Lunes, 11 Abril 2022 08:52

CORDOBA.- HOMILÍAS C: (CÓRDOBA 2010 HECHO) VEN PRONTO, SEÑOR

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CORDABA.- HOMILÍAS C:

 

(CÓRDOBA 2010 HECHO)

 

VEN PRONTO, SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo decimos en cada Misa, lo repetimos cantando muchas veces. Es el grito de la comunidad cristiana que vive a la espera de su Señor: Marana tha (Ven, Señor). Estas palabras en arameo las viene repitiendo la comunidad cristiana hace veinte siglos. El cristiano vive a la espera de la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El tiempo de Adviento acentúa esta actitud en nuestros corazones, la actitud de la espera y la esperanza activa. No vivimos en un mundo cerrado en sí mismo. Vivimos en la esperanza cierta de que el Señor vendrá al final y nos llevará con él. Algunos piensan que esta esperanza nos distrae del trabajo comprometido por cambiar este mundo, pero no es así. La esperanza cristiana nos estimula activamente a la transformación de este mundo, en la espera de un nuevo cielo y una nueva tierra. En el camino del Adviento, hoy se nos presenta la figura de Juan el Bautista. Fue por delante del Señor preparando sus caminos. Ya desde el nacimiento se llenó de alegría en la presencia de Jesús, uno y otro desde el seno de sus madres respectivas: Isabel y María. Y en la vida pública, Jesús comienza sus primeros pasos de la mano del Bautista junto al Jordán. Juan lo presentó en público con aquellas preciosas palabras: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, indicando de esta manera la misión del que viene a cargar con nuestros pecados y a redimirnos por su sacrificio redentor. O cuando llegan a confundirlo con el Mesías, Juan repite: Yo no soy el Mesías, soy el amigo del esposo que se alegra de que el esposo esté presente. Jesús dice de él: no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista. La figura de Juan Bautista ocupa un lugar fundamental en los comienzos de la vida pública de Jesús, y por eso es un personaje central en el tiempo de Adviento. No sólo nos señala con el dedo quién es Jesús y nos lo presenta, sino que nos indica con su vida cuáles son las actitudes para salir al encuentro del Señor que viene. En primer lugar, la humildad y la pobreza. Cuando Jesús vino en carne mortal, no vino aparatosamente, sino en humillación. Nació en Belén pobremente y vivió la mayor parte de su vida en la familia de Nazaret, entró en Jerusalén montado en una borriquita, fue crucificado como un malhechor y al tercer día resucitó. Juan Bautista el precursor cumplió su misión en humildad y terminó su misión de testigo de la verdad, cortándole la cabeza Herodes. La otra actitud de Juan el Bautista es la penitencia. Se preparó para la llegada del Señor, viviendo austeramente en el desierto. No fue una caña sacudida por el viento, ni un hombre vestido de lujo que habita en los palacios. Es un profeta que cumple su misión invitando a sus seguidores a un bautismo de penitencia, en el que Jesús mismo quiso sumergirse antes de comenzar su predicación. Nuestro encuentro con el Señor no va a producirse aparatosamente, ni en el lujo, ni en la vida disoluta. Nuestro encuentro con el Señor se producirá si sintonizamos en la onda en la que él emite su mensaje, en la onda en la que Juan Bautista le fue preparando el camino. Jesús anuncia la alegría de la salvación para los pobres de espíritu, a los que el Espíritu Santo le ha enviado. Tiempo de Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Pero, cuidado. Demasiadas cosas pueden distraernos del Señor que viene. Salgamos a su encuentro con las pautas que Juan Bautista nos señala. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Ve

 

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VIRGEN Y MADRE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La cercanía de la Navidad pone delante de nuestros ojos la figura de María, la Madre de Dios. El Niño que nace es el Verbo eterno, y nace como hombre verdadero de una mujer, cumplido el tiempo normal de gestación en su seno materno. Contemplamos a María con su vientre abultado. Santa María de la esperanza. Y de esa contemplación brota la admiración, recogida en la liturgia vespertina de estos días en las antífonas de la Oh!. Santa María de la O, en la expectación del parto. Con qué admiración nos invita la Iglesia a vivir estos días inmediatos al nacimiento de Jesús. La admiración brota espontánea, porque esta madre es virgen. Ha concebido a su hijo sin concurso de varón, por la acción milagrosa del Espíritu Santo en su vientre. Ha concebido a su hijo sin perder la gloria de su virginidad. Se trata de una virginidad de plenitud. María ha consagrado su cuerpo y su alma al Señor, y antes de convivir maritalmente con su esposo José, recibe el anuncio del ángel que le pide su consentimiento para ser madre del Hijo eterno, madre de Dios. Y María dijo: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y “el Verbo se hizo carne” en su vientre virginal. La virginidad de María no consiste en ninguna carencia, no es una merma, no es un defecto o impotencia. La virginidad de María consiste en una plenitud de vida jamás conocida. María engendra a su Hijo divino, dándole su propia carne y su sangre, a la que se une un alma humana dotada de entendimiento y voluntad. Hombre completo y verdadero. María se parece de esta manera al Padre eterno, que engendra en la eternidad al mismo Hijo sin colaboración de nadie, por plenitud pletó- rica de vida en Dios. Este Hijo es de la misma naturaleza del Padre. Dios verdadero y completo. Una sola y única persona, la divina, que sin dejar de ser Dios se hace hombre verdadero. Es el misterio de la encarnación realizado con la colaboración singular de María la Virgen y Madre. María es virgen antes del parto, es decir, concibe virginalmente por plenitud de vida, sin concurso de varón. La unión complementaria del varón y la mujer es el camino ordinario, inventado por Dios, por el que todos venimos a la vida. El hijo es fruto del abrazo amoroso de sus padres. En María, el fruto bendito de su vientre, que es Jesús, nace sólo de ella y por eso se parece totalmente a ella y sólo a ella. María es virgen también en el parto, pues su Hijo no menoscabó la integridad de su madre, sino que la santificó. Si el parto es una lucha desgarradora entre el hijo y la madre, Jesús fue dado al mundo sin desgarro, con la plena oblatividad de una madre que no lo retiene para sí, sino que lo da generosamente sin ser posesiva. María es virgen después del parto. Su cuerpo fue totalmente para Jesús y sólo para Él. María no tuvo más hijos ni jamás tuvo relaciones matrimoniales con José. Permanece virgen para siempre. La virginidad de María es el sello de garantía de que el fruto de su vientre es divino. Si María no es virgen, Jesús no es Dios. Pero este que nace es el Hijo eterno, Dios como su Padre, y la virginidad de su Madre garantiza la identidad del Hijo. Y la identidad divina del Hijo hace que este parto sea singular. La fe cristiana afirma al mismo tiempo que el Hijo que nace es Dios y que la Madre que lo trae al mundo es virgen. No se entiende lo uno sin lo otro. Por eso, la liturgia nos invita a la admiración, a la contemplación extasiada del Niño que nace y de la Madre virgen que lo da a luz. Esto es la Navidad. Feliz y Santa Navidad para todos, de vuestro obispo:

 

 

 

ADVIENTO

 

ESPERANZA CRISTIANA O ATEA

 

El hombre no puede vivir sin esperanza. La esperanza es el motor de la vida humana. Depende de dónde ponga el hombre sus esperanzas, para que se sienta más o menos realizado, cuando alcanza lo que espera. O, por el contrario, se sienta defraudado cuando no se cumple aquello que esperaba. La esperanza cristiana se apoya en Dios, que es fiel y cumple siempre. La esperanza cristiana es una virtud teologal, que tiene a Dios como origen porque es Él quien la infunde en nuestros corazones, es una virtud que nos lleva a fiarnos de Dios y a desear que cumpla en nosotros y en el mundo sus promesas. Dios Padre nos promete hacernos partícipes de su vida en plenitud y para siempre. Por medio de su Hijo Jesucristo nos ha redimido del pecado y nos ha hecho hijos suyos. Nos da constantemente el don de su Espíritu, que llena de esperanza nuestros corazones. Nos llama a vivir en comunidad en su Santa Iglesia, como familia de Dios que anticipa el cielo nuevo y la nueva tierra. La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad. Ha llenado el corazón de muchos hombres y mujeres, moviéndoles a dar su vida por Cristo y por el Evangelio. Es una esperanza que la muerte no interrumpe, sino que precisamente en la muerte encuentra su cumplimiento, pues la muerte nos abre al encuentro definitivo y pleno con Dios para siempre en el cielo. Es una esperanza que nos lleva a amar de verdad, a Dios y a los hermanos, hasta el extremo de dar la vida. Para los que no tienen a Dios, o porque no le conocen todavía o porque lo han rechazado, hay otra esperanza, que no tiene tanto alcance ni mucho menos. Es una esperanza de los bienes de este mundo, que aún siendo buenos son pasajeros. Esperar la salud, la prosperidad terrena de los míos. Esperar cosas de este mundo, que aún siendo buenas nunca sacian el corazón humano. En definitiva, cuando no es Dios el motor de nuestra esperanza, vivimos con las alas recortadas sin vuelos largos que entusiasman y llenan el corazón. Una esperanza sin Dios es una esperanza temerosa de perder incluso aquello poco que se tiene (y es mayor el temor de perderlo, si es mucho lo que se ha alcanzado). Dios es la única garantía que elimina todo temor, y nos hace vivir en el amor. El marxismo ha predicado una esperanza, que al concretarse en la realidad histórica a lo largo del siglo XX, ha supuesto un rotundo fracaso. He ahí el progreso de los países socialistas del Este. Cuando en 1989 cayó el muro, pudimos constatar la pobreza inmensa de los que esperaban el “paraíso terrenal”, que nunca ha llegado. La esperanza marxista es el sueño de algo que no existe (utopía). Es una esperanza engañosa, porque pone en movimiento al hombre y a la sociedad, pero lo hace proyectando un espejismo, que nunca se realiza. Esta esperanza ha llevado al odio por sistema, a la lucha de clases, a la revolución e incluso al terrorismo. La esperanza cristiana, sin embargo, es la certeza de una realidad que se nos brinda como regalo de Dios y como plenitud humana. Y Dios cumple siempre sus promesas. La esperanza cristiana brota de la certeza generada por la fe, no es una proyección del corazón humano que inventa lo que no tiene, soñando aunque sea mentira. Y lo que Dios nos promete ya existe, está preparado, lo veremos plenamente en el cielo, y lo vemos continuamente realizado por el amor en nuestras vidas. No es una utopía, sino una realidad futura, que se va haciendo presente en la medida en que esperamos y nos abrimos al don de Dios. Que el tiempo de adviento nos haga crecer en la esperanza, de la buena. Esa esperanza que se apoya en Dios y no defrauda. Que este tiempo santo disipe tantos ídolos, que quizá nos llevan a esperar, pero con una esperanza que desaparece como el humo. El corazón humano no puede vivir sin esperanza. Pongamos en Dios nuestra esperaza, y nunca seremos defraudados. Con mi af

 

 

 

INMACULADA: MARIA PURISIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al comienzo del año litúrgico, en la preparación inmediata a la Navidad, la Iglesia nos presenta la fiesta solemne de la Inmaculada, para que gocemos en esta fiesta y el corazón se nos llene de esperanza. Es como el primer fruto de la redención. María ha sido la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto más precioso de la redención de su Hijo Jesucristo, que siendo Dios se ha hecho hombre en su vientre virginal. María ha sido librada del pecado, antes de contraerlo. Nosotros pecadores somos librados del pecado por la misericordia de Dios que nos perdona, después de haber caído en él. Pero Dios quiso lucirse en María, haciéndola preciosa, limpia de todo pecado, llena de gracia. Por eso, María es la Purísima. Lo que contemplamos en María, Dios lo quiere hacer en cada uno de nosotros y en toda su Iglesia. A María la libró del pecado por una gracia singular, a nosotros nos va librando del pecado por la gracia continua de su perdón, que nos cura, y de su gracia que nos previene. A María la ha llenado de gracia desde el comienzo, a nosotros nos va colmando de los dones que rebosan de Cristo hasta llevarnos a la santidad, pues “de la plenitud [de Cristo] hemos recibido todos gracia tras gracia” (Jn 1, 16). Mirando a María, descansa la mirada y el corazón humano. Por eso, ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. En ella vemos cumplido lo que Dios tiene preparado para nosotros, y eso nos llena de esperanza. Ella es la “señal” (Is 7, 14; Ap 12, 1) que Dios nos ha dado cuando nos anuncia sus promesas. En el comienzo de la historia de la humanidad, cuando todo estaba en perfecta armonía porque había salido bien hecho de las manos del Creador, el hombre y la mujer libremente se apartaron de Dios por el pecado. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte… todos pecaron” (Rm 5, 12). Prefirieron su plan al plan de Dios. Dieron la espalda a Dios, e introdujeron la muerte en el mundo, con todo lo que a la muerte le acompaña. Este es el pecado original, con el que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres. Se produjo como un apagón universal y el hombre se encontraba “en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 79). “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3, 23). La redención del mundo nos viene por Jesucristo. Él es la luz del mundo, y el que le sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (cf. Jn 8, 12). La redención de Cristo disipa toda sombra de pecado y de muerte e inyecta en nosotros una vida nueva y una esperanza. Cuando está para llegar Jesús en la Navidad, como el que viene a salvarnos, la fiesta de la Inmaculada nos propone a María como aurora de la salvación. La aurora anuncia la llegada del día, la aurora es el día en sus comienzos. En María ya ha comenzado esa salvación que Jesús viene a traer para todos los hombres. Todo en estos días nos habla de Navidad, las luces, el ambiente, el encuentro con la familia. Que los cristianos percibamos el sentido profundo de estas fiestas que se acercan, de manera que nos acerquemos a Jesucristo y acojamos al Niño, que nace, en nuestro corazón. Sin Jesucristo no hay Navidad. María nos anuncia que ya está cerca. Agarrados de su mano, ella nos llevará hasta Él. Con mi afecto y bendición: Q

 

 

ADVIENTO

 

ESPERANDO AL SEÑOR QUE VIENE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al comienzo del año litúrgico, en la preparación inmediata a la Navidad, la Iglesia nos presenta la fiesta solemne de la Inmaculada, para que gocemos en esta fiesta y el corazón se nos llene de esperanza. Es como el primer fruto de la redención. María ha sido la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto más precioso de la redención de su Hijo Jesucristo, que siendo Dios se ha hecho hombre en su vientre virginal. María ha sido librada del pecado, antes de contraerlo. Nosotros pecadores somos librados del pecado por la misericordia de Dios que nos perdona, después de haber caído en él. Pero Dios quiso lucirse en María, haciéndola preciosa, limpia de todo pecado, llena de gracia. Por eso, María es la Purísima. Lo que contemplamos en María, Dios lo quiere hacer en cada uno de nosotros y en toda su Iglesia. A María la libró del pecado por una gracia singular, a nosotros nos va librando del pecado por la gracia continua de su perdón, que nos cura, y de su gracia que nos previene. A María la ha llenado de gracia desde el comienzo, a nosotros nos va colmando de los dones que rebosan de Cristo hasta llevarnos a la santidad, pues “de la plenitud [de Cristo] hemos recibido todos gracia tras gracia” (Jn 1, 16). Mirando a María, descansa la mirada y el corazón humano. Por eso, ella es “vida, dulzura y esperanza nuestra”. En ella vemos cumplido lo que Dios tiene preparado para nosotros, y eso nos llena de esperanza. Ella es la “señal” (Is 7, 14; Ap 12, 1) que Dios nos ha dado cuando nos anuncia sus promesas. En el comienzo de la historia de la humanidad, cuando todo estaba en perfecta armonía porque había salido bien hecho de las manos del Creador, el hombre y la mujer libremente se apartaron de Dios por el pecado. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte… todos pecaron” (Rm 5, 12). Prefirieron su plan al plan de Dios. Dieron la espalda a Dios, e introdujeron la muerte en el mundo, con todo lo que a la muerte le acompaña. Este es el pecado original, con el que todos nacemos heredado de nuestros primeros padres. Se produjo como un apagón universal y el hombre se encontraba “en tinieblas y en sombra de muerte” (Lc 1, 79). “Todos pecaron y están privados de la gloria de Dios” (Rm 3, 23). La redención del mundo nos viene por Jesucristo. Él es la luz del mundo, y el que le sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (cf. Jn 8, 12). La redención de Cristo disipa toda sombra de pecado y de muerte e inyecta en nosotros una vida nueva y una esperanza. Cuando está para llegar Jesús en la Navidad, como el que viene a salvarnos, la fiesta de la Inmaculada nos propone a María como aurora de la salvación. La aurora anuncia la llegada del día, la aurora es el día en sus comienzos. En María ya ha comenzado esa salvación que Jesús viene a traer para todos los hombres. Todo en estos días nos habla de Navidad, las luces, el ambiente, el encuentro con la familia. Que los cristianos percibamos el sentido profundo de estas fiestas que se acercan, de manera que nos acerquemos a Jesucristo y acojamos al Niño, que nace, en nuestro corazón. Sin Jesucristo no hay Navidad. María nos anuncia que ya está cerca. Agarrados de su mano, ella nos llevará hasta Él. Con mi afecto y bendición:

 

 

ULTIMO DOMINGO DEL AÑO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Así le respondió Jesús al buen ladrón que, crucificado como él, pedía perdón arrepentido de sus pecados en el último minuto de su vida. Y Jesús le perdonó y le prometió el paraíso para ese mismo día: “Hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc 23, 43). Llegamos hoy al último domingo del año litúrgico, en el que celebramos la fiesta de Cristo Rey del universo. Jesucristo es el centro de la historia humana, es el centro del cosmos, de todo el universo. Porque es el Hijo de Dios, Dios como su Padre, que se ha hecho hombre como nosotros. Dios verdadero y hombre verdadero, consustancial al Padre en la divinidad, consustancial a nosotros en la humanidad. Una sola y única persona, eterno en su naturaleza divina y criatura humana al nacer de María virgen. A lo largo del año vamos celebrando litúrgicamente los misterios de la vida de Cristo. Desde su venida a la tierra, anunciada desde antiguo por los profetas, y acontecida en la noche santa de la primera Navidad, pasando por su vida de familia, sometido a sus padres José y María, hasta su ministerio pú- blico, cuando predicó el Reino e hizo milagros. Su vida en la tierra llegó al momento culminante cuando Jesús se entregó voluntariamente a la muerte, como Cordero que quita el pecado del mundo, y expió nuestros pecados desde la Cruz, alcanzando el perdón de Dios para todos los hombres. Murió libremente y resucitó al tercer día, venciendo la muerte. Nos ha abierto así de par en par las puertas del cielo, para todo aquel que, como el buen ladrón, pide perdón arrepentido de sus pecados. Jesucristo es rey, no al estilo de los reyes de este mundo, sino porque Dios Padre ha puesto en sus manos el Reino de Dios. El Reino de Dios es un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. Un reino que comienza en este mundo, pero llega a su plenitud en el cielo. Un reino que se fragua en el corazón de cada hombre que lo acoge como se acoge una semilla pequeña, y en su día da un fruto hermoso y abundante. Un reino que se extiende a la convivencia de los hombres hasta instaurar la civilización del amor, no por el camino de la violencia o de la fuerza, sino por el de la persuasión y la belleza del bien, que fascina y compromete al hombre completo. Es el Reino que pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu Reino”. Es el Reino que trae la salvación para todos los hombres. ¿De qué nos salva? –Del pecado y de la muerte eterna. Y ¿qué nos aporta? –La vida nueva de hijos de Dios, que es eterna y no se acabará nunca, la felicidad y la paz con Dios y con los hombres, ahora y para toda la eternidad, “su reino no tendrá fin”. Jesucristo no nos quita nada de lo bueno que hay en la vida. Jesucristo nos lo da todo. Él nos lleva a la plenitud de la santidad, haciéndonos parecidos a Él y a su Padre Dios, que es nuestro Padre. El momento culminante de su reinado, Jesús lo ejerce desde la cruz, donde ha sido plenamente humillado por los poderes de este mundo. Desde esa suprema debilidad y desde esa pobreza, Él nos ha enriquecido dándonos la vida de Dios y ense- ñándonos que el camino de la realización no es la prepotencia y la soberbia, sino la humildad y el servicio. Cuando el buen ladrón, crucificado junto a Jesús en la cruz, constata cómo este hombre muere alabando a Dios y perdonando a sus enemigos, se le abren los ojos al descubrir un hombre nuevo, que no busca su interés egoísta ni reniega de su destino. ¿Será este hombre el Hijo de Dios? Así lo confiesa con esa súplica humilde: “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino”. Jesús le responde: “Te lo aseguro, hoy estarás conmigo en el paraíso”. Con mi afecto y

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Es rica la Iglesia? La Iglesia católica está implantada en nuestro suelo desde hace casi veinte siglos. No hay excavación arqueológica en la que no aparezcan señales cristianas, como seña de identidad de nuestra cultura cristiana. Y es que el Evangelio ha empapado la vida de millones de hombres y mujeres, dándoles una esperanza que nadie más puede darles, la esperanza de la vida eterna, que brota de Jesús muerto y resucitado. En este sentido, la Iglesia es muy rica, tiene mucho que dar al mundo, lleva en su seno el futuro de la humanidad, que es Cristo el Señor. Pero la Iglesia ha realizado su misión y continúa realizándola con medios pobres. Con lo poco que recibe es mucho lo que hace, porque cuenta con miles de voluntarios dispuestos a gastar parte de su tiempo en favor de los demás, y porque hay miles de personas consagradas a Dios, sacerdotes, religiosos/as y seglares, que dedican su vida entera al servicio de los demás. Para realizar su misión la Iglesia necesita medios materiales, necesita medios económicos, necesita tu ayuda. Va creciendo la conciencia de que la Iglesia la sostenemos entre todos, porque la Iglesia ya no es subvencionada por el Estado ni hay una partida presupuestaria para la misma. La Iglesia se sostiene con los donativos de sus fieles, con las suscripciones voluntarias de los feligreses, con la X en la Declaración de la Renta, que a ti no te cuesta nada y Hacienda destina parte de tus impuestos a la Iglesia Católica y a otros fines sociales. Necesitamos tu ayuda para seguir anunciando el Evangelio, para construir templos nuevos, para restaurar los antiguos, para atender a tantos pobres y a tantas necesidades a las que hoy atiende la Iglesia, para estar cerca de los ancianos en las residencias, para impartir una buena educación a los niños, para alentar la esperanza en los jóvenes, para el sostenimiento de los sacerdotes, que con una pequeña nómina dedican su vida entera al servicio de Dios y de los hombres. El día de la Iglesia diocesana es una ocasión para agradecer a Dios que nos haya llamado a su santa Iglesia, que vivamos en la diócesis de Córdoba, dotada de muchos fieles, de bastantes sacerdotes y seminaristas, enriquecida por tantos religiosos/as. La Iglesia católica no es un parásito de nuestra sociedad, sino la principal bienhechora de la misma, gracias a la contribución de todos los fieles. Gracias, queridos diocesanos, por sentir la diócesis como vuestra, por sentiros miembros activos de la Iglesia. Que Dios os bendiga siempre. Con el afecto de vuestro Obispo,

 

La Iglesia la sostenemos entre todos DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA 2010 Q La Iglesia se sostiene con los donativos de sus fieles, con las suscripciones voluntarias de los feligreses, con la X en la Declaración de la Renta. El Evangelio ha empapado la vida de millones de hombres y mujeres, dándoles una esperanza que nadie más puede darles, la esperanza de la vida eterna, que brota de Jesús muerto y resucitado. Necesitamos tu ayuda para seguir anunciando el Evangelio, para construir templos nuevos, para restaurar los antiguos, para atender a tantos pobres y a tantas necesidades a las que hoy atiende la Iglesia... • Nº258 • 14/11/10 4 iglesia en españa Miles de fieles se desplazaron desde todo el mundo, el pasado 6 de noviembre, para acudir al encuentro con el Santo Padre y acogerlo con los brazos abiertos. El Sumo Pontífice llegó al aeropuerto de Santiago de Compostela donde fue recibido por los Príncipes de Asturias, quienes le transmitieron su mensaje de compromiso con determinados valores como son “la paz, la libertad y la dignidad del ser humano”, afirmó D. Felipe de Borbón. Asimismo, Benedicto XVI se hizo eco de las palabras de Juan Pablo II en su viaje a Compostela en el Año Santo de 1982 para exhortar a Europa a reencontrarse con sus raíces cristianas. Como un peregrino más, el Papa acudió a la Catedral compostelana para celebrar el ochocientos aniversario de su consagración. En su discurso, explicó el significado de la peregrinación: “Salir de nosotros mismos para ir al encuentro de Dios allí donde Él se ha manifestado”. Al abrazar la venerada imagen del Santo, el sucesor de Pedro pidió al apóstol Santiago por “todos los hijos de la Iglesia” y afirmó que “la Iglesia es el abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos”. Su Santidad se desplazó en el papamóvil desde el Palacio Arzobispal hasta la plaza del Obradoiro, que fue el escenario de “arte, cultura y significado espiritual” en el que ofició la Misa a las 17:00 h. En la homilía destacó el testimonio de los apóstoles sobre la resurrección del Señor, que ha de ser el punto de partida de todo cristiano, e invitó a los más de 7.000 asistentes a no tener miedo de dar testimonio del Evangelio. El día 7, Benedicto XVI llegó a Barcelona, celebrando la Eucaristía en la Sagrada Familia, obra de Antonio Gaudí, donde consagró el altar. El Papa confesó su conmoción ante la seguridad con la que el artista hizo frente a innumerables dificultades para llevar a cabo con confianza en la Divina Providencia la construcción de este templo, y manifestó su deseo de que se multipliquen y consoliden nuevos testimonios de santidad al servicio de la Iglesia y de la humanidad. También, presidió el rezo del Ángelus junto a los más de 50.000 fieles que se congregaron en torno a la Sagrada Familia. El Pontífice aprovechó para ensalzar la importancia de la familia y el valor del matrimonio a semejanza de la Sagrada Familia de Nazaret. La visita concluyó con una despedida oficial en el aeropuerto del Prat, en la que el Rey D. Juan Carlos agradeció la amistad y la generosidad al Santo Padre. VISITA DEL PAPA A SA

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con este lema se nos presenta el domingo mundial de las misiones (DOMUND), para recordarnos que la Iglesia “es misionera por naturaleza” (AG 2), es decir, está llamada a expandir el mensaje evangélico por toda la tierra y en todos los tiempos. “La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1). Este año, octubre misionero ha estado repleto de gracias de Dios para nuestra dió- cesis de Córdoba. El pasado día 6 de octubre, en la sesión constituyente del IX Consejo presbiteral, eran presentadas las líneas fundamentales de una colaboración estable entre la diócesis de Córdoba y la Prelatura de Moyobamba-Perú. Un acuerdo firmado por uno y otro obispo establece que la diócesis de Córdoba asume el compromiso estable de atender una zona pastoral, que el obispo de Moyobamba determina. La diócesis de Córdoba tendrá una presencia estable de al menos dos sacerdotes, con la posible presencia de alguna Congregación religiosa, a los que pueden acompañar otros seglares. Es como si nuestra diócesis de Córdoba se “alargara” hasta Moyobamba. Lo cual constituirá como un pulmón de oxígeno permanente, que nos haga respirar con los pulmones de la Iglesia universal. En estos días ha comenzado esta experiencia, que he tenido la suerte de inaugurar, acompañando a nuestros sacerdotes diocesanos y dejándolos instalados en su nueva parroquia de Ntra. Señora del Perpetuo Socorro, provincia de Picota, departamento de San Martín. El año jubilar de san Francisco Solano, que evangelizó por vez primera tantos territorios de Perú, Bolivia, etc., nos ha traído a nuestra diócesis esta gracia singular, que pedimos al Señor sea duradera por su intercesión. Pero el Domund nos habla de ese horizonte universal de la Iglesia, que se extiende a toda la tierra. La misión universal de la Iglesia, que preside el Papa y los obispos en comunión con él, tiene en este domingo esa perspectiva, que está canalizada a través de las Obras Misionales Pontificias (OMP). En esta jornada miramos al Papa y a todo el horizonte misionero en el que dejan su vida miles y miles de hombres y mujeres para que Cristo sea conocido y amado. Una de las hazañas más preciosas en el campo de la evangelización es precisamente la obra misionera a lo largo de los siglos. Mirada en su conjunto, uno percibe que sólo puede ser obra de la gracia de Dios. Cómo es posible que tantos hombres y mujeres (seglares, familias enteras, religiosos/as, sacerdotes, obispos) hayan entregado su vida entera y hayan sostenido su entrega en condiciones muy precarias y a costa de su salud, dejando atrás su tierra, sus amigos, su familia, todo por seguir a Jesucristo y anunciarlo a los que no lo conocen. Cuando visito estos campos de misión en la vanguardia de la Iglesia, siento el entusiasmo renovado de dar y gastar mi vida para que Cristo sea conocido donde Dios me ha colocado, y se me quitan las ganas de quejarme de nada, sino, por el contrario, de ofrecerlo todo por las misiones y los misioneros. Sólo la gracia de Dios puede explicarlo. Dios es el que fortalece, sostiene y alienta esta tarea. Por eso, es necesario que apoyemos sobre todo con la oración y el sacrifico la obra de las misiones. Los enfermos misioneros, las vocaciones contemplativas con su ofrenda a Dios de cada día, todos los que rezan y se sacrifican por las misiones. La Delegación diocesana de Misiones tiene este especial cometido, el de estimular en toda la diócesis el espíritu misionero, que tanto bien nos hace. El Domund es una llamada a ejercer todos como misioneros. De ese interés, alimentado en la oración y en el sacrificio, brotará la limosna generosa con la que sostener materialmente a los misioneros de todo el mundo. Que nada ni nadie merme esta colecta del Domund, que ponemos en manos del Papa, a través de las OMP, para atender a las misiones de la Iglesia universal. Los misioneros han demostrado que con poco hacen muchísimo. Si somos más generosos podrán hacer mucho más

 

 

DIOCESIS MISIONERA

 

El mes de octubre es el mes de las misiones. Es decir, en esta época del año nos damos más cuenta de que la Iglesia ha recibido el mandato misionero de Jesús: “Id al mundo entero, y predicad el Evangelio…” (Mc 16,15). El anuncio del Evangelio con obras y palabras ha sido una preocupación constante de la Iglesia, que en el pasado siglo ha llegado hasta el último rincón de la tierra. Sin embargo, “la obra misionera de la Iglesia está todavía en sus comienzos y debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio”, señalaba Juan Pablo II (RM 1). Nuestra pertenencia a la Iglesia nos hace misioneros, porque la Iglesia es católica y está destinada a llevar el Evangelio a todos los hombres para que se salven. En virtud del bautismo y la confirmación tenemos la gozosa obligación de comunicar a otros “lo que nosotros hemos visto y oído acerca del Verbo de la Vida” (1Jn 1,1), Jesucristo el Hijo eterno hecho hombre. No se trata de imponer a nadie la fe que nosotros hemos recibido como un don. La fe no se impone, se propone. Y esa fe y amor cristiano nos lleva a abrir nuestras entrañas de caridad ante las múltiples necesidades (de pan, de cultura, de Dios) que todavía tienen tantos hombres en el mundo. Conocer a Jesucristo es lo mejor que ha podido sucedernos, y no podemos callarlo, sino que hemos de comunicarlo con nuestra vida y nuestra palabra. He aquí la esencia de la misión. La diócesis de Córdoba es misionera desde sus comienzos. El gran obispo Osio de Córdoba catequizó al emperador Constantino hasta llevarle a la fe católica. Miles de misioneros, hombres y mujeres, han consagrado su vida a la misión. Muchos cristianos cordobeses han resistido persecuciones y torturas por causa de su fe, y han preferido morir antes que apartarse de Jesucristo. Entre los misioneros cordobeses destaca san Francisco Solano, nacido en Montilla, que evangelizó las tierras del Perú, Bolivia, etc. También en nuestros días, hombres y mujeres de Córdoba sirven a la Iglesia en tierras de misión. Sacerdotes, religiosos, religiosas, familias enteras en misión, seglares. Córdoba tiene muchos misioneros. Ahora, el presbítero D. David Rodríguez parte para la misión vinculado a nuestra diócesis y sirviendo al Camino Neocatecumenal. Y en estos días de octubre, dos sacerdotes de nuestro presbiterio, D. Juan Ropero y D. Francisco Granados, son enviados por la diócesis de Córdoba y por su obispo a la misión ad gentes. Estoy muy contento de aceptar su ofrecimiento, que prolongará la naturaleza misionera de nuestra diócesis en las tierras lejanas de Moyobamba-Perú. Ellos ayudan al obispo de Córdoba en su solicitud por todas las Iglesias. Todos quedamos comprometidos en esta misión diocesana: obispo, presbiterio, consagrados, fieles laicos, instituciones, parroquias, grupos y movimientos, cofradías y hermandades, todos estamos comprometidos en la misión diocesana de Moyobamba. El Obispo de Córdoba suscribe un acuerdo de fraterna colaboración con la Prelatura de Moyobamba, y con el envío de estos dos misioneros va nuestro apoyo oracional y nuestro sostenimiento económico a las iniciativas que ellos nos hagan llegar desde allí. Otras personas misioneras tienen el respaldo de sus congregaciones y de todos los que quieran ayudarles. La misión de Moyobamba ha de tener el apoyo de la diócesis de Córdoba en cuanto tal y de todas las personas e instituciones que en ella nos encontramos. Si todas las misiones son nuestras, porque son de la Iglesia católica, esta misión es la nuestra por excelencia, es la misión diocesana de Córdoba en Moyobamba. Ellos nos abren el camino, que queda abierto para experiencias de trabajo misionero en vacaciones, para voluntariado de jóvenes y adultos durante un periodo, para ofrecer limosnas con este fin. Acompañamos a todos los misioneros con nuestro afecto, nuestra oración y nuestra limosna generosa. Apoyamos especialmente a los que ahora parten. Apoyamos de un modo preferente a nuestra misión diocesana de Moyobamba en el Perú.

 

REZAMOS EL ROSARIO

 

El mes de octubre es el mes del rosario. El rosario es una oración muy sencilla y al mismo tiempo muy rica de contenido. Está al alcance de todos, incluso de los niños y de los que no saben rezar. El rosario es una síntesis del Evangelio en clave oracional, con un asombroso valor catequético y de iniciación cristiana. Es la oración de los pobres y los humildes, pues no necesita de medios especiales para realizarla. Se puede rezar en cualquier lugar, en cualquier momento, con un pequeño instrumento en las manos, o simplemente de memoria. En las últimas apariciones de la Virgen, ella invita siempre al rezo del rosario (Lourdes, Fátima, etc.). El rosario se ha convertido en una fuerte palanca de oración universal al alcance de todos. Es una oración que tiene a Jesucristo como centro. Jesús y María van siempre juntos, también en el rosario. “Bendito es el fruto de tu vientre, Jesús…”, repetimos muchas veces al rezar el avemaría. Y es una oración trinitaria, pues cada misterio comienza con el Padrenuestro y culmina con el “Gloria al Padre, y al Hijo y al Espíritu Santo”. Los misterios que contemplamos son misterios de la vida de Jesús, contemplados desde el corazón inmaculado de María, la madre de Dios y nuestra madre. Ella se convierte como en un mirador privilegiado desde el que “miramos” a Cristo en las distintas escenas de su vida humana, terrena y celeste. Ella nos va ense- ñando a su hijo Jesús por dentro, dándonos a participar de los sentimientos de cada escena evangélica. El rosario se convierte así en un evangelio viviente y vivido, rumiado en el corazón y capaz de inspirar las mejores acciones de nuestra vida. Y en todo este proceso oracional, María es la pedagoga, la catequista, la madre. El rosario es una oración contemplativa. La repetición una y otra vez del avemaría hace que el rosario sea como la “oración del corazón”, que entre los orientales constituye el alimento de toda oración contemplativa. Las palabras sirven de soporte, pero pasan a segundo término y se establece una corriente de amor a Jesús y a María, que va llenando el corazón del orante, al sentirse amado en cada uno de los misterios que contempla. La contemplación fija los ojos del alma en el misterio correspondiente y estaría recitando interminablemente las palabras del ángel, prendido en algún aspecto de ese misterio contemplado. En mi ya largo ministerio sacerdotal me he encontrado con jóvenes y adultos que quieren rezar y no saben cómo hacerlo. He puesto un rosario en sus manos, les he invitado a que recen un misterio (10 avemarías) en distintos momentos del día, y, cuando ya van aprendiendo, a que recen el rosario completo (las 50 avemarías). Los resultados han sido sorprendentes en muchos casos. En un mundo en el que Dios está tan ausente y en el que se elimina toda huella de Dios, podemos iniciar en la oración a través del rezo del rosario individual o comunitariamente. En la biografía de Juan Pablo II, los grupos del rosario fueron el soporte de toda una pastoral juvenil que sostuvo su fe y la de sus contemporáneos en situaciones de verdadera persecución. Cuántas familias han rezado el rosario en familia, y han experimentado en sus hogares que la familia que reza unida permanece unida. Hoy es todo más difícil, sobre todo si ha sido entronizada la TV en el centro de la familia, convirtiéndose en un elemento que aísla y en una fuerza centrífuga que disgrega. A lo largo del siglo XX la oración del rosario ha sostenido la fe de pueblos y naciones sometidos al yugo del ateísmo soviético. Con razón la Virgen en Fátima pidió a los pastorcitos que rezaran el rosario e hicieran penitencia. Un mensaje que “derrumbó” el muro de Berlín y que es capaz también hoy de derrumbar tantos muros que nos apartan de Dios y de los hombres. Mes de octubre, mes del rosario. Una oración que no ha pasado de moda, sino que está al alcance de todos para traer al corazón (recordar) las palabras y la vida de Jesús, como María, que “guardaba todas estas cosas meditándolas en su corazón” (Lc 2,19). Con mi afecto y mi bendición:

 

 

NUESTRO SEMINARIO DE CÓRDOBA

 

QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estos días comienza el curso en nuestro Seminario diocesano: en los Seminarios Mayor y Menor de san Pelagio y en el Mayor Redemptoris Mater. Después de las vacaciones, aprovechadas en el descanso y en distintas actividades de tipo pastoral y formativo, vuelven los seminaristas al curso académico, dando un paso adelante en su camino hacia el sacerdocio. Tras la cosecha de 11 nuevos sacerdotes en el curso pasado y uno más que será ordenado el próximo 2 de octubre, tenemos nuevas incorporaciones de jóvenes que se sienten llamados por Dios para servirle como sacerdotes, sirviendo a los hermanos en las cosas de Dios. Otros jóvenes continúan su discernimiento para poder ingresar en el próximo curso. El Seminario de Córdoba es un inmenso regalo de Dios a su Iglesia. Toda la diócesis debe sentirse agradecida a Dios por este don, y tener muy presente en sus intenciones el Seminario, corazón de la diócesis. Ahí están los sacerdotes, atentos a la llamada de Dios en el corazón de jóvenes y adolescentes. Los sacerdotes son una pieza clave en la pastoral vocacional. Dios nos pide ser ejemplo para quienes nos miran, de manera que los que son llamados puedan decir: “yo quiero ser como este sacerdote”. Monaguillos que sirven al altar, adolescentes que se plantean el futuro de sus vidas, jóvenes maduros que deciden ser sacerdotes. Todos hemos tenido a algún sacerdote de referencia en nuestra vida. Queridos sacerdotes, gracias por el trabajo y la dedicación a este campo. Apoyad a los formadores de los distintos Seminarios, secundad sus convocatorias de actividades orientadas a este fin. Debe ser ésta una de las actividades más queridas en nuestro ministerio. Busquemos a los que puedan ser llamados y acompañemos sus pasos vacilantes, poniéndolos en contacto con el rector y los formadores. La familia es otro puntal para estos jóvenes aspirantes al sacerdocio. En una familia cristiana, la vocación al sacerdocio es un regalo que honra a toda la familia. Apoyad a vuestros hijos en este camino. No les quitéis la idea. Si en algún momento os resulta costoso dárselos a Dios, pensad que son de Dios antes que vuestros. Si un hijo o un familiar os plantea esta llamada, animadle. Un joven encuentra muchas dificultades, dentro de sí y fuera, para seguir esta vocación. Que en su familia encuentre un aliado, nunca un obstá- culo a superar. Queridos padres y madres de familia, pedidle a Dios en el silencio de vuestro corazón que os conceda el don de un hijo sacerdote. Pedídselo especialmente a la Virgen, madre del sumo y eterno sacerdote Jesucristo. Queridos jóvenes, os lo digo abiertamente, la Iglesia necesita más sacerdotes. Para nuestra diócesis y para ayudar a otras diócesis que nos lo piden. Si el Señor te llama, no le des largas. Ponte en camino. Busca a un sacerdote que te guíe. Intensifica tu trato con el Señor en la oración. Invoca a María. La Iglesia acoge tu inquietud, la examina, la aclara, pone a tu alcance los medios para que se haga realidad lo que te parece un sueño. No tengas miedo. Nadie te comerá el coco. Has de caminar con toda libertad, encontrando la vocación que Dios quiere para ti, y ahí serás feliz. Comienza el nuevo curso en el Seminario, donde los aspirantes al sacerdocio se preparan para tan alta vocación. Oremos todos al Señor por los que son llamados, por los que están en plan de discernimiento, por los que han de discernir la autenticidad de esta vocación. El Seminario es el corazón de la diócesis, y hemos de apoyarlo todos. En él se encuentra el futuro de la Iglesia, el futuro de nuestra diócesis. Con mi afecto y mi bendición: Q N

 

 

 

SAN JUAN DE AVILA

 

La diócesis de Córdoba es la diócesis de San Juan de Ávila, porque en ella murió el 10 de mayo de 1569. Los santos nacen para el cielo el día de su muerte. San Juan de Ávila nació para el cielo en Montilla (Córdoba). Su dies natalis es el 10 de mayo. Ciertamente, los santos son patrimonio de la Iglesia universal, y nadie puede reclamarlos en exclusiva. San Juan de Ávila es uno de los santos más grandes del siglo XVI, maestro de santos, precisamente desde tantos lugares de Andalucía, Extremadura y La Mancha, y finalmente desde su casa de Montilla. Después de su muerte, su influjo se ha extendido como el buen olor de Cristo por toda la Iglesia. Sin embargo, la diócesis de Córdoba tiene una deuda de gratitud con san Juan de Ávila. No ha sido suficientemente valorado, ni la diócesis ha promovido las causas de beatificación y canonización, ni el doctorado, que está a punto de concluir. En los últimos tiempos, se ha intensificado mucho este interés. Y a las puertas del doctorado, la diócesis toma más conciencia del gran valor “escondido” que tiene uno de sus hijos más famosos, san Juan de Ávila. Los obispos de Córdoba que me han precedido han dado pasos eficaces en esta dirección, sobre todo a partir de su beatificación y canonización. Todo ese camino cuaja ahora en las realizaciones que se anuncian. Coincide con el doctorado que se acerca, la circunstancia de que los PP. Jesuitas, que han regido el Santuario de San Juan de Ávila (Iglesia de la Encarnación) en Montilla desde los tiempos del Santo Maestro, ceden este templo a la diócesis de Córdoba, que lo atenderá en adelante por medio de sus curas diocesanos. Gratitud a los PP. Jesuitas por su trabajo durante siglos, y nuevos proyectos para esta nueva etapa de relación de la diócesis de Córdoba con San Juan de Ávila. Son muchos los peregrinos que se acercan hasta la Casa de San Juan de Ávila, hasta su sepulcro, hasta los lugares avilistas de Montilla. La diócesis de Córdoba quiere acogerlos, ofrecerles la posibilidad de retirarse junto al Santo Maestro, de estudiar su doctrina, de captar más de cerca su espiritualidad. La diócesis de Córdoba quiere impulsar el estudio de sus obras, su espiritualidad, su talante y ardor misionero, su experiencia como director espiritual, etc. La diócesis de Córdoba se siente en el deber de llevar a este gran santo a todas las naciones, de manera que se beneficien de él todos los fieles cristianos, laicos, consagrados y sacerdotes, sobre todos los sacerdotes diocesanos, de los cuales es patrono. Para eso, se ha constituido un Centro Diocesano “San Juan de Ávila”, radicado en la Casa de San Juan de Ávila en Montilla, y que unido al Santuario (Iglesia de la Encarnación) que guarda sus reliquias, desplegará una serie de iniciativas para cumplir estos objetivos. Queremos que toda la diócesis de Córdoba, y especialmente sus sacerdotes y seminaristas, acojan las iniciativas que brotan de este Centro Diocesano “San Juan de Ávila”, las apoyen y las hagan propias, colaborando en lo que esté de su parte. La edición de sus obras en distintas lenguas, la difusión de su figura a través de los modernos medios de comunicación (internet, web, CDs, etc.), la realización de cursos y estudios sobre su rica doctrina y su espiritualidad, serán medios puestos al alcance de todos, para que se beneficien de ello los que quieran. No debemos quedarnos nosotros al margen. Si san Juan de Ávila es de Córdoba, en Córdoba ha de ser más conocido y más estimado. También la vida consagrada encontrará en él ricas fuentes de inspiración para alimento de su vida y de su carisma. Pido a los monasterios de vida contemplativa que encomienden especialmente los frutos de estas iniciativas. Y si él ha dejado huella por su espiritualidad eucarística, por su amor a la Iglesia, por su talante pastoral, como misionero y director de almas, habremos de potenciar más estos aspectos en nuestra espiritualidad y en la pastoral de nuestra diócesis para hacernos dignos herederos de su rica herencia. La diócesis de Córdoba está con san Juan de Ávila, porque San Juan de Ávila ha estado siempre con la diócesis de Córdoba

 

 

FRAY LEOPOLDO Y MADRE PURÍSIMA

 

 QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los santos son amigos, aunque no se hayan conocido en la tierra. Gozan de Dios para siempre y tiran de nosotros hacia el cielo. Los santos son nuestros hermanos mayores, y nos conviene hacernos amigos suyos, porque ellos nos enseñan la sabiduría de la vida. En los próximo días, la Iglesia que camina en Andalucía vive el gozo de ver a dos hijos suyos que son proclamados beatos, es decir, que están con Dios en el cielo –en eso consiste la beatitud, la felicidad– y que son ejemplo de vida cristiana para todos nosotros, porque han vivido la vida cristiana de manera heroica en todas las virtudes. Ellos constituyen para nosotros un reclamo fuerte para que no nos distraigamos de lo esencial, sino que, en medio de nuestras múltiples tareas y problemas, no olvidemos que la sabiduría consiste en amar a Dios por encima de todo y amar a los demás cono Cristo nos ha enseñado. Esto es ser santo, y también nosotros estamos llamados a ser santos. Fray Leopoldo nació en 1864 y murió en 1956, con 92 años. Natural de Alpandeire, en la sierra rondeña, era un campesino que se ganaba la vida con su trabajo sencillo y rudo del campo. En esa vida sencilla, encontraba tiempo para la oración, acudir a la Santa Misa, y para la caridad con los demás. A los 35 años, ingresó en los Capuchinos de Sevilla, y estuvo casi toda su vida en Granada. Era muy conocido por su alforja que pedía limosna y porque repartía misericordia a todo el mundo. Su vida es muy sencilla, como el Evangelio, pero es una vida llena de amor a Dios y a los necesitados. La devoción a fray Leopoldo está muy extendida, porque la gente descubre en él un resumen del Evangelio, al estilo de san Francisco de Asís, y un poderoso intercesor para tantos corazones humanos que necesitan misericordia. Madre María de la Purísima es una Hermana de la Cruz, una hija de santa Ángela de la Cruz. Nació en Madrid en 1926 de una familia rica, una “chica del barrio de Salamanca”, y enamorada de Cristo se hizo pobre como Él para ayudar a los pobres. Murió en Sevilla en 1998, casi antesdeayer. De manera, todos nosotros somos contemporáneos suyos. Ha sido una vida tan evangélica que su proceso para proclamarla beata ha sido fulminante. Con este gesto de rapidez, la Iglesia quiere decirnos que la santidad está al alcance de la mano, que no es sólo cosa de los antiguos, sino también de nuestros días, porque es un don que Dios nos ofrece continuamente. Y en el caso de Madre Purísima, nos viene a decir además que la mejor renovación de la vida religiosa consiste en la fidelidad al carisma fundacional, en la fidelidad a la Madre fundadora, como lo ha hecho esta santa religiosa. Cuántas Congregaciones van camino de desaparición por pretender una renovación que les ha hecho olvidar el amor primero. Queriendo “aplicar el Concilio” han perdido el norte. Ese camino es un camino estéril, que les priva de vocaciones, -menos mal!-. Madre María Purísima es una lección de renovación en fidelidad a sor Ángela de la Cruz, su fundadora. Madre Purísima nos enseña que el amor a los pobres no es palabrería, sino despojamiento de sí mismo, humildad, sencillez y entrega, al estilo de Jesús. Ella nos enseña un amor a la Iglesia y a sus pastores, que son garantía de autenticidad. La alegría de estas dos beatificaciones debe llenarnos el corazón de esperanza. La Iglesia, madre y maestra, nos dice por dónde hemos de ir y por dónde no. Amor a Dios, sí. Amor a los pobres, también. Fidelidad al carisma fundacional, por encima de todo. Adaptarse al mundo, no. Secularización de la vida religiosa, menos aún. La autenticidad viene de dentro y se muestra fuera, también en el hábito. Cuando se vive la autenticidad del Evangelio, brota vida, hay vocaciones. Eso es lo que ha prometido Jesús, lo demás nos lo inventamos nosotros, y así nos va tantas veces. Imitemos a los santos. Son nuestros hermanos mayores, que nos ense- ñan el camino de la vida, y nos animan a alcanzar la santidad que Dios nos ofrece continuamente. Con mi afecto y bendición: F

 

 

NUEVO CURSO Y PROPUESTAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tiempo de vacaciones no es tiempo de ocio inerte y paralizante. Si fuera así, volver a empezar sería deprimente. Las vacaciones sirven para descansar, para encontrar a la familia y a los amigos, para tratar con Dios más abundantemente, para pensar muchas cosas que el ritmo trepidante de la vida nos impide plantear, para hacer planes y proyectos, aunque alguno de ellos no llegue a cumplirse, para renovar energías en todos los sentidos. El descanso no consiste en no hacer nada. Eso aburre. El descanso consiste en cambiar de ocupación y dejar que se desarrollen otros aspectos que complementan nuestra vida. No olvidemos que muchas personas no han podido tener vacaciones, por distintos motivos. Y demos gracias a Dios por los que hayan podido tenerlas. Nos asomamos al nuevo curso con la mochila llena de propuestas y de esperanzas. Se trata de volver al trabajo ordinario con renovado empeño de colaborar con Dios en la obra de la creación y de la redención. No se trata de volver a la rutina, que hace pesada la vida, sino de mirar con esperanza la tarea que nos aguarda, y ponernos manos a la obra con ilusión. Dentro de pocos días comienza la Visita pastoral al arciprestazgo de Fuenteobejuna-Peñarroya-Pueblonuevo. Una parte de la Sierra cordobesa que visitaré hasta el último rincón para ver a sus gentes, para animar la vida cristiana, para hacerles palpar la universalidad de la Iglesia con la presencia del obispo. Y sobre todo, para conocer de cerca el trabajo de sus curas, que tienen que multiplicarse los domingos para celebrar la Eucaristía en todas las parroquias. Después de éste, en el trimestre siguiente (el primero de 2011) me propongo visitar el arciprestazgo de Ciudad Jardín en la capital. Y después, el arciprestazgo de La Rambla-Montilla. Pedid al Señor que esta Visita sea un verdadero encuentro con el Señor, presente en los fieles, presente en el obispo. El trabajo de este curso que comienza estará especialmente caracterizado por la pastoral juvenil, porque en el horizonte tenemos la Jornada Mundial de la Juventud dial de la Juventud con el Papa en Madrid, en agosto de 2011. Es una gran oportunidad para presentar a los jóvenes la belleza de la vida cristiana, el encuentro personal con Jesucristo en su Iglesia hoy. Arrimemos todos el hombro, y sobre todo invitemos a los jóvenes a que sean evangelizadores de su propia generación joven, de sus compañeros de estudios, de trabajo, de diversión. La fe se fortalece dándola. La diócesis de Córdoba con san Juan de Ávila. En Montilla comienza una nueva etapa de devoción, estudio, difusión de la vida y doctrina del santo Maestro de santos, san Juan de Ávila. La diócesis crea un nuevo Centro Diocesano “San Juan de Ávila”. Los PP. Jesuitas ceden a la diócesis de Córdoba el Santuario de san Juan de Ávila (Iglesia de la Encarnación), donde se encuentra la urna con sus reliquias. Una nueva etapa, que esperamos esté llena de frutos para difundir por todo el mundo el buen olor de este santo, que pronto será proclamado doctor de la Iglesia. La misión diocesana de Moyobamba. Además de otros frentes, en los que están presentes tantos misioneros cordobeses, este curso se abre un puente de colaboración misionera con la Prelatura territorial de Moyobamba-Perú. De diócesis a diócesis y de una manera estable, la Iglesia de Córdoba se hace más misionera, enviando dos sacerdotes, a los que se unirán múltiples colaboraciones de seglares y de proyectos. No damos de lo que nos sobra, sino de lo necesario. Y Dios es más generoso con nosotros. A comenzar el curso con nuevos bríos. Os invito a todos a ir colocando cada cosa en su sitio, para que, bendecidos por Dios, podamos entregarnos a la construcción de la Casa de Dios, cada uno desde la misión que Dios le ha confiado y acentuando todos la comunión eclesial que nos impulse a la misión. Con mi afecto y bendición: U

 

 

NOSOTROS CON EL PAPA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de san Pedro y san Pablo el 29 de junio nos trae a la mente la figura del Sucesor de Pedro, el Papa de Roma, que nos preside en la caridad y ha recibido del Señor el encargo de confirmarnos en la fe. Él es principio y fundamento de la unidad de la Iglesia. Para un discípulo de Cristo, que pertenece a su Iglesia, la referencia al Sucesor de Pedro es fundamental en su fe católica. Pedro no se puso al frente de aquella primera comunidad naciente por su propia iniciativa, por su carácter impulsivo, por su afán de mangonear. Pedro fue llamado por el Señor y puesto al frente de su Iglesia con el mandato de Jesús de presidirla en su nombre: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de los cielos” (Mt 16, 18). Y cuando Pedro falló en su amistad con el Maestro negándole en la noche de la pasión, Jesús le mostró su misericordia mediante aquel triple examen de amor, que concluye con un mandato: “Apacienta mis ovejas” (Jn 21, 17). El Sucesor de Pedro no es por tanto un objeto de lujo en la Iglesia del Señor. El Sucesor de Pedro es una piedra fundamental. El Papa Benedicto XVI no ha elegido él ser Papa, sino que ha sido llamado por Dios para esta misión al servicio de la Iglesia. Hemos de orar para que el Señor le sostenga en su tarea de confirmar en la fe a todos los discípulos de Jesús el Señor. Sólo desde la fe entendemos quién es y para qué sirve el Papa. He oído decir que en el paso que muchos anglicanos están dando para su plena adhesión a la Iglesia católica se les exigen dos condiciones imprescindibles: La aceptación de la fe católica íntegramente, tal como está expresada en el Catecismo de la Iglesia Católica y la aceptación del primado del Sucesor de Pedro y la plena comunión con su magisterio y su disciplina. Todo eso incluye la Palabra de Dios en la Escritura, los Sacramentos, el mandato nuevo del amor, tal como Jesús nos lo ha enseñado, etc. Podemos decir, por tanto, que en nuestra condición de católicos estas dos condiciones son innegociables, y uno deja de ser católico si no acepta alguna de estas condiciones. El Catecismo y el Papa. A veces se encuentra uno con cristianos que diseñan ellos mismos la religión que quieren, tomando lo que les gusta y no aceptando lo que les disgusta. Se constituyen ellos mismos en norma de su vida. Prefieren una religión a la carta, en lugar de acoger la salvación que les viene dada. Algunos incluso se permiten el lujo de despreciar la doctrina de la Iglesia o de no atenerse a esa disciplina. La fiesta de san Pedro es una buena ocasión para revisar nuestra relación con el Papa. ¿Es para nosotros una figura decorativa simplemente? O ¿es un punto de referencia fundamental para nuestra fe? Con motivo de esta fiesta, hacemos también una colecta para poner esos donativos fruto de nuestra caridad a disposición de la caridad del Papa. Sed generosos. Desde la atalaya desde la que el Papa mira a la Iglesia universal y a toda la familia humana, se presentan muchas necesidades a la caridad del Papa. Si él recibe de la solidaridad cristiana de todos los católicos un apoyo traducido en euros, podrá atender a muchas más necesidades entre todas las que se presentan. Con un poco de cada uno, fruto de nuestra caridad, el Papa puede hacer muchísimo en tantos lugares del mundo. Por la fiesta de san Pedro renovamos nuestra adhesión al Papa, afectiva y efectiva. Y pasamos el cestillo para recoger lo que es fruto de nuestra caridad y entregarlo al Papa para que ejerza la caridad en las múltiples necesidades del mundo entero. Con m

 

 

YO ME APUNTO A RELIGION

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se abre el plazo en estos días para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión. La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana. Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en nuestros centros públicos y privados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo. Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente. Tener clase de religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres. Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia. En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. ¿A qué viene esa continua y sorda persecución de la religión católica? Los padres y los alumnos eligen la clase de Religión por altísimo porcentaje en Primaria y por un alto porcentaje en Secundaria. ¿Por qué tantas dificultades para impartir esta clase? Los peores horarios, ninguna facilidad, a veces incluyo rayando la ilegalidad o traspasando el límite de los derechos de padres y de alumnos. Es llamativo el tratamiento de la Religión en bachiller, a ver si se consigue que los alumnos se aburran y dejen de apuntarse a esta asignatura. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza. Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad. Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia. Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos. Con mi afecto y bendición: Y

 

 

EL SACERDOTE, AUDACIA DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hemos clausurado con gozo y acción de gracias a Dios el Año Sacerdotal, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Más de 15.000 sacerdotes, algunos de nuestra diócesis, y unos 500 obispos de todo el mundo nos hemos reunido en torno al sucesor de Pedro, el papa Benedicto XVI en la plaza de san Pedro de Roma. Otros miles y miles de sacerdotes por todo el orbe católico se han unido espiritualmente y a través de los medios de comunicación social. Y en tantos lugares se han tenido celebraciones propias. Todo un éxito, si por éxito se entiende no simplemente la publicidad de este mundo, sino las gracias de Dios derramadas sobre aquellos que han sido agraciados con el don del sacerdocio ministerial en favor del pueblo santo de Dios. Toda la Iglesia ha orado intensamente y se ha sacrificado a favor de los sacerdotes. Eso dará mucho fruto. Pero, ¿por qué tanta insistencia en el sacerdocio ministerial? Porque sabemos que el sacerdote, por voluntad de Cristo, es un elemento constitutivo de su Iglesia santa. “El sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, desde Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y del vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo”, nos ha recordado el Papa. Sin sacerdotes no puede haber Iglesia. El sacerdote no es un oficio organizativo simplemente, sino un sacramento. A través del sacerdote, Dios se acerca hasta nosotros, de manera admirable. “Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aún conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio»”. Se trata realmente de una audacia de Dios que nos deja asombrados. El Año Sacerdotal ha querido –y ha conseguido– despertar la alegría de ser sacerdotes para muchos que ya lo son y para otros muchos que se sienten llamados a serlo. Y esa admiración se ha ampliado a todos los fieles, que miran al sacerdote con ojos nuevos, al considerar la grandeza de la misión que se les ha confiado. “Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo”. A lo largo de su larga travesía por la historia, la Iglesia encuentra dificultades concretas en cada época. En esta época se ha encontrado con este escollo, el de un mundo que quiere eliminar a Dios, al tiempo que lo necesita vivamente. Y en esa tendencia demoledora de Dios, se inserta hacer desaparecer toda huella de Dios, todo rastro de Dios, representado en el sacerdote. El Año Sacerdotal ha sentado muy mal al “enemigo”. Lo hemos constatado de múltiples maneras. Pero, ¿quién es el enemigo? Es el Maligno, del que pedimos vernos libres en el Padrenuestro: “…y líbranos del mal (del Maligno)”. Es el demonio (CEC 391s), que trabaja constantemente para apartarnos de Dios, aunque muchas veces no lo consiga. Son tantas personas que actúan movidas por el demonio y haciéndole el juego a sus intereses. El enemigo es todo lo que se opone a Dios, y ahí se incluyen nuestros propios pecados y el pecado del mundo. El sacerdote ha sido llamado por Jesús para luchar cuerpo a cuerpo contra el demonio, sus obras y sus seducciones, y vencerlo como lo ha vencido Él, con el poder que ha dado a sus sacerdotes. El Año Sacerdotal ha sido también un año de derrota para el Maligno. Por todo ello damos gracias a Dios y a tantas personas que se han tomado en serio este Año sacerdotal. Con mi afecto y bendición.

