Lunes, 11 Abril 2022 10:29

MARÍA EN EL ITINERARIO DE LA FORMACIÓN, DE LA VIDA Y DEL MINISTERIO SACERDOTAL

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MARÍA EN EL ITINERARIO DE LA FORMACIÓN, DE LA VIDA Y DEL MINISTERIO SACERDOTAL

 

Juan Esquerda Bifet

 

Presentación: La presencia activa y materna de María en la formación, en la acción ministerial y en la vida sacerdotal

1. En el itinerario de la formación inicial y permanente

2. En el ejercicio de los ministerios

3. En el itinerario de la vida sacerdotal

Conclusión: Nuestro lugar sacerdotal en el Corazón materno de María

 

* * *

 

Presentación: La presencia activa y materna de María en la formación, en la acción ministerial y en la vida sacerdotal

 

En el desarrollo de los temas cristianos es conveniente recordar que nos encontramos ante realidades de gracia, las cuales continúan aconteciendo, más allá de nuestras expresiones verbales y de nuestros conceptos. No se trata, pues, de una teoría que se va desarrollando en torno a preferencias, palabras o a ideas, que son frecuentemente objeto de discusión. La presencia activa y materna de María en la Iglesia es una de estas realidades de gracia y tiene una dimensión sacerdotal, en bien de toda la Iglesia (Pueblo sacerdotal) y especialmente en bien de los sacerdotes ministros.

 

El encargo de Jesús a María en el Calvario, no sólo se recuerda, sino que es “memoria” en el sentido estricto, es decir, se actualiza en las celebraciones litúrgicas, en la historia de la Iglesia y en la vida de cada creyente. Las palabras de Jesús dirigidas a María, continúan repercutiendo también en su Corazón maternal: “He aquí a tu hijo” (Jn 19,26). Su maternidad es una realidad salvífica permanente: “Y esta maternidad de María perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62). Es algo real, que no sabemos cómo definir, pero ciertamente es “influjo salvífico” (LG 70), como de instrumento vivo de la gracia.[1]

 

También las palabras de Jesús al discípulo amado se actualizan continuamente: “He aquí a tu Madre” (Jn 19,27). Un buen “discípulo”  las sigue escuchando y poniéndolas en práctica como recién salidas del Corazón del Señor. Por esto, a María “la Iglesiacatólica, enseñada por el Espíritu Santo, la honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima” (LG 53).

 

El encargo recibido por Juan, en nombre de todos los creyentes, se concretó en una relación familiar: “La recibió en su casa” (Jn 19,27). Esta recepción equivale a recibirla en “comunión de vida” por parte de todo fiel, y especialmente por parte de todo ministro ordenado: “La palabra del Crucificado al discípulo - a Juan y, por medio de él, a todos los discípulos de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27) - se hace de nuevo verdadera en cada generación” (Deus Caritas Est, 42).[2]

 

María estaba habituada a “meditar” las palabras de Jesús en su Corazón (cfr. Lc 2,19.51). Por esto, el encargo recibido en el Calvario, como un nuevo aspecto de su maternidad, lo relacionaba con otras palabras del mismo Jesús. Efectivamente, todo lo que decía y hacía Jesús estaba relacionado con “las cosas (o la casa) del Padre” (Lc 2,49), con su “hora” (Jn 2,4), con su actitud oblativa “en manos” del Padre (Lc 23,46).

 

María había escuchado cómo Jesús calificó  a la comunidad de sus seguidores: “Mi madre, y mis hermanos” (Mt 12,48; cfr. Lc 8,21). Y en la última cena, las referencias de Jesús a sus discípulos también eran otras tantas llamadas al Corazón de la Madre: “Ellos son mi expresión (mi gloria)… les amas como a mí… yo estoy en ellos” (Jn 17,10.23.26). Nadie mejor que ella podía captar los sentimientos profundos de Cristo, en cuyo Corazón abierto podía “contemplar” todo su amor para con cada uno de los redimidos (cfr. Jn 19,27). Recibir a los discípulos y hermanos de Jesús, significaba para ella recibir al mismo Jesús: “Quien a vosotros recibe, a mí me recibe” (Mt 10,40).

 

La herencia de Jesús, al dejarnos a su Madre como nuestra, continúa siendo una realidad salvífica, siempre actual: “Jesucristo – decía el Cura de Ars - tras habernos dado cuanto nos podía dar, quiere aún dejarnos en herencia lo más precioso que él tenía: su Santa Madre”.[3]

 

Es una realidad que muestra a María como la madre siempre “ocupada” en relación con la Iglesia, en la cual se actualiza “el influjo salvífico de la Bienaventurada Virgen” (LG 60).

 

Todo esto tiene lugar, aunque de modo diferenciado, en cada una de las vocaciones. María es Madre, modelo, intercesora, ayuda, maestra, guía, discípula… Así lo podemos aplicar a todo el proceso o itinerario formativo sacerdotal, como también al ejercicio de los ministerios y a la realidad armónica y coherente de su vivencia. En el camino vocacional, en relación con el ministerio y la vida sacerdotal, María es también y de modo especial: “Estrella de la nueva evangelización... autora luminosa y guía segura de nuestro camino” (NMi 58).

 

La "memoria" de María equivale a tomar conciencia de su presencia activa y materna en el campo de la evangelización, como modelo y ayuda en el seguimiento y discipulado evangélico de todos los creyentes y especialmente del sacerdocio ministerial.[4]

 

 

1. En el itinerario de la formación inicial y permanente

 

María acompaña el proceso formativo de todas las vocaciones. Ella está presente en todo el itinerario vocacional como figura y prototipo de toda la Iglesia. La vocación de los primeros Apóstoles es un punto de referencia para toda vocación y, de modo especial, para la vocación sacerdotal. En esta referencia a la vida apostólica encontramos un inicio, como fue después de Caná, cuando los discípulos creyeron en Jesús y le siguieron “con su madre” (cfr. Jn 2,11-12). Para el “precursor”, la presencia activa de María fue, también en su momento inicial, una gracia especial del Espíritu Santo (cfr. Lc 1,15.44). Así mismo encontramos un momento especial de perseverancia (junto a la cruz: Jn 19,25-27) y un tiempo peculiar de renovación bajo la acción del Espíritu Santo (en Pentecostés: Hech 1,14; 2,4). Ella está de modo activo y materno en todo el proceso de formación vocacional, que es siempre de relación personal y comunitaria con Cristo, a modo de encuentro y amistad, seguimiento e imitación, fraternidad y misión.

 

Para corresponder a las exigencias de la vocación sacerdotal, se necesita una formación inicial y permanente, de suerte que la vocación sea una vivencia y opción fundamental, a modo de “vida según el Espíritu” (cfr. Gal 5,25) y con vistas a ejercer los ministerios. Se quiere vivir lo que uno es y lo que uno hace, como proceso de consagración y de misión, plasmados en un amor apasionado por Cristo.

 

Puesto que en el sacerdocio ministerial (es decir, el sacerdocio de los ministros ordenados) se trata de una especial participación en la consagración y misión de Cristo Sacerdote, presente en la Iglesia, hay que tener en cuenta estos datos esenciales: María es Madre de Cristo Sacerdote Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal y Madre especial de los sacerdotes ministros. La maternidad peculiar de María respecto a los sacerdotes ministros, se integra armónicamente con su cuidado materno respecto a todos los demás redimidos.

 

El itinerario formativo del sacerdote ministro (tanto en el período inicial como en el de la formación continuada), incluye necesariamente la formación sobre el propio carisma específico sacerdotal, que tiene dimensión mariana por su misma naturaleza. Intentamos resumir los datos esenciales de esta formación mariana sacerdotal.[5]

 

La formación sacerdotal, inicial y permanente, se caracteriza por su dimensión cristológica, que es de relación, imitación, seguimiento y configuración con Cristo. María es "Madre del sumo y eterno Sacerdote" (PO 18). La unción sacerdotal de Cristo (Verbo Encarnado), de la que participa toda la Iglesia, tuvo lugar en le seno de María, por obra del Espíritu Santo. Desde entonces, María, “guiada por el Espíritu Santo, se entregó total­mente al misterio de la redención de los hombres” (PO 18). De este modo, quedó relacionada íntimamente con el ser (la consagración) de Cristo, con su obrar (la misión) y con su vivencia y estilo de vida. En el momento del sacrificio de la cruz, “se asoció con entrañas de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado" (LG 58).[6]

 

El “sí” sacerdotal de Cristo tuvo lugar en el seno de María: “Vengo para hacer tu voluntad” (Heb 10,7; Sal 40.9). El “sí” de María (Lc 1,38) está íntimamente relacionado con el de Jesús. Ella llevó en su seno a Jesús Sacerdote: Dios, hombre, Salvador. La actitud habitual de meditar la Palabra en el corazón (cfr. Lc 2,10.51) deja entender que recibió al Verbo antes en su corazón que en su seno.[7]

 

El “Magníficat” es fruto de su “sí” contemplativo, unido al sacrificio de Cristo Sacerdote, que ya desde su concepción era “oblación” al Padre, en el Corazón y por manos de María (cfr. Heb 10,7ss, en relación con Lc 2,22, cuando tuvo lugar la presentación de niño en el templo).

