Lunes, 11 Abril 2022 10:27

LOS SIGNOS POBRES DE UNA IGLESIA CONTEMPLATIVA Y MISIONERA

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CUARTA PARTE

 

LOS SIGNOS POBRES DE UNA IGLESIA CONTEMPLATIVA Y MISIONERA

 

Hay dos niveles básicos en el encuentra de los disépalos can Cristo resucitado: la constataci6n de su resurrecci6n (cf. Jn20,19-20) y la misi6n que Cristo les confía de anunciar su salvaci6n a todos los hom­bres (cf. Jn20,21-23). La comunidad de los creyen­tes en Cristo resucitado se hace prolongación del mismo Cristo en el mundo, can el dinamismo del Espíritu Santo. La Iglesia prolonga a Cristo porque participa de su misma misión. EI momento inicial más fuerte de esta Iglesia misionera es el encuentro con Cristo resucitado que comunica su Espíritu.

 

El sepulcro vacío lo vieran todos. Las palabras de Jesús sobre su resurrección eran todavía recientes. S6lo faltaba el salta a la fe. Si el sepulcro estaba vacío, es que Cristo había resucitado. Bastaba con creer en las palabras del Señor. Pera Cristo quiso también el signo eclesial del hermano: las apari­ciones, que reforzarían el testimonio apost6lico.

 

Efectivamente, cada uno que encuentra a Cristo resucitado se conviene en signa de su resurrección. EI Espíritu Santo continua suscitando esta fe en el corazón de los que escuchan humildemente el testi­monio apost6lico (He 2,32-38). Es el Espíritu Santo, enviado por Jesús, el que hace posible el encuentro personal y contemplativo de cada uno can Cristo re­sucitado; y es el mismo Espíritu el que actúa en las comunidades eclesiales, suscitando en ellas la comunión 0 fraternidad como signo portador de Cristo. Esta acci6n del Espíritu es siempre en relaci6n al

 

testimonio apostólico de los doce 0 de sus sucesores, como instrumento del mensaje y de la persona del Señor.

 

En la resurrección aparece todo el significado de la encarnación: "El Verbo ha asumido la carne para que nosotros pudiéramos recibir el Espíritu Santo" (san Atanasio). El camino del encuentro con Cristo,

 

en el campo de la contemplación, de la perfección y de la misión, será siempre "camino del Espíritu" (Rom 8,4), "vida según el Espíritu" (Rom 8,9), es decir, "caminar en el amor" (Ef 5,1).

 

Cristo resucitado se hace encontradizo con cada apóstol y discípulo bajo signos pobres. El camino del encuentro es siempre camino de pobreza. Jesús mismo ayuda a descorrer el vela de la fe. En cada época histórica, el Espíritu Santo, enviado por Jesús, comunica el don de la fe para encontrar al Señor en el "aquí" y "ahora" de todos los días y cir­cunstancias. Solo así se explica la ininterrumpida cadena de amigos, testigos y apóstoles de Cristo que, como él, están dispuestos a dar la vida por el evan­gelio. La fe necesita de la palabra de Jesús predicada por los testigos que lo han visto 0 encontrado. La Iglesia, como comunidad de creyentes, seguirá sien­do el lugar del encuentro del hombre con Cristo resucitado.

 

EI sepulcro vacío, constatado históricamente, ayu­da a leer, en la gran "ausencia", los signos de una presencia más honda de Cristo. Solo la fe, que es don de Dios y que necesita la palabra revelada y pre­dicada, puede dar el salto al encuentro con el Señor resucitado. Su presencia ya no está condicionada por el espacio y el tiempo, porque es e mismo, con su misma carne; el que ha resucitado: "Palpadme y ved" (Lc 24,39).

 

Jesús ha querido mantener en su cuerpo glorioso las señales de la crucifixión (Jn 20,20.25.27). La cruz

 

sigue siendo la fuerza victoriosa de nuestra redención. Solo ella da sentido a la vida "martirial" de tantos seguidores de Jesús que han dado la vida como él: amando y perdonando. La actitud raciona­lista y gnóstica de querer pasar de la cruz a pentecostés sin creer en la resurrección corporal de Jesús seria inconsistente y estéril. La fe, según el evange­lio de Juan, se basa en la carne humillada de Cristo, que se transforma en carne gloriosa para dejar en­trever su divinidad y para conseguir nuestra salvación de hombres de carne y hueso. Las teorías cómodas no ayudan a la fe ni a las exigencias evangélicas, porque quieren escapar del escándalo de la cruz, que se hace gloriosa sin dejar de ser cruz y carne humi­llada. No habría experiencia de Dios sin entrar en sintonía con el misterio del hombre desvelado por Jesús resucitado, que sigue siendo Dios y hombre verdadero.

 

Una fe 0 una oración contemplativa que fuera solo encontrarse con el "espíritu" de Cristo (sin su cuerpo resucitado) no se diferenciaría del encuentro con el "espíritu" de tantos fundadores de religiones que existieron en el pasado y que son "revividos" en la mente de sus discípulos. Solo Jesús es el Hijo de Dios hecho hombre, que nos puede hacer entrar en la experiencia de Dios amor. Y es por medio de su carne, ya gloriosa, como Cristo nos ha salvado (Jn 1,14).

