Lunes, 11 Abril 2022 08:49

CÓRDOBA. CICLO B. OCTUBRE: MES DEL ROSARIO, VIRGEN DEL PILAR

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CÓRDOBA. CICLO B.

 

 

LAS HOMILIAS  CICLO B  2012 ESTÁN EN Pag. 424

 

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ESTAS SON 2017-18 B

 

OCTUBRE: MES DEL ROSARIO, VIRGEN DEL PILAR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año entero está salpicado de fiestas de la Virgen, y el mes de octubre está dedicado al santo rosario, subrayando la importancia de esta práctica piadosa en honor de María Santísima. El rosario es una oración que tiene a Cristo como centro: “bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. En cada misterio contemplamos algún aspecto de la vida de Cristo. Y esa contemplación la hacemos desde el corazón de su madre María. Con María, miramos a Jesús y vamos repasando los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, es decir, su nacimiento, su vida y su ministerio público, su pasión y muerte y su gloriosa resurrección. El rosario es una oración contemplativa, repetitiva del avemaría, en la que se trenzan el saludo del ángel y el de su prima Isabel y nuestra petición humilde “ruega por nosotros pecadores”. Hace pocos días en la Visita pastoral; al regalar a los niños del cole un rosario, les explicaba en qué consiste este rezo repetitivo. Una niña preguntó espontáneamente: ¿Y no te cansas de repetir tantas veces el avemaría? Le respondí: En el rosario, María nos pregunta: “¿Me quieres?” Y yo le respondo: “Te quiero”. Ella me pide: “Dímelo de nuevo”. Y así, una y otra y otra vez. Se trata, por tanto, de un diálogo de amor, y cuando dos personas se quieren, no se cansan de decírselo una y mil veces. El rosario es aburrido si se tratara solamente de repetición verbal de unas palabras. Pero si es la expresión de un amor, el amor no cansa ni se cansa. Algunos han comparado el rosario con la oración de Jesús, que en el oriente es tan frecuente. Esa oración consiste en repetir una y mil veces la oración que aparece en aquellos que se acercan a Jesús pidiendo un milagro: “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”. El libro “El peregrino ruso” lo explica muy bien. Es una oración que se pronuncia con los labios, pero que va calando progresivamente en el corazón, hasta identificarse con el mismo latido del corazón. “Jesús, ten piedad”. Jesús es el centro, a quien se invoca, en quien se cree, en quien se confía, a quien se ama. Y de esa mirada contemplativa al que puede sanarnos y darnos su gracia, volvemos a nosotros, que somos pecadores y pedimos misericordia. En el rosario ocurre algo parecido: La mirada se dirige a María continuamente, repetitivamente. Con las palabras del ángel, con las palabras de Isabel. “Llena de gracia”, “Bendita entre todas las mujeres”. Y de ella volvemos a nosotros: “ruega por nosotros pecadores”, con un añadido que pide humildemente el don de la perseverancia final: “y en la hora de nuestra muerte”. El avemaría es una oración muy completa, cuyo centro es el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Cada misterio se inicia con el padrenuestro, la oración del Señor, y se concluye con el gloria a las tres personas divinas. Repetir una y mil veces este esquema tan sencillo, hace que el corazón descanse ya no tanto en las palabras, sino en la persona a la que se dirige: a María nuestra madre, a la que pedimos insistentemente que ruegue por nosotros pecadores. La llena de gracia en favor de los pecadores. He conocido muchas personas que han aprendido a rezar con el rosario. Al principio fijándose más en las palabras pronunciadas, después entrando en el corazón inmaculado de María, desde donde contemplar a Jesús en cada uno de sus misterios, donde María va asociada a la obra de la redención. Para muchas personas el rezo del rosario es una oración contemplativa, que introduce serenamente en la hondura del misterio de Dios de la mano de María, la gran pedagoga. Recemos el santo rosario. Recémoslo todos los días, en distintas ocasiones. Recemos el rosario en familia y por la familia, en estos días del Sínodo de la familia. Contemplemos cada uno de los misterios, tomando alguna lectura de la Palabra de Dios y haciendo peticiones por nuestras necesidades y por las del mundo entero. La Virgen del Pilar, que es venerada en toda España y muy especialmente en Aragón, nos alcance esa unidad de España que tanto necesitamos en los momentos actuales. Recibid mi afecto y mi bendición: En el mes del Rosario, la Virgen del Pilar Q

 

 

DOMUND, RENACE LA ALEGRÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones” (Mensaje del Papa Francisco, 2014). La alegría del Evangelio surge del encuentro con Cristo, y no tanto de la búsqueda por nuestra parte, sino porque en esa búsqueda de sentido para nuestra vida, él nos ha salido al encuentro. La fe se produce en ese encuentro, que llena nuestro corazón de alegría. No podemos guardarnos la buena noticia que hemos recibido, y por eso salimos al encuentro de otros para hacerles partícipes de esa misma alegría. En la salida hacia los demás, los pobres son los privilegiados a quienes llega primero el Evangelio. Quienes están llenos de cosas y distraídos por otros afanes, el Evangelio les resbala. Quienes, por el contrario, se sienten pobres, están despojados, viven el sufrimiento, etc. ésos son privilegiados para el encuentro con Cristo. La Iglesia lleva a Jesucristo hasta los pobres y los que están disponibles para acogerle. Y en ese anuncio la alegría se multiplica. Celebrar el DOMUND es recordar esta dimensión esencial de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza. No puede guardarse el Evangelio, no puede ocultar a Jesucristo, no puede retardar el anuncio para que otros tengan esa misma alegría. Por eso, es urgente la tarea misionera de la Iglesia, en la que todos estamos comprometidos. No se trata sólo de recordar el bien social que nuestros misioneros realizan por todo el mundo, un bien inmenso. Se trata de recordar en primer lugar el anuncio de Jesucristo. Es Jesucristo quien llama, es Jesucristo quien envía, es de Jesucristo de quien damos testimonio, es Jesucristo el que cambia los corazones y los llena de alegría. Y ese encuentro con Jesucristo se convierte en ayuda a todos los necesitados. Llegado este domingo, tenemos ocasión de agradecer a Dios la entrega generosa de tantos hombres y mujeres que han dado su vida al Señor para hacerlo presente entre sus contemporáneos, especialmente entre los más pobres. Son los misioneros que están por todo el mundo, nuestros misioneros salidos de Córdoba para el anuncio de Cristo y su evangelio a todos los hombres, los misioneros de todo el mundo, que han dejado su tierra y su gente para compartir su vida llevando a otros la alegría del Evangelio. Agradezco a todos los que desde nuestra delegación diocesana de misiones entregan su tiempo voluntariamente para este servicio misionero. Y agradezco a todos los fieles cristianos, niños, jóvenes y adultos, que se comprometen en esta bonita tarea. La Iglesia no impone a nadie su mensaje, no obliga a creer, no hace proselitismo. La evangelización se realiza por atracción. ¡Es tan bonito creer! Tener como amigo nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Y es tan atrayente la vida de quienes se han encontrado de veras con Jesús. El problema misionero no es de carencias materiales, sino de falta de testigos. Por eso, todos estamos llamados a ser misioneros, es decir, a ser testigos de Jesucristo con nuestra vida, en nuestro ambiente, con el corazón ensanchado al mundo entero. La misión no excluye a nadie, sino que va preferentemente a los más pobres. Y con misioneros entregados y entusiasmados brotan vocaciones en esa dirección. Que el DOMUND de este año sea un motivo de alegría para todos. Hemos conocido a Jesús y no podemos callarlo ni ocultarlo, aunque al dar testimonio de él nos encontremos con el rechazo, la marginación e incluso la persecución. Esto mismo será una señal inequívoca de que estamos anunciando al que por nosotros se entregó voluntariamente a la cruz y ha vencido el mal, el pecado y la muerte con su resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición: Renace la alegría DOMUND 2014

 

 

LOS JOVENES, GUADALUPE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Una vez más, los jóvenes nos han sorprendido en la 19ª Peregrinación diocesana de jóvenes a Guadalupe el pasado fin de semana. Más de 700, muchos veteranos y otros muchos nuevos se han enganchado a esta movida juvenil, que tiene a Santa María de Guadalupe como meta y que supone toda una experiencia de comunidad peregrina, donde prevalece la alegría, la ilusión, el gozo de compartir, las nuevas amistades. Eso es la Iglesia: una comunidad viva, llena de esperanza y capaz de dar esperanza a los adultos y los jóvenes de hoy, al darles a Jesucristo, nuestro salvador y nuestro redentor, el fruto bendito del seno virginal de María. La peregrinación se plantea en parámetros de dureza, no de comodidad ni de consumo. Hay que caminar más de 30 kms., brotan las ampollas, hace calor, se pasa sed, hay momentos en que la cuesta arriba se hace pesada, escasez de duchas, dormir en el suelo, acostarse tarde, levantarse pronto. Pero al mismo tiempo, el caminar juntos proporciona la alegría del encuentro, de los amigos, del compartir. Hay lazos de amistad que sólo en la dificultad nacen o se fortalecen. La peregrinación es una pará- bola de la vida. La vida es así, alegrías y dificultades compartidas, echando una mano al que se muestra más débil para fortalecerle entre todos, y llegar juntos a la meta. En el camino, los sacerdotes, los catequistas, los educadores son una ayuda muy eficaz. Además de ir juntos, necesitamos en la vida referentes, personas que van por delante y otean el horizonte para que no nos perdamos. Parroquias, colegios, grupos de diversa índole. Todos somos la Iglesia del Señor. La peregrinación a Guadalupe es como la puesta en escena de una Iglesia viva, una Iglesia joven, una Iglesia capaz de superar las dificultades, porque se siente alentada por el Espíritu Santo, que brota del Corazón traspasado de Cristo y porque tiene una Madre, María. Una Iglesia llena de esperanza. Los testimonios ofrecidos estimulan a seguir adelante. Unos novios que se han declarado y decidido casarse cuando llegaban ante la imagen bendita de Santa María de Guadalupe, quieren compartir sus vidas según el plan de Dios. Otros se han conocido en Guadalupe y cada año refuerzan su amor ante la Señora. Unos chicos que han visto más claramente su vocación al sacerdocio, dejándolo todo para seguir a Jesús sirviendo a sus contemporáneos, han constatado que su papel es muy importante en el servicio a sus hermanos, para ofrecerles la Eucaristía, el perdón, la Palabra de Dios. Entre ellos destacaban los seminaristas, jóvenes alegres como los demás y enamorados de Jesucristo y de su Evangelio. Unas chicas que sienten la llamada a la vida consagrada y que en su deseo de ser madres experimentan un horizonte mucho más amplio que el de la carne y la sangre. Guadalupe es realmente un vivero de vocaciones a todos los estados de vida cristiana, y alimenta año tras año la vocación a la que cada uno es llamado por el Señor. Una vez más he constatado la necesidad en nuestra diócesis de Córdoba de anudar esta red de jó- venes, que viven en sus parroquias, en sus grupos diferentes. Considero una urgencia pastoral ofrecer la Acción Católica General a tantos jóvenes que no están vinculados a nada y necesitan esa articulación diocesana, que los inserta en sus parroquias y los vincula a la diócesis. No partimos de un grupo ya constituido, al que se suman otros jóvenes. Partimos de cada parroquia, de cada grupo y el obispo los convoca para una etapa nueva, constituyente, para formar la nueva Acción Católica General de jóvenes en la diócesis de Córdoba. Queridos sacerdotes, os invito a secundar esta propuesta del obispo, a fin de que varios miles de jóvenes se articulen en una red capilar por toda la diócesis para un proyecto común, en el que los mismos jóvenes sean protagonistas en el seno de la Iglesia, asuman responsabilidades, sobre todo en relación con otros más jó- venes y con los niños, sigan algunas pautas comunes de formación y tengamos anualmente algún encuentro. En definitiva, tengan conciencia de pertenencia. Urge constituir los Niños de Acción Católica General, pero para eso necesitamos numerosos grupos de monitores, que van creciendo en la medida en que se enganchan a esta cadena transmisora de la experiencia cristiana en nuestra diócesis. Guadalupe me ha descubierto una vez más que vivimos en una dió- cesis bendecida por Dios en la que todos hemos de confluir en un proyecto común para vivir y expresar la comunión eclesial. El mundo actual está esperando esta comunión para lanzarnos eficazmente a la evangelización. A Santa María se lo he pedido con toda mi alma, y espero que Dios bendiga a todos estos jóvenes y esta propuesta de Acción Católica General de jóvenes y niños. Con mi afecto y mi bendición: Los jóvenes nos sorprenden Guadalupe 2014 Q

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día.

En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable.

 El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as.

Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa. Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos.

“Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia. En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro. Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad.

Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos. En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano.

 La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos.

El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad.

Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente. Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa.

La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios.

 Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres.

Domingo del Domund. Todos misioneros. Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia.

 

PEREGRINACIÓN A GUADALUPE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este año se cumplen 20 años de aquel primer Guadalupe (1995), que instituyó el obispo de Córdoba, Don Francisco Javier Martínez con un grupo numeroso de jóvenes. Aquellos años han sido continuados por Don Juan José Asenjo durante varios años, de manera que ha llegado hasta nosotros de forma ininterrumpida esta experiencia de Guadalupe, año tras año. Guadalupe como peregrinación diocesana de jóvenes, caminando dos días para postrarse ante los pies de la Virgen y confiarle los secretos de un corazón juvenil que sueña y proyecta su futuro. En torno a 700 peregrinos cada año, son 14.000 peregrinos los que han caminado a Guadalupe, los que han ido madurando en su fe y en su vida bajo la mirada maternal de María. Aquellos primeros ya no son tan jóvenes, pero el recuerdo de aquellas experiencias quedará inolvidable para el resto de sus días. Cuántos jóvenes de la mano de María se han encontrado con Jesús en estos años, cuántos han encontrado el sentido de la vida, cuántos han recobrado su dignidad que había sido perdida por el pecado, cuántos han descubierto que la Iglesia es joven y es capaz de dar esperanza a los jóvenes. En el puente de san Rafael, Córdoba se ha puesto en camino año tras año, bajo la guía de su santo Custodio, convocando a miles de jóvenes. Ha sido una experiencia valiosa, por la que hoy damos gracias a Dios y a su madre bendita. En este año 2015, Guadalupe supondrá el comienzo de la Gran Misión Juvenil, que nos hará vivir juvenilmente el Año Santo de la misericordia y nos preparará para la Jornada Mundial de la Juventud 2016 en Cracovia, los días 26 al 31 de julio próximo, bajo el lema “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”, bajo la guía del Papa Francisco. Invito a toda la Diócesis a vivir esta Gran Misión Juvenil, niños, jó- venes y adultos. Todo el Pueblo de Dios en camino, bajo el estandarte de la Santa Cruz, con la protección maternal de María y con la intercesión de san Juan Pablo II, en cuya patria se va a celebrar la próxima Jornada, él que puso en marcha esta fecunda experiencia de las Jornadas Mundiales de la Juventud. Hasta Cracovia viajará un buen número de cordobeses, chicos y chicas, pero serán muchísimos más los que no podrán acudir. Que esta Gran Misión Juvenil llegue a todos, en todas las parroquias y ámbitos juveniles para decirles a todos que Dios es amor y que su misericordia no se acaba nunca. Una misericordia que llena nuestro corazón de esperanza. Vivimos un cambio de época y hemos de prepararnos a esa nueva época inyectando en este mundo contemporáneo una fuerte dosis de misericordia que promueva la civilización del amor. No más odio ni enfrentamientos, ni guerra ni discordias. El conflicto no resuelve nada, sino que lo empeora todo. Solo el amor construye la historia, solo el amor sana las heridas, solo el amor es digno de crédito. Y este mensaje lleno de vida solo nos viene de Jesucristo, el único que puede salvarnos. Solo el amor de Cristo, que quita el pecado del mundo, es capaz de hacer un mundo nuevo, y los jóvenes tienen que prepararse para ello viviendo la experiencia del amor gratuito de Dios, que nos hace servidores de los demás como agradecimiento al amor gratuito que nosotros hemos recibido de Dios. Un amor que conoce el perdón y que está dispuesto a ofrecerlo y recibirlo. No es la economía ni la cultura técnico-científica en la que nos movemos, no serán los poderosos ni los populistas demagogos que engañan al pueblo. Solo la Cruz de Cristo, que derrocha bendiciones y amor de Dios para todos, la Cruz que es símbolo del perdón que todo lo hace nuevo. La Cruz y el servicio, decía el papa Francisco hace pocos días, es la seña de identidad del cristiano. De esa Cruz bendita han brotado todas las generosidades de los santos, toda la fuerza de los mártires, toda la capacidad de servicio de los misioneros, el amor generoso y silencioso de los padres de familia, la pureza de las almas consagradas, la entrega de los jóvenes a las a causas más nobles que han transformado este mundo. Y junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre, María Santísima. Junto a la cruz de su hijo Jesús y junto a la nuestra de cada día. Y así es más fácil llevarla. Tengo mucha esperanza en esta Gran Misión Juvenil, que se prolongará durante todo el año. Preparemos los caminos y que los corazones se abran a este mensaje de amor que quiere transformar nuestra vida. Parroquias, colegios de la Iglesia, colegios públicos que lo deseen. Digamos a esta generación de jóvenes de nuestro tiempo que Jesucristo ha dado su vida por nosotros y que vale la pena seguirle, como han hecho tantos hombres y mujeres, que nos ha precedido. Construyamos entre todos la civilización del amor en torno a Cristo y a su santísima Madre, con la intercesión de los santos. Aquí está el futuro de la humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición. Guadalupe 20 y la Gran Misión Juvenil Q

 

 

 

 

 

 

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Todos los Santos (1 noviembre) y la Conmemoración de todos los difuntos (2 noviembre) vienen a ponernos delante de los ojos la realidad del más allá. Más allá de la muerte, la vida continúa para cada uno de nosotros. Hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el cielo, que será una gracia de Dios y un premio a nuestra libre respuesta positiva. Cabe lógicamente la respuesta negativa por nuestra parte que nos apartaría de Dios para toda la eternidad. Eso es el infierno, donde no podremos amar nunca más. Pero el plan de Dios es llevarnos consigo al cielo. La fiesta de Todos los Santos nos habla de esa felicidad preparada por Dios para cada uno y para todos. A veces pensamos que la santidad es hacer cosas extrañas, y no es así. La santidad es sencillamente ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios. Dejarle a Dios que él vaya haciendo su obra en nosotros, no interrumpirle. Colaborar con él en la misión que nos encomienda. El pecado consiste precisamente en preferir la propia voluntad y capricho ante la voluntad de Dios. Nacemos pecadores y el bautismo nos hace santos. La vida entera es un proceso de crecimiento en la santidad, configurándonos cada vez más con Cristo y eliminando al mismo tiempo la mala hierba que crece sola en nuestro corazón sin haberla sembrado nosotros. La santidad es parecerse a Jesucristo y a su madre bendita María. Eso son los santos, una prolongación de Cristo en la historia, un eco de su presencia. Hace pocos días fue proclamada santa la Madre María de la Purísima, que fue superiora general de las Hermanas de la Cruz. Es un gozo indecible verla ensalzada en los altares, esta mujer que ha sido humilde hasta el extremo, como son las Hermanas de la Cruz siguiendo el carisma de Santa Ángela de la Cruz. Una mujer lista y bien preparada, que lo deja todo para parecerse a Jesús crucificado en el servicio a los pobres, irradiando alegría en su entorno. El pueblo la tuvo por santa en vida, hoy ha sido incluida oficialmente en el catálogo de los santos. En Córdoba daremos gracias a Dios por este fuerte testimonio de vida, que nos espolea a ser santos nosotros, el domingo 1 de noviembre en la Misa de 12, en la Santa Iglesia Catedral. Y al día siguiente, 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia nos invita a orar por todos los difuntos, especialmente por nuestros familiares y deudos. Y es que, terminada la etapa de la vida terrena, la muerte nos presenta ante Dios para ser juzgados por él. Y puede que la muerte nos llegue sin haber purificado nuestro corazón de todo afecto desordenado, con el vestido de bautismo manchado, sin el traje nupcial. Dios ha preparado el purgatorio como situación transitoria para aquellos que han muerto en el Señor, pero por remolones no les ha dado tiempo a purificarse. El purgatorio es un lugar donde se ama (no es como el infierno), pero donde se sufre inmensamente, al ver el amor de Dios tan grande y la respuesta mía tan pequeña e imperfecta. Por eso, rezamos por los difuntos para que cuanto antes vayan a gozar de Dios en el cielo, con los santos, con María santísima, con Jesús con el Padre y el Espíritu Santo. Podemos ahorrarnos el purgatorio, si durante nuestra vida en la tierra hacemos penitencia por nuestros pecados pasados. Y podemos ahorrar purgatorio a los demás si asumimos por amor los sufrimientos de la vida diaria. No escaquearnos del sufrimiento, porque nos traerá muchos bienes a nosotros y a los demás. Nuestro ideal no es evitarnos todo sufrimiento a costa de lo que sea. Nuestro ideal es hacer la voluntad de Dios, unirnos a la Cruz de Cristo redentor, y de esa manera merecer para nosotros y para los demás el cielo. La fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los difuntos nos hablan del más allá. El cristiano vive radicado por la fe en el cielo, en el otro mundo, y pasa por la tierra haciendo el bien de manera transitoria. Pensemos en el más allá para vivir la etapa presente con sentido de futuro. Recibid mi afecto y mi bendición: Estamos llamados a la santidad Q

 

 

DOMINGO MARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44). A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo. Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús. El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia. El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos. El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas. La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento. La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento. Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia. Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás. Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre. Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón... Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir. Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir»

 

DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones. La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada. La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor. Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad. El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio. Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones. En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos. Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad. En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite. En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación. Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo. La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora. Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres. Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana Q

 

 

DOMINGO 18 de noviembre: DOMINGO DE LOS POBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo 18 de noviembre celebramos la II Jornada Mundial de los Pobres, Jornada instituida por el Papa Francisco para alcanzar uno de los objetivos principales de su pontificado: poner a los pobres en el centro de vida de la Iglesia (EG 198). Este año bajo el lema “Este pobre gritó y el Señor lo escuchó” (Salmo 34, 7). Os invito a leer el Mensaje que el Papa ha escrito para la ocasión. Situaciones humanas por las que a veces hemos pasado, situaciones humanas en las que viven tantas personas excluidas, marginadas, descartadas. Personas concretas que nos gritan con su vida para despertarnos de cierto letargo en el que muchas veces nos encontramos. Nos viene bien esta Jornada para reflexionar sobre la pobreza, sus condiciones, sus causas y orígenes, sus consecuencias.

Hay pobrezas de todo tipo: falta de recursos materiales, falta de salud, falta de oportunidades para el trabajo y la inserción social. A ello se añade la marginación, la exclusión, el trabajo esclavo, la esclavitud sexual, etc. Y la mayor de las carencias, la falta de Dios con culpa o sin culpa propia. La Jornada Mundial de los Pobres nos haga caer en la cuenta de los grandes problemas y de las personas concretas que viven cerca de nosotros.

 La pobreza, cuando viene impuesta por la vida y por las condiciones sociales, humilla, margina, degrada, roba la esperanza. Pero cuando Dios ha querido arreglar este mundo tan injusto, lleno de desigualdades, lo ha hecho por el camino de la pobreza voluntaria del Hijo de Dios, que siendo rico se ha hecho pobre por nosotros para enriquecernos con su pobreza (2Co 8, 9).

Seguir a Jesucristo pobre y humilde es el mejor camino para salir al encuentro de los pobres de este mundo. Algo tendrá la pobreza voluntaria cuando Dios la ha elegido para la salvación del mundo.

Salgamos al encuentro de nuestros hermanos los pobres con humildad, sin aparato, compartiendo algo de sus carencias y haciéndoles partícipes de nuestra solidaridad, que pretende dignificarlos.

Esta Jornada mundial de los Pobres es una ocasión propicia para invitar a algún pobre a nuestra mesa, no sólo darle una limosna o atender alguna de sus necesidades. Y es también ocasión para reconocer las múltiples colaboraciones, que pueden venir de personas con nuestra misma identidad religiosa o sin ella, porque tienen otra o porque no tienen ninguna, “siempre y cuando no descuidemos lo que nos es propio, llevar a todos a Dios y a la santidad” (Mensaje del Papa para esta Jornada).

Invito a todas las parroquias a tener actos significativos, siguiendo las orientaciones del Papa. En la ciudad de Córdoba, Cáritas Diocesana organiza en la parroquia de Santa Luisa de Marillac (Sector Sur) actos con los mismos pobres, invitándolos a la oración, a compartir una merienda y otras actividades.

En la S.I. Catedral, a la Misa de 12 de este domingo están invitados especialmente los pobres. Normalmente a los pobres los tenemos a las puertas de las Iglesias, pero no entran. Que en esta Jornada podamos hacer algo para que “entren”. Y que vayamos rompiendo las barreras que nos separan de ellos.

Jornada Mundial de los Pobres para caer en la cuenta de nuestras propias pobrezas, para tender una mano y abrir el corazón a quienes lo necesitan, para compartir con los necesitados de manera que ellos lleguen a ocupar el centro de la Iglesia. No podremos resolver el problema mundial de la pobreza, que es enormemente complicado, pero sí podemos poner una gota en el océano de la pobreza, una gota de amor, de comprensión, de acogida. Y esta jornada nos ayude a despojarnos libremente en favor de aquellos que están despojados contra su voluntad. Recibid mi afecto y mi bendición: Jornada Mundial de los Pobres Q

 

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO

II JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

Domingo XXXIII del Tiempo Ordinario 18 de noviembre de 2018

 Este pobre gritó y el Señor lo escuchó

 1. «Este pobre gritó y el Señor lo escuchó» (Sal 34,7). Las palabras del salmista las hacemos nuestras desde el momento en el que también nosotros estamos llamados a ir al encuentro de las diversas situaciones de sufrimiento y marginación en la que viven tantos hermanos y hermanas, que habitualmente designamos con el término general de “pobres”. Quien ha escrito esas palabras no es ajeno a esta condición, sino más bien al contrario. Él ha experimentado directamente la pobreza y, sin embargo, la transforma en un canto de alabanza y de acción de gracias al Señor. Este salmo nos permite también hoy a nosotros, rodeados de tantas formas de pobreza, comprender quiénes son los verdaderos pobres, a los que estamos llamados a dirigir nuestra mirada para escuchar su grito y reconocer sus necesidades.

Se nos dice, ante todo, que el Señor escucha a los pobres que claman a él y que es bueno con aquellos que buscan refugio en él con el corazón destrozado por la tristeza, la soledad y la exclusión. Escucha a todos los que son atropellados en su dignidad y, a pesar de ello, tienen la fuerza de alzar su mirada al cielo para recibir luz y consuelo. Escucha a aquellos que son perseguidos en nombre de una falsa justicia, oprimidos por políticas indignas de este nombre y atemorizados por la violencia; y aun así saben que Dios es su Salvador. Lo que surge de esta oración es ante todo el sentimiento de abandono y confianza en un Padre que escucha y acoge. A la luz de estas palabras podemos comprender más plenamente lo que Jesús proclamó en las bienaventuranzas: «Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5,3).

En virtud de esta experiencia única y, en muchos sentidos, inmerecida e imposible de describir por completo, nace el deseo de contarla a otros, en primer lugar a los que, como el salmista, son pobres, rechazados y marginados. Nadie puede sentirse excluido del amor del Padre, especialmente en un mundo que con frecuencia pone la riqueza como primer objetivo y hace que las personas se encierren en sí mismas.

2. El salmo describe con tres verbos la actitud del pobre y su relación con Dios. Ante todo, “gritar”. La condición de pobreza no se agota en una palabra, sino que se transforma en un grito que atraviesa los cielos y llega hasta Dios. ¿Qué expresa el grito del pobre si no es su sufrimiento y soledad, su desilusión y esperanza? Podemos preguntarnos: ¿Cómo es que este grito, que sube hasta la presencia de Dios, no consigue llegar a nuestros oídos, dejándonos indiferentes e impasibles? En una Jornada como esta, estamos llamados a hacer un serio examen de conciencia para darnos cuenta de si realmente hemos sido capaces de escuchar a los pobres.

Lo que necesitamos es el silencio de la escucha para poder reconocer su voz. Si somos nosotros los que hablamos mucho, no lograremos escucharlos. A menudo me temo que tantas iniciativas, aun siendo meritorias y necesarias, están dirigidas más a complacernos a nosotros mismos que a acoger el clamor del pobre. En tal caso, cuando los pobres hacen sentir su voz, la reacción no es coherente, no es capaz de sintonizar con su condición. Estamos tan atrapados por una cultura que obliga a mirarse al espejo y a preocuparse excesivamente de sí mismo, que pensamos que basta con un gesto de altruismo para quedarnos satisfechos, sin tener que comprometernos directamente.

3. El segundo verbo es “responder”. El salmista dice que el Señor, no solo escucha el grito del pobre, sino que le responde. Su respuesta, como se muestra en toda la historia de la salvación, es una participación llena de amor en la condición del pobre. Así ocurrió cuando Abrahán manifestó a Dios su deseo de tener una descendencia, a pesar de que él y su mujer Sara, ya ancianos, no tenían hijos (cf. Gn 15,1-6). También sucedió cuando Moisés, a través del fuego de una zarza que ardía sin consumirse, recibió la revelación del nombre divino y la misión de hacer salir al pueblo de Egipto (cf. Ex 3,1-15). Y esta respuesta se confirmó a lo largo de todo el camino del pueblo por el desierto, cuando sentía el mordisco del hambre y de la sed (cf. Ex 16,1-16; 17,1-7), y cuando caían en la peor miseria, es decir, la infidelidad a la alianza y la idolatría (cf. Ex 32,1-14).

La respuesta de Dios al pobre es siempre una intervención de salvación para curar las heridas del alma y del cuerpo, para restituir justicia y para ayudar a reemprender la vida con dignidad. La respuesta de Dios es también una invitación a que todo el que cree en él obre de la misma manera, dentro de los límites humanos. La Jornada Mundial de los Pobres pretende ser una pequeña respuesta que la Iglesia entera, extendida por el mundo, dirige a los pobres de todo tipo y de cualquier lugar para que no piensen que su grito se ha perdido en el vacío. Probablemente es como una gota de agua en el desierto de la pobreza; y sin embargo puede ser un signo de cercanía para cuantos pasan necesidad, para que sientan la presencia activa de un hermano o una hermana. Lo que no necesitan los pobres es un acto de delegación, sino el compromiso personal de aquellos que escuchan su clamor. La solicitud de los creyentes no puede limitarse a una forma de asistencia —que es necesaria y providencial en un primer momento—, sino que exige esa «atención amante» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 199), que honra al otro como persona y busca su bien.

4. El tercer verbo es “liberar”. El pobre de la Biblia vive con la certeza de que Dios interviene en su favor para restituirle la dignidad. La pobreza no es algo buscado, sino que es causada por el egoísmo, el orgullo, la avaricia y la injusticia. Males tan antiguos como el hombre, pero que son siempre pecados, que afectan a tantos inocentes, produciendo consecuencias sociales dramáticas. La acción con la que el Señor libera es un acto de salvación para quienes le han manifestado su propia tristeza y angustia. Las cadenas de la pobreza se rompen gracias a la potencia de la intervención de Dios. Tantos salmos narran y celebran esta historia de salvación que se refleja en la vida personal del pobre: «[El Señor] no ha sentido desprecio ni repugnancia hacia el pobre desgraciado; no le ha escondido su rostro: cuando pidió auxilio, lo escuchó» (Sal 22,25). Poder contemplar el rostro de Dios es signo de su amistad, de su cercanía, de su salvación. Te has fijado en mi aflicción, velas por mi vida en peligro; […] me pusiste en un lugar espacioso (cf. Sal31,8-9). Ofrecer al pobre un “lugar espacioso” equivale a liberarlo de la “red del cazador” (cf. Sal 91,3), a alejarlo de la trampa tendida en su camino, para que pueda caminar libremente y mirar la vida con ojos serenos. La salvación de Dios adopta la forma de una mano tendida hacia el pobre, que acoge, protege y hace posible experimentar la amistad que tanto necesita. A partir de esta cercanía, concreta y tangible, comienza un genuino itinerario de liberación: «Cada cristiano y cada comunidad están llamados a ser instrumentos de Dios para la liberación y promoción de los pobres, de manera que puedan integrarse plenamente en la sociedad; esto supone que seamos dóciles y atentos para escuchar el clamor del pobre y socorrerlo» (Exhort. ap. Evangelii gaudium, 187).

5. Me conmueve saber que muchos pobres se han identificado con Bartimeo, del que habla el evangelista Marcos (cf. 10,46-52). El ciego Bartimeo «estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna» (v. 46), y habiendo escuchado que Jesús pasaba «empezó a gritar» y a invocar al «Hijo de David» para que tuviera piedad de él (cf. v. 47). «Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más fuerte» (v. 48). El Hijo de Dios escuchó su grito: «“¿Qué quieres que haga por ti?”. El ciego le contestó: “Rabbunì, que recobre la vista”» (v. 51). Esta página del Evangelio hace visible lo que el salmo anunciaba como promesa. Bartimeo es un pobre que se encuentra privado de capacidades fundamentales, como son la de ver y trabajar. ¡Cuántas sendas conducen también hoy a formas de precariedad! La falta de medios básicos de subsistencia, la marginación cuando ya no se goza de la plena capacidad laboral, las diversas formas de esclavitud social, a pesar de los progresos realizados por la humanidad… Cuántos pobres están también hoy al borde del camino, como Bartimeo, buscando dar un sentido a su condición. Muchos se preguntan cómo han llegado hasta el fondo de este abismo y cómo poder salir de él. Esperan que alguien se les acerque y les diga: «Ánimo. Levántate, que te llama» (v. 49).

Por el contrario, lo que lamentablemente sucede a menudo es que se escuchan las voces del reproche y las que invitan a callar y a sufrir. Son voces destempladas, con frecuencia determinadas por una fobia hacia los pobres, a los que se les considera no solo como personas indigentes, sino también como gente portadora de inseguridad, de inestabilidad, de desorden para las rutinas cotidianas y, por lo tanto, merecedores de rechazo y apartamiento. Se tiende a crear distancia entre los otros y uno mismo, sin darse cuenta de que así nos distanciamos del Señor Jesús, quien no solo no los rechaza sino que los llama a sí y los consuela. En este caso, qué apropiadas se nos muestran las palabras del profeta sobre el estilo de vida del creyente: «Soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo» (Is 58,6-7). Este modo de obrar permite que el pecado sea perdonado (cf. 1P 4,8), que la justicia recorra su camino y que, cuando seamos nosotros los que gritemos al Señor, entonces él nos responderá y dirá: ¡Aquí estoy! (cf. Is 58, 9).

6. Los pobres son los primeros capacitados para reconocer la presencia de Dios y dar testimonio de su proximidad en sus vidas. Dios permanece fiel a su promesa, e incluso en la oscuridad de la noche no deja que falte el calor de su amor y de su consolación. Sin embargo, para superar la opresiva condición de pobreza es necesario que ellos perciban la presencia de los hermanos y hermanas que se preocupan por ellos y que, abriendo la puerta de su corazón y de su vida, los hacen sentir familiares y amigos. Solo de esta manera podremos «reconocer la fuerza salvífica de sus vidas» y «ponerlos en el centro del camino de la Iglesia» (Exhort. apost. Evangelii gaudium, 198).

En esta Jornada Mundial estamos invitados a concretar las palabras del salmo: «Los pobres comerán hasta saciarse» (Sal 22,27). Sabemos que tenía lugar el banquete en el templo de Jerusalén después del rito del sacrificio. Esta ha sido una experiencia que ha enriquecido en muchas Diócesis la celebración de la primera Jornada Mundial de los Pobres del año pasadoMuchos encontraron el calor de una casa, la alegría de una comida festiva y la solidaridad de cuantos quisieron compartir la mesa de manera sencilla y fraterna. Quisiera que también este año, y en el futuro, esta Jornada se celebrara bajo el signo de la alegría de redescubrir el valor de estar juntos. Orar juntos en comunidad y compartir la comida en el domingo. Una experiencia que nos devuelve a la primera comunidad cristiana, que el evangelista Lucas describe en toda su originalidad y sencillez: «Perseveraban en la enseñanza de los apóstoles, en la comunión, en la fracción del pan y en las oraciones. [....] Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno» (Hch 2,42.44-45).

7. Son innumerables las iniciativas que diariamente emprende la comunidad cristiana como signo de cercanía y de alivio a tantas formas de pobreza que están ante nuestros ojos. A menudo, la colaboración con otras iniciativas, que no están motivadas por la fe sino por la solidaridad humana, nos permite brindar una ayuda que solos no podríamos realizar. Reconocer que, en el inmenso mundo de la pobreza, nuestra intervención es también limitada, débil e insuficiente, nos lleva a tender la mano a los demás, de modo que la colaboración mutua pueda lograr su objetivo con más eficacia. Nos mueve la fe y el imperativo de la caridad, aunque sabemos reconocer otras formas de ayuda y de solidaridad que, en parte, se fijan los mismos objetivos; pero no descuidemos lo que nos es propio, a saber, llevar a todos hacia Dios y hacia la santidad. Una respuesta adecuada y plenamente evangélica que podemos dar es el diálogo entre las diversas experiencias y la humildad en el prestar nuestra colaboración sin ningún tipo de protagonismo.

En relación con los pobres, no se trata de jugar a ver quién tiene el primado en el intervenir, sino que con humildad podamos reconocer que el Espíritu suscita gestos que son un signo de la respuesta y de la cercanía de Dios. Cuando encontramos el modo de acercarnos a los pobres, sabemos que el primado le corresponde a él, que ha abierto nuestros ojos y nuestro corazón a la conversión. Lo que necesitan los pobres no es protagonismo, sino ese amor que sabe ocultarse y olvidar el bien realizado. Los verdaderos protagonistas son el Señor y los pobres. Quien se pone al servicio es instrumento en las manos de Dios para que se reconozca su presencia y su salvación. Lo recuerda san Pablo escribiendo a los cristianos de Corinto, que competían ente ellos por los carismas, en busca de los más prestigiosos: «El ojo no puede decir a la mano: “No te necesito”; y la cabeza no puede decir a los pies: “No os necesito”» (1 Co 12,21). El Apóstol hace una consideración importante al observar que los miembros que parecen más débiles son los más necesarios (cf. v. 22); y que «los que nos parecen más despreciables los rodeamos de mayor respeto; y los menos decorosos los tratamos con más decoro; mientras que los más decorosos no lo necesitan» (vv. 23-24). Pablo, al mismo tiempo que ofrece una enseñanza fundamental sobre los carismas, también educa a la comunidad a tener una actitud evangélica con respecto a los miembros más débiles y necesitados. Los discípulos de Cristo, lejos de albergar sentimientos de desprecio o de pietismo hacia ellos, están más bien llamados a honrarlos, a darles precedencia, convencidos de que son una presencia real de Jesús entre nosotros. «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40).

8. Aquí se comprende la gran distancia que hay entre nuestro modo de vivir y el del mundo, el cual elogia, sigue e imita a quienes tienen poder y riqueza, mientras margina a los pobres, considerándolos un desecho y una vergüenza. Las palabras del Apóstol son una invitación a darle plenitud evangélica a la solidaridad con los miembros más débiles y menos capaces del cuerpo de Cristo: «Y si un miembro sufre, todos sufren con él; si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26). Siguiendo esta misma línea, así nos exhorta en la Carta a los Romanos: «Alegraos con los que están alegres; llorad con los que lloran. Tened la misma consideración y trato unos con otros, sin pretensiones de grandeza, sino poniéndoos al nivel de la gente humilde» (12,15-16). Esta es la vocación del discípulo de Cristo; el ideal al que aspirar con constancia es asimilar cada vez más en nosotros los «sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).

9. Una palabra de esperanza se convierte en el epílogo natural al que conduce la fe. Con frecuencia, son precisamente los pobres los que ponen en crisis nuestra indiferencia, fruto de una visión de la vida excesivamente inmanente y atada al presente. El grito del pobre es también un grito de esperanza con el que manifiesta la certeza de que será liberado. La esperanza fundada en el amor de Dios, que no abandona a quien confía en él (cf. Rm 8,31-39). Así escribía santa Teresa de Ávila en su Camino de perfección: «La pobreza es un bien que encierra todos los bienes del mundo. Es un señorío grande. Es señorear todos los bienes del mundo a quien no le importan nada» (2,5). En la medida en que sepamos discernir el verdadero bien, nos volveremos ricos ante Dios y sabios ante nosotros mismos y ante los demás. Así es: en la medida en que se logra dar a la riqueza su sentido justo y verdadero, crecemos en humanidad y nos hacemos capaces de compartir.

10. Invito a los hermanos obispos, a los sacerdotes y en particular a los diáconos, a quienes se les impuso las manos para el servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-7), junto con las personas consagradas y con tantos laicos y laicas que en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos, hacen tangible la respuesta de la Iglesia al grito de los pobres, a que vivan esta Jornada Mundial como un momento privilegiado de nueva evangelización. Los pobres nos evangelizan, ayudándonos a descubrir cada día la belleza del Evangelio. No echemos en saco roto esta oportunidad de gracia. Sintámonos todos, en este día, deudores con ellos, para que tendiendo recíprocamente las manos unos a otros, se realice el encuentro salvífico que sostiene la fe, vuelve operosa la caridad y permite que la esperanza prosiga segura en su camino hacia el Señor que llega.

Vaticano, 13 de junio de 2018 

Memoria litúrgica de san Antonio de Padua

Francisco

 

JESUCRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado.

La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio.

Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor.

De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece.

Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana.

 El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra.

Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta).

Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida.

El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor.

El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado.

Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver.

En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria.

Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte.

Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor.

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: CURSILLO MIL DE CÓRDOBA


        Hemos asistido con gozo a la clausura del Cursillo n° 1,000 de la diócesis de Córdoba, y este domingo acudimos a la Catedral para dar gracias a Dios por este feliz acontecimiento.

Hace 58 años llegó el Movimiento de Cursillos a nuestra diócesis de Córdoba por la mediación de D. Felipe Tejederas, joven sacerdote que a sus 28 años hizo su Cursillo en Cartagena en 1954. La llegada posterior en 1957 de D. Juan Capó a Córdoba como canónigo y profesor del Seminario, proveniente de Mallorca, donde había sido de los iniciadoras de esta feliz experiencia, da un impulso definitivo al Movimiento en Córdoba. En mi carta pastoral «Cursillo n° 1.000. Cincuenta y ocho años «de colores” en Córdoba» amplío lo que aquí os digo resumidamente.

La historia de Cursillos de Cristiandad se entronca con todo un despertar del Laicado católico en España en la primera mirad del siglo XX, que desemboca en el Concilio Vaticano II, cuyos mejores frutos recoge la Exhortación Christi fideles laici (1988). Córdoba tuvo la suerte de contar con unos líderes seglares de primera categoría, aconsejados por celosos sacerdotes, que los impulsaron a vivir con plena conciencia su vocación laical en la Iglesia y en el mundo.

El Movimiento de Cursillos en Córdoba ha producido abundantes frutos de santidad y de compromisos apostólicos fermentando de Evangelio los ambientes. La presencia de los laicos como «Iglesia en el mundo” tiene en Córdoba un referente para otras diócesis y para la Iglesia universal.

Este Movimiento de cursillos de cristiandad no es sólo un recuerdo del pasado, como tantos otros que un día florecieron pero hoy están caducos, sino que es algo vivo hoy. He encontrado cursillistas por todas partes en la diócesis de Córdoba, en las parroquias y en todas sus actividades (catequesis, cáritas, liturgia, etc.), en el campo civil, con una presencia transformadora y eficaz, en tantas obras sociales. al servicio de antiguas r nuevas pobrezas.

 He constatado que el “Cristo cuenta contigo” del cursillista se lo han tomado en serio muchos miles de hombres y mujeres de nuestra diócesis, entregando lo mejor de sí mismos a la tarea de la evangelización. Al anuncio gozoso de Cristo y de la nueva vida que brota de Él, haciendo al hombre feliz.

El Movimiento de Cursillos tiene además rasgos que le hacen muy apreciable en nuestra diócesis de Córdoba. Es un Movimiento muy diocesano, inserto plenamente en la estructura ordinaria tic la diócesis, al servicio de la Iglesia local, sin perder su dimensión universal. Es un Movimiento laical, bien estructurado, dirigido por laicos y muy inserto en las necesidades reales de nuestro ambiente sin perder para nada su carácter de fermento evangélico, con una hoja de servicios y una cuenta de resultados admirable en la sociedad cordobesa.

Es un Movimiento en plena sintonía con los Pastores de la Iglesia, donde se ama al Papa y al Obispo, donde se estima sobremanera el ministerio del presbítero y se cuenta con él, donde se vive una eclesiología de comunión, secundando de buen grado todas las orientaciones diocesanas. Todo esto le hace ser un Movimiento muy querido y apreciado por todos, laicos, sacerdotes y consagrados, en la diócesis de Córdoba. Los cursillistas de Córdoba son un referente para la vida de la Iglesia hoy.

Constatar esta realidad de un golpe de vista me lleva a dar gracias a Dios y a invitaros a hacerlo, porque “Dios ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (S 126,3). Sí, Dios ha estado grande con la diócesis de Córdoba y no podemos dejar pasar este acontecimiento sin expresar nuestro gozo dándole gracias a Dios, como merece.

Esa es la razón por la que he invitado a las altas jerarquías de la Iglesia, y han accedido gustosos a acompañaros en esta acción de gracias a Dios, y de alguna manera a honrar a nuestra diócesis con su presencia.

El Cardenal Rylko, presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, ministro del Papa para este campo del apostolado seglar, preside la Eucaristía este domingo en la Catedral de Córdoba, acompañado del Nuncio de Su Santidad en España, del Obispo Consiliario del Movimiento y otros Prelados que se unen a nuestra celebración.

Daremos gracias a Dios y nos sentiremos todos invitados a seguir por este camino de comunión eclesial, que es ci único que puede garantizar el fruto duradero a la siembra del Evangelio y su eficacia transformadora del mundo.

Recibid mi afecto y mi bendición

 

Mil Cursillos en Córdoba

Es un Movimiento muy diocesano, inserto plenamente en la estructura ordinaria de la diócesis, al servicio de la Iglesia local sin perder su dimensión universal, Es un Movimiento laical, bien estructurado, dirigido por laicos y muy inserto en las necesidades reales de nuestro ambiente sin perder para nada su carácter de fermento evangélico, con una hoja de servicios y una cuenta de resultados admirable en la sociedad cordobesa.

 

 

FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Todos los Santos (1 noviembre) y la Conmemoración de todos los difuntos (2 noviembre) vienen a ponernos delante de los ojos la realidad del más allá. Más allá de la muerte, la vida continúa para cada uno de nosotros.

Hemos sido creados para vivir eternamente con Dios en el cielo, que será una gracia de Dios y un premio a nuestra libre respuesta positiva. Cabe lógicamente la respuesta negativa por nuestra parte que nos apartaría de Dios para toda la eternidad. Eso es el infierno, donde no podremos amar nunca más.

Pero el plan de Dios es llevarnos consigo al cielo. La fiesta de Todos los Santos nos habla de esa felicidad preparada por Dios para cada uno y para todos. A veces pensamos que la santidad es hacer cosas extrañas, y no es así. La santidad es sencillamente ajustar nuestra vida a la voluntad de Dios. Dejarle a Dios que él vaya haciendo su obra en nosotros, no interrumpirle. Colaborar con él en la misión que nos encomienda.

El pecado consiste precisamente en preferir la propia voluntad y capricho ante la voluntad de Dios. Nacemos pecadores y el bautismo nos hace santos. La vida entera es un proceso de crecimiento en la santidad, configurándonos cada vez más con Cristo y eliminando al mismo tiempo la mala hierba que crece sola en nuestro corazón sin haberla sembrado nosotros.

 La santidad es parecerse a Jesucristo y a su madre bendita María. Eso son los santos, una prolongación de Cristo en la historia, un eco de su presencia.

Hace pocos días fue proclamada santa la Madre María de la Purísima, que fue superiora general de las Hermanas de la Cruz. Es un gozo indecible verla ensalzada en los altares, esta mujer que ha sido humilde hasta el extremo, como son las Hermanas de la Cruz siguiendo el carisma de Santa Ángela de la Cruz. Una mujer lista y bien preparada, que lo deja todo para parecerse a Jesús crucificado en el servicio a los pobres, irradiando alegría en su entorno.

El pueblo la tuvo por santa en vida, hoy ha sido incluida oficialmente en el catálogo de los santos. En Córdoba daremos gracias a Dios por este fuerte testimonio de vida, que nos espolea a ser santos nosotros, el domingo 1 de noviembre en la Misa de 12, en la Santa Iglesia Catedral.

Y al día siguiente, 2 de noviembre, conmemoración de los fieles difuntos. La Iglesia nos invita a orar por todos los difuntos, especialmente por nuestros familiares y deudos. Y es que, terminada la etapa de la vida terrena, la muerte nos presenta ante Dios para ser juzgados por él. Y puede que la muerte nos llegue sin haber purificado nuestro corazón de todo afecto desordenado, con el vestido de bautismo manchado, sin el traje nupcial.

Dios ha preparado el purgatorio como situación transitoria para aquellos que han muerto en el Señor, pero por remolones no les ha dado tiempo a purificarse. El purgatorio es un lugar donde se ama (no es como el infierno), pero donde se sufre inmensamente, al ver el amor de Dios tan grande y la respuesta mía tan pequeña e imperfecta.

Por eso, rezamos por los difuntos para que cuanto antes vayan a gozar de Dios en el cielo, con los santos, con María santísima, con Jesús con el Padre y el Espíritu Santo.

Podemos ahorrarnos el purgatorio, si durante nuestra vida en la tierra hacemos penitencia por nuestros pecados pasados. Y podemos ahorrar purgatorio a los demás si asumimos por amor los sufrimientos de la vida diaria.

No escaquearnos del sufrimiento, porque nos traerá muchos bienes a nosotros y a los demás. Nuestro ideal no es evitarnos todo sufrimiento a costa de lo que sea. Nuestro ideal es hacer la voluntad de Dios, unirnos a la Cruz de Cristo redentor, y de esa manera merecer para nosotros y para los demás el cielo.

La fiesta de Todos los Santos y la Conmemoración de los difuntos nos hablan del más allá. El cristiano vive radicado por la fe en el cielo, en el otro mundo, y pasa por la tierra haciendo el bien de manera transitoria. Pensemos en el más allá para vivir la etapa presente con sentido de futuro. Recibid mi afecto y mi bendición: Estamos llamados a la santidad.

 

 

FIESTA DE CRISTO REY.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Todo en la vida cristiana gira en torno a Jesucristo, como no podía ser de otra manera. Él es el centro del cosmos y de la historia. El Año litúrgico nos va desgranando año tras año ese misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final. Y la celebración litúrgica tiene la capacidad de traernos eficazmente el misterio que celebramos.

En Jesucristo la historia de la humanidad ha encontrado su plenitud, en Él se nos anticipa nuestro futuro. Celebrar esta fiesta de Cristo Rey hace alusión, por una parte, a la pretensión histórica de Jesús, por la que fue condenado a muerte: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Una pretensión que quedó plenamente verificada en la resurrección de Jesús y en su victoria sobre la muerte. Verdaderamente, Jesús es Rey. Y por otra parte, hace alusión al final hacia el que caminamos.

Es una fiesta de futuro, teniendo presente el pasado histórico y entrando en esa espiral ascensional, que nos va configurando con Cristo hasta transformarnos como él. No se trata de un reinado despótico. Jesús aparece como el buen pastor que cuida de sus ovejas, manso y humilde de corazón, que está dispuesto a dar la vida por cada uno de nosotros, como ha sucedido realmente. En él encontramos la paz del corazón, pues nos sentimos queridos con un amor que sana nuestras heridas.

En el conjunto de la historia, hay un error primigenio, el pecado original, y hay una sobreabundancia de gracia en Jesucristo. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”. Nuestra vida terrena camina con esta cojera. Jesús viene en nuestra ayuda y nos llena el corazón de esperanza.

El bautismo nos saca de la muerte y nos introduce en la vida para siempre. Al final, todo será sometido a Dios y Dios lo será todo para todos, si no malogramos el plan de Dios en nuestra vida. Jesús aparece como el que viene a juzgar, cuando venga en su gloria el Hijo del hombre.

Viene a premiar a los buenos y a rechazar a los malos. “El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras”. Y seremos examinados de amor. Al atardecer de la vida te examinarán del amor, nos recuerda san Juan de la Cruz. “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo, cómo, dónde, a quién? Todo lo que hicimos a uno de los humildes hermanos, “a mí me lo hicisteis”, dice Jesús.

Esa personificación de Jesús en la persona de los pobres y los humildes, que asoman en nuestra vida pidiendo nuestra ayuda, es todo un principio revolucionario en la nueva civilización del amor. Nunca será el odio, sino el amor el que cambie el mundo. El amor cristiano reside en nuestro corazón por el Espíritu Santo, que se nos ha dado, nos hace salir de nosotros mismos para entregar la vida y gastarla en favor de los demás. Pero además, el amor cristiano encuentra en cada uno de los destinatarios (sean de la condición que sean) una prolongación de Jesús, “a mí me lo hicisteis…”.

Esta motivación en su origen y en su término hace que Jesucristo reine en el mundo, transformando incluso el orden social. No es por tanto, un reino de poderío humano, de prepotencia, de exclusión de nadie. El de Cristo es un reino de amor.

Él nos ha ganado con las armas del amor, y con estas mismas armas quiere que luchemos, seguros de la victoria final. “Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de la fiesta).

¡Venga a nosotros tu Reino! Que la fiesta de Cristo Rey del Universo nos introduzca en esa espiral de amor, que va sanando todas las heridas del corazón, propias y ajenas, consecuencia del pecado, y va introduciendo en cada corazón una nueva vida que brota del Corazón de Cristo, que ama sin medida. Recibid mi afecto y mi bendición: Cristo Rey, último domingo.

 

 

CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su ascensión a los cielos y el envío del Espí- ritu Santo, la espera de su gloriosa venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al Padre. Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros. La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino. Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque nuestros pasos hayan sido muy extraviados. Él continuamente nos brinda su misericordia, que sana nuestras heridas. Pero, en todo caso, el examen y la medida será la del amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida. Impresiona en esta escena del juicio final que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. “A mí me lo hicisteis”. Cada vez que lo hicimos con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas. La realeza de Cristo es por tanto algo que se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros hermanos. Cristo y los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo. Recibid mi afecto y mi bendición: Cristo Rey: «A mí me lo hicisteis» Q

 

 

JESUCRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio. Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra. Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado. Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor Q

 

 

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comienza el Año litúrgico, primer domingo de adviento. A ese Cristo Rey que celebrábamos el pasado domingo, lo esperamos lleno de gloria al final de los tiempos. La historia humana no está encerrada en sí misma, no es un eterno retorno sobre sí misma, como el burro de la noria, sino que está abierta a Jesucristo, centro y culmen de esa historia humana, que la lleva a plenitud.

Caminamos al encuentro del Señor, que ya ha venido hace dos mil años para anticipar en su humanidad santí- sima ese término final en su gloriosa resurrección. Caminamos al encuentro del Señor, que a lo largo de este Año litúrgico iremos desgranando en cada uno de sus misterios.

El cristiano vive, por tanto, a la espera del Señor. Su destino no es la tumba, no vive encerrado en su vida terrena. Jesucristo ha roto las puertas del hades y ha abierto de par en par las puertas del cielo. Esta situación, la de nuestra vida presente, tiene salida. O mejor, tiene “sacada”, porque no salimos por nuestro propio impulso, sino que somos sacados por la potente fuerza aspiradora de la gracia.

Comenzamos el Año litúrgico con este horizonte abierto. No nos asfixian los problemas presentes, sino que tomamos aire a fondo sabiendo que el Señor está cerca, viene a nuestro encuentro, viene a salvarnos. Para cada uno de nosotros ese encuentro se producirá definitivamente al terminar su existencia terrena, para toda la humanidad se producirá al final de la historia.

En un caso y en otro, la meta es Jesucristo que nos espera para un abrazo eterno, que nos llenará de gozo para siempre. No dejemos de pensar continuamente en el cielo, es la mejor manera de afrontar con fortaleza los problemas de la tierra. El pensamiento del cielo no nos enajena, sino que nos compromete seriamente a transformar este mundo con la presencia de Dios, el único que puede salvarnos. El tiempo de adviento, más breve este año, nos prepara para la Navidad. El nacimiento en la carne del Hijo de Dios. Volveremos a vivir la ternura de un Niño que viene a salvarnos, que es Dios como su Padre y se ha hecho hombre como nosotros: nuestro Señor Jesucristo.

Y junto a él siempre está su Madre, desde el comienzo hasta el final. Ella le ha traído a este mundo como madre, ella le acompañará en su ofrenda definitiva junto a la Cruz. Ella acompaña a la Iglesia, la comunidad de su Hijo, hasta el encuentro definitivo con él. Una de las primeras fiestas del año es la Inmaculada, el 8 diciembre. Fiesta de pureza, de hermosura, de plenitud de gracia. Como María.

Ella fue librada de toda sombra de pecado, su corazón fue un sí sostenido y permanente a Dios y a su plan redentor. Qué hermosa eres María, en ti no hay mancha de pecado original, eres la llena de gracia. La más graciosa y hermosa de todas las criaturas. María es el primer fruto de la redención, es el primer fruto del adviento. Y lo es también para nosotros, pues Dios nos quiere parecidos a esta Madre amante. Para eso, nos pone a Jesús y nos da su Espíritu Santo.

Recorramos el tiempo de adviento, tiempo de esperanza, con actitud penitencial. Como el que hace balance del año anterior y ajusta su vida reorientándola hacia Dios en el año venidero. No estamos siempre en el mismo punto, sino que Dios nos va atrayendo cada vez más hacia Él, si no le ponemos obstáculo.

Cesen tantas esperanzas fatuas, y se fortalezca la verdadera esperanza, la que pone en Dios su fundamento. No nos dejemos arrastrar por el consumismo “navideño”, que no tiene que ver nada con Jesús. Sino preparemos nuestro corazón para acoger al que viene a salvarnos y nos enseña a ser solidarios de quienes nos necesitan. Recibid mi afecto y mi bendición: El Señor viene, tiempo de adviento.

 

 

TOMADO DEL 2015 B

 

1º ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros. El Adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo. Pero el Adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María. El centro del Adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El Adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de Adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de Adviento, y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos, celebraremos la fiesta de la Inmaculada. Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de Adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer– que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Viene el Señor: tiempo de Adviento Q

 

 

LA INMACULADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Ave María purísima, sin pecado concebida”. Con esta jaculatoria saludamos en España en tantas ocasiones buenas, recordando el saludo del ángel a María, que hacemos nuestro como saludo cristiano.

Muchas personas comienzan con estas palabras su confesión sacramental, muchos saludan así al entrar en una casa, muchos la emplean al comenzar una obra buena, etc. Pertenece a la entraña del pueblo cristiano esta devoción mariana, que evoca el saludo del ángel a María y recuerda que ella es la Purísima, llena de gracia y concebida sin pecado original.

Al comienzo del Año litúrgico celebramos la solemne fiesta de la Inmaculada, como aurora que anuncia la llegada del sol. La redención de Cristo ha comenzado por María. Ella es la primera destinataria de esa redención que viene a traer su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Ella es la más redimida, la mejor redimida, la primera redimida.

En ella nos miramos como en un espejo para contemplar lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros. A ella en medida superlativa, a nosotros según la medida asignada por Dios. A ella, desde el comienzo; a nosotros, como final consumado. Pero todos redimidos por la sangre redentora de Cristo, derramada en la Cruz para limpiarnos de nuestros pecados.

María fue concebida por vía natural del abrazo amoroso de sus padres Joaquín y Ana. El fruto de esa unión ha resultado singular, pues Dios eligió a María para que fuera en su momento la madre del Redentor. Y por eso la libró de todo pecado, llenándola de su gracia, incluso librándola del pecado original, que todos contraemos al nacer.

Lo que a todos nos viene dado como perdón, a ella le viene dado anticipadamente como prevención en virtud de los méritos de Cristo. De manera que nunca tuvo la más mínima sombra de pecado, y en ella todo fue luz de gracia desde el primer momento. Por eso, la llamamos la Purísima.

Nuestra patria España, en su larga historia de santidad, ha impulsado continuamente que esta verdad tan arraigada en la conciencia cristiana de nuestro pueblo llegara a ser definida como dogma de fe. Y así sucedió en 1854 (precisamente, el 8 de diciembre), cuando el Papa Pío IX definió que “la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”.

A partir de esa fecha, el Papa visita todos los años la plaza de España en Roma, depositando un ramo de flores junto al monumento de la Inmaculada. María Inmaculada es patrona de España, precisamente con este título tan atractivo y tan seductor para el alma creyente.

A ella nos dirigimos en esta hora crucial de la historia de España para que nos tienda su mano materna y seamos capaces de recorrer caminos de paz y de concordia entre todos los pueblos de España. Este corazón inmaculado de María se convirtió en digna morada de su Hijo, al que recibió en la fe y concibió en su vientre, permaneciendo virgen.

Se acerca la Navidad, se acerca la contemplación de este misterio de amor, que tiene corazón de madre. Preparemos nuestro corazón para acoger el misterio que nos desborda. Dios se acerca a nosotros en este Niño indefenso en los brazo de su Madre santísima. Nos acercamos a Él con el deseo de acogerlo en nuestro corazón.

Que el Adviento sea de verdad tiempo de acercamiento al Señor, porque Él sale a nuestro encuentro en cada hombre, en cada acontecimiento. Sobre todo en aquellas personas que sufren la injusticia, en los pobres y desheredados de la tierra, que reclaman nuestra atención.

El viene a establecer un reinado de justicia y de amor. Preparándonos así a recibirle este año, nos vayamos disponiendo a recibirle cuando venga a llevarnos con Él definitivamente. Su Madre bendita nos acompañará en todo momento, también en ese momento supremo. Recibid mi afecto y mi bendición: Ave María Purísima, sin pecado concebida.

 

LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

AÑO DE LA MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia. La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras. La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca. Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia. Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo. Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados. Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno. A todos, mi afecto y mi bendición: El Año de la Misericordia Q

 

 

ADVIENTO, AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año 2015 es el Año de la vida consagrada. Así lo dispuso el papa Francisco, anunciándolo el año pasado por estas fechas. Un Año dedicado a dar gracias a Dios, a mirar el futuro con esperanza y a vivir el presente con pasión, a los 50 años del concilio Vaticano II y del decreto Perfectae caritatis sobre la vida consagrada. En nuestra diócesis de Córdoba lo inauguramos el sábado 29 de noviembre en la Catedral. Comenzamos un nuevo año litúrgico, que nos pone alerta sobre la venida del Señor, la última venida, cuando acabe nuestra vida en la tierra (cada vez más cercana) y cuando acabe la historia de la humanidad. El Señor vendrá glorioso para juzgar a vivos y muertos. De ese juicio no se escapa nadie, y es en definitiva el único que importa. Por eso, hemos de vivir con el alma transparente y con la conciencia clara de que hemos de ser juzgados y hemos de dar cuenta a Dios de toda nuestra vida. El tiempo de adviento nos introduce en un nuevo año litúrgico, en el que renovaremos sacramentalmente el misterio de Cristo completo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata a la Navidad que se acerca un año más, cuando Jesús vino y viene a quedarse con nosotros, el eterno nacido como uno de los nuestros. Volver nuestros ojos a la vida consagrada es ciertamente para dar gracias a Dios. En nuestra iglesia diocesana de Córdoba han brotado abundantes vocaciones a la vida consagrada en tantos carismas que adornan el jardín de la Iglesia con frutos abundantes. Y además, la presencia de la vida consagrada en nuestra dió- cesis es superabundante en todos los campos. En monasterios de vida contemplativa, que tanto bien nos hacen al recordarnos la primacía de Dios en un mundo tan agitado. En el campo de la educación con fundaciones centenarias, donde miles y miles de hombres y mujeres han sido formados en estos colegios. En el campo de la beneficencia con todo tipo de obras sociales: hospitales, residencias de ancianos, atención a los pobres, cercanía a las nuevas pobrezas. Cuántos hombres y mujeres (más mujeres que hombres) consagrados de por vida a hacer el bien, cuántas lágrimas han enjugado, cuántos sufrimientos compartidos y aliviados, cuántas hambres saciadas. En el campo de la evangelización y catequesis, a pie de parroquia, disponibles para llegar a todos los hogares, confidentes de tantos corazones desgarrados, presentando a niños, jóvenes y adultos la belleza del Evangelio. Cómo no dar gracias a Dios por todo ello. El Año de la vida consagrada viene para eso. ¿No hemos conocido en nuestra vida almas consagradas a Dios, cercanas para hacer el bien a todo el mundo? Demos gracias a Dios por todos estos dones en su Iglesia de los que todos somos beneficiarios. La vida consagrada en sus múltiples formas tiene futuro, por eso este año abre nuevos caminos de esperanza. Ciertamente ha descendido el número de religiosos y religiosas, de consagrados en los distintas formas. Pero cada uno de los llamados debe mirar el futuro con esperanza, porque Dios no falla. Y el que ha llamado a cada uno a esta vocación, lo llevará a feliz término. Este año servirá para presentar al pueblo de Dios cada uno de estos carismas que el Espíritu ha sembrado en su Iglesia, y Dios hará brotar nuevas vocaciones entre los jóvenes, estoy seguro. La vida consagrada debe ser vivida con pasión en el presente. Es signo de un amor más grande y más hermoso, es una vida de corazón dilatado para amar más y para una mayor fecundidad. Valoramos la vida consagrada en todas sus formas y expresiones, porque son un don del Espíritu para la Iglesia de nuestro tiempo. Si tu hijo o tu hija te dice que ha sido llamado por Dios, no te resistas. Si un amigo o amiga te dice que ha sentido de Dios esta llamada, felicítale. Es un gran regalo para la familia, para la sociedad. Valora esa vocación, acompáñala, sostenla con tu calor y con tu oración. Una líder política de nuestros días pensaba que la religión era el opio del pueblo hasta que vio que su hijo enganchado a la droga fue desenredado por unas personas consagradas a Dios en la vida religiosa. El cariño de estas personas, su paciencia, su perseverancia en el amor hizo que aquel joven fuera reconstruyéndose desde dentro, y hoy sea un hombre nuevo. Su madre que pensaba que la religión era el opio del pueblo constató que la religión sacó a su hijo del opio de la droga. Y como este, muchísimos casos parecidos. En la vida consagrada se da el amor más grande, aquel amor que es el único capaz de construir un mundo nuevo. Recibid mi afecto y mi bendición: Adviento del Año de la Vida consagrada Q

 

LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto del Adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Él viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. “Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original”. Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy. La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pú- blica proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios. Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza. En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido. Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

3º DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tercer domingo de adviento es el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor...” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe.

La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de Él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría.

“El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno.

El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre. Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporáneo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios.

El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”.

 Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día.

Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida.

Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué. Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y Él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad. A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad: Estad siempre alegres en el Señor

 

 

3º ADVIENTO   ALEGRAOS EN EL SEÑOR,

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Ésta es la alegría en el Señor.

La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz.

El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres” (Flp 4,4). Es la alegría de María: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1). Es la alegría de los santos; “Un santo triste es un triste santo”, decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca.

 La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante. Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios?

Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más.

La Navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, débil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores. Desde esa actitud de adoración,

la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios.

La Navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la Navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre. La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La Navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber Navidad sin Dios, ni puede haber Navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren.

La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegres en el Señor.

 

 

 

 

 

4º ADVIENTO, MARÍA, HÁGASE EN MI TU PALABRA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Navidad es inminente, estamos a pocos días del gran acontecimiento del nacimiento del Señor. La liturgia tiene esa propiedad, la de hacernos presente el misterio que celebramos, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de S. Ignacio). Jesucristo nació hace veinte siglos, la liturgia nos trae ese misterio hasta nuestros días para que lo vivamos en directo. Estamos en Navidad, fiesta del nacimiento de Jesús en la carne del seno virginal de María. En la Navidad aparecen varios personajes.

En primer lugar, el protagonista es Jesús, el Hijo eterno de Dios que nace como hombre. Dios desde siempre, comienza a ser hombre en el tiempo. Engendrado del Padre en la eternidad, engendrado de María en nuestra historia humana. Dios verdadero y hombre verdadero, siendo el mismo y único sujeto. La adoración es la actitud inmediata al contemplar este misterio, porque el Niño que nace es Dios, que llega hasta nosotros en la debilidad de una vida pequeña e indefensa.

Junto al Niño está la Madre, María santísima. Lo ha recibido en su vientre sin concurso de varón, virginalmente, por sobreabundancia de vida, como un icono de la fecundidad inagotable del Padre en el seno de Dios. María es plenamente madre, de otra manera, por obra del Espíritu Santo. Ella es todo acogida del don de su Hijo divino. Ella es todo donación de este Hijo al mundo. Con un corazón limpio y generoso, María recibe y entrega. Ella es personaje esencial en este misterio, y quedará unida para siempre e inseparablemente al misterio cristiano. Es la Madre, fuente de vida, no sólo para su Hijo, sino para todos nosotros.

La discreta presencia de José realza su papel de colaborador imprescindible. Sin él, el Niño no hubiera nacido. Concebido sin su colaboración biológica, acoge el misterio que María su esposa lleva en su seno virginal y se convierte en verdadero padre. No biológico, pero verdadero padre que protege y sostiene el misterio de la Navidad, al Niño y a la Madre.

Silencioso José, dócil a los planes de Dios, pone su vida entera al servicio de toda la humanidad. En el portal de Belén sobresale la pobreza. Allí no hay nada, ni adornos, ni muebles ni cama, ni lo más elemental de una casa pobre. Una cueva, un pesebre, unas pajas. Así ha elegido Dios Padre el lugar para que nazca su Hijo. Esto nos hace pensar que el despojamiento y la humillación del Hijo son un ingrediente necesario para la redención del mundo.

Navidad es inteligible en este contexto. Fuera de este contexto, no entendemos nada de lo que acontece en Navidad. Navidad es una llamada fuerte a la humildad, a la pobreza y a la austeridad, al despojamiento en beneficio de los demás.

Por eso, Jesús es tan atrayente en Navidad. Porque aparece en la humildad de nuestra carne, despojado de todo, sin aparato social, para que podamos acercarnos a él sin miedo. Él conquista nuestro corazón por la vía del amor y sólo los que se hacen como niños son capaces de entender lo que sucede en esta gran fiesta. De ahí brota la solidaridad con los necesitados. En ellos se prolonga Cristo hoy. Aquel Hijo de Dios, despojado de todo, sigue vivo en tantos hermanos nuestros a los que la vida ha despojado de todo, de su dignidad, de sus derechos.

Son miles las personas que a nuestro lado sobreviven sin lo más elemental para vivir, y reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad fraterna, nuestra compasión eficiente. Navidad es de los pobres y para los pobres, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre hasta el extremo, invitándonos a ser pobres, humildes y despojados. Y a acercarnos a los pobres para compartir con ellos lo que hayamos recibido. La caridad cristiana, a ejemplo de Cristo, no se sitúa en un plano superior para atender desde ahí a los más humillados.

La caridad cristiana se abaja hasta el extremo para compartir desde abajo lo recibido de Dios, incluido el don de la fe. Muchos cristianos, hombres y mujeres, han vivido el misterio de la Navidad así a lo largo de la historia, y han construido de esta manera un mundo nuevo. También esta Navidad quiere dejar huella en tu corazón para que colabores en la construcción de una nueva humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Hágase en mí según tu Palabra.

 

 

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q

 

 

NAVIDAD Y FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q

 

 

LOS PASTORES Y LOS MAGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre completo, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Y ha nacido de María virgen en un momento concreto de la historia para transformar la historia desde dentro y llevarla a su plenitud, convirtiéndose en un ciudadano de nuestro mundo, uno de nosotros. Él se ha hecho hombre para que el hombre sea hecho hijo de Dios. ¡Qué admirable intercambio! A este acontecimiento histórico misterioso y trascendente se acercan los pastores, después del anuncio del ángel: “Os traigo una buena noticia. Hoy en la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz” (Lc 2,11). Y los pastores corren a ver al Niño, con la sencillez de la piedad popular. Han sido tocados por Dios y por su gracia, y responden con la fe de los sencillos: se llenaron de alegría y le llevaron al Niño de lo que tenían. Su pobreza les dispuso a recibir la buena noticia e hicieron fiesta aquella noche. Por su parte, ellos se convirtieron en testigos y pregoneros de lo que habían visto. “Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores” (Lc 2,18). La actitud de los pastores nos enseña mucho. En primer lugar, que Dios no se revela a los soberbios, a los que están liados en sus problemas, a los que piensan que no necesitan de Él. Dios prefiere revelarse a los sencillos, a los humildes de corazón, a los pobres. Dios se complace en comunicarse con los que tienen el corazón abierto a la buena noticia de la salvación y lo esperan todo de Él. Pero además, la sencillez de corazón les hace ir aprisa a ver al Niño del que les ha hablado el ángel. Un corazón dispuesto responde con prontitud al toque de Dios. Y por eso, se convierten en pregoneros y evangelizadores ellos mismos de lo que han visto y experimentado. A este misterio de la Navidad se acercan también los magos de Oriente, los que traen regalos para Jesús y para todos nosotros. Ellos son modelo en la búsqueda de Dios. Son sabios que en la ciencia de su investigación, están abiertos a la sorpresa de Dios, y siguiendo esas mismas investigaciones descubren una señal que les pone en camino de una búsqueda ulterior. “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Preguntan y Herodes comido por la envidia les despista, pero la estrella vuelve a brillar y los deja a las puertas del misterio. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (ib. 10-11). Los magos son hombres sabios, científicos, que siguiendo su investigación descubren a Dios. La ciencia no está reñida con la fe ni la fe con la ciencia, y cuando la ciencia se cierra a la fe, deja de ser verdadera ciencia. La ciencia tiene su campo propio y sus lí- mites. Cuando el científico, por mucho que sepa, pretende abarcar con su especialidad todas las dimensiones de la persona, se pasa de listo. Ser científico y ser humilde no es fácil. Los magos de Oriente son científicos y son humildes, y desde el campo propio de su ciencia, abiertos a otras dimensiones, descubren señales que les conducen a la verdad completa. Dios se revela a los sencillos y a los sabios, con tal que éstos sean también sencillos de corazón. La Navidad la entienden especialmente los niños y quienes se hacen niños como ellos. Y no porque en torno a la Navidad haya cuentos, fábulas y mitos que sólo los niños en su ingenuidad pueden alimentar, sino porque el misterio de Dios en su más profunda realidad, la cercanía de Dios hecho hombre en un niño indefenso, sólo la pueden captar quienes tienen un corazón sencillo y humilde como el de un niño. La Navidad nos trae un acontecimiento y un estilo. Dios hecho hombre con estilo de sencillez, entrando discretamente en nuestras vidas. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3). Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

DÍA DE LA FAMILIA

 

QUERIDO HERMANOS Y HERMANAS: “El deseo de familia permanece vivo, especialmente entre los jóvenes, y esto motiva a la Iglesia”. Como respuesta a ese anhelo “el anuncio cristiano relativo a la familia es verdaderamente una buena noticia”. Con estas palabras comienza el Papa Francisco su exhortación apostólica Amoris laetitia (AL), dedicada al amor humano en la familia.

Hay crisis, ciertamente, en este y en tantos campos en este cambio de época. Pero el amor humano es precioso y el Evangelio tiene una buena noticia para ese amor humano que se vive en familia. ¿Cuál es esa buena noticia? En primer lugar, que Dios vive en familia, Dios es familia. Son tres personas –Padre, Hijo y Espíritu Santo- que se llevan maravillosamente, todo lo tienen en común.

El Dios que nos ha revelado Jesucristo no es un Dios solitario y aburrido, lejano, inaccesible. No. Es un Dios amor, familia, comunión, cercanía, que ha abierto su círculo más íntimo para hacernos partícipes de esa felicidad a todos los humanos. Todos –sea cual sea nuestra situación, nuestra condición– tenemos un lugar en el corazón de Dios. Nadie se sienta excluido porque Dios lo ha traído a la existencia para hacerle experimentar ese amor eterno e infinito de Dios, para hacerle feliz.

