Lunes, 11 Abril 2022 07:50

CORDOBA: Ciclo A: ADVIENTO, COMIENZA EL AÑO LITÚRGICO

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CORDOBA: Ciclo A:

 

ADVIENTO, COMIENZA EL AÑO LITÚRGICO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos un nuevo Año litúrgico, una nueva etapa de nuestro camino hacia el cielo. El Año litúrgico gira en torno a Jesucristo, dura un año natural, pero comenzando antes para prepararnos a Navidad, al nacimiento de Jesús en Belén. Y terminó el pasado domingo, fiesta de Jesucristo Rey.

La vida cristiana no es una repetición monótona de lo mismo, el Año litúrgico tampoco. La vida cristiana tiene como centro una persona, la segunda de la Trinidad, el Hijo que se ha hecho hombre en el seno virginal de María, Nuestro Señor Jesucristo.

Y el Año litúrgico es la celebración de los misterios de la vida de Cristo que por medio de la liturgia se nos hace contemporáneo, cercano. No es por tanto una repetición monótona, es una celebración en espiral ascendente y creciente.

Volvemos a celebrar el nacimiento, la vida pública, la pasión, la muerte y la resurrección del Señor que culmina en el envío del Espíritu Santo. No es lo mismo del año pasado, es siempre algo nuevo, como lo es el encuentro con una persona, aunque uno conviva con ella todos los días. Y a lo largo de un año, Dios Padre nos irá regalando nuevas gracias de unión con su Hijo Jesús, gracias de conversión, gracias de apostolado en el anuncio del Evangelio y los pobres serán evangelizados.

El Adviento es el tiempo de la espera del Señor, que viene. El cristiano no afronta la muerte como si fuera un muro impenetrable. No. El cristiano sabe que después de la vida presente nos esperan los brazos amorosos de Dios, nos espera la vida eterna en la felicidad de Dios con María y con todos los santos.

El cristiano se alegra y sufre como todos los mortales, pero mantiene siempre la certeza de una vida que no acaba, de una felicidad que no termina, y eso le llena de esperanza, incluso en los momentos más duros de su vida. El tiempo de Adviento tiene este sentido de prepararnos al encuentro del Señor cuando venga a buscarnos. Que cuando llegue nos encuentre preparados y dispuestos.

El tiempo de Adviento nos prepara también a la venida de Jesús en la Navidad. Qué bonita es la Navidad y tanto o más su preparación. Como una madre espera con paz serena el nacimiento de su hijo, así la Iglesia entera se pone en estado de buena esperanza.

La esperanza es el color del adviento. Viene Jesús a salvarnos, es el Salvador. Y su venida nos trae alegría y paz. Nos trae solidaridad con los hermanos, especialmente con los que sufren. En Navidad, Jesús es el centro y sin él no tendríamos Navidad. Que no nos suene la Navidad a fiesta de consumo y de placeres. Que la Navidad nos suene a Jesús, y le preparemos el corazón.

Ya podemos empezar a poner el belén en casa, en el cole, en las calles. Pero sobre todo, prepara tu corazón para él. Que se sienta a gusto cuando venga. Para ello, limpia tu casa, ordena tu vida, déjale entrar. Te trae alegrías que nunca olvidarás. Y este niño tiene madre.

Al comienzo del tiempo de adviento, la fiesta de la Inmaculada. La primera redimida, antes que nadie, antes de contraer ningún pecado. Toda pura y toda limpia, sin pecado original. La novena de la Inmaculada y su fiesta grande llenará de alegría a toda la Iglesia.

 La diócesis de Córdoba le agradece a María que nos dé dos diáconos. Rezamos para que se preparen bien y sean dignos ministros del altar. Tiempo de adviento, lleno de esperanzas y cumplimiento de promesas. Nos ponemos en camino con las lámparas encendidas, con la fe ardiente y la caridad solí- cita. Recibid mi afecto y mi bendición: Estad en vela, estad preparados

 

 

 

PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO: (19-20 A)

 

1.- QUERIDOS HERMANOS: el tiempo de Adviento, con el que se inicia el nuevo año litúrgico, presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera «venida» de Cristo, del Hijo de Dios; y por otra parte, el evangelio de este domingo mira y hace que nos preparemos para la segunda venida de Cristo, al final de los tiempos, que prácticamente para nosotros es el día de nuestra muerte, de nuestra partida a la eternidad con Dios;  para ambas esperas, hay que prepararse por una vida la fe y la oración, practicada por la Palabra meditada y los sacramentos recibidos.

Por eso, refiriéndome a la venida de Cristo en la Navidad, y mirando nuestra espera en este tiempo de adviento, quisiera empezar con una frase que repito muchas veces durante este tiempo y que os sabéis de memoria: Aunque Cristo naciese mil veces, si no nace en nuestro corazón, todo habrá sido inútil, habrá una Navidad pagana, perdida, no cristiana, porque no habrá habido nacimiento de Cristo en nuestra vida.

El Adviento no ha sido vivido y aprovechado cristianamente, porque no ha habido espera y deseo del Señor, no puede haber Navidad cristiana, de Cristo, en nosotros, sino una navidad pagana, aunque sobren champán y turrones, porque Cristo no ha nacido por una espera de amor en nosotros.

Por eso, para que sea navidad en nosotros, en nuestras familías, en el mundo, vamos a prepararnos para esta venida de Cristo mediante una vida más fervorosa de oración, teniendo todos los dias un rato de oración, si es ante su presencia en el Sagrario, mejor; vamos a procurar vivir en amor fraterno en nuestro ambiente y famiia, vamos a perdonar si tenemos algún problema en el trabajo o en los vecinos.

En este tiempo de espera, para que el Señor nazca o aumente su presencia en nosotros, desde el cura hasta el último, os invito en este tiempo a rezar más, a venir más a la iglesia, todos los días hay misas por la mañana y por la tarde; pero hacer hoy mismo este propósito y compromiso con el Señor, Él que viene para nacer o aumentar su presencia de gracia y amor y felicidad en todos nosotros, en todos los hombres.

Y pidamos por los nuestros que estén un poco alejados. Si no lo hacemos así, no habrá servido para nada este tiempo, no habremos vivido el adviento cristiano. Y la Navidad no será una Navidad cristiana sino pagana. Y en los conventos es tiempo de

oración y conversión más profunda, más auténtica, más verdadera y comunitaria, desde las superioras hasta la última religiosa, para que sea Navidad auténtica y cristiana en las parroquias, en los conventos y en las familías.

Y como tantas veces repeto en este tiempo de adviento: “aunque sobren champan y turrones, si Cristo no nace por un en nuestro corazón por un aumento de fe y amor, habrá sido una navidad inútil.

Es así como lo cantamos en estos días de Adviento: «Villancicos alegres y humildes, nacimientos de barro y cartón, mas no habrá de verdad Nacimiento, si a nosotros nos falta el amor. Si seguimos viviendo en pecado o hay un niño que llora sin pan, aunque sobren champán y turrones (canciones y fiestas), no podremos tener Navidad… Esperamos… esperamos, Señor, tu venida; tu venida de verdad… a nosotros».

Actualmente, en este mundo que se aleja de la fe cristiana, los grandes medios de comunicación, como digo con frecuencia, se empeñan en sustituir la verdadera Navidad cristiana, de Cristo, por esperas y encuentros y navidades puramente humanas, y a veces,  sencillamente paganas, puro consumismo, incluso en familías cristinas. Mirad la televisión y los guasad.

Nosotros no podemos dejarnos arrastrar por la televisión y los medios; ¿por dónde vendrá Cristo esta Navidad?. El camino ya le sabemos: debemos recogernos en ratos de oración y silencio para rezar y orar y meditar y esperar a Cristo en esta Navidad. Y el camino ya le sabemos: oración, conversión, eucaristía más frecuente, diaria, si es posible, visita a enfermos y ancianos, donativos y caridad…

 

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2.- Para eso, en este tiempo de Adviento, la Iglesia pone a nuestra consideración diversos personajes que se prepararon muy bien para este encuentro con el Señor y vivieron el primer Adviento cristiano. Hay dos persona que sobresalen: María y Juan, el precursor. Hoy vamos a tomar como modelo a María. Vamos a tratar de vivir el Adviento con María y como María. Y ¿cómo vivió la Virgen el Adviento de su Hijo? ¿Qué Navidad vivió la Virgen? ¿Por qué caminos esperó María el nacimiento de su hijo?

Lo esperó y recibió por el camino de la oración: La Virgen estaba orando cuando la visitó el ángel y le anunció que Dios la había escogido para ser la madre del Hijo; y la Virgen siguió orando y dialogando con el ángel y el Hijo empezó a nacer ya en sus entrañas por obra del Espíritu Santo. Y orando fue embarazada a visitar a su prima Isabel, recogida y contemplando en su seno, mientras caminaba por aquellas montañas de Palestina hasta la casa de Isabel, que la saludó diciendo: cómo es posible que me venga a visitar la madre de mi Señor, y María remató la escena con la oración de Magnificat: proclama mi alma la grandeza…

Oración, meditación, ratos de Sagrario a solas con el Señor, para vivir el adviento y esperar la Navidad.Hoy hay crisis de oración no solo en el mundo sino en la misma Iglesia, en seglares, en cristianos, en curas, frailes y monjas. María nos invita a vivir el Adviento en clima de oración.

Todas la tarde rezamos el rosario, por la mañana a las 9, Laudes, no estaría mal venir algún día en este tiempo de adviento. Sin oración meditativa, afectiva o contemplativa no hay encuentro con Cristo, no hay Adviento ni Navidad cristiana, aunque haya villancicos y sobren champám y turrones y reunión de familia. Falta Cristo, que siempre vino y vendrá para las almas que le esperan por el camino de la oración.

 

2.- Y Cristo vino también por el camino de la fe viva y confiada en María. “Cómo será eso…He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. Así expresó María su total seguridad y confianza en la palabra y el anuncio del ángel ante el misterio que la desbordaba y no comprendía. María vivió el primer Adviento con fe viva, superando dudas e incertidumbre inevitables: creer que era el Hijo de Dios el que nacía en sus entrañas… por qué ella y no otra… ella no se sentía digna ni grande ni preparada para este misterio… qué iba a creer su esposo… qué diría la familia… ¿Y cómo será eso si no conozco varón?

       Pero la Virgen se fió totalmente de la Palabra de Dios. Y creyó contra toda evidencia en el misterio que nacía en sus entrañas. Se fió totalmente de Dios y creyó sola, sin apoyo de nadie ni de nada. Así debemos creer también nosotros. Sin tratar de apoyarnos en motivos o razones humanas.

Tenemos que apoyarnos, como María, sólo en Dios. Tenemos que creer de verdad que ese niño es el Hijo de Dios, y por eso merece nuestra oración, nuestra espera, nuestro tiempo sobre otras cosas o comodidades.  Ella, María, creyó y nos trajo la Salvación; nosotros, sus hijos, queremos y pedimos creer como ella, y así vendrá la Salvación de Dios hasta nosotros, hasta los nuestros.

Necesitamos orar, venir más a la iglesia,  aunque en estos tiempos poco o nada nos ayude a creer y esperar a Cristo como único Salvador del mundo: ambiente, materialismo, desenfreno secularista, persecución clara y manifiesta de gobiernos y de los medios de comunicación de todo lo que huele a Iglesia, a Dios, a Evangelio…; este mundo se está alejando de Dios, porque quiere encontrar la felicidad en la cosas finitas; este mundo se está llenando de todo, y está cada vez más vacio: familias rotas, esposos, matrimonio rotos, madres que matan a sus hijos e hijos que matan a sus padres, este mundo de medios y guasad que se ha llenado de todo y cree que lo tiene todo, pero está triste, porque le falta todo, le falta Dios, el único Amor que llena y da compañía. Y estamos todos más tristes, más solos: los matrimonios, los padres, los hijos, los amigos… nos falta Dios; es necesario que Dios nazca en los hombres, aumente su presencia, viva en los matrimonios, sea invitado y comensal diario en nuestros  hogares.

Vivamos el adviento, salgamos a esperar al Señor, con fe y ratos de iglesia Y oración, misas, jueves eucarísticos, rosarios. Lo necesitamos,

¡Qué maravilla, la Eucaristía! Lo tiene todo: la Navidad, los hechos y dichos salvadores de Cristo, su pasión, muerte y resurrección, los bienes escatológicos… lo tiene todo, porque tiene a Cristo entero y completo. Por eso, estos días hay que participar más y mejor en la Eucaristía. Allí viene ya el Cristo vivo, vivo y glorioso, Cristo último y escatológico que consuma litúrgicamente todos los demás encuentros que hemos tenido con el Señor durante la vida y que nos puede  acontecer en cualquier instante, porque nos sucede históricamente en la hora de nuestra muerte, cuando Cristo glorioso viene a examinarnos de amor: «Al atardecer de la vida, seremos examinados de amor» (S. Juan de la Cruz).

 

 

 

 

ADVIENTO, VIENE EL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El comienzo del Año litúrgico nos presenta una perspectiva completa de nuestro futuro. Nuestro futuro es el cielo. Hemos nacido para el cielo, y el cielo es nuestra patria definitiva.

Ahora bien, ese futuro se vislumbra con tintes dramáticos, porque el hombre ha roto con Dios, con su Creador y Señor, y ha comprometido seriamente su futuro. Dios, sin embargo, le ofrece de nuevo y con creces la salvación rechazada.

La historia del hombre, por tanto, se convierte en una lucha dramática entre los extravíos del hombre y Dios que sale al encuentro de ese mismo hombre extraviado, ofreciéndole su casa, abriéndole los brazos, brindándole su perdón y derrochando con él su misericordia.

Verdaderamente, Dios es amigo del hombre, y más todavía del hombre roto por el pecado y por sus propios extravíos. En este camino de ida y vuelta, en este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios– está situado Jesucristo, el Hijo de Dios enviado del Padre, que sale al encuentro del hombre. Cristo, hombre como nosotros, se ha convertido en nuestro hermano mayor, el que nos enseña el camino para volver a la casa del Padre.

La salvación del hombre tiene nombre, se llama Jesucristo. Él es “el camino, la verdad y la vida” (Jn 14,6) del hombre. Jesucristo es el esperado, aún sin saberlo, por el corazón de todo hombre que viene a este mundo, porque sólo Jesucristo puede darle lo que el corazón humano desea y ansía.

Sólo Jesús puede abrirle de par en par las puertas del cielo, cerradas por el pecado. Sólo Jesús puede pagar esa inmensa deuda que el hombre arrastra sobre sus hombros en su relación con Dios. Sólo Jesús nos hace verdaderos hermanos de nuestros contemporáneos, haciéndonos capaces de perdonar a quienes nos ofenden. Sólo Jesús puede traer la paz al corazón del hombre.

Esa esperanza de toda la historia de la humanidad se cumplió en el vientre virginal de María, que concibió virginalmente (sin concurso de varón) a Jesús y permanece virgen para siempre. Ese mismo Jesús, ya glorioso, vendrá al final de la historia para llevarnos con Él al cielo para siempre. Y ese mismo Jesús es el que viene ahora en cada persona y en cada acontecimiento, provocando en cada uno de nosotros un encuentro con Él.

Ahora bien, aquella primera venida se realizó en la humildad de nuestra carne. La última venida se realizará en la gloria del resucitado. Y la venida cotidiana a nuestra vida se produce en la fe y en la caridad, generando en nosotros una esperanza que no se acaba. Porque esperamos, podemos ponernos a la tarea de transformar nuestra vida y nuestro mundo. Jesucristo se ha puesto de nuestra parte en este camino de esperanza, dándonos el Espíritu Santo, capaz de superar toda dificultad, incluso hasta la muerte.

Por eso, el tiempo de adviento es tiempo de esperanza. Esperamos la última venida del Señor, esa que a los cristianos de todos los tiempos les ha mantenido en vela, a veces incluso en medio de grandes dificultades.

Cada día que amanece, cada actividad que emprendemos tiene como meta el encuentro definitivo con el Señor. La oración más antigua de la comunidad cristiana es: ¡Ven, Señor! (Maranatha!). Una oración que sale del corazón de quien espera su gloriosa venida, y por tanto, la victoria definitiva de Dios y de su Cristo, frente a todas las dificultades con las que tropezamos cada día, frente a nuestras debilidades y pecados, frente a Satanás y frente al mundo que nos engaña. Una oración que ha sostenido la esperanza de muchos corazones.

El tiempo de adviento nos sitúa en esa perspectiva amplia del final de nuestra vida, que da sentido a cada momento presente. El tiempo de adviento tiene a Jesucristo como centro y a la Madre que le lleva en su seno. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata para la Navidad que se acerca. Es un tiempo muy bonito, porque nos habla de algo nuevo, que Dios va haciendo en el corazón de cada hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos en este domingo un nuevo Año litúrgico, a lo largo del cual iremos celebrando el misterio de Cristo desde distintas perspectivas. Siempre el misterio de Cristo, para que vaya calando en nosotros hasta identificarnos con él. La liturgia cristiana tiene esta virtud y este poder de ir transformándonos según vamos celebrando sus misterios. Se trata no sólo de un recuerdo de los distintos aspectos del misterio, sino de una actualización real del mismo hasta que Cristo viva plenamente en nosotros. El Adviento inaugura todo el Año litúrgico y por eso lo vivimos en actitud de esperanza y abiertos a las nuevas gracias que nos traiga, desde el nacimiento de Jesús hasta el envío del Espíritu Santo, pasando por el misterio pascual de su muerte y resurrección. Qué nos traerá este Año litúrgico en concreto. Será el Año de la misericordia, y podemos esperar fundadamente gracias abundantes de conversión para nosotros y para los demás. Hemos de comenzar este nuevo Año con deseo de aprovechar y los frutos vendrán a su tiempo. Pero el Adviento es preparación para la venida del Señor, en su doble aspecto: la venida al final de los tiempos, que coincide con el final de nuestra propia vida; y la venida del Señor en la Navidad, que recuerda y celebra aquella primera venida en carne del Hijo de Dios hecho hombre en el seno virginal de María. El centro del Adviento es Jesús, no podía ser otro. Jesús presente ya, pero ausente todavía. Celebramos la venida del Señor. Llegará un año litúrgico que lo comenzaremos en la tierra y lo culminaremos en el cielo. Y el cielo es encontrarle a él definitivamente y para siempre. El cielo es estar con Cristo para siempre. El Adviento nos prepara a eso, y la liturgia nos pone en los labios y en el corazón ese grito de esperanza: ¡Ven, Señor Jesús! Y junto a Jesús, su Madre bendita. Para venir a este mundo, Dios ha preparado una mujer, como la más bella y bendita entre todas las mujeres: María. Y esta mujer ocupa el centro del tiempo de Adviento, porque lleva en su vientre virginal nada menos que al Creador del mundo, que se ha hecho carne en ella por obra del Espíritu Santo. Por eso, María nos puede enseñar mejor que nadie a recibir a Jesús en nuestros corazones, a abrazarlo con amor como lo ha hecho ella y a llevarlo a los demás, como nos lo ha entregado ella. Precisamente en este tiempo de Adviento, y como una primicia de la redención que Cristo trae para todos, celebraremos la fiesta de la Inmaculada. Juan el Bautista aparece frecuentemente durante el tiempo de Adviento. Es el personaje –el más grande de los nacidos de mujer– que nos invita a preparar los caminos al Señor con actitud penitencial. El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, particularmente para purificar la esperanza, en el doble sentido de cancelar la memoria del mal ya perdonado y depurar los proyectos para que se ajusten a los planes de Dios. Juan Bautista nos señalará al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Tiempo de Adviento, tiempo de gozosa esperanza. Y Dios es fiel a sus promesas. Comencemos el Año litúrgico con el deseo de recibir a Jesús, que viene a nosotros de múltiples maneras. Al final de la historia, al final de nuestra vida personal. Y en esta próxima Navidad. Con María y con José lo esperamos anhelantes. Ven, Señor Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Viene el Señor: tiempo de Adviento Q

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos el tiempo litúrgico del Adviento, comenzamos un nuevo año litúrgico.

La liturgia celebra el misterio de Cristo a lo largo de todo el año, haciéndonos contemporáneo ese misterio, porque lo acerca hasta nosotros, y haciéndonos a nosotros contemporáneos de Cristo, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de san Ignacio).

El primer domingo de Adviento nos presenta a Jesús que viene, y nos invita a vivir en actitud de espera. Jesucristo vino a la tierra hace ya dos mil años, y dentro de pocos días celebramos en la Navidad este misterio de su encarnación, de su nacimiento como hombre, sin dejar de ser Dios eterno.

Adoramos en la carne del Hijo al mismo Dios hecho hombre, hecho niño. Misterio que no ha pasado, sino que permanece para toda la eternidad: Dios hecho hombre. Misterio que la liturgia acerca hasta nosotros, sobre todo en la Eucaristía, donde se nos da como alimento al mismo Cristo.

Jesucristo está viniendo en cada momento a nuestra vida. Sigue llamando a la puerta de nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno oye mi voz y me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20).

Además de su presencia sacramental, Jesús viene hasta nosotros en cada persona y en cada acontecimiento, para provocar en nosotros una actitud de acogida, de adoración, de servicio. La presencia de Cristo en nuestra vida se realiza por la acción constante del Espíritu Santo, que habita en nuestros corazones por la gracia.

El primer domingo de Adviento, sin embargo, acentúa la venida del Señor al final de los tiempos, al final de la historia. Cuando todo lo que vemos se acabe, vendrá Jesús glorioso para llevarnos con Él para siempre.

Hay quienes piensan que con la muerte se acaba todo. No es así. El cristiano sabe que, después del duro trance de la muerte y de todo lo que le precede, está la vida eterna, que no acaba y que consiste en gozar con Jesús para siempre.

Qué distinta es la vida cuando se vive en la perspectiva de la espera. Como la esposa espera a que vuelva su esposo a casa para gozar de su compañía y de su amor, así nos invita la liturgia del primer domingo de Adviento a esperar con actitud esponsal al Señor, que viene.

No sabemos ni el día ni la hora, para que la espera intensifique el deseo. Por eso, no debemos distraernos entretenidos con las cosas de este mundo, aunque sean buenas. Quiere el Señor que le deseemos ardientemente, que esperemos con mucho deseo su venida. Y este deseo irá purificando nuestro corazón de otras adherencias, que nos impiden volar.

El tiempo de Adviento es tiempo penitencial, con este sentido gozoso de la espera. ¿Dónde está nuestro corazón? Donde esté nuestro tesoro (cf Mt 6,21).

María es el personaje central del Adviento, porque ella ha acogido con corazón puro al Verbo eterno, que se hace carne en su vientre virginal, por obra del Espíritu Santo. Ella lo ha recibido en actitud de adoración y lo da al mundo generosamente, sin perderlo. Ella nos enseña a ser verdaderos discípulos de su Hijo. Si hay alguna etapa mariana a lo largo del año, esa etapa ciertamente es el adviento. Con María inmaculada, con María virgen y madre, con María asociada a la redención de Cristo, vivimos el tiempo de Adviento y nos preparamos para la santa Navidad que se acerca. Recibid mi afecto y mi bendición: Esperando al Señor, que viene.

 

 

 

ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando estamos esperando un acontecimiento importante y bonito en nuestra vida, nos ponemos a prepararlo con tiempo. Ya en la preparación disfrutamos del evento, y las dificultades que haya que superar, se superan con alegría. La alegría de lo que va a suceder nos estimula en la misma preparación, la alegría del acontecimiento se nos anticipa cuando estamos preparándolo. En este segundo domingo de adviento, sale a nuestro encuentro Juan el Bautista, “el que va delante del Señor a preparar sus caminos”, invitándonos a preparar los caminos del Señor que viene a salvarnos. Cuando el camino está expedito, se facilitan las comunicaciones, es más fácil llegar. El Señor viene y quiere entrar en nuestras vidas, cambiarlas, para hacernos más felices, si vivimos con él. Nos ponemos a la tarea. En el tiempo de adviento, Dios quiere intensificar nuestra esperanza, purificando nuestra memoria. Muchas cosas del pasado nos estorban, nos sirven de lastre. Nuestros pecados y nuestras experiencias negativas nos impiden esperar. Apoyados en nosotros mismos y en lo que nos ha pasado anteriormente, pensamos que nos va a suceder lo mismo y se nos cierra el horizonte del futuro. ¡Hemos empezado tantas veces a ser mejores, y después hemos vuelto a caer en lo mismo de siempre! El tiempo de adviento viene a decirnos: Es posible cambiar definitivamente, éste es el tiempo propicio, el Señor te ofrece de nuevo esta posibilidad, no la desaproveches. Proyectamos el futuro apoyados en nuestro pasado. El adviento, al anunciarnos la venida del Señor, nos invita a abrirnos a lo nuevo que Dios quiere hacer en nuestras vidas. Viene Él en persona a salvarnos, y Él tiene poder para cambiar nuestras vidas, para hacer algo nuevo en nosotros. “Él os bautizará con Espíritu Santo”. Jesucristo viene para llenarnos de su Espí- ritu, que nos hace capaces de amar, y nos llevará a la plenitud de ese amor, a la plenitud de la santidad. El tiempo de adviento es un tiempo penitencial, es un tiempo de conversión a Dios, pero se trata de una penitencia llena de esperanza, una penitencia que disfruta de la alegría del acontecimiento al que se prepara. El Señor viene constantemente a nuestra vida, quiere unirse a cada uno de nosotros más intensamente, quiere comunicarnos sus dones y hacernos partícipes de su felicidad. El acontecimiento de la Navidad que se acerca es “Dios con nosotros”, y por eso hemos de hacerle sitio en nuestro corazón. En este camino de preparación, la Virgen María tiene un protagonismo singular. Ella es la llena de gracia, la que ha sido librada del pecado, incluso del pecado original, la Inmaculada Concepción, cuya fiesta vamos a celebrar en los próximos días. La fiesta de la Inmaculada nos pone delante de los ojos el primer fruto de la redención. Lo que Dios ha hecho en ella, quiere hacerlo en su medida en cada uno de nosotros, puros, llenos de su gracia, inmaculados en su presencia. María nos va a dar a Jesús en la Nochebuena. Ella nos alcance la pureza de corazón para acoger a Jesús que viene a salvarnos. Ella nos ayude a entender que Dios quiere hacer nueva nuestra vida. Ella nos haga esperar al que viene a salvarnos, porque sólo en Él tenemos la salvación. Con mi afe

 

 

 

ESTAD EN VELA, VIENE EL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comenzamos un nuevo año litúrgico en este primer domingo de Adviento, con la atención puesta en Jesucristo que viene.

La historia humana no es un círculo cerrado en sí misma, no es un eterno retorno de lo mismo. La historia ha conocido su plenitud en Jesucristo y camina hacia esa plenitud continuamente. El mundo creado por Dios tiene su propia dinámica de crecimiento, algunas veces en zigzag. Y en este mundo creado ha entrado el Hijo de Dios, haciéndose carne en el vientre virginal de María.

 Ha recorrido una etapa de la vida terrena, se ha entregado voluntariamente a la muerte y ha vencido la muerte resucitando de entre los muertos, es “el primogénito de entre los muertos” (Col 1, 18).

El tiempo de Adviento nos hace presente esta realidad, que celebramos continuamente en la Eucaristía. La Eucaristía es Dios con nosotros en la carne de Cristo y al mismo tiempo es la plenitud de la creación y de la historia en esa carne resucitada, transfigurada, transformada. Vivir el Adviento es vivir a la espera del Señor, que viene a transformarlo todo.

La Palabra de Dios en este tiempo santo de Adviento es una invitación continua a la vigilancia gozosa y esperanzada. El pecado nos adormece, nos anquilosa, nos atonta y nos hace ver la realidad extorsionada. El Señor, por el contrario, nos invita a despertar, a ponernos en camino, a espabilarnos, a ver las cosas como son, como las ve Dios.

En la primera parte del Adviento, se nos invita a poner la atención en la venida última del Señor. La historia humana, nuestra propia historia personal no tiene “salida”, tiene “sacada”. Es decir, por su propio dinamismo la historia humana, nuestra propia historia no llegaría a la plenitud que Dios tiene programada.

El Señor que viene, viene a sacarnos de nuestras limitaciones y a llenar nuestro corazón de un gozo inimaginable. “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni cabe en la mente humana lo que Dios tiene preparado para los que lo aman” (1Co 2, 9).

Hemos de detenernos a gozar de este futuro que nos espera, que no es un sueño, sino una promesa del Señor (y el Señor cumple sus promesas). Estamos llamados a una vida en plenitud con Dios y con los hermanos, para siempre. La Iglesia como buena madre nos lo recuerda y nos lo anuncia, especialmente en el tiempo de Adviento. Si esto es así, debemos purificar nuestro corazón de tantas adherencias que nos retardan.

Tenemos necesidad de resetear nuestra propia historia, de poner a punto nuestro corazón y nuestra vida. Nuestro destino es el cielo, que ya empezamos a vivir en la tierra, porque el cielo es estar con Cristo. Y con esta perspectiva hemos de ir muriendo a tantas realidades de la vida, que no son definitivas y en las que nos entretenemos indebidamente o nos apartan de Dios.

El Adviento quiere desaletargarnos, quiere estimularnos en el camino del bien. Hemos de vivirlo con mucha esperanza. “Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor”, nos dice Jesús en el evangelio de este domingo. No se trata de ningún nerviosismo ni de ninguna zozobra. Se trata de una espera serena y esponsal del que viene a saciar lo más profundo de nuestro corazón.

Cuando un esposo que ama espera a su esposa, o viceversa, no se pone atacado de los nervios, sino que se siente estimulado, motivado. Pues, algo parecido. El Señor viene, cada vez está más cerca. No podemos dedicarnos a “comilonas, borracheras, lujuria o desenfreno, riñas o envidias” (Rm 13, 13; segunda lectura de este domingo), sino que hemos de revestirnos del Señor Jesucristo, de sus sentimientos, de sus actitudes.

Pongamos a punto nuestro corazón, el Señor viene. Cuántas personas comienzan este año y quizá no lo terminen en la tierra. Estemos preparados siempre, lo mejor está por suceder. Recibid mi afecto y mi bendición: Estad en vela, viene el Señor.

 

 

 

ADVIENTO, AÑO DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año 2015 es el Año de la vida consagrada. Así lo dispuso el papa Francisco, anunciándolo el año pasado por estas fechas. Un Año dedicado a dar gracias a Dios, a mirar el futuro con esperanza y a vivir el presente con pasión, a los 50 años del concilio Vaticano II y del decreto Perfectae caritatis sobre la vida consagrada. En nuestra diócesis de Córdoba lo inauguramos el sábado 29 de noviembre en la Catedral. Comenzamos un nuevo año litúrgico, que nos pone alerta sobre la venida del Señor, la última venida, cuando acabe nuestra vida en la tierra (cada vez más cercana) y cuando acabe la historia de la humanidad. El Señor vendrá glorioso para juzgar a vivos y muertos. De ese juicio no se escapa nadie, y es en definitiva el único que importa. Por eso, hemos de vivir con el alma transparente y con la conciencia clara de que hemos de ser juzgados y hemos de dar cuenta a Dios de toda nuestra vida. El tiempo de adviento nos introduce en un nuevo año litúrgico, en el que renovaremos sacramentalmente el misterio de Cristo completo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final de los tiempos. El tiempo de adviento nos prepara de manera inmediata a la Navidad que se acerca un año más, cuando Jesús vino y viene a quedarse con nosotros, el eterno nacido como uno de los nuestros. Volver nuestros ojos a la vida consagrada es ciertamente para dar gracias a Dios. En nuestra iglesia diocesana de Córdoba han brotado abundantes vocaciones a la vida consagrada en tantos carismas que adornan el jardín de la Iglesia con frutos abundantes. Y además, la presencia de la vida consagrada en nuestra dió- cesis es superabundante en todos los campos. En monasterios de vida contemplativa, que tanto bien nos hacen al recordarnos la primacía de Dios en un mundo tan agitado. En el campo de la educación con fundaciones centenarias, donde miles y miles de hombres y mujeres han sido formados en estos colegios. En el campo de la beneficencia con todo tipo de obras sociales: hospitales, residencias de ancianos, atención a los pobres, cercanía a las nuevas pobrezas. Cuántos hombres y mujeres (más mujeres que hombres) consagrados de por vida a hacer el bien, cuántas lágrimas han enjugado, cuántos sufrimientos compartidos y aliviados, cuántas hambres saciadas. En el campo de la evangelización y catequesis, a pie de parroquia, disponibles para llegar a todos los hogares, confidentes de tantos corazones desgarrados, presentando a niños, jóvenes y adultos la belleza del Evangelio. Cómo no dar gracias a Dios por todo ello. El Año de la vida consagrada viene para eso. ¿No hemos conocido en nuestra vida almas consagradas a Dios, cercanas para hacer el bien a todo el mundo? Demos gracias a Dios por todos estos dones en su Iglesia de los que todos somos beneficiarios. La vida consagrada en sus múltiples formas tiene futuro, por eso este año abre nuevos caminos de esperanza. Ciertamente ha descendido el número de religiosos y religiosas, de consagrados en los distintas formas. Pero cada uno de los llamados debe mirar el futuro con esperanza, porque Dios no falla. Y el que ha llamado a cada uno a esta vocación, lo llevará a feliz término. Este año servirá para presentar al pueblo de Dios cada uno de estos carismas que el Espíritu ha sembrado en su Iglesia, y Dios hará brotar nuevas vocaciones entre los jóvenes, estoy seguro. La vida consagrada debe ser vivida con pasión en el presente. Es signo de un amor más grande y más hermoso, es una vida de corazón dilatado para amar más y para una mayor fecundidad. Valoramos la vida consagrada en todas sus formas y expresiones, porque son un don del Espíritu para la Iglesia de nuestro tiempo. Si tu hijo o tu hija te dice que ha sido llamado por Dios, no te resistas. Si un amigo o amiga te dice que ha sentido de Dios esta llamada, felicítale. Es un gran regalo para la familia, para la sociedad. Valora esa vocación, acompáñala, sostenla con tu calor y con tu oración. Una líder política de nuestros días pensaba que la religión era el opio del pueblo hasta que vio que su hijo enganchado a la droga fue desenredado por unas personas consagradas a Dios en la vida religiosa. El cariño de estas personas, su paciencia, su perseverancia en el amor hizo que aquel joven fuera reconstruyéndose desde dentro, y hoy sea un hombre nuevo. Su madre que pensaba que la religión era el opio del pueblo constató que la religión sacó a su hijo del opio de la droga. Y como este, muchísimos casos parecidos. En la vida consagrada se da el amor más grande, aquel amor que es el único capaz de construir un mundo nuevo. Recibid mi afecto y mi bendición: Adviento del Año de la Vida consagrada Q

 

 

 

ALEGRAOS EN EL SEÑOR, ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Ésta es la alegría en el Señor. La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz. El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres” (Flp 4,4). Es la alegría de María: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1). Es la alegría de los santos; “Un santo triste es un triste santo”, decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante. Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios? Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más. La Navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, dé- bil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores. Desde esa actitud de adoración, la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios. La Navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la Navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre. La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La Navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber Navidad sin Dios, ni puede haber Navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren. La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegres en el Señor Q

 

 

 

 

CICLO A.. 3º DOMINGO DE ADVIENTO: ESTAS SIEMPRE ALEGRES

 

S Y HERMANAS: El tercer domingo de Adviento nos invita a la sana alegría que brota de la fe: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito: estad alegres. El Señor está cerca”. La vida cristiana no es una vida triste. La vida cristiana destila una serena alegría que brota del corazón reconciliado con Dios y con los hermanos. La alegría a la que se nos invita en estas fechas es la alegría que brota de que el Señor está cerca. Él viene continuamente a nuestras vidas de múltiples maneras: en la Eucaristía, en la Palabra, en el perdón, en la comunidad reunida o dispersa, en cada hombre y en cada acontecimiento, especialmente se nos hace pedigüeño en cada persona necesitada que reclama nuestra atención. El Señor está cerca de nosotros y nos convida a entrar en comunión con él, abriendo nuestro corazón. “Estoy a la puerta llamando. Si alguno me abre, entraré y cenaremos juntos” (Ap 3,20). El Se- ñor, que ya está presente en nuestras vidas, quiere entablar una relación más profunda, que sacie más plenamente nuestro corazón. El anuncio de esta venida llena nuestro corazón de alegría. Como un anticipo de la Navidad, el Señor nos ha concedido el gran regalo de siete nuevos diáconos para nuestra diócesis de Córdoba y para la Iglesia universal, que pronto serán ordenados presbí- teros. Han sido ordenados recientemente en la fiesta de la Inmaculada, y constituyen una realidad y una promesa que viene a enriquecer nuestro presbiterio diocesano. Cómo no darle gracias a Dios por este reglado tan excelente. Ellos son fruto generoso de familias cristianas, de parroquias vivas, de unos sacerdotes y catequistas que les han transmitido con su testimonio y su palabra la alegría del Evangelio. Ellos son fruto de nuestros Seminarios diocesanos –el Seminario de San Pelagio y el Seminario Redemptoris Mater–. Ellos son un fruto precioso de la Iglesia madre que quiere seguir cuidando de los hombres a través de ministros que prolongan al Buen Pastor, Jesucristo. Las fiestas de Navidad que se acercan son un motivo muy hondo de alegría para el creyente cristiano. El Hijo de Dios viene en nuestra carne mortal para hacernos partícipes de su inmortalidad, de su vida divina. ¡Oh, qué admirable intercambio! El Hijo de Dios se hace hombre para hacernos a nosotros hijos de Dios. Esta salvación no es algo que sucedió y la recordamos como algo del pasado, sino que está sucediendo hoy, está sucediendo para nosotros y para toda la humanidad. A través de los santos misterios que celebramos en la liturgia hoy nos llega a nosotros esta salvación. En el tercer domingo de Adviento vemos como despunta el día con ese color rosáceo de la aurora. La Navidad es Jesucristo, y celebrar la Navidad es encontrarse con Jesucristo y encontrar en Él la salvación. Quizá para muchos la Navidad ha quedado vacía de su contenido real. Quizá para muchos, incluso cristianos y creyentes, la Navidad no pasará de ser una fiesta de familia, e incluso ni siquiera eso. Habrá muchos que vivirán la Navidad como un momento de pura diversión. La Palabra de Dios nos advierte: “Despojémonos de las obras de las tinieblas y revistá- monos de las armas de la luz. Andemos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni borracheras, nada de lujurias ni desenfreno, nada de rivalidades ni envidias…” (Rm 13,12-13). La alegría de la Navidad, si es auténtica, no deja resaca, no fatiga. Por el contrario, la alegría de la Navidad es estimulante y supone para nosotros un impulso para vivir más cerca de Dios y más abiertos a nuestros hermanos. La Navidad viene a centrarnos más en Dios y en la misión que Dios nos ha encomendado, para ayudarnos a cada uno a cumplir cada vez mejor las obligaciones de nuestro estado y de nuestra vocación. Si vivimos así la Navidad, nos habremos enterado de la fiesta, y esperar esta fiesta es motivo de gozo exultante. El Señor viene a salvarnos, estad alegres. “Desbordo de gozo con el Señor”. “Se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Que María nos comunique el gozo de su corazón. Con mi afecto y mi bendición: • Nº307 • 11/12/11 3 E

 

 

 

El tercer domingo de advientoes el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor...” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe. La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de Él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría. “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno. El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre. Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporá- neo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios. El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”. Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día. Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida. Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué. Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y Él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad. A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad:

 

 

 

 

2 O 3 DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tiempo de adviento es tiempo de gozo y esperanza, como la vida cristiana misma. El gozo proviene de la cercanía de Dios, que nos envía a su Hijo Jesucristo para salvarnos, para divinizarnos.

La esperanza se genera porque Dios cumple siempre sus promesas y nos asegura estar siempre con nosotros. Vale la pena fiarse de Dios, porque Dios siempre cumple. Y, ¿qué nos ha prometido? Dios nos ha creado para hacernos felices, para hacernos partícipes de su propia felicidad que quiere compartirla con nosotros. Y la felicidad de Dios no es pasajera, sino que dura para siempre.

Amanecemos en este mundo y miramos a nuestro alrededor, donde, junto a tantas cosas bellas y buenas, está presente el mal en sus múltiples manifestaciones: egoísmo, explotación del hombre por el hombre, enfrentamientos, guerras, deportaciones, prófugos, violaciones de todos los derechos, etc.

¿Cómo puede existir un Dios, que permite estas cosas? Muchos se rebotan contra Dios al experimentar tanto sufrimiento propio o ajeno, y concluyen: Dios no existe. Otros, por el contrario, acuden a ese Dios bueno para pedirle que nos salve. Y aquí se sitúa la salvación que viene a traer Jesucristo. Dios no se ha desentendido de las desgracias de los hombres.

Dios se ha acercado a nuestro mundo y ha entrado de lleno en él, haciéndose hombre, uno de nosotros. El Hijo de Dios se ha hecho hombre y ha puesto su tienda entre nosotros, para convivir con nosotros, para compartir nuestra suerte. En todo semejante a nosotros menos en el pecado.

Jesucristo por su encarnación, por haberse hecho hombre como nosotros, ilumina el misterio del hombre al propio hombre y le muestra la grandeza de su vocación, que somos hijos de Dios. Jesucristo ha venido a decirnos el inmenso amor de Dios al hombre, y nos lo ha dicho hasta el extremo, hasta morir en la Cruz por nosotros.

Él nos aclara que el mal en el mundo no lo ha inventado Dios, sino que es factura del hombre. Y que ese mal tiene una raíz común, el pecado. Jesucristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su encarnación, su muerte redentora y su resurrección abren para todos los hombres un horizonte ilimitado de felicidad, pero es preciso pasar por la muerte, por el despojamiento, por la Cruz.

El sufrimiento abrazado con amor nos hace participar de la Cruz redentora de Cristo y convierte nuestra pobreza en riqueza de amor. Recibimos de Dios ese amor repleto de misericordia y repartimos ese amor a nuestro alrededor de manera solidaria. Este es el motivo de nuestra alegría.

Los males que nuestra humanidad está soportando tienen un sentido, tienen un valor y contribuyen a la redención del mundo. Jesucristo nos ha enseñado a estar de parte de los que sufren por cualquier causa, siempre de parte de las víctimas.

El anuncio evangélico es siempre anuncio de alegría y gozo para todos. Los ángeles en la noche de Belén así lo cantan: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Nos preparamos a la Navidad con esta alegría y este gozo, que brotan de saber que Jesús está en medio de nosotros.

 “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del asilamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría”, nos recuerda el Papa Francisco (EG 1).

Preparemos el camino al Señor con un corazón bien dispuesto, como nos anuncia el Bautista. La alegría de la Navidad se llama Jesucristo. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegraos siempre en el Señor

 

 

 

ALEGRAOS EN EL SEÑOR, ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una alegría que viene de fuera y que produce resaca. Esa no es la alegría en el Señor. Y hay otra alegría que viene de dentro, que rebosa en nuestra sensibilidad y que nos da la paz. Ésta es la alegría en el Señor. La alegría de fuera cuesta cara, nos lleva a consumir y consumir, y nunca nos deja satisfechos. La alegría en el Señor es gratuita, es un don de lo alto, calma nuestra ansiedad y nos produce la paz. El domingo tercero de adviento es el domingo de la alegría en el Señor: “Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito estad alegres” (Flp 4,4). Es la alegría de María: “Me alegro con mi Dios” (Lc 1). Es la alegría de los santos; “Un santo triste es un triste santo”, decía san Francisco de Sales. Y la razón de esta alegría es porque Dios está con nosotros, y en la preparación para la Navidad, el Señor está cerca. La Navidad que se acerca es fiesta de gozo y de salvación, y le pedimos a Dios en este domingo que podamos celebrarla con alegría desbordante. Urge que los creyentes vivamos el sentido verdadero de la navidad: Dios con nosotros. ¿Cómo puede uno celebrar una navidad sin Dios? Para muchos de nuestros contemporáneos, incluso para algunos de nuestros familiares, la Navidad consiste en comer, beber, juerga y ruido. A lo sumo, una reunión de familia, que siempre es bueno. Pero nada más. La Navidad, sin embargo, es Dios con nosotros, Dios que se acerca en un niño pequeño, indefenso, dé- bil para que no tengamos miedo de acercarnos a él, e incluso de sentir ternura por él. Dios que se acerca hasta nosotros no con poder ni prepotencia, sino en la debilidad de nuestra carne mortal. Él espera que le abramos el corazón, que nos rindamos ante él y lo adoremos postrados, como hicieron los magos y los pastores. Desde esa actitud de adoración, la única que nos hace verdaderamente libres, salimos al encuentro de los demás para compartir lo que nosotros hemos recibido de Dios. La Navidad es compartir con los demás lo mucho que hemos recibido, empezando por el don de la fe. De la Navidad brota la solidaridad, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22). Y unido él con cada hombre, nos ha unido a todos entre sí, ha creado una solidaridad más fuerte que los mismos lazos de la carne y de la sangre. La alegría no puede ser completa, mientras haya un hermano que sufre. “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9), preguntó Dios a Caín cuando éste había matado a su hermano Abel. La respuesta nos la da el propio Jesucristo: “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). Jesús ha salido al encuentro de los más necesitados, ha recorrido los pasos del hijo perdido hasta encontrarlo, y lo ha cargado sobre sus hombros, trayéndolo a casa de nuevo. La Navidad es fiesta de encuentro con Dios y con los hermanos para llevarles la felicidad de Dios. No puede haber Navidad sin Dios, ni puede haber Navidad sin acercamiento a los hermanos que sufren. La buena noticia del nacimiento de Jesús, que viene a salvarnos, nos llena de esperanza y de alegría. Nos hace más cercano el Dios que nos salva. Nos hace más solidarios, con la solidaridad establecida por la encarnación del Hijo. Alegraos siempre en el Señor. Es una alegría que no nos distrae de los problemas del momento, sino que precisamente nos da capacidad para afrontarlos. Es una alegría que fortalece e impulsa, que no frena ni enajena, que nos hace vivir con la sencillez de quien se siente amado para toda la eternidad. María tiene mucho que ver en esta alegría, porque nos viene por el fruto bendito de su vientre, Jesús. Recibid mi afecto y mi bendición: Alegres en el Señor Q

 

 

 

 

Tercer domingo adviento: Gaudete

 

El tercer domingo de adviento es el domingo de la alegría cristiana. La liturgia de este día comienza con estas palabras: “Estad siempre alegres en el Señor...” (Flp 4,4). No se trata de una alegría externa, bullanguera, que viene de fuera. Sino de una alegría que viene de dentro y sale hacia afuera, una alegría serena, llena de paz. Es una alegría que viene de Dios, no de lo que uno come y bebe. La razón de esta alegría es porque el Señor está con nosotros, está entre nosotros, está cerca. “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”, nos dice Sta. Teresa. Cuando uno lo tiene todo, y no tiene a Dios, está hueco y vacío. Cuando tiene a Dios, aunque le falte lo demás, tiene lo principal. Hemos sido hechos para disfrutar de Dios, ya en este mundo y esperamos disfrutar de Él para toda la eternidad. Esta es la fuente de la verdadera alegría. “El Espíritu del Señor está sobre mí, me ha ungido y me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren” por cualquier causa. Recibiendo esta alegría de Dios, somos enviados a repartirla en nuestro entorno. El Evangelio es una buena noticia. Los ángeles llenarán de alegría el mundo, anunciando el nacimiento de Jesús. María proclama esta alegría, que brota de tener a Dios en su corazón y en su vientre. Nuestro mundo necesita esta alegría, lo ha conseguido casi todo, pero le falta alegría. El hombre contemporá- neo está orgulloso de sus avances y de sus logros, pero tiene que “comprar” la alegría, porque no la tiene. Esa alegría no le vendrá nunca de fuera, le viene de Dios. El Papa Francisco transmite esa alegría en sus continuos anuncios del Evangelio. Su carta programática se titula “La alegría del Evangelio” (Evangelii gaudium): “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús”. Y el resultado de los Sínodos sobre la familia nos lo ofrece con el título “La alegría del amor” (Amoris laetitia): “La alegría del amor que se vive en las familias es también el júbilo de la Iglesia”. Nuestra sociedad está harta de palabras y promesas que no se cumplen. Está pidiendo a gritos el testimonio de una vida en la que se cumpla esta alegría que viene de Dios. Es la alegría de los santos, que con muy poco han hecho obras grandes. Y es el testimonio de tantas gentes sencillas, que viven la alegría cotidiana de confiar en Dios, en medio de las dificultades que surgen cada día. Llegamos a la Navidad, “fiesta de gozo y salvación” y pedimos al Señor poder celebrarla “con alegría desbordante” (oración colecta). Las fiestas de Navidad están llenas de alegría para todos. A muchos no les llega la razón profunda de esa alegría, se quedan con lo exterior. Corresponde a los cristianos, que conocen el motivo de la alegría de estos días, ser testigos de una alegría que no cuesta dinero ni se compra con dinero, la alegría de Dios que viene a salvarnos. La alegría de hacer el bien a los demás gratuitamente, la alegría de gastarse para aliviar a los demás en el camino de su vida. Quien conecta con el misterio de estos días, sale renovado de las fiestas de Navidad, porque el corazón se le llena de esperanza, de ganas de vivir. Quien, por el contrario, se queda solo con lo externo, la Navidad le generará resaca y tristeza, con la fatiga de haber ido de un sitio para otro sin saber por qué. Tiempo de Navidad, tiempo de alegría, tiempo de conversión. Volvamos a Dios, y Él llenará nuestro corazón de una alegría gratuita, por la que merece la pena celebrar la Navidad. A todos, mi deseo de una santa y feliz Navidad:

 

 

 

 

EL ROSARIO: MES DE OCTUBRE

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿De qué estará hecho el corazón de una madre? Cada hijo tiene experiencia de ser amado de manera especial desde el corazón de su madre. Es un amor único, rebosante de ternura, que conoce al hijo mejor que nadie y le comprende, e incluso disculpa sus defectos. Una madre habla siempre bien de su hijo y pondera sus cualidades, no le importa quedar ella en situación inferior, porque a ella le llena de satisfacción que su hijo sea más grande que ella. Nos encontramos en el mes de octubre, mes del Rosario. Feliz invento de santo Domingo de Guzmán, cauce de evangelización, oración para los sencillos y los pobres, contemplación serena de los misterios de la vida de Jesús desde el corazón de su Madre bendita. Cuando uno no sabe o no puede rezar, todavía se pueden desgranar avemarías sueltas y seguidas, contemplando algún momento de la vida de Jesús. En el rezo del Rosario se experimenta una compañía de María, que rompe todo aislamiento. Estando ella, nos sentimos felizmente queridos, aún en medio del sufrimiento. Los misterios gozosos nos hacen partícipes de la alegría del Evangelio: el anuncio del ángel, la visitación de María, el nacimiento de Jesús, la ofrenda en el Templo, el hallazgo de Jesús después de haberlo perdido. Todo el evangelio de la infancia es comunicación de una alegre noticia, aunque no falten momentos de dolor. Acercarse a Jesús desde el corazón maternal de María es mirar con lupa ampliada esa alegría y pedirle a Dios que nos conceda por intercesión de María participar en esa alegría durante toda nuestra vida. En los misterios luminosos asistimos con María a escenas de la vida pública de Jesús: el bautismo en el Jordán, las bodas de Caná, el anuncio del Evangelio, la transfiguración y la institución de la Eucaristía. Son momentos claves de la vida de Jesús, que ahora miramos retrospectivamente desde el Corazón inmaculado de María. Los misterios dolorosos nos introducen en el drama redentor de Cristo, en lo más íntimo de su Corazón. Quién conoce mejor que María la angustia de la pasión, la agonía del huerto, la flagelación, la corona de espinas, el camino hacia el Calvario con la Cruz a cuestas, la crucifixión y muerte de asfixia clavado al madero. Quebranto con Cristo quebrantado, pedimos con san Ignacio en los Ejercicios Espirituales al contemplar estos misterios. Cuánto consuelo para el que sufre saberse acompañado por Jesús, que nos ha precedido en el dolor y nos acompaña siempre. Y junto a Jesús está siempre su Madre. Con los misterios gloriosos vislumbramos la meta: Cristo resucitado y ascendido al cielo, la venida del Espíritu Santo, la glorificación de María en su asunción al cielo y su coronación como Reina junto a su Hijo Rey. Nuestro destino no es la tierra, ni nuestra aspiración es la de vivir interminablemente en este mundo (qué aburrimiento!). Nuestra meta es el cielo, nuestro destino es la gloria, estar con Jesús para siempre, transfigurados en él y superada nuestra condición terrena, que está sometida a tantas limitaciones y penas. Por eso, Jesús se lo ha comunicado ya plenamente a su Madre, para que sea también un motivo de esperanza para nosotros. El rezo del Rosario es muy sencillo. Enseñemos a los niños y a los jóvenes, como María enseñó a los pastores de Fátima, pidiéndoles que rezaran e hicieran penitencia por la paz del mundo, por los pecadores. A lo largo de mi ministerio sacerdotal he iniciado a muchos en esta sencilla oración, y ya adultos reconocen el gran bien que les ha hecho. Fomentemos durante este mes el rezo del Rosario. Se trata de mirar desde el Corazón de María cada uno de los misterios de la vida de Jesús. No hay mejor mirador. Y pidámosle a ella con toda confianza que nos transmita los sentimientos de Cristo. También hoy hemos de pedir la paz del mundo, la convivencia de los pueblos en España, la renovación cristiana de la familia, el ardor misionero de la evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

DOMUND

 HERMANAS: En este tercer domingo de octubre celebramos el domingo de las misiones, DOMUND, con el lema: “Sé valiente, la misión te espera”. Es una ocasión propicia para reforzar esa dimensión esencial de la Iglesia y de nuestra fe cristiana, la dimensión misionera. La Iglesia, fundada por Jesucristo, recibe de Él el mandato misionero: “Id al mundo entero y predicad el Evangelio” (Mc 16,15). Evangelizar no es proselitismo, evangelizar es dar testimonio con la propia vida de haber encontrado a Jesucristo, ofreciéndoselo a los demás. A lo largo de estos veinte siglos, el Evangelio ha ido extendiéndose por todo el mundo y podemos decir que a estas alturas ese Evangelio ha llegado a todas las naciones. La globalización además favorece esa expansión misionera del mensaje de Jesucristo. Aunque, estamos todavía en los comienzos de la misión ad gentes, según nos recordaba Juan Pablo II (RM 40). Pero, contando con todos los medios a nuestro alcance, son las personas las que hacen la misión. El lema de este año nos interpela personalmente, “Sé valiente”. Se trata de salir de la propia comodidad y dar el paso, para lo cual se necesita cierta valentía. Y este imperativo va dirigido a todos: fieles laicos, jóvenes y adultos, consagrados, sacerdotes. Porque la dimensión misionera es connatural a todos los estados de vida. “Ay de mí, si no evangelizara” (1Co 9,16). Cada vez es más frecuente el deseo de dedicar un tiempo, incluso quitándolo de las vacaciones, para compartir una colaboración en la tarea misionera. Algunos incluso se deciden a dedicar toda su vida, y encontrarán en ello su gozo y su recompensa, como nos enseña Jesús. La diócesis de Córdoba es una diócesis misionera. Un buen número de cordobeses –más de 200– viven hoy entregando su vida entera a la misión ad gentes, otros muchos dedican parte de su tiempo a esta feliz aventura y dentro de la Diócesis existe toda una red de comunicación y animación misionera, que alienta continuamente ese espíritu misionero que se traduce en obras. El pasado año 2016 se han recogido de la diócesis de Córdoba para las Obras Misionales Pontificias 630.000 €, además de todo lo que se envía por otros cauces. La Misión diocesana de Picota recibió en este mismo año otros 237.619 €. con distintos proyectos financiados desde la diócesis. Córdoba es una de las primeras diócesis de Espa- ña, y España es uno de los primeros países del mundo en esta colaboración económica. Sigamos por este camino, quitándonos algo de lo nuestro para compartirlo con los que no tienen nada. Poco de lo nuestro es muchísimo para ellos. Os animo a dar más. Felicito a todos los colaboradores de la Delegación diocesana de Misiones, con el delegado al frente. Sois un ejemplo de trabajo ilusionado para toda la Diócesis, que da sus resultados en el fervor misionero e incluso en la recaudación. Piense cada uno si no podría hacer más por las misiones: un tiempo de dedicación in situ, el ofrecimiento de las incomodidades y sufrimientos de la vida, que unido a Jesucristo llevará fortaleza para los misioneros y disponibilidad del corazón de los destinatarios, la privación de un gusto para entregar ese dinero a las misiones. Ningún dinero mejor empleado. Hay muchas causas nobles, que apoyamos con nuestra aportación, pero esta causa es la de llevar el Evangelio a todos, haciéndolos partícipes de la vida divina por medio de la Palabra de Dios y de los sacramentos. Es la mayor colaboración que podemos ofrecer. El DOMUND es el momento más intenso de esta conciencia misionera. Luego vienen otros a lo largo del año. Hagamos partícipes de este espíritu misionero a los niños, particularmente los que reciben enseñanza católica, a los jóvenes para que crezcan en este espíritu misionero, a los adultos para que tomen esta prioridad como asunto propio, a los enfermos y ancianos para que ofrezcan su vida por las misiones. Recibid mi afecto y mi bendición: DOMUND 2017 «Sé valiente, la misión te espera»

 

 

 

 

MES DE SANTOS Y DIFUNTOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Dichoso mes, que comienza con Todos los Santos y acaba con san Andrés”, reza un dicho popular sobre este mes de noviembre que iniciamos en estos días. La fiesta de Todos los Santos es un fuerte estí- mulo a la santidad, a la que todos estamos llamados, sea cual sea nuestro estado y condición. Todas las demás son metas parciales, la meta última es que seamos santos. Que nos parezcamos a Dios, nuestro Padre que es santo, que imitemos a Jesucristo nuestro hermano mayor, que nos dejemos inundar por el Espíritu Santo, Espíritu de santidad que transforma nuestros corazones. La fiesta de todos los Santos nos pone delante de los ojos una multitud inmensa de hombres y mujeres, niños y adultos, en todos los estados de vida –fieles laicos, matrimonios, religiosos y consagrados a Dios, pastores en la Iglesia– que han alcanzado la santidad como un regalo de Dios y de su gracia, a la que ellos han correspondido con humildad y generosidad. Muchos de estos hermanos han sido canonizados por la Iglesia, es decir, han sido reconocidos como tales y son propuestos a todos los fieles como ejemplos de santidad y vida cristiana. Pero son muchísimos más los que han alcanzado esa meta de la santidad y no han sido canonizados ni lo serán nunca. Las canonizaciones representan como una muestra del gran catálogo de santos que viven junto a Dios, gozando de él e intercediendo por nosotros. A todos ellos está dedicada esta fiesta de Todos los Santos. Entre éstos tenemos familiares y amigos, que son para nosotros referente de vida cristiana y ejemplo de santidad, y a los que nos encomendamos continuamente en nuestro camino hacia el Cielo. El Cielo es estar con Dios gozando de su amor para siempre, siempre, sin posibilidad de perderlo nunca jamás. El Cielo es la situación en que amaremos con todo nuestro ser a Dios y a los hermanos. Nuestro corazón siente añoranza del Cielo. Hemos sido creados para el Cielo. La fiesta de Todos los Santos nos habla del Cielo, como nuestra patria y nuestro destino definitivo. ¿Qué tengo que hacer para alcanzar el Cielo, la vida eterna?, le preguntó un joven a Jesús. “Guarda los mandamientos”, le respondió Jesús. “Y si quieres llegar hasta el final vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres, y sígueme”. Jesucristo es el único valor absoluto, por el que vale la pena jugárselo todo y no nos defraudará. Y junto a los santos, recordamos también a los fieles difuntos. Son todos aquellos hermanos nuestros que han partido ya de este mundo y han sido salvados por la sangre de Cristo, pero todavía no disfrutan a plena luz de la gloria de Dios. Están sufriendo. El sufrimiento de las almas del Purgatorio consiste en sentirse amados, muy amados por Dios, y constatar que no han sabido amarle a su tiempo. Ese contraste es como un fuego que quema y purifica sus almas, para prepararlas al gozo del Cielo que les espera. La Iglesia sufre con sus hijos que sufren en el Purgatorio, y los tiene presentes continuamente en sus oraciones. Es costumbre cristiana rezar por los difuntos, por nuestros difuntos y por los del mundo entero. Es costumbre cristiana ofrecer la Santa Misa y otras oraciones, ofrecer sacrificios, trabajos y sufrimientos por nuestros hermanos difuntos. Y les llega ciertamente. Les hacemos un gran favor con nuestros sufragios, porque la redención de Cristo se completa en nuestra propia carne en favor de la Iglesia. A medida que decae la certeza y la esperanza del Cielo, decae también la oración por los difuntos. Muchos piensan que una vez que han terminado la vida en la tierra ya no tenemos nada que hacer por ellos. No es así. Podemos y debemos orar por ellos. No dejemos de encargar Misas por ellos, pedir a los sacerdotes que ofrezcan la Santa Misa por alguno de nuestros difuntos, además de que la Misa es por todos. Ofreciendo el estipendio señalado, encarguemos Misas por los difuntos. Y si no tenemos recursos económicos, las encargamos también, aunque no podamos pagarlas. La Misa ofrecida por un difunto es de gran alivio para esa persona querida. Santos y difuntos, mes de noviembre. Deseo del Cielo, intercesión de los santos, oración por los difuntos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

 

IGLESIA DIOCESANA

HERMANOS Y HERMANAS: Este domingo de noviembre celebramos en toda España el Día de la Iglesia Diocesana. Una jornada para darnos cuenta de que pertenecemos a la Iglesia Universal en una Iglesia particular o dió- cesis, la diócesis de Córdoba. Jesucristo fundó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y los envió por todo el mundo a anunciar el Evangelio. Aquellos Apóstoles y sus colaboradores expandieron la Iglesia por todo el mundo. En nuestro suelo patrio el Evangelio fue predicado muy pronto, en los albores del cristianismo y después de muchos avatares esta Iglesia del Señor vive y camina en la diócesis de Córdoba, llevando la salvación de Dios a todos sus habitantes. Según los datos estadísticos, el 95,5 % de la población en Córdoba es bautizada católica. Por tanto, miembros de la Iglesia Católica. Pero no todos participan de la misma manera. Hay quienes son bautizados y reciben cristiana sepultura y otros, además, participan de distintas maneras en la vida de la Iglesia. La Visita pastoral me permite contactar con cada parroquia en cada pueblo y puedo afirmar que estamos en una diócesis muy viva, con mucha vitalidad cristiana. Demos gracias a Dios. Con un laicado muy abundante, que actúa en las distintas áreas de la diócesis: catequesis, caritas, culto dominical, coros, lectores, portadores de la comunión a los enfermos, etc. Con una presencia en el mundo muy importante, testigos de Dios y de la vida nueva del Resucitado, transformando el mundo desde dentro a manera de fermento, como el alma en el cuerpo. Con un colectivo cofrade de miles y miles de personas, con ganas de llevar adelante la presencia del misterio cristiano en las calles y plazas de la ciudad y de nuestros pueblos. Con grupos y movimientos de apostolado de muchos colores, sobre todo en Cursillos de Cristiandad y Comunidades Neocatecumenales. Con una presencia cada vez más extendida de la Acción Católica General. El Encuentro Diocesano de Laicos del pasado 7 de octubre ha sido una muestra de la vitalidad de nuestra diócesis de Córdoba, donde hemos afrontado con toda claridad y con mucha esperanza los distintos retos que el mundo de hoy plantea a los católicos y cómo éstos han de salir al encuentro de nuestros contemporáneos sobre todo con el testimonio de una vida nueva y distinta. “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”, nos dice el Señor. Al llegar el día de la Iglesia Diocesana, caemos todos en la cuenta más y más de que la diócesis la hacemos entre todos. Esta Iglesia fundada por Jesucristo, que tiene como alma el Espíritu Santo y como Madre a María Santísima, está formada por todos sus miembros como parte activa, que afronta sus obras como propias y su sostenimiento como una obligación lógica. La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades. Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante, con nuestro servicio a todos los niveles. Al servicio de esta Iglesia Diocesana hay 280 sacerdotes, que tienen en los actuales 80 seminaristas su continuidad y su futuro. En el seno de esta diócesis hay 25 Comunidades de vida contemplativa, una de hombres y el resto de mujeres, que constituyen la mejor reserva de espiritualidad para vitalizar el apostolado de todos. Más de 800 religiosos y consagrados nos recuerdan la llamada a la santidad de todos. La diócesis de Córdoba tiene como objetivos prioritarios el campo de la familia y de la vida, el campo de la educación y de la transmisión de la fe, el campo de la atención a los pobres, que son el tesoro de la Iglesia. Para cumplir todos estos objetivos, para mantener todas sus instituciones, para vitalizar cada vez más esta Iglesia Diocesana contamos CONTIGO. “Somos una gran familia contigo”. Siéntete miembro activo en esta gran familia, colabora en lo que puedas: es tu diócesis, es la Iglesia del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia Diocesana «Somos una gran familia CONTIGO» Q • Nº 578 • 12/11/17 3 La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades. Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante... EN ESTE MES DE NOVIEMBRE LOS OBISPOS ESPAÑOLES NOS INVITAN A REZAR POR  PARA QUE EL SEÑOR CONCEDA}LA VERDADERA PAZ y concordia entre los pueblos, y nunca se invoque el nombre santo de Dios para justificar la violencia y la muerte. Red Mundial de Oración por el Papa Apostolado de la Oración EL PAPA FRANCISCO NOS INVITA A REZAR POR  LOS CRISTIANOS DE ASIA,}para que, dando testimonio del Evangelio con sus palabras y obras, favorezcan el diálogo, la paz y la comprensión mutua, especialmente con aquellos que pertenecen a otras religiones. Con la bajada de las temperaturas se inicia el programa de atención nocturna a las personas sin hogar de Cáritas Ya ha comenzado a trabajar en Córdoba el programa de atención nocturna a personas sin hogar de Cáritas Diocesana, es la conocida UVI social que se acerca hasta la media noche a unas cincuenta personas diarias. Los voluntarios ofrecen abrigo y comida pero sobre todo brindan compañía, porque muchas de las personas a las que atienden buscan cercanía. “Ellos nos esperan para hablar unos minutos, después de no haber hablado con nadie en todo el día”, explica el responsable de este programa de atención de Cáritas, Rafael Serrano. Cada noche, la ruta es la misma y los horarios similares, de maUVI SOCIAL DE CÁRITAS DIOCESANA n

 

 

 

JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Papa Francisco, al término del Año de la Misericordia, ha instituido la Jornada Mundial de los Pobres, que este año se celebrará por primera vez, y será el 19 de noviembre (domingo anterior a la fiesta de Cristo Rey del Universo). A otras varias Jornadas, que los Papas anteriores han instituido, quiere él dejar ésta para perpetua memoria. El Papa Francisco nos ofrece en muchas ocasiones enseñanzas muy agudas y comprometidas en este tema, para que la Iglesia ponga a los pobres en el centro de su vida y de su acción apostólica. Os invito a leer la Carta del Papa al instituir esta Jornada, no tiene desperdicio. Se trata de contemplar a Cristo pobre. “No olvidemos que para los discí- pulos de Cristo la pobreza es ante todo vocación para seguir a Cristo pobre”. La pobreza no es una desgracia, sino una bienaventuranza, nos hace parecidos a Jesús, que siendo rico se hizo pobre por nosotros. “La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales. La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido” (CEC 25-45). Se trata en esta Jornada de tocar la carne de Cristo, que se prolonga en tantas personas que sufren la carencia de lo necesario para vivir, y que por eso llamamos pobres: “el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, la ignorancia y el analfabetismo, la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y la migración forzada”. El pecado hace estragos y lleva a tremendas injusticias que tienen que pagar siempre los más débiles. En esta Jornada se trata de acercarnos a todas estas personas para compensar con nuestro amor y hasta donde podamos esa injusticia que brota siempre del egoísmo y del desamor. Poner a los pobres en el centro de la vida de la Iglesia, al estilo de san Francisco de Asís, que reconocía en los pobres el rostro de Cristo y buscaba parecerse a Cristo pobre. La opción cristiana por los pobres no es una opción ideológica, sino una opción de amor hacia los últimos, en los que reconocemos el rostro de Cristo. En esta actitud, la Iglesia se juega su credibilidad, se juega el fruto de la evangelización. Además, los pobres no son sólo destinatarios, sino agentes de evangelización. Al traerlos a nuestra vida, al acercarnos hasta ellos entendemos mejor el Evangelio en su verdad más profunda. “Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”. Los pobres nos enseñan a ser humildes, a confiar en Dios, a no idolatrar el dinero, el placer, el consumo. Los pobres nos enseñan a compartir, nos hacen más humanos. El Papa nos invita a realizar gestos concretos: sentar a nuestra mesa a algún pobre concreto que conocemos de cerca, celebrar con ellos la liturgia de este domingo, porque los pobres suelen estar a las puertas de nuestras iglesias, pero no suelen entrar en ellas. En un mundo falto de amor, los gestos concretos de amor generoso y gratuito nos abren a nuevas posibilidades en nuestra relación con los demás y nos capacitan siempre en nuestra relación con Dios. Acojamos esta propuesta del Papa Francisco con prontitud de corazón. Estoy seguro de que nos traerá muchos beneficios a nuestra diócesis de Córdoba, a nuestras parroquias, a nuestras familias. Ya tenemos muchos gestos de caridad, ya colaboramos de múltiples maneras con Caritas a todos los niveles. Esta Jornada instituida por el Papa Francisco será para todos ocasión de renovar nuestro amor y acercamiento a los pobres con el amor de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: I Jornada Mundial de los Pobres No amemos de palabra, sino con obras Q •

 

CUARTO DOMING DE ADVIENTO

 

El cuarto domingo de adviento es un domingo mariano, es el domingo mariano por excelencia. Cada domingo, semana tras semana, celebramos el misterio de Cristo, muerto de amor y resucitado para nuestra salvación, pero llegados al cuarto domingo de adviento, en el que Cristo sigue siendo el centro, lo contemplamos en el seno de su Madre virgen, a punto de darlo a luz en la nochebuena.

Una vez más la Madre y el Hijo van inseparablemente unidos y no se entienden el uno sin el otro. Los unió Dios en su admirable plan de redención; no los separe el hombre con sus razonamientos y elucubraciones.

En este Año jubilar del Corazón de Jesús, contemplemos una y otra vez esta sintonía de corazones: el Corazón de Jesús y el Corazón de María. El corazón de Jesús y el corazón de María laten al unísono. El corazón de María está abierto a la voluntad de Dios. Cuando recibe el anuncio del ángel de que va a ser madre de Dios, ella termina diciendo: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). Toda una actitud de ofrenda, de disponibilidad, de obediencia a los planes de Dios.

Y el Verbo se hizo carne en su seno virginal. Todo el mundo estuvo pendiente de ese “sí” de María, nos recuerda san Bernardo. En ese “SÍ” con mayúscula se ha abierto una fase nueva de la historia humana. Un “sí” sostenido durante toda su vida, incluso en los momentos de dolor. Junto a la Cruz de Jesús estaba María acompañando y sosteniendo la ofrenda de Cristo al Padre.

Ella participó de esa actitud en entrega generosa de sí misma, como lo hizo desde el principio, desde el anuncio del ángel. Al entrar en este mundo, dice Jesús dirigiéndose al Padre: “Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, pero me has dado un cuerpo. Entonces yo dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad” (Hbr 10,6-7).

Con esta actitud ha vivido Jesús toda su vida terrena y vive en la eternidad en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. La vida cristiana consiste por tanto en esa obediencia al estilo de Jesús, al estilo de María. Obediencia a la voluntad de Dios, que le hace disponible para entregar su vida en rescate por muchos.

La sincronía de los corazones de Jesús y de María es asombrosa. En el mismo instante histórico en que ella responde al ángel, diciendo: “Aquí está la esclava del Señor”, Jesús entra en el mundo diciendo “Aquí estoy para hacer tu voluntad”. Es un instante cronológico en el que ambos corazones han coincidido en la misma actitud, en el mismo “sí”, que ha abierto una nueva etapa para la humanidad.

Si la tendencia del corazón humano es la rebeldía y la desobediencia como secuela del pecado, Jesús y María han vivido toda su vida en obediencia de amor. Jesús y María han cambiado el rumbo de la historia, haciendo de su vida una ofrenda de amor al Padre para servir a toda la humanidad.

Dos corazones que laten al unísono, qué bonita convivencia. Entrar en el corazón de Cristo y en el corazón de María, que laten al unísono con las mismas actitudes de obediencia y de amor, nos enseña a vivir con ellos y como ellos en obediencia de amor a Dios Padre; nos enseña a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente; nos enseña a convivir unos con otros.

El corazón de Cristo y el corazón de María son la mejor escuela de vida cristiana, por el camino de la obediencia, que es camino de libertad, y por el camino del amor para entregar la propia vida a los planes de Dios.

Cuarto domingo de adviento. Preparemos la Navidad que se acerca, intensificando en nuestro corazón las actitudes del Corazón de Cristo y del Corazón de María. Actitud de ofrenda, de oblación, de solidaridad, de servicio y entrega.

Cuando rezamos el Rosario, vamos contemplando los misterios de Cristo desde el Corazón de María. Domingo mariano, porque en su vientre María lleva al Redentor del hombre y del mundo.

