Lunes, 11 Abril 2022 09:23

X. EL GOZO PASCUAL Y FECUNDO DE LOS SANTOS

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      X. EL GOZO PASCUAL Y FECUNDO DE LOS SANTOS

 

      1. Sepulcro vacío, noche oscura

      2. Fecundidad espiritual y apostólica

      3. Gozo pascual

 

 

 

1. Sepulcro vacío, noche oscura

      Cuando decimos la palabra "santos", nosotros los cristianos la tomamos en un sentido muy realista. Nos referimos a las personas que, en medio de dificultades como las nuestras, se decidieron a abrirse al amor. En este campo, hay que reconocer que es Dios quien "nos amó primero" (1Jn 4,10) y, por tanto, quien nos capacita para responder libremente a su amor.

      Dios ama así: se acerca, se manifiesta, se da tal como es. Si nos da sus dones, es para dársenos él. Si nos da a su Hijo, es para comunicarnos todo lo que él es. Pero este modo divino de acercarse, de manifestarse y de darse, a nosotros nos parece noche oscura y sepulcro vacío. "Sólo Jesucristo, Palabra definitiva del Padre, puede revelar a los hombres el misterio del dolor e iluminar con los destellos de su cruz gloriosa las más tenebrosas noches del cristiano... La cruz es necesaria en nuestra vida, pero como camino que conduce a la victoria del amor" (Juan Pablo II, "Maestros en la fe").

      Los "santos" pasaron por la experiencia de esa ausencia y silencio de Dios. Aceptaron el reto del sufrimiento y de la cruz, para trascenderlo todo por una actitud de fe, esperanza y caridad. Por esto, el discípulo amado, cuando entró en el sepulcro vacío, "vio y creyó" (Jn 20,8). En medio de la bruma del lago de Genesaret, descubrió también la presencia de la persona amada: "es el Señor" (Jn 21,7). Cristo se manifiesta a los que le aman, ayudándoles a transformar el sufrimiento y la oscuridad en donación (cfr. Jn 14,21).  "Haced cuenta que eso, dificultades y trabajo, es vuestra cruz, la cual habéis de llevar para seguir a Cristo Señor nuestro... El verdadero amor a Jesucristo hace dulces todas las mortificaciones, como hace dulce el apurar lo más amargo... no temáis, él os dará la gracia, y así todo lo podréis" (Bto. Francisco Coll).

      La "noche oscura" tiene, pues, origen en el modo peculiar con que nos ama Dios. Se nos quiere dar él, más allá de sus dones. Y espera de nosotros una donación del propio ser, más allá de nuestros conceptos, preferencias y sensibilidad. Es en medio de esta noche donde se comienza a vislumbrar una nueva luz: "En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía, sino la que en mi corazón ardía" (San Juan de la Cruz). "Como tu amor me guarda siempre, atravieso contigo por las tinieblas y la noche" (José Kentenich).

      El amor de donación es la clave para descifrar la cruz. Se comienza a comprender la cruz viviendo en sintonía con Cristo. "El amor que no crucifica no es amor... En el mundo de las almas, el amor es dolor, y el dolor es amor... ¿Qué es ser hostia? Es ser Cruz viva, y la Cruz es la esencia del dolor y del amor" (Concepción Cabrera). "Mi Jesús crucificado, todo mi vivir eres tú" (Félix de Jesús Rougier).

      Uno que no está enamorado no entiende de amor esponsal. La naturaleza siente la debilidad y el miedo; pero el amor quiere compartir la suerte de Cristo: "¡Oh Cruz! ¡Hazme lugar! Toma mi cuerpo y deja el de mi Señor"... (San Juan de Avila).

      La cruz se hace camino hacia las bodas con Cristo: "vayamos y muramos con él" (Jn 11,16). Es una "muerte mística" de convertir la vida en oblación: "matando, muerte en vida la has trocado" (San Juan de la Cruz). Es la lógica del amor: "si quieres llegar a poseer a Cristo, no le busques sin la cruz... el que no busca la cruz de Cristo, no busca la gloria de Cristo" (idem). Quienes han sido tocados por la cruz de Cristo, "ya no viven para sí mismos, sino para aquél que murió por ellos" (cfr. 2Cor 5,15).

