Lunes, 11 Abril 2022 10:27

1ª Parte: DIOS AMOR EN NUESTRO CAMINAR

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

1ª Parte:

DIOS AMOR EN NUESTRO CAMINAR

 

In 1,1-18 1 In 1-5

 

EI pr6logo del evangelio de Juan es un himno a Dios amor, que nos ha enviado a su Hijo para ha­cerse nuestro camino y nuestro consorte en el mismo caminar. Dios amor se ha hecho presente en nues­tras circunstancias para vivirlas desde dentro y con nosotros.

 

Juan, creyente y testigo, contempla la verdad, sin querer manipularla. Por esto comienza su evangelio con un himno a Jesús, que es la Palabra (el Verbo) del Padre, su transparencia, que "ilumina a todo hombre" y que es don de Dios para todos los hombres.

 

Cinco veces se usa la expresión "Verbo" (Logos) como intentando resumir en este título todo lo que es Jesús: es el Hijo, la relación personal 0 mirada al Padre, que revela el rostro de Dios amor y que señala al hombre el camino del retorno al amor, la luz, la verdad, la vida... Al presentar esta "Palabra" del Padre, ya se anuncia todo el evangelio. En el Apocalipsis (Ap 19,13) Y en su primera carta, Juan volverá a recordar con entusiasmo este título de Je­sús: "el Verbo de la vida" (l In 1,1).

 

EI discípulo amado nos sitúa en el· corazón de Dios.. A través de la "carne" 0 humanidad de Cristo descubre su "gloria" de filiación divina. Por la "car­ne" de Cristo y la cercanía de sus pasos y signos descubrimos la proximidad y benignidad de Dios. Del Dios "desconocido" (porque "a Dios no Ie ha visto nadie") ya podemos pasar a la "visión" y

 

encuentro con él, que es Dios amor hecho hombre, nuestro hermano. Dios, que "habita una luz inacce­sible" (1 Tim 6,16), se nos ha hecho luz diáfana en Jesús. Descubrimos la trascendencia de Cristo a través de la transparencia de su humanidad concreta.

 

Dios, por la encarnaci6n del Verbo, ya ha entrado a formar parte de nuestra realidad concreta hist6rica' y c6smica. Jesucristo es el "Dios con nosotros", pre­sente bajo nuestro techo, enraizado en nuestras cir­cunstancias, que son ya su "mundo" amado entra­ñablemente (In 3,16). Desde la encarnaci6n se ha realizado un corte en la historia. Ahora todos los acontecimientos humanos están centrados en Cristo como protagonista, porque el tiempo queda asumi­do por la eternidad del Verbo. La historia humana es ya parte de la realidad divina como historia de amor eterno.

 

Gracias a esta inmanencia 0 inserci6n del Verbo en la historia humana, ya es posible nuestra inma­nencia 0 inserci6n en Dios. El Dios trascendente se ha hecho infinitamente pr6ximo. El hombre y el mundo han adquirido una visi6n 0 perspectiva nue­va. La presencia nueva de Dios por medio de su Ver­bo (su Hijo) hecho hombre es la revelaci6n defini­tiva de su "gloria". Ya podemos encontrar a Dios en nuestras circunstancias. La espiritualidad 0 vida en Dios es ya camino hacia la realidad concreta en toda su trascendencia. El "Tabor" cristiano ya tiene lu­gar en nuestra vida ordinaria: "Mi Hijo os envio; sabedle mirar" (san Juan de Ávila).

 

En Cristo, palabra de Dios, leemos continuamente el pensamiento eterno y amoroso de Dios hacia nos­otros. Y, al mismo tiempo, en Cristo encontramos también nuestra respuesta al Padre. Jesús nos revela un Padre a quien Ie devuelven sus hijos arrebatados por el pecado, pero ya regenerados por la fe en el Hijo de Dios (In 1,12). El pr6logo de san Juan anti­

 

cipa toda la dinámica del evangelio: Jesús, que vie­ne del Padre, ahora vuelve al Padre con nosotros ya transformados en hijos de adopci6n. Descubriendo el misterio de Cristo se descubre el misterio del hombre, que, renovado en el Espíritu, debe caminar con los hermanos para transformar el cosmos en una nueva creaci6n por medio de la "pascua" 0 paso definitivo hacia el Padre. Esa es la aventura hist6rica de discernir entre luz y tinieblas, fe e incredulidad.

 

Dios nos manifiesta y comunica su Palabra, que es Cristo. Juan tiene en la mente la sabiduría de Dios amor, que se personifica en Jesús: existe en Dios como reflejo de su luz eterna (In 1,1; Sab 7,26; Prov 8,22-23; Heb 1,3); desciende del cielo (In 1,14; Sab 9,10; Gal 4,4) para enseñarnos 0 revelarnos las cosas de arriba, es decir, el amor afectivo y efectivo del Padre al hombre y al mundo (In 1,18; 3,11-16; Sab 9,16-18); busca a los hombres para comunicarles las riquezas de la filiaci6n divina (In 1,11-12; 7,18; Sab 6,16). Esta es también la doctrina paulina sobre Cristo, sabiduría de Dios (1 Cor 1,24-30; 2,7-9).

 

La palabra de Dios es siempre creadora y salvífica, viviente y eficaz. Juan presenta a Cristo como la Pa­labra personal de Dios, el Hijo Unigénito de Dios; de este modo da el salto de la palabra hist6rica de la revelaci6n a la Palabra transhist6rica y sustancial del Padre. Este es el tema básico de Juan: "El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo" (san Atanasio). Gracias a la encarnaci6n (Jn 1,14), ya podemos ser renovados por la vida nueva ymisi6n del Espíritu (Jn 3,5; 20,22).

 

Todo el evangelio de Juan se mueve en la pers­pectiva del prólogo, que es una visi6n sapiencial y contemplativa de todo el misterio de Jesús y de todo el misterio del hombre y del mundo. Es el resumen

 

de toda la predicación cristiana: "Esta palabra se hizo temporal..., no habría necesidad de predicar otra cosa" (san Juan de Ávila). La fe consiste en sin­tonizar vivencialmente con la mirada de Cristo al Padre: "Miraos siempre, Padre e Hijo; miraos siem­pre sin cesar, porque asi se obre mi salud" (id). Se necesita la actitud cristiana de contemplación, como actitud de silencio activo, pobre y humilde: "Una sola palabra hablo Dios en eterno silencio, y en si­lencio ha de ser oída" (san Juan de la Cruz).

