Lunes, 11 Abril 2022 09:05

EL MINISTERIO DE LA ORACION Carta a los Presbíteros

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EL MINISTERIO DE LA ORACION

 

Carta a los Presbíteros

 

 

                                                      SUMARIO

 

 

                                                                Introducción

 

1. En la perspectiva del reciente Jubileo

2. En coherencia con las líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-03

 

                                       I. JESUS, MAESTRO DE ORACION

 

3. Necesidad de la oración

4. Las dificultades de nuestra oración

5. Oración y adoración

6. La oración de Jesús

7. La ayuda del Espíritu Santo

8. Oración al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo

9. Jesús y la Iglesia han orado por nosotros

10. El ejemplo de María y de los santos

 

                II. LA ORACION EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DE LOS PRESBITEROS

 

11. La oración en la vida del presbítero

12. El ejercicio del ministerio fuente de santificación

13. El ministerio de la oración

14. Oración personal, oración paralitúrgica y oración litúrgica

15. De la oración personal a la oración litúrgica

16. La Eucaristía en el centro de la vida de oración del presbítero

17. La Liturgia de las Horas

18. Otras formas de oración

19. La visita y la oración ante el Santísimo Sacramento

 

                           III PARTE: ALGUNOS RECURSOS PARA LA ORACION

 

20. Oración vinculada siempre a la Palabra de Dios

21. Hay un tiempo para orar y un tiempo para trabajar

22. "Lectio Divina" y oración mental

23. Liturgia de las Horas y oración personal

24. La oración compartida y los grupos de oración

25. Amodo de conclusión

 

                                                EL MINISTERIO DE LA ORACION

                                                       Carta a los Presbíteros

 

"Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos" (Lc 11,1).

 

          Queridos hermanos presbíteros:

 

          En los días que preceden a la Cuaresma me pongo a escribiros una carta como en años anteriores, con el deseo de ofreceros algunas ideas y sugerencias en torno a un tema importante para nuestra vida de ministros de Cristo. Pensando cuál podía ser ese tema y que tuviera además alguna relación con las líneas de acción pastoral propuestas al comienzo del curso, me ha parecido que podía ser la oración. Me he decidido a ello después de haber leído la Carta Apostólica Novo Millennio Ineunte del Santo Padre Juan Pablo II [i].

 

          Recibid mi saludo fraterno en el Señor. La Cuaresma es tiempo de gracia y de salvación (cf. 2 Cor 6,2). Por eso pido al Padre de las misericordias que os conceda a cada uno aprovechar este tiempo para "renovaros en la mente y en el espíritu" (Ef 4,22).

 

1. En la perspectiva del reciente Jubileo

 

          Os decía que he elegido el tema de la oración después de haber leído el bello documento con que nos ha obsequiado el Santo Padre al término de Jubileo. Sorprende gratamente comprobar el énfasis que pone en el retorno a la normalidad después de la grata experiencia de las celebraciones jubilares. Pero, como el mismo Papa ha dicho, "nada es como antes" al reanudar el camino del tiempo ordinario [ii]. El Año Jubilar nos ha dejado una herencia preciosa que hemos de conservar y de acrecentar especialmente en estos dos aspectos: manteniendo a Cristo en el centro de nuestra vida, y dando por todas partes testimonio de reconciliación, de espíritu de servicio y de comunión.

 

          Permitidme citar estas significativas palabras de la Carta Apostólica: "Ahora tenemos que mirar hacia adelante, debemos «remar mar adentro», confiando en la palabra de Cristo: ¡Duc in altum! Lo que hemos hecho este año no puede justificar una sensación de dejadez y menos aún llevarnos a una actitud de desinterés. Al contrario, las experiencias vividas deben suscitar en nosotros un dinamismo nuevo, empujándonos a emplear el entusiasmo experimentado en iniciativas concretas... Sin embargo, es importante que lo que nos propongamos, con la ayuda de Dios, esté fundado en la contemplación y en la oración. El nuestro es un tiempo de continuo movimiento, que a menudo desemboca en el activismo, con el riesgo fácil del «hacer por hacer». Tenemos que resistir a esta tentación, buscando «ser» antes que «hacer»" (NMI 15).

 

2. En coherencia con las líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-03

 

          "Dinamismo nuevo""entusiasmo""iniciativas concretas" son palabras estimulantes. Pero es necesario construir sobre una base sólida. Y esta base no puede ser otra que la gracia de Jesucristo, sin el cual "no podemos hacer nada" (cf. Jn 15,5).

 

          Completado el ciclo de objetivos diocesanos centrados en la Iniciación cristiana y en la preparación y celebración del Gran Jubileo (años 1.996-2.000), hemos trazado un nuevo programa que comprende diez líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-2.003, de manera que el objetivo de cada curso tenga en cuenta y comprenda estas líneas. "Denominador común de estas líneas es la necesidad de la evangelización como preocupación general y prioritaria. La Iglesia particular de Ciudad Rodrigo necesita reforzar su misión al servicio del Reino de Dios con la mirada puesta en Jesucristo, origen y dueño de la acción evangelizadora" [iii].

 

          La primera línea de acción consiste precisamente en la atención a la vida espiritual en todos los sectores del pueblo de Dios. No puede ser de otra manera. Evangelizar requiere en todos los que hemos de trabajar en ello, especialmente los sacerdotes, un compromiso decidido en favor de la propia santificación, cultivando los medios que la procuran, entre los que sobresale la oración como encuentro cotidiano con el Señor [iv].

 

          Por todos estos motivos he pensado escribiros este año sobre la oración. Divido la Carta en tres partes. En la primera os invito a dirigir una vez más la mirada al Señor, Maestro de oración, para hacerle la misma súplica de los primeros discípulos: "Señor, enséñanos a orar" (Lc 11,1). En la segunda compartiré unas reflexiones sobre la oración en nuestra vida y en nuestro ministerio, ya que hemos sido constituidos en ministros de la oración. Y en la tercera trataré de proponer algunas sugerencias prácticas.

 

 

I. JESUS, MAESTRO DE ORACION

 

3. Necesidad de la oración

 

          De nuevo quiero citar a S.S. Juan Pablo II: "La oración... nos recuerda constantemente la primacía de Cristo y, en relación con él, la primacía de la vida interior y de la santidad. Cuando no se respeta este principio, ¿ha de sorprender que los proyectos pastorales lleven al fracaso y dejen en el alma un humillante sentimiento de frustración? Hagamos, pues, la experiencia de los discípulos en el episodio evangélico de la pesca milagrosa: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada» (Lc 5,5). Este es el momento de la fe, de la oración, del diálogo con Dios, para abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase por nosotros con toda su fuerza: ¡Duc in altum!" (NMI 38).

 

          Pero, ¿quién no está convencido de esta necesidad? Entre nosotros, los sacerdotes, que desde que entramos en el Seminario e incluso antes, en el seno de nuestras familias -fueron nuestras madres las que nos enseñaron a rezar-, sabemos lo que es la oración, nadie pone en duda esta necesidad. Pero en la práctica, no vamos a negarlo, padecemos una "cierta mala conciencia afligida", una sensación dolorosa de no estar siendo fieles a esta dimensión fundamental de nuestra existencia [v].

 

          Y es cierto, y las causas no son únicamente las distracciones, la sequedad o falta de sabor, sino también la carencia de unas estructuras sistemáticas para la oración individual, el poco tiempo y la fluctuación de los momentos que le dedicamos, la rutina y la poca interioridad sobre todo en la celebración, tanto de la Eucaristía como de la misma Liturgia de las Horas. Nuestras celebraciones adolecen también de falta de preparación personal.

