Lunes, 11 Abril 2022 09:12

LA EUCARISTÍA FUENTE DE VIDA ECLESIAL Carta Pastoral del Obispo de Ourense Luis Quinteiro Fiuza

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LA EUCARISTÍA FUENTE DE VIDA ECLESIAL

Carta Pastoral del Obispo de Ourense Luis Quinteiro Fiuza

 

LA EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL CARTA PASTORAL DEL

 

INTRODUCCIÓN

 

1. En la Carta Apostólica “Novo millennio ineunte” de carácter programático, Juan Pablo II, describe una perspectiva de compromiso pastoral basado en la contemplación del rostro de Cristo: “Los hombres de nuestro tiempo, quizás no siempre conscientemente, piden a los creyentes de hoy no sólo ‘hablar’ de Cristo, sino en cierto modo hacérselo ‘ver’. ¿Y no es quizás cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer resplandecer también su rostro ante las generaciones del nuevo milenio?. Nuestro testimonio sería, además, enormemente deficiente si nosotros no fuésemos los primeros contempladores de su rostro” 1 .

Desde la contemplación del rostro de Cristo se puede avanzar por la senda de la santidad mediante el arte de la oración. Este compromiso pastoral “se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su perfeccionamiento en la Jerusalén celeste” 2 .

En este marco pastoral ha de situarse la contemplación del rostro eucarístico de Cristo. En este sentido, nuestra Diócesis vivió con gozo el Año de la Eucaristía, durante el cual hemos compartido celebraciones y acontecimientos singulares, entre los que cabe destacar la realización en nuestra Catedral de la exposición «Camino de Paz. Mane Nobiscum Domine». Una oportunidad que, sin interrumpir el propio camino pastoral, nos ha permitido acentuar “la dimensión eucarística propia de toda la vida cristiana” 3 .

No hay que olvidar que “la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor” 4 .

En efecto, la Eucaristía es fuente, centro y cumbre tanto de la vida del cristiano como de la vida de la Iglesia y, en consecuencia, de su pastoral 5 .

La experiencia gozosa y profunda del Año de la Eucaristía representa para nosotros un programa pastoral para vivir la fe cristiana en este momento histórico. Por este motivo, después de haber recibido con inmenso gozo, con toda la Iglesia, la primera Encíclica del Santo Padre Benedicto XVI, «Deus Caritas est», deseo entregaros esta Carta Pastoral sobre la Eucaristía, fuente de vida eclesial. En ella quiero mostrar las dimensiones fundamentales del misterio eucarístico cuya celebración es tan decisiva para la vida cristiana y para el ejercicio de la Caridad.

 

I EL MISTERIO DE LA EUCARISTÍA 2.

 

El misterio de la Eucaristía, tan extraordinariamente rico, incluye diversas dimensiones íntimamente unidas entre sí. Al hablar de la institución de la Eucaristía y de su relación con el misterio pascual, afirma el Concilio Vaticano II: “Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el sacrificio eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz y confiar a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se recibe como alimento a Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera” 6 .

El texto conciliar recoge los aspectos fundamentales del misterio eucarístico. Se puede afirmar que la Eucaristía es la actualización y recapitulación sacramental de todo el misterio cristiano. Es el legado recapitulador de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo; es glorificación de Dios y salvación para el ser humano; vivencia personal a la vez que eclesial; don al mismo tiempo que tarea. La Iglesia ha contemplado siempre en la Eucaristía el misterio central de su fe.

Es evidente que este misterio no puede ser entendido a partir de uno solo de sus aspectos. De modo conciso deseo subrayar algunas dimensiones del único misterio eucarístico. 1) La Eucaristía, un don de Dios 3. El sacramento de la Eucaristía es la manifestación del amor fontal del Padre que envía a su Hijo y al Espíritu Santo para nuestra salvación. En la celebración de la Santa Misa actualizamos la historia de la salvación donde actúan la Trinidad Santa. La institución de la Eucaristía nos conduce al Cenáculo donde se encuentra el Señor con sus discípulos. En efecto, “para dejarles una prenda de este amor, para no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, (el Señor) instituyó la Eucaristía como memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno, constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo testamento”7 .

No se trata de un don entre otros muchos, aunque sea muy valioso, sino del “don por excelencia”. Con palabras que rezuman una intensa emoción Juan Pablo II, se preguntaba: “¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que llega ‘hasta el extremo’ (Jn.13,1), un amor que no conoce medida”8 .

El Concilio Vaticano II describe de esta forma la inmensa riqueza del don de la Eucaristía: “Y es que en la santísima Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo por su carne, que da la vida a los hombres, vivificada y vivificante por el Espíritu Santo”9 . 2)

La Sagrada Eucaristía es un misterio de fe 4. El sacerdote después de la consagración exclama: “Este es el misterio de nuestra fe”. El pueblo fiel contesta con esta aclamación: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven, Señor Jesús!”. La Eucaristía es el misterio al que debemos acercarnos “con humilde reverencia, no buscando razones humanas que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a la Revelación divina” 10.

Este misterio supera totalmente la luz de la inteligencia humana, sólo puede ser acogido y contemplado con los ojos de la fe. Los Santos Padres y Doctores de la Iglesia han destacado esta dimensión de la Eucaristía. S. Juan Crisóstomo habla de esta realidad con términos claros y precisos: “Inclinémonos ante Dios, y no le contradigamos aun cuando lo que Él dice pueda parecer contrario a nuestra razón y a nuestra inteligencia, sino que su palabra prevalezca sobre nuestra razón e inteligencia.

Observemos esta misma conducta respecto al misterio eucarístico, no considerando solamente lo que cae bajo los sentidos, sino atendiendo a sus palabras, porque su palabra no puede engañar” 11. S. Cirilo de Jerusalén, exhorta a los fieles con estas palabras: “No veas en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra cosa” 12.

Los fieles cristianos, haciéndose eco de las palabras de Santo Tomás de Aquino, cantan frecuentemente: “En ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; solamente se cree al oído con certeza. Creo lo que ha dicho el Hijo de Dios, pues no hay nada más verdadero que la Palabra de la verdad” 13. Cristo en la Eucaristía está realmente presente y vivo y actúa con su Espíritu 14 A lo largo de la historia de la Iglesia, la teología ha realizado notables esfuerzos para mostrar el genuino sentido de esta verdad. La tarea teológica ha de conjugar el ejercicio crítico del pensamiento con la fe vivida de la Iglesia 15.

Pablo VI, después de alabar los notables esfuerzos de los teólogos, advierte con toda claridad que “toda explicación teológica que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están realmente delante de nosotros” 16. 3) Un misterio de Luz 5.

Juan Pablo II presentó el año de la Eucaristía siguiendo el icono de los dos discípulos de Emaús 17. El camino emprendido por estos dos discípulos es también el camino del hombre de hoy. En efecto, “En el camino de nuestras dudas e inquietudes, y a veces de nuestras amargas desilusiones, el divino Caminante sigue haciéndose nuestro compañero para introducirnos, con la interpretación de las Escrituras, en la comprensión de los misterios de Dios” 18.

Durante su vida pública Jesús se presentó a sí mismo como la verdadera y única luz del mundo: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida”19. El signo de la curación del ciego de nacimiento adquiere en este punto una significación especial. Jesús declara entonces: “Mientras estoy en el mundo yo soy la luz del mundo”.20 De hecho Él vino al mundo para ser luz: “Yo he venido al mundo como luz, para que todo el que cree en mí no siga en tinieblas” 21.

Ante la persona de Jesús es necesario decidirse. La luz es incompatible con la tiniebla. Así el drama que se establece ante Jesús es un enfrentamiento de la luz y de las tinieblas. La luz brilla en las tinieblas 22 y el mundo trata de sofocar la luz, porque sus obras son malas.

Cuando Judas sale del Cenáculo, para entregar a Jesús, el evangelista nota intencionadamente: “Era de noche” 23 ; el mismo Jesús al ser arrestado declara: “Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas” 24.

En el relato de la aparición a los dos discípulos de Emaús encontramos una clave para hablar de la Eucaristía como misterio de luz. En efecto, “la Eucaristía es luz, ante todo, porque en cada Misa la liturgia de la Palabra de Dios precede a la liturgia eucarística, en la unidad de las dos ‘mesas’, la de la Palabra y la del Pan” 25.

Este es el mismo ritmo que se nos presenta en la narración del encuentro del Resucitado con los discípulos. El Señor interviene para mostrar “comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas, cómo toda la Escritura lleva al misterio de su persona” 26. Las palabras del Resucitado hacen ‘arder’ los corazones de los discípulos, les rescatan de la tristeza de la oscuridad y desesperación y suscitan el deseo intenso de permanecer con Él: “Quédate con nosotros, Señor”27.

Al hablar de las diversas presencias de Cristo en la Iglesia, el Concilio Vaticano II enseña que “está presente en su palabra, pues es Él mismo el que habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura” 28 Sin perder de vista que “la liturgia de la palabra y la eucarística, están tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de culto” 29, deseo subrayar la importancia de la mesa de la Palabra dentro de la celebración eucarística. Hay que reconocer que actualmente ‘los tesoros bíblicos’ son más asequibles para todos los fieles 30.

La proclamación de la Palabra de Dios en el contexto de la Asamblea litúrgica favorece ante todo el diálogo de Dios con su pueblo. La enseñanza conciliar es muy clara al respecto: “En los Libros sagrados, el Padre, que está en el cielo, sale amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos. Y es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual” 31.

Más concretamente, cuando proclamamos la Palabra de Dios en la liturgia, Cristo en persona nos habla 32. 6. Transcurridos cuarenta años desde la clausura del Concilio Vaticano II y al finalizar el año de la Eucaristía, sería oportuno revisar personal y comunitariamente “de qué manera se proclama la Palabra de Dios, así como el crecimiento efectivo del conocimiento y del aprecio por la Sagrada Escritura en el Pueblo de Dios” 33.

Juan Pablo II se mostraba muy realista a la hora de hacer dicha revisión. Se situaba en las circunstancias precisas que preceden y están presentes en la celebración litúrgica. He aquí sus palabras: “En efecto, no basta que los fragmentos bíblicos se proclamen en una lengua conocida si la proclamación no se hace con el cuidado, preparación previa, escucha devota y silencio meditativo, tan necesarios para que la Palabra de Dios toque la vida y la ilumine” 34.

Estas advertencias tan concretas suponen para nosotros un compromiso activo a reflexionar previamente sobre la Palabra de Dios, a escucharla atentamente en la celebración y a practicarla en nuestra vida cotidiana.

En la mesa de la Palabra aprendemos diariamente a vivir como hijos de la luz. La Palabra de Dios ha de ser para un creyente como la lámpara que alumbra sus pasos. Dios es quien “nos llamó de las tinieblas a su admirable luz” 35. En otro tiempo éramos tinieblas, ahora somos luz en el Señor36. El fruto apetecido de la luz es todo lo que es bueno, justo y verdadero. Es necesario caminar en la luz para estar en comunión con Dios que es del todo luz, sin mezcla alguna de tiniebla 37. El criterio básico para saber si caminamos en la luz es el amor fraterno: “Quien ama a su hermano permanece en la luz y nada le hará tropezar” 38. En consecuencia, “Dios, al comunicar su Palabra, espera nuestra respuesta; respuesta que Cristo dio ya por nosotros con su ‘Amén’ (cfr.IICor. 1,20-22) y que el Espíritu Santo hace resonar en nosotros de modo que lo que se ha escuchado impregne profundamente nuestra vida” 39. 4) La presencia real del Señor resucitado en la Eucaristía 7.

Todos los aspectos del misterio eucarístico “confluyen en lo que más pone a prueba nuestra fe: el misterio de la presencia real” 40. Creemos firmemente que bajo las especies eucarísticas está realmente presente el Señor. Esta es la fe de la Iglesia que hunde sus raíces en la misma Verdad revelada. a) En la fuente de la Sagrada Escritura 8. En los relatos de la institución de la Eucaristía se nos indica que Jesús se da a sí mismo bajo las apariencias de pan y de vino como el nuevo sacrificio pascual (carne y sangre) para la comida 41. También en el cuarto evangelio se afirma esta presencia real sacramental de Cristo en la Eucaristía 42.

Por voluntad del Padre es el mismo Jesús quien da a comer su carne y a beber su sangre: “Mi Padre es quien os da a vosotros el verdadero pan del cielo... El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” 43. De los datos bíblicos brota la convicción de que Cristo se hace realmente presente en la Eucaristía para dar a sus discípulos, en las especies de pan y de vino su propio cuerpo y sangre como alimento y bebida44.

Desde esta perspectiva de presencia y donación los apóstoles Juan y Pablo sacaron algunas consecuencias para la vida personal y comunitaria del creyente. San Juan insiste en la dimensión personal: “El que come mi carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por Él. Así también, el que me coma vivirá por mí» 45.

San Pablo incide especialmente en la perspectiva comunitaria: “Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 46. b) El testimonio de los Padres de la Iglesia 9.

Desde los primeros siglos, los Padres de la Iglesia, frente a las afirmaciones de carácter gnóstico, afirmaron la presencia real de Cristo en la Eucaristía con diversas expresiones. Son abundantes los testimonios al respecto. Ellos afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar la conversión del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor.

Frente al pensamiento gnóstico de carácter dualista, S. Ireneo subraya, por una parte, la encarnación y resurrección de Cristo y, por otra, la Eucaristía y la resurrección final: el pan y el vino, parte de este cosmos material, han sido asumidos para un sacramento salvador por el mismo Cristo y nos dan la garantía de la resurrección corporal. He aquí sus palabras: “En cambio, nuestras creencias están en armonía con la Eucaristía y a su vez la Eucaristía es confirmación de nuestras creencias. Porque ofrecemos lo que es de él, proclamando de una manera consecuente la comunidad y la unidad que se da entre la carne y el espíritu. Y así como el pan que procede de la tierra, al recibir la invocación de Dios, ya no es pan común, sino Eucaristía, compuesta de dos cosas, la terrena y la celestial, así también nuestros cuerpos cuando han recibido la Eucaristía, ya no son corruptibles, sino que tienen la esperanza de la resurrección” 47.

Por su parte, S.Juan Crisóstomo sostiene: “No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo, sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. ‘Esto es mi cuerpo’, dice. Esta palabra transforma las cosas ofrecidas” 48. c) las afirmaciones del Magisterio de la Iglesia 10. El Magisterio de la Iglesia, ha expresado esta verdad de fe en diversas ocasiones. Recordaré algunas afirmaciones que considero fundamentales. El Concilio de Trento enseña el sentido verdadero e íntegro del misterio eucarístico. Los Padres conciliares de Trento sostienen que en sacramento de la Eucaristía están “ CARTA PASTORAL DEL SR. OBISPO ABRIL • 517 contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo entero” 49. El Concilio tridentino habla, pues, de presencia real, verdadera y sustancial de Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre, bajo la apariencia sensible del sacramento. Además, apoyándose en las palabras de Cristo, el Concilio de Trento enseña que la Iglesia siempre tuvo la persuasión de “que por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor, y de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión fue llamada oportuna y propiamente, por la Iglesia católica, transustanciación” 50.

Sobre la presencia real, el Concilio Vaticano II afirma que la Eucaristía es memorial de del sacrificio de la cruz: “Cristo instituyó el sacrificio eucarístico de su cuerpo y sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de la cruz, y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección” 51 11.

Pablo VI se hace eco de las diferentes presencias que Cristo tiene en la Iglesia52 y, en el contexto de éstas resalta la peculiaridad de la presencia eucarística: “Esta presencia se llama ‘real’ no por exclusión, como si las demás no fueran ‘reales’, sino por antonomasia, ya que es sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro” 53.

       Siguiendo la tradición viva de la Iglesia, afirma que sólo en virtud del cambio sustancial del pan y del vino se puede afirmar que los elementos eucarísticos son el cuerpo y la sangre de Cristo 54. Una vez realizada esta conversión sustancial, se puede decir que las especies de pan y de vino adquieren un nuevo significado, porque contienen una nueva realidad.

Así lo declaraba Pablo VI con estos términos tan precisos: “Realizada la transustanciación, las especies de pan y vino adquieren, sin duda, un nuevo significado y un nuevo fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino el signo de una cosa sagrada, signo de un alimento espiritual; pero en tanto adquieren un nuevo significado y un nuevo fin en cuento contienen ‘una realidad’ que con razón denominamos ontológica.

Porque bajo dichas especies ya no existe lo que había antes, sino una cosa completamente diversa; y esto no únicamente por el juicio de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la sustancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y la sangre de Cristo, no queda ya nada del pan y del vino, sino las solas especies” 55.

Pablo VI recalcaba que esta presencia tiene lugar en la realidad objetiva, más allá de la fe de los creyentes. La conexión entre la presencia real y la transustanciación aparece muy resaltada en el “Credo del Pueblo de Dios”.

Pablo VI después de afirmar la presencia verdadera, real y sustancial del Señor en la Eucaristía 56, sostenía: “En este sacramento, Cristo no puede hacerse presente de otra manera que por la conversión de toda la sustancia de pan en su cuerpo y la conversión de toda la sustancia de vino en su sangre, permaneciendo solamente íntegras las propiedades del pan y del vino que percibimos por nuestros sentidos. La cual conversión misteriosa es llamada por la santa Iglesia, conveniente y propiamente, transustanciación” 57.

El Papa deseaba mostrar que el cambio tiene lugar “en la misma naturaleza de las cosas, independientemente del conocimiento del creyente” 58. Posteriormente, el Catecismo de la Iglesia Católica y Juan Pablo II hablaron de la presencia real del Señor en la Eucaristía en los mismos términos, citando expresamente la doctrina del Concilio de Trento y de Pablo VI 59 En la Eucaristía actualizamos el misterio pascual de Cristo.

En efecto, como nos dice el Santo Padre, “después de la consagración, la Asamblea de los fieles, consciente de estar ante la presencia real de Cristo crucificado y resucitado, hace esta aclamación: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!. Con los ojos de la fe la comunidad reconoce a Jesús vivo con los signos de su pasión y, junto con Tomás, llena de maravilla, puede repetir: Señor mío y Dios mío (Jn.20,28)” 60 5)

 La reserva eucarística y adoración del Santísimo Sacramento 12. Como una consecuencia lógica de la fe en la peculiar presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia ha legitimado la práctica de la reserva eucarística. En efecto, “la presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo el tiempo que subsistan las especies eucarísticas” 61.

La Iglesia primitiva solicitaba a los fieles a conservar con suma diligencia la Eucaristía que llevaban a los enfermos. Así nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica: “El sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa” 62.

Pablo VI con palabras sencillas pero muy sentidas nos recordaba que “la Eucaristía es conservada en los templos y oratorios como el centro espiritual de la comunidad religiosa y parroquial, más aún, de la Iglesia universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo, Cabeza visible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, ‘por quien son todas las cosas y nosotros por Él’ (ICor.8,6)” 63.

Esta presencia sacramental es una manifestación elocuente del amor hasta el extremo del Hijo de Dios por nosotros: “Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por nuestra salvación, quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado ‘hasta el fin’ (Jn.13,1), hasta el don de su vida.

En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros, y se queda bajo los signos que expresan y comunican este amor” 64. 13. La Iglesia manifiesta su fe en la presencia real del Señor en la Eucaristía no solamente durante la Santa Misa, sino también fuera de su celebración. Cristo en el tabernáculo es para nosotros una llamada continua al encuentro personal con Él. Supone una invitación a reproducir en nosotros sus mismos sentimientos

¿Cómo olvidar a Cristo presente en el sagrario? Si Cristo ha querido regalarnos esta presencia tan singular, ¿no será que a través de ella quiere entablar con nosotros un diálogo muy personal? Si somos sinceros hemos de reconocer que debemos mucho al trato íntimo con Cristo presente en el sagrario. Deseo recordar varios testimonios muy esclarecedores al respecto.

Pablo VI nos advertía: “Durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que debe estar reservado en su sitio dignísimo, con el máximo honor en las Iglesias, conforme a las leyes litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo nuestro Señor allí presente” 66. Seguidamente destacaba el carácter dinámico de esta presencia que transforma nuestra existencia cotidiana: “Pues día y noche (Cristo) está en medio de nosotros, habita con nosotros, lleno de gracia y de verdad (cfr.Jn.1,14); ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los débiles, invita a su imitación a todos los que se acercan a Él, a fin de que con su ejemplo aprendan a ser mansos y humildes de corazón y a buscar no las propias cosas, sino las de Dios” 67.

La visita al Santísimo se desarrolla en un clima de diálogo de amor con quien sabemos que nos amó hasta la muerte, y muerte de Cruz. Es una conversación que nos ayuda eficazmente a caminar por la senda de la santidad: “Cualquiera, pues, que se dirige al augusto sacramento eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar, a su vez, con prontitud y generosidad a Cristo, que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a fondo, no sin grande gozo y aprovechamiento de espíritu, cuán preciosa sea la vida escondida con Cristo en Dios (cfr.Col.3.3) y cuánto valga entablar conversaciones con Cristo; no hay cosa más suave que ésta, nada más eficaz para recorrer el camino de la santidad” 68. Años más tarde, Pablo VI calificaba la adoración del Santísimo Sacramento como de verdadera obligación: “Estamos obligados, por obligación ciertamente suavísima, a honrar y adorar la hostia santa que nuestros ojos ven, al mismo Verbo encarnado que éstos no pueden ver y que, sin embargo, se ha hecho presente delante de nosotros sin haber dejado los cielos” 69.