 

La dimensión eclesiológica de la formación sacerdotal inserta al ministro ordenado en el amor, la fidelidad y el servicio a la Iglesia. María es Madre de la Iglesia Pueblo sacerdotal, puesto que "pertenece indisolublemente al misterio de Cristo y al misterio de la Iglesia" (RMa 27), al que también sirve el sacerdote en los ministerios proféticos, litúrgicos y de dirección y caridad. La Iglesia es “Pueblo sacerdotal” (LG 10). María es Madre de la Iglesia por haber engendrado a Cristo, Cabeza de la misma. Es “Madre de la Iglesia” por ser “Madre de los pastores y de los fieles”.[8]

 

Los contenidos del título “Madre de la Iglesia” ya se encuentran en los textos conciliares. Efectivamente, María es “verdadera Madre del Redentor...  verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobre eminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad” (LG 53).

 

La misión de la Santísima Virgen María se inserta, pues, “en el misterio del Verbo Encarnado y del Cuerpo Místico” (LG 54). María es, a la vez, miembro y Madre del Pueblo sacerdotal, Tipo o figura de la Iglesia (cfr. LG 53, 62-65). Es “Madre en la Iglesia y a través de la Iglesia" (RMa 24). "Con su nueva maternidad en el Espíritu, acoge a todos y a cada uno por medio de la Iglesia" (RMa 37).

 

A partir de la formación cristológica y eclesiológica de la formación, se llega a profundizar mejor la relación estrecha entre María y el sacerdote. María es Madre especial del sacerdote ministro (y de todos los ministros ordenados), en todo el proceso de vocación, seguimiento y misión, puesto que "Cristo, moribundo en la cruz, la entregó como Madre al discípulo" (OT 8).[9]

 

El sacerdote ministro participa de la consagración sacerdotal de Cristo (que tuvo lugar en el seno de María), prolonga la misma misión de Cristo (quien asoció y sigue asociando a María), está llamado a vivir en sintonía con él (como María, guiada por el Espíritu Santo, se asoció a la obra redentora de Cristo). De este modo, María está presente y activa maternalmente en todas las etapas del itinerario de la formación y de la vida apostólica. Por esto, la relación “entre la Virgen y el sacerdocio, es un nexo profundamente enraizado en el misterio de la Encarnación... sacrificio, sacerdocio y Encarnación van unidos, y María se encuentra en el centro de este misterio. Jesús, antes de morir, ve a su Madre al pie de la cruz y ve al hijo amado; y este hijo amado ciertamente es una persona, un individuo muy importante; pero es más: es un ejemplo, una prefiguración de todos los discípulos amados, de todas las personas llamadas por el Señor a ser «discípulo amado» y, en consecuencia, de modo particular también de los sacerdotes”.[10]

 

La participación peculiar por parte de los sacerdotes ministros en el sacerdocio de Cristo, es una “consagración” especial, que deriva hacia la “misión”, como prolongación de la misma misión de Cristo, para obrar “en su nombre” o “en persona de Cristo”, como insertando el propio “yo” en su “Yo”. Esta participación en la consagración y misión de Cristo exige y, al mismo tiempo, hace posible una sintonía y docilidad generosa. "De esta docilidad hallarán siempre un maravilloso ejemplo en la Bienaventurada Virgen María, que, guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres" (PO 18).

 

Estas líneas formativas quedaron sintetizadas en la RatioFundamentalisInstitucionis Sacerdotalis de 1970, adaptadas posteriormente al nuevo Código en 1985. El texto breve que se refiere a la formación mariana del futuro sacerdote es el siguiente: “Imite con amor ardiente, según el sentir de la Iglesia, a la Virgen María, Madre de Cristo, y asociada de un modo especial a la obra de la redención” (n.54).[11]

 

Todos los aspectos y etapas de la formación sacerdotal hacen referencia a María, como “Madre y educadora de nuestro sacerdocio” (Pastores dabo vobis 82). Efectivamente, “cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María como la persona humana que mejor que nadie ha correspondido a la vocación de Dios; que se ha hecho sierva y discípula de la Palabra hasta concebir en su corazón y en su carne al Verbo hecho hombre para darlo a la humanidad; que ha sido llamada a la educación del único y eterno Sacerdote, dócil y sumiso a su autoridad materna. Con su ejemplo y mediante su intercesión, la Virgen santísima sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia” (ibídem).[12]

 

De ahí la relación esencial del sacerdote ministro con María “la Madre de Jesús” (Jn 2,1; 19,25-27). Por esto, "la espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa, si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado... Todo presbítero sabe que María, por ser Madre, es la formadora eminente de su sacerdocio, ya que ella es quien sabe modelar el corazón sacerdotal" (Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, 68).[13]

 

Benedicto XVI, hablando a los seminaristas durante la XX Jornada Mundial de la Juventud (Colonia 19 agosto 2005), comentó el encuentro de los Magos con Jesús en Belén (cfr. Mt 2,11) y describió el itinerario formativo sacerdotal de este modo: “Es precisamente la Madre quien le muestra a Jesús, su Hijo, quien se lo presenta; en cierto modo se lo hace ver, tocar, tomar en sus brazos. María le enseña a contemplarlo con los ojos del corazón y a vivir de él. En todos los momentos de la vida en el seminario se puede experimentar esta amorosa presencia de la Virgen, que introduce a cada uno al encuentro con Cristo en el silencio de la meditación, en la oración y en la fraternidad. María ayuda a encontrar al Señor sobre todo en la celebración eucarística, cuando en la Palabra y en el Pan consagrado se hace nuestro alimento espiritual cotidiano”.[14]

 

Este proceso formativo tiene en cuenta que la vocación es un don de Dios y, por tanto, iniciativa del Señor (cfr. Jn 15,16), que reclama y hace posible una respuesta recta, libre y generosa. María, en el momento de la Anunciación, se deja sorprender por el proyecto de Dios y responde con fidelidad generosa (cfr. Lc 1,29ss). Se trata de un don de Dios, que sigue siendo suyo y no puede desvirtuarse por las propias preferencias.

 

Es un proceso lento de discernimiento, como dejándose sorprender por Dios. María se adentró en este proceso para vivir en sintonía con el misterio insondable de su Hijo: “Será llamado Hijo del Altísimo… el Espíritu Santo vendrá sobre ti” (Lc 1,32.35). Las palabras de Jesús dirigidas a María son una invitación a aceptar su misterio sacerdotal: “¿No sabíais que no yo debía estar en las cosas (en la casa) de mi Padre?” (Lc 2,49). “No ha llegado mi hora” (Jn 2, 4). “Quién es mi madre” (Mt 12,48; cfr. Lc 9,21). “Ahí tienes a tu hijo” (Jn 19,26), etc.

 

Es un proceso que podemos llamar de “contemplación” comprometida, aprendiendo a “leer a Dios” (“Lectio Divina”) en su Verbo o Palabra personal. María se deja sorprender, captada por el trasfondo bíblico de la Anunciación (cfr. Sof 3,14-17; Is 7,14; Ex 24) y del niño recién nacido (cfr. Lc 2,19; Is 9,5).  No sería correcta una verdadera “Lectio Divina” (“leer a Dios” en la Escritura) que no estuviera en “armonía” con la “memoria contemplativa” de María (cfr. Hech 1,14, en relación con Lc 2,19.51)

 

La contemplación habitual de María se refleja en su cántico: “ElMagníficat —un retrato de su alma, por decirlo así— está completamente tejido por los hilos tomados de la Sagrada Escritura, de la Palabra de Dios” (Deus Caritas est 41). En la presentación del niño Jesús en el templo, la “admiración” indica el respeto y la admiración de los planes de Dios: “Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él” (Lc 2,33).

 

Esta actitud permanente de María es la que corresponde a quien sigue un proceso formativo vocacional. Efectivamente: “La Palabrade Dios es verdaderamente su propia casa, de la cual sale y entra con toda naturalidad. Habla y piensa con la Palabra de Dios; la Palabra de Dios se convierte en palabra suya, y su palabra nace de la Palabra de Dios. Así se pone de manifiesto, además, que sus pensamientos están en sintonía con el pensamiento de Dios, que su querer es un querer con Dios. Al estar íntimamente penetrada por la Palabra de Dios, puede convertirse en madre de Palabra encarnada” (Deus caritas est 41).

 

El proceso formativo es de maduración en la libertad, que consiste en la verdad de la donación: “María de Nazaret, desde la Anunciación a Pentecostés, aparece como la persona cuya libertad está totalmente disponible a la voluntad de Dios. Su Inmaculada Concepción se manifiesta propiamente en la docilidad incondicional a la Palabra divina. La fe obediente es la forma que asume su vida en cada instante ante la acción de Dios. Virgen a la escucha, vive en plena sintonía con la voluntad divina; conserva en su corazón las palabras que le vienen de Dios y, formando con ellas como un mosaico, aprende a comprenderlas más a fondo (cfr. Lc 2,19.51). María es la gran creyente que, llena de confianza, se pone en las manos de Dios, abandonándose a su voluntad” (Sacramentum Caritatis 33).