 

La vida humana ya es hermosa, porque se descu­bre en ella a Dios amor, que es infinitamente bueno. EI miedo a los fantasmas, a las ideologías abstractas, a las intimidaciones y a las mismas fuerzas del mal se desvanece ante la luz de Jesús de Nazaret resucita­do. EI espíritu del mal no podría hacernos absoluta­mente nada si no encontrara en nosotros harapos de seguridades humanas 0 de gustos "espirituales" a los que hemos pegado el corazón.

 

"Cristo resucitado convierte la vida en una fiesta

 

continua" (san Atanasio). Pero es fiesta de pascua, que "pasa" por la cruz a la luz. La resurrecci6n de Jesús es la protesta de Dios contra la muerte y las opresiones, invitando a todos a pasar del odio. al amor de la muerte a la vida. Jesús ya ha vencido toda clasede mal; pero quiere nuestra colaboración de reaccionar en el amor para llegar a la victoria y glorificación definitiva. Este es el camino de Jesús liberador, resucitado con su mismo cuerpo, que anuncia y realiza la liberaci6n, transformando. la cruz y la opresión en el acto supremo de dar la vida por amor. Así se ha revelado Dios salvador del hom­bre en toda su integridad.

 

La fe pascual es pasar de la ausencia de un sepul­cro vacio a la presencia de Jesús resucitado. La. fe es don de Dios, que se apoya en la Escritura predicadapor el testimonio apostólico. Los apóstoles vieron el sepulcro vacio y al Señor crucificado vivo con. una vida gloriosa, que ya será eterna. El testimonio de Pedro y de los doce garantiza esta fe (aparición a Pedro). El testimonio de Juan, el discípulo amado, indica, al mismo tiempo, que no hay encuentro vivencial con Cristo sin la fe contemplativa, que es conocimiento y amor de amistad (Jn 14,21). Pedro y Juan se complementan en todo el evangelio del

 

"discípulo amado". Intentar contraponerlos sería hacer una caricatura del cuarto evangelio, que cerraría el paso a la fe, a la contemplación y al mandato del amor. La fe pascual es, al mismo tiempo, sumi­si6n a la palabra de Dios y comuni6n de amistad y de vida con Cristo resucitado.

 

El encuentro con Cristo, que es fe y contemplación a la vez, se hace misión por encargo del mismo Jesús resucitado:· "ve a mis hermanos" Un 20,17). Es la misma misi6n de Jesús, prolongada en la Iglesia (Jn 17,17-19), quien infundio ("soplando") su Espíritu (Jn 20,22) para indicar una transformación ra­dical, a modo de nueva creaci6n que recupera con

 

creces e1 rostro primigenio del hombre (Gen 2,7; Ez 37,9). Es la transformaci6n por la participación en su consagración 0 unción (Jn 10,36). No hay misión sin consagración, porque la misión de Jesús es tota­lizante y atrapa al enviado ("apóstol") para toda la vida.

 

No hay misión sin comunión eclesial. Jesús resu­citado se hace presente hoy a través de los signos pobres de una Iglesia misionera. A este sentido y amor de Iglesia no se llega sino a través de una acti­tud contemplativa que descubre a Jesús en los sig­nos pobres que el mismo se ha escogido para llegar a lo más hondo de cada corazón.

 

Apoyado en Cristo resucitado, el creyente y apóstol pasa del miedo a la paz y al gozo, del odio y del pecado al perdón. Por la fuerza del Espíritu envia­do por Jesús, el apóstol se hace anunciador del gozo, de la paz y del perdón de Cristo resucitado. Es la buena nueva 0 "alegre noticia", que necesita evan­gelizadores llenos de "gozo pascual". Es el gozo que el Espíritu Santo comunica cuando vamos pasando por el proceso contemplativo de desierto, de Naza­ret, de la cruz y del sepulcro vacio. Es el gola de una sorpresa: haber encontrado los signos del resucitado donde parece resonar sólo el silencio de un sepul­cro vacío.

 

Cristo resucitado, entonces y ahora, transforma a hombres deshechos por el miedo en hombres envia­dos ya rehechos por 1a fe, la esperanza y la caridad, plasmados en una vida de amistad e intimidad con e. El proceso que sigue Jesús para comunicar esta vida contemplativa y apostólica es siempre el mis­mo: cuando nos vamos despojando de todas nuestras seguridades humanas, el se deja entrever en un "su­dario" 0 en un movimiento del corazón...

 

1.         Pedagogía del encuentro con Jesús resucitado  (Jn 20,1-18)

 

1.         Sepulcro vacío

 

El día primero de la semana. María Magdalena vino al sepulcro muy de madrugada. cuando aún era de noche. y vio quitada la piedra del sepulcro. Corrió y vino a Simón Pedro y al otro discípulo a quien Jesús amaba, y les dijo: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto.(Jn20.1-2)

 

En un sepulcro vacío apareci6 el destello de una nueva creaci6n. Fue la aurora de la nueva pascua. El sábado, como séptimo día, ha dejado "paso" al nue­vo día, el "domingo" 0 día del Señor. Sera ya el día definitivo. Para este primer anuncio Dios se vale de Magdalena, de Pedro y de Juan. En ellos ya había comenzado una vida nueva en el Espíritu y, por esto, podían comprender el significado de un sepulcro vacío, a la luz del coraz6n abierto de Cristo y de todo el mensaje evangélico. Las categorías humanas comienzan a tambalearse ante esta nueva luz con­templativa, que parece oscura porque deslumbra.