14. Juan Pablo II nos apremiaba también al culto de adoración que se da a la Eucaristía fuera de la Santa Misa. Lo consideraba de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. La adoración debe mantenerse permanentemente como algo necesario para la vida de las comunidades cristianas: “La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la contemplación llena de fe y abierta a reparar las graves faltas y delitos del mundo. No cese nunca vuestra adoración” 70. Es necesario crecer en el ‘arte de la oración’ que se va descubriendo en el trato personal e íntimo con Cristo presente en el sagrario: “Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cfr.Jn.13,25), palpar el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el ‘arte de la oración’ (cfr.NMI. n.32) ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?” 71. Él nos hablaba del diálogo espiritual con Jesús Sacramentado desde su propia experiencia: ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!” 72 Con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud, el Santo Padre Benedicto XVI nos hablaba así de la adoración: “La palabra latina adoración es ‘ad-oratio’, contacto boca a boca, beso, abrazo y, por tanto, en resumen, amor. La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es Amor... Volvamos de nuevo a la Última Cena” 73. Precisamente el Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, “reconociendo los múltiples frutos de la adoración eucarística en la vida del pueblo de Dios”, pide que “sea mantenida y promovida, según las tradiciones, tanto de la Iglesia latina como de las Iglesias orientales” 74. 15.

Estos testimonios consideran a la Eucaristía como un tesoro inestimable que nos ofrece la posibilidad de acercarnos al manantial de la gracia. En consecuencia, “Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas Apostólicas Novo millennio ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor” 75.

Conviene fomentar, tanto en la celebración de la Santa Misa como en el culto fuera de ella, la conciencia viva de la presencia real de Cristo, tratando de testimoniarla con el tono de la voz, con los gestos, con el modo de comportarse 76. No hay que olvidar que la adoración eucarística nace del sentimiento profundo de acción de gracias y de reconocimiento porque Cristo, Dios y hombre, está realmente presente entre nosotros.

La presencia personal de Cristo en la Eucaristía justifica por sí misma nuestra gratitud y nuestra adoración. Se adora porque se cree firmemente que Cristo está entre nosotros de una forma singular en el sagrario. No hay nada que engrandezca, tanto a la persona humana como arrodillarse ante el Santísimo. Este es realmente el misterio de nuestra fe.

6) La Eucaristía, sacramento del único sacrificio de Cristo 16.

Entre las denominaciones del misterio eucarístico se nombra el de ‘Santo Sacrificio’ porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la Iglesia; o también Santo Sacrificio de la Misa, ‘sacrificio de alabanza’ (Hch.13,15), sacrifico espiritual, sacrifico puro y santo, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza” 77

El Catecismo de la Iglesia Católica recoge los diversos calificativos que la Sagrada Escritura da al Sacrificio de la Misa. a) En la Eucaristía se actualiza el mismo sacrificio de Cristo 17. La Eucaristía es verdadero sacrificio por ser memorial de la Pascua de Cristo. El carácter sacrificial de la Eucaristía nos lo recuerdan las mismas palabras de la institución: “Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros” y “Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será derramada por vosotros (Lc.22, 19-20)”.

Así pues, “en la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por nosotros entregó en la cruz y la sangre misma que ‘derramó por muchos... para la remisión de los pecados’ (Mt.26,28)” 78. En la Santa Misa se hace presente el sacrificio de la cruz, porque es su memorial y gracias a él los hombres pueden acoger su fruto 79.

El Catecismo de la Iglesia Católica, para explicitar esta verdad eucarística, nos remite a un texto básico del Concilio de Trento donde se describe con cierto detalle el carácter sacrificial de la Eucaristía: “Cristo, nuestro Dios y Señor (…) se ofreció a Dios Padre (…) una vez por todas, muriendo como intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna. Sin embargo, como su muerte no podía poner fin a su sacerdocio (Heb.7,24.27), en la última Cena, ‘la noche en que fue entregado’ (ICor.11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana) (…) donde sería representado el sacrificio sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz, cuya memoria se perpetuaría hasta el fin de los siglos y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados que cometemos cada día” 80.

De esta forma, mediante la Eucaristía llega a los hombres de hoy la gracia de la reconciliación obtenida por Cristo de una vez para siempre 81. Así el sacrificio de Cristo y el de la Eucaristía son un único sacrificio, porque “Es una y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes que se ofreció a sí misma entonces en la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer” 82

b) La Eucaristía, sacrificio de la Iglesia 18. La Eucaristía es también sacrificio de la Iglesia, porque sus miembros se ofrecen a sí mismos junto con la Víctima divina 83. En la Eucaristía el sacrificio de Cristo lo ofrecemos en Él y con Él, lo presentamos ante el Padre y participamos en su misma actitud de sacrificio pascual y de auto-ofrenda. El sacrificio pascual se prolonga en la historia en el Cuerpo de Cristo. Es el sacrificio también de la comunidad unida a Cristo.

Con ello la Iglesia no pretende hacer una obra suya, meritoria. No se intenta hacer un nuevo sacrificio al lado del de Cristo. Al contrario, la Iglesia es y vive por el Espíritu del sacrificio de Cristo, acogiéndolo en la fe, desarrollando toda su virtualidad, asociándose activamente a él. La Iglesia es consciente de que sólo lo puede hacer “en memoria de él” y lo que ella hace tiene eficacia sólo “por él, con él y en él”.

Los creyentes aceptan profundamente el acontecimiento de la Cruz de Cristo y se dejan penetrar por su fuerza salvadora. La Iglesia es, vive y celebra el memorial del sacrificio pascual con su Señor y Esposo. Esto acontece sacramentalmente en el gesto eucarístico, pero también se realiza en su vida entera.

Al sacrificio ritual le corresponde el sacrificio vivencial, espiritual, de la ofrenda de toda la vida84. En este sentido se trata de vivir a fondo las exigencias eucarísticas del sacerdocio común de todos los bautizados. La vida de Cristo fue una entrega ofrecida al Padre por todos los hombres. Toda su vida fue una verdadera “diakonía” que culmina con su pasión y muerte en la Cruz. Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo.

La Iglesia que peregrina en este mundo, pastores y fieles, participa en la celebración del sacrificio eucarístico de Cristo: “Encargado del ministerio de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal.

El Obispo del lugar es siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre del Obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también por todos los ministros que, por ella y con ella, ofrecen el Sacrificio Eucarístico” 85.

La Iglesia celebra el santo Sacrificio de la Misa como comunidad jerárquica. Cada miembro participa activamente desde su misión concreta en la comunidad cristiana.

19. Los miembros que gozan de la gloria del cielo se unen también a la ofrenda de Cristo.

En la celebración eucarística estamos en comunión “con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella, así como de todos los santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la ofrenda y a la intercesión de Cristo” 86. Juan Pablo II nos invitaba a todos a entrar en la escuela de María, Mujer ‘eucarística” 87 También se ofrece el sacrifico eucarístico “por los fieles difuntos que han muerto en Cristo y todavía no están plenamente purificados, para que puedan entrar en la luz y la paz de Cristo” 88.

Considero muy oportuno recordar aquella recomendación tan llena de fe de santa Mónica dirigida a san Agustín y a su hermano poco antes de fallecer: “Enterrad este cuerpo dondequiera, y no tengáis más cuidado de él; lo que únicamente pido y os encomiendo muy de veras es que os acordéis de mí en el altar del Señor, dondequiera que os halléis” 89. Es muy consoladora la verdad de la comunión de los santos que no se rompe ni siquiera con la muerte: “La unión de los viadores con los hermanos que se durmieron en la paz de Cristo, de ninguna manera se interrumpe, antes bien, según la constante fe de la Iglesia, se robustece con la comunicación de bienes espirituales” 90.

En la Eucaristía actualizamos sacramentalmente la comunión entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo. En la celebración litúrgica alcanza su verdadera expresión el carácter sacrificial de la Eucaristía sobre todo en las anáforas. En ellas se une la anamnesis con la acción de gracias como sacrificio vivo y santo, a la vez que se afirma que la ofrenda de la Iglesia está unida a la víctima inmolada que nos reconcilia, y transforma nuestra vida en ofrenda permanente: “Así pues, Padre, al celebrar ahora el memorial de la pasión salvadora de tu Hijo (…), te ofrecemos, en esta acción de gracias, el sacrificio vivo y santo. Dirige tu mirada sobre la ofrenda de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad (…). Que Él nos transforme en ofrenda permanente” 91.

En la santa Misa se ofrece el único sacrificio agradable por el que Cristo nos ha redimido, pero un sacrificio que el mismo Dios “ha preparado a su Iglesia”, para una salvación actual que se extiende a todos los hombres y también a los difuntos 92. En las diversas anáforas se destacan la dimensiones cristológica (“Dirige tu mirada, Padre santo, sobre esta ofrenda: es Jesucristo que se ofrece con su cuerpo y con sus sangre y, por este sacrificio nos abre el camino hacia ti”) 93 pneumatológica sin la cual no hay Eucaristía (“santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu”)94 y eclesiológica del sacrificio eucarístico (“Acéptanos también a nosotros, Padre santo, juntamente con la ofrenda de tu Hijo” )95.

 

7) La Eucaristía es un verdadero banquete 20.

 

El misterio de la Eucaristía es, a la vez e inseparablemente sacrificio y “banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y en la Sangre del Señor” 96. Más todavía, “la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se entregó por nosotros” 97.

En la última Cena Jesús tomó el pan dio gracias, lo partió y lo dio a comer a sus discípulos; y tomó el vino dio gracias después de comer, y lo dio a beber a sus discípulos. Jesús se mantiene en le marco de la cena pascual judía. Lo que cambia es el contenido y el sentido del rito, expresándolo por las palabras que acompañan: “Esto es mi cuerpo... ésta es mi sangre”. Jesús renueva el contenido y sentido, que en adelante ya no remitirán a la antigua Pascua, sino a la nueva.

Así nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús dio su sentido definitivo a la Pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da cumplimiento a la Pascua judía y anticipa la Pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino” 98.

a) La invitación apremiante de Cristo y de la Iglesia a participar adecuadamente en este banquete 21. El mismo Señor nos invita con fuerza a recibirle en la Eucaristía: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” 99. Él es el pan de vida que ha bajado del cielo para que tengamos vida y la tengamos en abundancia. Para acoger a esta apremiante invitación del Señor es necesario prepararnos adecuadamente. El mismo Apóstol llamaba la atención sobre este deber: “Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y beba de la copa” 100 Con la fuerza de su elocuencia y con toda claridad, S. Juan Crisóstomo exhortaba con estos términos a sus fieles: “También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor castigo” 101. En este mismo sentido el Catecismo de la Iglesia Católica establece: “Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” 102.

Juan Pablo II se hacía eco de todas estas advertencias y reiteraba la vigencia de la norma del Concilio de Trento que sostiene que para recibir dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de pecado mortal” 103. Desde esta perspectiva se comprende la estrecha vinculación existente entre el sacramento de la Eucaristía y la Penitencia. Así pues, “La Eucaristía, al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: ‘En nombre de Cristo os suplicamos: ¡Reconciliaos con Dios!’ (IICor.5,20)” 104. Al tratarse de una valoración de conciencia, el juicio sobre el estado de gracia corresponde al propio interesado. En casos de un comportamiento externo grave, la Iglesia en su cuidado pastoral no debe, por el buen orden comunitario y por respeto al Sacramento, mostrarse indiferente.

A esta situación de manifiesta indisposición moral alude la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a la comunión eucarística a las persona que “obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave” 105.

b) Los frutos del banquete eucarístico 22. Los frutos de la Eucaristía son decisivos para la vida de los creyentes. Ante todo la comunión nos une muy estrechamente a Cristo. El mismo Cristo lo había anunciado: “Quien come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en mí y yo en él” 106.

La comunión sacramental fundamenta nuestra vida en Cristo: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí» 107. La Eucaristía une a los fieles con Cristo en la mayor unión de intimidad y de amor. El pan eucarístico incorpora a los hombres a Cristo y hace así de ellos un único cuerpo espiritual.

S. Agustín describe esta unión íntima de forma magistral con estas palabras: “Yo soy el pan de los fuertes, ¡cómeme! Pero no serás tú el que me transformes a mí, sino que seré yo quien te transformaré a ti en mí» 108.

En las comidas habituales el hombre es el más fuerte y asimila los alimentos. Pero en nuestra relación con Cristo sucede a la inversa: el más fuerte es Él, Él es el protagonista. Al comulgar somos despojados de nosotros mismos y asimilados a Él. Somos hechos uno con Él.

Al llegar a la aldea de Emaús, adonde iban, el Caminante hizo ademán de seguir adelante. Los dos discípulos le rogaron que se quedase con ellos. El Caminante accedió “y entró para quedarse con ellos” 109. En el sacramento de la Eucaristía, el Resucitado encontró el modo de quedarse no sólo “con” ellos, sino también “en” ellos. La alegoría de la vid y los sarmientos evoca esta íntima unión entre Cristo y los cristianos 110.

En dicha alegoría se repite varias veces el verbo “permanecer”. Juan Pablo II, aplicando estas palabras a la Eucaristía, comentaba así esta permanencia: “Esta relación de íntima y recíproca ‘permanencia’ nos permite en cierto modo el cielo en la tierra. ¿No es quizás éste el mayor anhelo del hombre? ¿no es esto lo que Dios se ha propuesto realizando en la historia su designio de salvación? Él ha puesto en el corazón del hombre el ‘hambre’ de su Palabra (cfr.Am.8,11), un hambre que sólo se satisfará en la plena unión con Él. Se nos da la comunión eucarística para ‘saciarnos’ de Dios en esta tierra, a la espera de la plena satisfacción en el cielo”111. 23. La comunión nos separa del pecado.

El pan de vida que recibimos en la Eucaristía es el Cuerpo entregado por nosotros y la Sangre derramada por muchos para remisión de los pecados. La Eucaristía nos une a Cristo, purificándonos de los pecados cometidos y preservándonos de futuros pecados 112.

 En la vida normal el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas. De modo análogo, la Eucaristía robustece la caridad que, en el trato cotidiano, puede debilitarse. La caridad vivificada por la comunión “borra los pecados veniales” 113. Cristo, nuestro alimento, reaviva en nosotros el verdadero amor, nos capacita para romper los lazos desordenados que nos atan a las criaturas y nos arraiga más en su amor. En efecto, “cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su amistad, tanto más difícil se nos hará romper con Él por el pecado mortal 114. 24.

 La unión con Cristo conlleva la unidad del Cuerpo místico. Los dos discípulos de Emaús, cuando descubren y reconocen el rostro del Resucitado al partir el pan, “en aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás”115.

El encuentro con el Resucitado impide la dispersión y los vuelve al lugar de la unidad. En la misma alegoría de la vid y los sarmientos, el Señor nos presenta el mandamiento nuevo: “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado. No existe mayor amor que dar la vida por los amigos” 116.

No es posible estar unidos a la Vid verdadera, si no estamos en comunión con los demás miembros del Cuerpo de Cristo. Mediante el sacramento de la Eucaristía se va edificando la Iglesia como misterio de comunión. No me detengo en el análisis de este fruto concreto de la Eucaristía; lo haré en el capítulo siguiente, al tratar de la relación entre Eucaristía e Iglesia. 25.

En la Carta de convocación del año de la Eucaristía Juan Pablo II mencionaba con fuerza el carácter de compromiso con los más pobres que brota de la celebración de este sacramento. La viva tradición de la Iglesia recuerda desde siempre esta dimensión del misterio de la Eucaristía. De modo muy claro y preciso nos lo hace saber el Catecismo de la Iglesia Católica: “La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cfr. Mt.25,40)” 117. Como dice Juan Pablo II, “se trata de su impulso para un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna”118. En el último capítulo de esta Carta abordaré esta temática, al hablar de la espiritualidad de comunión. 26.

La Eucaristía es prenda de la gloria futura.

“Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y si por nuestra comunión en el altar somos colmados ‘de gracia y bendición’, la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial” 119

En nuestra economía sacramental tenemos un medio de salvación proporcionado a nuestra esperanza de resurrección. El mismo Señor nos garantizó que la Eucaristía es fuente auténtica de resurrección: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día” 120.

En este sentido la Eucaristía es “medicina de inmortalidad, alimento contra la muerte, alimento de eterna vida en Jesucristo” 121. En un mundo de múltiples contradicciones como el nuestro debe brillar con intensidad la esperanza cristiana 122. Ahora bien, Cristo fundamenta nuestra esperanza con su resurrección y con su promesa de su venida gloriosa a la tierra 123. Sin embargo, no puede haber mejor garantía de la segunda venida de Cristo que su venida continua en la Eucaristía 124.

Este sacramento anima desde dentro la esperanza que colma las aspiraciones del corazón del hombre. Al hacerse presente por el Espíritu Santo el cuerpo y la sangre de Cristo, anticipan ya la transformación gloriosa que esperamos: “El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel sacramento de la fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el cuerpo y la sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial” 125.

Celebramos la Eucaristía, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo. 27. Como se puede deducir de todo lo dicho, el misterio eucarístico encierra en sí mismo una pluralidad de aspectos que en esta ocasión os he querido señalar brevemente.

Recojo un texto de la Instrucción “Eucharisticum mysterium” que nos ofrece una admirable síntesis de los aspectos centrales de la Eucaristía: “Por eso la Misa o Cena del Señor es a la vez e inseparablemente: sacrificio en el que se perpetúa el sacrificio de la cruz; memorial de la muerte y resurrección del Señor, que dijo: ‘Haced esto en memoria mía’ (Lc.22,19); banquete sagrado, en el que, por la comunión del cuerpo y de la sangre del Señor, el pueblo de Dios participa en los bienes del sacrificio pascual, renueva la nueva alianza entre Dios y los hombres sellada de una vez para siempre con la sangre de Cristo, y prefigura y anticipa en la fe y en la esperanza el banquete escatológico en el reino del Padre, anunciando la muerte del Señor hasta que venga” 126.

 

 

 

II LA EUCARISTÍA Y LA IGLESIA 28.

 

Existe un vínculo estrechísimo entre el misterio de la Eucaristía y la Iglesia. Como nos recordaba Juan Pablo II: “si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano, la confesamos una, santa, católica y Apostólica” 127.

San Agustín formuló en toda su profundidad en el fragor del cisma donatista la íntima relación entre Eucaristía e Iglesia. Llama a la Eucaristía “signo de unidad” y “vínculo de caridad” 128. Ambas afirmaciones aparecen permanentemente en la memoria de la Iglesia. Nuestro Salvador en la última Cena instituye la Eucaristía que es a la vez sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad y banquete pascual 129.

Dentro de esta amplia temática me fijaré inicialmente en algunos aspectos.

1) Antecedentes de la Asamblea eucarística en la historia de la salvación 29. La vida y la historia de una comunidad en marcha se convierte, tanto en el pueblo de Israel como en el cristianismo, en símbolo primordial de la presencia de la divinidad como manifestación del misterio. En efecto, “fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente” 130.

a) La realidad de la Asamblea en el Antiguo Testamento El Antiguo Testamento nos remite a las Asambleas que tuvieron lugar en las diversas etapas de la historia de la salvación. El mismo pueblo de Israel se entiende como una verdadera Asamblea, como pueblo convocado y congregado por Dios. Este pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, celebra la Alianza en el Sinaí 131.

El acontecimiento de la Pascua y de la consiguiente Alianza hace de Israel el pueblo de Dios, la congregación de los elegidos, una Asamblea adornada con estas connotaciones: Convocada por iniciativa de Dios, a través de Moisés 132. Presencia de Dios en medio del pueblo reunido, expresada por la teofanía. Dios se comunica con el pueblo en Asamblea y le expresa su voluntad en las tablas de la Ley 133.

Respuesta de la Asamblea, como aceptación del compromiso y profesión de fe: “Nosotros haremos todo cuanto ha dicho Yahvé» 134 Rito sacrificial de la alianza135. Las reuniones cultuales posteriores serán conmemoración del acontecimiento pascual. La Asamblea anual de la Pascua es una reunión familiar y religiosa cuyos ritos, puestos en relación con la liberación de la esclavitud de Egipto, son como el memorial, la expresión de la salvación concedida por Yahvé a su pueblo 136.

En esta celebración, además del rito, es importante el diálogo, recordando las maravillas del Dios liberador. En los libros del Antiguo Testamento se describe la relación de Dios con el pueblo escogido con categorías que, de alguna forma, expresan la comunión. Se utilizan términos como palabra, alianza, fidelidad, misericordia, justicia, amor. Para concretar tal relación, Dios “eligió al pueblo de Israel como pueblo suyo, pactó con él una alianza y le instruyó gradualmente, revelándose a Sí mismo y los designios de su voluntad a través de la historia de este pueblo, y santificándolo para Sí» 137.