Y a su imagen, Dios ha creado al hombre, “varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). “La pareja que ama y genera la vida es la verdadera “escultura” viviente capaz de manifestar al Dios creador y salvador” (AL 11). Cuando la ideología de género afirma que no hay diferencia entre el varón y la mujer y que cada uno puede elegir para sí lo que quiera en este orden de cosas, está ignorando esta realidad honda de la persona humana, que tiene arraigo bilógico, existencial e incluso religioso. Ninguna persona debe ser discriminada por su orientación.

Todos tenemos un lugar en el corazón de Dios y de Dios nos sentimos amados, sean cuales sean las condiciones de nuestra vida. Pero ese Dios que nos ama ha trazado un plan para de felicidad del hombre, y nosotros los humanos no podemos enmendar la plana a Dios.

“La ideología de género –recuerda el Papa Francisco– niega la diferencia y la reciprocidad natural de hombre y de mujer. Ésta presenta una sociedad sin diferencias de sexo, y vacía el fundamento antropológico de la familia. Esta ideología lleva a proyectos educativos y directrices legislativas que promueven una identidad personal y una intimidad afectiva radicalmente desvinculadas de la diversidad biológica entre hombre y mujer... No caigamos en el pecado de pretender sustituir al Creador. Somos creaturas, no somos omnipotentes. Lo creado nos precede y debe ser recibido como don” (Papa Francisco, Amoris laetitia, 56).

He aquí uno de los retos más importantes en el campo de la familia hoy. Y junto a esto, el invierno demográfico, es decir, los pocos niños que nacen en España. Llevamos décadas con uno de los índices más bajos del mundo en la natalidad, y este dato está pasando factura ya a nuestra sociedad. Si una sociedad no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, es una sociedad que fracasa en una de sus tareas fundamentales.

Son muchos los factores que concurren en este cataclismo, no depende sólo los esposos. Están las autoridades con sus planes de gobierno y de ayuda a las familias en todos los aspectos, está la sociedad entera con su mentalidad a favor o en contra de la vida. ¿Qué programa de gobierno será capaz de estimular a los esposos a ser generosos en la transmisión de la vida? Y en la tarea educativa que le acompaña.

 La Sagrada Familia de Nazaret –Jesús, María y José– se nos presentan hoy como modelo de convivencia, donde el amor es el clima de relación de todos sus miembros. Pedimos hoy al Señor por nuestras familias, agradecemos a Dios haber nacido y crecido en una familia. Apoyemos todos la familia, que sigue siendo el nido del amor y el ámbito más valorado hoy en nuestros contemporáneos.

Si nos acercamos un poco más al proyecto de Dios, seremos más felices en este campo tan vital de la familia. Dios bendiga a nuestras familias, especialmente a los jóvenes que se casan o se van a casar en este año. Y a aquellos que han sido fieles durante 25 o 50 años, y lo celebran gozosos con sus hijos y nietos. Felicidades a todos. Con mi afecto y bendición: El deseo de familia está vivo.

 

 

DÍA DE LA FAMILIA

 

HERMANOS Y HERMANAS: Las fiestas de Navidad nos hablan de vida, de fecundidad, de algo nuevo que nace. La Navidad es la fiesta de la vida.. “Quien tiene al Hijo [Jesucristo] tiene la vida, quien no tiene al Hijo no tiene la vida» (lJn 5,12). La Navidad es fiesta de exuberancia de vida. Esa vida ha brotado en el seno de una Virgen, donde la virginidad no es una tara ni una merma, sino abundancia pletórica de vida, reflejo de la vida sobreabundante del Padre, que engendra virginalmente a su Hijo en la eternidad y lo ha engendrado corno hombre de María Virgen en el tiempo.

 Dios es amigo de la vida, no de la muerte. La muerte no La ha inventado Dios, sino que ha sido introducida en el mundo y en la historia por el pecado del hombre. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rrn 5,12). La muerte a la que todos estamos sometidos por el pecado original, y la muerte que nosotros mismos introducirnos por nuestros propios pecados: homicidios, guerras, odios que conducen a la muerte.

La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida. Constituida sobre el amor estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, la familia está abierta a la vida, es el lugar donde se transmite la vida, es el nido donde hemos venido a la vida y hemos crecido por con amor de nuestros padres, que nos han cui dado con esmero y cariño. Nada más bonito que ese nido de amor y de vida, que es la familia según el plan de Dios.. Muchos jóvenes se preguntan hoy si será posible La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida.

Alcanzar ese sueño dorado de una familia estable, de un amor fiel hasta la muerte, de una fecundidad que resulta rentable en todos los aspectos de la vida. Es un deseo que para muchos resulta inalcanzable, o al menos, lleno de riesgos. Quién no quiere un amor para toda la vida. Quién no se siente gozoso al verse fecundo y prolongado en los hijos. Quién no desea una familia estable, en la que poner todas las esperanzas humanas como proyecto vital,
Pero la realidad que palpamos viene a decirnos todo la contrario.

Entre los matrimonios jóvenes, son menos los que permanecen fieles para toda la vida, que los que rompen su matrimonio corno algo inaguantable. ¡Con lo que duele eso! Es más fácil romper un matrimonio que romper cualquier otro contrato. Son cada día más frecuentes los abortos, que suponen matar al hijo en et propio seno materno, llevados por la presión ambiental. En España, en Andalucía, son miles de abortos cada dia impunemente. Cuando las leyes facilitan algo, casi que están induciendo a que se haga. Las estadísticas lo cantan.

La Navidad viene a decirnos que sí, que es posible. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hace feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que destroza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.

       Dios quiere la felicidad del hombre, ya aquí en la tierra, aunque haya dificultades y sufrimientos, y para Siempre en el cielo sin ningún sufrimiento. Más aún, siguiendo los planes de Dios, la economía es más estable y armónica. Cuesta menos dinero una familia estable y fiel que el sujeto que tiene dos o más parejas. Los hijos de una familia como Dios manda crecen más sanos que los que están repartidos, y no saben de quién son. ¡Cuánto sufren esos niños!

La Navidad viene a hacer posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios. La Navidad es la gracia de Dios, que sana el corazón humano, herido por el pecado. La Navidad nos habla de que es posible la fidelidad matrimonial, es posible la apertura generosa a la vida, es posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios, Dios ha pensado muy bien las cosas, y cuando el hombre sigue los caminos de Dios, a pesar de sus debilidades, encuentra la vida, encuentra la felicidad en algo tan fundamental para la sociedad corno es la familia. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hacer feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que des- traza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.

 

 

LA SAGRADA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos. Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa. Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban. Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación. Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos. Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios. La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta. Recibid mi afecto y mi bendición. A la Iglesia le preocupa la familia Q

 

 

EL BAUTISMO, NUESTRO PROPIO BAUTISMO

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Termina el ciclo litúrgico de Navidad con la fiesta del Bautismo de Jesús, una escena de la vida de Jesús llena de significado. Jesús se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan, significando que él no hace asco de los pecadores, sino que viene a juntarse con ellos, viene a buscarlos. Entiende su vida como entrega por ellos, por eso se acerca a los pecadores. Así lo presenta Juan el Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Una de las acusaciones que después le hacen es esa: «Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15,2). Este es el título de nuestra cercanía con Jesús, que ha venido a buscar a los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1Tm 1,15), decía san Pablo. Esta cercanía de Jesús a los pecadores se llama misericordia. Todos los humanos hemos nacido en pecado, es decir, apartados de Dios (excepto María que ha sido librada antes de contraerlo). Y sólo podemos acercarnos a Dios, si Dios viene hasta nosotros. Es lo que ha hecho Dios con su Hijo Jesucristo: enviarlo a buscar a los pecadores. Y no los buscará por fuera ni desde fuera, sino compartiendo el dolor que supone el alejamiento de Dios por el pecado. Siendo inocente, Jesús ha probado el dolor de la lejanía, ha recorrido los caminos que alejan a los hombres de Dios, para acercarlos a Él. “Al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21). El bautismo de Jesús en el Jordán prolonga el admirable intercambio de la Navidad: Dios se ha hecho hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios por Jesucristo. Y la escena del bautismo de Jesús en el Jordán es una gran epifanía de Dios. Aparece Dios Padre como una voz del cielo, diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Y ese amor del Padre a su Hijo divino, que se ha hecho hombre, se expresa envolviéndolo con el Espíritu Santo, que aparece en forma de paloma. Es una escena, por tanto, en la que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús, ungiendo su carne humana y haciéndola capaz de la gloria. El ser humano es incapaz por sí mismo de ver a Dios. En esta escena del Jordán, el Espíritu desciende sobre la carne humana de Jesús, le envuelve con su amor, le unge con su toque y le hace capaz de la gloria. Es lo que se conoce como la unción del Verbo en su carne humana por parte del Espíritu Santo. Jesús irá después a su pueblo y en la sinagoga de Nazaret dirá con palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Es el Espíritu Santo el que lo conducirá en su misión por los caminos de Palestina hasta el Calvario, hasta la cruz y la resurrección. Todo había comenzado en el bautismo del Jordán, donde Jesús comienza su vida pública y su ministerio. ¿Qué sucede cuando el fuego entra en el agua? Que el agua sofoca al fuego y lo apaga. En esta escena, sin embargo, ocurre algo sorprendente. Jesús, lleno del fuego del Espí- ritu Santo (“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” Lc 3, 16), entra en el agua del Jordán y no se apaga en él el Espíritu Santo, sino que, entrando en el agua, enciende en el agua la capacidad de transmitir el Espíritu Santo. A partir de este momento, el agua se convierte en transmisora del Espíritu Santo para todos los que se acerquen a recibir el bautismo. “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Por eso, en esta escena del bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios. Porque esa agua ha recibido de Cristo el poder de transmitir el Espíritu Santo, y en el bautismo también nosotros, como Cristo, recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos y coherederos con Cristo de la gloria preparada. El bautismo es la unción con el Espíritu Santo de cada uno de los bautizados, en orden a capacitarlo para la gloria. En el bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo. Jesús se acerca hasta cada uno de nosotros pecadores, carga con nuestros pecados en su propia carne, nos lava los pecados y, ungiéndonos con su Espíritu santo, nos hace hijos del Padre, hermanos de los demás hombres y herederos del cielo. Bautismo de Jesús, bautismo de los cristianos. No se trata de simple agua natural, se trata de un agua que lleva dentro el fuego del Espíritu Santo, que nos transfigura haciéndonos hijos de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA  EL PECADO DEL MUNDO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La presentación de Jesús por parte de Juan el Bautista es ésta: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Estamos acostumbrados a oírla, pero vale la pena detenerse a profundizar en su significado. En la relación con Dios existe por parte del hombre el deseo de unión con Dios, y en ese contexto se sitúan los sacrificios. Es decir, presentarle a Dios de lo nuestro para que Él lo bendiga y podamos así participar de sus bienes. Es muy frecuente en la historia de las religiones presentar a Dios un cordero, como fruto escogido del propio rebaño, y ofrecerlo en sacrificio, o destruyendo la víctima en honor de Dios, o santificándola para comerla en su nombre u ofreciéndola como reparación por los propios pecados. En la religión judía el cordero ocupa un lugar especial, porque la fiesta principal judía consiste en comer un cordero, celebrando la pascua, la liberación por parte de Dios del pueblo elegido, y al mismo tiempo ese cordero es punto de encuentro de todos los comensales en la comunión fraterna. Más tarde los musulmanes tomarán también un cordero para su fiesta principal, la del sacrificio de Abrahám que estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac, sustituido por un cordero. El cordero forma parte del mundo de los sacrificios, es símbolo de perdón, de comunión, de ofrenda sacrificial de lo nuestro a Dios. Cuando Juan el Bautista presenta a Jesús como el “Cordero de Dios” está presentando la mejor ofrenda que en su día podremos hacer a Dios, el rescate por nuestros pecados y delitos, la comunión de vida con Dios que se acerca hasta nosotros. Jesús es presentado desde el principio como el que viene a quitar el pecado del mundo. La separación más profunda del hombre con respecto a Dios se introdujo en el paraíso, cuando Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios y sus mandatos. Rompieron con Dios y prefirieron seguir su propio camino, que conduce a la perdición. Todos nacemos en pecado, y además pecamos personalmente. Es decir, hemos roto con Dios tantas veces. ¿Y nadie podrá resolver esa ruptura, que nos lleva a la ruina? Jesucristo es presentado como el que viene a curar esa fractura. Él es el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre como nosotros. Ya en su persona se da esta unión admirable de Dios y el hombre. Y su tarea, su misión redentora será la de traernos a Dios como Padre misericordioso, y presentarnos ante su Padre como hijos, haciéndonos hermanos suyos. En Cristo confluye ese deseo de Dios, que busca al hombre para hacerle partícipe de sus dones, de su vida, de su felicidad. Y en Cristo nos encontramos representados ante el Padre, pagando Él por nosotros la deuda inmensa de nuestros pecados, con que hemos ofendido a Dios. “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La ruptura del pecado no se arreglará con palabras, sino con la ofrenda de este Cordero, que pone su vida en rescate por la multitud. La salvación del mundo, de todos los hombres, alcanza su culmen dramático en la pasión redentora de Jesús, que ofreciendo su vida humana en la cruz, nos alcanza vida eterna de hijos a todos nosotros. Pero Jesús ya comienza su vida con esta conciencia. Se pone en la fila de los pecadores para participar de su suerte, como inocente, y para hacerles partícipes de su condición de Hijo, dándoles su Espíritu Santo. La curación del pecado lleva consigo sangre, dolor, muerte, para deshacer lo mal hecho y para restaurar lo que ha quedado roto. La muerte y todo lo que le rodea ha sido asumido por el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De esta manera, lo que era nuestra ruina se ha convertido en nuestro remedio medicinal, gracias a este Cordero de Dios envuelto en Espíritu Santo. Ya los primeros pasos de Jesús en su vida pública señalan el programa: ha venido a buscar a los pecadores, y por ellos dará la vida en la cruz. Éste es el Cordero que Dios nos da, es el Cordero que por su sacrificio nos restablece la unión con Dios, es el Cordero que paga con su sangre todos nuestros delitos, es el Cordero que comemos en la comunión y nos hace hermanos. “Yo lo he visto”, nos dice el apóstol Juan. La experiencia directa de este encuentro es el mejor aval para dar testimonio, y en esto consiste la evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA, PARTICIPA EN TU PARROQUIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”, dice el lema de este año para el Día de la Iglesia Diocesana. Esta jornada es ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en una dió- cesis concreta, la diócesis de Córdoba, que vive en comunión con la Iglesia universal y con todas las diócesis del entorno, la única Iglesia del Señor. Nuestra pertenencia a la Iglesia diocesana de Córdoba nos hace conscientes de una historia concreta de santidad, de evangelización, de acción caritativa y de celebraciones que van jalonando nuestras vidas. En la Visita pastoral que voy realizando, voy conociendo a muchas personas de toda clase y condición y me admiro de cómo colaboran en la edificación de la Iglesia. Catequesis, Cáritas, grupos de evangelización, múltiples celebraciones, fiestas y romerías. Realmente la Iglesia católica en nuestra diócesis tiene una presencia muy eficiente y transformadora del mundo, y atiende a los pobres de múltiples maneras, casi 200.000 en atención primaria. Nuestra diócesis cuenta con 301 sacerdotes diocesanos, y con una buena cantera de seminaristas que se preparan para el ministerio sacerdotal, 3.000 catequistas, más de 250 misioneros, 230 parroquias, 24 monasterios. Además de casi un millar de religiosos/ as que atienden colegios, parroquias, obras caritativo-sociales. Un batallón inmenso de seglares, que nutren su vida de fe en la Iglesia y al mismo tiempo son testigos de Jesucristo y su evangelio en nuestro mundo. Miles y miles de cofrades que sostienen la piedad popular. Nuestra diócesis es una diócesis viva, con una fuerte actividad en todos los frentes. Esta jornada es ocasión para agradecer a todos los que viven la Iglesia y hacen que la Iglesia esté viva. Pero no podemos dormirnos en la complacencia de lo que hemos recibido, en la vana complacencia. Todo lo recibido es para la misión, para darlo, para multiplicarlo. Y el Día de la Iglesia Diocesana nos plantea el reto de evangelizar con nuestra vida, con nuestro ejemplo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para eso, la parroquia sigue siendo lugar de referencia, es la Iglesia que se acerca hasta nuestra casa, es el lugar donde podemos alimentar nuestra fe y vivir la comunidad que es la Iglesia. La parroquia es insustituible. Por otra parte, son necesarias las pequeñas comunidades, los grupos apostó- licos, la vida asociada según los distintos carismas en la Iglesia, donde cada uno encuentra la cercanía de la Iglesia y comparte su vivencia con otros, asumiendo compromisos de llevar esta Buena noticia a los demás. En este sentido, las mismas parroquias aglutinan muchas personas, unas organizadas en grupos, otras sin asociarse, pero todas colaborando en la acción de la Iglesia a través de su parroquia. Estamos expandiendo la Acción Católica General, que va cundiendo en muchas parroquias, como organización de los mismos seglares en plena y gozosa comunión con sus pastores para los fines propios de la Iglesia, a nivel parroquial y diocesano. Ojalá todas las parroquias tengan Acción Católica General (nivel de adultos, jóvenes y niños), como existe Cáritas o la organización de la catequesis parroquial. Es necesaria también la aportación económica, para afrontar tantas necesidades: en la atención a los pobres, en el mantenimiento de las instalaciones, en la restauración de los templos, en la realización de tantas actividades apostólicas. Nuestra dió- cesis crece cada año en la autofinanciación, es decir, los católicos ayudan cada vez más a la Iglesia con su aportación económica, aunque todavía nos falta camino por recorrer. El Día de la Iglesia Diocesana nos invita a caminar en esta dirección. Que en todas las parroquias se informe de los ingresos y gastos que se originan, pues la transparencia es siempre fuente de comunión. Que todos veamos la necesidad de aportar a la diócesis para los gastos comunes y para la solidaridad con los que tienen menos. “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”. Si te sientes verdaderamente miembro de la Iglesia, colabora, participa con tu actividad y con tu dinero, pues la Iglesia hace el bien a todos. Recibid mi afecto y mi bendición: Participa en tu parroquia Día de la Iglesia Diocesana

 

 

 

 

 

 

2015  AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz.

La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia.

Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él.

La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo.

En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales.

En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir.

Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico.

Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás.

Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud.

 No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea.

Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor.

Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz.

Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21).

 Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q

 

 

LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO, EMIGRANTE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes.

La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa.

La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).

En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor.

En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana.

La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son.

 Pero los católicos son “de casa” para otro católico. Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control. Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados.

Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno. El asunto es de tamaño gigante.

Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo.

Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc. Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno.

Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la diócesis de Córdoba en este punto. La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor.

Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona. España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos.

Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones. A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará.

Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos.

 

 

AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).

Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”.

En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano.

Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús.

La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente.

 Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna.

El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido.

En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo.

Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento.

La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba.

Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos.

 La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida.

Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados.

Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener.

Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor.

Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada.

 

 

MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado.

 Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio.

Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos.

 Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201).

Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte.

Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer.

La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos.

Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195).

La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana.

La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio. Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas.

 

 

SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre?

San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio.

Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse.

Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo.

El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc.

La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios.

Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin límite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos.

El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre.

El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor.

Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio.

Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente.

Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama.

El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad.

Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo.

San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados.

DÍA DE ANDALUCÍA, (EXTREMADURA)

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El amor a la patria nos lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Nuestra patria es España y nuestra tierra Andalucía, “lo más grande” de España.

Llegados al día de Andalucía os ofrezco alguna reflexión desde la fe, conveniente en este momento en que reflexionamos sobre el voto de las próximas elecciones regionales al Parlamento Andaluz, de donde surgirá el Gobierno de la Junta de Andalucía. No le corresponde al obispo entrar en política, y menos en la política de partido.

Para eso están los que dedican su vida a esta noble causa de servicio al bien común. La tarea política es una de las más eminentes formas de caridad social, porque pone la vida al servicio de los demás para lograr la justicia, la paz y la convivencia, el bienestar de todos, especialmente el de los más pobres y desfavorecidos.

 A los pastores nos toca ofrecer pautas éticas para el buen gobierno de la cosa pública, que a todos nos afecta. Y la Iglesia invita a sus hijos cristianos laicos a que entren en la arena de la política, incluso de la política partidista, para llevar el Evangelio a nuestra sociedad y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno.

El primero y principal bien a salvaguardar es Dios y su presencia benéfica en nuestra sociedad. Dios no es enemigo del hombre, sino aliado y buen aliado, omnipotente aliado, inspirador de los mejores propósitos en el corazón del hombre. ¿Por qué prescindir de Dios u organizar la ciudad terrena como si él no existiera?

Ya sé que hay personas que no creen en Dios y que un Estado democrático debe buscar el bien de todos, también el de los que no creen en Dios o incluso lo rechazan. De acuerdo. Pero, por qué organizar la vida sin Dios, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos son creyentes.

Nuestra Constitución consagra un Estado aconfesional, donde ninguna religión es oficial, sino que se promueve y se favorece la religión de los ciudadanos, en mutuo respeto de todos y en convivencia democrática de unos con otros.

Ahora bien, lo que me sorprende es que de un Estado aconfesional se favorezca todo lo que va contra Dios o contra la religión católica. Me alegro de que otras religiones sean delicadamente respetadas, pero los católicos en España y en Andalucía no somos una minoría étnica, sino el 92% de la población.

Aquí pasa algo raro. ¿No seríamos capaces de asumir una laicidad positiva, que considere la religión como un bien social? Invito a los políticos a que tengan en cuenta esto, porque incluso los que son católicos y practicantes, llegados al campo de la política, prefieren dejar a un lado sus convicciones para mantenerse en una neutralidad que ofende a la inmensa mayoría de la población.

Hemos de convivir todos, respetarnos todos, ser tolerantes unos con otros. Pero a veces parece que la única religión no respetable sea la católica, la de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. No basta con tener procesiones (ahora llega la Semana Santa), es preciso que la fe de un pueblo empape todas las estructuras, aún dentro de un Estado aconfesional.

 Los políticos deben respetar y promover la libertad religiosa, que se expresa de tantas maneras: libertad de los padres para elegir la educación que prefieren para sus hijos, sin ser considerados ciudadanos de segunda por ser católicos. Libertad por tanto para una enseñanza libre, favorecida por los fondos públicos, porque atiende un derecho ciudadano a la educación, que no tiene por qué ser siempre estatal.

No debe considerarse la escuela estatal como la única y para todos, dejando la concertada como subsidiaria. Es todo lo contrario: la escuela de iniciativa social es la primera, y debe ser apoyada con fondos públicos. Y la escuela estatal es subsidiaria, allí donde no haya otras iniciativas sociales que cubran esa necesidad ciudadana.

           El estatalismo en la escuela es uno de los grandes males para una sociedad que quiere ser libre y educar en libertad. La dignidad humana en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Cuántos niños no llegan a ver la luz porque son eliminados en el seno materno.

 Un político debe luchar por la vida, para que nadie quede excluido y para que no crezca la brecha de la exclusión social. El trabajo es un derecho de la persona. Trabajo para todos, es una de las principales preocupaciones del político. Y más en nuestra región andaluza donde los índices de paro alcanzan cifras alarmantes, particularmente el paro juvenil.

En mis Visitas pastorales he visto bolsas de pobreza que no podía imaginar, he tocado de cerca situaciones que no son propias de una sociedad desarrollada. Un político debe poner todos los medios posibles para diluir esas bolsas y atacar las causas que las provocan.

Una sociedad que se desarrolla deja a un lado muchas personas en la cuneta de la vida: ancianos sin pensión, niños desprotegidos, jóvenes en la droga, emigrantes que llegan y tanto necesitamos. Es tarea de todos.

Ánimo, queridos políticos. Oramos en el Día de Andalucía para que desaparezca la corrupción en la administración pública y en toda la sociedad. Es una vergüenza que algunos aprovechen su puesto de servicio para enriquecerse robando del dinero de todos, cuando hay tantos pobres.

Oramos para que no prevalezca la mentira, el engaño, la trampa y el embuste. Oramos para que construyamos entre todos un mundo mejor.

Andalucía tiene muchos recursos, sobre todo sus gentes abiertas, alegres y acogedoras. Es la tierra de María Santísima. Andalucía es lo más grande de España, y debemos entre todos dignificarla con nuestra aportación ciudadana. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de Andalucía.

 

 

LA  FIESTA DE LA EPIFANIA: JESÚS QUIERE DARSE A CONOCER

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la epifanía es la fiesta de la .manifestación de Jesús a todos los hombres. Hemos celebrado ci misterio de la Encarnación, que ha tenido su sensibilización ene1 nacimiento de Jesús según la carne en Belén. En este gran misterio, oculto desde la eternidad y revelado por Dios en los últimos tiempos (cf. Col 1,26), nos asombra la colaboración de María, la madre virgen, que acoge en su seno virginal y da a luz a nuestro Señor Jesucristo. Una mujer, una madre, una virgen, que tiene, un papel central en ei misterio de la redención, y de la que todos tenemos mucho que aprender.

Jesús ha venido al mundo para darse a conocer. Y en esto consiste la evangelización. Evangelizar es dar a conocer a Jesucristo, es dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, es llevar la buena noticia para que todos la disfruten ya desde ahora en la tierra, y para siempre en el cielo. La mayor alegría del hombre es encontrarse con jesucristo y la mayor desgracia es no conocerle. De ahí brota la urgencia de la evangelización. Si uno ha conocido a Jesucristo, no puede ca’- llar, no puede guard&rseio para sí. Tiene que comunicarlo, no imponerlo a nadie, pero sí proponerle incluso insistentemente, En esa propuesta, que incluye ei testimonio de la propia vida y la palabra, muchos han encontrado rechazo, e incluso hasta el. martirio. Pero gracias a tales personas, Jesucristo es conocido y amado por otros muchos. Gracias al testimonio de tantos, la fe se ha difundido y hasta nosotros ha llegado la feliz noticia de la salvación.

En.la tiesta de la epifanía, aparecen los Magos, que orientados por la estrella han encontrado a Jesús y le han ofrecido el obsequio de su adoración: oro, incienso y mirra.

Ellos se convirtieron en pregoneros de esta búsqueda, incorporando a otros en esta investigación, y, una vez que encontraron a Jesús fueron pregoneros de este encuentro para los demás. Jesús es presentado a tales personajes, ajenos a la historia de Israel, para indicarnos que su revelación está destinada a todos los hombres y que sólo en ci encuentro con él encontrará e1 hombre la plenitud de la verdad. Hasta que el hombre no se encuentra con Jesucristo y lo adora como fruto de ese encuentro, no ha encontrado la salvación.

Ninguna necesidad tan primerísima corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad.

Pero la epifanía del Señor viene presentada en estos días finales de la Navidad como un desposorio de Cristo con cada hombre, uniendo los tres acontecimientos. “Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el Jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a la boda del Rey; y los invitados se alegran por el agua convertida en vino” (Ant. Vísperas).

Son tres acontecimientos en los que Jesús nos muestra su gloria, y los que se han dejado iluminar por esta luz han encontrado la verdad al encontrarse con él. Los Magos traen los regalos para este desposorio, en ei que el Rey celestial nos hace entrega de su vida, perpetuando este don en la Eucaristía.

En estas bodas, no faltará nunca el vino que Cristo nos brinda, como signo de una alegría plena que no tiene fin, en contraposición. a toda alegría humana que tiene caducidad. Y en el bautismo del Jordán, Jesús aparece como el cordero de Dios que quita ci pecado del mundo, lo que nadie más que Dios puede hacer, perdonar el pecado de cada uno de los hombres.

 La fiesta de la Navidad concluye con este mandato misionero. Si te has encontrado con Jesús, anúncialo a otros. Jesús ha venido para todos. Toda persona humana tiene derecho a este encuentro con Jesús y no debe faltarle, si quienes le han conocido lo anuncian con su propia vida.

En una escena del drama “El padre humillado” de P. Claudel, una muchacha judía, hermosísima pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: “vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?”. Se trata de una gozosa tarea y de una tremenda responsabilidad, de la que seremos examinados en ei último día.

Muchas personas necesitan muchas cosas, porque carecen de ellas y les haría su vida más feliz. Pero ninguna necesidad tan primerísima corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad. Esa es la alegría del que se ha encontrado con Cristo. ¡Ay de mi si no evangelizare! (1Cor 9,16).
Recibid mi afecto y mi bei dición:

Jesús quiere darse a conocer

Evangelizar e dar a conocer a Jesucristo, es dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, es llevar la buena noticia para que todos la disfruten ya desde ahora en la tierra, y para siempre en el cielo.

 

LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO

Jornada mundial del Emigrante

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes.

La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa.

La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19).

En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor.

En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana. La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son. Pero los católicos son “de casa” para otro católico.

Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

 Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control.

Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados. Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno.

El asunto es de tamaño gigante. Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo.

Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc.

Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno. Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la diócesis de Córdoba en este punto.

La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor. Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona.

España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos.

Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones.

A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos.

 

 

ORDENACIÓN EPISCOPAL DEL OBISPO DEMETRIO

 

QUERIDOS AMIGOS E HIJOS EN LA DIÓCESIS DE CÓRDOBA: El 9 de enero es una fecha señalada en mi calendario personal, y es una fecha que afecta a la vida de la diócesis. Ese día, hace ya trece años (el 9 de enero de 2005) fui consagrado obispo para servir a la Iglesia en este ministerio.

En ese mismo día, la Iglesia celebra la memoria litúrgica de san Eulogio (c. 800-857), mártir de Córdoba, que había sido elegido arzobispo de Toledo, pero no llegó a ocupar la sede toledana, porque días antes alcanzó el martirio en Córdoba. Feliz coincidencia, no pretendida, pero prevista por Dios en su amorosa providencia.

       Las normas litúrgicas señalan que ese día recéis especialmente por el obispo, para que cumpla su ministerio como Dios manda. Os lo agradezco de antemano a todos los que lo hagáis, como lo hacéis a diario al mencionar el nombre del obispo en la Eucaristía y en otros momentos de vuestra oración.

 

La oración nos introduce y alimenta en un clima de fe, en el que podemos apoyar todo lo bueno con nuestro deseo y colaboración. Estoy muy contento de servir a la Iglesia como obispo, y estoy especialmente contento de servirla en esta diócesis de Córdoba. Puedo deciros que me siento muy contento de ser “cura”, sin más.

Durante treinta años he sido presbítero en la diócesis de Toledo, como sabéis. Y he sido muy feliz en los distintos servicios que el arzobispo de Toledo me iba encomendando: párroco, profesor, tareas diocesanas de gobierno, formador en el Seminario, etc.

Me ha sostenido siempre el trato asiduo con el Señor. Él no me ha fallado nunca, él ha sido muy comprensivo conmigo siempre, me he sentido muy querido por el Señor y me he sentido muy a gusto con él. Doy gracias a Dios por tantas personas que ha puesto en mi camino de formación y de ayuda para perseverar en su santo servicio.       

No sólo superiores, formadores y director espiritual, sino tantas personas a las que he servido y me han edificado por su testimonio de fe y de vida cristiana: personas consagradas, matrimonios y familias, jóvenes, adultos, ancianos, tantos y tantos.

Un día me llamaron por teléfono de parte del Papa Juan Pablo II y acudí a la Nunciatura en Madrid. Es un momento inolvidable. “El Santo Padre le ha nombrado obispo de Tarazona”, me dijo Mons. Monteiro. “Vaya a la capilla y me da la respuesta”. Fui a la capilla de Nunciatura y le respondí: “Si me lo dice el Papa, como si me lo dijera Dios mismo”. Y acepté este nuevo servicio.

Toda la gente de mi entorno lo consideraba como un honor para mí. A mí, sin embargo, me suponía salir de mi tierra y de mis gentes e ir en la fe a una tierra desconocida. Para mí, ése y los momentos sucesivos fueron un acto de fe sostenida en la voluntad de Dios que me señalaba otros caminos. Y he sido muy feliz en Tarazona, con mis aciertos y mis deficiencias.

 El Señor ha seguido siendo el mismo de siempre y encontré buenos colaboradores que me hicieron fácil la tarea. Y otro día, pasados cinco años, me llamaron de parte del Papa Benedicto XVI, y acudí a Nunciatura para recibir la misión de servir a la diócesis de Córdoba, en la que cumplo ocho años dentro de pocas semanas.

Sería largo contaros todo lo vivido en Córdoba, la diócesis del santo en cuya fiesta fui ordenado obispo. Deciros que me siento muy contento de poder serviros como obispo, como “cura” de tantos fieles a los que he podido visitar en sus respectivas parroquias a lo largo de seis años de Visita pastoral, que ahora estoy recorriendo en segunda vuelta.

Sobre todo he encontrado muchos y muy buenos presbíteros, próvidos cooperadores del obispo en la misión común. He encontrado muchos, muchísimos fieles laicos, –inolvidable el reciente Encuentro diocesano de laicos,7 de octubre 2017- , cuya fe y testimonio me conmueve continuamente.

He encontrado religiosos y consagrados en tantos campos, que gastan su vida en la entrega a Dios y en el servicio a los demás. Rezad, rezad por el obispo. En esta fecha y siempre. Yo os lo agradezco de veras. Que sea santo, que sirva a la diócesis desde el Corazón de Cristo, que no busque ningún interés humano, sino solamente gastar mi vida por el Señor, que tanto me ama, y gastarla para que todos le conozcan y le amen más. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

OREMOS POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, San Pablo les advierte que las distintas banderías y grupos enfrentados unos a otros, no es propio de la Iglesia del Señor.”Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo… que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir, pues me he enterado de que hay discordias entre vosotros. Algunos dicen: «yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1Co 1, 10-13). Resulta dramático para aquella comunidad incipiente que las pocas fuerzas que tenían pudieran irse en las tensiones y mutuas disensiones de unos contra otros, además del escándalo ante los demás por estas divisiones. Pues, lo mismo sucede en nuestros días. Se repiten los problemas, porque se repite el pecado y los defectos de las personas y las comunidades. Constatar la falta de unidad en la Iglesia es un dolor para san Pablo y lo es también para nosotros hoy, después de siglos de división. Además de ser un escándalo y un obstáculo para la nueva evangelización. Por eso, oramos continuamente por la unidad de los cristianos. Y lo hacemos especialmente durante este Octavario de oración por la unidad de los cristianos, cada año, del 18 al 25 de enero, concluyendo con la fiesta de la conversión de San Pablo, el apóstol que ha sido añadido al grupo de los Doce de manera excepcional, por medio de su conversión de perseguidor en apóstol de Cristo. La Iglesia de Cristo es una, y nunca ha dejado de serlo. Así la confesamos en el Credo, y por eso nos duele que haya disensiones entre los bautizados, que impiden que podamos comulgar el cuerpo del Señor en la misma Eucaristía. Dos heridas siguen sangrando en el cuerpo de la Iglesia: la que se produjo en el año 1050, cuando el patriarca de Constantinopla rompió con el sucesor del apóstol Pedro, el Papa de Roma. Y la segunda, peor todavía, cuando Lutero rompió con Roma hacia el año 1520. De cada una de esas dos rupturas han ido naciendo grupos distintos, que perduran hasta el día de hoy. Lo que nos une a todos es el mismo bautismo, la fe en Jesucristo como Dios y como hombre, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo que nos impulsa a la santidad y a la caridad. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, repetía Juan XXIII. Podemos llamarnos realmente hermanos, aunque hay todavía desavenencias entre nosotros. Teniendo tantos elementos en común, podemos aspirar con fundamento a la unidad visible en la única Iglesia de Cristo. Pero hemos de seguir orando al Señor, porque el don de la unidad plena es un don de Dios, un don del Espíritu Santo. La unidad no consistirá en el consenso, ni en la suma de todas las partes, a manera de sincretismo entre todos. Ni tampoco en la eliminación de las riquezas que cada uno posee y ha desarrollado en su historia de santidad, que se ha hecho cultura. La unidad vendrá por el camino del mutuo respeto y del mutuo reconocimiento de todo lo que hay de bueno en cada grupo cristiano, y por la obediencia a la Palabra del Señor y la docilidad al Espíritu Santo. Entre los elementos esenciales de esta única Iglesia se encuentra el reconocimiento del primado de Pedro y del sucesor de Pedro, el Papa, tal como lo estableció Jesús. Los primeros que tenemos que hacer caso al Papa somos los católicos, en actitud de fe y de comunión plena con lo que el Papa nos enseña y nos va indicando. Muchos cristianos no católicos se extrañan de que entre los católicos a veces no haya esa sintonía de fe y de disciplina con el Papa de Roma. En torno al Sucesor de Pedro vendrá la unidad de la Iglesia. Y en torno a María, la madre de la Iglesia, la madre común que nos reunirá a todos en la misma comunidad. Sigamos rezando en estos días y durante todo el año, para que la deseada unidad de la Iglesia llegue a feliz puerto. Estamos en la preparación de dos grandes acontecimientos en el camino hacia la unidad: la peregrinación conjunta del papa Francisco y del patriarca Bartolomé (ortodoxo) al Calvario y al sepulcro vacío del Señor resucitado en Jerusalén, recordando otro encuentro parecido entre Pablo VI y Atenágoras, hace ya 50 años. Y el encuentro todavía sin fecha entre el papa Francisco y el patriarca Cirilo de Moscú. Oremos por la unidad de los cristianos, y trabajemos por la unidad en el seno de nuestra diócesis, de nuestras parroquias, de nuestras familias. Todo ello contribuye a la unidad querida por el Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

2 DE FEBRERO, ALEGRÍA DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de la Vida Consagrada se celebra el 2 de febrero. El día en que María presenta a su Hijo en el templo, y lo rescata con una ofrenda de pobres: un par de pichones. Esa ofrenda de Jesús portado en brazos de su madre María, acompañada de José, es todo un símbolo de lo que será la ofrenda de Jesús en el Calvario para la redención del mundo, junto a su Madre que estuvo junto a Él. Es la fiesta de la Candelaria, la que lleva en su mano una candela, que es la luz del mundo: Jesucristo, nuestro Señor. También nosotros portamos este día una candela como signo de la luz de Cristo que ha sido alumbrada en nuestros corazones, la luz de la fe, con la que salimos al encuentro del Señor. “¡Oh luz gozosa…!” cantamos a Cristo, luz del mundo, porque la luz siempre es motivo de alegría, en contraste con las tinieblas que siempre son signo del pecado y de la tristeza del hombre envuelto en sombras de muerte. Cristo es la luz del mundo y con su encarnación ilumina el misterio del hombre al propio hombre. Sin Jesucristo, pequeñas luces se encienden en la noche de la historia, hasta que llega Él, “resplandor de la gloria del Padre” (Hbr. 1,3), Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Sin Jesucristo, andamos a oscuras. Con Jesucristo todo es visto en su realidad más profunda. Con Jesucristo llega la alegría de la luz a tantas zonas de nuestra vida que adquieren sentido alumbradas por Él. La vida consagrada es una prolongación de la luz de Cristo en nuestro mundo, en nuestra época. La vida consagrada es luz, porque es testimonio de Cristo, imitando a María su bendita madre. La vida consagrada no se entiende si no se acoge la luz de Cristo, y al mismo tiempo esa vida consagrada ilumina y da sentido a tantos interrogantes que se plantean nuestros contemporáneos. La vida consagrada es una luz profética para nuestro tiempo. Una vida entregada plenamente a Dios para el servicio de los hermanos, especialmente de los pobres en sus múltiples carencias, sólo se entiende si la luz de Cristo ha entrado en el corazón de esa persona y ha tirado de ella para hacer de su vida una ofrenda de amor. Una vida entregada en la virginidad, la obediencia y la pobreza, vivida en comunidad, es una luz llamativa para el mundo de hoy. Son los más altos valores del Reino, vividos por Jesús, y que iluminan la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En nuestra diócesis de Córdoba contamos con abundancia de personas consagradas en todos los campos. Monjas y monjes de vida contemplativa, con clausura y sin clausura, que nos reclaman para la oración y que ofrecen sus comunidades como oasis de paz para el encuentro con Dios y consigo mismo, para la oración litúrgica, para la adoración eucarística, para el sosiego que sólo Dios puede dar. Religiosos y religiosas en la escuela católica. Miles de alumnos y muchos más antiguos alumnos, que se benefician del testimonio de tales religiosos y religiosas en sus diferentes colegios. Cuánto bien han hecho y siguen haciendo a la sociedad. Nunca han sido un negocio, sino un servicio, en el que tantas personas consagradas han dedicado su vida a tiempo completo a la preciosa tarea de la educación. Y lo mismo podemos decir, de los que sirven a los ancianos, a los enfermos, a los pobres en distintos ámbitos. Esa mano amable, esa sonrisa que comparte lo que tiene, ese corazón maternal para los momentos de dolor. Tantas personas necesitadas, niños, jóvenes, adultos, ancianos han encontrado en esta persona consagrada el rostro amable de Jesús buen samaritano, que cura las heridas del camino. Gracias a todos los consagrados de nuestra diócesis. Que vuestro testimonio alumbre el corazón de tantos jóvenes, que conociéndoos puedan sentir la llamada a seguir al Señor por el mismo camino. Gracias por vuestra entrega, de toda la vida, algunos de vosotros ya cargados de años y de méritos. Que esta Jornada de la Vida Consagrada nos haga reconocer la luz que aportáis a la Iglesia y podáis seguir iluminando con la luz de Cristo, a manera de la Candelaria –María–, para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo encuentren a Jesús, y a través de todos vosotros participen de su misericordia. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Campaña de Manos Unidas dura todo el año. Durante todo el año se realizan actividades para concienciar a las distintas parroquias, grupos cristianos y a la sociedad entera acerca del hambre en el mundo, es decir, de las múltiples carencias que sufren tantas personas en el mundo, mientras otras tienen de sobra para vivir desahogadamente. El mundo está mal repartido y de ello no tiene la culpa Dios, sino el egoísmo de los hombres, que se quedan con lo suyo y lo ajeno. Pero el viernes segundo de febrero es el día del “ayuno voluntario”, cuyo resultado es entregado en la colecta litúrgica del domingo siguiente con destino a Manos Unidas. Señalemos algunos aspectos propios de esta campaña y esta colecta: Primero, que la ayuda que prestamos a las personas que viven en países en vías de desarrollo no lo hacemos de lo que nos sobra, sino privándonos (ayunando) de algo que necesitamos. Esto es típicamente cristiano. Damos rascándonos el bolsillo y quitándolo de tantas cosas legítimas, pero que podemos prescindir de ellas para compartir con los que no tienen nada. “Jesús, siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9) Segundo, se trata de una colecta litúrgica, que resume las aportaciones de todos los que se reúnen a celebrar la Eucaristía, donde aprendemos a compartir y a ser generosos con los demás, como lo ha sido Jesucristo con cada uno de nosotros. “Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4,11). Así cumplimos lo que hacían los primeros cristianos, que privándose de sus bienes, los vendían y ponían el dinero “a los pies de los Apóstoles” (Hech 4,35) para que éstos lo repartieran a los pobres. Manos Unidas es una organización de seglares y dirigida por seglares, bajo la alta dirección de los pastores de la Iglesia, porque se considera una ONG católica, vinculada gozosamente a sus pastores. Una fuerza interna de Manos Unidas es que está respaldada por los obispos de toda España. Tercero, las mujeres de Acción Católica que comenzaron y todos los que hoy participan en esta gestión lo hacen movidos por el amor cristiano, al que pueden unirse todos las personas de buena voluntad que lo deseen. Es decir, Manos Unidas nunca apoyará proyectos que vayan en contra de la persona humana o promuevan la injusticia. Promueve la dignidad de la persona, la promoción de la mujer que en tantos lugares está despreciada, el acceso a la cultura por parte de los niños, la capacitación profesional de jóvenes y adultos para sacar de la tierra el agua y la comida mediante una agricultura sostenible, el acceso a una asistencia sanitaria básica, etc. Nunca promocionará campañas de esterilización de la mujer, campañas de aborto provocado, situaciones injustas que incluyan la explotación de los pobres, “pelotazos” por los que se enriquecen los gestores a costa de los destinatarios, etc. Se trata de una organización confesionalmente católica, y por eso merece el apoyo de todos los cató- licos y de todos los que en esa línea quieran colaborar. Los proyectos de Manos Unidas cuidan con esmero su ejecución según la doctrina social de la Iglesia. Este año, la campaña se refiere a “Un mundo nuevo: proyecto común”, fijado en el marco de los Objetivos del Milenio. Cada uno entiende estos Objetivos del Milenio a su manera. Manos Unidas lo enfoca siempre desde la perspectiva cristiana a la que antes me he referido. Sí, es posible un mundo nuevo, porque es posible un hombre nuevo. Y es posible un hombre nuevo, porque Jesucristo es el Hombre nuevo que hace nuevas todas las cosas. La muerte y resurrección de Cristo hace nuevas todas las cosas. No hay ninguna fuerza tan capaz de transformar la realidad humana como la resurrección de Cristo, que hace nuevas todas las cosas. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte como la ha vencido Cristo el Señor resucitando. Por eso, es posible un mundo nuevo, es posible vencer el pecado y la muerte, es posible cambiar el rumbo del egoísmo y transformarlo en amor, es posible un mundo nuevo, porque es posible la esperanza para tantas personas que llevan toda su vida sin acceso a las necesidades más básicas de la existencia humana. Es posible un mundo nuevo en el que las personas, las sociedades, los Estados y el orden internacional propicien un mundo nuevo en el que todos puedan comer, tener acceso a la cultura y estar cubiertos en la asistencia sanitaria. La oración es una fuerza potente para cambiar el mundo, porque comienza cambiando los corazones de las personas, que toman decisiones en la marcha de la historia. La campaña de Manos Unidas este año nos recuerda que tenemos que aspirar todos –cada uno desde su perspectivaa un objetivo común: hacer un mundo nuevo. Para un cristiano no es una utopía, es algo real, comenzando por uno mismo. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nadie ha dicho cosa parecida en toda la historia de la humanidad. Suena a nuevo e incluso resulta chocante a la razón humana: “amad a vuestros enemigos”. Sin embargo, esta es la buena noticia de Jesús, hecha carne en su propia vida. Imposible para los hombres, sólo es posible para Dios y a aquellos a quienes Dios se lo conceda. Dios quiere la felicidad del hombre a toda costa. Y el hombre busca esa felicidad, y tantas veces no acierta. Este domingo, Jesús nos enseña en el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,44). Sí, la felicidad del hombre se encuentra en el amor, en ser amado y en poder amar. El deseo de ser amado es ilimitado. Por el contrario, la capacidad de amar es limitada. Cuando estos dos polos se dislocan, la persona humana entra por el camino del absurdo y su vida no tiene sentido: ni sabe amar ni se siente amada, y eso es el infierno. Para resolver este conflicto, hemos de ir a la fuente del amor, y la raíz del amor se encuentra, por tanto, “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo” (1Jn 4,10), “para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). La trayectoria de Jesús ha sido la entrega por amor hasta el extremo. Y ¿cuál es su secreto? Que su corazón humano estaba plenamente saciado del amor del Padre y en sintonía con él, ha entregado su vida para saciar de amor el corazón de todo el que acerca a él y hacernos capaces de amar como ha amado él, dándonos su Espíritu Santo. Cristo revela el misterio del corazón del hombre, dándonos la clave del amor. Es preciso tener el corazón saciado para poder amar, y a su vez, amando, vamos creciendo en el desarrollo de nuestra personalidad total. A lo largo de la historia de la cultura, el hombre se dio cuenta de que la ley de la selva no sirve para la convivencia humana. No vale que el más fuerte aplaste al más débil, de manera que sólo puedan sobrevivir los que están mejor dotados. Eso sucede en la fauna animal, pero la persona humana tiene inteligencia y corazón y, por tanto, no puede vivir como los animales. Para superar la ley de la selva, vino la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Es decir, si haces una, tu enemigo tiene derecho a cobrarte una. No tiene derecho a dejarse llevar por la venganza y cobrarte cinco cuando sólo le has hecho una. Pero este equilibrio se ve alterado en continuas ocasiones, porque el corazón humano es injusto y se deja vencer continuamente por la revancha. En los comienzo de la revelación de Dios, cuando Dios entrega a Moisés las tablas de la Ley, se habla de amar al prójimo como a ti mismo, de amar a tu prójimo sin amar a tu enemigo. Se trata de un paso abismal en comparación con la ley de la selva o la ley de Talión. Sin embargo, la actitud y la enseñanza de Cristo van mucho más allá, primero en su vida y después en sus mandamientos. Por muchas leyes de equilibrio social que se establezcan, el corazón humano tiende a quedarse corto cuando da y a reclamar más de lo debido cuando recibe. Se necesita un plus de amor para cubrir esos huecos que la injusticia humana va produciendo. Y ahí se sitúa la entrega de Jesucristo sin medida y hasta el extremo. Solamente él puede decirnos que amemos a nuestros enemigos, porque su corazón saciado del amor del Padre ha podido decir en el momento supremo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), excusando a los que están produciéndole la muerte. Amar a los enemigos es, por tanto, algo típica y exclusivamente cristiano, de Cristo. A nadie más en la historia de la humanidad se le ha ocurrido ese mandato, porque nadie más ha tenido nunca su corazón tan saciado de amor como el Corazón de Cristo y por eso nadie más ha sido capaz de amar, incluso a quienes le ofenden. El mandato de Cristo nos hace capaces de hacerlo, porque para ello nos da su Espíritu Santo, amor de Dios derramado en nuestros corazones. Se trata de una capacidad nueva, que viene de Dios y que satisface plenamente las expectativas humanas, porque el hombre ha nacido para el amor y nunca pensaba que pudiera llegar a tan alta cota, como es la de amar a los enemigos. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos Q

 

VISITA AD LIMINA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Roma es el centro de la catolicidad de la Iglesia, porque allí llegó san Pedro para evangelizar y allí sufrió el martirio, dando el supremo testimonio de amor. Su sepulcro fue venerado desde el momento mismo en que fue martirizado en el circo de Nerón en la colina Vaticana. Y en torno a él se juntaron otros sepulcros cristianos, convirtiendo el lugar en un lugar sagrado. El gran obelisco de la plaza de San Pedro en el Vaticano fue “testigo” de aquel martirio, por el que Pedro pudo decirle a Jesús: “Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero” (Jn 21,17). Y se lo dijo con su vida y con su sangre. Para honrar ese sepulcro se han ido construyendo basílicas superpuestas, hasta la actual y majestuosa basílica de San Pedro en el Vaticano. Al sepulcro del apóstol Pedro han acudido cristianos de todo el mundo a lo largo de estos dos mil años, y la costumbre de que los obispos visiten este sepulcro, oren ante él y visiten al Papa, sucesor de Pedro, viene desde hace muchos siglos. Es un signo de comunión eclesial con el que preside, en nombre de Cristo, a toda la Iglesia, porque el Papa, vicario de Cristo, obispo de Roma, sucesor de Pedro, es “el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles” (LG 23). Ir a ver a Pedro es motivo de gozo para el obispo y para toda la diócesis de Córdoba. La diócesis de Córdoba es católica por su vinculación con el Papa, porque es presidida por un obispo que ha nombrado el Papa y está en plena comunión con él. La relación de cada fiel con el Papa es algo esencial a la fe católica. Sentir con el Papa es sentir con la Iglesia. Y esta relación con el Papa no es sólo externa, sino de corazón, con el deseo de secundar sus orientaciones, escuchar sus enseñanzas y obedecer su disciplina. La visita ad limina (a los sepulcros) de los apóstoles Pedro y Pablo va precedida de un informe completo del estado de la diócesis (más de mil páginas), donde se expone la situación de la diócesis, de sus fieles, de sus curas, sus seminaristas, sus seglares y religiosos, su vitalidad y sus obras, su caridad y su apostolado, sus esperanzas y dificultades. Se trata de dar cuenta al que nos preside en el amor de cómo andamos, para recibir de él las orientaciones oportunas, no sea que corramos en vano (Ga 2,2). También san Pablo subió a Jerusalén, a ver a Pedro, y le expuso el Evangelio que él predicaba a los gentiles, no sea que estuviera corriendo en vano. Y fue confirmado de que iba por buen camino. La visita ad limina vendrá a confirmarnos en la fe. “Pedro, he rogado por ti para que tu fe no desfallezca, y cuando tú te recuperes, confirma a tus hermanos” (Lc 22,32). Pedro ha recibido de Jesús este ministerio de “confirmar” a los hermanos, no porque él no sea débil como todos los humanos, sino porque asistido por Jesucristo y por el Espíritu Santo, no puede desviarse de la verdad. El Papa es infalible para servir a la infalibilidad de la Iglesia. El Papa no puede apartarse de la verdad, para garantizar a la Iglesia su permanencia en la verdad. “Confirma a tus hermanos” es un mandato de Jesús, de manera que la Iglesia permanezca hasta el fin del mundo en la verdad que Cristo le ha entregado. Acudimos con fe ante el sucesor de Pedro, ante el obispo de Roma, vicario de Cristo, “dulce Cristo en la tierra” (decía Sta. Catalina de Siena), para poner a sus pies nuestro trabajo apostólico, el evangelio que predicamos, los frutos que cosechamos, las dificultades que encontramos, los proyectos que acariciamos, no sea que corramos en vano. Y escucharemos su enseñanza como escuchan los hijos la palabra de su padre, con deseo de ponerla en práctica y vivir la plena comunión con la Iglesia católica, nuestra madre. El encuentro con el Papa va acompañado del encuentro con los hermanos obispos de las diócesis vecinas y de las diócesis de toda España. Es por tanto un momento de fuerte comunión eclesial con los hermanos obispos, presididos por el Papa. Ruego a todos los diocesanos, a las familias cristianas, a los niños, a los jóvenes, a los consagrados y a los seglares, a los sacerdotes y seminaristas que oren intensamente, ayunen y ofrezcan sacrificios especialmente en estos días de gracia por los frutos espirituales para nuestra diócesis de la visita ad limina. María, madre de la Iglesia, nos alcance la gracia de seguir anunciando el evangelio con nuestra vida y nuestras palabras a las personas de esta generación. Recibid mi afecto y mi bendición: Camino de Roma Q

 

 

19 MARZO: DIA DEL SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Seminario es un lugar, una etapa, un plan de formación, una comunidad de jóvenes que se preparan para el sacerdocio ministerial. La Iglesia cuida con todo esmero la preparación de aquellos que son llamados por Dios para servir a los hombres en este ministerio. Acompaña a los jóvenes que sienten esta vocación, discierne los signos de esa llamada de Dios, verifica si esa llamada toma cuerpo en la vida de esta persona, y, después de un tiempo largo de preparación (humana, intelectual, espiritual y pastoral), los presenta para ser ordenados por el sacramento del Orden, que los consagra en ministros de Jesucristo buen pastor. El próximo 19, día de san José, será ordenado presbí- tero uno de ellos. En la reciente Visita ad limina, el Papa nos ha insistido en esta preciosa tarea del Obispo: la de suscitar colaboradores y continuadores del ministerio sacerdotal para el bien de la Iglesia, la de atender bien nuestro Seminario, la de alentar a los jóvenes que se presentan con vocación sacerdotal. Los sacerdotes constituyen un bien común de todo el Pueblo de Dios y son un bien necesario para la sociedad de nuestro tiempo, son bienhechores de la humanidad. Y si queremos tener sacerdotes, hemos de prepararlos con medios adecuados. Un edificio que los acoge, un equipo de formadores que los acompaña y los va ayudando a crecer en todos los aspectos, un claustro de profesores que cuida la formación intelectual de nivel universitario, unos párrocos que los van iniciando en la práctica pastoral, etc. Y en el fondo de todo ello, una familia que favorece el seguimiento de Cristo, unos padres que se desprenden de su hijo, unos hermanos que apoyan al hermano que va a ser cura, unos amigos que se alegran de la vocación de su amigo. Nuestro Seminario de Córdoba goza de buena salud, gracias a Dios, y así me lo han reconocido en Roma estos días. Tenemos un total de 85 jóvenes que quieren ser curas. Demos gracias a Dios, porque cada uno de ellos es un milagro de Dios y una gracia que hay que cuidar con toda atención, más todavía en los tiempos que vivimos. Dios sigue llamando, y no dejará a su Iglesia sin los sacerdotes que ésta necesita para la evangelización y para acompañar a tantas personas que necesitan esperanza. En el Seminario Conciliar San Pelagio, 32 mayores y 31 menores. En el Seminario Redemptoris Mater, 22. Estos jóvenes constituyen un reto y una responsabilidad para la diócesis, que asume con entusiasmo la tarea de formarlos bien para servir a sus contemporáneos. Hemos de favorecer entre todos esa cultura vocacional, que ayuda a madurar las semillas de la vocación. Los padres, los sacerdotes, especialmente los párrocos, los profesores, los amigos, el Seminario como lugar específico, toda la diócesis. Para ello, debemos orar continuamente al Señor para que siga enviando trabajadores a su mies y contribuir económicamente en el sostenimiento del Seminario. Tomemos como algo nuestro el Seminario y apoyémoslo con todos los medios. La diócesis de Córdoba –me han recordado en la Visita ad limina– tiene un referente estupendo para el sacerdote diocesano en san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, clericus cordubensis. A él le pedimos que nuestros sacerdotes sean santos, amigos de Dios y cercanos a los hombres por el servicio y la entrega de sus vidas. El Papa nos insistía en que los sacerdotes han de ejercitarse en el “apostolado de la oreja”, es decir, de la escucha y del acompañamiento constante a tantas personas que necesitan esperanza. Pastores con olor a oveja, es decir, entregados y en contacto continuo con los fieles que les son encomendados. Humildes, orantes, entregados, pobres y austeros en sus vidas, sobrios y castos, obedientes, amantes de los pobres, que encuentran en ellos un reflejo de Jesucristo buen samaritano. Cuando hay sacerdotes así, surgen vocaciones, surgen jóvenes que quieren ser así. El presbiterio diocesano de Córdoba es el primero y principal generador de todas estas vocaciones sacerdotales. Queridos sacerdotes, tomad como primera preocupación de vuestro ministerio dar a la Iglesia abundantes vocaciones. Cuando los fieles encuentran un sacerdote así, les descansa el corazón. Necesitamos más sacerdotes y sacerdotes cada vez más santos, para llevar al mundo la alegría del Evangelio, porque constituye un gozo inmenso encontrarse con Jesucristo y para eso son necesarios sacerdotes que lo prolongan hoy. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Seminario Q

 

 

DÍA DEL SEMINARIO, QUÉ PUEDO HACER POR MI SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vocación es cosa de Dios. También la vocación al sacerdocio ministerial. Él es quien llama y quien hace llegar su llamada al corazón humano. Él es quien da oídos para escucharla y fuerza para responder. Él es quien sostiene en la fidelidad a quienes le siguen.

Por eso, ante toda vocación que viene de Dios, toda la Iglesia debe orar, pedir, levantar las manos a Dios, pidiéndole que envíe muchos y santos sacerdotes a su Iglesia. La respuesta a esa vocación es cosa del hombre, ayudado por la gracia de Dios.

Dios deja libre al hombre para que responda o no, para que siga la llamada o dé la espalda a la misma, como hiciera el joven rico. Y nuestra oración va dirigida a Dios, teniendo presentes a todos los llamados para que respondan fielmente a esa llamada y se mantengan fieles en este santo servicio.

“¿Qué mandáis hacer de mí?” es una frase de Santa Teresa de Jesús, a quien recordamos especialmente en este V centenario de su nacimiento. Es una frase que expresa esa disponibilidad ante la llamada de Dios, y que ella cumplió a la perfección. “Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mi?”. Teresa de Jesús tuvo sus crisis, sus dificultades, sus pecados e infidelidades, pero su sí al Señor cada vez fue más grande, hasta rendirse del todo a Jesús, su amor y su todo. Es un buen ejemplo para todo cristiano, y también para todo sacerdote o para quien es llamado a serlo.

 La campaña vocacional que en torno a la fiesta de san José nos propone la Iglesia cada año tiene como objetivo despertar en el corazón de todos la necesidad de tener sacerdotes para la diócesis de Córdoba y para la Iglesia universal.

Jesucristo fundó su Iglesia sobre el cimiento de los Apóstoles y sus colaboradores, y los ordenados por el sacramento del Orden son necesarios para que esta Iglesia subsista por los siglos de los siglos, y permanezca en nuestra diócesis de Córdoba.

Se trata de una cuestión vital y de primerísima necesidad. Por eso, estamos seguros que nuestra oración será escuchada, si pedimos insistentemente por las vocaciones al sacerdocio ministerial. Es preciso crear un clima vocacional, de manera que un niño, un adolescente, un joven pueda percibir con nitidez la llamada de Dios y pueda responder sin mayores dificultades, porque estamos seguros que Dios sigue llamando a muchos, pero hay interferencias en la comunicación y a veces no llega esa llamada, y hay obstáculos insalvables que dificultan la respuesta adecuada.

La llamada al sacerdocio suele encarnarse en un sacerdote concreto, a quien ese joven conoce directamente. “Quiero ser cura como tú”, es la experiencia más frecuente en los que son llamados. Por eso, queridos sacerdotes, qué tremenda responsabilidad en este campo de las vocaciones al sacerdocio.

Examinemos si nuestra vida es transparencia de Cristo buen pastor, examinemos si vivimos nuestra vida en el gozo del evangelio, examinemos si un niño o un joven puede entusiasmarse con nuestra manera de vivir.

La llamada suele darse en un contexto cristiano, fervoroso en la fe, estimulante en el seguimiento de Cristo y en el servicio a los demás. Muchas veces es la misma familia, que ha sabido trasmitir la fe a sus hijos y ha expresado tantas veces el aprecio por la vida sacerdotal, en relación con sacerdotes concretos que se hacen presentes en el hogar.

Otras veces es la parroquia, el entorno del cura párroco, el grupo de monaguillos, la cercanía a las cosas del altar. Otras, el grupo de jóvenes, que vive una vida cristiana sana, eclesial, de exigencia en el seguimiento de Cristo, de entrega a los demás. En ese grupo surgen todas las vocaciones: al matrimonio, a la vida consagrada, al sacerdocio.

Qué importante es que los grupos juveniles tengan una sólida vida cristiana, porque de ahí brotarán todo tipo de vocaciones, también al sacerdocio ministerial.

No faltan vocaciones que brotan del encuentro personal con Cristo en situaciones chocantes y contrarias: la muerte de un ser querido, un fracaso aparente, un revés en la vida. Dios se sirve de todo para golpear el corazón de una persona y decirle: “Tú, sígueme”. En todos los casos, cada vocación es como un milagro de Dios.

Y en nuestra diócesis hay vocaciones al sacerdocio, hay muchos milagros de Dios. Damos gracias a Dios por ello, pedimos para que los formadores del Seminario ayuden en el discernimiento y en el seguimiento y, particularmente acompañamos a los que serán ordenados en los próximos meses: 6 nuevos sacerdotes.

El Señor está grande con nosotros, y estamos alegres. Recibid mi afecto y mi bendición: «¿Qué mandáis hacer de mí?» Día del Seminario.

 

 

25 MARZO, ENCARNACIÓN DE JESÚS EN EL SENO DE MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 25 de marzo celebramos la fiesta de la encarnación de Señor en el seno de María virgen. Por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, María santísima recibió una nueva vida en su vientre, y la acarició con amor. Era el Hijo de Dios, Dios eterno como su Padre, que comenzaba a ser hombre, una criatura indefensa, y comenzó a serlo como embrión animado de alma racional humana, que después se convirtió en feto y llegado a la madurez correspondiente fue dado a luz en la Nochebuena. Qué bonita es la Navidad como paradigma del nacimiento de todo niño que viene a este mundo. Así hemos nacido todos. Como fruto del abrazo amoroso de nuestros padres, ha brotado en el vientre de nuestra madre una nueva vida, un nuevo hijo, que ha sido acogido con amor y gozo en el seno de nuestra familia, hasta que hemos nacido, desprendiéndonos del seno materno. La ciencia nos certifica que desde el momento mismo de la concepción, de la fecundación, comenzó un nuevo ser distinto de la madre, no un simple amasijo de células, sino una persona viva llamada a la existencia, si nadie lo impide. Hoy no se lleva llamar las cosas por su nombre, y cuando se mata al hijo engendrado en el seno materno, se habla de “interrupción voluntaria del embarazo”, cuando la realidad cruda y dura consiste en eliminar a un ser humano en el lugar más seguro y más cálido para el ser humano: el vientre materno. El Concilio Vaticano II a este hecho lo llama “crimen abominable” (GS 51), y en él intervienen el padre, la madre, la más amplia familia, los amigos, el personal sanitario, etc. Toda una presión social, en la que tantas veces la misma madre es víctima y no tiene más salida que la de abortar, pagando ella sola los vidrios rotos de esta catástrofe. Las heridas profundas que produce el aborto ahí quedan para ser sanadas por una abundante misericordia. Todos somos de alguna manera responsables de este fracaso: el aborto provocado en más de cien mil casos cada año en España, que suman ya más de un millón de vidas humanas segadas al comienzo de su existencia. Se trata de un fracaso no sólo personal, sino colectivo y social. La mentalidad de nuestra sociedad, con leyes y sin leyes, se va generalizando en dirección abortista, y una mujer tiene todo a su favor para eliminar al hijo de sus entrañas y apenas cuenta con ayuda para llevar libremente su embarazo a feliz término. He aquí una de las más sonoras injusticias de nuestro tiempo. Se invoca la libertad de la madre para tener este hijo, y no se tiene en cuenta para nada el niño que acaba de ser engendrado y que tiene derecho a nacer. La Jornada por la Vida, que celebran todos los movimientos provida el 25 de marzo es una llamada a valorar la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su muerte natural, de manera que podamos hacer frente a la cultura de la muerte que se va difundiendo como una marea negra en nuestro tiempo. El sí a la vida es un sí al progreso, porque si no hay nacimientos está en peligro la ecología humana, está en peligro la sociedad y su continuidad armónica, está en peligro el crecimiento de una nación, están en peligro las pensiones. La gran esperanza para la humanidad es el nacimiento de nuevos hijos. Cuando éstos son escasos, la esperanza está recortada, el futuro es incierto, la sociedad se muere de tristeza. El cristiano vive de la fe y por eso ama la vida, que se prolonga en la vida eterna gozosamente. Apoyado en la ciencia y por el sentido común de la ley natural, trabaja a favor de la vida y va poniendo los medios para que ningún ser humano sea eliminado forzadamente en el seno materno. Si ya en esos primeros momentos de la vida, se permite la violencia, qué podemos esperar en otros campos o niveles. La crisis moral y de valores que estamos viviendo encontrará una salida cuando la vida humana sea más valorada, y los esposos jóvenes vivan abiertos a la vida, y sean apoyados por toda la sociedad. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis! Q

 

 

24 HORAS PARA EL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Ha sido una iniciativa del papa Francisco para toda la Iglesia: “24 horas para el Señor”, una jornada completa (incluida la noche) de adoración eucarística y de confesiones individuales para esta cuaresma, concretamente en los días 28 y 29 de marzo. En todo el mundo ha sido acogida favorablemente esta iniciativa, también en nuestra diócesis de Córdoba. En distintas parroquias esta iniciativa se concreta en actos de adoración eucarística y en celebraciones penitenciales que preparan para recibir el perdón sacramental. Vale la pena prepararse para la Pascua, porque en ella celebramos el paso del Señor por nuestra vida. Jesucristo ha pasado de la muerte a la vida, muriendo en la cruz y resucitando glorioso, y quiere hacernos pasar a nosotros por esa transformación. Esta Pascua supone un paso adelante en nuestra vida cristiana, en la identificación con Cristo. Toda la tarea cristiana tiene su iniciativa en Dios, no es una ocurrencia nuestra. Es Dios el que llama y el que nos precede con su gracia, invitándonos a colaborar respondiendo a esa gracia. Un punto clave de la preparación para la Pascua es la conversión, cambiar de vida, dejar los malos pasos y volver a Dios. Para eso, es necesario entrar en relación con Dios por la oración para constatar que él nos espera siempre y está dispuesto a abrazarnos con misericordia. Él sale a nuestro encuentro y nosotros hemos de dedicarle tiempo. Unos Ejercicios Espirituales, un retiro, un tiempo dedicado sólo al Señor. De ahí, esta iniciativa del Papa, “24 horas para el Señor”, para que dejando toda otra ocupación o interés nos pongamos a la escucha de Dios, en la lectura de la Palabra, en la oración silenciosa, en la adoración eucarística. Y junto a la oración, el sacramento del perdón. Cuando dejamos entrar a Dios en nuestra vida, inmediatamente nos vemos sucios, olvidados de él, injustos con los demás. Y sentimos el dolor de haber actuado así. Nos duele el pecado, que ha ofendido a Dios, nos deja rotos por dentro y nos aleja de los demás. Quién podrá librarnos de esa sensación de culpa, que corresponde a la realidad de nuestras malas acciones. Sólo Dios puede hacerlo. Si se tratara simplemente de un ajuste personal, pondríamos una serie de medios humanos para corregir tales defectos. Pero se trata de corresponder a un amor que nos desborda, el amor misericordioso de Dios. Y lo mejor que podemos hacer es dejarnos querer por Dios, un amor que sana nuestras heridas, perdona nuestros pecados y nos fortalece en nuestros puntos flacos. Y él nos iluminará lo que tenemos que hacer para cambiar de vida. A la persona humana le cuesta reconocer sus errores y busca justificaciones y excusas por todas partes. Pero ante Dios eso no vale. Ante Dios somos lo que somos, por eso el que no quiere reconocer su debilidad y sus errores, se esconde, como hiciera Adán en el paraíso: “Oí tu ruido… y me escondí” (Gn 3,10). Sin embargo, ante Dios no hemos de tener miedo, porque él no viene a condenarnos, sino a perdonarnos, a ayudarnos a recorrer un camino de salvación. Dios nos ha enviado a su Hijo para que recorra ese camino y sea él mismo nuestro salvador. Es lo que celebramos en la Pascua: el Hijo hecho hombre asume el peso de nuestros pecados en la cruz, paga por nosotros la deuda de nuestras fechorías, y resucita glorioso del sepulcro, vencedor de la muerte, inaugurando una vida nueva para él y para nosotros. En cuaresma –y en todo tiempo– se nos invita a volver a Dios, y al encontrarnos con él, constataremos que él nos estaba esperando con la mesa puesta. Cerrados en nosotros mismos, nos parece imposible salir de nuestras miserias. Entrando en el corazón de Dios, nos sentimos ensanchados, porque él no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. “24 horas para el Señor” es un ejercicio de cuaresma, que consiste principalmente en volver a Dios, entrar en la órbita de su amor misericordioso, dejarse querer por él y ablandado nuestro corazón, confesar nuestros pecados, sabiendo que él siempre nos perdona, nos renueva y nos impulsa a seguir por el camino del bien. Recibid mi afecto y mi bendición: 24 horas para el Señor Q

 

 

 

 

DOMINGO DE PASIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”, reza la oración colecta de este domingo de pasión, a pocos días de la semana santa. Vivir de aquel mismo amor es vivir como vivió él, Jesucristo. Vivir así es vivir dando la vida y gastándola en el servicio de Dios y de los hermanos. Ha sido el amor, y sólo el amor, el motor de toda la redención. Jesucristo lo ha vivido así y lo ha predicado con el ejemplo. Dios Padre ha entregado a su Hijo al mundo por amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y en ese clima de amor ha vivido Jesucristo su existencia terrena, para entregarse a la muerte por amor al Padre y a los hombres. Por amor al Padre: “Para que el mundo vea que amo al Padre… vamos [a la pasión]” (Jn 14, 31), y por amor a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). La obediencia de un corazón humano es la clave de la redención. La obediencia por amor de Cristo al Padre es la clave de nuestra salvación. En esta sinfonía de amor, una nota disonante es el pecado del mundo, nuestros pecados, que ofenden a Dios realmente, dividen el corazón del hombre y rompen la armonía de la creación y de la convivencia humana. El pecado hace que la redención esté teñida de dolor, haciendo que la cruz sea repelente a simple vista. Pero este mismo pecado ha sido reciclado en la cruz redentora de Cristo, porque él ha vivido su muerte en la cruz con una sobredosis de amor al Padre y a los hombres, y “de lo que era nuestra ruina, ha hecho nuestra salvación” (prefacio 3º ordinario). El amor, por tanto, en el origen y en el término. El amor como motor de la redención del mundo. El amor en la cruz de Cristo como la gran potencia recicladora de todos nuestros egoísmos y contradicciones. El amor ha triunfado sobre el pecado, y desde la Cruz el amor se extiende como misericordia para todo el que quiera recibirla. El domingo de pasión nos pone delante de los ojos a Cristo crucificado, que nos abraza con su amor y solicita de nosotros una respuesta de amor en el mismo sentido: “Que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la redención del mundo”. Nos acercamos a la celebración anual y solemne de la redención en la Semana Santa: pasión, muerte y resurrección del Señor. Pongamos a punto nuestro corazón para sintonizar con ese amor, que va a pasar por nuestras vidas, para que vivamos una verdadera “pascua”. La piedad popular multiplica en estas jornadas sus actos penitenciales: viacrucis, quinarios y triduos, actos de hermandad en cada una de las cofradías. Ponerse a punto para los días santos que se acercan incluye poner a punto el corazón, con oración más abundante, con ayuno penitencial y con una caridad más ardiente. De nada nos serviría todo lo exterior, si no nos lleva a lo interior, si la procesión no va por dentro. Vivir del amor de Cristo, vivir como vivió él no es algo en lo que nos empeñamos nosotros, sino un don de Dios, que pide nuestra colaboración para ser eficaz en nuestras vidas. Mirar a Cristo crucificado, mirarlo fijamente durante estos días. Tiene mucho que decirnos a cada uno. Quiere decirnos ese amor, distinto a los demás amores humanos, que viene de Dios y ha transformado el mundo. Le pedimos que nos conceda vivir de ese mismo amor que le ha movido a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Domingo de Pasión

 

 

SEMANA SANTA:VAYAMOS Y MURAMOS CON ÉL

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando todos los apóstoles estaban temblando de miedo ante el anuncio de la pasión por parte de Jesús, Tomás tuvo un arranque de generosidad: “Vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). Luego, cuando llegue la hora de la verdad, desaparecerá del escenario, como desaparecieron Pedro y casi todos los demás, siguiendo de lejos los acontecimientos del Maestro. Tan sólo nos consta de Juan, que estaba junto a la cruz con María la madre de Jesús, los demás se dejaron vencer por el miedo, quisieron salvar su pellejo antes que dar la cara por Jesús. Cuando Jesús resucita de entre los muertos, no les echa en cara este acobardamiento, sino que se muestra cariñoso con ellos, lleno de misericordia. Especialmente con el apóstol Tomás, con el que tiene la condescendencia de aparecerse a los ocho días para mostrarle las llagas de sus manos y el costado abierto por la lanza. Domingo de la divina misericordia. A Jesús le gustan nuestros arranques, nuestros buenos deseos, que brotan del amor verdadero, aunque tantas veces nos quedemos luego cortos en la realización. A santa Teresa de Jesús le gustaba decir que ella pertenecía a la cofradía de los buenos deseos, y ahí la tenemos llena de buenas obras, porque los buenos deseos son los que generan las buenas obras. Como los apóstoles, que a pesar de su debilidad en el momento fuerte de la cruz, una vez fortalecidos por la resurrección del Señor, serán capaces de anunciar a Cristo muerto y resucitado y dar la vida por él. En estos días santos, dejemos que nuestro corazón se arranque como una saeta de amor a Jesús y a su bendita Madre, cuando contemplemos los distintos pasos del escenario de la pasión, muerte y resurrección del Señor. ¿Se quedará sólo en buenos deseos? Seguro que no, pues también en nosotros los buenos deseos, antes o después, generan buenas obras. Pero son días de desear, como Tomás, estar con Jesús y participar de sus más profundos sentimientos. “Vayamos y muramos con él”. He concluido en estos días la Visita pastoral al barrio de poniente en la ciudad de Córdoba. Cuánta gente buena, cuánta pobreza hasta la carencia de lo más elemental, cuánta caridad y solidaridad para paliar los efectos de la crisis y del paro. La celebración de la Semana Santa no es una evasión de la realidad que vivimos, sino un compromiso más fuerte con Jesús, que nos mira lleno de misericordia, y con los hermanos, que nos piden ayuda porque no llegan a fin de mes. La Semana Santa que comenzamos será un año más una explosión de devoción, de entusiasmo, de fervor, de piedad. Dejemos que él –Jesús– nos mire. Sintamos la presencia maternal de la Madre que nos acompaña, especialmente en los momentos de dolor para paliarlos o en los momentos de gozo para multiplicarlo. No nos quedemos en lo puramente externo, sino entremos en el corazón de Cristo, en el corazón de su Madre bendita para hacernos más humanos, para hacernos más divinos. “Vayamos y muramos con él” sea para cada uno de nosotros como un arranque de buenos deseos. De estar con Jesús y no dejarle nunca, y de salir al encuentro de tantas personas que sufren a nuestro alrededor. Hay quien afirma que de no estar la Iglesia con sus parroquias y sus cáritas, dentro de las cuales están muy presentes las cofradías, cercana a la gente que sufre, podríamos tener un estallido social. Porque las necesidades son muchas, y es mucha gente la que pasa hambre en nuestro entorno. Cuando llegue el jueves santo, volveremos a escuchar el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”, y veremos el gesto tan elocuente de Jesús lavando los pies de sus discípulos. No podemos permanecer impasibles ante tanto sufrimiento: el que Cristo nos manifiesta en su gloriosa pasión y el que padecen tantos hermanos nuestros, vecinos nuestros, que no tienen ni para comer. “Vayamos y muramos con él”. La semana santa constituya un nuevo impulso para seguir de cerca a Jesús, que va camino de su entrega por amor, a fin de alcanzarnos el perdón de Dios. Y que ese amor que brota del corazón de Cristo mueva el nuestro para atender tantas necesidades de nuestro entorno. Recibid mi afecto y mi bendición: «Vayamos y muramos con él» Q

