Lunes, 11 Abril 2022 10:26

DINAMICA CONTEMPLATIVA Y MISIONERA DE LA VIDA CRISTIANA

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Líneas conclusivas

DINAMICA CONTEMPLATIVA Y MISIONERA DE LA VIDA CRISTIANA

 

Contemplaci6n y vida cristiana

 

Juan nos ha enseñado a auscultar la persona y elmensaje de Jesús de coraz6n a coraz6n (In 13,23). Es una actitud parecida a la de Jesús que, siendo el Verbo 0 Palabra de Dios, vive en el seno del Padre (In 1,28), como una mirada 0 "relación" personal, amorosa y eterna. La mirada de Cristo a "los suyos" tiene reflejos de vida eterna e infunde en ellos la convicción de sentirse amados y 1a decisión de amarlo y de hacerle amar.

 

La vida cristiana es un camino de caridad (1 Cor 12,31) que se hace encuentro con Jesús. Y es el mis­mo Jesús quien se hace camino y caminante con nosotros. 'La experiencia de encuentro con e1 se hace experiencia de Dios y se traduce en caridad fraterna, que es 1a experiencia del misterio de Dios amor en el hermano. La fe es siempre ir a Cristo para partici­par en una vida nueva.

 

La encarnaci6n del Hijo de Dios, que en cierto modo, une a sí a cada hombre (GS 22), es el funda­mento de la experiencia cristiana de Dios, que pue­de ser muy profunda sin ser necesariamente muy "sentida". Lo importante es comprometer toda la existencia en 1a adhesión personal a Cristo 0 en una opción definitiva por él. Es cuestión de convicciones y decisiones como respuesta a1 "don de Dios" (In 4,10) y como parte del mismo don.

 

El "conocer" cristiano es un conocer amando (Jn

 

10,14; 14,21), que hace entrar en la familia y comunión de la misma vida divina del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo (Ef 2,18). Este don, que es de ini­ciativa divina, Dios lo da a todos los que se abren a Cristo. Todos son invitados a esta escuela del Espíritu (In 7,37). En Jesús descubrirnos al Verbo de Dios amor: "Hemos visto su gloria" (In 1,14).

 

Los encuentros con Cristo, descritos en el evange­lio de Juan, se presencializan de algún modo en los nuevos interlocutores de Cristo, que se encuentran en todas las circunstancias y en todos los momentos hist6ricos. £1 pasado de Jesús se hace presente por el don del Espíritu que Cristo ofrece a todos los hombres de todas las épocas. Las narraciones evangélicas ya tienen carácter universal y ultraternporal. El evangelio se continua "escribiendo" mejor, reali­zando en cada nuevo Nicodemo, samaritana, parali­tico 0 ciego que somos cada uno de nosotros. La cuestión que se plantea es siempre la misma, resu­mida en el drama joánico: "no lo recibieron", "lo recibieron" (In 1,11-12).

 

Compartir la vida con Cristo

 

El camino del encuentro es la humanidad de Jesús caminando entre nosotros 0 clavado en cruz. Cristo se hace siempre luz, verdad y vida, porque se hace donación. Juan nos invita a mirar con ojos nuevos (Jn 19,37), para descubrir, a través de los. sig­nos pobres de la "carne" de Jesús, su divinidad y nuestro misterio de comunión con él. Los ojos se ciegan cuando no miramos con corazón auténtico.

 

Si no reconocernos nuestra pobreza 0 limitaci6n, no descubriremos a Dios escondido en ella (Jn 1,14) ni a "Jesús de Nazaret" que nos espera en ella (In 1,45). Ahí, en lo más hondo de nuestro ser, amasado

 

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de contingencia y con sed de trascendencia, nos es­pera él desde siempre, para ayudarnos a pasar de las tinieblas a la luz. A Cristo se le encuentra cuando nos decidirnos a profundizar 0 "beber en el propio pozo" (san Bernardo), por el camino de la propia pobreza (autenticidad) y guiados por e1 Espíritu: "en Espíritu y en verdad" (In 4,23). Es allí donde se descubre que cada hermano y cada pueblo es turbinen una historia de amor.