La Asamblea pascual constituye al pueblo de Israel como tal pueblo. En la historia de la salvación esta Asamblea no será definitiva 138. Los profetas de modo progresivo anuncian una futura Asamblea, una reunión escatológica que será más perfecta y que reunirá en sí todos los pueblos. Del resto fiel de Israel Dios convocará un nuevo pueblo y establecerá con él una nueva Alianza: “Así dice el Señor Yahvé: He aquí que voy a recoger a los hijos de Israel de entre las naciones a las que marcharon. Voy a congregarlos de todas partes para conducirlos a su suelo (…) Concluiré con ellos una alianza eterna. Los estableceré, los multiplicaré y pondré mi santuario en medio de ellos para siempre. Mi morada estará junto a ellos, seré su Dios y ellos serán mi pueblo” 139.

Las palabras del profeta nos indican ya los rasgos esenciales de esta Asamblea definitiva: Dios convoca a esta nueva Asamblea al pueblo disperso de Israel y a todos los pueblos. Será la Asamblea definitiva. Con este pueblo se realizará un nuevo pacto o Alianza. En ella se ofrecerá un culto espiritual. Dios estará presente y habitará en su nuevo pueblo para siempre.

b) La Asamblea en el Nuevo Testamento 30.

Toda la actuación de Dios en la antigua Alianza “sucedió como preparación y figura de la Alianza nueva y perfecta que había de pactarse en Cristo y de la revelación completa que había de hacerse por el Verbo de Dios hecho carne” 140.

El Nuevo Testamento nos presenta a Jesús como el que ha venido a dar cumplimiento a las promesas. Su misión es reunir a todos los hombres en el reino del Padre. En la vida pública comienza reuniendo a sus discípulos, a los “Doce”, a la gente que escucha sus palabras y contempla sus signos y milagros. En su predicación anuncia el Reino. Más todavía, Él es en persona el Reino. El signo definitivo de que Cristo es el convocador y fundamento de la nueva Asamblea será su misterio pascual. Cristo es el Salvador que ha constituido un nuevo Pueblo, lo adquirió con su sangre 141. Concretamente, la última Cena es la Asamblea culminante de Cristo con los discípulos y la Asamblea cultual referente de la comunidad cristiana.

Juan Pablo II describía la analogía entre la alianza del Sinaí y la nueva Alianza sellada con la sangre de Cristo con estas palabras: “Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la aspersión con la sangre, los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva comunidad mesiánica, el pueblo de la nueva Alianza” 142.

San Pablo resalta especialmente la relación que existe entre el cuerpo eclesial y el cuerpo eucarístico de Cristo. Ante las divisiones y discriminaciones incipientes, el Apóstol corrige la actuación de la comunidad no sólo porque no se atiende al bien de toda la comunidad y a las exigencias de la verdadera fraternidad, sino también porque una actitud insolidaria con los más pobres está en evidente contradicción con la participación eucarística del cuerpo y la sangre de Cristo 143.

Existe, por tanto, una estrecha relación entre la Cena del Señor, que el Apóstol transmite siendo fiel a la tradición recibida, y la comunidad de hermanos que se reúne en Asamblea eucarística para celebrar y conmemorar esta Cena y la participación en la misma Eucaristía expresando la unidad en la fe en el mismo Señor.

La primitiva comunidad cristiana tiene conciencia de ser el nuevo Pueblo de Dios. Si la venida del Espíritu en el Jordán inaugura la vida pública de Cristo, el acontecimiento de Pentecostés representa el inicio de la vida pública de la Iglesia. La comunidad que brota de Pentecostés se caracteriza por ser: Asamblea universal donde tienen cabida todos los pueblos y razas sin distinción. Asamblea escatológica, ya que en ella se cumplen las promesas 144. Asamblea que vive intensa y conscientemente la presencia del Espíritu que es enviado sobre ella de modo extraordinario. Asamblea que acoge en su seno y proclama a todas las gentes el Evangelio.

Asamblea que celebra los signos de salvación.

Esta Asamblea tendrá como día propio para la reunión el domingo, el día del Señor. Ninguna Asamblea será signo tan real y eficaz de la presencia del Señor y de la realización de la misma Iglesia como la Asamblea del domingo, cuando se reúne para celebrar la Eucaristía.

2) Eucaristía e Iglesia, una relación constitutiva 31. La Asamblea eucarística y la Iglesia forman, desde los comienzos mismos, una unidad. Así pues, “la Iglesia es comunidad eucarística” 145. No hubo un tiempo inicial de la Iglesia en el que todavía no existiera la Eucaristía. Desde sus orígenes la Iglesia se entendió a sí misma como Asamblea eucarística.

Juan Pablo II señalaba que “hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cfr. Mt.26,20; Mc.14,17; Lc.22,14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles ‘fueron la semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada’... Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: ‘Tomad, comed... Bebed de ella todos...’ (Mt.26,26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel momento, y hasta el final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el Hijo de Dios inmolado por nosotros: ‘Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo en recuerdo mío” (ICor.11,24-25; cfr. Lc.22,19)” 146.

Por el bautismo somos incorporados al Cuerpo único de Cristo 147.

El Apóstol afirma algo parecido sobre la participación en el único cáliz eucarístico y en el único pan eucarístico 148. De esta forma, “la incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también Cristo nos recibe a cada uno de nosotros…” 149.

La Iglesia está allí donde quiera que los cristianos se acercan para celebrar la Cena del Señor en torno a la mesa del Señor. Comunidad eucarística y comunidad eclesial forman una unidad y no pueden ser separadas. La Iglesia celebra y vive los misterios de nuestra fe. En una obra clásica del P. Henri de Lubac, cuyas aportaciones han ayudado a profundizar en la relación vital entre Eucaristía e Iglesia, se puede leer: “Es la Iglesia la que hace la Eucaristía; pero es también la Eucaristía la que hace la Iglesia. En el primer caso, es la Iglesia en cuanto la hemos considerado en su sentido activo, en el ejercicio de su poder de santificación; en el segundo, se trata de la Iglesia en su sentido pasivo, de la Iglesia de los santificados. Y en virtud de esta misteriosa interacción, es el Cuerpo único, en fin de cuentas, el que se construye, en las condiciones de la vida presente, hasta el día de su definitiva perfección” 150. Más adelante, el P. Henri de Lubac afirma de modo sintético: “Es en la Eucaristía donde la esencia misteriosa de la Iglesia encuentra su expresión más plena y, correlativamente, es en la Iglesia, en su unidad católica, donde florece en frutos efectivos la misma Eucaristía” 151 La relación entre Eucaristía e Iglesia es tan profunda y tan íntima que ni la Eucaristía podría existir sin la Iglesia, ni puede haber Iglesia sin Eucaristía. Cristo es, en la Eucaristía, el corazón de la Iglesia. Es decir, Eucaristía e Iglesia conforman el único Cuerpo de Cristo.

2.1. La Iglesia hace la Eucaristía 32.

Jesucristo es el único sumo Sacerdote de la nueva Alianza. Él es el gran celebrante de la Eucaristía. A través del Espíritu Santo se hace presente de múltiples maneras en la celebración de la Eucaristía: en su Palabra y bajo las especies del pan y del vino, en la persona del sacerdote y en la propia comunidad que celebra 152. La Eucaristía tiene, por tanto, su origen en Cristo y es un don de Dios.

       Sin embargo, desde un punto visible y externo, la Eucaristía es el sacramento central de la Iglesia, en el que se manifiesta de modo especial la verdadera naturaleza, la estructura ministerial y la acción sacerdotal de todo el pueblo de Dios. Es la Iglesia entera la que está de algún modo presente, como pueblo sacerdotal, ejerciendo su universal sacerdocio.

Así se reconoce en el Misal de Pablo VI, cuando se dice: “La celebración de la Misa, como acción de Cristo y del pueblo de Dios jerárquicamente ordenado, es el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, tanto universal como local y para cada uno de los fieles” 153.

a) Toda la Iglesia, como Pueblo sacerdotal, participa en la celebración de la Eucaristía 33.

El Concilio Vaticano II recordó de nuevo la doctrina del sacerdocio común 154, invitando a todos los fieles presentes en la celebración de la Eucaristía a participar en ella de forma consciente, piadosa y activa.155 Promover y facilitar esta participación de todos en la celebración eucarística es uno de mis grandes deseos como Obispo de la querida diócesis de Ourense. Participación activa no puede ser entendida de un modo meramente exterior y activista.

Al hablar del ejercicio del sacerdocio común en los sacramentos, el Concilio describe la participación en la Eucaristía con estos términos: “Participando (los fieles) del sacrificio eucarístico, fuente y cumbre de toda la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y se ofrecen a sí mismos juntamente con ella. Y así, sea por la oblación o sea por la sagrada comunión, todos tienen en la celebración litúrgica una parte propia, no confusamente, sino cada uno de modo distinto. Más aún, confortados con el Cuerpo de Cristo en la sagrada liturgia eucarística, muestran de un modo concreto la unidad del pueblo de Dios, significada con propiedad y maravillosamente realizada por este augustísimo sacramento” 156.

 La participación en la santa Misa conlleva interrumpir la actividad y la rutina cotidianas para alabar la bondad de Dios, de la que vivimos y de la que tenemos experiencia día tras día y para darle gracias a Dios por habernos dado a Jesucristo como Camino, Verdad y Vida 157. En la celebración eucarística tenemos también la oportunidad de descubrir lo que es esencial para nuestra vida, sobre aquello que nos sustenta y sostiene. En la Eucaristía tomamos conciencia de la fuente de la que nos alimentamos y del fin para el que vivimos. Está claro que no nos alimentamos de nosotros mismos, ni vivimos por nosotros mismos ni para nosotros mismos.

La celebración de la Eucaristía no debería ser un acto ceremonioso y triste, sino una fiesta alegre y viva. Todos los que en ella participan –niños, jóvenes, adultos y ancianos– deberían hacerlo con todas las dimensiones de la persona. El gozo en el Señor es nuestra fuerza 158.

El Apóstol nos insiste: “Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que todo el mundo os conozca por vuestra bondad. El Señor está cerca. Que nada os angustie; al contrario, en cualquier situación presentad vuestros deseos a Dios orando, suplicando y dando gracias” 159. La Eucaristía ha de ser una verdadera celebración festiva llena del gozo más auténtico. 34.

Por otro lado, en la celebración de la Eucaristía ha de mantenerse el respeto ante el Dios santo y ante la presencia de nuestro Señor en el sacramento. Debe ser también un espacio para el silencio, la meditación, la adoración y el encuentro personal con Dios. En este sentido, la liturgia nunca es un medio para un fin, sino un fin en sí misma. Contribuye a la glorificación de Dios y, por eso mismo, a la salvación del ser humano. Es necesario redescubrir la riqueza de la Eucaristía y elucidar su sentido. La verdadera formación litúrgica, que llegue al fondo no sólo del entendimiento, sino del corazón, es imprescindible para una participación más provechosa en el don de la Eucaristía.

Son múltiples los ministerios que los fieles laicos pueden y deben asumir en la celebración eucarística. Todos ellos desempeñan un auténtico ministerio litúrgico que merecen nuestra gratitud y reconocimiento 160. Desde esta perspectiva, la Eucaristía es expresión de una Asamblea participativa.

Todo el pueblo de Dios es sujeto participativo de la acción litúrgica de la Iglesia. De ahí que “las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es ‘sacramento de unidad’, pueblo santo congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos. Por eso, pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, lo manifiestan y lo implican; pero cada uno de los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso según la diversidad de órdenes, funciones y participación actual” 161. Se trata, como ya dije, de una participación que actualiza el sacerdocio universal y que expresa la unidad en la diversidad de oficios y ministerios.

b) La Eucaristía y el ministerio ordenado 35.

La acción eucarística de la Iglesia se expresa y ejerce de modo diferenciado, haciendo en ella cada uno todo y sólo aquello que le pertenece 162. No se debe caer, por tanto, ni en una confusión de funciones y ministerios, ni en una absorción de los mismos. Jesús no sólo llamó al pueblo en general. A los Doce los llamó y envió de un modo especial, confiándoles también la celebración de la Cena: “Haced esto en memoria mía” 163.

La Eucaristía manifiesta la participación y comunión de todo el Pueblo de Dios en su estructura jerárquica. Esta ordenación jerárquica se manifiesta sobre todo en la Eucaristía presidida por el Obispo, rodeado del presbiterio y con la actuación adecuada de todos los servicios y ministerios 164.

En la Eucaristía dominical, donde se reúne la Asamblea en un determinado lugar, se representa a la Iglesia entera en comunión con el Obispo y con las otras Iglesias 165. Juan Pablo II describe con cierta amplitud el tema de la apostolicidad de la Iglesia y de la Eucaristía 166. Me detendré en aquellos aspectos que muestran cómo la Eucaristía es esencialmente Apostólica.

Los Apóstoles están en íntima relación con la Eucaristía, porque Jesús les confió este Sacramento y ellos y sus sucesores lo trasmitieron hasta nosotros. “La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente en continuidad con la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor” 167.

En un segundo sentido la Eucaristía es Apostólica, pues se celebra en conformidad con la fe de los Apóstoles. Durante la bimilenaria historia del Pueblo de la nueva Alianza, el Magisterio de la Iglesia ha ido precisando con sumo cuidado la doctrina sobre la Eucaristía. De este modo se ha salvaguardado la fe Apostólica en este Misterio tan excelso. “Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure así» 168.

En tercer lugar, la sucesión Apostólica conlleva necesariamente el sacramento del Orden. Esta sucesión es esencial para que haya Iglesia en sentido propio y pleno. Más todavía, la sucesión de los Apóstoles en la misión pastoral afecta esencialmente a la celebración eucarística. “En efecto, como enseña el Concilio Vaticano II, los fieles ‘participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real’, pero es el sacerdocio ordenado quien ‘realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo” 169. 36. Ni el ministerio sacerdotal ni la Eucaristía pueden ser derivados ‘desde abajo’, a partir de la comunidad. Ambos superan radicalmente la potestad de la Asamblea.

Para la celebración eucarística es irrenunciable el ministerio del sacerdote ordenado. La Eucaristía, que se funda en la previa acción salvífica de Dios, es signo pleno de la permanente donación y condescendencia del Padre por Cristo en el Espíritu Santo. Este advenimiento de la salvación ‘desde fuera’ y ‘desde arriba’, cobra expresión simbólico-sacramental en el envío del sacerdote a la comunidad.

Es cierto que el sacerdote, en cuanto destinatario de la salvación, forma parte de la comunidad cristiana. Como cualquier otro cristiano depende a diario y siempre de nuevo del perdón y la misericordia de Dios, de su ayuda y de su gracia. Sin embargo, en el ejercicio de su ministerio sacerdotal se halla frente a la comunidad como representante de Aquel que es Cabeza de la Iglesia y verdadero Celebrante primordial. En este sentido, el sacerdote ordenado “realiza como representante de Cristo el Sacrificio eucarístico” 170. El sacerdote actúa, entonces, “in persona Christi Capitis”.

La palabra autorizada de Juan Pablo II nos ofrecía el significado preciso de esta expresión: “in persona Christi quiere decir más que ‘en nombre’ o también, ‘en vez’ de Cristo. In ‘persona’: es decir, en la identificación específica, sacramental con el ‘sumo y eterno Sacerdote’, que es el autor y el sujeto principal de su propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie” 171. El ministerio del sacerdote ordenado “es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena” 172.

El ministerio sacerdotal es constitutivo para la celebración eucarística.

La Asamblea que es convocada para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente un sacerdote ordenado que la presida. La función de presidir la Eucaristía no consiste sólo en realizar determinados ritos o en pronunciar ciertos textos, sino en actuar permanentemente “en la persona de Cristo”, a quien representa, y “en nombre de la Iglesia”, elevando al Padre la plegaria y la ofrenda del Pueblo santo, siendo instrumento dócil en las manos del Señor para la santificación de la comunidad eclesial. 37.

Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, lo es también del ministerio sacerdotal. La praxis de la celebración diaria de la Eucaristía tiene una importancia decisiva para la vida espiritual de los presbíteros 173. La Eucaristía “es la principal y central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la Eucaristía y a la vez que ella” 174.

Son múltiples y variadas las actividades pastorales del presbítero. Hoy día existe en su vida un serio peligro de dispersión. La caridad pastoral debe ser el vínculo que dé unidad a toda la vida del presbítero 175. Esta caridad pastoral que tiene su fuente específica en el sacramento del Orden, halla su expresión plena y su alimento supremo en la Eucaristía. “El alma sacerdotal ha de reproducir en sí misma lo que se hace en el ara sacrificial” 176. En consecuencia, “la caridad pastoral del sacerdote no sólo fluye de la Eucaristía, sino que encuentra su más alta realización en su celebración, así como también recibe de ella la gracia y la responsabilidad de impregnar de manera ‘sacrificial’ toda su existencia” 177.

En la celebración cotidiana de la Eucaristía el sacerdote encuentra la fuerza necesaria para afrontar, sin caer en la dispersión, los diversos quehaceres pastorales. “Cada jornada será así verdaderamente eucarística” 178. En este sentido, “el presbítero tiene que ser ante todo adorador y contemplativo de la Eucaristía a partir del mismo momento en que la celebra” 179.

c) La prioridad de una pastoral vocacional para el ministerio ordenado 38.

De la importancia capital de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y de la necesidad absoluta del ministerio ordenado para celebrar el sacrificio eucarístico deriva la imperiosa necesidad de la pastoral de las vocaciones sacerdotales.

La pastoral vocacional sobre todo para el ministerio sacerdotal es para mí una gran prioridad. En varias ocasiones me pronuncié sobre ello desde mi llegada a la diócesis de Ourense. Una vez más deseo urgir a los jóvenes, padres, educadores y, especialmente, a los sacerdotes en este cometido vocacional. Dios “se sirve a menudo delejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del joven el germen de la llamada al sacerdocio” 180.

Yo mismo escribí al respecto: “Cuando un joven encuentra a un sacerdote que siendo un verdadero hombre ha encontrado en Cristo Jesús el desarrollo más auténtico de su inteligencia y la plenitud de su vida afectiva, la pregunta vocacional queda definitivamente planteada” 181.

La oración ocupa un lugar de gran importancia en la pastoral vocacional, “porque la plegaria por las vocaciones encuentra en ella (la Eucaristía) la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote” 182. Además quienes rezan hacen suya la exhortación de Jesús y oran para que el Señor mande trabajadores a su mies 183.

La misma diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía es un testimonio y un incentivo para la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Soy consciente del gran esfuerzo que los sacerdotes y los colaboradores laicos están llevando a cabo para celebrar con dignidad la Eucaristía.

Todos los que tienen alguna responsabilidad en lo referente a la correcta celebración de la liturgia, y en especial de la Eucaristía, merecen mi más sincero agradecimiento. Hemos de profundizar más y más en la comprensión de la liturgia e intentar que ésta sea fecunda en nuestra vida.

De este modo podremos contagiar a otras personas el gozo de celebrar la Eucaristía. 39. No podemos, sin embargo, cerrar los ojos ante algunas circunstancias especialmente dolorosas.

La participación en la Eucaristía, por lo que al número se refiere, está descendiendo en los últimos años. Además, la comprensión que buena parte de quienes acuden a las celebraciones tiene de los textos y símbolos litúrgicos es cada día más deficiente. Se va desconociendo paulatinamente que la Eucaristía es, ante todo, un acontecimiento sagrado en el que se actualiza “la obra de nuestra salvación” 184.

A numerosos jóvenes, sobre todo, les va resultando un tanto extraño el lenguaje y las formas de la liturgia. Comienza a notarse ya la escasez de sacerdotes y ya no es posible celebrar cada Domingo la Eucaristía en cada comunidad parroquial, siendo así que “la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer la Eucaristía in persona Christi” 185.

Todas estas circunstancias me preocupan hondamente, ya que son realidades que afectan esencialmente a la vida diocesana. Urge una comprensión más profunda de la Eucaristía, para avanzar en la vivencia de la fe cristiana.

2.2 La Eucaristía hace la Iglesia 40.

La relación entre el misterio de la Eucaristía y la Iglesia implica también el efecto de la Eucaristía en la Iglesia. La influencia de la Eucaristía es tal que puede decirse que la Iglesia es objeto de la Eucaristía o, con otras palabras, “la Eucaristía hace la Iglesia”. De esta forma la Iglesia es objeto principal de la Eucaristía que ella ‘hace’; es beneficiaria primera del acontecimiento que celebra. Mediante la Eucaristía “la Iglesia vive y crece continuamente” 186.

La significación de la Eucaristía para la vida de cada Iglesia particular es tal que “no se construye ninguna comunidad cristiana si no tiene su raíz y quicio en la celebración de la santísima Eucaristía, por la que debe, consiguientemente, empezar toda la formación en el espíritu de comunidad” 187.

a) En la Eucaristía la Iglesia toma conciencia de su identidad y de su misión 41. Mientras peregrina en la tierra, la Iglesia está llamada a mantener y promover tanto la comunión con el Dios trinitario como la comunión entre los hombres 188.

