Lunes, 11 Abril 2022 09:03

DIOS PADRE MISERICORDIOSO EN LA IGLESIA Y EN NUESTRA VIDA

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DIOS PADRE MISERICORDIOSOEN LA IGLESIA Y EN NUESTRA VIDA

Exhortación pastoral ante el Curso apostólico 1.998-1.999

Introducción

1. Balance de la aplicación del objetivo del curso 1.997-98
2. El objetivo pastoral diocesano para el curso 1.998-99

I. DIOS ES NUESTRO PADRE

3. "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra"
4. "A Dios nadie lo ha visto" (Jn 1,18).
5. "Su razonar acabó en vaciedades y su mente se sumergió en tinieblas" (Rm 1,21)
6. "El que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18)
7. "Quien me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14,9).
8. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 1,3).
9. "El Espíritu es el que nos hace clamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8,15).
10. "Padre nuestro del cielo..." (Mt 6,9).
11. María, "la hija predilecta del Padre" (TMA 54).

II. DIOS NOS AMA. LA PENITENCIA SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE

12. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura...?" (Is 49,15)
13. "Dios, rico en misericordia" (Ef 2,4).
14. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18).
15. "Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20).
16. "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22)

III. LA CARIDAD DEL PADRE EN NOSOTROS

17. "Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo" (Mc 12,30-31).
18. "Sed imitadores de Dios como hijos queridos y vivid en el amor" (Ef 5,1)
19. "El amor, vínculo de la unidad consumada" (Col 3,14).

IV. SUGERENCIAS PRACTICAS

20. Cómo hablar de Dios hoy y dar testimonio de que es nuestro Padre
21. Invocar al Padre y celebrar su amor misericordioso
22. Imitar al Padre en el amor y la misericordia
23. Acontecimientos eclesiales del próximo curso
24. A modo de conclusión


Introducción(1)

 

Queridos hermanos presbíteros, religiosas, seminaristas y fieles laicos:

"Dios es amor" (1 Jn 4,8.16). Quiero comenzar esta Exhortación pastoral evocando esta hermosa definición, reveladora del ser mismo de Dios. La tendremos muy presente a lo largo del nuevo curso apostólico porque el objetivo pastoral diocesano nos exigirá mantener una actitud de amorosa y agradecida mirada hacia el "Padre de las misericordias" (2 Cor 1,3). La afirmación "Dios es amor" nos introduce en el secreto más íntimo de la vida divina, una vida que es comunión eterna entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo y comunicación a la humanidad redimida, según el misterioso designio de salvación, en virtud del cual "el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado" (Rm 5,5).

Por esto, al expresaros a todos mi saludo fraterno y lleno de esperanza, pido al Señor que se hagan realidad gozosa en cada uno de vosotros las palabras de la liturgia con las que comenzamos la Eucaristía: "la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros" (2 Cor 13,13).


1. Balance de la aplicación del objetivo del curso 1.997-98

Pero antes de entrar en los contenidos de la Exhortación pastoral, conviene recapitular lo que ha significado el curso 1.997-98, segundo año de la preparación para el Gran Jubileo del 2.000 y un paso más en el camino emprendido de renovar y actualizar la pastoral de la Iniciación cristiana en nuestra diócesis. El curso pasado estuvo todo él orientado a reconocer la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iniciación cristiana (sacramento de la Confirmación) y en la vida de la Iglesia en nuestro pueblo.

Según los balances que se han hecho y lo que yo mismo he podido comprobar en la Visita pastoral realizada en los cinco arciprestazgos que quedaban, se ha prestado una gran atención al Espíritu Santo. Se ha intensificado la vida espiritual de los sacerdotes, seminaristas, religiosas y laicos más cercanos a la Iglesia, particularmente en los grupos diocesanos de adolescentes y jóvenes y en los movimientos apostólicos. Cabe destacar también las catequesis especiales, el temario de la formación permanente y las referencias al Espíritu Santo en las homilías y en los encuentros pastorales y de espiritualidad. Para todo esto se ha contado con las publicaciones del Comité Central del Jubileo y con materiales propios.

La dimensión celebrativa del objetivo ha estado encaminada a subrayar el ciclo pascual -Cuaresma y Cincuentena- como tiempo del Espíritu, y a resituar la pastoral de la Confirmación en el conjunto de la Iniciación cristiana, con una mejora en los materiales catequéticos y con una mayor atención a la relación de este sacramento con el Bautismo. Todavía falta completar el estudio de esta pastoral en el Consejo del Presbiterio.

Desde el punto de vista de la acción social y del compromiso caritativo y misionero, es preciso destacar los esfuerzos hechos en algunas comunidades parroquiales para descubrir los signos de esperanza y de la acción del Espíritu, y las llamadas al testimonio solidario ante los problemas laborales, sanitarios, educativos, ocupacionales de jóvenes y niños, etc.

 

2. El objetivo pastoral diocesano para el curso 1.998-99

Estamos, pues, ante un nuevo curso apostólico, dentro de la dinámica de la preparación al Gran Jubileo(2), y con el propósito de mantener una clara continuidad en los objetivos pastorales(3). En este sentido el objetivo del próximo curso se centra en la persona divina del Padre, "rico en misericordia" (cf. TMA 49-54), y deberá ayudar a "descubrir cada día el amor incondicionado del Padre por toda criatura humana, y en particular por el hijo pródigo" (TMA 49).

Esta toma de conciencia de lo que entraña el amor inmenso de Dios para con la humanidad, es inseparable de lo que han significado los objetivos de los dos años anteriores. Así, el del curso 1.996-97 recordó que "conocer a Jesucristo" es indispensable para llegar al Padre (cf. Jn 14,6). Y el de 1.997-98 ha puesto de manifiesto que sólo "en la presencia y bajo la acción del Espíritu Santo" se comunica la vida divina que tiene su origen en el amor del Padre. En efecto, Cristo nos ha abierto el acceso al Padre, pero el Espíritu Santo es el que nos introduce en la profundidad del misterio divino. Se trata de no perder de vista esta unidad en el enfoque cristológico-trinitario de toda la preparación del Gran Jubileo: por Cristo, en el Espíritu Santo, al Padre (cf. TMA 39).

El objetivo tendrá en cuenta también la dimensión sacramental del amor misericordioso del Padre en el sacramento de la Penitencia y, como consecuencia, la virtud teologal de la caridad. No ha de olvidarse que la dimensión espiritual y moral de la preparación del Gran Jubileo, centrada en las tres virtudes teologales, tiene como fin "el fortalecimiento de la fe y del testimonio personal y social de los cristianos", para lo cual "es necesario suscitar en cada fiel un verdadero anhelo de santidad, un fuerte deseo de conversión y de renovación personal en un clima de oración siempre más intensa y de solidaria acogida del prójimo, especialmente del más necesitado" (TMA 42).

Todos estos aspectos se condensan en el objetivo pastoral diocesano para el curso 1.998-99, formulado así: "Conocer al Padre y acoger su amor, especialmente en el sacramento de la Penitencia, para fundamentar una nueva civilización en la caridad y en la justicia"

La presentación que voy a hacer del objetivo, tiene cuatro partes: la primera se centra en el misterio de Dios Padre y de nuestra filiación divina adoptiva; la segunda se ocupa del amor misericordioso del Padre y de la Penitencia como sacramento de la misericordia divina; la tercera se fija en la virtud teologal de la caridad, especialmente en relación con el prójimo; y la cuarta propone diversas aplicaciones de carácter práctico.

 

I. DIOS ES NUESTRO PADRE

"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3). Esta súplica de Jesús en la última cena, deja entrever la necesidad de "conocer al Padre" para disfrutar plenamente de la comunión de vida y de amor que Él nos ha otorgado en Jesucristo. "Conocer" significa tener una experiencia profunda de la intimidad de una persona, en este caso del Padre celestial, que nos ama infinitamente.

 

3. "Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra"

El Símbolo Apostólico, en el que ha cristalizado la primitiva fórmula bautismal de la Iglesia de Roma, transmitida por la Tradición Apostólica de Hipólito, comienza por la afirmación básica y fundamental: "Creo en Dios", e inmediatamente, la confesión de la primera Persona divina, "Padre", al que se dan los títulos inseparables de "Todopoderoso" y de "Creador del cielo y de la tierra", reconociendo así su soberanía transcendente y su condición de origen de todo cuanto existe. El Símbolo Niceno completa estas afirmaciones subrayando la creencia en "un solo Dios", y añadiendo al final del primer artículo: "(Creador) de todo lo visible y lo invisible", es decir, de todas las criaturas corporales y espirituales.