 

La dimensión mariana de la formación abarca también el nivel intelectual y pastoral. Se trata del estudio de la mariología en su perspectiva cristológica y eclesiológica. “La investigación y la enseñanza de la mariología, y su servicio a la pastoral tienden a la promoción de una auténtica piedad mariana, que debe caracterizar la vida de todo cristiano y particularmente de aquellos que se dedican a los estudios teológicos y se preparan para el sacerdocio”.[15]

 

La oración del Papa Benedicto XVI, en el acto de consagración de los sacerdotes al Corazón de María (Fátima, 12 mayo 2010), ofrece unas líneas que se refieren al itinerario formativo: “Ayúdanos, con tu poderosa intercesión, a no desmerecer esta vocación sublime, a no ceder a nuestros egoísmos, ni a las lisonjas del mundo, ni a las tentaciones del Maligno. Presérvanos con tu pureza, custódianos con tu humildad y rodéanos con tu amor maternal, que se refleja en tantas almas consagradas a ti y que son para nosotros auténticas madres espirituales… Repite al Señor esa eficaz palabra tuya: «no les queda vino» (Jn 2,3), para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros, como una nueva efusión, el Espíritu Santo”.[16]

 

También el la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos, el mismo día 12 de mayo de 2010, el Papa recordó unos aspectos básicos del camino formativo. La acción materna de María en ese proceso consiste en “generar nuevos hijos en el Hijo, que el Padre ha querido como primogénito de muchos hermanos. Cada uno de nosotros está llamado a ser, con María y como María, un signo humilde y sencillo de la Iglesia que continuamente se ofrece como esposa en las manos de su Señor…Permitidme que os abra mi corazón para deciros que la principal preocupación de cada cristiano, especialmente de la persona consagrada y del ministro del Altar, debe ser la fidelidad, la lealtad a la propia vocación, como discípulo que quiere seguir al Señor. La fidelidad a lo largo del tiempo es el nombre del amor; de un amor coherente, verdadero y profundo a Cristo Sacerdote… En este camino de fidelidad, amados sacerdotes y diáconos, consagrados y consagradas, seminaristas y laicos comprometidos, nos guía y acompaña la Bienaventurada Virgen María”.[17]

 

Se podría hablar de una herencia mariana sacerdotal de Juan Pablo II, en el sentido de habernos legado un extenso programa de formación sacerdotal. Además de los textos de Pastores dabo vobis (citados más arriba), habría que recordar las numerosas alusiones de sus cartas con ocasión del Jueves Santo, que citamos en los capítulos siguientes.[18]

 

 

2. En el ejercicio de los ministerios

 

Los sacerdotes ministros prolongan la misma misión de Cristo, proclamando su palabra, celebrando su misterio pascual y actualizando su acción salvífica y pastoral. La fidelidad a la consagración y a la misión, participada de Cristo, en todos los momentos de la vida y del ministerio del sacerdote, constituye la esencia de su espiritualidad. Con la ayuda y el ejemplo de María, Madre de Cristo Sacerdote y Madre de la Iglesia como Pueblo sacerdotal, viven estos ministerios en sintonía con las mismas actitudes y “los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2,5).

 

Los ministerios sacerdotales son una especial concretización de la maternidad de la Iglesia (cfr. PO 6) y, consecuentemente, tienen que ejercerse con el “amor maternal” de María, figura de la Iglesia madre (cfr. LG 65; Gal 4,19, en relación con Gal 4,4-7 y 4,26). El sacerdote, como Pablo, toma a María como figura e imagen materna, "la mujer" (Gal 4,4), para describir su difícil y, a veces, doloroso ministerio de "formar a Cristo" en los demás (Gal 4,19). Probablemente ese texto paulino es el primer fragmento mariano escrito del Nuevo Testamento; refleja el misterio de la cruz inherente a la vida de los Apóstoles.

 

Por esto, “la verdad de la maternidad de la Iglesia, con el ejemplo de la Madre de Dios, se nos hace cercana a nuestra conciencia sacerdotal. Si la Iglesia entera aprende de María la propia maternidad, ¿no será también necesario que los hagamos nosotros?” (Carta del Jueves Santo 1988, n.4).

 

Comentando el texto paulino de la carta a los Gálatas, Juan Pablo II, en la encíclica Redemptoris Mater  lo aplica al apóstol para resaltar su vivencia mariana: “En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el « primogénito entre muchos hermanos » (Rom 8, 29)” (RMa 43).[19]

 

Recibir a María en la propia casa, tiene, pues, para el sacerdote, un sentido también ministerial: "Quecada uno de nosotros permita a María que ocupe un lugar en la casa del propio sacerdocio sacramental, como Madre y Mediadora de aquel gran misterio (cfr. Ef 5,32), que todos deseamos servir con nuestra vida" (Carta del Jueves Santo, 1988, n.4). El itinerario ministerial tiene lugar, como para el discípulo amado, en “comunión de vida con María” (RMa 45).

 

La espiritualidad sacerdotal es de “caridad pastoral”, a modo de “unidad de vida”, en  sintonía de actitudes con Cristo Buen Pastor (cfr. PO 13). Esta espiritualidad específica de los sacerdotes se realiza "ejerciendo sincera e incansablemente sus ministerios en el Espíritu de Cristo" (PO 13). En el ejercicio de los ministerios, los sacerdotes están llamados a vivir de modo paprticular la espiritualidad mariana de todo bautizado, en relación con la presencia activa y materna de María. Ella es modelo, intercesora, guía, maestra y discípula. La caridad pastoral, quintaesencia de la espiritualidad sacerdotal, matiza todos los aspectos de la devoción y culto mariano: conocerla, amarla, imitarla, celebrarla e invocarla.

 

Esta caridad pastoral tiene el matiz de “amor materno” a imitación de María. "La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor maternal con que es necesario que estén animados todos aquellos que, en la misión apostólica de la Iglesia, cooperan a la regeneración de los hombres" (LG 65; cfr. Gal 4,4.19.26; Jn 16,21-22).

 

Los santos sacerdotes han subrayado también el paralelismo entre María y el sacerdocio ministerial, especialmente en relación con la Eucaristía. Decía San Juan de Ávila “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, ánima y cuerpo, y vernos hemos hechos semejantes a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre... Y el sacerdote le trae con las palabras de la consagración" (Plática 1ª). "¿Qué cosa es una hostia consagrada sino una Virgen que trae encerrado en sí a Dios?" (Sermón 4). "Y así hay semejanza entre la santa encarnación y este sacro misterio; que allí se abaja Dios a ser hombre, y aquí Dios humanado se baja a estar entre nosotros los hombres; allí en el vientre virginal, aquí debajo de la hostia; allí en los brazos de la Virgen, aquí en las manos del sacerdote" (Sermón 55; cfr. Carta 122).

 

Pero aquella carne y sangre de Cristo proceden de María y se inmolaron con su asociación. Es ella la que invita a acercarnos a Cristo presente en la Eucaristía: "Venid y comed del pan que yo concebí en mis entrañas, y del pan que yo parí" (Sermón 12). Allí está "la guirnalda de la humanidad que le dio su santísima Madre" (Sermón 36). Se trata del "pan de la Virgen" (Ser 39, 28). "Ella es la que nos lo guisó, y por ser ella la guisandera se le pega más sabor al manjar" (Sermón 41). "Ella fue... la que nos amasó este pan" (Sermón 46; cfr. Sermones 56, 58 y 70).

 

El Maestro Ávila no deja de relacionar esta dimensión mariana de la Eucaristía con la dignidad y santidad del sacerdote ministro (cfr. Tratado sobre el sacerdocio, nn. 2 y 15). Por esto el sacerdote ministros se siente "semejante" a la Virgen María y estrechamente unido a ella (cfr. Cartas 6 y 8).[20]

 

Por ser la Eucaristía“fuente y cima de toda la evangelización” (PO 5), todos los ministerios se relacionan armónicamente entre sí: se anuncia a Cristo, se le hace presente (especialmente en la Eucaristía) y se le comunica para que sea centro de la vida personal y comunitaria. María concibió aquel cuerpo ofrecido en sacrificio que ahora se actualiza sacramentalmente por manos del sacerdote y, también por medio de él, se anuncia y comunica. El anuncio del evangelio presupone la actitud de contemplación de la Palabra, como María que la meditaba en su corazón (cfr. Lc 2,19.51). Con ella, se vive mejor el equilibrio y la armonía de los ministerios.

 

El encargo eucarístico está íntimamente relacionado con el encargo de filiación mariana. “De hecho, al discípulo predilecto, que siendo uno de los Doce había escuchado en el Cenáculo las palabras: «Haced esto en memoria mía». Cristo, desde lo alto de la Cruz, lo señaló a su Madre, diciéndole: «He ahí a tu hijo». El hombre, que el Jueves Santo recibió el poder de celebrar la Eucaristía, con estas palabras del Redentor agonizante fue dado a su Madre como «hijo»” (Carta del Jueves Santo, 1979, n.11).

 

En su última carta de Jueves Santo, pocos días antes de su muerte, Juan Pablo II invitaba a los sacerdotes a realizar “una existencia  eucarística aprendida de María”, puesto que “nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos de estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas" (Carta del Jueves Santo, 2005, n.8).

 

María está presente en la Iglesia, que es misterio de comunión misionera, a cuyo servicio está el sacerdote. Los ministerios sacerdotales tienden a construir la comunidad eclesial como comunidad de oración y fraternidad (a la luz de la Palabra y en relación con la Eucaristía), para llegar a ser “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32) y de este modo anunciar el evangelio “con audacia” (Hech 4,31). Para ello es imprescindible la actitud permanente y programática de vivir la comunión en sintonía de actitudes “con María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). “En ella encontramos la esencia de la Iglesia realizada del modo más perfecto” (Sacramentum Caritatis 96).