La Eucaristía hace y significa a la Iglesia como comunión.

No es casualidad que el término “comunión” sea uno de los nombres específicos del Santísimo Sacramento. Se llama “comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo” 189.

En la Eucaristía la Iglesia toma conciencia de su identidad y de su misión. Se puede afirmar que la Eucaristía es el lugar más privilegiado de expresión, realización e identificación de la Iglesia, el momento decisivo de su crecimiento en verdadero Cuerpo de Cristo, al servicio de toda la humanidad. El misterio entero de la Iglesia, en su ser, su aparecer y sus signos más auténticos, se manifiesta de modo especial en la Eucaristía 190.

Como nos indica el Santo Padre, “la Eucaristía podría considerarse también como una ‘lente’ mediante la cual comprobar continuamente el rostro y el camino de la Iglesia, que Cristo fundó para que todo hombre pudiera conocer el amor de Dios y hallar en él plenitud de vida” 191. Por ser la persona de Cristo, la Eucaristía puede considerarse como fundamento y base de la Iglesia. Como enseña el Concilio de Trento, los otros sacramentos poseen la fuerza de santificar; en la Eucaristía, en cambio, está presente el mismo autor de la santificación.

Más todavía, enseña el Concilio Vaticano II : “En la sagrada Eucaristía se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo en persona, nuestra pascua y pan vivo, que, por su carne vivificada y vivificante por el Espíritu Santo, da vida a los hombres, que de esta forma son invitados y estimulados a ofrecerse a sí mismos, sus trabajos y todas las cosas creadas, juntamente con él” 192

En la Eucaristía se actualiza el misterio pascual de Cristo. La Iglesia celebra en la Eucaristía el sacrificio mismo de Cristo, que es origen y fuente de la comunidad cristiana. Cristo es el redentor de la Iglesia, que se entregó por ella para acogerla como Esposa santa e inmaculada 193. Este amor hasta el extremo del Esposo a su Esposa se perpetúa hasta el final de los tiempos en la celebración eucarística. Compenetrándose plenamente con el misterio pascual, la Iglesia realiza en la Eucaristía la plenitud de su ser.

b) En la Eucaristía se va generando el misterio de la Iglesia 42. La Eucaristía es generadora de Iglesia que brota y nace cada día del misterio eucarístico como fuente inagotable de comunión. Es en la Eucaristía donde una multitud de seres humanos llegan a ser el Cuerpo de Cristo, al participar de su persona –de su Cuerpo y Sangre– e incorporarse a ella. La Eucaristía es “la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia” 194.

La Eucaristía a la vez que actualiza la obra de nuestra redención, representa y realiza la unidad de la Iglesia: “La unidad de los fieles, que constituyen un solo cuerpo en Cristo, está representado y se realiza por el sacramento del pan eucarístico (cfr.ICor.10,17).

Todos los hombres están llamados a esta unión en Cristo, luz del mundo, de quien procedemos, por quien vivimos y hacia quien caminamos” 195. La unión con Cristo conlleva la unión con los hermanos. Los dos discípulos de Emaús, cuando descubren el rostro del Resucitado al partir el pan, vuelven a Jerusalén junto a los demás: “En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás” 196.

En la misma alegoría de la vid y los sarmientos, el Señor nos recuerda el mandamiento nuevo: “Mi mandamiento es éste: Amaos los unos a los otros como yo os he amado” 197 No es posible permanecer unidos a la Vid verdadera, sino estamos en comunión con los demás miembros del Cuerpo de Cristo. En el misterio eucarístico tenemos la oportunidad de participar del único Pan de vida: “Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre... el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna... permanece en mí y yo en él” 198.

La participación en el único Pan y en la única Sangre nos hace un solo Cuerpo: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no nos hace entrar en comunión con la sangre de Cristo? Pues si el pan es uno solo y todos participamos de ese único pan, todos formamos un solo cuerpo” 199.

En el sacramento de la Eucaristía se va edificando la Iglesia como misterio de comunión. San Agustín comenta admirablemente el texto del Apóstol: “Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis ‘amén (es decir, ‘sí’, ‘es verdad’) a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir ‘el Cuerpo de Cristo’, y respondes ‘amén’. Por lo tanto, sé tú verdadero miembro de Cristo para que tu ‘amén’ sea también verdadero” 200. 43.

 La reflexión cristiana que arranca sobre todo del mensaje paulino, ha utilizado constantemente la conocida comparación del pan formado por muchos granos de trigo, molidos, convertidos en harina, amasados por el agua del bautismo y cocidos por el fuego del Espíritu, para mostrar las raíces de la unidad de la Iglesia y para exhortar a los cristianos a la convivencia concorde y pacífica.

La Constitución “Lumen Gentium” sintetiza la doctrina paulina en los siguientes términos: “En la fracción del pan eucarístico compartimos realmente el cuerpo del Señor, que nos eleva a la comunión con Él y entre nosotros. Porque el pan es uno, aunque muchos, somos un solo cuerpo todos los que participamos de un mismo pan (ICor.10,17). Así todos somos miembros de su cuerpo (cfr.ICor.12,27) y cada uno miembro del otro (Rom.12,5)” 201.

Es evidente, nos indicaba Juan Pablo II que “la Eucaristía crea comunión y educa a la comunión” 202. Las divisiones que puedan existir entre los fieles cristianos contradicen abiertamente las exigencias radicales de la Eucaristía. En la celebración eucarística el día del Señor ha de convertirse también en el día de la Iglesia: “Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de unidad” 203.

En cada Eucaristía nos sentimos urgidos a reproducir entre nosotros aquel mismo ideal de comunión que animaba a los primeros cristianos. Aquella Iglesia, congregada en torno a los Apóstoles y convocada por la Palabra de Dios para la fracción del pan, vive en profundidad la comunión entre todos sus miembros 204

El Santo Padre nos habla de la Eucaristía como fuente de comunión con Cristo y entre nosotros con estas palabras: “En la Eucaristía, el Señor se nos da con su cuerpo, con su alma y su divinidad, y nosotros nos convertimos en una sola cosa con él y entre nosotros” 205. 3) María, mujer “eucarística” 44.

Hemos visto cómo la Iglesia hace la Eucaristía, pero también cómo la Eucaristía hace la Iglesia. Allí donde está la Eucaristía, allí está la Iglesia. Ahora bien, enseñaba Juan Pablo II, “si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia” 206. Al ser la Virgen el miembro humano más excelso de la Iglesia, es obvio que se puede hablar de ella como mujer “eucarística”.

En la Carta Apostólica “Rosarium Virginis Mariae”, Juan Pablo II, al hablar de la Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, incluyó entre los misterios de luz la “institución de la Eucaristía”. María puede guiarnos en la contemplación del rostro eucarístico de Cristo, porque tiene una relación muy estrecha con él: “A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto a los Apóstoles, ‘concordes en la oración’ (cfr.Hech.1,14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los fieles de la primera generación cristiana, ‘asiduos en la fracción del pan’ (Hech.2,42)” 207. a) María, mujer eucarística en todas las dimensiones de su vida 45. La relación de María con la Eucaristía se puede mostrar indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer eucarística en toda su vida. La Eucaristía es misterio de fe que supera totalmente la luz de nuestro entendimiento. Es necesaria la luz de la fe. María puede ser apoyo y guía en toda actitud creyente 208. En efecto, “María es la ‘Virgen oyente’, que acoge con fe la palabra de Dios: fe, que para ella fue premisa y camino hacia la Maternidad divina” 209. Ante la propuesta del Arcángel, la Virgen responde: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” 210. La Iglesia desde el día de la institución de la Eucaristía no dejó de cumplir el mandato del Señor: “Haced esto en memoria mía”. Estas palabras nos recuerdan aquellas de la Virgen que nos invitan a obedecer a su Hijo sin titubeos: “Haced lo que Él os diga” 211.

Juan Pablo II comentaba la relación entre ambas expresiones con estas palabras: “Con la solicitud materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: ‘no dudéis, fiaros de la Palabra de mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua, para hacerse así pan de vida” 212.

 A lo largo de su vida, la Virgen vivió una permanente actitud eucarística, incluso antes de la institución de este sacramento. En primer lugar “por el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios” 213.

Con timidez humilde, pero con fe confiada, la Virgen pronuncia su “Sí». La Virgen nos muestra en su “Sí» un corazón generosamente obediente. La morada de un pecho casto se hace de repente templo de Dios. En la “comunión” de María gestante, Jesús vive en Ella día y noche durante nueve meses. Así pues, “María concibió en la encarnación al Hijo divino, incluso en la realidad física de su cuerpo y de su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor” 214. La Virgen “no fue un instrumento puramente pasivo en las manos de Dios, sino que cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres” 215.

 Hemos de seguir las huellas de la fe de María: una fe generosa que se abre a la Palabra de Dios y que acoge la voluntad de Dios. Cada uno de nosotros debe estar pronto a responder así, como Ella, en la fe y en la obediencia, para cooperar, cada uno en la propia esfera de responsabilidad, a la edificación del Reino de Dios.

En este sentido existe una notable analogía entre el “fiat” pronunciado por María en las palabras del ángel y el “amén” que cada fiel pronuncia cuando recibe el Cuerpo del Señor 216. 46. Después de su “fiat”, María sintió que el Verbo se hizo carne en su seno. Llena de Dios se pone en camino para visitar y ayudar a su parienta, Isabel. De esta forma se convierte en el Arca de la nueva Alianza.

Es la primera Custodia que preside la primera procesión del Corpus Christi. Juan Pablo II nos ofrecía un comentario de tinte eucarístico del encuentro de María con Isabel: “Cuando en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte de algún modo en ‘tabernáculo’ –el primer ‘tabernáculo’ de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como ‘irradiando’ su luz a través de los ojos y la voz de María” 217.

Más tarde, María al contemplar embelesada el rostro de su Hijo recién nacido, se convierte en modelo de amor en el que ha de inspirarse cada comunión eucarística. María durante toda su vida hace suya la dimensión sacrificial de la Eucaristía. En la presentación del niño Jesús en el templo, Simeón y Ana representan a todas las gentes expectantes que salen al encuentro del Salvador. Jesús es reconocido como “luz de las naciones” y “gloria de Israel”, pero también como “signo de contradicción” 218.

Precisamente la espada de dolor predicha a María, su Madre, profetiza otra oblación perfecta y única, la de la Cruz que dará la salvación a todos los pueblos 219. El anciano Simeón se dirige a María con estas palabras: “Éste está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción... a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones. Y a ti misma una espada te atravesará el alma” 220. En estos términos se describe la concreta dimensión histórica en la cual el Hijo de Dios cumplirá su misión, es decir, en la incomprensión y en el dolor. María ha de vivir en el sufrimiento su obediencia de fe al lado del Salvador que sufre 221. La profecía de Simeón se va cumpliendo y “María vive una especie de ‘Eucaristía anticipada’ se podría decir, una ‘comunión espiritual’ de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración eucarística, presidida por los Apóstoles, como ‘memorial’ de la pasión” 222.

Las palabras de la institución de la Eucaristía “Esto es mi cuerpo que es entregado por vosotros” tienen un eco especial en el corazón de María, pues “aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo cuerpo concebido en su seno!” 223.

En la Eucaristía Jesús se nos da como “Pan de vida” en la comunión. Este momento de la celebración eucarística tuvo en la vida de la Virgen una intensidad especial y única: “Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había experimentado en primera persona al pie de la Cruz” 224.

En la Eucaristía actualizamos el misterio pascual de Cristo.

 

En el trance fundamental de su vida histórica Jesús pone en evidencia un nuevo vínculo entre Madre e Hijo. La maternidad espiritual emerge de la definitiva maduración del misterio pascual de Cristo. María es entregada al hombre (Juan) como madre de todos los hombres.

b) La Eucaristía es toda ella un ‘Magnificat’ 47. Este sacramento se llama “Eucaristía porque es acción de gracias a Dios” 225. En el cántico del “Magnificat” María da gracias por las maravillas que Dios ha realizado en ella y en toda la humanidad. En este cántico vertió, como en una ánfora, los secretos de su corazón y las más íntimas efusiones de su alma. El “Magnificat” refleja el interior de María. “La Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias... María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de salvación... María canta el ‘cielo nuevo’ y la ‘tierra nueva’ que se anticipan en la Eucaristía ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella un Magnificat!” 226.

En el proceso de nuestra configuración con Cristo hemos de aprender de su Madre, dejándonos acompañar por Ella. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo mismo se puede decir del binomio María Eucaristía. “Por eso, el recuerdo de María en la celebración eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente” 227. 48. Basta con leer los Evangelios para percibir que Jesús no se conformó con ser, con sus palabras y con sus obras, el signo vivo del Reino que anunciaba. Es un dato incontestable que reunió en torno a sí a un grupo de discípulos, para que atestiguaran públicamente su llamada universal a la salvación y el Reino de amor que venía a instaurar.

 Todavía hoy, cuarenta años después del Concilio Vaticano II, resuenan con fuerza aquellas palabras de Pablo VI: “La Iglesia se sitúa entre Cristo y la humanidad, pero no prendada de sí misma..., no como constituyéndose en su propio fin, sino muy al contrario, constantemente preocupada por ser toda de Cristo, en Cristo y para Cristo; por ser toda de los hombres, entre los hombres, para los hombres, humilde y gloriosa intermediaria, trayendo, conservando y difundiendo desde Cristo a la humanidad la verdad y la gracia de la vida sobrenatural” 228.

 La Iglesia existe para la misión.

 

La Iglesia se siente enviada por el Dios Uno y Trino. En la Eucaristía ofrece al Padre el sacrifico de Cristo, gracias a la invocación del Espíritu. Antes de mostrar la relación entre la Eucaristía y la misión de la Iglesia, quiero recordar algunas dimensiones básicas de la Iglesia como misterio de comunión y de misión.

1) La Iglesia, misterio de comunión 49.

 

La Iglesia se halla inserta en el designio de Dios Padre de comunicarse a los hombres por Jesucristo en el Espíritu Santo. La reflexión eclesiológica no puede disociar la fuente trinitaria de la Iglesia de su manifestación en la vida de los hombres 229. La Iglesia es como “un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” 230.

a) La Iglesia es fruto del amor gratuito de Dios

 

La Iglesia no existe como tal más que en el ‘Abba’ incesante que dirige al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo. Nacida del amor del Padre, la comunidad eclesial se siente fruto de su amor gratuito. El Padre “estableció convocar a quienes en creen en Cristo en la santa Iglesia, que ya fue prefigurada desde el origen del mundo, preparada admirablemente en la historia del pueblo de Israel y en la Antigua Alianza, constituida en los tiempos definitivos, manifestada por la efusión del Espíritu y que se consumará gloriosamente al final de los tiempos” 231. Desde la raíz de la iniciativa del Padre, al Hijo pertenece poner en ejecución el plan de salvación de su

 Padre. Éste es el motivo de su “misión”. En efecto, “el misterio de la santa Iglesia se manifiesta en su fundación. Pues nuestro Señor Jesús dio comienzo a la Iglesia predicando la buena nueva, es decir, la llegada del reino de Dios prometido desde siglos en la Escritura: ‘Porque el tiempo está cumplido, y se acercó el reino de Dios’ (Mc.1,15; Cfr. Mt.4,17)” 232.

Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inaugura el Reino de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio” 233. Ahora bien, la Iglesia no es sólo memoria y fidelidad a los orígenes. Se edifica gracias a la acción del Señor resucitado. 50. El Espíritu Santo influye permanentemente en la marcha de la Iglesia por la historia desde una triple perspectiva.

 La tercera Persona divina santifica a la Iglesia. Así nos lo enseña el Concilio: “Consumada, pues, la obra que el Padre confió al Hijo en la tierra, fue enviado el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, para que indeficientemente santificara a la Iglesia” 234. El mismo Espíritu que es fuente de comunión en la relación trinitaria, es también fuente de comunión en la relación eclesial: “el mismo en la Cabeza y en los miembros” 235. Él es, también la novedad creadora de la historia, en la espera activa del Reino escatológico.

En síntesis, se puede afirmar que el Padre origina la Iglesia mediante la misión conjunta del Hijo que la instituye y del Espíritu que la constituye. De modo muy conciso sostiene Tertuliano: “Donde los tres, es decir, el Padre y el Hijo y el Espíritu Santo, allí está la Iglesia que es el cuerpo de los tres 236.

En este sentido “La Iglesia es una misteriosa extensión de la Trinidad en el tiempo, que no solamente nos prepara a la vida unitiva, sino que nos hace ya partícipes de ella. Proviene de la Trinidad y está llena de la Trinidad” 237.

b) La Iglesia se reconoce como misterio de comunión 51. El concepto de comunión vertebra la eclesiología del Concilio Vaticano II. Esta noción impregnó durante el primer milenio la conciencia de la Iglesia.

En el Sínodo extraordinario de 1985 se reconoce que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos del Concilio” 238. En su primer artículo la Carta “Communionis notio” afirma: “El concepto de comunión (koinonia), ya puesto de relieve en los textos del Concilio Vaticano II, es muy adecuado para expresar el núcleo profundo del misterio de la Iglesia, y ciertamente, puede ser una clave de lectura para una renovada eclesiología católica” 239.

La teología está prestando una gran atención a esta aportación conciliar. El Secretario especial de la primera Asamblea extraordinaria del Sínodo de Obispos de 1969, escribía: “La innovación del Vaticano II de mayor trascendencia para la eclesiología y para la vida de la Iglesia ha sido el haber centrado la teología del misterio de la Iglesia sobre la noción de comunión” 240. Hace años sostenía también, con toda claridad, el teólogo alemán, Walter Kasper que “Una de las ideas fundamentales de la eclesiología del Concilio, la idea fundamental más bien, es la de ‘comunión’... Los textos conciliares y su eclesiología de comunión en modo alguno están superados. Podría incluso decirse que su recepción no ha hecho más que comenzar” 241.

 

c) Dimensiones básicas del misterio de la Iglesia como comunión 52.

 

El Dios cristiano no es soledad, es comunión. El modelo acabado de comunión lo encuentra la Iglesia en el misterio de la Santísima Trinidad 242. El pueblo de Dios está incardinado en el movimiento de autocomunicación y automanifestación de Dios Padre por Jesucristo en el Espíritu Santo 243. El misterio trinitario de Dios se refleja en tres imágenes eclesiológicas básicas: Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu. Estas tres imágenes son prioritarias, porque expresan el misterio más fundamental y más vital de la Iglesia.

En el pueblo de Dios que vive como Cuerpo de Cristo todos son sujetos de comunión: “Esta comunión comporta una solidaridad espiritual entre los miembros de la Iglesia, en cuanto miembros de un mismo Cuerpo, y tiende a su efectiva unión en la oración, inspirada en todos por un mismo Espíritu, el Espíritu Santo que llena y une toda la Iglesia” 244. Es connatural al ser cristiano actuar corresponsablemente ‘pro sua parte’ en la comunión y misión de la Iglesia. Ésta es comunión en ‘igualdad diferenciada’.

La comunión eclesial tiene una auténtica base sacramental 245. Más concretamente, la comunión eclesial y la Eucaristía son realidades inseparables: “La participación del cuerpo y sangre de Cristo hace que pasemos a ser aquello que recibimos” 246. En consecuencia, “la expresión paulina: la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, significa que la Eucaristía, en la que el Señor nos entrega su Cuerpo y nos transforma en un solo Cuerpo, es el lugar donde permanentemente la Iglesia se expresa en su forma más esencial: presente en todas partes y, sin embargo, sólo una, así como uno es Cristo” 247.

 La celebración de la Eucaristía es, en cuanto mesa del Señor compartida, hogar de fraternidad cristiana, fermento de la solidaridad con todos los hombres y fundamento y exigencia que clama por la efectiva comunicación. La Iglesia católica, una y única se constituye en y a base de las Iglesias particulares y subsiste en ellas 248. La Iglesia no se fragmenta en sucursales ni resulta de la organización internacional con entidades administrativas en determinados lugares. La Iglesia no es suma de partes, sino comunión de totalidades. La universalidad de la Iglesia se realiza localmente.

La Iglesia es el Cuerpo de las Iglesias 249. 53.

La comunión eclesial es un regalo de la familia divina. La realidad de la Iglesia-Comunión forma parte integrante del designio divino de salvación. Es el Espíritu vivificador quien realiza la admirable unión dentro de la Iglesia 250.

Con estas palabras precisas se describe esta acción del Espíritu: “Aquel Espíritu que desde la eternidad abraza la única e indivisa Trinidad, aquel Espíritu que ‘en la plenitud de los tiempos’ (Gál.4,4) unió indisolublemente la carne humana al Hijo de Dios, aquel mismo e idéntico Espíritu es, a lo largo de todas las generaciones cristianas, el inagotable manantial del que brota sin cesar la comunión en la Iglesia y de la Iglesia” 251.

La comunión es fruto también de la Palabra y de los Sacramentos, especialmente de la Eucaristía. No es, por tanto, fundamentalmente el resultado de esfuerzos humanos. Ahora bien, esta comunión tiene un carácter dinámico. Está exigiendo una expansión y una profundización personal y comunitaria. La comunión iniciada como don de Dios reclama la colaboración de cada creyente y de cada comunidad. La comunión se va configurando como comunión ‘orgánica’. Está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios y carismas.

