Lunes, 11 Abril 2022 10:28

ENCUENTRO DE FE, SIGNOS DE NUEVA CREACION Y PALABRAS DE VIDA

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SEGUNDA PARTE

 

 

ENCUENTRO DE FE, SIGNOSDE NUEVA CREACION Y PALABRAS DE VIDA

 

In 1,19-12,1-50

 

Cuando encontramos a Cristo descubrimos en el todo el misterio de Dios y todo el misterio del hom­bre. Toda la vida del Señor es un conjunto de signos de la nueva creaci6n. Y en e descubrimos nuestro destino definitivo como participación en la vida íntima 0 "comunión" de Dios Amor.

 

Los signos de la vida de Cristo nos invitan a pasar con él hacia esta realidad de una restauración plena. A Cristo no se Ie encuentra si uno no va con el corazón en la mano. "Pasar" con e equivale a vivir su "pascua". No hay nueva creación sin "pasar" acompañando a Cristo por la cruz hacia la resurrección. Solo el amor de amistad descubre esta pers­pectiva grandiosa. Las exigencias cristianas de este encuentro solo se comprenden a partir de un ena­moramiento. Jesús es exigente porque nos quiere hacer participes de su misma vida divina.

 

Desde el capítulo primero al doce, Juan nos resu­me una serie de signos, que son también encuentros de Ie con Cristo y de comunión con Dios y con los hermanos. Los signos de la vida de Cristo son sus mismas palabras y gestos como declaración de amor (In 3,16). Son signos del encuentro. EI encuentro inicial de los primeros discípulos (In 1,19-51) se va haciendo encuentro para toda clase de personas sin discriminación.

 

Un signo fuerte, el de Cami, quiere ser prome­sa del don definitivo del Espíritu Santo, que es el "vino" de las promesas mesiánicas (cc. 2-4). En

 

la vida de Jesús todo suena a "fiesta" de pascua, a modo de bodas 0 desposorio con la humanidad

 

(cc. 5-10). Cada vez se hace más fuerte la orientación de toda la vida de Cristo hacia "su hora" (cc. 11-12), en la que, después de dar la vida en sacrificio, ya podrá comunicar el agua viva del Espíritu Santo.

 

La persona, las palabras y las obras de Jesús dejan entrever su divinidad. Son como el sello del Padre en la "carne" de su Hijo hecho hombre. Son los nuevos signos de un nuevo éxodo (cc. 1-12). Se trata siempre del mismo Jesús, que es Dios con nosotros (Emmanuel) bajo el signo del tabernáculo, la ser­piente de bronce, el cordero pascual, la roca que mana agua, etc.

 

Jesús obra como el Padre On 5,17). Sus obras son signos transparentes de esta realidad. Todo lo que dice y hace es para mostrar que su palabra es eficaz, para cambiar el mundo desde sus rakes. Es como un drama de amor entre Dios y los hombres, que tendrá su punto culminante en el buen pastor muerto en cruz, con su costado abieno manando sangre y agua. Es el inicio de la glorificación de Jesús y del hombre creyente.

 

Siempre son los signos de la gloria del Verbo he­cho hombre. Pero el clima de estos signos es el de la sencillez de la vida cristiana y circunstancial. Jesús nos hace abrir los ojos a la realidad objetiva con una luz nueva: es el mismo como compafiero de viaje.

 

El evangelio de Juan deja entrever geografía y ciena cronología como parte integrante del misterio de la encarnación. No nos cuenta imaginaciones ni impresiones subjetivistas, sino la gran experiencia del encuentro con Cristo. Jesús es el "sacramento" visible y portador de la vida divina a través de sig­nos concretos, históricos y plenamente humanos.

 

Estamos ante el "evangelio espiritual", es decir, ante Cristo, que, haciéndose encontradizo, también

 

ahora en nuestras circunstancias concretas nos co­munica el Espíritu Santo. Asimismo, el Espíritu del Padre y del Hijo nos conduce a la fe como vida en Cristo y como participación de la vida divina. Cristo nos comunica el Espíritu del Padre y el Espíritu nos conduce a Cristo.

 

Los acontecimientos que se describen en el evan­gelio son ahora los signos de Iglesia, que se entre­cruzan en nuestra vida cotidiana. En los aconteci­mientos evangélicos de hace veinte siglos se puede leer todo el mensaje de Jesús; en los acontecimientos de la Iglesia, que es el Complemento" 0 prolonga­ción de Jesús (Ef 1,23), podemos releer el mismo evangelio. La presencia de Cristo fue y sigue siendo fuerza y vida nueva en el Espíritu. Este es el origen fontal de nuestro nuevo nacimiento On 3,3ss).

 

Sólo el Espíritu del Padre y del Hijo nos puede capacitar para entrar en la revelación de Jesús, as! como para poder encontrarle y escucharle como Pa­labra del Padre. Entonces "interiorizamos" la Pala­bra, dejándola entrar hasta lo más hondo de nues­tro corazón bajo la acción del Espíritu Santo. En cada circunstancia podemos volver al pozo de Jacob On 4,6).

 

((Ver" y escuchar al Verbo a través de sus gestos equivale a la actitud mariana de meditar en el corazón (Lc 2,19.51) 0 de reclinar la cabeza sobre el pe­cho de Jesús On 13,23). Hoy los gestos y signos de Jesús constituyen la Iglesia, que es, por ello mismo, la que garantiza que, estos mismos signos sean "sa­cramentos" de la fe y del encuentro.

 

Dios sigue llegando al hombre por su Palabra y por su Espíritu, que ablanda nuestro corazón para abrirlo totalmente al amor. Dios, por medio de Cris­to, su Hijo, ha hecho al hombre capaz de una aper­tura total al mismo Dios y a los hermanos. EI Soplo" de Dios en el rostro del hombre para hacerle

 

su imagen (Cen 2,7; Sab 15,11) es ahora la comuni­cación de la filiadon divina participada de Jesús por obra del Espíritu.

 

En cada fragmento evangélico aparece el objetivo global de Cristo: manifestar su gloria 0 su realidad de Hijo de Dios, salvador del mundo On 1,51; 2,II; 4,42). En Cristo encontramos la nueva y definitiva manifestadon de Dios en el mundo.

 

Precisamente por este amor desbordante de Dios, el hombre y la humanidad entera quedan profunda­mente cuestionados. El corazón humano, dividido por el egoísmo, ya puede comenzar la tensión por recuperar su unidad perdida. Esta lucha interna di­vide la humanidad en dos, según la opción funda­mental que cada' uno haga por Cristo. No es pro­piamente la lucha de clases ni son las dialécticas históricas, sino el drama de todo corazón humano, sin excepción, que se refleja en el devenir concreto histórico y social. La victoria solo se puede conse­guir por la puesta en práctica del mandato del amor. Otro tipo de "lucha" originaria una división mayor. Cristo nos ha liberado de la esclavitud de Egipto, es decir, del pecado, amando y dando la vida; así ha podido liberar a todos sin hacer vence­dores ni vencidos. Cristo se acerca al "corazón in­quieto" de cada hombre, donde se desarrolla el dra­ma del amor,. todo hombre esta oprimido por este drama y lo refleja en la opresión y en la falta de amor a los hermanos.

 

Jesús revela al Padre entregándose a si mismo 0 haciendo de su vida un don. El ha recibido el Espíritu en plenitud (Jn 3,35) para poder comunicarlo a todos. El clima necesario de esta revelación de la Pa­labra y de la comunicación del Espíritu es el en­cuentro de amistad con él, que compromete a amar efectivamente a todos los hombres como hermanos.

 

En el decurso del evangelio de Juan aparecen

 

unas figuras femeninas, como "tipo" de la Iglesia creyente, redimida y asociada al Redentor. María, "la mujer", es el prototipo 0 personificación de la Iglesia. Ella ha sido siempre fiel, "vestida de sol" (Ap 12,1), "llena de gracia" (Lc 1,28), en sintonía de amor y de vivencia con su Hijo. Lo que Cristo re­dentor ha conseguido en María desde su. concepción inmaculada, lo quiso conseguir paulatinamente en la samaritana y en la Magdalena y ahora en toda la Iglesia como comunidad de creyentes.

 

Con la actitud de fe esponsal de "la mujer" (María), la Iglesia entera aprende a pasar de las realida­des temporales alas espirituales, sin destruir ningún valor autentico, como "paso" 0 "pascua" hacia una nueva creación transformada por Cristo resucitado.

 

Por los "signos" y la "carne" del Verbo hecho hombre y prolongado en la Iglesia y en la humani­dad, descubrimos su realidad de Hijo de Dios y cola­boramos en la construcción de la realidad final, cuando todas las' cosas serán restauradas en Cristo Por obra del Espíritu, que es prenda de la nueva creación y de nuestra filiación divina participada (Jn 3,3ss; Ef 1,10-14).

 

Hay que aventurarse a releer el evangelio de Juan en la propia vida, como si se escribiera por primera vez. Esta relectura es una meditación u oraci6n con­templativa que ve "mas allá" de la superficie de los acontecimientos externos. La pauta de esta contem­placi6n nos la ha trazado e1 Espíritu Santo, que ha inspirado las pa1abras bib1icas. Como el Verbo se ha' hecho carne por obra del Espíritu Santo, así la pala­bra de Dios entra en nuestro corazón por obra del mismo Espíritu; solo falta una actitud de pobreza y de apertura total resumida en el "si" de la vida coti­diana. Es 1a actitud contemplativa de Juan.

 

Al leer de nuevo el evangelio, nuestra vida se con­vierte en biografía del mismo Jesús~ "el Verbo hecho

 

carne" Un 1,14) y "el pan de vida" Un Q,35ss). Transformamos nuestra vida en eucaristía en Ya me­dida en que dejemos entrar en ella "la palabra de la vida" (1 In 1,1). La vida y la historia humana han comenzado a recuperar ~u sentido y su rostro origi­nal. La fe se hace opción fundamental y definitiva por Cristo. La pobreza radical, experimentada en la oración contemplativa, se convierte, gracias a Cris­to, en capacidad de amar con todo el corazón a Dios ya Io~ hermano~. Ha comenzado la unidad del corazón, de la humanidad y del cosmos. Solo faltan los "contemplativos" que sepan releer el evangelio con los mismos ojos de Juan "el discípulo amado".

 

1. EI primer encuentro (Jn 1,19-51)

 

1. En medio de vosotros

 

Yo soy la voz del que clama en el desierto..., en medio de vosotros estd uno a quien vosotros no conocéis... He aquí el  cordero de Dios que quita el pecado del mundo... Yo he visto al Espíritu posarse sobre el... EI es quien bautiza en el Espíritu Santo. Y yo vi y doy testimonio de que este es el Hijo de Dios.

 

(In 1,23-34)

 

A Cristo siempre se leencuentra en relación al signo del hermano. Cada persona tiene un rasgo de la fisonomía del Señor. Hemos encontrado a Cristo gracias a algún. mensajero y apóstol suyo. Necesita­mos siempre a algún hermano que nos haga obser­var mejor algún signo de la presencia de Cristo en­tre nosotros. EI Señor está ya presente asumiendo nuestra vida como propia. Es el cordero pascual que

 

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nos hace salir del pecado para "pasar" al encuentro esposa con e1 Dios de la alianza 0 Dios amor.

 

Jesús es el cordero 0 siervo inocente que se res­ponsabiliza de nuestros pecados y de todo nuestro existir (Is 53,7; Heb 8,32). A Jesús solo se le encuen­tra escondido en nuestras circunstancias. EI personi­fica a toda la humanidad, cargando sobre si los ava­tares históricos, el sufrir y el gozar, los éxitos y los fracasos.

 

Sobre Jesús, siervo inocente que representa a todo el pueblo, descendió el Espíritu del Padre (Jn 1,32; Is 61,1-3). Jesús es el Hijo de Dios que, comunicándonos su Espíritu por el bautismo, nos hace partici­pes de su filiaci6n divina. EI Señor nos hace men­sajeros y transmisores de esta realidad de gracia. Somos su voz, su signo personal y testigos de su encuentro.

 

2. Venid y ved

 

Los dos disépalos siguieron a Jesús. Volviéndose Jesús a ellos, viendo que le  seguían, les dijo: ,Que buscáis? Dijeron ellos: ... Maestro, ,d6nde moras? Les dijo: Venid y ved. Fueron, pues, y vieron d6nde moraba, y permanecieron con él aquel día. Era como la hora décima.

 

(In 1,37-39)

 

La dinámica del seguimiento y del encuentro con Cristo tiene tres momentos: ir, ver, permanecer. Es un examen de amor. Jesús continua teniendo la ini­ciativa de hacerse encontradizo, pero pide un c1ima de desierto, de escucha y de generosidad; espera que Le sigamos sin condicionamientos. Jesús, con su mi­rada amorosa, alienta nuestro caminar hacia él; pero no nos dispensa de desprendernos de una etapa an­terior. Quiere que le busquemos a él, no principal­

 

mente sus dones. Nuestro tiempo va a valorarse solo según el peso de nuestro amor a él.

 

Ir es dejar otras cosas y personas..Es la orientación de toda la vida según el amor a Cristo. Ver es la ciencia que nace del amor y que cree en el misterio de Cristo escondido bajo signos pobres. Es la actitud contemplativa que supone el ir y que exige el permanecer.

 

Permanecer es relacionarse vivencialmente, a mo­do de desposorio y de amistad para siempre. La vida queda orientada hacia Cristo, que es luz, verdad y amor, por ser la Palabra del Padre. La vida se hace respuesta a su invitación permanente, para encon­trarse con él en cada acontecimiento. Desde este mo­mento en que nos hemos decidido a permanecer en él, ya no vivimos nunca solos.

 

3. Sígueme

 

Andrés... dijo a Simón: Hemos encontrado al Mesías, qtte quiere decir el Cristo... Le condujo a Jesús, que fijando en ella vista dijo: Tú eres Simón..., te llamaras Pedro. Al otro día... encontró Jesús a Felipe y le dijo: Sígueme...

 

(Jn 1,41-43)

 

La llamada de Jesús es mirada hasta el fondo del corazón, como llamándonos por el nombre, que solo Dios ha podido grabar en la profundidad de nuestro ser Un 1,42). Es declaración de amor para invitar ,a un seguimiento que se hace misión y servi­cio. Solo se comprende a Jesús de Nazaret a la luz de la fe y de la alegría del encuentro.

 

Las exigencias evangélicas de la fe solo se com­prenden a partir del enamoramiento. Los baremos y cálculos humanos cuentan poco. La experiencia

 

cristiana de Dios es siempre a partir de la realidad, en la que Cristo se nos ha hecho encontradizo.

 

La identidad de esta experiencia no se comerciali­za con argumentos y explicaciones petulantes. La experiencia contemplativa es siempre camino de po­breza y misericordia. Nos basta con haber recibido el perdón de Cristo y el encargo de amarle en los her­manos sin excepción y de hacerle amar sin fronteras. De esta experiencia nos queda la decisión perma­nente de compartir la vida con él.

 

4. Tít. eres el Hijo de Dios

 

Felipe encontr6 a Nataniel y le dijo: Hemos ha­llado a aquel de quien escribi6 Moisés en la Ley y los Profetas, a Jesús, hijo de. José, de Nazaret... Ven y veras. Vio Jesús a Natanael, que venía hacia él, y dijo: ... Antes que Felipe te llamara..., te vi. Nata­nael le contest6: Tu eres el Hijo de Dios... Jesús le dijo: Has de ver cosas mayores.

 

(Jn 1,45-49)

 

Jesús no oculto nunca su identidad de Hijo de Dios. Pero no hizo de ella propaganda intempestiva, sino que prefirió que los suyos la descubrieran a la luz de la palabra de Dios y de los deseos de salva­ción que Dios ha sembrado en nuestro corazón. A Natanael le costó mucho descubrir al Hijo de Dios en los signos pobres de Jesús de Nazaret. Pero dio el paso definitivo tomando una opción fundamental por Cristo. A partir de esta opción, la vida recobra su verdadero sentido.