Feliz y Santa Navidad para todos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el cuarto domingo de Adviento estamos tocando con las manos el misterio cercano del nacimiento del Señor. La Navidad se echa encima, estamos a las puertas. Este cuarto domingo es el domingo mariano por excelencia. Y junto a María está José en este gran misterio. Ya desde antiguo fue anunciado que el Mesías nacería de una virgen y nacería virginalmente. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Isaías. Era como un sueño, que se ha hecho realidad en la historia, en María. María es la madre de Jesús, permaneciendo virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Madre y virgen. La atención se centra en ella cuando estamos a las puertas de la Navidad, porque en su vientre viene hasta nosotros el Hijo de Dios hecho hombre. Siguiendo el evangelio de san Mateo, correspondiente este año al ciclo A, se nos explica cómo se realizó este gran misterio. Y con toda claridad explícitamente se nos anuncia que Jesús no es fruto de la relación sexual varón/ mujer de José con María, sino que este niño es fruto de un milagro de Dios, que ha sido anunciado a María, en el relato del evangelio de san Lucas, y ha sido anunciado a José, en el relato del evangelio de san Mateo. Uno y otro, son relatos coincidentes en la sustancia del asunto. La virginidad de esta madre está garantizada por la Palabra de Dios en este y en otros pasajes de la Sagrada Escritura. Y la fe proviene de la Palabra de Dios. No se trata de un género literario o de una manera bonita de expresar un gran misterio. Se trata de las repercusiones incluso biológicas que el misterio lleva consigo. Jesús es Dios, y su madre virgen. Son dos caras de la misma moneda, son dos aspectos del mismo misterio. Cuando alguno niega que María sea virgen, está negando que Jesús es Dios. Y viceversa. Cuando se considera que Jesús es uno más, un líder humano y no el Hijo eterno de Dios, se concluye que ha nacido de manera “natural”, como todos nacemos al venir a este mundo. Sin embargo, la fe católica, apoyada en la Palabra de Dios y en la explicación que la Iglesia ha dado a lo largo de dos mil años, anuncia que María es la siempre virgen madre del Redentor, nuestro Señor Jesucristo. No se trata de una verdad o un aspecto periférico de la fe católica. Estamos en el mismo núcleo de esta fe católica, que tiene enormes consecuencias para la vida cristiana. María en su condición de madre y José en su condición del que hace las veces de padre están enseñándonos a todos cómo quiere Dios que colaboremos en la obra de la restauración de un mundo nuevo. La iniciativa es de Dios, Dios va delante. Dejarle a Dios que sea Dios, que vaya delante incluye una cierta actitud virginal por parte humana. María y José, cada uno a su manera, son prototipo de esta colaboración en los planes de Dios. Uno y otro acogen la buena noticia con corazón fiel, y ponen su vida entera al servicio del misterio de la encarnación. Y sus vidas no fueron estériles por eso. Al contrario, representan la mayor fecundidad que una persona humana ha podido tener. María es la bendita entre todas las mujeres, a la que todas las generaciones felicitarán. Ella es el personaje más importante en la obra redentora, más que los apóstoles, más que cada uno de nosotros por mucho que hagamos. Y junto a ella, José, sin el que todo este misterio hubiera sido inviable históricamente. También él pone su vida al servicio de este gran misterio, y eso le ha merecido ser protector y cuidador de generaciones y generaciones, patriarca de la Iglesia. Nos acercamos estos días a contemplar el Belén instalado en nuestras casas, en nuestras instituciones. En el Belén la figura central es Jesucristo, ese Niño que viene a salvarnos. Y junto a él, su madre María y el que hace las veces de padre, José. Una familia sagrada donde inspirarse nuestras propias familias. A todos, santa y feliz Navidad

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el cuarto domingo de Adviento estamos tocando con las manos el misterio cercano del nacimiento del Señor. La Navidad se echa encima, estamos a las puertas. Este cuarto domingo es el domingo mariano por excelencia. Y junto a María está José en este gran misterio. Ya desde antiguo fue anunciado que el Mesías nacería de una virgen y nacería virginalmente. Así lo recuerda la primera lectura de este domingo, tomada del profeta Isaías. Era como un sueño, que se ha hecho realidad en la historia, en María. María es la madre de Jesús, permaneciendo virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Madre y virgen. La atención se centra en ella cuando estamos a las puertas de la Navidad, porque en su vientre viene hasta nosotros el Hijo de Dios hecho hombre. Siguiendo el evangelio de san Mateo, correspondiente este año al ciclo A, se nos explica cómo se realizó este gran misterio. Y con toda claridad explícitamente se nos anuncia que Jesús no es fruto de la relación sexual varón/ mujer de José con María, sino que este niño es fruto de un milagro de Dios, que ha sido anunciado a María, en el relato del evangelio de san Lucas, y ha sido anunciado a José, en el relato del evangelio de san Mateo. Uno y otro, son relatos coincidentes en la sustancia del asunto. La virginidad de esta madre está garantizada por la Palabra de Dios en este y en otros pasajes de la Sagrada Escritura. Y la fe proviene de la Palabra de Dios. No se trata de un género literario o de una manera bonita de expresar un gran misterio. Se trata de las repercusiones incluso biológicas que el misterio lleva consigo. Jesús es Dios, y su madre virgen. Son dos caras de la misma moneda, son dos aspectos del mismo misterio. Cuando alguno niega que María sea virgen, está negando que Jesús es Dios. Y viceversa. Cuando se considera que Jesús es uno más, un líder humano y no el Hijo eterno de Dios, se concluye que ha nacido de manera “natural”, como todos nacemos al venir a este mundo. Sin embargo, la fe católica, apoyada en la Palabra de Dios y en la explicación que la Iglesia ha dado a lo largo de dos mil años, anuncia que María es la siempre virgen madre del Redentor, nuestro Señor Jesucristo. No se trata de una verdad o un aspecto periférico de la fe católica. Estamos en el mismo núcleo de esta fe católica, que tiene enormes consecuencias para la vida cristiana. María en su condición de madre y José en su condición del que hace las veces de padre están enseñándonos a todos cómo quiere Dios que colaboremos en la obra de la restauración de un mundo nuevo. La iniciativa es de Dios, Dios va delante. Dejarle a Dios que sea Dios, que vaya delante incluye una cierta actitud virginal por parte humana. María y José, cada uno a su manera, son prototipo de esta colaboración en los planes de Dios. Uno y otro acogen la buena noticia con corazón fiel, y ponen su vida entera al servicio del misterio de la encarnación. Y sus vidas no fueron estériles por eso. Al contrario, representan la mayor fecundidad que una persona humana ha podido tener. María es la bendita entre todas las mujeres, a la que todas las generaciones felicitarán. Ella es el personaje más importante en la obra redentora, más que los apóstoles, más que cada uno de nosotros por mucho que hagamos. Y junto a ella, José, sin el que todo este misterio hubiera sido inviable históricamente. También él pone su vida al servicio de este gran misterio, y eso le ha merecido ser protector y cuidador de generaciones y generaciones, patriarca de la Iglesia. Nos acercamos estos días a contemplar el Belén instalado en nuestras casas, en nuestras instituciones. En el Belén la figura central es Jesucristo, ese Niño que viene a salvarnos. Y junto a él, su madre María y el que hace las veces de padre, José. Una familia sagrada donde inspirarse nuestras propias familias. A todos, santa y feliz Navidad: Q María y José, protagonistas del gran misterio de la Navidad

 

 

 

 

ESTAS QUE SIGUEN NOVIEMBRE 2016

 

17CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se trata de un milagro que no ha sucedido nunca jamás y que nos llena de admiración cada vez que lo contemplamos. María ha engendrado virginalmente a Jesús, lo ha parido virginalmente y ha permanecido virgen para siempre.

Las antífonas de vísperas de estos días hasta la Navidad comienzan con “¡Oh!”, de manera que el 18 de diciembre celebramos Santa María de la O, en la expectación del parto. Una fiesta especialmente celebrada en el rito hispano. El cuarto domingo de adviento es un domingo mariano. La figura central del mismo es María, virgen y madre, porque lleva en su vientre a Jesús para darlo a luz próximamente.

El evangelio de este domingo nos cuenta: “La generación de Jesús fue de esta manera: María su madre estaba desposada con José y antes de vivir juntos resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo” (Mt 1, 18).

Este relato de la generación de Jesús afirma dos cosas: que María no ha tenido con José las relaciones carnales propias de los esposos y que el embarazo de María, que espera un hijo, viene del Espíritu Santo. No se puede afirmar que el hijo viene de la unión sexual de María con José, a no ser que arranquemos esta página del Evangelio, y otras que lo describen igualmente.

A veces, en ambientes cristianos, se oyen afirmaciones que niegan esta verdad esencial del misterio de Cristo y de su Madre. El que niega que María es al mismo tiempo virgen y madre no es católico. A nadie se le obliga a confesar la fe de la Iglesia, pero si uno se declara católico es porque acepta la fe de la Iglesia en todos sus contenidos. Y la virginidad de María al engendrar y dar a luz a su Hijo es un dato esencial de nuestra fe.

Si para explicar estos textos bíblicos se llega a la conclusión de que María no es virgen cuando es madre, quiere decir que esa explicación no vale. ¿Qué significa la virginidad de María? María es virgen porque se parece a Dios Padre, es como un icono en la historia de la humanidad de la virginidad del Padre eterno que engendra a su Hijo en la eternidad.

El Padre engendra desde siempre a su Hijo. No hay un “tiempo” en que el Padre no era Padre o el Hijo no era Hijo. No. Desde siempre, en la eternidad de Dios, el Padre engendra a su Hijo de la misma sustancia, de la sustancia divina, y lo hace sin ninguna cooperación.

Es de tal calibre la vitalidad de Dios Padre que engendra a su Hijo sin ninguna otra colaboración, es decir, virginalmente. La virginidad de Dios es vida pletórica, y María es dotada en su medida por el Espíritu Santo de esa vitalidad que viene de Dios. Por eso, concibe a su Hijo sin ninguna cooperación humana. La virginidad de María es vitalidad pletórica, es una virginidad fecunda que desemboca en maternidad.

La virginidad cristiana se sitúa en ese horizonte. La virginidad cristiana no es una tara, un defecto, un minus que resta cualidades a la persona. La virginidad cristiana supone un magis de vitalidad, para ser prolongación de la vitalidad de Dios, de la vitalidad sobrenatural de la gracia.

Jesucristo vivió ese estado de virginidad toda su vida, porque se parece a su Padre, también al hacerse hombre. Jesús y María han inaugurado ese aspecto típica y exclusivamente cristiano de la virginidad.

José es padre virginal de Jesús, no es padre biológico. Pero eso no le ha impedido volcarse –dar la vida– por su esposa María y por su hijo Jesús, más aún, ha podido hacerlo virginalmente, es decir, con una plenitud de vida total.

La virginidad es un perfume de Navidad. Acercarse al portal de Belén nos trae ese aroma, una vida nueva, una vida que tiene en Dios su origen, que tiene en la tierra una madre virgen, que se prolonga en tantas personas especialmente consagradas por el don de la virginidad y que tienen en Jesús, en María y en José su referencia.

Cuarto domingo de adviento, domingo de María. Es el domingo en el que la liturgia se fija en María, virgen y madre, porque ella nos trae a su Hijo para darlo al mundo en la Nochebuena. Feliz y santa Navidad a todos: Una madre virgen.

 

LA ESPERANZA MARXISMO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El hombre no puede vivir sin esperanza. La esperanza es el motor de la vida humana. Depende de dónde ponga el hombre sus esperanzas, para que se sienta más o menos realizado, cuando alcanza lo que espera. O, por el contrario, se sienta defraudado cuando no se cumple aquello que esperaba.

La esperanza cristiana se apoya en Dios, que es fiel y cumple siempre. La esperanza cristiana es una virtud teologal, que tiene a Dios como origen porque es Él quien la infunde en nuestros corazones, es una virtud que nos lleva a fiarnos de Dios y a desear que cumpla en nosotros y en el mundo sus promesas.

Dios Padre nos promete hacernos partícipes de su vida en plenitud y para siempre. Por medio de su Hijo Jesucristo nos ha redimido del pecado y nos ha hecho hijos suyos. Nos da constantemente el don de su Espíritu, que llena de esperanza nuestros corazones. Nos llama a vivir en comunidad en su Santa Iglesia, como familia de Dios que anticipa el cielo nuevo y la nueva tierra.

La esperanza cristiana ha transformado la historia de la humanidad. Ha llenado el corazón de muchos hombres y mujeres, moviéndoles a dar su vida por Cristo y por el Evangelio. Es una esperanza que la muerte no interrumpe, sino que precisamente en la muerte encuentra su cumplimiento, pues la muerte nos abre al encuentro definitivo y pleno con Dios para siempre en el cielo.

Es una esperanza que nos lleva a amar de verdad, a Dios y a los hermanos, hasta el extremo de dar la vida. Para los que no tienen a Dios, o porque no le conocen todavía o porque lo han rechazado, hay otra esperanza, que no tiene tanto alcance ni mucho menos.

Es una esperanza de los bienes de este mundo, que aún siendo buenos son pasajeros. Esperar la salud, la prosperidad terrena de los míos. Esperar cosas de este mundo, que aún siendo buenas nunca sacian el corazón humano.

En definitiva, cuando no es Dios el motor de nuestra esperanza, vivimos con las alas recortadas sin vuelos largos que entusiasman y llenan el corazón. Una esperanza sin Dios es una esperanza temerosa de perder incluso aquello poco que se tiene (y es mayor el temor de perderlo, si es mucho lo que se ha alcanzado). Dios es la única garantía que elimina todo temor, y nos hace vivir en el amor.

El marxismo ha predicado una esperanza, que al concretarse en la realidad histórica a lo largo del siglo XX, ha supuesto un rotundo fracaso. He ahí el progreso de los países socialistas del Este. Cuando en 1989 cayó el muro, pudimos constatar la pobreza inmensa de los que esperaban el “paraíso terrenal”, que nunca ha llegado.

La esperanza marxista es el sueño de algo que no existe (utopía). Es una esperanza engañosa, porque pone en movimiento al hombre y a la sociedad, pero lo hace proyectando un espejismo, que nunca se realiza. Esta esperanza ha llevado al odio por sistema, a la lucha de clases, a la revolución e incluso al terrorismo.

La esperanza cristiana, sin embargo, es la certeza de una realidad que se nos brinda como regalo de Dios y como plenitud humana. Y Dios cumple siempre sus promesas. La esperanza cristiana brota de la certeza generada por la fe, no es una proyección del corazón humano que inventa lo que no tiene, soñando aunque sea mentira.

Y lo que Dios nos promete ya existe, está preparado, lo veremos plenamente en el cielo, y lo vemos continuamente realizado por el amor en nuestras vidas. No es una utopía, sino una realidad futura, que se va haciendo presente en la medida en que esperamos y nos abrimos al don de Dios.

Que el tiempo de adviento nos haga crecer en la esperanza, de la buena. Esa esperanza que se apoya en Dios y no defrauda. Que este tiempo santo disipe tantos ídolos, que quizá nos llevan a esperar, pero con una esperanza que desaparece como el humo.

El corazón humano no puede vivir sin esperanza. Pongamos en Dios nuestra esperanza, y nunca seremos defraudados. Con mi afecto y bendición: El hombre no puede vivir sin esperanza.

 

 

 

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos da a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas virginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y la madre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen resplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La Iglesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q

 

 

 

TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Así se expresa la oración de este domingo 3º de adviento: “Concédenos llegar a la Navidad –fiesta de gozo y salvación– y poder celebrarla con alegría desbordante”. Le pedimos a Dios llegar a la Navidad y le pedimos poder celebrarla con alegría desbordante. La Navidad como fiesta de gozo y de salvación es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo eterno de Dios. Es asombroso que Dios se haya hecho hombre, y más asombroso aún que nosotros seamos hechos partícipes de su divinidad, seamos divinizados.

¿En qué consiste esa alegría que pedimos, y que Dios quiere concedernos? Ciertamente es una alegría que no viene de fuera. No viene de lo que uno come, de lo que uno bebe o de lo que uno se divierte, o de lo que uno se compra para tener algo más. “El Reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo” (Rm 14,17).

Si miramos al portal de Belén, veremos que el Hijo de Dios ha venido en la más absoluta pobreza. Allí no hubo ni cenas, ni regalos, ni bulla. Allí hubo mucho amor por parte de su madre María y por parte de José. Ni siquiera hubo para ellos “lugar en la posada” (Lc 2,1).

Los ángeles hicieron fiesta cantando: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad” (Lc 2,14). Esa es la alegría que se nos promete: la paz de Dios en nuestra alma y en el mundo, porque viene a salvarnos el que quita el pecado del mundo y nos hace hijos de Dios.

No hay paz sin justicia, no habrá alegría verdadera sin hacer partícipes de esta salvación a los pobres, que sufren en su carne y en su alma las consecuencias del pecado. Viene el Señor a sanar todas esas heridas, a curarlas acercándose a cada uno de nosotros con amor, a devolvernos la amistad con Dios, haciéndonos hijos, a restaurar nuestras relaciones humanas, instaurando la fraternidad universal, a empujarnos para salir al encuentro de todas las pobrezas de nuestro mundo.

Esa alegría que colma y sacia el corazón humano es una alegría desbordante. De dentro afuera. Rebosa de nuestra alma a nuestro cuerpo, a nuestra sensibilidad e incluso a nuestros sentidos exteriores. La vida cristiana produce alegría desbordante y se nota en nuestro rostro y en el exterior.

 De esa alegría interior estamos llamados a dar testimonio en nuestro entorno, porque el cristiano no tiene cara de amargura, sino de haber sido redimido. El cristiano vive con la certeza de una victoria. Se acercan las fiestas de Navidad y todo desde fuera nos invita al bullicio y la dispersión.

Sin embargo, son días para vivirlos con María, con la Iglesia que ora y se alegra anticipadamente por la salvación que le viene del Señor. Son días para vivirlos con Juan el Bautista, hombre penitente que prepara los caminos del Señor. No está reñido lo uno con lo otro. Precisamente la alegría cristiana sostiene la penitencia que necesitamos por nuestros pecados.

Sólo el que descubre el gran don que se avecina es capaz de ponerse a la tarea de quitar todo lo que le estorba. Sólo quien ha experimentado algo de la alegría de Dios, se esfuerza por rechazar los goces del pecado. No sólo la penitencia nos conduce a la alegría, sino que la verdadera alegría, la que viene de Dios, nos conduce a la penitencia serena y humilde que necesitamos.

En la misa de medianoche, de la nochebuena, oiremos esta Palabra: “Se ha manifestado la gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hombres, enseñándonos a renunciar a la vida sin religión y a los deseos mundanos, y a llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa, aguardando la dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y salvador nuestro Jesucristo” (Tt, 2-1113).

Eso es un cristiano, el que espera la venida del Señor, el que desea ese encuentro creciente con el amor de su alma. Por eso, está contento al llegar la Navidad y no deja distraerse por otros elementos extraños a esto. La alegría promete ser desbordante, de dentro afuera, una alegría que el mundo no puede dar, porque sólo viene de Jesucristo nuestro salvador, de nuestro encuentro con Él. Por eso, qué triste una Navidad sin Jesucristo. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

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ADVIENTO

 QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo decimos en cada Misa, lo repetimos cantando muchas veces. Es el grito de la comunidad cristiana que vive a la espera de su Señor: Marana tha (Ven, Señor). Estas palabras en arameo las viene repitiendo la comunidad cristiana hace veinte siglos. El cristiano vive a la espera de la venida de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. El tiempo de Adviento acentúa esta actitud en nuestros corazones, la actitud de la espera y la esperanza activa. No vivimos en un mundo cerrado en sí mismo. Vivimos en la esperanza cierta de que el Señor vendrá al final y nos llevará con él. Algunos piensan que esta esperanza nos distrae del trabajo comprometido por cambiar este mundo, pero no es así. La esperanza cristiana nos estimula activamente a la transformación de este mundo, en la espera de un nuevo cielo y una nueva tierra. En el camino del Adviento, hoy se nos presenta la figura de Juan el Bautista. Fue por delante del Señor preparando sus caminos. Ya desde el nacimiento se llenó de alegría en la presencia de Jesús, uno y otro desde el seno de sus madres respectivas: Isabel y María. Y en la vida pública, Jesús comienza sus primeros pasos de la mano del Bautista junto al Jordán. Juan lo presentó en público con aquellas preciosas palabras: “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”, indicando de esta manera la misión del que viene a cargar con nuestros pecados y a redimirnos por su sacrificio redentor. O cuando llegan a confundirlo con el Mesías, Juan repite: Yo no soy el Mesías, soy el amigo del esposo que se alegra de que el esposo esté presente. Jesús dice de él: no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista. La figura de Juan Bautista ocupa un lugar fundamental en los comienzos de la vida pública de Jesús, y por eso es un personaje central en el tiempo de Adviento. No sólo nos señala con el dedo quién es Jesús y nos lo presenta, sino que nos indica con su vida cuáles son las actitudes para salir al encuentro del Señor que viene. En primer lugar, la humildad y la pobreza. Cuando Jesús vino en carne mortal, no vino aparatosamente, sino en humillación. Nació en Belén pobremente y vivió la mayor parte de su vida en la familia de Nazaret, entró en Jerusalén montado en una borriquita, fue crucificado como un malhechor y al tercer día resucitó. Juan Bautista el precursor cumplió su misión en humildad y terminó su misión de testigo de la verdad, cortándole la cabeza Herodes. La otra actitud de Juan el Bautista es la penitencia. Se preparó para la llegada del Señor, viviendo austeramente en el desierto. No fue una caña sacudida por el viento, ni un hombre vestido de lujo que habita en los palacios. Es un profeta que cumple su misión invitando a sus seguidores a un bautismo de penitencia, en el que Jesús mismo quiso sumergirse antes de comenzar su predicación. Nuestro encuentro con el Señor no va a producirse aparatosamente, ni en el lujo, ni en la vida disoluta. Nuestro encuentro con el Señor se producirá si sintonizamos en la onda en la que él emite su mensaje, en la onda en la que Juan Bautista le fue preparando el camino. Jesús anuncia la alegría de la salvación para los pobres de espíritu, a los que el Espíritu Santo le ha enviado. Tiempo de Adviento, tiempo de espera y de esperanza. Pero, cuidado. Demasiadas cosas pueden distraernos del Señor que viene. Salgamos a su encuentro con las pautas que Juan Bautista nos señala. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Ve

 

 

 

 

 

EL MISTERIO DE LA NAVIDAD

 

NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El niño que va a nacer no es un niño cualquiera. Es el Hijo eterno de Dios. Él existe desde siempre, con el Padre y el Espíritu Santo. Es “Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero… de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho”, decimos en el credo.

Por eso, nuestra primera actitud ante este Niño que nace es la actitud de adoración, que sólo Dios merece: no adoréis a nadie más que a Él. Nos postramos profundamente ante quien nos supera y nos desborda, porque es el creador de todo y en él hemos sido pensados y creados desde toda la eternidad.

A este niño a quien queremos, podemos decirle con toda propiedad: ¡Te adoro! Y nace niño, desvalido, necesitado del amor de un padre y una madre. Es hombre plenamente como nosotros, “en todo semejante a nosotros, sin pecado” (Hbr 4,15).

Lo sentimos como hermano, como uno de los nuestros. Ha suprimido toda distancia entre Dios y el hombre, acercándose de esta manera tan inofensiva, que suscita incluso ternura en quien se acerca hasta él.

Un niño nunca produce miedo, siempre provoca ternura. El misterio de la Navidad consiste en la cercanía de Dios que entra en nuestras vidas de manera asombrosamente cercana. Cómo íbamos a imaginar que Dios se acercara tanto, hasta hacerse uno de nosotros, para que lo podamos acoger en nuestros brazos.

El misterio de la Navidad es el misterio del Hijo de Dios hecho hombre, para que los hombres seamos hechos hijos de Dios. “Reconoce, cristiano, tu dignidad” (San León Magno).

Toda persona humana es como una prolongación de este misterio, porque el Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22), y en cada persona descubrimos esos rasgos de Cristo que se acerca hasta nosotros. A veces incluso desvalido, sin recursos, porque otros le han despojado de ellos o nunca se los han otorgado. Pero siempre con la dignidad que le da ser persona humana, prolongación de Cristo, que sale a nuestro encuentro. He aquí la raíz más honda de toda dignidad humana y de todos los derechos humanos.

La persona vale porque está hecha a imagen y semejanza de Dios, y de ahí nace la igualdad fundamental que elimina toda discriminación. Eres persona humana, tienes una dignidad inviolable y unos derechos, desde el inicio de tu vida hasta su final natural. Y la señal de todo este misterio tan sublime es una mujer.

“Apareció una señal en el cielo: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y coronada de doce estrellas, está encinta y grita con los dolores de dar a luz” (Ap.12).

Esa mujer es María, que puede ampliarse a la Iglesia, prolongación de María en la historia. Es la misma señal que el profeta presenta al rey Acaz: “Dios os dará una señal: la virgen está encinta y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Enmanuel, que significa Dios-connosotros” (Is 7,14).

En el misterio de la Redención, la persona más importante asociada por Dios ha sido una mujer: María. De aquí arranca la dignidad tan sublime de toda mujer. Ella ha tenido parte esencial en la realización de este misterio, desde la encarnación hasta Pentecostés, y ella sigue teniendo parte esencial en la aplicación de esta redención a todos los hombres de todos los tiempos, también en nuestra época.

La cercanía de Dios hasta los hombres se realiza a través de María, el lugar del encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios se realiza en el seno virginal de María.

Ella lleva en su vientre al Hijo de Dios hecho hombre para darlo a todos los hombres de todos los tiempos Y la señal de que su hijo no es un niño cualquiera es que ella lo ha sentido brotar en su seno por la acción directa de Dios, por el amor de Dios, por obra del Espíritu Santo.

María llega de esta manera a una fecundidad que no es propia de la carne y la sangre, sino de Dios (cf Jn 1,13). María engendra a Jesús sin relación sexual con José, porque “antes de vivir juntos” ella queda embarazada, y sin ninguna relación carnal con José, ella da a luz a su hijo, al que José pondrá por nombre Jesús, como nos cuenta el Evangelio de este domingo (Mt 1,18-24).

La Navidad es nueva cada año. Pueden repetirse los adornos, las costumbres, nuestra pequeña capacidad de acogerla. Pero la Navidad siempre es nueva y sorprendente.

Vivámosla con el asombro de un niño ante lo nuevo. La vivimos acercándonos a este Niño, que es el Hijo de Dios hecho hombre. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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ECCE VENIO, MARÍA NOS PREPARA PARA LA NAVIDAD

 

Fiat - Ecce venio (Hágase - He aquí que vengo…) Estamos en las vísperas de la Navidad, y la atención de la Iglesia se centra en María: “Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho es Señor se cumplirá” (Lc 1,45) y en Jesús, que entra en el mundo obedeciendo al Padre: “He aquí que vengo (ecce venio) para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7). La generación biológica del Niño que ha brotado en el seno virginal de María, tiene su origen en un acto de fe total por parte de María. En este año de la fe, María nos enseña que la vida de fe produce frutos de amor y buenas obras en nuestras vidas. Dichosa María, modelo para el creyente. La actitud de María, “hágase (fiat) en mí según tu Palabra” (Lc 1,38) es la expresión de una fe total y sin condiciones a Dios, que le pide el consentimiento para colaborar en el misterio de la Encarnación como madre del Redentor. María concibió al Verbo en su mente antes que en su vientre, nos recuerda san Agustín. Es decir, acogió por la fe al Verbo de Dios antes que darle carne de su carne. Y en el mismo instante en que ella da su consentimiento, el Verbo se hace carne en su seno virginal. Este es el misterio de la Encarnación del Verbo, que siendo Dios, y sin dejar de serlo, se hace hombre verdadero. En ese mismo instante cronológico, en el que el Verbo increado entra en la historia como criatura, entra con la actitud de profunda obediencia ante el Padre: “He aquí que vengo (ecce venio) para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7). Ya desde el comienzo, el Hijo entra en el mundo en actitud de obediencia al Padre, en actitud de ofrenda de la propia vida con tonos sacrificiales, en actitud sacerdotal ofreciendo su propio cuerpo, su corazón humano, en actitud de solidaridad con todos y cada uno de los humanos. “Por el misterio de la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22). Ya en el instante de la Encarnación, queda expresado todo el misterio redentor del Hijo, que viene como sacerdote eterno, ofreciendo su misma vida, para la redención del mundo. Y todo ello se realiza en actitud de obediencia, de amor, de ofrenda, de solidaridad. En torno a la Navidad, somos invitados a contemplar esa sintonía entre María y Jesús, que se produce precisamente en el instante de la Encarnación y permanecerá a lo largo de la historia y para toda la eternidad. El corazón de María está en plena sintonía con el corazón de Jesús, su Hijo. Uno y otro viven en la obediencia amorosa a Dios y al plan redentor, que incluye la disponibilidad total, la ofrenda de la propia vida, la solidaridad con todo el género humano, al que Dios quiere salvar. El fiat de María es cronológicamente simultáneo al ecce venio de Jesús. Sus corazones laten al mismo ritmo. El motor de este amor es el Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, que envuelve el corazón de María y el corazón de Jesús. Movidos por el Espíritu Santo, estos dos corazones humanos se convierten en el motor del cambio de la historia de la humanidad. El destino de la humanidad ya no es la ruina que ha traído el pecado como desobediencia a Dios. El destino de la humanidad es la sintonía con Dios por la obediencia, desde donde se construye un mundo nuevo, redimido por el amor. Somos invitados a entrar dentro del corazón de Jesús y del corazón de María, de la Madre y del Hijo, para admirar esta sintonía de sentimientos, pidiendo que nuestra vida conecte y sintonice con estas actitudes. La libertad a la que el hombre aspira se alcanza por el camino de la obediencia en el amor. En esta dinámica de amor es introducido José, que cumple lo que el ángel le dice (Mt 1,24), poniéndose a plena disposición del misterio redentor. En esta dinámica de amor entra todo el que se acerca al misterio de la Encarnación. Entremos estos días en esa órbita, y seremos impulsados en esa misma dirección de obediencia amorosa a Dios, de ofrenda de nuestras propia vidas, de solidaridad con nuestros hermanos. Eso es Navidad.

 

 

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NOVIEMBRE: DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este domingo de noviembre celebramos en toda España el Día de la Iglesia Diocesana. Una jornada para darnos cuenta de que pertenecemos a la Iglesia Universal en una Iglesia particular o dió- cesis, la diócesis de Córdoba. Jesucristo fundó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y los envió por todo el mundo a anunciar el Evangelio. Aquellos Apóstoles y sus colaboradores expandieron la Iglesia por todo el mundo. En nuestro suelo patrio el Evangelio fue predicado muy pronto, en los albores del cristianismo y después de muchos avatares esta Iglesia del Señor vive y camina en la diócesis de Córdoba, llevando la salvación de Dios a todos sus habitantes. Según los datos estadísticos, el 95,5 % de la población en Córdoba es bautizada católica. Por tanto, miembros de la Iglesia Católica. Pero no todos participan de la misma manera. Hay quienes son bautizados y reciben cristiana sepultura y otros, además, participan de distintas maneras en la vida de la Iglesia. La Visita pastoral me permite contactar con cada parroquia en cada pueblo y puedo afirmar que estamos en una diócesis muy viva, con mucha vitalidad cristiana. Demos gracias a Dios. Con un laicado muy abundante, que actúa en las distintas áreas de la diócesis: catequesis, caritas, culto dominical, coros, lectores, portadores de la comunión a los enfermos, etc. Con una presencia en el mundo muy importante, testigos de Dios y de la vida nueva del Resucitado, transformando el mundo desde dentro a manera de fermento, como el alma en el cuerpo. Con un colectivo cofrade de miles y miles de personas, con ganas de llevar adelante la presencia del misterio cristiano en las calles y plazas de la ciudad y de nuestros pueblos. Con grupos y movimientos de apostolado de muchos colores, sobre todo en Cursillos de Cristiandad y Comunidades Neocatecumenales. Con una presencia cada vez más extendida de la Acción Católica General. El Encuentro Diocesano de Laicos del pasado 7 de octubre ha sido una muestra de la vitalidad de nuestra diócesis de Córdoba, donde hemos afrontado con toda claridad y con mucha esperanza los distintos retos que el mundo de hoy plantea a los católicos y cómo éstos han de salir al encuentro de nuestros contemporáneos sobre todo con el testimonio de una vida nueva y distinta. “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”, nos dice el Señor. Al llegar el día de la Iglesia Diocesana, caemos todos en la cuenta más y más de que la diócesis la hacemos entre todos. Esta Iglesia fundada por Jesucristo, que tiene como alma el Espíritu Santo y como Madre a María Santísima, está formada por todos sus miembros como parte activa, que afronta sus obras como propias y su sostenimiento como una obligación lógica. La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades. Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante, con nuestro servicio a todos los niveles. Al servicio de esta Iglesia Diocesana hay 280 sacerdotes, que tienen en los actuales 80 seminaristas su continuidad y su futuro. En el seno de esta diócesis hay 25 Comunidades de vida contemplativa, una de hombres y el resto de mujeres, que constituyen la mejor reserva de espiritualidad para vitalizar el apostolado de todos. Más de 800 religiosos y consagrados nos recuerdan la llamada a la santidad de todos. La diócesis de Córdoba tiene como objetivos prioritarios el campo de la familia y de la vida, el campo de la educación y de la transmisión de la fe, el campo de la atención a los pobres, que son el tesoro de la Iglesia. Para cumplir todos estos objetivos, para mantener todas sus instituciones, para vitalizar cada vez más esta Iglesia Diocesana contamos CONTIGO. “Somos una gran familia contigo”. Siéntete miembro activo en esta gran familia, colabora en lo que puedas: es tu diócesis, es la Iglesia del Señor. Recibid mi

 

 

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NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Navidad es la fiesta del nacimiento en la carne del Hijo de Dios, que se hace hombre para salvarnos. Este sujeto que hace dos mil años nace en Belén ya existía como Dios en la eternidad, y se hace hombre para hacernos a nosotros partícipes de su divinidad. Y el que es eterno, sin dejar de serlo, nace en el tiempo, haciéndose ciudadano de nuestro mundo. Este cruce de caminos –de Dios al hombre y del hombre a Dios– se realiza en el seno de María virgen y madre. Ella es el santuario de la nueva alianza de Dios con los hombres, alianza nueva y eterna, indisoluble. Al darnos a su Hijo, Dios Padre nos lo ha dado todo, porque viene a salvarnos, haciéndonos partícipes de su divinidad. Ha tomado de lo nuestro para darnos de lo suyo. Se ha abajado hasta nosotros para elevarnos hasta Él. En el misterio de la Navidad comienza nuestra salvación, que se consumará en la muerte y resurrección del que nace para salvarnos. Y en María encontraremos a Jesús. Nunca fuera de ella. Por eso, nos acercamos a ella, que lleva en su seno al Hijo de Dios, y eso la hace ser madre de Dios. En la cruz, en la última hora, Jesús nos la dará como madre nuestra: “Ahí tienes a tu Madre… Y desde aquella hora, la recibió en su casa” (Jn 19,27). La Navidad es para vivirla con María y con José, sin ruidos, en el silencio de la noche. Ellos prepararon este momento y lo vivieron de manera ejemplar. Acudían a Belén para empadronarse, cumpliendo las leyes civiles que lo habían prescrito. Y el llenazo de gente les deja fuera de la posada: “No había para ellos sitio en la posada” (cf. Lc 2,17). María lo dio a luz y lo colocó en un pesebre, un lugar para los animales. Cuánta pobreza hay en Belén, cuánta pobreza rodea el nacimiento de Jesús. Qué cosas tiene Dios. Porque lo que a nosotros nos parece imprevisto, Dios lo tiene previsto y diseñado. Y a su Hijo le prepara un lugar pobrísimo para nacer, ¡con lo que duele eso a unos padres!. Qué tendrá la pobreza y la humillación, cuando Dios la ha escogido como ámbito para el nacimiento de su Hijo. Este Hijo más adelante nos invitará a seguirle, viviendo como ha vivido él. Pobreza y humildad, pobreza y desprendimiento, pobreza y solidaridad. Entre el barullo de la gente, los de alrededor no se enteran de que a su lado ha tenido lugar el acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Serán los ángeles los que anuncian la buena noticia a unos pastores: “Gloria a Dios en el cielo y paz a los hombres a los que Dios ama” (Lc 2,14). Y los que van enterándose, van recibiendo la alegría del acontecimiento. Nosotros nos acercamos a la Navidad de la mano de María y de José. No permitamos que el barullo ambiental nos distraiga del misterio. Navidad es una fiesta para contemplar, para fijarnos en la pobreza, en la humildad del Hijo que nace, en el despojamiento total. “Se despojó de su rango” (Flp 2,7). Llegó hasta el colmo de la humillación y vivió humillado toda su vida en la tierra, hasta la muerte de cruz. “Por eso, Dios lo ensalzó” en la resurrección, más allá de la muerte. Navidad es Jesucristo con todas las virtudes que le adornan. Navidad es María que lo trae al mundo en la virginidad de su cuerpo y de su alma. Navidad es la sagrada Familia, como nido donde brota la vida, como santuario del amor y de la vida. “Reconoce, oh cristiano, tu dignidad”, la dignidad de hijo en el Hijo, la dignidad de hijo de Dios. Y alegrémonos con la alegría que viene de Dios. Feliz y santa Navidad para todos.

 

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SAGRADAFAMILIA

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto y ambiente de Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret, integrada por Jesús, María y José. Qué bonita es la familia, tal como Dios la ha pensado, como un reflejo de su comunión de amor trinitario. En la familia, cada uno de los miembros vive para los demás, se alimenta de esas relaciones y crece en el amor verdadero, entregándose por amor. De esta manera, la familia es escuela y camino de santidad. Puesto que la santidad consiste en parecerse a Dios, la familia es un ámbito propicio para ejercer las virtudes propias de la convivencia humana, una escuela de santidad: «Como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo. Y por encima de todo esto, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta» (Col 3, 12-14). Los esposos, entregándose el uno al otro, en el olvido de sí mismo, buscando que el otro sea feliz y llegue a Dios. Los padres, ilusionados constantemente en el crecimiento de sus hijos: que crezcan sanos de cuerpo y alma, que respiren el amor verdadero, que se mama en casa, que aprendan a hacer de su vida una entrega generosa y sepan elegir bien. Los abuelos, aportando sabiduría y paciencia como lubrificante de las relaciones familiares; los nietos, amando y ofreciendo ternura a los mayores, y más cuando van siendo más débiles. Todo eso va configurando una trama de santidad en las relaciones de unos con otros, donde el sacrificio no echa para atrás, sino estimula a la generosidad de la entrega. Nuestra diócesis de Córdoba ha conocido en los últimos años una expansión de la pastoral familiar a todos los niveles. Han contribuido a ello los dos Sínodos sobre la familia, la Exhortación Amoris laetitia del Papa Francisco y una mayor conciencia de que las relaciones familiares necesitan apoyo, porque la familia no es el problema, sino la solución a todos los problemas. Los Centros de Orientación Familiar (COF) diocesanos –en la Ciudad, en la Campiña y en la Sierra– han conocido una mayor actividad, junto a los curso de orientación matrimonial a propósito de la nueva normativa canónica y la agilización de las causas de nulidad. Apoyemos entre todos la familia. Programas como el “Proyecto Ángel” y el “Proyecto Raquel” para las personas que sufren a causa del aborto antes y después, cursos de conocimiento de la propia fertilidad, Naprotecnología (la ciencia tecnológica al servicio de la procreación natural), y a nivel espiritual “Proyecto Amor conyugal”, cursos para matrimonios, antiguos y nuevos movimientos familiaristas, etc. El Espíritu Santo suscita en su Iglesia nuevos carismas y formas para vivir el matrimonio como un camino de santidad. Las amenazas y los riesgos son muchos, la gracia de Dios es mayor y convierte todo eso en nuevas oportunidades de crecimiento. Educación para el amor, desde la niñez hasta el matrimonio o la vida consagrada. Apertura a la vida, que garantiza el relevo generacional. Atención a los mayores, tanto más necesaria cuando mayor sea su desvalimiento. Apoyo constante a los jóvenes para que afronten el futuro con esperanza. La familia es el lugar idóneo para acompañar y sostener a cada uno en el camino de la vida, la familia es verdadera escuela y camino de santidad. Teniendo a la Sagrada Familia de Nazaret –Jesús, María y José– como referente, pedimos hoy especialmente por nuestras familias, para que reine en ellas el amor de Dios y cada uno de sus miembros llegue a la santidad plena a la que Dios nos llama. Recibid mi

 

 

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JESÚS DICE: NO OS AGOBIÉIS POR EL DINERO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Hasta cinco veces nos repite Jesús en el evangelio de este domingo: “no os agobiéis”. El agobio es una experiencia muy frecuente de nuestra existencia humana limitada, pobre, muchas veces impotente ante los problemas que se nos presentan. Cuando el agobio es grave, va unido a la angustia y nos hace sufrir fuertemente. Nuestro tiempo es para muchos un tiempo de agobio, porque no llegamos a todo lo que tenemos que hacer o porque no nos llegan los recursos para todo lo que tenemos que afrontar. Jesús vincula este agobio a la preocupación por las riquezas: “No podéis servir a Dios y al dinero”. Nunca hemos tenido tantos medios a nuestro alcance y quizá nunca ha habido tanto agobio como el que sufren tantos contemporáneos. Cuanto más tenemos, más agobio sufrimos. El agobio al que se refiere Jesús está íntimamente vinculado a la avaricia, cuando a uno le parece que no va a tener suficiente para comer o para vestir. El agobio proviene principalmente de pensar que tenemos que resolver nuestra vida por nosotros mismos. En ese sentido, aunque tuviéramos todos los bienes de este mundo, seguiríamos agobiados, porque la vida no depende de mí. La vida es un don permanente, que depende de Dios. Y no puedo añadir una hora al tiempo de mi vida, por mucho que me agobie. Sólo desaparece el agobio cuando percibo que Dios me da una vida que no acaba nunca. Por tanto, la invitación de Jesús a no agobiarse es la complementaria a la invitación por parte de Jesús a tener confianza en Dios. Nos presenta el ejemplo de los pájaros del cielo o de los lirios de campo. Dios Padre los alimenta y los viste de hermosura. A Jesús, por tanto, le preocupa nuestro agobio, porque quiere que vivamos confiados en nuestro Padre Dios, que cuida de nosotros, como una madre cuida de su hijo pequeño. Ese cuidado de Dios Padre se llama providencia divina. Dios no nos ha creado para arrojarnos en el mundo, en la historia, dejándonos a nuestra suerte, a ver si sobrevivimos. No, eso supondría una angustia de muerte. Dios nos ha creado por amor, y nos cuida por amor cada día, en cada circunstancia. Dios nos protege de los peligros y nos libra de todos los males. Dios quiere siempre nuestro bien, y su providencia sobre nosotros nunca se equivoca, aunque muchas veces no la entendamos. Jesús vive así, colgado de su Padre y quiere que experimentemos este amor tan delicado y tan tierno. No acabamos de creer en la Providencia, porque no nos sentimos como niños en los brazos de Dios. Pensamos que siendo adultos tenemos que procurarnos todo por nuestra cuenta, y al afrontar un problema tras otro, nos viene el agobio. “No agobiarse”, nos recuerda Jesús, quiere decir: confía en la providencia de Dios, y Dios proveerá. Apoyados en la providencia de Dios, y nunca al margen de ella, tendremos que actuar como colaboradores de Dios para buscar nuestro sustento y el de aquellos que se nos han encomendado. Pero no es lo mismo trabajar teniendo el respaldo de Dios Padre, que lanzarse al vacío como el que tiene que resolver los problemas con sus capacidades y con sus recursos. El agobio de muchos contemporáneos proviene de haberse olvidado de Dios, de haber prescindido de Dios en sus vidas, porque son capaces de valerse por sí mismos en algunas cosas. De ahí proviene la avaricia de querer tener más y más, para prescindir totalmente de Dios. Ahora bien, el que prescinde de Dios, antes o después sentirá ese agobio, porque no será capaz de añadir una hora al tiempo de su vida. No os agobiéis, tenemos un Padre Dios que se ocupa de nosotros y nos hace capaces de colaborar con él para que nosotros y los demás tengamos lo necesario para vivir. Con mi afecto y bendición: Q No agobiarse Dios no nos ha creado para arrojarnos en el mundo, en la historia, dejándonos a nuestra suerte, a ver si sobrevivimos. No, eso supondría una angustia de muerte. Dios nos ha creado por amor. La vida es un don permanente, que depende de Dios. Y no puedo añadir una hora al tiempo de mi vida, por mucho que me agobie. Sólo desaparece el agobio cuando percibo que Dios me da una vida que no acaba nunca.

 

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JORNADA DE L A JUVENTUD

 

HERMANOS Y HERMANAS: El color rojo tiene un fuerte simbolismo. Es color de sangre, de bravura. Es color excitante. A lo largo de la historia ha tenido distintos significados. Para los cristianos, en su larga historia bimilemaria, el color rojo es el color de la sangre de los mártires, es el color del Espíritu Santo. El uso del color rojo en la liturgia cristiana nos evoca un amor a prueba de fuego, el amor de Jesús y el amor que él nos ha dejado como mandamiento. Los mártires no han matado a nadie ni han ido contra nadie. Han amado por encima de sus fuerzas humanas, y sometidos a la prueba de salvar su pellejo o de ser cristianos, han sido capacitados para dar la vida libremente, perdonando incluso a sus enemigos. En Córdoba ha habido mártires en todas las épocas, en todas las culturas, en la época romana, en la época visigótica, en la época musulmana, en época reciente. En Córdoba hay bravura, hay casta, hay sangre derramada con amor y por amor a Cristo. En la revolución marxista, sin embargo, el color rojo es color de odio, de lucha de clases, de oposición sistemática, es color de muerte y de destrucción. Los países que han llevado a la práctica esa revolución han visto retrasado su desarrollo, como ha sucedido en el Este europeo, han quedado anquilosados por un Estado que absorbía su libertad y su iniciativa. Ese color rojo no tiene futuro. A los jóvenes que se preparan al gran encuentro con el Vicario de Cristo en agosto de 2011 en Madrid, en la Jornada Mundial de la Juventud y todas las actividades que le acompa- ñan, se les entrega en estos días una bufanda roja. No es el rojo de la revolución marxista, cuyos resultados son un rotundo fracaso, ni el del nihilismo de Nietzsche, que conduce a la nada y al sinsentido aunque exalte al superhombre, ni el de la revolución sexual de Freud y sus discípulos, que hace esclavos del sexo por todas partes. La bufanda roja que se entrega a los jóvenes cordobeses estos días es el rojo del amor cristiano, que ha construido la historia apoyado en Jesucristo y en su Espíritu, invocando a María como Madre del amor hermoso, construyendo la civilización del amor y llamando a todos los hombres a una fraternidad universal que tiene a Dios como Padre, tal como nos lo ha revelado Jesucristo. El sábado 19 de febrero, miles de jóvenes de Córdoba y provincia vinieron a la ciudad. Están calentando motores para el gran encuentro de jóvenes este verano con el Papa, con Jesucristo, con otros millones de jóvenes del mundo entero, que quieren construir un mundo distinto, donde el odio y el pecado queden superados por el amor más grande, el amor de Cristo. Hubo todo tipo de actividades en esta jornada, música, fiesta, liturgia, piedad popular, gozo del encuentro con otros contemporá- neos que comparten la misma fe y los mismos ideales. Pero todas esas actividades invitan a los jóvenes a cambiar de vida, a acercarse a Jesucristo, a vivir la vida de la gracia, recuperando la pureza de alma que ofrece el sacramento del perdón. Todo estaba preparado para que cada uno se encontrase con Jesucristo y le cambiase su vida. No hubo botellón, ni preservativos, ni porros, ni marcha que diluye su persona y deja resaca. El color rojo de esta bufanda es color de amor, de un amor grande y hermoso, que se ha cultivado en esta tierra, al acoger el don del Espíritu Santo. En estos jóvenes está el futuro de la Iglesia y de nuestra sociedad. Estos jóvenes vienen a demostrar que “la Iglesia está viva, que la Iglesia es joven, que la Iglesia lleva en su entra- ña el futuro de la humanidad, que es Jesucristo” (Benedicto XVI).

 

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SEMINARIO: EL SACERDOCIO, DON DE DIOS PARA EL MUNDO

 

HERMANOS Y HERMANAS: En torno al día de san José celebramos el día del Seminario en nuestra dió- cesis y en toda España. Es una ocasión propicia para volver nuestros ojos sobre esta primera necesidad de la Iglesia: que tenga sacerdotes según el corazón de Dios. El sacerdote es un don de Dios. Dios ha querido que seamos un pueblo sacerdotal, dentro del cual y al servicio del mismo algunos sean consagrados como sacerdotes para el bien común de este pueblo en las cosas de Dios. Tener a nuestro alcance un sacerdote no es un derecho adquirido, es siempre un regalo de Dios. Dios es el que llama, Dios es el que sostiene en la fidelidad, Dios es el que envía a la misión. A Dios ha de elevarse continuamente nuestra mirada para pedirle muchos y santos sacerdotes. “Rogad al Dueño de la mies que envíe trabajadores a su mies” (Mt 9,38), porque la mies es abundante y los obreros son pocos. El primer trabajo en la pastoral vocacional es la oración, porque solamente en un clima de fe alimentado por la oración puede percibirse la llamada, puede acogerse el don del sacerdocio y puede sostenerse la fidelidad a esta vocación. He constatado por muchos lugares de la diócesis esta oración por las vocaciones en las preces de la Misa, en la oración sacerdotal de los jueves eucarísticos, en la oración de los enfermos, en cadenas de oración por esta urgente necesidad de la Iglesia. Si a través de la oración entramos en los planes de Dios, Él nos hará entender qué es lo que hemos de hacer para crear el clima propicio a las vocaciones. A un niño y a un joven hoy les es más difícil captar la señal que Dios le envía llamándole al sacerdocio. Hay muchas interferencias que le impiden tener esta cobertura. Hemos de servirles esa señal, haciendo como de repetidores que amplifican la señal. Un buen clima de vida eclesial –en la parroquia, en el grupo apostólico, en la comunidad, en la familia, en la escuela– es siempre el ambiente donde nacen y crecen sanas estas vocaciones. Las vocaciones brotan donde hay un clima de amor intenso a Jesucristo y deseo de colaborar en su obra redentora, donde se cultiva el amor y la devoción a la Virgen María, donde se abre el horizonte misionero de la Iglesia universal superando los particularismos donde uno se mueve. A veces estas vocaciones brotan en la infancia, otras veces en la adolescencia o en la juventud o en la edad madura. Hay llamadas tempranas, hay llamadas tardías. Y hay repuestas de todo tipo. La comunidad diocesana debe estar atenta a todas las llamadas, para acogerlas, discernirlas, acompañarlas, ayudarlas a madurar, sostenerlas con la oración, el interés y la ayuda económica. Valoro mucho los trabajos que se hacen en este campo con los monaguillos, en las convivencias vocacionales, en el preseminario, en la pastoral juvenil, que este año reviste especiales acentos en la preparación de la JMJ. Los sacerdotes, y particularmente los párrocos, son los primeros y principales agentes de la pastoral vocacional. Un cura entusiasmado suscita en su entorno nuevas vocaciones al sacerdocio. Dios ha bendecido nuestra diócesis de Córdoba con un buen número de vocaciones al sacerdocio, pero necesitamos muchas más. No podemos dormirnos en los laureles de lo ya recibido, pues las bendiciones de Dios son promesa de nuevos dones, si sabemos recibirlos con gratitud y compartirlos con generosidad. Demos gracias a Dios y a tantas personas que colaboran en esta obra de las vocaciones. Agradezco especialmente a los sacerdotes que se toman interés por este asunto, a los formadores y profesores del Seminario que gastan su vida llenos de ilusión, a las familias que ofrecen generosamente a sus hijos, a los catequistas, profesores y colegios que educan con una perspectiva de fe, a los bienhechores que aportan sus bienes para una causa tan noble. Todos a una alcancemos de Dios que suscite abundantes vocaciones al sacerdocio ministerial y que sepamos acogerlas con gratitud y con el compromiso de ayudarlas a madurar y a responder con fidelidad a tales dones de Dios. Con m

 

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DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA: SOMOS UNA FAMILIA CONTIGO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Este domingo de noviembre celebramos en toda España el Día de la Iglesia Diocesana. Una jornada para darnos cuenta de que pertenecemos a la Iglesia Universal en una Iglesia particular o diócesis, la diócesis de Córdoba.

Jesucristo fundó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles y los envió por todo el mundo a anunciar el Evangelio. Aquellos Apóstoles y sus colaboradores expandieron la Iglesia por todo el mundo. En nuestro suelo patrio el Evangelio fue predicado muy pronto, en los albores del cristianismo y después de muchos avatares esta Iglesia del Señor vive y camina en la diócesis de Córdoba, llevando la salvación de Dios a todos sus habitantes.

 Según los datos estadísticos, el 95,5 % de la población en Córdoba es bautizada católica. Por tanto, miembros de la Iglesia Católica. Pero no todos participan de la misma manera. Hay quienes son bautizados y reciben cristiana sepultura y otros, además, participan de distintas maneras en la vida de la Iglesia.

La Visita pastoral me permite contactar con cada parroquia en cada pueblo y puedo afirmar que estamos en una diócesis muy viva, con mucha vitalidad cristiana.

Demos gracias a Dios. Con un laicado muy abundante, que actúa en las distintas áreas de la diócesis: catequesis, caritas, culto dominical, coros, lectores, portadores de la comunión a los enfermos, etc.

Con una presencia en el mundo muy importante, testigos de Dios y de la vida nueva del Resucitado, transformando el mundo desde dentro a manera de fermento, como el alma en el cuerpo. Con un colectivo cofrade de miles y miles de personas, con ganas de llevar adelante la presencia del misterio cristiano en las calles y plazas de la ciudad y de nuestros pueblos. Con grupos y movimientos de apostolado de muchos colores, sobre todo en Cursillos de Cristiandad y Comunidades Neocatecumenales. Con una presencia cada vez más extendida de la Acción Católica General.

El Encuentro Diocesano de Laicos del pasado 7 de octubre ha sido una muestra de la vitalidad de nuestra diócesis de Córdoba, donde hemos afrontado con toda claridad y con mucha esperanza los distintos retos que el mundo de hoy plantea a los católicos y cómo éstos han de salir al encuentro de nuestros contemporáneos sobre todo con el testimonio de una vida nueva y distinta. “Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo”, nos dice el Señor.

 Al llegar el día de la Iglesia Diocesana, caemos todos en la cuenta más y más de que la diócesis la hacemos entre todos. Esta Iglesia fundada por Jesucristo, que tiene como alma el Espíritu Santo y como Madre a María Santísima, está formada por todos sus miembros como parte activa, que afronta sus obras como propias y su sostenimiento como una obligación lógica. La Iglesia hemos que mantenerla entre todos, cada uno según sus posibilidades.

Con nuestra aportación económica, con nuestra colaboración de voluntariado, con nuestra oración incesante, con nuestro servicio a todos los niveles. Al servicio de esta Iglesia Diocesana hay 280 sacerdotes, que tienen en los actuales 80 seminaristas su continuidad y su futuro. En el seno de esta diócesis hay 25 Comunidades de vida contemplativa, una de hombres y el resto de mujeres, que constituyen la mejor reserva de espiritualidad para vitalizar el apostolado de todos. Más de 800 religiosos y consagrados nos recuerdan la llamada a la santidad de todos.

La diócesis de Córdoba tiene como objetivos prioritarios el campo de la familia y de la vida, el campo de la educación y de la transmisión de la fe, el campo de la atención a los pobres, que son el tesoro de la Iglesia.

Para cumplir todos estos objetivos, para mantener todas sus instituciones, para vitalizar cada vez más esta Iglesia Diocesana contamos CONTIGO. “Somos una gran familia contigo”. Siéntete miembro activo en esta gran familia, colabora en lo que puedas: es tu diócesis, es la Iglesia del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Día de la Iglesia Diocesana «Somos una gran familia CONTIGO»

 

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LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto del Adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Él viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. “Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original”. Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy. La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pú- blica proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios. Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza. En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido. Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

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INMACULADA

 

Nuestra diócesis de Córdoba es costumbre desde hace muchos años que los diáconos de cada año sean ordenados en la fiesta de la Inmaculada, el 8 de diciembre. De esta manera, la gran fiesta de María la llena de gracia, la sin pecado, queda reduplicada por la alegría de estos jóvenes que reciben el sacramento del Orden en el grado de diáconos y que llenan de alegría y esperanza la diócesis de Córdoba que los acoge. Así también, cada año los sacerdotes de Córdoba celebran esta fecha aniversario de su ordenación diaconal, que no olvidarán en toda su vida. María aparece de esta manera en el comienzo del adviento como la primera redimida, y redimida de manera excepcional. Porque Dios la eligió para ser la madre del Hijo eterno, Dios como su Padre, que se hace carne en la carne virginal de María. Ella fue librada de todo pecado antes de contraerlo o de cometerlo, incluso del pecado original. La redención que Jesús viene a traer para todos tiene su primer fruto excepcional en su madre bendita. De esta manera, María ha sido repleta de la gracia divina desde el primer momento de su existencia. “Llena de gracia”, la saluda el ángel de parte de Dios. Y más que llena, requetellena (kejaritomene). Sin ninguna sombra de pecado a lo largo de toda su vida. Y librada incluso del pecado original con el que todos nacemos. En ella el pecado no tuvo nunca morada. Todo su corazón fue para Dios siempre. Mirarla a ella da esperanza, porque lo recibido en ella es también para nosotros. “Concédenos, por su intercesión, llegar a ti limpios de todas nuestras culpas”, pedimos en la oración de este día. Los diáconos hacen pública ante Dios y ante la Iglesia su promesa de celibato. Es decir, su plena consagración a Dios. Por el celibato se consagran a Dios en castidad total para toda la vida, renunciando a constituir una familia propia, porque entregan a Dios su corazón, su presente y su futuro, su alma y su cuerpo, los afectos más íntimos. María inspira esta actitud y la sostiene en cada uno. Los sacerdotes son elegidos de entre aquellos que reconocen haber recibido de Dios el don del celibato. Son carismas diferentes, sacerdocio y celibato, pero están íntimamente relacionados desde la primera hora de la Iglesia. Si el sacerdote hace presente a Jesucristo buen pastor en medio de su pueblo y al servicio del mismo, el celibato le permite al sacerdote vivir como vivió Jesús, que vivió virgen y célibe durante toda su vida para entregarse de lleno al servicio de los hermanos. Y junto al celibato, la obediencia. Jesús vivió colgado de la voluntad del Padre continuamente. “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió” (Jn 4,34). El sacerdote prolonga esa actitud de Jesús, procurando cumplir la voluntad de Dios en la entrega por sus hermanos. En el diaconado se hace esta promesa de obediencia, poniendo las propias manos en manos del obispo, y prometiendo obediencia al obispo para toda la vida. María vivió en esta actitud de obediencia de la fe desde el fiat ante el ángel hasta el acompañamiento a su Hijo junto a la cruz, durante toda su vida. Obediencia y celibato que conllevan una vida austera, sencilla, pobre, en donde brilla la humildad y sencillez de corazón, ponerse al nivel de la gente humilde, no mirar a nadie nunca desde arriba, sino mirarlos con actitud de amor servicial, que lleva a dar la vida. Todas estas son virtudes y actitudes de María. Por eso, los diáconos de Córdoba viven con especial intensidad esa fiesta de la Purísima, porque en este día grande ella aparece luminosa, iluminando el horizonte del pueblo cristiano, iluminando la vida de los que se consagran a Dios, y renovando año tras año la generosidad de Dios, que hace generosos a los hombres. Oramos en este día por los nuevos diáconos. Ella los proteja siempre. Recibid mi afecto y mi bendició

 

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MADRE Y VIRGEN VIRGINIDAD DE MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: ¿Cómo puede ser que una virgen sea madre, o que una madre sea virgen? He aquí la paradoja, que nos invita a entrar dentro del misterio. Nuestra razón humana se queda corta ante esta realidad tan honda. Necesitamos un conocimiento superior para entrar dentro, necesitamos el conocimiento de la fe y la luz superior de la fe para entender que María es madre y es virgen al mismo tiempo. Más aún, que lo uno explica lo otro. La Palabra de Dios así nos lo revela. María recibe el saludo del ángel, que le anuncia que va a ser madre del Verbo hecho carne y que le pide su consentimiento para este plan de Dios tan grandioso (cf Lc 1,26s). María acepta y el Verbo se hizo carne en su seno virginal, sin semen de varón. En el anuncio a José, se nos relata cómo José acogió a María y al que ella llevaba en su seno, y sin tener relaciones sexuales, ella dio a luz a su Hijo (cf Mt 1,18s). La Palabra de Dios quiere certificar que María concibió por la acción milagrosa del Espíritu Santo, que la hizo plenamente fecunda, de manera que pudo tener un hijo sin la colaboración masculina propia de toda generación humana. La virginidad de María no entra en conflicto con su maternidad. Ella está consagrada plenamente a Dios, y Dios la elige para ser su madre. Así como el Padre eterno engendra a su Hijo eterno sin colaboración de nadie, y lo hace por fecundidad pletórica divina, así María, a quien el Espíritu Santo llenó de vida, concibe y da a luz un hijo varón sin necesidad de ninguna colaboración biológica masculina. María se convierte de esta manera en un icono del Padre eterno, que engendra a su Hijo en la eternidad como Dios, y envía este Hijo al mundo para que nazca de María virgen en cuanto hombre. La virginidad de María es una prolongación en la historia y en el tiempo de la virginidad de Dios Padre en la eternidad. María se parece a Dios Padre. Este Hijo que en la eternidad ha sido engendrado virginalmente (por abundancia de vida) es engendrado en el tiempo también virginalmente (por una vitalidad que viene de lo alto). De esta manera, María nos revela el rostro de Dios, o mejor, el Hijo nos revela al Padre ya desde su misma concepción humana, que se realiza en el seno de la virgen María su madre. Introducidos en el misterio por la luz de la fe, vemos como muy coherente que esta mujer sea virgen para reflejar la fecundidad de Dios. Una fecundidad que no brota de la carne ni de la sangre, sino de Dios. Una fecundidad que viene de lo alto. Una fecundidad que brota de la virginidad y que desemboca en maternidad. San Agustín lo resume bellamente: “María fue virgen al concebir a su Hijo, virgen durante el embarazo, virgen en el parto, Virgen después del parto, Virgen siempre” (Sermón 186,1). La virginidad de María es signo de una fecundidad suprema, la fecundidad virginal del Padre eterno, la fecundidad virginal del mismo Jesús, que vivió virginalmente, la fecundidad virginal de José, que colabora en la acogida del misterio. La fecundidad de tantos llamados a vivir en este estado de vida para ser instrumentos de la fecundidad divina. La virginidad cristiana no es una tara o una merma de la persona consagrada a Dios, sino la expresión de una fecundidad superior, que proviene no de la carne ni de la sangre, sino de Dios. Negar la virginidad de María es negar que Jesús sea Dios. Y cuando se atenúa la divinidad del Hijo, la virginidad de su madre se diluye. En estas fiestas de Navidad, que se acercan, celebramos el nacimiento no de un niño cualquiera, sino del Hijo de Dios, que se hace hombre para salvar a los hombres. Un niño cualquiera no nos traería la salvación. Si nos salva es porque es Dios. Y el sello de garantía de que este niño es Dios es precisamente la virginidad de su Madre. En Belén se respira virginidad, plenitud de vida, de una vida nueva que proviene de Dios. Nos acercamos al belén con la pureza de un niño, con la generosidad de María, con la castidad de José. En Belén todo es nuevo, y se renueva la vida de los mortales. Por eso estamos alegres con la alegría que proviene de Dios. Feliz y santa Navidad. Con mi afecto y mi bendición:

 

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LA INMACULADA

 

El 8 de diciembre es una fiesta muy grande en el calendario litúrgico. Celebramos la fiesta solemne de María Santísima en su Inmaculada Concepción. Celebramos que María ha sido el primer fruto de la Redención de Cristo, el fruto más logrado. Celebramos que María fue librada de todo pecado, antes de cometerlo. Fue librada incluso del pecado original.

En esta fiesta celebramos la Purísima, la llena de gracias, nuestra Madre del cielo. En el camino del Adviento y en el camino de la vida, María ocupa un puesto singular, porque ella es la que lleva en su seno al Hijo de Dios hecho hombre en su vientre virginal por obra del Espíritu Santo. Cuando esperamos que venga el Salvador, la miramos a ella, que lo lleva en su vientre para darlo al mundo en la Nochebuena y en cada Eucaristía.

 María representa la ternura del Adviento. Y a ella le pedimos que nos enseñe y nos ayude a tratar a Jesús como lo trató ella, a acogerlo con un corazón puro, a abrazarlo con todo el amor del mundo, a darlo a los demás como nuestro mejor tesoro. El tiempo de Adviento es un tiempo de esperanza. Una gran esperanza, la esperanza de la venida de Jesús al final. Todo es pasajero, todo tiene fecha de caducidad, todo pasa. Jesucristo permanece para siempre.

Él ha venido a nuestra orilla para llevarnos a la suya, él se ha hecho hombre para hacernos a nosotros hijos de Dios. La plenitud de nuestra vida no está aquí, en lo que vemos, en lo que alcanzan nuestras capacidades. La plenitud de nuestra vida está más allá, está en el cielo.

Por eso, nuestro deseo de vivir siempre quedará saciado pasando por la muerte para el encuentro definitivo con el Señor. Llegaremos a la plenitud cuando hayamos sido despojados de todo (incluso de nuestro cuerpo) y del todo, y podamos así ser plenamente revestidos de gloria.

¡Ven, Señor Jesús! (Maranatha) es la más antigua oración cristiana que se conoce. Aquellas primeras comunidades deseaban ardientemente la venida gloriosa del Señor, e invocaban continuamente esta venida: Ven, Señor Jesús. La repetimos continuamente en la Eucaristía, “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo”.

Sería una contradicción que repitiéramos una y otra vez esta invocación, y cuando aparecen los síntomas de la venida del Señor, que viene a recogernos, nos asustara esta llegada. Somos ciudadanos del cielo, no ciudadanos de la tierra para siempre.

El paraíso terrenal no existe, aunque algunas ideologías modernas lo dibujen como utopía o aunque tengamos la secreta aspiración de vivir felices en la tierra para siempre. El paraíso está en el cielo y el paso de esta vida a la otra supone un despojamiento, una ruptura, un desgarro. V

en, Señor Jesús es la invocación de que llegue el día definitivo en el que nos encontremos con el Señor para siempre, en un abrazo eterno. En María ya se ha cumplido esa plenitud, ese final. Ella participa de la gloria de su Hijo, a quien ha acompañado en el camino de la pasión y de la muerte en Cruz.

María sigue acompañando a sus hijos que sufren, está más cerca de aquellos que más lo necesitan para darles la esperanza de que llegarán a la plenitud. El tiempo de Adviento es tiempo de esperanza y tiempo de purificación de esa esperanza.

Nada ni nadie de este mundo podrá llenarnos. Sólo Dios podrá hacerlo, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Él. El tiempo de Adviento purifique nuestra memoria, mirando al pasado y proyectándonos en el futuro, acogidos a su infinita misericordia. Que el tiempo de Adviento con María os prepare para la venida del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

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INMACULADA Y VOCACIONES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Purísima, inmaculada, llena de gracia. Es lo mismo. El 8 de diciembre celebramos con gozo desbordante que María Santísima fue librada de todo pecado, incluso del pecado original, desde el primer instante de su concepción y para toda su vida.

Ya en ese momento fue llenada de gracia, en una plenitud creciente, recibiéndola toda de su Hijo divino, al que consagró alma, vida y corazón. “Alégrate, llena de gracia (kejaritomene)” (Lc 1,28), le dijo el ángel al anunciarle a María que iba a ser madre de Dios.

De esta manera, con esta plenitud de gracia, Dios preparó una digna morada para su Hijo. Ella es la primera redimida, la más redimida, la mejor redimida. Ella es el fruto primero y más completo de la redención que su Hijo viene a traer para todos. La Inmaculada es patrona de España, porque ha sido nuestro país el que ha defendido “de siempre” esta cualidad de María, mucho antes de que se proclamara como dogma universal en 1854 por el Papa beato Pio IX.

La Orden franciscana luchó a favor de esta causa por todo el mundo. España tiene a gala tener como patrona a la Purísima, y cuando llega este día hace fiesta grande. Y en esta fiesta de la Virgen, como un anticipo de la misma Navidad que se acerca, el regalo de las Órdenes sagradas.

Este año dos nuevos presbíteros y tres nuevos diáconos. ¡Qué día más grande! Es uno de esos días señalados en el calendario con azul de cielo. Por María, azul celeste, y por los nuevos ordenados, que son un regalo del cielo para la diócesis y para la Iglesia universal.

Necesitamos muchos y santos sacerdotes, llenos de Dios, celoso de su gloria, servidores en el ministerio para sus hermanos los hombres, orantes, desprendidos, austeros, entregados. Que vivan la pobreza para estar ligeros de equipaje y tocar de cerca la carne herida de Cristo. Que vivan el celibato como signo de consagración a Dios con un corazón indiviso, en la castidad perfecta, para amar sin quedarse con nadie. Que vivan en la obediencia gozosa a la voluntad de Dios, para servir sin buscar sus intereses ni su propia gloria. Humildes para que brille la gloria de Dios en sus obras, buscando siempre el bien de las almas. Estos son los sacerdotes de la nueva evangelización a la que nos llama hoy la Iglesia.

La mejor pastoral vocacional es el testimonio de una vida entregada y gozosa por parte de los sacerdotes, porque también hoy Dios sigue llamando a jóvenes que están dispuestos a dar su vida entera para servir a Dios y a sus hermanos en el ministerio sacerdotal.

“¿Por qué quieres ser sacerdote?”, pregunté como rector a un joven arquitecto que un día se acercó a pedir ingreso en el Seminario. “Porque quiero dárselo todo a Jesucristo”, me respondió. Era novio y lo dejó para entregarse a Dios. Hoy es un excelente sacerdote.

Todos los que hoy son sacerdotes lo son, porque al sentir la llamada de Dios en su corazón, se han encontrado con un sacerdote referente, viendo realizado en él lo que Dios quiere realizar en los llamados. Por eso, hemos de orar al Señor por las vocaciones al sacerdocio y por todos aquellos que ya lo son, a fin de que sus vidas sean el mejor reflejo de Cristo sacerdote entre sus hermanos.

 No es fácil ser sacerdote hoy, pero es apasionante. Como no fue fácil a María recibir la llamada a entregar su vida por completo y ponerla al servicio de Jesús. Es admirable la respuesta dada por María y es admirable, en su medida, la respuesta dada por el joven que se siente llamado.

A María Santísima pedimos para los sacerdotes y seminaristas la fidelidad al don recibido, porque siendo tan sublime este don, perderlo sería una desgracia inmensa. Para toda la vida, como María. Dios no se merece menos.

La Purísima y las Órdenes van íntimamente relacionadas en este 8 de diciembre, en los albores de la Navidad. Participemos en la alegría que viene de Dios y pidamos que muchos jóvenes que se plantean este camino, no duden como no dudó María en dar el paso para servir a Dios y a los hermanos.