 

 

 

 

 

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

QUERODOS HERMANOS Y HERMANAS: A algunos no les gusta esta denominación. Lo consideran como algo pasado de moda y trasnochado. Y sin embargo pertenece a la más rica tradición de la Iglesia, que no debe perderse. Multitud de instituciones en la Iglesia llevan el nombre de “Sagrado Corazón”: congregaciones religiosas, grupos apostólicos, actividades de la Iglesia. ¿Qué es esto del “Sagrado Corazón”? –Se refiere a Jesucristo, el Verbo eterno que se ha hecho hombre de verdad, y por tanto ha tomado todo lo humano sin pecado. Y una de las realidades humanas más bonitas y más ricas es el corazón. Cuando decimos que una persona tiene corazón, estamos diciendo que es amable, comprensiva, cercana, que da gusto estar con ella. Cuando decimos que una persona no tiene corazón estamos diciendo que es una persona repelente, fría, inoperante, alguien que te da problemas en vez de aliviarte la vida. Pues, Dios tiene corazón. Dios es amor, Dios ama locamente a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único,… no para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y al enviar a su Hijo al mundo, este Hijo ha tomado un corazón humano. Jesucristo es el Hijo eterno de Dios con corazón humano. Un corazón como el nuestro, pero sin egoísmo, sin pecado, un corazón donde todo es amor puro, amor de donación, amor de oblación, amor generoso. Un corazón que ama, que se compadece, que comprende, que perdona, que tiene paciencia conmigo. Ese es el Sagrado Corazón de Jesús, verdadera escuela de amor. Y de ese Corazón traspasado por la lanza del soldado en la cruz ha brotado sangre y agua. Ha brotado a raudales el Espí- ritu Santo para todo el que acerca a beber con gozo de la fuente de la salvación. Ese corazón muerto de amor, ha resucitado y vive palpitante en el cielo y en la Eucaristía. Ahí está Jesús vivo. Tratar con Jesús en la Eucaristía es tratar de amistad, es dejarse querer por Él, es reparar con Él los pecados del mundo. El Corazón de Cristo es un corazón sensible al amor o al desprecio de los hombres. Es un corazón que ama y que sufre. Es un corazón que quiere transmitirnos sus propias actitudes, que quiere ense- ñarnos a amar de verdad. El viernes después del Corpus celebramos la fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús. Es como un resumen de toda la vida cristiana, porque el cristianismo es la religión del amor. En el cristianismo todo se explica desde el amor y para el amor. También se explica la desgracia del pecado que ha trastornado todo el orden querido por Dios. A tanto amor demostrado por Dios, el hombre ha respondido desde el origen despreciando ese amor. ¡El amor no es amado! Y ante tales ofensas, Dios ha reaccionado con más amor todavía. Un amor que se llama misericordia. Un amor que es capaz de curar las heridas del pecado. Un amor que perdona siempre y que restaura al hombre roto. El sábado siguiente se celebra el Inmaculado Corazón de María, el primer reflejo perfecto del amor de Cristo, el amor de una madre inmaculada y virgen, cuyo corazón ha estado siempre en sintonía con el corazón de su Hijo. Dos corazones unidos en el amor, en el sufrimiento, en la misión de redimir al mundo. Dos corazones inseparables el uno del otro. El corazón de Jesús y el corazón de María. Este año, en la fiesta del Sagrado Corazón se clausura el Año sacerdotal, porque “el sacerdote es un regalo del Corazón de Jesús”, dice el santo Cura de Ars. Con el Papa, pedimos por todos los sacerdotes, para que siendo santos nos muestren siempre el amor del Corazón de Cristo. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón, un mes especial para ejercitarse en el amor. Con mi afecto y bendic

 

 

EUCARISTÍA

 

HERMANOS Y HERMANAS: Del 27 al 30 de mayo se celebra en Toledo el X Congreso Eucarístico Nacional con el lema: “Me acercaré al altar de Dios, la alegría de mi juventud”. Es una ocasión preciosa para reunirnos en torno al altar, donde está presente Jesús sacramentado. Él es nuestra alegría. La Conferencia Episcopal Española, siguiendo el itinerario marcado por su Plan Pastoral 2006-2010, cuyo título es precisamente “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6, 35), convoca este Congreso Eucarístico para ayudar a los católicos españoles a vivir la Eucaristía que nos dejó el Señor, con una mayor intensidad. De este modo, la contemplación, la evangelización que transmite la fe, la vivencia de la esperanza y el servicio de la caridad se fortalecerán en el pueblo cristiano. Acudirán muchas personas de toda España: obispos, sacerdotes, consagrados, fieles laicos. Preside incluso un Legado Pontificio, el cardenal Sodano, que nos hará presente al Sucesor de Pedro. Pero serán muchísimos más los que no puedan acudir personalmente a este acontecimiento. Os invito a todos a uniros espiritualmente desde vuestras comunidades y parroquias, teniendo incluso algún acto eucarístico de adoración del Santísimo Sacramento en estos días señalados, que por otra parte nos preparan a la fiesta del Corpus Christi. ¿Para qué sirve un Congreso Eucarístico convocado para toda España? Quiere ser una llamada de atención a todos los cató- licos españoles para que valoremos más y más el sacramento de la Eucaristía, el tesoro más importante que tiene la Iglesia de todos los tiempos. Instituido por Jesucristo en la última Cena, el sacramento de la Eucaristía contiene al mismo Jesús, que murió por nosotros y vive resucitado y glorioso junto al Padre. El está junto a nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), como nos ha prometido. La Eucaristía es el sacramento del amor de Cristo a los hombres, que alimenta el amor cristiano en todos los que se acercan a él: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Comer a Cristo en la Eucaristía es comulgar con su actitud generosa de entrega al Padre y a los hombres. Él nos comunica el Espíritu Santo para transmitirnos sus mismas actitudes. Toda la vida de Cristo ha sido un culto de adoración al Padre y de entrega a los hombres. El que comulga prolonga estas actitudes en su propia vida para el mundo de hoy. La Eucaristía perpetúa el único sacrificio redentor de Cristo, que fue ofrecido en la Cruz por todos los hombres, para el perdón de los pecados y para abrirnos de par en par las puertas del cielo: “Yo por ellos me ofrezco en sacrifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Toda la caridad cristiana tiene su fuente y su alimento continuo en este sacramento. La Eucaristía es alimento de vida eterna, que anticipa en nosotros la inmortalidad: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). Jesús en la Eucaristía es amigo, compañero de camino, confidente. Es nuestro consuelo y nuestra alegría. Que el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo avive en nosotros el aprecio a este Santísimo Sacramento. Con mi afecto y bendición. Dios es la alegría de mi juventud Q El Congreso Eucarístico quiere ser una llamada de atención a todos los católicos españoles para que valoremos más y más el sacramento de la Eucaristía, el tesoro más importante que tiene la Iglesia de todos los tiemp

 

 

 

 

 

VAMOS A GUADALUPE

 

QUUERIDOS JÓVENES: En nuestra peregrinación diocesana a Guadalupe que marca el inicio de un año intenso en la preparación para la JMJ2011, os remito al Mensaje del Papa para esta Jornada Mundial de Madrid: “Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe” (Col 2, 7). Leedlo y meditadlo muchas veces. Es muy bonito y con mucho contenido. Os hará mucho bien, como me lo ha hecho a mí. Arraigados. Con hondas raíces de fe. En vuestros padres, abuelos, etc. En nuestra cultura milenaria. Somos herederos de una rica herencia cristiana. No partimos de cero, ni es bueno que partamos de cero. Somos una rama de un árbol que tiene raí- ces profundas. Somos miembros de la familia de Dios, que es la Iglesia, con dos mil años de historia. Arraigados por la fe, como Abraham, que creyó contra toda esperanza. Hay que tener raíces propias. Las mejores raíces de nuestra vida es la confianza en Dios. Cuando uno confía en Dios, y a medida que va confiando más y más en Él, va echando raí- ces hondas, que no se secan ni echan abajo el árbol de la propia existencia. Edificados. Sobre el cimiento que es Cristo. Es la mejor garantía contra tantas corrientes ideológicas de ayer y de hoy que perturban la mente y el corazón. El laicismo actual propone continuamente un mundo sin Dios, como si Dios fuera un estorbo para el hombre, pero la experiencia enseña que el mundo sin Dios se convierte en un “infierno” para el hombre, donde no se respetan ni los más elementales derechos humanos. Es preciso, por tanto, mirar a Cristo. “Del corazón de Jesús abierto en la cruz ha brotado la vida divina, siempre disponible para quien acepta mirar al Crucificado”. Podemos creer en Jesucristo sin verlo. Se nos acerca en los sacramentos, en la Eucaristía, en el perdón de la Penitencia, en los hermanos más pobres y necesitados. La fe en Jesucristo se alimenta en la lectura de la Palabra de Dios, de los Evangelios, y del Catecismo de la Iglesia Católica. Hay que dedicar tiempo a la oración, a la formación. Firmes, por estar confirmados en la fe de la Iglesia. No somos creyentes aislados, sino formando parte de la Iglesia, que se concreta en nuestra diócesis, en nuestra parroquia, en nuestra comunidad o en nuestro grupo. La referencia a la Iglesia y especialmente a su Magisterio es la mejor garantía de una fe sana y robusta. “Cada creyente es como un eslabón en la gran cadena de los creyentes. Yo no puedo creer sin ser sostenido por la fe de los otros, y por mi fe yo contribuyo a sostener la fe de los otros” (CEC 166). Si nos hemos encontrado con Cristo, hemos de compartirlo con los demás, anunciarlo, decírselo a todos. Sólo en Jesucristo hay salvación, y no hay desgracia más grande que la de vivir sin Él. En esta vida y en el más allá. Cuando uno es joven debe plantearse su estado de vida, su vocación. ¿Qué quiere Dios de mí, qué ha preparado Dios para mí desde la eternidad? Es eso lo que me hará feliz, no puedo plantear mi vocación al margen de Dios, porque me equivocaré. No debo contentarme con la mediocridad de la vida aburguesada, satisfaciendo mis necesidades más inmediatas. No se trata sólo de encontrar un trabajo bueno y seguro, se trata ante todo de vivir la vida en plenitud, en su inmensidad y belleza. Se trata de hacer de la vida un don para los demás. Dónde, cómo, cuándo. La JMJ2011 será una ocasión propicia para platearlo y quizá para dejarlo resuelto. Así lo pido a Dios para todos vosotros. Miramos a María. Ella nos mostrará el “fruto bendito de su vientre, Jesús”. Ella es madre de misericordia, “vida, dulzura y esperanza nuestra”. A ella nos encomendamos especialmente en este curso, que comenzamos peregrinando al santuario de Guadalupe. Recibid mi

 

 

ESPIRITU SANTO PENTECOSTÉS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Pentecostés” significa a los 50 días. Era una fiesta grande en el calendario judío, la fiesta de la cosecha, a los 50 días de la Pascua. Y, después de subir Jesús al cielo el día de la ascensión, envió de parte del Padre al Espíritu Santo, como había prometido: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16, 13). Desde entonces, la fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés. Hay un solo Dios, y Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios por dentro. Y Dios por dentro son tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, por ser la tercera persona, es la más desconocida. Sin embargo, el Espíritu Santo es el amor personal de Dios, que nos envuelve y nos penetra hasta lo más hondo de nuestra alma. Él es quien nos enseña a amar, porque Él es amor. Al Espíritu Santo lo recibimos ya en el bautismo, donde somos hechos hijos de Dios, pero donde se nos da el Espíritu Santo en plenitud es en el sacramento de la confirmación. En estos días muchos chicos y chicas en nuestra diócesis reciben el sacramento de la confirmación, con el que completan su iniciación cristiana. El Espíritu Santo nos convierte en “ofrenda permanente” a Dios y en “don para los demás”, al estilo de Jesús. El Espíritu Santo es el autor de la gracia en nuestras almas. Estar en gracia de Dios significa estar abierto dócilmente a la acción del Espíritu Santo, sin ningún pecado mortal que lo impida, porque el Espíritu Santo nos enseña y nos impulsa a amar, desterrando de nosotros todo egoísmo. Nuestra aspiración continua ha de ser la de dejarnos mover por el Espíritu Santo siempre y para todo. “Los que se dejan mover por el Espí- ritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). El Espíritu es el autor de las virtudes, sobre todo de la fe, la esperanza y la caridad. La vida cristiana no es una lucha desesperada, más allá de nuestras fuerzas, por conseguir una meta. Es, más bien, la acogida continua de un don, que pone en movimiento todo el organismo espiritual. Acogemos en la fe y en el amor al Espíritu que movió a Jesús, y nos va haciendo parecidos al mismo Jesús. El Espíritu Santo actúa en nosotros por la acción de sus dones: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de fortaleza, el don de piedad, el don de temor de Dios. Son regalos excepcionales, que funcionan continuamente haciéndonos gustar qué bueno es el Señor, dándonos la prudencia y la fortaleza en el actuar, llevando a plenitud todas y cada una de las virtudes. Por ejemplo, sin el don de fortaleza, los mártires no habrían tenido suficiente virtud para soportar los tormentos; sin el don de sabiduría, las cosas de Dios no nos saben a nada. Pidamos al Espíritu Santo que venga sobre nosotros, que venga en nuestra ayuda, que venga a vivir en nuestros corazones, como a un templo. Tengamos dispuesto siempre nuestro corazón para este dulce huésped del alma. Sin el Espíritu Santo, que es el amor de Dios, no seremos capaces de nada. Con el Espíritu Santo, seremos capaces de todo. Dios que comenzó en nosotros la obra buena, él mismo la llevará a término por su Espíritu Santo. Con mi afecto y

 

 

PRIMERAS COMUNIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estas fechas de mayo se celebran las primeras comuniones en casi todas las parroquias. Son miles y miles de niños y niñas, que se acercan por vez primera a recibir a Jesús sacramentado en la Eucaristía. Es toda una fiesta de familia, es también una ocasión de encuentro, es un motivo de alegría que deja huellas imborrables en cada uno de estos niños y niñas para toda su vida. Recuerdo una vez que me llamaron para atender a una persona en los últimos días de su vida, aquejado por grave enfermedad. Era todo un personaje. Después de muchísimos años vividos en el alejamiento de Dios, sin ninguna práctica sacramental y haciendo pública profesión de agnosticismo, viendo que se acercaba su final, había pedido un sacerdote. Y la familia me llamó a mí. Acudí sin demora y nada más comparecer en su salita de estar me espetó: “Padre, quiero confesar. La vida se me acaba”. Yo le escuché atentamente, hizo una buena y detallada confesión, rezamos a la Virgen –para lo cual se puso de rodillas– y recibió con todo fervor la comunión eucarística. Yo estaba asombrado de la acción de la gracia en el alma de este hombre plenamente lúcido, que por los sacramentos de la Iglesia quedó en paz con Dios y con los hombres, y se preparó estupendamente para la muerte, que llegó a los pocos días. Al terminar mi visita, le comenté mi asombro por su buena actitud ante los sacramentos, y él me respondió: “Todo lo recibí cuando me preparaba a la primera comunión”. Aquel hecho me ha servido de reflexión posteriormente en muchas ocasiones. Cuántas veces nos parece que la tarea de catequesis en nuestras parroquias sirve para muy poco, a la vista de los resultados que constatamos en muchos adolescentes y jóvenes. Cuántas veces cunde el desánimo en los padres católicos y en los catequistas, al ver que lo que han sembrado en el alma de ese niño, apenas produce fruto o incluso queda como borrado del todo. Y no es así. La experiencia de la primera comunión, que va precedida de la confesión de los propios pecados (aunque sean pecados de niño), si está bien preparada, producirá frutos inesperados en la vida de cada una de estas personas. La infancia es tiempo para sembrar. A veces se percibe el fruto de manera temprana. Otras veces no se percibe nada. Otras incluso, como que ha sido contraproducente todo lo que se ha sembrado. Pero la anécdota que he referido me lleva a concluir que el fruto de nuestra acción pastoral, de la buena educación de unos padres buenos, nunca quedará baldío. Hemos de continuar en esa tarea preciosa de presentar el misterio cristiano de manera accesible a los niños de primera comunión. La primera comunión tiene que ser el primer encuentro fuerte con Jesús, que nos ama hasta dar la vida por nosotros. Quizá hemos de dejar otros aspectos secundarios, que incluso estorban para esa experiencia. Creo que tenemos que limitar las parafernalias que se montan en torno a estos acontecimientos. Y en la catequesis hemos de ir a lo esencial, al encuentro con Jesús, a facilitar la oración, la comunicación tú a tú del niño con Jesús, a que aprenda a llamar madre a la Virgen santí- sima. Ese encuentro permanecerá ahí para toda la vida. Habrá ocasión de ampliarlo y profundizarlo más tarde. Pero la primera comunión es una ocasión muy propicia para la iniciación cristiana de los niños que se acercan. Y no olvidemos que también los padres y todos los miembros de la familia quedarán tocados si este momento es celebrado como Dios manda. Es tiempo de primeras comuniones. Es tiempo de siembra de las mejores experiencias que marcarán toda una vida. Con mi afecto y bendición. Q Primeras comuniones La primera comunión tiene que ser el primer encuentro fuerte con Jesús, que nos ama hasta dar la vida por nosotros. La experiencia de la primera comunión, que va precedida de la confesión de los propios pecados (aunque sean pecados de niño), si está bien preparada, producirá frutos inesperados en la vida de cada una de estas personas. • Nº240 • 16/05/10 4 tema de la semana Con ocasión del Año Sacerdotal y del 150 Aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, tuvo lugar en Córdoba un encuentro sacerdotal de las Diócesis Andaluzas en torno a las reliquias de San Juan de Ávila los días 5 y 6 de mayo. Un día grande para la

 

 

PEDERASTAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Las noticias de abuso de menores proliferan en todos los medios de comunicación. Son calificados como pederastas aquellos que abusan sexualmente de los niños y niñas para su placer, destrozando la vida de tantos inocentes en su edad temprana. Los enemigos de la Iglesia han encontrado un filón de oro para desprestigiarla, y de manera calculada van ofreciéndonos cada día algunas gotas de este elixir que es placer de demonios. Algunos incluso se han atrevido a arremeter contra el Papa Benedicto XVI, acusándole de encubridor. Si consiguieran probar la más mínima mancha, habrían dado en el “blanco” de sus pretensiones. Lo de “blanco” no sólo es por el vestido blanco del “dulce Cristo en la tierra”, sino porque atacado el Papa quedaría desprestigiada toda la Iglesia católica. Los hechos están ahí. Son innumerables los delitos cometidos en el abuso de menores por parte de padres, profesores, deportistas, médicos, profesionales de distintos tipos, etc. Pero lo más noticiero es que algunos eclesiásticos también son delincuentes, y esa es la noticia. Lo demás no importa tanto. Incluso se justifica y se promueve desde una educación sexual cada vez más precoz en una sociedad erotizada. Ante los hechos evidentes, lo primero es reconocer públicamente que algunos eclesiásticos –sacerdotes o religiosos– han cometido tales delitos. Y eso nos avergüenza a todos. Pues si alguno debe dar ejemplo en cualquier campo moral y más en éste, ha de ser aquel que se ha consagrado a Dios en cuerpo y alma. Nada más extraño al cristianismo que una sexualidad desordenada, convertida en un juego de placer y no en lenguaje del amor verdadero. En segundo lugar, a la Iglesia le preocupan las víctimas de tales abusos, vengan de donde vengan. Y si los abusos vienen de personas consagradas, la Iglesia está poniendo los medios para purgar de sus filas a los que no merecen la confianza de tratar con niños y niñas que hay que ayudar a crecer, no destrozar en su infancia. El encubrimiento de estos delitos no favorece a nadie, es como un pus que cuanto más se deja más se pudre. Sin embargo, son miles y miles los sacerdotes y los religiosos que realizan estupendamente su tarea. Colegios de la Iglesia, parroquias, voluntariados, tiempo libre, etc. están llenos de personas buenas que hacen el bien con la dedicación plena de sus vidas. Todos conocemos a muchos de ellos. No es justo mirar y calificar a todos por el mal que algunos hayan cometido. Ciertamente, un solo niño malogrado es ya demasiado. Pero no olvidemos los miles de personas buenas que han gastado y gastan su vida en esta noble tarea. Merecen toda nuestra confianza, hoy más que nunca, porque hoy más que nunca el Papa y todos los que tienen alguna responsabilidad en la Iglesia no dejarán pasar una en este delicado tema. Los que han cometido tales abusos están llamados a pedir perdón a Dios, a quien han ofendido gravemente, y a someterse a la justicia de los tribunales. El Papa Benedicto XVI ha practicado “tolerancia cero” en este grave tema y nos invita a que todos hagamos penitencia por los pecados de algunos en esta materia. No todo termina con la denuncia. ¿Quién podrá sanar el corazón del hombre, que se ha dejado llevar por sus malas inclinaciones? Sólo la misericordia de Dios, que incluye el cumplimiento de toda justicia, y nos hace capaces de pedir perdón y de ofrecerlo. A esa misericordia nos acogemos todos, extremando los controles para que tales delitos no sucedan más. Con mi a

 

 

MES DE MAYO  EN LA ESCUELA DE MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llega el mes de mayo. Es el mes de María. En este mes precioso se nos invita especialmente a vivir con María, en las distintas romerías que llenan de flores nuestras ermitas y, sobre todo, en la espera del Espíritu Santo, como hicieron los apóstoles en la preparación a Pentecostés: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos” (Hech 1, 14). La comunidad cristiana tiene su referencia fundamental en aquella primera comunidad que vive unida con María a la espera del Espí- ritu Santo. Cuando llegue el Espíritu Santo, “nos lo enseñará todo y nos recordará todo” (Jn 14, 26) de parte de Jesús. La escena de Pentecostés es paralela a la de la Anunciación. En la Anunciación (Lc 1, 26s), María por iniciativa de Dios concibe en su vientre virginal al Hijo eterno de Dios, y el Verbo se hizo carne comenzando a ser hombre. María ha tenido un papel fundamental en el nacimiento del cuerpo físico de Cristo, es su madre. Y en Pentecostés (Hech 2, 1s), María alumbra a la Iglesia naciente por obra del Espíritu Santo, que hace de ella la madre del cuerpo místico de Cristo. Dos estampas de un díptico, en las cuales el Espíritu Santo y María generan y dan a luz el cuerpo físico y el cuerpo místico de Cristo. No se puede ser cristiano sin ser mariano, porque Cristo ha entrado en la historia humana por la mediación de María. El Espíritu Santo ha venido sobre la Iglesia y sobre el mundo con la intercesión de María. Y nuestra transformación en Cristo se produce siempre por obra del Espíritu Santo con la colaboración de María. La relación con María no es un artículo de lujo añadido en la vida cristiana, es una necesidad vital. No podemos vivir sin María. Así lo entiende y lo vive el pueblo cristiano, a lo largo de todo el año, y particularmente en este mes de mayo. La vida cristiana puede explicarse desde muchas perspectivas. Pero cuando miramos a María, vemos en ella cumplido lo que Dios quiere realizar en nosotros. Una mirada intuitiva a María, hecha con fe y con amor, es capaz de estremecer hasta el corazón más duro del hombre. Son abundantes las romerías marianas por toda la geografía. Y en este clima del mes de mayo, tendrá lugar la coronación pontificia de la Virgen de Belén, patrona de Palma del Río, el próximo 8 de mayo. Os invito, queridos hermanos, en este mes de mayo a vivir cada día esta relación con María, concretándola en alguna “flor” que podemos ofrecerla, como expresión generosa de nuestra devoción filial. ¿Qué podría ofrecerle yo hoy a mi madre del cielo? Con esta pregunta podemos concretar cada día cómo expresar nuestro amor a la Virgen. Y os invito especialmente a los jóvenes a engancharos al rezo del rosario. El rosario es como una oración “en red”, que nos ayuda a pensar en Jesús desde el corazón de María. Pasando por cada uno de los misterios de la vida de Cristo, repitiendo una y mil veces el saludo del ángel, ella nos va enseñando a contemplar a Jesús. Y en la escuela de María se nos van quedando grabadas las palabras y las obras de Jesús, nuestro maestro y nuestro redentor. No hay escuela mejor. Bienvenido el mes de mayo, el mes de María. Que con Ella nos llegue a todos la frescura de la vida del Resucitado. Con mi afecto y bendición. M

 

 

 

DIA DE MONAGUILLO, EL TESTIMONIO SUSCITA VOACACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de oración por las vocaciones se celebra coincidiendo con el IV domingo de Pascua, domingo del buen Pastor. En este Año Sacerdotal, también esta Jornada es una ocasión propicia para apreciar la misión del sacerdote en el servicio de la Iglesia, y más concretamente en el fomento de las vocaciones de especial consagración. Entendemos por vocaciones de especial consagración todas aquellas que incluyen la entrega de toda la vida en la virginidad y el celibato por el Reino de los cielos (Mt 19, 12). Y esta especial consagración es fruto de un don especial del Señor para aquellos a quienes él llama a seguirle incluso corporalmente. Desde el comienzo de la vida de la Iglesia, aparece este estilo de vida, en el que el hombre o la mujer no se casan, no constituyen una familia según la carne, sino que se consagran a Dios para una mayor fecundidad en el seno de la Iglesia, de la familia de los hijos de Dios. Este estilo de vida tiene su origen en el propio Jesús y en su madre bendita, María. Jesús no se casó. María fue siempre virgen. José es el padre virginal de Jesús. El apóstol Pablo vivió así y lo recomienda a sus fieles. “Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo; mas cada cual tiene de Dios su gracia particular: unos de una manera, otros de otra” (1Co 7, 7). Enseguida proliferaron hombres y mujeres que querían vivir como vivió Jesús. Podemos decir que la virginidad es típicamente cristiana, porque toma de Jesús su inspiración y su ejemplo. Y porque no existe como tal en ninguna otra religión, fuera del cristianismo. La virginidad, por tanto, es un perfume de marca cristiana, que el mundo no entiende. Este tipo de vocaciones hacen un bien inmenso a la Iglesia y a la sociedad. A la Iglesia, porque son como la tipificación de la Iglesia virgen fecunda y recuerdan a todos los fieles los valores definitivos del Reino. Y a la sociedad, porque todas estas vocaciones sirven a la sociedad con una entrega y una gratuidad, que a veces sólo se valoran cuando nos faltan. Pero están ahí. En los lugares más pobres con los pobres. En las parroquias, llegando hasta el último rincón de cada hogar. En tantas obras asistenciales con ancianos, enfermos de SIDA, hospitales, cárceles, etc. En todo el campo de la educación, haciendo de sus colegios una plataforma de evangelización. En la vida contemplativa, recordando a todos que el único valor absoluto es Dios y que Dios merece ser buscado con todas nuestras fuerzas. Necesitamos, hoy como ayer, vocaciones de especial consagración. Sacerdotes, consagrados hombres y mujeres en las distintas formas de vida consagrada. Esta Jornada mundial es una ocasión para agradecer a Dios estos dones, sostener a los que han sido llamados y para pedir a Dios que siga enviándonos sacerdotes y consagrados en los distintos carismas que enriquecen la vida de la Iglesia. Necesitamos hombres y mujeres que estén dispuestos a dar la vida por Jesucristo y por los demás. Y no como un voluntariado a tiempo parcial, sino la vida entera en totalidad. A nuestros contemporá- neos, especialmente a los jóvenes, les cuesta asumir un compromiso para toda la vida. Sucede en el matrimonio y sucede en estas vocaciones de especial consagración. Por eso, hemos de apoyarlas como un bien común del que todos salimos beneficiados. El cauce principal por el que se suscitan y se sostienen estas vocaciones es el testimonio. La Jornada mundial de oración por las vocaciones es también una llamada a vivir fielmente la vocación recibida. Las personas consagradas y los sacerdotes suscitarán en la Iglesia quienes quieran ser como ellos, cuando vean un testimonio creíble de esa vocación a la que se sienten llamados. Con mi afecto y bendición. Q El testimonio suscita vocaciones Necesitamos hombres y mujeres que estén dispuestos a dar la vida por Jesucristo y por los demás. Y no como un voluntariado a tiempo parcial, sino la vida entera en totalidad. La Jornada mundial de oración por las vocaciones es también una llamada a vivir fielmente la vocación recibida. Las personas consagradas y los sacerdotes suscitarán en la Iglesia quienes quieran ser como ellos, cuando ven un testimonio creíble de esa vocación a la que se sienten llamados. • Nº237 • 25/04/10 4 iglesia diocesana Con motivo del Día Internacional contra la Esclavitud Infantil, el Movimiento Cultural Cristiano organizó 24 horas contra la esclavitud infantil a partir de las 11:00 h. del sábado 17 de abril. Durante este tiempo tuvieron lugar dos concentraciones en el Bulevar junto a la parroquia de San Nicolás (con puestos informativos, concentración...) para denunciar públicamente todas las

 

 

 

LA RESURRECCIÓN DE CRISTO ES UNA HECHO REAL

 

QUEERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando hablamos de la resurrección de Jesús, algunos dicen lo que les parece, y en muchas ocasiones se lanzan explicaciones y teorías que nada tienen que ver con lo que ha sucedido realmente. Estamos tocando el nú- cleo de la religión cristiana, y no podemos andar con explicaciones que destruyen el misterio. En esto como en todo, hemos de atenernos a lo que nos enseña la Iglesia. No somos nosotros los que inventamos la fe o la moral que la acompaña, sino que la fe –y la moral consiguiente– es anunciada por la Iglesia, bajo la responsabilidad de los apóstoles, y uno la acoge o la deja, pero no tiene derecho a extorsionarla. La resurrección de Jesús es un acontecimiento real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas (CEC 639). No sucedió simplemente en la conciencia de los apóstoles o de las mujeres, como el que sueña con algo que nunca sabemos si fue verdad o mentira. No. La resurrección de Jesús es un hecho real, que le ha sucedido al mismo Jesucristo. Aunque nadie lo hubiera visto, ni a nadie se hubiera aparecido, en la humanidad santa de Jesús se ha producido un cambio fundamental. Ha pasado de su condición de carne mortal y sometida al sufrimiento, muerto por amor en la cruz, a la situación de carne glorificada, llena de gozo y para toda la eternidad. Es un acontecimiento histórico (CEC 643). Jesús no es un fantasma ni es un mito. Jesús es un personaje histórico, que ha vencido la muerte, después de estar en el sepulcro, y ha roto las cadenas de la muerte resucitando. Se trata de un acontecimiento sucedido en un lugar y en un momento concreto de la historia humana, dentro de las coordenadas geográ- ficas y temporales de la historia. Jesús al resucitar no se ha ido de la historia humana, sino que ha entrado más adentro de esa misma historia, dándole sentido y transformándola desde dentro, para llevarla anticipadamente a su plenitud. La resurrección de Jesús es un acontecimiento histórico y transcendente, porque desborda la historia (CEC 647). La resurrección de Jesús cambia el corazón y la vida de quien se encuentra con Él. Uno no puede encontrarse con el Resucitado y continuar como si no hubiera pasado nada. El encuentro de los apóstoles y de las mujeres con Jesús resucitado les cambió totalmente la vida. Realmente se produjo también en ellos una transformación grande, al encontrarse con Jesús resucitado. Y de ese encuentro brota la misión, el envío para ser testigos ante los hombres de lo que han visto y oído a Jesús. Pero no basta con decir que la resurrección consiste en que la causa de Jesús continúa. Claro que continúa, pero porque Él está vivo y acompaña la historia de la humanidad transformándola desde dentro. Ni basta decir que la resurrección consiste en el cambio producido en la vida de los apóstoles y las mujeres. Ellos cambiaron porque se encontraron de sopetón con el Resucitado. La resurrección de Jesús no es la proyección de una necesidad sentida, no es una alucinación religiosa colectiva. No. La resurrección de Jesús es un hecho, que ha sucedido en el mismo Jesús transfigurando el cadáver depositado en el sepulcro. No faltan quienes dicen que si hoy encontraran el cadáver de Jesús, su fe no sufriría ninguna alteración. Esa fe no es la fe de la Iglesia. La Iglesia confiesa y anuncia que el que ha resucitado es el mismo que fue depositado exsangüe en el sepulcro, y ha resucitado con su mismísimo cuerpo, no con otro que le hayan dado para la ocasión. Por eso el sepulcro de Cristo está vacío desde la ma- ñana de Pascua y es una de las más preciosas reliquias que se veneran en Jerusalén. Con mi afecto y bendición

 

 

TOMÁS EL AGNOSTICO EL DIA DE LA DIVINA MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A los ocho días de la resurrección del Señor, concluyendo la octava de Pascua, celebramos el domingo de la Divina Misericordia, domingo in albis, porque los nuevos bautizados dejaban la túnica blanca del bautismo. El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús resucitado que se aparece de nuevo a los apóstoles en el Cenáculo, con el saludo que trae la paz: “La paz esté con vosotros” (Jn 20, 21). Una paz que no viene del mundo ni de las componendas humanas, sino que es un don de Dios y que el corazón humano tanto ansía. En esta ocasión está también Tomás, el ausente del domingo pasado, el que estaba fuera de la comunidad, haciendo su vida, cuando Jesús vino al Cenáculo ya resuctiado. Los apóstoles se lo contaron a Tomás, y Tomás no les creyó. Para Tomás no era suficiente el testimonio de los demás apóstoles ni la alegría rebosante con se lo contaban. Él no lo había visto, no se había encontrado personalmente con Él. “Si no lo veo, no lo creo”, pensaba Tomás con una mezcla de indiferencia y escepticismo después de lo vivido en torno al Calvario y con un poco de envidia e inseguridad que se refugia en el desprecio. Seguro que en el fondo deseaba encontrarse con Jesús, pero se había declarado agnóstico, la postura cómoda del que ni siquiera busca a Dios, aunque tampoco se encuentra a gusto consigo mismo ni con su actual situación. Y en estas, a los ocho días aparece de nuevo Jesús en medio de sus apóstoles. “La paz esté con vosotros”. Y se dirige a Tomás el incrédulo. Jesús conoce bien de dónde cojea Tomás, pero no le reprocha nada. Él ha venido a buscar no a los justos, sino a los pecadores. Hoy Jesús ha venido a buscar a Tomás, a encontrarse con él, a hacerle partícipe de su gozo. Jesús busca a cada hombre, a cada persona. Y los busca, no porque necesite de nosotros. Él está en la gloria. Nos busca, porque quiere hacernos partícipes de su gozo y de su gloria. Cuando uno quiere a otra persona, quiere comunicarle al otro los bienes que él tiene. Jesús, al acercarse a Tomás, se pone a su altura. Tomás había dicho: “Si no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20, 25), y Jesús le dice precisamente eso: “Trae tu mano y métela en mi costado” (Jn 20, 27). La fe viene de lo alto, es un don de Dios, nunca una elucubración humana ni el fruto de un esfuerzo nuestro. La fe no es fruto de la razón. Pero, al mismo tiempo, la fe no va contra la razón, sino que se hace razonable verificándose en los signos que Dios pone a nuestro alcance. Jesús le da se- ñales a Tomás de que Él está resucitado, de que ha superado la muerte y está vivo de una manera nueva. Satisfecha esa pregunta, Tomás está abierto al don de la fe que Jesús le infunde en su corazón. “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28), dice Tomás en actitud adorante, postrado de rodillas ante su Se- ñor. Tomás entonces vio a Jesús con ojos nuevos, se encontró con Jesús resucitado, y él mismo se sentía un hombre nuevo. La gran misericordia que Jesús ha tenido con Tomás, por causa de su incredulidad, es la misericordia que Jesús quiere tener con cada uno de nosotros, que somos pecadores como Tomás. La incredulidad de Tomás ha sido ocasión para una misericordia más grande, pues donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. En estos días de Pascua nos acogemos especialmente a esa Divina Misericordia y le pedimos a Jesús que nos salga al encuentro como lo hizo con Tomás, el incrédulo. Con mi afecto y bendición: +

 

 

CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: No imaginábamos que el Año de la Fe diera tanto de sí. Cuando Dios nos anuncia una gracia nueva, hemos de abrirnos a la misma con toda esperanza, dispuestos a lo imprevisible. Y lo imprevisible sucede. El Año de la fe que clausuramos con la fiesta de Cristo Rey del Universo nos ha traído gracias abundantes que hemos podido constatar, además de otras muchas que no podemos verificar en este momento.

El acontecimiento más sonoro de todo este Año ha sido sin duda la renuncia del Papa Benedicto XVI a la Sede de Pedro. Lo anunciaba el 11 de febrero y lo realizaba el 28 de ese mismo mes. Un hecho insólito en toda la historia de la Iglesia, del que hemos sido testigos y contemporáneos. Un acontecimiento que nos ha llenado de asombro por el amor a la Iglesia que lleva consigo, por la humildad y el desprendimiento que suponen y por la generosidad tan grande de este gesto final. ¡Gracias, Papa Benedicto!

Y a continuación, el regalo del Papa Francisco. Toda una sorpresa de Dios por la rapidez de la elección, por la persona elegida y por el nombre. Abiertos a esta nueva gracia, vivimos cada día la sorpresa del Evangelio, en las palabras y en los gestos del Papa Francisco, que atraen a tantas personas que estaban lejos de la Iglesia. Demos gracias a Dios, que guía a su Iglesia con renovada frescura.

Se abría el Año de la Fe en pleno Sínodo de los Obispos (11 de octubre), que se había inaugurado con la proclamación de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia universal (7 de octubre). Para nuestra diócesis de Córdoba, todo el Año de la Fe ha coincidido con el primer año jubilar de San Juan de Ávila (que continúa hasta un trienio, otros dos años más).

Una efeméride y la otra unidas, nos han dado la ocasión de peregrinar a Montilla, hasta el sepulcro del clericus cordubensis Juan de Ávila para obtener las gracias del jubileo, el perdón de Dios y la comunión con Dios y con los hermanos.

Parroquias, familias, grupos de jóvenes, sacerdotes, seminarios enteros, obispos y cardenales, la Conferencia Episcopal Española en pleno. Miles y miles de personas han venido hasta el sepulcro del nuevo Doctor para invocar su intercesión, dar gracias a Dios por su doctorado y conocer más a fondo su doctrina y su estilo de vida. Realmente, Montilla se ha convertido en un foco de fe por ser el lugar de la vida, de la muerte y del sepulcro de San Juan de Ávila.

Esto nos ha brindado la ocasión de celebrar un Congreso Internacional acerca del Apóstol de Andalucía a finales de abril, reuniendo a grandes especialistas en el tema y convocando a un numeroso grupo de participantes. Así como ofrecer en el mes de octubre, al cumplirse el aniversario de su doctorado, un curso sobre la “Identidad del presbítero diocesano secular” a la luz de sus enseñanzas.

La figura de este nuevo Doctor ha brillado con la luz de Cristo, alumbrando a todos los de la Casa. Continuemos en la tarea de dar a conocer esta figura señera de la Iglesia por todos los lugares a donde peregrinan las reliquias de su corazón y acogiendo a todos los peregrinos que llegan hasta Montilla.

El Año de la Fe ha sido la ocasión para expresar esa fe católica que se vive y se confiesa en la piedad popular de nuestra diócesis en torno a Cristo Redentor y a su Madre bendita. El Viacrucis Magno de la Fe (14 de septiembre) supuso un encuentro multitudinario de fieles, peregrinando por las calles de la capital, como si de una semana santa concentrada se tratara.

Córdoba vivió una jornada histórica en esa jornada e hizo vibrar en el corazón de muchos las raíces de la fe cristiana. Y algo parecido ha sucedido con el Rocío Magno de la Fe (16 de noviembre), congregando a los devotos de María Santísima del Rocío, portada en sus respectivas carretas y capitaneadas por el Sinpecado de la Hermandad Matriz de Almonte. Una y otra jornada nos hicieron ver que la fe de nuestro pueblo no es un barniz superficial ni una emoción pasajera, sino que brota de un corazón creyente, que se vive y se expresa con tintes cofrades.

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Los que pensaban que España o que Andalucía había dejado de ser católica se encuentran con estas sorpresas que no brotan por generación espontánea.

Y estos acontecimientos a su vez alimentan en muchos una fe quizá vacilante, pero que encuentra en estas ocasiones un refuerzo para afrontar el drama de la vida con esperanza. Ojalá que el Año de la Fe haya dejado huella en el corazón de muchos para vivir la vida cotidiana con la esperanza del Evangelio.

Una esperanza que tiene los ojos puestos en el cielo y por eso se atreve a trabajar por la transformación del mundo presente. Recibid mi afecto y mi bendición.Q

 

 

JESUCRISTO REY

 

QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio. Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra. Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado. Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor Q

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros. El Adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo. Pero el Adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María. El centro del Adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El Adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de Adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de Adviento, y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos, celebraremos la fiesta de la Inmaculada. Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de Adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer– que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Viene el Señor: tiempo de Adviento Q

 

 

DOMINGO DE LA FAMILIA

 

En el clima de Navidad, contemplamos a Jesús, María y José viviendo el ambiente de familia, que ha inspirado y sigue inspirando a tantas familias en todo el mundo.

La familia es el lugar más apreciado por todos. En ella nacemos, somos amados de manera gratuita, vamos creciendo, y siempre es el lugar al que acudir para cualquier eventualidad, sea para compartir la alegría de un éxito como para compartir los contratiempos y desgracias de la vida.

La familia es el nido, es el hogar, es la pequeña comunidad donde el sujeto crece sano porque es amado sin medida. La familia tiene su fundamento último en la realidad de Dios y se alimenta continuamente de esa relación.

Dios es familia, es comunidad de amor en tres personas. Y el plan de Dios es introducirnos en su gran familia, que es la Iglesia, reflejo de la comunidad trinitaria.

La familia humana, tal como Dios la ha constituido, tiene como pilares al esposo y la esposa, iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios biológica, sicológica y espiritualmente, que se prolongan de manera natural en los hijos. La ecología humana tiene este patrón original, y cuando es alterado, queda alterada la armonía de la creación y de la convivencia.

La familia hoy tiene inmensas posibilidades, que generan esperanza, y sufre también erosiones y amenazas, que hay que atender. La familia no es un problema, sino la solución a tantos problemas. “En la familia y en la Iglesia queda vencida la soledad”, reza el lema para este año.

Ciertamente, a pesar de las inmensas comunicaciones de que disponemos (TV, internet, redes sociales, etc.), una de las losas más fuertes sobre la persona es la soledad. Soledad que proviene en primer lugar por la desconexión con Dios. “El que cree, no está solo”, decía Benedicto XVI a los alemanes en 2006.

En nuestra sociedad muchos no han alcanzado esa relación con Dios, que llena el corazón de entusiasmo. El entusiasmo no es otra cosa que estar lleno de Dios. Y otros muchos han aflojado o incluso han roto esa relación con Dios.

Rota la relación con Dios, el hombre queda en la más absoluta soledad existencial. Dios tiene que descerrajar la ventana o la puerta de ese corazón para poder entrar. Eso explica la cerrazón a la vida naciente, que sólo se entiende si el corazón está cerrado a Dios.

O la cerrazón para acoger a los ancianos en una sociedad llena de prisas y falta de espacios familiares para compartir. Si el corazón está cerrado a Dios, busca su interés y en ese camino hasta el cónyuge puede convertirse en enemigo, con lo que duele eso.

Las rupturas matrimoniales tienen aquí su explicación. Son demasiadas rupturas las que conoce nuestra época, con la consiguiente falta de felicidad para el ambiente familiar. La familia, sin embargo, tiene futuro, es el futuro de la humanidad. Jesús ha venido al mundo en el seno de una familia para indicarnos que ese nido, ese hogar es querido por Dios para la felicidad del hombre y de la mujer.

Nuestra delegación diocesana de familia y vida trabaja en la educación para el amor humano, desde la niñez y la adolescencia y particularmente con los que piden a la Iglesia el sacramento del matrimonio, acompaña a los matrimonios para la vivencia de su santidad conyugal, ofrece acompañamiento desde el COF (Centro de Orientación Familiar) para situaciones de fragilidad, invita constantemente a vivir en familia la formación permanente, las convivencias, las vacaciones.

Es urgente que los jóvenes se sientan atraídos por esta realidad, porque ven matrimonios que viven con normalidad su vida de familia.

Y gracias a Dios son la inmensa mayoría. Con motivo de esta fiesta de la Sagrada Familia, invito a que se celebren en las parroquias las bodas de plata y de oro de tantos matrimonios, que nos recuerdan que la fidelidad entre los esposos y el compromiso para toda la vida es posible y llena de felicidad el corazón de quienes lo viven.

Damos gracias a Dios por nuestra familia, y estemos abiertos para acompañar a las familias que pasan por alguna dificultad, especialmente por las que se sienten solas ante tales situaciones. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

REYES MAGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vida del hombre en la tierra es una búsqueda continua. A veces, no sabe lo que busca; otras, sabe muy bien lo que quiere. Pero la vida del hombre es búsqueda, y en último término, búsqueda de Dios. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín).

Esa insatisfacción que experimenta continuamente el corazón humano sólo quedará satisfecha cuando encuentre a Dios y cuando se encuentre con Él cara a cara en el cielo.

Al celebrar año tras año la fiesta de la Epifanía del Señor, hoy se nos presenta el ejemplo de búsqueda por parte de los Magos de Oriente, que acabaron encontrando al Mesías, lo adoraron y le ofrecieron sus regalos. Con sus dificultades y obstáculos, fueron honestos en la búsqueda de la verdad, y ésta se les mostró desbordante en el encuentro con Jesús y su Madre.

Algo debió pasar en el firmamento, alguna señal por la que aquellos sabios se pusieron en camino. Al parecer, fue una estrella fugaz que les orientó en la dirección en la que debían caminar. Y siguieron las indicaciones que sus conocimientos científicos ofrecían, hasta llegar a Jerusalén, donde preguntaron por el rey de los judíos, que acababa de nacer.

La pregunta alborotó a unos y otros, especialmente a Herodes, que pensó que el recién nacido venía a quitarle el trono real. Herodes se sintió realmente amenazado, cuando Jesús no ha venido a quitar nada a nadie, sino a darlo todo, a llevarlo todo a plenitud.

Cuando el discernimiento no se hace en la verdad, sino buscando los propios intereses, el resultado está falseado. Los sabios y el rey Herodes les dieron un resultado falseado a los Magos, que buscaban orientación. Nos pasa muchas veces en la vida.

Buscamos la verdad, pero tantas personas influyen para apartarnos de la verdad, y nosotros mismos hacemos lo mismo con los demás. Menos mal que la verdad padece pero no perece, como dice un refrán español.

La verdad pasa por momentos difíciles, a veces es perseguida, a veces incluso quienes la proclaman son eliminados. Pero la verdad no perece, antes o después reaparece y se impone por la fuerza de la misma verdad, sin violencia, sin extorsión.

Los Magos se pusieron de nuevo en camino de búsqueda y volvieron a ver la estrella. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría”. En la búsqueda de Dios, la luz que viene de Dios produce alegría; incluso en los momentos de oscuridad, no falta la paz que viene de Dios y nos sostiene en la búsqueda de la verdad.

 Y esa estrella, señal de la luz de Dios que ilumina nuestras conciencias, les mostró el lugar exacto donde se encontraba Jesús. Entraron en la casa, vieron al Niño con María su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron.

Cuando vemos con claridad, no cabe otra postura que la adoración, es decir, la rendición de todo nuestro ser a la verdad descubierta. En este caso, ante Jesús, al que buscaban estos Magos.

La adoración es la postura fundamental de la criatura ante su Creador, es la postura fundamental de quien busca a Dios y lo encuentra. Hasta que no llegamos a esta postura de adoración, cabe el riesgo de manipular la verdad. Por el contrario, cuando descubrimos la verdad, cuando descubrimos a Dios, cuando nos encontramos con Jesús, se impone adorarlo, posponiendo nuestros razonamientos y nuestras cábalas.

Los Magos nos enseñan a buscar, nos enseñan a superar las dificultades de discernimiento en el camino, nos enseñan a adorar, cuando hemos encontrado al Señor.

La fiesta de la Epifanía del Señor tiene tres puntos: ésta de los Magos que vienen buscándolo y cuando lo encuentran lo adoran; el Bautismo en el Jordán, donde Jesús es presentado por su Padre como el Hijo amado y es inundado de Espíritu Santo; y las bodas de Caná, donde Jesús se muestra como el esposo que trae un vino nuevo, una alegría insuperable, para cada uno de nosotros. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

BAUTISMO DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El ciclo litúrgico de Navidad se concluye con la fiesta del Bautismo del Señor (domingo siguiente a la Epifanía), que es ya el primer domingo del tiempo ordinario.

En la escena del Bautismo de Jesús, contemplamos a Jesús, ya adulto, entrando en las aguas del río Jordán para recibir el bautismo que predicaba Juan el Bautista. Jesús se puso a la cola de aquellas gentes pecadoras que buscaban sinceramente la conversión de sus vidas. Siendo inocente, Jesús es proclamado en ese momento como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

Su presencia en esta escena de presentación le hace solidario con los pecadores, no en el pecado, sino en tomar sobre sus espaldas el pecado que aparta al hombre de Dios y de los demás, dándoles un cauce de nueva vida mediante el bautismo salvador.

 Jesús entra en las aguas del Jordán y su contacto con las aguas confiere a estas aguas el poder de transmitir una nueva vida, la vida de hijos de Dios, que Jesús quiere compartir con nosotros. Jesús es presentado por el Padre como su Hijo muy amado, invitándonos a que lo escuchemos. Y es inundado del Espíritu Santo, que toca su carne para hacerla capaz de Dios. Lleno del fuego del Espíritu Santo, Jesús entra en el agua, y en lugar de apagarse ese fuego, confiere a las aguas bautismales el poder de transmitir ese fuego en el sacramento.

El Bautismo del Señor genera como un incendio universal, cuyo cauce transmisor son las aguas bautismales. Cuando cada uno de nosotros somos sumergidos en el agua del bautismo, recibimos el mismo Espíritu Santo que inundó a Jesús, recibimos el ser hijos del Padre, con el Hijo Jesucristo, que nos hace sus hermanos y coherederos de su herencia, el cielo para siempre. Todo ello se realiza por la acción misteriosa del Espíritu Santo, que envuelve a Jesús con el amor del Padre en esta escena y durante toda su vida.

 El Espíritu Santo va a ser el motor de toda la existencia de Jesús. El es el que ha formado su cuerpo en las entrañas virginales de María, el que lo inunda en el Jordán y lo conduce a la misión.

 Primero, llevándolo al desierto para enfrentarse cuerpo a cuerpo con Satanás y alcanzar la primera y más significativa victoria, una lucha no contra los poderes de este mundo, sino contra los espíritus del mal, a los que Jesús vence en su combate del Monte de las Tentaciones.

Después, ese mismo Espíritu le llevará a predicar, a sanar corazones afligidos, al anuncio del Evangelio del Reino. Y consumará su impulso llevándolo voluntariamente a la muerte por el sacrificio ofrecido en la Cruz. En este momento supremo, es el Espíritu Santo como el fuego divino que baja del cielo para encender a la víctima y aceptarla como ofrenda agradable a los ojos del Padre.

Por fin, el Espíritu Santo es quien resucita su carne sepultada, haciendo de ella carne gloriosa, que viene hasta nosotros en cada Eucaristía.

Eso mismo lo realiza el Espíritu Santo en nosotros, si le dejamos. Por el bautismo, hemos sido inundados de Espíritu Santo, que en la confirmación se nos ha dado en plenitud. Es el Espíritu Santo el que nos conduce por los caminos de la misión, según la vocación que cada uno haya recibido. Por eso, en el bautismo de Jesús, que hoy celebramos, preludio de nuestro bautismo, Jesús aparece como el hijo amado, que nos hace coherederos de su herencia del cielo. Después de celebrar la Navidad, habremos acumulado energías para afrontar la ofrenda de nuestra vida en las circunstancias ordinarias de la vida, o en las extraordinarias que puedan venir.

Si nos hemos acercado más a Jesucristo, la Navidad ha sido el comienzo de todo un itinerario que nos conduce a la Pascua, a la muerte y la resurrección. Sigamos al hilo del Año litúrgico profundizando en los misterios del Señor, en cada uno de los cuales se abre para nosotros una fuente inagotable de gracia. Recibid mi afecto y mi bendición: B

 

 

 

 

VOTACIONES EN ANDALUCÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El vuelco electoral en Andalucía producido el pasado 2 de diciembre en las elecciones autonómicas ha sido espectacular. Creo que ha superado con creces las expectativas y los temores de unos y de otros.

El cristiano no es ajeno a lo que sucede en este mundo; por el contrario, intenta con los medios a su alcance transformar la sociedad para hacer un mundo nuevo, más justo, más humano, más fraterno, más con Dios y más para el hombre.

El cristiano recurre sobre todo a los medios sobrenaturales de la oración, de la confianza en Dios, del amor fraterno que Jesús nos ha enseñado. Y al mismo tiempo, trabaja y se compromete en la transformación de este mundo, mediante el compromiso político concreto que cada uno estima en conciencia.

 Me alegro de que esta sociedad andaluza, que muchos de dentro y de fuera desprecian o minusvaloran, haya sido capaz de dar un vuelco de este calibre, rompiendo una inercia casi imposible de superar. De esta manera Andalucía se sitúa como pionera de un cambio social que esperamos en la sociedad española.

Andalucía tiene una sensibilidad propia, Andalucía sabe lo que quiere y a donde va. Harta de promesas incumplidas, que la tienen a la cola en tantos aspectos, pide a gritos ser protagonista de su propia historia, y que no contradigan sus sentimientos más nobles.

 No se puede estar contradiciendo la sensibilidad de un pueblo religioso y cristiano, un pueblo que pide respeto para sus tradiciones religiosas y está dispuesto a respetar a los demás. No se puede estar atacando la libertad religiosa impunemente, reclamando la propiedad pública de la MezquitaCatedral de Córdoba con argucias que no se sostienen ni por parte de los que las montan.

No se puede ir contracorriente queriendo construir un mundo sin Dios, en el que caben todos menos el Dios que ha configurado nuestra historia. No se puede trocear España, sin que eso tenga un precio político. No se puede pretender eliminar el derecho de los padres a elegir la educación que quieren para sus hijos, introduciendo leyes de ingeniería social que descomponen la persona y destrozan las conciencias. No se puede eliminar la vida inocente al inicio o al final de la vida, y esperar que encima los voten. Los andaluces son sensibles a todo esto, y han querido decir en las urnas cuál es el futuro que quieren para ellos y para sus hijos.

Ahora viene la responsabilidad de los que han obtenido la confianza de los electores. Le pedimos a Dios y a su Madre bendita que sepan gestionar bien el encargo de quienes los han votado y de toda la sociedad a la que sirven. No se trata de ninguna revancha, se trata de una renovación y regeneración de la noble tarea política, librándola de toda corrupción. No se trata de ningún protagonismo personal o de partido, sino de la cultura del encuentro, del pacto y del consenso para buscar lo mejor en favor de la sociedad a la que sirven.

Los electores de Andalucía han demostrado que saben a quien votan, y lo mismo que hoy han dado un vuelco electoral, pueden darlo dentro de un tiempo, si los actuales votados no saben gestionar bien el encargo recibido. Los andaluces han dado un paso histórico para decirles a los políticos por donde quieren construir su propio futuro, y que no se lo den ya construido o deconstruido. Sea cual sea la alianza a la que lleguen los políticos, encargados por el pueblo de gobernar, seguiremos recordándoles la necesidad de atender a los más pobres.

En nuestra provincia y en nuestra región están los barrios más pobres de España; entre nosotros tenemos la tasa más alta de paro, especialmente entre los jóvenes, que tienen que emigrar para buscarse un futuro digno. Entre nosotros continúa eliminándose la vida en el seno materno y se proyecta eliminarla en la etapa final de la vida. A las costas de Andalucía continúan llegando pateras cargadas de inmigrantes, que reclaman un planteamiento nuevo a nivel europeo y mundial. Los padres piden ser tenidos en cuenta en la educación de sus hijos, y eso no es posible con una escuela “única, pública y laica” para todos, como pretendían nuestros gobernantes. Son muchas las cosas que tienen que cambiar, y todo no puede hacerse en un día.

Cuenten nuestros gobernantes –sean los que sean– que la comunidad cristiana reza por ellos (como lo ha hecho y seguirá haciendo siempre), para que podamos vivir en paz, para que reine la justicia social entre nosotros, para que sean atendidos los más pobres de nuestro entorno, para que podamos vivir nuestra fe cristiana respetando a los que no la comparten, para que sea la persona siempre la que prevalezca sobre cualquier proyecto. Que el vuelco en Andalucía sirva para una conversión a Dios y hacia los hermanos, en este precioso tiempo de adviento.

INMACULADA Y VOCACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Purísima, inmaculada, llena de gracia. Es lo mismo. El 8 de diciembre celebramos con gozo desbordante que María Santísima fue librada de todo pecado, incluso del pecado original, desde el primer instante de su concepción y para toda su vida.

Ya en ese momento fue llenada de gracia, en una plenitud creciente, recibiéndola toda de su Hijo divino, al que consagró alma, vida y corazón. “Alégrate, llena de gracia (kejaritomene)” (Lc 1,28), le dijo el ángel al anunciarle a María que iba a ser madre de Dios.

De esta manera, con esta plenitud de gracia, Dios preparó una digna morada para su Hijo. Ella es la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto primero y más completo de la redención que su Hijo viene a traer para todos. La Inmaculada es patrona de España, porque ha sido nuestro país el que ha defendido “de siempre” esta cualidad de María, mucho antes de que se proclamara como dogma universal en 1854 por el Papa beato Pio IX.

La Orden franciscana luchó a favor de esta causa por todo el mundo. España tiene a gala tener como patrona a la Purísima, y cuando llega este día hace fiesta grande. Y en esta fiesta de la Virgen, como un anticipo de la misma Navidad que se acerca, el regalo de las Órdenes sagradas.

Este año dos nuevos presbíteros y tres nuevos diáconos. ¡Qué día más grande! Es uno de esos días señalados en el calendario con azul de cielo. Por María, azul celeste, y por los nuevos ordenados, que son un regalo del cielo para la diócesis y para la Iglesia universal.

Necesitamos muchos y santos sacerdotes, llenos de Dios, celoso de su gloria, servidores en el ministerio para sus hermanos los hombres, orantes, desprendidos, austeros, entregados. Que vivan la pobreza para estar ligeros de equipaje y tocar de cerca la carne herida de Cristo. Que vivan el celibato como signo de consagración a Dios con un corazón indiviso, en la castidad perfecta, para amar sin quedarse con nadie. Que vivan en la obediencia gozosa a la voluntad de Dios, para servir sin buscar sus intereses ni su propia gloria. Humildes para que brille la gloria de Dios en sus obras, buscando siempre el bien de las almas. Estos son los sacerdotes de la nueva evangelización a la que nos llama hoy la Iglesia.

La mejor pastoral vocacional es el testimonio de una vida entregada y gozosa por parte de los sacerdotes, porque también hoy Dios sigue llamando a jóvenes que están dispuestos a dar su vida entera para servir a Dios y a sus hermanos en el ministerio sacerdotal.

“¿Por qué quieres ser sacerdote?”, pregunté como rector a un joven arquitecto que un día se acercó a pedir ingreso en el Seminario. “Porque quiero dárselo todo a Jesucristo”, me respondió. Era novio y lo dejó para entregarse a Dios. Hoy es un excelente sacerdote.

Todos los que hoy son sacerdotes lo son, porque al sentir la llamada de Dios en su corazón, se han encontrado con un sacerdote referente, viendo realizado en él lo que Dios quiere realizar en los llamados. Por eso, hemos de orar al Señor por las vocaciones al sacerdocio y por todos aquellos que ya lo son, a fin de que sus vidas sean el mejor reflejo de Cristo sacerdote entre sus hermanos.

 No es fácil ser sacerdote hoy, pero es apasionante. Como no fue fácil a María recibir la llamada a entregar su vida por completo y ponerla al servicio de Jesús. Es admirable la respuesta dada por María y es admirable, en su medida, la respuesta dada por el joven que se siente llamado.

A María Santísima pedimos para los sacerdotes y seminaristas la fidelidad al don recibido, porque siendo tan sublime este don, perderlo sería una desgracia inmensa. Para toda la vida, como María. Dios no se merece menos.

La Purísima y las Órdenes van íntimamente relacionadas en este 8 de diciembre, en los albores de la Navidad. Participemos en la alegría que viene de Dios y pidamos que muchos jóvenes que se plantean este camino, no duden como no dudó María en dar el paso para servir a Dios y a los hermanos.

Ave María purísima, sin pecado concebida. Mantén en la fidelidad hasta la muerte a todos tus sacerdotes, para que sean dignos ministros del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

AÑO DE LA MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia. La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras. La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca. Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia. Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo. Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados. Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno. A todos, mi afecto y mi bendición: El Año de la Misericordia Q

 

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2015  AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ AÑO B

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz. La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia. Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él. La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo. En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico. Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás. Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud. No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea. Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q

 

 

LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes. La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa. La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19). En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor. En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana. La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son. Pero los católicos son “de casa” para otro católico. Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control. Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados. Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno. El asunto es de tamaño gigante. Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo. Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc. Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno. Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la dió- cesis de Córdoba en este punto. La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor. Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona. España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos. Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones. A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos Q

 

NAVIDAD Y FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q

 

 

IDEOLOGÍA DE GÉNERO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿En qué consiste la ideología de género, de la que oímos hablar continuamente? –El Papa (B16) acaba de referirse a ella, con tonos suaves pero profundamente alarmantes.

La ideología de género destroza la familia, rompe todo lazo del hombre con Dios a través de su propia naturaleza, sitúa al hombre por encima de Dios, y entonces Dios ya no es necesario para nada, sino que hemos de prescindir de Él, porque Dios es un obstáculo para la libertad del hombre.

La ideología de género es una filosofía, según la cual “el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía” (B16).

La frase emblemática de Simone de Beauvoir (1908-1986), pareja de Jean Paul Sartre: “Mujer no se nace, sino que se hace” expresa que el sexo es aquello que uno decide ser. Ya no valdrían las ecografías que detectan el sexo de la persona antes de nacer. Esperamos un bebé. ¿Es niño o niña? –La ecografía nos dice claramente que es niña. No. Lo que vale es lo que el sujeto decida. Si quiere ser varón, puede serlo, aunque haya nacido mujer. Y si quiere ser mujer puede serlo, aunque haya nacido varón. No se nace, se hace.

Al servicio de esta ideología existen una serie de programas formativos, médicos, escolares, etc. que tratan de hacer “tragar” esta ideología a todo el mundo, haciendo un daño tremendo en la conciencia de los niños, adolescentes y jóvenes.