      Para San Pablo de la Cruz, esa "muerte mística" no es más que la unión con Cristo crucificado, para "ser un alma crucificada" ofreciéndose a él del todo sin buscar nada para sí mismo: "Espero la luz después de las tinieblas... Mi corazón no será ya mío... mío sólo será Dios. ¡He aquí mi amor!..  Moriré pobre en la cruz con Vos" (San Pablo de la Cruz). El sacerdocio de la vida cristiana consiste en hacerse víctima (donación perfecta) con Cristo Víctima: "Como verdaderos cristianos, nosotros somos sacerdotes, y como tales debemos ofrecernos nosotros mismos por víctimas para gloria de Dios" (San Antonio María Claret).

      Algunos han querido ver en esta terminología espiritual cristiana una serie de complejos psicológicos y traumas, que tenderían incluso hacia el morbosismo. Pero esas personas santas querían sencillamente afrontar la realidad de cada día con amor. La vida es, muchas veces, oscuridad. Hay momento ilógicos en los que la vida parece absurda y sin sentido.

      Los santos, precisamente por compartir su existencia con Cristo, supieron ver en esta realidad oscura y dolorosa, una historia de amor. La cruz es la clave de interpretación: siempre se puede hacer de la vida una donación. "Sólo Dios nos puede sostener en nuestras tribulaciones" (Santa María de San Ignacio Thévenet). En esos momentos de dolor, se descubre una cercanía especial de Dios Amor. "Qué bueno es el Buen Dios" (idem). Entonces se ama la cruz con pasión: "amo vuestra cruz con pasión en lo que tiene de más penoso" (Bta. Dina Bélanger).

      En Cristo crucificado se aprende a hacer de las propias dificultades un modo de "completar los sufrimientos" del Señor (cfr. Col 1,24). "De la Cruz redentora del Divino Salvador, a la Cruz sangrienta y dolorosa del alma que se ofrece como víctima a su Dios, para acompañarle en su pasión" (María Inés-Teresa Arias). La propia vida se hace continuación del sacrificio eucarístico: "ofrécele su corazón a Jesús para que le sirva de altar y venga a inmolarse en él" (idem).

      Es siempre "la cruz del amor", que se nos convierte en "unión con la Sabiduría eterna". Esta sabiduría cristiana es "la locura del amor que nos separa de la sabiduría de la tierra" (María de la Pasión). Identificándose con el anonadamiento de Cristo en la cruz, el amor de Dios se complace en nuestro anonadamiento que prolonga el de Cristo Redentor. Sólo a la luz de esa vivencia del amor, se pueden entender las expresiones radicales de las personas que no quieren caminar a medias tintas: "destrúyeme, Señor, y sobre mis ruinas levanta un monumento a tu gloria" (M. Laura Montoya). "Cuando quieras y como quieras, Señor y Dios mío. Sólo quiero ser la ceniza del holocausto, que por tu gloria he ofrecido a Ti y por Ti a tu Iglesia santa" (Bta. Nazaria Ignacia March).

      El deseo de estar con Cristo y de vivir de su presencia, ayuda a superar las dificultades. "Tenían a Jesús Sacramentado, que les endulzaba todas las penas de esta vida" (decían de M. Bonifacia Rodríguez y de su comunidad). Para encontrar a Cristo presente en nuestras vidas, hay que compartir su misma cruz. El misterio pascual no puede prescindir ni del dolor de la cruz ni del gozo de la resurrección. La "copa" de bodas de que habla Jesús en Getsemaní (Jn 18,11), es la misma que él quiere compartir con los suyos (cfr. Mc 10,38; Lc 22,20). "No puedo separarme del pie de la Cruz; en el Calvario he hecho mi habitación; aquí descanso, aquí trabajo, aquí gimo y lloro" (M. Esperanza de Jesús González).