 

Jesús se manifiesta a los que aman Un 14,21). En todo corazón humano late un deseo de infinito, que solo comienza a hacerse realidad en el encuentro con Cristo. Todo encuentro con él es un paso más y una invitación a un encuentro, que será definitivo en el mas alía.

 

En esta vida los amigos de Cristo caminan de sor· presa en sorpresa. Lo que parece paso fugaz y ausencia, se va haciendo posesión y encuentro definitivo. A la luz de. esta trascendencia, la vida "pasajera" aparece como un don de Dios, que es solo anticipo de una donación total. Las palabras y los gestos de la vida de Cristo son siempre nuevos y actuales, como torrentes de luz y de vida que iluminan y dan sentido a todo acontecimiento personal y colectivo. La palabra de Jesús sólo se deja poseer de los que no quieren otra riqueza que el mismo Jesús.

 

2. El primer signa (Jn 2,1·12)

 

1. No tienen vino

 

A I tercer día, se celebraba una boda en Cand de Galilea, y estaba allí la madre de Jesús. Fue invita­do a la boda también Jesús con sus disépalos. Y como faltara el vino, le dijo a Jesús su madre: No tienen vino.

 

(Jn 2,1-3)

 

La vida merece vivirse cuando se afronta con realismo. Cada circunstancia se hace mensaje de un Dios que vive con nosotros. Las cosas más sencillas se hacen nueva creación y pascua renovada. Desde la encarnación, Jesús, el Emmanuel (Dios con. nos· otros), hace de nuestras vidas su propia biografía.

 

María vivía la vida con esta sencillez de gozo, con· vivencia y apertura a los demás. Si falta e1 vino 0 el pan, la casa 0 el amor, a Jesús le interesa más que a nosotros. Pero quiso oír de María, y ahora quiere oír de nuestros labios, que ya no podemos prescindir

 

 de él. Entonces acepta y afianza nuestra identidad, iniciativa y responsabilidad, para hacernos partícipes de sus signos salvíficos.

 

Cuando la oración parte de 1loinmediato, reflexionado bajo la mirada de Dios amor, las cosas y circunstancias más pequeñas se van haciendo vida eterna. En todas las cosas se encuentra una nueva ocasión para colaborar en los planes salvíficos de Dios. Jesús ha venido para llevar a plenitud nuestra vida. cotidiana; el trae el vino mesiánico de las pro· mesas.

 

El "tercer día" de Cana es una invitación a recordar que todo se hace "pascua" 0 paso de la muerte a la vida, de la contingencia a la trascendencia. Jesús nos pide s6lo que obremos con e1 corazón abierto a las necesidades de los hermanos, donde se esconde el. Si se le encuentra en ese "Cana" de la convivencia humana comprometida, se le encuentra también en su palabra y en su eucaristía.

 

2. La mujer fiel

 

Díjole Jesús:. Mujer, ¿qué nos va a mí y a ti? Aun no ha llegado mi hora. Dijo la madre a los servido­res: Haced loque él os diga.

 

(Jn 2,4-5)

 

La vida se hace sorpresa de Dios. Nosotros hacemos planes para realizarnos y para servir a los hermanos. Pero Dios nos ama mas allá de nuestros planes. Nuestra vida la asocia a sus planes salvíficos en bien de todos los hombres. María es la {mica madre que ha quedado asociada esponsalmente y para siempre al ser y a la misión de su hijo. Es "la mujer" madre del Mesías (Gen 3,15), asociada a su obra redentora. Jesús quiere dar el "vino nuevo" de la

 

vida nueva, haciendo suya nuestra suplica y ponien­do sus· manos en las nuestras.

 

EI evangelio de Juan habla veintiséis veces de "la hora" de Jesús. Es el momento culminante de su misterio pascual de muerte y resurrecci6n. María, como figura de la Iglesia, forma parte de esta hora (In 19,25-27). Jesús pide un "si" de asociación plena.

 

La virginidad de María, como fidelidad esponsal, se hace capacidad de maternidad universal. La máxima Virgen se hace la máxima Madre. Todo depen­de de un "si" a oscuras y en las circunstancias coti­dianas. Es el "si" de toda la comunidad eclesial a la nueva alianza de Dios con su pueblo: "Haremos lo que él nos diga" (Ex 24,7). Es nuestro "si" de Iglesia esposa de Cristo y peregrina hacia la pascua, que ahora alcanza orando el vino nuevo de la gracia para todos los hombres.

 

3. Creyeron en él y le siguieron

 

Este fue el primer milo.gro que hizo Jesús, en Cand de Galilea., y manifestó su gloria y sus discípulos creyeron en él. Después baj6 0. Cafarnaúm con su madre y los hermanos...

 

(Jn 2.11-12)

 

Creer en Cristo trae consigo compartir la vida con él. Jesús se ha manifestado, a través de su carne débil, como Hijo de Dios amor. El salta a la fe hipote­ca toda la existencia, convirtiéndola en asociación, como en María "la mujer" creyente, madre de Jesús y modelo de la comunidad de los seguidores de Jesús. Esta fe ira madurando al contacto con cada sig­no, gesto y palabra de la vida de Cristo. Es fe que se traducirá en confianza, cercanía, encuentro, dialogo, re1acioQ" entrega, amor. A veces será Tabor y ave­

 

ces Getsemaní; pero siempre será una vida compar­tida esponsalmente con Cristo.

 

A Jesús se le descubre en la medida en que se comparte la vida con él. El amor es así. La persona se da en un clima de reconocimiento y entrega mu­tuos. La debilidad no es un estorbo. Jesús educa a los suyos para transformar la propia debilidad en dona­ción, servicio y sintonía con los que sufren.

 

En la debilidad de la carne de Cristo se descubre su filiación divina. Nuestra debilidad de pecado y desorden queda asumida esponsalmente por el amor de un Dios todopoderoso que se ha hecho nuestro hermano. Ya podemos hacer de la vida un reflejo de Dios amor; basta con seguir a Cristo para vivir día a día de su presencia y de su palabra. La vida de Jesús, Verbo encarnado, se refleja y prolonga en nos­otros cuando imitamos su cercanía a los pobres, a los que sufren y a los débiles. Entonces somos el reflejo de la gloria del mismo Hijo de Dios (Ef 1,6).

 

3. Una nueva presencia de Dios (In 2,13-15)

 

1. La casa de mi Padre

 

Estaba. próxima. la pascua de los judíos y subi6 Jesús 0. Jeruso.len. Encontró en el templo 0. los ven­dedores de bueyes, de ovejas y de. palomas...,' les dijo: Quitad de o.qui todo eso y no hagáis de la casa de mi Padre co.sa de mercado.

 

(Jn 2.13-16)

 

La casa solariega de Jesús es la creación entera, que ha sido creada y renovada en él y por él (Jn 1,3). La encarnación es la venida del Verbo a "su casa"

 

. Cada coraz6n humano y la humanidad en­tera es el lugar del encuentro de la humanidad con Dios por medio de Jesucristo. La historia humana se hace templo del Emmanuel 0 Dios con nosotros. Los acontecimientos y las situaciones no son más que la vida del hombre en el tiempo y en el espacio, como lugar del encuentro con Cristo.

 

Los templos y altares materiales no son más que signos y expresiones del gran templo del Espíritu Santo, que es la Iglesia convertida en cuerpo místico y esposa de Cristo. Jesús en medio de los suyos es el nuevo templo de Dios. Los templos pasajeros van dejando paso al verdadero templo, que es Jesús in­molado por nosotros en el fuego 0 amor del Espíritu (Mt 27,51; Heb 9,14). Jesús purifica nuestros tem­plos cuando estos no manifiestan el universalismo del sacrificio de la cruz y de la evangelización de los pobres.

 

Jesús invita a hacer de todas las cosas y de todos los momentos una "pascua" 0 paso hacia el Padre (Lc 2,19). El seno de María y Nazaret eran ya la casa del Padre. El mismo templo de Jerusalén era el lu­gar en que se inmolaba el cordero de la pascua, que simbolizaba al mismo Jesús, cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Pero todos los templos de este mundo son contingentes y pasajeros, como hitos de un caminar y de una transformaci6n en el único templo de Dios, que es el mismo Jesús resuci­tado y toda la humanidad y toda la creaci6n restau­rada en el (Ap 21,22).

 

2. Destruid este templo

 

Los judíos entonces le replicaron diciendo: ¿Qué señaldas para obrar así'? Respondi6 Jesús: Destruid este templo y en tres días lo levantare.

 

(Jn 2,18·19)

 

Nuestras vidas se van haciendo lugar del encuen­tro definitivo con Dios si adoptamos, ya desde aho­ra, la actitud relacional de oración 0 dialogo con él (Lc 19,45). Dios habita en nosotros según la medida de nuestro amor (In 14,23). Lo que no suena a dia­logo amoroso 0 contemplativo con Dios y con los hermanos está condenado a la ruina.

 

La presencia del Espíritu en la persona y en la vida de Jesús nos lo manifiesta como único templo de Dios, el Emmanuel 0 Dios con nosotros. Los hombres construimos "templos" y seguridades hu­manas que son, a veces, como torre de Babel, a modo de proyección de nuestro interior dividido por ambiciones y ansias de poder. Los templos solo va­len en la medida en que expresen 0 construyan la unidad del corazón y de la comunidad humana. La donación de Cristo en la cruz, hecha presente en la eucaristía y prolongada en el mandamiento del amor, es la única razón de ser de los templos mate­riales. La construcción de un templo material ha de ir a la par con la edificación de la comunidad ecle­sial, que es familia de hermanos y "piedras vivas" en el Espíritu (1 Pe 2,5).

 

A veces nos empeñamos en construir, con grande dispendio, lo que no tiene valor, mientras olvida­mos 0 destruimos lo único que vale ante Dios: hacer de la vida una donaci6n. A Cristo le crucificaron los poderes de este mundo, enraizados en corazónes con­vencidos que obraban según la ley, según la religi6n y según la cultura. Los falsos mesianismos siguen crucificando a Jesús; así sucede cuando buscamos nuestro interés personalista en la oraci6n, en la con­vivencia humana y en la acci6n apostólica. Pero Jesús resucita convirtiendo en cenizas nuestros casti­llos fantásticos y títulos de adorno. Es doloroso compartir con él esta pascua 0 paso por la cruz a la resurrecci6n. Pero el nos ama así, por ser epifanía personal de Dios amor. Dios nos quita nuestras co

 

para dársenos él mismo. Hay que ir aprendiendo este camino contemplativo que pasa de la "ausen­cia" a la presencia más profunda. Entonces nos da­mos cuenta que su amor es mayor que nuestro corazón y que nuestros planes (I In 3,20). Jesús, viviente en cada hombre que sufre, es más importante que todos nuestros templos humanos (Mt 12,6).

 

3. Creer en su nombre

 

Mientras estuvo en Jerusalén por la fiesta de la pascua. muchos creyeron m su nombre viendo los milagros que hada; pero Jesús no se confiaba a ellos porque los cómoda a todos... El conocía loque hay en el hombre.

 

(Jn 2.23-25)

 

Creer equivale a dejarse mirar par la mirada de Cristo, que llega hasta lomás hondo de nuestro corazón. Es mirada de quien nos conoce amándonos. Su mirada suscita nuestra respuesta de escucha y de aceptación amorosa de su persona y de su mensaje. Entonces la mirada y el conocimiento de amor es mutuo, como de quienes comparten la propia exis­tencia para afrontar esponsalmente el camino de la vida. Creer "en su nombre" es entregarse a su perso­na y a su obra evangelizadora.

 

Creer en Cristo significa recibirle a él como pala­bra de Dios pronunciada en nuestras circunstancias. Al escuchar a Cristo con el coraz6n abierto, prolon­gamos, en cierto modo, la encarnaci6n, puesto que nos hace su "complemento" y su "cuerpo" místico (Ef 1,22-23).

 

Nuestra vida se hace nueva creaci6n gracias a la palabra de Dios, que es e1 mismo Jesús, y que nos invita a celebrar con el este misterio de pascua en la eucaristía. El asume nuestras vidas y las hace su pro­pia biografía en este paso hacia la cruz y la resurrección

 

. Jesús es "palabra de vida" (l In 1,1) y "pan de vida" (In 6,48). La fe hace posible que nuestra vida se convierta en humanidad de Cristo prolongada en el tiempo.

 

4. Un nuevo nacimiento (In 3,1-21)

 

1. Renacer por el agua y el Espíritu

 

En verdad, en verdad te digo que quien no nacie­re del agua  y del Espíritu no puede entrar en el reino de los delos... El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de d6nde viene ni ad6n­de va; as{ es todo el que nace del Espíritu.

 

(Jn 2.5.8)

 

Por' e1 Espíritu· Santo, que Cristo nos envía, so­mos engendrados a una vida nueva, que es la misma vida del Hijo de Dios. Somos nacidos de Dios (I In 5,1-4), engendrados por la semilla de su palabra (1 Pe 1,22). Estos planes salvíficos de Dios amor des­montan nuestras previsiones. La vida divina que Dios nos comunica nos purifica de otros modos de pensar, sentir' y obrar.

 

EI que nace del Espíritu entra en otra 16gica y en otra escala de valores, donde todo se mueve a la luz del amor. En cualquier circunstancia, es siempre posible amar y transformarse en hijo de Dios. Es un proceso hacia el infinito, en el que se avanza por' un encuentro amistoso y cotidiano con Cristo.

 

El hombre busca siempre luz, vida, pan, verdad..., aunque sea a tientas y de noche. Jesús ofrece un nuevo nacimiento, como inicio de una vida nueva que se hace proceso indefinido. Para "ver''' y encon­trar

 

a Cristo en nuestra vida cotidiana hay que decidirse a renacer continuamente sintonizando con sus criterios, valores y quereres. El agua del bautismo ~hace posible nuestra vida nueva en el Espíritu. Dios infunde en nosotros un "corazón nuevo" que pueda responder a la declaración de amor que es el despo­sorio 0 nueva alianza sellada en Jesús salvador (Jer 31,33-34; Ez 36,26). Es ya un corazón que vive en sintonía con Cristo resucitado presente.

 

2. Testimonio del Hijo

 

En verdad. en verdad te digo: nosotros hablamos de Lo que sabemos y damos testimonio de Lo que hemos visto; pero vosotros no recibís nuestro testi­monio... Nadie sube al cielo sino el que baj6 del cielo. el Hijo del hombre, que está en el cielo.

 

(Jn 3.11-13)

 

La experiencia cristiana de Dios no se basa en una conquista psicológica, sino en la vivencia y testimo­nio del Hijo de Dios. Solo el es la Palabra "vuelta" al Padre (In 1,1), que refleja siempre a Dios amor. Solo él puede dar a conocer al Padre (Mt 11,27). Cristo, como Hijo unigénito de Dios, nos ha conta­do lo que él ha vivido en el seno del Padre (Jn 1,18). Toda la vida de Jesús consiste en venir del Padre y volver al Padre, guiado por el amor del Espíritu Santo (In 16,28). Pero Jesús ahora vuelve al Padre con nosotros, ya transformados en el.

 

La fuerza evangelizadora de Jesús no radica en poderes humanos de sistemas y de ideologías, aun­que estas cosas tuvieran U.na fachada religiosa. Su fuerza es la autenticidad de manifestar a Dios amor. Su testimonio es verdadero porque solo busca cum­plir los designios salvíficos del Padre que lo ha en­viado (Jn 5,30). La identidad de Jesús queda reafir­mada por el hecho de transparentar personalmente

 

al Padre. Gracias a él y unidos a él, ya podemos comenzar, en cualquier circunstancia, nuestra experiencia. de Dios. Basta con reconocer nuestra pobreza y a Cristo salvador que asume nuestra vida en la suya.

 

3. La exaltaci6n del crucificado

 

Como Moisés levant6 La serpiente en el desierto, así es preciso que sea levantado d Hijo del hom­bre, para que todo el que crea en el tenga la vida eterna.

 

(Jn 3,14-15)

 

La verdadera "conversión" del hombre consiste en un cambio radical de orientación en los criterios, es­cala de valores y actitudes. Es una reorientación de la vida hacia el amor. Si la cruz es la máxima epifanía del amor, la conversión del hombre consiste en orientar toda la vida hacia Cristo crucificado. Su vi­vir y su morir amando ha cambiado radicalmente la historia. Cristo crucificado se transparenta encada hermano que sufre; nuestra vida se pone en camino de salvación cuando, después de mirar a Cristo cla­vado en cruz, le descubrimos también escondido en el hermano. Entonces nuestra existencia se realiza amando.