 

 

JORNADA MUNDIAL POR LAS VOCACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio del IV domingo de pascua nos presenta a Jesucristo en esa bella imagen del pastor que ha encontrado la oveja descarriada y la ha cargado con más amor sobre sus hombros. Ante esa imagen uno no siente el peso de sus extravíos, sino la ternura de quien le ha encontrado y le ha salvado: Cristo el Señor resucitado. Sentirse salvado, sentirse amado por un amor más grande que mis propios pecados, el amor de Jesús buen pastor. Esta es la imagen de este domingo de pascua, domingo del buen pastor. “El Señor es mi pastor, nada me falta”, cantamos en el salmo responsorial. Cuánta paz trae a nuestra alma este bello salmo, cuando lo repetimos en nuestra oración personal. Es una oración de confianza, que ensancha el corazón con la experiencia de sentirse amado por el pastor que acoge a su oveja perdida. Imagen idílica, llena de ternura, Jesucristo buen pastor. Coincidiendo con esta fecha, celebramos la Jornada mundial de oración por las vocaciones. Todos tenemos una vocación, hemos sido llamados por Dios a ser sus hijos y a gozar de su vida para siempre. Y en esa vocación universal, cada uno ha de descubrir el plan de Dios que quiere hacerle feliz, su propia vocación en la que dar la vida al servicio de otros. Entre todas ellas, hoy pedimos a Dios por las vocaciones de especial consagración. Es decir, agradecemos a Dios la llamada de todas aquellas personas que prolongan la ternura de Cristo buen pastor, buen samaritano. Cuántas manos y corazones maternales, que palpan la carne de Cristo sufriente en los hospitales, con los enfermos terminales, entre los más pobres de la tierra. Cuántas mujeres en línea de vanguardia de la evangelización para servir a la Iglesia en los múltiples carismas que la enriquecen: colegios, parroquias, inserción en barrios marginales, pobres de todas las pobrezas materiales y espirituales. Corazones virginales, en castidad perfecta consagrada al Señor, en pobreza y sin nada propio, sometidos a la obediencia para agradar a Dios. Oremos por todos estos hombres y mujeres que gastan su vida para hacer palpable la ternura del buen pastor, Jesucristo. Y entre todas esas vocaciones, Dios sigue llamando a jóvenes para prolongar el ministerio de Cristo buen pastor, sacerdote y testigo de la verdad. En este domingo, un grupo numeroso de seminaristas dan pasos significativos acercándose al sacerdocio ministerial: admisión a las sagradas Órdenes, lectores y acólitos. Damos gracias a Dios, porque cada uno de estos jóvenes es un milagro de Dios, cada uno de ellos es alegría y esperanza para la Iglesia, que seguirá teniendo pastores según el corazón de Cristo. Necesitamos más sacerdotes, y Dios sigue llamando a jóvenes de nuestro tiempo para dar la vida en el sacerdocio ministerial. Oremos por todos ellos, oremos por los que descubren su vocación, oremos especialmente por los que vacilan a la hora de dar una respuesta generosa, oremos por la perseverancia de los que han emprendido este camino. Oremos por las vocaciones sacerdotales. La figura de san Juan de Ávila, cuya fiesta celebramos el 10 de mayo, emerge señera para continuar llamando a tantos jóvenes que buscan, y no saben qué: “Escucha, hijo/a (audi, filia), mira, inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna, prendado está el Rey de tu hermosura”. La vocación es un tema de enamoramiento. La iniciativa la tiene Dios, que en su Hijo hecho hombre se acerca hasta nosotros, para fascinarnos con su presencia y su hermosura, y comunicarnos a nosotros esa hermosura. ¡Eres el más bello de los hombres! Y esta llamada de Dios busca corazones que se dejen enamorar por el Señor, para seguirle de cerca, corporalmente, en pobreza, castidad y obediencia. La vocación no necesita muchas explicaciones, como no las necesita ningún enamoramiento. Ese atractivo inicial va tomando cuerpo en el corazón de quien es llamado/a y progresivamente ya no entiende su vida sin Jesucristo, que le ha robado el corazón. Ahora bien, esa vocación, ese enamoramiento necesita alimento y cuidado. Y por eso en esta jornada oramos especialmente por las vocaciones: a la vida religiosa y a la vida sacerdotal. Recibid mi afecto y mi bendición: Jornada mundial de oración por las vocaciones Domingo del buen pastor Q

 

 

PRIMERAS COMUNIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La primera comunión constituye un momento feliz de la vida. Marca la conciencia del niño/a para toda su existencia. Es una ocasión de gracia de Dios muy especial, porque el corazón de un niño no tiene barreras para Dios, y Dios entra de lleno dejando buen sabor en esa experiencia temprana. No debemos desaprovechar este momento, porque Jesús viene no sólo al alma de este niño, sino que de alguna manera entra en la vida de toda la familia. La primera comunión es un momento de gracia para todos. Abuelos y nietos, primos y hermanos, tíos y demás familia. Los padres se ven de pronto crecidos, al ver crecidos a sus hijos, y el amor primero del matrimonio se renueva ya más maduro y sereno. Fue el Papa san Pio X el que introdujo la primera comunión en la infancia, a comienzos del siglo XX. El quería comulgar de niño y se lo dijo a su párroco, que le remitió al obispo. Cuando el obispo vino a la parroquia, Pepito, aquel monaguillo que quería comulgar, se dirigió al obispo haciéndole la petición. El obispo le hizo entender que la norma era de la Iglesia universal y él no podía cambiarla y terminó su explicación con una evasiva: “Cuando seas Papa podrás cambiarlo”. Y aquel monaguillo, Pepito Sarto, cuando llegó a Papa con el nombre de Pio X, lo primero que hizo fue conceder a todos los niños del mundo poder acercarse a recibir a Jesús en la comunión, como él lo había deseado desde niño sin haber podido cumplir su deseo. Lo que parece una simple anécdota tiene mucho trasfondo. La Iglesia que siempre ha estimado sobremanera la santa Eucaristía y que ha puesto muchas condiciones para acercarse a recibirla, por medio del Papa san Pio X universalizó la comunión diaria y la puso al alcance de los niños. Hay quienes piensan que todo el movimiento misionero que viene en las décadas siguientes tiene su origen en este acercamiento de los niños a Jesús Eucaristía. La comunión de los niños lleva consigo todo un catecumenado de iniciación cristiana. El niño aprende a tratar con Jesús como un amigo, es introducido en la profundidad de los misterios de nuestra fe cristiana, y lo hace sin ninguna barrera. Sorprende a muchos catequistas constatar cómo los niños preguntan y se meten de lleno en el misterio de Dios, tratándole con una familiaridad que en muchos casos no volverá a repetirse en sus vidas. Es fundamental, por tanto, que en esta experiencia de fe infantil vayamos a lo esencial, sin perdernos en perifollos o montajes artificiales. “Dejad que los niños se acerquen a mí, no se lo impidáis” (Lc 18,16). Por una parte, favorezcamos ese encuentro que tiene mucha más importancia de lo que parece, va a dejar una huella en el alma de esos niños, como una experiencia fundante de la relación con Dios, con un Dios tan cercano, que lo puedo comer y lo puedo tratar como amigo. Y por otra parte, no lo impidamos con nuestros planteamientos de “adultos”. En torno a las primeras comuniones se ha montado un tinglado que desfigura la naturalidad de lo sobrenatural, que antepone lo vistoso a lo invisible, que monta la fiesta por fuera sin acompañar al niño en lo que está viviendo por dentro. La primera comunión es una invitación ante todo a comulgar por parte de todos los asistentes. Quizá haya quienes no puedan acercarse. Pues, hagan comunión espiritual. Vivan lo más unidos posible a Dios para sintonizar con lo que el niño está viviendo. No aturdamos al niño con regalos que no son apropiados ni tiene capacidad de asimilar. El regalo por excelencia es Jesús y para no distraer, dejemos los regalos para otro momento. No se trata de que el niño aparezca como el príncipe imaginario de los cuentos que lee, ni que la niña aparezca como una novia engalanada. Es todo mucho más sencillo. Se trata de que el alma esté limpia y adornada para Jesús, con un vestido de fiesta sencillo que sirva para futuras ocasiones. ¡Ah! Y cuando el niño ha hecho la primera comunión, no termina todo. Comienza una nueva vida que hay que cuidar con esmero. Es más importante el año posterior a la primera comunión que el año anterior de preparación, porque durante el año posterior y los que siguen, el niño puede comulgar y ha de ser acompañado para aprender a tratar a Jesús y llevar esa experiencia de encuentro a la vida cotidiana del hogar, del cole, del juego, de toda su existencia. Jesús viene para hacerse amigo con una amistad que dure hasta la eternidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Primeras comuniones Q

 

 

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CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en estos días el tiempo de Cuaresma. En el cristianismo, es un tiempo santo, que nos prepara a la Pascua. Tiempo santo, porque nos viene dado por Dios para nuestro bien. Tiempo de preparación a la gran fiesta anual de la pasión y muerte de Jesucristo, que culmina en la resurrección, de donde brota el don del Espíritu Santo. Son cuarenta días de preparación y cincuenta días de celebración. Se trata de una subida o escalada, que lleva consigo esfuerzo y ascesis, para remontarnos a una meseta de vida cristiana y experimentar el gozo de la nueva vida del Resucitado, que nos da el Espíritu Santo. Entremos con esperanza en este tiempo santo, veamos con serenidad cuáles son los puntos flacos de nuestra vida cristiana para ejercitarnos en las virtudes y eliminar los vicios. Las pautas que nos señala la Iglesia son el ayuno, la oración y la limosna. Constituyen como un trípode permanente, que en este tiempo ha de intensificarse. Abriendo nuestro corazón a Dios (oración) nos capacitamos para el ayuno de nuestros vicios e incluso de tantas cosas buenas que nos entretienen y nos impiden crecer, y de esta manera nos capacitamos para ser más generosos con nuestros hermanos que sufren, que necesitan nuestra ayuda. Se da como una circularidad entre estos tres aspectos, y cada uno de ellos influye en los otros, van juntos. El primer domingo de Cuaresma es el domingo de las tentaciones de Jesús. Se retiró al desierto, llevado por el Espíritu Santo, para ser tentado, para ser puesto a prueba. La vida entera de Jesús y nuestra propia vida es una vida sometida continuamente a la prueba. No hemos de temer las pruebas y las tentaciones, las crisis de crecimiento y las pruebas que Dios va señalando en nuestra vida. Miremos a Jesucristo. Jesús no necesitaba ser puesto a prueba, pero dejó que el enemigo lo tentara para poder derrotarlo y enseñarnos a nosotros cómo hemos de actuar en nuestra lucha contra Satanás. El demonio se acercó a Jesús en varias ocasiones, se le insinuó de varias maneras. Los evangelios sinópticos tipifican el momento de las tres tentaciones del desierto, al comienzo del ministerio público, pero hay además otros momentos, como cuando Pedro se resiste a ir por el camino de la Cruz o cuando Jesús experimenta la prueba definitiva en la oración del huerto. El demonio es muy listo. Y nos tiene engañados haciéndonos creer que no existe, que no actúa, que es un mito. Y mientras tanto él está encizañando, tirando de nosotros hacia el mal, queriéndonos apartar de Dios continuamente. No seamos tontos. El demonio existe, el demonio trabaja, el demonio está continuamente haciendo su labor. El Papa Francisco nos lo recuerda continuamente y nos alerta para no dejarnos engañar. En el programa de Jesús, un capítulo importante es su lucha frontal contra el demonio. Desde el comienzo de su ministerio, se retira cuarenta días para luchar contra él. Y lo vence por la oración y el ayuno, por la escucha de la Palabra, por el rechazo frontal sin admitir negociaciones. “Cuanto más tarde se decide el hombre a resistirle, tanto más débil se hace cada día, y el enemigo contra él más fuerte” (Kempis 13,5). La Iglesia, en este camino cuaresmal, nos pone delante de los ojos ya desde el primer domingo de Cuaresma que aquí tenemos un trabajo fundamental: la lucha contra Satanás. Si la vida es una lucha permanente, debemos saber quién es el enemigo para emplear los medios adecuados. De lo contrario, iremos de derrota en derrota. Nuestra lucha no es contra los poderes de este mundo, sino contra los espíritus del mal (Cf. Ef 6,12), nos recuerda san Pablo. El enemigo es más fuerte que nosotros. Solo podremos vencerle con el poder de la gracia que viene de Dios, con la oración, el ayuno y la limosna. Manos a la obra, la Cuaresma es tiempo de ejercicio, de lucha, de ascesis. Y no es una lucha en solitario, sino una lucha solidaria, con toda la Iglesia y en favor del mundo entero. La victoria está asegurada. Recibid mi afecto y mi bendición: El demonio existe, Jesús lo ha derrotado

 

 

CONFIRMACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tiempo de Pascua es tiempo propicio para la iniciación cristiana. Una nueva vida que surge pletórica de Cristo resucitado llega a través de los sacramentos a cada uno de los discípulos de Jesús en su Iglesia. Bautismo, confirmación y eucaristía son los tres sacramentos de la iniciación cristiana. Son los sacramentos que nos incorporan a Cristo y a su Iglesia, injertándonos en la cepa matriz que es Cristo para recibir la savia que nos lleve a producir frutos en abundancia. “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” (Jn 15,5). El tiempo de Pascua es tiempo propicio para las confirmaciones en cada una de nuestras comunidades parroquiales. Adolescentes, jóvenes y adultos en gran número reciben este sacramento para constituirse en miembros vivos y de pleno derecho en la santa Iglesia. El sacramento de la confirmación viene a completar el bautismo. En el bautismo fuimos ungidos con el santo crisma, como expresión del Espíritu santo que se derrama en nuestra cabeza y en nuestros corazones. En la confirmación volvemos a ser ungidos con el santo crisma para recibir la plenitud del Espíritu Santo y todos sus dones (sabiduría, entendimiento, consejo, ciencia, fortaleza, piedad y temor de Dios), de manera que seamos miembros vivos de este Cuerpo, con todos los derechos y obligaciones que lleva consigo. Para ser testigos de Cristo ante el mundo, incluso hasta el martirio si fuera necesario. La Iglesia en su ordenamiento disciplinar establece que para ser padrino o madrina el cristiano tiene que estar confirmado (c. 874), para acceder al sacramento del matrimonio reciba la confirmación (c. 1065). Y en el ordenamiento de nuestra diócesis de Córdoba está establecido que para acceder a los cargos directivos de Cofradías y Hermandades la persona debe estar confirmada. Por supuesto, ha de estar confirmado el que abraza el estado religioso o accede al orden sacerdotal. Es decir, el sacramento de la confirmación no es un lujo añadido en la vida cristiana, sino un sacramento de iniciación que completa al bautismo, y en principio deben recibirlo todos los bautizados. Por eso, hay tantos adultos que piden el sacramento de la confirmación. Ha habido quizá un cierto olvido o dejadez de este sacramento, y luego al tener que ejercer responsabilidades en la Iglesia se ha percibido la necesidad del mismo. Bienvenidos todos los que piden el sacramento de la confirmación, sean jóvenes o adultos. Es una ocasión propicia para renovar actitudes aletargadas y recordar la belleza de la vida cristiana. La preparación al sacramento de la confirmación incluye dedicación de catequistas y catequizandos en una puesta a punto que hace mucho bien a todos. Ahora bien, la confirmación no es un punto final, sino una etapa volante que conduce a otros momentos sucesivos de la vida cristiana. El joven tiene que continuar su formación cristiana en virtudes que le vayan configurando con Cristo. El adulto no debe conformarse con tener el “papel” de la confirmación, sino que este encuentro renovado ha de llevarle a un acercamiento progresivo a Dios y a la Iglesia, de donde quizá se había apartado. La vida cristiana necesita reciclarse continuamente, ponerse al día, renovarse en el corazón de los fieles cristianos. La confirmación es una ocasión para ello. Que el Espíritu Santo venga abundante sobre nuestra diócesis de Córdoba en la fiesta de Pentecostés, que se acerca (8 de junio) y en las miles de confirmaciones que se celebran por todas las parroquias.

 

CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros.

Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será.

Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios.

 La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús.

Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder.

 Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios.

Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente.

Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas. Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas.

 El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña.

La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua.

Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración.

Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio. Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás.

 

DOMINGO DE CUARESMA

 

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas.

 Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15).

La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo.

Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa. El mandamiento principal es “amarás…”.

La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10).

 Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros.

En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma.

Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos. Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios.

A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien.

Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente.

Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos

 

 

CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros.

Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será.

Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios.

La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia.

Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder. Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios.

Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas.

Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas.

El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás.

“Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua.

Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración.

Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio.

Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás.

 

 

CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El anuncio gozoso de la Pascua nos pone en camino hacia la fiesta principal del Año litúrgico: la muerte y la resurrección del Señor. La Cuaresma es un catecumenado anual para prepararnos a esta fiesta principal, en la cual renovaremos las promesas bautismales y se renueva la vida de la Iglesia. Pongámonos en camino.

Jesús santificó este tiempo santo con los cuarenta días en el desierto, previos a su ministerio público. Pero ese periodo de cuarenta recuerda los cuarenta años que el Pueblo de Dios anduvo por el desierto, saliendo de la esclavitud de Egipto hasta llegar a la Tierra prometida. La Cuaresma tiene por tanto un sentido de prueba, de desierto, de tentación, de combate contra el mal, de superación con el ejercicio del bien.

La pauta que nos marca Jesús para este tiempo es la oración, el ayuno y la limosna (Mt 6, 1ss). “La oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida”, nos recuerda el Papa Francisco en su Mensaje de Cuaresma.

La oración nos abre a Dios y a sus dones, y ahí está el origen de todos los bienes para nuestra vida. Volvamos a Dios, él nos espera como el padre del hijo pródigo con los brazos abiertos para abrazarnos y devolvernos la dignidad de hijos y el sentido fraterno con nuestros hermanos. “La limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida”, insiste el Papa.

La limosna perdona nuestros pecados y abre nuestro corazón para compartir lo que tenemos con los demás. Hemos recibido mucho, qué menos que compartamos algo con quienes no tienen nada. “La medida que uséis, la usarán con nosotros” (Lc 6, 38). Nos funciona instintivamente el deseo de tener más, eso es la avaricia. La Cuaresma es tiempo de ir contra esa tendencia, ejercitándonos en la generosidad con los demás, especialmente con los pobres. El cristiano es generoso y sabe compartir con los demás.

“El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios.

El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre”, nos recuerda el Papa. Se dice tantas veces que el ayuno no está de moda. Sin embargo, quizá hoy más que nunca esté extendida la práctica del ayuno. Tanta gente es capaz de privarse de cosas por un fin superior: dieta diaria, ejercicio físico, etc. Lo que no está de moda es el ayuno por motivos religiosos, y la Cuaresma nos pone delante de los ojos esta necesidad de nuestro espíritu.

En este primer domingo de Cuaresma aparece Jesús luchando contra Satanás en el desierto, al que vence con la oración y el ayuno, apoyado en la Palabra de Dios. Por toda nuestra diócesis se inician Viacrucis y preparación para las estaciones de penitencia. Tomemos en nuestras manos el Evangelio de cada día y dediquemos un rato cada día para templar nuestro espíritu.

Pongamos a punto nuestro espíritu, hagamos un plan personal para esta Cuaresma. Dios nos espera para hacernos partícipes de sus dones. Tengamos presente en todas las parroquias y grupos las “24 horas para el Señor”, el viernes 9 y el sábado 10 de marzo. Que se multiplique la adoración en esas 24 horas y que tengamos fácil acceso al sacramento de la Penitencia. El Papa nos lo recuerda. Recibid mi afecto y mi bendición: Cuaresma, tiempo de gracia, camino hacia la Pascua.

 

 

 

  DOMINGO DE CUARESMA: EL JOVEN RICO: LOS DIEZ MANDAMIENTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas.

 Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15).

La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa.

El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10).

Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros.

En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos.

Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20).

El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien.

 Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente.

Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos.

 

 

DOMINGO DE CUARESMA: CURACIÓN DEL PARALÍTICO

 

9.- Jesús es Dios

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El mensaje central de todo el Nuevo Testamento consiste en decirnos que Dios es nuestro Padre misericordioso y Jesús es el Hijo de Dios, consustancial al Padre y consustancial a nosotros, es decir, Dios verdadero y hombre verdadero.

Mientras no llegamos a reconocer a Jesús como Dios, nos quedamos a medio camino de nuestra identidad cristiana. En la nueva evangelización, hemos de proclamar con vigor que Jesús es Dios para conducir a quienes lo acogen a la más profunda adoración.

En el evangelio de hoy, Jesús aparece curando a un paralitico (Mc 2,1-12). Un hecho sorprendente por si mismo, nunca hemos visto una cosa igual». Pero, además, Jesús vincula este hecho a su propia identidad de Hijo de Dios, que tiene poder en la tierra para perdonar pecados.

“Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”. Con esta pregunta Jesús mismo se está presentando como Dios, como el que ha recibido de Dios ese poder, como el que actúa con la fuerza de Dios a favor del hombre pecador para redimirlo.

El paralítico se presentaba ante Jesús con una fe inmensa, buscando la curación física, que Jesús le concedió. Pero al ver la fe que tenía, Jesús fue al fondo del corazón, y le dijo: “Tus pecados quedan perdonados”. El hombre tiene muchas necesidades, pero sólo una es imprescindible, El hombre necesita salud, medios económicos, trabajo, acogida. Cuando carece de esto se siente desvalido. Pero el hombre necesita ante todo alguien que le alivie del peso de sus pecados, que sólo Dios puede colmarla.

La necesidad más honda del corazón humano es Dios, y.
le oprime sin poder librarse de ello. Y eso sólo se lo puede dar Dios. La necesidad más honda del corazón humano es Dios, y sólo Dios puede colmarla, Jesús viene a eso precisamente.

Cuántas veces se nos presenta un Jesús líder, un Jesús incluso revolucionario, un Jesús que ha luchado por la justicia y por instaurar la paz en la tierra. Es verdad todo eso, Pero Jesús, ante todo, es Dios. Y porque es Dios, puede perdonar pecados, puede curar la mayor desgracia del corazón del hombre. Aquel paralítico y sus acompañantes iban buscando la curación física, y Jesús les salió al encuentro con la sanación de. su corazón mediante el perdón de los pecados.

No fue una salida de tono, ni una evasión de la realidad que le presentaban. Jesús con el perdón que le ofrece, le descubre su más radical invalidez, que él ha venido a curar. Jesús nos invita a no quedarnos en lo mínimo, sino a llegar a lo máximo cuando nos acercamos a éL ¿Qué es más fácil: decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “echa a andar»? La curación del paralítico Jesús la realiza para mostrar su propia identidad divina en un contexto de fe verdadera y sincera, “viendo Jesús la fe que tenían”.

En la tarea de la nueva evangelización que se nos presenta hoy no podemos ofrecer un Jesús recortado, reducido a un personaje que nos arregla algunos problemas. El problema más hondo del corazón humano es Dios, el encuentro con Dios, el gozo de sentirse hijo de Dios.

Toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades inmediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel que ha venido a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios. Todo lo demás es secundario. Aunque muchas personas acuden a la Iglesia buscando el remedio a sus males, como aquel paralítico, la Iglesia tiene el deber de presentarle a Jesús Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo. Y toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades inmediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel que ha venido a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios.

No tenemos que esperar a resolver los problemas de los hombres para presentarles después a Dios, a Jesús el Señor. Cuando alguien acude mostrando sus carencias, hemos de llevarle a Jesús para que se encuentre de veras con él, y descubriéndole lo adore. Sólo desde esa actitud de adoración, al menos por nuestra parte, podremos ofrecer solución a los problemas de los hombres de hoy. Y más aún, sólo desde la adoración a Jesús como Dios podremos mostrar que el poder para resolver tantas dolencias nos viene de Dios, y no es fruto de nuestras capacidades ni siquiera de la suma del esfuerzo de todos.

Jesús es Dios y tiene capacidad de perdonar nuestros pecados. Por eso cura al paralitico, para mostrarle una salvación integral que tiene en Dios su fundamento. La Iglesia lleva en su seno este tesoro, y no debe limitarse a resolverlos problemas de los hombres, sino anunciar a Jesús como Dios, el único que puede sanar el corazón del hombre y llevarlo a la plena felicidad.

Con mi afecto y bendición

 

 

DOMINGO II DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Domingo de la transfiguración del Señor, segundo de Cuaresma. En el camino hacia la Pascua, Jesús se nos presenta hoy en el misterio de su transfiguración en el monte Tabor. Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, los tres más íntimos, y subió a un monte muy alto, desde el que se divisa toda Galilea. Se fue a orar, como tenía costumbre de hacer a solas o con sus discípulos.

En Cuaresma, la liturgia nos insiste en la oración como medio de unión con Dios, que quiere llenar nuestro corazón de felicidad. El deseo natural de ver a Dios, inscrito en el corazón humano, quedará colmado con la visión beatífica en el cielo, cuando veamos a Dios cara a cara y nos saciemos plenamente de su semblante. Lo que brota espontáneo de nuestro corazón será satisfecho con creces por el don de la gracia. “Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. -Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (Salmo 26).

 Mientras dura nuestra peregrinación por este mundo, “caminamos en fe, no en visión” (2Co 5, 7). Muchos contemporáneos nuestros no alcanzan a identificar este deseo de Dios, que late en nuestro corazón, aunque no lo sepamos. La Cuaresma es tiempo propicio para este descubrimiento, para satisfacer este deseo de ver a Dios o de tratar con Él en la oración.

En este contexto Cuaresmal de preparación para la Pascua, para la vida nueva de Cristo en nosotros, Jesucristo se muestra transfigurado, con un rostro y unos vestidos llenos de luz, capaces de cegar los ojos de nuestra cara, llenarnos de luz hasta deslumbrarnos.

 ¿Qué quiere decirnos Jesús con esta escena? –Jesús nos está anunciando la transformación de nuestra vida cuando llegue la resurrección. Jesús anticipa en este momento lo que será su cuerpo glorioso cuando resucite del sepulcro, lo que será nuestros cuerpos gloriosos cuando resucitemos al final de la historia. La experiencia de los tres discípulos la expresa Pedro en nombre de todos: “¡Qué bien se está aquí!”. Qué bien se está con Jesús, qué bien se está aunque todavía no le veamos cara a cara, qué bueno experimentar su presencia, qué fuerte percibir por la fe que está a nuestro lado, que nos ama y satisface nuestros deseos más profundos.

Cuando el Señor nos invita a la oración, no siempre nos regala consuelos, pues muchas veces nos lleva por caminos de sequedad. Pero lo importante es que nosotros busquemos su rostro, y Él llegará cuando quiera y nos haga bien. Lo importante en la oración es perseverar, y las sequedades nos fortalecen para que no busquemos sólo los regalos, sino que estemos dispuestos a ser fieles incluso en las pruebas. Si realmente buscamos a Dios, las pruebas nos purifican para poder disfrutarle más todavía cuando llega. Qué bien se está con Jesús.

Cuántos ratos en la adoración eucarística nos han transmitido esta experiencia. Multipliquemos esos ratos de adoración para estar con Él e invitemos a otros a vivir esta experiencia. Busquemos algún día completo de retiro espiritual o unos ejercicios espirituales. No lo dejemos todo para el cielo, ya en la tierra estamos llamados a disfrutar de Dios, de Jesús, del Espíritu que mora en nuestras almas.

Parecería una alienación, cuando nos ponemos a buscar estas experiencias. Nada de eso. Sólo cuando nuestro corazón ha gozado de Dios, podemos afrontar los problemas cotidianos con una esperanza sin lí- mite. Necesitamos experimentar a Dios, buscar su rostro, saciarnos de su presencia para transformar el mundo, hacerlo más humano, más divino, más habitable, más justo, más fraterno.

La Cuaresma no tiene como término la penitencia, sino que la penitencia nos prepara al encuentro gozoso con el Señor. La Cuaresma es salir al encuentro del hermano necesitado, pero cómo vamos a salir a su encuentro si no tenemos nada que aportarle. La oración es clave para una vida de fe, en cualquiera de los estados de la vida. Dejemos que nuestro corazón busque a Dios y Él nos concederá encontrarnos con su Hijo amado. Recibid mi afecto y mi bendición. «Buscad mi rostro». Qué bien se está aquí.

 

 

 2º DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS  HERMANOS Y HERMANAS: El segundo domingo de Cuaresma es el domingo de la Transfiguración. En el camino cuaresmal, camino de penitencia, se nos presenta como un adelanto la gloria de la resurrección, la meta de nuestro camino. Si miramos solamente lo que nos falta, si contarnos sólo con nuestras fuerzas, ei camino se hace insoportable, porque somos débiles, estamos manchados y es mucho lo que hay que purificar en nuestro corazón. Seremos transfigurados con Él. Qué bien se esta con Jesús. Sólo él puede saciar como nadie las aspiraciones más profundas del corazón humano.

Cristo resucitado, que en esta escena de la Transfiguración deja traslucir los esplendores de su divinidad. Contamos con su ayuda, y esa luz que brota de su carne glorificada es la que nos envuelve> nos purifica y nos transfigura divinizándonos.
“Este es mi Hijo amado” (Mc 9,7), nos dice la voz del Padre. Jesús es ei amado del Padre, que nos invita a escucharle y a seguirle del Tabor al Calvario para llegar a la gloria. Cuando Pedro vive esta experiencia de profunda unión con Jesús, que le comunica el misterio de su identidad divina y e1 misterio de su amor, Pedro se siente amado y exclama:“Qué bien se está aquí!”. Qué bien se esta con Jesús. Sólo él puede saciar como nadie las aspiraciones ms profundas del corazón humano. La Cuaresma nos invita a vivir esta profunda experiencia en el trato con Jesucristo. “Gustad y ved qué bueno es el Señor” (534,9).

Mientras el gusto lo tenemos en las cosas de este mundo y en las criaturas, no digamos en ios vicios y pecados que nos alejan de Dios, entonces el paladar lo tenemos estropeado para gustar las cosas de Dios. Jesús viene a mostramos otro horizonte, otra manera de vivir, qu.e «ni el ojo vio, ni ci oído oyó, ni cabe en la mente del hombre” (ICo 2,9).

Pedro percibió algo de ese profundo misterio y por eso exclamó: qué bien se esti aquí. La vida cristiana no es un conjunto de fastidios, sino el atractivo de una Persona, que nos deslumbra suavemente con su belleza, nos envuelve con su amor y nos transforma.

En la Iglesia, algunas personas son llamadas a la vida contemplativa, cuya misión es la de vivir esta experiencia de manera continua y recordarnos a todos lo “único necesario” (Lc 10,41). La vida contemplativa no es una huida del mundo. La vida cristiana no es un conjunto de fastidios, sino el atractivo de una Persona, que nos deslumbra suavemente con su belleza, nos envuelve con su amor y nos transforma (fuga mundi) para vivir más cómodamente y sin problemas. No. La vida contemplativa incluye el desierto, la lucha contra Satanás, el apartamiento de las cosas de este mundo, la penitencia por los propios pecados y por los del mundo entero.

Y todo eso para dedicarse a Dios e interceder por todos los hombres. Los contemplativos siendo fieles a su vocación son mis primeros bienhechores de la humanidad. Ellos (monjes y monjas) experimentan de cerca lo queexperimentó Pedro en el Tabor ¡Qué bien se está aquí!, y se han sentido atraídos por una fuerza irresistible, hasta dejarlo todo para estar a solas con él.

El camino cuaresmal, —y toda la vida cristiana—, quiere enseñarnos a gustar las cosas de Dios, ei insondable misterio el corazón de Cristo, hasta quedar fascinados por su belleza, hasta quedar transformados por su bondad. Sin este atractivo no entenderíamos nada del largo camino penitencial que hemos de recorrer para llegar a la plena divinización.

 Entremos, por tanto, en el camino de la cuaresma que nos conduce hacia la Pascua. Cultivemos durante este tiempo especialmente la oración, el trato personal con el Señor. Es ahí donde él podrá decirnos al corazón su amor por nosotros y donde podr& encandilarnos con el fui- gor de su divinidad.

Recibid mi afecto y mi bendición:¡Qué bien se está aquí!

 

III DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: III domingo de cuaresma, camino hacia la Pascua. La Palabra de Dios hoy nos presenta el camino de los mandamientos de Dios como el sendero de la vida. “Los mandatos del Señor son rectos y alegran el corazón; la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos” (S 18). Ante los mandamientos de Dios, nos quedamos muchas veces en el precepto positivo o negativo de lo que mandan o prohíben, y no vamos al fondo.

Una religión de preceptos es poco atractiva, menos aún si son prohibiciones. Porque si somos cristianos es porque seguimos a Jesús, una persona viva. Sin embargo, ese seguimiento, supone un camino con sus puntos de referencia; unos contenidos, unos preceptos, una moral. Los mandamientos, que Dios entregó a Moisés en el Sinaí, son la expresión de una vida nueva, que mira a Dios en todos los campos de la vida y mira al prójimo con el que he de convivir.

Jesús revalidó estos mandamientos, cuando el joven rico se acercó para preguntarle qué tenía que hacer para heredar la vida eterna. Guarda los mandamientos, le dijo Jesús (Mt 19, 17). Los mandamientos son, por tanto, ramificaciones de la vida de Dios en nosotros. Dios que es santo, quiere que seamos santos.

Y esa santidad, participación de la vida de Dios en nosotros, consiste en cumplir los mandamientos. Los tres primeros se refieren a nuestra relación con Dios. Y en todos ellos, el mandato es “amarás...”. El primero los resume todos: Amarás a Dios sobre todas las cosas. Es costumbre entre los judíos repetir cada día varias veces este credo fundamental: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Dios. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo tu ser” (Dt 6, 4-5).

Tener a Dios como interlocutor, poder tratarle y poder amarle es toda una dignificación de nuestra existencia humana. Con Dios podemos hablar y hemos de recordarle continuamente, no para ofenderle, insultarle o desconfiar de él, sino para alabarle, darle gracias y confiar en Él como un Padre.

Y Dios nos manda agradecer el tiempo, como un don; por eso, santificar las fiestas. No sólo para descansar del trabajo diario, sino ante todo para darle gracias a Dios porque nos hace sus colaboradores. El tiempo queda santificado por el ritmo de las fiestas, durante las cuales hemos de dedicar tiempo a la oración y a la alabanza divina.

       Por eso, la Iglesia nos manda acudir a Misa cada domingo, para celebrar la resurrección del Señor y recuperar aliento para toda la semana. El domingo se ha convertido para muchos en el día del deporte y de la excursión, en el día libre del trabajo. Por el contrario, el domingo es el día de la nueva creación, es el día de nuestra plena renovación.

Los siete mandamientos siguientes se refieren a nuestra relación con los demás: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Empezando por quienes nos han dado la vida y todos los que tienen sobre nosotros alguna autoridad: honrar padre y madre.

En una época en que la autoridad está por los suelos, este mandamiento nos recuerda que en ello nos va la vida. Si no eres agradecido, no eres bien nacido. El quinto nos recuerda el don de la vida, la propia y la del otro. Respetar, amar, proteger y promover la vida, porque cada uno de nuestros semejantes es un don de Dios para nosotros que hay que acoger. Nunca es un estorbo, que haya que eliminar.

En el sexto y noveno aparece la capacidad de transmitir la vida, y para eso hemos sido creados como seres sexuados. La sexualidad es para expresar el amor verdadero en su contexto apropiado. Fuera de él, es un abuso, que rompe la dinámica del don de sí mismo. El séptimo y el décimo nos recuerdan el destino universal de los bienes. Nunca lo mío es solamente mío, sino que se me ha dado para compartir con los demás, especialmente con los que no tienen. Y en el octavo se nos manda vivir en la verdad, desechando la mentira y todos sus derivados.

Los mandamientos no son obstáculos, sino cauces de la vida de Dios. “La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma”. Recibid mi afecto y mi bendición: Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

 

 

 

 

 

 

DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los ojos puestos en Jesucristo, la Cuaresma avanza hasta la celebración de la Pascua, que se acerca. Y Jesucristo va centrando cada vez más nuestra atención.

El evangelio de este domingo nos presenta a Jesús levantado en alto, atrayendo a todo el que lo mira, como aquel estandarte que levantó Moisés en el desierto. Quien lo miraba quedaba curado de las picaduras mortales de las víboras. Todos nosotros estamos continuamente acechados por el pecado que nos ha “picado” y nos ha herido de muerte. Nadie puede traernos la salvación; sólo Jesucristo, que ha sido enviado por Dios Padre para traer la salvación al mundo entero. “Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17).

Jesucristo no ha venido a echar a nadie fuera, ha venido para atraer a todos hacia él. Jesús no juzga ni excluye a nadie, sino que busca a todos y cada uno para ofrecerles su salvación. Él ha venido en medio de las tinieblas de este mundo para ser luz que disipa esas tinieblas. El que se acerca a él se siente iluminado, desapareciendo las tinieblas de su vida. Pero el que obra mal, no quiere la luz, no quiere “aclararse”, no se deja iluminar, para no verse acusado por sus obras.

Vivimos unos tiempos en que a lo malo se le pone nombre de bueno y a lo bueno se le pone nombre de malo. La confusión está servida, y cuánto daño hace esa confusión a todos, especialmente a los más jóvenes. Cuánto sufrimiento en medio de esta desorientación, en la que además el desorientado no quiere que lo orienten.

Jesús va llegando a la vida de todos, suave o repentinamente, de todo el que lo permite voluntariamente. Y cambia la vida de muchos. De todos los que se dejan iluminar por él. La Cuaresma es una oportunidad para ello. Por eso, es preciso mirar a Jesucristo.

Muchas veces sobran los razonamientos, están de más los sentimientos refractarios, la propia voluntad se siente contradicha. Una mirada de fe puede abrir el corazón de par en par a ese amor que ronda a la puerta de nuestro corazón. ¿Qué tengo que hacer? –Dejarte querer por un amor que te salva y te dignifica.

De una u otra manera hemos seguido nuestros desordenados intereses. “También nosotros vivíamos en el pasado siguiendo las tendencias de la carne, obedeciendo los impulsos del instinto y de la imaginación, y estábamos destinados a la ira, como los demás. Pero Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que os amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo. Estáis salvados por pura gracia… Y esto no viene de vosotros, es don de Dios” (Ef 2,3-9).

La salvación es gracia de Dios, para nosotros y para los demás. El tiempo de Cuaresma es el tiempo más propicio de esta gracia, de este amor misericordioso de Dios. Por eso, hemos de interceder unos por otros con la gran confianza de que Dios puede llegar, quiere llegar al corazón de tantas personas en este tiempo favorable, quiere llegar a nuestro propio corazón para cambiarlo. Mirar a Jesucristo. En él Dios Padre nos manifiesta su amor hasta el extremo.

En Cristo crucificado encontramos un amor que nos desborda. Dejarnos querer por él nos va transformando hasta identificarnos con Jesús, de manera que podamos decir con el apóstol: “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Ga 2,20). Sólo en él hay salvación, lo demás son sucedáneos. Sólo él es el Hijo; sólo él es Dios; sólo él se ha hecho hombre, sin dejar de ser Dios para divinizarnos a nosotros. Sólo él ha ido a la muerte por amor para pagar por nuestros pecados. Sólo él ha resucitado, rompiendo las cadenas de la muerte para darnos nueva vida con horizonte de cielo. Sólo en él hay salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Mirad a Jesucristo, sólo en él hay salvación.

 

 

 

JESÚS EXPULSA DEL TEMPLO A LOS VENDEDORES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La escena evangélica de este domingo sorprende por su violencia. Jesús toma un látigo y expulsa a los vendedores del Templo, que han convertido la casa de Dios en un mercado. Es una escena que se presta a interpretaciones diversas, no todas adecuadas. En primer lugar, señalar que Jesús no es un violento, y que Dios no nos trata nunca con violencia ni a la fuerza.

A lo largo de la historia de la salvación, Dios ha querido poner su casa entre los hombres, Dios ha querido acercarse al hombre para hacerle partícipe de sus dones y de su. amor, para darle a participar de su misma vida divina. Los hombres han construido templos como lugar adecuado para encontrarse con Dios, sentir su presencia cercana, Los templos son lugares para la oración y para la reunión litúrgica de la comunidad.

Ya desde antiguo, en ei camino del desierto, la tienda del encuentro era ci lugar separado de la vida ordinaria y dedicado al encuentro con Dios. Moisés entraba en esa tienda y salía de ella con e1 rostro transfigurado, su vida quedaba renovada en ei contacto con Dios. Cuando el pueblo se asienta definitivamente en la tierra prometida, los reyes preparan y construyen el Templo de Jerusalén, colmado de belleza, como lugar de refugio y de encuentro con Dios y entre los hombres.

 Pero este templo tan precioso es destruido por el enemigo que saca de la ciudad y lleva cautivos al destierro al pueblo elegido. A la vuelta del destierro, se pone en marcha la construcción de un nuevo templo. En este segundo templo es en el que entra Jesucristo, ya desde niño, y donde se produce la escena que nos narra el evangelio de este domingo. Un templo que también será destruido con la invasión de los romanos, y del que hoy sólo queda un muro..

El hombre necesita espacios sagrados, que le aparten de lo profano y le introduzcan en el mundo de lo divino, le acerquen. a Dios. Pero la historia de la salvación ha demostrado que esos lugares sagrados son frágiles, se rompen, se destruyen y con ello peligra la relación del hombre con Dios, y consiguientemente las relaciones de los hombres entre si.

Jesús irrumpe enla historia ofreciéndonos un templo nuevo, el templo de su cuerpo. He aquí el sentido propio de esta escena evangélica. Jesús propone una novedad tan fuerte, que rompe de alguna manera con la realidad anterior del templo, al tiempo que lo lleva a plenitud. Si el templo es el lugar del encuentro con Dios, en la humanidad santa de Cristo Dios nos ofrece su más perfecta cercanía, En el corazón de Cristo, Dios llega hasta nosotros y nosotros llegamos hasta él.

La relación del hombre con Dios no se funda en lugares que el hombre construye o puede destruir. Aunque seguimos necesitando del templo como lugar sagrado, el verdadero templo en el que habita la plenitud de la divinidad es la humanidad de Cristo. Y este templo, que los hombres hemos destruido por el pecado, llevando a Jesucristo a la cruz, ha sido reconstruido por Dios al resucitarlo de entre los muertos. «Destruid este templo y en tres días lo reedificaré» (Jn 2,19).

En ese templo, que es Jesucristo, nosotros somos incorporados como piednis vivas, formando una prolongación de Cristo en la historia y formando un templo nuevo, un lugar donde Dios habita para los hombres.

Cristo es el templo nuevo y vivo de Dios en medio de los hombres. Nosotros somos templos de Dios, al acoger por la gracia la presencia de Dios en nuestros corazones. El litigo de Jesús en el templo contra los vendedores que allí se encontraban es celo de amor que le lleva a Jesús adecirnos que acojamos su presencia sin mezclarla con nuestros intereses egoístas.

 La cuaresma es tiempopropicio para purificar en nuestras almas todo aquello que estorba a la presencia benéfica de Dios en nosotros, paraconvertirnos en templos vivos de Dios.

El hablaba del templo de su cuerpo

A lo largo de la historia de la salvación, Dios ha querido poner su casa entre los hombres, Dios ha querido acercarse al hombre. para hacerle partícipe de sus dones y de su amor, para darle a participar de su misnia vida divina.

Si el templo es el lugar del encuentro con Dios, en la humanidad santa de Cristo Dios nos ofrece su mís perfecta cercanía. En el corazón de Cristo, Dios llega hasta nosotros y nosotros llegamos hasta él.

Recibid mi afecto y mi bendición  

 

 

DOMINGO DE PASIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre. Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad.

El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad.

Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga.

El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar.

Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás. Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado.

Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite. Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad.

Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros. Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocúpate más de sus necesidades que de tus caprichos.

Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad. Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida.

Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25). Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad.

Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer.

 

DOMINGO DE PASIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre.

Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad.

 El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad. Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga.

El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar. Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás.

 Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado. Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite.

Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad. Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros.

Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocúpate más de sus necesidades que de tus caprichos. Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad.

Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida.

Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25).

Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad. Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer.

 

 

MISA CRISMAL

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo.

 En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes.

En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal?

Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espíritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo.

A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados.

La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres.

Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal.

En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación.

Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados.

Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros.

Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios.

Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda.

En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen los consagrados continuamente con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello.

Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana.

En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal.

 

 

DOMINGO DE RAMOS: VIERNES DE DOLORES: LA VIRGEN DE LOS DOLORES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El viernes de Dolores abre la semana santa en Córdoba. La Señora de Córdoba, la Virgen de los Dolores nos reclama para abrazarnos en su condición de madre y acompañarnos durante toda la semana. Nos sentimos hijos de tan buena madre, y nos sentimos comprendidos porque ella también ha sufrido mucho. “Como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo” (Is 66,13), nos promete el Señor, y lo cumple dándonos a su madre. Acudimos a ella con la confianza de un hijo.

       Pero es el domingo de Ramos el que abre la semana santa en la Iglesia universal. Entraba Jesús en Jerusalén y los niños hicieron bulla en torno a su persona, con ramos de olivo, con cantos, con aclamaciones, poniendo a sus pies las propias vestiduras a manera de alfombra regia: “Viva, Jesús nuestro rey!”

        Había como una expectación en todo el pueblo, que esperaba un mesías, un salvador. Aquellos niños, sin duda inspirados por Dios, le salieron al encuentro y le aclamaron como rey. ¿Un rey de juguete? –No, un rey de verdad, pero que entra en la ciudad santa sin aparato ni cortejo, sin caballos ni poderío.

Entra humilde y pobre, montado en una borriquita, como había prometido el profeta (Zac 9,9). Los que lo vieron quedaron sorprendidos, incluso mandaron callar a los chiquillos, pero Jesús acogió la aclamación diciéndoles: “Dejadles; si ellos callan, hablarán las piedras” (Lc 19,40). Nos unimos a los niños hebreos con nuestras aclamaciones y cánticos, aplaudimos a Jesús que llega a Jerusalén en su último viaje. Viene a salvarnos, viene a dar la vida. Qué alegría, la salvación está cerca.

En tantos lugares del mundo son los jóvenes y los niños los que se acercan a Jesús para aclamarle con la alegría propia de la juventud, sin prejuicios, espontáneamente. Este año, además, estamos preparando el Sínodo de los jóvenes. La Iglesia quiere escuchar a los jóvenes. Muchas veces son ellos los que, capaces de ir contracorriente, buscan la verdad, dicen la verdad, proponen caminos de verdad para los mayores. Dejemos que nos hablen los jóvenes, como hablaron aquella mañana en Jerusalén, aclamando a Jesús como rey, aunque los mayores querían taparles la boca.

Y la celebración del domingo de Ramos cambia de color cuando entramos en la Eucaristía. Toda ella nos presenta la pasión y muerte del Señor, para presentarnos el próximo domingo su gloriosa resurrección. “Una vida sumisa a la voluntad del Padre”, pedimos en la oración colecta.

Escuchamos el primer cántico del Siervo de Yavé y la lectura de la pasión. Y como salmo, el grito desgarrador y confiado de Jesús al Padre: “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?”. Qué misterio tan grande, sólo el silencio puede adentrarnos en este grito de Jesús. Él sabe que su Padre no lo abandona nunca, pero conoce el corazón del hombre roto en su soledad a causa del pecado. Jesús quita el pecado del mundo, cargando con ello.

Y en este grito quiere llegar al corazón de tantos hombres y mujeres que no son capaces de reconocer a Dios en sus vidas, y que por tanto viven en la peor de las soledades con el sufrimiento que eso conlleva.

El hombre de nuestro tiempo padece este mal, y por ellos grita Jesús desde la Cruz. La proclamación de la Pasión (este año según san Marcos) nos estremece: la mujer pecadora que unge los pies de Jesús, Judas con su beso traidor, la última Cena con la institución de la Eucaristía, la oración angustiada del huerto de Getsemaní, las autoridades religiosas que le arrancan la confesión explícita de su identidad divina y le condenan a muerte, Pedro que le niega cobardemente, Pilato que le manda a la crucifixión soltando a Barrabás, los soldados que se burlan, y Jesús muere en la Cruz.

“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios”, confiesa el centurión, un pagano. Cada uno de estos pasajes nos encoge el corazón, y nos deja sin palabras, en silencio contemplando un amor desbordante.

Entremos en ese ámbito sagrado de la pasión del Señor, haciendo nuestros todos esos momentos, “como si allí presente me hallare” (S.Ignacio). Jesús ha pensado en mí, por su mente ha pasado mi vida entera y eso le ha empujado a entregarse: “Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). El Señor nos conceda unos días santos, en los que no sólo recordamos, sino que revivimos para nuestra salvación todos aquellos momentos.

Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

MISA CRISMAL

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo.

En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes.

En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo.

Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espíritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados.

La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal.

En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia.

 ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados. Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia.

Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios.

Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda.

En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello.

Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana.

En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal Q

 

 

PASCUA DE RESURRECCIÓN y II de Pascua

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El saludo de los cristianos orientales en estos días de Pascua es este: “¡Cristo ha resucitado! -¡Verdaderamente ha resucitado!”. Cuando lo escuché por primera vez en una peregrinación a Jerusalén, me impresionó cómo las calles se llenaban con este grito en las distintas lenguas, sobre todo por parte de los griegos. Era como un grito de victoria, que era coreado y respondido por otros que lo escuchaban, aunque no se conocieran entre sí. Me estremeció escuchar este saludo, que jóvenes y adultos se dirigían mutuamente con grandes gritos y cantos por las calles de Jerusalén.

Ciertamente, Cristo ha resucitado y es el punto de apoyo fundamental de nuestra fe cristiana. Las mujeres que fueron al sepulcro, los apóstoles en distinta ocasiones, otros discípulos como los discípulos de Emaús y “más de quinientos hermanos, la mayoría de los cuales viven todavía, otros han muerto” (1Co 15,6), el mismo Pablo en el camino de Damasco, etc. vieron a Jesús vivo con una nueva vitalidad. Era el mismo, pero distinto y transfigurado. Este es el Evangelio para el mundo entero: Jesús ha muerto realmente en la Cruz, ha sido sepultado en un sepulcro nuevo a estrenar, sellado con una losa imponente, y ha vencido la muerte resucitando y rompiendo las cadenas de la muerte. El sudario y las vendas quedaron impregnadas de esa “radiación” especial del Resucitado.

Su resurrección no es una vuelta a la vida anterior, sino la inauguración de una vida nueva y pletórica para él y para nosotros con él. El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado” (Lc 24,5).

 Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos.

No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías. Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia.

El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado. Es por tanto también un hecho transcendental, que supera las coordenadas de la historia, llevándola a su plenitud.

 La resurrección de Cristo pasa a nosotros por el bautismo, por el que hemos sido sumergidos en el misterio de la muerte y resurrección del Señor. El bautismo inyecta en nosotros una vida nueva, la del Resucitado, para que toda nuestra existencia terrena sea nueva y vayamos dejando a un lado nuestra existencia pecadora, que nos hace viejos.

Así vamos creciendo por la gracia a la medida del don de Cristo en una vida nueva, que no acaba, sino que perdura para la eternidad. “Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo;… aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col 3,1-3).

Hubo un apóstol, Tomás, que no creyó lo que le dijeron los demás, que habían visto a Jesús resucitado. “Si no lo veo, no lo creo”. Es patrono de los escépticos y los agnósticos. Y Jesús tuvo con él una muestra de especial cariño, tomándole la mano para que palpara sus llagas de resucitado. Qué gran lección de Jesús.

Cada uno tiene su momento para encontrarse con Jesús. A nosotros nos toca anunciar con nuestra vida ese testimonio de fe, y Jesús tocará el corazón incluso de los incrédulos para hacerles ver que está vivo.

La Iglesia, las comunidades cristianas, nuestra propia vida sea un anuncio gozoso de este acontecimiento: ¡Cristo ha resucitado! Así lo viene haciendo la Iglesia desde hace dos mil años, y muchos – también hoy- jóvenes y adultos responden con su vida: ¡Verdaderamente ha resucitado!

Feliz Pascua a todos: La Iglesia, las comunidades cristianas, nuestra propia vida sea un anuncio gozoso de este acontecimiento: ¡Cristo ha resucitado! Verdaderamente ha resucitado.

 

 

DOMINGO II PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás.

 Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento.

Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea.

María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes.

Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo. A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer.

Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe.

Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor.

Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renováramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado.

No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística. Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado…

Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29). San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia.

Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo.

Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial.

Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad?

 Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos.

La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo.

 

 

DOMINGO II PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás.

Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento. Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea.

María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes. Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo.

A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer.

Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe.

Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor.

Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renováramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado. No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística.

Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado… Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29).

San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia. Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo. Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial.

 Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad? Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos.

La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo

 

 

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

 

YO SOY EL BUEN PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús.

En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor.

La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros.

En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza.

La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas.

Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño.

Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz.

Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor.

Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente.

En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración.

Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias. El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado.

En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas.

Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto. La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada.

Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pasto.

 

 

4º DOMINGO DE PASCUA. YO SOY EL BUEN PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús.

En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor.

La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros.

En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza.

La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas.

Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño.

Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz.

Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor. Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente.

En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración. Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias.

El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado. En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas.

Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto.

 La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada.

 Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pastor.

 

 

MAYO, ASCENSIÓN, AL CIELO CON ELLA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Coincide el final del mes de mayo con la fiesta de la Ascensión del Señor. Y a lo largo del mes de mayo está presente de manera especial María, la madre de Dios y madre nuestra. Ella nos acompaña en el camino de la vida para llevarnos al cielo, a la patria donde Dios nos ha preparado el gozo eterno de los santos. La Ascensión del Señor consiste en que Jesús, después de cuarenta días apareciéndose a sus discípulos para mostrarles que estaba vivo, que había resucitado, subió al cielo delante de sus ojos hasta que desapareció de su vista. Ese cuerpo glorioso, animado por un alma humana como la nuestra, ha ido a la gloria con el Padre, indicándonos al mismo tiempo cuál es la meta y cuál es el camino. La meta es Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) que nos ha preparado el hogar del cielo para hacernos felices con Él para siempre. El camino es la santa humanidad de Cristo, como puente y escalera que Dios nos ha dado a toda la humanidad para que pasando por Él lleguemos a la meta. La Ascensión del Señor es el culmen de una vida y de una misión. El Hijo, enviado por el Padre, ha venido a la tierra para llevarse consigo a la humanidad cautiva, liberándola de los lazos de muerte que la atan y otorgándola la libertad de los hijos de Dios. Y elevado al cielo, nos enviará el Espíritu Santo, que hace posible esa libertad desde dentro de nuestro corazón. Jesús no se ha ido para desentenderse de este mundo, sino para prepararnos un sitio y tirar de nosotros hacia arriba. Ese itinerario ascendente nos muestra que estamos llamados al cielo, y esa esperanza nos sostiene en la construcción de un mundo nuevo, en el que reine la justicia y la paz entre todos los hombres. En la Ascensión del Señor estamos llamados a elevarnos de nivel, pero no porque nosotros subimos un escalón más, sino porque somos elevados por la fuerza del Espíritu a niveles inimaginables, con tal de que no impidamos con el peso de nuestra culpas ese vuelo hacia arriba. En ese camino de ascensión, María nos precede, como en todos los aspectos de la vida cristiana. Ella ha sido la primera redimida, la mejor redimida. Inmaculada desde el comienzo, madre virginal del Redentor, terminado el curso de su vida terrena fue elevada al cielo en cuerpo y alma, fue trasplantada como una flor preciosa, con tierra y todo, hasta la patria celestial. En ella vemos cómo su elevación al cielo ha sido obra del Espíritu en ella, por eso hablamos de asunción. Y en ella vemos nuestro propio destino, que no consiste sólo en ir al cielo, sino en ir al cielo con todo nuestro ser, alma y cuerpo. La fiesta de la Ascensión del Señor tiene su cumplimiento en la fiesta de la Asunción de María (15 de agosto). Una vez más, Él y ella van inseparablemente unidos desde aquel momento culminante de la Encarnación, que unió a los dos para siempre. El misterio de María se entiende a la luz del misterio de Cristo, y el misterio de Cristo se entiende mejor cuando lo vemos cumplido en María, como primicia de lo que Dios va a realizar en cada uno de nosotros. “¡Al cielo con ella!” es el grito del capataz que manda en un paso de palio, y todos a una levantan a la madre de Dios. En estos días, este grito se hace realidad en nuestras vidas. No somos nosotros quienes levantan a María, es ella la que nos levanta con la fuerza atrayente de su asunción. Pero en el origen está Jesús que, con su poder divino, ha ascendido al cielo, mostrándonos a todos el camino y la meta: con Él y hasta la gloria que Dios nos tiene preparada. “¡Al cielo con ella!” es un nuevo estímulo en este final de mayo para celebrar la Ascensión del Señor, situándonos con Jesús en la gloria, desde donde vivimos nuestra vida terrena, todavía sometida a las pruebas de esta etapa. El pensamiento del cielo no como una utopía inalcanzable, sino como una realidad que nos espera, es el mejor estímulo para seguir caminando con esperanza, es la mejor fuerza para superar las dificultades de la vida, incluida la muerte, porque en el cielo nos espera Jesús y nos espera siempre nuestra madre María. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Al cielo con Ella! Q

 

 

PENTECOSTÉS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El concilio Vaticano II ha puesto en el candelero la naturaleza y la misión de los laicos en la Iglesia. Los fieles cristianos laicos tienen una identidad propia y una misión en la Iglesia y en el mundo. Son bautizados y confirmados, miembros de pleno derecho en la comunidad eclesial, partícipes del sacerdocio común de Cristo para ser en el mundo profetas, sacerdotes y reyes, para consagrar el mundo desde dentro e instaurar el Reino de Cristo en la historia, con la mirada puesta siempre en el cielo. El gran despertar del laicado sucedió en la primera mitad del siglo XX, cuando el paso a la sociedad industrial ha hecho cambiar los esquemas medievales de la sociedad. La Iglesia entendió que sus hijos fieles cristianos laicos tenían que ponerse a la tarea de construir un mundo nuevo, uniendo sus manos con todos los que se esfuerzan en esta tarea desde distintas perspectivas. La doctrina social de la Iglesia ha constituido un potente faro de luz para afrontar los cambios sociales del siglo XX, y brota entonces en torno a la parroquia y a la diócesis la Acción Cató- lica, como fuerza capaz de aglutinar generaciones enteras de jóvenes y adultos, para llevarlos a la santidad en la tarea de transformar este mundo. Las distintas catástrofes del momento (guerras, dictaduras de uno y otro signo, etc.) despertaron en los laicos la urgencia de ponerse a la labor para hacer un mundo nuevo. El concilio Vaticano II ha sido el concilio del laicado, recogiendo las mejores aguas de las décadas precedentes. La llamada a la santidad de todos en todos los estados de vida, no sólo de algunos que se consagran o se apartan del mundo, el impulso misionero como tarea de todos en la Iglesia, la corresponsabilidad de todos en el seno de la Iglesia, cada uno desde la misión recibida para confluir en la comunión orgánica de un mismo Cuerpo. Estas y otras líneas de fuerza han dado lugar a una floración del laicado como nunca lo había conocido la Iglesia en su historia. Nuestra diócesis de Córdoba dispone de un laicado abundante, centrado en lo esencial, inserto en el mundo, con ímpetu misionero y evangelizador. La inmensa mayoría de estos fieles laicos viven y se nutren en torno a las parroquias y en ellas encuentran el campo de su misión apostólica. He aquí el núcleo de la nueva Acción Católica General, que tenemos que coordinar en toda la diócesis, a distintas velocidades, en sus tres niveles de adultos, jóvenes y niños. Son muchos los laicos que se organizan y sirven desde las Hermandades y Cofradías. Otros, se han adherido a los distintos carismas que el Espíritu Santo ha suscitado en esta etapa postconciliar, como si de un nuevo Pentecostés se tratara. Cursillos de Cristiandad, Comunidades Neocatecumenales, Comunión y Liberación, Focolarinos, etc. son otros tantos grupos en la Iglesia que la rejuvenecen y la hacen misionera en este momento importante de la historia. La vigilia de Pentecostés, en la espera y súplica del Espíritu Santo, quiere ser un momento de vivencia de esta comunión eclesial a nivel de toda la diócesis, presididos por el obispo en la Santa Iglesia Catedral. En la Visita pastoral, voy entrando en contacto con todos estos fieles laicos, que son muchedumbre inmensa. ¡Qué bonita es la Iglesia, la Esposa del Señor, nuestra madre! Vivir en la Iglesia, gozar de los bienes de la Casa de Dios, reconocer las cualidades de tantas personas y grupos que laboran, trabajar por la comunión de unos con otros. Esta es la tarea que el Espíritu Santo va suscitando en nosotros, y en la que el obispo tiene la preciosa tarea de sostener la unidad de todos. Cada uno debe dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y donde lo ha recibido. La fiesta de Pentecostés debe proporcionarnos a todos la alegría de esa comunión que viene de lo alto, y en la que todos somos artífices. El Consejo Diocesano de Pastoral, formado sobre todo por laicos, y el Consejo Diocesano de Laicos son organismos de comunión, de comunicación y de participación a nivel diocesano para que todos nos sintamos representados y corresponsables en la tarea común de la nueva evangelización. Os espero a muchos laicos en la Vigilia de Pentecostés, y a todos os invito a que os unáis en espíritu orando al Espíritu Santo por nuestra Iglesia diocesana de Córdoba, una dió- cesis en estado de misión. Con mi afecto y mi bendición: Es la hora de los laicos Q

 

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de este domingo quiere subrayarnos la originalidad del Dios cristiano, que Jesucristo nos ha revelado para que lo disfrutemos. Jesús aparece en el escenario de la historia presentándose como el Hijo único de Dios Padre. De esta manera, entendemos que Dios tiene un Hijo, que convive con él en la eternidad, desde siempre y para siempre. Este Hijo es su imagen perfecta, son de la misma naturaleza: el Padre da, engendra, el Hijo recibe, es engendrado. Y entre ambos se establece una corriente de amor muy subido, tan intensa, que constituye el Espíritu Santo. Dios, por tanto, no es un ser solitario y aburrido. El Dios de Jesucristo es un Dios comunitario, que viven en familia, donde se intercambian, se dan y se reciben, se aman, y son superfelices, sin que nadie les pueda robar esa felicidad, tan propia de Dios. Por un designio libre y lleno de amor han decidido los Tres crear el mundo, llenarlo de habitantes y poner al Hijo en el centro de todo, haciéndose hombre. Y aquí viene el misterio de Cristo, que conocemos, desde su entrada en el seno virginal de María y su nacimiento en Belén hasta su muerte, resurrección y ascensión a los cielos en Jerusalén. Toda la vida de Cristo es manifestación en la historia del misterio íntimo de Dios en la eternidad. En cualquiera de las fiestas aparecen las tres personas divinas actuando, cada una a su manera, con el deseo de incorporar a cada uno de los hombres al círculo de su intimidad. ¿Para qué se nos ha revelado este misterio de la Stma. Trinidad? Para que lo disfrutemos, responde Santo Tomás. Celebrar esta fiesta sirve para caer en la cuenta de que Dios nos invita a entrar en su misterio, abriendo nuestro corazón para que el único Dios en sus tres personas vengan a poner su morada en nuestra alma cuando está en gracia. Somos templo y morada de Dios, que vive en nosotros y quiere poner su casa en nosotros por vía de amor. No estamos solos, estamos siempre acompañados, y qué compañía tan cercana (desde dentro), tan eficiente (nos va transformando), tan universal (para llevar a todos a la plenitud). La actitud correspondiente es la adoración. Adorar es reconocer la grandeza de Dios, que nos desborda. Adorar es acoger el abrazo amoroso de Dios, que nos envuelve y nos diviniza. Junto a esta actitud de adoración está la alabanza a Dios que es tan grande, lo llena todo y es amigo del hombre. En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica. Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan. Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada. La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad Q

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la fiesta del Corpus, fiesta grande en honor a la Eucaristía. Es como un eco del jueves santo. No podemos olvidar aquel momento tan entrañable en el que Jesús, al celebrar la cena pascual, la noche en que fue entregado, instituyó la Eucaristía, el sacramento de su amor. En ella, se entrega en sacrificio por nosotros, nos reúne en torno a su mesa y nos da a comer su mismo cuerpo, para incorporarnos a él y ser transformados en él. Este es el alimento de la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna… y yo lo resucitaré” (Jn 6,54) En la fiesta del Corpus se trata de aclamar al que ha llegado tan cerca de nosotros, compartiendo nuestra vida y cargando con nuestras miserias, para levantarnos hasta su nivel, hasta divinizarnos. Él es el Rey de reyes. En la larga tradición de la Iglesia, la fiesta del Corpus es una fiesta de exaltación de la Eucaristía, de Jesús que prolonga su presencia viva e irradiante de gracias para todo el que se acerca hasta él. Inmensas catedrales con cúpulas excelsas para elevar nuestra vista y nuestro corazón a lo alto, de donde ha venido este pan del cielo. Custodias y ostensorios preciosos para contener como en un trono a su majestad el Rey del cielo y de la tierra. Todo lo que rodea a la Eucaristía es precioso, porque precioso es el tesoro que guarda la Iglesia para acercarlo a todos los que se acercan a ella, el pan vivo bajado del cielo, fortaleza para el que va de camino a la patria celeste, alimento de eternidad, comida que nos hace hermanos y nos invita a buscar a los pobres, a los privados de los bienes de Dios. La misma procesión del Corpus por las calles de nuestras ciudades y nuestros pueblos es un canto de alabanza a Jesucristo, que atrae las miradas de todos, y ante el que nos santiguamos o nos arrodillamos en señal de veneración y de fe. No es una imagen bendita la que pasea por nuestras calles y plazas, es el mismo Dios hecho hombre y prolongado en la Eucaristía. El que está en la Eucaristía nos habla de amor. No estaría él ahí, si no fuera por un amor loco que le ha llevado a despojarse de todo y entregarse por nosotros, un amor que le hace compartir nuestros sufrimientos para aliviarnos, un amor que le lleva a identificarse con todo el que sufre por cualquier causa. “Lo que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). La Eucaristía ha sido el motor más potente para mover el corazón del hombre en la búsqueda de la solidaridad fraterna. La Eucaristía es como esa fisión nuclear del amor, tan potente que, llegando al corazón de cada hombre, ha transformado la historia de la humanidad. No podemos adorar a Cristo en la Eucaristía y despreciarlo en los pobres o desentendernos de él, porque es la misma persona, Dios que se acerca hasta nosotros, en el sacramento y disfrazado en el pobre. Por eso, en este día del Corpus celebramos el día de la caridad. El que ha conocido el amor de Cristo hasta el extremo, hasta darse en comida para la salvación del mundo, el que alaba a su Señor y le tributa todas las alabanzas y los honores, se siente al mismo tiempo impulsado a llevar ese mismo amor a los privados de tantos bienes que Dios quiere darles y los hombres no les han dado. La caridad cristiana lleva a cumplir toda justicia, a dar a cada uno lo suyo y lo que le corresponde, y a darle un plus de amor basado en la misericordia con la que Dios nos trata continuamente. La caridad cristiana nunca es ré- mora para la justicia, sino que allí donde la justicia no llega, llega la caridad y la misericordia, como hace Dios continuamente con nosotros. Día del Corpus, honremos a Cristo cercano en la Eucaristía, alabemos al Rey de reyes, y honremos a Cristo presente en el hermano que sufre, en el que es explotado, en el que es objeto de mercado de los múltiples intereses egoístas. Salgamos al encuentro de nuestro pró- jimo, como el buen samaritano. No tengamos miedo de la caridad cristiana, es la única que puede cumplir toda justicia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Eucaristía y los pobres, tesoro de la Iglesia Q

 

 

NUEVOS SACERDOTES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El final de curso es siempre la coronación de una etapa para emprender otra hasta llegar a la meta definitiva. Dios nos espera con los brazos abiertos, como un padre y una madre esperan a su hijo cuando llega a casa. Cada etapa recorrida nos lleva a experimentar el abrazo de Dios que nos acoge, nos perdona, nos limpia, nos llena de su amor. En estos días, al terminar el curso pastoral y académico, cumplimos una etapa de nuestra vida, que nos lleva a ser agradecidos con Dios y con quienes nos rodean. El 26 de junio celebramos la fiesta de san Pelagio, un adolescente de catorce años, que prefirió morir antes que dejarse manipular por los halagos de la lujuria. Un mártir lleno de amor a Cristo, traducido en castidad, siempre actual para los jó- venes de nuestro tiempo. Fue martirizado donde hoy se levanta el Seminario San Pelagio, nuestro Seminario diocesano. Y es patrono de todos los jó- venes, y especialmente de los que caminan hacia el sacerdocio bajo su patrocinio en nuestra diócesis de Córdoba. Precisamente tres alumnos de nuestros Seminarios reciben en estos días la sagrada ordenación: dos como presbíteros y uno como diácono, además de otro presbítero que fue ordenado en la fiesta de San José. Son para la dió- cesis un regalo especial de Dios, y los acogemos con actitud de fe, que llena nuestro corazón de esperanza. Estoy seguro que su paso firme suscitará la respuesta generosa de otros jóvenes a la llamada de Dios para el sacerdocio ministerial. Oramos por los que son ordenados y por los que son llamados a seguir a Jesús por este camino. Varios de ellos serán alumnos de nuestros Seminarios: Mayor y Menor de San Pelagio y Mayor Redemptoris Mater. La Iglesia necesita sacerdotes, y no hemos de cansarnos de pedirlos al Dueño de la mies. La fiesta de san Pedro y san Pablo, el 29 de junio, nos habla del ministerio ordenado, sin el que no existe la Iglesia fundada por Cristo. La comunidad cristiana no es el conjunto de personas que por propia iniciativa se han agrupado en torno a su líder, Jesucristo. Nuestra pertenencia a la Iglesia se debe a una iniciativa de amor gratuito del Señor, que nos llama a pertenecer a su familia, a la Iglesia que Cristo ha fundado, y en la que ingresamos por el santo bautismo. Al fundar esta Iglesia, Jesús ha elegido a Pedro constituyéndole roca firme y fundamento de la verdad, del amor y de la unidad. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia y los poderes del infierno no la derrotarán” (Mt 16,18). La Iglesia es jerárquica en su estructura, animada por el Espíritu Santo como su alma propia. Los dones del Espíritu no se dan nunca en conflicto con la sucesión apostó- lica. Y aquel que sucede a Pedro y los obispos en comunión con él están al servicio de la comunión en la Iglesia, para articular todos esos carismas. En la fiesta de San Pedro, celebramos el día del Papa, e incluso hacemos una colecta para la caridad del Papa en el mundo entero. Pertenecer a la Iglesia católica lleva consigo la plena comunión con el Papa que nos preside en la caridad a todos los católicos. Sintonizar afectiva y efectivamente con su persona y ministerio. Leer sus enseñanzas, seguir sus directrices, obedecer su disciplina. En esto consiste la comunión eclesial. No somos nosotros los que juzgamos al Papa, si lo hace bien o lo hace mal, según nuestros gustos y preferencias. Por el contrario, nos ponemos en obediencia de fe, en escucha para ser juzgados por su palabra y sus orientaciones, de manera que ajustemos nuestra vida a lo que Dios nos va indicando por medio de su ministerio. Damos gracias a Dios, al acabar este curso, en el que Dios nos ha colmado de sus bendiciones, nos ha mantenido fieles en la comunión de su santa Iglesia, ha hecho fecundos nuestros trabajos y nos ha bendecido con estos nuevos ordenados en el ministerio sacerdotal. Gracias todas ellas que si son recibidas con gratitud nos abren a nuevas gracias que Dios nos tiene preparadas. Recibid mi afecto y mi bendición: Nuevos sacerdotes, final de curso, gracias a Dios Q

 

 

SEMILLAS VOCACIONALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo pasado, en la fiesta de San Pedro y san Pablo, recibían el orden sacerdotal dos nuevos presbíteros y un diá- cono. La historia de cada uno es diferente: llamados en edad adulta o en la niñez, su vocación ha ido madurando en el Seminario hasta dar este paso definitivo de la ordenación. Dios hace su historia con cada uno, pero en todas ellas se encuentran elementos comunes que nos permiten concluir cómo actúa Dios. A lo largo de toda esta semana, cuarenta muchachos conviven en el Seminario Menor para las colonias vocacionales, durante las cuales conocen a los seminaristas, juegan, rezan, tienen catequesis, etc. y se plantean su posible vocación sacerdotal. A lo largo de todo el año hay distintas actividades “vocacionales” con el fin de proponer esta posible llamada del Señor a tantos niños, adolescentes y jóvenes. Partimos de una certeza: Dios quiere dar pastores a su pueblo. Le interesa a Él más que a ninguno que haya hombres disponibles para perpetuar en su Iglesia la misión de Cristo y del Espíritu, porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios quiere hacer felices a todos los hombres y mujeres que habitan nuestro planeta, y el plan de redención que Cristo ha cumplido con su muerte y resurrección se continúa en la Iglesia a lo largo de la historia con la colaboración de todos, y muy especialmente la de los sacerdotes. La vocación sacerdotal se produce en el encuentro de dos libertades: la libertad de Dios, que llama a quien quiere, y la libertad del hombre que responde sí o no a esa llamada de Dios. La vocación sacerdotal –como toda vocación cristianaes siempre un misterio, es decir, pertenece al mundo de lo divino y Dios nos lo da a conocer, dejándonos a nosotros la tarea de escudriñar su voluntad y sus planes para nosotros. En la práctica, está demostrado que Dios llama a muchos jóvenes a ser sacerdotes, a algunos desde la niñez (como es mi caso), a otros en la juventud, a otros en la adultez. En todos los casos, debe llegarse a la certeza de tal vocación, para seguirla decididamente. Pero a muchos les llega esa llamada a través de otros sacerdotes o de amigos seminaristas, o a través de acontecimientos y experiencias personales que les plantea este interrogante. Y está demostrado también que muchos jó- venes, al sentir esa llamada, experimentan temor. Muchos se asustan y lo dejan para otro momento. Otros, ante la grandeza del don, lo rechazan para siempre. Si Dios llama, Él ayuda a seguir su llamada. Por eso, un elemento primero y fundamental de la pastoral vocacional es la oración por esta intención, el ofrecimiento de nuestros trabajos y sufrimientos por las vocaciones, la cooperación y el acompañamiento a los que son llamados. Un segundo elemento es la propuesta directa a niños y jóvenes de esta preciosa vocación. Muchos sacerdotes recuerdan que la pregunta les vino suscitada por el cura de su parroquia o por otro seminarista. Por eso, la importancia de estas colonias vocacionales. Dato importante es el acompañamiento espiritual a quien manifiesta esta vocación: no se trata de agobiar con exigencias imposibles ni de desentenderse de esta llamada. Acompañar significa tomar en serio, hacerse cargo de las dificultades (como en toda otra vocación) y ayudar a superarlas. Un papel importante tienen los padres y la familia. Una persona que va creciendo necesita el apoyo de aquellos que le quieren. Sin el apoyo de la familia, muchas vocaciones se perderían. Y muchas vocaciones se pierden porque los padres se oponen o prefieren otro camino más “rentable” para su hijo. Un papel fundamental tienen los sacerdotes, párrocos, profesores. Los primeros agentes de pastoral vocacional son los sacerdotes. Todo sacerdote debe tener la sana preocupación de que haya sacerdotes en la Iglesia, continuadores de la obra de Cristo para bien de los hombres. Seguimos pidiendo al Señor que envíe trabajadores a su viña. Es una necesidad de su Iglesia. Con mi afecto y mi bendición: Semillas vocacionales Q

