Lunes, 11 Abril 2022 10:26

EL SIGNO DE JONAS, BODAS DEFINITIVAS: LA PASCUA

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TERCERA PARTE

 

EL SIGNO DE JONAS,

BODAS DEFINITIVAS:

LA PASCUA

 

(Jn 13-19 )

 

La narraci6n de la cena y de la crucifixi6n según san Juan (In 13-19) constituye el libro de la "gloria"

 

o de la exaltaci6n de Jesús. Es su "paso" 0 pascua hacia el Padre.

 

Por su amor hasta "dar la vida", Jesús, el Verbo encarnado, se manifiesta como el "esplendor" y epifanía personal del Padre. Jesús queda glorificado (In 17,5), puesto que todos los que lo ven con los ojos de la fe ya pueden conocer al Padre (In 14,9). Dios se ha hecho visible en Jesús, su Hijo, como pro­tagonista de la historia humana, de camino hacia el Padre, bajo la acci6n renovadora del Espíritu Santo.

 

La nueva creaci6n 0 nuevo nacimiento, que Cris­to anuncia y promete (In 3,5), se realiza a través de una pascua nueva, es decir, del paso hacia el Padre por medio de la muerte y glorificaci6n del unigénito de Dios (In 13,1; Lc 22,15). Si toda la vida de Jesús es un conjunto de "signos" de Dios amor hecho hombre por nosotros, el gran signo de la pascua es el mismo Jesús como cordero pascual (In 1,29), cor­dero y siervo inocente que expía por los pecados de todos (Is 49-66; 1 Jn 2,2).

 

Jesús en su paso 0 pascua hacia el Padre resume todos los signos del éxodo. La nueva alianza (Lc 22,20) será sellada con la "exaltaci6n" de Cristo en la cruz (Jn 12,32; 3,14; Num 21,8). Allí se descubre la filiaci6n divina de Jesús redentor (Jn 8,28).La san­gre 0 vida de Cristo, llena del fuego 0 amor del Espíritu Santo, derramada en la cruz, ya ha penetrado

 

los cielos y alcanzado la redención de todos (Heb 9,13-14). EI gran signo de la liberación humana es ya y solamente Cristo crucificado, que muere dando la vida en sacrificio por amor (Jn10,18; 15,13).

 

Mirar al Verbo encarnado para contemplar su gloria de Hijo de Dios y Salvador del mundo (Jn 1,14; 4,42) significa leer los "signos" de la vida del Señor a la luz de la fe. Por esto el signo culminante, que anticipa, en cierto modo, la resurrección, es el momento en que Cristo da la vida para comunicar­nos el Espíritu Santo (Jn 19,30-34). Juan evangelista invita a "mirar" a Cristo crucificado (Jn 19,37), como compendio de una vida de amor por los suyos (Jn 13,1). Pero la gloria del Señor resucitado ya apa­rece desde el comienzo de su existir como Verbo he­cho carne (In 1,14).

 

En Cristo contemplamos el amor que nos tiene el Padre y el amor con que el mismo Cristo ama al Padre y nos ama a nosotros. Todos los signos son epifanía de este amor. El signo máximo es el amor "hasta el extremo", es decir, el signo de la pascua, que comienza con la ultima cena. De la contempla­ci6n del amor de Cristo (Jn 13,23), que transparenta el amor del Padre y del Espíritu Santo, pasamos fácilmente a descubrir la creación entera y toda la hu­manidad como una historia de amor (In 3,16). Dios, que por amor hace salir "su sol" sobre todos y cada uno de los hombres (Mt 5,45), nos muestra su amor a través de cada acontecimiento, de cada situación histórica, de cada creatura y de cada hermano: "EI Padre os ama" (In 16,27).

 

La pascua de Jesús lleva a cumplimiento todas las figuras y todos. los sacrificios de la antigua alianza. Jesús es el cordero pascual que libera al pueblo de la esclavitud de Egipto (In 13,1; 1,28); es el sacrificio de la nueva alianza (Lc 22,20; In 11,51-53) y el sacri­ficio de propiciación por los pecados (1 Jn 2,2). Es

 

el único sacrificio que puede llegar 0 "pasar" al Pa­dre, porque es el único que cumple los requisitos queridos por el Padre (In 10,17-18; 14,31). La pas­cua de Jesús, es decir, la pasión, muerte y resurrección, es la copa de una fiesta de bodas que hay que apurar hasta el fin, como signo de donación total (Jn 18,11).

 

En este contexto de pascua, en que se manifiesta plenamente su "gloria", Jesús confiere pleno senti­do mesiánico a "la mujer", María, la Virgen fiel, como tipo y personificación de la comunidad ecle­sial (Jn 19,25-27; 2,4). La realidad maravillosa de la Iglesia peregrina solo aparece cuando comparte el sufrimiento de Cristo con vistas a una maternidad fecunda (In 16,21-22). De este modo la Iglesia, como María, se hará testigo y transparencia de Cristo por obra del Espíritu Santo (In 15,26-27; Ap 12,lss).

 

La vida nueva en el Espíritu Santo emana del tro­no del cordero pascual inmolado y glorioso (Ap 22,1). Del costado abierto de Cristo, muerto en cruz, brota sangre y agua (In 19,30-34). Es el signo más hermoso de la pascua y de la nueva creación, que resume todas las promesas mesiánicas y recopila to­dos los signos como anticipo de la resurrección: de­rramando su sangre 0 dando su vida en sacrificio, Jesús ya puede comunicar la vida nueva 0 vida divi­na en el Espíritu Santo (Jn 7,37-39).

 

Toda la vida de Cristo es declaración de amor, que postula amor de retorno. Desde el comienzo de la cena hasta el corazón abierto en la cruz, todo son gestos y palabras como máxima epifanía de este amor de Dios: "Como e1 Padre me amo, yo también os he amado; permaneced en mi amor" (In 15,9).

 

La contemplaci6n cristiana es creer en el amor (1 Jn 3,16). La iniciativa es suya, "porque Dios nos ha amado primero" (l Jn 4,19). A partir de esta ini­ciativa y don de Dios, ya podemos responder al

 

amor, en un dialogo vivencial que nos hace entrar en el corazón de Dios para encontrar alibi a todos los hermanos. Es un "tratar de amistad... con quien sa­bemos que nos ama" (santa Teresa).

 

1. Su hora (Jn 13)

 

1. Hora del amor

 

Antes de la fiesta de la Pascua, viendo Jesús que llegaba su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los am6 hasta el fin ... Comenz6 a lavar los pies de los discípulos... Si yo, pues, os he lavado los pies, siendo vuestro Señor y Maestro, también habéis de lavaros vosotros los pies unos a otros. Porque yo os he dado ejemplo...

 

(Jn 13,1-15)

 

Ha comenzado la pascua 0 "paso" definitivo de Jesús hacia el Padre. Es el Verbo que viene del Pa­dre para hacerse hombre como nosotros, y que aho­ra vuelve al Padre unido a cada uno de nosotros. Toda la vida de Jesús se mueve por el amor al Padre y a los hermanos. Es un amor polarizado por "la hora" en que da su vida en sacrificio.

 

Desde las bodas de Cana, en el evangelio de Juan se va repitiendo como un estribillo, veintiséis veces, la expresión "la hora". Es el momento culminante de la donación sacrificial de Jesús. Es "la hora" de la caridad ("ágape"), es decir, de aquel amor que es propio de Dios (1 In 4,7). Jesús ama como Hijo de Dios hecho nuestro hermano y protagonista. Solo este amor merece el titulo de amor. Jesús nos comunica la capacidad de amar como él.

 

"Los suyos" son los que creen en él y le siguen incondicionalmente. En la oración sacerdotal (c. 17) Jesús repite varias veces cariñosamente: "los que tú me has dado" (Jn 17,6ss). Jesús nos ama como el Padre le ama a él (Jn 15,9). EI lavatorio de los pies, el mandamiento del amor, la eucaristía, la institución del sacerdocio ministerial, la promesa del Espíritu Santo, etc., son la máxima manifestación del amor de Jesús a "los suyos". Todo culminara en la glorificacióndel crucificado, que muere dando la vida por amor. El ejemplo de Jesús no concede reba­ja a sus amigos. Lo que no suene a amor de Cristo no es amor. Amar es servir como él, en el último lugar, para correr su misma suerte y compartir es­ponsalmente la vida con el (Me 10,35.38-39).

 

2. Elegidos por  amor

 

Yo sé a quienes escogí... En verdad, en verdad os digo que quien recibe al que yo enviare a mí me recibe, y el que me recibe a m{ recibe al que me ha enviado.

 

(Jn 13,18-20)

 

Jesús conoce amando y nunca se arrepiente de este amor. Humanamente hablando, habría motivo para ello, especialmente cuando "los suyos" buscaban los primeros puestos (Lc 22,24). El amor de Cristo es eco de eternidad. Así quiere ganarse el corazón de sus amigos, suscitando en ellos una convicción y una decisión al estilo de Pablo: "Se de quien me he. fiado" (2 Tim 1,12). Este amor salta por encima de todos los obstáculos y los transforma en una nueva ocasión de darse a los demás. Jesús tiene plena con­fianza en "los suyos"; para él es siempre posible es­tampar en nuestro barro el fulgor maravilloso de su mirada.

 

"Los suyos" van a ser su otro yo, su prolonga­

 

ción, su "gloria", su visibilidad ante el mundo. La gloria del apóstol consiste precisamente en poder desempeñar la misma misión de Cristo. El quiere necesitar de nuestras manos y de nuestra voz; por esto modela nuestro corazón a imagen suya, que se transparenta en· nuestra vida.

 

El apóstol es un signo portador de Cristo porque prolonga su persona, su palabra, su amor y su acción salvífica. Nuestra arcilla ha sido modelada por el aliento amoroso de Cristo, que nos infunde su mismo Espíritu (Jn 20,22). Ya podemos mirar y amar como él.

 

3. Auscultar el corazón

 

Se turbo Jesús en su interior  y dijo: En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entrega­ra. Se miraban unos a otros los discípulos, sin sa­ber de quien hablaba. Uno de ellos, el que Jesús amaba, estaba recostado sobre el pecho de Jesús.

 

(Jn 13,21-23)

 

Jesús es el Verbo hecho hombre, que reposa en el seno del Padre (Jn 1,18). El "discípulo amado" re­posa en el seno de Jesús para auscultar su amor eter­no, trascendente e inmanente. Entrando en el corazón de Dios, se encuentra a todos los hermanos como en una historia común de amor sin límites.

