Lunes, 11 Abril 2022 09:07

EL MINISTRO DE LA EUCARISTIA

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          EL MINISTRO DE LA EUCARISTIA

         

          Carta a los presbíteros en la Cuaresma de 2000

 

          Sumario

 

          Introducción

 

1. A las puertas de la Cuaresma del Año Santo

 

          I. SACERDOCIO MINISTERIAL Y EUCARISTIA

 

2. Ministros de Cristo: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19)

3. Para edificar la Iglesia: "un solo Cuerpo" (1 Cor 10,17)

4. En la persona de Cristo: "a vosotros os llamo amigos" (Jn 15,15)

5. En nombre de la Iglesia: "sacerdocio real, nación consagrada" (1 Pe 2,5)

6. Bendición del Padre: "para alabanza de su gloria" (Ef 1,6)

  

          II. ESPIRITUALIDAD DEL MINISTRO DE LA EUCARISTIA

 

7. Unidos a Jesucristo: nota cristológica

8. Dóciles al Espíritu Santo: nota pneumatológica

9. Vinculados a la Iglesia: nota eclesiológica

10. Transformados por la Eucaristía: nota eucarística

 

          III. APLICACIONES PRACTICAS

 

          A) Actitudes operativas de tipo general

 

11. Presidir como servidores, no como dueños de la celebración

12. Crear y mantener un adecuado clima religioso

13. Actuar con una fidelidad creativa

14. Atender a la dimensión evangelizadora de la Eucaristía

15. Asegurar la participación de los fieles

16. Respetar la estructura de la celebración y el ejercicio de los ministerios

17. Cuidar los aspectos expresivos y comunicativos

18. Preparación personal antes de la celebración

19. Preparar también los libros litúrgicos y otros elementos

 

          B) Sugerencias para cada parte de la celebración

 

20. Los ritos de introducción

21. La liturgia de la Palabra

22. La liturgia eucarística:

          a) La preparación de los dones

          b) La plegaria eucarística

          c) Los ritos de la comunión

23. Los ritos de despedida

 

          A modo de conclusión

 

 

 

 

 

 

          EL MINISTRO DE LA EUCARISTIA

         

          Carta a los presbíteros en la Cuaresma de 2000

 

 

"Que la gente vea en vosotros ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1 Cor 4,1)

  

          Queridos hermanos presbíteros:

 

          Al llegar la Cuaresma del "año de gracia del Señor", el Gran Jubileo de la Encarnación y del Nacimiento de Jesucristo, quiero compartir con vosotros unas reflexiones y orientaciones para ayudaros en vuestro ministerio presbiteral.

           Os saludo deseándoos una fecunda y gozosa celebración de la Pascua, cuyo comienzo coincidirá prácticamente con el Jubileo del Presbiterio diocesano en la mañana del Martes Santo en la Misa Crismal. Debemos prepararnos ya desde ahora para ambos acontecimientos, realizando el itinerario de conversión y de renovación que propone el Año Santo. Os escribo teniendo en cuenta el objetivo diocesano de este curso: "Celebrar el Jubileo del Nacimiento de Jesucristo como glorificación de la SS. Trinidad, especialmente en la Eucaristía, fuente y centro de la comunión y de la misión de la Iglesia".

 

1. A las puertas de la Cuaresma del Año Santo

 

          En efecto, la Cuaresma invita, como lo hace el Año Santo, a la conversión y a la reconciliación. No en vano el Jubileo es "año de perdón de los pecados y de las penas por los pecados, año de reconciliación entre los adversarios, año de múltiples conversiones y de penitencia sacramental y extrasacramental (TMA 14). La Cuaresma facilita el retorno a la casa paterna para renovar la adhesión personal a Jesucristo y acoger con mayor fruto una renovada efusión del Espíritu Santo. Celebrando la Cuaresma experimentaremos con mayor intensidad "el gozo por la remisión de las culpas, la alegría de la conversión" (TMA 32). 

          El Jubileo ha de ser "un año intensamente eucarístico", porque "en el sacramento de la Eucaristía el Salvador, encarnado en el seno de María hace veinte siglos, continúa ofreciéndose a la humanidad como fuente de vida divina" (TMA 55). Por este motivo quiero fijarme ahora en el ministerio de la presidencia de la Eucaristía, de la misma manera que el año pasado, al llegar también la Cuaresma, me ocupé del ministerio de la reconciliación.  

          La primera parte y la segunda de la carta tratan, respectivamente, de la dimensión teológica y espiritual del sacerdocio ministerial en relación con la Eucaristía. La tercera parte ofrece algunas aplicaciones prácticas.

 

 

          I. SACERDOCIO MINISTERIAL Y EUCARISTIA

 

2. Ministros de Cristo: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19)

 

          Nunca daremos gracias suficientemente al Padre que quiso asociarnos con su Hijo Jesucristo, sumo y eterno Sacerdote, por medio de un don especial del Espíritu Santo. Como enseña el Concilio Vaticano II: "Dios consagra a los presbíteros, por ministerio de los Obispos, para que participando de una forma especial del sacerdocio de Cristo, en la celebración de las cosas sagradas, obren como ministros de quien por medio de su Espíritu efectúa continuamente por nosotros su oficio sacerdotal en la liturgia. Por el Bautismo introducen a los hombres en el Pueblo de Dios; por el Sacramento de la Penitencia reconcilian a los pecado­res con Dios y con la Iglesia; con la Unción de los enfermos alivian a los enfermos; con la celebración, sobre todo, de la Misa ofrecen sacramentalmente el Sacrificio de Cristo" (PO 5).

 

          Por medio del sacramento del Orden nos ha sido concedido participar de un modo especial en la condición sacerdotal de Jesucristo. En virtud de esta participación peculiar, distinta en esencia y en grado del sacerdocio común de los fieles [1], todo sacerdote (obispo o presbítero) representa en medio de la comunidad cristiana a Jesucristo, nuestro único Mediador delante del Padre (cf. 1 Tm 2,5), y actúa en su nombre con una potestad sagrada para perpetuar a lo largo del tiempo la oblación de quien es a la vez "Sacerdote, Víctima y Altar" [2]. Por eso "sólo Cristo es el verdadero Sacerdote, los demás somos ministros suyos" [3]

          Al mandar a los Apóstoles en la última Cena: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19; 1 Cor 11,25), el Señor los consagró como sacerdotes de la Nueva Alianza, para que ellos y sus sucesores en el sacerdocio hiciesen presente el sacrificio que Cristo ofreció de una vez para siempre en la Cruz [4]. La continuidad de esta misión está garantizada por la sucesión apostólica, mediante la cual aquella misión ha de durar hasta el fin de los siglos (cf. LG 20; CCE 1087).

