Lunes, 11 Abril 2022 09:08

LA COMUNIDAD PARROQUIAL AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION HOY Exhortación pastoral ante el curso apostólico 1994-1995

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LA COMUNIDAD PARROQUIAL AL SERVICIO DE LA EVANGELIZACION HOYExhortación pastoral ante el curso apostólico 1994-1995


Los documentos y los libros que se citan constituyen el material que puede consultarse como complemento de esta Exhortación. Las siglas de los documentos del Concilio Vaticano II son las más conocidas: CD, Christus Dominus; LG, Lumen Gentium; SC, Sacrosanctum Concilium; etc. En el texto se indican también otras siglas.

 Queridos hermanos presbíteros, religiosas y fieles laicos de Ciudad Rodrigo:  

 La práctica iniciada por Mons. Antonio Ceballos, mi antecesor tan amado por vosotros como admirado por mí, de ofrecer al comienzo del curso apostólico unas reflexiones doctrinales sobre el objetivo pastoral diocesano, me da la oportunidad de dirigirme por primera vez a toda la comunidad diocesana usando este medio. No quiero ocultaros la alegría que supone para mí redactar esta exhortación a modo de carta pastoral. Permitidme deciros como san Pablo: "Mi carta sois vosotros mismos, escrita en mi corazón, conocida y leida por todos los hombres, pues es notorio que sois carta de Cristo... escrita no con tinta sino con el Espíritu de Dios vivo" (2 Cor 3,2-3).

Circunstancias de esta Exhortación Uno de mis deseos al ser nombrado obispo vuestro ha sido que el comienzo del curso apostólico no sufriera apenas retraso. El relevo episcopal en la querida Diócesis Civitatense no debía ralentizar y menos aún paralizar la actividad pastoral de alcance diocesano. Al mantenimiento del pulso vigoroso de la Iglesia de Ciudad Rodrigo en los últimos meses ha contribuido la sabia dirección del Ilmo. Sr. D. Nicolás Martín Matías, Administrador diocesano, con sus colaboradores y la asistencia del Colegio de Consultores. Todos ellos merecen nuestro reconocimiento y gratitud, el vuestro y el mío. La espera del nuevo obispo ha sido breve, por otra parte, de manera que nuestra Iglesia recobra el ritmo habitual, pasado el verano. En este sentido el curso apostólico 1994-1995 en torno a un nuevo objetivo pastoral, se inicia bajo el signo de la continuidad y de la normalidad.

El ministerio episcopal y la necesaria cooperación de todos Pero no se debe olvidar que la llegada de un nuevo pastor ha significado para la Diócesis Civitatense un momento de gracia y una señal de la renovada presencia del Señor en su Iglesia a través del ministerio episcopal. Mons. Ceballos, al despedirse, os pidió "una actitud de espera evangélica y de confianza eclesial" (Boletín Oficial del Obispado (= BOO), febrero 1994, p. 112), y D. Nicolás, al comunicar oficialmente a la diócesis la noticia de mi nombramiento, os invitaba a prestar al nuevo obispo una "acogida agradecida, porque el ministerio episcopal... es un don de Dios y de la Iglesia puesto a nuestro servicio...; filial, porque la misión del obispo es representar a Cristo, cabeza y pastor, que guía y acompaña continuamente a su Iglesia; esperanzadora, porque descubrimos la acción del Espíritu, que alentó a los primeros apóstoles y sigue siendo el alma de la actual comunidad de los discípulos de Jesús..." (15 de julio de 1994). Con estas actitudes que brotan de la fe, la celebración de mi ordenación en la tarde del domingo 25 de septiembre ha representado, para vosotros y para mí, no sólo una vivencia riquísima del misterio de la Iglesia y de la sucesión apostólica sino también el comienzo de una relación entre todos vosotros y yo, definida por la gracia del sacramento del episcopado y significada en el anillo que el Obispo ordenante puso en mi dedo como "signo de fidelidad a la Iglesia, Esposa Santa de Dios".  Esta alianza nos compromete mutuamente en la tarea siempre hermosa del Reino de Dios. Desde este primer escrito episcopal os pido y os agradezco la colaboración que estoy seguro que me vais a prestar, cada uno desde su propio carisma personal, función eclesial o ministerio, "para la edificación de la Iglesia" (cf. Ef 3,7-12).

Los objetivos de los últimos cursos La diócesis de Ciudad Rodrigo posee en los objetivos diocesanos anuales un cauce muy eficaz de programación y de realización de su acción pastoral. Al referirme a los que se han elegido y llevado adelante en los últimos años pretendo subrayar la continuidad y destacar la importancia de este cauce. Tengo delante la valiosa ponencia sobre la Dinámica pastoral de la diócesis, elaborada por el Ilmo. Sr. D. Andrés Bajo, Vicario de Pastoral, en la sesión del Consejo Presbiteral de 18 de diciembre de 1993. En ella se hace una amplia y detallada "memoria, análisis y evaluación del proyecto pastoral en el que está embarcada la diócesis" y que yo con todo cariño asumo en este momento. Doy por supuesto que esta ponencia es conocida, especialmente por los presbíteros y las personas más directamente implicadas en la pastoral diocesana. Un extracto ha sido oportunamente publicado en el BOO de febrero de 1994, pp. 90-96. Durante el curso 1988-89 se marcaron unos objetivos orientados a la renovación espiritual del presbiterio diocesano, intentando generar un proceso de conversión permanente en cada uno de los presbíteros y para hacer más eficaz cualquier planificación pastoral. Pero fue en el curso 1989-90 cuando se inicia la actual dinámica de señalar un objetivo pastoral diocesano para cada año, precedido de una convivencia de dos días en cada arciprestazgo y presentado por una exhortación pastoral del obispo, con diversas acciones de tipo formativo y operativo. Desde ese momento los objetivos han sido formulados como sigue: -1989-90: "Centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia diocesana". Al objetivo se une el tema del "arciprestazgo como hogar, escuela y taller".  -1990-91: "Conocer el misterio de la Iglesia particular para impulsar una nueva evangelización". En este curso se realizó un estudio analítico en 85 parroquias. -1991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense". -1992-93: "Conocer, asumir e impulsar la vocación y misión de los laicos para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense". -1993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses". Además de las acciones directamente relacionadas con el objetivo pastoral diocesano, desde 1989 se vienen realizando otras de gran importancia también para crear conciencia eclesial, consolidar entre los presbíteros el sentido de la corresponsabilidad e impulsar la participación de los laicos y de los jóvenes en la vida de la Iglesia.  Estamos, pues, ante un camino recorrido hacia unas metas que comprenden un espíritu apostólico y un estilo pastoral, y que contribuyen a configurar la sensibilidad misionera e integradora de los distintos aspectos de la presencia y de la acción de la Iglesia en nuestro pueblo. Un componente muy significativo del trabajo pastoral de estos años ha sido, así me parece percibirlo, la espiritualidad de cada uno de los sectores eclesiales comprometidos en la misión de la Iglesia: presbíteros, religiosas, catequistas, laicos, jóvenes. No puede ser de otra manera si queremos que nuestro ministerio o tarea eclesial sea eficaz: "Ni el que planta ni el que riega cuentan, sino Dios que da el crecimiento" (1 Cor 3,8).