 

La "vida eterna", que Cristo ya comienza a comunicarnos desde ahora, es la participación en la mis­ma vida de Dios. Es siempre un don totalmente gratuito de Dios, oferta y promesa del Espíritu, que quiere penetrar y transformar todo nuestro ser, cuer­po y espíritu, para hacerse don definitivo y para siempre. Este don se hace tarea y compromiso nues­tro. El creyente es admitido a participar en la vida y comunión intima de Dios amor, uno y trino. Nos invitan a participar, corno hijos, en la familia de Dios. Nos invitan a "ver" a Dios, que se hace visible en el amor de Cristo y, de algún modo, en nuestro amor a los hermanos. Nuestra experiencia de Dios es posible desde que la luz de Dios ha penetrado nuestro barro.

 

El encuentro de cada uno con Cristo es peculiar, irrepetible e irreemplazable. Por esto el camino con­creto, el modo y el tiempo de este encuentro, es también peculiar. Todos los que han encontrado a Cris­to nos ayudan y estimulan; pero nadie nos puede suplir. Es un encuentro que comienza, continua y llega a plenitud, como escucha humilde, confiada y contemplativa de quien ausculta el corazón y los amores de Cristo (In 13,23) y de quien medita en el corazón (Lc 2,19.51) como sintiéndose asociado a "la hora" de Cristo (In 2,4). Basta con dejarse mirar por esta mirada amorosa del Señor, que resume y comu­nica toda su persona y todo su mensaje. Dejarse mirar por Cristo, hasta el fondo del propio corazón,

 

equivale a sacar de las pavesas de nuestra debilidad un nuevo rostro de hijos de Dios.

 

El camino de la contemplaci6n, según san Juan, es sencillo y posible para todos. El signo y garantía de haber encontrado a Cristo y, en el, haber experi­mentado a Dios es la comuni6n fraterna por medio del mandamiento del amor. El encuentro con Dios es un examen permanente de amor, por un proceso de vaciarse de sí (purificaci6n de tinieblas), llenarse de Dios (luz y vida) y hacer de la propia vida un don para Dios y para los hermanos (unión). Es, pues, un "paso" 0 pascua permanente de nueva creaci6n a través de un proceso que es en cada momento, aun­que con diversa intensidad, un proceso de purifica­ci6n, iluminaci6n y uni6n. Hay que emprender este camino perdiendo el miedo al amor y a sus exigen­cias de totalidad.

 

Dios manifiesta su "gloria" en la debilidad de la carne del Verbo hecho hombre (In 1,14), que hace descubrir el sentido de la realidad hist6rica concreta. La "vida en el Espíritu", "espiritualidad" (Rom 8,4­9), es el camino hacia la realidad, como "camino de amor" (Ef 5,1) hacia la recuperaci6n del primer ros­tro del hombre y de la unidad del coraz6n humano, como reflejo de la unidad de Dios y, por tanto, de la unidad con Dios, con los hermanos y con el cosmos. Es una nueva vida 0 nuevo nacimiento, por Cristo y en el Espíritu, en la que los ojos y el corazón ya suenan a la novedad eterna de Dios amor. La acción del Espíritu unifica nuestra interioridad en la búsqueda de la verdadera sabiduría y realizaci6n de la persona humana.

 

Cristo protagonista hace suyo nuestro caminar, y el mismo se hace camino hacia un "s1" de unidad y encuentro definitivo con Dios. Con el vamos hacia la restauraci6n de todo el cosmos y de toda la huma­nidad en la plenitud de Dios. El "mundo" es amado

 

y atraído hacia la cruz gloriosa de Cristo, que muere amando para comunicar su Espíritu. Todo el que ha encontrado a Cristo queda responsabilizado de esta misi6n universalista y totalizante, a modo de desposorio. Por necesidad intrínseca ala contempla­ci6n, del encuentro con Cristo se pasa a la misi6n.

 

El encuentro de todos los días es inicio y pascua 0 paso hacia la vida eterna, donde "veremos a Dios tal como es" (1 In 3,2). El futuro ya comienza en el momento presente. Gracias a la victoria de Cristo muerto en cruz nuestro tiempo queda salvado, convirtiéndose en preparaci6n de unas bodas eternas 0 encuentro definitivo.