Ave María purísima, sin pecado concebida. Mantén en la fidelidad hasta la muerte a todos tus sacerdotes, para que sean dignos ministros del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

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LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

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MARÍA, HÁGASE EN MI TU PALABRA, NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Navidad es inminente, estamos a pocos días del gran acontecimiento del nacimiento del Señor. La liturgia tiene esa propiedad, la de hacernos presente el misterio que celebramos, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de S. Ignacio). Jesucristo nació hace veinte siglos, la liturgia nos trae ese misterio hasta nuestros días para que lo vivamos en directo. Estamos en Navidad, fiesta del nacimiento de Jesús en la carne del seno virginal de María. En la Navidad aparecen varios personajes. En primer lugar, el protagonista es Jesús, el Hijo eterno de Dios que nace como hombre. Dios desde siempre, comienza a ser hombre en el tiempo. Engendrado del Padre en la eternidad, engendrado de María en nuestra historia humana. Dios verdadero y hombre verdadero, siendo el mismo y único sujeto. La adoración es la actitud inmediata al contemplar este misterio, porque el Niño que nace es Dios, que llega hasta nosotros en la debilidad de una vida pequeña e indefensa. Junto al Niño está la Madre, María santísima. Lo ha recibido en su vientre sin concurso de varón, virginalmente, por sobreabundancia de vida, como un icono de la fecundidad inagotable del Padre en el seno de Dios. María es plenamente madre, de otra manera, por obra del Espíritu Santo. Ella es todo acogida del don de su Hijo divino. Ella es todo donación de este Hijo al mundo. Con un corazón limpio y generoso, María recibe y entrega. Ella es personaje esencial en este misterio, y quedará unida para siempre e inseparablemente al misterio cristiano. Es la Madre, fuente de vida, no sólo para su Hijo, sino para todos nosotros. La discreta presencia de José realza su papel de colaborador imprescindible. Sin él, el Niño no hubiera nacido. Concebido sin su colaboración biológica, acoge el misterio que María su esposa lleva en su seno virginal y se convierte en verdadero padre. No biológico, pero verdadero padre que protege y sostiene el misterio de la Navidad, al Niño y a la Madre. Silencioso José, dócil a los planes de Dios, pone su vida entera al servicio de toda la humanidad. En el portal de Belén sobresale la pobreza. Allí no hay nada, ni adornos, ni muebles ni cama, ni lo más elemental de una casa pobre. Una cueva, un pesebre, unas pajas. Así ha elegido Dios Padre el lugar para que nazca su Hijo. Esto nos hace pensar que el despojamiento y la humillación del Hijo son un ingrediente necesario para la redención del mundo. Navidad es inteligible en este contexto. Fuera de este contexto, no entendemos nada de lo que acontece en Navidad. Navidad es una llamada fuerte a la humildad, a la pobreza y a la austeridad, al despojamiento en beneficio de los demás. Por eso, Jesús es tan atrayente en Navidad. Porque aparece en la humildad de nuestra carne, despojado de todo, sin aparato social, para que podamos acercarnos a él sin miedo. Él conquista nuestro corazón por la vía del amor y sólo los que se hacen como niños son capaces de entender lo que sucede en esta gran fiesta. De ahí brota la solidaridad con los necesitados. En ellos se prolonga Cristo hoy. Aquel Hijo de Dios, despojado de todo, sigue vivo en tantos hermanos nuestros a los que la vida ha despojado de todo, de su dignidad, de sus derechos. Son miles las personas que a nuestro lado sobreviven sin lo más elemental para vivir, y reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad fraterna, nuestra compasión eficiente. Navidad es de los pobres y para los pobres, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre hasta el extremo, invitándonos a ser pobres, humildes y despojados. Y a acercarnos a los pobres para compartir con ellos lo que hayamos recibido. La caridad cristiana, a ejemplo de Cristo, no se sitúa en un plano superior para atender desde ahí a los más humillados. La caridad cristiana se abaja hasta el extremo para compartir desde abajo lo recibido de Dios, incluido el don de la fe. Muchos cristianos, hombres y mujeres, han vivido el misterio de la Navidad así a lo largo de la historia, y han construido de esta manera un mundo nuevo. También esta Navidad quiere dejar huella en tu corazón para que colabores en la construcción de una nueva humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Hágase en mí según tu Palabra Q

 

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LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto del Adviento, brilla la fiesta de María Santísima, primera redimida, fruto y primicia de la redención de Cristo. Esperamos un Salvador, nuestro Señor Jesucristo. Él viene a librarnos del pecado y a darnos la libertad de los hijos de Dios. Romperá nuestras cadenas, las cadenas del pecado, que nos atan a nuestros vicios y egoísmos. Y viviremos con él la libertad de la gracia, la libertad del amor, que nos hace hijos de Dios y hermanos de todos los hombres. En María todo esto se ha cumplido. Por eso, ella va delante de nosotros como madre buena e inspira nuestro caminar. Mirándola a ella, entendemos la vida cristiana y a dónde nos quiere llevar el Señor. María ha sido colmada de gracia en el momento mismo de su concepción, y por eso, librada de todo pecado, incluso del pecado original. Es la Inmaculada Concepción, la Purísima, la Llena de gracia. “Toda hermosa eres María y en ti no hay mancha de pecado original”. Esta dimensión de María ha sido vivida en la historia de la Iglesia de manera universal, y particularmente en España. Por eso, María es patrona de España en este título de la Inmaculada. España contribuyó especialmente a que esta verdad se extendiera por todo el mundo. España capitaneó los votos inmaculistas, es decir, las promesas de defender la limpia concepción de María Santísima, su libertad del pecado y su plenitud de gracia desde el comienzo. En 1854 el papa Pio IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción, y desde entonces todos los años el Papa va a la plaza de España en Roma para depositar un ramo de flores a la Inmaculada. La Inmaculada y España van unidas en este gesto del Papa, que perdura hasta el día de hoy. La única esclavitud que oprime al hombre es el pecado. Y de ahí se derivan todas las demás. El hambre en el mundo proviene del pecado, porque hay alimentos para todos, pero unos se comen lo suyo y lo ajeno. La corrupción en la vida pú- blica proviene del pecado, porque la avaricia del corazón es insaciable y se aprovecha del servicio público para embolsarse privadamente grandes cantidades de dinero. Las guerras y divisiones entre los hombres provienen del pecado, porque cada uno mira solamente sus intereses e introduce la violencia para defenderlos. Las rupturas familiares provienen del pecado, porque no se ofrece el perdón de la convivencia. Toda suciedad del alma proviene del pecado. Necesitamos, por tanto, que alguien nos saque de esta situación y a eso viene Jesús, a salvarnos del pecado y darnos la libertad de ser hijos de Dios. Puestos en esa tesitura, alguno podría pensar que ese sueño es imposible. Pero para Dios nada hay imposible, y nos lo demuestra poniéndonos delante de los ojos una señal: María Santísima. En ella Dios ha realizado lo que quiere realizar en cada uno de nosotros, ciertamente en la medida adecuada. En ella, de manera singular y superlativa; en cada uno de nosotros, según la medida de Cristo, según los dones que Dios nos dé y según la respuesta que a tales dones demos nosotros. Pero en María ya se ha cumplido, y por eso ella es nuestra esperanza. En el marxismo, el sueño que se proyecta hacia el futuro no existe, es una utopía para alentar la esperanza colectiva. En el cristianismo, el ideal tiene rostro concreto: se llama María. Lo que Dios ha hecho en ella quiere hacerlo en nosotros, es posible, ya lo ha cumplido. Por eso, el Adviento es tiempo de esperanza, porque el que viene a salvarnos, Jesucristo, ya está en medio de nosotros, se oculta en el seno de María virgen, que nos lo dará en la nochebuena, nos trae la alegría del perdón de Dios y de su misericordia. Pongámonos en actitud de conversión, con deseo de purificar tantas malas hierbas de nuestro corazón, y brotará en nosotros una vida nueva, que llenará nuestro corazón de alegría. El Adviento es tiempo de esperanza y de alegría, porque nuestros problemas tienen solución en Dios, en Jesucristo. Y María es prueba de ello. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

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MARÍA, HÁGASE EN MI TU PALABRA, NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Navidad es inminente, estamos a pocos días del gran acontecimiento del nacimiento del Señor. La liturgia tiene esa propiedad, la de hacernos presente el misterio que celebramos, “como si allí presente me hallara” (Ejercicios de S. Ignacio). Jesucristo nació hace veinte siglos, la liturgia nos trae ese misterio hasta nuestros días para que lo vivamos en directo. Estamos en Navidad, fiesta del nacimiento de Jesús en la carne del seno virginal de María. En la Navidad aparecen varios personajes. En primer lugar, el protagonista es Jesús, el Hijo eterno de Dios que nace como hombre. Dios desde siempre, comienza a ser hombre en el tiempo. Engendrado del Padre en la eternidad, engendrado de María en nuestra historia humana. Dios verdadero y hombre verdadero, siendo el mismo y único sujeto. La adoración es la actitud inmediata al contemplar este misterio, porque el Niño que nace es Dios, que llega hasta nosotros en la debilidad de una vida pequeña e indefensa. Junto al Niño está la Madre, María santísima. Lo ha recibido en su vientre sin concurso de varón, virginalmente, por sobreabundancia de vida, como un icono de la fecundidad inagotable del Padre en el seno de Dios. María es plenamente madre, de otra manera, por obra del Espíritu Santo. Ella es todo acogida del don de su Hijo divino. Ella es todo donación de este Hijo al mundo. Con un corazón limpio y generoso, María recibe y entrega. Ella es personaje esencial en este misterio, y quedará unida para siempre e inseparablemente al misterio cristiano. Es la Madre, fuente de vida, no sólo para su Hijo, sino para todos nosotros. La discreta presencia de José realza su papel de colaborador imprescindible. Sin él, el Niño no hubiera nacido. Concebido sin su colaboración biológica, acoge el misterio que María su esposa lleva en su seno virginal y se convierte en verdadero padre. No biológico, pero verdadero padre que protege y sostiene el misterio de la Navidad, al Niño y a la Madre. Silencioso José, dócil a los planes de Dios, pone su vida entera al servicio de toda la humanidad. En el portal de Belén sobresale la pobreza. Allí no hay nada, ni adornos, ni muebles ni cama, ni lo más elemental de una casa pobre. Una cueva, un pesebre, unas pajas. Así ha elegido Dios Padre el lugar para que nazca su Hijo. Esto nos hace pensar que el despojamiento y la humillación del Hijo son un ingrediente necesario para la redención del mundo. Navidad es inteligible en este contexto. Fuera de este contexto, no entendemos nada de lo que acontece en Navidad. Navidad es una llamada fuerte a la humildad, a la pobreza y a la austeridad, al despojamiento en beneficio de los demás. Por eso, Jesús es tan atrayente en Navidad. Porque aparece en la humildad de nuestra carne, despojado de todo, sin aparato social, para que podamos acercarnos a él sin miedo. Él conquista nuestro corazón por la vía del amor y sólo los que se hacen como niños son capaces de entender lo que sucede en esta gran fiesta. De ahí brota la solidaridad con los necesitados. En ellos se prolonga Cristo hoy. Aquel Hijo de Dios, despojado de todo, sigue vivo en tantos hermanos nuestros a los que la vida ha despojado de todo, de su dignidad, de sus derechos. Son miles las personas que a nuestro lado sobreviven sin lo más elemental para vivir, y reclaman nuestra atención, nuestra solidaridad fraterna, nuestra compasión eficiente. Navidad es de los pobres y para los pobres, porque el Hijo de Dios se ha hecho pobre hasta el extremo, invitándonos a ser pobres, humildes y despojados. Y a acercarnos a los pobres para compartir con ellos lo que hayamos recibido. La caridad cristiana, a ejemplo de Cristo, no se sitúa en un plano superior para atender desde ahí a los más humillados. La caridad cristiana se abaja hasta el extremo para compartir desde abajo lo recibido de Dios, incluido el don de la fe. Muchos cristianos, hombres y mujeres, han vivido el misterio de la Navidad así a lo largo de la historia, y han construido de esta manera un mundo nuevo. También esta Navidad quiere dejar huella en tu corazón para que colabores en la construcción de una nueva humanidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Hágase en mí según tu Palabra Q

 

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LA SAGRADA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos. Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa. Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban. Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación. Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos. Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios. La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta. Recibid mi afecto y mi bendición. A la Iglesia le preocupa la familia Q

 

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LA SAGRADA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Iglesia entera está implicada en un proceso de reflexión acerca de la familia, al que papa Francisco nos ha convocado. Un Sínodo en octubre pasado de 2014 y otro Sínodo en octubre de 2015, con la invitación a que todos participemos en su elaboración con las aportaciones personales, comunitarias e institucionales que creamos conveniente. Se trata de una ocasión excepcional, un momento de gracia para acoger las orientaciones que la Iglesia nos propone y entrar en un diálogo de salvación con la situación concreta que vivimos. Son muchos los retos que nos presenta la época presente en torno a la familia. Por una parte, es la institución más apreciada, es el nido donde nacemos, crecemos y somos amados en toda circunstancia, es el lugar donde gozamos y sufrimos, donde compartimos lo que somos y tenemos. Y al mismo tiempo, dada la fragilidad humana, la familia sufre erosión interna y externa. Desde dentro, porque muchos acceden al matrimonio sin la debida preparación, sin la debida madurez afectiva, sin una experiencia suficiente de Dios, que santifica el amor humano en el matrimonio y lo pone a salvo de nuestras veleidades. Por eso, tanto fracaso matrimonial en nuestros días, tanto sufrimiento en este aspecto de la vida tan hondo para la persona. Hay mucho gozo en el seno de la familia, pero también hay mucho sufrimiento, sobre todo en aquellos que no se sienten amados como esperaban. Desde fuera, en el ambiente social, porque la familia se ha convertido en moneda de cambio en un mercado corrupto. De la fragilidad humana se quiere sacar provecho en el inmenso negocio de la pornografía, hoy accesible más fácilmente por internet. Se presenta el amor como algo fugaz e inconsistente, incapaz de dar solidez a la persona y menos aún a un proyecto de amor para toda la vida entre el varón y la mujer. Esto se refleja en las costumbres y en las leyes, que para complacer a los votantes introducen normativas que en vez de arreglar empeoran la situación. Pero el proyecto de Dios sigue en pie. Dios apuesta por la felicidad del hombre (varón y mujer) y sigue ofreciéndole lo que “al principio” dejó inscrito en la naturaleza humana. Dios sigue apostando por la felicidad del hombre y en su hijo Jesucristo nos ofrece una sanación de raíz de nuestras propias debilidades, dándonos el Espíritu Santo como fuerza que nos hace capaces de amar verdaderamente. Cristo ama a su Iglesia de manera plena, hasta entregarse por ella y purificarla, para presentarla ante sí sin mancha ni arruga ni nada semejante, sino santa e inmaculada (Ef. 5). Y así ha diseñado el proyecto de felicidad para el hombre en el matrimonio: indisoluble, abierto generosamente a la vida. Uno con una para siempre, fuente de fecundidad en los hijos. Lo que el hombre no es capaz de conseguir por sus solas fuerzas, y ni siquiera con la ayuda de los demás, puede alcanzarlo con la gracia de Dios, que quiere hacer feliz al hombre, salvándole de su debilidad y de su pecado. Es posible la esperanza, también en este campo de la familia. He aquí el gran reto de la Iglesia, servidora del Señor y de la humanidad, en nuestros días. A la Iglesia le confía el Señor hoy como siempre que sea luz en un mundo confuso y que oriente el camino de la verdadera felicidad del hombre, a los niños, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos. La Iglesia tiene la preciosa tarea de presentar con hechos, con el testimonio de tantos hijos suyos, que la felicidad es posible, que la solidez de la familia nos interesa a todos, que no es una utopía ese plan de Dios sobre la familia, sino que es una realidad al alcance de todos. Y al mismo tiempo, a la Iglesia se le encomienda ser “hospital de campaña” para todos los heridos en esta “guerra”. Ser lugar de acogida para todos sin discriminación, ser hogar donde todos puedan encontrar el bálsamo de sus heridas, porque todos pueden ser curados y fortalecidos por el amor de Dios. La Santa Familia de Nazaret, Jesús, María y José representan ese icono humano, ese círculo de amor, reflejo de la comunidad trinitaria de Dios, que inspira e impulsa toda familia según el plan de Dios. A la Familia de Nazaret encomendamos todas nuestras familias y le damos gracias por todo lo bueno que nuestra familia nos aporta. Recibid mi afecto y mi bendición. A la Iglesia le preocupa la familia Q

 

 

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Inmaculalda

 

HERMANOS Y HERMANAS: “Ave María purísima, sin pecado concebida”. Con esta jaculatoria saludamos en España en tantas ocasiones buenas, recordando el saludo del ángel a María, que hacemos nuestro como saludo cristiano. Muchas personas comienzan con estas palabras su confesión sacramental, muchos saludan así al entrar en una casa, muchos la emplean al comenzar una obra buena, etc. Pertenece a la entraña del pueblo cristiano esta devoción mariana, que evoca el saludo del ángel a María y recuerda que ella es la Purísima, llena de gracia y concebida sin pecado original. Al comienzo del Año litúrgico celebramos la solemne fiesta de la Inmaculada, como aurora que anuncia la llegada del sol. La redención de Cristo ha comenzado por María. Ella es la primera destinataria de esa redención que viene a traer su Hijo Jesucristo, nuestro Señor y Redentor. Ella es la más redimida, la mejor redimida, la primera redimida. En ella nos miramos como en un espejo para contemplar lo que Dios quiere hacer con cada uno de nosotros. A ella en medida superlativa, a nosotros según la medida asignada por Dios. A ella, desde el comienzo; a nosotros, como final consumado. Pero todos redimidos por la sangre redentora de Cristo, derramada en la Cruz para limpiarnos de nuestros pecados. María fue concebida por vía natural del abrazo amoroso de sus padres Joaquín y Ana. El fruto de esa unión ha resultado singular, pues Dios eligió a María para que fuera en su momento la madre del Redentor. Y por eso la libró de todo pecado, llenándola de su gracia, incluso librándola del pecado original, que todos contraemos al nacer. Lo que a todos nos viene dado como perdón, a ella le viene dado anticipadamente como prevención en virtud de los méritos de Cristo. De manera que nunca tuvo la más mínima sombra de pecado, y en ella todo fue luz de gracia desde el primer momento. Por eso, la llamamos la Purísima. Nuestra patria Espa- ña, en su larga historia de santidad, ha impulsado continuamente que esta verdad tan arraigada en la conciencia cristiana de nuestro pueblo llegara a ser definida como dogma de fe. Y así sucedió en 1854 (precisamente, el 8 de diciembre), cuando el Papa Pío IX definió que “la Santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original desde el primer instante de su concepción, por singular privilegio y gracia de Dios Omnipotente, en atención a los méritos de Cristo-Jesús, Salvador del género humano”. A partir de esa fecha, el Papa visita todos los años la plaza de España en Roma, depositando un ramo de flores junto al monumento de la Inmaculada. María Inmaculada es patrona de España, precisamente con este título tan atractivo y tan seductor para el alma creyente. A ella nos dirigimos en esta hora crucial de la historia de España para que nos tienda su mano materna y seamos capaces de recorrer caminos de paz y de concordia entre todos los pueblos de España. Este corazón inmaculado de María se convirtió en digna morada de su Hijo, al que recibió en la fe y concibió en su vientre, permaneciendo virgen. Se acerca la Navidad, se acerca la contemplación de este misterio de amor, que tiene corazón de madre. Preparemos nuestro corazón para acoger el misterio que nos desborda. Dios se acerca a nosotros en este Niño indefenso en los brazo de su Madre santísima. Nos acercamos a Él con el deseo de acogerlo en nuestro corazón. Que el Adviento sea de verdad tiempo de acercamiento al Señor, porque Él sale a nuestro encuentro en cada hombre, en cada acontecimiento. Sobre todo en aquellas personas que sufren la injusticia, en los pobres y desheredados de la tierra, que reclaman nuestra atención. El viene a establecer un reinado de justicia y de amor. Preparándonos así a recibirle este año, nos vayamos disponiendo a recibirle cuando venga a llevarnos con Él definitivamente. Su Madre bendita nos acompañará en todo momento, también en ese momento supremo. Recibid mi afecto y mi bendición: A

 

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NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se trata de una de las fiestas más importantes del calendario cristiano, que ha impregnado el tejido social y las costumbres de nuestros ambientes. El que nace Niño en Belén es el Hijo eterno del Padre, que se ha hecho verdadero hombre en el seno de María Virgen. Y viene para hacernos hijos de Dios, para hacernos hermanos unos de otros, viene para traernos la paz con perdón abundante para nuestras vidas redimidas. Todo ello es motivo de gran alegría, y por eso hacemos fiesta.

En nuestra sociedad descristianizada, se va evaporando el motivo hondo de la Navidad. Algunos políticos no saben qué hacer, otros toman medidas que ofenden a los cristianos. En una sociedad con profundas raíces cristianas no se puede arrancar sin hacer daño todo lo referente a la fe cristiana. Asistimos a expresiones de un laicismo radical, que quisiera borrar a Dios del mapa, de la convivencia, de las expresiones culturales. Es una aberración. A nadie se le obliga a creer y nadie tiene que molestarse porque otros tengan fe.

La verdadera aconfesionalidad consiste en admitir a todos, fomentando incluso lo que es de cada uno y de cada grupo en el respeto de la convivencia. Nunca la aconfesionalidad es ataque, abuso de autoridad para suprimir expresiones que son de la inmensa mayoría de los ciudadanos. Eso ya no es aconfesionalidad, sino militancia laicista y ataque a los creyentes.

La religión es mucho más tolerante que la militancia atea. Por eso, por mucho que se empeñen en ignorarlo o suprimirlo, Navidad es Navidad, no es el solsticio de invierno. Navidad es Jesucristo que nace de María virgen. Ahora bien, la verdadera reivindicación de la Navidad consiste en vivirla y mostrarla a quienes no la viven, respetando a todos. Hemos de reconocer entre los cristianos que, si nos quedamos en lo puramente externo, habremos vaciado nuestro corazón de lo más bonito que se celebra en estos días: el encuentro con Jesús, que viene a salvarnos.

Cada uno de nosotros necesita esa salvación para salir de los enredos del pecado y del egoísmo. Nuestros contemporáneos necesitan esa salvación que trae Jesús. Nuestro mundo necesita al Príncipe de la paz, que nos restaura en la relación con Dios y con los demás.

En Navidad hemos de abrir de par en par el corazón para que entre Jesucristo, limpie nuestro corazón y nos restaure. Celebramos Navidad para acercarnos al Niño de Belén y adorarlo con todo nuestro ser. No adoréis a nadie más que a Él. Nos preparamos a la Navidad con una buena confesión, que nos deje bien dispuestos para este encuentro.

Navidad es María, la virgen madre del Niño que nace en Belén. La persona humana más importante de la historia, una mujer sencilla y humilde, dispuesta a servir, entregada de lleno a la misión encomendada. ¡Cómo nos enseña María a vivir la Navidad verdadera! Y junto a ella, José su esposo, verdadero padre (no biológico) de Jesús, que se ocupa de su familia, la protege, le da cobijo. He aquí la familia de Nazaret: Jesús, María y José. Un hogar inspirador y protector para la familia cristiana.

Navidad es la fiesta de la familia, donde se refuerzan los lazos del amor, donde cada uno se siente querido gratuitamente, el nido donde los esposos (varón y mujer) se complementan y se ayudan, el hogar donde nacen los hijos y crecen sanos alimentados por el amor fiel de sus padres.

Navidad es la fiesta de la solidaridad de unos con otros. El Hijo de Dios, al hacerse hombre, se ha unido de alguna manera con cada hombre (GS 22) y ha establecido lazos de unión de unos con otros. Es más fuerte lo que nos une con cada persona, que lo que pudiera separarnos.

Jesucristo ha compartido con nosotros su vida divina, en actitud de humildad y servicio al hacerse hombre, para que nosotros prolonguemos ese amor fraterno, cuidando especialmente de los más necesitados.

Navidad es fiesta de solidaridad, no una solidaridad superficial, sino la que brota de nuestra más profunda unión con Cristo. A todos os deseo una santa y feliz Navidad. Si vivimos la Navidad de corazón, de verdad, en nuestra familia, en nuestra parroquia, la Navidad transformará el mundo, transformando nuestros corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Hoy es Navidad.

 

 

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HOY ES NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hoy es Navidad. La liturgia de todo el orbe católico nos hace contemporáneos del nacimiento de Jesús en Belén. El Hijo eterno de Dios se ha hecho hombre, naciendo niño en un establo. No se trata de un simple recuerdo. Se trata de una celebración, es decir, celebrando la Navidad entramos en el misterio de Dios, que, llegada la plenitud de los tiempos, nos ha enviado a su Hijo, nacido de María virgen.

 Hoy es Navidad. La cercanía de Dios ha superado todas las expectativas que el hombre pudiera soñar. De muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres, a través de los profetas, a través de múltiples acontecimientos de salvación, a través de una presencia salvadora constante a favor de su Pueblo.

Ahora Dios Padre nos habla en su Hijo, y en Él nos lo ha dicho todo, y no tiene más que decir. El es la Palabra eterna, hecha carne en el seno de María virgen.

Hoy es Navidad. Se trata del acontecimiento más importante de la historia de la humanidad. Todo gira en torno a Jesucristo. El es el centro del cosmos y de la historia. La historia se divide en dos: antes de Cristo y después de Cristo.

Antes de Cristo todo ha sido expectación, búsqueda, esperanza. Con la llegada de Cristo, se han cumplido las promesas de Dios. El hombre descubre a Dios y descubre quién es el hombre. Y la historia se repite en el corazón de cada hombre. Hasta que el hombre se encuentra con Jesucristo, su vida es una expectativa, es una promesa. Cuando se encuentra con Jesucristo, la vida cambia, la vida se llena de plenitud, y ya para siempre.

Hoy es navidad. Es la fiesta del hombre, que ha llegado a su máxima grandeza, cuando, al unirse a Jesucristo, conoce su altí- sima vocación de hijo de Dios. Qué suerte hemos tenido. Dios se ha acercado al hombre de tal manera, que nos hace divinos a todos los humanos que se dejan transformar por el Espíritu de Dios. Nacerán no de la carne, ni la voluntad humana, sino de Dios. En esta fiesta, el hombre encuentra el motivo más profundo de toda solidaridad humana. ¡Somos hermanos en Cristo!

Hoy es Navidad. Nos acercamos temblorosos y curiosos a ver al Niño que ha nacido. Es la Palabra hecha silencio. Es el eterno que se hace temporal y se ajusta al ritmo de las horas y de los días. Es la Vida que asume la caducidad de la muerte, para llevar a la humanidad a la vida que no acaba. Es Dios que se hace hombre, para que el hombre sea divinizado.

Hoy es Navidad. Contemplemos con María, llenos de asombro y estupor, este nacimiento admirable. Pidamos a José esa capacidad de contemplar en silencio lo que sucede ante sus ojos. “Dejémonos contagiar por el silencio de San José”, nos ha recordado el Papa en estos días. Venid, adoremos a este Niño, porque es Dios que se ha hecho hombre.

Hoy es Navidad. La Navidad celebrada cristianamente nos trae alegría, gozo y paz en el corazón. Que el nacimiento del Señor nos llene a todos con estos dones de la Navidad, y nos haga a todos portadores de esta buena noticia para los nuestros. Es el mejor regalo que podemos hacer a nuestros contemporáneos. Feliz y santa Navidad para todos. Con mi afecto y bendición.

 

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MARÍA, VIRGEN Y MADRE.  NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La cercanía de la Navidad pone delante de nuestros ojos la figura de María, la Madre de Dios. El Niño que nace es el Verbo eterno, y nace como hombre verdadero de una mujer, cumplido el tiempo normal de gestación en su seno materno.     

Contemplamos a María con su vientre abultado. Santa María de la esperanza. Y de esa contemplación brota la admiración, recogida en la liturgia vespertina de estos días en las antífonas de la Oh!. Santa María de la O, en la expectación del parto.

Con qué admiración nos invita la Iglesia a vivir estos días inmediatos al nacimiento de Jesús. La admiración brota espontánea, porque esta madre es virgen. Ha concebido a su hijo sin concurso de varón, por la acción milagrosa del Espíritu Santo en su vientre. Ha concebido a su hijo sin perder la gloria de su virginidad.

Se trata de una virginidad de plenitud. María ha consagrado su cuerpo y su alma al Señor, y antes de convivir maritalmente con su esposo José, recibe el anuncio del ángel que le pide su consentimiento para ser madre del Hijo eterno, madre de Dios. Y María dijo: “Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y “el Verbo se hizo carne” en su vientre virginal.

La virginidad de María no consiste en ninguna carencia, no es una merma, no es un defecto o impotencia. La virginidad de María consiste en una plenitud de vida jamás conocida. María engendra a su Hijo divino, dándole su propia carne y su sangre, a la que se une un alma humana dotada de entendimiento y voluntad. Hombre completo y verdadero.

María se parece de esta manera al Padre eterno, que engendra en la eternidad al mismo Hijo sin colaboración de nadie, por plenitud pletórica de vida en Dios. Este Hijo es de la misma naturaleza del Padre. Dios verdadero y completo. Una sola y única persona, la divina, que sin dejar de ser Dios se hace hombre verdadero.

Es el misterio de la encarnación realizado con la colaboración singular de María la Virgen y Madre. María es virgen antes del parto, es decir, concibe virginalmente por plenitud de vida, sin concurso de varón.

La unión complementaria del varón y la mujer es el camino ordinario, inventado por Dios, por el que todos venimos a la vida. El hijo es fruto del abrazo amoroso de sus padres.

En María, el fruto bendito de su vientre, que es Jesús, nace sólo de ella y por eso se parece totalmente a ella y sólo a ella. María es virgen también en el parto, pues su Hijo no menoscabó la integridad de su madre, sino que la santificó.

Si el parto es una lucha desgarradora entre el hijo y la madre, Jesús fue dado al mundo sin desgarro, con la plena oblatividad de una madre que no lo retiene para sí, sino que lo da generosamente sin ser posesiva.

María es virgen después del parto. Su cuerpo fue totalmente para Jesús y sólo para Él. María no tuvo más hijos ni jamás tuvo relaciones matrimoniales con José. Permanece virgen para siempre. La virginidad de María es el sello de garantía de que el fruto de su vientre es divino.

Si María no es virgen, Jesús no es Dios. Pero este que nace es el Hijo eterno, Dios como su Padre, y la virginidad de su Madre garantiza la identidad del Hijo. Y la identidad divina del Hijo hace que este parto sea singular. La fe cristiana afirma al mismo tiempo que el Hijo que nace es Dios y que la Madre que lo trae al mundo es virgen. No se entiende lo uno sin lo otro.

Por eso, la liturgia nos invita a la admiración, a la contemplación extasiada del Niño que nace y de la Madre virgen que lo da a luz. Esto es la Navidad. Feliz y Santa Navidad para todos, de vuestro obispo: Virgen y Madre.

 

 

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DOMINGO DE LA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Papa Francisco nos ha regalado en este año 2016 una exhortación apostólica titulada Amoris laetitia (la alegría del amor), fruto de los dos Sínodos celebrados previamente.

Un precioso documento que se inserta en la rica tradición eclesial para proponer al mundo entero la alegría del amor humano, que se vive en el seno de la familia, cuyo fundamento son los esposos abiertos a nuevas vidas que brotan del abrazo amoroso de ambos.

En la línea de las enseñanzas del Vaticano II, el beato Pablo VI publicó la encíclica Humanae vitae (1968), dando una visión positiva del amor humano y de su recta administración en el matrimonio, con la generosa apertura a la vida, en el contexto de una paternidad responsable.

Después, san Juan Pablo II dio un fuerte impulso a la doctrina, la moral y la espiritualidad matrimonial. Fue canonizado por el Papa Francisco (2014) como el “Papa de la familia”. A él se deben las Catequesis sobre el amor humano y la Exhortación postsinodal Familiaris consortio (1981).

El amor humano es algo bueno, inventado por Dios, y tiene su expresión carnal en la sexualidad del varón y la mujer, iguales en dignidad y distintos para ser complementarios y fecundos. El Papa Benedicto XVI en su encíclica Deus caritas (2005) nos ofrece un análisis agudo y delicado sobre el amor de eros y de ágape.

Ahora el papa Francisco nos propone la alegría del amor con esa tónica positiva de ofrecer a todos el proyecto de Dios y acompañar a tantos hombres y mujeres que a veces cojean en algún aspecto de esta experiencia vital.

Llegados a la fiesta anual de la Sagrada Familia (Jesús, María y José), damos gracias a Dios por nuestra propia familia, en la que hemos nacido o la que se ha constituido por nuevo matrimonio, y le pedimos a Dios que nos ayude a superar los retos del presente y a sanar las heridas en este campo medular de la persona, el amor humano.

El panorama en el que vivimos insertos no es fácil. El deseo de compartir todo durante toda la vida se ve truncado cuando llega la infidelidad de alguno de los esposos. El amor de Dios y su perdón son capaces de restaurar esas heridas, recuperando el respeto mutuo de quienes se habían prometido fidelidad para siempre.

La apertura generosa a la vida no pasa por sus mejores momentos. Vivimos inmersos en un ambiente antinatalista, donde la anticoncepción se ha generalizado y donde ha crecido el número de abortos.

Vivimos un invierno demográfico demasiado largo, que nos hará pagar a caro precio ese miedo a transmitir la vida. Si no hay hijos, no hay reemplazo generacional, pero ante todo, si no hay hijos es porque generalmente se taponan las fuentes de la vida. Y un amor taponado se corrompe, se enfría, se pierde.

Por otra parte, la ciencia tecnológica permite conseguir un hijo en la pipeta del laboratorio, dejando como “material sobrante” los embriones que no se utilizan. Un hijo tiene derecho a nacer del abrazo amoroso de sus padres. Por eso, el Papa Francisco pone todo el acento en la preparación para el matrimonio de tantos jóvenes que sueñan con ese futuro feliz para sus vidas.

Para poder amar durante toda la vida es necesario prepararse, es fundamental aprender a amar, superando todo egoísmo. Los novios tienen la bonita tarea de dejarse iluminar por la Palabra de Dios y por la enseñanza de la Iglesia, que les propone un camino precioso para ser felices toda la vida. Pero eso requiere el encuentro con Jesucristo y la vivencia de la fe en su Iglesia.

Quizá muchos hoy se acercan al matrimonio sin saber lo que Dios les ofrece ni lo que ellos desean. Cuando esto es así, el fracaso está garantizado. Quizá éste sea hoy el reto más grave al que nos enfrentamos.

La fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret nos invita a reforzar las verdaderas motivaciones del matrimonio. Si es un invento de Dios, tiene que ser bueno, tiene que ser posible, tiene que ser fácil. Las cosas de Dios están a nuestro alcance si confiamos en él, si invocamos cada día humildemente su gracia, si reconocemos nuestra debilidad y acudimos a quien puede fortalecernos.

Os convoco a todos para celebrar juntos la fiesta de las familias el próximo 8 de enero en la Catedral de Córdoba, a las 12. Los que cumplís 25 y 50 años de matrimonio, con vuestros hijos y nietos, venid. Un coro de niños canta a Jesús en esta ocasión de familia. La fiesta de la Sagrada Familia nos estimule a salir al encuentro de tantas personas que sufren en este punto del amor conyugal, para acogerlas, acompañarlas, integrarlas. Dios quiere nuestra felicidad y el amor humano no debe convertirse nunca en una tortura. Recibid mi afecto y mi bendición: La alegría del amor en la familia

 

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LA FAMILIA, PRIMERA NECESIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El contexto de la Navidad nos introduce de lleno en la familia. Son fechas de reunirse todos, de saludar a los que no han venido, de expresar nuestro cariño de múltiples maneras, de recordar a los que ya han partido a la casa del Padre. Son fechas muy familiares. Para creyentes y no creyentes, la familia es una realidad de primera necesidad en su vida.

Y la familia se constituye por el vínculo estable de un varón y una mujer, bendecido por Dios, de donde brota la vida de los hijos, constituyéndose así una comunidad de vida y amor entre todos sus miembros. La familia más amplia la integran los abuelos, los primos, los tíos.

Crecer en ese ambiente sano va formando una personalidad sana, fuente de felicidad y bienestar. Ninguna otra realidad de nuestra vida comparable con la familia.

En la familia encontramos apoyo, la familia está siempre detrás cuando llegan las dificultades, la familia es el mejor estímulo para los padres que gastan su vida por el hogar que han formado, la familia es escuela de fraternidad y convivencia, en la familia aprendemos a amar de verdad.

Jesús quiso vivir en una familia, santificando los lazos familiares. La mayor parte de su vida en la tierra fue una vida de familia. “Jesús bajó con ellos y fue a Nazaret y estaba sujeto a ellos. María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres” (Lc 2, 51).

Ver crecer a un hijo, a un nieto es fuente de gozo para los padres y para los abuelos, llenando de sentido su existencia. Jesús dio esta profunda satisfacción a sus padres, que lo veían crecer hasta llegar a la madurez.

 Por otra parte, él sintió el cariño de sus padres y sus abuelos, que le ayudaron a crecer sano en su sicología humana. “Esposo y esposa, padre y madre, por la gracia de Dios”, reza el lema de este año para la fiesta de la Sagrada Familia en el domingo más cercano a la Navidad.

La ideología de género pretende cambiar el lenguaje de manera intencionada, para anular toda diferencia entre padre y madre, esposo y esposa. Se sustituye padre y madre por progenitor A y B, se sustituye esposo y esposa por cónyuge 1º y 2º.

En el plan de Dios, el único que hará feliz al hombre en la tierra y en el cielo, hay una diferencia para la complementariedad entre el esposo y la esposa, el padre y la madre. Borrar las diferencias anula las personas. Borrar esta especificidad anula la familia. Lo que parece un juego inocente de palabras, encierra toda una ideología y una orientación destructora de la familia.

Vuelve en estos días el debate sobre el aborto, subrayando hasta el extremo la libertad de la mujer para ser o no ser madre. Sin duda, la mujer (y el varón) ha de tener libertad para algo tan sublime como es la maternidad (paternidad). Y cuanto más libre y responsable sea esa decisión, mejor.

Pero si en algún momento, con libertad o sin ella, se concibe un nuevo ser, éste no puede pagar los vidrios rotos de sus padres. No se puede arreglar una situación de irresponsabilidad con otra añadiendo un crimen. El aborto siempre es un fracaso. Fracaso de la humanidad, que traga todos los días la noticia de miles y miles de abortos.

Fracaso para la madre, que se ve en la situación de matar a su hijo, porque no le cabe otra salida. Fracaso para los miles de personas que son eliminadas en el claustro materno, el lugar más seguro del mundo y el más cálido de nuestra existencia. Se necesita un acompañamiento a la mujer en situación de riesgo, urge prevenir ya desde la educación afectivo-sexual de los adolescentes y jóvenes, e incluso desde niños, debemos potenciar entre todos la fidelidad hasta la muerte a la propia pareja.

Y no vale decir que lo que aparece en el vientre materno es un simple amasijo de células. No. La ciencia muestra a las claras que desde el momento mismo de la concepción tenemos un nuevo ser humano, con su propio código genético, con su propio potencial de desarrollo, que merece todos los respetos por parte de quienes tienen que ayudarle a desarrollarse y nunca tienen el derecho a deshacerse de él eliminándolo. Va ganando puntos en la lucha por la vida ese respeto merecido al embrión humano, el ser más indefenso de la naturaleza, que hay que proteger en una sana ecología humana.

Dios quiera que la Navidad nos haga más sensatos a la hora de valorar la vida, la familia, el amor humano. Dios lo ha hecho muy bien, y “vio Dios que era muy bueno” (Gn 1, 31).

 No destroce el hombre la obra de Dios, si no quiere acarrearse la ruina para sí mismo y para su entorno. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

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ENERO 2011 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

 

Nº265 • 02/01/11 3 VOZ DEL PASTOR UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto de la Navidad, fiesta de gozo y de salvación, celebramos la fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, donde conviven Jesús, María y José, como un icono de la vida trinitaria, puesto que Dios es una familia de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No estamos llamados a vivir en solitario, como personas aisladas. Estamos todos llamados a vivir en familia. A vivir en familiaridad con las Personas divinas, y a vivir en relación continua con la familia humana, que en la Iglesia encuentra su preciosa expresión y su realización. “La Iglesia es como un sacramento de la unión de los hombres con Dios y de la unión de los hombres entre sí” (LG 1), constituyendo como una familia humana. La fiesta de la Sda. Familia nos hace sentirnos miembros de esta gran familia que es la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. La familia es la “Iglesia doméstica”, es decir, un espacio de convivencia humana donde se hace presente la Iglesia fundada por Jesucristo. En la propia familia uno es amado por sí mismo, cada uno de nosotros es atendido cuando llegan los momentos de prueba. En la familia hemos nacido y hemos crecido al calor de unos padres y de unos abuelos que nos aman, de unos hermanos y de unos primos que nos han ayudado a crecer. En la familia aprendemos a amar. En la familia son atendidos particularmente los ancianos y los enfermos. Y cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres. En este plan amoroso de Dios, la familia constituye un pilar fundamental de nuestra vida y de nuestra convivencia. Según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer, que se aman y se profesan amor para toda la vida. Unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble. Unión que por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres. Este plan de Dios –el plan de la familia– no ha sido destruido ni siquiera por el pecado original ni por el castigo del diluvio, con el que tantas cosas fueron a pique. En el principio, Dios los hizo varón y mujer, y vio Dios que era muy bueno. El pecado trastornó estos planes de Dios, pero Dios mantuvo su bendición sobre el varón y la mujer en orden a la mutua complementariedad y la prolongación de la especie humana. Dios ha ido perfeccionando el modelo de familia hasta llevarlo a plenitud en su Hijo Jesucristo. Su Hijo eterno, Jesucristo nuestro Señor, se ha presentado en el mundo como el Esposo que viene a desposarse con cada uno de nosotros y viene a saciar los deseos más profundos de todo corazón humano. “Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante” (Ef 5). Jesucristo actúa con nosotros, con su Iglesia, como un esposo que engalana a su esposa con su Espí- ritu Santo, con su gracia, con sus sacramentos, con su Palabra, con todos sus dones. Jesucristo ha bendecido las bodas de Caná y ha santificado el matrimonio elevándolo a la categoría de sacramento de la unión del mismo Cristo con su Iglesia. Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor –de un amor crucificado– el corazón de los esposos para que se amen sin medida, hasta dar la vida totalmente el uno por el otro y ambos por los hijos, para que sepan perdonarse. El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento paHomilía de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, en la fiesta de la Sagrada Familia. Catedral de Córdoba, 26 de diciembre de 2010 canaldiocesis.tv La familia, esperanza de la humanidad Q Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor –de un amor crucificado– el corazón de los esposos para que se amen sin medida. Cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres. •

 

 

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LA ENCARNACIÓN: JORNADA DE LA VIDA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 25 de marzo, solemnidad de la Encarnación del Señor, celebra la Iglesia en España la Jornada por la Vida. El Verbo ha comenzado a existir como hombre en las entrañas virginales de María, por obra del Espíritu Santo. El Verbo se ha hecho carne, comenzando a ser un embrión en el seno materno. El misterio del hombre sólo se entiende a la luz del Verbo encarnado, también en esta fase embrionaria del ser humano (cf GS 22). La investigación cientí- fica explica cada vez mejor cómo el ser humano comienza a existir desde el momento mismo de su concepción, es decir, en el momento de la fecundación. Y los partidarios de eliminar seres humanos en el vientre materno se ven cada vez más abochornados ante los descubrimientos de la ciencia, y tienen que justificar sus planteamientos con ideologías y prejuicios acientíficos. Se trata ciertamente de la batalla más encarnecida que sostiene hoy la humanidad, o a favor de la vida desde su concepción hasta su muerte natural, o en contra de la vida mediante el aborto, la eliminación de embriones, la supresión de los disminuidos, la aceleración de la muerte para los enfermos terminales, etc. “Cada persona, precisamente en virtud del misterio del Verbo de Dios hecho carne (cf. Jn 1, 14), es confiada a la solicitud materna de la Iglesia. Por eso, toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia, afecta al núcleo de su fe en la encarnación redentora del Hijo de Dios, la compromete en su misión de anunciar el Evangelio de la vida por todo el mundo y a cada criatura (cf. Mc 16, 15)” (EV 3). Asistimos a una verdadera conspiración contra la vida, como denunciaba Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae (1995), fruto de un eclipse de Dios en nuestra cultura contemporánea. Por eso, es necesario proponer una y otra vez el Evangelio de la vida, que brota del Verbo hecho carne, y nos presenta al Dios amigo de la vida y del hombre, más fuerte que la cultura de la muerte, que proviene del egoísmo y del pecado. En esta lucha sin cuartel, nos mantiene la esperanza de que la vida triunfará sobre la muerte, como ha sucedido en Cristo, que ha vencido la muerte resucitando. Y de vez en cuando nos llegan noticias de esta victoria, de pequeños pero importantes logros, que nos alientan a seguir en la tarea. Hay muchos jóvenes y muchos voluntarios que trabajan en este campo a favor de la cultura de la vida. Hay muchas iniciativas de grupos sociales que promueven esa cultura de la vida. La Iglesia es pregonera de esta buena noticia, que encuentra eco en muchas personas amigas de la vida. La Jornada por la Vida este año nos dice: “Siempre hay una razón para vivir”. La vida es sagrada, la vida es un don de Dios. Pero al mismo tiempo, la vida es un bien para el hombre. Es un bien para el que vive, y es un bien para quienes le rodean. Por muy terminal que sea una existencia, es una vida preciosa que hay que mimar. Qué luz tan hermosa proyecta sobre este tema la perspectiva de la vida eterna. A la luz de este horizonte, vale la pena traer hijos al mundo para que sean partícipes de una vida inacabable, eterna. Vale la pena gastar la vida en su crianza, vale la pena dar la vida para que otros tengan vida. Y a la luz de este horizonte es valiosa la vida de un disminuido, o de un inválido, o de una persona en fase terminal. Las personas no se valoran por lo que producen, sino por lo que son. Una madre, una abuela, un hijo no se miden por lo que producen. Valen por lo que son. Y la vida es bonita vivirla siempre. Por eso, “siempre hay una razón para vivir”. Con mi afecto y bendición: S

 

103 HOMILIAS CICLO A 2011

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ENERO 2011 FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Nº265 • 02/01/11 3 VOZ DEL PASTOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el contexto de la Navidad, fiesta de gozo y de salvación, celebramos la fiesta de la Sda. Familia de Nazaret, donde conviven Jesús, María y José, como un icono de la vida trinitaria, puesto que Dios es una familia de tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

No estamos llamados a vivir en solitario, como personas aisladas. Estamos todos llamados a vivir en familia. A vivir en familiaridad con las Personas divinas, y a vivir en relación continua con la familia humana, que en la Iglesia encuentra su preciosa expresión y su realización. “La Iglesia es como un sacramento de la unión de los hombres con Dios y de la unión de los hombres entre sí” (LG 1), constituyendo como una familia humana.

La fiesta de la Sda. Familia nos hace sentirnos miembros de esta gran familia que es la Iglesia, la familia de los hijos de Dios. La familia es la “Iglesia doméstica”, es decir, un espacio de convivencia humana donde se hace presente la Iglesia fundada por Jesucristo.

En la propia familia uno es amado por sí mismo, cada uno de nosotros es atendido cuando llegan los momentos de prueba. En la familia hemos nacido y hemos crecido al calor de unos padres y de unos abuelos que nos aman, de unos hermanos y de unos primos que nos han ayudado a crecer. En la familia aprendemos a amar. En la familia son atendidos particularmente los ancianos y los enfermos. Y cuando llegan los momentos de crisis, la familia es el recurso principal para sentirse apoyado y salir adelante. Y es que la familia pertenece al designio de Dios-amor sobre los hombres.

En este plan amoroso de Dios, la familia constituye un pilar fundamental de nuestra vida y de nuestra convivencia. Según el plan de Dios, la familia consiste en la unión estable de un varón y una mujer, que se aman y se profesan amor para toda la vida. Unión santificada por la bendición de Dios en el sacramento del matrimonio, cuyo vínculo es fuente permanente de gracia y es irrompible, es decir indisoluble. Unión que por su propia naturaleza está abierta a la vida y suele desembocar en el nacimiento de nuevos hijos que completan el amor de los padres y constituyen como la corona de los padres.

Este plan de Dios –el plan de la familia– no ha sido destruido ni siquiera por el pecado original ni por el castigo del diluvio, con el que tantas cosas fueron a pique. En el principio, Dios los hizo varón y mujer, y vio Dios que era muy bueno. El pecado trastornó estos planes de Dios, pero Dios mantuvo su bendición sobre el varón y la mujer en orden a la mutua complementariedad y la prolongación de la especie humana.

Dios ha ido perfeccionando el modelo de familia hasta llevarlo a plenitud en su Hijo Jesucristo. Su Hijo eterno, Jesucristo nuestro Señor, se ha presentado en el mundo como el Esposo que viene a desposarse con cada uno de nosotros y viene a saciar los deseos más profundos de todo corazón humano. “Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella para consagrarla, purificándola con el baño del agua y de la palabra y para colocarla ante sí gloriosa, la Iglesia sin mancha ni arruga ni nada semejante” (Ef 5).

Jesucristo actúa con nosotros, con su Iglesia, como un esposo que engalana a su esposa con su Espí- ritu Santo, con su gracia, con sus sacramentos, con su Palabra, con todos sus dones. Jesucristo ha bendecido las bodas de Caná y ha santificado el matrimonio elevándolo a la categoría de sacramento de la unión del mismo Cristo con su Iglesia.

Jesucristo hace posible que el matrimonio sea indisoluble, como nunca antes lo había sido. Jesucristo llena de su amor –de un amor crucificado– el corazón de los esposos para que se amen sin medida, hasta dar la vida totalmente el uno por el otro y ambos por los hijos, para que sepan perdonarse. El amor matrimonial, vivido desde Cristo, ya no es un sentimiento paHomilía de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Córdoba, en la fiesta de la Sagrada Familia. Catedral de Córdoba, 26 de diciembre de 2010

 

 

Nº265 • 02/01/11 4 VOZ DEL PASTOR: LA SAGRADA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesucristo nos hace capaces de amarnos como Él nos ama, hasta el extremo, hasta dar la vida. Y esto no es un heroísmo del cristiano, sino que es una gracia de Dios que se alimenta continuamente de los sacramentos, de la Palabra, de la convivencia de cada día. Es un amor que convierte las dificultades en ocasiones de más amor.

Este amor de los esposos debe fluir como el agua que corre. Si se estanca, se pudre. El amor conyugal debe fluir en una apertura constante a la vida, que recibe de Dios responsablemente los hijos, como el mejor regalo del matrimonio. El Magisterio de la Iglesia insiste en que el amor conyugal debe ser humano, total, exclusivo y fecundo, porque la persona llega a su plenitud en el don de sí mismo. Cualquier recorte en esta donación es una merma en el don de sí mismo, es un achicamiento de la grandeza a la que el hombre (varón o mujer) es llamado.

Entre los esposos, esta mutua donación tiene su expresión incluso en la donación corporal, en el lenguaje de la sexualidad que Dios mismo ha situado en el corazón humano. Cuando la sexualidad es entendida como un juego de placer, este proyecto de Dios sobre el hombre se arruina. El placer que acompaña a la relación sexual no puede convertirse en valor absoluto de las relaciones del varón y la mujer.

Cuando lo único que se persigue es el placer, la satisfacción de uno mismo, el otro se convierte en objeto, y el amor se convierte en egoísmo. La sexualidad entonces es el lenguaje del egoísmo, del egoísmo más terrible, porque utiliza al otro para su propio provecho. Lo que Dios ha hecho –la sexualidad humana- como expresión del amor auténtico, el hombre (varón o mujer) puede convertirlo fácilmente en lenguaje del más puro egoísmo, que conduce a disfrutar del otro a toda costa, incluso hasta la violencia psicoló- gica o física.

La familia es escuela de amor, empezando por los esposos. Es preciso estrenar cada día ese amor, liberado del egoísmo por la gracia del perdón de Dios, que haga a los esposos entregarse cada vez con un amor renovado. El sacramento de la Eucaristía es la escuela del amor.

 En este sacramento, Jesús renueva su entrega –incluso corporal– a cada uno de nosotros. Una entrega que le ha costado la vida, una entrega hecha de amor verdadero. Una entrega que quiere alimentar en nosotros ese mismo calibre de entrega en la relación de unos con otros, también en la relación de los esposos entre sí. Ante un proyecto demoledor de la familia, evangelicemos la familia.

El plan amoroso de Dios ha encontrado a lo largo de la historia múltiples dificultades que llenan de sombra este precioso proyecto y conducen al hombre (varón o mujer) a la mayor de las tristezas. Si la familia y el amor humano son fuente de alegría inmensa, la extorsión de este plan precioso se convierte en fuente continua de dolor y sufrimiento para los que lo padecen.

Nunca sufre más la persona humana que cuando padece desamor, y más aún si lo padece por parte de quienes deben amarle. Nada tan doloroso para el corazón humano como el sentirse objeto del otro o el sentir no correspondido el amor que ha puesto en su vida. Nuestra época padece más que nunca este desamor.

Pero precisamente en nuestra época se quiere prescindir del plan de Dios, precisamente por ser de Dios. Una vez más, cuando el hombre se aparta de Dios, se acarrea toda clase de males en contra de sí mismo y en contra de los demás. El hombre contemporáneo se aparta de este proyecto de Dios cuando se deja contagiar por la mentalidad anticonceptiva de nuestra época.

En muchos ambientes y en muchos corazones la aspiración es a disfrutar lo más posible de la sexualidad humana como fuente de placer, evitando a toda costa el nacimiento de un nuevo hijo en el seno de la familia. Esta mentalidad no es nueva, es tan vieja como el hombre. Pero en nuestros días se ha acentuado, empleando para ello los medios técnicos al alcance, que hoy son mayores que en otras épocas: la píldora anticonceptiva y todos los métodos químicos o artificiales para impedir la fecundación, llegando incluso a la esterilización masculina o femenina que convierte al varón.

La familia es escuela de amor, empezando por los esposos. Es preciso estrenar cada día ese amor, liberado del egoísmo por la gracia del perdón de Dios, que haga a los esposos entregarse cada vez con un amor renovado.

 

 

CELEBRACIÓN DE LA SAGRADA FAMILIAEN LA S.I.C. (26 DE DICIEMBRE DE 2010) • Nº265 • 02/01/11 5 VOZ DEL PASTOR

 

Queridos esposos (y queridos sacerdotes y catequistas de estos temas). La Iglesia nos enseña que en la relación conyugal de los esposos, va contra el plan de Dios que en la unión sexual sea impedida la apertura a la vida. Todo acto matrimonial debe estar abierto por su propia naturaleza a la vida.

La encíclica Humanae vitae enseña claramente esta doctrina, y –¡ay de nosotros!–, si la extorsionamos diciendo lo contrario o dejando a la conciencia de cada uno que haga lo que quiera. La conciencia no es la subjetividad que se afirma a sí misma, sino la capacidad de conocer la verdad y obedecerla con todo el corazón.

Cuando la Iglesia nos enseña claramente una doctrina, los hijos de la Iglesia deben ponerse en actitud de obedecerla, de seguir la verdad que se nos anuncia. Hemos de pedir perdón a Dios porque en este punto obispos, sacerdotes y catequistas no hemos anunciado con fidelidad la doctrina de la Iglesia, la doctrina que salva y hace felices a los hombres. En el desierto demográfico que padecemos, en el que el mundo occidental se muere de pena, todos tenemos nuestra parte de culpa. No sólo los legisladores y los políticos por no favorecer la familia verdadera, sino también los transmisores de la verdad evangélica (obispos-presbiteros-catequistas) por haber ocultado o negado la doctrina de la Iglesia en este punto.

España lleva muchos años con el índice de natalidad más bajo del mundo, y desde que se ha introducido el aborto hay más de un millón de muertos por este crimen abominable. Por este camino, España y los países occidentales tan orgullosos de su progreso caminan hacia su propia destrucción. Las facilidades para el divorcio, para la anticoncepción en todas sus formas, para el aborto incluso con la píldora del día después repartida gratuitamente como anticonceptivo, son otros tantos ataques a la familia, al proyecto amoroso de Dios sobre la familia y la vida.

No pretendemos imponer a nadie nuestra visión de la vida y de la familia, pero pedimos que se respete la visión que hemos recibido de Dios y que está inscrita en la naturaleza humana. El “ministro” de la familia en el gobierno del Papa, el cardenal Antonelli, me comentaba hace pocos días en Zaragoza que la Unesco tiene programado para los próximos 20 años hacer que la mitad de la población mundial sea homosexual. Para eso, a través de distintos programas, irá implantando la ideología de género, que ya está presente en nuestras escuelas. Es decir, según la ideología de género, uno no nacería varón o mujer, sino que lo elige según su capricho, y podrá cambiar de sexo cuando quiera según su antojo. He aquí el último “logro” de una cultura que quiere romper totalmente con Dios, con Dios creador, que ha fijado en nuestra naturaleza la distinción del varón y de la mujer.

En medio de esta confusión, que afecta principalmente a nuestros jóvenes, celebramos la fiesta de la Sda. Familia de Nazaret para darle gracias a Dios por el don de nuestra familia, la que está constituida por un padre y una madre, y en la que nacen hijos según el proyecto de Dios.

Estamos convencidos de que el plan de Dios es el único que hace felices a los hombres. Y la primera tarea que se nos encomienda a los que así lo creemos es la de vivirlo en coherencia y con una plenitud cada vez mayor. No es momento de lamentarse, sino de conocer bien cuáles son los ataques a este bien precioso y de vivir con lucidez y con coherencia lo que hemos recibido de Dios, por ley natural o por ley revelada.

El principal enemigo en este tema –y en tantos otros– no está fuera. Está dentro de nosotros y entre nosotros, cuando la sal y la luz del Evangelio la ocultamos o la aguamos de tal manera que nadie la reconoce como tal.

El principal enemigo de la familia es vivir a medias el evangelio de la familia y de la vida. Contemplemos la Familia de Nazaret, demos gracias a Dios por nuestras familias y asumamos todos el compromiso de dar a conocer esta buena noticia, de evangelizar nuestro mundo con el evangelio de la familia y de la vida según el plan de Dios. Que Jesús niño, adolescente y joven, que María y José bendigan nuestras familias. Amén

 

 

DÍA 1 DE ENERO: SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La llegada de un nuevo año es motivo de esperanza para todos, pues todos esperamos mejorar en tantos aspectos de nuestra vida.

Un año nuevo nos invita a una vida nueva, y más este Año de la misericordia, que nos ofrece por parte de Dios más abundante gracia para la conversión. Dios nos invita de nuevo a volver a su Casa, a la Iglesia, a los sacramentos del perdón y la Eucaristía, y para eso derrocha su gracia en nuestros corazones. Si Dios nos quiere tanto y quiere siempre nuestro bien, cómo permanecer rezagados, perezosos, en medio de nuestras malas costumbres, nuestros vicios, nuestros pecados.

Un año nuevo nos invita a una vida nueva, a una vida de gracia, a una conversión radical. Acojamos con esperanza esa misericordia de Dios. Comienza el año con la solemnidad de Santa María Madre de Dios, como primera página de este almanaque.

Ella es bendita entre todas las mujeres, porque es bendito el fruto de su vientre, Jesús. Ella ha concebido virginalmente al Hijo eterno de Dios, dándole su propia carne y sangre, que un día será derramada en la Cruz para el perdón de los pecados del mundo entero. Ella permanece virgen para siempre, mostrándonos la belleza de una vida consagrada del todo a Dios y puesta al servicio de todos los hombres. Ella es Madre de misericordia para todos nosotros pecadores, por quienes ruega constantemente.

En el primer día del año, celebramos la Jornada mundial de la paz 2016, con el lema dado por el papa Francisco: “Vence la indiferencia y conquista la paz”. La paz es un don de Dios que busca anidar en el corazón de cada persona, en el ámbito de cada hogar, en toda la sociedad y en el concierto de las naciones.

Al darnos Dios su paz, quiere darnos todos los dones, pero busca para ello corazones que acojan este don y trabajen activamente por difundir esta paz.

Vivimos en un mundo amenazado constantemente con acciones que rompen el equilibro y la paz del mundo: terrorismo, persecución, refugiados, trata de personas, esclavitud. Un mundo desequilibrado, que está viviendo la tercera guerra mundial por etapas. Según el Papa Francisco: “El mundo necesita reconciliación en esta atmósfera de tercera guerra mundial por etapas que estamos viviendo”, dijo a su llegada a La Habana el pasado 20 de septiembre.

No podemos permanecer indiferentes, escudados en nuestro bienestar de occidente y pensando que tales problemas no nos afectan a nosotros. El Papa nos invita a adoptar una postura de buen samaritano (Lc 10, 30ss), aquel que bajaba de Jerusalén a Jericó y se encontró con un hombre apaleado por la vida y dejado en la cuneta. Algunos pasaron indiferentes, no quisieron implicarse, no querían problemas.

Pero el buen samaritano “lo vio y se conmovió”, se detuvo, se bajó de su cabalgadura y tomó sobre sí el cuidado de aquella persona, pagando por él el alojamiento en la posada. “Anda y haz tú lo mismo”, concluye Jesús en esta parábola. He aquí la actitud con que la Iglesia, cada cristiano y la entera humanidad han de reaccionar ante los males presentes.

La indiferencia se vence con la solidaridad, como ha hecho Jesucristo, que al hacerse hombre se ha unido de alguna manera con cada hombre, ha cargado con sus miserias y le ha llevado a la posada de su Iglesia, de la comunidad, para ser sanado de sus heridas. Sólo una cultura de la solidaridad puede vencer el egoísmo de nuestras indiferencias.

El Año de la misericordia es una nueva invitación a salir al encuentro de toda persona que sufre, acercarnos a ella, dejarnos conmover por su situación y compartir su sufrimiento para aliviarlo con el bálsamo de nuestro amor. Año nuevo, vida nueva. Que la misericordia de Dios sea la tónica de este año para acogernos unos a otros en la verdad y en la caridad. Recibid mi afecto y mi bendición: Feliz año 2016

 

 

 

EPIFANÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El encuentro con Jesucristo llena el corazón de alegría. “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (EG 1). La Navidad concluye con la manifestación universal de Jesús, pues Él he venido para salvar a todos los hombres.

La Epifanía del Señor es una fiesta misionera, una fiesta de expansión de una luz que alumbra a todo el que se acerca. Dejémonos iluminar por Él.

Son tres los misterios de la vida de Jesús que se actualizan en la Epifanía: la adoración de los Magos venidos de Oriente, el bautismo en el Jordán y las bodas de Caná.

Como si los tres tuvieran una conexión interna en la manifestación de Jesús al mundo. Reza así la antífona de II vísperas del 6 de enero: “Veneremos este día santo, honrado con tres prodigios: hoy la estrella condujo a los magos al pesebre; hoy, el agua se convirtió en vino en las bodas de Caná; hoy, Cristo fue bautizado en el Jordán para salvarnos. Aleluya”.

La adoración de los Magos, que en nuestro ambiente se han convertido en reyes que traen los regalos al Niño Jesús y los reparten a todos los demás, es un relato precioso. Los Magos son ejemplo de búsqueda sincera de la verdad, esa búsqueda que todo hombre lleva en su corazón.

Ellos superan una dificultad tras otra hasta encontrarse con Jesús en los brazos de María su madre. Y lo superan atraídos por la estrella que tiene sus momentos de esplendor y sus momentos de ocultamiento, como pasa en la vida de cada persona.

No todo es luz y claridad en la vida, también hay momentos de oscuridad, donde se nubla todo, hasta lo que un día vimos con plena claridad. Es momento entonces de perseverar en la búsqueda, y aparecerá de nuevo la estrella atrayente que ilumina los pasos que hemos de seguir dando en el camino hasta que veamos a Dios cara a cara en el cielo.

El bautismo de Jesús en el Jordán supone el comienzo del ministerio público de Jesús, sumergido en lo más hondo de la tierra y emergiendo con ánimo renovado por la unción del Espíritu Santo, que le conducirá durante toda su vida hasta la entrega suprema en la cruz y el fuego renovador de la resurrección.

La unción del Espíritu Santo en el bautismo del Jordán ha capacitado la carne de Cristo para ser plataforma de la gloria de Dios. En Él se muestra Dios y su amor a los hombres, cubierto por el velo de una carne humillada, todavía no glorificada.

Al entrar Jesús en el Jordán y ser llenado del Espíritu Santo, ha incendiado las aguas y las ha dotado de capacidad para engendrar la nueva vida de nuestro bautismo. “Este es mi hijo amado”, le dice el Padre dándole su Espíritu Santo. Renovemos nuestro bautismo.

Las bodas de Caná no son una boda cualquiera. Jesús elige ese escenario para expresarnos que ha venido para que la alegría del amor que viven los esposos no se agote nunca. Él es el verdadero esposo de nuestras almas, y si Él está presente el vino de la alegría no se acabará. Y en caso de que se acabe por nuestra culpa, se renueva acercándonos a Él de nuevo.

María la mujer tiene un papel fundamental en este misterio, pues es la madre atenta a las necesidades de sus hijos, que le dice a Jesús: “No tienen vino”. Y a nosotros: “Haced lo que Él os diga”. Los tres acontecimientos constituyen una epifanía (manifestación) del Señor. Jesús no ha quedado encerrado en el ámbito de su pueblo, sino que ha venido para todos, judíos y paganos, creyentes y agnósticos. Cuando una persona se encuentra con Jesús, su vida cambia.

Por eso, la Epifanía es una fiesta misionera, porque si has conocido a Jesús, vas a comunicarlo a los demás, no te lo guardas. Hay miles de catequistas por todo el mundo, que sostienen la evangelización de los niños, adolescentes, jóvenes y adultos.

En esta fecha recordamos a los catequistas nativos, aquellos en los que la fe ha prendido y los convierte a su vez en testigos del Evangelio para sus coetáneos. La tarea del catequista nativo ha sido imprescindible en la transmisión de Evangelio a todas las naciones, a todas las culturas, a todas las lenguas. Valoramos su trabajo y los apoyamos con nuestra oración y nuestra limosna.

Que la luz de Jesús brille en nuestra vida, porque hemos sido atraídos por su estrella y venimos a adorarlo. Y que esa luz recibida la difundamos con nuestras obras y nuestras palabras a nuestro alrededor. Recibid mi afecto y mi bendición: Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría.

 

BAUTISMO DE JESÚS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Junto a las aguas del Jordán, cuando Jesús se acercó para ser bautizado, Juan Bautista lo identifico y lo señaló diciendo: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29).

Desde el comienzo de su ministerio público, Jesús es identificado en un ambiente de pecadores arrepentidos que buscan penitencia. Y en ese contexto, Jesús es el único inocente que quita el pecado del mundo, cargando con ese pecado. “Cargado con nuestros pecados subió al leño [de la Cruz], para que muertos al pecado vivamos para la justicia. Sus heridas nos han curado” (1Pe 2, 24).

El misterio de la Redención tiene su fuente en el amor de Dios, que nos ha creado por amor y, ante la catástrofe del pecado, nos quiere redimir por el camino del amor. Un amor que incluye la justicia de la reparación, pues no sería más amor no permitir que el ofensor pueda reparar lo estropeado, si no todo, al menos lo que pueda.

Así ha sucedido en la Redención, obrada por Jesucristo. Él ha devuelto al Padre lo que los hombres habíamos robado. El amor del corazón de Cristo es más grande que todos nuestros pecados. Su ofrenda en la Cruz repara todas las culpas de todos los tiempos, también las nuestras.

Ahora bien, así como el pecado aparta de Dios por hacer el propio capricho (con placer o sin él), la redención se ha realizado por el camino de la obediencia amorosa y se ha expresado en el sufrimiento lleno de amor al Padre y a los hombres.

Jesucristo es el Hijo amado del Padre, envuelto en el Espíritu Santo, dado a los hombres como ofrenda agradable, como cordero sin mancha, para ser ofrecido en reparación de nuestros pecados y los del mundo entero.

En la tradición bíblica, el cordero recuerda la Pascua, recuerda el sacrificio ofrecido a Dios, recuerda al carnero que va delante del rebaño señalando el camino. La muerte de Cristo en la Cruz se produjo en el mismo instante en que los corderos eran preparados para la Pascua judía. Y, así como en el Antiguo Testamento, la ofrenda del cordero pascual recordaba con gratitud las maravillas de Dios y alcanzaba el perdón de los pecados del pueblo, así este Cordero (Jesús) al ser ofrecido en la Cruz repara los pecados del mundo entero, porque carga con ellos.

Este sacrificio redentor se actualiza constantemente en la Eucaristía, en la celebración de la Santa Misa. Aquí recordamos haciendo presente a Cristo, que se ofrece por nosotros en la Cruz y al que ha vencido la muerte resucitando.

El Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, es dado en comida pascual, es Cristo vivo y glorioso, que alimenta en nosotros la nueva vida del Resucitado, dándonos su Espíritu Santo, y cargando con nuestros pecados para destruirlos ante la presencia de Dios.

En la Eucaristía comemos el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Y ¿cuál es pecado del mundo? Son nuestros pecados personales, por los que rompemos con Dios, prefiriendo nuestra voluntad y capricho a la voluntad de Dios, que quiere nuestra felicidad verdadera.

Jesucristo ha venido para restablecer esa relación con Dios, rota por el pecado. Son nuestras rupturas con los demás, llevados por nuestro egoísmo en sus múltiples manifestaciones, poniéndonos como centro de todo y olvidando que la vida es para darla, gastarla en servicio a los demás. Jesucristo ha vivido y nos ha enseñado el amor fraterno.

Tantas injusticias en el mundo son el resultado de la suma de todos nuestros pecados. El pecado social llega incluso a hacerse pecado estructural, a generar estructuras de pecado (el aborto organizado, los emigrantes explotados, los niños abusados, los prófugos y refugiados, los pobres y desheredados de la tierra).

Tales estructuras de pecado no son algo anónimo, sino el resultado de nuestras malas acciones. El pecado del mundo es también el estropicio de la Creación (la contaminación del aire y de las aguas, la deforestación, los ambientes insanos generados por las grandes industrias, etc.).

Cuidemos la casa común, que Dios nos ha dado para habitarla y disfrutarla, no para destruirla. Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros y por tu misericordia y tu perdón haznos criaturas nuevas, con un corazón nuevo, semejante al tuyo, capaces de restaurar lo que el pecado a destrozado. Recibid mi afecto y mi bendición: Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo

 

HOMILIAS CICLO A 2011

 

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Al comenzar un nuevo año nos deseamos todos lo mejor para el año que comienza. Hemos tenido oportunidad de dar gracias a Dios por lo mucho recibido en el año pasado, de pedir perdón a Dios y a los demás por los dones desaprovechados o mal empleados, y de pedir a Dios nuevas gracias para la etapa del nuevo año. “Que el Señor nos muestre la luz de su rostro y nos dé su paz”. Nos acogemos a la misericordia de Dios, que nos ama perdonándonos, y confiamos en su providencia, que nunca se equivoca. Emprendemos esta nueva etapa con ilusión y entusiasmo. Dios quiere hacer obras grandes en nosotros y con nosotros. Y es momento de volver a las tareas ordinarias con ánimo renovado. La fiesta del bautismo del Señor señala el comienzo de su ministerio público. Solidario con los pecadores, Jesús entra en el Jordán para ser bautizado con un bautismo de penitencia, el bautismo predicado por Juan, que no perdonaba los pecados, sino que preparaba para recibir al que tenía que venir. Jesús, el Santo de Dios, baja hasta lo más profundo de la tierra para dar a entender que ha venido a buscar a los pecadores, a los que están alejados de Dios y hundidos por el peso de sus pecados. Al llegar a aquel lugar de penitencia, Jesús es descubierto por Juan el Bautista, que lo señala ante los pecadores arrepentidos como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, porque carga con todas nuestras miserias. Jesús no ha venido simplemente para arreglar algunos aspectos de nuestra existencia humana, para mejorar nuestro estado de bienestar. Su misión se sitúa en la raíz de nuestra perdición –el pecado– para tomarnos sobre sus hombros y llevarnos a la casa del Padre, para hacernos hijos de Dios. Su actuación sobre nosotros no es barniz exterior, sino que es cuestión de vida o muerte, y de vida o muerte para toda la eternidad. La voz del Padre nos lo presenta como su Hijo amado, aquel en quien el Padre tiene puestas sus complacencias. En un plató tan singular –entre pecadores– Jesús aparece como el amado del Padre, lleno de gracia y de verdad. Es ungido por el Espíritu Santo, es decir, envuelto en ese amor del Padre en el que vive como Hijo desde la eternidad. Amado del Padre, el Padre nos lo presenta para que sea amado de los hombres, el amado de nuestras almas. Jesús, Ungido por el Espíritu Santo, entra en el agua. Una antorcha encendida, si entra en el agua, se apaga. Sin embargo, el fuego del Espíritu Santo que inunda a Jesús no se apaga al entrar en el Jordán, sino que le confiere al agua la capacidad de incendiar al mundo entero, de transmitir una nueva vida, que brota del costado de Cristo. El agua santificada por Jesús en el Jordán se convierte en elemento transmisor del fuego del Espíritu Santo para hacer renacer del agua y del Espíritu a todos los que reciban el bautismo instituido por Cristo. El bautismo de Jesús en el Jordán señala el comienzo de nuestro propio bautismo, por el que se nos perdonan los pecados, nacemos a una nueva vida de hijos de Dios y por el fuego del Espíritu Santo nos convertimos en hijos amados del Padre. En esta fiesta del bautismo del Señor, y precisamente el 9 de enero de 2005 –hace seis años– recibí la ordenación episcopal por la que el Señor me transmitió la plenitud de su sacerdocio. “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado para dar la Buena Noticia…”. Orad por vuestro obispo para que hoy y siempre el fuego del Espíritu Santo me haga arder y me convierta en una prolongación de Cristo buen pastor para todos los hombres. Con mi afecto y bendición:

 

 

 

BAUTISMO DEL SEÑOR: EL CRISTIANISMO ES CRISTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios a nuestros padres por medio de los profetas. Últimamente nos ha hablado en su Hijo” (Hb 1, 1). Este Hijo de Dios es Jesucristo. Así nos lo presenta Juan Bautista junto al río Jordán, así lo confiesa Pedro, respondiendo a la pregunta de Jesús. Así aparece en tantos lugares del Evangelio. Jesús no puede ser considerado como un hombre cualquiera, aún siendo verdadero hombre. En lo más hondo de su persona está el misterio de que es el Hijo de Dios enviado al mundo, es Dios como su Padre, es una persona divina. No hay propuesta parecida en ninguna otra experiencia religiosa de las que hay en el mundo. Toda experiencia religiosa parte del hombre, y puede tener muchos elementos de verdad, porque el corazón humano es capaz de la verdad. Pero el centro del cristianismo es una persona, una persona divina, que se llama Jesucristo. El cristianismo no tiene su origen en el hombre, sino en Dios. A Dios se le ha ocurrido enviar a su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, “en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado” (Hb 4, 15). Y, por tanto, en Jesucristo, Dios nos ha dicho todo lo que tiene que decir a los hombres, y a Él hemos de acudir porque sólo Él tiene palabras de vida eterna. Hay quienes piensan que la paz del mundo llegará cuando todas las religiones limen sus aristas, renuncien a sus principios y se consiga entre todos un consenso en el que nadie tendrá la verdad, sino que esa verdad habrá llegado por el consenso entre todos. Nada más equivocado que esa propuesta. La verdad existe en Dios, y Dios ha hablado a los hombres de múltiples maneras, pero en donde nos lo ha dicho todo ha sido en su Hijo, su Palabra, su Verbo. En Él está toda la verdad acerca de Dios y acerca del hombre. No se nos ha dado otro nombre en el que podamos salvarnos, Jesucristo (cf. Hech 4, 12). Buscar la verdad es buscar a Dios, y Dios nos ha hablado en Jesucristo. Esa verdad de Dios puede encontrarse como esparcida en el corazón de muchas personas de buena voluntad, podemos hallarla en muchas experiencias religiosas que ha conocido la humanidad en su historia, está presente quizá en tantas experiencias religiosas de nuestros días, incluso en las grandes religiones. Pero el punto de referencia y de verificación ha de ser siempre Jesucristo, porque Él es la Palabra de Dios, donde la revelación de Dios ha llegado a su plenitud. Él es el único salvador de todos los hombres. Su salvación no se limita a aquellos que le conocen y le aceptan. Su salvación es más universal y llega al corazón de todos los hombres por caminos que sólo Dios conoce. Todos los hombres están llamados a conocer a Jesucristo, el Hijo de Dios. Hasta que uno no se encuentra con Jesucristo no ha encontrado la verdad plena. Y una vez encontrada esa verdad, todo hombre ha de recorrer un camino hasta identificarse con ella. En este sentido, también los que conocemos a Jesucristo somos compañeros de camino de tantas personas que buscan la verdad, a veces por caminos insospechados y muy variados. Pero no hemos de guardarnos esa verdad que en Jesucristo nos ha sido dada. Cuando descubrimos que Jesucristo es Dios, el único salvador de todos los hombres, no podemos guardarnos esta buen noticia –el Evangelio–, y nos sentimos urgidos a comunicar a los demás lo que hemos visto y oído. No se trata de ningún proselitismo, pues el proselitismo intenta convencer al otro sea como sea. La verdad del cristianismo no se impone a nadie, sino que se propone con el testimonio y con la palabra. Si te has encontrado con Jesús como Hijo de Dios, hazte discípulo suyo y lleva esta buena noticia a los que no le conocen. El apostolado nace de esta experiencia de encuentro con Jesús, con Jesús el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo. Con mi afecto y bendición: Q E

 

JORNADA MUNDIAL DE LOS POBRES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Papa Francisco, al término del Año de la Misericordia, ha instituido la Jornada Mundial de los Pobres, que este año se celebrará por primera vez, y será el 19 de noviembre (domingo anterior a la fiesta de Cristo Rey del Universo). A otras varias Jornadas, que los Papas anteriores han instituido, quiere él dejar ésta para perpetua memoria.

El Papa Francisco nos ofrece en muchas ocasiones enseñanzas muy agudas y comprometidas en este tema, para que la Iglesia ponga a los pobres en el centro de su vida y de su acción apostólica. Os invito a leer la Carta del Papa al instituir esta Jornada, no tiene desperdicio.

Se trata de contemplar a Cristo pobre. “No olvidemos que para los discípulos de Cristo la pobreza es ante todo vocación para seguir a Cristo pobre”. La pobreza no es una desgracia, sino una bienaventuranza, nos hace parecidos a Jesús, que siendo rico se hizo pobre por nosotros. “La pobreza significa un corazón humilde que sabe aceptar la propia condición de criatura limitada y pecadora para superar la tentación de omnipotencia, que nos engaña haciendo que nos creamos inmortales.

La pobreza es una actitud del corazón que nos impide considerar el dinero, la carrera, el lujo como objetivo de vida y condición para la felicidad. Es la pobreza, más bien, la que crea las condiciones para que nos hagamos cargo libremente de nuestras responsabilidades personales y sociales, a pesar de nuestras limitaciones, confiando en la cercanía de Dios y sostenidos por su gracia. La pobreza, así entendida, es la medida que permite valorar el uso adecuado de los bienes materiales, y también vivir los vínculos y los afectos de modo generoso y desprendido” (CEC 25-45).

Se trata en esta Jornada de tocar la carne de Cristo, que se prolonga en tantas personas que sufren la carencia de lo necesario para vivir, y que por eso llamamos pobres: “el dolor, la marginación, la opresión, la violencia, la tortura y el encarcelamiento, la guerra, la privación de la libertad y de la dignidad, la ignorancia y el analfabetismo, la emergencia sanitaria y la falta de trabajo, el tráfico de personas y la esclavitud, el exilio y la miseria, y la migración forzada”.

El pecado hace estragos y lleva a tremendas injusticias que tienen que pagar siempre los más débiles. En esta Jornada se trata de acercarnos a todas estas personas para compensar con nuestro amor y hasta donde podamos esa injusticia que brota siempre del egoísmo y del desamor.

Poner a los pobres en el centro de la vida de la Iglesia, al estilo de san Francisco de Asís, que reconocía en los pobres el rostro de Cristo y buscaba parecerse a Cristo pobre. La opción cristiana por los pobres no es una opción ideológica, sino una opción de amor hacia los últimos, en los que reconocemos el rostro de Cristo.

En esta actitud, la Iglesia se juega su credibilidad, se juega el fruto de la evangelización. Además, los pobres no son sólo destinatarios, sino agentes de evangelización. Al traerlos a nuestra vida, al acercarnos hasta ellos entendemos mejor el Evangelio en su verdad más profunda. “Los pobres no son un problema, sino un recurso al cual acudir para acoger y vivir la esencia del Evangelio”.

Los pobres nos enseñan a ser humildes, a confiar en Dios, a no idolatrar el dinero, el placer, el consumo. Los pobres nos enseñan a compartir, nos hacen más humanos. El Papa nos invita a realizar gestos concretos: sentar a nuestra mesa a algún pobre concreto que conocemos de cerca, celebrar con ellos la liturgia de este domingo, porque los pobres suelen estar a las puertas de nuestras iglesias, pero no suelen entrar en ellas.

En un mundo falto de amor, los gestos concretos de amor generoso y gratuito nos abren a nuevas posibilidades en nuestra relación con los demás y nos capacitan siempre en nuestra relación con Dios. Acojamos esta propuesta del Papa Francisco con prontitud de corazón.