 

Dios ha dejado siempre signos de su presencia y de su palabra en cada cultura, pueblo y religión. En el pueblo de Israel, peregrino por el desierto, dejo unos signos más fuertes que anticipaban la realidad de Cristo como luz, roca, pan de vida, serpiente de bronce (salvador) (Num 21,4-9). La fe cristiana ha sido preparada con todos estos signos de historia de salvación; pero ya ha llegado a la realidad que es Jesús.

 

Los signos de la vida de Cristo producen una pd­

 

impresión de escándalo, porque todavía esta­mos aferrados a nuestro modo de concebir la salva­ción. Jesús nos invita a pasar con él 0 a compartir con él su pascua hacia Dios amor por medio de la cruz. EI sufrimiento humano ya ha quedado vencido en su raíz, puesto que ya se puede transformar en una ocasión de compartir la existencia con Cristo, como donación al Padre y a los hermanos. Este "mas alía" de una superficie que espanta solo se descubre en el dialogo y encuentro con Cristo.

 

4. Así ama Dios

 

De tal manera am6 Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito. para que todo el que crea en el no perezca. sino que tenga la vida eterna... EI jui­cio consiste en que vino la luz al mundo. y los hombres amaron mas las tinieblas que la luz. por­que sus obras eran malas.

 

(In 3,16-19)

 

EI amor que Dios nos tiene es don e iniciativa suya (I Jn 4,10). Nos ama porque es Dios amor; por esto nos ama tal como somos. La máxima expresión de este amor es el habernos dado a su Hijo como sacrificio por nuestra salvación. EI sacrificio de Abrahán de disponerse a inmolar a su querido hijo unigénito se realiza efectivamente en Jesús, hijo de Dios. Dándonos a su Hijo inmolado, Dios "nos lo ha dado todo con el" (Rom 8,32). Recibiendo a Cris­to, nuestra vida pasajera y quebradiza se hace "vida eterna". Nuestro tiempo, convertido en relación per­sonal con Cristo y en amor a los hermanos, pasa a participar de la eternidad de Dios amor.

 

La iniciativa del amor de Dios se expresa en ha­bernos enviado a su Hijo para comunicamos la vida nueva en el Espíritu (Jn 7,37-39). Esta es la clave para entender y vivir cada deta11e del evangelio y

 

cada detalle de nuestra vida. Toda la misión y razón de ser de Jesús consiste en salvamos de una vida ca­duca y egoísta, para hacernos pasar a la vida y a la luz perdurables.

 

Nos examina el amor. Dios nos pide que ponga­mos en sus manos nuestro barro, para modelarlo según la fisonomía de su Hijo. Nuestro ser caduco y pasajero se convierte en luz indeficiente cuando de­jamos que Dios imprima su mirada amorosa en lo más hondo de nuestro corazón. Jesús mira a cada uno con esta mirada eterna y transformante, que no humi11a, sino que restaura desde las raíces (Jn 1,42).

 

5. Testigo del encuentro (Jn 3,22-36; cfr. 1,6-34)

 

1. El don de la misión (Jn 3,27-28)

 

Juan le respondió diciendo: No debe el hombre tomarse nada si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos sois testigos de que dije: Yo no soy el Me­s(as, sino que he sido enviado delante de él.

 

(Jn 3.27-28)

 

Juan Bautista, el precursor, había señalado a Cris­to como el protagonista de nuestro existir, el corde­ro de Dios, portador de un bautismo de vida nueva en el Espíritu Santo (Jn 1,29-34). Juan era solo la voz y el signo de una presencia de Cristo escondido y desconocido (Jn 1,23-26). La identidad del "apóstol" y precursor se basa solo en esta misión: ser en­viado. La 11amada a la misión es don inmerecido, que hay que recibir con gratitud. La mejor expre­sión de este agradecimiento es el gozo de ser amado y de poder amar y hacer amar a Cristo.

 

La identidad no nace construyendo un castillo de naipes sobre arenas movedizas del propio ser. En Cristo se fundamenta la historia y, por tanto, la identidad de cada persona. Preguntarse sobre la identidad sin orientar la propia existencia hacia la relación personal con Cristo es dejarse caer en el abismo sin fondo de la nada.

 

La identidad se siente y se vive cuando se orienta la propia vida hacia el amor de Cristo y de los her­manos. Nuestra razón de ser es la misión de dejar en el mundo la huella imborrable de que hemos encon­trado a Cristo. La "comunión" entre todos los se­guidores de Cristo, por encima del espacio y del tiempo, construimos la humanidad entera en el amor.

 

2. El gozo del amigo

 

El que tiene la esposa es el esposo; el amigo del esposo, que le acompaña y le oye, se alegra grande­mente de oír la voz del esposo. Así mi gozo es cum­plido. Es preciso que II crezca y que yo mengüe.

 

(Jn 3,29-30)

 

Cuando se ha estrenado de verdad la amistad con Cristo, uno ya no se busca a sí mismo, sino los inte­reses de Cristo amigo. El precursor se califica siem­pre como el amigo del esposo, es decir, el que hace que la esposa (el pueblo) se encuentre con el esposo (Cristo). Su único gozo es que Cristo sea conocido y amado. Como premio, le basta el mismo Cristo, su presencia, su palabra y su amor. En la oración, en la convivencia y en el apostolado no se busca nada más que lo que agrada al Señor.

 

En los momentos iniciales del seguimiento y de la misión, el apóstol se alegra por el cargo, los colabo­radores, los disépalos, los hitos, las propias cuali­dades, etc., para poder servir mejor a Cristo y a la

 

extensión de su reino. Luego el gozo se hace más profundo y autentico, aun cuando fallen todas esas casas que también eran dones de Dios. Es el gozo pascual de saber que, en cualquier circunstancia, el triunfo de Cristo resucitado es seguro. Ya solo se goza en orar, servir y amar tal como gusta al Señor, en hitos y fracasos, en soledad y compañía, en plenitud de fuerzas y en suma debilidad...

 

Cristo amigo y esposo no abandona. Cuando el amor es más maduro, el apóstol se goza en desapare­cer para hacerse solo cristal que transparente la luz de Cristo.

 

3. Transparentar al que viene

 

El que viene del cielo da testimonio de lo que ha visto y oído, pero su testimonio nadie lo recibe. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla palabras de Dios, pues Dios no Le dio el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto en su mano todas las cosas. El que cree en el Hijo tiene la vida eterna.

 

(Jn 3,31-36)

 

Cristo es el Hijo amado de Dios, enviado para comunicaros la vida nueva en el Espíritu. El ser, el obrar y la vivencia de Jesús son siempre misi6n para predicar la palabra bajo la fuerza del Espíritu (Jn 3,34). Los mensajeros de Cristo son sus precursores y sus enviados para preparar el camino del encuentro. La fuerza de la evangelización no procede de nues­tras ideas geniales y de nuestros planes maravillosos. El Señor quiere que pongamos a su servicio todo lo que tenemos y que él mismo nos ha dado. Pero la verdad, la luz y la vida es solo el. Nos hacemos transparencia suya cuando reconocemos que todo lo bueno que tenemos procede de él.

 

Nuestra experiencia de Dios s6lo es autentica cuando participamos de la interioridad de Cristo. S6lo el, como Hijo, ha visto a Dios, y solo el nos lo puede revelar (In 1,18). Solo el tiene el Espíritu San­to en plenitud. Su experiencia se nos comunica en la medida en que nos vaciamos de nuestras seguri­dades y audacias, para dejar que su Espíritu viva en nosotros y haga de nosotros un "si" a Dios y a los hermanos.

 

La garantía de reflejar el rostro de Jesús ante el Padre y ante los hombres consiste en reconocer nuestro propio ser como regalo e imagen de Dios amor. En este nuestro barro Dios ha infundido y es­tampado e1 beso de su Espíritu, que nos hace trans­parencia de su Hijo Jesús y, por tanto, transparen­cia suya y "alabaza de su gloria" (Ef 1,6).

 

6. Beber del propio pozo (In 4,1-42)

 

1. Dame de beber

 

Jesús, fatigado del camino, se sent6 junto al pozo; era como la hora sexta (mediodía). Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber.

 

(Jn 4.5-6)

 

El evangelio de Juan narra una serie de encuen­tros con Cristo, que es luz y vida y que se acerca a cada persona en su propia circunstancia. Las figuras femeninas de los textos evangélicos dejan entrever a la Iglesia redimida por Cristo y asociada a la reden­ción. La samaritana pasa de una vida hecha jirones a participar en la vida nueva de la gracia y a hacerse

 

anunciadora de Cristo. El Señor tiene siempre la iniciativa del encuentro. Es él quien nos espera en nuestro viejo pozo de Jacob para ofrecernos una nueva fuente de agua viva: el mismo. Solo nos pide que reconozcamos nuestra sed (Is 55,1; Jn 7,37). Así comienza el camino de fa contemplaci6n.

 

La pedagogía de Jesús es desconcertante. Llega hasta nuestro pozo agrietado, donde solemos ir a buscar sucedáneos, y nos pide agua de nuestro mis­mo pozo. Jesús tiene sed propiamente de nosotros, de nuestra autenticidad, es decir, de que nos demos cuenta que nuestro pozo no nos puede saciar la sed. Jesús tiene sed de nuestra fe, que es experiencia de que solo él puede dar sentido a nuestro existir.

 

En su humanidad pobre, que siente el frio, el can­sancio, e1 dolor y la humillación más que nosotros, Jesús se manifiesta tal como es: el Hijo de Dios amor. Se presenta pobre y necesitado, para decirnos que el único don que nos ofrece y que puede dar sentido a nuestra existencia es el mismo. ~Para que perder la salud y los nervios buscando sucedáneos?

 

2. E1 don de Dios

 

Si conocieras el don de Dios y quien es el que te dice dame de beber, tu le pedirías a él y él te daría agua viva.

 

(Jn 4,10)

 

Jesús es la luz, la verdad, la vida, la Palabra, la· plenitud de la reve1adon. Dios se ha manifestado como amor, dándonos a Jesús, su Hijo (In 3,16; 1 In 4,8). Por medio de Jesús, Dios nos hace parti­cipar de su misma vida divina. Así nos comunica el agua viva del Espíritu Santo. Dios es e1 sumo bien que se da a todos. Jesús es el don del Padre a los hombres. El Espíritu Santo, que Dios nos comuni­

 

, es el don "personal" o nexo de amor entre el Padre y el Hijo. Ya desde nuestro primer encuentro con Cristo, Dios se muestra sorprendente: nos ama tal como somos para hacernos tal como él es.

 

Dios tiene la iniciativa en el amarnos y salvarnos, pero respeta nuestra libertad de apertura y dona­ción. Habla y ama lo suficientemente claro para que nos sintamos estimulados por su palabra y amor; pero nos deja toda la iniciativa para buscarle y para abrirle nuestro corazón. Quiere que nos enteremos por propia experiencia de que solo él puede Henar nuestro corazón.

 

La oración contemplativa es la actitud de pobreza, de sentir necesidad de Dios que nos ama; pero esta actitud es solo posible cuando nos enteramos de que el nos ama como Padre amoroso. Entonces la ora­ción se hace actitud filial. En este modo de orar des­cubrimos que la experiencia de Dios es gratuidad, porque "el nos ha amado primero" (1 In 4,10).

 

3. Fuente de agua viva

 

Quien bebe de esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo Le daré no tendrá jamás sed, sino que el agua que yo le daré se hará en él una fuente que salte hasta la vida eterna. Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua...

 

(Jn 4,13-15)

 

Jesús ofrece infinitamente más de lo que el hom­bre esperaba y buscaba. El nuevo pozo de Jacob es el mismo Jesús (Ap 7,17; 22,1), en quien se cumplen las esperanzas mesiánicas. E1 corazón humano pasa a participar de la vida divina, que es fuente de toda vida. El salto es a1 infinito; pero Jesús lo hace posi­ble. Solo nos pide reconocer que el agua de nuestro pozo no puede saciar nuestra sed. Por medio de esta actitud de pobreza bíblica pasamos a descubrir que

 

hemos sido amados eternamente por Dios y que par­ticipamos de la filiaci6n divina de su Hijo.

 

Basta con acercarnos como "sedientos" a la fuente que es Cristopara recibir gratuitamente el agua Viva del Espata (Ap 21,6). Hay que pedir esta agua presentando nuestra "tierra árida, sedienta y sin agua" (Sal 62,2).

 

Nuestro encuentro con Dios en Cristo es un pro­ceso de vaciarse de lo que no es autentico en nos­otros, para dejarnos Henar de Dios amor. Solo así nuestra vida se hace don para Dios y para los hermanos. El proceso pasa  a veces, por la noche que deja sensación de vacilo. Hay que reafirmarse en Cristo, en su presencia y en su amor: "Que bien se yo la fonte que mana y corre, aunque es de noche" (san Juan de la Cruz).

 

4. En Espíritu y en verdad

 

Ya llega la hora, y es esta, en que los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad, pues tales son los adoradores que el Padre desea. Dios es Espíritu, y los que le adoran han de adorar­le en .espíritu y verdad.

 

(Jn 4,23-24)

 

En Jesús, la creación, el hombre y la historia lle­gan a la plenitud. Las religiones con sus ritos y sus templos dejan paso a la gran realidad, que es Jesús como Emmanuel (Dios con nosotros) y Verbo 0 Pa­labra de Dios. El templo de Jerusalén fue una pre­paración más inmediata, que venía a resumir el Antiguo :testamento: signo especial de la cercanía y epifanía de Dios. El templo samaritano del monte Garizim sirvi6 también de cauce religioso a un pue­blo. Ahora ya solo cuenta la actitud de dejar que Dios habite y hable en nuestros corazónes por me­dio de Jesús. Los templos y los ritos son signos pasajeros-­

 

 Dios quiere habitar en corazónes que se abran a él con autenticidad para recibir su Espíritu (Rom 5,5).

 

Jesús se hace encontradizo con cada persona para imprimir en ella su propia fisónoma de Hijo de Dios. No estorba el pecado y la debilidad cuando se reconocen y se quieren superar. Con la autenticidad de presentarse ante Dios tal como uno es y con el corazón sediento de amor basta. Entonces la ora­ción se hace actitud filial participada del mismo Jesús. Sentimos la necesidad de Dios, como tierra rese­ca y sedienta que somos, y nos abrimos a sus planes de amor sobre nosotros. A él le dejamos la iniciativa de darnos lo que quiera, porque, en el fondo, lo que buscamos es a él: "denos el lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad', (santa Teresa de Ávila).  

 

5. Soy yo

 

Díjole la mujer: Yo se que el Mesías, el llamado Cristo. Está para venir... Dijole Jesús: Soy yo, el que contigo habla.

 

(Jn 4.25-26)

 

La historia de salvación discurre siempre en torno a la presencia y palabra de Dios. Esta cercanía y epifanía divina tiene una afirmación clave desde el Sinaí: "Yo soy" (Ex 3,14). En el evangelio de Juan, Jesús se apropia continuamente esta afirmación di­vina. En él está la plenitud de la revelaci6n y el cumplimiento de las promesas mesiánicas. Jesús es el Señor, "el que habla" (Is 52,6). Su misterio se ma­nifestara plenamente cuando sea exaltado en la cruz (In 8,28). Ahora Jesús resucitado sostiene el caminar eclesial de cada creyente y de toda la comunidad eclesial (Lc 24,36). Una sola palabra suya en el fon­

 

do de nuestro corazón basta para disipar las dudas, las tinieblas y las tempestades (Jn 6,20).