 

En Cristo descubrimos que nuestra vida es una historia de amor, que comenzó eternamente en el co­razón de Dios. La primera carta de san Juan viene a ser una continuaci6n del prologo del evangelio. A la 1uz de este prólogo y de la carta nos resultara más asequible hacer una "relectura" del evangelio en nuestras comunidades y en nuestras circunstancias.

 

De esta relectura autentica brotara la aplicación del mandamiento del amor y un sentido de comunión y misión eclesial sin fronteras.

 

El prologo del evangelio de Juan sirve de texto de bendici6n para los neobautizados, ya renacidos por el agua y el Espíritu. Antiguamente nuestras madres nos colocaban en el pecho una especie de escapula­rio que contenía este texto joánico. Es todo un pro­grama de vida cristiana para entrar en las intimida­des de Dios amor y para comprometerse a transfor­mar el mundo según el amor. Participamos de la filiación divina de Jesús, que nos hace entrar en sin­tonía con su dinamismo redentor y misionero: "Sali del Padre..., voy al Padre" (Jn 16,28). Es

 

 

 

 

 

la "pascua" o paso que restaura toda la creación en Cristo (Ef 1,10). Nuestra amistad con Dios empezó, por parte suya, desde la eternidad; en esa misma eternidad, donde ya no corre el tiempo, nos espera para un en­cuentro definitivo.

 

Comentamos Jn 1,1-18 (pr6logo) intercalando los

 

fragmentos básicos de la primera carta de Juan. Se­guimos este orden: identidad de Jesús, identidad cristiana, relectura del evangelio, fe contemplativa. Por esto nos permitimos un ligero cambio de orden en los versículos, para hacer resaltar la temática apuntada.

 

1. Identidad de Jesús

 

1. Mirada personal al Padre

 

Al principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. El estaba al principio en Dios.

 

(In 1,1-2)

 

Encontrar a Cristo es encontrar a Dios: "quien me ve a mi ve al Padre" (Jn 14,9). En su humanidad, Cristo transparenta lo que es: el Hijo de Dios, el Verbo 0 Palabra del Padre. Jesús "es" desde siem­pre, antes de Abraham (Jn 8,57), porque es una sola cosa con el Padre (Jn 10,30), aun antes de la crea­ción (Gen 1,1), "desde el principio" (1 Jn 1,1).

 

Esta fue la experiencia de fe que tuvo Juan, el "disdpul0 amado" (Jn 13,23), auscultando la inte­rioridad de Cristo, del mismo modo que Cristo aus­culta y refleja las intimidades de Dios amor. La fe de Juan prevalece sobre todo sentimiento y teoría hu­manos; pero refleja un conocimiento experimental de Dios, al que todos están llamados (Jn 1,12). Es un don de Dios que capacita para auscultar a Jesús, como Palabra del Padre, que se hace encontradizo en la revelación y en nuestro caminar concreto.

 

 

Jesús viene del Padre y vuelve al Padre (Jn 16,28),

 

es "el esplendor de su gloria" (Heb 1, I), la Palabra 0 "mirada" personal siempre vuelta al Padre. Su vida y su mensaje son expresión de Dios y relación perso­nal con el Padre. Y en esta dinámica nos quiere en­rolar a todos para liberarnos de nuestro egoísmo y hacernos pasar a una vida nueva en el Espíritu de amor. Experimentando su cercanía e inmanencia, pasamos a su trascendencia de vida eterna. Ya no hay circunstancias vanas ni anodinas, porque siem­pre podemos encontrar a "alguien", Jesús, que da sentido a nuestra historia como historia de un amor eterno.

 

2. Centro de la creaci6n y de la historia

 

Todas las cosas fueron hechas por el, y sin el no se hizo nada de cuanto existe... Estaba en el mundo y por el fue hecho el mundo, pero el mundo no Ie conoci6.

 

(Jn 1,3.10)

 

En Cristo la historia humana ha cambiado de rumbo. La creaci6n, hecha por él y para éI, había tornado los derroteros del pecado. Pero ahora ya puede reorientarse hacia Dios. Los hombres y las co­sas ya pertenecen a Cristo (l Cor 8,6). El es el media­dor cósmico, porque "todo fue creado por éI y para él; él es antes que todo y todo subsiste en él" (Col 1,16-17).

 

En la narrati6n evangélica de Juan, Jesús se acer­ca al "aquí y ahora" de cada persona para asumir aquel retazo de historia y hacerlo una página irrepe­tible de su propia biografía. Los "signos" que reali­za Jesús son manifestativos de una nueva creación: el agua viva, el vino nuevo, el pan de vida, la luz y la vida verdadera... Jesús se posesiona de nuestro tiempo y de nuestro caminar para salvarlo y resti­tuirlo a los planes primigenios de Dios amor.

 

El presente, en cualquier circunstancia, pasa a ser, cuando se vive en Cristo, vida definitiva. Para ello basta con transformar el momento temporal en un encuentro con Cristo salvador, que invita a colabo­rar activamente en la nueva creaci6n orientada hacia la lUl, la verdad y el amor universal.

 

3. Luz y vida

 

En el estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, pero las ti­nieblas no la acogieron... Era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

 

(Jn 1,5-6.9)

 

Jesús es todo: la luz, la vida, la verdad, el amor, la gracia... Es "el don de Dios" Un 4,10); "con el, Dios nos lo ha dado todo" (Rom 8,32). La luz humana se extingue y la vida del hombre se acaba. En Jesús "aparece ya la luz verdadera" (I Jn 2,8) y se desvela el misterio del hombre. Jesús es Dios y "Dios es luz" (1Jn 1,5); es "el Verbo de la vida" (1Jn 1,1), que nos comunica la vida y filiación divinas.