Estoy seguro de que nos traerá muchos beneficios a nuestra diócesis de Córdoba, a nuestras parroquias, a nuestras familias. Ya tenemos muchos gestos de caridad, ya colaboramos de múltiples maneras con Caritas a todos los niveles. Esta Jornada instituida por el Papa Francisco será para todos ocasión de renovar nuestro amor y acercamiento a los pobres con el amor de Cristo. Recibid mi afecto y mi bendición: I Jornada Mundial de los Pobres No amemos de palabra, sino con obras Q

 

 

UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 18 al 25 de enero celebramos todos los años la Semana de oración por la unidad de los cristianos. Esta es una de las primeras urgencias del ser y del vivir de la Iglesia y uno de los principales retos de la misión de la Iglesia en nuestros días. “Que todos sean uno, como tú Padre y yo somos uno, para que el mundo crea” (Jn 17, 21), es la oración de Jesús al despedirse de los suyos en la última cena. Jesucristo ha fundado una sola Iglesia, apoyándola sobre la roca de Pedro, el primero de los Apóstoles. “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18). Esta sucesión ininterrumpida desde Pedro hasta nuestros días está garantizada por el Papa, el obispo de Roma, Sucesor de Pedro. Pero el pecado de los hombres ha introducido a lo largo de la historia rupturas que todavía padecemos. La primera gran ruptura se produjo en el año 1054, cuando la Iglesia de Oriente se separó de Occidente, el obispo de Constantinopla se separó del obispo de Roma. Desde entonces los ortodoxos han vivido su vida cristiana desconectados del primado del Sucesor de Pedro. Estas Iglesias ortodoxas tienen verdaderos obispos, sucesores de los Apóstoles, mantienen la verdadera y santa Eucaristía y los demás sacramentos instituidos por Cristo, la integridad de la Palabra de Dios y mucha santidad acumulada a lo largo de la historia como fruto de tantas persecuciones por causa de su fe. Nos encontramos con ellos frecuentemente, con motivo de la inmigración venida de los países del Este. En nuestras escuelas nos encontramos con bastantes niños ortodoxos, cuyos padres no dudan en inscribirlos en la clase de religión católica. Católicos y ortodoxos somos verdaderos hermanos, muy cercanos en casi todo, a la espera de la unidad plena. Otra ruptura más fuerte se produjo hacia el año 1520, cuando Lutero rompió con el Papa de Roma en aras de una reforma evangélica de la Iglesia. Los protestantes perdieron la sucesión apostó- lica, no tienen obispos ni sacerdotes insertos en esa sucesión apostólica, tampoco tienen todos los sacramentos instituidos por Cristo. El recuerdo de la Cena del Señor no equivale a nuestra Eucaristía, no tiene la presencia real y sustancial del Señor. Tienen la Palabra de Dios, que valoran muchísimo. Y en estos cinco siglos desconectados del Sucesor de Pedro muchos han vivido la santidad y han alcanzado el martirio por amor a Cristo. Los “protestantes” se han ramificado en distintas direcciones, muy distintas entre sí, desde Comunidades más observantes y fieles al Evangelio y a la Tradición de la Iglesia hasta Comunidades que continúan alejándose más y más del tronco común. El movimiento ecumé- nico ha crecido notablemente a lo largo del siglo XX y fue muy alentado por el concilio Vaticano II. Es deseo de todos los cristianos (católicos, ortodoxos y protestantes) llegar a la unidad plena de todos en la única Iglesia que Cristo fundó, y que tiene en el Sucesor de Pedro su punto de referencia fundamental. Es tarea de todos dejarnos mover por el Espíritu Santo que nos conduce a la plena comunión, mediante la oración por la unidad, las actitudes de acogida mutua de las personas y de todo lo bueno que cada uno tiene, la superación de prejuicios históricos, el amor en definitiva de todos como hermanos, según el mandato de Cristo. Los especialistas y teólogos tienen sus diá- logos de estudio, tan importantes. Los líderes de cada una de las Comunidades se encuentran y se abrazan en señal de fraternidad. Nosotros, todos a orar por la unidad de los cristianos y por todos los pasos que conducen a esa plena comunión. Es un deseo de Cristo, es una urgencia de la Iglesia del Señor, es una necesidad para la nueva evangelización. Con mi afecto y bendición: «

 

 

VIDA  CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), que se celebra en el próximo agosto en Madrid, nos sitúa en ese horizonte juvenil que da alegría y esperanza a nuestra vida. La juventud es frescura y novedad, la juventud es presente renovado y futuro esperanzador. La juventud no es sólo cuestión de edad, sino que es una postura ante la vida, porque hay personas con edad juvenil, que están cansadas de vivir, y hay personas cargadas de años, que viven y contagian una esperanza que ni siquiera la muerte podrá destruir. En ese horizonte juvenil celebramos el 2 de febrero la Jornada Mundial de la Vida Consagrada, en la fiesta en que Jesús es presentado en el templo en brazos de María su madre. Jesús es presentado y ofrecido como una hostia viva. Ya en los comienzos de su vida, esta escena representa lo que va a ser toda ella: una ofrenda de amor a Dios para rescatar a los hombres atrapados por el pecado, dándoles la libertad de hijos, la dignidad de hijos de Dios. Eso es la vida cristiana. La vida consagrada es un desarrollo pleno del bautismo, por el que una persona entrega toda su vida a Dios como una ofrenda de amor, para el bien de los demás. La vida consagrada consiste en el seguimiento corporal de Cristo en virginidad-pobreza-obediencia, según los distintos y abundantes carismas que el Espí- ritu distribuye en la Iglesia para bien de todo el Cuerpo. La Jornada de la Vida Consagrada nos lleva en primer lugar a dar gracias a Dios por tantas y tantas personas –varones y mujeres– que han respondido a la llamada de Dios, entregando su vida entera. Constituyen un tesoro para la Iglesia y para el mundo: en la vida contemplativa, en la vida misionera, en la vida apostólica, en el campo de la beneficencia, de la educación, de la evangelización. En lugares y formas arriesgadas, expuestos muchas veces a la incomprensión y al rechazo, sin estipendio y sin honores, por amor a Jesucristo y a su Evangelio. Toda una vida ofrecida a Dios, como Jesús fue ofrecido en el templo en brazos de su Madre. La presencia de la vida consagrada es un gran regalo de Dios a su Iglesia, del que todos somos beneficiarios. En nuestra diócesis de Córdoba constituye un rico patrimonio de santidad acumulada y de vivo testimonio ante el mundo actual. Hay monasterios de vida contemplativa, donde sus monjes y monjas ofrecen su vida en alabanza continua al Señor, haciendo un bien inmenso a nuestro mundo que tanto busca la eficiencia mercantil. Son oasis de humanidad, de frescura juvenil para nuestro mundo agobiado por las prisas. Es muy abundante entre nosotros la presencia de personas consagradas en el campo educativo y asistencial. Congregaciones masculinas y femeninas de larga historia o surgidas recientemente. Contamos con la presencia de personas consagradas en el mundo, como un fermento que rejuvenece nuestra sociedad y la renueva. Y en los diversos campos, me encuentro con jóvenes que inician su noviciado, realizan sus primeros votos o recorren la etapa de juniorado. Hay menos que antes, pero sigue habiendo bastantes jóvenes de nuestra diócesis de Córdoba que responden a esta llamada del Señor, en la vida sacerdotal y en la vida consagrada. La Jornada Mundial de la Juventud será también una ocasión propicia para que muchos jóvenes sean tocados por esta forma de vida y decidan seguirla. Vale la pena. Esos brotes deben ser apoyados por todos. Son un bien y una esperanza para la Iglesia y para el mundo. La Jornada de la Vida Consagrada nos invita a orar por estas vocaciones, para que superando toda dificultad descubran y experimenten la alegría de entregarse al Señor para bien de la Iglesia y de la humanidad. Con mi afecto y

 

MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando aquellas Mujeres de Acción Católica comenzaron hace más de 50 años lo que hoy es Manos Unidas, fueron contracorriente. Ante el hambre en el mundo, que a todos nos desagarra, las Organizaciones políticas internacionales decidieron apoyar los planes antinatalistas, proporcionando todo tipo de anticonceptivos, esterilizaciones y hasta el mismo aborto. Ante el problema del hambre en el mundo, esas Organizaciones decidieron suprimir bocas, para que podamos tocar a más los que estamos a la mesa. Las Mujeres de Acción Católica, por el contrario, decidieron ensanchar la mesa para que quepan todos. Es como cuando en una familia llegan todos los hijos, los nietos y algunos amigos. Todos caben. Se ensanchan las mesas, se echa mano de todos los asientos de la casa, y el resultado final es el del gozo multiplicado para todos los participantes, aunque nos haya tocado una ración menor. Manos Unidas ha decidido salir al encuentro de todas las pobrezas, llamándonos la atención para que abramos nuestros corazones y nuestros bolsillos a las necesidades de los demás. Manos Unidas quiere desinstalarnos de nuestro egoísmo y nos ayuda a compartir con los que no tienen nada. Manos Unidas trabaja con una clara identidad cristiana, haciendo palpable el amor cristiano, que no elimina a nadie, sino que ensancha el corazón para abarcar a todos. Manos Unidas es una organización de la Iglesia Católica en España que, urgida por el amor de Cristo, colabora en la erradicación de la pobreza a través de proyectos de desarrollo social en el mundo entero. Este año nos llama la atención acerca de la mortalidad infantil. “Su mañana es hoy”. Cada hora mueren 1.000 niños menores de 5 años por causas que podrían evitarse fácilmente, y todas esas causas tienen que ver con la desnutrición y la falta de higiene. Cada hora, muchos niños de todo el mundo, también en los países desarrollados, mueren asesinados en el seno materno mediante el aborto provocado. Los niños son el futuro de la sociedad. Su futuro se fragua hoy. Hemos de salir hoy al encuentro de esas situaciones para que esos niños crezcan sanos de cuerpo y alma, y tengan un futuro mejor. Nuestra colaboración con Manos Unidas va a mejorar la vida de miles de niños que podrán estar mejor nutridos, con una higiene más sana, con una cultura apropiada. Centramos nuestros esfuerzos en este objetivo, y sabemos que nuestra aportación va a llegar directamente a tales niños, sin que se pierda por el camino, porque muchos de esos proyectos los llevan a cabo misioneros católicos, que son la mejor avanzadilla de la Iglesia. Y porque aquí contamos con una gran organización, en la que la mínima parte son contratados y la gran mayoría son voluntarios gratuitos, seamos generosos. Cuando se trata de compartir con los que no tienen, no hemos de dar de lo que nos sobra. Si fuera así, no encontraríamos nunca ocasión para dar. El cristiano da de lo que le hace falta incluso para vivir, como la pobre viuda del Evangelio (cf Lc 21,4), como ha hecho el mismo Jesucristo: “Mirad la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico, por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2Co 8, 9). No se trata simplemente de que todos tengan más. La caridad cristiana pasa por el despojamiento personal. Una ayuda a los demás que no suponga sacrificio por mi parte tiene poco de cristiana, no se parece a Jesucristo. La campaña de Manos Unidas es una ocasión propicia para medir nuestra caridad cristiana. Este año se trata de proporcionar a muchos niños un futuro mejor. “Su mañana es hoy”. Con mi afecto y bendición

 

 

SEMANA DE ORACIÓN POR LA UNIÓN DE LAS IGLESIAS

 

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La semana de oración por la unidad de los cristianos viene año tras año del 18 al 25 de enero. La fecha está señalada porque el 25 de enero celebramos la conversión de San Pablo, apóstol y misionero de los gentiles. Y en el camino hacia la unidad, la actitud fundamental ha de ser la conversión al Señor, movidos por el amor de Cristo que se prolonga en su Iglesia.

La unidad de los cristianos no será fruto de ningún consenso entre las partes, en el que unos ceden por un lado y otros por el otro, sino fruto de un mayor acercamiento a Jesucristo que nos ha convocado en su Iglesia y nos ha confiado a todos los cristianos la misión de anunciar el Evangelio a todas las gentes. El punto de referencia de la unidad es, por tanto, Jesucristo. Y el lugar de esa unidad será su santa Iglesia.

El camino hacia la unidad incluye un acercamiento al Señor, en respuesta a lo mucho que él nos ha dado a cada uno, porque la división ha surgido o se acentúa cuando cada uno se aferra a lo suyo (aún siendo verdadero) para excluir a los demás de su corazón (lo cual ya no es bueno). “El amor de Cristo nos apremia” (2Co 5, 14), en palabras de apóstol Pablo.

Se trata de un amor inclusivo, que no rechaza a nadie, sino que abraza a todos. Un amor que respeta el ritmo de cada uno, movido por el Espíritu y en respuesta a ese impulso vivificador. Un amor que urge, pues el bien no admite demora. Pero se trata de una urgencia personal de respuesta a la gracia recibida y que os conduce a amar más y mejor.

A lo largo del año que ha pasado no deja de haber acontecimientos que señalan hitos hacia la unidad: en febrero se encontraron papa Francisco y patriarca Cirilo de Moscú en La Habana. En abril Bartolomé y Francisco fueron juntos a la isla de Lesbos para interesarse por los refugiados. En junio, el viaje de Francisco a Armenia, y en septiembre el viaje a Georgia constituyen pasos importantes en la comunicación mutua y la comunión espiritual en el Señor.

Un acontecimiento de singular importancia ha sido el “Santo y Gran Concilio de la Iglesia Ortodoxa” en Creta durante el mes de junio. Además de las sesiones de trabajo que los teólogos de distintas confesiones mantienen entre sí en un verdadero diálogo que profundiza los puntos comunes para ser ampliados y las divergencias para ser superadas.

Todo este camino hacia la unidad de los cristianos tiene que ir regado con mucha oración y penitencia. Pues la unidad de los cristianos en una sola Iglesia, con todos los sacramentos, en unidad de fe y bajo la autoridad del Sucesor de Pedro, ha de ser un don de Dios implorado insistentemente.

La insistencia no para recordarle a Dios algo que pueda habérsele olvidado, cosa imposible, sino porque al pedirlo con insistencia preparamos nuestros corazones para recibir ese gran don en el tiempo y en la forma que Dios tiene previstos. Dios cuenta, además, con que se lo pidamos para concedérnoslo.

 Intensifiquemos, por tanto, en estos días la oración por la unidad de los cristianos, tal como nos enseñó el Señor: “Padre santo, que sean uno, como tú y yo somos uno... para que el mundo crea” (Jn 17, 21).

Aquellos dones de Dios que ya hemos recibido, procuremos vivirlos con mayor intensidad: la Palabra de Dios, la Eucaristía y demás sacramentos, el testimonio de la caridad fraterna a todos los niveles.

Todo eso va construyendo la unidad de la Iglesia, y esa unidad tiene un reflejo inmediato en la evangelización de nuestro mundo: “...para que el mundo crea”.

Semana de oración por la unidad de los cristianos, abrimos nuestros brazos a todos los hermanos que por el mismo bautismo formamos un solo Cuerpo para un abrazo fraterno sincero y lleno de esperanza. Y nos dejamos impulsar por el amor de Cristo, que nos apremia a vivir unidos. María es la única madre de todos, y a una madre lo que más le gusta es ver a sus hijos unidos. Ella nos alcance el don de la unidad en la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: ORACIÓN POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS «Reconciliación. El amor de Cristo nos apremia»

 

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UNIÓN DE LOS CRISTIANOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Durante los días de esta próxima semana (18 al 25 enero) cada año dedicamos unos días a orar por la unidad de los cristianos, a reflexionar sobre este tema y a dar pasos eficaces en el camino hacia la unidad plena. El lema de este año “Nos mostraron una humanidad poco común” se refiere a un episodio de la comunidad cristiana, en el que Pablo va camino de Roma con sus acompañantes, naufragaron y fueron a parar a la isla de Malta, donde fueron acogidos por los cristianos del lugar con una amabilidad y una humanidad poco común. El camino hacia Roma se vio alterado por las condiciones del naufragio, pero fue ocasión para experimentar el amor de los hermanos que los acogieron. Cómo se agradece eso. En circunstancias normales no aflora quizá esa caridad y esa humanidad, que en circunstancias especiales brota del corazón humano. Nos evoca este camino hacia Roma por parte de Pablo, que ha apelado al emperador cuando era condenado a muerte en su tierra de origen, el camino que tantas personas recorren para llegar a la plena comunión con el sucesor de Pedro, el Papa de Roma. No es un camino fácil, en él se encuentran dificultades, tropiezos, contratiempos, que no tienen que servir para hundir al hermano, sino que son ocasión para salir a su encuentro y hacerle más fácil el camino. Cuando esas dificultades se presentan y uno encuentra a los hermanos que le echan una mano, se agradece grandemente. El lema evoca también a tantos cientos y miles de personas que atraviesan el mediterráneo u otros lugares del planeta en busca de una situación mejor. Son millones de hombres y mujeres los que hacen esa travesía desde su país de origen hasta un horizonte mejor, que a veces encuentra turbulencias, naufragios, dificultades inesperadas. A algunos – demasiados– les cuesta la misma vida. Encontrar una mano hermana que te socorre es algo que se agradece enormemente. La semana de oración por la unidad de los cristianos nos hace caer en la cuenta de que Jesús ha fundado una sola Iglesia, y que a lo largo de la historia esa única Iglesia se ha sentido zarandeada por las divisiones internas de sus hijos. El camino hacia la unidad es un camino difícil, por eso hemos de pedirle a Dios que nos conceda esa unidad deseada por Cristo y por todos sus discípulos hoy. Y ese camino hacia la unidad, referido a personas concretas, supone un camino arduo para tantos que buscan sinceramente la verdad en la Iglesia de Cristo. Recordemos a san Juan Newman, recientemente canonizado. Él fue un hombre en búsqueda sincera de la verdad y la encontró cuando encontró la Iglesia católica romana. Para él no fue fácil, como no es fácil para muchos hermanos nuestros que siguen buscando hoy el verdadero rostro de la Iglesia del Señor. Si en este camino hacia la unidad, todos y cada uno de esos hermanos encuentra una mano amiga que le sostiene, se encuentra con comunidades de hermanos que acogen, el camino se hace más fácil, la unidad se hace más cercana. Oremos en esta semana especialmente por la unidad de los cristianos. Entre nosotros ya conviven hermanos ortodoxos de distintos patriarcados orientales, protestantes de distintas confesiones cristianas. Que encuentren en nosotros una mano amiga, hermana. Que encuentren en nosotros una humanidad poco común, la que hemos aprendido de nuestro Maestro común, nuestro Señor Jesucristo, y la de tantos hermanos que nos han precedido allanando el camino hacia la unidad plena. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Semana de oración por la unidad de los cristianos «N

 

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BAUTISMO DEL SEÑOR. TERMINA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El ciclo litúrgico de Navidad concluye con la fiesta del bautismo del Señor junto al Jordán, acto con el cual inicia su ministerio público y la misión encomendada por el Padre. El evangelio de este domingo nos describe esa escena, en la que Juan el Bautista está predicando junto al Jordán un bautismo de penitencia, y se le van acercando aquellos que quieren prepararse a la venida del Mesías. Escuchan, hacen penitencia, se reconocen pecadores y entran en el agua con el deseo de ser purificados. En esto que entre la multitud se acerca Jesús y se mezcla con los pecadores, siendo él inocente. Y al acercarse al Bautista, éste le reconoce y le señala delante de todos: Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Jesús pide que le bautice, y Juan se resiste: “Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?”. La insistencia de Jesús empuja a Juan a realizar aquel bautismo también sobre Jesús. Se trata de una escena preciosa. Cuando Jesús entra en el agua, Jesús fue plenificado de Espíritu Santo, el amor del Padre que lo envuelve con su amor, acogiendo el Espíritu Santo. El cielo se abrió y se oyó esa voz del Padre: “Este es mi Hijo, el amado, el predilecto”. Amado del Padre en el don permanente del Espíritu Santo. Como sucede en el seno de la Trinidad. Jesús es plenamente consciente en su corazón humano de este derroche de amor por parte de su Padre, cuando en la sinagoga de Nazaret exclama: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a anunciar la salvación a los pobres. Toda la misión de Jesús irá envuelta del Espíritu Santo, como amor del Padre, como motor de su obra redentora, hasta el último suspiro en la Cruz, donde él insuflará este Espíritu Santo sobre toda la humanidad. El Espíritu Santo ha tocado la carne de Cristo y la ha hecho capaz de la gloria, de la que ahora goza ya resucitado. Esa carne de Cristo se convierte en vehículo del amor del Padre para todos los hombres. El amado del Padre se convierte así en amado de todos los hombres. Ese Verbo divino que se ha hecho carne ha recorrido los caminos de la misión, rematada en la pasión y muerte y coronada en la resurrección. Esa carne de Cristo ya glorificada es la que recibimos en el sacramento de la Eucaristía, convertida en alimento de salvación. A partir de este momento, el agua se ha convertido en vehículo transmisor del Espíritu para todos los que reciban el nuevo bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios, amados en el Amado, por la efusión del Espíritu Santo, que nos capacita para la gloria. En el bautismo del Jordán, donde Jesús es sumergido en las aguas, tiene origen nuestro propio bautismo, primero de los sacramentos que nos abre la puerta para todas las demás gracias de Dios en nuestra vida. Jesús se mezcla entre los pecadores. Nos está indicando con ello cuál es su misión y cuáles sus destinatarios. No ha venido a los que se consideran justos, sino a los que reconocen humildemente su condición de pecadores y necesitan salvación. Si Jesús ha cargado con el pecado del mundo, es para librarnos del pecado y hacernos hijos de Dios, amados de Dios. He aquí el atractivo de Jesucristo, hermoso con la hermosura de Dios (nos recuerda san Juan de Ávila), amado del Padre y de los hombres, lleno de Espíritu Santo. Acercándonos a él, comiendo su carne gloriosa, acogemos al Amado. El Espíritu Santo le irá conduciendo por los caminos de la misión, vayamos con él. Recibid mi afecto y mi bendición: Q E

 

 

4º DOMINGO A:   DOMINGO DE LAS BIENAVENTURANZAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús presenta este domingo la Carta magna de su Evangelio, la página de las Bienaventuranzas. Es una propuesta que ha sorprendido a muchos a lo largo de la historia, incluso a no cristianos. Es una página que se hace vida en tantos santos de todos los tiempos, antiguos y contemporáneos.

El hombre ha sido creado para ser feliz, y muchas veces experimenta todo lo contrario. Experimenta en propia carne el dolor y el sufrimiento de múltiples maneras, y cuando mira a su alrededor constata cuánto sufrimiento hay en el mundo. A veces se le pasa por la cabeza la exclamación de Job: “¡Ojalá no hubiera nacido!” (Jb 3, 3) o la del profeta Jeremías en un momento de desesperación: “Maldito el día en que nací” (Jr 20, 14).

En este contexto, algunos autores ateos de nuestro tiempo afirman que el hombre es un ser para la muerte, destinado a morir sin más horizonte. Sin embargo, Dios no se arrepiente de habernos creado. Dios quiere la vida, es amigo de la vida, nunca de la muerte. Dios quiere nuestra felicidad, y una felicidad que no se acabe nunca.

Ese misterio profundo y contradictorio en el que el hombre se ve sumergido tiene una clave: Dios nos ha creado para la vida, para la felicidad, pero el pecado ha introducido en el mundo una verdadera catástrofe, un desequilibrio que afecta incluso a la naturaleza creada.

Todo esto no lo entendemos hasta que no entramos en el Corazón de Cristo, y él nos explica con su vida el drama del pecado, que le ha llevado a la humillación y a la Cruz, y nos ilumina el atrayente misterio de un amor más fuerte que el pecado y que la muerte, por el que ha ofrecido su vida libremente en la Cruz y la ha recibido nueva de su Padre en la resurrección.

La resurrección de Cristo es como un foco potentísimo que ilumina el misterio del hombre, su vocación y su destino, el sentido del sufrimiento y del amor humano.

A la luz de este foco potente, se entienden las bienaventuranzas de Jesús: -“Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos”. Sólo la humildad, la pobreza y el desprendimiento nos sitúan en la verdad de nuestra vida. No somos nada, más aún somos pecadores. Y todo lo bueno que hay en nuestra vida, nos viene de Dios. La soberbia y el orgullo lo distorsionan todo.

Jesús, siendo Dios y sin dejar de serlo, ha aparecido en su camino terreno como pobre, humilde y despojado de todo. Sin buscar su gloria, sino la gloria del Padre, y en disponibilidad de servicio a todos. Y por este camino nos llama a seguirle.

Los que le han seguido por aquí, han encontrado la felicidad ya en este mundo y luego la felicidad eterna. Esta primera bienaventuranza engloba todas las demás: los que lloran serán consolados, los que tienen hambre de justicia (santidad) serán saciados, los misericordiosos alcanzarán misericordia, los limpios de corazón verán a Dios, los que trabajan por la paz son hijos de Dios, de los perseguidos es el reino de los cielos. Destaquemos los “limpios de corazón”. Sólo ellos ven a Dios.

En un mundo en el que parece que Dios se esconde y para muchos es difícil encontrarlo, ¿no será que falta esa pureza de corazón en la que Dios pueda reflejar su rostro y podamos encontrarnos con él por la fe?

Termina Jesús las bienaventuranzas subrayando la persecución “por mi causa”. Estad alegres y contentos porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Muchas veces somos perseguidos por nuestros defectos, por nuestras limitaciones, por nuestra culpa. Nos sirva de penitencia ese sufrimiento.

Pero quizá muchas de ellas seamos perseguidos porque somos de Jesús, porque anunciamos su Evangelio, porque pregonamos la verdad. A los mártires se les ha concedido el don de llegar a esta bienaventuranza.

No tememos estos sufrimientos, que son timbre de gloria para los verdaderos discípulos del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Bienaventurados

 

 

 

DOMINGO V A:    VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La sal es imprescindible para un buen guiso. Un guiso sin sal es un guiso soso. La sal, además sirve para preservar de la corrupción, mantiene la frescura, evita la descomposición. Jesús emplea este elemento para decir a sus discípulos: “Vosotros sois la sal de la tierra” (Mt 5,13).

La misión del cristiano es, por tanto, dar sabor y buen gusto a todo lo bueno que hay en el mundo. Es tarea suya preservar lo bueno sin que se estropee nunca.

Jesucristo no ha venido a quitarnos nada bueno, sino a darle sabor, para que pregustemos la vida que no acaba junto a Él para siempre. Pero al mismo tiempo, Jesús advierte con cierta severidad: ¿para qué vale la sal, si pierde su sabor y sus propiedades? No sirve para nada, hay que tirarla. Nada más inútil que una sal desvirtuada. ¿Qué hace un cristiano cuando se acomoda al mundo en el que vive? Se mundaniza, pierde su vigor original, no sirve como cristiano.

El Papa Francisco nos está recordando continuamente los males que trae consigo la mundanidad para el cristiano, para las instituciones cristianas, para la Iglesia.

Dejarse mover por el placer, por el dinero, por el poder, por el prestigio, eso ya lo hace el mundo, y lo hace muy calculadamente para sus intereses. No le importan los que quedan en la cuneta, los descartados, los explotados, los abusados. Ese no puede ser el comportamiento de un cristiano.

El cristiano está llamado a ser “sal de la tierra”, porque nuestro mundo de hoy necesita sentido, valor, razón para vivir y esperar. Y Jesucristo encomienda a los cristianos esa preciosa tarea. Y con otras palabras, viene a decir lo mismo: “Vosotros sois la luz del mundo”.

Qué alegría cuando hay luz, qué tristeza cuando falta la luz y nos envuelve la oscuridad. Con la luz podemos ver y comunicarnos, podemos caminar, podemos mirar al horizonte. Sin luz, en medio de la oscuridad, quedamos aislados, incomunicados, no hay horizonte ni hay esperanza posible.

Nos dice Jesús: “Yo soy la luz del mundo, el que me sigue no camina en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8, 12). Cuando Jesús entra en nuestra vida, se van disipando las tinieblas y vemos de otra manera. Vemos las cosas como son, como Dios las ha hecho.

Sin Jesús, vemos a nuestra manera, vemos distorsionada la realidad, se nos cierra el horizonte y nos viene la angustia. Nuestro mundo intenta muchas veces plantear la vida sin Dios, sin luz, a oscuras. Y ve todo del revés.

Por eso, los cristianos estamos llamados a ser luz de mundo, la luz que viene de Dios, la luz que ha brillado en Belén, que ha brillado en la Cruz, que ha brillado en la Resurrección. Nuestro mundo sin Jesús camina a oscuras.

Es urgente la tarea de alumbrar, para que vean, para que se alegren, para que se abra en sus vidas un horizonte infinito. “Vosotros que véis, ¿qué habéis hecho con la luz?”, decía P. Claudel.

A lo largo de la historia, han sido los santos los que han sido luminarias en su entorno para iluminar la vida cotidiana de tantas personas. Vale más un ejemplo que mil palabras. Madre Teresa de Calcuta ha iluminado toda nuestra época para que entendamos que los pobres han de ser preferidos, y que ese amor es el único que puede transformar el mundo.

Juan Pablo II nos ha mostrado a Cristo como centro del mundo y de la historia, porque Cristo era el centro de su vida. El santo Cura de Ars nos muestra con su dedicación al ministerio sacerdotal cuánto bien hace un buen cura a los fieles de su entorno. Santa Gianna Bareta, que prefirió morir para que sobreviviera su hija, nos enseña hasta dónde llega el amor de una madre. Tantos matrimonios cristianos, cuyos esposos se aman, son fieles y están abiertos a la vida, son el mejor ejemplo de cómo Dios quiere hacer felices a los que viven en una familia cristiana hoy.

Vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo. Una vez más acogemos esta misión que Jesucristo nos confía y con su gracia asumimos el reto de vivir la vida cristiana como testimonio, “para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a nuestro Padre del cielo”. Recibid mi afecto y mi bendición: Sal de la tierra, luz del mundo

 

 

MANOS UNIDAS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llega la Jornada Nacional de Manos Unidas, el segundo domingo de febrero (12 febrero), que durante todo el año nos va recordando el gran problema del mundo, la injusticia en el reparto de los recursos, por el que 800 millones de personas padecen hambre, malviven o mueren por esta causa en el mundo a día de hoy.

Las Mujeres de Acción Católica –hoy Manos Unidas– se propusieron ensanchar su mesa y enseñarnos a ensanchar la nuestra para que en ella quepan todos los hombres, especialmente los más necesitados, en vez de eliminarlos o mantenerlos en esa situación inhumana. “El mundo no necesita más comida. Necesita más gente comprometida” es el lema de esta 54 Campaña contra el hambre en el mundo, que promueve Manos Unidas en 2017.

En el Trienio de lucha contra el Hambre (2016-2018), se propone dar respuesta a las causas y problemas que provocan el hambre en el mundo, acompañando a los más pobres, reforzando el derecho de los pequeños productores, contribuyendo a un cambio de sistemas alimentarios más justo y educando para la vida solidaria y sostenible.

Concretamente, este año nos insiste en tres cuestiones urgentes: el desperdicio de alimentos, la lucha contra la especulación alimentaria, el compromiso con una agricultura respetuosa con el medio ambiente que asegure el consumo local.

Hay alimentos en el mundo para todos. Qué pasa. Que unos tenemos lo necesario y nos sobra, y otros no tienen qué llevarse a la boca. El mundo está mal repartido, y la culpa no es de Dios. Es de los hombres, que no respetamos la justicia y el derecho de los más pobres a tener lo necesario para vivir.

Dios es amigo de la justicia en el mundo. Nuestro egoísmo humano introduce un fuerte desequilibrio que sólo el amor, a grandes dosis, podrá reparar. Aquí viene la Campaña de Manos Unidas, que brota del amor de Cristo en nuestros corazones, para colaborar hasta donde podamos en resolver este grandísimo problema en el mundo.

La Campaña incluye varios aspectos. El primero, que nos demos cuenta. Que sepamos agradecer a Dios todo lo que cada día nos da. Que sepamos valorar lo que usamos. Después, que sepamos introducir en nuestra vida un talante de austeridad, es decir, de no gastar más de lo necesario y despojarnos de algo nuestro para compartirlo con los demás que no tienen nada. Por último, que seamos solidarios de manera continuada, no sólo un día señalado. Entrando en nuestras casas constatamos que sobra comida que no reciclamos, y que termina en el cubo de la basura. Debemos educarnos, y educar a los pequeños y más jóvenes con nuestro ejemplo.

El alimento de cada día es algo que pedimos en el Padrenuestro, y lo pedimos para todos los hombres. El alimento material, que nutre nuestro cuerpo, y el alimento espiritual, que nutre nuestra alma.

Pero, además de una injusticia, es una desfachatez que teniendo para comer cada día, lo tiremos al cubo de la basura. Es un símbolo de que vivimos en la abundancia, en la hartura hasta tirarlo.

Gracias a Manos Unidas por abrirnos los ojos a un horizonte donde tantos millones de niños y adultos no tienen hoy para comer. Y en vez de quedarnos en lamentos, nos tiende su mano para pedir nuestra aportación económica.

Manos Unidas tiene un prestigio reconocido a nivel estatal español y a nivel internacional, porque sabe trabajar con proyectos bien estudiados y con personas muy competentes que los llevan a cabo.

Manos Unidas es muy experta en el tema. Vale la pena apoyar esta ONG de la Iglesia católica, con la que salen al paso de tantos proyectos en los que se benefician tantos millones de personas. En 2015, se recaudaron más de 45 millones de euros. Y se atendieron más de dos millones de personas, en 938 proyectos de África, Asia y América. Gracias a todos los que trabajáis en Manos Unidas en nuestra diócesis de Córdoba.

Estamos con vosotros y os felicito por vuestro trabajo. Dios multiplicará vuestros esfuerzos, dando frutos a su tiempo. Recibid mi afecto y mi bendición: Manos Unidas ¿Más comida? – Más gente comprometida

 

 

 

 

 

 

DOMINGO VII A: SED SANTOS PORQUE DIOS ES SANTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “El templo de Dios es santo. Ese templo sois vosotros” (1Co 3, 17). La dignidad de la persona le viene dada por Dios, que ama todo lo que ha creado, y especialmente esa dignidad es restaurada y acrecentada por la sangre redentora de Cristo, que nos ha convertido en templos de Dios.

El respeto al otro no es sólo buena educación, sino visión de fe: el otro es hijo de Dios o está llamado a serlo, ha sido redimido por la sangre de Cristo y es templo del Espíritu Santo. ¿Cuál es el precio de esa persona? Ha sido rescatada no con oro o con plata, sino a precio de la sangre de Cristo, el Cordero sin defecto ni mancha (1Pe, 1, 19). Ese es su precio, ese es su valor, la sangre de Cristo, mucho más de lo que pesa en oro.

Cuántas violaciones de los derechos humanos, cuántos atropellos a la dignidad humana, cuando al otro se le considera simplemente como objeto de mercado, objeto de placer, un medio de producción. Cuántos niños soldados, cuántos niños esclavos en el trabajo, abusados sexualmente por los mayores, que nunca tendrán acceso a la cultura ni una vida digna.

Cuántas mujeres violadas, objeto de trata, explotadas sexualmente, pisoteadas en su dignidad humana. Cuántas personas que tienen que dejar su casa, perseguidos que se convierten en prófugos, emigrantes sin rumbo fijo en busca de una situación mejor, que a veces se topan con la muerte en el mar, en los caminos, en el rechazo de los hombres.

Todo hombre es tu hermano, toda persona es templo de Dios. Si alguno profana este templo, está pisoteando al Espíritu que habita en vosotros. La Palabra de este domingo nos pone delante el horizonte de la santidad para todos: “Sed santos, porque yo el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2). Si somos hijos de Dios, nos parecemos a él.

Y Jesús en el Evangelio, después de profundizar en los mandamientos de Dios para llevarlos a su radicalidad, esos mandamientos que llegan a su culmen en las bienaventuranzas, nos señala: “Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).

Y desgrana esa perfección en el mandamiento del amor al prójimo, pues nadie puede decir que ama a Dios a quien no ve, si no ama a su prójimo a quien ve (1Jn 4,20). “Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen” (Mt 5,43-44).

Nadie ha hablado nunca así. No hay líder religioso, ni filosófico, ni cultural, ni político que haya pronunciado estas palabras, que haya puesto ese listón. El amor a los enemigos es algo que brota del corazón del Cristo, del corazón de Dios.

Jesucristo ha pedido perdón para los que le estaban crucificando, y nos manda perdonar a los que nos persiguen, nos calumnian o nos hacen cualquier tipo de daño. Amar a los que nos aman, eso lo hace cualquiera, a no ser que sea un degenerado o un ingrato. Pero amar a quienes te hacen mal, a quienes quieren quitarte de en medio, eso sólo es posible si el amor de Cristo reside en tu corazón. Eso es lo que nos identifica como cristianos.

El testimonio que está llamado a dar un cristiano no es sólo el respeto y la promoción de los derechos de los demás, tantas veces conculcados por el egoísmo humano. El cristiano está llamado a un plus mayor, está llamado, urgido interiormente por la acción del Espíritu Santo, a amar a los enemigos, a los que te hacen mal, a los que no te quieren o incluso quieren destruirte.

En un mundo convulso como el nuestro, en un cambio de época como el que estamos viviendo, es necesario recurrir a lo típicamente cristiano, a aquello que sólo el cristianismo puede aportar como original y propio a este mundo en el que vivimos.

Es urgente este testimonio cristiano del perdón a los enemigos. Sólo ese amor será capaz de transformar nuestra generación, para amanecer a una época nueva y renovada. En este campo más que en ningún otro el cristiano está llamado a ser luz del mundo, partícipe de la misericordia de Dios con los hombres, que hace salir el sol para buenos y malos y manda la lluvia para justos e injustos. Sólo el que está profundamente unido a Cristo será capaz de dar la talla en este testimonio que se le pide. Recibid mi afecto y mi bendición: Sois templos de Dios, sed santos.

 

 

VI DOMINGO CICLO A

 

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo toca un punto neurálgico de nuestro corazón humano. Somos capaces de amar, estamos hechos para amar, pero no podíamos imaginar que el corazón humano pudiera llegar a tanto. “Amad a vuestros enemigos”. Las fuerzas humanas no dan de sí para esto, pero Jesucristo nos hace capaces, dándonos su Espíritu Santo, dándonos un corazón como el suyo, que sea capaz de amar como ama él.

El núcleo del Evangelio está en el corazón de Cristo, que nos ama con misericordia a los pecadores. Él no ha devuelto el insulto, como cordero llevado al matadero. En su corazón no hay venganza ni resentimiento. Más aún, se goza en perdonar. Y nos propone un mandamiento nuevo: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. Este mandamiento es toda una revolución en las relaciones humanas.

La civilización humana dio un salto tremendo con el paso de la ley de la selva a la ley del Talión. En la ley de la selva, gana siempre el más fuerte; los más débiles pierden siempre, e incluso desaparecen. Algunas veces constatamos que esa ley sigue vigente, de manera que también hoy los más débiles salen perdiendo. Por eso, el “ojo por ojo y diente por diente” (ley del Talión) puso barreras a la ley de la selva.

Con esta ley sólo puedes cobrarte una pieza si el otro te debe una; no puedes dejarte llevar por la venganza y cobrarte tres, cuando sólo te deben una, porque tú seas más fuerte o más vengativo.

Otro salto importante en las relaciones humanas viene dado por el Decálogo que Dios entrega a Moisés: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Pero en esta ley que Moisés recibe en el Sinaí, está permitido odiar a los enemigos: ama a tu prójimo y odia a tu enemigo (cf. Mt 5, 43). La cumbre del amor viene marcada por la actitud y el mandamiento de Jesucristo: “Amaos como yo os he amado”.

No puede haber listón más alto, porque en este mandamiento se incluye lo que este domingo nos proclama el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada”. El primer referente es vuestro Padre que está en el cielo, y a él nos parecemos, si llevamos en nuestra alma su misma vida, la que él nos ha dado por el don del Espíritu Santo. Y el referente más cercano es el mismo Jesús, que se parece plenamente al Padre y nos abre el camino para parecernos a él.

Esta es la civilización del amor, que ha cambia el rumbo de la historia. El motor de la historia no es el odio ni el enfrentamiento de unos contra otros. El motor de la historia es el amor al estilo de Jesucristo. Es lo que han vivido los santos en su propia vida, ese estilo de Jesucristo es posible en tantos hombres y mujeres que han vivido dando la vida, e incluso la han perdido en el amor generoso hacia los demás.

 Hace pocos días, un misionero salesiano, Antonio César Fernández, nacido en Pozoblanco (Córdoba) ha sido asesinado en Burkina Faso por ser misionero. Él ha gastado su vida entera en el servicio a los más pobres como misionero en África.

El carisma salesiano le llevó a dedicarse por entero a los niños y jóvenes más pobres, y en ese tajo de entrega plena ha dado la vida, incluso con el derramamiento de su sangre. Quién arriesga su vida de esta manera, sino el que vive el amor de Cristo, “los que no amaron tanto su vida que temieran la muerte” (Ap 12, 11).

Para nosotros, su familia de carne y sangre y su familia religiosa, las lágrimas. Para la Iglesia y para la humanidad, el testimonio heroico de una vida entregada con amor. Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? Eso lo hacen también los paganos. Para eso no hace falta ni la gracia de Dios, ni el Espíritu Santo, ni la fuerza de Jesucristo.

Para amar al estilo de Cristo, para tener sus sentimientos, hace falta la gracia de Dios y la ayuda de lo alto. Que desaparezca del mundo la venganza, la revancha, el enfrentamiento, el odio y el mundo se llene del amor de Cristo. Esta es la verdadera revolución, la que cambia el mundo, la revolución del amor. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos

 

 

 

 

COMIENZA LA CUARESMA

 

HERMANOS Y HERMANAS: Hemos comenzado el tiempo de Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua. En la Pascua celebramos el misterio central de Cristo y del cristiano, la muerte redentora de Cristo y su gloriosa resurrección, que nos abre un horizonte nuevo de vida eterna. Nos ponemos en camino hacia la Pascua, donde renovaremos nuestro bautismo, sumergidos con Cristo en su muerte para renacer con Cristo a la nueva vida. El horizonte es la divinización del hombre, ser transfigurados con Cristo para participar de su gloria. El camino es la prueba y la tentación, donde salimos fortalecidos en el combate contra las fuerzas del mal y contra el demonio. Los medios a emplear son la oración, el ayuno y la limosna. La Cuaresma se plantea como un catecumenado en el que revivir nuestro propio bautismo, que desemboca en el sacramento de la penitencia para sentarse a la mesa del Señor en la Eucaristía. La oración nos pone en clima de escucha de la Palabra de Dios. Durante el tiempo de Cuaresma somos invitados a volver a Dios, a convertirnos de nuestros malos pasos, a reorientar nuestra vida hacia la meta, que es Dios. Seguramente que todos necesitamos ajustes en la dirección de nuestro corazón inquieto, que sólo en Dios hallará su descanso. Dedicar más tiempo a la oración durante este tiempo, examinar nuestra conciencia para ver si nos ajustamos a la voluntad de Dios, es una tarea propia de la vida cristiana y especialmente de este tiempo de Cuaresma. ¿En qué tiene que cambiar mi vida? El ayuno consiste en privarse de lo que nos estorba, para abrir nuestro corazón a Dios y a los hermanos. Queriendo o sin querer, nos dejamos llevar por el egoísmo, que nos impide amar de verdad. Pensamos solamente en nuestras necesidades, y cuanto más tenemos, más queremos. Necesitamos invertir esta tendencia. El ayuno es un entrenamiento en el amor verdadero, que ha de aquilatarse en la prueba. Nos estorban los vicios y los pecados, nos estorban tantas aficiones que aún siendo buenas nos entretienen. Sólo en el amor encontraremos que nuestro corazón se satisface, y cuántas veces nos es imposible amar. En el campo del ayuno se incluye la penitencia y la mortificación. Si no morimos con Cristo, no podemos resucitar con Él. ¿De qué tengo que despojarme? La limosna es generosidad, apertura del corazón a los hermanos para compartir con ellos lo que tú has recibido. Cuántas necesidades a nuestro alrededor. Mucha gente lo pasa mal, a miles de kilómetros y a nuestro lado, mientras yo tengo más de lo necesario. Ha aumentado el paro obrero, muchas familias no tienen nada para comer o para sobrevivir. La crisis nos interpela a todos, y no podemos quedarnos de brazos cruzados esperando a que se resuelvan las macrocifras. Podemos y debemos salir al encuentro de nuestros hermanos más cercanos. En nuestra ciudad y en nuestros pueblos de Córdoba hay pobres, hay necesidad, hay miseria. Y en el mundo entero, mucho más. Cáritas y las parroquias están al servicio de tantos hermanos nuestros que no tienen casi nada. Las instituciones de caridad de la Iglesia están mostrando en este momento el rostro más amable de la Iglesia en la atención a los más necesitados. Cuando falla todo, ahí está la Iglesia para ayudar al que lo necesita. La Cuaresma es un tiempo de gracia para aprender a amar, para aprender a compartir. ¿Qué podría compartir con los demás? Oración, ayuno, limosna. Un trípode referencial de toda vida cristiana. En Cuaresma hay que actualizar este trípode. Así, renovados por la penitencia, podremos disfrutar de los dones de la Pascua. Con mi afec

 

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma con el miércoles de ceniza. Este año cae muy tarde –decimos– la Semana Santa, la Pascua, y por tanto el miércoles de ceniza. Es que la Pascua la celebramos el primer plenilunio (luna llena) de la primavera, que este año nos lleva hasta el 21 de abril, la gran fiesta de la resurrección del Señor. Por eso, el miércoles próximo es miércoles de ceniza.

Parece chocante que pasemos del carnaval a la ceniza tan bruscamente. Sí. La Cuaresma es un tiempo litúrgico que nos prepara a la gran fiesta de la Pascua, y los carnavales han surgido como una protesta ante la penitencia que la Iglesia nos invita a realizar para preparar nuestro cuerpo y nuestra alma a la muerte y resurrección del Señor. El carnaval se ha convertido así en un hecho cultural, que no tiene que ver para nada con lo religioso, más bien es antípoda del mismo.

La fecha central del calendario litúrgico es la Pascua del Señor. Cada año volvemos a celebrar solemnemente este acontecimiento central de la vida de Cristo: su pasión, muerte y resurrección, que traemos a la memoria en cada celebración de la Eucaristía y celebramos solemnemente una vez al año.

Cincuenta días para celebrarlo, es el tiempo pascual; y cuarenta días para prepararse, es el tiempo cuaresmal. Para este tiempo, la Iglesia nos da unas pautas para quien quiera hacer el camino cuaresmal como camino de minicatecumenado que nos conduce a la renovación del bautismo en la vigilia pascual.

En primer lugar, la oración más abundante, mejor hecha. En definitiva, volvernos a Dios por la conversión de la vida y recibir de él las luces que motivan nuestro camino de vida. La oración es como la respiración del alma. Si no hay oración, no hay vida de relación con Dios. La Iglesia como buena madre nos recuerda y nos insiste en que volvamos a Dios, intensifiquemos nuestra relación con él, revisemos nuestra oración. Lectura de la Palabra de Dios, participación más asidua en los sacramentos –penitencia y eucaristía-. Rezo del rosario como oración contemplativa desde el corazón de María, que contempla los misterios de la vida de Cristo. La Cuaresma es una llamada al desierto para escuchar la declaración de amor por parte de Dios y ponernos en camino de combate y de penitencia.

En este camino penitencial, otra pauta es el ayuno. Ayunar es privarse de algo para estar más ágil en el trato con Dios y en el servicio a los demás. Hay muchas cosas que se nos van acumulando y nos impiden el camino ligero. Hay que despojarse. Ayunar de comida para compartir con quienes no tienen ni siquiera lo elemental. Ayunar de comodidades, para no dejarnos llevar por la pereza y la acedia. Ayunar de descansos y diversiones para que no se relaje el espíritu. Ayunar supone penitencia, sacrificio, privación. El ayuno está de moda para otros fines no religiosos, como es el deporte, la salud, etc. Por eso la Iglesia nos manda ayunar, con un pequeño símbolo de no comer, pero con la intención de invitarnos a privarnos de tantas cosas que nos estorban. Cosas incluso buenas y legítimas, pero que nos hacen pesada la carrera. Ligeros de equipaje para correr el camino del amor a Dios y al prójimo.

Y el tercer elemento de esta pauta Cuaresmal es la limosna, la misericordia, la generosidad con los demás. Si nos volvemos a Dios de verdad y nos privamos de lo que nos estorba, es para abrir el corazón (y el bolsillo) a los demás en tantas formas de servicio. Cuaresma es tiempo de salir al encuentro de los más necesitados, y hay tantas necesidades a nuestro alrededor y en el mundo entero. Compartir con los pobres nuestro tiempo, nuestras cualidades, nuestro dinero es prolongar la misericordia de Dios, que es bueno con todos, especialmente con sus hijos más débiles. Oración, ayuno, limosna. Es el trípode de la Cuaresma.

Entremos de lleno desde el comienzo, Dios nos sorprenderá con su gracia y podremos salir renovados con este tiempo de salvación. Recibid mi afecto y mi bendición: Miércoles de ceniza, comienza la Cuaresma Q

 

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DOMINGO DE CUARESMA: LAS TENTACIONES DEL DEMONIO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.

 Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada. Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.

Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.

Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece.

La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia. El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece.

El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.

El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él. Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio.

La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario. Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria. San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.

Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi afecto y mi bendición: Las tentaciones y el Maligno Q

 

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1ºDOMINGO DECUARESMA:LAS TENTACIONES DEL DEMONIO

 

HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, cuarenta días de preparación para la Pascua, que este año celebramos el 21 de abril, cuarenta días para la solemne celebración de la muerte y resurrección de Jesucristo, cuarenta días de camino catecumenal para renovar nuestras promesas de bautismo en la Vigilia Pascual.

 Luego vendrán cincuenta días de celebración de la nueva vida del Resucitado, de la nueva vida del bautismo. Vivamos la Cuaresma con intensidad, y así disfrutaremos de la Pascua con intensidad proporcionada.

Y el primer domingo entramos con Jesús en el desierto para vencer al Maligno, a Satanás, que continuamente nos tienta para alejarnos de Dios. Cuando el diablo fue vencido por el príncipe de los ángeles Miguel, “se fue a hacer la guerra al resto de sus hijos (de la Mujer), los que mantienen el testimonio de Jesús” (Ap 12, 17). Es decir, desde que fue derrotado por Jesús, el diablo no tiene otra tarea que la de apartarnos de Jesús, ofreciéndonos con sus mentiras un mundo feliz y engañoso.

Jesús aparece en este primer domingo de Cuaresma luchando cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo derrota apoyado en la Palabra de Dios. Con esta enseñanza, la Iglesia nos invita a luchar contra Satanás ayudados por Jesús e inspirados por su ejemplo. “No sólo de pan vive el hombre” (Lc 4,4). Es la tentación del materialismo. Como si sólo existiera lo que vemos y tocamos.

Ciertamente, tenemos necesidades materiales, pero la persona humana es mucho más que sólo materia. Es también espíritu, y ha de atender esas necesidades del espíritu de manera prioritaria. Cuando el hombre sólo atiende sus necesidades materiales, se embrutece. La Cuaresma nos invita a cuidar el espíritu, a alimentarlo con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con las buenas obras. “Al Señor tu Dios adorarás y a él solo darás culto”. Es la tentación de la soberbia y la autosuficiencia.

 El demonio nos hace ver que él nos lo va a dar todo, si hacemos caso a sus mandatos. Y a veces lo consigue, tontos de nosotros. Porque es mentira lo que ofrece y porque no puede darnos lo que ofrece. El corazón humano está hecho para Dios y sólo Dios puede llenarlo. El demonio se pone a ocupar el lugar de Dios y nos engaña. El demonio se disfraza de muchas maneras, se disfraza de poder, de placer, de tener. Se disfraza de poderío y de dominio. Y llega a seducirnos. Si uno no adora a Dios, adorará a Satanás de una manera u otra.

El tiempo de Cuaresma es una invitación constante a abandonar los ídolos y volvernos a Dios, el único que puede salvarnos. “No tentarás al Señor tu Dios”. Es la tentación de hacernos un Dios de bolsillo, a nuestra medida, a nuestro antojo. Es querer que Dios esté a nuestro servicio, que Dios se ajuste a nosotros, en vez de ajustarnos nosotros a él.

Es una tentación muy sutil del demonio, que se nos cuela en el corazón. Hacemos nuestros planes, buenos o no tan buenos, y queremos que Dios se ponga a nuestro servicio. La vida cristiana consiste en ponernos bajo la voluntad de Dios, no al contrario.

Cuando llega la contrariedad hemos de buscar la voluntad de Dios ahí. No se haga mi voluntad, sino la tuya. Otros muchos campos están sometidos a la tentación del demonio. Si Dios permite la tentación, es porque quiere darnos la victoria.

San Agustín nos recuerda: no hay victoria sin combate y no hay combate sin tentación. Por tanto, la tentación está orientada a la victoria sobre el demonio, que puede ser vencido si nos apoyamos en Jesucristo.

Comenzamos la Cuaresma con buen ánimo, dispuestos a la lucha diaria para vencer al Maligno. Jesús va por delante, María santísima ha pisado la cabeza de la serpiente (Satanás), los santos han vencido en este combate. Saldremos reforzados de esta Cuaresma, si desde el principio nos tomamos en serio la lucha contra Satanás. Recibid mi

 

 

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2º DOMINGO DE CUARESMA: LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El camino hacia la Pascua que marca la Cuaresma es camino hacia el cielo, y cada año se renueva en la Resurreción del Señor. Después de empezar este tiempo santo con paso firme, el segundo domingo nos presenta a Jesús transfigurado en el monte Tabor. La meta no es la cruz, el sufrimiento, la muerte. La meta es la transfiguración de nuestra vida, la metamorfosis de este cuerpo mortal en cuerpo glorioso. “Él transformará nuestra condición humilde según el modelo de su condición gloriosa, con esa energía que posee para sometérselo todo” (Flp 3, 21).

Un creyente no espera el paraíso terrenal. Eso se queda para el marxismo materialista y para el ateísmo, que no tienen horizonte de eternidad. Para ellos, el paraíso es una utopía, que no existe, pero que mantiene encendido el principio esperanza en el corazón del hombre. Para el creyente, el paraíso está en el cielo, más allá de todo lo que vemos, más allá de la historia. Para un creyente, el paraíso existe con toda certeza, pero se sitúa en la zona más allá de la muerte. Somos ciudadanos del cielo.

A la luz de esta perspectiva tiene sentido el sacrificio, el esfuerzo, la penitencia cuaresmal. Los sufrimientos de la vida no son para aguantarlos estoicamente, sino para unirlos a la Cruz de Cristo, con la que el mundo ha sido redimido.

El sufrimiento cristiano es para vivirlo con amor, como lo ha vivido Cristo. Cuando Jesús iba decidido camino de Jerusalén bien sabía a lo que iba, a sufrir la muerte de cruz, que desembocaría en el triunfo de la resurrección. Y Jesús tuvo compasión de sus apóstoles, los que lo habían dejado todo para seguirle.

Antes de continuar el camino, subió con ellos a un monte alto –un día entero se llevaba esta caminata– para un retiro espiritual en las alturas, en el monte. Y estando allí en oración con los tres más cercanos, su rostro se iluminó y los vestidos brillaban de blancura.

Es como si Jesús dejara por unos instantes translucir la intimidad de su corazón divino en su rostro humano. Vieron a Dios con rostro de hombre, en un rostro humano transformado, transfigurado, lleno de gloria. “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro” (S 26).

En la búsqueda de Dios por parte del corazón humano hay un deseo creciente de ver a Dios. Dios ha ido mostrando su rostro y su intimidad progresivamente hasta llegar a su Hijo Jesucristo, en quien habita la plenitud de la divinidad y en quien hemos visto el rostro de Dios.

Cuando los apóstoles lo vieron, cayeron rostro en tierra, como adormilados. “Qué hermoso es estar aquí”, dijo Pedro. Cuando el hombre vislumbra el rostro de Dios, su corazón se llena de alegría, de paz, de esperanza. Esa es la vida contemplativa, a la que todos estamos llamados.

La Cuaresma nos invita a buscar a Dios, a buscar el rostro de Dios. “Contempladlo y quedaréis radiantes, vuestro rostro no se avergonzará” (S 34, 6). Sería afanoso buscar ese rostro si no hubiera salido a nuestro encuentro. Pero no es así. El rostro de Dios Padre nos ha salido al encuentro en el rostro y en el corazón de su Hijo Jesucristo. Ahí lo encontramos, y ahí descansa nuestro corazón inquieto.

Cuando san Juan de la Cruz propone la Subida al Monte Carmelo, a los pocos pasos propone la unión con Dios como meta. El corazón humano no persevera en la subida, si no tiene claro a dónde va. Sabiendo cuál es la meta, la unión con Dios, el hombre puede seguir caminando, aunque le cueste fatigas, aunque se encuentre con contrariedades de todo tipo. Todo lo soporta con tal de alcanzar la meta que se le propone.

Eso hace Jesús este domingo con nosotros: no tengáis miedo, la meta es la transfiguración, no la cruz. Ánimo, aunque ello cueste sangre. Gracias, Señor, por tu comprensión y por proponernos metas más altas. Recibid mi afecto y mi bendición: Somos ciudadan

 

 

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DOMINGO DE CUARESMA: SEMANA DE LA FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, nos encontramos con la Semana de la Familia que solemos celebrar en primavera, en torno al 25 de marzo, fiesta de la Anunciación del ángel a Nuestra Señora y de la Encarnación del Hijo de Dios en el seno virginal de María (9 meses antes de la Navidad). El 25 de marzo en la tarde, tendremos en la Catedral la vigilia de oración por la vida. La vida reverdece cuando llega la primavera, la vida es imparable. Y la causa de la vida, igualmente.

Por mucha campaña antivida en aras de la libertad y del derecho a elegir, la vida tiene futuro, nunca la muerte. El discurso sobre la vida volverá a tener futuro y ahogará los gritos de muerte que están de moda. Esta es la esperanza cristiana que tiene su fundamento en el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios. Dios se ha acercado a nosotros en la carne de su Hijo, que se ha hecho hombre como nosotros, semejante en todo a nosotros excepto en el pecado. Y nos llama a la vida para hacernos partícipes de una Vida que no acaba.

Dios ha dotado al hombre (varón y mujer) de la capacidad de colaborar con él en la generación de nuevas vidas. La unión amorosa de los padres es el lugar sagrado donde brota la vida. La fecundación no es un simple amasijo de células, sino una carne con alma, y el alma la crea Dios para estrenar en cada ser humano que viene a la existencia.

Un ser humano vivo es una persona humana, aunque todavía no se haya desarrollado plenamente. Y más de cien mil seres vivos, personas humanas, son eliminados en el seno materno antes de nacer en España cada año. Millones y millones en el mundo.

A pesar de toda esa conspiración de muerte (“cultura de la muerte” la llamaba Juan Pablo II), la vida sigue brotando con fuerza y por eso vale la pena luchar en favor de la vida. El 25 de marzo tenemos una cita en la Catedral y en todas las parroquias para celebrar la Jornada por la Vida, para agradecer a Dios el don de la vida, y para luchar con las armas de la fe, de la oración y de la mentalización en favor de la vida. Muchos colaboran con la muerte en este campo sin saberlo, incluso sin culpa propia.

 Tenemos que crear entre todos una “cultura de la vida”, que respeta la ecología humana y la promueve, porque el primer derecho de todo ser humano es el derecho a vivir, una vez que ha sido concebido. “Nadie tiene derecho a suprimir una vida inocente”, gritaba Juan Pablo II en el paseo de la Castellana de Madrid allá por el año 1982, en su primer viaje a España. Desde entonces han sido segadas millones de vidas en el seno materno.

 Y muchas vidas han sido rescatadas de la muerte antes de ser destruidas, gracias a los que trabajan en favor de la vida. La Semana de la Familia abordará también otros temas relacionados con la familia y con la vida. El martes 26 nos hablará Mons. Juan Antonio Aznarez. El miércoles y el viernes otras ponencias según programa. El jueves será especialmente dedicado a la oración en todas las parroquias con los temas referentes a la familia; y el viernes la última ponencia y clausura de la Semana.

Somos como David y Goliat, unos enanos ante un gran gigante, pero David abatió a Goliat porque su lucha la basó “en el nombre del Señor”. Pues hagamos eso, en el nombre del Señor vivamos nuestra defensa de la vida, sin pretensión de ofender a nadie, pero proponiendo una y otra vez el evangelio de la familia y de la vida, que hace feliz al hombre y genera paz social.

Vuelve una y otra vez la propuesta de eliminar la vida en su última fase, cuando la “calidad” de vida ya no es estimable. Luchemos por la defensa de la vida en su última etapa. La persona vale no por lo que produce, ni estorba por el gasto que genera. La vida es sagrada y cuanto más débil más merece ser protegida, mimada, atendida con amor inmenso.

Ahí queda patente la dignidad de la persona, que ha de ser amada y atendida hasta su último aliento natural, sin que nadie tenga derecho a cortar el hilo. Misterio de la Encarnación, Semana de la Familia y la Vida, tiempo de Cuaresma que nos prepara a la gran fiesta de la Vida, Cristo que ha vencido la muerte y nos da nueva vida, la Pascua del Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Semana de la Familia

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua, Dios nos sale al encuentro en este cuarto domingo de Cuaresma con la parábola del hijo pródigo y del padre misericordioso. Es como el corazón de todo el Evangelio.

Algunos comentaristas afirman que si hubiera desaparecido todo el Evangelio, con tener esta parábola nos bastaría para conocer el corazón de Dios. Verdaderamente sorprendente, no podíamos imaginar que Dios fuera así, si no nos lo hubiera contado el mismo Jesucristo, el hijo y hermano bueno.

Dios es un padre al que le duele que su hijo se aleje de él. Dios sufre por nuestros pecados, por nuestras infidelidades, por nuestros olvidos de él. Él no se cansa de esperar que volvamos, y esto nos debe dar una gran esperanza siempre para nosotros y para los demás. De nadie está dicha la última palabra, podemos esperar su salvación hasta el último minuto, porque Dios espera siempre.

El hombre está muy bien dibujado en los dos hijos de la parábola. Ninguno de los dos vive como hijo. Uno se aleja, tomando en sus manos lo que el padre le da y lo malgasta hasta la ruina total. No vive como hijo, prefiere su autonomía, tiene sed de libertad, pero alejado de Dios cada día es más esclavo de sus vicios y pecados.

Ojo con la libertad que nos lleva al pecado, eso no es libertad, sino esclavitud del peor calibre. Alejado de Dios, queda despojado incluso de su dignidad de hijo y llegan a faltarle hasta las más elementales condiciones para sobrevivir.

Sólo en ese momento de extrema necesidad, recapacita y recuerda lo que ha perdido. Entonces se le ocurre volver, pero lo hace por necesidad; no piensa en su padre, no es capaz de darse cuenta de lo que su padre alberga en el corazón paterno. Le bastaría vivir como jornalero, una vez perdida la dignidad de hijo. Y aquí viene la sorpresa. El corazón de Dios no es como el nuestro.

El padre de la parábola es nuestro Padre Dios, el Padre que Jesucristo nos ha revelado como padre lleno de misericordia. Dios se conmueve cuando ve que volvemos a él, y sale a nuestro encuentro no para reñirnos, no para echarnos en cara nuestros extravíos, sino para expresarnos su amor, un amor que no habíamos imaginado nunca. Nosotros continuamente ponemos límite al amor de Dios, Dios sin embargo nos ama ilimitadamente.

Esta es una experiencia continua y progresiva en nuestra vida. Todavía no hemos agotado la misericordia de Dios, todavía no hemos experimentado hasta dónde llega ese amor de Dios.

 Contrasta este amor de Dios, rico en misericordia, con la actitud del hermano mayor que se ha quedado en casa, pero no disfruta de los dones del padre: “en tantos años que te sirvo nunca me has dado un cabrito para hacer fiesta con mis amigos”. Le molesta que su padre sea padre y se porte como padre. Le molesta que su hermano, el hijo pródigo, tenga perdón como si no hubiera pasado nada. “Ese hijo tuyo”, al que nunca reconoce como hermano. Le molesta que su padre sea tan misericordioso. En definitiva, la envidia no le deja vivir. Para él, es una injusticia tremenda que Dios sea capaz de perdonar así.

Como nos pasa a nosotros tantas veces, que consideramos injusto que Dios sea bueno con todos, incluso con los “malos”. También para este hijo mayor, el padre tiene palabras de perdón. Hijo mío, tu hermano.

Destacaría de toda la parábola la alegría del corazón de Dios Padre, cuando ve que un hijo suyo regresa. Para el hijo pródigo fue una gran sorpresa comprobar que su padre seguía siendo padre, a pesar de que él había sido un mal hijo. Más aún, pudo constatar esa misericordia del padre hasta el límite precisamente en las circunstancias en que él se había dejado llevar de su egoísmo y volvía de nuevo.

El tiempo de Cuaresma es para eso, para volver a Dios, el Padre misericordioso, que no se cansa de perdonar; y para volver a los hermanos, abriendo nuestro corazón incluso a los “malos” para que se arrepientan y vengan a la casa del Padre. No conseguiremos nada con reproches, todo lo ha conseguido Jesús con su amor hasta dar la vida por nosotros.

Nos detenemos ante el amor de Dios, contemplamos ese amor misericordioso hasta el límite y nos dejamos atraer por su misericordia. Recibid mi afecto y me bendición: Dios Padre misericordioso

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SAN JUAN DE ÁVILA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La próxima celebración de los 450 años de la muerte de san Juan de Ávila nos pone en clima de año jubilar, ocasión de volver nuestra atención a Montilla, lugar desde donde voló al cielo el 10 de mayo de 1569 y donde se veneran sus reliquias y su sepulcro hasta el día de hoy.

La diócesis de Córdoba guarda entre sus mejores tesoros esta memoria del gran santo y maestro de santos, san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia universal, patrono del clero secular y apóstol de Andalucía.

El próximo 6 de abril comenzamos este Año jubilar en la basílica pontifica de Montilla. Viene del Vaticano para este acontecimiento el cardenal Beniamino Stella, prefecto de la Congregación para el Clero y los Seminarios. Nos acompañará el arzobispo metropolitano de Sevilla, don Juan José Asenjo, y otros obispos cercanos. Y estáis todos invitados a uniros espiritualmente al acontecimiento y a visitar su sepulcro a lo largo de este año que se abre.

En esta fecha también será concedido por el Ayuntamiento de Montilla el título de hijo adoptivo de Montilla a san Juan de Ávila, que difunde el nombre de Montilla por el mundo entero. Este año para la novena previa a su fiesta vendrá cada día un obispo de Andalucía y el día grande de su fiesta (10 de mayo) lo celebraremos especialmente, con los sacerdotes por la mañana y con todo el pueblo cristiano por la tarde. La memoria de los santos, y de este gran santo, maestro de santos, es un estímulo para todos en nuestro camino de santidad. Para los sacerdotes particularmente, en nuestro camino de santidad sacerdotal.

La reforma de la Iglesia, necesaria en todas las épocas, y también en la nuestra, va precedida por la reforma del clero, de los sacerdotes. Si la Iglesia quiere afrontar una nueva época de santidad, una nueva primavera de la Iglesia, ha de poner especial empeño en la santidad de los sacerdotes y de los que se preparan al sacerdocio. Por eso, este nuevo año jubilar es una nueva ocasión y un estímulo, que nos llena de esperanza. San Juan de Ávila destaca fuertemente por su afán evangelizador. Quería que todos supieran que Dios es amor y a eso consagró su vida y todas sus energías.

Nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real) el 6 de enero de 1500 muere en Montilla el 10 de mayo de 1569. Hijo único y muy deseado de unos padres pudientes, va jovencito a Salamanca para estudiar derecho. Allí tiene una fuerte experiencia de Jesucristo, que le cambia la vida, y regresa a su casa. Tres años de oración intensa, de penitencia, de discernimiento. Descubre su vocación sacerdotal y marcha a Alcalá para los estudios eclesiásticos. Es ordenado sacerdote en 1526 y lo celebra en su pueblo natal, vendiendo todos sus bienes (que eran abundantes), repartiéndolos a los pobres e invitando a su primera Misa a doce pobres. Quiere ser misionero en el nuevo mundo recién descubierto y se traslada a Sevilla para embarcar rumbo a México. Además del despojamiento material, Dios le fue despojando de todo lo demás. El arzobispo de Sevilla le retiene y estando en Sevilla es calumniado, llevado a la cárcel, donde pasa más de un año privado de libertad. Cuando sale absuelto y libre de cargos, se traslada a Córdoba, donde queda incardinado para siempre como clericus cordubensis. Doña Catalina Fernández de Córdoba lo vincula a Montilla y después de predicar por tantos lugares –Granada, Zafra, Fregenal, etc–, funda colegios y la universidad de Baeza (1542) en su afán de completar la formación de los jóvenes.

Los últimos veinte años de su vida se retira a Montilla, y desde este lugar escribe cartas, tratados de reforma y espiritualidad, recibe visitas, aconseja a los santos más notables de la época en España. Y sobre todo dedica muchas horas a la oración y a la atención de sacerdotes, que lo tienen por maestro.

El año jubilar que comenzamos el 6 de abril de 2019 (125 años de su beatificación) para ser clausurado el 31 de mayo de 2020 (50 años de su canonización) sea una nueva ocasión para conocerle de cerca, imitarle en sus grandes virtudes, acudir a su intercesión y tenerlo como referente en nuestra vida cristiana.

Todo un calendario de acontecimientos irán jalonando este nuevo años jubilar. Que todo sirva para que, por su intercesión, nos acerquemos más a Dios y anunciemos con ardor el amor de Dios a nuestros contemporáneos. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Cuaresma es anuncio y preparación inmediata para la Pascua. La Pascua es la celebración anual de los misterios centrales de nuestra fe cristiana: Jesucristo que afronta su pasión y muerte por amor a todos los hombres y es resucitado por el poder de Dios, constituyéndolo Señor. Todo un acontecimiento que ha marcado la historia de la humanidad y que los cristianos celebramos con devoción, dolor y gozo, como las más importantes celebraciones del año.

La Pascua es un tiempo de renovación: cuarenta días para prepararla (cuaresma) y cincuenta días para celebrarla (cincuentena pascual), que concluye con la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Entre nosotros, además, coincide con la primavera, donde la creación se renueva, todo florece y cosechamos los frutos del año.

Pero la renovación más importante es la de nuestros propios corazones, y por eso hemos de ponernos en camino. La cuaresma recuerda los cuarenta años del pueblo de Dios por el desierto desde Egipto hasta la Tierra prometida, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí para recibir las Tablas de la Ley, los cuarenta días de Jesús al comienzo de su ministerio público cuando lucha cuerpo a cuerpo contra Satanás y lo vence.

Entremos en la cuaresma con el deseo de revivir nuestro bautismo hasta renovar esas promesas bautismales en la vigilia pascual. El trípode clásico de la cuaresma es: oración, ayuno y limosna, como nos ha recordado Jesús en el evangelio del miércoles de ceniza.

¡Volvamos a Dios! Abrimos nuestra mente y nuestro corazón a la Palabra de Dios, que en este tiempo nos llega con mayor abundancia. “Si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestro corazón” (Hbr 3, 15). Dediquemos tiempo más abundante a la oración en todas sus formas: oración litúrgica (misa, liturgia de las horas, confesión, etc.), devocional (rosario, viacrucis...), lectio divina (lectura orante de la Palabra de Dios), lectura espiritual (explicación de la fe y la moral cristiana, vidas de santos), etc.

La oración es la respiración del alma, y a veces andamos asfixiados. No encontramos tiempo, y lo que encontramos es a toda prisa y con miles de distracciones. Busquemos momentos, jornadas, lugares, etc. que nos ayuden a vivir el silencio de la escucha. Dios tiene mucho que decirnos, pero le es difícil decírnoslo si no estamos a la escucha. Cuando entramos en ese silencio de Dios, se nos ensancha el corazón y nos es mucho más fácil el camino de la vida. Por el contrario, cuando la oración anda escasa, todo va mal.

El tiempo de cuaresma es tiempo propicio para crecer en la oración, el trato con Dios. Dios está deseando y por eso nos ofrece un tiempo de gracias para la conversión.

El ayuno es una necesidad vital. Se expresa en la comida, pero abarca todas las dimensiones de la vida. Por el ayuno, el espíritu se purifica y el cuerpo se agiliza. ¿De qué podemos ayunar? La oración nos lo irá indicando: de tantas cosas que nos estorban para estar atentos a Dios y a las necesidades de los demás.

Tendemos por nuestra condición pecadora a centrarnos en nosotros mismos, a darnos gustos y caprichos en todos los campos (comida, vestido, viajes, gastos de todo tipo, empleo del tiempo, etc.), y de esa manera alimentamos nuestro egoísmo. El ayuno nos abre a las necesidades de los demás: una vida entregada y donada no piensa en sí mismo, sino en los que le necesitan. Esa espiral que gira hacia nosotros debe cambiar de sentido para ser una espiral en salida hacia los demás, para hacer de nuestra vida una donación.

La limosna es la actitud de misericordia hacia los pobres y necesitados, desde la convivencia más cotidiana con los que nos rodean hasta las grandes necesidades que el mundo padece.

No podemos desentendernos, sino debemos salir al paso como el buen samaritano, porque “el otro es un don” para mí, como nos recuerda Papa Francisco en su Mensaje para Cuaresma 2017. La cuaresma es ocasión preciosa para ejercitarnos en ese amor fraterno. El pobre Lázaro (Lc 16, 19- 31) nos hace entender que la vida tiene otra dimensión, además de las apariencias, el prestigio, el poder, el placer, la vanidad y la mentira.

Los pobres nos recuerdan que también cada uno de nosotros hemos de ser un don para ellos. Comenzamos la cuaresma con buen ánimo. “Este es el tiempo de la misericordia”, aprovechemos la cuaresma que nos conduce hacia la pascua del Señor y la nuestra. Recibid mi afecto y mi bendición: Oración, ayuno, limosna.

 

 

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SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA: TABOR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En este segundo domingo de cuaresma, el Evangelio nos presenta la escena de la transfiguración del Señor en el monte Tabor. Jesús subió con los tres discípulos más cercanos a un monte desde el que se domina toda la región de Galilea y se transfiguró delante de ellos. Es decir, dejó translucir en su carne humana la gloria de su persona divina, de su divinidad. Su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. Debió ser una estampa bellísima la de ver a Jesús con toda su belleza, con toda su gloria, transfigurado. Pedro, al ver esto, exclamó: “Qué bien se está aquí” (Mt 17, 4).

¿Qué pretendía Jesús con aquel momento, en el que no hubo enseñanzas especiales, como las que había habido en el sermón de la montaña? Fue como mostrarles su gloria, como un anticipo de lo que después será su resurrección.

Jesús con la transfiguración les comunica a sus discípulos una gran esperanza, al mostrarles la meta definitiva de la carne humana: esta carne humana y toda la persona está llamada a la divinización, a la glorificación, a la transfiguración plena.

Y lo hace antes de enfilar el camino hacia Jerusalén, durante el cual irá anunciándoles la pasión y la muerte que voluntariamente él va a sufrir en la Cruz. Jesús, antes de meternos en la fragua de la Cruz, nos anuncia el resplandor de la gloria a la que estamos llamados.

Quizá no consiga disipar todos los escándalos que la Cruz va a suponer para sus discípulos más cercanos, pero siempre les quedará el buen sabor de haber estado con él en este momento tan singular. Cuando el Resucitado se les aparezca, después de la pasión y la muerte, ellos le reconocerán también por la experiencia vivida en la transfiguración.

La cuaresma es camino de preparación para la Pascua, es una etapa de penitencia, de ayuno, de esfuerzo. La Iglesia nos sitúa ante este momento de la transfiguración, como hizo Jesús, para confortarnos en medio de nuestras penitencias con la meta de este camino ascensional. Cuando se tiene clara la meta es más fácil afrontar las dificultades del camino.

La religión cristiana no es la suma de nuestras prácticas penitenciales, aunque éstas sean necesarias para nuestra plena renovación. La religión cristiana nos presenta a Jesús en el centro y como meta su transfiguración y la nuestra. Se trata como de una metamorfosis (un cambio de ser) en el que llegaremos a ser “otro”, permaneciendo el mismo sujeto.

Santa Teresa de Jesús, cuando tiene que explicar este misterio de la transformación de nuestras vidas, encontró una imagen bonita, como buena maestra y doctora de la Iglesia. Dice ella que es algo parecido al gusano de seda, que bien alimentado por las hojas de morera, elabora un hilo fino de seda con el que teje un capullo, en el cual ese gusano se encierra por un tiempo. Ese gusano transformado en crisálida, rompe el capullo y sale convertido en mariposa que vuela y que resulta fecunda por la puesta de innumerables huevos, que se convertirán en nuevos gusanos.