Al recoger ahora estas palabras de la fórmula bautismal, que yo mismo repito con gozo cada domingo en unión con la asamblea reunida para la Eucaristía, os invito a todos los fieles de la diócesis a que proclaméis con los labios la fe que lleváis en el corazón, es decir, la fe cristiana, monoteísta y a la vez trinitaria: "Creo en Dios Padre", es decir, en el Dios único y verdadero, que es "Padre", "Padre de nuestro Señor Jesucristo" en virtud de la especial relación con el Hijo eterno, encarnado y glorificado (cf. 2 Cor 1,3; 11,31; etc.), y "Padre nuestro" porque nos regeneró con su gracia (cf. S. Agustín, De Trinit. V). Con sólo decir: "Dios Padre" (cf. Gál 1,3; Flp 2,11; etc.), se piensa enseguida en la idea de hijo, referida en primer lugar a Jesucristo, pero también a los que hemos recibido "el Espíritu del Hijo" (Gál 4,6), que nos ha hecho hijos adoptivos de Dios (cf. Rm 8,14-17):

"Date cuenta, escribe san Agustín, de lo fácil que es decir estas palabras y lo llenas de sentido que están. Es Dios y es Padre, Dios por el poder, Padre por la bondad. ¡Dichosos quienes se dan cuenta de que Dios nuestro Señor es nuestro Padre" (PL 38, 1.060).

 

4. "A Dios nadie lo ha visto" (Jn 1,18).

 

Sin embargo, aunque la afirmación "Dios Padre" parece tan sencilla y tan cercana, a muchos de nuestros contemporáneos les resulta difícil el comprenderla. Incluso personas que se consideran creyentes, cuando en sus vidas aparecen las contrariedades, la enfermedad o la muerte, se preguntan por qué Dios, si es un Padre bueno, permite esos males, o qué han hecho ellos para recibir ese "castigo". Otras personas tienen, en cambio, una idea de Dios excesivamente bonachona y condescendiente.

Ciertamente ambos modos de entender la paternidad divina son muy pobres y tienen que ver muy poco o casi nada con la idea de Dios que nos ofrecen la revelación bíblica y la enseñanza de la Iglesia. Probablemente tenemos que preguntarnos qué imagen de Dios hemos alimentado y estamos proyectando los que nos llamamos cristianos, en nuestra conducta pública y privada. Pero sin duda no son ajenos a esa pobre imagen de Dios los actuales fenómenos socioculturales del individualismo y de la emancipación de toda tutela, en los que apenas queda sitio para una autoridad moderadora superior, de manera que la figura del padre, desacreditada por la psicología profunda, se ha diluido hasta en el ámbito familiar, como consecuencia de la igualdad de los sexos, las familias monoparentales, etc.

En nuestra sociedad se constata un deterioro progresivo de la adhesión personal a Dios, y una dificultad creciente para creer en Él a causa del ambiente materialista, secularizado, autárquico y consumista que nos envuelve. Y no es que los hombres y mujeres de hoy estén abandonando la religión, lo que sucede es que una gran mayoría no busca acercarse y convertirse al Dios vivo en las prácticas religiosas sino que se contenta con una religión acomodada a los propios intereses, placentera y carente de todo compromiso moral. Un indicativo de lo que acabo de decir se puede apreciar hoy en la gran confusión existente entre folklore popular y religiosidad, con olvido de lo que constituye la verdadera tradición cristiana de los pueblos.

No faltan tampoco los que sienten miedo de Dios porque les inculcaron una imagen negativa y distorsionada de Él, de la que en el fondo están tratando de protegerse, buscando en las prácticas religiosas la salida a sus sentimientos de culpabilidad. Otros asocian la idea de Dios a infantilismo e inmadurez, y piensan que los creyentes somos unos ilusos que nos imaginamos la existencia de un Dios que promete lo que a nosotros nos resulta imposible conseguir. Otros relacionan la figura de Dios con la de la autoridad (paterna) que garantiza el orden y el poder sobre los súbditos. Algunos, finalmente, nunca han presentido la presencia de Dios en sus vidas, ni conocen esa comunicación cálida y vital con Él que es la oración.

Estas y otras actitudes ponen de relieve que, aunque el hombre puede conocer la existencia de Dios con la sola luz de la razón, sin embargo, apoyado únicamente en sus propias fuerzas, no es capaz de encontrar "la verdad de Dios" que se le ofrece en la revelación divina y en el seno de la comunidad cristiana. Aun cuando perciba en su interior el deseo profundo tan maravillosamente expresado por San Agustín: "Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones, I,1), necesita encontrarse con otros hombres y mujeres que han "conocido" el rostro del Dios verdadero. En el IV Evangelio hay una frase que nos tiene que hacer pensar: "A Dios nadie lo ha visto, el Hijo único, el que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18).

 

5. "Su razonar acabó en vaciedades y su mente se sumergió en tinieblas" (Rm 1,21)

 

Hubo un tiempo en que bastaba contemplar la belleza de la creación para apreciar la grandeza y la hermosura infinita de Dios Creador. Pero hoy, en nombre de una ciencia que se considera cada día más capaz de explicar el mundo prescindiendo de Dios y ante la que no parecen existir fronteras de ningún tipo, se difunde continuamente toda una cultura de la increencia que lleva a los hombres y mujeres a rechazar la presencia y la intervención de cualquier otro agente que no sea el hombre mismo, señor y conductor de su destino. A esto se unen unas formas de vida dominadas por el placer y por el consumo, en las que no parece haber lugar para las preguntas por el origen y el sentido de la vida humana misma y de todo cuanto existe. Este clima, ajeno a toda búsqueda de transcendencia y a todo valor que implique un coste excesivo, los padres cristianos, y especialmente las personas mayores lo estáis experimentando cada día en vuestras propias familias, cuando queréis tocar con vuestros hijos el tema religioso. Los jóvenes que os confesáis creyentes lo percibís también entre los compañeros de vuestra generación.

En otras circunstancias era más fácil exponer la fe cristiana sobre el misterio de Dios, pero hoy los educadores y los pastores encontramos también una gran dificultad en la formación religiosa de las nuevas generaciones, como consecuencia del fenómeno actual de las comunicaciones sociales que arrojan sobre la sociedad un verdadero diluvio de mensajes no pocas veces contradictorios. La gente se acostumbra a vivir como si Dios no existiera, como si éste hubiera muerto en la conciencia de la humanidad.

El resultado es la gran soledad, el desasosiego y la insatisfacción que continuamente acosan a los hombres y mujeres de hoy, incluyendo a los mismos jóvenes, como consecuencia de la tensión que experimentan entre las propias limitaciones y esclavitudes, por una parte, y el deseo y el ansia de perfección y de libertad por otra. Otra consecuencia de este alejamiento práctico de Dios lo constituyen las creencias absurdas y en ocasiones peligrosas, alimentadas por la literatura de ciencia-ficción, y los miedos y angustias que padece mucha gente, terreno abonado para la superstición y para las sectas.

Deberíamos meditar en las palabras de San Pablo sobre el paganismo de su tiempo, aplicables de alguna manera a la situación que nos envuelve: "Dios los ha entregado a la bajeza de sus deseos, con la consiguiente degradación de sus propios cuerpos; por haber cambiado al Dios verdadero por uno falso, adorando y dando culto a la criatura en vez de al Creador" (Rm 1,24-25a).

 

6. "El que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer" (Jn 1,18)

 

Pero, sin duda, la dificultad mayor para que los creyentes actúen como "testigos del Dios vivo" y despierten en sus conciudadanos la sed de conocerlo, es la poca fe y el dejarse llevar por el ambiente que he descrito. En efecto, la sociedad del bienestar no es la más apta para oír mensajes sobre Dios. Y sin embargo, en medio de tanta indiferencia y olvido de Dios, todavía hay a nuestro lado muchos hombres y mujeres que están buscándolo sin darse cuenta, haciendo un recorrido religioso solitario, entre incertidumbres y numerosos interrogantes. Muchos deserían tener fe o la añoran, aunque sin fuerzas para abrazarla y para poner los medios para volver a Dios. A veces, cuando se producen acontecimientos que interpelan las conciencias de todos, o cuando una persona sufre una fuerte sacudida en su vida, surgen de improviso los interrogantes más profundos del ser humano, aquellos que señalaba ya el Concilio Vaticano II: el sentido del dolor, del mal, de la muerte y de la propia existencia (cf. GS 10).

También se percibe cómo surge el deseo de Dios cuando alguien se encuentra con una persona o con un grupo que lo acoge fraternalmente y lo introduce en una experiencia de fraternidad y de comunión realmente compartida. Probablemente éste sea el modo más seguro para que nuestros contemporáneos encuentren al Dios verdadero, el que se ha revelado como Padre amoroso y solidario con sus criaturas, especialmente con los hombres y mujeres que sufren. Más allá de las ideas y de la misma doctrina, lo que todo el mundo comprende y acepta es una comunicación real de amor y de misericordia. Justamente éste fue el estilo de vida que Jesucristo propuso a sus discípulos: formar con ellos una comunidad de hermanos y tratarlos como tales, haciéndoles partícipes de los mismos bienes que Él había recibido del Padre (cf. Mt 23,9; Mc 10,29-30; Jn 15,5-17; etc.).

En realidad lo que hizo el Señor fue introducir en la tierra la comunidad de vida y de amor que se vive en el seno de la Trinidad, dando a conocer al Padre y haciendo posible la comunión con Él. No existe otro medio para llegar eficazmente hasta Dios que la persona de Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), el Hijo que está en el seno del Padre (cf. Jn 1,18).

 

7. "Quien me ha visto, ha visto al Padre" (Jn 14,9).