 

Jesús se encontró con personas que buscaban la luz y ansiaban vivir; se hizo encontradizo con los ciegos, paralíticos, angustiados y moribundos. De­volviendo la luz, la vida y la paz, se hizo para todos luz y vida. Ahora ya no nos devuelve, como al ciego

 

o a Lázaro, una luz caduca y una vida pasajera, sino que nos hace pregustar en él la luz indeficiente y la vida eterna Un 6,47).

 

Jesús ilumina todos los corazones. No hay nadie que no haya sido "tocado" por Jesús. "La semilla del Logos esta en todo el género humano" (san Jus­tino); pero muchos se empeñan en ser tinieblas, pre­firiendo una luz que se agota y una vida que se va. Jesús enseño el camino para dejar de ser oscuridad y

 

material de derribo: basta con creer en el y amar a los hermanos. Solo los que "conocen" (amando) a Jesús se hacen expertos en el misterio del hombre. La lucha entre la luz y las tinieblas, entre el amor y el pecado, termina con la victoria de Jesús, que aso­cia a su madre como figura de la comunidad eclesial (Gen 3,15).

 

4. Palabra hecha carne

 

Y el Verbo se hizo carne y estableci6 su morada entre nosotros... .

 

(Jn 1,l4a)

 

Todo el evangelio de Juan gira en torno a esta afirmación. Dios se ha hecho hombre, asumiendo todo lo que es el hombre. Ya no hay contraposición entre el "mundo" del hombre y el "mundo" de Dios. En Cristo, a través de su "carne", de sus gestos y signos, ya se puede descubrir al Verbo 0 Palabra de Dios.

 

Jesús es el "Dios con nosotros" (Mt 1,23-14; Is 7,14), nacido de la Virgen María par obra del Espíritu Santo (Mt 1,18-21). Dios habita en medio de su pueblo, no ya con el símbolo de una tienda y de una nube (Ex 33,7-11), sino en la realidad de la carne humana asumida hipostáticamente (personalmente) por el Verbo. Jesús es la morada de Dios entre los hombres (Ap 21,3) y se complace en hacer de nuestra historia su propia biografía.

 

En la debilidad de la carne de Cristo ya podemos verla realidad 0 "la gloria" de Dios. En nuestra rea­lidad humana contingente ya podemos ver a Cristo como compañero de camino, consorte, esposo, res­ponsable, hermano, sensible a nuestros problemas porque son ya los suyos. Desde la encamación del Verbo ya nadie vive solo, porque todos tienen un puesto irrepetible en el corazón, en la "carne" de

 

Cristo, como "complemento" y cuerpo místico suyo (Ef 1,23).

 

5. Gracia y verdad

 

Pues de su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Por que la Ley fue dada por medio de Moises; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

 

(Jn 1,16-17; cf 1,14)

 

Jesús es, él mismo, el don de la revelación plena, la "gracia", la manifestación y comunicación supre­ma de la bondad de Dios. Se da del todo y nos da todo, haciendo que nuestro ser se abra a este don divino que es el. En éI se realiza y encontramos el plan divino de salvación total y universal.

 

El es el resumen de las promesas, la expresión de la fidelidad de Dios: la "verdad" misma de Dios, el Verba del Padre. En el habita la plenitud de la divi­nidad y de todo lo que Dios nos ha revelado (Col 1,19). .

 

El Señor no se ha reservado nada para si, sino que ha querido compartir todo con nosotros. Se goza de ser lo que es, porque nos ama y nos puede y quiere transformar en el. El "discípulo amado" se goza de que Jesús sea así y de que al mismo tiempo se vea capacitado por éI para amarle con un amor de retor­no. Ya se puede entablar con Dios una amistad que no tiene fin, porque se apoya en quien no tiene principio ni desgaste y en quien es el único que sabe y puede amar sin medida.

 

6. Hijo Unigénito del Padre

 

A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo unigénito que está en el seno del Padre lo ha dado a conocer.

 

(Jn 1,18; cfr.1,14)

 

Jesús es el Hijo amado de Dios, es el Verbo engen­drado eternamente por el Padre. Es la Palabra pro­nunciada en el silencio de Dios amor. La trascen­dencia se ha hecho inmanencia.

 

El hombre anhel6 siempre ver a Dios, con un pre­sentimiento de que eso no era posible con las solas fuerzas naturales (Ex 33,18-21). Dios "habita una luz inaccesible" (I Tim 6,16). Por medio de Jesús y en &1 ya es posible comenzar aver y "conocer" viven­cialmente a Dios: "Quien me ve a mi ve al Padre" (Jn 14,9).

 

Dios ha pronunciado su Palabra. en nuestras cir­cunstancias. Ya es posible hacer de todos los días un "Tabor" donde se escuche la voz de Dios, que nos manifiesta a su Hijo en nuestras circunstancias: "Este es mi Hijo amado" (Mt 17,5). En la "nube luminosa" de la debilidad humana de Jesús ya po­demos vislumbrar a Dios.

 

La historia concreta de cada persona comienza a ser el ensayo de una visión y encuentro definiti­vo. En los desgarros de nuestra contingencia, enfer­medad y flaqueza ya amanece la trascendencia de Dios amor "nacido de la mujer" (Gal 4,4);

 

7. Propiciaci6n por nuestros pecados

 

Hijitos míos, os escribo esto para que no pe­quéis. Si alguno peca, abogado tenemos ante el Pa­dre a Jesucristo, el justa. El es la propiciación por nuestros pecados. Y no solo por los nuestros, sino por los de todo el mundo.

 

(1 In 2,1·2)

 

La encarnación del Verbo llega a las últimas con­secuencias: Jesús será victima de propiciación por los pecados de todos los hombres. Como cordero pascual y como siervo doliente que asume y personi­fica

 

a todo el pueblo, Jesús "dio su vida por nosotros" (I In 3,16). "Debía morir por el pueblo" (In 11,51-52).

 

Dios "nos ha amado hasta darnos a su Hijo como victima por nuestros pecados" (I In 4,10). Y puesto que ha derramado su sangre por nosotros, ya nos puede comunicar el Espíritu Santo por medio del agua del bautismo (I In 5,6ss).