Ante el curso 1994-95: un nuevo objetivo En mi primer encuentro con el Sr. Administrador diocesano, a los pocos días de hacerse público mi nombramiento, ya tuve conocimiento del objetivo elegido por el Colegio de Consultores en torno a la parroquia al servicio de la evangelización. En la comunicación de Final del Curso pastoral 1993-1994, D. Nicolás hacía una primera aproximación al objetivo de esta manera: "Se pretende que una realidad existente en nuestras estructuras eclesiales, como es la parroquia, adquiera en todas sus actividades una dimensión decididamente evangelizadora, tratando de buscar medios que despierten y afiancen la acogida del Evangelio y la fe comprometida en los miembros de las comunidades parroquiales. Sin dejar la serie de tareas propias del servicio parroquial, se ha de recalcar el talante evangelizador que corresponde primordialmente a la Iglesia, anunciando, de manera explícita y directa, a Jesucristo como camino, verdad y vida para los hombres de nuestro tiempo" (BOO de julio 1994, p. 440). Recuerdo también que en la entrevista con el Colegio de Consultores y una representación de la diócesis, el día 21 del pasado julio, uno de los presentes se refirió a la parroquia "que lo aglutina todo", como una característica de nuestra Iglesia Civitatense. También se habló del arciprestazgo y de su importancia para el trabajo pastoral.  En otra reunión de información y de trabajo con D. Nicolás y con D. Andrés me fui enterando del planteamiento del objetivo diocesano, de las convivencias previas y de lo que podría ser mi contribución al objetivo, una vez ordenado obispo de Ciudad Rodrigo. Además de recibirlo como un magnífico regalo de la etapa de la Administración diocesana entre el episcopado de Mons. Ceballos y el comienzo de mi ministerio entre vosotros, me complace hacerlo también mío en el clima de continuidad y de normalidad al que me refería al principio de esta Exhortación. En este sentido mi primera contribución al objetivo son las reflexiones que vienen a continuación.  Como todavía es muy pronto para mí el basarme en un conocimiento preciso y completo de la realidad diocesana, me vais a permitir hablar de la parroquia y de la comunidad parroquial en términos más bien generales. Después, con ayuda de vuestra experiencia, contrastad y completad lo que aquí se dice. Quiero, en primer término, tratar de la importancia de la parroquia hoy, y después de la relación entre la parroquia y la Iglesia diocesana, para referirme, finalmente, a algunas cuestiones más prácticas, pero siempre en general, de cara al objetivo de este nuevo curso.

 I. LA PARROQUIA, UNA INSTITUCION CON PLENA VIGENCIA

 Se habla y se escribe mucho últimamente acerca de la parroquia, sobre todo después del Congreso sobre Parroquia evangelizadora celebrado en Madrid del 11 al 13 de noviembre de 1988. El volumen de las actas de dicho congreso, editado por la Conferencia Episcopal Española (Congreso Parroquia evangelizadora, EDICE 1989), es un volumen de lectura obligada. Yo lo voy a tener muy en cuenta. Pero comencemos por recordar algunas ideas fundamentales.

 1.1. Qué es la parroquia. Una mirada a la historia La palabra "parroquia" (gr. paroikía) empieza a designar la comunidad cristiana de un determinado lugar, a partir del siglo II. En este tiempo parroquia y diócesis coincidían, es decir, eran una misma realidad eclesial presidida por un obispo y un colegio de presbíteros, a los que ayudaban los diáconos, sin distribuciones territoriales. Más tarde, con la expansión geográfica y sociológica de la Iglesia, se empezó a encomendar a un presbítero una parte de la Iglesia local para atender mejor a los fieles, pero sin ánimo todavía de fraccionar la comunidad única y haciendo del presbítero un representante de la unidad y de la corresponsabilidad de todo el presbiterio con el obispo.  Esta situación duró dos o tres siglos. La institucionalización de las circunscripciones eclesiásticas siguiendo el modelo de la organización del Imperio Romano y Bizantino y, ya en la Edad Media, la aparición del sistema beneficial, contribuyeron decisivamente a configurar el tipo de parroquia que ha llegado hasta nuestros días. Las parroquias son porciones en las que está dividida una diócesis. El Código de Derecho Canónico (= CDC) define así la parroquia: "es una determinada comunidad de fieles constituida de modo estable en la Iglesia particular, cuya cura pastoral, bajo la autoridad del obispo diocesano, se encomienda a un párroco, como su pastor propio" (c. 515, &1). Nótese que esta definición contiene elementos muy interesantes de carácter teológico además de jurídico.

 1.2. Validez actual de la parroquia Los expertos en el tema de la parroquia coinciden aseguran que se trata de una institución eclesial insustituible pero, a la vez, insuficiente. Es también la primera conclusión de la I ponencia del Congreso Parroquia evangelizadora: "Insustituible porque es a través de ella como la inmensa mayoría de la gente entra en contacto con la Iglesia. para muchos, la dimensión ordinaria de la Iglesia es la parroquia. Pero resulta insuficiente porque no es capaz por sí sola de realizar toda la misión evangelizadora. Debe vivir en comunión con la Iglesia particular y articularse adecuadamente en el arciprestazgo y la zona pastoral, a la vez que puede revitalizarse y potenciarse con los movimientos apostólicos y las pequeñas comunidades" (Congreso, cit., p. 299). De hecho muchos de los movimientos de renovación pastoral de alcance eclesial que se produjeron en las décadas anteriores y posteriores al Concilio Vaticano II tuvieron como denominador común la parroquia. Primero fue el movimiento litúrgico, centrado en la asamblea eucarística dominical. Después ha sido la pastoral misionera con el intento de llegar a los alejados y a las capas más deprimidas de la sociedad. Aunque hubo tensiones y hasta una cierta unilateralidad en algunos planteamientos, especialmente durante el debate en torno a la evangelización y los sacramentos, hoy todos los aspectos de la única misión de la Iglesia se encuentran afectados y aglutinados por la necesidad de la evangelización o, como se viene diciendo desde hace algún tiempo, la nueva evangelización. En todo caso la parroquia hoy, sin perder vigencia desde el punto de vista institucional, está recuperando y afianzando dimensiones que ya estaban presentes en la historia de la configuración de las comunidades cristianas locales. Me refiero en particular a la evangelización, primera urgencia de la misión de la Iglesia. La exclamación paulina "¿Ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Cor 9,16) se puede aplicar a toda la comunidad parroquial. Por eso la existencia misma del objetivo pastoral elegido para este curso: Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra, para la celebración de la fe y para el servicio fraterno, que alude a los tres aspectos básicos de la misión de la Iglesia, están articulados entre sí por la dimensión evangelizadora. 