La ideología de género no respeta para nada la propia naturaleza en la que Dios ha inscrito sus huellas: soy varón, soy mujer, por naturaleza. Lo acepto y lo vivo gozosamente y con gratitud al Creador. No. Relacionar con la naturaleza, y por tanto con Dios, mi identidad sexual es una esclavitud de la que la persona tiene que liberarse, según esta ideología equivocada.

De aquí viene un cierto feminismo radical, que rompe con Dios y con la propia naturaleza, tal como Dios la ha hecho. Un feminismo que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas.

La iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de género, precisamente porque se opone rotundamente a esto. “Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación” (B16). Y, sin embargo, una de las realidades más bonitas de la vida es la familia.

La familia según su estructura originaria, donde existe un padre y una madre, porque hay un varón y una mujer, iguales en dignidad, distintos y complementarios. Donde hay hijos, que brotan naturalmente del abrazo amoroso de los padres.

La apertura a la vida prolonga el amor de los padres en los hijos. Donde hay hermanos, y abuelos, y tíos, y primos, etc. ¡Qué bonita es la familia, tal como Dios la ha pensado! Dios quiere el bien del hombre, y por eso ha inventado la familia. Aunque la ideología de género intenta destruirla, la fuerza de la naturaleza y de la gracia es más potente que la fuerza del mal y de la muerte.

 La familia necesita la redención de Cristo, porque Herodes sigue vivo, y no sólo mata inocentes en el seno materno, sino que intenta mentalizar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes con esta ideología, queriendo hacerles ver que hay “otros” tipos de familia.

El Hijo de Dios nació y vivió en una familia y santificó los lazos familiares. La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret en el contexto de la Navidad es una preciosa ocasión para dar gracias a Dios por nuestras respectivas familias, que son como el nido donde hemos nacido o donde crecemos y nos sentimos amados.

Es ocasión para pedir por las familias que atraviesan dificultades, para echar una mano a la familia que tengo cerca y cuyas necesidades no son sólo materiales, sino a veces de sufrimientos por conflictos de todo tipo.

La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José es una oportunidad para reafirmar que sólo en la familia, tal como Dios la ha instituido, encuentra el hombre su pleno desarrollo personal y, por tanto, la felicidad de su corazón. En la familia está el futuro de la humanidad, en la familia que responde al plan de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición..

 

 

 

BAUTISMO DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Preciosa presentación de Jesucristo por parte de su Padre desde el cielo: “Tú eres mi hijo amado, el predilecto” (Lc 3,22).

Concluimos con la fiesta del Bautismo del Señor el ciclo de Navidad este domingo, y nos preguntamos quién es éste, quién es Jesús. La presentación nos viene ofrecida por su Padre Dios: “Este es mi Hijo amado”. Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.

Y ante el asombro de todos, hemos sabido que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se ha hecho hombre verdadero. Hombre como nosotros, tomando una existencia plenamente humana, en todo semejante a la nuestra, excepto en el pecado. Es decir, se ha hecho hombre, y se ha hecho hombre en la condición de humillado, sometido al sufrimiento y a la muerte, para rescatar al hombre perdido por el pecado, alejado de Dios, sin rumbo y sin esperanza.

 Los días de Navidad tienen este remate impresionante, para hacernos ver que solo en Jesucristo hay salvación para el hombre. El hombre de hoy –y de todos los tiempos– no tiene remedio con cualquier cosa. Tiene un cáncer, y eso no se cura con aspirina. Está herido de muerte, y no puede curarse con buenas palabras. Sólo en Jesucristo puede el hombre encontrar la salvación. Sólo en él hay esperanza para cualquier persona, sea cual sea su situación.

 Porque Jesucristo ha dado su vida por cada uno de los humanos, ha recorrido los caminos perdidos de cada hombre para traerlo a la casa del Padre y hacerle disfrutar de los dones de Dios. Y eso sólo puede hacerlo siendo Dios, compartiendo con nosotros su condición divina, haciéndonos hijos en el Hijo.

Y lo ha hecho acercándose hasta nosotros en su condición humana, hecho niño indefenso, pasando desapercibido la mayor parte de su vida, y, mediante su ministerio público, anunciando el Reino de Dios a todos los hombres, por el camino de la conversión, hasta morir en la cruz y vencer la muerte en la resurrección.

El bautismo de Jesús ha inaugurado nuestro bautismo. El agua en la que Cristo entra, ungido por el Espíritu, ha recibido de él la fuerza del mismo Espíritu que le ha consagrado. Es como si el fuego entrando en el agua, convirtiera el agua en vehículo transmisor de ese mismo fuego.

El bautismo de Jesús es el origen de nuestra unción con el Espíritu para hacernos hijos de Dios. El Espíritu Santo ha capacitado la carne de Cristo para la gloria. Sumergido en el agua, como anticipo de su muerte, la carne de Cristo se ha hecho capaz para gozar de Dios eternamente. Y en ese mismo acto, y a través del agua, nos transmite a nosotros el Espíritu que nos capacita para superar el pecado y la muerte, hacernos hijos de Dios y herederos del cielo.

En esta fiesta del Bautismo del Señor yo también fui ungido por el Espíritu en la consagración episcopal. Entonces recibí la plenitud del sacerdocio ministerial para servir a la Iglesia en nombre de Cristo Cabeza y Esposo. Fue el 9 de enero de 2005 en Tarazona, en el día de san Eulogio de Córdoba. Hace ahora 8 años.

 Al pasar los años, este santo cordobés me ha traído hasta esta preciosa ciudad e importante diócesis. Pedid a Dios por vuestro obispo Demetrio, para que sea humilde y valiente pregonero del Evangelio.

El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI decía al consagrar nuevos obispos: “El obispo ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres… participa en la inquietud de Dios por los hombres… El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios.

Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firmes en la verdad…

También de los sucesores de los Apóstoles se ha de esperar que sean constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él”. Pues eso, pedir al Señor que vuestro Obispo vaya delante del rebaño, dispuesto a dar la vida por cada uno cuando llega el lobo, avisando de los peligros y los engaños del enemigo, y anunciando a todos la salvación y la esperanza que sólo Jesucristo puede dar, porque es el único salvador de todos los hombres. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

SEMANA DE UNIÓN POR LAS IGLESIAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 18 al 25 de enero, año tras año, celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, porque esperamos de Dios que se aligere el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. La unidad es la meta, la oración es el camino. Es preciso orar, haciéndose eco de la oración de Cristo ante el Padre, por la unidad de los cristianos: “Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea” (Jn 17,21).

La unidad de los cristianos tiene su fundamento en la oración de Cristo y tiene un alto valor de signo y testimonio, para que el mundo crea. Jesucristo ha fundado su Iglesia: una, santa, católica, apostólica. Pero los hombres han ido desgajándola a lo largo de la historia.

Una gran ruptura se produjo en 1052, cuando las Iglesias de Oriente se separaron de Roma. Y otra ruptura más grande aún se produjo en torno a 1520, cuando Lutero rompió con Roma, proclamando una reforma. Son dos heridas sangrantes, que no han cicatrizado todavía. A comienzos del siglo XX, un fuerte movimiento ha inspirado a todos los cristianos que es posible recuperar la unidad perdida. Es el movimiento ecuménico, que tiene distintos aspectos. Oración, diálogo teológico, encuentros de líderes, acciones conjuntas en favor de la justicia y la paz.

La oración por la unidad de los cristianos ha de ser una intención primaria en nuestra oración habitual. Es posible la unidad, y por eso la pedimos y nos preparamos a ella en clima de fe. La unidad no será fruto solamente del diálogo o de las acciones humanas, necesarias para alcanzar este objetivo. La unidad será un don de Dios, en el momento oportuno según los planes de Dios. Y en este camino, todos tenemos que convertirnos. La unidad no vendrá del consenso negociado, rebajando cada uno algo de su verdad. Eso sería demoler la verdad y la parte de verdad que cada uno posea.

La unidad vendrá por la profundización en la verdad que cada uno ha alcanzado, porque la verdad profundizada confluye en la verdad total. Tenemos elementos comunes muy importantes, como son la Sagrada Escritura, algunos sacramentos como el bautismo, etc. Con las comunidades orientales, además, tenemos la sucesión apostólica en los obispos y presbíteros y por tanto la Eucaristía válida, donde se produce la transubstanciación del pan en el Cuerpo del Señor. Pero a todos los hermanos separados les falta la comunión plena con el Sucesor de Pedro, el Papa. Y éste es un elemento esencial de la única Iglesia de Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

La Iglesia no ha dejado nunca de ser una, porque ha tenido siempre al Sucesor de Pedro con todos los demás elementos que la integran. La conversión que a todos se nos pide es la de dejar a un lado nuestras posturas particulares para profundizar en lo esencial que nos une y lo esencial que Cristo ha dejado a su Iglesia.

Cuántos hermanos separados del tronco común encuentran la única Iglesia de Cristo y piden la plena comunión con el Papa, como Sucesor del apóstol Pedro, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.

En nuestros tiempos se está dando un fenómeno extraordinario, el paso masivo de anglicanos a la plena comunión de la Iglesia. Damos gracias a Dios por todo ello. Para acelerar este camino hacia la unidad, los católicos hemos de orar insistentemente.

Y a esa oración unir nuestra conversión para vivir más plenamente los dones que hemos recibido. Vivir mejor la Eucaristía, como presencia real, sacrificio y banquete. Vivir el perdón del sacramento de la penitencia. Vivir la comunión plena con el Papa, con su magisterio, con su disciplina.

También los católicos tenemos que recorrer un camino, que no consiste en despreciar ningún aspecto esencial de la única Iglesia de Cristo, sino en vivirlos de verdad cada uno de ellos, para que el mundo crea. Si un hermano cristiano separado se encuentra contigo, ¿le entrarán ganas de pertenecer a la Iglesia católica, al ver cómo vives tu pertenencia a la Iglesia, tu comunión con los demás hermanos dentro de la misma Iglesia, tu amor a la Eucaristía, tu obediencia al Papa y a los Obispos en comunión con él?

Oremos por la unidad de los cristianos y ensanchemos el corazón para acoger a nuestro hermano más cercano. De esta manera estamos recorriendo el camino hacia la unidad plena. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

JESUS EN LA SINAGOGA: DOMINGO .. DESPUÉS DE EPIFANÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Todos estos domingos después de Epifanía se refieren a la autorevelación de Jesús. Es decir, Jesús se presenta declarando quién es y a qué viene al mundo.

 Este domingo, Jesús va a su pueblo, donde todo el mundo le conoce, y acude el sábado a la sinagoga, donde los judíos se reúnen todas las semanas para leer y explicar las Escrituras. Allí había acudido desde niño y siendo joven.

Ahora ya adulto se presenta, después del bautismo en el Jordán, leyendo el libro de Isaías, que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor”. Y de manera directa, Jesús, terminada la lectura, afirma: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir” (Lc 4,-18-21). Es decir, yo soy este Mesías anunciado.

Los acontecimientos anteriores se han desarrollado junto al río Jordán, cuando Jesús, al inicio de su vida pública, fue en busca de Juan Bautista para ser bautizado también él.

Conocemos la escena del Bautismo, de la venida del Espíritu Santo sobre él y de la voz del Padre, que lo presenta al mundo como su Hijo amado. Y una vez que el Espíritu santo ha venido sobre él y lo ha envuelto en el amor del Padre, Jesús comienza su misión de anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los pobres.

Jesús se presenta en Nazaret plenamente consciente de su identidad. Se siente el Hijo amado, se siente ungido por el Espíritu Santo, inundado del amor del Padre. Se siente destinado a llevar la salvación a todos los hombres, especialmente a los que sufren, a los pobres, que el Evangelio identifica con los humildes, los que confían en Dios.

No hay duda de que Jesucristo sabe quién es y a qué ha venido. Porque termina su lectura, comentando: “Hoy se ha cumplido esta Escritura” en mí. Yo soy el Mesías, el Ungido por el Espíritu. Yo soy el enviado para anunciar la salvación, el año de gracia del Señor. Eso significa Cristo, ungido. Y eso significa cristiano, ungido como Cristo por el mismo Espíritu.

El Espíritu ha capacitado el corazón de Cristo para amar hasta dar la vida, lo ha capacitado para la gloria, donde ha quedado repleto de la gloria de Dios. Y lo que el Espíritu ha hecho en Jesús, quiere hacerlo en nosotros, sus ungidos, sus cristianos.

La unción va unida a la misión. Es ungido para ser enviado. El cristiano no afronta sus tareas por iniciativa propia, como quien organiza una actividad que tiene en él su origen. El cristiano prolonga la misión de Cristo, que es la de anunciar el Evangelio del amor de Dios, rescatando el hombre de sus esclavitudes y llevándolo a la libertad de hijo de Dios.

Las palabras del profeta se han cumplido en Cristo, el ungido, y se prolongan en los cristianos, los ungidos. Cristo y los cristianos están para llevar al mundo la gracia de Dios, la misericordia de Dios, la libertad que brota de esa gracia de Dios para todos.

La evangelización no es en primer lugar una actividad humana organizada. La evangelización ante todo es la acogida del Espí- ritu santo, que nos identifica con Cristo. El protagonista de la evangelización es el Espíritu santo, que nos va recordando las palabras y las acciones de Cristo y las “cumple” hoy entre nosotros.

 La tarea de la evangelización toma al evangelizador todo entero, no sólo una parte, y lo empapa del Espíritu santo. Y el fin de la evangelización no es principalmente mejorar las condiciones de vida material de los hombres, sino invitarlos a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios, porque reciben el Espíritu que los hace libres. Libres del pecado, libres del mundo, libres de Satanás, que los tenía esclavizados. Y por eso, constructores de un mundo nuevo también en el orden social.

En la escena del Evangelio de este domingo, Cristo establece su programa: recibir el Espíritu santo para llevar la libertad de hijos a todos los hombres. En esta preciosa tarea está implicada la Iglesia en la evangelización de ayer, de hoy y de siempre. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

EL AÑO 2915 ES DEL CICLO B: AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18). Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”. En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano. Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús. La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente. Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna. El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido. En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo. Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento. La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba. Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos. La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida. Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados. Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener. Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor. Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada Q

 

 

MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio. Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos. Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte. Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos. Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana. La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio. Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas Q

 

 

MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Manos Unidas vuelve otro año para sensibilizarnos en la solidaridad que nace de la caridad cristiana, es decir, en la solidaridad que tiene como fundamento la fe en Dios y en la dignidad humana, porque toda persona humana está llamada a ser hijo/a de Dios, a participar de los bienes de la Casa de Dios, a compartir los bienes de una sociedad más justa.

Manos Unidas es una ONG de la Iglesia Católica, y trabaja para erradicar el hambre en el mundo desde una visión cristiana del mundo y de la persona. El Año de la Fe también nos interpela en este campo de la caridad social. La Campaña de Manos Unidas adquiere su punto culminante en la colecta litúrgica que presentamos en la Misa del domingo segundo de febrero, el día 10.

 El fruto de nuestro ayuno lo ponemos “a los pies de los apóstoles” (Hech 4,35), como hacía la primera comunidad cuando uno se desprendía de sus bienes y los entregaba a los apóstoles. Nosotros ahora, para remediar con esa generosa contribución el hambre en el mundo.

Este año Manos Unidas nos propone un lema “No hay justicia sin igualdad”, dentro de los Objetivos del Milenio para erradicar la pobreza en el mundo. Es un lema que puede leerse desde distintas perspectivas. La perspectiva de Manos Unidas, que contribuye notablemente a la educación y al progreso de la sociedad, es una perspectiva cristiana. Dios ha creado al hombre, varón y mujer (Gn 1,27), iguales en dignidad, distintos y complementarios, a imagen de Dios y para llegar a ser semejanza suya.

En esta igualdad querida por Dios e inscrita en la naturaleza humana, la mujer está menos valorada a lo largo de la historia y a día de hoy. La igualdad que Dios propone consiste en promover esa igualdad, que coloque a la mujer en igualdad de condiciones para acceder a la cultura, al trabajo, a la sociedad en todos sus aspectos, al reconocimiento de todos sus derechos.

La igualdad no significa borrar toda diferencia entre varón y mujer, que enriquece la sociedad, haciendo a los dos complementarios según el proyecto de Dios. Ese igualitarismo rompería la armonía de la creación y la ecología social.

La igualdad que brota de la visión cristiana dignifica a la mujer. Más aún, sitúa a la mujer como especialmente protagonista de este desarrollo. El fin de Manos Unidas es la lucha contra el hambre, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo, la falta de instrucción y las causas que las producen. Acabar con la desigualdad y favorecer que las mujeres tengan capacidad para encauzar responsablemente sus vidas, son cuestiones fundamentales en las que hay que incidir, entre otras razones, porque de ellas depende que consigamos erradicar la pobreza.

La promoción de la mujer es un objetivo prioritario de Manos Unidas; ella es agente fundamental de desarrollo, familiar y social, y juega un papel decisivo en el ámbito económico. La desigualdad que padece, el hecho de que se le impida el ejercicio de tantos derechos, aumenta la pobreza y la inseguridad alimentaria en el mundo.

Agradezco de corazón a tantas personas que trabajan en Manos Unidas en la diócesis de Córdoba, no sólo en los servicios diocesanos desde la ciudad, sino en todas y cada una de las parroquias, donde al realizar la Visita pastoral me encuentro siempre con la delegada parroquial.

Son multitud de iniciativas, que brotan de la parroquia e implican a todo el vecindario con el objetivo de recaudar fondos para los fines de Manos Unidas: rastrillos, rifas, tómbolas, cenas del hambre, venta de dulces u otros objetos regalados, colectas, que desembocan en la colecta litúrgica del domingo, para hacer de todo ese esfuerzo una ofrenda sagrada al Señor. S

e trata de toda una movida, que protagonizan las mujeres de la parroquia y en la que colaboran todo tipo de personas. Esa acción por sí misma va educando a todos en la solidaridad cristiana para que cada año se cumpla la Campaña propuesta. La fe y la caridad que brota de ella no nos aparta de la justicia, sino que la promueve.

Este año, trabajamos todos con Manos Unidas para que la igualdad llegue a todas las mujeres del mundo, tantas veces explotadas, y sean reconocidos sus derechos. “No hay justicia sin igualdad”. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio. Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse. Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc. La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios. Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin lí- mite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos. El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre. El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio. Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama. El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad. Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo. San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados Q

 

 

 

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada para la Vida consagrada se celebra cada año el 2 de febrero. Coincidiendo con la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo en brazos de María su madre, la Candelaria, y acompañados de José.

Esta fiesta nos presenta a Jesús como “luz de las gentes” puesto en el candelero de su madre, para alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. Cristo alumbra a todo hombre y le descubre su dignidad de hijo de Dios con la colaboración de María, que lo presenta en el Templo.

 La vida consagrada tiene esta misión, la de anunciar a Cristo en nuestro tiempo. La misión de alumbrar a todo hombre con la luz de Cristo, que se ha encendido en el corazón y en la vida de cada consagrado/a.

Una persona consagrada es una luz encendida para estimular y alimentar la fe del pueblo cristiano. En este Año de la fe, nos damos cuenta de que cada persona consagrada es como un signo vivo de Cristo resucitado en medio de su pueblo.

La Iglesia necesita en nuestros días estas luminarias que alimenten la fe de tantas personas que vacilan o que se apartan de Dios. Muchas veces no convencen las palabras, ni siquiera la predicación. En esas ocasiones, lo único que convence es el testimonio de vida. Una persona consagrada es un signo viviente, que prolonga el amor de Dios a los hombres y expresa que sólo Dios debe ser amado con totalidad.

En nuestra diócesis de Córdoba, Dios nos ha bendecido con una presencia abundante de personas consagradas, hombres y mujeres, en las distintas formas de consagración: contemplativos/as, religiosos/as, seculares, vírgenes consagradas.

 Los contemplativos, monjes y monjas, hacen de sus monasterios lugares de oración continua. Alabanza a Dios en la liturgia diaria, intercesión por las necesidades de la Iglesia, cargando con la cruz de tantas personas que sufren. Porque no se han retirado del mundo para desinteresarse de sus hermanos, sino para llevar en sus corazones las penas y las alegrías de sus contemporáneos. Los monasterios de monjes y monjas de nuestra diócesis con también lugares y oasis de oración para quienes los visitan, para unos días de retiro, de oración, de reflexión. Hay en nuestra diócesis abundantes religiosos/as en obras de apostolado, según el carisma propio de cada Congregación.

En el campo educativo, colegios, guarderías. En el campo de la beneficencia, atendiendo enfermos, ancianos, pobres de todo tipo. En el campo de las parroquias, asumiendo tareas de catequesis, formación, etc.

Y tantas otras personas consagradas en institutos seculares, en el orden de las vírgenes, en asociaciones de fieles. Qué sería de nuestra diócesis sin esta presencia tan benéfica. Todos ellos son un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Valoremos estos dones de Dios en su Iglesia. En muchos casos constatamos disminución de presencia por la escasez de vocaciones.

Es momento de gratitud, más que de lamentos. Cada una de las personas consagradas es una luz encendida, y por cada una de ellas damos gracias a Dios, al tiempo que pedimos a Dios nuevas vocaciones para que no nos falte nunca esa luz tan necesaria en nuestro mundo.

Que la Jornada para la Vida consagrada aliente la fidelidad de todos los consagrados, en todos los carismas que embellecen y enriquecen la Iglesia santa de Dios. Que esta Jornada nos lleve a todos a dar gracias a Dios por lo que continuamente recibimos de su testimonio y su trabajo en los distintos campos.

Que el Señor siga bendiciendo nuestra diócesis con nuevas vocaciones a la vida consagrada, que sean signos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

LA CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de vida, a retomar el rumbo para el que hemos nacido y del que nos hemos desviado por el pecado.

La Cuaresma nos prepara a la Pascua, en la que por el bautismo somos renovados, recibimos el Espíritu Santo y vivimos una vida nueva. Ahora bien, la conversión es posible en nuestra vida gracias a la paciencia de Dios con nosotros. El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola de la higuera estéril, que el dueño podría arrancar para encontrar otros frutos y no ocupar terreno en balde. Sin embargo, el viñador intercede: “Señor, déjala todavía este año: yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto” (Lc 13,8).

La misericordia de Dios tiene una paciencia sin límite con cada uno de nosotros, a ver si damos fruto. “Si no, al año que viene la cortarás”. La paciencia de Dios es infinita, pero nuestro tiempo se acaba, y por eso urge. “Y si no os convertís, pereceréis de la misma manera” (Lc 13,5).

La conversión no es fruto solamente de nuestro esfuerzo, pues nuestras fuerzas son escasas y el objetivo es desproporcionado a nuestra capacidad. Llegar a ser hijos de Dios en plenitud, llegar a la santidad que Dios nos ofrece no puede ser fruto de nuestro esfuerzo. La conversión es ante todo gracia de Dios, y la cuaresma está llena de tales gracias, que nos mueven a cambiar. “Ahora es tiempo favorable; ahora es el día de la salvación” (2Co 6,2).

La cuaresma es, por tanto, un tiempo privilegiado para esperar el cambio radical de nuestra vida, es tiempo privilegiado para esperar el cambio de otras personas conocidas o desconocidas, por las que intercedemos, como el viñador, con el compromiso de cuidar esa planta.

La conversión la produce Dios, que es el único que puede cambiar las voluntades humanas, y Él nos invita en este tiempo de gracia a colaborar activamente en esta tarea, en nosotros y en los demás. “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión” (2Pe 3,9).

Y las pautas que la Iglesia nos señala para este tiempo de gracia son: oración, ayuno y limosna. Acercarse a Dios, acoger su gracia en la oración con espíritu de fe, escuchar su Palabra, rumiarla en el corazón, es el primer paso para alimentar la fe, puesto que la fe brota de la escucha de la Palabra de Dios. Cuidar durante este tiempo todos los actos de oración: la misa, el perdón, las devociones, de manera que alimentemos un clima de fe, de donde brota todo lo demás.

La primera llamada de la conversión es la de volver a Dios, acercarnos más a Él. El ayuno consiste en privarse incluso de lo necesario, para abrir la mente y el corazón a Dios, espabilados para oír su voz. Y por el ayuno, abrir nuestro corazón a las necesidades de los demás.

El ayuno nos capacita para la relación con Dios y la relación con los demás. En definitiva, el ayuno rompe el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos, el ayuno nos hace libres y capaces de amar. Lo que muchas veces nos parece imprescindible, por la mortificación y el ayuno podemos desprendernos de ello, ayudados siempre por la gracia de Dios.

Y un corazón libre, hecho capaz de amar, sale al encuentro de las necesidades de los demás, desbordándose en la caridad. Ponernos delante de las necesidades de los que sufren, despierta en nosotros la misericordia, ablanda nuestro corazón, provoca la compasión.

Si Dios nos ama tan generosamente, cómo no amar nosotros en la misma línea a nuestros hermanos. Ponernos al lado del que sufre, nos pilla los dedos, compromete nuestra existencia, y nos hace crecer en el amor. Ésta es la misericordia que Dios quiere. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7). “Señor, déjala todavía este año”. La cuaresma nos ofrece una nueva oportunidad. Aprovechémosla. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros. Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será. Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios. La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder. Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios. Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas. Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas. El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua. Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio. Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás Q

 

 

 

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas. Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15). La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa. El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros. En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos. Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien. Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente. Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos Q

 

 

 

 

 

 

 

DOMINGO DE PASIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo. La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre. Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad. El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad. Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga. El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar. Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás. Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado. Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite. Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad. Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros. Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocú- pate más de sus necesidades que de tus caprichos. Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad. Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida. Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25). Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad. Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer Q

 

 

 

MISA CRISMAL

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo. En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes. En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espí- ritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados. La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal. En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados. Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios. Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda. En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello. Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana. En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal Q

 

 

OREMOS POR LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia se encuentra en estos días reunida en oración para invocar al Espíritu Santo, a fin de que asista a los Padres Cardenales en la elección del nuevo Pontífice. Tras la voluntaria y libre renuncia del papa emérito Benedicto XVI a la Sede de Pedro, se han puesto en marcha los organismos competentes para dar a la Iglesia un nuevo Sucesor del apóstol Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal. Es Dios el que llama y elige, y lo hace con la colaboración de las mediaciones humanas correspondientes. En este caso, corresponde a los Padres Cardenales menores de 80 años reunirse para elegir el nuevo Sucesor de Pedro y Obispo de Roma.

La elección debe ir acompañada por la aceptación del sujeto, y, cuando esto se produzca, se anunciará a la Iglesia universal: “Os anuncio una gran alegría: Tenemos Papa (Habemus Papam)”. Y reconoceremos en él al elegido por Dios para regir su Iglesia universal. Es un momento privilegiado para vivirlo en clima de fe.

“Creo en la Iglesia” confesamos en el Credo. Y eso significa que esta Iglesia la ha fundado Jesucristo nuestro Señor, que el Espíritu Santo es el alma que la sostiene, la santifica y la envía a la misión. Y que a esta Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un pastor universal, que representa a Jesucristo buen Pastor de todos los pastores y fieles.

No se trata por tanto de un elemento puramente organizativo, sino de un aspecto de la fe, de nuestra fe en la Iglesia. Muchos aspectos accidentales de la Iglesia pueden ir cambiando a lo largo de los siglos, pero éste es un dato fundamental: que Cristo ha puesto al frente de su Iglesia al apóstol Pedro y a los Doce apóstoles con él, para que prolonguen al buen Pastor Jesucristo, que da la vida por sus ovejas. Y aquí viene la oración.

 Necesitamos la oración para entrar con la fe en este aspecto del misterio, necesitamos la oración para no quedarnos en las anécdotas que nos cuentan los medios de comunicación. No entramos en la oración para pedirle a Dios por mi candidato, sino para disponer mi espíritu a recibir de Dios aquel que sea elegido.

Oramos por los Padres Cardenales electores, para que procedan a la elección con rectitud de intención, para que no busquen otra cosa que el bien de la Iglesia universal, para que el Espíritu Santo los ilumine y cada uno de ellos se deje mover por la gracia.

Y oramos también por el que vaya a ser elegido, para que llegado el momento de la aceptación, pueda hacerlo con libertad de espíritu, sienta la fuerza de Dios que le llama y le da la gracia para la tarea y encuentre en todos los fieles de la Iglesia la obediencia pronta a sus orientaciones pastorales.

 Oramos para que todos los fieles lo reciban en la fe y en la comunión eclesial. A veces recibe uno esa pregunta: ¿cómo quiere que sea el nuevo Papa? Y cuando sea elegido, ¿qué le parece el nuevo Papa? Estamos acostumbrados a juzgar de todo y en todo, y como una niebla que oscurece la fe, a proyectar nuestro juicio también sobre estas realidades sobrenaturales.

Sin embargo, no somos nosotros los que juzgamos al Papa ni le sometemos a nuestro juicio, sino que humildemente hemos de someternos nosotros al juicio que él tenga sobre nosotros.

El Sucesor de Pedro es puesto al frente de su Iglesia para guiarnos y conducirnos por el camino de Cristo, y ha de contar con nuestra pronta obediencia y nuestra acogida en el amor cristiano. Por eso, rezamos, para que nuestra fe no se nuble con tantas informaciones y comentarios, sino que vayamos a lo fundamental de estos días y lo vivamos con espíritu de fe.

En todas las parroquias y comunidades oramos estos días por el Romano Pontífice que va a ser elegido. Y reafirmamos nuestra pertenencia a la Iglesia, con el deseo de obedecer prontamente al que sea elegido como Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

PAPA FRANCISCO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Ha sido como una ola de aire fresco, que ha encendido millones de esperanzas en el corazón de otras tantas personas. La plaza de San Pedro se inundó de fieles, y escuchamos con gran sorpresa: Habemus Papam!, cuyo nombre es Francisco.

No otro Francisco, sino Francisco de Asís, el poverello y humilde Francisco de Asís, el patrono de la ecología como lugar creado por Dios para el hombre, el del Cantico de las criaturas, el santo de la paz, Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz! “No te olvides de los pobres”, le decía un cardenal al oído, y el nuevo Papa pensó en Francisco de Asís.

Cómo desean lo hombres de nuestro tiempo encontrar razones para la esperanza. Y no valen las promesas que tantos hacen y luego no cumplen. El mundo entero ha visto en la elección del nuevo Papa un motivo de esperanza, porque ha visto en él, en los pocos días que lleva, gestos de frescor evangélico. Como si este tipo de personas tan importantes fueran del todo inaccesibles o estuvieran blindadas al trato personal y directo con la gente.

El Papa Francisco ha roto esa impresión, y aunque nosotros no podamos saludarle directamente, hemos visto que se acerca y acoge, que escucha y quiere llegar a todos. Como Jesús en el Evangelio, de quien el Papa es Vicario en la tierra. Y esto alegra el corazón de muchos, de creyentes y no creyentes, de católicos y no católicos.

Hemos de orar por el Papa Francisco para que le dejen ser y expresarse así, para que su palabra y sus gestos lleguen a toda persona de buena voluntad y a todos pueda anunciar el Evangelio de la esperanza, que está destinado especialmente a los pobres y sencillos de corazón.

 He acudido a Roma, en nombre propio y en representación de toda la diócesis de Córdoba, para orar con el Papa y por el Papa. Tiempo habrá de hablarle de nuestras cosas. Ahora, para rezar y vivir esa comunión plena con el Sucesor de Pedro, que nos hace católicos.

No esperemos novedades en el campo doctrinal. La Iglesia es heredera del Evangelio de Jesucristo con el encargo de anunciarlo a los hombres de nuestra generación. Pero hemos de poner la imaginación al servicio de esta evangelización, haciéndonos cada vez más transparencia de ese Evangelio que anunciamos.

Con qué facilidad nos instalamos mentalmente y vitalmente, domesticando el Evangelio y reduciéndolo a nuestra medida. Dios, sin embargo, quiere sacarnos de nuestras casillas, quiere ensanchar nuestra capacidad para llenarnos de Él. E igualmente, en nuestras maneras de actuar, va abriendo caminos nuevos para el Evangelio de una manera que no podíamos sospechar. “Mirad que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,18).

La novedad es siempre Jesucristo y no sabemos con qué matices se va a expresar a través de este Papa, pero el mundo entero ha percibido que algo nuevo está brotando, y esa novedad es siempre una sorpresa del Espíritu Santo para quienes estén dóciles a sus inspiraciones.

La Iglesia está viva. Los Padres Cardenales han cumplido su tarea de dar a la Iglesia un nuevo Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Y lo han hecho de manera admirable para todo el mundo, como un ejemplo de buen hacer, en un clima de oración y de seriedad, lejos de las intrigas y grupos de presión que nos contaba la prensa.

Acogemos al Papa Francisco con el corazón abierto de par en par, no sólo porque nos gusten o no sus formas, sino porque es quien representa a Cristo en este momento concreto.

Y sus apariciones en público tienen la mejor expresión de que Jesucristo quiere salir al encuentro de cada persona, para expresarle su amor y la misericordia de Dios. Nos preparamos así a la Semana Santa, con actitud de conversión y con renovado deseo de seguir cumpliendo la misión que Dios nos ha encomendado a cada uno en su Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

DIA DEL SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Día del Seminario es una ocasión propicia para agradecer a Dios que tengamos sacerdotes/presbíteros en nuestras parroquias, en nuestros grupos y comunidades, en nuestros colegios y hospitales y en tantos lugares donde Jesucristo se nos hace presente por medio de ellos. Es una gracia inmensa de Dios que no falten sacerdotes a su Iglesia, a nuestra diócesis de Córdoba.

Y si la Iglesia quiere tener sacerdotes, tiene que prepararlos bien, nos recuerda san Juan de Ávila. La vocación al sacerdocio es una llamada de Dios, a la que el llamado responde fiándose de Dios. Y Dios Padre se nos acerca visiblemente en su Hijo Jesucristo hecho hombre, que ha llamado a tantos para seguirle por el camino del sacerdocio, dándoles su Espíritu Santo. Todo ello, en la Iglesia comunidad, donde nacemos por el bautismo y donde se configura la vocación a la santidad de cada uno para el servicio a la humanidad.

La diócesis de Córdoba necesita sacerdotes para atender sus propias necesidades y para el servicio de la Iglesia universal. Y tales sacerdotes han de salir de entre los niños y jóvenes de nuestras familias.

Cada nuevo sacerdote es un milagro de Dios, porque responde a esa vocación en medio de mil dificultades. Por eso, hemos de crear entre todos un clima propicio para que se produzca esa llamada y para que sea respondida con facilidad y prontitud.

Más de 90 jóvenes se preparan hoy en Córdoba para ser sacerdotes: 35 en el Seminario Mayor “San Pelagio”, otros tantos en el Seminario Menor, provenientes todos de nuestra diócesis, y una veintena en el Seminario “Redemptoris Mater”, provenientes de distintos lugares del mundo. Y además, un pequeño grupo de otros cinco religiosos cursan estudios junto a los demás.

Todos se sienten llamados a ser un día sacerdotes del Señor, porque han descubierto esa vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Damos gracias a Dios por cada uno de estos jóvenes, y pedimos a Dios que envíe más y más trabajadores de su viña, y que mantenga fieles en su servicio a todos los llamados.

 Necesitamos muchos más, y por eso le pedimos a Dios continuamente por las vocaciones sacerdotales, porque Dios quiere atender nuestra súplica, para que a su Iglesia no le falten nunca sacerdotes, no le falte nunca la Eucaristía.

Las vocaciones surgen como en su clima natural allí donde hay vida cristiana y fervor: en las familias cristianas, en las parroquias, grupos, colegios, movimientos y comunidades cristianas.

La mejor pastoral vocacional es un buen clima de vida cristiana, donde el niño y el joven perciban la llamada de Dios y puedan responderla con normalidad. En un buen clima de vida cristiana, brotan ésta y todas las vocaciones que configuran la familia de los hijos de Dios.

Por eso, es urgente y necesaria la pastoral juvenil que lleve a lo esencial, al encuentro con Cristo y a la vida nueva que brota de ese encuentro. Fiarse de Jesucristo es dejarse seducir por Él y vivir como vivió Él, dejando a un lado otras posibilidades por buenas que sean. “Sé de quién me he fiado” es el lema de este año.

La vocación es un diálogo de amor, que genera confianza mutua. Cuando Dios llama, lo hace con un gesto de confianza del que nunca se arrepiente. La llamada de Dios es irrevocable. Y quien responde a esta llamada experimenta que se ha fiado de Dios, se ha fiado de Jesucristo, y ésa es la roca sólida en la que se cimienta su respuesta.

La frase es de san Pablo, que una vez que se encontró con Jesucristo la vida le cambió, y ya nadie pudo apartarle de ese amor, a pesar de las dificultades que tuvo que afrontar.

Fiarse de Jesucristo merece la pena, en esta y en todas las vocaciones cristianas. Que muchos niños y jóvenes experimenten esa confianza, y respondan con amor a quien les llama para seguirle de cerca en el sacerdocio/presbiterado. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

SEMINARIO Y VOCACIONES:ORDENACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días.

       Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio.

Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20).

Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16).

Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”.

 La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres.

Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo.

Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres.

En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote.

Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal.

Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125).

 

 

 

19 DE MARZO Y 1º DE MAYO: FIESTA DE SAN JOSÉ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La próxima fiesta de san José Obrero el 1 de mayo nos invita a pensar desde la fe en el mundo del trabajo, en las personas en cuanto son sujetos activos del trabajo que realizan, en los problemas que surgen en esta dimensión del hombre, en las relaciones que se establecen precisamente por motivo del trabajo.

El trabajo humano no tiene sólo la perspectiva de la producción, sino ante todo la perspectiva de la persona. La doctrina social de la Iglesia, la que brota del Evangelio y está transida de amor al hombre, nos enseña que el trabajo es el centro de la cuestión social.

El trabajo abarca muchos aspectos, refiriéndose al hombre. Puede considerarse desde el punto de vista de la técnica, de los medios de producción, etc. O puede considerarse desde el hombre como sujeto activo, que crece y se personaliza en el trabajo. En cualquier caso, siempre es el hombre el centro del trabajo, no la producción.

El hombre se mide por sí mismo, por lo que es, no por lo que produce. Y el hombre en su dimensión personal y familiar. Vivimos días de fuerte crisis en el mundo laboral, sobre todo porque no hay trabajo para todos. Más aún, se ha llegado a unos niveles de paro inimaginables. Y además, no se ve solución fácil ni pronta.

Es un problema generalizado en los países del bienestar, donde habíamos llegado a un nivel de producción y de consumo, que casi nos parecía haber alcanzado el paraíso terrenal. Pero algo se ha roto en el sistema, y la máquina no funciona.

Las prestaciones sociales se acaban y muchas personas, de las que dependen muchas familias, se ven en la angustiosa situación de no tener trabajo. Y de ahí surgen otros muchos problemas personales y familiares, como es el sentimiento de inutilidad, la falta de esperanza, el empobrecimiento de grandes grupos de personas, etc.

La fiesta de san José Obrero, el día del trabajo, es ocasión para pensar qué podemos hacer. Y lo primero de todo, es darnos cuenta de que la dignidad le viene al trabajo de ser colaboración con la obra de Dios.

Dios ha creado el mundo y ha mandado al hombre que lo domine y lo organice para su bien, según el plan de Dios. Sin Dios, los problemas del trabajo no tienen arreglo. Y en la tarea del trabajo, el hombre aprende a convivir con los demás, haciendo del trabajo un lugar de encuentro, nunca de conflicto.

En segundo lugar, hemos de estar abiertos a la solidaridad con quien no tiene nada de nada, para ayudarle en su emergencia y abrirle caminos de esperanza.

Las dificultades unen a los hombres para superar juntos tales problemas. Además, deben favorecerse las iniciativas personales o de grupo que tienden a proyectar la capacidad creativa del hombre para servir a la sociedad con su propio trabajo.

El ideal no es conseguir un trabajo para rendir lo menos posible, teniendo un sueldo asegurado a costa de no sé quién. En el trabajo, uno debe considerar como propio aquello que realiza, al mismo tiempo que reclama la dignidad de su obra ante los demás.

La apertura a la vida, engendrar a la generación venidera, es otro punto importante de la cuestión social, porque si no hay generación de reemplazo, no será posible garantizar las pensiones y ni siquiera la mínima producción para sobrevivir en nuestra sociedad. Hay que ayudar a las familias a que tengan hijos, que serán los trabajadores del mañana. He aquí la más importante inversión a largo plazo, a la que todavía no se le presta la debida atención en nuestra sociedad.

Y, llegando a las cifras macroeconómicas que nos hablan de un parón del consumo y el consiguiente parón de la productividad, debemos preguntarnos qué pieza se ha roto en el mecanismo social, por el cual esto no funciona, y muchos sufren las consecuencias. A simple vista, se percibe que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades.

 La permanente excitación al consumo tiene un límite, y si no somos capaces de ser austeros por el camino de la virtud, tendremos que ser austeros obligatoriamente por la vía de la carencia. La crisis nos va a enseñar mucho, nos ha de enseñar a ser más austeros.

Por otra parte, todos nos hemos hecho más sensibles a la transparencia en la gestión del dinero público, de manera que sea perseguida la corrupción en todos sus ámbitos, el dinero fácil a base de pelotazos con cargo al erario público, el derroche faraónico en proyectos y realizaciones, que se hacen con el dinero de todos para cobrar comisiones.

Dios quiera que haya pronto trabajo para todos, y así lo pedimos a san José Obrero, pero mientras eso llega, evitemos conflictos innecesarios y protestas que no conducen a nada y abramos nuestro corazón a la solidaridad fraterna, la que brota de considerar al otro como hermano y no como rival.

San José y la crisis pueden ayudarnos a valorar mejor el trabajo. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

II PASCUA: JESÚS SE APARECE EN EL LAGO DE TIBERIADES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo, Jesús resucitado se aparece a los apóstoles junto al lago de Tiberíades.

Estaban pescando, pero no habían obtenido ningún resultado. Y Jesús les manda echar las redes de nuevo, y obtienen una pesca muy abundante. Los apóstoles se sienten seguros y contentos de la presencia del Señor, que comparte con ellos el desayuno y convive con ellos después de resucitado.

Terminada la escena de la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro. Probablemente, Pedro no se atrevía ni a levantar la mirada, no es capaz de mirar a Jesús de frente, aunque no puede vivir sin Él.

Cada vez que se acuerda de la noche de la pasión, en la que negó a su Maestro, llora. Pero son lágrimas mezcladas de arrepentimiento y de gratitud, porque se siente perdonado por un amor más grande que su pecado. Se siente abrazado por la misericordia de Dios en aquella mirada de Jesús la noche de la pasión, una mirada de comprensión, de amistad, de perdón. Una mirada que a Pedro le supo a gloria. Y por eso llora cada vez que la recuerda.

Terminada la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro para darle la oportunidad de que saque afuera lo que lleva dentro. Porque Pedro es sincero, tiene un corazón noble, aunque le ha traicionado su debilidad cuando se ha enfrentado al escándalo de la cruz, al ver a su Maestro hecho una piltrafa.

Y después de aquella mirada de Jesús, ya no le cabe duda de que Jesús le quiere más que nunca. Ahora bien, es Jesús el que le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Una, dos y tres veces. Como cuando cantó el gallo y Pedro le había negado una, dos y tres veces. Pedro responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y así por segunda vez. Y en la tercera pregunta de Jesús, Pedro ya no se fía de sí mismo, y le responde: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Yo, Señor, quiero quererte y sé que te quiero, pero no me fío de mí, sino que me fío de ti, especialmente en esto del amor. Tú lo sabes todo, tú conoces quién soy y cómo soy, y te quiero apoyándome en tu gracia y tu perdón, apoyado en tu fidelidad.

A Pedro le ha fortalecido la mirada misericordiosa de Jesús, le ha hecho más desconfiado de sí mismo y más confiado en Jesús. Se había fiado de Jesús siempre, pero ahora más que nunca, cuando ha constatado que es el amor de Dios el que rehabilita cuando ya nuestras fuerzas no dan más de sí.

Tocando la propia limitación, ha podido constatar un amor más grande que no proviene de él, sino de la misericordia de Dios. Jesucristo resucitado sale a nuestro encuentro, al encuentro de cada persona que viene a este mundo, al encuentro también de quienes son sus discípulos para comunicarles la alegría de una vida nueva, la vida del resucitado, cuya fuerza no está en las propias energías, sino en el poder del Espíritu Santo.

El tiempo pascual particularmente es un tiempo de gracia para experimentar esta novedad de vida, por la que no nos apoyamos ya en nuestra vida, sino en la vida de Dios en nosotros. Por eso, es un tiempo precioso, porque nos sitúa en el encuentro con Cristo resucitado, que renueva todas las cosas.

La gracia de Dios cambia el corazón de quien se encuentra con Dios, como hemos contemplado en la biografía del nuevo beato Cristóbal de Santa Catalina, beatificado el pasado domingo en la catedral de Córdoba.

Repleto del amor de Dios, purificado de sus propias debilidades en una vida de penitencia y pobreza especial, también él experimentó como Pedro esa mirada misericordiosa de Jesús que le hizo conocerse como hombre nuevo, renacido por la gracia, y le hizo capaz de desbordarse en misericordia con los pobres de su entorno.

Una vida así deja estela de santidad para los siglos venideros, porque es una vida fecunda. Una vida así es prolongación de la vida de Jesús para el hombre de todos los tiempos. Así quiere Dios que sea nuestra vida para los demás, pero la clave de esa novedad está en la respuesta a una pregunta: ¿Me quieres de verdad? Sí, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

IV DOMINGO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE LAS VOCACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vocación es una llamada. ¿Quién llama? Es Dios quien llama, haciendo atrayente la llamada a quien es llamado, aunque muchas veces se sienta rechazo. ¿A qué llama? A la santidad de vida, es decir, a identificar la propia vida con la vida de Jesús, a someter la propia voluntad a la voluntad de Dios, a hacer de la propia vida una donación para los demás. A esto estamos llamados todos.

Y el bautismo ha consagrado nuestra existencia con una energía, la que viene del Espíritu Santo, capaz de transformarnos de pies a cabeza, capaz de hacernos nuevos a imagen de Cristo muerto y resucitado.

Hay por tanto un tirón permanente en nuestra vida, el tirón de Dios, que tira de nosotros haciéndonos capaces de Dios y de asemejarnos a Cristo el Señor, nuestro Redentor. Si no se lo impedimos, Dios hará su obra por la acción amorosa del Espíritu Santo, nos llevará a la plenitud, llegaremos a la santidad plena. No habría peor represión en nuestra vida que la de reprimir a Dios en nuestro corazón, no dejarle actuar, darle largas.

Una vez que hemos recibido el bautismo, por su propio impulso estamos abocados a la santidad y a colaborar activamente en esta tarea. Y en este camino de santidad, propio de todo cristiano, Dios llama con vocación especial a algunos, para identificarlos más plenamente con su Hijo. Son las vocaciones de especial consagración a Dios, tanto en varones como en mujeres.

Son las vocaciones a la vida consagrada y al sacerdocio ministerial, que sostienen la vida de la Iglesia por parte de quienes hacen de su vida una entrega total, incluso corporal, para seguir a Cristo y hacerle presente en medio de nuestros contemporáneos. Tales vocaciones son también necesarias hoy, para la nueva evangelización.

Todos los cristianos estamos llamados a esta nueva evangelización, y los consagrados dedican su vida entera a esta tarea, siendo testigos ante el mundo de un amor más grande. Tales vocaciones de vida consagrada tienen en común la consagración a Dios en la virginidad, en la castidad perfecta o en el celibato. Son un signo vivo ante el mundo de Cristo Esposo, que ama a cada persona con amor de totalidad.

Para vivir esa consagración especial, es necesaria la gracia de Dios, que llama a quien quiere, poniendo en su corazón ese atractivo irresistible a darse del todo y para siempre. Es lo que pedimos en esta Jornada mundial de oración por las vocaciones. Que no nos falten en nuestro entorno y en la Iglesia universal personas consagradas, signos vivos de Cristo amante de su Iglesia, signos de esa Iglesia que ama con amor de totalidad a su Esposo y Señor, prolongando ese amor en los hermanos.

Qué sería de nosotros y de la Iglesia sin esa legión de hombres y mujeres que han entregado su vida al Señor para servirle en los pobres, en la educación de niños y jóvenes, en la atención a los ancianos y enfermos, en la tarea de la evangelización, superando toda dificultad.

Necesitamos esas vocaciones, y por eso las pedimos humildemente al Señor, en esta jornada y durante todo el año. Nuestra diócesis de Córdoba ha recibido y continúa recibiendo abundantemente el testimonio y la acción benéfica de tantas personas, hombres y mujeres, consagradas a Dios en el servicio a los demás, a tiempo completo y de por vida.

Cada una de estas personas ha respondido a esa vocación con una actitud sostenida de confianza en Dios, que llama y sostiene en esa vocación.

En este Año de la fe constatamos que la consagración a Dios es un fruto maduro de la fe, que se traduce en caridad. ¡Confío en ti! es la actitud del que ha sido llamado y se ha fiado de Dios. Es también la actitud con la que pedimos a Dios abundantes vocaciones consagradas para afrontar la tarea de la Iglesia en todos los ámbitos.

La Jornada mundial de oración por las vocaciones nos haga agradecidos a Dios por tantas vocaciones recibidas y nos haga mendigos ante Dios de estas vocaciones que tanto necesitamos también en nuestro tiempo. 4º domingo de Pascua, domingo del buen Pastor, Jornada mundial de oración por las vocaciones. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

DÍA DEL SEMINARIO, QUÉ PUEDO HACER POR MI SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vocación es cosa de Dios. También la vocación al sacerdocio ministerial. Él es quien llama y quien hace llegar su llamada al corazón humano. Él es quien da oídos para escucharla y fuerza para responder. Él es quien sostiene en la fidelidad a quienes le siguen. Por eso, ante toda vocación que viene de Dios, toda la Iglesia debe orar, pedir, levantar las manos a Dios, pidiéndole que envíe muchos y santos sacerdotes a su Iglesia. La respuesta a esa vocación es cosa del hombre, ayudado por la gracia de Dios. Dios deja libre al hombre para que responda o no, para que siga la llamada o dé la espalda a la misma, como hiciera el joven rico. Y nuestra oración va dirigida a Dios, teniendo presentes a todos los llamados para que respondan fielmente a esa llamada y se mantengan fieles en este santo servicio. “¿Qué mandáis hacer de mí?” es una frase de Santa Teresa de Jesús, a quien recordamos especialmente en este V centenario de su nacimiento. Es una frase que expresa esa disponibilidad ante la llamada de Dios, y que ella cumplió a la perfección. “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mi?”. Teresa de Jesús tuvo sus crisis, sus dificultades, sus pecados e infidelidades, pero su sí al Señor cada vez fue más grande, hasta rendirse del todo a Jesús, su amor y su todo. Es un buen ejemplo para todo cristiano, y también para todo sacerdote o para quien es llamado a serlo. La campaña vocacional que en torno a la fiesta de san José nos propone la Iglesia cada año tiene como objetivo despertar en el corazón de todos la necesidad de tener sacerdotes para la diócesis de Córdoba y para la Iglesia universal. Jesucristo fundó su Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles y sus colaboradores, y los ordenados por el sacramento del Orden son necesarios para que esta Iglesia subsista por los siglos de los siglos, y permanezca en nuestra dió- cesis de Córdoba. Se trata de una cuestión vital y de primerísima necesidad. Por eso, estamos seguros que nuestra oración será escuchada, si pedimos insistentemente por las vocaciones al sacerdocio ministerial. Es preciso crear un clima vocacional, de manera que un niño, un adolescente, un joven pueda percibir con nitidez la llamada de Dios y pueda responder sin mayores dificultades, porque estamos seguros que Dios sigue llamando a muchos, pero hay interferencias en la comunicación y a veces no llega esa llamada, y hay obstáculos insalvables que dificultan la respuesta adecuada. La llamada al sacerdocio suele encarnarse en un sacerdote concreto, a quien ese joven conoce directamente. “Quiero ser cura como tú”, es la experiencia más frecuente en los que son llamados. Por eso, queridos sacerdotes, qué tremenda responsabilidad en este campo de las vocaciones al sacerdocio. Examinemos si nuestra vida es transparencia de Cristo buen pastor, examinemos si vivimos nuestra vida en el gozo del evangelio, examinemos si un niño o un joven puede entusiasmarse con nuestra manera de vivir. La llamada suele darse en un contexto cristiano, fervoroso en la fe, estimulante en el seguimiento de Cristo y en el servicio a los demás. Muchas veces es la misma familia, que ha sabido trasmitir la fe a sus hijos y ha expresado tantas veces el aprecio por la vida sacerdotal, en relación con sacerdotes concretos que se hacen presentes en el hogar. Otras veces es la parroquia, el entorno del cura párroco, el grupo de monaguillos, la cercanía a las cosas del altar. Otras, el grupo de jóvenes, que vive una vida cristiana sana, eclesial, de exigencia en el seguimiento de Cristo, de entrega a los demás. En ese grupo surgen todas las vocaciones: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio. Qué importante es que los grupos juveniles tengan una sólida vida cristiana, porque de ahí brotarán todo tipo de vocaciones, también al sacerdocio ministerial. No faltan vocaciones que brotan del encuentro personal con Cristo en situaciones chocantes y contrarias: la muerte de un ser querido, un fracaso aparente, un revés en la vida. Dios se sirve de todo para golpear el corazón de una persona y decirle: “Tú, sígueme”. En todos los casos, cada vocación es como un milagro de Dios. Y en nuestra diócesis hay vocaciones al sacerdocio, hay muchos milagros de Dios. Damos gracias a Dios por ello, pedimos para que los formadores del Seminario ayuden en el discernimiento y en el seguimiento y, particularmente acompañamos a los que serán ordenados en los próximos meses: 6 nuevos sacerdotes. El Señor está grande con nosotros, y estamos alegres. Recibid mi afecto y mi bendición: «¿Qué mandáis hacer de mí?» Día del Seminario Q

 

 

 

 

 

 

 

PASCUA DE PENTECOSTES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con este título confesamos en el credo la fe en la tercera persona de Dios, el Espíritu Santo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida (vivificantem)”.

La pascua de Pentecostés a los cincuenta días de la resurrección del Señor, nos trae esa venida del Espíritu Santo como alma de la Iglesia, y como alma de nuestra alma. Como alma de la Iglesia, nos congrega en un solo cuerpo, en plena comunión con los pastores.

Esta es la fiesta de la unidad de la Iglesia. Y a nivel personal, “los que se dejan mover por el Espíritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). Dios viene a vivir en nuestro corazón, ha puesto su morada en nuestra alma en gracia, vive en cada uno de nosotros como en un templo. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?...El templo de Dios es sagrado, ese templo sois vosotros” (1Co 3, 16-17). Por tanto, “glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1Co 6, 20). Alma y cuerpo.

El Espíritu Santo nos inunda con su amor, no sólo en el alma, también en el cuerpo, haciendo de nuestra carne lugar de la gloria de Dios. La castidad es posible porque es virtud que el Espíritu Santo produce en nosotros, animándonos a superar el pecado y a convertir nuestro cuerpo en templo de su gloria.

La sexualidad es lenguaje de expresión del amor verdadero, en su lugar y en su momento, y es un fruto del Espíritu Santo, en el conjunto de la vida cristiana. Los frutos del Espíritu son: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gal5, 22-23).

Pentecostés es, por tanto, la fiesta de la exuberancia de Dios que nos concede los dones y los frutos del Espíritu Santo, nos hace sentir con la Iglesia, nos enseña a amar al estilo de Cristo, nos va recordando interiormente todo lo que Jesucristo nos ha enseñado. Vivimos tiempos de turbulencias en muchos campos.

Necesitamos del Espíritu Santo que nos aclare la verdad de Dios y del hombre, que nos dé fuerzas para seguir la voluntad de Dios, que nos impulse a la misión de llevar el Evangelio a toda persona. Por ejemplo, en la defensa de la vida humana. Unos y otros se debaten hasta dónde es permitido matar al niño que anida en el seno materno.

Cualquier ley que permita el aborto, será siempre una ley que no está a la altura del hombre. Nunca le es lícito a nadie matar o permitir que se mate al ser humano que comienza a existir desde la fecundación en el seno materno. Todo ser humano tiene derecho a vivir desde que es concebido, y nadie por ninguna razón puede suprimir ese ser humano indefenso. Dejadle vivir. No se puede invocar el derecho de nadie a elegir, cuando está en juego la vida de otro. Y no se trata de una cuestión religiosa, se trata ante todo de una cuestión humana.

La luz de Dios nos hace ver con más claridad lo que la simple razón humana puede descubrir, si no está obcecada por intereses egoístas. Europa, y España dentro de ella, se muere de vieja. Los cientos de miles –más de un millón– de abortos producidos en los últimos años constituyen el suicidio lento de un pueblo, que no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, e inventa mil razones para justificar este despropósito, lo que ya está siendo una verdadera catástrofe social.

No podemos callar ante este genocidio. Se precisa una política inspirada en la cultura de la vida, que supere de una vez por todas la cultura de la muerte. Una política que favorezca la natalidad, que ayude a las madres a criar a sus hijos en casa, que no penalice a la familia que se abre generosamente a la vida.

La mujer no pierde nada por ser madre, sino por el contrario llega así a su plenitud humana. Una educación en el afecto y en la sexualidad, que supere la concepción hedonista de este aspecto vital para el ser humano. La sexualidad presentada a los jóvenes no como un juego placentero, sino como un camino de superación personal, en el que se aprende a amar dándose, sacrificándose, ayudando a los demás, viviendo según la ley de Dios, que quiere siempre lo mejor para el hombre.

Necesitamos del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que venga intensamente sobre nosotros. Sobre la Iglesia para que se renueve interiormente, a fin de ser testigo elocuente de la novedad de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo. Sobre nuestra sociedad, que presenta signos preocupantes de cansancio y de desesperanza. Sobre la humanidad entera. “Envía Señor tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”. Amén. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

CORPUES CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía. Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía. Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas. En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”. Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida. La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna. La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano. Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana. Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla. Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas. Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres. La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres. Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia Q

 

 

CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo. Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos. Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos. Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia. El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”. En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo. Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque. A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen. La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad. ¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia. La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús Q

 

 

 

CORAZÓN DE JESUS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón. El Dios que Jesucristo nos ha revelado no es un Dios lejano e insensible a nuestras necesidades. Por el contrario, es un Dios cercano, que ha enviado a su Hijo único, para que comparta nuestra existencia y nos haga partícipes de su gloria.

Este Dios cristiano no ha tenido otro motivo para actuar así que su inmenso amor por nosotros, que somos criaturas suyas y que quiere hacernos hijos suyos.

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes de la semana siguiente al Corpus) quiere recordarnos esto. Celebrar al Corazón de Jesús es celebrar un amor más grande, que quiere introducirnos en su órbita de amor, para ser amados y enseñarnos a amar. La máxima expresión visible de ese amor es la Cruz y su prolongación en la Eucaristía.

Ante los males del mundo nos interrogamos por qué. El Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos, nos lo ha explicado. Los males del mundo no tienen su origen en Dios, porque Dios sólo es autor del bien. Los males del mundo han sido introducidos en la historia por la incitación del demonio, padre de la mentira, y por el pecado del hombre, que ha mal usado su libertad.

El mal más radical del hombre es querer “ser como Dios” (Gn 3,5; Flp 2,6) y romper con Él para hacerse independiente de Dios, haciéndose a sí mismo norma de sus actos, sin referencia a Dios. Jesucristo, por el contrario, ha entrado en este mundo como hijo, en actitud de amorosa obediencia filial, colgado del Padre, para revelar al mundo que Dios es amor. No hay otro camino para disfrutar de Dios que la actitud de vivir como hijo en relación de obediencia filial al Padre.

Nuestras soberbias y rebeldías han llevado a Jesús a la Cruz, que Él ha vivido con amor, y en la Cruz ha reciclado todos nuestros pecados. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2,24). El culto y la devoción al sagrado Corazón de Jesús ponen ante nuestros ojos el resumen de toda la vida cristiana: el amor.

Dios es amor y se mueve por amor. El hombre está llamado al amor y hasta que no lo encuentra, hasta que no lo vive, está inquieto y desasosegado. El Espíritu Santo es amor de Dios derramado en nuestros corazones. Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados de la casa del Padre.

Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos, haciéndolos sus hermanos. “Este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los cuales recibe tantas ingratitudes”, le dice Jesús a santa Margarita. Jesús se acerca hasta nosotros y nos ofrece su amor, tantas veces olvidado o rechazado por nuestros pecados.

El culto al Sagrado Corazón incluye esa actitud de reparación por los propios pecados y por los del mundo entero. No partimos de cero, hay toda una historia detrás. Por una parte, un amor que nos espera desde toda la eternidad en el corazón de Dios, donde cada uno tenemos un lugar, y además, el Corazón humano de Cristo, reflejo del corazón de Dios y muy sensible a las necesidades de los hombres.

Por otra parte, nuestro alejamiento de Dios: hemos nacido en pecado y, una vez rescatados por la sangre redentora de Cristo, con frecuencia nos apartamos de sus caminos.

Celebrar la fiesta del sagrado Corazón de Jesús significa dejarse envolver por ese amor, que sana nuestras heridas y nos hace disfrutar de los dones del Padre. Significa caer en la cuenta de tantos desamores o desprecios a Cristo, que tanto nos ha amado, y reparar tanto desamor por nuestra parte. Significa tener sed del Espíritu Santo, que brota a raudales del Corazón de Cristo traspasado de amor.