 

El "discípulo amado" es el creyente que ausculta

 

la palabra de Dios (In 13,23), que persevera junto a

 

la cruz (Jn 19,26), que descubre a Cristo a través de

 

signos pobres (Jn 20,3-8; 21,7), que, con Pedro, da

 

testimonio de la resurrección de Jesús (Jn 21,20-24).

 

La "gloria" o realidad de Jesús se descubre amándole­

 

(In 14,21).

 

La actitud de auscultar al Verbo escondido bajo signos pobres de humanidad y de Iglesia es actitud

 

mariana de "meditar en el corazón" (Lc 2,19.51). Es capacidad de admiración (Lc 2,33) ante e1 "más allá" de cada persona, de cada situación y de cada cosa, donde Dios se manifiesta y comunica. Esta ca­pacidad contemplativa de ver en todo e1 amor del Padre (Mt 6,30) se convierte en la máxima capacidad de servir, amar y comprometerse por los hermanos, según los designios salvíficos de Dios Amor. La acti­tud contemplativa es la actitud del pobre, que todo 10 espera de Dios amor; es actitud de escucha de la palabra de Dios sin "domesticarla"; es sintonía con la voluntad de Dios sin querer "utilizarla".

 

4. Mandamiento nuevo

 

Un precepto nuevo os doy: que as améis los unos a los otros como yo os he amado, así  también amaos mutuamente. En esto conocerán todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros.

 

(Jn 13,34-35; cf. 15,12.17)

 

EI amor que Dios nos tiene en Cristo se nos con­vierte en participación de la vida divina y Se mani­fiesta en la caridad fraterna. "El amor viene de Dios" (1 In 4,7), irrumpe en el mundo viejo tarado por e1 pecado y 10 transforma en anticipación de un mundo nuevo y definitivo. En Cristo y en nosotros, este amor se concreta en dar la vida por los herma­nos. Este es el mandato recibido del Padre (In 10,18) que Cristo nos transmite como mandamiento pecu­liar de la nueva alianza.

 

Amar como Cristo es la actitud de las "bienaven­turanzas", que transforma toda circunstancia y situación humana en una nueva posibilidad de darse. En este amor se encuentra la garantía de nuestra unión con Dios. Nuestro "si", manifestado en las casas más pequeñas de cada día, debe salir de 10 mas

 

hondo del coraz6n. Jesús, que vive en nosotros, hace posible este amor.

 

El discurso de Jesús en la ultima cena es la réplica neo testamentaria del discurso de Moisés con ocasi6n de la antigua alianza. La novedad de Jesús, que es el

 

nuevo Moisés, arranca de su filiaci6n divina (el Ver­bo encarnado) y de su inmolaci6n como cordero pascual, como sacrificio de alianza en su sangre y como propiciaci6n por nuestros pecados. Es el nue­vo y definitivo pacto de amor sellado con la sangre del Hijo de Dios hecho nuestro hermano. El manda­miento nuevo se nos ha dado con amor; por esto hay que recibirlo y vivirlo con amor. Dios nos pide todo nuestro ser, porque él nos comunica su propio ser. Cuando Jesús vive en nosotros, es posible amar a Dios y a los hermanos con el mismo amor

 

con que Dios nos ama.

 

2. Fe llena de esperanza (In 14)

 

I. Camino, verdad y vida

 

No se turbe vuestro coraz6n; creéis en Dios, creed también en mi. En la casa de mi Padre hay muchas moradas...; voy a prepararos el lugar..., de nuevo volveré y os tomare conmigo, para que donde yo estoy estéis también vosotros... Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por mí.

 

(In 14,1-6)

 

La vida merece vivirse porque Cristo da seguridad a nuestro caminar zigzagueante. Su pascua 0 "paso" hacia el Padre se hace nuestra propia biografía. Quiere compartir con nosotros su ser, su misi6n, su dolor y su triunfo. El amor de Dios es así. En Jesús

 

encontramos nuestra razónde ser, porque él es la plenitud de la revelación de Dios sobre el hombre y el mundo. En el encontramos la verdad y la vida eterna. Y el mismo se hace nuestro camino y nuestra historia.

 

Amar es compartir, relacionarse, sintonizar, go­zarse con el triunfo del amigo. Índice de este amor es el tiempo que empleamos, sin prisas psico16gicas para "estar con quien sabemos que nos ama" (SantaTeresa).

 

Jesús es la verdad como plenitud de revelaci6n y epifanía personal de Dios. El es la vida, en cuanto que, entregando su propia vida (su sangre) en sacrificio, nos comunica la vida nueva en el Espíritu. Cristo se nos hace camino y compañero de viaje, compartiendo con nosotros sil vida divina. El encuentro con Cristo se hace amistad inquebrantable y vida eterna. Con élnuestra vida se orienta definiti­vamente hacia el Padre en el amor del Espíritu. Des­de lo más hondo de nuestro ser, esta vida nueva for­cejea· por transformar toda nuestra existencia en fisónoma de Cristo y en "complemento" 0 prolon­gaci6n y signo suyo al servicio de los hermanos.

 

2. Quien me ve a ve al Padre

 

 Tanto tiempo que. estoy con vosotros y no me

 

habéis conocido? Quien me ve a mi ve al Padre... V

 

Yo estoy en el Padre y el Padre en mi... En aquel

 

d{a c0'!10cereis que yo estoy en mi Padre, y vosotros

 

en mí y yo en vosotros.

 

(Jn 14,9-11.20; cf. 10,30; 12,45s)

 

En Jesús se manifiesta personalmente Dios amor. Sus gestos y sus palabras son el eco terreno de una historiaeterna de amor entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. Esta historia es también la nuestra desde el día de la Encarnaci6n. Los que vieron a

 

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Cristo en su carne mortal pudieron descubrir en el, a la luz de la fe, al Verbo hecho hombre y al Emma­nuel 0 Dios con nosotros. En su palabra siempre viva y en sus signos pobres de Iglesia, Cristo conti­núa manifestándose como Hijo de Dios. En las crea­turas ya podemos ver las huellas amorosas de un Dios cercano; en los hermanos ya podemos entrever los rasgos de la fisonomía de Cristo. Pero a Dios, tal como es, solo lo encontramos en Cristo, su Hijo, he­cho nuestro hermano.

 

5i nos quedamos con los dones de Dios sin hacer referencia a él, nos encontramos con nosotros mis­mos y con la!' manos y el corazón vacíos. 5i sabemos adivinar en todas las cosas y en todos los hermanos el mensaje de Dios, la vida es hermosa y deja entre­ver un "mas allá" de infinito. El corazón se ensan­cha: todo es mensaje porque Dios es bueno. Pero los mensajes y los mensajeros ya no nos bastan, porque ya solo nos basta Dios amor.

 

La autenticidad en el uso de las creaturas y en la convivencia fraterna estriba en este "más allá" que dejan entrever: "No quieras enviarme -de hoy mas ya mensajero, que no saben decirme lo que quie­ro!" (san Juan de la Cruz). Ya todo hace referencia a Cristo; todo se hace encuentro con él, camino hacia un encuentro que un día será visión y posesión mutuas. Vale la pena vivir continuamente este ensayo de eternidad.

 

3. Voy al Padre

 

En verdad, en verdad os digo que el que cree en mi, ese hará también las obras que yo hago..., por­que yo voy al Padre... Me voy y vengo a vosotros. Si me amarais, os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo.

 

(In 14,12.28; d 16,16.28; 20,17)

 

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La dinámica de ir hacia el Padre resume la identi­dad de Jesús, que se manifiesta tal como es: el Hijo que viene del Padre y que vuelve al Padre. En esta dinámica de paso 0 pascua arrastra a toda la huma­nidad y a toda la creación. Precisamente porque vuelve al Padre, después de morir y resucitar, puede revelar al Padre y comunicarnos la vida divina, que es vida nueva en el Espíritu. Así puede volver al Pa­dre con nosotros' ya transformados en él. Viviendo nuestra vida humana de peregrinación, la ha tras­cendido. Amando al hombre hasta el extremo de ha­cerse su protagonista, ha mostrado la verdad sobre el hombre: somos hijos de Dios por participación en la vida de Cristo.

 

Aplastado por los poderes de este mundo, Jesús 10 transforma todo amando; así puede "pasar" al Pa­dre con la libertad del amor. Jesús se hace protago­nista y salvador de sus mismos verdugos (Lc 23,34). Es el Hijo de Dios que ha compartido nuestra exis­tencia para transformarla en pascua 0 paso hacia el Padre.

 

Amando entrañablemente al hombre, Jesús nos revela el misterio de Dios y una historia de amor en cada hombre. Nuestro amor de retorno consiste en la alegría de descubrir a Cristo tal como es. Este es el amor que compromete nuestra existencia, haciéndola relación de amistad con él y de servicio generoso a los hermanos. Amar a Cristo es alegrarse de su filia­ción divina y de su resurrección, descubriendo en cada hermano su rostro y su obra redentora.

 

4. Orar en su nombre

 

Lo que pidiereis en mi nombre, eso hare, para que el Padre sea glorificado en el Hijo... Si permanecéis en m{ y mis palabras permanecen en vos­otros, pedid lo que quisiereis, y se os dará.

 

(In 14,13; 15,7; cf. 16,23)

 

La oraci6n cristiana es siempre oraci6n comparti­da con Cristo, que ora en· nosotros, con nosotros y por nosotros. Por esto es siempre un eco de los inte­reses de Dios y de los problemas de los hombres. Es una comuni6n sin fronteras. La oraci6n nace del amor, y este amor "viene de Dios" (I In 4,7). Al compartir la oraci6n de Cristo, compartimos su dia­logo amoroso con el Padre para el bien de todos los hombres (Heb 7,25). Jesús vive intensamente nues­tro existir y nuestras intenciones, y 10 convierte todo en uni6n con la voluntad del Padre. Esta oraci6n, que es unidad de vida en Dios y actitud filial, es siempre escuchada por Dios, porque es la oraci6n de Jesús en nosotros. Para orar basta con silenciar otras voces que no sintonicen con el coraz6n de Cristo.

 

La oraci6n en el nombre de Jesús es oraci6n en e1 Espíritu Santo (Gal 4,6; Rom 8,15). Gracias al Espíritu que habita en nosotros (Jn 14,16), nuestra ora­ci6n al Padre la hacemos con la misma voz y el mis­mo amor de Jesús. Esta oraci6n contemplativa se hace sintonía con todos los hermanos y con toda la creaci6n, como esperando activamente que en toda la humanidad y en todos los corazones resuene la palabra "Padre" (cf. Rom 8,22-23).

