Lunes, 11 Abril 2022 09:09

LA MISION EVANGELIZADORA DE NUESTRA DIOCESIS

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       LA MISION EVANGELIZADORA DE NUESTRA DIOCESIS

 

          I. LINEAS DE ACCION PASTORAL PARA EL TRIENIO 2000-2003

 

          II. LA MISION DE JESUCRISTO Y LA REVITALIZACION

          DE LA ACCION EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS

          (Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1)

 

SUMARIO

  

Introducción

 

   I PARTE: LINEAS DE ACCION PASTORAL PARA EL TRIENIO 2000-2003

 

 1. Continuidad con la etapa precedente

2. Necesidad de un mayor compromiso personal especialmente en los presbíteros

3. Propuestas del Consejo Presbiteral de 25-III-2000

4. Significado y alcance de las "líneas de acción"

5. Líneas de acción pastoral para los próximos cursos:

 

1. Atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios

 

2. Formación permanente con talante misionero y promoción de un laicado adulto

 

3. Intensificación de la pastoral de la Iniciación cristiana

 

          4. Revitalizar la celebración del domingo

 

          5. Acompañamiento paciente y discernimiento de la piedad popular

 

          6. Desarrollo de la pastoral familiar

 

          7. Pastoral juvenil en clave vocacional

 

          8. Mayor presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad

 

9. Promover el desarrollo integral de las personas y de los pueblos en línea con la doctrina social de la Iglesia.

 

10. Adaptación de las estructuras pastorales al servicio de la acción evangelizadora

 

 

          II PARTE: LA MISION DE JESUCRISTO Y LA REVITALIZACION

          DE LA ACCION EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS

          (Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1)

 

6. El objetivo pastoral de 2000-2001 y las "líneas de acción" del trienio

7. La misión de Jesucristo como fundamento de la misión de la Iglesia

8. El anuncio de la salvación, razón de ser de la Iglesia

9. La evangelización, misión esencial de la Iglesia

10. La nueva evangelización, necesidad de nuestro tiempo

11. La nueva evangelización en España

12. Caminos de re-evangelización

13. Características de una "pastoral de evangelización"

14. La renovación de nuestras parroquias

15. La comunión y la corresponsabilidad en la parroquia

16. A modo de conclusion

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          "LA MISION EVANGELIZADORA DE NUESTRA DIOCESIS"

  

          Introducción

 

          La celebración del Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento del Señor, al que se asoció el 50º del Restablecimiento de la Jerarquía Eclesiástica ordinaria en nuestra diócesis, ha querido ser un canto de alabanza y de glorificación de la SS. Trinidad, conmemorando el misterio de la Encarnación y el Nacimiento de nuestro Salvador y al mismo tiempo un "año intensamente eucarístico" (cf. TMA 55). Estas han sido las notas dominantes del objetivo pastoral diocesano del curso 1999-2000, que culminó con el II Congreso Eucarístico Diocesano, entre los días 18 de junio y 2 de julio. Dicho objetivo era el último de la serie que comenzó en 1.995-96 y que estuvo centrada en la Iniciación cristiana y en la preparación y celebración del Gran Jubileo. Por este motivo tenía un carácter de síntesis y de consolidación de los objetivos anteriores. 

          Al hacer el balance de lo que fue el curso pasado en la reunión de Arciprestes y de Delegados diocesanos los días 27 y 28 de junio, se propusieron unas líneas prioritarias de acción pastoral para los próximos años, que inspiren y den unidad a los objetivos diocesanos que se señalen. Estas líneas son substancialmente las que ahora propongo reelaboradas y enriquecidas. En la misma reunión se logró también diseñar los principales rasgos del objetivo pastoral para el curso 2000-2001.  

          Dada la amplitud de la presentación de las líneas de acción, este año el objetivo diocesano no va acompañado de una Exhortación pastoral. No obstante, en la segunda parte de esta presentación, ofrezco unas breves reflexiones que pueden ayudar a la comprensión y asimilación del objetivo del curso 2000-2001.

 

I

 

          LINEAS DE ACCION PASTORAL PARA EL TRIENIO 2000-2003

         

 

1. Continuidad con la etapa precedente

 

          Hemos recorrido ya un camino en los últimos años. La parroquia, la Palabra de Dios, la catequesis y la liturgia de los sacramentos del Bautismo, de la Confirmación, de la Penitencia y de la Eucaristía, la preparación y celebración del Jubileo son otros tantos hitos del itinerario realizado. Como transfondo de los objetivos y de las acciones hemos tratado de movernos siguiendo estas claves: la realidad de nuestra diócesis, la comprensión de la Iglesia como comunión para la misión, la importancia de la mediación de los presbíteros y de la vocación de los laicos, y la necesidad de una nueva evangelización.  

          Se ha procurado también implicar en el objetivo pastoral a parroquias, arciprestazgos, comunidades religiosas, grupos eclesiales y organismos diocesanos. Y que la formación permanente de los sacerdotes, de las religiosas y de los laicos estuviera en consonancia con el objetivo propuesto en cada curso, sobre la base de la Exhortación pastoral que yo escribía y presentaba durante las convivencias arciprestales del mes de octubre.

           Debemos seguir avanzado por este camino, con idénticas motivaciones de fondo y contando con las mismas personas e instituciones diocesanas. Por otra parte han de proseguir y completarse las misiones parroquiales renovadas en aquellos arciprestazgos donde todavía no han tenido lugar.

  

2. Necesidad de un mayor compromiso personal especialmente en los presbíteros

 

          Sin minusvalorar la aportación de las religiosas y de los laicos, que ha crecido en los últimos cursos, es evidente que la eficacia de los objetivos diocesanos depende en gran medida del grado y calidad de la caridad pastoral de los presbíteros, que se manifiesta en la disponibilidad real al servicio de la diócesis y en la dedicación a las tareas que les han sido confiadas. Por eso creo conveniente recordar una vez más algunas actitudes espirituales y operativas que pide el ejercicio del ministerio presbiteral:  

          - la esperanza que brota de la fe, del "consuelo de las Escrituras" (Rm 15,4) y de la oración;

 

          - la generosidad en el trabajo, "porque la mies es mucha y los obreros pocos" (Mt 9,37);

 

          - la disponibilidad efectiva para el servicio de la diócesis y de la comunidad o tarea encomendada a cada uno, que nunca puede ser considerada como una propiedad personal;

 

          - la gratuidad y la pobreza, que pueden llegar hasta el no aceptar retribución para uno mismo (cf. 1 Cor 9,12; 2 Cor 11,7-9) [1] o el compartir los bienes, sobre todo aquellos adquiridos en el ejercicio del ministerio [2];

 

          - unidad y corresponsabilidad en los criterios y en la acción, como piden la eclesiología de comunión y de misión, y la necesidad de escrutar juntos los signos de los tiempos a la luz del Evangelio (cf. GS 4; PO 9; etc.);

 

          - la fraternidad presbiteral como comunicación de dones y de tiempo, expresada en las relaciones humanas y en gestos concretos de ayuda mutua;

 

          - esta fraternidad se realiza muy especialmente en el trabajo pastoral "en equipo", de acuerdo con las varias modalidades existentes: unidades pastorales, agrupación de comunidades parroquiales pequeñas en una zona, parroquias "in solidum" (cf. CDC, c. 517 & 1), cooperación en tareas concretas, etc.

 

          - una fraternidad apostólica más amplia que promueve la participación de los laicos y de las religiosas en la parroquia y en el arciprestazgo;

 

          Son necesarios por tanto en los presbíteros y en todos los demás colaboradores de la acción pastoral de la Iglesia un empeño más decidido de dedicarse de lleno a evangelizar, además de una fuerte dosis de esperanza, capaz de contrarrestar los signos de cansancio, atonía y de pérdida de ilusión que se detectan a veces. En este empeño juega un papel decisivo el deseo de conversión y de búsqueda personal y comunitaria de los caminos por los que el Espíritu Santo quiere que avance la Iglesia en el desarrollo de su misión.

