­ponsable. Esta tradición se basa en san Ireneo (naci­do hacia 130-140) y se hace opinión común hacia e1 ano 180. Juan, el autor del evangelio, es el "discípu­lo amado" (In 13,23; 19,27; 20,3-8; 21,7.20-23).

 

Se le ha llamado "evange1io espiritua1" (Clemente de Alejandria), como de quien ve mas allá de los "signos". Es el "ver" guiado por el Espíritu de amor. Por esto el lenguaje de Juan es el de todos los "misticos". Usa las pa1abras de 1a amistad y del amor: ver, creer, amar, acoger, venir, seguir, encon­trar, mirar, permanecer, experimentar... De este mo­do, en la humanidad de Cristo se descubre su "glo­ria" de Hijo de Dios hecho nuestro hermano. Por .esto e1 vocabulario de Juan es peculiar, y hay que entenderlo en su propio contexto: camino, verdad, pan, 1uz, vida, hora, mundo, gloria, signos, parácli­

 

to (consolador, abogado...), Palabra, "yo soy"...

 

El contexto cultural de Juan es veterotestamenta­rio

 

y judaico, con algunas expresiones helénicas, que no desvirtúan 1a línea de 1a reve1ación cristiana.

 

En e1 orden o distribuci6n del texto evangélico se observan unos fragmentos o partes muy claras: el pr6logo (In 1,1-18), los signos de la vida de Cristo, la pascua, e1 epílogo (c. 21). Es difici1 precisar los limites exactos, tal vez porque ha habido transposi­ción de textos. Todo e1 evangelio sigue e1 hilo con­ductor de Jesús que va a la pascua (su hora: muerte y resurrección), donde realizará 1a nueva alianza, para conseguirnos una nueva creaci6n  o vida nueva en e1 Espíritu. Los signos de la nueva creación (du­rante 1a vida de Jesús) ya anuncian la pascua.

 

Algunos autores distribuyen el texto según 1a te­mática: los signos (¿siete?), los discursos, las fiestas, la hora... De hecho, todos estos datos se entrecruzan. Los discursos principa1es se relacionan con algún signo; pero, como veremos en e1 capitulo segundo, las palabras de Jesús son también signos.

 

No sería admisible una división anacr6nica del texto a 1a luz de una "ideologia" posterior (por ejemplo, 1ucha de "clases" contra e1 poder constitui­do), que quisiera presentar a Jesús rechazando las instituciones (cc. 2~4) para liberar al hombre de la opresión institucional (cc. 4-11), e incluso presen­tando un Juan evange1ista "carismático" en oposi­ción a Pedro e1 "jerarca"...

 

Cua1quier división del texto debe tener en cuenta el dinamismo en espiral de círculos concéntricos. Viene a ser una repetición de la temática en forma siempre nueva. Jesús es el Verbo hecho hombre que asume nuestra realidad para hacerla nueva creaci6n

 

o vida nueva por medio de un paso o pascua, que es donación sacrificial: lo que la cruz es para Jesús, es para nosotros e1 mandamiento del amor.

 

En cada fragmento del evangelio se manifiesta Jesús como palabra divina creadora y como e1 espo­so

 

 de la nueva alianza. Todo gira en torno a la nue­va creaci6n (por Cristo y en el Espíritu) y en torno a la Pascua definitiva (nueva alianza). El momen­to culminante es la "exaltaci6n" de Cristo en la cruz: derramando su sangre, ya puede comunicar el agua viva del Espíritu. Así nace el hombre nuevo y la nueva comunidad (la Iglesia, "eclesiogenesis"), como prolongación (sarmiento) del mismo Cristo.

 

"En el evangelio de Juan resplandecen los dones de la vida contemplativa, pero sólo para quienes sean capaces de reconocerlos" (san Agustín). Nos hacemos capaces cuando abrimos el corazón a la mi­rada y a la voz de Jesús de Nazaret, el Verbo hecho nuestro hermano.

 

Orientaci6n bibliografica

 

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Nota: El lector podra encontrar mas abundante bibliografia en estos mismos estudios aqui citados. Hemos tenido en cuenta la linea contemplativa de estudios hist6ricos clásicos: Orígenes, san Juan Cri­s6stomo, san Cirilo de Alejandría, san Agustín, san­to Tomás de Aquino, san Juan de Ávila (para las cartas), etc.

 

 

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