2) La Iglesia, misterio de comunión y de misión 54. Hemos visto cómo la eclesiología de comunión representa el corazón de la doctrina conciliar sobre la Iglesia. Ahora bien, la Iglesia, misterio de comunión, ha nacido para la misión. Comunión y misión son dos dimensiones inseparables del único misterio de la Iglesia. Por su naturaleza, la Iglesia durante su peregrinación en la tierra es misionera, ya que ella misma deriva su origen de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre.

La misión, pues, encierra un significado trinitario y teologal. Nace de la caridad del Padre 254, actualiza en cada momento de la historia la misión de Jesús, el Hijo de Dios 255 y se hace posible por el Espíritu Santo 256.

 

a) La Iglesia existe para la misión 55.

 

La misión abarca también a la entera existencia de la Iglesia. En este sentido, la misión significa mucho más que una tarea de la Iglesia. Es la expresión misma de su ser. La Iglesia existe para la misión. Pablo VI declaraba con palabras lapidarias que la evangelización representa la vocación propia de la Iglesia: “Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la Santa Misa, memorial de su Muerte y Resurrección” 257.

 Los que se sienten discípulos de Jesús, hijos de Dios y hermanos entre sí, son constituidos por la fuerza del Espíritu Santo en comunidad evangelizadora 258. La Iglesia surge de la persona y de la misión evangelizadora de Jesús y es enviada por el Señor Resucitado a evangelizar hasta su segunda venida.

La comunidad Apostólica continúa la presencia y la acción salvadora de Jesús de Nazaret muerto y resucitado. En el libro de los Hechos de los Apóstoles se pone de manifiesto el dinamismo misionero de las primeras comunidades cristianas.

El envío de Cristo ‘hasta los confines del mundo’ sigue siendo tan actual como en la era Apostólica. Juan Pablo II asumía muy en primera persona aquel grito del Apóstol: “¿Ay de mí si no predicara el Evangelio!” 259.

El testimonio apostólico se apoya en cuatro aspectos que no se han difuminado con el paso del tiempo. Una certeza: la de Cristo resucitado que sigue estando vivo, “exaltado por la diestra de Dios”; un envío: “Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes” 261; una seguridad: “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” 262 ; y una fuerza interior: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo” 263.

b) El centro del mensaje es la salvación en Jesucristo 56. La única misión de la Iglesia y su carácter progresivo la describe el Apóstol con estas palabras: “Capacita así a los creyentes para la tarea del ministerio y para construir el Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud la talla de Cristo” 264. En la oración sacerdotal Jesús manifiesta el contenido esencial de la evangelización: “Padre, ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo” 265.

La evangelización explicita el amor gratuito y universal de Dios comunicado en la persona de Jesucristo por la acción del Espíritu Santo. Lo nuclear del mensaje evangelizador es la salvación en Jesucristo. En consecuencia, “No hay evangelización verdadera mientras no se anuncie el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazaret Hijo de Dios” 266. Él nos hace presente la cercanía de Dios, su misericordia entrañable, nos da la filiación divina y nos promete la vida que no tiene fin.

El mensaje cristiano afecta a todo el hombre y a todos los hombres. La tarea evangelizadora “es única e idéntica en todas partes y en toda situación, si bien no se ejerce del mismo modo según las circunstancias 267

Los inmensos horizontes geográficos de la misión no deben ocultar los nuevos espacios humanos que marcan las mentalidades y las opciones de nuestros contemporáneos: “Existen otros muchos areópagos del mundo moderno (además del de la comunicación) hacia los cuales debe orientarse la actividad misionera de la Iglesia. Por ejemplo, el compromiso por la paz, el desarrollo y la liberación de los pueblos; los derechos del hombre y de los pueblos, sobre todo los del niño; la salvaguardia de la creación... Hay que recordar, además, el vastísimo areópago de la cultura, de la investigación científica, de las relaciones internacionales…” 268.

La misión de la Iglesia es única, pero se realiza en tareas diversas. Esto da a la evangelización una gran riqueza de formas y de cauces. 57. El anuncio del Evangelio incumbe a todo cristiano consciente de su vocación de bautizado.

La Iglesia entera es la que ha recibido de Cristo el mandato de ir por todo el mundo y anunciar el Evangelio. A todo el pueblo de Dios incumbe este mandato 269. Por tanto, “no se da, por ende, miembro alguno que no tenga parte en la misión de Cristo” 270. Por consiguiente, “no hay lugar para el ocio: tanto es el trabajo que a todos espera en la viña del Señor” 271.

Evangelizar es un acto ‘eclesial’ que ha de realizarse en comunión con la Iglesia y en nombre de ella 272. Ahora bien, la Iglesia universal se hace presente en cada una de las Iglesias particulares con todos sus elementos constitutivos.

 

La Iglesia universal se manifiesta como ‘Cuerpo de Iglesias’ 273. 3)

El Espíritu Santo, protagonista de la misión 58. Sin el Espíritu Santo ni se realiza ni se produce su efecto en nosotros la salvación que Cristo nos ha traído 274. El don del Espíritu Santo es el don constante; es expresión de la perennidad de la acción salvadora de Dios cumplida de una vez para siempre en Cristo, pero que el Espíritu Santo constantemente universaliza, actualiza e interioriza 275.

 

a) El Espíritu Santo, principio vital de la Iglesia

 

La Iglesia es de algún modo el lugar ‘natural’ del Espíritu, como lo fue la humanidad de Jesús en el tiempo de su vida mortal. San Ireneo formula así esta CARTA PASTORAL DEL SR. OBISPO ABRIL • 545 realidad: “Donde está la Iglesia allá está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios allí está la Iglesia y toda gracia, pues el Espíritu es la verdad” 276.

Más tarde, San Juan Crisóstomo sostiene con toda claridad que “si el Espíritu Santo no estuviera presente no existiría la Iglesia; si existe la Iglesia, esto es un signo abierto de la presencia del Espíritu” 277.

El Espíritu santifica constantemente a la Iglesia, mora en ella, la introduce en la plenitud de la verdad, la unifica y la dirige, la enriquece con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la lleva a la perfección 278. Constituye como el principio vital de la Iglesia, su alma 279.

En el Cenáculo, la víspera de su pasión, Jesús promete a sus discípulos el envío del Espíritu Santo 280. Dios cumple siempre sus promesas. El día de Pentecostés fue enviado el Espíritu Santo sobre los Apóstoles y sobre la primera comunidad de los discípulos del Señor que en el Cenáculo “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”, en compañía de María, la madre de Jesús 281.

En el relato de este acontecimiento se recogen tres elementos externos: el ruido del viento, las lenguas de fuego y el carisma del lenguaje. Todos ellos indican no sólo la presencia del Espíritu Santo, sino también su particular venida sobre los presentes, su donarse que provoca en ellos una verdadera transformación 282. Pentecostés supuso una efusión de vida divina. Junto con la Pascua, Pentecostés constituye el coronamiento de la economía salvífica de la Trinidad divina en las historia humana. En el evento de Pentecostés se revela al mundo la Iglesia, el nuevo Pueblo de Dios. La relación entre el Espíritu Santo y la Iglesia no es de tipo externo, sino de carácter profundo y vital: “A la Iglesia, de hecho, le ha sido confiado el Don de Dios, como soplo a la criatura formada, a fin de que todos los miembros, participando en él, sean vivificados; y en ella ha sido depositada la comunión con Cristo, es decir, el Espíritu Santo, prenda de incorruptibilidad, confirmación de nuestra fe y escalera de nuestra subida a Dios” 283.

El decreto conciliar “Ad gentes” destaca la relación de la tercera Persona divina con la misión de la Iglesia. El decreto recuerda que “el Señor Jesús, antes de dar voluntariamente su vida para salvar el mundo, de tal manera organizó el ministerio apostólico y prometió enviar el Espíritu Santo, que ambos están asociados en la realización de la obra de la salvación en todas partes y para siempre” 284.

La misión de la Iglesia no es sólo fruto de la obediencia al ‘mandato de Cristo’, sino que se hace presente en todos los pueblos y naciones impulsada “por la caridad y gracia del Espíritu Santo” 285. Además, la presencia y acción del Espíritu es imprescindible para que la palabra de la predicación sea acogida por las personas en sus corazones 286.

 

b) El Espíritu Santo, agente principal de la evangelización 59.

 

Pablo VI en la exhortación Apostólica “Evangelii nuntiandi” (1975) dedica todo el número 75 para mostrar la relación entre la tercera Persona divina y la evangelización. Comienza sentando este principio básico: “No habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo” 287. A continuación describe a grandes trazos la presencia activa del Espíritu en la vida pública de Jesús de Nazaret.

El mismo Espíritu, después de Pentecostés influye tan decisivamente en la vida de los Apóstoles que sin Él no sería posible la gran obra de la evangelización. Más todavía, “el Espíritu que hace hablar a Pedro, a Pablo y a los Doce, inspirando las palabras que ellos deben pronunciar, desciende también ‘sobre los que escuchan la Palabra”288. Por ello, “gracias al apoyo del Espíritu Santo, la Iglesia crece” 289. Él anima desde dentro toda la actividad Apostólica de la Iglesia. Él actúa en cada evangelizador. Es necesario recordar que las habilidades personales, los medios técnicos y los recursos humanos no suplen la acción del Espíritu Santo que es quien alza los corazones a la gracia, mantiene la comunión eclesial y alienta la vida evangélica. El evangelizador que es dócil a la acción del Espíritu Santo vive con ilusión, alegría y esperanza.

Pablo VI, después de resaltar la bondad de las técnicas de la evangelización, señala con toda claridad que “ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él. Sin Él, la dialéctica más convincente es impotente sobre el espíritu de los hombres. Sin Él, los esquemas más elaborados sobre bases sociológicas o psicológicas se revelan pronto desprovistos de todo valor” 290. Sin temor alguno puede “decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización” 291. 60.

Todo lo dicho muestra que, cuando la Encíclica “Redemptoris missio” (1990) de Juan Pablo II trata del Espíritu como protagonista de la misión, está siguiendo las huellas de la viva Tradición de la Iglesia. Mientras que la “Evangelii nuntiandi” habla del Espíritu como “agente principal”, la Encíclica “Dominum et vivificante” (1986) lo presenta como “protagonista transcendente de esta obra salvífica” 292, de aquí pasó este título al capítulo tercero de la “Redemptoris missio”. Juan Pablo II no duda en afirmar que “el Espíritu Santo es en verdad el protagonista de toda misión eclesial” 293. Mediante la acción del Espíritu, el Evangelio va tomando cuerpo en las conciencias y en los corazones de las personas y se va difundiendo en la historia.

En toda actividad eclesial está presente el Espíritu que da la vida. Después de Pascua, “los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés” 294. El Espíritu les capacita para ser testigos de Jesús con toda libertad. Tras el primer anuncio de Pedro y las conversiones consiguientes, se forma la primera comunidad 295.

Es el Espíritu el que hace misionera a toda la Iglesia. Las primeras comunidades eran dinámicamente abiertas y misioneras. En ellas se cumple este principio tan saludable: “Aun antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación” 296. El Espíritu está presente y operante en todo tiempo y lugar. Es verdad que el Espíritu se manifiesta de manera especial en la Iglesia, sin embargo su presencia y acción no quedan circunscritas de modo exclusivo al ámbito eclesial.

El Concilio Vaticano II recalcó esta realidad. Enseña que el Espíritu actúa en el corazón del hombre, mediante las “semillas de la Palabra”, “incluso en las iniciativas religiosas, en los esfuerzos de la actividad humana encaminados a la verdad, al bien y a Dios” 297.

El Espíritu actúa realmente en la sociedad, la historia, en las culturas y en las religiones. Él que “sopla donde quiere” 298 nos invita a considerar su acción presente en todo tiempo y lugar. Como Iglesia particular, nuestra Diócesis ha de prestar atención a la presencia y a la voz del Espíritu. Ha de afrontar las tareas evangelizadoras, confiando plenamente en el Espíritu “¡Él es el protagonista de la misión!” 299.

4) La Eucaristía, un eficaz descendimiento del Espíritu Santo 61.

Hay que reconocer que en la liturgia es toda la Santísima Trinidad la que actúa: El Hijo encarnado es el centro viviente, el Padre es el origen primero y el fin último y el Espíritu Santo es el que hace presente a Cristo en el hoy de la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica de la Iglesia Católica destaca el papel activo del Espíritu como pedagogo, preparador, memoria, animador y actualizador del misterio de Cristo en la celebración litúrgica 300.

a) La presencia activa del Espíritu Santo en la Liturgia La Liturgia es llamada ‘el sacramento del Espíritu’, porque, como en el día de Pentecostés, llena de sí mismo las acciones litúrgicas. Más todavía, “la gracia del Espíritu Santo tiende a suscitar la fe, la conversión del corazón y la adhesión a la voluntad del Padre” 301.

 Por la presencia del Espíritu en la liturgia los misterios de la vida de Cristo llegan a ser para el creyente actuales y eficaces. El Espíritu Santo operante en el tiempo de la Iglesia es el que hace a Cristo nuevamente vivo en medio de los suyos.

La Palabra de Dios, proclamada y escuchada en la liturgia, posee una particular vitalidad y una eficacia real. En síntesis se puede decir que “la finalidad de la misión del Espíritu Santo en toda acción litúrgica es poner en comunión con Cristo para formar su Cuerpo” 302. Los Padres de la Iglesia pusieron de manifiesto la presencia activa del Espíritu Santo en la vida sacramental de la Iglesia. “Nuestros misterios, sostiene San Juan Crisóstomo, no son acciones teatrales: aquí todo está regulado por el Espíritu” 303. San Cirilo de Jerusalén enseña que el Espíritu “transforma siempre lo que toca” 304. “Sólo en la Iglesia, afirma San Isidoro de Sevilla, se celebran fructuosamente los sacramentos; de hecho, es el Espíritu Santo el que habita en ella y opera secretamente el efecto” 305.

b) El Espíritu Santo y la Eucaristía 62.

 

Bien sabemos que en la Eucaristía “se contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua” 306. Dada la riqueza de la Eucaristía, es evidente que la acción del Espíritu en ella es muy destacada. De algún modo se puede afirmar que la presencia del Espíritu en la Eucaristía hace que la celebración de este sacramento sea un Pentecostés, un eficaz descendimiento del Espíritu. Juan Pablo II nos recordaba cómo la Iglesia pide la presencia del Espíritu en la celebración eucarística: “La Iglesia pide este don divino (el Espíritu Santo), raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística.

Se lee, por ejemplo, en la ‘Divina Liturgia’ de San Juan Crisóstomo: ‘Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre nosotros y sobre estos dones…para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos’.

Y, en el Misal Romano, el celebrante implora que: ‘Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu’. Así, con el don de su cuerpo y su sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como ‘sello’ en el sacramento de la Confirmación” 307. El mismo Espíritu que obró la encarnación del Hijo de Dios es el que realiza ahora el misterio eucarístico. El sacerdote, imponiendo las manos sobre el pan y el vino, pronuncia la epíclesis anteconsecratoria: “Te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos preparado para ti, de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo” 308.

En la epíclesis de después de la consagración se invoca la acción del Espíritu sobre la comunidad que va a participar en la comunión. Se pide a Dios que, por medio de su Espíritu, conceda a la comunidad, que está celebrando el memorial de la pascua de Cristo y que va a participar de su donación sacramental, los frutos del sacramento: el amor, la vida, la unidad.

Como en Pentecostés el Espíritu llenó de vitalidad a la Iglesia naciente, ahora, al celebrar la Eucaristía, la comunidad desea ser transformada en el Cuerpo de Cristo: “Danos tu Espíritu de amor a los que participamos en esta comida, para que vivamos cada día más unidos en la Iglesia” 309. 5) La Eucaristía, fuente y cumbre de la misión de la Iglesia 63.

La Eucaristía es generadora de Iglesia, que brota y nace cada día del misterio eucarístico. Es en la Eucaristía donde una multitud de personas se hace Cuerpo de Cristo 310. En virtud de esta misteriosa interacción es el Cuerpo único el que se va construyendo en las condiciones de la vida presente, hasta alcanzar la perfección definitiva al final de los tiempos. No existe auténtica celebración y adoración de la Eucaristía que no conduzca a la misión. De hecho, “la Eucaristía es fuente de misión” 311. A su vez, la misión presupone otro rasgo eucarístico esencial, la unión de los corazones. Toda la tarea evangelizadora de la Iglesia nace y tiende a la Eucaristía: “Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y, en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo” 312.

El Santo Padre, Benedicto XVI, nos recuerda el perfil evangelizador de la Eucaristía. He aquí sus palabras: “La Eucaristía hace presente constantemente a Cristo resucitado, que se sigue entregando por nosotros, llamándonos a participar en la mesa de su Cuerpo y su Sangre.

De la comunión plena con él brota cada uno de los elementos de la vida de la Iglesia, en primer lugar la comunión entre todos los fieles, el compromiso del anuncio y de testimonio del Evangelio y el ardor de la caridad hacia todos, especialmente hacia los pobres y los pequeños”

 

a) Fundamento eucarístico de la misión 64. De la Iglesia como comunión a la misión de la Iglesia, gracias al misterio de la Eucaristía, porque “la liturgia en la que se realiza el misterio de la salvación se termina con el envío de los fieles (‘missio’) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana” 314. Mediante la participación activa en la Eucaristía, nos alimentamos de la savia de la Vid verdadera que es Cristo. Unidos especialmente a la Vid, los sarmientos son llamados a dar fruto 315.

Durante el encuentro del Señor resucitado con los discípulos de Emaús, el Señor les explica el acontecimiento de su muerte y resurrección y, ‘al partir el pan’ le reconocen. Entonces se sienten impulsados a volver a Jerusalén para anunciar a los Once la noticia: “Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: ‘¡Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!’. Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían reconocido en el partir el pan” 316.

 Esto pone de manifiesto, al menos en parte, que a la Eucaristía se le llame también, con razón, la “Misa”. Juan Pablo II hablaba de la “Misa a la misión” 317. El discípulo de Cristo se siente deudor para con los hermanos de todo lo que ha recibido en la celebración de la Eucaristía. Todo aquél que, en la Santa Misa, ha reconocido la presencia del Señor, se siente urgido a transmitir a los demás el Evangelio. El creyente escucha dentro de sí el mandato del Señor: “Id y anunciad a mis hermanos” 318. 65.

 Terminada la celebración eucarística, el fiel cristiano vuelve a su ambiente habitual con el compromiso de hacer de toda su vida un don, un sacrificio espiritual agradable a Dios 319. La Asamblea se dispersa para cumplir una misión o tarea y no precisamente por cuenta propia o en solitario, sino por encargo de Cristo en solidaridad eclesial y con la bendición del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. La misma oración después de la comunión insiste normalmente en la responsabilidad y en el compromiso que brota de la Santa Misa. Es imposible que la Eucaristía alimente la fe y no lleve a comunicarla; convierta el corazón y no mueva a predicar la conversión; realice la unidad y no impulse a superar las divisiones de la vida.

Al recordar con palabras solemnes la institución de la Eucaristía, San Pablo nos advierte: “Siempre que coméis de este pan y bebéis de esta copa, anunciáis la muerte del Señor hasta que Él venga” 320. En estos términos el Apóstol refiere la dinámica misionera de la Eucaristía.

 Después de la consagración el sacerdote proclama ante los fieles: “Éste es el Sacramento de nuestra fe”. El pueblo fiel responde: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!”. La comunidad creyente es convocada para celebrar y proclamar ante el mundo la Pascua del Señor. En su vida pública Jesús asoció pronto a los Doce y a los setenta y dos a su misión 321. Resucitado de entre los muertos, los envió para que hicieran discípulos de todas las gentes 322.

Antes de su Ascensión a la derecha del Padre, les comunicó: “Vosotros recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines de la tierra” 323. Con el Cuerpo y la Sangre del Resucitado, los que participan en el banquete eucarístico, reciben el Espíritu Santo que los capacita para el testimonio público. La Asamblea eucarística es misionera, ya que actualiza el dinamismo profundo de la comunión. Esta comunión hace posible que el mundo crea y reconozca a Jesús como enviado del Padre. Así lo expresa Jesús en el Cenáculo en la oración al Padre, impetrando para sus discípulos el don de la unidad: “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado…” 324.

Desde esta perspectiva, la comunión es fuente y meta de la misión. Por otra parte, la celebración eucarística es proclamación pública de la muerte y resurrección del Señor hasta su venida gloriosa. Los fieles cristianos reunidos en Asamblea anuncian su fe, esperanza y determinación de vivir en el amor.

 Dios se reveló como amor y la comunidad eucarística da a conocer esta buena nueva: “Dios es amor…El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados” 325. Los cristianos, reunidos en torno al altar del sacrificio donde se consuma el amor hasta el extremo, celebran e invitan a todos al banquete del amor, a comulgar con el cuerpo y la sangre del Primogénito de la nueva creación. 66.