 

La oración cristiana brota de un corazón que se siente pobre, pero amado y, por tanto, con la capaci­dad de amar y de adorar "en Espíritu y en verdad" (Jn 4,23). Esta oraci6n contemplativa se hace espera humilde, deseo ardiente, búsqueda incesante, dis­ponibilidad, donación y sintonía, aunque sea en el silencio de un coraz6n pobre que no pide privilegios. Es la presencia y compañía de enamorado que gime porque, en nuestro peregrinar, la presencia pa­rece ausencia. Así son los "gemidos indescriptibles" del Espíritu (Rom 8,26). Nuestra pobreza, reconoci­da y aceptada, se hace oraci6n y donaci6n de nuestro pequeño todo "por el gran todo que es Dios" (san Juan de Ávila).

 

5. Otro Consolador

 

Si me amáis, guardaréis mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y os dará otro Abogado, que estará con vosotros para siempre. el Espíritu de verdad, que el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce; vosotros Io conocéis porque permanece con vosotros y está en vosotros.

 

(Jn 14,15-17; cf. 14,26; 15,26s; 16,13s)

 

Jesús promete el Espíritu Santo, que enviara de parte del Padre para que permanezca con los suyos. EI Espíritu será "parac1ito", es decir, valedor, testi­go, portavoz, abogado, consolador... Es él quien consolara, porque dará a conocer el misterio de Jesús. EI Señor habla de una presencia (Jn 14,17) y enseñanza (Jn 14,26; 16,13) que va a glorificar al mismo Jesús (In 16,14). EI Espíritu dará testimonio de Jesús y transformara a los <ip6stoles en testigos suyos (Jn 15,26-27). Es, pues, presencia, enseñanza y acci6n santificadora del mismo Dios amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que nos hace entrar en su intimidad y nos hace portadores de sus planes de amor para todos los hombres.

 

EI Espíritu de la verdad hace entrar en la verdad de Jesús, garantizando la autenticidad de la contem­placi6n y de la predicaci6n de la palabra del Padre, en armonía con el testimonio de los ap6stoles (In 20,23; 15,27). EI "mundo", que no ha querido abrir­se a la luz de Jesús, no va a comprender el don de Dios (In 14,17). Sólo le puede comprender el "mun­do" que se abre a la fe en Jesús y al amor del Padre (Jn 3,16).

 

A los creyentes en Jesús, el Espíritu les hace fieles a la verdad, a la vida verdadera y a los caminos del Señor. Es el mismo Espíritu quien trae y comunica el eco de la comuni6n divina, que se refleja en la eomuni6n eclesial y en la eomuni6n con todos los

 

hermanos. Un corazón unificado por el Espíritu se abre a la comunión y a la misión sin fronteras.

 

6. Presencia de enamorado

 

No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Toda­

 

vía un poco y el mundo no me vera; pero vosotros

 

me veréis, porque yo vivo y vosotros viviréis. En

 

\ aquel día conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros... El que me ama a mí será amado de mi Padre, y yo lo  amaré y me manifestaré a él... Si alguno me ama, guardara mi palabra, y mi Padre .lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él.

 

(Jn 14,18-23)

 

La presencia de Jesús resucitado ahora ya no está condicionada por el espacio y el tiempo (Mt 28,20). Es presencia de un Dios enamorado, que trasciende los límites de la historia porque es el Señor de la historia. Vive con nosotros y en nosotros, con esa presencia. de enamorado como esta en el seno del Padre en unión de amor con el Espíritu Santo (In 1,18). Jesús nos hace participes de la presencia trini­taria de un Dios amor que comparte con nosotros su existir terreno. En las cosas, Dios está sosteniendo su ser contingente. En nosotros, si abrimos el corazón, Dios esta como en su hogar 0 casa solariega, donde tiene sus complacencias, porque ya somos hijos en el Hijo.

 

Jesús se manifiesta a quien 10 quiera conocer amando. No quiere ser objeto de una teoría mas ni ser clasificado como un objeto curioso de investigación. Su persona, sus gestos de vida y sus palabra~ son tan actuales y vivas hoy como hace dos mile­nios. Escondido bajo los signos pobres de la Iglesia y de los hermanos, Jesús trasciende el tiempo para entablar relaciones personales intimas con todo corazón humano que se decida a amarle.

 

ISO

 

"Jesús vive" (He 25,29). Es esta la convicción de todo ap6stol que, como Pablo, ha hecho de Cristo el centro de su vida. A Jesús se le continua viendo, es­cuchando y tocando con la fe y la esperanza de un corazón enamorado (1 Jn 1,lss).

 

7. Mi paz

 

La paz os dejo, mi paz os doy; no como el mun­do lo da os lo doy yo. No se turbe vuestro coraz6n ni se intimide... Me voy y vuelvo a vosotros. Si me amarais, os alegraríais, pues voy al Padre, porque el Padre es mayor que yo.

 

(Jn 14,27-28; cf. 15,11; 16,205; 17,13;< 20,17)

 

La paz de Cristo es su mismo gozo de resucitado. Y es también gozo en el Espíritu Santo (Lc 10,21). Jesús promete y comunica este gozo y esta paz con el encargo de compartirla con los hermanos. Es el gozo que nace de sufrir amando para cumplir los desig­nios salvíficos del Padre en favor de todos los hom­bres. Jesús se somete amorosamente a estos planes de salvación. Aceptar este don de Cristo, que es también don del Padre y del Espíritu Santo, es una exi­gencia del amol'.

 

Amar a Cristo y a los hermanos comporta afron­tar la vida con la esperanza de colaborar activamente en la nueva creación, que es fruto del misterio pas­cual de Cristo. EI amor que nace del encuentro con Cristo se demuestra en ser sembradores de la paz, del perdón y de la esperanza. Pero primero hay que se­renar el propio corazón. No podríamos acercarnos a los pobres ni amar los signos pobres de Iglesia si nuestro corazón no tuviera la paz de Cristo.

 

Cuando la naturaleza se resquebraja y nuestra va­sija de barro parece hacerse añicos, todavía es posi­ble vivir y compartir con los hermanos el gozo de Cristo resucitado. EI amor se demuestra en el gozo

 

por él. triunfo de la persona amada. Es gozo compa­tible con Getsemaní y con el Calvario, porque se apoya en la pascua '0 "paso" de Cristo hacia el Pa­dre. Cristo ha pedido este gozo para "los suyos"; su plegaria es eficaz. El .gozo de sentirse amado por Cristo, de poderle amar con todo el coraz6n y de hacerle amar por todos, 10 hace posible la presencia amorosa del mismo Cristo resucitado. Nuestra rela­ci6n personal con el fundamenta nuestro gozo de sintonizar nuestra vida con la suya: una mirada al Padre, una mirada a los hombres y una inmolaci6n de sí mismo para hacer de la vida una donaci6n.

 

8. Yo amo al Padre

 

Conviene que el mundo conozca que yo amo al Padre, Y que según el mandato que me dio el Pa­dre así hago. Levantaos, vámonos de aquí.

 

(Jn 14,31)

 

¡Con qué cariño Jesús habla del Padre! Todos sus gestos y palabras son expresi6n de este amor. Preci­samente por esto nos ama a cada uno de nosotros con amor irrepetible. El amor al Padre le lleva a dar la vida por sus amigos (Jn 15,13). Para Jesús, amar equivale a ser fiel a la misi6n 0 mandato recibido del Padre. Su identidad de Hijo de Dios se ratifica en una obediencia que lo convierte, siempre y en todo, en expresi6n del Padre.

 

La identidad del Verbo es una mirada sustancial ("relaci6n pura") al Padre. Jesús, el Verbo encarna­do, se realiza amando al Padre y haciendo que todos los hombres amen al Padre. Contagiándonos de este amor, nos hace participes de su filiaci6n divina. En el ya podemos amar a Dios con el mismo amor con que Dios nos ama.

 

La vida de Jesús es pascua, paso hacia el Padre.

 

Por esto se hace nuestro camino. Nuestro caminar es el suyo. Los momentos más hermosos de la vida son inolvidables; pero son s6lo una etapa pasajera. Jesús se hace modelo y protagonista de nuestro caminar. La nueva creaci6n se construye en la medida en que la historia de cada hombre participa en la pascua de Cristo hacia el Padre. Hay pascua cuando se trans­forma el momento hist6rico en un momento de en­cuentro con Cristo y de donaci6n a los hermanos.

 

3. Declaración de amor (Jn 15)

 

1. Permaneced en mi amor

 

Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador... Permaneced en mí y yo en vosotros. Como el /. sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permanecéis en mi. Yo $OY la vid; vosotros, los sar­mientos. El que permanece en mí y yo en el, ese da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada. Como el Padre me am6, así también os he amado YQ; permaneced en mi amor.

 

Jn 15.1-5.9)

 

Las palabras y los gestos de Jesús son siempre una declaraci6n de amor que espera una respuesta gene-I rosa. Nos ama con el mismo amor eterno con que el\( Padre y el Hijo se aman en el Espíritu Santo. Injer­tados en Cristo, como el sarmiento en la vid, ya po­demos amarle a él y a los hermanos con su mismo amor.

 

 

 

Nuestra uni6n con Cristo afianza y sostiene nues­tra identidad y nos enrola en la realidad de Cristo como transformador del cosmos y de la historia. Por

 

medio de Cristo nos unimos con Dios, con los her­manos y con el cosmos. De este modo descubrimos y realizamos nuestro verdadero "yo", para hacer de et una ofrenda al amor.

 

La unión con Dios, por Cristo y en el Espíritu, es don suyo. Nuestra existencia sería incapaz de reali­zarse amando si no estuviéramos injertados en Cris­to. Solo con esta inserción 0 injerto (Rom 6,5) nues­tra vida se hace vida perdurable. Así dejamos en la historia una huella imborrable e irrepetible del amor. Es el Señor mismo quien ofrece y da esta inserción y unión con él a todos los que se acercan a et con corazón sincero, abierto y autentico. La samari­tana y Saulo de Tarso estrenaron su amor a Cristo en este camino sin retorno que se llama contemplación. Ya solo se aspira a una relación personal con Cristo, que sea totalidad de entrega y de misión, como respuesta a la totalidad de su amor. ''Todo 10 puedo en aquel que me conforta" (Fil 4,13).