 

          Quizás nos afectan también a nosotros los factores de una crisis religiosa más general. En efecto hay cristianos a los que se les ha olvidado lo que es rezar, porque han abandonado oraciones y prácticas de piedad que ahora no les dicen nada, o porque su relación con Dios les parece algo irreal y carente de sentido. Para muchos la oración está asociada a los momentos de dificultad, como un recurso último. En todos los casos se advierte un gran déficit de experiencia gozosa y liberadora del encuentro con Dios.

 

4. Las dificultades de nuestra oración

 

           Los sacerdotes constatamos muchas veces que no hemos sabido cuidar la vida espiritual. Desbordados a veces por la actividad, no buscamos la ocasión propicia y el clima para sumergirnos en la oración, con el riesgo que esto comporta de que nos convirtamos en "funcionarios" de la tarea pastoral.

 

          Es cierto que el mundo de la oración es complejo y difícil. Lo reconocen hasta los grandes orantes, que han experimentado en sus propias vidas esa complejidad y dificultad, y no pocas veces la "noche oscura". Santa Teresa decía: "Estas cosas de oración son todas dificultosas" (Vida 13,12). Dada la mentalidad utiliarista y el pragmatismo que nos envuelven, la oración carece de valor de manera que algunos se preguntan: "¿para qué sirve orar?". Esclavo de la eficacia y del rendimiento, al hombre de hoy no le preocupa la oración, aunque después tiene que buscar espacios para superar el stress y la ansiedad de la vida moderna. Quizás alguno de nosotros piensa también que la mejor oración es el compromiso, que basta orar con la vida y que todo es ya oración.

 

          Pero el problema de la debilidad de nuestra oración es probablemente de otra naturaleza. Yo lo veo como un problema de relación o, si queréis, de superación de una idea en cierto modo racionalista o intelectual de la oración. Hemos pretendido que nuestra oración fuera como un raciocinio, una especie de discurso que va procediendo con lógica, por derivación de ideas. Si la oración consistiera en esto, sería una forma de hablar con nosotros mismos, y el Dios a quien nos dirigimos tan sólo la proyección o el espejo de nuestros deseos y frustraciones. Pero la oración es mucho más que una actividad intimista, que un recurso psicológico. Es una necesidad de nuestro espíritu, que quiere estar en contacto con Alguien que nos espera, nos acoge y nos ama.

 

5. Oración y adoración

 

          Uno de los problemas más grandes con que tropezamos hoy y que tiene también su repercusión en la pobreza de nuestras oraciones es el debilitamiento del sentido de la adoración a Dios. Son muchos los signos que denotan este debilitamiento. Basta observar cómo se comporta la mayoría de la gente en el interior de las iglesias, incluso durante las celebraciones. Los gestos de adoración y el silencio religioso brillan por su ausencia muchas veces.

 

          Fuera de la iglesia no se menciona a Dios en los actos públicos y en muchos otros actos, en los que antes se rezaba o se hacía al menos señal de la cruz al empezar. Se evita hablar de las realidades espirituales, incluso en ámbitos confesionales católicos, por temor a herir la susceptibilidad de los no creyentes. Poco a poco se difuminan las diferencias de lenguaje entre creyentes y no creyentes, de manera que todo el mundo se acostumbra a prescindir de lo religioso o a considerarlo como un fenómeno marginal. Es evidente que estamos ante una sociedad fuertemente atacada de secularismo. Y sin embargo se da la paradoja de la fascinación que producen algunas religiones orientales, las sectas y los movimientos pseudoespiritualistas. 

 

          En este clima la oración no existe sencillamente. Por eso debemos preguntarnos qué hemos hecho de la adoración como primer acto de la virtud de la religión, que expresa el homenaje de la criatura hacia su Creador y el reconocimiento de la más profunda dependencia. La adoración entraña admiración ante la insondabilidad del misterio divino y gratitud hacia la bondad de Dios, y se basa en un amor confiado que capacita para celebrar a Dios y darle la gloria y el honor que le son debidos. Por eso la adoración es el alma de todas las formas de culto, tanto personales e indivuales como comunitarias y litúrgicas. Recuperar el sentido de la adoración es hoy un objetivo absolutamente prioritario en la espiritualidad, en coherencia con el diálogo de Jesús con la mujer samaritana (cf. Jn 4,19-24).

 

6. La oración de Jesús

 

          En el Libro de los Salmos, la colección más rica de plegaria que existe, hay innumerables ejemplos que reflejan las dificultades en la oración: "Dios mío, de día te grito, y no respondes; de noche, y no me haces caso" (Sal 22[21],3). Es el salmo que Jesús recitó en la soledad de la cruz. Los mismos sentimientos aparecen en los salmos 77[76], 88[87], etc. Como contraste el salmo 27[26] expresa la confianza en la cercanía de Dios: "El Señor es mi luz y mi salvación, el Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?" (v. 1). Expresiones semejantes se encuentran en el salmo 18[17]: "En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo Él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos" (v. 9). En labios de Jesús aparece una afirmación semejante: "Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que Tú me escuchas siempre" (Jn 11,41-42).

 

          Bastarían estos ejemplos para advertir que la oración de Jesús, nuestro Maestro y modelo en la plegaria [vi], es una oración situada dentro de la tradición bíblica representada por el Salterio y, por esto mismo, una oración que asume las dificultades de nuestra oración y al mismo tiempo expresa la certeza de que Dios escucha siempre a sus hijos. En este sentido Jesús ha revelado su relación singular con el Padre y su íntima unidad con Él en el Espíritu Santo. Basta releer en esta clave los discursos de la última Cena y en especial la oración sacerdotal.

 

          La enseñanza de Jesús más original e importante es la que se refiere al contenido mismo de la oración. Este contenido se condensa en una palabra: ¡Abba, Padre! (Mc 14,36). La manifestación de lo que esta palabra encierra fue seguida de la donación del Espíritu Santo, que hace posible la filiación divina adoptiva y el que todos los discípulos de Jesús podamos invocar a Dios como Él (cf. Rm 8,15; Gá 4,6-7). Por eso Jesús, respondiendo a la petición de de los discípulos de que les enseñara a orar, les dijo: "Cuando oréis decid: Padre..." (Lc 11,2; cf. Mt 6,9).

 

7. La ayuda del Espíritu Santo

 

          Con frecuencia nos ponemos a orar sin preparación inmediata. Y no me refiero sólo al silencio exterior e interior, sino a la conveniencia de invocar la ayuda divina para la oración. Este es el sentido que tiene la recitación del "Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles..." al comienzo de una meditación, y no es otro el significado de la invocación inicial de las horas del Oficio Divino: "Dios mío, ven en mi auxilio", tomada del Salmo 70[69],2.

 

          Estas invocaciones nos recuerdan lo que dice San Pablo: "El Espíritu Santo viene en ayuda de nuestra debilidad, porque nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8,26). En efecto, el Espíritu Santo, «es el mismo en Cristo, en la totalidad de la Iglesia y en cada uno de los cristianos» (OGLH 8). Su misión es hacernos participar de la vida de Cristo, de su sabiduría y de su amor. Pero también de la oración de Jesús. Gracias al Espíritu Santo podemos participar en los sentimientos de Cristo en su coloquio con el Padre. "Nadie puede decir ¡Jesús es Señor!, si no es bajo la acción del Espíritu Santo" (1 Cor 12,3). Sin la asistencia del Espíritu, la oración no puede remontar el vuelo de la intimidad con Dios y se queda a lo sumo en una búsqueda de lo transcendente, como sucede en las formas de oración de muchas religiones.