La vida cristiana no es la suma prolongada de lo que somos y de lo que vivimos a lo largo de nuestra existencia. La vida cristiana es como una transfiguración, es una nueva vida, como la de Cristo resucitado, que se va tejiendo en el día a día de nuestra existencia, y en donde la acción del Espíritu Santo nos va transfigurando como el gusano de seda se transmuta en mariposa.

La transfiguración nos habla de la meta, y eso nos anima grandemente, y nos habla de un proceso de transformación en el que vamos siendo empapados de divinidad, vamos siendo divinizados, hasta llegar a ser plenamente humanos y partícipes de la naturaleza divina.

Ánimo. Vale la pena recorrer el camino de la cuaresma que nos prepara para la Pascua. Vale la pena emprender el camino que pasa por la Cruz, cuando en el horizonte está la resurrección. Vale la pena aprovechar este tiempo santo de la cuaresma por el que somos plenamente renovados. Cuando hemos encontrado a Jesús, todo cuadra, y podemos decir: Qué bien se está aquí. Recibid mi afecto y mi bendición. Qué bien se está aquí.

 

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DIA DEL SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Seminario es un lugar, una etapa, un plan de formación, una comunidad de jóvenes que se preparan para el sacerdocio ministerial. La Iglesia cuida con todo esmero la preparación de aquellos que son llamados por Dios para servir a los hombres en este ministerio. Acompaña a los jóvenes que sienten esta vocación, discierne los signos de esa llamada de Dios, verifica si esa llamada toma cuerpo en la vida de esta persona, y, después de un tiempo largo de preparación (humana, intelectual, espiritual y pastoral), los presenta para ser ordenados por el sacramento del Orden, que los consagra en ministros de Jesucristo buen pastor. El próximo 19, día de san José, será ordenado presbí- tero uno de ellos. En la reciente Visita ad limina, el Papa nos ha insistido en esta preciosa tarea del Obispo: la de suscitar colaboradores y continuadores del ministerio sacerdotal para el bien de la Iglesia, la de atender bien nuestro Seminario, la de alentar a los jóvenes que se presentan con vocación sacerdotal. Los sacerdotes constituyen un bien común de todo el Pueblo de Dios y son un bien necesario para la sociedad de nuestro tiempo, son bienhechores de la humanidad. Y si queremos tener sacerdotes, hemos de prepararlos con medios adecuados. Un edificio que los acoge, un equipo de formadores que los acompaña y los va ayudando a crecer en todos los aspectos, un claustro de profesores que cuida la formación intelectual de nivel universitario, unos párrocos que los van iniciando en la práctica pastoral, etc. Y en el fondo de todo ello, una familia que favorece el seguimiento de Cristo, unos padres que se desprenden de su hijo, unos hermanos que apoyan al hermano que va a ser cura, unos amigos que se alegran de la vocación de su amigo. Nuestro Seminario de Córdoba goza de buena salud, gracias a Dios, y así me lo han reconocido en Roma estos días. Tenemos un total de 85 jóvenes que quieren ser curas. Demos gracias a Dios, porque cada uno de ellos es un milagro de Dios y una gracia que hay que cuidar con toda atención, más todavía en los tiempos que vivimos. Dios sigue llamando, y no dejará a su Iglesia sin los sacerdotes que ésta necesita para la evangelización y para acompañar a tantas personas que necesitan esperanza. En el Seminario Conciliar San Pelagio, 32 mayores y 31 menores. En el Seminario Redemptoris Mater, 22. Estos jóvenes constituyen un reto y una responsabilidad para la diócesis, que asume con entusiasmo la tarea de formarlos bien para servir a sus contemporáneos. Hemos de favorecer entre todos esa cultura vocacional, que ayuda a madurar las semillas de la vocación. Los padres, los sacerdotes, especialmente los párrocos, los profesores, los amigos, el Seminario como lugar específico, toda la diócesis. Para ello, debemos orar continuamente al Señor para que siga enviando trabajadores a su mies y contribuir económicamente en el sostenimiento del Seminario. Tomemos como algo nuestro el Seminario y apoyémoslo con todos los medios. La diócesis de Córdoba –me han recordado en la Visita ad limina– tiene un referente estupendo para el sacerdote diocesano en san Juan de Ávila, doctor de la Iglesia, clericus cordubensis. A él le pedimos que nuestros sacerdotes sean santos, amigos de Dios y cercanos a los hombres por el servicio y la entrega de sus vidas. El Papa nos insistía en que los sacerdotes han de ejercitarse en el “apostolado de la oreja”, es decir, de la escucha y del acompañamiento constante a tantas personas que necesitan esperanza. Pastores con olor a oveja, es decir, entregados y en contacto continuo con los fieles que les son encomendados. Humildes, orantes, entregados, pobres y austeros en sus vidas, sobrios y castos, obedientes, amantes de los pobres, que encuentran en ellos un reflejo de Jesucristo buen samaritano. Cuando hay sacerdotes así, surgen vocaciones, surgen jóvenes que quieren ser así. El presbiterio diocesano de Córdoba es el primero y principal generador de todas estas vocaciones sacerdotales. Queridos sacerdotes, tomad como primera preocupación de vuestro ministerio dar a la Iglesia abundantes vocaciones. Cuando los fieles encuentran un sacerdote así, les descansa el corazón. Necesitamos más sacerdotes y sacerdotes cada vez más santos, para llevar al mundo la alegría del Evangelio, porque constituye un gozo inmenso encontrarse con Jesucristo y para eso son necesarios sacerdotes que lo prolongan hoy. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Seminario Q

 

 

 

 

25 MARZO, ENCARNACIÓN DE JESÚS EN EL SENO DE MARÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 25 de marzo celebramos la fiesta de la encarnación de Señor en el seno de María virgen. Por obra del Espíritu Santo, sin concurso de varón, María santísima recibió una nueva vida en su vientre, y la acarició con amor. Era el Hijo de Dios, Dios eterno como su Padre, que comenzaba a ser hombre, una criatura indefensa, y comenzó a serlo como embrión animado de alma racional humana, que después se convirtió en feto y llegado a la madurez correspondiente fue dado a luz en la Nochebuena. Qué bonita es la Navidad como paradigma del nacimiento de todo niño que viene a este mundo. Así hemos nacido todos. Como fruto del abrazo amoroso de nuestros padres, ha brotado en el vientre de nuestra madre una nueva vida, un nuevo hijo, que ha sido acogido con amor y gozo en el seno de nuestra familia, hasta que hemos nacido, desprendiéndonos del seno materno. La ciencia nos certifica que desde el momento mismo de la concepción, de la fecundación, comenzó un nuevo ser distinto de la madre, no un simple amasijo de células, sino una persona viva llamada a la existencia, si nadie lo impide. Hoy no se lleva llamar las cosas por su nombre, y cuando se mata al hijo engendrado en el seno materno, se habla de “interrupción voluntaria del embarazo”, cuando la realidad cruda y dura consiste en eliminar a un ser humano en el lugar más seguro y más cálido para el ser humano: el vientre materno. El Concilio Vaticano II a este hecho lo llama “crimen abominable” (GS 51), y en él intervienen el padre, la madre, la más amplia familia, los amigos, el personal sanitario, etc. Toda una presión social, en la que tantas veces la misma madre es víctima y no tiene más salida que la de abortar, pagando ella sola los vidrios rotos de esta catástrofe. Las heridas profundas que produce el aborto ahí quedan para ser sanadas por una abundante misericordia. Todos somos de alguna manera responsables de este fracaso: el aborto provocado en más de cien mil casos cada año en España, que suman ya más de un millón de vidas humanas segadas al comienzo de su existencia. Se trata de un fracaso no sólo personal, sino colectivo y social. La mentalidad de nuestra sociedad, con leyes y sin leyes, se va generalizando en dirección abortista, y una mujer tiene todo a su favor para eliminar al hijo de sus entrañas y apenas cuenta con ayuda para llevar libremente su embarazo a feliz término. He aquí una de las más sonoras injusticias de nuestro tiempo. Se invoca la libertad de la madre para tener este hijo, y no se tiene en cuenta para nada el niño que acaba de ser engendrado y que tiene derecho a nacer. La Jornada por la Vida, que celebran todos los movimientos provida el 25 de marzo es una llamada a valorar la vida en todas sus fases, desde su concepción hasta su muerte natural, de manera que podamos hacer frente a la cultura de la muerte que se va difundiendo como una marea negra en nuestro tiempo. El sí a la vida es un sí al progreso, porque si no hay nacimientos está en peligro la ecología humana, está en peligro la sociedad y su continuidad armónica, está en peligro el crecimiento de una nación, están en peligro las pensiones. La gran esperanza para la humanidad es el nacimiento de nuevos hijos. Cuando éstos son escasos, la esperanza está recortada, el futuro es incierto, la sociedad se muere de tristeza. El cristiano vive de la fe y por eso ama la vida, que se prolonga en la vida eterna gozosamente. Apoyado en la ciencia y por el sentido común de la ley natural, trabaja a favor de la vida y va poniendo los medios para que ningún ser humano sea eliminado forzadamente en el seno materno. Si ya en esos primeros momentos de la vida, se permite la violencia, qué podemos esperar en otros campos o niveles. La crisis moral y de valores que estamos viviendo encontrará una salida cuando la vida humana sea más valorada, y los esposos jóvenes vivan abiertos a la vida, y sean apoyados por toda la sociedad. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Sí a la vida, esperanza ante la crisis! Q

 

 

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

 

HERMANOS Y HERMANAS: El tercer domingo de cuaresma es el domingo de la Samaritana, el domingo de la sed de Cristo, el domingo en que él quiere saciar nuestra sed con su agua, que es el Espíritu Santo. El agua del que habla el evangelio de san Juan se refiere al Espíritu Santo. “De sus entrañas manarán torrentes de agua viva… Esto lo decía del Espíritu Santo” (Jn 7,37-39).

También en este pasaje de la Samaritana, el agua que Jesús le ofrece es el Espíritu Santo: “Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva” (Jn 4,10).

Jesús ha venido a saciar nuestra sed, y para ofrecernos su agua, se presenta ante la Samaritana junto al pozo de Sicar, pidiéndole él a ella: “Dame de beber”.

Jesús entra en nuestras vidas de múltiples maneras, y muchas veces entra reclamando nuestra atención a esas múltiples necesidades que padecen los que están a nuestro alrededor, tras de las cuales se esconde él mismo como necesitado. Cuál es nuestra sorpresa cuando, atendiendo a tantas necesidades humanas, nos topamos con Jesús, porque él estaba ahí esperándonos.

La cuaresma es camino de preparación para la Pascua, y la Pascua culmina con el don del Espíritu Santo en Pentecostés. Ese mismo Espíritu Santo que brota del costado de Cristo, traspasado por la lanza, del que salió sangre y agua. El mismo Espíritu que abrasa las entrañas de Cristo en la Cruz, hasta hacerle gritar: “Tengo sed” (Jn 19,28). El Espíritu Santo que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y lo ha inundado de gloria, en su alma y en su cuerpo.

La cuaresma prepara nuestra alma para recibir el don supremo del Espíritu Santo, purificándonos de otros sucedáneos que no calman la sed. “El que bebe de esta agua vuelve a tener sed, pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed”. “Nos hiciste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (san Agustín).

Este tiempo santo quiere reorientar nuestra vida hacia Dios. Nadie podrá saciar nuestra sed más que Cristo, y hemos de examinar nuestro corazón para descubrir dónde bebemos y dónde buscamos saciar nuestra sed. Es preciso corregir el rumbo, para que nuestro caminar esté orientado hacia Dios.

Jesús conoce la vida de esta mujer de moral disipada, y no le echa para atrás esa situación. Al contrario, la busca premeditadamente. Era una mujer y además una mujer pecadora. Jesús supera estas barreras sociológicas y religiosas de su época, porque ha venido a buscar a los pecadores para introducirlos en la órbita del amor de Dios que redime.

Y entabla con ella un diálogo de salvación, se pone a su nivel pidiéndole agua, para escucharla y poderle ofrecer de esta manera otro agua superior. La escena evangélica de la Samaritana está llena de misericordia por parte de Jesús, que no condena ni rechaza, sino que invita y espera lo mejor de cada uno de nosotros.

 El tiempo de cuaresma es tiempo de gracia especial para los pecadores, porque están llamados a encontrar el perdón de Dios que reoriente su vida.

Cuando la Samaritana ha experimentado este amor gratuito en su vida, se ha sentido conocida y saciada por un amor que nunca había conocido. Es entonces cuando va a decirles a sus paisanos que ha encontrado al Mesías, al salvador del mundo. Y es que el apostolado, o brota de esta experiencia de un amor gratuito que se convierte en testimonio, o es simple proselitismo que no convierte a nadie ni transforma la vida.

Preparemos la Pascua, el paso del Señor por nuestra vida. Para ello nos acercamos a Cristo que nos pide de beber para darnos él un agua que brota del corazón de Dios, el Espíritu Santo. Recibid mi afecto y mi bendición: «Dame de beber»

 

 

 

 

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA: LÁZARO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Resulta conmovedor el relato de la resurrección de Lázaro, porque vemos a Jesús que llora ante la tumba de su amigo muerto, y los que estaban mirándolo concluyeron: “¡Cómo lo quería!”.

Jesús sabe que lo va a resucitar, devolviéndolo a la vida, e incluso ha declarado: “Lázaro ha muerto; vamos a despertarlo”. Sin embargo, se le ve conmovido hasta las lágrimas cuando llega al sepulcro y constata que está cadáver y ya huele mal, porque llevaba muerto cuatro días.

A nosotros muchas veces nos brotan espontáneas las lágrimas de la emoción o la pena, y nos parece una debilidad humana impropia de personas fuertes. Este gesto de Jesús nos lo hace muy cercano, porque al hacerse hombre ha asumido todas nuestras debilidades sin pecado, también las lágrimas por un amigo que ha muerto. Y nos consuela ver a Jesús llorar por un amigo, verle conmovido.

En el quinto domingo de cuaresma, camino de la Pascua, Jesús nos anuncia la vida. El próximo domingo ya lo veremos entrando en Jerusalén, montado en la borriquita. Hoy asistimos con él a la resurrección de su amigo Lázaro muerto, al que Jesús resucita devolviéndole la vida terrena, como un signo de la vida eterna que ha venido a traernos a todos. ¿Quién es éste que tiene poder para resucitar a los muertos? Nadie ha hecho cosa semejante a lo largo de la historia.

En el evangelio se nos relatan tres milagros en los que Jesús devuelve la vida: la hija de Jairo (Mt 9, 18-26), el hijo de la viuda de Naím (Lc 7, 11-17) y la resurrección de Lázaro (Jn 11, 38-44). Al realizar este tercero, proclama: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre”.

He aquí la clave del mensaje de este domingo: Jesús es la Vida, tiene la vida que el Padre le ha comunicado y tiene la capacidad de darla a quien la haya perdido. Sobre todo, tiene la capacidad de darnos su propia vida, la vida sobrenatural del Espíritu Santo en nuestras almas, por medio de los sacramentos que nos vivifican y por medio de su Palabra, que da vida.

El bautismo es el sacramento por el que nacemos a la vida de Dios en nosotros. La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros esa vida de Dios. El sacramento de la penitencia vigoriza nuestra alma mortecina por el pecado, y si hemos perdido la gracia de Dios, nos la devuelve acrecentada. Nuestra preparación para la Pascua no es sólo prepararnos para una fiesta.

 En la Pascua vamos pasando de la muerte a la vida, al hacernos Jesús partícipes de su misma vida. Una buena confesión, bien preparada por un buen examen de conciencia, que nos acerque avergonzados y arrepentidos al sacramento del perdón será la mejor preparación para la Pascua.

¿Quién podrá restaurar nuestro corazón en tantas heridas que nos hacen sufrir? ¿Quién podrá curar nuestro egoísmo, que destruye nuestra persona? Sólo Jesús tiene palabras de vida eterna. Sólo él tiene vida para dar y repartir sin medida. Jesús no sólo nos propone un camino, un método, unas pautas de comportamiento. Jesús nos da su misma vida y es capaz de dárnosla incluso si tiene que resucitarnos, como ha hecho con su amigo Lázaro.

Deseemos vivamente las fiestas de Pascua, en las cuales nuestra vida cristiana se renueva y se fortalece. Reavivemos en nosotros el bautismo que nos ha dado la vida de Dios, ya no la de Lázaro. Una vida que no acabará nunca y que llegará a su plenitud más allá de la muerte. Mediante la oración, el ayuno y la limosna preparemos nuestro corazón para recibir el gran don del Espíritu Santo, que vendrá desbordante en Pentecostés. Recibid mi afecto y mi bendición: Jesús se echó a llorar.

DOMINGO DE RAMOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Con el Domingo de Ramos, con la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de la borriquita, comenzamos la Semana Santa, la semana en que celebramos anualmente los misterios centrales de nuestra fe cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo.

Hemos venido preparándonos durante la cuaresma (40 días) y lo celebraremos durante el tiempo pascual (50 días), para rematar en Pentecostés con la venida del Espíritu Santo.

En este domingo aparece Jesús que camina libremente hacia la muerte. “Nadie me quita la vida, la doy yo libremente” (Jn 10,18). Jesús no es sorprendido por lo que le viene encima, sino que lo conoce y desea que se cumpla. “Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer” (Lc 22,15). Llama la atención la libertad con la que Jesús se enfrenta a su muerte redentora. Más que un reo, aparece como un juez poderoso, dueño de la situación. El secreto de todo ello está en el amor que mueve su corazón. Jesús no va a la muerte a empujones o a la fuerza, va libremente, como libre es el amor que le acompaña.

Amor al Padre, al que se entrega en obediencia amorosa. Jesús conoce el plan redentor de su Padre Dios y ha entrado de lleno en esa voluntad de salvar a todos, entregándose a la muerte. Su obediencia es un acto de amor y la ofrenda de su vida tiene ante todo esa dirección vertical de darle a su Padre lo que se merece, y lo que tantas veces los humanos le hemos robado por el pecado.

 Y amor a los hombres, por los que se entrega voluntariamente en actitud de servicio, ocupando el último puesto, para que nosotros recuperemos la dignidad de hijos de Dios. Los sufrimientos de la pasión que viene encima serán terribles.

Sufrimientos físicos: azotes, corona de espinas, clavado en cruz, sed agotadora, muerte por asfixia. Sufrimientos sicológicos: humillación, tremenda humillación. Es tratado como un malhechor, siendo el hijo de Dios. Sometido a una sentencia injusta, él no abrió la boca. Tremendamente llamativo el silencio de Jesús a lo largo de la pasión. “Jesús, sin embargo, callaba” (Mt 26,62), recordando al Siervo de Yavé, que iba mudo como cordero llevado al matadero.

Pero lo más misterioso es ese silencio de Dios, que le hace gritar a Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”(Mt 27, 46). Dios Padre no abandonó nunca a su Hijo, y bien lo sabía Jesús que el Padre nunca le abandona. Sin embargo, la zona inferior de su humanidad se sintió desgarrada ya desde la oración en el huerto.

Jesús quiso tocar de esta manera tantas situaciones humanas donde se palpa el silencio de Dios. Y es que todo ese sufrimiento humano, que muchas personas arrastran en su vida es peor que la muerte. Y Jesús ha pasado por ese trago, para que cuando nos toque pasarlo a nosotros no nos sintamos solos.

Ha sido muy honda la humillación y el descenso hasta lo más inferior. Y es que será muy grande la exaltación por la resurrección. Bien lo expresa el himno que cantamos en la liturgia y que ya cantaban aquellos primeros cristianos como respuesta a la predicación de los apóstoles, y concretamente a la predicación del apóstol Pablo. “Cristo, siendo de condición divina... se despojó de su rango, obediente hasta la muerte de Cruz. Por eso, Dios lo exaltó sobre todo” (Flp 2, 6-11).

Entremos con Jesús en Jerusalén, aclamémosle con palmas y ramos, uniéndonos al griterío de los niños y jóvenes que le aclaman como rey: “Bendito el que viene en nombre del Señor”. Participemos en la liturgia de estos días santos.

La Misa Crismal del martes, donde se consagra el santo Crisma para los sacramentos y los sacerdotes renuevan sus promesas (invitados también especialmente los que se van a confirmar). El triduo pascual, jueves en la tarde, viernes y vigilia pascual. Y, si le acompañamos en la muerte, tendremos parte en la alegría de su resurrección.

Las procesiones de Semana Santa sean todas expresión de este acompañamiento a Jesús que camina libre hacia la muerte para llevarnos a todos a la resurrección de una nueva vida. Santa Semana para todos y feliz Pascua de resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición: Libre hacia la muerte.

 

DOMINGO DE PASIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Te rogamos, Señor Dios nuestro, que tu gracia nos ayude, para que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la salvación del mundo”, reza la oración colecta de este domingo de pasión, a pocos días de la semana santa. Vivir de aquel mismo amor es vivir como vivió él, Jesucristo. Vivir así es vivir dando la vida y gastándola en el servicio de Dios y de los hermanos. Ha sido el amor, y sólo el amor, el motor de toda la redención. Jesucristo lo ha vivido así y lo ha predicado con el ejemplo. Dios Padre ha entregado a su Hijo al mundo por amor: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y en ese clima de amor ha vivido Jesucristo su existencia terrena, para entregarse a la muerte por amor al Padre y a los hombres. Por amor al Padre: “Para que el mundo vea que amo al Padre… vamos [a la pasión]” (Jn 14, 31), y por amor a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15,13). La obediencia de un corazón humano es la clave de la redención. La obediencia por amor de Cristo al Padre es la clave de nuestra salvación. En esta sinfonía de amor, una nota disonante es el pecado del mundo, nuestros pecados, que ofenden a Dios realmente, dividen el corazón del hombre y rompen la armonía de la creación y de la convivencia humana. El pecado hace que la redención esté teñida de dolor, haciendo que la cruz sea repelente a simple vista. Pero este mismo pecado ha sido reciclado en la cruz redentora de Cristo, porque él ha vivido su muerte en la cruz con una sobredosis de amor al Padre y a los hombres, y “de lo que era nuestra ruina, ha hecho nuestra salvación” (prefacio 3º ordinario). El amor, por tanto, en el origen y en el término. El amor como motor de la redención del mundo. El amor en la cruz de Cristo como la gran potencia recicladora de todos nuestros egoísmos y contradicciones. El amor ha triunfado sobre el pecado, y desde la Cruz el amor se extiende como misericordia para todo el que quiera recibirla. El domingo de pasión nos pone delante de los ojos a Cristo crucificado, que nos abraza con su amor y solicita de nosotros una respuesta de amor en el mismo sentido: “Que vivamos siempre de aquel mismo amor que movió a tu Hijo a entregarse a la muerte por la redención del mundo”. Nos acercamos a la celebración anual y solemne de la redención en la Semana Santa: pasión, muerte y resurrección del Señor. Pongamos a punto nuestro corazón para sintonizar con ese amor, que va a pasar por nuestras vidas, para que vivamos una verdadera “pascua”. La piedad popular multiplica en estas jornadas sus actos penitenciales: viacrucis, quinarios y triduos, actos de hermandad en cada una de las cofradías. Ponerse a punto para los días santos que se acercan incluye poner a punto el corazón, con oración más abundante, con ayuno penitencial y con una caridad más ardiente. De nada nos serviría todo lo exterior, si no nos lleva a lo interior, si la procesión no va por dentro. Vivir del amor de Cristo, vivir como vivió él no es algo en lo que nos empeñamos nosotros, sino un don de Dios, que pide nuestra colaboración para ser eficaz en nuestras vidas. Mirar a Cristo crucificado, mirarlo fijamente durante estos días. Tiene mucho que decirnos a cada uno. Quiere decirnos ese amor, distinto a los demás amores humanos, que viene de Dios y ha transformado el mundo. Le pedimos que nos conceda vivir de ese mismo amor que le ha movido a entregarse a la muerte por la salvación del mundo. Recibid mi afecto y mi bendición: Domingo de Pasión Q

 

 

SEMANA SANTA: VAYAMOS Y MURAMOS CON ÉL

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cuando todos los apóstoles estaban temblando de miedo ante el anuncio de la pasión por parte de Jesús, Tomás tuvo un arranque de generosidad: “Vayamos y muramos con él” (Jn 11,16). Luego, cuando llegue la hora de la verdad, desaparecerá del escenario, como desaparecieron Pedro y casi todos los demás, siguiendo de lejos los acontecimientos del Maestro. Tan sólo nos consta de Juan, que estaba junto a la cruz con María la madre de Jesús, los demás se dejaron vencer por el miedo, quisieron salvar su pellejo antes que dar la cara por Jesús. Cuando Jesús resucita de entre los muertos, no les echa en cara este acobardamiento, sino que se muestra cariñoso con ellos, lleno de misericordia. Especialmente con el apóstol Tomás, con el que tiene la condescendencia de aparecerse a los ocho días para mostrarle las llagas de sus manos y el costado abierto por la lanza. Domingo de la divina misericordia. A Jesús le gustan nuestros arranques, nuestros buenos deseos, que brotan del amor verdadero, aunque tantas veces nos quedemos luego cortos en la realización. A santa Teresa de Jesús le gustaba decir que ella pertenecía a la cofradía de los buenos deseos, y ahí la tenemos llena de buenas obras, porque los buenos deseos son los que generan las buenas obras. Como los apóstoles, que a pesar de su debilidad en el momento fuerte de la cruz, una vez fortalecidos por la resurrección del Señor, serán capaces de anunciar a Cristo muerto y resucitado y dar la vida por él. En estos días santos, dejemos que nuestro corazón se arranque como una saeta de amor a Jesús y a su bendita Madre, cuando contemplemos los distintos pasos del escenario de la pasión, muerte y resurrección del Señor. ¿Se quedará sólo en buenos deseos? Seguro que no, pues también en nosotros los buenos deseos, antes o después, generan buenas obras. Pero son días de desear, como Tomás, estar con Jesús y participar de sus más profundos sentimientos. “Vayamos y muramos con él”. He concluido en estos días la Visita pastoral al barrio de poniente en la ciudad de Córdoba. Cuánta gente buena, cuánta pobreza hasta la carencia de lo más elemental, cuánta caridad y solidaridad para paliar los efectos de la crisis y del paro. La celebración de la Semana Santa no es una evasión de la realidad que vivimos, sino un compromiso más fuerte con Jesús, que nos mira lleno de misericordia, y con los hermanos, que nos piden ayuda porque no llegan a fin de mes. La Semana Santa que comenzamos será un año más una explosión de devoción, de entusiasmo, de fervor, de piedad. Dejemos que él –Jesús– nos mire. Sintamos la presencia maternal de la Madre que nos acompaña, especialmente en los momentos de dolor para paliarlos o en los momentos de gozo para multiplicarlo. No nos quedemos en lo puramente externo, sino entremos en el corazón de Cristo, en el corazón de su Madre bendita para hacernos más humanos, para hacernos más divinos. “Vayamos y muramos con él” sea para cada uno de nosotros como un arranque de buenos deseos. De estar con Jesús y no dejarle nunca, y de salir al encuentro de tantas personas que sufren a nuestro alrededor. Hay quien afirma que de no estar la Iglesia con sus parroquias y sus cáritas, dentro de las cuales están muy presentes las cofradías, cercana a la gente que sufre, podríamos tener un estallido social. Porque las necesidades son muchas, y es mucha gente la que pasa hambre en nuestro entorno. Cuando llegue el jueves santo, volveremos a escuchar el mandato de Jesús: “Amaos unos a otros como yo os he amado”, y veremos el gesto tan elocuente de Jesús lavando los pies de sus discípulos. No podemos permanecer impasibles ante tanto sufrimiento: el que Cristo nos manifiesta en su gloriosa pasión y el que padecen tantos hermanos nuestros, vecinos nuestros, que no tienen ni para comer. “Vayamos y muramos con él”. La semana santa constituya un nuevo impulso para seguir de cerca a Jesús, que va camino de su entrega por amor, a fin de alcanzarnos el perdón de Dios. Y que ese amor que brota del corazón de Cristo mueva el nuestro para atender tantas necesidades de nuestro entorno. Recibid mi afecto y mi bendición: «Vayamos y muramos con él» Q

 

 

LA PASCUA DE RESURRECCIÓN

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El núcleo central del cristianismo y de nuestra fe es una persona, Jesucristo. Y el núcleo central de nuestra fe en Jesucristo que estamos celebrando estos días de pascua es la muerte y la resurrección del Señor.

Los días de Semana Santa hemos asistido con emoción, conmovidos, a la celebración de la pasión y muerte de Jesús, tal como nos la narran los Evangelios y tal como nos lo transmite la Iglesia.

La liturgia tiene la capacidad de traernos el misterio que celebramos, de manera que podamos asistir en directo a los acontecimientos que sucedieron una vez y se nos trasmiten en directo en la celebración litúrgica. Impresiona contemplar a Jesús que va a la muerte, como cordero al matadero, en actitud de amor obediente al Padre y en actitud de amor solidario con toda la humanidad, con cada persona.

Lo vemos colgado en la cruz, no como un objeto decorativo, sino como una realidad histórica que ha sucedido hace dos mil años. Sólo el contemplar los distintos momentos de esa pasión que culmina en la muerte, conmueve al que lo contempla. Y si además profundiza en los motivos, se da cuenta del amor desbordante que ha movido todo esto. “Amó más que padeció”, le gustaba repetir a san Juan de Ávila.

Si nos detenemos a contemplar estos acontecimientos es porque están saturados de amor a cada uno de nosotros, de manera que cada uno podemos decir en primera persona: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20).

Contemplar la pasión no es cosa sólo de semana santa, sino de toda la vida del cristiano, porque contemplando tanto amor, uno se siente provocado a amar de la misma manera. Todo eso no sería más que un nostálgico recuerdo del pasado, si no hubiera resucitado. El acontecimiento de la resurrección es el que da sentido a todo.

Aquel que colgó en el madero de la cruz, que murió y fue sepultado, HA RESUCITADO. Ha vencido la muerte, la suya y la nuestra. Y esta noticia ha llegado hasta los confines de la tierra y ha llenado el corazón de regocijo para todos.

Nadie, ningún líder de la humanidad ha tocado tan a fondo el problema del hombre; este hombre con tanto deseo de vivir y, sin embargo, sometido a la muerte. Sólo Jesús, cordero inocente, ha llegado hasta nosotros y ha compartido nuestra desgracia, la muerte como consecuencia del pecado. Y sólo Él ha vencido la muerte resucitando para no morir nunca más. Sólo Jesús ha resuelto este problema, el problema del hombre.

El acontecimiento de la resurrección es un hecho real, no imaginario ni virtual. Le sucedió al mismo Jesús, de manera que ya no está muerto, su sepulcro está vacío: “No busquéis entre los muertos al que vive, porque ha resucitado”.

Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en una fecha concreta y ha dejado huellas históricas constatables. Y sobre todo, es un hecho del que hay numerosos testigos, que lo han visto, han estado con Él, lo han tocado y han convivido hasta su ascensión a los cielos.

No hay acontecimiento en la historia de la humanidad que goce de tanta historicidad como la resurrección del Señor. Ha sido sometido a todo tipo de análisis, ha hecho correr ríos de tinta en todas las épocas, es un hecho verificado con todas las garantías.

Los apóstoles son testigos directos, y su testimonio es prolongado por la Iglesia a lo largo de la historia. El acontecimiento de la resurrección de Jesús ha cambiado la vida de muchísimas personas y ha cambiado el curso de la historia humana, introduciendo en la misma la novedad del Resucitado.

Cuando llegamos a estas fechas de celebración de la resurrección del Señor, se afianza la fe del pueblo creyente. Y muchos que no creían, comienzan a creer, como le pasó al apóstol Tomás, que cuando se lo contaron dijo: “si no lo veo no lo creo”. Jesús tuvo la condescendencia y la paciencia de mostrarle sus llagas, y Tomás se rindió confesando: “Señor mío y Dios mío”.

La fe en Jesús resucitado no es sencilla consecuencia de un razonamiento, sino fruto de un encuentro con Jesús, de donde brota la fe.

Celebrar en la liturgia este hecho, quiere introducir en nuestra vida una renovación de la fe y de la esperanza, que desemboca en un amor ardiente capaz de transformarlo todo.

Feliz Pascua de resurrección a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! Nosotros lo hemos “visto” y damos testimonio al mundo entero de esta gran noticia para que la alegría llegue a todos los corazones. Recibid mi afecto y mi bendición: Ha resucitado, aleluya.

 

DOMINGO DE RAMOS: MURIÓ POR NOSOTROS Y VENCIÓ LA MUERTE PARA TODA LA HUMANIDAD

 

       QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la semana central del año litúrgico católico, la Semana Santa. El centro de nuestra fe cristiana es una persona, Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero. Y el núcleo de su recorrido histórico en la tierra es su muerte en cruz y su gloriosa resurrección. El próximo 21 de abril es el día más solemne del año, la Pascua de resurrección, precedida por el Triduo pascual.

El domingo de Ramos, este domingo, celebramos el comienzo de la Semana Santa. Jesús llega a Jerusalén y hace su entrada triunfal a lomos de una borriquita, no de un caballo potente, como solían hacer los vencedores. Jesús nos enseña así que su reino no es de este mundo ni como los de este mundo, sino que su reino es un reinado de amor, que nos conquista por el camino de la humildad y del servicio.

 Los niños captaron el momento y salieron a su encuentro aclamándolo con cantos mesiánicos: “Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor”.

El martes santo día 16 celebramos la Misa Crismal. Cercanos a la Pascua, recogemos los frutos de la redención que nos vienen por los sacramentos y consagramos el santo Crisma con el que serán ungidos los bautizados, los confirmados y los ordenados. Se bendicen además los santos Óleos para otros sacramentos. Se trata de una preciosa celebración de la Esposa de Cristo, la santa Iglesia, que es ungida y adornada por su Esposo con los dones del Espíritu Santo.

Estamos invitados todos a participar en ella. Durante la misma, los sacerdotes renuevan sus promesas sacerdotales de permanecer fieles a Cristo Sacerdote para el servicio del Pueblo santo de Dios.

A lo largo de estos días en todas las parroquias hay celebraciones del sacramento de la Penitencia, que nos prepare el alma para las fiestas que se acercan.

El Jueves santo celebramos la Cena del Señor, en la que Jesús tuvo aquel gesto profético del Lavatorio de los pies y nos dio su Cuerpo y Sangre. Todo un resumen de la vida cristiana, la entrega en el servicio y el don de su amor en la Eucaristía. Por este sacramento, se perpetúa la presencia viva y real de Jesús entre nosotros, hecho sacrificio y comunión. ¡Qué regalo más grande! Adorémosle.

El Viernes santo lo llena plenamente la Cruz del Señor. El patíbulo de la Cruz en la que Cristo ha sido ejecutado con la pena capital se ha convertido en el símbolo cristiano. La cruz es el lugar y la forma como Cristo ha muerto, dando la vida por amor. Nos invita a seguirle, tomando cada uno su propia cruz y ayudando a los demás a llevar la suya. La Cruz de Cristo ilumina todo sufrimiento humano y lo hace llevadero.

El Sábado santo es día de silencio con María junto al sepulcro de Cristo cadáver, en la espera de la resurrección. Es el día de la espera incluso para los que no tienen ninguna esperanza, porque la espera se centra en Jesucristo que resucitará del sepulcro y nos resucitará a todos con él.

Cuando ha caído el día, la Iglesia se reúne para la principal de las vigilias, la Vigilia pascual con aleluya inacabable por la victoria de Cristo sobre la muerte. Esa es una noche santa que recuerda las maravillas de Dios en todas las noches de las historia.

El Domingo de Pascua es todo alegría y fiesta. Ha resucitado el Señor, es decir, ha vencido la muerte en él y para nosotros. Ningún personaje de la historia ha vencido la muerte, todos continúan en el sepulcro. Cristo ha salido victorioso del sepulcro y ya no muere más. Este el horizonte más amplio que puede tener una mente humana la muerte no es la última palabra.

 La última palabra es la vida sin final, la vida eterna, en la que Jesús nos introduce por su resurrección. Nos acercamos a la Semana Santa, que en nuestros pueblos y ciudades tiene una grandiosa expresión en la piedad popular con las procesiones, estaciones de penitencia, desfiles, viacrucis, etc.

 Entremos de lleno, de corazón, en la Semana Santa y acojamos el don del amor hecho carne en su Hijo muerto y resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

DOMINGO DE PASCUA: CRISTO HA RESUCITADO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Feliz Pascua a todos. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado! La resurrección de Cristo llena de alegría el mundo entero y los cristianos nos intercambiamos los buenos deseos de que Cristo viva en tu vida y la llene de vida.

El acontecimiento de la resurrección del Señor ha cambiado por completo la historia humana, llenándola de esperanza. La muerte ya no es la última palabra; la última palabra la tiene el Dios de la vida y es una palabra de vida en favor de los hombres.

 Aunque nosotros tengamos tirones de muerte, generados por nuestro pecados, algunos de ellos visiblemente destructivos (el pecado es siempre demoledor, aunque no se vea de pronto), Dios no se cansa de sembrar vida en nuestros corazones y en la historia de la humanidad. Dios no se cansa de resucitarnos, sacándonos de la muerte en la que nuestros pecados nos sumergen.

La resurrección de Cristo es un acontecimiento irreversible de vida y esperanza para todos. Celebrarlo cada año de manera solemne enciende en nosotros santos deseos de que esa vida llegue a todos, y llegue en plenitud para todos.

Una de las formas de recargar permanentemente esa nueva vida del Resucitado es la celebración semanal del domingo, que es la pascua semanal de la comunidad cristiana. Somos convocados cada domingo a reiterar la victoria de Cristo sobre la muerte y a apropiarnos esa victoria, a traducirla en nuestra vida.

Para muchos el domingo se ha convertido sin más en el descanso semanal, cuando coincide en este día, puesto que las condiciones laborales, sobre todo en el sector servicios, obligan al trabajo todos los días de la semana, reservando al descanso las jornadas que toquen, sean o no domingos.

Para otros, el domingo se ha convertido en un día lúdico, dedicado al deporte u otras actividades lúdicas, tan necesarias en el mundo en el que vivimos, trepidante de prisas.

Para otros, el domingo o el fin de semana es el momento de encuentro con las familias. Los miembros de la familia viven en otra ciudad, por razones de estudio o de trabajo. A su vez, esta familia tiene los abuelos en el pueblo. El domingo es ocasión de encontrarse, reunirse, visitarse. Todos estos son elementos y aspectos positivos de la vida, pero obligan a replantear el domingo de otra manera.

El domingo es el primer día de la semana –“este es el día que ha hecho el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”–, es el día de la resurrección de Cristo –al tercer día resucitó–, es el octavo día después de la resurrección del Señor, instituido por el mismo Jesús.

“A los ocho días...” Jesús se apareció de nuevo a sus apóstoles, cuando Tomás estaba con todos. Tomás había expresado su incredulidad ante la resurrección del Señor: “Si no lo veo, no lo creo”, y Jesús tuvo la delicadeza y la misericordia de hacerse presente al domingo siguiente y certificarle que estaba vivo y resucitado.

Nos ha hecho más bien esta duda de Tomás que la facilidad en creer de los demás apóstoles. Porque todos tenemos nuestras vacilaciones, no tanto en el hecho de la resurrección cuanto en las consecuencias para nuestra vida. Viendo a Tomás que dudaba y que después confiesa abiertamente su fe en Jesús resucitado, nos devuelve la esperanza de que a pesar de nuestras dudas, Jesús seguirá haciéndose presente –domingo tras domingo– para afianzar nuestra fe y para disipar todo genero de dudas en nuestra vida.

 Los mártires del Abitene (s. IV) fueron llevados ante el gobernador, que había prohibido la celebración del domingo, la reunión de los cristianos para celebrar el misterio de la resurrección del Señor. Ellos comparecieron ante el gobernador, que los amenazó con la muerte, y ellos prefirieron el martirio a dejar la celebración del domingo: “no podemos vivir sin el domingo”. Para ellos, quitarles el domingo, quitarles la celebración de la victoria de Cristo, hacia que la vida no tuviera sentido. Prefirieron morir antes que dejar de celebrar el domingo. Un gran ejemplo para los cristianos de nuestro tiempo.

Sin el domingo no somos nada. Sin el domingo, el tiempo discurre sin Jesucristo y sin su victoria sobre la muerte. Sin el domingo el único horizonte es la muerte. No podemos vivir sin el domingo.

La celebración de la Pascua estimule en nosotros el deseo del encuentro con el Señor, para palpar sus llagas, para entrar en su Corazón, para compartir sus sentimientos y para participar en su victoria.

Y nos haga cada vez más aficionados al domingo, como día del encuentro con el Señor resucitado y con la comunidad de hermanos con los que compartimos nuestra fe en el Resucitado. Recibid mi afecto y mi bendición: El Domingo, día del Señor.

 

 

TERCER DOMINGO DE PASCUA: EMAÚS.

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Emaús es un lugar geográfico. Se encuentra a 11 kms. al noroeste de Jerusalén. Y hacia este lugar iban caminando dos discípulos –uno se llamaba Cleofás- desanimados después del “fracaso” del Maestro muerto en cruz.

Jesús se puso a caminar con ellos, aunque ellos no lo reconocieron durante la larga caminata. Dialogaron, se desahogaron, escucharon, se sintieron muy a gusto con aquel caminante anónimo, que fue dando sentido a su vida, les explicó las Escrituras y se detuvo con ellos para cenar. Al partir el pan se dio a conocer, y desapareció. Nos lo cuenta el evangelio de este domingo 3º de Pascua (Lc 24,13-35).

Emaús es una experiencia de encuentro con Jesús resucitado. Ellos no le reconocen. Jesús entra suavemente en sus vidas, agobiadas por la tristeza y el sinsentido. Y ahora qué hacemos, se preguntaban. No vale la pena ilusionarse con nada, porque luego te deprimes cuando todo termina. Jesús pacientemente les escucha, los acoge, se hace cargo de sus preguntas, comprende su situación.

Jesús nos hace entender que en esos momentos de agobio, cuando no hay ninguna esperanza, Él está ahí discretamente, sosteniendo, acompañando, ayudando, dando sentido a la vida. Emaús es una pedagogía. Es una manera de entrar en diálogo, saliendo al encuentro de quienes sufren, de quienes no tienen esperanza, para ponerse a su altura, sin pretensiones de superioridad y mostrarles las razones de nuestra fe, de nuestra experiencia, sin presionar nunca la libertad del otro.

Es una pedagogía que va respondiendo a las necesidades del otro y que presenta con sencillez y humildad las propias convicciones por si pueden iluminar la oscuridad del otro. Es una pedagogía opuesta totalmente al proselitismo, no tiene prisa, no impone nada. Sólo propone con vigor y verdad, con esperanza. Emaús es un encuentro.

Jesús resucitado ha tenido distintas apariciones, distintos encuentros con sus apóstoles y discípulos, pero este tiene algo especial. Ellos le reconocen cuando Jesús se da a conocer, no antes. Jesús lleva el reloj y la agenda de nuestra historia, no nosotros. Con todo, “¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?” (Lc 24,32).

No basta leer la Escritura, es preciso entenderla. Para ello, es preciso leerla con fe y tener quien nos la explique. La Escritura debe ser leída en la Iglesia, en la comunidad, en la comunión con quienes tienen la misión y la autoridad de interpretarla: los pastores.

Los grandes herejes de la historia siempre han tenido un texto bíblico en el que apoyarse para sus desvaríos. No. Es preciso entender lo que entiende la Iglesia a lo largo de sus veinte siglos de Tradición. Si no, leo la Escritura a mi manera, a mi gusto, a mi medida. Y no me lleva al encuentro con Jesús.

 Emaús concluye en la Eucaristía. Cuando llegaron a la posada, Jesús hizo ademán de seguir adelante y ellos le invitaron: “Qué- date con nosotros, porque atardece. Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando”. El mismo gesto que en la última Cena, cuando instituyó la Eucaristía. Al repetir aquellas palabras y aquellos gestos, se les abrieron los ojos de la fe y lo reconocieron, pero Él desapareció de su vista.

Jesús está en la Eucaristía vivo y resucitado, presente hasta el final de los tiempos, aunque nuestros ojos no lo vean. Emaús es toda una catequesis eucarística.

Cuántas veces acudimos al Misterio de la fe, a la Santa Misa con los ojos vendados y con el corazón frio. La Eucaristía es la celebración de este encuentro con Jesús. Él nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan. Tú, escucha, acoge la Palabra, deja que el Señor caliente tu corazón y encienda tu fe, y lo reconocerás en la Eucaristía, y tu vida encontrará sentido cuando parece que ya no lo tenía, y tendrás nuevos motivos para esperar, porque entenderás una y otra vez que “era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar así en su gloria”.

Cuando las cosas van bien, es muy fácil creer, es muy fácil seguir a Jesús. Pero cuando las cosas se tuercen, cuando llega la dificultad y la Cruz, no es fácil descubrir allí presente a Jesús. Por eso, es la Eucaristía el momento del reencuentro con quien nos acompaña en el camino de la vida, para dar sentido a nuestro peregrinar.

Que en esta Pascua te encuentres con Jesús que se ha hecho caminante contigo. Y que, animado por su Espíritu, salgas al encuentro de tantos contemporáneos tuyos que están esperando quien les acompañe y les explique el sentido de la vida. Sólo en Jesús podrán encontrarlo. Recibid mi afecto y mi bendición: Emaús

 

 

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El cuarto domingo de Pascua es el domingo del buen pastor. Y el buen pastor es Jesucristo, que con esta imagen bíblica nos explica la misión que el Padre le ha encomendado: “El Señor es mi pastor, nada me falta”. “Yo soy el buen pastor... Yo soy la Puerta por donde han de entrar las ovejas”.

Jesucristo conoce a cada una de las ovejas y ellas conocen su voz. El buen pastor da la vida por sus ovejas, en cambio el asalariado ve venir al lobo y huye, porque no le importan las ovejas. Bonita imagen la del buen pastor, llena de ternura, para hablarnos de un amor sin límite como el de Jesús.

Ese buen pastor va a buscar la oveja perdida y cuando la encuentra no la riñe ni la trae a empujones y patadas, sino que la toma sobre sus hombros y la acaricia con ternura, curando sus heridas.

En este domingo del buen pastor, el Papa Francisco nos invita a orar por las vocaciones de especial consagración con el lema “Empujados por el Espíritu: Aquí estoy, envíame”, recordándonos que toda vocación tiene una dimensión misionera. “La alegría del Evangelio es una alegría misionera” (EG 21).

Uno no ha recibido los dones de Dios para disfrutarlos él solo o para guardárselos, sino para llevarlos a los demás. “La Iglesia tiene necesidad de sacerdotes así: confiados y serenos por haber descubierto el verdadero tesoro, ansiosos de ir a darlo a conocer con alegría a todos (cf. Mt 13, 44)”.

Los jóvenes que descubren la llamada de Dios para consagrarse a él totalmente, suelen descubrir esa llamada en el contacto con los necesitados, con los pobres de la tierra, con personas que casi han perdido la esperanza. Sienten la urgencia de la entrega, cuando compadecidos tienden su mano a quienes los necesitan, y en esa generosidad humana Dios les hace descubrir la urgencia de dar la vida entera para que otros tengan vida en abundancia.

Un joven de hoy en nuestro contexto social debe ser puesto en contacto con los que sufren por cualquier carencia, porque ahí detrás está el Señor esperándole para llamarle a su seguimiento radical. Un joven hoy está dispuesto a entregar su vida si ve a quienes van delante de él entregándola sin reservarse nada.

 Cuando nos lamentamos de crisis de vocaciones, debemos todos (especialmente los consagrados, religiosos y sacerdotes, también el obispo) hacer examen de conciencia y preguntarnos: ¿Con la vida que yo llevo, alguno puede sentirse llamado a seguir al Señor?

“Empujados por el Espíritu: Aquí estoy, envíame” es el lema de esta Jornada. Por eso, somos invitados a la oración, porque toda vocación es un don del Espíritu Santo, y a él hemos de pedir insistentemente que envíe trabajadores a su mies, especialmente personas consagradas de por vida a la misión.

Los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen especial necesidad de esas manos del buen pastor, de esos corazones entregados a Dios para el servicio de sus hermanos, especialmente los más pobres.

Estamos contentos porque nuestra diócesis de Córdoba continúa cada año acogiendo el don de estas vocaciones consagradas a Dios. Además de varios jóvenes cordobeses para la vida religiosa en distintas Congregaciones, son 12 los seminaristas que por el Rito de Admisión a las Sagradas Órdenes dan un paso decisivo en su preparación inmediata al sacerdocio y otros varios que reciben el ministerio de Lector o Acólito en estos días. Próximamente dos de ellos serán ordenados presbíteros.

Nuestros Seminarios siguen forjando discípulos misioneros para la nueva evangelización. La historia de cada uno de ellos es una historia de amor, en la que se han dejado fascinar por Aquel que los ha llamado a su seguimiento, y les va dando fuerzas para superar las dificultades propias de este seguimiento. Otros tantos jóvenes llaman al Seminario para su ingreso en el próximo curso.

 Acompañemos con la oración estos pasos de discernimiento y entrega generosa al Señor en la vida religiosa o en el sacerdocio diocesano. “Aquí estoy, envíame”. Sigue habiendo corazones generosos dispuestos a darlo todo para ser testigos ante los demás del amor del buen pastor. Recibid mi afecto y mi bendición: Jornada mundial de oración por las Vocaciones Empujados por el Espíritu. «Aquí estoy, envíame».

 

 

 

 

 

VIRGEN DE FÁTIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “El 13 de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iria, Ave, ave María”, cantamos en Fátima o en torno a su imagen en tantas ocasiones.

Sucedió en el año 1917, en plena guerra mundial. María se presentó a tres niños pastores como Señora de la Paz, pidiendo a los niños que se unieran a su oración para alcanzar la paz del mundo y la conversión de los pecadores.

Los pastorcitos se unieron a la oración con el rezo del santo Rosario y con sacrificios que ofrecían por estas intenciones que les había propuesto la Señora.

Un año antes, el Ángel de Portugal, fue preparándolos mediante actos de adoración y veneración de la Eucaristía. Fueron incomprendidos, sufrieron persecución, ellos se mantuvieron firmes apoyados por la Señora, que venía a consolarlos el 13 de cada mes, de mayo a octubre. En octubre hubo una señal grande en el cielo, el milagro del sol, ante una muchedumbre inmensa. La Virgen les prometió que pronto se los llevaría al cielo.

Los dos pequeños murieron enseguida: Francisco, antes de cumplir los 11 años, dos años después de las apariciones, se fue al cielo el 4 de abril de 1919. Y su hermana Jacinta, dos años más pequeña que Francisco, se fue al cielo antes de cumplir los 10 años, el 20 de febrero de 1920.

Quedó Lucía, la mayor de los tres, para contarle al mundo los “secretos” que la Señora les confió. Consagrada al Inmaculado Corazón de María en la clausura monástica, murió el 13 de febrero de 2005 con casi 98 años. El Papa Juan Pablo II beatificó a Francisco y Jacinta el 13 de mayo de 2000, en Fátima. Ahora, el Papa Francisco los proclamará santos también en Fátima, el 13 de mayo de 2017, en el centenario de las apariciones.

Acerca de Lucía, el proceso de canonización sigue su curso. “Fátima es sin duda la más profética de las apariciones modernas”, declaraba el Vaticano en el año 2000. Con estas apariciones, María ha acompañado a la Iglesia a lo largo de todo el siglo XX, el siglo de los mártires.

Y la Virgen de Fátima tendió su mano protectora sobre el Papa Juan Pablo II el 13 de mayo d 1981, librándolo de la muerte en el atentado contra su persona en la plaza de san Pedro en el Vaticano. En 1989 caía el muro de Berlín (construido en 1961), el telón de acero, el muro de la vergüenza.

La Virgen de Fátima y Juan Pablo II han tenido mucho que ver en la caída de ese muro, que ha sido precedida de muchos sufrimientos y acompañada por muchos rosarios. Hoy, la Virgen de Fátima continúa transmitiéndonos su mensaje: oración y penitencia. Por los pecadores, por la paz del mundo, por todos aquellos que son perseguidos por causa de su fe para que sean sostenidos en su combate.

Hoy sigue siendo actual el mensaje de Fátima, porque María continúa acompañando al Pueblo de Dios peregrinante en esta hora crucial de la historia y continúa abriendo caminos de esperanza allí donde parece que todo horizonte se cierra.

María es nuestra esperanza, porque es Madre de misericordia, y todo aquel que experimenta esa maternidad de María, se siente seguro y se siente salvado. El acontecimiento de Fátima llama poderosamente la atención por su sencillez, propia del estilo de Dios y no de los hombres.

En un lugar lejano al escenario de los acontecimientos principales del momento, a unos niños inocentes e ignorantes de tantas cosas que sucedían en su época, Dios se comunica a través de su Madre santísima para transmitir al mundo un mensaje de esperanza. Dios elige lo pequeño, lo que no cuenta para confundir a los poderosos de este mundo.

El acontecimiento de Fátima nos descubre una vez más que es la oración y la intercesión la que puede cambiar el mundo, acompañada del sacrificio voluntario realizado por amor y unido a la Cruz redentora de Cristo, que ha salvado al mundo.

Nuestra diócesis de Córdoba ha recibido la visita de la imagen de la Virgen de Fátima en todas las parroquias para celebrar el centenario, y es asombroso constatar cómo un medio tan sencillo suscita tanta devoción, tantas conversiones, tanto acercamiento a Dios.

Ella, María, nos dice claramente que sigamos confiando en su Inmaculado Corazón, donde Lucía ha encontrado consuelo durante toda su vida. “Al final, mi Inmaculado Corazón triunfará”, les dijo a los niños pastores. Virgen del Rosario de Fátima, ruega por nosotros. Recibid mi afecto y mi bendición: 13 de mayo, Virgen de Fátima.

 

DOMINGO III DE PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Con esta efusión de gozo pascual el mundo entero se desborda de alegría” (prefacio de Pascua). La resurrección de Jesucristo ha llenado el mundo entero de alegría, una alegría estimulante que llena el corazón de esperanza.

El libro de los Hechos de los Apóstoles nos describe la tarea de la Iglesia en la primera evangelización. Acuciados por la persecución, tuvieron que dispersarse de Jerusalén. Y aquella circunstancia adversa les fue abriendo nuevas puertas para el Evangelio.

       San Pablo en sus cartas nos describe sus correrías apostólicas, llenas de dificultades de todo tipo, pero llenas también de gozo estimulante al constatar que el Evangelio iba prendiendo y tomando cuerpo en el corazón de cada persona y en cada una de las comunidades que iba implantando.

Hoy se nos describe en la primera lectura la actuación del diácono Felipe que “predicaba a Cristo”. Y ante su predicación y los signos que realizaba, “la ciudad se llenó de alegría”. Enterados los apóstoles, fueron hasta Samaría Pedro y Juan y mediante la oración y la imposición de manos transmitían el Espíritu Santo a los que se habían adherido a Jesucristo.

La alegría ha sido y es la nota dominante de la evangelización, incluso en medio de las persecuciones y las dificultades. El encuentro con Jesucristo resucitado va cambiando la vida de la personas, porque llena el corazón de gozo y abre el horizonte de la existencia a una perspectiva de vida eterna, que ya ha comenzado con el bautismo.

También hoy la Iglesia está llamada a evangelizar, a anunciar a Jesucristo resucitado en un mundo muchas veces desconcertado y que incluso pasa de Dios. No se trata de transmitir simplemente unas verdades, se trata de testimoniar una alegría porque nos hemos encontrado con el Resucitado en nuestra vida.

“Un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral”, nos advierte el Papa Francisco (EG 10), porque el Evangelio no puede ser recibido “a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”, decía Pablo VI (EN 80).

¿Cuál es el fundamento de esta alegría cristiana? Es una alegría que brota de la fe, de tener a Dios, que se nos entrega generosamente en su Hijo Jesucristo. Por eso, la ausencia de Dios genera tristeza y desaliento.

El Dios de Jesucristo nos ha abierto de par en par su corazón para entregarnos lo que más vale: su Hijo hecho hombre y el Espíritu Santo que brota de las llagas del Resucitado, como de un manantial a borbotones. El cristiano no es, por tanto, la persona buena que vive de sus méritos, sino la persona que en su debilidad e incluso en su pecado se ha encontrado con Jesús y se ha sentido amado sin medida, y por tanto perdonado con un amor más grande.

La alegría, por tanto, no brota de nuestras buenas obras, sino del encuentro con Aquel que nos ama hasta el extremo. Y es una alegría expansiva. Busca contar a otros, comunicarles el hallazgo de este profundo sentido que le da a la vida el encuentro con Jesucristo. Busca sobre todo a los que sufren por cualquier carencia, porque ahí descubrimos de manera especial la presencia del Señor, disfrazado en sus pobres.

Pero no impone nada a nadie, no fuerza la situación, no violenta la libertad, respeta los plazos que Dios tiene para cada uno. Vive con entusiasmo, pero no es arrollador. Da testimonio, pero no hace proselitismo.

Tenemos necesidad hoy de evangelizadores que rebosen la alegría de este encuentro con el Señor. Una alegría que se traduce en el cumplimiento de los respectivos deberes, que sale al encuentro de los demás, particularmente de los necesitados, que sabe dar razón de su esperanza a quienes le rodean.

El Evangelio se ha transmitido así desde las primeras comunidades evangelizadoras, y el tiempo pascual nos recuerda que esa ha de ser la tónica de la vida cristiana. Recibid mi afecto y mi bendición: La ciudad se llenó de alegría.

 

 

PENTECOSTÉS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés (50 díaS) completa las fiestas de Pascua. Cristo resucitado envía el Espíritu Santo sobre su Iglesia y sobre toda la humanidad para renovarlo todo desde dentro: “Envía, Señor, tu Espíritu y renovarás la faz de la tierra”. ¿Quién es el Espíritu Santo? La tercera persona del único Dios. El Dios que nos ha revelado Jesucristo no es un ser solitario y aburrido, sino una familia de tres personas que viven la mismísima vida. El Padre ha engendrado a su Hijo único en el amor del Espíritu Santo. Felices desde siempre y para siempre, se han compadecido de nosotros pecadores que no sabemos usar bien la libertad que Dios nos dio en la creación.

Aquello que salió bien hecho de las manos de Dios, lo ha roto el pecado. Pero Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo- no se ha desentendido de nosotros, pobres pecadores, sino que ha enviado a su Hijo para buscarnos y traernos de nuevo a casa, cargando con cada uno de nosotros y con nuestras fechorías.

Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Su muerte nos ha traído la vida, sus heridas nos han curado. Y en su resurrección hemos resucitado todos, porque nos ha abierto de par en par las puertas del cielo. Del costado abierto de Jesús en la Cruz ha brotado sangre y agua.

Ahí tenemos una primera efusión del Espíritu Santo sobre nosotros. Porque la humanidad de Cristo es como un frasco de perfume de alta calidad. Roto en la Cruz, se ha expandido ese perfume que inunda el mundo entero y lo renueva todo. Ese “perfume” es el Espíritu Santo.

El Espíritu Santo nos llega a nosotros por medio de la humanidad de Cristo, rota en la Cruz y resucitada por la fuerza de Dios. Por eso Pentecostés es el remate de la Pascua, porque Jesús resucitado ha subido al cielo a los cuarenta días y nos ha enviado desde el seno del Padre este Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, porque es Dios como el Padre y el Hijo. ¡Ven, Espíritu Santo!

Es el clamor de la Iglesia que intercede por toda la humanidad. Necesitamos renovarnos desde dentro. Las heridas hondas no se curan con un parche, tienen que cicatrizar de dentro a fuera.

Nuestro corazón necesita una fuerza renovadora que desde dentro le vaya renovando. Y Dios tiene el proyecto de hacerlo todo nuevo. Ni el pecado, ni la corrupción ni el odio son la última palabra. La última palabra la tiene Dios, y Dios es amor, capaz de regenerarlo todo, de hacerlo todo nuevo.

¡Ven, Espíritu Santo, y renuévanos desde dentro, renueva nuestra sociedad, nuestra convivencia, renueva el mundo entero! Coincidiendo con este gran día, la Iglesia celebra también el Día de la Acción Católica y del Apostolado Seglar, como recordándonos a todos que la acción del Espíritu Santo requiere la colaboración de los cristianos para llevar a cabo esta renovación.

“Acción católica es pasión católica”, decía el Papa Francisco hace pocas semanas a los jóvenes de AC de Italia. Para poder actuar es preciso recibir el impulso, para amar es necesario ser amado, para dar hay que recibir.

La acción del cristiano y del apóstol seglar tiene que recibir del Espíritu Santo el vigor necesario para afrontar esa renovación que nuestro mundo necesita. “Padecer” el amor de Dios, ser movidos por el Espíritu Santo es lo que hará que el mundo cambie, porque previamente ha cambiado nuestros corazones. “Salir, caminar y sembrar siempre de nuevo” es el lema para la Acción Católica de este año.

El Papa nos está recordando continuamente que no hemos de esperar a que vengan, sino que tenemos que salir al encuentro, como ha hecho Dios con nosotros, como ha hecho Jesucristo haciéndose compañero de nuestro camino. Pero esa salida no es a lo loco o sin rumbo, sino por el camino que Jesucristo ha trazado, él es el Camino. En ningún otro hay salvación, Él ha venido para todos los hombres.

Y no hemos de dar nada por supuesto, es preciso sembrar siempre de nuevo en las nuevas generaciones que van viniendo y en las añejas que necesitan renovarse. Es tiempo de sembrar, ya vendrá la cosecha a su tiempo. Sembrar es tarea que llena el corazón de esperanza.

En nuestra diócesis de Córdoba estamos preparando el Encuentro Diocesano de Laicos para el 7 de octubre de este año 2017. Los laicos han de tomar cada vez más la iniciativa de la evangelización, han de ocupar su lugar de corresponsabilidad en la Iglesia y en el mundo.

En comunión con los pastores y los consagrados, los fieles laicos han de insertarse en el mundo porque es ahí donde tienen su misión propia, según la vocación a la que Dios los llama. Pidamos al Espíritu Santo que renueve especialmente a los laicos de nuestra diócesis y que vayamos todos “unidos para que el mundo crea” a ese Encuentro al que somos convocados todos. Recibid mi afecto y mi bendición: Pentecostés, ven Espíritu Santo.

 

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Lo más original del cristianismo es que el Dios que Jesús nos ha revelado no es un ser solitario, lejano o inaccesible, sino un Dios cercano, entrañable, preocupado por nuestra felicidad. Vive una comunidad de amor de las tres Personas, en una felicidad desbordante, que quieren compartirla libremente con todas las personas que llaman a la existencia, con cada uno de nosotros. Estamos llamados a disfrutar de la felicidad de Dios.

¿Para qué se nos ha revelado este profundo misterio?, se pregunta santo Tomás de Aquino. Para que lo disfrutemos, responde. Y es así. A muchos cristianos les da miedo entrar en este misterio profundo, porque piensan que se van a hacer un lío con las tres Personas, una sola naturaleza o vida en Dios. Un Dios en tres Personas. Prefieren tratar a Dios de lejos, en abstracto, como un ser que me desborda, pero al que no tengo fácil acceso.

Cuando Jesús nos ha hablado de Dios, nos ha dicho que el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob es su Padre y que él es su Hijo único, y que del amor de ambos brota el Espíritu Santo. Y los Tres ponen su morada en los corazones que acogen esta gracia de Dios.

Precisamente, Jesús ha hecho que el misterio de Dios no sea algo inaccesible, sino un misterio atrayente como la zarza que Moisés vio sin consumirse en el monte. O como aquel huésped que se acercó a la tienda de Abrahán –eran uno y tres al mismo tiempo– y Abrahán le rogó que no pasara sin detenerse. De esta visita y de esta presencia les vino a él y a Sara la gracia de tener un hijo, Isaac, que fue la alegría de la casa y de todo el pueblo elegido.

Hay un Dios, al que se accede por la razón, el Dios de los filósofos. Es Dios verdadero, pero quedarse sólo ahí resulta un Dios frío y especulativo. Y está el Dios revelado, el que ha salido al encuentro del hombre desde antiguo, por medio de los profetas, y últimamente en su único Hijo Jesucristo, plenitud y centro de la revelación.

Conocer el Dios de Jesús significa entrar en lo más profundo del misterio. Como si Jesús nos hubiera presentado a su Padre Dios, hablándonos abundantemente de él, revelándolo como Padre misericordioso (ahí están las preciosas parábolas del Evangelio), y abriendo el horizonte a una fraternidad universal, que tiene por Padre al mismo Dios.

Jesús no nos ha revelado este profundo misterio para satisfacer nuestro entendimiento en cotas de conocimiento que la mente humana nunca hubiera podido alcanzar. Jesús nos ha revelado este misterio, nos ha introducido en él para que lo disfrutemos, para llenar nuestro corazón de felicidad. Para que nos gocemos de tener a Dios como Padre y no vivamos nunca más como huérfanos, sino amparados por su cobertura paternal que se hace providencia cada día. Para que sintamos la cercanía y la semejanza con Cristo, el Hijo único, que nos ha hecho hermanos y nos ha enseñado a amar como él nos ama, hasta la muerte, hasta dar la vida. Para que contemos siempre con ese poder sobrenatural del Espíritu Santo que nos hace parecidos a Jesús desde dentro y nos consuela continuamente con sus dones y carismas. Sería una pena que un cristiano no gozara de este misterio continuamente, porque lo considerara algo difícil e inaccesible, algo sólo para iniciados.

El misterio de Dios, Santísima Trinidad, se nos ha comunicado para que lo disfrutemos, para que vivamos siempre acompañados por su divina presencia en nuestras almas. Y esto desde el momento de nuestro bautismo. Para que aprendamos a vivir en comunidad, donde el amor transforma todas las diferencias en riquezas mutuas. Para que aprendamos a aceptarnos a nosotros mismos y a los demás también en nuestras limitaciones y pecados con un amor capaz de perdonar, una amor que todo lo hace nuevo.

 Con motivo de esta solemne fiesta de la Santísima Trinidad, la Iglesia nos recuerda el papel de los contemplativos en la vida de la Iglesia. Jornada pro Orantibus, que este año tiene como lema: “Contemplar el mundo con la mirada de Dios”. En nuestra diócesis de Córdoba, 24 monasterios de monjas y 1 monasterio de monjes, además de los ermitaños, nos están recordando a todos esta mirada contemplativa del mundo con la mirada de Dios.