 

2. Vosotros sois mis amigos

 

Nadie tiene mayor amor que este de dar uno la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando... Os llamo amigos porque todo lo que he oído de mi Padre os 10 he· dado a conocer.

 

 No me habéis elegido vosotros a mí, sino yo os elegí a vosotros, y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca, para que cuanto pidiereis al Padre en mi nombre os lo de. Esto os mando: que os améis unos a otros.

 

(Jn 15.13-17; cf. 13.34ss; 15.12)

 

Jesús introduce a cada uno de "los suyos" en el , secreto de su ser. Por esto les habla de corazón a corazón, como a una persona amada desde siempre y . para siempre. Dios envió a su Hijo o£reciéndolo en sacrificio por amor nuestro. Desde el día ­

 

Encarnación, la vida de Jesús es una oblaci6n por la sal­vación de los hombres (Heb 10,5-7). Jesús vive de amores. Su oferta de amistad no tiene límites: se da a todos, del todo y para siempre. Amarle es compar­tir la vida con él, sintonizando con sus ideales de dar la vida por la gloria del Padre y la salvación de los hombres.

 

La amistad se demuestra en la donación, en la convivencia y en las confidencias. Jesús nos ha contado los amores eternos de Dios por nosotros. Ya ha } comenzado nuestra participación en la vida divina. La iniciativa ha partido del Señor. La vocación es don de Dios, que sólo él hace posible cuando la que­remos vivir y agradecer día a día. Su federación de amor y su "sígueme" nos 10 repite todos los días como si fuera la primera vez. Con él la vida tiene sentido, porque ya puede transformares en dialogo amoroso y filial con Dios y en donación a los hermanos.

 

3. Estar con él desde el principio

 

Si el mundo os aborrece, sabed que me aborreci6 a míprimero que a vosotros. Si fueseis del mundo, el mundo amaría lo suyo...; yo os escogí del mundo, por esto el mundo os aborrece... Vosotros daréis testimonio, porque desde el principio estéis con-

 

m~~                 .

 

(Jn 15,18-19.21; cf. 14:,15)

 

En Cristo hemos estrenado nuestra verdadera exis­tencia. Por esto compartimos la vida con él, como él la comparte con nosotros. El "mundo", amado entrañablemente por Dios, rechaza muchas veces a Je­sús de Nazaret, el hijo de Dios. Ese "mundo" sigue existiendo en aquella parte del corazón humano que busca el propio interés. Donde hay poder humano, dinero y honores al margen del amor, todo se con­

 

vierte en rechazo de Cristo y de los que siguen sus pisadas de humildad, pobreza y servicio. Nosotros no somos de ese "mundo", sino del verdadero mun­do que quiere abrirse a los designios salvíficos de Dios amor (In 3,16). El rechazo y el escándalo que podamos sufrir por parte del "mundo" se convertirán en el privilegio de beber la misma copa de bodas

 

del Señor. Hoy se busca una definición sobre la identidad de los seguidores de Cristo. Pero nuestra identidad con­siste en la relación personal con él: hemos sido ele­gidos y amados por él, Lo podemos amar y hacerle amar. No necesitamos otra identidad. Cuando este amor se debilita 0 se desvía, cualquier infección es posible. Entonces las dudas ya no tendrían solución.

 

Buscar la identidad del seguimiento evangélico en la duda y en las discusiones es abocarse a un fracaso irremediable. La identidad no se discute cuando uno ya la vive, porque el seguimiento de Cristo es la respuesta vivencial y comprometida a su declaración de amor. Los apóstoles de entonces y de ahora estre­nan la identidad y la renuevan en el dialogo y en­cuentro personal con Cristo.

 

4. Hacia el encuentro definitivo

 

1. Ausencia y presencia

 

Os conviene que yo me vaya. Porque si no me fuere, el Abogado no vendrá a vosotros,' pero si me fuere, os lo enviare... El me glorificard, porque to­mard de lo mío y os 10 dard a canacer. Todo cuan­to tiene el Padre es mío.

 

(Jn 16,7.16; cf. 14.15-28)

 

Descubrir y vivir gozosamente la presencia actual de Cristo resucitado supone haber experimentado el dolor de su ausencia. Los dones de Jesús no se pue­den identificar con su persona, ni aun su visibilidad y sus consuelos. El proceso de la vida espiritual, contemplativa y apostólica pasa por una serie de pruebas y de renuncias que solo se pueden superar meditando la palabra de Dios en el carrazón (Lc 2,19.51). El Espíritu Santo ayuda a descubrir y a vi­vir esta presencia oculta de Jesús mas allá de sus dones y de sus consolaciones. El amor que Dios nos muestra en el misterio de la encarnación y de la redención solo se puede "experimentar" aceptando el desafío de una presencia amorosa que parece ausen­cia y oscuridad, pero que da sentido a todo nuestro existir.

 

Descubrir a Cristo presente cuando parece ausen­te, solo es posible si nos decidimos a correr su suerte de "pasar" al Padre. El primer "éxodo" fue a través del mar Rojo y del desierto del Sinaí. La nueva creación, como "restauración de todas las cosas en Cris­to" (Ef 1,10), pasa a través del misterio pascual de su muerte y resurrección.

 

Jesús comunica su Espíritu para descubrir el amor trascendente de Dios en la contingencia de to­das las cosas y en la relatividad de todos los momen­tos. Quien quiera hacer de las creaturas y del tiempo un valor absoluto, se encontrara con las manos lle­nas de ceniza, es decir, vacías. El Espíritu Santo nos hace transformar el presente en eternidad y 10 pasa­jero en trascendente; basta con decidirse a amar.

 

2. Dolor y gozo

 

En verdad, en verdad os digo que llorareis y os lamentareis, y el mundo se alegrará.... pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va

 

a dar a luz, siente tristeza; pero cuando ha dado a luz al hijo ya no se acuerda de la tribulación. De nuevo os veré y se alegrara vuestro corazón, y nadie será capaz de quitaros esta alegría.

 

(In 16,20·22)

 

La aparente ausencia de Cristo, sobre todo en los momentos de "sepulcro vacío", produce el dolor del enamorado que ansia el calor de la presencia y de la palabra del amado. EI deseo de una presencia defini­tiva se purifica y se hace mas autentico. Entonces se aprende a mirar a todos y a todo como mensaje y huella del amado. El pasado se redescubre como his­toria de amor inmerecido.

 

Los dones que ya se fueron han dejado una huella imborrable de amor. Las humillaciones, las burlas, los menosprecios y el olvido ya no impresionan tanto, porque ya sólo duele esa ausencia indescripti­ble de Cristo resucitado, que se va haciendo presen­cia más profunda y cariñosa. Si e asume nuestro dolor para completar el suyo, el corazón salta de gozo por el hecho de poder compartir su suerte como copa de bodas. Y este "movimiento" del corazón es un signa de la presencia del Señor.

 

Jesús trata a sus amigos como adultos en el amor. A Juan Bautista, su precursor, le deja morir decapi­tado en la cárcel, pero no le deja solo ni un momen­to. Porque un movimiento del corazón, suscitado por Jesús, vale más que la resurrección de Lázaro. Jesús no abandona a los suyos. En una situación difícil parece que nos deja en la estacada; pero no es necesario que la situación cambie, porque basta con .cambiarnos a nosotros. El sufrimiento se hace ins­trumento de vida en Cristo, para nuestro corazón y para toda la humanidad. Las almas tienen un pre­cio: el dolor de la maternidad ec1esial. Por esto la vida espiritual, el camino de la contemplación y la acción apostólica necesitan la presencia cariñosa de

 

María, figura y madre de la Iglesia, por su dolor maternotransformado en gozo de fecundidad mi­sionera.

 

3. El Padre os ama

 

Cuanto pidiereis al Padre, os lo dará en mi nom­bre. Hasta ahora no habéis pedido nada en mi nombre; pedid y recibiréis, para que sea cumplido vuestro gozo... Llega la hora en que... os hablare claramente del Padre..., pues el mismo Padre os ama, porque vosotros me habéis amado y creído que yo he salido de Dios. Salt del Padre y vine al mundo; de nuevo dejo el mundo y voy al Padre.

 

(In 16,23-24.27-28)

 

La mayor prueba del amor que Dios nos tiene es el habernos dado a su Hijo para hacernos participar en su filiación divina (In 3,16). Jesús nos habla continuamente de este amor del Padre. EI ser de Jesús, su vida, sus gestos, su mensaje, todo es expresión del Padre; es su Verbo 0 Palabra pronunciada eterna­mente en el silencio amoroso del Espíritu Santo. Por esto Jesús sigue hablando desde el evangelio.

 

Jesús es la palabra de Dios, que se hace "pan de vida" en el encuentro vivencial de fe que llamamos oración 0 contemplación. Desde esta fe vivencial nos invita a participar en el "pan de vida" de su mismo cuerpo y sangre bajo signos eucarísticos (In 6).

 

El Padre nos ama como a Jesús (In 17,23) y escucha en nosotros su misma voz y los latidos de su corazón. Jesús hace oración asumiendo amorosa­mente nuestra vida como materia de dialogo con el Padre. Nuestra oración es la misma oración de Cris­to, si lo dejamos vivir en nuestro corazón. Entonces nuestra plegaria es siempre escuchada por el Padre como plegaria de hijos en el Hijo. Nuestro verdade­ro gozo consiste en esta confianza filial de quien se

 

sabe amado y escuchado por el Padre. Esta actitud de hijo en la orando comporta la confianza de dejar en manos del Padre las circunstancias de nuestra vida. A nosotros nos toca manifestarle nuestra reali­dad, con el deseo profundo de que se cumplan en nosotros los designios de su amor infinito.

 

4. Soledad llena de Dios

 

He aquí que llega la hora... en que os dispersa­reis cada uno por su lado y a mí me dejaréis solo; pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Esto os he dicho para que tengáis paz en mi; en el mundo habéis de tener tribulaci6n; pero confiad: yo he vencido al mundo.

 

J

 

(Jn 16,32-33)

 

Jesús aparenta ser un maestro tremendamente solo. El rechazo de Cafarnaúm (eucaristía) y del Cal­vario confirma esta impresión. Es la suerte de quien quiere amar a todos tal como son, desde la perspectiva de Dios amor. Por esto Jesús afronta con serenidad la soledad a que quieren reducirle los fariseos (In 8,16.29). Su paso hacia el Padre se hace Pascuagloriosa, porque transforma la soledad de la pasión, muerte y sepultura en epifanía del amor de Dios al mundo. Jesús afronta esta soledad del sufrimiento y del abandono para indicarnos que, gracias a su sole­dad, nuestra soledad esta nena de Dios amor.