Celebrar el Corazón de Jesús consiste en ponernos como Él en el lugar de los demás, cargando con sus pecados y con todas las secuelas del pecado, venciendo el mal a fuerza de bien. No hay amor más grande, que el que se encierra en el Corazón de Jesús. Ni hay otra fuerza transformadora más potente para instaurar un mundo nuevo de justicia y de paz. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es la solemnidad de la Santísima Trinidad. El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios comunidad en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que viven en la gloria, en la felicidad eterna, antes que el mundo existiera.

Libremente, estas Personas divinas han querido compartir su felicidad, manifestando su gloria en el universo creado. Una creación que ha quedado “prendada de su hermosura”. Y ante el pecado de nuestros primeros padres, Dios no se ha desentendido de nosotros, sino que nos ha enviado a su Hijo, como centro y culmen de la creación y de la historia, como redentor del hombre apartado de Dios por el pecado. Dios se ha empeñado en hacernos felices con Él para siempre.

El drama de la redención pone en juego a las tres Personas divinas, que se han compadecido de nuestra desgracia. El Padre ha enviado a su Hijo, que nacido de María virgen, se ha hecho semejante en todo a nosotros excepto en el pecado; ha sufrido, ha muerto y ha resucitado. Elevado al cielo, nos ha enviado al Espíritu Santo. Nosotros hemos conocido ese amor de Dios sin medida porque Jesús nos lo ha enseñado y nos lo ha demostrado en su vida.

Derramando el Espíritu Santo en nuestros corazones, los Tres vienen a vivir en nuestra alma como en un templo, inyectando la vida divina en nuestra vida, que ya ha empezado a ser eterna y llegará a su plenitud en el cielo.

Este misterio tan sublime se nos ha revelado no para hacer cábalas en nuestra mente de una persona a otra, sino para contemplarlo como una realidad misteriosa que ha puesto su morada en nuestro corazón. No estamos solos, en nuestra alma ha puesto Dios su morada.

La oración consiste precisamente en caer en la cuenta de esa presencia actuante de Dios en nuestra vida. Las tres divinas Personas se aman entre sí en nuestro propio corazón y de ahí brota una corriente de agua viva, que sacia nuestra sed de Dios. Las personas que han recibido una vocación contemplativa y viven en el claustro nos están recordando continuamente este misterio.

En España hay 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos y religiosas (340 masculinos y 8.855 femeninas). Son un caudal impresionante en la vida de la Iglesia. Actualmente el número va decreciendo, faltan vocaciones para mantener ese nivel actual, pero siguen siendo muchas almas contemplativas, que desgastan su vida ante el Señor en oración continua, en la alabanza divina, en la intercesión por la Iglesia y por toda la humanidad.

 Coincidiendo con la solemnidad de la Santí- sima Trinidad, la Iglesia celebra la Jornada pro Orantibus y nos recuerda el valor de esta vocación contemplativa, nos invita a valorarla, apoyarla, orar por todos ellos, los monjes y las monjas contemplativos.

El lema en este año teresiano dice: “Solo quiero que le miréis a Él”. Cuando sus monjas le preguntan a Santa Teresa algunos consejos para tener contemplación, ella entre otras muchas recomendaciones les repite: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (Sta. Teresa, Camino de perfección [V] 26,3).

 La vida contemplativa tiene como motor principal la acción del Espíritu santo que provoca en el alma la fascinación por Cristo en cada uno de sus misterios. Mirarle a Él no es una actitud paralizante, sino dinamizante del seguimiento de Cristo y de la entrega de la vida en ofrenda por la Iglesia.

Los monasterios contemplativos son lugares de oración para todos los cristianos. Nos hacen este gran favor, sea cual sea nuestra vocación: propiciar un clima de silencio y oración, particularmente en la oración litúrgica, en la que ellos y ellas viven continuamente.

Valoremos este gran servicio al pueblo de Dios, y sostengamos nuestros monasterios con nuestro apoyo, nuestra oración, e incluso con nuestra ayuda material. Recibid mi afecto y mi bendición: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio para contemplar, para disfrutar.

 

 

 

 

 

SANTISIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.

No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.

 En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.

Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.

Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.

Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.

La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.

En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).

Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.

En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.

Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.

 No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.

Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.

Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, pero nos dice “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

“Dadles vosotros de comer”. Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y repartir amor a tantas personas que lo necesitan. Amar a todos, amar incluso a los enemigos, es el mandamiento nuevo de Cristo a sus discípulos.

Nuestros contemporáneos necesitan a Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor de las carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios, el hombre está vacío y padece una orfandad que le asfixia progresivamente, aunque esté lleno de cosas exteriores. “Dadles vosotros de comer”.

Urge llevar el Evangelio a todos, llevarles la buena noticia de que Dios es amor y ama a todos, de que Dios perdona siempre. Urge sanar las heridas que el enemigo (Satanás) ha producido en el alma. Urge restaurar al hombre herido por el pecado y abocado a la muerte.

 Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios. Necesitamos alma de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.

Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.

2º Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿Cuáles son sus necesidades? ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DOMINGO II PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás. Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento. Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea. María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes. Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo. A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer. Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe. Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor. Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renová- ramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado. No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística. Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado… Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29). San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia. Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo. Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial. Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad? Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos. La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo Q

 

 

DOMINGO DE PASCUA:YO SOY EL BUEN PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús. En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor. La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros. En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza. La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas. Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño. Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz. Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor. Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente. En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración. Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias. El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado. En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas. Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto. La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada. Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pastor Q

 

 

MES DE MAYO, MES DE MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo. El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas. El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados. Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud. Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua. María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad. Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia. Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones. Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta. Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano. La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido. La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más. Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir. En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espí- ritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cená- culo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos. ¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba Q

 

PRIMERAS COMUNIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad, los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera comunión. Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes que vivimos en la infancia. El momento de la primera comunión, con sus antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena y en el cielo para siempre. Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden oscurecerse estas vivencias. Pero la referencia a aquella experiencia feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia de la primera comunión. A lo largo de mi vida pastoral he encontrado con casos muy llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella experiencia de la primera comunión, reseteando su vida y centrándola en lo verdaderamente importante. Fueron felices con Dios, conocieron a Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera comunión, que nadie pudo darles nunca. Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de Dios para siempre. En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos. Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin pretextos que retardan nuestra respuesta. Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una sincera confesión fruto de una sincera conversión. Los adultos hemos de evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión. Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de nosotros. A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. Recibid mi afecto y mi bendición: Niños de primera comunión Q

 

 

MAYO, ASCENSIÓN, AL CIELO CON ELLA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Coincide el final del mes de mayo con la fiesta de la Ascensión del Señor. Y a lo largo del mes de mayo está presente de manera especial María, la madre de Dios y madre nuestra. Ella nos acompaña en el camino de la vida para llevarnos al cielo, a la patria donde Dios nos ha preparado el gozo eterno de los santos. La Ascensión del Señor consiste en que Jesús, después de cuarenta días apareciéndose a sus discípulos para mostrarles que estaba vivo, que había resucitado, subió al cielo delante de sus ojos hasta que desapareció de su vista. Ese cuerpo glorioso, animado por un alma humana como la nuestra, ha ido a la gloria con el Padre, indicándonos al mismo tiempo cuál es la meta y cuál es el camino. La meta es Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que nos ha preparado el hogar del cielo para hacernos felices con Él para siempre. El camino es la santa humanidad de Cristo, como puente y escalera que Dios nos ha dado a toda la humanidad para que pasando por Él lleguemos a la meta. La Ascensión del Señor es el culmen de una vida y de una misión. El Hijo, enviado por el Padre, ha venido a la tierra para llevarse consigo a la humanidad cautiva, liberándola de los lazos de muerte que la atan y otorgándola la libertad de los hijos de Dios. Y elevado al cielo, nos enviará el Espíritu Santo, que hace posible esa libertad desde dentro de nuestro corazón. Jesús no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino para prepararnos un sitio y tirar de nosotros hacia arriba. Ese itinerario ascendente nos muestra que estamos llamados al cielo, y esa esperanza nos sostiene en la construcción de un mundo nuevo, en el que reine la justicia y la paz entre todos los hombres. En la Ascensión del Señor estamos llamados a elevarnos de nivel, pero no porque nosotros subimos un escalón más, sino porque somos elevados por la fuerza del Espíritu a niveles inimaginables, con tal de que no impidamos con el peso de nuestra culpas ese vuelo hacia arriba. En ese camino de ascensión, María nos precede, como en todos los aspectos de la vida cristiana. Ella ha sido la primera redimida, la mejor redimida. Inmaculada desde el comienzo, madre virginal del Redentor, terminado el curso de su vida terrena fue elevada al cielo en cuerpo y alma, fue trasplantada como una flor preciosa, con tierra y todo, hasta la patria celestial. En ella vemos cómo su elevación al cielo ha sido obra del Espíritu en ella, por eso hablamos de asunción. Y en ella vemos nuestro propio destino, que no consiste sólo en ir al cielo, sino en ir al cielo con todo nuestro ser, alma y cuerpo. La fiesta de la Ascensión del Señor tiene su cumplimiento en la fiesta de la Asunción de María (15 de agosto). Una vez más, Él y ella van inseparablemente unidos desde aquel momento culminante de la Encarnación, que unió a los dos para siempre. El misterio de María se entiende a la luz del misterio de Cristo, y el misterio de Cristo se entiende mejor cuando lo vemos cumplido en María, como primicia de lo que Dios va a realizar en cada uno de nosotros. “¡Al cielo con ella!” es el grito del capataz que manda en un paso de palio, y todos a una levantan a la madre de Dios. En estos días, este grito se hace realidad en nuestras vidas. No somos nosotros quienes levantan a María, es ella la que nos levanta con la fuerza atrayente de su asunción. Pero en el origen está Jesús que, con su poder divino, ha ascendido al cielo, mostrándonos a todos el camino y la meta: con Él y hasta la gloria que Dios nos tiene preparada. “¡Al cielo con ella!” es un nuevo estímulo en este final de mayo para celebrar la Ascensión del Señor, situándonos con Jesús en la gloria, desde donde vivimos nuestra vida terrena, todavía sometida a las pruebas de esta etapa. El pensamiento del cielo no como una utopía inalcanzable, sino como una realidad que nos espera, es el mejor estímulo para seguir caminando con esperanza, es la mejor fuerza para superar las dificultades de la vida, incluida la muerte, porque en el cielo nos espera Jesús y nos espera siempre nuestra madre María. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Al cielo con Ella! Q

 

 

PENTECOSTÉS, ESPÍRITU SANTO Y APOSTOLADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. A los cincuenta días de la Pascua, fue enviado el Espíritu Santo desde el seno del Padre, por el cauce de la humanidad santísima de Jesucristo, de cuyo costado, abierto por la lanza, manó sangre y agua. Y llenó toda la tierra, renovándola. La fiesta litúrgica de Pentecostés tiene la capacidad de actualizar aquella efusión del Espí- ritu Santo, para renovar hoy todo el universo. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo, alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Esa fuerza potente del Espíritu Santo no es una energía anónima, que pudiera desprender el cosmos. No. Se trata de una relación personal, una relación de amor, de tú a tú. El Espíritu actúa silenciosamente en nuestros corazones y los va inflamando con el fuego de su amor, nos va recordando las cosas de Jesús y nos da la profunda convicción de que somos hijos de Dios y miembros de su familia que es la Iglesia. El Espíritu Santo prende en el corazón de los creyentes para hacerlos testigos: “Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo. Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo...” (himno litúrgico). La fiesta de Pentecostés es por tanto la fiesta del apostolado. Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, fueron fortalecidos con la fuerza de lo alto y se convirtieron en testigos valientes de Jesús en medio del pueblo, dispuestos incluso a sufrir persecución y hasta martirio por amor a Jesús. Las vigilias y la misma fiesta de Pentecostés en cada una de las parroquias quiere alentar en todos el dinamismo apostólico que hoy necesita la Iglesia para presentarse ante el mundo como la Esposa de Cristo, signo transparente de su presencia y de su amor en el mundo, santa e inmaculada en medio del mundo. Es el día del apostolado seglar. Los fieles laicos en la Iglesia son como un enorme gigante dormido, que va despertando para asumir la tarea propia en la Iglesia y en el mundo: imbuir las realidades de este mundo con el espí- ritu del evangelio, a manera de fermento, como sal de la tierra y como luz del mundo. Renovarlo todo para llevarlo a su plenitud, purificándolo de todo lastre. La familia se hace nueva, el amor humano se hace nuevo, el trabajo adquiere un sentido nuevo, la vida social es otra cosa, y hasta la polí- tica adquiere su verdadera dimensión de servicio a la sociedad en el ejercicio de la caridad social. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo, dejemos que entre en nuestros corazones. Es el día de la Acción Católica. Desde los primeros pasos, la Acción Católica vio en esta fiesta de Pentecostés su fiesta propia, en la cual tomar conciencia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia y tomar impulso para su apostolado. Y concretamente de los laicos que viven en torno a la parroquia y a sus pastores, siguiendo sus planes pastorales y desembocando en la parroquia sus colaboraciones para convertirla en una comunidad viva, con un fuerte sentido de comunión, en la participación y en la corresponsabilidad eclesial. No es la única forma de participación de los laicos en la vida de la Iglesia. En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Pero la Acción Católica ha gozado siempre de una preferencia por parte de los pastores, porque en su propia naturaleza se confiesa como estrecha colaboradora del apostolado parroquial y diocesano. En estrecha comunión con los pastores, en estrecha colaboración con la jerarquía y como vínculo de comunión entre todos los fieles laicos de la parroquia, actuando públicamente en nombre de la Iglesia. Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven y haz nuevas todas las cosas, renovando nuestro corazón. Recibid mi afecto y mi bendición: Espíritu Santo y apostolado Q

 

 

 

 

SANTISIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.

No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.

 En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.

Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.

Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.

Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.

La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.

En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).

Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.

En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.

Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.

 No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.

Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.

Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición.

VERANO, YO ME APUNTO A RELIGIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Está abierto el plazo para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión. La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana, a ser solidario con el amor de Cristo con todos los desfavorecidos de la tierra. Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Si haces la primera comunión, si acudes a confirmarte, sería una incoherencia no apuntarte a Religión católica en tu escuela. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en la diócesis de Córdoba, tanto en los centros públicos como en los concertados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo. Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente, en la Constitución española y en las leyes. A veces, podíamos pensar que se intenta por todos los medios eliminar esta asignatura, porque no se favorece, sino que se obstaculiza lo más posible. A pesar de todo, los padres siguen pidiendo Religión católica para sus hijos en un altísimo porcentaje: más del 90 % en primaria y más del 70 % en secundaria. En mis visitas pastorales, no dejo de acudir a la escuela, y me reciben con gran alegría los alumnos. Agradezco la buena acogida, salvo rarísimas excepciones, por parte del equipo directivo, el consejo escolar, los padres y los alumnos. Se trata de un verdadero acontecimiento pedagógico del Centro, en el que la inmensa mayoría de alumnos son católicos y alumnos de Religión cató- lica. Ellos lo demandan, no se lo impidamos. Tener clase de Religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres. Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Y esos mismos alumnos, que han elegido libremente la Religión como asignatura, tienen derecho a que el Obispo los visite. El Obispo, por tanto, visita las aulas no invocando un privilegio del pasado que hay que superar, sino como un derecho de los niños y jóvenes de hoy. Los derechos de los niños deben ser respetados por todos. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia. En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. La presencia de la Religión en la escuela no hace daño a nadie, y beneficia a todos los que la eligen. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza. Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad. Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia. Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos. Con mi afecto y bendición: Yo me apunto a Religión Q

 

 

 

LE ACOMPAÑABAN ALGUNAS MUJERES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el discipulado de Jesús había varones y mujeres. Por unas razones o por otras, en el grupo más amplio de los que iban con Él, lo acompañaban algunas mujeres: “María Magdalena, Susana, y otras muchas” (Lc 8,3). Son muchas las mujeres que aparecen a lo largo del Evangelio. Se trata de un hecho insólito en la época de Jesús.

En aquella época, las mujeres no tenían ni voz ni voto, no iban a la escuela, no tenía valor su testimonio, no contaban para nada en la sociedad. Y Jesús las acogió en su escuela, entre sus discípulos, en su seguimiento. “Es algo universalmente admitido –incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano– que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad” (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem 12).

Habríamos de empezar por la mujer elegida para ser madre de Dios, María. Ella es la criatura más excelsa entre todas las personas humanas: llena de gracia, sin pecado concebida, madre y virgen, asunta a los cielos incluso con su cuerpo. Dios, de entre todas las personas que ha elegido para colaborar con Él, ha elegido una mujer no sólo como madre de su Hijo divino para hacerse hombre, sino como principal colaboradora en la obra de la redención.

Antes que ninguno de los demás discípulos, antes que los mismos apóstoles, antes incluso que Pedro, está María, la mujer por excelencia, que aparece siempre junto a Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Y lo acompaña en el cielo como madre e intercesora nuestra.

 En ella, Dios ha manifestado una predilección por la mujer, y en ella toda la humanidad ha de encontrar el referente de la verdadera dignidad de la mujer en todos los tiempos. Algunos se empeñan en reivindicar hoy el sacerdocio femenino, el sacerdocio de la mujer, como si fuera un derecho, como si fuera una cota de poder.

La Iglesia no es dueña absoluta de los dones que le ha otorgado su Maestro, y ha respondido que no puede hacer algo diferente a lo que ha hecho su Maestro y Señor, Jesucristo (JPII, Ordinatio sacerdotalis, 1994).

El sacerdocio ministerial es un don, nunca un derecho. Por tanto, no puede entrar en el mercado de los derechos humanos, ni debe ser objeto de reivindicaciones. Y de manera definitiva la Iglesia ha establecido que la ordenación sacerdotal sólo puede concederse a varones. Esta sentencia no podrá ser reformada nunca jamás, porque el Papa Juan Pablo II la ha dictado apoyado en el ejemplo de Jesús, en la Palabra de Dios, en la tradición viva de la Iglesia y en su infalibilidad pontificia.

Con ello, Jesucristo no ha hecho de menos a la mujer, porque la ha igualado en todo con el varón. Por ejemplo, en los temas de matrimonio, cuando la mujer no tenía ningún derecho y podía ser repudiada en cualquier momento, Jesús sitúa a la mujer a la misma altura que el varón. No sólo la mujer comete adulterio si se va con otro, también el varón comete adulterio si se va con otra (cf Mt 19,9), porque Dios los ha hecho iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios.

Esta postura de Jesús sorprendió fuertemente a sus discípulos, pero Jesús dejó establecida esta igualdad fundamental, que la Iglesia tiene que respetar y promover a lo largo de los siglos. El papel de la mujer en la Iglesia es de enorme importancia, no sólo porque todas las mujeres están llamadas en cuanto tales a la santidad, sino porque a ellas de manera especial les ha sido encomendado el cuidado del ser humano, desde su concepción hasta su muerte.

En el matrimonio o en la virginidad, el corazón de la mujer está hecho para la maternidad, para proteger al ser humano, especialmente a los más débiles e indefensos. Nada más cálido para el ser humano que el regazo de una madre. El “genio” femenino y el corazón de la mujer está hecho para amar, para acoger, para expresar la ternura de Dios con el hombre.

El feminismo cristiano ha ofrecido a la humanidad grandes mujeres, plenamente femeninas, a imagen de María, la madre de Jesús, y entregadas de lleno, en la virginidad o en el matrimonio, a una maternidad amplia y fecunda.

La mujer no ha de dejar de ser mujer para ser más, sino que precisamente siendo mujer, plenamente mujer, encontrará su plenitud.

Entre los seguidores de Jesús había mujeres, hoy en nuestras parroquias, grupos y movimientos prevalecen las mujeres. Reconozcamos el papel de la mujer en la Iglesia para ser fieles a Jesús y su Evangelio. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Acabado el curso pastoral, viene la cosecha. Cinco (3+2) nuevos presbíteros para la Iglesia en la diócesis de Córdoba. Tres son ordenados en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, y otros dos en fecha posterior, por razones de edad. Demos gracias a Dios por todos ellos. Su ordenación presbiteral atañe no sólo al Seminario, que ve coronados sus frutos en un día tan gozoso, sino a toda la diócesis, que se alegra de recibir el don de estos nuevos sacerdotes para que hagan presente a Cristo sacramentalmente.

La Iglesia no la componen solamente los pastores (obispos y presbíteros), sino que está llena de fieles laicos y muchos consagrados/as. Pero en la naturaleza de esta Iglesia santa, tal como la ha fundado Jesucristo, el ministerio apostólico es insustituible: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Es lo que llamamos la dimensión petrina de la Iglesia, es decir, el ministerio sacerdotal, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.

Aquella primera comunidad de los apóstoles, los Doce, se ha ido extendiendo y ampliando a lo largo de los siglos por toda la tierra con sus sucesores, los obispos, y sus colaboradores, los presbíteros. Son necesarios los pastores para que la Iglesia exista y permanezca en el tiempo, y a ellos de manera especial se les confía la misión de: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 29,19).

La Iglesia es misionera en su entraña más honda, y todos hemos de acoger este mandato de Cristo, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado. Pero los pastores han de encabezar el cumplimiento de este mandato hasta los confines de la tierra y hasta el final de los tiempos.

Entre todas las funciones que se le encomiendan al sacerdote, destaca la de representar a Cristo en la celebración eucarística. Jesús cumple su promesa de estar entre nosotros hasta el final de los tiempos, de manera especial por el ministerio de los sacerdotes que lo traen al altar en la santa Misa.

E igualmente, gracias al ministerio del sacerdote, Jesús puede perdonar nuestros pecados y devolvernos la gracia cuando la habíamos perdido, por medio del sacramento del perdón. La acción del sacerdote se extiende a otros muchos aspectos: predicación de la Palabra, atención y consuelo a los enfermos, instrucción a los niños, orientación a los jóvenes, acompañamiento a los esposos, etc. Ayuda a todos, particularmente a los más pobres, para que alcancen la dignidad de hijos de Dios.

La diócesis de Córdoba está de fiesta y exulta de gozo ante esta ordenación sacerdotal. Nuestra oración constante, pidiendo al Señor que “mande obreros a su mies”, ha sido escuchada, y estamos alegres y agradecidos. Hemos de continuar orando para que no nos falten nunca sacerdotes que nos traigan a Cristo. Son un don de Dios para la Iglesia y para el mundo, y el Señor ha condicionado estos dones a nuestra oración de petición: “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Mt 9,37).

En todas las parroquias, en todas las comunidades y grupos apostólicos, en todas las familias, oremos incesantemente para que Dios nos dé obreros en su viña, y oremos también por la perseverancia de los que han sido consagrados en el orden sacerdotal, para que sean fieles a tan altos dones recibidos para el servicio de la Iglesia.

Que no busquen su interés, sino el de Cristo. Que estén dispuestos a gastar su vida por Él y por los hermanos. Que entreguen su vida diariamente para que otros tengan Vida eterna. “¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!”. Sacerdotes según el Corazón de Cristo.

Recuerdo cómo lloraban aquellas gentes sencillas de Picota-Perú, cuando hace tres años llegaron dos sacerdotes misioneros de nuestra diócesis, a los que tuve la suerte de acompañar. Al terminar la Misa, pregunté sorprendido por qué lloraban, y me dijeron: “Padre, no sabemos cómo agradecer a Dios el bien que nos ha concedido. En nuestro pueblo (y en toda aquella zona) no ha habido nunca sacerdotes. Le hemos pedido a Dios un sacerdote, ¡y nos ha enviado dos!”. ¿Veis? Los pobres son siempre agradecidos.

Pues eso, Dios nos concede a la diócesis de Córdoba este año cinco nuevos sacerdotes. Cómo no vamos a darle gracias, llorando de gratitud. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres y contentos”. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

SEPTIEMBRE: FIESTA DE LOS CRISTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 14 de septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Cruz gloriosa de mayo, la Cruz que ha florecido en la resurrección, la Cruz que se ha convertido en la señal del cristiano, porque en ella Jesucristo ha muerto para redimir a todos los hombres. Es una fiesta que marca el comienzo del curso pastoral: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo… (con la señal de la santa Cruz).

Y este año la fiesta reviste especial importancia, porque el mundo cofrade celebra una expresión solemne de la fe cristiana con un Viacrucis Magno, en el que confluyen 18 pasos de nuestra semana santa cordobesa. Realmente es un acontecimiento extraordinario y esperamos que sea una magna expresión de fe, que a su vez alimente la fe de los participantes.

El cortejo procesional, que comienza con la Reina de los Mártires, termina en la Santa Iglesia Catedral, templo principal de la comunidad católica de Córdoba, donde todos adoraremos a Jesús Sacramentado, vivo y glorioso en la Hostia, después de haberlo acompañado en sus imágenes de pasión camino de la cruz (viacrucis): Huerto, Rescatado, Penas, Redención, Sentencia, Coronación de Espinas, Pasión, Caído, Encuentro/ Verónica, Humildad y Paciencia, Amor, Expiración, Ánimas, Descendimiento, Angustias, Santo Sepulcro, Resucitado.

Fue el beato Álvaro de Córdoba, patrono de la Agrupación de Cofradías de la ciudad, quien introdujo esta práctica del Viacrucis en occidente. A la vuelta de su viaje a Tierra Santa en 1419, construyó las catorce estaciones en torno al convento dominico de Escalaceli en Córdoba, para contemplar ese camino de la pasión que culmina en la cruz del calvario.

Santo Domingo, su fundador, había inventado y difundido el rezo del rosario, para contemplar los misterios de la vida de Jesús. El beato Álvaro inventó el ejercicio del viacrucis, como lo había visto en la vía dolorosa de Jerusalén.

Así, de manera gráfica y sensible podía hacerse este recorrido, acompañando con los propios sentimientos los sentimientos de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), generando una empatía de Cristo al creyente y del creyente devoto a Cristo.

 El viacrucis, por tanto, tiene mucho de cordobés. De aquí, se extendió a todo occidente. La piedad popular, y más en Andalucía, tiene su propio mundo, es como un universo en el que se mezclan el aspecto sensible, sentimientos profundos, costumbres y formas, imágenes y ritos, solemnidad y cercanía.

Es un mundo que ha brotado de la fe, que se vive de padres a hijos. Y a veces es el sentimiento religioso más profundo que sostiene la esperanza de una persona, sobre todo en momentos decisivos.

La piedad popular, como todo, tiene sus riesgos, pero tiene sus grandes valores. Nunca debe perder el norte de que ha nacido en la fe y debe vivirse en clima de fe. Cuando se queda en lo superficial o se reduce a mero acontecimiento cultural, corre el riesgo de desaparecer. La piedad popular es la fe de los sencillos, pero no debe confundirse con una fe sin raíces. No debe perder la conciencia de que ha nacido en la Iglesia católica y a ella pertenece, y esa pertenencia salvaguarda de interferencias culturales y políticas de turno.

El mundo cofrade es gestionado por seglares, y por cierto muy capaces, pero necesita del sacerdote para garantizar la formación y la comunión eclesial, e insertarse en la vida ordinaria de la parroquia.

El mundo cofrade, como la misma vida, necesita renovación continua. Y esa renovación le viene de dentro, es decir, del fervor con que se vive la fe y la pertenencia a la cofradía y la decisión de arrimar el hombro cuando haga falta (nunca mejor dicho).

El mundo cofrade no es para personas deseosas de protagonismo o personalismo, que no han podido encontrarlo en otros ámbitos de la vida. Cuando esto es así, la cofradía es un problema continuo. En el mundo cofrade, como en toda la vida cristiana, vale quien sirve, y no vale quien quiere servirse de la cofradía para sus intereses.

He expresado en varias ocasiones mi aprecio por la piedad popular vivida en el mundo cofrade. Esta es una ocasión propicia para agradecer a tantas personas las horas que gastan en preparar y sacar a la calle sus sagrados titulares, los ensayos de costaleros y las bandas de música.

Cuando sale a la calle una procesión de éstas, se remueve y se conmueve toda la sociedad. Que este movimiento abra rendijas por las que pueda entrar la luz de la fe en tantos corazones, para que experimenten ese amor más grande que sólo Dios y su Madre bendita son capaces de dar. Vivamos con mucha fe este Viacrucis Magno. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

 

   DOMINGO: DIOS O EL DINERO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?” (Lc 16, 11), nos dice Jesús en el Evangelio de este domingo.

Lamentablemente, asistimos a noticias de corrupción casi todos los días, como si el dinero fuera un exponente de la vida real. Nos duele especialmente que esto se produzca en el ámbito de la administración pública, donde se administra el dinero de todos, cuando hay recursos para todos, y por la avaricia de algunos, muchos se quedan sin lo necesario para vivir.

Pero este combate se libra en el corazón de cada uno, de cada familia, de cada institución, también dentro de la Iglesia, donde sus hijos también son pecadores. El dinero se convierte en una tentación de quien busca seguridades y, al encontrarlas en el dinero, prescinde de Dios.

El dinero no es malo, incluso es necesario para vivir, pero Jesús nos advierte del peligro del dinero y nos invita a abrazar libremente la austeridad de vida y la pobreza voluntaria. Máxime cuando el desequilibrio mundial en este punto es tan escandaloso: unos mucho, hasta rebosar y derrochar; y otros, nada, ni siquiera lo necesario para vivir.

Jesús, siendo dueño de todo, se ha despojado de todo, dándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Por eso, Jesús, que va siempre delante de nosotros con su vida, nos advierte severamente: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).

Llega un momento en que el dinero es antagonista de Dios, y tenemos que elegir. O Dios o el dinero. Si uno elige a Dios, tendrá que “perder” dinero. Si uno elige el dinero, pierde a Dios, se queda sin Dios.

Cuando uno no tiene a Dios ni le importa Dios, es muy explicable que se agarre al dinero, aunque éste nunca le dará la felicidad, y más bien temprano que tarde tendrá que dejarlo todo cuando le llegue la muerte. Pero es inconcebible que un creyente, que tiene a Dios como Dios, se aferre al dinero hasta el punto de perder a Dios. Este es uno de los dilemas de la vida, que se plantea continuamente. “Ningún siervo puede servir a dos amos” (Lc 16, 13).

El amor a Dios nos va sacando continuamente de nosotros mismos, el amor a los demás nos hace solidarios con actitudes de caridad cristiana con quienes padecen necesidad de cualquier tipo, y nos lleva a compartir lo que tenemos, aquello que legítimamente hayamos recibido.

Por el contrario, el amor a sí mismo nos aleja de los demás, nos hace tantas veces injustos, y sobre todo nos aleja de Dios, al preferir el dios dinero. Jesús nos invita en el Evangelio a ser astutos en la consecución de la meta, de lo único importante de nuestra vida: la santidad, el ser hijos de Dios en plenitud. A través de los bienes de este mundo –nuestras cualidades, nuestros recursos, nuestro tiempo, nuestra salud, etc.– perseguir hasta alcanzar esa meta a la que somos llamados.

El derroche de los bienes que Dios nos ha dado, nos lleva a la ruina y a ser rechazados por el amo de la hacienda. Emplear esos bienes para alcanzar la salvación eterna, haciendo el bien a los demás, nos hará triunfar en la vida.

Dios nos invita a ser generosos, a dar más de lo que corresponde. Dios nos invita incluso a ser misericordiosos, es decir, a parecernos a él. Perdonando a quien nos ofende, reaccionando con amor ante quien no nos ama e incluso nos persigue. Esta es la generosidad divina y así quiere hacernos a nosotros generosos.

Dios tiene mucho que ver con el dinero, y, donde está Dios, el dinero se emplea de manera apropiada. Donde no está Dios, la avaricia no encuentra límite ni freno. ¿Cómo empleamos el dinero? Cuánto gastamos y en qué. Es un test importante para saber si nuestra vida discurre por buen camino. Y de ello seremos juzgados por Dios. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

EL JUICIO DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Somos muy sensibles a lo que sale en la prensa, y parece que lo que no sale en los periódicos no existe. Para el creyente, sin embargo, su referencia es el juicio de Dios: qué piensa Dios de esto, cómo seré juzgado por Dios en aquello. “Ten presente el juicio de Dios, y no pecarás”, recuerda una clásica sentencia cristiana.

El examen de conciencia consiste en ponerse delante de Dios y dejarse iluminar por su juicio, siempre misericordioso y consonante con la verdad. Dios me conoce, sabe mis intenciones mejor que nadie, mejor que yo mismo. Dios que me conoce, me ama, me perdona, me estimula a ser mejor, y desde esa perspectiva acepto ser corregido, porque a la luz de ese amor me es más fá- cil ver mis deficiencias, mis pecados.

El juicio de Dios se muestra implacable con los que plantean su vida en el lujo, el derroche, la vida disoluta y, consiguientemente, no se acuerdan de los pobres que no tienen ni siquiera lo necesario para vivir.

Hay muchos “lázaros” a las puertas de nuestras casas, en nuestro ambiente de pueblo o ciudad: gente sin trabajo, sin una vivienda segura, sin futuro, jóvenes enganchados a la droga y al sexo fácil sin afán de superación, personas derrotadas por el alcohol, enfermos incurables, situaciones que suscitan lástima en quien las contempla.

En unos casos, el sujeto tiene su culpa; en otros, son víctimas del mundo en que vivimos. En todos, las heridas están ahí y supuran. Y levantando la mirada, son millones de personas en el mundo las que no tienen lo elemental para vivir: comida escasa, cuando no se mueren de hambre; sin asistencia sanitaria, expuestos a la muerte por cualquier motivo que podría curarse fácilmente; sin una familia estable que sirva de cobertura y dé seguridad; sin acceso a la cultura elemental; incluso, sin que les haya llegado la buena noticia de Jesucristo redentor.

No podemos pasar indiferentes ante estas situaciones. El juicio de Dios llega a nuestra conciencia para decirnos que somos responsables de tales injusticias. No echemos la culpa a Dios de lo que hacemos mal los humanos, y pongámonos a la tarea de hacer un mundo más justo y más fraterno, precisamente porque tenemos un mismo Padre Dios.

No podemos plantear nuestra vida en el lujo, en los banquetes, en la ropa de moda, en los viajes de placer, en el gasto sin freno, cuando en el mundo, cerca o lejos de nosotros (hoy nada está lejos), hay tantos pobres sin lo elemental para vivir.

No tranquilicemos nuestra conciencia repartiendo algunas migajas de lo que nos sobra, pues todo lo que hemos recibido tiene una hipoteca social. Nos es dado para administrarlo en favor propio y en favor ajeno. No somos dueños absolutos de nada, aunque tengamos derecho a usar lo necesario.

Las personas e instituciones de Iglesia hemos de tener delante de los ojos esta parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19- 31), porque creemos en el juicio de Dios, que nos pedirá cuentas del talante de vida que hemos llevado, de cómo hemos administrado los bienes, los propios y los institucionales, de cómo hemos atendido a los “lázaros” de nuestra puerta y del mundo entero. Y el juicio de Dios será implacable para quienes no tuvieron esa perspectiva de eternidad, a la luz de la cual intentaron ser justos en su vida terrena.

Las heridas de nuestros contemporáneos están clamando misericordia por parte de quienes hemos conocido el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y hemos recibido ese amor en el don de su Espíritu Santo.

Salimos al encuentro de nuestros hermanos necesitados no sólo porque su necesidad y su carencia claman al cielo, sino porque Dios está de su parte y reserva un juicio severo para quienes, ante tales situaciones, no abrieron su corazón a la misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).

El que no es capaz de amar, provocado por la necesidad de sus hermanos, se va incapacitando para recibir ese amor que le espera en la vida eterna. Se cierra al amor, y en eso consiste la condenación eterna.

El que no atiende a su hermano necesitado se pone en peligro de condenación eterna, como le sucedió al Epulón del evangelio, y nos recuerda Jesús ante el juicio final: “Tuve hambre y no me disteis de comer… Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41-42).

El juicio de Dios nos alerta. Nos ponemos delante de Dios y actuemos en consecuencia. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DOMINGO AUMENTA MI FE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Auméntanos la fe” (Lc 5, 7). En el Evangelio de este domingo, con esta petición se acercan a Jesús los apóstoles, porque esta es la clave del seguimiento de Cristo. O tienes fe, y le sigues. O no tienes fe, y le dejas. O –lo más frecuente- vives una situación bipolar, que va desde momentos de fervor, en los que todo es muy fácil, a momentos de oscuridad en los que todo se hace cuesta arriba.

La vida de fe es la respuesta al don de Dios que sale a mi encuentro, me habla en su Palabra y en los acontecimientos de mi vida y de la historia, y espera una entrega total de mi persona a la llamada continua que Él me hace. La fe es don y tarea, regalo y esfuerzo. La fe comienza en Dios, que tiene siempre la iniciativa y viene a plenificar una búsqueda del hombre, que sólo en Dios alcanza esa plenitud. “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, nos recuerda san Agustín.

Nos encontramos en el Año de la fe, que abrió el Papa Benedicto el 11 de octubre de 2012, para conmemorar el 50 aniversario del concilio Vaticano II, y concluirá el Papa Francisco el próximo 24 de noviembre de 2013, fiesta de Cristo Rey del universo.

Un año largo para darle gracias a Dios por el don de la fe, profundizar en el significado de este don y el compromiso personal que lleva consigo y descubrir sus ramificaciones en todos los ámbitos de la vida. En el contexto de este Año de la fe, el Papa nos ha regalado una encíclica, “Lumen fidei” (29.06.2013), escrita a cuatro manos, es decir, redactada en gran parte por el Papa Benedicto y rematada por el Papa Francisco.

Esta encíclica explica la fe desde distintas perspectivas, pero sobre todo presenta la fe como una luz deslumbrante, que ilumina todos los aspectos de la vida presente y de la vida futura, incluido el más allá.

La fe no es un sentimiento pasajero, no es una emoción del momento, no es algo fugaz, como casi todo lo que nos rodea. La fe consiste más bien en ver la vida, las cosas, a los demás, la historia, con los ojos de Dios, con los ojos humanos de Cristo. ¿Y eso cómo puede ser? Porque abrimos el corazón a Dios que se comunica y respondemos en la obediencia a Dios que quiere el bien del hombre.

Para creerle a Dios, él nos ha dado abundantes signos a lo largo de la historia de la salvación, pero sobre todo nos ha dado a su Hijo Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que ha entregado su vida por nosotros y muriendo ha destruido la muerte para resucitar glorioso del sepulcro. Sólo el amor es creíble.

Y en Jesucristo el amor de Dios al hombre ha llegado a su máxima expresión. En Jesucristo Dios nos ha dicho que nos ama, y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Ese amor, que nos precede, es un amor creíble. Y por eso, movidos por su Espíritu, respondemos en la misma onda: entregando nuestra vida, toda nuestra vida, a Dios que va siempre por delante. La fe no es algo individual, sino una realidad comunitaria.

Creemos en el seno de la Iglesia, creemos lo que la Iglesia nos enseña, creemos por el testimonio de la Iglesia. Y en la Iglesia están nuestros padres, nuestros catequistas, nuestros sacerdotes, tantas personas que nos han ayudado a creer, está el Magisterio de la Iglesia, está el Catecismo de la Iglesia Católica, precioso resumen de la fe. Tantos hijos de la Iglesia han vivido este diálogo de salvación entre Dios y el hombre, de tantas maneras, que se convierten para nosotros en testimonios fuertes y en crédito seguro para nuestra vida de fe. Son los santos.

Por eso, Jesús nos dice: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...”, seríais capaces de hacer obras grandes, y además al hacerlas nos parecerá que “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, como lo más natural del mundo. Para el que no es creyente, para el que tiene la fe oscurecida o nublada, muchas cosas le parecen imposibles.

Pero para el creyente, tales cosas no son imposibles, porque para Dios no hay nada imposible y colaborando con él nos hace casi omnipotentes. Si tuviéramos fe como un grano de mostaza… Auméntanos la fe, Señor.

 En este Año de la fe y siempre. Una fe honda y bien arraigada en la verdad. Una fe que se expresa en el amor. Una fe que surte siempre esperanza, incluso en los momentos decisivos del sufrimiento y de la prueba. Una fe que mueva montañas. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

MÁRTIRES DEL 36

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia en España celebra una jornada gloriosa con la elevación a los altares de 522 mártires de la persecución religiosa de los años ‘30 del siglo XX (II República y Guerra Civil). Diez de ellos Carmelitas en nuestra diócesis de Córdoba, cuatro en Montoro: José María Mateos, Eliseo María Durán, Jaime María y Ramón María; y seis en Hinojosa del Duque: Carmelo María, José María González, José María Ruiz, Antonio María, Eliseo María Camargo, y Pedro. Algunos nacidos también en nuestra diócesis: Carmelo María en Villaralto, Jaime María en Villaviciosa, Eliseo María Durán en Hornachuelos y de este grupo, andaluces todos menos uno.

Esta tierra andaluza, además de buen vino y buen aceite, tiene estos vástagos que hoy nos honran a todos, como los mejores hijos de la Iglesia y de esta tierra. En el total de los 522 hay sacerdotes, monjes, religiosos/as y seglares de toda España. Una vez más, España tierra de mártires

¿Por qué son glorificados? Porque supieron amar hasta el extremo, porque cuando los atacaron y los mataron, supieron perdonar al estilo de Cristo. Y eso lo aprendieron de Cristo, eso lo han recibido del Espíritu Santo que les dio fuerza en el momento supremo, eso lo han recibido en el seno de la Iglesia que se lo ha enseñado.

La vida cristiana de estos hombres y mujeres ha frutado en un testimonio martirial asombroso. Ellos no son caídos en el campo de batalla, ni una bala perdida acabó con sus vidas en medio de la refriega, donde suelen caer de uno y otro bando. No. Ellos fueron buscados en sus casas y en sus conventos, fueron llevados al paredón por ser curas o monjas, por ser hombres y mujeres de Acción Católica, por ser cristianos. Fueron asesinados por odio a la fe. Y muchos de ellos fueron asesinados después de horribles torturas, con terrible ensañamiento. La patria hace bien de honrar a sus héroes, pero aquí estamos hablando de otra cosa.

Hablamos de mártires, de personas que han amado hasta el extremo y han preferido morir antes que apartarse de Dios o dejar de ser cristianos. Un proceso minucioso y con garantías científicas de historicidad ha examinado cada caso y nos propone uno por uno a estos mártires, es decir, a personas que han sido asesinadas por odio a la fe y han muerto perdonando a sus enemigos.

Cuando la Iglesia honra a sus mártires, no recrimina a sus verdugos, sino que celebra el amor más grande de sus hijos, que han sido capaces de mostrar ante el mundo la victoria definitiva del amor sobre el odio, del perdón sobre la brutalidad de los ultrajes. “No olvidamos, pero perdonamos”, como nos ha enseñado Jesús nuestro Maestro.

La memoria histórica que hacemos de estos mártires no es para azuzar el odio, ni para reivindicar ningún derecho, sino para cantar las alabanzas de Dios y estimularnos en el amor y en el perdón. Es por tanto una fiesta de gloria y de misericordia.

Una vez más constatamos que la última palabra no la tiene el odio y el pecado, sino el amor misericordioso de Dios que ha anidado en el corazón de estos cristianos. Ellos han sido humillados hasta el extremo, es lógico (con la lógica evangélica) que ahora sean glorificados en medio de la asamblea de los fieles. Y nosotros gozamos de esta glorificación, porque son el orgullo del pueblo de Dios.

 “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, decía Tertuliano. Sí, nuestra fe es indudablemente fruto de aquel testimonio martirial, que ha alentado la fe a lo largo del siglo XX, del que somos ciudadanos.

El Año de la fe, en el que nos encontramos para celebrar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, tiene en esta celebración uno de sus momentos culminantes.

Tarragona va a ser el escenario de este magno acontecimiento por varias razones: porque se pretende hacer un solo acto conjunto para toda España, porque Tarragona es también tierra de mártires desde sus orígenes hasta hoy y porque el número mayoritario de beatos en este acontecimiento pertenecen a la diócesis de Tarragona.

Tarragona se convierte así en capital del martirio en este domingo. Vivamos con fe este momento de gracia para toda España.

En nuestra diócesis de Córdoba honraremos a los mártires cordobeses el sábado 19 en Montoro y el domingo 20 en Hinojosa. Pedimos a estos nuevos mártires que nos den la firmeza de la fe para que seamos testigos del amor de Dios, que será el que triunfe sobre todas nuestras miserias. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Misionero es el que lleva un encargo, el que lleva un anuncio para otro. Alguien le envía, no va por su cuenta. Y tiene un destinatario, no se queda con lo que le han encargado.

En el ámbito de la Iglesia católica, llamamos misionero a quien anuncia el Evangelio con su vida y con su palabra, en la catequesis y en el compromiso de la vida, en la caridad y amando hasta el perdón, construyendo un mundo nuevo más justo, solidario y fraterno.

Este domingo celebramos el DOMUND, domingo mundial de las misiones. Celebramos que la Iglesia es misionera, recordamos a nuestros misioneros, caemos todos en la cuenta de que tenemos “algo” que decir y transmitir a nuestros contemporáneos. La Iglesia existe para evangelizar, Jesucristo la ha fundado para que lleve el Evangelio a todas las naciones, a todas las personas de todos los tiempos. Es una dimensión esencial de la Iglesia, la de ser misionera, la de ser católica y universal. Por tanto, no se reduce a un día, sino que es tarea de todo el año.

Ahora bien, este domingo, el domingo del DOMUND, nos damos más cuenta de la inmensa tarea que tenemos por delante: anunciar a todos que Dios nos ama, que nos ha enviado a su Hijo para redimirnos de la esclavitud del pecado y darnos la libertad de los hijos, que ha derramado el Espíritu Santo para que sea el alma de la Iglesia y viva en nuestras almas como en un templo, que todos los hombres somos hermanos sin distinción de raza, cultura, nación.

Este año el lema del DOMUND parece una ecuación matemática: Fe + caridad = misión. Nos encontramos en el Año de la fe, para profundizar en el gran don recibido de Dios que nos compromete en la tarea misionera: la fe.

La fe no es un sentimiento pasajero, ni es una emoción del momento. La fe es como una luz deslumbrante que ilumina todos los aspectos de nuestra vida, dándoles sentido. La fe ilumina la existencia, el amor humano, el trabajo, el sufrimiento, incluso la muerte. La fe nos habla de una vida eterna que empieza aquí y no acabará nunca. La fe tiene como centro y plenitud a Jesucristo.

Y esa fe la vivimos en la Iglesia, la recibimos de la Iglesia, la celebramos y la compartimos en la Iglesia. La Iglesia nos envía al mundo entero para ser testigos y misioneros de esta fe para todos los hombres. La fe se verifica en el amor. Sólo el amor es creíble, es digno de fe. Y Jesucristo nos ha amado hasta el extremo. Su amor ha quedado verificado en su pasión de amor por nosotros, resucitando de entre los muertos.

Por eso, la fe nos lleva al compromiso del amor, y lo más querido para nosotros es haber conocido a Jesucristo, para poder compartirlo con los demás. La fe unida al amor nos lleva a la misión.

 El domingo del DOMUND es ocasión propicia para agradecer el don de la fe, agradecer el don de la Iglesia que nos ha dado la fe y nos la alimenta continuamente, agradecer el trabajo que tantos hermanos nuestros, hombres y mujeres, están realizando para la propagación de la fe. No se trata de imponer a nadie nuestras creencias, ni de ningún proselitismo.

Se trata, como lo muestran nuestros misioneros, de dar la vida testimoniando que Dios nos ama en Jesucristo hasta el extremo. Se trata de llegar a todos los habitantes del mundo para llevarles la buena notica de la redención, para hacerles partícipes de los dones de la Casa de Dios.

Todo cristiano es misionero, debe llevar en su corazón la inquietud misionera de cumplir el encargo recibido, de llevar la buena noticia a los destinatarios, de alimentar continuamente la fe recibida y testimoniarla con su ejemplo y con sus palabras.

Los mártires que estos días celebramos son un estímulo en la tarea misionera, pues ellos con su vida y con su entrega hasta la muerte hacen creíble el amor de Dios que conduce al perdón. Sólo el amor es creíble. En los mártires se ha cumplido. Que ellos intercedan por nosotros para que sepamos cumplir la misión encomendada, para que seamos misioneros, en fidelidad a quien nos envía y a los destinatarios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

PEREGRINACIÓN A GUADALUPE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la 18ª edición de la peregrinación diocesana anual de jóvenes a Guadalupe. Año tras año se han ido fraguando ilusiones, realidades, esperanzas, un tejido de relaciones, crecimiento en las personas, una nueva sociedad.

 La peregrinación es como una parábola de la vida misma. En la peregrinación hay una meta, el cielo, la vida eterna en el gozo de Dios, simbolizado en un lugar sagrado, un santuario, y en este caso, un santuario mariano, donde María nos espera para mostrarnos el futo bendito de su vientre, Jesús.

En la peregrinación hay un camino, a veces fatigoso, pero que siempre nos abre a nuevos horizontes. Caminar es ponerse en marcha, no permanecer quietos o perezosos, caminar es ir al encuentro, salir de sí mismo. Hacer un camino es seguir una ruta, para no perderse, es seguir unas pautas para garantizar que no caminamos en balde ni en sentido equivocado. “Yo soy el camino…” nos dice Jesús (Jn 14,6). Ir con él, seguirle a él, vivir como vivió él es acertar en la vida. Caminar sin él es ir a tientas, es andar sin certezas y sin norte, sería perderse.

En el camino, no vamos solos, vamos en grupo, en pequeños grupos dentro del gran grupo, como símbolo de la Iglesia, comunidad de comunidades, la católica, que incluye pequeñas comunidades y grupos, pero que al mismo tiempo nos abre a una relación más amplia con todos. No se trata de un grupo amorfo o invertebrado, sino que hay unos monitores y unos guías. Como en la Iglesia, donde tenemos nuestros pastores y quienes nos orientan en el camino de nuestra propia vida.

Caminar en grupo tiene sus momentos de silencio y sus momentos de comunicación, sus momentos de oración y sus momentos de recreo. El silencio ayuda a encontrarse consigo mismo y con la verdad del otro. La relación personal se establece desde lo hondo, no desde lo superficial, y el silencio ayuda a profundizar para comunicarse más plenamente.

En el camino encontramos dificultades y alivios, fatiga y consuelo. Es duro caminar horas y horas, pero es más llevadero si se hace en compañía. Como la misma vida. Qué dura es la soledad que aísla y qué bonita la comunicación que ayuda. La que uno recibe y la que uno da, pues hay más alegría en dar que en recibir.

La dureza del camino se hace más llevadera si hay una mano amiga que me anima a continuar. El camino en grupo es una oportunidad de servir al otro olvidándome de mí mismo. Cuántas oportunidades en una peregrinación para ejercer el servicio por amor.

La peregrinación nos ha sacado de la comodidad de nuestra casa y nuestro ambiente, y llegan momentos en que uno carece de casi todo. Estar atento para servir, para ayudar, para hacer más agradable la vida a los demás es un ejercicio propio de estos acontecimientos, donde todos aprendemos.

Doy las gracias a la Delegación diocesana de juventud por las horas y los días que lleva gastados organizando este encuentro, para que todo esté a punto, para que no falte nada, para poner en marcha a todos, para organizar lo que después sale tan bien.

Muchos han dejado horas de descanso y diversión, porque mucho antes de llegar a la peregrinación han pensado en los demás preparándolo todo.

Gracias, jóvenes voluntarios, sacerdotes, todos los que servís en este acontecimiento. Comenzamos en la Catedral, que consideramos cada día más como nuestra Casa madre, el lugar que nos acoge como comunidad católica que camina en Córdoba.

Comenzamos con la Misa que preside el Obispo, sucesor de los apóstoles, que nos engancha a la Iglesia universal, la que preside el sucesor de Pedro.

Comenzamos pidiendo el auxilio del Señor y el de su Madre santísima, y nos ponemos en camino. “Vamos al lío…” ha repetido el Papa Francisco, queriendo decirnos que no nos apaguemos, que vayamos al encuentro de los demás, especialmente de los que se han apartado de la Casa de Dios.

Que seamos misioneros del Evangelio que hemos recibido gratis, y gratis hemos de comunicar. Prefiero una iglesia accidentada a una iglesia paralizada y centrada en sí misma, nos ha dicho el Papa. La Iglesia existe para evangelizar, para proponer a los demás y darles al único que puede salvarnos, Jesucristo nuestro Señor. Procedamos en la paz del Señor. Amén Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fe cristiana nos enseña que hemos nacido para vivir eternamente, primero en la etapa de la vida terrena, después en la etapa eterna con Dios y con los hermanos. Y que nuestra suerte depende del amor de Dios misericordioso y de nuestras obras en correspondencia a ese amor. Dios nos ha creado para la vida, y para la vida feliz en la eternidad del cielo.

Ahora bien, no nos llevará con Él forzadamente, sino por la colaboración libre de nuestra voluntad y nuestros actos. La fe nos habla de “otra vida” más allá de la muerte, pues no acaba todo con la muerte, sino que seguiremos viviendo para siempre.

 El culto a los difuntos se basa en esta certeza. Si no creyéramos en la otra vida, a qué viene la veneración y el culto a los difuntos. Pues no se trata simplemente de un recuerdo nostálgico de aquellos con los que hemos compartido una etapa –más o menos larga– de nuestra vida pasada, sino de la certeza de que están vivos, a la espera de una plenitud, que llegará en el último día de la historia de la humanidad.

Los difuntos nos hablan, por tanto, no sólo de pasado, sino de futuro. Allí donde ellos han llegado, llegaremos cada uno de nosotros, no sabemos cuándo. La vida del hombre sobre la tierra reviste ese tono de dramatismo, por el hecho de estar sometido a fuerzas contrapuestas, que le llevan a la lucha entre el bien y el mal en su propio corazón y en el escenario de la historia de la humanidad.

Nacidos para el cielo, nacidos para Dios, el hombre experimenta la tentación constante de apartarse de Dios, porque lo considera su rival, corriendo el riesgo de perderse eternamente. En esta lucha dramática, la más importante de nuestras tareas, nuestra preocupación estriba en aprender a amar de verdad, para saciarnos plenamente de Dios, que nos llama al amor eterno.

Pero también constatamos que muchas veces nos invade el egoísmo, el desamor, todos los vicios capitales, que nos apartan de Dios y de los hermanos. De nuestros hermanos, que han cruzado el umbral de la muerte, tenemos la certeza de que algunos ya están con Dios, han llegado a la meta con éxito pleno.

Son los santos, muchos de los cuales han sido canonizados por la Iglesia, otros muchos más sin canonizar, pero que han recorrido el camino de su vida terrena con éxito, aprendiendo a amar hasta el extremo. Por estos no rezamos, sino que ellos son nuestros referentes, nuestros hermanos mayores que nos ayudan en esa lucha dramática de la vida terrena.

Otros, sin embargo, están en fase de purificación hasta llegar a la plenitud del amor. Habiendo muerto en la amistad de Dios, hay cicatrices de pecados anteriores que han de ser restauradas, hay egoísmos recónditos que han de ser transformados en amor, hay deudas de amor que sólo se curan en el sufrimiento.

Estas son las almas de nuestros hermanos difuntos, que todavía no han llegado al cielo, pero que sin embargo ya han alcanzado la salvación eterna. Por estos rezamos, porque nuestra oración les llega y les hace bien. Por ellos participamos de la cruz de Cristo, en el ayuno y la penitencia, para reparar lo que hicieron mal, y nosotros podemos resarcirlo en solidaridad fraterna.

Cabe la suerte también de los que libremente se han apartado de Dios para siempre en el infierno. Por esos no podemos rezar, porque la condenación es eterna, y en el infierno es imposible poder amar. No nos consta de nadie, que viva esta situación. Solamente los ángeles caídos, los demonios, que se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno, sin posibilidad de redención. Jesús nos avisa en su evangelio de este peligro en nuestra vida, no para asustarnos, sino para mostrarnos que sería una terrible desgracia vivir sin el amor de Dios para siempre, siempre.

En estos días traemos a nuestra memoria a todos los difuntos, para vivir la comunión con ellos en el amor. Visitamos nuestros cementerios, ofrecemos sufragios en favor de sus almas, y de paso caemos en la cuenta de nuestra suerte eterna, para desear el cielo, para purificarnos ya aquí en la tierra, participando de la cruz de Cristo, para acrecentar la esperanza en Dios que nos llama a vivir con él. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DOMINGO: DIOS DE VIVOS NO DE MUERTOS: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El origen de la vida está en Dios. La vida no ha brotado por azar ni por casualidad, sino por una decisión libre de Dios, que quiere hacer partícipes a los seres creados de su vida. Y especialmente a los seres humanos, a los que ha dotado de alma inmortal y espiritual.

En esa transmisión de la vida colabora la misma naturaleza, dotada de capacidad de transmitirse. Y en la especie humana colaboran los padres con la acción creadora de Dios. Dios pone la parte más importante, el alma, creada de la nada. Los padres aportan el soporte corporal. Y el resultado es una nueva persona humana.

En este mes de noviembre, mes de los difuntos, muchos vuelven a preguntarse por el más allá. Hay quienes piensan que todo termina con la tumba, qué triste. Hay quienes piensan que sobrevivimos en nuevas reencarnaciones, qué complicado. La fe cristiana, sin embargo, nos dice que hemos sido creados para vivir siempre, siempre, qué alegría.

Nuestra alma es inmortal y vive una sola vez la etapa terrena, no se reencarna en nadie más. Y acabada la etapa terrena llega a la eternidad para alcanzar el premio o castigo por sus obras. Esa misma alma tira de nuestro cuerpo, que resucitará en el último día de la historia.

 El misterio de la muerte ha sido iluminado con la luz de Cristo, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha pasado por el trance de la muerte y ha resucitado, venciendo a la muerte. Podemos decir que hasta Jesucristo la muerte vencía al hombre, ante la muerte el hombre se veía envuelto en un misterio que no sabía resolver. Pero a partir de Jesucristo el hombre ha vencido la muerte, “la muerte ya no tiene dominio sobre él”. “Si hemos muerto con Cristo [en el bautismo], creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, un vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm 6,8-9).

No es indiferente afrontar la vida y la muerte con esta certeza o no. Llegadas estas fechas de difuntos, la liturgia cristiana en todas sus expresiones es una liturgia serena y llena de esperanza, es incluso una invitación a exultar de estremecimiento ante la certeza de una vida feliz que Dios nos tiene preparada.

La Misa de réquiem, celebrada en la Catedral de Córdoba por todos nuestros difuntos, y acompañada por el “Requiem” de Mozart, es un canto exultante en perspectiva católica ante el misterio de la muerte humana, vencida por Cristo con una victoria prometida para todos nosotros.

Por el contrario, se ha puesto de moda en nuestros días acercarse a otras culturas paganas para revivir el misterio de la muerte. Se trata de una regresión, de un volver atrás, incluso desde el punto de vista cultural. Es como si en el mundo de las comunicaciones, habiendo conocido el teléfono y el internet, ahora regresáramos a la comunicación por señales de humo (propia de la edad de piedra) o por palomas mensajeras.

Abundan en distintos municipios –con gastos del erario público– fiestas de la muerte pagana, tomadas de la antigüedad, antes de Cristo, o fiestas de tipo medieval, sacando a relucir el más absurdo oscurantismo, o fiesta de halloween, donde en torno a la muerte reinan las brujas y los demonios, y se proyectan todo tipo de pasiones desordenadas y de culto a Satán. ¿Qué se pretende con todo esto?

Bajo el pretexto de otras culturas, lo que se pretende es ocultar la verdad de la vida cristiana, a ver si borramos las raí- ces cristianas de nuestro pueblo. Con el pretexto del pluralismo, nos hacen comulgar con ruedas de molino, con prácticas que chirrían a la conciencia cristiana en algo tan sagrado como son nuestros difuntos o el destino de nuestra vida más allá de la muerte.

En definitiva, se trata de paganizar la cultura, como si Cristo no hubiera vencido la muerte. Se prohíben manifestaciones cristianas en la escuela, como el Belén o la Semana Santa, y se promueven por todos los medios, brujas y demonios en torno a la muerte, contradiciendo la conciencia cristiana de unos niños y jóvenes, cuyos padres quieren la formación cristiana para sus hijos y han elegido clase de religión católica en la escuela.

La intencionalidad está clara. Por eso, queridos sacerdotes, catequistas, profesores de religión, venzamos el mal a fuerza de bien. Anunciemos sin miedo la victoria de Cristo sobre la muerte, que nos lleva a vivir la vida terrena con la esperanza del cielo.

No permitamos que las prácticas paganas borren la conciencia cristiana del alma de nuestro pueblo. Lo más avanzado que ha conocido la historia de la humanidad es la victoria de Cristo sobre la muerte. No la silenciemos. Es el preludio de nuestra propia victoria, que nos hace vivir la vida presente de otra manera.

El Evangelio de este domingo nos proclama: “Dios es un Dios de vivos, no de muertos”, porque en él todos estamos llamados a la vida y a la resurrección después de la muerte.

 

DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

       QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando hablamos de la Iglesia, cada uno se imagina una cosa. Hay quienes piensan en los grandes edificios, en las altas jerarquías, en los grandes acontecimientos. Hay quienes piensan en su parroquia, en su barrio, en la gente que se reúne en el templo.

Cuando hablamos de la Iglesia, hemos de pensar en primer lugar en su fundador: nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia la ha fundado Jesucristo y pertenece a un proyecto salvador de Dios con los hombres. Dios no quiere salvarnos aisladamente, sino formando un cuerpo, una comunidad, en la que unos nos ocupemos de los otros. Dios ha querido la salvación de todos los hombres, formando un solo cuerpo, el Pueblo de Dios.

La Iglesia, por tanto, no la inventamos nosotros ni la hacemos a nuestro gusto. La Iglesia la ha fundado Jesucristo, y pertenecemos a ella porque hemos sido llamados por Dios para formar parte de su Pueblo, el Pueblo de Dios. Pertenecer a la Iglesia es una gracia de Dios, mantenernos en la plena comunión con la Iglesia es gracia de Dios.

