Lunes, 11 Abril 2022 09:10

LA PALABRA DE DIOS EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL

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LA PALABRA DE DIOS EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA COMUNIDAD PARROQUIALExhortación pastoral ante el curso apostólico 1995-1996

 SUMARIO

 Introducción

1. Balance de este primer año
2. La aplicación del objetivo del curso 1994-1995
3. Ante un nuevo objetivo pastoral diocesano

 I. LA INICIACION CRISTIANA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

4. Importancia de la Iniciación cristiana en la actualidad
5. "En el umbral del Tercer Milenio"
6. ¿Qué es la Iniciación cristiana?
7. Finalidad y elementos que integran la Iniciación cristiana
8. Dificultades actuales de la Iniciación cristiana
9. La Iniciación cristiana en la vida de la Iglesia
10. La Palabra de Dios en la Iniciación cristiana

 II. REVALORIZAR LA PALABRA DE DIOS

11. Uno de los mayores frutos del Concilio Vaticano II
12. El amor a la Palabra de Dios entre nosotros
13. El misterio de la Palabra de Dios
14. Dios nos habla en la Sagrada Escritura
15. Cristo resucitado, centro y clave de toda la Escritura.
16. La Iglesia, reunida por la Palabra de Dios y misionera 
17. La evangelización como anuncio actual del Evangelio
18. La catequesis fundamentada en la Palabra de Dios
19. La liturgia, lugar privilegiado para escuchar la Palabra de Dios
20. La función del lector
21. El ministerio de la homilía
22. Preparación y celebración de la homilía
23. La "lectura divina" de la Palabra de Dios
24. Cómo hacer la "lectura divina" de la Palabra de Dios
25. La Biblia en la familia
26. La aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres
27. La interpretación de la Escritura en el contexto de la vida

 A modo de conclusión

28. Indicaciones operativas
29. Invitación final


LA PALABRA DE DIOS EN LA INICIACION CRISTIANA Y EN LA VIDA DE LA COMUNIDAD PARROQUIAL

 Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1995-1996

 

 Introducción
 

 Queridos hermanos presbíteros, religiosas y fieles laicos de Ciudad Rodrigo: 

 Está a punto de cumplirse un año desde que fui ordenado obispo para esta amada Iglesia Civitatense. La costumbre, ya consolidada, de presentar el objetivo diocesano al comienzo del curso, mediante una Exhortación pastoral, me permite dirigiros, con este motivo, un saludo cordial lleno de gratitud hacia el Señor y hacia todos vosotros.
 Para ello hago mías estas palabras de san Pablo: "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros. Siempre que rezo por todos vosotros lo hago con gran alegría, a causa de vuestra colaboración en la obra del Evangelio desde el primer día hasta hoy. Tengo la confianza de que el que comenzó en vosotros la obra buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús. Lo que siento por vosotros está plenamente justificado, pues os llevo en el corazón, porque... todos compartís la gracia que me ha tocado. Testigo me es Dios de lo entrañablemente que os quiero en Cristo Jesús" (Fil 1,3-8).

1. Balance de este primer año

 Tengo muchos motivos para dar gracias. Este primer año me ha permitido conoceros y apreciaros. He podido encontrarme con todos los presbíteros diocesanos que trabajan en la diócesis, e incluso con algunos de los que están fuera de ella, con los seminaristas y con las comunidades religiosas, con movimientos apostólicos y de espiritualidad, con los ancianos y enfermos acogidos en las residencias, con los alumnos de religión de algunos centros de enseñanza, con grupos de Confirmación y con otros jóvenes. He estado en unas cuarenta parroquias para celebrar la Eucaristía el domingo y en fiestas patronales, para administrar el sacramento de la Confirmación y para otros actos.
 En todas partes he sido acogido con alegría y con un gran cariño. He podido comprobar el concepto tan elevado que tenéis del ministerio del Obispo en la comunidad cristiana. Vosotros me habéis mostrado la realidad diocesana, la situación humana, religiosa y apostólica de nuestra Iglesia, y los gozos y las esperanzas, las dificultades y las preocupaciones de nuestro pueblo. Me habéis transmitido vuestra confianza en la ayuda de Dios y vuestra perseverancia y tenacidad. Por eso podremos desarrollar unas líneas de acción pastoral preferente, en continuidad con quienes nos han precedido en el servicio de la Iglesia Civitatense y mirando al futuro inmediato (1).
 El pasado curso se han renovado también los arciprestes, el Consejo de Economía y el Consejo Presbiteral, y se han reorganizado las Delegaciones y Secretariados de pastoral. 

2. La aplicación del objetivo del curso 1994-1995

 Ahora hace un año, yo asumía el objetivo pastoral elegido para el curso apostólico 1994-1995: Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra de Dios, para la celebración de la fe y para el servicio de la caridad. El objetivo se centraba en la parroquia, "modelo de apostolado comunitario" (cf. AA 10) y "célula de la diócesis" (cf. CD 11). 
 Al realizar el balance de lo que ha representado este curso se constata la existencia de realidades pequeñas pero significativas de una comunidad, realidades de tipo litúrgico y festivo y de solidaridad en los momentos de dolor. Existen además grupos de adultos que se reúnen con fines catequéticos y de colaboración con la parroquia tanto en la celebración dominical como en la acción social y caritativa. En muchas parroquias hay grupos de catequistas y en algunas Junta Parroquial y Consejo de Pastoral. Ante las dificultades que se encuentran en la programación y en la actuación pastoral, tanto a nivel parroquial como arciprestal, se postula una mayor corresponsabilidad y participación de los laicos. La programación diocesana incide todavía poco en las parroquias, pero se va comprendiendo la necesidad de trabajar conjunta y fraternalmente, y de superar el aislamiento pastoral y la dispersión de criterios. 
 Puede parecer escaso el resultado del objetivo del curso pasado, pero no se puede olvidar que la programación pastoral diocesana no queda reducida a la formulación de un objetivo y de unas acciones que han de realizarse de acuerdo con un plan y un calendario. En realidad todos los objetivos pastorales de los años precedentes siguen abiertos en cuanto cauces de reflexión y de mentalización, y en cuanto hitos que marcan una ruta. En este sentido permitidme recordar de nuevo que los objetivos pastorales de los últimos años son "un camino recorrido hacia unas metas que comprenden un espíritu apostólico y un estilo pastoral, y que contribuyen a configurar la sensibilidad misionera e integradora de los distintos aspectos de la presencia y de la acción de la Iglesia en nuestro pueblo" (2).
 El "espíritu apostólico" y el "estilo pastoral" no son otros que la evangelización y la misión que corresponden, en esta tarea, a la Iglesia local y particular.

3. Ante un nuevo objetivo pastoral diocesano

 La perspectiva de un nuevo curso apostólico pedía determinar un nuevo objetivo pastoral. Y en efecto, después de meditarlo con ayuda de la Vicaría de Pastoral y del Clero, el 27 del pasado mayo propuse al Colegio de Consultores, dado que todavía no estaba constituido el nuevo Consejo Presbiteral, y el 28 de junio a los Arciprestes y Delegados diocesanos, el siguiente objetivo para el curso 1995-1996: Revalorizar la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial. 
 Ahora bien, poner en marcha un nuevo objetivo pastoral diocesano supone una voluntad de continuidad y al mismo tiempo de avance. Continuidad en "el espíritu apostólico" y en el "estilo pastoral" señalados antes. En concreto el objetivo pastoral del curso pasado nos permitió acentuar la importancia de la comunidad parroquial dentro de la Iglesia particular, para llevar a cabo la acción evangelizadora y cualquier otra tarea eclesial.
 El avance se produce no sólo en lo que tiene de nuevo el objetivo de 1995-1996, sino también en el propósito de que este objetivo se inscriba en un proyecto más amplio que comprenda varios años. Alguna vez se ha hablado de la conveniencia de perfilar objetivos que no limiten su vigencia a un solo curso pastoral. 
 A esto se añade el hecho de que toda la Iglesia ha sido convocada por el Papa Juan Pablo II a prepararse para el Jubileo del año 2000 por medio de una serie de iniciativas de tipo espiritual y de tipo operativo apuntadas en la Carta Apostólica Tertio Millenio Adveniente ("En el umbral del Tercer Milenio") (3).
 Lo que sigue es una reflexión de carácter doctrinal y práctico sobre el alcance del objetivo para el próximo curso. Pero hecha en dos partes, una primera dedicada a lo que va a ser la constante de los objetivos pastorales de los próximos cursos, la Iniciación cristiana, y una segunda que afecta de manera más directa al objetivo de 1995-1996.
 
 

 I. LA INICIACION CRISTIANA EN LA VIDA DE LA IGLESIA

 En efecto, el contenido del objetivo pastoral del próximo curso es la revalorización de la Palabra de Dios. Ahora bien, esta revalorización ha de hacerse en el marco concreto de la Iniciación cristiana y, en general, en todo el ámbito de la vida de la comunidad parroquial. 
 Este aspecto de la Iniciación cristiana, que va a estar presente en los objetivos pastorales de los próximos años, es el que ahora quiero tratar antes de referirme al contenido del objetivo concreto para el próximo curso.