 

Del encuentro con Cristo se pasa siempre a la mi­sión, es decir, a comunicar a otros la experiencia de este encuentro de gracia. La samaritana y la Magda­lena son figuras de una Iglesia creyente, que se hace misionera precisamente por ser contemplativa (Jn 4,29; 20,17). Morfa, "la mujer" siempre fiel y creyen­te, es tipo de esta Iglesia evangelizada y evangeliza­dora, redimida y asociada a la redención (Jn 2,4-5; 19,25-27). En nuestras cenizas y en nuestro barro ha resonado de nuevo la palabra de Dios, que nos hace su imagen y nos encarga ser testigos de la nueva creaci6n.

 

6. Mi comida

 

Mi alimento es hacer la voluntad del que. me en­vía a terminar su obra... Uno es el que siembra y otro el que siega. Yo os envío a segar lo que no tra­bajasteis...

 

(Jn 4.34.37-38)

 

La realidad humana de Jesús se expresa tal como es; pero en la debilidad de su carne aparece la gloria del Hijo de Dios. Los signos pobres de su humani­dad se convierten en signos de gracia. Su cansancio se hace búsqueda (In 4,6). Su mirada es declaración de amor (In 1,42). Su hambre y su sed (In 19,28) son sus amores y su sintonía con los intereses salvíficos del Padre respecto a todos los hombres. La vivencia más honda de Jesús es la fidelidad generosa a la vo­luntad del Padre (In 5,30), que le lleva a "la hora" en que dar la vida por nuestra salvación. Nuestra amistad e intimidad con el comparten la sintonía con sus amores.

 

Jesús alecciona a "los suyos" porque son ellos los

 

que continuaran la misión recibida del Padre. Parti­cipar en la misión supone compartir el estilo de vida de Jesús enviado por el Padre, que busca siem­pre su gloria. La gloria del Padre consiste en glorifi­car a su Hijo y a todos los que creen en él (Jn 17,10).

 

Estos ideales y vivencias de Jesús desmoronan to­dos nuestros andamios artificiales de medrar y de conseguir una eficacia inmediata. Es Jesús quien se prolonga en nosotros, aunque dejando que cada uno aporte todo lo que es y tiene. Así nos convierte en instrumento de comunión fraterna y de salvación universal. Entonces ya da lo mismo que seamos nosotros 0 sean otros los que recojan el fruto de las se­millas sembradas por la caridad del buen pastor.

 

7. Salvador del mundo

 

Decían (los samaritanos) a la mujer: Ya no cree­mos por tus palabras, pues nosotros mismos hemos oído y conocido que este es verdaderamente el Sal­vador del mundo.

 

(Jn 4,42)

 

La primera semilla evangélica en Samaria la sembró esa pobre mujer que se ha quedado con el nom­bre de "la samaritana". Gracias a ella sus connacionales comenzaron a creer en Jesús "salvador del mundo". La verdadera experiencia de encuentro con Cristo y de contemplación se demuestra en el com­promiso misionero: "amar y hacer amar al Amor" (santa Teresa de Lisieux).

 

Juan evangelista, precisamente por su experiencia de encuentro con Cristo, dejan constancia del mis­mo testimonio: .el "salvador del mundo" es Jesús, el Hijo de Dios enviado para redimirnos (1 In 4,14). No hay oración contemplativa sin ansias misione­ras, ni existe verdadera misión que no conlleve el deseo eficaz de contemplación y de encuentro.

 

Dios ha sembrado en todos los pueblos, en todas las culturas y en todos los corazones alguna semilla de evangelio. Casi siempre se manifiesta por el deseo de salvación integral del hombre, que nunca pierde totalmente el sentido de la trascendencia. El Señor quiere hacer fructificar esta semilla a través de quie­nes ya le han encontrado. Pero se necesita transparencia, coherencia, testimonio e incluso audacia, por encima de las modas y de los falsos mesianis­mos. La experiencia de encuentro con Cristo no la regala el apóstol, sino que es un don de Dios que exige apertura del corazón. A todo anuncio del evangelio ha de seguir nuevamente la contempla­ción del apóstol para regar loque se sembró, para preparar lo que otros segaran y para continuar abriendo nuevas puertas al evangelio.

 

7. Aquí y ahora Un 4,43-54)

 

1. EI galileo de Nazaret

 

El mismo Jesús declar6 que ningún profeta es honrado en su propia patria. Cuando lleg6 a Cali­lea, los galileos le hicieron un buen recibimiento, pues habian  visto todo loque habia hecho en Jeru­salén durante la fiesta.

 

(Jn 4,44-45)

 

Jesús no rechazo nunca si se escandalizo de las circunstancias humanas de geografía e historia. Es el Verbo que asume nuestra existencia tal como es. No se desdeño de ser galileo de Nazaret. Se lo echa­ron en cara como desprecio Un 1,56; 6,42). Para sus discípulos, no obstante, sería un titulo de gloria (Jn 1,45). En la cruz, el titulo de "Nazareno" quedaría

 

para siempre unido al título de rey (Jn 19,19). Nues­tras circunstancias humanas concretas ya pueden hacerse lugar de encuentro con Dios, sin necesidad de huidas y añoranzas.

 

La visita de Jesús a Nazaret, "donde se había cria­do" (Lc 4,16), sería un escándalo para los que espe­raban un Mesías a su gusto. Es el mismo escándalo de las bienaventuranzas, de la eucaristía y de la cruz. A través de la historia se va repitiendo el mismo he­cho desconcertante: "Vino a los suyos, pero los su­yos no le recibieron" (Jn 1,11). Jesús no viene para ser un adorno 0 una cosa útil. Viene pobre a com­partir nuestra pobreza; para indicarnos que se da a S1 mismo en persona con todo lo que es. Dios amor ama aS1, con este modo de amar sin modo y sin me­dida.

 

2. Milagros para creer?

 

Jesús le dijo: Si no viereis señales y prodigios, no creéis. Dijole el funcionario real: Señor, baja antes de que mi hijo muera. Jesús le dijo: Vete, tu hijo vive. Crey6 el hombre en la palabra que le dijo Jesús...

 

(Jn 4,48-50)

 

Jesús, el Verbo encarnado, vive en sintonía con todos nuestros problemas. El deja entrever siempre su presencia, que nos ayuda a pasar a una nueva creación donde reina solo el amor. EI paso es siem­pre "pascua", es decir, misterio de cruz y de resu­rrección. Todos los gestos y palabras de Jesús son signos que dejan entrever su realidad de Hijo de Dios hecho nuestro hermano.

 

Jesús hizo milagros para fortalecer nuestra fe débil; pero nos ayuda a purificar nuestra actitud de fe, que no debería necesitar más signos que los de su presencia y su palabra. Jesús trata con ternura tanto

 

a las personas favorecidas por un milagro como a los demás que aparentemente no reciben ninguna gracia extraordinaria.

 

EI funcionario de Cafarnaúm experimento el amor tierno de Jesús en la curación de su hijo; creyó, contagiando de esta fe a toda su familia. Lo importante es siempre descubrir la realidad y el amor de Jesús en los signos de nuestro caminar humano. Ningún ser humano queda abandonado a su realidad. Pero a sus amigos Jesús les educa para que le descubran a él en el silencio y en la ausencia, donde el siempre deja entrever un signa 0 una huella de su presencia y de su palabra. Los amigos de Jesús necesitan esta mirada de fe contemplativa que nace del amor.

 

8. Sufrir sin un porqué? (Jn 5,1-47)

 

I. . ¿Quieres curar?

 

Jesús, viendo al enfermo tendido y conociendo que llevaba ya mucho tiempo, le dijo: ¿Quieres cu­rar? Respondi6 el enfermo; Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua... Dijole Jesús: Levántate, toma tu camilla y anda. A1 instante qued6 sano.

 

(Jn 5,6-9)

 

Sera difícil adivinar las circunstancias históricas de esa piscina llamada "Probática", que tenía cinco pórticos. Aquellas aguas medicinales atraían multi­tud de enfermos. Podría ser incluso un lugar de cul­to pagano. La realidad es que Jesús no tiene com­plejos cuando se trata de acercarse a un hombre que sufre, sobre todo por' su soledad. Para curar e infun­dir la paz, Jesús escucha sin prisas, como deseando

 

oír de nuestros labios o de nuestro corazón lo que él ya conoce y vive más que nosotros mismos. La verdadera curación comienza cuando uno descubre que Jesús es el único que no abandona y que solo el da sentido a nuestra vida. Una sola palabra suya basta para encontrar luz y vida: "Levántate".

 

Cuesta mucho reconocer la propia pobreza y, al mismo tiempo, creer confiadamente en la mirada amorosa de Jesús, que penetra hasta lo más hondo de nuestro ser. Las maravillas de la gracia y del apostolado comienzan a realizarse cuando vamos aprendiendo a vivir, como única riqueza, de la pala­bra y de la presencia de Cristo. Pero esto supone echar por la borda todas nuestras seguridades, que nos roban el tiempo y que todavía nos parecen im­prescindibles. Solo cuando nos arriesgamos a per­derlo todo en aras del amor salimos ganadores de lo único que cuenta en nuestras vidas: el amor y la cercanía de Cristo.

 

2. Transparentar al Padre

 

Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también... El Padre ama al Hijo yle muestra todo loque él hace, también el Hijo, a los que quiere les da la vida . El que escucha mi palabra y

 

 cree en el que me envió tiene la vida eterna... Lle­ga la hora en que cuantos están en los sepulcros oirán mi voz... Mi juicio es justo, porque no buco mi voluntad, sino la voluntad del que me ha en­vido.

 

.

 

(Jn 5,17-30)

 

Desde nuestras circunstancias históricas, asumidas con protagonismo de hermano y esposo, Jesús si.gue siendo la Palabra "vuelta" al Padre (Jn 1,1): Viene de Dios y vuelve a Dios, con nosotros y con toda la creación. Toda la vivencia de Jesús consiste en hacer de nosotros, por obra del Espíritu de amor, su pro­longación,

 

como transparencia y esplendor del Pa­dre. Jesús es transparencia de Dios amor precisa­mente por su cercanía a los pobres. Para él son pobres Nicodemo, la samaritana, el hijo enfermo, el paralitico, el ciego, la pecadora... A todos les hace capaces de recuperar, con creces, el rostro primitivo del hombre como imagen e hijo de Dios.

 

A Jesús se le descubre como Hijo de Dios, escon­dido y amándonos en nuestras mismas circunstan­cias de pobreza. Su palabra amorosa nos hace pasar de nuestra contingencia y limitación al horizonte infinito de una vida eterna.

 

Jesús transparenta los designios salvíficos de Dios. La sintonía con la voluntad del Padre es garantía de su misión; No existe misión sin comunión. En sus gestos y en sus palabras podemos experimentar los latidos. del corazón de Dios. Para transparentar ese amor no necesita aparatos y fachadas; le basta con hacerse encontradizo, como quien comparte todo nuestro existir cotidiano para hacerlo pasar a una existencia definitiva de plenitud.

 

3. La Palabra del Padre

 

Las obras que yo hago dan testimonio en favor mío de que el Padre me ha enviado..., este da testi­monio de mi. Vosotros no habéis oído jamás su voz, .ni habéis visto nunca su rostro, ni tenéis su Palabra en vosotros, porque no habéis erado en aquel que él ha enviado... Investigad las Escrituras, ya que en ellas eréis tener la vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mi.

 

(Jn 5.36-39)

 

Todas las obras de Jesús manifiestan su "gloria"

 

o su realidad de Hijo de Dios. El evangelio sigue siendo palabra viva y actual de Cristo. La creación, la historia, las culturas y, de modo peculiar, la Es­-

 

critura santa hablan a gritos de Jesús salvador. El deseo 'de salvación y de trascendencia que anida en todos los corazones y en todos los. pueblos solo en­cuentra solución en Cristo. Basta abrir el evangelio y dejar entrar en nuestro interior sus palabras todavía recientes.

 

Toda nuestra vida está jalonada de signos de la presencia de Cristo. Cuando leemos la palabra evangélica, estos signos se hacen transparentes. Jesús continua mirando, hablando, actuando, amando. Todo es don de Dios. Todo es signo de su cercanía y de su palabra. Pero esos dones se hacen opacos cuando los manipulamos para nuestros intereses bastardos.

 

A la luz de la palabra de Jesús, todas las cosas y todos los acontecimientos se hacen mensaje de Dios amor. Esos signos pobres de nuestro caminar son capullos, que solo se abren si nos dejamos mirar por Cristo. Contemplar a Dios en Cristo equivale a mi­rarle y dejarse mirar por el

 

4. Encontrar a Cristo

 

No queréis venir a para tener la vida. Yo no recibo gloria de los hombres. pero os conozco y sé que no tenéis en vosotros el amor de Dios. Yo he venido en nombre de mi Padre... ,Cómo vais a creer vosotros, que recibíis la gloria unos de otros y no buscáis la gloria que procede sólo de Dios?... Moisés escribi6 de mí.

 

(Jn 5,40-47)

 

El encuentro con Cristo, por una fe que compro­mete toda la existencia, es posible para todos. Jesús es quien toma la iniciativa y es el primer interesado en concedernos este don de la fe y de la contempla­ción. Su mirada amorosa penetra hasta lo hondo del corazón. Precisamente por esto no admite otros

 

amores egoístas. Su mirada es un examen de amor Los interlocutores de, Cristo, si buscan principalmente el propio interés, aunque sea con la pantalla de oración y apostolado, no encontrarán más que al pobre artesano de Nazaret, hijo de José y María (Jn 6,42). Solo la autenticidad y el deseo de amar en­cuentran al Hijo de Dios hecho nuestro hermano en las circunstancias de Nazaret y de todos los días.

 

A Jesús se le encuentra cuando se sabe leer en

 

cada cosa, en cada acontecimiento y en cada persona

 

el "mas allá" de un amor eterno. Desde el momento

 

en que uno quiera apropiarse egoístamente 0 utili­zar

 

 mal un don de Dios, se queda con las cenizas en

 

las manos. La misma palabra de Dios, contenida en

 

la revelación, solo se deja captar de quien lee y escu­cha

 

con corazón de pobre. Entonces cualquier don

 

de Dios nos abre al horizonte infinito de la gratitud

 

y del amor.

 

9. Pan de vida en el desierto Un 6,1-71)

 

1. Éxodo de Jesús

 

Parti6 Jesús al otro lado del mar de Galilea de Tiberiades, y le seguía una gran muchedumbre, porque velan los milagros que hacía con los enfer­mos. Subi6 Jesús a un monte y se sent6 con sus disépalos. Estaba cerca la Pascua... Contemplando la granmuchedumbre que venía a él, dijo a Felipe: ¿Dónde compraremos pan para dar de comer a es­tos?.. Jesús, conociendo que intentaban forzarle para hacerle rey, se retir6 otra vez al monte él solo (Jn 6,1-15)

 

La vida de Jesús es un camino de pascua (Jn 6,4). Su cammar es el de la humanidad entera, en su

 

"exodo" por el desierto hacia la tierra prometida. La liberaei6n cristiana es un proceso de nueva crea­don. Jesús se hace mana, "pan de vida" para todos, sin excepción. Pasa llamando a las muchedumbres y a cada uno en particular para compartir la vida con el. Toda su vida, gestos y palabras son un signa de un amor trascendente y eterno. Pero quiere tambien ser signo de Dios amor poniendo sus manos en las nuestras; sólo nos pide nuestro pequeño todo, que quedará convertido para siempre en su complemen­to y transparencia.

 

A sus discípulos y apóstoles Jesús les pide que sintonicen con su compasión y su preferencia por los pobres y por los que sufren (Mt 15,32). Nuestro pequeño todo se hace instrumento del "pan de vida" solo cuando es sintonía con el amor de Cristo, que hace de su propia vida un desposorio.

 

Jesús, como signa de Dios amor, se esfuma y des­aparece cuando queremos utilizarlo a la medida de nuestro egoísmo. No admite ser utilizado por exclu­sivismos de grupos, ideologías y sistemas, y ni aun por técnicas de "contemplación". Necesitamos los desiertos de la "ausencia" y del "silencio" de Dios para curarnos de muchas tonterías. La caridad con los más pobres y con los que conviven con nosotros es el único termómetro de la oración. La montana de la oración lleva el título de "bienaventuranzas" y "mandamiento del amor". Entonces la Iglesia espo­sa se decide a subir al monte con Cristo para descu­brir la contemplaci6n como oración y el camino de los pobres.