En esta Iglesia, en este Cuerpo, cada uno tiene su función, su misión. Todos somos miembros de este Cuerpo por el bautismo, en una igualdad fundamental y en una vocación común: que seamos santos y que seamos ante el mundo como una antorcha de luz y de esperanza para todos.

Y en este Cuerpo orgánico, cada uno tiene su misión: unos son sucesores de los apóstoles, los obispos y en su medida los presbíteros. Son los pastores de la Iglesia, junto con los diáconos que la sirven.

Entre ellos, tiene un papel fundamental el Sucesor de Pedro, que nos reúne a todos en la unidad querida por Cristo. Otros son fieles laicos, seglares que viven en el mundo (en la familia, el trabajo, la cultura y la vida pública) y lo van transformando a manera de fermento, según Dios. Otros son como un reclamo de la vida celeste, porque viven ya en la tierra como todos viviremos en el cielo: en pobreza, castidad perfecta y obediencia. Estos son los consagrados/ as en las distintas formas de vida aprobadas por la Iglesia.

Cada uno debe cumplir la misión para la que ha sido llamado, sin confundir campos ni tareas. Pues bien, en esta Iglesia a la que hemos sido llamados, vivimos en diócesis o parcelas, presididos por un obispo, y todas unidas constituyen la Iglesia universal.

Nosotros pertenecemos a la diócesis de Córdoba, que se remonta a los tiempos de los apóstoles y ha conocido etapas de gran esplendor y etapas de fuerte persecución, que la han purificado.

Es toda una historia de salvación la que Dios ha hecho con nuestros antepasados en este lugar concreto y donde Dios quiere seguir actuando para bien nuestro y de nuestros contemporáneos.

La misión de la Iglesia en nuestros días es apasionante y preciosa. “La Iglesia está con todos y al servicio de todos”, reza el lema de este año. Para hacernos ver que en la Iglesia no existen fronteras ni discriminación.

Fiel a su Fundador Jesucristo, la Iglesia ha de llegar a todos para anunciarles el Evangelio, y ponerse al servicio de todos para prolongar la actitud de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. Para eso, la Iglesia cuenta con recursos espirituales y materiales. Ofrece a todos la salvación de Dios, que Cristo nos ha merecido con su muerte en la cruz y con su gloriosa resurrección de entre los muertos, a través de la Palabra de Dios, los sacramentos y el testimonio de los cristianos.

La Iglesia necesita tu ayuda. Necesita tu voluntariado. Necesita tu aportación económica. Me admira ver en todas las parroquias cantidad de gente que sirve desinteresadamente en todos los campos de la parroquia.

Al llegar a este día de la Iglesia diocesana, quiero agradecer a todos los que trabajan de una u otra manera para que la Iglesia cumpla hoy su misión.

Quiero agradecer a todos los que aportan su contribución económica para afrontar tantas tareas que la Iglesia lleva adelante: desde la restauración de los templos hasta la caridad con los más necesitados, que en este momento son muchos.

Continuad aportando y colaborando con la Iglesia diocesana. Es algo que está al servicio de todos y entre todos hemos de sostenerla. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

 

DOMINGO XVII

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos.

 

El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.

El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.

Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos.

Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.

El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos.

El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.

Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.

En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir.

Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos.

Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer Q

 

 

 

 

 

 

SEPTIEMBRE 14 LA SANTA  CRUZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz.

La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo.

Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.

La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.

Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo.

Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él.

Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora.

Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida.

Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella.

Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar.

Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado.

 Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente.

La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz Q

 

 

DOMINGO:QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección.

Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes.

Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas.

Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo.

Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna. A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará.

La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho. El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos.

Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde. Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos.

Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado.

La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones.

Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios.

En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro.

En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero? Q

 

 

 

DOMINGOMARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos.

 El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más. Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41).

Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar.

 Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29). Si hacen el bien, no serán tan malos.

La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien.

Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios.

La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones.

Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda.

Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan.

Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta. Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad.

El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna.

a misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás Q

 

 

 

DOMINGO EL JOVEN RICO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús.

Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia.

Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia. Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”.

 Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo.

La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama. E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico.

La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera. Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida.

La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero.

Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero.

Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud. Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor.

La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona.

Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor.

Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él.

Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor Q

 

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día.

En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable.

El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as.

Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa.

Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos. “Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia.

En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro.

Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad. Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos.

En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano.

La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos.

 El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad. Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente.

 Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa.

La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios.

 Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres. Domingo del Domund. Todos misioneros.

Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia

 

 

PEREGRINACIÓN A GUADALUPE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este año se cumplen 20 años de aquel primer Guadalupe (1995), que instituyó el obispo de Córdoba, Don Francisco Javier Martínez con un grupo numeroso de jóvenes.

Aquellos años han sido continuados por Don Juan José Asenjo durante varios años, de manera que ha llegado hasta nosotros de forma ininterrumpida esta experiencia de Guadalupe, año tras año.

 Guadalupe como peregrinación diocesana de jóvenes, caminando dos días para postrarse ante los pies de la Virgen y confiarle los secretos de un corazón juvenil que sueña y proyecta su futuro. En torno a 700 peregrinos cada año, son 14.000 peregrinos los que han caminado a Guadalupe, los que han ido madurando en su fe y en su vida bajo la mirada maternal de María.

 Aquellos primeros ya no son tan jóvenes, pero el recuerdo de aquellas experiencias quedará inolvidable para el resto de sus días. Cuántos jóvenes de la mano de María se han encontrado con Jesús en estos años, cuántos han encontrado el sentido de la vida, cuántos han recobrado su dignidad que había sido perdida por el pecado, cuántos han descubierto que la Iglesia es joven y es capaz de dar esperanza a los jóvenes.

En el puente de san Rafael, Córdoba se ha puesto en camino año tras año, bajo la guía de su santo Custodio, convocando a miles de jóvenes. Ha sido una experiencia valiosa, por la que hoy damos gracias a Dios y a su madre bendita.

En este año 2015, Guadalupe supondrá el comienzo de la Gran Misión Juvenil, que nos hará vivir juvenilmente el Año Santo de la misericordia y nos preparará para la Jornada Mundial de la Juventud 2016 en Cracovia, los días 26 al 31 de julio próximo, bajo el lema “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, bajo la guía del Papa Francisco.

Invito a toda la Diócesis a vivir esta Gran Misión Juvenil, niños, jó- venes y adultos. Todo el Pueblo de Dios en camino, bajo el estandarte de la Santa Cruz, con la protección maternal de María y con la intercesión de san Juan Pablo II, en cuya patria se va a celebrar la próxima Jornada, él que puso en marcha esta fecunda experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Hasta Cracovia viajará un buen número de cordobeses, chicos y chicas, pero serán muchísimos más los que no podrán acudir. Que esta Gran Misión Juvenil llegue a todos, en todas las parroquias y ámbitos juveniles para decirles a todos que Dios es amor y que su misericordia no se acaba nunca. Una misericordia que llena nuestro corazón de esperanza.

Vivimos un cambio de época y hemos de prepararnos a esa nueva época inyectando en este mundo contemporáneo una fuerte dosis de misericordia que promueva la civilización del amor. No más odio ni enfrentamientos, ni guerra ni discordias. El conflicto no resuelve nada, sino que lo empeora todo. Solo el amor construye la historia, solo el amor sana las heridas, solo el amor es digno de crédito.

Y este mensaje lleno de vida solo nos viene de Jesucristo, el único que puede salvarnos. Solo el amor de Cristo, que quita el pecado del mundo, es capaz de hacer un mundo nuevo, y los jóvenes tienen que prepararse para ello viviendo la experiencia del amor gratuito de Dios, que nos hace servidores de los demás como agradecimiento al amor gratuito que nosotros hemos recibido de Dios.

Un amor que conoce el perdón y que está dispuesto a ofrecerlo y recibirlo. No es la economía ni la cultura técnico-científica en la que nos movemos, no serán los poderosos ni los populistas demagogos que engañan al pueblo.

Solo la Cruz de Cristo, que derrocha bendiciones y amor de Dios para todos, la Cruz que es símbolo del perdón que todo lo hace nuevo. La Cruz y el servicio, decía el papa Francisco hace pocos días, es la seña de identidad del cristiano. De esa Cruz bendita han brotado todas las generosidades de los santos, toda la fuerza de los mártires, toda la capacidad de servicio de los misioneros, el amor generoso y silencioso de los padres de familia, la pureza de las almas consagradas, la entrega de los jóvenes a las a causas más nobles que han transformado este mundo.

Y junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre, María Santísima. Junto a la cruz de su hijo Jesús y junto a la nuestra de cada día. Y así es más fácil llevarla. Tengo mucha esperanza en esta Gran Misión Juvenil, que se prolongará durante todo el año. Preparemos los caminos y que los corazones se abran a este mensaje de amor que quiere transformar nuestra vida. Parroquias, colegios de la Iglesia, colegios públicos que lo deseen.

Digamos a esta generación de jóvenes de nuestro tiempo que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y que vale la pena seguirle, como han hecho tantos hombres y mujeres, que nos ha precedido. Construyamos entre todos la civilización del amor en torno a Cristo y a su santí- sima Madre, con la intercesión de los santos. Aquí está el futuro de la humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Todos los Santos (1 noviembre) y la Conmemoración de todos los difuntos (2 noviembre) vienen a ponernos delante de los ojos la realidad del más allá.

Más allá de la muerte, la vida continúa para cada uno de nosotros. Hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el cielo, que será una gracia de Dios y un premio a nuestra libre respuesta positiva. Cabe lógicamente la respuesta negativa por nuestra parte que nos apartaría de Dios para toda la eternidad. Eso es el infierno, donde no podremos amar nunca más. Pero el plan de Dios es llevarnos consigo al cielo.

La fiesta de Todos los Santos nos habla de esa felicidad preparada por Dios para cada uno y para todos. A veces pensamos que la santidad es hacer cosas extrañas, y no es así. La santidad es sencillamente ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios. Dejarle a Dios que él vaya haciendo su obra en nosotros, no interrumpirle. Colaborar con él en la misión que nos encomienda.

El pecado consiste precisamente en preferir la propia voluntad y capricho ante la voluntad de Dios. Nacemos pecadores y el bautismo nos hace santos. La vida entera es un proceso de crecimiento en la santidad, configurándonos cada vez más con Cristo y eliminando al mismo tiempo la mala hierba que crece sola en nuestro corazón sin haberla sembrado nosotros.

La santidad es parecerse a Jesucristo y a su madre bendita María. Eso son los santos, una prolongación de Cristo en la historia, un eco de su presencia. Hace pocos días fue proclamada santa la Madre María de la Purísima, que fue superiora general de las Hermanas de la Cruz.

Es un gozo indecible verla ensalzada en los altares, esta mujer que ha sido humilde hasta el extremo, como son las Hermanas de la Cruz siguiendo el carisma de Santa Ángela de la Cruz. Una mujer lista y bien preparada, que lo deja todo para parecerse a Jesús crucificado en el servicio a los pobres, irradiando alegría en su entorno. El pueblo la tuvo por santa en vida, hoy ha sido incluida oficialmente en el catálogo de los santos.

En Córdoba daremos gracias a Dios por este fuerte testimonio de vida, que nos espolea a ser santos nosotros, el domingo 1 de noviembre en la Misa de 12, en la Santa Iglesia Catedral. Y al día siguiente, 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia nos invita a orar por todos los difuntos, especialmente por nuestros familiares y deudos.

Y es que, terminada la etapa de la vida terrena, la muerte nos presenta ante Dios para ser juzgados por él. Y puede que la muerte nos llegue sin haber purificado nuestro corazón de todo afecto desordenado, con el vestido de bautismo manchado, sin el traje nupcial.

Dios ha preparado el purgatorio como situación transitoria para aquellos que han muerto en el Señor, pero por remolones no les ha dado tiempo a purificarse. El purgatorio es un lugar donde se ama (no es como el infierno), pero donde se sufre inmensamente, al ver el amor de Dios tan grande y la respuesta mía tan pequeña e imperfecta.

Por eso, rezamos por los difuntos para que cuanto antes vayan a gozar de Dios en el cielo, con los santos, con María santísima, con Jesús con el Padre y el Espíritu Santo.

Podemos ahorrarnos el purgatorio, si durante nuestra vida en la tierra hacemos penitencia por nuestros pecados pasados. Y podemos ahorrar purgatorio a los demás si asumimos por amor los sufrimientos de la vida diaria.

No escaquearnos del sufrimiento, porque nos traerá muchos bienes a nosotros y a los demás. Nuestro ideal no es evitarnos todo sufrimiento a costa de lo que sea.

Nuestro ideal es hacer la voluntad de Dios, unirnos a la Cruz de Cristo redentor, y de esa manera merecer para nosotros y para los demás el cielo.

La fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los difuntos nos hablan del más allá. El cristiano vive radicado por la fe en el cielo, en el otro mundo, y pasa por la tierra haciendo el bien de manera transitoria. Pensemos en el más allá para vivir la etapa presente con sentido de futuro. Recibid mi afecto y mi bendición: Estamos llamados a la santidad Q

 

 

 

DOMINGOMARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).

A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo.

Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús. El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia.

El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.

El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas.

La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento.

La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento.

Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia. Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás.

Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre.

Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón... Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.

Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir» Q

 

 

 

 

 

 

 

 

DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones.

La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada.

La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor.

Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad.

El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio.

Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones.

En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos.

Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad.

En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite.

En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación. Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo.

La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora.

Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres.

Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana Q

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo de un nuevo año litúrgico nos abre a la esperanza de una nueva etapa repleta de gracias, que nos ayudará a crecer en nuestra vida cristiana, en el encuentro con el Señor y en el servicio a los hermanos. Año nuevo, vida nueva.

El Año litúrgico comienza con la alerta acerca de la venida del Señor al final de la historia. Hemos de estar preparados, porque no sabemos cuándo será, y ese momento coincide con el final de nuestra historia personal.

El primer domingo de adviento nos sitúa ante la venida del Señor y ante el final de la historia humana. Todo se acabará, aquí no quedará nadie, la historia tiene un final. Jesucristo ha venido a nuestro encuentro y nos ha dicho que después de esta vida hay otra, que después de esta etapa nos espera él mismo con los brazos abiertos para presentarnos ante el Padre y vivir felices con Dios para siempre.

El primer domingo de adviento nos habla del más allá, que debe estar continuamente presente en el más acá y guiar nuestros pasos. El lazo de unión de esta etapa con la otra es el amor. Sólo quedará el amor. Los primeros cristianos vivían en esta espera ardiente de la venida del Señor: Maranatha, era el grito y oración frecuente en los labios de un creyente: “Ven, Señor Jesús”.

Revisemos si hoy los cristianos tienen y alimentan este deseo. Ciertamente el deseo de morirse por aburrimiento de esta vida o por desesperación no viene de Dios, y debe ser rechazado. Pero hay un deseo sereno, que se fundamenta en la esperanza y que deja en las manos de Dios y en la agenda de Dios esa fecha feliz del encuentro con él. Alimentar este deseo es lo propio del adviento.

Desear ver a Dios, salir al encuentro de Cristo que viene, mirar a María nuestra madre que nos quiere junto a su Hijo Jesús, eso es el adviento. Santa Teresa de Jesús, buena amiga, repetía: “Cuán triste Dios mío / la vida sin Ti, ansiosa de verte / deseo morir”.

San Juan de la Cruz expresa el mismo deseo: “…rompe la tela de este dulce encuentro” (Llama de amor viva, 1). Y tantos otros santos. Coincide el comienzo del adviento con la novena de la Inmaculada y con su fiesta solemne.

Es muy bonito ver a María, la llena de gracia, la sinpecado, el resultado perfecto de la redención que Cristo ha venido a traernos. En ella podemos mirarnos para ver y desear lo que Dios quiere hacer en nosotros: limpiarnos de todo pecado y llevarnos a la santidad plena. Y en la fiesta de la Inmaculada, nuevos diáconos para nuestra diócesis y la Iglesia universal. Es como un regalo de María en este tiempo de adviento para la diócesis.

Muchos de nuestros sacerdotes recuerdan gozosamente este día feliz de su ordenación diaconal. Le ofrecieron a Dios lo mejor de su corazón y pusieron este secreto en el corazón inmaculado de María.

Pedimos especialmente por todos los sacerdotes, para que María los mantenga puros en su corazón. El adviento nos prepara también a la Navidad de este año. El fruto bendito del vientre virginal de María nace en Belén para salvarnos de la muerte eterna y hacernos hijos de Dios. Fiesta de gozo y salvación.

Que no nos distraiga el consumismo, el deseo de placer, la bulla externa. Mantengamos la espera del Señor en actitud penitencial, de despojamiento. El Señor viene a nosotros de múltiples maneras, en cada hombre, en cada acontecimiento. Que nos encuentre con las lámparas encendidas.

Tiempo de adviento, tiempo de espera, tiempo de purificar la esperanza, tiempo de preparar el encuentro con el Señor al final de nuestra vida. El Señor viene, preparemos su llegada. Recibid mi afecto y mi bendición

 

 

 

CUARTO DOMING DE ADVIENTO

 

El cuarto domingo de adviento es un domingo mariano, es el domingo mariano por excelencia. Cada domingo, semana tras semana, celebramos el misterio de Cristo, muerto de amor y resucitado para nuestra salvación, pero llegados al cuarto domingo de adviento, en el que Cristo sigue siendo el centro, lo contemplamos en el seno de su Madre virgen, a punto de darlo a luz en la nochebuena.

Una vez más la Madre y el Hijo van inseparablemente unidos y no se entienden el uno sin el otro. Los unió Dios en su admirable plan de redención; no los separe el hombre con sus razonamientos y elucubraciones.

En este Año jubilar del Corazón de Jesús, contemplemos una y otra vez esta sintonía de corazones: el Corazón de Jesús y el Corazón de María. El corazón de Jesús y el corazón de María laten al unísono. El corazón de María está abierto a la voluntad de Dios. Cuando recibe el anuncio del ángel de que va a ser madre de Dios, ella termina diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Toda una actitud de ofrenda, de disponibilidad, de obediencia a los planes de Dios.

Y el Verbo se hizo carne en su seno virginal. Todo el mundo estuvo pendiente de ese “sí” de María, nos recuerda san Bernardo. En ese “SÍ” con mayúscula se ha abierto una fase nueva de la historia humana. Un “sí” sostenido durante toda su vida, incluso en los momentos de dolor. Junto a la Cruz de Jesús estaba María acompañando y sosteniendo la ofrenda de Cristo al Padre.

Ella participó de esa actitud en entrega generosa de sí misma, como lo hizo desde el principio, desde el anuncio del ángel. Al entrar en este mundo, dice Jesús dirigiéndose al Padre: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo. Entonces yo dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hbr 10,6-7).

Con esta actitud ha vivido Jesús toda su vida terrena y vive en la eternidad en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. La vida cristiana consiste por tanto en esa obediencia al estilo de Jesús, al estilo de María. Obediencia a la voluntad de Dios, que le hace disponible para entregar su vida en rescate por muchos.

La sincronía de los corazones de Jesús y de María es asombrosa. En el mismo instante histórico en que ella responde al ángel, diciendo: “Aquí está la esclava del Señor”, Jesús entra en el mundo diciendo “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Es un instante cronológico en el que ambos corazones han coincidido en la misma actitud, en el mismo “sí”, que ha abierto una nueva etapa para la humanidad.

Si la tendencia del corazón humano es la rebeldía y la desobediencia como secuela del pecado, Jesús y María han vivido toda su vida en obediencia de amor. Jesús y María han cambiado el rumbo de la historia, haciendo de su vida una ofrenda de amor al Padre para servir a toda la humanidad.

Dos corazones que laten al unísono, qué bonita convivencia. Entrar en el corazón de Cristo y en el corazón de María, que laten al unísono con las mismas actitudes de obediencia y de amor, nos enseña a vivir con ellos y como ellos en obediencia de amor a Dios Padre; nos enseña a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente; nos enseña a convivir unos con otros.

El corazón de Cristo y el corazón de María son la mejor escuela de vida cristiana, por el camino de la obediencia, que es camino de libertad, y por el camino del amor para entregar la propia vida a los planes de Dios.

Cuarto domingo de adviento. Preparemos la Navidad que se acerca, intensificando en nuestro corazón las actitudes del Corazón de Cristo y del Corazón de María. Actitud de ofrenda, de oblación, de solidaridad, de servicio y entrega.

Cuando rezamos el Rosario, vamos contemplando los misterios de Cristo desde el Corazón de María. Domingo mariano, porque en su vientre María lleva al Redentor del hombre y del mundo.

Feliz y Santa Navidad para todos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

BODAS DE CANÁ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús ha venido al mundo para manifestarnos una vida nueva, que brota del corazón de Dios y que busca compartir con el hombre la felicidad en la que los Tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo) viven eternamente. Dios quiere hacernos felices, no quiere otra cosa, y hacernos felices eternamente, comenzando ya en la tierra esta felicidad que nunca acabe y dure para toda la eternidad. –

En el Evangelio de este domingo se nos presenta Jesús asistiendo a una boda. Una boda es la santificación por parte de Dios del amor humano que ha brotado y madurado en la relación varón y mujer, y que se prometen mutuamente amor para toda la vida. Celebrar el amor humano produce alegría en todos los asistentes a la boda.

Con su presencia, Jesús santifica ese amor humano, elevándolo a la categoría de sacramento. Jesús bendijo el amor humano, el amor del varón y de la mujer, reconociendo en el mismo aquella bendición del principio que Dios otorgó a los esposos y que no fue abolida por el pecado. “Y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).

Y en aquella boda llegó un momento en que faltó el vino, que es el símbolo de la alegría de los novios y de los invitados. Los novios habían preparado gran cantidad, pero se quedaron cortos. Por mucha que sea la alegría del amor humano compartido, antes o después se acaba. A veces incluso de manera imprevista. El amor humano por muy fuerte que sea, por muy enamorados que se casen los novios, se agota. El hombre necesita un amor que no se acabe y, sin embargo, no es capaz de dar un amor de ese calibre.

María la madre de Jesús se dio cuenta de que faltaba el vino, y puso en marcha a unos y a otros para que su hijo Jesús manifestara su gloria en esa circunstancia, en ese momento. Les dijo a los camareros: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús convirtió en vino bueno las seis tinajas de cien litros cada una. ¡Una pasada! Hubo para todos los días de la boda vino en abundancia, inacabable, mejor que el primero, mejor que el que habían preparado los novios.

Hubo alegría, de la mejor alegría, de la alegría que no se acaba. En el vino que Jesús proporcionó, aquellos novios experimentaron un amor nuevo, que saciaba con creces sus ansias de amar y de ser amados; y sobre todo, percibieron que ese amor no se acaba nunca. “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él” (Jn 2,11).

La Epifanía de Jesús se prolonga en esta escena de las bodas de Caná, donde Jesús se presenta como el verdadero esposo de nuestras almas. El corazón humano no está hecho para la soledad, sino para la comunión, para la convivencia, para convivir con otro, con los demás. “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a darle una ayuda semejante” (Gn 2, 18).

En el Antiguo Testamento (y en las demás religiones) no hay más salida a la soledad que compartir la vida en el matrimonio. Ese es un vino bueno. Pero la gran novedad del cristianismo es Jesús, que se presenta como el verdadero Esposo, capaz de satisfacer el deseo de amor de todo corazón humano, y este es un vino mucho mejor y duradero.

Cristiano es el que se ha encontrado de verdad con Jesucristo, ha dejado que Jesús entre en su vida, en su corazón y disfruta de ese amor compartido. Pero Jesús no se contenta con ser un amigo más entre tantos. Ha venido para ocupar la zona esponsal de nuestro corazón, para saciarla plenamente. Esa relación con Jesús, a la que todos estamos llamados, tiene doble camino de expresión: el camino del matrimonio, que santifica el amor de los esposos, y en el que Jesucristo se convierte en el esposo de cada uno de los cónyuges por medio del signo sacramental del otro.

El sacramento del matrimonio consagra a cada uno de los esposos como signo sacramental de Cristo esposo para el otro. En el matrimonio el verdadero esposo es Jesucristo, y el cónyuge es signo sacramental de Cristo.

Y el otro camino de vivir la relación con Cristo esposo es el de la virginidad o la castidad perfecta, donde Cristo aparece como el verdadero esposo, que sacia plenamente el corazón humano en una relación esponsal directa –sin intermediario, sin sacramento– con Cristo, esposo de nuestras almas. “A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido…”, exclama el alma enamorada de Cristo esposo en los versos de san Juan de la Cruz. Descubrir a Cristo esposo es una Epifanía. Jesús ha venido al mundo para ser la “ayuda semejante” de toda persona humana. Recibid mi afecto y mi bendición: E

 

 

 

ORDINARIIO:EVANGELIZAR A LOS POBRES

 

Jesús inicia su ministerio público con el bautismo en el Jordán, donde ha sido empapado del Espíritu Santo, del amor del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco” (Lc 3,22), transmitiendo a las aguas el poder de santificar con el Espíritu Santo a todo el que se sumerja en el bautismo, y hacerle hijo amado del Padre.

Acabado el bautismo en el Jordán, Jesús fue al desierto para luchar cuerpo a cuerpo con Satanás y vencerlo. Pero sobre esto volveremos en cuaresma. Ahora, en el evangelio de este domingo, Jesús inicia su ministerio público yendo a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret, donde había vivido su vida de familia durante bastantes años y era conocido como “el hijo de José” (Lc 4,22), “el hijo del carpintero” (Mt 13,55). Y, tomando el libro del profeta Isaías, leyó el pasaje mesiánico del Espíritu que vendrá sobre el Mesías y lo empapará con la unción del Espíritu para enviarlo a dar la buena noticia a los pobres. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21), concluye Jesús. De esta manera, Jesús hace su propia presentación en su pueblo, donde todos le conocen desde niño.

Jesús es el Mesías y sabe que lo es. Jesús es el Hijo de Dios, sabe que es Dios y habla continuamente de ello. Su presentación en público lo manifiesta abiertamente y sus oyentes lo entienden a la primera, porque se extrañan de esta pública autoconfesión y quieren despeñarlo como a un blasfemo. Jesús se escabulle y sale ileso del apuro en esta ocasión. El bautismo del Jordán lo ha empapado de Espíritu Santo, lo ha envuelto en el amor del Padre.

El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha capacitado para la gloria. Y lleno del Espíritu Santo, Jesús señala su programa misionero. Ha venido para darnos la libertad. Ha venido para hacernos partícipes de su filiación divina. Ha venido para anunciar a los pobres la salvación. Ha venido para ser el año de gracia del Señor para todos, para ser la misericordia de Dios con los pecadores. La libertad cristiana no es el libertinaje de hacer cada uno lo que quiera. “Para vivir en libertad, Cristo os ha liberado” (Ga 5,1). Cristo nos libra del pecado, la peor de las esclavitudes. Cristo rompe las cadenas de nuestros vicios, de todos nuestros egoísmos.

 Cristo nos hace hijos de Dios. Ésta es una gran liberación. Jesucristo realiza su misión acogiendo a los pobres y a los enfermos, y envía a su Iglesia a prolongar su misma misión. Cuántos hombres y mujeres han sido a lo largo de la historia prolongación de este Jesús buen samaritano, que se acerca al desvalido, al despojado, al descartado y lo levanta de su postración devolviéndole la dignidad perdida: hombres y mujeres, niños y adultos, víctimas de la injusticia y del abuso de los demás.

 La tarea de la Iglesia no es un programa de promoción sin más, no es un proyecto anónimo. La tarea de la Iglesia tiene siempre presente el rostro de Jesús que se refleja en el rostro de los desfavorecidos. Es una tarea personal, de persona a persona. Nunca es un programa en el que sólo cuentan los números o la cuenta de resultados. He aquí la principal revolución que ha movido la historia, la revolución del amor. Para eso ha venido Jesucristo.

El anuncio de la salvación a los pobres no significa la exclusión de nadie, la opción preferencial por los pobres no es exclusiva ni excluyente. La opción por los pobres es la opción por la persona, sin que ninguna barrera social o cultural nos detenga. Allí donde parece que ya no hay nada que hacer, porque el sujeto está deconstruido, o incluso destruido casi totalmente, allí se dirige con preferencia la acción sanadora y santificadora de Jesús y de la Iglesia. Donde parece que no hay nada que hacer humanamente, es donde está todo por hacer, es donde puede lucirse mejor el amor de Dios. Ese es el lugar preferente de la misión de la Iglesia, como nos ha enseñado Jesús.

La Iglesia que Jesucristo ha fundado no está llamada a resolver todos los problemas de nuestro tiempo, pero sí está llamada a expresar con signos la presencia salvadora de Jesús. Y un signo elocuente es la atención a los pobres, en todas las épocas, pero especialmente hoy. Llevar el Evangelio a los pobres, traer a los pobres al centro de la Iglesia, dejar que los pobres nos evangelicen. Esta es la misión de la Iglesia, que tiene que revisar continuamente. Este es el signo de que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Y para eso debemos dejar que el Espíritu Santo nos unja y nos empape hoy, para prolongar la misión de Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANO Y HERMANAS: El 2 de febrero celebra la liturgia de la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María acompañada por José. Es una estampa preciosa y llena de ternura.

Con este ritual judío, María cumple el precepto de presentar a su hijo ante Dios y llena de contenido nuevo esta presentación. Jesús se ofrece, en las manos de María, al Padre. Hace visible el contenido de su vida, para ser ofrecido como ofrenda agradable, llenando de alegría el Templo, colmando las esperanzas del anciano Simeón y repartiendo alegría a todos por medio de la ancianita Ana.

Coincidiendo con esta fiesta litúrgica, en la que todos somos invitados a ofrecernos con Jesús en los brazos de María, la Iglesia celebra la Jornada mundial de la Vida Consagrada, con el lema: “Padre nuestro. La vida consagrada, presencia del amor de Dios”.

Esta Jornada tiene como objetivo, en primer lugar, dar gracias a Dios por el don de la vida, y más concretamente de la vida consagrada en el seno de la Iglesia y para el servicio de todos. Además, pretende que toda la Iglesia agradezca a Dios este magnífico don, que hace presente la ofrenda y la entrega de Cristo. Y presenta a todos los fieles la grandeza de esta vocación, que tanto enriquece a la Iglesia con sus abundantes carismas.

La vida consagrada reviste múltiples formas de consagración: desde las vírgenes consagradas, que ya están presentes en las primeras comunidades cristianas y tienen hoy su papel, hasta las monjas contemplativas que hacen de su vida una ofrenda en el claustro, manteniendo viva y encendida la lámpara de la fe y del amor en medio de nuestro mundo de hoy.

Los religiosos y religiosas han brotado en el jardín de la Iglesia como flores y frutos abundantes del Espíritu para la edificación del Cuerpo de Cristo y para el servicio de los más pobres en todas las naciones de la tierra.

Hombres y mujeres santos, gigantes en el amor a Cristo y en la entrega de sus vidas por amor, han sembrado el campo de la Iglesia de múltiples carismas para proclamar el Evangelio a toda la tierra en la catequesis, en la vida misionera, en la predicación con su vida y su trabajo permanente.

Son los santos y santas Fundadores. Muchos de ellos se han visto urgidos por la necesidad de la educación de niños y jóvenes, abriendo caminos nuevos a la pedagogía que se fundamenta en el amor. Otros muchos se han entregado plenamente al servicio de los más pobres, descubriendo antiguas y nuevas pobrezas y sanando heridas. Me asombra contemplar esa legión inmensa de fundadores y fundadoras, que se han adelantado a su tiempo, porque se han dejado mover por los ojos del corazón y han sido pioneros en todos los campos de la pobreza.

No han vivido sometidos a la lógica de la historia, sino a la lógica del amor, del amor de Cristo en sus corazones. Y han encontrado muchedumbres de seguidores, de vocaciones consagradas, que constituyen los mejores hijos de la Iglesia. Qué sería de la Iglesia sin estas personas consagradas.

También hoy tenemos necesidad de estos corazones que anteponen el amor de Cristo a cualquier otro interés. Oremos por las vocaciones a la vida consagrada, hoy más necesarias, porque escasean en nuestros ambientes.

Hombres y mujeres, humildes y desconocidos en la mayoría de los casos, pero necesarios para prolongar el más fino espíritu evangélico en nuestra sociedad. Hombres y mujeres en virginidad y castidad perfecta, para amar sin fronteras a aquellos a los que son destinados.

Hombres y mujeres sin alforja, sin túnica de repuesto, en pobreza y humildad, para mostrar al mundo el gran tesoro que es Dios.

Hombres y mujeres en actitud de obediencia y humildad, en actitud de misión para ir donde haga falta, para gastar la vida por los demás en el nombre de Cristo.

Benditos sean los pies y las manos de todos estos hombres y mujeres que configuran la vida de la Iglesia con su vida consagrada. Recibid mi afecto y mi bendición: Padre nuestro. La vida consagrada, presencia del amor de Dios Q

 

 

 

 

 

MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Manos Unidas es una ONG de la Iglesia Católica para promover el desarrollo integral de las personas y los pueblos, declarando la guerra al hambre en el mundo.

Brotó de la feliz iniciativa de las mujeres de Acción Católica en un momento crucial. Cuando muchos optaban por eliminar bocas para que tocáramos a más, ellas optaron por ensanchar la mesa y dar un lugar a muchos que padecen situaciones de hambre material, cultural o espiritual, aunque tocáramos a menos. En estos 60 años han llegado a millones de personas en los países en vías de desarrollo, proporcionándoles crecimiento en todos los sentidos y dándoles una serie de oportunidades en todos los campos: proyectos agrícolas, educativos, sanitarios, de atención específica a la mujer, a los migrantes, etc.

El mundo está mal repartido, y la culpa no es de Dios, sino de los hombres, que tienen lo necesario y mucho más, olvidándose de quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir. Es preciso romper la indiferencia y aportar nuestro grano de arena para revertir la situación mundial.

En 2017, más de un millón y medio de personas se beneficiaron directamente de esta organización, repartiendo cerca de 40 millones de euros. Para este y los próximos años, se quiere acentuar la ayuda a la mujer, que sufre grandes discriminaciones en tantos lugares de la tierra. Ese apoyo en programas concretos tendrá un efecto multiplicador, pues a su vez tales mujeres repercutirán en sus respectivas familias, en sus hijos, en la educación, en la sanidad, etc.

¿Cuáles pueden ser las tentaciones de Manos Unidas? Por una parte, centrarse solamente en lo material. Existe el peligro por parte nuestra de tener como objetivo recoger dinero sin más, que pensamos va a ser bien empleado, pero quedarnos ahí. Necesitamos el dinero para llevar adelante los proyectos, pero ese no es el objetivo principal. Detrás de cada proyecto hay personas concretas. Y la motivación de todas esas recaudaciones es el amor cristiano, que mueve el corazón a interesarnos por nuestros hermanos que carecen de lo necesario.

La ONG Manos Unidas admite también donaciones de todos los que quieren hacer el bien a través de esta organización, aunque no sean cristianos. Pero los cristianos realizamos la colecta anual como fruto del ayuno, privándonos de algo, y poniendo nuestros donativos a los pies de los Apóstoles para que ellos repartan según las necesidades.

Otro peligro es el de seleccionar necesidades en los destinatarios: comida, casa, cultura, sanidad, prescindiendo de su dimensión religiosa. No podemos ayudar a la persona reduciendo sus necesidades a lo material, cultural, sanitario, etc. y olvidándonos de lo religioso. La religión es una dimensión esencial de la persona. Y nuestra ayuda es una ayuda integral a toda la persona, incluida esa dimensión religiosa, que le abre a la relación con Dios y mejora las relaciones humanas. No se trata de ayudar sólo a los católicos o sólo a los creyentes. Se trata de ayudar a la persona en todas sus dimensiones, incluyendo la dimensión religiosa y espiritual.

Entiendo que haya prioridades, la del hambre en el mundo, pero no hay mayor hambre que el hambre de Dios. Algunos pueden pensar que si se atiende a la persona en su totalidad, integralmente, incluida su dimensión religiosa, quizá se redujeran los ingresos de algunos donantes. Y entonces vuelvo a la tentación anterior. Manos Unidas no es sólo una ONG para recaudar fondos, aunque los destine para bien de los pobres. Manos Unidas tiene una identidad cristiana, que la configura como institución de la Iglesia Católica al servicio de los más pobres de la tierra.

 Aprovecho este momento especial de la campaña anual para agradecer a todos los que trabajan en Manos Unidas en nuestra diócesis de Córdoba, que son muchos, y además lo hacen de manera voluntaria como una prolongación de su compromiso cristiano. También a todos aquellos que lo hacen de manera altruista, aunque no tengan una motivación cristiana. Hacer el bien abre el camino y el corazón al encuentro con Dios y con los hermanos. Recibid mi afecto y mi bendición: 60 años de Manos Unidas, contra e

 

 

 

LAS BIENAVENTURANZAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la reciente Carta del Papa Francisco, Gaudete et exultate, invitándonos a la santidad nos presenta esta página del Evangelio –las bienaventuranzas– como pauta de vida.

En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, y seguirle a él es ir contracorriente, porque el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida. Pero Jesús nos promete –y él cumple siempre– una felicidad por este camino: felices, bienaventurados los que van por este camino.

 En la primera, bienaventurados los pobres, están resumidas todas las demás. Pobre en la Sagrada Escritura es el que confía en Dios, el que se fía de Dios, el que pone en Dios toda su confianza y no se apoya en sí mismo. Las cualidades naturales las hemos recibido de Dios y de Dios recibimos continuamente dones de gracia sobrenaturales. La torcedura del corazón humano considera que lo que hemos recibido es nuestro y busca tener más y más para apoyarse más en sí mismo.

Curiosamente, cuanto más tenemos (tiempo, cualidades, dinero, etc) corremos más riesgo de apartarnos de Dios, y de hecho la seguridad de los bienes de este mundo nos aleja de Dios. No debiera ser así, porque Dios está en el origen de todos los bienes, pero la experiencia nos dice que quien tiene se aleja de Dios. Y, por el contrario, cuando uno no tiene está más predispuesto a confiar en Dios. Por eso, Jesús nos advierte en el Evangelio del peligro de las riquezas. No son malas, y menos aún si son adquiridas legítimamente. Pero el rico se siente seguro y como que no necesita de Dios. Incluso, llega a decir Jesús: Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo.

Qué tendrá la pobreza, que Dios tanto bendice. A su Hijo lo ha enviado al mundo en absoluta pobreza y Jesús ha vivido esa pobreza como expresión de libertad, en una dependencia total de su Padre Dios. Jesús en el Evangelio nos recomienda vivamente la pobreza voluntaria para parecernos a él y seguirle de cerca.

En la vida religiosa, por ejemplo, se incluye el voto de pobreza, de no tener nada propio para que aparezca más claramente que el tesoro de esa persona es Dios y no los bienes de este mundo, aunque sean buenos. Junto a los pobres, Jesús bendice a los mansos y humildes de corazón, como lo es él. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29).

A nosotros pecadores nos brota inmediatamente la ira descontrolada, incentivada por el odio, el orgullo, la vanidad. El manso y humilde actúa en otra dirección, aguanta y no ataca, no guarda rencor ni venganza, reacciona amando. Reaccionar con humilde mansedumbre, eso es santidad. Y sólo con estas actitudes podemos acercarnos a los pobres y a los humildes.

Felices los que lloran, porque serán consolados. El mundo no quiere llorar, prefiere divertirse, pasarlo bien, ignorar el sufrimiento. Ay de vosotros los que ahora reís, porque haréis duelo. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida y con Jesús adquiere un sentido nuevo. Nuestro sufrimiento unido a la Cruz de Cristo adquiere un sentido y un valor redentor.

El seguimiento de Cristo nos da capacidad para afrontar las contrariedades de la vida y nos hace capaces de compartir los sufrimientos de quienes lloran, no esquivamos esa realidad, sino que la compartimos con los demás para aliviarlos en su dolor. Dichosos cuando os odien los hombres, os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre. Alegraos y saltad de gozo.

 ¡Qué grande es este reto de Jesús! Porque sucede en nuestra vida, y lo grandioso es que Jesús lo ha previsto y nos alienta con esta bienaventuranza: Alegraos y saltad de gozo. Miremos al Maestro, porque es precisamente lo que ha vivido él, y es lo que él quiere darnos a vivir en nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: Las bienaventuranzas, c

 

 

 

 

DOMINGOS III DE PASCUA: EXAMEN DE AMOR: ¿ME AMAS?

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Después de la noche de la traición, Jesús fue entregado al poder de la muerte como consecuencia de nuestros pecados, fue crucificado y fue sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos, como primogénito de entre los muertos y nos dice: “Yo soy el que vive; estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte” (Ap 1, 18).

Jesucristo resucitado ha inaugurado una vida nueva para él y para nosotros, una vida que hemos recibido en el bautismo y de la que nos vamos apropiando más y más, hasta ser transfigurados por el poder de su resurrección.

Una vez resucitado, Jesús se vuelve a los suyos, los que le dejaron solo e incluso lo negaron, para expresarles su misericordia y su perdón. El domingo pasado lo hacía con el apóstol Tomás, que, al comprobar las llagas de su mano y su costado, se rindió en adoración confesando: “Señor mío y Dios mío”.

En este domingo se dirige a Pedro, el que lo negó por tres veces, para ofrecerle su misericordia y hacerle experimentar un amor más grande. Habían vuelto a sus faenas habituales de la pesca en el lago de Tiberíades, de donde habían sido llamados. Capitaneados por Pedro, estuvieron toda la noche sin pescar nada. Y al amanecer, se apareció Jesús a la orilla, que les pregunta por la pesca y les ordena echar las redes de nuevo. En plena faena, quien lo identifica primero es Juan, el que más amaba a Jesús por ser el discípulo amado: “¡Es el Señor!”. Pedro se tiró al agua para alcanzarle impacientemente, se olvida de la barca, de la pesca y de los demás.

El tirón de Jesús se hace irresistible. Arrastra la barca y comprueba que la redada de peces es inmensa. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. A Jesús lo han visto transfigurado, pero lo han reconocido directamente y por el fruto abundante de la pesca. Y compartieron con él aquel desayuno que les supo a gloria.

Terminada la comida, Jesús se dirige a Pedro y le hace un examen de amor: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. Tres veces lo había negado, tres veces le repite Jesús la pregunta, a la que Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. La respuesta positiva conduce a la misión: “Pastorea mis ovejas”. Cuando vuelve a preguntarlo por tercera vez, Pedro se entristeció. Probablemente por el recuerdo de las negaciones en la noche de la pasión. Y responde afirmativamente, pero no apoyado en su certeza, sino apoyado en el saber de Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Este examen de amor, que Pedro supera positivamente, es ante todo una muestra de amor y misericordia por parte de Jesús a Pedro. Jesús le pone en situación de confesar su amor, reparando su pecado en las negaciones.

Le pone en bandeja esta confesión de amor, en la que Pedro se hace consciente de que su fuerza no está en sí mismo, sino en Jesús. Y apoyado en Jesús, confiesa su amor, que es más grande que su pecado.

Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras, una de ellas para perdonar nuestros pecados con un amor más grande de su parte, que genera en nuestro corazón un amor mayor hacia él.

Cuántas veces nos hemos sentido profundamente renovados al recibir el fruto de su redención en el sacramento de la penitencia, en el que confesamos nuestros pecados y confesamos el amor más grande de Jesús a nosotros y de nosotros a él. El sacramento de la penitencia, por tanto, no es sólo propio de cuaresma, donde tiene más un sentido penitencial, sino que es también propio de la Pascua, donde tiene más un sentido de confesión de amor, como en el caso de Pedro.

La Iglesia pone a nuestro alcance el sacramento del perdón para que lo recibamos con frecuencia, pues necesitamos escuchar del Señor el amor que nos tiene y necesitamos igualmente hacer nuestra confesión de amor, que repara nuestros pecados. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

 En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.

 Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.

Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.

Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.

Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones. Que Dios siga llamando y que los jóvenes sean generosos para decir sí al sueño de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Os daré pastores según mi Corazón Q

 

 

 

DOMINGO V DE PASCUA C

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Es un verdadero privilegio vivir el mes de mayo en Córdoba. Hay casas y patios que son un canto precioso a la vida y a la alegría de la primavera. “Con flores a María…” cantamos en este mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María. En muchos lugares esas flores adornan una imagen de la Virgen, nuestra Madre, como diciéndonos que Ella es la flor más hermosa en el jardín de la historia humana, cuyo fruto bendito es Jesús nuestro Salvador.

Y en este quinto domingo de Pascua, Jesús vuelve a recordarnos el mandamiento nuevo del amor cristiano: “Amaos unos a otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.

Resulta curioso que el mandamiento más importante de Jesús sea el mandamiento del amor, que coincide precisamente con la aspiración más profunda del corazón humano, donde toda persona humana encuentra su felicidad. El mandamiento de Jesús, por tanto, no es algo extraño al corazón humano, sino algo superlativamente humano, que quiere hacernos plenamente humanos.

La divinización del hombre se ha realizado por el misterio de la Encarnación, misterio en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y en este misterio el hombre no ha perdido su identidad, sino que su identidad humana ha llegado a plenitud. Ser divinizado coincide por tanto con ser “humanizado”. El hombre llega a ser más humano precisamente cuando es más divinizado.

Así nos lo enseña san León Magno, cuya doctrina desemboca en el concilio de Calcedonia, afirmando que cada una de las naturalezas -la humana y la divina- no pierden su identidad al quedar unidas por el misterio de la Encarnación, sino que más bien la identidad de cada una queda salvaguardada precisamente en virtud de este mismo misterio. La persona humana es más humana cuanto más divina se deje hacer.

Por eso, el mandato del amor, que nos viene como gracia del cielo, lleva a plenitud la capacidad de amor que brota del corazón del hombre. El amor divino que Jesús nos manda no destruye ni anula el amor humano, sino que lo purifica, lo fortalece y lo lleva a plenitud.

Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas.

El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.

El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos.

Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana. Que el mes de mayo os traiga la alegría de la vida del Resucitado y este amor nuevo y profundo que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi

 

 

VI DE PASCUA LA ASCENCIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo la Ascensión del Señor a los cielos. Los cuarenta días de la resurrección se cumplen el jueves, y queda trasladada al domingo. Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva.

Pudieron los apóstoles convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros.

Pudieron palpar su carne resucitada, verificar sus llagas gloriosas, comer con Él, experimentar visiblemente su presencia renovadora, que les llenó el corazón de inmensa alegría.

La fiesta de la ascensión viene a ser el colofón de la resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua. Arrebatado a la vista y a los sentidos de los apóstoles, nuestra relación con Jesucristo es una relación de fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo.

 Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia. Está presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor. Está presente en las personas y en la comunidad eclesial, donde Él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

Está presente, como buen pastor, en quienes lo representan en medio de su pueblo. Está presente en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor. No se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si Él ya no actuara. No. La presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas.

Nuestro encuentro personal con el Resucitado nos pone en actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas.

Precisamente en estos días, después de los comicios electorales, se abre una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana. Personas de distintas opciones y partidos políticos acceden, con el mandato de los ciudadanos, a los puestos de responsabilidad para gobernar los municipios y la provincia. Hace poco, también la región autonómica.

 La convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia. Por eso, encomendamos con fervor la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos.

Los cristianos, a la luz de la fe y del mandato misionero de Jesús, tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena. Está en juego la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad. Está en juego la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida. Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro.

 Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada. Muchos proyectos están sobre la mesa de quienes han asumido la responsabilidad de gobernarnos en la nueva etapa. Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo.

Oramos para que su presencia sea notable y transfiguradora, también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta. Recibid mi afecto y mi bendición: S

 

 

DOMINGO VII DE PASCUA  PENTECOSTÉS ESPIRITU SANTO RENUEVALO TODO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.

La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.

“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.

Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.

El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.

El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).

Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).

Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.

El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.

La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.

Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.

Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.

En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado seglar, con el lema: “Somos misión”. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-.

Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.

Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.

 

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PARÁABOLA DE BUEN SAMARITANO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el evangelio de este domingo la parábola del buen samaritano, que es un autorretrato del mismo Jesús. El relato viene provocado por la pregunta de un letrado que se dirige a Jesús para saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde con el resumen de los mandamientos: Amor a Dios y amor al prójimo. Pero el letrado preguntó: y ¿quién es mi prójimo? Y aquí viene la parábola del buen samaritano, de Jesús el buen samaritano. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Hasta que no recorre uno esa distancia no se da cuenta de lo que supone ese trayecto. Se trata de un trayecto de pocos kilómetros, pero con un desnivel de casi mil metros. Es, por tanto, un recorrido muy empinado. De Jerusalén a Jericó, cuesta abajo. Se presta al pillaje, al vandalismo, al asalto improvisado. Y aquel hombre de la parábola fue asaltado y despojado de todo, “cayó a manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Este hombre representa a tantos hombres a quienes los demás hombres despojan injustamente, con violencia y lo dejan como descartado, medio muerto, para no hacerle caso nadie. Si miramos el horizonte de nuestra sociedad, así se encuentran millones de personas, a quienes el abuso de los demás ha dejado en la cuneta. Ante esta situación, uno puede mirar para otro lado. No se entera o no quiere enterarse, le resulta más cómodo no echar cuenta. Pasa de largo. Otros pasan también de largo, viendo incluso la extrema necesidad del descartado y apaleado. No tienen tiempo, no se sienten implicados, no va con ellos. Encuentran siempre algún pretexto para no implicarse. No tengo, no puedo, no sé, no va conmigo. Mas, por el contrario, hay alguien que se siente interpelado y no pasa de largo. Se detiene, siente lástima, se acerca, desciende de su cabalgadura, venda las heridas, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada, cargando con los gastos que lleve consigo aquella cura de reposo. ¿No vemos a simple vista a Jesús en este caminante que se acerca? Jesús se ha abajado hasta nosotros, se ha sentido interpelado por nuestra situación en la que hemos perdido nuestra dignidad de hijos, en la que hemos quedado apaleados en la cuneta de la vida. Es el hombre expulsado del paraíso por su pecado, es el hombre que se ha apartado de Dios y ha quedado huérfano y sin remedio, es el hombre que no puede salvarse por sí mismo, que está condenado a muerte irremediablemente. Es el hombre oprimido por el hombre, que es abusado, que es explotado. Es el hombre objeto de trata, de esclavitud. Es el hombre o la mujer, que ha sido violentamente acosado por el egoísmo de los demás y ha sido tratado como un objeto de usar y tirar. Cuántas personas nos encontramos así en el camino de la vida. Jesús nos enseña a no pasar de largo, a implicarnos, a remangarnos, a compartir, a devolver la dignidad, a cargar sobre nuestros hombros, a llevar a la comunidad a aquellos que encontramos tan despojados de todo. La posada aquí significa la Iglesia, la comunidad de los hermanos que acogen, que aman, que sirven, que comparten lo que tienen y por eso sanan con el amor cristiano. Cuántas personas, cuya aspecto aparente es de normalidad, sufren en su corazón por tantas razones. Cuántos corazones se siente defraudados, traicionados por quienes debían amarles. También esos son despojados de la vida, a quienes hay que atender. Ése es tu prójimo, nos viene a decir Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el amor cristiano. No se trata de una justicia internacional que nunca llega, de los grandes principios que brotan de grandes proclamas. Se trata sencillamente del amor de cada día al que tienes más cerca, a aquel al que te acercas movido por el amor. Anda, y haz tú lo mismo. Recibid mi afecto y mi bendición: A

 

 

 

ENSEÑANOS A ORAR EL PADRE NUESTRO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman. En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón. La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios. Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios. Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha. Recibid mi afecto y mi bendic

 

 

 

SAN JUAN DE ÁVILA

 

12.- Espejo de santidad para los sacerdotes A los sacerdotes san Juan de Ávila se nos ha dado como patrono del clero secular español. Pero, además de los curas seculares diocesanos, han sido discípulos suyos un buen grupo de santos sacerdotes, que derivaron a la Compañía de Jesús, a los Dominicos, a los Franciscanos, a los Carmelitas, a los Ermitaños de San Basilio en el Tardón, etc. Y se han considerado influidos por él los autores de la escuela sacerdotal francesa (Olier, Condrén, Berulle, etc.), el santo Cura de Ars, San Vicente de Paul, san Francisco de Sales, san Antonio María Claret, etc. San Juan de Ávila es para todos, especialmente para los sacerdotes. Los sacerdotes, y más concretamente los sacerdotes de la diócesis de Córdoba, estamos obligados a acercarnos a su figura, conocer su biografía, leer sus escritos, imitar sus virtudes, acudir a su intercesión. El Tratado sobre el sacerdocio es una fuerte llamada a la santidad sacerdotal en el ejercicio del ministerio, así como varias de sus cartas dirigidas a sacerdotes. Leamos a San Juan de Ávila. Dios nos conceda en este Año jubilar una renovación profunda de nuestro presbiterio diocesano de Córdoba, “que en nuestros días crezca la Iglesia en santidad por el celo ejemplar de tus ministros”, pedimos en la oración de su fiesta. Estamos elaborando en el Consejo Presbiteral el Proyecto del Presbiterio (PDV 79), que será una pauta a tener en cuenta para nuestro crecimiento sacerdotal, y podrá ser enriquecido con sucesivas aportaciones. Hemos de convencernos de una vez por todas que sólo la santidad sacerdotal dará sentido y fruto apostólico a nuestra vida ministerial. “Mirémonos, padres, de pies a cabeza, anima y cuerpo, y vernos hecho semejables a la sacratísima Virgen María, que con sus palabras trajo a Dios a su vientre… ¿Por qué los sacerdotes no son santos, pues es lugar donde Dios viene glorioso…? Relicarios somos de Dios, casa de Dios y, a modo de decir, criadores de Dios; a los cuales nombres conviene gran santidad”8 . La formación permanente de los sacerdotes es cada vez más necesaria. Como sabemos, no abarca sólo el aspecto intelectual, que es necesario actualizar continuamente, sino toda la vida del sacerdote en sus dimensiones humana, espiritual, intelectual y pastoral (PDV 71). Los estudios de Derecho Canónico en la Universidad de San Dámaso (con escolaridad especial), que algunos ya han concluido felizmente y otros están por concluir próximamente, se ha mostrado un recurso importante de formación permanente, tanto por la capacitación en la eclesiología de comunión del Vati8 San Juan de Ávila, Plática 1, 6: BAC I, 790. 12 carta pastoral Estamos elaborando en el Consejo Presbiteral el Proyecto del Presbiterio, que será una pauta a tener en cuenta para nuestro crecimiento sacerdotal cano II como en la convivencia de los sacerdotes más jóvenes en sus primeros pasos de sacerdocio. Se trata de avivar cada día la gracia recibida por la imposición de manos. Se hace necesaria hoy más que nunca una verdadera “pastoral sacerdotal” (Ratio Formar pastores misioneros, 366). La preocupación principal del obispo ha de ser que sus sacerdotes sean santos, y en esta tarea también los presbíteros son colaboradores del obispo. Cada sacerdote ha de sentir como propia la tarea de ayudar a sus hermanos sacerdotes a ser santos. La primera ocupación que el obispo confía a un sacerdote es que se ocupe de sus hermanos sacerdotes. En el respeto, en el cariño mutuo, en la cercanía debemos considerar a cada uno de los sacerdotes de nuestro presbiterio como verdaderos hermanos. Somos miembros de una familia en la que estamos atentos a las necesidades del hermano. Nada más ajeno al corazón de un sacerdote que desentenderse de su hermano sacerdote, sobre todo si está en necesidad. En este punto quisiera agradecer al Papa Francisco la cariñosa y enjundiosa Carta que ha dirigido a todos los sacerdotes con motivo del 160 aniversario de la muerte del santo Cura de Ars. Os invito a leerla despacio. Entre tantas cosas preciosas, nos dice: “Gracias por buscar fortalecer los vínculos de fraternidad y amistad en el presbiterio y con vuestro obispo, sosteniéndose mutuamente, cuidando al que está enfermo, buscando al que se aísla, animando y aprendiendo la sabiduría del anciano, compartiendo los bienes, sabiendo reír y llorar juntos, ¡cuán necesarios son estos espacios! E inclusive siendo constantes y perseverantes cuando tuvieron que asumir alguna misión áspera o impulsar a algún hermano a asumir sus responsabilidades; porque «es eterna su misericordia»”9 . “Alguna forma de vida común”, 9 Francisco, Carta a los sacerdotes en el 160 aniversario de la muerte de Cura de Ars, 4 agosto 2019. nos recomienda la Iglesia de nuestro tiempo10, y ya es ejemplo de ello san Juan de Ávila. Él no vivía en casa propia, sino prestada, y en los distintos lugares donde fijó su residencia vivía en convictorio con otros sacerdotes. No es sólo propio de religiosos, también los sacerdotes diocesanos seculares hemos de intentar formas de vida que nos estimulen a la santidad. Vivir en comunidad no es para tener garantizados ciertos servicios comunes, vivir en comunidad ayuda a superar la cómoda soltería y ejercitarse en la caridad fraterna cada día con una sencilla regla de vida, vivir en comunidad es un signo de caridad y unidad ante los fieles. “Vivir con otros significa aceptar la necesidad de la propia y continua conversión y sobre todo descubrir la belleza de este camino, la alegría de la humildad, de la penitencia, y también de la conversación, del perdón mutuo, de sostenerse mutuamente. “Ved qué dulzura qué delicia convivir los hermanos unidos” (Sal 133, 1)”11. Vivir en comunidad ayuda a la santidad. Por el contrario, hacer la propia vida independiente, incluso hasta el 10 “Para hacer más eficaz la misma cura de almas se recomienda encarecidamente la vida común de los sacerdotes... que favorece la acción apostólica y da a los fieles ejemplo de caridad y unidad” (ChD, sobre los obispos, 30). “A fin de que los presbíteros se presten mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar más adecuadamente en el ministerio y se libren de los peligros que acaso origine la soledad, foméntese entre ellos alguna forma de vida común… a saber, la convivencia, donde fuera posible, o la mesa común o, por lo menos, reuniones frecuentes” (PO 8). 11 Benedicto XVI, A sacerdotes de la Fraternidad San Carlos (12 febrero 2011). aislamiento, no favorece la vida sacerdotal. Por eso, hemos de cuidar los encuentros sacerdotales, la reunión de arciprestazgo, la reunión de los miércoles, las reuniones de formación permanente, los retiros mensuales, los Ejercicios anuales, los encuentros de quinquenales, etc. No nos parezca demasiado cuando se nos convoca para reunirnos. La vida sacerdotal diocesana no es para vivirla a solas, sino en fraternidad, en comunidad, y las formas concretas serán hasta donde se pueda. 13.- Como San Juan de Ávila, atendamos las vocaciones sacerdotales El Señor nos ha bendecido por la intercesión de san Juan de Ávila con vocaciones sacerdotales para la atención a nuestra diócesis y a la Iglesia universal. Demos gracias a Dios por cada una de las vocaciones que Dios suscita en el seno de nuestra Iglesia diocesana. Cada una de ellas es un milagro de Dios. Pidamos al Señor, por intercesión de san Juan de Ávila, que los que llegan a nuestro Seminario con el fuerte tirón de una vocación que lleva a dejarlo todo por él, no se sientan defraudados ni lleguen a consensuar con el mundo cualquier forma de mundanidad. Que los que son agregados al presbiterio diocesano por la ordenación sacerdotal encuentren estímulos permanentes para su fidelidad y no consientan nunca en la mediocridad. La mejor pastoral vocacional tiene como fundamento siempre la oración al Dueño de la mies para que mande obreros a su mies (cf. Mt 9,38). No nos cansemos de hacerlo en todas las parroquias, en todas las comunidades, en todos los grupos. Oremos constantemente, porque la oración nos hace caer en la cuenta de que la vocación viene de Dios y sólo él puede sostenerla. Por eso nos insiste: “Pedid y recibiréis”, condicionando a nuestra oración el regalo de nuevas vocaciones y la fidelidad a la misma. 13 EN El inicio del curso 2019-2020 La vida sacerdotal diocesana no es para vivirla a solas, sino en fraternidad, en comunidad La familia cristiana es el clima ordinario de cultivo de tales vocaciones, sobre todo si los padres piden a Dios que alguno de sus hijos sea llamado por este camino. El brote de una vocación al sacerdocio sorprende en ocasiones a los padres y los hermanos, precisamente porque es una llamada de Dios; y han de considerarse afortunados cuando alguno de sus miembros es tocado por el dedo de Dios. También hay familias que se resisten, que no son capaces de sobreponerse al instinto natural, que planean un futuro para sus hijos, y se sorprenden de que Dios descabale tales planes. Lo que Dios tiene preparado para cada uno es mejor siempre que lo que nosotros podemos planear. Pero un niño, adolescente o joven se siente llamado particularmente cuando se cruza en su vida con un sacerdote. “Yo quiero ser como tú”, he oído a tantos sacerdotes cuando relatan el origen de su vocación. El encuentro con algún sacerdote ejemplar ha puesto en marcha el ideal vocacional, que se ha ido concretando posteriormente. La vocación al sacerdocio debe ser atendida cuando surge. Si llega en la edad adulta, en la edad adulta. Si llega en la niñez o adolescencia, atenderla entonces. Para eso, la diócesis dispone de Seminario Menor, atendido por buenos sacerdotes y con un buen clima formativo. No es correcto aplazar o entorpecer la respuesta. Un niño al comienzo de la secundaria puede saber bien lo que quiere –lo sé por experiencia propia y de tantos otros-, mientras que, por el contrario, un aplazamiento en la respuesta puede evaporar lo que fue una auténtica llamada, que reclama una respuesta generosa. Precisamente porque el ambiente general está enrarecido, un chaval que quiere ser cura encontrará en el Seminario Menor el ambiente más propicio, aunque a los padres les suponga cierto desprendimiento. Fomentemos todos las vocaciones en edad temprana, no descuidemos el Seminario Menor, atendamos sus actividades, los encuentros de monaguillos, el preseminario, las colonias de verano, etc. Y lo mismo el Seminario Mayor, que goza de buena salud. La atención humana personalizada, que proporciona una formación sana y educa para asumir compromisos de por vida, el clima de intensa vida espiritual, la formación intelectual con buenos profesores nativos y la proyección pastoral en el contacto con las parroquias dan un buen nivel a nuestro Seminario, gracias a muchas colaboraciones de sacerdotes, religiosos/as y seglares. El Seminario es un fruto precioso de todo el Pueblo de Dios, es el corazón de la diócesis, es la pupila del obispo. Hemos vivido a lo largo del curso un relevo en el equipo formativo (por el nombramiento del nuevo obispo de Guadix, sacerdote de nuestro presbiterio, que ha supuesto algunos ajustes) y ha podido resolverse con naturalidad, gracias a que la diócesis de Córdoba cuenta con buenos sacerdotes. La comunidad del Seminario ha asumido el cambio con gran sentido eclesial y con madurez. La diócesis de Córdoba, a pesar de nuestras limitaciones, es un organismo sano. Damos gracias a Dios. Pero el constatar la buena marcha, no debe detenernos en la autocomplacencia. El Seminario es cosa de todos y todos tenemos que arrimar el hombro. La pastoral vocacional ha de ser una tarea prioritaria de los sacerdotes. Si vivimos como sacerdotes, si somos fieles a los dones recibidos, habrá jóvenes que sientan la llamada y les será más fácil responder. Sean generosas las familias al dar sus hijos para el Señor. La pastoral juvenil, que abarca todas las vocaciones, recuerde continuamente esta llamada al sacerdocio ministerial. La Iglesia necesita sacerdotes para su supervivencia, hagámoslo ver a los jóvenes, y ante la necesidad bien expuesta algunos sentirán la llamada. No nos dé reparo hacer esta propuesta directamente. En los encuentros con jóvenes, fomentemos el Adoremus, que tanto los atrae. Ahí, en el trato personal y directo con el Señor podrán descubrir esta llamada específica. Necesitamos sacerdotes, más sacerdotes, santos sacerdotes. Jóvenes que tras una adecuada preparación, 14 carta pastoral La mejor pastoral vocacional tiene como fundamento siempre la oración al Dueño de la mies para que mande obreros a su mies sean capaces de quemar las naves y seguir a Jesús de manera irreversible. San Juan de Ávila es un referente para todos. 14.- La pastoral familiar, tarea preferente En estas líneas que escribo al inicio del curso pastoral, tengo que acentuar especialmente la pastoral que coordina y promueve la Delegación diocesana de familia y vida. Partimos del interés de toda la Iglesia por la familia y la vida, sobre todo a partir del Papa Juan Pablo II, el “Papa de la familia”, como le proclamó Francisco el día de su canonización. Ya Pablo VI nos regaló la encíclica “Humanae vitae” (1968), de la que se han cumplido 50 años. “Encíclica profética” la calificó Juan Pablo II en la Exhortación apostólica Familiaris consortio (1981), que ha sido ampliada en la encíclica Evangelium vitae (1995). En nuestros días, como fruto de los dos Sínodos sobre la familia, el Papa Francisco nos ha dado la Exhortación apostólica Amoris laetitia (2016), en cuyo surco alimentamos la pastoral del matrimonio, de la familia y de la vida hoy. El fundamento de la familia es el amor de los esposos –varón y mujer-, que les ha llevado al compromiso de unir sus vidas para siempre ante Dios. Se trata de un amor que perdura, incluso cuando han desaparecido las emociones del primer momento. Es un amor consagrado por el sacramento del matrimonio, que significa y hace presente el amor de Cristo esposo a su esposa la Iglesia. La vocación al amor, que toda persona experimenta en su corazón, encuentra en el matrimonio cristiano su cumplimiento y su expresión propia: un amor humano, total, fiel y exclusivo, fecundo (HV 9). “Sólo la unión exclusiva e indisoluble entre un varón y una mujer cumple una función social plena, por ser un compromiso estable y por hacer posible la fecundidad. Debemos reconocer la gran variedad de situaciones familiares que pueden brindar cierta estabilidad, pero las uniones de hecho o entre personas del mismo sexo, por ejemplo, no pueden equipararse sin más al matrimonio. Ninguna unión precaria o cerrada a la comunicación de la vida nos asegura el futuro de la sociedad” (AL 52). El matrimonio es ante todo un proyecto de Dios para la felicidad del hombre y cumple una función social plena, por la estabilidad del compromiso de fidelidad de ambos esposos, que repercute en toda la sociedad, y por la apertura a la vida, que garantiza la perpetuidad de la especie humana. “En el matrimonio conviene cultivar la alegría del amor”, recuerda el Papa (AL 126), que no se limita al placer, sino que se expresa en la ternura, en la contemplación del otro, valorándolo en sí mismo; alegría que se renueva en el dolor, pues “cuanto mayor fue el peligro en la batalla, tanto mayor es el gozo en el triunfo” (San Agustín). Qué necesitado está nuestro mundo de esta buena noticia del amor matrimonial, testimoniado en tantos matrimonios. Aquí radica la pastoral familiar, que va dando sus frutos. Están los Centros de Orientación Familiar (COF). En ellos se acoge al que reclama sus servicios y se programan actividades de formación de novios, de conocimiento de la propia fertilidad, de acompañamiento a los matrimonios en dificultad. Se constata la necesidad de más voluntarios, que presten ese servicio de acompañamiento a otros. La Delegación de familia y vida ha puesto en marcha el Proyecto “Raquel” para los que sufren las secuelas del aborto, que no deja de ser la muerte violenta de un inocente, y eso deja huella. Ha puesto en marcha el Proyecto “Ángel”, para personas tentadas de abortar, acogiéndolas y orientándolas. Ha puesto en marcha el Proyecto “Un amor que no termina” para personas que sufren el divorcio o la separación, a fin de que se encuentren más a fondo con el Señor y acompañar las posibles secuelas. Ha puesto en marcha el Proyecto “Una fecundidad 15 EN El inicio del curso 2019-2020 La vocación al amor, que toda persona experimenta en su corazón, encuentra en el matrimonio cristiano su cumplimiento y su expresión propia más amplia” para matrimonios que se enfrentan a la infertilidad, y que tiene en algunos casos la derivación a la Naprotecnologia (procreación natural sirviéndose de la ciencia). Ha puesto en marcha la campaña “Pon un cura en tu familia”. Todos estos Proyectos requieren acompañamiento, cierta preparación y tiempo. Se admiten voluntarios que quieran ofrecer un tiempo de sus vidas para ayudar a otros en el campo de la pastoral familiar. En el acompañamiento y la formación permanente de matrimonios está la atención específica a grupos de matrimonios en las parroquias sin ninguna marca. Están los grupos de matrimonios de ACG, los Equipos de Nuestra Señora, el Movimiento Familiar Cristiano, el Proyecto de Amor Conyugal, Hogares Nuevos, Cursillos Cristiandad para Matrimonios, etc. El Espíritu Santo va suscitando en su Iglesia nuevas gracias y carismas para la atención a matrimonios en época de bonanza y en época de borrasca. No hay que dar largas hasta que llega la tormenta, es necesario que todo matrimonio tenga un acompañamiento de otros matrimonios con algún sacerdote consiliario, para mantener encendida la llama del amor conyugal, afrontar las dificultades propias y ayudar a otros matrimonios que pasan por las mismas circunstancias. La pastoral familiar tienen que llevarla adelante principalmente los mismos matrimonios. La vocación matrimonial no termina en sí misma, sino que tiene esa dimensión misionera de ayudar a otros a llegar a la plenitud del amor conyugal. Para todo ello es necesario el cultivo de la vida espiritual, la vida según el Espíritu. Se ofrecen Ejercicios Espirituales para matrimonios, retiros especiales para matrimonios y para novios. Y son necesarios también medios de formación permanente, como la formación continua de los Catequistas Prematrimoniales para novios, el Master en Pastoral Familiar del Instituto Juan Pablo II con una preparación a fondo en la pastoral del matrimonio, la familia y la vida, los Cursos Teen Star para la formación afectiva de adolescentes y jóvenes, el conocimiento del Protocolo diocesano para la protección de menores con su Código de buenas prácticas para ambientes sanos y seguros en la Iglesia12. El Consejo Diocesano de Familia y Vida, constituido en diciembre de 2013, lleva seis años reuniendo en dos ocasiones al año a los representantes de todas las realidades pastorales que confluyen en la pastoral diocesana del Matrimonio, la Familia y la Vida. Es un lugar de encuentro para la comunicación y la comunión eclesial (sístole), y de misión para crear por toda la diócesis una red de matrimonios responsables de la pastoral familiar en las parroquias (diástole). Nos falta mucho camino por recorrer, tenemos muchas limitaciones y fallos, todavía no se cumple el “sueño misionero de llegar a todos”13 los matrimonios, pero vamos dando pasos y damos gracias a Dios por ello. 15.- Herederos de un gran