4. Importancia de la Iniciación cristiana en la actualidad

 ¿Por qué se ha pensado precisamente en la Iniciación cristiana como factor de continuidad de los objetivos diocesanos? Es indispensable responder a esta pregunta para comprender mejor lo que pretendemos. No ha sido solamente para contar con un objetivo que dure varios años. Existen además otras razones. 
 En primer lugar la preocupación, bastante generalizada entre los sacerdotes, los catequistas y otros colaboradores de la pastoral de la comunidad cristiana por el modo como se producen en la actualidad la entrada en la Iglesia y la formación cristiana de los creyentes. Esta preocupación, que no es diferente de la inquietud por la evangelización como misión esencial de la Iglesia, en realidad se fija en un aspecto que es fundamental también: ¿cómo estamos haciendo cristianos hoy?, ¿cómo introducimos a los niños, a los jóvenes, a los adultos, en la vida de la comunidad eclesial de manera que permanezcan en ella como verdaderos discípulos de Jesús y miembros vivos de su cuerpo. La incorporación a Cristo y a la Iglesia, con todo lo que lleva consigo, es lo que se conoce con el nombre de Iniciación cristiana.
 Expresión de la preocupación aludida ha sido el XV Encuentro de Arciprestes que tuvo lugar en Villagarcía de Campos del 6 al 10 de marzo de este mismo año, organizado por la Secretaría pastoral de la Iglesia en Castilla y al que asistieron nuestros actuales Arciprestes.

5. "En el umbral del Tercer Milenio"

 En segundo lugar tenemos también la invitación, ya mencionada, del Papa Juan Pablo II en la Carta "En el umbral del Tercer Milenio". Resulta significativa la dimensión catequética y sacramental, con su transfondo teológico y pastoral, que el Santo Padre quiere dar a la preparación del Jubileo del año 2000. Partiendo de la "articulación de la fe cristiana en palabra y sacramento", que da lugar a la estructura que une "la memoria" y "la celebración", para que no nos limitemos "a recordar el acontecimiento sólo conceptualmente, sino haciendo presente el valor salvífico mediante la actualización sacramental" (TMA 31), Juan Pablo II propone:
 - para el curso 1996-1997 la reflexión catequética sobre Cristo (TMA 40) y la actualización sacramental del Bautismo como fundamento de la existencia cristiana (TMA 41), en orden a fortalecer la fe y el testimonio de los cristianos (TMA 42);
 - para el curso 1997-1998 la reflexión sobre el Espíritu Santo en la Iglesia (TMA 44) y la actualización de su acción sobre todo en la Confirmación (TMA 45), para redescubrir la esperanza (TMA 46);
 - para el curso 1998-1999 la reflexión sobre el Padre misericordioso (TMA 49) y la celebración de la Penitencia (TMA 50), para un mayor compromiso de amor con la justicia y con los pobres (TMA 51-52);
 - para el curso 1999-2000 el objetivo será la glorificación de la Trinidad, especialmente en el sacramento de la Eucaristía (TMA 55).
 Es fácil percibir la presencia de los sacramentos de la Iniciación cristiana en la preparación del Jubileo del año 2000. Por eso este programa constituye una buena referencia para los objetivos de los próximos años. Pero también para el curso 1995-1996, puesto que el Papa nos invita en su Carta apostólica citada a volver una vez más al Concilio Vaticano II, y a examinar, entre otros factores, "en qué medida la Palabra de Dios ha llegado a ser plenamente el alma de la teología y la inspiradora de toda la existencia cristiana" (TMA 36).

6. ¿Qué es la Iniciación cristiana?

 Para llevar adelante el objetivo del próximo curso y los que nos marquemos en años sucesivos en relación con la Iniciación cristiana, es indispensable tener un concepto claro de lo que significa esta expresión en el vocabulario cristiano. 
 Ya se ha aludido antes a la preocupación sobre el modo como se produce hoy la incorporación de los hombres a la Iglesia. En esta preocupación subyace la inquietud por la evangelización. En efecto, la Iniciación cristiana está intimamente ligada a la acción evangelizadora. Más aún, la evangelización como primer anuncio de Jesucristo, no sólo precede a la Iniciación cristiana sino que configura también toda acción posterior de tipo catequético o formativo de los fieles.
  El Catecismo de la Iglesia Católica, inspirado en las Observaciones generales de la Iniciación cristiana que aparecen en el Ritual del Bautismo de los Niños y en el Ritual de la Iniciación cristiana de los Adultos, ofrece un concepto básico de la Iniciación cristiana. La Iniciación cristiana consiste en la "participación en la naturaleza divina que los hombres reciben como don mediante la gracia de Cristo" (Catecismo, n. 1212) y "se realiza mediante el conjunto de los tres sacramentos: el Bautismo, que es el comienzo de la vida nueva; la Confirmación, que es su afianzamiento; y la Eucaristía, que alimenta al discípulo con el Cuerpo y la Sangre de Cristo para ser transformado en él" (Catecismo, n. 1275) (4)4. 
 Ahora bien la Iniciación cristiana está íntimamente unida y depende en cierto modo de la Catequesis o "educación en la fe de los niños, de los jóvenes y de los adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la doctrina cristiana, dada de modo orgánico y sistemático con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" (Catecismo, n. 5).
 Según esto la Iniciación aparece como la serie de actos y de etapas sucesivas que debe seguir hasta su plena integración en la comunidad cristiana todo el que es admitido en la Iglesia. En clara analogía con las primeras fases de la vida humana, a saber, el nacimiento, el sustento y el desarrollo, la Iniciación pone los fundamentos de toda la existencia cristiana (cf. Catecismo, n. 1212). Pero la Iniciación cristiana es también un proceso socializador, que introduce gradualmente a las personas en un grupo y en una forma de vida, en este caso, la comunidad de los discípulos de Jesús, la Iglesia. 

7. Finalidad y elementos que integran la Iniciación cristiana

 "Desde los tiempos apostólicos, para llegar a ser cristiano se sigue un camino y una iniciación que consta de varias etapas. Este camino puede ser recorrido rápida o lentamente. Y comprende siempre algunos elementos esenciales: el anuncio de la Palabra, la acogida del Evangelio que lleva a la conversión, la profesión de fe, el Bautismo, la efusión del Espíritu Santo, y el acceso a la comunión eucarística" (Catecismo, n. 1229). 
 El conjunto de elementos catequéticos, litúrgicos y morales, indispensables para llevar a cabo el proceso de la Iniciación cristiana, hace posible la opción personal, libre y consciente de quienes entran en la Iglesia, para que alcancen la madurez en la fe y asuman responsablemente su vocación y su misión en la comunidad.
 En este sentido la Iniciación cristiana tiene, entre otros, los fines siguientes: "el despertar religioso, la iniciación en la oración personal y comunitaria, la educación de la conciencia moral, la iniciación en el sentido del amor humano, del trabajo, de la convivencia y del compromiso en el mundo, dentro de una perspectiva cristiana" (5)5.
 La Iniciación cristiana, manteniendo los elementos y los fines esenciales, ha variado mucho a lo largo de los siglos. Pero siempre ha tenido un comienzo, un camino y una meta. En la Iglesia antigua comprendía un tiempo de Catecumenado y una serie de ritos preparatorios que jalonaban litúrgicamente el itinerario y que desembocaban en la celebración de los tres sacramentos de la Iniciación. Esta forma ha sido restaurada por el Concilio Vaticano II para los países de misión (cf. SC 64), y es la prevista también para los adultos y para los niños en edad escolar no bautizados (6).
 En el caso de los hijos de padres cristianos el comienzo de la Iniciación cristiana es el Bautismo en la fe de la Iglesia, al que siguen la catequesis de la comunidad y la celebración de los otros sacramentos. El Bautismo de niños, por su naturaleza, exige un Catecumenado postbautismal, no sólo en orden a alcanzar una instrucción adecuada sino también para desarrollar la gracia bautismal e integrarla en el crecimiento de la persona.
En todos los casos la meta es siempre la plena y consciente integración de los hombres en la comunión y en la misión de la Iglesia, cuerpo de Cristo y sacramento de salvación en medio del mundo. 
 Por tanto la Iniciación cristiana no consiste sólo en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Primera Eucaristía, aunque estos momentos rituales constituyen de hecho la cumbre de todo el proceso. La Iniciación cristiana tampoco se reduce a la catequesis general y a las catequesis presacramentales. Es decir, no es un mero programa educativo de la fe ni una preparación para el compromiso cristiano, ni siquiera en el caso de los adultos en proceso de redescubrimiento o de maduración de su fe. La Iniciación cristiana comprende a la vez todos los aspectos señalados, conectados entre sí.

8. Dificultades actuales de la Iniciación cristiana

 Sin embargo no es fácil lograr, tanto a nivel diocesano como parroquial, que la Iniciación cristiana se lleve a cabo de forma unitaria, global, coherente e integradora de todos los aspectos que están implicados en ella, porque afecta simultáneamente y de manera directa a la pastoral del Bautismo de los niños, con la preparación de los padres y padrinos; a la catequesis de la infancia y de la adolescencia; a la pastoral de las Primeras Comuniones y a la iniciación al sacramento de la Penitencia; a la pastoral de la Confirmación; al catecumenado y a la catequesis de los niños no bautizados en edad escolar y a la de los adultos que no recibieron una formación cristiana suficiente o que deben completar su Iniciación, por ejemplo, los novios que no se han confirmado aún. 
 De manera indirecta tienen que ver también con la Iniciación cristiana la pastoral familiar y la preparación para el matrimonio; la enseñanza religiosa en las etapas primaria y secundaria; la pastoral juvenil y la pastoral vocacional; otras modalidades de la catequesis de adultos, distintas de la apuntada antes; la pastoral de la Eucaristía dominical y festiva, etc.
 Por otra parte las acciones pastorales concretas que tienen que ver con la Iniciación cristiana no siempre están bien coordinadas y, en ocasiones, adolecen de planteamientos distintos. Esto ocurre, por ejemplo, cuando en la catequesis se pretende tan sólo transmitir ideas o actitudes de comportamiento sin cuidar la dimensión expresiva y celebrativa de la fe. Y también cuando, de cara a la celebración de los sacramentos, no se atiende suficientemente al nivel de fe ni a la preparación catequética exigidos por la Iglesia. O cuando, en la celebración misma, se olvida la dimensión nutritiva de la misma fe que tienen los sacramentos y todos los signos litúrgicos establecidos.