 

          Reconocer nuestra dificultad para orar y nuestra pobre experiencia de oración no es malo, ya que forma parte de nuestra condición humana que se ha alejado de Dios. Pero el Espíritu Santo, "derramado en nuestros corazones" (Rm 5,5), colma esta laguna y salva la distancia inspirando, moviendo, avivando en nosotros la conciencia de que somos hijos de Dios y ayudándonos a encontrar el gozo y la alegría de su presencia. Él mismo ora en nosotros. Por eso «no puede darse oración cristiana sin la acción del Espíritu Santo, el cual... nos lleva al Padre por medio del Hijo» (OGLH 8; cf. CCE 2.623).

 

8. Oración al Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo

 

          El Espíritu Santo hace de la oración una relación interpersonal. Gracias a Él no oramos dirigiéndonos a Dios de una manera confusa, sino sabiendo quién nos escucha. En este sentido la oración cristiana es una oración trinitaria, pero que pasa necesariamente por la mediación de Jesucristo: "No hay otro camino de oración cristiana que Cristo. Sea comunitaria o individual, vocal o interior, nuestra oración no tiene acceso al Padre más que si oramos 'en el nombre de Jesús'. La santa humanidad de Jesús es, pues, el camino por el que el Espíritu Santo nos enseña a orar a Dios nuestro Padre" (CCE 2.664).

 

          Desde el Nuevo Testamento la ora ción debe dirigirse al Padre, por medio de Jesucristo nuestro Señor en la unidad del Espíritu Santo. De este modo la plegaria se sitúa, como aceptación y respuesta del creyente, dentro de la economía de la salvación que actualiza en el tiempo el designio eterno del Padre (cf. Ef 3,11; 2 Tm 1,9-10). Siguiendo las enseñanzas de Jesús los creyentes, movidos por el Espíritu Santo, debemos invocar a Dios como Padre con afecto filial y ofrecerle cuanto somos y tenemos imitando la oblación de Cristo en la cruz (cf. Hb 9,14). San Pablo recomendaba a los cristianos hacer de su vida una constante acción de gracias a Dios Padre, en el nombre de Jesucristo y por mediación de él (cf. Col 3,17; Ef 5,20). Pero esto sólo se logra dedicando tiempo a la oración que consagra la vida.

 

          Jesucristo no sólo es el Mediador sacerdotal de nuestra plegaria y nuestro intercesor permanente ante el Padre (cf. 1 Jn 2,1; Hb 4,14-16). Es también término de nuestra oración. San Agustín escribió: "Cristo ora por nosotros, ora en nosotros y es invocado por nosotros. Ora por nosotros como sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser nuestra cabeza, y es invocado por nosotros como Dios nuestro" (Enarr. In Ps.85,1).

 

          La oración cristiana se apoya en primer lugar en la misteriosa comunicación establecida entre el Hijo de Dios y la humanidad, unida a él en la Encarnación. Su gran valor radica en la presencia prometida por el propio Señor "donde estén reunidos dos o tres en su nombre" (Mt 18,20; 28,20), a fin de que todo lo que pidamos al Padre, nos sea concedido (cf. Jn 16,23).

 

9. Jesús y la Iglesia han orado por nosotros

 

          Los sacerdotes debemos tener presente también que somos fruto de la oración de Jesús y de la oración de la Iglesia. En efecto, hay varios pasajes evangélicos en los que aparece el Señor orando por sus discípulos, los de la primera hora y los que hemos venido después como sucesores de aquellos. San Lucas tiene especial cuidado en señalar que Jesús eligió a los discípulos después de haber pasado una noche en oración: "Por entonces subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios. Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró Apóstoles" (Lc 6,12-13) [vii]. A uno de ellos, a Simón Pedro, elegido para ser cabeza y fundamente de todo el colegio, el Señor le dijo expresamente: "Simón... yo he pedido por ti para que tu fe no se apague" (Lc 22,32).

 

          San Juan reproduce la oración de la última Cena, en la que Jesús oró al Padre en el Espíritu Santo pidiendo de manera especial por los discípulos (cf. Jn 17,20). En la oración tenía en cuenta que los iba a enviar al mundo para que continuaran su propia misión. Y añadió: "Yo por ellos me consagro, para que también ellos sean consagrados en la verdad" (Jn 17,19). Era la ofrenda del sacrificio de la cruz, en el que Cristo se santificó a sí mismo y en el cual todos hemos sido santificados: consagrar equivale a santificar. Cristo actualiza continuamente su oración oblativa ante el Padre en el Espíritu Eterno (cf. Hb 7,25; 9,14; 1 Jn 2,1).

 

          Actualización de la oración de Jesús en la presencia del Espíritu Santo, fue la invocación (epíclesis) del Obispo el día de nuestra ordenación sacerdotal. La solemne plegaria consecratoria fue precedida de la súplica de toda la asamblea de los fieles recabando incluso la intercesión de todos los santos, mientras nosotros orábamos también postrados en tierra. La voz de la Iglesia en oración es la voz de Cristo que ora con su cuerpo místico al Padre (cf. SC 83-84). Todo el rito de la ordenación, especialmente la imposición de manos y la unción con el crisma, ponían de manifiesto la presencia del Espíritu Santo que Cristo prometió pedir al Padre para que lo enviara sobre los discípulos y sobre toda la Iglesia (cf. Jn 14,16.26).

 

          No podemos ser indiferentes al origen de nuestro ser ministerial y sacerdotal en la plegaria de Cristo y de la Iglesia. Tampoco podemos olvidar que cada día infinidad de fieles y comunidades religiosas, oran por nuestra santificación, prolongando de alguna manera la oración del Señor. La oración por las vocaciones comprende en primer término a los que hemos sido llamados y enviados ya.

 

10. El ejemplo de María y de los santos

 

          No quiero dejar de recordarlo. Después de a nuestro Señor y Maestro, tenemos en María el modelo más acabado del orante. Ella forma parte también de los grandes testigos de la oración a lo largo de la historia salvífica. Pablo VI escribió una página preciosa sobre María, la Virgen orante, que merece la pena recoger: "Así aparece Ella en la visita a la Madre del Precursor, donde abre su espíritu en expresiones de glorificación a Dios, de humildad, de fe, de esperanza: tal es el 'Magnificat'(cf. Lc 1,46-55)... Virgen orante aparece María en Caná, donde, manifestando al Hijo con delicada súplica una necesidad temporal, obtiene además un efecto de la gracia: que Jesús, realizando el primero de sus 'signos', confirme a sus discípulos en la fe en El (cf. Jn 2,1-12). También el último trazo biográfico de María nos la describe en oración: los Apóstoles 'perseveraban unánimes en la oración, juntamente con las mujeres y con María, Madre de Jesús, y con sus hermanos' (Hch 1,14): presencia orante de María en la Iglesia naciente y en la Iglesia de todo tiempo, porque Ella, asunta al cielo, no ha abandonado su misión de intercesión y salvación" [viii].