 II. LA PARROQUIA EN LA IGLESIA PARTICULAR

 Pero la parroquia, con ser plenamente válida hoy, se revela también insuficiente para realizar, por sí sola, toda la misión evangelizadora. De ahí que deba vivir en comunión profunda con la Iglesia particular, o lo que es lo mismo, con la totalidad de las parroquias y comunidades confiadas al ministerio del obispo y del presbiterio diocesano. Nótese, como señala la definición de parroquia ofrecida por el Código de Derecho Canónico, que la parroquia ha sido constituida de modo estable en la Iglesia particular. Esto quiere decir que, para comprender mejor la parroquia y trabajar más eficazmente en favor de la edificación de la comunidad parroquial, es indispensable conocer y vivir la vinculación de la parroquia con la Iglesia particular o diócesis. El tema de la Iglesia particular no es nuevo para vosotros. Con ocasión del objetivo del curso 1990-91: Conocer el misterio de la Iglesia particular para impulsar una nueva evangelización, Mons. Ceballos os dirigía una de sus hermosas e interesantes exhortaciones, en la que se refería al misterio y a la misión de la Iglesia particular y os invitaba a creer, a amar y a adheriros a ella. Os invito a leerla y a meditarla de nuevo, porque ofrece unos presupuestos fundamentales (véase BOO de octubre de 1990, pp. 595-613). Yo quiero referirme tan sólo a la parroquia en su relación con la Iglesia particular.

 2.1. Fundamento eclesiológico y sacramental de la parroquia Como es sabido, durante mucho tiempo ha prevalecido, por razones históricas, una noción preferentemente jurídica de la parroquia. En la actualidad, el concepto de parroquia del Código de Derecho Canónico, tomado del Concilio Vaticano II (cf. CD 30-32), supone una base teológica y una perspectiva pastoral muy rica, en lugar del carácter beneficial de la legislación anterior. Este aspecto estaba llamado a desaparecer (cf. PO 20).  La parroquia se define más como una "comunidad de fieles" que como un territorio, y el párroco aparece ante todo como un "pastor propio", cuya misión consiste en la "cura pastoral" de esa comunidad "bajo la autoridad del obispo diocesano", es decir, en depedencia y como cooperador principal del ministerio de éste (cf. CDC, c. 519). Pero esa "comunidad de fieles" está constituida en una Iglesia particular, es decir, pertenece junto con las demás parroquias a una comunidad diocesana. Nos interesa fijarnos en estos dos aspectos de carácter eclesiológico, la relación de la parroquia con la Iglesia particular y la relación del párroco con el ministerio del obispo.

 2.1.1. La parroquia es Iglesia El marco teológico imprescindible para comprender la parroquia es la eclesiología de comunión del Concilio Vaticano II. De acuerdo con ese marco, la parroquia, confiada a un presbítero que hace las veces del obispo, hace presente de alguna manera la Iglesia de Cristo establecida por todo el orbe (cf. SC 42; LG 28). Tanto la parroquia territorial, en base a un territorio o lugar, como la parroquia personal, formada atendiendo a la homogeneidad sociológica de quienes la integran (cf. CDC, c. 518), es una verdadera asamblea del Señor, signo visible de la Iglesia universal (cf. LG 26; SC 42; AA 10), en un pueblo, barrio o sector de población. En calidad de tal la parroquia evangeliza, engendra en la fe, convoca para la oración, nutre en la vida cristiana y apoya la participación de los laicos en las estructuras temporales.  El carácter "local" o localizado de una parroquia, incluso la de tipo personal, facilita la pertenencia a la Iglesia, al identificar la realidad misteriosa que la constituye, es decir, "la caridad y la unidad del cuerpo místico de Cristo sin la cual no puede haber salvación" (LG 26, cf. 1; 8; etc.), con la imagen, el lugar e incluso el nombre de la parroquia. La parroquia es una verdadera Iglesia con rostro, perfil e identidad humana, además de evangélica y cristiana. No en vano se llama iglesia al edificio destinado a la asamblea de los fieles, especialmente para las celebraciones litúrgicas. Es a través de la parroquia como la inmensa mayoría de la gente entra en contacto con la Iglesia, como se ha dicho antes. En la parroquia están presentes elementos esenciales de la Iglesia de Cristo: la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la comunión del Espíritu Santo, el ministerio ordenado, la oración, etc. La parroquia es verdaderamente Iglesia, o sea comunidad de fe, de celebración, de caridad y de presencia misionera en la sociedad y en el mundo. El Concilio Vaticano II llama una vez Iglesia local a la porción del pueblo de Dios guiada por un presbítero, es decir, a la parroquia (cf. PO 6), usando más frecuentemente expresiones como comunidad local de fieles (cf. LG 28), comunidad de fieles (cf. PO 5; AG 15), comunidad local (cf. LG 28; AA 30) o comunidad cristiana (cf. PO 6). De hecho toda comunidad local de los fieles, y no sólo la parroquia, hace presente a la Iglesia visible (cf. SC 42; LG 28) y se puede llamar Iglesia de Dios (cf. LG 28). La especificidad de la Iglesia local viene dada, en el Concilio Vaticano II, por el lugar. Otra cosa ocurre cuando habla de la Iglesia particular, que identifica con la diócesis y con otras circunscripciones que se definen no sólo por el territorio sino también por otros factores como el rito, la tradición litúrgica y el gobierno. "Unificada por virtud y a imagen de la Trinidad" (Misal Romano, prefacio VIII de los domingos del T.O.), la asamblea o congregación de los fieles, cuando se reune para celebrar la Eucaristía, constituye la "principal manifestación de la Iglesia" (cf. SC 41-42; 106). La Eucaristía es, en efecto, "fuente y culmen" de toda la vida de la Iglesia, por la que se significa y se realiza la unidad del pueblo de Dios y se lleva a término la edificación del cuerpo de Cristo (cf. SC 10; LG 11; PO 5; 6). Y esto no se produce solamente en la liturgia presidida por el obispo, sino también en las "parroquias distribuidas localmente bajo un pastor que hace las veces del obispo, ya que de alguna manera representan a la Iglesia visible establecida por todo el orbe" (SC 42).   De ahí la necesidad de fomentar la vida litúrgica parroquial, como señalaba el Concilio Vaticano II: "Hay que trabajar para que florezca el sentido comunitario parroquial sobre todo en la celebración común de la Misa dominical" (SC 42). Lo recordaba también el Papa Juan Pablo II en la parroquia de Orcasitas, en Madrid, en 1982: "Sois parroquia porque estáis unidos a Cristo gracias al memorial de su único sacrificio... Este sacrificio eucarístico traza el constante ritmo de la vida de la Iglesia, también de vuestra parroquia... Deseo recordaros la necesidad de que participéis en la santa Misa los domingos y días festivos" (Mensaje de Juan Pablo II a España, Madrid 1983, p. 109).