 

3. Para edificar la Iglesia: "un solo Cuerpo" (1 Cor 10,17)

 

          De la participación especial en el sacerdocio de Jesucristo por medio del sacramento del Orden, brota también la competencia del sacerdocio ministerial. Esta consiste esencialmente en actualizar por el poder del Espíritu Santo el sacrificio redentor de nuestro Salvador. Por eso la presidencia de la celebración eucarística constituye la principal acción sacerdotal del ministro de Cristo y el momento en el que se produce el mayor grado de identificación personal con su Señor. Por eso la Eucaristía constituye no sólo la razón de ser del sacerdocio ministerial en la Iglesia, sino también la cumbre y el centro de la existencia sacerdotal (cf. LG 28; PO 5).    

          Esto es fácilmente comprensible si se tienen en cuenta la importancia que la Eucaristía tiene para la Iglesia, y el hecho de que solamente el sacerdote válidamente ordenado puede presidir la Eucaristía y consagrar el pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, garantizando con su actuación ministerial el sacrificio eucarístico [5]. Por eso, cuantas veces se celebra en el altar el memorial del sacrificio de Cristo, se realiza la obra de nuestra redención (cf. SC 2; LG 3). En este sentido el ministerio sacerdotal coopera decisivamente en la edificación de la Iglesia como cuerpo de Cristo (cf. 1 Cor 10,16-17; 14,12). La Eucaristía, sumo bien de la Iglesia, es fuente y cumbre de toda acción evangelizadora y centro de la congregación de los fieles que preside el presbítero (cf. PO 5), pues "no se edifica ninguna comunidad cristiana si no tiene como raíz y quicio la celebración de la sagrada Eucaristía" (PO 6).

 

4. En la persona de Cristo: "a vosotros os llamo amigos" (Jn 15,15)

 

          El ejercicio del sacerdocio ministerial en la Eucaristía pone de manifiesto una doble vinculación en el ministro ordenado. Por una parte con Cristo, a quien está unido por el sacramento del Orden, y por otra parte con la Iglesia, en cuyo nombre actúa también.

           Respecto de Cristo el ministro representa a quien es el sumo Sacerdote y Cabeza de la comunidad cristiana. Ha sido el mismo Señor el que ha querido servirse del sacerdocio ministerial para poner de manifiesto en la Iglesia su presencia santificadora sobre todo en las acciones litúrgicas (cf. SC 7). El sacramento del Orden ha hecho de todo sacerdote "instrumento vivo de Cristo" (PO 12), "representación sacramental de Jesucristo Cabeza y Pastor", a fin de que actúe "in persona Christi", es decir, personificando a Cristo sobre todo en la celebración eucarística, como he indicado antes [6]

          Esto es una gran prueba de amor y de amistad por parte de Cristo: "'Amigos': así llamó Jesús a los Apóstoles. Así también quiere llamarnos a nosotros que, gracias al sacramento del Orden, somos partícipes de su Sacerdocio... ¿Podía Jesús expresarnos su amistad de manera más elocuente que permitiéndonos, como sacerdotes de la Nueva Alianza, obrar en su nombre, in persona Christi Capitis? Pues esto es precisamente lo que acontece en todo nuestro servicio sacerdotal, cuando administramos los sacramentos y, especialmente, cuando celebramos la Eucaristía. Repetimos las palabras que El pronunció sobre el pan y el vino y, por medio de nuestro ministerio, se realiza la misma consagración que Él hizo. ¿Puede haber una manifestación de amistad más plena que ésta? Esta amistad constituye el centro mismo de nuestro sacerdocio ministerial" [7].

 

5. En nombre de la Iglesia: "sacerdocio real, nación consagrada" (1 Pe 2,5)

 

          El sacerdote está vinculado también con la Iglesia Esposa y cuerpo de Cristo, congregada en la unidad y asociada a Él para celebrar el misterio de la salvación. En efecto, el sacerdote "preside la asamblea congregada, dirige su oración, le anuncia el mensaje de la salvación, se asocia al pueblo en la ofrenda del sacrificio por Cristo en el Espíritu Santo a Dios Padre, da a sus hermanos el pan de la vida eterna y participa del mismo con ellos" (OGMR 60; cf. SC 33). Al hacer todo esto el sacerdote interviene "en nombre de todo el pueblo santo" [8], por lo que puede ser llamado también "ministro de la Iglesia".  

          Sin embargo estas expresiones no quieren decir que él sea un delegado de la comunidad o que haya sido constituido por ésta para ejercer el ministerio. En realidad el sacerdote representa a la Iglesia en la medida en que hace presente a Cristo en la comunidad reunida (cf. CCE 1552-1553). Aunque es toda la Iglesia la que ora y celebra, su oración y su ofrenda son inseparables de la oración y de la ofrenda de Cristo, su Cabeza. La liturgia es siempre el ejercicio del sacerdocio del Cristo total, Cabeza y miembros (cf. SC 7).  

          Por eso la asamblea de los fieles alcanza su plenitud expresiva como pueblo sacerdotal cuando es presidida por el ministro ordenado. El sacerdote contribuye de este modo a que la celebración eucarística sea la principal manifestación de la Iglesia (SC 41-42; LG 26). En efecto, en toda legítima reunión local de los fieles unidos a sus pastores se realiza el misterio de la Iglesia, "sacramento, señal e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género hunmano" (LG 1; etc.).

 

6. Bendición del Padre: "para alabanza de su gloria" (Ef 1,6)

 

          Estos aspectos teológicos del sacerdocio ministerial invitan a considerarlo como una bendición que viene del Padre, "dispensador de todo don y gracia" [9]. No en vano el sacerdocio es un don de Dios a la comunidad cristiana. Pero es también una especial "bendición espiritual" (Ef 1,3) para quienes hemos sido llamados y consagrados para este ministerio mediante la especial efusión del Espíritu Santo efectuada en la ordenación. En ella el Padre renueva en los elegidos el Espíritu de santidad a fin de asimilarlos de un modo especial a su Hijo Jesucristo [10]. La conciencia de este don pide en todos nosotros una actitud de reconocimiento humilde y de acción de gracias continua, "para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ef 1,6). 

          Brota de este modo la dimensión trinitaria de la espiritualidad sacerdotal. En efecto, si todo fiel cristiano, por medio del Bautismo, está ya en comunión con Dios Uno y Trino, el sacerdote ha sido constituido además en una relación particular y específica con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Con el Padre en cuya realidad misteriosa e insondable hunde sus raíces la identidad sacerdotal, y en quien nuestra vida y ministerio tiene su origen último. Con el Hijo y Señor nuestro Jesucristo, a quien estamos unidos mediante el "carácter" sacerdotal impreso en nuestras almas por el sacramento del Orden. Con el Espíritu Santo que por su acción ha hecho de nosotros, para siempre, ministros de Cristo y de la Iglesia. Nuestro ministerio cobra un gran relieve cuando es contemplado desde el misterio de la Santísima Trinidad [11].