 

     El Catecismo de la Iglesia Católica se refiere a la oración de María como la ofrenda generosa de todo su ser, cooperando en la anunciación de manera única con el designio amoroso del Padre para la concepción de Cristo, y en Pentecostés para la formación de la Iglesia, cuerpo de Cristo (cf. CCE 2.617; 2.622).

 

          En cuanto a los santos, en todos sin excepción la plegaria ocupa un puesto preeminente. Como ejemplo basta citar a San Juan de Avila, Patrono del Clero secular español. Su oración era profundamente contemplativa y unitiva, es decir, buscando la familiaridad con Dios: "Por oración, decía, entendemos aquí una secreta e interior habla con que el alma se comunica con Dios, ahora sea pensando, ahora pidiendo, ahora haciendo gracias, ahora contemplando, y generalmente por todo aquello que en secreta habla se pasa con Dios" (Audi Filia, c.70). Nuestro santo consideraba la oración como parte de su ministerio de mediación y de prolongación de la oración de Jesús, especialmente en la Eucaristía y en el Oficio Divino [ix].

 

 

                II. LA ORACION EN LA VIDA Y EL MINISTERIO DE LOS PRESBITEROS

 

11. La oración en la vida del presbítero

 

           Esta referencia a San Juan de Avila nos introduce en la segunda parte de esta Carta. Se trata de conectar vida y ministerio por medio de la oración. O mejor aún, de mantener vivo y fecundo nuestro ministerio con ayuda de la oración, que nos ofrece la posibilidad de estar en sintonía particular y profunda con nuestro Señor y Maestro. El hecho de haber sido configurados con Cristo por el sacramento del orden nos pide cultivar esta sintonía y enriquecerla cada día. Notemos que nuestra vida espiritual, como enseñó el Concilio Vaticano II, se apoya en una doble exigencia: en primer lugar la consagración bautismal, y después pero en íntima conexión con ella el sacramento que nos ha constituido en instrumentos vivos Cristo, el Sacerdote eterno, para que le representemos a través del tiempo (cf. PO 12).

 

          En nuestra vida ha de haber una unidad sobre la base de la vocación universal a la santidad para todos los cristianos, pero que se ha de realizar en la fidelidad al ministerio sacerdotal, cuyo ejercicio es un magnífico medio de santificación (cf. PO 13). La oración contribuye decisivamente a lograr esta unidad de vida. Lo enseña también el Vaticano II aludiendo a la caridad pastoral: "Esta caridad pastoral fluye, sobre todo, del Sacrificio Eucarístico, que se manifiesta por ello como centro y raíz de toda la vida del presbítero, de suerte que lo que se efectúa en el altar lo procure reproducir en sí el alma del sacerdote. Cosa que no puede conseguirse si los mismos sacerdotes no penetran más íntimamente cada vez, por la oración, en el misterio de Cristo" (PO 14).

 

          Más aún, la oración preserva al presbítero del peligro del "funcionalismo", que consiste en la reducción del ministerio a los aspectos puramente funcionales, vaciando de contenido la caridad pastoral [x].

 

12. El ejercicio del ministerio fuente de santificación

 

          "El ejercicio de la triple función sacerdotal requiere y favorece a un tiempo la santidad" (PO 13). Esta afirmación del Concilio Vaticano II ha sido muy fecunda para la espiritualidad de los presbíteros. Sin embargo no parece que se hayan extraído en la práctica todas las consecuencias que entraña. Prevalece todavía una cierta dicotomía entre la espiritualidad, nutrida en el mejor de los casos en la celebración eucarística y en la oración, y la actividad ministerial entendida como tarea o trabajo. Sin embargo de lo que se trata es de unificar toda la existencia bajo el influjo santificador del Espíritu Santo, de manera que la consagración y la misión no sean dos realidades separadas sino íntimamente unidas (cf. PO 12; PDV 24).

 

          Este ideal se logra renovando continuamente en nosotros y profundizando cada vez más la conciencia de que somos ministros de Cristo en virtud de la configuración sacramental con el que es Cabeza y Pastor de la Iglesia. Esta conciencia influye decisivamente en la vida espiritual al comprometer la totalidad de nuestras personas en el deempeño de nuestra misión en favor de la Iglesia y de la humanidad. Jesucristo ha querido contar con nosotros, es decir, con nuestra mediación consciente, libre y responsable. Por eso, aunque la eficacia santificadora de nuestro ministerio procede de Él, en alguna medida también esa misma eficacia está condicionada por la acogida y participación humana. De ahí que la mayor o menor santidad de vida de los ministros influye realmente en la actuación ministerial, que será tanto más fructuosa cuanto mayor es la docilidad y la fidelidad a Jesucristo y a su Espíritu (cf. PO 12; PDV 25).

 

          Por este motivo el día de nuestra ordenación se nos dijo: "imitamini quod tractatis". La expresión dice literalmente: "imitad lo que administráis", pero su sentido es más amplio. Por eso el Rito actual de la ordenación despliega el significado completo al decir en el momento de entregar al neopresbítero la ofrenda del pueblo santo: "considera lo que realizas, imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor" [xi].

 

13. El ministerio de la oración

 

          En este marco de unidad y de fecundación mutua entre vida espiritual y ejercicio del ministerio desempeña un papel de gran importancia la oración. En efecto, los sacerdotes hemos sido llamados a ser "maestros de oración". Por eso es fundamental que experimentemos "el sentido auténtico de la oración cristiana, el de ser un encuentro vivo y personal con el Padre por medio del Hijo unigénito bajo la acción del Espíritu; un diálogo que participa en el coloquio filial que Jesús tiene con el Padre" (PDV 47). La oración no solamente ha de ser alimento de nuestra vida espiritual sino también un servicio al pueblo de Dios, ya que nos ha sido confiado este ministerio cuando fuimos ordenados.

 

          En la revisión del Pontifical de las Ordenaciones del Obispo, de los Presbíteros y de los Diáconos efectuada en 1.989 se han introducido algunas modificaciones muy interesantes en este sentido. Así en el escrutinio o promesas de los candidatos el Obispo pregunta: "Estáis dispuestos a invocar la misericordia divina con nosotros, en favor del pueblo que os sea encomendado, perseverando en el mandato de orar sin desfallecer?" [xii]. La fórmula es totalmente nueva y se ha introducido después de la referencia al Sacrificio eucarístico y al sacramento de la Penitencia, dentro de una remodelación de las preguntas siguiendo las tres funciones del ministerio apostólico: predicar, santificar, gobernar.

 

          Significativa es también la adición en la última parte de la plegaria de ordenación, al señalar la colaboración de los presbíteros con el Obispo en las distintas funciones sacerdotales: la predicación del Evangelio, la dispensación de los misterios de Cristo y la formación del pueblo de Dios. La oración de los presbíteros como función ministerial es mencionada de este modo: "Que en comunión con nosotros, Señor, imploren tu misericordia por el pueblo que se les confía y en favor del mundo entero" [xiii]. La intención que ha motivado esta adiciones es muy clara: explicitar y subrayar que la oración de los presbíteros forma parte de la función santificadora del pueblo cristiano que les ha sido encomendada y para la cual han sido configurados sacramentalmente a Cristo.

 

          Los textos litúrgicos aluden a la Liturgia de las Horas, como puede verse analizando las expresiones paralelas en la ordenación de los diáconos. Estos, al ser ordenados, aceptan la misión y la obligación de orar por toda la Iglesia y en su nombre con el Oficio Divino [xiv]. Pero la perspectiva es más amplia en el caso de los presbíteros. La oración como ministerio presbiteral es preciso contemplarla en relación con la celebración de la Eucaristía y con toda la función santificadora que se les ha confiado.