 

El "no saber" de una 16gica caduca comienza a ser fe de una 16gica totalmente nueva. Se desmoronan nuestros mejores planes para dejar paso a la gracia, que nos había urgido a elaborar esos mismos pla­nes. Dios salva al hombre por medio del mismo hombre, con tal de que este reserve para Dios la ini­ciativa de su palabra, de gracia y de la salvación.

 

En Jesús, los "tres días" de sepulcro fueron tan redentores como otros momentos de su existir. Por esto nos pertenecen; son nuestra misma biografía (Rom 6,4). Nuestros momentos de sepulcro vacío se pueden hacer destello de esperanza a la luz de la fe

 

en Cristo resucitado. Lo único que queda es la hue­lla imborrable del amor. El cuerpo de Jesús resucita­do ya no necesita lienzos, ni sudario, ni sepulcro, ni ungüentos; tan s6lo necesita los velos pobres de una Iglesia peregrina y de un caminar contemplativo y los ungüentos de nuestra fe de adhesi6n personal.

 

2.         Amar para creer

 

Salió. pues. Pedro y el otro discípulo y fueron al sepulcro... El otro discípulo llego el primero... e inclinándose, vio los liemos, pero no entró. Llegó Simón Pedro después de él, y entro en el sepulcro y vio las fajas allí colocadas, y el sudario que había estado sobre su cabeza... envuelto aparte. Entonces entro también el otro discípulo..., vio y creyó; aun no se habían dado cuenta de la Escritura. según la cual era preciso que el resucitase de entre los muertos.

 

(Jn       29.3-9)

 

Quien está enamorado descubre fácilmente las huellas de la persona amada. El amor tiene una lógica más profunda que se llama "intuici6n". En alas del amor, Juan lleg6 corriendo al sepulcro vacío; su respeto por el carisma de Pedro le hizo espe­rar, pero su amor contemplativo ya le hizo intuir una presencia de Cristo en las huellas de unos lien­zos plegados. Entr6 con Pedro y vio los signos po­bres que había dejado el Señor, y dio el salto a la fe. El amor es así. El verdadero conocer teológico arranca de una fe de enamorado. "Si alguno me ama, yo me manifestare a él" (Jn 14,2.1).

 

Pedro y Juan se complementan (He 3,1). Para creer se necesita apoyarse en el testimonio apost61i­co; pero la aventura de la fe viva en Cristo resucita­do presente sigue siendo obra del amor, que en cada uno es irrepetible e irreemplazable.

 

No conocían todavía el sentido de la Escritura so­bre

 

la resurrección del Señor, hasta que el mismo Jesús resucitado les concedi6 este don (Lc 24,45). Pero si recordaban sus palabras misteriosas sobre una muerte gloriosa (Jn 12,32) y una sepultura llena de perfumes (In 12,7). A Jesús le gusta darnos la sorpresa de manifestarse a través de signos pobres (los lienzos plegados), para despertar en nosotros la intuici6n que se llama amor contemplativo. De la noche pasamos al día verdadero. Y una soledad que parece vacía se nos hace presencia cariñosa del amado.

 

3. Llamados por el nombre

 

María se quedó junto al sepulcro, fuera, llo­rando... Han tomado a mi Señor y no sé dónde lo han puesto... Se volvi6 para atrás y vio a Jesús que estaba allí, pero no conoció  que fuera Jesús. Díjole Jesús: Mujer, ¿por qué lloras7, ¿a quién buscas7... ¡María! Ella, volviéndose, le dijo: ¡Maestro!

 

(Jn 20,11-16)

 

La búsqueda de Cristo se hace siempre dolorosa. Es el dolor y la queja de la esposa ante la ausencia del esposo (Cant 3,lss). Este dolor, que nace del amor, no se satisface ni se soluciona con nada ni con nadie, si no es can la presencia del amado. Hay que purificar el coraz6n para poder air en ese dolor del coraz6n, como una "brisa suave", el propio nombre pronunciado por Cristo resucitado. S6lo Dios amor nos conoce por este nombre (In 10,14), que él mismo grabó en lo más hondo de nuestro ser. Hay que aprender a beber en la fuente de su palabra y de su presencia, simplemente como un sediento, "denos 61 lo que quisiere, siquiera haya agua, si­quiera sequedad" (santa Teresa).

 

Hay que aprender a llamar a Jesús par su propio nombre, como él nos llama a nosotros. No se trata de simples palabras, todas ellas maravillosas: Jesús,

 

Cristo, Señor, Maestro... Lo único que le gusta al Señor es que, al dirigirnos a él, hablando o callan­do, sufriendo o gozando, vea en nuestros labios que le damos nuestro ser como propiedad esponsal.

 

"Maestro mío", para Magdalena, equivale a "mi amado para mí y yo para mi amado" (Cant 2,16). Así es la respuesta sencilla y sincera de quien se ha sentido interpelado y llamado también por su pro­pio nombre, como declaraci6n de amor. Pero esta respuesta s6lo la puede dar un coraz6n de pobre, que ya considera todo como paja 0 basura en com­paraci6n con la ciencia del amor a Cristo y a los hermanos (Flp 2,8s).