 

 

3. Propuestas del Consejo Presbiteral de 25-III-2000

 

          La determinación del planteamiento global de la pastoral para los próximos cursos había sido estudiada también en la sesión del Consejo del Presbiterio que tuvo lugar el 25 de marzo de 2000. Allí se hicieron sugerencias muy interesantes que, convenientemente agrupadas, ofrecen el siguiente cuadro:

 

- Insistencia en la evangelización, y en la reevangelización o nueva evangelización ante la situación socio-religiosa y el avance del secularismo, etc., con particular atención a niños, jóvenes y familia. Catequesis misionera. Presencia de la Iglesia en la sociedad, a través de los medios de comunicación social, la cultura, etc. Celebración cristiana del domingo. Atención a la religiosidad popular.

 

- Formación y capacitación de los laicos, atendiendo a la corresponsabilidad y a la participación en la misión de la Iglesia. Formación de agentes pastorales: catequistas, lectores y otros colaboradores de la liturgia, monitores de pastoral juvenil, con especial atención a los pueblos pequeños. 

 

- Revitalización de las parroquias en la catequesis, la liturgia, la acción caritativa y social, el consejo pastoral, etc. Unidades pastorales. Plan de resdistribución de parroquias y reorganización de arciprestazgos.

 

- Formación permanente de los sacerdotes. Potenciación del trabajo en equipo.

 

- Pastoral vocacional con nuevos métodos. Relación Presbiterio-Seminario. Atención a la marcha del Seminario.

 

- Objetivos pastorales dentro de un plan que abarque al menos un trienio. Evaluar mejor la aplicación de los objetivos.

 

 

 

4. Significado y alcance de las "líneas de acción"

 

          Teniendo en cuenta el resultado de las reuniones que he mencionado y ante la evidecia de que estamos viviendo un momento de transición social y eclesial que se manifiesta en la aceleración de los cambios demográficos y culturales, definidos por la globalización de todos los fenómenos que afectan a los creyentes y a los no creyentes: secularización, pérdida de valores morales, desintegración de la familia, estandarización de las costumbres, descenso de vocaciones, atomización de las comunidades cristianas, insignificancia de la presencia de la Iglesia en la sociedad, etc., quiero proponer unas "líneas de acción" para los próximos cursos que sean a modo de "surcos de trabajo" ante todo para la pastoral diocesana, es decir, para los organismos implicados en ellas, pero también para los arciprestazgos y las parroquias teniendo en cuenta las propias necesidades y posibilidades.

           Estas líneas de acción deberán inspirar tanto los objetivos diocesanos que se propongan como las correspondientes acciones que se señalen para llevarlos a cabo. En efecto, las "líneas de acción" y el "objetivo diocesano de pastoral" de cada curso han de ser en verdad una referencia necesaria y vinculante para la programación de los organismos diocesanos, de las parroquias, de los arciprestazgos, de las comunidades religiosas, de los grupos eclesiales y de los movimientos apostólicos que quieran integrarse en la vida diocesana, respetando naturalmente las peculiaridades legítimas de cada comunidad o grupo.

           Denominador común de estas líneas es la necesidad de la evangelización como preocupación general y prioritaria. La Iglesia particular de Ciudad Rodrigo necesita reforzar su misión al servicio del Reino de Dios con la mirada puesta en Jesucristo, origen y dueño de la acción evangelizadora. 

 

 

5. Líneas de acción pastoral para los próximos cursos:

 

1. Atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios

 

          No basta saber que es necesario evangelizar. Tampoco sirven de mucho los lamentos sobre la situación. Esta no es mejor ni peor que en otras épocas. Sin embargo es absolutamente necesario suscitar y mantener el deseo de conversión y las demás actitudes espirituales señaladas antes. Uno de los frutos del año dedicado al Espíritu Santo en la preparación del Jubileo (curso 1997-98) fue la atención a la salud espiritual de todos los miembros del pueblo de Dios: sacerdotes, seminaristas, religiosas y fieles laicos. Escrutar los signos de la presencia y de la obra del Espíritu Santo en la Iglesia y en el mundo servirá de muy poco si no hay, en quienes trabajan en la acción evangelizadora, un compromiso decidido en favor de la propia santificación. La vida espiritual o "vida en el Espíritu" está en la base de cualquier tarea pastoral.

           En este sentido el fomento de la espiritualidad de los presbíteros ha de constituir una preocupación prioritaria mediante los ejercicios espirituales que es necesario recordar y urgir cada año como un deber personal. Han de cuidarse también en esta línea los retiros mensuales y las convivencias del Presbiterio, a fin de que el ejercicio del ministerio sea una fuente de santificación. Particularmente necesario es el encuentro cotidiano con el Señor en la oración personal y en los restantes medios para la vida espiritual, evitando descuidarla por muchas actividades que se tengan. Es muy importante también que en el centro de la espiritualidad sacerdotal esté el Misterio eucarístico, "fuente y cima" de nuestro ministerio [3].

           De la misma manera se ha animar a los laicos a que cultiven su vida interior, buscando la intimidad con Jesucristo y la entrega a los hermanos en la caridad y en la justicia, a fin de orientar la actividad humana de acuerdo con los designios de Dios. Pero es preciso ofrecerles los medios adecuados, entre los que sobresale la participación consciente y fructuosa en la Eucaristía y en la Penitencia, la adoración eucarística, tiempos de oración y de profundización en la fe, y acompañamiento espiritual. En este sentido va siendo hora de que en las parroquias o al menos en el arciprestazgo, se organicen encuentros o convivencias y se formen grupos que se reúnan periódicamente para la oración y la reflexión, en los que se ofrezcan dichos medios.

           Responsables de esta línea de acción han de ser la Vicaría Episcopal del Clero, la Delegación Episcopal para la Vida Consagrada, la Delegación para los Laicos,  los formadores del Seminario en lo que se refiere a su tarea y los arciprestes [4].

 

 

2. Formación permanente con talante misionero y promoción de un laicado adulto

           La formación permanente que se ofrece a los sacerdotes, a las religiosas y a los laicos ha de estar orientada no sólo a dar una respuesta a la situación de secularización e increencia, sino también a potenciar la comunión y la corresponsabilidad en la misión de la Iglesia por parte de todos. Cada año deberá elegirse un temario de carácter doctrinal de acuerdo con el objetivo diocesano, pero que tenga en cuenta también las dimensiones espiritual y pastoral del ministerio de los presbíteros, las peculiaridades propias de la vida consagrada en el caso de las religiosas, y la vocación y misión de los laicos.

           Todos los años se organizará al menos un cursillo de pastoral relacionado con el objetivo diocesano en las fechas más oportunas, abierto a sacerdotes, religiosas y fieles laicos, urgiéndose y encareciendo la asistencia especialmente a los presbíteros con ministerio parroquial o docencia de Religión. Así mismo se seguirán ofreciendo y facilitando la participación en los cursos de renovación organizados por la Comisión Episcopal del Clero y por "Iglesia en Castilla".

           Un aspecto que no se puede descuidar en la formación permanente de los presbíteros, de las religiosas y aun de los fieles laicos es el relativo a la misión "ad gentes" o actividad evangelizadora tendente a anunciar a Jesucristo donde no existen o son minoritarias las comunidades cristianas y cuyas culturas no han sido influidas por el Evangelio. "Por tanto, hay que evitar que esta 'responsabilidad más específicamente misionera que Jesús ha confiado y diariamente vuelve a confiar a su Iglesia' se vuelva una flaca realidad dentro de la misión global del pueblo de Dios y, consiguientemente, descuidada u olvidada" [5]

           Por otra parte es indispensable llamar y preparar a los laicos para una mayor y más eficiente colaboración en la misión evangelizadora y pastoral de la Iglesia. Promover la formación de un laicado adulto ha de constituir una preocupación permanente de todos los responsables de la acción pastoral, tanto a nivel diocesano como arciprestal y parroquial.