 

2. Presencia en la tempestad

 

Ya había oscurecido y no había vuelto a ellos Jesús, y el mar se había alborotado por el viento fuerte que soplaba... Vieron a Jesús que caminaba sobre el mar y se acercaba ya a la barca, y temieron. Pero él les dijo: Soy yo, no temáis (Jn 6,16-20)

 

 

 

 

 

Unas pinceladas de colores fuertes caracterizan la superficie del navegar humano: atardecer, oscuridad, aparente ausencia de Jesús, huracán, tempestad... Lo que creíamos ser verdad y belleza parece desatarse y convertirse en un pozo de dudas y en puñado de hojas secas. Y, no obstante, Dios esta más cerca que nunca, convertido en consorte y caminante.­

 

 

 

La vida es hermosa porque Dios es bueno. Si pa­san

 

las. cosas, que son dones de Dios, ¿no será por­

 

que Dios se nos quiere dar a sí mismo?

 

Si Jesús se nos muestra con todo su poder, nos parece un sueño. Por esto es mejor dejar entrar su palabra en nuestro corazón, sin pedir ni exigir privi­legios. El salto de confianza en su amor y en su pre­sencia aleja todo miedo a los fantasmas. A través de la eucaristía, de su palabra revelada, de sus sacra­mentos, de la comunidad eclesial, de cada persona y de cada acontecimiento, Jesús nos dice: "Yo soy". Es él que sostiene nuestra existencia porque nos ama. Los temores desaparecen cuando nos decidimos a no desear nada más que a él, dándole la bienvenida en cada uno de los signos pobres de su presencia.

 

3. Creer en el enviado

 

. Vosotros me buscáis no porque cabéis visto los signos ,sino porque habéis comido· de los panes y os habéis saciado. Procuraos no el alimento perece­dero, sino el que permanece hasta la vida eterna, el que el Hijo del hombre os da, porque Dios Padre le hasellado con su sello... La obra de Dios es que creáis en aquel que él ha enviado.

 

(Jn 6,26-29)

 

Nos empeñamos en apreciar y valorar lo inmedia­to y lo eficaz, muchas veces al margen de Jesús: nuestras lucubraciones (como Nicodemo), el agua de nuestro pozo (como la samaritana), nuestras espe­ranzas tangibles (como el paralitico), el alimento te­rreno y los bienes superficiales (como la muchedum­bre)... Todo eso es bueno si se coloca en la perspec­tiva de Jesús: para amar al Padre y a los hermanos.

 

A Jesús se le encuentra en todas las circunstancias, a condición de buscarle para un encuentro de fe comprometida. Quien le desea y le busca es que ya ha comenzado a encontrarle. Encontramos a Cris­to cuando le buscamos en la línea de los signos esco­gidos por él, que son siempre signos del amor salvífico de Padre. Jesús es el don de Dios al mundo, el cruce de caminos de toda la historia y de toda la revelación. La Escritura (la ley, los profetas, la sabiduría) solo hablan de él y del hombre y del mundo salvado por él.

 

La obra más grande que Dios ha hecho es el en­cuentro vivencial del hombre con Cristo, Hijo de Dios y hermano nuestro. Este es el encuentro de la fe, que nos transforma en él. Jesús es el enviado del Padre, que se hace encontradizo en todos nuestros cruces de camino. ¿Por qué no aprender, por la ex­periencia de nuestro pasado, que Jesús no nos ha dejado ni a sol ni a sombra?

 

4. La fe, don de Dios

 

Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo... Yo soy el pan de vida; el que viene a mí ya no tendra más hambre. y el que cree en mí jamás tendrá sed... Al que viene a mí yo no le echaré fuera, porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad. sino la voluntad del que me ha enviado... Porque esta es la voluntad de mi Padre. que

 

todo el que ve al Hijo y cree en el tenga la vida eterna. y yo le resucitare en el ultimo da... Nadie puede venir a mí si el Padre. que me ha enviado, no le atrae...  el que ha venido de Dios. ése ha visto al Padre... EI que cree en mí tiene la vida eterna.

 

(Jn 6.32·47)

 

Jesús se presenta como "pan de vida", el don de Dios al mundo, la palabra personal de Dios, que es luz de verdad y vida. Dios nos da a Jesús, su Hijo, y la posibilidad de creer en él.  El pan de nuestro cami­nar es ahora la persona y el mensaje de Jesús. Creer es abrirse a esta realidad de Dios hecho hombre por amor nuestro. La creación y la historia recobran su sentido con la encarnación del Verbo.

 

Encontrar a Cristo y creer en el equivale a encon­trar la única agua que puede saciar nuestro corazón sediento. En los éxitos aprendemos a dar gracias a Dios y a compartir con los hermanos caminantes. En las dificultades nos damos cuenta de que la vida se hace donación para construir el camino común que lleva a la salvado de todos y a la "vida eterna".

 

La palabra personal de Dios resuena y habita en­tre nosotros bajo signos pobres. Jesús de Nazaret, el hijo de José y María, es, a la luz de la fe, el Hijo de Dios nacido de la Virgen por obra del Espíritu San­to. Creer es dejarse atraer por esta Palabra del Padre, pronunciada eternamente en el amor del Espíritu, y comunicada ahora como inicio de restauración, re­surrección y vida eterna. La fe es recibir a Cristo tal como es, bajo los signos pobres de la encarnación y de la Iglesia. Dios nos da a su Hijo en el "Tabor" de nuestra vida cotidiana. El don de la fe se recibe tal como es; a nosotros nos toca abrir el corazón para hacer de cada situación y de cada acontecimiento una "comunión" y un encuentro con Cristo.

 

5. El pan de vida

 

Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el mana en el desierto y murieron... Yo soy el pan vivo bajado del delo; si alguno come de este pan, vivirá para siempre, y el pan que yo le daré es mi carne, por la vida del mundo... El que come mi carne y bebe mi sangre tiene la vida eterna y yo le resucitare el ultimo día.

 

(Jn 6,48-55)

 

Jesús es el verdadero mana, el pan de vida en nuestro caminar de Iglesia peregrina hacia la nueva Jerusalén. El mismo en persona, todo su ser, se con­vierte para nosotros en comida y bebida bajo los signos eucarísticos de pan y vino. Como Verbo 0 Pala­bra del Padre, se inserta en nuestras circunstancias para hacerse encontradizo con cada ser humano.

 

Encarnación y eucaristía responden a aspiraciones profundas que Dios había sembrado en el corazón de cada hombre: encontrar la vida verdadera y per­durable, compartir el pan y la existencia con todos los hermanos... En Cristo estos deseos se hacen rea­lidad, que supera infinitamente nuestras aspiracio­nes. Así, en cierto modo, la encarnación se prolonga en la eucaristía, para hacer que toda la humanidad se convierta en Iglesia, cuerpo místico y "comple­mento" de Cristo (Ef 1,23).

 

En la carne humilde de Jesús encontramos al Ver­bo, el Hijo de Dios hecho hombre. En los signos eucarísticos encontramos el cuerpo y sangre de Jesús como comida y bebida, es decir, todo su ser en cuan­to manifestación externa (cuerpo) y en cuanto viven­cia e interioridad (sangre). Es presencia de enamo­rado, que da la vida en sacrificio (Jn 10,II; 15,13) y que nos hace ·consortes y participes de todo su ser. Comulgar a Cristo equivale a compartir la vida con él y sintonizar con sus amores de inmolarse por comunicar una vida nueva a toda la humanidad (Jn 6,51).

 

6. Vivir en Cristo

 

El que come mi carne y bebe mi sangre estd en mí y yo en el. 4si como me ha enviado el Padre que vive, y yo vivo por mi Padre, así también el que me come vivirá por mí.

 

(Jn 6,56-57)

 

Permanecer en Cristo, vivir en el, de él y para él es el hilo conductor de todo el evangelio de Juan. El encuentro con Cristo, presente ahora bajo signos eucarísticos, se hace "transformación misericordiosa y redentora del mundo en el corazón del hombre" (Dominicae Cenae 7). Caminando con Cristo hacia la pascua de muerte y resurrección, hacemos de la propia existencia la prolongación del mismo Cristo. Del encuentro vivencial pasamos a la misión de compartir con todos los hombres el pan de vida.

 

Cristo ha tornado nuestro pan y nuestro vino para hacerlo su cuerpo y su sangre. En realidad, quiere asumir todo nuestro trabajo, nuestra vivencia y con­vivencia humana para convertirlas en cuerpo mistito.

 

Comulgando el pan eucarístico nos hacemos "un solo cuerpo" de-Cristo (I Cor 10,17). Vivimos de su misma vida, como el sarmiento vive de la vid (Jn 15,5). Somos "los suyos" (Jn 13,1), sus "amados" (Jn 15,9-14). Comulgando a Cristo y compartiendo su vida con él, el Padre nos ama como a él (Jn 17,23). En nuestro barra, Dios, comunicándonos su Espíritu, ha impreso el rostro de su Hijo querido.

 

7. Opci6n personal. par Cristo

 

El Espíritu es el que da la vida..: Las palabras que yo os he hablado son Espíritu y vida; pero hay algunos de vosotros que no creen... Por esto os dije que nadie puede venir a mi si no Ie es dado de mi Padre.

 

Desde entonces muchos de sus discipulos se retiraron y ya no Ie seguian. Jesús dijo a los doce: ,Quereis iros vosotros también? Respondió Simón Pedro: Señor. ,a quien iríamos? Tt1 times palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tu eres el Santo de Dios...

 

(Jn 6,63-69)

 

El amor de Cristo es exigente. Se nos acerca a to­dos y a cada uno para comunicarnos la palabra de Dios, que es él mismo como "pan de vida". El evan­gelio se hace encuentro comprometido con Cristo y opción personal y definitiva por él. La debilidad de Nicodemo, de la samaritana y del paralitico no fue obstáculo para la fe y el encuentro. El verdadero obstáculo consiste en los ídolos ,0 becerros de oro fabricados en la mente y en el corazón del hombre. A Dios hecho hombre hay que recibirle tal como es; Dios es siempre sorprendente porque desborda nues­tros planes y deseos.

 

Las palabras de Jesús son fuerza de vida para el creyente; son caridad divina y vida en el Espíritu, que se comunica por Cristo, que viene de Dios, y vuelve con nosotros a Dios. Lo peculiar de la vida cristiana es precisamente aquello que desborda al hombre sin fe: Cristo hecho donación por una muerte de cruz.

 

La persona y el mensaje de Cristo, al cuestionar nuestra fe, se nos hacen examen de amor y de segui­miento. Los que siguieron a Cristo por la moda del momento originaron la primera crisis de la historia cristiana. El punto de referencia de nuestra fe es la actitud de Pedro como piedra sobre la que Cristo fundo su Iglesia (Mt 16,18). Cuando el seguimiento de Cristo se hace encuentro personal y amistad de desposorio, se desvanecen las dudas sobre el sentido de la existencia.

 

10. Tienda de peregrino (Jn 7-8,1l)

 

1. El tiempo de Cristo

 

Estaba cerca la fiesta de los tabernáculos (tiendas)... Mi tiempo no ha llegado aun, pero vuestro tiempo siempre está pronto... Aun no se ha cum­plido mi tiempo... Subió también él a la fiesta. no manifiestamente. sino en secreto. Los judos lo bus­caban en la fiesta ... Nadie hablaba libremente de el por temor de los judíos.

 

(Jn 7,2-13)

 

Para Cristo, el tiempo equivale a peregrinación hacia .el Padre. La vida se hace fiesta de peregrinos que Viven bajo tiendas transitorias. El Verbo ha es­tablecido ~u tienda de peregrino entre nosotros (Jn 1,14). El tlempo es un ensayo de una llegada y fiesta definitiva. El presente es un encuentro con Dios que vive en los hermanos y que se nos acerca en losacontecimientos. Lo importante es acertar en el en­foque ,de .la vida aquí y ahora. Para Jesús, el tiempo es autentico cuando lleva a la pascua de dar la vida por los hermanos.

 

Los acontecimientos son signos que nos ayudan a orientar la vida hacia la donación. Los aconteci­mientos son "signos de los tiempos" (Mt 16,3) sólo cuando dejan entrever la voluntad salvífica del Pa­dre. Sin esta perspectiva, el tiempo se diluye en pri­sas, ganancia, nerviosismo y modas del momento.

 

Amar siguiendo fielmente los "signos de los tiem­pos", que son signos de la pascua, comporta pasar por el ridículo y ser destruido por una crítica al margen del evangelio. Correr la suerte de Cristo, que es el cordero pascual, es un riesgo que solo afrontan los enamorados. Siempre se encuentra tiempo para cumplir lo que agrada al Padre; basta con no perder tiempo en nuestras preferencias.

 

2. £1 mensaje sobre el Padre

 

Mi doctrina no es mía. sino del que me ha envia­do... Yo no he venido de mi mismo; pero el que me ha enviado es veraz... Yo le conozco. porque proce­do de él y él me ha enviado... Aun estaré con vos­otros un poco de tiempo. y me iré al que me ha enviado. Me buscareis y no me hallareis. y a donde yo voy. vosotros no podéis venir.

 

(Jn 7.16-34)

 

El misterio de Jesús se transparenta a través de su persona y de su mensaje. Sus gestos y palabras dejan entrever los planes de Dios amor sobre el hombre. Por esto la palabra de Jesús penetra hasta lo más profundo de nuestro ser. No es doctrina de hombre, sino experiencia personal del Hijo de Dios, que nos explica lo que él ha visto y oído eternamente en el corazón del Padre (Jn 8,38). Jesús no es un simple expositor 0 transmisor de una experiencia religiosa adquirida dentro de su conciencia. El ser de Jesús es la expresión personal del Padre, la mirada pura y eterna al Padre en el amor del Espíritu Santo. Y en este su mirar ha injertado nuestra mirada de oraci6n filial y contemplativa.

 

La garantía de la doctrina y experiencia de Cristo se encuentra también en el hecho de que responde a los deseos y anhelos más profundos del hombre, pero trascendiéndolos de modo infinito. Solo Dios ha podido insertar en el corazón humano esta sed de trascendencia y de infinito. Y solo la doctrina que viene de Dios, es decir, la revelación, que es el mis­mo Cristo, puede responder adecuadamente a esas ansias de felicidad y de "mas alía".

 

La doctrina de Cristo se resume en anunciar que Dios es amor, que el hombre es amado por él y que ya puede amar a los hermanos con el mismo amor con que él es amado por Dios. La misión de Cristo quedara cumplida cuando llegue "la hora" señalada

 

por el Padre para dar la vida. Jesús vive pendiente. del amor al Padre y a los hombres, y llama a los suyos a transformar la vida en ese mismo amor de donación total.

 

3. Las aguas vivas

 

El ultimo día de la fiesta, el más solemne, Jesús, puesto en pie, grit6: Si alguno tiene sed, que venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escri­tura, correrán de su seno ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que cre­yeran en el, pues aun no había sido dado el Espíritu porque Jesús no había sido glorificado.

 

(Jn 7,37-39)

 

En el templo y a voz en grito, Jesús resume todo el mensaje de los profetas y lolleva a plenitud (Is 44,3). Sólo Jesús, el Hijo de Dios, puede ofrecer los torrentes de agua viva 0 la vida nueva en el Espíritu a todos los hombres (Ap 22,1). De su corazón abierto en la cruz, como signo de glorifica­ción, brotara esa agua que sacia la sed (In 19,34; Is 12,3). Es el nuevo nacimiento (In 3,5) y "la fuente que salta hasta.la vida eterna" (In 4,14). Jesús, el nuevo templo y el verdadero cordero pascual, ofrece a todos esta experiencia de Dios, que ya comienza en esta tierra (Ap 21,22). Basta con tener sed y sentirse pobre ante el amor.

 

La sed de Dios es un tema frecuente en la Biblia (Sal 62; Is 55,1). Esta sed deja transparentar nuestra realidad humana. Es la autenticidad de sentirse crea­tura zarandeada por el sufrimiento, la injusticia, el pecado 0 la propia pobreza radical. Es la actitud que nos hace transparentes ante Dios y que .no ahuyenta a ningún hermano.