 

Por eso, cuando aquella experiencia alcanzó su culminación y los discípulos pidieron a Jesús que les mostrara al Padre, Él respondió: "Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9; cf. 12,45).

Esta afirmación es de la mayor importancia. No solamente quiere decir que Jesús es, efectivamente, el camino para llegar al Padre (cf. Jn 14,6; Mt 11,27), sino que es también la "plenitud de la revelación de Dios a los hombres" (DV 2). Por grandes que hayan sido las dificultades de la humanidad para encontrar a Dios a lo largo de la historia, y por difíciles que parezcan las circunstancias actuales para que nuestros contemporáneos lo conozcan, lo cierto es que el encuentro ya se ha producido en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre. Jesús no es un profeta más que habla "en nombre de Dios", sino que es Dios mismo que habla a la humanidad con su lenguaje: "El cristianismo comienza con la encarnación del Verbo. Aquí no es sólo el hombre quien busca a Dios, sino que es Dios quien viene en persona a hablar de sí al hombre y a mostrarle el camino por el cual es posible alcanzarlo" (TMA 6).

La existencia terrena de Jesús fue toda ella una manifestación de Dios al hombre. La entrega a los pobres, la solidaridad con los enfermos y excluidos, la acogida de los pecadores eran el signo visible del abrazo amoroso de Dios, abierto a todos como Padre (cf. Mc 2,17). Las parábolas del fariseo y del publicano (cf. Lc 18,9-14), del gran banquete (cf. Mt 22,1-10; Lc 14,16-24) y sobre todo la del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-31), anunciaban la dimensión universal y sin exclusión alguna del amor de Dios, que "quiere que todos los hombres se salven" (1 Tm 2,4; cf. 2 Pe 3,9). Desde entonces, para encontrarse con Dios, no existe cauce más seguro que la experiencia filial de Jesús, que dejaba entrever en Él una relación íntima y entrañable con el Padre. Los discípulos de Jesús fueron testigos privilegiados de esta relación que sin duda tuvo que sorprenderles, como había ocurrido antes con María y con José (cf. Lc 2,49).

En efecto, Jesús inició una forma totalmente nueva y original de dirigirse a Dios y de hablar con Él llamándole "Abba, Padre" (Mc 14,36). Esta palabra, conservada en el Nuevo Testamento en su expresión aramea (cf. Rm 8,15; Gál 4,6), significa: "padre muy querido", "papá"; y denota familiaridad, cercanía y ternura para con Dios, encontrándose a gusto con Él y sintiéndose felices y amados (cf. Lc 10,21-22; Jn 17,20-26).

 

8. "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 1,3).

De este modo Jesús, al poner de manifiesto en su vida y en su enseñanza el verdadero rostro del Padre, transformó la idea que se tenía de Dios. Yendo aún más lejos que la revelación del Antiguo Testamento, cuya cumbre era la palabra comunicada a Moisés en la escena de la zarza ardiendo: "Yo soy el que soy" (Ex 3,14), Jesús reveló el genuino ser de Dios. En efecto, frente al Judaísmo, que encumbraba la transcendencia de Dios hasta el extremo de mostrarlo absolutamente inaccesible, dejando en la penumbra su presencia entre los hombres, Jesús insistía en la posibilidad de adorarlo "en el Espíritu (Santo) y en la verdad", en cualquier lugar (cf. Jn 4,21-23), descubriendo que Dios se hace presente en el interior de cada ser humano.

El Dios de Jesús es, por tanto, el Padre bueno que se da totalmente a sus criaturas, los hombres y mujeres creados a su imagen y semejanza (cf. Gn 1,26-27) y "hechura suya", como habían llegado a barruntar incluso algunos paganos (cf. Hch 17,28). Pero la novedad del mensaje de Jesús acerca de Dios sólo se puede comprender a partir de la revelación de esa paternidad, tal como Él la vivía y manifestaba con hechos y palabras. En efecto Jesús no sólo presentó a Dios como Padre suyo, siendo "una sola cosa" con Él (cf. Jn 10,30; 17,11.22), permaneciendo mutuamente el uno en el otro por el amor (cf. Jn 14,10-11;15,10), y actuando en perfecta sintonía (cf. Jn 5,19-21.30.36; 10,25), sino que reveló también que el Padre lo ha dado absolutamente todo al Hijo como expresión de amor y en orden a nuestra salvación (cf. Mt 11,27; 28,18; Jn 3,35; 13,3; 17,2).

A partir de esta manifestación histórica de la paternidad de Dios en Jesús, que culminó en el misterio de la pasión, muerte y resurrección del Señor con la donación del Espíritu Santo, se produjo también la revelación de la condición divina del Hijo Jesucristo, Palabra eterna del Padre, "que se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14) y de la personalidad y misión del Espíritu Santo (cf. Mt 28,19).

En los escritos del Nuevo Testamento son numerosos los testimonios que reflejan cómo la fe de la comunidad apostólica en el Dios único es también una fe trinitaria (cf. 2 Cor 13,13; Gál 4,4-6; Tit 3,4-6; Hb 2,2-4; etc.). El nuevo y definitivo nombre de Dios que aparece en la revelación bíblica, desconocido antes de la encarnación del Hijo (cf. Jn 1,18; Hch 17,23), es el de "Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo" (Rm 15,6). Con toda probabilidad esta expresión sustituyó en la liturgia cristiana a la antigua invocación judía: "Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob" (cf. Ex 3,6; Mc 12,26). La alabanza y la invocación de los cristianos, aleccionados por el mismo Cristo, se dirigía al Dios que se había manifestado a los patriarcas y a Moisés, y que se dió a conocer después, de un modo más profundo y pleno, como el Padre de Nuestro Señor Jesucristo (cf. 2 Cor 1,3, Ef 1,3, Col 1,3; 1 Pe 1,3).

9. "El Espíritu es el que nos hace clamar: ¡Abba, Padre!" (Rm 8,15).

 

Por eso la palabra que caracteriza y sintetiza la revelación de Dios como Padre en el Nuevo Testamento es "Abba (Padre)", que ya conocemos, pero con un sentido muy superior a lo que el término padre puede significar en el lenguaje humano. En efecto, Jesús dio a entender que esta palabra, con la profundidad que Él le daba, está reservada a Dios y no se puede atribuir a nadie en este mundo (cf. Mt 23,8-10). Posteriormente la tradición cristiana y la teología han asumido esta palabra para denominar a la primera Persona de la Santísima Trinidad. Por tanto, en el lenguaje de la fe y de la teología, la palabra Padre se refiere en primer lugar a la relación con el Hijo y Señor nuestro Jesucristo, en cuanto su principio original y originante desde la eternidad. Pero, en segundo lugar, hace referencia también a todos los que por la fe y el Bautismo hemos sido hechos partícipes de la condición filial de Jesús.

En este sentido el Padre es también para nosotros la fuente y el principio de nuestro ser de hijos de Dios. Pero hay una diferencia importante. Respecto del Hijo Jesucristo, Dios es Padre porque lo ha engendrado, como afirma el Símbolo de Nicea. Jesús es, en efecto, "el Unigénito" (1 Jn 4,9; cf. 3,16.18), "engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre", consubstancial a Él. En cambio, nuestra filiación divina es adoptiva y supone, más allá de nuestra condición de criaturas, el haber nacido "de Dios" por el nuevo nacimiento "del agua y del Espíritu" (cf. Jn 1,13; 3,3-5). Por eso el Bautismo es llamado también baño de regeneración y de renovación por el Espíritu (cf. Tit 3,5; 1 Pe 1,23). "En verdad podemos llamar Padre al Señor, nuestro Dios, porque nos regeneró con su gracia" (San Agustín, De Trin. V). Somos, pues, hijos de Dios, no por naturaleza sino por gracia.

La conciencia de ser hijo de Dios hizo exclamar a San Pablo: "Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: '¡Abba!' (Padre). Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si eres hijo, eres también heredero por voluntad de Dios" (Gál 4,6-7; cf. Rm 8,15-17). Por eso el Espíritu Santo es el don personal, la Persona-don, que el Padre ha derramado en nuestros corazones para que participemos realmente de la condición filial de Jesús y tengamos su misma vida divina en nosotros como un manantial inagotable (cf. Jn 4,10.13-14; Rm 5,5). Gracias al Espíritu podemos dirigirnos con toda confianza al Padre, dador de todo bien (cf. Lc 11,13) y sentirnos hermanos de Cristo, como el mismo Señor llamó a los discípulos después de la resurrección (cf. Mt 28,10; Jn 20,17).

 

10. "Padre nuestro del cielo..." (Mt 6,9).

 

En efecto Jesús, que había afirmado: "Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Mt 11,27; Jn 10,15), quiso que todos aquellos que creyeran en Él, vinieran a ser también hijos de Dios (cf. Jn 1,12). Por eso se alegró y dio gracias al Padre que revela este misterio a los pequeños y sencillos (cf. Mt 11,25-26).