9. La Iniciación cristiana en la vida de la Iglesia

 La Iniciación cristiana está en el origen no sólo de la vida de la fe personal de cada uno de los cristianos, sino también de toda la comunidad eclesial, ya que es un proceso socializador, como se ha dicho antes. Por eso la atención y el enfoque que se prestan a la Iniciación determinan en gran medida la orientación pastoral de una Iglesia local, tanto a nivel parroquial como diocesano. 
 Por este motivo la pastoral de la Iniciación cristiana afecta no solamente a los que han de ser introducidos en la Iglesia, sino también a toda la comunidad eclesial. Es toda la Iglesia particular la que ha de interesarse por esta realidad y colaborar en ella, imitando la pedagogía divina manifestada en la historia de la salvación. El Obispo es el moderador de toda la Iniciación, que realiza ya sea por sí mismo, ya sea por medio de los presbíteros, diáconos y catequistas (Ceremonial de los Obispos, n. 404). La importancia de la Iniciación cristiana para la Iglesia particular y local radica en que, gracias a ella, nace y se transmite la vida misma de la comunidad cristiana. 
 En este sentido conviene recordar que, aunque existen diversos ámbitos y niveles donde se manifiesta la Iglesia de Cristo, por ejemplo, comunidades religiosas, movimientos apostólicos y de espiritualidad, asociaciones de fieles, etc., solamente la parroquia encarna la maternidad espiritual de la Iglesia local (7). Tan sólo en esta comunidad eclesial se nace como cristiano, y este hecho que es común y básico para todos los miembros de la Iglesia, no es transferible a ninguna otra comunidad o grupo. De ahí la necesidad de ubicar debidamente todo el proceso de la Iniciación cristiana, y de potenciar la calidad evangelizadora y comunitaria de las parroquias como lugar donde se vive y se aprende a vivir como hijos de Dios y discípulos de Jesucristo. La parroquia es hogar y mesa común de todos los fieles sin excepción. 
 Todo esto supone un reto para las comunidades y para sus pastores. Está en juego la vinculación efectiva al misterio de Cristo y de la Iglesia por parte de todos los miembros de la comunidad cristiana, y está en juego también el estilo pastoral que identifica a una parroquia y a una diócesis. Confío en que en este curso y en los próximos, todos los presbíteros, catequistas y colaboradores de la acción pastoral tomen conciencia de lo que significa la función maternal de la Iglesia que ha de engendrar y alimentar continuamente a nuevos hijos en la Iniciación cristiana. 

10. La Palabra de Dios en la Iniciación cristiana

 Después de estas nociones básicas sobre la Iniciación cristiana, sobre las que habrá que volver en los próximos cursos, y antes de entrar en la segunda parte, que afecta más directamente al objetivo pastoral del curso 1995-1996, conviene explicar brevemente el significado de la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana, para poder revalorizarla en este ámbito concreto.
 La Palabra de Dios en la Iniciación cristiana responde a la necesidad de llamar a los hombres a la fe y a la conversión antes de celebrar los sacramentos: "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído de él? Y ¿cómo oirán si nadie les predica? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?" (Rm 10,14-15). Por eso la proclamación del Evangelio y el uso de toda la Escritura en la evangelización, en la catequesis y en la celebración de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y de la Eucaristía, prepara la mente y el corazón del hombre para cooperar libre y generosamente con la acción de Dios y recibir de manera fructuosa la gracia de los sacramentos (cf. SC 9; AG 13-14). 
 En la Carta a los Efesios se lee: "En Cristo también vosotros, que habéis escuchado la Palabra de la verdad, el Evangelio de nuestra salvación, en el que habéis creído, fuísteis sellados con el Espíritu de la promesa, que es prenda de nuestra heredad" (Ef 1,13-14). San Pablo se refiere a los gentiles que han acogido el anuncio de la salvación, es decir, la Palabra de la verdad que es el Evangelio. No se trata solamente de haber "dado oídos" a la buena noticia de la salvación, sino también de haber sido salvados por el Evangelio en el que han creído (cf. Rm 1,16; 1 Cor 1,18) y que han confesado al recibir el Bautismo (cf. Hch 2,38; 8,37-38; Rm 10,9-10; etc.). El fruto de la acogida del Evangelio, de la confesión de fe y del Bautismo es el "sello" o marca del Espíritu, que asimila a los bautizados a Cristo y los incorpora a su cuerpo. 
 En el comienzo, en la meta y en el desarrollo de todo el proceso de la Iniciación cristiana están siempre presentes la Palabra de Dios como fuerza de salvación para todos los que creen (cf. 1 Cor 1,18), y la acción del Espíritu Santo que autentifica la fe y produce la regeneración y el nuevo nacimiento (cf. Tit 3,4-6; Jn 3,5). El servicio de la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana está orientado a suscitar y a avivar la fe de los que realizan y celebran este acontecimiento. 
 
 

 II. REVALORIZAR LA PALABRA DE DIOS

 Anunciar y exponer la Palabra de Dios es un aspecto verdaderamente neurálgico de la acción pastoral y de gran transcendencia para la misión de toda comunidad cristiana. El itinerario seguido durante los últimos años por nuestra Iglesia Civitatense, marcado por la nueva evangelización y por la toma de conciencia de la Iglesia particular y local, y que nos disponemos a proseguir con un nuevo objetivo diocesano, tiene una gran semejanza con el camino de Emaús en el que el Señor en persona se hizo compañero de ruta de unos discípulos para hablarles al corazón y, después de sentarlos a la mesa eucarística, enviarlos a cumplir la misión de anunciar el Evangelio (cf. Lc 24). 
 La transformación de aquellos caminantes que "reconocieron a Jesús en el partir el pan" (Lc 24,35), se produjo mientras el Señor "les explicaba las Escrituras" (Lc 24,32). La Palabra de Dios, anunciada por el Resucitado y comprendida bajo la luz del Espíritu Santo, convirtió aquel desconsolado viaje en un camino de esperanza. En nuestra Iglesia particular y en cada una de sus comunidades locales podemos sentir la luz y el calor de la Palabra de Dios que nos congrega en torno a Jesucristo el Señor y que nos impulsa a anunciar y a realizar el Evangelio de la salvación para todos los hombres.

11. Uno de los mayores frutos del Concilio Vaticano II

 Como todos sabéis, uno de los mayores frutos del Concilio Vaticano II ha sido el conocimiento y la estima del pueblo cristiano hacia la Palabra de Dios. El uso de las lenguas modernas en la liturgia, la abundancia de versiones y de ediciones de la Biblia, el esfuerzo realizado en la catequesis, en la predicación, en la teología y en la espiritualidad, para fundamentarlo todo en la Palabra de Dios, han contribuido a un contacto cada vez más frecuente e intenso de todos los fieles con la Sagrada Escritura.
 El Concilio Vaticano II quiso restablecer "una lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada" (SC 35) y dispuso que se abrieran con mayor amplitud "los tesoros bíblicos de la Iglesia" en la "mesa de la Palabra de Dios" (cf. SC 51; DV 21; PO 18). De este modo la Misa del domingo y de las grandes fiestas, con los tres ciclos de lecturas y la recuperación del Antiguo Testamento, al que se pone en relación con el Evangelio, asegura para la mayoría de los fieles que son asiduos a la celebración, un acercamiento más continuado y profundo a la Palabra de Dios. Acercamiento que algunos saben prolongar en otros momentos, como la meditación, la lectura espiritual, los encuentros de oración y las reuniones pastorales, los actos de devoción, etc. Uno de los signos más palpables del contacto con la Palabra de Dios es la celebración comunitaria de la Liturgia de las Horas por parte de los sacerdotes, de los seminaristas, de las religiosas y de algunos grupos de laicos.
 "La Palabra de Dios es ahora más conocida en las comunidades cristianas, pero una verdadera renovación pone hoy y siempre nuevas exigencias: la fidelidad al sentido auténtico de la Escritura debe mantenerse siempre presente..., el modo de proclamar la Palabra de Dios para que pueda ser percibida como tal, el empleo de medios técnicos adecuados, la disposición interior de los ministros de la Palabra con el fin de desempeñar decorosamente sus funciones en la asamblea litúrgica, la esmerada preparación de la homilía a través del estudio y de la meditación, el compromiso de los fieles a participar en la mesa de la Palabra, el gusto de orar mediante los salmos y -al igual que los discípulos de Emaús- el deseo de descubrir a Cristo en la mesa de la Palabra y del Pan" (8).