 

VIVA LA MADRE DE DIOS

 

HERMANOS Y HERMANAS: Las fiestas de la Virgen traen consigo gracia abundante de Dios para nosotros, traen alegría y esperanza, son ocasión para experimentar que ella es nuestra Madre. Comenzamos el curso cada año con la fiesta de la Natividad de María, la fiesta de su nacimiento, su cumpleaños diríamos. Si celebramos su inmaculada concepción el 8 de diciembre, a los nueve meses celebramos el día de su nacimiento, el 8 de septiembre. En muchos lugares de la geografía universal es la fiesta principal de María, son las fiestas patronales en su honor. También en nuestra diócesis de Córdoba el 8 de septiembre es la fiesta principal de María en muchos pueblos y ciudades de nuestra diócesis. Podemos decir que el mes de septiembre está señalado como mes mariano precisamente por esta fiesta. En la ciudad de Córdoba celebramos la Virgen de la Fuensanta como patrona de la ciudad. La imagen de la Virgen de la Fuensanta fue coronada canónicamente el 2 de octubre de 1994, hace ahora veinticinco años. Fue trasladada desde su Santuario a la Catedral, donde hubo un triduo preparatorio en su honor, para acudir el día de la coronación a la avenida Gran Capitán donde recibió el beso de todos los cordobeses por las manos del Nuncio Apostólico en España, Mons. Mario Tagliaferri, acompañado por el obispo de Córdoba, Mons. José Antonio Infantes Florido. Éste puso la corona al Niño divino y el Nuncio se la puso a nuestra Madre, la Virgen de la Fuensanta coronada. Ella da nombre a esta pequeña y entrañable imagen, a su Santuario y al barrio donde se ubica. Cada año, llegado el 8 de septiembre, acudimos a su Santuario para rendirle el homenaje de todo el pueblo de Córdoba. Antes, su imagen bendita viene a la Catedral, y este año también a otras cinco parroquias. En la Catedral se celebra solemne Misa el día 7, la víspera de su fiesta, y es llevada procesionalmente a su Santuario para la fiesta del día 8. El Evangelio de este día (Mt 1,18-25) subraya la grandeza de esta mujer, Virgen y Madre al mismo tiempo. Ella es la mujer elegida por Dios para madre de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Lo engendró en su seno virginal sin concurso de varón, por sobreabundancia de vida, como Dios Padre engendra a su Hijo en la sustancia divina sin ninguna otra colaboración. María es icono del Padre. Su virginidad nos habla de una vida plena y pletórica, abundante y rebosante. De esa abundancia de vida ha brotado en su seno virginal la vida nueva del Hijo eterno que comienza a ser hombre en ella. De ella ha tomado su carne y su sangre que será entregada para nuestra redención en la Cruz. La virginidad de María es una llamada permanente a la fidelidad para todos los cristianos. Ella ha dejado a Dios la iniciativa en todo, y por eso su vida es tan fecunda. Esa profunda unión con Dios resulta fecunda en la maternidad divina. María no da origen a su Hijo en cuanto Dios. Él es eterno. María da origen a ese Hijo en cuanto hombre, y por eso es llamada desde antiguo la “Madre de Dios” (en griego, Theotokos). Verdadera Madre de Dios, porque es Madre del Hijo hecho hombre. De esta manera, Jesucristo es Dios como su Padre Dios y es hombre verdadero como su madre María, como nosotros. Una persona divina en dos naturalezas, divina y humana. Y desde la Cruz, su Hijo divino Jesús nos la ha dado como Madre a todos los discípulos de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26-27). Podemos llamarla madre y tenerla como madre, porque ha sido su Hijo el que nos la ha dado como tal. María es mediadora de todas las gracias. Es decir, todo lo que Dios nos quiere conceder lo hace con la colaboración de la Madre, nos demos cuenta de ello o no. Por eso, llegada su fiesta, acudimos a ella para pedirla atrevidamente aquello que necesitemos. En una fiesta suya Ella quiere darnos gracias especiales, que hemos de pedir con confianza. Acudamos a nuestra Madre en estos días de su fiesta. Ella nos alcanzará de su Hijo todo lo que le pidamos. Recibid mi afecto y

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno al 14 de septiembre de 2019, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba organiza actos para rememorar el 75 aniversario de la fundación de dicha Agrupación. Al encontrarnos este año en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe) y al celebrar el 90 aniversario de la bendición e inauguración del monumento al Sagrado Corazón en Las Ermitas de Córdoba, la Agrupación de Cofradías cordobesa planteó esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”, que el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral acoge en nuestro Templo principal. Ya la misma Agrupación ha organizado el pasado 30 de junio 2019 la Magna procesión del Sagrado Corazón, confluyendo tres imágenes: la del Sagrado Corazón de Jesús de la Colegiata de San Hipólito (PP. Jesuitas), la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (desde el hospital de San Jacinto) y la imagen de San Rafael (desde la Basílica del Juramento), llegando hasta la Catedral en un espectáculo de fe precioso, y retornando a sus respectivas sedes. En años anteriores la misma Agrupación ha organizado el Viacrucis Magno de la Fe (14 septiembre 2013) y la Magna Mariana “Regina Mater” (27 junio 2015). Ahora se trata de la convocatoria de imágenes de Jesús, provenientes de puntos significativos de toda la diócesis y provincia de Córdoba, que expresan ese amor del Corazón de Cristo en los distintos pasos de Pasión, Muerte y Gloria del Señor. Cuarenta y cuatro Hermandades se darán cita en la Catedral de Córdoba para esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”. Algunas imágenes llegarán a la Catedral en traslado privado, otras en viacrucis el día 13, y treinta y una de ellas procesionarán en esta Magna del 14 septiembre 2019. De esta manera, quedarán expuestas todas del 15 al 22 de septiembre en las naves de la Santa Iglesia Catedral para contemplación de devotos y visitantes. El culto a las imágenes quedó consagrado en el Concilio II de Nicea (787), superando los ataques inconoclastas, que han rebrotado también en épocas posteriores: “El culto a las imágenes remite al prototipo”, nos enseña la Iglesia. Las imágenes son una prolongación del misterio de la Encarnación, por la que el Hijo eterno invisible se ha hecho visible al tomar nuestra propia carne, podemos tocarle, podemos mirarle, podemos abrazarle, podemos besarle. Las imágenes son expresión de una fe colmada de belleza; a través de ellas llega hasta nosotros el rostro de Cristo con sus preciosas actitudes de misericordia, de cercanía, de amor. Tocando las imágenes con la mirada y con la devoción, le devolvemos a Jesucristo alguna expresión de cariño por nuestra parte. Desde la fuerza juvenil de los costaleros que portan los sagrados Titulares hasta las lágrimas que brotan espontáneas cuando miramos a Jesús, en estos acontecimientos se multiplica y se condensa la emoción, que no es algo pasajero, sino acumulación de sentimientos de la persona creyente. En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida. Que esta Magna de Jesús 2019 traiga bendiciones del cielo a todos los que en ella participamos. Que logremos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3, 18). Y que recorramos el camino de la vida, sabiendo que Jesús va por delante de nosotros, nos espera y nos acompaña siempre. Felicidades a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba en este 75 aniversario, que coincide con el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba. Gracias a todos los que habéis preparado con esmero este acontecimiento religioso de nuestra diócesis. Os agradezco de corazón especialmente a los que venís de las parroquias rurales, portando vuestra imagen bendita de Jesús y superando todo tipo de dificultades. Una vez más el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral nos acoge en el Templo madre de toda la diócesis para una expresión de fe tan eclesial. Recibid mi afecto y mi bendición: Por tu Cruz redimiste al mundo Q • Nº 664 • 15/09/19 3 En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida nió el prelado, en

 

 

DOMINGO XXV  O XXVI

 

O Dios o el dinero Q

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Pocas veces Jesús se pone tan tajante como en el evangelio de este domingo. Junto al evangelio de la misericordia –Dios nos perdona siempre–, está también la disyuntiva de ponernos o de parte de Dios o alimentar los ídolos de nuestro corazón: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). No es compatible lo uno con lo otro, aunque nosotros pretendamos a veces poner una vela a Dios y otra al diablo. ¿De dónde viene esta incompatibilidad? El dinero no es malo en sí mismo, más aún es necesario para sobrevivir. Por medio del dinero atendemos nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, casa, atención a la salud, etc. Dios no es enemigo de todo eso y quiere que estemos atendidos lo mejor posible. El dinero lo adquirimos como fruto del trabajo, de nuestro ingenio humano, de nuestra capacidad creativa, etc. Y eso también es bueno. Pero el dinero representa la seguridad que este mundo ofrece y, teniendo dinero, se nos abren muchas posibilidades. La clave de la disyuntiva no está por tanto en el dinero, sino en la alternativa de confiar en Dios o confiar en nuestros medios. No parece que sea compatible el amor al dinero (con todas las posibilidades que ofrece) y la confianza en Dios, que es nuestro Padre providente. Siendo el dinero la puerta para tantas posibilidades en nuestra vida, el corazón humano desarrolla una actitud que le hace desear más y más. Cuando esta actitud se hace viciosa, entonces tenemos la codicia, la avaricia. Este vicio consiste en el deseo desordenado de tener más. Y no sólo dinero, sino cualquiera de los bienes de este mundo. La codicia, como cualquier otro vicio, nunca se ve satisfecha. Cuanto más la alimentas, más engorda. Y el avaricioso no descansa nunca con lo que tiene ni se amolda a las posibilidades que la vida le ofrece. El dinero entonces esclaviza, se convierte en un ídolo, la avaricia es una idolatría: “Apartaos de toda codicia y avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5), nos dice el apóstol san Pablo. Cuando aparece la codicia en el corazón humano, uno se aleja de Dios y se incapacita para ayudar a los demás. Movido por la avaricia, el corazón humano se hace injusto y pierde su capacidad de solidaridad. Cuando uno lo quiere todo para sí, no percibe que lo recibido es también para compartirlo generosamente con los demás: su tiempo, sus cualidades, su dinero. Por eso, Jesús se presenta en su vida terrena en actitud de pobreza y austeridad, y nos invita a seguir su ejemplo. Las circunstancias en la que Jesús vive no son pura casualidad, sino que expresan su ser más profundo. Nace pobre en Belén, vive en la austeridad y desprendimiento de quien, pudiendo tenerlo todo, prefiere no tenerlo para vivir colgado de su Padre Dios y muere pobrísimo en la cruz. Llama bienaventurados a los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, y nos invita a seguirle por este camino. Ciertamente, cada uno tiene derecho a tener lo que necesita para vivir. Pero la pregunta es por qué unos tanto y otros tan poco o nada. Y la respuesta apunta al egoísmo del corazón humano, que se queda con lo suyo y lo ajeno. Por eso, la severa advertencia de Jesús en este pasaje evangélico y en otros: No podéis servir a Dios y al dinero, porque el servicio a Dios no esclaviza nunca, sino que nos hace libres. Mientras que el servicio al dinero esclaviza siempre y es origen de muchos males. Cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa, le salió espontáneo devolver lo que había robado a los demás en su vida, llevado por la usura, e incluso se hizo generoso repartiendo parte de sus bienes entre los pobres. Si dejamos que Jesús entre en nuestra casa, en nuestro corazón, nos hará generosos, desprendidos, solidarios y podremos escuchar de Jesús: Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Recibid mi afecto y mi bendición:

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno al 14 de septiembre de 2019, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba organiza actos para rememorar el 75 aniversario de la fundación de dicha Agrupación. Al encontrarnos este año en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe) y al celebrar el 90 aniversario de la bendición e inauguración del monumento al Sagrado Corazón en Las Ermitas de Córdoba, la Agrupación de Cofradías cordobesa planteó esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”, que el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral acoge en nuestro Templo principal. Ya la misma Agrupación ha organizado el pasado 30 de junio 2019 la Magna procesión del Sagrado Corazón, confluyendo tres imágenes: la del Sagrado Corazón de Jesús de la Colegiata de San Hipólito (PP. Jesuitas), la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (desde el hospital de San Jacinto) y la imagen de San Rafael (desde la Basílica del Juramento), llegando hasta la Catedral en un espectáculo de fe precioso, y retornando a sus respectivas sedes. En años anteriores la misma Agrupación ha organizado el Viacrucis Magno de la Fe (14 septiembre 2013) y la Magna Mariana “Regina Mater” (27 junio 2015). Ahora se trata de la convocatoria de imágenes de Jesús, provenientes de puntos significativos de toda la diócesis y provincia de Córdoba, que expresan ese amor del Corazón de Cristo en los distintos pasos de Pasión, Muerte y Gloria del Señor. Cuarenta y cuatro Hermandades se darán cita en la Catedral de Córdoba para esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”. Algunas imágenes llegarán a la Catedral en traslado privado, otras en viacrucis el día 13, y treinta y una de ellas procesionarán en esta Magna del 14 septiembre 2019. De esta manera, quedarán expuestas todas del 15 al 22 de septiembre en las naves de la Santa Iglesia Catedral para contemplación de devotos y visitantes. El culto a las imágenes quedó consagrado en el Concilio II de Nicea (787), superando los ataques inconoclastas, que han rebrotado también en épocas posteriores: “El culto a las imágenes remite al prototipo”, nos enseña la Iglesia. Las imágenes son una prolongación del misterio de la Encarnación, por la que el Hijo eterno invisible se ha hecho visible al tomar nuestra propia carne, podemos tocarle, podemos mirarle, podemos abrazarle, podemos besarle. Las imágenes son expresión de una fe colmada de belleza; a través de ellas llega hasta nosotros el rostro de Cristo con sus preciosas actitudes de misericordia, de cercanía, de amor. Tocando las imágenes con la mirada y con la devoción, le devolvemos a Jesucristo alguna expresión de cariño por nuestra parte. Desde la fuerza juvenil de los costaleros que portan los sagrados Titulares hasta las lágrimas que brotan espontáneas cuando miramos a Jesús, en estos acontecimientos se multiplica y se condensa la emoción, que no es algo pasajero, sino acumulación de sentimientos de la persona creyente. En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida. Que esta Magna de Jesús 2019 traiga bendiciones del cielo a todos los que en ella participamos. Que logremos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3, 18). Y que recorramos el camino de la vida, sabiendo que Jesús va por delante de nosotros, nos espera y nos acompaña siempre. Felicidades a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba en este 75 aniversario, que coincide con el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba. Gracias a todos los que habéis preparado con esmero este acontecimiento religioso de nuestra diócesis. Os agradezco de corazón especialmente a los que venís de las parroquias rurales, portando vuestra imagen bendita de Jesús y superando todo tipo de dificultades. Una vez más el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral nos acoge en el Templo madre de toda la diócesis para una expresión de fe tan eclesial. Recibid mi afecto y mi bendición: Por tu Cruz redimiste al mundo

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Recibimos la incitación permanente a “vivir bien”, entendiendo por ello una vida regalada en la que no nos falte de nada y en la que estén satisfechas todas nuestras apetencias. Nos lo dice el mundo de nuestro entorno, nos lo pide el cuerpo, y nos lo sugiere de una u otra manera el mismo demonio. Y por esa vida optó el personaje del relato evangélico de este domingo, Epulón el rico (Lc 16, 19-31). Vestía refinadamente y banqueteaba a diario, se daba a la buena vida. A su lado estaba el pobre Lázaro, enfermo y hambriento, que ni siquiera podía saciarse de lo que le sobrada al rico. La primera desgracia del rico Epulón es la de plantear la vida para disfrutar de todos sus placeres. Y los placeres de esta vida se acaban antes o después, no son eternos. De ello tendremos que dar cuenta ante Dios. Y la otra desgracia de Epulón es la de haber cerrado su corazón a las necesidades de los pobres de su entorno, no había percibido la pobreza de Lázaro, y eso que lo tenía a la puerta de su casa. Se había ido estrechando cada vez más su capacidad de amar. La vida que continúa después de la muerte pone las cosas en su sitio, y a la luz de esa última realidad hemos de vivir la vida presente. Sucedió que ambos murieron y Lázaro fue a gozar de Dios para siempre, mientras que Epulón sufrió los tormentos que él mismo se había fraguado en su vida terrena. Porque el infierno no es castigo independiente de esta vida terrena. El infierno consiste en no poder amar. El corazón humano que está hecho para amar y ser amado se encuentra con que se le han cerrado todas las posibilidades, y ese será su tormento eterno, no poder amar aunque quiera y no poder ser amado por nadie. Varias lecciones nos da Jesús con esta parábola. En primer lugar, que la vida no es para disfrutarla sin medida. Estamos hechos para la felicidad, sí; pero no para esa vida sensual, que nos va disolviendo en vez de construirnos. Pasarlo bien, disfrutar de los placeres de este mundo, darse la “buena vida” no conduce a nada bueno, además de que crea adicciones insaciables. Al contrario, nos va cerrando el corazón y no va haciendo incapaces de amar. Por el contrario, las penas de cada día aceptadas con humildad y ofrecidas con amor, nos ensanchan el corazón y nos hacen capaces de disfrutar ya desde ahora de la felicidad que Dios nos tiene preparada y que nunca acaba. Y en segundo lugar, una vida disoluta nos hace desentendernos de los demás. Sólo piensa en sí mismo, no le conmueven las necesidades de los demás, se hace insolidario. Si el rico Epulón hubiera abierto los ojos a los pobres de su entorno, hubiera detenido su mala marcha mucho antes. El contacto con los pobres nos abre a la verdad de nosotros mismos; los pobres nos evangelizan al recordarnos que nosotros también somos necesitados y, al ponernos delante de los ojos personas y situaciones que nos conmueven, nos sacan de nuestros esquemas. Compartir las penas de los demás nos hace más humanos, más solidarios, nos hace bien al sacarnos de nuestro egoísmo. Pobres y ricos. No están en el mundo para contraponerlos, ni para enfrentarlos, ni para enzarzar a unos contra otros en lucha dialéctica tan frecuente en nuestro tiempo. El mundo no se arregla por la vía del enfrentamiento, del odio o de la lucha de clases. Lo único que renovará el mundo es el amor. Acercarse a los pobres es un imperativo del amor cristiano. Jesucristo siendo rico se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8, 9), y lo ha hecho por amor. Ese camino nuevo, que Jesús ha inaugurado, nos invita a recorrerlo con él, el camino del amor, que se acerca a los pobres en actitud de humildad y despojamiento para servirlos. Cuánto bien nos hacen los pobres, si no los miramos como rivales o desde arriba, sino abajándonos como ha hecho nuestro Señor. El acercamiento a los pobres nos abre el horizonte de la vida eterna, la cerrazón a los pobres nos lleva a la perdición. Recibid mi afecto y mi bendición: Una vida disoluta conduce a la perdición eterna

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercaron a Jesús diez leprosos, que a gritos le decían: Ten compasión de nosotros. La lepra era una enfermedad incurable, una enfermedad mortal, una enfermedad que generaba marginación por razones sanitarias. Al que se le declaraba la lepra quedaba incomunicado con el resto de la sociedad para no contagiar a los demás. Por eso, a Jesús le gritan de lejos. Y Jesús atiende su petición. Ha curado todo tipo de enfermedades, ha expulsado otros tantos demonios, ha resucitado incluso a algún muerto, ha multiplicado los panes y los peces. En cada uno de sus milagros Jesús nos transmite un mensaje. En la curación de estos diez leprosos aparece la fuerza de Cristo que es capaz de librarnos de nuestras lepras. Son lepras nuestros vicios y pecados, nuestras adicciones y desesperanzas, nuestra propia historia que cada uno bien conoce. Quién podrá librarnos de todo eso. Jesucristo ha venido para librarnos de todo pecado, de toda atadura, de toda esclavitud. Cuando nos ponemos delante de él, que es todo pureza y santidad, nos sentimos manchados, impuros, sucios. Es una gracia de Dios sentirse así, porque esa sensación viene al contemplarle a él. Pero si él nos hace sentirnos impuros, es porque quiere purificarnos y limpiarnos de todo lo que nos ensucia. Él quiere hacer en cada uno de nosotros una historia de amor, más fuerte que nuestro pecado. Una historia de misericordia. Uno de los peores males de nuestro tiempo es la pérdida del sentido del pecado, decía ya Pío XII. Y hemos ido a peor en sentido generalizado. Para mucha gente el sentido del pecado sería como un sentimiento insano de culpa, como una represión educacional, que habría que erradicar considerándolo todo como normal, o a lo sumo con un margen de error, y que habría que liberar con técnicas psicológicas del profundo. Ciertamente, el sentido del pecado proviene del sentido de Dios. Cuando Dios no está presente, es muy difícil tener conciencia de haberle ofendido. Sólo cuando hay un encuentro sincero con Dios, surge el sentido del pecado, surge la conciencia de haberle ofendido, de haberle olvidado. En la conversión de tantos santos aparece esa sensación de haber ofendido a Dios y de haber tardado en responderle positivamente. “Tarde te amé”, dice san Agustín lamentándose. Necesitamos la gracia de Dios no sólo para librarnos del pecado, que nos aparta de Dios y de los demás, sino también para reconocer que estamos sucios por ese pecado, que incluso no percibíamos. Muchas veces no se trata de introspecciones psicológicas, sino sencillamente de ponerse delante del Señor, como hicieron aquellos diez leprosos, y pedirle a Jesucristo con toda humildad que nos cure nuestras heridas. “Y quedaron limpios”. A medida que nuestro trato con Dios sea más intenso y profundo, más percibiremos esa impureza de nuestro corazón, más caeremos en la cuenta de la necesidad de pureza, con mayor humildad gritaremos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Mirando cada uno nuestra propia historia, percibiremos que ha sido Dios quien nos ha sanado del pecado y de ahí brotará espontáneamente la acción de gracias. Diez fueron sanados, uno sólo vino a dar gracias. Quizá los otros nueve se quedaron sólo en lo exterior. Ese que volvió se dio cuenta de la grandeza de haber sido curado y por eso volvió para dar gracias. No seamos desagradecidos, porque es muchísimo lo que hemos recibido, aunque a veces no nos demos cuenta. La plegaria central del culto cristiano es la acción de gracias (en griego, eucaristía) dirigida a Dios Padre por habernos dado a su Hijo Jesucristo y en él nos lo ha dado todo. La acción de gracias brota de un corazón humilde, de un corazón que no se siente con derecho a nada, de un corazón que reconoce la obra de Dios en su vida. Cuando Dios actúa, un corazón humilde lo reconoce y lo agradece. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Y quedaron limpios

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia es misionera por naturaleza, y en la Iglesia cada uno de los bautizados. Por el Bautismo somos sumergidos en Cristo y recibimos el Espíritu Santo, nos hacemos partícipes de Cristo sacerdote, profeta y rey. El mismo Espíritu que ungió a Jesús en el Jordán y lo envió a proclamar la salvación a los pobres y a todos los hombres es el Espíritu Santo que nos ha ungido en el Bautismo y nos ha hecho pregoneros del Evangelio. Cien años hace que el Papa Benedicto XV, a través de la Carta apostólica Maximum illud (el máximo y santísimo encargo), recordó a la Iglesia la preciosa tarea del anuncio misionero a todas las gentes. La Iglesia ha conocido desde ese momento un renovado impulso misionero. La Iglesia no ha dejado de recordar y cumplir el mandato misionero en todas las épocas a lo largo de su historia: el primer anuncio de los primeros siglos con tantos apóstoles y testigos, la evangelización de los pueblos del nuevo mundo tras el descubrimiento de América con tantísimos misioneros, pero además en el último siglo ha reverdecido este impulso misionero del que ahora celebramos cien años (tantos Institutos religiosos misioneros y tantos sacerdotes y laicos). Con este motivo, el Papa Francisco ha proclamado el Mes Misionero Extraordinario, que estamos viviendo durante todo el mes de octubre. “Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios”, nos recuerda el Papa Francisco. Esta unión con Cristo se da y se vive en la Iglesia. No somos seres solitarios, ni Dios ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. Nuestra pertenencia a la Iglesia nos hace partícipes de esa misión con la que Cristo ha enviado a los apóstoles: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15). Escuchamos este mandato como dirigido a cada uno personalmente, como encargo máximo y santísimo que Jesús ha dado a su Iglesia. La Iglesia, por tanto, tiene que estar alimentando continuamente esta misión, tan propia que pertenece a su misma naturaleza, pues la Iglesia ha nacido para evangelizar. El domingo del DOMUND y el Mes misionero son ocasión para agradecer a Dios el don de los misioneros, hombres y mujeres, que se han puesto en camino. Son quinientos mil misioneros por todo el mundo, más mujeres que hombres. Los mejores embajadores de la Iglesia, los que ya estaban allí cuando sucede algún contratiempo y los que permanecen allí cuando pasa la noticia. No son voluntarios temporales –muy valiosos, por cierto-. Son misioneros que han puesto su vida en juego para llevar la buena noticia del amor de Dios, que nos hace hermanos. Gracias, queridos misioneros, que habéis dejado patria, amigos, ambientes, comodidades, etc. y, ligeros de equipaje, gastáis vuestra vida por amor a Dios y por amor a los hermanos. Y cuando llega esta ocasión, y en otros muchos momentos, hemos de rascarnos el bolsillo. Si de verdad nos interesa que el Evangelio llegue, hemos de ser generosos con nuestro dinero y nuestro tiempo dedicado a las misiones: construcción de iglesias, formación de catequistas y sacerdotes, sostenimiento de tantas tareas pastorales, etc. Si de verdad queremos esa promoción integral que Dios quiere para cada persona, hemos de echar todas las manos que podamos para que llegue algo de tanto que nos sobra e incluso de lo que necesitamos. Gracias, Delegación diocesana de Misiones de Córdoba, por vuestro trabajo constante a lo largo del año. Lo hacéis muy bien, no decaiga esa animación misionera. Dios os bendiga siempre. Recibid mi afecto y mi bendición. Q Bautizados y enviados, D

 

 

 

1 DE NOVIEMBRE. FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es un accidente pasajero, que nos introduce en la vida eterna definitivamente. El mes de noviembre es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos, el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que no acaba, en la vida después de la muerte. “Dichoso mes, que empieza por todos los Santos y termina con san Andrés”, afirma un dicho popular, que considera el mes de noviembre como mes privilegiado. La fiesta de todos los Santos es el 1 de noviembre. Nos levanta el ánimo para que miremos al cielo como nuestra patria definitiva. Los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. La fiesta de todos los Santos nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros hermanos mayores, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz. Allí iremos también nosotros con ellos. No es una fecha para la tristeza, sino para la alegría y la esperanza. Nuestra vocación es la santidad, y esos hermanos nuestros ya han alcanzado la meta, y gozan de Dios para siempre. Entre esos santos que veneramos están muchos amigos, familiares y conocidos que ya han traspasado el umbral de la muerte, después de haber vivido santamente. La Iglesia ha canonizado a algunos, pero la inmensa multitud de los habitantes del cielo no serán canonizados. A todos quiere la Iglesia honrar con el recuerdo para que los imitemos y recurramos a su intercesión en el camino de la vida. Santos del cielo, mirad nuestras vidas y acompañadnos en nuestro caminar hasta la meta. Viendo vuestra vida santa, aprendemos a vivir santamente. La vida cristiana llega a su plenitud en la santidad. Nos anima saber que esa es nuestra vocación, y que en este camino van delante nuestros hermanos mayores, los santos del cielo. Y, por qué celebramos a los Difuntos otro día, el 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto. Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba. Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones. La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que encarguéis a vuestros sacerdotes que ofrezcan Misas por vuestros difuntos, y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida. La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde unos ayudan a otros en la aplicación de los frutos de la redención de Cristo. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos. En el misterio de la fe y la comunión eclesial. Oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios. Hacemos como una piña entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor cristiano. Recibid mi afecto y mi bendición. Q Más allá de la muerte

 

 

DIA 2 NOVIEMBRE: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Más allá de la muerte, nos espera la vida para siempre. Hemos nacido para la vida, para la vida sin fin; la muerte es una realidad pasajera, que nos introduce en la vida eterna definitivamente con Dios y todos los nuestros.

El mes de noviembre, que es el último mes del Año litúrgico, es el mes de los Santos, el mes de los Difuntos. Es el mes en que nos detenemos a pensar en la vida que acaba en la tierra, pero que no acaba sino que en la vida eterna, en la vida después de la muerte. Por eso, el mes de noviembre es privilegiado porque empieza con la fiesta de todos los Santos, es decir, de todos los hombres salvados por los méritos de Cristo, de todos los nuestros que están en el cielo, y sigue con el día dos, día de difuntos, día en que les recordamos cuando estuvieron en la tierra. Pedimos que  así lo celebren los nuestros cuando hayamos partido a la casa de Padre, mirando al cielo y rezando por nosotros nos recuerden cuando estuvimos con ellos en la tierra. Porque todos nosotros somos eternos, para esto nació Cristo y murió para que todos tuvieramos la vida eterna. Esta es la verdad fundamental de nuestra fe, de la religión católica, la razón de la vida, muerte y resurrección de Jesucristo y la verdad fundamental de nuestra fe y la razón fundamental y única por la que soy sacerdote.

Los años van pasado y nuestra estancia en la tierra es limitada, tiene fecha de caducidad. Nos lo recuerda esta fiesta de los difuntos, de los nuestros que han muerto a esta vida de la tierra. La fiesta de todos los Santos de ayer y de los difuntos de hoy nos invita a mirar al cielo, donde se encuentran nuestros hermanos mayores, los que nos han precedido en el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz; nos invita a que le recordemos y recemos por si necesitan nuestra ayuda, que ofrezcamos la misa hoy y otros días, así como la comunión y el rosario por ellos, porque se hayan purificado de todo pecado y estén ya en el cielo para el que fueron y hemos sido soñados todos por Dios nuestro padre del cielo.

Allí iremos también nosotros con ellos. No es una fecha solo para la tristeza, sino para la alegría y la esperanza. Entre esos difuntos por los cuales hoy especialmente rezamos están muchos amigos, familiares y conocidos que ya han traspasado el umbral de la muerte, después de haber vivido santamente. Yo lamento que hoy día olvidamos muy pronto a los difuntos y ya nos rezamos ni ofrecemos misas por ellos, los méritos de Cristo por su salvación eterna. Antes teníamos que hace una lista en este mes de noviembre y en la parroquia casi todos los días teniamos intenciones por nuestro difuntos. Hoy desgraciadamente está muy olvidados. Pues bien, hoy es un día especial en la Iglesia para rezar por ellos y encomendarlos ante Dios.

La Iglesia ha canonizado a algunos, pero la inmensa multitud de los habitantes del cielo no serán canonizados. A todos quiere la Iglesia honrar con el recuerdo para que los imitemos y recurramos a su intercesión en el camino de la vida.

Y, por qué celebramos a los Difuntos el día 2 de noviembre. Porque los que traspasan el umbral de la muerte y todavía están atados por lazos de pecado o secuelas derivadas, necesitan ser plenamente liberados, purificados en el Purgatorio. El Purgatorio es aquella situación en la que la persona ve con plena claridad cuánto es el amor de Dios y qué poco ha correspondido por su parte. Es una purificación que se realiza en clima de amor. Por eso duele tanto.

Cuando somos muy queridos y no hemos sabido corresponder, el dolor es inmenso. Eso es el Purgatorio cara a cara con Dios. Por los que se hayan apartado de Dios definitivamente en el infierno, la Iglesia no ora, porque su situación es irreversible. La Iglesia nos invita constantemente a orar por los difuntos, que han muerto en la amistad de Dios y todavía no han llegado al cielo. Porque nuestra oración los ayuda, los alivia, les acorta el tiempo de la prueba.

Podemos expresar nuestro dolor con lágrimas que brotan espontáneas, como Jesús lloró ante la tumba de su amigo Lázaro, aún sabiendo que lo iba a resucitar. Podemos expresar con flores nuestro cariño hacia las personas queridas. Pero lo que realmente les llega es nuestra oración por su alma, ofrecer la Santa Misa en sufragio suyo u otras oraciones.

La oración por los Difuntos está continuamente presente en la memoria de la Iglesia, en todas las Misas, en la oración de Vísperas cada día, etc. Os invito a que encarguéis a vuestros sacerdotes que ofrezcan Misas por vuestros difuntos, y nos unamos todos a ese ofrecimiento. Es una santa costumbre, muy extendida, pero que a veces se descuida.

La Misa tiene un valor infinito y, si a ello unimos nuestra ofrenda de corazón y una limosna, entramos en el precioso misterio de la comunión de los santos, donde unos ayudan a otros en la aplicación de los frutos de la redención de Cristo. Ellos nos ayudan, nosotros los ayudamos. En el misterio de la fe y la comunión eclesial. Oramos unos por otros, ofrecemos la Santa Misa, el Rosario, nuestros sacrificios. Hacemos como una piña entre todos, y de esa manera la muerte y sus secuelas son vencidas por el amor cristiano.

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Impresionante la parábola evangélica de este domingo, en la que nos sentimos reflejados. Nos sentimos reflejados en la actitud del fariseo que subió al templo. Cuántas veces delante de Dios le pasamos factura por el bien que hemos hecho. Pensamos que Dios nos tendría que tratar de otra manera, tendría que pagarnos los servicios prestados, porque le hemos servido, hemos cumplidos sus mandamientos, nos hemos portado bien con él. Y si nos ponemos a compararnos con los demás, peor todavía. Pensamos tantas veces que el otro no se merece tanto bien como le acontece en la vida. Miramos de reojo al que ha tenido un traspié, nos consideramos más que él. Delante de Dios nos sentimos buenos y nos llenamos de orgullo. Esa oración no sirve más que para aumentar nuestro ego, y de ella salimos peor de lo que hemos entrado. Por el contrario, el publicano subió a la oración con el alma humillada. Es consciente de su pecado, se da cuenta de que no tiene remedio por sí mismo. Que se ha propuesto tantas veces ser bueno y otras tantas le ha traicionado su debilidad. Ante Dios, le brota espontanea la humildad de reconocer lo que es, un pecador. No se compara con nadie, porque a los demás los juzga mejores que él. No por ello se siente deprimido, porque confía en el Señor y por eso acude a él, diciendo: Señor ten piedad (Kyrie eleison) ! También nos sentimos identificados tantas veces con esta actitud del publicano. Jesús dijo esta parábola por “algunos que, teniéndose por justos, se sentían seguros de sí mismos y despreciaban a los demás” (Lc 18,9). Es una seria advertencia para nosotros, sus oyentes, sus discípulos. La religión cristiana no pretende pisotear nuestras cualidades, nuestra dignidad, lo que somos de verdad. Jesús nos enseña a vivir en la verdad de nosotros mismos, sin fantasías que nos engañan. La humildad es vivir en la verdad, y la verdad es que no somos nada, recuerda santa Teresa de Jesús. Pero en este poco o nada que somos, Dios ha fijado sus ojos para elevarnos haciéndonos hijos suyos. La gran dignidad humana se fundamenta en lo que Dios ha hecho por nosotros. Siendo injustos y pecadores, Dios ha tenido compasión de nosotros y nos ha hecho hijos suyos. No saber esto, lleva al ser humano a buscar apoyos ficticios, a apoyarse en sí mismo o apoyarse en los demás. La autoafirmación de sí mismo conduce al orgullo, y es una señal manifiesta de debilidad; o incluso lleva a apoyarse en el aplauso de los demás, que pasa como un ruido vacío. La sustancia de la dignidad humana está en la fuerza de Dios, que nos ha enviado a su Hijo para hacernos hijos suyos y nos ha dado de su Espíritu Santo para envolvernos en su amor. Cuando reconocemos nuestra debilidad, porque la palpamos tal cual es, percibimos más que nunca la fuerza de Dios que nos sostiene en su amor. Así, cuando nos sentimos pobres y pequeños, nos gozamos en la fuerza y el amor de Dios, que se complace en su criatura. Por eso, en una visión cristiana tiene tanta importancia el pobre y el desvalido, porque nos recuerdan a todos nuestra condición y nos actualizan más todavía ese amor que está al fondo de nuestra existencia, el amor de Dios. “Si el afligido invoca al Señor, él lo escucha”. “Los gritos del pobre atraviesan las nubes y hasta alcanzar a Dios no descansa”. La vida cristiana, la vida de Cristo en nosotros es un camino de humildad, que se alimenta de humillaciones. No nos apoyamos en lo que ya tenemos, y menos aún en el juicio ajeno, que tantas veces se equivoca. La vida del cristiano se apoya en Dios, esa es su roca firme. Y cuando se dirige a Dios, lo hace con plena confianza: Señor, ten compasión de este pecador. La oración hecha con humildad, nos va regenerando por dentro. Recibid mi afecto y mi bendición. Q

 

 

 

DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Un domingo al año centramos nuestra atención en la Iglesia diocesana, en la que viven los católicos durante toda su vida y donde se concreta nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo, la Iglesia universal una, santa, católica y apostólica. Jesucristo ha fundado su Iglesia como la comunidad de los hijos de Dios, redimidos por su sangre preciosa, alimentada continuamente con dones divinos, alentada por el Espíritu Santo, cuyo centro es la Eucaristía, donde Jesús prolonga su presencia hasta el final de los tiempos. Esta única Iglesia de Cristo está fundada sobre el cimiento de los apóstoles, sucedidos por los obispos. Al frente Jesús puso a Pedro, al que sucede el obispo de Roma, el Papa. Esta única Iglesia extendida por toda la tierra se asienta en miles de diócesis o Iglesias particulares por todo el universo, donde se agrupan los fieles laicos, los consagrados y los pastores, presididos por el Obispo, sucesor de los apóstoles, en plena comunión con el Papa. Celebrar la Iglesia diocesana es celebrar nuestra pertenencia a la Iglesia, aquí y ahora. Es celebrar nuestra pertenencia a la diócesis de Córdoba. Cada diócesis, también la nuestra de Córdoba, tiene su propia historia de santidad, su propia historia de evangelización. Es una parcela de la Iglesia del Señor, continuamente evangelizada y evangelizadora, continuamente renovada por la santidad de sus hijos, continuamente en salida misionera hacia todos sus miembros, especialmente hacia los más apartados y hacia los más necesitados. Con una población de cerca de 800.000 habitantes, en más de 13.000 km², con 350 sacerdotes (diocesanos y religiosos) para 231 parroquias y otros muchos servicios. En torno a 200 misioneros, sacerdotes, religiosos y laicos, que han dejado su tierra por el Evangelio. Nos encontramos inmersos en el Sínodo de los Jóvenes de Córdoba (2019-2022), como una gran misión juvenil, que despierte en tantos de ellos el acercamiento a Jesucristo y la adhesión a la Iglesia en sus parroquias, colegios, grupos y comunidades, hermandades y cofradías. Con 51 seminaristas diocesanos (mayores y menores) y 15 en el seminario Redemptoris Mater. Mirando a estos jóvenes, se hace realidad el lema de este año: “Sin ti no hay presente. Contigo hay futuro”. La diócesis de Córdoba es una diócesis viva, con mucha vitalidad eclesial. Abundante participación en la vida de las parroquias, muchos fieles laicos activos por toda la diócesis, seminarios donde se forma un buen grupo de aspirantes al sacerdocio, vocaciones de jóvenes a la vida sacerdotal, religiosa y misionera. Con una población juvenil, que elige la enseñanza católica en bastantes colegios, regidos por carismas religiosos y algunos dependientes del Obispado. Una diócesis que acoge a los pobres, a los sin techo, que colabora en la inserción laboral, en la atención a los reclusos, a las mujeres en exclusión, que acoge la vida en su etapa naciente y en su declive natural. Una diócesis misionera, que prolonga su presencia en Picota, prelatura de Moyobamba/ Perú. Toda esta realidad necesita el apoyo de sus fieles, y lo tiene. Conocer nuestra diócesis en toda su riqueza vital y apoyarla cada vez más es el objetivo de este Día de la Iglesia diocesana. Gracias a todos por vuestra colaboración. Necesitamos voluntarios para Cáritas y Manos Unidas, necesitamos catequistas para la transmisión de la fe a todos los niveles, necesitamos personas que entreguen parte de su tiempo a tantas actividades pastorales en las parroquias, los grupos, las comunidades. Necesitamos recursos económicos para todas estas actividades, para hacer el bien y para el mantenimiento de tantos edificios monumentales: iglesias, ermitas, casas rectorales, etc. Seguimos contando con tu colaboración, señalando la X en la declaración de la renta, con tus donativos voluntarios según las colectas que se proponen, con tu cuota o suscripción voluntaria para ayudar a la Iglesia, con los legados testamentarios que hacen las personas buenas para la Iglesia. Día de la Iglesia diocesana. Damos gracias a Dios por tantos dones, por esta diócesis en concreto, donde vivimos la fe en nuestra peregrinación hacia la patria celeste. Y aportamos entre todos a lo largo del año de mil maneras, también con nuestro donativo en este domingo. Recibid mi afecto y mi bendición Q D

 

 

 

JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Uno de los aspectos centrales del magisterio del Papa Francisco es el tema de los pobres, no sólo por medio de las palabras, sino sobre todo con los gestos. No es un tema para tratarlo sólo académicamente, sino sobre todo para vivirlo y experimentarlo vitalmente. La del Papa Francisco es una voz que se levanta continuamente en defensa del pobre y que pone en crisis al mundo entero con este reclamo evangélico, como no lo hace nadie en el mundo. La opción por los pobres es algo repetido por los últimos Papas, y sobre esto Francisco nos dice que “la opción por los pobres es una categoría teológica, antes que cultural, sociológica, política o filosófica” (EG 198). Se trata de poner los ojos en Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre y que proclamó bienaventurados a los pobres de espíritu. Él vivió pobre y nos invita a seguirle por el camino de la pobreza y la austeridad personal. Más aún, nos invita a salir al encuentro de los pobres de nuestro tiempo, tantos, tantísimos por tantas formas de pobreza, pobrezas materiales y espirituales. Niños explotados a los que se les ha robado la infancia, jóvenes a los que se les cierra el futuro, adultos que viven en situaciones precarias y con falta de todo, mujeres explotadas y abusadas, migrantes en busca de un mejor porvenir a quienes se cierran las puertas. De todas esas personas Dios nunca se desentiende, sino que escucha, protege, defiende, redime, salva. Por eso, los pobres, aún en la situación más extrema, pueden confiar en el Señor, y la esperanza de los pobres nunca se frustrará. Ahí se fundamenta la atención de la Iglesia a los pobres, porque la Iglesia existe para ser el corazón de Dios abierto a las personas de nuestro tiempo, al estilo de Jesús el buen samaritano. Por eso, la Iglesia debe ser siempre lugar de acogida, donde nadie se sienta extraño. Y de una acogida humilde y cariñosa, porque la Iglesia no tiene todos los medios para resolver todos los problemas, pero sí tiene en su corazón el amor de Dios manifestado en el corazón de Cristo Jesús, y con ese talante debe salir y acoger a los más pobres. “La promoción de los pobres, también en lo social, no es un compromiso externo al anuncio del Evangelio, por el contrario, pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su validez histórica”, nos recuera el Papa en el mensaje de este año. Los pobres no son números ni estadísticas, sino personas concretas que sufren en su carne esas carencias. La atención a los pobres no se reduce a la asistencia, ante cuya urgencia hemos de actuar, sino que debe buscar la verdadera promoción integral de la persona con programas y proyectos de desarrollo, que eliminen las injusticias que están detrás. Y no olvidemos que lo que más necesitan los pobres es a Dios. Los pobres nos evangelizan y son evangelizados, he ahí una señal inequívoca del Reino de Dios. Ellos nos recuerdan el rostro de Cristo, porque Jesús ha querido identificarse con cada uno de ellos, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25). Los pobres nos denuncian sin palabras nuestra comodidad y nuestro egoísmo, y resultan molestos a nuestra sociedad que intenta esconderlos. Esta Jornada de los Pobres viene a recordarnos esta tarea pendiente, en la que continuamente somos aprendices. Es una Jornada para poner ante nuestros ojos a todos los que trabajan en este campo y agradecerles su entrega y generosidad. Es muy provocativo para jóvenes y adultos conocer a personas que se juegan la vida y la van gastando en este campo de la atención a los pobres. ¡Cómo no recordar a Madre Teresa de Calcuta, un icono evangelizador de nuestro tiempo! En nuestras parroquias y comunidades también encontramos personas sensibles a esta dimensión esencial de la Iglesia, apoyemos su tarea. Que la Jornada mundial de los pobres nos ayude a todos a ser Iglesia, corazón de Dios que escucha y atiende a los pobres, a ser Iglesia samaritana que trabaja por la justicia con corazón. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

 CRISTO REY

 

HERMANOS Y HERMANAS: El Año litúrgico termina con este domingo. El próximo domingo comienza el adviento, que nos prepara a la Navidad y a la venida del Señor. Y por ser el último domingo es la solemnidad de Jesucristo Rey del universo. El evangelio de san Lucas nos presenta esa escena de la pasión en la que se produce un diálogo entre los dos ladrones, y uno de ellos se dirige suplicante a Jesús: “Jesús, acuérdate de mí, cuando llegues a tu reino”. Se trata de una súplica llena de humildad, de confianza. Una escena que suscita ternura. Y la respuesta de Jesús suscita paz en el corazón de todos los que leemos esta palabra: “En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso”. Jesús ocultó su condición regia a lo largo de toda su vida pública. Hubiera sembrado confusión en los que le seguían por motivos temporales, o incluso políticos. Cuando quisieron proclamarlo rey, después de la multiplicación de los panes, Él se escabulló y apareció al día siguiente dando explicaciones: “Me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros” (Jn 6, 26). Hay a lo largo de todo el evangelio como una especie de “secreto mesiánico”, que Jesús va desvelando progresivamente para no sembrar ambigüedad. Sólo cuando llegamos a la entrada en Jerusalén, Jesús se deja aclamar como rey abiertamente, y así a lo largo de toda la pasión. Es condenado por proclamarse “Rey de los judíos” y así reza en el título de la cruz: Jesús Nazareno, el rey de los judíos. Por eso, el buen ladrón que quizá no lo habría conocido antes, al oír o saber que su compañero Jesús está en el mismo suplicio que él, siendo el rey de los judíos, con una visión de fe apela a la misericordia de Dios, pidiéndole a Jesús que lo lleve a su reino. Bonita petición en el último minuto de su vida, y más preciosa aún la respuesta de Jesús, prometiéndole el paraíso en esa situación límite. Por tanto, la consideración de Jesucristo como rey no es algo de épocas ya superadas, sino que se remonta hasta la misma conciencia de Jesús. Él fue tratado como tal y Él tenía conciencia de ello cuando le preguntan: “Entonces, ¿tú eres rey?” Y responde: “Tú lo dices, soy rey” (Jn 18, 37). Inspirados en las mismas palabras de Jesús, la Iglesia proclama a Jesucristo rey del universo, no sólo por su condición divina, sino también en su condición humana. Porque con su muerte y resurrección ha sometido los poderes de este mundo a su reinado de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz. Ha vencido la muerte y ha vencido a Satanás. El reino de Dios se ha hecho presente en la persona de Jesús, Hijo de Dios hecho hombre. Así lo pedimos en el Padrenuestro: “Venga a nosotros tu reino”. Pero no es un reino al estilo de los reinos de este mundo, sino un reino de amor, que se instaura en los corazones y llega a todos los aspectos de la vida, también a los aspectos sociales de la convivencia humana, a la sociedad en la que vivimos. Corremos el riesgo, como los contemporáneos de Jesús, de malinterpretar su reino, de hacer un reinado temporal según nuestras propias opciones. Sin embargo, el reino de Jesús y su reinado piden de nosotros una conversión permanente para hacernos como Él. Sólo cuando cambia nuestro corazón, podemos ser factores de cambio en nuestro entorno. Y el cambio que se nos pide es el de un corazón nuevo, sensible al amor de Dios y sensible a las necesidades de nuestros hermanos. Un corazón capaz de amar siempre, capaz de dar la vida en el servicio a Dios y a los hermanos. Que Jesucristo, Rey del universo, reine en nuestros corazones y venga a nosotros su reino, porque colaboramos con Él en la implantación de la verdad, de la justicia y de la paz. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Último domingo, fiesta de Cristo

 

 

 

 HOMIIAS CICLO C  2010

 

 

BODAS DE CANÁ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús ha venido al mundo para manifestarnos una vida nueva, que brota del corazón de Dios y que busca compartir con el hombre la felicidad en la que los Tres (Padre, Hijo y Espíritu Santo) viven eternamente. Dios quiere hacernos felices, no quiere otra cosa, y hacernos felices eternamente, comenzando ya en la tierra esta felicidad que nunca acabe y dure para toda la eternidad. –

En el Evangelio de este domingo se nos presenta Jesús asistiendo a una boda. Una boda es la santificación por parte de Dios del amor humano que ha brotado y madurado en la relación varón y mujer, y que se prometen mutuamente amor para toda la vida. Celebrar el amor humano produce alegría en todos los asistentes a la boda.

Con su presencia, Jesús santifica ese amor humano, elevándolo a la categoría de sacramento. Jesús bendijo el amor humano, el amor del varón y de la mujer, reconociendo en el mismo aquella bendición del principio que Dios otorgó a los esposos y que no fue abolida por el pecado. “Y vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).

Y en aquella boda llegó un momento en que faltó el vino, que es el símbolo de la alegría de los novios y de los invitados. Los novios habían preparado gran cantidad, pero se quedaron cortos. Por mucha que sea la alegría del amor humano compartido, antes o después se acaba. A veces incluso de manera imprevista. El amor humano por muy fuerte que sea, por muy enamorados que se casen los novios, se agota. El hombre necesita un amor que no se acabe y, sin embargo, no es capaz de dar un amor de ese calibre.

María la madre de Jesús se dio cuenta de que faltaba el vino, y puso en marcha a unos y a otros para que su hijo Jesús manifestara su gloria en esa circunstancia, en ese momento. Les dijo a los camareros: “Haced lo que él os diga”. Y Jesús convirtió en vino bueno las seis tinajas de cien litros cada una. ¡Una pasada! Hubo para todos los días de la boda vino en abundancia, inacabable, mejor que el primero, mejor que el que habían preparado los novios.

Hubo alegría, de la mejor alegría, de la alegría que no se acaba. En el vino que Jesús proporcionó, aquellos novios experimentaron un amor nuevo, que saciaba con creces sus ansias de amar y de ser amados; y sobre todo, percibieron que ese amor no se acaba nunca. “Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él” (Jn 2,11).

La Epifanía de Jesús se prolonga en esta escena de las bodas de Caná, donde Jesús se presenta como el verdadero esposo de nuestras almas. El corazón humano no está hecho para la soledad, sino para la comunión, para la convivencia, para convivir con otro, con los demás. “No es bueno que el hombre esté sólo, voy a darle una ayuda semejante” (Gn 2, 18).

En el Antiguo Testamento (y en las demás religiones) no hay más salida a la soledad que compartir la vida en el matrimonio. Ese es un vino bueno. Pero la gran novedad del cristianismo es Jesús, que se presenta como el verdadero Esposo, capaz de satisfacer el deseo de amor de todo corazón humano, y este es un vino mucho mejor y duradero.

Cristiano es el que se ha encontrado de verdad con Jesucristo, ha dejado que Jesús entre en su vida, en su corazón y disfruta de ese amor compartido. Pero Jesús no se contenta con ser un amigo más entre tantos. Ha venido para ocupar la zona esponsal de nuestro corazón, para saciarla plenamente. Esa relación con Jesús, a la que todos estamos llamados, tiene doble camino de expresión: el camino del matrimonio, que santifica el amor de los esposos, y en el que Jesucristo se convierte en el esposo de cada uno de los cónyuges por medio del signo sacramental del otro.

El sacramento del matrimonio consagra a cada uno de los esposos como signo sacramental de Cristo esposo para el otro. En el matrimonio el verdadero esposo es Jesucristo, y el cónyuge es signo sacramental de Cristo.

Y el otro camino de vivir la relación con Cristo esposo es el de la virginidad o la castidad perfecta, donde Cristo aparece como el verdadero esposo, que sacia plenamente el corazón humano en una relación esponsal directa –sin intermediario, sin sacramento– con Cristo, esposo de nuestras almas. “A dónde te escondiste Amado y me dejaste con gemido…”, exclama el alma enamorada de Cristo esposo en los versos de san Juan de la Cruz. Descubrir a Cristo esposo es una Epifanía. Jesús ha venido al mundo para ser la “ayuda semejante” de toda persona humana. Recibid mi afecto y mi bendición: E

 

 

ORDINARIIO:EVANGELIZAR A LOS POBRES

 

Jesús inicia su ministerio público con el bautismo en el Jordán, donde ha sido empapado del Espíritu Santo, del amor del Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, en ti me complazco” (Lc 3,22), transmitiendo a las aguas el poder de santificar con el Espíritu Santo a todo el que se sumerja en el bautismo, y hacerle hijo amado del Padre.