 

Solo entonces se descubre a Dios tal como es: Dios amor, que nos ama porque somos sus hijos en el

 

Hijo, que ha asumido nuestra existencia como pro­pia. La glorificación de Jesús, ya desde la cruz, fun­damenta nuestra fe y da sentido a ~odas las circuns­tancias de nuestro existir.

 

4. Disensi6n

 

Algunos decían; Este es el Mesías; perootros replicaban; ¿Acaso el Mesías puede venir de Galt­lea?... Se originaron disensiones entre La gente por su causa. Algunos de ellos querían apoderarse de él.

 

(Jn 7.41-44)

 

De nuevo el escándalo sobre Jesús, que es siempre escándalo de la cruz. La vida y las palabras de Jesús ponen al descubierto los recovecos ocultos del corazón. No es que el Señor produzca desuni6n, sino que es el egoísmo humano el que siembra las discor­dias y las guerras. Lo que más subleva al hombre son las circunstancias por las que Dios se manifiesta y acerca. EI hombre quiere tener en todo la iniciati­va y la capacidad de manipular ideas, sistemas y personas; pero Dios se reserva siempre el derecho de escoger las circunstancias de la revelaci6n y del en­cuentro con él Es que nos ama muy por encima de nuestras aspiraciones y deseos.

 

En las discusiones humanas sobre la fe y sobre los valores evangélicos se barajan muchas veces términos que no concuerdan con los planes amorosos de Dios. El hombre sigue fabricándose sus ídolos, también en el campo de las ideas teo16gicas y de ~~s preferencias espirituales y apostólicas. Toda plamfI­caci6n que no nazca de la fe y de la esperanza y que no conduzca al "amor camina por derroteros ajenos al evangelio.

 

No se puede aspirar al encuentro con Dios tenien­do el corazón lleno de ídolos camuflados de raz6n,

 

de derechos y de religiosidad. Hacerse con el tesoro escondido y con la perla preciosa del encuentro con Cristo exige desprenderse de todo lo que no suene a servicio y a caridad.

 

5. No peques mas

 

Mujer. nadie te ha condenado? Dijo ella: Nadie. Señor. Jesús dijo: Ni yo te condeno tampoco; vete y no peques mas.

 

(Jn 8.10-11)

 

La encarnación del Verbo y su cercanía a los hombres manifiestan la ternura y la misericordia de Dios amor. Los hombres nos empeñamos en clasificar a las personas según nuestros esquemas. Para Cristo cada persona es irrepetible; es una historia y un milagro de amor. Cada uno es recuperable..Jesús ama asumiendo la realidad humana como propia, para salvarla, haciendo que el hombre recupere su verdadero rostro.

 

La fuerza de la palabra y de la presencia de Jesús es capaz de arrancar de cuajo todas las lacras, para comunicar una vida y un nacimiento nuevo. Nico­demo, la samaritana, el paralitico y la adultera son los rostros con los que Cristo se encuentra todos los días. Nuestra careta nos sirve de poco, si es que sirve de algo. Hay que decidirse a dejarse mirar por Cris­to con esa mirada que ama, sana y llama a reestre­nar la vida todos los días. Es una mirada que no se olvida jamás.

 

El mismo amor que comprende y perdona es exi­gente y sin rebajas. Jesús comprende nuestro barro quebradizo, pero quiere imprimir en él el esplendorde su mirada y la hermosura de su rostro de Hijo de Dios. Solo podemos sanar decidiéndonos a caminar por este camino de dialogo con Dios y de amor a los

 

hermanos. Jesús sigue viviendo en nosotros y cami­nando con nosotros. De un estropajo, Jesús puede sacar una túnica de bodas (Ap 3,17-18; 7,14). Solo es­ posible recuperarse cuando se quiere compartir la vida can Cristo, transformándola en amistad pro· funda, desposorio y compromiso de caridad.

 

11. ¿Caminar sin una luz? (Jn 8,12-9,41)

 

1. Yo soy la luz

 

Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas, sino que tendrá luz de vida... Mi testimonio es verdadero porque se de d6nde vengo y ad6nde voy.

 

(Jn 8,12-14)

 

Jesús es el Hijo de Dios, el centro de la creación, el Señor de la historia. Su voz continua hoy tan joven como hace veinte siglos: "Yo soy la luz" (In 9,5; 12,35-36; 12,46). Es él quien, por amor, ha dado ori­gen a la luz y a la vida. Por esto es la verdad y el camino hacia ella. En Cristo el hombre encuentra el verdadero renacer: desde las tinieblas del error y del pecado hasta la luz de Dios y la vida en e1 Espíritu.

 

Jesús no habla solo a partir de unas ideas 0 de una simple experiencia interior, sino a partir de su realidad de Hijo enviado, que viene del Padre y vuelve al Padre; por esto comparte con nosotros todo lo que es y todo lo que tiene.

 

Jesús no es s6lo una luz, sino La luz. En el vemos a Dios amor (In 14,9). En Cristo, "esplendor de la gloria" del Padre (Heb 1,3), encontramos a Dios en su realidad divina y en sus amores par los hombres.

 

Los designios salvíficos de Dios sobre el hombre se manifiestan en la persona y en la obra de Jesús. Esos designios serian imaginarios si Cristo no fuera el Hijo de Dios. La historia humana ya ha cambiado de rumba. "En tu luz hemos visto la luz" (Sal 35,10). Ya nos es posible vivir en la dominica de Cristo, que conduce todo hacia Dios amor: "Llévame, luz admirable" (Card. Newman).

 

2. No estoy solo

 

. Mi juicio es verdadero, porque no estoy solo, sinoyo y el Padre que me ha enviado... El Padre que me ha enviado da testimonio de mí.  Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre... El que me envi6 no me ha dejado solo, porque hago siempre lo que es de su agrado... Muchos creyeron en el.

 

(Jn 8,16-30)

 

La vida de Jesús es siempre una relación y una mirada personal al Padre en el amor del Espíritu Santo, que le lleva a dar la vida por todos los hom­bres. Jesús no necesita puntos de apoyo en aprecios humanos 0 en actitudes egoístas. Su ser es darse, precisamente porque es reflejo personal de Dios amor. Dios se manifiesta en el. En cada gesto y en cada palabra de Jesús se puede escuchar la voz del Padre: "Este es mi Hijo amado..., escuchadle" (Mt 17,5). Toda su vida está orientada hacia el momento de su máxima epifanía en la cruz, cuando realizara el gesto supremo de morir amando.

 

Mirando a Cristo y unidos a él, aprendemos a ha­cer de la vida una relación personal con Dios y una donación a los hermanos. La identidad, como la fe­licidad, no se encuentra buscándose directamente a sí mismo, sino mas bien realizando en la propia vida la misión de servir a los demás.

 

La soledad y la depresión comienzan cuando el corazón se encierra en sí mismo, como queriendo hacerse el centro imprescindible de todo. Este sentimiento de soledad se supera presamente no buscando sucedáneos al amor. Jesús, que vive en nos· otros, es amado por el Padre, ama al Padre y puede hacer amar al Padre. Es esta nuestra misma identi­dad, que es posible gracias a él. La frustración y el fracaso son solo aparentes cuando la vida se resuelve en cumplir la misión encomendada por Dios amor, que es siempre de servir sin esperar recompensas ca­ducas ni éxitos inmediatos.

 

3. Yo soy

 

Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre. en­tonces exoneréis que yo soy. y no hago nada de mí mismo. sino que. según me enseii6 el Padre, as hablo... En verdad. en verdad os digo: antes que Abrahán naciese era yo.

 

(In 8.28 Y 58)

 

Jesús es el Emmanuel (Dios con nosotros), el Hijo de Dios que nos ama hasta dar la vida en sacrificio por nuestra salvación. "Yo soy" es el título que Dios se dio a sí mismo en el Sinaí (Ex 3,14). Dios es fiel al amor creando, sosteniendo y salvando nuestra exis­tencia. Dios ha creado todo y conserva todo porque nos ama. Y con este mismo amor nos comunica su Palabra (Is 52,6). Jesús, exaltado en la cruz, aparece como la Palabra personal de Dios amor Un 8,28; 12,32). Dios se revela a si mismo amando; su amor imprime en nuestro barro los rasgos de la fisonomía de su Hijo Jesucristo.

 

La fe de Abrahán conduce a la fe en Jesús. Dios nos ha amado hasta darnos a su Unigénito en sacri­ficio por nuestros pecados Un 3,16). Lo que en Abrahán fue solo un gesto de disponibilidad, en

 

 

 

Dios es una realidad: su Hijo ha sido inmolado por amor nuestro (Rom 8,32).

 

EI nuevo Moisés es ahora Jesús, el Hijo de Dios levantado en cruz para sanarnos de nuestras heridas Un3,14-l5; 8,28). El gozo y la liberación de la verda­dera pascua solo Se encuentran en Jesús, que es "el principio" y el centro de la creación y de la historia. Los gestos y las palabras de Jesús son narración dramática del amor eterno de Dios por los hombres. En cada expresión de Jesús se contiene toda la historia del amor divino por cada uno de nosotros.

 

4. La verdad que libera

 

Si permanecéis en mi palabra, seréis en verdad mis disépalos y conoceréis la verdad y la verdad os hará  libres... Yo hablo de lo que he visto en mi Padre... Yo he salid .y vengo de Dios..., es él quien me ha enviado... ¿Por qué no entendéis mi lengua­je?  Porque no podéis escuchar mi palabra... Yo no busco mi gloria... Es mi Padre quien me glorifica.

 

(In 8.31-54)

 

La libertad nace de participar en la filiación divi­na de Jesús, haciendo de todo una vida nueva, un sacrificio de donación a los hermanos y una pascua

 

o paso hacia Dios amor. La humanidad liberada de las injusticias que dimanan del pecado es aquella que vive en la comunión de vida eterna 0 vida nueva con Dios y con todos los hermanos.

 

Somos liberados porque hemos renacido en Cris­to, Hijo de Dios, por obra del Espíritu de amor.. Jesús es la verdad, el portador d~ los planes salvíficos de Dios. El que cree en Jesús es de la verdad, nace del Espíritu, camina en la verdad, ora en la verdad y es liberado y santificado por la verdad. Ser libre equivale a realizarse en Cristo: conocerle amando.

 

Cristo es el camino de la salvación 0 liberación

 

integral y verdadera, porque sólo él es capaz de ayudarnos a transformar nuestra vida en donaci6n a los hermanos. El proceso del encuentro y amistad con Cristo es proceso de contemplaci6n de la verdad, que es el mismo, aceptando su persona y su doctri­na, como proceso de unificación en el amor. Todo lo que no lleva a este amor en Cristo se considera basura (Fil 3,8). El drama humano de la búsqueda de la verdad solo se resuelve cuando se ama al hom­bre en su totalidad; no por lo que tiene, sino por lo que es. Pero este amor nace solo del encuentro con Cristo. Conocer a Cristo amándole es el conocer "contemplativo" que nos libera del pecado y nos une a Dios y a todos los hermanos.

 

5. "Crees en el Hijo de Dios?

 

Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mun­do... ~Crees en el Hijo del hombre? Respondi6 el (ciego curado) y dijo: ¿Quién  es, Señor, para  que crea en él? Díjole Jesús: Lo estás viendo; es el que habla contigo. Dijo él: Creo, Señor, y se postr6 ante él.

 

(Jn 9,5-38)

 

Jesús salva a todos los que se presentan tal como son y se abren a su luz y a su verdad. Un ciego de nacimiento se convirti6 en testigo y signo portador de la luz. Los criterios y valores humanos al mar­gen de Cristo pierden todo su valor, porque dejan de ser plenamente humanos. Jesús sigue realizando los mismos milagros, hoy como siempre, porque ha venido a evangelizar a los pobres (Lc 4,18) para ha­cerlos transmisores de este mensaje de amor y de perd6n.

 

Para encontrar a Cristo basta con abrir el co­raz6n, manifestando nuestra búsqueda de verdad (como Nicodemo), nuestra ansia de algo mas (como

 

la samaritana), nuestro anhelo de curaci6n total (como el paralitico) 0 nuestro deseo de ver, que en Cristo todo se hace destello de Dios amor. Cerrarse a la verdad, a la vida y a la luz conduce a la ruina. Basta con abrir nuestro ser y dejarle ver, oír, sentir, palpar a Dios, presente en todas las cosas porque nos ama. En Cristo, el Verbo hecho carne, Dios se ha hecho visible, sensible y palpable. Los signos de su presencia y cercanía son signos pobres, porque son el reto a nuestros ídolos. Creer es dejar que nuestro ser sea lo que es ante la mirada y la gracia de Dios amor. Entonces nos hacemos su gloria 0 su reflejo, como Jesús. Creer en Dios amor solo es posible des­cubriendo a Cristo presente en los signos pobres de los hermanos, de la Iglesia y de nuestra misma existencia.

 

12. La vida es un "sí" (In 10,1-42)

 

1. Yo soy la puerta

 

El que entra por la puerta, ese es el pastor de las ovejas. A este le abre el portero, y las ovejas oyen su voz, y llama a sus ovejas por su nombre..., va delan­te de ellas, y las ovejas le siguen porque conocen SU voz... Yo soy la puerta de las ovejas..., el que por mí entrare se salvará... Yo he venido para que tengan vida, y la tengan en abundancia.

 

(Jn 10,2-10)

 

La imagen del buen pastor resume todo el evange­lio de Juan. Cristo es el salvador, por ser e1 Hijo de Dios que ha venido a dar la vida por los hombres. Los suyos, sus ovejas, forman la comunidad de creyentes que siguen su voz. A Cristo se le encuentra

 

presente en la comunidad eclesial. Un Jesús sin esos signos pobres de Iglesia, que constituyen el testimo­nio apost6lico, sería una ficci6n y una quimera.

 

La comunidad eclesial nace de la palabra de Jesús y de su sacrificio redentor. Una Iglesia (o una ecle­siología) sin palabra de Jesús predicada por los apóstoles, sin eucaristía y sin .pastores, serla una abstracción producto de laboratorio. Seguir a Cristo supone aceptar los signos pobres de Iglesia, donde él se hace presente, dejando de lado los ídolos que na­cen al margen de los planes de Dios amor.

 

La "puerta" de la comunidad es el mismo Jesús. Cada uno ha entrado en el redil porque ha sido lla­mado por su nombre. Jesús nos mira y conoce hasta lo hondo del corazón; y nos ama por lo que somos, no por lo que tenemos. En nuestro corazón, sediento como tierra reseca, Cristo infunde una vida nueva, que es participación en su filiación divina. Nos saca

 

o libera de la pobreza y opresi6n, que es producto del pecado, para hacernos pasar a la pobreza evangélica de tener como único tesoro la fe en Cristo, es decir, compartir la vida con él y con los hermanos.

 

2. Amar hasta dar la vida

 

Yo soy el Buen Pastor; el Buen Pastor da la vida por sus ovejas... Conozco a las m{as y las m{as me conocen a m{, como el Padre me conoce y yo co­nozco a mi Padre, y pongo mi vida por las ovejas. Tengo otras ovejas que no son de este aprisco, y es preciso que yo las traiga, y oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor... Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen.

 

(In 10,11-16 y 27)

 

Jesús describe su vida con la figura del buen pas­tor, atribuyéndose las cualidades de Dios, pastor de su pueblo Israel (Ez 34,1I-31). El posesivo "mis ove­jas",

 

"sus ovejas", se va repitiendo como nota de ternura y de verdadera posesión y enamoramiento mutuo. Jesús pertenece a sus ovejas y sus ovejas le pertenecen a él como parte integrante de su ser.

 

Cristo da la vida en sacrificio para comunicar la vida divina a sus ovejas. Es la máxima expresión del amor divino Un 3,16), que es el mismo amor de Jesús como amigo y como esposo (Jn 15,13). Es un conocer amando, que reclama relación, amor de re­torno, presencia intima, comunión, sintonia y com­prensión. Este amor y posesión mutua en Cristo es el sentido esponsal de la nueva alianza.