 

         

          II. ESPIRITUALIDAD DEL MINISTRO DE LA EUCARISTIA

 

          Lo que acabo de indicar nos invita a profundizar en la espiritualidad del sacerdocio ministerial. Me voy a referir solamente a algunos aspectos, en concreto a las notas cristológica, pneumatológica, eclesiológica y eucarística. No son las únicas notas, pero las considero muy importantes desde el punto de vista de la finalidad de esta carta cuaresmal. El ejercicio del sacerdocio ministerial nos obliga a buscar la perfección según la palabra del Señor: "Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48).

 

7. Unidos a Jesucristo: nota cristológica

 

           Todo sacerdote, ha sido "enriquecido con una gracia particular para poder alcanzar mejor, por el servicio de los fieles que se le han confiado y de todo el Pueblo de Dios, la perfección de aquel a quien representa" (PO 12). En este sentido la celebración eucarística es momento privilegiado para vivir la configuración personal con Cristo otorgada por el sacramento del Orden. Al presidir la asamblea, el sacerdote ha de estar estrechamente unido a Cristo y manifestar, aun en el porte externo, el carácter santo de la acción que realiza como instrumento vivo de la presencia del Señor en su Iglesia. 

          La facultad de representar a Cristo en medio de los fieles nos pide también que nos esforcemos en "conformar la vida con el misterio de la cruz del Señor", como dice el obispo al neopresbítero al poner en sus manos la ofrenda del pueblo santo para el sacrificio eucarístico. El misterio de la cruz requiere no sólo una identificación con la actitud de servicio y de entrega generosa de Cristo que nos "amó hasta el extremo" (Jn 13,1; cf. 15,12-15), sino también el compromiso constante de perfeccionar la gracia bautismal muriendo cada día al pecado para vivir en la novedad de la resurrección: "Date cuenta de lo que haces e imita lo que conmemoras, de tal manera que al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del Señor, te esfuerces por hacer morir en ti el mal y procures caminar en una vida nueva" [12].

 

8. Dóciles al Espíritu Santo: nota pneumatológica

 

          La celebración de la Eucaristía pone de manifiesto también la acción del Espíritu Santo en el misterio eucarístico y en el ministro ordenado. En efecto, el Espíritu Santo actualiza el sacrificio de Cristo transformando los dones del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. Por eso, en el corazón mismo de la plegaria eucarística, nosotros suplicamos al Padre que envíe el Espíritu santificador sobre los dones y sobre todos los fieles que han de recibirlos una vez consagrados. Esta invocación se llama epíclesis y revela el poder eficaz del Espíritu Santo (cf. CCE 1105-1106).  

          Pero también el sacramento del Orden es fruto del Espíritu: "El día de la ordenación presbiteral, en virtud de una singular efusión del Paráclito, el Resucitado ha renovado en cada uno de nosotros lo que realizó con sus discípulos en la tarde de la Pascua, y nos ha constituido en continuadores de su misión en el mundo (cf. Jn 20,21-23)" [13]. Cristo quiso compartir con ellos y a través de ellos con nosotros, su misma consagración sacerdotal. La conciencia de esta participación en la unción y en la misión de Cristo debe impulsarnos a ser especialmente dóciles al Espíritu Santo en toda nuestra vida, ya que estamos también al servicio de su misión santificadora en la Iglesia.

         

9. Vinculados a la Iglesia: nota eclesiológica

 

          En la celebración eucarística el presbítero es también miembro de la asamblea. Su actuación debe estar impregnada de un sentimiento de cercanía afectuosa a los fieles, y sus actitudes deben ser las propias de un hermano mayor, ya iniciado, que inicia a los demás. Pero en su condición de signo personal de Cristo, Cabeza de la Iglesia, el presbítero no puede confundirse con la asamblea. En efecto, la preside en nombre de Cristo, y con la autoridad del Señor proclama la Palabra, la explica, pronuncia la plegaria eucarística y santifica a los fieles. Hacer esto no es un privilegio, sino un servicio necesario que debe ayudarle a no perder su propia identidad ministerial (cf. OGMR 60). Se produce así una especie de alteridad que no sólo no aleja al ministro de los fieles sino que lo relaciona de una manera más viva con ellos: "Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve" (Mt 20,28; cf. PO 12; etc.). La presidencia litúrgica recuerda a toda la comunidad que la Eucaristía es un don y un acto del Señor Jesucristo. 

          Además el presbítero ha de ser consciente de que preside la celebración haciendo las veces del obispo diocesano local, y por tanto en comunión con él y, a través de él, con el Papa y con toda la Iglesia. Las plegarias eucarísticas ponen de relieve esta comunión con distintas fórmulas, coincidentes en lo fundamental: que "toda celebración eucarística legítima es dirigida por el obispo, ya sea personalmente, ya por los presbíteros, sus colaboradores" (OGMR 59; LG 26; 28; SC 26; 42) [14].

 

10. Transformados por la Eucaristía: nota eucarística

 

          La presidencia de la celebración eucarística no debe hacer olvidar al sacerdote que está llamado también a unirse personalmente al Sacrificio de Cristo, ofreciendo su propia vida juntamente con la Víctima santa y participando con las mejores disposiciones del sagrado banquete que su intervención ministerial hace posible. El dinamismo de la acción eucarística debe llevar al sacerdote a un grado tal de participación interna y externa, que sienta cómo toda su existencia se va enraizando cada día más en el misterio de Cristo como sugiere el prefacio de la Misa Crismal: "Tus sacerdotes, Señor, al entregar su vida por ti y por la salvación de los hermanos, van configurándose a Cristo, y han de darte así testimonio constante de fidelidad y de amor". La expresión más clara de esta identificación con Cristo a través de la Eucaristía es la caridad pastoral por la que el sacerdote se entrega a la Iglesia, y que determina su modo de pensar y de actuar, su ministerio y su conducta [15]

          La importancia que la Eucaristía tiene en la vida de todo sacerdote debe conducirnos al compromiso de celebrarla diariamente, aun cuando no estuviere presente ningún fiel (cf. CDC, c. 904), y a vivirla como momento central de la jornada y como la ocasión de un profundo encuentro con el Señor y el Amigo. La centralidad de la Eucaristía en nuestra vida se manifiesta así mismo en el culto y en la devoción eucarística fuera de la Misa según las recomendaciones de la Iglesia [16]. En este punto los sacerdotes hemos de preceder al pueblo con el ejemplo, además de invitarlo con la palabra.

           III. APLICACIONES PRACTICAS

 

          Las sugerencias que siguen, basadas en la Ordenación general del Misal Romano (= OGMR), quieren ser una ayuda para los presbíteros en el ejercicio del ministerio de la presidencia de la Eucaristía. Primeramente aludo a unas actitudes generales de carácter operativo (A). Y finalmente hago una serie de indicaciones para cada una de las partes de la celebración (B).

