Lunes, 11 Abril 2022 09:24

PRESENTACION: "Mirarán al que taspasaron" (Jn 19,37)

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       PRESENTACION: "Mirarán al que taspasaron" (Jn 19,37)

 

     La "cruz" ha sido y será siempre la nota característica del cristiano. Es un signo que nos habla de "alguien", Cristo, que "nos amó y se entregó en sacrificio por nosotros" (Ef 5,2). El Señor transformó este signo en símbolo de donación total. La vida aparece en toda su hermosura sólo a partir de la cruz de Cristo.

     El signo de la cruz no se refiere sólo a Cristo, sino a todo seguidor suyo, llamado a "completarle" (cfr Col 1,24) y prolongarle en el espacio y en el tiempo. Los cristianos colocamos el signo de la cruz en todas partes, pero sólo somos "cristianos" cuando nos decidimos a transformar la vida en donación: "estoy crucificado con Cristo en la cruz" (Gal 2,19). Las cruces sin crucificado, visible o invisible, no pasarían de ser un simple adorno.

     Muchos hombres y mujeres, como Francisco de Asís, cambiaron radicalmente su vida y encontraron una razón para vivir, a partir de un encuentro con Cristo crucificado. Es que Cristo, con su corazón abierto, sigue hablando de corazón a corazón. Por esto, cuando, ya resucitado, se apareció a sus discípulos, les mostró las huellas de la crucifixión grabadas para siempre en sus manos, pies y costado (Jn 20,20; Lc 24,39), para indicar que "la caridad de Dios derramada en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rom 5,5) es fruto de su donación en la cruz. El amor ha transformado la debilidad en la mayor fuerza de renovación.

     Hacer "teología" de la cruz significa elaborar una reflexión vivencial, que compromete a compartir la misma vida de Cristo: "una vida escondida con Cristo en Dios" (Col 3,3). Esta teología dejaría de serlo si no llevara a la vivencia o espiritualidad. Por esto hablamos de una teología que es espiritualidad de la cruz. Pablo, al decir que estaba crucificado con Cristo, añadía: "no soy yo el que vivo, sino que es Cristo quien vive en mi" (Gal 2,20).

     La teología es una reflexión a partir de la fe. No es una actitud de quiere dominar el misterio de Dios amor, sino una actitud de fe humilde y amorosa, que quiere comprender mejor para amar más. Por esto, la auténtica teología tiende a la adoración, a la admiración y al silencio de donación. La teología sobre la cruz presenta el aspecto doloroso y gozoso de este proceso.

     La teología cristiana es eminentemente contemplativa. "Nadie puede percibir el significado del evangelio (de Juan), si antes no ha posado la cabeza sobre el pecho de Jesús y no ha recibido de Jesús a María como Madre" (Orígenes, Comm. in Ioann., 1,6). La reflexión teológica se deja conducir por la acción del Espíritu Santo. Es, pues, una teología espiritual o teología que, además de ser sapiencial, quiere ser vivencial. Esa teología lleva necesariamente a la relación personal con Cristo (contemplación), al seguimiento de Cristo y a la misión. Por esto es eminentemente pastoral.

     La teología y espiritualidad (o teología espiritual) de la cruz es la comprensión vivencial del misterio pascual de Cristo (muerto, resucitado y presente en la Iglesia), para anunciarlo ("kerigma"), celebrarlo o hacerlo presente (liturgia) y comunicarlo a toda la comunidad humana (diaconía, coinonía, misión).

     A nadie se le escapa que el tema de la cruz es básicamente el del dolor o sufrimiento. Pero esa realidad humana insoslayable no puede encerrarse en solas palabras. Existe el sufrimiento personal, comunitario, histórico, físico, moral... Pero lo que existe propiamente es una realidad humana en un proceso de misterio pascual, que pasa necesariamente por la cruz. Ahora bien, la cruz no es el sufrimiento, sino la realidad dolorosa afrontada con los criterios de Cristo, con su escala de valores y con sus actitudes hondas de donación.

     Regodearse en el dolor no sería ni cristiano ni humano. Adoptar actitudes de agresividad, huida, desesperación, indiferencia o inhibición, tampoco corresponde a la dignidad del hombre. Abstraerse de los deseos para eliminar el dolor, podría ser un ejercicio mental útil; pero dejaría el problema del dolor sin solución.