Y cuando se trató de enseñar a orar a los discípulos, el Señor les dijo: "Vosotros rezad así: Padre nuestro..." (Mt 6,9; cf. Lc 11,2). El Padrenuestro es, con toda razón, considerado el "compendio del Evangelio" (Tertuliano), es decir, de todo el mensaje de Jesús, y se llama "oración del Señor", no sólo porque viene de Él a través de la transmisión oral de los discípulos que la oyeron y la consignaron en los Evangelios, sino también porque lo que se expresa en ella es esa relación íntima y profunda que Jesús tenía con el Padre. Por eso el Padrenuestro no es una fórmula más de plegaria, para repetirla de una manera más o menos consciente (cf. Mt 6,7). Las primeros comunidades cristianas se dieron cuenta enseguida de la importancia de esta oración, de modo que la incorporaron a la plegaria litúrgica cotidiana, recitándola tres veces al día, por la mañana, al mediodía y en la tarde (cf. Didaché 8,3), en el lugar de la antigua profesión de fe o Shemá Ysrael (cf. Mc 12,29).

Posteriormenteel Padrenuestro fue objeto de una "entrega" (traditio) a los que iban a ser bautizados, para que lo asimilaran y aprendieran, iniciados por la Madre Iglesia en la invocación de Dios con la única palabra que Él escucha siempre, la del Hijo amado Jesucristo. La "entrega" del Padrenuestro iba siempre acompañada de un comentario dirigido a los "neófitos" (cf. 1 Pe 2,1-10) (4). Muy pronto también la "oración dominical" entró en la celebración eucarística, como preparación para la comunión y como manifestación de la esperanza de la comunidad cristiana en la venida del Señor al final de los tiempos: "venga a nosotros tu Reino" (cf. 1 Cor 11,26). Es tal la confianza y la alegría que provoca esta oración en los fieles cristianos, que la liturgia romana la introduce con la expresión: "nos atrevemos a decir".

 

11. María, "la hija predilecta del Padre" (TMA 54).

 

La actitud filial que debemos tener todos los hijos de Dios respecto de nuestro Padre a ejemplo de Jesús, tiene también para nosotros otro modelo de gran importancia. El Papa Juan Pablo II lo ha recordado en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente, al proponer a María como "hija predilecta del Padre" y "ejemplo perfecto de amor, tanto a Dios como al prójimo" (TMA 54).

Son varios los motivos por los que María es "hija predilecta del Padre", todos ellos relacionados con las "cosas grandes que ha hecho en ella el Todopoderoso, cuyo nombre es Santo (cf. Lc 1,49)" (LG 53). El primer motivo es común a todos los discípulos de Jesucristo, y no es otro que la filiación divina adoptiva como efecto de la comunicación personal del Espíritu Santo a María, que en ella tuvo lugar en el primer instante de su concepción inmaculada. En María coincideron la generación humana y la regeneración sobrenatural, al ser concebida sin pecado y santificada en el primer instante de su ser, en un mismo acto de amor de Dios hacia la que Él había elegido para Madre de su Hijo (cf. Rm 8,29-30; Ef 1,3-5). En nosotros la comunicación del Espíritu que nos ha hecho hijos de Dios tuvo lugar en el Bautismo, y fue llevada a mayor plenitud en la Confirmación.

El segundo motivo es la "predilección" del Padre por esta criatura suya, dotada de una gracia singular y eminente precisamente con vistas a su misión de Madre del Salvador. Por esta gracia María vivió de una manera eminente también su relación con Dios, no sólo conservando y desarrollando fielmente el germen de la filiación divina, ya aludida y que constituye la vocación de todo bautizado, sino poniendo toda su existencia al servicio de esa misión. La maternidad divina de María, al engendrar virginalmente al Hijo de Dios que toma carne en Ella (cf. Jn 1,14; Mt 1,20; Gál 4,4), reproduce y prolonga en la tierra la paternidad del Padre en el seno de la Trinidad. María dio en el tiempo al Hijo de Dios la naturaleza humana, como el Padre le da eternamente la naturaleza divina. La semejanza culmina en el hecho de que tanto el Padre como María, se dirigen a la misma Persona cuando la llaman "Hijo" (cf. Mc 1,11; Hb 1,5; y Lc 2,48). María participa de este modo en el misterio de la paternidad divina (cf. Ef 3,15). Por este motivo a María, "hija predilecta del Padre", le corresponde también el título de "Esposa del Padre", que aparece en innumerables testimonios litúrgicos y teológicos, y en este verso de Fray Luis de León:

"Virgen del Padre Esposa, dulce Madre del Hijo, Templo santo
del inmortal Amor..."

El Papa Juan Pablo II, en la carta citada antes, invita a todos los fieles a imitar a María en la actitud filial para con el Padre: "El Padre ha elegido a María para una misión única en la historia de la salvación: ser Madre del mismo Salvador. La Virgen respondió a la llamada de Dios con una disponibilidad plena: 'He aquí la esclava del Señor' (Lc 1,38). Su maternidad, iniciada en Nazaret y vivida en plenitud en Jerusalén junto a la Cruz, se sentirá en este año como una afectuosa e insistente invitación a todos los hijos de Dios, para que vuelvan a la casa del Padre escuchando su voz materna: 'Haced lo que Cristo os diga' (cf. Jn 2,5)" (TMA 54).

II. DIOS NOS AMA. LA PENITENCIA, SACRAMENTO DE LA MISERICORDIA DEL PADRE

 

"Dios es amor" (1 Jn 4,8.16). Con esta afirmación he empezado esta Exhortación pastoral. La reproduzco de nuevo, porque en esta segunda parte debemos centrar la atención en el "amor incondicionado (del Padre) por toda criatura humana, y en particular por el 'hijo pródigo'" (TMA 49). En este contexto se trata también de la Penitencia, sacramento de la misericordia divina.

 

12. "¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura...?" (Is 49,15)

 

En efecto, la historia de Israel ya fue una larga automanifestación amorosa de Dios para con su pueblo (cf. Dt 4,37; 7,8; etc.) que culminó en la plenitud de los tiempos con el envío del Hijo Jesucristo (cf. Jn 3,16; Rm 5,8; 1 Jn 4,9) y con la efusión del Espíritu Santo, el Espíritu del amor personal que une al Padre y al Hijo y que hace presente en nuestros corazones el amor de Dios (cf. Rm 5,5).

En el Antiguo Testamento pueden leerse expresiones tan hermosas como ésta: "Sión decía: 'Me ha abandonado el Señor, mi dueño me ha olvidado'. ¿Es que puede una madre olvidarse de su criatura, no conmoverse por el hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvide, yo no te olvidaré, -dice el Señor todopoderoso-" (Is 49,14-15). La frase alude al amor fiel e indestructible de Dios para con su pueblo, al que no puede ver sufrir. En efecto, aunque la teología afirma en Dios, como una nota esencial, la impasibilidad, es decir, la exclusión de todo dolor o sufrimiento derivado de limitaciones o daños, sin embargo se reconoce también el misterio de la solidaridad compasiva divina con todo hombre y mujer que sufren. Esta solidaridad es algo real y se ha puesto en evidencia en la vida de Jesucristo, especialmente en su pasión y muerte (cf. Is 53,4-6; Rm 8,3.32).

También en el Antiguo Testamento, la compasión divina se hacía patente con imágenes humanas llenas de ternura: "Cuando Israel era niño le amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Yo enseñé a andar a Efraín, le alzaba en brazos, y no comprendía que yo le curaba. Con vínculos humanos, con lazos de amor le atraía; y era para ellos como quien alza una criatura contra su mejilla, y me inclinaba y le daba de comer" (Os 11,4, cf. Sal 103 [Vg 102], 13).

Jesús, en el Evangelio, utiliza expresiones cargadas de belleza y de esperanza para explicar la solicitud de Dios por sus criaturas: "Mirad a los pájaros: ni siembran ni siegan... y sin embargo vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos?... Fijaos cómo crecen los lirios del campo... Pues si a la hierba... Dios la viste así, ¿no hará mucho más por vosotros, gente de poca fe? No andéis agobiados pensando qué vais a comer, o qué vais a beber, o con qué os vais a vestir... Ya sabe vuestro Padre del cielo que tenéis necesidad de todo esto" (Mt 6,26-32; cf. 10,29-31). La enseñanza de Jesús acerca del Padre es una invitación a vivir en un permanente clima de confianza filial en su amor providente. Las comparaciones con lo que ocurre con los padres humanos, ponen de relieve también la sobreabundancia de la generosidad del Padre del cielo (cf. Mt 7,11; Lc 11,11-13).

Jesús invita también a fijarse en el amor del Padre, que "hace salir el sol sobre buenos y malos" (Mt 5,45), para imitar su actitud misericordiosa (cf. Lc 6,36. De este modo nuestras buenas obras darán "gloria al Padre que está en el cielo" (Mt 5,16).

 

13. "Dios, rico en misericordia" (Ef 2,4).