 

Para Jesús, vencer no es reducir 0 humillar al ad­versario, sino simplemente vencer el mal y el error oponiéndoles el amor y la verdad. "Los suyos" tienen que correr su misma suerte, imitando su actitud de dar la vida· para salvar a los mismos que le atro­pellan. Hacer el ridículo ante los poderes de este mundo no es más que un momento pasajero de una pascua que termina en perdón, paz y glorificaci6n. Pero estos poderes del mundo, que hay que transfor­mar

 

 y vencer evangélicamente, se encuentran en todo corazón humano.

 

Se necesita saber perder mucha hojarasca y mu­chos harapos para poder presentar nuestra, vida como servido y donación. Hay que afrontar el "anonimato" olvidando esta misma palabra. Los primeros momentos parecen frustración; pero esta desaparece cuando uno descubre más profundamen­te el amor tierno de Cristo por nosotros y por todos. Hay que saber perder todo para ganar al todo, que es Dios. Cuanto es obra de Dios, en el campo de la santificaci6n, de la contemplaci6n y del apostolado, sigue esta misma regla de una donación callada lle­na de Dios.

 

5. Oración sacerdotal y esponsal de Cristo (In 17)

 

1. Jesús, el gran orante

 

Padre, lleg6 la hora; glorifica a tu Hijo para que tu Hijo te glorifique..., para que a todos los que tu me diste les de ella vida eterna. Esta es la vida eter­na: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, ]Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra llevando a cabo la obra que me encomendas­te realizar. Ahora tu, Padre, glorifícame junto a ti con la gloria que tenia a tu lado antes que el mun­do existiese.

 

(Jn 17,1-5)

 

Jesús transforma los acontecimientos en dialogo con el Padre y en donaci6n sacrificial por la salva­ci6n de los hombres. Su oraci6n es siempre sacerdo­tal, de mediador,' protagonista, consorte y esposo. Desde la encarnación (Heb 10,5-7) hasta la cruz Un

 

19,30), su plegaria consiste en hacer de la vida un "si" de oblaci6n sacrificial (Lc 10,21; Jn 17,9).

 

La oraci6n "sacerdotal" de Jesús (In 17,1-26) con­tinua siendo realidad en el corazón de la comunidad eclesial, especialmente en la celebraci6n eucarística. Su dialogo intercesor ante el Padre durante las no­ches de oración (Lc 6,12) es el mismo que ahora tiene ante el Padre (Rom 8,34; Heb 7,5). Sus sentimien­tos y amores son los mismos, y nos invita a compar­tirlos.

 

En la comunidad eclesial y en el corazón de cada fiel resuena la oración sacerdotal de Jesús como eco de "aquel himno que se canta perpetuamente en las moradas celestiales" (SC 83), Es la mirada personal y vivencial de Cristo al Padre en el amor del Espíritu Santo. Cristo busca la glorificaci6n del Padre por medio de su propia "glorificación", es decir, por su inmolación en la cruz como sacrificio de salvación par todos los hombres. La oraci6n contemplativa consiste en hacer "unidad de vida" en el propio corazón, ofreciéndose por medio de Jesús para que el Padre sea amado. Por Jesús y en el Espíritu Santo entramos en este conocimiento amoroso de Dios amor, que se nos convierte en vida eterna 0 vida di­vina participada.

 

2. Los que tú me has dado

 

He manifestado tu nombre a los que me has dado de este mundo. Ahora saben que todo cuanto me diste viene de ti; porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos ahora las han recibido. y han conocido verdaderamente que yo salí de ti. y han creído que tú me has enviado.

 

(Jn 17,6·8)

 

A los que lo han encontrado, Jesús los llama cariñosamente "los suyos" (In 13,1). En dialogo con el

 

Padre, Jesús repite varias veces, con ternura, "los

 

que tú me has dado". Desde la eternidad, cada uno

 

era ya objeto de amor del Padre. Desde la encarna­ción,

 

cada uno es una parte de la biografía de Cris­to.

 

El .Señor comparte con nosotros todo lo que el

 

ha recibido del Padre. La única condición es la de

 

aceptarle como Hijo de Dios, enviado para salvar al

 

mundo, Aceptar su persona equivale a aceptar su

 

mensaje de amar a los hermanos como el nos ha

 

amado. La caridad es señal de que uno ha entrado

 

en el corazón de Dios y se ha contagiado de sus

 

amores.

 

Jesús nos ha dado a conocer a Dios Amor y sus planes salvíficos universales. Sin la encarnación del Verbo, nuestra ciencia sobre Dios seria apenas una abstracción: la primera idea, el primer motor, la trascendencia... En Cristo descubrimos a Dios cerca­no, viviendo nuestra misma vida y sintiendo, su­friendo, gozando como nosotros. Ningún detalle de

 

nuestra vida le es indiferente.

 

Ya conocemos "el nomb.re" de Dios: "Yavé", elque es fiel al amor, dando origen y sentido a nuestra existencia. Este Dios amor, "el que es", se ha mani­festado y acercado en Jesús, su Hijo amado, que se ha hecho consorte y protagonista de nuestro existir. Jesús comparte con nosotros la ciencia contemplati­va de conocer amando a Dios, a los hermanos y a toda la creación.

 

3. Por ellos

 

Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste; porque son tuyos... Yo por ellos me consagro a m{ mismo, para que también ellos sean consagrados en la verdad.

 

(Jn 17,9.19)

 

Para Jesús, orar es comprometerse del todo, con todo 10 que es y tiene. Ora por nosotros, asumiendo

 

nuestra vida corno propia. Vive intensamente nues­tra existencia y la convierte en suya. Su dialogo con el Padre es siempre en nombre nuestro, con nosotros y desde nuestra misma circunstancia e interioridad (Heb 7,25). Ora por los que ya son "suyos· y por los que 10 serán gracias a su ministerio oservicio misio­nero (Jn 17,20).

 

La oración de Jesús es eficaz si nosotros no pone­mos obstáculos. Nuestra oraci6n de actitud filial, de autenticidad y caridad ya es posible gracias a Jesús, que ora en nosotros. Para orar bastaría con una mi­rada al Padre en unión con la mirada y los senti­mientos de Jesús. Los salmos, el· padrenuestro 0 cualquier fórmula ya pueden ser oración sólo con el gozo de creer y aceptar que Cristo ora en nosotros.

 

La oraci6n de Jesús se llama "sacerdotal"porque, a través de este dialogo con el Padre, manifiesta que su vida es una donación sacrificial por la salvación del mundo (Heb 10,10). Jesús es el único sacerdo­te del que participamos todos en diverso grado y modo, porque su vida consiste en asumir los intere­ses del Padre ofreciéndose en sacrificio por la salva­ci6n de los hombres. Su misión sacerdotal es consa­graci6n Un 10,36); por esto es misión totalizante. Jesús se inmola de modo especial por los apóstoles, que prolongaran su sacerdocio actuando en nombre suyo. Y ora para que "los suyos" sean transparencia de su caridad pastoral. Jesús contagia de estos amo­res sacerdotales a muchas personas que ofrecen sus vidas en sintonía con estos sentimientos sacerdotales de Cristo por la santificación de "los suyos".

 

4. En ellos

 

Todo lo mío  es tuyo y lotuyo es mío, y yo he sido glorificado en ellos... Y yo les di a conocer tu

 

nombre, y se lo hare conocer, para que el amor con que tú me has amado este en ellos y yo en ellos.

 

(Jn 17.10.26)

 

Las palabras de intimidad, de encuentro y de ex­periencia personal son las más frecuentes en el evan­gelio del discípulo amado. Se van repitiendo en tor­no a una relación interpersonal: "en mí", "en ellos"... La eucaristía como "pan de vida" (In 6) y la amistad que ofrece Jesús (In 15) tienen esta dimensión de desposorio, que hace de los amigos de Cristo su prolongaci6n y su expresión 0 "gloria". El Espíritu Santo, prometido y comunicado por Jesús, hace posible la participación en la realidad 0 "glo­riall del Señor (In 16,14; 17,10 y 22).

 

Somos una parte del ser de Jesús, puesto que nos .ha comunicado su misma vida divina. Somos su

 

prolongación, su visibilidad, su expresión, su signo

 

personal, su "olor" (2 Cor 2,15). Los ap6stoles lo

 

son de modo peculiar, puesto que pueden obrar en

 

su nombre. Nuestra mayor sorpresa en el mas allá

 

será la de identificar, en las facciones del rostro ­

 

glorificado de Jesús, a cada uno de los hermanos que

 

hemos encontrado en esta tierra.

 

"Yo en ellos" recuerda el bautismo de Jesús en representaci6n nuestra. El bautismo en el Jordán, en el que asume nuestros pecados, se transforma en el "bautismo" de sangre en la cruz, que nos invita a correr espinosamente su suerte (Mc 10,38). El despo­sorio de Cristo con la humanidad y con cada uno de nosotros ya desde el día de la encarnaci6n lleva a estas consecuencias de protagonismo. El Padre ve en nosotros el rostro de su Hijo Jesús; por esto nos ama como a él (Jn 19,23.26). La pertenencia esponsal mutua, entre Cristo y nosotros, es la que traza las verdaderas líneas de esperanza en la historia del hombre. Todo coraz6n humano, en cualquier mo­mento y circunstancia, es recuperable, porque ya ha

 

comenzado a formar parte de la vida intima y de la realidad o"gloria" de Jesús.

 

5. Que sean uno como nosotros

 

Padre Santo, guarda en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros.. Pero ahora yo vengo a ti, y hablo estas cosas en el mun­do para que tengan mi gozo cumplido en sí mismos... No pido que los saques del mundo, Sino que los guardes del mal. Ellos no son del mundo, como yo no soy del mundo.

 

(Jn 17,11-16; cf. 17,21-23)

 

La unidad de Jesús con el Padre, en el amor del Espíritu Santo, debe reflejarse en "los suyos", que son su prolongación y su signo en el espacio y en el tiempo. La unidad de fraternidad 0 de "comunión" eclesial es la señal específica del cristiano, y de modo especial del apóstol. El misterio de Dios amor, que es la máxima unidad en tres personas, se refleja en su Hijo prolongado a través de la fraterni­dad cristiana y apostólica. De esta unidad fraterna, que es expresión de la unidad interna del corazón, nace el gozo de pertenecer a la familia eclesial, que es familia de Dios (Ef 2,19). La comunión fraterna es signo "sacramental" de Cristo (Jn 17,23). Ya por sí misma, esta comunión es "un hecho evangeliza­dor" (Puebla 663). Pero esta caridad para con todos los hermanos salo es posible cuando hemos entrado en el corazón de Dios. .