 2.1.2. La parroquia es "célula de la diócesis" Ahora bien, aunque la parroquia es Iglesia, no es todavía la Iglesia en plenitud. El Concilio Vaticano II llama a la parroquia "célula de la diócesis" o de la Iglesia particular, lo cual quiere decir que no es la forma completa de la Iglesia ni la estructura esencial, sino una estructura derivada, dependiente de factores históricos y sociológicos. La parroquia tiene muchos elementos que la definen como Iglesia, pero no los tiene todos. Sí los tiene, en cambio, la Iglesia particular "confiada a un obispo para que la apaciente con la cooperación del presbiterio" (CD 11; cf. CDC, c. 369). Es precisamente el ministerio del obispo, al que está unido el ministerio de los presbíteros, el que determina, dando vida y crecimiento, a una Iglesia particular. El obispo es principio visible y fundamento de la unidad de la Iglesia particular (cf. LG 23) y de él depende el ejercicio de los restantes ministerios y funciones eclesiales. Por otra parte el obispo es también el vínculo de la comunión jerárquica de la Iglesia particular con la Iglesia universal, es decir, el garante de la fe apostólica de su Iglesia y el que la representa en el seno de la comunión con las otras Iglesias y con el Sucesor de Pedro (cf. LG 22). Por eso la Eucaristía, que edifica la Iglesia, sólo puede ser presidida legítimamente por el obispo o por un presbítero en comunión con él. De ahí la importancia de la mención del nombre del Papa y del obispo en la plegaria eucarística.  El ministerio del obispo y de los presbíteros en la Iglesia particular integra en la comunión eclesial las comunidades locales de los fieles y, al mismo tiempo, las abre a todas las dimensiones de la misión de la Iglesia. 

 2.1.3. El ministerio del párroco en relación con el obispo Todo esto no resta valor a la parroquia sino que la sitúa en su justo lugar en el conjunto de la comunión con toda la Iglesia y en la referencia a la tradición y a la vinculación de las Iglesias particulares dentro de la sucesión apostólica. Por tanto puede decirse que la Iglesia particular o diócesis vive y se desarrolla en las parroquias y éstas, a su vez, dan vida y crecimiento a aquella. Es esta inserción fecunda de la parroquia en la diócesis donde se revela también en toda su riqueza el ministerio del párroco. A los párrocos se les aplica preferentemente lo que dice el Vaticano II de los presbíteros en general: "En cada una de las congregaciones locales de los fieles representan al obispo, con el que están confiada y animosamente unidos, y toman sobre sí una parte de la carga y de la solicitud pastoral y la ejercen en el diario trabajo. Ellos, bajo la autoridad del obispo, santifican y rigen la porción del Señor a ellos encomendada, hacen visible en cada lugar a la Iglesia universal y prestan ayuda eficaz a la edificiación de todo el cuerpo de Cristo (cf. Ef 4,12)" (LG 28; cf. SC 42). El párroco, por tanto, no es un ejecutivo o un representante territorial de una empresa de amplia implantación, en este caso la diócesis. Tampoco es un mero delegado del obispo al que se le confía una función subsidiaria. La relación del párroco con el obispo, aunque tiene una dimensión jurídica y un puesto en el ordenamiento canónico de la Iglesia -de nuevo encontramos la huella de la configuración histórica del servicio al pueblo de Dios-, se basa en la naturaleza sacramental de los vínculos que unen a todo presbítero con el obispo diocesano. El párroco, como "pastor propio" de la comunidad que le ha sido confiada, ejerce su misión en cuanto participante con el obispo diocesano y bajo su autoridad del ministerio de Cristo. Esta participación la recibe el presbítero en el sacramento del Orden, que le confiere también las funciones de enseñar, santificar y regir (cf. LG 28; CD 30; PO 4-6). Como ocurría ya en los primeros siglos de la Iglesia, la relación del párroco con el obispo y con los demás presbíteros es una relación de corresponsabilidad colegial y de comunión ministerial que debe ponerse de manifiesto a todos los niveles. Aquí radica la colaboración de los presbíteros en las tareas de ámbito arciprestal o de zona y de ámbito diocesano. El Papa Juan Pablo II ha señalado las profundas implicaciones espirituales que lleva consigo la pertenencia y la dedicación de los presbíteros a la Iglesia particular (cf. Exhort. postsinodal Pastores dabo vobis, de 25-III-1992, nn. 31-32; véase también el Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, nn. 25-26). 

 2.2. Características de la parroquia Después de esta exposición de los fundamentos eclesiológico y sacramental de la parroquia y del ministerio del párroco, se puede entrar en el análisis de algunas notas de esta "célula viva de la Iglesia particular". Las características que deseo destacar tienen una incidencia especial en la misión evangelizadora de la Iglesia particular y, por consiguiente, de la parroquia. Me refiero a la globalidad de la misión, a la territorialidad y a la maternidad de la Iglesia. De estas características trató ampliamente la II Ponencia del Congreso Parroquia evangelizadora (cf. volumen Congreso, cit., pp. 110 ss.).

 2.2.1. Globalidad de la misión de la parroquia La globalidad viene a ser la capacidad amplia y la facilidad de la parroquia para acoger a todos los creyentes que desean vivir su pertenencia a la Iglesia. Frente a otras formas de vida eclesial, comunidades o grupos más o menos homogéneos y necesariamente selectivos -aunque no excluyentes- en razón de un carisma o de una espiritualidad o de una actividad específica, la parroquia no requiere otro presupuesto que la profesión de la y el bautismo. El hecho mismo de la residencia dentro de un territorio parroquial, unido al mencionado presupuesto, garantiza ya a los fieles cristiano el acceso a todos los bienes de la Iglesia y, por consiguiente, a todos los servicios que ésta puede ofrecerles.  La parroquia, en este sentido, está abierta a todas las personas, sea cual sea su situación religiosa o espiritual, sea cual sea la asociación, adscripción o pequeña comunidad en la que quieran desarrollar su fe y su vocación cristiana. Esto le permite a la parroquia acoger a todos los demás grupos eclesiales que surjan por necesidades de los fieles o por conveniencia pastoral, sean del tipo que sean. En la parroquia se ponen al alcance de todos los fieles sin excepción los mismos elementos que la constituyen como Iglesia de Cristo en el seno de la Iglesia particular o diócesis, a saber, la Palabra de Dios, la Eucaristía y los sacramentos, la comunión del Espíritu Santo, el ministerio ordenado, la oración, etc.