 

Si admitimos que "María es «memoria» de la encarnación del Verbo en la primera comunidad cristiana" (Pastores Gregis 14), hay que admitir también que lo es en cada época histórica. La Iglesiaaprende de María el camino de la fe, para vivirla y transmitirla: "La santa Madre de Dios debe ser, pues, para el Obispo maestra en escuchar y cumplir prontamente la Palabra de Dios, en ser discípulo fiel al único Maestro, en la estabilidad de la fe, en la confiada esperanza y en la ardiente caridad” (ibídem).

 

Resulta muy emotiva yvivencial una explicación de Juan Pablo II, donde el Papa describe la ternura materna de María en relación con la celebración eucarística de la Iglesia: “¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros Apóstoles, las palabras de la Última Cena: «Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros» (Lc 22, 19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz” (Ecclesia de Eucaristía 56)

 

El sacerdote ministro, por tener especial relación con María, está llamado a imitar sus actitudes de fidelidad a la Palabra y al Espíritu Santo y santificador, en todos los ministerios: proféticos, litúrgicos, diaconales y caritativos. En todos y cada uno de los ministerios sacerdotales, “la contemplación de la Santísima Virgen pone siempre ante la mirada del presbítero el ideal al que ha de tender en el ministerio en favor de la propia comunidad, para que también ésta última sea « Iglesia totalmente gloriosa » mediante el don sacerdotal de la propia vida” (Directorio 68).

 

El ministerio sacerdotal, especialmente en la celebración eucarística (que presupone el anuncio y lleva a la vivencia), tiene en cuenta el modelo mariano de recibir al Señor para comunicarlo a los demás. “Desde la Anunciación hasta la Cruz, María es aquélla que acoge la Palabra que se hizo carne en ella y que enmudece en el silencio de la muerte. Finalmente, ella es quien recibe en sus brazos el cuerpo entregado, ya exánime, de Aquél que de verdad ha amado a los suyos « hasta el extremo » (Jn 13,1)” (Sacramentum Caritatis 33).[21]

 

El sacerdote ministro, como Juan, recibe el don de María para comunicarlo a los demás, cooperando como ella a hacerlo vida propia: “La Bienaventurada Virgenavanzó en la peregrinación de la fe y mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz. Allí, por voluntad de Dios, estuvo de pie (cfr. Jn 19,25), sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio con corazón de Madre que, llena de amor, daba su consentimiento a la inmolación de su Hijo como víctima. Finalmente, Jesucristo, agonizando en la cruz, la dio como madre al discípulo con estas palabras: Mujer, ahí tienes a tu hijo” (LG 58).

 

Para todo bautizado y especialmente para el sacerdote ministro “María de Nazaret, icono de la Iglesia naciente, es el modelo de cómo cada uno de nosotros está llamado a recibir el don que Jesús hace de sí mismo en la Eucaristía” (Sacramentum Caritatis 33). La acción ministerial de presidir la Eucaristía tiene como objetivo prolongar en la comunidad eclesial la misma actitud oblativa de María: “Los fieles encomiendan a María, Madre de la Iglesia, su vida y su trabajo. Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre” (ibídem 96).

 

Por medio de la acción ministerial de la Iglesia, la maternidad de María “perdura sin cesar en la economía de la gracia” (LG 62). María “está unida también íntimamente a la Iglesia... porque en el misterio de la Iglesia que con razón también es llamada madre y virgen, la Bienaventurada Virgen María la prece­dió, mostrando en forma eminente y singular el modelo de la virgen y de la madre” (LG 63). En los ministerios sacerdotales se hace presente esta realidad salvífica, mariana y eclesial, en la que María es “Madre por medio de la Iglesia” (RMa 24, LG 65), mientras, al mismo tiempo, "la Iglesia aprende de ella su propia maternidad” (RMa 43).[22]

 

La espiritualidad mariana de la Iglesia es esencialmente ministerial y, al mismo tiempo, reclama la fidelidad carismática a las nuevas gracias del Espíritu Santo: “Por lo cual, también en su obra apostó­lica, con razón, la Iglesia mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido por el Espíritu Santo y nacido de la Virgen, precisamente para que por la Iglesia nazca y crezca también en los corazones de los fieles” (LG 65).

 

En todo el campo de la piedad popular y en todo el proceso de inculturación, el sacerdote ministro realiza una tarea que es eminentemente mariana. El servicio sacerdotal en el campo de la piedad ofrece una oportunidad excepcional para llevar a los fieles a la escucha de la Palabra y a la celebración de los misterios: “Junto con el Pueblo de Dios, que mira a María con tanto amor y esperanza, vosotros debéis recurrir a Ella con esperanza y amor excepcionales. De hecho, debéis anunciar a Cristo que es su hijo; ¿Y quién mejor que su Madre os transmitirá la verdad acerca de El? Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿Y quién puede hacerles más conscientes de lo que realizáis, si no la que lo ha alimentado? «Salve, o verdadero Cuerpo, nacido de la Virgen María»” (Carta del Jueves Santo, 1979, n.11).

 

El servicio ministerial de la Eucaristía tiende a que todo el Pueblo de Dios se una al “sí” (“amén”) de María, que es aceptación vivencial y comprometida del misterio de Cristo Sacerdote y Víctima. “María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor. Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien concibió «por obra del Espíritu Santo» era el «Hijo de Dios » (cf. Lc 1, 30.35)” (Ecclesia de Eucaristía, 55).[23]

 

María es modelo y ayuda en el modo de servir (“pastorear”), en la celebración de la Eucaristía y en toda la disponibilidad ministerial. Así lo pedía en Fátima, con una emotiva oración, el Papa Benedicto XVI: “Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente  no sólo de palabra sino con la vida, nuestro «aquí estoy». Guiados por ti, queremos ser Apóstoles de la Divina Misericordia, llenos de gozo por poder celebrar diariamente el Santo Sacrificio del Altar y ofrecer a todos los que nos lo pidan el sacramento de la Reconciliación”.[24]

 

 

3. En el itinerario de la vida sacerdotal

 

La espiritualidad mariana es una dimensión intrínseca a la espiritualidad eclesial. De modo particular lo es de la espiritualidad sacerdotal. Los Apóstoles y discípulos formaban parte de la familia de Jesús: “Mi Madre y mis hermanos son aquellos que oyen la Palabra de Dios y la cumplen” (Lc 8,21; cfr. 2,19.51). El hecho del Cenáculo es paradigmático, como punto de referencia durante toda la historia eclesial, donde los Apóstoles y discípulos reunidos, “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús” (Hech 1,14).

 

Los “sentimientos” de Cristo respecto a su Madre tienen que reflejarse en quienes participan de la misma consagración del Señor y prolongan su misma misión, mientras presentan el mismo estilo de vida como testimonio evangélico. Cristo fue “ungido” sacerdote en el seno de María, por obra del Espíritu Santo, y quiso nacer de ella, asociándola a su obra redentora. La espiritualidad sacerdotal mariana es una actitud de reverencia y amor filial hacia quien es "Madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y refugio de su ministerio" (PO 18). El ser (consagración), el obrar (misión) y la vivencia (espiritualidad) del sacerdote, incluyen una relación estrecha con María.

 

En el momento de la “consagración” sacerdotal de Cristo, en el seno de María, Dios quiso el “sí” de su Madre (cfr. Lc 1,38). La vida del sacerdote ministro es participación de la consagración de Cristo y prolongación de su misma misión. El “sí” del sacerdote ministro se concreta, como para todo creyente, en “imitar su vida de fe” (RMa 48).

 

Nuestro “sí” al Espíritu Santo, en el momento de la ordenación sacerdotal, es una respuesta a la pregunta del Obispo ordenante que pide “unirse a Cristo Sacerdote”. Es un sí que prolonga en el tiempo el “sí” de María en el momento de la consagración sacerdotal de Cristo. Por esto, la actitud o espiritualidad mariana (devoción, entrega) es esencial en el sacerdocio ministerial.

 

La consagración sacerdotal de Cristo en el seno de María se concretó en una oblación al Padre y en el amor del Espíritu Santo, que abarcaría toda su existencia (cfr. Heb 9,14; 10,5-7). Quiso asociar a su ofrenda la actitud mariana oblativa y esponsal de “estar de pie” (Jn 19,25) junto a la cruz, con el “discípulo amado” (Jn 19,26-27). Pertenecemos a Cristo, como María le pertenece, participando con ella en su oblación sacerdotal. Cuando decimos en el ministerio eucarístico “esto es mi cuerpo… mi sangre”, estamos insertados en la misma oblación esponsal-sacerdotal de Cristo, desde el seno de María hasta la cruz.[25]

 

En esta oblación de Cristo, ya desde el seno de María y durante toda su vida,  está asociada su Madre, quien también lo está en nuestra oblación ministerial: “Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes: acepta este título con el que hoy te honramos para exaltar tu maternidad y contemplar contigo el Sacerdocio de tu Hijo unigénito y de tus hijos, oh Santa Madre de Dios. Madre de Cristo, que al Mesías Sacerdote diste un cuerpo de carne por la unción del Espíritu Santo para salvar a los pobres y contritos de corazón: custodia en tu seno y en la Iglesia a los sacerdotes, oh Madre del Salvador.

Madre de la fe, que acompañaste al templo al Hijo del hombre, en cumplimiento de las promesas hechas a nuestros Padres: presenta a Dios Padre, para su gloria, a los sacerdotes de tu Hijo, oh Arca de la Alianza” (PDV 82).