 

4. La misi6n de ir a los hermanos

 

Jesús le dijo: Déjame, pues aun no he subido al Padre; pero ve a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. María Magdalena fue  a anunciar a los discípulos: He visto al Señor, y que le había dicho estas palabras.

 

(Jn 20,17-18)

 

El encuentro definitivo con Cristo se prepara en esta vida par un proceso de búsqueda y encuentro que purifica nuestro coraz6n de todo lo que no sue­ne a donación. Jesús nos invita a "pasar" con 61 al Padre. Es su pascua y la nuestra. Sus dones actuales son solo un ensayo pasajero que prepara una pleni­tud. Los dones de Dios no son Dios, pero ya contie­nen alga de vida eterna y definitiva.·

 

La vida se hace "Pascua" con Cristo cuando la gastamos al servicio de sus intereses, que son los del Padre y que tienen par objetivo la salvaci6n de los hermanos. Para encontrar definitivamente a Cristo hay que ensayar el encuentro con él en los signos pobres del hermano.

 

Del encuentro con Cristo se pasa a la misi6n. No se deja la uni6n y encuentro con él, sino que se le busca en otros signos escogidos por él. Los signos son diferentes, pero a nosotros nos interesa el. La misi6n es otro modo de encontrar a Cristo. Pero el encuentro de la misi6n se prepara en el encuentro de la contemplaci6n. Misi6n y contemplaci6n se com­plementan. Entrar en el coraz6n de Cristo es encon­trarse con sus amores que urgen a la misi6n. Servir a Cristo en el hermano reclama la meditaci6n de su palabra y la intimidad con él presente en la eucaristía. El apóstol es testigo de un encuentro que fue y sigue siendo experiencia vivencial (I In 1,ls; Jn 1,41; 20,25). Cristo comparte con nosotros todo lo que es y tiene; también su relaci6n filial con el Pa­dre. EI ap6stol de Cristo comparte generosamente con los hermanos todo lo que ha recibido de Cristo.

 

2.         Testigos de la palabra y de la presencia de Jesús (Jn 20,19-31)

 

1.         Paz y misi6n en el Espíritu

 

Vino Jesús y, puesto en medio de ellos, les dijo: La paz sea con vosotros. Y diciendo esto, les mostr6 las manos y el costado. Los discípulos se alegraron viendo al Señor. Díjoles otra vez: La paz sea con vosotros. Como me envi6 mi Padre, así os envío yo... Sop1ó y les dijo: Recibid el Espíritu Santo.

 

(Jn       20,19·22)

 

El mensaje de Jesús es siempre de paz, gozo y per­d6n (Jn 14,27). EI mismo es "nuestra paz" (Ef 2,14). El corazón y el rostro de los apóstoles comienzan a cambiar después de la experiencia de un sepulcro

 

vacío. La palabra de Jesús resucitado presente disipa todo género de dudas y desanimo. Para continuar la misma misi6n de Cristo hay que tener en el coraz6n el gozo pascual, que es don del Espíritu y que se recibe cuando intentamos transformar el sufrimien­to en donaci6n y servicio. La paz que comunica Jesús tiene un precio: disponerse a ser sembradores de la paz. Jesús regala su paz y su perdón; la actitud específicamente cristiana es la de vivir y morir amando, perdonando y anunciando la esperanza.

 

La fe en Cristo resucitado transforma la vida en confianza y dinamismo de perfección y apostolado. Ya poseemos "las primicias del Espíritu" (Rom 8,23) como agua viva y nuevo nacimiento. Jesús nos comunica el agua que brota de su costado (In 19,34) y que había prometido en el templo como fruta de su misterio pascual (In 7,37-39). Es la nue­va creaci6n, también ahora con el "soplo" del Espíritu (Gen 2,7). Nuestro barro se hace imagen de Dios participada de su Hijo Jesús. Nuestras cenizas y huesos resecos (Ez 37,9) reviven por la llama del Espíritu.

 

La misi6n apost6lica es participaci6n en la unción y misión de Jesús por obra del Espíritu (In 10,36; 17,19). Ser apóstol de Jesús supone tener en el coraz6n la paz y el gozo pascual, que se hace unidad de vida en el propio interior y en la comunidad.

 

2.         El regalo del perd6n

 

Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonareis los pecados, les serán perdonados; a quienes se los retuviereis, les serán retenidos.

 

(Jn       20,22·23)

 

EI evangelio de Juan esta siempre impregnado de perdón y compasión. EI Verbo encarnado se hace

 

encontradizo con unos recién casados en apuros

 

(c. 3), con un intelectual que busca la verdad (c. 3), con una pecadora que siente la nostalgia de una vida nueva (c. 4), con un pobre lisiado marginado por la sociedad (c. 5), con la muchedumbre que bus­ca pan, verdad y vida (cc. 6-7), con un ciego de luz natural y de fe (c. 9)... A todos y a cada uno se acerca Jesús sin discriminación alguna. Las prioridades del Señor están en los que buscan y sufren. El perdón de Jesús no humilla, sino que restaura y reconcilia has­ta hacer reencontrar el verdadero rostro de cada hombre, que debe reflejar a Dios amor.

 

El sacramento del perdón es regalo de pascua. El retorno al Padre ("conversión" 0 penitencia) lo describeJesús con el caminar esperanzado del hijo que ansía el reencuentro en la casa paterna. Ese hijo es el mismo Jesús que "pasa" con nosotros al Padre y que, para ello, vive en el corazón de cada hijo prodigo.