           Responsables de la formación son, además de los organismos señalados en la primera "línea de acción", la Delegación para la Formación Permanente, la Delegación diocesana de Misiones y OO.MM.PP. y el Centro Teológico Civitatense. Este centro,  con la colaboración de otros organismos diocesanos, debe asumir la tarea de organizar y dirigir escuelas de formación para los laicos, con programas específicos para responsables de la catequesis, ministros extraordinarios de la Eucaristía y de otras funciones litúrgicas, animadores de pastoral juvenil, y animadores de acción social y caritativa.

 

 

 

3. Intensificación de la pastoral de la Iniciación cristiana

 

          Uno de los frutos de los objetivos diocesanos de los últimos años ha sido un mejor conocimiento de la naturaleza de la Iniciación cristiana y de su importancia tiene en la formación de la fe y en la vida de la Iglesia. 

          La línea de acción que se propone requiere, en primer lugar, un esfuerzo mayor en la catequesis de la comunidad cristiana según las directrices actuales de la Iglesia, que piden precisamente una intensificación del anuncio explícito de Jesucristo, una enseñanza más orgánica y sistemática de la fe, centrada en lo nuclear del mensaje cristiano, y una incorporación progresiva e integral de los destinatarios en todos los aspectos de la vida cristiana, como el conocimiento de la fe, la oración y la celebración, la caridad fraterna, la vida moral y el testimonio. La catequesis tiene un apoyo muy importante en el arte sagrado y en todo lo que constituye el patrimonio cultural de la Iglesia que es necesario conocer y valorar al servicio de la evangelización. 

          Ante el grave déficit de formación en la fe y de vida cristiana de muchos adultos, cada día es mayor la necesidad de una verdadera catequesis para éstos que, sin minusvalorar otros medios como la homilía dominical, las catequesis de los tiempos litúrgicos y las conferencias, conduzcan a esos adultos hacia el conocimiento de Jesucristo, la conversión y la plena comunión en la Iglesia. En los casos de preparación para recibir los sacramentos de la Iniciación cristiana se procurará ofrecer un acompañamiento personalizado a cargo del propio párroco o de un catequista laico bien preparado. De la misma manera es preciso atender a la Iniciación cristiana de los niños no bautizados que están en edad catequética. 

          Para lograr todos estos fines es indispensable una mayor unidad y colaboración entre los responsables de la catequesis y de la pastoral litúrgica al servicio de la educación en la fe, articulando oportunamente enseñanza catequística e iniciación en la celebración, sin olvidar los restantes aspectos de la vida cristiana. Habrá que prestar atención igualmente a los otros espacios de la formación en la fe como la familia, la escuela y los grupos apostólicos. De manera particular se ha de cuidar la selección y la preparación de los profesores de Religión.

           Por eso es necesario perfeccionar el trabajo realizado en los últimos cursos preparando un Directorio diocesano para la Iniciación cristiana, intensificando la preparación de los catequistas y eligiendo bien los materiales para la catequesis, de manera que no suplanten a los Catecismos de la Conferencia Episcopal y tengan la debida aprobación o licencia eclesiástica.  

          Responsables de estas actuaciones han de ser la Vicaría Episcopal de Enseñanza y Catequesis, la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica, los párrocos y los presbíteros asimilados a ellos. Colaborarán en esta línea de acción las delegaciones de Patrimonio cultural de la Iglesia, de Pastoral Familiar y el Secretariado para la Adolescencia y Juventud.

 

 

          4. Revitalizar la celebración del domingo

 

          Hace tiempo que se viene constatando una pérdida del sentido religioso y cristiano del domingo en la conciencia de los fieles, que se dejan llevar por el fenómeno del fin de semana o que consideran el domingo y las fiestas de precepto como un espacio de libre disposición al margen de toda referencia a Dios, a Jesucristo y a la comunidad eclesial. Las consecuencias de esta actitud para la pertenencia a la Iglesia y para la identidad cristiana de los bautizados son muy graves, ya que conduce a un alejamiento progresivo de la comunidad eclesial, de la Palabra de Dios, de la oración y de la Eucaristía. 

          La celebración del domingo tiene una gran eficacia evangelizadora. En efecto, el domingo es el "día en el que los fieles deben reunirse a fin de que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recuerden la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que 'los hizo renacer a la viva esperanza por la resurrección de Jesucristo de entre los muertos' (1 Pe 1,3)" (SC 106). El domingo constituye un momento álgido e indispensable de la vida cristiana, y de hecho la celebración eucarística dominical es la que reúne mayor número de fieles de manera regular y la que debe convertirse en punto de confluencia de las diversas instancias eclesiales y aun de los más variados grupos de fieles. 

          Se hace necesario mejorar las condiciones que hacen posible la participación plena, consciente y activa, interna y fructuosa de los fieles, como el modo de presidir, la proclamación de las lecturas, la elección de los cantos, etc. Por otra parte es indispensable también la catequesis sobre el significado del domingo, sobre el carácter eclesial de la Misa dominical que pide que la comunidad parroquial no se disgregue a causa de celebraciones para grupos particulares, y otros medios de santificación del día del Señor, como las Vísperas o la adoración eucarística. Es necesario fomentar esta adoración en todas las comunidades, de la que se derivan grandes frutos para la vida de fe, para las vocaciones al ministerio sacerdotal y a la consagración religiosa, y para el testimonio y el apostolado de los laicos. En las parroquias más pequeñas, cuando no se pueda asegurar la Eucaristía todos los domingos, se podrá recurrir a las celebraciones dominicales en ausencia del presbítero una vez obtenida la aprobación expresa del obispo. 

          Responsables de esta línea han de ser la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica con la colaboración de la Vicaría Episcopal de Enseñanza y Catequesis, los párrocos y los arciprestes.

         

 

          5. Acompañamiento paciente y discernimiento de la piedad popular

 

          En un proyecto pastoral de dimensión evangelizadora y misionera es preciso dedicar una mayor atención a las manifestaciones de la religiosidad popular, entre las que se encuentran las devociones eucarísticas y marianas, el culto a los santos y el recuerdo de los difuntos, las procesiones de Semana Santa, las cofradías, las fiestas patronales y las romerías. La religiosidad popular tiene valores indudables especialmente en el pueblo sencillo, en cuanto encauzan de alguna manera la necesidad de transcendencia inherente al ser humano y son expresión de una simbiosis entre la fe cristiana y la cultura popular de un determinado lugar. Sin embargo las manifestaciones religiosas están sujetas a numerosos riesgos entre los que se encuentran la deformación de las prácticas piadosas, el individualismo religioso, la marginación respecto de la vida parroquial y la manipulación cultural, económica y turística.  

          Cuando la religiosidad popular está bien orientada mediante una adecuada pedagogía de evangelización, procurando que afloren las raíces auténticas de la adoración a Dios y de la fe cristiana; y cuando los capellanes o consiliarios no se limitan a acompañar las manifestaciones y a ceder a todas las pretensiones sino que tratan de instruir a los fieles y de formar a los responsables de las asociaciones o cofradías, manteniendo la comunión eclesial y la vinculación con la parroquia, los frutos pastorales son muy grandes. Para actuar en este campo son necesarias la claridad de criterio, la adhesión a las orientaciones de la Iglesia, la paciencia y la suavidad no exenta de firmeza.  

          Por otra parte se deben fomentar también aquellos ejercicios piadosos del pueblo cristiano que la Iglesia no solamente ha recomendado siempre sino que ha orientado. En concreto la oración personal y el culto a la SS. Eucaristía fuera de la Misa, el Via Crucis, el Rosario y otras devociones marianas, el culto a los Santos Patronos y la intercesión por los Difuntos. El criterio básico ha de ser: "Los ejercicios piadosos deben organizarse siguiendo los tiempos litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la liturgia, en cierto modo deriven de ella y hacia ella conduzcan" (SC 13). Para el cultivo de estas devociones se cuenta no sólo con directorios de la Santa Sede y del Episcopado Español sino también con subsidios renovados desde el punto de vista bíblico, litúrgico y antropológico. 

          Esta acción pastoral ha de llevarse a cabo principalmente por los párrocos y por los capellanes y consiliarios de las cofradías, contando con el asesoramiento y el apoyo de la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica.