 

La escuela del Espíritu

 

La oraci6n contemplativa es diálogo y trato de amistad. Es apertura del coraz6n a la Palabra, 'como quien tiene sed y necesita el "agua viva". Se desea ardientemente profundizar en la persona de Cristo, que es la Palabra 0 Verbo encarnado, para perma­necer en .su amor por medio de un silencio activo de donación. Es una progresiva interiorizaci6n de la Palabra revelada, asimilándola y actualizándola como María, bajo la acci6n del Espíritu Santo, para convertirla en el compromiso de toda una vida gastada por Dios y por los hermanos. Entonces nos dirá Juan: "La palabra de Dios mora en vosotros" (1 In 2,13).

 

En la escuela del Espíritu se aprende esta oraci6n contemplativa, que es la oraci6n de los pobres. Bus­cando y mirando a Cristo, ya no nos espantan los signos pobres del encuentro. En esta escuela del "padre de los pobres" se han perdido todos los pri­vilegios y complejos, para quedarse solo con el Señor, tal como le gusta a él. Aprendemos a hacer de nuestro ser quebradizo una atenci6n 0 advertencia

 

amorosa y sosegada, que equivale a una mirada de pobre, que se abre incondicionalmente ante Jesús, luz, verdad y vida. Basta con manifestar nuestra sed a quien ofrece el agua viva del Espíritu (Jn 7,37-39).

 

En Cristo aprendemos a hacer de la vida una "mística", es decir, una respuesta "intima" a una llamada eterna de amor, aunque sea en oscuridad y pobreza, pero queriendo hacer de nuestra respuesta y mirada de amor una donación de totalidad y de universalismo. Eso es el "éxtasis" 0 salir de sí mis­mo: amarle del todo y hacerle amar de todos. Basta con empezar balbuceando todos los días, apoyados en la presencia y en la palabra del amado.

 

Desde nosotros y viviendo en nosotros, el Verbo sigue siendo la mirada (0 relaci6n) personal y pura al Padre en el amor del Espíritu. Con el entramos en la "intimidad" 0 "misterio" de Dios amor. Hemos entrado en la interioridad de Jesús, el orante, el Ver­bo "vuelto" al Padre, que revela los misterios 0 inti­midades de Dios amor. El camino hacia el centro, hacia el misterio del amor, dura toda la vida, como

 

un continuo retorno a Dios.

 

En su misma persona y vivencia, Jesús se hace pe­dagogo de nuestro camino contemplativo. Su identi­dad se afirma y consolida cuando subraya su unidad con el Padre (Jn 10,30); por esto su ser y su vivencia son una mirada amorosa hacia él. De modo pareci­do, la identidad del hombre se salva solo cuando se hace relación de amor y de donación a Dios y a los hermanos. Es la paradoja de la contemplaci6n cristiana. Solo afirmando la trascendencia de Dios se puede salvar la identidad y el misterio del hombre. Solo admitiendo la gratuidad del don de la contem­placi6n tiene lugar la relación personal y el dialogo amoroso con Dios. De este modo, al encontrar la unión con Dios partiendo de la propia pobreza ra­dical (contingente), atravesando el aparente "silencio­

 

 y "ausencia" de Dios, se caen por su peso los

 

ídolos pseudorreligiosos y todas las formas de· "ateísmo" camuflado: dios "idea" 0 "sistema", dios "yo", dios "comodidad" y eficacia, etc. Porque sólo Dios,  totalmente "otro", puede salvar al hombre haciéndolo entrar en el misterio de su comunión di­vina. EI hombre, en su verdadero yo, ha sido creado para edificarse como imagen de Dios amor.

 

Una oraci6n y contemplaci6n falsa conduciría a una falsa liberaci6n del hombre. Si no se parte de Dios Amor, que se comunica gratuitamente al hom­bre, se busca solo "liberar" al hombre para someter­lo a nuevos ídolos, que son la "gnosis" de todos los tiempos.. Ese "dios ídolo", que puede ser de dinero, de drogas, poder, odio, consumismo, humanismo radical, etc., no existe. Sólo sería un nuevo ídolo que intentaría dominar la comunidad al margen de los pastores, es decir, prescindiendo de Cristo cabeza y buen pastor, que dio la vida por amor. La contemplación cristiana no es producto humano de una "gnosis", antigua 0 moderna, sino que es encuentro con Cristo, don e iniciativa suya, que deja la huella de su paz; del gozo de vivir, de la unidad y serenidad del corazón, de la pobreza compartida, de la libertad plena y, por tanto, de la vida eterna.