 

. La sorpresa del perdón que nos regala Jesús con­siste en que, en este nuestro encuentro "sacramen­tal", escuchamos su misma voz de buen pastor que perdona y l<i voz del Padre que nos llama, también a nosotros, "hijo amado" (Mt 3,17; 17,5). Así se ex­plica el gozo y la fiesta de las parábolas de la miseri­cordia (Lc 15). En el sacramento de la penitencia celebramos la pascua 0 paso al corazón de Dios. La voz del ministro que absuelve y el dolor y la contestón del penitente son ahora, bajo esos signos po­bres sacramentales, voz y gestos de Jesús resucitado presente.

 

3. Testimonio apost6lico y fe

 

Tomás no estaba con ellos cuando vino Jesús... Pasados ocho d(as, vino Jesús... Luego dijo a To­mas: Alarga acá tu dedo yaqui tienes mis manos, y

 

tiende tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel. Respondi6 Tomas y dijo: Señor m(o y Dios mío! Jesús le dijo: Porque me has visto has creído; dichosos los que sin ver creyeron.

 

(Jn 20.24-29)

 

Los apóstoles habían visto al Señor resucitado y habían escuchado sus palabras. Era el mismo quien les mostro sus manos y sus pies con sus llagas glo­riosas (Lc 24,39-40) y les invito a tocar su mismo cuerpo glorificado. Es verdad que para creer no se necesitaban las apariciones, puesto que eran sufi­cientes las palabras del Señor, que ya había anun­ciado su resurrección. Pero Jesús quiso darles estos signos externos par<i ayudar a su debilidad y a los que creerían por medio de ellos,

 

El testimonio apostólico consiste en transmitir el mensaje y la vida de Jesús juntamente con la propia experiencia de encuentro con el ya resucitado. La fe se incrementa en las mismas palabras y gestos de Jesús, que llega a nosotros por el testimonio apostólico. Tomas, en un principio, no acepto estas reglas de juego y rechazo los signos pobres del testimonio fraterno. Luego, por la gracia misericordiosa de Jesús, él mismo se convirtió en pauta de la fe para los demás. Su oración se seguirá repitiendo hasta el fi­nal de los tiempos.

 

Jesús esperaba de "los suyos" que dieran el salto a la fe apoyados en sus palabras y en los signos po­bres de una presencia nueva: el sepulcro vacío, los lienzos plegados, el testimonio de los hermanos más humildes... Así lohizo el discípulo amado. Las bienaventuranzas evangélicas las resume Jesús en una sola: "Bienaventurados los que sin ver creen". El "ver" de la fe es más profundo que el "ver" de la constatación racional y empírica. Jesús quiere el "ver" de la fe, que compromete el corazón y que se concreta en amistad y adhesión personal a él y a su

 

mensaje. Es el compartir la vida con él. Es la fe de aceptar a Cristo tal como es, "meditando en el corazón" (Lc 2,19.51). La bienaventuranza evangélica so­bre la fe recuerda la fe de María, como modelo de la fe de la Iglesia, consorte de Cristo: "Bienaventurada tu que has creído" (Lc 1,42).

 

4.         Fe y vida

 

Muchas otras señales hizo Jesús en presencia de

 

los discípulos, que no están escritas en este libro; y

 

. estas fueron escritas para que creáis que Jesús es el

 

Mes{as. Hijo de Dios, y para que creyendo tengáis

 

vida         en su nombre.

 

(Jn       20,30-31)

 

Todos los signos de Jesús son expresión del Verbo hecho hombre. En la carne humillada y gloriosa de Jesús se transparenta la divinidad del Hijo de Dios. Por esta carne, ahora glorificada, Jesús nos ha salva­do. EI resumen de todos los signos evangélicos es el mismo cuerpo de Jesús, con sus llagas abiertas y gloriosas.

 

Juan ha auscultado los signos, es decir, los gestos y palabras de Jesús, reclinando su cabeza sobre su pecho, intuyendo sus amores y adorando su misterio (In 13,23). Es la actitud mariana de aceptar las pala­bras de Jesús, haciendo de la propia vida una asociación esponsal a su obra salvífica. María es "la mujer" modelo de esta fe y desposorio para la Igle­sia y para todo creyente (In 2,1-5). Vida cristiana contemplativa equivale a compartir esponsalmente los amores y el misterio de Cristo, a oscuras y en alas del amor..

 

Quien ha encontrado a Cristo en sus gestos y en sus palabras meditadas en el corazón bajo la acción del Espíritu descubre que todo lo que decimos so­bre

 

Cristo no es más que un balbuceo. Por esto prefiere el silencio 0 las pocas palabras, como invitan­do a otros a experimentar a Cristo por el camino de la fe contemplativa y de una amistad inquebranta­ble. Es como repetir las palabras de Jesús: "Venid y ved" (Jn 1,39), por las que Juan estrena su propia experiencia. Para pasar a esta fe hay que aceptar la propia "soledad" de los actos responsables. Nadie nos puede suplir, aunque todos los hermanos nos ayuden. Es la fe de admitir vivencialmente a Cristo como Hijo de Dios hecho hombre, resucitado, que nos comunica su propia vida divina y que nos hace parte integrante de su propio existir (In 15,lss). Es­crito el evangelio, Juan se sintió feliz porque su pro­pia existencia ya podía resolverse en ser huella im­borrable de Cristo resucitado.