 

Con estas palabras empieza la encíclica del Papa Juan Pablo II, hecha pública el 30 de noviembre de 1.980, y dedicada a Dios Padre; la segunda en aparecer de la gran trilogía trinitaria (5). La frase, de gran importancia también para el próximo año, alude a un atributo del "Padre de Nuestro Señor Jesucristo, el Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo" (2 Cor 1,3), que se puede rastrear a lo largo y a lo ancho de toda la revelación bíblica y que alcanza, una vez más, su máxima realización en la vida histórica de Jesús. En efecto, en Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, la misericordia divina se ha hecho realidad presente y perceptible en medio de los hombres (cf. Jn 14,9). Las enseñanzas de Jesús y su cercanía a todo ser humano que sufre o está amenazado en su dignidad, ponen de manifiesto algo que ya el Antiguo Testamento había anunciado, que Dios es "compasivo y misericordioso" (Sal 103 (Vg 102),8; etc.), y que para Él es más grande el amor que la justicia (cf. Sal 98 (Vg 97),2ss.; Is 56,1).

Basta evocar las figuras del Buen Pastor que sale en busca de la oveja descarriada (cf. Lc 15,3-7), del buen samaritano (cf. Lc 10,30-37), del padre del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32), o el modo como Jesús trata a la adúltera (cf. Jn 8,3-11), a la pecadora arrepentida (cf. Lc 7,37-50) y al ladrón que está crucificado junto a Él (cf. Lc 23,40-43), para comprobar cómo el amor posee un poder especial que prevalece sobre el pecado y sobre la infidelidad y es lo único capaz de transformar el corazón humano reconciliando al hombre con Dios, consigo mismo y con los demás: "Sus muchos pecados están perdonados, porque tiene mucho amor" (Lc 7,47). Por eso Jesús exige a sus discípulos que nos dejemos guiar por el amor y la misericordia, el amor que es el mandamiento más grande (cf. Mt 22,38), y la misericordia como condición para alcanzarla nosotros mismos: "dichosos los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia" (Mt 5,7).

La culminación de esta revelación y actuación de la misericordia divina se produce en la cruz y en la resurrección de Cristo. "Efectivamente, Cristo, a quien el Padre 'no perdonó' (Rm 8,32) en bien del hombre y que en su pasión así como en el suplicio de la cruz no encontró misericordia humana, en su resurrección ha revelado la plenitud del amor que el Padre nutre por Él y, en Él, por todos los hombres... En su resurrección Cristo ha revelado al Dios del amor misericordioso, precisamente porque ha aceptado la cruz como vía hacia la resurrección" (DM 8).

 

14. "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti" (Lc 15,18).

 

Pero, desgraciadamente, no hemos sabido corresponder a ese amor. Frente a la historia de la bondad creciente y fiel del Padre, se opone la anti-historia de las negativas y de las infidelidades de los hombres. Desde aquella primera desobediencia, por la que el hombre abusó de su libertad (Gn 3,1-11), una verdadera invasión de pecados ha llenado el curso del tiempo (cf. Rm 1,18-32), de manera que "como por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron" (Rm 5,12).

Jesús ha retratado de manera certera la situación de todo hombre o mujer que prefiere dejar la casa paterna para hacer su vida al margen del Padre bueno, llevándose y dilapidando la parte de la herencia. La parábola del hijo pródigo, a la que he aludido varias veces, es sumamente iluminadora al respecto. Aquel hijo que había malgastado todo, "cuando empezó a pasar necesidad", se dio cuenta del amor y del calor familiar que había perdido. Fue entonces cuando, al verse en aquella situación, tomó la decisión de volver y de pedir a su padre que lo acogiera al menos como a uno de sus jornaleros (cf. Lc 15,14.17-19).

No es fácil dar este paso, porque supone tomar conciencia del estado lamentable en que se encuentra el pecador y porque exige el reconocimiento del propio pecado: "Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo" (Lc 15,18-19). El hijo menor, el que había dilapidado todos los bienes, tuvo el valor de hacer esta confesión y fue recibido amorosa y festivamente en la casa paterna por el Padre siempre dispuesto a la misericordia y al perdón (cf. Sal 103 (Vg 102),8-14). El otro hijo, el que se había quedado en casa, al comprobar de qué modo había sido acogido el pródigo, estuvo a punto de perderlo todo también, endurecido su corazón por el egoísmo y el enojo. También él tuvo necesidad de convertirse para permanecer en la casa paterna.

"La parábola del hijo pródigo, escribe Juan Pablo II, es, ante todo, la inefable historia del gran amor de un padre -Dios- que ofrece al hijo que vuelve a Él el don de la reconciliación plena"(6). En efecto la actitud del padre de la parábola y su manera de actuar, ponen de manifiesto la fidelidad de Dios a su paternidad y al amor que siempre ha sentido por sus hijos. Hay sobre todo un detalle especialmente significativo: "cuando (el hijo) todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo" (Lc 15,20). A impulsos de su amor, su compasión se transforma en alegría y generosidad, porque lo verdaderamente importante ha sido recuperar al hijo perdido (cf. Lc 15,32). He aquí, por tanto, el genuino rostro de Dios, su misericordia (cf. DM 43).

15. "Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20).

Pero el Padre de bondad (cf. Rm 2,4; 11,22), que no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, no quiere imponer su amor al hombre. Respeta exquisitamente su libertad y lo llama una y otra vez a reunirse en torno a la mesa festiva del perdón y de la reconciliación, esperando su retorno con una paciencia infinita (cf. Rm 3,26; 1 Pe 3,20; 2 Pe 3,9). Esta fidelidad de Dios al amor paterno, se ha manifestado y se concreta para nosotros en el acto redentor de Cristo, del que es depositaria e instrumento la Iglesia por medio del ministerio sacerdotal. Como escribe San León Magno: "Todo lo que el Hijo de Dios obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no lo conocemos solamente por la historia de las acciones pasadas, sino que lo sentimos también en la eficacia de lo que Él realiza en el presente" (Tract. 63,6) (7).

En efecto, la Iglesia, comunidad reconciliada y reconciliadora, tiene la misión de anunciar a los hombres el misterio de la reconciliación y de ser ella misma signo o sacramento de la misericordia divina (cf. LG 1; etc.). La Iglesia se dirige a todos los hombres y mujeres en el nombre de Cristo y del Padre, invitándoles a convertirse y a creer en el Evangelio, como hacía el propio Jesús al comienzo de su vida pública (cf. Mc 1,15; etc.). "El anuncio de la conversión como exigencia imprescindible del amor cristiano es particularmente importante en la sociedad actual, donde con frecuencia parecen desvanecerse los fundamentos mismos de una visión ética de la existencia humana" (TMA 50). Especialmente en los tiempos penitenciales, la Iglesia hace suya la apremiante exhortación paulina: "Somos embajadores de Cristo, siendo Dios el que por medio nuestro os exhorta; os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios" (2 Cor 5,20).

Pero, además, la Iglesia realiza esa misma reconciliación que anuncia por medio de diversos actos como las plegarias por los pecadores, las celebraciones penitenciales de la Palabra de Dios, las indulgencias, la práctica del ayuno, de la oración y de la limosna (cf. Mt 6,1-18), la corrección fraterna y la revisión de vida, los tiempos penitenciales, las peregrinaciones, la comunicación cristiana de bienes, la defensa de la justicia y del derecho de los más pobres (cf. Is 1,17), la denuncia del egoísmo y de todas las formas de pecado, etc.

Y en el centro de toda esa actuación reconciliadora en la que interviene de alguna manera la entera comunidad cristiana (cf. ReP 12), el ministerio de la reconciliación confiado por el Señor a los Apóstoles. Así lo afirma san Pablo cuando dice: "Todo esto viene de Dios, que por medio de Cristo nos reconcilió consigo y nos encargó el ministerio de reconciliar" (2 Cor 5,18).

 

16. "A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados" (Jn 20,22)

 

En efecto, el Hijo de Dios hecho hombre, no solamente cargó sobre sí la deuda inmensa del pecado del mundo (cf. Jn 1,29; Is 53,7.12) muriendo por nosotros y reconciliándonos con el Padre (cf. Rm 5,8-11; Ef 2,11-18), sino que confirió a los Apóstoles y a sus sucesores, mediante el Espíritu Santo, el poder de perdonar los pecados al decirles: "Recibid el Espíritu Santo, a quienes perdonéis los pecados les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos" (Jn 20,22; cf. Mt 18,18). De este modo el Padre de las misericordias ha puesto en las manos y en los labios de los sacerdotes el ministerio de reconciliación, con la virtud y la misión de actuar en representación de Cristo, para reconciliar a los fieles que caen en el pecado.

El sacramento de la Penitencia es, por tanto, el signo eclesial del perdón de Dios instituido por Jesucristo y el lugar de la reconciliación gozosa del hijo que se ha alejado de la casa paterna. Esencialmente comprende, por una parte, los actos humanos del arrepentimiento de los pecados, la confesión expresa de los mismos y la satisfacción o reparación. Y por otra parte la palabra eficaz de la absolución impartida por el ministro, haciendo de este modo visible la mediación de la Iglesia y la reconciliación con Dios. Por medio de este sacramento el Padre acoge y devuelve la dignidad al hijo que retorna a Él, Cristo toma sobre sus hombros a la oveja perdida y la conduce nuevamente al redil y el Espíritu Santo vuelve a santificar su templo o a morar en él con mayor plenitud.