 

 

          6. Desarrollo de la pastoral familiar

 

          En una pastoral evangelizadora y misionera debe ocupar un lugar preferente la formación de los esposos cristianos, primeros educadores en la fe de sus hijos y a los que han de acompañar con la palabra y el testimonio a lo largo de todo el itinerario de Iniciación cristiana e incluso en la juventud. La familia desempeña en este sentido un verdadero ministerio evangelizador (cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. "Familiaris Consortio", 53). Sin embargo todos somos conscientes de las dificultades que atraviesa la institución familiar a causa de las transformaciones profundas y rápidas de la sociedad y de la cultura. Cada vez se hace más difícil la fidelidad a los valores que constituyen el fundamento de la familia. Por otra parte se constata una gran ignorancia y un notable abandono respecto del verdadero significado de la vida conyugal y familiar, así como de la misión de los padres en el despertar religioso de los hijos y en la educación en la fe de éstos. 

          Por todo esto es urgente el acompañar a los matrimonios y a las familias cristianas con una acción pastoral específica, orientada a la transmisión y a la vivencia espiritual de los valores cristianos de la vida conyugal y familiar, con la certeza de que la evangelización depende en gran medida de la familia, verdadera Iglesia doméstica. Esta acción debe comenzar ya en el noviazgo y ha de estar presente en la preparación de la celebración del matrimonio. La solicitud pastoral ha de extenderse también a las familias que se hallan en situaciones difíciles o irregulares, con verdad, comprensión y esperanza, ofreciéndoles ayuda para que puedan acercarse al modelo de familia querido por Dios. 

          Cuidará de esta línea de acción la Delegación diocesana de Pastoral Familiar, con la colaboración del Secretariado para los Mayores, de la Vicaría de Enseñanza y Catequesis, de la Delegación diocesana de Pastoral litúrgica y, muy especialmente, de los párrocos y de los catequistas y educadores cristianos.

  

          7. Pastoral juvenil en clave vocacional

 

          La pastoral juvenil ha de tener necesariamente una fuerte impronta evangelizadora y vocacional. No se trata solamente de ofrecerles una respuesta a los interrogantes y a las inquietudes propias de su edad. Los jóvenes son, en efecto, la esperanza de la Iglesia y de la sociedad del mañana y están llamados a contribuir a la construcción de un mundo fundado en la fuerza del amor y del perdón que superen la injusticia y todas las formas de pobreza física y moral.  

          Por eso es preciso orientar la generosidad y el sentido solidario de los jóvenes hacia un seguimiento de Jesucristo más consciente y comprometido con la fe cristiana y con la comunidad eclesial. Dicho de otro modo, la acción pastoral con los adolescentes y los jóvenes ha de hacer compatibles los valores que propugnan con una opción claramente apostólica y duradera en el tiempo. No se ha de temer el enfrentar a la adolescencia y a la juventud con el radicalismo evangélico y con el riesgo que supone tratar de alcanzar las orillas de la vida consagrada, del ministerio sacerdotal y aun de la cooperación misionera en los países del tercer mundo incluso como laicos.

           Entre las tareas más urgentes en este campo se encuentra la elaboración de un proyecto marco de pastoral juvenil con esta orientación vocacional, que interese lo mismo a las parroquias que a otras instancias, en el que se establezcan unos mínimos de formación, espiritualidad, compromiso y vinculación con la Iglesia local, aun respetando las características de cada grupo. Es indispensable también formar monitores de pastoral juvenil, que puedan estar al servicio de las parroquias para acoger a los adolescentes y jóvenes una vez que han recibido el sacramento de la Confirmación. Habría que arbitrar también alguna forma de acompañamiento de los jóvenes que están en la Universidad.  

          Obviamente, esta tarea de la pastoral juvenil no ha de restar importancia ni prioridad a la búsqueda y fomento de vocaciones al ministerio presbiteral, confiada especialmente al Seminario Diocesano con la colaboración de todos los fieles, especialmente los presbíteros y los educadores cristianos. 

          Responsables de esta acción pastoral son la Delegación diocesana de Pastoral vocacional, el Secretariado diocesano de Adolescencia y Juventud, la Delegación episcopal para la Vida Consagrada, la Delegación diocesana de Misiones, los párrocos con el apoyo del Arciprestazgo y los sacerdotes, religiosas y educadores cristianos que se dedican principalmente a la enseñanza y a los jóvenes.

          

          8. Mayor presencia de la Iglesia y de los cristianos en la sociedad

 

          La acción evangelizadora y misionera, orientada a la implantación del Reino de Dios en el mundo, requiere preguntarse cuáles son las necesidades y las demandas a las que es preciso atender desde la misión de la Iglesia, que no existe para sí misma sino ser "sacramento o señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1; cf. 48; etc.). Una de esas necesidades es la presencia del mensaje de Jesucristo en los medios de comunicación social tanto bajo la responsabilidad de la Iglesia diocesana -publicaciones, programas de radio o de televisión, internet, etc. propios-, como desde la competencia personal y profesional de los propios fieles laicos.  

          Esta última es una presencia semejante a la que debe existir en todos los demás ámbitos de la vida social, cultural, económica y política, para impregnarlos del espíritu evangélico y de los valores cristianos. Las realidades temporales son campo propio de los laicos, los cuales están llamados por su vocación secular a ordenarlas según Dios (cf. LG 31; GS 35-36; AA 7). A la Iglesia corresponde formar a esos laicos, ofrecerles los principios de orden moral que deben observarse en las cosas temporales y acompañarles espiritualmente (cf. AA 24). 

          Por otra parte en nuestra sociedad se constata una especie de retraimiento vergonzante por parte de muchos cristianos para manifestarse como tales en estos ámbitos. Mientras se alardea de observar costumbres y tradiciones que llevan un indudable sello original religioso y cristiano, muchos fieles que podrían hacerlo, no se sienten urgidos a asumir tareas de responsabilidad pública en favor del bien común. Es una consecuencia más del fenómeno de la modernidad, que ha pretendido escindir la vida de los hombres en "privada" y "pública", estando vigente en esta última únicamente la "razón funcional", es decir, de lo práctico y utilitario que interesa en términos de aprovechamiento o de conveniencia y prestigio, relegando a la vida privada el mundo de la fe y de los valores religiosos y morales, considerados como algo subjetivo. Al reducir lo religioso a lo puramente interior, se priva a la ética cristiana de toda influencia en las conductas sociales y públicas.

           Por todo esto es cada día más necesario fortalecer la fe y el testimonio de los cristianos, objetivo del Jubileo del 2000 que seguirá siendo actual durante mucho tiempo. La única forma de superar las incoherencias señaladas, es una dedicación constante por parte de todos los presbíteros y de los cooperadores en la pastoral, a evangelizar las conciencias suscitando en todas las personas que están a nuestro alrededor un fuerte deseo de conversión y de renovación personal de acuerdo con lo señalado en la primera línea de acción pastoral, sin olvidar las exigencias y los imperativos que brotan de la caridad fraterna y del servicio al prójimo, especialmente del más necesitado.  

          Esta línea de acción afecta a todos los presbíteros, si bien hay varios organismos diocesanos que pueden potenciarla, como la Vicaría de Enseñanza y Catequesis, la Delegación diocesana para los Laicos, la de Acción Caritativa y Social, la de Pastoral de la Salud y la de Pastoral Familiar, etc.  

 

9. Promover todo lo que signifique desarrollo integral de las personas y de los pueblos en línea con la doctrina social de la Iglesia.

 

          En la misión evangelizadora de la Iglesia es muy importante el testimonio social de los cristianos y de las comunidades eclesiales. Este testimonio es en ocasiones la piedra de toque que verifica la autenticidad de otras manifestaciones de la vida personal y comunitaria. Evangelización y educación en la fe, participación en la liturgia, y acción caritativa y social, han de ir hermanadas en todo planteamiento pastoral. Esta acción no es algo que viene exigido desde fuera de la Iglesia y del ser cristiano. De la misma manera que los sacramentos manifiestan y confieren la salvación en el interior de la comunidad eclesial, así también la acción caritativa y social es un signo de amor y de comunicación de bienes para los no creyentes.  