 

 

DOMINGO LA BUENA SEMILLA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La buena semilla es la Palabra de Dios, que como lluvia fina va cayendo sobre nuestro corazón y lo va transformando para que produzca fruto a su tiempo. La semilla es la misma para todos, pero no siempre produce los mismos resultados. Depende también de la tierra que la acoge y del cuidado que reciba. Nuestro corazón está hecho para dar fruto, para ser fecundo. En unos casos produce el ciento por uno, o el setenta o el treinta. Cuando encuentra buena tierra, la cosecha está garantizada, y produce alegría en el corazón que lo produce. Pero hay veces que esa tierra no está bien cuidada, como cuando junto a la buena semilla crecen también la mala hierba, las espinas, los abrojos. Si uno no cuida eso, la mala hierba abrasa la cosecha. Es preciso estar atento. No basta acoger la Palabra con alegría y buena disposición, es preciso también un trabajo constante por purificar la tierra de otras adherencias. La tarea penitencial de eliminar los obstáculos ha de ser cotidiana, porque de lo contrario, los buenos deseos no llegan a frutar. Hay muchas personas buenas que dejan de serlo y no sabemos por qué. Es porque no cuidan la semilla, cardando la mala hierba para que no la sofoquen otras contrariedades. Una tarea permanente ha de ser la de profundizar e interiorizar la buena semilla. Si se queda sólo en la superficie sin arraigar con raíces profundas, cualquier temporal de frío o de calor lo deshace. Las lluvias torrenciales, las granizadas, el pedrisco y el calor sofocante pueden destruir la cosecha. Echar raíces es algo que no se ve, pero es fundamental para la vida, y cuando vienen las dificultades, estas refuerzan la semilla en vez de sofocarla. Echar raí- ces se alcanza quitando las piedras y dándole a la tierra su profundidad adecuada. Echar raíces es no quedarse sólo en lo visible y aparente, sino en ir al fondo poniendo buenos cimientos. ¡Ah! Pero hay también una dificultad que supera las capacidades humanas. Se trata de la acción del Maligno, de Satanás, que está al acecho para robar de nuestro corazón la buena semilla en cuanto cae. Él tiene poder de engañarnos, de seducirnos, porque es padre de la mentira. Y Jesús nos advierte en varias ocasiones de las malas artes que el Maligno emplea contra nosotros. Él nos hace ver lo malo como bueno y lo bueno al contrario. Él nos agranda las dificultades y pinta feo lo que es bello. Realmente es nuestro gran enemigo, que como león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Cómo vernos libres de sus engaños? Con la vigilancia y la oración, con la penitencia y la escucha atenta de la Palabra de Dios, con el consejo de personas prudentes que conocen sus artimañas. Cuánto bien nos hace un buen consejero, un buen director espiritual, con el que discernir lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno. Para un sano crecimiento en la vida cristiana es fundamental la ayuda de otros, y sobre todo del director espiritual. En esta viña del Señor todos somos trabajadores, llamados a distinta hora, con jornal de gloria para todo el que persevere hasta el final. El trabajo más importante está dentro, en nuestro propio corazón. Y el apostolado no es otra cosa que cuidar esa semilla en el corazón de quienes se nos han confiado, y ayudar a que brote con fuerza, eliminando todos los obstáculos. De corazones renovados brotará cosecha abundante y frutos de bien para toda la sociedad. “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”, cantamos en el salmo responsorial de este domingo. Estamos llamados a dar fruto abundante, a ser fecundos. Atentos a la Palabra de Dios que lleva dentro toda su carga de fecundidad. Vale la pena cuidar la buena tierra, y eliminar todos los obstá- culos para que dé fruto abundante. Recibid mi afecto y mi bendición: La buena semilla Q

 

 

LAICIDAD POSITIVA Y AUTÉNTICA CRISTIANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos llegan continuamente mensajes de un lado y de otro acerca de los “privilegios” de la Iglesia. Sin embargo, la Iglesia no quiere privilegios, ni pretende ser tratada mejor que nadie. La Iglesia quiere someterse a las leyes comunes y servir a la sociedad y a la persona. La Iglesia lo único que pretende es poder ejercer la misión que Cristo le ha encomendado, y poder hacerlo en libertad. Es lo que la Iglesia está haciendo en la hora presente. Atender a los necesitados, compartir con el que está solo o no tiene para comer, vendar heridas que nuestra sociedad produce y no es capaz de restañar. Hacer como el buen samaritano (Jesús), que se abajó de su cabalgadura y cargó en sus hombros a aquel hombre apaleado en la cuneta de la vida. Dar esperanza no con palabras huecas, sino con hechos. Alentar la solidaridad fraterna. Poner al alcance de todos una vida que viene de lo alto, de Dios para los hombres, de Cristo redentor, que ilumina y da sentido a la existencia del hombre. Abrir el horizonte de una vida eterna que comienza ya desde este mundo y se consumará plenamente en el cielo. A pesar de las limitaciones y los pecados de sus hijos, incluso de sus dirigentes, la Iglesia no aspira a otra cosa que a parecerse a Jesucristo su Señor, que no vino a ser servido, sino a servir y a gastar la vida para que todos tengan vida eterna. Sin embargo, es constante la acusación de que la Iglesia busca privilegios, se aferra a sus propios intereses en perjuicio de la sociedad. Es presentada en nuestros ambientes como algo nocivo, como un parásito, que hay que evitar o a lo sumo hay que tolerar. Las sociedades modernas tienen capacidad de organizarse por sí mismas, y esto es algo muy bueno. No estamos en el Medioevo, en el que la sociedad necesitaba todavía de la tutoría de la Iglesia para gobernarse en los asuntos temporales. Hoy, la Iglesia y el Estado son entidades autónomas, que merecen el respeto recíproco de una y otro, con la autonomía propia de cada uno. Pero la Iglesia sigue teniendo una misión que no puede ser ignorada ni marginada. En el fondo, la cuestión fundamental es si lo religioso, y más concretamente lo católico, tiene un lugar en la vida pública, o, por el contrario, todo sentimiento religioso debe quedar en lo escondido de la conciencia, sin ninguna manifestación pública, con una actitud casi vergonzante. La Iglesia es la primera en reconocer la autonomía de las realidades temporales, pero tiene al mismo tiempo, la preciosa tarea de inyectar esperanza en sus miembros, para hacerlos capaces de construir un mundo mejor en todos los sentidos. El hecho religioso no es un estorbo para el crecimiento, sino un factor positivo que impulsa en la mejor dirección. Es lo que algunos llaman laicidad positiva. Laico, es decir, no religioso, incluyendo a todos, también a los agnósticos y ateos. Y positivo, es decir, acogiendo lo que la dimensión religiosa aporta de positivo a la convivencia de todos, sin imponer nada a nadie. Muchas veces se entiende por laico lo antirreligioso. Y la religión no es un mal, sino un bien en la vida personal y comunitaria de la sociedad, que ha de ser respetado y promovido por la sociedad civil. En España, el 90 % de sus habitantes se declaran católicos, la inmensa mayoría bautiza a sus hijos, se casa por la Iglesia, pide religión católica para sus hijos en la escuela pública, participa en actividades de la Iglesia a distintos niveles. Por eso, la Iglesia católica, desde sus órganos supremos, la Santa Sede, establece Acuerdos con los Estados para facilitar el servicio a esos ciudadanos y garantizar su acción benéfica a la sociedad en la libertad que le conceden esos mismos Estados. No busca ningún privilegio con tales Acuerdos, busca solamente la libertad de ejercer su propia misión en favor de las personas y de la sociedad a las que sirve. No quiere ventajas, sólo quiere servir. Y qué gran servicio presta. Debemos introducir en el debate público esta realidad de la laicidad positiva, de lo contrario estaríamos incurriendo en una grave injusticia, la de ignorar el hecho religioso al que se adhieren la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. Recibid mi afecto y mi bendición: Laicidad positiva

 

 

EVANGELIO DEL DOMINGO: ID VOSOTROS TAMBIÉN A MI VIÑA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el Evangelio de este domingo que el dueño de la viña salió a distintas horas del día, a la mañana, al mediodía y al atardecer, y en cada una de ellas ofrecía trabajo a nuevos operarios: “Id también vosotros a mi viña…” (Mt 20,4), contratando a cada uno de ellos por un precio ajustado. La viña del Señor es la Iglesia, es el mundo entero. Dios nos llama a todos y cada uno a su viña, nos ofrece trabajo, nos da una misión. En la viña del Señor no hay paro, en la Iglesia y en nuestro mundo contemporáneo siempre hay tarea. Lo que hace falta son ganas de trabajar. Porque el trabajo no se mide en primer lugar por la remuneración, aunque sea necesario el dinero para sobrevivir. No es remunerado el trabajo de una madre o un padre con sus hijos. No es remunerado el cariño dado a los ancianos. No es remunerado el trabajo de dedicación a los pobres y a los últimos. No es remunerado el tiempo que dedicamos a la oración. El trabajo no se mide por el salario. El trabajo es la acción humana colaboradora con la obra de Dios. Ya desde la creación, Dios llamó al hombre para acabar su obra. El trabajo es trabajar-con, es poner al servicio de los demás las propias capacidades para hacer un mundo mejor. En último término, “la obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado” (Jn 6,29). Es decir, lo importante es responder cuando cada uno es llamado. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación y una llamada a trabajar por la expansión del Reino de Dios. Un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. A esta viña, a este trabajo somos llamados todos, a distintas horas, pero hay trabajo para todos. Cuántas veces se oye decir: Pero, cómo no me he dado cuenta de esto anteriormente. Y la respuesta es muy sencilla: además de que me haya hecho el sordo, está que Dios tiene su agenda y su reloj. Y Él llama a cada uno a la hora que quiere: en la mañana, a mediodía o al atardecer. Para esta tarea, nunca es tarde si la dicha es buena. El salario ajustado era de un denario por jornada, es decir, un precio altamente desproporcionado. Y es que en la colaboración con Dios, a poco que pongamos, él lo multiplica por infinito. Nuestra colaboración ensancha nuestro corazón y lo capacita para llenarse de Dios. La recompensa final es el cielo, la vida eterna con él en la felicidad del cielo. Por eso, “a jornal de gloria, no hay trabajo grande”, repite un himno de vísperas, pues la gloria siempre será un premio desmesurado por parte de Dios, que lleva incluido un merecimiento por parte nuestra. Y al recibir el premio, en el que queda pagado todo merecimiento, toda justicia, los de la mañana se quejaron de recibir el pago ajustado, que era el mismo para los de la tarde. Brota la envidia al compararse con otros, y en el fondo de la envidia está el considerarse menospreciado, querido menos. La envidia es el único pecado que nunca produce gozo, y muchas de nuestras tristezas provienen de ahí, de compararnos con otros y sentirnos menos amados, menos afortunados. La respuesta del dueño es la respuesta de Dios a nuestras quejas y reivindicaciones: no te hago de menos si te doy lo que hemos ajustado, si te doy un salario desmesuradamente grande. Si al otro le doy lo mismo, es por sobreabundancia de misericordia para con él. Y “¿vas a tener tú envidia de que yo sea bueno?” El Dueño apela a su propia libertad para gestionar sus asuntos. En la libertad de Dios, él reparte a cada uno los dones que considera oportunos. Cuando se oye decir que Dios ama a todos por igual, no es verdad. Dios ama a cada uno con amor desbordante, capaz de satisfacer con creces las necesidades de cada uno, pero dándole a cada uno su medida, que no es la misma para todos. No le ha dado lo mismo a María Santísima que a cada uno de nosotros. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación a trabajar con Dios en la obra de nuestra santificación y la de los demás. Es un trabajo apasionante y el jornal no puede ser más desbordante. Recibid mi afecto y mi bendición: «Id también vosotros a mi viña» Q

 

 

DOMINGO.CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS, LA MUERTE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El final de nuestra vida en la tierra puede afrontarse de muchas maneras. A mucha gente le desespera no poder hacer nada ante la muerte, le deprime pensar en ello. Otros prefieren no pensar, y sin embargo, el momento se va acercando. Otros piensan que en la tumba se acaba todo, y hay que aprovecharse de esta vida todo lo posible sin ninguna referencia al más allá. Para un creyente en el más allá, la vida presente le sirve de preparación y alienta su esperanza en los momentos de dificultad. El cristiano plantea la vida como un encuentro personal con quien nos ama y nos espera. Es como el esposo que llega a casa y abraza a su esposa, como el padre que besa a sus hijos después de larga ausencia, como el amigo que se encuentra con la persona amada. El final de nuestra vida será como un encuentro feliz con quien esperábamos y nos saciará de su amor para siempre, un amor que nunca acabará, porque nos introduce en la eternidad. “Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor” (Flp 1,23), nos dice san Pablo. Porque “para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (1,21). Pero si es más necesario para vosotros quedarme todavía, me veo en una disyuntiva. Quiero estar con Cristo y quiero vuestro bien, Dios decida. Cuando uno descubre el amor del Señor, le entran unas ganas locas de irse con él. Y cuando ve el bien que por encargo de Dios puede hacer a los demás, se entrega a la tarea y a los demás con pasión. En un planteamiento cristiano no cabe el apego a esta vida, a sus riquezas y honores, a los placeres que pueden ofrecernos. Un cristiano vive centrado en Jesucristo, “nuestra esperanza” (1Tm 1,1). Santa Teresa de Jesús vivió esta experiencia. El deseo intenso de morirse aparece en las quintas moradas, para llegar al deseo sereno del encuentro con el Esposo en las séptimas moradas. Vehemencia en la pasión y sosiego en el amor crecido. El encuentro con el Esposo no depende primero de nuestra voluntad, sino de la voluntad del Señor, a la cual se rinde la nuestra. “Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera”, repetía santa Maravillas. El evangelio nos habla de esta espera esponsal: “¡Que viene el Esposo, salid a su encuentro!” (Mt 25,6). Había cinco doncellas que esperaban con sus lámparas, encendidas en el fuego de la fe y del amor. Y a pesar del sueño y del sopor de la espera, fruto de nuestro pecado, al grito de llegada, pudieron atizar sus lámparas y estar listas para entrar a la boda con el Esposo. Por el contrario, otras cinco doncellas no llevaban aceite en sus lámparas, su amor era escaso y ante el sopor de la espera, la llegada del Esposo les pilló desprevenidas y se quedaron fuera. La vida es una espera esponsal, que está sometida a la tentación y a la prueba del sopor y del enfriamiento en el amor. Conviene estar prevenidos con las lámparas encendidas y con reservas suficientes para que el amor sea más fuerte que el pecado, para que la espera sea más fuerte que la desesperanza, de manera que cuando lleguen los contratiempos, esa reserva de fe, ese amor encendido sepa cambiar las dificultades en ocasiones de crecimiento. La vida no es un camino hacia la muerte, porque el hombre no es un ser para la muerte. El hombre es un ser para la vida, y para la vida eterna, para siempre y sin fin. La muerte no es la última palabra de nuestra existencia. Cristo resucitado nos llama a una vida que no acaba, con El, en el gozo eterno. El mes de noviembre es mes de difuntos y del más allá. Solamente si vivimos la vida en la espera del Señor tiene sentido la espera y la esperanza. Unas veces con ardor y pasión, otras con amor sereno que espera el encuentro. Siempre con la certeza de que más allá de la muerte nos espera el abrazo amoroso de quien nos llama a la vida para siempre. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Que viene el Esposo!

 

TIEMPO ORDINARIO: EL BAUTISMO DE JESÚS Y PRIMEROS DISCÍPULOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estos primeros domingos del tiempo ordinario, el Evangelio nos presenta a Jesús llamando a sus primeros discípulos, a los que posteriormente constituirá apóstoles y fundamento de su Iglesia.

Cuando Jesús bajó al Jordán para ser bautizado, Juan lo señaló ante sus discípulos: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”, y ellos se interesaron por Jesús. ¿Qué pudo atraerles de Jesús? Probablemente la misma indicación de Juan el Bautista al señalarlo, pero además su atractivo personal.

Estamos no ante un hombre cualquiera, sino ante un hombre misterioso, incluso fascinante desde el primer contacto. Algo intuyeron en él aquellos primeros discípulos, cuando fueron capaces de dejarlo todo y seguirlo. “Maestro, ¿dónde vives?”. –“Venid y lo veréis”. Jesús no les lanza un discurso para convencerles de lo importante que es su seguimiento, sencillamente les invita a convivir con él.

En el seguimiento de Cristo, él no nos ofrece un programa, un proyecto, un plan de vida. Jesucristo nos ofrece convivir con él. El seguimiento de Cristo significa dejar entrar a Jesús en mi vida y entrar yo a formar parte de la suya. Ellos fueron y vieron y se quedaron con él aquel día. Es curioso porque anotan incluso la hora del encuentro. Debió ser para ellos un momento fuerte de encuentro, que ya nunca olvidarán.

Encontrarse con Jesús, también hoy, es uno de los momentos más fuertes de la vida de una persona. Pero hasta que no se produce ese encuentro personal no tenemos un cristiano. Luego viene la comunidad que acoge o que incluso propicia el encuentro, pero nadie puede sustituir ese encuentro personal con el Señor.

En ese encuentro cada uno tiene su papel. Está Jesús, que atrae con su simple presencia. No es un hombre cualquiera, es Dios que se acerca hasta nosotros en su realidad humana y cercana. Está cada uno de los discípulos, que se deja fascinar por él y al dejarlo entrar en la propia vida, la vida le cambia de rumbo y constata que él ha venido a satisfacer las más profundas aspiraciones del corazón humano. Y están las mediaciones de unos con otros.

Lo que llamamos apostolado está lleno de testimonio de la experiencia personal transmitida a otros. “Hemos encontrado al Mesías”. Y lo llevó a Jesús. La diferencia entre apostolado y proselitismo está precisamente ahí. El apostolado consiste en un testimonio fuerte, que respeta la libertad del destinatario y espera de Dios el resultado, acompañándolo con la oración.

El proselitismo, por el contrario, busca una cuenta de resultados, busca el fruto de la operación, se realiza a base de marketing y no respeta la libertad, los tiempos, el ritmo del destinatario. La evangelización es lo contrario del proselitismo.

Dios sigue llamando hoy. Jesucristo sigue siendo atrayente y fascinante para tantos hombres y mujeres de hoy, y especialmente para tantos jóvenes de hoy. Toda vocación cristiana a la vida seglar, a la vida consagrada, al sacerdocio- tiene como raíz este seguimiento de Cristo, fascinados por el atractivo que ejerce en nuestro corazón por medio de su Espíritu Santo.

La vida cristiana no es un conjunto de normas, no es un proyecto, ni unas ideas más o menos bien articuladas. La vida cristiana es una persona y consiste en su seguimiento. Esta persona es Jesucristo, que sigue llamando hoy. En estos primeros domingos del año la liturgia nos presenta la vida cristiana como un seguimiento, como una llamada, una vocación.

Quizá hoy sea más difícil percibir esa llamada, no porque Dios no llame, sino porque los transmisores de esa llamada están obstruidos. No sería tanto falta de llamada, sino falta de testigos o falta de intensidad del testimonio, que sacuda fuerte la mente y el corazón de los llamados.

Jesucristo sigue teniendo hoy fascinación y capacidad de atraer en su seguimiento. Una cultura vocacional genera un microclima en el que se respira la llamada de Dios (a cualquiera de las vocaciones cristianas). Es decir, una cultura vocacional crea un clima, en el que la vida se entiende como llamada y como respuesta.

No faltan jóvenes que se sienten llamados, pero no se atreven a seguir al Señor. De ahí que la oración deba apoyar a todos los que se sientan llamados, mostrándoles nuestra experiencia de haber encontrado al Señor. Ven y verás. Fueron y vieron y se quedaron con él. Oremos por las vocaciones. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

 

 

 

18-25 ENERO: ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La unidad de los cristianos es un asunto sangrante en la vida de la Iglesia. Por un lado, es un reto y una esperanza. Por otro, es una herida abierta que nos humilla y nos recuerda continuamente nuestra condición de pecadores, amados por Dios.

Del 18 al 25 de enero, todos los años rezamos especialmente por la unidad de los cristianos. Rezamos todo el año, porque en toda eucaristía oramos para que el Espíritu Santo, que es autor de la unidad de la Iglesia, nos mantenga unidos.

Pero llegados a estas fechas, intensificamos la conciencia de este reto y esta herida e intensificamos la oración por esta intención, una de las primeras y principales en la Iglesia. Orar por una intención no es recordarle a Dios algo que se le puede haber olvidado. Dios es el que inspira estas intenciones en su Iglesia y en el corazón de los hombres. Al orar por una intención entramos en la órbita de la fe, entramos en el corazón de Dios y nos interesamos por los intereses de Dios.

Dios quiere que todos los humanos formemos una única familia, para eso ha enviado a su Hijo, para reunir a los hijos de Dios dispersos. Y Dios quiere reunir a todos sus hijos en la Iglesia que su Hijo ha fundado. Jesucristo ha fundado esta Iglesia sobre el fundamento de los apóstoles y sus sucesores y ha enviado sobre ella como un gran regalo al Espíritu Santo. Jesucristo ha fundado una sola Iglesia sobre la roca de Pedro. “Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia…” (Mt 16, 18).

Y esta unidad se ha mantenido fundamentalmente por la comunión de pastores y fieles con el primado de Pedro a lo largo de los siglos. Pero para vergüenza de todos, esa unidad se ha fracturado en distintos momentos clave. El pecado de los hombres ha entrado en la historia de la Iglesia, y se han producido fracturas y divisiones, que permanecen hasta el día de hoy. Las más grandes han sido la ruptura Oriente-Occidente con el cisma del año 1050, generando la gran separación entre ortodoxos y católicos; y la ruptura de Lutero en 1517, cuyo centenario hemos recordado recientemente, y que ha generado la gran separación entre protestantes y católico/romanos.

Sin embargo, el Espíritu Santo, alma de la Iglesia, está suscitando un fuerte movimiento de acercamiento y de unidad entre todos. El siglo XX ha sido un siglo de acercamientos hasta desembocar en el concilio Vaticano II. Y a partir del concilio, los pasos dados han sido de gigante en el camino hacia la unidad, también con algunos traspiés.

Llegamos de nuevo a estas fechas y queremos sumarnos a ese camino hacia la unidad que desde todas las confesiones cristianas va dándose: encuentros del Papa con otros líderes religiosos no católicos, o porque él mismo los visita en sus países o porque vienen a Roma para encontrarse con el Sucesor de Pedro.

Al mismo tiempo, continúan los debates teológicos entre expertos que se reúnen para acercar posturas, profundizando en lo que cada comunidad ha alcanzado. A nosotros nos corresponde unirnos en la oración común para pedirle a Dios la unidad de todos los cristianos en la única Iglesia fundada por el Señor.

En Córdoba hemos tenido hace dos meses un encuentro de líderes cristianos: católicos, ortodoxos de Constantinopla, de Rusia, de Rumanía, armenios, maronitas. Ha sido con motivo del Congreso Internacional Mozárabe. Ellos han tenido sus respectivas ponencias, resaltando cómo viven la fe en un contexto parecido a los cristianos cordobeses mozárabes durante la dominación musulmana. Y nos ha ayudado mucho recibir su testimonio y compartir juntos la oración de la tarde, teniendo como horizonte el testimonio de los mártires.

Hoy, como ayer, sigue habiendo mártires a los que no preguntan si son católicos u ortodoxos, armenios o rumanos. Simplemente son asesinados por ser “cristianos”. El martirio de todos esos hermanos nos une a todos en una fe y un gran amor al Señor. Es el ecumenismo de los mártires. Oremos por la unidad de los cristianos. Ha de ser obra de Dios, secundada por la oración sincera de quienes confesamos que “ha sido tu diestra quien lo hizo...”. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).                     Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”.            En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano.

Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús.

La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente.

Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna.

El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido.

En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo.

Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento.

 La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba.

Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos.

La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida.

Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados.

Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener. Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor. Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada Q

 

 

 

2 DE FEBRERO: PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO: JORNADA MUNDIAL DE LA VIDA CONSAGRADA.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 2 de febrero, fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María y acompañados por José, celebramos en la Iglesia la Jornada Mundial de la Vida Consagrada.

Jesús entra en el Templo para ser ofrecido, y José porta en sus manos el rescate del primogénito propio de una familia pobre: un par de aves domésticas. Cumplieron así la ley de Moisés, llevándola a plenitud. La vida humana encuentra su sentido cuando se vive como un don recibido de Dios, y cuando le ofrecemos a Dios como respuesta a esa misma vida recibida. En la reciprocidad de ese don se inserta la vida consagrada.

La vida consagrada es la forma de vida que Jesús tomó para sí a lo largo de su vida terrena, y en la que él llama a su seguimiento a tantas mujeres y hombres a lo largo de la historia. Es una novedad y una originalidad evangélica. Encuentra en otros ambientes culturales y religiosos ciertos parecidos, pero la novedad consiste en vivir como vivió él, Jesús nuestro Señor.

El seguimiento de Cristo, iniciado en el bautismo, alcanza su máxima expresión en la vida consagrada, que desde el comienzo Jesús transmite a sus apóstoles y discípulos, entre los cuales se encontraba un grupo de mujeres. Sí, las mujeres que entonces no tenían ninguna participación ni consideración social son llamadas al seguimiento de Cristo, entran a formar parte del grupo de los que viven más cerca de Jesús. Y a lo largo de la historia han sido millones de hombres y mujeres los que han vivido y continúan este estado de vida en la Iglesia.

La vida consagrada tiene como identidad la vivencia de los consejos evangélicos de virginidad o castidad perpetua, de obediencia y de pobreza. Y en muchos casos, sobre todo en la vida religiosa, incluye la vida comunitaria.

La vida consagrada es un icono de la vida trinitaria, es un reflejo de la vida de Jesús, es una profecía para este tiempo y para todas las épocas de los valores definitivos del Reino. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con un buen número de consagrados/as. Están presentes en todos los frentes de la evangelización: en colegios, en residencias de ancianos, en atención directa a los pobres, en hospitales, en parroquias dedicándose a la tarea directa de catequesis y demás.

Los consagrados son la vanguardia de la Iglesia, entre nosotros y en territorios de misión, a donde sólo llegan ellos y ellas. Este año, el lema reza “La vida consagrada, encuentro con el Amor de Dios”. No se entiende la vida consagrada sin una referencia directa a Dios, porque es testimonio del amor de Dios a los hombres y, al mismo tiempo, testimonio del amor del hombre, varón o mujer, a Dios.

En un mundo en el que se pretende prescindir de Dios, la vida consagrada es un grito profético que nos señala el amor de Dios presente en la historia. Es profético el modo de vivir evangélico, viviendo como vivió Jesús. De esta manera, es una llamada a todos los cristianos y es un referente de cómo vivir la vida cristiana, cada uno desde su propia vocación y misión.

Y es profética la tarea que desempeñan, ir a los últimos, a los más necesitados, como un imperativo de Jesús, que vivió así y se dirigió a los pobres, a los humildes, a los que esperaban la salvación de Dios. La tarea que realizan los consagrados es inestimable, la empezamos a entender cuando nos falta.

Pidamos en esta Jornada Mundial de la Vida Consagrada por todos los que han sentido la llamada del Señor a seguirle de cerca para que el Señor los sostenga en su vocación y misión. Pidamos por tantos jóvenes, varones y mujeres, que sienten hoy la llamada a ese seguimiento radical de Jesús, para que nunca falte en la Iglesia la lámpara ardiente de los que siguen a Jesús en la vida consagrada: monjes y monjas, religiosos/as, institutos seculares, vírgenes consagradas, familias eclesiales con sus propios consagrados.

Demos gracias a Dios por este gran regalo a su Iglesia, apoyemos a los que así han sido llamados. En la Catedral de Córdoba lo celebramos el día 2, a las 10:30, convocados todos los consagrados que puedan asistir. Todo el pueblo de Dios rece y valore en esta Jornada el gran don de la vida consagrada para bien de toda la Iglesia y de la sociedad. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

 

2 DE FEBRERO: INFANCIA MISIONERA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 2 de febrero celebra la Iglesia la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo en brazos de su madre María, a los 40 días del nacimiento de Jesús. María lleva en sus manos la «luz de las gentes”, Cristo el Señor. Por eso, es llamada la Candelaria, porque lleva en sus manos al que viene a ser la luz del mundo. Y lo lleva al Templo para consagrarlo al Señor, según la Ley de Moisés. Es un acto de ofrenda de la vida del Hijo, que se realiza en brazos de su Madre, por la mediación de María santísima.

Coincidiendo con esta fecha celebramos también la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Este año con ci lema: «Ven y sígueme” (Mc 10,21), como un eco de la Jornada Mundial de la Juventud, en la que tantos jóvenes —chicos y chicas— han sentido la llamada del Señor para seguirle consagrando su vida entera.

La vida consagrada es una prolongación del bautismo, por el que hemos sido hechos criaturas nuevas. La vida adquiere sentido en la ofrenda de sí mismo, y en la vida consagrada adquiere una perfección muy especial. También hoy Dios sigue llamando a este tipa de vida,, que tanto bien hace a la Iglesia y a la sociedad.

Desde el comienzo de la Iglesia ha existido la vida consagrada, es decir, el seguimiento de Cristo en el voto de la obediencia, la virginidad y la pobreza. Jesús llamó a los Doce para seguirle y los constituyó Apóstoles. Y ellos, dejándolo todo, le siguieron. Esa es la «vida apostólica”.

Ahí tenemos la primera llamada, a la que seguirán tantísimas otras, con formas diferentes de seguimiento. En definitiva, se trata de ser discípulos de Aquel que nos ha llamado a seguirle. Y en la vida consagrada este seguimiento adquiere tono de totalidad y de exclusividad. Seguir a Jesús con toda la vida, con todas las fuerzas, para bien de su Iglesia en el servicio a los hermanos.

Damos gracias a Dios por la vida contemplativa de tantas mujeres y hombres en nuestra diócesis y en toda la Iglesia, en los distintos monasterios.

La vida contemplativa nos está recordando que «sólo Dios basta”, y que vale la pena dejarlo todo para vivir en su Casa alabándole siempre, día y noche. Las monjes y monjas viven retirados del mundo para recordarnos a todos la necesidad que tenemos de Dios. Ellos al mismo tiempo, ofrecen en sus comunidades espacias de silencio y de retiro para acoger a los que buscan a Dios y pueden encontrarlo en el retiro de la oración.

Cuánto bien nos hacen los contemplativos. Inútiles a los ojos del mundo, son como un pulmón que da oxígeno a nuestra generación. Muchos jóvenes hoy sienten esta fuerte llamada, que todos hemos de favorecer para gloria de Dios y bien de la Iglesia.

Damos gracias a Dios por todos los hombres y mujeres que viven en la vida religiosa. Mediante la consagración a Dios, se entregan de por vida a obras de caridad, apostolado, enseñanza. Son como un ejército de amor que llena el jardín de la Iglesia con sus mejores aromas.

Cuántos carismas ha suscitado el Espíritu para servir a los hermanos, en el seguimiento radical de Cristo. Nuestra diócesis de Córdoba es especialmente afortunada con la presencia de tantas formas de vida religiosa, que expanden el buen olor de Cristo.

También damos gracias a Dios por las Sociedades de Vida apostólica, por los Institutos Seculares, por las Vírgenes Consagradas y por las Nuevas Formas de Vida Consagrada. Permaneciendo en el mundo, están consagrados a’ Dios, para transformar el mundo desde dentro.

Dios sigue llamando. En nuestra diócesis continúa habiendo jóvenes que reciben esta llamada, que entre todos hemos de cultivar yhacer madurar en un clima de fe.

Damos gracias a Dios por la vida consagrada en todas sus formas, y que constituyen en la iglesia como un reclamo para que todos los fieles sigamos la llamada del Señor a la santidad.

En la nueva evangelización, los consagrados tienen un papel insustituible. Apoyemos todos esta forma de vida, que Jesús eligió para sí y para su Madre bendita.

Con mi afecto y bendición. «Ven y sígueme» (Mc 10, 21)

HUID DE LA FORNICACIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:impacta escuchar tan directamente esta palabra en la liturgia de este domingo. Parece dirigida especialmente a nuestro tiempo, donde la incitación a la fornicación es continua en los medios de comunicación, en cine, en la P4, incluso hasta en algunas escuelas de secundaria, dentro de los programas escolares.

San Pablo se dirige a los corintios, una ciudad portuaria donde había de todo, también de lo mala. En el imperio romano, la honestidad y la castidad fue decayendo y las costumbres entre los jóvenes y adolescentes era en ciertos ambientes, sobre todo deportivos, una depravación.

San Pablo se dirige directamente a los jóvenes y les exhorta: «Huid de la fornicación”, y ies da una razón de peso: “No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo,. .que habita en vosotros? No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros (1Co 6,20).  Precisamente, de las ideas que hoy más se gritan con ansia de libertad es la contraría: “Yo soy mía/mío, y con mi cuerpo hago lo que quiero».

El Evangelio de Jesucristo tiene repercusiones en todos los ámbitos de la persona, también en el campo de la sexualidad. La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega. Un amor que busca la felicidad del otro y que está dispuesto al sacrificio y a la renuncia. Un amor que tiene su ámbito y su cauce en el matrimonio estable y bendecido por Dios.La castidad es la virtud que educa la sexualidad, haciéndola humana y sacándola de su más brutal animalidad.

Cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia, La castidad viene protegida por el pudor. Cuando la sexualidad está desorganizada es como realidad irracional.

La sexualidad humana vista con ojos limpios es el lenguaje y la expresión del amor verdadero, de un amor que no busca sólo su interés y su satisfacción, sino que es donación, entrega.
una bomba de mano, que puede explotar en cualquier momento y herir al que la lleva consigo.

Y esto sea dicho para todos los estados de vida: para la persona soltera, en la que no hay lugar para el ejercicio de la sexualidad, para la persona casada, que ha de saber administrar sus impulsos en aras del amor auténtico, para la persona consagrada, que vive su sexualidad sublimada en un amor más puro y oblativo.

“Huid de la fornicación» nos dice a todos san Pablo. Me ha llamado la atención un libro publicado estos días en que se dice que cuando la sexualidad está bien encauzada, la persona vive en armonía consigo misma y en armonía con los demás, evitando toda provocación o violencia.

Hace unos días leía un artículo, en el que una candidata a miss Venezuela explica su experiencia reciente con un título que lo dice todo: “Virgen a los treinta» Precisamente no alcanzó el título al que se presentaba por no aceptar la propuesta de la fornicación, que al parecer era una condición (no escrita) del concurso. En ella se ha cumplido esta palabra de san Pablo. Y el libro se ha convertido en besseller (el más vendido) entre los jóvenes y las jóvenes de su entorno, de nuestro tiempo.

Es posible llegar virgen al matrimonio, aunque el ambiente no sea favorable. Es posible vivir una consagración total, de alma y cuerpo, al Señor como una ofrenda al Señor que beneficia a los demás. Es posible ser fiel al propio marido, a la propia mujer. Más aún, a eso invita la Palabra de Dios en este domingo, huyen do de la fornicación. Y la Palabra de Dios tiene fuerza para que se cumpla en nuestras vidas.

“Vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo... glorificad a Dios con vuestro cuerpo! Damos gloria a Dios no sólo con nuestros buenos pensamientos y deseos, con nuestra voluntad que busca someterse a la voluntad divina, purificando continuamente la intención Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo. Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios. El cristianismo es la religión de la redención de nuestra carne.

Damos gloria a Dios también con nuestro cuerpo. Dios nos ha amado también corporalmente, al hacerse carne el Hijo de Dios,
Nuestro amor a Dios, a Jesucristo, pasa por nuestro cuerpo. La gracia de Dios es capaz de organizar nuestra sexualidad humana y hacerla progresivamente capaz de expresar el amor más auténtico, el único que hace feliz a toda persona humana.

Recibid mi afecto y mi bendición:  

 

2º DOMINGO DE FEBRERO: MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al llegar el segundo domingo de febrero hacemos la colecta litúrgica de Manos Unidas, poniendo “a los pies de los Apóstoles” –hoy, los obispos– (Hech. 4, 35) nuestras aportaciones voluntarias, que irán destinadas a miles y miles de personas en otros tantos proyectos de Manos Unidas por todo el mundo.

La Campaña contra el Hambre en el mundo nos invita este año a “Compartir lo que importa”. Repetimos una vez más aquel gesto de los primeros cristianos, que, al conocer a Jesucristo por el anuncio del Evangelio, vendían sus bienes y los ponían a los pies de los Apóstoles para que éstos los repartieran entre los pobres de la comunidad.

San Pablo, al subir a Jerusalén para contrastar con Pedro y los demás apóstoles el contenido de su Evangelio, nos dice que concluyeron el encuentro con un abrazo fraterno y una recomendación: “No te olvides de los pobres” (cf. Gal 2, 10), y por eso san Pablo realizo una gran colecta con destino a los pobres de Jerusalén.

Nos cuenta el Papa Francisco que, al momento de su elección para Sucesor de Pedro, el cardenal Hummes que estaba a su lado le susurró: “No te olvides de los pobres”, y eso le llevó a elegir el nombre de Francisco como recuerdo del santo que se ha caracterizado por la pobreza personal y la entrega y cercanía a los pobres.

Manos Unidas nos presenta el panorama mundial de tantas pobrezas que impiden el desarrollo de los pueblos y el crecimiento personal de tantas personas. Manos Unidas toca el corazón de los católicos españoles y de toda persona de buena voluntad que quiera colaborar por este cauce.

El estilo de Manos Unidas, como ONG de la Iglesia Católica para paliar el hambre en el mundo, no es solamente recaudar fondos, sino mentalizar a los fieles de nuestras comunidades cristianas “para que no se olviden de los pobres”. En nuestro primer mundo tenemos de todo, aunque a nuestro alrededor también hay carencias muy notables, como son cubrir las necesidades básicas de alimento y vivienda. Pero no nos hacemos idea de las carencias que tienen tantos habitantes del planeta que mueren de hambre cada día. Alimentos, educación, sanidad, casa, tierra. Carecen de todo y no podemos aplazar la respuesta a estas necesidades hasta que las instituciones internacionales salgan a su encuentro.

Urge ayudarlos hoy, quizá mañana sea tarde. “Comparte lo que importa” pone el acento sobre todo en la persona. Alimentos hay de sobra en el mundo, hace falta sensibilidad para compartir lo que importa: la dignidad de la persona, tener lo elemental para sobrevivir, tener acceso a una educación y sanidad que mejore la calidad de vida, tener el pan de cada día. Y sobre todo, tener a Dios y conocer a Jesucristo, que nos ofrece la salvación de Dios, nos hace hermanos unos de otros y nos da a su Madre como madre nuestra. Agradezco a todas las personas que trabajan como voluntarias en Manos Unidas, en la delegación diocesana y en las parroquias. Por todas las parroquias que visito me encuentro siempre con la delegada de Manos Unidas y su equipo, que inventan múltiples iniciativas para concienciar y recaudar fondos destinados a estos proyectos.

No dejéis de motivar la razón más profunda de nuestra caridad cristiana: si hemos conocido a Jesucristo, si compartimos la mesa eucarística en la que se nos entrega el mismo Jesús, no podemos olvidarnos de los pobres, porque en ellos prolonga Jesús su presencia, reclamando nuestro amor, nuestra solidaridad, nuestro compartir con ellos lo que tengamos, privándonos de algo. ¿De qué nos serviría llenar los estómagos si no conocieran al Señor? No los ayudamos para traerlos a lo nuestro. Nuestra caridad ha de ser gratuita, pero en esa caridad debe aparecer siempre visible que ha sido Jesús el que nos ha motivado, y es a él a quien servimos.

En la caridad con los hermanos, con los pobres, es donde se verifica nuestro amor a Dios. Comparte lo que importa, da de tu pan al hambriento, viste al desnudo, ofrece buena educación al que lo necesita y ten presente en tu oración a tantos y tantos que no conocen a Jesucristo, porque están privados de su Evangelio. Recibid mi afecto y mi bendición: Manos Unidas «Comparte lo que importa».

2 VIERNES DEL MES DE FEBRERO: MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El segundo viernes dci mes de febrero y el domingo siguiente son las jornadas anuales de Manos Unidas, una ONG de la Iglesia católica compuesta principalmente por voluntarios. Una organización que cuenta con enlaces en todas las parroquias de España y que lleva más de cincuenta años promoviendo el desarrollo en todo el mundo.

En el año 2010 ha recaudado 53 millones de euros, destinándolo a 641 proyectos en 55 países. Cuenta con 95 mil socios en toda España. Una obra grandiosa que tiene su origen en las mujeres de Acción Católica hace 53 años, que en vez de taponar las fuentes de la vida para que no haya bocas, ha ensanchado la mesa para que quepan todos a la hora de comer.

La colecta de Manos Unidas se deposita “a los pies de los Apóstoles» en la colecta litúrgica de este domingo. Nos recuerda aquella primera comunidad cristiana: “No había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían, traían ci importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles, y se repartía a cada uno según su necesidad” (Hech 4,34-35).

Aquella comunidad, que era perseverante en la oración, que acudía a la enseñanza de los Apóstoles, al ponerlo todo en común, lo ponía “a los pies de los Apóstoles” para que ellos lo repartieran.. Éstos, para dedicarse a la oración y al ministerio de la Palabra, eligieron siete diáconos que se encargaban del servicio de la caridad en la comunidad cristiana, bajo la autoridad de los mismos Apóstoles.

La colecta de Manos Unidas tiene por tanto un sentido litúrgico y sagrado. No es la simple acumulación de una cantidad cuanto más grande mejor, sino la expresión de una comunión eclesial que tiene su reflejo visible incluso en los dineros, y se presenta como ofrenda con la propia vida en la celebración eucarística.

El desprendimiento de cada donante tiene unas motivaciones profundamente cristianas, al estilo de Cristo, y tiende a.establecer una fraternidad que brota de nuestro ser hijos de Dios. En la colecta de Manos Unidas, Dios esni por medio. Es el Espíritu Santo el motor de toda esta movida de solidaridad, es el Espíritu Santo el que va “formando el corazón» Deus caritas, 31 a) de los que trabajan en Manos Unidas. Y al terminar cada campaña, los que han participado en ella salen renovados en su vida cristiana.

Cada euro en Manos Unidas es sagrado, porque brota de la santa virtud de la caridad cristiana, es decir, del amor a Dios y del amor al prójimo por amor de Dios, independiente departidos e ideologías (Ib. 31b).

Este año Manos Unidas nos llama la atención sobre la salud con ci lema: “La salud, derecho de todos. ¡Actúa!”. La cantidad de recursos que tenemos a nuestro alcance nos hace perder de vista que la mayoría de los habitantes del planeta no tienen tales recursos, no tienen la mínima atención sanitaria, no pueden curar sus enfermedades, y la muerte les sobreviene con toda facilidad.

En la campaña contra el hambre en el mundo, es muy importante este campo de la salud, según señala el Objetivo del Milenio, n° 6. Pero se trata de la salud que busca el bien integral de la persona, no la salud a cualquier precio, donde puede filtrarse el egoísmo que destruye a la persona, sino la salud con rostro humano, creado a imagen y semejanza de

Cada euro en Manos Unidas es sagrado, porque brota de la santa virtud de la caridad cristiana, es decir, del amor a Dios y del amor al prójimo por amor de Dios, independiente de partidos e ideologías.
       La Iglesia católica atiende miles de dispensarios por todo el mundo, está en la avanzadilla de la salud para los países en vías de progreso. Malaria, tuberculosis, SIDA, lepra y otras enfermedades olvidadas son atendidas por tantos misioneros y misioneras que dan su vida en la vanguardia de la misión. Y lo hacen no por proselitismo, pues atienden gratuitamente a los católicos y a los que no lo son, sino por amor a Dios ya los hombres (ib. 3 le).

Agradezco a todos los voluntarios de Manos Unidas de toda la diócesis su trabajo a favor de esta causa. En mi Visita pastoral me encuentro con muchos de estos voluntarios, que ponen la imaginación al servicio de la caridad. Que no falte en ninguna parroquia esta Colecta, esta mentalización de Manos Unidas, las actividades propias de esta ONG de la Iglesia católica. Y no olvidemos nunca que la mayor carencia es la carencia de Dios, tan frecuente en este mundo tan lleno de cosas,
Con mi afecto y bendición: Manos Unidas, la solidaridad cristiana

 

 

MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio.

Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos.

 Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir.

“Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo.

A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte. Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza.

En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos.

Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195).

La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada.

El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana.

La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio.

Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas.

 

 

SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio.

Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse. Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual.

Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse.

No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc.

La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios.

Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin límite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos.

El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre.

El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan.

Eso es el sacramento del matrimonio. Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama.

El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad.

Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo.

San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados.

 

 

DÍA DE ANDALUCÍA, (EXTREMADURA)

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El amor a la patria nos lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Nuestra patria es España y nuestra tierra Andalucía, “lo más grande” de España.

Llegados al día de Andalucía os ofrezco alguna reflexión desde la fe, conveniente en este momento en que reflexionamos sobre el voto de las próximas elecciones regionales al Parlamento Andaluz, de donde surgirá el Gobierno de la Junta de Andalucía. No le corresponde al obispo entrar en política, y menos en la política de partido. Para eso están los que dedican su vida a esta noble causa de servicio al bien común.

La tarea política es una de las más eminentes formas de caridad social, porque pone la vida al servicio de los demás para lograr la justicia, la paz y la convivencia, el bienestar de todos, especialmente el de los más pobres y desfavorecidos.

A los pastores nos toca ofrecer pautas éticas para el buen gobierno de la cosa pública, que a todos nos afecta. Y la Iglesia invita a sus hijos cristianos laicos a que entren en la arena de la política, incluso de la política partidista, para llevar el Evangelio a nuestra sociedad y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno.

El primero y principal bien a salvaguardar es Dios y su presencia benéfica en nuestra sociedad. Dios no es enemigo del hombre, sino aliado y buen aliado, omnipotente aliado, inspirador de los mejores propósitos en el corazón del hombre. ¿Por qué prescindir de Dios u organizar la ciudad terrena como si él no existiera?

Ya sé que hay personas que no creen en Dios y que un Estado democrático debe buscar el bien de todos, también el de los que no creen en Dios o incluso lo rechazan. De acuerdo. Pero, por qué organizar la vida sin Dios, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos son creyentes.

Nuestra Constitución consagra un Estado aconfesional, donde ninguna religión es oficial, sino que se promueve y se favorece la religión de los ciudadanos, en mutuo respeto de todos y en convivencia democrática de unos con otros.

Ahora bien, lo que me sorprende es que de un Estado aconfesional se favorezca todo lo que va contra Dios o contra la religión católica. Me alegro de que otras religiones sean delicadamente respetadas, pero los católicos en España y en Andalucía no somos una minoría étnica, sino el 92% de la población. Aquí pasa algo raro.

¿No seríamos capaces de asumir una laicidad positiva, que considere la religión como un bien social? Invito a los políticos a que tengan en cuenta esto, porque incluso los que son católicos y practicantes, llegados al campo de la política, prefieren dejar a un lado sus convicciones para mantenerse en una neutralidad que ofende a la inmensa mayoría de la población. Hemos de convivir todos, respetarnos todos, ser tolerantes unos con otros. Pero a veces parece que la única religión no respetable sea la católica, la de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.

No basta con tener procesiones (ahora llega la Semana Santa), es preciso que la fe de un pueblo empape todas las estructuras, aún dentro de un Estado aconfesional. Los políticos deben respetar y promover la libertad religiosa, que se expresa de tantas maneras: libertad de los padres para elegir la educación que prefieren para sus hijos, sin ser considerados ciudadanos de segunda por ser católicos.

Libertad por tanto para una enseñanza libre, favorecida por los fondos públicos, porque atiende un derecho ciudadano a la educación, que no tiene por qué ser siempre estatal. No debe considerarse la escuela estatal como la única y para todos, dejando la concertada como subsidaria. Es todo lo contrario: la escuela de iniciativa social es la primera, y debe ser apoyada con fondos públicos. Y la escuela estatal es subsidiaria, allí donde no haya otras iniciativas sociales que cubran esa necesidad ciudadana.

El estatalismo en la escuela es uno de los grandes males para una sociedad que quiere ser libre y educar en libertad. La dignidad humana en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural.

Cuántos niños no llegan a ver la luz porque son eliminados en el seno materno. Un político debe luchar por la vida, para que nadie quede excluido y para que no crezca la brecha de la exclusión social. El trabajo es un derecho de la persona. Trabajo para todos, es una de las principales preocupaciones del político. Y más en nuestra región andaluza donde los índices de paro alcanzan cifras alarmantes, particularmente el paro juvenil.

En mis Visitas pastorales he visto bolsas de pobreza que no podía imaginar, he tocado de cerca situaciones que no son propias de una sociedad desarrollada. Un político debe poner todos los medios posibles para diluir esas bolsas y atacar las causas que las provocan. Una sociedad que se desarrolla deja a un lado muchas personas en la cuneta de la vida: ancianos sin pensión, niños desprotegidos, jóvenes en la droga, emigrantes que llegan y tanto necesitamos. Es tarea de todos. Ánimo, queridos políticos.

Oramos en el Día de Andalucía para que desaparezca la corrupción en la administración pública y en toda la sociedad. Es una vergüenza que algunos aprovechen su puesto de servicio para enriquecerse robando del dinero de todos, cuando hay tantos pobres.

Oramos para que no prevalezca la mentira, el engaño, la trampa y el embuste. Oramos para que construyamos entre todos un mundo mejor. Andalucía tiene muchos recursos, sobre todo sus gentes abiertas, alegres y acogedoras. Es la tierra de María Santísima.

Andalucía es lo más grande de España, y debemos entre todos dignificarla con nuestra aportación ciudadana. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de Andalucía.

 

 

 

 

 

 

 

 

INFANCIA MISIONERA

 

QUERIDOS HERMANOS  Y HERMANAS:

 

El mandato misionero de Jesús a su Iglesia sigue resonando en nuestros corazones también hoy: “Id y predicad el Evangelio a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.,. El que crea y se bautice se salvará” (cf .M.t 28,19; Mc 16,16). Este mandato misionero no supone imponer la fe a nadie, y menos aún por la violencia, sino que propone el Evangelio como un tesoro descubierto, que se quiere compartir para bien de los demás.

Celebramos en estos días la Infanda Misionera, que quiere inculcar en los niños católicos ese deseo de que Jesús sea conocido por todos los demás niños del mundo. Continuamente enseñamos a los niños a ser capaces de compartir desde un juguete hasta la necesidad básica del alimento y la cultura, En primer lugar, para apreciar lo que tienen, pero además, porque se hagan sensibles de que la inmensa mayoría de los niños del mundo no disfrutan de todos estos bienes. Iniciativas de todo tipo van educando en ese espíritu solidario: lo que tú has recibido tienes que compartirlo con los demás, y eso a ti te hace bien.

Esta jornada misionera nos advierte que el mayor bien que una persona posee es el de haber encontrado único salvador del mundo. Muchos niños del mundo no conocen a Jesucristo, o porque nunca han oído hablar de él o porque no tienen quién les anuncie esta buena noticia, Y no hemos de irnos a países lejanos, donde puede darse esta carencia junto con otras muchas de tipo material.

También entre nosotros, muchos niños ya no han recibido de sus padres la transmisión. de la fe en Jesucristo, para descubrirlo progresivamente como amigo, como el Hijo de Dios que se ha acercado hasta nosotros con deseo de ganarse nuestra amistad, para hacemos partícipes de su vida divina. Muchos niños nuestros viven rodeados de otros niños que no son cristianos, o que habiendo recibido el bautismo, apenas conocen a Jesús como verdadero amigo.

Las actitudes que se cultivan desde la infancia permanecen para toda la vida, son como cimientos sobre los que se construye la historia de cada persona. Y esta actitud misionera es una de las actitudes básicas, que influirán en una persona para siempre. Hemos aflojado en el espíritu misionero, también en este nivel de la infancia, que al fin y al cabo recibe lo que los adultos queremos proporcionales.

También es este campo se percibe el influjo del relativismo de nuestro tiempo. Un relativismo en el campo religioso, por el que consideramos erróneamente que todo vale y que da lo mismo una religión que otra.

Por ese camino, no somos capaces de apreciar como tesoro la fe cristiana recibida desde los apóstoles y ci mandato misionero de ir al mundo entero a anunciar el Evangelio. Los mismos slogans que manejamos en este campo religioso y en el propiamente misionero no pasan muchas veces de ser una invitación a una solidaridad descafeinada que no compromete y por tanto, no se vive con entusiasmo.

Es preciso tomar conciencia del don de la fe como un tesoro recibido, que tenemos que compartir con quienes no lo tienen. Un niño es capaz de conocer a Jesucristo, de hacerse amigo de él, si tiene a su alrededor personas mayores — empezando por sus padres y sus educadores— que le hablan con pasión de Jesús y sus enseñanzas.

Un niño está llamado a apasionarse por Jesucristo, si encuentra personas apasionadas que se lo transmiten. Y eso no está reñido con la capacidad de respetar al otro y sus diferencias. La Infancia Misionera no consiste en animar a los niños a una solidaridad que igualmente podría darse si uno no fuera cristiano. Podernos y debemos enseñar a los niños a ser misioneros. Ellos son capaces de recibir esta llama del ardor misionero, que quiere que todos los hombres se salven porque han conocido a Jesucristo, único salvador. Muchos niños del mundo —también cercanos a nosotros— no lo saben, y a nosotros se nos ha dado para que aprendamos a compartirlo. La fe, también en los niños, se fortalece dándola.
Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros, ya desde ninos

 

 

SAN JOSE, ESPOSO DE MARÍA VIRGEN: DÍA DEL SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Por la fiesta de san José, esposo de María virgen y padre adoptivo de Jesús, celebramos en casi toda España el “Día del Seminario”. Es decir, en torno a esta fecha se despliegan una serie de acciones concretas dirigidas a dar a conocer nuestros Seminarios diocesanos, se despliega una fuerte actividad de campaña vocacional, se llega a un gran número de jóvenes en nuestra diócesis por medio de los seminaristas, se piden oraciones por esta importante intención y se hace una colecta extraordinaria, con la que se mantiene el Seminario cada año.

La campaña vocacional les sirve a los seminaristas también para conocer la diócesis, sus distintas parroquias y vicarías, conocer a la gente más de cerca, vivir unos días en contacto muy directo con los sacerdotes del presbiterio diocesano y ver su acción pastoral de cerca. Es ocasión para que los seminaristas hablen a todo el mundo, y especialmente a los niños y jóvenes, de la vocación sacerdotal que ellos mismos han recibido y plantear a muchos esa posible llamada que se esconde en el corazón de quienes son llamados.

 Estoy convencido de que Dios llama a muchos más de los que se lo plantean y a bastantes más de los que responden. Dios es el primer interesado en dar pastores a su pueblo. Pero sucede que la llamada no llega por mensaje directo normalmente, sino a través del testimonio de otros.

La campaña vocacional sirve de altavoz a esa llamada, y varios de los jóvenes que responden han escuchado esta vocación por medio de otros jóvenes seminaristas a los que han oído hablar de su vocación sacerdotal. Y sucede también que algunos (no sé cuántos) de los llamados, se hacen sordos a esa voz y escurren el hombro.

A veces, Dios tiene que insistir con varios mensajeros, y aun así respeta siempre la libertad del que quiera responder o no. Por eso, la campaña vocacional debe estar transida de oración, por la que nos situamos en un plano de fe, desde el que pedimos a Dios que envíe trabajadores a su mies, que nos mande muchos y santos sacerdotes para el servicio de su Pueblo.

Tienen mucho que ver en este aspecto las familias: los padres, los abuelos, los hermanos. Si cuando llega la vocación a alguno de los miembros de la familia, todos apoyan, la cosa es más fácil. Es más fácil responder, cuando uno se siente apoyado por su familia.

En el clima de familia cristiana, el caldo de cultivo es más propicio para que Dios llame algún niño o joven para servir a la Iglesia en el camino del servicio ministerial. Por eso, la crisis de vocaciones tiene en parte su referencia en las familias. Empezando por la baja natalidad y siguiendo por las consecuencias de un ambiente ajeno (e incluso hostil) al Evangelio.

Tienen mucho que ver también los sacerdotes. Los principales agentes de pastoral vocacional son precisamente los sacerdotes. Para mí y para tantos otros, la figura del párroco ha sido fundamental para aclarar los síntomas de mi vocación sacerdotal, que después va configurándose en esa referencia continua.

Queridos sacerdotes, sea vuestra primera y principal preocupación crear un clima vocacional en vuestro entorno. Vivid y hablad de vuestro sacerdocio con alegría pascual, la alegría que en medio de las dificultades se goza con la victoria del Señor. Aunque no falten las cruces, pero es más desbordante el gozo de la resurrección, el gozo del Evangelio, que hemos de transmitir contagiosamente con nuestra vida. Es muy difícil que un niño o un joven se entusiasme con el sacerdocio, si vieran en nosotros la queja y la amargura continua.

“Apóstoles de los jóvenes” reza el lema de este año. Y es que los jóvenes deben ser evangelizadores de los propios jóvenes, y también la vocación sacerdotal se transmite por contagio de otros jóvenes llamados por Dios. Esta es la razón por la que los seminaristas se patean la diócesis en estos días, para encontrarse con otros jóvenes y contarles su experiencia. Pero además esa tarea debe ser permanente, dentro de las posibilidades que ofrecen las múltiples limitaciones humanas. Por eso, oración por las vocaciones.

Dios tiene sus planes, colaboremos con él. El Día del Seminario nos lo recuerda. Todos tenemos algo o mucho que hacer en este campo, para que la Iglesia no se sienta privada de los sacerdotes necesarios para la evangelización. Es un bien común, es tarea de todos. Sed generosos también en la colecta, Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Seminario Apóstoles para los jóvenes.

 

 

DÍA DEL SEMINARIO«Pasión por el Evangelio»

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno a la fiesta de san José esposo virginal de María Virgen, patriarca de la Iglesia universal, formador del único y sumo Sacerdote Jesucristo, celebramos el Día del Seminario. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos hacia esta institución diocesana, valorar su importancia .y sentirla como nuestra.

El Seminario es el lugar donde se preparan los que van a ser sacerdotes. El Seminario es la comunidad de los que han sido llamados al ministerio sacerdotal. El Seminario es el tiempo de esa formación. que desemboca en la ordenación. El Seminario es también un edificio emblemático, cuyos lugares son referentes para todo el presbiterio.

Llamados por Dios, los alumnos del Seminario cultivan las señales de vocación, se entrenan en una respuesta radical en el seguimiento del Señor, al tiempo que cultivan la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral.

El Seminario es el corazón de la diócesis, de donde la diócesis recibe la sangre oxigenada que alimenta el organismo, y a su vez el Seminario es el órgano que recibe el alimento de toda la comunidad diocesana.

Nuestra diócesis de Córdoba es bendecida continuamente por Dios con vocaciones para el sacerdocio ministerial, Cada año son ordenados un grupo de jóvenes que rejuvenecen ei presbiterio diocesano, y garantizan el relevo gene- racional en el presbiterio. Cada año vienen niños, adolescentes y jóvenes a nuestro Seminario para discernir su vocación yprepararse para el sacerdocio.

En torno al Seminario gira la vida de la diócesis: las familias, que son el primer seminario, los profesores especializados que imparten sus asignaturas, los formadores que van modelando el corazón sacerdotal de estos aspirantes, los bienhechores que colaboran con su oración y su limosna en el sostenimiento del Seminario. El Seminario es, por tanto, como una orquesta sinfónica, donde cada uno tiene. su papel, y entre todos han de interpretar esa preciosa melodía de dar a la Iglesia pastores según el corazón de Cristo.

En esta preciosa empresa, necesitamos más. “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies» (Lc 10,2). La primerísima tarea en este campo es, por tanto, la oración, porque cada vocación es un don de Dios, que hemos de implorar con humildad y reconocer con generosidad, cuando nos es concedido. Además, entre todos hemos de crear un clima propicio a la vocación sacerdotal, un “clima vocacional”, de manera que cuando un niño, un adolescente o un joven se plantea su vocación, sea acogido y ayudado a cernir y a responder a esta llamada. Que ninguno se sienta rechazado, que ninguna vocación quede aplazada en su respuesta por falta de acogida.

Aquí tienen un papel muy importante los padres. En las familias cristianas es frecuente pedir al Señor que algún miembro de la familia sea llamado al sacerdocio ministerial, y cuando surge una vocación, todos —padres, hermanos, abuelos- se sienten felices y corresponsables en acompañarla.

Queridos padres: Si Dios llama a vuestro hijo para ser sacerdote, no se lo impidáis. Agradeced a Dos este inmenso regalo a la familia y a la Iglesia, acompañad esta vocación frágil, ponedla en contacto con el párroco y con el Seminario.

Pero más importante aún es el papel de los párrocos y de los sacerdotes que están en contacto con los niños, jóvenes o adolescentes. Casi todas las vocaciones al sacerdocio surgen en referencia a algún sacerdote. «Yo quiero ser como este sacerdote”, suele ser la experiencia primera del que es llamado.

De ahí, queridos sacerdotes, la importancia de nuestro testimonio sacerdotal. Un testimonio gozoso y humilde de haber sido llamado por Dios para esta noble tarea al servicio del Pueblo de Dios. Y al mismo tiempo, una preocupación constante por descubrir a los que posiblemente sean llamados y una propuesta directa de esta posible vocación a niños, adolescentes y jóvenes.

No tengáis miedo, queridos sacerdotes, de hacer la propuesta explícita, de acompañar a quienes reconocen esta vocación. Un cura entregado y contento de serlo suele suscitar a su alrededor niños y jóvenes que quieren ser como él. En nuestra época, hay una campaña organizada para desprestigiar al sacerdote católico. Venzamos el mal a fuerza de bien, es decir, respondamos a ello con una vida serena y gozosa en el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones sacerdotales.

Toda la comunidad cristiana tiene un papel importante en el campo de las vocaciones. Todos hemos de sentir como una primera necesidad que la Iglesia tenga sacerdotes. Nuestra diócesis, agradecida a Dios porque no le faltan seminaristas, necesita muchos más para atender las necesidades de la diócesis y de la Iglesia universal. Pidamos al Señor que no falte entre nosotros esa «Pasión por el Evangelio”, que mueva a muchos a seguir la llamada del Señor.

Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

MES DE MAYO, MES DE MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo.

El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas. El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados.

Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud.

Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua.

María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad.

 Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia. Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones.

 Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta.

Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano.

La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido.

La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más. Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir.

En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espíritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cenáculo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos.

¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba.

 

 

 

PRIMERAS COMUNIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad, los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera comunión. Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes que vivimos en la infancia.

El momento de la primera comunión, con sus antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena y en el cielo para siempre. Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden oscurecerse estas vivencias.

 Pero la referencia a aquella experiencia feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia de la primera comunión. A lo largo de mi vida pastoral he encontrado con casos muy llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella experiencia de la primera comunión, recogiendo su vida y centrándola en lo verdaderamente importante.

Fueron felices con Dios, conocieron a Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera comunión, que nadie pudo darles nunca. Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de Dios para siempre.

En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos. Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin pretextos que retardan nuestra respuesta.

Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una sincera confesión fruto de una sincera conversión.

Los adultos hemos de evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión.

 Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de nosotros.

 A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. Recibid mi afecto y mi bendición: Niños de primera comunión.

 

 

 

PENTECOSTÉS, ESPÍRITU SANTO Y APOSTOLADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. A los cincuenta días de la Pascua, fue enviado el Espíritu Santo desde el seno del Padre, por el cauce de la humanidad santísima de Jesucristo, de cuyo costado, abierto por la lanza, manó sangre y agua. Y llenó toda la tierra, renovándola.

 La fiesta litúrgica de Pentecostés tiene la capacidad de actualizar aquella efusión del Espíritu Santo, para renovar hoy todo el universo. El Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo, alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Esa fuerza potente del Espíritu Santo no es una energía anónima, que pudiera desprender el cosmos. No. Se trata de una relación personal, una relación de amor, de tú a tú.

El Espíritu actúa silenciosamente en nuestros corazones y los va inflamando con el fuego de su amor, nos va recordando las cosas de Jesús y nos da la profunda convicción de que somos hijos de Dios y miembros de su familia que es la Iglesia.

El Espíritu Santo prende en el corazón de los creyentes para hacerlos testigos: “Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo. Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo...” (himno litúrgico). La fiesta de Pentecostés es por tanto la fiesta del apostolado.

 Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, fueron fortalecidos con la fuerza de lo alto y se convirtieron en testigos valientes de Jesús en medio del pueblo, dispuestos incluso a sufrir persecución y hasta martirio por amor a Jesús. Las vigilias y la misma fiesta de Pentecostés en cada una de las parroquias quiere alentar en todos el dinamismo apostólico que hoy necesita la Iglesia para presentarse ante el mundo como la Esposa de Cristo, signo transparente de su presencia y de su amor en el mundo, santa e inmaculada en medio del mundo.

 Es el día del apostolado seglar. Los fieles laicos en la Iglesia son como un enorme gigante dormido, que va despertando para asumir la tarea propia en la Iglesia y en el mundo: imbuir las realidades de este mundo con el espíritu del evangelio, a manera de fermento, como sal de la tierra y como luz del mundo.

Renovarlo todo para llevarlo a su plenitud, purificándolo de todo lastre. La familia se hace nueva, el amor humano se hace nuevo, el trabajo adquiere un sentido nuevo, la vida social es otra cosa, y hasta la política adquiere su verdadera dimensión de servicio a la sociedad en el ejercicio de la caridad social. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo, dejemos que entre en nuestros corazones.

Es el día de la Acción Católica. Desde los primeros pasos, la Acción Católica vio en esta fiesta de Pentecostés su fiesta propia, en la cual tomar conciencia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia y tomar impulso para su apostolado. Y concretamente de los laicos que viven en torno a la parroquia y a sus pastores, siguiendo sus planes pastorales y desembocando en la parroquia sus colaboraciones para convertirla en una comunidad viva, con un fuerte sentido de comunión, en la participación y en la corresponsabilidad eclesial.

No es la única forma de participación de los laicos en la vida de la Iglesia. En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Pero la Acción Católica ha gozado siempre de una preferencia por parte de los pastores, porque en su propia naturaleza se confiesa como estrecha colaboradora del apostolado parroquial y diocesano.

En estrecha comunión con los pastores, en estrecha colaboración con la jerarquía y como vínculo de comunión entre todos los fieles laicos de la parroquia, actuando públicamente en nombre de la Iglesia.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven y haz nuevas todas las cosas, renovando nuestro corazón. Recibid mi afecto y mi bendición: Espíritu Santo y apostolado.

 

VERANO, YO ME APUNTO A RELIGIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Está abierto el plazo para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión.

La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana, a ser solidario con el amor de Cristo con todos los desfavorecidos de la tierra.

Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Si haces la primera comunión, si acudes a confirmarte, sería una incoherencia no apuntarte a Religión católica en tu escuela. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en la diócesis de Córdoba, tanto en los centros públicos como en los concertados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo.

Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente, en la Constitución española y en las leyes. A veces, podíamos pensar que se intenta por todos los medios eliminar esta asignatura, porque no se favorece, sino que se obstaculiza lo más posible.

A pesar de todo, los padres siguen pidiendo Religión católica para sus hijos en un altísimo porcentaje: más del 90 % en primaria y más del 70 % en secundaria. En mis visitas pastorales, no dejo de acudir a la escuela, y me reciben con gran alegría los alumnos. Agradezco la buena acogida, salvo rarísimas excepciones, por parte del equipo directivo, el consejo escolar, los padres y los alumnos. Se trata de un verdadero acontecimiento pedagógico del Centro, en el que la inmensa mayoría de alumnos son católicos y alumnos de Religión católica. Ellos lo demandan, no se lo impidamos.

Tener clase de Religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres.

 Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Y esos mismos alumnos, que han elegido libremente la Religión como asignatura, tienen derecho a que el Obispo los visite.

El Obispo, por tanto, visita las aulas no invocando un privilegio del pasado que hay que superar, sino como un derecho de los niños y jóvenes de hoy. Los derechos de los niños deben ser respetados por todos. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia.

En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. La presencia de la Religión en la escuela no hace daño a nadie, y beneficia a todos los que la eligen. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza.

Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad.

 Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia.

Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos.

Con mi afecto y bendición: Yo me apunto a Religión.

 

 

DOMINGO XVII

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos. El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.

El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.

Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos.

Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.

El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos.

El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.

Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo.

Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.

 En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir. Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino.

La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos. Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer al hambriento.

 

 

 

 

SEPTIEMBRE 14 LA SANTA  CRUZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz.

La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo.

Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.

La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.

 Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo.

Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él. Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor.

Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora. Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida.

Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella. Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar.

 Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado.

Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente.

La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz.

 

 

 

EL SIGNO DE LA SANTA CRUZ.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La señal del cristiano es la santa Cruz. Para los musulmanes, su señal y símbolo es la media luna. Para los judíos, la estrella de David (de seis puntas). La señal del cristiano es la santa Cruz, porque en ella murió nuestro Señor Jesucristo para redimir a todos los hombres. En principio, la cruz era la pena capital según la ley romana; entre los judíos de aquel tiempo, la pena capital era la lapidación. Jesús fue condenado a la pena capital de la cruz por parte de Pilato, gobernador romano en la provincia romana de Palestina. La crucifixión era una pena capital horrible y de muerte lenta, por agotamiento o por desangramiento y asfixia. Jesús se sometió libremente a la muerte de Cruz, nos recuerdan los textos bíblicos, como momento supremo de su ofrenda. Él es el Cordero de Dios, que sustituye a los corderos de los antiguos sacrificios, ofrecido como expiación por los pecados del pueblo, ofrecido como sacrificio de comunión, ofrecido en sacrificio de holocausto (destrucción total de la víctima). Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, cargándolo sobre sus espaldas. La imagen que ha quedado impresa en la retina de los discípulos de Cristo es la de la Cruz, a la que fue clavado nuestro Señor y Redentor. Llegados al 14 de septiembre, celebramos la fiesta litúrgica de la Santa Cruz, completada el 15 con los dolores de María su madre junto a la Cruz. Una vez más, Él y ella van siempre juntos, porque junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María, en actitud de sintonía y colaboración. Y en ese momento supremo Jesús nos da como madre a su misma Madre, María. Fiesta, por tanto, de la Santa Cruz y de la Virgen de los Dolores, con un tono festivo y victorioso. Ya no es la Cruz del viernes santo que a todos nos aplasta, es la Cruz victoriosa en la que Jesús ha vivido la muerte con libertad, ha amado hasta el extremo de dar la vida, ha vencido por su resurrección al pecado, a la muerte y a Satanás. En Córdoba y en muchos pueblos, esta fiesta es la de las cruces de mayo, que hace unas décadas ha sido fijada el 14 de septiembre, aunque entre nosotros se siga celebrando en los primeros días de mayo. Repetirlo no es ningún obstáculo, así lo entendemos mejor. La cruz es el sufrimiento vivido con amor. La Cruz se ha convertido en el símbolo del amor, desde el patíbulo más horrible. No basta el sufrimiento, que a tanta gente le aparta de Dios, como si Dios tuviera la culpa de nuestros dolores (porque no fuera capaz de remediarlos). No basta el amor, que en tantas ocasiones tiene tintes poéticos e idealistas, y a veces queda en simples palabras bonitas. La Cruz es el sufrimiento vivido con amor, vivido en libertad. Es un amor que se expresa dando la vida, perdiendo la propia vida. Es un sufrimiento que se vive en el amor, en el don de sí mismo, alcanzando una fecundidad ilimitada. Eso es lo que celebramos el 14 de septiembre. En este domingo, además, Jesús nos invita a seguirle por este camino: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga” (Mc 8,34). No hay otro camino, y cuanto más tardemos en asumir esta realidad, peor para nosotros. Nuestra carne y nuestra manera mundana de entender la vida nos hace pensar en el placer, en el éxito, en el tener y en el poder. Jesús entra de lleno en nuestra vida para proponernos otra forma de vivir, la que ha vivido Él. Supuesto que el pecado ha trastornado todo lo que ha salido bien de las manos de Dios, no hay otro camino de redención que asumir la cruz de cada día, como ha hecho Jesús, e ir tras de Él. Si no tomas tu cruz con decisión, tendrás que llevarla arrastrándola; y así pesa más. En definitiva, se trata de seguirle a Él, de vivir con Él, de vivir como Él; y eso incluye la cruz de cada día. Pero si le seguimos, es porque ha vencido la muerte, el egoísmo, el pecado; y nosotros queremos vivir de esa libertad que Él nos ha alcanzado y que nadie más nos puede dar. Si morimos con Él, reinaremos con Él. Recibid mi afecto y mi bendición: La Santa Cruz Q

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el seguimiento de Jesús, él nos da lecciones muy bellas acerca de esta pretensión del corazón humano: No busques el primer puesto, porque puede estar reservado para otro y cuando llegue te lo quitarán (Lc 14,7-11), tú busca el último puesto. No busquéis los primeros puestos, porque ya están reservados por mi Padre celestial (Mc 10, 40), el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor. En el evangelio de este domingo, los discípulos de Jesús habían ido comentando por el camino quién era el más importante. Y Jesús les enseña: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Es lo que ha hecho Jesús. Su vida en la tierra no ha sido deslumbrante, y eso que era Dios. Ha preferido ocultar su gloria con el velo de la humildad, en una naturaleza semejante a la nuestra y sometida a toda clase de limitaciones, pasando como un hombre cualquiera, “el hijo del carpintero”. Nace pobre en un establo, vive una vida de familia normal, pasando desapercibido. Ejerce su ministerio, con signos milagrosos y con palabras de vida eterna, que le llevan a la Cruz. En la resurrección será ensalzado y colocado a la derecha del Padre. Su gloria brilla más cuánto más humillada ha sido su condición terrena. San Pablo nos invita a tener estos sentimientos de Cristo: “Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo… que siendo Dios, se ha hecho hombre, se ha despojado de todo, obediente hasta la muerte de Cruz” (cf Flp 2, 5ss). “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Co 8, 9). Se busca este perfil en el discípulo de Cristo. La tendencia del corazón humano, herido por el pecado, es la ganar prestigio, ocupar primeros puestos, como si eso diera al hombre la felicidad. En el fondo, se trata de una inseguridad, que busca asegurarse agarrándose a lo que puede. Jesús, por el contrario, pone el acento en el servicio. No nos enseña a ser tontos o a parecerlo, no. Nos enseña a servir, poniendo el acento en esta actitud, como una meta permanente del corazón que quiere parecerse a él. En nuestro corazón y en nuestro alrededor, se finge hasta la mentira, la apariencia de lo que uno no es. Jesús nos llama a conversión y a vivir en la verdad: los dones que adornan tu vida son dados por Dios para el servicio a los demás. Somos lo que somos a los ojos de Dios, no lo que parecemos o aparentamos a los ojos de los hombres. La competitividad que debe incitar al cristiano es la de parecerse a Jesús y la de servir a los demás, a los de cerca y a los de lejos. Nos pone como ejemplo a los niños. Ellos no tienen picardía, no son maliciosos, tienen un corazón limpio. Jesús nos invita a parecernos a ellos. Es lo que llamamos “infancia espiritual”, que está tejida de humildad, de sencillez, de servicio, de amor. Es todo un programa de vida, porque en relación con nuestros padres de la tierra, cada vez somos menos hijos, menos dependientes de ellos (incluso, cuando llegan a mayores, dependen ellos de nosotros). Pero en relación con nuestro Padre del cielo, cada vez somos más hijos, más dependientes de él, más “niños”, hasta que nos hundamos plenamente en su seno paternal para siempre. “Si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). En el momento supremo de su vida, Jesús nos dio esta gran lección. Al sentarse a la mesa para la cena pascual, se puso a lavar los pies a sus apóstoles: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Con el gesto de lavar los pies, arrodillado a los pies de sus apóstoles, Jesús deja a su Iglesia el testamento de su amor y nos marca la pauta de su seguimiento: servir hasta el extremo. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:En el seguimiento de Jesús, él nos da lecciones muy bellas acerca de esta pretensión del corazón humano: No busques el primer puesto, porque puede estar reservado para otro y cuando llegue te lo quitarán (Lc 14,7-11), tú busca el último puesto. No busquéis los primeros puestos, porque ya están reservados por mi Padre celestial (Mc 10, 40), el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor. En el evangelio de este domingo, los discípulos de Jesús habían ido comentando por el camino quién era el más importante. Y Jesús les enseña: “Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 9, 35). Es lo que ha hecho Jesús. Su vida en la tierra no ha sido deslumbrante, y eso que era Dios. Ha preferido ocultar su gloria con el velo de la humildad, en una naturaleza semejante a la nuestra y sometida a toda clase de limitaciones, pasando como un hombre cualquiera, “el hijo del carpintero”. Nace pobre en un establo, vive una vida de familia normal, pasando desapercibido. Ejerce su ministerio, con signos milagrosos y con palabras de vida eterna, que le llevan a la Cruz. En la resurrección será ensalzado y colocado a la derecha del Padre. Su gloria brilla más cuánto más humillada ha sido su condición terrena. San Pablo nos invita a tener estos sentimientos de Cristo: “Tened entre vosotros los sentimientos de Cristo… que siendo Dios, se ha hecho hombre, se ha despojado de todo, obediente hasta la muerte de Cruz” (cf Flp 2, 5ss). “Conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza” (2Co 8, 9). Se busca este perfil en el discípulo de Cristo. La tendencia del corazón humano, herido por el pecado, es la ganar prestigio, ocupar primeros puestos, como si eso diera al hombre la felicidad. En el fondo, se trata de una inseguridad, que busca asegurarse agarrándose a lo que puede. Jesús, por el contrario, pone el acento en el servicio. No nos enseña a ser tontos o a parecerlo, no. Nos enseña a servir, poniendo el acento en esta actitud, como una meta permanente del corazón que quiere parecerse a él. En nuestro corazón y en nuestro alrededor, se finge hasta la mentira, la apariencia de lo que uno no es. Jesús nos llama a conversión y a vivir en la verdad: los dones que adornan tu vida son dados por Dios para el servicio a los demás. Somos lo que somos a los ojos de Dios, no lo que parecemos o aparentamos a los ojos de los hombres. La competitividad que debe incitar al cristiano es la de parecerse a Jesús y la de servir a los demás, a los de cerca y a los de lejos. Nos pone como ejemplo a los niños. Ellos no tienen picardía, no son maliciosos, tienen un corazón limpio. Jesús nos invita a parecernos a ellos. Es lo que llamamos “infancia espiritual”, que está tejida de humildad, de sencillez, de servicio, de amor. Es todo un programa de vida, porque en relación con nuestros padres de la tierra, cada vez somos menos hijos, menos dependientes de ellos (incluso, cuando llegan a mayores, dependen ellos de nosotros). Pero en relación con nuestro Padre del cielo, cada vez somos más hijos, más dependientes de él, más “niños”, hasta que nos hundamos plenamente en su seno paternal para siempre. “Si no os convertís y os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18, 3). En el momento supremo de su vida, Jesús nos dio esta gran lección. Al sentarse a la mesa para la cena pascual, se puso a lavar los pies a sus apóstoles: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros” (Jn 13,14). Con el gesto de lavar los pies, arrodillado a los pies de sus apóstoles, Jesús deja a su Iglesia el testamento de su amor y nos marca la pauta de su seguimiento: servir hasta el extremo

 

 

DOMINGO XXV

 

 QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección. Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes.

Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas.

Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo. Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna.

A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará. La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho.

El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos. Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde.

Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos. Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado.

La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones. Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios.

En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro.

En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero?

 

 

 

 

 

DOMINGO MARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos.

El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más.

Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41).

Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar.

 Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29).

Si hacen el bien, no serán tan malos. La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien.

Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios.

La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones.

Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda.

Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan. Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta.

Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad. El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna.

La misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás.

 

 

 

DOMINGO EL JOVEN RICO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús.

Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia.

Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia.

 Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”. Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo.

La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama.

 E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico. La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera.

Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida. La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero.

Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero. Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud.

Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor.

La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona.

Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor. Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él.

Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor.

 

 

DOMINGO MARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).

A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo.

Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo. Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús.

 El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia.

El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar.

Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.

El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas.

 La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento.

La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento. Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia.

Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás.

 Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre. Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón...

Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.

Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo.

Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir».

 

 

DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones.

La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada.

La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor.

Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad.

El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio. Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones.

En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos.

 Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad. En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite.

 En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación.

Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo.

La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora. Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres.

 Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana.

 

 

 

 

 

 

2015  AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz.             

La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia.

Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él.

La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo.

En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor.

Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico.

Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”.

Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás. Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud.

No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea. Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15).

No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40).

Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q

 

MES DE MAYO, MES DE MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo. El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas.

El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados. Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud.

Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua.

 María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad. Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia.

Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones.

Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta.

Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano.

La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido. La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más.

Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir.

En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espíritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cenáculo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos.

¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba Q

 

 

 

 

PENTECOSTÉS, ESPÍRITU SANTO Y APOSTOLADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. A los cincuenta días de la Pascua, fue enviado el Espíritu Santo desde el seno del Padre, por el cauce de la humanidad santísima de Jesucristo, de cuyo costado, abierto por la lanza, manó sangre y agua. Y llenó toda la tierra, renovándola. La fiesta litúrgica de Pentecostés tiene la capacidad de actualizar aquella efusión del Espíritu Santo, para renovar hoy todo el universo.

El Espíritu Santo, alma de la Iglesia. El Espíritu Santo, alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Esa fuerza potente del Espíritu Santo no es una energía anónima, que pudiera desprender el cosmos. No. Se trata de una relación personal, una relación de amor, de tú a tú. El Espíritu actúa silenciosamente en nuestros corazones y los va inflamando con el fuego de su amor, nos va recordando las cosas de Jesús y nos da la profunda convicción de que somos hijos de Dios y miembros de su familia que es la Iglesia. El Espíritu Santo prende en el corazón de los creyentes para hacerlos testigos: “Esta es la hora en que rompe el Espíritu el techo de la tierra, y una lengua de fuego innumerable purifica, renueva, enciende, alegra las entrañas del mundo. Ésta es la fuerza que pone en pie a la Iglesia en medio de las plazas y levanta testigos en el pueblo...” (himno litúrgico).

 La fiesta de Pentecostés es por tanto la fiesta del apostolado. Los apóstoles, al recibir el Espíritu Santo, fueron fortalecidos con la fuerza de lo alto y se convirtieron en testigos valientes de Jesús en medio del pueblo, dispuestos incluso a sufrir persecución y hasta martirio por amor a Jesús. Las vigilias y la misma fiesta de Pentecostés en cada una de las parroquias quiere alentar en todos el dinamismo apostólico que hoy necesita la Iglesia para presentarse ante el mundo como la Esposa de Cristo, signo transparente de su presencia y de su amor en el mundo, santa e inmaculada en medio del mundo.

Es el día del apostolado seglar. Los fieles laicos en la Iglesia son como un enorme gigante dormido, que va despertando para asumir la tarea propia en la Iglesia y en el mundo: imbuir las realidades de este mundo con el espíritu del evangelio, a manera de fermento, como sal de la tierra y como luz del mundo.

Renovarlo todo para llevarlo a su plenitud, purificándolo de todo lastre. La familia se hace nueva, el amor humano se hace nuevo, el trabajo adquiere un sentido nuevo, la vida social es otra cosa, y hasta la polí- tica adquiere su verdadera dimensión de servicio a la sociedad en el ejercicio de la caridad social. El Espíritu Santo todo lo hace nuevo, dejemos que entre en nuestros corazones.

Es el día de la Acción Católica. Desde los primeros pasos, la Acción Católica vio en esta fiesta de Pentecostés su fiesta propia, en la cual tomar conciencia del papel de los laicos en la vida de la Iglesia y tomar impulso para su apostolado.

Y concretamente de los laicos que viven en torno a la parroquia y a sus pastores, siguiendo sus planes pastorales y desembocando en la parroquia sus colaboraciones para convertirla en una comunidad viva, con un fuerte sentido de comunión, en la participación y en la corresponsabilidad eclesial.

No es la única forma de participación de los laicos en la vida de la Iglesia. En la casa de mi Padre hay muchas moradas... Pero la Acción Católica ha gozado siempre de una preferencia por parte de los pastores, porque en su propia naturaleza se confiesa como estrecha colaboradora del apostolado parroquial y diocesano. En estrecha comunión con los pastores, en estrecha colaboración con la jerarquía y como vínculo de comunión entre todos los fieles laicos de la parroquia, actuando públicamente en nombre de la Iglesia.

Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor. Ven y haz nuevas todas las cosas, renovando nuestro corazón. Recibid mi afecto y mi bendición: Espíritu Santo y apostolado.

 

 

 

 

DOMINGOS XVI Y SIGUIENTES:

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días. Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio. Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20). Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16). Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”. Además, Seminario “Redemptoris Mater” del Camino Neocatecumenal. La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres. Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo. Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres. En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote. Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal. Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125). Recibid mi afec

 

DIA DEL PAPA

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:¡Viva el Papa! Es un grito frecuente cuando asistimos a las celebraciones o audiencias que él preside. Es un grito que brotó espontáneo y desgarrado del corazón de los católicos cuando el Papa Pío IX fue perseguido y expoliado en el siglo XIX. Hoy no tiene esas connotaciones políticas, sino que viene a ser el grito espontáneo de la fe y del gozo del encuentro. La adhesión al Papa constituye un elemento esencial de la fe católica, que en algunos momentos y en algunos ambientes se nos quiere arrebatar. Llegados a la fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo, en la que celebramos también el Día del Papa, volvemos a esta consideración que afecta a la médula de la fe católica. La Iglesia comenzó su andadura en la historia apoyada en la memoria permanente de su Fundador, Jesucristo el Señor. Y fue el mismo Jesucristo el que eligió a los doce Apóstoles, llamándolos por su nombre a cada uno después de una noche de oración, y los constituyó columnas de esa nueva comunidad, fundada por él. Al frente de esa comunidad incipiente puso a Simón Pedro, como roca firme y fundamento de la unidad de su Iglesia: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no podrá contra ella” (Mt 16,18). Un hombre frágil y pecador como Pedro, es puesto como roca firme al servicio de aquella comunidad, que fue abriéndose camino en medio de dificultades y persecuciones desde el principio. La fuerza le viene de la encomienda del mismo Cristo, del Espíritu Santo que le asiste en su servicio y de la oración constante de la comunidad cristiana que vive unida en la oración, mientras Pedro está prisionero: «Mientras Pedro estaba en la cárcel bien custodiado, la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él» (Hch 12, 5). La persecución ha fortalecido a la Iglesia y a sus miembros en todos los momentos de la historia. Una de las pruebas de la naturaleza divina de la Iglesia, compuesta por hombres frágiles y pecadores, es precisamente esa: nadie, ni los de fuera ni los de dentro, han sido capaces de hundir o destruir esta Iglesia fundada por Jesucristo, porque es Dios quien la sostiene, y el mismo Jesucristo ha garantizado su existencia hasta el final de la historia. El sucesor de Pedro es el Papa. El Papa Francisco hace el número es el 266 en la lista de sucesores del apóstol Pedro. El Papa Francisco fue elegido el 13 de marzo de 2013 (lleva más de cinco años) y eligió el nombre de Francisco para acentuar su referencia a san Francisco de Asís, cuyos rasgos principales son la pobreza evangélica al estilo de Cristo, el amor por la creación como obra del Creador y la promoción de la paz en el diálogo con todos los pueblos. El Papa Francisco se caracteriza por un estilo sencillo y cercano, accesible a todos, por su amor preferencial por los pobres (“Sueño con una Iglesia pobre para los pobres”), por la insistencia en poner a la Iglesia en actitud misionera (“Iglesia en salida”), que ha de llevar el Evangelio a todos. Y ha empeñado muchos esfuerzos en la reforma de la Curia romana para purificarla de lastres que van acumulándose y hacerla más ágil en el servicio al ministerio del sucesor de Pedro y a la Iglesia universal. Llegados al Día del Papa, demos gracias a Dios por el Papa Francisco, a quien Dios ha elegido para presidir la Iglesia santa de Dios. Oremos por el Papa, reconociendo en la fe el papel que Cristo le ha confiado para nuestra salvación y la del mundo entero. Estemos atentos a su magisterio, para secundar sus enseñanzas. Superemos los peligros a los que el Papa se enfrenta hoy especialmente. Por una parte, el halago interesado tomando de él lo que a uno le conviene, y dejando lo que no interesa. Éste es una de las peores amenazas al ministerio del sucesor de Pedro. Y por otra parte, la crítica amarga de lo que no nos guste de él, como si el seguimiento de Cristo y la adhesión al Papa fuera un capricho selectivo de nuestros gustos o tendencias. La adhesión al Papa es un principio incuestionable de un corazón verdaderamente católico. Oremos por el Papa, oremos por cada uno de nosotros, oremos por la acogida en la fe de sus enseñanzas y orientaciones. El Papa es un regalo de Cristo a su Iglesia, el Papa Francisco es un regalo de Dios a la Iglesia de nuestros días. Recibid mi afecto

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:El apóstol Pablo se llevó varios desencantos a lo largo de su vida. Se ve que era un hombre fogoso, enérgico, apasionado. Tenía ganas de comerse el mundo, primero persiguiendo a los cristianos, luego predicando a Cristo, cuando éste le derribó del caballo. Ya en este revés –la caída del caballo en el camino de Damasco– aprendió mucho, porque se dio cuenta de que la vida no es lo que uno se propone, por muchas energías que tenga o muchos propósitos que haga. Es Dios el que lleva los hilos de la historia, y cuanto antes aprendamos a vivir sincronizados con su voluntad, mejor para nosotros y para los demás. Pero cuando se puso a predicar a Jesucristo al llegar al Areópago de Atenas, puso en juego todas sus habilidades oratorias, todos sus argumentos de diálogo, todo su poder persuasivo para transmitir algo de lo que él estaba decididamente convencido. “Al hablar de resurrección de los muertos, le dijeron: de eso te oiremos hablar otro día. Y le dejaron solo”. Este revés fue decisivo en su vida apostólica, ya siendo cristiano. Se dio cuenta que en la evangelización no se convence al otro a base de argumentos ni de presiones, sino que ha de ser la gracia de Dios la que entre en el corazón del otro y lo cambie. Nuestra colaboración consiste en ser testigos con nuestra vida y con nuestras palabras de lo que hemos vivido y recibido. Llegar al corazón del otro y mucho más cambiar su corazón, es cosa propia de Dios. No se trata de un marketing ni de una publicidad, se trata de confiar en la gracia de Dios y dejarle a Dios que actúe. En la lectura de este domingo, nos habla de una experiencia más honda y de un revés continuado a lo largo de su vida: “Me han metido una espina en la carne, un ángel de Satanás que me apalea para que no sea soberbio. Tres veces he pedido al Señor verme libre de él; y me ha respondido: Te basta mi gracia; la fuerza se realiza en la debilidad” (2Co 12,8). No sabemos del todo a qué se refiere cuando habla de una “espina en la carne”. Podía ser alguna enfermedad, algún complejo, algún vicio difícil de erradicar. No sabemos. En todo caso, era algo que le molestaba, le humillaba, le tenía como derrotado. Y por eso, acude a la gracia de Dios, a la petición humilde de la gracia para superar esa espina. La respuesta por parte del Señor es clara. No le da su gracia para eliminar el obstáculo, sino para soportarlo con humildad. Dios no nos quiere superhombres, quiere que confiemos en su gracia y nos fiemos de su amor. Y aquí el apóstol nos da una gran lección: “Vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte”. San Pablo resume de esta manera la paradoja más profunda de la vida cristiana. Lo que parece una contrariedad, se convierte en una oportunidad de crecimiento, una oportunidad para la humildad, una oportunidad para confiar en el amor de Dios. Hasta la situación más cerrada, tiene apertura cuando uno confía humildemente en la gracia de Dios. Oí muchas veces a un gran maestro de vida espiritual que las situaciones más desesperadas de nuestra vida no tienen “salida”, tienen “sacada”. Es decir, cuando vivimos situaciones en las que nuestras fuerzas llegan al límite y ya no podemos más, es entonces cuando sólo Dios puede actuar y acontece un vuelco inesperado, que orienta nuestra vida en otra dirección. La situación extrema en este sentido es la muerte. De la muerte no hay salida, es decir, no salimos por nosotros mismos, sino que somos sacados por Cristo resucitado. Y parecidas situaciones, sin ser tan extremas, se producen continuamente en nuestra vida. Ante ellas, san Pablo nos dice: “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Es decir, en la providencia de Dios, que conduce para nuestro bien los hilos de la historia, situaciones límite son ocasión de renovada confianza, situaciones desesperadas son ocasión de mayor confianza, situaciones de debilidad son ocasión de una fortaleza que no es nuestra, sino que viene de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte», dice san Pablo Q • Nº 611 • 08/07/18 3 Es Dios el que lleva los hilos de la historia, y cuanto antes aprendamos a vivir sincronizados con su voluntad, mejor para nosotros y para los demás. Cincuenta matrimonios, entre participantes en el retiro y los custodios, que han prestado ayuda a José Luis Gadea y Magüi Gálvez, iniciadores del proyecto Amor Conyugal, han participado en el retiro celebrado en la Casa de Espiritualidad de San Antonio. De los diez matrimonios custodios, tres habían hecho el retiro en Málaga, uno en Jerez y otro en Sevilla, requisito para prestar este servicio de ayuda durante los retiros. Todos recibieron formación a través de la catequesis de San Juan Pablo II sobre el Amor Humano, un encuentro “muy experiencial, después de presentar las verdades PROYECTO AMOR CONYUGAL Matrimonio como Dios lo pensó de Fátima el sábado y el domingo, el Obispo de la Diócesis, Monseñor Demetrio Fernández, celebró la eucaristía como final del encuentro y compartió con ellos momentos de charla. La exposición del Santísimo Sacramento propició tiempos de oración y recogimiento. El Colegio Alauda cedió sus instalaciones para que los hijos de los matrimonios acudieran al campamento organizado por la Escuela Diocesana de Tiempo Libre y animación sociocultural “Gaudium”. A este retiro, como a otros que se vienen celebrando, han llegado matrimonios muy diferentes entre si, “hay matrimonios con una vida intensa de fe y una relación madura de amor, que viven una experiencia inolvidable, y hay también matrimonios en crisis que se sanan en este retiro”, aseguró Magüi Gálvez. Durante este encuentro de Córdoba, los matrimonios sacaron en procesión a la Virgen “La belleza del matrimonio”, con este título cincuenta matrimonios han celebrado el retiro de Amor Conyugal del 29 de junio al 1 de julio, en la Casa de Espiritualidad San Antonio. Un encuentro fundamental para reforzar la vocación del vínculo matrimonial sobre la catequesis de San Juan Pablo II, centrada en la familia y el matrimonio que nos muestra San Juan Pablo II, el matrimonio vive una experiencia relacionada con esa verdad. Esto hace que nos cale tan hondo”, explicó Magüi Gálvez en una entrevista reciente de Iglesia en Córdoba. ciudad romana

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el Evangelio de este domingo, Jesús envía a sus apóstoles de dos en dos para entrenarlos en la tarea de la evangelización. La pedagogía de Jesús es impresionante. Habla con palabras de vida eterna, pero al mismo tiempo convive, tiene gestos, comparte con sus discípulos y les va enseñando. Y en este envío de dos en dos, los envía de “prácticas”. Cuando regresen, revisará con ellos cómo les ha ido y compartirán de nuevo el gozo del Evangelio. Cuando Jesús ya haya sido elevado al cielo, ellos sabrán cómo actuar y recordarán los consejos del Maestro, incluso en la manera de actuar. Ellos irán con la autoridad de Jesús, con poder incluso de someter a los espíritus inmundos. En el envío, destaca la pobreza de medios, “un bastón y nada más; ni pan, ni alforja, ni dinero suelto en la faja… ni siquiera túnica de repuesto”. Es llamativa esta insistencia de Jesús en la austeridad y en la pobreza para la evangelización. El Evangelio va destinado a los pobres y ha de realizarse en pobreza. Los poderosos, los ricos, los que tienen medios no suelen estar disponibles para la salvación que viene de Dios. Uno tiene que pasar por situaciones de privación para sentirse necesitado, y ahí necesitará a Dios. Cuando se emplean muchos medios, la evangelización echa para atrás por sí misma, se convierte en un contrasigno. La Iglesia tiene la preciosa tarea de la evangelización, es decir, de anunciar a todos el amor de Dios, la redención de Cristo, el don del Espíritu Santo. No prosperará en esta tarea si lo hace con prepotencia, con muchos medios, sin austeridad ni pobreza. He aquí una clave del fruto apostólico. “De dos en dos”, es como la expresión mínima de una comunidad. La evangelización no puede hacerse como francotiradores, cada uno por su cuenta, cada uno en su “cortijo” sin interesarle lo demás. La evangelización ha de hacerse en equipo, en comunidad, de dos en dos. Dios no ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo, el Pueblo de Dios. Salieron a predicar la conversión, pues la evangelización que anuncia el amor de Dios lo primero que provoca es una conversión del corazón, un acercamiento a ese Dios que nos ama tanto, un reconocimiento de nuestros propios pecados y un deseo de cambiar a mejor, ajustando nuestra vida a ese amor de Dios. Ahora bien, esta buena noticia no siempre encuentra acogida. Hay muchos momentos que suscita rechazo, incluso persecución al mensajero. La historia de la Iglesia está llena de mártires. Jesús lo predice y nos invita a sacudir el polvo de las sandalias para probar su culpa. Pero el evangelizador no se rinde. Sigue predicando la conversión, expulsando demonios, ungiendo con el bálsamo del aceite, signo de la suavidad de Dios y curando enfermedades. Eso es un misionero, el que va en nombre de otro, el que se siente enviado para dar una buena noticia, el que hace como Jesús, que se acerca a los pobres y los enfermos y los unge con el bálsamo del amor de Dios. El misionero será buen misionero, si es buen discípulo. Si se ha puesto en la escuela de Jesús para aprender de él su disciplina y su discipulado. Y un ben discípulo no acaba de serlo hasta que no es misionero, porque ha de comunicar a los demás lo que ha visto y oído, lo que ha experimentado. Hay, por tanto, una circularidad, una correlación entre el discípulo y el misionero. A medida que uno es misionero, aprende mejor las enseñanzas de Jesús y su manera de vivir. A medida que uno es discípulo, aprende más a ser misionero, porque Jesús los envió de dos en dos a predicar. El verano es ocasión para muchos jóvenes y adultos de tener una experiencia misionera. En vez de tomar vacaciones en la playa o en la montaña, toman su tiempo de descanso para compartir con otros en zonas de pobreza extrema en todos los sentidos, material y espiritual. Cuando uno vuelve de esa experiencia, se da cuenta de que ha recibido mucho más de lo que ha dado, porque ha aprendido a ser discípulo misionero. Recibid mi afecto y mi bendición: De dos en dos, discípulos misioneros Q • Nº 612 • 15/07/18 3 La evangelización ha de hacerse en equipo, en comunidad, de dos en dos. Dios no ha querido salvarnos aisladamente, sino formando un pueblo, el Pueblo de Dios. Solo aquellas personas con titulación pueden restaurar imágenes. Si la obra es neobarroca podrán hacerlo imagineros La Diócesis de Córdoba cuenta con un protocolo para llevar a cabo la restauración y ejecución de imágenes. Cada intervención debe ser aprobada tras seguir un proceso de verificación por parte del departamento de gestión de patrimonio o del departamento técnico. Cada intervención solo será aprobada tras la aportación de un informe técnico y tras comprobar la ideoneidad del restaurador. En primer lugar, tiene que existir una solicitud por parte del párroco, el currículum de la persona que va a llevar a cabo la restauración y un informe técnico sobre el proyecto que contenga una Varios controles para evitar intervenciones fallidas La Diócesis garantiza restauraciones seguras o desfavorable. Del

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:Después de la misión apostólica, en la que fueron enviados de dos en dos, Jesús se reúne con sus apóstoles para revisar el apostolado que han realizado. Me imagino al grupo de los doce contando con euforia al Maestro cómo les había ido, qué dificultades habían encontrado, qué experiencias nuevas habían tenido, incluso la alegría de constatar que hasta los demonios se les sometían al invocar el nombre de Jesús, como les sucedió al otro grupo de los setenta y dos (cf. Lc 10, 17). En toda experiencia apostólica nueva, el gozo consiste en constatar que Dios ha actuado por medio de nosotros, y nos llena de asombro ver que Dios se fíe de nosotros, que Dios cuente con nosotros y que nuestras pobres colaboraciones humanas produzcan un fruto divino. Por eso, Jesús los invita a retirarse con él a un lugar apartado, solitario, donde nadie pudiera distraerlos. El verano es tiempo propicio para el descanso, para retirarse a lugares apropiados para esa revisión personal, para mayor y más intensa oración, para planear el futuro. Los monasterios son lugares apropiados y hacen este gran servicio a la Iglesia y a todos los que quieran acudir. Son lugares de paz, de encuentro con el Señor, de quietud en medio del ajetreo. El hecho de interrumpir el trabajo cotidiano ya sirve de descanso, y debemos aprovecharlo para descansar con el Señor, para renovar fuerzas cara al futuro. Uno no se retira para huir de nadie, y menos aún de los problemas en los que se debate la gente. El profeta Jonás huyó de la misión que Dios le encomendaba y las circunstancias adversas le devolvieron a la realidad de la encomienda. Esa tentación la llevamos todos, nos recuerda el Papa Francisco (Gaudete et exultate, 134). Hay veces que a uno le dan ganas de salir corriendo no sé a dónde para olvidarse de todo. No es ese el retiro al que nos invita Jesús. El retiro al que nos invita Jesús es a estar con él, llevando en nuestras manos y en nuestra conversación la misión que él mismo nos ha encomendado, y revisando con él cómo van las cosas, para volver a la vida cotidiana con renovadas energías. Y resulta que cuando planeaban ese retiro, la gente salió a su encuentro en una muchedumbre inmensa que buscaba a Jesús. Aunque muchos no lo sepan, esas idas y venidas son para buscarle a él, porque sólo él puede compadecerse de todos. “Jesús vio esa multitud y se compadeció de ella, porque andaban como ovejas que no tienen pastor; y se puso a enseñarles muchas cosas” (Mc 6, 34). Es impresionante esa mirada compasiva de Jesús. Su corazón se conmovió al ver a tanta gente desamparada y se entretuvo para enseñarles. Dios nos ha dado a Jesús como buen pastor, en contraste con tantos malos pastores, que buscan sólo su interés o, peor aún, son lobos en lugar de pastores. Cómo necesitamos en nuestros días buenos pastores. Pastores según el corazón de Cristo. Pidamos al Señor que no nos falten pastores como él. Cuál es la diferencia entre un pastor bueno y un pastor malo. Un pastor bueno, al estilo de Jesús, conoce a sus ovejas y está dispuesto a dar su vida por ellas, incluso cuando vienen las dificultades. Un pastor malo se toma la tarea como un oficio cualquiera, y si vienen especiales dificultades, deja las ovejas y huye; y es que a un asalariado no le importan las ovejas (cf. Jn 10). Pero incluso, hay pastores que, vestidos con túnica de pastor, son auténticos lobos. Estos nunca buscarán el bien de las ovejas, sino que al acercarse a ellas será para devorarlas y destrozarlas. Recordando el estribillo que este domingo cantamos: “El Señor es mi pastor, nada me puede faltar...” pidamos insistentemente por la santidad de los pastores. Que tengan los mismos sentimientos de Cristo, que sientan verdadera compasión por el rebaño, que sean capaces de dar la vida por esas ovejas encomendadas, que nunca se aprovechen de ellas y –por el amor de Dios– que nunca sean lobos que destrocen las ovejas. Recibid mi

 

DOMINGO B XXV….

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Un signo de nuestro tiempo es el individualismo, la exaltación de lo nuestro, el nacionalismo en todas sus expresiones.

Y tal exaltación la hacemos muchas veces en contra de los demás. Valoramos lo nuestro y despreciamos lo de los demás. Vivimos en una constante competitividad, y, si al que saludas es de los nuestros o no, será distinta la actitud de cercanía o de rechazo en las relaciones humanas.

Esta actitud del corazón humano es tan antigua como la misma historia, y Dios quiere corregirla abriéndonos a la universalidad, ensanchando nuestro corazón y nuestra mirada. Le pasó a Moisés, cuando iban peregrinos en el desierto. Dios quiso capacitar a un número de colaboradores, y algunos no acudieron a la cita, y sin embargo les llegó también ese espíritu divino con el que poder ejercer la misión encomendada.

Algunos de los más cercanos a Moisés se sintieron celosos de que incluso los que no habían acudido a la cita hubieran recibido el mismo espíritu de Dios y pidieron a Moisés que lo prohibiera. Y a eso respondió Moisés: “Ojalá todo el pueblo de Dios fuera profeta y recibiera el espíritu del Señor” (Nm 11,29).

Y eso mismo les pasa a los discípulos de Jesús, reivindicando el monopolio del poder de expulsar demonios, recibido de Jesús: “Hemos visto a uno que echaba demonios y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros”. Jesús sale al paso diciéndoles: “No se lo impidáis…El que no está contra nosotros está a favor nuestro” (Mc 9,40).

Podíamos decir que la actitud de Jesús es una actitud inclusiva, universal. Aunque el otro no reúna todas las características exigidas, reconoce todo lo valioso que puede haber en él. La actitud de la Iglesia en su tarea misionera es también inclusiva. Es enviada al mundo entero para evangelizar, y la evangelización no es excluyente. Sólo están excluidos los que se autoexcluyen; y nunca definitivamente, porque el evangelizador espera paciente que todos se conviertan y acojan el Evangelio.

Uno de los testimonios más importantes en la vida de la Iglesia es esta actitud incluyente. En el corazón de toda persona, sea quien sea, siempre hay mucho de bien. Por eso, la evangelización es diálogo y anuncio. El diálogo comienza por el reconocimiento de lo bueno que hay en el otro. No se trata del “todo vale”, sino en todos hay mucho de bien, que de entrada nos hace sintonizar con cualquiera, aunque no sea de los nuestros, porque con toda persona tenemos mucho en común.

El corazón de Dios es amplio, ahí todos tenemos un lugar. Sólo quedan excluidos los que se autoexcluyen porque dan la espalda a Dios. Pero Dios sigue esperando pacientemente incluso a los que lo niegan o lo desprecian. Paciencia de Dios, que espera ilimitadamente. Paciencia de Jesucristo, que considera de los nuestros a todos aquellos que no están contra nosotros. Paciencia del cristiano, que abre su corazón a todos, valorando lo bueno que allí se encuentra y ofreciéndole lo bueno que él ha recibido.

 A veces entre nosotros somos excluyentes. Ese no es de los nuestros, de nuestro grupo, de nuestra comunidad. Ese lo tiene difícil para su salvación, piensan algunos de los que van por otros caminos.

El camino es Jesucristo y cualquiera de las formas eclesiales consiste en acercarnos a Él. La medida es Jesucristo, no nuestros propios esquemas. Aprendamos a valorar lo que otros tienen, aunque no sean de los nuestros.

Eso nos dará un corazón amplio, como el de Dios, como el de Jesús. Un corazón católico y universal, que sabe valorar todo lo bueno que hay en los demás, y les propone con humildad lo bueno que él ha recibido. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

 

DOMINGO XVII

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos. El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio. El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres. Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos. Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación. El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos. El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas. Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional. En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir. Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos. Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer Q

 

 

SEPTIEMBRE 14 LA SANTA  CRUZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz. La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo. Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida. La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor. Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo. Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él. Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora. Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida. Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella. Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar. Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado. Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente. La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz Q

 

 

LA SANTA CRUZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El centro de la religión cristiana es una persona, se llama Jesucristo. Y el centro de la vida de Jesucristo y de su misión redentora se contiene en la santa Cruz y en su gloriosa resurrección. La novedad cristiana consiste en que el Hijo de Dios, hecho hombre por amor, se ha entregado hasta la muerte de cruz para rescatarnos del pecado y hacernos partí- cipes de la filiación divina, hacernos hijos de Dios. Todo este misterio tiene un símbolo, un icono: la santa Cruz. La Cruz es la señal del cristiano. Celebramos este domingo 14 de septiembre –con preferencia sobre el propio domingo– la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Es decir, celebramos a Jesucristo que, clavado en la Cruz se ha convertido en punto de atracción para todos los hombres: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). Estamos acostumbrados y por eso no nos choca, pero no deja de ser sorprendente que un ejecutado en la pena capital de la crucifixión, un crucificado, se haya convertido en el emblema del más alto amor en la historia de la humanidad. Es rechazada por judíos y es negada por musulmanes, pero en la locura de la cruz está la salvación del mundo entero, porque en ella se ha expresado el amor más grande, que ha convertido la cruz en la cátedra del amor. Un dato histórico, Jesús crucificado, se ha convertido por su gloriosa resurrección en icono de salvación, de alegría, de redención para todos. El pueblo cristiano lo ha entendido y celebra de tiempo inmemorial la cruz gloriosa, la cruz de la que brotan flores y frutos, la cruz de mayo. En el calendario litúrgico renovado esa fiesta ha pasado a celebrarse el 14 de septiembre, pero en muchos pueblos nuestros y en la ciudad continúa celebrándose el primer domingo de mayo, o mejor, el 3 de mayo que es su día. Las cruces de mayo tienen en Añora una floración y expresión muy singular, festiva, gozosa, exuberante. Y en tantos pueblos, en los colegios infantiles, esas fechas de la cruz de mayo lleva a colocar cruces adornadas de flores, de colores, (¡hasta de chocolate!) para transmitir que por la santa Cruz nos ha llegado la alegría y la salvación. Es toda una catequesis que se ha inculturado en la conciencia del pueblo de Dios. La cruz de Cristo no fue un accidente desagradable o un final trágico inesperado. La cruz de Cristo es la puesta en escena del amor trinitario de las personas divinas entre sí, y del amor de Dios a los hombres. En la Cruz de Cristo aparece el amor profundo de Dios por los hombres: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). En la Cruz de Cristo aparece el amor de Cristo a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que entrega la vida por los amigos” (Jn 15,13). En la Cruz de Cristo se recicla todo el mal del mundo, toda injusticia, todo pecado. Por eso la Cruz es repelente y echa para atrás, porque es un cúmulo de males que la hacen feísima. Pero traspasando esa cáscara, nos encontramos con su fruto exquisito, el de un amor sin medida, el amor de Cristo crucificado. Sucede en nuestra vida. Cuando nos llega un sufrimiento, en nosotros o en alguno de los nuestros, la reacción inmediata es de repulsa. Aquí viene la mirada al crucifijo, a Cristo en la Cruz. Y entonces entendemos lo que nunca habíamos entendido: que el sufrimiento vivido con amor tiene sentido, que el sufrimiento vivido así es redentor, es saludable, nos hace más humanos y más divinos. Y la razón de todo ello es porque antes que nosotros Cristo ha vivido su Cruz, sufrimiento lleno de amor, para decirnos a todos que nos ama y que si queremos amar, hemos que tomar cada uno la cruz de cada día, en la que va fraguándose nuestra historia de salvación. Esto nadie lo ha enseñado como lo ha enseñado Jesús con su propia vida. Y de aquí viene la alegría de las cruces de mayo y la alegría de la exaltación de la santa Cruz en este día de septiembre. Oh Cruz gloriosa, en la que Cristo es nuestra salvación. Cruz bendita que nos acompañas a lo largo de nuestra vida. Concé- denos esa luz que brota del árbol de la Cruz para que besando a Cristo crucificado entendamos que amor con amor se paga. Recibid mi afecto y mi bendición: La Santa Cruz Q

 

 

 

 

DOMINGO: QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección. Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes. Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas. Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos». Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo. Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna. A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará. La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho. El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos. Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde. Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos. Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado. La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos». María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones. Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios. En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro. En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero? Q

 

 

 

DOMINGO XXVIII OCTUBRE, MES DEL ROSARIO,

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La vida en la tierra es un combate permanente y “nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso, sino... contra los espíritus del mal” (Ef 6, 12), nos recuerda san Pablo. El demonio se ocupa de atacar a los discípulos de Jesús, “a los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Y “este tipo de demonios sólo se combaten con la oración y el ayuno” (Mt 17, 21).

La nave de la Iglesia tiene que atravesar a veces tempestades que parece que la harán naufragar. Pero Jesús va dentro de esta barca, y estando Él no tememos. Al timón de esta barca ha colocado a Pedro, pecador arrepentido, que confesó su amor a Cristo después de haberlo negado: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16, 18). La fuerza no viene de Pedro, sino de Jesús; pero esa fuerza para salir victoriosos de la tormenta va unida a Pedro y a sus sucesores, hoy el Papa Francisco.

El Papa Francisco nos ha convocado a todos los fieles cristianos a orar por la Iglesia, especialmente a lo largo del mes de octubre, con la oración del Rosario, a la que añadamos la invocación a la Stma. Virgen: “Bajo tu amparo nos acogemos, Santa Madre de Dios; no desoigas la oración de tus hijos necesitados, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!”,

y la oración al arcángel san Miguel: “San Miguel Arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y asechanzas del demonio. Que Dios manifieste sobre él su poder, es nuestra humilde súplica. Y tú, oh Príncipe de la milicia celestial, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de las almas. Amén”.

No es para asustarse. Vivir de la fe y en tono sobrenatural es lo propio del creyente. Pero sí nos preocupa la arremetida constante contra la Iglesia desde fuera y desde dentro. Como si se hubieran desatado todos los demonios a la vez. “A los que aman a Dios todo les sirve para el bien” (Rm 8, 28).

 Cuando Dios permite esta prueba, es para nuestro bien. Para purificarnos, para espolearnos en el camino del bien, para hacernos más humildes y más necesitados de la gracia divina. Pues, acudamos a la oración y a la penitencia por nuestros pecados y por los pecados del mundo entero.

El mes de octubre es una ocasión propicia para la oración del Rosario, es el mes del Rosario. Con esta oración sencilla, vamos recorriendo los misterios de la vida de Jesús desde el balcón del corazón de su Madre bendita. Es una oración que invita a la alegría, que da paz al corazón, que sintoniza nuestro corazón con los sentimientos de Cristo y de su Madre.

Invito especialmente a los jóvenes a que se aficionen al rezo del Rosario. Si no completo, al menos una parte, alguna decena. Es muy educativo en todas las etapas de la vida. Cuando a uno no le sale otra cosa en la oración, queda siempre el Rosario, como la espera paciente hasta la venida del Señor.

Y oremos especialmente por el Papa, nos lo pide él continuamente. Y más en estas circunstancias. Los escándalos, las declaraciones, los ataques de todo tipo sólo benefician a los enemigos de la Iglesia.

En el Corazón de Cristo, donde se reciclan todas nuestras maldades, pidamos al Señor que proteja al Papa, que lo libre de sus enemigos, que son los enemigos de la Iglesia, que le aliente en su ministerio, en el que tiene que llevar sobre sus hombros una pesada cruz.

Nosotros siempre con el Papa. Sin él, dejamos de ser católicos. Así lo hemos aprendido, y así queremos vivir y morir. En la barca de Pedro, vamos todos. Si en estos momentos hay tempestad, reforcemos nuestra comunión con el Papa Francisco, y en la oración y la penitencia pasará esta turbulencia y saldremos renovados, porque hemos confiado más plenamente en el Señor y en su Madre, que van con nosotros en esta barca.

 

 

DOMINGO MARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos. El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más. Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41). Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar. Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29). Si hacen el bien, no serán tan malos. La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien. Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios. La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones. Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda. Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan. Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta. Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad. El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna. La misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás Q

 

 

 

DOMINGO EL JOVEN RICO   DOMINGO XXIX B

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús entra en la vida de una persona, la propuesta es radical: dejarlo todo para seguirle. Son muchas las ocasiones en que se repite este llamamiento a lo largo del Evangelio. En este domingo se nos presenta la llamada al joven rico, que algunos califican de rico precisamente por ser joven. Es decir, se trata de un joven con toda la vida por delante, quizá con muchos proyectos en su vida y desde luego con muchas posibilidades de futuro, al que Jesús invita a seguirle.

El seguimiento de Jesús no es para personas aburridas, que no saben qué hacer con su vida. Ni para personas carentes de otras posibilidades. Cuando Jesús llama, llama a quien quiere, tenga muchas o pocas cualidades. Lo cierto es que llama para un seguimiento radical, que incluye dejarlo todo para irse con Él.

Si Jesús no tuviera conciencia de quién es, el Hijo de Dios hecho hombre, no se atrevería a una llamada de este calibre; y si quien es llamado para seguirle no sabe quién es Jesús, no tomará la decisión radical de seguirle con toda su vida en las manos. Ya los apóstoles intuyeron de alguna manera quién era Jesús, y dejándolo todo (la barca, las redes, su padre), le siguieron.

Es el encuentro personal con Jesús el que plantea la vida vocacionalmente. La escena de la llamada al joven rico es muy bonita en su planteamiento, aunque el resultado no sea tan feliz, precisamente porque era muy rico y le costaba dejar todo lo que tenía.

La iniciativa es del joven, que busca el sentido de la vida y pregunta a Jesús qué tiene que hacer para alcanzar la vida eterna. Esta es la pregunta fundamental de la vida. Hay quienes se pasan media vida sin plantearse esta pregunta fundamental. Hay otros que se la plantean ya desde jóvenes. Es la juventud precisamente el momento de hacérsela con todas las consecuencias. Jesús le responde indicándole el camino de los mandamientos, y los enumera. El joven le responde que vive en ese camino de los mandamientos de Dios desde hace tiempo, lo cual le honra enormemente. Pero Jesús le miró, le amó y le dijo: “Véndelo todo y sígueme”. Es la llamada que tantos jóvenes, hombres y mujeres, han recibido en su vida.

Recordemos el caso de san Antonio en el desierto, al escuchar esta llamada de Jesús, con estas mismas palabras de la escena evangélica, lo vendió todo, lo dio a los pobres y se fue al desierto para estar con Jesús. Lo mismo le pasó a san Francisco de Asís, a san Juan de Ávila y a tantos otros. Estos dos últimos vivían una situación privilegiada: hijo único de una familia adinerada, futuro resuelto. La entrada de Jesús en sus vidas, les dio un vuelco total, vendieron todo (que era mucho), lo dieron a los pobres y se fueron con Jesús. Y fueron inmensamente felices, mucho más que si se hubieran entretenido en gestionar sus bienes temporales.

Seguir a Jesús es lo mejor que nos puede suceder en nuestra vida, y ellos tuvieron la sabiduría de acertar muy pronto con el camino de la vida, dejándolo todo por el Todo, que es Jesús. El joven rico del evangelio, sin embargo, se marchó triste porque era muy rico y le costó dejarlo todo para seguir a Jesús. Y Jesús aprovecha para dar una enseñanza: “Qué difícil es que un rico entre en el Reino de Dios!”.

Pobre y rico en el Evangelio es sobre todo el que confía o no en Dios, en Jesucristo. El que confía en sí mismo, en sus cualidades, en sus recursos, en sus posibilidades, etc. le será muy difícil entrar en el camino de la vida, que conduce al cielo. Por el contrario, el pobre, el humilde, es el que confía en Dios, en Jesucristo, y al fiarse de Él, va despojándose de todo para tenerle sólo a Él.

Durante estas semanas de octubre está celebrándose el Sínodo de los Obispos dedicado a los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. La Iglesia quiere salir al encuentro de los jóvenes de hoy, como lo hizo Jesús, para ofrecerles otro plan.

Pedimos a Dios que la Iglesia de nuestro tiempo acierte a proponer a los jóvenes el camino de la vida eterna, tal como lo hizo Jesús, y sepa acompañarlos en su discernimiento. Seguirá habiendo jóvenes que se den media vuelta y prefieran quedarse con lo suyo, aunque se queden tristes. Pero habrá otros jóvenes, como ha habido tantos a lo largo de la historia, que dejándolo todo estarán dispuestos a seguir a Jesús, y el corazón se les llenará de alegría.

La canonización en este domingo del Papa Pablo VI, de Mons. Oscar Romero, de la Madre Nazaria Ignacia, etc. alcance a los jóvenes esta gracia. Recibid mi afecto y mi bendición: Véndelo todo, ven y sígueme

 

 

DIA DE LAS VOCACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús. Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia. Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia. Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”. Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo. La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama. E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico. La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera. Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida. La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero. Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero. Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud. Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor. La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona. Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor. Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él. Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor Q

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día. En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable. El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as. Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa. Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos. “Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia. En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro. Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad. Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos. En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano. La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos. El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad. Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente. Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa. La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios. Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres. Domingo del Domund. Todos misioneros. Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia Q

 

 

 

DOMINGO XXX B

Domingo xxx B: ciego de Jericó: Bartimero hijo de Timeo

Jesús, Hijo de David, ten compasión de mí (Kyrie eleison)

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La “oración de Jesús” está muy extendida por Oriente. Consiste en repetir una y mil veces la invocación a Jesús: “Jesús, Hijo del Dios vivo, ten misericordia de mí que soy un pecador”. El “Peregrino ruso” es un relato anónimo de mediados del siglo XIX, que cuenta el camino de un peregrino en el deseo de identificarse plenamente con Jesús. Es uno de los libros más leídos en el mundo ortodoxo, válido plenamente para un católico. Y la oración de este peregrino es la “oración de Jesús”, a la que aludimos. Esa oración está fundada en el Evangelio, precisamente en el Evangelio de este domingo, en el que el ciego de Jericó, al oír tumulto por el camino, pregunta por Jesús y se dirige a él gritando: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Es una oración centrada en Jesús, es una invocación a Jesús, invocado como Hijo de Dios, como Hijo de David, como Señor (Kyrie). Y al mismo tiempo es un reconocimiento humilde de las propias necesidades, de nuestra condición pecadora: soy un pecador. La relación entre ese Jesús y yo se resuelve en su misericordia: ten misericordia de mí (eleison). Es lo que hizo el ciego de Jericó. Se dirige a Jesús con plena confianza, con absoluta confianza. Él me puede curar, sólo él puede curarme, no puedo dejar pasar esta oportunidad en mi vida. El pasa por el camino de mi vida y le grito: ten compasión de mí, que soy un pecador. Cuando Jesús se acerca a aquel ciego, le pregunta: Qué puedo hacer por ti. Y el ciego le responde: Señor, que pueda ver. Y Jesús le devuelve la vista, diciéndole: Tu fe te ha curado. El poder de la curación es de Dios, la fe es el clima en el que Dios realiza el milagro. A veces no sabemos cómo orar. He aquí una lección preciosa de oración por parte del ciego de Jericó. Muchas veces acudimos a la oración llenos de preocupaciones, de ruidos, alterados por tantas actividades. Muchas veces acudimos a la oración como quienes andan sobrados en todo, como el que acude a por una ayudita, que nunca viene mal. Sin embargo, a la oración hemos de ir como el ciego de Jericó, conscientes de nuestras carencias y necesidades. Nadie nos puede curar, sólo Dios, sólo Jesús tiene en sus manos poder para curar nuestros males, para alcanzarnos lo que necesitamos. A la oración hemos de acudir como un verdadero indigente, que busca la salvación en quien puede dársela. Dios está deseando darnos lo que le pedimos, si es para nuestro bien. Dios no es tacaño, sino que es generoso en darnos gracia abundante para llevarnos a la santidad plena. Sin embargo, Dios a veces se hace rogar. Comenta san Agustín que cuando Dios tarda en concedernos aquello que es bueno para nosotros, su tardanza es para nuestro bien, porque es una tardanza para ensanchar nuestro deseo y nuestra capacidad de recibir aquello que nos va a conceder. La tardanza juega a nuestro favor, pues la gracia concedida colmará el deseo, que va agrandándose a medida que se difiere. La mayor dificultad para alcanzar las gracias que Dios quiere concedernos está en nuestra soberbia. Tantas veces creemos que no necesitamos, otras tantas cuando acudimos a pedirlo pensamos que se nos ha de conceder al instante. Si así fuera, nos atribuiríamos a nosotros mismos aquello que es gracia y regalo del Señor. Por eso, a la oración hemos de acudir con plena confianza, sabiendo que Dios nos va a dar lo que más nos conviene, y si tarda, es porque quiere dárnoslo más abundantemente. A la oración hemos de acudir como verdaderos mendigos, que se sienten carentes de todo y piden lo que necesitan a quien puede dárselo. El ciego de Jericó es un ejemplo elocuente de oración: Hijo de David, ten compasión de mí. “Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”, dice el peregrino ruso, repitiéndolo miles y miles de veces como una jaculatoria. En la Misa ha quedado resumida esta plegaria: Kyrie eleison (Señor, ten piedad). Acudamos a quien quiere darnos sus dones con la humildad de quien se siente mendigo. Recibid mi afecto y mi bendición: J

 

 

2015  AÑO NUEVO, JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estrenamos el año con la fiesta de María, madre virginal de Dios, y la Jornada mundial de la paz. La paz es un deseo del corazón humano, es un don de Dios y es fruto de la justicia. Por una parte, hemos de pedirla a Dios constantemente, que escuche nuestra oración, y por otra parte, apoyados en Dios y en la esperanza que él nos da, hemos de construirla entre todos, es fruto de la justicia. Este año el papa Francisco nos propone un tema que tiene expansión universal: la esclavitud, para superarla por la fraternidad con todos los hombres. Dios nos ha hecho para vivir como hermanos, y a lo largo de la historia el pecado ha roto las relaciones fraternas, buscando el dominio del hombre sobre el hombre, sometiendo al otro para abusar de él. La esclavitud está abolida en el mundo como crimen de lesa humanidad, según la declaración de los derechos humanos. Pero de hecho existen múltiples formas de esclavitud en nuestros días, de manera generalizada en todo el mundo. En el mundo del trabajo, cuando no se cumplen las condiciones de dignidad humana en el trabajo doméstico y en la agricultura, en la industria y en los servicios. En el salario, en el horario, en las condiciones laborales. En el mundo de los emigrantes, más todavía: muchos tienen que aceptar condiciones indignas con tal de sobrevivir, cuando han venido buscando una vida mejor. Existe un “trabajo esclavo”. No digamos las personas obligadas a la prostitución, incluso menores, verdaderas esclavas de otros para poder sobrevivir. Existe en nuestros días una verdadera esclavitud sexual, y no hace falta irse muy lejos para toparse con ella. Pero además existe el comercio con las personas, la trata de personas para la mendicidad, para la guerra, para el tráfico y venta de drogas. Y existen secuestros, venta de personas, mutilaciones e incluso asesinatos en ese tráfico. Señala el Papa que, cuando el pecado se apodera del corazón humano, ya no hay respeto al hermano. “La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica; es tratada como un medio y no como un fin”. Y señala que entre las causas se encuentra la corrupción de quienes están dispuestos a hacer lo que sea con tal de enriquecerse, incluso atropellando a los demás. Lo peor que puede suceder en todo esto, y sucede, es la indiferencia. Nos parece que no va con nosotros, que no podemos hacer nada. Pero sí podemos hacer mucho, aunque sean pequeños gestos de fraternidad hacia aquellas personas que encontramos en nuestro camino y viven cualquier forma de esclavitud. No debemos ser cómplices, y hemos de luchar por la justicia social en nuestro ambiente, y tampoco indiferentes, sino proactivos a favor de la dignidad de cada persona, sea quien sea. Jesucristo ha cambiado el mundo, introduciendo el mandamiento del amor. “Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su Señor, a vosotros os llamo amigos, porque lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer” (Jn 15,15). No es el odio el que construye la historia, sino el amor. Un amor, que considera al otro como hermano, un amor que procediendo de Cristo, descubre su rostro en los hermanos más pequeños, “a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Estrenar un año nuevo es una nueva oportunidad para estrenar la gracia de la paz. Estamos a llamados a construir la paz, superando toda forma de esclavitud. “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence el mal a fuerza de bien” (Rm 12,21). Santa María Madre de Dios nos alcance el don de la paz, superando toda esclavitud. Recibid mi afecto y mi bendición. Año nuevo, jornada mundial de la paz «No esclavos, sino hermanos» Q

 

 

LA IGLESIA, MADRE SIN FRONTERAS, HUIDA A EGIPTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús fue un emigrante y un refugiado. Tuvo que salir en brazos de María y de José de su tierra y de su casa y emigrar a Egipto, porque era perseguido por Herodes. La estancia en Egipto por parte de Jesús, el Hijo de Dios, durante los primeros años de su vida terrena le ha convertido en cercano especialmente a todos los que tienen que dejar su casa para mejorar sus condiciones de vida: por razones de trabajo para alcanzar un nivel que supere los mínimos de hambruna en los que se vive, por razones de bienestar para compartir la situación de los países avanzados o por razones de supervivencia, cuando las guerras, el exterminio o razones políticas hacen imposible vivir en su propia casa. La Iglesia no tiene fronteras, sino que es madre de todos. Nadie puede sentirse extranjero o forastero en la Iglesia. “Ya no sois extranjeros ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y miembros de la familia de Dios” (Ef 2,19). En este domingo, Jornada mundial del Emigrante y del Refugiado, tenemos especialmente presentes a todos los que han tenido que dejar su tierra y su familia, por la razón que sea, para encontrar una situación mejor. En muchas ocasiones ese tránsito se ha producido con dolor, con desgarro, a veces poniendo en riesgo la propia vida. Y en ese tránsito muchos han perdido la vida o han visto violada su dignidad humana. La Iglesia, que es madre, quiere serlo especialmente de sus hijos que sufren. Vemos en nuestro entorno numerosos ciudadanos procedentes de África, de América, de Asia que son católicos como nosotros. Todos merecen respeto, los católicos y los que no lo son. Pero los católicos son “de casa” para otro católico. Hemos de abrir los ojos para acoger con amor cristiano a todos esos hermanos nuestros que llegan a este país de mayoría cató- lica y no son acogidos del todo. ¿Dónde está nuestra caridad fraterna? “Fui extranjero y me hospedasteis”, recuerda Jesús. “A mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Es verdad que no tenemos en nuestras manos la solución a un problema que nos desborda. El asunto de la emigración ha llegado a globalizarse, es asunto que escapa a nuestro control. Tiene raíces profundas en la injusticia con la que viven los países del Sur, que aspiran a entrar en los países del Norte más desarrollados. Y mientras no se ataje ese problema de injusticia mundial, no resolvemos casi nada. No cumplimos solamente con acoger de manera inmediata al que encontramos forastero en nuestro entorno. El asunto es de tamaño gigante. Pero no debemos permitir que se nos cuele en al alma la “globalización de la indiferencia”, es decir, no debemos permitir que al ser un problema tan universal, nos deje indiferentes también a nosotros porque no podemos remediarlo del todo. Algo podemos hacer, y es mucho lo que hacemos si nos damos cuenta de que los emigrantes son personas humanas, con toda su dignidad y sus derechos, y si además son católicos, son personas que debieran sentirse en su casa al llegar entre nosotros. Trabajo menos pagado, esclavitud sexual, redes de mendicidad para enriquecer al patrón, tráfico de niños, explotación por parte de las mafias en el traslado, etc. Hoy día el mayor negocio del mundo es el tráfico con personas, y el mundo de los emigrantes es el caldo de cultivo de este mercado. No podemos permanecer indiferentes, y algo podemos hacer cada uno. Aprovecho para agradecer todo lo que se está haciendo por parte de las parroquias y de la dió- cesis de Córdoba en este punto. La Iglesia es casa de acogida, también a los que vienen de otro país buscando una situación mejor. Regulen las autoridades civiles lo que tengan que regular en el servicio al bien común, pero respetemos todos la dignidad humana de cada persona. España es país fronterizo en distintas direcciones, ¿sabremos estar a la altura de nuestra situación estratégica para fomentar el respeto a la dignidad de todos los que llegan a nuestras fronteras por tierra, mar y aire? Iglesia sin fronteras, madre de todos. Que esta Jornada nos haga conscientes de que cada uno puede hacer algo, aunque sea pequeño, para acoger al forastero. Y muchas parroquias hacen mucho, como lo hace Cáritas o la Delegación diocesana de migraciones. A todos, muchas gracias en nombre todos los inmigrantes. Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Iglesia sin fronteras, madre de todos Q

 

 

NAVIDAD Y FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q

 

 

IDEOLOGÍA DE GÉNERO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿En qué consiste la ideología de género, de la que oímos hablar continuamente? –El Papa (B16) acaba de referirse a ella, con tonos suaves pero profundamente alarmantes.

La ideología de género destroza la familia, rompe todo lazo del hombre con Dios a través de su propia naturaleza, sitúa al hombre por encima de Dios, y entonces Dios ya no es necesario para nada, sino que hemos de prescindir de Él, porque Dios es un obstáculo para la libertad del hombre.

La ideología de género es una filosofía, según la cual “el sexo ya no es un dato originario de la naturaleza, que el hombre debe aceptar y llenar personalmente de sentido, sino un papel social del que se decide autónomamente, mientras que hasta ahora era la sociedad la que decidía” (B16).

La frase emblemática de Simone de Beauvoir (1908-1986), pareja de Jean Paul Sartre: “Mujer no se nace, sino que se hace” expresa que el sexo es aquello que uno decide ser. Ya no valdrían las ecografías que detectan el sexo de la persona antes de nacer. Esperamos un bebé. ¿Es niño o niña? –La ecografía nos dice claramente que es niña. No. Lo que vale es lo que el sujeto decida. Si quiere ser varón, puede serlo, aunque haya nacido mujer. Y si quiere ser mujer puede serlo, aunque haya nacido varón. No se nace, se hace.

Al servicio de esta ideología existen una serie de programas formativos, médicos, escolares, etc. que tratan de hacer “tragar” esta ideología a todo el mundo, haciendo un daño tremendo en la conciencia de los niños, adolescentes y jóvenes.

La ideología de género no respeta para nada la propia naturaleza en la que Dios ha inscrito sus huellas: soy varón, soy mujer, por naturaleza. Lo acepto y lo vivo gozosamente y con gratitud al Creador. No. Relacionar con la naturaleza, y por tanto con Dios, mi identidad sexual es una esclavitud de la que la persona tiene que liberarse, según esta ideología equivocada.

De aquí viene un cierto feminismo radical, que rompe con Dios y con la propia naturaleza, tal como Dios la ha hecho. Un feminismo que se va extendiendo implacablemente, incluso en las escuelas.

La iglesia católica es odiada por los promotores de la ideología de género, precisamente porque se opone rotundamente a esto. “Ahora bien, si no existe la dualidad de hombre y mujer como dato de la creación, entonces tampoco existe la familia como realidad preestablecida por la creación” (B16). Y, sin embargo, una de las realidades más bonitas de la vida es la familia.

La familia según su estructura originaria, donde existe un padre y una madre, porque hay un varón y una mujer, iguales en dignidad, distintos y complementarios. Donde hay hijos, que brotan naturalmente del abrazo amoroso de los padres.

La apertura a la vida prolonga el amor de los padres en los hijos. Donde hay hermanos, y abuelos, y tíos, y primos, etc. ¡Qué bonita es la familia, tal como Dios la ha pensado! Dios quiere el bien del hombre, y por eso ha inventado la familia. Aunque la ideología de género intenta destruirla, la fuerza de la naturaleza y de la gracia es más potente que la fuerza del mal y de la muerte.

 La familia necesita la redención de Cristo, porque Herodes sigue vivo, y no sólo mata inocentes en el seno materno, sino que intenta mentalizar a nuestros niños, adolescentes y jóvenes con esta ideología, queriendo hacerles ver que hay “otros” tipos de familia.

El Hijo de Dios nació y vivió en una familia y santificó los lazos familiares. La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret en el contexto de la Navidad es una preciosa ocasión para dar gracias a Dios por nuestras respectivas familias, que son como el nido donde hemos nacido o donde crecemos y nos sentimos amados.

Es ocasión para pedir por las familias que atraviesan dificultades, para echar una mano a la familia que tengo cerca y cuyas necesidades no son sólo materiales, sino a veces de sufrimientos por conflictos de todo tipo.

La fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José es una oportunidad para reafirmar que sólo en la familia, tal como Dios la ha instituido, encuentra el hombre su pleno desarrollo personal y, por tanto, la felicidad de su corazón. En la familia está el futuro de la humanidad, en la familia que responde al plan de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición..

BAUTISMO DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Preciosa presentación de Jesucristo por parte de su Padre desde el cielo: “Tú eres mi hijo amado, el predilecto” (Lc 3,22).

Concluimos con la fiesta del Bautismo del Señor el ciclo de Navidad este domingo, y nos preguntamos quién es éste, quién es Jesús. La presentación nos viene ofrecida por su Padre Dios: “Este es mi Hijo amado”. Jesús es Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero.

Y ante el asombro de todos, hemos sabido que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se ha hecho hombre verdadero. Hombre como nosotros, tomando una existencia plenamente humana, en todo semejante a la nuestra, excepto en el pecado. Es decir, se ha hecho hombre, y se ha hecho hombre en la condición de humillado, sometido al sufrimiento y a la muerte, para rescatar al hombre perdido por el pecado, alejado de Dios, sin rumbo y sin esperanza.

 Los días de Navidad tienen este remate impresionante, para hacernos ver que solo en Jesucristo hay salvación para el hombre. El hombre de hoy –y de todos los tiempos– no tiene remedio con cualquier cosa. Tiene un cáncer, y eso no se cura con aspirina. Está herido de muerte, y no puede curarse con buenas palabras. Sólo en Jesucristo puede el hombre encontrar la salvación. Sólo en él hay esperanza para cualquier persona, sea cual sea su situación.

 Porque Jesucristo ha dado su vida por cada uno de los humanos, ha recorrido los caminos perdidos de cada hombre para traerlo a la casa del Padre y hacerle disfrutar de los dones de Dios. Y eso sólo puede hacerlo siendo Dios, compartiendo con nosotros su condición divina, haciéndonos hijos en el Hijo.

Y lo ha hecho acercándose hasta nosotros en su condición humana, hecho niño indefenso, pasando desapercibido la mayor parte de su vida, y, mediante su ministerio público, anunciando el Reino de Dios a todos los hombres, por el camino de la conversión, hasta morir en la cruz y vencer la muerte en la resurrección.

El bautismo de Jesús ha inaugurado nuestro bautismo. El agua en la que Cristo entra, ungido por el Espíritu, ha recibido de él la fuerza del mismo Espíritu que le ha consagrado. Es como si el fuego entrando en el agua, convirtiera el agua en vehículo transmisor de ese mismo fuego.

El bautismo de Jesús es el origen de nuestra unción con el Espíritu para hacernos hijos de Dios. El Espíritu Santo ha capacitado la carne de Cristo para la gloria. Sumergido en el agua, como anticipo de su muerte, la carne de Cristo se ha hecho capaz para gozar de Dios eternamente. Y en ese mismo acto, y a través del agua, nos transmite a nosotros el Espíritu que nos capacita para superar el pecado y la muerte, hacernos hijos de Dios y herederos del cielo.

En esta fiesta del Bautismo del Señor yo también fui ungido por el Espíritu en la consagración episcopal. Entonces recibí la plenitud del sacerdocio ministerial para servir a la Iglesia en nombre de Cristo Cabeza y Esposo. Fue el 9 de enero de 2005 en Tarazona, en el día de san Eulogio de Córdoba. Hace ahora 8 años.

 Al pasar los años, este santo cordobés me ha traído hasta esta preciosa ciudad e importante diócesis. Pedid a Dios por vuestro obispo Demetrio, para que sea humilde y valiente pregonero del Evangelio.

El domingo pasado, el Papa Benedicto XVI decía al consagrar nuevos obispos: “El obispo ha de estar poseído de la inquietud de Dios por los hombres… participa en la inquietud de Dios por los hombres… El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios.

Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un Obispo. Él ha de ser valeroso. Y ese valor o fortaleza no consiste en golpear con violencia, en la agresividad, sino en el dejarse golpear y enfrentarse a los criterios de las opiniones dominantes. A los que el Señor manda como corderos en medio de lobos se les requiere inevitablemente que tengan el valor de permanecer firmes en la verdad…

También de los sucesores de los Apóstoles se ha de esperar que sean constantemente golpeados, de manera moderna, si no cesan de anunciar de forma audible y comprensible el Evangelio de Jesucristo. Y entonces podrán estar alegres de haber sido juzgados dignos de sufrir ultrajes por él”. Pues eso, pedir al Señor que vuestro Obispo vaya delante del rebaño, dispuesto a dar la vida por cada uno cuando llega el lobo, avisando de los peligros y los engaños del enemigo, y anunciando a todos la salvación y la esperanza que sólo Jesucristo puede dar, porque es el único salvador de todos los hombres. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

SEMANA DE UNIÓN POR LAS IGLESIAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 18 al 25 de enero, año tras año, celebramos la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, porque esperamos de Dios que se aligere el camino hacia la plena unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. La unidad es la meta, la oración es el camino. Es preciso orar, haciéndose eco de la oración de Cristo ante el Padre, por la unidad de los cristianos: “Que todos sean uno, como tú Padre en mí y yo en ti, para que el mundo crea” (Jn 17,21).

La unidad de los cristianos tiene su fundamento en la oración de Cristo y tiene un alto valor de signo y testimonio, para que el mundo crea. Jesucristo ha fundado su Iglesia: una, santa, católica, apostólica. Pero los hombres han ido desgajándola a lo largo de la historia.

Una gran ruptura se produjo en 1052, cuando las Iglesias de Oriente se separaron de Roma. Y otra ruptura más grande aún se produjo en torno a 1520, cuando Lutero rompió con Roma, proclamando una reforma. Son dos heridas sangrantes, que no han cicatrizado todavía. A comienzos del siglo XX, un fuerte movimiento ha inspirado a todos los cristianos que es posible recuperar la unidad perdida. Es el movimiento ecuménico, que tiene distintos aspectos. Oración, diálogo teológico, encuentros de líderes, acciones conjuntas en favor de la justicia y la paz.

La oración por la unidad de los cristianos ha de ser una intención primaria en nuestra oración habitual. Es posible la unidad, y por eso la pedimos y nos preparamos a ella en clima de fe. La unidad no será fruto solamente del diálogo o de las acciones humanas, necesarias para alcanzar este objetivo. La unidad será un don de Dios, en el momento oportuno según los planes de Dios. Y en este camino, todos tenemos que convertirnos. La unidad no vendrá del consenso negociado, rebajando cada uno algo de su verdad. Eso sería demoler la verdad y la parte de verdad que cada uno posea.

La unidad vendrá por la profundización en la verdad que cada uno ha alcanzado, porque la verdad profundizada confluye en la verdad total. Tenemos elementos comunes muy importantes, como son la Sagrada Escritura, algunos sacramentos como el bautismo, etc. Con las comunidades orientales, además, tenemos la sucesión apostólica en los obispos y presbíteros y por tanto la Eucaristía válida, donde se produce la transubstanciación del pan en el Cuerpo del Señor. Pero a todos los hermanos separados les falta la comunión plena con el Sucesor de Pedro, el Papa. Y éste es un elemento esencial de la única Iglesia de Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18).

La Iglesia no ha dejado nunca de ser una, porque ha tenido siempre al Sucesor de Pedro con todos los demás elementos que la integran. La conversión que a todos se nos pide es la de dejar a un lado nuestras posturas particulares para profundizar en lo esencial que nos une y lo esencial que Cristo ha dejado a su Iglesia.

Cuántos hermanos separados del tronco común encuentran la única Iglesia de Cristo y piden la plena comunión con el Papa, como Sucesor del apóstol Pedro, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.

En nuestros tiempos se está dando un fenómeno extraordinario, el paso masivo de anglicanos a la plena comunión de la Iglesia. Damos gracias a Dios por todo ello. Para acelerar este camino hacia la unidad, los católicos hemos de orar insistentemente.

Y a esa oración unir nuestra conversión para vivir más plenamente los dones que hemos recibido. Vivir mejor la Eucaristía, como presencia real, sacrificio y banquete. Vivir el perdón del sacramento de la penitencia. Vivir la comunión plena con el Papa, con su magisterio, con su disciplina.

También los católicos tenemos que recorrer un camino, que no consiste en despreciar ningún aspecto esencial de la única Iglesia de Cristo, sino en vivirlos de verdad cada uno de ellos, para que el mundo crea. Si un hermano cristiano separado se encuentra contigo, ¿le entrarán ganas de pertenecer a la Iglesia católica, al ver cómo vives tu pertenencia a la Iglesia, tu comunión con los demás hermanos dentro de la misma Iglesia, tu amor a la Eucaristía, tu obediencia al Papa y a los Obispos en comunión con él?

Oremos por la unidad de los cristianos y ensanchemos el corazón para acoger a nuestro hermano más cercano. De esta manera estamos recorriendo el camino hacia la unidad plena. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

JESUS EN LA SINAGOGA: DOMINGO .. DESPUÉS DE EPIFANÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Todos estos domingos después de Epifanía se refieren a la autorevelación de Jesús. Es decir, Jesús se presenta declarando quién es y a qué viene al mundo.

 Este domingo, Jesús va a su pueblo, donde todo el mundo le conoce, y acude el sábado a la sinagoga, donde los judíos se reúnen todas las semanas para leer y explicar las Escrituras. Allí había acudido desde niño y siendo joven.

Ahora ya adulto se presenta, después del bautismo en el Jordán, leyendo el libro de Isaías, que dice: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres… a proclamar el año de gracia del Señor”. Y de manera directa, Jesús, terminada la lectura, afirma: “Hoy se ha cumplido esta Escritura que acabáis de oir” (Lc 4,-18-21). Es decir, yo soy este Mesías anunciado.

Los acontecimientos anteriores se han desarrollado junto al río Jordán, cuando Jesús, al inicio de su vida pública, fue en busca de Juan Bautista para ser bautizado también él.

Conocemos la escena del Bautismo, de la venida del Espíritu Santo sobre él y de la voz del Padre, que lo presenta al mundo como su Hijo amado. Y una vez que el Espíritu santo ha venido sobre él y lo ha envuelto en el amor del Padre, Jesús comienza su misión de anunciar el Evangelio a todos, especialmente a los pobres.

Jesús se presenta en Nazaret plenamente consciente de su identidad. Se siente el Hijo amado, se siente ungido por el Espíritu Santo, inundado del amor del Padre. Se siente destinado a llevar la salvación a todos los hombres, especialmente a los que sufren, a los pobres, que el Evangelio identifica con los humildes, los que confían en Dios.

No hay duda de que Jesucristo sabe quién es y a qué ha venido. Porque termina su lectura, comentando: “Hoy se ha cumplido esta Escritura” en mí. Yo soy el Mesías, el Ungido por el Espíritu. Yo soy el enviado para anunciar la salvación, el año de gracia del Señor. Eso significa Cristo, ungido. Y eso significa cristiano, ungido como Cristo por el mismo Espíritu.

El Espíritu ha capacitado el corazón de Cristo para amar hasta dar la vida, lo ha capacitado para la gloria, donde ha quedado repleto de la gloria de Dios. Y lo que el Espíritu ha hecho en Jesús, quiere hacerlo en nosotros, sus ungidos, sus cristianos.

La unción va unida a la misión. Es ungido para ser enviado. El cristiano no afronta sus tareas por iniciativa propia, como quien organiza una actividad que tiene en él su origen. El cristiano prolonga la misión de Cristo, que es la de anunciar el Evangelio del amor de Dios, rescatando el hombre de sus esclavitudes y llevándolo a la libertad de hijo de Dios.

Las palabras del profeta se han cumplido en Cristo, el ungido, y se prolongan en los cristianos, los ungidos. Cristo y los cristianos están para llevar al mundo la gracia de Dios, la misericordia de Dios, la libertad que brota de esa gracia de Dios para todos.

La evangelización no es en primer lugar una actividad humana organizada. La evangelización ante todo es la acogida del Espí- ritu santo, que nos identifica con Cristo. El protagonista de la evangelización es el Espíritu santo, que nos va recordando las palabras y las acciones de Cristo y las “cumple” hoy entre nosotros.

 La tarea de la evangelización toma al evangelizador todo entero, no sólo una parte, y lo empapa del Espíritu santo. Y el fin de la evangelización no es principalmente mejorar las condiciones de vida material de los hombres, sino invitarlos a disfrutar de la libertad de los hijos de Dios, porque reciben el Espíritu que los hace libres. Libres del pecado, libres del mundo, libres de Satanás, que los tenía esclavizados. Y por eso, constructores de un mundo nuevo también en el orden social.