 

14. Oración personal, oración paralitúrgica y oración litúrgica

 

          Para una mejor comprensión de lo que acabo de decir, me parece indispensable referirme a la cuestión de la relación entre estas tres formas de la oración cristiana, no siempre bien integradas y armonizadas en la vida espiritual. El distinguirlas ayuda a darles su justo valor, pero las tres son necesarias de manera que se enriquecen mutuamente y no suelen darse completamente por separado. Las tres son verdadera oración en la medida en que en ellas el hombre se abre y se sumerge en la presencia de Dios, si bien la última tiene como sujeto no sólo a los fieles cristianos en particular sino también al entero cuerpo de Cristo que es la Iglesia.

 

          La oración personal es la oración recomendada por el Señor al decir: "Cuando vayas a rezar entra en tu cuarto, cierra la puerta y reza a tu Padre, que está en lo escondido, y tu Padre, que ve en lo escondido, te lo pagará" (Mt 6,6). Es la oración practicada por nuestro Salvador cuando subía al monte a orar o trasnochaba en la oración (cf. Mc 1,35, 6,46; Lc 6,12; etc.), y por todos los discípulos de Jesús que se han tomado en serio su mandato de "orar siempre sin desanimarse" (Lc 18,1; cf. 1 Tes 5,17). De suyo esta oración es silenciosa, interior, individual -aunque sea en compañía de otras personas-, de la mente y del corazón, meditativa o contemplativa. Esta oración no puede faltar en la vida de ningún cristiano, menos aún en el sacerdote.

 

          La oración paralitúrgica, llamada también comunitaria, es la oración de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano y la que ha configurado muchas veces la religiosidad popular. Se inspira en la liturgia y conduce a ella (cf. SC 13), suele ser oración vocal y exterior, aunque comprenda también el silencio y el recogimiento. Usa fórmulas tradicionales, aunque no necesariamente. Puede parecer reiterativa, pero es sencilla y adaptada a los que oran en estructura y en expresiones. Aunque la Iglesia no da carácter oficial a la oración paralitúrgica, sin embargo la recomieda y encarece cuando se trata del culto eucarístico, el Rosario o el Via Crucis.

 

          La oración litúrgica es toda celebración y toda forma de plegaria cuyo sujeto último es la Iglesia, cuerpo de Cristo, asociada a su Señor y Esposo para dar culto al Padre en el Espíritu Santo. Esta forma de oración está fijada en los libros litúrgicos, el Misal, los rituales de los sacramentos y la Liturgia de las Horas, y posee estructuras y fórmulas propias, heredadas en algunos casos de la tradición bíblica pero configuradas también por la propia tradición eclesial y litúrgica. Pero ha de ser también verdadera oración en todos los que toman parte en ella, de manera que "la mente concuerde con la voz", como pedía San Benito (cf. SC 90).

 

15. De la oración personal a la oración litúrgica

 

          Las tres formas de oración deben darse en la vida de todo presbítero, de manera alternativa o escalonada, pero siempre procurando la unión con el Dios vivo. ¿Cómo se logra esto? Practicando las tres formas, dado que existe una comunicación y un influjo entre las tres.

 

          En efecto la oración personal prepara y capacita para la celebración litúrgica, y al mismo tiempo brota como una derivación de ésta, al tratar de interiorizar lo que se ha escuchado -las lecturas de la Palabra de Dios- o lo que ha sido objeto de la plegaria -la eucología o los cantos- o de la acción ritual en la celebración. Por su parte la liturgia ha de transcurrir en un clima religioso que facilite el diálogo entre Dios y su pueblo, con el necesario ritmo y equilibrio entre la palabra y el silencio, entre el canto y el rito. De ahí la importancia que tienen los silenciosprevistos en la celebración, como el del acto penitencial en la Misa, los que siguen a la invitación a orar, el que se hace después de las lecturas o de la homilía y el que tiene lugar a continación de la comunión.

 

          Por este motivo la participación de los fieles en la liturgia ha de ser a la vez consciente y activa, interna y externa, de manera que los que intervienen en la liturgia "pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina para no recibirla en vano" (SC 11; cf. 14; 19, etc.). En este sentido es absolutamente necesario que antes de la celebración se guarden la debida compostura exterior y el silencio en la iglesia y en los lugares cercanos a ella, para que tanto los ministros como los fieles se dispongan debidamente para la acción sagrada. Los sacerdotes debemos educar al pueblo, especialmente a los niños y jóvenes, en estas actitudes.

 

          En cuanto a los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, individuales o comunitarios, según las tradiciones de cada lugar, es cierto que nacieron en un momento en que la liturgia resultaba ininteligible y distante, con el fin de colmar la necesidad del encuentro con Dios. Sin embargo su práctica sigue siendo muy conveniente, entre otros motivos porque son más fáciles y poseen un notable grado de adaptación al sentimiento religioso popular. Es cierto que hay que ejercer sobre ellos un cuidado atento para evitar desviaciones, pero cuando se trata de ejercicios recomendadas por la Iglesia, es evidente que los sacerdotes debemos ir delante del pueblo en estas prácticas porque nos hacen bien a nosotros y constituyen una buena preparación para la celebración litúrgica.

 

16. La Eucaristía en el centro de la vida de oración del presbítero

 

          El año pasado por estas fechas os escribí la carta titulada "El ministro de la Eucaristía". En ella, especialmente en la segunda parte (nn. 7-10), me refería a las actitudes espirituales que hemos de mantener en la celebración eucarística, centro y razón de ser del ministerio sacerdotal y nuestra principal función (cf. PO 13). Os invito a releer esa parte y los nn. 11, 12 y 18 del la tercera.

 

          Pero ahora me quiero referir a la centralidad de la Eucaristía en la vida de oración de los sacerdotes. En efecto la Eucaristía es "fuente y culmen de toda la vida cristiana" (LG 11; cf. CCE 1.324), porque "en la Eucaristía se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre" (CCE 1.325). Si la oración es un acto de culto, la Eucaristía es el más elevado acto de oración y de adoración a Dios. Lo mismo ocurre en nuestra existencia sacerdotal [xv].

 

          Bastaría recordar que toda la celebración se desarrolla dentro de una perspectiva trinitaria y cristológica, desde la invocación inicial hasta la bendición final. Entre los momentos más importantes de la Misa se encuentran la liturgia de la Palabra, en la que "Dios habla a su pueblo y éste le responde con el canto y la oración" (SC 33), y la plegaria eucarística que es "plegaria de acción de gracias y de consagración... oración que el sacerdote dirige a Dios en nombre de toda la comunidad, por Jesucristo, a Dios Padre. El sentido de esta oración es que toda la congregación de los fieles se una con Cristo en el reconocimiento de las grandezas de Dios y en la ofrenda del sacrificio" [xvi]. Toda la celebración está llena de oraciones, toda ella es oración.

 

          No podemos presidir la Eucaristía como si ésta fuera un acto social cualquiera. Hemos de unirnos al "sacrificio de alabanza" (cf. Sal 116[115], 13) que nuestro Redentor realiza precisamente por nuestro ministerio. Más aún, hemos de ser conscientes de que la oración del resto de la jornada es prolongación de las alabanzas, de la acción de gracias y de las súplicas que han tenido lugar en la Eucaristía. Unidos a Cristo desde ese momento, con nuestra oración a lo largo del día seguimos ofreciendo al Padre el "sacrificio de alabanza, es decir, el fruto de unos labios que bendicen su nombre" (Hb 13,15).