 

El seno de María es, pues, custodio de la consagración sacerdotal de Jesús y de la nuestra. Ella ha dado a luz a Cristo Hijo de Dios, Sacerdote y Víctima. A nosotros nos da a luz en esta misma perspectiva sacerdotal, tal como Cristo nos ha elegido. María es “icono” de toda la realidad eclesial, también de su realidad sacerdotal, como Pueblo de Dios a cuyo servicio están puestos los ministros ordenados.

 

Los apóstoles “creyeron” en Jesús (Jn 2,11), siguiendo la actitud de fe de María (cfr. Lc 2,45; Jn 2,5). Esta fe es conocimiento vivido de Cristo, que se traduce en “seguimiento” esponsal con María “su Madre” (Jn 2,12) y, consecuentemente, en encuentro, relación, imitación, transformación. Así es la santidad como “perfección de la caridad” (LG 40), que para el sacerdote ministro se traduce en “caridad pastoral” (PO 13).

 

La comunión en el Presbiterio de la Iglesia particular supone “unión” y  sintonía armónica y vivencial con “María, la Madre de Jesús” (Hech 1,14). Por esto, la “fraternidad sacramental” del Presbiterio (PO 8), que es una “realidad sobrenatural” (PDV 74), como derivación del sacramento del Orden (cfr. LG 28), necesita esta sintonía de oración en comunión fraterna y en espera activa de las nuevas gracias del Espíritu Santo.María, también ahora, “precede el testimonio apostólico" (RMa 27). Ser servidores de una comunidad donde hay “un solo corazón y una sola alma” (Hech 4,32), presupone la “unidad” de quienes son signo comunitario de Cristo Sacerdote en la Iglesia particular (cfr. Jn 17,23). Entonces el Presbiterio se hace signo eficaz de santificación y de evangelización.

 

Las figuras sacerdotales de la historia (como San Juan de Ávila, San Juan Eudes, San Luís María Grignion de Montfort, San Alfonso Mª de Ligorio, el Santo Cura de Ars, San Antonio Mª Claret, etc.), son puntos de referencia para recordar y vivir la relación de María con los sacerdotes ministros. Los santos sacerdotes han vivido esta relación con María a la luz de la Encarnación (consagración sacerdotal de Cristo en el seno de su Madre), del sacrificio redentor que culmina en la cruz (con María en actitud oblativa), de la Eucaristía (como pan de vida que se formó en el seno de María y que actualiza el misterio redentor) y de la Iglesia (como madre de las almas).

 

Por ser “Madre de Jesucristo y Madre de los sacerdotes” (PDV 82), María ejerce también en ellos un “influjo salvífico” (LG 62), que es de presencia activa y de modelo de asociación a Cristo Sacerdote. En este sentido, "los sacerdotes tienen particular título para que se les llame hijos de María".[26]

 

Esta espiritualidad se concreta en relación filial e imitación. Por ser “madre y educadora de nuestro sacerdocio... nosotros los sacerdotes estamos llamados a crecer en una sólida y tierna devoción a la Virgen María, testimoniándola con la imitación de sus virtudes y con la oración frecuente” (PDV 82).[27]

 

Las palabras de Jesús en la cruz (“he aquí a tu Madre”) siguen aconteciendo en quienes quieren vivir en sintonía con “los sentimientos” oblativos de Cristo (Fil 2,5). La invitación a asumirla como Madre, incluye dejarse orientar por ella como modelo de maternidad apostólica, en todo el itinerario de formación, en la vida y en el ministerio sacerdotal: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). María es modelo y ayuda de fidelidad a la Palabra y al Espíritu Santo.

 

En los documentos magisteriales sobre el sacerdocio ministerial, es frecuente la invitación a vivir la relación interpersonal con María. Ella “es Madre del eterno Sacerdote y, por eso mismo, Madre de todos los sacerdotes... de una manera especial siente predilección por los sacerdotes, que son viva imagen de su Jesús" (Menti nostrae 124). Por ser “Madre de los sacerdotes”, nos liga a ella “un vínculo especial” y, por esto, "en cierto modo, somos los primeros en tener derecho a ver en ella a nuestra Madre" (Carta del Jueves Santo 1979, n.11). Por esto, "conviene que se profundice constantemente nuestro vínculo espiritual con la Madre de Dios" (Carta del Jueves Santo 1988, n.2).[28]

 

La primera carta de Jueves Santo (1979), de Juan Pablo II, es programática, también para la espiritualidad mariana sacerdotal. El Papa presenta su propia experiencia mariana en este camino formativo: “Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio. Permitir que yo mismo lo haga, poniendo en manos de la Madre de Cristo a cada uno de vosotros sin excepción alguna de modo solemne y, al mismo tiempo, sencillo y humilde” (n.6).

 

El camino mariano es cristológico y eclesial:: “La Iglesiade hoy habla de sí misma sobre todo en la Constitución dogmática Lumen Gentium. También aquí, en el último Capítulo, ella confiesa que mira a María como Madre de Cristo, porque se llama a sí misma madre y desea ser madre, engendrando para Dios los hombres a una vida nueva. Oh, queridos Hermanos. ¡Qué cerca de esta causa de Dios estáis vosotros! ¡Cuán profundamente ella está impresa en vuestra vocación, ministerio y misión!” (ibídem).

 

La espiritualidad mariana es eminentemente eucarística:: “Tenéis que alimentar los corazones humanos con Cristo; ¿Y quién puede hacerles más conscientes de lo que realizáis, si no la que lo ha alimentado?… La entrega de María a Juan como Madre, da a entender la relación con los demás Apóstoles, llamaos «amigos» de Cristo.  La Madre de Cristo sabe todo esto… Ella misma coopera con amor de Madre a la regeneración y a la formación de todos aquellos que se convierten en hermanos de su Hijo, que han llegado a ser sus amigos, y hará que puedan no defraudar esta santa amistad” (ibídem).

 

Las líneas de esta actitud mariana en la vida sacerdotal han quedado trazadas en esta carta de Juan Pablo II.Es una actitud de confianza filial, que sintoniza con el amor a Cristo Sacerdote, con dimensión relacional y vivencial de cercanía: “Deseo, por consiguiente, que todos vosotros, junto conmigo, encontréis en María la Madre del sacerdocio, que hemos recibido de Cristo. Deseo, además, que confiéis particularmente a Ella vuestro sacerdocio… que cada uno de vosotros lo realice personalmente, como se lo dicte su corazón, sobre todo el propio amor a Cristo Sacerdote, y también la propia debilidad, que camina a la par con el deseo del servicio y de la santidad… Se da en nuestro sacerdocio ministerial la dimensión espléndida y penetrante de la cercanía a la Madre de Cristo” (ibídem, n.11).

 

El Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros (1994) describe la relación entre María y el sacerdote en el campo de la santificación y del ministerio, invitando a imitar sus virtudes. Después de recordar la “relación esencial entre la Madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo, que deriva de la relación que hay entre la divina maternidad de María y el sacerdocio de Cristo”, afirma que “en dicha relación está radicada la espiritualidad mariana de todo presbítero. La espiritualidad sacerdotal no puede considerarse completa si no toma seriamente en consideración el testamento de Cristo crucificado, que quiso confiar a Su Madre al discípulo predilecto y, a través de él, a todos los sacerdotes, que han sido llamados a continuar Su obra de redención”. Por esto, “los sacerdotes, que se cuentan entre los discípulos más amados por Jesús crucificado y resucitado, deben acoger en su vida a María como a su Madre: será Ella, por tanto, objeto de sus continuas atenciones y de sus oraciones. La Siempre Virgen es para los sacerdotes la Madre, que los conduce a Cristo, a la vez que los hace amar auténticamente a la Iglesia y los guía al Reino de los Cielos… No serán hijos devotos, quienes no sepan imitar las virtudes de la Madre. El presbítero, por tanto, ha de mirar a María si quiere ser un ministro humilde, obediente y casto, que pueda dar testimonio de caridad a través de la donación total al Señor y a la Iglesia” (Directorio 68).

 

La acogida de María, por parte del discípulo amado, “en lo íntimo de su vida, de su ser, «eis tà ìdia»” (cfr. Jn 19,27), indica que “la peculiar relación de maternidad que existe entre María y los presbíteros es la fuente primaria, el motivo fundamental de la predilección que alberga por cada uno de ellos… Por su identificación y conformación sacramental a Jesús, Hijo de Dios e Hijo de María, todo sacerdote puede y debe sentirse verdaderamente hijo predilecto de esta altísima y humildísima Madre”.[29]

 

Esta espiritualidad mariana del sacerdote tiene especialmente matices eucarísticos, por la estrecha relación que existe entre la Eucaristía, María y el sacerdocio. En encargo ministerial eucarístico (“haced esto en conmemoración mía”: Lc 22,19) está relacionado con el encargo mariano (“he aquí a tu madre”: Jn 19,26-27). Por esto, “Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre. Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía" (Ecclesia de Eucaristía 55).[30]

 

Durante su visita a Fátima, Benedicto XVI ha proporcionado dos textos de gran contenido sacerdotal, especialmente para la vivencia mariana. El texto de la consagración expresa una vivencia basada en los contenidos esenciales de la identidad sacerdotal, con fuertes motivaciones de actualidad:

 