 2.2.2. Territorialidad La territorialidad de la parroquia conserva todavía hoy una gran importancia, aun con la flexibilidad que requiere nuestra ápoca, caracterizada por una gran movilidad. Esta cualidad de la parroquia debe estimarse de manera particular atendiendo a la necesidad de que el anuncio del Evangelio y la respuesta de la fe, deben tomar cuerpo y encarnarse en unos hombres concretos y en una cultura determinada, o manera de vivir las relaciones con Dios, con los demás y con el mundo. En este sentido la parroquia, constituida por los creyentes y bautizados, es capaz también de mostrar el rostro encarnado de la Iglesia de Cristo en cada lugar, porque su vocación es hacerse presente en todos los pueblos para predicar el Evangelio y hacer discípulos a todas las gentes (cf. Mt 28,19; Mc 16,15-16). Ahora bien, territorialidad no quiere decir limitación. Además de la gran movilidad de hoy, existen grupos de personas que no se integran fácilmente en un lugar, como por ejemplo los gitanos y los emigrantes en general. Las dificultades de idiosincrasia, de lengua o de adaptación a las costumbres se pueden acrecentar si la parroquia no es lo suficientemente abierta y acogedora para estas personas, precisamente porque los que acuden a ella lo hacen no pocas veces esperando que la caridad cristiana les ayude a superar sus problemas. Las exigencias de la evangelización piden hoy a las parroquias y los que trabajan en ellas una sensibilidad especial ante estos hechos y la búsqueda de fórmulas y de soluciones para que la parroquia sea centro y plataforma del anuncio de Jesucristo y de la presencia de la Iglesia en la sociedad.

 2.2.3. Maternidad de la parroquia Se trata de una función esencial de la Iglesia, confiada a la comunidad parroquial. En efecto, la Iglesia "engendra" nuevos hijos de Dios y los nutre con la Palabra divina y con los sacramentos de la fe. Esta función se realiza en todo el conjunto de la Iniciación cristiana, es decir, en el proceso que sigue hasta su plena integración en la comunidad cristiana el que es admitido en la Iglesia. Este proceso, en analogía con las primeras etapas de la vida humana, pone los fundamentos de toda la existencia de los hijos de Dios. En el caso de los niños nacidos de padres cristianos, el comienzo de la Iniciación cristiana es el Bautismo en la fe de la Iglesia, al que siguen la catequesis y la celebración de la Confirmación y de la Primera Eucaristía. La catequesis y la celebración de los sacramentos de la Iniciación no son dos itinerarios paralelos sino un único camino a través del cual la Iglesia, como Esposa de Cristo y Madre nutricia, incorpora a los hombres al misterio pascual. Pero esta función maternal de la Iglesia no termina en la Iniciación cristiana sino que se prolonga en el ministerio de la Palabra y en la celebración de la Eucaristía dominical y en la Penitencia, y en los restantes sacramentos.  Esta función de la Iglesia, esencial y vital para ella, pertenece a comunidad eclesial plena, es decir, a la Iglesia particular. Sin embargo, en cuanto tal función está particularmente confiada a las parroquias. El motivo tiene que ver con la primera característica que se ha apuntado de la parroquia, es decir, con su carácter global y acogedor. En efecto, dar la vida de la fe, engendrar y alimentar al cristiano, es algo primigenio, básico y común, y no puede estar sujeto a ningún tipo de particularismos o condiciones específicas para entrar en la Iglesia que vayan más allá de la profesión de la fe en Cristo en el caso de los adultos o, en el caso de los párvulos, la fe de los padres o la confianza fundada en la futura educación cristiana. Aunque la acción evangelizadora y la educación en la fe en todas sus modalidades, así como la celebración de la Eucaristía y de la Penitencia, pueden y deben realizarse en todas las comunidades eclesiales, sin embargo la catequesis general, la preparación y la celebración de los sacramentos de la Iniciación cristiana han de tener como marco de referencia y como lugar habitual la parroquia. Las excepciones a esta práctica han de contar con razones muy poderosas.

 2.3. La parroquia, plataforma pastoral básica Las características apuntadas de la parroquia la convierten en una verdadera unidad pastoral básica, junto a otras instancias y servicios pastorales que, junto a ella, tienen un carácter complementario. Entre éstos se encuentran el arciprestazgo, las delegaciones pastorales y otros organismos de alcance diocesano, e incluso los supradiocesanos que canalizan diversos objetivos y acciones como, entre nosotros, la secretaría pastoral "Iglesia en Castilla" y los planes de la Conferencia Episcopal Española. Conviene decir también una palabra sobre cada una de estas instancias y servicios. 

 2.3.1. La parroquia, "modelo de apostolado comunitario" El Vaticano II, cuando invita a los fieles laicos a participar en la vida y en la acción de la Iglesia como expresión de su vinculación a Cristo profeta, sacerdote y rey, afirma: "La parroquia presenta el modelo clarísimo del apostolado comunitario, reduciendo a unidad todas las diversidades humanas que en ella se encuentran e insertándolas en la Iglesia universal" (AA 10). Esto quiere decir que la parroquia es una plataforma ideal para que pastores, religiosos y fieles laicos se encuentren en unas tareas eclesiales básicas como son las que la Iglesia particular o diocesana ha confiado a la parroquia. Más aún, a través del trabajo pastoral en la parroquia se pasa más fácilmente al servicio de la Iglesia particular, sujeto último y realización plena de la misión confiada por Cristo a sus discípulos. Naturalmente que esto no quiere decir que se minusvaloren otras acciones de carácter diocesano y aun supradiocesano, necesarias también y con las que es preciso colaborar. Ahora bien, las instituciones, incluidas las de la Iglesia, las configuran y determinan las personas. De poco sirve contar con una organización parroquial espléndida si no hay detrás una verdadera comunidad cristiana que confiesa la fe, celebra los misterios de Cristo y vive la caridad fraterna proyectando también su acción en la sociedad en la que se asienta. En otras palabras, no basta la estructura parroquial, ni los servicios de todo tipo, ni todos los proyectos pastorales juntos, aunque todo esto es muy conveniente, si falta el sentido comunitario y eclesial o éste resulta tan irrelevante que la parroquia parece más una empresa humana que un medio que conduce a los hombres a Cristo y los convierte individual y socialmente en una señal de su presencia salvífica en el mundo. Por esto la primera preocupación de todo párroco y de cada colaborador en la acción pastoral de la parroquia será fomentar y consolidar la comunión personal de cada fiel cristiano con Cristo y de todos los fieles entre sí. Cristo es la piedra angular sobre la que se levanta el templo espiritual de cada uno de los fieles y el templo del Espíritu que es todo el cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 3,16-17; 6,19; 1 Pe 2,5). El sentido comunitario no es sólo una conjunción de objetivos y de acciones, sino también una vivencia fraterna que nace de la participación en la vida del Dios Trinitario. De otra manera la parroquia no reflejará las notas de la Iglesia ni realizará una tarea eficaz de evangelización. La misma celebración eucarística, de donde dimana toda la fuerza de la comunidad cristiana (cf. SC 10), forma parte absolutamente indispensable de la búsqueda del espíritu comunitario de la parroquia (cf. PO 5).