Acabado el bautismo en el Jordán, Jesús fue al desierto para luchar cuerpo a cuerpo con Satanás y vencerlo. Pero sobre esto volveremos en cuaresma. Ahora, en el evangelio de este domingo, Jesús inicia su ministerio público yendo a su pueblo, a la sinagoga de Nazaret, donde había vivido su vida de familia durante bastantes años y era conocido como “el hijo de José” (Lc 4,22), “el hijo del carpintero” (Mt 13,55). Y, tomando el libro del profeta Isaías, leyó el pasaje mesiánico del Espíritu que vendrá sobre el Mesías y lo empapará con la unción del Espíritu para enviarlo a dar la buena noticia a los pobres. “Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír” (Lc 4,21), concluye Jesús. De esta manera, Jesús hace su propia presentación en su pueblo, donde todos le conocen desde niño.

Jesús es el Mesías y sabe que lo es. Jesús es el Hijo de Dios, sabe que es Dios y habla continuamente de ello. Su presentación en público lo manifiesta abiertamente y sus oyentes lo entienden a la primera, porque se extrañan de esta pública autoconfesión y quieren despeñarlo como a un blasfemo. Jesús se escabulle y sale ileso del apuro en esta ocasión. El bautismo del Jordán lo ha empapado de Espíritu Santo, lo ha envuelto en el amor del Padre.

El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha capacitado para la gloria. Y lleno del Espíritu Santo, Jesús señala su programa misionero. Ha venido para darnos la libertad. Ha venido para hacernos partícipes de su filiación divina. Ha venido para anunciar a los pobres la salvación. Ha venido para ser el año de gracia del Señor para todos, para ser la misericordia de Dios con los pecadores. La libertad cristiana no es el libertinaje de hacer cada uno lo que quiera. “Para vivir en libertad, Cristo os ha liberado” (Ga 5,1). Cristo nos libra del pecado, la peor de las esclavitudes. Cristo rompe las cadenas de nuestros vicios, de todos nuestros egoísmos.

 Cristo nos hace hijos de Dios. Ésta es una gran liberación. Jesucristo realiza su misión acogiendo a los pobres y a los enfermos, y envía a su Iglesia a prolongar su misma misión. Cuántos hombres y mujeres han sido a lo largo de la historia prolongación de este Jesús buen samaritano, que se acerca al desvalido, al despojado, al descartado y lo levanta de su postración devolviéndole la dignidad perdida: hombres y mujeres, niños y adultos, víctimas de la injusticia y del abuso de los demás.

 La tarea de la Iglesia no es un programa de promoción sin más, no es un proyecto anónimo. La tarea de la Iglesia tiene siempre presente el rostro de Jesús que se refleja en el rostro de los desfavorecidos. Es una tarea personal, de persona a persona. Nunca es un programa en el que sólo cuentan los números o la cuenta de resultados. He aquí la principal revolución que ha movido la historia, la revolución del amor. Para eso ha venido Jesucristo.

El anuncio de la salvación a los pobres no significa la exclusión de nadie, la opción preferencial por los pobres no es exclusiva ni excluyente. La opción por los pobres es la opción por la persona, sin que ninguna barrera social o cultural nos detenga. Allí donde parece que ya no hay nada que hacer, porque el sujeto está deconstruido, o incluso destruido casi totalmente, allí se dirige con preferencia la acción sanadora y santificadora de Jesús y de la Iglesia. Donde parece que no hay nada que hacer humanamente, es donde está todo por hacer, es donde puede lucirse mejor el amor de Dios. Ese es el lugar preferente de la misión de la Iglesia, como nos ha enseñado Jesús.

La Iglesia que Jesucristo ha fundado no está llamada a resolver todos los problemas de nuestro tiempo, pero sí está llamada a expresar con signos la presencia salvadora de Jesús. Y un signo elocuente es la atención a los pobres, en todas las épocas, pero especialmente hoy. Llevar el Evangelio a los pobres, traer a los pobres al centro de la Iglesia, dejar que los pobres nos evangelicen. Esta es la misión de la Iglesia, que tiene que revisar continuamente. Este es el signo de que el Reino de Dios está en medio de nosotros. Y para eso debemos dejar que el Espíritu Santo nos unja y nos empape hoy, para prolongar la misión de Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

LAS BIENAVENTURANZAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la reciente Carta del Papa Francisco, Gaudete et exultate, invitándonos a la santidad nos presenta esta página del Evangelio –las bienaventuranzas– como pauta de vida.

En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, y seguirle a él es ir contracorriente, porque el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida. Pero Jesús nos promete –y él cumple siempre– una felicidad por este camino: felices, bienaventurados los que van por este camino.

 En la primera, bienaventurados los pobres, están resumidas todas las demás. Pobre en la Sagrada Escritura es el que confía en Dios, el que se fía de Dios, el que pone en Dios toda su confianza y no se apoya en sí mismo. Las cualidades naturales las hemos recibido de Dios y de Dios recibimos continuamente dones de gracia sobrenaturales. La torcedura del corazón humano considera que lo que hemos recibido es nuestro y busca tener más y más para apoyarse más en sí mismo.

Curiosamente, cuanto más tenemos (tiempo, cualidades, dinero, etc) corremos más riesgo de apartarnos de Dios, y de hecho la seguridad de los bienes de este mundo nos aleja de Dios. No debiera ser así, porque Dios está en el origen de todos los bienes, pero la experiencia nos dice que quien tiene se aleja de Dios. Y, por el contrario, cuando uno no tiene está más predispuesto a confiar en Dios. Por eso, Jesús nos advierte en el Evangelio del peligro de las riquezas. No son malas, y menos aún si son adquiridas legítimamente. Pero el rico se siente seguro y como que no necesita de Dios. Incluso, llega a decir Jesús: Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo.

Qué tendrá la pobreza, que Dios tanto bendice. A su Hijo lo ha enviado al mundo en absoluta pobreza y Jesús ha vivido esa pobreza como expresión de libertad, en una dependencia total de su Padre Dios. Jesús en el Evangelio nos recomienda vivamente la pobreza voluntaria para parecernos a él y seguirle de cerca.

En la vida religiosa, por ejemplo, se incluye el voto de pobreza, de no tener nada propio para que aparezca más claramente que el tesoro de esa persona es Dios y no los bienes de este mundo, aunque sean buenos. Junto a los pobres, Jesús bendice a los mansos y humildes de corazón, como lo es él. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29).

A nosotros pecadores nos brota inmediatamente la ira descontrolada, incentivada por el odio, el orgullo, la vanidad. El manso y humilde actúa en otra dirección, aguanta y no ataca, no guarda rencor ni venganza, reacciona amando. Reaccionar con humilde mansedumbre, eso es santidad. Y sólo con estas actitudes podemos acercarnos a los pobres y a los humildes.

Felices los que lloran, porque serán consolados. El mundo no quiere llorar, prefiere divertirse, pasarlo bien, ignorar el sufrimiento. Ay de vosotros los que ahora reís, porque haréis duelo. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida y con Jesús adquiere un sentido nuevo. Nuestro sufrimiento unido a la Cruz de Cristo adquiere un sentido y un valor redentor.

El seguimiento de Cristo nos da capacidad para afrontar las contrariedades de la vida y nos hace capaces de compartir los sufrimientos de quienes lloran, no esquivamos esa realidad, sino que la compartimos con los demás para aliviarlos en su dolor. Dichosos cuando os odien los hombres, os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre. Alegraos y saltad de gozo.

 ¡Qué grande es este reto de Jesús! Porque sucede en nuestra vida, y lo grandioso es que Jesús lo ha previsto y nos alienta con esta bienaventuranza: Alegraos y saltad de gozo. Miremos al Maestro, porque es precisamente lo que ha vivido él, y es lo que él quiere darnos a vivir en nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: Las bienaventuranzas, c

 

 

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.

El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas.

La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva.

Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.

Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5, 43). La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”.

No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a él.

Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.

 Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba) ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África.

El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida, incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).

Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo, ni la fuerza de Jesucristo.

Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos

 

 

 

 

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, el miércoles próximo es miércoles de ceniza.

Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.

La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año.

Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.

En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía-. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La Cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.

En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.

Y el tercer elemento de esta pauta Cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero. Compartir con los pobres nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles. Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la Cuaresma.

Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma Q

 

 

I DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DEL DEMONIO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.

 Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada. Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.

Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.

Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece.

La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia. El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece.

El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.

El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él. Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio.

La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario. Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria. San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.

Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi afecto y mi bendición: Las tentaciones y el Maligno Q

 

 

ADVIENTO, VIENE EL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de nuestro futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el cielo es nuestra patria definitiva.

Ahora bien, ese futuro se vislumbra con tintes dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y Señor, y ha comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece de nuevo y con creces la salvación rechazada.

La historia del hombre, por tanto, se convierte en una lucha dramática entre los extravíos del hombre y Dios que sale al encuentro de ese mismo hombre extraviado, ofreciéndole su casa, abriéndole los brazos, brindándole su perdón y derrochando con él su misericordia.

Verdaderamente, Dios es amigo del hombre, y más todavía del hombre roto por el pecado y por sus propios extravíos. En este camino de ida y vuelta, en este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios– está situado Jesucristo, el Hijo de Dios enviado del Padre, que sale al encuentro del hombre. Cristo, hombre como nosotros, se ha convertido en nuestro hermano mayor, el que nos enseña el camino para volver a la casa del Padre.

La salvación del hombre tiene nombre, se llama Jesucristo. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) del hombre. Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón humano desea y ansía.

Sólo Jesús puede abrirle de par en par las puertas del cielo, cerradas por el pecado. Sólo Jesús puede pagar esa inmensa deuda que el hombre arrastra sobre sus hombros en su relación con Dios. Sólo Jesús nos hace verdaderos hermanos de nuestros contemporáneos, haciéndonos capaces de perdonar a quienes nos ofenden. Sólo Jesús puede traer la paz al corazón del hombre.

Esa esperanza de toda la historia de la humanidad se cumplió en el vientre virginal de María, que concibió virginalmente (sin concurso de varón) a Jesús y permanece virgen para siempre. Ese mismo Jesús, ya glorioso, vendrá al final de la historia para llevarnos con Él al cielo para siempre. Y ese mismo Jesús es el que viene ahora en cada persona y en cada acontecimiento, provocando en cada uno de nosotros un encuentro con Él.

Ahora bien, aquella primera venida se realizó en la humildad de nuestra carne. La última venida se realizará en la gloria del resucitado. Y la venida cotidiana a nuestra vida se produce en la fe y en la caridad, generando en nosotros una esperanza que no se acaba. Porque esperamos, podemos ponernos a la tarea de transformar nuestra vida y nuestro mundo. Jesucristo se ha puesto de nuestra parte en este camino de esperanza, dándonos el Espíritu Santo, capaz de superar toda dificultad, incluso hasta la muerte.

Por eso, el tiempo de adviento es tiempo de esperanza. Esperamos la última venida del Señor, esa que a los cristianos de todos los tiempos les ha mantenido en vela, a veces incluso en medio de grandes dificultades.

Cada día que amanece, cada actividad que emprendemos tiene como meta el encuentro definitivo con el Señor. La oración más antigua de la comunidad cristiana es: ¡Ven, Señor! (Maranatha!). Una oración que sale del corazón de quien espera su gloriosa venida, y por tanto, la victoria definitiva de Dios y de su Cristo, frente a todas las dificultades con las que tropezamos cada día, frente a nuestras debilidades y pecados, frente a Satanás y frente al mundo que nos engaña. Una oración que ha sostenido la esperanza de muchos corazones.

El tiempo de adviento nos sitúa en esa perspectiva amplia del final de nuestra vida, que da sentido a cada momento presente. El tiempo de adviento tiene a Jesucristo como centro y a la Madre que le lleva en su seno. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata para la Navidad que se acerca. Es un tiempo muy bonito, porque nos habla de algo nuevo, que Dios va haciendo en el corazón de cada hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico.

La liturgia celebra el misterio de Cristo a lo largo de todo el año, haciéndonos contemporáneo ese misterio, porque lo acerca hasta nosotros, y haciéndonos a nosotros contemporáneos de Cristo, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de san Ignacio).

El primer domingo de Adviento nos presenta a Jesús que viene, y nos invita a vivir en actitud de espera. Jesucristo vino a la tierra hace ya dos mil años, y dentro de pocos días celebramos en la Navidad este misterio de su encarnación, de su nacimiento como hombre, sin dejar de ser Dios eterno.

Adoramos en la carne del Hijo al mismo Dios hecho hombre, hecho niño. Misterio que no ha pasado, sino que permanece para toda la eternidad: Dios hecho hombre. Misterio que la liturgia acerca hasta nosotros, sobre todo en la Eucaristía, donde se nos da como alimento al mismo Cristo.

Jesucristo está viniendo en cada momento a nuestra vida. Sigue llamando a la puerta de nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Además de su presencia sacramental, Jesús viene hasta nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, para provocar en nosotros una actitud de acogida, de adoración, de servicio. La presencia de Cristo en nuestra vida se realiza por la acción constante del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por la gracia.

El primer domingo de Adviento, sin embargo, acentúa la venida del Señor al final de los tiempos, al final de la historia. Cuando todo lo que vemos se acabe, vendrá Jesús glorioso para llevarnos con Él para siempre.

Hay quienes piensan que con la muerte se acaba todo. No es así. El cristiano sabe que, después del duro trance de la muerte y de todo lo que le precede, está la vida eterna, que no acaba y que consiste en gozar con Jesús para siempre.

Qué distinta es la vida cuando se vive en la perspectiva de la espera. Como la esposa espera a que vuelva su esposo a casa para gozar de su compañía y de su amor, así nos invita la liturgia del primer domingo de Adviento a esperar con actitud esponsal al Señor, que viene.

No sabemos ni el día ni la hora, para que la espera intensifique el deseo. Por eso, no debemos distraernos entretenidos con las cosas de este mundo, aunque sean buenas. Quiere el Señor que le deseemos ardientemente, que esperemos con mucho deseo su venida. Y este deseo irá purificando nuestro corazón de otras adherencias, que nos impiden volar.

El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, con este sentido gozoso de la espera. ¿Dónde está nuestro corazón? Donde esté nuestro tesoro (cf Mt 6,21).

María es el personaje central del Adviento, porque ella ha acogido con corazón puro al Verbo eterno, que se hace carne en su vientre virginal, por obra del Espíritu Santo. Ella lo ha recibido en actitud de adoración y lo da al mundo generosamente, sin perderlo. Ella nos enseña a ser verdaderos discípulos de su Hijo. Si hay alguna etapa mariana a lo largo del año, esa etapa ciertamente es el adviento. Con María inmaculada, con María virgen y madre, con María asociada a la redención de Cristo, vivimos el tiempo de Adviento y nos preparamos para la santa Navidad que se acerca. Recibid mi afecto y mi bendición: Esperando al Señor, que viene.

 

 

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q

 

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El niño que va a nacer no es un niño cualquiera. Es el Hijo eterno de Dios. Él existe desde siempre, con el Padre y el Espíritu Santo. Es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho”, decimos en el credo.

Por eso, nuestra primera actitud ante este Niño que nace es la actitud de adoración, que sólo Dios merece: no adoréis a nadie más que a Él. Nos postramos profundamente ante quien nos supera y nos desborda, porque es el creador de todo y en él hemos sido pensados y creados desde toda la eternidad.

A este niño a quien queremos, podemos decirle con toda propiedad: ¡Te adoro! Y nace niño, desvalido, necesitado del amor de un padre y una madre. Es hombre plenamente como nosotros, “en todo semejante a nosotros, sin pecado” (Hbr 4,15).

Lo sentimos como hermano, como uno de los nuestros. Ha suprimido toda distancia entre Dios y el hombre, acercándose de esta manera tan inofensiva, que suscita incluso ternura en quien se acerca hasta él.

Un niño nunca produce miedo, siempre provoca ternura. El misterio de la Navidad consiste en la cercanía de Dios que entra en nuestras vidas de manera asombrosamente cercana. Cómo íbamos a imaginar que Dios se acercara tanto, hasta hacerse uno de nosotros, para que lo podamos acoger en nuestros brazos.

El misterio de la Navidad es el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, para que los hombres seamos hechos hijos de Dios. “Reconoce, cristiano, tu dignidad” (San León Magno).

Toda persona humana es como una prolongación de este misterio, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22), y en cada persona descubrimos esos rasgos de Cristo que se acerca hasta nosotros. A veces incluso desvalido, sin recursos, porque otros le han despojado de ellos o nunca se los han otorgado. Pero siempre con la dignidad que le da ser persona humana, prolongación de Cristo, que sale a nuestro encuentro. He aquí la raíz más honda de toda dignidad humana y de todos los derechos humanos.

La persona vale porque está hecha a imagen y semejanza de Dios, y de ahí nace la igualdad fundamental que elimina toda discriminación. Eres persona humana, tienes una dignidad inviolable y unos derechos, desde el inicio de tu vida hasta su final natural. Y la señal de todo este misterio tan sublime es una mujer.

“Apareció una señal en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de doce estrellas, está encinta y grita con los dolores de dar a luz” (Ap.12).

Esa mujer es María, que puede ampliarse a la Iglesia, prolongación de María en la historia. Es la misma señal que el profeta presenta al rey Acaz: “Dios os dará una señal: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-connosotros” (Is 7,14).

En el misterio de la Redención, la persona más importante asociada por Dios ha sido una mujer: María. De aquí arranca la dignidad tan sublime de toda mujer. Ella ha tenido parte esencial en la realización de este misterio, desde la encarnación hasta Pentecostés, y ella sigue teniendo parte esencial en la aplicación de esta redención a todos los hombres de todos los tiempos, también en nuestra época.

La cercanía de Dios hasta los hombres se realiza a través de María, el lugar del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios se realiza en el seno virginal de María.

Ella lleva en su vientre al Hijo de Dios hecho hombre para darlo a todos los hombres de todos los tiempos Y la señal de que su hijo no es un niño cualquiera es que ella lo ha sentido brotar en su seno por la acción directa de Dios, por el amor de Dios, por obra del Espíritu Santo.

María llega de esta manera a una fecundidad que no es propia de la carne y la sangre, sino de Dios (cf Jn 1,13). María engendra a Jesús sin relación sexual con José, porque “antes de vivir juntos” ella queda embarazada, y sin ninguna relación carnal con José, ella da a luz a su hijo, al que José pondrá por nombre Jesús, como nos cuenta el Evangelio de este domingo (Mt 1,18-24).

La Navidad es nueva cada año. Pueden repetirse los adornos, las costumbres, nuestra pequeña capacidad de acogerla. Pero la Navidad siempre es nueva y sorprendente.

Vivámosla con el asombro de un niño ante lo nuevo. La vivimos acercándonos a este Niño, que es el Hijo de Dios hecho hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

 

LA FAMILIA, PRIMERA NECESIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El contexto de la Navidad nos introduce de lleno en la familia. Son fechas de reunirse todos, de saludar a los que no han venido, de expresar nuestro cariño de múltiples maneras, de recordar a los que ya han partido a la casa del Padre. Son fechas muy familiares. Para creyentes y no creyentes, la familia es una realidad de primera necesidad en su vida.

Y la familia se constituye por el vínculo estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, de donde brota la vida de los hijos, constituyéndose así una comunidad de vida y amor entre todos sus miembros. La familia más amplia la integran los abuelos, los primos, los tíos.

Crecer en ese ambiente sano va formando una personalidad sana, fuente de felicidad y bienestar. Ninguna otra realidad de nuestra vida comparable con la familia.

En la familia encontramos apoyo, la familia está siempre detrás cuando llegan las dificultades, la familia es el mejor estímulo para los padres que gastan su vida por el hogar que han formado, la familia es escuela de fraternidad y convivencia, en la familia aprendemos a amar de verdad.

Jesús quiso vivir en una familia, santificando los lazos familiares. La mayor parte de su vida en la tierra fue una vida de familia. “Jesús bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51).

Ver crecer a un hijo, a un nieto es fuente de gozo para los padres y para los abuelos, llenando de sentido su existencia. Jesús dio esta profunda satisfacción a sus padres, que lo veían crecer hasta llegar a la madurez.

 Por otra parte, él sintió el cariño de sus padres y sus abuelos, que le ayudaron a crecer sano en su sicología humana. “Esposo y esposa, padre y madre, por la gracia de Dios”, reza el lema de este año para la fiesta de la Sagrada Familia en el domingo más cercano a la Navidad.

La ideología de género pretende cambiar el lenguaje de manera intencionada, para anular toda diferencia entre padre y madre, esposo y esposa. Se sustituye padre y madre por progenitor A y B, se sustituye esposo y esposa por cónyuge 1º y 2º.

En el plan de Dios, el único que hará feliz al hombre en la tierra y en el cielo, hay una diferencia para la complementariedad entre el esposo y la esposa, el padre y la madre. Borrar las diferencias anula las personas. Borrar esta especificidad anula la familia. Lo que parece un juego inocente de palabras, encierra toda una ideología y una orientación destructora de la familia.

Vuelve en estos días el debate sobre el aborto, subrayando hasta el extremo la libertad de la mujer para ser o no ser madre. Sin duda, la mujer (y el varón) ha de tener libertad para algo tan sublime como es la maternidad (paternidad). Y cuanto más libre y responsable sea esa decisión, mejor.

Pero si en algún momento, con libertad o sin ella, se concibe un nuevo ser, éste no puede pagar los vidrios rotos de sus padres. No se puede arreglar una situación de irresponsabilidad con otra añadiendo un crimen. El aborto siempre es un fracaso. Fracaso de la humanidad, que traga todos los días la noticia de miles y miles de abortos.

Fracaso para la madre, que se ve en la situación de matar a su hijo, porque no le cabe otra salida. Fracaso para los miles de personas que son eliminadas en el claustro materno, el lugar más seguro del mundo y el más cálido de nuestra existencia. Se necesita un acompañamiento a la mujer en situación de riesgo, urge prevenir ya desde la educación afectivo-sexual de los adolescentes y jóvenes, e incluso desde niños, debemos potenciar entre todos la fidelidad hasta la muerte a la propia pareja.

Y no vale decir que lo que aparece en el vientre materno es un simple amasijo de células. No. La ciencia muestra a las claras que desde el momento mismo de la concepción tenemos un nuevo ser humano, con su propio código genético, con su propio potencial de desarrollo, que merece todos los respetos por parte de quienes tienen que ayudarle a desarrollarse y nunca tienen el derecho a deshacerse de él eliminándolo. Va ganando puntos en la lucha por la vida ese respeto merecido al embrión humano, el ser más indefenso de la naturaleza, que hay que proteger en una sana ecología humana.

Dios quiera que la Navidad nos haga más sensatos a la hora de valorar la vida, la familia, el amor humano. Dios lo ha hecho muy bien, y “vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).

 No destroce el hombre la obra de Dios, si no quiere acarrearse la ruina para sí mismo y para su entorno. Recibid mi afecto y mi bendición.

HOY ES NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es Navidad. La liturgia de todo el orbe católico nos hace contemporáneos del nacimiento de Jesús en Belén. El Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre, naciendo niño en un establo. No se trata de un simple recuerdo. Se trata de una celebración, es decir, celebrando la Navidad entramos en el misterio de Dios, que, llegada la plenitud de los tiempos, nos ha enviado a su Hijo, nacido de María virgen.

 Hoy es Navidad. La cercanía de Dios ha superado todas las expectativas que el hombre pudiera soñar. De muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres, a través de los profetas, a través de múltiples acontecimientos de salvación, a través de una presencia salvadora constante a favor de su Pueblo.

Ahora Dios Padre nos habla en su Hijo, y en Él nos lo ha dicho todo, y no tiene más que decir. El es la Palabra eterna, hecha carne en el seno de María virgen.

Hoy es Navidad. Se trata del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Todo gira en torno a Jesucristo. El es el centro del cosmos y de la historia. La historia se divide en dos: antes de Cristo y después de Cristo.

Antes de Cristo todo ha sido expectación, búsqueda, esperanza. Con la llegada de Cristo, se han cumplido las promesas de Dios. El hombre descubre a Dios y descubre quién es el hombre. Y la historia se repite en el corazón de cada hombre. Hasta que el hombre se encuentra con Jesucristo, su vida es una expectativa, es una promesa. Cuando se encuentra con Jesucristo, la vida cambia, la vida se llena de plenitud, y ya para siempre.

Hoy es navidad. Es la fiesta del hombre, que ha llegado a su máxima grandeza, cuando, al unirse a Jesucristo, conoce su altí- sima vocación de hijo de Dios. Qué suerte hemos tenido. Dios se ha acercado al hombre de tal manera, que nos hace divinos a todos los humanos que se dejan transformar por el Espíritu de Dios. Nacerán no de la carne, ni la voluntad humana, sino de Dios. En esta fiesta, el hombre encuentra el motivo más profundo de toda solidaridad humana. ¡Somos hermanos en Cristo!

Hoy es Navidad. Nos acercamos temblorosos y curiosos a ver al Niño que ha nacido. Es la Palabra hecha silencio. Es el eterno que se hace temporal y se ajusta al ritmo de las horas y de los días. Es la Vida que asume la caducidad de la muerte, para llevar a la humanidad a la vida que no acaba. Es Dios que se hace hombre, para que el hombre sea divinizado.

Hoy es Navidad. Contemplemos con María, llenos de asombro y estupor, este nacimiento admirable. Pidamos a José esa capacidad de contemplar en silencio lo que sucede ante sus ojos. “Dejémonos contagiar por el silencio de San José”, nos ha recordado el Papa en estos días. Venid, adoremos a este Niño, porque es Dios que se ha hecho hombre.

Hoy es Navidad. La Navidad celebrada cristianamente nos trae alegría, gozo y paz en el corazón. Que el nacimiento del Señor nos llene a todos con estos dones de la Navidad, y nos haga a todos portadores de esta buena noticia para los nuestros. Es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros contemporáneos. Feliz y santa Navidad para todos. Con mi afecto y bendición.

 

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo de un nuevo año litúrgico nos abre a la esperanza de una nueva etapa repleta de gracias, que nos ayudará a crecer en nuestra vida cristiana, en el encuentro con el Señor y en el servicio a los hermanos. Año nuevo, vida nueva.

El Año litúrgico comienza con la alerta acerca de la venida del Señor al final de la historia. Hemos de estar preparados, porque no sabemos cuándo será, y ese momento coincide con el final de nuestra historia personal.

El primer domingo de adviento nos sitúa ante la venida del Señor y ante el final de la historia humana. Todo se acabará, aquí no quedará nadie, la historia tiene un final. Jesucristo ha venido a nuestro encuentro y nos ha dicho que después de esta vida hay otra, que después de esta etapa nos espera él mismo con los brazos abiertos para presentarnos ante el Padre y vivir felices con Dios para siempre.

El primer domingo de adviento nos habla del más allá, que debe estar continuamente presente en el más acá y guiar nuestros pasos. El lazo de unión de esta etapa con la otra es el amor. Sólo quedará el amor. Los primeros cristianos vivían en esta espera ardiente de la venida del Señor: Maranatha, era el grito y oración frecuente en los labios de un creyente: “Ven, Señor Jesús”.

Revisemos si hoy los cristianos tienen y alimentan este deseo. Ciertamente el deseo de morirse por aburrimiento de esta vida o por desesperación no viene de Dios, y debe ser rechazado. Pero hay un deseo sereno, que se fundamenta en la esperanza y que deja en las manos de Dios y en la agenda de Dios esa fecha feliz del encuentro con él. Alimentar este deseo es lo propio del adviento.

Desear ver a Dios, salir al encuentro de Cristo que viene, mirar a María nuestra madre que nos quiere junto a su Hijo Jesús, eso es el adviento. Santa Teresa de Jesús, buena amiga, repetía: “Cuán triste Dios mío / la vida sin Ti, ansiosa de verte / deseo morir”.

San Juan de la Cruz expresa el mismo deseo: “…rompe la tela de este dulce encuentro” (Llama de amor viva, 1). Y tantos otros santos. Coincide el comienzo del adviento con la novena de la Inmaculada y con su fiesta solemne.

Es muy bonito ver a María, la llena de gracia, la sinpecado, el resultado perfecto de la redención que Cristo ha venido a traernos. En ella podemos mirarnos para ver y desear lo que Dios quiere hacer en nosotros: limpiarnos de todo pecado y llevarnos a la santidad plena. Y en la fiesta de la Inmaculada, nuevos diáconos para nuestra diócesis y la Iglesia universal. Es como un regalo de María en este tiempo de adviento para la diócesis.

Muchos de nuestros sacerdotes recuerdan gozosamente este día feliz de su ordenación diaconal. Le ofrecieron a Dios lo mejor de su corazón y pusieron este secreto en el corazón inmaculado de María.

Pedimos especialmente por todos los sacerdotes, para que María los mantenga puros en su corazón. El adviento nos prepara también a la Navidad de este año. El fruto bendito del vientre virginal de María nace en Belén para salvarnos de la muerte eterna y hacernos hijos de Dios. Fiesta de gozo y salvación.

Que no nos distraiga el consumismo, el deseo de placer, la bulla externa. Mantengamos la espera del Señor en actitud penitencial, de despojamiento. El Señor viene a nosotros de múltiples maneras, en cada hombre, en cada acontecimiento. Que nos encuentre con las lámparas encendidas.

Tiempo de adviento, tiempo de espera, tiempo de purificar la esperanza, tiempo de preparar el encuentro con el Señor al final de nuestra vida. El Señor viene, preparemos su llegada. Recibid mi afecto y mi bendición

 

 

1ºDOMINGO DECUARESMA:LAS TENTACIONES DEL DEMONIO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.

 Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada.

Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.

Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.

Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece. La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia.

 El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece. El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.

El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él.

Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio. La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario.

Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria.

San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.

Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi

 

 

 

2º DOMINGO DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El camino hacia la Pascua que marca la Cuaresma es camino hacia el cielo, y cada año se renueva en la Resurreción del Señor. Después de empezar este tiempo santo con paso firme, el segundo domingo nos presenta a Jesús transfigurado en el monte Tabor. La meta no es la cruz, el sufrimiento, la muerte. La meta es la transfiguración de nuestra vida, la metamorfosis de este cuerpo mortal en cuerpo glorioso. “Él transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21).

Un creyente no espera el paraíso terrenal. Eso se queda para el marxismo materialista y para el ateísmo, que no tienen horizonte de eternidad. Para ellos, el paraíso es una utopía, que no existe, pero que mantiene encendido el principio esperanza en el corazón del hombre. Para el creyente, el paraíso está en el cielo, más allá de todo lo que vemos, más allá de la historia. Para un creyente, el paraíso existe con toda certeza, pero se sitúa en la zona más allá de la muerte. Somos ciudadanos del cielo.

A la luz de esta perspectiva tiene sentido el sacrificio, el esfuerzo, la penitencia cuaresmal. Los sufrimientos de la vida no son para aguantarlos estoicamente, sino para unirlos a la Cruz de Cristo, con la que el mundo ha sido redimido.

El sufrimiento cristiano es para vivirlo con amor, como lo ha vivido Cristo. Cuando Jesús iba decidido camino de Jerusalén bien sabía a lo que iba, a sufrir la muerte de cruz, que desembocaría en el triunfo de la resurrección. Y Jesús tuvo compasión de sus apóstoles, los que lo habían dejado todo para seguirle.

Antes de continuar el camino, subió con ellos a un monte alto –un día entero se llevaba esta caminata– para un retiro espiritual en las alturas, en el monte. Y estando allí en oración con los tres más cercanos, su rostro se iluminó y los vestidos brillaban de blancura.

Es como si Jesús dejara por unos instantes translucir la intimidad de su corazón divino en su rostro humano. Vieron a Dios con rostro de hombre, en un rostro humano transformado, transfigurado, lleno de gloria. “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (S 26).

En la búsqueda de Dios por parte del corazón humano hay un deseo creciente de ver a Dios. Dios ha ido mostrando su rostro y su intimidad progresivamente hasta llegar a su Hijo Jesucristo, en quien habita la plenitud de la divinidad y en quien hemos visto el rostro de Dios.

Cuando los apóstoles lo vieron, cayeron rostro en tierra, como adormilados. “Qué hermoso es estar aquí”, dijo Pedro. Cuando el hombre vislumbra el rostro de Dios, su corazón se llena de alegría, de paz, de esperanza. Esa es la vida contemplativa, a la que todos estamos llamados.

La Cuaresma nos invita a buscar a Dios, a buscar el rostro de Dios. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (S 34, 6). Sería afanoso buscar ese rostro si no hubiera salido a nuestro encuentro. Pero no es así. El rostro de Dios Padre nos ha salido al encuentro en el rostro y en el corazón de su Hijo Jesucristo. Ahí lo encontramos, y ahí descansa nuestro corazón inquieto.

Cuando san Juan de la Cruz propone la Subida al Monte Carmelo, a los pocos pasos propone la unión con Dios como meta. El corazón humano no persevera en la subida, si no tiene claro a dónde va. Sabiendo cuál es la meta, la unión con Dios, el hombre puede seguir caminando, aunque le cueste fatigas, aunque se encuentre con contrariedades de todo tipo. Todo lo soporta con tal de alcanzar la meta que se le propone.

Eso hace Jesús este domingo con nosotros: no tengáis miedo, la meta es la transfiguración, no la cruz. Ánimo, aunque ello cueste sangre. Gracias, Señor, por tu comprensión y por proponernos metas más altas. Recibid mi afecto y mi bendición: Somos ciudadan

 

 

DOMINGO DE CUARESMA: SEMANA DE LA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la Familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad). El 25 de marzo en la tarde, tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente.

Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba.

Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia.

Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.

A pesar de toda esa conspiración de muerte (“cultura de la muerte” la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia.

 Tenemos que crear entre todos una “cultura de la vida”, que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. “Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente”, gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno.

 Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida. La Semana de la Familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana.

Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó “en el nombre del Señor”. Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.

Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la “calidad” de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso.

Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo. Misterio de la Encarnación, Semana de la Familia y la Vida, tiempo de Cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Semana de la Familia

 

 

 

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de Cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio.

Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.

Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.

El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados.

Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.

Sólo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo. Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro.

El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente.

Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.

 Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “en tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así.

Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.

Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.

El tiempo de Cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros.

Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia. Recibid mi afecto y me bendición: Dios Padre misericordioso

 

 

 

 

 

 

 

DOMINGO DE RAMOS: MURIÓ POR NOSOTROS Y VENCIÓ LA MUERTE PARA TODA LA HUMANIDAD

 

       QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la semana central del año litúrgico católico, la Semana Santa. El centro de nuestra fe cristiana es una persona, Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero. Y el núcleo de su recorrido histórico en la tierra es su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. El próximo 21 de abril es el día más solemne del año, la Pascua de resurrección, precedida por el Triduo pascual.

El domingo de Ramos, este domingo, celebramos el comienzo de la Semana Santa. Jesús llega a Jerusalén y hace su entrada triunfal a lomos de una borriquita, no de un caballo potente, como solían hacer los vencedores. Jesús nos enseña así que su reino no es de este mundo ni como los de este mundo, sino que su reino es un reinado de amor, que nos conquista por el camino de la humildad y del servicio.

 Los niños captaron el momento y salieron a su encuentro aclamándolo con cantos mesiánicos: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”.

El martes santo día 16 celebramos la Misa Crismal. Cercanos a la Pascua, recogemos los frutos de la redención que nos vienen por los sacramentos y consagramos el santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, los confirmados y los ordenados. Se bendicen además los santos Óleos para otros sacramentos. Se trata de una preciosa celebración de la Esposa de Cristo, la santa Iglesia, que es ungida y adornada por su Esposo con los dones del Espíritu Santo.

Estamos invitados todos a participar en ella. Durante la misma, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales de permanecer fieles a Cristo Sacerdote para el servicio del Pueblo santo de Dios.

A lo largo de estos días en todas las parroquias hay celebraciones del sacramento de la Penitencia, que nos prepare el alma para las fiestas que se acercan.

El Jueves santo celebramos la Cena del Señor, en la que Jesús tuvo aquel gesto profético del Lavatorio de los pies y nos dio su Cuerpo y Sangre. Todo un resumen de la vida cristiana, la entrega en el servicio y el don de su amor en la Eucaristía. Por este sacramento, se perpetúa la presencia viva y real de Jesús entre nosotros, hecho sacrificio y comunión. ¡Qué regalo más grande! Adorémosle.

El Viernes santo lo llena plenamente la Cruz del Señor. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.

El Sábado santo es día de silencio con María junto al sepulcro de Cristo cadáver, en la espera de la resurrección. Es el día de la espera incluso para los que no tienen ninguna esperanza, porque la espera se centra en Jesucristo que resucitará del sepulcro y nos resucitará a todos con él.

Cuando ha caído el día, la Iglesia se reúne para la principal de las vigilias, la Vigilia pascual con aleluya inacabable por la victoria de Cristo sobre la muerte. Esa es una noche santa que recuerda las maravillas de Dios en todas las noches de las historia.

El Domingo de Pascua es todo alegría y fiesta. Ha resucitado el Señor, es decir, ha vencido la muerte en él y para nosotros. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este el horizonte más amplio que puede tener una mente humana la muerte no es la última palabra.

 La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección. Nos acercamos a la Semana Santa, que en nuestros pueblos y ciudades tiene una grandiosa expresión en la piedad popular con las procesiones, estaciones de penitencia, desfiles, viacrucis, etc.

 Entremos de lleno, de corazón, en la Semana Santa y acojamos el don del amor hecho carne en su Hijo muerto y resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida.

El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.

 Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestros corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen.

La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.

Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida.

Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.

Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.

Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.

El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.

“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.

Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.

 Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo.

Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.

La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.

Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición: El Domingo, día del Señor.

 

DOMINGOS III DE PASCUA: EXAMEN DE AMOR: ¿ME AMAS?

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Después de la noche de la traición, Jesús fue entregado al poder de la muerte como consecuencia de nuestros pecados, fue crucificado y fue sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos, como primogénito de entre los muertos y nos dice: “Yo soy el que vive; estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte” (Ap 1, 18).

Jesucristo resucitado ha inaugurado una vida nueva para él y para nosotros, una vida que hemos recibido en el bautismo y de la que nos vamos apropiando más y más, hasta ser transfigurados por el poder de su resurrección.

Una vez resucitado, Jesús se vuelve a los suyos, los que le dejaron solo e incluso lo negaron, para expresarles su misericordia y su perdón. El domingo pasado lo hacía con el apóstol Tomás, que, al comprobar las llagas de su mano y su costado, se rindió en adoración confesando: “Señor mío y Dios mío”.

En este domingo se dirige a Pedro, el que lo negó por tres veces, para ofrecerle su misericordia y hacerle experimentar un amor más grande. Habían vuelto a sus faenas habituales de la pesca en el lago de Tiberíades, de donde habían sido llamados. Capitaneados por Pedro, estuvieron toda la noche sin pescar nada. Y al amanecer, se apareció Jesús a la orilla, que les pregunta por la pesca y les ordena echar las redes de nuevo. En plena faena, quien lo identifica primero es Juan, el que más amaba a Jesús por ser el discípulo amado: “¡Es el Señor!”. Pedro se tiró al agua para alcanzarle impacientemente, se olvida de la barca, de la pesca y de los demás.

El tirón de Jesús se hace irresistible. Arrastra la barca y comprueba que la redada de peces es inmensa. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. A Jesús lo han visto transfigurado, pero lo han reconocido directamente y por el fruto abundante de la pesca. Y compartieron con él aquel desayuno que les supo a gloria.

Terminada la comida, Jesús se dirige a Pedro y le hace un examen de amor: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. Tres veces lo había negado, tres veces le repite Jesús la pregunta, a la que Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. La respuesta positiva conduce a la misión: “Pastorea mis ovejas”. Cuando vuelve a preguntarlo por tercera vez, Pedro se entristeció. Probablemente por el recuerdo de las negaciones en la noche de la pasión. Y responde afirmativamente, pero no apoyado en su certeza, sino apoyado en el saber de Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Este examen de amor, que Pedro supera positivamente, es ante todo una muestra de amor y misericordia por parte de Jesús a Pedro. Jesús le pone en situación de confesar su amor, reparando su pecado en las negaciones.

Le pone en bandeja esta confesión de amor, en la que Pedro se hace consciente de que su fuerza no está en sí mismo, sino en Jesús. Y apoyado en Jesús, confiesa su amor, que es más grande que su pecado.

Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras, una de ellas para perdonar nuestros pecados con un amor más grande de su parte, que genera en nuestro corazón un amor mayor hacia él.

Cuántas veces nos hemos sentido profundamente renovados al recibir el fruto de su redención en el sacramento de la penitencia, en el que confesamos nuestros pecados y confesamos el amor más grande de Jesús a nosotros y de nosotros a él. El sacramento de la penitencia, por tanto, no es sólo propio de cuaresma, donde tiene más un sentido penitencial, sino que es también propio de la Pascua, donde tiene más un sentido de confesión de amor, como en el caso de Pedro.

La Iglesia pone a nuestro alcance el sacramento del perdón para que lo recibamos con frecuencia, pues necesitamos escuchar del Señor el amor que nos tiene y necesitamos igualmente hacer nuestra confesión de amor, que repara nuestros pecados. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

 En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.

 Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.

Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.

Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.

Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones. Que Dios siga llamando y que los jóvenes sean generosos para decir sí al sueño de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Os daré pastores según mi Corazón Q

 

 

 

DOMINGO V DE PASCUA C

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Es un verdadero privilegio vivir el mes de mayo en Córdoba. Hay casas y patios que son un canto precioso a la vida y a la alegría de la primavera. “Con flores a María…” cantamos en este mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María. En muchos lugares esas flores adornan una imagen de la Virgen, nuestra Madre, como diciéndonos que Ella es la flor más hermosa en el jardín de la historia humana, cuyo fruto bendito es Jesús nuestro Salvador.

Y en este quinto domingo de Pascua, Jesús vuelve a recordarnos el mandamiento nuevo del amor cristiano: “Amaos unos a otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.

Resulta curioso que el mandamiento más importante de Jesús sea el mandamiento del amor, que coincide precisamente con la aspiración más profunda del corazón humano, donde toda persona humana encuentra su felicidad. El mandamiento de Jesús, por tanto, no es algo extraño al corazón humano, sino algo superlativamente humano, que quiere hacernos plenamente humanos.

La divinización del hombre se ha realizado por el misterio de la Encarnación, misterio en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y en este misterio el hombre no ha perdido su identidad, sino que su identidad humana ha llegado a plenitud. Ser divinizado coincide por tanto con ser “humanizado”. El hombre llega a ser más humano precisamente cuando es más divinizado.

Así nos lo enseña san León Magno, cuya doctrina desemboca en el concilio de Calcedonia, afirmando que cada una de las naturalezas -la humana y la divina- no pierden su identidad al quedar unidas por el misterio de la Encarnación, sino que más bien la identidad de cada una queda salvaguardada precisamente en virtud de este mismo misterio. La persona humana es más humana cuanto más divina se deje hacer.

Por eso, el mandato del amor, que nos viene como gracia del cielo, lleva a plenitud la capacidad de amor que brota del corazón del hombre. El amor divino que Jesús nos manda no destruye ni anula el amor humano, sino que lo purifica, lo fortalece y lo lleva a plenitud.

Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas.

El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.

El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos.

Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana. Que el mes de mayo os traiga la alegría de la vida del Resucitado y este amor nuevo y profundo que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi

 

 

 

VI DE PASCUA LA ASCENCIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo la Ascensión del Señor a los cielos. Los cuarenta días de la resurrección se cumplen el jueves, y queda trasladada al domingo. Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva.

Pudieron los apóstoles convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros.

Pudieron palpar su carne resucitada, verificar sus llagas gloriosas, comer con Él, experimentar visiblemente su presencia renovadora, que les llenó el corazón de inmensa alegría.

La fiesta de la ascensión viene a ser el colofón de la resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua. Arrebatado a la vista y a los sentidos de los apóstoles, nuestra relación con Jesucristo es una relación de fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo.

 Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia. Está presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor. Está presente en las personas y en la comunidad eclesial, donde Él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

Está presente, como buen pastor, en quienes lo representan en medio de su pueblo. Está presente en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor. No se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si Él ya no actuara. No. La presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas.

Nuestro encuentro personal con el Resucitado nos pone en actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas.

Precisamente en estos días, después de los comicios electorales, se abre una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana. Personas de distintas opciones y partidos políticos acceden, con el mandato de los ciudadanos, a los puestos de responsabilidad para gobernar los municipios y la provincia. Hace poco, también la región autonómica.

 La convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia. Por eso, encomendamos con fervor la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos.

Los cristianos, a la luz de la fe y del mandato misionero de Jesús, tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena. Está en juego la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad. Está en juego la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida. Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro.

 Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada. Muchos proyectos están sobre la mesa de quienes han asumido la responsabilidad de gobernarnos en la nueva etapa. Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo.

Oramos para que su presencia sea notable y transfiguradora, también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta. Recibid mi afecto y mi bendición: S

 

 

DOMINGO VII DE PASCUA  PENTECOSTÉS ESPIRITU SANTO RENUEVALO TODO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.

La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.

“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.

Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.

El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.

El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).

Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).

Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.

El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.

La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.

Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.

Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.

En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado seglar, con el lema: “Somos misión”. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-.

Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.

Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.

 

 

 

PARÁBOLA DE BUEN SAMARITANO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el evangelio de este domingo la parábola del buen samaritano, que es un autorretrato del mismo Jesús. El relato viene provocado por la pregunta de un letrado que se dirige a Jesús para saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde con el resumen de los mandamientos: Amor a Dios y amor al prójimo. Pero el letrado preguntó: y ¿quién es mi prójimo? Y aquí viene la parábola del buen samaritano, de Jesús el buen samaritano. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Hasta que no recorre uno esa distancia no se da cuenta de lo que supone ese trayecto. Se trata de un trayecto de pocos kilómetros, pero con un desnivel de casi mil metros. Es, por tanto, un recorrido muy empinado. De Jerusalén a Jericó, cuesta abajo. Se presta al pillaje, al vandalismo, al asalto improvisado. Y aquel hombre de la parábola fue asaltado y despojado de todo, “cayó a manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Este hombre representa a tantos hombres a quienes los demás hombres despojan injustamente, con violencia y lo dejan como descartado, medio muerto, para no hacerle caso nadie. Si miramos el horizonte de nuestra sociedad, así se encuentran millones de personas, a quienes el abuso de los demás ha dejado en la cuneta. Ante esta situación, uno puede mirar para otro lado. No se entera o no quiere enterarse, le resulta más cómodo no echar cuenta. Pasa de largo. Otros pasan también de largo, viendo incluso la extrema necesidad del descartado y apaleado. No tienen tiempo, no se sienten implicados, no va con ellos. Encuentran siempre algún pretexto para no implicarse. No tengo, no puedo, no sé, no va conmigo. Mas, por el contrario, hay alguien que se siente interpelado y no pasa de largo. Se detiene, siente lástima, se acerca, desciende de su cabalgadura, venda las heridas, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada, cargando con los gastos que lleve consigo aquella cura de reposo. ¿No vemos a simple vista a Jesús en este caminante que se acerca? Jesús se ha abajado hasta nosotros, se ha sentido interpelado por nuestra situación en la que hemos perdido nuestra dignidad de hijos, en la que hemos quedado apaleados en la cuneta de la vida. Es el hombre expulsado del paraíso por su pecado, es el hombre que se ha apartado de Dios y ha quedado huérfano y sin remedio, es el hombre que no puede salvarse por sí mismo, que está condenado a muerte irremediablemente. Es el hombre oprimido por el hombre, que es abusado, que es explotado. Es el hombre objeto de trata, de esclavitud. Es el hombre o la mujer, que ha sido violentamente acosado por el egoísmo de los demás y ha sido tratado como un objeto de usar y tirar. Cuántas personas nos encontramos así en el camino de la vida. Jesús nos enseña a no pasar de largo, a implicarnos, a remangarnos, a compartir, a devolver la dignidad, a cargar sobre nuestros hombros, a llevar a la comunidad a aquellos que encontramos tan despojados de todo. La posada aquí significa la Iglesia, la comunidad de los hermanos que acogen, que aman, que sirven, que comparten lo que tienen y por eso sanan con el amor cristiano. Cuántas personas, cuya aspecto aparente es de normalidad, sufren en su corazón por tantas razones. Cuántos corazones se siente defraudados, traicionados por quienes debían amarles. También esos son despojados de la vida, a quienes hay que atender. Ése es tu prójimo, nos viene a decir Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el amor cristiano. No se trata de una justicia internacional que nunca llega, de los grandes principios que brotan de grandes proclamas. Se trata sencillamente del amor de cada día al que tienes más cerca, a aquel al que te acercas movido por el amor. Anda, y haz tú lo mismo. Recibid mi afecto y mi bendición: A

 

 

 

ENSEÑANOS A ORAR EL PADRE NUESTRO

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman. En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón. La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios. Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios. Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha. Recibid mi afecto y mi bendic

 

 

DOMINGO XXV  O XXVI

O DIOS O EL DINERO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Pocas veces Jesús se pone tan tajante como en el evangelio de este domingo. Junto al evangelio de la misericordia –Dios nos perdona siempre–, está también la disyuntiva de ponernos o de parte de Dios o alimentar los ídolos de nuestro corazón: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13). No es compatible lo uno con lo otro, aunque nosotros pretendamos a veces poner una vela a Dios y otra al diablo. ¿De dónde viene esta incompatibilidad? El dinero no es malo en sí mismo, más aún es necesario para sobrevivir. Por medio del dinero atendemos nuestras necesidades básicas de alimentación, vestido, casa, atención a la salud, etc. Dios no es enemigo de todo eso y quiere que estemos atendidos lo mejor posible. El dinero lo adquirimos como fruto del trabajo, de nuestro ingenio humano, de nuestra capacidad creativa, etc. Y eso también es bueno. Pero el dinero representa la seguridad que este mundo ofrece y, teniendo dinero, se nos abren muchas posibilidades. La clave de la disyuntiva no está por tanto en el dinero, sino en la alternativa de confiar en Dios o confiar en nuestros medios. No parece que sea compatible el amor al dinero (con todas las posibilidades que ofrece) y la confianza en Dios, que es nuestro Padre providente. Siendo el dinero la puerta para tantas posibilidades en nuestra vida, el corazón humano desarrolla una actitud que le hace desear más y más. Cuando esta actitud se hace viciosa, entonces tenemos la codicia, la avaricia. Este vicio consiste en el deseo desordenado de tener más. Y no sólo dinero, sino cualquiera de los bienes de este mundo. La codicia, como cualquier otro vicio, nunca se ve satisfecha. Cuanto más la alimentas, más engorda. Y el avaricioso no descansa nunca con lo que tiene ni se amolda a las posibilidades que la vida le ofrece. El dinero entonces esclaviza, se convierte en un ídolo, la avaricia es una idolatría: “Apartaos de toda codicia y avaricia, que es una idolatría” (Col 3, 5), nos dice el apóstol san Pablo. Cuando aparece la codicia en el corazón humano, uno se aleja de Dios y se incapacita para ayudar a los demás. Movido por la avaricia, el corazón humano se hace injusto y pierde su capacidad de solidaridad. Cuando uno lo quiere todo para sí, no percibe que lo recibido es también para compartirlo generosamente con los demás: su tiempo, sus cualidades, su dinero. Por eso, Jesús se presenta en su vida terrena en actitud de pobreza y austeridad, y nos invita a seguir su ejemplo. Las circunstancias en la que Jesús vive no son pura casualidad, sino que expresan su ser más profundo. Nace pobre en Belén, vive en la austeridad y desprendimiento de quien, pudiendo tenerlo todo, prefiere no tenerlo para vivir colgado de su Padre Dios y muere pobrísimo en la cruz. Llama bienaventurados a los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos, y nos invita a seguirle por este camino. Ciertamente, cada uno tiene derecho a tener lo que necesita para vivir. Pero la pregunta es por qué unos tanto y otros tan poco o nada. Y la respuesta apunta al egoísmo del corazón humano, que se queda con lo suyo y lo ajeno. Por eso, la severa advertencia de Jesús en este pasaje evangélico y en otros: No podéis servir a Dios y al dinero, porque el servicio a Dios no esclaviza nunca, sino que nos hace libres. Mientras que el servicio al dinero esclaviza siempre y es origen de muchos males. Cuando Zaqueo recibió a Jesús en su casa, le salió espontáneo devolver lo que había robado a los demás en su vida, llevado por la usura, e incluso se hizo generoso repartiendo parte de sus bienes entre los pobres. Si dejamos que Jesús entre en nuestra casa, en nuestro corazón, nos hará generosos, desprendidos, solidarios y podremos escuchar de Jesús: Hoy ha llegado la salvación a esta casa. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno al 14 de septiembre de 2019, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz, la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba organiza actos para rememorar el 75 aniversario de la fundación de dicha Agrupación. Al encontrarnos este año en el centenario de la consagración de España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles (Getafe) y al celebrar el 90 aniversario de la bendición e inauguración del monumento al Sagrado Corazón en Las Ermitas de Córdoba, la Agrupación de Cofradías cordobesa planteó esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”, que el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral acoge en nuestro Templo principal. Ya la misma Agrupación ha organizado el pasado 30 de junio 2019 la Magna procesión del Sagrado Corazón, confluyendo tres imágenes: la del Sagrado Corazón de Jesús de la Colegiata de San Hipólito (PP. Jesuitas), la imagen de Nuestra Señora de los Dolores (desde el hospital de San Jacinto) y la imagen de San Rafael (desde la Basílica del Juramento), llegando hasta la Catedral en un espectáculo de fe precioso, y retornando a sus respectivas sedes. En años anteriores la misma Agrupación ha organizado el Viacrucis Magno de la Fe (14 septiembre 2013) y la Magna Mariana “Regina Mater” (27 junio 2015). Ahora se trata de la convocatoria de imágenes de Jesús, provenientes de puntos significativos de toda la diócesis y provincia de Córdoba, que expresan ese amor del Corazón de Cristo en los distintos pasos de Pasión, Muerte y Gloria del Señor. Cuarenta y cuatro Hermandades se darán cita en la Catedral de Córdoba para esta Exposición “Por tu Cruz redimiste al mundo”. Algunas imágenes llegarán a la Catedral en traslado privado, otras en viacrucis el día 13, y treinta y una de ellas procesionarán en esta Magna del 14 septiembre 2019. De esta manera, quedarán expuestas todas del 15 al 22 de septiembre en las naves de la Santa Iglesia Catedral para contemplación de devotos y visitantes. El culto a las imágenes quedó consagrado en el Concilio II de Nicea (787), superando los ataques inconoclastas, que han rebrotado también en épocas posteriores: “El culto a las imágenes remite al prototipo”, nos enseña la Iglesia. Las imágenes son una prolongación del misterio de la Encarnación, por la que el Hijo eterno invisible se ha hecho visible al tomar nuestra propia carne, podemos tocarle, podemos mirarle, podemos abrazarle, podemos besarle. Las imágenes son expresión de una fe colmada de belleza; a través de ellas llega hasta nosotros el rostro de Cristo con sus preciosas actitudes de misericordia, de cercanía, de amor. Tocando las imágenes con la mirada y con la devoción, le devolvemos a Jesucristo alguna expresión de cariño por nuestra parte. Desde la fuerza juvenil de los costaleros que portan los sagrados Titulares hasta las lágrimas que brotan espontáneas cuando miramos a Jesús, en estos acontecimientos se multiplica y se condensa la emoción, que no es algo pasajero, sino acumulación de sentimientos de la persona creyente. En una imagen se une lo divino y lo humano, y abrazados a esa imagen nos sentimos elevados y fortalecidos para recorrer el camino de nuestra vida. Que esta Magna de Jesús 2019 traiga bendiciones del cielo a todos los que en ella participamos. Que logremos “abarcar lo ancho, lo largo, lo alto y lo profundo, comprendiendo el amor de Cristo, que trasciende todo conocimiento” (Ef 3, 18). Y que recorramos el camino de la vida, sabiendo que Jesús va por delante de nosotros, nos espera y nos acompaña siempre. Felicidades a la Agrupación de Hermandades y Cofradías de la ciudad de Córdoba en este 75 aniversario, que coincide con el 25 aniversario de la coronación canónica de la Virgen de la Fuensanta, patrona de Córdoba. Gracias a todos los que habéis preparado con esmero este acontecimiento religioso de nuestra diócesis. Os agradezco de corazón especialmente a los que venís de las parroquias rurales, portando vuestra imagen bendita de Jesús y superando todo tipo de dificultades. Una vez más el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral nos acoge en el Templo madre de toda la diócesis para una expresión de fe tan eclesial. Recibid mi afecto y mi bendición: Por tu Cruz redimiste al mundo

 

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Recibimos la incitación permanente a “vivir bien”, entendiendo por ello una vida regalada en la que no nos falte de nada y en la que estén satisfechas todas nuestras apetencias. Nos lo dice el mundo de nuestro entorno, nos lo pide el cuerpo, y nos lo sugiere de una u otra manera el mismo demonio. Y por esa vida optó el personaje del relato evangélico de este domingo, Epulón el rico (Lc 16, 19-31). Vestía refinadamente y banqueteaba a diario, se daba a la buena vida. A su lado estaba el pobre Lázaro, enfermo y hambriento, que ni siquiera podía saciarse de lo que le sobrada al rico. La primera desgracia del rico Epulón es la de plantear la vida para disfrutar de todos sus placeres. Y los placeres de esta vida se acaban antes o después, no son eternos. De ello tendremos que dar cuenta ante Dios. Y la otra desgracia de Epulón es la de haber cerrado su corazón a las necesidades de los pobres de su entorno, no había percibido la pobreza de Lázaro, y eso que lo tenía a la puerta de su casa. Se había ido estrechando cada vez más su capacidad de amar. La vida que continúa después de la muerte pone las cosas en su sitio, y a la luz de esa última realidad hemos de vivir la vida presente. Sucedió que ambos murieron y Lázaro fue a gozar de Dios para siempre, mientras que Epulón sufrió los tormentos que él mismo se había fraguado en su vida terrena. Porque el infierno no es castigo independiente de esta vida terrena. El infierno consiste en no poder amar. El corazón humano que está hecho para amar y ser amado se encuentra con que se le han cerrado todas las posibilidades, y ese será su tormento eterno, no poder amar aunque quiera y no poder ser amado por nadie. Varias lecciones nos da Jesús con esta parábola. En primer lugar, que la vida no es para disfrutarla sin medida. Estamos hechos para la felicidad, sí; pero no para esa vida sensual, que nos va disolviendo en vez de construirnos. Pasarlo bien, disfrutar de los placeres de este mundo, darse la “buena vida” no conduce a nada bueno, además de que crea adicciones insaciables. Al contrario, nos va cerrando el corazón y no va haciendo incapaces de amar. Por el contrario, las penas de cada día aceptadas con humildad y ofrecidas con amor, nos ensanchan el corazón y nos hacen capaces de disfrutar ya desde ahora de la felicidad que Dios nos tiene preparada y que nunca acaba. Y en segundo lugar, una vida disoluta nos hace desentendernos de los demás. Sólo piensa en sí mismo, no le conmueven las necesidades de los demás, se hace insolidario. Si el rico Epulón hubiera abierto los ojos a los pobres de su entorno, hubiera detenido su mala marcha mucho antes. El contacto con los pobres nos abre a la verdad de nosotros mismos; los pobres nos evangelizan al recordarnos que nosotros también somos necesitados y, al ponernos delante de los ojos personas y situaciones que nos conmueven, nos sacan de nuestros esquemas. Compartir las penas de los demás nos hace más humanos, más solidarios, nos hace bien al sacarnos de nuestro egoísmo. Pobres y ricos. No están en el mundo para contraponerlos, ni para enfrentarlos, ni para enzarzar a unos contra otros en lucha dialéctica tan frecuente en nuestro tiempo. El mundo no se arregla por la vía del enfrentamiento, del odio o de la lucha de clases. Lo único que renovará el mundo es el amor. Acercarse a los pobres es un imperativo del amor cristiano. Jesucristo siendo rico se ha hecho pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2Co 8, 9), y lo ha hecho por amor. Ese camino nuevo, que Jesús ha inaugurado, nos invita a recorrerlo con él, el camino del amor, que se acerca a los pobres en actitud de humildad y despojamiento para servirlos. Cuánto bien nos hacen los pobres, si no los miramos como rivales o desde arriba, sino abajándonos como ha hecho nuestro Señor. El acercamiento a los pobres nos abre el horizonte de la vida eterna, la cerrazón a los pobres nos lleva a la perdición. Recibid mi afecto y mi bendición: Una vida disoluta conduce a la perdición eterna

 

 

 

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercaron a Jesús diez leprosos, que a gritos le decían: Ten compasión de nosotros. La lepra era una enfermedad incurable, una enfermedad mortal, una enfermedad que generaba marginación por razones sanitarias. Al que se le declaraba la lepra quedaba incomunicado con el resto de la sociedad para no contagiar a los demás. Por eso, a Jesús le gritan de lejos. Y Jesús atiende su petición. Ha curado todo tipo de enfermedades, ha expulsado otros tantos demonios, ha resucitado incluso a algún muerto, ha multiplicado los panes y los peces. En cada uno de sus milagros Jesús nos transmite un mensaje. En la curación de estos diez leprosos aparece la fuerza de Cristo que es capaz de librarnos de nuestras lepras. Son lepras nuestros vicios y pecados, nuestras adicciones y desesperanzas, nuestra propia historia que cada uno bien conoce. Quién podrá librarnos de todo eso. Jesucristo ha venido para librarnos de todo pecado, de toda atadura, de toda esclavitud. Cuando nos ponemos delante de él, que es todo pureza y santidad, nos sentimos manchados, impuros, sucios. Es una gracia de Dios sentirse así, porque esa sensación viene al contemplarle a él. Pero si él nos hace sentirnos impuros, es porque quiere purificarnos y limpiarnos de todo lo que nos ensucia. Él quiere hacer en cada uno de nosotros una historia de amor, más fuerte que nuestro pecado. Una historia de misericordia. Uno de los peores males de nuestro tiempo es la pérdida del sentido del pecado, decía ya Pío XII. Y hemos ido a peor en sentido generalizado. Para mucha gente el sentido del pecado sería como un sentimiento insano de culpa, como una represión educacional, que habría que erradicar considerándolo todo como normal, o a lo sumo con un margen de error, y que habría que liberar con técnicas psicológicas del profundo. Ciertamente, el sentido del pecado proviene del sentido de Dios. Cuando Dios no está presente, es muy difícil tener conciencia de haberle ofendido. Sólo cuando hay un encuentro sincero con Dios, surge el sentido del pecado, surge la conciencia de haberle ofendido, de haberle olvidado. En la conversión de tantos santos aparece esa sensación de haber ofendido a Dios y de haber tardado en responderle positivamente. “Tarde te amé”, dice san Agustín lamentándose. Necesitamos la gracia de Dios no sólo para librarnos del pecado, que nos aparta de Dios y de los demás, sino también para reconocer que estamos sucios por ese pecado, que incluso no percibíamos. Muchas veces no se trata de introspecciones psicológicas, sino sencillamente de ponerse delante del Señor, como hicieron aquellos diez leprosos, y pedirle a Jesucristo con toda humildad que nos cure nuestras heridas. “Y quedaron limpios”. A medida que nuestro trato con Dios sea más intenso y profundo, más percibiremos esa impureza de nuestro corazón, más caeremos en la cuenta de la necesidad de pureza, con mayor humildad gritaremos: “Jesús, ten compasión de nosotros”. Mirando cada uno nuestra propia historia, percibiremos que ha sido Dios quien nos ha sanado del pecado y de ahí brotará espontáneamente la acción de gracias. Diez fueron sanados, uno sólo vino a dar gracias. Quizá los otros nueve se quedaron sólo en lo exterior. Ese que volvió se dio cuenta de la grandeza de haber sido curado y por eso volvió para dar gracias. No seamos desagradecidos, porque es muchísimo lo que hemos recibido, aunque a veces no nos demos cuenta. La plegaria central del culto cristiano es la acción de gracias (en griego, eucaristía) dirigida a Dios Padre por habernos dado a su Hijo Jesucristo y en él nos lo ha dado todo. La acción de gracias brota de un corazón humilde, de un corazón que no se siente con derecho a nada, de un corazón que reconoce la obra de Dios en su vida. Cuando Dios actúa, un corazón humilde lo reconoce y lo agradece. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Y quedaron limpios

 

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia es misionera por naturaleza, y en la Iglesia cada uno de los bautizados. Por el Bautismo somos sumergidos en Cristo y recibimos el Espíritu Santo, nos hacemos partícipes de Cristo sacerdote, profeta y rey. El mismo Espíritu que ungió a Jesús en el Jordán y lo envió a proclamar la salvación a los pobres y a todos los hombres es el Espíritu Santo que nos ha ungido en el Bautismo y nos ha hecho pregoneros del Evangelio. Cien años hace que el Papa Benedicto XV, a través de la Carta apostólica Maximum illud (el máximo y santísimo encargo), recordó a la Iglesia la preciosa tarea del anuncio misionero a todas las gentes. La Iglesia ha conocido desde ese momento un renovado impulso misionero. La Iglesia no ha dejado de recordar y cumplir el mandato misionero en todas las épocas a lo largo de su historia: el primer anuncio de los primeros siglos con tantos apóstoles y testigos, la evangelización de los pueblos del nuevo mundo tras el descubrimiento de América con tantísimos misioneros, pero además en el último siglo ha reverdecido este impulso misionero del que ahora celebramos cien años (tantos Institutos religiosos misioneros y tantos sacerdotes y laicos). Con este motivo, el Papa Francisco ha proclamado el Mes Misionero Extraordinario, que estamos viviendo durante todo el mes de octubre. “Es un mandato que nos toca de cerca: yo soy siempre una misión; tú eres siempre una misión; todo bautizado y bautizada es una misión. Quien ama se pone en movimiento, sale de sí mismo, es atraído y atrae, se da al otro y teje relaciones que generan vida. Para el amor de Dios nadie es inútil e insignificante. Cada uno de nosotros es una misión en el mundo porque es fruto del amor de Dios”, nos recuerda el Papa Francisco. Esta unión con Cristo se da y se vive en la Iglesia. No somos seres solitarios, ni Dios ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un Pueblo. Nuestra pertenencia a la Iglesia nos hace partícipes de esa misión con la que Cristo ha enviado a los apóstoles: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15). Escuchamos este mandato como dirigido a cada uno personalmente, como encargo máximo y santísimo que Jesús ha dado a su Iglesia. La Iglesia, por tanto, tiene que estar alimentando continuamente esta misión, tan propia que pertenece a su misma naturaleza, pues la Iglesia ha nacido para evangelizar. El domingo del DOMUND y el Mes misionero son ocasión para agradecer a Dios el don de los misioneros, hombres y mujeres, que se han puesto en camino. Son quinientos mil misioneros por todo el mundo, más mujeres que hombres. Los mejores embajadores de la Iglesia, los que ya estaban allí cuando sucede algún contratiempo y los que permanecen allí cuando pasa la noticia. No son voluntarios temporales –muy valiosos, por cierto-. Son misioneros que han puesto su vida en juego para llevar la buena noticia del amor de Dios, que nos hace hermanos. Gracias, queridos misioneros, que habéis dejado patria, amigos, ambientes, comodidades, etc. y, ligeros de equipaje, gastáis vuestra vida por amor a Dios y por amor a los hermanos. Y cuando llega esta ocasión, y en otros muchos momentos, hemos de rascarnos el bolsillo. Si de verdad nos interesa que el Evangelio llegue, hemos de ser generosos con nuestro dinero y nuestro tiempo dedicado a las misiones: construcción de iglesias, formación de catequistas y sacerdotes, sostenimiento de tantas tareas pastorales, etc. Si de verdad queremos esa promoción integral que Dios quiere para cada persona, hemos de echar todas las manos que podamos para que llegue algo de tanto que nos sobra e incluso de lo que necesitamos. Gracias, Delegación diocesana de Misiones de Córdoba, por vuestro trabajo constante a lo largo del año. Lo hacéis muy bien, no decaiga esa animación misionera. Dios os bendiga siempre. Recibid mi afecto y mi bendición. Q Bautizados y enviados, D

 

 

 

 

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HOMILIAS CICLO C 2010

 

 

LAS BIENAVENTURANZAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la reciente Carta del Papa Francisco, Gaudete et exultate, invitándonos a la santidad nos presenta esta página del Evangelio –las bienaventuranzas– como pauta de vida.