 

Nuestra historia ya ha cambiado de sentido. En nuestra debilidad y contingencia, e inc1uso cuando gemimos reconociendo nuestros pecados, encontra­mos a Cristo como amigo y responsable. Nuestro barro quebradizo ya ha recibido el sello de una vida eterna.

 

En las debilidades y defectos de los hermanos hay que adivinar también la presencia de Cristo reden­tor, que puede y quiere restaurar a todos sin excep­ción. Cuando contemplemos el rostro de Cristo re­sucitado, reconoceremos en éI las facciones de todos y cada uno de los hermanos que se han cruzado en nuestro caminar. Conviene prepararse para esta sor­presa (Mt 25,40).

 

2. Identidad cristiana

 

1. Creer en el Hijo

 

El que cree en el Hijo de Dios tiene este testimo­nio en sí mismo... Y el testimonio es que Dios nos ha dado la vida eterna y esta vida está en su Hijo. El que tiene al Hijo tiene la vida...

 

(I Jo 5,10-15)

 

La fe es acercarse a Cristo, encontrarlo, entregarse a é1, aceptar vivencialmente su persona, su palabra y

 

sus obras. Este es el fundamento de una confianza incondicional en su amor y en su presencia. EI obje­tivo del evangelio de Juan (y el de sus cartas) es el de suscitar la respuesta 0 apertura a esta fe, que es don de Dios (In· 1,12; 20,31). Esta fe es ya vida eter­na, como conocimiento vivencial e inicial de Cristo que conduce a la visión y al encuentro definitivo (In 17,3).

 

La garantía de creer en Cristo y de participar en la vida eterna consiste en el cumplimiento del manda­miento del amor. Esta es la victoria sobre el egoísmo y el pecado (1 In 5,4). "Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los herma­nos" (1 In 3,14). Vale la pena optar definitivamente por esta aventura de la fe en el amor que Dios nos manifiesta en Cristo su Hijo. Entonces la vida cam­bia de sentido 0, mejor, recobra su sentido mas profundo.

 

A la luz de las palabras siempre jóvenes del evan­gelio y con la ayuda del testimonio y afecto de los hermanos que ya creen, nos sentimos enrolados en una vida de comunión 0 de familia con Dios amor. Entonces se descubre a Cristo cercano, en cada acon­tecimiento, en cada persona y en nosotros mismos. Ya podemos hacer de cada acontecimiento una "comunión" con Cristo y con los hermanos.

 

2. Hemos visto su gloria

 

Hemos visto su gloria, gloria como de Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

 

(Jn 1,14b)

 

Para Juan, gracias a la fe, cada gesto y cada paso de Jesús es una epifanía de su filiación divina como Verbo del Padre (In 1,14a). En la debilidad de la carne del Señor aparece la divinidad del Hijo de una manera

 

 más profunda que cuando se manifestó la gloria del Señor sobre el tabernáculo (cfr. Ex 24,16; 25,8).

 

La gloria de la divinidad de Jesús aparece a través de su humanidad y de los signos pobres de la encar­nación. Su vida, a la luz de la fe, es un "Tabor" permanente. EI apóstol ha experimentado la belleza maravillosa de 1ainterioridad de Cristo y la quiere comunicar a todos dando testimonio de ella; pero sólo Cristo puede desvelar esta realidad y comunicar esta experiencia de fe.

 

En Jesús conocemos a Dios (1 In 5,20), porque es Ia expresión personal del Padre (1 In 2,14; In 14,9). En el encontramos la gracia y la verdad, es decir, la plenitud de la revelación y la participación en la vida divina. A Juan se Ie llena de gozo el corazón, y la boca de alegría, al poder anunciar a todos con su testimonio apostólico: "Os anunciamos lo que he­mos visto y oído..., el Verbo de la vida" (1 In 1,1-3). Desde el día de la encarnación ya es posible a todo ser humano encontrar a Cristo en la propia circuns­tancia.

 

3. Hijos en el Hijo

 

Vino a los suyos (a su casa), pero los suyos no lo recibieron. Mas a cuantos lo recibieron les dio po­der de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.

 

(Jn 1,11-12)

 

Cristo nos ha hecho participes de todo lo que él es y tiene (In 1,16); por esto participamos de su filia­ción divina. EI amor es así: hace iguales a los aman­tes, respetando y salvando la identidad de cada uno. Es 1a consecuencia de la encarnación, como máxima epifanía de Dios Amor: "Ved que amor nos ha mos­trado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios, y que lo seamos" (1 In 3,1).

 

Esta filiad6n divina participada ("adoptiva") nos eleva por encima 0 mas allá de toda raza y naci6n. La dignidad humana ya no se cuenta por las cosas que uno tiene, sino por el ser que es imagen viva de Dios mas allá de las circunstancias.

 

En el coraz6n de cada hombre se realiza un dra­ma, que es de apertura a la filiaci6n divina y que tendrá éxito 0 fracaso según se acepte 0 se rechace el amor. Juan queda asombrado ante el hecho de que, en el decurso de la historia, pueda haber seres hu­manos que rechacen a Cristo, el Hijo de Dios.

 

 

Jesús es el Verbo 0 Hijo de Dios encarnado por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María. Nuestra filiaci6n divina participada es también obra del mismo Espíritu, que nos conduce a Dios amor, mas allá de lo que suene a "carne y sangre", poderes humanos y bienes de la tierra (In 1,13). Nos hacemos hijos de Dios en la medida en que recono­cemos esta realidad en los hombres de cualquier raza y condici6n.

 

4. Nacidos de Dios

 

Quien ha nacido de Dios no peca, porque la si­miente de Dios estd en el...

 

(1 In 3,9)

 

Tenemos en nosotros la semilla de Dios, su mis­ma vida eterna. Aquel soplo y beso de Dios en el barro 0 en la nada del primer hombre (Gen 2,9) es ahora infusi6n plena del Espíritu Santo gracias a Jesús, que habita en nosotros y que es la Palabra engendrada eternamente por el Padre.

 

Somos hijos nacidos de Dios porque tenemos en nosotros su Palabra (l Pe 1,23; Sant 1,18) y su Espíritu (In 3,5; Gal 4,47). Hemos sido engendrados por amor (l In 3,1). Las aguas de este "bautismo" (es­ponjarse

 

en Cristo) han de llegar a todos los cora­zones.