12. El amor a la Palabra de Dios entre nosotros

 En efecto, la evangelización y la renovación de la vida cristiana en nuestras parroquias y comunidades no se podrán realizar si no se da, entre los fieles pero especialmente entre los sacerdotes y los demás agentes de pastoral, un "amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura" (SC 24). Por eso resulta estimulante saber que se organizan cursos sobre la Sagrada Escritura por el Centro Teológico Civitatense, y que se cuida la formación bíblica de los sacerdotes y de las religiosas en los retiros y en las convivencias. Esta formación está muy presente también en los planes de formación de nuestros seminaristas.
 Pero todavía nos queda mucho por hacer en este campo. A la abundancia de medios y al progresivo perfeccionamiento de los instrumentos de acceso a la Sagrada Escritura que poseemos hoy, no se corresponde aún una suficiente familiaridad con la Palabra de Dios, de manera que ésta informe efectivamente los pensamientos, los proyectos de vida y la conducta de los cristianos. En el campo de la catequesis se ha producido una renovación extraordinaria de contenidos y de lenguaje desde el punto de vista bíblico, pero el aprovechamiento de esta realidad es todavía pequeño.
 En las celebraciones litúrgicas se echa en falta en muchos lugares el ejercicio de la función del lector por fieles laicos, hombres o mujeres, unas veces porque el sacerdote está habituado a hacerlo todo y otras porque los fieles se resisten a prestar esta colaboración por timidez o por falta de preparación.
 La misma predicación resulta difícil, no sólo para asimilar y articular los contenidos de las lecturas de la Palabra de Dios sino, sobre todo, para iluminar los hechos y las situaciones de los hombres y aplicar a las circunstancias concretas de la vida la verdad permanente del Evangelio, como quería el Concilio Vaticano II (cf. PO 4). Resulta preocupante la pobreza bíblica de la letra de los cantos que se usan en muchas celebraciones, ocasionada en parte por los mismos compositores que no ponen música a los textos de la liturgia, pero en buena medida también por la falta de criterios a la hora de seleccionar lo que se ha de cantar. 
 Otro desafío no pequeño es el de dar un adecuada orientación bíblica a las manifestaciones populares de la fe y a los ejercicios de piedad. En todos estos aspectos están en juego la transmisión de la fe y una expresión genuinamente cristiana de lo que se vive y se celebra. Sólo cuando hay una auténtica proclamación y celebración de la Palabra de Dios, se produce el encuentro efectivo entre el Evangelio y la vida. 

13. El misterio de la Palabra de Dios

 En nuestro lenguaje habitual solemos hablar de la Palabra de Dios, de la Biblia, de la Sagrada Escritura, del Antiguo y del Nuevo Testamento, del Evangelio, etc. Las expresiones son semejantes pero el contenido no es siempre idéntico. En rigor "Palabra de Dios" abarca más que "Sagrada Escritura", que es la "Palabra de Dios escrita". La Biblia, como todos saben, es el conjunto de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento.
 Para comprender qué es la Palabra de Dios, resulta revelador el episodio del centurión romano que se acercó a Jesús para pedirle la curación de un criado enfermo (cf. Mt 8,5-13; y par.). Jesús se ofreció a ir a casa del centurión, pero éste, convencido del poder del Señor, comparó la palabra humana de un jefe o de un amo con la palabra de Jesús: "Dí una sola palabra y mi criado quedará sano, porque yo tengo soldados a mis órdenes, y digo a uno, ven y viene, y a otro haz esto, y lo hace" (Mt 8,8). Si la palabra humana es capaz de obtener un resultado, cuánto más la palabra de Cristo, en la que descubrimos el poder de Dios, podrá curar y salvar a los hombres. Este poder lo reconoció también san Pedro cuando dijo a Jesús: "Sólo tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).
 Por eso la palabra de Cristo "resuena" en todas la Sagradas Escrituras, que han sido inspiradas por el Espíritu Santo (cf. 2 Tm 3,15-16; 2 Pe 1,19-21). En efecto, en las Sagradas Escrituras se manifiesta siempre el que es la Palabra viva de Dios, es decir, Cristo Jesús, "la Palabra que estaba junto a Dios, la Palabra que era Dios... la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,1.14). La Iglesia sabe que cuando abre las Escrituras, encuentra siempre en ellas a Cristo, Palabra que ha salido de la boca de Dios (cf. Mt 4,4) y Pan verdadero venido del cielo (cf. Jn 6,32; etc.). 

14. Dios nos habla en la Sagrada Escritura

 Dios nuestro Padre, habló progresivamente y de muchas maneras a nuestros antepasados por medio de los profetas hasta que llegó el momento de hablarnos por medio de su Hijo Jesucristo (cf. Hb 1,1-2). Toda la historia de la salvación ha sido una continua automanifestación de Dios en la que el Señor ha ido desvelando su voluntad de salvación y su amor a los hombres en las distintas etapas, hasta que, en la plenitud de los tiempos, nos envió a su propio Hijo como Palabra encarnada, consumándose así la revelación divina. 
 Pero después de Cristo y del envío del Espíritu Santo, Dios ha querido "que todo lo que había revelado para la salvación de los hombres permaneciera íntegro para siempre y se fuera transmitiendo a todas las generaciones" (DV 7). Surge entonces la misión de la Iglesia, confiada por el Señor a los Apóstoles, de predicar el Evangelio a todas las gentes y de bautizarlas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19; Mc 16,15-16). Esta misión se realizó tanto por la predicación oral que comunicaba lo que los discípulos de Jesús habían visto y oído, como por la consignación por escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, del mensaje de la salvación.
 De este modo Dios sigue hablando hoy a los hombres para que no les falte nunca el anuncio de los hechos cumplidos en Cristo (Evangelio) ni el recuerdo de los acontecimientos que los prepararon o de las profecías que los anunciaron (Antiguo Testamento), ni la explicación y la actualización de estos hechos en la Iglesia (Nuevo Testamento). Por eso el Evangelio significa la cumbre de la revelación divina y el centro de todo el ministerio de la Palabra (cf. DV 18). 
 La lectura y particularmente la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios en la asamblea de los fieles, entraña una verdadera presencia del Señor en medio de los suyos: "En efecto, en la liturgia Dios habla a su pueblo, Cristo sigue anunciando el Evangelio; y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración" (SC 33; cf. 7). Más aún, el Espíritu Santo, hace que la Palabra de Dios sea recibida con fe y produzca su fruto en el corazón de los creyentes y en la vida de la Iglesia. El tiene la misión de ir recordando las enseñanzas de Jesús y de conducir a todos hacia la verdad completa (cf. Jn 14,15-17.25-26; 15,26-16,15). Por la acción del Espíritu "la voz del Evangelio permanece viva en la Iglesia" (DV 8; cf. 9; 21).

15. Cristo resucitado, centro y clave de toda la Escritura.

 Jesús mismo enseñó a sus discípulos la manera de acercarse a la Sagrada Escritura, es decir, a él mismo como Palabra divina y eterna. El invitó a leer las Escrituras "para conocerle a él y el poder de su resurrección en él" (Flp 3,10), y para saber ir, desde él, hacia los tiempos de la Promesa, es decir, al Antiguo Testamento (cf. Lc 24,25-27.32.44-48), y para entrar en el Nuevo Testamento, que es continuación del Antiguo a través de Cristo. 
 Jesús citaba los salmos y todas las Escrituras del Antiguo Testamento, aplicándolas a su persona y a su obra. Por eso mandó a sus oyentes: "Escrutad las Escrituras, ellas dan testimonio de mí" (Jn 5,39), y nos dio ejemplo al ejercer como lector como homileta en la sinagoga del Nazaret (cf. Lc 4,16-21). Después de la resurrección explicó a los discípulos de Emaús "cuanto se refería a él comenzando por Moisés y siguiendo por todos los profetas" (cf. Lc 24,27), y "abrió la inteligencia" de los discípulos para que comprendiesen el sentido último de las Escrituras (cf. Lc 24,44-45).
 Los hechos y palabras de Jesús, sus gestos y actitudes, pusieron siempre de manifiesto no sólo que "Dios estaba con él" (Hch 10,38), sino que el Hijo es una sola cosa con el Padre (cf. Jn 10,30; 17,11.22). Por eso, ver a Jesús era ver al Padre, escuchar a Jesús es escuchar al Padre y creer en Jesús es creer en el que lo ha enviado (cf. Jn 5,24; 6,40; 12,45, etc.). Además, el Padre había mandado solemnemente en la transfiguración de Jesús: "Este es mi Hijo amado, escuchadle" (Mt 9,7).
 Cristo resucitado, el Señor que da el Espíritu (cf. Jn 19,21-22; Hch 2,32-33; etc.), es el centro de las Escrituras, de forma que toda lectura personal o comunitaria, meditación, estudio o proclamación de la Palabra, máxime en la evangelización, en la catequesis y en la celebración litúrgica, ha de girar en torno a El. Esta interpretación cristológica y pascual del Antiguo Testamento era la preferida por los Santos Padres y tiene una importante aplicación en la catequesis y en la liturgia. La Biblia tiene en Cristo su unidad fundamental.
 Esta realidad tiene su expresión litúrgica en la relevancia que tiene la proclamación del Evangelio entre las demás lecturas: "La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de la liturgia de la Palabra; las demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición del Antiguo al Nuevo Testamento, preparan a la asamblea reunida para esta lectura evangélica" (9).