      El camino para "recapitular (restaurar) todas las cosas en Cristo" (Ef 1,10) es camino de Pascua, es decir, de cruz y resurrección. "Hay que purificar por la cruz y la resurrección de Cristo y encauzar por caminos de perfección, todas las actividades humanas" (GS 37).

      En estos momentos difíciles de Calvario, se experimenta la cercanía de la Santísima Virgen, como modelo e intercesora: "Quiero imitaros, Madre mía, en la humildad y en la constancia con que permanecisteis al pie de la cruz, y en el celo por la salvación de los hombres" (Santa Vicenta María López Vicuña). Con María y con su ayuda se aprende a pasar la "noche de la fe" como desposorio con Cristo, compartiendo su misma "suerte", sufriendo la misma "espada" (Lc 2,35). Esa "noche" se convierte en un"velo a través del cual hay que acercarse al Invisible y vivir en intimidad con el misterio" (RMa 17).

      La cercanía a los pobres, como actitud de misericordia, se aprende en esos momentos difíciles de cruz, vividos con María la Madre de misericordia, la consoladora de los afligidos. "Para los espíritus grandes, la contrariedad es aliciente que intensifica la vida sobrenatural" (Santa María Rosa Molas). Esas personas que han experimentado la cruz con actitud de amor, son portadoras de consolación, se hacen constructoras de la unidad y colaboran con Cristo crucificado a "reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52).

 

2. Fecundidad espiritual y apostólica

      La lógica evangélica pasa por la cruz. La fecundidad espiritual y apostólica sigue la misma lógica del "grano de trigo" (Jn 12,24) y de los "dolores de parto" (Gal 4,19; Jn 16,21-22). No se busca directamente el dolor, sino el compartir la misma vida de Cristo crucificado. "El gozo de la maternidad espiritual, que es gozo del Espíritu Santo, brota en el corazón solamente cuando se ha sabido transformar el sufrimiento en donación y servicio. Esta es nuestra teología de la cruz" (Juan Pablo II, Medellín, 5.7.86). "Yo soy feliz en la cruz que, llevada por amor de Dios, engendra el triunfo y la vida eterna" (Daniel Comboni).

      El precio de las almas es la sangre del Redentor (1Pe 1,19). El camino de perfección y el proceso de acción apostólica se resumen en la caridad del Buen Pastor. El amor es siempre donación. "Ese amor amasado con el dolor, es el amor salvador... La Cruz es el pulso del amor; y para saber sufrir, saber amar... La Cruz fecunda cuanto toca" (Concepción Cabrera).

      El amor a los hermanos que están llamados a formar la comunidad del Señor, es el mismo amor a Cristo presente en cada corazón humano y, de modo especial, en la Iglesia. Este amor, si es auténtico, es siempre crucificado. Como "Cristo amó a la Iglesia y se entregó en sacrificio por ella" (Ef 5,25), así quien ama a Cristo da la vida por su Iglesia. "Vive y viviré por la Iglesia, vivo y moriré por ella" (Bto. Francisco Palau).

      Si no se profundiza el amor esponsal de Cristo, no se comprende el camino de perfección ni se afrontan con fe y esperanza las dificultades de la convivencia y del apostolado. Toda la Escritura, precisamente por ser "Testamento" o "Alianza", tiene este sentido esponsal. La comunidad (la "esposa") está llamada a compartir la suerte de Cristo Esposo, a "lavar su túnica en la sangre del Cordero" (Apoc 7,14).

      La cruz se asume como desposorio con Cristo. "¡Oh cruz gloriosa del Señor crucificado! Lecho de amor donde nos desposó el Señor... el amor de Dios brilla en tus brazos abiertos" (San Hipólito de Roma, Homilía de Pascua).