 

La semilla de Dios en nuestros corazones es su Espíritu de amor (Rom 5,5), y también su Palabra (Mc 4,14). Se nos hace filiaci6n divina participada, que crece continuamente hasta una transformaci6n por la visi6n y encuentro definitivo con el Padre (1 J n 3,2). La misma creaci6n, que es obra de la palabra de Dios, nos habla a gritos de la ternura de nuestro Padre. Pero en el mismo Cristo encontramos el es­bozo y la maqueta que Dios ha programado eterna­mente sobre el proceso de nuestra filiaci6n divina. Esta programaci6n puede realizarse gracias a la re­dención de Jesús y al envío del Espíritu Santo (Ef 1,3-14). Dios, dándose a sí mismo, nos ha dado todo lo que tiene.

 

5. Testigo fiel

 

Hubo un hombre enviado par Dios, de nombre Juan. Vino como testigo a dar testimonio de la luz, para que todos creyeran en él. No era él la luz.

 

(In 1,6-8; cf 1 In 1,1-2)

 

Juan evangelista no oIvid6 nunca a Juan Bautis­ta, que Ie había orientado hacia Jesús. Es verdad que no nos puede suplir nadie en el encuentro con Cristo, ni nadie Ie puede suplir a Cristo en nuestro coraz6n. Pero precisamente por ello se aprecian y se agradecen mas los signos pobres del hermano, como signos transparentes y portadores de Jesús. La iden­tidad del precursor y del testigo fiel consiste en la humildad de desaparecer para dejar paso a Cristo redentor.

 

El "discípulo amado" también supo ser testigo fiel: "Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos..., el Verbo de la vida" (l In 1,1-2). Su experiencia de

 

Cristo no era para convertirse en pantalla y pedestal de los propios intereses. EI testigo del encuentro con Cristo transparenta su mirada, su amor y su llama­da. Se mira a los demás sin segundas intenciones de medros personalistas. Se ama a los demás sin utili­zamos y sin apropiarse de ellos. Se llama a los demás con el convencimiento de que todos ocupan un Iugar peculiar en el coraz6nde Cristo.

 

Juan aprendi6 de María la Virgen a ser s6lo trans­parencia de la Palabra meditada fielmente en el co­raz6n. La identidad se recobra en el ejercicio de esta humildad de reconocer que todo es gracia y miseri­cordia. Entonces no se necesitan artificios para amar y evangelizar, sino solamente la autenticidad, la ale­gría y el agradecimiento del Magnifica-t.

 

6. Amar a los hermanos

 

Sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos.

 

(1 }o 3.14)

 

El amor es el signa de garantía de la fe, del en­cuentro con Cristo y de la verdadera experiencia de Dios. No hay otro signo de garantía. Falsificaciones las habrá siempre; pero el mandato de Cristo de que nos amemos como el nos ha amado es parte esen­cial del primer anuncio del evangelio (l ]n 3,11; 2]n 6; 1n 13,34-35). Si queremos "permanecer en la luz" (l ]n 2,10), hay que amar a los hermanos "como Dios nos ha amado" (l ]n 4,1l).

 

Pasar de la muerte a la vida equivale a dejar atrás el odio camuflado y las venganzas solapadas. Es el amor de quien mira a todos como redimidos por Cristo y amados entrañablemente por él. Los quila­tes del encuentro contemplativo con Cristo se miden por el amor del pr6jimo, traducido en respeto a su

 

misterio, escucha de su mensaje y necesidades, com­prensi6n de sus limitaciones y aceptaci6n de su ca­risma y misi6n.

 

EI amor no busca componendas con el error, pero salva siempre a la persona, que es un misterio de amor etemo por parte de Dios. La caridad fraterna y el compromiso de servir a los hermanos, especial­mente a los mas pobres, es consecuencia de la con­templaci6n, es decir, de haber entrado en el coraz6n de Dios. Al mismo tiempo, el amor a los hermanos es la escuela que prepara mejor nuestra oraci6n como actitud dialogal con Dios.

 

3. Relectura del evangelio

 

I. Discernimiento para darse meJor

 

Carísimos. no creáis a cualquier espíritu, sino examinad los espíritus si son de Dios.

 

(1 }o 4,1)

 

,EI evangelio y las cartas de Juan fueron escritas en un momento muy difícil para las primeras comu­nidades eclesiales. En un contexto de gran vitalidad había también apóstatas, falsos profetas, tensiones entre comunidades e incluso grupos exclusivistas que reducen el evangelio a su mirada achatada. La vitalidad de la Iglesia habrá que contar, en cada épo­ca, con la posibilidad de esas lacras. Por esto hay que discernir para creer y para hacer de la vida una verdadera donaci6n. Juan escribi6 para ayudarnos a creer (Jn 20,31). EI evangelio no puede bascular ha­cia personalismos pietistas o secularizantes. Creer es apertura sincera a los planes salvíficos de Dios.

 

Releer el evangelio 0 la palabra de Dios significa interpretar los acontecimientos a la luz de esta mis­ma palabra; no viceversa. La palabra evangélica no puede ser filtrada ni manipulada por coyunturas históricas personales 0 comunitarias. Dios continua manteniendo su iniciativa sobre la palabra revelada.

 

Los signos de la acción del Espíritu Santo apare­cen en toda la vida de Jesús, que hace siempre lo que agrada al Padre (Jn 4,34; 5,30; 8,29). Jesús, buen pastor, da la vida por sus ovejas según el mandato del Padre (Jn 10,17-18). La paz y el gozo del Espíritu, en el corazón y en la comunidad, se fraguan ha­ciendo de toda dificultad un servicio de donación a los hermanos. La verdadera acción del Espíritu se mueve en las coordenadas de la "comunión" ecle­sial, de la esperanza y de la paz.

 

2. Caminar como Jesús

 

EL que guarda su palabra, en ése la caridad de Dios es verdaderamente perfecta. En esto conoce­mos que estamos en eé. Quien dice que permanece en  éldebe andar como él anduvo.