 2.3.2. En comunión con las otras parroquias del arciprestazgo Tampoco aquí se trata solamente de la necesaria coordinación de metas y de proyectos, buscando una mayor operatividad pastoral o una presencia más insistente en unos potenciales destinatarios. Es cierto que la sociedad actual y la forma de vida, dirigida por los poderosos medios de comunicación, reclaman unidad de discernimiento, de opciones y de esfuerzos también en el campo apostólico. Sin embargo en la Iglesia tenemos motivos mucho más profundos y estimulantes para trabajar todos en una misma dirección. Se trata de la comunión eclesial y presbiteral, que nace respectivamente de los sacramentos del Bautismo y del Orden y que conduce a poner todos los carismas, funciones y ministerios al servicio de la edificación de la Iglesia (cf. Ef 4,1-13). El amor de Dios revelado en Cristo y comunicado por su Espíritu a todos los miembros de la Iglesia debe traducirse en un testimonio de unidad "para que el mundo crea" (cf. Jn 17,21). Por otra parte la urgencia de la evangelización exige también compartir lo que se es y lo que se tiene: "La parroquia actual sólo podrá realizar su función evangelizadora, si se complementa con la acción evangelizadora promovida desde una pastoral supraparroquial de la Iglesia particular (arciprestazgo, zona, servicios de los departamentos diocesanos). En esta pastoral, la parroquia deberá coordinarse con otras parroquias y comunidades religiosas y laicales, así como con los servicios, asociaciones y movimientos de una pastoral especializada y de una pastoral de ambientes" (Concl. 19 de la ponencia III: Congreso, cit.,  p. 305). Complemento y coordinación son una consecuencia de la comunión eclesial dentro de la comunidad diocesana y del presbiterio. En la Diócesis Civitatense se viene trabajando con mucho interés en hacer del arciprestazgo "hogar, escuela y taller", especialmente para los presbíteros, y a esta finalidad se han dedicado algunas convivencias (cf. BOO de abril 1992, pp. 290-292). Este es un objetivo que todos debemos apoyar. El arciprestazgo aparece hoy más como una ayuda a las parroquias y a la acción pastoral que como una instancia intermedia entre los párrocos y la diócesis. En este sentido merece ser potenciado en todo aquello que signifique una mayor comunión y cooperación no sólo entre los presbíteros, sino también entre todos los que prestan su concurso a la pastoral de la Iglesia, como las religiosas, los catequistas y los laicos más comprometidos. A nivel arciprestal es posible muchas veces poner en marcha algunas actividades, por ejemplo de tipo formativo, que una parroquia sola no puede abordar.

 2.3.3. Comunión con las demás Iglesias dentro de la Región La parroquia, "célula de la Iglesia particular", vive la comunión con toda la Iglesia visible de Cristo extendida por toda la tierra, a través de la comunidad diocesana presidida por el obispo con la cooperación del presbiterio, como se dicho más arriba. Esta comunión conduce también a la participación en aquellas orientaciones, objetivos pastorales, propuestas de acción y obras que son siempre de la Iglesia, aunque estén impulsadas en instancias y organismos de carácter regional, nacional y universal.  En las diócesis de la Provincia Eclesiástica de Valladolid, a la que pertenece Ciudad Rodrigo, y en algunas otras diócesis de lo que hoy es la Región castellano-leonesa se viene trabajando conjuntamente desde hace 25 años a través de una Secretaría pastoral denominada primero "Región pastoral del Duero" y más tarde "Iglesia en Castilla" (véase la Memoria para la Esperanza. XXV aniversario de la Secretaría pastoral -1968-1993, en Iglesia en Castilla, XIV Encuentro de Arciprestes, Familia e Iglesia en Castilla hoy, Salamanca 1994, pp. 147-212). Con el agradecimiento al Señor y a quienes han dedicado y dedican tiempo, ilusión y energías a esta realidad, debemos mantener el propósito de seguir colaborando en lo que, además de ser un servicio eficaz a nuestras diócesis en diversas funciones y en varios sectores eclesiales, constituye también un modo de hacer presente a la Iglesia en nuestro pueblo.

 2.3.4. Comunión con las demás Iglesias de España A nivel de la Conferencia Episcopal Española se confeccionan planes pastorales por trienios, con el fin de orientar el trabajo de las Comisiones y demás organismos de la Conferencia y las asambleas plenarias. Con respeto a la autonomía de las diócesis, estos planes trienales se proyectan en cada una de ellas, pues no en vano los obispos, al aprobarlos, tienen en cuenta la respectiva realidad diocesana y la comunión que les une como miembros del Colegio episcopal, entre sí y con el Santo Padre Juan Pablo II. En el presente trienio el plan pastoral lleva por título "Para que el mundo crea" (Jn 17,21). Plan pastoral para la Conferencia Episcopal (1994-1997) (EDICE 1974) y ofrece algunas consideraciones sobre la nueva evangelización y unos objetivos comunes en torno a la preocupación evangelizadora. Estos objetivos son: 1. Impulsar una pastoral de evangelización; 2. intensificar la comunión eclesial; y 3. dedicar especial atención a la formación integral de los agentes de la acción pastoral evangelizadora.  Las parroquias pueden asumir perfectamente alguno de estos objetivos, adaptándolo a su medida y señalando las oportunas acciones. El primero de los tres señalados viene a coincidir de hecho con el que se ha propuesto a nivel diocesano para este curso apostólico.

 2.3.5. Comunión con la Iglesia Universal Puede parecer ingenuo que una pequeña parroquia trate de sintonizar en su acción pastoral con las grandes líneas que el Papa o la Santa Sede proponen en un momento determinado. Sin embargo no es así, ya que el fundamento de la fidelidad al magisterio del Sucesor de Pedro que le debemos todos los hijos de la Iglesia se encuentra no sólo en la universalidad de su misión apostólica sino también en los vínculos que brotan de la comunión eclesial. Toda parroquia o comunidad local, se ha indicado antes, es Iglesia en la medida en que está inmersa en la Iglesia particular y realiza su comunión con el obispo y con el Papa, a través del ministerio del presbítero al que está confiada. Por tanto la parroquia como tal, en su programación pastoral, puede y debe recoger las enseñanzas y las orientaciones pontificias e intensificar su colaboración con las obras y actividades propuestas por la Santa Sede. Es muy importante tomar conciencia de que la llamada a la evangelización tiene hoy alcance verdaderamente universal gracias al Sínodo de los Obispos y, muy especialmente, a la convocatoria incansable que viene haciendo el Santo Padre Juan Pablo II prodigándose en sus viajes por todo el mundo. El obispo y los presbíteros en primer lugar, debemos tener una sensibilidad especial para cuanto nos llega de quien tiene la misión, recibida del Señor, de "confirmar a sus hermanos" (Lc 22,32).

 III. SUGERENCIAS DE CARA AL OBJETIVO DIOCESANO DE 1994-1995

 Aunque en la exposición de los dos apartados anteriores han aparecido ya algunas ideas prácticas u operativas, es conveniente completar esta reflexión con algunas sugerencias si bien de tipo general. Estas sugerencias se refieren al aspecto comunitario de la acción pastoral parroquial, a la renovación de la parroquia y a los medios para la evangelización.