 

17. La Liturgia de las Horas

 

          Esta prolongación de la Eucaristía a lo largo del día en la oración de los presbíteros se produce ante todo en la Liturgia de las Horas. Como enseña el Concilio Vaticano II, "en el rezo del Oficio Divino prestan su voz a la Igle sia, que persevera en la oración, en nombre de todo el género humano, juntamente con Cristo que 'vive siempre para interceder por nosotros' (Hb 7,25)" (PO 13).

 

          La Liturgia de las Horas, llamada también Oficio Divino, es "la oración pública de la Iglesia" (SC 98) en la cual todos los fieles, clérigos, religiosos y laicos, ejercen el sacerdocio real de los bautizados. Celebrada "según la forma aprobada" por la Iglesia, la Liturgia de las Horas es"realmente la voz de la misma Esposa la que habla al Esposo; más aún, es la oración de Cristo, con su mismo Cuerpo, al Padre" (SC 84). Cada miembro del pueblo sacerdotal participa en la Liturgia de las Horas según su lugar propio en la Iglesia y las circunstancias de su vida. En concreto nosotros, los sacerdotes, en cuanto entregados al ministerio pastoral, porque hemos sido llamados a permanecer asiduos en la oración y el servicio de la Palabra (cf. SC 86 y 96; PO 5; CCE 1.175). Lo ideal es que celebremos el Oficio Divino con el pueblo o en común, pero si esto no es posible, la recitación individual es verdadera acción litúrgica en nombre de la Iglesia.

 

          Así pues, "quien recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona del mismo Cristo" (OGLH 108). Por eso los ministros ordenados, en virtud de la misión de representación de Cristo y de intercesión por la comunidad cristiana y aun por toda la humanidad, estamos formalmente obligados a esta oración "oficial", querida por la Iglesia y hecha en su nombre [xvii].

 

          La obligación, bajo pecado grave, afecta a la recitación cotidiana e íntegra del Oficio (cf. CDC, cn. 276,2-3º; 1174,1), de manera que solamente una causa proporcionada a esa gravedad, por ejemplo, de salud o de servicio pastoral o de caridad o cansancio, nunca una simple incomodidad, puede eximir de esta obligación en todo o en parte. Pero nótese que los Laudes y las Vísperas, dada su importancia (cf. SC 89), requieren una causa de mayor gravedad aún [xviii].

 

18. Otras formas de oración

 

          "El presbítero debe ser un hombre empapado de espíritu de oración. Cuanto más apremiado se sienta por la urgencia de los compromisos ministeriales, tanto más debe cultivar la contemplación y la paz interior, sabiendo perfectamente que el alma de todo apostolado consiste en la unión vital con Dios" [xix]. Por eso es necesario que organicemos nuestra vida de oración de modo que incluya, ante todo, la celebración diaria de la Eucaristía con una adecuada preparación y acción de gracias (cf. CDC, cn 276,2-2º; 904); incluso cuando no se pueda contar con la participación de los fieles, en cuyo caso se ha de procurar al menos un fiel (cf. CDC, cn. 906); y la Liturgia de las Horas (cf. supra).

 

          Pero no deben faltar en nuestra vida el examen diario de conciencia, que se puede incluir en las Completas; la oración mental o meditación (cf. CDC, cn 276,2-5º), la lectio divina u oración con la Sagrada Escritura, la participación en los retiros y ejercicios espirituales periódicos (cf. CDC, cn. 276,2-4º) -cada dos años entre nosotros-, las devociones marianas entre las que destaca el Rosario, y otras prácticas tradicionales, la lectura espiritual y la visita al Santísimo (cf. PO 18) [xx].

 

19. La visita y la oración ante el Santísimo Sacramento

 

          Esta última práctica, definida como "diálogo cotidiano con Cristo mediante la visita al Tabernáculo" (PO 18), es una forma de culto personal a la Eucaristía, derivada también de la celebración eucarística. La fe y el amor al Santísimo Sacramento no pueden permitir que la presencia sacramental del Señor en el Sagrario permanezca solitaria u olvidada: "Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con culto de adoración. 'La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor' (Pablo VI)" (CCE 1.418).

 

          Ya en el Antiguo Testamento el Tabernáculo donde se guardaba el Arca de la Alianza era también la "tienda de la reunión" (cf. Ex 33,7). Aunque la finalidad primera de la Reserva eucarística es la comunión de los enfermos, no se puede olvidar la legitimidad y la necesidad del culto que brota de la conciencia de la presencia sacramental del Señor en la Eucaristía. La reunión o encuentro es también deseada por Él, cuya delicia es "gozar con los hijos de los hombres" (Pr 8,31). El sacerdote, a semejanza de Moisés, es el primer llamado a entrar en esa tienda del encuentro para entablar con Cristo un diálogo cotidiano, "como habla un hombre con su amigo" (cf. Ex 33,8.11).

 

 

                           III PARTE: ALGUNOS RECURSOS PARA LA ORACION

 

          En esta última parte pretendo hacer algunas sugerencias de tipo práctico que nos animen a cultivar la oración en nuestra vida y en el ejercicio de nuestro ministerio sacerdotal al servicio del pueblo de Dios.

 

20. Oración vinculada siempre a la Palabra de Dios

 

          De una manera o de otra todas las formas de oración guardan relación con la Palabra de Dios. Lo indicaba ya el Concilio Vaticano II cuando afirmaba: "Como ministros de la palabra de Dios (los presbíteros) leen y escuchan diaria mente la palabra divina que deben enseñar a otros; y si al mismo tiempo procuran recibirla en sí mismos, irán haciéndose discípulos del Señor cada vez más perfectos, según las palabras del Apóstol Pablo a Timoteo: 'Esta sea tu ocupación, éste tu estudio: de manera que tu aprovechamiento sea a todos manifiesto. Vela sobre ti, atiende a la enseñanza; insiste en ella. Haciéndolo así te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan' (1 Tm 4,15-16). (PO 13; cf. 4).

 

          La oración del presbítero, por tanto, está íntimamente vinculada al ministerio de la Palabra de Dios, de manera que la lectura meditativa y orante de la Sagrada Escritura constituye, como dice S.S. Juan Pablo II, "un elemento esencial de la formación espiritual" (PDV 47). Se trata de hacer de la lectura de la Escritura una escucha humilde y llena de amor, buscando la luz para la propia vida y para la vida de los fieles que nos han sido confiados. La familiaridad con la Palabra de Dios facilitará la conversión permanente y alimentará la fe y la caridad pastoral, además de convertirse en criterio de juicio y valoración de los hombres y de las cosas, de los acontecimientos y de los problemas.

 

          Existe una fecundación mutua entre la lectura de la Escritura y la oración. Aquella ha de ir acompañada de ésta, y ésta ha de fundamentarse en aquella para que se entable diálogo entre Dios y el hombre (cf. DV 25). Sólo así se encuentra al Dios que habla al hombre, a Cristo que es "camino, verdad y vida" (Jn 14,6) y al Espíritu que ha inspirado las Escrituras. 

 

21. Hay un tiempo para orar y un tiempo para trabajar

 

          Los ministros ordenados hemos recibido la misión de orar en nombre de la Iglesia, y esta misión se lleva a cabo especialmente en la Liturgia de las Horas. Al mismo tiempo la Iglesia nos exhorta a mantener otras formas de oración. ¿Cómo proceder en la práctica, sobre todo cuando somos clérigos diocesanos, no monjes ni religiosos, llamados a ejercer el ministerio pastoral en medio del mundo?