 

3.         Presencia de Cristo en la comunidad eclesial (In 21,1-14)

 

1.         Caminar de hermanos

 

Díjoles Simón Pedro: Voy a pescar. Los otros le dijeron: Vamos también nosotros contigo... En aquella noche no pescaron nada. Llegada la mariana, se hallaba Jesús en la playa, pero los discípulos no se dieron cuenta de que era él. D{joles Jesús: Muchachos, ¿no tenéis a mano algo que comer? Le respondieron: No. El les dijo: Echad la red a la de­recha de la barca y hallareis. La echaron, pues, y ya no podían arrastrar la red por la abundancia de peces.

 

(Jn       21,2-6)

 

En el corazón de los apóstoles comenzaba a reinar el amor fraterno. Sentían necesidad de encontrarse

 

para compartir la fe y la vida de seguimiento apostólico. Se comenzaba a cumplir la oración sacerdotal de Cristo: ~'Que sean uno" (Jn 17,Iss). El camino es largo; por esto hay que saber pasar juntos noches oscuras, insomnios y fracasos. Lo importante es que Cristo se hace presente en e1 momento oportuno, con tal de que entre "los suyos" reine el amor de armonía fraterna y de comunican. En realidad, el Señor ya estaba presente al principio cuando decidie­ron trabajar y caminar juntos como los dos de Emaús (Lc 24,15).

 

Jesús se hace presente y habla por medio de acon­tecimientos y signos cotidianos. Sus palabras se en­tienden de verdad cuando, a su luz, afrontamos la vida con realismo y amor. Las situaciones humanas hay que vivirlas experimentándolas desde dentro y, desde allí, buscar la luz en las palabras y la presen­cia de Cristo. Buscar luz en otra parte seria entrar en un callejón sin salida, que produciría la ruptura de la comunican eclesial.

 

Los acontecimientos se hacen signos de la presen­cia y del mensaje de Cristo, con tal de que respete­mos la iniciativa de su palabra revelada. Un peregri­no 0 emigrante en las arenas del litoral y de la marginaci6n puede ser Jesús. Una palabra y una mana que se extiende hacia nosotros para pedir 0 para dar puede ser la suya. La comunidad de her­manos en Cristo esta siempre abierta a todos, los de dentro y los de fuera, porque cada uno de nuestros pr6jimos, sin excepci6n, es portador de un deseo y de un mensaje de Cristo.

 

2. Mirada contemplativa

 

Dijo entonces aquel discípulo a quien amaba Jesús: ¡Es el Señor! Así que oyó Simón Pedro que era el Señor, se ciñó la sobre túnica, pues estaba desnudo­

 

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 y se arrojo al mar. Los otros discípulos vinie­ron en la barca... tirando de la red con los peces.

 

(Jn 21,7-8)

 

Las personas que se aman se comprenden con una sencilla mirada. Es un mirar en el que se compro­mete todo el corazón y todo el ser. Es el "mirar de una vez" (san Francisco de Sales). Sin esta mirada amorosa, contemplativa, no descubriríamos a Cristo en los acontecimientos, en e1 hermano, en la Escri­tura, en la eucaristía, en los sacramentos, en la co­munidad, en nosotros mismos... Por esto nos perde­mos tantas veces el meollo y la clave de los aconte­cimientos. Entonces no vemos a Cristo en el rostro humilde de un hermano, y las palabras evangélicas nos menan a rutina y monotonía.

 

EI grito de Juan es su mirada amorosa, que descu­bre la "gloria" 0 divinidad de Cristo bajo los signos pobres de su carne. Todo el evangelio está redactado con esta luz de la fe: "¡Es el Señor!" Los mismos gestos y palabras de Jesús, que todos habían visto y oído, hay que repensarlos 0 releerlos con la luz de un enamorado que ya ha encontrado a Cristo: "He­mos visto su gloria".

 

No basta con mirar; hay que comprometerse. La mirada contemplativa lleva a la entrega y a la misión comprometida. Cada hermano sirve a los demás según su propio don 0 carisma, y reconoce go­zosamente en los hermanos los dones que ellos han recibido. Así es la "comunican de los santos" ya des­de esta tierra. Juan y Pedro se complementan siem­pre, como en la narración evangélica. Pedro no podía esperar más; necesitaba de la cercanía y mirada amorosa de Cristo. Los otros discípulos aportaron sus brazos con un gesto nacido también del corazón. Jesús ama a todos ya cada uno con un amor irrepe­tible, que se convierte en misión y responsabilidad irreemplazable. Las envidias y los celos son estériles

 

y destruyen los dones recibidos. Cada uno debe vivir su carisma en e1 "anonimato" de servir a todos para que todos se sientan amados y realizados. Seguir a Cristo dejándolo todo es, principalmente, esta acti­tud de servir a Cristo en cada hermano, sin hacer tantas cábalas. Se ama y se hace amar a Cristo cuan­do uno se olvida de sí mismo.

 

3. Signos de comuni6n

 

Así que bajaron a tierra, vieronunas brasas en­cendidas y un pez puesto sobre ellas. y pan. Díjoles Jesús: Traed de los peces que ahora habéis pescado. Subió Simón Pedro y arrastro la red a tierra, llena de ciento cincuenta y tres peces grandes; y con ser tantos. no se rompió la red. Jesús les dijo: Venid y comed... Se acercó Jesús, tomó el pan y se lodio, e igualmente el pez.