16. La Iglesia, reunida por la Palabra de Dios y misionera 

 El Dios que nos habla por medio de su Hijo Jesucristo, espera siempre una respuesta de nosotros. En efecto, la Palabra de Dios convocaba ya al pueblo de Israel (cf. Ex 12; 20,1-2) y lo constituía en asamblea litúrgica (cf. Ex 12; Hch 1-2) como pueblo de su pertenencia, para anunciar a todo el mundo las obras de Dios: "Calla y escucha, Israel. Hoy te has convertido en el Pueblo del Señor tu Dios. Escucha la voz del Señor tu Dios, y pon en práctica los mandatos y preceptos que yo te prescribo hoy" (Dt 27,9-10; cf. Sal 95,1.7-8; Hb 3,7-11).
 Y, en efecto, el pueblo del Antiguo Testamento se reunía cada año en el Santuario, ante el Arca de la Alianza, para escuchar la lectura de la Ley del Señor y renovar su adhesión y su fidelidad. El Arca contenía las tablas de la Ley, palabra permanente del Señor, y el vaso del Maná, alimento espiritual para el pueblo (Ex 25,10-16; Dt 10,1-5).
 La misma realidad, llevada a su plenitud por Cristo, se aprecia también en el Nuevo Testamento. En la última Cena, después de haber ofrecido su Cuerpo y su Sangre para la Alianza nueva y eterna, Jesús apeló también a la fidelidad a su palabra: "Si me amáis, guardad mis mandamientos" (Jn l4,15); "el que me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él... La palabra que escucháis no es mía, sino del Padre que me ha enviado" (Jn 14,23.24).
 La Iglesia, nuevo pueblo de Dios está llamada, por tanto, a escuchar continuamente la Palabra de Dios y a ponerla en práctica (cf. Jn 14,15; Rm 10,8-17) porque ha de vivir de esta Palabra. Por esto en la asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1985, se denominó a sí misma "Iglesia bajo la Palabra de Dios" que "celebra los misterios de Cristo para la salvación del mundo" (10). Toda comunidad cristiana ha de sentirse Iglesia de Jesús, entre otros motivos, por estar reunida "escuchando su palabra", como hizo María, la hermana de Marta (cf. Lc 10,39.42), y como hicieron los discípulos del Señor "con María la Madre de Jesús", en la espera del Espíritu (cf. Hch 1,14).
 Pero, además, la Iglesia de Cristo, "pueblo de la Palabra", está caracterizada por la misión recibida del Señor de anunciar el Evangelio a todas las gentes (cf. Mt 28,18-20), para que todos los hombres vengan a formar parte de la asamblea de los discípulos del Señor (cf. Hch 2,1-11). En este sentido todo bautizado y confirmado es servidor de la Palabra, y puede decir como san Pablo: "¡Ay de mí, si no anuncio el Evangelio!" (1 Co 9,16). La Palabra de Dios no se ha recibido realmente, si el que la escucha no se hace mensajero del Evangelio y portador de esa Palabra de salvación a los hombres.

17. La evangelización como anuncio actual del Evangelio

 Ya se ha aludido antes al significado de la Palabra de Dios en el conjunto de la Iniciación cristiana (cf. supra, n. 10) y a la renovación de la catequesis desde el punto de vista bíblico (cf. n. 11). Ahora se trata de mostrar cómo la evangelización y la catequesis se apoyan en la Palabra de Dios y en el Evangelio y están a su servicio.
 En efecto, la evangelización tiene "como base, centro y a la vez culmen de su dinamismo, una clara proclamación de que en Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres, como don de la gracia y de la misericordia de Dios" (11). El Evangelio de salvación que resuena en toda la Escritura es el mensaje esencial y el fundamento de toda la acción evangelizadora. 
 Por eso, aunque toda la Biblia habla de Cristo (cf. Jn 5,39), son los cuatro Evangelios los que contienen la narración de los hechos y de las palabras realizados por el Señor para salvarnos, y en particular de su muerte y resurrección, centro de la historia de la salvación y verdadero núcleo de la predicación apostólica (cf. 1 Cor 15,1-5; Hch 2,22-24; etc.). De ahí la importancia para todos los cristianos de conocer, entre todos los libros de la Sagrada Escritura, los Evangelios. 
 Por este motivo durante el curso 1991-1992, el objetivo pastoral diocesano estuvo dedicado a "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense". Recomiendo la lectura de la Carta pastoral de mi antecesor, Mons. Antonio Ceballos, escrita como presentación de dicho objetivo (12).
 Por medio de la evangelización la Iglesia realiza hoy la misión de Jesús, actualizando sus hechos y palabras de salvación, llamando a los hombres a la conversión y procurando que la vida de todos los discípulos de Cristo sea un testimonio de la presencia salvadora de Dios en todo lugar y en todo tiempo. Pero además la acción evangelizadora de la Iglesia se tiene que desarrollar hoy en medio de un ambiente de debilitamiento de la fe y de extensión del fenómeno de la increencia. Todo esto requiere un esfuerzo de revisión de muchos procedimientos pastorales habituales en nosotros, y de revitalización del espíritu religioso y misionero de nuestras comunidades (13)

18. La catequesis fundamentada en la Palabra de Dios

 La catequesis, cuya definición se ha dado más arriba (cf. n. 6), es una profundización y una continuación de la evangelización, y está orientada hacia la vida plena de los fieles en la Iglesia y en el mundo. Por este motivo su contenido, su fuente, su norma y su inspiración no pueden ser otros que la Palabra de Dios, transmitida mediante la Tradición y la Escritura (14). Esto condiciona no sólo el carácter propio de la catequesis como acción pastoral que transmite el mensaje auténtico del Evangelio de la salvación, sino también el estilo y el lenguaje que se deben emplear para educar en la fe y en la vida cristiana.
 La fe y su transmisión y explicación requieren un lenguaje propio de la fe y, en este sentido, de la catequesis. "El primer lenguaje de la catequesis es la Escritura y el Símbolo. En esta línea la catequesis es una auténtica introducción a la lectio divina, es decir, a la lectura de la Sagrada Escritura hecha según el Espíritu que habita en la Iglesia. Las Escrituras permiten a los cristianos hablar un lenguaje común. Es normal que a lo largo de la formación, se aprendan de memoria ciertas sentencias bíblicas, en especial del Nuevo Testamento, o determinadas fórmulas litúrgicas, que son expresión privilegiada del sentido de dichas sentencias bíblicas, así como otras plegarias comunes" (15)
 La catequesis debe partir del contexto histórico de la revelación divina, para presentar personajes y acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento a la luz del designio de Dios. Pero no debe utilizar tan sólo los relatos, sino también los oráculos de los profetas, la enseñanza sapiencial y, muy especialmente, los grandes discursos evangélicos. En particular la presentación de los Evangelios, que "son el testimonio principal de la vida y de la doctrina del Verbo encarnado, nuestro Salvador" (DV 18), debe provocar un auténtico encuentro vital con Cristo, poseedor de la clave de las Escrituras y que transmite la llamada de Dios, a la que cada uno debe responder. 
 La Palabra de Dios ha de iluminar toda la acción catequética, para que los destinatarios se dejen interpelar por ella, la conozcan en profundidad y la vivan orientando por ella toda su existencia. Por eso la catequesis será tanto más rica y eficaz cuanto más se impregne y transmita el pensamiento, el espíritu y las actitudes bíblicas y evangélicas. 
 No se puede olvidar que la catequesis, que tiene su origen en la confesión de fe bautismal y conduce a la confesión de la fe en la celebración, en el testimonio y en la vida moral y espiritual, ha consistido siempre en el desarrollo de cuatro grandes "documentos": el Símbolo (la profesión de la fe), los sacramentos (la celebración), los Mandamientos y las Bienaventuranzas (la vida moral) y el Padrenuestro (la oración) (16). Estos "documentos" contienen lo esencial de la Sagrada Escritura y, al mismo tiempo, el criterio de su interpretación en los diferentes ámbitos de la vida cristiana.

19. La liturgia, lugar privilegiado para escuchar la Palabra de Dios

 Todas las Iglesias de Oriente y Occidente han reservado un puesto relevante a la Sagrada Escritura en todas las celebraciones, siguiendo el ejemplo de Jesús y el modelo de la Sinagoga. Desde el principio, la liturgia cristiana ha seguido la práctica de proclamar la Palabra de Dios en las reuniones de oración y, en particular en la Eucaristía. Los Apóstoles, especialmente san Pablo, realizaban el ministerio de la Palabra para las comunidades cristianas en el contexto de las asambleas litúrgicas (cf. Hch 20,7-11). 
 Hacia el año 155 en Roma, San Justino es testigo de que la Eucaristía dominical comenzaba con la liturgia de la Palabra, en la que se leían "los recuerdos de los apóstoles y los escritos de los profetas" y se hacía la homilía (17). La liturgia de la Palabra con varias lecturas y salmos, y con el Evangelio como cumbre, al que sigue la homilía, aparecen desde entonces en todas las liturgias (18). De este modo, siguiendo el año litúrgico, se celebra el misterio de Cristo, se hace memoria de la Santísima Virgen María y de los Santos, y se viven otros acontecimientos de la vida de la comunidad, como los sacramentos, las exequias y otros sacramentales. Y se pone de manifiesto también que los destinatarios de la Palabra divina no son únicamente los fieles aislados, sino la Iglesia en oración, es decir, el Pueblo de Dios reunido por la Palabra divina y por el Espíritu Santo.
  Como se ha dicho antes, "en la liturgia Dios habla a su pueblo... y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración" (SC 33). La celebración es un verdadero diálogo entre Dios y su pueblo. La certeza que la Iglesia tiene de este diálogo, la ha llevado a no omitir nunca la lectura litúrgica de la Palabra de Dios, "leyendo cuanto se refiere a Cristo en toda la Escritura" (Lc 24,27; SC 6) y a venerar con honores rituales el Leccionario de la Palabra de Dios, de modo semejante a lo que hace con el Cuerpo del Señor (cf. DV 21).
 Ahora bien, el Leccionario de la Palabra de Dios es mucho más que un libro litúrgico, es el modo normal, habitual y propio, según el cual la Iglesia lee y proclama en las Escrituras la Palabra viva de Dios siguiendo los diferentes "hechos y palabras de salvación" cumplidos por Cristo, y ordenando en torno a estos hechos y palabras los demás contenidos de la Biblia. El Leccionario aparece como una prueba de la interpretación y profundización en las Escrituras que la Iglesia ha hecho en cada tiempo y lugar, guiada siempre por la luz del Espíritu Santo.