          En nuestra diócesis existe una gran desproporción entre el volumen que alcanzan determinadas colectas, ordinarias y extraordinarias, con fines de ayuda al tercer mundo y la falta casi total de organización caritativa en las parroquias y a nivel arciprestal. La idea tan extendida de que "aquí no hay pobres", esconde muchas veces el desconocimiento de verdaderos problemas como la drogodependencia, el alcoholismo, las enfermedades mentales, el paro, la baja calidad de vida, la falta de perspectivas de futuro, las lagunas en el campo sanitario, etc.  

          Se hace necesario un mayor empeño en la formación en la doctrina social de la Iglesia por parte de los sacerdotes y de los fieles laicos. Esto es tarea ineludible de los organismos diocesanos, tan importante como el encauzar debidamente las aportaciones de la comunidad eclesial hacia sus objetivos. Ahora bien todo lo que sea asistencia social directa y las ayudas inmediatas, deberían realizarse a nivel parroquial. Se imponen por tanto una mayor coordinación y la superación de la tendencia a actuar "por libre" en este campo por parte de las parroquias y de los grupos y asociaciones caritativas. 

          No quiero dejar de aludir al hecho de que nuestra diócesis es prácticamente rural, aunque cada día se difuminan más las diferencias respecto de otras áreas sociológicas. Por eso echo en falta muchas veces una acción pastoral específica más adaptada a la situación de nuestros pueblos, a la existencia en ellos de una población cada día más envejecida, a la carencia de oportunidades para los jóvenes, etc. La existencia de núcleos con una población mínima absorbe mucho tiempo y reduce la mayor parte de las veces la acción pastoral a la Misa del domingo y a algunos sacramentos y sacramentales. Se hace imprescindible estudiar toda esta problemática en los arciprestazgos y emprender una tarea de mayor atención a los problemas humanos y sociales en la perspectiva del servicio que la Iglesia puede y debe prestar a la sociedad en este campo. Para ello hay que suscitar, una vez más, la colaboración de los laicos, y desde las parroquias no tener miedo a promover acciones de carácter social y cultural con un sello netamente cristiano y eclesial, especialmente de cara a los niños y jóvenes, como convivencias, encuentros y acampadas. 

Responsables de esta línea de acción son la Delegación diocesana de Acción Caritativa y Social, la de Pastoral de la Salud, el Secretariado para el Apostolado en Carretera, y Manos Unidas, con la colaboración de la Delegación diocesana para los Laicos, el Secretariado para la Adolescencia y Juventud y el de los Mayores.

  

10. Adaptación de las estructuras pastorales al servicio de la acción evangelizadora

 

          Parece necesario también adaptar las estructuras parroquiales, arciprestales y diocesanas para fomentar la fraternidad sacerdotal y apostólica y facilitar el trabajo en equipo y la colaboración. En algunos casos se tratará de crear los consejos pastorales parroquiales y, donde sea posible, de arciprestazgo. Lo mismo cabe decir de un Foro de Laicos a nivel diocesano, en el que se fomenten el conocimiento y la ayuda mutua entre los movimientos apostólicos y en los grupos eclesiales.

 

          Esta línea de acción comprende también la creación y la animación de las escuelas de catequistas y de centros de formación de adultos; y la adaptación del Centro Teológico Civitatense, mencionada antes, para la preparación de los cooperantes en los distintos campos de la acción evangelizadora y pastoral de la Iglesia.

 

La responsabilidad última de realizar esta línea corresponde al Obispo y al Consejo Episcopal y, en la medida de la competencia de cada uno, a otros organismos diocesanos. Ahora bien, de nada sirven los cambios de las estructuras, si no se produce también una disponibilidad para llevar a cabo las acciones con el talante que requiere la acción evangelizadora.

 

 

          II. LA MISION DE JESUCRISTO Y LA REVITALIZACION DE LA ACCION

          EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS

          (Objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-1)

 

          En esta segunda parte voy a ofrecer ahora unas breves reflexiones que pueden ayudar a la comprensión y asimilación del objetivo pastoral del curso 2000-2001. Este objetivo, tal como está formulado, recuerda los que se propusieron para los cursos 1994-95: "Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra, para la celebración de la fe y para el servicio de la caridad"; y 1996-97: "Conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial", además de otros de años anteriores [6]. Por este motivo las Exhortaciones pastorales correspondientes a cada objetivo ofrecen fundamentación doctrinal que puede ser útil también para el del próximo curso [7].

 

6. El objetivo pastoral de 2000-2001 y las "líneas de acción" del trienio

 

          El objetivo del próximo curso surgió también en la reunión de arciprestes y delegados diocesanos de los días 27 y 28 de junio, después del estudio de las líneas de acción pastoral para el próximo trienio. Allí se propusieron varias formulaciones para definir su contenido. Prácticamente en todas ellas aparecían de una forma o de otra la invitación a la revitalización de la parroquia en clave misionera y evangelizadora, la misión de Jesucristo como referencia básica y esencial para dicha revitalización y la potenciación de todo cuanto significa comunión, corresponsabilidad y avance por unos caminos ya iniciados. 

          Por este motivo, recogiendo las sugerencias que se hicieron entonces y a la vista de las "líneas de acción pastoral para el trienio 2000-2003" que acabo de exponer, el objetivo pastoral diocesano para el curso 2000-2001, queda formulado así:

 

          "PROFUNDIZAR EN LA MISION DE JESUCRISTO,

          PARA REVITALIZAR LA ACCION EVANGELIZADORA DE NUESTRAS PARROQUIAS

          EN COMUNION Y CORRESPONSABILIDAD"

 

          Teniendo en cuenta este objetivo, cada delegación episcopal o diocesana y cada secretariado formulará también uno o dos objetivos específicos para el curso, en dependencia del objetivo diocesano y procurando aplicar las líneas de acción pastoral que les afecten de manera más directa. Al mismo tiempo señalarán algunas acciones concretas con sus medios y tiempos de realización. Conviene que este trabajo esté realizado antes de comenzar las jornadas diocesanas de presentación del objetivo pastoral durante el mes de octubre en los arciprestazgos. 

          En estas jornadas los arciprestazgos y las parroquias fijarán también sus objetivos específicos con sus acciones y calendario, inspirándose así mismo en el objetivo pastoral diocesano y tratando de aplicar las líneas de acción pastoral del trienio. Vuelvo a recordar que estas líneas señalan cauces o "surcos de trabajo" para tres años, responden a necesidades concretas y proponen sugerencias diversas y variadas.

 

7. La misión de Jesucristo como fundamento de la misión de la Iglesia

 

          El objetivo pastoral diocesano invita a profundizar en la misión de Jesucristo para redescubrir en ella el fundamento de la misión de la Iglesia. En este sentido conviene recordar que el Nuevo Testamento presenta la obra de Jesús como una misión recibida del Padre, confiada después a los discípulos: "Como el Padre me ha enviado, así os envío yo" (Jn 29,21). Jesús es el enviado de Dios y los discípulos prolongan la misión de Cristo (Jn 17,18; 20,21).

 

          Ahora bien, ¿en qué consiste la misión de Jesús? En términos generales la misión de Jesús se concreta en la salvación de los hombres. El vino a buscar y salvar lo que estaba perdido por el pecado (cf. Lc 19,10). De este modo cumplía la voluntad del Padre, llena de bondad y de amor (cf. Jn 3,17). Por eso Jesús es el Salvador, como indica su nombre, porque había de salvar al pueblo de los pecados (cf. Mt 1,12). Más aún, es el único Salvador capaz de redimir al hombre entera y plenamente, porque no hay bajo el cielo otro nombre por el que nosotros podamos ser salvados (cf. Hch 4,12). Su aparición en el mundo, acontecimiento que ha justificado la celebración del Gran Jubileo del 2000, fuela epifanía de la bondad de Dios y de su amor a los hombres (Tit 3,4). 