 

          Esta dificultad ha aflorado alguna vez en reuniones sacerdotales. Pero no es una dificultad que obstaculice realmente la oración, y menos aún que impida el ejercicio del ministerio. En realidad el verdadero riesgo que nos acecha en este punto es el del "activismo exterior", que somete nuestra existencia a un ritmo a veces frenético y estresante. Contra este riesgo y sus consecuencias en la oración tenemos el ejemplo del propio Jesús, que alternaba ministerio y oración y buscaba momentos para que los discípulos estuviesen a solas con Él (cf. Mc 3,13). Algún sacerdote ha resuelto esta dificultad trabajando de día y orando de noche, o levantándose más temprano, o prescindiendo de la televisión.

 

          Bastaría el propósito de procurar el equilibrio entre las actividades de la jornada. Todos los días hemos de dedicar un tiempo a la comida, al necesario descanso y al esparcimiento, y esto requiere un ritmo y un cierto horario. Alterar sistemáticamente este ritmo es altamente peligroso para la salud. ¿Por qué no se establece también un ritmo semejante para la oración y el trato de amistad con el Señor? El Libro del Eclesiastés dice que "todo tiene su momento, y todo cuanto se hace bajo el sol tiene su tiempo" (Ecl 3,1). Cuando el cristiano, especialmente el sacerdote, "se engancha" a la oración, hace lo imposible por no dejarla, incluso a pesar de las noches oscuras. Hasta el paseo puede ser momento de oración, contemplativa o vocal. Y por supuesto, buscar "un sitio tranquilo y apartado" para estar unos días con el Maestro y Señor (cf. Mc 6,31-32).

 

22. "Lectio divina" y oración mental

 

          Más arriba he mencionado la lectio divina entre las formas de oración. La lectio divina se remonta al mundo judío, fue promovida por los Santos Padres y ha sido practicada siempre en la vida monástica.

 

          Consiste en leer y releer una página de la Escritura (lectura), subrayando palabras y deteniéndose en expresiones; en reflexionar después sobre lo que me dice el Señor en el texto aquí y ahora (meditación); en tratar de pasar del texto a Aquel que me habla en él (contemplación); en procurar comunicarse interiormente con el Señor (oración); en sentir íntimamente el gusto de Dios y de las cosas de Dios (consuelo); en discernir lo que debo hace a la luz de la Palabra (deliberación); y en proponerse seriamente a llevarlo a la práctica (acción). Todos estos pasos son posibles, aunque no es necesario que se den todos.

 

          La oración mental, llamada también "meditación cristiana", que no hay que confundir con formas de meditación transcendental y menos aún con técnicas de relajación [xxi], es una actividad más sencilla de lo que parece. Hay muchos modos y métodos de hacerla. Los más frecuentes consisten en dedicar un tiempo a considerar un aspecto o misterio de Dios o de Jesucristo, por ejemplo deteniéndose en una escena evangélica. Puede hacerse también reflexionando desde la fe y en la presencia de Dios con el fin de encontrar luz y fuerza. Como decía Santa Teresa de Jesús: "No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho" (Moradas III,1,4).

 

          La meditación puede hacerse sobre cualquier tema: contemplando la naturaleza, considerando un acontecimiento, reflexionando sobre una experiencia, deteniéndose sobre una frase de un salmo o de otro texto bíblico, pero siempre invocando la luz del Espíritu Santo y conscientes de hacerlo en la presencia de Dios. Existen libros de meditación, antiguos y actuales, que suelen ser muy útiles especialmente cuando no se sabe cómo empezar.

 

23. Liturgia de las Horas y oración personal

 

          El mejor libro para la oración, después de la propia Sagrada Escritura, es la Liturgia de las Horas. Pero con frecuencia el Oficio Divino es visto más como una obligación que como un cauce de plegaria. Por este motivo surge una dificultad bastante frecuente: cómo compaginar esta obligación, prioritaria y grave -la celebración o recitación del Oficio Divino-, con lo que es una necesidad del espíritu -la oración personal-, además de una recomendación muy clara de la Iglesia para los sacerdotes. En otro tiempo se daba la paradoja de que la recitación del Breviario se procuraba cumplir cuanto antes y a veces de un tirón, al margen del momento propio de cada hora del Oficio, para dar paso a la meditación y a las restantes prácticas piadosas. La Liturgia de las Horas no alimentaba realmente la vida espiritual.

 

          Sin embargo, después de la reforma litúrgica del Vaticano II que ha pretendido, entre otros objetivos, el que el Oficio Divino sea fuente de piedad y nutra verdaderamente la vida espiritual de los que tienen la misión de celebrarlo en nombre de la Iglesia (cf. SC 90; OGLH 18-19), muchos siguen todavía sin encontrar en la Liturgia de las Horas el apoyo de su oración. ¿Qué ocurre? Sin duda hay todavía un déficit de formación bíblica y litúrgica para poder saborear los salmos y sacar gusto de unos textos -himnos, antífonas, lecturas, responsorios- que piden más bien la celebración comunitaria que la recitación individual.

 

          ¿Subsiste aún esa dicotomía entre oración oficial, asumida como una obligación, y oración personal? Porque lo cierto es que quien tiene hábito de oración, no encuentra dificultad alguna en la celebración del Oficio. Más aún, éste le sirve de gran ayuda. La clave está, en cuanto sea posible, celebrarla o recitarla en común, con las pausas necesarias, y cuando esto no es posible, leer con calma, deteniéndose en las frases más enjundiosas. Si hacemos esto, poco a poco nos daremos cuenta de que la Liturgia de las Horas es una veta inagotable para la oración personal. Pero es fundamental también repartir el Oficio Divino durante el día, según el horario natural, situando el Oficio de lectura para el momento propicio. La naturaleza de esta hora, esencialmente sapiencial y contemplativa, permite convertirla en la mejor meditación.

 

          No obstante, a alguno le pueden ayudar más otros libros y otros procedimientos. Lo importante es hacer oración, obviamente sin detrimento de la obligación de asegurar en la Iglesia la oración incesante, ya que en esto consiste la misión de celebrar el Oficio Divino que nos ha sido confiada a los ministros ordenados (cf. OGLH 28-31).

 

24. La oración compartida y los grupos de oración

 

          "Aconsejaría yo a los que tienen oración, en especial al principio, procuren amistad y trato con otras personas que traten de lo mismo" (Santa Teresa de Jesús, Vida, 7,17). Este consejo de la Santa merece ser seguido. En los últimos años han surgido múltiples grupos de oración formados por personas que se sienten animadas no sólo por lazos de amistad sino también por un mismo deseo de enriquecer su vida espiritual. En nuestra Diócesis hay algunos de estos grupos, que son verdaderas escuelas de oración, en las que se cuida la escucha de la Palabra de Dios y se comparte la experiencia de la oración.

 

          Aunque a los sacerdotes les cuesta compartir esta experiencia, sin embargo son los mejores animadores de estos grupos, entre otros motivos por su mayor familiaridad con la Sagrada Escritura. Pueden ser una buena ayuda, y al mismo tiempo un fermento para la renovación de la oración en la comunidad cristiana. Lo ideal es que el sacerdote sea el animador de la oración en la parroquia o grupo de fieles que le han sido confiados.