 

Hay mucha dispersión de fuerzas en el corazón y, por tanto, en la sociedad humana. Un corazón he­cho añicos por los propios intereses personalistas es un avispero de discordias entre hermanos. Cuando nos apoyamos en cualquier poder humano, por legítimo que sea, si falta la verdadera caridad, se ori­gina toda clase de rupturas. Se buscaran mil razones

 

para afianzar los propios puntos de vista y las pro­pias seguridades y derechos adquiridos; pero, en rea­lidad, la falta de comunión eclesial, en la pequeña y en la grande comunidad, es siempre el índice de te­ner el corazón dividido.

 

No hay poder humano que pueda crear la comunión eclesial. La pluriformidad de carismas y de cualidades, de ideas, de vocaciones y de servicios salo es autentica cuando construye la comunidad eclesial. No hay comunión (coinonia) sin servicio humilde (diaconía), que es siempre "humillación" (kenosis) de cada uno ante el único Señor y dador de todos los dones. El testimonio apostólico (Ef 2,20; 1 Jn 1,1ss) garantiza el punto de referencia de esta comunión, es decir, Jesús resucitado, presente en medio de la comunidad, encontrado, contemplado y vivido a través del mandato del amor.

 

6. Santificación y misión

 

Santifícalos (conságralos) en la verdad, pues$ tu palabra e$ la verdad. Como tú me enviaste al mun­do, así yo los envío a ellos al mundo, y yo por ellos me consagro, para que ellos sean santificados en la verdad.

 

(Jn 17,17-19)

 

Para Jesús, santificación y misión son dos términos complementarios, como las dos caras de la mis­ma medalla 0 dos aspectos de la misma realidad. Jesús pertenece totalmente a los planes salvíficos del Padre en favor de los hombres. Esta es su "consagración" 0 "santificación". Y así quiere que sean y vi­van "los suyos". La inmolación 0 consagración de Jesús al Padre (Jn 17,19) tiene esta intención pri­mordial: que "los suyos" vivan como él, consagra­dos totalmente a la misión salvífica en favor de to­dos los hermanos.

 

La vida es autentica cuando queda orientada ha­cia Dios Amor. Los discípulos de Jesús viven, como él, orientados hacia el Padre y hacia sus planes de salvación universal. Para ello basta con vivir pen­dientes de los amores de Cristo, como auscultando los latidos de su corazón (Jn 13,23).

 

La misión de Jesús se ejerce en el "mundo" ama­do por Dios. Ni Jesús ni los suyos pertenecen al "mundo" que se opone a Dios. Lo más querido de Jesús es el encargo omisión recibida del Padre, que le urge a dar la vida como buen pastor (Jn 10,17­18.36). Este encargo precioso lo confía a "los suyos". Jesús quiere necesitar de nuestro pobre ser contin­gente, como transparencia del suyo ante el Padre y ante los hombres. La promesa y la' comunicación del Espíritu Santo hace posible la participación ontológica y vivencial en la consagración y misión de Jesús (In 15,26-27; 16,14). Esta misión totalizante nace del encuentro con Cristo resucitado yes su re­galo de pascua (Jn 20,21-22).

 

7. En la intimidad divina

 

Yo les he da.do la gloria que tú me diste, a fin de que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mi, para. que sean perfectamente uno y conozca el mundo que tú me enviaste y que les amaste a ellos como me amaste a mí... Quiero que dan de esté yo estén también ellos conmigo, para que vean mi gloria, que tú me has dado, porque me amaste antes de la creaci6n del mundo... ellos conocieron que me has enviado, y yo les di a cono­cer tu nombre... para que el amor can que me amaste esté en ellos y yo en ellos.

 

(Jn 17,22·26)

 

La unidad de Dios amor se refleja en el corazón y en la vida de los seguidores de Cristo. La comuni­dad eclesial se define como reflejo de esta unidad en

 

la vida trinitaria (LG 4). Cada persona expresa su identidad a través de la relación de apertura y donación a las demás. Nuestra unión con Cristo se expre­sa en la unidad de comunión con los hermanos. La comunidad fraterna es signo portador del mismo Cristo (Mt 18,20; In 17,23). La participación en la vida divina y la unión con Dios se manifiestan en el servicio humilde y en la donación incondicional a los hermanos.

 

Cristo comparte con nosotros el amor que tiene el Padre desde la eternidad. En nuestro ser, el Padre ya puede ver un reflejo del rostro de su Hijo. Todos los que encuentran a Cristo, es decir, que creen en él con el conocimiento amoroso de la amistad, ya co­mienzan a entrar en las intimidades de Dios amor. Esta "mística" 0 experiencia divina es para todos los creyentes (1 In 3,1-24).

 

La experiencia de encuentro con Dios y con Jesús, su Hijo, se manifiesta y, al mismo tiempo, se' recibe a través de la experiencia de comunión con los her­manos. Esta comunión eclesial y fraterna se abre al infinito de Dios y, precisamente por ello, tiene proyección misionera sin fronteras.

 

6. Sufrir amando (Jn 18-19)

 

1. Identidad cristiana en el sufrir

 

Sali6 Jesús con sus discípulos al otro lado del Cedr6n, donde había un huerto... Judas, pues, to­mando la cohorte y los alguaciles..., vino allí con linternas, hachas y armas... Jesús les dijo: JA quien buscáis? Respondiéronle: A Jesús Nazareno. EI les

 

respondi6: Yo soy... Retrocedieron y cayeron en tierra.

 

(Jn 18,1-6)

 

En el silencio y en la noche de Getsemaní resuenade nuevo la afirmaci6n de Jesús sobre su identidad de Hijo de Dios: "Yo soy". Ya se acerca la "exalta­ci6n" de la cruz, cuando todos los que creen en el comprenderán que "el es" (Jn 8,28). Efectivamente, es el Señor que con su palabra ha dado origen, sos­tiene la existencia y dirige la historia humana (Is 52 6). La realidad, aunque sea Getsemaní, ya sólo tiene un nombre: manifestaci6n y cercanía de Jesús, que es el Verbo o. Palabra de Dios, en .nuestras cir­cunstancias. La vida es hermosa también en el su­frir, porque todo suena a Dios enamorado, que  nos atrae hacia él para hacernos capaces de donaClon plena.

 

Su dignidad de Senor del univers9' Jesús la comparte con los suyos, con tal que quieran compartir con él su Getsemaní y su cruz Un 18,1; Mt 26,38). A Jesús le basta nuestra decisi6n de seguirle para com­partir plenamente nuestra vida con él. Lo más amargo del cáliz lo bebe sólo él. Nuestro camino va siguiendo sus pisadas, que ya han abierto el camino y lo han hecho más llevadero.

 

La realidad ya no es tragedia, sino camino de amigos enamorados. Jesús no ahorra el dolor a los suyos, pero les ensena a transformarlo en el gozo de compartirlo con él. En los momentos de soledad y de pobreza, Jesús se hace presente para decirnos, cuando y como él quiera, "soy yo". Nuestra experiencia de fe es un don suyo, que él no niega a nadie que quiera abrirse confiadamente a su amor.

 

2. La copa de bodas

 

Simón Pedro, que tenía una espada, la saco e hirió a un siervo del pontífice, cortándole la oreja derecha... Pero Jesús dijo a Pedro: Mete La espada en la vaina; el cáliz que me dio mi Padre, no lo he de beber?

 

(Jn 18,10-11)

 

Para Jesús, la pascua 0 paso hacia el Padre por medio de la muerte es el momento culminante de su desposorio con la Iglesia; es el momento de "la nueva alianza" 0 nuevas bodas, selladas con su san­gre (Lc 22,20). Se trata, pues, de la "copa de bodas" (0 de alianza) preparada por su Padre para este mo­mento supremo.

 

Jesús va a bodas como esposo enamorado que no se detiene ante ningún obstáculo. A Jesús solo se le entiende compartiendo sus amores, que transparen­tan sus criterios y su escala de valores. Las pala­bras que Jesús dirige a Pedro son ya un anticipo del examen de amor Un 21,15ss), como continuaci6n de la primera mirada con que lo invit6 a seguirle del todo y para siempre (Jn 1,42).

 

Jesús invita a los suyos a correr su suerte o a beber su misma copa de bodas (Mc 10,38). No sirven de nada nuestros planes y proyectos, si no llevan la im­pronta de la amistad con Cristo. Obrar al margen de su intimidad y de sus intereses sobre la gloria del Padre, y la salvación de los hombres seria el camino hacia el abismo de la duda, de la negaci6n y de la frustración. Las exigencias del seguimiento apost6­lico solo se entienden a la luz de un enamoramiento. El amor es exigente porque es donación incondicio­nal. En la perspectiva del amor, los momentos de Nazaret, de desierto y de cruz suenan a desposorio y a copa de bodas. En todas las cosas y acontecimien­tos se intuye un canto de amor que lleva a la con­templaci6n y a la misi6n.

 

3. Atado por el amor

 

Se apoderaron de él y le ataron y le condujeron primero a Anás.  Seguían a Jesús Simón Pedro y otro discípulo .

 

(Jn 18.12-15)

 

Un cuadro inédito del buen pastor, que da la vida, sería el de representarle durante el regreso de Getsemaní con las manos atadas fuertemente y arrastrado a empujones. Cuando falta la sintonía con Cristo atado por el amor, las mejores teorías so­bre la misión, la perfección, la contemplaci6n y la caridad pastoral se desvanecen ante el soplo de cual­quier dificultad.

 

Lo que cuenta no es cómo le ataron  (¿con cadenas?), sino la libertad profunda de Jesús, que se mueve solo por e1 amor al Padre y a los hombres, hasta hacer de cada momento de su vida una donación sacrificial. Con las manos atadas, todavía su mirada amorosa convida a compartir la vida con él.

 

Anás y Caifás eran también instrumentos de la Providencia. La "hora del Padre" cuenta con estos errores. Porque, en realidad, acertaran: "Un hombre tenía que morir por el pueblo" (Jn 18,14) "para reunir en uno a todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). Jesús sigue amando a "los su­yos" aun en el contexto de la negación de Pedro y del abandono de todos los demás. Sabe bien que los suyos lo aman y que, amándoles más a fondo en es­tas circunstancias de debilidad, los hará capaces de compartir con el e1 mismo cáliz, para testimoniar a Dios dando la vida.