      Al vislumbrar la fecundidad de la cruz de Cristo, los santos ardían en deseos de compartirla. Su ansia más profunda era la de "amar y hacer amar al Amor" (Santa Teresa de Lisieux). "Resolví permanecer siempre en espíritu al pie de la cruz para recibir el rocío divino de la salvación y esparcirlo después en las almas" (idem). En la cruz se aprende la sed de almas al estilo de San Juan Bosco: "dame almas y quítame lo demás". "Siempre que el alma es triturada por penas grandes... viene instantáneamente un derroche de gracias celestiales sobre todas las obras que tenemos entre manos" (Dolores Rodríguez Sopeña).

      Esto no se entiende, si no se vive en sintonía con la sed de Cristo en la cruz (Jn 19,28): "¡Tengo sed! No alcanzo a decir cuán grande es mi sed de dolor, de almas y de amor. Dolor, almas amor, son tres pasiones que crecen en cada instante que pasa, son tres torturas, es mi triple martirio... Lo que necesito es la cruz de mi Jesús, la que tuvo desde el primer momento de su Encarnación hasta el postrer suspiro en el Calvario, para saciar la sed que me devora" (Bta. Dina Bélanger).

      Toda virtud enraíza en la caridad, que es donación sacrificial. Por esto, "no existe ejemplo de virtud al margen de la cruz" (Santo Tomás de Aquino). Propiamente no se busca la cruz material, sino a Cristo que fue crucificado por amor. Las obras de Dios están marcadas por la cruz como garantía de compartir su misma donación. Todo el bien que esas obras siguen haciendo en la Iglesia y en el mundo, provienen del amor escondido y crucificado. El lema de los fundadores podría ser el de M. María Bernarda Heimgartner: "In Cruce salus" (la salvación se encuentra en la cruz).

      El ser humano se realiza en la verdad buscada y vivida por amor. En la medida en que nos realicemos en esta búsqueda y vivencia de la verdad y del amor, se produce una sensación de serenidad y gozo y, al mismo tiempo, un desgarro doloroso de todo lo que no suene a donación. "La cruz nos eleva hacia la verdad y la caridad porque nos separa de la tierra... la cruz ha tomado a Jesús más que a nadie porque él era el amor, encarnado por amor, para hacernos renacer al amor. Jesús pertenece a la cruz" (María de la Pasión).

      El progreso de la vida espiritual está jalonado de momentos especiales de donación. La vida ordinaria de Nazaret muestra su autenticidad cuando llegan esos momentos, en que se nos pide un desprendimiento decisivo de todo para orientarnos más hacia el amor. "Cada día debe señalar un proceso real en el camino de perfección y, de hecho, lo señalará si llevamos día a día nuestra cruz y la besamos como si Jesús nos ofreciera una joya... Debemos especializarnos en el amor a la cruz" (M. Catalina Zecchini).

      La cruz es, pues, "el poder de Dios" (1Cor 1,18). Apoyarse en los poderes humano, equivaldría a "desvirtuar la cruz" (1Cor 1,17). Para ganar en este campo del amor, hay que saber perder (cfr. Fil 3,8). Fijarse demasiado en la pérdida y en el dolor, es correr el riesgo de olvidar el mensaje pascual de la cruz, como olvido de sí mismo en las manos del Padre: "No vuelvas a detenerte en tus cruces... traspásalas, es decir, pasa por entre ellas con tu mirada sólo fija en mi mirada" (Concepción Cabrera).

      Para llegar a la "donación radical de sí mismo", como expresión del seguimiento evangélico, que es propio de toda vida sacerdotal y consagrada, "es necesario inculcar el sentido de la cruz, que es el centro del misterio pascual. Gracias a esta identificación con Cristo crucificado, como Siervo, el mundo puede volver a encontrar el valor de la austeridad, del dolor y también del martirio" (PDV 48). Sólo así se explica el dolor y gozo del misterio pascual de Cristo, participado por su seguidores. "Estoy tan acostumbrado a sufrir, que más bien siento consuelo... Mi conciencia está tranquila, bendito sea Dios" (José Antonio Plancarte y Labastida). Sólo quien vive la caridad del Buen Pastor entiende este lenguaje de la cruz.