 Agradecemos esta vocación tan bonita y beneficiosa para la Iglesia y para la humanidad. Por aquellos que continuamente oran por nosotros, hoy oramos nosotros por ellos con gratitud y esperanza. Recibid mi afecto y mi bendición: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

 

 

PENTECOSTÉS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Pentecostés” significa a los 50 días. Era una fiesta grande en el calendario judío, la fiesta de la cosecha, a los 50 días de la Pascua. Y, después de subir Jesús al cielo el día de la ascensión, envió de parte del Padre al Espíritu Santo, como había prometido: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa” (Jn 16, 13). Desde entonces, la fiesta de Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo. Hoy es Pentecostés. Hay un solo Dios, y Jesús, el Hijo único del Padre, nos ha contado cómo es Dios por dentro. Y Dios por dentro son tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El Espíritu Santo, por ser la tercera persona, es la más desconocida. Sin embargo, el Espíritu Santo es el amor personal de Dios, que nos envuelve y nos penetra hasta lo más hondo de nuestra alma. Él es quien nos enseña a amar, porque Él es amor. Al Espíritu Santo lo recibimos ya en el bautismo, donde somos hechos hijos de Dios, pero donde se nos da el Espíritu Santo en plenitud es en el sacramento de la confirmación. En estos días muchos chicos y chicas en nuestra diócesis reciben el sacramento de la confirmación, con el que completan su iniciación cristiana. El Espíritu Santo nos convierte en “ofrenda permanente” a Dios y en “don para los demás”, al estilo de Jesús. El Espíritu Santo es el autor de la gracia en nuestras almas. Estar en gracia de Dios significa estar abierto dócilmente a la acción del Espíritu Santo, sin ningún pecado mortal que lo impida, porque el Espíritu Santo nos enseña y nos impulsa a amar, desterrando de nosotros todo egoísmo. Nuestra aspiración continua ha de ser la de dejarnos mover por el Espíritu Santo siempre y para todo. “Los que se dejan mover por el Espí- ritu Santo, ésos son hijos de Dios” (Rm 8, 14). El Espíritu es el autor de las virtudes, sobre todo de la fe, la esperanza y la caridad. La vida cristiana no es una lucha desesperada, más allá de nuestras fuerzas, por conseguir una meta. Es, más bien, la acogida continua de un don, que pone en movimiento todo el organismo espiritual. Acogemos en la fe y en el amor al Espíritu que movió a Jesús, y nos va haciendo parecidos al mismo Jesús. El Espíritu Santo actúa en nosotros por la acción de sus dones: el don de sabiduría, el don de entendimiento, el don de consejo, el don de ciencia, el don de fortaleza, el don de piedad, el don de temor de Dios. Son regalos excepcionales, que funcionan continuamente haciéndonos gustar qué bueno es el Señor, dándonos la prudencia y la fortaleza en el actuar, llevando a plenitud todas y cada una de las virtudes. Por ejemplo, sin el don de fortaleza, los mártires no habrían tenido suficiente virtud para soportar los tormentos; sin el don de sabiduría, las cosas de Dios no nos saben a nada. Pidamos al Espíritu Santo que venga sobre nosotros, que venga en nuestra ayuda, que venga a vivir en nuestros corazones, como a un templo. Tengamos dispuesto siempre nuestro corazón para este dulce huésped del alma. Sin el Espíritu Santo, que es el amor de Dios, no seremos capaces de nada. Con el Espíritu Santo, seremos capaces de todo. Dios que comenzó en nosotros la obra buena, él mismo la llevará a término por su Espíritu Santo. Con mi afecto y bendición. El Espíritu Santo Q

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Del 27 al 30 de mayo se celebra en Toledo el X Congreso Eucarístico Nacional con el lema: “Me acercaré al altar de Dios, la alegría de mi juventud”. Es una ocasión preciosa para reunirnos en torno al altar, donde está presente Jesús sacramentado. Él es nuestra alegría. La Conferencia Episcopal Española, siguiendo el itinerario marcado por su Plan Pastoral 2006-2010, cuyo título es precisamente “Yo soy el pan de vida” (Jn. 6, 35), convoca este Congreso Eucarístico para ayudar a los católicos españoles a vivir la Eucaristía que nos dejó el Señor, con una mayor intensidad. De este modo, la contemplación, la evangelización que transmite la fe, la vivencia de la esperanza y el servicio de la caridad se fortalecerán en el pueblo cristiano. Acudirán muchas personas de toda España: obispos, sacerdotes, consagrados, fieles laicos. Preside incluso un Legado Pontificio, el cardenal Sodano, que nos hará presente al Sucesor de Pedro. Pero serán muchísimos más los que no puedan acudir personalmente a este acontecimiento. Os invito a todos a uniros espiritualmente desde vuestras comunidades y parroquias, teniendo incluso algún acto eucarístico de adoración del Santísimo Sacramento en estos días señalados, que por otra parte nos preparan a la fiesta del Corpus Christi. ¿Para qué sirve un Congreso Eucarístico convocado para toda España? Quiere ser una llamada de atención a todos los cató- licos españoles para que valoremos más y más el sacramento de la Eucaristía, el tesoro más importante que tiene la Iglesia de todos los tiempos. Instituido por Jesucristo en la última Cena, el sacramento de la Eucaristía contiene al mismo Jesús, que murió por nosotros y vive resucitado y glorioso junto al Padre. El está junto a nosotros “todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20), como nos ha prometido. La Eucaristía es el sacramento del amor de Cristo a los hombres, que alimenta el amor cristiano en todos los que se acercan a él: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13). Comer a Cristo en la Eucaristía es comulgar con su actitud generosa de entrega al Padre y a los hombres. Él nos comunica el Espíritu Santo para transmitirnos sus mismas actitudes. Toda la vida de Cristo ha sido un culto de adoración al Padre y de entrega a los hombres. El que comulga prolonga estas actitudes en su propia vida para el mundo de hoy. La Eucaristía perpetúa el único sacrificio redentor de Cristo, que fue ofrecido en la Cruz por todos los hombres, para el perdón de los pecados y para abrirnos de par en par las puertas del cielo: “Yo por ellos me ofrezco en sacrifico, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17, 19). Toda la caridad cristiana tiene su fuente y su alimento continuo en este sacramento. La Eucaristía es alimento de vida eterna, que anticipa en nosotros la inmortalidad: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6, 54). Jesús en la Eucaristía es amigo, compañero de camino, confidente. Es nuestro consuelo y nuestra alegría. Que el Congreso Eucarístico Nacional de Toledo avive en nosotros el aprecio a este Santísimo Sacramento. Con mi afecto y bendición. Dios es la alegría de mi juventud Q

 

 

CORPUS CHRISTI

 

Hemos celebrado el X Congreso Eucarístico Nacional en Toledo el pasado fin de semana con gran fervor y participación de muchos. Este domingo celebramos la gran fiesta litúrgica del Cuerpo y la Sangre de Cristo, el “Corpus”. Después de contemplar detenidamente lo que este Sacramento es y significa en la vida de la Iglesia, hagamos algunas consideraciones en torno a este misterio. Comer el mismo pan nos reúne en el mismo cuerpo “Somos un solo y mismo cuerpo, porque participamos del único y mismo pan” (1Co 10, 17). Uno de los frutos más importantes de la Eucaristía es la unidad de la Iglesia, porque es la Iglesia la que celebra y confecciona la Eucaristía, pero al mismo tiempo es la Eucaristía la que edifica la Iglesia, congregándola en la unidad. En la Eucaristía, la Iglesia encuentra su fuente continua de cohesión interna. De la misma Eucaristía brota una “espiritualidad de comunión”, que nos une a todos en un solo cuerpo, sin matar las riquezas propias de cada uno, sino poniendo cada uno lo mejor de sí mismo para el enriquecimiento del Cuerpo. No se puede comulgar el cuerpo de Cristo y estar reñidos entre nosotros. No podemos acoger a Cristo en nuestro corazón y al mismo tiempo despreciar a nuestros hermanos. El que abre su corazón a Cristo, lo abre también a los hermanos. Por eso, la Eucaristía nos lleva a la comunión eclesial, amando a la Iglesia como es, como Cristo la ha fundado. Comulgar nos conduce al amor a nuestros pastores, al Papa, a su magisterio y a su disciplina, a los obispos y a sus enseñanzas, a los sacerdotes que nos presiden en el nombre de Cristo. Sería una contradicción comulgar el Cuerpo de Cristo y vivir en postura de disidencia o ruptura con los pastores de la Iglesia, que son quienes nos sirven la Eucaristía en el nombre y con la autoridad de Cristo. Por ejemplo, un sacerdote que celebra la Eucaristía o un fiel cristiano que comulga en la misma no puede albergar en su corazón una postura de contradicción con aquellos que gobiernan la Iglesia. La comunión eclesial a la que la Eucaristía conduce comienza por la acogida respetuosa y amable de nuestros pastores. La Eucaristía, por tanto, es alimento permanente de la comunión entre los miembros de la Iglesia, y particularmente con los pastores que la conducen en nombre del buen Pastor, Cristo. El Jesús que adoramos en la Eucaristía es el mismo que reclama nuestro amor en los pobres y necesitados. “Lo que hicisteis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25, 40). El Jesús que adoramos en la Eucaristía es el mismo que servimos en nuestros hermanos. La Eucaristía fue instituida en el contexto de la última Cena, cuando Jesús se levantó de la mesa y lavó los pies a sus discípulos como el último de los siervos. Y en esa escena del lavatorio de los pies, Jesús nos advierte: “Si yo el Maestro y el Señor os he lavado los pies, también vosotros habéis de lavaros los pies unos a otros. Porque os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 13-14). “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discípulos” (Jn 13, 34). Comer a Cristo en la Eucaristía nos lleva a hacernos cargo de las necesidades de los hermanos, a cargar con sus flaquezas, a aliviar sus sufrimientos con el bálsamo de nuestro amor. Y esto, comenzando por los que tenemos más cerca, nuestros enfermos, nuestros ancianos. La acción caritativa y social que la Iglesia lleva a cabo tiene aquí su alimento permanente. Caritas y toda acción caritativa y social de la Iglesia se distinguen de otras ONGs por el amor cristiano que las inspira y que las sostiene. Que la fiesta del Corpus alimente en todos los cristianos esa caridad cristiana con los pobres. En esto conocerán que somos discípulos de Jesús, el buen samaritano. Con mi afecto y bendición. C

 

 

 

SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A algunos no les gusta esta denominación. Lo consideran como algo pasado de moda y trasnochado. Y sin embargo pertenece a la más rica tradición de la Iglesia, que no debe perderse. Multitud de instituciones en la Iglesia llevan el nombre de “Sagrado Corazón”: congregaciones religiosas, grupos apostólicos, actividades de la Iglesia. ¿Qué es esto del “Sagrado Corazón”? –Se refiere a Jesucristo, el Verbo eterno que se ha hecho hombre de verdad, y por tanto ha tomado todo lo humano sin pecado. Y una de las realidades humanas más bonitas y más ricas es el corazón. Cuando decimos que una persona tiene corazón, estamos diciendo que es amable, comprensiva, cercana, que da gusto estar con ella. Cuando decimos que una persona no tiene corazón estamos diciendo que es una persona repelente, fría, inoperante, alguien que te da problemas en vez de aliviarte la vida. Pues, Dios tiene corazón. Dios es amor, Dios ama locamente a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único,… no para juzgar al mundo sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). Y al enviar a su Hijo al mundo, este Hijo ha tomado un corazón humano. Jesucristo es el Hijo eterno de Dios con corazón humano. Un corazón como el nuestro, pero sin egoísmo, sin pecado, un corazón donde todo es amor puro, amor de donación, amor de oblación, amor generoso. Un corazón que ama, que se compadece, que comprende, que perdona, que tiene paciencia conmigo. Ese es el Sagrado Corazón de Jesús, verdadera escuela de amor. Y de ese Corazón traspasado por la lanza del soldado en la cruz ha brotado sangre y agua. Ha brotado a raudales el Espí- ritu Santo para todo el que acerca a beber con gozo de la fuente de la salvación. Ese corazón muerto de amor, ha resucitado y vive palpitante en el cielo y en la Eucaristía. Ahí está Jesús vivo. Tratar con Jesús en la Eucaristía es tratar de amistad, es dejarse querer por Él, es reparar con Él los pecados del mundo. El Corazón de Cristo es un corazón sensible al amor o al desprecio de los hombres. Es un corazón que ama y que sufre. Es un corazón que quiere transmitirnos sus propias actitudes, que quiere enseñarnos a amar de verdad. El viernes después del Corpus celebramos la fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús. Es como un resumen de toda la vida cristiana, porque el cristianismo es la religión del amor. En el cristianismo todo se explica desde el amor y para el amor. También se explica la desgracia del pecado que ha trastornado todo el orden querido por Dios. A tanto amor demostrado por Dios, el hombre ha respondido desde el origen despreciando ese amor. ¡El amor no es amado! Y ante tales ofensas, Dios ha reaccionado con más amor todavía. Un amor que se llama misericordia. Un amor que es capaz de curar las heridas del pecado. Un amor que perdona siempre y que restaura al hombre roto. El sábado siguiente se celebra el Inmaculado Corazón de María, el primer reflejo perfecto del amor de Cristo, el amor de una madre inmaculada y virgen, cuyo corazón ha estado siempre en sintonía con el corazón de su Hijo. Dos corazones unidos en el amor, en el sufrimiento, en la misión de redimir al mundo. Dos corazones inseparables el uno del otro. El corazón de Jesús y el corazón de María. Este año, en la fiesta del Sagrado Corazón se clausura el Año sacerdotal, porque “el sacerdote es un regalo del Corazón de Jesús”, dice el santo Cura de Ars. Con el Papa, pedimos por todos los sacerdotes, para que siendo santos nos muestren siempre el amor del Corazón de Cristo. El mes de junio es el mes del Sagrado Corazón, un mes especial para ejercitarse en el amor. Con mi afecto y bendición: Q S

 

 

 

SACERDOCIO

 

HERMANAS: Hemos clausurado con gozo y acción de gracias a Dios el Año Sacerdotal, en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Más de 15.000 sacerdotes, algunos de nuestra diócesis, y unos 500 obispos de todo el mundo nos hemos reunido en torno al sucesor de Pedro, el papa Benedicto XVI en la plaza de san Pedro de Roma. Otros miles y miles de sacerdotes por todo el orbe católico se han unido espiritualmente y a través de los medios de comunicación social. Y en tantos lugares se han tenido celebraciones propias. Todo un éxito, si por éxito se entiende no simplemente la publicidad de este mundo, sino las gracias de Dios derramadas sobre aquellos que han sido agraciados con el don del sacerdocio ministerial en favor del pueblo santo de Dios. Toda la Iglesia ha orado intensamente y se ha sacrificado a favor de los sacerdotes. Eso dará mucho fruto. Pero, ¿por qué tanta insistencia en el sacerdocio ministerial? Porque sabemos que el sacerdote, por voluntad de Cristo, es un elemento constitutivo de su Iglesia santa. “El sacerdote hace lo que ningún ser humano puede hacer por sí mismo: pronunciar en nombre de Cristo la palabra de absolución de nuestros pecados, cambiando así, desde Dios, la situación de nuestra vida. Pronuncia sobre las ofrendas del pan y del vino las palabras de acción de gracias de Cristo, que son palabras de transustanciación, palabras que lo hacen presente a Él mismo, el Resucitado, su Cuerpo y su Sangre, transformando así los elementos del mundo”, nos ha recordado el Papa. Sin sacerdotes no puede haber Iglesia. El sacerdote no es un oficio organizativo simplemente, sino un sacramento. A través del sacerdote, Dios se acerca hasta nosotros, de manera admirable. “Esta audacia de Dios, que se abandona en las manos de seres humanos; que, aún conociendo nuestras debilidades, considera a los hombres capaces de actuar y presentarse en su lugar, esta audacia de Dios es realmente la mayor grandeza que se oculta en la palabra «sacerdocio»”. Se trata realmente de una audacia de Dios que nos deja asombrados. El Año Sacerdotal ha querido –y ha conseguido– despertar la alegría de ser sacerdotes para muchos que ya lo son y para otros muchos que se sienten llamados a serlo. Y esa admiración se ha ampliado a todos los fieles, que miran al sacerdote con ojos nuevos, al considerar la grandeza de la misión que se les ha confiado. “Era de esperar que al «enemigo» no le gustara que el sacerdocio brillara de nuevo; él hubiera preferido verlo desaparecer, para que al fin Dios fuera arrojado del mundo”. A lo largo de su larga travesía por la historia, la Iglesia encuentra dificultades concretas en cada época. En esta época se ha encontrado con este escollo, el de un mundo que quiere eliminar a Dios, al tiempo que lo necesita vivamente. Y en esa tendencia demoledora de Dios, se inserta hacer desaparecer toda huella de Dios, todo rastro de Dios, representado en el sacerdote. El Año Sacerdotal ha sentado muy mal al “enemigo”. Lo hemos constatado de múltiples maneras. Pero, ¿quién es el enemigo? Es el Maligno, del que pedimos vernos libres en el Padrenuestro: “…y líbranos del mal (del Maligno)”. Es el demonio (CEC 391s), que trabaja constantemente para apartarnos de Dios, aunque muchas veces no lo consiga. Son tantas personas que actúan movidas por el demonio y haciéndole el juego a sus intereses. El enemigo es todo lo que se opone a Dios, y ahí se incluyen nuestros propios pecados y el pecado del mundo. El sacerdote ha sido llamado por Jesús para luchar cuerpo a cuerpo contra el demonio, sus obras y sus seducciones, y vencerlo como lo ha vencido Él, con el poder que ha dado a sus sacerdotes. El Año Sacerdotal ha sido también un año de derrota para el Maligno. Por todo ello damos gracias a Dios y a tantas personas que se han tomado en serio este Año sacerdotal. Con mi afecto y bendición. Q

 

 

 

 

 

SEMINARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En estos días comienza el curso en nuestro Seminario diocesano: en los Seminarios Mayor y Menor de san Pelagio y en el Mayor Redemptoris Mater. Después de las vacaciones, aprovechadas en el descanso y en distintas actividades de tipo pastoral y formativo, vuelven los seminaristas al curso académico, dando un paso adelante en su camino hacia el sacerdocio. Tras la cosecha de 11 nuevos sacerdotes en el curso pasado y uno más que será ordenado el próximo 2 de octubre, tenemos nuevas incorporaciones de jóvenes que se sienten llamados por Dios para servirle como sacerdotes, sirviendo a los hermanos en las cosas de Dios. Otros jóvenes continúan su discernimiento para poder ingresar en el próximo curso. El Seminario de Córdoba es un inmenso regalo de Dios a su Iglesia. Toda la diócesis debe sentirse agradecida a Dios por este don, y tener muy presente en sus intenciones el Seminario, corazón de la diócesis. Ahí están los sacerdotes, atentos a la llamada de Dios en el corazón de jóvenes y adolescentes. Los sacerdotes son una pieza clave en la pastoral vocacional. Dios nos pide ser ejemplo para quienes nos miran, de manera que los que son llamados puedan decir: “yo quiero ser como este sacerdote”. Monaguillos que sirven al altar, adolescentes que se plantean el futuro de sus vidas, jóvenes maduros que deciden ser sacerdotes. Todos hemos tenido a algún sacerdote de referencia en nuestra vida. Queridos sacerdotes, gracias por el trabajo y la dedicación a este campo. Apoyad a los formadores de los distintos Seminarios, secundad sus convocatorias de actividades orientadas a este fin. Debe ser ésta una de las actividades más queridas en nuestro ministerio. Busquemos a los que puedan ser llamados y acompañemos sus pasos vacilantes, poniéndolos en contacto con el rector y los formadores. La familia es otro puntal para estos jóvenes aspirantes al sacerdocio. En una familia cristiana, la vocación al sacerdocio es un regalo que honra a toda la familia. Apoyad a vuestros hijos en este camino. No les quitéis la idea. Si en algún momento os resulta costoso dárselos a Dios, pensad que son de Dios antes que vuestros. Si un hijo o un familiar os plantea esta llamada, animadle. Un joven encuentra muchas dificultades, dentro de sí y fuera, para seguir esta vocación. Que en su familia encuentre un aliado, nunca un obstá- culo a superar. Queridos padres y madres de familia, pedidle a Dios en el silencio de vuestro corazón que os conceda el don de un hijo sacerdote. Pedídselo especialmente a la Virgen, madre del sumo y eterno sacerdote Jesucristo. Queridos jóvenes, os lo digo abiertamente, la Iglesia necesita más sacerdotes. Para nuestra diócesis y para ayudar a otras diócesis que nos lo piden. Si el Señor te llama, no le des largas. Ponte en camino. Busca a un sacerdote que te guíe. Intensifica tu trato con el Señor en la oración. Invoca a María. La Iglesia acoge tu inquietud, la examina, la aclara, pone a tu alcance los medios para que se haga realidad lo que te parece un sueño. No tengas miedo. Nadie te comerá el coco. Has de caminar con toda libertad, encontrando la vocación que Dios quiere para ti, y ahí serás feliz. Comienza el nuevo curso en el Seminario, donde los aspirantes al sacerdocio se preparan para tan alta vocación. Oremos todos al Señor por los que son llamados, por los que están en plan de discernimiento, por los que han de discernir la autenticidad de esta vocación. El Seminario es el corazón de la diócesis, y hemos de apoyarlo todos. En él se encuentra el futuro de la Iglesia, el futuro de nuestra diócesis. Con mi afecto y mi bendición: Q

 

CRISTO HA RESUCITADO

 

DOS HERMANOS Y HERMANAS: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. El domingo de Pascua es el domingo de los domingos. Es el día del Señor. El día en que Cristo resucitó, venció la muerte y salió victorioso del sepulcro, inaugurando una vida nueva para él y para nosotros. Los relatos de la resurrección de Jesús son relatos de fe que nos transmiten un hecho real, histórico y transcendente. La resurrección de Jesús no es un mito o una leyenda. Es un hecho real, sucedido al propio Jesús y constatado por sus apóstoles. Al tercer día de su muerte, Jesús revivió, su cadáver volvió a la vida, su alma quedó inundada para siempre la gloria del Padre. Y la muerte fue vencida. No volvió a esta vida, que termina en la muerte, sino que revivió a una vida nueva que él ha inaugurado en su propia carne. Por eso, cuando las mujeres van al sepulcro un ángel les anuncia: “No está aquí, ha resucitado” (Mc 16, 6). Y ellas se lo comunican a los apóstoles, y éstos constatan los hechos. Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en un día del calendario. Un hecho singular en la historia de la humanidad. Y es un hecho transcendente, porque desborda la historia humana, llevándola a plenitud en su propia carne. Jesús se deja ver por sus discípulos al atardecer que aquel gran día en el Cená- culo, por los discípulos de Emaús. Y posteriormente en distintas maneras por distintas personas, incluso por el apóstol Tomás, el incrédulo, que se rindió ante la misericordia de Jesús: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Las mujeres, los apóstoles, los discípulos, más de quinientos hermanos han visto a Jesús resucitado (1Co 15, 6). El apóstol Pablo nos dice: “Yo lo he visto” (Cf 1Co 9, 1). La resurrección de Jesús ha quedado abundantemente testificada y certificada por medio de testigos dignos de crédito. El acontecimiento de la resurrección del Se- ñor es el punto clave de nuestra fe cristiana. No somos discípulos de un personaje que pertenece al pasado, somos discí- pulos de un personaje que está vivo. Es el único personaje en la historia de la humanidad que ha resucitado de veras. Somos discípulos de quien tiene la vida y la da al que se le acerca. Somos discípulos del Resucitado, a quien hemos contemplado en estos días pasados colgado de una cruz, muerto de amor por nosotros y a su Padre. Su resurrección es prenda y anticipo de nuestra propia resurrección. También nosotros resucitaremos como Él, más allá de la muerte. Nuestra alma está llamada a disfrutar de la gloria después de la muerte, y nuestro cuerpo resucitará en el último día de la historia humana, al final de los tiempos. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi aunque haya muerto vivirá y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25). Vivir con esta esperanza es ya motivo de un gran gozo en la vida presente. No hay comparación entre los sufrimientos de esta vida y la gloria que nos espera. El cristiano vive en la esperanza de la gloria. Este Jesús, hijo eterno de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación, está muy cerca de nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Ahí está vivo y glorioso, y espera que acudamos a Él para llenarnos de su vida divina, de su gracia, de su gloria. El domingo de Pascua es un día nuevo, es el día en que estrenamos vida, es un día que nos llena de gozo el corazón con una alegría que nunca terminará. A todos os deseo una santa y feliz Pascua de resurrección, con mi afecto y bendición: C

 

 

PENTECOSTÉS APOSTOLADO SEGLAR

 

El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y dulce huésped El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, derramado en Pentecostés como el Amor personal de Dios en nuestras almas. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). La vida cristiana consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), que viene a ser alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Pero al mismo tiempo, el Espíritu Santo nos congrega en un solo Cuerpo, el de Cristo, y aglutinados por el Espíritu formamos la Iglesia santa del Señor. Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta de su acción íntima en cada uno de nosotros para que vivamos en gracia de Dios y adornados por sus dones, sus frutos y carismas. Es la fiesta de la Iglesia, que ha recibido de Cristo el mandato de predicar a todos los hombres el Evangelio. La Iglesia existe para evangelizar y a esa tarea es permanentemente convocada por el Espíritu Santo, también en nuestros días. Apostolado seglar, personal y asociado En esta obra de la nueva evangelización, hoy más que nunca son necesarios los seglares. Los laicos tienen su lugar propio en la Iglesia y en el mundo y les corresponde ordenar los asuntos temporales según Dios (LG 31). En virtud del bautismo y de la confirmación, los seglares están llamados a ser la Iglesia en el mundo. A través de los laicos, el Evangelio de Cristo se hace presente en el mundo de la familia, del trabajo, de la cultura, de la vida pú- blica. Todos los laicos están llamados a vivir y testimoniar el Evangelio de Cristo, viviendo en el mundo a manera de fermento, para transformarlo desde dentro con la savia del Evangelio. El Magisterio de la Iglesia anima continuamente a los laicos a que vivan su misión en la Iglesia y en el mundo asociándose unos con otros, según el Espíritu va suscitando distintos carismas para el bien común en la construcción del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Este es uno de los frutos visibles del Concilio Vaticano II, la gran floración de movimientos y asociaciones que en comunión con los Pastores llevan adelante según su vocación la misión de la Iglesia. La Acción Católica, fundada por el Papa Mención especial merece la Acción Católica, fundada por el Papa y los Obispos (“participación de los laicos en el apostolado jerárquico”, Pio XI), diseñada por el Vaticano II (AA 20) y ratificada en nuestros días: “los laicos se asocian libremente de modo orgánico y estable, bajo el impulso del Espíritu Santo, en comunión con el Obispo y con los sacerdotes, para poder servir, con fidelidad y laboriosidad, según el modo que es propio a su vocación y con un método particular, al incremento de toda la comunidad cristiana, a los proyectos pastorales y a la animación evangélica de todos los ámbitos de la vida” (ChL 31). La Acción Católica es como el apostolado seglar que brota de la misma entraña de la Iglesia, que tiene como estructura la misma estructura de la Iglesia (parroquia, diócesis, Iglesia universal) y que en estrecha colaboración con la Jerarquía recibe un mandato especial de los Pastores para hacer presente a la Iglesia en el mundo. Por su vinculación específica con los Pastores, a la Acción Cató- lica se le confía una misión especial en el fomento de la comunión eclesial del apostolado seglar. En mis continuas Visitas pastorales constato la abundancia de fieles laicos que viven en torno a la parroquia. Gracias a estos seglares, la parroquia funciona en la catequesis, en la liturgia, en la caridad, en todo lo que hace la Iglesia desde la parroquia para el bien de la comunidad que le rodea. Esa es la Acción Católica General, aunque no se llame como tal. Además, está la Acción Católica Especializada, según los distintos ambientes donde trabaja (HOAC, JOC, Rural, etc.). La Acción Católica General ha rebrotado recientemente con nuevos planteamientos. La Nueva Acción Católica se está organizando de tal manera que puede ofrecer a los adultos, jóvenes y niños de manera conjunta una propuesta de apostolado seglar parroquial y diocesana, articulando a todos esos seglares que están en torno a las parroquias. Esta Nueva Acción Católica puede ayudar mucho a las parroquias, cultivando la espiritualidad bautismal y la propiamente laical, llevando conjuntamente planes de formación permanente y transmitiendo a todos el gozo de pertenecer a la Iglesia, en plena comunión con los Pastores. Si no existiera esta Acción Católica, habría que inventarla. Pero existe ya y hemos de implantarla en todas las parroquias. Acción Católica en todas las parroquias Hago mía para la diócesis de Córdoba la opción tomada por los Obispos españoles y concretamente por mi inmediato antecesor, Mons. Asenjo, en relación con este importante campo de la pastoral diocesana: la implantación progresiva en todas las parroquias de la diócesis de la Nueva Acción Católica General, en adultos, jóvenes y niños conjuntamente. Será un gran bien para esa muchedumbre de laicos que viven su vida cristiana en torno a las parroquias, dándoles la estructura misma de la Iglesia y asumiendo el protagonismo que corresponde a los seglares en la nueva evangelización de nuestro tiempo. Piensen los párrocos cómo podríamos ayudarnos todos a esta implantación. Y pidamos al Espíritu Santo que nos impulse en esta dirección. Con mi afecto y mi bendición: Pe

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QEERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la fiesta del Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad en la Iglesia. Cáritas es la organización de esa caridad de la Iglesia, que por una mano recibe y por otra reparte, atendiendo múltiples necesidades de nuestro tiempo. En el presente, la institución Cáritas ha adquirido un prestigio inmenso, porque está atendiendo a miles de familias en toda España, que sufren el azote de la crisis económica. Hasta nuestros enemigos más acérrimos reconocen el bien que la Iglesia está haciendo a los demás a través de Cáritas. Y Cá- ritas no es una simple recaudación de cuotas, sino que es la institución que hace circular la caridad cristiana de un corazón a otro. Junto a Cáritas hay también otras instituciones cristianas, familias religiosas, grupos y movimientos de Iglesia, que mueven la caridad de los fieles en el seno de la comunidad eclesial. A todos, mi estímulo y mi gratitud en este Día de Caridad. La caridad cristiana brota del Corazón de Cristo. “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34), es el mandamiento nuevo de Cristo. Y Él nos ha amado hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Nadie tiene amor más grande. La caridad cristiana es el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La caridad cristiana no brota de una decisión nuestra, sino de un don que recibimos de Dios y por el cual somos movidos a amar a Dios y al prójimo. Colaborar con ese don de Dios será mérito nuestro. La caridad cristiana se distingue de la mera filantropía. No se trata de hacer el bien al otro, sin más. Eso es bueno. Pero la caridad cristiana es otra cosa: es amar al otro por Dios, porque veo en él la imagen de Cristo sufriente y necesitado, porque veo en él un hijo de Dios, a quien Dios ama con amor infinito. La caridad cristiana brota de Dios y tiene a Dios como término. “En esto consiste el amor, no en que nosotros hemos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado primero… Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4,10-11). Cuando nos amamos con el amor cristiano, hacemos presente a Dios en medio de nosotros. “Las cosas importantes se hacen con corazón”, reza el lema de este año. No se trata de hacer cosas y resolver problemas simplemente. Menos aún de atender “casos”. Se trata de poner el corazón en lo que hacemos. Cáritas nos pide que pongamos el corazón, es decir, que lo hagamos con una actitud interna de amor verdadero, del amor que viene de Dios. Y desde esa interioridad brote nuestra mano tendida al hermano que lo necesita. La actuación de Cáritas diocesana de Córdoba es enorme. Atenciones de primera necesidad, transeúntes, recogida de cartones como medio de inserción laboral, casa para presos en sus primeras salidas, residencia para ancianos marginados y un sinfín de atenciones a todos los niveles, además de estar atenta a las necesidades que surgen de improviso por catástrofes naturales. La Cáritas diocesana anima a su vez a las Cáritas parroquiales, porque a pie de parroquia se necesita esa mínima organización que haga circular la caridad de los discí- pulos de Cristo. Por eso, Cáritas nos hace una llamada a la generosidad en este Día de la Caridad, para poder seguir haciendo el bien y llegar a muchas más personas que presentan sus múltiples necesidades. Cáritas necesita voluntarios y necesita medios económicos. Cá- ritas necesita también la oración de toda la comunidad cristiana para que no falte ese don del amor que Dios pone en nuestros corazones. Por todas las parroquias que visito encuentro ese grupo de personas que dan su tiempo y su iniciativa para organizar, bajo la autoridad del párroco, la caridad en su parroquia. A todos mi gratitud. Hacéis presente el rostro más amable de la Iglesia, que como madre atiende a sus hijos. No os canséis nunca de hacer el bien, porque al atardecer de la vida nos examinarán del amor. Aprender a amar y ejercitarse en el amor es la tarea de toda la vida. Que no falte Cáritas en cada parroquia. Hoy lo necesitamos más que nunca. Con mi afecto y bendición: L

 

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Tendría que ser en jueves, pero ha sido trasladado al domingo hace años. Todavía este jueves en algunos lugares (Priego, entre otros) y el domingo de manera universal, celebramos la fiesta grande del Cuerpo y de la Sangre del Señor, la fiesta del Corpus Christi.

Qué fiesta tan bonita para acompañar a Jesús Eucaristía, para tirarle los pétalos de nuestro cariño, para agradecerle este gran invento de la Eucaristía, Dios con nosotros hasta el final de la historia.

Es como una prolongación del Jueves Santo, cuando Jesús, la víspera de su pasión, cenó la Pascua con sus apóstoles y al final de aquella cena instituyó el sacramento de la Eucaristía y todos comieron aquel pan consagrado como el Cuerpo del Señor y bebieron de aquel cáliz la Sangre del Señor. El Jueves Santo concluye la santa Misa con una procesión al Monumento, que subraya la presencia de Jesucristo prolongada después de la celebración.

Ahora, la fiesta del Corpus lleva en procesión al Rey de los reyes, Dios mismo en persona hecho hombre y eucaristía por nosotros. Desde su trono regio, desde la custodia (qué custodias, qué ostensorios tan bonitos), Jesús va bendiciendo a todos: en nuestras calles, en nuestras plazas, entrando en nuestros hogares y en nuestros corazones.

La fiesta del Corpus nos trae esa compañía tan consoladora de Jesucristo cercano, amigo, que recorre nuestro camino para acompañarnos, para que podamos compartir con Él nuestras preocupaciones y podamos sentir el consuelo de un amigo que siempre está ahí.

Ha crecido notablemente en nuestros días la adoración eucarística, estar ratos largos con Jesús en la Eucaristía. Y tenemos que fomentarlo mucho más. Cómo serena el alma esa presencia, cómo enciende el corazón en el amor de su Corazón, cómo se desvanecen tantas preocupaciones y angustias con tan buen amigo presente. No acabaremos nunca de darle gracias por este precioso regalo de la Eucaristía.

En este sacramento, Jesús trae hasta nosotros su sacrificio realizado una vez para siempre. Lo que en el Calvario fue sacrificio cruento, en la Eucaristía es sacrifico incruento. Pero es el mismo y único sacrificio, que nos invita a nosotros a ofrecernos con él, a hacer de nuestra vida una ofrenda permanente.

La vida adquiere nuevo valor cuando es ofrecida con Jesucristo, nuestra vida se convierte en ofrenda de amor por la salvación del mundo entero. Para que esta ofrenda sea agradable a Dios, Dios mismo nos envía su Espíritu Santo que nos transforma en ofrenda permanente. Y todo ello se alimenta en la Eucaristía.

Y la Eucaristía es sacramento en forma de comida y bebida, invitándonos a comer el Cuerpo del Señor y a beber su sangre redentora. “Tomad, comed todos de él... Tomad, bebed todos de él”. Compartir la misma comida nos une en un mismo Cuerpo, eso es la comunión. La comunión tiene su fuente permanente en la Eucaristía.

Es en este sacramento donde se fragua el amor cristiano, que se desborda en la caridad hacia los hermanos. Comulgar con Cristo nos lleva a comulgar con los hermanos, nos lleva a entregar nuestra vida en favor de los demás, como ha hecho Jesucristo.

Por eso, en esta fecha tan señalada se nos recuerda el compromiso cristiano de la caridad para con los demás. Coincidiendo con la fiesta del Corpus, celebramos el Día de Cáritas, como una llamada y una provocación al ejercicio del amor fraterno. Quiero agradecer a todos los que desde Cáritas hacen el bien a los demás. Cuántas horas de voluntariado, gratuitamente, por parte de tantas personas en el servicio a los demás: enfermos, pobres, transeúntes y sin techo, inmigrantes, mujeres maltratadas, niños explotados, ancianos solos. “Tus buenas obras pueden cambiar miradas”, dice el lema de este año.

En la diócesis de Córdoba, 1700 voluntarios en 168 Cáritas parroquiales. 130.000 personas atendidas, 30.000 familias, con una inversión de 5,5 millones de euros, procedentes de la caridad de los fieles.

Si Cáritas no existiera, habría que fundarla. Es la caridad organizada de la Iglesia Católica. Gracias a todos los que colaboráis con Cáritas, haciendo visible el rostro más amable de la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: El Cuerpo y la Sangre del Señor.

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus es la fiesta de la Eucaristía, el sacramento que contiene a Cristo vivo, en su cuerpo, sangre, alma y divinidad.

La Eucaristía es el sacramento que Cristo instituyó en el contexto de su pasión redentora para dejarnos el testamento de su amor y de su presencia viva. “¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida, se celebra el memorial de su pasión, el alma se llena de gozo y nos da la prenda de la gloria futura!”.

LA EUCARISTÍA ES Misa y prolongación de su presencia después de la misa, para ser adorado y para llevar la comunión a los enfermos. El sagrario, lugar privilegiado del templo, contiene a Jesús sacramentado con su lamparita roja que nos delata esa presencia. La adoración eucarística, que se va incrementando por todas partes.

Con la Eucaristía, Cristo alimenta nuestra fe. Él es el pan vivo bajado del cielo, y el que coma de este pan vivirá para siempre. Él tiene poder para hacerlo, porque es Dios, y lo puede todo, y como es Amor apasionado por el hombre se queda con nosotros todos os días hasta el fin del mundo en nuestros sagrarios. Necesitamos alma de oración ante el sagrario, almas eucarísticas que visiten y oren ante el Señor, por sus hijos, por el mundo, por los necesitados, sobre todo, de amor y también de pan material. Por eso hoy día de la Eucaristía, del pan celestial que es Jesucristo, celebramos el día de la caridad y del amor para con todos: Amaos como yo he amado y día de caridad para multiplicar y dar de comer a los hambrientos de pan material.

Nuestros contemporáneos 1º necesitan de Dios. El hombre que no tiene a Dios, padece la mayor y peor de todas las hambres y carencias, o porque no lo ha descubierto o porque lo ha rechazado. Sin Dios el hombre es pobre y está vacío porque le falta el Todo, el sentido de su vida, la esperanza de la eternidad y padece una orfandaz que le asfixia progresivamente aunque esté lleno de cosas que no llenan el existir y el corazón, aunque lo tenga todo le falta el Todo de todo que es Dios Amor y Eternidad.

2º Antes de la multiplicación de los panes, al ver Jesús una multitud hambrienta porque llevaban tres días sin comer, lleno de compasión y sabiendo lo que tenía que hacer, le dijo a los Apóstoles y nos dice ahora a nosotros: “Dadles vosotros de comer”.

Se lo dijo a sus apóstoles, recabando un pequeño bocadillo, que con su poder multiplicó para dar de comer a más de cinco mil. Nos lo dice hoy a nosotros, porque pudiéndolo hacer Él solo, quiere que cooperemos con Él en saciar el hambre de nuestros contemporáneos. Y, ¿cuál es el hambre de nuestros contemporáneos? ¿Cuáles son sus necesidades?

Nuestros contemporáneos tienen hambre de pan, y por eso repartimos desde Cáritas y desde tantas otras instituciones el pan de cada día, hasta que cada uno pueda adquirirlo por sí mismo, por su trabajo. “Dadles vosotros de comer”. No podemos esperar a que el mundo cambie, a que se supere la crisis, a que haya para todos. Es urgente dar de comer hoy, para que la gente no quede extenuada por el camino.

La caridad cristiana retrasa la justicia (decía Marx). No, no la retrasa. Al contrario, la estimula para hacer un mundo más solidario y fraterno. Y hasta que llegamos a esa meta, salimos al encuentro del hermano para compartir hoy, quitándonoslo de nuestra boca. Es una caridad que proviene del ayuno.

Nuestros contemporáneos necesitan amor, necesitan compasión, incluso ternura. En un mundo en que tenemos de todo, falta a veces ese amor generoso, que brota como respuesta generosa al amor que Dios nos tiene. “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho?” Cuando amo a mis hermanos, no hago más que devolver algo de lo mucho que he recibido de Dios.

Esta es la fiesta del Corpus. Pan para todos. No sólo el pan material, sino también el pan del cielo, Jesucristo Eucaristía. La fiesta del Corpus une todos estos aspectos. Y ante todas estas necesidades, escuchamos en el Evangelio: “Dadles vosotros de comer”. Dios podría hacerlo antes y mejor, pero quiere hacerlo con nosotros, porque quiere que nos hagamos nosotros.

“Dadles vosotros de comer” no significa que Dios se desentiende de tantas necesidades, sino que nos pide que aportemos lo que somos y tenemos, poco o mucho, porque es dando como crecemos. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

 

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta del Corpus (trasladada de jueves a domingo) es como una prolongación del Jueves Santo, el día en que Jesús instituyó la Eucaristía.

Es un precioso invento. Que Jesús haya encontrado la forma de estar en el cielo y estar cerca de nosotros hasta el fin del mundo es verdaderamente asombroso. Por eso, a lo largo de los siglos tantos santos han quedado atraídos por la Eucaristía, como la mariposa queda fascinada por la luz. Ya no sabe salir de esa órbita. No se entiende la vida de un cristiano que no quede asombrado –y viva de ese asombro– ante Cristo Eucaristía.

Este año damos gracias por la Adoración Eucarística Perpetua, que ha encontrado eco intenso en tantos adoradores de Córdoba, de manera que día y noche todos los días del año Cristo sea adorado y nos traiga torrentes de gracia para nuestras vidas y nuestras comunidades cristianas.

En la Eucaristía se hace presente eficazmente el sacrificio redentor de Cristo, que entregó su vida en la cruz por la redención del mundo. Siendo Dios y hombre verdadero, la ofrenda de su vida es de valor infinito y su sangre lava todos los pecados. “Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros”.

Participar en la Eucaristía es unirse a Cristo que se ofrece por todos. Todo el sufrimiento del mundo adquiere valor unido a Cristo que se ofrece. Y se nos da como alimento, en la forma de pan y de vino, convertidos en su cuerpo y en su sangre: “Tomad, comed, que esto es mi cuerpo. Tomad, bebed, que ésta es mi sangre”. Y al recibirlo como alimento, alimenta nuestra vida.

La Eucaristía es alimento de vida eterna: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día”. Comiendo de la misma comida entramos en comunión unos con otros, es Jesucristo el que nos une en su cuerpo, como el racimo a la vid, para dar frutos de vida eterna.

La Eucaristía es el sacramento que alimenta en nosotros la caridad cristiana. No tiene sentido que comamos a Cristo en la Eucaristía y mantengamos rivalidades, envidias y desamor entre nosotros. Comulgar con Cristo y comulgar con el hermano.

Una comunidad eucarística es una comunidad en la que todos se aman con el amor de Cristo, en la que todos aportan lo mejor que tienen y en donde las rivalidades se superan por un amor sincero, que reconoce los valores del otro. La paciencia para soportar los defectos del prójimo es una obra de misericordia que se alimenta en la Eucaristía. “Mirad cómo se aman”, ha sido siempre el atractivo de una verdadera comunidad cristiana.

Y esa caridad cristiana, alimentada en la Eucaristía, se prolonga con los más necesitados, saliendo al encuentro de ellos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido: los recursos de todo tipo, según las necesidades de cada uno, e incluso el don precioso de la fe, que se nos da para comunicarla.

 Este año en Córdoba estamos celebrando el 50 aniversario de Cáritas diocesana, y es el día del Corpus el día más apropiado de esta institución de caridad. Damos gracias a Dios por todos los que han colaborado en esta institución de Iglesia, que promueve la caridad de todos para favorecer a los más necesitados. El mandamiento nuevo del amor fraterno, “Amaos unos a otros, como yo os he amado”, es el motor constante de Cáritas.

Cáritas no es una ONG cualquiera, es la caridad de la comunidad cristiana para servir a los pobres de la Diócesis. Por todas estas razones, la procesión del Corpus no es una exhibición de los que desfilan, sino una proclamación solemne de nuestra fe en la presencia de Cristo en este precioso sacramento, y un testimonio agradecido ante los demás de nuestro compromiso de amor con todos, especialmente con los más pobres.

La fiesta del Corpus es la presencia viva de Cristo, que alimenta continuamente a su Iglesia. Venid, adorémosle. Venid, comamos de este pan bajado del cielo. Venid a reponer fuerzas para seguir amando a todos. Venid, que en este sacramento se encuentra el tesoro de la Iglesia para todos los hombres.

 Recibid mi afecto y mi bendición: Corpus Christi, Jesucristo vivo que alimenta a su Iglesia.

 

FIESTA DEL CORAZÓN DE JESÚS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Dios tiene corazón, nos ama infinitamente, conoce nuestra debilidad y tiene misericordia de nosotros. En el corazón de Dios todos tenemos un lugar, nadie se sienta excluido de ese amor que nos ha creado y nos ha redimido, haciéndonos hijos suyos. En su Hijo Jesucristo, Dios se ha hecho carne, con un corazón humano como el nuestro. Jesús nos acerca ese amor de Dios, nos hace sensible un amor sin medida, que nos ama hasta el extremo, que se compadece de nosotros, que ama y sufre.

Esto es lo que celebramos en la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, celebrada esta semana. En el Corazón de Cristo se resume simbólicamente todo el cristianismo, que es la religión del amor. No existe otro motivo en el corazón de Dios. Sólo el amor. Ni envidia, ni odio, ni venganza. Sólo amor. Y eso es lo que quiere Dios en nuestro corazón, que sólo haya amor, aunque dada nuestra debilidad se nos cuelan otros sentimientos que hacen nuestro corazón impuro.

Celebrar el Corazón de Cristo nos lleva a contemplar todo el misterio de la Redención, concentrado en ese Corazón que sólo sabe amar, irradia amor y enseña a amar al que se acerca a él.

En el Corazón de Cristo se entrecruzan varios caminos: Dios que nos ama dándonos a su Hijo único. El Hijo que ama a su Padre con un amor desbordante, también en representación de toda la humanidad y en reparación de todos nuestros desamores y nuestras ofensas.

El Hijo encarnado que nos ama a cada uno, hasta el punto de que cada uno pueda decir: “Me amó y se entregó por mí” (Gal 2,20), escuchando de Jesús: “Ya no os llamo siervos, a vosotros os llamo amigos”. Por eso, el mandamiento nuevo, el testamento del Señor resuena acercándonos a su Corazón: “Amaos unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”.

“El Amor no es amado”, gritaba san Francisco de Asís con abundantes lágrimas. Para el que ama de verdad, el pecado del mundo le toca el corazón, porque percibe en él un desprecio hacia Dios, que es Amor y sólo Amor. De ahí brota el deseo de amarle más a Aquel que es ofendido, el deseo de reparar las ofensas de todo el mundo.

¿Cómo es posible que el Amor, que sólo es Amor, sea despreciado y sea ofendido? Es el misterio del pecado, por el mal empleo de la libertad humana, que sólo tendrá remedio en una sobredosis de amor, en la Cruz de Cristo.

Podrá sanarse en la actitud de reparación que brota de un amor más puro, que no recrimina a nadie, que reacciona amando más todavía. “He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, y a cambio sólo recibe injurias y ofensas”, le dice el Corazón de Cristo a santa Margarita María de Alacoque.

De ese Corazón y como un regalo de su amor, la diócesis recibe este domingo dos nuevos sacerdotes presbíteros para el servicio de la diócesis, abiertos a la Iglesia universal. Carlos y David. Carlos proviene de Valencia y se ha formado en el Seminario Redemptoris Mater. David es de Jauja (Córdoba), su familia vive en nuestra diócesis, y se ha formado en el Seminario Conciliar San Pelagio. Tiene un hermano sacerdote, Antonio Reyes.

“El sacerdote es un regalado del Corazón de Jesús”, repetía el santo Cura de Ars. Hoy se cumple entre nosotros. Necesitamos sacerdotes según el Corazón de Cristo. Pidamos que estos dos nuevos sacerdotes vivan traspasados por el amor del Corazón de Cristo y entreguen su vida por amor. Y pidamos por todos los jóvenes que se preguntan por su vocación. “Señor, ¿qué quieres de mí?”. Que miren al Corazón de Cristo y se dejen envolver por su amor. Ahí encontrarán la respuesta.

Sólo el amor es digno de crédito. Matrimonio, vida consagrada, ministerio sacerdotal. La razón de la elección sea: y ¿dónde podré amar más? Junto al Corazón de Cristo está su Madre, su Inmaculado Corazón. Son dos corazones que laten al unísono. Ella nos conceda percibir el latido del Corazón de Cristo, para poder latir al unísono con Él y con Ella. Recibid mi afecto y mi bendición: Dos nuevos sacerdotes, regalo del Corazón de Cristo.

 

 

FIESTA DE SAN PEDRO Y SAN PABLO: FIESTA DEL PAPA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de los santos apóstoles Pedro y Pablo (29 de junio) es ocasión para celebrar el Día del Papa. Fue el mismo Jesucristo el que confió a Pedro el gobierno de su Iglesia: “Tu eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16,18), y desde la ascensión de Jesús a los cielos, Pedro ha ejercido de cabeza entre los apóstoles. Y a él se refieren todos en los primeros pasos de aquella comunidad evangelizadora.

El mismo Pablo, convertido al Señor en el camino de Damasco cuando perseguía a los cristianos, somete su predicación al discernimiento de Pedro para no correr en vano. Jesucristo sigue siendo el referente fundamental de la vida del cristiano y de la Iglesia.

Y a esta Iglesia, que a Jesús le ha costado la misma vida y por la que ha derramado su preciosa sangre, la ha dotado del primado de Pedro, estructurando jerárquicamente esta comunidad en torno a los Apóstoles. Pastores y fieles, por tanto, tienen en Pedro el principio y fundamento de la unidad en la Iglesia.

El Sucesor de Pedro es el Papa, el obispo de Roma, porque fue en Roma donde Pedro fue obispo y donde selló con la sangre del martirio su testimonio de amor al Señor. Roma se ha convertido así en el epicentro de la cristiandad, la comunidad que preside en la caridad a todas las demás comunidades y diócesis del mundo entero.

En la fiesta de san Pedro (y san Pablo) volvemos nuestros ojos a Roma para vivir en la fe nuestra comunión con el Obispo de Roma, Papa de la Iglesia universal. Si una diócesis se encerrara en sí misma o en sus límites geográficos, regionales o nacionales, perdería su condición de católica y universal.

El Papa y la comunión con él nos hacen católicos, una de las notas esenciales de la Iglesia fundada por Jesucristo. Renovemos, por tanto, esta dimensión más honda de nuestra fe, que no anula nuestras propias riquezas, sino que nos aporta una esencial: la comunión con la Iglesia universal.

Dios nos ha concedido en nuestros tiempos Papas excelentes y santos. Si recorremos la lista del último siglo, un siglo atormentado en el concierto universal, veremos que el ministerio del Sucesor de Pedro ha sido decisivo para la marcha de la historia. Y si miramos en nuestros días, la figura del Papa Francisco ha cobrado un fuerte protagonismo como referente moral y líder mundial. Podemos decir que la Iglesia católica en el pre y postconcilio Vaticano II ha abierto por medio del Papa nuevos horizontes de renovación en un cambio de época como el que estamos viviendo, al tiempo que permanece fiel a su Maestro y Señor.

Subrayaría del Papa Francisco sobre todo su opción por los pobres de la tierra, una opción teológica, antes que sociológica, filosófica o política. Es decir, una opción inspirada en el ejemplo y la enseñanza de Cristo nuestro Señor.

Su atención constante a los últimos, a los descartados, a los refugiados, a los emigrantes, a los que cruzan el mar a la desesperada en busca de mejores condiciones y pierden la vida en el intento, a los explotados en el tráfico de personas humanas, sobre todo en el caso de tantas mujeres, etc.

Este fuerte testimonio resulta muchas veces incómodo, pero no va contra nadie, sólo se inspira en el amor, y nos impulsa continuamente a la conversión.

Oremos por el Papa. Todos los días. Para realizar su ministerio, su servicio a los creyentes en Cristo y a toda la humanidad, necesita constantemente del auxilio divino, porque se trata de una tarea que desborda todas las capacidades humanas.

Él nos pide continuamente que oremos por él, y lo hacemos con gusto, para que el Señor que lo ha elegido para ponerlo al frente de su Iglesia, lo sostenga con su gracia. Nosotros nos beneficiamos continuamente de su ministerio como “dulce Cristo en la tierra”, en frase feliz de santa Catalina de Siena, y por ello hemos de colaborar con nuestra oración en el sostenimiento de su ministerio.

También se nos pide la colecta de este domingo, para el ejercicio de la caridad del Papa. Es el óbolo de san Pedro. Lo encomendamos especialmente a nuestra Madre, María Santísima. Que el Señor lo conserve, lo vivifique y lo haga feliz en la tierra, de manera que no lo entregue en manos de sus enemigos. Recibid mi afecto y mi bendición: Día del Papa, en la fiesta de san Pedro.

 

 

 

DOMINGO ….a

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús se presenta en el Evangelio de este domingo como “manso y humilde de corazón”. Es llamativa esta autopresentación, al tiempo que es tremendamente atrayente.

 A Jesús en su personalidad divina nos lo ha presentado el Padre del cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien me complazco” (Mc 1, 11). Y Jesús mismo se dirige continuamente a Dios como su Padre, “¡Abba!”. Pero en el Evangelio de este domingo, Jesús nos invita a que acudamos a él. “Venid a mí los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré… Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11, 28).

 La mansedumbre es cualidad muy valorada. No tiene agresividad ni asperezas, es tranquila y apacible. Puede llegar incluso a la ternura. Cuántas veces nos vemos sorprendidos por nuestros impulsos, por nuestras reacciones bruscas y a veces violentas, que alteran la convivencia de nuestro entorno.

Encontrarse con una persona mansa y apacible es una fortuna. Todos los que conviven con ella gozan de esa paz que transmite el que es manso de corazón. En el caso de Jesús, además, él quiere transmitirnos esta cualidad y lo hace mediante nuestro trato con él y por el don permanente de su Espíritu Santo en nuestras almas.

En este, como en todos los demás aspectos de la vida cristiana, no se trata de una imitación externa y menos aún de una decisión voluntarista por nuestra parte. Se trata más bien de la acogida de un don que se nos ofrece y de entrenarnos en esa misma práctica, ejercitándonos en esa virtud. La humildad es virtud que está en los cimientos de un gran edificio.

Esos altos rascacielos de las grandes ciudades, tiene un soporte hondo, que no se ve pero que soporta todo el edificio. El humilde no hace ostentación de sus virtudes, aunque reconozca que las tiene, pero las tiene como un don recibido y las vive con gratitud al que se las hadado.

El humilde no protesta porque no le tienen en cuenta. El humilde busca instintivamente el último puesto, no ser tenido en cuenta, pasar desapercibido. La humildad se alimenta con humillaciones, que el humilde asume con normalidad y sin alboroto.

 Cuánto bien hace una persona humilde, cuánto bien hace una persona dotada de buenas cualidades, si es humilde. Si, por el contrario, tiene muchas cualidades y no es humilde, se vuelve insoportable; mejor es que no las tuviera. Se dice que así como la caridad y el amor son el motor de todas las virtudes, así la humildad está en el cimiento de todas ellas. Cualquier virtud natural o sobrenatural sin humildad es una virtud dislocada, y puede hacer daño.

 La humildad todo lo soporta, no se engríe, no se compara con los demás ni siente envidia. Jesús se presenta así, como “manso y humilde” de corazón. Y nos invita a acercarnos a él, especialmente cuando estamos cansados y agobiados.

No es el trabajo físico el que más nos fatiga, y además se reponen energías con el diario descanso. Ni siquiera las preocupaciones de las tareas en las que somos responsables son la fuerza más fatigante.

Lo que realmente nos fatiga son nuestros apegos interiores, esas sanguijuelas que chupan nuestra energía y nuestro entusiasmo. Nos fatiga nuestro amor propio, nos fatiga nuestra falta de rectitud de intención, nuestras dobleces. Nos fatigan todas las secuelas de pecado, que van minando nuestro entusiasmo. Por el contrario, nos refresca la conversión profunda de nuestro corazón, nos renueva sentirnos amados tal como somos, gratuitamente. Nos hace felices constatar que nuestros problemas tienen arreglo.

 Por eso, en este tiempo de vacaciones y descanso, acudamos a Jesús: “Venid a mí...” Él nos comprende, él nos acoge, él nos ama incondicionalmente. Si acudimos a él, encontraremos nuestros descanso, porque su yugo es llevadero y su carga ligera. Recibid mi afecto y mi bendición: Manso y humilde de corazón.

 

 

TIEMPO DE VACACIONES: VERANO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Unos antes, otros después, a lo largo del verano hay tiempo para vacaciones. No todo el mundo puede tomárselas, pero todos, de una manera u otra disminuyen el ritmo de actividad de la vida ordinaria, y muchos lo hacen para dedicarse a otra actividad complementaria. Porque vacaciones no es tiempo de no hacer nada, sino de hacer otra cosa, que complemente nuestra formación, que ayude al descanso, que nos dé oportunidad de desarrollar aspectos que no pueden desplegarse en el ritmo ordinario del año.

Hay quienes plantean las vacaciones como tiempo de desenfreno. Como si estuvieran todo el año reprimidos y en vacaciones de desatan. Cuando estos vuelven a la vida ordinaria experimentan una fuerte depresión. Las vacaciones no pueden plantearse desde el desenfreno, sino haciendo aquello que nos gusta –supuesto que tenemos buen gusto– poder vivir un tiempo sin la presión de los horarios y de las agendas.

Cuando uno piensa en las vacaciones, piensa en visitar a los amigos, en convivir con la familia, en hacer turismo, en tomarse un tiempo de mayor descanso. Quizá no pueda hacer todo lo que se le ocurre, pero ha dejado suelto el espíritu y ha recuperado energías para afrontar de nuevo la vida ordinaria.

En este descanso, un lugar preferente lo ocupa Dios. A lo largo del año, vamos con el tiempo justo. En vacaciones, podemos dedicar más tiempo a la oración, a la lectura pausada, a la contemplación de la naturaleza. Dios está ahí, y quiere ser nuestro descanso, y además es un descanso gratuito. “Nos hiciste, Señor, para Ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti”, nos recuerda san Agustín en sus Confesiones.

Descansemos en Dios, conectemos con las motivaciones positivas que han dado sentido a nuestra vida, renovemos aquel amor primero que es capaz de impulsarnos a grandes empresas. Durante las vacaciones, muchos niños y jóvenes de parroquia acuden a campamentos de verano.

Son una ocasión preciosa para crecer, para convivir, para hacer nuevos amigos, para estar con Jesucristo en el fresquito de la mañana o en la Misa del atardecer. El tiempo de ocio es tiempo para la evangelización, es decir, para la experiencia más fuerte de Jesús en medio de nosotros, en medio de su Iglesia, en esa cadena de adultos, jóvenes y niños que se anuda en estas ocasiones.

En vacaciones, muchos adultos toman unos días de retiro espiritual en un monasterio, en una casa de ejercicios. Es un tiempo intenso de relación con Dios, que restaura muchas heridas y fortalece para la misión que cada uno ha recibido.

Celebré hace pocos días la Eucaristía con un numeroso grupo de misioneros de toda Andalucía (se habían ofrecido más de tres mil, y fueron seleccionados unos cuatrocientos).

Durante ocho días se han dedicado a evangelizar por las calles y plazas, viviendo aquella experiencia que describe el Evangelio de san Lucas 10,1ss: “los envió de dos en dos a todos los pueblos y lugares… sin alforja, sin sandalias… llevando la paz a todos”. Al regreso, venían desbordantes de gozo, porque habían experimentado la verdad de esta Palabra en sus vidas, en medio de múltiples privaciones e incluso rechazos. Habían experimentado sobre todo la fuerza y la verdad del Evangelio, habían constatado que los pobres eran los mejores dispuestos a recibir la buena nueva. Todos nos contagiamos de la alegría de este anuncio.

Otro tanto les ocurrirá a los que van en misión ad gentes, como los de Picota/ Perú (tres expediciones este verano), o los que dedican tiempo para servir a los más pobres. Algunos han viajado a Calcuta. La fe se fortalece dándola, nos decía Juan Pablo II. He participado en convivencias sacerdotales, donde también los sacerdotes tienen la oportunidad de descansar con el Señor y en la amistad de los hermanos. He visitado campamentos de niños y jóvenes, donde la algarabía de la edad aprende la disciplina y el servicio sacrificado, al tiempo que la supervivencia en contacto con la naturaleza y liberados de tantos cachivaches que tienen en sus casas. Varias expediciones hacen el Camino de Santiago o una peregrinación a Fátima en el centenario de las apariciones.

Hace pocos días acompañaba a la primera peregrinación de la Hospitalidad de Lourdes en Córdoba, que tiene como objetivo llevar enfermos a Lourdes, y que en esta primera edición ha acudido un buen grupo. Que las vacaciones sean tiempo de provecho, de descanso, de hacer otras cosas, de llenarse de Dios. Felices vacaciones para todos. Recibid mi afecto y mi bendición: De vacaciones.

 

25 DE JULIO: FIESTA DE SANTIAGO APÓSTOL

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegados al 25 de julio celebramos la fiesta solemne del apóstol Santiago el Mayor, patrono de España. Hijo de Zebedeo y Salomé, hermano del discípulo amado, el apóstol Juan, murió mártir de Cristo en la primera persecución de Herodes, en los años 40 de nuestra era.

La escena del evangelio de este día es muy expresiva (Mt 20, 20-28). Fue la madre la que se acercó a Jesús, cuando iban camino de Jerusalén, para pedirle que sus dos hijos, Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, tuvieran los primeros puestos en el reino de Jesús que ella se imaginaba. Jesús respondió: “No sabéis lo que pedís”.

La ignorancia es muy atrevida, y los intereses egoístas se cuelan hasta en el corazón de las personas buenas. No era malo lo que pedían, pero Jesús les hizo caer en la cuenta de que no sabían lo que pedían, puesto que el Reino que Jesús venía a instaurar tiene otros planteamientos.

Una vez más aparece la paciencia de Jesús, que aprovechará la ocasión para explicar que el primero en el Reino es el que sirve. “¿Sois capaces de beber el cáliz que yo voy a beber?”, les pregunta Jesús. El cáliz de Jesús se refiere a la pasión, se refiere a la Cruz.

 Les está preguntando si están dispuestos a pasar el trago de la Cruz, que Jesús va a vivir en Jerusalén. Y si están dispuestos a asumir su propia Cruz, cuando llegue. Ellos responden muy espontáneamente: “Somos capaces”. Tampoco en esta respuesta saben lo que están diciendo. Están disponibles a hacer lo que diga Jesús, que ya es bastante. Pero no alcanzan a comprender lo del “cáliz” que Jesús les ofrece. “Mi cáliz lo beberéis”, les asegura Jesús.

Aquí tenemos una certeza: Jesús está anunciándoles la muerte que un día padecerán por su nombre. Tanto uno como otro serán mártires de Cristo, derramarán su sangre por amor a Cristo, serán capacitados para beber el cáliz de la pasión de Cristo, muy unidos a su Maestro.

Y Jesús continúa: “...pero esos primeros puestos que pedís, corresponde a mi Padre concederlo”. En el Reino de Jesús no hay escalafones, ni ascensos, ni trienios. En el Reino de Jesús, lo único que puntúa es dar la propia vida, perderla por él y por los demás. “El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar la vida en rescate por la multitud”.

La petición interesada de los primeros puestos encuentra esta respuesta preciosa por parte de Jesús, que pone patas arriba toda pretensión de carrerismo en el seguimiento del Señor. Las pretensiones humanas ponen al propio sujeto en el centro. Jesús “descentra” esas pretensiones y sitúa el centro en el servicio, en dar la vida.

El discípulo de Jesús es el que le sigue, el que se va pareciendo cada vez más a él, el que hace de su vida un servicio de amor a Dios y a los demás. La fiesta del apóstol Santiago viene a replantearnos dónde está nuestro centro, dónde están nuestros intereses, si queremos seguir de verdad a Jesús. La vida cristiana consiste en servir al estilo de Cristo, en dar la vida como él, en beber el cáliz que Dios ponga en nuestras manos.

La fiesta de Santiago sea una nueva ocasión para presentar ante el Apóstol patrono de España y amigo del Señor todas las necesidades del momento presente. Pedimos por su intercesión que la fe cristiana se mantenga en España hasta el final de los tiempos, incluso en una situación plural y democrática, como la que vivimos.

 Pedimos en este momento concreto que sea preservada la unidad de España, la unidad de sus pueblos y regiones como lo ha pedido la Conferencia Episcopal Española en 2006 y en otras varias ocasiones. Pedimos que España sea una nación solidaria y fraterna, capaz de compartir sus logros con quienes no tienen nada en la vida; que el crecimiento económico vaya acompañado por el crecimiento de otros tantos valores que pertenecen a nuestra identidad y a nuestra historia. Apóstol Santiago, patrono de España, ruega por nosotros. Recibid mi afecto y mi bendición: Santiago apóstol, patrono de España.

 

 

NATIVIDAD DE LA VIRGEN: 8 DE SEPTIEMBRE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comienza septiembre, y para muchos vuelta de vacaciones. Comienza el nuevo curso, o al menos los preparativos para el mismo. Y en este comienzo, nos encontramos con María Santísima el próximo 8 de septiembre, cuando celebramos su nacimiento, la Natividad de María.

En muchos lugares de nuestra diócesis es la fiesta principal de la Virgen. Es bonito ver en estos días cómo los niños pequeños van de la mano de su madre al cole. Unos van contentos, otros con algunas lágrimas, todos estrenan ropa, mochila, ilusiones. Pues algo así sucede en la vida cristiana. Hay muchos proyectos para el nuevo curso, estrenamos personas que vienen en nuestra ayuda: sacerdotes, profesores, catequistas, etc.

En medio de todas estas novedades, sobresale la ayuda de nuestra Madre María. Nos agarramos a su mano, y así no nos perdemos. Agarrados de su mano, sentimos la seguridad de tener una madre que nos cuida y nos protege. Con Ella, todo será más fácil, porque nos sentimos queridos y acompañados.

En la ciudad, tenemos varios actos en torno a la fiesta mayor de la Virgen de la Fuensanta: novena solemne, traída a la Catedral en las vísperas acompañada de los jóvenes, Misa en la Catedral por todo lo alto en la víspera y procesión hasta su Santuario; celebración gozosa en su Santuario el día de la fiesta con la participación del Cabildo Catedral.

Es la patrona de la ciudad y todas las Hermandades y Cofradías, que la tienen por patrona, se vuelcan en honrarla con sus mejores galas. En otros muchos lugares es la fiesta de nuestra Madre con su advocación propia. Encuentro Diocesano del Apostolado de la Oración el 16 en Montilla, para ponernos las pilas en la devoción al Sagrado Corazón y a la Eucaristía, con todo el sentido reparador de la vida cristiana. Ojalá todas las parroquias fomenten esta preciosa devoción al Corazón de Cristo y difundan la práctica del ofrecimiento diario al Sagrado Corazón por el Inmaculado Corazón de María. Asamblea Diocesana de Acción Católica General, el sábado 30, en el obispado. Hemos tenido en Santiago de Compostela este verano la Asamblea General con la asistencia de 1.300 participantes, 22 obispos y más de un centenar de cordobeses. Hemos de empujar en todas las parroquias la constitución de grupos, que lleven una formación programada y vaya creando una red de fieles laicos por toda la Diócesis. Son los laicos de nuestras parroquias, de toda la Diócesis, que hemos de procurar se organicen entre sí como organización laical en la Iglesia para potenciar su presencia en el mundo de hoy. Y ya muy cercano el Encuentro Diocesano de Laicos, el sábado 7 de octubre, bajo el lema “Unidos para que el mundo crea”.

Es fruto de una larga preparación, en la que los laicos han tenido gran protagonismo: Consejo Diocesano de Laicos, Comisión preparatoria del Encuentro, temas estudiados, respuesta a los cuestionarios trabajados, etc. Y esperamos frutos abundantes de este Encuentro para bien de nuestra diócesis de Córdoba.

Hay muchos carismas en nuestra diócesis, que la enriquecen con la vitalidad de Cristo. Pero no olvidemos que la Dió- cesis tiene su propio carisma, su propia historia de santidad, su misión específica y entre todos hemos de construirla, aportando a la casa común, no sólo sirviéndonos de ella.

Y a final de octubre, la habitual Peregrinación de jóvenes a Guadalupe (del 20 al 22). Y el V Encuentro Nacional de Jóvenes Cofrades en Córdoba (del 27 al 29), que reunirá un gran número de jóvenes en nuestra ciudad, procedentes de toda España.

Así que, nos agarramos de la mano de María nuestra madre desde el comienzo. Ella nos irá llevando, nos irá enseñando a seguir a Jesús como discípulos misioneros de su Evangelio y de su alegría para un mundo como el nuestro que necesita razones para la esperanza. De la mano de María, con el rosario en las manos, invocándola continuamente como Madre de misericordia, comencemos esta nueva etapa de nuestra vida. Recibid mi afecto y mi bendición: De la mano de María.

 

CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Cristo Rey. Todo en la vida cristiana gira en torno a Jesucristo, como no podía ser de otra manera. Él es el centro del cosmos y de la historia.

El Año litúrgico nos va desgranando año tras año ese misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta su venida gloriosa al final. Y la celebración litúrgica tiene la capacidad de traernos eficazmente el misterio que celebramos. En Jesucristo la historia de la humanidad ha encontrado su plenitud, en Él se nos anticipa nuestro futuro.

 Celebrar esta fiesta de Cristo Rey hace alusión, por una parte, a la pretensión histórica de Jesús, por la que fue condenado a muerte: “Jesús Nazareno, rey de los judíos”. Una pretensión que quedó plenamente verificada en la resurrección de Jesús y en su victoria sobre la muerte. Verdaderamente, Jesús es Rey.

Y por otra parte, hace alusión al final hacia el que caminamos. Es una fiesta de futuro, teniendo presente el pasado histórico y entrando en esa espiral ascensional, que nos va configurando con Cristo hasta transformarnos como él.

No se trata de un reinado despótico. Jesús aparece como el buen pastor que cuida de sus ovejas, manso y humilde de corazón, que está dispuesto a dar la vida por cada uno de nosotros, como ha sucedido realmente.

En él encontramos la paz del corazón, pues nos sentimos queridos con un amor que sana nuestras heridas. En el conjunto de la historia, hay un error primigenio, el pecado original, y hay una sobreabundancia de gracia en Jesucristo. “Si por un hombre vino la muerte, por un hombre vino la resurrección. Si por Adán murieron todos, por Cristo todos volverán a la vida”.

Nuestra vida terrena camina con esta cojera. Jesús viene en nuestra ayuda y nos llena el corazón de esperanza. El bautismo nos saca de la muerte y nos introduce en la vida para siempre. Al final, todo será sometido a Dios y Dios lo será todo para todos, si no malogramos el plan de Dios en nuestra vida.

Jesús aparece como el que viene a juzgar, cuando venga en su gloria el Hijo del hombre. Viene a premiar a los buenos y a rechazar a los malos. “El separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras”. Y seremos examinados de amor. Al atardecer de la vida te examinarán del amor, nos recuerda san Juan de la Cruz. “Tuve hambre y me diste de comer…” ¿Cuándo, cómo, dónde, a quién? Todo lo que hicimos a uno de los humildes hermanos, “a mí me lo hicisteis”, dice Jesús.

Esa personificación de Jesús en la persona de los pobres y los humildes, que asoman en nuestra vida pidiendo nuestra ayuda, es todo un principio revolucionario en la nueva civilización del amor. Nunca será el odio, sino el amor el que cambie el mundo.

El amor cristiano reside en nuestro corazón por el Espíritu Santo, que se nos ha dado, nos hace salir de nosotros mismos para entregar la vida y gastarla en favor de los demás. Pero además, el amor cristiano encuentra en cada uno de los destinatarios (sean de la condición que sean) una prolongación de Jesús, “a mí me lo hicisteis…”.

Esta motivación en su origen y en su término hace que Jesucristo reine en el mundo, transformando incluso el orden social. No es por tanto, un reino de poderío humano, de prepotencia, de exclusión de nadie. El de Cristo es un reino de amor. Él nos ha ganado con las armas del amor, y con estas mismas armas quiere que luchemos, seguros de la victoria final. “Un reino eterno y universal: el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de la fiesta).

¡Venga a nosotros tu Reino! Que la fiesta de Cristo Rey del Universo nos introduzca en esa espiral de amor, que va sanando todas las heridas del corazón, propias y ajenas, consecuencia del pecado, y va introduciendo en cada corazón una nueva vida que brota del Corazón de Cristo, que ama sin medida. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

FIESTA DE CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Concluimos al terminar el año litúrgico el Año jubilar de la misericordia, en la solemne fiesta de Jesucristo Rey del Universo. Vivimos sometidos al tiempo y a los calendarios, y todo lo que comienza, termina, lleva fecha de caducidad.

El Año de la misericordia ha sido un año repleto de actos y de momentos para caer en la cuenta de que la misericordia constituye el corazón del Evangelio. Ha sido un año para acoger el gran perdón de Dios para toda la humanidad y para cada uno de nosotros. Y ha sido un año para ejercitarnos en la práctica de las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales.

Dios rico en misericordia y los pobres han ocupado el centro de atención de este Año de la misericordia. Pero el Corazón de Dios no se cierra, sigue abierto de par en par para todos. El amor de Dios ha llegado a su plenitud en la Cruz de Cristo, donde Jesús ha abierto su corazón de par en par para enseñarnos que el amor es más fuerte que la muerte, más fuerte que el pecado.

El Corazón de Jesús traspasado de amor nos repite: “Venid a mí... que yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso” (Mt 11,28). La misericordia de Dios ha llegado a su plenitud en el Corazón de Cristo, que nos ama hasta el extremo.

Tampoco se clausuran las obras de misericordia, sino que este Año nos ha impulsado a practicarlas continuamente como seña de identidad del cristiano: “tuve hambre y me diste de comer… fui forastero y me hospedaste, estuve en la cárcel y viniste a verme... Conmigo lo hicisteis”, nos dice el Señor (Mt 25,35s).

Son muchas las pobrezas que padece el hombre de hoy: falta de amor, desprecio y marginación, adicciones múltiples (droga, alcohol, sexo, internet…), prófugos y refugiados, víctimas de la trata y de la explotación sexual. No pasemos de largo, no seamos indiferentes. Quizá podamos hacer algo, –o ¡mucho!– para aliviar tantas necesidades. Y sobre todo podemos compartir su dolor y ofrecerles nuestra esperanza para que alcancen la verdadera libertad.

El Año jubilar de la misericordia ha sido una ocasión preciosa para ver cómo sólo Jesucristo puede dar pleno sentido a la vida del hombre, porque no se nos ha dado otro Nombre en el que podamos salvarnos (cf Hech 4,12). Y al experimentar la misericordia recibida y repartida, hemos entendido mejor que sólo el amor transforma el mundo, nunca el odio ni el enfrentamiento.

Pongamos manos a la obra, a la obra del amor que brota del Corazón de Cristo y quiere llegar a todos los corazones, y no nos dejemos seducir por propuestas rápidas y engañosas. La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a recordarnos que Jesús ha sido constituido por el Padre como el centro y el culmen de la historia, hacia el que tienden todos los corazones y que quiere reinar en el mundo entero por la civilización del amor.

Hace pocas semanas participé en la canonización del jovencito mejicano José Sánchez del Río. En la plaza de san Pedro miles y miles de personas con la respiración contenida ante las palabras solemnes del Papa cuando los proclamaba santos. Y al terminar la fórmula latina, aquel silencio de la plaza fue roto por un grito: “¡Viva Cristo Rey!”, que me estremeció profundamente.

No era un grito contra nadie, era como el grito de san José Sánchez del Río en aquel momento culminante de su glorificación, el mismo grito que salió de sus labios en el momento del martirio. “¡Viva Cristo Rey!” ha sido el grito con el que miles y miles de mártires han proclamado su amor a Cristo en el momento supremo del martirio en tantos lugares de la tierra.

Es un grito de confesión de fe, es un grito de perdón a los verdugos, es una plegaria desgarradora para que venga a nosotros su Reino, el “reino de la verdad y de la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz” (prefacio de Cristo Rey).

Los que militamos bajo la bandera del Rey eternal queremos que esta fiesta sea una ocasión propicia para llevar a todos los hombres el dulce mensaje de la misericordia, sin la cual es imposible que el mundo sobreviva. Recibid mi afecto y mi bendición: Año de la misericordia ¡Viva Cristo Rey!