En la escena del Evangelio de este domingo, Cristo establece su programa: recibir el Espíritu santo para llevar la libertad de hijos a todos los hombres. En esta preciosa tarea está implicada la Iglesia en la evangelización de ayer, de hoy y de siempre. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

EL AÑO 2915 ES DEL CICLO B: AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el comienzo del ministerio público por parte de Jesús, él se encuentra con sus primeros discípulos y los llama para hacerlos apóstoles. “Venid en pos de mí y os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron las redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18). Los evangelios de estos domingos nos lo han recordado. Tenemos aquí el núcleo primero del seguimiento de Cristo, para todos los estados de vida, también para la vida consagrada. Jesús llama por su nombre a cada uno y la nueva vida que Jesús inaugura para sus discípulos consiste en estar con él, irse con él, seguir sus pasos, convivir con él, compartir su suerte, hacerse “consortes”. En el grupo de estos discípulos había varones y mujeres, iba acompañado por “los Doce y por algunas mujeres” (Lc 8,1-2), cuyos nombre se señalan: María, Juana, Susana, etc. He aquí una de las barreras que Jesús ha superado, cuando en su cultura y en su tiempo las mujeres no pintaban nada, ni iban a la escuela ni tenían ningún derecho ciudadano. Jesús, sin embargo, las ha llamado y las ha admitido a su seguimiento, como verdaderas discípulas, que aparecen en diversos pasajes del evangelio. La historia de la Iglesia y de la humanidad está llena de grandes mujeres, una de las cuales sobresale en este año de su V centenario, Teresa de Jesús. La vida consagrada consiste fundamentalmente en dejar los esquemas comunes instituidos por Dios en la creación de constituir una familia propia, por el matrimonio y los hijos engendrados, para seguir a Jesús y formar parte de otra familia nueva, más amplia, donde se vive el estilo de vida de Jesús pobre, virgen y obediente. Es propio de la vida consagrada la virginidad o la castidad perfecta por el Reino de los cielos, tal como la ha vivido el mismo Jesús. En la virginidad, Jesús está mostrando una fecundidad más amplia y más profunda, la que brota de Dios y hace hijos de Dios, dándoles la vida eterna. El camino del matrimonio es camino inventado por Dios y bendecido por Jesucristo. El matrimonio es camino de santidad, pues el amor humano queda santificado por el sacramento del matrimonio. Pero el camino de la vida consagrada, que tiene en alta estima el camino del matrimonio inventado por Dios, consiste en dejar esa senda y elegir otra, la que Cristo mismo ha vivido. En la vida consagrada se trata de seguir a Cristo pobre, virgen y obediente, entregándole la vida y gastándola en el servicio a los demás. Nadie puede ir por el camino de la vida consagrada, si no es llamado por Dios, pues se trata de un camino que supera por los cuatro costados las fuerzas humanas. Y nadie puede elegir un camino que le supera, si no es llamado y capacitado por Dios mismo. Además de ser llamado/a, es necesaria la gracia de Dios para perseverar en este santo propósito, pues la vida consagrada o se vive en un clima de fe, continuamente alimentado por la coherencia de vida, o se desvanece incluso aquella primera llamada con su respuesta generosa del primer momento. La Jornada mundial de la vida consagrada, que se celebra en toda la Iglesia el 2 de febrero, en la fiesta de la Candelaria, es ocasión propicia para agradecer a Dios el gran regalo de la vida consagrada en la Iglesia, y concretamente en nuestra diócesis de Córdoba. Cuántos testimonios hemos recibido de tantos religiosos y religiosas que han gastado su vida en el servicio de Dios y de los hermanos, especialmente de los más pobres en todos los campos. La Iglesia debe agradecer a todos los consagrados la entrega de sus vidas al Señor, el enorme servicio llevado a cabo, el fuerte testimonio de hombres y mujeres consagrados a Dios para toda la vida. Realmente, si nos faltara ese ejército de amor formado por tantas personas consagradas, a la Iglesia le faltaría un referente necesario para caminar hacia la santidad, a la que todos somos llamados. Los consagrados/as tiran de todo el Pueblo de Dios hacia arriba, a los valores evangélicos que sólo la gracia de Dios puede sostener. Los consagrados son los motores principales de un mundo nuevo, la nueva civilización del amor. Los consagrados nos recuerdan que lo que parece imposible para los hombres, es posible para Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: «Y dejándolo todo, le siguieron» En el Año de la vida consagrada Q

 

 

 

 

 

 

MANOS UNIDAS, LUCHAMOS CONTRA LA POBREZA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una pobreza mala, la que procede del mal reparto de los recursos de todos, y a tantas personas las deja marginadas, sin ni siquiera lo necesario para sobrevivir y produciendo enormes bolsas de pobreza. Es una pobreza que identificamos con la miseria, en mayor o menor grado. Y hay una pobreza buena, la que ha elegido y alabado el Hijo de Dios, que siendo rico se hizo pobre. Esta última es una pobreza voluntaria, que se asume por amor, para parecerse a Jesucristo y para acercarse a los hermanos, poniéndonos por debajo de ellos y a su servicio. Manos Unidas lucha contra la pobreza mala, la que brota de la injusticia, la que tiene a millones de personas en condiciones infrahumanas, en muchas ocasiones explotadas por los poderosos. Manos Unidas lucha contra la pobreza en la que viven tantos millones de personas, que no tienen ni siquiera para comer hoy y carecen de lo más elemental para cubrir sus necesidades básicas. Y por eso, nos invita a compartir con esos pobres, a los que se les debe lo elemental y en cuya devolución queremos contribuir. “Nadie puede sentirse exceptuado de la preocupación por los pobres y por la justicia social”, nos recuerda papa Francisco (EG 201). Manos Unidas trabaja en favor de los pobres con inteligencia, atacando las raíces de la pobreza y contribuyendo a un mundo nuevo. A base de proyectos bien pensados y con la colaboración de muchos voluntarios, Manos Unidas hace llegar tu aportación directamente a los necesitados, sin que se quede nada por el camino. De Manos Unidas puedes fiarte. Agradezco a tantos voluntarios, sobre todo mujeres, que en nuestra diócesis de Córdoba inventan todo tipo medios para concienciarnos a todos en este drama de la lucha contra el hambre en el mundo y la erradicación de la pobreza. En todas las parroquias esta colecta es la más generosa de todas las del año. Gracias a eso, se van consiguiendo muchos objetivos, pero queda todavía mucho por hacer. La Ayuda Oficial al Desarrollo se ha reducido un 70 % en España, mientras Manos Unidas continúa creciendo, incluso en estos años de crisis. Los católicos españoles, que también sufren la crisis como todos los demás, se sienten solidarios y se aprietan el cinturón, aunque tengan ahora menos recursos. Estas grandes campañas a favor de los pobres de la tierra tienen la ventaja de espabilarnos a toda la comunidad cristiana en algo para nosotros necesario: “no te olvides de los pobres” (cf Ga 2,10), como le dijeron a san Pablo los apóstoles de Jerusalén. “La belleza misma del Evangelio no siempre puede ser adecuadamente manifestada por nosotros, pero hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha” (EG 195). La campaña de Manos Unidas nos recuerda: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”. Apuntados estamos. Se trata de privarnos nosotros de algo no sólo superfluo, sino incluso necesario, para compartirlo con quienes no tienen nada. El ejemplo lo tomamos de Jesús, que siendo rico se despojó de su rango y ha compartido con nosotros su condición para hacernos a nosotros ricos con su pobreza, es decir para divinizarnos. Una solidaridad que no nos despoje no sería cristiana. La caridad cristiana nos lleva a sentir a los pobres como algo propio, cercano. A sentirnos uno con el hermano. “El pobre cuando es amado, es estimado como de alto valor” (EG 200). Para nosotros no se trata de cifras anónimas, sino de rostros concretos, de personas por las que Cristo ha derramado su sangre. Personas valoradas a tan alto precio. Que la campaña de Manos Unidas nos estimule a privarnos de algo en el día del ayuno voluntario y a entregarlo a los pobres más pobres del mundo. Dios se siente contento de este gesto por el que nos parecemos a él. Recibid mi afecto y mi bendición: Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas? Manos Unidas Q

 

 

MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Manos Unidas vuelve otro año para sensibilizarnos en la solidaridad que nace de la caridad cristiana, es decir, en la solidaridad que tiene como fundamento la fe en Dios y en la dignidad humana, porque toda persona humana está llamada a ser hijo/a de Dios, a participar de los bienes de la Casa de Dios, a compartir los bienes de una sociedad más justa.

Manos Unidas es una ONG de la Iglesia Católica, y trabaja para erradicar el hambre en el mundo desde una visión cristiana del mundo y de la persona. El Año de la Fe también nos interpela en este campo de la caridad social. La Campaña de Manos Unidas adquiere su punto culminante en la colecta litúrgica que presentamos en la Misa del domingo segundo de febrero, el día 10.

 El fruto de nuestro ayuno lo ponemos “a los pies de los apóstoles” (Hech 4,35), como hacía la primera comunidad cuando uno se desprendía de sus bienes y los entregaba a los apóstoles. Nosotros ahora, para remediar con esa generosa contribución el hambre en el mundo.

Este año Manos Unidas nos propone un lema “No hay justicia sin igualdad”, dentro de los Objetivos del Milenio para erradicar la pobreza en el mundo. Es un lema que puede leerse desde distintas perspectivas. La perspectiva de Manos Unidas, que contribuye notablemente a la educación y al progreso de la sociedad, es una perspectiva cristiana. Dios ha creado al hombre, varón y mujer (Gn 1,27), iguales en dignidad, distintos y complementarios, a imagen de Dios y para llegar a ser semejanza suya.

En esta igualdad querida por Dios e inscrita en la naturaleza humana, la mujer está menos valorada a lo largo de la historia y a día de hoy. La igualdad que Dios propone consiste en promover esa igualdad, que coloque a la mujer en igualdad de condiciones para acceder a la cultura, al trabajo, a la sociedad en todos sus aspectos, al reconocimiento de todos sus derechos.

La igualdad no significa borrar toda diferencia entre varón y mujer, que enriquece la sociedad, haciendo a los dos complementarios según el proyecto de Dios. Ese igualitarismo rompería la armonía de la creación y la ecología social.

La igualdad que brota de la visión cristiana dignifica a la mujer. Más aún, sitúa a la mujer como especialmente protagonista de este desarrollo. El fin de Manos Unidas es la lucha contra el hambre, la miseria, la enfermedad, el subdesarrollo, la falta de instrucción y las causas que las producen. Acabar con la desigualdad y favorecer que las mujeres tengan capacidad para encauzar responsablemente sus vidas, son cuestiones fundamentales en las que hay que incidir, entre otras razones, porque de ellas depende que consigamos erradicar la pobreza.

La promoción de la mujer es un objetivo prioritario de Manos Unidas; ella es agente fundamental de desarrollo, familiar y social, y juega un papel decisivo en el ámbito económico. La desigualdad que padece, el hecho de que se le impida el ejercicio de tantos derechos, aumenta la pobreza y la inseguridad alimentaria en el mundo.

Agradezco de corazón a tantas personas que trabajan en Manos Unidas en la diócesis de Córdoba, no sólo en los servicios diocesanos desde la ciudad, sino en todas y cada una de las parroquias, donde al realizar la Visita pastoral me encuentro siempre con la delegada parroquial.

Son multitud de iniciativas, que brotan de la parroquia e implican a todo el vecindario con el objetivo de recaudar fondos para los fines de Manos Unidas: rastrillos, rifas, tómbolas, cenas del hambre, venta de dulces u otros objetos regalados, colectas, que desembocan en la colecta litúrgica del domingo, para hacer de todo ese esfuerzo una ofrenda sagrada al Señor. S

e trata de toda una movida, que protagonizan las mujeres de la parroquia y en la que colaboran todo tipo de personas. Esa acción por sí misma va educando a todos en la solidaridad cristiana para que cada año se cumpla la Campaña propuesta. La fe y la caridad que brota de ella no nos aparta de la justicia, sino que la promueve.

Este año, trabajamos todos con Manos Unidas para que la igualdad llegue a todas las mujeres del mundo, tantas veces explotadas, y sean reconocidos sus derechos. “No hay justicia sin igualdad”. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

SAN VALENTÍN, DÍA DE LOS ENAMORADOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En muchos lugares del mundo la fiesta de san Valentín, el 14 de febrero, es el “día de los enamorados”. ¿De dónde viene esta costumbre? San Valentín es un sacerdote católico del siglo III, que favoreció el matrimonio de los soldados romanos, a los que se impedía matrimonio para estar más libres en su oficio militar. Él propició el matrimonio de tales soldados, bendiciendo su amor humano hacia la mujer enamorada con el sacramento del matrimonio. Y eso le costó la misma vida, que entregó generosamente en el martirio. Desde entonces san Valentín es patrón de los enamorados, el que favorece el amor entre aquellos que quieren casarse y el que resuelve las dificultades para llegar a ese matrimonio deseado. A él se encomiendan los enamorados para que refuerce el amor verdadero y elimine las dificultades que impiden casarse. Es una historia bonita, que vale la pena potenciar en nuestro ambiente actual. Muchos son los jóvenes, chicos y chicas, que viven ese momento precioso de la vida en el que han encontrado el amor concretado en una persona. Han encontrado el amor de su vida. Desean hacer realidad esa vida de convivencia para siempre, santificada por el sacramento del matrimonio, pero encuentran dificultades para realizarlo. El sueño de sus vidas tarda y tarda en cumplirse. No ya por el oficio militar, como en tiempos de san Valentín, sino porque no han terminado su preparación profesional o, porque habiéndola terminado, les es difícil acceder al mercado laboral, no tienen trabajo y por eso no pueden fundar un hogar, no pueden adquirir una vivienda para instalar su nido, no tienen independencia económica, etc. La fiesta de san Valentín es también ocasión propicia para entender el amor humano que conduce al matrimonio y encuentra en él su realización. Este es un amor inventado por el mismo Dios, al crear al hombre varón y mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios. Un amor que potencia a cada uno de los esposos, los perfecciona y los hace fecundos en la prolongación de los hijos. Un amor que pide ser fiel, para siempre, porque el corazón humano del otro necesita ser amado sin lí- mite. Un amor que lleva consigo una entrega total, no pasajera ni parcial. Un amor que satisface el corazón humano y le da estabilidad y perfección, haciéndole fecundo en los hijos. El corazón humano, sin embargo, es cambiante. Pide amor sin límite, pero no es capaz de dar ese amor sin medida, porque se experimenta limitado y falible. En muchos casos, la tentación es la de satisfacer las necesidades inmediatas sin llegar al fondo ni comprometerse para siempre. El corazón humano vive, por tanto, una tensión: la necesidad de ser amado y la incapacidad para dar ese amor al otro, como el otro exige. Y es aquí donde Jesucristo ha venido para llevar al hombre (varón o mujer) a la plenitud del amor. Jesucristo ha entrado en esa relación humana que establecen los novios y definitivamente los esposos para hacerlos capaces de amar sin límites y de ser amados como necesitan. Eso es el sacramento del matrimonio. Encontrarse con Jesucristo es encontrar la solución a este grave problema del corazón humano. Al encontrarse con Jesucristo, toda persona descubre que Él nos ha amado primero, con un amor sin límite, que sacia nuestro corazón verdaderamente. Al mismo tiempo, Jesús sana el corazón humano de todas sus heridas producidas por el egoísmo, lo renueva y le hace capaz de amar de verdad, es decir, le hace capaz de amar dando la vida y gastándola por el otro a quien se ama. El encuentro con Jesucristo enseña y capacita para el perdón, sin el cual es imposible la convivencia cotidiana, porque el otro, aún sin querer, me ofende continuamente, dada su limitación y su debilidad. Encontrar a Jesucristo es un regalo inmenso para los novios y para los esposos, porque Él sacia el corazón, nos hace capaces de amar, nos enseña a perdonar y anuda la vida de los esposos, de manera que nadie pueda romper ese vínculo. San Valentín ayude a los enamorados a descubrir ese amor, que no se queda en lo superficial, sino que proporciona un amor verdadero, el único capaz de saciar el corazón humano. Recibid mi afecto y mi bendición: San Valentín, día de los enamorados Q

 

JORNADA DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada para la Vida consagrada se celebra cada año el 2 de febrero. Coincidiendo con la fiesta litúrgica de la presentación de Jesús en el Templo en brazos de María su madre, la Candelaria, y acompañados de José.

Esta fiesta nos presenta a Jesús como “luz de las gentes” puesto en el candelero de su madre, para alumbrar a todo hombre que viene a este mundo. Cristo alumbra a todo hombre y le descubre su dignidad de hijo de Dios con la colaboración de María, que lo presenta en el Templo.

 La vida consagrada tiene esta misión, la de anunciar a Cristo en nuestro tiempo. La misión de alumbrar a todo hombre con la luz de Cristo, que se ha encendido en el corazón y en la vida de cada consagrado/a.

Una persona consagrada es una luz encendida para estimular y alimentar la fe del pueblo cristiano. En este Año de la fe, nos damos cuenta de que cada persona consagrada es como un signo vivo de Cristo resucitado en medio de su pueblo.

La Iglesia necesita en nuestros días estas luminarias que alimenten la fe de tantas personas que vacilan o que se apartan de Dios. Muchas veces no convencen las palabras, ni siquiera la predicación. En esas ocasiones, lo único que convence es el testimonio de vida. Una persona consagrada es un signo viviente, que prolonga el amor de Dios a los hombres y expresa que sólo Dios debe ser amado con totalidad.

En nuestra diócesis de Córdoba, Dios nos ha bendecido con una presencia abundante de personas consagradas, hombres y mujeres, en las distintas formas de consagración: contemplativos/as, religiosos/as, seculares, vírgenes consagradas.

 Los contemplativos, monjes y monjas, hacen de sus monasterios lugares de oración continua. Alabanza a Dios en la liturgia diaria, intercesión por las necesidades de la Iglesia, cargando con la cruz de tantas personas que sufren. Porque no se han retirado del mundo para desinteresarse de sus hermanos, sino para llevar en sus corazones las penas y las alegrías de sus contemporáneos. Los monasterios de monjes y monjas de nuestra diócesis con también lugares y oasis de oración para quienes los visitan, para unos días de retiro, de oración, de reflexión. Hay en nuestra diócesis abundantes religiosos/as en obras de apostolado, según el carisma propio de cada Congregación.

En el campo educativo, colegios, guarderías. En el campo de la beneficencia, atendiendo enfermos, ancianos, pobres de todo tipo. En el campo de las parroquias, asumiendo tareas de catequesis, formación, etc.

Y tantas otras personas consagradas en institutos seculares, en el orden de las vírgenes, en asociaciones de fieles. Qué sería de nuestra diócesis sin esta presencia tan benéfica. Todos ellos son un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Valoremos estos dones de Dios en su Iglesia. En muchos casos constatamos disminución de presencia por la escasez de vocaciones.

Es momento de gratitud, más que de lamentos. Cada una de las personas consagradas es una luz encendida, y por cada una de ellas damos gracias a Dios, al tiempo que pedimos a Dios nuevas vocaciones para que no nos falte nunca esa luz tan necesaria en nuestro mundo.

Que la Jornada para la Vida consagrada aliente la fidelidad de todos los consagrados, en todos los carismas que embellecen y enriquecen la Iglesia santa de Dios. Que esta Jornada nos lleve a todos a dar gracias a Dios por lo que continuamente recibimos de su testimonio y su trabajo en los distintos campos.

Que el Señor siga bendiciendo nuestra diócesis con nuevas vocaciones a la vida consagrada, que sean signos de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

RENUNCIA: GRACIAS, BENEDICTO XVI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos ha sorprendido a todos, pero ciertamente es un gesto propio y coherente de este Papa. El anuncio de su renuncia a la Sede de Pedro concluye un pontificado lleno de frutos para la Iglesia y para la historia de la humanidad. Con plena lucidez y consciente de sus límites de salud, presenta la renuncia para que otro presida la Iglesia universal como Vicario de Cristo, principio y fundamento de la unidad de la Iglesia del Señor, sucesor del apóstol Pedro: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Se trata de un gesto por parte de quien al ser elegido reconoció ser “un humilde obrero en la viña del Señor”.

A todos nos enseña, sea cual sea nuestro lugar en la Iglesia, que estamos para servir al único Señor de todos y de todo, y no estamos para instalarnos o servirnos del lugar que se nos ha encomendado.

El Papa Benedicto XVI ha servido a la Iglesia con todo su ser, y por eso le damos las gracias. Sobre todo, ha iluminado los grandes temas y preocupaciones del hombre de nuestro tiempo con palabras evangélicas que todos entienden.

Me sumo a los que dicen que el papa Benedicto XVI pasará a la historia como un eminente doctor de la Iglesia. Ha demostrado ser un hombre sabio, y al mismo tiempo humilde. Ha reflexionado abundantemente sobre la necesidad de Dios para encontrar el norte y el sentido de la vida del hombre. Ha enseñado que la fe y la razón van de la mano, ensanchando el horizonte de la razón para no caer en fanatismos irracionales y abriendo el horizonte de la fe para no asfixiar el hombre en un bunker materialista y hedonista.

Ha promovido la disciplina de la Iglesia para que sea santa sobre todo en sus sacerdotes. Ha impulsado la nueva evangelización y nos ha insistido en que confiemos en los jóvenes: “La Iglesia está viva, la Iglesia es joven, la Iglesia lleva en su seno a Jesucristo, el futuro de la humanidad”, exclamaba en el inicio de su pontificado, y ha encandilado a los jóvenes en las sucesivas Jornadas Mundiales de la Juventud.

Ha cuidado la liturgia con delicadeza benedictina y nos ha enseñado a celebrar los misterios sagrados con espíritu de adoración. Ha explicado la Palabra de Dios con estilo de lectio divina, sacando lustre a esa Palabra.

Nos ha regalado un libro sobre Jesús de Nazaret, que sólo con el prólogo y la introducción marca una nueva etapa en los estudios de cristología.

Para la diócesis de Córdoba, Benedicto XVI pasa a la historia como el Papa que ha proclamado al clericus cordubensis Juan de Ávila como Doctor de la Iglesia universal. Y lo ha hecho no sólo porque le tocaba hacerlo, sino porque, enamorado de la figura de san Juan de Ávila, ha impulsado esta causa, llevándola a feliz término.

Es el Papa que ha declarado Basílica la Iglesia que custodia el sepulcro del nuevo Doctor y ha concedido un Año jubilar, en el que nos encontramos, para alcanzar gracias abundantes por la intercesión de este Santo.

Es el Papa que llegó a afirmar: “Pensamos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Ávila y San Juan de Ávila, son figuras que finalmente han renovado el catolicismo y formado la fisonomía del mundo moderno” (6.11.2011).

Buen conocedor del siglo de oro español, ha puesto a san Juan de Ávila como modelo de evangelización. Cuando en varias ocasiones he tenido oportunidad de saludarle, al decirle que era el obispo de Córdoba, me ha repetido: “¡La diócesis de San Juan de Ávila!”. Inolvidable será la audiencia privada que nos concedió el miércoles 10 de octubre de 2012, a los pocos días de la declaración del doctorado, cuando le regalamos en oro una cruz pectoral con una preciosa reliquia y una talla del nuevo Doctor.

Con asombrados ojos de niño, exclamó: ¡Qué bonito!, ordenando a su secretario que lo pasara a su apartamento privado para tener cerca estos recuerdos del Doctor de la Iglesia. Gracias, Benedicto XVI.

Te vas en plena lucidez, dejándonos a todos cierto sentimiento de pena y orfandad. Pero sabemos que la Iglesia fundada sobre la roca de Pedro te recordará siempre y encontrará en tu pontificado un nuevo impulso para evangelizar. Creo en la Iglesia fundada por Jesucristo, que ofrece a la humanidad personas como Benedicto XVI. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

LOS PAPAS: AGRADECIMIENTO A BENEDICTO VI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los Papas que ha tenido la Iglesia en el último siglo, casi todos están canonizados o en camino de serlo. San Pio X, Pio XII, Juan XXIII, Pablo VI, Juan Pablo I, Juan Pablo II. Nunca ha tenido la Iglesia una lista de Papas de este calibre, a cual mejor.

Y en esta lista se inserta Benedicto XVI, que dentro de pocos días dejará de ser Papa, y en esa misma lista se inserta el nuevo Papa, que Dios ya conoce y nosotros conoceremos en los próximos días. Y es porque la Iglesia en este momento concreto de la historia tiene un papel transcendental ante el mundo tan cambiante que estamos viviendo.

En todos estos Papas se cumple la llamada a la santidad que el Concilio Vaticano II ha mostrado para todos: “Todos los fieles cristianos, de cualquier condición y estado, fortalecidos con tantos y tan poderosos medios de salvación, son llamados por el Señor, cada uno por su camino, a la perfección de aquella santidad con la que es perfecto el mismo Padre” (LG 11).

La santidad no son solamente cualidades personales ni es principalmente esfuerzo humano. La santidad ante todo es gracia. Y por tanto, Dios ha estado grande con nosotros, dándonos esta fila de Papas que llenan las mejores páginas de la historia de la humanidad con su santidad de vida.

Sin duda, este conjunto de Papas han iluminado como nadie la situación del último siglo y han afrontado con el vigor siempre renovado del Evangelio los graves problemas de la humanidad de nuestro tiempo.

Es momento, por tanto, de pensar en lo que significa el primado del apóstol Pedro para el conjunto de la Iglesia y para toda la humanidad. Es momento de agradecer a Cristo el Señor que asista a su Iglesia de esta manera tan excepcional. “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará” (Mt 16,18).

Jesucristo fundó su Iglesia sobre el cimiento de los apóstoles y a uno de ellos –Pedro- le puso al frente de aquella comunidad naciente. Fue Jesucristo en persona el que llamó uno por uno, por su nombre, a cada uno de los apóstoles y después de una noche de oración (Lc 6,12s), los constituyó apóstoles, es decir, columnas de su Iglesia. Ellos a su vez constituyeron comunidades por distintos lugares, manteniendo siempre la comunión con Pedro.

La fundación de la Iglesia está en la mente del mismo Jesús de Nazaret, y por eso “llamó a los que quiso y se fueron con él, e instituyó a doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar y que tuvieran autoridad para expulsar demonios” (Mc. 3,13-15).

De entre estos doce, eligió a Pedro para ponerle al frente de todos. Por eso, el sucesor de Pedro está al frente de toda la Iglesia. Pedro fue obispo de Roma, allí encontró el martirio. Y por eso, el obispo de Roma es sucesor del apóstol Pedro y está puesto por Jesucristo al frente de toda su Iglesia. No se trata de que Pedro, después de la muerte de Cristo, se hiciera el mandón del grupo por su cuenta. Fue Jesucristo mismo el que le puso al frente de su Iglesia y le dio las llaves de Reino de los cielos. Fue Jesús el que le examinó en el amor y le confió la hermosa tarea de apacentar a sus ovejas, las que Cristo había rescatado con su sangre preciosa.

Al tiempo que damos gracias a Dios por el pontificado de Benedicto XVI, le pedimos que nos dé un nuevo pastor según su corazón, que nos apaciente a todos con el amor de Cristo.

La Iglesia tiene hoy una preciosa tarea, “ser como sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí” (LG 1), la Iglesia tiene futuro. La comunión en la fe y en la disciplina con el sucesor de Pedro es signo y garantía de estar en la comunidad que ha fundado Jesús, a la que han pertenecido tantos santos y santas de Dios.

El amor al Vicario de Cristo es una nota distintiva de todo católico, que se traduce en acogida humilde y gozosa de su magisterio, de su disciplina, de sus indicaciones. Las circunstancias que estamos viviendo son propicias para preguntarnos si de verdad amamos al Papa, si le hacemos caso en lo que nos enseña, si le obedecemos en lo que nos manda. Apartarse de la comunión con el sucesor de Pedro, sería apartarse de la verdadera Iglesia del Señor.

 La oración de estos días nos sitúa en un clima de fe, por el que podemos entender qué significa la sucesión apostólica, y sólo en clima de fe estaremos preparados para vivir en comunión con el Sucesor de Pedro, el Papa que Dios quiere dar a su Iglesia hoy. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

LA CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Cuaresma nos invita a la conversión, a cambiar de vida, a retomar el rumbo para el que hemos nacido y del que nos hemos desviado por el pecado.

La Cuaresma nos prepara a la Pascua, en la que por el bautismo somos renovados, recibimos el Espíritu Santo y vivimos una vida nueva. Ahora bien, la conversión es posible en nuestra vida gracias a la paciencia de Dios con nosotros. El Evangelio de este domingo nos presenta la parábola de la higuera estéril, que el dueño podría arrancar para encontrar otros frutos y no ocupar terreno en balde. Sin embargo, el viñador intercede: “Señor, déjala todavía este año: yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto” (Lc 13,8).

La misericordia de Dios tiene una paciencia sin límite con cada uno de nosotros, a ver si damos fruto. “Si no, al año que viene la cortarás”. La paciencia de Dios es infinita, pero nuestro tiempo se acaba, y por eso urge. “Y si no os convertís, pereceréis de la misma manera” (Lc 13,5).

La conversión no es fruto solamente de nuestro esfuerzo, pues nuestras fuerzas son escasas y el objetivo es desproporcionado a nuestra capacidad. Llegar a ser hijos de Dios en plenitud, llegar a la santidad que Dios nos ofrece no puede ser fruto de nuestro esfuerzo. La conversión es ante todo gracia de Dios, y la cuaresma está llena de tales gracias, que nos mueven a cambiar. “Ahora es tiempo favorable; ahora es el día de la salvación” (2Co 6,2).

La cuaresma es, por tanto, un tiempo privilegiado para esperar el cambio radical de nuestra vida, es tiempo privilegiado para esperar el cambio de otras personas conocidas o desconocidas, por las que intercedemos, como el viñador, con el compromiso de cuidar esa planta.

La conversión la produce Dios, que es el único que puede cambiar las voluntades humanas, y Él nos invita en este tiempo de gracia a colaborar activamente en esta tarea, en nosotros y en los demás. “El Señor no retrasa su promesa, como piensan algunos, sino que tiene paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie se pierda, sino que todos accedan a la conversión” (2Pe 3,9).

Y las pautas que la Iglesia nos señala para este tiempo de gracia son: oración, ayuno y limosna. Acercarse a Dios, acoger su gracia en la oración con espíritu de fe, escuchar su Palabra, rumiarla en el corazón, es el primer paso para alimentar la fe, puesto que la fe brota de la escucha de la Palabra de Dios. Cuidar durante este tiempo todos los actos de oración: la misa, el perdón, las devociones, de manera que alimentemos un clima de fe, de donde brota todo lo demás.

La primera llamada de la conversión es la de volver a Dios, acercarnos más a Él. El ayuno consiste en privarse incluso de lo necesario, para abrir la mente y el corazón a Dios, espabilados para oír su voz. Y por el ayuno, abrir nuestro corazón a las necesidades de los demás.

El ayuno nos capacita para la relación con Dios y la relación con los demás. En definitiva, el ayuno rompe el egoísmo que nos encierra en nosotros mismos, el ayuno nos hace libres y capaces de amar. Lo que muchas veces nos parece imprescindible, por la mortificación y el ayuno podemos desprendernos de ello, ayudados siempre por la gracia de Dios.

Y un corazón libre, hecho capaz de amar, sale al encuentro de las necesidades de los demás, desbordándose en la caridad. Ponernos delante de las necesidades de los que sufren, despierta en nosotros la misericordia, ablanda nuestro corazón, provoca la compasión.

Si Dios nos ama tan generosamente, cómo no amar nosotros en la misma línea a nuestros hermanos. Ponernos al lado del que sufre, nos pilla los dedos, compromete nuestra existencia, y nos hace crecer en el amor. Ésta es la misericordia que Dios quiere. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt. 5,7). “Señor, déjala todavía este año”. La cuaresma nos ofrece una nueva oportunidad. Aprovechémosla. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay quienes prefieren pensar que el demonio no existe, que es un mito o un “cuento chino” para asustar a las conciencias delicadas o para controlar a los pusilánimes. Peor para ellos. El demonio existe y mantiene una lucha sin cuartel, intentando continuamente apartarnos de Dios con engaños, mentiras y señuelos. El demonio a veces da la cara abiertamente y otras lo hace camuflándose. Es maestro de la mentira y tiene un arte especial para engañar a cualquiera. “Es mentiroso y padre de la mentira” (Jn 4,44). Cuando quieres darte cuenta, ya te ha enredado, porque es más listo que nosotros. Jesús, al comenzar su vida pública y su ministerio de predicación del Reino, después de haber sido ungido con por el Espíritu Santo en el bautismo, se retira al desierto para emprender una la lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás. Por algo será. Con ello, Jesús nos está diciendo que esta lucha es una de las tareas más importantes que el hombre tiene que afrontar en la tierra, y llegada la cuaresma se nos invita a intensificar este aspecto de nuestra vida, la lucha contra Satanás. Jesús lo venció en la fidelidad a la Palabra de Dios. La cuaresma es tiempo de oración más abundante, de escucha de la Palabra, de ajuste de nuestra vida a esa Palabra. Toma el evangelio de cada día, léelo, medítalo y te servirá de alimento cotidiano de la fe. “Quien no hace oración no necesita demonio que le tiente”, dice santa Teresa de Jesús. Jesús lo venció con el ayuno y la penitencia. “Este tipo de demonios sólo se expulsan con la oración y el ayuno” (Mc 9,29), recuerda Jesús a sus discípulos cuando encuentran una fuerte oposición al mensaje evangélico y se le resisten los demonios más duros. Jesús lo venció con la misericordia. Aparecen pasajes evangélicos en los que el demonio tenía prisioneros a los endemoniados, y Jesús se compadece de estos con su sola palabra y con todo su poder. Si quitamos del Evangelio la lucha de Jesús contra Satanás, eliminaríamos una parte importante de su misión. Cuando nosotros no prestamos atención a este enemigo, él nos va comiendo terreno poco a poco hasta que logra apartarnos de Dios. Es curioso que en una época como la nuestra en que tanta gente vive apartada de Dios, considerándose así más liberados de toda dependencia, haya crecido notablemente el influjo del demonio de una manera directa o indirecta en tanta gente. Nuestra diócesis de Córdoba cuenta con algunos sacerdotes encargados por el obispo especialmente este ministerio: expulsar al demonio de quienes padecen posesión o influjo diabólico. Estos sacerdotes son exorcistas. Una de las acciones del demonio y de nuestro egoísmo, y que el Papa denuncia en su mensaje de cuaresma de este año, es la globalización de la indiferencia. Son tantos y tan grandes los problemas que nos rodean, ante los cuales nuestro egoísmo y comodidad procura desentenderse, que la tentación más cómoda es pasar indiferentes ante tales problemas. El Papa nos alerta de este desafía de nuestro tiempo. Realmente no podemos arreglar los grandes problemas que nos rodean, pero sí podemos dar nuestra aportación, grande o pequeña. La cuaresma es tiempo de conversión, y ha de serlo especialmente en este campo: no pasar indiferentes ante las necesidades de los demás. “Cuánto deseo que los lugares en los que se manifiesta la Iglesia, en particular nuestras parroquias y nuestras comunidades, lleguen a ser islas de misericordia en medio del mar de la indiferencia”, nos dice el Papa en este mensaje cuaresmal. Oración, ayuno y misericordia: los tres pilares de la cuaresma que nos preparan para la Pascua. Poner a punto nuestra vida cristiana, desplegar todas sus virtualidades, aspirar sinceramente a la santidad que Dios pone a nuestro alcance, salir al encuentro del hermano que sufre y necesita mi atención, privarme de lo superfluo e incluso de lo necesario para compartir con los demás, intensificar la oración. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, y la primera tarea es desenmascarar al demonio, como hizo Jesús retirándose al desierto al inicio de su ministerio. Dios nos conceda a todos una santa cuaresma, que nos renueve profundamente y nos prepare a la Santa Pascua. Con mi afecto y mi bendición: Cuaresma: lucha contra Satanás Q

 

 

DÍA DE ANDALUCÍA, (EXTREMADURA)

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El amor a la patria nos lo manda el cuarto mandamiento de la ley de Dios. Nuestra patria es España y nuestra tierra Andalucía, “lo más grande” de España. Llegados al día de Andalucía os ofrezco alguna reflexión desde la fe, conveniente en este momento en que reflexionamos sobre el voto de las próximas elecciones regionales al Parlamento Andaluz, de donde surgirá el Gobierno de la Junta de Andalucía. No le corresponde al obispo entrar en política, y menos en la política de partido. Para eso están los que dedican su vida a esta noble causa de servicio al bien común. La tarea política es una de las más eminentes formas de caridad social, porque pone la vida al servicio de los demás para lograr la justicia, la paz y la convivencia, el bienestar de todos, especialmente el de los más pobres y desfavorecidos. A los pastores nos toca ofrecer pautas éticas para el buen gobierno de la cosa pública, que a todos nos afecta. Y la Iglesia invita a sus hijos cristianos laicos a que entren en la arena de la política, incluso de la política partidista, para llevar el Evangelio a nuestra sociedad y construir un mundo más humano, más justo y más fraterno. El primero y principal bien a salvaguardar es Dios y su presencia benéfica en nuestra sociedad. Dios no es enemigo del hombre, sino aliado y buen aliado, omnipotente aliado, inspirador de los mejores propósitos en el corazón del hombre. ¿Por qué prescindir de Dios u organizar la ciudad terrena como si él no existiera? Ya sé que hay personas que no creen en Dios y que un Estado democrático debe buscar el bien de todos, también el de los que no creen en Dios o incluso lo rechazan. De acuerdo. Pero, por qué organizar la vida sin Dios, cuando la inmensa mayoría de los ciudadanos son creyentes. Nuestra Constitución consagra un Estado aconfesional, donde ninguna religión es oficial, sino que se promueve y se favorece la religión de los ciudadanos, en mutuo respeto de todos y en convivencia democrática de unos con otros. Ahora bien, lo que me sorprende es que de un Estado aconfesional se favorezca todo lo que va contra Dios o contra la religión católica. Me alegro de que otras religiones sean delicadamente respetadas, pero los católicos en España y en Andalucía no somos una minoría étnica, sino el 92% de la población. Aquí pasa algo raro. ¿No seríamos capaces de asumir una laicidad positiva, que considere la religión como un bien social? Invito a los políticos a que tengan en cuenta esto, porque incluso los que son católicos y practicantes, llegados al campo de la política, prefieren dejar a un lado sus convicciones para mantenerse en una neutralidad que ofende a la inmensa mayoría de la población. Hemos de convivir todos, respetarnos todos, ser tolerantes unos con otros. Pero a veces parece que la única religión no respetable sea la católica, la de la inmensa mayoría de nuestro pueblo. No basta con tener procesiones (ahora llega la Semana Santa), es preciso que la fe de un pueblo empape todas las estructuras, aún dentro de un Estado aconfesional. Los políticos deben respetar y promover la libertad religiosa, que se expresa de tantas maneras: libertad de los padres para elegir la educación que prefieren para sus hijos, sin ser considerados ciudadanos de segunda por ser cató- licos. Libertad por tanto para una enseñanza libre, favorecida por los fondos públicos, porque atiende un derecho ciudadano a la educación, que no tiene por qué ser siempre estatal. No debe considerarse la escuela estatal como la única y para todos, dejando la concertada como subsidaria. Es todo lo contrario: la escuela de iniciativa social es la primera, y debe ser apoyada con fondos públicos. Y la escuela estatal es subsidiaria, allí donde no haya otras iniciativas sociales que cubran esa necesidad ciudadana. El estatalismo en la escuela es uno de los grandes males para una sociedad que quiere ser libre y educar en libertad. La dignidad humana en todas las fases de la vida, desde la concepción hasta la muerte natural. Cuántos niños no llegan a ver la luz porque son eliminados en el seno materno. Un político debe luchar por la vida, para que nadie quede excluido y para que no crezca la brecha de la exclusión social. El trabajo es un derecho de la persona. Trabajo para todos, es una de las principales preocupaciones del político. Y más en nuestra región andaluza donde los índices de paro alcanzan cifras alarmantes, particularmente el paro juvenil. En mis Visitas pastorales he visto bolsas de pobreza que no podía imaginar, he tocado de cerca situaciones que no son propias de una sociedad desarrollada. Un polí- tico debe poner todos los medios posibles para diluir esas bolsas y atacar las causas que las provocan. Una sociedad que se desarrolla deja a un lado muchas personas en la cuneta de la vida: ancianos sin pensión, niños desprotegidos, jóvenes en la droga, emigrantes que llegan y tanto necesitamos. Es tarea de todos. Ánimo, queridos políticos. Oramos en el Día de Andalucía para que desaparezca la corrupción en la administración pública y en toda la sociedad. Es una vergüenza que algunos aprovechen su puesto de servicio para enriquecerse robando del dinero de todos, cuando hay tantos pobres. Oramos para que no prevalezca la mentira, el engaño, la trampa y el embuste. Oramos para que construyamos entre todos un mundo mejor. Andalucía tiene muchos recursos, sobre todo sus gentes abiertas, alegres y acogedoras. Es la tierra de María Santísima. Andalucía es lo más grande de España, y debemos entre todos dignificarla con nuestra aportación ciudadana. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de Andalucía Q

 

 

LOS DIEZ MANDAMIENTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, la Palabra de Dios nos presenta este domingo los diez mandamientos de la ley de Dios. Fueron dados por Dios a Moisés en el monte Sinaí y señalan el camino de la vida para toda persona que viene a este mundo. Son palabras fundamentales para todas las religiones monoteístas, y han sido llevadas a plenitud por el mismo Jesús en el sermón de la montaña, las Bienaventuranzas. Cuando el joven rico se acercó a Jesús, atraído por su persona y su doctrina, le preguntó qué debía hacer para alcanzar la vida eterna. Y Jesús le respondió: “Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos” (Mt 19,16-19). Para Jesús, por tanto, la guarda de los mandamientos es un punto clave de su discipulado para alcanzar la vida eterna. “Si me amáis, guardareis mis mandamientos” (Jn 14,15). La iconografía nos presenta a Moisés con dos tablas de la Ley, recibidas de Dios mismo. En la primera tabla se encuentran los mandamientos para con Dios y en la segunda tabla los mandamientos para con el prójimo. Recientemente el papa Francisco nos recordaba que no podemos eliminar una de las tablas para quedarnos con la otra. No podemos intentar cumplir los mandamientos para con Dios y olvidarnos de los mandamientos para con el prójimo, o viceversa. El mandamiento principal es “amarás…”. La persona humana está hecha para amar y ser amada y cuando se encuentra con el amor, se siente feliz. Nos decía san Juan Pablo II: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (RH 10). Por tanto, el mandamiento de Dios coincide con la aspiración más profunda de nuestro corazón: amar. A veces entendemos mal los mandamientos de Dios, como si fueran preceptos externos, como normas de tráfico que hay que cumplir aunque te cueste, como si fueran fruto del esfuerzo humano, muchas veces titánico. Y no es así. Los mandamientos ante todo son dinamismos interiores de la vida de Dios en nosotros. En gran medida son como nuestro ADN, como nuestras señas de identidad humana, están inscritos a fuego en nuestra propia naturaleza humana. Lo mismo que tenemos brazos y corazón, como órganos vitales de nuestro cuerpo, tenemos el dinamismo vital del amor en nuestra alma. Y también en gran medida los mandamientos son gracia dada para llevarnos a la plenitud, para llegar a la santidad. Si no fuera por la gracia de Dios, no podríamos cumplir tales mandamientos. Naturaleza y gracia se conjugan en los mandamientos. Todos los mandamientos se resumen en dos: el amor a Dios, que es fuente de todo lo demás y el amor al prójimo que es la verificación de que nuestro corazón ama de verdad: “Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios, a quien no ve” (1Jn 4,20). El amor a Dios está en el origen, porque es respuesta al amor que Dios nos tiene. El ha empezado primero, nos hace capaces de amar, haciéndonos parecidos a él. Por eso, el amor a Dios es expresión de adoración, de aceptación de su voluntad, de sentirnos hijos amados de Dios. A partir de ahí, viene amar al prójimo porque es hijo de Dios e imagen suya, aunque muchas veces la provocación al amor se produce en la relación con los demás, al constatar sus necesidades o al comprobar que podemos hacerles bien. Por el contrario, el pecado no es otra cosa que el rechazo de Dios en sí mismo o en sus criaturas, en sus hijos. Ofendemos a Dios cuando no le reconocemos como Dios, cuando nos olvidamos de él, cuando no lo referimos todo a él. Y ofendemos a los demás cuando no los consideramos hermanos y cuando buscamos nuestros intereses egoístamente. Los diez mandamientos son un buen repaso de cómo hemos de vivir y actuar en la nueva vida que Cristo nos ha dado por el bautismo, y que vamos a renovar en la Pascua. La tercera parte del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC 2052ss) nos lo explica detalladamente. Recibid mi afecto y mi bendición: Los diez mandamientos Q

 

 

DOMINGO DE PASIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos encontramos ya en el domingo de pasión, cercanos a la Semana Santa y a la Pascua. Vamos a celebrar los misterios centrales de nuestra fe: Jesús, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sufre la pasión y muere por nosotros y al tercer día resucita, abriéndonos de par en par las puertas del cielo. La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio hasta nuestros días, de manera que nos hagamos contemporáneos a aquellos acontecimientos históricos que sucedieron una vez para siempre. Un punto clave de la redención es la obediencia de Cristo al Padre. Una obediencia que no le merma libertad, porque se vive en el amor generoso, sino que nos da la clave de la verdadera libertad. El hombre tiene una sed profunda de libertad, aspira a ella, la grita por las calles, se siente humillado cuando esa libertad no se le reconoce. Es una aspiración sana y verdadera, porque el hombre está hecho para la libertad. Pero, al mismo tiempo, esa aspiración por la libertad encuentra señuelos y sucedáneos que le entrampan como una emboscada y le hacen más esclavo que antes. Buscando la libertad, tantas veces se equivoca de camino y se hace cada vez más esclavo. Nunca se ha proclamado tanto la libertad y nunca ha habido tantas esclavitudes. Esclavitud en el trabajo, adicciones al sexo, al alcohol, al juego, a la droga. El hombre aspira a ser libre y se ve enredado en múltiples esclavitudes: el afán de poder esclaviza, el deseo de placer esclaviza, el ansia por tener esclaviza. Mucha gente vive esclava de su propia imagen y es capaz de hacer grandes sacrificios por tener un busto que los demás puedan admirar. Cuántas esclavitudes personales y cuántas otras que vienen del egoísmo de los demás. Cuando el hombre no tiene su norte en Dios, se convierte en dominador de los demás, haciéndolos esclavos, porque él ya está esclavizado. Necesitamos mirada larga, necesitamos respirar otro ambiente, necesitamos salir de lo que nos asfixia para sentir la libertad de gozar de la vida, de tener esperanza ante las dificultades, de ampliar un horizonte que no tenga límite. Este domingo se nos presenta Jesús obediente al Padre, enseñándonos el camino de la verdadera libertad. Si quieres ser libre, camina por la senda de los mandamientos de Dios. Si quieres ser libre, déjate mover por aquel mismo amor que llevó a Jesús a entregarse a la muerte por nosotros. Si aspiras a la verdadera libertad, abre tu corazón a las necesidades de los hermanos más necesitados. No te cierres en ti mismo. Elige libremente el camino que a Jesús le ha llevado por la pasión y la muerte a la gloria de la resurrección. Abre tu corazón al hermano y ocú- pate más de sus necesidades que de tus caprichos. Obediencia. Esta es la palabra clave para una verdadera libertad. Obediencia que a veces incluye sufrimiento y muerte. “A gritos y con lágrimas (Cristo) presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y en su angustia fue escuchado” (Hebr 5,7). Obediencia que, vivida con amor, trae la salvación, ayuda al hermano, se entrega y da la vida. Este domingo de pasión nos acerca a la Semana Santa. Este año la ciudad de Córdoba celebra los cincuenta años de la coronación canónica de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, y para ello disfrutaremos de un año jubilar, que será inaugurado el viernes de dolores. “Junto a la Cruz de Jesús estaba su madre María” (Jn 19,25). Ella compartió todos los sentimientos de su Hijo, ella acompaña hoy a todos los hijos que sufren por cualquier causa. Ella nos enseña a todos a obedecer a Dios. Ella nos enseña el camino de la verdadera libertad. Recibid mi afecto y mi bendición: Siendo Hijo, aprendió sufriendo a obedecer Q

 

 

MISA CRISMAL

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Normalmente no entra en la piedad popular esta magna celebración anual de la Misa Crismal. Como si sólo se tratara de los sacerdotes, que vienen a concelebrar con el obispo en una Misa “para ellos”. No. La Misa Crismal celebra la unción de toda la Iglesia y de cada miembro de la misma, partícipes del sacerdocio de Cristo. En el calendario litúrgico, la Misa Crismal está situada en la mañana del jueves santo, a la que sigue la reconciliación de penitentes y en la tarde la Misa de la Cena del Señor. Por razones pastorales, es decir, para evitar la acumulación de celebraciones en un mismo día, la Misa Crismal se adelanta en casi todas las diócesis algún día antes. En Córdoba, la celebramos el martes santo a las 11:30 en la Santa Iglesia Catedral. Vienen casi todos los sacerdotes. Es una celebración preciosa, a la que estamos invitados todo el Pueblo de Dios. ¿Qué celebramos en la Misa Crismal? Celebramos la unción de Cristo que unge a su Iglesia con óleo de alegría, con el Espíritu Santo. Cristo ha sido ungido, más aún es el “Ungido” por el Espí- ritu Santo, empapado del amor del Padre, el Hijo amado en quien Dios tiene sus complacencias. Ungido, Cristo y Mesías son la misma palabra en español, griego y hebreo. A Jesús le llamamos “Cristo” precisamente por ser el Ungido del Padre, y sus discípulos son llamados “cristianos”, es decir, los ungidos por el mismo Espíritu que ungió a Jesús. Amados de Dios, envueltos de su amor, divinizados. La unción de Cristo tuvo lugar en el momento de la Encarnación y se hizo visible y manifiesta en el Bautismo del Jordán, donde el Espíritu Santo inundó a Cristo y le envió para anunciar la salvación a los pobres. Esa unción es significada y realizada por medio del santo Crisma, un perfume mezclado en el óleo, que transmite el buen olor de Cristo. La consagración del santo Crisma se realiza en esta celebración, llamada Misa Crismal. En la Misa Crismal celebramos, por tanto, la condición sacerdotal de todo el Pueblo de Dios, de todos los miembros de este Cuerpo místico de Cristo, a los que el mismo Cristo hace partícipes de su unción espiritual en el bautismo y la confirmación. Sería una buena iniciativa pastoral que a esta Misa Crismal acudieran especialmente los que van a ser crismados (confirmados) a lo largo de este año. Que acudieran a la celebración de la que fluye como un río de gracia la unción de Cristo para toda su Iglesia. ¡Ven Espíritu Santo! sobre este óleo perfumado para que todos los ungidos con él se conviertan en templos vivos de la gloria de Dios, testigos valientes de Jesucristo, ungidos y envueltos en el amor de Dios, hijos amados. Y en la Misa Crismal también hacemos memoria del sacerdocio ministerial, de los que han sido o van a ser consagrados por el sacramento del Orden como sacerdotes del Señor para el servicio de su Iglesia. Este año serán seis nuevos presbíteros. Se trata de una nueva participación del sacerdocio de Cristo, para hacerle presente en su Iglesia como Cabeza, buen Pastor, Esposo y Siervo de su Iglesia. Las manos del sacerdote son ungidas con el santo Crisma para significar y realizar esa unción del alma por el Espíritu Santo, que los hace consagrados del Señor, ministros de nuestro Dios. Durante la Misa Crismal los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales, las promesas que hicieron ante Dios y ante la Iglesia de ser fieles al ministerio recibido. No han recibido sólo un encargo, han sido ungidos en su alma con el sello del Espíritu Santo, son sacerdotes para siempre y ninguna circunstancia podrá borrar esa consagración profunda. En la Misa de la Cena del Señor, escucharemos de labios de Cristo: “haced esto en memoria mía”, y eso lo cumplen continuamente los consagrados con el sacerdocio ministerial. Rezad por los sacerdotes, pedid que Dios nos envíe muchos y santos sacerdotes a nuestra diócesis, rezad por los seminaristas que se preparan a ello. Pedid que los sacerdotes ya consagrados se mantengan fieles en medio de las múltiples dificultades de nuestro tiempo. Y dad gracias a Dios por los sacerdotes que nos ofrecen los sacramentos, la Palabra, el testimonio de sus vidas entregadas y el pastoreo de la comunidad cristiana. En la Misa Crismal, la Iglesia aparece toda hermosa, sin mancha ni arruga, la Esposa que Cristo ha purificado con el baño del agua y de la Palabra, nuestra Madre (cf. Ef 5). Por eso, es una celebración a la que todos los fieles estamos invitados, es una celebración para disfrutar en la fe de la hermosura y la belleza de la Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición: La Misa Crismal Q

 

 

OREMOS POR LA ELECCIÓN DEL NUEVO PAPA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia se encuentra en estos días reunida en oración para invocar al Espíritu Santo, a fin de que asista a los Padres Cardenales en la elección del nuevo Pontífice. Tras la voluntaria y libre renuncia del papa emérito Benedicto XVI a la Sede de Pedro, se han puesto en marcha los organismos competentes para dar a la Iglesia un nuevo Sucesor del apóstol Pedro, Vicario de Cristo y Pastor de la Iglesia universal. Es Dios el que llama y elige, y lo hace con la colaboración de las mediaciones humanas correspondientes. En este caso, corresponde a los Padres Cardenales menores de 80 años reunirse para elegir el nuevo Sucesor de Pedro y Obispo de Roma.

La elección debe ir acompañada por la aceptación del sujeto, y, cuando esto se produzca, se anunciará a la Iglesia universal: “Os anuncio una gran alegría: Tenemos Papa (Habemus Papam)”. Y reconoceremos en él al elegido por Dios para regir su Iglesia universal. Es un momento privilegiado para vivirlo en clima de fe.

“Creo en la Iglesia” confesamos en el Credo. Y eso significa que esta Iglesia la ha fundado Jesucristo nuestro Señor, que el Espíritu Santo es el alma que la sostiene, la santifica y la envía a la misión. Y que a esta Iglesia, Jesucristo la ha dotado de un pastor universal, que representa a Jesucristo buen Pastor de todos los pastores y fieles.

No se trata por tanto de un elemento puramente organizativo, sino de un aspecto de la fe, de nuestra fe en la Iglesia. Muchos aspectos accidentales de la Iglesia pueden ir cambiando a lo largo de los siglos, pero éste es un dato fundamental: que Cristo ha puesto al frente de su Iglesia al apóstol Pedro y a los Doce apóstoles con él, para que prolonguen al buen Pastor Jesucristo, que da la vida por sus ovejas. Y aquí viene la oración.

 Necesitamos la oración para entrar con la fe en este aspecto del misterio, necesitamos la oración para no quedarnos en las anécdotas que nos cuentan los medios de comunicación. No entramos en la oración para pedirle a Dios por mi candidato, sino para disponer mi espíritu a recibir de Dios aquel que sea elegido.

Oramos por los Padres Cardenales electores, para que procedan a la elección con rectitud de intención, para que no busquen otra cosa que el bien de la Iglesia universal, para que el Espíritu Santo los ilumine y cada uno de ellos se deje mover por la gracia.

Y oramos también por el que vaya a ser elegido, para que llegado el momento de la aceptación, pueda hacerlo con libertad de espíritu, sienta la fuerza de Dios que le llama y le da la gracia para la tarea y encuentre en todos los fieles de la Iglesia la obediencia pronta a sus orientaciones pastorales.

 Oramos para que todos los fieles lo reciban en la fe y en la comunión eclesial. A veces recibe uno esa pregunta: ¿cómo quiere que sea el nuevo Papa? Y cuando sea elegido, ¿qué le parece el nuevo Papa? Estamos acostumbrados a juzgar de todo y en todo, y como una niebla que oscurece la fe, a proyectar nuestro juicio también sobre estas realidades sobrenaturales.

Sin embargo, no somos nosotros los que juzgamos al Papa ni le sometemos a nuestro juicio, sino que humildemente hemos de someternos nosotros al juicio que él tenga sobre nosotros.

El Sucesor de Pedro es puesto al frente de su Iglesia para guiarnos y conducirnos por el camino de Cristo, y ha de contar con nuestra pronta obediencia y nuestra acogida en el amor cristiano. Por eso, rezamos, para que nuestra fe no se nuble con tantas informaciones y comentarios, sino que vayamos a lo fundamental de estos días y lo vivamos con espíritu de fe.

En todas las parroquias y comunidades oramos estos días por el Romano Pontífice que va a ser elegido. Y reafirmamos nuestra pertenencia a la Iglesia, con el deseo de obedecer prontamente al que sea elegido como Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

PAPA FRANCISCO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Ha sido como una ola de aire fresco, que ha encendido millones de esperanzas en el corazón de otras tantas personas. La plaza de San Pedro se inundó de fieles, y escuchamos con gran sorpresa: Habemus Papam!, cuyo nombre es Francisco.

No otro Francisco, sino Francisco de Asís, el poverello y humilde Francisco de Asís, el patrono de la ecología como lugar creado por Dios para el hombre, el del Cantico de las criaturas, el santo de la paz, Haz de mí, Señor, un instrumento de tu paz! “No te olvides de los pobres”, le decía un cardenal al oído, y el nuevo Papa pensó en Francisco de Asís.

Cómo desean lo hombres de nuestro tiempo encontrar razones para la esperanza. Y no valen las promesas que tantos hacen y luego no cumplen. El mundo entero ha visto en la elección del nuevo Papa un motivo de esperanza, porque ha visto en él, en los pocos días que lleva, gestos de frescor evangélico. Como si este tipo de personas tan importantes fueran del todo inaccesibles o estuvieran blindadas al trato personal y directo con la gente.

El Papa Francisco ha roto esa impresión, y aunque nosotros no podamos saludarle directamente, hemos visto que se acerca y acoge, que escucha y quiere llegar a todos. Como Jesús en el Evangelio, de quien el Papa es Vicario en la tierra. Y esto alegra el corazón de muchos, de creyentes y no creyentes, de católicos y no católicos.

Hemos de orar por el Papa Francisco para que le dejen ser y expresarse así, para que su palabra y sus gestos lleguen a toda persona de buena voluntad y a todos pueda anunciar el Evangelio de la esperanza, que está destinado especialmente a los pobres y sencillos de corazón.

 He acudido a Roma, en nombre propio y en representación de toda la diócesis de Córdoba, para orar con el Papa y por el Papa. Tiempo habrá de hablarle de nuestras cosas. Ahora, para rezar y vivir esa comunión plena con el Sucesor de Pedro, que nos hace católicos.

No esperemos novedades en el campo doctrinal. La Iglesia es heredera del Evangelio de Jesucristo con el encargo de anunciarlo a los hombres de nuestra generación. Pero hemos de poner la imaginación al servicio de esta evangelización, haciéndonos cada vez más transparencia de ese Evangelio que anunciamos.

Con qué facilidad nos instalamos mentalmente y vitalmente, domesticando el Evangelio y reduciéndolo a nuestra medida. Dios, sin embargo, quiere sacarnos de nuestras casillas, quiere ensanchar nuestra capacidad para llenarnos de Él. E igualmente, en nuestras maneras de actuar, va abriendo caminos nuevos para el Evangelio de una manera que no podíamos sospechar. “Mirad que realizo algo nuevo: ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,18).

La novedad es siempre Jesucristo y no sabemos con qué matices se va a expresar a través de este Papa, pero el mundo entero ha percibido que algo nuevo está brotando, y esa novedad es siempre una sorpresa del Espíritu Santo para quienes estén dóciles a sus inspiraciones.

La Iglesia está viva. Los Padres Cardenales han cumplido su tarea de dar a la Iglesia un nuevo Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Papa de la Iglesia universal. Y lo han hecho de manera admirable para todo el mundo, como un ejemplo de buen hacer, en un clima de oración y de seriedad, lejos de las intrigas y grupos de presión que nos contaba la prensa.

Acogemos al Papa Francisco con el corazón abierto de par en par, no sólo porque nos gusten o no sus formas, sino porque es quien representa a Cristo en este momento concreto.

Y sus apariciones en público tienen la mejor expresión de que Jesucristo quiere salir al encuentro de cada persona, para expresarle su amor y la misericordia de Dios. Nos preparamos así a la Semana Santa, con actitud de conversión y con renovado deseo de seguir cumpliendo la misión que Dios nos ha encomendado a cada uno en su Iglesia santa. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

DIA DEL SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Día del Seminario es una ocasión propicia para agradecer a Dios que tengamos sacerdotes/presbíteros en nuestras parroquias, en nuestros grupos y comunidades, en nuestros colegios y hospitales y en tantos lugares donde Jesucristo se nos hace presente por medio de ellos. Es una gracia inmensa de Dios que no falten sacerdotes a su Iglesia, a nuestra diócesis de Córdoba.

Y si la Iglesia quiere tener sacerdotes, tiene que prepararlos bien, nos recuerda san Juan de Ávila. La vocación al sacerdocio es una llamada de Dios, a la que el llamado responde fiándose de Dios. Y Dios Padre se nos acerca visiblemente en su Hijo Jesucristo hecho hombre, que ha llamado a tantos para seguirle por el camino del sacerdocio, dándoles su Espíritu Santo. Todo ello, en la Iglesia comunidad, donde nacemos por el bautismo y donde se configura la vocación a la santidad de cada uno para el servicio a la humanidad.

La diócesis de Córdoba necesita sacerdotes para atender sus propias necesidades y para el servicio de la Iglesia universal. Y tales sacerdotes han de salir de entre los niños y jóvenes de nuestras familias.

Cada nuevo sacerdote es un milagro de Dios, porque responde a esa vocación en medio de mil dificultades. Por eso, hemos de crear entre todos un clima propicio para que se produzca esa llamada y para que sea respondida con facilidad y prontitud.

Más de 90 jóvenes se preparan hoy en Córdoba para ser sacerdotes: 35 en el Seminario Mayor “San Pelagio”, otros tantos en el Seminario Menor, provenientes todos de nuestra diócesis, y una veintena en el Seminario “Redemptoris Mater”, provenientes de distintos lugares del mundo. Y además, un pequeño grupo de otros cinco religiosos cursan estudios junto a los demás.

Todos se sienten llamados a ser un día sacerdotes del Señor, porque han descubierto esa vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Damos gracias a Dios por cada uno de estos jóvenes, y pedimos a Dios que envíe más y más trabajadores de su viña, y que mantenga fieles en su servicio a todos los llamados.

 Necesitamos muchos más, y por eso le pedimos a Dios continuamente por las vocaciones sacerdotales, porque Dios quiere atender nuestra súplica, para que a su Iglesia no le falten nunca sacerdotes, no le falte nunca la Eucaristía.

Las vocaciones surgen como en su clima natural allí donde hay vida cristiana y fervor: en las familias cristianas, en las parroquias, grupos, colegios, movimientos y comunidades cristianas.

La mejor pastoral vocacional es un buen clima de vida cristiana, donde el niño y el joven perciban la llamada de Dios y puedan responderla con normalidad. En un buen clima de vida cristiana, brotan ésta y todas las vocaciones que configuran la familia de los hijos de Dios.

Por eso, es urgente y necesaria la pastoral juvenil que lleve a lo esencial, al encuentro con Cristo y a la vida nueva que brota de ese encuentro. Fiarse de Jesucristo es dejarse seducir por Él y vivir como vivió Él, dejando a un lado otras posibilidades por buenas que sean. “Sé de quién me he fiado” es el lema de este año.

La vocación es un diálogo de amor, que genera confianza mutua. Cuando Dios llama, lo hace con un gesto de confianza del que nunca se arrepiente. La llamada de Dios es irrevocable. Y quien responde a esta llamada experimenta que se ha fiado de Dios, se ha fiado de Jesucristo, y ésa es la roca sólida en la que se cimienta su respuesta.

La frase es de san Pablo, que una vez que se encontró con Jesucristo la vida le cambió, y ya nadie pudo apartarle de ese amor, a pesar de las dificultades que tuvo que afrontar.

Fiarse de Jesucristo merece la pena, en esta y en todas las vocaciones cristianas. Que muchos niños y jóvenes experimenten esa confianza, y respondan con amor a quien les llama para seguirle de cerca en el sacerdocio/presbiterado. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

SEMINARIO Y VOCACIONES:ORDENACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días.

       Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio.

Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20).

Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16).

Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”.

 La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres.

Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo.

Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres.

En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote.

Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal.

Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125).

 

 

19 DE MARZO Y 1º DE MAYO: FIESTA DE SAN JOSÉ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La próxima fiesta de san José Obrero el 1 de mayo nos invita a pensar desde la fe en el mundo del trabajo, en las personas en cuanto son sujetos activos del trabajo que realizan, en los problemas que surgen en esta dimensión del hombre, en las relaciones que se establecen precisamente por motivo del trabajo.

El trabajo humano no tiene sólo la perspectiva de la producción, sino ante todo la perspectiva de la persona. La doctrina social de la Iglesia, la que brota del Evangelio y está transida de amor al hombre, nos enseña que el trabajo es el centro de la cuestión social.

El trabajo abarca muchos aspectos, refiriéndose al hombre. Puede considerarse desde el punto de vista de la técnica, de los medios de producción, etc. O puede considerarse desde el hombre como sujeto activo, que crece y se personaliza en el trabajo. En cualquier caso, siempre es el hombre el centro del trabajo, no la producción.

El hombre se mide por sí mismo, por lo que es, no por lo que produce. Y el hombre en su dimensión personal y familiar. Vivimos días de fuerte crisis en el mundo laboral, sobre todo porque no hay trabajo para todos. Más aún, se ha llegado a unos niveles de paro inimaginables. Y además, no se ve solución fácil ni pronta.

Es un problema generalizado en los países del bienestar, donde habíamos llegado a un nivel de producción y de consumo, que casi nos parecía haber alcanzado el paraíso terrenal. Pero algo se ha roto en el sistema, y la máquina no funciona.

Las prestaciones sociales se acaban y muchas personas, de las que dependen muchas familias, se ven en la angustiosa situación de no tener trabajo. Y de ahí surgen otros muchos problemas personales y familiares, como es el sentimiento de inutilidad, la falta de esperanza, el empobrecimiento de grandes grupos de personas, etc.

La fiesta de san José Obrero, el día del trabajo, es ocasión para pensar qué podemos hacer. Y lo primero de todo, es darnos cuenta de que la dignidad le viene al trabajo de ser colaboración con la obra de Dios.

Dios ha creado el mundo y ha mandado al hombre que lo domine y lo organice para su bien, según el plan de Dios. Sin Dios, los problemas del trabajo no tienen arreglo. Y en la tarea del trabajo, el hombre aprende a convivir con los demás, haciendo del trabajo un lugar de encuentro, nunca de conflicto.

En segundo lugar, hemos de estar abiertos a la solidaridad con quien no tiene nada de nada, para ayudarle en su emergencia y abrirle caminos de esperanza.

Las dificultades unen a los hombres para superar juntos tales problemas. Además, deben favorecerse las iniciativas personales o de grupo que tienden a proyectar la capacidad creativa del hombre para servir a la sociedad con su propio trabajo.

El ideal no es conseguir un trabajo para rendir lo menos posible, teniendo un sueldo asegurado a costa de no sé quién. En el trabajo, uno debe considerar como propio aquello que realiza, al mismo tiempo que reclama la dignidad de su obra ante los demás.

La apertura a la vida, engendrar a la generación venidera, es otro punto importante de la cuestión social, porque si no hay generación de reemplazo, no será posible garantizar las pensiones y ni siquiera la mínima producción para sobrevivir en nuestra sociedad. Hay que ayudar a las familias a que tengan hijos, que serán los trabajadores del mañana. He aquí la más importante inversión a largo plazo, a la que todavía no se le presta la debida atención en nuestra sociedad.

Y, llegando a las cifras macroeconómicas que nos hablan de un parón del consumo y el consiguiente parón de la productividad, debemos preguntarnos qué pieza se ha roto en el mecanismo social, por el cual esto no funciona, y muchos sufren las consecuencias. A simple vista, se percibe que no podemos vivir por encima de nuestras posibilidades.

 La permanente excitación al consumo tiene un límite, y si no somos capaces de ser austeros por el camino de la virtud, tendremos que ser austeros obligatoriamente por la vía de la carencia. La crisis nos va a enseñar mucho, nos ha de enseñar a ser más austeros.

Por otra parte, todos nos hemos hecho más sensibles a la transparencia en la gestión del dinero público, de manera que sea perseguida la corrupción en todos sus ámbitos, el dinero fácil a base de pelotazos con cargo al erario público, el derroche faraónico en proyectos y realizaciones, que se hacen con el dinero de todos para cobrar comisiones.

Dios quiera que haya pronto trabajo para todos, y así lo pedimos a san José Obrero, pero mientras eso llega, evitemos conflictos innecesarios y protestas que no conducen a nada y abramos nuestro corazón a la solidaridad fraterna, la que brota de considerar al otro como hermano y no como rival.

San José y la crisis pueden ayudarnos a valorar mejor el trabajo. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

SEMINARIO Y VOCACIONES:ORDENACIONES SACERDOTALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El sábado 23 de junio es una fecha señalada en el calendario de la diócesis de Córdoba. Dos nuevos sacerdotes van a ser ordenados presbíteros en la Santa Iglesia Catedral. Es día de fiesta grande para todos. El presbiterio diocesano con su obispo acoge a estos dos jóvenes sacerdotes en una cadena ininterrumpida desde los apóstoles hasta nuestros días.

       Las palabras del Señor: “Haced esto en memoria mía” resuenan especialmente en este acontecimiento. La Iglesia puede seguir cumpliendo su misión evangelizadora gracias a este hilo rojo, que nunca se ha roto y que proviene de Jesús a través de los apóstoles y sus sucesores hasta nosotros. Jesucristo sostiene a su Iglesia, manteniéndola fiel al Evangelio.

Él ha tocado el corazón de estos jóvenes y los ha llamado a seguirle. Él los consagra ministros suyos, para que actúen en su nombre y con su autoridad, in persona Christi capitis. Él los envía a la misión, como un día envió a los apóstoles “Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos… y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Yo estoy con vosotros” (Mt 28, 19- 20).

Junto a estos jóvenes, Jesucristo sigue llamando a otros muchos jóvenes por todos los lugares de la tierra para que prolonguen esta sagrada misión hasta el final de los tiempos. “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza a quien me ha enviado” (Lc 10,16).

Es asombroso constatar que Jesús sigue llamando y cómo muchos jóvenes le responden positivamente. Gocemos de este gran acontecimiento eclesial y social. El Seminario es el lugar, el tiempo, la comunidad, todo un conjunto de medios, que los ha preparado y los ha hecho “dignos” de ser presentados a las sagradas Órdenes. Seminario diocesano Mayor y Menor de “San Pelagio”.

 La diócesis mira al Seminario como el corazón de la diócesis, como el seno materno en el que son gestados los nuevos presbíteros. Y todo periodo de gestación es especialmente delicado y requiere especiales atenciones. Damos gracias a Dios porque nos concede una Comunidad viva en el Seminario. Siguen llegando jóvenes, que son atendidos con esmero y delicadeza, para acompañar todo su proceso de discernimiento, maduración, crecimiento y preparación para ser ministros del Señor y servidores de los hombres.

Agradecemos a todos los que colaboran en el Seminario: formadores, profesores, personal de servicio. Esta fiesta es para todos y estimula a todos a seguir trabajando en esta dirección, la de hacer sacerdotes santos, según el Corazón de Cristo.

Para las familias es también una fiesta. Los nuevos sacerdotes y los que se preparan a serlo no han caído del cielo, sino que han nacido en el seno de una familia. Bendita familia en la que Dios llama a alguno de sus miembros para el sacerdocio o para la vida consagrada. Supone un gran regalo de Dios y supone un sacrificio para la familia, una generosa donación a fondo perdido. Dios recompensará como sabe hacerlo esta generosidad de los padres, dando su hijo para el Seminario, para el sacerdocio. Encontrar apoyo en la propia familia es una gran ayuda para el que da este paso, y es una gran ayuda para mantenerse fiel en esta vocación. Gracias, padres y madres. Dios llama a vuestros hijos, vosotros los ofrecéis para que sirvan a Dios y a los hombres.

En las parroquias el gozo es desbordante. Qué alegría para un sacerdote haber ayudado, acompañado, orientado a una vocación sacerdotal; y ver que llega a su madurez. Creo que es una de las mayores alegrías del corazón de un sacerdote.

Por eso, los párrocos y todos los sacerdotes que entran en contacto con estos jóvenes se sienten recompensados con creces cuando llega el día de la ordenación sacerdotal.

Felicitamos a la diócesis de Córdoba, Iglesia santa, esposa del Señor, por el regalo que recibe de su esposo en estos dos nuevos presbíteros. “El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres” (salmo 125).

 

 

 

II PASCUA: JESÚS SE APARECE EN EL LAGO DE TIBERIADES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo, Jesús resucitado se aparece a los apóstoles junto al lago de Tiberíades.

Estaban pescando, pero no habían obtenido ningún resultado. Y Jesús les manda echar las redes de nuevo, y obtienen una pesca muy abundante. Los apóstoles se sienten seguros y contentos de la presencia del Señor, que comparte con ellos el desayuno y convive con ellos después de resucitado.

Terminada la escena de la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro. Probablemente, Pedro no se atrevía ni a levantar la mirada, no es capaz de mirar a Jesús de frente, aunque no puede vivir sin Él.

Cada vez que se acuerda de la noche de la pasión, en la que negó a su Maestro, llora. Pero son lágrimas mezcladas de arrepentimiento y de gratitud, porque se siente perdonado por un amor más grande que su pecado. Se siente abrazado por la misericordia de Dios en aquella mirada de Jesús la noche de la pasión, una mirada de comprensión, de amistad, de perdón. Una mirada que a Pedro le supo a gloria. Y por eso llora cada vez que la recuerda.

Terminada la pesca milagrosa, Jesús se dirige a Pedro para darle la oportunidad de que saque afuera lo que lleva dentro. Porque Pedro es sincero, tiene un corazón noble, aunque le ha traicionado su debilidad cuando se ha enfrentado al escándalo de la cruz, al ver a su Maestro hecho una piltrafa.

Y después de aquella mirada de Jesús, ya no le cabe duda de que Jesús le quiere más que nunca. Ahora bien, es Jesús el que le pregunta: Simón, hijo de Juan, ¿me quieres? Una, dos y tres veces. Como cuando cantó el gallo y Pedro le había negado una, dos y tres veces. Pedro responde: Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Y así por segunda vez. Y en la tercera pregunta de Jesús, Pedro ya no se fía de sí mismo, y le responde: Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero.

Yo, Señor, quiero quererte y sé que te quiero, pero no me fío de mí, sino que me fío de ti, especialmente en esto del amor. Tú lo sabes todo, tú conoces quién soy y cómo soy, y te quiero apoyándome en tu gracia y tu perdón, apoyado en tu fidelidad.

A Pedro le ha fortalecido la mirada misericordiosa de Jesús, le ha hecho más desconfiado de sí mismo y más confiado en Jesús. Se había fiado de Jesús siempre, pero ahora más que nunca, cuando ha constatado que es el amor de Dios el que rehabilita cuando ya nuestras fuerzas no dan más de sí.

Tocando la propia limitación, ha podido constatar un amor más grande que no proviene de él, sino de la misericordia de Dios. Jesucristo resucitado sale a nuestro encuentro, al encuentro de cada persona que viene a este mundo, al encuentro también de quienes son sus discípulos para comunicarles la alegría de una vida nueva, la vida del resucitado, cuya fuerza no está en las propias energías, sino en el poder del Espíritu Santo.

El tiempo pascual particularmente es un tiempo de gracia para experimentar esta novedad de vida, por la que no nos apoyamos ya en nuestra vida, sino en la vida de Dios en nosotros. Por eso, es un tiempo precioso, porque nos sitúa en el encuentro con Cristo resucitado, que renueva todas las cosas.

La gracia de Dios cambia el corazón de quien se encuentra con Dios, como hemos contemplado en la biografía del nuevo beato Cristóbal de Santa Catalina, beatificado el pasado domingo en la catedral de Córdoba.

Repleto del amor de Dios, purificado de sus propias debilidades en una vida de penitencia y pobreza especial, también él experimentó como Pedro esa mirada misericordiosa de Jesús que le hizo conocerse como hombre nuevo, renacido por la gracia, y le hizo capaz de desbordarse en misericordia con los pobres de su entorno.

Una vida así deja estela de santidad para los siglos venideros, porque es una vida fecunda. Una vida así es prolongación de la vida de Jesús para el hombre de todos los tiempos. Así quiere Dios que sea nuestra vida para los demás, pero la clave de esa novedad está en la respuesta a una pregunta: ¿Me quieres de verdad? Sí, Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

PASCUA DE PENTECOSTES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con este título confesamos en el credo la fe en la tercera persona de Dios, el Espíritu Santo: “Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida (vivificantem)”.

La pascua de Pentecostés a los cincuenta días de la resurrección del Señor, nos trae esa venida del Espíritu Santo como alma de la Iglesia, y como alma de nuestra alma. Como alma de la Iglesia, nos congrega en un solo cuerpo, en plena comunión con los pastores.

Esta es la fiesta de la unidad de la Iglesia. Y a nivel personal, “los que se dejan mover por el Espíritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). Dios viene a vivir en nuestro corazón, ha puesto su morada en nuestra alma en gracia, vive en cada uno de nosotros como en un templo. “¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?...El templo de Dios es sagrado, ese templo sois vosotros” (1Co 3, 16-17). Por tanto, “glorificad a Dios con vuestro cuerpo” (1Co 6, 20). Alma y cuerpo.

El Espíritu Santo nos inunda con su amor, no sólo en el alma, también en el cuerpo, haciendo de nuestra carne lugar de la gloria de Dios. La castidad es posible porque es virtud que el Espíritu Santo produce en nosotros, animándonos a superar el pecado y a convertir nuestro cuerpo en templo de su gloria.

La sexualidad es lenguaje de expresión del amor verdadero, en su lugar y en su momento, y es un fruto del Espíritu Santo, en el conjunto de la vida cristiana. Los frutos del Espíritu son: “caridad, gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad, modestia, continencia, castidad” (Gal5, 22-23).

Pentecostés es, por tanto, la fiesta de la exuberancia de Dios que nos concede los dones y los frutos del Espíritu Santo, nos hace sentir con la Iglesia, nos enseña a amar al estilo de Cristo, nos va recordando interiormente todo lo que Jesucristo nos ha enseñado. Vivimos tiempos de turbulencias en muchos campos.

Necesitamos del Espíritu Santo que nos aclare la verdad de Dios y del hombre, que nos dé fuerzas para seguir la voluntad de Dios, que nos impulse a la misión de llevar el Evangelio a toda persona. Por ejemplo, en la defensa de la vida humana. Unos y otros se debaten hasta dónde es permitido matar al niño que anida en el seno materno.