      Con expresión de alma candorosa, Santa Rosa de Lima lo decía así: "Fuera de la cruz, no hay camino por donde subirse al cielo". El "cielo" es donde Dios Amor se deja ver y se comunica del todo y para siempre. Al cielo sólo se llega transformando nuestra realidad en donación. Pero esto es sólo posible con la presencia y ayuda de Cristo. "Al cielo no van los que viven en regalos, sino los que suben al Calvario llevando de buena gana la cruz... En el camino de la cruz, quien lo lleva todo es Jesús" (Santa Joaquina Vedruna). "Sin cruz no hemos de estar... Los que no sufren mucho no valen para grandes cosas... Arrástrame, Señor, para que contigo pueda correr por los caminos de la santificación y sin parar, aunque sea hasta el monte de la mirra y del sacrificio" (Bto. Manuel Domingo y Sol).

      En la isla de Futuna (Oceanía) hoy existe una comunidad cristiana floreciente. Allí murió mártir San Pedro Chanel, después de cuatro años de evangelización aparentemente infructuosa. En el campo apostólico, como en el de la perfección, se cumple el dicho profético de San Juan de la Cruz: "A donde no hay amor, pon amor y sacarás amor".

 

3. Gozo pascual

      El principal sufrimiento de Cristo durante su pasión  y muerte tuvo origen en su amor. Este amor al Padre en el Espíritu Santo, concretado en el amor a los hermanos hasta dar la vida por ellos, fue la fuente principal de su dolor. Su gran pena era la de ver que el Padre no era amado y que los hermanos estaban lejos del amor. Sólo entrando en este amor doloroso de Jesús, se comienza a vislumbrar que la cruz es la "copa" de bodas preparada por el Padre (Jn 18,11; Lc 22,20; Mc 10,38). Entonces se llega a la conclusión de que beber esta copa vale la pena. Compartir la suerte de Cristo Esposo en la cruz, equivale a un anticipo de su gozo pascual.

      Sólo el amor es capaz de convertir la cruz en gozo profundo. Y ese amor viene de Dios. Por la cruz, todo apóstol está llamado a dar "testimonio de una vida que manifiesta el espíritu de sacrificio y el verdadero gozo pascual" (PO 11). Ese era el gozo y la gloria de Pablo: "Cuanto a mí, jamás me gloriaré a no ser en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo" (Gal 6,14).

      El gozo brota espontáneamente cuando uno vive su identidad de sentirse amado y de poder amar. En la cruz de Cristo, todo ser humano encuentra el sentido de su existencia: "¡Oh cruz gloriosa del Señor resucitado, árbol de mi salvación! De él me nutro, de él me alegro, en sus raíces crezco, en sus ramas me extiendo" (San Hipólito de Roma, Homilía de Pascua).

      La vida es hermosa cuando se afronta a la sombra de la cruz del Buen Pastor. Ahí se aprende que siempre se puede hacer lo mejor, incluso en los momentos que parecen absurdos. "Yo estoy contenta con todo. Una ciencia de la cruz sólo puede lograrse cuando uno llega a experimentar del todo la cruz" (Bta. Edith Stein).

      Como Jesús en Getsemaní, también nosotros experimentamos la debilidad y la oscuridad ante el dolor. La naturaleza sigue siendo quebradiza. Pero el Espíritu del Señor, infundido en nuestros corazones, nos ayuda a vivir en sintonía con los amores de Cristo: "Divino enamorado... enamórame de tu Cruz, pero que la confianza en ti crezca también, hasta el infinito... Descansando en ti, podremos sufrir con amor, con alegría" (M. María Inés Teresa Arias).