 

El amor del buen pastor es de totalidad y de uni­versalismo. Su vida entera está dedicada a llamar, guiar y defender a "los suyos". Cada una de sus ove­jas es irrepetible y acapara toda su atención y todo su amor de buen pastor. El grito "tengo otras ove­jas" equivale a "tengo compasión" (Mt 15,32), "ve­nid a mi todos" (Mt 11,28); "tengo sed" Un 19,28). La razón de ser de Cristo es la de "atraer" a toaos los hombres desde la cruz Un 12,32; 10,16) con su amor de esposo que da la vida, para formar una sola co­munidad humana de redimidos e hijos de Dios. Los que siguen a Cristo quedan contagiados de sus amo­res por la salvación de toda la humanidad; es l:lna exigencia del encuentro y del amor contemplativo.

 

3. El mandato del Padre

 

Por esto el Padre me ama, porque yo doy la vida para tomarla de nuevo. Nadie me La quita, soy ya quien la doy de m{ mismo. Tengo poder para darla y poder para volverla a tomar. Tal es el mandato que he recibido del Padre.

 

(In 10,17-18)

 

Jesús viene del Padre y vuelve al Padre después de haber cumplido su obra Un 17,4). La vida de Jesús

 

1I5

 

se hace inmolación, es decir, donación sacrificial e incondicional. Dar la vida en aras de la voluntad del Padre es ya el inicio de la glorificación. Jesús se sabe amado por el Padre, y por esto transforma todo en amor al Padre y a los hombres. Su vida es un "sí" desde la encarnación hasta el delo, pasando por la muerte y resurrección (Heb 10,7; 7,25). La vida de los seguidores de Cristo es siempre un proceso de vaciarse de sí para llenarse de Dios y darse a Dios y a los hermanos. Este es el camino de perfección y de contemplación.

 

Por ser el Verbo encarnado, Jesús tiene potestad sobre la vida y sobre la muerte. Ningún aconteci­miento ni ninguna injusticia van a destruir esta fuerza del amor. Nadie le puede quitar nunca la ca­pacidad de vivir y de morir amando. Su misma muerte será el gesto de dar la vida sin esperar a que se la arrebaten Un 19,30). Así es el morir amando del buen pastor, para poder comunicar el agua viva de su Espíritu Un 19,34). Imitando esta actitud de Jesús de convertir todo en ocasión de dar la vida amando, nos hacemos transparencia del evangelio.

 

4. La unión con el Padre

 

Yo y el Padre somos una misma cosa... ¿De aquel a quien el Padre santijic6 y envi6 al mundo decís vosotros que blasfema por haber dicho: Soy Hijo de Dios?... Creed en las obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre Está en m{ y yo en el Pa­dre... Y muchos creyeron en él.

 

(In 10,30-42)

 

La persona, los gestos y las palabras de Jesús re­flejan a Dios amor. Es el Hijo de Dios, el "esplendor de su gloria" (Heb 1,3). Es el Hijo hecho hombre por obra del Espíritu Santo y enviado para dar la vida eterna a todos los que creen en él (Jn 10,27-28).

 

II6

 

Encontrar a Jesús es encontrarse con Dios y con sus planes de salvación.

 

Dios no es una idea, sino "Alguien" cercano, que vive con nosotros y en nosotros. Los signos de la presencia de Jesús nos hablan de la cercana y epifanía de Dios. Son los signos pobres de la Iglesia y del hermano. La unión con Dios comienza aceptando estos signos por amor a Cristo que se esconde en ellos. Otra "unión" con Dios sería sólo fruto de imaginación.

 

La interioridad de Jesús se resume en una mirada amorosa al Padre. Vive en él y de él. Toda su ilusión es hacer que cada hombre refleje el rostro del Padre. Jesús esta empeñado en llevar a término esta empre­sa deslumbrante, que tiene sus inicios en el amor eterno de Dios. En el amor del Padre, Jesús encuen­tra el esbozo de nuestra historia. Cristo da la vida en sacrificio para cumplir esta misión t9talizaIlte. Por esto se presenta como ungido y enviado (Jn 10,36). EI que cree en Cristo y le ama comparte con él sus amores y su vida entera.

 

13.       Transformar el presente en vida eterna  

 

I. El que amas está enfermo

 

Había  un enfermo, Lázaro, de Betania, de la al­dea de María y su hermana... Enviaron, pues, las hermanas a decirle: Señor, el que amas está enfer­mo. A I oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado par ella.

 

(In II,H)

 

II7

 

Jesús educa a sus seguidores por un camino de amistad. A partir del conocimiento amoroso de Jesús, es mas fácil dar el salto a las últimas consecuen­cias de la fe. En todo acontecimiento humano, aun­que sea la muerte, Cristo se hace presente para convertirlo en pascua 0 paso hacia el Padre. Cristo trata a sus amigos con amor tierno, aunque ese amor parezca abandono, ausencia y silencio. EI ca­mino de la oraci6n contemplativa es así.

 

La curación más profunda es la de saber transfor­mar todos los acontecimientos, y especialmente el dolor, en amor aDios y a los hermanos. EI amigo de Jesús participa de su misma vida como "esplendor"

 

o gloria del Padre (Heb 1,3; Ef 1,6). Ese es el mejor premio de Cristo a sus amigos cuando se encuentran en soledad, sufrimiento y marginación.

 

La oración es camino de pobreza 0 de autentici­dad. Se ora en la medida en que uno se presenta ante Dios tal como es. La iniciativa es siempre de Dios, puesto que es él quien habla, ama y llama a través de nuestras circunstancias. La oraci6n con­templativa comienza cuando, como la samaritana a  Lázaro, reconocemos lo que somos y creemos en el amor de Dios por nosotros. Los amigos de Cristo son invitados a profundizar esta actitud de pobreza convirtiéndola en actitud filial, como la de Cristo, y, por tanto, en confianza plena. Entonces se ora espe­rando la sorpresa de Dios y dejándole a ella iniciati­va del como: "denos él lo que quisiere, siquiera haya agua, siquiera sequedad" (santa Teresa).

 

2. Vayamos a morir con el

 

. Aunque oy6 que estaba enfermo, permaneci6 en el lugar en que se hallaba dos días más; pasados los cuales dijo a sus disépalos: Vamos otra vez a Ju­dea... Lázaro, nuestro amigo, está dormido, pero

 

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voy a despertarle... Dijo Tomas a los compañeros: Vamostambién nosotros a morir can él.

 

(Jn 11,6-16)

 

EI evangelio de Juan describe la vida de Jesús como una marcha hacia "la hora" que le ha señala­do el Padre. Es el momento de "dar la vida y volver­la a tomar" (Jn 10,18). La decisión de Jesús de vol­ver a Judea cuando se <<<<acercaba la pascua se traduce en la subida a Jerusalén para dar la vida en sacrifi­cio (Jn 10,7). Los amigos de Jesús se deciden a co­rrer esponsalmente su suerte. Quien comparte la vida con Cristo afronta las dificultades con la espe­ranza de encontrarle a él como amigo que nunca abandona. La propia debilidad no es obstáculo cuando se reconoce con humildad y cuando se deja a Jesús ser el protagonista de nuestra existencia.

 

Jesús dejo morir a su amigo Lázaro. No obstante, con toda seguridad, se dejo sentir veladamente a su lado en ese momento decisivo. No era necesario que muriera pensando que tal vez resucitaría a los cua­tro días; le bastaba con morir creyendo en la vida futura y en la resurrección final.

 

Jesús no promete éxitos inmediatos a los suyos. Correr la suerte de Cristo equivale a ser, como él, el granito de trigo que muere en el surco esperando el fruto en el momento oportuno (Jn 12,24). En la vida espiritual y en la vida apostólica hay que aprender a arriesgarlo todo por Cristo. Perder es ganar cuando lo único que se busca es construir la propia existen­cia según el amor (Mc 8,35).

 

3. Yo soy la resurrecci6n y la vida

 

Yo soy la resurrecci6n y la vida; el que cree en mi, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mi no morirá para siempre. ¿Crees tú esto? ..

 

(Jn 11,25-26)

 

Ante un cadáver de cuatro días y poco antes de su propia muerte, Jesús proclama lo que ningún hu­mano se ha atrevido a decir. EI acento esta en las palabras "Yo soy", porque él es Yavé, el Señor, el que es fiel al amor y a su creaci6n, el que sostiene nuestra existencia, la luz, la verdad, la resurrección, la vida... A los que aman a Jesús les basta con escu­char el "Yo soy", aunque sea en medio de la tempes­tad (Jn 6,20).

 

Jesús nos deja experimentar nuestros miedos, nuestras dudas y ansiedades, con tal de que no vaci­lemos en la fe y que no desconfiemos de su amor. La fe es, al mismo tiempo, oscuridad y luz. Nuestro modo de pensar se queda a oscuras. A veces se nos convierte en queja de enamorado. Pero siempre debe ser convicci6n inquebrantable de que nos ama y de­cisi6n de seguirle, amarle y hacerle amar.

 

El Hijo de Dios ha venido para asumir nuestras circunstancias y hacerlas su propia biografía. Su protagonismo y sensibilidad de consorte y hermano supera nuestros cálculos. A veces nos libera de la enfermedad, de la persecución y de la muerte; pero entonces es solo para ayudarnos a pasar a una fe más profunda en su presencia oculta, que supone más amor cuando parece más ausencia y silencio. ¿No nos basta él? ~No tenemos bastante con el pre­mio de correr su misma suerte de muerte y resurrec­ci6n? Nuestra vida se va haciendo desposorio y amistad profunda con Cristo en la medida en que nos fiamos más de su amor; "Se a quien me he confiado" (l Tim 1,12).

 

4. Esta aquí y. te llama

 

Llamó María a su hermana, diciéndole en secre­to: EI Maestro está aquí y te llama. Cuando oy6 esto, se levant6 al instante y se fue a él... Se ech6 a sus

 

pies, diciendo: Señor, si hubieras estada aquí{, mi hermano no hubiera muerto.

 

(In 11,28-32)

 

No hay circunstancia ni acontecimiento humano que deje de ser un signa de la presencia y cercanía de Jesús. María de Betania estaba sumida en el do­lor, olvidando que "alguien" vivía su dolor más in­tensamente que ella. La voz de Cristo, que lleg6 a través de su hermana Marta, fue un despertar. Del sonambulismo de un dolor masticado a solas, comenzó a pasar a la luz de un nuevo día de amor eterno. Es una dinámica que sirve de modelo de ora­ci6n contemplativa, que es siempre la oraci6n de los pobres: oy6, se levantó, se  fue a él... La vida queda amorosamente relacionada con quien no nos deja ni a sol ni a sombra.

 

La oraci6n, cuando es autentica, se hace búsqueda, gemido, queja, grito y silencio. Es quejarse de la "ausencia" del amado, para descubrir que esa mis­ma queja y búsqueda es ya un signo de su presencia activa. Ante este modo original de amar que tiene Cristo, nuestra mejor actitud es la de estar con él, callar, dejarse mirar por él, quererle mirar de una vez y para siempre.

 

Poco a poco se va aprendiendo que la oscuridad de la fe es el lugar privilegiado del dialogo y del encuentro amoroso con Cristo. Los pobres no piden privilegios. Se le deja al tomar la iniciativa de es­coger la pedagogfa y el modo del encuentro. Precisa­mente a partir de este encuentro de signos pobres la propia existencia se hace misi6n. A Cristo le gusta comunicarse así, en la oraci6n, en la santificaci6n .y en el apostolado.

 

5. Jesús llor6

 

Jesús se canmavi6 hondamente... y dijo: ¿D6nde. le habéis puesta? Dijéronle: Señor, ven y ve. Jesús

 

lloro... Nuevamente conmovido en. su interior, llegó al monumento... Dijo Jesús: Quitad la piedra... Díjole Marta: Señor, ya hiede, pues es el cuarto d(a. Jesús le dijo: ,No te he dicho que, si creyeres, veras la gloria de Dios? .

 

(Jn 11,33-40)

 

En las pupilas de Jesús se reflejaban todas las per­sonas con quienes se encontraba. Era un reflejo que le llegaba al corazón y quedaba ahí para siempre. Su mirada a Pedro Un 1,42) 0 al joven rico (Mc 10,21) era mirada de hermano, salvador, protagonista. De aquellos mismos ojos brotaron las higromas junto al sepulcro de su amigo Lázaro.

 

Las expresiones y gestos de Cristo eran manifesta­ción de su amor eterno. Su amor ahora sigue siendo el mismo a través de su mirada y su presencia eucarística. Entonces y ahora no es una mirada estoica, sino de un amor comprometido: lloro, fue al sepul­cro y mando quitar la piedra. Nuestros problemas los vive con nosotros y son mas suyos que nuestros. Un montón de miseria y un punado de cenizas no son obstáculo a Cristo cuando creemos en él.

 

Jesús manifestó su gloria a través de su carne débil como la nuestra. Y "hemos vista su gloria" de Hijo de Dios Un 1,14) en sus gestos y palabras tan humanas como las nuestras. Nuestra vida se ha con­vertido en biografía de Jesús prolongado en la histo­ria. Las ruinas y los sepulcros sirven para purificar la vida de toda clase de escorias, porque lo único que queda es la caridad, que nace del encuentro con Cristo y con los hermanos. El tiempo es una colabo­ración activa y responsable, en la oscuridad de la fe y en el gozo de la esperanza, para hacer que toda la humanidad y toda la creación quede restaurada en el amor de Cristo resucitado.

 

6. Gracias, Padre

 

Jesús, alzan.do los ojos al cielo, dijo: Te doy gra­cias, Padre, porque me has escuchado; yo se que siempre me escuchas, pero lo digo por la muche­dumbre que me rodea, para que crean. que tú me has enviado. Dicien.do esto, gritó con. voz potente: Ildara, sal fuera! Salió el muerto, atado de pies y manos con. ven.das, y el rostro envuelto en. un. sudario. Jesús les dijo: Soltadle y dejadle ir. Mu­chos judíos... vieron. lo que había hecho y creyeron. en. el.

 

(In 11,41-45)

 

La vida de Jesús es siempre una mirada amorosa al Padre. Muchas veces va acompañada de un gesto

 

o una oración de gratitud (Lc 1O,21s). Todo refleja el amor del Padre; también Getsemaní 0 la cruz. Jesús sabe que el Padre le ama y le escucha siempre, tanto al pedir la resurrección de Lázaro como al po­nerse él mismo, clavado en cruz, en sus manos pro­videntes (Heb 5,7-10). Nuestra fe se apoya en este gesto de Jesús en manos de Dios amor. Es mayor milagro morir amando en la cruz que devolver la vida a Lázaro. Por esto el gesto de Jesús de "entre­gar su espíritu" (Jn 19,30; 10,18) será un anticipo de su resurrección y de la nuestra, venciendo con nosotros el pecado y la muerte.

 

La voz imperiosa de Jesús sigue tan viva hoy como hace dos mil años. Es palabra que liega a la raíz de todos nuestros males, que él ha cargado como propios. El modo de vencer que tiene Jesús es desconcertante, porque lo mismo puede resucitar a Lázaro que convertir en martirio la muerte de Juan Bautista.

 

Lo que importa es nuestra fe; que lo sepamos descubrir cercano en cada uno de nuestros acontecimientos, y que en ellos descubramos el amor de su Padre, que lo es también nuestro. La fe en Jesús

 

unifica nuestro corazón, haciéndonos recuperar la fisonomía de hijos de Dios y el reflejo del Padre. Pero esta fe cuestiona, examina y purifica cuando nuestro corazón se ha encandilado con espejismos.

 

7. Tenía que morir por todos

 

Caifás dijo: ¿No comprendéis que conviene que muera un hombre por todo el pueblo y no que pe­rezca todo el pueblo? .. Como era pontífice aquel año, profetiz6 que Jesús había de morir por el pue­blo, y no s6lo por el pueblo, sino para reunir en uno todos los hijos de Dios que estaban dispersos. Desde aquel día tomaron la resoluci6n de matarle.

