Lunes, 11 Abril 2022 09:23

LINEAS CONCLUSIVAS: La fuerza de la debilidad

Escrito por
Valora este artículo
(0 votos)

          LINEAS CONCLUSIVAS: La fuerza de la debilidad

 

     La cruz no se entenderá nunca, si no es a partir del amor que Dios ha "escondido" en toda la creación y toda la historia humana. La vida es hermosa, porque todo es "sorpresa" de Dios Amor. La pedagogía de Dios se aprende hasta en las flores: todas ellas se marchitan, pero no se marchita el amor que Dios puso en ellas para cada ser humano. Porque "el hombre es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo" (GS 24).

     El dolor se produce cuando los dones de Dios se desvanecen: la vida, la salud, los seres queridos, las cosas... Es que Dios se nos quiere dar a sí mismo, pero en plenitud y en un "más allá" de visión y de encuentro definitivo. Ese enigma de amor tiene una clave: la cruz, es decir, Cristo crucificado. Porque así nos lo ha "dado" Dios como señal máxima de su amor (cfr. Jn 3,16). Ese modo de amar de Dios nos produce dolor y no nos gusta ni lo entendemos. Se podría decir que es nuestro "sufrir" a Dios.

     Al "más allá" se llega por el "corazón" de Dios. Nos lo ha dejado a "pedacitos" escondidos en cada persona, en cada cosa y cada acontecimiento. Para entrar en él, el madero de la cruz nos parece alto, porque el amor de Dios es infinito. Y también nos parece tosco y con nudos dolorosos, porque necesitamos apoyar nuestros pies en la realidad y no en espejismos.

     El sufrimiento, cuando no se transforma en amor, produce rupturas entre los hermanos. Sólo la cruz de Cristo, compartida por nosotros y transformada en donación, puede realizar esa la unidad de los cristianos y de toda la humanidad: "Jesús moriría para conseguir la unión de todos los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52); "cuando yo seré elevado sobre la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32).

     Sólo la "cruz" abre a la humanidad el camino hacia "un cielo nuevo y una tierra nueva" (Apoc 21,1). Sin esa puerta, el camino termina ante un muro infranqueable. Pero la cruz tiene un nombre concreto, que suena a amor esponsal: Jesús de Nazaret, "el crucificado" (Mt 28,5). Por haber asumido nuestra vida como propia, su cruz es la nuestra y nuestra cruz es la suya. Nuestra cruz estaba ya en la suya y en este sentido le "completamos" (cfr. Col 1,24). Haciendo de todo una donación, a imitación de Jesús, el dolor deja entrever su secreto. Encontraremos siempre a Jesús como "Cireneo" de nuestra cruz, en la medida en que nosotros seamos "Cireneos" de los hermanos evitándoles el sufrimiento y acompañándoles en su dolor. No sería posible encontrar el sentido de nuestra cruz, sin comprender y compartir la cruz de los hermanos.

     Caminando a nuestro lado, Jesús no nos da una explicación teórica, sino una seguridad de fe, esperanza y amor. Nos basta él. Sólo en la experiencia de la cruz, sin escapar de la realidad concreta, lograremos descubrirle presente mostrándonos sus llagas todavía abiertas en su cuerpo resucitado: "soy yo" (Lc 24,39). Cuando uno se siente amado y capacitado para amar, la cruz empieza a ser resurrección.

     Es verdad que muchas veces la vida parece "silencio" y "ausencia" de Dios. Buscar una explicación teórica es perderse en cábalas que no satisfacen a nadie. En ese "silencio", Dios hace resonar su "Palabra", su "Verbo". Y en esa "ausencia", se deja entrever como "Dios con nosotros" (Emmanuel). Jesús crucificado es esa Palabra y esa Presencia. Sólo él es el libro para "ver" a Dios Amor donde parece que no está. Porque cuando Jesús vivió su vida mortal, no quiso ningún privilegio histórico, sino que afrontó nuestras mismas dificultades hasta el "abandono" de la cruz. Y fue en la cruz donde su voz llegó a ser un "grito" salvífico para toda la humanidad, como "gemido" filial que nos abre a todos la posibilidad de ser hijos de Dios: "Padre, en tus manos"... (Lc 24,46).