Lafórmula de la absolución destaca, en su primera parte, la especial intervención del Padre lleno de amor en el sacramento del perdón y de la reconciliación: "Dios Padre misericordioso, que reconcilió consigo al mundo por la muerte y la resurrección de su Hijo, y envió el Espíritu Santo para remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia el perdón y la paz" (8). El perdón de los pecados, que sólo Dios puede otorgar (cf. Mc 2,7), tiene su origen en la misericordia del Padre y es obra suya, como lo fue la reconcilación de la humanidad en el misterio pascual de Jesucristo y en la efusión del Espíritu Santo. El ministro de la Penitencia representa verdaderamente a Dios Padre reconciliando consigo a un hijo.

Durante el próximo curso es preciso redescubrir el valor esencial para la vida cristiana y la importancia del sacramento de la Penitencia en su significado más profundo, como respuesta de amor al Padre misericordioso.

 

III. LA CARIDAD DEL PADRE EN NOSOTROS

 

En esta tercera parte, hemos de fijarnos en la virtud teologal de la caridad, "en su doble faceta de amor a Dios y a los hermanos", como "síntesis de la vida moral del creyente" que "tiene en Dios su fuente y su meta" (TMA 50). "Dios es amor" (1 Jn 4,8.16) y siembra amor en cada uno de nosotros.

 

17. "Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo" (Mc 12,30-31).

 

Esta frase, que sintetiza la respuesta de Jesús a un escriba que le preguntaba por el mandamiento principal de la Ley de Dios (cf, Mc 12,28-34), recoge las dos direcciones necesarias que tiene la virtud de la caridad, es decir, el amor como don divino "derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado" (Rm 5,5; cf. Gál 5,22). Por la caridad "amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor a Dios" (CEC 1.822). Jesús afirmó que no existe mandamiento mayor que éste y que en él se encierran la Ley entera y los Profetas (cf. Mc 12,31; Mt 22,40).

Al final de su vida Jesús hizo de la caridad fraterna la consecuencia práctica del amor que hemos recibido del Padre a través del Hijo (cf. Jn 15,9) y el mandamiento nuevo (cf. Jn 13,34; 15,12), definitivo y último, coherente con la novedad de la salvación que Él vino a traernos y señal que nos distingue como discípulos suyos (cf. Jn 13,35). Dispuesto a dar la vida por amor a nosotros, cuando todavía éramos enemigos (cf. Rm 5,10), quiso también que nuestra caridad alcanzase incluso a los que nos causan mal o nos persiguen, imitando de este modo al Padre celestial que hace caer la lluvia sobre justos y pecadores (cf. Mt 5,43-48). Ningún ser humano debe quedar fuera de nuestro amor, porque todo cuanto hagamos o dejemos de hacer a cualquiera de los hermanos más pequeños lo hacemos o lo dejamos de hacer al propio Cristo (cf. Mt 25,40.45).

El año dedicado a "conocer al Padre y acoger su amor" ha de ser, por tanto, un año para crecer en la caridad y ahondar en la experiencia del amor cristiano como punto de partida y cauce para vislumbrar a Dios. Más arriba he hablado del modo como Jesús formó con los discípulos una comunidad de hermanos comunicándoles la vida y el amor que Él había recibido del Padre, experiencia que está también a nuestro alcance para introducir a nuestros contemporáneos en el conocimiento del Dios que es Padre (cf. supra, n. 6).

Las dos direcciones que ha de abarcar nuestro amor están tan interrelacionadas que la prueba de que verdaderamente amamos a Dios es el amor a los hermanos: "Si alguno dice: 'amo a Dios' y aborrece a su hermano, es un mentiroso; pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y hemos recibido de Él este mandamiento: quien ama a Dios ame también a su hermano" (1 Jn 4,20-21; cf. 3,17).

 

18. "Sed imitadores de Dios como hijos queridos y vivid en el amor" (Ef 5,1)

 

La vida cristiana se realiza en la comunión de fe y de amor. Por eso no se puede reducir a pura ética, como tampoco la moral cristiana limitarse al cumplimiento material de unos preceptos. La moral cristiana se encuadra en el dinamismo del amor de Dios y de las demás virtudes teologales, que junto con las bienaventuranzas inspiran y nutren nuestra conducta (9). La gran regla de oro de la actuación de los hijos de Dios fue formulada así por Jesucristo: "sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48; cf. 1 Pe 1,16). En esta imitación del Padre, en la que nos ha precedido Jesús para que aprendamos a "vivir como vivió Él" (1 Jn 2,6), necesitamos la asistencia del Espíritu Santo, la Persona-amor, verdadera Ley interior de la Nueva Alianza, aquella que Dios mismo introduce en el pecho de sus hijos y escribe en sus corazones para que lo conozcan y observen sus mandamientos (cf. Rm 8,2; Jer 31,33-34; Ez 36,27).

Somos, pues, discípulos del amor del Padre. El maravilloso himno paulino a la caridad, debe ser leído ante todo como expresión del amor que Dios nos tiene y que nosotros debemos tratar de traducir en nuestras vidas con su ayuda: "El amor es comprensivo...; el amor no presume...; no se irrita, no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia sino que se alegra con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites, aguanta sin límites. El amor no pasa nunca" (1 Cor 13,4-8). El amor no puede pasar nunca, porque Dios se ha identificado con él (cf. 1 Jn 4,8.16) y Dios es eterno.

Pero dentro de la caridad práctica, reflejo del amor del Padre, puede y debe haber preferencias. Como las puso de manifiesto el modo de actuar de Jesús, revelador del Padre: "En este sentido, recordando que Jesús vino a 'evangelizar a los pobres' (Mt 11,5; Lc 7,22), ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y económicas, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo" (TMA 51).

Los hijos de Dios hemos de sentir dentro de nosotros la urgencia de su amor revelado en Cristo (cf. 2 Cor 5,14) y, en consecuencia, hacer de la solidaridad, del espíritu de servicio y de la generosidad para con los demás pautas permanentes de nuestra vida. Se trata de favorecer las condiciones necesarias para una mayor justicia social y para un reparto más equilibrado de los bienes de todo tipo, dando y acogiendo con alegría recíproca, conscientes de que el Padre bueno no se deja ganar en amor y en generosidad. Seremos buenos hijos de Dios y nos comportaremos como tales en la medida en que en nuestras vidas se trasparente el amor divino: "Si no tengo amor... nada soy" (1 Cor 13,3). Se cumplirá también la palabra del Señor que anunció: "serán todos discípulos de Dios" (Jn 6,45).

 

19. "El amor, vínculo de la unidad consumada" (Col 3,14).´

 

Si los cristianos tratamos de llevar "una vida digna del Evangelio de Cristo" (Flp 1,27), conformando nuestros pensamientos, palabras y acciones al modelo que el Padre nos propone en Cristo, podremos percibir los frutos del Espíritu: "amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí" (Gál 5,22-23) y prestar nuestra colaboración a la realización de dos grandes compromisos a los que es preciso prestar atención en el curso de este tercer y último año de preparación para el Gran Jubileo: "la confrontación con el secularismo y el diálogo con las grandes religiones" (TMA 52)(10).

El secularismo es un fenómeno de nuestro tiempo, descrito en la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos de 1.985 como una secularización mal entendida y que consiste "en una visión autonomista del hombre y del mundo, que prescinde de la dimensión del misterio (o de lo divino), la descuida o incluso la niega" (Relación final II,A,1). Como consecuencia de este fenómeno, que suele estar emparejado con el laicismo o actitud negativa respecto del hecho religioso y eclesial, se va difuminando poco a poco la idea de Dios en todos los ámbitos de la vida y de la sociedad y se pierde del todo el sentido de lo sagrado. Ante esta tendencia "será oportuno afrontar la vasta problemática de la crisis de civilización, que se ha ido manifestando sobre todo en el occidente tecnológicamente más desarrollado, pero interiormente empobrecido por el olvido y la marginación de Dios. A la crisis de civilización hay que responder con la civilización del amor, fundada sobre valores universales de paz, solidaridad, justicia y libertad, que encuentran en Cristo su plena realización" (TMA 52) .

El diálogo interreligioso (cf. TMA 53), debe interesarnos también teniendo en cuenta el hecho de las comunicaciones sociales. A través de los medios informativos nos enteramos de las creencias y de los ritos no sólo de las grandes religiones históricas de la humanidad, sino también de las infinitas formas de dar culto a Dios que existen en el mundo. Pero no siempre se nos presentan estas formas con objetividad y sin prejuicios. Cuando el Papa habla de diálogo interreligioso se refiere a la necesidad de que todos los creyentes ofrezcamos al mundo el testimonio de la experiencia de Dios y del sentido de la transcendencia, con respeto y evitando el riesgo del sincretismo.

Por otra parte están las sectas, es decir, los grupos religiosos cerrados en sí mismos, verdaderos esclavos de un falso mesías, que utilizan medios de todo tipo para captar adeptos y retenerlos. Las sectas sólo entran donde existe vacío religioso y cuando falta formación catequética y espíritu comunitario.