          Toda la vida de Jesús estuvo definida por el cumplimiento de la misión encomendada por el Padre. En Jesús la salvación tomó cuerpo y realidad palpable, manifestándose en cada una de sus palabras y en cada uno de sus gestos. Movido por el Espíritu Santo Jesús predicó el Reino de Dios y llamó a la conversión y al perdón de los pecados (cf. Mc 1,15; Lc 4,14-21). Pero cuando la palabra de amor se hizo más sonora y el gesto más patente fue en la cruz. Allí se reveló el amor infinito del Padre Dios a los hombres en Jesucristo.  

          Por eso la cruz fue el acto culminante de la misión salvífica de Jesús y la revelación definitiva de la salvación. Una salvación que consiste ante todo en el rescate del pecado y en la transformación radical del hombre que pasa a ser hijo de Dios (cf. Mc 10,45; Jn 1,12; 1 Jn 3,1-8). Jesús transmitió su misión a la Iglesia, la comunidad unida a él por la fe y el amor y que camina en la esperanza hasta la plena consumación del Reino. 

8. El anuncio de la salvación, razón de ser de la Iglesia

         

          La salvación no es algo etéreo, vago e intrascendente. Por el contrario, afecta a lo más íntimo del hombre y, por consiguiente, a su vida. La salvación comienza por el anuncio de Jesucristo, para que "todo el que vea al Hijo y crea en él tenga la vida eterna" (Jn 6, 40). En efecto, creer en el Hijo es conocer al Padre, revelado por Jesús, es aceptar la relación filial que tenía Jesús, mediante la cual no sólo podemos llamarnos hijos de Dios, sino que lo somos en realidad (cf. 1 Jn 3,1). De ese modo, el hombre que recibe el anuncio de Jesús y cree en él, es hecho hijo de Dios al recibir en su corazón el Espíritu del Hijo que da un testimonio irrecusable (cf. Gál 4,6-7; Rm 8,15-17). 

          Para llevar a cabo esta incorporación a su relación con el Padre, Jesús resucitado "envió a los Apóstoles llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos condujo al reino del Padre, sino también a realizar la obra de salvación que proclamaban, mediante el sacrificio y los sacramentos" (SC 5). Por tanto la única razón de ser de la misión de la Iglesia es continuar en el mundo la misión de Cristo. Esta misión no conoce fronteras ni tiene límite alguno. Es universal por difinición.

 

          Con esta finalidad el Espíritu Santo la construye y la enriquece con diversos dones jerárquicos y carismáticos (cf. LG 4). Los discípulos de Jesús, todos los bautizados, santificados en la verdad (cf. Jn 17,19) y conocedores de la revelación de Dios (cf. Jn 15,15), deberán predicar y ofrecer por todo el mundo la buena nueva de la salvación (cf. Mt 28,18-20).

 

9. La evangelización, misión esencial de la Iglesia

           En la Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi" [8] el Papa Pablo VI recordaba que "la tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia" (EN 14). Por tanto la Iglesia "existe para evangelizar", esto es, para "dar testimonio de una manera sencilla y directa de Dios, revelado por Jesucristo mediante el Espíritu Santo. Testimoniar que Dios ha amado al mundo en su Hijo; que en su Verbo encarnado ha dado a todas las cosas el ser y ha llamado a los hombres a la vida eterna", y anunciar "con franqueza y valentía (parresía) que en Jesucristo Hijo de Dios hecho hombre, muerto y resucitado, se ofrece la salvación a todos los hombres" (EN 27). 

          En el mandato evangelizador se subraya nítidamente el "id al mundo entero" del Señor, que pide salir en busca de todos los hombres para anunciarles la buena noticia e invitarles a ser "hombres nuevos", y "convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad a la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos" (EN 18).

           Para llevar a cabo esta misión, el mismo Espíritu que conducía a Jesús en el anuncio del Reino de Dios anima ahora a la Iglesia a desentrañar el mensaje del Evangelio para ofrecerlo y distribuirlo en cada tiempo y en cada lugar. De este modo está siempre brindando las riquezas de Cristo y llamando a los hombres al conocimiento de la verdad y del amor del Padre y del Hijo. En esto se manifiesta también el dinamismo de la encarnación: el Verbo se hizo carne para salvación de todos los hombres de todos los tiempos. 

          El fundamento de la acción evangelizadora de la Iglesia no es otro que la misma persona de Jesucristo. No es una idea ni una doctrina simplemente. El es el que garantiza por el Espíritu de la Verdad (cf. Jn 14,17; 15,26) que la luz sigue brillando en las tinieblas por medio del Evangelio. Innumerables testigos de Cristo han sellado con su sangre en todas las épocas de la historia la proclamación de la esta buena nueva.

 

10. La nueva evangelización, necesidad de nuestro tiempo

 

          El Papa Juan Pablo II ha acuñado la expresión "nueva evangelización" -la explicó por primera vez en Haití en 1983-, para aludir a la necesidad anunciar el Evangelio de una forma "nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión". Se trata de un concepto operativo y dinámico que en ocasiones es utilizado en sentido genérico y otras en sentido específico. En sentido genérico significa evangelizar en un mundo y en una sociedad que ha cambiado, tratando de hacerlo con un nuevo talante y de acuerdo con la conciencia renovada que la Iglesia tiene de sí misma y de su misión. Significa, también, evangelizar de una manera integral la persona, los ambientes y la cultura, dando la prioridad al anuncio de Jesucristo. La idea de la "nueva evangelización" está en continuidad con la expresión "evangelización renovada" de Pablo VI en la Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi" (n. 82).

           En sentido específico, como precisa Juan Pablo II en la Encíclica "Redemptoris Missio", "nueva evangelización" o "re-evangelización", se refiere a la situación que se da en los países de vieja cristiandad, en los que "grupos enteros de bautizados han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia" (RM 33). Ante las corrientes culturales del secularismo, la Iglesia ha tenido que revisar su quehacer evangelizador y pastoral para que responda a la nueva situación. Sin embargo encuentra una especial dificultad en aquellos que no viven conforme a la fe que han abandonado.

 

11. La nueva evangelización en España

 

          En lo que se refiere a España, este concepto ha sido muy tenido en cuenta en los documentos y en los planes de acción pastoral de la Conferencia Episcopal Española, especialmente a partir de 1990. El Plan del trienio 1990-93 se titulaba precisamente: "Impulsar una nueva evangelización" [9], y aplicaba a la situación española lo que ha de entenderse por evangelización nueva, para que los cristianos, como "alma del mundo", puedan inculturar el Evangelio y evangelizar la sociedad. Como objetivos específicos de aquel plan se señalaban: "fortalecer la vida cristiana", "consolidar la comunión eclesial", "promover la participación de los laicos en la vida y misión de la Iglesia", "intensificar la solidaridad con los pobres y los que sufren y difundir la doctrina social de la Iglesia", e "impulsar la acción misionera de nuestras Iglesias". El Plan del trienio siguiente: "Para que el mundo crea" (Jn 17,21) (1994-97) [10] hacía una nueva reflexión y marcaba las siguientes metas: "impulsar una pastoral de evangelización", "intensificar la comunión eclesial" y "dedicar especial atención a la formación integral de los agentes de acción pastoral evangelizadora". En 1997 se celebró además un Congreso de Pastoral evangelizadora titulado: "Jesucristo, la Buena Noticia" [11].

           Decir "nueva evangelización" o "evangelización renovada" significa, por tanto, poner en marcha en continuidad con la evangelización de los orígenes, un proyecto evangelizador que despliegue santidad de vida y testimonio, comunión eclesial, impulso misionero, interés por la promoción y formación de los laicos, opción preferente por los pobres, renovación de los métodos pastorales, etc., para afrontar de manera corresponsable el anuncio de Jesucristo único Salvador en una sociedad como la española que "sufre una particular erosión en las convicciones religiosas y éticas de una buena parte de su población, para la que el relativismo imperante y el mito del progreso materialista se sitúan como valores de primer orden y de máxima actualidad, relegando los valores religiosos como si fueran piezas de museo o realidades del pasado" [12].