 

 

 

 

 

 

HOMILIAS CICLO A 2011

 

DOMINGO VIII SERMÓN DE LA MONTAÑA: AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

 

HERMANOS Y HERMANAS: Escuchamos en el Evangelio de estos domingos el Sermón de la Montaña, que comienza con las bienaventuranzas y nos presenta a Jesús como el nuevo Moisés, que subió al monte para traernos las tablas de la ley de Dios. Jesús se presenta no ya como el mensajero de Dios, al estilo de Moisés, sino como Dios mismo que viene a traernos la ley nueva del amor y que se concreta en todos los campos de la vida humana. “Habéis oído que se dijo..., pero yo os digo” (Mt 5, 44). “Amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 44) constituye como la quintaesencia del Evangelio. Amar es la vocación del hombre: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Juan Pablo II, RH 10). No podemos vivir sin amor, sin ser amados y sin amar. Dicen que el infierno consiste simplemente en eso: en no poder amar, en quedar encerrado y asfixiado en el propio egoísmo. En la escala del amor hay muchos grados, y Jesús nos ha enseñado el amor más grande. En las relaciones humanas, existe la ley de la selva, es decir, la ley del más fuerte que elimina al más débil. A veces el ser humano vuelve a ese estadio, agravado por el pecado, que oprime al débil y lo destruye. Un estadio superior es la ley del Talión: “Ojo por ojo y diente por diente”, es decir, no puedes vengarte sin medida. Si te han hecho una, puedes cobrarte una, pero no diez. Otro grado superior lo encontramos en la ley dada por Dios a Moisés, cuando manda amar al prójimo y permite odiar al enemigo. A ese mandamiento hace referencia Jesús para contraponer el mandamiento nuevo del amor cristiano, el amor más grande del que es capaz el corazón humano: “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13, 34). ¿Cómo nos ha amado Jesús? Dando la vida por nosotros. Y eso que todavía éramos enemigos de Dios. “Mas la prueba de que Dios nos ama es que, siendo nosotros todavía pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5, 8). El amor de Dios reflejado en el corazón de Cristo es un amor sin medida, hasta el extremo. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Y Jesús, “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1). Jesús nos ama sin medida, hasta el extremo, perdonando incluso a aquellos que le ofenden: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Y ese amor tan genuino y tan puro, un amor que es plenamente oblativo y nada posesivo, es el que Jesús nos manda en su Evangelio: “Amad a vuestros enemigos”. El amor cristiano incluye el amor a los enemigos, al estilo de Dios, al estilo de Jesús. Amar a los enemigos no brota de la carne ni de la sangre. Es un don de su gracia, que puede ser acogido o rechazado por mí. Cuando en nuestro corazón asoma el amor a los enemigos es porque Jesús ha entrado en nuestra vida y ha comenzado a cambiarla desde dentro. Esta es la revolución que cambiará el mundo, la revolución del amor que Cristo ha vivido y ha predicado. El mundo no se arregla con la violencia, ni con la guerra, ni con el odio que conduce a la lucha de clases. El mundo se arregla cuando hay amor. Y este amor más grande sólo puede venir de Dios. Con mi afecto y bendición:

 

CURACIÓN DEL CIEGO

 

HERMANOS Y HERMANAS: En el camino hacia la Pascua nos encontramos este domingo con el evangelio del ciego de nacimiento, signo de la situación de pecado en que nacemos, y signo del poder de Jesús que ha venido para que veamos, es decir, para curar nuestra ceguera de nacimiento y hacernos entrar por la fe en otra esfera de conocimiento. También nosotros padecemos cegueras parciales o totales. Mucha gente de nuestro entorno, incluso amigos y familiares cercanos, no tienen fe. Y por tanto, no ven lo que puede ver un creyente. Y nosotros mismos, los creyentes, constatamos que cuanto más viva está nuestra fe, más capaces somos de ver las cosas como las ve Dios. Una fe viva es como una lámpara en lugar oscuro, disipa toda tiniebla. Una fe débil ilumina sólo para no caerse y apenas puede verse toda la amplitud del horizonte. Qué precioso es el don de la fe. La fe es un regalo de Dios, que no anula nuestra capacidad de conocimiento humano, sino que la eleva. La razón y la fe no son incompatibles entre sí. Son como dos hermanas –una mayor y otra menor– que van de la mano por el camino de la vida. La razón ve aquello que razona, hasta donde llega su alcance. La fe, sin embargo, es como la hermana mayor que le cuenta a la más pequeña todo lo que su visión alcanza, un panorama que sólo desde Dios puede contemplarse. Las dos disfrutan cuando ponen en común lo que cada una ve. Aún siendo diferente el alcance de cada una y las cualidades de su visión, no están reñidas entre sí, sino que son complementarias para el sujeto y para la libertad humana. A muchos contemporá- neos les gusta contraponer la fe y la razón, como si la una excluyera la otra. Hay quienes acusan de mentecato al creyente, como si el creyente estuviera atontado por ver las cosas desde la fe. Se pone de moda ser no creyente, como logro de una adultez y de una superioridad que proporcionaría la razón privada de la fe. Nada más lejos de la realidad. El creyente no está disminuido por ser creyente. No pierde nada de su racionalidad y de su libertad. Pero además, su racionalidad llega a plena perfección cuando se abre a la fe, a otra dimensión superior que sus simples ojos humanos no pueden ver. Le viene como un don de arriba, sin negar la capacidad que la persona tiene en sus ojos humanos. Por ejemplo, ante la realidad de la muerte, la razón humana no tiene alcance para explicar a la persona el sentido último de esta realidad que nos atenaza continuamente. La razón humana puede llegar a percibir que la muerte no es el final fatal, pero no puede explicar todo el porqué de este misterio, que fuera de Jesucristo nos aplasta (cf GS 22). Jesucristo, sin embargo, ha iluminado el corazón humano con la luz de su propia resurrección, y a la luz de esta realidad nueva, toda persona puede entender que después de la muerte su vida continuará más feliz aún que aquí en la tierra. Lo que la razón no alcanza, la fe lo acerca. Y toda persona creyente puede disfrutar de una vida que le espera más allá de la muerte, y que ya ha comenzado en su propia existencia aquí en la tierra por el bautismo. Hemos de suplicarle al Señor el don de la fe, y de una fe intensa que sea capaz de iluminar ampliamente todas las realidades de nuestra vida. Esa fe la recibimos en el bautismo, y hemos de alimentarla continuamente con la oración, los sacramentos y las buenas obras. Como el ciego de nacimiento, le decimos: ¡Señor, que vea! La cuaresma nos conduce a la noche santa de la resurrección, donde la luz de Cristo resplandecerá y disipará todas nuestras tinieblas, todas nuestras cegueras. Con mi afec

 

 

MIRAR AL CRUCIFICADO SEMANA SANTA

 

QUERIDOA HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús en Jerusalén. La Iglesia trae hasta nosotros aquellos acontecimientos históricos que por medio de la celebración litúrgica se nos hacen contemporá- neos, para que los vivamos en directo haciéndonos coprotagonistas de los mismos y recibiendo el fruto de la redención. Cristo crucificado vuelve a ser en estos días centro de atención de todos los creyentes. “Cuando yo sea levantado en alto, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12, 32), dijo Jesús refiriéndose a la muerte en cruz que había de sufrir. En la cruz se muestra de manera asombrosa el amor de Dios Padre a los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios compasivo del hombre y de su desgracia. No se aleja, sino que se acerca más y más en busca del hombre, perdido por el pecado. Espera a la puerta del corazón del hombre, respetando su libertad, y queriendo entrar para hacerle partícipe de sus dones. El Dios que Jesús nos ha revelado no es un Dios vengativo, justiciero, enfadado con el hombre. No. Es un Dios que sufre con el hombre las consecuencias del pecado de los hombres. A Dios le duele que sus hijos se alejen de Él, y por eso ha enviado a su Hijo único para que salga a nuestro encuentro. En la cruz, Jesús hace de su vida una ofrenda de amor al Padre. Obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, Jesús ama al Padre y quiere reparar todas las ofensas de todos los hombres de todos los tiempos. También las mías. La llama de amor del Espíritu Santo abrasa el corazón de Cristo, haciendo de él una ofrenda preciosa para la redención del mundo. Él ha cargado con nuestros pecados –“cordero de Dios que quita el pecado del mundo”– y nos ha reconciliado con el Padre y con nuestros hermanos los hombres. En la cruz, Jesús manifiesta el amor más grande: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13), en incluso por sus enemigos: “La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros” (Rm 5, 8). Desde la cruz, Jesús nos ha enseñado a amar de una manera nueva, hasta dar la vida en ofrenda de amor al Padre y para bien de los demás. La cruz es el sufrimiento vivido con amor. El sufrimiento solo, acaba por desesperar y derrotar a cualquiera. El amor tiene muchas maneras de expresarse, y no todas adecuadas. Sólo el amor que se expresa en el sacrificio es el auténtico. Sólo el sufrimiento vivido con amor es valioso. Esta manera de amar la aprendemos en la escuela de Jesús. “Si alguno quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Lc 9, 23). Mirar al Crucificado es poner ante nuestros ojos la máxima expresión del amor, para sentirnos amados y para aprender a amar. Santa Teresa de Jesús escribía a sus monjas en su libro Camino de perfección y les decía: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que le miréis” (CP 42, 3). Mirar al Crucificado en estos días de pasión, mirarlo para seguirle de cerca, mirarlo para entender tantas cosas que no entendemos de nuestra vida, mirarlo para aprender a ser discípulo suyo. “Mirarán al que traspasaron” (Jn 19, 37; Zac 12, 10), pues fueron nuestros pecados los que le trajeron tanto dolor, pero ha sido su amor el que nos ha traí- do la salvación. Mirar con amor al que desde la Cruz tanto no ama, nos traerá a todos la salvación. Con mi afecto y bendición: Q M

 

 

LLEGA LA SEMANA SANTA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos en que los cristianos celebramos los misterios de nuestra redención. En el primer plenilunio de primavera (según el calendario lunar), vuelve la fiesta central de la Pascua cristiana: la muerte y la resurrección de Jesucristo, que regula todo el calendario del año. Este año, en fecha muy avanzada (según el calendario solar), el 24 de abril. La liturgia tiene la capacidad de hacernos contemporá- neos del misterio. En nuestro ambiente andaluz, es imposible que la Semana Santa pase desapercibida. Todo el mundo –creyentes y no creyentes, en los pueblos y en la ciudad– sabe que estamos en Semana Santa. Incluso recibimos muchos más turistas en estas fechas, que vienen a ver nuestra manera de celebrar estos santos misterios. Lo que aconteció una vez en la historia, la muerte y la resurrección de Cristo, ha quedado grabado a fuego en la conciencia de un pueblo, cuyas raíces son cristianas, y que se estremece al ver de nuevo por las calles la imagen de Cristo o de su Madre bendita. El paso de los siglos y el ataque permanente del laicismo de nuestros días, que quiere borrar a Dios de la conciencia de un pueblo, no han sido capaces de eliminar la Semana Santa en nuestros pueblos y ciudades. Pienso, incluso, que el sentimiento religioso que la Semana Santa lleva consigo ha arraigado más fuerte aún, cuanto mayores son los ataques contra la religión católica. Y llega un año más el Viernes de Dolores que acompaña a María, la madre que sufre al ver sufrir a su Hijo divino y al ver a sus hijos enredados en el pecado, por los que su Hijo va a morir en la cruz. Después viene la “borriquita”, es decir, la entrada de Jesús en Jerusalén a lomos de una borrica en el Domingo de Ramos. Cantos y alabanzas, vivas a Cristo que viene a salvarnos. “Si estos callan, gritarán las piedras” (Lc 19, 40). Los preparativos de la Pascua nos llevan hasta el Jueves Santo, cuando Jesús celebra la Pascua con los Apóstoles, la última cena y la primera Eucaristía: “Tomad y comed: esto es mi Cuerpo…este es el cáliz de mi Sangre” (Mt 26, 26s). Y al instituir la eucaristía, instituye el sacerdocio ministerial confiado a los Apóstoles: “Haced esto en memoria mía” (Lc 22, 19). La tarde-noche del Jueves y todo el Viernes Santo nos conducen hasta el Calvario donde Jesús es crucificado. El silencio, la penitencia, el dolor acompañan al creyente cuando contempla a Cristo crucificado, en su agonía y en su expiración, o se suma al cortejo de quienes asisten a su santo entierro. ¿Cómo han podido los hombres realizar este deicidio, matar a Dios? Condenar a muerte y ejecutar al Rey de la vida. Es un misterio que sólo encuentra respuesta en la fe: “Nadie me quita la vida, la doy yo voluntariamente” (Jn 10,18), dice Jesús. Jesús nos ha dado la vida a costa de su vida, para que tengamos vida eterna. Hay un misterio de amor escondido en tanto sufrimiento. La jornada del sábado santo es jornada de luto y ausencia. No está Jesús, ni siquiera en el sagrario. Es jornada de esperanza, con María que no dudó ni por un instante del triunfo de su hijo Jesús. Y en la noche más importante del año, del sábado al domingo, asistimos al triunfo de Cristo sobre la muerte en la vigilia pascual. ¡Qué noche dichosa!, sólo Tú conociste el misterio de la resurrección. Al amanecer del primer día de la semana, celebramos la resurrección de Jesús. ¡Verdaderamente, ha resucitado!, gritan los cristianos con cantos de júbilo y aleluyas. Si morimos con Cristo, resucitaremos con Él. Que la Semana Santa traiga a todos una verdadera renovación para vivir la vida nueva de Cristo resucitado, durante el tiempo pascual y en toda nuestra vida. Con mi afecto y bendición:

 

 

CRISTO HA RESUCITADO

 

DOS HERMANOS Y HERMANAS: “Este es el día en que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”. El domingo de Pascua es el domingo de los domingos. Es el día del Señor. El día en que Cristo resucitó, venció la muerte y salió victorioso del sepulcro, inaugurando una vida nueva para él y para nosotros. Los relatos de la resurrección de Jesús son relatos de fe que nos transmiten un hecho real, histórico y transcendente. La resurrección de Jesús no es un mito o una leyenda. Es un hecho real, sucedido al propio Jesús y constatado por sus apóstoles. Al tercer día de su muerte, Jesús revivió, su cadáver volvió a la vida, su alma quedó inundada para siempre la gloria del Padre. Y la muerte fue vencida. No volvió a esta vida, que termina en la muerte, sino que revivió a una vida nueva que él ha inaugurado en su propia carne. Por eso, cuando las mujeres van al sepulcro un ángel les anuncia: “No está aquí, ha resucitado” (Mc 16, 6). Y ellas se lo comunican a los apóstoles, y éstos constatan los hechos. Es un hecho histórico, que sucedió en un lugar y en un día del calendario. Un hecho singular en la historia de la humanidad. Y es un hecho transcendente, porque desborda la historia humana, llevándola a plenitud en su propia carne. Jesús se deja ver por sus discípulos al atardecer que aquel gran día en el Cená- culo, por los discípulos de Emaús. Y posteriormente en distintas maneras por distintas personas, incluso por el apóstol Tomás, el incrédulo, que se rindió ante la misericordia de Jesús: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20, 28). Las mujeres, los apóstoles, los discípulos, más de quinientos hermanos han visto a Jesús resucitado (1Co 15, 6). El apóstol Pablo nos dice: “Yo lo he visto” (Cf 1Co 9, 1). La resurrección de Jesús ha quedado abundantemente testificada y certificada por medio de testigos dignos de crédito. El acontecimiento de la resurrección del Se- ñor es el punto clave de nuestra fe cristiana. No somos discípulos de un personaje que pertenece al pasado, somos discí- pulos de un personaje que está vivo. Es el único personaje en la historia de la humanidad que ha resucitado de veras. Somos discípulos de quien tiene la vida y la da al que se le acerca. Somos discípulos del Resucitado, a quien hemos contemplado en estos días pasados colgado de una cruz, muerto de amor por nosotros y a su Padre. Su resurrección es prenda y anticipo de nuestra propia resurrección. También nosotros resucitaremos como Él, más allá de la muerte. Nuestra alma está llamada a disfrutar de la gloria después de la muerte, y nuestro cuerpo resucitará en el último día de la historia humana, al final de los tiempos. “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mi aunque haya muerto vivirá y todo el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre” (Jn 11, 25). Vivir con esta esperanza es ya motivo de un gran gozo en la vida presente. No hay comparación entre los sufrimientos de esta vida y la gloria que nos espera. El cristiano vive en la esperanza de la gloria. Este Jesús, hijo eterno de Dios hecho hombre, muerto y resucitado para nuestra salvación, está muy cerca de nosotros en el sacramento de la Eucaristía. Ahí está vivo y glorioso, y espera que acudamos a Él para llenarnos de su vida divina, de su gracia, de su gloria. El domingo de Pascua es un día nuevo, es el día en que estrenamos vida, es un día que nos llena de gozo el corazón con una alegría que nunca terminará. A todos os deseo una santa y feliz Pascua de resurrección, con mi afecto y bendición: C

 

 

 

FLORES DE MAYO PARA MARIA

 

DOS HERMANOS Y HERMANAS: El mes de mayo es el mes de las flores. Córdoba es un buen ejemplo de ello. Y unido a las flores, el mes de mayo es el mes de María, la flor más bonita de la creación. En el mes de mayo celebramos la Cruz de mayo. No ya como patíbulo y lugar de suplicio, donde Jesús ha sufrido la muerte como un malhechor, sino como árbol donde ha florecido el amor más hermoso, desde donde Jesucristo ha expresado el más alto grado de amor al Padre y a los hombres. La Cruz se nos presenta no en su sabor amargo, sino en su sabor dulce. Me llamó la atención una cruz que los niños de Montilla sacaban en procesión. Era la cruz del cristiano, sí, pero hecha de dulces y de “chuches”. Era una cruz edulcorada. La cruz del cristiano viene edulcorada por el amor que Cristo nos enseña desde ella. Cristo resucitado ha convertido la Cruz en el árbol de la salvación. Celebramos la Cruz florida, la Cruz de la que ha brotado la vida en abundancia para todos los hombres. Ave Crux, spes unica. ¡Ave, oh Cruz, esperanza única de la humanidad! En la ciudad y en muchos pueblos, la Cruz de mayo, la Cruz florida nos invita a mirar la vida con esperanza, incluso cuando tropezamos con las espinas de este árbol frondoso. Y junto a Jesús, siempre María. También en el mes de mayo. En casi todos los pueblos se celebran romerías en honor de la Virgen María. La naturaleza invita a ello, los campos están preciosos. Pero, además, la gracia de la redención ha estallado en un canto de victoria por la resurrección de Jesucristo. María es la primera flor y el primer fruto de la redención. En ella la gracia de Dios se ha volcado a raudales. María es la llena de gracia y la mediadora de todas las gracias para toda la creación. A lo largo del tiempo pascual, nos gozamos con la resurrección de Cristo y nos preparamos a la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Los apóstoles esperaron al Espíritu Santo en oración con María: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu en compa- ñía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos”. (Hech 1,14). María congrega a los apóstoles, María enseña a orar y a esperar; a través de María el Espíritu Santo engendra el cuerpo místico de Cristo, la Iglesia, como había engendrado de ella el cuerpo físico en la encarnación. María y el Espíritu Santo tienen una especial complicidad en el misterio de la redención, en su realización y en su aplicación. Por eso, el mes de mayo es tan bonito y tan lleno de contenido. En muchos grupos y movimientos de jóvenes es costumbre, en estos días de mayo, hacer y renovar la consagración a la Virgen. Somos de María ya desde el bautismo, al haber sido hechos hijos de Dios. La consagración a la Virgen consiste en caer en la cuenta de que es nuestra madre, renovando nuestra relación con ella como verdaderos hijos desde el bautismo, y poniendo la ofrenda de nuestra vida a su servicio y bajo su protección. Todo con María y por María. La mirada a María, a quien consagramos nuestra vida, renueva en nosotros el frescor de la vida cristiana y recupera desde ella todo su vigor. En el mes de mayo, adquiere pleno significado esta oración que rezamos todos los días: “Bendita sea tu pureza, y eternamente lo sea, pues todo un Dios se recrea en tan graciosa belleza. A ti celestial princesa, Virgen sagrada María, yo te ofrezco en este día alma, vida y corazón. Mírame con compasión, no me dejes Madre mía”. Con mi afecto y bendición: Q F

 

 

 

 

PENTECOSTÉS APOSTOLADO SEGLAR

 

El Espíritu Santo, alma de la Iglesia y dulce huésped El Espíritu Santo es el alma de la Iglesia, derramado en Pentecostés como el Amor personal de Dios en nuestras almas. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). La vida cristiana consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo (cf. Rm 8,14), que viene a ser alma de nuestra alma, dulce huésped del alma. Pero al mismo tiempo, el Espíritu Santo nos congrega en un solo Cuerpo, el de Cristo, y aglutinados por el Espíritu formamos la Iglesia santa del Señor. Pentecostés es la fiesta del Espíritu Santo, es la fiesta de su acción íntima en cada uno de nosotros para que vivamos en gracia de Dios y adornados por sus dones, sus frutos y carismas. Es la fiesta de la Iglesia, que ha recibido de Cristo el mandato de predicar a todos los hombres el Evangelio. La Iglesia existe para evangelizar y a esa tarea es permanentemente convocada por el Espíritu Santo, también en nuestros días. Apostolado seglar, personal y asociado En esta obra de la nueva evangelización, hoy más que nunca son necesarios los seglares. Los laicos tienen su lugar propio en la Iglesia y en el mundo y les corresponde ordenar los asuntos temporales según Dios (LG 31). En virtud del bautismo y de la confirmación, los seglares están llamados a ser la Iglesia en el mundo. A través de los laicos, el Evangelio de Cristo se hace presente en el mundo de la familia, del trabajo, de la cultura, de la vida pú- blica. Todos los laicos están llamados a vivir y testimoniar el Evangelio de Cristo, viviendo en el mundo a manera de fermento, para transformarlo desde dentro con la savia del Evangelio. El Magisterio de la Iglesia anima continuamente a los laicos a que vivan su misión en la Iglesia y en el mundo asociándose unos con otros, según el Espíritu va suscitando distintos carismas para el bien común en la construcción del Cuerpo de Cristo que es la Iglesia. Este es uno de los frutos visibles del Concilio Vaticano II, la gran floración de movimientos y asociaciones que en comunión con los Pastores llevan adelante según su vocación la misión de la Iglesia. La Acción Católica, fundada por el Papa Mención especial merece la Acción Católica, fundada por el Papa y los Obispos (“participación de los laicos en el apostolado jerárquico”, Pio XI), diseñada por el Vaticano II (AA 20) y ratificada en nuestros días: “los laicos se asocian libremente de modo orgánico y estable, bajo el impulso del Espíritu Santo, en comunión con el Obispo y con los sacerdotes, para poder servir, con fidelidad y laboriosidad, según el modo que es propio a su vocación y con un método particular, al incremento de toda la comunidad cristiana, a los proyectos pastorales y a la animación evangélica de todos los ámbitos de la vida” (ChL 31). La Acción Católica es como el apostolado seglar que brota de la misma entraña de la Iglesia, que tiene como estructura la misma estructura de la Iglesia (parroquia, diócesis, Iglesia universal) y que en estrecha colaboración con la Jerarquía recibe un mandato especial de los Pastores para hacer presente a la Iglesia en el mundo. Por su vinculación específica con los Pastores, a la Acción Cató- lica se le confía una misión especial en el fomento de la comunión eclesial del apostolado seglar. En mis continuas Visitas pastorales constato la abundancia de fieles laicos que viven en torno a la parroquia. Gracias a estos seglares, la parroquia funciona en la catequesis, en la liturgia, en la caridad, en todo lo que hace la Iglesia desde la parroquia para el bien de la comunidad que le rodea. Esa es la Acción Católica General, aunque no se llame como tal. Además, está la Acción Católica Especializada, según los distintos ambientes donde trabaja (HOAC, JOC, Rural, etc.). La Acción Católica General ha rebrotado recientemente con nuevos planteamientos. La Nueva Acción Católica se está organizando de tal manera que puede ofrecer a los adultos, jóvenes y niños de manera conjunta una propuesta de apostolado seglar parroquial y diocesana, articulando a todos esos seglares que están en torno a las parroquias. Esta Nueva Acción Católica puede ayudar mucho a las parroquias, cultivando la espiritualidad bautismal y la propiamente laical, llevando conjuntamente planes de formación permanente y transmitiendo a todos el gozo de pertenecer a la Iglesia, en plena comunión con los Pastores. Si no existiera esta Acción Católica, habría que inventarla. Pero existe ya y hemos de implantarla en todas las parroquias. Acción Católica en todas las parroquias Hago mía para la diócesis de Córdoba la opción tomada por los Obispos españoles y concretamente por mi inmediato antecesor, Mons. Asenjo, en relación con este importante campo de la pastoral diocesana: la implantación progresiva en todas las parroquias de la diócesis de la Nueva Acción Católica General, en adultos, jóvenes y niños conjuntamente. Será un gran bien para esa muchedumbre de laicos que viven su vida cristiana en torno a las parroquias, dándoles la estructura misma de la Iglesia y asumiendo el protagonismo que corresponde a los seglares en la nueva evangelización de nuestro tiempo. Piensen los párrocos cómo podríamos ayudarnos todos a esta implantación. Y pidamos al Espíritu Santo que nos impulse en esta dirección.

CORPUS CHRISTI

 

ERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En la fiesta del Corpus Christi celebramos el Día de la Caridad en la Iglesia. Cáritas es la organización de esa caridad de la Iglesia, que por una mano recibe y por otra reparte, atendiendo múltiples necesidades de nuestro tiempo. En el presente, la institución Cáritas ha adquirido un prestigio inmenso, porque está atendiendo a miles de familias en toda España, que sufren el azote de la crisis económica. Hasta nuestros enemigos más acérrimos reconocen el bien que la Iglesia está haciendo a los demás a través de Cáritas. Y Cá- ritas no es una simple recaudación de cuotas, sino que es la institución que hace circular la caridad cristiana de un corazón a otro. Junto a Cáritas hay también otras instituciones cristianas, familias religiosas, grupos y movimientos de Iglesia, que mueven la caridad de los fieles en el seno de la comunidad eclesial. A todos, mi estímulo y mi gratitud en este Día de Caridad. La caridad cristiana brota del Corazón de Cristo. “Amaos unos a otros como yo os he amado” (Jn 13,34), es el mandamiento nuevo de Cristo. Y Él nos ha amado hasta dar la vida por cada uno de nosotros. Nadie tiene amor más grande. La caridad cristiana es el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo. La caridad cristiana no brota de una decisión nuestra, sino de un don que recibimos de Dios y por el cual somos movidos a amar a Dios y al prójimo. Colaborar con ese don de Dios será mérito nuestro. La caridad cristiana se distingue de la mera filantropía. No se trata de hacer el bien al otro, sin más. Eso es bueno. Pero la caridad cristiana es otra cosa: es amar al otro por Dios, porque veo en él la imagen de Cristo sufriente y necesitado, porque veo en él un hijo de Dios, a quien Dios ama con amor infinito. La caridad cristiana brota de Dios y tiene a Dios como término. “En esto consiste el amor, no en que nosotros hemos amado a Dios, sino en que Él nos ha amado primero… Si Dios nos ha amado de esta manera, también nosotros hemos de amarnos unos a otros” (1Jn 4,10-11). Cuando nos amamos con el amor cristiano, hacemos presente a Dios en medio de nosotros. “Las cosas importantes se hacen con corazón”, reza el lema de este año. No se trata de hacer cosas y resolver problemas simplemente. Menos aún de atender “casos”. Se trata de poner el corazón en lo que hacemos. Cáritas nos pide que pongamos el corazón, es decir, que lo hagamos con una actitud interna de amor verdadero, del amor que viene de Dios. Y desde esa interioridad brote nuestra mano tendida al hermano que lo necesita. La actuación de Cáritas diocesana de Córdoba es enorme. Atenciones de primera necesidad, transeúntes, recogida de cartones como medio de inserción laboral, casa para presos en sus primeras salidas, residencia para ancianos marginados y un sinfín de atenciones a todos los niveles, además de estar atenta a las necesidades que surgen de improviso por catástrofes naturales. La Cáritas diocesana anima a su vez a las Cáritas parroquiales, porque a pie de parroquia se necesita esa mínima organización que haga circular la caridad de los discí- pulos de Cristo. Por eso, Cáritas nos hace una llamada a la generosidad en este Día de la Caridad, para poder seguir haciendo el bien y llegar a muchas más personas que presentan sus múltiples necesidades. Cáritas necesita voluntarios y necesita medios económicos. Cá- ritas necesita también la oración de toda la comunidad cristiana para que no falte ese don del amor que Dios pone en nuestros corazones. Por todas las parroquias que visito encuentro ese grupo de personas que dan su tiempo y su iniciativa para organizar, bajo la autoridad del párroco, la caridad en su parroquia. A todos mi gratitud. Hacéis presente el rostro más amable de la Iglesia, que como madre atiende a sus hijos. No os canséis nunca de hacer el bien, porque al atardecer de la vida nos examinarán del amor. Aprender a amar y ejercitarse en el amor es la tarea de toda la vida. Que no falte Cáritas en cada parroquia. Hoy lo necesitamos más que nunca. Con mi afecto y bendición: L

 

 

 

CON MARIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El 8 de septiembre nos trae la fiesta de la natividad de María Santísima, como el día de su cumpleaños. Y coincidiendo con esta fecha, las fiestas principales en honor de nuestra Madre en tantos lugares de la diócesis y del orbe católico. En Córdoba, nuestra Señora de la Fuensanta, y en tantos otros lugares con otros mil apellidos unidos al mismo nombre, María. Es una nueva oportunidad de volver nuestros ojos a la que es toda santa y nos es dada como madre en el orden de la gracia. Una forma bonita de empezar el curso es acudir a su protección maternal, poniendo en sus manos nuestros deseos y proyectos. Con María comenzamos las catequesis de ni- ños, de jóvenes y de adultos. Ella nos abra el oído para escuchar la Palabra de Dios. “Dichosa tú que has creído” (Lc 1,45) y para comunicarla generosamente a los demás, llevando la buena noticia del Evangelio, que alegra el corazón humano y lo llena de esperanza. Oyente de la Palabra, María ha recibido en su mente antes que en su vientre al Verbo de Dios que en ella se ha hecho carne, Jesucristo. Que ella nos conceda un corazón puro y virginal, que no antepone sus propios criterios, sino que obedece dócilmente a la Palabra para hacerla vida en la propia vida. Que ella nos enseñe en la escuela de Jesús a guardar sus palabras meditándolas en nuestro corazón (Cf. Lc 2, 19). Con María somos presentados en el templo para ser una ofrenda agradable a los ojos de Dios, como ella presentó a su Hijo y colaboró con Él en el sacrificio del Calvario. Que el Espíritu Santo nos transforme en ofrenda permanente, para hacer de nuestra vida una entrega generosa a los demás. María es la mujer eucarística, que nos enseña a vivir en constante acción de gracias. En la adoración de cada día, en espíritu y en verdad, al Dios único y verdadero, María nos enseña a no anteponer ningún interés personal a los planes de Dios. Ella nos enseña y nos anima a gastar nuestra vida como un culto agradable a Dios para el bien de nuestros hermanos. Con María salimos al encuentro de las necesidades de nuestros hermanos para compartir con ellos lo que nosotros hemos recibido de Dios. “María fue aprisa a la montaña” (Lc 1,39). Es la caridad que se hace diligencia, prontitud en el servicio, amor desinteresado. Esta dimensión de la Eucaristía, la de la caridad fraterna, que sale al paso de las necesidades de los hermanos, tiene un especial acento para nuestra diócesis en este curso pastoral, en el que consideramos “La Eucaristía, fuente de la acción social desde la caridad y la justicia”, en el tercer año del plan pastoral. Muchos hermanos nuestros –a veces muy cercanos– no tienen ni siquiera lo necesario para vivir, mientras otros nadan en la abundancia. María es madre de todos y quiere que a unos no les falte y a otros se les ablande el corazón y aprendan a compartir. Sólo la caridad que viene de Dios y es acogida en nuestros corazones será capaz de dar a cada uno lo que se le debe, de cumplir toda justicia. Con María, como María. Ella es la fiel discípula de Cristo nuestro Maestro y nuestro Señor. Y Él nos la ha dado como Madre de misericordia, vida dulzura y esperanza nuestra. Emprendemos el nuevo curso pastoral alentados por su presencia maternal. En ella ponemos nuestra confianza. Que ella nos alcance parecernos a su Hijo cada vez más. Con mi af

 

 

 

 

DOMINGO XXV

 

LA ENVIDIA: ID  A TRABAJAR A MI VIÑA

 

HERMANOS Y HERMANAS: “Id también vosotros a mi viña y os daré lo que sea justo” (Mt 20, 4), nos dice el Señor en este domingo. Trabajamos para Dios y a Él hemos de dar cuenta, y trabajamos para el servicio de los hermanos. Vamos caminando hacia la plenitud a la que Dios nos llama, a la santidad, en la fidelidad a estos dos amores, servicio a Dios y a los demás. Pero cada uno lo hace a su ritmo, según su estado de vida, según la vocación específica que ha recibido de Dios. Y según la hora en que Dios le llama a trabajar en su viña. A unos, a la hora de tercia; a otros, a la hora de nona. A unos, en la entrega de su vida, viviendo la vocación matrimonial, esposo y esposa, prolongados en los hijos. Ahí está la escuela de santidad para ellos. A otros, en la donación de su vida totalmente consagrada a Dios, como una oblación perenne, en la virginidad, la obediencia y la pobreza, recordándonos a todos los valores definitivos del Reino. A otros, entregados como el Buen pastor al cuidado de las ovejas y convocando a todos a la comunión eclesial. No como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convertidos en modelo del rebaño (1Pe 5, 3). En esta viña y en esta empresa, que no conoce desempleo, todos tienen un lugar. Una empresa que tiene como pago final de los trabajos un “jornal de gloria”. Una empresa en la que Dios es el dueño y nosotros los viñadores, cada uno con sus dones y carismas, en la comunión eclesial con los pastores que el Dueño ha puesto al frente de su viña y reconociendo los dones dados a otros, que son también para mí. A veces en esa misma viña y en esos viñadores se cuela la envidia, que merma la comunión y siembra la discordia. A eso se refiere Jesús en la parábola de este domingo. El Dueño fue llamando a las distintas cuadrillas contratadas a distinta hora. Y algunos, que habían trabajado más tiempo, se compararon con los otros, acusándoles de que habían trabajado menos y habían recibido lo mismo. El Dueño, que cumplió en justicia dando a cada uno lo contratado, no dio a todos por igual. Y es que el amor de Dios y los dones de Dios son desiguales. Dios ama a cada uno según la medida que Él establece, no según los parámetros que yo tengo. Me basta saber que a mí me ama infinitamente, que conmigo se ha desbordado su amor, que ese amor ha colmado las aspiraciones más profundas de mi corazón, y que mi respuesta a su gracia alcanzará un premio de gloria, en el que se manifestará abundantemente su misericordia. Para qué quiero más, si yo estoy repleto. Pero si yo empiezo a compararme con el otro, lo primero que sucede es que considero al otro ajeno y distante de mí. Como si lo que le dan al otro me lo quitaran a mí, y entonces brota la tristeza de lo que a mí me falta, es decir, de lo que al otro le han dado. Esta es la envidia, que ante todo produce la tristeza del bien ajeno. Ya desde niños brota en nosotros ese sentimiento, que a muchos les cuesta una enfermedad o varias. En los adultos es más disimulado este vicio, pero a veces incluso es más intenso. Jesucristo ha venido a curarnos de la envidia con un amor desbordante por su parte hacia nosotros, de manera que cada uno nos sintamos plenamente queridos por Él. Ahora bien, la envidia es insaciable, y aunque te dieran el doble de lo que tienes, al ver que a otro le dan algo, pensarás siempre que te lo quitan a ti. La envidia sólo se cura si te sientes plenamente amado por el Señor y si los dones que Dios ha dado al otro los consideras también como propios. “¿Es que vas a tener envidia de que yo sea bueno?”, le pregunta el Dueño al viñador que se queja envidioso. En el fondo, la envidia, que se produce en la relación horizontal con los demás, es una ofensa vertical a Dios. La envidia incluye la desazón de pensar que Dios no me ama lo suficiente, por el simple hecho de que ama a otros y les hace partícipes de sus dones. Al comenzar nuestras tareas del nuevo curso, sumemos los dones recibidos a los que otros han recibido también, sepamos estimar los dones ajenos, incluso cuando son mejores que los míos, ya que Dios también me ama a mí infinitamente, y de esta manera se multiplica la comunión al considerar lo propio y lo ajeno como don de un Dios que nos ama exageradamente a cada uno. Recibid mi afecto y mi

 

 

SI, PERO CONVIÉRTETE: LOS HIJOS ENVIADOS A LA VIÑA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos traiciona nuestra debilidad, y cuando queremos hacer el bien, nos sorprende el mal que no queríamos. Lo expresa san Pablo acertadamente: “Querer está a mi alcance, pero hacer lo bueno, no. Pues no hago lo bueno que deseo, sino que obro lo malo que no deseo” (Rm 7, 18-19). Es decir, hay en nuestro interior una división que nos resulta dolorosa, y hemos de estar muy atentos para no dejarnos engañar por nosotros mismos o por el demonio que es más listo que nosotros. En el camino del bien, muchas veces nos parece que con pensarlo, ya hemos cumplido, porque nos parece que ya lo hemos hecho. Y no. Lo que cuenta es lo que realmente somos capaces de hacer. Cuando hemos hecho el bien, hemos de dar gracias a Dios, que nos ha asistido con su gracia. Pero aunque quisiéramos hacer el bien, si al final no lo hemos hecho, hemos de aceptar humildemente la necesidad de convertirnos. Porque “no todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el Reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). Jesús en el evangelio de hoy nos alerta de esa falsa seguridad de quien se siente bueno, y no se para a pensar en la voluntad de Dios, expresada de mil maneras en nuestra vida. El segundo hijo dijo a su padre: “Voy”, y no fue. Y por contraste, Jesús alaba la actitud de quien, considerado socialmente como malo, llegado el momento, se arrepiente y hace lo que Dios quiere. Le dijo al primer hijo: “Hijo, ve hoy a trabajar a la viña”. El le contestó: “No quiero”. Pero después se arrepintió y fue (Mt 21, 29). Nuestra seguridad, por tanto, está en Dios y en el cumplimiento de la voluntad de Dios, con una llamada permanente a la conversión, que nos hace humildes para reconocer que muchas veces no cumplimos la voluntad de Dios, aunque deseamos cumplirla con la ayuda de su gracia. Esa falsa seguridad en nosotros mismos, que se sustenta en una oculta soberbia, nos lleva a veces a enjuiciar a los demás, catalogándolos en el grupo de los malos, de los que no tienen remedio, para colocarnos nosotros en el grupo de los buenos. Y para Dios, las cosas no son así. Dios está ofreciendo continuamente su amor y su perdón a toda persona humana, por muy lejos que esté de Él o nos parezca a nosotros como tal. “¿Es injusto mi proceder, o no es vuestro proceder el que es injusto?”, dice Dios por el profeta. La tendencia a catalogar a los demás en buenos y malos no tiene en cuenta esa posibilidad de que el pecador se convierta. Y la clave de la esperanza para nosotros y para lo demás está precisamente ahí, en que Dios nos ofrece continuamente su gracia para que podamos cambiar, y en que realmente cambiamos cuando nos acercamos a Él y cumplimos su voluntad. “Si el malvado recapacita y se convierte de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá” (Ez 18, 28). “Recuerda, Señor, que tu misericordia es eterna”. Dios no se olvida de eso. Pero a nosotros nos conviene recordarlo continuamente, porque apoyados en nuestras medidas y nuestros criterios, caemos en el pesimismo al constatar que no hacemos el bien que queremos. Y caemos en la exclusión de los demás, al no considerarlos capaces de conversión. Dios juega siempre a nuestro favor, a favor del pecador, para que se arrepienta. Y lo consigue. La enseñanza de Jesús en este domingo nos llena de esperanza, porque, por malos que sean nuestros caminos, Dios nos invita continuamente a la conversión, y “hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión” (Lc 15, 7). Ese pecador es, en primer lugar, cada uno de nosotros que es llamado continuamente a la conversión, y cada uno de nuestros hermanos, a los que Dios ofrece su gracia para que se conviertan. Recibid mi afecto y mi bendición: Q S

 

MAYO Y OCTUBRE , MES DEL ROSARIO

 

IDOS HERMANOS Y HERMANAS: El mes de octubre es el mes del rosario, aunque el rosario es oración de todo el año. Pero en este mes podemos detenernos a valorarlo más, e incluso aprovechar para iniciar a otros en esta oración tan sencilla y tan profunda, tan universal y tan personal. No conozco santo que no haya sido aficionado a esta oración desde que santo Domingo de Guzmán lo fundara (c. 1210). Y es que el corazón humano tiene necesidad de expresarse, y en la oración del rosario encuentra cauce para ello. La oración del rosario está al alcance de todos, ni- ños y ancianos, jóvenes y adultos. Es una oración que podemos empezar y volver a empezar muchas veces, porque consiste sencillamente en poner el propio corazón en el corazón de María y con ella ir contemplando los distintos misterios de la vida de Jesús. Se trata de una sintonía espiritual entre el orante, María y Jesús. Y el alma queda satisfecha cuando se alimenta de esta oración del rosario, en el que incluye sus peticiones, sus intenciones, los suspiros de su alma. Es una oración mariana y cristocéntrica. Miramos a María y con ella contemplamos los misterios de la vida de Jesús. Comienza con el Padrenuestro, la oración que nos enseñó el Señor, y concluye, después de las diez avemarías, con el gloria a la Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Es una oración del corazón, que repite una y otra vez las mismas palabras –el Avemaría–, que sirven de vehículo para ir centrando la atención en Jesús y en María, para introducirnos en este diálogo de amor entre María y Jesús a lo largo de toda la obra de la redención. Y confiados en Dios volver a los problemas cotidianos, para los que pedimos la ayuda de Dios. Qué bien le suenan a María estas palabras, el saludo del ángel, “llena de gracia”, anunciándole que va a ser madre de Dios, la felicitación de su prima Isabel, “bendita entre todas las mujeres”, que alaba su fe, la petición humilde de los pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Así, los misterios gozosos nos presentan el evangelio de la infancia de Jesús, donde aparece por todas partes la alegría de la salvación que comienza, y que se renueva cada vez que lo recordamos. Son misterios en los que María tiene un protagonismo especial, como la Madre del Redentor. Luego, los misterios luminosos (introducidos en el rosario por el beato Juan Pablo II), que recuerdan momentos importantes de la vida pública del Señor: el Bautismo, las bodas de Caná, la transfiguración, la Eucaristía. Los misterios dolorosos son como un viacrucis vivido con María en aquel camino del Calvario hasta la muerte. El recuerdo de la pasión redentora de Cristo nos hace descubrir una y otra vez su amor por nosotros y la crueldad de nuestros pecados, para que sintamos quebranto con Cristo quebrantado. Y en los misterios gloriosos, se nos comunica la alegría de la victoria de Jesús sobre la muerte, sobre el pecado y sobre Satanás, señalándonos el camino del cielo como meta última de nuestra vida, en la que María ya ha sido introducida incluso con su cuerpo. El rosario viene a ser como un pequeño compendio del Evangelio, recibido una y otra vez en actitud orante, como María recibía todas estas cosas meditándolas en su corazón. Y además se presta a que lo recemos de manera simple o que lo ampliemos con lecturas bíblicas y poniendo intenciones en cada una de sus decenas, convirtiéndose en una catequesis orante de los misterios centrales de nuestra fe cristiana. Os recomiendo a todos el rezo diario del rosario. Rezado a solas o en comunidad o en familia. Muchas personas mayores me dicen que es su oración habitual y abundante. Iniciad a los ni- ños y a los jóvenes en esta sencilla oración, de manera que se aficionen a orar con este método sencillo. Llevamos el rosario en nuestras manos, en nuestro bolso, en nuestro coche. Que no sea un simple adorno, sino el instrumento de oración que usamos muchas veces hasta desgastarlo. Y oremos por la paz, por las familias, por los pecadores. Los beatos niños de Fátima nos han dejado un ejemplo precioso de lo que vale esta sencilla oración para transformar el mundo. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

XXVIII A: CONVIDADOS A LA BODA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Jesús continúa ense- ñándonos por medio de parábolas los misterios del Reino. Además del contenido, Jesús es un maestro en pedagogía. Con qué belleza de detalles nos va introduciendo en su mensaje sublime. Hoy nos habla con lenguaje de bodas. Jesucristo mismo se presenta como el esposo, que ha venido a desposarse con su propia humanidad. “El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo” (Mt 22, 2). Él es el hijo del rey, que viene a desposarse con la humanidad. La unión hipostática es como una alianza de bodas. Ahí se fundamenta la indisolubilidad del matrimonio, en esa unión inseparable de lo divino y lo humano en la única persona divina de Jesús. Jesucristo esposo ha venido a desposarse con cada persona humana, varón o mujer. Jesucristo es la “ayuda semejante” (Gn 2, 18) por la que Dios ha sacado al hombre de su más absoluta soledad. La persona humana ha nacido para comunicarse, y en esa comunicación llega a la plena comunión con los demás y con Dios, que lo ha creado y le llama a esa comunión de amor. En Jesucristo, el hombre llega a comunicarse con Dios entrando en el misterio de la Trinidad santa. El hombre llega a ser interlocutor de Dios, y va haciéndose hijo de Dios. Dios nos invita, por tanto, a un banquete de bodas, a la boda de su Hijo, a la unión de su Hijo con cada uno de nosotros y con todos lo hombres. Y esa invitación a veces encuentra pretextos y rechazos por nuestra parte. Dios quiere dar al hombre sus dones, y el hombre rechaza los dones de Dios con frecuencia. Unas veces, abiertamente. Otras, con disimulo y con pretextos. Pero rechaza los dones de Dios y se queda sin ellos. Ésta es la mayor desgracia del hombre: no aprovechar los dones de Dios o rechazarlos. Esto ofende profundamente el corazón de Dios –el Amor no es amado– y hace estragos en la historia de la humanidad y de cada hombre. Dios, por su parte, ante el rechazo de los pecadores, no se cansa ni se enfada. Y abre su banquete a todos los hombres, de toda clase y condición. “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad” (1Tm 2,4). Dios ha creado al hombre por amor, lo llama a su amor y quiere colmarlo con su amor. Y espera. Tiene una paciencia infinita, porque “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23). Pero el hombre puede empeñarse en alejarse de Dios y, si se empeñara en vivir y morir alejado, el hombre se acarrearía por ese camino su más terrible perdición, la condenación eterna. La llamada es universal, a todo tipo de personas, de todas las edades y situaciones. Pero sólo se puede entrar en el banquete si uno se abre a ese amor, si aprende a amar y acude al banquete con vestido nupcial, con vestido de fiesta. “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestido nupcial?” (Mt 22,12). A este banquete, que es el cielo, no puede uno acercarse de cualquier manera, sino solamente con actitud de acogida de un amor que va por delante, de un amor que nos ha lavado y purificado en la sangre del Cordero. Sólo puede uno acercarse a este banquete, si está en gracia de Dios. La salvación que Dios nos ofrece, por tanto, es un anuncio gozoso, con tono esponsal, que viene a llenar nuestro corazón en sus más profundas aspiraciones, anuncio universal para todos los hombres. Es un anuncio constante por parte de Dios. Ha de ser un anuncio acogido con prontitud, porque podríamos entretenernos y perder la oportunidad que se nos ofrece. Y esa acogida por parte nuestra llena de alegría el corazón de Dios y nos sitúa a nosotros en la gracia de Dios. Con mi afecto y bend

 

 

XXIX A: DIOS Y EL CESAR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo Jesús ha sentado un principio de enormes consecuencias para la vida social de los pueblos y de las naciones, que están compuestas por personas individuales: “Dad al Cé- sar lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22, 21). Se trata de un principio prepolítico de importancia capital, también en nuestros días. Muchos de los conflictos que hoy se originan en la convivencia social provienen de no respetar este principio que Cristo ha introducido en la historia y en la convivencia de los hombres y que es un principio que está al alcance de la razón humana. Dios es el Creador del universo y también el que ha dotado al hombre de la capacidad de convivir socialmente. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios es un ser social por naturaleza. Y en la sociedad nos encontramos personas de todo tipo, unos creyentes, otros no. Unos tienen esta religión, otros la otra. No todo es igual ni todo vale lo mismo. Ni hemos de dejar a cada uno con la suya en un relativismo con apariencia de tolerancia que todo lo devalúa. A esto se añade la actitud de aquellos que quieren prescindir de Dios y les molesta todo lo que se refiere a Dios, pasando a una actitud excluyente y a veces de ataque a todo lo religioso, sobre todo si se trata de la religión católica. La verdad ha de ser buscada infatigablemente, y el corazón humano es capaz de alcanzarla, máxime cuando Dios ha salido al encuentro del hombre para comunicárnosla. “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. La convivencia humana tiene sus leyes propias y su autonomía, que todos hemos de respetar. Pero tales leyes tienen su fuente propia y su propio límite. La autonomía de las realidades temporales significa que la autoridad civil ha de regular la convivencia de todos los ciudadanos a través de los órganos propios de gobierno, pero ha de hacerlo en el respeto a la ley natural y al derecho natural, accesible a toda razón humana. “El cristianismo nunca ha impuesto al Estado y a la sociedad un derecho revelado, un ordenamiento jurídico derivado de la revelación, sino que se ha remitido a la naturaleza y a la razón como verdaderas fuentes del derecho”, recordaba Benedicto XVI al Parlamento alemán recientemente (22/09/2011). Por eso, gran parte de la materia que ha de regularse jurídicamente puede tener como criterio el de la mayoría, pero en cuestiones fundamentales en las que está en juego la dignidad del hombre, el principio de la mayoría no basta. Se hace necesario el recurso al derecho natural, de manera que las leyes no vayan nunca en contra del hombre. Hacer que todo lo gobierne Dios es ignorar que hay que dar al César lo que es del César. Prescindir de Dios o de todo influjo de la religión en la marcha de la sociedad es cerrarse al influjo benéfico que el hombre recibe de Dios a través de la religión. El mundo contemporáneo necesita recordar este principio evangélico, que es el fundamento de la libertad religiosa, de la autonomía de las realidades temporales y en definitiva del derecho natural, accesible a la razón de todos los humanos. Sofocar toda relación con Dios so pretexto de autonomía humana, como hace la razón positivista, es como cerrarnos en un edificio de cemento armado sin ventanas, en el que logramos el clima y la luz por nosotros mismos, sin querer recibir ya ambas cosas del gran mundo de Dios. Es necesario abrir en nuestra época las ventanas a Dios, que no suprime los derechos del César, sino que los garantiza en una libertad que el hombre sólo alcanza cuando tiene a Dios. Recibid mi afecto y mi bendición.

 

 

DOMUND

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo mundial de las Misiones (DOMUND) es una ocasión propicia para caer en la cuenta de la responsabilidad que todo cristiano tiene en el anuncio del Evangelio. Todos somos misioneros, todos somos enviados. ¿Quién nos envía? Es la Iglesia la que nos encomienda la tarea de ser testigos con nuestra vida y nuestra palabra del Evangelio de Jesús para todos los hombres, empezando por los que tenemos cerca y llegando hasta los que están lejos, a los que nosotros podemos acercarnos. La Iglesia es misionera porque Cristo la ha enviado al mundo para anunciar la buena noticia de la salvación: “Id y haced discípulos a todas las gentes…” (Mt 28, 19). Y Cristo es el enviado del Padre con la fuerza del Espíritu Santo. Por eso Jesús nos dice. “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo” (Jn 20, 21). El envío tiene, por tanto, su origen en el Padre, que tanto ha amado al mundo que ha enviado a su único Hijo al mundo para que el mundo se salve por Él, por su muerte y su resurrección. Este Hijo ha dado a su Iglesia el Espíritu Santo, alma de toda evangelización, diciendo a los apóstoles: “Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo”. En la misión es fundamental sentirse enviado por Dios en la mediación de su Iglesia, que ha recibido el mandato misionero de ir a todas las gentes. Si se tratara sólo de una iniciativa humana, pronto se agostaría. Si es Dios quien la sostiene, durará por los siglos de los siglos. ¿Para qué nos envía? Para anunciar el Evangelio del amor de Dios, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Cuando uno ha encontrado en Jesucristo la respuesta a tantos interrogantes personales que nadie resuelve, no puede callarse, sino que se hace testigo de esta experiencia para comunicarla a los demás. El impulso misionero brota del encuentro personal con Jesucristo en su Iglesia. Esta tarea misionera encuentra buena acogida, buena tierra que recibe la semilla y entonces da fruto abundante. Pero, a veces, la tierra está dura y la semilla no penetra. Más aún, el anuncio misionero se encuentra también con el rechazo y la persecución revestida de múltiples formas. Es lo que sucede con frecuencia en nuestro mundo occidental, donde muchas personas pierden la fe que recibieron y se apartan de Dios. La tarea misionera de la Iglesia tiene, por tanto, distintos frentes. Unos más acogedores, otros más reacios e incluso hostiles a la acogida. En unos y en otros, es importante la actitud del misionero, del evangelizador, que ha de tener siempre los ojos fijos en Jesucristo, el enviado del Padre, que anuncia el amor del Padre a los hombres por el camino de la humillación y de la muerte hasta la resurrección. De esta manera, la Palabra de Dios adquiere una humilde potencia capaz de transformar hasta los corazones más duros, porque es más fuerte la gracia que el pecado, es más fuerte el amor de Dios al mundo que el rechazo que el mundo tiene hacia Dios. Muchos hombres y mujeres misioneros nos dan testimonio de esta entrega de la vida por llevar la buena noticia de la salvación a todos los hombres, padeciendo todo tipo de carencias y despojos, e incluso hasta el martirio. El DOMUND es ocasión de traerlos a la memoria, y el testimonio de estas personas de vanguardia nos estimula a todos a contribuir en el compromiso misionero con la oración que aviva el fuego del impulso misionero, con la colaboración personal, que sostiene la misión, con nuestra colaboración económica, quitándonoslo de otro sitio. España es uno de los países más generosos de la Iglesia cató- lica en esta empresa, aportando personas y dinero. Animamos a los jóvenes y a los niños a ser misioneros desde ahora, porque la propia fe se fortalece dándola, y en la medida en que la recibimos hemos de contribuir a su onda expansiva, que beneficie a toda la humanidad. Con mi afecto y mi bendición:

 

 

DIA DE LA IGLESIAA DIOCESANA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo el Día de la Iglesia Diocesana 2011. Una ocasión propicia para caer más en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia Católica en una diócesis concreta, en la diócesis de Córdoba. Pertenecemos a la única Iglesia fundada por Jesucristo, extendida por toda la tierra, Iglesia universal y católica, presidida por el Sucesor de Pedro, el Papa Benedicto XVI y todos los Obispos en comunión con él, que se concreta en cada Iglesia diocesana, presidida por el Obispo propio en comunión con el Papa y los demás Obispos. La sucesión apostó- lica es la principal garantía de pertenencia a esta Iglesia de Cristo, cuya alma es el Espíritu Santo y se apiña en torno a sus pastores, compuesta por seglares, consagrados y pastores. “La diócesis es una porción del Pueblo de Dios” (c. 369), es una comunidad de personas, que habitan un determinado territorio, donde se hace presente la Iglesia universal y católica. Y a través de la Iglesia llega el Evangelio de Jesucristo para la salvación de todos los hombres. Un Evangelio que se vive en el testimonio de la caridad, se celebra en la liturgia y se anuncia a todos los hombres, para que todos tengan vida en abundancia, y vida eterna. “La Iglesia es como sacramento signo e instrumento del encuentro de los hombres con Dios y de los hombres entre sí” (LG 1). La primera tarea de la Iglesia hoy es abrir ventanas a Dios en un mundo que intenta cerrarse herméticamente a la presencia de Dios, con peligro de asfixia. La primera tarea de la Iglesia es dar a Dios, poner a los hombres en contacto con Dios, que en Jesucristo nos ha revelado su rostro misericordioso, y ha derramado el Espíritu Santo en nuestras almas. Ese amor de Dios, derramado en nuestros corazones, nos hace capaces de amar al estilo de Dios, llevando a plenitud la vocación más honda del hombre, la vocación al amor. “Éste es mi mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, como yo os he amado. En esto conocerán que sois mis discí- pulos, si os amáis unos a otros” (Jn 13,34-35). La Iglesia pone en acto este amor de múltiples maneras y necesita tu colaboración, tu participación, para que tú y otros muchos se beneficien de los dones de Dios. En el campo de la educación, de la beneficencia, de la atención a los pobres y necesitados de nuestra sociedad. En la atención a los ancianos y a los ni- ños, a los jóvenes y a los adultos. En la extensión del Evangelio más allá de los mares. La Iglesia diocesana es como una familia grande, que se concreta en las parroquias y en los grupos de apostolado, en las comunidades de vida consagrada para la evangelización, según los múltiples carismas que la enriquecen. No es lugar de aportar cifras, pero la Iglesia en nuestra diócesis es una realidad muy viva: en sus sacerdotes que gastan su vida a tiempo completo en el servicio de Dios y de los hombres, en sus consagrados/as que viven dedicados a difundir los valores del Reino, en sus miles y miles de seglares que viven inmersos en el mundo, transformándolo desde dentro. La Iglesia en nuestra sociedad es la primera bienhechora de la humanidad, no sólo porque ha sembrado Europa y nuestra tierra de una cultura transformadora de la historia, sino porque a día de hoy es la comunidad viva que sale al encuentro del hombre en todas sus necesidades. La Iglesia está contigo, está con todos. La Iglesia no excluye a nadie, y a todos atiende. En momentos de crisis como los que vivimos, la Iglesia es una institución fiable, porque a ella acuden personas de todo tipo para encontrar ayuda, y de la Iglesia se fían los que aportan su colaboración material o espiritual. Vale la pena participar en la vida y en las actividades de la Iglesia católica. Hoy es el día de la Iglesia diocesana, participa. Con mi afecto y mi bendición: Q La Iglesia contigo, con todos. Participa La Iglesia no excluye a nadie, y a todos atiende. En momentos de crisis como los que vivimos, la Iglesia es una institución fiable, porque a ella acuden personas de todo tipo para encontrar ayuda, y de la Iglesia se fían los que aportan su colaboración material o espiritual. La primera tarea de la Iglesia es dar a Dios, poner a los hombres en contacto con Dios, que en Jesucristo nos ha revelado su rostro misericordioso, y ha derramado el Espíritu Santo en nuestras almas. • Nº303 • 13/11/11 4 iglesia diocesana A primeras horas de la tarde, era recibido en la puerta principal de la iglesia por el párroco, José Francisco Gil, quien tras unas palabras de agradecimiento por su presencia, le acompa- ñó hasta el interior del templo donde le esperaba una representación de las Secciones de A.N.E y A.N.F.E. y miembros de los Grupos de Limpieza Parroquial. Tras un acto de adoración junto a todos los asistentes, comenzó este primer encuentro con feligreses de la Parroquia, para quienes D. Demetrio tuvo palabras de aliento, gratitud y reconocimiento por su labor desinteresada y constante a favor de la casa del Señor. Posteriormente, el Sr. Obispo partió hasta la Ermita-Santuario de Nuestra Señora de Guía, donde fue recibido por su Rector, Francisco Vigara, quien le explicó y detalló la historia y restauraciones llevadas a cabo a lo largo de los años. Posteriormente, mantuvo un encuentro con las directivas de cada una de las Hermandades y Cofradías de Villanueva del Duque, que concluyó con el rezo de salutación a la Virgen de Guía. En el Cementerio rezó un responso por todos los difuntos allí enterrados, y visitó las tumbas de dos presbíteros muy recordados de la localidad: Guillermo Moreno Romero, Beneficiado de la S.I.C. de Córdoba; y José Elías Sánchez Jurado, quien fue párroco de san Mateo y capellán de las Hermanas Salesianas del Sagrado Corazón de Jesús. Después de visitar la Ermita de San Gregorio, continuó sus encuentros pastorales en la Iglesia Parroquial, en donde le esperaban los Grupos de Cáritas, Misiones y Domund. Antes de celebrar la solemne Misa Estacional en la que impartió el Sacramento de la Confirmación a 25 jóvenes, administró la Penitencia a aquellos fieles que se acercaron hasta el confesionario. A continuación, se celebró la Misa Estacional, con la presencia de las Autoridades, con la que Mons. Demetrio Fernández concluía su Visita Pastoral a Villanueva del Duque. JOSÉ CABALLERO NAVAS CONCLUYE LA VISITA PASTORAL A VILLANUEVA DEL DUQUE El día 30 de octubre, el Sr. Obispo concluía su Visita pastoral a Villanueva del Duque con la celebración de la Misa Estacional en la Iglesia Parroquial de San Mateo Apóstol, en una tarde repleta de actividades y encuentros pastorales. Cientos de fieles y numerosos sacerdotes acompañaron a Juan Miguel Ramírez durante la ceremonia de Ordenación Diaconal que presidió Mons. Demetrio Fernández el pasado 5 de noviembre. Juan Miguel Ramírez Gragero, miembro de la Comunidad Franciscana, recibió la ordenación diaconal, en una solemne celebración Eucarística realizada en la parroquia Santa María de Guadalupe de Córdoba, de manos del Sr. Obispo. La ceremonia contó con la presencia de cientos de fieles que abarrotaban el templo, así como de numerosos sacerdotes y religiosos de la Comunidad Franciscana. En la homilía, Mons. Demetrio Fernández destacó el ejemplo de Jesucristo, así como el carisma de San Francisco de Asís, invitándole a ser fiel al ministerio que recibe y a descubrir lo que el Señor tiene preparado para él. “Tu corazón está consagrado al Señor al estilo franciscano”, indicó. Asimismo, explicó que “para todos la vocación es un misterio de Dios, en el que Dios llama y el hombre responde”. Dirigiéndose a Juan Miguel, el Sr. Obispo le recordó que “es ordenado diácono para el servicio; un servicio en el que el punto de referencia es Jesucristo”. Al mismo tiempo, el prelado manifestó que “la imposición de manos es una llamada al Espíritu Santo que la recibes para toda tu vida y que te configura con Cristo”. “Serás una luz para los jóvenes de tu parroquia y eres puesto para ser un referente, porque al verte a ti, verán a Jesucristo”, afirmó. Concluyó la homilía encomendando al diácono a la protección de la Virgen Santísima y animando a los jó- venes a no tener miedo, si son llamados a la vocación, a decir que sí. LA DIÓCESIS DE CÓRDOBA CUENTA CON UN NUEVO DIÁCONO

 

CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Cristo Rey resume todo el año litúrgico. Jesucristo es como el centro y el culmen de la historia humana. “Todo ha sido creado por Él y para Él. Él es anterior a todo y todo se mantiene en Él” (Col 1,16-17). El amor es lo que ha movido a Dios para crear el mundo y para redimirlo después del pecado. Y en el centro de ese proyecto de amor, Jesucristo, a quien Dios Padre “ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28,18). “No se nos ha dado otro nombre en el que podamos ser salvados” (Hech 4,12), porque sólo en Jesucristo Dios ha podido decirnos su amor hasta el extremo, sólo en Jesucristo hemos podido pagar a Dios la deuda del pecado, sólo en Jesucristo el odio de los hombres se ha convertido en amor. Entrar en la órbita de su amor nos va configurando con Él, nos hace capaces de amar como ama Él. El reino de Dios se ha instaurado plenamente en Jesucristo. Prefigurado largamente en el Antiguo Testamento, con sus luces y sus sombras, en Jesucristo ha llegado a su plenitud, y en Jesucristo “Dios lo será todo para todos” (1Co 15,28). No se trata de un reino de fuerza y de poder, ni menos aún de esclavitud o sometimiento por la violencia. El reino de Dios es “un reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y de paz” (Prefacio de la Misa). El reino de Dios entra en el corazón de los hombres haciéndolos capaces de amar en el servicio, y de ir instaurando la civilización de amor, que proviene de la gracia, frente a la cultura de la muerte, que proviene del pecado. Por eso, en el evangelio de esta fiesta de Cristo Rey, aparece Jesucristo como rey y juez universal, retribuyendo el amor con que cada uno hayamos actuado en nuestra vida: “Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos sus ángeles con Él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante Él todas las naciones” (Mt 25,31). Y en ese juicio final seremos examinados en el amor. “Al atardecer de la vida te examinarán del amor” (san Juan de la Cruz). Y recordaremos las palabras de Jesús: “Dichosos los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Un corazón abierto a la misericordia, es un corazón capaz de recibir la misericordia de Dios. “Venid benditos de mi Padre, heredad el reino preparado desde la creación del mundo”. Cuando el reino de Dios que Cristo ha venido a instaurar entra en el corazón de todos los hombres, los hombres se hacen capaces de amar al estilo de Cristo, atendiendo al que sufre, al que tiene hambre, al que tiene sed, al forastero, al desnudo, al enfermo. En cada uno de ellos, Cristo se ha disfrazado de mendigo para reclamar nuestra misericordia, para hacernos misericordiosos, para abrir nuestro corazón y de esa manera hacernos capaces de la misericordia de Dios. Por eso, Jesús dice: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18,36), es decir, no proviene de las fuerzas de este mundo, ni siquiera de las fuerzas buenas que este mundo es capaz de producir. El reino de Dios que Cristo ha instaurado proviene de Dios, de su gracia, de su amor, de su misericordia para con los pecadores, y prende en el corazón de quienes se abren a la gracia y por eso se hacen misericordiosos para los demás. Es una corriente de vida que tiene su origen en Dios y que pasa por el corazón de Cristo, donde se recicla el pecado del mundo, convirtiéndose en misericordia para todos. Participar de esa misericordia es la señal inequívoca de que el reino de Dios ha llegado al corazón del hombre, y desde ahí puede alumbrar un mundo nuevo, donde la misericordia (el amor que supera la miseria humana) sea la expresión del reino de Dios. Venga a nosotros tu reino, y seremos salvados de nuestras pobrezas y miserias, de nuestro pecado y de la dureza de nuestro corazón. Venga a nosotros tu reino, y seremos

capaces de amar al estilo de Cristo. Con mi afecto y bendición: Q C

 

 

 

CRISTO REY

 

Para ser testigo de la verdad La fiesta de Cristo rey del universo es como el colofón del año litúrgico, a lo largo del cual celebramos todo el misterio de Cristo, desde su nacimiento hasta la expansión de su Reino a todo el universo. A la pregunta de Pilato: “Conque, ¿tú eres rey”, Jesús responde: “Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo; para ser testigo de la verdad” (Jn 18,37). El plan de Dios es llevarnos a la felicidad en la que él vive de siempre y para siempre. Dios nos ha hecho para ser felices, nos ha traído a la existencia para hacernos partícipes de su vida en la tierra y llevarnos a la plenitud en el cielo. La libertad humana mal empleada ha introducido el pecado en la historia de la humanidad. Primero, el pecado original, y luego los pecados personales de cada uno. Y el pecado consiste en darle a Dios la negativa de entrar en su plan y su proyecto. La historia de la humanidad se ha convertido en un drama: por una parte, Dios está empeñado en hacernos felices y por otra el hombre, seducido por el demonio, patalea en contra de esa felicidad que Dios le ofrece, se ilusiona pensando que va a ser feliz sin Dios y se aleja de él. El hombre se instala así en la mentira (el demonio es padre de la mentira), y vive engañado, engañando a todos los de su alrededor. Al apartarse de Dios, el hombre no encuentra sentido a su vida, anda perdido y desorientado, busca la felicidad donde sea y va de coscorrón en coscorrón. En medio de este drama ha entrado Jesucristo, como el hijo único de Dios, que viene a compartir con los hombres su propia felicidad eterna, abajándose hasta la realidad humana en su más dolorosa experiencia. El Hijo de Dios no ha entrado en el mundo por el camino de la ostentación y el triunfalismo. No. Dada la situación del hombre apartado de Dios por el pecado y despojado de su dignidad, Jesucristo ha entrado en el mundo por el camino de la humildad y la pobreza, en actitud de obediencia a su Padre-Dios. Jesucristo ha llevado a la humanidad a la salvación muriendo en la cruz para saldar nuestra deuda y resucitando para abrirnos las puertas del cielo. La redención que Cristo nos ha alcanzado consiste en recorrer el camino del hombre perdido y sometido a la muerte por culpa del pecado, y en esa solidaridad con el hombre, decirle la verdad, decirle que Dios le ama y que, a pesar de todo, es posible recuperar la felicidad perdida, porque Dios está empeñado en hacernos partícipes de su felicidad y de su vida. Resucitando, Jesucristo ha inaugurado para el género humano una vida nueva, que el hombre no podía soñar. Este camino recorrido por Jesucristo se llama misericordia, es decir, la manifestación de un amor al estilo de Dios, que quiere a toda costa que el hombre se salve y entre en relación con Dios. Un amor que es más fuerte que el pecado y que la muerte. Un amor que es capaz de ponerle al hombre en la verdad de su ser. Un amor que es capaz de transformar la historia de la humanidad, instaurando la civilización del amor. Acoger a Jesucristo, que nos ha mostrado su amor hasta el extremo de dar la vida por nosotros, es dejarle que reine en nuestros corazones y nos reconduzca por el camino del bien. El ha vencido a la muerte resucitando. Y comparte con nosotros su victoria. Que Cristo reine en nuestros corazones, y desde ahí proyecte su reinado a la sociedad en que vivimos. Su reinado es un reinado de santidad y de gracia, de verdad y de vida, de justicia, de amor y de paz. De espaldas a Cristo, reina la mentira y la muerte, la injusticia y el odio, la guerra de intereses y la enemistad entre los hombres. La fiesta de Cristo rey del universo nos abre un horizonte de esperanza, porque en medio de la mentira que nos envuelve, Jesucristo ha venido para ser testigo de la verdad, invitándonos a su seguimiento para que nosotros vivamos también en la verdad y seamos testigos de la verdad entre nuestros contemporáneos. Y qué es la verdad, preguntará Pilato con su actitud agnóstica y relativista. La verdad es Jesucristo. El que ha conocido a Jesucristo, ha entrado en la órbita de la verdad, vive en la verdad. La fiesta de Cristo rey nos sitúe a todos en

 

 

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HOMILIAS CICLO A 2011

 

EMPEZANDO DESDE EL 2010, AQUÍ VAN LAS HOMILÍAS CICLO A

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LA PURÍSIMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de la Inmaculada brilla con esplendor de cielo azul. Un cielo limpio en el que brilla el sol de la pureza y de la gracia. La fiesta de la Inmaculada llena de alegría el alma del pueblo cristiano. Ella anuncia la cercanía de la redención, que viene a traer al mundo el Hijo de sus entrañas, Jesucristo, que nacerá en la Nochebuena como fruto bendito de su vientre virginal. María es el primer fruto de la redención, porque ha sido preparada por Dios para ser la madre de su Hijo divino hecho hombre. Ella no conoció el pecado. Fue toda limpia y hermosa, llena de gracia y santidad. Vale la pena mirar a María continuamente, pero más todavía cuando llegan sus fiestas, y de manera singular esta fiesta de la Inmaculada. En un mundo como el nuestro, la vieja Europa nuestra que ignora sus raíces cristianas, va creciendo el ateísmo militante, fruto del alejamiento de Dios de muchedumbres inmensas, en una “apostasía silenciosa” generalizada, como decía san Juan Pablo II. Todo ello es fruto del pecado, del egoísmo en todas sus formas. Injusticias, corrupción, desprecio de la vida y de los derechos humanos, odios, guerras. El pecado ha hecho y sigue haciendo estragos en la historia de la humanidad. En medio de todo ese estiércol ha brotado una flor, cuyo fruto maduro va a ser su Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Es un balón de oxígeno para el cristiano en todo tiempo mirar a María, la Purísima, la concebida sin pecado, la llena de gracia. Nosotros que somos pecadores, y que no somos capaces de salir de nuestro pecado por nuestras solas fuerzas, al mirarla a ella sentimos el alivio de la gracia, que en ella resplandece con toda plenitud. El corazón se nos llena de esperanza. Nosotros hemos nacido en pecado, el pecado original, y el bautismo nos ha librado de la muerte eterna, haciéndonos hijos de Dios. En nosotros permanece la inclinación al pecado, el atractivo del pecado (la concupiscencia, que no es pecado, pero procede del pecado e inclina al pecado). María, sin embargo ha sido librada de todo pecado antes de cometerlo. Ni siquiera el pecado original ha tenido lugar en ella. Ni tampoco sombra alguna de pecado personal mortal o venial, ni la más mínima connaturalidad con el pecado. “El pecado más grande de nuestros días es la pérdida del sentido del pecado”, decía hace poco el papa Francisco recordando esta misma expresión del papa Pío XII. Ciertamente, es necesario contemplar la belleza de María para sentirnos atraídos por esa meta a la que Dios quiere llevarnos: libres de todo pecado y llenos de gracia y santidad. Y esta ha de ser la propuesta permanente de la nueva evangelización: la belleza de la vida cristiana, de la vida de hijos de Dios, que en María resplandece plenamente. Muchos de nuestros contemporáneos han perdido el sentido de Dios, andan perdidos entre los afanes de este mundo, desnortados sin saber a dónde dirigir sus pasos, esclavos de tantas torceduras del corazón humano, víctimas de sus propios vicios que aíslan y encierran a la persona en sí misma y la incapacitan para amar. Todas estas y muchas más son las consecuencias del pecado, del alejamiento de Dios. Muchos incluso han perdido el sentido del pecado, porque su vida no hace referencia a Dios para nada. Muchos viven en esas periferias existenciales, lejos de la casa de Dios, y al encontrarse con María recuperan el sentido de lo bello, la verdad de la vida, la fuerza para realizar el bien. La fiesta de la Inmaculada quiere traernos a todos esta buena noticia. Por la encarnación redentora de su Hijo divino Jesucristo, por su muerte y resurrección, se nos han abierto de par en par las puertas del cielo. Es posible la esperanza, es posible otra forma de vida, es posible amar y salir de uno mismo para entregarse a los demás, es posible la vida de gracia y santidad. Más aún, hemos nacido para eso. Y si alguna vez nos viene la duda o se oscurece el horizonte, levantemos los ojos a María Santísima, la llena de gracia, la toda limpia, la Purísima. Que el Señor os conceda a todos una profunda renovación en este Año de la misericordia que, en el día de la Inmaculada, es abierto para toda la Iglesia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Purísima Q

 

 

 

AÑO DE LA MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: A partir del 8 de diciembre de 2015 hasta el 20 de noviembre de 2016, el papa Francisco nos convoca al Año jubilar de la Misericordia. En nuestra diócesis de Córdoba tenemos la apertura de la Puerta santa este domingo 13 de diciembre, en la Santa Iglesia Catedral de Córdoba. Será un año de gran perdonanza para toda la humanidad, no sólo para la Iglesia. La misericordia es un atributo divino, como es reconocido en todas las religiones reveladas. Pero en Jesucristo, Dios nos ha amado hasta el extremo. La medida de la misericordia de Dios nos la da el amor de Cristo, que ha cambiado el rumbo de la historia de la humanidad. No se trata sólo de amar, sino de amar sin medida y de amar hasta perdonar a los enemigos, de amar hasta transformar el corazón endurecido del hombre. Un amor así es capaz de ablandar hasta las piedras. La imagen más frecuente y expresiva es la del padre del hijo pródigo. Cuando el hijo vuelve a casa despojado de todo, se encuentra con el amor de un padre que le perdona y le llena de todos sus dones: le devuelve la dignidad de hijo, le hace partícipe de sus bienes, le viste con traje de fiesta y organiza un banquete para expresar su enorme alegría por el hijo que ha retornado. Y junto a esa imagen, la de Cristo crucificado, “ballesta de amor” (como dice san Juan de Ávila), que desde su corazón traspasado hiere con herida de amor a quien se le acerca. Nuestro mundo contemporáneo necesita la misericordia. El Año de la misericordia supondrá un bien para toda la humanidad. Guerras, tensiones, persecución religiosa, terrorismo, desorden internacional, alteración del medio ambiente, marginación y pobreza extrema por tantos lugares de la tierra. Este profundo desequilibro mundial, fruto del pecado de los hombres, necesita una sobredosis de amor, necesita el perdón que restaura. Necesitamos mirar a Cristo, el único salvador de todos los hombres, y acoger su amor, que rompe todas las barreras y nos hace hermanos, cumpliendo toda justicia. Jesucristo no irradia su amor ni por la violencia, ni por chantaje, ni por presión económica, ni por intereses egoístas. El Corazón de Cristo ejerce su atractivo sobre los demás corazones por el simple hecho de amar con amor totipotente. Por otra parte, el amor acumulado en el Corazón de Cristo es capaz de compensar los muchos desamores de toda persona humana para con Dios y de los humanos entre sí. El Año de la misericordia nos traerá permanentemente la memoria de este amor, capaz de transformar el mundo. Las obras de misericordia nos hacen misericordiosos, y Jesús nos enseña: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5,7). Se trata, por tanto, de ponernos a la tarea de ejercer las obras de misericordia, porque este ejercicio abre nuestro corazón para alcanzar la misericordia que deseamos. Las obras de misericordia son siete corporales y siete espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y las obras de misericordia espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos del prójimo, rogar a Dios por los vivos y los difuntos Junto a las obras de misericordia, acudir al sacramento del perdón, fuente continua de misericordia. Los sacerdotes estén más disponibles para administrar este sacramento, los fieles se acerquen con más frecuencia a este sacramento con corazón arrepentido y propósito de la enmienda. Y complemento del perdón recibido en el sacramento, están las indulgencias, abundantes en este Año de la misericordia, pues la Iglesia madre quiere ayudarnos a restaurar la imagen de Dios en nosotros distorsionada por nuestros pecados. Año de la misericordia. Año de gracias abundantes. Acerquémonos todos a recibir esta misericordia para poder repartirla en nuestro entorno. A todos, mi afecto y mi bendición: El Año de la Misericordia Q

 

SE ACERCA LA NAVIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Se acercan los días santos de a Navidad. Días de gozo y salvación, porque la Madre de Dios nos a a luz al Hijo eterno de Dios hecho hombre en sus entrañas irginales, permaneciendo virgen para siempre. El Hijo es Dios y lamadre es virgen, dos aspectos de la misma realidad, que hacen esplandecer el misterio en la noche de la historia humana. La glesia nos invita en estos días santos a vivir con María santísima estos acontecimientos. El nacimiento de una nueva criatura es siempre motivo de gozo. El Hijo de Dios ha querido entrar en la historia humana, no por el camino solemne de una victoria triunfal. Podría haberlo hecho, puesto que es el Rey del universo. Pero no. Él ha venido por el camino de la humildad, que incluye pobreza, marginación y desprecio, anonimato, ocultamiento, etc. Y por este camino quiere ser encontrado. Hacerse como niño, hacerse pequeño, buscar el último puesto, pasar desapercibido... son las primeras actitudes que nos enseña la Navidad. Para acoger a Jesús, él busca corazones humildes, sencillos y limpios, como el corazón de su madre María y del que hace las veces de padre, José. El misterio de la Encarnación del Hijo que se hace hombre lleva consigo la solidaridad que brota de este misterio. “El Hijo de Dios por su encarnación se ha unido de alguna manera con cada hombre” (GS 22), nos recuerda el Vaticano II. El misterio de la Encarnación se prolonga en cada hombre, ahí está Jesús. Y sobre todo se prolonga en los pobres y necesitados de nuestro mundo. Con ellos ha querido identificarse Jesús para reclamar de nosotros la compasión y la misericordia. El anuncio de este acontecimiento produce alegría. Es la alegría de la Navidad. Pero no se trata del bullicio que se forma para provocar el consumo, no. Se trata de la alegría que brota de dentro, de tener a Dios con nosotros, de estar en paz con Él y con los hermanos. Nadie tiene mayor motivo para la alegría verdadera que el creyente, el que acoge a Jesús con todo el cariño de su corazón. Pero al mismo tiempo, el creyente debe estar alerta para que no le roben la alegría verdadera a cambio de un sucedáneo cualquiera. Viene Jesús cargado de misericordia en este Año jubilar. Viene para aliviar nuestros cansancios, para estimular nuestro deseo de evangelizar a todos, para repartir el perdón de Dios a raudales a todo el que se acerque arrepentido. Mirándonos a nosotros mismos muchas veces pensamos que en mi vida ya no puede cambiar nada y que en el mundo poco puede cambiar cuando hay tantos intereses en juego. Sin embargo, la venida de Jesús, su venida en este Año de la misericordia es un motivo intenso de esperanza y es un estímulo para la conversión. Yo puedo cambiar, tú puedes cambiar, el mundo puede cambiar. Jesús viene a eso, a cambiarlo y renovarlo todo, para acercarnos más a él y a los demás. Se trata de esperarlo, de desearlo, de pedirlo insistentemente. El milagro puede producirse. La Navidad es novedad. Que al saludarnos y desearnos santa Navidad, feliz Navidad, convirtamos el deseo en oración. El mundo actual vive serios conflictos, que pueden destruirnos a todos. Jesucristo viene como príncipe de la paz, con poder sanador para nuestros corazones rotos por el pecado y el egoísmo. Acudamos hasta su pesebre para adorarlo. Él nos hará humildes y generosos. Él nos llenará el corazón de inmensa alegría, como llenó el corazón de los pastores y de los magos, que le trajeron regalos. Con María santísima vivamos estos días preciosos de la Navidad. Recibid mi afecto y mi bendición: Llega la Navidad Q

 

 

 

 

NAVIDAD Y FAMILIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Van muy unidas. La fiesta de Navidad reúne a toda la familia. La fiesta de Navidad es una fiesta de familia. El Hijo de Dios al hacerse hombre se ha hecho miembro de la familia humana y de una familia doméstica. Jesucristo ha santificado la familia. La familia humana tiene como referencia la comunidad trinitaria. Jesucristo nos ha revelado que Dios es familia, son tres personas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que viven felizmente en el hogar trinitario, el cielo. Y a ese hogar –dulce hogar– convocan a cada persona que viene a este mundo. El Hijo de Dios, segunda persona de Dios, Jesucristo, ha venido a este mundo para llevarnos a esta relación de amor, dándonos su Espíritu Santo. Nuestro destino es entrar en comunión con las personas divinas, ya en este mundo y para toda la eternidad. Más aún, lo que nos constituye en personas es precisamente esta relación. Se trata de vivirla conscientemente y disfrutarla. Y un icono viviente de esa comunidad trinitaria es la santa Familia de Nazaret, compuesta por Jesús, María y José. La entrada en la historia humana de Jesús se ha producido en el seno de una familia humana, con un padre, una madre y un hijo. Y han vivido de su trabajo, en el hogar familiar donde se ejercitan las virtudes domésticas por los lazos del amor de unos con otros. Bien es verdad que la santa Familia de Nazaret es una familia muy singular, pero es modelo para todas las familias por el servicio mutuo, la convivencia, el amor e incluso el cariño y la ternura de unos con otros. La familia se constituye por la unión de los esposos que normalmente se convierten en padres. Varón y mujer, creados en igualdad de dignidad fundamental, son distintos para ser complementarios. Cuanto más varón sea el varón, mejor para todos en la casa. Él aporta particularmente la cobertura, la protección y la seguridad. El varón es signo de fortaleza, representa la autoridad que ayuda a crecer. La mujer tiene una aportación específica, da calor al hogar, acogida, ternura. El genio femenino enriquece grandemente la familia. Cuanto más mujer y más femenina sea la mujer, mejor para todos en la casa. Esa complementariedad puede verse truncada por la falta de uno de ellos, y la familia más amplia –abuelos, tíos– puede suplirla. La unión complementaria de los esposos los convierte en administradores de la vida. Del abrazo amoroso de los esposos, proceden los hijos. Todo hijo tiene derecho a nacer de ese abrazo amoroso, que no puede sustituirse nunca por la pipeta de laboratorio (fecundación in vitro). Precisamente porque la persona se constituye por la relación –así nos lo muestran las personas divinas–, el hijo tiene derecho a proceder de una relación de amor entre sus padres, y nunca como fruto de un aquelarre quí- mico de laboratorio. Hay muchos que piensan en el derecho a tener un hijo, como si el hijo fuera un objeto, mientras que el hijo es siempre un don, un don de Dios, fruto de la relación amorosa de los esposos, que se abren generosamente a la vida. Todo tipo de fecundación artificial (inseminación artificial y anónima, fecundación in vitro homó- loga o heteróloga) rompe esa armonía de la creación por la que los hijos vienen al mundo como personas, fruto de una relación personal de amor entre los esposos. Los esposos y padres se prolongan en los hijos y, a su vez, son fruto de los abuelos que tienen hoy una importancia enorme en el equilibrio de la sociedad contemporánea. Los niños y jóvenes son el futuro, los abuelos son la memoria del pasado. Todos juntos forman la riqueza de la familia. Domingo 27 diciembre, en la Misa de 12 de la Catedral, Misa de las familias, haremos un homenaje a los que cumplen 25 y 50 años de casados. Venid con todos los hijos, los nietos y los abuelos. Es la fiesta de la Sagrada Familia y queremos darle gracias a Dios por nuestras familias. Recibid mi afecto y mi bendición: Navidad y familia Q