20. La función del lector

 La lectura de la Palabra de Dios en las celebraciones litúrgicas es un verdadero servicio a esta Palabra y a la asamblea de los fieles. La figura de Jesús en la sinagoga de Nazaret ilumina esta función y ayuda a descubrir su importancia. En efecto, Jesús "según su costumbre entró el sábado en la sinagoga y se levantó para hacer la lectura; le entregaron el libro del profeta Isaías, y desenrollándolo, dio con el pasaje donde está escrito..." (Lc 4,16-17). La función de leer la Palabra divina a la comunidad eclesial reunida para la celebración litúrgica, es una mediación necesaria en el diálogo entre Dios y su pueblo, de manera que el lector o la lectora es el último eslabón para que llegue a los hombres lo que Dios ha querido comunicar en las Escrituras Santas.
 En todas las parroquias y comunidades debería haber algunas personas, normalmente laicos, hombres y mujeres que, debidamente preparados, ejerzan de manera habitual esta función en la liturgia de la Palabra. En cualquier caso el diácono y el presbítero no deben hacer las lecturas y recitar el salmo, habiendo fieles laicos que puedan hacerlo. Otra cosa es el Evangelio, reservado al diácono y, en la falta de éste, al presbítero. Recuérdese el criterio apuntado ya en el Concilio Vaticano II de que "en las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas" (SC 28). 
 Pero es preciso realizar la función de leer la Palabra de Dios con  actitud adecuada, sentido de lo que se hace, preparación personal y conocimiento de algunas técnicas de la comunicación. "Por amor a esta Palabra y por agradecimiento a este don de Dios, el lector litúrgico tiene que hacer un acto de entrega y un esfuerzo diligente. Si su voz no suena, no resonará la palabra de Cristo; si su voz no se articula, la Palabra se volverá confusa; si no da bien el sentido, el pueblo no podrá comprender la Palabra; si no da la debida expresión, la Palabra perderá parte de su fuerza. Y no vale apelar a la omnipotencia divina, porque el camino de la omnipotencia, también en la liturgia, pasa por la encarnación" (19)
 El aprecio que una comunidad siente por la Palabra de Dios se pone de manifiesto también por el esmero con que trata el Leccionario de la Palabra de Dios y, en particular, el Evangeliario, libro muy recomendable para las celebraciones dominicales y festivas. Así mismo, la dignidad del ambón, su visibilidad e iluminación, el cuidado en los ritos que acompañan la proclamación de las lecturas, los espacios de silencio recomendados, la belleza del Leccionario y su colocación abierto en un lugar visible, etc., hablan también de la importancia que se da a estos signos relacionados con la presencia de la Palabra divina en la Iglesia. 

21. El ministerio de la homilía

 En el mismo contexto de la asamblea litúrgica que escucha y celebra la Palabra de Dios, sobresale la homilía como la forma más destacada de la predicación (cf. CDC, c. 767, &1), ya que es "parte de la misma liturgia, en la que se exponen durante el ciclo del año litúrgico los misterios de la fe y las normas de la vida cristiana" (SC 52). Por este motivo la homilía está reservada al ministro ordenado, es decir, al obispo, al presbítero o al diácono. Tan sólo en las misas con niños y en las celebraciones dominicales en ausencia de presbítero, un catequista o el laico que dirige la celebración puede comentar la Palabra de Dios o dar lectura a la homilía preparada por el sacerdote.
 La homilía, cuya misión es ser "un anuncio de las maravillas de Dios en la historia de la salvación, es decir, del misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, sobre todo en las celebraciones litúrgicas" (SC 35,2), goza también de una cierta presencia del Señor, como afirma el Papa Pablo VI: "(Cristo) está presente en su Iglesia que predica, puesto que el Evangelio que ella anuncia es la Palabra de Dios y solamente en el nombre, con la autoridad y con la asistencia de Cristo, Verbo de Dios encarnado, se anuncia..." (20)
 El mismo Señor aparece constantemente en los Evangelios desempeñando el ministerio de la predicación desde su homilía en la sinagoga de Nazaret, cuando "los ojos de todos estaban fijos en él" (cf. Lc 4,20), o cuando hablaba a la muchedumbre desde una barca (cf. Lc 5,3), o cuando exponía a solas a sus discípulos el sentido de las parábolas (cf. Mc 4,34; etc.), o cuando explicó el cumplimiento de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,32).
 Pero la homilía no es una catequesis, ni una exposición sistemática de la fe, ni una exhortación moral, ni un panegírico de un santo ni un elogio fúnebre. No obstante la homilía ha de estar impregnada de sentido evangelizador y catequético, inspirándose en los textos de la liturgia, especialmente en las lecturas de la Palabra de Dios, a cuyo servicio está. "La homilía vuelve a recorrer el itinerario propuesto por la catequesis y lo conduce a su perfeccionamiento natural, al mismo tiempo que impulsa a los discípulos del Señor a emprender cada día su itinerario espiritual en la verdad, en la adoración y en la acción de gracias... La predicación, centrada en los textos bíblicos debe facilitar, a su manera, que los fieles se familiaricen con el conjunto de los misterios de la fe y de las normas de la vida cristiana" (21).

22. Preparación y realización de la homilía

 Lo específico de la homilía dirigida a los fieles en el marco de la acción litúrgica, es mostrar la íntima conexión entre la Palabra divina como anuncio de la salvación, y el acontecimiento sacramental que se está celebrando, de manera que los fieles perciban que las maravillas obradas por Dios en otro tiempo y referidas en las lecturas, se cumplen y se actualizan aquí y ahora en los sacramentos y aun en la vida de cada día. Al mismo tiempo la homilía contribuye a aplicar la Palabra de Dios a las circunstancias concretas de los hombres (cf. PO 4). El homileta debe iluminar sobria e inteligentemente las situaciones y las necesidades de la comunidad y de los fieles para que, ellos mismos, acojan la Palabra divina y la lleven a la práctica de forma que el anuncio del mensaje no haya sido en vano. 
 La homilía requiere también una preparación remota y próxima esmerada, en la que no pueden faltar el estudio, la reflexión y la oración. Sin entrar en detalles de las lecturas, es preciso sacar a la luz los aspectos más esclarecedores para la fe y más estimulantes para la vida personal y comunitaria de los fieles. El mensaje bíblico debe conservar su carácter de buena noticia de salvación, ofrecida por Dios y cumplida en la Iglesia, en la acción litúrgica y en la vida de los hombres. Para preparar así la homilía es precisa una adecuada formación bíblica y litúrgica, en la que se tengan en cuenta los principios hermenéuticos, entre los que sobresale la unidad en Cristo de toda la Escritura (cf. supra, n. 15). El homileta debe tener también conocimiento de la situación concreta de los fieles. 
 La homilía debe realizarse, además, de una manera sencilla, coloquial y cercana, como si fuera una conversación del padre de familia con sus hijos. La posesión de algunas técnicas para hablar en público y para servirse del micrófono, ayudará también al homileta a desempeñar de manera más eficaz su misión. 

23. La "lectura divina" de la Palabra de Dios

 Se conoce como lectio divina o "lectura divina", según una práctica conocida ya en los primeros siglos y muy extendida en el monacato, la lectura individual o comunitaria de la Sagrada Escritura, acogida como Palabra de Dios y que se hace bajo la moción del Espíritu Santo en meditación, oración y contemplación (22). Se trata, en efecto, de uno de los medios más eficaces para los fieles de recibir con mayor fruto la Palabra de Dios y traducirla en la vida.
 El Concilio Vaticano II insiste en la lectura asidua de la Sagrada Escritura, no sólo para los sacerdotes y religiosos, sino también para los fieles laicos, invitándoles a adquirir, por medio de ella, "la eminente ciencia de Cristo" (Flp 3,8; cf. DV 25). La Liturgia de las Horas, en el Oficio de lectura, busca esto mismo ya que "se orienta a ofrecer al pueblo de Dios, y principalmente a quienes se han entregado al Señor con una consagración especial, una más abundante meditación de la Sagrada Escritura y de las mejores páginas de los autores espirituales" (23). La celebración de esta hora del Oficio Divino, con el necesario sosiego y concentración, logra los objetivos apuntados antes. No en vano se ofrece una esmerada selección de textos bíblicos siguiendo el año litúrgico, a los que acompañan, como un eco y una clave para su asimilación, los responsorios, además de los textos patrísticos y hagiográficos, comentario muchas veces de la Palabra de Dios. Los sacerdotes tenemos en esta hora una ayuda valiosísima para nuestra vida espiritual y para la predicación, además de un deber de nuestro ministerio.