En las bienaventuranzas se dibuja el rostro del Maestro, y seguirle a él es ir contracorriente, porque el mundo nos lleva hacia otro estilo de vida. Pero Jesús nos promete –y él cumple siempre– una felicidad por este camino: felices, bienaventurados los que van por este camino.

 En la primera, bienaventurados los pobres, están resumidas todas las demás. Pobre en la Sagrada Escritura es el que confía en Dios, el que se fía de Dios, el que pone en Dios toda su confianza y no se apoya en sí mismo. Las cualidades naturales las hemos recibido de Dios y de Dios recibimos continuamente dones de gracia sobrenaturales. La torcedura del corazón humano considera que lo que hemos recibido es nuestro y busca tener más y más para apoyarse más en sí mismo.

Curiosamente, cuanto más tenemos (tiempo, cualidades, dinero, etc) corremos más riesgo de apartarnos de Dios, y de hecho la seguridad de los bienes de este mundo nos aleja de Dios. No debiera ser así, porque Dios está en el origen de todos los bienes, pero la experiencia nos dice que quien tiene se aleja de Dios. Y, por el contrario, cuando uno no tiene está más predispuesto a confiar en Dios. Por eso, Jesús nos advierte en el Evangelio del peligro de las riquezas. No son malas, y menos aún si son adquiridas legítimamente. Pero el rico se siente seguro y como que no necesita de Dios. Incluso, llega a decir Jesús: Ay de vosotros, los ricos, porque ya tenéis vuestro consuelo.

Qué tendrá la pobreza, que Dios tanto bendice. A su Hijo lo ha enviado al mundo en absoluta pobreza y Jesús ha vivido esa pobreza como expresión de libertad, en una dependencia total de su Padre Dios. Jesús en el Evangelio nos recomienda vivamente la pobreza voluntaria para parecernos a él y seguirle de cerca.

En la vida religiosa, por ejemplo, se incluye el voto de pobreza, de no tener nada propio para que aparezca más claramente que el tesoro de esa persona es Dios y no los bienes de este mundo, aunque sean buenos. Junto a los pobres, Jesús bendice a los mansos y humildes de corazón, como lo es él. “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,29).

A nosotros pecadores nos brota inmediatamente la ira descontrolada, incentivada por el odio, el orgullo, la vanidad. El manso y humilde actúa en otra dirección, aguanta y no ataca, no guarda rencor ni venganza, reacciona amando. Reaccionar con humilde mansedumbre, eso es santidad. Y sólo con estas actitudes podemos acercarnos a los pobres y a los humildes.

Felices los que lloran, porque serán consolados. El mundo no quiere llorar, prefiere divertirse, pasarlo bien, ignorar el sufrimiento. Ay de vosotros los que ahora reís, porque haréis duelo. Sin embargo, el sufrimiento forma parte de la vida y con Jesús adquiere un sentido nuevo. Nuestro sufrimiento unido a la Cruz de Cristo adquiere un sentido y un valor redentor.

El seguimiento de Cristo nos da capacidad para afrontar las contrariedades de la vida y nos hace capaces de compartir los sufrimientos de quienes lloran, no esquivamos esa realidad, sino que la compartimos con los demás para aliviarlos en su dolor. Dichosos cuando os odien los hombres, os excluyan y os insulten y proscriban vuestro nombre. Alegraos y saltad de gozo.

 ¡Qué grande es este reto de Jesús! Porque sucede en nuestra vida, y lo grandioso es que Jesús lo ha previsto y nos alienta con esta bienaventuranza: Alegraos y saltad de gozo. Miremos al Maestro, porque es precisamente lo que ha vivido él, y es lo que él quiere darnos a vivir en nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: Las bienaventuranzas, c

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.

El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas.

La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva.

Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.

Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5, 43). La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”.

No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a él.

Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.

 Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba) ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África.

El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida, incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).

Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo, ni la fuerza de Jesucristo.

Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos

 

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, el miércoles próximo es miércoles de ceniza.

Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.

La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año.

Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.

En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía-. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La Cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.

En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.

Y el tercer elemento de esta pauta Cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero. Compartir con los pobres nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles. Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la Cuaresma.

Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma Q

 

 

I DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DEL DEMONIO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.

 Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada. Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.

Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.

Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece.

La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia. El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece.

El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.

El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él. Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio.

La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario. Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria. San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.

Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi afecto y mi bendición: Las tentaciones y el Maligno Q

 

 

 

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Así se expresa la oración de este domingo 3º de adviento: “Concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación– y poder celebrarla con alegría desbordante”. Le pedimos a Dios llegar a la Navidad y le pedimos poder celebrarla con alegría desbordante. La Navidad como fiesta de gozo y de salvación es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo eterno de Dios. Es asombroso que Dios se haya hecho hombre, y más asombroso aún que nosotros seamos hechos partícipes de su divinidad, seamos divinizados.

¿En qué consiste esa alegría que pedimos, y que Dios quiere concedernos? Ciertamente es una alegría que no viene de fuera. No viene de lo que uno come, de lo que uno bebe o de lo que uno se divierte, o de lo que uno se compra para tener algo más. “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Si miramos al portal de Belén, veremos que el Hijo de Dios ha venido en la más absoluta pobreza. Allí no hubo ni cenas, ni regalos, ni bulla. Allí hubo mucho amor por parte de su madre María y por parte de José. Ni siquiera hubo para ellos “lugar en la posada” (Lc 2,1).

Los ángeles hicieron fiesta cantando: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Esa es la alegría que se nos promete: la paz de Dios en nuestra alma y en el mundo, porque viene a salvarnos el que quita el pecado del mundo y nos hace hijos de Dios.

No hay paz sin justicia, no habrá alegría verdadera sin hacer partícipes de esta salvación a los pobres, que sufren en su carne y en su alma las consecuencias del pecado. Viene el Señor a sanar todas esas heridas, a curarlas acercándose a cada uno de nosotros con amor, a devolvernos la amistad con Dios, haciéndonos hijos, a restaurar nuestras relaciones humanas, instaurando la fraternidad universal, a empujarnos para salir al encuentro de todas las pobrezas de nuestro mundo.

Esa alegría que colma y sacia el corazón humano es una alegría desbordante. De dentro afuera. Rebosa de nuestra alma a nuestro cuerpo, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestros sentidos exteriores. La vida cristiana produce alegría desbordante y se nota en nuestro rostro y en el exterior.

 De esa alegría interior estamos llamados a dar testimonio en nuestro entorno, porque el cristiano no tiene cara de amargura, sino de haber sido redimido. El cristiano vive con la certeza de una victoria. Se acercan las fiestas de Navidad y todo desde fuera nos invita al bullicio y la dispersión.

Sin embargo, son días para vivirlos con María, con la Iglesia que ora y se alegra anticipadamente por la salvación que le viene del Señor. Son días para vivirlos con Juan el Bautista, hombre penitente que prepara los caminos del Señor. No está reñido lo uno con lo otro. Precisamente la alegría cristiana sostiene la penitencia que necesitamos por nuestros pecados.

Sólo el que descubre el gran don que se avecina es capaz de ponerse a la tarea de quitar todo lo que le estorba. Sólo quien ha experimentado algo de la alegría de Dios, se esfuerza por rechazar los goces del pecado. No sólo la penitencia nos conduce a la alegría, sino que la verdadera alegría, la que viene de Dios, nos conduce a la penitencia serena y humilde que necesitamos.

En la misa de medianoche, de la nochebuena, oiremos esta Palabra: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo” (Tt, 2-1113).

Eso es un cristiano, el que espera la venida del Señor, el que desea ese encuentro creciente con el amor de su alma. Por eso, está contento al llegar la Navidad y no deja distraerse por otros elementos extraños a esto. La alegría promete ser desbordante, de dentro afuera, una alegría que el mundo no puede dar, porque sólo viene de Jesucristo nuestro salvador, de nuestro encuentro con Él. Por eso, qué triste una Navidad sin Jesucristo. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

2º DOMINGO DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El camino hacia la Pascua que marca la Cuaresma es camino hacia el cielo, y cada año se renueva en la Resurreción del Señor. Después de empezar este tiempo santo con paso firme, el segundo domingo nos presenta a Jesús transfigurado en el monte Tabor. La meta no es la cruz, el sufrimiento, la muerte. La meta es la transfiguración de nuestra vida, la metamorfosis de este cuerpo mortal en cuerpo glorioso. “Él transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21).

Un creyente no espera el paraíso terrenal. Eso se queda para el marxismo materialista y para el ateísmo, que no tienen horizonte de eternidad. Para ellos, el paraíso es una utopía, que no existe, pero que mantiene encendido el principio esperanza en el corazón del hombre. Para el creyente, el paraíso está en el cielo, más allá de todo lo que vemos, más allá de la historia. Para un creyente, el paraíso existe con toda certeza, pero se sitúa en la zona más allá de la muerte. Somos ciudadanos del cielo.

A la luz de esta perspectiva tiene sentido el sacrificio, el esfuerzo, la penitencia cuaresmal. Los sufrimientos de la vida no son para aguantarlos estoicamente, sino para unirlos a la Cruz de Cristo, con la que el mundo ha sido redimido.

El sufrimiento cristiano es para vivirlo con amor, como lo ha vivido Cristo. Cuando Jesús iba decidido camino de Jerusalén bien sabía a lo que iba, a sufrir la muerte de cruz, que desembocaría en el triunfo de la resurrección. Y Jesús tuvo compasión de sus apóstoles, los que lo habían dejado todo para seguirle.

Antes de continuar el camino, subió con ellos a un monte alto –un día entero se llevaba esta caminata– para un retiro espiritual en las alturas, en el monte. Y estando allí en oración con los tres más cercanos, su rostro se iluminó y los vestidos brillaban de blancura.

Es como si Jesús dejara por unos instantes translucir la intimidad de su corazón divino en su rostro humano. Vieron a Dios con rostro de hombre, en un rostro humano transformado, transfigurado, lleno de gloria. “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (S 26).

En la búsqueda de Dios por parte del corazón humano hay un deseo creciente de ver a Dios. Dios ha ido mostrando su rostro y su intimidad progresivamente hasta llegar a su Hijo Jesucristo, en quien habita la plenitud de la divinidad y en quien hemos visto el rostro de Dios.

Cuando los apóstoles lo vieron, cayeron rostro en tierra, como adormilados. “Qué hermoso es estar aquí”, dijo Pedro. Cuando el hombre vislumbra el rostro de Dios, su corazón se llena de alegría, de paz, de esperanza. Esa es la vida contemplativa, a la que todos estamos llamados.

La Cuaresma nos invita a buscar a Dios, a buscar el rostro de Dios. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (S 34, 6). Sería afanoso buscar ese rostro si no hubiera salido a nuestro encuentro. Pero no es así. El rostro de Dios Padre nos ha salido al encuentro en el rostro y en el corazón de su Hijo Jesucristo. Ahí lo encontramos, y ahí descansa nuestro corazón inquieto.

Cuando san Juan de la Cruz propone la Subida al Monte Carmelo, a los pocos pasos propone la unión con Dios como meta. El corazón humano no persevera en la subida, si no tiene claro a dónde va. Sabiendo cuál es la meta, la unión con Dios, el hombre puede seguir caminando, aunque le cueste fatigas, aunque se encuentre con contrariedades de todo tipo. Todo lo soporta con tal de alcanzar la meta que se le propone.

Eso hace Jesús este domingo con nosotros: no tengáis miedo, la meta es la transfiguración, no la cruz. Ánimo, aunque ello cueste sangre. Gracias, Señor, por tu comprensión y por proponernos metas más altas. Recibid mi afecto y mi bendición: Somos ciudadan

 

DOMINGO DE CUARESMA: SEMANA DE LA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la Familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad). El 25 de marzo en la tarde, tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente.

Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba.

Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia.

Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.

A pesar de toda esa conspiración de muerte (“cultura de la muerte” la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia.

 Tenemos que crear entre todos una “cultura de la vida”, que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. “Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente”, gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno.

 Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida. La Semana de la Familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana.

Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó “en el nombre del Señor”. Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.

Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la “calidad” de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso.

Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo. Misterio de la Encarnación, Semana de la Familia y la Vida, tiempo de Cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Semana de la Familia

 

 

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de Cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio.

Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.

Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.

El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados.

Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.

Sólo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo. Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro.

El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente.

Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.

 Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “en tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así.

Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.

Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.

El tiempo de Cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros.

Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia. Recibid mi afecto y me bendición: Dios Padre misericordioso

 

 

 

DOMINGO DE RAMOS: MURIÓ POR NOSOTROS Y VENCIÓ LA MUERTE PARA TODA LA HUMANIDAD

 

       QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la semana central del año litúrgico católico, la Semana Santa. El centro de nuestra fe cristiana es una persona, Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero. Y el núcleo de su recorrido histórico en la tierra es su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. El próximo 21 de abril es el día más solemne del año, la Pascua de resurrección, precedida por el Triduo pascual.

El domingo de Ramos, este domingo, celebramos el comienzo de la Semana Santa. Jesús llega a Jerusalén y hace su entrada triunfal a lomos de una borriquita, no de un caballo potente, como solían hacer los vencedores. Jesús nos enseña así que su reino no es de este mundo ni como los de este mundo, sino que su reino es un reinado de amor, que nos conquista por el camino de la humildad y del servicio.

 Los niños captaron el momento y salieron a su encuentro aclamándolo con cantos mesiánicos: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”.

El martes santo día 16 celebramos la Misa Crismal. Cercanos a la Pascua, recogemos los frutos de la redención que nos vienen por los sacramentos y consagramos el santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, los confirmados y los ordenados. Se bendicen además los santos Óleos para otros sacramentos. Se trata de una preciosa celebración de la Esposa de Cristo, la santa Iglesia, que es ungida y adornada por su Esposo con los dones del Espíritu Santo.

Estamos invitados todos a participar en ella. Durante la misma, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales de permanecer fieles a Cristo Sacerdote para el servicio del Pueblo santo de Dios.

A lo largo de estos días en todas las parroquias hay celebraciones del sacramento de la Penitencia, que nos prepare el alma para las fiestas que se acercan.

El Jueves santo celebramos la Cena del Señor, en la que Jesús tuvo aquel gesto profético del Lavatorio de los pies y nos dio su Cuerpo y Sangre. Todo un resumen de la vida cristiana, la entrega en el servicio y el don de su amor en la Eucaristía. Por este sacramento, se perpetúa la presencia viva y real de Jesús entre nosotros, hecho sacrificio y comunión. ¡Qué regalo más grande! Adorémosle.

El Viernes santo lo llena plenamente la Cruz del Señor. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.

El Sábado santo es día de silencio con María junto al sepulcro de Cristo cadáver, en la espera de la resurrección. Es el día de la espera incluso para los que no tienen ninguna esperanza, porque la espera se centra en Jesucristo que resucitará del sepulcro y nos resucitará a todos con él.

Cuando ha caído el día, la Iglesia se reúne para la principal de las vigilias, la Vigilia pascual con aleluya inacabable por la victoria de Cristo sobre la muerte. Esa es una noche santa que recuerda las maravillas de Dios en todas las noches de las historia.

El Domingo de Pascua es todo alegría y fiesta. Ha resucitado el Señor, es decir, ha vencido la muerte en él y para nosotros. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este el horizonte más amplio que puede tener una mente humana la muerte no es la última palabra.

 La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección. Nos acercamos a la Semana Santa, que en nuestros pueblos y ciudades tiene una grandiosa expresión en la piedad popular con las procesiones, estaciones de penitencia, desfiles, viacrucis, etc.

 Entremos de lleno, de corazón, en la Semana Santa y acojamos el don del amor hecho carne en su Hijo muerto y resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

 

DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida.

El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.

 Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestros corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen.

La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.

Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida.

Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.

Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.

Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.

El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.

“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.

Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.

 Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo.

Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.

La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.

Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición: El Domingo, día del Señor.

 

 

 

DOMINGOS III DE PASCUA: EXAMEN DE AMOR: ¿ME AMAS?

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Después de la noche de la traición, Jesús fue entregado al poder de la muerte como consecuencia de nuestros pecados, fue crucificado y fue sepultado. Al tercer día resucitó de entre los muertos, como primogénito de entre los muertos y nos dice: “Yo soy el que vive; estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos y tengo las llaves de la muerte” (Ap 1, 18).

Jesucristo resucitado ha inaugurado una vida nueva para él y para nosotros, una vida que hemos recibido en el bautismo y de la que nos vamos apropiando más y más, hasta ser transfigurados por el poder de su resurrección.

Una vez resucitado, Jesús se vuelve a los suyos, los que le dejaron solo e incluso lo negaron, para expresarles su misericordia y su perdón. El domingo pasado lo hacía con el apóstol Tomás, que, al comprobar las llagas de su mano y su costado, se rindió en adoración confesando: “Señor mío y Dios mío”.

En este domingo se dirige a Pedro, el que lo negó por tres veces, para ofrecerle su misericordia y hacerle experimentar un amor más grande. Habían vuelto a sus faenas habituales de la pesca en el lago de Tiberíades, de donde habían sido llamados. Capitaneados por Pedro, estuvieron toda la noche sin pescar nada. Y al amanecer, se apareció Jesús a la orilla, que les pregunta por la pesca y les ordena echar las redes de nuevo. En plena faena, quien lo identifica primero es Juan, el que más amaba a Jesús por ser el discípulo amado: “¡Es el Señor!”. Pedro se tiró al agua para alcanzarle impacientemente, se olvida de la barca, de la pesca y de los demás.

El tirón de Jesús se hace irresistible. Arrastra la barca y comprueba que la redada de peces es inmensa. “Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor”. A Jesús lo han visto transfigurado, pero lo han reconocido directamente y por el fruto abundante de la pesca. Y compartieron con él aquel desayuno que les supo a gloria.

Terminada la comida, Jesús se dirige a Pedro y le hace un examen de amor: “Pedro, ¿me amas más que éstos?”. Tres veces lo había negado, tres veces le repite Jesús la pregunta, a la que Pedro responde: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero”. La respuesta positiva conduce a la misión: “Pastorea mis ovejas”. Cuando vuelve a preguntarlo por tercera vez, Pedro se entristeció. Probablemente por el recuerdo de las negaciones en la noche de la pasión. Y responde afirmativamente, pero no apoyado en su certeza, sino apoyado en el saber de Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”.

Este examen de amor, que Pedro supera positivamente, es ante todo una muestra de amor y misericordia por parte de Jesús a Pedro. Jesús le pone en situación de confesar su amor, reparando su pecado en las negaciones.

Le pone en bandeja esta confesión de amor, en la que Pedro se hace consciente de que su fuerza no está en sí mismo, sino en Jesús. Y apoyado en Jesús, confiesa su amor, que es más grande que su pecado.

Jesús resucitado se hace presente en nuestra vida de múltiples maneras, una de ellas para perdonar nuestros pecados con un amor más grande de su parte, que genera en nuestro corazón un amor mayor hacia él.

Cuántas veces nos hemos sentido profundamente renovados al recibir el fruto de su redención en el sacramento de la penitencia, en el que confesamos nuestros pecados y confesamos el amor más grande de Jesús a nosotros y de nosotros a él. El sacramento de la penitencia, por tanto, no es sólo propio de cuaresma, donde tiene más un sentido penitencial, sino que es también propio de la Pascua, donde tiene más un sentido de confesión de amor, como en el caso de Pedro.

La Iglesia pone a nuestro alcance el sacramento del perdón para que lo recibamos con frecuencia, pues necesitamos escuchar del Señor el amor que nos tiene y necesitamos igualmente hacer nuestra confesión de amor, que repara nuestros pecados. Feliz Pascua de Resurrección a todos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

DOMINGO CUARTO DE PASCUA: JORNADA MUNDIAL DE ORACIÓN POR LAS VOCACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo de Jesucristo, buen pastor. Una imagen preciosa de Jesucristo, con la que él mismo quiso identificarse.

Existe toda una tradición bíblica, que aplica a Dios esta imagen de providencia, ternura, cuidado amoroso de Dios. Es célebre la expresión del profeta Jeremías: “Os daré pastores según mi corazón, que os apacienten con ciencia y experiencia” (Jr 3, 15). Y el profeta Ezequiel arremete contra los malos pastores: “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos!” (Ez 34, 2) para llegar a la conclusión de que será Dios mismo quien apaciente su rebaño: “Yo mismo cuidaré de mi rebaño... las apacentaré en buenos pastos” (34, 11ss).

Por eso, cuando Jesús se presenta a sí mismo como el buen Pastor, los oyentes le entienden perfectamente de qué está hablando: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11). Jesús se identifica una vez más con Dios, que viene a ser el pastor de su pueblo. Y tomando esta imagen se entretiene en describir cuál es su misión de cuidar las ovejas, de dar la vida por ellas en contraste con el asalariado, que no le importan las ovejas y huye cuando llega el peligro.

 En el evangelio de este domingo (ciclo C), brevemente, Jesús señala un aspecto muy importante de su misión redentora: “Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen” (Jn 10, 27). Se da, por tanto, un conocimiento mutuo. Jesús conoce a sus ovejas y las ovejas le conocen a él; se trata de un conocimiento lleno de amor. Y añade “Mi Padre me las ha dado... y nadie puede arrebatarlas de mi mano” (Jn 10, 29). Nadie nos puede separar de Jesús, a no ser que nosotros le diéramos la espalda. Pero queriendo estar con él, nada ni nadie nos podrá separar, porque es Dios Padre quien nos ha puesto en su mano.

A la luz de esta imagen de Jesús buen pastor, celebramos en este domingo la Jornada mundial de oración por las vocaciones y las Vocaciones nativas, con el lema: “Di sí al sueño de Dios”.

 Tantas veces pensamos que la vocación es un proyecto personal de futuro, algo que uno elige libremente. Y todo eso es verdad, pero la Jornada nos invita a caer en la cuenta que toda vocación es ante todo una iniciativa de Dios, es un “sueño de Dios”.

Dios tiene un proyecto de amor para cada uno de nosotros, eso es la vocación. Se trata, por tanto, no sólo de decidir qué es lo que más me gusta, por dónde me siento atraído, sino de preguntarse cuál es el sueño de Dios para mí. Cada uno hemos venido a la existencia como un proyecto amoroso de Dios, y Dios quiere siempre para cada uno de nosotros lo mejor, lo que realmente me va a hacer feliz.

Acertar con ese proyecto de Dios es todo un arte, y es una tarea de discernimiento que se realiza especialmente durante la juventud. “Señor, qué quieres de mí”, es la pregunta de quien se ha encontrado con Jesucristo y quiere cumplir la voluntad de Dios en su vida.

A este propósito el Papa Francisco se dirige a los jóvenes para esta Jornada: “No seáis sordos a la llamada del Señor. Si él os llama por este camino no recojáis los remos en la barca y confiad en él. No os dejéis contagiar por el miedo, que nos paraliza ante las altas cumbres que el Señor nos propone. Recordad siempre que, a los que dejan las redes y la barca para seguir al Señor, él les promete la alegría de una vida nueva, que llena el corazón y anima el camino”.

Necesitamos respuesta de jóvenes, chicos y chicas, para las distintas vocaciones en la Iglesia. Necesitamos sacerdotes, que prolonguen al buen pastor. Necesitamos el corazón y la vida entera de muchas mujeres y hombres, que entregando su vida a Jesús como verdadero esposo, sirvan a la Iglesia y a toda la humanidad en tantos campos en donde se necesita relevo.

Necesitamos hombres y mujeres especialmente en los territorios de misión para que la Iglesia quede implantada con vocaciones nativas. Oremos en este día por las vocaciones. Que Dios siga llamando y que los jóvenes sean generosos para decir sí al sueño de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Os daré pastores según mi Corazón Q

 

 

DOMINGO V DE PASCUA C

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Es un verdadero privilegio vivir el mes de mayo en Córdoba. Hay casas y patios que son un canto precioso a la vida y a la alegría de la primavera. “Con flores a María…” cantamos en este mes de mayo, especialmente dedicado a la Virgen María. En muchos lugares esas flores adornan una imagen de la Virgen, nuestra Madre, como diciéndonos que Ella es la flor más hermosa en el jardín de la historia humana, cuyo fruto bendito es Jesús nuestro Salvador.

Y en este quinto domingo de Pascua, Jesús vuelve a recordarnos el mandamiento nuevo del amor cristiano: “Amaos unos a otros como yo os he amado; en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.

Resulta curioso que el mandamiento más importante de Jesús sea el mandamiento del amor, que coincide precisamente con la aspiración más profunda del corazón humano, donde toda persona humana encuentra su felicidad. El mandamiento de Jesús, por tanto, no es algo extraño al corazón humano, sino algo superlativamente humano, que quiere hacernos plenamente humanos.

La divinización del hombre se ha realizado por el misterio de la Encarnación, misterio en el que el Hijo de Dios se ha hecho hombre; y en este misterio el hombre no ha perdido su identidad, sino que su identidad humana ha llegado a plenitud. Ser divinizado coincide por tanto con ser “humanizado”. El hombre llega a ser más humano precisamente cuando es más divinizado.

Así nos lo enseña san León Magno, cuya doctrina desemboca en el concilio de Calcedonia, afirmando que cada una de las naturalezas -la humana y la divina- no pierden su identidad al quedar unidas por el misterio de la Encarnación, sino que más bien la identidad de cada una queda salvaguardada precisamente en virtud de este mismo misterio. La persona humana es más humana cuanto más divina se deje hacer.

Por eso, el mandato del amor, que nos viene como gracia del cielo, lleva a plenitud la capacidad de amor que brota del corazón del hombre. El amor divino que Jesús nos manda no destruye ni anula el amor humano, sino que lo purifica, lo fortalece y lo lleva a plenitud.

Jesús sitúa precisamente en este mandamiento del amor la señal preferente de la identidad de un cristiano: “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”. Se trata, por tanto, no de un amor pasajero ni de un amor interesado. Se trata de un amor permanente, de un amor oblativo, de un amor que supera incluso las barreras humanas.

El amor humano se mueve frecuentemente por el interés que reporta, y no es malo que funcione así; pero se queda corto. Ese amor no transforma la persona, ni transforma la historia. Otras veces se detiene ante las deficiencias del otro; amamos lo que nos atrae espontáneamente, amamos por las cualidades que vemos en el otro, pero no amamos cuando no vemos cualidades ni atractivo. Tampoco es malo ese amor, pero se queda corto también.

El amor al que nos invita Jesús, el mandamiento nuevo del amor cristiano, es un amor que se mueve por la acción del Espíritu Santo, busca hacer el bien a los demás, es generoso sin mirar el propio interés y llega incluso al amor a los enemigos.

Cuando el amor llega a estas cotas, ciertamente es un amor que viene de Dios y no de nuestro natural, aunque sea bueno. “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”. Es un amor que llena el corazón humano elevándolo a la categoría de amor divino. Es un amor con marca propia, es la marca cristiana. Que el mes de mayo os traiga la alegría de la vida del Resucitado y este amor nuevo y profundo que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi

 

 

VI DE PASCUA LA ASCENCIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo la Ascensión del Señor a los cielos. Los cuarenta días de la resurrección se cumplen el jueves, y queda trasladada al domingo. Jesús bendijo a sus apóstoles, les encomendó el mandato misionero de ir al mundo entero a predicar el Evangelio y se fue al cielo, donde nos espera como la patria definitiva.

Pudieron los apóstoles convivir con Jesús durante cuarenta días después de su Resurrección, de manera que les quedó fuertemente certificada la certeza de que está vivo, de que ha inaugurado una nueva vida para él y para nosotros.

Pudieron palpar su carne resucitada, verificar sus llagas gloriosas, comer con Él, experimentar visiblemente su presencia renovadora, que les llenó el corazón de inmensa alegría.

La fiesta de la ascensión viene a ser el colofón de la resurrección, porque, una vez resucitado Jesús, su lugar propio es el cielo, la gloria, estar junto al Padre. Pero ha tenido con nosotros esta inmensa condescendencia de dejarse tocar por los suyos y de compartir con ellos el gozo de la Pascua. Arrebatado a la vista y a los sentidos de los apóstoles, nuestra relación con Jesucristo es una relación de fe y de amor, en la esperanza de vernos un día cara a cara y saciarnos plenamente de su presencia gozosa en el cielo.

 Vivimos en la espera de ese día feliz, pero ya gustamos desde ahora su presencia de otra manera en la vida cotidiana de la Iglesia. Está presente en los sacramentos, especialmente en el sacramento de la Eucaristía, que nos ha dejado como testamento de su amor. Está presente en las personas y en la comunidad eclesial, donde Él ha prometido estar con nosotros hasta el final de los tiempos.

Está presente, como buen pastor, en quienes lo representan en medio de su pueblo. Está presente en los pobres y necesitados, con los que ha querido identificarse y a través de los cuales reclama continuamente nuestro amor. No se ha desentendido de este mundo, ni nos ha dejado a nosotros a nuestra suerte como si Él ya no actuara. No. La presencia del Resucitado en la historia humana es una presencia transformadora capaz de llevar esta historia humana a la plenitud y llenarla de sentido en cada una de sus etapas.

Nuestro encuentro personal con el Resucitado nos pone en actitud misionera, no sólo para anunciar que está vivo y nos espera en el cielo, sino para infundir el Espíritu Santo en nuestros corazones, a fin de hacernos constructores de una historia en la que somos protagonistas.

Precisamente en estos días, después de los comicios electorales, se abre una nueva etapa en nuestra convivencia cotidiana. Personas de distintas opciones y partidos políticos acceden, con el mandato de los ciudadanos, a los puestos de responsabilidad para gobernar los municipios y la provincia. Hace poco, también la región autonómica.

 La convivencia y la política no es sólo producto de las urnas, es también fruto de la gracia de Dios y de la acción del Espíritu Santo, que conduce la historia. Por eso, encomendamos con fervor la acción de los que nos gobiernan a distintos niveles. Pedimos para ellos la fuerza de lo alto, la luz de Dios y la gracia para acertar en sus decisiones, de manera que busquen el bien de todos, especialmente el de los más desfavorecidos.

Los cristianos, a la luz de la fe y del mandato misionero de Jesús, tenemos una enorme responsabilidad en la construcción de la ciudad terrena. Está en juego la dignidad de la persona, sus derechos y obligaciones, su libertad y su responsabilidad. Está en juego la familia con sus pilares estables del varón y la mujer, unidos en el amor que Dios bendice y abiertos generosamente a la vida. Necesitamos que nazcan muchos más niños para que no vivamos en el desierto demográfico, sin esperanza de futuro.

 Necesitamos una política urgente que atienda a los barrios más deprimidos, de manera que un día puedan salir de su situación, cada vez más degradada. Muchos proyectos están sobre la mesa de quienes han asumido la responsabilidad de gobernarnos en la nueva etapa. Jesucristo ha subido al cielo para mostrarnos cuál es la meta, pero se ha incrustado en la historia humana para llevarla a su plenitud por medio de nuestro trabajo.

Oramos para que su presencia sea notable y transfiguradora, también por la colaboración de sus discípulos en esta hora concreta. Recibid mi afecto y mi bendición: S

 

 

 

DOMINGO VII DE PASCUA  PENTECOSTÉS ESPIRITU SANTO RENUEVALO TODO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es como el culmen del año litúrgico. Jesucristo es el centro de la vida cristiana, y a lo largo de todo el año celebramos los misterios de la vida de Cristo: su nacimiento, su vida de familia, su vida pública, su predicación, su pasión, su muerte y resurrección y su ascensión a los cielos. Al final del año, celebraremos su venida gloriosa al final de los tiempos.

La fiesta del Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, porque Jesús al despedirse nos prometió que nos enviaría de parte del Padre el Espíritu Santo para que fuera nuestro abogado y nos llevara a la verdad completa. Y Jesús cumplió. Cincuenta días (pentecostés) después de su resurreción, y diez días después de su ascensión a los cielos, envió el Espíritu Santo sobre los apóstoles reunidos en oración con María.

“De repente, un ruido del cielo, como de un viento recio, resonó en la casa donde se encontraban... Se llenaron todos de Espíritu Santo” (Hech 2, 2). El Espíritu Santo irrumpió con fuerza como un viento recio, como llamas de fuego.

Pero el Espíritu Santo es una persona divina, no una cosa, ni una fuerza, ni algo impersonal. Es la tercerea persona de Dios, que brota del aliento del Padre y del Hijo, del amor que envuelve al Padre y al Hijo. Es el Aliento, el beso de amor que abraza al Padre y al Hijo, una persona divina. Como tal persona entabla relaciones personales con cada uno de nosotros y espera nuestra correpondencia de relación personal.

El es amor de Dios que entra en nuestros corazones y nos enseña interiormente quién es Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo–, nos lo hace saborear, nos infunde el espíritu de piedad hacia el Padre, nos da conocimiento interno de Jesús y capacidad de imitarle reproduciendo en nosotros sus mismos sentimientos, sus mismas actitudes.

El Espíritu Santo nos recuerda las palabras de Jesús, nos va enseñando por dentro a comprenderlas y vivirlas y nos va conduciendo a la verdad completa. “Ahora no podeis con todo, cuando venga el Espíritu Santo él os conducirá a la verdad completa” (Jn 16, 13).

Una de las verdades más hondas es la conciencia de ser hijos de Dios. “Este Espíritu y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios” (Rm 8, 15).

Es el Espíritu Santo el que nos da a saborear las cosas de Dios y el que nos hace experiementar a Dios mismo con el don de piedad.

El Espíritu Santo es el autor de toda la vida espiritual, porque la vida espiritual consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo. Es el autor de la gracia, de las virtudes y los dones en nosotros. Y es el que nos une en un mismo Cuerpo, el Cuerpo místico de Cristo –la Iglesia–, que prolonga a Cristo en la historia, cuya alma es el Epíritu Santo.

La fiesta de Pentecostés es una gran fiesta de Iglesia, en la que se celebra la Iglesia como comunidad universal, que vive y camina en cada Iglesia particular o local. Esa universalidad de la Iglesia se concreta en cada una de nuestras diócesis y comunidades locales, en nuestras parroquias, grupos, comunidades, movimientos, etc.

Allí donde hay vida cristiana es porque está presente y actuante el Espíritu Santo, allí donde está el Espíritu Santo necesariamente hay vida en todos los niveles. Es, por tanto, la fiesta de la Iglesia en sus pequeñas comunidades extendidas por toda la tierra y especialmente la fiesta de la Iglesia donde ésta todavía no está del todo implantada, en los territorios de misión.

Hoy esos territorios o zonas donde es preciso el anuncio misionero, no sólo se encuentra a miles de kilómetros de nosotros. Hoy esa misión es necesario volver a vivirla en nuestros ambientes descristianizados, hay que volver a proponer la fe de la Iglesia, la experiencia de comunidad con su testimonio en nuestra generación, en tantos lugares de occidente, de donde partió la primera evangelización y donde hay que volver a anunciar a Jesucristo con el primer anuncio que hicieron los Apóstoles.

En la fiesta de Pentecostés celebramos el Día de la Acción Católica y del Apostolado seglar, con el lema: “Somos misión”. Es decir, la presencia viva de laicos, hombres y mujeres, jóvenes y adultos que viven su pertenencia a la Iglesia en torno a la parroquia -Acción Católica General- o a los ambientes específicos -Acción Católica Especializada-.

Es un día para vivir la comunión de todos los miembros de la Iglesia, pastores, religiosos y seglares. Y de todos los grupos donde el Espíritu alienta la vida cristiana. Conocerse, alentar la vida, alegrarse de la existencia de tantos carismas en la Iglesia: un solo Cuerpo y un solo Espíritu en las distintas diversidades de carismas que el mismo Espíritu ha suscitado.

Ven Espíritu Santo, dulce huésped del alma, y renúevalo todo con el Aliento de Dios. Que todos experimentemos esa profunda renovación que necesitamos en nuestros corazones y en nuestro mundo de hoy, para instaurar en este mundo la civilización del amor.

 

 

 

 

 

PARÁBOLA DE BUEN SAMARITANO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el evangelio de este domingo la parábola del buen samaritano, que es un autorretrato del mismo Jesús. El relato viene provocado por la pregunta de un letrado que se dirige a Jesús para saber qué tiene que hacer para heredar la vida eterna. Jesús le responde con el resumen de los mandamientos: Amor a Dios y amor al prójimo. Pero el letrado preguntó: y ¿quién es mi prójimo? Y aquí viene la parábola del buen samaritano, de Jesús el buen samaritano. “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó”. Hasta que no recorre uno esa distancia no se da cuenta de lo que supone ese trayecto. Se trata de un trayecto de pocos kilómetros, pero con un desnivel de casi mil metros. Es, por tanto, un recorrido muy empinado. De Jerusalén a Jericó, cuesta abajo. Se presta al pillaje, al vandalismo, al asalto improvisado. Y aquel hombre de la parábola fue asaltado y despojado de todo, “cayó a manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”. Este hombre representa a tantos hombres a quienes los demás hombres despojan injustamente, con violencia y lo dejan como descartado, medio muerto, para no hacerle caso nadie. Si miramos el horizonte de nuestra sociedad, así se encuentran millones de personas, a quienes el abuso de los demás ha dejado en la cuneta. Ante esta situación, uno puede mirar para otro lado. No se entera o no quiere enterarse, le resulta más cómodo no echar cuenta. Pasa de largo. Otros pasan también de largo, viendo incluso la extrema necesidad del descartado y apaleado. No tienen tiempo, no se sienten implicados, no va con ellos. Encuentran siempre algún pretexto para no implicarse. No tengo, no puedo, no sé, no va conmigo. Mas, por el contrario, hay alguien que se siente interpelado y no pasa de largo. Se detiene, siente lástima, se acerca, desciende de su cabalgadura, venda las heridas, lo sube a su cabalgadura y lo lleva a la posada, cargando con los gastos que lleve consigo aquella cura de reposo. ¿No vemos a simple vista a Jesús en este caminante que se acerca? Jesús se ha abajado hasta nosotros, se ha sentido interpelado por nuestra situación en la que hemos perdido nuestra dignidad de hijos, en la que hemos quedado apaleados en la cuneta de la vida. Es el hombre expulsado del paraíso por su pecado, es el hombre que se ha apartado de Dios y ha quedado huérfano y sin remedio, es el hombre que no puede salvarse por sí mismo, que está condenado a muerte irremediablemente. Es el hombre oprimido por el hombre, que es abusado, que es explotado. Es el hombre objeto de trata, de esclavitud. Es el hombre o la mujer, que ha sido violentamente acosado por el egoísmo de los demás y ha sido tratado como un objeto de usar y tirar. Cuántas personas nos encontramos así en el camino de la vida. Jesús nos enseña a no pasar de largo, a implicarnos, a remangarnos, a compartir, a devolver la dignidad, a cargar sobre nuestros hombros, a llevar a la comunidad a aquellos que encontramos tan despojados de todo. La posada aquí significa la Iglesia, la comunidad de los hermanos que acogen, que aman, que sirven, que comparten lo que tienen y por eso sanan con el amor cristiano. Cuántas personas, cuya aspecto aparente es de normalidad, sufren en su corazón por tantas razones. Cuántos corazones se siente defraudados, traicionados por quienes debían amarles. También esos son despojados de la vida, a quienes hay que atender. Ése es tu prójimo, nos viene a decir Jesús. Prójimo es aquel a quien tú te acercas, movido por el amor cristiano. No se trata de una justicia internacional que nunca llega, de los grandes principios que brotan de grandes proclamas. Se trata sencillamente del amor de cada día al que tienes más cerca, a aquel al que te acercas movido por el amor. Anda, y haz tú lo mismo. Recibid mi afecto y mi bendición: A

 

 

LLAMADOS A LA CONTEMPLACIÓN

 

HERMANOS Y HERMANAS: Vivimos en un mundo lleno de prisas, que produce fatiga y agotamiento. Las circunstancias del trabajo, la conciliación de la vida familiar y laboral, la acumulación de las distintas tareas hacen que se multiplique el estrés en tantas personas. Hoy Jesús en el Evangelio nos llama a la necesidad del descanso y a tomarnos la vida de otra manera. Jesús nos invita a la contemplación. Ya Abraham recibió la visita de aquellos tres personajes, que representaban al único Dios, y quedó embelesado (Gn 18, 1-10). Ofreció su hospitalidad, acogiendo a Dios en su casa, y Dios bendijo aquella casa con un hijo, donde habían esperado descendencia tanto tiempo y no había llegado nunca. Esa escena ha dado lugar al icono de Rublev (1427), fruto de una larga e intensa contemplación por parte de su autor, que intenta introducirnos en la relación interna de las Personas divinas. La contemplación de este icono como que detiene el reloj del tiempo y nos introduce en la eternidad de Dios, que ha entrado en nuestra historia, que ha venido a nuestra casa. Más aún, que ha convertido nuestra alma en templo de su gloria. La contemplación humana del misterio de Dios, que el icono de Rublev refleja, consiste en dejarse introducir en el diálogo de amor que circula entre las Personas divinas. Al hacerse hombre el Hijo, tomando nuestra naturaleza humana, ha incorporado a ese diálogo de amor su corazón humano y nos ha incorporado a todos los humanos, a quienes él quiere revelar este alto misterio. El corazón humano existe para la contemplación de Dios, para entrar en la intimidad de las tres Personas divinas y dejarse envolver por ese diálogo de amor al que nos incorporan. Ahí encontrará el corazón humano el descanso al que aspira a lo largo de su peregrinación por la tierra: “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (S. Agustín, Confesiones 1). Algo parecido sucede en el Evangelio de este domingo. Fue Jesús a casa de sus amigos de Betania, Lázaro, Marta y María, a los que visitaba en bastantes ocasiones. Y en una de ellas, aparece María embelesada a la escucha del Maestro, en actitud puramente contemplativa. Hasta el punto que su hermana Marta se queja de que ella está demasiado ocupada, mientras su hermana está embelesada en la contemplación de Jesús. La enseñanza de Jesús es clara. No desprecia el trabajo que Marta está realizando, y lo está realizando para atender al Maestro. Marta le sirve de esta manera. Pero Jesús se detiene para alabar la actitud contemplativa de María y llamar la atención de Marta: “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada con muchas cosas; sólo una es necesaria. María, pues, ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán” (Lc 10, 42). La contemplación verdadera no es pérdida de tiempo, sino satisfacción de una necesidad radical del corazón humano. Hemos nacido para descansar en Dios y muchas veces padecemos el espejismo de la actividad, que se convierte en activismo. La contemplación verdadera nos pone desnudos y descalzos delante de Dios para vernos tal como somos, sin engaños ni apariencias. Y en ese acto de profunda adoración, Dios nos descubre su rostro, su identidad, su intimidad, que contiene en sí todo deleite. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (Salmo 34,6). Y nos descubre nuestra identidad y nuestra misión. Los días de verano son ocasión propicia para crecer en la contemplación. El cristiano no necesita de las técnicas orientales para relajarse ni aspira a una contemplación fruto del vacío de la mente. La contemplación cristiana es relación de amor con las Personas divinas, que nos va personalizando. Nunca es algo abstracto e impersonal. Y de esa contemplación brota el fruto de las buenas obras, el trabajo ofrecido a Dios en favor de los hermanos. Sólo una cosa es necesaria, no nos dejemos atrapar por el estrés ni por el activismo. Dediquemos tiempo a la contemplación, que Dios quiere concederla a todos los que se disponen para la misma. Recibid mi afecto y mi bendición: Llamados a la contemplación Q

 

 

 

ENSEÑANOS A ORAR EL PADRE NUESTRO

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La oración es el trato con Dios, que nos admite en su conversación y se entretiene en estar con nosotros. Dios ha preparado a lo largo de la historia un acercamiento progresivo hasta poner su morada en nuestras almas, en nuestro corazón. ¡Somos templos del Dios vivo! Orar es caer en la cuenta de esta realidad, Dios no está lejos ni hay que viajar para encontrarlo. Dios vive en mi corazón y por la oración caigo en la cuenta de esta realidad y entablo un diálogo de amor con las tres personas divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que me aman. En el evangelio de este domingo XVII del tiempo ordinario (ciclo C), Jesús nos enseña a orar con la oración del Padrenuestro. Estaba Jesús orando y los discípulos se acercaron para decirle: “Enséñanos a orar” (Lc 11, 1). Toda la vida de Jesús está transida de oración, su relación con el Padre es fluida y espontánea, mira las personas, los acontecimientos y las cosas con los ojos de Dios. Aparece en muchas ocasiones orando: al atardecer, al amanecer, durante toda la noche, al realizar un milagro o una curación extraordinaria, retirado solitario en el monte, rodeado de sus discípulos o ante la muchedumbre. Es una lección permanente y silenciosa, un ejemplo de vida. Le atrae ponerse en oración como al hierro le atrae el imán, y comparte con el Padre los deseos de su corazón. La gran novedad de la oración cristiana, la que Jesús nos enseña, es la de tratar a Dios como Padre. No nos atreveríamos a hacerlo, si no fuera porque él nos lo ha enseñado así. Es decir, Jesús nos introduce en su corazón de hijo y nos abre de par en par las puertas del corazón de su Padre, el corazón de Dios, para hacernos hijos. No podíamos entrar más adentro ni podíamos llegar a más. Y desde ahí, penetrar en el gozo de las personas divinas y disfrutarlo, mirarnos a nosotros y al mundo con los ojos de Dios. Otra novedad de la oración que Jesús nos enseña es, junto a la invocación de “Padre”, la de llamarle “nuestro”. Es decir, a Dios no nos dirigimos nunca como personas aisladas, sino siempre formando parte de una fraternidad humana, en la que todos somos o estamos llamados a ser hermanos, precisamente porque tenemos como padre a Dios. El Padrenuestro es, por tanto, oración de fraternidad, de solidaridad porque tenemos en común a nuestro Padre Dios. Al enseñarnos a orar, Jesús nos insiste en que pidamos: “Pedid y se os dará”. ¿Por qué este mandato insistente? Algunos piensan que si Dios ya sabe nuestras necesidades, para qué pedirle insistentemente. La oración de petición ha de hacerse con confianza y con perseverancia. Sabiendo que para Dios nada hay imposible, recurrimos a él cuando nos vemos incapaces de alcanzar aquello que necesitamos. San Agustín nos recuerda que al pedirle a Dios lo que necesitamos, no estamos recordándole a Dios nada, pues él todo lo sabe, sino que nos estamos recordando a nosotros que todo nos viene de Dios. Por ejemplo, hemos de pedir la lluvia para nuestros campos en medio de la sequía tremenda que padecemos. Al hombre de nuestro tiempo no se le ocurre pedirlo a Dios, porque ha desconectado de Dios y todo lo espera de su propio ingenio, de los pantanos, de los regadíos artificiales, etc. Se le ocurre hacer un plan de regadío, pero no se le ocurre acudir a Dios. Sin embargo, el progreso no está en contra de Dios, ni Dios está en contra del progreso. Pedirle a Dios la lluvia necesaria para nuestros campos es reconocer que Dios es el autor del universo, y puede darnos el bien de la lluvia –como todos los demás bienes– si se lo pedimos con confianza y con insistencia. Hay dones que Dios no nos los da, porque no se lo pedimos. Pero a veces sucede que nos cansamos de pedir. Y aquí viene la otra condición de la oración de petición, la perseverancia, la insistencia. Cuando pedimos a Dios una y otra vez algún bien para nosotros, hemos de pedirlo una, otra y mil veces. Pero si Dios está dispuesto a concederlo, ¿por qué se hace de rogar tanto? Pues –continúa san Agustín–, porque repitiendo una y otra vez lo que necesitamos, va ajustándose nuestra voluntad a la de Dios, no a la inversa. Pedid y recibiréis, si pedimos con confianza y con perseverancia. Y si Dios tarda en concederlo, es porque quiere ajustar nuestra voluntad a la suya. Nosotros sigamos insistiendo, porque él siempre nos escucha. Recibid mi afecto y mi bendic

 

DOMINGO XXII C

 

HERMANOS Y HERMANAS: La enseñanza de Jesús en este domingo XXII de tiempo ordinario se refiere a la humildad, una virtud que brota del Corazón de Cristo: “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré, cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera” (Mt 11, 28-30). Jesús no vino a este mundo como le hubiera correspondido por su condición divina, en gloria y poder, sino que vivió entre nosotros en humildad y despojamiento, como uno de tantos, en la obediencia de amor al Padre y en la entrega por nosotros hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios su Padre lo ensalzó sentándolo a su derecha, constituyéndolo Señor y Rey de amor. Jesús nos invita a seguirle, a imitarle, a vivir como vivió él. “Tened en vosotros los sentimientos de Cristo”, nos recuerda san Pablo (Flp 2, 5). Y en eso consiste la vida cristiana, en parecerse a Jesús no sólo por fuera, sino sobre todo con un corazón como el suyo. Con un sencillo ejemplo, Jesús nos enseña hoy a ser humildes: cuando te inviten a un banquete, siéntate en el último puesto y nadie te lo quitará. Como ha hecho el mismo Jesús. A donde él ha llegado, no ha llegado nadie, hasta el grado más bajo de humildad y servicio. Y, ¿por qué hasta ese nivel? –Porque el pecado lleva consigo el virus de la soberbia, que destruye a la persona. Cuando el hombre se deja llevar por ese virus, la persona entra en descomposición. Y por experiencia sabemos que es una tentación permanente en el corazón humano creerse algo, apoyarse en sí mismo y alejarse de Dios. Por eso Jesús nos invita descaradamente a buscar el último puesto, a ensayarnos continuamente en el tercer grado de humildad. “Humildad es vivir en verdad”, nos enseña Santa Teresa (6Moradas 10, 7). El demonio, por el contrario, es el padre de la mentira y nos marea por el camino de la imaginación, haciéndonos ver difícil el bien y fácil el mal. Dios es la verdad, acercarnos a Dios es acercarnos a la verdad, y la verdad es que no somos nada, pero Dios se ha inclinado sobre nosotros y nos ha dignificado haciéndonos hijos suyos. La humildad no consiste en el apocamiento o la pusilanimidad. Desde la más profunda humildad somos capaces de grandes cosas, porque vemos que es Dios quien nos asiste. Las cualidades, el tiempo, todo tipo de bienes nos vienen de Dios. La soberbia nos hace creer que esos bienes son nuestros sin referirlos a Dios. La humildad nos pone en la verdad de que es Dios el autor de todo bien en nuestra vida y todos los éxitos los referimos a Dios. “Todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 11). De un corazón humilde brota ser generoso. Lo que ha recibido lo comparte, y lo comparte sin buscar recompensa. Jesús nos enseña a invitar a los que “no podrán pagarte”, porque si eres generoso con quien puede corresponder, eso lo hace cualquiera. Mientras que si eres generoso con quien no podrá corresponder, es porque tu corazón está saciado de los dones de Dios y por eso eres capaz de compartir sin esperar recompensa. Humildad y generosidad van juntas, brotan de un corazón como el de Cristo. “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso” (Sir 3, 17), nos dice la primera lectura de este domingo. Buscar la humildad, buscar el último puesto, ser generoso sin esperar recompensa de los demás es parecerse a Jesús, manso y humilde de corazón. El mundo no se arreglará por el camino de la prepotencia, a ver quién es más. El mundo se arreglará por el camino de la humildad y de la generosidad, es lo que nos enseña Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Procede con humildad, busca el último puesto 

8 DE SEPTIEMBRE: NATIIVIDAD DE MARÍA

VIVA LA MADRE DE DIOS

HERMANOS Y HERMANAS: Las fiestas de la Virgen traen consigo gracia abundante de Dios para nosotros, traen alegría y esperanza, son ocasión para experimentar que ella es nuestra Madre. Comenzamos el curso cada año con la fiesta de la Natividad de María, la fiesta de su nacimiento, su cumpleaños diríamos. Si celebramos su inmaculada concepción el 8 de diciembre, a los nueve meses celebramos el día de su nacimiento, el 8 de septiembre. En muchos lugares de la geografía universal es la fiesta principal de María, son las fiestas patronales en su honor. También en nuestra diócesis de Córdoba el 8 de septiembre es la fiesta principal de María en muchos pueblos y ciudades de nuestra diócesis. Podemos decir que el mes de septiembre está señalado como mes mariano precisamente por esta fiesta. En la ciudad de Córdoba celebramos la Virgen de la Fuensanta como patrona de la ciudad. La imagen de la Virgen de la Fuensanta fue coronada canónicamente el 2 de octubre de 1994, hace ahora veinticinco años. Fue trasladada desde su Santuario a la Catedral, donde hubo un triduo preparatorio en su honor, para acudir el día de la coronación a la avenida Gran Capitán donde recibió el beso de todos los cordobeses por las manos del Nuncio Apostólico en España, Mons. Mario Tagliaferri, acompañado por el obispo de Córdoba, Mons. José Antonio Infantes Florido. Éste puso la corona al Niño divino y el Nuncio se la puso a nuestra Madre, la Virgen de la Fuensanta coronada. Ella da nombre a esta pequeña y entrañable imagen, a su Santuario y al barrio donde se ubica. Cada año, llegado el 8 de septiembre, acudimos a su Santuario para rendirle el homenaje de todo el pueblo de Córdoba. Antes, su imagen bendita viene a la Catedral, y este año también a otras cinco parroquias. En la Catedral se celebra solemne Misa el día 7, la víspera de su fiesta, y es llevada procesionalmente a su Santuario para la fiesta del día 8. El Evangelio de este día (Mt 1,18-25) subraya la grandeza de esta mujer, Virgen y Madre al mismo tiempo. Ella es la mujer elegida por Dios para madre de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Lo engendró en su seno virginal sin concurso de varón, por sobreabundancia de vida, como Dios Padre engendra a su Hijo en la sustancia divina sin ninguna otra colaboración. María es icono del Padre. Su virginidad nos habla de una vida plena y pletórica, abundante y rebosante. De esa abundancia de vida ha brotado en su seno virginal la vida nueva del Hijo eterno que comienza a ser hombre en ella. De ella ha tomado su carne y su sangre que será entregada para nuestra redención en la Cruz. La virginidad de María es una llamada permanente a la fidelidad para todos los cristianos. Ella ha dejado a Dios la iniciativa en todo, y por eso su vida es tan fecunda. Esa profunda unión con Dios resulta fecunda en la maternidad divina. María no da origen a su Hijo en cuanto Dios. Él es eterno. María da origen a ese Hijo en cuanto hombre, y por eso es llamada desde antiguo la “Madre de Dios” (en griego, Theotokos). Verdadera Madre de Dios, porque es Madre del Hijo hecho hombre. De esta manera, Jesucristo es Dios como su Padre Dios y es hombre verdadero como su madre María, como nosotros. Una persona divina en dos naturalezas, divina y humana. Y desde la Cruz, su Hijo divino Jesús nos la ha dado como Madre a todos los discípulos de su Hijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo; ahí tienes a tu Madre” (Jn 19,26-27). Podemos llamarla madre y tenerla como madre, porque ha sido su Hijo el que nos la ha dado como tal. María es mediadora de todas las gracias. Es decir, todo lo que Dios nos quiere conceder lo hace con la colaboración de la Madre, nos demos cuenta de ello o no. Por eso, llegada su fiesta, acudimos a ella para pedirla atrevidamente aquello que necesitemos. En una fiesta suya Ella quiere darnos gracias especiales, que hemos de pedir con confianza. Acudamos a nuestra Madre en estos días de su fiesta. Ella nos alcanzará de su Hijo todo lo que le pidamos. Recibid mi afecto y

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