 

La Eucaristía es prenda de la gloria futura. Imprime a la Iglesia una tensión escatológica.

 

El pan y el vino eucarísticos están transidos del poder de la resurrección que empieza a obrar ya en nosotros: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna y yo lo resucitaré en el último día…el que coma de este pan vivirá para siempre” 326. A su vez, la Eucaristía es alimento del Pueblo peregrino327. Es fuente de esperanza activa y comprometida con la historia concreta.

El Concilio Vaticano II, tras indicar que la actividad humana encuentra su perfección en el misterio pascual y que es preciso entregarse al servicio temporal de los hombres, concluye: “El Señor dejó a los suyos una prenda de esta esperanza y un alimento para el camino en aquel sacramento de la fe, en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en su cuerpo y sangre gloriosos en la cena de la comunión fraterna y la pregustación del banquete celestial” 328.

La comunidad cristiana se reúne para celebrar la Eucaristía y así poder recorrer la historia con Cristo en su paso hacia el Padre. La Eucaristía es fuente de reconciliación y nos da fuerza para ir en busca de los ausentes.

 

b) La Eucaristía, fuente de renovación de la misión 67. De la Eucaristía nace el deber de cada cristiano de cooperar al crecimiento del Cuerpo de Cristo, para llevarlo cuanto antes a la plenitud 329. En efecto, “mediante la Eucaristía la Iglesia vive y crece continuamente” 330. De la fuente eucarística debe brotar un renovado compromiso por la misión eclesial.

La Eucaristía es un verdadero lugar de renovación en la misión de la Iglesia por varias razones. La Eucaristía influye positivamente en los fieles que participan en ella. El sujeto de la celebración de la Eucaristía es la persona iniciada en la vida de Cristo y de la Iglesia a través de los sacramentos.

El Concilio Vaticano II nos describe cómo cada fiel va ejercitando el sacerdocio común en la vivencia de los sacramentos 331. El bautismo incorpora los fieles a la Iglesia y “quedan destinados por el carácter al culto de la religión cristiana, y, regenerados como hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que recibieron de Dios mediante la Iglesia” 332.

El sacerdocio común no es, pues, solamente espiritual, sino comunitario y público. La confirmación fortalece el lazo de unión con la Iglesia; el confirmando recibe de un modo especial el don del Espíritu Santo para dar testimonio de Cristo en el mundo y el confirmado se convierte en un cristiano adulto capaz de defender y de proteger la fe. Quien, desde esta realidad de confirmado en la fe, participa en la Eucaristía no puede menos de renovar la misión que ya ha recibido al ser iniciado y que expresa y celebra permanentemente en la cena del Señor.

La Eucaristía es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana 333. Esta vida brota del altar y a él vuelve como a su punto más alto. La Eucaristía es centro y culmen de la evangelización, porque es centro del Evangelio, de la Iglesia, de la vida cristiana y de la misión.

En este sentido, la Santa Misa se constituye como el espacio de revisión y renovación de la misión, en momento oportuno para una auténtica toma de conciencia sobre el derecho y el deber de participar en las tareas de edificación de la Iglesia en el mundo 334. 68.

 La Eucaristía es también causa de renovación de la misión, porque en ella se celebra el misterio del cual arranca y en el que se funda la misión de la misma Iglesia. En efecto, el nuevo Pueblo de Dios y los sacramentos nacen del Misterio Pascual: muerte y resurrección, ascensión y envío del Espíritu. En este momento es cuando el Señor Jesús transmite el Espíritu y la misión, el poder de perdonar y bautizar, la encomienda de predicar el Evangelio y de ser sus testigos “hasta los confines de la tierra” 335.

La actualización del Misterio Pascual en la Eucaristía conlleva el compromiso por la misión que arranca de la Pascua. “La Eucaristía, en efecto, es el centro propulsor de toda la acción evangelizadora de la Iglesia, un poco como el corazón en el cuerpo humano.

Las comunidades cristianas, sin la celebración eucarística, en la que se alimentan en la doble mesa de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, perderían su naturaleza auténtica: sólo al ser ‘eucarísticas’ pueden transmitir al propio Cristo a los hombres, y no sólo ideas o valores, todo lo nobles e importantes que se quiera.

 La Eucaristía ha forjado insignes apóstoles misioneros, en todo estado de vida: obispos, sacerdotes, religiosos, laicos; santos de vida activa y contemplativa” 336 Desde esta perspectiva, la Eucaristía representa la llamada, el memorial de la misión pascual de Cristo en su visibilidad histórica.

La comunidad que celebra conscientemente la Eucaristía, se sitúa de cara a las exigencias e implicaciones de la Alianza nueva y definitiva. La Eucaristía rejuvenece incesantemente a la Iglesia. Por este motivo es causa de renovación de la misión de todo el Pueblo de Dios. La Eucaristía exige la evangelización y es a la vez evangelizadora. La Asamblea eucarística es epifanía de la Iglesia, ya que es “el centro de toda la vida cristiana para la Iglesia, universal y local, y para todos los fieles individualmente” 337. La Eucaristía, como todo sacramento, se estructura sobre una articulación de palabra y signo, anuncio y gesto, verbo y acción.

En la Eucaristía culminan la evangelización, la catequesis, el ministerio sacerdotal y la caridad. Pero, al mismo tiempo, de la Eucaristía dimanan la nueva fuerza y el nuevo compromiso de la comunidad entera y de cada fiel concreto para seguir realizando con empeño y audacia la misión recibida y celebrada 338.

Se trata, por tanto, de una evangelización que encierra tres momentos integrantes: implica una preparación antecedente del presbítero, los servicios y ministerios, la comunidad entera, incluye, además, una verdadera mistagogía eucarística en el desarrollo y realización elocuente de las palabras y signos y, por último, un compromiso consecuente para la vida ordinaria.

La realización del triple ministerio profético, sacerdotal y real dentro de la Eucaristía es para la Iglesia como memorial permanente de los objetivos de su misión: suscitar la fe por la Palabra, compartir la vida por la caridad, dar gracias y animar la esperanza por el culto. Estoy firmemente persuadido de que, si nuestra diócesis de Ourense celebra y vive el misterio eucarístico en sus dimensiones fundamentales, responderá adecuadamente a la llamada urgente que supone la Nueva Evangelización 339.

 

IV LOS CRISTIANOS, TESTIGOS DEL AMOR EN ELMUNDO 69.

 

Juan Pablo II señalaba que “el Obispo es el primero que, en su camino espiritual, tiene el cometido de ser promotor y animador de una espiritualidad de comunión, esforzándose incansablemente para que ésta sea uno de los principios educativos de fondo en todos los ámbitos en que se modela al hombre y al cristiano” 340. Todo el ministerio episcopal debe estar animado por la espiritualidad de comunión. Como sucesor de los apóstoles tengo el deber de promover y animar las diversas tareas diocesanas con una auténtica espiritualidad de comunión. En este sentido, las instituciones eclesiales han de actuar impregnadas por la comunión.

 Soy consciente de que “la comunión se manifiesta siempre en la misión, que es su fruto y consecuencia lógica” 341. En el capítulo precedente he mostrado cómo la comunión es la forma de existencia, de vida y de misión de la Iglesia. El ser cristiano está radicalmente modelado por la fraternidad y la comunión.

El Concilio Vaticano II “insiste en la comunión, convirtiéndola en su idea inspiradora y en el eje central de todos sus documentos” 342. La comunión encarna y manifiesta la entraña misma del misterio de la Iglesia. La fidelidad al designio divino y el anhelo de responder a la profunda esperanza del mundo nos impelen en este comienzo de milenio a llevar a cabo un gran desafío: “hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión” 343.

Antes de exponer algunas consecuencias concretas que derivan de la espiritualidad de comunión, intentaré mostrar sus rasgos esenciales.

 

1) Rasgos esenciales de la espiritualidad de comunión 70. La espiritualidad de comunión está enraizada en el misterio de la Santísima Trinidad. De esta forma “la Iglesia aparece como un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” 344. La Iglesia procede del misterio trinitario. El designio salvífico universal del Padre, la misión del Hijo y la obra santificadora del Espíritu fundan la Iglesia como misterio de comunión 345. La espiritualidad de comunión significa también “capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad profunda del Cuerpo místico” 346. Existe fraternidad porque Jesús, el Hijo, nos hace partícipes de la filiación divina y de la comunión con el Padre.

La condición filial del Primogénito se va ensanchando en una multitud de hermanos suyos e hijos del Padre. Dios nos llama a “reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos” 347.

Jesucristo es la piedra angular sobre la que se levanta el templo de Dios en el Espíritu 348. Él es también la Cabeza del cuerpo de la Iglesia 349. La puerta de entrada a la fraternidad eclesial es el bautismo, por el cual somos hijos de Dios. Un nuevo nacimiento nos introduce en el seno de una nueva familia. El cristiano es en realidad ‘co-cristiano’. Invocamos a nuestro Dios como ‘nuestro Padre’. La oración cristiana por excelencia expresa y ahonda la relación con Dios como Padre y la relación fraternal con sus hijos.

En el seno de la Iglesia no tienen sentido las barreras que impiden la existencia fraterna: “Los que os habéis bautizado en Cristo os habéis revestido de Cristo: ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” 350.

San Pedro exhortaba a los primeros cristianos con estas palabras: “Amad a los hermanos” 351. La comunión, pues, “es saber ‘dar espacio’ al hermano, llevando mutuamente la carga de los otros (cfr.Gál.6,2) y rechazando las tentaciones egoístas” 352.

La Iglesia es en Cristo un cuerpo de hermanos que se alimenta y crece participando en el mismo Cuerpo eucarístico del Señor. El sacramento de la Eucaristía es fuente y expresión permanente de la fraternidad cristiana. Al recibir la Eucaristía, el cristiano no comulga solamente con Cristo; por Cristo recibe también a sus hermanos cristianos. La espiritualidad de comunión es como un principio educativo donde día a día se va formando la persona humana y el cristiano. Se extiende, por tanto, a todas las personas y actividades eclesiales. Esta espiritualidad ha de estar presente en los distintos espacios eclesiales. El entramado de la vida de cada Iglesia debe ser informado por la comunión 353.

Además, nos advertía Juan Pablo II que “no nos hagamos ilusiones: sin este camino espiritual, de poco servirían los instrumentos externos de la comunión. Se convertirían en medios sin alma, máscaras de comunión más que sus modos de expresión y crecimiento” 354. El capítulo cuarto de la exhortación Apostólica “Novo Millennio Ineunte” lleva por título: “Testigos del amor”. Siguiendo de cerca su contenido, deseo exponer sintéticamente los aspectos básicos que configuran la espiritualidad de comunión. Cada uno de estos aspectos se relaciona estrechamente con el misterio eucarístico.

2) Variedad de vocaciones 71. La Iglesia es una comunión orgánica, análoga a la de un cuerpo vivo y operante. En consecuencia, “está caracterizada por la simultánea presencia de la diversidad y de la complementariedad de las vocaciones y condiciones de vida, de los ministerios, de los carismas y de las responsabilidades” 355.

Desde esta perspectiva cada fiel cristiano se encuentra en relación con todo el Cuerpo místico de Cristo y le brinda su propia colaboración. La comunidad cristiana ha de acoger todos los dones del Espíritu. En efecto, “la unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino integración orgánica de las legítimas diversidades” 356.

Es el único e idéntico Espíritu el principio dinámico de la variedad y de la unidad en la Iglesia y de la Iglesia. Los diversos ministerios y carismas son para la edificación de la Iglesia y para el cumplimiento de su misión salvadora en el mundo. “Servir al Evangelio de la esperanza mediante una caridad que evangeliza es un compromiso y una responsabilidad de todos” 357.

Para llevar a cabo la nueva evangelización es imprescindible seguir despertando el sentido de la corresponsabilidad de todos los bautizados. El momento actual nos está urgiendo un generoso esfuerzo en la promoción de las vocaciones al sacerdocio y a la vida de especial consagración. “No se puede pasar por alto la preocupante escasez de seminaristas y de aspirantes a la vida religiosa, sobre todo en Europa occidental” 358. Es necesario pedir insistentemente al Dueño de la mies que mande operarios a su mies 359. ´

La pastoral vocacional adquiere entre nosotros una dimensión dramática “debido al contexto social cambiante y al enfriamiento religioso causado por el consumismo y el secularismo” 360. Como dije en la Carta “Un Seminario para la Nueva Evangelización”: “En este trabajo pastoral, marcado por esta urgencia eclesial, hemos de trabajar con ilusión, unidos todos como la familia del Señor” 361.

Si existe una respuesta positiva por parte de todos, será posible llevar a cabo una pastoral amplia y capilar que se haga presente en las familias, en las parroquias y en los centros educativos. Es imprescindible llevar el anuncio vocacional al terreno de la pastoral ordinaria.

a) El ministerio ordenado 72.

 

Entre los diversos ministerios que existen en la comunidad eclesial, hay uno que posee una característica especial: el ministerio ordenado. Los ministros ordenados reciben de Cristo Resucitado el carisma del Espíritu Santo, mediante el sacramento del Orden. De esta forma reciben la autoridad y el poder sagrado para servir a la Iglesia, personificando a Cristo Cabeza y para congregarla en el Espíritu Santo por medio del anuncio del Evangelio y de la celebración de los sacramentos 362.

En el ejercicio de su ministerio están “llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo Pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo como una transparencia suya en medio del rebaño que les ha sido confiado” 363.

Considero que “el ejercicio del sagrado ministerio encuentra hoy muchas dificultades, bien debidas a la cultura imperante, bien debido por la disminución numérica de los presbíteros, con el aumento de la carga pastoral y de cansancio que esto puede comportar. Por eso son más dignos aún de estima, gratitud y cercanía los sacerdotes que viven con admirable dedicación y fidelidad el ministerio que se les ha confiado” 364. Los ministros ordenados son ante todo una gracia para la Iglesia entera. El sacerdocio ministerial está esencialmente finalizado al sacerdocio común de todos los bautizados y a éste ordenado 365.

 

b) La vida consagrada 73.

La vida consagrada no es fruto de la voluntad humana. Al contrario, “enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu” 366. A lo largo de la historia nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada divina, eligieron libremente un camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a él con corazón ‘indiviso’ 367.

La vida consagrada es, pues, “una planta de muchas ramas, que hunde sus raíces en el Evangelio y produce copiosos frutos en toda estación de la Iglesia” 368. El bautismo es la tierra fértil de donde brotan ulteriores compromisos y consagraciones. Como se ha dicho más arriba, es el Espíritu el que establece la igual dignidad básica, pero también la pluriformidad de vocaciones, carismas y consagraciones 369. La consagración, como signo de las realidades definitivas, se convierte en profecía y en testimonio sobre todo por los desafíos lanzados por la vida consagrada al hedonismo, al materialismo y a la libertad exacerbada 370.

La práctica de la pobreza, castidad y obediencia va configurando a la persona consagrada con el Señor Jesús. Hay que reconocer que una Iglesia particular sin personas de vida consagrada, se encontraría fuertemente debilitada.

Toda familia de vida consagrada recibe sentido en cuanto edifica el Cuerpo de Cristo en la unidad de sus diversas funciones y actividades. La Iglesia particular constituye el espacio histórico en el que una vocación se expresa en la realidad y en el que se efectúa su comportamiento apostólico. La solicitud para con las personas de vida consagrada forma parte esencial de mi ministerio episcopal.

 En efecto, “el Obispo ha de estimar y promover la vocación y misión específicas de la vida consagrada, que pertenece estable y firmemente a la vida y a la santidad de la Iglesia” 371.

 

c) La vocación específica de los fieles cristianos laicos 74.

 

La riqueza de la vida nueva recibida en el Bautismo incluye, además del ministerio ordenado y de la vida consagrada, la vocación propia de los laicos. “Éstos, en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo, cada uno en su propia medida” 372. La aportación de los laicos a la misión eclesial es irrenunciable.

Los pastores deben, por tanto, reconocer y promover los ministerios, oficios y funciones de los fieles laicos, que tienen su base sacramental en el Bautismo y en la Confirmación, y para muchos de ellos, en el Matrimonio. Además, por medio de los fieles laicos, el Pueblo de Dios se hace presente en los más variados sectores del mundo.

Es verdad que toda la Iglesia tiene una auténtica dimensión secular, inherente a su naturaleza y a su misión, que hunde sus raíces en el misterio del Verbo Encarnado. La Iglesia vive en el mundo, aunque no es del mundo 373. Es enviada a continuar la obra salvadora de Cristo, la cual “al mismo tiempo que mira de suyo a la salvación de los hombres, abarca también la restauración de todo el orden temporal” 374.

Ahora bien, “el carácter secular es propio y peculiar de los laicos”. A ellos “corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios” 375. Los fieles laicos son llamados por Dios para contribuir desde dentro, a modo de fermento, a la santificación del complejo y dilatado mundo de la realidad social, de la política, de la familia, de la cultura, de la educación y del trabajo.

A los fieles laicos compete de modo especial la animación cristiana de las realidades temporales 376. Es de gran importancia para la comunión la tarea de promover y favorecer el fenómeno asociativo laical que en la vida actual de la Iglesia se está caracterizando por una particular variedad y vivacidad 377.

La razón profunda que justifica y exige la asociación de los fieles laicos es de orden teológico. Así lo reconoce el Concilio Vaticano II, cuando contempla el apostolado asociado como un “signo de la comunión y de la unidad de la Iglesia en Cristo” 378. La libertad de asociación de los fieles laicos en la Iglesia es un verdadero y propio derecho. Se trata de una libertad reconocida y garantizada por la autoridad eclesiástica y que debe ejercerse siempre en la comunión de la Iglesia 379. 75.

Un campo de ejercicio del sacerdocio común es el matrimonio y la familia. La unión sacramental del esposo y la esposa participa en la alianza de Dios con la humanidad a través de la sangre de Cristo. En la visión cristiana del matrimonio, la relación entre un hombre y una mujer (unidad e indisolubilidad) responde al plan original de Dios.

Cristo eleva el matrimonio a la dignidad de sacramento y así es signo del amor esponsal de Cristo a su Iglesia 380. La pastoral familiar adquiere hoy día una urgencia especial, ya que “se está constatando una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental” 381.

Tratándose de una realidad tan básica, la Iglesia no puede ceder a las presiones de una cultura que contradice abiertamente la visión cristiana del matrimonio. Nunca se ponderará demasiado la trascendencia de la familia tanto para la sociedad como para la Iglesia.

La familia cristiana es, además, célula de la Iglesia, una Iglesia en pequeño. El hogar, comunidad de vida y amor, es el ámbito en que la vida se transmite, los hijos son esperados y no temidos y son acogidos como regalo de Dios. En la familia, escuela del más rico humanismo, se fragua la persona y el cristiano, ya que no basta el engendramiento sin los desvelos, la compañía, el amor, la educación, la siembra de las virtudes y los valores humanos y cristianos.

Los padres de familia han recibido el encargo inestimable de ser los primeros transmisores de la fe cristiana a los hijos. Desde el seno de un hogar cristiano, los hijos acuden a la parroquia que es familia y fermento de una vida nueva en Cristo.

Conviene tener presente, además, “que es en la familia donde nacen las vocaciones al sacerdocio y de donde parten aquellos que, en nombre de Jesucristo, están llamados a servir desde su ministerio sacerdotal a toda la comunidad eclesial” 382.

En la pastoral vocacional tiene una responsabilidad muy especial la familia cristiana que, en virtud del sacramento del matrimonio, participa en la misión educativa de la Iglesia 383. En la Iglesia, misterio de comunión, es también comunión en las vocaciones y servicios diferentes y complementarios.

El sujeto de la celebración eucarística es la Iglesia. Toda la comunidad reunida es sujeto activo de la ofrenda a Dios; los fieles, que han acudido a la celebración, se unen al ministro ordenado y concurren con él en la oblación de la Eucaristía 384.

El sacerdocio común y el sacerdocio ministerial están recíprocamente referidos por diversos motivos: porque participan del único sacerdocio de Cristo, porque ambas modalidades pertenecen al mismo Pueblo sacerdotal y porque están al servicio de la misión que la Iglesia ha recibido de su Señor.

Las necesarias distinciones no deben oscurecer la unidad fundamental de la Iglesia y de todos sus miembros. Por el contrario, no se puede obnubilar la específica participación de ministros y comunidad nivelando todo y confundiendo todo en una vaga generalización. Esta participación real de la comunidad cristiana en el santo Sacrificio de la Misa tiene su expresión celebrativa y debe tener su repercusión espiritual.

En consecuencia, los cristianos, ministros y comunidad entera, han de tener los mismos sentimientos de Cristo y reproducir en su interior las mismas actitudes que tenía cuando ofrecía el sacrificio de sí mismo al Padre por la salvación de todos. La Eucaristía es vínculo de comunión entre todas las vocaciones de la Iglesia. 3) Eucaristía y movimiento ecuménico. Al ser la Eucaristía signo eficaz de la comunión eclesial no se puede pasar por alto las implicaciones ecuménicas de este sacramento 385.