 

4. A la verdad por la caridad

 

El pontífice pregunto a Jesús sobre sus discípulos y sobre Su doctrina. Respondió Jesús: Yo he ha­blado

 

públicamente al mundo... Pregunta a los que me han oído... Habiendo dicho esto Jesús, uno de los alguaciles, que estaba a su lado, le dio una bofetada... Jesús le contesto: Si hable mal, muéstrame en que. y si bien, ¿por qué me pegas? .. Entre­tanto, Simón Pedro... le neg6 de nuevo, y al instan­te cant6 el gallo.

 

(Jn 18,19-27)

 

Jesús es siempre transparente y coherente. Vive y predica el amor y la verdad, a todas y a cada uno, en toda situación humana personal y comunitaria. Viene en nombre de Dios amor y vuelve con nosotros al seno de Dios, de donde vino para salvarnos. Nos ha contado la verdad y el amor en su origen, como fundamento y fin de nuestra existencia. Quien ve a Jesús, ve a Dios vivo. Jesús no sirve a ningún

 

ídolo, ni de madera, ni de ideas, ni de intereses y poderes humanos. Su servicio hasta dar la vida tie­ne como objetivo recuperar. y restaurar la dignidad del hombre como imagen de Dios vivo, que es amor.

 

Un golpe más en el rostro de Jesús no altera su decisión de devolver bien por mal. Jesús se defiende sin humillar al que le ha pegado. Ofrecer la otra mejilla (Mt 5,39) significaamar más hondamente al adversario y, de este modo, recuperarlo para la li­bertad, la verdad y la caridad.

 

La libertad humana consiste en la libertad de po­der hacer de la vida una transparencia de Dios amor y una donación para los hermanos. A la verdad del hombre y de Dios solo se llega por los caminos de la caridad. La verdad de Dios y del hombre se comien­za a entender escuchando, admirando, amando y callando.

 

5. Reino de la verdad

 

Pilato le preguntó:¿Eres tú el rey de los judíos? Respondi6 Jesús: ... M i reino no es de este mundo...

 

Tú dices que soy rey. Yo para esto he venido al· mundo, para dar testimonio de la verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz. Pilato le dijo: ¿Y que es la verdad?.. Yo no hallo en este ningún delito.

 

(Jn 18,33-38)

 

Todo ser humano, como Pilato, comparece conti­nuamente ante la verdad, que es Jesús. Todos, per­sonas, comunidades e instituciones, somos juzgados por Dios amor, que nos ha hecho a su imagen. Ver­dad es el mismo Dios viviente, que nos ama, que es fiel a sus planes de amor y que quiere ver su rostro reflejado en sus hijos. Viviendo en nosotros y unido a nosotros, Jesús es el esplendor personal del Padre.

 

Cada persona es verdadera 0 autentica si refleja algún rasgo de la fisonomía de Cristo, que da la vida por los hermanos. Siguiendo a Jesús como ca­mino, nos hacemos verdad y fidelidad, y ya podemos comenzar a participar de la vida eterna. Buscar la verdad al margen de Jesús y de su mensaje seria, a lo mas, quedarse solo con las gotitas que salpican de la fuente.

 

Jesús es rey y señor de la creación y de la historia. Ser atado y llevado ante un tribunal humano es la suerte permanente de Cristo y de los suyos. Así se expresa la debilidad omnipotente de la pobreza de Belén y de la desnudez de la cruz. Y así demuestra Jesús su señorío y su riqueza, es. decir, la máxima capacidad de darse como Dios amor. Es rey y señor que se da a sí mismo, y no solo sus cosas. Estas nos las da como signo pasajero, por e1 que aprendemos la trascendencia de su amor eterno. El que sigue a Cristo ya no se satisface con las "migajas"; ama a todos ya todas las cosas, pero como quien entrevé el misterio de cada persona y de cada cosa y acontecimiento. Este es e1 señorío de vivir la realidad de las cosas mas pequeñas y de las personas más margina­das,

 

amándolas hasta lo más hondo de su misterio, donde se comienza a manifestar Dios Amor.

 

6. Silencio sonora de hombre y Dios

 

Tom6 entonces Pilato a Jesús y mcmd6 azotarle. Y los soldados, tejiendo una corona de espinas, se la pusieron en la cabeza, le vistieron un manto de purpura... y le daban bofetadas Sali6 Pilato fuera y les dijo: Ahí tenéis al hombre Pilato dijo a Jesús: ¿De dónde eres tú? Jesús no le  dio respuesta alguna... Pilato sac6 a Jesús fuera y se sent6 ante el tribunal... y dijo: Ahí tenéis  a vuestro rey. Pero ellos gritaron: ;Quita! ;Crucifícale!

 

(Jn 19,1-15)

 

Azotes, corana de espinas, burlas, insultos, bofeta­das... porque era inocente. Y todo lo soporto por amor: "Me amo y se entrego por mi" (Gal 2,20). "¡He aquí e1 hombre!" En el hombre Jesús, humillado hasta el extremo, se van revelando los títulos que expresan su realidad: Mesías, rey, juez, Hijo de Dios... Es hombre y Dios, es decir, Dios hecho hombre.

 

En Jesús se reve1a el misterio de cada hombre que sufre. Los gritos de crucifixión y rechazo no amino­raron su amor por nosotros. Su pascua, que es ya la nuestra, continua siendo así: es el "paso" amoroso que salva nuestra vida haciéndola vida eterna, y que transforma nuestro tiempo en eternidad.

 

Jesús, la Palabra del Padre, habla a través de su vida de donación. Su silencio es sonora y grita amor. A través de su silencio comprendemos mejor Belén, Naza.ret, Getsemaní, la cruz y el sepulcro va­cio y glorioso. El camino de la oración es camino de silencio sonora, como el de Jesús. Es silencio que suena a resurrección ya desde la cruz y desde el sepulcro vacio. Solo amando se comprende el lengua­je

 

de Jesús (Jn 14,21). Cuando sus palabras, meditadas por nosotros, parecen silencio, entonces arras­tran más el coraz6n. Nos basta con saber que habl6 y ca1l6, vivi6 y rnuri6 siempre por amor. Para quien aprende este silencio contemplativo, las palabras del evangelio suenan siempre a recién estrenadas. El lenguaje del amor es así; es silencio que duele, por­que cura, purifica, ilumina, une y transforma. Así es la oraci6n de los pobres.

 

7. Morir amando (Jn 19,16-42)'

 

1. Cruz amada

 

Entonces se lo entregaron para crucificarlo. To­maron, pues, a Jesús, y el, cargando su cruz, sali6 al lugar llamado Calvario, que en hebreo se dice G6lgota, donde le crucificaron, y con él a otros dos... Sobre La cruz estaba escrito: Jesús Nazareno, Rey de los judíos.

 

(Jn 19,16-19)

 

El gesto de querer destruir al hombre hundiéndolo en el polvo ha sido ya vencido por el gesto de Jesús, que asume la cruz con amor para salvar a los mismos hermanos que le crucificaron. La cruz ya no es tragedia, porque se hace camino necesario de re­surrecci6n. La pascua comienza en el camino de la cruz, pero no se queda en ella. Durante todos los periodos hist6ricos, y también en el nuestro, se han hecho caricaturas de la cruz. Pero ninguna caricatu­ra, te6rica 0 practica, queda en pie ante el gesto que Jesús de tomar la cruz con sus propias manos hen­chidas de bendecir y acariciar.

 

Cristo ya ha sufrido nuestra cruz de hoy, asumiéndola entonces como suya, también en la oscuridad de una aparente ausencia y presencia de Dios. Las circunstancias humillantes de una compañía indig­na 0 de un letrero ir6nico no aminoran para nada la salvaci6n que deriva de la cruz. Otro camino de liberación que no sonara a amor crucificado seria s6lo un bronce que retine.

 

Cristo sufre con nosotros, en nosotros, por nos­otros. Sus manos parecen fuertes cuando aprietan la cruz por primera vez; pero paulatinamente esas mismas manos, por debilidad, dejaron resbalar el madero en el camino, arrastrando a Jesús en la caída. Es el amor el que cuenta. La debilidad ya no es obstáculo para la redenci6n, con tal que la voluntad se decida a amar siguiendo la voluntad del Padre. Nuestro sufrir puede "completar" el de Cristo (Col 1,24); Jesús entonces completa nuestra oración de pobreza y debilidad haciéndola suya. Solo el· amor hace posible perseverar en el camino hacia la cruz como "hora" y "copa" querida por el Padre; las de­bilidades naturales ya no harán más que aumentar la confianza y el amor. La cruz y el camino hacia ella ya se pueden amar, porque es Cristo quien nos espera en ella, quien la asume con nosotros y quien se hace camino y consorte en el caminar.

 

2. Desnudez total

 

Los soldados, una vez que hubieron crucificado a Jesús, tomaron sus vestidos, haciendo cuatro par­tes, una para cada soldado, y la túnica. La túnica era sin costura, tejida toda desde arriba. Dijéronse, pues, unos a otros: No La rasguemos, sino echemos suertes sobre ella para ver a quien le toca.

 

(Jn 19.23-24)

 

Para darse a si mismo hay que estar dispuesto a perderl0 todo, también las cosas más queridas. Jesús

 

manifiesta su voluntad de Hijo de Dios amor, tanto. en Belén como en la cruz. No sabe dar su vida por los hermanos quien no está dispuesto a dar su dine­ro, su tiempo y sus ventajas y seguridades tempora­les. La "túnica inconsútil" de Jesús era la única que poseía, y también se la quitaron para hacerla objeto de un sorteo. La túnica se perdió, pero no el amor de las manos que la tejieron para Jesús. María, la mujer asociada a la redención,. está presente en el corazón y en todos los signos y gestos de la vida de Jesús; su trabajo de Nazaret se hizo asociación es­ponsal a Cristo.

 

Clavarse en cruz por amor solo es posible cuando ha precedido una vida de pobreza. Cuando hay mu­cho oropel, riqueza y seguridades humanas, no es posible ver la cruz como donación de buen pastor. Entonces se inventan teorías alienantes que no satis­facen a nadie. Hablar de caridad pastoral y no que­rer afrontar las consecuencias de obediencia y de po­breza es un simple diletantismo que no lleva a nada positivo..