 

          Por otra parte en los encuentros sacerdotales de espiritualidad o de pastoral se ora en común, al menos con la Liturgia de las Horas. Habría que procurar ampliar estos momentos de plegaria, y dedicando algún tiempo a poner en común lo que ha sido objeto de la oración personal, obviamente con sencillez y discreción.

 

25. Amodo de conclusión

 

          Queridos hermanos presbíteros: Sobre la oración se pueden decir muchas más cosas y mejor todavía. Todos podemos y debemos mejorar nuestra oración: la oración litúrgica en la celebración de la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas, la oración comunitaria de los ejercicios piadosos del pueblo cristiano y la oración personal en la lectura de la Palabra de Dios o en la meditación.

 

          La Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para ello. Recordad que la oración forma parte, junto con el ayuno y la limosna, de las tres obras tradicionales recomendadas por la Iglesia (cf. Mt 6,1-6.16-18). Pero difícilmente podremos ayudar a los demás fieles a intensificar su oración si nosotros no reavivamos la nuestra. En particular, durante la Cuaresma hemos de pedir una profunda renovación de nuestra mentalidad y de nuestra conducta para poder celebrar gozosos el misterio pascual de Jesucristo. Que Dios nos conceda, por intercesión de Santa María la Virgen Orante, "penetrados del sentido cristiano de la Cuaresma y alimentados por la palabra (divina)... servirle fielmente y perseverar unidos en la plegaria" [xxii].

 

                                      Ciudad Rodrigo, 22 de febrero de 2.001

                                      Fiesta de la Cátedra de San Pedro

                                      + Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo

 

 


[i]. S.S. Juan Pablo II, Carta Apostólica "Novo Millennio Ineunte" al Episcopado, al clero y a los fieles al concluir el Gran Jubileo del año 2.000, de 6-I-2.001 (= NMI).

[ii]. S.S. Juan Pablo II, Discurso a los miembros del Comité Central para el Gran Jubileo (11 de enero de 2.001): "L'Osservatore Romano", ed. española de 19-I-2.001, p. 5.

[iii]. "La misión evangelizadora de nuestra diócesis". Líneas de acción pastoral para el trienio 2.000-2.003, octubre de 2.000, n. 4.

[iv]. Cf. ib. n. 5 - 1ª.

[v]. J.M. Uriarte, Ministerio presbiteral y espiritualidad, IDAZ, San Sebastián 1.999, 119-123.

[vi]. Véase la Ordenación general de la Liturgia de las Horas (= OGLH), en el vol. I, nn. 3-4; y el Catecismo de la Iglesia Católica, Coeditores del Catecismo 1.999 (= CCE), 2.599-2.622; Congregación del Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, Libreria Ed. Vaticana 1994, n. 40. También J. López Martín, La oración de las Horas, Salamanca 1.984, 21-38.

[vii]. "Se podría decir que el presbítero ha sido concebido en la larga noche de oración en la que el Señor Jesús habló al Padre acerca de sus Apóstoles y, ciertamente, de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, participarían de su misma misión" Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, cit., n. 38.

[viii]. S.S. Pablo VI, Exhortación Apostólica "Marialis Cultus", de 2-II-1.974, n. 18.

[ix]. Cf. J. Esquerda Bifet, Introducción a la doctrina de San Juan de Avila, BAC 608, Madrid 2.000, 389-394.

[x]. Sobre la caridad pastoral véase la Exhortación Apostólica Postsinodal de S.S. Juan Pablo II, "Pastores Dabo Vobis", de 25-III-1.992 (= PDV), nn. 21-23.

[xi]. Pontifical Romano. Ordenación de presbíteros, formulario I, n. 135. La homilía mistagógica del Pontifical es aún más explícita: "Daos cuenta de lo que hacéis e imitad lo que conmemoráis, de tal manera que, al celebrar el misterio de la muerte y resurrección del señor, os esforcéis por hacer morir en vosotros el mal y procuréis caminar en una vida nueva" (ib., n. 123).

[xii]. Ib. n. 124. En la homilía mistagógica se dice al respecto: "...al ofrecer durante el día la alabanza, la acción de gracias y la súplica no sólo por el pueblo de Dios, sino por el mundo entero, recordad que habéis sido escogidos entre los hombres y puestos al servicio de ellos en las cosas de Dios" (ib., n. 123).

[xiii]. Ib., n. 131.

[xiv]. En efecto, el Obispo les pregunta: "¿Queréis conservar y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a vuestro género de vida y, fieles a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según vuestra condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo?": ib. n. 200.

[xv]. Aunque se refiere a los seminaristas, tiene aplicación también a los presbíteros: "Es necesario que los seminaristas participen diariamente en la celebración eucarística, de forma que luego tomen como regla de su vida sacerdotal la celebración diaria... Fórmense... según aquellas actitudes íntimas que la Eucaristía fomenta: la gratitud por los bienes recibidos del cielo, ya que la Eucaristía significa acción de gracias; la actitud donante, que los lleve a unir su entrega personal al ofrecimiento eucarístico de Cristo; la caridad, alimentada por un sacramento que es signo de unidad y de participación; el deseo de contemplación y adoración ante Cristo realmente presente bajo las especies eucarísticas" (PDV 48).

[xvi]. Ordenación general del Misal Romano, n. 54 (en la tercera edición del Misal Romano, n. 78).

[xvii]. "Por consiguiente, los obispos, presbíteros y demás ministros sagrados que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrar la Liturgia de las Horas deberán recitarlas diariamente en su integridad y, en cuanto sea posible, en los momentos del día que de veras correspondan" (OGLH 29).

[xviii]. Por eso la omisión total o parcial del Oficio por sola pereza o por realizar actividades de esparcimiento no necesarias, no es lícita, más aun, constituye un menosprecio, según la gravedad de la materia, del oficio ministerial y de la ley positiva de la Iglesia. Si un sacerdote debe celebrar varias veces la Santa Misa en el mismo día o atender confesiones por varias horas o predicar varias veces en un mismo día, y ello le ocasiona fatiga, puede considerar, con tranquilidad de conciencia, que tiene excusa legítima para omitir alguna parte proporcionada del Oficio. El Ordinario propio del sacerdote o diácono puede, por causa justa o grave, según el caso, dispensarlo total o parcialmente de la recitación del Oficio Divino, o conmutárselo por otro acto de piedad (como por ejemplo, el Santo Rosario, el Via Crucis, una lectura bíblica o espiritual, un tiempo de oración mental razonablemente prolongado, etc.). La "verdad del tiempo" o momento en que ha de celebrarse cada hora no es de por sí una causa que excuse de la recitación de los Laudes o las Vísperas, porque se trata de "horas principales" (SC, 89) que "merecen el mayor aprecio" (IGLH, 40) (Resumen de una declaración de la Congregación para el Culto Divino, de 15-XI-2.000).

[xix]. S.S. Juan Pablo II, Discurso a los participantes en un Simposio sobre "Pastores Dabo Vobis", el 28-V-1.993: Ecclesia 2.640 (1.993), 1.031.

[xx]. Cf. Congregación para el Clero, Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros, cit., n. 40.

[xxi]. Existe un documento muy iluminador al respeto de la Congregación para la Doctrina de la Fe titulado "Orationis Formas" de 15-X-1.989: "Ecclesia" 2459 (1990), 82-90.

[xxii]. Misal Romano, Colecta del miércoles de la 3ª semana de Cuaresma.

 

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