 

(1 In 2.5-6)

 

La experiencia de encuentro con Dios tiene como timbre de garantía la imitación y el seguimiento de Cristo. "Permanecer" en Dios significa, para san Juan, entablar relaciones filiales con el. El camino de nuestra relación con Dios es Jesús, el Hijo de Dios. Por Cristo entramos en la comunión con Dios amor. Es una posesión mutua, en sentido esponsal de nueva alianza.

 

Caminar como Jesús es "sentir las cosas como el las siente" (san Juan de Ávila). Entonces se camina en la luz (Jn 12,35). Quien cree en Jesús camina en la verdad, iluminado por el Espíritu y confiado en la fuerza divina del amor.

 

La identidad cristiana es imitación, seguimiento, unión y configuración con Cristo. Entonces la pro­pia vida se hace relectura del evangelio para si y para los hermanos.

 

3. La caridad viene de Dios

 

Carísimos, amémonos unos a otros, porque La caridad procede de Dios, y todo el que ama ha na­cido de Dios y conoce a Dios.

 

(l In 4,7)

 

A Dios amor se le descubre y se Ie experimenta en las ansias de amor que el mismo ha sembrado en nuestro corazón. Necesitamos absolutamente amar y ser amados. La garantía de que este amor viene de Dios es el deseo profunda de amarle, de querer que todos lo amen y de que todos se sientan amados por eI. Para el que ama con este amor, ni Dios ni los hermanos se pueden reducir a una "cosa útil".

 

Esta caridad no es una simple ética ocomporta­miento humano, ya de suyo válido, sino que es espe­cialmente una participación real de la vida divina, que tiene sus repercusiones prácticas en el corazón y en la vida personal y social. Salo así se explica la caridad de los santos que dedicaron su vida a la libe­ración integral y a la evange1ización de los pobres, arriesgando su vida y sus cosas con actitud perma­nente de "martirio".

 

La ética 0 moral cristiana consiste en la práctica de la justicia y del amor como consecuencia de ha­ber nacido de Dios. Caminar en la luz y la verdad equivale a la comunión con Dios y con los herma­nos. Por este camino adquirimos la certeza de ser escuchados como hijos de Dios y tenemos la garan­tía de haber recibido su Espíritu.

 

4. Nos ha dado su Espíritu

 

En esto conocemos que permanecemos en el y el en nosotros. en que nos ha dado de su Espíritu.

 

(1 In 4.13)

 

El Espíritu Santo, que ha inspirado los textos escriturísticos, alienta nuestro corazón y nos capacita para comprender la palabra de Dios (l In 2,?0). La presencia y la acci6n santificadora del Espíritu son garantía para vivir en comunión con Dios y con .los hermanos. El conocimiento de la palabra de Dios, que ilumina los acontecimientos cotidianos, es par­ticipaci6n del conocer amoroso del buen pastor. Se conoce en la medida en que se ama.

 

Jesús, Palabra del Padre, nos comunica el EspírituSanto para hacernos hijos de Dios por adopci6n y por participaci6n en la filiaci6n divina del mismo Jesús. Gracias al Espíritu Santo, ya podemos aden­trarnos en el silencio divino, de donde brota eterna­mente la Palabra del Padre (Sab 18,14).

 

Dios se manifiesta a través de Jesucristo, su Hijo, que es "su Palabra que brota del silencio" (san Ig­nacio de Antioquia). El Espíritu Santo, enviado por el Padre y el Hijo, es testigo, valedor y portador del mensaje y de la persona de Jesús. Es e1 "padre de los pobres". Jesús se goza en e1 Espíritu, porque e1 Pa­dre revela su palabra a los "pequeños" (Lc 10,21).

 

5. £1 mundo pasa

 

El mundo paso" y también sus concupiscencias; pero quien cumple la voluntad de Dios permanece para siempre.

 

(1 In 2.17)

 

La creaci6n es amada por Dios y un don suyo para el hombre. La humanidad y el cosmos ya pue­

 

den responder a Dios agradeciendo el hecho de ha­ber sido creados por amor. Pero los dones de Dios son pasajeros, como una especie de ensayo para pre­pararnos a recibir el don definitivo que es el mismo Dios. Todas las cosas pasan, para dejar entrever el amor de Dios que no pasa. E1 hombre pasa cuando convierte en valor absoluto lo que es simplemente una cosa pasajera y relativa; entonces se hace esclavo de las cosas porque olvida la soberanía de Dios.

 

Jesús, como Palabra "vuelta" hacia el Padre y como hermano nuestro, es el salvador y liberador del mundo (In 4,42), la luz del mundo (In 8,12; 9,5), el cordero de Dios que quita el pecado del mundo (In 1,29), que reorienta al hombre y al cosmos ha­cia Dios.

 

Cuando el hombre se encierra en si mismo que­riendo convertirse en soberano abso1uto, destroza su propio ser, rompe la fraternidad humana y destruye la armonía del cosmos. Entonces este mundo, fabri­cado por el hombre, se vuelve contra Jesús y contra los valores evangélicos. Jesús se ha hecho piedra an­gular de la historia humana y del mundo, para reen­contrar en la obediencia de Dios el verdadero valor de las cosas, la dignidad del hombre y la construc­ci6n de la familia humana según la verdad, la justi­cia y el amor.

 

Los acontecimientos hay que leerlos asi, como una parte· de la biografía del mismo Jesús salvador del mundo. La f;ontemplaci6n cristiana se hace ca­mino hacia la realidad integral del hombre y de la historia, cuyo centro y sostén es el mismo Cristo. Si el mundo pasa (puesto que es contingente), ello es para indicarnos que Dios amor lo ha creado y lo ha restaurado en Cristo para irlo cambiando en "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Ap 21,1).

 

6. Hacia la visi6n y encuentro definitivo

 

Carísimos. ahora somos hijos de Dios. aunque aun no se ha manifestado lo que hemos de ser. Sa­bemos que. cuando se manifieste. seremos semejan­tes a el. porque le veremos tal cual es.