 

(Jn 11,49-53)

 

La perspectiva del evangelio de Juan es siempre de redención universal. Es la misma que respiran sus cartas (I In 2,2). Con este horizonte sin fronte­ras, las cosas más pequeñas y más "casuales" reco­bran su dimensión providencialista. Para Jesús no hay desgracias ni casualidad, sino que todo se con­vierte en ocasión querida por el Padre para dar la vida en rescate de todos (Mt 20,28). Jesús sabe perder lo inmediato para salvar a todos en su integridad. El camino de la Iglesia es de desposorio, es decir, de correr la misma suerte de Cristo.

 

La vida de Jesús es una oblación permanente que culmina en la cruz. Es el cordero pascual, el siervo inocente 0 siervo paciente del Señor (Is 42,1ss), que debe morir para llevar a efecto la nueva alianza de amor entre Dios y su pueblo. Al precio de su sangre, nos hizo participes de su filiación divina. En esta actitud de Jesús, que "nos amo y se entrego en sacri­ficio por nosotros" (Ef 5,2), se fundamenta la acti­tud generosa y martirial de santos y misioneros, que han hecho de sus vidas una sintonía con el amor esponsal y sacrificial que Cristo tiene a su Iglesia y a toda la humanidad (Ef 5,25-27).

 

14. Preludio de pascua (In 12)

 

I. Preparar su sepultura

 

Seis días antes de la Pascua vino Jesús a Beta­nia, donde estaba Lázaro, a quien Jesús había resu­citado de entre los muertos. Le dispusieron allí una cena, y Marta servía... María, tomando una libra de ungüento de nardo legitimo, de gran valor, ungi6 los pies de Jesús y los enjug6 con sus cabellos, y la casa se llen6 del olor del ungüento... Judas dijo: ¿Por qué este ungüento no se vendi6 y se dio a los pobres?... Jesús dijo: '" lo tenía guardado para el día de mi sepultura...

 

(Jn 12,1·7)

 

Toda la vida de Jesús está orientada hacia la pas­cua. Era "la hora" en que, muriendo y resucitando, "pasaría" al Padre y obtendría nuestra salvación. El mensaje de Jesús es una "fiesta" de nueva creación y de nuevo nacimiento. Hay que reorientar toda la vida según el amor. La liberación que Cristo anuncia, comienza en el corazón.

 

María de Betania había ofrecido a Jesús un cam­bio total de vida, expresado principalmente en la de­cisión de dejar para siempre una vida disipada. Este amor de seguimiento evangélico se expresa con ges­tos y compromisos de donación, que solo compren­den los enamorados de Cristo. Ser "olor" de Cristo (2 Cor 2,15) comporta previamente saber acompa­ñarle hasta su muerte y sepultura.

 

Aguafiestas los habrá siempre, con apariencia de actitudes bien intencionadas. Jesús vino para evan­gelizar a los pobres. La fiesta de la pascua, para Cristo, consiste en arriesgarlo todo para liberarnos de nuestras pasiones y de toda opresión que derive de ellas. A los pobres hay que acercarse con el corazón de pobre. Es la actitud de Jesús desde Nazaret y Belén hasta el Calvario. El amor a los hermanos

 

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solo se aprende en diálogo y amistad con Cristo. María de Betania emprendió el camino sin retorno que la llevada a la cruz, al sepulcro vado y, por tanto, a la misión de evangelizar a los pobres. EI amor le sostuvo y le hizo capaz de anunciar a Cristo a los hermanos. Este es el "perfume" que se hace signo y anuncio de Jesús resucitado.

 

2. Bendito el que viene

 

Al día siguiente. la numerosa muchedumbre que había venido a la fiesta, habiendo oído que Jesús llegaba a Jeruza, tomaron ramos de palmera y salieron a su encuentro gritando: ¡Hosanna! ¡Ben­dito el que viene en nombre del Señor, el Rey de Israel!... No temas, hija de Si6n; he aquí que viene tu rey montado en un pollino... Los fariseos se de­cían: ... ya veis que todo el mundo se va tras él.

 

(Jn 12,13-19)

 

EI pueblo autentico acoge siempre a Jesús con en­tusiasmo, porque en él se cifran y cumplen todas las esperanzas mesiánicas y los deseos más hondos del corazón del hombre. A Jesús le gusta acercarse con autenticidad y transparencia, siempre bajo signos pobres. Así puede llegar al corazón de cada ser hu­mano que se siente pobre, como quien entra en su propia casa.

 

Jesús es "el que viene", el esperado, el salvador, el que da sentido a nuestra existencia humana. En todo corazón y en toda situación humana hay algu­na semilla de evangelio, como un deseo implícito de la venida de Cristo. Por esto cuando, por fin, se en­cuentra al Señor, se le descubre como el esperado desde siempre. .

 

Jesús es signo de contradicción porque desmante­la los planes humanos que nacen del egoísmo. No basta con tener en las manos y en la cabeza algunos

 

textos de Escritura, si el corazón está lejos del amor. Jesús es capaz de suscitar discípulos y seguidores por encima de todo calculo y previsión humanos. Las conversiones y vocaciones son un don de Dios, no un derecho ni el resultado de una computadora. Jesús ira suscitando siempre la fe y la entrega gene­rosa entre los que no tienen otra riqueza y otra segu­ridad que el deseo de encontrarle.

 

3. Queremos ver a Jesús

 

Algunos griegos, que habían subido a adorar en la fiesta..., se acercaron a Felipe y le rogaron...: Queremos ver a Jesús... Andrés y Felipe vinieron y se lo dijeron a Jesús... Jesús les respondi6: Es llega­da la hora en que el Hijo del hombre será glori­ficado.

 

(Jn 12;20-23)

 

,Ver a Jesús! ,Ver su gloria! Es el hilo conductor del evangelio de Juan. Es la propia teología y expe­riencia de fe del discípulo amado (1 In 1,lss). No hay que exigir signos extraordinarios, puesto que basta la palabra de Jesús y el testimonio apostólico (Jn 20,27-29). La filiación divina de Jesús se mani­fiesta a través de su carne débil y de los signos po­bres de la comunidad eclesial.

 

A Jesús no se le descubre clasificándolo como su­perhombre ni como el portador de un simple ideal filantrópico. Jesús resucitado vive entre nosotros con su mismo ser de hombre y de Hijo de Dios. Sólo le descubre quien quiere entablar re1aciones perso­nales con él y no reducirle a mero adorno 0 paréntesis. Solo así es posible amar a los hermanos, espe­cialmente a los más pobres, con el mismo amor de Jesús.

 

Jesús ha dado la vida por todos (Jn 11,52; 1 In 2,2). EI piensa siempre en todas sus ovejas que toda­

 

vía están lejos (Jn 10,6). En el corazón de cada hom­bre y de cada pueblo hay un deseo ardiente de salva­ción, que solo puede saciar Jesús. La "sed" de Jesús en la cruz es la expresión de esta sed universal, que Jesús hace suya porque ha asumido nuestros proble­mas como propios. Es la sed de ver a Dios especial­mente cuando parece que calla y está ausente. El evangelio de Jesús ya llega a todas partes, ya lo co­nocen más 0 menos indirectamente todos; pero no lo han "visto" en el testimonio apostólico de los cre­yentes en Cristo. Jesús ha querido necesitar de sus apóstoles para dar pan a la multitud inmensa de los redimidos (Mt 14,16). Necesita nuestras manos y nuestra mirada, transformados por la fe y el amor, para que los hombres encuentren la mirada y el amor de Jesús.

 

4. Como e1 grana de trigo

 

Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, quedará  solo; pero si muere, llevará mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; pero el que aborrece su vida en este mundo, la guardará  para la vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga... Ahora mi alma se siente turbada. ,Y que diré? ¿Padre, líbra­me de esta hora? ¡Mas para esto he venido yo a esta hora! Padre, glorifica tu nombre.

 

(Jn 12,23-28)

 

La vida de Jesús camina hacia la pascua. Es her­moso vivir día a día mirando a la glorificación del Padre y al cumplimiento de sus planes salvitos universales. Hay momentos de sombra e incluso de marginación; pero todo lleva a la luz indeficiente. La lógica del Espíritu es así: conduce al "desierto" de la prueba y del dolor, para hacer posible una donación fecunda y la vida imperecedera. Jesús quie­re compartir con los suyos su glorificaci6n; por esto les invita también a compartir su Nazaret y su pa­sión.

 

 Compartir es cosa de enamorados. El "éxtasis" de amor consiste en "salir" de nuestro egoísmo (Gal 2,20).

 

Jesús experiment6 la debilidad humana ante el dolor, la humillación y la muerte (In 12,27-28; Mt 26,38). Esta experiencia forma también parte de la redención. Lo importante es no disminuir la tensión hacia el amor, es decir, la sintonía con la voluntad del Padre. Porque no hay otra forma de amor y de unión con Dios y con los hermanos.

 

La gloria de Dios equivale a la glorificación de Jesús a través de la muerte; por esto la salvaci6n del hombre forma parte de la glorificación del nombre de Dios y de Jesús, su Hijo. "La hora" de Jesús es el momento culminante de su gloria, porque también es el momento culminante de su donación. Es el paso pascual hacia el Padre (In 14,12). Cualquier momento de nuestra vida puede ya transformarse en "la hora" y "la gloria" de Jesús. Todo depende de un "si" tembloroso en la totalidad.

 

5. Cuando fuere levantado

 

Cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Esto lo duda indicando de que muerte había de morir.

 

(Jn 12,32-33)

 

El "éxtasis" de amor, como máxima donación de sal mismo, se convierte en la máxima epifanía de Dios amor (In 8,28; 3,14). Jesús es el Hijo de Dios, cuya gloria es eterna (Jn 17,24). En su máxima hu­millaci6n se realiza la máxima exaltación, dejando entrever su filiación divina (Fil 2,5-11).

 

Ante Cristo clavado en cruz, nadie queda indife­rente. El corazón del hombre, la convivencia social, las leyes humanas y la cultura pueden encontrar la

 

luz y la verdad plena solo en Jesús. Todo cuanto no esté orientado hacia él, al menos indirectamente, está destinado al fracaso y a la ruina. En la cruz de Cristo se escucha la misma voz de quien es el centro de la creación y que dirige la historia: "Yo soy" (In 8,28). Es la única voz que infunde aliento a los se­guidores y apóstoles de Cristo.

 

La obediencia de Jesús a la voluntad del Padre, manifestada a través de las situaciones de gozo y de dolor, se convierte en glorificación del Padre y del Hijo en el Espíritu 5anto,que es la expresión divina del amor. La máxima unidad eterna, que es Dios uno y trino, se revela en la máxima unidad de un corazón humano: el de Cristo, Hijo de Dios y her­mano nuestro. Esta unidad de amor en la Trinidad y en Cristo clavado en cruz tiene una fuerza irresis­tible que atrae a todo corazón humano hacia él. En Cristo se unifican las cosas del cielo y de la tierra (Ef 1,10). En Cristo ha comenzado a edificarse la unidad de toda la familia humana y de todo el cosmos. Es la unidad que Cristo contagio a los que quieren vivir sólo para amarle y para hacerle amar. Esta unidad del corazón y este amor fraterno de la comunidad es sig­no eficaz de evangelización (In 17,23). Esta unidad de vida es fruto de la contempLaci6n.

 

6. Caminad en La Luz

 

Caminad mientras tenéis luz..., creed en la luz, para ser hijos de la luz. Esto dijo Jesús y, marchan­do. se ocult6 a su vista. Aunque haba hecho tan grandes señales en medio de ellos, no creían en él... porque amaban mas la gloria de los hombres que la gloria' de Dios.

 

(In 12,35·43)

 

La misma actitud de servicio y de dar la vida es la que hace decir a Jesús, sin complejos, que él es la luz,

 

la verdad, la vida. Buscando el bien autentico e inte­gral del hombre, Jesús no teme presentarse como Hijo de Dios, el "esplendor" del Padre. 5i Jesús no fuera el Verbo hecho hombre y si su resurrección no fuera real y verdadera, su mensaje no se diferenciaría del de tantos fundadores de religiones y de ideologías.

 

Jesús se presenta tal como es y exige una fe de encuentro personal y de entrega sin reservas. Es el único camino para salvar al hombre de toda oscuri­dad. A los que dan el paso hacia la aventura de la fe, Jesús les llama "hijos de la luz". Nos encontramos ante la "nube luminosa" (Mt 17,5) que, dejando en­trever la divinidad de Jesús, ilumina la vida y la his­toria humana.

 

Es el amor el que descubre a Cristo escondido y manifestado bajo' signos (In 14,21). Es la fe que quiere hacerse encuentro, relación personal. y en­trega incondicional. A Cristo se le encuentra en la medida en que uno se quiere vaciar de todo lo que no suene a amor. Nuestras audacias ideológicas y nuestros planes maravillosos, al margen del amor, valen poco. Con un corazón que busca segundas in­tenciones y ventajas temporales no se encuentra a Cristo. Hay que escoger entre "la gloria" de Cristo (el Verbo del Padre y el Emmanuel) y la gloria apa­rente 0 los ídolos que el hombre se construye en cada época histórica también con la etiqueta de "re­ligión" y de modernidad.

 

7. Quien me ve a mi ve al que me ha enviado

 

Jesús grit6: El que cree en mí no cree en mí, sino en el que me ha enviado; y el que me ve, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que crea en mí no permanezca en tinieblas... He venido para salvar al mundo... Yo

 

rio he hablado de mí mismo... Las cosas que yo hablo, las hablo según el Padre me ha dicho.

 

(Jn 12,44·50)

 

Jesús fue siempre consciente de su filiaci6n divina. Se alegra de ser quien es porque nos ama hasta haceros participes de todo lo que es él. Si toda creatura, y especialmente toda persona humana, es una expre­sión de Dios, Jesús es la epifanía personal del Padre, su Verbo 0 Palabra, "la irradiaci6n de su gloria y la impronta de su sustancia" (Heb 1,3). Su gran alegría consiste en hacer que los hombres descubran al Padre a través de sus gestos y palabras (In 14,9). A "los suyos" les exige este amor de retorno, que consiste principalmente en creer vivencialmente en el, conocerla amando y amarle en los hermanos.

 

Precisamente porque se presenta como enviado del Padre, Jesús se siente siempre servidor y salva­dor. La humilIaci6n del servicio hace posible el amor de quien, siendo Dios, se ha hecho hombre por nosotros. La búsqueda de la verdad y de la luz solo encuentra solución en Cristo, que no se reserva nada para sí, sino que comparte con nosotros toda su existencia.

 

La sed y el hambre de verdad y de amor solo se puede saciar en Cristo (In 6,35). Por el entramos en la fuente de donde brota el agua viva de la vida eter­na (In 4,14). En el momento de la prueba y de la noche oscura, él es el único que no abandona; pero deja entrever su presencia amorosa en la medida en que nos preocupemos de sus intereses y de las nece­sidades de los hermanos.

 

Caminos de contemplaci6n(In 1,19-12,1-50)

 
  • EI encuentro con Dios es así: reconocer nuestra rea­lidad "opaca" cuando falta Cristo. Pero en ella Cristo nos ama para transformarnos en un "yo" que sea reflejo del suyo.
  • En el ansia de verdad, en la sed de algo mas, en la búsqueda de salvación y de luz, dejar entrar a Cris­to verdad, agua viva, vida nueva, luz, camino ha­cia el Padre.
  • Solo Jesús hace posible nuestro "sí' de vida nueva o vida en el Espíritu.
 

 

  • Pendientes de Cristo, pan de vida, palabra y eucaristía, reestrenar todos los días la vida como dona­ción al Padre y a los hermanos.
  • Confianza  inquebrantable en la cercanía amorosa de Cristo.
  • Ayudar a todos los hermanos a descubrir la cercanía de Cristo en los signos de la propia existencia. De este modo asumiremos la opci6n preferencial por los pobres, que lleva siempre el signo de la pascua.
 

 

  • Nuestra  liberación y la de los hermanos comien­za en un corazón pobre, es decir, libre para amar (Jn 8,32).
  • EI signo de autenticidad de nuestra experiencia .de Dios es la disponibilidad de amar como el granito de trigo en el surco, de camino hacia la pascua.
  • La dinámica de la contemplación es así: escuchar la Hamada de Cristo, levantarse, ir a su encuentro (In 1l,29). Así podremos decir: hemos visto su gloria.

 

 

 

 

 
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