 

(Jn 21,9-13)

 

Jesús siempre reserva a1guna sorpresa a sus ami­gos. Un pez sobre unas brasas y pan serán ya un símbolo cristiano para siempre. Jesús se ofrece con­tinuamente como "pan de vida". Su existencia de resucitado continua siendo donaci6n, compartiendo su misma vida con nosotros. El mismo, ya resucita­do, seguirá siendo camino, verdad, vida, luz, ali­mento. En la eucaristía nos lo ha dado todo, pues­to que se da a sí mismo. Cada uno de sus discípulos ha preparado la eucaristía con su propio trabajo y convivencia comunitaria. Del encuentro con Cristo como Palabra se pasa a1 encuentro con él como "pan de vida". Es un encuentro personal y comunitario a 1a vez. Así aprendemos a compartir nuestra expe­riencia de Cristo con los hermanos.

 

La iniciativa la sigue teniendo el Señor: "Venid y comed". Su presencia de resucitado esta en relaci6n con los signos pobres de la Iglesia, de los hermanos,

 

de los acontecimientos. El cómo y el cuándo de su cercanía lo escoge él.

 

A veces descubrimos a Cristo en una palabra del evangelio que nos produce una luz y un movimien­to en el corazón. Entonces se redescubren las largas "noches" de espera activa como historia de un amor misericordioso que se acomoda a nuestra debilidad. Esta comunican contemplativa con Cristo se hace co­muni6n ec1esial con los hermanos. El velo que nos separa de Cristo se rasga con una actitud de escucha y comprensi6n respecto a los hermanos. Cuando tendemos la mano a a1guien, nos encontramos siem­pre con la mano de Cristo.

 

4. E:xamen permanente de amor (Jn 21,15'-25)

 

1. Amar es servir

 

Simón, hijo de Juan, ,me amas más que estos?... Por tercera vez le dijo: ,Me amas? Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntase..., y dijo: Señor, tú lo sabes todo, tu sabes que te amo. Díjole Jesús: Apacienta mis ovejas.

 

(Jn 21,15-17)

 

E1 evangelio no está escrito para diletantes, sino para enamorados y para quienes buscan sincera-' mente a Cristo. Se acierta a creer en Cristo cuando se lo lee con el corazón abierto. Cada palabra evangélica es un examen de amor. Y lo es también cada sig­no pobre en el que se esconde y se acerca el Señor. La figura de Jesús no admite ser reducida a 1a cari­catura de un líder político-social. Pedro fue escogi­do para ser nuestro guía en este camino de fe, como

 

quien "preside la caridad universal", es decir, la comunión eclesial de hermanos. Por esto primero le examinaron de amor, cuando parecía menos prepa­rado. En ocasiones anteriores, antes de experimentar su propia pobreza y limitación, tal vez hubiera res­pondido con un "SI" estruendoso y superficial. Aho­ra el "sí" le nace del corazón, como de quien ya no tiene nada más que dar que a sí mismo. Es lo que le pedía el Señor, para que luego pudiera "confirmar a los hermanos" (Lc 22,32).

 

Amor es servir a Cristo en los cargos y circunstan­cias mas humildes, que no están de moda 0 que son rechazados por todos. A Pedro le pidieron si estaba dispuesto a amar incondicionalmente, aceptando también este servicio sin compensaciones humanas que se llama el pastoreo. Porque el "sí" supondrá renunciar a ventajas temporales, a preferencias c6­modas y a éxitos inmediatos aplaudidos por la galería.

 

Amar es servir en los últimos puestos, sin pensar y sin comentar demasiado que son los últimos; basta con que Cristo este ahí y me haya encargando esta mi­si6n. Pedro dijo que "sí" y se convirti6 en elsigno principal de Cristo cabeza, que es modelo para toda la grey y para todos los pastores (1 Pe 5,1-5). Su punto de apoyo será ya s6lo la mirada amorosa de Jesús, que conoce perfectamente el coraz6n débil y grande de "los suyos". Todo cristiano tiene su parte en la colaboración con el pastoreo de Pedro y de sus sucesores: contemplaci6n, sufrimiento, misi6n, ser­vicio... La mirada y el "conocer" amoroso de Cristo sostienen nuestro "sí".

 

2. El ultimo "sígueme"

 

En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú te ceñías e ibas donde querías; cuando envejez­cas

 

 extenderás tus manos y otro te ceñirá y te lleva­ra a donde no quieras. Esto lo dijo para indicar con qué muerte había  de glorificar a Dios. Después añadió: Sígueme... Si yo quiero que éste permanez­ca hasta que yo venga, ,a ti qué? Tú sígueme.

 

(Jn 21,18-19.22)

 

Compartir la vida con Cristo significa hacer de la propia existencia una donaci6n. Se acabaron las ocurrencias y los ensayos; nuestras manos deben ex­tenderse generosas en la cruz de Cristo. EI vivi6 y muri6 amando. La cruz, para ell buen pastor, no es derrota, sino el momento supremo de dar la vida por amor (Jn 10,15). ASI es el amor de Cristo y así debe ser el de "los suyos". No existe la casualidad. Aunque otros nos arrastren, marginen y crucifi­quen, en realidad es Dios amor quien dirige la his­toria, la de su Hijo querido y la nuestra.