 

 

          A) Actitudes operativas de tipo general

 

11. Presidir como servidores, no como dueños de la celebración

 

          Todas las acciones litúrgicas son "celebraciones de la Iglesia" que pertenecen a todo el cuerpo eclesial (cf. SC 26). Es "toda la comunidad, el Cuerpo de Cristo unido a su Cabeza quien celebra" (CCE 1140). Por este motivo el ministro no es en ningún supuesto dueño de la celebración. En efecto, en la liturgia apenas se dice "yo" sino "nosotros". Este "nosotros" es la voz de la Iglesia, Esposa de Cristo, unida y asociada a su Señor para dirigirse al Padre en el Espíritu Santo (cf. SC 83-84; LG 4) [17].  

          Cuando ora en nombre de la asamblea, expresa lo que la Iglesia quiere decir a Dios y cuando realiza los gestos sacramentales, es dispensador de unos bienes que pertenecen a Cristo que lo ha elegido y consagrado para que haga sus veces y esté en medio del pueblo santificándolo y ayudándole a hacer de su vida el culto al Padre en el Espíritu Santo y en la verdad (cf. Jn 4,23).

 

12. Crear y mantener un adecuado clima espiritual

 

          Al celebrar la Eucaristía es necesario atender a todos los aspectos de la liturgia, procurando que todo transcurra no sólo con el necesario sosiego y evitando la prisa, la superficialidad y el desorden, sino también con un adecuado clima espiritual y gozoso [18]. Presidir mal no solamente es un síntoma de debilitamiento interior, sino que es una dejación en la función de quien ha de educar continuamente al pueblo con el ejemplo además de la palabra. Por eso es fundamental también cuidar de que todo transcurra con la necesaria dignidad y compostura tanto en la celebración de la Misa como antes y después de ella. Así mismo se debe observar la máxima reverencia hacia el Santísimo Sacramento, por ejemplo, en el modo de trasladarlo y reservarlo, en la genuflexión al pasar por delante del Sagrario, en el silencio que ha de observarse en la iglesia, para evitar lo que sin duda son indicios de la pérdida del sentido de lo sagrado [19].  

          Por tanto no está de más reclamar, con discreción pero con firmeza, que en el interior de las iglesias se guarde el mayor respeto posible. Las visitas turísticas, la concurrencia a funerales, a bodas y a otras celebraciones sacramentales, la toma de fotografías y de imágenes, etc., producen la impresión de que no hay diferencia entre la calle y la iglesia, al contrario de lo que ocurre en los templos de otras religiones. La Eucaristía se ha de celebrar normalmente en la iglesia, a no ser que la necesidad exija otra cosa, que el Ordinario habrá de juzgar dentro de su jurisdicción. 

 

13. Actuar con una fidelidad creativa

 

          Por el mismo motivo el sacerdote no puede organizar la celebración en aquellos aspectos determinados ya por la Iglesia, según su preferencia particular o la de un grupo concreto. El respeto a los aspectos normativos del Misal es algo connatural al ministerio que se le ha confiado. Ahora bien, los mismos libros litúrgicos permiten un margen de flexibilidad, dentro del respeto a las estructuras fundamentales de la celebración, y ofrecen y en ocasiones aconsejan una cierta adaptación (cf. OGMR 313 ss.).  

           De ahí las exigencias de una sana creatividad en la fidelidad, que excluye tanto la introducción de cambios injustificables, como la repetición casi material de las celebraciones sin la debida atención a las adaptaciones que competen al ministro según las diversas situaciones de los fieles contempladas en los libros litúrgicos [20]. A la hora de preparar una celebración y de realizarla, es preciso tener presente, por ejemplo, la distinción entre las funciones que competen a los ministros y las que pueden y deben

desempeñar los laicos, a fin de que unos y otros realicen todo y solo aquello que les corresponde según la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas (cf. SC 28).

 

14. Atender a la dimensión evangelizadora de la Eucaristía

 

          La celebración eucarística tiene una gran fuerza evangelizadora, que forma parte de la entraña misma del sacramento de nuestra fe, pues "cada vez que coméis este pan y bebemos de este cáliz, anunciáis la muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor 11,26). El anuncio se realiza mediante los gestos, las palabras y los símbolos que intervienen en la celebración. Es, pues, toda la acción ritual la que es evangelizadora y no solamente algunas partes como las lecturas o la homilía. Con toda razón la Eucaristía "aparece como fuente y cima de toda evangelización" (PO 5), verdad de la que se derivan no pocas consecuencias pastorales especialmente en el campo de la catequesis y de la educación en la fe.

 

          Al presidir la Eucaristía, el presbítero ha de ser consciente también de que ésta es también fuente permanente de la misión evangelizadora. Todo el que participa intensamente en la celebración eucarística, se sentirá llamado a transmitir a sus hermanos lo que ha vivido, compartiendo con ellos la alegría del encuentro con el Señor (cf. Mt 28,30; Lc 24,33‑35) [21].

 

15. Asegurar la participación de los fieles

 

          El presidente de la asamblea eucarística ha de estar convencido de la importante función que le corresponde en orden a asegurar que "en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente" (SC 11). Ahora bien, el concepto de "participación activa" significa que la liturgia es acción comunitaria, pero esto no quiere decir que tenga que ser esbozada de nuevo, obedeciendo a un permanente cambio de estructuras a fin de hacer intervenir continuamente a todos los participantes. La participación activa pide también la interiorización de la acción litúrgica.  

          Se trata, por tanto, de guiar a los fieles hacia una participación plena, esto es, interna y externa, en el desarrollo de la celebración, no de configurar ésta con vistas a la participación externa. La "viveza" de una celebración es una idea ambigua, y en muchos casos denota una nueva forma de clericalismo condescendiente. A veces la comunidad siente también la tentación de "celebrarse a sí misma", sobre todo cuando la liturgia se convierte en manifestación de realizaciones y compromisos, en vez de atender al misterio celebrado. Habrá que recordar alguna vez el deber de asistir a la Misa dominical y la conveniencia de frecuentar la Eucaristía incluso diariamente, sin olvidar la obligación de recibir el Cuerpo de Cristo con las debidas disposiciones, acudiendo a la confesión sacramental cuando se tenga conciencia de pecado grave.

 

16. Respetar la estructura de la celebración y el ejercicio de los ministerios

 

          El ordenamiento actual de la celebración eucarística y la distinción de ministerios y funciones, facilitan la acción de toda la asamblea como sujeto integral de la celebración y la actuación específica del sacerdocio ministerial en relación con el sacerdocio común de todos los fieles (cf. OGMR proemio 4-5; 7; 58; etc.). Los distintos ministerios están al servicio de la Palabra de Dios y del altar, pero también al servicio de la asamblea. Los signos de la presidencia litúrgica, como la sede y los vestidos litúrgicos, tienen la finalidad de mostrar el carácter jerárquico y ministerial de una asamblea que es presidida por quien hace las veces de Cristo Cabeza (cf. OGMR 60; etc.). 