      Es el amor de Cristo crucificado el que arrastra los corazones y los hace vibrar en sintonía con él. Esta unión con Cristo (no el dolor por sí mismo) es fuente de gozo. "Veo tu Cruz, Jesús mío, y gozo de tu gracia, porque el premio de tu Calvario ha sido para nosotros el Espíritu Santo... La Cruz simboliza la vida del apóstol de Cristo... Tener la Cruz, es tener la alegría; ¡es tenerte a Ti, Señor!... Cuando se quiere la Cruz, entonces, sólo entonces la lleva El" (Bto. José Mª Escrivá).

      Este gozo de compartir la cruz de Cristo hace superar todas las dificultades en el camino hacia la unión perfecta con él. Lo importante es no dudar del amor de Cristo ni bajar el tono de la decisión de amarle de todo. "Hay que adherirse a la cruz para llegar a la unión con Cristo" (Santa Teresa de los Andes).

      En los santos se puede observar una convicción profunda que nace de su humildad y de su amor: la necesidad de la gracia para llevar la cruz con alegría. M. Paula Montal repetía ante las dificultades: "estos son regalitos de mi Amado Esposo". Pero esta convicción era fruto de oración humilde y confiada en Jesús: "En el Sagrario te dejo mi corazón; que te ame siempre sin cesar... y cuando yo vuelva mañana a por él, que me lo entregues hecho un ascua de amor... y que este amor sea sólo para Ti y para tu Madre y mi Madre la Virgen Santísima... Cuando mi corazón esté dispuesto de esta suerte, entonces envíame cruces y penas, que todo lo sufriré con alegría" (Bta. Paula Montal).

      La victoria de la cruz aparece en la serenidad de esas almas fieles, que supieron emprender las obras de apostolado perdiéndose a sí mimas en el amor de Cristo. En el epitafio de M. María Bernarda Heimgartner se lee: "Crucem elegit, Crucem portavit, in Cruce vicit" (eligió la cruz, llevó la cruz, venció en la cruz). "El establo y la cruz fueron como cátedra desde donde este divino Maestro nos instruyó en la ciencia de la humildad" (María Pouseppin).

      La alegría de los enamorados nace de una presencia buscada como donación. "¡Qué feliz soy de hacer mi tabernáculo en el monte santo de tu sacrificio! Mis alhajas son tu cruz" (Bta. Dina Bélanger). El amor a Cristo Esposo crucificado es como la maternidad de María, que no tiene fronteras: "¡Oh Virgen Inmaculada, Madre mía!... Concédeme almas, amor y dolor... Quiero la Cruz de Jesús. Sólo la palabra Cruz me hace saltar de alegría. Quisiera recorrer todo el mundo y coger todas las cruces que Dios ha sembrado... y abrazarme con ellas agradecida, y saboreadas y ofrecérselas en homenaje de amor a Cristo crucificado" (idem).

      Estas personas, que afrontaron con alegría y esperanza las dificultades, son el libro viviente en que se sigue escribiendo la historia de la cruz, es decir, la historia de Cristo crucificado y resucitado prolongado en el tiempo. Es siempre la persona de Cristo que contagia de sus amores a quienes se dejan conquistar por él. "El crucificado es mi vida, mi luz, mi fuerza, mi tesoro. La cruz es un libro sagrado y bendito. Me parece que conozco un poco su ciencia; ojalá se siga la práctica" (María de la Pasión).

      El dinamismo de la gracia bautismal es un camino de Pascua, que pasa por la cruz para llegar a la resurrección: "Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos sido injertados en Cristol por una muerte semejante a la suya, también compartiremos su resurrección" (Rom 6,4-5).

                                     * * *

                                RECAPITULACION

 

- El misterio de la cruz sólo se puede vivir a partir de una relación personal con Cristo. Así lo han hecho los santos. La cruz no es algo, sin "alguien": Cristo resucitado presente, que nos muestra sus llagas y nos invita a compartir su misma vida y misión (cfr. Lc 24,39-49). "El crucifijo explica todo; una mirada al crucifijo pone todo en orden... Es un libro, un amigo, un arma" (Bto. José Allamano). "Sólo respiro y deseo vivamente vivir crucificada con Cristo crucificado... Quisiera yo dar voces a todo el mundo y animar a padecer algo, por quien tanto padeció por nosotros" (M. María Antonia París). "Pongo en la llaga de vuestro Corazón, mis penas, trabajos y dificultades" (Santa Rafaela María del Sagrado Corazón).