 3.1. Dimensión comunitaria de la pastoral parroquial La parroquia se define hoy como "comunidad de fieles", como se ha visto antes, en la perspectiva de la eclesiología de comunión propuesta por el Concilio Vaticano II. Comunidad, en efecto, habla de comunión dentro del pueblo de Dios y de contribución de todos al bien común de este pueblo, al que se pertenece por el Bautismo. Esto hace que tanto el párroco, aunque representa al obispo y es el vínculo con la Iglesia particular, sea también hermano de los demás cristianos. Es cierto que la parroquia no es la única comunidad, pero es la más estable y la de más fácil pertenencia. "La parroquia, enseña el Papa en la Exhortación Christifideles laici, no es principalmente una estructura, un territorio, un edificio; ella es la 'familia de Dios, como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad', es 'una casa de familia, fraterna y acogedora', es la 'comunidad de los fieles'" (Christifideles laici, de 30-XII-1988, n. 26). De esta realidad debe brotar el afán de los miembros de la parroquia de poner al servicio de la totalidad sus carismas, sus aptitudes y su preparación personal, su tiempo y hasta los bienes materiales. Pero será necesario fomentar y educar para que florezca el  sentido comunitario parroquial en todos los campos de la acción pastoral, desde la catequesis y la educación de la fe hasta la asistencia social y la comunicación de bienes, pasando por la participación consciente y plena en la vida litúrgica. En la parroquia se deberá conservar con esmero la apertura al entero pueblo de Dios, no privilegiando ninguna experiencia sobre otra, sino favoreciendo en todos los bautizados la conciencia de formar parte viva de la Iglesia y de su camino de fe. No obstante la parroquia estará abierta a las iniciativas de los grupos eclesiales o de los movimientos apostólicos o de espiritualidad, acogiendo, coordinando y acompañando a los miembros de éstos con espíritu de comunión eclesial. Cuando estos movimientos se pueden integrar fácilmente en la parroquia, se debe fomentar esta integración para una mayor eficacia pastoral. Cuando su ámbito de acción sea interparroquial o diocesano, se debe respetar esta característica y desde la parroquia se debe apoyar lo que no es sino una presencia de la Iglesia en ambientes a los que la parroquia no puede llegar a veces, como los campos cultural, social, profesional, educativo, etc. Dentro del ámbito comunitario parroquial es muy importante la búsqueda de una progresiva integración de los fieles laicos en las actividades de la parroquia. Aun en las parroquias más pequeñas hay personas que pueden ser consultadas e invitadas a prestar algún tipo de concurso. El párroco, aunque en un primer momento no logre esa colaboración, no debe desanimarse, porque terminará sintiéndose más solo. No se trata solamente de la Junta económica o del Consejo pastoral, dos realidades que no deben asustar a ningún pastor y que se pueden ir creando lentamente, contando primero con una persona tras otra. Se trata también de llamar y de invitar para otras tareas de tipo catequético, litúrgico, asistencial, formativo, festivo, etc. y dejar hacer a los que han sido llamados, una vez enterados y dispuestos. En muchas parroquias hay personas que se turnan en algunos servicios como la oración por los difuntos o la limpieza de la iglesia. Es preciso valorar esta práctica y darle un significado de servicio a toda la comunidad parroquial. Acerca de la vocación y de la misión de los laicos en nuestra Iglesia Civitatense Mons. Ceballos escribió la Exhortación pastoral previa al objetivo diocesano del curso 1992-1993. En ella tenemos ideas y sugerencias suficientes para avanzar por este camino de la integración de los seglares en la vida de la parroquia y en la diócesis. Sin duda se podría decir algo más acerca del sentido comunitario parroquial, pero no es cuestión solamente de hacer más o menos cosas, sino de formar poco a poco a los miembros de la comunidad en el amor y en el interés por la parroquia, en el sentir como propio todo lo que afecta a cada uno de los fieles, en el impregnar todos los actos relacionados con la vida parroquial de la conciencia de pertenecer a la Iglesia, etc. La pastoral en clave evangelizadora requiere también la presencia de un testimonio constante de comunión y de fraternidad cristiana y de atención a los problemas humanos del pueblo, de los sectores más deprimidos, etc. "Los pobres son evangelizados" (cf. Mt 11,6) constituye siempre una de las señales del Reino de Dios.

 3.2. Renovación de la parroquia La vigencia actual de la parroquia, como se decía al principio, lleva consigo la necesidad de una revitalización y de una renovación. No me refiero a los intentos de las últimas décadas de transformar la institución parroquial, a los que he aludido al principio de esta Exhortación, sino a las actitudes que contribuyen a renovar esa "comunidad de fieles" que es la parroquia. De nada sirve cambiar las estructuras externas o la organización parroquial si los miembros de la parroquia no viven en una permanente búsqueda de perfección y de fidelidad a su condición de hijos de Dios y de la Iglesia. Estamos, pues, ante la raíz y el fundamento de toda renovación eclesial. Renovación, desde el punto de vista evangélico, es lo mismo que conversión y para asegurar una adecuada revitalización de nuestras parroquias, primero hemos de procurar la conversión a Dios de las personas, pastores y fieles. No en vano la Iglesia nos invita continuamente a una escucha más atenta de la Palabra divina y a una oración más constante, para adaptar nuestra mentalidad y nuestros caminos a la voluntad del Señor. El año litúrgico, con sus tiempos de esperanza y de alegría, de penitencia y de gozo, va introduciendo a lo largo de nuestra existencia unas actitudes de búsqueda del rostro de Dios y de relativización de lo que es contingente y material, para centrarnos en lo fundamental. La misma práctica del sacramento de la Reconciliación se centra hoy no sólo en la dimensión personal, insustituible siempre, sino también en la dimensión eclesial del perdón de Dios y aún del retorno a la Iglesia, a la que se daña también con el pecado. La Eucaristía, centro, fuente y culmen de la Iglesia local, reclama coherencia de vida con el misterio que se hace presente y que se prolongue en la existencia cotidiana, a lo largo de la semana o del día, cuanto se ha vivido en la celebración. Renovar las celebraciones litúrgicas, procurando que los que asisten a ellas participen consciente, activa y fructuosamente, de manera interna y externa, es una exigencia ineludible para revitalizar nuestras comunidades. Y lo mismo cabe decir de los ejercicios y de los actos de la piedad popular, tan queridos por el pueblo. Con respeto y con esmero, inspirándose en la liturgia, estos ejercicios contribuyen también a educar el sentido religioso y a impregnarlo de valores evangélicos. El modo mismo de ayudar a los demás y de poner en práctica el amor fraterno, sin cambiar un ápice en los motivos de fondo, puede ser hoy diferente a como lo ha sido en otros tiempos. La caridad cristiana exige aunar esfuerzos en orden a la promoción social y cultural de los pueblos, estimular iniciativas de desarrollo, apoyar a los jóvenes y a la mujer en la búsqueda de su lugar en la sociedad, infundir esperanza en nuestro mundo campesino y rural, sensibilizando a personas dispuestas a colaborar con su competencia, con su tiempo o con su aportación económica. También por aquí pasa la renovación de nuestras parroquias, no en el sentido de que se conviertan en instancias promotoras de empleo o de desarrollo comunitario -no es ésta su misión- sino en cuanto han de estar atentas a la situación humana y socioeconómica del pueblo para apoyar y amparar la acción de sus miembros en este terreno e incluso, en la medida de sus posibilidades, para sostener las obras y secundar las campañas que realizan Caritas y otras instituciones de la Iglesia.  Por último la estructura y los servicios que ofrece la parroquia, aun la más pequeña, pueden mejorarse siempre y adoptar, según el tamaño y las necesidades, todos los medios técnicos al servicio de la misión parroquial, ya sea para la catequesis y la formación en la fe de los adultos, ya sea para mejorar la comunicación en las celebraciones litúrgicas y las condiciones de acogida y de comodidad en la iglesia, ya sea para atender mejor el despacho parroquial y la visita a las familias o a los enfermos, etc.