          El significado de cada parte de la celebración está descrito en el Misal Romano atendiendo a una triple referencia: la naturaleza de cada elemento, fijada por la tradición litúrgica; su función en el interior del rito, que configura el dinamismo de toda la celebración; y las modalidades de su realización práctica, muchas veces según la oportunidad y atendiendo a la situación de los fieles (cf. OGMR 24-57).

 

17. Cuidar los aspectos expresivos y comunicativos

 

          En la liturgia ningún elemento carece de significado. Todo tiene una hermosa unidad y deja entrever la admirable "mistagogia" de la Iglesia, en la que las palabras, los gestos y los signos conducen a los fieles "de lo visible a lo invisible, del signo a lo significado, de los 'sacramentos' a los 'misterios'" (CCE 1075). En la celebración conviene estar atentos a los aspectos expresivos y comunicativos, como los gestos de los ministros, realizados con naturalidad y sin afectación, y las actitudes y movimientos de los fieles, para que éstos no asistan "como extraños y mudos espectadores" (SC 48) [22]. Por eso la mejor "catequesis litúrgica" será siempre una buena celebración en la que encuentren adecuado equilibrio la actuación de los ministros y las intervenciones del pueblo, las lecturas y el canto, la oración común y el silencio. Hoy es fundamental cuidar la visibilidad y la acústica, para que todos puedan ver y oir con facilidad a los ministros.

 

          Por otra parte, "la naturaleza y belleza del lugar y de todos los utensilios sea capaz de fomentar la piedad y mostrar la santidad de los misterios que se celebran" (OGMR 257). En efecto, el espacio celebrativo y todo el conjunto de signos y símbolos, como los vestidos y el resto del ajuar litúrgico, están impregnados de la experiencia del misterio. La misma ornamentación expresa y traduce la vivencia de la fe y de lo que se celebra [23]. La noble sencillez no está reñida con la belleza, y en todo se ha de procurar "que las cosas destinadas al culto sean en verdad dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de las realidades celestiales" (SC 122). Por otra parte, debería usarse más el incienso especialmente en las misas de los domingos y fiestas.

 

18. Preparación personal antes de la celebración

 

          Para asegurar una buena participación en la celebración eucarística es necesario que tanto los ministros como los fieles "se acerquen a la liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz, y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano" (SC 11). En particular el sacerdote ha de ser consciente de que va a hacer las veces de Cristo, presidiendo la asamblea congregada, dirigiendo su oración, anunciando el Evangelio, asociando al pueblo al Sacrificio de Cristo que él ha de consagrar, y repartiendo el Pan de la vida a sus hermanos [24]. El que preside es una figura pública que debe actuar con sencillez y normalidad, sin rigideces ni automatismos. También por estas razones es fundamental la ejemplaridad del ministro. "Aunque no sea ésta la intención del sacerdote, es importante que los fieles le vean recogido cuando se prepara para celebrar el Santo Sacrificio, que sean testigos del amor y la devoción que pone en la celebración, y que puedan aprender de él a quedarse algún tiempo para dar gracias después de la comunión" [25]

          Para facilitar la preparación de la comunidad y de los ministros es conveniente, como ya se ha indicado antes, crear un clima religioso y fraterno por medio de la ambientación del lugar, el silencio y la acogida de los fieles; y procurar que todas las personas que han de intervenir, designadas con tiempo suficiente, conozcan el desarrollo del rito y las diversas intervenciones como las lecturas y las intenciones de la oración universal. Es muy oportuno un breve ensayo de los cantos antes de comenzar. "Nada se deje a la improvisación, ya que la armónica sucesión y ejecución de los ritos contribuye muchísimo a disponer el espíritu de los fieles a la participación eucarística" (OGMR 313) [26]

          Corresponde al sacerdote llamar a niños e instruirlos oportunamente para que ejerzan la función del acólito, necesaria no sólo por razones prácticas sino también para resaltar mejor la relevancia del ministro de la Eucaristía. 

 

19. Preparar también los libros litúrgicos y otros elementos

 

          Es indispensable hoy un esfuerzo mayor en la preparación efectiva de las celebraciones (cf. OGMR 73), atendiendo responsablemente "al bien espiritual común de la asamblea", sobre todo a la hora de la elección, cuando es posible hacerla, de los textos, de las lecturas y de los cantos "que mejor respondan a las necesidades y a la preparación espiritual y modo de ser de quienes participan" (OGMR 313), para que la Eucaristía sea siempre la "fuente primera e indispensable" de la vida cristiana (cf. SC 14). En todo caso conviene registrar los libros antes de empezar la celebración, sin olvidar el de la Oración de los Fieles. 

          Es muy importante elegir los cantos de acuerdo con su función y el tiempo litúrgico [27]. Los del Ordinario de la Misa deben tener inalterado el texto, los demás una letra válida doctrinalmente y una melodía apta litúrgica y pastoralmente. Habrá que preparar formas suficientes para que los fieles comulguen del mismo sacrificio en el que participan (cf. OGMR 56h), y que por su consistencia aparezcan verdaderamente como alimento (cf. ib. 283). Si se preparan otros dones además del pan y del vino, para ser presentados en su momento, que estén destinados verdaderamente a los pobres o a la Iglesia.

 

          Conviene adornar el altar con sobriedad y buen gusto, según los tiempos litúrgicos y la forma de la mesa. La cruz y los candelabros no han de estar necesariamente sobre aquel, y menos aún hojas, gafas, micrófonos demasiado visibles, flexos, etc. La colocación de la sede y del ambón han de facilitar la comunicación con el pueblo. Los ornamentos han de ser dignos y limpios, sin necesidad de que sean lujosos; pero en los domingos y fiestas se usarán ornamentos mejores. El que preside ha de llevar la casulla sobre el alba y la estola (cf. OGMR 299). Tan sólo los concelebrantes, si no hay ornamentos suficientes, pueden prescindir de ella (cf. ib. 161).  

          Estas indicaciones tienen aplicación también en las concelebraciones, para que aparezcan como expresión de la unidad del sacerdocio, del sacrificio y del pueblo de Dios (cf. OGMR 153 ss.).