 

Amar como el buen pastor es sintonizar con su vida y con sus amores. Podrán quitarnos los cargos, los "derechos" adquiridos y las ventajas temporales. Inc1uso el Señor permitirá que se esfumen algunos dones suyos que eran pasajeros. Lo que nadie podrá quitarnos jamás es el poder correr la suerte de Cris­to, que es la del granito de trigo. La túnica, hecha por amor, se la quitaron; pero Jesús hizo posible que el amor de su madre se perpetuara en la Iglesia, que es ahora la verdadera "túnica inconsútil'" del Señor.

 

3. La máxima maternidad

 

Estaban junta a la cruz: de Jesús su madre, la hermana de su madre, María la de Cleafás, y María

 

Magdalena. Jesús, viendo a su madre y at discípulo amado, que estaba allí, dijo a la madre: Mujer, he aquí a tu hijo. Luego dijo al discípulo: He aquí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la recibi6 en su casa.

 

(Jn 19,25-27)

 

La mirada de Jesús a su madre es uno de los sig­nos que expresan su amor tierno a ella y a todos nosotros, que somos la Iglesia. En el contexto de los escritos de san Juan, María es "la mujer" Un 2,4), figura de la Iglesia, asociada a las bodas del. cordero (Ap 12,lss). Como tal, coopera para transmitir a to­dos la vida en Cristo. Es la madre de la Iglesia y de todos los hombres.

 

EI "signo" de confiar a María al "discípulo ama­do" forma parte de los signos salvíficos de Jesús. Las circunstancias más sencillas de la vida, y no solo los milagros, son, para Jesús, parte de la histo­ria de salvación. Jesús ha salvado nuestra historia haciéndola prolongación y complemento de su his­toria salvífica.

 

El "discípulo amado" recibe el encargo de cuidar de María. En realidad se confía a Marlo continuar su maternidad sobre el cuerpo místico de Cristo. Su maternidad continua, porque Cristo vive resucitado en el corazón de cada fiel y en toda la comunidad eclesial. El discípulo amado representa a todos los creyentes; por esto todos los fieles miran a María como modelo de la fe y madre de una vida nueva. Ella será el modelo de la maternidad de la Iglesia (Mc 3,33-35). Pero es también el mismo discípulo, Juan el apóstol, quien recibe el encargo personal para sí. La ternura materna de María para con los apóstoles es escuela de contemplaci6n de la palabra y de maternidad apostólica fecunda (Gal 4,4-19).

 

4. Morir de un "sí"

 

Después de esto, sabiendo Jesús que yo, todo esta­ba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: Tengo sed... Cuando hubo gustado el vinagre, dijo Jesús; Todo está cumplido. E inclinando la, cabeza, entrego el espíritu.

 

(Jn 19.28-30)

 

Jesús sigue siendo el señor y el rey del drama que se desarrolla por su causa. Es el único que tiene po­der de entregar la vida por sí mismo (Jn 10,18). Jesús ha hecho de la vida un "si", y ahora, en la cruz, hace de la muerte un don al Padre, en el Espíritu, para salvar a todos los hombres.

 

El Hijo de Dios ha querido hacer la experiencia de sufrir hasta la cruz, para dejarnos la señal de que nuestro existir no le es indiferente. El ha vivido nuestra vida en su propio corazón antes de que nos­otros existiéramos; por esto sufre en cada hombre que sufre para ayudarle a transformar el sufrimien­to en amor. Para ello nos deja la oportunidad de experimentar el silencio y la ausencia que él experi­mentó, para encontrar la verdadera experiencia de la palabra y de la presencia de Dios.

 

Su sed es la expresión de una vida que seha he­cho inmolación en las manos del Padre para. poder saciar la sed que los hombres tienen de verdad y de amor. Su "sitio" (tengo sed) es la invitación a vivir del "agua viva" 0 a participar en la vida nueva del Espíritu. El buen pastor, que da la vida en la cruz, manifiesta a "los suyos" su sed de las ovejas que todavía están lejos (Jn 10,16). La hora central de la historia del mundo es el "si" 0 la entrega que Cristo hace de sí mismo al Padre por la liberación de toda la humanidad. Muchos "maestros" enseñaron "ca­minos" (métodos) de purificación, oración y de paz interior; sólo Jesús puede enseñar el "camino" hacia Dios amor: vivir y morir amando.

 

5. Corazón abierto: sangre y agua

 

Uno de los soldados le atravesó con su lanza el costado. y 0,1 instante sali6 sangre y agua. El que lo vio do, testimonio, Y su testimonio es verdadero; él sabe. que dice la verdad. para que vosotros creáis, porque esto sucedió para que se cumpliera la Escri­tura: No romperéis ni uno de sus huesos... Mirarán  al que traspasaron.

 

(Jn 19.34-37)

 

Juan invita a mirar la "gloria" de Jesús, que, exaltado en la cruz, atrae a todos a sí (Jn 12,32-33). Es el gran signo de la pascua: el cordero inocente e inmolado. Es la gran señal, en la que participa es­ponsalmente "la mujer", es decir, María, como figu­ra de la Iglesia (Ap 12,1). Mirando al que traspasaron (Zac 12,10) se contempla, con los ojos de la fe, al

 

cordero pascual (Ex 12,46; Num 9,12).

 

Verdaderamente, en el corazón abierto de Jesús muerto en cruz "hemos visto su gloria" (In 1,14). Ya hemos visto y creído en Jesús, el Hijo de Dios que, hecho hombre por nosotros, ha dado su vida por amor. El "séptimo" signo anuncia el nuevo séptimo día, que es el día del Señor 0 el día primero de la nueva cread6n (Jn 20,1). Un día cualquiera, transformado en donación, Cristo nos lo convierte en inicio de vida eterna.

 

La nueva creación en el Espíritu se realiza como nueva alianza de amor, que se sella en "sangre y agua" (1Jn 5,6). Jesús, derramando su "sangre", ya puede comunicar el "agua" de la vida nueva en el Espíritu (Jn 7,37-39). Son los torrentes de agua que brotan de la fuente de la salvación (Is 12,8). Esta es la clave de todo el evangelio: por la muerte del cor­dero pascual renacemos a la vida nueva del Espíritu. Nace la Iglesia esposa del costado del nuevo Adán "dormido" en la cruz (Gen 2,21). En la cruz gloriosa comienza la resurrecci6n y pentecostés. Ya se ha rea­lizado

 

la nueva alianza. Esta fe viva y contemplati­va, que descubre la gloria de Jesús en su carne hu­millada, necesita constantemente del testimonio apostólico (In 19,35). La carne de Cristo es la fuen­te de todos los dones divinos: el Espíritu Santo, la Iglesia, e1 bautismo, la eucaristía, la participación en la vida divina. No se podría entrar en el corazón de Dios sin compartir con Cristo el escándalo de la cruz.

 

6. Sepulcro nuevo

 

José de Arimatea... tom6 su cuerpo. Lleg6 también Nicodemo... y trajo una mezcla de mirra y áloe, como unas cien libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús y lo fajaron con bandas y aromas... Había cerca del sitio donde fue crucificado un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo... Allí{ pu­sieron a Jesús.

 

(Jn 19,38-42)

 

En Betania Jesús ya había aceptado los ungüentos de su sepultura (Jn 12,3-7). Por parte de una pecado­ra convertida, basto el gesto contemplativo y com­prometido de romper el alabastro. Cada uno aporta lo suyo, desde lo hondo y con autenticidad de un corazón de amigo: el sepulcro nuevo (José de Arima­tea), abundancia de perfumes (Nicodemo), la pre­sencia silenciosa y activa de "los suyos" que com­parten el escándalo... Ya todo suena a nueva creación, preparada en la pobreza de una carne total­mente humillada y de una pascua 0 paso hacia Dios que parecía callar.

 

La carne de Jesús y el "cuerpo" místico de su Iglesia son signos pobres, que se dejan leer e inter­pretar solamente por los corazones que se deciden a aceptar y vivir el don de la fe. Solo esta fe, que se expresa en "sentido" y amor de Iglesia misionera, se

 

hace preanuncio de la nueva creación en el Espíritu. Sin este amor de Iglesia no habría contemplaci6n ni misión.

 

Se necesita mucha audacia y, sobre todo, mucho enamoramiento para poder decir como la esposa de . los Cantares cuando parecía que todo sonaba a va­cío y ausencia: "Este es mi Amado" (Cant 5,16). Es el gesto mariano de la "Pietà", con Cristo hecho pe­dazos en su regazo. Y es también el gesto doloroso y esperanzador de una Iglesia madre que, para engen­drar a la vida nueva, tiene que mostrar una cruz y un sepu1cro. Solo por este camino contemplativo y "escandaloso" de fe, esperanza y caridad se descubre a Cristo resucitado presente. La fe no nace de un negocio fácil ni de una eficacia inmediata, porque se trata de correr la suerte de Cristo para compren­der y vivir sus exigencias. La Iglesia contemplativa, como María, es la esposa engalanada con la luz y gloria de Cristo esposo (Ap 12,1; 21,2).

 

Caminos de contemplaci6n (Jn 13-19)

 
  • Decidirse a correr la suerte de Cristo en cada mo­mento de nuestro existir equivale a hacer de la vida un desposorio con él.
  • Unidos a Cristo,           es posible transformar toda difi­cultad en pascua, es decir, en una nueva posibili­dad de amar y de servir con alegría.
  • La vida vale la pena vivirla cuando se hace sintonía con los amores de Cristo: el amor al Padre y a los hombres, dando la propia vida para que todos tengan la vida en el Espíritu.
 

 

 

  • Como María y con su ayuda, es posible hacer de la vida una asociaci6n esponsal con Cristo.
  • No nos interesa buscar ni admitir mas premio que el de beber la misma copa de bodas de Cristo.
  • La oraci6n contemplativa se demuestra en el gesto permanente y "martirial" de ayudar a los que su­fren a superar su sufrimiento y a descubrir en él a Cristo cercano y esposo, que les ama y que les invita a transformar el dolor en donación. Este compromiso esponsal es el camino de toda liberación cristiana, que vence el dolor y la injusticia amando.
  • En la renuncia a toda gloria humana, Jesús revela a Dios amor. Y quiere compartir con nosotros su "glorificación" en el Espíritu. Mirando a Cristo muerto en cruz, ya podemos encontrarle en los signos pobres de la Iglesia y de nuestro caminar humano hacia las bodas de la pascua definitiva: hemos visto su gloria.
 

 

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