 

Hay que decidirse por ese "monaquismo" de afrontar los acontecimientos con la perspectiva del amor, encontrando siempre la oportunidad de servir a los demás olvidándonos de nosotros mismos. La vida se hace desposorio principalmente en las cir­cunstancias anodinas. "Sígueme". ¿ A dónde,  cómo, por qué? .. Después del examen de amor, ya no tie­nen sentido esas preguntas. Tenemos ya bastante con la presencia y la llamada de Cristo: Jerusalén, Antioquía, Roma... Ya se dejaron atrás los cálculos y miras humanas.

 

EI "sígueme" se hace misi6n ("id"), presencia, permanente ("estaré con vosotros") y promesa de en­cuentro definitivo ("volveré"). La vocaci6n y la misión mantienen su ritmo de desposorio gracias a la espera activa (Ap 22,20), que se entrena todos los días en la celebración eucarística (I Cor 1l,26). La crucifixión de Pedro en los jardines de Ner6n, mar­tirizado con unos centenares de cristianos, será siem­pre un signo que confirma la fe de los creyentes (Lc 22,32). Esta historia de amor de tantos cristianos que

 

dan la vida en el anonimato (contemplación, misión, servicios), forma, juntamente con Pedro y sus sucesores, el testimonio apostólico: "Nosotros so­mos testigos" (He 2,32). Es el camino fraterno y mi­sionero hacia el corazón de Dios amor.

 

3. Mucho más

 

Este es el discípulo que da testimonio de esto y que lo ha escrito, y sabemos que su testimonio es verdadero. Muchas otras cosas hizo Jesús, que, si se escribieran una por una, creo que este mundo no podría contener los libros.

 

(In 21,24-25)

 

Juan da testimonio de Cristo, el Verbo 0 Palabra de Dios, para llamar a la fe como encuentro y adhesión personal con el (Jn 20,31). Atestigua lo que ha visto y oído: "la Palabra de la vida" (I In 1,lss). A través de la carne 0 humanidad de Cristo y de sus signos ha descubierto al Hijo de Dios, el Señor re­sucitado, la "gloria" 0 esplendor del Padre. Su mi­rada de fe ha pasado de lo sensible e histórico a lo trascendente y eterno. Su testimonio se complemen­ta con el de Pedro y los demás apóstoles, que vieron en Cristo la gloria de su filiación divina y escucha­ron en él la voz del Padre (2 Pe 1,16-18). Ha encon­trado a Cristo quien ha visto y escuchado en el al Padre, a Dios amor (Jn 14,9).

 

Quien está enamorado de Cristo, cuando habla o escribe sobre él, siempre le parece que ha dicho poco, casi nada. Juan es testigo del infinito. La contem­placi6n es la oración de los pobres, que se sienten llamados a convertirse en hijos en el Hijo. Por esto se prefiere el silencio de la adoración y de la donación. Las palabras que se escriben 0 se dicen valen por lo que dejan entrever. Al orar y al hablar, el

 

silencio es más importante que las palabras, con tal que no sean silencio vacío y egoísta.

 

El silencio contemplativo vislumbra siempre un mas allá o un "mucho más" admirable. A los ena­morados de Cristo les parece que nunca llegan a de­cir lo mejor, pero intentan balbucearlo de nuevo. La oraci6n contemplativa es encuentro con Cristo, que ofrece el agua viva a los que se sienten pobres. Por esto llegamos a la fuente para beber en ella, pero aceptando con gozo la realidad de ese "mas allá", que es el "misterio" 0 el corazón de Dios amor y que un día será visión y posesión (l In 3,2).

 

Caminos de contemplación (Jn 20-21)

 
  • Hay que vivir diariamente aprendiendo la peda­gogía deCristo resucitado: nos hace pasar al gozo pascual (esperanza) a través del perdón, de la fe en los signos pobres de Iglesia y del hermano, del examen de amor y de la disponibilidad para la misión.
  • Nos basta el,    sea como fuere el modo con que el haya escogido acercarse a nosotros y hablamos. Su amor supera nuestros cálculos. Por esto nos educa para damos cuenta de que es él quien se entrega y se da por encima de sus dones.
  • Amar   a la Iglesia (personas e instituciones) es amar la humanidad pobre de Cristo que se pro­longa en el tiempo. ~Signos pobres? ~Que importa si le buscamos a él para amarle y hacerle amar?
 

 

•           Hay que dejarse cuestionar por el amor que Dios nos manifiesta en Cristo:

 

su mirada desde cada signo de la creaci6n, de

 

la historia y de la Iglesia;

 

escondido en el coraz6n del hermano;

 

esperando. desde cada pueblo y cultura, nuestra­

 

transparencia evangélica y evangelizadora;

 

su llamada a colaborar en la preparaci6n del

 

encuentro definitivo de toda la humanidad

 

con él.

 

•           En el encuentro cotidiano con Cristo resucitado descubrimos que Dios nos ama tal como somos, que le podemos amar y hacerle amar. EI gozo de este encuentro nos hace "evangelizadores", es de­cir, testigos de la esperanza, sembradores y cons­tructores de la paz.

 

• Vale la pena vivir intensamente el presente en la perspectiva de un "mas allá", "hasta que vuelva", porque "hemos visto su gloria".

 

 

 

 

 

 

 
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