 

IV. SUGERENCIAS PRACTICAS

 

En esta última parte propongo de manera sucinta algunas consecuencias prácticas, siguiendo el orden de los temas expuestos en los apartados anteriores y destacando las distintas dimensiones del objetivo pastoral diocesano: catequética, celebrativa, espiritual y caritativo-social. Cada una de estas dimensiones ocupa un apartado, desde el n. 20 hasta el n. 23 inclusive. Las sugerencias llevan numeración propia.

 

20. Cómo hablar de Dios hoy y dar testimonio de que es nuestro Padre

 

1ª. La primera consecuencia práctica que deseo proponeros, dentro de la dimensión catequética del objetivo pastoral de este año, tiene que ver con las dificultades de muchas personas para comprender que Dios es nuestro Padre (cf. supra, nn. 4-6). No es sólo cuestión de lenguaje, sino también de un testimonio de vida que abra a la relación personal con el Padre y a la fraternidad cristiana. Os invito a designar siempre a Dios con el nombre propio de Padre: Padre de Nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro Padre, el Padre misericordioso, el Padre del cielo o, simplemente, Dios Padre. Y a no hablar de la paternidad de Dios a partir de la experiencia humana, sino al revés, es decir, teniendo en cuenta que "de Él toma nombre toda paternidad en el cielo y en la tierra" (Ef 3,14-15). La expresión paternidad significa en el texto paulino, origen y ascendencia. En realidad, la expresión Dios Padre transciende y supera completamente la imagen misma que tenemos los seres humanos de la paternidad.

 

2ª. En la catequesis y en la predicación es preciso subrayar este año el rostro de Dios manifestado por Jesús, y en concreto su actitud para con los pobres y los que sufren, en la que se revela la misericordia del Padre (cf. supra, nn. 7-8). En estas claves es preciso leer el Evangelio según San Mateo, que corresponde al próximo año litúrgico según el ciclo "A", especialmente los 5 grandes discursos: el sermón de la montaña (cap. 5-7), las instrucciones a los discípulos (cap. 10), las parábolas del Reino (cap. 13), la comunidad (cap. 18) y el escatológico (cap. 23-25). Las diversas formas de catequesis de adultos deben dedicarse este año al artículo primero del Símbolo: "Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra" (cf. CEC 199-429) y a la oración dominical (cf. supra, n. 10). Será necesario también, al hablar de la misericordia, el perdón, la paz, la solidaridad, la justicia, etc., señalar que se trata de valores del Reino de Dios.

 

3ª. Conviene que el temario de la formación permanente para los presbíteros, las religiosas y los grupos laicales, se inspire en los contenidos de la Encíclica Dives in misericordia, del Papa Juan Pablo II, y en el libro sobre Dios Padre, preparado por la Comisión Teológica del Comité Central para el Gran Jubileo. Como se ha hecho en años anteriores, los grupos que lo deseen pueden seguir mi exhortación pastoral, ampliando el estudio con la lectura de las referencias tanto bíblicas como de otros documentos que cito. Sugiero también que el temario incluya al menos un tema sobre el sacramento de la Penitencia, otro sobre la caridad y otro sobre la Santísima Virgen María, "hija predilecta del Padre". A nivel personal os invito a leer la mencionada encíclica del Papa, los documentos de la Conferencia Episcopal de los últimos años relativos a la Evangelización y las ponencias del Congreso de Pastoral evangelizadora publicadas en el volumen Jesucristo la Buena Noticia (EDICE 1.997).

 

4ª. Una forma de anuncio extraordinario de la Palabra de Dios y de llamada a la conversión es la misión al pueblo. Me refiero a las llamadas "misiones populares" de otro tiempo, pero convenientemente actualizadas en cuanto a la metodología. Mi deseo es que, en la Cuaresma de 1.999, se realice una misión evangelizadora en todas las parroquias de la Diócesis, por arciprestazgos, similar a la que se ha hecho en algunas Iglesias particulares, contando en primer lugar con los sacerdotes diocesanos, con las religiosas y con fieles laicos convenientemente preparados. Voy a confiar la tarea de impulsar y coordinar esta acción a la Vicaría Episcopal de Enseñanza y Catequesis con las colaboraciones necesarias.

 

21. Invocar al Padre y celebrar su amor misericordioso

 

En relación con la dimensión celebrativa y espiritual del objetivo:

5ª. Cuidar la oración litúrgica, especialmente en la celebración de la Eucaristía y en la Liturgia de las Horas, y fomentar las diversas formas de oración comunitaria. Las oraciones litúrgicas nos educan en el modo de orar: prácticamente siempre van dirigidas al Padre por medio de Nuestro Señor Jesucristo; primero hacen memoria de los hechos de salvación, alabando y dando gracias, y después formulan la petición. Evitar el sentimentalismo y la subjetividad en las oraciones no litúrgicas de los ejercicios piadosos, e inspirarse en las preces de la Oración de los Fieles y de los Laudes y Vísperas para formular las súplicas.

6ª. Destacar de manera continuada e insistente, de diversas maneras, el carácter del domingo y de las fiestas de precepto como días de culto al Padre, que es preciso santificar no sólo con la participación en la Eucaristía sino también con el descanso y con la dedicación a las obras que el Padre quiere: la caridad, la solidaridad, etc. La reciente Carta Apostólica Dies Domini, ofrece un riquísimo y sugerente arsenal al respecto.

 

7ª. Destacar las llamadas a la conversión que aparecen a lo largo del año litúrgico, especialmente en la Cuaresma, y subrayar esta dimensión esencial de la vida cristiana, presentándola como una gran peregrinación hacia la casa del Padre (cf. TMA 49-50). Dado que el año próximo es Año Jubilar Compostelano, en el curso del cual se celebrará un Congreso Eucarístico Nacional en Santiago de Compostela, debemos organizar una peregrinación diocesana al sepulcro del Apóstol, que puede inscribirse además en la preparación del 50 aniversario de la normalización de la sucesión episcopal en nuestra Diócesis. Sobre este tema concreto me dirigiré a todos vosotros más adelante. Por ahora quiero invitaros a que orientéis, en la perspectiva de la conversión y del retorno a la casa paterna, cualquier peregrinación que pongáis en marcha, haciéndola gravitar en los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía.

 

8ª. Activar y renovar la práctica del sacramento de la Penitencia. Presentar, en la predicación y en la catequesis, este sacramento ante todo en relación con la misericordia del Padre (cf. supra, nn. 13-16). Para ello es imprescindible conocer y usar el Ritual de la Penitencia, ayudar a recobrar una sana conciencia de pecado, dedicar mucho más tiempo a este ministerio, ofrecer unos subsidios sencillos a los fieles para el examen de conciencia y la celebración de la reconciliación de un solo penitente, y respetar las disposiciones de la Iglesia referentes a no unir el Rito "B" con la Eucaristía. Sobre la importancia y actualidad del sacramento de la Penitencia hoy, invito a leer y a meditar de nuevo la Exhortación postsinodal Reconciliatio et Paenitencia, de 2-XII-1.984, y el documento de la Conferencia Episcopal Española "Dejaos reconciliar con Dios", de abril de 1.989.

 

9ª. Durante este año es preciso proseguir el empeño en cultivar la "vida en el Espíritu", propia de los hijos de Dios, cuya intensificación os proponía el curso pasado dedicado a la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Recordad que el Espíritu Santo es el que da testimonio en nuestro interior de que somos hijos de Dios y el que nos anima a invocarle como Jesús nos enseñó: "¡Abba! ¡Padre!" (cf. supra, n. 9). La vida espiritual estará de este modo impregnada de la alegría de la filiación divina adoptiva y de la confianza propia de los hijos. Innumerables santos vivieron este aspecto de la "vida en el Espíritu" con profundo gozo íntimo, encontrando en ello la fuente para ser fieles a su vocación cristiana, religiosa o sacerdotal.

 

22. Imitar al Padre en el amor y la misericordia

 

Nuestra respuesta filial al amor del Padre de las misericordias, según la invitación de Jesús (cf. supra, n. 18), comprende también unas exigencias de carácter caritativo y social:

10ª. Explícitamente el Papa ha hablado de "la opción preferencial por los pobres" (cf. TMA 51). Para nosotros esta preferencia, que no es en modo alguno excluyente, ha de llevarnos a mirar la realidad que nos rodea y a tomar conciencia de la situación de pobreza y de marginación que existe no ya en los países del tercer mundo sino aquí, en nuestra tierra. He constatado que los informes elaborados por nuestra Caritas Diocesana en 1.994 sobre las condiciones de vida de la población pobre, y en 1.997 sobre la situación, problemática y valores de la juventud, son desconocidos por la mayoría de los agentes de pastoral. A esto se añade el escaso conocimiento de problemas como la droga, el cierre de empresas, la sanidad y la falta de perspectivas para el futuro.

Esun signo importante de solidaridad el permanecer en nuestros pueblos, pero es misión de la Iglesia y de sus miembros más cualificados el animar y alentar a todas las personas, jóvenes y adultas, "que sienten inquietudes por el desarrollo o que no se resignan ante la postergación económica de la zona y el olvido de la misma en el reparto de los bienes de la sociedad actual" (11). Sería un buen compromiso para este año dedicado al Padre misericordioso, el completar la constitución de las Caritas parroquiales y la creación de consejos arciprestales de pastoral social.