 

La escuela del Espíritu nos ensena a decir "Padre nuestro" con una actitud filial que es prolongación de la voz y del amor de Cristo. Por esto abarca a toda la comunidad universal de hermanos y a todo el cosmos.

 

Conocer amando

 

Juan nos habla de nuestro conocimiento experi­mental y afectivo de Dos en Cristo. Se conoce a Dios cuando se le ama (l Jn 4,7). Podemos estar con

 

Cristo (In 1,39), permanecer en el (In 6,56; 15,4), que equivale a permanecer en Dios (I In 4,16). Es un conocer intuyendo y amando, vivencia honda, como Jesús conoce al Padre y a los hombres en su ser mas intima. Es experimentar la amistad can Cristo (Jn 15,14) y el amor entre el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo (Jn 15,9.10; 14,23).

 

Jesús se manifiesta a los que le aman (Jn 14,21) y les invita a una cena 0 boda de encuentro definitivo (Ap 3,20); par esto nos comunica, ya desde ahora, una paz y un gozo en el Espíritu Santo que nada ni nadie nos puede arrebatar (In 16,22.23). Es el gozo de un renacer (In 3,5) que nos hace pasar a un presente eterno como victoria de nuestra fe (1 Jn 5,4). Es la actitud de "bienaventuranzas" ola convicción de que ya siempre se puede hacer lo mejor: amar.

 

Conocemos a Jesús en su interioridad 0 en sus amores ("corazón") a partir de sus manifestaciones sensibles. La fe, que es don del Espíritu, se une al realismo' de la humanidad de Cristo. Conocemos su misterio y su amor tierno de amigo "por el Espíritu que nos ha dado" (l Jn 3,24). Por él podemos conocer al Padre (Jn 17,3; 14,9).

 

Abriendo nuestros ojos y nuestro corazón a Cristo que viene, "conocemos" amando la encarnación del Hijo, el amor del Padre, la adopción de hijos y la inhabitación de la Trinidad en nosotros. La con· templaci6n cristiana es tremendamente realista: a partir del "ver" y del estar con Cristo (In 1,38-39), ya podemos descubrir al Dios escondido y manifestado en él(Jn 1,18). A Jesús se le conoce en la medida en que se le ama. "En el evangelio de Juan res­plandecen los dones de la vida contemplativa, pero solo para quienes sean capaces de reconocerlos" (san Agustín). Los carismas básicos de la contemplación son para todos, puesto que se trata de la comunión con Dios; pero hay que aceptar gozosamente la gratuidad

 

de estas gracias y vivirlas en el contexto de la comunidad eclesial.

 

La contemplaci6n del Verbo, a través de su humanidad y en la escuela del Espíritu, nos conduce a la "fuente cristalina" del fondo de nuestro ser donde Dios refleja su semblante y hace nuestro semblantesemejante al suyo. Bebiendo del agua de su pozo, el hombre recupera paulatinamente su rostro 0 su imagen original. Es la sabiduría con­templativa de ir al fondo de las cosas descubriendo el misterio del hombre y del mundo, amados por Dios, y que son, por tanto, una historia de amor.

 

El camino contemplativo de Juan es el camino de ver, conocer, permanecer, estar, reclinar la cabeza... Es. el mirar con amor al gran signo del corazón abierto de quien murió amando a todos los hombres para comunicarles el Espíritu (In 19,30·37). Se entabla entonces una relación personal con Cristo, que propiamente es mterre1aclOn y que tuvo en él la iniciativa, para ir pasando con él hacia la visión de D.ios amor. Solo Jesús es el pan, la luz, la verdad, la vida, el camino... No nos enseña sólo una experien­cia (como los maestros espirituales 0 fundadores de otras religiones), sino que e1 mismo, con todo lo que es, se hace nuestra experiencia de Dios.