 

          Esta realidad en la que crecen desde el punto de vista religioso el pluralismo y la increencia, el afán de libertad y el distanciamiento respecto de la Iglesia institucional; y desde el punto de vista social la abundancia y la pobreza, la conciencia democrática y la corrupción pública y privada, la búsqueda de la paz y la violencia terrorista, las posibilidades de vida y las realidades de muerte, exige a la Iglesia una presencia más humilde y servicial en la sociedad, más dialogante y trasparente, y más responsable y solidaria con los problemas de los hombres y mujeres de nuestro tiempo.

 

12. Caminos de re-evangelización

 

          Ahora bien, junto a la dificultades que he señalado, existen también muchos aspectos positivos que es necesario valorar para seguir construyendo sobre ello, con la ayuda del Señor, pues Él es quien da el incremento. Estos aspectos positivos señalan en realidad verdaderos caminos para la acción evangelizadora de la Iglesia [13].  

          - Hay muchos católicos que se adhieren con fidelidad a la doctrina de la Iglesia y se esfuerzan por vivir con coherencia y autenticidad los principios evangélicos y morales. 

          - La gran mayoría de pastores y consagrados vive su vocación gozosamente y está dando la vida de modo silencioso, con el estilo del buen samaritano, al servicio de toda la sociedad. Muchas personas e instituciones de la Iglesia sirven a los más pobres y marginados con auténtica entrega y cercanía, ante los problemas del paro, la inmigración, las enfermedades crónicas, las drogodependencias, etc. 

          - Han florecido grupos y movimientos de iniciación a la oración y a la contemplación cristiana en medio del mundo. Es comprobable también por todas partes una vuelta a lo sagrado, como consecuencia del deseo y hambre de Dios. 

          - El nivel de la práctica dominical, que es un índice que tiene su importancia, se mantiene en muchos lugares pese a los cambios sociales y eclesiales. Esto quiere decir que existe también una mayor libertad para actuar como católicos.

 

          - Son cada vez más numerosos los fieles laicos que participan y asumen sus responsabilidades tanto en parroquias como en movimientos eclesiales. Es muy apreciable también el número de personas que integran los voluntariados, movidas por su fe y su amor a Cristo en los necesitados.

 

          - Es reconocida socialmente la contribución de la Iglesia en España a la convivencia y reconciliación nacional y su voluntad de mantener una independencia real del poder político y una mayor cercanía a los humildes y sencillos.

 

          "En esta situación parece, pues, necesaria y urgente la propuesta sencilla, clara y confesante de Dios. Ante el anuncio de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, en la soberanía de Jesucristo, pues sólo Él es el revelador de la Trinidad, la respuesta es la fe. Resulta imprescindible en los evangelizadores un crecimiento gozoso de la fe y de la esperanza, que les haga vivir lo que creen y anunciar lo que viven para comunicar y contagiar el Evangelio de Dios. Es necesario también, por lo mismo, examinar y reavivar nuestra respuesta de fe, raíz y fundamento de la vida cristiana y de la evangelización" [14].

 

13. Características de una "pastoral de evangelización"

 

          Las definía así el Plan pastoral de la Conferencia E. Española para el trienio 1994-97 [15]:

 

          1. Es una pastoral pensada y organizada para favorecer la renovación y consolidación de la fe del pueblo cristiano o su difusión y desarrollo en personas y ámbitos dominados por la increencia. Por eso mismo, no todas las actividades pastorales pueden llamarse igualmente evangelizadoras. En sentido estricto lo son aquellas expresamente dirigidas a favorecer la fe, la conversión a Dios y al Evangelio y a una vida cristiana auténtica y operante, bajo la acción del Espíritu Santo.

 

          2. Cuando se habla de la necesidad de consolidar o difundir la fe se tiene en cuenta no una visión exclusivamente intelectual de la misma sino el concepto bíblico, especialmente el del Nuevo Testamento.

 

          3. Es preciso atender con especial intensidad al proceso de secularización que se ha ido desarrollando entre nosotros y que ha acarreado el crecimiento de la increencia o la debilidad de la fe de los cristianos. La secularización ha afectado a la familia, a la fe en Dios y a la vida religiosa y eclesial, a las referencias religiosas en la vida pública, cultural, profesional y política.

 

          4. Por eso "la evangelización no debe limitarse al anuncio de un mensaje, sino que pretende alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la Humanidad que están en contraste con la Palabra de Dios y con su designio de salvación" (EN 19). Una pastoral de evangelización no puede conformarse con ser una pastoral de mínimos, sino que ha de presentar la vida y la vocación del cristiano a la santidad.

 

          5. Es una acción pastoral que corresponde no sólo a los sacerdotes y religiosos sino también a los laicos.

 

          6. En cuando a sus contenidos y métodos, tiene también sus especiales características bien definidas:

 

- Requiere en primer lugar un anuncio de la Palabra de Dios, especialmente en aquellos puntos que ayudan a creer en Dios y en Jesucristo.

 

- Deber ser personalizada, incorporando intensas experiencias religiosas, personales y comunitarias.

 

- Invita a hacer una revisión de muchas de nuestras actividades pastorales ordinarias que, a pesar de los muchos esfuerzos hechos, no consiguen suscitar el vigor religioso y cristiano en las nuevas generaciones.

 

- Requiere también una renovación espiritual, eclesial y apostólica en los agentes de la pastoral, especialmente en los sacerdotes.

 

          7. Pide a todos una fuerte vivencia espiritual y testimonial, sin dudas ni ambiguedades, con una actuación decidida y animada por el Espíritu de Dios y la misión eclesial, vivida en comunión clara y efectiva, y centrada en lo principal.

 

          8. Supone una conciencia viva de que la fe es un don de Dios que nosotros no podemos promover sino colaborando humildemente con la acción sobrenatural del Espíritu Santo en los corazones de loa hombres. Evangelizar es antes que nada orar. Y requiere también un sentido muy agudo de nuestra propia pobreza a la hora de ser instrumentos de Dios en el anuncio y la edificación de su Reino.

 

          9.  La evangelización en una cultura postcristiana y neopagana tiene que tener permanentemente una dimensión apologética, no polémica ni al viejo estilo, para actuar procurando:

 

- Deshacer malentendidos, aclarar nociones deformadas, superar la barrera de suficiencia y menosprecio ante cualquier llamada religiosa.

 

- Llegar a zonas de interés real de las personas ante cuestiones preliminares como la libertad, la responsabilidad, la pervivencia, la autenticidad y el sentido último de la propia vida, etc...

 

- Utilizar un vocabulario y unas nociones que sirvan a la vez para expresar genuinamente la doctrina de la Iglesia y resulten significativos para nuestros interlocutores, con actitudes de diálogo y de servicio.

 

          10. El anuncio del mensaje debe estar fortalecido por el testimonio de la vida renovada y salvada en la paz y la fraternidad, tanto dentro como fuera de la Iglesia, por un servicio de caridad y ayuda a los necesitados que sea verdaderamente llamativo e iluminador. Son los signos que han de acompañar el anuncio de la Palabra.

 

14. La renovación de nuestras parroquias

 

          El objetivo pastoral diocesano del curso 2000-2001 se propone fomentar la revitalización de la función evangelizadora de nuestras parroquias. Esto será posible si se produce al mismo tiempo una profunda renovación de quienes las integran, pastores y fieles, en el sentido apuntado al tratar de la necesidad de "un mayor compromiso personal especialmente en los presbíteros" para hacer eficaces los objetivos pastorales diocesanos (n. 2), y como señalan varias de las "líneas de acción pastoral" que se han propuesto para el trienio. La renovación de las parroquias comprende también, pero en segundo lugar, la "adaptación de las estructuras pastorales" (línea 10).

           Porque creo que conserva todavía su actualidad, me permito recoger algunas de las cosas que escribí en 1994 de cara al objetivo pastoral dedicado a "la comunidad parroquial al servicio de la evangelización".

           En efecto, "de nada sirve cambiar las estructuras externas o la organización parroquial si los miembros de la parroquia no viven en una permanente búsqueda de perfección y de fidelidad a su condición de hijos de Dios y de la Iglesia.