 

- El amor de Cristo crucificado se hace signo visible en los creyentes que comparten la cruz del Señor. Esos enamorados, como el discípulo amado, saben descubrir las huellas del resucitado en la propia vida y en la de los demás (cfr. Jn 20,8; 21,7). Un "movimiento" del corazón es suficiente para descubrir, en el sepulcro vacío, que Cristo ha resucitado. "Estos trabajos... son grandes refrigerios y materia para muchas y grandes consolaciones. Creo que los que gustan de la cruz de Cristo nuestro Señor, descansan viniendo en estos trabajos, y mueren cuando de ellos huyen o se hallan fuera de ellos" (San Francisco Javier).

 

- La cruz tiene una lógica evangélica más allá de nuestros cálculos. Por el "anonadamiento" y "humillación", Cristo llega a la "exaltación" (Fil 2,5-11). Su victoria de resucitado tiene un precio: la cruz. "La cruz es el libro donde leemos el amor de Dios hacia nosotros... El crucifijo nos invita a darnos generosamente en la inmolación de cada día" (Savina Petrilli). "El crucifijo es nuestro libro de todos los momentos" (M. Ursula Benincasa).

 

      El amor a Cristo se convierte en imitación de su estilo de vida, para poder encontrar al mismo Cristo en todos hermanos que sufren, en los pobres y enfermos: "Sufra esas pequeñas tribulaciones como venidas de la mano de Dios... Así imitaremos en algo a nuestro buen Jesús... Hay que hacer algún sacrificio por tan divino Señor" (Santa Soledad Torres Acosta).

 

- Los santos no amaron el fracaso en sí mismo, sino que desearon compartir la eficacia de la cruz. En la vida espiritual y en la acción apostólica, prefirieron esa eficacia de la debilidad humana y de la pobreza evangélica afrontada con amor. Por esto supieron vivir en sintonía con los que sufren, los pobres y los marginados. La cruz les capacitó para hacerse "todo para todos" (1Cor 9,22). "Tenía tal afán de hacer sacrificios grandes por Dios, que deseaba ser mártir por su amor, y esta ansia hacía que me parecieran las penas suaves y ligeras por más penosas que las hallara en un principio" (Santa María Micaela del Santísimo Sacramento).

 

- Nadie ha vivido más feliz en esta tierra que quienes han compartido la cruz de Cristo. Compartir el "dolor con Cristo doloroso" es el camino para "gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor" (San Ignacio de Loyola). La serenidad de una persona que aparece realizada, es fruto de una caridad crucificada. Es la serenidad del gozo pascual que es don del Espíritu Santo para transformar el sufrimiento en amor. "La alegría supera todas mis tribulaciones"(2Cor 7,4).

 

- Con esta visión de fe pascual, la vida se hace servicio. Ya no importan tanto los cargos "honrosos" y de "importancia".  Entonces se aprende a escuchar la voz de Cristo en toda circunstancia: "Si todos forman una sola cruz, si son astillas de esa cruz, ¿qué más les da estar arriba o abajo, si todos son mi cruz?" (Concepción Cabrera).

 

- La cruz es la clave para comenzar a entender el amor de Cristo desde el día de la Encarnación. El ha asumido nuestra vida tal como es, como consorte y "esposo"; su amor llega a hacer que nuestra cruz sea la suya: "Jesucristo no ha venido a suprimir el sufrimiento. Tampoco ha venido a aclararlo. Ha venido a acompañarlo con su presencia" (Paul Claudel). Los santos lo han explicado como desposorio con Cristo: "El Señor quiere trataros como esposas suyas, puesto que os hace partícipes de su cruz" (Santa Magdalena de Canosa).