 3.3. Los medios para la evangelización La evangelización no sólo es un denominador común de toda función, tarea o institución eclesial, y por consiguiente de la parroquia. Es también una acción pastoral concreta, que aparece en casi todos los objetivos diocesanos de los últimos años, especialmente en el de 1991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense", y en el de 1993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses".  "Aquí, en esta tierra castellana, donde parece que la historia se paraliza y la vida se acaba, el Señor ha sembrado la buena semilla y comienzan ya a despuntar los brotes de la primavera. Ha sido amada esta tierra. Ha sido amada esta Iglesia. Han sido amados los pobres. Estos pueblos y esta tierra necesitan hermanos que les repartan el pan del Evangelio" (Carta pastoral de Mons. Ceballos, de 15-VIII-1991, en Boletín Oficial de agosto-septiembre de 1991, pp. 591-592). Estas palabras, que sin duda os habrán conmovido tanto como a mí, definen perfectamente la urgencia de la hora presente, la hora de Dios, como la llamó el Papa Juan Pablo II el año pasado en su Visita Apostólica a España: "La hora presente debe ser la hora del anuncio gozoso del Evangelio, la hora del renacimiento moral y espiritual... Ha llegado el momento de desplegar la acción pastoral de la Iglesia en toda su plenitud, con unidad interna, solidez espiritual y audacia apostólica. La nueva evangelización necesita nuevos testigos, personas que hayan experimentado la transformación real de su vida en contacto con Jesucristo y sean capaces de transmitir esa experiencia a otros. Esta es la hora de Dios, la hora de la esperanza que no defrauda. Esta es la hora de renovar la vida interior de vuestras comunidades eclesiales y de emprender una fuerte acción pastoral y evangelizadora en el conjunto de la sociedad española" (Discurso a los miembros de la Conferencia Episcopal, en Juan Pablo II en España -Año 1993-. Texto completo de sus discursos, EDICE 1993, p. 51). Nuestra querida Diócesis Civitatense y todas nuestras parroquias y comunidades están llamadas a anunciar explícitamente a Jesucristo a los que están cerca y a los que se han alejado, a los creyentes para que crezcan y maduren en la fe y a los no creyentes para que conozcan al Dios verdadero y a su enviado Jesucristo (cf. Jn 17,3). Ya no es tiempo de "ir tirando" o realizando una pastoral de "puro mantenimiento". Sin duda las características de nuestra Iglesia han de condicionar en buena medida los medios de la evangelización. Sin embargo, en lo que atañe a las parroquias como comunidades evangelizadas y evangelizadoras, los medios de la evangelización han de tener muy en cuenta las tres acciones pastorales básicas a través de las cuales se construye la Iglesia local: la catequesis y la educación en la fe, la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos, juntamente con la oración litúrgica y la piedad popular, y el servicio cristiano impulsado por la caridad. Estas tres acciones han de tener como denominador común y como talante o estilo la preocupación misionera y evangelizadora. Además habrá que crear o instaurar cauces para reevangelizar a los bautizados con ocasión de los ciclos del año litúrgico, en una verdadera y propia catequesis de adultos. No se podrá olvidar la importancia de la homilía dominical y festiva para exponer los contenidos evangélicos que se van desgranando siguiendo el Leccionario de la Palabra de Dios, y la preparación de los sacramentos, especialmente del Bautismo de los niños, de la Confirmación y del Matrimonio. Los cursillos o los catecumenados que se preparan con este fin han de estar imbuidos de afán evangelizador. La enfermedad es también una ocasión para mostrar la cercanía de Cristo, Buena Noticia de salvación para el que sufre.  La formación de una comunidad parroquial capaz de evangelizar a los pobres y a los pequeños pasa también por la presencia solidaria del pastor y de los agentes de pastoral junto a los menos favorecidos, junto a los ancianos, junto a los marginados y los marginales. Implica también austeridad de vida, y gestos de amor y de solicitud hacia todas las personas sin distinción. ¡Qué mayor gesto que el de tantos presbíteros que siguen viviendo y trabajando en la aldea que todos quieren abandonar!. 

 IV. A MODO DE CONCLUSION

 Queridos hermanos y amigos: Sin duda el tema es inagotable y aún habría que decir muchas cosas. Pero lo importante es asimilarlas y vivirlas con espíritu de fe y de confianza en la acción invisible del Espíritu del Señor que no abandona nunca a su Iglesia. Quiero terminar poniendo el objetivo pastoral diocesano en las manos de Santa María, a la que sé que amáis entrañablemente y es invocada en toda la diócesis con títulos y nombres a cada cual más hermoso. Ella nos precedió presurosa y llena de júbilo como mensajera del Evangelio cuando fue a la montaña, a casa de Isabel (cf. Lc 1,39 ss.). Ella había recibido la Palabra de parte de Dios, había creido y dado su consentimiento pleno, y la Palabra se había hecho carne en ella (cf. Lc 1,38; Jn 1,14). Por eso mereció ser alabada por Isabel y por su propio Hijo (cf. Lc 1,45; 11,28). Ella, "evangelizada y evangelizadora", imagen y figura de la Iglesia, es la mejor referencia para la comunidad parroquial que quiere ser, como ella y con ella, portadora de la Buena Noticia de la salvación para los hombres. Salió el sembrador a sembrar. El surco está ya abierto esperando la semilla buena arrojada a manos llenas. En Ciudad Rodrigo, a 25 de septiembre de 1994, al término de la ordenación episcopal que me ha consagrado a vuestro servicio. Os saluda a todos y os bendice de corazón:

     + Julián, obispo de Ciudad Rodrigo

 

 

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