           Estamos, pues, ante la raíz y el fundamento de toda renovación eclesial. Renovación, desde el punto de vista evangélico, es lo mismo que conversión... No en vano la Iglesia nos invita continuamente a una escucha más atenta de la Palabra divina y a una oración más constante, para adaptar nuestra mentalidad y nuestros caminos a la voluntad del Señor. El año litúrgico, con sus tiempos de esperanza y de alegría, de penitencia y de gozo, va introduciendo a lo largo de nuestra existencia unas actitudes de búsqueda del rostro de Dios... El sacramento de la Reconciliación se centra hoy no sólo en la dimensión personal, insustituible siempre, sino también en la dimensión eclesial del perdón de Dios y aún del retorno a la Iglesia, a la que se daña también con el pecado. La Eucaristía, centro, fuente y culmen de la Iglesia local, reclama coherencia de vida... en la existencia cotidiana" (n. 3.2.).

           "El modo mismo de ayudar a los demás y de poner en práctica el amor fraterno... puede ser hoy diferente a como lo ha sido en otros tiempos. La caridad cristiana exige aunar esfuerzos en orden a la promoción social y cultural de los pueblos, estimular iniciativas de desarrollo, apoyar a los jóvenes y a la mujer en la búsqueda de su lugar en la sociedad, infundir esperanza en nuestro mundo campesino y rural, sensibilizando a personas dispuestas a colaborar con su competencia, con su tiempo o con su aportación económica. También por aquí pasa la renovación de nuestras parroquias..." (ib.).

 

15. La comunión y la corresponsabilidad en la parroquia

 

          El objetivo pastoral diocesano del próximo curso ha de procurar el crecimiento de toda la comunidad diocesana en comunión y en corresponsabilidad, cada uno según el carisma y el ministerio que desempeña, pero convencido de que el sujeto último que debe llevar a cabo la obra de la nueva evangelización es el Cristo total, cabeza y miembros. Nadie tiene derecho a "ir por libre", porque se resentiría el espíritu eclesial.

           Como se trata de revitalizar la acción evangelizadora de la parroquia, me fijo fundamentalmente en ella para urgir esta comunión y corresponsabilidad. La parroquia es una "comunidad de fieles" (cf. CDC, c. 515), en la perspectiva de la eclesiología de comunión propuesta por el Concilio Vaticano II. De aquí se deriva la corresponsabilidad dentro del pueblo de Dios y la necesidad de que todos los fieles contribuyan al bien común y a la acción evangelizadora y pastoral de la parroquia, poniendo al servicio de ésta sus carismas y sus aptitudes, su tiempo e incluso los bienes materiales. A los presbíteros les corresponde fomentar y educar en esta participación para que florezca el sentido de la comunión en todos los campos de la evangelización, tratando de no privilegiar ninguna experiencia sobre otra, sino favoreciendo aquello que conduzca realmente a poner en práctica la misión de la Iglesia.

           Por el mismo motivo la parroquia debe acoger las iniciativas de los movimientos apostólicos o de los grupos de espiritualidad, que puedan aportar también sus propias experiencias y métodos de trabajo. Lo importante es que se integren en la vida de la comunidad parroquial sin perder su identidad específica, pero subordinándola al bien común.

           Aun en las parroquias más pequeñas es indispensable hoy la incorporación de los fieles laicos en la actividad pastoral. Son muchas las tareas de tipo catequético, litúrgico, caritativo, social, formativo, cultural, etc. que pueden llevarse a cabo con participación de los laicos, además de la Junta o consejo económico, que es necesario y muy ventajoso crear, pastoralmente hablando (cf. CDC c. 537), y del Consejo parroquial que conviene tener también.

 

16. A modo de conclusión

 

          Cuando aún estamos celebrando el Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento del Señor, que debe presidir aún todo el año 2000, hemos esbozado unas "líneas de acción pastoral" para el trienio 2000-2003 y hemos señalado un objetivo diocesano para el curso próximo, el primero de dicho trienio.

           Lo verdaderamente importante no son los planes pastorales sino quienes han de llevarlos a la práctica y el espíritu con que cada uno se entrega a la tarea encomendada. En este sentido vuelvo a insistir una vez más en la importancia de dos actitudes fundamentales: la primera es la conversión personal a Dios y a lo que nos pide en la hora presente; la segunda es la comunión eclesial a la que me acabo de referir en el número anterior.

           Pero así como evangelizar es siempre un acto eclesial (cf. EN 60), y no una iniciativa personal de un individuo, la evangelización requiere también estar abiertos y unidos a la Iglesia universal. En este sentido la comunión exige también la disponibilidad para la "misión ad gentes", aludida en la segunda y en la séptima línea de acción pastoral. Nuestra conciencia eclesial no es verdadera si no tenenos en cuenta esta otra dimensión esencial de nuestra fe y de nuestra pertenencia a la Iglesia de Jesucristo.

           Termino con unas palabras del Santo Padre Juan Pablo II: "El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros (EN 41); cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías. El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de la misión: Cristo, de cuya misión somos continuadores, es el «Testigo» por excelencia (Ap 1,5; 3,14) y el modelo del testimonio cristiano. El Espíritu Santo acompaña el camino de la Iglesia y la asocia al testimonio que él da de Cristo (cf. Jn 15,26-27)" (RM 42).

 

          Que la Santísima Virgen María, "Estrella de la evangelización" [16]y señal de esperanza segura para toda la comunidad cristiana (cf. LG 68), nos aliente y sostenga en esta nueva etapa de nuestra actividad pastoral diocesana.

 

                                 Ciudad Rodrigo, 15 de agosto de 2000

                                   Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen

                                      + Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo

 

 

 


[1]. El Sínodo de los Obispos de 1.971 manifestó el deseo de que los ingresos de los sacerdotes estén separados de los actos ministeriales, sobre todo sacramentales: cf. Declaración Ultimis temporibus, II, 4: AAS 63 (1.971), 921.

[2]CD 28; PO 17; 20; PDV 30; CDC, c. 282, 2.

[3]. En este sentido remito a la Carta de Juan Pablo II a los sacerdotes el Jueves Santo de este año, y a la que yo escribí sobre "El ministro de la Eucaristía" dirigida a los presbíteros. en la Cuaresma.

[4]. No se olvide que los arciprestes son delegados del Obispo para la atención a los sacerdotes de su demarcación y están inmeditamente encargados de los encuentros sacerdotales y de promover acciones pastorales en su zona.

[5]. Juan Pablo II, Encíclica "Redemptoris Missio", de 7-XII-1990 (= RM), n. 33.

[6]. Por ejemplo 1.991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense"; y 1.993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses".

[7]. Especialmente la de 1994-95: "La comunidad parroquial al servicio de la evangelización".

[8]. Pablo VI, Exhortación Apostólica "Evangelii nuntiandi", de 8-XII-1975 (= EN).

[9]Conferencia E. Española, "Impulsar una nueva evangelización", Plan de acción pastoral de la CEE para el trienio 1990-1993, EDICE, Madrid 1990.

[10]Conferencia E. Española, "Para que el mundo crea (Jn 17,21)", EDICE, Madrid 1994.

[11]. Comité para el Jubileo del año 2000, "Jesucristo, la Buena Noticia". Congreso de Pastoral Evangelizadora, EDICE 1997.

[12]. Conferencia E. Española, "Proclamar el año de gracia del Señor". Plan de acción pastoral para el cuatrienio 1997-2000, EDICE 1997, n. 45.

[13]. Los enumero siguiendo el documento citado en la nota anterior, nn. 54 y ss.

[14]. Ib., n. 61. Véase también: Conferencia E. Española, "Dios es amor", Instrucción pastoral en los umbrales del Tercer Milenio, EDICE, Madrid 1998.

[15]. Cf. "Para que el mundo crea" (Jn 17, 21), cit., pp. 17-25.

[16]. Juan Pablo II, Discurso inaugural de la Conferencia de Puebla, de 28-I-1979, n. 94.

 

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