     Jesús vivió así, cargando la cruz de "cada día" (Lc 9,23), haciendo de su vida una donación total para salvar a todos, sabiéndose y sintiéndose unido a cada persona como esposo y protagonista (cfr. GS 22). Ahora, en nuestro tiempo de peregrinos, nos acompaña haciendo de nuestra vida un complemento de la suya. Todo es trascendental, como el pan (el trabajo) y el vino (la convivencia), que se convierte en su cuerpo entregado y su sangre derramada, hasta que un día toda la humanidad y toda la creación quedará "recapitulada" en él (Ef 1,10), en un "amén" que será un beso eterno de amor entre Dios y nosotros (Apoc 22,20-21).

     La expresión del amor entre el Padre y el Hijo, que es el Espíritu Santo, empieza a manifestarse en nuestro corazón como "río de agua viva" (Jn 7,38), y como "un manantial del que surge la vida eterna" (Jn 4,14). Para entrar en ese amor eterno, hay que compartir la cruz de Cristo, "crucificarse" con él (Gal 2,19), asociarse a su "sí" al Padre desde el seno de María (Heb 10,5-7). Jesús quiso que el "fiat" (sí) de su Madre (Lc 1,38) fuera también el nuestro; pero hay que aprender a "estar de pie junto a la cruz de Jesús" con María y como ella (Jn 19,25). La fecundidad en la vida cristiana y, de modo especial, en la vida espiritual y apostólica, es una maternidad que se expresa en una amor de donación: sufrir amando (Jn 16,21-23; Gal 2,19). El amor de Dios y el nuestro es así... María de Nazaret, la Virgen dolorosa, es la "memoria" de la Iglesia, que debe correr la misma suerte o espada de Cristo (Lc 2,35).

     Ante una sociedad que pide signos, ya no sirven las cruces de "adorno". Se necesitan testigos creíbles, en cuyas vidas aparezca Jesús crucificado por amor. A la sociedad humana dividida por el egoísmo, sólo la cruz de Cristo la puede reorientar hacia el amor de compartir la vida con los hermanos. Conocer a Dios Amor equivale a conocer su amor que se ha manifestado en la cruz. Esa es la "sabiduría de Dios" (Rom 11,33), la fuerza de la debilidad.

     Juan Pablo II, al terminar el documento sobre el sufrimiento ("Salvifici doloris"), invita a descubrir y aprovechar la fuerza de la cruz que se esconde en todo sufrimiento: "Con María, Madre de Cristo, que estaba junto a la cruz, nos detenemos ante todas las cruces del hombre de hoy. Invoquemos a todos los santos que a los largo de los siglos fueron especialmente partícipes de los sufrimientos de Cristo. Pidámosles que nos sotengan. Y os pedimos a todos los que sufrís, que nos ayudéis. Precisamente a vosotros, que sois débiles, pedimos que seáis una fuente de fuerza para la Iglesia y para la humanidad. En la terrible batalla entre las fuerzas del bien y del mal, que nos presenta el mundo contemporáneo, venza vuestro sufrimiento en unión con la cruz de Cristo" (SD 31).

     Hay que aprender a "mirar" con amor para comprender la cruz de Cristo, que es también la nuestra. Las llagas, que han quedado impresas en su cuerpo glorioso, nos indican un camino: sus pies buscaron a la oveja perdida, esperaron a la mujer samaritana y a la Magdalena, acompañaron a sus discípulos por caminos polvorientos; sus manos bendijeron, sanaron, acariciaron; su "corazón manso y humilde" (Mt 11,29) latió amorosamente por todos y cada uno de nosotros... Esos pies y esas manos han quedado marcados para siempre con un sello de amor. Y ese corazón, del que "brotó sangre y agua" (Jn 19,34), ha quedado abierto para invitar a todos a entrar en él, indicando que dio la vida en sacrificio ("sangre") para comunicarnos la vida nueva y eterna del Espíritu ("agua").

     El "discípulo amado", habiendo seguido el camino de la cruz, puede anunciar a todos lo que "ha visto con sus ojos y tocado con sus manos, el Verbo de la vida" (1Jn 1,1ss). Supo "ver" a Cristo resucitado en el sepulcro vacío porque supo amar. Por esto puede invitar a todos a realizar la misma experiencia, contemplando y compartiendo la misma cruz de Cristo: "MIRARAN AL QUE TRASPASARON" (Jn 19,37).

     El legado cristiano, que pasa de mano en mano y que es fuente de esperanza al comenzar un tercer milenio, es el legado de la cruz: sufrir amando, transformar el sufrimiento en donación. Es entonces cuando "la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad" (2Cor 12,9).

Visto 274 veces

Deja un comentario

Asegúrate de llenar la información requerida marcada con (*). No está permitido el Código HTML. Tu dirección de correo NO será publicada.