La Eucaristía contiene el fundamento mismo del ser y de la unidad de la Iglesia: el Cuerpo de Cristo ofrecido en sacrificio y dado a los fieles como Pan de vida. La verdad del Cuerpo eucarístico del Señor produce, a la vez que significa, la unidad de todos los comensales del banquete eucarístico. Lo que une a los fieles en la celebración eucarística es la realidad objetiva del Cuerpo del Señor. Con otras palabras, la unidad que Cristo ha querido para su Iglesia sólo se edifica sobre la base de la presencia real sustancial del Señor resucitado en la Eucaristía.

De ahí que S. Agustín ante la grandeza del misterio eucarístico exclamase: “¡Oh sacramento de piedad, oh vínculo de unidad, oh vínculo de caridad!” 386. El hecho de la división dentro de la familia cristiana no permite a todos los discípulos de Cristo reunirse en torno a la mesa del Señor y participar en la única Cena del Señor. Esto supone una profunda herida en el cuerpo del Señor. Los bautizados no podemos resignarnos a vivir esta circunstancia como si fuera algo normal. Al contrario, “la aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios 387. Al celebrar el Sacrificio eucarístico, la Iglesia eleva su plegaria al Padre, impetrando la presencia del Espíritu Santo, admirable constructor de la unidad eclesial 388. 78.

En el diálogo ecuménico, al referirnos a la íntima relación entre Eucaristía y unidad de la Iglesia, hay que distinguir entre las Iglesias orientales, que han conservado la Eucaristía de una forma completamente válida 389y las Comunidades eclesiales que no han conservado la realidad originaria y plena del misterio eucarístico 390.

La declaración “Dominus Iesus” interpreta de forma autorizada la doctrina conciliar con estas palabras: “Las Iglesias que no están en perfecta comunión con la Iglesia católica pero se mantienen unidas a ella por medio de vínculos estrechísimos como la sucesión Apostólica y la Eucaristía válidamente celebrada son verdaderas iglesias particulares… Por el contrario, las Comunidades eclesiales que no han conservado el Episcopado válido y la genuina e íntegra sustancia del misterio eucarístico, no son Iglesia en sentido estricto…” 391.

Para comprender esta situación muy plural cuando se desciende a lo concreto, son muy orientadores estos principios: “No es lícito considerar la comunicación en las funciones sagradas como un medio que pueda usarse indiscriminadamente para restablecer la unidad de los cristianos.

Esta comunicación depende principalmente de dos principios: de la significación obligatoria de la unidad de la Iglesia y de la participación en los medios de la gracia. La significación de la unidad prohíbe la mayoría de las veces esta comunicación. La necesidad de procurar la gracia la recomienda a veces. La autoridad episcopal local determine prudentemente el modo concreto de actuar, atendiendo a todas las circunstancias de tiempo, lugar y personas, a no ser que la Conferencia episcopal, según las normas de sus propios estatutos, o la Santa Sede determinen otra cosa” 392.

 El decreto “Unitatis redintegratio” declara la posibilidad de que la ‘comunicación en la cosas sagradas’, si se usa discriminadamente o prudentemente, sea medio que coadyuve a lograr la unidad de los cristianos. Después establece los dos principios que deben dar el criterio de ese ‘uso discriminado’. Las disposiciones concretas para la aplicación de estos principios se hallan expuestas en el Directorio ecuménico 393.

 

4) Diálogo interreligioso y misión 79.

El diálogo interreligioso es también un elemento esencial de la espiritualidad de comunión. Como cristianos reconocemos con gozo que un nuevo milenio y un nuevo siglo se abren a la luz de Cristo. Pero no todos los hombres conocen y son conscientes de esta luz. A nosotros que tenemos la inmensa dicha de creer en Jesucristo, hemos de transmitir la luz de Cristo a todas las gentes 394.

Diálogo interreligioso y misión son realidades que guardan entre sí una estrechísima relación. En efecto, el diálogo interreligioso “entendido como método y medio para un conocimiento y enriquecimiento recíproco, no está en contraposición con la misión ‘ad gentes’, es más, tiene vínculos especiales con ella y es una de sus expresiones” 395.

Existe una creciente interdependencia entre los distintos lugares de la tierra. Las migraciones están también de actualidad. Es obvio que la tecnología y la industria modernas hacen posibles numerosos intercambios entre países muy variados. Ciertos hábitos culturales de países lejanos y desconocidos, gracias a los medios de comunicación, se nos hacen más familiares y los interpretamos con más detalle. Estos factores de interdependencia y comunicación entre diversos pueblos y culturas favorecen una conciencia más clara y concreta del pluralismo religioso existente en el mundo 396. 80.

Dentro de esta nueva configuración de la sociedad, el diálogo interreligioso adquiere una importancia y urgencia especiales. Este contexto está exigiendo el establecimiento y el desarrollo de relaciones que permitan una convivencia más fluida y fecunda entre las personas y las distintas tradiciones religiosas.

Sobre todo, a partir de las afirmaciones del Concilio Vaticano II, se han ido perfilando las dimensiones del diálogo que debe existir entre la Iglesia católica y las demás religiones no cristianas 397. Hay que reconocer que la práctica del diálogo interreligioso suscita dificultades en la mentalidad de muchas personas. Conviene, por tanto, conocer, ante todo, la orientación doctrinal y pastoral que el Magisterio de la Iglesia nos ha ido ofreciendo.

Una auténtica actitud dialogal ha de conjugar el binomio: fidelidad y apertura. Por un lado se trata de la exposición sincera y clara de la propia fe sin miedo, eliminando toda ambigüedad; por otro, se intenta comprender en profundidad la postura del interlocutor.

Cada tradición religiosa profesa su ‘credo específico’. Éste no es negociable en el diálogo interreligioso. Es decir, el diálogo “no puede basarse en la indiferencia religiosa, y nosotros como cristianos tenemos el deber de desarrollarlo ofreciendo el pleno testimonio de la esperanza que está en nosotros (cfr.IPe.3,15)” 398.

La integridad de la propia fe prohíbe cualquier compromiso de reducción. El falso irenismo daña la pureza de la fe y oscurece su genuino y definitivo sentido. No es aceptable tampoco el sincretismo que, en la búsqueda de un terreno común, pasa por alto la oposición y las contradicciones entre los credos de tradiciones religiosas diferentes, mediante alguna reducción de su contenido. 5) Apostar por la caridad 81.

La contemplación del rostro de Cristo orienta nuestra existencia hacia el mandamiento nuevo que Él nos dio: “Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros” 399. Ser testigos del amor es el gran testimonio que nos está pidiendo el mundo a los discípulos de Cristo 400.

El libro del Apocalipsis recoge las palabras que el Espíritu dice a las Iglesias. Se trata, ante todo, de un juicio sobre la vida. Se refiere a los hechos, al comportamiento: “Conozco tu conducta: tu caridad, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia” 401. Es un llamada a servir al evangelio de la esperanza. La Iglesia no sólo debe anunciar y celebrar la salvación que viene del Señor, sino que debe vivirla en la existencia concreta de las personas.

Al margen del amor la persona humana permanece un enigma para sí misma. El amor es la experiencia originaria de la que brota la esperanza 402. La buena noticia que la Iglesia debe transmitir a todos los hombres consiste en que Dios nos ha amado primero y que Jesús concretiza este amor, amándonos hasta el extremo, como nos acaba de recordar el Papa Benedicto XVI en su primera Encíclica «Deus caritas est» 403.

En el seno de las familias y de las comunidades cristianas ha de vivirse con intensidad el Evangelio de la caridad. «Las organizaciones caritativas de la Iglesia, sin embargo, son un opus proprium suyo, un cometido que le es congenial, en el que ella no coopera colateralmente, sino que actúa como sujeto directamente responsable, haciendo algo que corresponde a su naturaleza. La Iglesia nunca puede sentirse dispensada del ejercicio de la caridad como actividad organizada de los creyentes y, por otro lado, nunca habrá situaciones en las que no haga falta la caridad de cada cristiano individualmente, porque el hombre, más allá de la justicia, tiene y tendrá siempre necesidad de amor»404. Es decir, “nuestras comunidades eclesiales están llamadas a ser verdaderas escuelas prácticas de comunión” 405.

La opción por la caridad nos proyecta “hacia la práctica de un amor activo y concreto con cada ser humano” 406. El cristiano que siente dentro de sí el amor de Dios, descubre el rostro de Cristo en los demás: “He tenido hambre y me habéis dado de comer, he tenido sed y me habéis dado de beber; fui forastero y me habéis hospedado; desnudo y me habéis vestido, enfermo y me habéis visitado, encarcelado y habéis venido a verme” 407.

Esta página sobre el juicio definitivo nos ilumina el misterio de Cristo. Acoger y servir a los pobres significa acoger y servir al mismo Cristo. 82. El amor preferencial por los más pobres ha de manifestarse en una caridad activa y concreta. «Mi prójimo es cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar. Se universaliza el concepto de prójimo, pero permaneciendo concreto. Aunque se extienda a todos los hombres, el amor al prójimo no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora»408.

En el ambiente en que nos movemos son múltiples las necesidades que interpelan la sensibilidad cristiana. Juan Pablo II describe con claridad y valentía el rostro de las pobrezas de siempre y también de las nuevas. Al hablar de las nuevas, dice “que afectan a menudo a ambientes y grupos no carentes de recursos económicos, pero expuestos a la desesperación del sinsentido, a la insidia de la droga, al abandono en la edad avanzada o en la enfermedad, a la marginación o a la discriminación social” 409.

El momento histórico que estamos viviendo nos señala con toda urgencia, como nos dice el Santo Padre Bendicto XVI que: «en un mundo en el cual a veces se relaciona el nombre de Dios con la venganza o incluso con la obligación del odio y la violencia, éste es un mensaje de gran actualidad y con un significado muy concreto.

 Por eso, en mi primera Encíclica deseo hablar del amor, del cual Dios nos colma, y que nosotros debemos comunicar a los demás»410. Constato con gozo que en los planes diocesanos de pastoral, se insiste en la urgencia de implantar ‘caritas’ donde todavía no exista y de fortalecerla en las comunidades parroquiales donde ya esté funcionando.

La calidad cristiana de una comunidad se refleja en la vivencia en todos sus aspectos de la dimensión caritativa. Para construir la civilización del amor, es necesario acudir a la doctrina social de la Iglesia. Así nos lo recuerda el Santo Padre en su Encíclica: «En la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la economía, la doctrina social de la Iglesia se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del progreso— se han de afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo»411. 6) Eucaristía y acogida a los más pobres: 83.

Benedicto XVI señala: «Jesús ha perpetuado este acto de entrega mediante la institución de la Eucaristía durante la Última Cena. Ya en aquella hora, Él anticipa su muerte y resurrección, dándose a sí mismo a sus discípulos en el pan y en el vino, su cuerpo y su sangre como nuevo maná (cf. Jn 6, 31-33). (...) La Eucaristía nos adentra en el acto oblativo de Jesús»412. La viva tradición de la Iglesia recuerda siempre esta dimensión de este sacramento. Nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica, al afirmar: “La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres: para recibir en la verdad el Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos (cfr.Mt.25,40)” 413.

 a) En la fuente de la Sagrada Escritura 84. Desde su dimensión social y caritativa, en la Eucaristía se recogen y actualizan los gestos básicos del comportamiento de Cristo. Hay que reconocer que el amor ha sido siempre el alma de su vida. No es casual que en el Evangelio según San Juan no se mencione el relato de la institución de la Eucaristía. En cambio se recoge el gesto del lavatorio de los pies. Conviene profundizar en este gesto donde “Jesús se hace maestro de comunión y servicio” 414.

La Eucaristía ha de ser un banquete de caridad y de amor sin discriminación social al que todos somos invitados 415. El apóstol S. Pablo sostiene que no es lícita la celebración eucarística en la que no esté presente el espíritu de comunión y de caridad más concreta 416; este mismo testimonio se reivindica para la comunidad de Jerusalén 417.

Desde los primeros momentos de la vida de la Iglesia, en las reuniones de la comunidad se realizan colectas para los pobres 418. No se puede compartir el pan eucarístico sin compartir el pan cotidiano. Mas todavía, el servicio de caridad y comunión que se presta en las colectas es designado por el Apóstol con el nombre de liturgia, la cual, a su vez, mueve de nuevo a dar gracias a Dios 419. b) Testimonio de los Padres de la Iglesia 85. Los Padres de la Iglesia ofrecen un testimonio constante del aspecto caritativosocial de la Eucaristía.

S. Justino, que nos ha transmitido la primera narración de la Eucaristía, destaca la dimensión social de la misma con estos términos: “Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre con ello a los huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye en provisor de cuantos se hallan en necesidad” 420.

S. Juan Crisóstomo relaciona con vigor y elocuencia algunas afirmaciones de Jesús: “¿Deseas honrar el Cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres aquí, en el templo, con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y desnudez. Porque el mismo que dijo: ‘Esto es mi cuerpo’, y con su palabra llevó a realidad lo que decía; afirmó también: ‘Tuve hambre y no me disteis de comer’, y más adelante: ‘Siempre que dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer’. El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de alma; los pobres, en cambio, necesitan que con sumo cuidado nos preocupemos de ellos” 421.

La Eucaristía posee, por su propia naturaleza, una dimensión caritativo-social. Es el sacramento de la caridad de los cristianos. Con razón la Iglesia ha unido la fiesta del Corpus Christi y Cáritas, urgiendo que de la misma celebración eucarística nazca la exigencia del amor fraterno. El servicio caritativo-social de la Iglesia está radicado en la Eucaristía.

c) Las afirmaciones de la misma Liturgia: 86. Los mismos textos litúrgicos destacan el aspecto caritativo-social de la Eucaristía. Deseo fijarme, ante todo, en algunas afirmaciones de las plegarias eucarísticas. En ellas aparece Cristo como el verdadero servidor que se entrega del todo por nuestra salvación.

 De una forma especial son los necesitados, los pobres, enfermos y oprimidos por cualquier causa quienes son objeto del amor del Padre manifestado en Cristo: “Porque Él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se acerca a todo hombre que sufre y en su espíritu y cura las heridas con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” 422.

La razón del servicio en Dios no es otra que el amor del todo gratuito. Jesús es el modelo perfecto de caridad: “Te damos gracias, Padre fiel y lleno de ternura, porque tanto amaste al mundo, que le has entregado a tu Hijo, para que fuera nuestro Señor y nuestro hermano. Él manifiesta su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y pecadores. Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano; su vida y su palabra son para nosotros la prueba de tu amor; como un padre siente ternura por sus hijos, así tu sientes ternura por tus fieles” 423.

Una de las finalidades principales de este servicio es la recuperación de la amistad y la comunión con Dios mismo mediante el sacrificio de la nueva alianza y también la recuperación y el fortalecimiento de la reconciliación de la humanidad, a menudo amenazada por la división, la enemistad y hasta la misma guerra.

 En la ‘Plegaria sobre la reconciliación II’ se dice al respecto: “Pues, en una humanidad dividida por las enemistades y las discordias, tú diriges las voluntades para que se dispongan a la reconciliación. Tu Espíritu mueve los corazones para que los enemigos vuelvan a la amistad, los adversarios se den la mano y los pueblos busquen la unión. Con tu acción eficaz consigues que las luchas se apacigüen y crezca el deseo de la paz, que el perdón venza al odio y la indulgencia a la venganza” 424.

La Iglesia ha de ser servidora de la reconciliación realizada por Dios y actualizada en la Eucaristía. Los fieles no sólo deben compartir los bienes con los más necesitados, sino también han de promover en todo momento la justicia, la paz y la reconciliación: “Danos entrañas de misericordia ante toda miseria humana, inspíranos el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, ayúdanos a mostrarnos disponibles ante quien se siente explotado y oprimido. Que tu Iglesia sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando” 425.

 Esta tarea caritativo-social, que se expresa y promueve por la Eucaristía, incumbe a todos los fieles cristianos. Este servicio compromete a toda la comunidad eclesial, representada por la Asamblea reunida: “Tú lo llamas (al hombre, al cristiano) a cooperar con el trabajo cotidiano en el proyecto de la creación, y le das tu Espíritu para que sea artífice de justicia y de paz, en Cristo, el hombre nuevo” 426. Todos hemos de seguir a Cristo en su amor a los ‘pobres y enfermos, a los pequeños y pecadores’, sin ‘permanecer indiferentes ante el sufrimiento humano’ 427.

He aquí, en síntesis, algunos textos litúrgicos que expresan la dimensión caritativo-social de la Eucaristía. Lo que se expresa en la ‘gran oración’ de la Iglesia tiene un carácter fundamental y central: unidad y caridad, justicia y paz, salvación y reconciliación, ayuda y solicitud por los más pobres. 87.

El horizonte de nuestro momento histórico se halla oscurecido por múltiples y variadas cuestiones. También en nuestro mundo ha de brillar la esperanza cristiana: “Por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por su amor” 428.

En efecto, “nuestro Dios ha manifestado en la Eucaristía la forma suprema del amor, trastocando todos los criterios de dominio, que rigen con demasiada frecuencia las relaciones humanas, y afirmando de modo radical el criterio del servicio: ‘Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y servidor de todos’ (Mc.9,35)” 429.

 La Eucaristía es el momento más intenso de la vida de la Iglesia. Cada celebración eucarística ha de ser el signo más claro de la reconciliación en un mundo tan dividido y manifestación concreta del amor de Dios hacia los más necesitados.

 

CONCLUSIÓN 88. La hora de Jesús es la hora en que vence el amor. Ha de ser también nuestra hora. Lo será de verdad cuando la Eucaristía sea el centro de nuestra vida.

Desde esta profunda convicción, el Santo Padre, Benedicto XVI, les decía con toda claridad a los jóvenes: “No os dejéis disuadir de participar en la Eucaristía dominical y ayudad también a los demás a descubrirla.

Ciertamente, para que de esa emane la alegría que necesitamos, debemos aprender a comprenderla cada vez más profundamente, debemos aprender a amarla. Comprometámonos a ello, ¡vale la pena!” 430.

La extraordinaria riqueza del misterio eucarístico nos alienta para seguir avanzando por la senda de la Nueva Evangelización. Os invito a contemplar, celebrar y vivir las dimensiones fundamentales del sacramento de la Eucaristía. En este misterio se halla la fuente inagotable de toda renovación cristiana.

En nuestra Diócesis, de honda tradición mariana, es necesario volver nuestra mirada hacia la Virgen María, mujer “eucarística” en todos los aspectos de su vida.

Que nuestro patrono, San Martín de Tours, nos ayude con su protección para vivir la Eucaristía como manantial perenne de caridad 431.

En la perspectiva del undécimo centenario del nacimiento de San Rosendo, para cuya celebración ya nos estamos preparando, es oportuno fijar nuestra mirada en el rostro eucarístico de Cristo, y en Aquélla que cantó con la “Salve”, oración que llegó al corazón y a los labios de tantos católicos.