 

(1 Jo 3.2)

 

La palabra de Dios resuena en el mundo y en nuestros corazones como un balbuceo de una reali­dad plena que ya se nos ha comenzado a comunicar. pero que un día será visión y posesión definitiva. Ese día moraremos en la misma "'fuente de agua viva", que es la vida divina (In 4,iO). Transforma­dos en Cristo por el Espíritu, nuestro ser será reflejo de Dios amor contemplado cara a cara. EI deseo que arde en todo corazón humano, aunque sea aho­ra bajo cenizas, será entonces realidad poseída eter­namente.

 

EI presente queda iluminado por la palabra de Dios, con tal que no perdamos la perspectiva de la esperanza, es decir, la confianza y la tensión hacia el encuentro definitivo. Los acontecimientos pierden su perspectiva y se convierten en espejismos de de­sierto cuando queremos manipular 0 "utilizar" el evangelio a nuestro aire.

 

En cada acontecimiento se realiza un "Tabor", en el que Dios nos dice: "Este es mi Hijo amado" (Mt 17,5). Pero hay que aprender a escuchar con actitud contemplativa, es decir, con actitud de pobre, de hijo y de amigo. La historia humana comenzó en el corazón de Dios amor y terminara en un encuentro definitivo de todos los hermanos en la visión de Dios, donde todos nos amaremos con el mismo amor con que Dios nos ama. Todos los bienes, ideas, leyes y sistemas humanos tienen un valor rela­tivo; si intentan convertirse en un valor absoluto, nos ocultan la realidad del misterio del hombre, que

 

sólo se desvela plenamente a la luz del misterio y la soberanía de Dios amor.

 

4. Fe contemplativa

 

1. La Palabra mora en nosotros

 

Os escribo... porque habéis conocido al Padre.... porque habéis conocido al que es desde el princi­pio.... porque la palabra de Dios permanece en vosotros.

 

(l Jo 2,13-14; cf Jo 1,18)

 

Cristo es la Palabra 0 Verbo del Padre, que habita en nuestros corazones con la fuerza y el amor del Espíritu Santo. EI Hijo nos ha hecho conocer al Pa­dre, a Dios que es amor (Jn 1,18). Gracias a el ya podemos leer los acontecimientos como signos y mensajes de Dios. Sin el todo seria oscuridad y con­fusión. La fe cristiana consiste en abrirse a la pala­bra de Dios para· amarle a ély a los hermanos.

 

Nuestra vida se hace encuentro con Cristo, que es la Palabra del Padre. Así nos hacemos testimonio suyo ante el mundo. Cristo nos ha contado los de­signios salvíficos de Dios sobre toda la humanidad (Jn 1,18). "Los secretos de Dios nadie los ha podido conocer, sino el Espíritu de Dios" (1Cor 2,11). Jesús nos comunica el Espíritu para que conozcamos vi­vencialmente a Dios.

 

El apóstol o evangelizador reclina su cabeza sobre el pecho de Jesús para captar su mensaje (Jn 13,23­25). S6lo Jesús nos puede revelar al mismo Dios tal como es. Otras experiencias religiosas contemplati­vas no nacen de la visi6n de Dios, por buenas que

 

sean. "Nadie conoce al Padre" sino Jesús Un 6,46). El nos invita a entrar en e1 camino de la contempla­ción, que es camino de silencio y camino de fe en los signos pobres de Iglesia, donde el se manifiesta y comunica.

 

Jesús es la sabiduría personal de Dios (Sab 9,1-9), que podemos captar en el silencio de la adoración y del servicio a los demás (Sab 18,14). El esplendor de la gloria del Padre (Heb 1,3) es Jesús, como Palabra que esta en e1 seno del Padre (Jn 1,18), y que ahora penetra y transforma toda la creación, toda la histo­ria y todos los corazones (Sab 18,15).

 

2. Dios es mayor que nuestro corazón

 

Si nuestro corll.t6n nos arguye, Dios es mayor que nuestro coraz6n y conoce todo.

 

(1 In 3,19)

 

La gran sorpresa de nuestra vida cociste en ir descubrien

 

do que Dios es mayor que nuestra conciencia y que

 

nuestro corazón. En Cristo, el Verbo hecho hombre,

 

nuestro barro queda asumido definitivamente para

 

hacerse transparente y poder reflejar el rostro de

 

Dios y la vida divina. Nuestra contingencia se hace

 

vida eterna. En Cristo, protagonista de nuestra his­

 

toria, descubrimos a Dios amor trascendente, que

 

hace entrar nuestra historia en la eternidad. "En él

 

vivimos, nos movemos y somos" (He 17,28). Pero

 

vamos a un "más allá" infinito, donde veremos lo

 

que hasta ahora "ni ojo vio, ni el oído oyó, ni vino

 

a la mente del hombre lo que Dios ha preparado .para los que Ie aman" (1 Cor 2,9).

 

A partir de nuestro barro y de nuestra realidad contingente, buscamos, pensamos, deseamos... A ve­ces nos entusiasma un pensamiento 0 un sentimien­to sobre Dios; pero Dios es siempre más allá. Cons­tatar

 

esta realidad es señal de que ya hemos comen­zado a encontrarle de verdad, sin espejismos.

 

De nuestro pensar, sentir y amar hemos de ir pa­sando a la adoración, admiración y silencio contem­plativo, que es siempre plenamente activo. Es la alegría filial del intuir las maravillas del amor de nuestro Padre Dios. Si nos apoyamos en nuestros fervores y conquistas momentáneas, la palabra de Dios y aun su presencia nos produciría sequedad; si admitimos gozosamente la infinitud del misterio de Dios, entonces su palabra y su presencia nos resulta­rán siempre nuevas, como si ya comenzaremos a es­trenar en nuestro presente una eternidad sin fin.

 

3. Dios es amor

 

EI que no ama no conoce a Dios, porque Dios es amor... Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios y Dios en el.

 

(1 Jo 4,8.16)

 

Dios es elsumo bien que sostiene nuestro ser por­que lo ha creado por amor. Dios es siempre fiel a este amor; su nombre es precisamente "Yavé", el que es fiel al amor, sosteniendo nuestro ser caduco con la fuerza de su ser eterno (Ex 3,14). Dios es amor, Dios es luz (1 Jn 1,5), Dios es Espíritu Un 4,25). El amor que Dios muestra al hombre tiene dimensión esponsal 0 de alianza. Es el amor del buen pastor, que conoce amando (Jn 10,14). Es amor de comunión entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que invita al hombre a participar en esta misma comunión divina.