24. Cómo hacer la "lectura divina" de la Palabra de Dios

 La "lectura divina", tanto en particular como en grupo, se puede hacer siguiendo dos movimientos. El primero parte del texto para llegar a la transformación del corazón y de la vida, según el esquema clásico: lectura, meditación, oración y contemplación. El segundo parte de los hechos de vida para comprender su significado a la luz del mensaje de la Palabra de Dios, respondiendo a estas preguntas: ¿cómo se manifiesta el Señor en este acontecimiento? ¿qué pide o espera a través de este hecho?, y tratando de verificar la autenticidad de las respuestas a la luz de los ejemplos y de las palabras del Señor o de sus enviados. Este segundo modo es semejante al conocido método del "ver, juzgar y actuar", pero en la "lectura divina" el acento está puesto no tanto en el análisis del hecho y en la actuación posterior, como en la intensidad de la reflexión y de la meditación sobre el mensaje de la Palabra divina. 
 Ambas formas de hacer "lectura divina" se completan mutuamente. La primera puede ser muy apta para la lectura personal, la segunda para la lectura en comunidad o para la reunión del grupo. Lo importante es acercarse a la Sagrada Escritura buscando en ella, con espíritu de fe y de oración, la Palabra de Dios, y con ella la luz, el bien, la alegría, el consuelo, la misericordia, la paz, etc. La plegaria de una comunidad o de un fiel cristiano, siguiendo la Biblia, y especialmente cuando usa los salmos y las lecturas de la Liturgia de las Horas es verdaderamente "la voz de la Iglesia que habla con su Esposo, más aún, la plegaria que Cristo, con su cuerpo, eleva al Padre" (SC 84).

25. La Biblia en la familia

 Como una aplicación concreta de cuanto se dice en el número anterior, la familia cristiana es una comunidad ideal para acercarse a la Palabra de Dios y, al mismo tiempo, para transmitir ese "suave y vivo amor a la Escritura" que la Iglesia desea en todos los fieles (cf. SC 24). Pero se da la paradoja de que en numerosos hogares se ha adquirido o se ha recibido como regalo, muchas veces del sacerdote con ocasión del matrimonio o de la celebración de otros sacramentos, un ejemplar a veces espléndido de la Biblia, ejemplar que reposa cerrado entre otros libros que parecen estar de adorno.
 Quizás faltan hábitos de práctica religiosa y de oración en el seno de las familias. Especialmente en los matrimonios jóvenes se nota una ausencia de vida de fe y un vacío espiritual que se traducen en la incapacidad para desarrollar la misión de los padres en el despertar religioso de los niños y para ser los primeros educadores en la vida cristiana de sus hijos. Es cierto que estos jóvenes padres piden los sacramentos del Bautismo y de la Eucaristía para sus hijos, y se preocupan de que reciban también la Confirmación, e incluso piden para ellos la formación religiosa en la Escuela pública. 
 Pero no es suficiente, especialmente en estos tiempos de secularización y de neopaganismo que impregnan totalmente el ambiente y, como si fuera una verdadera cultura, están produciendo un tipo de hombre y de mujer carente de otros valores que no sean la vida fácil, el consumo y el disfrute inmediato. A la familia se le está poniendo cada día más difícil su papel, incluso en nuestros pueblos y parroquias, donde todavía conserva una gran fuerza como espacio humano, social y solidario. 
 Hay que volver a la plegaria familiar, la que han de hacer juntos el marido y la mujer, la madre con su hijo pequeño antes de acostarlo, los padres y los hijos juntos en la mesa, especialmente en algunas ocasiones, como la Navidad, los aniversarios gozosos, los acontecimientos que jalonan la vida de los hijos, las enfermedades y los fallecimientos (24). Las oraciones del cristiano, entre las que sobresalen el Padrenuestro y el Avemaría, el Santo Rosario, algunas invocaciones o jaculatorias, son bíblicas o se inspiran en la Sagrada Escritura. Pero, además, no sería muy difícil tomar en las manos ese casi olvidado ejemplar de la Biblia y leer directamente en él, a solas o en familia, la narración de los hechos de la historia de la salvación, las parábolas del Reino, los milagros de Jesús y los testimonios de la Iglesia de los primeros tiempos, dialogando después e improvisando una sencilla oración en la que aparezca lo que se ha leido. 
 Pido a los sacerdotes y a los catequistas, al Movimiento Familiar Cristiano y a los grupos parroquiales de adultos o de matrimonios que insistáis en el valor de la lectura de la Palabra de Dios y de la oración en familia y que preparéis materiales sencillos y fáciles para realizarlas.

26. La aplicación de la Palabra de Dios a la vida de los hombres

 "La Palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta la división del alma y del espíritu, hasta las conyunturas y la médula, y juzga los pensamientos y las intenciones del corazón" (Hb 4,12). Todo lo que se ha dicho hasta aquí, especialmente en la segunda parte, quiere poner de manifiesto la importancia de la Palabra de Dios en la vida de la Iglesia y en la existencia de cada uno de los fieles. El objetivo pastoral diocesano ha de contribuir a que todos, pastores y fieles,  dejemos que la Palabra de Dios informe eficaz y efectivamente nuestra existencia de creyentes y, a la vez, de ciudadanos de este mundo.
 ¿De qué manera la Palabra de Dios se expresa y se traduce en la vida? No es cuestión solamente de reflexionar, a la luz del Evangelio y de toda la Sagrada Escritura, sobre los acontecimientos que ocurren, o de tratar de iluminar la existencia y las situaciones concretas con esa misma luz. La Palabra de Dios quiere introducirse en nuestras propias palabras, en nuestro pensamientos y deseos, en nuestras actitudes y en nuestra conducta (cf. supra, n. 12). "Las palabras que yo os digo, son Espíritu y vida" (Jn 6,63), dice el Señor. 
 La Palabra divina no significa una intromisión en nuestra vida ni tampoco una imposición, porque Dios respeta siempre, y de qué manera, la libertad de sus hijos. La Palabra de Dios que desciende como la lluvia suave o como la nieve que empapa la tierra y la hace fecunda (cf. Is 55,10), es un verdadero don que abre el diálogo y la comunicación divina con los hombres. 
 La Palabra de Dios no sólo interpela las conciencias y denuncia las situaciones del mal y del pecado, sino que sugiere caminos de conversión y de cambio de mentalidad y de conducta, tanto para las personas como para los grupos. Al mismo tiempo esa Palabra hace posible la comunión entre los mismos hombres. 
 Para que se produzca el verdadero diálogo con Dios y la comunión entre los hombres, es preciso "que la Palabra de Cristo habite abundantemente en todos" (Col 3,16). Es decir, es indispensable que cada uno acoja de corazón la Palabra divina, se deje interpelar por ella y se deje fortalecer y estimular por ella. La comunicación posterior, en comunidad o en grupo, de la Palabra divina y de su acción interior, tendrá que estar presidida también por la fe, por la humildad, por la caridad y, en definitiva, por el propósito de construir la comunidad eclesial (cf. 1 Cor 14,4-5; Ef 4,12).

27. La interpretación de la Escritura en el contexto de la vida

 Sólo por esta vía se llega a una verdadera interpretación comunitaria de la Palabra de Dios, que tenga en cuenta las diversas situaciones humanas. Frente a interpelaciones urgentes del mundo, de los problemas sociales, de los jóvenes, de la educación, del trabajo, de la cultura, de la vida política, etc. nuestros cristianos y nuestras comunidades se quedan mudos e impotentes, porque no están habituados a una confrontación en la que la referencia a la Palabra de Dios se entrelaza con la atención a la situación humana concreta contemplada en toda su complejidad y facetas. Sólo en esta perspectiva la Palabra divina revela y actualiza su capacidad de ser "fuerza de Dios" para los creyentes (cf. 1 Cor 1,18).
 Ahora bien, para pasar del texto bíblico a su significado salvífico en una circunstancia concreta, será necesario superar el comentario superficial y tratar de interpretar el mensaje de la Palabra divina transcendiendo los factores culturales, sociales y lingüísticos, en un esfuerzo por lograr el enraizamiento del mensaje en los más diversos ámbitos. En todo caso el mensaje bíblico debe conservar su carácter principal de buena noticia de salvación ofrecida por Dios, y ayudar a los creyentes a conocer primero "el don de Dios" (Jn 4,10) y después a comprender las exigencias que se derivan de él. 
 En este sentido, cuando se trata de grupos eclesiales que se reunen para leer y comentar juntos el Evangelio o la Sagrada Escritura en una perspectiva de fe y de compromiso cristiano, es importante crear un clima de acogida comunitaria de la Palabra divina y, al mismo tiempo, de atención a las claves  eclesiales de la interpretación bíblica apuntadas más arriba, en los nn. 15 y 18. 
 Para evitar interpretaciones puramente subjetivas y acomodaticias, es conveniente atender al contenido global y a la unidad de toda la Escritura, teniendo en cuenta la tradición vida de la Iglesia manifestada en la liturgia, en el Magisterio y en la sana teología. Porque todo lo referente a la interpretación de la Sagrada Escritura está sometido en última instancia a la autoridad de la Iglesia, "que tiene el mandato y el ministerio divino de conservar e interpretar la Palabra de Dios" (DV 12). 
 