 

          B) Sugerencias para cada parte de la celebración

 

 

20. Los ritos de introducción

 

          "La finalidad de estos ritos es hacer que los fieles reunidos constituyan una comunidad y se dispongan a oir como conviene la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía" (OGMR 24). En efecto, además de abrir la celebración, invitan a la conversión y a reconocer la presencia del Señor en medio de los suyos (cf. OGMR 28). Se debería tener en cuenta que:

 

-el canto de entrada debe ser cantado por toda la asamblea y no sólo por un coro y aludir a la fiesta o al tiempo litúrgico; la procesión de los ministros al altar puede resaltarse llevando el Evangeliario o el Leccionario por el diácono o por un lector;

 

-el saludo a la comunidad desde la sede debe hacerse en tono amable y cordial, con las palabras rituales; el sacerdote puede hacer una breve monición alusiva a la celebración;

 

-el acto penitencial se hace con una de las fórmulas previstas; si se usa la tercera forma, bastan unas breves invocaciones, sin señalar motivos para el arrepentimiento; es importante observar el breve silencio a continuación de la invitación a reconocerse pecadores; los domingos, sobre todo de Pascua, es conveniente hacer la aspersión con el agua para recordar el bautismo; en este caso y cuando tiene lugar un rito litúrgico al comienzo de la celebración, se omite el acto penitencial;

 

-el Gloria pide ser cantado por toda la asamblea en directo o a dos coros; nunca puede ser sustituido por otro canto semejante;

 

-la oración colecta, precedida de la pausa silenciosa, debe ser cantada o recitada con voz alta y clara; es importante no abreviar la conclusión, que expresa la orientación trinitaria de la plegaria cristiana.

 

21. La liturgia de la Palabra

 

          "Las lecturas tomadas de la Sagrada Escritura, con los cantos que se intercalan, constituyen la parte principal de la Liturgia de la Palabra; la homilía, la profesión de fe y la oración universal o de los fieles, la desarrollan y concluyen. En las lecturas, que luego comenta la homilía, Dios habla a su pueblo, le descubre el misterio de la redención y salvación, y le ofrece alimento espiritual; y el mismo Cristo, por su palabra, se hace presente en medio de los fieles. Esta palabra divina la hace suya el pueblo con los cantos, y muestra su adhesión a ella con la profesión de fe; y una vez nutrido con ella, en la oración universal hace súplicas por las necesidades de la Iglesia entera y por la salvación de todo el mundo" (OGMR 33).

 

          Se ha de cuidar con especial esmero esta parte de la acción litúrgica, en la que la proclamación del Evangelio ocupa un puesto eminente (cf. OGMR 13; OLM 13 y 17). La mayoría de los fieles que acude a la Misa dominical no suele tener otro contacto con la Palabra de Dios. Por otra parte la liturgia de la Palabra, íntimamente unida a la liturgia del Sacrificio (cf. SC 56), prepara a los fieles para participar en él más fructuosamente (cf. OLM 10). En este contexto la homilía, como "parte de la misma liturgia" (SC 52), ayuda a penetrar en el sentido de las lecturas y en el misterio celebrado (cf. OGMR 41-42) [28]. En concreto:

 

-las lecturas han de ser leídas por lectores que ayuden con su actitud espiritual y su preparación técnica a la adecuada comunicación de la Palabra de Dios [29]; las lecturas no pueden ser sustituidas nunca por textos no bíblicos (cf. OLM 12); en ocasiones se pueden elegir otras, u omitir una pero no el Evangelio, o leer la más breve (cf. OGMR 318-320); es importante el silencio previo a la lectura y durante ésta, así como el buen funcionamiento de la megafonía; una breve monición a cada lectura o una oportuna a todas ellas, contribuye a la comprensión de la Palabra de Dios;

 

-el salmo responsorial, que es también Palabra de Dios, se debe cantar por un salmista o recitar por otro lector; de ningún modo puede ser sustituido por un canto cualquiera [30];

 

-la proclamación del Evangelio va acompañada de la signación y el beso del libro; en la misa dominical y en las fiestas debería hacerse la procesión con luces, la incensación, y cantarse el aleluya (salvo en Cuaresma); es importante también la dignidad del libro;

 

-la homilía expone el misterio que se celebra y los principios de la vida cristiana (cf. SC 52); pero no es exégesis, ni catequesis, ni exposición doctrinal, ni panegírico, ni oración fúnebre; ha de tener una intención evangelizadora y mistagógica, con un lenguaje sencillo y un tono cercano y familiar; después del Evangelio o, en su caso, de la homilía, es conveniente una breve pausa de silencio para que los fieles mediten en su interior la Palabra divina;

 

-la profesión de fe se puede recitar o cantar por toda la asamblea; solamente en la noche de Pascua o en las misas en las que se administran los sacramentos de la Iniciación Cristiana se sustituye por la triple interrogación;

 

-la oración de los fieles debe hacerse confiando al diácono o a un solo lector el enunciado de las intenciones y resaltando la respuesta de la asamblea, la verdadera oración de los fieles, por ejemplo mediante el canto; las intenciones han de ser sobrias, proponiendo los motivos de la petición, no demasiado didácticas y respetando el carácter universal de esta plegaria;

 

 

22. La liturgia eucarística

 

          "La última Cena, en la que Cristo instituyó el memorial de su muerte y resurrección, se hace continuamente presente en la Iglesia cuando el sacerdote, que representa a Cristo Señor, realiza lo que el mismo Señor hizo y encargó a sus discípulos que hicieran en memoria suya... De ahí que la Iglesia haya ordenado toda la celebración de la liturgia eucarística según estas mismas partes, con las palabras y gestos de Cristo. En efecto: 1) En la preparación de los dones se llevan al altar el pan y el vino con el agua; es decir, los mismos alimentos que Cristo tomó en sus manos. 2) En la plegaria eucarística se dan gracias a Dios por toda la aobra de la salvación, y las ofrendas se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo. 3) Por la fracción de un solo pan se manifiesta la unidad de los fieles, y por la comunión los mismos fieles reciben el Cuerpo y la Sangre del Señor, del mismo modo que los Apóstoles lo recibieron de manos del mismo Cristo" (OGMR 48).

 

          La secuencia de ritos y plegarias de la liturgia eucarística entraña el anuncio eficaz de la muerte del Señor hasta su retorno (cf. 1 Cor 11,26). Por eso todas las liturgias coinciden en lo fundamental de esta secuencia.

 

          a) La preparación de los dones comprende la procesión de ofrendas, gesto que pertenece a los fieles, mientras que la disposición de la mesa eucarística han de hacerla los ministros. El rito incluye también la incensación del altar, la purificación del que preside y la oración sobre las ofrendas, que cierra esta parte (cf. OGMR 49-53). Conviene tener presente que:

 

-la procesión de presentación de los dones puede ir acompañada por un canto apropiado o por música del órgano o de otros instrumentos; en ningún caso se debe "ofrecer" en voz alta o explicar lo que se lleva; la colecta se hace rápidamente, para que, si es posible, se incorpore a la procesión o termine antes de la presentación del pan y del vino en el altar; el cáliz puede ser preparado en la credencia por el diácono y llevado al altar (cf. OGMR 133); sobre el altar se colocarán siempre los corporales, lo suficientemente grandes como sea necesario, así como las patenas o copones para la distribución de la comunión o para los concelebrantes, pero evítese la sensación de abigarramiento;

 

-el sacerdote toma en sus manos el pan y el vino por separado, diciendo las palabras prescritas en voz baja o, si lo prefiere, en voz alta para que responda el pueblo; si se canta o suena la música, es evidente que estas palabras han de decirse en voz baja; el altar, la cruz y los dones pueden ser incensados;

 

-el lavatorio de las manos prepara al sacerdote para la plegaria eucarística, de la que es un preludio ya la oración sobre las ofrendas; los fieles se ponen de pie después de decir la respuesta a la invitación a orar.