 

EI encuentro con Jesús de Nazaret, que vive en los hermanos y en el mundo, deja en el corazón las huellas de una fe profunda en su misterio, y de un amor como el suyo, a Dios y a los hermanos. Es también huella de confianza, humildad, fidelidad a sus man­datos... La actitud contemplativa es actitud mariana que recuerda el desposorio 0 alianza con Dios amor (J~ 2,5; Ex 19,4-6). Es un camino y un nuevo nacimiento, hacia el infinito de un encuentro esponsal definitivo. Por esto es camino de equilibrio entre la experiencia y los signos elegidos por Jesús (sacra­mentos, instituciones) que se traduce en una paz

 

profunda del corazón. Ya no sirve de nada el quejarse de otros y culpar a otros; basta con anunciar y construir la verdad sin complejos, haciendo de todo una vida de donación.

 

Jesús Maestro

 

Jesús mismo se ha hecho Maestro del encuentro con Dios por un camino de oración contemplativa, que ya puede comenzar una pobre samaritana, si se decide a orar 0 "adorar en espíritu y verdad" (Jn 4,23). Jesús nos invita a "orar en su nombre" (Jn 16,23), es decir, unidos a él, porque es él quien se nos hace el templo 0 el lugar del encuentrocon Dios (Jn 2,19). Uniéndonos a él, como amigos o amados y como el sarmiento en la vid, nuestra vida se hace mirada a Dios (Jn 1,1) y glorificación de Dios(Jn 17,4). Jesús se revela orando y enseña a orar con actitud de amistad, de relación personal y de autenticidad. Las páginas del evangelio en que se narra su encuentro coa---los discípulos y con los po­bres se hacen nuestra biografía y nuestro propio ca­mino de oración.

 

En Jesús aprendemos a unificar la vida, en los momentos de oración y en los de acción (misión), haciendo de todo una actitud relacional con Dios, que se traduce en dar la vida por los hermanos. A la luz de Jesús, la naturaleza, en todos sus detalles (ag.ua, aire, luz, tierra...), refleja el amor esponsal o alianza de Dios; todo se hace epifanía de Dios amor, que ama al mundo del hombre para transformarlo en gloria definitiva de Dios y en bien del mismo hombre. Jesús, el gran orante (cc. 12 y 17 de Juan), ilumina y acompaña todo e1 camino de la contemplación, ha­ciéndose élmismo nuestro camino.

 

El proceso de la oración contemplativa o de rela­ción personal con Dios va pasando de la reflexión,

 

del sentimiento o afecto y del diálogo, a una actitud sencilla de adoración, admiración y silencio de ena­morado. Es la actitud que nace de vislumbrar un misterio infinito y, al mismo tiempo, de no querer manipularlo; basta con quedarse pobremente calla­do ante el misterio de Jesús: "Así ama Dios al mun­do" (Jn 3,16), "he aquí al hombre" (In 19,5), "mira­rán al que traspasaron" (Jn 19,37)...

 

En la escuela del Espíritu Santo (Jn 16,13) apren­demos a interiorizar las palabras de Jesús, haciendo­las llegar a la raiz de nuestro modo de pensar, de valorar las cosas y de actuar. El Espiritu no anade nuevas revelaciones, sino que profundiza en el mis­terio infinito del Verbo del Padre hecho nuestro her­mano. La luz del Espiritu se comunica siempre en el contexto de la comuni6n eclesial, donde la palabra de Dios es predicada, celebrada, escuchada, vivida, anunciada a todos los hombres. Sin este contexto, el hombre se encontraría con otro ídolo fabricado por él mismo. Juan contempla al Verbo a través de su carne (humanidad). Ahora encontramos a Cristo a través de sus signos de Iglesia.

 

La palabra interiorizada por el Espíritu lleva a la unión con Dios, a la comuni6n con los hermanos y a la armonía con el cosmos. Por esto se convierte en misi6n sin fronteras. Quien ha encontrado a Cristo queda misionado para anunciarlo y comunicarlo a otros. La palabra de Dios se hace respuesta del hom­bre a Dios y vida de Dios en el hombre. Es palabra que purifica e ilumina al hombre, une con Dios, da sentido a la vida, pasa por la unificaci6n del corazón y lleva al servicio de la misión. Se contempla a Jesús, el Verbo hecho carne, para dar testimonio de él a todos los hombres de todos los tiempos. A Jesús se le encuentra en el seno del Padre, que nos lo ha dado para todos. La dinámica contemplativa es dinámica de misión eclesial, para poder ser signo transparente de Cristo: "Hemos visto su gloria".