 

- La santidad cristiana es posible sólo a partir de la propia realidad presentada ante Cristo crucificado: "la miseria de rodillas... ante la misericordia omnipotente del corazón de Dios" (Manuel González). La cruz es el inicio, el camino y el término de la santidad: "Vivir crucificada con Jesús... Al ver a mi Señor crucificado, deseaba con todas las veras de mi corazón imitarle... aquella cruz era el término de la santidad, de la cumbre de la más elevada perfección, donde han llegado todos los santos" (Bta. Angela de la Cruz). "No cabe más santificación que la de saber estar sufriendo por amor de Dios, que es quien quiere que le sigamos por el camino de la cruz y de la tribulación... santidad y cruz es una misma cosa" (Luís Amigó y Ferrer).

 

- Esas personas que llamamos "santos" nunca vivieron la cruz en soledad, sino trascendiéndose y pasando a los amores de Cristo presente entre nosotros bajo signos "sacramentales", especialmente en la eucaristía: "quería sufrir mucho por conseguir hacer algo en tu nombre... Todo es sacramento en mi camino. Si principia mi memoria por el Calvario, me arrastra el corazón al Sagrario" (M. Matilde Téllez). El "toque" de la cruz es la señal de cercanía de Cristo que nos hace transparencia suya e instrumento de salvación para toda la humanidad: "bendeciremos a Dios que de tal modo nos prueba... fijando siempre nuestra vista en Jesucristo crucificado" (Juan Nepomuceno Zegrí). "Estoy como Cristo: el corazón, con aberturas sangrantes... la cabeza coronada de espinas"... (Miguel Angel Builes).

 

- Llegar a orientar el propio ser hacia el amor, es un proceso de "negarse" a sí mismo, de lucha continua. "Quien desee ser fuerte y no flaquear en los grandes combates, deb ser fiel en mortificarse y vencerse en las cosa pequeñas... en cualquier instante puede ejercitar la abnegación, la caridad, el celo, la paciencia" (Bto. Marcelino Champagnat). Este esfuerzo de todos los días se realiza en la "sencillez" de quien quiere darse del todo en las cosas pequeñas. "El espíritu de dulzura es el verdadero espíritu de Dios; el del sufrimiento es el del Crucificado... Nunca se ha sabido de qué madera fue la cruz de Nuestro Señor. Yo pienso que es para que amemos sin distinción las cruces que nos envía, sean de la madera que sean... Si eres amante del Crucificado, ¿qué debes ser sino crucificada, toda vez que el amor iguala a los amantes?" (San Francisco de Sales).

 

- Para los santos, la palabra "cruz" suena a amor y vida, porque se descubre en ella el rostro del esposo crucificado: "Felices los que saben morir y vivir abrazados a la cruz... para los santos el morir es comenzar a vivir... Enamórate de Jesús y lo estarás de su cruz, pues Jesús nunca se halló sin cruz... Esposo de sangre es Jesús... suple en tí lo que falta a la pasión de Cristo... Feliz el alma si se abraza con su cruz y con el que en ella se puso... Pronto se rasgará la nube y aparecerá la claridad de Dios" (San Enrique de Ossó). Para ello basta con "asirnos a la cruz y confiar en el que en ella se puso... Abracemos bien la cruz y sigamos a Jesús... Mi gloria sea la cruz" (Santa Teresa de Avila).

 

- Diagnosticaron a una joven de diecinueve años que sus manchas en la piel eran de lepra. Había sido su gran ilusión consagrarse a Cristo para el servicio de los hermanos. Sus familiares le obligaron a cambiar de nombre para evitar la humillación de la familia... En la leprosería ha quedado ciega (año 1991). He podido hacerme con su oración escrita que dice así: "Señor, yo soy leprosa y vengo a darte gracias. ¿Quién soy yo para merecer el haberme elegido y tener el grande y enorme privilegio de compartir tu cruz redentora?"... Actualmente muchos jóvenes va a compartir con ella para sentirse alentados a seguir su vocación...

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