Cualquier ley que permita el aborto, será siempre una ley que no está a la altura del hombre. Nunca le es lícito a nadie matar o permitir que se mate al ser humano que comienza a existir desde la fecundación en el seno materno. Todo ser humano tiene derecho a vivir desde que es concebido, y nadie por ninguna razón puede suprimir ese ser humano indefenso. Dejadle vivir. No se puede invocar el derecho de nadie a elegir, cuando está en juego la vida de otro. Y no se trata de una cuestión religiosa, se trata ante todo de una cuestión humana.

La luz de Dios nos hace ver con más claridad lo que la simple razón humana puede descubrir, si no está obcecada por intereses egoístas. Europa, y España dentro de ella, se muere de vieja. Los cientos de miles –más de un millón– de abortos producidos en los últimos años constituyen el suicidio lento de un pueblo, que no es capaz de transmitir la vida a la generación siguiente, e inventa mil razones para justificar este despropósito, lo que ya está siendo una verdadera catástrofe social.

No podemos callar ante este genocidio. Se precisa una política inspirada en la cultura de la vida, que supere de una vez por todas la cultura de la muerte. Una política que favorezca la natalidad, que ayude a las madres a criar a sus hijos en casa, que no penalice a la familia que se abre generosamente a la vida.

La mujer no pierde nada por ser madre, sino por el contrario llega así a su plenitud humana. Una educación en el afecto y en la sexualidad, que supere la concepción hedonista de este aspecto vital para el ser humano. La sexualidad presentada a los jóvenes no como un juego placentero, sino como un camino de superación personal, en el que se aprende a amar dándose, sacrificándose, ayudando a los demás, viviendo según la ley de Dios, que quiere siempre lo mejor para el hombre.

Necesitamos del Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que venga intensamente sobre nosotros. Sobre la Iglesia para que se renueve interiormente, a fin de ser testigo elocuente de la novedad de Cristo entre los hombres de nuestro tiempo. Sobre nuestra sociedad, que presenta signos preocupantes de cansancio y de desesperanza. Sobre la humanidad entera. “Envía Señor tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra”. Amén. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

CORAZÓN DE JESÚS, UN CORAZÓN ROTO DE AMOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La religión cristiana es la religión del amor, del amor de Dios a nosotros y del amor nuestro a Dios y a los demás. Así lo ha venido manifestando Dios desde los orígenes de la revelación, pero lo ha dicho del todo y exageradamente en el Corazón de su Hijo Jesucristo. Por parte de Dios, hemos venido a la existencia como resultado de su amor. Existo, luego Dios me ama. Ese amor de Dios se ha prolongado en el abrazo amoroso de mis padres que me han engendrado y posteriormente me han acogido en sus brazos, me han cuidado, me han ayudado a crecer en todos los aspectos. Y por parte nuestra, de cada uno de nosotros, somos solidarios en el primer pecado, el pecado original, por el que ya nacemos en pecado y además añadimos nuestros propios pecados personales a lo largo de nuestra vida. El pecado no es otra cosa que el desamor, decirle “no” a Dios que nos ama, darle largas, darle la espalda, preferir mi gusto y mi norma a su santa voluntad expresada en los mandamientos. Dios es mi Padre, que me ama y me engendra continuamente a su vida divina, la vida de la gracia, y la criatura humana rechaza muchas veces ese don paternal, cortando la vida y eligiendo la muerte. La relación de Dios, Padre-Hijo-Espíritu Santo, con el hombre es un drama permanente desde el primer pecado hasta la consumación de los tiempos, en que triunfe definitivamente su amor. Porque Dios siempre reacciona amando. Cuando este amor se dirige a quien le ha ofendido, ese amor se llama perdón, se llama misericordia. El amor de Dios es una continua misericordia con nosotros, es un derroche de misericordia, que nos va sanando, hasta hacernos hijos de Dios en plenitud, hasta la santidad. En el centro de este drama se sitúa el Corazón de Cristo. En él, Dios Padre nos ha dado a su Hijo único, su Hijo amado, como el don más precioso: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único… para que el mundo se salve por él”. Y no lo ha hecho de manera generalizada y como a granel, sino de manera personalizada, por cada uno. “Me amó y se entregó por mi”. En el Corazón de Cristo tenemos por tanto la expresión de un amor por parte de Dios que llega a la máxima expresión, darnos a su Hijo y con él al Espíritu Santo. Pero este Corazón de Cristo está coronado de espinas, está herido por los pecados de todos los hombres, y de él brota una llama amor al Padre y a toda la humanidad. Es un Corazón roto, herido por la lanza del soldado, efecto del pecado de toda la humanidad. Y roto de amor, porque no es correspondido. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres… y a cambio recibe menosprecios e ingratitudes de los hombres”, le dice Jesús a Santa Margarita María Alacoque. A pesar de todo, es un Corazón que sigue amando y busca corazones que se unan al suyo, como víctimas de reparación por tanto desamor de los hombres. Es un Corazón que acabará triunfando por la vía del amor en los corazones de quienes le acogen. La solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, este viernes 12 de junio, es un momento propicio para agradecer este amor sin medida, con el que siempre contamos y que nunca nos falta. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón. Es ocasión propicia para reparar tanto desamor por nuestra parte y por parte de toda la humanidad. ¡Cómo duele ofender a quien amamos de verdad, y ver que el Amor no es amado! Es ocasión para anunciar este Amor a todos los que nos rodean, para que a todos llegue este lubrificante del amor en medio de tanto sufrimiento. Que la fiesta del Sagrado Corazón nos prepare al Año de la Misericordia. La práctica de los primeros viernes, la comunión y la adoración eucarística con tono de reparación e intercesión, la ofrenda de nuestra vida en amor de correspondencia, la contemplación de ese Amor incesante, que siempre reacciona amando, nos lleve a todos a exclamar: Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición. Un corazón roto de amor, el Corazón de Jesús Q

 

 

CORAZÓN DE JESUS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón. El Dios que Jesucristo nos ha revelado no es un Dios lejano e insensible a nuestras necesidades. Por el contrario, es un Dios cercano, que ha enviado a su Hijo único, para que comparta nuestra existencia y nos haga partícipes de su gloria.

Este Dios cristiano no ha tenido otro motivo para actuar así que su inmenso amor por nosotros, que somos criaturas suyas y que quiere hacernos hijos suyos.

La fiesta del Sagrado Corazón de Jesús (viernes de la semana siguiente al Corpus) quiere recordarnos esto. Celebrar al Corazón de Jesús es celebrar un amor más grande, que quiere introducirnos en su órbita de amor, para ser amados y enseñarnos a amar. La máxima expresión visible de ese amor es la Cruz y su prolongación en la Eucaristía.

Ante los males del mundo nos interrogamos por qué. El Hijo de Dios, enviado por el Padre en la plenitud de los tiempos, nos lo ha explicado. Los males del mundo no tienen su origen en Dios, porque Dios sólo es autor del bien. Los males del mundo han sido introducidos en la historia por la incitación del demonio, padre de la mentira, y por el pecado del hombre, que ha mal usado su libertad.

El mal más radical del hombre es querer “ser como Dios” (Gn 3,5; Flp 2,6) y romper con Él para hacerse independiente de Dios, haciéndose a sí mismo norma de sus actos, sin referencia a Dios. Jesucristo, por el contrario, ha entrado en este mundo como hijo, en actitud de amorosa obediencia filial, colgado del Padre, para revelar al mundo que Dios es amor. No hay otro camino para disfrutar de Dios que la actitud de vivir como hijo en relación de obediencia filial al Padre.

Nuestras soberbias y rebeldías han llevado a Jesús a la Cruz, que Él ha vivido con amor, y en la Cruz ha reciclado todos nuestros pecados. “Sus heridas nos han curado” (1Pe 2,24). El culto y la devoción al sagrado Corazón de Jesús ponen ante nuestros ojos el resumen de toda la vida cristiana: el amor.

Dios es amor y se mueve por amor. El hombre está llamado al amor y hasta que no lo encuentra, hasta que no lo vive, está inquieto y desasosegado. El Espíritu Santo es amor de Dios derramado en nuestros corazones. Jesús es el Hijo hecho hombre, con un corazón humano como el nuestro, que ama al Padre y a los hombres hasta el extremo y que sufre al ver a los hombres alejados de la casa del Padre.

Jesús se ha tomado en serio nuestra felicidad y ha ofrecido su vida en rescate por la multitud, para atraer a una multitud de hijos dispersos, haciéndolos sus hermanos. “Este Corazón que tanto ha amado a los hombres y de los cuales recibe tantas ingratitudes”, le dice Jesús a santa Margarita. Jesús se acerca hasta nosotros y nos ofrece su amor, tantas veces olvidado o rechazado por nuestros pecados.

El culto al Sagrado Corazón incluye esa actitud de reparación por los propios pecados y por los del mundo entero. No partimos de cero, hay toda una historia detrás. Por una parte, un amor que nos espera desde toda la eternidad en el corazón de Dios, donde cada uno tenemos un lugar, y además, el Corazón humano de Cristo, reflejo del corazón de Dios y muy sensible a las necesidades de los hombres.

Por otra parte, nuestro alejamiento de Dios: hemos nacido en pecado y, una vez rescatados por la sangre redentora de Cristo, con frecuencia nos apartamos de sus caminos.

Celebrar la fiesta del sagrado Corazón de Jesús significa dejarse envolver por ese amor, que sana nuestras heridas y nos hace disfrutar de los dones del Padre. Significa caer en la cuenta de tantos desamores o desprecios a Cristo, que tanto nos ha amado, y reparar tanto desamor por nuestra parte. Significa tener sed del Espíritu Santo, que brota a raudales del Corazón de Cristo traspasado de amor.

Celebrar el Corazón de Jesús consiste en ponernos como Él en el lugar de los demás, cargando con sus pecados y con todas las secuelas del pecado, venciendo el mal a fuerza de bien. No hay amor más grande, que el que se encierra en el Corazón de Jesús. Ni hay otra fuerza transformadora más potente para instaurar un mundo nuevo de justicia y de paz. ¡Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío! Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es la solemnidad de la Santísima Trinidad. El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios comunidad en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que viven en la gloria, en la felicidad eterna, antes que el mundo existiera.

Libremente, estas Personas divinas han querido compartir su felicidad, manifestando su gloria en el universo creado. Una creación que ha quedado “prendada de su hermosura”. Y ante el pecado de nuestros primeros padres, Dios no se ha desentendido de nosotros, sino que nos ha enviado a su Hijo, como centro y culmen de la creación y de la historia, como redentor del hombre apartado de Dios por el pecado. Dios se ha empeñado en hacernos felices con Él para siempre.

El drama de la redención pone en juego a las tres Personas divinas, que se han compadecido de nuestra desgracia. El Padre ha enviado a su Hijo, que nacido de María virgen, se ha hecho semejante en todo a nosotros excepto en el pecado; ha sufrido, ha muerto y ha resucitado. Elevado al cielo, nos ha enviado al Espíritu Santo. Nosotros hemos conocido ese amor de Dios sin medida porque Jesús nos lo ha enseñado y nos lo ha demostrado en su vida.

Derramando el Espíritu Santo en nuestros corazones, los Tres vienen a vivir en nuestra alma como en un templo, inyectando la vida divina en nuestra vida, que ya ha empezado a ser eterna y llegará a su plenitud en el cielo.

Este misterio tan sublime se nos ha revelado no para hacer cábalas en nuestra mente de una persona a otra, sino para contemplarlo como una realidad misteriosa que ha puesto su morada en nuestro corazón. No estamos solos, en nuestra alma ha puesto Dios su morada.

La oración consiste precisamente en caer en la cuenta de esa presencia actuante de Dios en nuestra vida. Las tres divinas Personas se aman entre sí en nuestro propio corazón y de ahí brota una corriente de agua viva, que sacia nuestra sed de Dios. Las personas que han recibido una vocación contemplativa y viven en el claustro nos están recordando continuamente este misterio.

En España hay 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos y religiosas (340 masculinos y 8.855 femeninas). Son un caudal impresionante en la vida de la Iglesia. Actualmente el número va decreciendo, faltan vocaciones para mantener ese nivel actual, pero siguen siendo muchas almas contemplativas, que desgastan su vida ante el Señor en oración continua, en la alabanza divina, en la intercesión por la Iglesia y por toda la humanidad.

 Coincidiendo con la solemnidad de la Santí- sima Trinidad, la Iglesia celebra la Jornada pro Orantibus y nos recuerda el valor de esta vocación contemplativa, nos invita a valorarla, apoyarla, orar por todos ellos, los monjes y las monjas contemplativos.

El lema en este año teresiano dice: “Solo quiero que le miréis a Él”. Cuando sus monjas le preguntan a Santa Teresa algunos consejos para tener contemplación, ella entre otras muchas recomendaciones les repite: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (Sta. Teresa, Camino de perfección [V] 26,3).

 La vida contemplativa tiene como motor principal la acción del Espíritu santo que provoca en el alma la fascinación por Cristo en cada uno de sus misterios. Mirarle a Él no es una actitud paralizante, sino dinamizante del seguimiento de Cristo y de la entrega de la vida en ofrenda por la Iglesia.

Los monasterios contemplativos son lugares de oración para todos los cristianos. Nos hacen este gran favor, sea cual sea nuestra vocación: propiciar un clima de silencio y oración, particularmente en la oración litúrgica, en la que ellos y ellas viven continuamente.

Valoremos este gran servicio al pueblo de Dios, y sostengamos nuestros monasterios con nuestro apoyo, nuestra oración, e incluso con nuestra ayuda material. Recibid mi afecto y mi bendición: Padre, Hijo y Espíritu Santo, misterio para contemplar, para disfrutar.

 

 

 

SANTISIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.

No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.

 En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.

Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.

Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.

Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.

La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.

En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).

Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.

En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.

Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.

 No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.

Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.

Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, pero nos dice “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

“Dadles vosotros de comer”. Jesús nos invita a abrir nuestro corazón y repartir amor a tantas personas que lo necesitan. Amar a todos, amar incluso a los enemigos, es el mandamiento nuevo de Cristo a sus discípulos.

Nuestros contemporáneos necesitan a Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor de las carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios, el hombre está vacío y padece una orfandad que le asfixia progresivamente, aunque esté lleno de cosas exteriores. “Dadles vosotros de comer”.

Urge llevar el Evangelio a todos, llevarles la buena noticia de que Dios es amor y ama a todos, de que Dios perdona siempre. Urge sanar las heridas que el enemigo (Satanás) ha producido en el alma. Urge restaurar al hombre herido por el pecado y abocado a la muerte.

 Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios. Necesitamos alma de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.

Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.

2º Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿Cuáles son sus necesidades? ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía.

Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía.

Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas.

En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”.

Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida.

La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna.

La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano.

Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana.

Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla.

 Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas.

Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres.

La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres.

 Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia.

 

DOMINGO II PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Me impresiona la aparición de Jesús resucitado al apóstol Tomás, que viene a cerrar la sucesión de relatos de resurrección. Y me impresiona por Tomás, que acepta humildemente las señales que Jesús le ofrece, pero sobre todo por Jesús y su condescendencia hacia Tomás. Fueron las mujeres las primeras que se encontraron con el misterio de la resurrección del Señor. Los apóstoles estaban llenos de miedo encerrados en el Cenáculo, temiendo que fueran a por ellos en cualquier momento. Las mujeres, sin embargo, rompieron el miedo y fueron al sepulcro muy de mañana, preparadas para embalsamar el cuerpo de Jesús, que estaba en el sepulcro. Al llegar y entrar en el sepulcro, vieron que Jesús no estaba allí y un ángel les dijo: Ha resucitado, id a decirlo a los hermanos y que vayan a Galilea. María Magdalena tuvo un encuentro precioso con el Señor, a quien confundió con el hortelano y al que descubrió cuando él la llamó por su nombre. Cuando se lo dijeron a los apóstoles, Pedro y Juan fueron corriendo al sepulcro, entraron, vieron y creyeron. Y así durante aquella jornada con los discípulos de Emaús y de nuevo al atardecer en el Cenáculo con todos los presentes. Tomás no estaba, y cuando se lo dijeron, respondió con escepticismo: Si no lo veo, no lo creo. A los ocho días, al domingo siguiente, Jesús se apareció de nuevo y se dirigió a Tomás. Podemos decir que vino especialmente por él. En medio de la comunidad, Jesús está para todos, pero especialmente para los que tienen dificultad de creer. Jesús va al encuentro de Tomás, no espera a que él se convenza, se convierta y venga. Sino que él mismo en persona va al encuentro de Tomás para ofrecerle nuevas señales de su resurrección. Nos ha sido más útil la incredulidad de Tomás que la fe de los demás, porque esa incredulidad ha provocado un nuevo acercamiento de Jesús para todos aquellos que tenemos dificultades en el camino de la fe. Y la fe de Tomás es el resultado de una más grande misericordia por parte de Jesús, que no se cansa de nosotros, sino que una y otra vez nos muestra las señales de su resurrección para que creamos. Era domingo. Porque fue en domingo cuando Cristo resucitó y desde entonces la comunidad cristiana no ha dejado de reunirse en el domingo, el día del Señor. Cuando los mártires de Abitene (s. IV) fueron conducidos al tribunal que los condenó a muerte, ellos confesaron: No podemos vivir sin el domingo, no podemos vivir sin el Señor, no podemos vivir sin la fuerza de su resurrección, la vida sería insoportable si no renová- ramos cada domingo la certeza de la vida futura con Jesús, que ya está en medio de nosotros resucitado. No podemos vivir sin la esperanza de la resurrección, que el domingo nos renueva por la comunión eucarística. Volviendo a Tomás, en aquel segundo domingo de la historia, Jesús se le acerca lleno de misericordia para darle nuevas pruebas de su resurrección: “Trae tu mano y métela en mi costado… Dichosos los que crean sin haber visto” (Jn 20,27-29). San Juan Pablo II ha llamado a este día Domingo de la Divina Misericordia. Y el Papa Francisco nos anuncia en este día que el año 2016 será el Año de la Misericordia. Nuestra época está especialmente necesitada de misericordia, de la misericordia divina que salga al encuentro de cada hombre para hacerlo partícipe de la alegría de la resurrección, de manera que comprenda que está llamada a una vida sin fin, llena de felicidad en el cielo. Nuestra época está especialmente necesitada de nuevas señales de Jesús resucitado, porque se le han oscurecido las señales normales, a las que cualquiera tiene acceso, si está en la comunidad eclesial. Muchos contemporáneos nuestros “no estaban” cuando vino Jesús. ¿Qué podemos hacer? ¿Esperar a que vengan? ¿Y si no vienen? ¿Van a quedar privados del gozo del encuentro con Jesús en el seno de la comunidad? Hoy la Iglesia tiene la preciosa tarea de salir al encuentro de los que no están, como Tomás, en el contexto de la comunidad. Y ha de salir a su encuentro para mostrarles nuevas señales de que Cristo está vivo y es el que anima con su Espíritu Santo una comunidad viva, en la que todos se aman como hermanos. La incredulidad de Tomás trajo consigo nuevas muestras de amor por parte de Jesús, fueron la oportunidad de mostrar más abundante misericordia. La increencia de nuestro tiempo es una oportunidad para que la Iglesia, testigo del Resucitado, ofrezca nuevas señales de esa presencia de Cristo en nuestro mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Tomás, el incrédulo Q

 

 

DOMINGO DE PASCUA:YO SOY EL BUEN PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando Jesús se presenta ante sus discípulos, utiliza con frecuencia la formula “Yo soy”, que tiene en significado inmediato de identificación: yo soy la luz, yo soy el camino, yo soy la puerta. Pero que tiene también un significado más hondo por ser la fórmula con la que Dios se dio a conocer a Moisés en la zarza ardiente: “Yo soy el que es”. “Yo soy”, por tanto, tiene ese valor añadido de presentarse como Dios, tal como se ha presentado Dios ante Moisés en el Antiguo Testamento. El “Yo soy” de antiguo soy yo aquí y ahora, nos dice Jesús. En este cuarto domingo de Pascua Jesús se presenta como el buen pastor, que conoce a sus ovejas y ellas le conocen y le siguen y que da la vida por las ovejas, por todas, para hacer un solo rebaño con un solo pastor. La figura del pastor resulta muy familiar en el ambiente de Jesús, en una cultura rural, ganadera y trashumante, que vive de los rebaños y busca continuamente buenos pastos para ellos. Jesús toma esta imagen en diversas ocasiones para identificarse y para explicarnos su amor por cada uno de nosotros. En el Antiguo Testamento, Dios promete dar pastores a su pueblo. Dar pastores según su corazón. En contraposición a tantos malos pastores que en vez de servir a las ovejas, se sirven de ellas, buscando su lana y su leche en provecho propio, en vez de buscar el bien de las ovejas, llevándolas a buenos pastos, librándolas de los peligros, defendiéndolas del lobo cuando llega, etc. “Yo soy el buen pastor”, en el que se juntan bondad y belleza. La iconografía cristiana muy pronto representó a Jesús como el buen pastor con su oveja al hombro, una figura tierna y amable, una figura atrayente e incluso bucólica, que ha inspirado posteriormente a tantos místicos y poetas. Con esta imagen Jesús quiere expresarnos su amor, su solicitud por nosotros, su cariño. Él se preocupa por nosotros, nos cuida, nos alimenta con su cuerpo y su sangre, nos conoce por nuestro nombre, nos atrae para que le sigamos y seamos ovejas de su rebaño. Jesús nos libra de los peligros y cuando viene el lobo nos defiende, dando incluso su vida por nosotros, no como el asalariado, que cuando ve venir el lobo huye, porque al asalariado no le importan las ovejas. A Jesús sí, a Jesús le importan mucho cada una de sus ovejas y por cada una de ellas ha entregado su vida en la cruz. Ese talante “pastoral” de Jesús lo pide la Iglesia para sus pastores hoy. Identificación con Cristo a quien representan, solicitud por el rebaño que se les confía, de manera que conozcan a cada una de las ovejas, las amen y estén dispuestos a gastar sus vidas por ellas, como el buen pastor. Predilección por las ovejas descarriadas, de manera que estén dispuestos a dejar las noventa y nueve en el redil para salir en busca de la perdida, más todavía cuando las pérdidas han crecido en notablemente. En este cuarto domingo de Pascua celebramos la Jornada mundial de oración por las Vocaciones, a la luz del Buen pastor que continúa en su Iglesia esa solicitud por cada uno de sus hijos para mostrarles a todos la bondad y la misericordia de Dios. Ya no sólo los pastores, sino toda vocación de especial consagración. Tantas mujeres y tantos hombres que gastan su vida en la atención a tantas necesidades materiales y espirituales por todo el mundo, a veces en condiciones precarias y con todo tipo de carencias. El amor de Jesús buen pastor llega a muchísimas personas gracias a estas vocaciones que suponen la entrega de toda la vida, más allá incluso de todo voluntariado. En este Año de la vida consagrada pedimos especialmente al Señor que no nos falten esas manos y ese corazón siempre dispuesto a llevar el amor del buen pastor a cada una de las personas necesitadas. Que el Señor conceda a su pueblo muchas y santas vocaciones que tiren de todo el Pueblo de Dios hacia la meta de la santidad, que nos recuerden los valores definitivos del Reino, en obediencia, castidad y pobreza, en la vida común o en la soledad del desierto. La vida consagrada es un bien de valor incalculable para la Iglesia y es la señal inequívoca de una familia, una comunidad, una diócesis renovada. Domingo del Buen Pastor. Pidamos al Señor por todos los pastores de su Iglesia. Pidamos por todas las vocaciones de especial consagración, hombres y mujeres que entregan su vida al completo para que otros tengan vida eterna. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen pastor Q

 

 

MES DE MAYO, MES DE MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Estamos en una de las temporadas más bonitas del año. Todo florece, todo se renueva, la vida brota con pujanza, antes de que llegue al calor y lo sofoque casi todo. El tiempo y las temporadas no son sólo el transcurso cronológico de los días y las horas. El paso del tiempo tiene también otro sentido. El tiempo es momento de gracia, de encuentro con Dios, de crecimiento personal, de trato con los demás, de ser creativos y de ver sus resultados. Lo más bonito del tiempo es que la persona crece y se va capacitando progresivamente para la eternidad. El hombre se va haciendo capaz de vivir en la eternidad, donde ya no hay ni tiempo ni temporadas, porque la eternidad ha entrado en el tiempo, para llevarlo a su plenitud. Viviendo en el tiempo, hemos inaugurado ya la eternidad. En Córdoba es especialmente bonito vivir en el mes de mayo: luz de primavera, brisa que no sofoca, flores en abundancia, cruces de mayo, feria para rematar el mes. Y en este contexto, la Pascua del Señor. Cristo que ha vencido la muerte, y nos hace partícipes de su victoria. Cristo que nos envía desde el Padre al Espíritu Santo en Pentecostés, remate de la Pascua. María, que llena el mes de mayo en la espera orante de ese Espíritu Santo. Primeras comuniones, confirmaciones, bodas, bautizos. Encuentro festivo de las familias, porque Dios se acerca a nuestras vidas y nos reúne en su amor y en nuestra amistad. Cuánta belleza en los ojos de un niño que se acerca a comulgar con su alma limpia. Cómo impresionan estos momentos de cada uno de los sacramentos, en los que Dios llega hasta nosotros y nos hace partícipes de su vida. La vida cristiana ha sido siempre fuente de alegría en todas las generaciones. Las cruces de mayo son la exuberancia de la Cruz del Señor, que ha florecido con la primavera. En la Cruz está Jesús que ama y se entrega, está su sangre que se derrama. De la Cruz brotan las flores, porque Cristo ha saldado nuestras deudas, nos ha abierto las puertas del cielo, nos ha hecho hermanos unos de otros. La señal del cristiano es la santa Cruz. La cruz de mayo es la Cruz florida y hermosa. La fiesta de las cruces de mayo es un canto a la vida, lleno de esperanza. En la Cruz de Cristo alcanzamos misericordia, y por eso hacemos fiesta. Los patios de Córdoba son la expresión de un patrimonio cultural, son la exposición de la alegría de la vida, que vuelve a brotar en la primavera. Los patios de Córdoba representan esa alegría llevada a la familia, al hogar, a las relaciones más entrañables del corazón humano. La alegría de unos esposos que estrenan su amor en fidelidad permanente cada día. La alegría de un niño que nace y lleva inscrito en su ADN un proyecto de amor de Dios del que sus padres son garantes, la alegría de unos jóvenes que se enamoran y piensan en el futuro compartido. La vida es gozosa, porque no somos seres para la muerte, sino para vivir eternamente. Los patios de Córdoba nos recuerdan todo esto, y mucho más. Por último, la feria de Córdoba, donde la alegría se comparte con los amigos y donde se encuentran a otros, que hacía tiempo no veíamos, y en la calma del descanso festivo y feriado podemos comunicar nuestra experiencia de la vida, y escuchar al otro que te comunica su intimidad. Qué bonita es la convivencia, cuando es sana, y no necesita de emociones fuertes para vivir. En medio de esta alegría del mes de mayo, María es la flor más bonita de este mes, y a la que queremos ofrecerles las mejores flores de nuestro jardín. María que nos prepara a recibir al Espí- ritu Santo, como lo hizo convocando a los apóstoles de su Hijo en el Cená- culo y uniéndolos a todos en la oración. Es la madre que se alegra de vernos a todos unidos. ¡Feliz mes de mayo, queridos cordobeses! Que la alegría de la vida que brota de la Cruz de Cristo, que florece en los geranios y claveles de nuestros hogares y que se va afianzando en la convivencia con los amigos, alivie de las fatigas del trabajo, dé esperanza a quienes la han perdido y nos haga más capaces de compartir con quienes lo pasan mal. Recibid mi afecto y mi bendición: Mes de mayo en Córdoba Q

 

 

PRIMERAS COMUNIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Los niños y niñas de primera comunión tienen siempre la misma edad, los que vamos pasando somos nosotros, sobre los que va recayendo el peso de los años. Pero los niños de primera comunión representan esa eterna infancia llena de inocencia, de ternura, de alegría, presente en el rostro de tantos niños y niñas, que vemos estos días vestidos de primera comunión. Se trata de un momento feliz en la vida de cada uno de los cristianos, por otra parte inolvidable, como otras experiencias fuertes que vivimos en la infancia. El momento de la primera comunión, con sus antecedentes y consiguientes, es un momento de gracia especial por parte de Dios en la edad temprana de nuestra vida. Podemos decir que Dios se vuelca sobre cada uno de estos niños y niñas para hacerles entender que Él siempre nos ama, que es bueno con nosotros, que está siempre dispuesto a perdonarnos, que nos quiere hacer felices en la vida terrena y en el cielo para siempre. Los niños lo viven y lo creen sin especiales dificultades. Es de mayores cuando surgen las dificultades y cuando incluso pueden oscurecerse estas vivencias. Pero la referencia a aquella experiencia feliz de la primera comunión ha redimido a muchas personas a lo largo de su vida de adultos. De ahí la importancia de vivir bien esa experiencia de la primera comunión. A lo largo de mi vida pastoral he encontrado con casos muy llamativos de personas que habían dejado casi totalmente toda práctica religiosa a lo largo de su vida y que incluso habían mostrado su actitud contraria a lo religioso, y ante una enfermedad inesperada o ante una desgracia de cualquier tipo, han reaccionado conectando con aquella experiencia de la primera comunión, reseteando su vida y centrándola en lo verdaderamente importante. Fueron felices con Dios, conocieron a Jesús, se sintieron hijos de su buena Madre, y, llegada la hora de la verdad, quieren conectar con aquella felicidad vivida en la primera comunión, que nadie pudo darles nunca. Por eso es importante que los mayores, sobre todo los padres, los catequistas, los sacerdotes y todos los que rodeamos a los niños de primera comunión les ayudemos a vivir una experiencia feliz centrada en Jesucristo, como el mejor de los amigos, que nos introduce en la vida de Dios para siempre. En primer lugar, dejándonos evangelizar por estos niños y niñas. Es verdad lo que ellos sienten, es verdad que Dios es amigo, es verdad que Jesús me quiere, es verdad que María nuestra madre cuida de nosotros. No hemos de vivir en el entorno de estos niños “como si” todo eso fuera verdad, sino vivirlo de verdad, como lo viven ellos. Sin prejuicios, sin ideologías que matan nuestra inocencia, sin pretextos que retardan nuestra respuesta. Por otra parte, no hemos de convertir la primera comunión en una simple fiesta social o de familia. Es bueno encontrarse, compartir esa alegría entre toda la familia. Pero la mejor manera de ayudar a estos niños es entrar en la verdad de lo que celebramos. Es decir, el mejor regalo para estos niños es que sus padres y todos los que acuden a la primera comunión comulguen el Cuerpo del Señor, habiendo hecho una sincera confesión fruto de una sincera conversión. Los adultos hemos de evitar atiborrar a los niños con regalos, que incluso a ellos no les interesan. El mejor regalo, el único insustituible es Jesús y ninguna otra cosa debiera distraer en este día la atención de los niños. Vendrán otras ocasiones en que podremos tener algún detalle, pero no hagamos víctimas a estos niños de una sociedad de consumo que nos asfixia y puede asfixiar en ellos la preciosa experiencia de la primera comunión. Y, por último, enseñemos a estos niños a compartir: a compartir su fe en Jesús con otros niños, de manera que se hagan misioneros (no proselitistas) ya desde la infancia; a compartir su alegría con otros niños que viven en condiciones de pobreza extrema, y a veces no lejos de nosotros. A los niños no se les hace difícil todo esto, hagamos un esfuerzo los mayores para entrar en la órbita feliz de los niños de primera comunión. Dios quiere que la primera comunión de un niño o niña sea una ocasión de gracia para todos los que le rodean. Recibid mi afecto y mi bendición: Niños de primera comunión Q

 

 

SANTISIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El misterio fontal del cristianismo es el misterio trinitario. Jesucristo nos ha abierto de par en par las puertas del corazón de Dios, para introducirnos en esa intimidad divina, en la que descubrimos asombrados que Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo.

No es un ser solitario ni aburrido, Dios es trinidad, es comunidad, comunión, familia de amor. Tres personas, un solo Dios. Lo tienen todo en común, se distinguen por la relación personal. El Padre es el dador, el Hijo es el dado, el Espíritu Santo es el don.

No cabe mayor comunidad ni mayor diferencia personal. Entrar en este misterio sólo podemos hacerlo de puntillas, en silencio, en actitud de profunda adoración. No podemos manipular el misterio para acomodarlo a nuestra medida.

 En este misterio se entra en actitud de profunda adoración, porque es inmenso y nos desborda por todas las latitudes. Y entrando en este misterio, respiramos la grandeza de Dios y la grandeza del hombre, llamado a compartir esa misma vida en una corriente de amor, que tiene su origen en Dios, nos envuelve en el mismo amor y nos hace capaces de amar a la manera de Dios.

Jesucristo, en su condición humana y terrena, ha vivido inmerso en este misterio de amor y de fluida comunicación, con una profunda y espontánea familiaridad con el Padre, hablándonos del Espíritu Santo con toda naturalidad. Él ha sido el gran contemplativo, que nos ha hablado de las más profundas intimidades del corazón de Dios.

Realmente, Jesús aparece como una de esas tres personas, en íntima comunión de amor con las demás y anunciándonos a todos la alteza de nuestra vocación: entrar a participar de Dios en esa corriente de amor trinitario.

Más aún, Jesucristo nos anuncia que las tres personas de Dios quieren poner su morada en nuestro corazón, a manera de un templo: “Si alguno me ama…, mi Padre lo amará, vendremos a él y pondremos nuestra morada en él” (Jn 14,23). Es el misterio de la inhabitación de las tres personas divinas en el alma de quien vive en gracia de Dios. El que ha conocido a Jesucristo ya no está solo ni se siente solo, porque vive en comunidad, en esa comunidad de amor trinitario, cuyo reflejo en la historia es la Iglesia, icono de la Trinidad.

La oración consiste en caer en la cuenta de esa relación de amor, que tiene su iniciativa en Dios y que nos incorpora a esa relación, haciéndonos hijos del Padre, semejantes al Hijo (Jesucristo), ungidos por el Espíritu Santo.

En el seno de la Iglesia, algunos reciben esta vocación especial, que es la vida contemplativa. Se llama contemplativos en la Iglesia a los que “dedican todo su tiempo únicamente a Dios en la soledad y el silencio, en oración constante y en la penitencia practicada con alegría” (PC 7).

Son muchos los hombres y mujeres en la Iglesia que viven esta vocación para el servicio del Pueblo de Dios. Ellos son verdaderos “centinelas de la oración”, como reza el cartel de este Año de la fe.

En nuestra diócesis de Córdoba hay 24 monasterios de vida contemplativa, uno masculino y los demás femeninos, verdaderos oasis de oración y de paz, en el silencio y en el trabajo de la vida retirada. Hay también algunos ermitaños, que viven la vida contemplativa en la soledad del desierto.

Muchos cristianos encuentran en estos monasterios lugares para el trato con Dios, porque favorecen el silencio, la liturgia bien celebrada, un clima de oración, una presencia especial de Dios. Por eso, los contemplativos son considerados centinelas de la oración.

 No se han retirado del mundo para desentenderse de los demás. Se han retirado atraídos por el misterio de Dios, como la mariposa se siente fascinada por la luz, y viviendo en soledad o en comunidad, oran por sus hermanos, se sacrifican por todos, presentan a Dios nuestras necesidades y proporcionan espacios de oración y retiro para los que buscan a Dios en el silencio, retirados de las ocupaciones cotidianas.

Los contemplativos no son parásitos de la sociedad, sino reclamos fuertes del misterio de Dios en medio de nuestro mundo tan aturdido por tanta actividad. Ellos nos hacen un bien inmenso, a los creyentes y a los no creyentes, su presencia es un oasis de Dios en medio del desierto de la ciudad secular.

Oremos por los que se dedican a orar por nosotros. Ellos nos cuidan, ellos son para nosotros “centinelas de la oración”, ellos proclaman al mundo que Dios quiere introducirnos en el círculo de su amistad, en su vida divina. Su testimonio nos hace más fácil a todos la vocación contemplativa que todos llevamos en el corazón, porque estamos llamados a disfrutar de Dios.

Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

VERANO, YO ME APUNTO A RELIGIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Está abierto el plazo para la matriculación en los cursos de primaria y secundaria, donde se pide la participación en la clase de Religión católica en la escuela. Atentos los padres de familia, atentos los alumnos para no dejar pasar el plazo, y renovar una vez más el compromiso de apuntarse a Religión. La clase de Religión te enseña a ser mejor discípulo de Jesús, a conocer tu historia religiosa, a comprometerte en la vivencia de una auténtica vida cristiana, a ser solidario con el amor de Cristo con todos los desfavorecidos de la tierra. Si eres católico, apúntate a clase de Religión católica. Si haces la primera comunión, si acudes a confirmarte, sería una incoherencia no apuntarte a Religión católica en tu escuela. Es asombroso el alto porcentaje de padres y de alumnos que solicitan la clase de Religión en la diócesis de Córdoba, tanto en los centros públicos como en los concertados. Es como un referéndum, que año tras año revalida esta elección, con la que está cayendo. Contrasta este altísimo porcentaje de peticiones con la cantidad de pegas que encuentran los padres y los profesores para cumplir este sagrado deber, que es un derecho reconocido en la legalidad vigente, en la Constitución española y en las leyes. A veces, podíamos pensar que se intenta por todos los medios eliminar esta asignatura, porque no se favorece, sino que se obstaculiza lo más posible. A pesar de todo, los padres siguen pidiendo Religión católica para sus hijos en un altísimo porcentaje: más del 90 % en primaria y más del 70 % en secundaria. En mis visitas pastorales, no dejo de acudir a la escuela, y me reciben con gran alegría los alumnos. Agradezco la buena acogida, salvo rarísimas excepciones, por parte del equipo directivo, el consejo escolar, los padres y los alumnos. Se trata de un verdadero acontecimiento pedagógico del Centro, en el que la inmensa mayoría de alumnos son católicos y alumnos de Religión cató- lica. Ellos lo demandan, no se lo impidamos. Tener clase de Religión católica en la escuela no es ningún privilegio de los católicos. Es sencillamente el reconocimiento de un derecho a la libertad religiosa, que incluye la libertad de enseñanza, y asiste a los padres al elegir el tipo de educación que quieren para sus hijos. Porque la responsabilidad de la educación corresponde en primer lugar a los padres. Elegir la clase de Religión para los hijos es el ejercicio de un derecho, no es un privilegio. Y al elegir la clase de Religión católica, los padres y los alumnos tienen derecho a ser respetados en este ideario, no sólo en esta clase sino en todas las demás, no enseñando nada que pueda herir la sensibilidad católica del alumno, que se está formando. Y esos mismos alumnos, que han elegido libremente la Religión como asignatura, tienen derecho a que el Obispo los visite. El Obispo, por tanto, visita las aulas no invocando un privilegio del pasado que hay que superar, sino como un derecho de los niños y jóvenes de hoy. Los derechos de los niños deben ser respetados por todos. Un Estado aconfesional no significa un Estado que ignora la Religión, y menos aún un Estado que la persigue o pretende eliminarla. El Estado aconfesional no tiene como oficial ninguna religión, pero respeta todas dentro de una legalidad de convivencia, e incluso contribuye a su pervivencia. En España más de un 90 % de ciudadanos se confiesan católicos. La presencia de la Religión en la escuela no hace daño a nadie, y beneficia a todos los que la eligen. Es momento, por tanto, de estar atentos, queridos padres. No se os olvide hacer constar esta petición en vuestro centro de enseñanza. Apoyad a los profesores de Religión. Es por el bien de vuestros hijos, que son también hijos de la Iglesia católica. Jóvenes, apuntaos a la clase de Religión. En ella aprendes muchas cosas de tu religión católica, que te ayudan a conocer y a formarte como católico. Defiende tus derechos. Si vas siendo responsable, date cuenta de que ser católico no es cosa de nombre, sino de verdad. Profesores de Religión, os agradezco vuestra dedicación a esta tarea. Conozco vuestras dificultades y cómo os abrís camino en medio de ellas. Apelo a vuestra conciencia de católicos militantes y confesantes en medio de una sociedad que mira de lado la religión o que la desprecia. Os animo a ser testigos con vuestra vida, con vuestra profesionalidad y vuestra competencia ante estos niños y jóvenes que se os confían. La Iglesia y los padres de estos niños os lo agradecemos. Con mi afecto y bendición: Yo me apunto a Religión Q

 

 

LE ACOMPAÑABAN ALGUNAS MUJERES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el discipulado de Jesús había varones y mujeres. Por unas razones o por otras, en el grupo más amplio de los que iban con Él, lo acompañaban algunas mujeres: “María Magdalena, Susana, y otras muchas” (Lc 8,3). Son muchas las mujeres que aparecen a lo largo del Evangelio. Se trata de un hecho insólito en la época de Jesús.

En aquella época, las mujeres no tenían ni voz ni voto, no iban a la escuela, no tenía valor su testimonio, no contaban para nada en la sociedad. Y Jesús las acogió en su escuela, entre sus discípulos, en su seguimiento. “Es algo universalmente admitido –incluso por parte de quienes se ponen en actitud crítica ante el mensaje cristiano– que Cristo fue ante sus contemporáneos el promotor de la verdadera dignidad de la mujer y de la vocación correspondiente a esta dignidad” (Juan Pablo II, Mulieris dignitatem 12).

Habríamos de empezar por la mujer elegida para ser madre de Dios, María. Ella es la criatura más excelsa entre todas las personas humanas: llena de gracia, sin pecado concebida, madre y virgen, asunta a los cielos incluso con su cuerpo. Dios, de entre todas las personas que ha elegido para colaborar con Él, ha elegido una mujer no sólo como madre de su Hijo divino para hacerse hombre, sino como principal colaboradora en la obra de la redención.

Antes que ninguno de los demás discípulos, antes que los mismos apóstoles, antes incluso que Pedro, está María, la mujer por excelencia, que aparece siempre junto a Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte y resurrección. Y lo acompaña en el cielo como madre e intercesora nuestra.

 En ella, Dios ha manifestado una predilección por la mujer, y en ella toda la humanidad ha de encontrar el referente de la verdadera dignidad de la mujer en todos los tiempos. Algunos se empeñan en reivindicar hoy el sacerdocio femenino, el sacerdocio de la mujer, como si fuera un derecho, como si fuera una cota de poder.

La Iglesia no es dueña absoluta de los dones que le ha otorgado su Maestro, y ha respondido que no puede hacer algo diferente a lo que ha hecho su Maestro y Señor, Jesucristo (JPII, Ordinatio sacerdotalis, 1994).

El sacerdocio ministerial es un don, nunca un derecho. Por tanto, no puede entrar en el mercado de los derechos humanos, ni debe ser objeto de reivindicaciones. Y de manera definitiva la Iglesia ha establecido que la ordenación sacerdotal sólo puede concederse a varones. Esta sentencia no podrá ser reformada nunca jamás, porque el Papa Juan Pablo II la ha dictado apoyado en el ejemplo de Jesús, en la Palabra de Dios, en la tradición viva de la Iglesia y en su infalibilidad pontificia.

Con ello, Jesucristo no ha hecho de menos a la mujer, porque la ha igualado en todo con el varón. Por ejemplo, en los temas de matrimonio, cuando la mujer no tenía ningún derecho y podía ser repudiada en cualquier momento, Jesús sitúa a la mujer a la misma altura que el varón. No sólo la mujer comete adulterio si se va con otro, también el varón comete adulterio si se va con otra (cf Mt 19,9), porque Dios los ha hecho iguales en dignidad, diferentes para ser complementarios.

Esta postura de Jesús sorprendió fuertemente a sus discípulos, pero Jesús dejó establecida esta igualdad fundamental, que la Iglesia tiene que respetar y promover a lo largo de los siglos. El papel de la mujer en la Iglesia es de enorme importancia, no sólo porque todas las mujeres están llamadas en cuanto tales a la santidad, sino porque a ellas de manera especial les ha sido encomendado el cuidado del ser humano, desde su concepción hasta su muerte.

En el matrimonio o en la virginidad, el corazón de la mujer está hecho para la maternidad, para proteger al ser humano, especialmente a los más débiles e indefensos. Nada más cálido para el ser humano que el regazo de una madre. El “genio” femenino y el corazón de la mujer está hecho para amar, para acoger, para expresar la ternura de Dios con el hombre.

El feminismo cristiano ha ofrecido a la humanidad grandes mujeres, plenamente femeninas, a imagen de María, la madre de Jesús, y entregadas de lleno, en la virginidad o en el matrimonio, a una maternidad amplia y fecunda.

La mujer no ha de dejar de ser mujer para ser más, sino que precisamente siendo mujer, plenamente mujer, encontrará su plenitud.

Entre los seguidores de Jesús había mujeres, hoy en nuestras parroquias, grupos y movimientos prevalecen las mujeres. Reconozcamos el papel de la mujer en la Iglesia para ser fieles a Jesús y su Evangelio. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

ORDENACIÓN DE PRESBÍTEROS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Acabado el curso pastoral, viene la cosecha. Cinco (3+2) nuevos presbíteros para la Iglesia en la diócesis de Córdoba. Tres son ordenados en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, y otros dos en fecha posterior, por razones de edad. Demos gracias a Dios por todos ellos. Su ordenación presbiteral atañe no sólo al Seminario, que ve coronados sus frutos en un día tan gozoso, sino a toda la diócesis, que se alegra de recibir el don de estos nuevos sacerdotes para que hagan presente a Cristo sacramentalmente.

La Iglesia no la componen solamente los pastores (obispos y presbíteros), sino que está llena de fieles laicos y muchos consagrados/as. Pero en la naturaleza de esta Iglesia santa, tal como la ha fundado Jesucristo, el ministerio apostólico es insustituible: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). Es lo que llamamos la dimensión petrina de la Iglesia, es decir, el ministerio sacerdotal, sobre el que Cristo ha fundamentado su Iglesia.

Aquella primera comunidad de los apóstoles, los Doce, se ha ido extendiendo y ampliando a lo largo de los siglos por toda la tierra con sus sucesores, los obispos, y sus colaboradores, los presbíteros. Son necesarios los pastores para que la Iglesia exista y permanezca en el tiempo, y a ellos de manera especial se les confía la misión de: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 29,19).

La Iglesia es misionera en su entraña más honda, y todos hemos de acoger este mandato de Cristo, cada uno en la vocación a la que ha sido llamado. Pero los pastores han de encabezar el cumplimiento de este mandato hasta los confines de la tierra y hasta el final de los tiempos.

Entre todas las funciones que se le encomiendan al sacerdote, destaca la de representar a Cristo en la celebración eucarística. Jesús cumple su promesa de estar entre nosotros hasta el final de los tiempos, de manera especial por el ministerio de los sacerdotes que lo traen al altar en la santa Misa.

E igualmente, gracias al ministerio del sacerdote, Jesús puede perdonar nuestros pecados y devolvernos la gracia cuando la habíamos perdido, por medio del sacramento del perdón. La acción del sacerdote se extiende a otros muchos aspectos: predicación de la Palabra, atención y consuelo a los enfermos, instrucción a los niños, orientación a los jóvenes, acompañamiento a los esposos, etc. Ayuda a todos, particularmente a los más pobres, para que alcancen la dignidad de hijos de Dios.

La diócesis de Córdoba está de fiesta y exulta de gozo ante esta ordenación sacerdotal. Nuestra oración constante, pidiendo al Señor que “mande obreros a su mies”, ha sido escuchada, y estamos alegres y agradecidos. Hemos de continuar orando para que no nos falten nunca sacerdotes que nos traigan a Cristo. Son un don de Dios para la Iglesia y para el mundo, y el Señor ha condicionado estos dones a nuestra oración de petición: “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande obreros a su mies” (Mt 9,37).

En todas las parroquias, en todas las comunidades y grupos apostólicos, en todas las familias, oremos incesantemente para que Dios nos dé obreros en su viña, y oremos también por la perseverancia de los que han sido consagrados en el orden sacerdotal, para que sean fieles a tan altos dones recibidos para el servicio de la Iglesia.

Que no busquen su interés, sino el de Cristo. Que estén dispuestos a gastar su vida por Él y por los hermanos. Que entreguen su vida diariamente para que otros tengan Vida eterna. “¡Señor, danos muchos y santos sacerdotes!”. Sacerdotes según el Corazón de Cristo.

Recuerdo cómo lloraban aquellas gentes sencillas de Picota-Perú, cuando hace tres años llegaron dos sacerdotes misioneros de nuestra diócesis, a los que tuve la suerte de acompañar. Al terminar la Misa, pregunté sorprendido por qué lloraban, y me dijeron: “Padre, no sabemos cómo agradecer a Dios el bien que nos ha concedido. En nuestro pueblo (y en toda aquella zona) no ha habido nunca sacerdotes. Le hemos pedido a Dios un sacerdote, ¡y nos ha enviado dos!”. ¿Veis? Los pobres son siempre agradecidos.

Pues eso, Dios nos concede a la diócesis de Córdoba este año cinco nuevos sacerdotes. Cómo no vamos a darle gracias, llorando de gratitud. “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres y contentos”. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

SEPTIEMBRE: FIESTA DE LOS CRISTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 14 de septiembre celebramos la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. La Cruz gloriosa de mayo, la Cruz que ha florecido en la resurrección, la Cruz que se ha convertido en la señal del cristiano, porque en ella Jesucristo ha muerto para redimir a todos los hombres. Es una fiesta que marca el comienzo del curso pastoral: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo… (con la señal de la santa Cruz).

Y este año la fiesta reviste especial importancia, porque el mundo cofrade celebra una expresión solemne de la fe cristiana con un Viacrucis Magno, en el que confluyen 18 pasos de nuestra semana santa cordobesa. Realmente es un acontecimiento extraordinario y esperamos que sea una magna expresión de fe, que a su vez alimente la fe de los participantes.

El cortejo procesional, que comienza con la Reina de los Mártires, termina en la Santa Iglesia Catedral, templo principal de la comunidad católica de Córdoba, donde todos adoraremos a Jesús Sacramentado, vivo y glorioso en la Hostia, después de haberlo acompañado en sus imágenes de pasión camino de la cruz (viacrucis): Huerto, Rescatado, Penas, Redención, Sentencia, Coronación de Espinas, Pasión, Caído, Encuentro/ Verónica, Humildad y Paciencia, Amor, Expiración, Ánimas, Descendimiento, Angustias, Santo Sepulcro, Resucitado.

Fue el beato Álvaro de Córdoba, patrono de la Agrupación de Cofradías de la ciudad, quien introdujo esta práctica del Viacrucis en occidente. A la vuelta de su viaje a Tierra Santa en 1419, construyó las catorce estaciones en torno al convento dominico de Escalaceli en Córdoba, para contemplar ese camino de la pasión que culmina en la cruz del calvario.

Santo Domingo, su fundador, había inventado y difundido el rezo del rosario, para contemplar los misterios de la vida de Jesús. El beato Álvaro inventó el ejercicio del viacrucis, como lo había visto en la vía dolorosa de Jerusalén.

Así, de manera gráfica y sensible podía hacerse este recorrido, acompañando con los propios sentimientos los sentimientos de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), generando una empatía de Cristo al creyente y del creyente devoto a Cristo.

 El viacrucis, por tanto, tiene mucho de cordobés. De aquí, se extendió a todo occidente. La piedad popular, y más en Andalucía, tiene su propio mundo, es como un universo en el que se mezclan el aspecto sensible, sentimientos profundos, costumbres y formas, imágenes y ritos, solemnidad y cercanía.

Es un mundo que ha brotado de la fe, que se vive de padres a hijos. Y a veces es el sentimiento religioso más profundo que sostiene la esperanza de una persona, sobre todo en momentos decisivos.

La piedad popular, como todo, tiene sus riesgos, pero tiene sus grandes valores. Nunca debe perder el norte de que ha nacido en la fe y debe vivirse en clima de fe. Cuando se queda en lo superficial o se reduce a mero acontecimiento cultural, corre el riesgo de desaparecer. La piedad popular es la fe de los sencillos, pero no debe confundirse con una fe sin raíces. No debe perder la conciencia de que ha nacido en la Iglesia católica y a ella pertenece, y esa pertenencia salvaguarda de interferencias culturales y políticas de turno.

El mundo cofrade es gestionado por seglares, y por cierto muy capaces, pero necesita del sacerdote para garantizar la formación y la comunión eclesial, e insertarse en la vida ordinaria de la parroquia.

El mundo cofrade, como la misma vida, necesita renovación continua. Y esa renovación le viene de dentro, es decir, del fervor con que se vive la fe y la pertenencia a la cofradía y la decisión de arrimar el hombro cuando haga falta (nunca mejor dicho).

El mundo cofrade no es para personas deseosas de protagonismo o personalismo, que no han podido encontrarlo en otros ámbitos de la vida. Cuando esto es así, la cofradía es un problema continuo. En el mundo cofrade, como en toda la vida cristiana, vale quien sirve, y no vale quien quiere servirse de la cofradía para sus intereses.

He expresado en varias ocasiones mi aprecio por la piedad popular vivida en el mundo cofrade. Esta es una ocasión propicia para agradecer a tantas personas las horas que gastan en preparar y sacar a la calle sus sagrados titulares, los ensayos de costaleros y las bandas de música.

Cuando sale a la calle una procesión de éstas, se remueve y se conmueve toda la sociedad. Que este movimiento abra rendijas por las que pueda entrar la luz de la fe en tantos corazones, para que experimenten ese amor más grande que sólo Dios y su Madre bendita son capaces de dar. Vivamos con mucha fe este Viacrucis Magno. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

  

 

 

DOMINGO: DIOS O EL DINERO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si no fuisteis de fiar en el vil dinero, ¿quién os confiará lo que vale de veras?” (Lc 16, 11), nos dice Jesús en el Evangelio de este domingo.

Lamentablemente, asistimos a noticias de corrupción casi todos los días, como si el dinero fuera un exponente de la vida real. Nos duele especialmente que esto se produzca en el ámbito de la administración pública, donde se administra el dinero de todos, cuando hay recursos para todos, y por la avaricia de algunos, muchos se quedan sin lo necesario para vivir.

Pero este combate se libra en el corazón de cada uno, de cada familia, de cada institución, también dentro de la Iglesia, donde sus hijos también son pecadores. El dinero se convierte en una tentación de quien busca seguridades y, al encontrarlas en el dinero, prescinde de Dios.

El dinero no es malo, incluso es necesario para vivir, pero Jesús nos advierte del peligro del dinero y nos invita a abrazar libremente la austeridad de vida y la pobreza voluntaria. Máxime cuando el desequilibrio mundial en este punto es tan escandaloso: unos mucho, hasta rebosar y derrochar; y otros, nada, ni siquiera lo necesario para vivir.

Jesús, siendo dueño de todo, se ha despojado de todo, dándonos ejemplo para que sigamos sus huellas. Por eso, Jesús, que va siempre delante de nosotros con su vida, nos advierte severamente: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16, 13).

Llega un momento en que el dinero es antagonista de Dios, y tenemos que elegir. O Dios o el dinero. Si uno elige a Dios, tendrá que “perder” dinero. Si uno elige el dinero, pierde a Dios, se queda sin Dios.

Cuando uno no tiene a Dios ni le importa Dios, es muy explicable que se agarre al dinero, aunque éste nunca le dará la felicidad, y más bien temprano que tarde tendrá que dejarlo todo cuando le llegue la muerte. Pero es inconcebible que un creyente, que tiene a Dios como Dios, se aferre al dinero hasta el punto de perder a Dios. Este es uno de los dilemas de la vida, que se plantea continuamente. “Ningún siervo puede servir a dos amos” (Lc 16, 13).

El amor a Dios nos va sacando continuamente de nosotros mismos, el amor a los demás nos hace solidarios con actitudes de caridad cristiana con quienes padecen necesidad de cualquier tipo, y nos lleva a compartir lo que tenemos, aquello que legítimamente hayamos recibido.

Por el contrario, el amor a sí mismo nos aleja de los demás, nos hace tantas veces injustos, y sobre todo nos aleja de Dios, al preferir el dios dinero. Jesús nos invita en el Evangelio a ser astutos en la consecución de la meta, de lo único importante de nuestra vida: la santidad, el ser hijos de Dios en plenitud. A través de los bienes de este mundo –nuestras cualidades, nuestros recursos, nuestro tiempo, nuestra salud, etc.– perseguir hasta alcanzar esa meta a la que somos llamados.

El derroche de los bienes que Dios nos ha dado, nos lleva a la ruina y a ser rechazados por el amo de la hacienda. Emplear esos bienes para alcanzar la salvación eterna, haciendo el bien a los demás, nos hará triunfar en la vida.

Dios nos invita a ser generosos, a dar más de lo que corresponde. Dios nos invita incluso a ser misericordiosos, es decir, a parecernos a él. Perdonando a quien nos ofende, reaccionando con amor ante quien no nos ama e incluso nos persigue. Esta es la generosidad divina y así quiere hacernos a nosotros generosos.

Dios tiene mucho que ver con el dinero, y, donde está Dios, el dinero se emplea de manera apropiada. Donde no está Dios, la avaricia no encuentra límite ni freno. ¿Cómo empleamos el dinero? Cuánto gastamos y en qué. Es un test importante para saber si nuestra vida discurre por buen camino. Y de ello seremos juzgados por Dios. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

EL JUICIO DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Somos muy sensibles a lo que sale en la prensa, y parece que lo que no sale en los periódicos no existe. Para el creyente, sin embargo, su referencia es el juicio de Dios: qué piensa Dios de esto, cómo seré juzgado por Dios en aquello. “Ten presente el juicio de Dios, y no pecarás”, recuerda una clásica sentencia cristiana.

El examen de conciencia consiste en ponerse delante de Dios y dejarse iluminar por su juicio, siempre misericordioso y consonante con la verdad. Dios me conoce, sabe mis intenciones mejor que nadie, mejor que yo mismo. Dios que me conoce, me ama, me perdona, me estimula a ser mejor, y desde esa perspectiva acepto ser corregido, porque a la luz de ese amor me es más fá- cil ver mis deficiencias, mis pecados.

El juicio de Dios se muestra implacable con los que plantean su vida en el lujo, el derroche, la vida disoluta y, consiguientemente, no se acuerdan de los pobres que no tienen ni siquiera lo necesario para vivir.

Hay muchos “lázaros” a las puertas de nuestras casas, en nuestro ambiente de pueblo o ciudad: gente sin trabajo, sin una vivienda segura, sin futuro, jóvenes enganchados a la droga y al sexo fácil sin afán de superación, personas derrotadas por el alcohol, enfermos incurables, situaciones que suscitan lástima en quien las contempla.

En unos casos, el sujeto tiene su culpa; en otros, son víctimas del mundo en que vivimos. En todos, las heridas están ahí y supuran. Y levantando la mirada, son millones de personas en el mundo las que no tienen lo elemental para vivir: comida escasa, cuando no se mueren de hambre; sin asistencia sanitaria, expuestos a la muerte por cualquier motivo que podría curarse fácilmente; sin una familia estable que sirva de cobertura y dé seguridad; sin acceso a la cultura elemental; incluso, sin que les haya llegado la buena noticia de Jesucristo redentor.

No podemos pasar indiferentes ante estas situaciones. El juicio de Dios llega a nuestra conciencia para decirnos que somos responsables de tales injusticias. No echemos la culpa a Dios de lo que hacemos mal los humanos, y pongámonos a la tarea de hacer un mundo más justo y más fraterno, precisamente porque tenemos un mismo Padre Dios.

No podemos plantear nuestra vida en el lujo, en los banquetes, en la ropa de moda, en los viajes de placer, en el gasto sin freno, cuando en el mundo, cerca o lejos de nosotros (hoy nada está lejos), hay tantos pobres sin lo elemental para vivir.

No tranquilicemos nuestra conciencia repartiendo algunas migajas de lo que nos sobra, pues todo lo que hemos recibido tiene una hipoteca social. Nos es dado para administrarlo en favor propio y en favor ajeno. No somos dueños absolutos de nada, aunque tengamos derecho a usar lo necesario.

Las personas e instituciones de Iglesia hemos de tener delante de los ojos esta parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro (Lc 16,19- 31), porque creemos en el juicio de Dios, que nos pedirá cuentas del talante de vida que hemos llevado, de cómo hemos administrado los bienes, los propios y los institucionales, de cómo hemos atendido a los “lázaros” de nuestra puerta y del mundo entero. Y el juicio de Dios será implacable para quienes no tuvieron esa perspectiva de eternidad, a la luz de la cual intentaron ser justos en su vida terrena.

Las heridas de nuestros contemporáneos están clamando misericordia por parte de quienes hemos conocido el amor de Dios manifestado en Cristo Jesús y hemos recibido ese amor en el don de su Espíritu Santo.

Salimos al encuentro de nuestros hermanos necesitados no sólo porque su necesidad y su carencia claman al cielo, sino porque Dios está de su parte y reserva un juicio severo para quienes, ante tales situaciones, no abrieron su corazón a la misericordia. “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7).

El que no es capaz de amar, provocado por la necesidad de sus hermanos, se va incapacitando para recibir ese amor que le espera en la vida eterna. Se cierra al amor, y en eso consiste la condenación eterna.

El que no atiende a su hermano necesitado se pone en peligro de condenación eterna, como le sucedió al Epulón del evangelio, y nos recuerda Jesús ante el juicio final: “Tuve hambre y no me disteis de comer… Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25,41-42).

El juicio de Dios nos alerta. Nos ponemos delante de Dios y actuemos en consecuencia. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DOMINGO AUMENTA MI FE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Auméntanos la fe” (Lc 5, 7). En el Evangelio de este domingo, con esta petición se acercan a Jesús los apóstoles, porque esta es la clave del seguimiento de Cristo. O tienes fe, y le sigues. O no tienes fe, y le dejas. O –lo más frecuente- vives una situación bipolar, que va desde momentos de fervor, en los que todo es muy fácil, a momentos de oscuridad en los que todo se hace cuesta arriba.

La vida de fe es la respuesta al don de Dios que sale a mi encuentro, me habla en su Palabra y en los acontecimientos de mi vida y de la historia, y espera una entrega total de mi persona a la llamada continua que Él me hace. La fe es don y tarea, regalo y esfuerzo. La fe comienza en Dios, que tiene siempre la iniciativa y viene a plenificar una búsqueda del hombre, que sólo en Dios alcanza esa plenitud. “Nos hiciste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”, nos recuerda san Agustín.

Nos encontramos en el Año de la fe, que abrió el Papa Benedicto el 11 de octubre de 2012, para conmemorar el 50 aniversario del concilio Vaticano II, y concluirá el Papa Francisco el próximo 24 de noviembre de 2013, fiesta de Cristo Rey del universo.

Un año largo para darle gracias a Dios por el don de la fe, profundizar en el significado de este don y el compromiso personal que lleva consigo y descubrir sus ramificaciones en todos los ámbitos de la vida. En el contexto de este Año de la fe, el Papa nos ha regalado una encíclica, “Lumen fidei” (29.06.2013), escrita a cuatro manos, es decir, redactada en gran parte por el Papa Benedicto y rematada por el Papa Francisco.

Esta encíclica explica la fe desde distintas perspectivas, pero sobre todo presenta la fe como una luz deslumbrante, que ilumina todos los aspectos de la vida presente y de la vida futura, incluido el más allá.

La fe no es un sentimiento pasajero, no es una emoción del momento, no es algo fugaz, como casi todo lo que nos rodea. La fe consiste más bien en ver la vida, las cosas, a los demás, la historia, con los ojos de Dios, con los ojos humanos de Cristo. ¿Y eso cómo puede ser? Porque abrimos el corazón a Dios que se comunica y respondemos en la obediencia a Dios que quiere el bien del hombre.

Para creerle a Dios, él nos ha dado abundantes signos a lo largo de la historia de la salvación, pero sobre todo nos ha dado a su Hijo Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que ha entregado su vida por nosotros y muriendo ha destruido la muerte para resucitar glorioso del sepulcro. Sólo el amor es creíble.

Y en Jesucristo el amor de Dios al hombre ha llegado a su máxima expresión. En Jesucristo Dios nos ha dicho que nos ama, y que nos ama hasta el extremo de dar la vida por nosotros. Ese amor, que nos precede, es un amor creíble. Y por eso, movidos por su Espíritu, respondemos en la misma onda: entregando nuestra vida, toda nuestra vida, a Dios que va siempre por delante. La fe no es algo individual, sino una realidad comunitaria.

Creemos en el seno de la Iglesia, creemos lo que la Iglesia nos enseña, creemos por el testimonio de la Iglesia. Y en la Iglesia están nuestros padres, nuestros catequistas, nuestros sacerdotes, tantas personas que nos han ayudado a creer, está el Magisterio de la Iglesia, está el Catecismo de la Iglesia Católica, precioso resumen de la fe. Tantos hijos de la Iglesia han vivido este diálogo de salvación entre Dios y el hombre, de tantas maneras, que se convierten para nosotros en testimonios fuertes y en crédito seguro para nuestra vida de fe. Son los santos.

Por eso, Jesús nos dice: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza...”, seríais capaces de hacer obras grandes, y además al hacerlas nos parecerá que “hemos hecho lo que teníamos que hacer”, como lo más natural del mundo. Para el que no es creyente, para el que tiene la fe oscurecida o nublada, muchas cosas le parecen imposibles.

Pero para el creyente, tales cosas no son imposibles, porque para Dios no hay nada imposible y colaborando con él nos hace casi omnipotentes. Si tuviéramos fe como un grano de mostaza… Auméntanos la fe, Señor.

 En este Año de la fe y siempre. Una fe honda y bien arraigada en la verdad. Una fe que se expresa en el amor. Una fe que surte siempre esperanza, incluso en los momentos decisivos del sufrimiento y de la prueba. Una fe que mueva montañas. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

MÁRTIRES DEL 36

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia en España celebra una jornada gloriosa con la elevación a los altares de 522 mártires de la persecución religiosa de los años ‘30 del siglo XX (II República y Guerra Civil). Diez de ellos Carmelitas en nuestra diócesis de Córdoba, cuatro en Montoro: José María Mateos, Eliseo María Durán, Jaime María y Ramón María; y seis en Hinojosa del Duque: Carmelo María, José María González, José María Ruiz, Antonio María, Eliseo María Camargo, y Pedro. Algunos nacidos también en nuestra diócesis: Carmelo María en Villaralto, Jaime María en Villaviciosa, Eliseo María Durán en Hornachuelos y de este grupo, andaluces todos menos uno.

Esta tierra andaluza, además de buen vino y buen aceite, tiene estos vástagos que hoy nos honran a todos, como los mejores hijos de la Iglesia y de esta tierra. En el total de los 522 hay sacerdotes, monjes, religiosos/as y seglares de toda España. Una vez más, España tierra de mártires

¿Por qué son glorificados? Porque supieron amar hasta el extremo, porque cuando los atacaron y los mataron, supieron perdonar al estilo de Cristo. Y eso lo aprendieron de Cristo, eso lo han recibido del Espíritu Santo que les dio fuerza en el momento supremo, eso lo han recibido en el seno de la Iglesia que se lo ha enseñado.

La vida cristiana de estos hombres y mujeres ha frutado en un testimonio martirial asombroso. Ellos no son caídos en el campo de batalla, ni una bala perdida acabó con sus vidas en medio de la refriega, donde suelen caer de uno y otro bando. No. Ellos fueron buscados en sus casas y en sus conventos, fueron llevados al paredón por ser curas o monjas, por ser hombres y mujeres de Acción Católica, por ser cristianos. Fueron asesinados por odio a la fe. Y muchos de ellos fueron asesinados después de horribles torturas, con terrible ensañamiento. La patria hace bien de honrar a sus héroes, pero aquí estamos hablando de otra cosa.

Hablamos de mártires, de personas que han amado hasta el extremo y han preferido morir antes que apartarse de Dios o dejar de ser cristianos. Un proceso minucioso y con garantías científicas de historicidad ha examinado cada caso y nos propone uno por uno a estos mártires, es decir, a personas que han sido asesinadas por odio a la fe y han muerto perdonando a sus enemigos.

Cuando la Iglesia honra a sus mártires, no recrimina a sus verdugos, sino que celebra el amor más grande de sus hijos, que han sido capaces de mostrar ante el mundo la victoria definitiva del amor sobre el odio, del perdón sobre la brutalidad de los ultrajes. “No olvidamos, pero perdonamos”, como nos ha enseñado Jesús nuestro Maestro.

La memoria histórica que hacemos de estos mártires no es para azuzar el odio, ni para reivindicar ningún derecho, sino para cantar las alabanzas de Dios y estimularnos en el amor y en el perdón. Es por tanto una fiesta de gloria y de misericordia.

Una vez más constatamos que la última palabra no la tiene el odio y el pecado, sino el amor misericordioso de Dios que ha anidado en el corazón de estos cristianos. Ellos han sido humillados hasta el extremo, es lógico (con la lógica evangélica) que ahora sean glorificados en medio de la asamblea de los fieles. Y nosotros gozamos de esta glorificación, porque son el orgullo del pueblo de Dios.

 “La sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”, decía Tertuliano. Sí, nuestra fe es indudablemente fruto de aquel testimonio martirial, que ha alentado la fe a lo largo del siglo XX, del que somos ciudadanos.

El Año de la fe, en el que nos encontramos para celebrar el 50 aniversario del Concilio Vaticano II, tiene en esta celebración uno de sus momentos culminantes.

Tarragona va a ser el escenario de este magno acontecimiento por varias razones: porque se pretende hacer un solo acto conjunto para toda España, porque Tarragona es también tierra de mártires desde sus orígenes hasta hoy y porque el número mayoritario de beatos en este acontecimiento pertenecen a la diócesis de Tarragona.

Tarragona se convierte así en capital del martirio en este domingo. Vivamos con fe este momento de gracia para toda España.

En nuestra diócesis de Córdoba honraremos a los mártires cordobeses el sábado 19 en Montoro y el domingo 20 en Hinojosa. Pedimos a estos nuevos mártires que nos den la firmeza de la fe para que seamos testigos del amor de Dios, que será el que triunfe sobre todas nuestras miserias. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Misionero es el que lleva un encargo, el que lleva un anuncio para otro. Alguien le envía, no va por su cuenta. Y tiene un destinatario, no se queda con lo que le han encargado.

En el ámbito de la Iglesia católica, llamamos misionero a quien anuncia el Evangelio con su vida y con su palabra, en la catequesis y en el compromiso de la vida, en la caridad y amando hasta el perdón, construyendo un mundo nuevo más justo, solidario y fraterno.

Este domingo celebramos el DOMUND, domingo mundial de las misiones. Celebramos que la Iglesia es misionera, recordamos a nuestros misioneros, caemos todos en la cuenta de que tenemos “algo” que decir y transmitir a nuestros contemporáneos. La Iglesia existe para evangelizar, Jesucristo la ha fundado para que lleve el Evangelio a todas las naciones, a todas las personas de todos los tiempos. Es una dimensión esencial de la Iglesia, la de ser misionera, la de ser católica y universal. Por tanto, no se reduce a un día, sino que es tarea de todo el año.

Ahora bien, este domingo, el domingo del DOMUND, nos damos más cuenta de la inmensa tarea que tenemos por delante: anunciar a todos que Dios nos ama, que nos ha enviado a su Hijo para redimirnos de la esclavitud del pecado y darnos la libertad de los hijos, que ha derramado el Espíritu Santo para que sea el alma de la Iglesia y viva en nuestras almas como en un templo, que todos los hombres somos hermanos sin distinción de raza, cultura, nación.

Este año el lema del DOMUND parece una ecuación matemática: Fe + caridad = misión. Nos encontramos en el Año de la fe, para profundizar en el gran don recibido de Dios que nos compromete en la tarea misionera: la fe.

La fe no es un sentimiento pasajero, ni es una emoción del momento. La fe es como una luz deslumbrante que ilumina todos los aspectos de nuestra vida, dándoles sentido. La fe ilumina la existencia, el amor humano, el trabajo, el sufrimiento, incluso la muerte. La fe nos habla de una vida eterna que empieza aquí y no acabará nunca. La fe tiene como centro y plenitud a Jesucristo.

Y esa fe la vivimos en la Iglesia, la recibimos de la Iglesia, la celebramos y la compartimos en la Iglesia. La Iglesia nos envía al mundo entero para ser testigos y misioneros de esta fe para todos los hombres. La fe se verifica en el amor. Sólo el amor es creíble, es digno de fe. Y Jesucristo nos ha amado hasta el extremo. Su amor ha quedado verificado en su pasión de amor por nosotros, resucitando de entre los muertos.

Por eso, la fe nos lleva al compromiso del amor, y lo más querido para nosotros es haber conocido a Jesucristo, para poder compartirlo con los demás. La fe unida al amor nos lleva a la misión.

 El domingo del DOMUND es ocasión propicia para agradecer el don de la fe, agradecer el don de la Iglesia que nos ha dado la fe y nos la alimenta continuamente, agradecer el trabajo que tantos hermanos nuestros, hombres y mujeres, están realizando para la propagación de la fe. No se trata de imponer a nadie nuestras creencias, ni de ningún proselitismo.

Se trata, como lo muestran nuestros misioneros, de dar la vida testimoniando que Dios nos ama en Jesucristo hasta el extremo. Se trata de llegar a todos los habitantes del mundo para llevarles la buena notica de la redención, para hacerles partícipes de los dones de la Casa de Dios.

Todo cristiano es misionero, debe llevar en su corazón la inquietud misionera de cumplir el encargo recibido, de llevar la buena noticia a los destinatarios, de alimentar continuamente la fe recibida y testimoniarla con su ejemplo y con sus palabras.

Los mártires que estos días celebramos son un estímulo en la tarea misionera, pues ellos con su vida y con su entrega hasta la muerte hacen creíble el amor de Dios que conduce al perdón. Sólo el amor es creíble. En los mártires se ha cumplido. Que ellos intercedan por nosotros para que sepamos cumplir la misión encomendada, para que seamos misioneros, en fidelidad a quien nos envía y a los destinatarios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

PEREGRINACIÓN A GUADALUPE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la 18ª edición de la peregrinación diocesana anual de jóvenes a Guadalupe. Año tras año se han ido fraguando ilusiones, realidades, esperanzas, un tejido de relaciones, crecimiento en las personas, una nueva sociedad.

 La peregrinación es como una parábola de la vida misma. En la peregrinación hay una meta, el cielo, la vida eterna en el gozo de Dios, simbolizado en un lugar sagrado, un santuario, y en este caso, un santuario mariano, donde María nos espera para mostrarnos el futo bendito de su vientre, Jesús.

En la peregrinación hay un camino, a veces fatigoso, pero que siempre nos abre a nuevos horizontes. Caminar es ponerse en marcha, no permanecer quietos o perezosos, caminar es ir al encuentro, salir de sí mismo. Hacer un camino es seguir una ruta, para no perderse, es seguir unas pautas para garantizar que no caminamos en balde ni en sentido equivocado. “Yo soy el camino…” nos dice Jesús (Jn 14,6). Ir con él, seguirle a él, vivir como vivió él es acertar en la vida. Caminar sin él es ir a tientas, es andar sin certezas y sin norte, sería perderse.

En el camino, no vamos solos, vamos en grupo, en pequeños grupos dentro del gran grupo, como símbolo de la Iglesia, comunidad de comunidades, la católica, que incluye pequeñas comunidades y grupos, pero que al mismo tiempo nos abre a una relación más amplia con todos. No se trata de un grupo amorfo o invertebrado, sino que hay unos monitores y unos guías. Como en la Iglesia, donde tenemos nuestros pastores y quienes nos orientan en el camino de nuestra propia vida.

Caminar en grupo tiene sus momentos de silencio y sus momentos de comunicación, sus momentos de oración y sus momentos de recreo. El silencio ayuda a encontrarse consigo mismo y con la verdad del otro. La relación personal se establece desde lo hondo, no desde lo superficial, y el silencio ayuda a profundizar para comunicarse más plenamente.

En el camino encontramos dificultades y alivios, fatiga y consuelo. Es duro caminar horas y horas, pero es más llevadero si se hace en compañía. Como la misma vida. Qué dura es la soledad que aísla y qué bonita la comunicación que ayuda. La que uno recibe y la que uno da, pues hay más alegría en dar que en recibir.

La dureza del camino se hace más llevadera si hay una mano amiga que me anima a continuar. El camino en grupo es una oportunidad de servir al otro olvidándome de mí mismo. Cuántas oportunidades en una peregrinación para ejercer el servicio por amor.