 

Iglesia} comunidad contemplativa y misionera

 

La naturaleza de la Iglesia es de carácter contem­plativo y mariano, que es la base de su maternidad misionera: recibe al Verbo en su seno y lo comunica al mundo bajo la acci6n del Espíritu Santo. Es la virginidad del corazón que reclama, a veces, la virgi­nidad de todo el ser. El que ha contemplado a Jesús bajo la acci6n del Espíritu del Padre ya puede en­tregar al mundo la vida nueva del Espíritu. En el coraz6n de Cristo abierto en la cruz se aprende a vi­vir y morir amando para entregar el Espíritu a todos los hombres.

 

El camino de la contemplaci6n es camino de pas­cua: pasa por la muerte a la vida. La suma pobreza de quien no tiene nada más que la presencia y la palabra de Dios se hace la suma riqueza que consis­te en la capacidad de darse. Jesús vive en el coraz6n de "los suyos" y en el coraz6n de la Iglesia por el Espíritu, para darse a todos los hombres por me­dio de la misi6n de la misma Iglesia (Jn 20,21-22). La Iglesia es misionera en la medida en que viva la tensión contemplativa y escato16gica del final del Nuevo Testamento: "El Espíritu y la esposa dicen: Ven... Yen, Señor Jesús" (Ap 22,17-20).

 

En el camino de la oraci6n se comparte la "pa­si6n" de Cristo, que es de pascua hacia el Padre. Jesús libera del sufrimiento transformándolo en do­naci6n, "como el granito de trigo" (Jn 12,24). Para la victoria definitiva de toda clase de mal, también del que enraíza en nuestro cuerpo mortal, Jesús ha querido necesitar de nuestra colaboraci6n como complemento SLJYO (Col 1,24). Cristo sufre en cada hombre que sufre, e invita a "los suyos" a correr esta misma suerte, transformando el sufrimiento en amor. El dolor puede hacerse comuni6n con Cristo, para beber su misma copa de bodas (In 18,21).

 

Las circunstancias de cada día son un paso del tiempo a la eternidad. Solo es irreversible e imborrable lo que nazca del amor. Unidos a Cristo es posi­ble vivir esta mística de pascua. La cosmovisi6n cristiana consiste en ver y amar el mundo· desde Cristo crucificado y glorioso. La mística cristiana es desposorio: unirse a Cristo para correr esponsalmen­te su misma suerte.

 

La contemplaci6n que nos describe el evangelio de Juan continua en la Iglesia. Ningún libro, ni el mismo evangelio, lo puede decir todo, porque el en­cuentro de Cristo con cada hombre es un nuevo fragmento del "evangelio", aunque no sea ya pala­bra inspirada.

 

Juan de la Cruz seinspir6 en el cuarto evangelio para hablarnos de la "fuente que mana y corre", "la llama de amor viva" (el Espíritu Santo), la palabra que Dios pronuncia en el silencio y que "en silencio debe ser oída"... De esta experiencia contemplativa, al estilo del evangelio de Juan, se pasa fácilmente a la experiencia contemplativa y misionera de Pablo.

 

Muchos hombres de buena voluntad, en el seno de otras religiones, "abandonan todo para vivir en esta­do de pobreza y de pureza, en búsqueda del Absolu­to..., llegando a hacer a veces de la propia vida una donaci6n de amor a la divinidad" (Juan Pablo II, Exhortaci6n apostólica a los j6venes, 31-3-85). La característica especial de la contemplación cristiana camina por esta misma línea, pero dando el salto al infinito del mandato del amor a la luz de las bien­aventuranzas y de la encarnación del .verbo.

 

Nosotros hemos sentido la llamada a acoger la gratuidad del don de Dios amor en su Hijo (In 3,16), que nos infunde su vida divina transformando nuestro ser desde lo más hondo: "El amor de Dios se ha derramado en· nuestros corazones por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado" (Rom 5,5). Es

 

el "agua viva" que Cristo ofreci6 a todos los sedien­tos (Jn 7,37-39).