 

Dios se da a conocer amando. La máxima expre­sión de este amor consiste en habernos dado a su Hijo para que vivamos por el Un 3,16ss). Por este amor nacemos como hijos de Dios (1 In 4,7-8).

 

El amor divino es fuente de la divinización del hombre, que se demuestra en el amor a los herma­nos. Toda la acción de Dios en la creación y en la historia consiste en querer hacer del hombre una ex­presión libre de donación y amor. Gracias a la en­carnación, ya podemos vivir en Cristo y transformar toda nuestra vida en expresión del amor. Con Cristo hacemos que nuestras vidas se construyan como una actitud permanente de escucha y respuesta a la pala­bra de Dios amor.

 

Hasta los detalles mas pequeños de la vida y de las cosas dejan transparentar un amor eterno que se hace cercanía de Padre, madre, hermano y esposo, invitando a afrontar la vida y a convivir con los her­manos para construir el himno universal de res­puesta al amor.

 

4. £l nos am6 primero

 

En eso está el amor, no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que el nos amó y envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados... Amemos a Dios, porque él nos amó primero.

 

(1 In 4,10.19)

 

Amar a Dios es posible. El tiene la iniciativa de este amor (Jn 3,16), pero espera una corresponden­cia libre del hombre: "Si alguno me ama, yo me ma­nifestare a él" (In 14,23). Podemos entrar en las inti­midades trinitarias de Dios porque Jesús nos ha comunicado el Espíritu Santo, que nos hace hijos de Dios. Jesús hace resonar en nuestro corazón su dia­logo con el Padre en el Espíritu Santo.

 

Dios mantiene la iniciativa de su palabra; no se deja manipular por nuestras planificaciones y nues­tras ansias de eficacia inmediata. Su palabra escapa a las construcciones de laboratorio y a los persona­lismos.

 

Dios sigue teniendo su iniciativa en el amar a cada persona y a cada comunidad, concediendo sus carismas como el quiere, sin ceder el liderazgo a los intereses de nadie. Pero su palabra resuena en el amor de los hermanos, especialmente de aquellos que reflejan el amor del buen pastor, inmolando al servicio de los demás los propios carismas. Al Padre no lo conoce nadie, sino el Hijo y aquellos a quie­nes el Hijo les comunica esta ciencia del amor (Mt 11,25-30). En el corazón de Dios solo se entra con actitud de hijo.

 

5. Todos invitados

 

El amor de Dios hacia nosotros se manifiesta en que Dios envió al mundo a $U Hijo unigénito para que nosotros vivamos por cl.

 

(I In 4,9)

 

Dios nos ha dado a su Hijo para que nuestra vida sea una participación en su ser y en sus vivencias. La vida se transforma en un encuentro vivencial con Cristo. No es posible este encuentro sino a través de los signos pobres de su "carne", que ahora se con­cretan en la eucaristía, palabra, sacramentos, comu­nidad de hermanos... El Verbo hecho hombre vive en su "complemento" que es la Iglesia (Ef 1,23). No es posible la contemplaci6n cristianasi no es a par­tir de una fe profunda en el misterio de la Iglesia, que se encuentra ya en germen en cada corazón humano.

 

Dios ha dado a su Hijo para la salvación del mundo, es decir, para el bien de todos. Jesús se ha ofrecido como protagonista y propiciación por los pecados de todos (1 In 4,1.0). El conocimiento viven­cial de Dios no es exclusivo de ningún grupo ni de ninguna persona concreta, por privilegiada que pa­rezca. El don de Dios aparece como tal cuando refleja ­

 

a Dios amor, padre de todos. Esta es la doctrina de Juan, el discípulo amado, en contra de las prime­ras sectas.

 

La comunión de los hombres con Dios tiene lugar en el encuentro con Cristo y en el cumplimiento de su mandato nuevo del amor. Entramos en el corazón de Dios, como hijos, solo cuando queremos vivir en sintonía con su Hijo amado y con todos los hom­bres, que están llamados a ser hijos de Dios. Sin­tonía quiere decir compartir responsablemente la vida, afrontando, como hermanos en Cristo, los acontecimientos de una historia que camina hacia el encuentro definitivo con Dios.

 

Caminos de contemplación (In 1,1-18; I In)

 
  • Dios ya ha tornado la iniciativa de este encuentro, que es don suyo. Hay que aprender a vivir sintién­dose llamado e interpelado por el amor.
  • Partimos de la   realidad concreta, donde Dios se muestra como amor. Aceptando gozosamente la realidad, comenzamos a conocer y a amar a Dios. Hemos visto su gloria.
  • En Cristo,        escondido en nuestra realidad, encon­tramos el "si" de Dios al hombre y la posibilidad de nuestro "si" a Dios.
  • Ya todo nos habla de el. Todo es mensaje, todo es gracia, porque Cristo, el Verbo (Palabra) hecho hombre, es el centro de la creación y de la historia.
  • Salir al encuentro de Cristo, que se nos acerca en cada acontecimiento, en cada cosa y, sobre todo, en cada hermano.
 

 

  • Actitud mariana           de espera, adoraci6n y apertura generosa a la palabra de Dios.
  • Caminar con la alegría de haber encontrado ya el camino hacia el infinito del amor.
  • Va es posible reorientar continuamente toda Ia vida hacia Dios amor: en el Espíritu Santo, por Cristo, al Padre.
  • Misión es compartir con los demás la experiencia de encuentro con Cristo (l In l,1ss).
  • Podemos amar y hacer amar al Amor. En Cristo aprendemos a vaciarnos de nuestro egoísmo, para llenarnos de Dios amor y hacer de nuestra vida un don para Dios y para los hermanos.
  • Nos realizamos en la medida en que encontramos a Cristo. En este "más allá" de nosotros mismos encontramos lo más profundo y autentico de nos­otros mismos, porque hemos visto su gloria.
 

 

Visto 260 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.