 

11ª. Por otra parte este año dedicado al Padre de las misericordias nos pide a todos poner en práctica las denominadas obras de misericordia, tanto las espirituales como las corporales, dedicando más tiempo a compartir y a aliviar el sufrimiento y las limitaciones de nuestros hermanos, y a comunicar nuestros conocimientos y experiencias sobre todo de vida cristiana. Los enfermos, los ancianos, los discapacitados físicos y psíquicos, los inmigrantes, las personas que sufren malos tratos o algún tipo de explotación, o cuyos derechos no son suficientemente reconocidos, etc., piden que no pasemos de largo ante sus problemas.

12ª. En la misma línea de la puesta en práctica de las exigencias más profundas de la caridad cristiana, todas las delegaciones y secretariados diocesanos deberán programar algunas acciones inspiradas en el objetivo pastoral o al servicio del mismo. Me limito a señalar dos sectores pastorales a los que invito a dedicar un esfuerzo mayor este año:

El primero es el de la familia, que tiene en Dios Padre el principio generador de la vida y de todos los bienes destinados a sus hijos. En este año sería muy oportuno fundamentar en el amor del Padre toda acción encaminada a difundir el evangelio de la vida y los valores humanos y cristianos del matrimonio y de la familia, a preparar a los futuros esposos para su misión de transmisores de la vida, y a concienciar a toda la sociedad de la necesidad de respetar y proteger toda vida humana, desde la concepción hasta su final natural. Frente a la "cultura de muerte" que amenaza con invadirnos, es preciso promover positivamente la "cultura de la vida", como el primer bien que todos hemos recibido del Padre que nos ha creado por amor.

El segundo sector es el de la adolescencia y juventud. Hoy los muchachos parecen alejarse cada día más de sus padres, padeciendo no obstante un déficit notable de afecto y de madurez. El lema propuesto por el Papa para la reflexión juvenil del próximo año, de cara a la Jornada Mundial de la Juventud en el año 2.000 en Roma: "Mi Padre os ama" (Jn 16,27), ha de estar presente en todos los grupos parroquiales y de otras procedencias y ha de inspirar todas las actividades, a fin de que todos conozcan y acojan en sus vidas el amor de Dios Padre y no se entreguen a los ídolos que hoy pueden esclavizarlos. Invito a todos los que trabajan pastoralmente con adolescentes y jóvenes a preparar ya desde ahora la participación diocesana en la gran peregrinación europea de jóvenes en Santiago de Compostela, del 4 al 8 de agosto de 1.999.

 

23. Acontecimientos eclesiales del próximo curso

 

Además del hecho que acabo de señalar, en el curso 1.998-99 tendrán lugar otros acontecimientos eclesiales, de los que tengo noticia, que nos invitarán a estar atentos a su significado y a participar de alguna manera en ellos: la peregrinación de las diócesis españolas a la basílica del Pilar de Zaragora, los próximos días 12 y 13 de septiembre, con ocasión de los Congresos Mariológico y Mariano; la Exposición de arte sobre Jesucristo, el Hijo del Hombre, con participación de todas las diócesis españolas, desde el 23 de septiembre al 25 de noviembre, en Madrid; el XX aniversario de la elección del Papa Juan Pablo II como Sucesor de Pedro el día 16 del próximo octubre; las Jornadas nacionales de Liturgia, del 28 al 30 de octubre, con el título Caminamos hacia el Padre, por el Señor, en el Espíritu; y el Congreso Eucarístico Nacional en Santiago de Compostela, desde el 26 al 29 de mayo de 1.999. Está anunciada también la segunda Asamblea especial del Sínodo de los Obispos para Europa.

En cuanto nuestra Diócesis, además de las acciones señaladas por los distintos organismos diocesanos de acuerdo con el objetivo pastoral del próximo curso, y que serán recogidas en el calendario que elabora la Vicaría Episcopal de Pastoral y del Clero, quiero anunciaros, para el momento oportuno, el balance de la Visita pastoral realizada en los dos últimos cursos y el comienzo de los preparativos de la celebración del L aniversario de la normalización de la sucesión episcopal en nuestra diócesis, que tendrá lugar en el año 2.000, en el contexto del Gran Jubileo.

 

24. A modo de conclusión

 

Queridos diocesanos: El curso que nos disponemos a comenzar, bajo la mirada amorosa del Padre de las misericordias, debe ser para todos los miembros de la comunidad diocesana, especialmente para los sacerdotes, para las religiosas, los seminaristas y los laicos más cercanos a la misión de la Iglesia, una ocasión nueva para actualizar nuestra experiencia cristiana básica, que es la de ser hijos de Dios en el Hijo Jesucristo, acogiendo en nuestras vidas su inmenso amor, convirtiéndonos a Él cada día con mayor profundidad, y tratando de ser testigos de su misericordia, al ponerla en práctica nosotros mismos.

Vivamos la caridad fraterna, la solidaridad, el perdón y la reconciliación en todas nuestras relaciones, como expresión de la alegría de sabernos amados y protegidos por la inmensa misericordia del Padre. Que la Santísima Virgen María, "hija predilecta del Padre" y, para todo el pueblo cristiano, "Reina y Madre de misericordia" nos ayude con su intercesión a crear en nuestra Iglesia y en nuestro pueblo la nueva civilización que se fundamenta en la caridad y en la justicia.

Ciudad Rodrigo, 23 de agosto de 1.998,

Domingo XXI del Tiempo durante el año

+ Julián, Obispo de Ciudad Rodrigo

 

(1)Los documentos que se citan constituyen un material complementario que puede consultarse. Las siglas de los documentos del Concilio Vaticano II son las más conocidas: AA: Apostolicam Actuositatem; CD: Christus Dominus; DV: Dei Verbum; LG: Lumen Gentium; SC: Sacrosanctum Concilium; etc. Otras siglas más citadas: CEC = Catecismo de la Iglesia Católica; TMA = Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente.(Volver)

(2)En efecto, en la Carta Apostólica Tertio Millennio Adveniente se señala: para el año 1.997 la reflexión catequética sobre Cristo (TMA 40) y la actualización del Bautismo (TMA 41-42); para el año 1.998 la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iglesia (TMA 44) y en la Confirmación (TMA 45), para redescubrir la esperanza (TMA 46); para el año 1.999 la reflexión sobre el Padre misericordioso (TMA 49) y la Penitencia (TMA 50), en orden a un mayor compromiso de amor con la justicia y con los pobres (TMA 51-52); para el año 2.000 la glorificación de la Trinidad, especialmente en la Eucaristía (TMA 55).(Volver)

(3)1.989-90: "Centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia diocesana"; 1.990-91: "Conocer el misterio de la Iglesia particular para impulsar una nueva evangelización"; 1.991-92: "Conocer el Evangelio para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense"; 1.992-93: "Conocer, asumir e impulsar la vocación y misión de los laicos para una nueva evangelización en nuestra Iglesia Civitatense"; 1.993-94: "Promover, potenciar e instaurar una catequesis de adultos evangelizadora en nuestras comunidades parroquiales civitatenses"; 1.994-95: "Potenciar la comunidad parroquial como lugar propio para la acogida de la Palabra, para la celebración de la fe y para el servicio de la caridad"; 1.995-96: "Revalorizar la Palabra de Dios en la Iniciación cristiana y en la vida de la comunidad parroquial"; 1.996-97: "Conocer, celebrar y anunciar a Jesucristo en la Iniciación cristiana (sacramento del Bautismo) y en la vida de la fe"; 1.997-98: "Reconocer la presencia y la acción del Espíritu Santo en la Iniciación cristiana (sacramento de la Confirmación) y en la vida de la Iglesia en nuestro pueblo".(Volver)

(4) Los numerosos comentarios de los santos Padres a la "oración dominical", están dirigidos siempre a los catecúmenos. Una magnífica síntesis de estos comentarios puede verse hoy en la IV parte del Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2.777-2.865.(Volver)

(5)Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia, de 30-XI-1.980 (= DM). Puede verse en diversas publicaciones, juntamente con las otras dos dedicadas al Hijo Jesucristo y al Espíritu Santo, respectivamente: Redemptor Hominis, de 4-III-1.979; y Dominum et Vivificantem, de 18-V-1.986 (= DVi). (Volver)

(6)Exhortación postsinodal Reconciliatio et Paenitentia, de 2-XII-1.984 (= ReP), n. 6; cf. DM 38. (Volver)

(7)Citado en RP 8. (Volver)

(8)El texto se inspira en 2 Cor 1,3; Rm 5,10; Jn 20,22-23; Mt 16,19 y Gál 5,22. (Volver)

(9)Véase CEC 1.691-1.698.(Volver)

(10)La civilización del amor, de la que ya habló Pablo VI al clausurar el año santo de 1.975, y que aparece numerosas veces en el magisterio de Juan Pablo II (cf. DVi 14; etc.), consiste en la inserción del Evangelio en la cultura existente, a partir de una renovación evangélica de la comunidad eclesial comprometida en el anuncio del Evangelio según el mandato del amor. (Volver)

(11)Exhort. pastoral ante el curso 1.997-1.998, n. 27.(Volver)

 

 

 

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