 

          b) La plegaria eucarística, "centro y culmen de toda la celebración, es una oración de acción de gracias y de santificación... El sentido de esta plegaria es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en la ofrenda del sacrificio" (OGMR 54). La posibilidad de elección entre varios textos responde a que un único formulario no es capaz de recoger toda la riqueza acumulada por la tradición en esta parte de la liturgia aucarística (cf. OGMR 321-322), y a criterios como las circunstancias de la celebración o de la asamblea, por ejemplo, misas por diversas necesidades, misas con niños y misas de la reconciliación. La importancia teológica y eclesial de la plegaria eucarística requiere el máximo respeto al texto, que en ningún caso puede ser modificado por el ministro. En esta parte se ha de tener en cuenta que:

 

-el sacerdote debe esperar a que los concelebrantes (si los hay) se acerquen al altar antes de iniciar el diálogo del prefacio; éste debería cantarse, lo mismo que la aclamación del Santo; cuando hay prefacio propio se usa éste, en otro caso se toma el prefacio del tiempo o del común; cuando hay prefacio propio no es posible usar la plegaria eucarística IV o la V con sus variantes (denominada antes, del Sínodo Suizo);

 

-es conveniente usar todas las plegarias eucarísticas aprobadas de acuerdo con lo que indica el Misal (cf. OGMR 322); las destinadas a las misas con niños y de la reconciliación tienen normas propias; no deben olvidarse las variaciones que propone el Misal para los domingos y para algunas solemnidades, así como las intercesiones propias de algunas misas rituales; la plegaria eucarística requiere ser pronunciada con voz alta y clara por el que preside; los concelebrantes se unen en voz baja en las partes que corresponden a todos (cf. OGMR 170); la plegaria puede ser cantada en la parte central; las intercesiones se pueden confiar a algunos de los concelebrantes; se puede mencionar el nombre del difunto cuando la misa se aplica con este fin, pero no es obligatorio más que en la Misa exequial para evitar que los fieles tengan un concepto privatizador de la eucaristía; durante la plegaria eucarística ningún sonido puede cubrir la voz del que la recita (cf. OGMR 12); durante la consagración los fieles están de rodillas, salvo que lo impida la estrechez del lugar o la aglomeración u otra causa razonable (cf. OGMR 21);

 

-la doxología la dice o canta el celebrante principal sólo o con los concelebrantes (cf. OGMR 191), pero no la asamblea; en la doxología solamente se elevan la patena y el cáliz; conviene destacar con el canto el amén final de la plegaria eucarística.

 

          c) La secuencia de los ritos de la comunión, articulados en torno al Padrenuestro, el gesto de la paz y la fracción, mira ante todo a la comunión sacramental (cf. OGMR 56). Se ha de procurar mantener el equilibrio entre todos los elementos sin desorbitar, por ejemplo, el gesto de la paz. Por tanto:

 

-la monición al Padrenuestro puede hacerse con una de las fórmulas propuestas o con palabras parecidas; el texto del Padrenuestro no puede modificarse y no debe tener otro "arropamiento" que la monición previa y el embolismo con la aclamación "Tuyo es el Reino...";

 

-el rito de la paz ha de ser sobrio, intercambiando un gesto con los más cercanos; es preferible no cantar en este momento para no alargar el rito ni anular el canto del "Cordero de Dios";

 

-la fracción del Pan eucarístico -que dio nombre a la Eucaristía en el Nuevo Testamento- está ligada a la comunión (cf. 1 Cor 10,16-17), por lo que debe hacerse de manera visible y expresiva; el canto propio de este momento es el "Cordero de Dios";

 

-la comunión de los fieles deben darla los ministros ordinarios; sólo si faltan éstos o no son suficientes, pueden actuar ministros extraordinarios según lo establecido [31]; la distribución de la comunión va acompañada del canto oportuno; es importante el diálogo de la fe entre el ministro y el que comulga (cf. OGMR 56 i; 117); los fieles no pueden tomar la comunión por sí mismos; es conveniente que los fieles hagan un reverencia -basta una inclinación de cabeza- antes de recibir la comunión; un acólito sostiene la bandeja para impedir que la Forma eventualmente pueda caer al suelo; en la concelebración los concelebrantes han de hacer genuflexión cuando acceden al altar para tomar el Cuerpo y la Sangre del Señor (cf. OGMR 205);

 

-la comunión bajo las dos especies está ligada a determinados momentos o acontecimientos de la vida cristiana (cf. OGMR 240-242), salvo en la misa conventual o de comunidad, o en una asamblea especial, o en la Vigilia pascual;

 

-independientemente del canto de comunión, después del oportuno silencio, se puede cantar otro canto de acción gracias que concluirá con la oración poscomunión; los vasos sagrados deben limpiarse discretamente, mejor en la credencia que en el altar, pudiéndose hacer incluso después de la celebración.

 

23. Los ritos de despedida

 

          "El rito de conclusión consta de: a) saludo y bendición sacerdotal, que en algunos días y ocasiones se enriquece y se amplía con la oración 'sobre el pueblo' o con otra fórmula más solemne. b) Despedida, con la que se disuelve la asamblea, para que cada uno vuelva a sus quehaceres, alabando y bendiciendo a Dios" (OGMR 57). La bendición de despedida puede incluir también una sencilla monición (cf. ib. 11) en la que se puede invitar a llevar a la existencia cotidiana lo que se ha vivido en la celebración. Así pues:

 

-los avisos o anuncios se dan antes del saludo litúrgico, terminada la postcomunión; la monición de despedida, esencial y cordial, se hace también antes del saludo;

 

-la oración sobre el pueblo y las bendiciones solemnes se deberían hacer con más frecuencia, especialmente en las solemnidades; el saludo, la oración sobre el pueblo, las fórmulas solemnes y la bendición pueden cantarse; hay también varias invitaciones para el "podéis ir en paz", que se pueden elegir;

 

-en principio no está previsto por la liturgia ningún canto "final"; pero puede cantarse una antífona mariana como se hace al finalizar las Completas;

 

-cuando a la Misa sigue otra acción litúrgica, por ejemplo, el rito de última recomendación y despedida en las exequias, o una procesión, o la exposición del Santísimo Sacramento, se omite todo el rito de despedida.