 

 A modo de conclusión

28. Sugerencias operativas

 Hasta aquí la reflexión de carácter doctrinal y práctico que he querido ofreceros al comienzo del curso apostólico 1995-1996, como fundamentación de las diversas acciones que los organismos diocesanos, los arciprestazgos y las paroquias y otras comunidades se deben proponer para revalorizar la Palabra de Dios en el ámbito de sus propias competencias.
 Para asegurar un fruto mayor en la vida cristiana con la revalorización de la Palabra divina (cf. DV 26) que ha de venir, en primer lugar, de la energía operante del Espíritu Santo y de la vitalidad misma de la Palabra de Dios (cf. Jn 3,63), pero que ha de encontrar una acogida generosa y activa en todos, sacerdotes, catequistas, religiosas y fieles laicos, conviene concretar todavía algunas sugerencias e iniciativas.
 1. En primer lugar la conversión para superar tanto la atonía o indiferencia ante el "don de Dios" que representa su Palabra de salvación en la Sagrada Escritura, como la ligereza y la superficialidad en programar actuaciones carentes de continuidad y de solidez. La misma Palabra de Dios nos revela que los caminos del Señor son misteriosos y que la actuación del hombre, si quiere unirse a la eficacia divina, debe recorrer un camino de paciencia y de adaptación de los propios criterios y actitudes a lo que propone el Señor.
 2. En segundo lugar crear las condiciones para que la proclamación litúrgica de la Palabra de Dios se realice con toda verdad, decoro, dignidad y silencio, por los ministros adecuados y en el lugar establecido, ya que constituye el momento más solemne y, sin duda, más eficaz de la transmisión viva de la Palabra divina a su destinatario principal que es la Iglesia. En referencia a esta proclamación se revalorizará espontáneamente el uso de la Sagrada Escritura en la catequesis, en la homilía y en la lectura personal y en grupo. 
 3. Para conocer en profundidad, usar con soltura e interpretar de acuerdo con el Espíritu con que fueron escritos (cf. DV 12) los textos de la Escritura que se usan en las lecturas litúrgicas, en los cantos, en la catequesis, en la homilía, etc., se requiere una mínima formación bíblica, que ha de estar al alcance aun de los fieles más sencillos. Pero esta formación no se improvisa y ha de constituir una preocupación de los sacerdotes y de todos los educadores cristianos. Para poder impartir esta formación es indispensable que quienes han de darla, la posean ellos mismos en grado mayor. Intensifíquense, por tanto, los grupos de estudio y de lectura de la Palabra de Dios y provéase a las familias y a los fieles de ayudas oportunas.
 4. Es muy importante también facilitar a las familias, a los niños y a los jóvenes, a los alumnos de religión, a los enfermos, etc. ediciones asequibles de la Biblia, o al menos del Nuevo Testamento, y que se estimule su lectura. En las escuelas de catequistas, en las reuniones de grupos apostólicos o de espiritualidad, en los cursos de formación de laicos, etc., es conveniente que la Palabra de Dios esté presente de manera constante, incluso significativamente, por medio del Leccionario litúrgico o de una edición completa a la que se acude para leer o comentar un texto. Así mismo es muy instructivo realizar la "entrega de libro" de las Escrituras o del Evangelio a los lectores y a los catequistas que reciben su misión respectiva, a los que se preparan para la Primera Comunión, la Confirmación o el Matrimonio.
 5. Estas y otras sugerencias no deben hacer olvidar el imperativo misionero que surge de todo anuncio o lectura de la Palabra de Dios. Cuando se ha producido un encuentro personal o comunitario con Cristo, el Señor resucitado que comunica el amor del Padre y da el Espíritu Santo, brota espontáneamente el mandato evangelizador que exige "contar lo que se ha visto y oido" (Lc 7,22; etc.): "Ve y dile a mis hermanos..." (Jn 20,17; cf. Mt 28,10). Cerca de nosotros hay muchos hombres y mujeres que ignoran el Evangelio de la salvación. Es necesario dárselo a conocer con la palabra y con el testimonio, de manera explícita y con toda verdad y sencillez. 

29. Invitación final

 No quiero terminar esta Exhortación pastoral sin dirigirme de nuevo y de una manera más directa a mis hermanos los presbíteros y a las religiosas, teniendo en cuenta la importancia que tienen en la vida de la Iglesia tanto el ministerio ordenado como el carisma de la vida religiosa.
 Queridos presbíteros: os invito a asumir con gratitud al Señor, con alegría y con responsabilidad vuestra condición de ministros de la Palabra de Dios y partícipes, en virtud del sacramento del Orden, de la misión profética de Cristo y de la Iglesia. Nuestra familiaridad con la Palabra de Dios ha de ser necesariamente mayor que la de los demás fieles; no nos basta conocer los aspectos exegéticos de la Sagrada Escritura, aunque son necesarios; debemos acercarnos a la Palabra divina con un corazón dócil y con espíritu de fe y de oración. No somos dueños de esta Palabra sino sus ministros y los servidores del pueblo de Dios, que tiene derecho a esperar de nosotros no nuestra propia sabiduría sino esa misma Palabra y la llamada a la conversión y a la santidad (cf. PO 4) (25).
 A las religiosas de vida contemplativa y de vida activa permitidme recordaros también que debéis apoyaros en la Palabra de Dios, de manera que ésta sea punto de partida, llamada, interpelación y sustento de toda vuestra existencia de consagradas. Cada día os alimentáis en la mesa del Señor, mesa de la Palabra y del Pan de la vida, para coformaros más perfectamente con Cristo y entregaros con renovado empeño al servicio de Dios y de los hermanos. Cuando celebráis en comunidad la Liturgia de las Horas, santificación del tiempo, y cuando os dedicáis a la oración, continuáis esa asimilación de la Palabra divina que os hace ser fieles a vuestros respectivos carismas. Gracias a vosotras se enriquece también nuestra Iglesia diocesana.
 "Dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen" (Lc 11,28; cf. Jn 13,17). Esto lo dijo el Señor de todos los que siempre se han esforzado en acoger con fe y con el ánimo dispuesto la Palabra divina. Entre todos ha sobresalido la Santísima Virgen María, que mereció oir también: "Dichosa tú que has creido, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45; cf. 1,38). A ella, Virgen creyente y orante, confío esta Exhortación pastoral y el objetivo diocesano para el próximo curso.

   Ciudad Rodrigo, 22 de agosto de 1995
   Santa María Reina 

 + Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo

NOTAS

    1. Estas líneas fueron expuestas en la sesión constitutiva del Consejo Presbiteral, el 29 de junio de 1995, y fueron publicadas en el Boletín Oficial del Obispado, de julio-agosto de este año, pp. 316-321. (Volver)

    2. La comunidad parroquial al servicio de la evangelización hoy, Exhortación pastoral ante el nuevo curso apostólico 1994-1995, p. 4.(Volver)

    3. Juan Pablo II, En el umbral del Tercer Milenio (Carta Apostólica), de 10-XI-1994, Librería Ed. Vaticana 1994 (= TMA).(Volver)
 

    4. Véanse también los nn. 1-2 de las Observaciones generales de la Iniciación cristiana; y el comienzo del Motu proprio Divinae Consortium Naturae del Papa Pablo VI, de 15-VIII-1971, en el Ritual de la Confirmación.(Volver)
 

    5. Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis, La Catequesis de la Comunidad, Madrid 1983, n. 273.(Volver)
 

    6. Véase el cap. V del Ritual de la Iniación cristiana de los Adultos, y la Nota de la Comisión Episcopal de Liturgia, de 16-IX-1992. (Volver)
 

    7. Véase mi Exhortación pastoral del curso pasado: La comunidad parroquial al servicio de la Evangelización, n. 2.2.3.(Volver)
 

    8. Juan Pablo II, Carta Apost. Vicesimus Quintus Annus, de 4-XII-1988, n. 8.(Volver)
 

    9. Orden de lecturas de la Misa, n. 13.(Volver)
 

    10. Título de la Relación final, en Sínodo 1985. Documentos (Madrid 1986), 3.(Volver)
 

    11. Pablo VI, Exhort. Apost. Evangelii Nuntiandi, de 8-XII-1975, n. 27; cf. n. 22.(Volver)
 

    12. En el Boletín Oficial del Obispado, de agosto septiembre de 1991, pp. 591-622.(Volver)
 

    13. Conferencia Episcopal Española, "Para que el mundo crea". Plan pastoral (1994-1997), EDICE 1994, pp. 17-25.(Volver)
 

    14. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Catechesi Tradendae, de 16-X-1979, nn. 26-27; cf. n. 30.(Volver)
 

    15. Sínodo de los Obispos de 1977 sobre la Catequesis de nuestro tiempo, Mensaje al Pueblo de Dios, n. 9.(Volver)
 

    16. Véase la estructura del Catecismo de la Iglesia Católica, descrita en los nn. 13-17. (Volver)
 

    17. I Apol., 67, en RUIZ BUENO, D., Padres Apologistas (BAC 116, Madrid 1954), 258.(Volver)
 

    18. "La lectura del Evangelio constituye el punto culminante de la liturgia de la Palabra; las demás lecturas, que, según el orden tradicional, hacen la transición del Antiguo al Nuevo Testamento, preparan a la asamblea reunida para esta lectura evangélica": Orden de lecturas de la Misa, n. 13.(Volver)
 

    19. L.A. SCHOEKEL, Consejos al lector, en Hodie 17 (1965), p. 82.(Volver)
 

    20. Pablo VI, Encíclica Mysterium Fidei, de 3-IX-1965, n. 20.(Volver)
 

    21. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Catechesi Tradendae, n. 48.(Volver)
 

    22. Pontificia Comisión Bíblica, La interpretación de la Biblia en la Iglesia, de 15-IV-1993, IV, C, 2.(Volver)
 

    23. Ordenación general de la Liturgia de las Horas, n. 55. Véanse en el mismo documento los nn. 55-69 y 143-155, donde se explica la estrcutura y organización del Oficio de lectura.(Volver)
 

    24. Véase lo que dice sobre la plegaria familiar el Papa Juan Pablo II, en la Exhort. Apost. Familiaris Consortio, de 22-XI-1981, nn. 59-60.(Volver)
 

    25. Véanse Juan Pablo II, Pastores dabo vobis, de 25-III-1992, n. 26; y Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, nn. 45-47.(Volver)
 
 

 

 

 

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