“Madre Inmaculada… Esposa del Espíritu Santo, alcánzanos el don inestimable de la transformación en Cristo. Por la misma potencia del Espíritu que, extendiendo su sombra sobre Ti, te hizo Madre del Salvador, ayúdanos para que Cristo, tu Hijo, nazca también en nosotros. Y, de este modo, la Iglesia pueda ser renovada por santos sacerdotes, transfigurados por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas. Madre de Misericordia, ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado a ser como Él: luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5,13-14)… Abogada y Mediadora de la gracia, tu que estas unida a la única mediación universal de Cristo, pide a Dios, para nosotros, un corazón completamente renovado, que ame a Dios con todas sus fuerzas y sirva a la humanidad como tú lo hiciste… Madre nuestra desde siempre, no te canses de visitarnos, consolarnos, sostenernos. Ven en nuestra ayuda y líbranos de todos los peligros que nos acechan. Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal. Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo. Así sea”.[31]

 

El texto de la homilía va entrelazando la vida sacerdotal con la vida consagrada, acentuando el común denominador del seguimiento radical de Cristo, distinguiendo, al mismo tiempo, el valor de la profesión o consagración y la representación ministerial. Citamos solamente el aspecto mariano de la vida sacerdotal:

“Cada uno de nosotros está llamado a ser, con María y como María, un signo humilde y sencillo de la Iglesia que continuamente se ofrece como esposa en las manos de su Señor… Amados hermanos sacerdotes, en este lugar especial por la presencia de María, teniendo ante nuestros ojos su vocación de fiel discípula de su Hijo Jesús, desde su concepción hasta la Cruz y después en el camino de la Iglesia naciente, considerad la extraordinaria gracia de vuestro sacerdocio… Con Ella y como Ella somos libres para ser santos; libres para ser pobres, castos y obedientes; libres para todos, porque estamos desprendidos de todo; libres de nosotros mismos para que en cada uno crezca Cristo, el verdadero consagrado al Padre y el Pastor al cual los sacerdotes, siendo presencia suya, prestan su voz y sus gestos; libres para llevar a la sociedad moderna a Jesús muerto y resucitado, que permanece con nosotros hasta el final de los siglos y se da a todos en la Santísima Eucaristía”.[32]

En resumen, la presenta activa y materna de María en la vida del sacerdote, podría concretarse en la frase conciliar (aplicada a todo apóstol): "Amor materno" como Maria (LG 65; cfr. Gal 4, 19). De ahí deriva una actitud relacional y comunional con Cristo y con la Iglesia, que se expresa, a imitación de María, como fidelidad a la Palabra y a la acción del Espíritu, asociación (amistad) con Cristo, compromiso de santificación en relación con los ministerios vividos con los "sentimientos de Cristo" (Fil 2, 5). Así se puede "reencontrar en María la Madre del sacerdocio" (Carta del Jueves Santo 1979, n.11), puesto que ella, "con su ejemplo y mediante su intercesión… sigue vigilando el desarrollo de las vocaciones y de la vida sacerdotal en la Iglesia" (PDV 82).[33]

 

 

Conclusión: Nuestro lugar sacerdotal en el Corazón materno de María

 

La participación del sacerdote ministro en el ser, en el obrar y en las vivencias de Cristo, está, pues, íntimamente relacionada con María, Madre de Cristo Sacerdote y de la Iglesia Pueblo sacerdotal. Su vocación, consagración y misión se realizan en dimensión cristológica, mariana y eclesial. Cada momento ministerial tiene un paralelismo con María, especialmente en la celebración eucarística donde se actualiza el sacrificio redentor.

 

El sacerdote ministro sirve los signos ministeriales de la maternidad de la Iglesia, actualizando la maternidad de María. Cristo se prolonga en los signos y ministerios de la Iglesia asociando a María. María ve en los sacerdotes ministros un “Jesús viviente” (San Juan Eudes), como “instrumentos vivos” de Cristo Sacerdote (PO 12).

 

Juan Pablo II, en Pastores dabo vobis, indicaba unas pistas de renovación, vividas en un "Cenáculo" permanente, en el que, gracias a la presencia activa de María, "Madre de los sacerdotes" y "Reina de los Apóstoles", tendrá lugar "una extraordinaria efusión del Espíritu de Pentecostés... La Iglesia está dispuesta a responder a esta gracia" (PDV 82).

 

Cuando se meditan las palabras del Señor dirigidas a María (“he aquí a tu hijo”: Jn 19,26), es fácil encontrar la armonía de la revelación y de la fe, que tendría lugar en el Corazón de María, al meditar en estas palabras de la oración sacerdotal de Jesús: “Ellos son mi expresión” (Jn 17,10), “los amas como a mí” (Jn 17,23), porque “yo estoy en ellos” (Jn 17,26). María vivió y sigue viviendo en esta “onda” cristológica y sacerdotal.

 

Es emocionante y programática la despedida de Juan Pablo II, en la carta del Jueves Santo de 2005, unos días antes de su muerte: “¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros, confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad. En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: «Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 27)” (n.8).

 

Los sacerdotes ministros y los futuros sacerdotes son llamados a “amar y venerarcon amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la cruz fue entregada como madre al discípulo” (OT 8). La espiritualidad sacerdotal mariana es, pues, “filial devoción y veneración a esta Madre del Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio” (PO 18).

 

El Santo Cura de Ars, confió sus feligreses al Corazón Inmaculado de María, poniendo sus nombres en un corazón de plata. La relación de los bautizados con la ternura materna de María la expresaba así: "El Corazón de la Santísima Virgen María es la fuente de la que Cristo tomó la sangre con que nos redimió... En el corazón de esta Madre no hay más que amor y misericordia. Su único deseo es vernos felices. Sólo hemos de volvernos hacia ella para ser atendidos... El hijo que más lágrimas ha costado a su madre, es el más querido de su corazón... El corazón de María es tan tierno para nosotros, que los de todas las madres reunidas no son más que un pedazo de hielo al lado suyo".[34]

 

Benedicto XVI invitó a los seminaristas a confiar al Corazón materno de María el cuidado de la vocación, del ministerio y de la vida sacerdotal: “¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros. Recurrid frecuentemente a ella con confianza”.[35]

 

La alegría de ser sacerdote es una nota característica de su identidad, como anunciador, celebrador y comunicador del Misterio Pascual de Cristo. Por esto, “el gozo pascual” (PO 11) es parte integrante del testimonio del sacerdote y nota característica de su identidad, también y especialmente con vistas a suscitar vocaciones sacerdotales.

 

La identidad sacerdotal se concreta en el “gozo pascual” de vivir lo que uno es y hace: “El sacerdote, hombre de la Palabra divina y de las cosas sagradas, debe ser hoy más que nunca un hombre de alegría y de esperanza… «La felicidad que hay en el decir la misa se comprenderá sólo en el cielo», escribía el Cura de Ars. Os animo por tanto a reforzar vuestra fe y la de los fieles en el Sacramento que celebráis y que es la fuente de la verdadera alegría. El santo de Ars escribía: «El sacerdote debe sentir la misma alegría (de los apóstoles) al ver a Nuestro Señor, al que tiene entre las manos»”.[36]

 

La predilección de María por los sacerdotes ministros no es infravaloración de las otras vocaciones. María ama a cada redimido según la propia misión y carismas recibidos. El Papa Benedicto XVI lo resume con esta observación teológica: “De hecho, son dos las razones de la predilección que María siente por ellos: porque se asemejan más a Jesús, amor supremo de su corazón, y porque también ellos, como ella, están comprometidos en la misión de proclamar, testimoniar y dar a Cristo al mundo”.[37]

 

Con una breve oración de Juan Pablo II, se pueden resumir los deseos de la Iglesia de hoy sobre la formación, el ministerio y la vida sacerdotal, en dimensión pneumatológica, mariológica y eclesiológica: “Madre de la Iglesia, que con los discípulos en el Cenáculo implorabas el Espíritu para el nuevo Pueblo y sus Pastores: alcanza para el orden de los presbíteros la plenitud de los dones, oh Reina de los Apóstoles” (PDV 82).[38]

 



[1]La "memoria" cristiana tiene sentido cristológico, a modo de recuerdo que "actualiza" o hace que acontezcan de nuevo las palabras y gestos del Señor, su misterio pascual, para dar testimonio de él, como resucitado: "Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos" (2Tim 2,8). Sobre la "memoria" cristiana, ver A. SOLIGNAC, Mémoire, en: Dicionaire de Spiritualité X, 991-10002.

[2] Por su especial actualidad sacerdotal, transcribimos la nota 130 de la encíclica mariana de Juan Pablo II, Redemptoris Mater, con la referencia a San Agustín: “Como es bien sabido, en el texto griego la expresión «eis ta ídia» supera el límite de una acogida de María por parte del discípulo, en el sentido del mero alojamiento material y de la hospitalidad en su casa; quiere indicar más bien una comunión de vida que se establece entre los dos en base a las palabras de Cristo agonizante. Cfr. San Agustín, In Ioan. Evang. tract. 119, 3: CCL 36, 659: « La tomó consigo, no en sus heredades, porque no poseía nada propio, sino entre sus obligaciones que atendía con premura »”.

[3] Ver la fuente de este y de otros textos del Cura de Ars, en: Benedicto XVI, Carta para la convocación de un año sacerdotal con ocasión del 150 aniversario del Dies Natalis del Santo Cura de Ars (16 junio 2009). Ordinariamente se toman de: B. NODET, Juan-María B. Vianney, Cura de Ars. Su pensamiento y su corazón (Barcelona, Hormiga de Oro, 1994).