 

 

          A modo de conclusión

 

          Queridos hermanos presbíteros: Desearía que esta carta cuaresmal del "año intensamente eucarístico" os ayude en el ejercicio consciente, gozoso y verdaderamente fructífero del ministerio sacerdotal. La Eucaristía no es un rito desvinculado de vuestra vida, como tampoco lo es de la existencia de la comunidad cristiana. Es la fuente misma de donde mana la fuerza necesaria para ser ministros fieles de Cristo y, al mismo tiempo, para amar a los hermanos con la caridad del Buen Pastor. Lograr una gran profundidad espiritual y personal en vuestra actuación como instrumentos vivos de quien os ha llamado y consagrado para representarle en la comunidad de los fieles, y al mismo tiempo atender a todas las exigencias de la participación de los fieles, es un reto difícil pero también una gozosa tarea.

 

          Pero contáis, contamos todos, con la acción del Espíritu Santo Creador ("Veni Creator Spiritus") que el Padre renovó en nuestros interior el día de la ordenación sacerdotal. Como contamos también con la intercesión de la Santísima Virgen, Madre del Sumo Sacerdote y Madre nuestra, y con la de San Juan de Avila, Maestro de evangelizadores y Patrono del Clero español, en este año del V Centenario de su nacimiento.

                              Ciudad Rodrigo, 22 de febrero de 2000

                             Fiesta de la Cátedra de San Pedro

                             + Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo

 

 


[1]. Cf. LG 10-11; CCE 1546-1547. El sacerdocio ministerial entraña por tanto "un vínculo ontológico específico, que une al sacerdote con Cristo, sumo Sacerdote y Buen Pastor": Juan Pablo II, Exhortación postsinodal "Pastores dabo Vobis", de 25-III-1992 (= PDV), n. 11.

[2]. Misal Romano, prefacio V de Pascua (cf. LG 10; 28; PO 2).

[3]. Santo Tomás de Aquino, citado en el Catecismo de la Iglesia Católica (= CCE), 1545.

[4]. Cf. Concilio de Trento, Ses. XXII, cap. 1: DS 1739; CCE 1364-1367.

[5]. "Como pertenece a la misma naturaleza de la Iglesia que el poder de consagrar la Eucaristía sea ortorgado solamente a los obispos y presbíteros, los cuales son constituidos ministros mediante la recepción del sacramento del Orden, la Iglesia profesa que el misterio eucarístico no puede ser celebrado en comunidad alguna, sino por un sacerdote ordenado, como ha enseñado explícitamente el Concilio Lateranense IV": Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta sobre el ministro de la Eucaristía, de 6-VIII-1983, n. 4 (cf. DS 802; CCE 1411).

[6]. Cf. SC 33; LG 10; 28; PO 2; 6; 12; CCE 1548-1549; PDV 15.

[7]. Juan Pablo II, Carta a los sacerdotes en el Jueves Santo de 1997, n. 5.

[8]. Ordenación general del Misal Romano (= OGMR), n. 10.

[9]. Pontifical Romano: Ordenación del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos, Plegaria de la ordenación de presbíteros.

[10]. "Te pedimos, Padre Todopoderoso, que confieras a estos siervos tuyos la dignidad del presbiterado, renueva en sus corazones el Espíritu de santidad; reciban de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal, y sean, con su conducta, ejemplo de vida" (Pontifical Romano..., Plegaria de la ordenación de los presbíteros).

[11]. Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, de 31-I-1994, nn. 3 ss.

[12]. Pontifical Romano..., Homilía en la ordenación de presbíteros.

[13]. Juan Pablo II, Carta a los sacerdores para el Jueves Santo de 1998, introducción.

[14]. En efecto, los presbíteros son cooperadores necesarios del Orden episcopal y partícipes en grado subordinado del ministerio de los Apóstoles, tal como expresa la misma plegaria de ordenación. Este es el sentido de la fórmula "secundi meriti munus", traducida por "el segundo grado del ministerio sacerdotal", indicando implícitamente que el primer grado de ese ministerio está en el obispo.

[15]. Cf. PDV 23; PO 5.

[16]. Cf. PDV 48; CCE 1418; Ritual de la Sagrada Comunión y del Culto a la Eucaristía fuera de la Misa, Orientaciones generales.

[17]. En efecto "la liturgia es una epifanía de la Iglesia, pues la liturgia es la Iglesia en oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que es: una, santa, católica y apostólica": Juan Pablo II, Carta "Vicesimus Quintus Annus", de 4-XII-1988, n. 9.

[18]. "Un ritual auténticamente religioso y sobre todo auténticamente cristiano debe manifestar un último equilibrio. La ación ritual abre al sujeto al sosiego, al gozo, que es un elemento integrante del clima de la celebración y de la fiesta. Un rito debe estar bañado en ese clima tan difícilmente descriptible que llamamos solemnidad. Lo cual no significa que deba de constar de elementos ricos, de muchos celebrantes y de ceremonias complicadas. Por el contrario, la solemnidad supone un clima de sencillez, de recogimiento abierto y transparente, de gratuidad, de gozo, de paz y 'un algo más', 'un no sé qué' que es el signo de la manifestación de lo invisible, de la presencia del Misterio. Ese clima es el que permitirá que, si alguien entra en una asamblea que celebra de esta forma caiga rostro en tierra y confiese: 'Dios está verdaderamente en medio de ellos' (1 Cor 14,24-25)": J. Martín Velasco, Lo ritual en las religiones, Madrid 1986, p. 80.

[19]. Cf. Juan Pablo II, Carta "Dominicae Cenae", de 24-II-1980, n. 8; Instrucción "Inaestimabile Donum", de 3-IV-1980, introd. y n. 11.

[20]. Cf. Comisión E. de Liturgia, Creatividad y fidelidad en la liturgia, Madrid 1986.

[21]. Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Dies Domini", de 31-V-1998, n. 45.

[22]. "La expresión está demasiado limitada a las palabras. De tal manera ha prevalecido la palabra que ya no se exige del fiel ninguna expresión corporal... La liturgia todavía no ha descubierto que una actitud corporal significativa de forma consciente podría favorecer la actitud religiosa mucho más que un buen montón de palabras": A. Vergote, La realización simbólica en la expresión cultual: "Phase" 75 (1973) 213-233.

[23]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, Ambientación y arte en el lugar de la celebración, Madrid 1987.

[24]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El presidente de la celebración eucarística, Madrid 1988.

[25]. Congregación para el Clero, El presbítero, maestro de la Palabra, ministro de los sacramentos y guía de la comunidad ante el tercer milenio cristiano, Ciudad del Vaticano 1999, III, n. 2; Código de Derecho Canónico, c. 909.

[26]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El equipo de animación litúrgica, Madrid 1989;

[27].  Cf. Secretariado N. de Liturgia, Canto y música en la celebración, Madrid 1992;

[28]. Cf. Comisión E. de Liturgia, Partir el pan de la Palabra. Orientaciones sobre el ministerio de la homilía, de 30-IX-1983, Madrid 1985.

[29]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El ministerio del lector, Madrid 1985.

[30]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El salmo responsorial y el ministerio del salmista, Madrid 1986.

[31]. Cf. Secretariado N. de Liturgia, El acólito y el ministro extraordinario de la Comunión, Madrid 1985.

 

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