La peregrinación nos ha sacado de la comodidad de nuestra casa y nuestro ambiente, y llegan momentos en que uno carece de casi todo. Estar atento para servir, para ayudar, para hacer más agradable la vida a los demás es un ejercicio propio de estos acontecimientos, donde todos aprendemos.

Doy las gracias a la Delegación diocesana de juventud por las horas y los días que lleva gastados organizando este encuentro, para que todo esté a punto, para que no falte nada, para poner en marcha a todos, para organizar lo que después sale tan bien.

Muchos han dejado horas de descanso y diversión, porque mucho antes de llegar a la peregrinación han pensado en los demás preparándolo todo.

Gracias, jóvenes voluntarios, sacerdotes, todos los que servís en este acontecimiento. Comenzamos en la Catedral, que consideramos cada día más como nuestra Casa madre, el lugar que nos acoge como comunidad católica que camina en Córdoba.

Comenzamos con la Misa que preside el Obispo, sucesor de los apóstoles, que nos engancha a la Iglesia universal, la que preside el sucesor de Pedro.

Comenzamos pidiendo el auxilio del Señor y el de su Madre santísima, y nos ponemos en camino. “Vamos al lío…” ha repetido el Papa Francisco, queriendo decirnos que no nos apaguemos, que vayamos al encuentro de los demás, especialmente de los que se han apartado de la Casa de Dios.

Que seamos misioneros del Evangelio que hemos recibido gratis, y gratis hemos de comunicar. Prefiero una iglesia accidentada a una iglesia paralizada y centrada en sí misma, nos ha dicho el Papa. La Iglesia existe para evangelizar, para proponer a los demás y darles al único que puede salvarnos, Jesucristo nuestro Señor. Procedamos en la paz del Señor. Amén Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fe cristiana nos enseña que hemos nacido para vivir eternamente, primero en la etapa de la vida terrena, después en la etapa eterna con Dios y con los hermanos. Y que nuestra suerte depende del amor de Dios misericordioso y de nuestras obras en correspondencia a ese amor. Dios nos ha creado para la vida, y para la vida feliz en la eternidad del cielo.

Ahora bien, no nos llevará con Él forzadamente, sino por la colaboración libre de nuestra voluntad y nuestros actos. La fe nos habla de “otra vida” más allá de la muerte, pues no acaba todo con la muerte, sino que seguiremos viviendo para siempre.

 El culto a los difuntos se basa en esta certeza. Si no creyéramos en la otra vida, a qué viene la veneración y el culto a los difuntos. Pues no se trata simplemente de un recuerdo nostálgico de aquellos con los que hemos compartido una etapa –más o menos larga– de nuestra vida pasada, sino de la certeza de que están vivos, a la espera de una plenitud, que llegará en el último día de la historia de la humanidad.

Los difuntos nos hablan, por tanto, no sólo de pasado, sino de futuro. Allí donde ellos han llegado, llegaremos cada uno de nosotros, no sabemos cuándo. La vida del hombre sobre la tierra reviste ese tono de dramatismo, por el hecho de estar sometido a fuerzas contrapuestas, que le llevan a la lucha entre el bien y el mal en su propio corazón y en el escenario de la historia de la humanidad.

Nacidos para el cielo, nacidos para Dios, el hombre experimenta la tentación constante de apartarse de Dios, porque lo considera su rival, corriendo el riesgo de perderse eternamente. En esta lucha dramática, la más importante de nuestras tareas, nuestra preocupación estriba en aprender a amar de verdad, para saciarnos plenamente de Dios, que nos llama al amor eterno.

Pero también constatamos que muchas veces nos invade el egoísmo, el desamor, todos los vicios capitales, que nos apartan de Dios y de los hermanos. De nuestros hermanos, que han cruzado el umbral de la muerte, tenemos la certeza de que algunos ya están con Dios, han llegado a la meta con éxito pleno.

Son los santos, muchos de los cuales han sido canonizados por la Iglesia, otros muchos más sin canonizar, pero que han recorrido el camino de su vida terrena con éxito, aprendiendo a amar hasta el extremo. Por estos no rezamos, sino que ellos son nuestros referentes, nuestros hermanos mayores que nos ayudan en esa lucha dramática de la vida terrena.

Otros, sin embargo, están en fase de purificación hasta llegar a la plenitud del amor. Habiendo muerto en la amistad de Dios, hay cicatrices de pecados anteriores que han de ser restauradas, hay egoísmos recónditos que han de ser transformados en amor, hay deudas de amor que sólo se curan en el sufrimiento.

Estas son las almas de nuestros hermanos difuntos, que todavía no han llegado al cielo, pero que sin embargo ya han alcanzado la salvación eterna. Por estos rezamos, porque nuestra oración les llega y les hace bien. Por ellos participamos de la cruz de Cristo, en el ayuno y la penitencia, para reparar lo que hicieron mal, y nosotros podemos resarcirlo en solidaridad fraterna.

Cabe la suerte también de los que libremente se han apartado de Dios para siempre en el infierno. Por esos no podemos rezar, porque la condenación es eterna, y en el infierno es imposible poder amar. No nos consta de nadie, que viva esta situación. Solamente los ángeles caídos, los demonios, que se rebelaron contra Dios y fueron arrojados al infierno, sin posibilidad de redención. Jesús nos avisa en su evangelio de este peligro en nuestra vida, no para asustarnos, sino para mostrarnos que sería una terrible desgracia vivir sin el amor de Dios para siempre, siempre.

En estos días traemos a nuestra memoria a todos los difuntos, para vivir la comunión con ellos en el amor. Visitamos nuestros cementerios, ofrecemos sufragios en favor de sus almas, y de paso caemos en la cuenta de nuestra suerte eterna, para desear el cielo, para purificarnos ya aquí en la tierra, participando de la cruz de Cristo, para acrecentar la esperanza en Dios que nos llama a vivir con él. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

DOMINGO: DIOS DE VIVOS NO DE MUERTOS: DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El origen de la vida está en Dios. La vida no ha brotado por azar ni por casualidad, sino por una decisión libre de Dios, que quiere hacer partícipes a los seres creados de su vida. Y especialmente a los seres humanos, a los que ha dotado de alma inmortal y espiritual.

En esa transmisión de la vida colabora la misma naturaleza, dotada de capacidad de transmitirse. Y en la especie humana colaboran los padres con la acción creadora de Dios. Dios pone la parte más importante, el alma, creada de la nada. Los padres aportan el soporte corporal. Y el resultado es una nueva persona humana.

En este mes de noviembre, mes de los difuntos, muchos vuelven a preguntarse por el más allá. Hay quienes piensan que todo termina con la tumba, qué triste. Hay quienes piensan que sobrevivimos en nuevas reencarnaciones, qué complicado. La fe cristiana, sin embargo, nos dice que hemos sido creados para vivir siempre, siempre, qué alegría.

Nuestra alma es inmortal y vive una sola vez la etapa terrena, no se reencarna en nadie más. Y acabada la etapa terrena llega a la eternidad para alcanzar el premio o castigo por sus obras. Esa misma alma tira de nuestro cuerpo, que resucitará en el último día de la historia.

 El misterio de la muerte ha sido iluminado con la luz de Cristo, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que ha pasado por el trance de la muerte y ha resucitado, venciendo a la muerte. Podemos decir que hasta Jesucristo la muerte vencía al hombre, ante la muerte el hombre se veía envuelto en un misterio que no sabía resolver. Pero a partir de Jesucristo el hombre ha vencido la muerte, “la muerte ya no tiene dominio sobre él”. “Si hemos muerto con Cristo [en el bautismo], creemos que también viviremos con él; pues sabemos que Cristo, un vez resucitado de entre los muertos ya no muere más; la muerte ya no tiene dominio sobre él” (Rm 6,8-9).

No es indiferente afrontar la vida y la muerte con esta certeza o no. Llegadas estas fechas de difuntos, la liturgia cristiana en todas sus expresiones es una liturgia serena y llena de esperanza, es incluso una invitación a exultar de estremecimiento ante la certeza de una vida feliz que Dios nos tiene preparada.

La Misa de réquiem, celebrada en la Catedral de Córdoba por todos nuestros difuntos, y acompañada por el “Requiem” de Mozart, es un canto exultante en perspectiva católica ante el misterio de la muerte humana, vencida por Cristo con una victoria prometida para todos nosotros.

Por el contrario, se ha puesto de moda en nuestros días acercarse a otras culturas paganas para revivir el misterio de la muerte. Se trata de una regresión, de un volver atrás, incluso desde el punto de vista cultural. Es como si en el mundo de las comunicaciones, habiendo conocido el teléfono y el internet, ahora regresáramos a la comunicación por señales de humo (propia de la edad de piedra) o por palomas mensajeras.

Abundan en distintos municipios –con gastos del erario público– fiestas de la muerte pagana, tomadas de la antigüedad, antes de Cristo, o fiestas de tipo medieval, sacando a relucir el más absurdo oscurantismo, o fiesta de halloween, donde en torno a la muerte reinan las brujas y los demonios, y se proyectan todo tipo de pasiones desordenadas y de culto a Satán. ¿Qué se pretende con todo esto?

Bajo el pretexto de otras culturas, lo que se pretende es ocultar la verdad de la vida cristiana, a ver si borramos las raí- ces cristianas de nuestro pueblo. Con el pretexto del pluralismo, nos hacen comulgar con ruedas de molino, con prácticas que chirrían a la conciencia cristiana en algo tan sagrado como son nuestros difuntos o el destino de nuestra vida más allá de la muerte.

En definitiva, se trata de paganizar la cultura, como si Cristo no hubiera vencido la muerte. Se prohíben manifestaciones cristianas en la escuela, como el Belén o la Semana Santa, y se promueven por todos los medios, brujas y demonios en torno a la muerte, contradiciendo la conciencia cristiana de unos niños y jóvenes, cuyos padres quieren la formación cristiana para sus hijos y han elegido clase de religión católica en la escuela.

La intencionalidad está clara. Por eso, queridos sacerdotes, catequistas, profesores de religión, venzamos el mal a fuerza de bien. Anunciemos sin miedo la victoria de Cristo sobre la muerte, que nos lleva a vivir la vida terrena con la esperanza del cielo.

No permitamos que las prácticas paganas borren la conciencia cristiana del alma de nuestro pueblo. Lo más avanzado que ha conocido la historia de la humanidad es la victoria de Cristo sobre la muerte. No la silenciemos. Es el preludio de nuestra propia victoria, que nos hace vivir la vida presente de otra manera.

El Evangelio de este domingo nos proclama: “Dios es un Dios de vivos, no de muertos”, porque en él todos estamos llamados a la vida y a la resurrección después de la muerte.

 

DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

       QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando hablamos de la Iglesia, cada uno se imagina una cosa. Hay quienes piensan en los grandes edificios, en las altas jerarquías, en los grandes acontecimientos. Hay quienes piensan en su parroquia, en su barrio, en la gente que se reúne en el templo.

Cuando hablamos de la Iglesia, hemos de pensar en primer lugar en su fundador: nuestro Señor Jesucristo. La Iglesia la ha fundado Jesucristo y pertenece a un proyecto salvador de Dios con los hombres. Dios no quiere salvarnos aisladamente, sino formando un cuerpo, una comunidad, en la que unos nos ocupemos de los otros. Dios ha querido la salvación de todos los hombres, formando un solo cuerpo, el Pueblo de Dios.

La Iglesia, por tanto, no la inventamos nosotros ni la hacemos a nuestro gusto. La Iglesia la ha fundado Jesucristo, y pertenecemos a ella porque hemos sido llamados por Dios para formar parte de su Pueblo, el Pueblo de Dios. Pertenecer a la Iglesia es una gracia de Dios, mantenernos en la plena comunión con la Iglesia es gracia de Dios.

En esta Iglesia, en este Cuerpo, cada uno tiene su función, su misión. Todos somos miembros de este Cuerpo por el bautismo, en una igualdad fundamental y en una vocación común: que seamos santos y que seamos ante el mundo como una antorcha de luz y de esperanza para todos.

Y en este Cuerpo orgánico, cada uno tiene su misión: unos son sucesores de los apóstoles, los obispos y en su medida los presbíteros. Son los pastores de la Iglesia, junto con los diáconos que la sirven.

Entre ellos, tiene un papel fundamental el Sucesor de Pedro, que nos reúne a todos en la unidad querida por Cristo. Otros son fieles laicos, seglares que viven en el mundo (en la familia, el trabajo, la cultura y la vida pública) y lo van transformando a manera de fermento, según Dios. Otros son como un reclamo de la vida celeste, porque viven ya en la tierra como todos viviremos en el cielo: en pobreza, castidad perfecta y obediencia. Estos son los consagrados/ as en las distintas formas de vida aprobadas por la Iglesia.

Cada uno debe cumplir la misión para la que ha sido llamado, sin confundir campos ni tareas. Pues bien, en esta Iglesia a la que hemos sido llamados, vivimos en diócesis o parcelas, presididos por un obispo, y todas unidas constituyen la Iglesia universal.

Nosotros pertenecemos a la diócesis de Córdoba, que se remonta a los tiempos de los apóstoles y ha conocido etapas de gran esplendor y etapas de fuerte persecución, que la han purificado.

Es toda una historia de salvación la que Dios ha hecho con nuestros antepasados en este lugar concreto y donde Dios quiere seguir actuando para bien nuestro y de nuestros contemporáneos.

La misión de la Iglesia en nuestros días es apasionante y preciosa. “La Iglesia está con todos y al servicio de todos”, reza el lema de este año. Para hacernos ver que en la Iglesia no existen fronteras ni discriminación.

Fiel a su Fundador Jesucristo, la Iglesia ha de llegar a todos para anunciarles el Evangelio, y ponerse al servicio de todos para prolongar la actitud de Jesús, que no ha venido a ser servido, sino a servir. Para eso, la Iglesia cuenta con recursos espirituales y materiales. Ofrece a todos la salvación de Dios, que Cristo nos ha merecido con su muerte en la cruz y con su gloriosa resurrección de entre los muertos, a través de la Palabra de Dios, los sacramentos y el testimonio de los cristianos.

La Iglesia necesita tu ayuda. Necesita tu voluntariado. Necesita tu aportación económica. Me admira ver en todas las parroquias cantidad de gente que sirve desinteresadamente en todos los campos de la parroquia.

Al llegar a este día de la Iglesia diocesana, quiero agradecer a todos los que trabajan de una u otra manera para que la Iglesia cumpla hoy su misión.

Quiero agradecer a todos los que aportan su contribución económica para afrontar tantas tareas que la Iglesia lleva adelante: desde la restauración de los templos hasta la caridad con los más necesitados, que en este momento son muchos.

Continuad aportando y colaborando con la Iglesia diocesana. Es algo que está al servicio de todos y entre todos hemos de sostenerla. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

DOMINGO XVII

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo XVII de tiempo ordinario, se plantea el problema de dar de comer a una muchedumbre contando pocos recursos.

 

El milagro de Jesús resuelve la situación, como la resolvió tantas veces Dios en el Antiguo Testamento, según nos cuenta la primera lectura. Pero en uno y otro caso, Dios lo hace con la colaboración de los hombres: del profeta Eliseo en el AT y de los apóstoles en el Evangelio.

El problema del hambre en el mundo sigue siendo un desafío para los hombres de nuestro tiempo, y un problema que adquiere cada vez más dimensiones, porque es cada vez más creciente, en vez de ser un problema que vaya encontrando solución. Dar de comer al hambriento es una de las obras de misericordia, y en el fondo es una muestra de la misericordia de Dios ante la injusticia de los hombres.

Escuchaba hace poco en la radio que cada persona de nuestro entorno desperdicia una media de setenta kilos de comida al año, mientras millones y millones de personas en el mundo se van agotando precisamente por desnutrición y por hambre: niños que no llegan a la madurez y adultos debilitados que no pueden vivir una vida digna. Es una de las injusticias mas graves, ante la que no podemos hacernos los distraídos.

Cuando Manos Unidas cada año promueve la Campaña contra el hambre en el mundo, encuentra eco en el corazón y en el bolsillo de muchos. Y es una de las colectas con más éxito, porque nos hacemos conscientes de esta enorme injusticia, que quisiéramos paliar con nuestra aportación.

El papa Francisco nos está continuamente recordando las múltiples caras de la pobreza que habita nuestro mundo, invitándonos a no pasar indiferentes ante estas situaciones y a comprometernos en resolver el problema al nivel que esté a nuestro alcance. Inmigrantes, trabajo para todos, cultura y educación, alimentos, armonía de la casa común, la tierra que habitamos.

El mundo está mal repartido, y esa injusticia no es culpa de Dios, sino del egoísmo de los hombres. Por eso, nuestro señor Jesucristo, “siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9), dándonos un ejemplo para que sigamos sus huellas.

Las conferencias mundiales en que se tratan estos problemas ya hacen su buena aportación, pero no es suficiente. Para erradicar el problema de nuestro mundo, hemos de introducir la actitud del desprendimiento personal, siguiendo el ejemplo de Cristo. Si el problema surge por el egoísmo acumulado de muchos, entre los que nos encontramos, la solución debe venir no sólo por la vía de un mejor reparto de los recursos, sino por la aportación personal que incluye el despojamiento y la austeridad personal e institucional.

En la tierra hay recursos y alimentos para alimentar a muchos más habitantes de los que ahora pueblan nuestro planeta. Qué pasa y por qué tantos mueren de hambre. Por el egoísmo de una parte, que consume lo suyo y lo ajeno, dejándole al otro sin lo necesario para sobrevivir.

Y esto que decimos a nivel material, podemos ampliarlo a nivel cultural, sanitario, laboral y de tantos otros recursos. Jesús cuando se encuentra con este problema, lo resuelve con su poder divino. La Iglesia hoy no puede ser ajena a este problema, en el que va la vida de tantas personas, de los que tienen y de los que no tienen. De los que tienen, porque viven desentendidos, y eso les pone en camino de perdición. De los que no tienen, porque no llegan a disfrutar de los dones que Dios ha puesto para todos.

Dios quiere que a todos lleguen los recursos que él ha dispuesto para todos, y no podemos vivir tranquilos mientras haya un hermano nuestro que muere de hambre. “Comerán y se hartarán”, anuncia el profeta. Pongamos todos nuestra colaboración para que esto se cumpla. Recibid mi afecto y mi bendición: Dar de comer Q

 

 

SEPTIEMBRE 14 LA SANTA  CRUZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Santa Cruz el 14 de septiembre nos da la pauta cada año para el inicio del curso cristiano: bajo el signo de la Santa Cruz. No empezamos nuestras actividades por una programación comercial o de marketing, por unos objetivos marcados que hemos de revisar como la cuenta de resultados empresarial. Empezamos el curso cristiano en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, bajo el signo de la Santa Cruz.

La Santa Cruz para el cristiano no es una carga pesada e insoportable, que hemos de arrastrar resignados. La Santa Cruz es el sufrimiento vivido con amor, y nos lleva a asumir los trabajos de cada día con esa dimensión más profunda, la dimensión redentora. Viene a ser como las Cruces de mayo.

Después de haber celebrado el tiempo penitencial de Cuaresma y Semana Santa y de haber participado en el triunfo glorioso del Señor resucitado, miramos la Cruz con otros ojos. Entendemos por la fe que en la Cruz está nuestra salvación, y vemos que ese leño seco ha florecido. Vemos que la aspereza de la vida está suavizada por la esperanza de un fruto de vida eterna, que ya comienza en esta vida.

La fiesta de la Santa Cruz es una invitación a vivir más unidos a Cristo, porque “sin mí no podéis hacer nada” (Jn 15,5), compartiendo sus sufrimientos y revestidos de sus sentimientos. La fiesta de la Santa Cruz nos abre un horizonte lleno de esperanza, porque nos habla de una eficacia que no viene de nuestras obras, sino de la fuerza redentora de la muerte y resurrección del Señor.

Cuando el Viernes Santo adoramos, abrazamos y besamos la Cruz de Cristo, en el día de su muerte redentora, no estamos haciendo un teatro. Estamos reconociendo y adorando un misterio que nos desborda y que al mismo tiempo nos abraza con amor, estamos haciendo un acto de aceptación de que en este misterio está la salvación del mundo.

Sí, mirando ese estandarte de la Cruz de Cristo, somos curados de tantos egoísmos que nos encierran en nosotros mismos y nos alejan de Dios y de los demás. Mirando la Cruz de Cristo, somos elevados a otro nivel en el que aprendemos a dar la vida, como hizo Él.

Mirando la Cruz de Cristo, no nos echa para atrás el sufrimiento ajeno, sino que nos sentimos movidos a compartirlo solidariamente con quienes tienen más necesidad que nosotros. A nadie le gusta sufrir, ni en carne propia ni al verlo en su alrededor. Sólo la mirada a Cristo crucificado nos da la perspectiva nueva de mirar este mundo dolorido con otros ojos, con ojos de misericordia sanadora.

Son tantos los sufrimientos en los que nos vemos envueltos constantemente, es tanto lo que la gente sufre a poco que nos pongamos a escuchar, que no tenemos capacidad ni siquiera para ser solidarios, si no fuera por la Cruz de Cristo, que nos eleva de nivel y nos da capacidad para transformar el mundo con los criterios del Evangelio: amar hasta dar la vida.

Vemos imágenes de ese largo éxodo de tantos miles y miles de refugiados, que atraviesan los caminos de Europa en busca de una situación mejor para ellos y para sus hijos, pero son muchos más los que no se ven, que han tenido que dejar su patria porque es imposible construir el futuro para sus hijos en ella.

Las guerras, los intereses de las grandes naciones, el egoísmo acumulado de nuestra propia indiferencia, van creando como un ambiente enrarecido y contaminado en el que apenas podemos respirar.

Necesitamos la Cruz de Cristo, que convierte el sufrimiento propio en esperanza y el sufrimiento ajeno en ocasión de solidaridad fraterna. Es posible construir un mundo mejor, más justo y más fraterno, gracias a la Cruz de Cristo, porque Él ha cargado con nuestros dolores y sus cicatrices nos han curado.

 Comencemos el nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz, porque además junto a la Cruz de Jesús está siempre su madre María. No estamos solos en esta aventura de la vida. Tenemos una madre, que nos acompaña, nos consuela y nos anima continuamente.

La Virgen de los Dolores es la que vive junto a su Hijo y a cada uno de sus hijos que sufren. Con ella emprendemos las tareas del nuevo curso bajo el signo de la Santa Cruz. Recibid mi afecto y mi bendición: Bajo el signo de la Santa Cruz Q

 

 

DOMINGO:QUIEN ES EL PRIMERO EN EL REINO DE LOS CIELOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Iban los discípulos con Jesús camino de Jerusalén. Iban juntos, pero no iban pensando lo mismo. Jesús iba hablando de sus cosas, de sus intereses, de su horizonte, de su Pascua. De su Pasión y Muerte, que culminaría en la Resurrección.

Ellos, sin embargo, iban a su bola. Están pensando en quien será el primero, quien ocupará el primer puesto en el reino que Jesús va a inaugurar. Se enfadan entre ellos, porque quieren todos el primer puesto y entran en competencia unos contra otros. La mentalidad de Jesús y la de los apóstoles son contrapuestas, hay intereses divergentes.

Cuando Jesús les pregunta de qué venían hablando por el camino, ellos no contestaron. Les daba vergüenza verse confrontados con Jesús. Ver en Él el servidor bueno y generoso y estar ellos maquinando otros intereses egoístas.

Reconocer el propio pecado es ya un paso notable para poder cambiar, para poder caminar en el seguimiento de Jesús. Jesús aprovecha para darles una enseñanza: «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

Con esta afirmación Jesús está haciendo un retrato de sí mismo, porque siendo Dios, se ha abajado a nuestra altura para elevarnos a nosotros a la suya. Ha compartido nuestra situación para hacernos partícipes de su condición de Hijo, repartiendo con nosotros la herencia y haciéndonos hijos de Dios y herederos del cielo.

Jesús ha recorrido el camino de la humildad, haciéndose esclavo y obediente por amor, hasta dar la vida para que nosotros tengamos vida abundante, y vida eterna. A Carlos de Foucauld le gustaba repetir: escoge siempre el último puesto y nadie te lo quitará.

La tendencia natural es la de escalar. Si, además, esa tendencia está herida por el pecado, la escalada se hace incluso a costa de pisar a otros. Más aún, se utiliza a los demás para mi propio provecho. El egoísmo y la soberbia nunca se sienten satisfechos.

Eso le pasó a Adán y todos los humanos tropezamos en la misma piedra. En la raíz de todo pecado se encuentra la soberbia y la mentira. En cambio, Jesús propone un camino nuevo: el camino del servicio que brota de un corazón sencillo y humilde. Y la humildad es «andar en verdad», como nos enseña santa Teresa de Jesús. El cálculo humano nos lleva a pensar en los primeros puestos, en eludir todo tipo de humillaciones, en aparentar mucho más de lo que somos.

Jesús, sin embargo, nos propone otro camino, que nos llevará ciertamente a la plenitud: el camino de la humildad y del servicio por amor. Buscar el último puesto lleva consigo despojamiento voluntario y pobreza para seguir a Cristo pobre y despojado.

La gloria está más allá. Antes o después, por muy encumbrado que te encuentres, tendrás que despojarte hasta de tu propio cuerpo. Mejor es, por tanto, ir entrenándose en ese trabajo voluntario, realizado por amor, que ser arrancado del todo con un tirón doloroso. «Quien quiera ser el primero que sea el último y el servidor de todos».

María ha sido la humilde esclava del Señor, la que más se ha parecido a Jesús, su Hijo. Ella ha buscado el último puesto, y nadie se lo quitará. Porque en ese puesto ha llegado a ser la primera entre todos, bendita entre todas las mujeres. Por eso la felicitarán todas las generaciones.

Sólo la luz del Evangelio ilumina esta realidad tan contradictoria con nuestras apetencias y aspiraciones. Sólo el misterio del Verbo encarnado revela al hombre el misterio del hombre (GS 22), mostrándole su vocación de hijo de Dios.

En medio de todo, Jesús no rechaza a sus apóstoles, que andan buscando el primer puesto y riñen entre ellos por alcanzarlo. Convive con ellos, tiene paciencia, les explica el Evangelio, dará la vida por ellos. Y ellos un día llegarán a parecerse del todo a su Maestro.

En el seguimiento de Jesús no empezamos siendo perfectos, empezamos a seguirle porque Él nos atrae, a pesar de nuestros pecados. Acoger a Jesús nos irá llevando a ser humildes e incluso a sentir la vergüenza de no serlo. Él, que nos ha llamado a seguirle, completará en nosotros la obra que ha comenzado. Recibid mi afecto y mi bendición: ¿Quién es el primero? Q

 

 

 

DOMINGOMARCO 9,43 SI TU MANO DERECHA TE ESCANDALIZA, CÓRTATELA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Si tu mano te hace caer, córtatela… Si tu pie te hace caer, córtatelo… Si tu ojo te hace caer, sácatelo…” (Mc 9,43- 47), nos enseña Jesús este domingo. Se trata de una de las enseñanzas más tajantes de Jesús, por la que hay que jugárselo todo para entrar en el Reino de los cielos.

 El seguimiento de Jesús lleva consigo una actitud radical y tajante, que no admite compromisos ni mediocridades. O cortamos tantas situaciones que nos alejan de Dios, o nos iremos alejando de Dios cada vez más. Si quieres entrar en el Reino de los cielos, tienes que adoptar decisiones tajantes en tu vida. Por el contrario, cuando los discípulos van a quejarse porque algunos que no son de los nuestros hacen cosas buenas, Jesús les responde: “No se lo impidáis…, porque el que no está contra nosotros, está a favor nuestro” (Mc 9,41).

Podíamos decir que todo lo bueno que hay en el mundo, todo lo bueno que hay en el corazón de otra persona, nos hace cercanos, connaturales y hermanos. No existe persona, por muy mala que sea, que no tenga cosas buenas, y a veces más de las que nosotros vemos a simple vista. Y con eso bueno que tiene es capaz de hacer cosas buenas, con las que me siento en sintonía y con las que puedo colaborar.

 Le pasó también a Moisés, cuando aquellos dos no estaban en el campamento al venir el Espíritu sobre ellos. También aquellos dos ausentes se pusieron a profetizar, y vinieron a decirle a Moisés que se lo prohibiera. Moisés respondió: “¡Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta!”(Nm 11,29). Si hacen el bien, no serán tan malos.

La envidia, que anida en el corazón del hombre pecador, nos equivoca haciéndonos pensar que lo bueno que hacen los demás merma bondad a lo bueno que hagamos nosotros. Y no es así. Todo lo que hay de bueno en el mundo, venga de donde venga, procede de Dios, que es el origen de todo bien.

Aquí reside la plataforma común desde la que es posible el diálogo con toda persona humana: la verdad, el bien y la belleza anidan en el corazón de todo hombre. Y poniendo en común lo que cada uno ha ido descubriendo, podemos sumar y llegar a la verdad plena, que sólo se encuentra en Dios.

La verdad no es la suma de nuestras verdades, sino que existe por sí misma y todo hombre tiene acceso a ella, aunque no sea capaz de abarcarla por completo. La verdad y el bien se reciben como un don en nuestros corazones.

Ese encuentro con la verdad, que no dominamos, es lo que nos hace capaces de entrar en diálogo con toda otra persona, porque también nosotros estamos a la búsqueda de la verdad plena. No hemos recorrido todo el camino, somos peregrinos. Y en el camino de la vida, otra persona, sea quien sea, nos puede enseñar y hemos de estar dispuestos a acoger lo bueno que nos brinda.

Por eso, Jesús nos propone un camino de exigencia personal, tajante consigo mismo sin falsas compasiones, y al mismo tiempo de apertura en el trato con los demás, inclusivo para acoger a todos, vengan de donde vengan.

Según aquello que cada uno percibe, sea coherente y llegue hasta el final. Dios le pedirá cuenta. Y en relación con los demás, abra los ojos a todo lo bueno que hay en el corazón de cada hombre en la espera de que el otro llegue a la plenitud de la verdad.

El cristiano ha aprendido de Cristo esta actitud de diálogo con todos. Jesús acoge a todos, valora a todos, escucha a todos. Y para todos ha venido, poniéndose a su servicio, para que todos tengan vida eterna.

a misión de la Iglesia incluye este diálogo de salvación: acercarse a cada hombre para ofrecerle la verdad que nos ha sido dada en Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Tajante consigo mismo, inclusivo para los demás Q

 

 

 

 

DOMINGO EL JOVEN RICO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llamada de Jesús a seguirle de cerca no es una iniciativa humana ni una ocurrencia subjetiva, sino que tiene su origen en el amor de predilección del mismo Jesús.

Aquella mirada con la que Jesús llama al joven rico es la misma mirada con la que se han sentido llamados tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia. “No se me había ocurrido”, “Yo no quería”, “Me vino por sorpresa”, comentan muchos de los llamados. Es como si en un momento cualquiera, del que uno guarda imborrable recuerdo, hubiera entendido que Alguien me ama con amor eterno y llena de sentido pleno toda mi existencia.

Si el corazón humano está hecho para ser amado, la llamada personal va acompañada de ese amor en plenitud que promete una vida fecunda. Después viene el análisis de los signos, puesto que la fe es razonable, no una corazonada irracional. Pero el punto de arranque es el amor, “Él nos amó primero” (1Jn 4, 10), que busca correspondencia. Esa llamada, precisamente por ser total, implica una respuesta de totalidad. “Véndelo todo y dalo a los pobres”.

 Seguir a Jesús es incompatible con la reserva de algo para sí. Hay que darlo todo, porque uno ha encontrado a quien le da todo. Y además, se trata de una actitud sostenida a lo largo de toda la vida. No se cumple de una vez por todas. Es un camino, un itinerario de progresivo despojamiento, sin posibilidad de reconquista. Dejarlo todo, quemar las naves y no volver la vista atrás. Todo un proceso de conversión permanente y de crecimiento en el seguimiento de Cristo.

La riqueza es un peligro. Aquel joven era rico simplemente por ser joven. Tenía toda su vida por delante, además de las cualidades y recursos a su alcance. Es en la juventud normalmente cuando Dios llama. E invita a dejarlo todo, no cuando pase la mitad de la vida, sino en los albores de esa vida, en la primera juventud, cuando la persona tiene todas las posibilidades por delante, cuando es rico. La juventud es por tanto el momento de la llamada y es cuando más tiene uno que dejar. Su vida entera. Pero al mismo tiempo, como aquellos amores primeros de juventud, la respuesta tiene un encanto que no lo tiene cualquier otro momento posterior de la vida.

La perseverancia en ese primer amor exige el cuidado atento para mantener un corazón libre y siempre disponible, un corazón pobre, de manera que la llamada y la respuesta no pierdan el encanto primero.

Ha habido personas que se entregaron con toda sinceridad y sin escatimar nada, pero han dejado crecer en su corazón otras hierbas, espinas y abrojos. Y eso ha sofocado la generosidad del amor primero.

Hay que cuidar el corazón, que se agarra a lo que pilla y puede malograr aquella respuesta generosa de juventud. Aquel joven no quiso responder. Entramos en el misterio de la libertad humana. Me he encontrado con muchos jóvenes que han aplazado la respuesta e incluso con algunas personas que se arrepienten de no haber respondido a tiempo y ya no haber podido estrenar un amor que se ofreció en su primera juventud. Sólo la misericordia de Dios es capaz de devolver lo primigenio, la frescura de aquel amor.

La misericordia de Dios es capaz de hacerlo todo nuevo. Qué difícil es que un rico entre en el reino de los cielos, insiste Jesús. No se trata de despreciar todo lo bueno que Dios nos da. Y las riquezas (materiales, espirituales) son dones de Dios. Pero tales riquezas suponen un peligro constante en la vida de la persona.

Buenas son las riquezas, pero mejor es la pobreza, cuando se trata de parecerse a Jesús. Y el que ha sido tocado por un amor de este calibre, debe aspirar a vivir en pobreza y humildad para parecerse a su Maestro y Señor.

Es un lenguaje que el mundo no entiende. Pero el que ha sido tocado, entiende que su tesoro es el Señor y no aspira a otra cosa. Incluso, busca renunciar a todo con tal de tenerle a él. “Por él lo perdí todo” (Flp 3,8), con tal de ganarle a él.

Esta es la sabiduría de la vida, acertar en descubrir aquel proyecto de amor que Dios me tiene preparado. Esa es la vocación en cualquiera de sus formas. Y todas ellas tienen un punto común de arranque: el amor de Cristo que supera toda ideología. Recibid mi afecto y mi bendición: Le miró con amor Q

 

 

DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las misiones (DOMUND), que celebramos este domingo, nos trae a la mente y al corazón el recuerdo del mandato misionero de Jesús: “Id y predicad al mundo entero…” (Mc 16, 15), tarea que la Iglesia realiza cada día.

En este domingo de manera especial se da cuenta de este don del Señor y de esta tarea que tiene por delante: Evangelizar, decir al mundo entero que Dios nos ama con amor de misericordia. Estamos dentro del contexto del Año de la vida consagrada, entre quienes este mandato misionero se hace más palpable.

El primer responsable de llevar el Evangelio al mundo entero es cada Iglesia particular, con el obispo al frente en plena comunión con el Sucesor de Pedro (RM 63). Y dentro de la Iglesia, todos los carismas que brotan en la misma con esta dimensión misionera. De hecho, entre los misioneros repartidos por el todo el mundo, la inmensa mayoría son consagrados/as.

Gracias a ellos, el Evangelio en todas sus expresiones llega a tantas personas lejanas. En el campo de la catequesis y la formación, en la atención a los enfermos y a los pobres, en la vida sacramental y celebrativa.

Se cumple en estos días el cincuenta aniversario del decreto Ad gentes del Concilio Vaticano II, que ha supuesto un verdadero impulso misionero para toda la Iglesia, recordando a todos que Santa Teresa del Niño Jesús es patrona de las misiones desde su entrega de amor en el silencio de la clausura y que san Francisco Javier es patrono desde su disposición a viajar hasta tierras lejanas para anunciar a Cristo, haciéndose todo para todos. “Misioneros” quiere decir enviados. Enviados por Cristo, enviados por la Iglesia.

En esta tarea de la evangelización no cabe el espontáneo, ni la iniciativa particular. Todo misionero es enviado, va con un encargo, lleva un mensaje que es de otro.

Entre el medio millón de misioneros/as que hay por todo el mundo, ha crecido en este periodo postconciliar la interculturalidad. Ya no es sólo Europa la que envía, como ha hecho a lo largo de tantos siglos.

En muchas ocasiones, actualmente Europa es la que recibe misioneros. Pero además, los misioneros provienen de todos los lugares de la tierra. Nos hemos hecho más conscientes todos de que el ser misionero es consustancial con el ser cristiano.

La misma expansión misionera por toda la tierra ha suscitado vocaciones de todos los países, especialmente de los países más jóvenes. “de la misericordia”, porque el enviado lleva un mensaje de vida, que puede resumirse en la misericordia de Dios para todos.

 El misionero no reparte propaganda ni cumple su tarea con proselitismo. El misionero es testigo y portador de una vida que brota del corazón de Dios y va destinada a todos, preferentemente a los que sufren, a los pobres, a los que no cuentan en nuestra sociedad. Los misioneros repartidos por todo el mundo son los mejores embajadores de ese amor de Dios vivido cotidianamente.

 Lo constatamos cuando surge cualquier desgracia natural. Enseguida aparecen los misioneros que están allí desde hace años, y son ellos/as los primeros en atender. Pasarían inadvertidos y en el anonimato, y cualquiera de esas catástrofes los pone en primera línea informativa.

La misericordia de Dios cuenta con estos testigos, que han entregado su vida por completo a la causa de Dios y de los pobres, sin ninguna publicidad. También, junto a estos consagrados de por vida, aparecen voluntarios, entre los cuales hay muchos jóvenes, que entregan parte de su tiempo, de sus vacaciones, a vivir cerca de los pobres, anunciándoles con sus vidas la misericordia de Dios.

 Es muy de valorar esta generosidad, porque cualquier gesto realizado en favor de los más necesitados, aunque solo sea un vaso de agua (Mt 10, 42), agrada al corazón de Dios y contribuye a sembrar esa misericordia entre los hombres. Domingo del Domund. Todos misioneros.

Recibid mi afecto y mi bendición: Misioneros de la misericordia

 

 

 

 

DOMINGOMARCOS 12, 44 LAS DOS VIUDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dos viudas pobres son presentadas en la Palabra de Dios este domingo como ejemplo de vida auténtica y de generosidad. La viuda de Sarepta (1Re 17, 10ss), que en su extrema pobreza y con un hijo a su cargo, ayuda al profeta Elías a sobrevivir y continuar su misión. Y la viuda del Evangelio que ha echado en la ofrenda del templo “todo lo que tenía para vivir” (Mc 12, 44).

A la viuda de Sarepta ya la alaba Jesús en otra ocasión (Lc 4, 26) y aquí alaba a la viuda que echó su limosna en el templo. Son generosas porque confían en Dios y de él lo esperan todo. Una viuda de entonces era lo más pobre que había en la sociedad, y más todavía si tenía hijos pequeños a su cargo.

Vivía de su pequeño trabajo (porque tenía que atender su casa) sirviendo en otras casas y de las limosnas que unos y otros le dieran. Pero en esa pobreza extrema la confianza en Dios es más fuerte incluso que el instinto de conservación, y por eso las alaba Jesús. El dinero da seguridad, prestigio, prepotencia y soberbia en definitiva. Viene a satisfacer la necesidad de seguridad que tiene el corazón humano, pero el pecado hace estragos también en esta tendencia y la desordena con la codicia y la avaricia.

El que desea tener, cuando se le cruza la codicia, ya no se contenta con lo necesario, sino que aspira a tener más ilimitadamente e incluso a quedarse con lo que no es suyo. Todo se le hace poco a la hora de acaparar. Aquí tiene su fundamento la corrupción en tantos campos. Enriquecerse a cualquier precio, hasta donde no te pillen. Y si te pillan, ya nos encargaremos de disimularlo como podamos.

El ejemplo de estas dos viudas, sin embargo, va en la dirección opuesta. No tienen nada. Lo poco que tienen lo necesitan para vivir, para su propio sustento y el de su familia. Y, sin embargo, son generosas.

La de Sarepta es capaz de compartir lo poco que tiene, aún quedándose sin lo necesario. La del Evangelio da todo lo que necesita para vivir. Se trata de una generosidad ilimitada. Y ambas se parecen a Jesús, que dio todo, porque incluso dio su vida para que nosotros tengamos vida abundante. “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8,9). Jesús nos ha enriquecido con su pobreza y desde su pobreza. Es decir, desde su despojamiento y a través de ese despojamiento.

La vida cristiana no puede ser una carrera de acumulación sin medida, sino un camino de despojamiento sin medida. El que ha inaugurado este camino de la Cruz, Jesucristo, nos enseña a sus discípulos a recorrer ese mismo camino del despojamiento.

Las viudas que hoy nos presenta la Palabra de Dios son una prolongación de la actitud de Cristo, despojado hasta el extremo para que nosotros tengamos vida en abundancia. Saber compartir proviene de la confianza en Dios, que nunca faltará a quienes lo esperan todo de él, como le sucedió a la viuda de Sarepta. Y proviene de constatar las necesidades de los demás.

Cuando uno ve personas y familias que no tienen lo necesario para vivir, que no pueden llegar a fin de mes, porque les falta lo elemental; y eso lo tiene a la puerta de casa. Cuando uno visita lugares lejanos en donde se vive con muy poco o se muere de hambre.

Cuando uno ve imágenes en los medios de comunicación que destrozan el corazón... Uno no puede seguir alimentando el deseo de tener más, y menos aún a costa de lo que sea, sino que tiene que ponerse a compartir de aquello que ha recibido con quienes no tienen ni siquiera para sobrevivir.

Seamos generosos, es decir, del género y de la raza de Jesucristo, cuyo estilo de vida debe llevarle a compartir con los que no tienen, despojándose al estilo de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Ha echado todo lo que tenía para vivir» Q

 

 

 

 

 

DIA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Qué es una diócesis? Un territorio de la Iglesia católica, que comprende una comunidad amplia, con sus fieles, con sus pastores, con sus personas dedicadas plenamente o consagradas a Jesucristo y su Evangelio, con múltiples carismas e instituciones.

La diócesis de Córdoba incluye toda la provincia civil de Córdoba, con 232 parroquias, 800.000 fieles, 350 sacerdotes, 70 seminaristas que se preparan al sacerdocio, multitud de fieles laicos en torno a las parroquias, en torno a las cofradías, en torno a los diversos carismas y nuevos movimientos, y más de 800 hombres y mujeres de vida consagrada.

La diócesis de Córdoba constituye todo un caudal de santidad heredado desde siglos al servicio hoy de la evangelización. Esto es, para decir al mundo entero que Dios es amor, que en su Hijo Jesucristo muerto en la cruz y resucitado, nos ha expresado ese amor hasta el extremo y nos ha dado su Espíritu Santo; que estamos llamados a ser todos hermanos, hijos de un mismo Padre, y que el mundo sólo tiene futuro si camina por las sendas del amor.

Un amor que construye, que restaura, que elimina fronteras, que tiende puentes y que abre su mano para ayudar a los más pobres e indefensos de la sociedad.

El Día de la Iglesia Diocesana es una ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en esta diócesis de Córdoba, que es la nuestra, y darle gracias a Dios por ello. Nadie se sienta excluido, nadie monte su propio tenderete para su propio negocio.

Con las gracias y carismas recibidos y reconocidos por la misma Iglesia pongámonos todos a la tarea de evangelizar nuestro mundo, darle un suplemento de alma, hacer presente el amor y la misericordia de Dios a través de nuestro apostolado, nuestro testimonio, nuestra vida personal y nuestras instituciones.

En el campo de la atención a los pobres, Caritas coordina la caridad de toda la diócesis, en la que colaboran las parroquias, las cofradías, las familias religiosas, en la atención primaria a más de 200.000 personas al año. Nadie hace tanto por los pobres como la Iglesia en Córdoba: comedor de transeúntes en Trinitarios, en Lucena, en Montilla, albergue para los sin techo “Madre del Redentor”, residencias de ancianos, sobre todo por parte de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y otras familias religiosas, rescate de mujeres víctimas de la trata en Adoratrices, atención a drogadictos, servicio a los presos.

Es admirable esta gran generosidad, donde muchas personas han entregado su vida entera para servir a los pobres, y lo hacen siempre con escasos recursos y con mucha generosidad.

En el campo de la educación, la Iglesia en Córdoba atiende 25.000 alumnos en edad escolar en medio de mil dificultades y estrecheces, pero con la constancia de quien se ha entregado de por vida a esta preciosa tarea de formar hombres y mujeres de futuro, la mayoría de ellos en barrios pobres y alguno de élite.

En el campo de la catequesis, del culto, del servicio religioso a una población que en el 90% se confiesa católica: misas, bodas, comuniones, confesiones, confirmaciones, entierros. Miles de horas dedicadas a la catequesis, en pura gratuidad de voluntariado de los catequistas, a niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

Una multitud inmensa de hermanos en las casi mil Hermandades y Cofradías, a las que afluyen multitud de jóvenes. Ninguna institución cuenta con tantos voluntarios y con tantas horas de dedicación. Se trata de todo un movimiento social en favor de los demás, que genera comunión y crecimiento, y que brota del amor gratuito de Dios, que se ha manifestado en Cristo.

La Iglesia católica no es un parásito de la sociedad, sino su principal bienhechora.

Celebrar el Día de la Iglesia Diocesana es ocasión para dar gracias a Dios por todo esto, renovando el propósito de seguir adelante en el servicio a Dios y a los hombres.

Vivimos tiempos nada cómodos para la Iglesia católica, pero no se dan cuenta quienes nos incomodan del inmenso bien que nos hacen al despertar en nosotros las mejores esencias del amor cristiano, que nos lleva a vencer el mal a fuerza de bien. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia diocesana Q

 

 

CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: No imaginábamos que el Año de la Fe diera tanto de sí. Cuando Dios nos anuncia una gracia nueva, hemos de abrirnos a la misma con toda esperanza, dispuestos a lo imprevisible. Y lo imprevisible sucede. El Año de la fe que clausuramos con la fiesta de Cristo Rey del Universo nos ha traído gracias abundantes que hemos podido constatar, además de otras muchas que no podemos verificar en este momento.

El acontecimiento más sonoro de todo este Año ha sido sin duda la renuncia del Papa Benedicto XVI a la Sede de Pedro. Lo anunciaba el 11 de febrero y lo realizaba el 28 de ese mismo mes. Un hecho insólito en toda la historia de la Iglesia, del que hemos sido testigos y contemporáneos. Un acontecimiento que nos ha llenado de asombro por el amor a la Iglesia que lleva consigo, por la humildad y el desprendimiento que suponen y por la generosidad tan grande de este gesto final. ¡Gracias, Papa Benedicto!

Y a continuación, el regalo del Papa Francisco. Toda una sorpresa de Dios por la rapidez de la elección, por la persona elegida y por el nombre. Abiertos a esta nueva gracia, vivimos cada día la sorpresa del Evangelio, en las palabras y en los gestos del Papa Francisco, que atraen a tantas personas que estaban lejos de la Iglesia. Demos gracias a Dios, que guía a su Iglesia con renovada frescura.

Se abría el Año de la Fe en pleno Sínodo de los Obispos (11 de octubre), que se había inaugurado con la proclamación de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia universal (7 de octubre). Para nuestra diócesis de Córdoba, todo el Año de la Fe ha coincidido con el primer año jubilar de San Juan de Ávila (que continúa hasta un trienio, otros dos años más).

Una efeméride y la otra unidas, nos han dado la ocasión de peregrinar a Montilla, hasta el sepulcro del clericus cordubensis Juan de Ávila para obtener las gracias del jubileo, el perdón de Dios y la comunión con Dios y con los hermanos.

Parroquias, familias, grupos de jóvenes, sacerdotes, seminarios enteros, obispos y cardenales, la Conferencia Episcopal Española en pleno. Miles y miles de personas han venido hasta el sepulcro del nuevo Doctor para invocar su intercesión, dar gracias a Dios por su doctorado y conocer más a fondo su doctrina y su estilo de vida. Realmente, Montilla se ha convertido en un foco de fe por ser el lugar de la vida, de la muerte y del sepulcro de San Juan de Ávila.

Esto nos ha brindado la ocasión de celebrar un Congreso Internacional acerca del Apóstol de Andalucía a finales de abril, reuniendo a grandes especialistas en el tema y convocando a un numeroso grupo de participantes. Así como ofrecer en el mes de octubre, al cumplirse el aniversario de su doctorado, un curso sobre la “Identidad del presbítero diocesano secular” a la luz de sus enseñanzas.

La figura de este nuevo Doctor ha brillado con la luz de Cristo, alumbrando a todos los de la Casa. Continuemos en la tarea de dar a conocer esta figura señera de la Iglesia por todos los lugares a donde peregrinan las reliquias de su corazón y acogiendo a todos los peregrinos que llegan hasta Montilla.

El Año de la Fe ha sido la ocasión para expresar esa fe católica que se vive y se confiesa en la piedad popular de nuestra diócesis en torno a Cristo Redentor y a su Madre bendita. El Viacrucis Magno de la Fe (14 de septiembre) supuso un encuentro multitudinario de fieles, peregrinando por las calles de la capital, como si de una semana santa concentrada se tratara.

Córdoba vivió una jornada histórica en esa jornada e hizo vibrar en el corazón de muchos las raíces de la fe cristiana. Y algo parecido ha sucedido con el Rocío Magno de la Fe (16 de noviembre), congregando a los devotos de María Santísima del Rocío, portada en sus respectivas carretas y capitaneadas por el Sinpecado de la Hermandad Matriz de Almonte. Una y otra jornada nos hicieron ver que la fe de nuestro pueblo no es un barniz superficial ni una emoción pasajera, sino que brota de un corazón creyente, que se vive y se expresa con tintes cofrades.

Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre. Los que pensaban que España o que Andalucía había dejado de ser católica se encuentran con estas sorpresas que no brotan por generación espontánea.

Y estos acontecimientos a su vez alimentan en muchos una fe quizá vacilante, pero que encuentra en estas ocasiones un refuerzo para afrontar el drama de la vida con esperanza. Ojalá que el Año de la Fe haya dejado huella en el corazón de muchos para vivir la vida cotidiana con la esperanza del Evangelio.

Una esperanza que tiene los ojos puestos en el cielo y por eso se atreve a trabajar por la transformación del mundo presente. Recibid mi afecto y mi bendición.Q

 

 

JESUCRISTO REY

 

QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el último domingo de año litúrgico, llegamos a la fiesta solemne de Jesucristo Rey del Universo, como recapitulación y resumen final de todo el misterio de Cristo, que a lo largo del año hemos celebrado. La fiesta de Cristo Rey está haciendo referencia a su muerte, donde Cristo aparece como dueño soberano de su entrega en las manos del Padre por amor, a manos de los verdugos que lo crucificaron en nombre de todos los pecadores. Y hace referencia a su resurrección, donde Cristo es rey vencedor de la muerte, del pecado y del demonio. Pero sobre todo, hace referencia al final de la historia, donde el Reino de Dios llegará a su plenitud, cumplido en la historia, consumado en el cielo, donde Dios lo será todo en todos. La fiesta de Cristo Rey es como el capítulo final de un drama en el que ha habido una fuerte lucha, en el que ha habido derramamiento de sangre y en el que, por fin, ha vencido el “León de la tribu de Judá” (Ap 5,5), Jesucristo el Señor. De esa victoria tenemos certeza anticipada en nuestro camino por la vida. No sólo ha vencido él, sino que nos garantiza nuestra victoria. También nosotros venceremos con él. Fijémonos bien. Se trata de un Reino de amor y de paz. Jesucristo no impone su Reino por la espada, por la violencia, por la guerra. Sólo por el amor. Y sólo quien ama se hace capaz de abrirse a este amor que se le ofrece. Él ha sufrido la violencia, pero no ha respondido con violencia, “cuando lo insultaban, no devolvía el insulto… al contrario, se ponía en manos del que juzga justamente” (1Pe 2,23). He aquí la postura típicamente cristiana y exclusivamente cristiana. El natural humano reacciona a la violencia con violencia y busca imponer su influencia a base de violencia. El amor cristiano no es así. El amor cristiano reacciona siempre amando. Y sólo el amor será capaz de transformar la historia, nunca la violencia ni la imposición, y menos aún la guerra. Necesitamos hoy más que nunca reflexionar acerca del Reino y Reinado de Cristo, “reino de verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (prefacio de la fiesta). Estamos amaneciendo a una nueva época y tenemos el riesgo de prolongar errores del pasado, donde ha prevalecido tantas veces la ley del más fuerte, descartando a los más débiles y dejándolos en la cuneta de la vida. El Reino de Dios que nos viene por medio de Cristo Rey tiene aportaciones originales y eficaces para resolver el “desconcierto” mundial. ¿Será la economía?, ¿será la civilización tecnológica?, ¿será la ley del más fuerte, lo que cambiará el mundo, incluyendo a todos y prefiriendo a los que están más lejos, a los que van más lentos, a los que se encuentran en las periferias? No. Ciertamente, no. De todo lo bueno podremos servirnos y eso bueno está muchas veces disperso en cualquier experiencia humana. Pero lo que cambiará el mundo, como lo ha cambiado en tantos momentos del pasado, será el amor. El amor gratuito que brota del corazón de Cristo, traspasado de amor por nosotros. Un amor que devuelve bien por mal, un amor paciente y que espera del otro lo mejor de sí mismo, un amor que no se cansa de esperar, un amor que se parece y brota del amor de Cristo crucificado. Asistimos continuamente a acciones terroristas que siembran el pánico por toda la humanidad. Los atentados de París nos han llegado muy de cerca y además han tenido una repercusión mediática inmensa. El cristiano reprueba toda acción violenta. Esa y todas las que suceden en lugares donde no hay teletipos ni televisión que nos lo hagan ver. En cada una de estas acciones hay ofensa a Dios y a los demás. Nunca se puede matar en nombre de Dios. La persona humana y la vida humana son inviolables, desde su concepción hasta su muerte natural. ¿Quién podrá librarnos del odio y de la muerte, que a veces se desata tan violentamente? Sólo Cristo el Señor, el Rey del universo, el Rey de la gloria. Por eso, al llegar este domingo último del año, domingo de Cristo Rey, pedimos a nuestro Señor que su Reino llegue a todos los corazones y transforme los deseos de venganza en amor, la destrucción en cooperación al bien, el sufrimiento en esperanza de gloria. ¡Viva Cristo Rey! Ha sido el último grito de amor y de esperanza en la boca de tantos mártires, mientras se tragaban las balas de la muerte. Es en ese momento supremo donde el amor llega hasta el extremo, es ahí donde el amor vence al odio. Y ese amor es el de Cristo, que quiere reinar en todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesucristo, Rey de amor Q

 

 

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HOMILIAS  CICLO B  2012

 

1 DE ENERO DEL 2012

 

HERMANOS Y HERMANAS:

 

Las fiestas de Navidad nos hablan de vida, de fecundidad, de algo nuevo que nace. La Navidad es la fiesta de la vida.. “Quien tiene al Hijo [Jesucristo] tiene la vida, quien no tiene al Hijo no tiene la vida» (lJn 5,12). La Navidad es fiesta de exuberancia de vida. Esa vida ha brotado en el seno de una Virgen, donde la virginidad no es una tara ni una merma, sino abundancia pletórica de vida, reflejo de la vida sobreabundante del Padre, que engendra virginalmente a su Hijo en la eternidad y lo ha engendrado corno hombre de María Virgen en el tiempo.

 Dios es amigo de la vida, no de la muerte. La muerte no La ha inventado Dios, sino que ha sido introducida en el mundo y en la historia por el pecado del hombre. “Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Rrn 5,12). La muerte a la que todos estamos sometidos por el pecado original, y la muerte que nosotros mismos introducirnos por nuestros propios pecados: homicidios, guerras, odios que conducen a la muerte.

La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida. Constituida sobre el amor estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, la familia está abierta a la vida, es el lugar donde se transmite la vida, es el nido donde hemos venido a la vida y hemos crecido por con amor de nuestros padres, que nos han cui dado con esmero y cariño. Nada más bonito que ese nido de amor y de vida, que es la familia según el plan de Dios.. Muchos jóvenes se preguntan hoy si será posible La familia, según el plan de Dios, es el santuario del amor y de la vida.

Alcanzar ese sueño dorado de una familia estable, de un amor fiel hasta la muerte, de una fecundidad que resulta rentable en todos los aspectos de la vida. Es un deseo que para muchos resulta inalcanzable, o al menos, lleno de riesgos. Quién no quiere un amor para toda la vida. Quién no se siente gozoso al verse fecundo y prolongado en los hijos. Quién no desea una familia estable, en la que poner todas las esperanzas humanas como proyecto vital,
Pero la realidad que palpamos viene a decirnos todo la contrario.

Entre los matrimonios jóvenes, son menos los que permanecen fieles para toda la vida, que los que rompen su matrimonio corno algo inaguantable. ¡Con lo que duele eso! Es más fácil romper un matrimonio que romper cualquier otro contrato. Son cada día más frecuentes los abortos, que suponen matar al hijo en et propio seno materno, llevados por la presión ambiental. En España, en Andalucía, son miles de abortos cada dia impunemente. Cuando las leyes facilitan algo, casi que están induciendo a que se haga. Las estadísticas lo cantan.

La Navidad viene a decirnos que sí, que es posible. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hace feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que destroza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.

 Dios quiere la felicidad del hombre, ya aquí en la tierra, aunque haya dificultades y sufrimientos, y para Siempre en el cielo sin ningún sufrimiento. Más aún, siguiendo los planes de Dios, la economía es más estable y armónica. Cuesta menos dinero una familia estable y fiel que el sujeto que tiene dos o más parejas. Los hijos de una familia como Dios manda crecen más sanos que los que están repartidos, y no saben de quién son. ¡Cuánto sufren esos niños!

La Navidad viene a hacer posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios. La Navidad es la gracia de Dios, que sana el corazón humano, herido por el pecado. La Navidad nos habla de que es posible la fidelidad matrimonial, es posible la apertura generosa a la vida, es posible el matrimonio y la familia según el plan de Dios, Dios ha pensado muy bien las cosas, y cuando el hombre sigue los caminos de Dios, a pesar de sus debilidades, encuentra la vida, encuentra la felicidad en algo tan fundamental para la sociedad corno es la familia. Que viva la vida, que brota del corazón de Dios y quiere hacer feliz al hombre. Luchemos contra la muerte que des- traza el corazón humano y siembra destrucción en la sociedad.

Con mi afecto y bendición:

Viva la vida, fuera la muerte

LA  FIESTA DE LA EPIFANIA: JESÚS QUIERE DARSE A CONOCER

 

HERMANOS Y HERMANAS:


La fiesta de la epifanía es la fiesta de la .manifestación de Jesús a todos los hombres. Hemos celebrado ci misterio de la Encarnación, que ha tenido su sensibilización ene1 nacimiento de Jesús según la carne en Belén. En este gran misterio, oculto desde la eternidad y revelado por Dios en los últimos tiempos (cf. Col 1,26), nos asombra la colaboración de María, la madre virgen, que acoge en su seno virginal y da a luz a nuestro Señor Jesucristo. Una mujer, una madre, una virgen, que tiene, un papel central en ei misterio de la redención, y de la que todos tenemos mucho que aprender.
Jesús ha venido al mundo para darse a conocer. Y en esto consiste la evangelización. Evangelizar es dar a conocer a Jesucristo, es dar a conocer el Evangelio a todos los hombres, es llevar la buena noticia para que todos la disfruten ya desde ahora en la tierra, y para siempre en el cielo. La mayor alegría del hombre es encontrarse con jesucristo y la mayor desgracia es no conocerle. De ahí brota la urgencia de la evangelización. Si uno ha conocido a Jesucristo, no puede ca’- llar, no puede guard&rseio para sí. Tiene que comunicarlo, no imponerlo a nadie, pero sí proponerle incluso insistentemente, En esa propuesta, que incluye ci testimonio de la propia vi4a y la palabra, muchos han encontrado rechazo, e incluso hasta el. martirio. Pero gracias a tales personas, Jesucristo es conocido y amado por otros muchos. Gracias al testimonio de tantos, la fe se ha difundido y hasta nosotros ha llegado la fehz noticia de la salvación. En.la tiesta de laepifafía, aparecen los Magos, que orientados por la estrella han encontrado a Jesús y le han ofrecido el obsequio de su adoración: oro, incienso y mirra. Ellos se convirtieren en pregoneros de esta búsqueda, incorporando a otros en esta investigación, y, una vez que encontraron a Jesús fueron pregoneros de este encuentro para los demás. Jesús es presentado a tales personajes, ajenos a la historia de Israel, para indicarnos que su revelación está destinada a todos los hombres y que sólo en ci encuentro con él encontrará e1 hombre la plenitud de la verdad. Hasta que el hombre no se encuentra con Jesucristo y lo adora como fruto de ese encuentro, no ha encontrado la salyació

Ninguna necesidad tanprimerísirna corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad,

Pero la epifanía del Señor viene presentada en estos días finales de la Navidad como un desposorio de Cristo con cada hombre, uniendo los tres acontecimientos. “Hoy la Iglesia se ha unido a su celestial Esposo, porque en el jordán, Cristo la purifica de sus pecados; los magos acuden con regalos a la boda del Rey; y los invitados se alegran por el agua convertida en vino” (Ant. Vísperas). Son tres acontecimientos en los que Jesús nos muestra su gloria, y los que se han dejado iluminar por esta luz han encontrado la verdad al encontrarse con él. Los Magos traen los regalos para este desposorio, en ei que el Rey celestial nos hace entrega de su vida, perpetuando este don en la Eucaristía. En estas bodas, no faltará nunca el vino que Cristo nos brinda, como signo de una alegría plena que no tiene fin, en contraposición. a toda alegría humana que tiene caducidad. Y en el bautismo del Jordán, Jesús aparece como el cordero de Dios que quita ci pecado del mundo, lo que nadie más qüe Dios puede hacer, perdonar el pecado de cada uno de los hombres. La fiesta de la Navidad
concluye con este mandato misionero. Si te has encontrado con Jesús, anúncialo a otros. Jesús ha venido para todos. Toda persona humana tiene derecho a este encuentro con Jesús y no debe faltarle, si quienes le han conocido lo anuncian con su propia vida. En una escena del drama “El padre humillado” de P. claudel, una muchacha judía, hermosísinia pero ciega, aludiendo al doble significado de la luz, pregunta a su amigo cristiano: “vosotros que veis, ¿qué uso habéis hecho de la luz?”. Se trata de una gozosa tarea y de una tremenda responsabilidad, de la que seremos examinados en ei último día. Muchas personas necesitan muchas cosas, porque carecen de ellas y les haría su vida más feliz. Pero ninguna necesidad tan prímerísima corno encontrarse con Jesucristo. La fiesta de la epifanía nos envía a dar testimonio de la luz con la que hemos sido iluminados en la Navidad. Esa es la alegría del que se ha encontrado con Cristo. ¡.Ay d.c mi si no evangelizare! (iCo 9,16).
Recibid mi afecto y mi bei dición:

 

 

INFANCIA MISIONERA

QUERIDOS HERMANOS  Y HERMANAS:

 

El mandato misionero de Jesús a su Iglesia sigue resonando en nuestros corazones también hoy: “Id y predicad ei Evangelio a todas las gentes, bautiz índolas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.,. El que crea y se bautice se salvarí” (cf .M.t 28,19; Mc 16,16). Este mandato misionero no supone imponer la fe a nadie, y menos aún por la violencia, sino que propone el Evangelio cqmo un tesoro descubierto, que se quiere compartir para bien de los derns.
Celebramos en estos días la Infanda Misionera, que quiere inculcar en los niños católicos ese deseo de que Jesús sea conocido por todos los demás niños del mundo. Continuamente enseñamos a ios niños a ser capaces de compartii desde un juguete hasta la necesidad básica del dimei to y la cultura, En primer lugar, para apreciar lo que tienen, pero además, porque se hagan sensibles de que la inmensa mayoría de los niños del mundo no disfrutan de todos estos bienes. Iniciativas de todo tipo van educando en ese espíritu solidario: lo que tú has recibido tienes que compartirlo con los demás, y eso a ti te hace bien.
Esta jornada misionera nos advierte que el mayor bien que una persona posee es ci de haber encontrado

único salvador del mundo. Muchos niños del mundo no conocen a Jesucristo, o porque nunca han ofdo hablar d.c él o porque no tienen quién les anuncie esta buena noticia, Y no hemos de irnos a países lejanos, donde puede dar- se esta carencia junto con otras muchas de tipo materiaL No. También entre nosotros, muchos niños ya no han recibido de sus padres la transmisión. de la fe en Jesucristo, para descubrirlo progresivamente como amigo, como el Hijo de Dios que se ha acercado hasta nosotros con deseo de ganarse nuestra amistad, para hacemos partícipes de su vida divina. Muchos niños nuestros viven rodeados de otros niños que no son cristianos, o que habiendo recibido el bautismo, apenas conocen ajesús como verdadero amigo.
Las actitudes que se cultivan desde la infancia permanecen para toda la vida, son como cimientos sobre los que se construye

la historia de cada persona. Y esta actitud misionera es una de las actitudes bisicas, que influir&n en una persona para siempre. Hemos aflojado en el espíritu misionero, también en este nivel de la infancia, que al fin y al cabo recibe lo que los adultos queremos proporcionales. También es este campo se percibe el influjo del relativismo de nuestro tiempo. Un relativismo en el campo religioso, por ci que considerainos erróneamente que todo vale y que da lo mismo una religión que otra. Por ese camino, no somos capaces de apreciar como tesoro la fe cristiana recibida desde los apóstoles y ci mandato misionero de ir al mundo entero a anunciar el Evangelio.
Los mismos slogans que manejamos en este campo religioso y en el propiamente misionero no pasan muchas veces de ser una invitación Iighr a una solidaridad descafeinada que no compromete y; por tanto,

no se vive con entusiasmo. Es preciso tomar conciencia del don de la fe como un tesoro recibido, que tenemos que compartir con quienes no lo tienen. Un niño es capaz de conocer a Jesucristo, de hacerse amigo de él, si tiene a su alrededor personas mayores — empezando por sus padres y sus educadores— que ie hablan con pasión de Jesús y sus enseñanzas.
Un niño está llamado a apasionarse por Jesucristo, si encuentra personas apasionadas que se lo transmiten. Y eso no está reñido con la capacidad de respetar al otro y sus diferencias. La Infancia Misionera no consiste en animar a los niños a una solidaridad que igualmente podría darse si uno no fuera cristiano. Podernos y debemos enseñar a los niños a ser misioneros. Ellos son capaces de recibir esta llama del ardor misionero, que quiere que todos los hombres se salven porque han conocido a Jesucristo, único salvador. Muchos niños del mundo —también cercanos a nosotros— nolo saben, y a nosotros se nos ha dado para que aprendamos a compartirlo. La
fe, también en los niños, se fortalece dándola. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El mensaje central de todo el Nuevo Testamento consiste en decirnos que Dios es nuestro Padre misericordioso y Jesús es el Hijo de Dios, consustancial al Padre y consustancial a nosotros, es decir, Dios verdadero y hombre verdadero. Mientras no llegamos a reconocer a Jesús como Dios, nos quedamos a medio camino de nuestra identidad cristiana. En la nueva evangelización, hemos de proclamar con vigor que Jesús es Dios para conducir a quienes lo acogen a la más profunda adoración.
En el evangelio de hoy, Jesús aparece curando a un paralitico (Mc 2,1-12). Un hecho sorprendente por si mismo, nunca hemos visto una cosa igual». Pero, además, Jesús vincula este hecho a su propia identidad de Hijo de Dios, que tiene poder en la tierra para perdonar pecados.
“Quién puede perdonar pecados fuera de Dios?”. Con esta pregunta Jesús mismo se está presentando como Dios, como ci que ha recibido de Dios ese poder, como ei que acti.ía con la fuerza de Dios a favor del hombre pecador para redimir- lo. El paralítico se presen - taba ante Jesús con una fe inmensa, buscando la curación física, que Jesús le concedió. Pero al ver la fe que tenía, Jesús fue al fondo del corazón, y ie dijo: “Tus pecados quedan perdonados”. El hombre tiene muchas necesidades, pero sólo una es imprescindible, El hombre necesita salud, medios económicos, trabajo, acogida. Cuando carece de esto se siente desvalido. Pero el hombre necesita ante todo alguien que ie alivie del peso de sus pecados, que La necesidad más honda dci corazón humano es Dios, y sólo Dios puede colmaria.


le oprime sin poder librarse de ello. Y eso sólo se lo puede dar Dios. La necesidad más honda del corazón hutuano es Dios, y sólo Dios puede colmaria, Jesús viene a eso precisamente. Cuántas veces se nos presenta un Jesús líder, un Jesús incluso revolucionario, unJesús que ha luchado por la justicia y por instaurar la paz en la tierra. Es verdad todo eso, Pero Jesús, ante todo, es Dios. Y porque es Dios, puede perdonar pecados, puede curar la mayor desgracia del corazón del hombre. Aquel paralítico y sus acompañantes iban buscando la curación física, y Jesús les salió al encuentro con la sanaciófl de. su corazón mediante el perdón de los pecados. No fue una salida de tono, ni una evasión de la realidad que le presentaban. Jesús con el perdón que le ofrece, le descubre su más radical invalidez, que él ha venido a curar.
Jesús nos invita a no quedarnos en lo mínimo, sino a llegar a lo máximo cuando nos acercamos a éL ¿Qué es más fácil:
decirle al paralítico “tus pecados quedan perdonados” o decirle “echa a andar»? La curación del paralítico Jesús la realiza para mostrar su propia identidad divina en un contexto de fe verdadera y sincera, “viendo Jesús la fe que tenían”.
En la tarea de la nueva evangelización que se nos presenta hoy no podemos ofrecer un Jesús recortado, reducido a un personaje que nos arregla algunos problemas. El problema más hondo del corazón humano es Dios, el encuentro con Dios, el gozo de sentirse hijo de
Toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades itirnediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel que ha venjdo.a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios.
Dios. Todo lo demás es secundario. Aunqüe muchas personas acuden a la Iglesia buscando el remedio a sus males, como aquel paralítico, la Iglesia tiene el deber de presentarle a Jesús Dios, el Cordero que quita el pecado del mundo. Y toda la acción de la Iglesia, incluso esa acción caritativa que resuelve las necesidades inmediatas, debe ir orientada a mostrar a Aquel

que ha venido a buscar a los pecadores para hacerlos hijos de Dios.
No tenemos que esperar a resolver ms problemas de los hombres para presentarles después a Dios, a Jesús el Señor. Cuando alguien acude mostrando sus carencias, hemos de llevarle a Jesús para que se encuentre de veras con él, y descubriéndole lo adore. Sólo desde esa actitud de adoración, al menos por nuestra parte, podremos ofrecer solución a los problemas de los hombres de hoy. Y más aún, sólo desde la adoración a Jesús como Dios podremos mostrar que el poder para resolver tantas dolencias nos viene de Dios, y no es fruto de nuestras capacidades ni siquiera de la suma del esfuerzo de todos.
Jesús es Dios y tiene capacidad de perdonar nuestros pecados. Por eso cura al paralitico, para mostrarle una salvación integral que tiene en Dios su fundamento. La Iglesia lleva en su seno este tesoro, y no debe limitarse a resolverlos problemas de los hombres, sino anuriciar a Jesús como Dios, el único que puede sanar el corazón del hombre y Ile- varlo a la plena felicidad. Conmiafectoybendi-

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12 DÍA DEL SEMINARIO «Pasión por el Evangelio» QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En torno a la fiesta de san Jos&, esposo virginal de María Virgen, patriarca de la Iglesia universal, fm’ mador del tinico y sumo Sacerdote Jesucristo, celebramos ei Día del Seminario. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos hacia esta institución diocesana, valorar su importancia .y sentirla como nuestra.
El Seminario es el lugar donde se preparan los que van a ser sacerdotes. El Seminario es la comunidad de los que han sido llamados al ministerio sacerdotaL El Seminario es ci tiempo de esa formación. que desemboca en la ordenación. El Seminario es tambión un edificio emblemático, cuyos lugares son referentes para todo el presbiterio. Llamados por Dios, los alumnos del Seminario cultivan las señales de vocación, se entrenan en una respuesta radical en el seguimiento del Señor, al tiempo que cultivan la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral. El Seminario es el corazón de la diócesis, de donde la diócesis recibe la sangre oxigenada que alimenta el organismo, y a su vez el Seminario es el órgano que recibe el alimento de toda la comunidad diocesana.
Nuestra diócesis de Córdoba es bendecida continuamente por Dios con vocaciones para el sacerdocio ministerial, Cada año son ordenados un grupo de jóvenes que rejuvenecen ei presbiterio diocesano, y garantizan el relevo gene- racional en el presbiterio. Cada año vienen niños, adolescentes y jóvenes a nuestro Seminario para discernir su vocación y prepararse para el sacerdocio. En torno al Seminario gira la vida de la diócesis:
las familias, que son ei prinier seminario, los profesores especializados que imparten sus asignaturas, los formadores que van modelando el corazón sacerdotal de estos aspirantes, los bienhechores que colaboran con su oración y su limosna en el sostenim.iento del Seminario. El Seminario es, por tanto, como una orquesta sinfónica, donde cada uno tiene. su papel, y entre todos han de interpretar esa preciosa melodía de dar a la Iglesia pastores según el corazón de Cristo.
En esta preciosa empresa, necesitamos más. “La mies es abundante y los obreros son pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que mande trabajadores a su mies» (Le 10,2). La primerísima tarea en este campo es, por tanto, la oración, porque cada vocación es un don de Dios, que hemos de implorar con humildad y reconocer con generosidad, cuando nos es concedido. Además, entre todos hemos de crear un clima propicio a la vocación sacerdotal, un “clima vocacional”, de manera que cuando un niño, un

adolescente o un joven se plantea su vocación, sea acogido y ayudado a cernir y a responder a esta llamada. Que ninguno se sienta rechazado, que ninguna vocación quede aplazada en su respuesta por falta de acogida.
Aquí tienen un papel muy importante los padres. En las familias cristianas es frecuente pedir al Señor que algún miembro de la familia sea llamado al sacerdocio ministerial, y cuando surge una yocación, todos —padres, hermanos, abuelos- se sienten felices y corresponsables en acompañar la Queridos padres: Si Dios llama a vuestro hijo para ser sacerdote, no se lo impidáis. Agradeced a Dos este inmenso regalo a la familia y a la Iglesia, acompañad esta vocación frágil, ponedla en contacto con el párroco y con el Seminario.
Pero más importante aún es el papel de los párrocos y de los sacerdotes que están en contacto con los niños, jóvenes o adolescentes. Casi todas las vocaciones al sacerdocio surgen en referencia a algún sacerdote. «Yo quiero ser como este sacerdote”, suele ser la experiencia primera del que es llamado. De ahí, queridos sacerdotes, la importanda de nuestro testimonio sacerdotal. Un testimonio gozoso y humilde de haber sido llamado por Dios para esta noble tarea al servicio del Pueblo de Dios. Y al mismo tiempo, una preocupación constante por descubrir a los que posiblemente sean llamados y una propuesta directa de esta posible vocación a niños, adolescentes y jóvenes. No tengáis miedo, queridos sacerdotes, de hacer la propuesta explícita, de acompañar a quienes reconocen esta vocación. Un cura entregado y contento de serlo suele suscitar a su alrededor niños y jóvenes que quieren ser como él. En nuestra época, hay una campaña organizada para desprestigiar al sacerdote católico. Venzamos el mal a fuerza de bien, es decir, respondarnos a ello con una vida serena y gozosa en el cumplimiento fiel de nuestras obligaciones sacerdotales.
Toda la comunidad cristiana tiene un papel importante en el campo de las vocaciones. Todos hemos de sentir como una primera necesidad que la Iglesia tenga sacerdotes. Nuestra diócesis, agradecida a Dios porque no le faltan seminaristas, necesita muchos más para atender las necesidades de la diócesis y de la Iglesia universal. Pidamos al Señor que no falte entre nosotros esa «Pasión por el Evangelio”, que mueva a muchos a seguir la llama- da del Senor. Recibid mi afecto y mi be dición:

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