[4]El tema de la presencia de María es muy explícito en los documentos de Juan Pablo II, especialmente a partir de Redemptoris Mater (ver nn.1, 38, 32-32, 38, 48), donde se remite a los documentos del concilio. Ver también la encíclica Ecclesia de Eucharistia, n.57: “María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en todas nuestras celebraciones eucarísticas”. Decía Germán de Constantinopla: "Puesto que sigues todavía paseándote corporalmente en medio de nosotros, lo mismo que si estuvieras aquí viva, los ojos de nuestros corazones se sienten atraídos para  mirarte todo el día... Tú visitas a todos y velas por todos... No has abandonado este mundo perecedero... sino que estás muy cercana de los que te invocan" (Oratio in Dormitionem SS. Deiparae: PG 98, 343, 346).

[5]J.M. FERRER GRENESCHE, La Virgen Maríaen la formación sacerdotal: Toletana 13 (2005) 11-29; R. SÁNCHEZ CHAMOSO, María y la vocación en la Iglesia: Seminarios 33 (1987) 221-246. Ver los estudios citados en notas posteriores, especialmente sobre la espiritualidad mariana del sacerdote.

[6] Sobre María en relación con Cristo Sacerdote: F.M. ÁLVAREZ, La Madredel Sumo y Eterno Sacerdote (Barcelona, Herder, 1968); A. BANDERA, La Virgen Maríay el sacerdocio de Cristo: Teología Espiritual 42 (1998) 35-60.

[7] Dice San Agustín: "También para María, de ningún valor le hubiera sido la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo más felizmente en su corazón que en su carne" (Sobre la virginidad, 3: PL 40, 398, comentaLc 11,27-28: "son más bien bienaventurados"...). "Primero se realiza la venida por la fe en el corazón de la Virgen, y luego sigue la fecundidad en el seno materno" (Sermón 293,1: PL 39,1327-11328).

[8]Pablo VI, Alocución al fnal de la tercera etapa conciliar, en Santa María la Mayor, 21 noviembre 1964:AAS 1964, 1007-1018.

[9]Ver comentario de Redemptoris Mater sobre este punto, en la nota 2 del presente estudio. Cfr. M. BORDONI, La dimensione mariana del sacerdozio ordinato: Sacrum Ministerium 10 (2004) 175-205; G. D'AVACK, Il sacerdote e Maria (Milano, Ancora, 1968); A. De LUÍS FERRERAS, María, en: Diccionario del Sacerdocio (Madrid, BAC, 2005) 415-421; M. DUPERRAY, Regina Cleri: en: Maria, Études sur la Sainte Vierge (Paris, 1949-1971), III, 659-696; P. PHILIPPE, La Virgen Maríay el sacerdote (Bilbao, Desclée, 1955); E. SAURAS, Maria y el sacerdote: Estudios Marianos 13 (1953) 143‑172.

[10]Benedicto XVI, Alocución durante la Audiencia general, 12 agosto 2009: María, Madre de todos los sacerdotes.

[11]El texto está encuadrado en el contexto de toda la formación espiritual, con vistas a adquirir una “buena intención” que se traduzca en “adhesión” a Cristo y a la Iglesia, siempre con actitud de meditación de la Palabra de Dios y de celebración y adoración de la Eucaristía. En la respectiva (nota 144) del texto de 1985, se aporta una referencia bibliográfica: CIC: Can. 246, §3; Pablo VI, Exhortación Apostólica Marialis cultus, 2 febrero 1974: AAS 66 (1974), pp. 21 ss.; Juan Pablo II, encíclica Redemptor hominis, 4 marzo 1979:AAS 71 (1979), pp. 320 ss., n. 22; Carta Novo incipiente Nostro, Jueves Santo, 8 abril 1979: AAS 71 (1979), pp. 415 s., n. 11; Alocución Penso che abbiate, a los alumnos del Seminario Romano Mayor, 12 febrero 1983: Insegnamenti, VI, 1, pp. 409 ss.; (Congregazione per l'Educazione Cattolica), Lettera circolare su alcuni aspetti più urgenti della formazione spirituale nei Seminari, 6 enero 1980, p. 2l.

[12]La oración final de Pastores dabo vobis es una petición para realizar este proceso formativo con la ayuda de María: “Madre de Jesucristo, que estuviste con Él al comienzo de su vida y de su misión, lo buscaste como Maestro entre la muchedumbre, lo acompañaste en la cruz, exhausto por el sacrificio único y eterno, y tuviste a tu lado a Juan, como hijo tuyo: acoge desde el principio a los llamados al sacerdocio,  protégelos en su formación y acompaña a tus hijos  en su vida y en su ministerio, oh Madre de los sacerdotes. Amén” (PDV 82). Citamos otro fragmento de esta oración en el apartado 3.

[13] Este Directorio de la Congrgación del Clero (31 marzo 1994) añade: “La Virgen, pues, sabe y quiere proteger a los sacerdotes de los peligros, cansancios y desánimos: Ella vela, con solicitud materna, para que el presbítero pueda crecer en sabiduría, edad y gracia delante de Dios y de los hombres (cfr. Lc 2, 40)” (ibídem, 69).

[14] El discurso continúa: “El secreto de la santidad es la amistad con Cristo y la adhesión fiel a su voluntad… El seminario es un tiempo de preparación para la misión. Los Magos «se marcharon a su tierra», y ciertamente dieron testimonio del encuentro con el Rey de los judíos. También vosotros, después del largo y necesario itinerario formativo del seminario, seréis enviados para ser los ministros de Cristo; cada uno de vosotros volverá entre la gente como alter Christus… Recordad siempre las palabras de Jesús: «Permaneced en mi amor» (Jn 15, 9)… ¡He aquí el secreto de vuestra vocación y de vuestra misión! Está guardado en el corazón inmaculado de María, que vela con amor materno sobre cada uno de vosotros. Recurrid frecuentemente a ella con confianza".

[15] (Congregación para la Educación Católica): Carta circular sobre la Virgen María en la formación intelectual y espiritual (25 marzo 1988) n.33. La carta añade: “La Congregación para la Educación Católica quiere llamar de modo especial la atención de los educadores de seminarios sobre la necesidad de suscitar una auténtica piedad mariana en los seminaristas, quienes serán un día los principales agentes de la pastoral de la Iglesia” (ibídem). Se remite a los textos ya citados de OT 8 y de Ratio fundamentalis, n.34, así como a la Cartacircular sobre algunos aspectos más urgentes de la formación espiritual en los seminarios (6 enero 1980), de la que tomamos esta afirmación: “El trato con la Santísima Virgen no puede conducir sino a un mayor trato con Cristo y con su cruz. Nada mejor que la verdadera devoción a María, comprendida como un esfuerzo de imitación cada vez más completo, puede introducir… a la alegría de creer… Un seminario no debe retroceder ante el problema de dar a sus alumnos, por los medios tradicionales de la Iglesia, un sentido del misterio mariano auténtico y una verdadera devoción interior, tal como los santos la han vivido y tal como San Luis María Grignion de Montfort la ha presentado, como un «secreto» de salvación” (II,3). Cita también el Código: “Deben fomentarse el culto a la Santísima Virgen María, incluso por el rezo del santo rosario, la oración mental y las demás prácticas de piedad con las que los alumnos adquieran espíritu de oración y se fortalezcan en su vocación” (CIC can.246,§ 3).

[16]Benedicto XVI, Consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María, Fátima, 12 mayo 2010. Ver otro fragmento de la consagración en el texto respectivo de la nota 31.

[17]Benedicto XVI,Alocución durante la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos, Fátima, 12 de mayo de 2010. Ver otro fragmento de esta alocución en el texto correspondiente a la nota 32

[18]Cartas del Jueves Santo (1978-2005): Fragmentos marianos en cartas de: 1979 (n.11), 1982 (n.10), 1988 (nn.4-8), 1995 (nn.3-4), 2005 (n.8 y conclusión). Ver: (Lettere Giovedì Santo) L'amore più grande. Giovanni Paolo II ai sacerdoti(Roma, Edit. Rogate, 2005). Ver la nota bibliográfica final del presente estudio, sobre Juan Pablo II y el sacerdocio.

[19] Decía San Juan de Ávila: "Si hubiese en la Iglesia corazones de madre en los sacerdotes... les daría resucitados las ánimas de los pecadores" (Plática 2ª). "Somos los ojos de la Iglesia" (ibídem).

[20] La doctrina mariana de San Juan de Ávila se encuentra especialmente en sus sermones (nn. 60-72). Su oración favorita, además del Ave María y del Magníficat, era: "Recordare, Virgo Mater, cum steteris ante Deum, ut loquaris pro nobis bona, et avertas indignationem suam a nobis" (oración recomendada en el sermón 66). Con esta oración inciaba frecuentemente sus predicaciones. Resumo la espiritualidad mariana sacerdotal de San Juan de Ávila, en:La doctrina mariológica del Maestro San Juan de Ávila: Marianum 62 (2001) 91-114.

[21]Benedicto XVI, en la conclusión de la exhortación apostólica, añade: “La Iglesia ve en María, « Mujer eucarística » —como la ha llamado el Siervo de Dios Juan Pablo II, su icono más logrado, y la contempla como modelo insustituible de vida eucarística. Por eso, en presencia del «verum Corpus natum de Maria Virgine » sobre el altar, el sacerdote, en nombre de la asamblea litúrgica, afirma con las palabras del canon: « Veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios y Señor »” (Sacramentum Caritatis, n.96).

[22] L.M. HERRÁN, Sacerdocio y maternidad espiritual de Maria: Teo­logía del Sacerdocio 7 (1975) 517‑542.