 

La liberaci6n del hombre y de toda la humanidad comienza en un coraz6n pobre, es decir, abierto a la palabra de Dios amor y libre para amar (Jn 8,32). S6lo entonces se acierta en la opci6n preferencial por los pobres.

 

A Juan le bastaba ver, palpar, sentir, oler y gustar el agua, la luz, la tierra, el aire, las cosas..., para descubrir a Dios amor. Pero, sobre todo, en cada persona intuía una historia de amor. En este "mas allá" de todos los días y de todas las cosas esta la gran realidad del misterio del hombre, que es ya misterio de Dios.

 

Hay que decidirse a perderlo todo por el Todo. Pasar la vida buscando s6lo sucedáneos en nuevos métodos y nuevas definiciones de contemplaci6n se­ria cerrarse el camino a la experiencia de Dios. Hay que decidirse a ser pobre de todo, incluso de "métodos" contemplativos (valorándolos en su justo me­dio), para quedarse con el (mico "camino" ("método") que es Jesús, cercano a nuestra pobreza, res­ponsable de ella y empeñado en hacer de nuestra vida una participaci6n de su "gloria". "Andando enamorada, me hice perdidiza y fui ganada" (san Juan de la Cruz).

 

En nuestras cenizas y pobreza radical, donde ya se encuentra Jesús de Nazaret, podemos vivir la gran aventura contemplativa de todos los días y de todas las circunstancias: "Hemos visto su gloria".

 

Caminos de contemplad6n y misi6n

 

• A partir de nuestra circunstancia concreta, donde Cristo se nos hace presente, hay que aprender a dar un salto de apertura vivencial al don de la fe y del encuentro personal con Cristo para compartir la vida con él.

 
  • El corazón nuevo de una nueva creación es el agua viva 0 vida nueva en el Espíritu, que Cristo nos comunica cuando nos decidimos a correr su mis­ma suerte de pascua (muerte y resurrecci6n), como desposorio y declaraci6n de amor.
  • Para caminar hacia Dios amor es necesario vivir la comuni6n fraterna en la comunidad eclesial, que es esposa y peregrina, hecha de signos pobres por­tadores de Jesús para toda La humanidad.
  • El camino de la contemplación es camino de po­breza. Hay que decidirse a vivir el anonimato de una vida ordinaria gastada por amor en los momentosde oraci6n, de misi6n, de convivencia y de servicio.
  • La contemplaci6n es la oración de los pobres que se han decidido a hacer de su vida una "vida es­condida con Cristo en Dios" (Col 3,3), para que todos los hombres·· encuentren a Dios amor.
  • Hay que esponjarse continuamente en Cristo "pan de vida" (palabra, eucaristía, comunidad), para reorientar el propio ser 0 el verdadero "yo", desde lo más hondo, hacia el Padre, en el Espíritu. Vivimos en Jesús "vuelto al Padre" (Jn 1,1) y que vuelve al Padre con nosotros (Jn 20,17).
 

 

• La dinámica contemplativa es una vida "en el Espíritu, por Cristo, al Padre" (Ef 2,18). El Espíritu nos transforma en "gloria" o expresión de Jesús ante el Padre (Jn 16,14). Esta experiencia de en­cuentro, seguimiento, imitaci6n, unión y configu­ración con Cristo, se transforma en actitud de misión: "Ve a mis hermanos" (In 20,27).

 

 

 

con Cristo se transforma en actitud de mi­si6n.: "Ve a mis hermanos" (Jn  20,17).

 

•           De 1a unidad de vida en e1 coraz6n, como expre­si6n de la uni6n con Dios y con los hermanos, se pasa al compromiso de construir la humanidad y el universo en e1 amor. Es un proceso de encuen­tro con Cristo, que se concreta en respuesta a su Hamada, reconocimiento de nuestra realidad, escucha de su Palabra, amistad incondicional, des­pego de todo lo que no sea él, beber su misma copa de bodas, sufrir amando, hacer de la vida una donación... En este proceso Jesús deja oír su voz, aunque sea en 1a tempestad 0 en el sepulcro vacío. Entonces se vive la misi6n gritando a los cuatro vientos: "Hemos visto su gloria", "hemos conocido e1 amor", "os anunciamos lo que he­mos visto y oído: la palabra de la vida".

 

 

 

 

 
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