Os bendice y reza con vosotros Luis Quinteiro Fiuza Obispo de Ourense. Ourense, 1 de marzo de 2006 Miércoles de Ceniza.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOTAS 1 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Novo millennio ineunte, (NMI), (2001), n.16. 2 NMI. n.29. 3 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Mane nobiscum Domine, (MND), (2004), n.5. 4 Juan Pablo II, Carta Encíclica, Ecclesia de Eucharistía, (EE), (2003), n.1. 5 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución, Lumen Gentium, (LG), n. 11. 6 Concilio Vaticano II, Constitución, Sacrosanctum Concilium, (SC), n.47. 7 Juan Pablo II, Catecismo de la Iglesia Católica, (CEC), n. 1337. 8 EE. n.11. 9 Concilio Vaticano II, Decreto, Presbiterorum Ordinis, (PO), n.5. 10 Pablo VI, Carta Encíclica, Mysterium fidei, (MF), en Ecclesia, 1261 (18-IX-1965) p.11. 11 S. Juan Crisóstomo, In Math. Homil, 82,4: (PG. 58,743). 12 S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis mistagógicas, IV,6: SCh. 126,138. 13 Secuencia de la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. 15 EE. n. 15. 16 Pablo VI, El Credo del Pueblo de Dios, (Madrid, 1968), n.25. 17 Cfr. Lc. 24,13-35. 18 MND. n. 2. 19 Jn. 8, 12. 21 Jn. 12, 46. 22 Cfr. Jn.1, 4.5.9. 23 Jn. 13, 30. 24 Lc. 22, 53. 25 MND. n. 12. 26 Ibid. 27 Lc.24,29. 29 SC.n.56. 30 Cfr. Concilio Vaticano II, Constitución, Gaudium et Spes, (GS), n.51. 31 Concilio Vaticano II, Constitución, Dei Verbum, (DV), n.21. 32 Cfr. SC.n.7. 33 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dies Domini, (DD), (1998), n.40. 34 MND.n.13. 35 IPe.2,9. 36 Cfr.Ef.5,8. 37 Cfr.IJn.1,5-ss. 38 Cfr. IJn.2,8-11. 39 DD.n.41. 40 MND.n.16. 41 Cfr. Mt.26,26-29; Mc. 14,22-25; Lc.22,15-20; ICor.11,23-25. 42 Cfr. Ratzinger, J., La Eucaristía centro de la vida, (Valencia, 2003), p.84. 43 Jn. 6,32.35. 44 Cfr. Benedicto XVI, Homilía en la Misa de Clausura del Congreso Eucarístico Italiano (Bari) AAS, 97 (2005) 785-789; Homilía en la Solemnidad del Corpus Christi, Ciudad del Vaticano, AAS, 97 (2005) 782-785 45 Jn. 6,56-57. 46 ICor. 10,17. 47 S.Ireneo, Adversus haereses, IV,18,4-5: (PG. 7,1027); cfr. también: Ibid. V, 2,2-3: (PG. 7,1124). 48 S. Juan Crisóstomo, De proditione Iudae homilía, 1, 6: (PG. 49,380); Cfr. Solano, J., Textos eucarístico primitivos, Madrid, 1978; Cfr. Sánchez-Caro, J.M., Eucaristía e Historia de la Salvación, Madrid, 1983. 49 Concilio de Trento, Decreto sobre la Santísima Eucaristía, canon 1: (DS. 1651). 50 Ibid. cap.IV: (DS.1642). 51SC. n. 47; cfr. también: SC. nn. 6, 10; LG, n. 28; PO n. 13. 52 Cfr. SC. n. 7. 53 MF, lc.p.16. 54 Cfr. Ibid. lc. pp.16-17 55 Ibid. lc. p.18. 56 Cfr. Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, lc. n. 24. 57 Ibid. n.25. 58 Ibid. 59 Cfr. CEC. nn. 1373-1377; EE N. 15; MND. n. 16. 60 Benedicto XVI, Mensaje en el Angelus (11-9-2005): en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.28. 61 CEC.n.1377. 62 Ibid. n.1379. 63 MF. lc. p.19 64 CEC. n.1380. 65Cfr. Flp. 2, 5. 66 MF. lc. p.19 67 Ibid. 68 Ibid. 69 Pablo VI, Credo del Pueblo de Dios, lc.n.26 70 Juan Pablo II, Carta a los Obispos sobre el misterio y el culto a la Eucaristía, (1980), n.3. 71 EE. n.25. 72Ibid. 73 Benedicto XVI, Homilía en Marienfield en la Eucaristía de clausura de la XX Jornada Mundial de la Juventud (21-VIII2005): en ‘Ecclesia’, 3.272-73 (27-VIII y 3-IX-2005), p.41. 74 Proposiciones del Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, n.6: en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.33. 75 Ibid. 76 Cfr. MND. n.18. 78 Ibid. n. 1365. 79 Cfr. n. 1366. 80 Concilio de Trento, Doctrina del Santo Sacrificio de la Misa, c. 2: (DS. 1740). 81 Cfr. EE. n.12. 82Concilio de Trento, Doctrina del Santo Sacrificio de la Misa, c. 2: (DS. 1743). 83 Cfr. LG.n.11; PO.n. 5; CEC. n. 1368. 84Cfr. Arostegui, M., Lugar que ocupa la oración en el culto según San Ireneo de Lyon, en: Teología y Catequesis 95 (2005) 175-197. 85CEC. n. 1369. 86Ibid. n.1370. 87Cfr. EE. nn. 53-58. 88CEC. n.1371. 89 S.Agustín, Confesiones, 9, 11,27: (PL. 32,773). 90 LG.n.49. 91 Plegaria Eucarística (PE), III. 92 PE. IV. 93 PE. V/a. 94 PE, II. 95 PE para la Reconciliación II. 96 CEC. n.1382. 97 Ibid. 98 Ibid. n. 1340 99 Jn.6,53. 101 S. Juan Crisóstomo, In Isaiam, 6,3: (PG. 54,480). 102 CEC. n. 1385. 103 EE. n.36. 104 EE. n. 37. 105 CIC. c. 915. 106 Jn. 6,56. 107 Jn. 6,57. 108 S. Agustín, Confesiones, 7,10,16: (PL. 32,742). 109 Lc.24, 28-29. 110 Cfr. Jn.15,1-17. 111 MND. n. 19. 113 Concilio de Trento, Decreto sobre la Eucaristía, c.2: (DS.1638). 114 CEC. n. 1395. 115 Lc. 24,33. 116 Jn. 15,12-13. 117 CEC. n. 1397. 118 MND. n.28. 120 Jn. 6,55. 121 S.Ignacio de Antioquía, Ad Eph”, 20,2: (PG. 5,611); cfr. también, S.Ireneo, Adv.haer., 5,2,2-3: (PG. 7,1124). 122Cfr. EE.n.20. Cfr. Conferencia Episcopal Española, Una Iglesia esperanzada: “¡Mar adentro! (Lc 5, 4)”, (2002). 123Cfr. Juan Pablo II, Exhortación apostólica, Ecclesia in Europa (EinE.) (2003). En este documento se indica una y otra vez que la resurrección de Cristo es el único fundamento de la esperanza humana. 124 Cfr. CEC. n. 1405. 125 GS. n.38. Cfr. San Ireneo Adv.haer., V, 2-3 (PG, 7. 1125-1128). 126 Pablo VI, Instrucción, Eucharisticum mysterium, (EM) (1967), n.3. 127 EE. n.26 128 S. Agustín, In Ioan., 26,6,13: (PL. 35,1608). 129 Cfr. SC.n. 47. 130 LG.n.9. 131 Cfr. Ex.19,24. 132 Cfr.Ex. 19,7. 133 Cfr.Ex. 19,17-18; Dt. 9,10; Ex.20,1-ss. 135 Cfr. Ex. 24,8. 136 Cfr. Ex.13, 14-16. 137 LG. n. 9. 138 Cfr. Jr.23,3; 29,14. 139 Ez. 37,21.23-24.26-27. 140 LG. n. 9. 141 Cfr. IPe.1,9-10. 142 EE. n.21. 143 Cfr. ICor. 10,16-17; 11, 23-29. 144 Cfr. Hech. 2,16-21; Jn.14-17. 145 Ratzinger, J., Lc. p.128. 146 EE. n. 21. 147 Cfr. Rom. 6,3-5; ICor.12,12-ss; Gál. 3,27-ss. 148 Cfr. ICor. 10,16-ss. 149 EE. n.22. 150 de Lubac, H., Meditación sobre la Iglesia, (Madrid, 1980) p.112. 152 Cfr. SC.n. 7. 153 Ordenación General del Misal Romano (OGMR), cap.I, n.1. 154 Cfr. LG.nn.10-12. 156 LG.n.11. 157 Cfr. Jn.14,6. 158 Cfr. Neh. 8,10. 159 Fil.4,4-6. 160 Cfr. SC. n.29. 161 Ibid. n. 26. 162 Cfr. Ibid. n.28. 163 Lc.22,19; ICor.11,24ss. 164 Cfr. SC. nn. 41.29. 165 Cfr. Ibid. 42. 166 Cfr. EE., cap. III. 167 EE. n.27. 168 EE. n.27. 170 LG.n.10 171 EE. n.29. 172 Ibid. 173 Cfr. PO. n.18. 174 Juan Pablo II, Carta Apostólica, Dominicae Cenae, (DC) (1980) n.2. 175 Cfr. Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Pastores Dabo Vobis, (PDV) (1992), n.23. 177 PDV.n.23. 178 EE.n.31. 179 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (18-9-2005): en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.28. 180 Ibid. 181 Quinteiro Fiuza, Luis, Un Seminario para la Nueva Evangelización, (Ourense, 2003) n.9. 182 EE. n.31. 183 Cfr. Mt.9,38. 184 SC.n.2. 185 EE.n.32. 187 PO. n.6. 188 Cfr. LG.n.1. 189 CEC.n.1331. 190 Cfr. LG.n.3; CEC nn.1325-1329. 191 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (2-10-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.30. 193 Cfr. Ef.5,21-33. 194 EE. n.38. 195 LG. n.3. 196 Lc.24,33. 198 Jn. 6,51.54.56. 199 I Cor. 10,16-17. 200 S. Agustín, Sermón, 272: (PL. 38,1246). 201 LG. n.7. 202 EE. n.40. 203 Ibid. n. 41. 205 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (25-9-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.29. 206 EE. n. 53. 207 Ibid. 208 Cfr. Ibid. n.54. 209 Pablo VI, Exhortación Apostólica, Marialis Cultus, (MC) (1974), n.17. 210 Lc.1,38. 211 Jn. 2,5. 212 EE. n. 54. 213 Ibid. n. 55. 214 Ibid. 215 LG. n. 56. 216 Ibid. 217 Ibid. 218 Cfr. Lc. 2,22-38. 219 Cfr. CEC. n. 529. 220 Lc. 2, 34-35. 221 Juan Pablo II, Carta Encíclica, Redemptoris Mater, (RMa.) (1987), n.16. 222 EE. n. 56. 223 Ibid. 224 Ibid. 225 CEC. n.1328. 226 EE. n. 58. 227 Ibid. n. 57. 228 Pablo VI, Discurso pronunciado en la apertura de la tercera sesión del Concilio Vaticano II, (14-IX-1964), n.11. 229 Cfr. LG. nn.2-4. 230 LG. n.4. 231 LG. n.2. 232 LG. n.5. 233 LG. n.3. 234 Cfr. LG. n.4. 235 Ibid. n.7. 236 Tertuliano, De bapt., VI, en (CCL 1, 282). 238 Relación Final II, c.1. 239 Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio, (CN) (1992), n.1. 240 Antón Gómez, A., Primado y colegialidad, (Madrid, 1970) 34. 241 Kasper, W., La Iglesia como comunión, en ‘Communio’ 1 (1991) 51-52. 242 Cfr. LG. nn.2-4; UR. n.2. 243 Cfr. Ef. 1,3-ss; Col. 2,24-ss. 244 CN. n. 6. 245 Cfr. LG. n.11. 246 S. León Magno, Sermo, 63,7: (PL.54,357C). 247 CN. n. 5. 249 Cfr. CN. nn. 7-10. 250 Cfr. UR. n.2. 251 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Christifideles laici, (ChL) (1988), n.19. 252 Cfr. Ibid. n. 20. 253 Cfr. AG. n.2. 255 Cfr. LG. n.13; AG. n.5; RM. Nn.20.24. 256 Cfr. RM. Nn.21-30. 257 Pablo VI, Exhortación Apostólica, Evangelii Nuntiandi, (EN), (1975), n.14. 258 Cfr. IPe. 2,9. 259 ICor. 9,16; cfr. RM. n.1. 261 Mt. 28,19. 262 Mt. 28,20. 263 Hech. 1,8. 264 Ef. 4,12-13. 265 Jn.17,3. 266 EN. n.22. 268 RM. n.37. 269 Cfr. AG. n. 23. 270 PO. n.2. 271 ChL. n.3. 272 Cfr. AG. n.35; EN. n.60. 273 Cfr. LG. n.23. 274 Cfr. LG. n.4; GS. n.22; RM. Nn. 28.29.56; cfr. También, Juan Pablo II, Carta Encíclica, Dominum et vivificantem, (DetV) (1986) nn. 23-53. 275 Cfr. Rom. 5,5; Gál. 4,6; cfr. también, Ladaria, L., El Dios vivo y verdadero, (Salamanca, 1998) 324-ss. 276 S. Ireneo, Adv. Haer. ” II, 24,1: (PG. 7,870). 277 S. Juan Crisóstomo, Hom. Pent., I,4: (PG. 53,97). 278 Cfr. LG. n.4. 279 Cfr. LG.n.7. 280 Cfr. Jn. 14, 16.26; 15,26. 281 Cfr. Hech. 1,14. 282 Cfr. Hech. 2,1-4. 283 S. Ireneo, Adv. Haer., III, 4,1: (PG. 7,855). 284 AG. n.4. 285 Ibid. n.5. 286 Cfr. Hech. 16,14; AG. nn. 13.15. 287 EN. n.75. 288 Ibid. 289 Ibid. 290 Ibid. 291 Ibid. 293 RM. n. 21. 294 Ibid. n.24. 295 Cfr. Hech.2,42-47; 4, 32-35. 296 RM. n. 26. 297 RM. n.28; cfr. también: GS. nn. 10.11.22. 26.38.41.92-93; AG. nn. 3.11.15. 298 Jn.3,8. 299 RM. n.30. 300 Cfr. CEC. nn. 1091-1109. 301 Ibid. n. 1098. 302 CEC. n. 1108. 303 S. Juan Crisóstomo, In Espist. I ad Corint.”, 41,4: (PG. 61,345). 304 S. Cirilo de Jerusalén, Catecheses, V, 7: ( PG. 33,516). 305 S. Isidoro de Sevilla, Etimologías, VI, 19, 40-41. 306 PO, n. 5. 307 EE. n. 17. 308 PE. III. 309 PE. para niños II. 310 Cfr. LG. n.11. 311 Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía, Proposición, n.42: en ‘Ecclesia’, 3.284 (19-XI-2005) p.35. 312 EE. n. 22. 313 Benedicto XVI, en su primer mensaje (20-IV-2005), n. 4, en: Boletín Oficial del Obispado de Ourense (2005) p. 390. 314 CEC. n.1332. 315 Cfr. Jn. 15,5. 316 Lc. 24,23-25. 317 DD. n.45. 318 Mt. 28.10. 319 Cfr. Rom. 12,1. 320 ICor. 11,26. 321 Cfr. Mt. 10,1-25; Lc. 9,1-6; 10, 1-24. 322 Cfr. Mt.28, 16-20; Mc. 16,14-20. ,323 Hech. 1,8. 324 Jn. 17,21-23. 325 IJn. 4,8.10. 327 Cfr. Conferencia Episcopal Española, La Eucaristía, alimento del Pueblo Peregrino, (1999). 328 GS. n.38. 329 Cfr. AG. n. 36. 330 LG. n.26. 332 Ibid. 333 Cfr. Ibid. 334 Cfr. SC. n.10; AG. n.36; AA. nn. 3-7; PO. n.5. 335 Mc. 16,15-16; Mt. 28,18-19; Jn. 20,22-23; Hech. 1,8. 336 Benedicto XVI, Mensaje del Angelus, (2-10-2005), en ‘Ecclesia’, 3.282 (5-XI-2005), p.30. 337 OGMR. n.1. 338 Cfr. SC. n. 10. 339 Precisamente el cap.V de los Lineamenta del último Sínodo de los Obispos sobre la Eucaristía llevaba por título: Mistagogía eucarística para la Nueva Evangelización. 340 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Pastores Gregis, (PGr) (2003), n. 22. 342 Juan Pablo II, Discurso a la Curia romana, (20-XII-1990), en ‘Ecclesia’ 2511 (19-1-1991) 18. 343 NMI. n.43. 344 LG. n.4. 345 Cfr. LG. nn.2-4. 346 NMI. n. 43. 348 Cfr. IPe. 2,4-8. 349 Cfr. ICor. 12,12-13.16. 350 Gál. 3,27-28; cfr. Col.3,11. 351 IPe. 2,17. 352 NMI. n.43. 353 Cfr. Ibid. nn.43.45. 354 Ibid. n.43. 355 ChL. n.20. 356 NMI. n.46. 357 EinE. n. 33. 358 Ibid. n. 39. 360 NMI. n.46. 361 Quinteiro Fiuza, Luis; lc. n.3. 362 ChL. n. 22. 363 PDV. n.15. 364 EinE. n. 36. 366 Juan Pablo II, Exhortación Apostólica, Vita Consecrata, (VC) (1996) n.1. 367 Cfr. ICor. 7,34. 368 VC. n. 5. 369 Cfr. Ibid. n.31. 371 PGr. n.50. 372 ChL. n.23. 373 Cfr. Jn. 17,16. 374 Concilio Vaticano II, Decreto, Apostolicam Actuositatem (AA), n.5. 376 Cfr. ChL. n. 15. 377 Cfr. Ibid. n.29; cfr. También, NMI. n.46. 378 AA. n.18. 379 Cfr. AA. nn. 19.15; LG. n. 37; Código de Derecho Canónico, (CIC), c.215. 380 Cfr. NMI. n.47.; Cfr. Benedicto XVI, Carta Encíclica, Deus Caritas est (DCe) (2006) n. 11. 381 Ibid. 382 Quinteiro Fiuza, Luis; lc. n.5. 383 Cfr. PDV. n. 41. 384 Cfr. LG. n. 10. 385 Cfr. EE. n.43. 386 S. Agustín, In Io.Evang. Tractatus, 26, 13: (PL 35, 1613); cfr. SC. n.47. 387 388 Cfr. UR. n.2. 389 Cfr. Ibid. n.15. 390 Cfr. Ibid. n. 22. 391 Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, Declaración, Dominus Iesus, (DI) (2000) n.17 392 UR. n.8. 393 Cfr. Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para la aplicación de los principios y normas sobre el ecumenismo, (1993) nn.122-136. En estos números se aborda el tema de la ‘communicatio in sacris’, especialmente la Eucaristía. A esta normativa se alude también en la Encíclica, EE, nn. 44-46. 394 Cfr. Ibid. n. 54. 395 RM. n.55. 396 Cfr. Comisión Teológica Internacional, El Cristianismo y las Religiones, (1996), (Madrid, 1998) 557-558. 397 Cfr. LG. n.16; GS.n.22; Concilio Vaticano II, Declaración Nostra aetate, (NA). 398 NMI.n. 56; cfr. DI; Cfr. EinE. n. 55. 399 Jn. 13,34. 400 Cfr. NMI. n. 42. 401 Ap.2,1-3. 402 EinE. nn.83.84. 403 Cfr. IJn.4,10.19; Jn. 13,1. Cfr. DCe (2005) n. 1 404 DCe. n. 29. 405 EinE. n. 85. 406 NMI. n. 49. 407 Mt. 25,35-36. 408 DCe. n. 15. 409 Cfr. Ibid. n.50; cfr. también, EinE. nn. 86-89. 410 DCe. n. 1. 412 DCe. n. 13. 413 CEC. n. 1397. 415 Cfr. Lc. 14,15-ss. 416 Cfr. ICor. 11,17.22.27.34. 417 Cfr. Hech. 2,42-ss; St.2,1-ss. 418 Cfr. Hech. 11,29; Gál. 2,9-ss; ICor. 16,1-4; IICor.8-9. 419 Cfr. Rom. 15,27; IICor. 9,12-ss. 420 S. Justino, Apología, I, 67: (PG. 6,429). Cfr. DCe. nn. 22-23. 422 Prefacio común, VIII. 423 Prefacio de la PE. V/c. 424 Prefacio de la PE. sobre la reconciliación II. 425 PE. V/b; cfr. también PE sobre la reconciliación II. 426 Prefacio III sobre la Cuaresma. 427 PE.V/b. 428 EE. n.20. 429 MND. n. 28. 430. Benedicto XVI, Homilía en Marienfield en la Eucaristía de clausura de la XX Jornada Mundial de la Juventud (21-VIII2005): en ‘Ecclesia’, 3.272-73 (27-VIII y 3-IX-2005), p. 41. 431. El Papa cita expresamente a nuestro patrono, San Martín de Tours, como modelo de caridad, cfr. DCe. n. 40.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA EUCARISTÍA, FUENTE DE VIDA ECLESIAL CARTA PASTORAL DEL SR. OBISPO

 

Carta Pastoral do Bispo de Ourense Luís Quinteiro Fiuza Introducción . . . . . . . . . . . . . . . . . . 577

 

Capítulo I. O misterio da Eucaristía . .. . . . . 578

 

1. A Eucaristía, un don de Deus   . . . . . . 578

2. A Sagrada Eucaristía é un misterio de fe . 579

3. Un misterio de luz . . . . . . . . . . . . . . . . . 579

4. A presencia real do Señor na Eucaristía . . 581

5. A reserva eucarística e adoración do Santísimo Sacramento………………………………………………… . 583

6. A Eucaristía, sacramento do único sacrificio de Cristo . .. …………………………………………………. . . 585

7. A Eucaristía é un verdadero banquete . . . 588

 

Capítulo II. A Eucaristía e a Igrexa .  . . . . . . 591

 

1.Antecedentes da asemblea eucarística na historia da salvación……………………………………..591

2. Eucaristía e Igrexa, unha relación constitutiva…………………….593

3. María, muller “eucarística” . . . . . . . . . 601

 

Capítulo III. A Eucaristía e a misión da Igrexa ……………………………………………………………………603

1. A Igrexa, misterio de comunión . . . . 604

2. A Igrexa, misterio de comunión e de misión……………………………………………………………606

3. O Espírito Santo, protagonista da misión  . 608

4. A Eucaristía, un eficaz descendimento do Espírito Santo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 610

5. A Eucaristía, fonte e cumio da misión da Igrexa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 611

 

Capítulo IV. Os Cristiáns, Testigos do Amor no Mundo . . . . …………………………………………………615

1. Trazos esenciais da espiritualidade de comunión ………………………………… . . . . . . . . 615

2. Variedade de vocacións …………… . . . . . 616

3. Eucaristía e movemento ecuménico . . . . 619

4. Diálogo interrelixioso e misión . . . . . . . . 620

5. Apostar pola caridade . . . . . . . . . . . . . . 621

6. Eucaristía e acollida ós máis pobres .. . . . 623

 

Conclusión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 625

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