[23] La Exhortación Apostólica postsinodal de Juan Pablo II, Pastores Gregis (2003), presenta a María como “Madre de la Esperanza” en la vida ministerial (n.3). La referencia al Cenáculo de Pentecostés, es como el espejo o icono, donde se encuentra “el lazo indisoluble entre María y los sucesores de los Apóstoles” (n.14). María es modelo de fidelidad a la Palabra y de constante referencia en la liturgia, como actitud de escucha, oración y ofrecimiento.

[24] Benedicto XVI, Consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María, Fátima, 12 mayo 2010.

[25] San Juan de Ávila subraya la semejanza de María con el ministerio sacerdotal y también la cooperación en la redención. María "dio al Verbo de Dios el ser hombre, engendrándole de su purísima sangre, siendo hecha verdadera y natural Madre de Él" (Tratado sobre el sacerdocio, n.2). Es Madre de Jesucristo, el Hijo de Dios. Está asociada a él como "Esposa del Verbo eterno" (Sermón 65/1), de quien es "madre y esposa" (Plática 15ª; cfr. Sermón 70), asociada a su obra redentora como "nueva Eva" (cfr. Sermones 60, 63 y 67). "Conocer" a María equivale a conocer Cristo como Redentor, "conocer nuestro Redentor y nuestro remedio" (Sermón 60). Todo lo que tiene María es "para que ayude al segundo Adán, que es Jesucristo, para ayudarle en la redención y a recoger las ánimas por quien Él derramó su sangre" (ibídem). La humanidad o "santísima carne" salvífica de Cristo, "con cuyos trabajos y muerte fuimos redimidos, podemos decir que fue carne de la Virgen, pues que ella se la dio y la mantuvo" (Sermón 68). Así, pues, "nuestra bendita mujer fue criada para que ayudase al segundo Adán, Cristo, a restaurar lo que el primer hombre y mujer echaron a perder" (ibídem). Todos los redimidos y especialmente los sacerdote ministros, somos, pues, "hacienda de sus entrañas" (Sermón 70).

[26]Pío XII, Menti nostrae 124.

[27] En los estudios sobre la espiritualidad mariana del sacerdote, se alude frecuentemente la base teológica y formativa: F.M. ÁLVAREZ, María y la Iglesia: espiritualidad mariana sacerdotal: Seminarios 33 (1987) 465-475; G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II: Compostellanum 33 (1988) 205-224; E. DE LA LAMA, La Madrede Jesús en el kerigma de Pablo. Para el estudio del perfil mariano de la espiritualidad sacerdotal: Scripta de Maria 3 (2006) 89-130; J. ESQUERDA BIFET, María en la espiritualidad sacerdotal, en: Nuevo Diccionario de Mariología (Madrid, Paulinas 1988) 1799-1804; Espiritualidad mariana(Valencia, EDICEP, 2009) cap.VIII, 4 (María y la vocación sacerdotal); N. GARCÍA GARCÉS, María y la espiritualidad de los ministros ordenados, en: Espiritualidad sacerdotal, Congreso (Madrid, EDICE 1989) 263-282; L.M. HERRÁN, María en la espiritualidad sacerdotal según la doctrina del Vaticano II: Annales Theologici 3 (1989) 347-370; A. HUERGA, La devoción sacerdotal a la Santísima Virgen: Teo­logía Espiritual 13 (1969) 229‑253; J.L. ILLANES, Espiritualidad y sacerdocio (Madrid, Rialp, 1999); B. JIMÉNEZ DUQUE, Maria en la espiritualidad del sacerdote: Teo­logía Espiritual 19 (1975) 45‑59; C. RODRÍGUEZ, María en la vida espiritual del sacerdote: Revista espiritual n.57 (1977) 50‑56; J. SARAIVA, Santità mariana del sacerdote, en: (Congregazione per il Clero) Sacerdoti, forgiatori di santi per il nuovo millennio sulle orme dell'apostolo Paolo. Atti del VI Convegno Internazionale dei sacerdoti (Malta, 18-23 ottobre 2004) 100-113.

[28] Ver éstos y otros textos marianos en su contexto: PO 19; OT 8; can. 246, 276; PDV 36, 38, 45, 82. En la exhortación apostólica Pastores gregis: nn.3,13, 14-15, 36, 74.

[29] Benedicto XVI, Alocución durante el rezo del Ángelus, 12 agosto 2009.

[30] La recomendación que hizo posteriormente Benedicto XVI, es aplicable  de modo especial a los sacerdotes ministros: “Esforzándose por tener los mismos sentimientos de María, ayudan a toda la comunidad a vivir como ofrenda viva, agradable al Padre... De Ella hemos de aprender a convertirnos en personas eucarísticas y eclesiales” (Exhortación Apostólica  Sacramentum Caritatis 96).

[31]Consagración de los sacerdotes al Corazón Inmaculado de María, Fátima, 12 mayo 2010 (consagración repetida en la Plaza de San Pedro, al finalizar el Año Sacerdotal, 11 junio 2010). Ver otro fragmento de la consagración en el texto correspondiente a la nota 16.

[32]Alocución durante la celebración de las vísperas con sacerdotes, religiosos, seminaristas y diáconos, Fátima, 12 mayo 2010. Ver otro fragmento de la alocución en el texto correspondiente a la nota 17.

[33] San Juan de Ávila subraya la semejanza de María con el sacerdote ministro,  por "el ser sacramental que el sacerdote da a Dios humanado", no sólo una vez, sino frecuentemente (Tratado del sacerdocio, n. 2). Por esto, María considera a los sacerdotes como parte de su mismo ser materno: "Los racimos de mi corazón, los pedazos de mis entrañas" (Sermón 67). De ahí el significado de la castidad o virginidad sacerdotal (cfr. Tratado del sacerdocio, n.15).

[34]Sobre la fuente de estas afirmaciones del Santo Cura de Ars, ver la nota 3 y también: Juan XXIII, Sacerdotii nostri primordia (encíclica con ocasión del primer centenario de su muerte, 1959).

[35]Discurso a los seminaristas, Colonia, Jornada Mundial de la Juventud, 19 agosto 2005.

[36] Benedicto XVI, Video conferencia, Retiro en Ars, 28 septiembre 2009.

[37]Benedicto XVI, Alocución durante el rezo del Ángelus, 12 agosto 2009.

[38]Se podría hablar de una herencia sacerdotal de Juan Pablo II, que tiene gran dimensión mariana. Además de las notas anteriores, ver: AA.VV., Il contributo di Papa Giovanni Paolo II alla formazione dei candidati al sacerdozio: Seminarium 46/4 (2006); AA.VV., Studia in honorem Caroli Woytyla, Angelicum 56 (1979) fasc. 2-3; J.A. ABAD., Juan Pablo II al sacerdocio, Pamplona 1981; R. BERZOSA MARTÍNEZ, Siete perfiles de la identidad sacerdotal en el magisterio de Juan Pablo II, Surge 51 (l993) 348-358; J. BRAMORSKI, L'identità sacerdotale alla luce del pensiero di Giovanni Paolo II: Angelicum 80 (2003) 369-401; G. CALVO, La espiritualidad mariana del sacerdote en Juan Pablo II, Compostellanum 33 (1988) 205-224; M. CAPRIOLI, Il sacerdozio comune e il sacerdozio ministeriale nel pensiero di Giovanni Paolo II: Lateranum 47 (1981) 124-157; Catequesis sobre el presbiterado y los presbíteros, Madrid, Palabra 1993 (Audiencias generales: 31 de marzo a 29 de septiembre 1993): J. ESQUERDA BIFET, Identidad apostólica: transfondo histórico de la carta de Juan Pablo II a los sacerdotes. Teol. del Sacerdocio 12 (1980) 107-149; S. GAMARRA, Juan Pablo II ante el sacerdocio: Surge 36 (1978) 503-525; J. GARCÍA VELASCO, Juan Pablo II y el Seminario: Seminarios 79 (1981) 11-54; J. GOICOECHEAUNDÍA, El pensamiento de SS. Juan Pablo II sobre el sacerdocio: Surge 38 (1980) 179-189; 39 (1981) 51-62; JUAN PABLO II, Don y misterio. En el quincuagésimo aniversario de mi sacerdocio, Madrid, BAC, 1996; (Lettere Giovedì Santo) L'amore più grande. Giovanni Paolo II ai sacerdoti, Roma, Edit. Rogate, 2005 ; L.J. LEFEVRE, La lettre de Jean Paul II aux prêtres de l'Eglise. Appendice: A propos de l'accueil fait à la lettre de Jean Paul II: La Pensée Catholique 180 (1979) 5-21 ; J.A. MARQUES, O Sacerdocio Ministerial no Magisterio de Joâo Paolo II: Theologica 15 (1980) 81-224 ; A. PÉREZ BUSTILLO, La experiencia oracional en el magisterio pastoral del presbítero según las enseñanzas de Juan Pablo II: Revista Teológica Limense 42 (2008) 5-34; L.G. RAMÍREZ, El espíritu sacrificial oblativo en la vida y ministerio del presbítero, según el magisterio de Pablo II, Roma, Teresianum, 2000 (Tesis); J. SARAIVA MARTINS, La formazione sacerdotale oggi nell'insegnamento di Giovanni Paolo II. Lib. Edit. Vaticana, 1997 ; M. VINET, Le prêtre et sa mission dans l'enseignement du Papa Jean Paul II: Bulletin de Saint Sulpice 8 (1982) 63-76.

 

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