         El hombre ha sido creado para vivir gozosamente, no para sufrir ni morir. Ahora bien, si en la realidad humana existe el dolor y la muerte, la única solución será la de afrontar esta realidad, haciendo que el ser humano se construya como imagen de Dios que es Amor y donación. Esto es imposible si Dios hecho hombre, Jesucristo, "asumiendo la cruz" (Jn 19,17), no se nos hace nuestro "camino, verdad y vida" (Jn 14,6). La "cruz" es el mismo Cristo que, insertado en nuestra historia, transforma la realidad anodina o dolorosa en donación. A partir de la cruz de Cristo, es posible transformar nuestra cruz en servicio a los hermanos y en "gozo pascual" (PO 11).

     Toda teología es una cruz, por ser un esfuerzo humano de querer penetrar en el misterio de Dios, que parece que calla y está ausente. Nuestros conceptos son válidos, pero no llegan a captar al Infinito. El camino de la teología de la cruz debe ser el de la espiritualidad: querer vivir lo que se cree, por encima de querer comprender, sin dejar el esfuerzo de comprender. El sufrimiento se comienza a "comprender" cuando se comparte con Cristo, que derramó su sangre por nuestro amor. "¡Cuánto más la sangre de Cristo, que por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificará de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto a Dios vivo!" (Heb 9,14).

     Mirando "al que traspasaron" (Jn 19,37), el creyente en Cristo comienza a comprender amando. Es el "conocer" del Buen Pastor que, dando su vida en sacrificio, contagia a sus ovejas de la sabiduría de la cruz. A Cristo se le conoce a partir de su amor: "tener los mismo sentimientos de Cristo Jesús" (Fil 2,5).

         Quien ha experimentado la "cruz" de Cristo, está capacitado para descubrirle resucitado en el "sepulcro vacío". La "utopía" cristiana es así. La esperanza, el gozo pascual y la liberación integral de personas y de pueblos, sólo son posibles a partir la cruz.

     El sufrimiento, transformado en donación y en servicio para evitar el sufrimiento de los hermanos, transforma el universo y la humanidad entera. El hombre se trasciende a sí mismo compartiendo la cruz con Cristo. La utopía cristiana es siempre el amor de donación, en un contexto de fe y esperanza. "Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe" (1Jn 5,4).

     Para vivir y morir amando como Cristo, hay que aprender a pensar y sentir como él. Ese amor "viene de Dios" (1Jn 4,7), y es posible sólo cuando se ha encontrado a Dios en su aparente "silencio" y "ausencia". "La cruz es un toque del amor eterno sobre las heridas más dolorosas de la existencia terrena del hombre" (DM 8).

     La cruz es el desafío permanente del corazón humano, que busca la felicidad en la verdad y el bien. La teología y espiritualidad de la cruz no pueden elaborarse sin participar vivencialmente en este reto.

     Un "maestro" espiritual hindú ("guru") enseñaba a sus discípulos el "camino" ("yoga") para llegar a Dios, por un proceso de limpieza del corazón. Un cristiano, presente en el grupo, le preguntó por qué tenía un crucifijo sobre la mesa. El "guru" respondió: "estoy buscando a alguien que me enseñe cómo es el yoga (camino) de Jesús crucificado"... La sociedad de hoy presenta el mismo problema; quizá es éste el mayor desafío que ha tenido la Iglesia misionera en veinte siglos: ¿cómo se puede reaccionar amando en los momentos de dificultad y de cruz?

     Esta anécdota y un recuerdo sencillo de mi infancia, me sirvieron de invitación para escribir esas reflexiones sobre la espiritualidad de la cruz. Habían pasado pocos días de mi primera comunión (1936). Delante de la parroquia incendiada ardía una hoguera donde todavía se podía ver el rostro bondadoso de la imagen de Cristo crucificado. Aquella mirada amorosa parecía hablar de perdón y de llamada: ¿quién querrá anunciar a todos los hermanos que yo sufrí y morí por amor?... Creo que allí empezó mi primera reflexión sobre la cruz, que ahora brindo a mis hermanos. Para poder expresarme mejor, me he inspirado en escritos y vidas de santos y de personas ejemplares, que iré citando en el momento oportuno.

     Hoy más que nunca se necesitan apóstoles, al estilo del "discípulo amado", que estén convencidos de que "la misión tiene su punto de llegada a los pies de la cruz" (RMi 88). Juan evangelista, el que estuvo junto a la cruz y el que, adentrándose en el sepulcro vacío, "creyó" en Jesús resucitado, nos indica el camino para transformar el sufrimiento en donación y la cruz en resurrección: "MIRARAN AL QUE TRASPASARON" (Jn 19,37). Mirando con amor a Cristo crucificado, se aprende a tranformar el dolor en donación y la debilidad en fuerza que renueva la creación y la historia: "Te basta mi gracia, ya que la fuerza se pone de manifiesto en la debilidad" (2Cor 12,9).

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