 

 

LOS PASTORES Y LOS MAGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El Hijo de Dios, sin dejar de ser Dios, se ha hecho hombre completo, en todo semejante a nosotros, excepto en el pecado. Y ha nacido de María virgen en un momento concreto de la historia para transformar la historia desde dentro y llevarla a su plenitud, convirtiéndose en un ciudadano de nuestro mundo, uno de nosotros. Él se ha hecho hombre para que el hombre sea hecho hijo de Dios. ¡Qué admirable intercambio! A este acontecimiento histórico misterioso y trascendente se acercan los pastores, después del anuncio del ángel: “Os traigo una buena noticia. Hoy en la ciudad de Belén os ha nacido un Salvador… Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz” (Lc 2,11). Y los pastores corren a ver al Niño, con la sencillez de la piedad popular. Han sido tocados por Dios y por su gracia, y responden con la fe de los sencillos: se llenaron de alegría y le llevaron al Niño de lo que tenían. Su pobreza les dispuso a recibir la buena noticia e hicieron fiesta aquella noche. Por su parte, ellos se convirtieron en testigos y pregoneros de lo que habían visto. “Todos los que lo oían se admiraban de lo que decían los pastores” (Lc 2,18). La actitud de los pastores nos enseña mucho. En primer lugar, que Dios no se revela a los soberbios, a los que están liados en sus problemas, a los que piensan que no necesitan de Él. Dios prefiere revelarse a los sencillos, a los humildes de corazón, a los pobres. Dios se complace en comunicarse con los que tienen el corazón abierto a la buena noticia de la salvación y lo esperan todo de Él. Pero además, la sencillez de corazón les hace ir aprisa a ver al Niño del que les ha hablado el ángel. Un corazón dispuesto responde con prontitud al toque de Dios. Y por eso, se convierten en pregoneros y evangelizadores ellos mismos de lo que han visto y experimentado. A este misterio de la Navidad se acercan también los magos de Oriente, los que traen regalos para Jesús y para todos nosotros. Ellos son modelo en la búsqueda de Dios. Son sabios que en la ciencia de su investigación, están abiertos a la sorpresa de Dios, y siguiendo esas mismas investigaciones descubren una señal que les pone en camino de una búsqueda ulterior. “Hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo” (Mt 2,2). Preguntan y Herodes comido por la envidia les despista, pero la estrella vuelve a brillar y los deja a las puertas del misterio. “Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra” (ib. 10-11). Los magos son hombres sabios, científicos, que siguiendo su investigación descubren a Dios. La ciencia no está reñida con la fe ni la fe con la ciencia, y cuando la ciencia se cierra a la fe, deja de ser verdadera ciencia. La ciencia tiene su campo propio y sus lí- mites. Cuando el científico, por mucho que sepa, pretende abarcar con su especialidad todas las dimensiones de la persona, se pasa de listo. Ser científico y ser humilde no es fácil. Los magos de Oriente son científicos y son humildes, y desde el campo propio de su ciencia, abiertos a otras dimensiones, descubren señales que les conducen a la verdad completa. Dios se revela a los sencillos y a los sabios, con tal que éstos sean también sencillos de corazón. La Navidad la entienden especialmente los niños y quienes se hacen niños como ellos. Y no porque en torno a la Navidad haya cuentos, fábulas y mitos que sólo los niños en su ingenuidad pueden alimentar, sino porque el misterio de Dios en su más profunda realidad, la cercanía de Dios hecho hombre en un niño indefenso, sólo la pueden captar quienes tienen un corazón sencillo y humilde como el de un niño. La Navidad nos trae un acontecimiento y un estilo. Dios hecho hombre con estilo de sencillez, entrando discretamente en nuestras vidas. “Si no os hacéis como niños no entraréis en el Reino de los cielos” (Mt 18,3). Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

EL BAUTISMO, NUESTRO PROPIO BAUTISMO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Termina el ciclo litúrgico de Navidad con la fiesta del Bautismo de Jesús, una escena de la vida de Jesús llena de significado. Jesús se pone en la fila de los pecadores para ser bautizado por Juan, significando que él no hace asco de los pecadores, sino que viene a juntarse con ellos, viene a buscarlos. Entiende su vida como entrega por ellos, por eso se acerca a los pecadores. Así lo presenta Juan el Bautista: “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Una de las acusaciones que después le hacen es esa: «Los fariseos y los escribas murmuraban diciendo: “Este acoge a los pecadores y come con ellos”» (Lc 15,2). Este es el título de nuestra cercanía con Jesús, que ha venido a buscar a los pecadores: “Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y yo soy el primero” (1Tm 1,15), decía san Pablo. Esta cercanía de Jesús a los pecadores se llama misericordia. Todos los humanos hemos nacido en pecado, es decir, apartados de Dios (excepto María que ha sido librada antes de contraerlo). Y sólo podemos acercarnos a Dios, si Dios viene hasta nosotros. Es lo que ha hecho Dios con su Hijo Jesucristo: enviarlo a buscar a los pecadores. Y no los buscará por fuera ni desde fuera, sino compartiendo el dolor que supone el alejamiento de Dios por el pecado. Siendo inocente, Jesús ha probado el dolor de la lejanía, ha recorrido los caminos que alejan a los hombres de Dios, para acercarlos a Él. “Al que no conocía pecado, Dios lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (2Co 5,21). El bautismo de Jesús en el Jordán prolonga el admirable intercambio de la Navidad: Dios se ha hecho hombre para que los hombres lleguen a ser hijos de Dios por Jesucristo. Y la escena del bautismo de Jesús en el Jordán es una gran epifanía de Dios. Aparece Dios Padre como una voz del cielo, diciendo: “Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto”. Y ese amor del Padre a su Hijo divino, que se ha hecho hombre, se expresa envolviéndolo con el Espíritu Santo, que aparece en forma de paloma. Es una escena, por tanto, en la que el Espíritu Santo desciende sobre Jesús, ungiendo su carne humana y haciéndola capaz de la gloria. El ser humano es incapaz por sí mismo de ver a Dios. En esta escena del Jordán, el Espíritu desciende sobre la carne humana de Jesús, le envuelve con su amor, le unge con su toque y le hace capaz de la gloria. Es lo que se conoce como la unción del Verbo en su carne humana por parte del Espíritu Santo. Jesús irá después a su pueblo y en la sinagoga de Nazaret dirá con palabras del profeta: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido y me ha enviado a evangelizar a los pobres” (Lc 4,18). Es el Espíritu Santo el que lo conducirá en su misión por los caminos de Palestina hasta el Calvario, hasta la cruz y la resurrección. Todo había comenzado en el bautismo del Jordán, donde Jesús comienza su vida pública y su ministerio. ¿Qué sucede cuando el fuego entra en el agua? Que el agua sofoca al fuego y lo apaga. En esta escena, sin embargo, ocurre algo sorprendente. Jesús, lleno del fuego del Espí- ritu Santo (“Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego” Lc 3, 16), entra en el agua del Jordán y no se apaga en él el Espíritu Santo, sino que, entrando en el agua, enciende en el agua la capacidad de transmitir el Espíritu Santo. A partir de este momento, el agua se convierte en transmisora del Espíritu Santo para todos los que se acerquen a recibir el bautismo. “El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5). Por eso, en esta escena del bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo, por el que somos hechos hijos de Dios. Porque esa agua ha recibido de Cristo el poder de transmitir el Espíritu Santo, y en el bautismo también nosotros, como Cristo, recibimos el Espíritu Santo, que nos hace hijos y coherederos con Cristo de la gloria preparada. El bautismo es la unción con el Espíritu Santo de cada uno de los bautizados, en orden a capacitarlo para la gloria. En el bautismo de Jesús en el Jordán tiene origen nuestro propio bautismo. Jesús se acerca hasta cada uno de nosotros pecadores, carga con nuestros pecados en su propia carne, nos lava los pecados y, ungiéndonos con su Espíritu santo, nos hace hijos del Padre, hermanos de los demás hombres y herederos del cielo. Bautismo de Jesús, bautismo de los cristianos. No se trata de simple agua natural, se trata de un agua que lleva dentro el fuego del Espíritu Santo, que nos transfigura haciéndonos hijos de Dios. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

ESTE ES EL CORDERO DE DIOS QUE QUITA  EL PECADO DEL MUNDO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La presentación de Jesús por parte de Juan el Bautista es ésta: “Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Jn 1,29). Estamos acostumbrados a oírla, pero vale la pena detenerse a profundizar en su significado. En la relación con Dios existe por parte del hombre el deseo de unión con Dios, y en ese contexto se sitúan los sacrificios. Es decir, presentarle a Dios de lo nuestro para que Él lo bendiga y podamos así participar de sus bienes. Es muy frecuente en la historia de las religiones presentar a Dios un cordero, como fruto escogido del propio rebaño, y ofrecerlo en sacrificio, o destruyendo la víctima en honor de Dios, o santificándola para comerla en su nombre u ofreciéndola como reparación por los propios pecados. En la religión judía el cordero ocupa un lugar especial, porque la fiesta principal judía consiste en comer un cordero, celebrando la pascua, la liberación por parte de Dios del pueblo elegido, y al mismo tiempo ese cordero es punto de encuentro de todos los comensales en la comunión fraterna. Más tarde los musulmanes tomarán también un cordero para su fiesta principal, la del sacrificio de Abrahám que estuvo dispuesto a ofrecer a su hijo Isaac, sustituido por un cordero. El cordero forma parte del mundo de los sacrificios, es símbolo de perdón, de comunión, de ofrenda sacrificial de lo nuestro a Dios. Cuando Juan el Bautista presenta a Jesús como el “Cordero de Dios” está presentando la mejor ofrenda que en su día podremos hacer a Dios, el rescate por nuestros pecados y delitos, la comunión de vida con Dios que se acerca hasta nosotros. Jesús es presentado desde el principio como el que viene a quitar el pecado del mundo. La separación más profunda del hombre con respecto a Dios se introdujo en el paraíso, cuando Adán y Eva pecaron desobedeciendo a Dios y sus mandatos. Rompieron con Dios y prefirieron seguir su propio camino, que conduce a la perdición. Todos nacemos en pecado, y además pecamos personalmente. Es decir, hemos roto con Dios tantas veces. ¿Y nadie podrá resolver esa ruptura, que nos lleva a la ruina? Jesucristo es presentado como el que viene a curar esa fractura. Él es el Hijo de Dios, que se ha hecho hombre como nosotros. Ya en su persona se da esta unión admirable de Dios y el hombre. Y su tarea, su misión redentora será la de traernos a Dios como Padre misericordioso, y presentarnos ante su Padre como hijos, haciéndonos hermanos suyos. En Cristo confluye ese deseo de Dios, que busca al hombre para hacerle partícipe de sus dones, de su vida, de su felicidad. Y en Cristo nos encontramos representados ante el Padre, pagando Él por nosotros la deuda inmensa de nuestros pecados, con que hemos ofendido a Dios. “Éste es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. La ruptura del pecado no se arreglará con palabras, sino con la ofrenda de este Cordero, que pone su vida en rescate por la multitud. La salvación del mundo, de todos los hombres, alcanza su culmen dramático en la pasión redentora de Jesús, que ofreciendo su vida humana en la cruz, nos alcanza vida eterna de hijos a todos nosotros. Pero Jesús ya comienza su vida con esta conciencia. Se pone en la fila de los pecadores para participar de su suerte, como inocente, y para hacerles partícipes de su condición de Hijo, dándoles su Espíritu Santo. La curación del pecado lleva consigo sangre, dolor, muerte, para deshacer lo mal hecho y para restaurar lo que ha quedado roto. La muerte y todo lo que le rodea ha sido asumido por el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. De esta manera, lo que era nuestra ruina se ha convertido en nuestro remedio medicinal, gracias a este Cordero de Dios envuelto en Espíritu Santo. Ya los primeros pasos de Jesús en su vida pública señalan el programa: ha venido a buscar a los pecadores, y por ellos dará la vida en la cruz. Éste es el Cordero que Dios nos da, es el Cordero que por su sacrificio nos restablece la unión con Dios, es el Cordero que paga con su sangre todos nuestros delitos, es el Cordero que comemos en la comunión y nos hace hermanos. “Yo lo he visto”, nos dice el apóstol Juan. La experiencia directa de este encuentro es el mejor aval para dar testimonio, y en esto consiste la evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

OREMOS POR LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS

 

Y HERMANAS: Dirigiéndose a la comunidad de Corinto, San Pablo les advierte que las distintas banderías y grupos enfrentados unos a otros, no es propio de la Iglesia del Señor.”Os ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo… que tengáis un mismo pensar y un mismo sentir, pues me he enterado de que hay discordias entre vosotros. Algunos dicen: «yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas, yo soy de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Fue crucificado Pablo por vosotros?” (1Co 1, 10-13). Resulta dramático para aquella comunidad incipiente que las pocas fuerzas que tenían pudieran irse en las tensiones y mutuas disensiones de unos contra otros, además del escándalo ante los demás por estas divisiones. Pues, lo mismo sucede en nuestros días. Se repiten los problemas, porque se repite el pecado y los defectos de las personas y las comunidades. Constatar la falta de unidad en la Iglesia es un dolor para san Pablo y lo es también para nosotros hoy, después de siglos de división. Además de ser un escándalo y un obstáculo para la nueva evangelización. Por eso, oramos continuamente por la unidad de los cristianos. Y lo hacemos especialmente durante este Octavario de oración por la unidad de los cristianos, cada año, del 18 al 25 de enero, concluyendo con la fiesta de la conversión de San Pablo, el apóstol que ha sido añadido al grupo de los Doce de manera excepcional, por medio de su conversión de perseguidor en apóstol de Cristo. La Iglesia de Cristo es una, y nunca ha dejado de serlo. Así la confesamos en el Credo, y por eso nos duele que haya disensiones entre los bautizados, que impiden que podamos comulgar el cuerpo del Señor en la misma Eucaristía. Dos heridas siguen sangrando en el cuerpo de la Iglesia: la que se produjo en el año 1050, cuando el patriarca de Constantinopla rompió con el sucesor del apóstol Pedro, el Papa de Roma. Y la segunda, peor todavía, cuando Lutero rompió con Roma hacia el año 1520. De cada una de esas dos rupturas han ido naciendo grupos distintos, que perduran hasta el día de hoy. Lo que nos une a todos es el mismo bautismo, la fe en Jesucristo como Dios y como hombre, la Palabra de Dios, el Espíritu Santo que nos impulsa a la santidad y a la caridad. Es mucho más lo que nos une que lo que nos separa, repetía Juan XXIII. Podemos llamarnos realmente hermanos, aunque hay todavía desavenencias entre nosotros. Teniendo tantos elementos en común, podemos aspirar con fundamento a la unidad visible en la única Iglesia de Cristo. Pero hemos de seguir orando al Señor, porque el don de la unidad plena es un don de Dios, un don del Espíritu Santo. La unidad no consistirá en el consenso, ni en la suma de todas las partes, a manera de sincretismo entre todos. Ni tampoco en la eliminación de las riquezas que cada uno posee y ha desarrollado en su historia de santidad, que se ha hecho cultura. La unidad vendrá por el camino del mutuo respeto y del mutuo reconocimiento de todo lo que hay de bueno en cada grupo cristiano, y por la obediencia a la Palabra del Señor y la docilidad al Espíritu Santo. Entre los elementos esenciales de esta única Iglesia se encuentra el reconocimiento del primado de Pedro y del sucesor de Pedro, el Papa, tal como lo estableció Jesús. Los primeros que tenemos que hacer caso al Papa somos los católicos, en actitud de fe y de comunión plena con lo que el Papa nos enseña y nos va indicando. Muchos cristianos no católicos se extrañan de que entre los católicos a veces no haya esa sintonía de fe y de disciplina con el Papa de Roma. En torno al Sucesor de Pedro vendrá la unidad de la Iglesia. Y en torno a María, la madre de la Iglesia, la madre común que nos reunirá a todos en la misma comunidad. Sigamos rezando en estos días y durante todo el año, para que la deseada unidad de la Iglesia llegue a feliz puerto. Estamos en la preparación de dos grandes acontecimientos en el camino hacia la unidad: la peregrinación conjunta del papa Francisco y del patriarca Bartolomé (ortodoxo) al Calvario y al sepulcro vacío del Señor resucitado en Jerusalén, recordando otro encuentro parecido entre Pablo VI y Atenágoras, hace ya 50 años. Y el encuentro todavía sin fecha entre el papa Francisco y el patriarca Cirilo de Moscú. Oremos por la unidad de los cristianos, y trabajemos por la unidad en el seno de nuestra diócesis, de nuestras parroquias, de nuestras familias. Todo ello contribuye a la unidad querida por el Señor. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

2 DE FEBRERO, ALEGRÍA DE LA VIDA CONSAGRADA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La Jornada Mundial de la Vida Consagrada se celebra el 2 de febrero. El día en que María presenta a su Hijo en el templo, y lo rescata con una ofrenda de pobres: un par de pichones. Esa ofrenda de Jesús portado en brazos de su madre María, acompañada de José, es todo un símbolo de lo que será la ofrenda de Jesús en el Calvario para la redención del mundo, junto a su Madre que estuvo junto a Él. Es la fiesta de la Candelaria, la que lleva en su mano una candela, que es la luz del mundo: Jesucristo, nuestro Señor. También nosotros portamos este día una candela como signo de la luz de Cristo que ha sido alumbrada en nuestros corazones, la luz de la fe, con la que salimos al encuentro del Señor. “¡Oh luz gozosa…!” cantamos a Cristo, luz del mundo, porque la luz siempre es motivo de alegría, en contraste con las tinieblas que siempre son signo del pecado y de la tristeza del hombre envuelto en sombras de muerte. Cristo es la luz del mundo y con su encarnación ilumina el misterio del hombre al propio hombre. Sin Jesucristo, pequeñas luces se encienden en la noche de la historia, hasta que llega Él, “resplandor de la gloria del Padre” (Hbr. 1,3), Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Sin Jesucristo, andamos a oscuras. Con Jesucristo todo es visto en su realidad más profunda. Con Jesucristo llega la alegría de la luz a tantas zonas de nuestra vida que adquieren sentido alumbradas por Él. La vida consagrada es una prolongación de la luz de Cristo en nuestro mundo, en nuestra época. La vida consagrada es luz, porque es testimonio de Cristo, imitando a María su bendita madre. La vida consagrada no se entiende si no se acoge la luz de Cristo, y al mismo tiempo esa vida consagrada ilumina y da sentido a tantos interrogantes que se plantean nuestros contemporáneos. La vida consagrada es una luz profética para nuestro tiempo. Una vida entregada plenamente a Dios para el servicio de los hermanos, especialmente de los pobres en sus múltiples carencias, sólo se entiende si la luz de Cristo ha entrado en el corazón de esa persona y ha tirado de ella para hacer de su vida una ofrenda de amor. Una vida entregada en la virginidad, la obediencia y la pobreza, vivida en comunidad, es una luz llamativa para el mundo de hoy. Son los más altos valores del Reino, vividos por Jesús, y que iluminan la vida de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. En nuestra diócesis de Córdoba contamos con abundancia de personas consagradas en todos los campos. Monjas y monjes de vida contemplativa, con clausura y sin clausura, que nos reclaman para la oración y que ofrecen sus comunidades como oasis de paz para el encuentro con Dios y consigo mismo, para la oración litúrgica, para la adoración eucarística, para el sosiego que sólo Dios puede dar. Religiosos y religiosas en la escuela católica. Miles de alumnos y muchos más antiguos alumnos, que se benefician del testimonio de tales religiosos y religiosas en sus diferentes colegios. Cuánto bien han hecho y siguen haciendo a la sociedad. Nunca han sido un negocio, sino un servicio, en el que tantas personas consagradas han dedicado su vida a tiempo completo a la preciosa tarea de la educación. Y lo mismo podemos decir, de los que sirven a los ancianos, a los enfermos, a los pobres en distintos ámbitos. Esa mano amable, esa sonrisa que comparte lo que tiene, ese corazón maternal para los momentos de dolor. Tantas personas necesitadas, niños, jóvenes, adultos, ancianos han encontrado en esta persona consagrada el rostro amable de Jesús buen samaritano, que cura las heridas del camino. Gracias a todos los consagrados de nuestra diócesis. Que vuestro testimonio alumbre el corazón de tantos jóvenes, que conociéndoos puedan sentir la llamada a seguir al Señor por el mismo camino. Gracias por vuestra entrega, de toda la vida, algunos de vosotros ya cargados de años y de méritos. Que esta Jornada de la Vida Consagrada nos haga reconocer la luz que aportáis a la Iglesia y podáis seguir iluminando con la luz de Cristo, a manera de la Candelaria –María–, para que todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo encuentren a Jesús, y a través de todos vosotros participen de su misericordia. Recibid mi afecto y mi bendición: Q

 

 

 

 

AMAD A VUESTROS ENEMIGOS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nadie ha dicho cosa parecida en toda la historia de la humanidad. Suena a nuevo e incluso resulta chocante a la razón humana: “amad a vuestros enemigos”. Sin embargo, esta es la buena noticia de Jesús, hecha carne en su propia vida. Imposible para los hombres, sólo es posible para Dios y a aquellos a quienes Dios se lo conceda. Dios quiere la felicidad del hombre a toda costa. Y el hombre busca esa felicidad, y tantas veces no acierta. Este domingo, Jesús nos enseña en el evangelio: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a quienes os aborrecen y rezad por los que os persiguen y calumnian” (Mt 5,44). Sí, la felicidad del hombre se encuentra en el amor, en ser amado y en poder amar. El deseo de ser amado es ilimitado. Por el contrario, la capacidad de amar es limitada. Cuando estos dos polos se dislocan, la persona humana entra por el camino del absurdo y su vida no tiene sentido: ni sabe amar ni se siente amada, y eso es el infierno. Para resolver este conflicto, hemos de ir a la fuente del amor, y la raíz del amor se encuentra, por tanto, “no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos ha amado y nos ha enviado a su Hijo” (1Jn 4,10), “para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17). La trayectoria de Jesús ha sido la entrega por amor hasta el extremo. Y ¿cuál es su secreto? Que su corazón humano estaba plenamente saciado del amor del Padre y en sintonía con él, ha entregado su vida para saciar de amor el corazón de todo el que acerca a él y hacernos capaces de amar como ha amado él, dándonos su Espíritu Santo. Cristo revela el misterio del corazón del hombre, dándonos la clave del amor. Es preciso tener el corazón saciado para poder amar, y a su vez, amando, vamos creciendo en el desarrollo de nuestra personalidad total. A lo largo de la historia de la cultura, el hombre se dio cuenta de que la ley de la selva no sirve para la convivencia humana. No vale que el más fuerte aplaste al más débil, de manera que sólo puedan sobrevivir los que están mejor dotados. Eso sucede en la fauna animal, pero la persona humana tiene inteligencia y corazón y, por tanto, no puede vivir como los animales. Para superar la ley de la selva, vino la ley del Talión: ojo por ojo y diente por diente. Es decir, si haces una, tu enemigo tiene derecho a cobrarte una. No tiene derecho a dejarse llevar por la venganza y cobrarte cinco cuando sólo le has hecho una. Pero este equilibrio se ve alterado en continuas ocasiones, porque el corazón humano es injusto y se deja vencer continuamente por la revancha. En los comienzo de la revelación de Dios, cuando Dios entrega a Moisés las tablas de la Ley, se habla de amar al prójimo como a ti mismo, de amar a tu prójimo sin amar a tu enemigo. Se trata de un paso abismal en comparación con la ley de la selva o la ley de Talión. Sin embargo, la actitud y la enseñanza de Cristo van mucho más allá, primero en su vida y después en sus mandamientos. Por muchas leyes de equilibrio social que se establezcan, el corazón humano tiende a quedarse corto cuando da y a reclamar más de lo debido cuando recibe. Se necesita un plus de amor para cubrir esos huecos que la injusticia humana va produciendo. Y ahí se sitúa la entrega de Jesucristo sin medida y hasta el extremo. Solamente él puede decirnos que amemos a nuestros enemigos, porque su corazón saciado del amor del Padre ha podido decir en el momento supremo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), excusando a los que están produciéndole la muerte. Amar a los enemigos es, por tanto, algo típica y exclusivamente cristiano, de Cristo. A nadie más en la historia de la humanidad se le ha ocurrido ese mandato, porque nadie más ha tenido nunca su corazón tan saciado de amor como el Corazón de Cristo y por eso nadie más ha sido capaz de amar, incluso a quienes le ofenden. El mandato de Cristo nos hace capaces de hacerlo, porque para ello nos da su Espíritu Santo, amor de Dios derramado en nuestros corazones. Se trata de una capacidad nueva, que viene de Dios y que satisface plenamente las expectativas humanas, porque el hombre ha nacido para el amor y nunca pensaba que pudiera llegar a tan alta cota, como es la de amar a los enemigos. Recibid mi afecto y mi bendición: Amad a vuestros enemigos Q

 

 

PENTECOSTÉS

 

QERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El concilio Vaticano II ha puesto en el candelero la naturaleza y la misión de los laicos en la Iglesia. Los fieles cristianos laicos tienen una identidad propia y una misión en la Iglesia y en el mundo. Son bautizados y confirmados, miembros de pleno derecho en la comunidad eclesial, partícipes del sacerdocio común de Cristo para ser en el mundo profetas, sacerdotes y reyes, para consagrar el mundo desde dentro e instaurar el Reino de Cristo en la historia, con la mirada puesta siempre en el cielo. El gran despertar del laicado sucedió en la primera mitad del siglo XX, cuando el paso a la sociedad industrial ha hecho cambiar los esquemas medievales de la sociedad. La Iglesia entendió que sus hijos fieles cristianos laicos tenían que ponerse a la tarea de construir un mundo nuevo, uniendo sus manos con todos los que se esfuerzan en esta tarea desde distintas perspectivas. La doctrina social de la Iglesia ha constituido un potente faro de luz para afrontar los cambios sociales del siglo XX, y brota entonces en torno a la parroquia y a la diócesis la Acción Cató- lica, como fuerza capaz de aglutinar generaciones enteras de jóvenes y adultos, para llevarlos a la santidad en la tarea de transformar este mundo. Las distintas catástrofes del momento (guerras, dictaduras de uno y otro signo, etc.) despertaron en los laicos la urgencia de ponerse a la labor para hacer un mundo nuevo. El concilio Vaticano II ha sido el concilio del laicado, recogiendo las mejores aguas de las décadas precedentes. La llamada a la santidad de todos en todos los estados de vida, no sólo de algunos que se consagran o se apartan del mundo, el impulso misionero como tarea de todos en la Iglesia, la corresponsabilidad de todos en el seno de la Iglesia, cada uno desde la misión recibida para confluir en la comunión orgánica de un mismo Cuerpo. Estas y otras líneas de fuerza han dado lugar a una floración del laicado como nunca lo había conocido la Iglesia en su historia. Nuestra diócesis de Córdoba dispone de un laicado abundante, centrado en lo esencial, inserto en el mundo, con ímpetu misionero y evangelizador. La inmensa mayoría de estos fieles laicos viven y se nutren en torno a las parroquias y en ellas encuentran el campo de su misión apostólica. He aquí el núcleo de la nueva Acción Católica General, que tenemos que coordinar en toda la diócesis, a distintas velocidades, en sus tres niveles de adultos, jóvenes y niños. Son muchos los laicos que se organizan y sirven desde las Hermandades y Cofradías. Otros, se han adherido a los distintos carismas que el Espíritu Santo ha suscitado en esta etapa postconciliar, como si de un nuevo Pentecostés se tratara. Cursillos de Cristiandad, Comunidades Neocatecumenales, Comunión y Liberación, Focolarinos, etc. son otros tantos grupos en la Iglesia que la rejuvenecen y la hacen misionera en este momento importante de la historia. La vigilia de Pentecostés, en la espera y súplica del Espíritu Santo, quiere ser un momento de vivencia de esta comunión eclesial a nivel de toda la diócesis, presididos por el obispo en la Santa Iglesia Catedral. En la Visita pastoral, voy entrando en contacto con todos estos fieles laicos, que son muchedumbre inmensa. ¡Qué bonita es la Iglesia, la Esposa del Señor, nuestra madre! Vivir en la Iglesia, gozar de los bienes de la Casa de Dios, reconocer las cualidades de tantas personas y grupos que laboran, trabajar por la comunión de unos con otros. Esta es la tarea que el Espíritu Santo va suscitando en nosotros, y en la que el obispo tiene la preciosa tarea de sostener la unidad de todos. Cada uno debe dar gracias a Dios por lo que ha recibido, y donde lo ha recibido. La fiesta de Pentecostés debe proporcionarnos a todos la alegría de esa comunión que viene de lo alto, y en la que todos somos artífices. El Consejo Diocesano de Pastoral, formado sobre todo por laicos, y el Consejo Diocesano de Laicos son organismos de comunión, de comunicación y de participación a nivel diocesano para que todos nos sintamos representados y corresponsables en la tarea común de la nueva evangelización. Os espero a muchos laicos en la Vigilia de Pentecostés, y a todos os invito a que os unáis en espíritu orando al Espíritu Santo por nuestra Iglesia diocesana de Córdoba, una dió- cesis en estado de misión. Con mi afecto y mi bendición: Es la hora de los laicos Q

 

 

 

SANTÍSIMA TRINIDAD

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de este domingo quiere subrayarnos la originalidad del Dios cristiano, que Jesucristo nos ha revelado para que lo disfrutemos. Jesús aparece en el escenario de la historia presentándose como el Hijo único de Dios Padre. De esta manera, entendemos que Dios tiene un Hijo, que convive con él en la eternidad, desde siempre y para siempre. Este Hijo es su imagen perfecta, son de la misma naturaleza: el Padre da, engendra, el Hijo recibe, es engendrado. Y entre ambos se establece una corriente de amor muy subido, tan intensa, que constituye el Espíritu Santo. Dios, por tanto, no es un ser solitario y aburrido. El Dios de Jesucristo es un Dios comunitario, que viven en familia, donde se intercambian, se dan y se reciben, se aman, y son superfelices, sin que nadie les pueda robar esa felicidad, tan propia de Dios. Por un designio libre y lleno de amor han decidido los Tres crear el mundo, llenarlo de habitantes y poner al Hijo en el centro de todo, haciéndose hombre. Y aquí viene el misterio de Cristo, que conocemos, desde su entrada en el seno virginal de María y su nacimiento en Belén hasta su muerte, resurrección y ascensión a los cielos en Jerusalén. Toda la vida de Cristo es manifestación en la historia del misterio íntimo de Dios en la eternidad. En cualquiera de las fiestas aparecen las tres personas divinas actuando, cada una a su manera, con el deseo de incorporar a cada uno de los hombres al círculo de su intimidad. ¿Para qué se nos ha revelado este misterio de la Stma. Trinidad? Para que lo disfrutemos, responde Santo Tomás. Celebrar esta fiesta sirve para caer en la cuenta de que Dios nos invita a entrar en su misterio, abriendo nuestro corazón para que el único Dios en sus tres personas vengan a poner su morada en nuestra alma cuando está en gracia. Somos templo y morada de Dios, que vive en nosotros y quiere poner su casa en nosotros por vía de amor. No estamos solos, estamos siempre acompañados, y qué compañía tan cercana (desde dentro), tan eficiente (nos va transformando), tan universal (para llevar a todos a la plenitud). La actitud correspondiente es la adoración. Adorar es reconocer la grandeza de Dios, que nos desborda. Adorar es acoger el abrazo amoroso de Dios, que nos envuelve y nos diviniza. Junto a esta actitud de adoración está la alabanza a Dios que es tan grande, lo llena todo y es amigo del hombre. En este día celebramos la Jornada de la Vida contemplativa, para dar gracias a Dios por tantas personas –hombres y mujeres– que han consagrado su vida a la alabanza divina en el claustro o en la soledad eremítica. Estas personas nos recuerdan a todos que si Dios se ha abajado hasta nosotros, es para que vivamos pendientes de él como lo único necesario para el hombre. Con facilidad nos distraemos de lo fundamental y nos enredamos en tantas cosas que nos despistan. Los contemplativos nos recuerdan, haciéndolo vida en sus vidas, que Dios es lo único necesario, y que todo lo demás nos vendrá por añadidura. “Sólo Dios” repetía San Rafael Arnaiz. “Quien a Dios tiene, nada le falta. Sólo Dios basta”, decía Santa Teresa de Jesús. “Evangelizamos orando” es el lema de esta Jornada. La evangelización, que lleva consigo obras de caridad, de predicación y de culto, debe ir acompañada por la oración. Y los contemplativos nos lo recuerdan. En nuestra diócesis de Córdoba hay monasterios y ermitaños, monjas de clausura y contemplativas de distintos carismas. En esta Jornada queremos agradecerles su vocación y su misión en la Iglesia. ¡Nos hacen tanto bien! Con mi afecto y mi bendición Oh, santísima Trinidad Q

CORPUS CHRISTI

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la fiesta del Corpus, fiesta grande en honor a la Eucaristía. Es como un eco del jueves santo. No podemos olvidar aquel momento tan entrañable en el que Jesús, al celebrar la cena pascual, la noche en que fue entregado, instituyó la Eucaristía, el sacramento de su amor. En ella, se entrega en sacrificio por nosotros, nos reúne en torno a su mesa y nos da a comer su mismo cuerpo, para incorporarnos a él y ser transformados en él. Este es el alimento de la vida eterna. “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna… y yo lo resucitaré” (Jn 6,54) En la fiesta del Corpus se trata de aclamar al que ha llegado tan cerca de nosotros, compartiendo nuestra vida y cargando con nuestras miserias, para levantarnos hasta su nivel, hasta divinizarnos. Él es el Rey de reyes. En la larga tradición de la Iglesia, la fiesta del Corpus es una fiesta de exaltación de la Eucaristía, de Jesús que prolonga su presencia viva e irradiante de gracias para todo el que se acerca hasta él. Inmensas catedrales con cúpulas excelsas para elevar nuestra vista y nuestro corazón a lo alto, de donde ha venido este pan del cielo. Custodias y ostensorios preciosos para contener como en un trono a su majestad el Rey del cielo y de la tierra. Todo lo que rodea a la Eucaristía es precioso, porque precioso es el tesoro que guarda la Iglesia para acercarlo a todos los que se acercan a ella, el pan vivo bajado del cielo, fortaleza para el que va de camino a la patria celeste, alimento de eternidad, comida que nos hace hermanos y nos invita a buscar a los pobres, a los privados de los bienes de Dios. La misma procesión del Corpus por las calles de nuestras ciudades y nuestros pueblos es un canto de alabanza a Jesucristo, que atrae las miradas de todos, y ante el que nos santiguamos o nos arrodillamos en señal de veneración y de fe. No es una imagen bendita la que pasea por nuestras calles y plazas, es el mismo Dios hecho hombre y prolongado en la Eucaristía. El que está en la Eucaristía nos habla de amor. No estaría él ahí, si no fuera por un amor loco que le ha llevado a despojarse de todo y entregarse por nosotros, un amor que le hace compartir nuestros sufrimientos para aliviarnos, un amor que le lleva a identificarse con todo el que sufre por cualquier causa. “Lo que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, a mí me lo hicisteis” (Mt 25,40). La Eucaristía ha sido el motor más potente para mover el corazón del hombre en la búsqueda de la solidaridad fraterna. La Eucaristía es como esa fisión nuclear del amor, tan potente que, llegando al corazón de cada hombre, ha transformado la historia de la humanidad. No podemos adorar a Cristo en la Eucaristía y despreciarlo en los pobres o desentendernos de él, porque es la misma persona, Dios que se acerca hasta nosotros, en el sacramento y disfrazado en el pobre. Por eso, en este día del Corpus celebramos el día de la caridad. El que ha conocido el amor de Cristo hasta el extremo, hasta darse en comida para la salvación del mundo, el que alaba a su Señor y le tributa todas las alabanzas y los honores, se siente al mismo tiempo impulsado a llevar ese mismo amor a los privados de tantos bienes que Dios quiere darles y los hombres no les han dado. La caridad cristiana lleva a cumplir toda justicia, a dar a cada uno lo suyo y lo que le corresponde, y a darle un plus de amor basado en la misericordia con la que Dios nos trata continuamente. La caridad cristiana nunca es ré- mora para la justicia, sino que allí donde la justicia no llega, llega la caridad y la misericordia, como hace Dios continuamente con nosotros. Día del Corpus, honremos a Cristo cercano en la Eucaristía, alabemos al Rey de reyes, y honremos a Cristo presente en el hermano que sufre, en el que es explotado, en el que es objeto de mercado de los múltiples intereses egoístas. Salgamos al encuentro de nuestro pró- jimo, como el buen samaritano. No tengamos miedo de la caridad cristiana, es la única que puede cumplir toda justicia. Recibid mi afecto y mi bendición: La Eucaristía y los pobres, tesoro de la Iglesia Q

 

 

SEMILLAS VOCACIONALES

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El domingo pasado, en la fiesta de San Pedro y san Pablo, recibían el orden sacerdotal dos nuevos presbíteros y un diá- cono. La historia de cada uno es diferente: llamados en edad adulta o en la niñez, su vocación ha ido madurando en el Seminario hasta dar este paso definitivo de la ordenación. Dios hace su historia con cada uno, pero en todas ellas se encuentran elementos comunes que nos permiten concluir cómo actúa Dios. A lo largo de toda esta semana, cuarenta muchachos conviven en el Seminario Menor para las colonias vocacionales, durante las cuales conocen a los seminaristas, juegan, rezan, tienen catequesis, etc. y se plantean su posible vocación sacerdotal. A lo largo de todo el año hay distintas actividades “vocacionales” con el fin de proponer esta posible llamada del Señor a tantos niños, adolescentes y jóvenes. Partimos de una certeza: Dios quiere dar pastores a su pueblo. Le interesa a Él más que a ninguno que haya hombres disponibles para perpetuar en su Iglesia la misión de Cristo y del Espíritu, porque Dios quiere que todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. Dios quiere hacer felices a todos los hombres y mujeres que habitan nuestro planeta, y el plan de redención que Cristo ha cumplido con su muerte y resurrección se continúa en la Iglesia a lo largo de la historia con la colaboración de todos, y muy especialmente la de los sacerdotes. La vocación sacerdotal se produce en el encuentro de dos libertades: la libertad de Dios, que llama a quien quiere, y la libertad del hombre que responde sí o no a esa llamada de Dios. La vocación sacerdotal –como toda vocación cristianaes siempre un misterio, es decir, pertenece al mundo de lo divino y Dios nos lo da a conocer, dejándonos a nosotros la tarea de escudriñar su voluntad y sus planes para nosotros. En la práctica, está demostrado que Dios llama a muchos jóvenes a ser sacerdotes, a algunos desde la niñez (como es mi caso), a otros en la juventud, a otros en la adultez. En todos los casos, debe llegarse a la certeza de tal vocación, para seguirla decididamente. Pero a muchos les llega esa llamada a través de otros sacerdotes o de amigos seminaristas, o a través de acontecimientos y experiencias personales que les plantea este interrogante. Y está demostrado también que muchos jó- venes, al sentir esa llamada, experimentan temor. Muchos se asustan y lo dejan para otro momento. Otros, ante la grandeza del don, lo rechazan para siempre. Si Dios llama, Él ayuda a seguir su llamada. Por eso, un elemento primero y fundamental de la pastoral vocacional es la oración por esta intención, el ofrecimiento de nuestros trabajos y sufrimientos por las vocaciones, la cooperación y el acompañamiento a los que son llamados. Un segundo elemento es la propuesta directa a niños y jóvenes de esta preciosa vocación. Muchos sacerdotes recuerdan que la pregunta les vino suscitada por el cura de su parroquia o por otro seminarista. Por eso, la importancia de estas colonias vocacionales. Dato importante es el acompañamiento espiritual a quien manifiesta esta vocación: no se trata de agobiar con exigencias imposibles ni de desentenderse de esta llamada. Acompañar significa tomar en serio, hacerse cargo de las dificultades (como en toda otra vocación) y ayudar a superarlas. Un papel importante tienen los padres y la familia. Una persona que va creciendo necesita el apoyo de aquellos que le quieren. Sin el apoyo de la familia, muchas vocaciones se perderían. Y muchas vocaciones se pierden porque los padres se oponen o prefieren otro camino más “rentable” para su hijo. Un papel fundamental tienen los sacerdotes, párrocos, profesores. Los primeros agentes de pastoral vocacional son los sacerdotes. Todo sacerdote debe tener la sana preocupación de que haya sacerdotes en la Iglesia, continuadores de la obra de Cristo para bien de los hombres. Seguimos pidiendo al Señor que envíe trabajadores a su viña. Es una necesidad de su Iglesia. Con mi afecto y mi bendición: Semillas vocacionales Q

 

 

DOMINGO LA BUENA SEMILLA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La buena semilla es la Palabra de Dios, que como lluvia fina va cayendo sobre nuestro corazón y lo va transformando para que produzca fruto a su tiempo. La semilla es la misma para todos, pero no siempre produce los mismos resultados. Depende también de la tierra que la acoge y del cuidado que reciba. Nuestro corazón está hecho para dar fruto, para ser fecundo. En unos casos produce el ciento por uno, o el setenta o el treinta. Cuando encuentra buena tierra, la cosecha está garantizada, y produce alegría en el corazón que lo produce. Pero hay veces que esa tierra no está bien cuidada, como cuando junto a la buena semilla crecen también la mala hierba, las espinas, los abrojos. Si uno no cuida eso, la mala hierba abrasa la cosecha. Es preciso estar atento. No basta acoger la Palabra con alegría y buena disposición, es preciso también un trabajo constante por purificar la tierra de otras adherencias. La tarea penitencial de eliminar los obstáculos ha de ser cotidiana, porque de lo contrario, los buenos deseos no llegan a frutar. Hay muchas personas buenas que dejan de serlo y no sabemos por qué. Es porque no cuidan la semilla, cardando la mala hierba para que no la sofoquen otras contrariedades. Una tarea permanente ha de ser la de profundizar e interiorizar la buena semilla. Si se queda sólo en la superficie sin arraigar con raíces profundas, cualquier temporal de frío o de calor lo deshace. Las lluvias torrenciales, las granizadas, el pedrisco y el calor sofocante pueden destruir la cosecha. Echar raíces es algo que no se ve, pero es fundamental para la vida, y cuando vienen las dificultades, estas refuerzan la semilla en vez de sofocarla. Echar raí- ces se alcanza quitando las piedras y dándole a la tierra su profundidad adecuada. Echar raíces es no quedarse sólo en lo visible y aparente, sino en ir al fondo poniendo buenos cimientos. ¡Ah! Pero hay también una dificultad que supera las capacidades humanas. Se trata de la acción del Maligno, de Satanás, que está al acecho para robar de nuestro corazón la buena semilla en cuanto cae. Él tiene poder de engañarnos, de seducirnos, porque es padre de la mentira. Y Jesús nos advierte en varias ocasiones de las malas artes que el Maligno emplea contra nosotros. Él nos hace ver lo malo como bueno y lo bueno al contrario. Él nos agranda las dificultades y pinta feo lo que es bello. Realmente es nuestro gran enemigo, que como león rugiente ronda buscando a quien devorar. ¿Cómo vernos libres de sus engaños? Con la vigilancia y la oración, con la penitencia y la escucha atenta de la Palabra de Dios, con el consejo de personas prudentes que conocen sus artimañas. Cuánto bien nos hace un buen consejero, un buen director espiritual, con el que discernir lo que viene de Dios y lo que viene del Maligno. Para un sano crecimiento en la vida cristiana es fundamental la ayuda de otros, y sobre todo del director espiritual. En esta viña del Señor todos somos trabajadores, llamados a distinta hora, con jornal de gloria para todo el que persevere hasta el final. El trabajo más importante está dentro, en nuestro propio corazón. Y el apostolado no es otra cosa que cuidar esa semilla en el corazón de quienes se nos han confiado, y ayudar a que brote con fuerza, eliminando todos los obstáculos. De corazones renovados brotará cosecha abundante y frutos de bien para toda la sociedad. “La semilla cayó en tierra buena y dio fruto”, cantamos en el salmo responsorial de este domingo. Estamos llamados a dar fruto abundante, a ser fecundos. Atentos a la Palabra de Dios que lleva dentro toda su carga de fecundidad. Vale la pena cuidar la buena tierra, y eliminar todos los obstá- culos para que dé fruto abundante. Recibid mi afecto y mi bendición: La buena semilla Q

 

LA SANTA CRUZ

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El centro de la religión cristiana es una persona, se llama Jesucristo. Y el centro de la vida de Jesucristo y de su misión redentora se contiene en la santa Cruz y en su gloriosa resurrección. La novedad cristiana consiste en que el Hijo de Dios, hecho hombre por amor, se ha entregado hasta la muerte de cruz para rescatarnos del pecado y hacernos partí- cipes de la filiación divina, hacernos hijos de Dios. Todo este misterio tiene un símbolo, un icono: la santa Cruz. La Cruz es la señal del cristiano. Celebramos este domingo 14 de septiembre –con preferencia sobre el propio domingo– la fiesta de la exaltación de la santa Cruz. Es decir, celebramos a Jesucristo que, clavado en la Cruz se ha convertido en punto de atracción para todos los hombres: “Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mi” (Jn 12,32). Estamos acostumbrados y por eso no nos choca, pero no deja de ser sorprendente que un ejecutado en la pena capital de la crucifixión, un crucificado, se haya convertido en el emblema del más alto amor en la historia de la humanidad. Es rechazada por judíos y es negada por musulmanes, pero en la locura de la cruz está la salvación del mundo entero, porque en ella se ha expresado el amor más grande, que ha convertido la cruz en la cátedra del amor. Un dato histórico, Jesús crucificado, se ha convertido por su gloriosa resurrección en icono de salvación, de alegría, de redención para todos. El pueblo cristiano lo ha entendido y celebra de tiempo inmemorial la cruz gloriosa, la cruz de la que brotan flores y frutos, la cruz de mayo. En el calendario litúrgico renovado esa fiesta ha pasado a celebrarse el 14 de septiembre, pero en muchos pueblos nuestros y en la ciudad continúa celebrándose el primer domingo de mayo, o mejor, el 3 de mayo que es su día. Las cruces de mayo tienen en Añora una floración y expresión muy singular, festiva, gozosa, exuberante. Y en tantos pueblos, en los colegios infantiles, esas fechas de la cruz de mayo lleva a colocar cruces adornadas de flores, de colores, (¡hasta de chocolate!) para transmitir que por la santa Cruz nos ha llegado la alegría y la salvación. Es toda una catequesis que se ha inculturado en la conciencia del pueblo de Dios. La cruz de Cristo no fue un accidente desagradable o un final trágico inesperado. La cruz de Cristo es la puesta en escena del amor trinitario de las personas divinas entre sí, y del amor de Dios a los hombres. En la Cruz de Cristo aparece el amor profundo de Dios por los hombres: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único… para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). En la Cruz de Cristo aparece el amor de Cristo a los hombres: “Nadie tiene amor más grande que el que entrega la vida por los amigos” (Jn 15,13). En la Cruz de Cristo se recicla todo el mal del mundo, toda injusticia, todo pecado. Por eso la Cruz es repelente y echa para atrás, porque es un cúmulo de males que la hacen feísima. Pero traspasando esa cáscara, nos encontramos con su fruto exquisito, el de un amor sin medida, el amor de Cristo crucificado. Sucede en nuestra vida. Cuando nos llega un sufrimiento, en nosotros o en alguno de los nuestros, la reacción inmediata es de repulsa. Aquí viene la mirada al crucifijo, a Cristo en la Cruz. Y entonces entendemos lo que nunca habíamos entendido: que el sufrimiento vivido con amor tiene sentido, que el sufrimiento vivido así es redentor, es saludable, nos hace más humanos y más divinos. Y la razón de todo ello es porque antes que nosotros Cristo ha vivido su Cruz, sufrimiento lleno de amor, para decirnos a todos que nos ama y que si queremos amar, hemos que tomar cada uno la cruz de cada día, en la que va fraguándose nuestra historia de salvación. Esto nadie lo ha enseñado como lo ha enseñado Jesús con su propia vida. Y de aquí viene la alegría de las cruces de mayo y la alegría de la exaltación de la santa Cruz en este día de septiembre. Oh Cruz gloriosa, en la que Cristo es nuestra salvación. Cruz bendita que nos acompañas a lo largo de nuestra vida. Concé- denos esa luz que brota del árbol de la Cruz para que besando a Cristo crucificado entendamos que amor con amor se paga. Recibid mi afecto y mi bendición: La Santa Cruz Q

 

 

EVANGELIO DEL DOMINGO: ID VOSOTROS TAMBIÉN A MI VIÑA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Nos dice el Evangelio de este domingo que el dueño de la viña salió a distintas horas del día, a la mañana, al mediodía y al atardecer, y en cada una de ellas ofrecía trabajo a nuevos operarios: “Id también vosotros a mi viña…” (Mt 20,4), contratando a cada uno de ellos por un precio ajustado. La viña del Señor es la Iglesia, es el mundo entero. Dios nos llama a todos y cada uno a su viña, nos ofrece trabajo, nos da una misión. En la viña del Señor no hay paro, en la Iglesia y en nuestro mundo contemporáneo siempre hay tarea. Lo que hace falta son ganas de trabajar. Porque el trabajo no se mide en primer lugar por la remuneración, aunque sea necesario el dinero para sobrevivir. No es remunerado el trabajo de una madre o un padre con sus hijos. No es remunerado el cariño dado a los ancianos. No es remunerado el trabajo de dedicación a los pobres y a los últimos. No es remunerado el tiempo que dedicamos a la oración. El trabajo no se mide por el salario. El trabajo es la acción humana colaboradora con la obra de Dios. Ya desde la creación, Dios llamó al hombre para acabar su obra. El trabajo es trabajar-con, es poner al servicio de los demás las propias capacidades para hacer un mundo mejor. En último término, “la obra de Dios es ésta: que creáis en el que él ha enviado” (Jn 6,29). Es decir, lo importante es responder cuando cada uno es llamado. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación y una llamada a trabajar por la expansión del Reino de Dios. Un reino de verdad y de vida, un reino de santidad y de gracia, un reino de justicia, de amor y de paz. A esta viña, a este trabajo somos llamados todos, a distintas horas, pero hay trabajo para todos. Cuántas veces se oye decir: Pero, cómo no me he dado cuenta de esto anteriormente. Y la respuesta es muy sencilla: además de que me haya hecho el sordo, está que Dios tiene su agenda y su reloj. Y Él llama a cada uno a la hora que quiere: en la mañana, a mediodía o al atardecer. Para esta tarea, nunca es tarde si la dicha es buena. El salario ajustado era de un denario por jornada, es decir, un precio altamente desproporcionado. Y es que en la colaboración con Dios, a poco que pongamos, él lo multiplica por infinito. Nuestra colaboración ensancha nuestro corazón y lo capacita para llenarse de Dios. La recompensa final es el cielo, la vida eterna con él en la felicidad del cielo. Por eso, “a jornal de gloria, no hay trabajo grande”, repite un himno de vísperas, pues la gloria siempre será un premio desmesurado por parte de Dios, que lleva incluido un merecimiento por parte nuestra. Y al recibir el premio, en el que queda pagado todo merecimiento, toda justicia, los de la mañana se quejaron de recibir el pago ajustado, que era el mismo para los de la tarde. Brota la envidia al compararse con otros, y en el fondo de la envidia está el considerarse menospreciado, querido menos. La envidia es el único pecado que nunca produce gozo, y muchas de nuestras tristezas provienen de ahí, de compararnos con otros y sentirnos menos amados, menos afortunados. La respuesta del dueño es la respuesta de Dios a nuestras quejas y reivindicaciones: no te hago de menos si te doy lo que hemos ajustado, si te doy un salario desmesuradamente grande. Si al otro le doy lo mismo, es por sobreabundancia de misericordia para con él. Y “¿vas a tener tú envidia de que yo sea bueno?” El Dueño apela a su propia libertad para gestionar sus asuntos. En la libertad de Dios, él reparte a cada uno los dones que considera oportunos. Cuando se oye decir que Dios ama a todos por igual, no es verdad. Dios ama a cada uno con amor desbordante, capaz de satisfacer con creces las necesidades de cada uno, pero dándole a cada uno su medida, que no es la misma para todos. No le ha dado lo mismo a María Santísima que a cada uno de nosotros. “Id también vosotros a mi viña” es una invitación a trabajar con Dios en la obra de nuestra santificación y la de los demás. Es un trabajo apasionante y el jornal no puede ser más desbordante. Recibid mi afecto y mi bendición: «Id también vosotros a mi viña» Q

 

 

MES DEL ROSARIO, VIRGEN DEL PILAR

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El año entero está salpicado de fiestas de la Virgen, y el mes de octubre está dedicado al santo rosario, subrayando la importancia de esta práctica piadosa en honor de María Santísima. El rosario es una oración que tiene a Cristo como centro: “bendito el fruto de tu vientre, Jesús”. En cada misterio contemplamos algún aspecto de la vida de Cristo. Y esa contemplación la hacemos desde el corazón de su madre María. Con María, miramos a Jesús y vamos repasando los misterios gozosos, luminosos, dolorosos y gloriosos, es decir, su nacimiento, su vida y su ministerio público, su pasión y muerte y su gloriosa resurrección. El rosario es una oración contemplativa, repetitiva del avemaría, en la que se trenzan el saludo del ángel y el de su prima Isabel y nuestra petición humilde “ruega por nosotros pecadores”. Hace pocos días en la Visita pastoral; al regalar a los niños del cole un rosario, les explicaba en qué consiste este rezo repetitivo. Una niña preguntó espontáneamente: ¿Y no te cansas de repetir tantas veces el avemaría? Le respondí: En el rosario, María nos pregunta: “¿Me quieres?” Y yo le respondo: “Te quiero”. Ella me pide: “Dímelo de nuevo”. Y así, una y otra y otra vez. Se trata, por tanto, de un diálogo de amor, y cuando dos personas se quieren, no se cansan de decírselo una y mil veces. El rosario es aburrido si se tratara solamente de repetición verbal de unas palabras. Pero si es la expresión de un amor, el amor no cansa ni se cansa. Algunos han comparado el rosario con la oración de Jesús, que en el oriente es tan frecuente. Esa oración consiste en repetir una y mil veces la oración que aparece en aquellos que se acercan a Jesús pidiendo un milagro: “Jesús, Hijo de Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”. El libro “El peregrino ruso” lo explica muy bien. Es una oración que se pronuncia con los labios, pero que va calando progresivamente en el corazón, hasta identificarse con el mismo latido del corazón. “Jesús, ten piedad”. Jesús es el centro, a quien se invoca, en quien se cree, en quien se confía, a quien se ama. Y de esa mirada contemplativa al que puede sanarnos y darnos su gracia, volvemos a nosotros, que somos pecadores y pedimos misericordia. En el rosario ocurre algo parecido: La mirada se dirige a María continuamente, repetitivamente. Con las palabras del ángel, con las palabras de Isabel. “Llena de gracia”, “Bendita entre todas las mujeres”. Y de ella volvemos a nosotros: “ruega por nosotros pecadores”, con un añadido que pide humildemente el don de la perseverancia final: “y en la hora de nuestra muerte”. El avemaría es una oración muy completa, cuyo centro es el fruto bendito de tu vientre, Jesús. Cada misterio se inicia con el padrenuestro, la oración del Señor, y se concluye con el gloria a las tres personas divinas. Repetir una y mil veces este esquema tan sencillo, hace que el corazón descanse ya no tanto en las palabras, sino en la persona a la que se dirige: a María nuestra madre, a la que pedimos insistentemente que ruegue por nosotros pecadores. La llena de gracia en favor de los pecadores. He conocido muchas personas que han aprendido a rezar con el rosario. Al principio fijándose más en las palabras pronunciadas, después entrando en el corazón inmaculado de María, desde donde contemplar a Jesús en cada uno de sus misterios, donde María va asociada a la obra de la redención. Para muchas personas el rezo del rosario es una oración contemplativa, que introduce serenamente en la hondura del misterio de Dios de la mano de María, la gran pedagoga. Recemos el santo rosario. Recémoslo todos los días, en distintas ocasiones. Recemos el rosario en familia y por la familia, en estos días del Sínodo de la familia. Contemplemos cada uno de los misterios, tomando alguna lectura de la Palabra de Dios y haciendo peticiones por nuestras necesidades y por las del mundo entero. La Virgen del Pilar, que es venerada en toda España y muy especialmente en Aragón, nos alcance esa unidad de España que tanto necesitamos en los momentos actuales. Recibid mi afecto y mi bendición: En el mes del Rosario, la Virgen del Pilar Q

 

 

MES DEL ROSARIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

El mes de octubre es el mes del Rosario, porque comienza con la fiesta de la Virgen del Rosario el día 7, instituida por la victoria de Lepanto (hace ahora 449 años). Otras posteriores victorias fueron atribuidas a María Santísima por el rezo del Santo Rosario, que la Virgen enseñó a Santo Domingo de Guzmán, y la Orden dominica se ha encargado de difundir por el mundo entero hasta universalizarlo.

En las apariciones de la Virgen en Lourdes (1858) y en Fátima (1917), ha insistido en el rezo del santo Rosario. El papa León XIII escribió varias encíclicas sobre esta devoción mariana; san Juan Pablo II dice: “El rosario es mi oración preferida”. Y el papa Francisco ha repetido: “El rosario es la oración que acompaña siempre mi vida, también es la oración de los sencillos y de los santos”.

En muchas familias es costumbre rezar unidos el santo Rosario a diario. “Familia que reza unida, permanece unida”, decía el P. Peyton en su campaña por un mundo mejor. Es la oración que trenza la contemplación con la oración vocal, que tiene un gran contenido bíblico, que contempla los misterios de Cristo desde el corazón de María. Es oración cristocéntrica y mariana al mismo tiempo, que repite el saludo del ángel a María a manera de la oración repetitiva oriental.

A muchos jóvenes, en mis años jóvenes y no tan jóvenes, los he iniciado en el rezo del Rosario. Y cuántos de ellos me lo han recordado y agradecido pasados los años. Es una oración que está al alcance de todos, es una oración sumamente sencilla, es una oración que enseña a orar a los humildes y sencillos. Benditas abuelitas que rezan y rezan el rosario, trayendo gracias abundantes para toda la Iglesia.

El Rosario se compone de cuatro grupos de misterios: los Misterios gozosos, referentes a la infancia de Jesús y que llenan de alegría el corazón. Los Misterios luminosos, que desgranan algunos momentos de la vida pública de Jesús. Los Misterios dolorosos, que contemplan la pasión y muerte del Señor. Y los Misterios gloriosos, que nos presentan la victoria de Cristo resucitado y la alegría irreversible de su resurrección. Hay personas que rezan las cuatro partes cada día. Hay personas que rezan una parte. Hay quienes rezan solamente un misterio. Lo importante es conectar por medio de esta oración con Jesucristo, sintiendo cercana la intercesión de María nuestra madre, que nos enseña a orar.

También en nuestros días necesitamos abrir nuestro corazón a Dios y mantener esta oración sencilla, que alimenta nuestra fe. Son también muchas las necesidades de nuestros días por las que hemos de interceder continuamente, por las que hemos de rezar el Rosario. La salud de los enfermos, la justicia y la paz en el mundo, la situación actual de nuestra sociedad, las intenciones del Papa y las necesidades de la Iglesia, además de nuestras necesidades personales y familiares. Pero sobre todo, el alejamiento de Dios que trae un mal radical para tantas personas.

La mayor carencia de la vida humana es carecer de Dios, y muchos de nuestros contemporáneos la padecen. Por eso hay que pedir insistentemente, sin cansarnos, para que muchos recuperen o descubran el sentido de Dios en sus vidas, y puedan disfrutar de los dones de Dios.

Al comienzo de curso en nuestra diócesis de Córdoba, pidamos al Señor por el Sínodo de los Jóvenes de Córdoba, que muchos jóvenes de nuestro entorno se encuentren con Dios, en su Iglesia; descubran a Cristo y la protección maternal de María.

Octubre es el mes misionero, pidamos en este mes especialmente por la extensión del Evangelio por todo el mundo. Pidamos por los misioneros que se juegan la vida cada día, en medio de múltiples carencias. Que María santísima los proteja siempre.

Pidamos por nuestra diócesis, por nuestros sacerdotes y seminaristas, por los que siguen de cerca al Señor en la vida consagrada, por las familias, los niños y los jóvenes. Pidamos especialmente por todos los que sufren por cualquier causa. Recemos el Rosario cada día, nos hará mucho bien a nosotros y a los demás. Recibid mis palabras con el mismo afecto y deseos de amor a la Virgen que tengo siempre por todos vosotros al rezar el santo rosario todos los días de mi vida.

 

 

DOMUND, RENACE LA ALEGRÍA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “La alegría del Evangelio nace del encuentro con Cristo y del compartir con los pobres. Animo, por tanto, a las comunidades parroquiales, asociaciones y grupos a vivir una vida fraterna intensa, fundada en el amor a Jesús y atenta a las necesidades de los más desfavorecidos. Donde hay alegría, fervor, deseo de llevar a Cristo a los demás, surgen las verdaderas vocaciones” (Mensaje del Papa Francisco, 2014). La alegría del Evangelio surge del encuentro con Cristo, y no tanto de la búsqueda por nuestra parte, sino porque en esa búsqueda de sentido para nuestra vida, él nos ha salido al encuentro. La fe se produce en ese encuentro, que llena nuestro corazón de alegría. No podemos guardarnos la buena noticia que hemos recibido, y por eso salimos al encuentro de otros para hacerles partícipes de esa misma alegría. En la salida hacia los demás, los pobres son los privilegiados a quienes llega primero el Evangelio. Quienes están llenos de cosas y distraídos por otros afanes, el Evangelio les resbala. Quienes, por el contrario, se sienten pobres, están despojados, viven el sufrimiento, etc. ésos son privilegiados para el encuentro con Cristo. La Iglesia lleva a Jesucristo hasta los pobres y los que están disponibles para acogerle. Y en ese anuncio la alegría se multiplica. Celebrar el DOMUND es recordar esta dimensión esencial de la Iglesia. La Iglesia es misionera por naturaleza. No puede guardarse el Evangelio, no puede ocultar a Jesucristo, no puede retardar el anuncio para que otros tengan esa misma alegría. Por eso, es urgente la tarea misionera de la Iglesia, en la que todos estamos comprometidos. No se trata sólo de recordar el bien social que nuestros misioneros realizan por todo el mundo, un bien inmenso. Se trata de recordar en primer lugar el anuncio de Jesucristo. Es Jesucristo quien llama, es Jesucristo quien envía, es de Jesucristo de quien damos testimonio, es Jesucristo el que cambia los corazones y los llena de alegría. Y ese encuentro con Jesucristo se convierte en ayuda a todos los necesitados. Llegado este domingo, tenemos ocasión de agradecer a Dios la entrega generosa de tantos hombres y mujeres que han dado su vida al Señor para hacerlo presente entre sus contemporáneos, especialmente entre los más pobres. Son los misioneros que están por todo el mundo, nuestros misioneros salidos de Córdoba para el anuncio de Cristo y su evangelio a todos los hombres, los misioneros de todo el mundo, que han dejado su tierra y su gente para compartir su vida llevando a otros la alegría del Evangelio. Agradezco a todos los que desde nuestra delegación diocesana de misiones entregan su tiempo voluntariamente para este servicio misionero. Y agradezco a todos los fieles cristianos, niños, jóvenes y adultos, que se comprometen en esta bonita tarea. La Iglesia no impone a nadie su mensaje, no obliga a creer, no hace proselitismo. La evangelización se realiza por atracción. ¡Es tan bonito creer! Tener como amigo nada menos que a Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Y es tan atrayente la vida de quienes se han encontrado de veras con Jesús. El problema misionero no es de carencias materiales, sino de falta de testigos. Por eso, todos estamos llamados a ser misioneros, es decir, a ser testigos de Jesucristo con nuestra vida, en nuestro ambiente, con el corazón ensanchado al mundo entero. La misión no excluye a nadie, sino que va preferentemente a los más pobres. Y con misioneros entregados y entusiasmados brotan vocaciones en esa dirección. Que el DOMUND de este año sea un motivo de alegría para todos. Hemos conocido a Jesús y no podemos callarlo ni ocultarlo, aunque al dar testimonio de él nos encontremos con el rechazo, la marginación e incluso la persecución. Esto mismo será una señal inequívoca de que estamos anunciando al que por nosotros se entregó voluntariamente a la cruz y ha vencido el mal, el pecado y la muerte con su resurrección. Recibid mi afecto y mi bendición: Renace la alegría DOMUND 2014 Q

 

DOMINGO. CON LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS, LA MUERTE

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El final de nuestra vida en la tierra puede afrontarse de muchas maneras. A mucha gente le desespera no poder hacer nada ante la muerte, le deprime pensar en ello. Otros prefieren no pensar, y sin embargo, el momento se va acercando. Otros piensan que en la tumba se acaba todo, y hay que aprovecharse de esta vida todo lo posible sin ninguna referencia al más allá. Para un creyente en el más allá, la vida presente le sirve de preparación y alienta su esperanza en los momentos de dificultad. El cristiano plantea la vida como un encuentro personal con quien nos ama y nos espera. Es como el esposo que llega a casa y abraza a su esposa, como el padre que besa a sus hijos después de larga ausencia, como el amigo que se encuentra con la persona amada. El final de nuestra vida será como un encuentro feliz con quien esperábamos y nos saciará de su amor para siempre, un amor que nunca acabará, porque nos introduce en la eternidad. “Deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor” (Flp 1,23), nos dice san Pablo. Porque “para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia” (1,21). Pero si es más necesario para vosotros quedarme todavía, me veo en una disyuntiva. Quiero estar con Cristo y quiero vuestro bien, Dios decida. Cuando uno descubre el amor del Señor, le entran unas ganas locas de irse con él. Y cuando ve el bien que por encargo de Dios puede hacer a los demás, se entrega a la tarea y a los demás con pasión. En un planteamiento cristiano no cabe el apego a esta vida, a sus riquezas y honores, a los placeres que pueden ofrecernos. Un cristiano vive centrado en Jesucristo, “nuestra esperanza” (1Tm 1,1). Santa Teresa de Jesús vivió esta experiencia. El deseo intenso de morirse aparece en las quintas moradas, para llegar al deseo sereno del encuentro con el Esposo en las séptimas moradas. Vehemencia en la pasión y sosiego en el amor crecido. El encuentro con el Esposo no depende primero de nuestra voluntad, sino de la voluntad del Señor, a la cual se rinde la nuestra. “Lo que Dios quiera, cuando Dios quiera y como Dios quiera”, repetía santa Maravillas. El evangelio nos habla de esta espera esponsal: “¡Que viene el Esposo, salid a su encuentro!” (Mt 25,6). Había cinco doncellas que esperaban con sus lámparas, encendidas en el fuego de la fe y del amor. Y a pesar del sueño y del sopor de la espera, fruto de nuestro pecado, al grito de llegada, pudieron atizar sus lámparas y estar listas para entrar a la boda con el Esposo. Por el contrario, otras cinco doncellas no llevaban aceite en sus lámparas, su amor era escaso y ante el sopor de la espera, la llegada del Esposo les pilló desprevenidas y se quedaron fuera. La vida es una espera esponsal, que está sometida a la tentación y a la prueba del sopor y del enfriamiento en el amor. Conviene estar prevenidos con las lámparas encendidas y con reservas suficientes para que el amor sea más fuerte que el pecado, para que la espera sea más fuerte que la desesperanza, de manera que cuando lleguen los contratiempos, esa reserva de fe, ese amor encendido sepa cambiar las dificultades en ocasiones de crecimiento. La vida no es un camino hacia la muerte, porque el hombre no es un ser para la muerte. El hombre es un ser para la vida, y para la vida eterna, para siempre y sin fin. La muerte no es la última palabra de nuestra existencia. Cristo resucitado nos llama a una vida que no acaba, con El, en el gozo eterno. El mes de noviembre es mes de difuntos y del más allá. Solamente si vivimos la vida en la espera del Señor tiene sentido la espera y la esperanza. Unas veces con ardor y pasión, otras con amor sereno que espera el encuentro. Siempre con la certeza de que más allá de la muerte nos espera el abrazo amoroso de quien nos llama a la vida para siempre. Recibid mi afecto y mi bendición: ¡Que viene el Esposo! Q  

 

 

DÍA DE LA IGLESIA DIOCESANA, PARTICIPA EN TU PARROQUIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”, dice el lema de este año para el Día de la Iglesia Diocesana. Esta jornada es ocasión para caer en la cuenta de nuestra pertenencia a la Iglesia católica en una dió- cesis concreta, la diócesis de Córdoba, que vive en comunión con la Iglesia universal y con todas las diócesis del entorno, la única Iglesia del Señor. Nuestra pertenencia a la Iglesia diocesana de Córdoba nos hace conscientes de una historia concreta de santidad, de evangelización, de acción caritativa y de celebraciones que van jalonando nuestras vidas. En la Visita pastoral que voy realizando, voy conociendo a muchas personas de toda clase y condición y me admiro de cómo colaboran en la edificación de la Iglesia. Catequesis, Cáritas, grupos de evangelización, múltiples celebraciones, fiestas y romerías. Realmente la Iglesia católica en nuestra diócesis tiene una presencia muy eficiente y transformadora del mundo, y atiende a los pobres de múltiples maneras, casi 200.000 en atención primaria. Nuestra diócesis cuenta con 301 sacerdotes diocesanos, y con una buena cantera de seminaristas que se preparan para el ministerio sacerdotal, 3.000 catequistas, más de 250 misioneros, 230 parroquias, 24 monasterios. Además de casi un millar de religiosos/ as que atienden colegios, parroquias, obras caritativo-sociales. Un batallón inmenso de seglares, que nutren su vida de fe en la Iglesia y al mismo tiempo son testigos de Jesucristo y su evangelio en nuestro mundo. Miles y miles de cofrades que sostienen la piedad popular. Nuestra diócesis es una diócesis viva, con una fuerte actividad en todos los frentes. Esta jornada es ocasión para agradecer a todos los que viven la Iglesia y hacen que la Iglesia esté viva. Pero no podemos dormirnos en la complacencia de lo que hemos recibido, en la vana complacencia. Todo lo recibido es para la misión, para darlo, para multiplicarlo. Y el Día de la Iglesia Diocesana nos plantea el reto de evangelizar con nuestra vida, con nuestro ejemplo, a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Para eso, la parroquia sigue siendo lugar de referencia, es la Iglesia que se acerca hasta nuestra casa, es el lugar donde podemos alimentar nuestra fe y vivir la comunidad que es la Iglesia. La parroquia es insustituible. Por otra parte, son necesarias las pequeñas comunidades, los grupos apostó- licos, la vida asociada según los distintos carismas en la Iglesia, donde cada uno encuentra la cercanía de la Iglesia y comparte su vivencia con otros, asumiendo compromisos de llevar esta Buena noticia a los demás. En este sentido, las mismas parroquias aglutinan muchas personas, unas organizadas en grupos, otras sin asociarse, pero todas colaborando en la acción de la Iglesia a través de su parroquia. Estamos expandiendo la Acción Católica General, que va cundiendo en muchas parroquias, como organización de los mismos seglares en plena y gozosa comunión con sus pastores para los fines propios de la Iglesia, a nivel parroquial y diocesano. Ojalá todas las parroquias tengan Acción Católica General (nivel de adultos, jóvenes y niños), como existe Cáritas o la organización de la catequesis parroquial. Es necesaria también la aportación económica, para afrontar tantas necesidades: en la atención a los pobres, en el mantenimiento de las instalaciones, en la restauración de los templos, en la realización de tantas actividades apostólicas. Nuestra dió- cesis crece cada año en la autofinanciación, es decir, los católicos ayudan cada vez más a la Iglesia con su aportación económica, aunque todavía nos falta camino por recorrer. El Día de la Iglesia Diocesana nos invita a caminar en esta dirección. Que en todas las parroquias se informe de los ingresos y gastos que se originan, pues la transparencia es siempre fuente de comunión. Que todos veamos la necesidad de aportar a la diócesis para los gastos comunes y para la solidaridad con los que tienen menos. “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”. Si te sientes verdaderamente miembro de la Iglesia, colabora, participa con tu actividad y con tu dinero, pues la Iglesia hace el bien a todos. Recibid mi afecto y mi bendición: Participa en tu parroquia Día de la Iglesia Diocesana Q

 

 

 

CRISTO REY

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Cristo Rey del Universo viene a ser como el broche de oro del año litúrgico, a lo largo del cual vamos celebrando a Cristo en sus distintos misterios: desde su anuncio, su nacimiento, su vida familiar, su vida pública predicando el Reino de Dios, su pasión, muerte y resurrección, su ascensión a los cielos y el envío del Espí- ritu Santo, la espera de su gloriosa venida al final de los tiempos para reunirnos a todos y entregar su Reino al Padre. Cristo Rey del Universo nos presenta a Jesús como el que ha conquistado los corazones humanos por la vía del amor y de la atracción, nunca por la violencia ni la prepotencia. Jesús ha conquistado nuestros corazones por la vía del amor, y de un amor hasta el extremo. En el centro del cristianismo se encuentra la ley del amor, del amor que Cristo nos tiene y del amor que nosotros le tenemos a él. Tanto amó Dios al mundo, que nos entregó a su Hijo unigénito, y por parte de Jesús nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Este es el mandamiento nuevo que Cristo nos ha dejado: que os améis unos a otros como yo os he amado, en esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros. La fiesta de Cristo Rey reclama nuestra atención ante esa estampa de Cristo que viene a juzgar a vivos y muertos al final de los tiempos. Sentará a unos a su derecha y a otros a su izquierda, para decir a unos: Venid benditos de mi Padre y heredad el Reino. Mientras a los otros les dirá: id malditos al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles. La última palabra no está dicha todavía. Esa se la reserva Jesús, porque el Padre Dios le ha dado todo poder sobre el cielo y la tierra como juez universal. Mientras caminamos por esta tierra estamos siempre a tiempo de enfilar el camino de la vida, que nos conduce al cielo, aunque nuestros pasos hayan sido muy extraviados. Él continuamente nos brinda su misericordia, que sana nuestras heridas. Pero, en todo caso, el examen y la medida será la del amor. De manera que el ejercicio del amor sea nuestra principal tarea a lo largo de nuestra existencia. La persona humana está hecha para amar y ser amada y en ese ejercicio anticipa su felicidad. Por el contrario, cuando se deja llevar por el egoísmo, fruto del pecado, se aísla y se encierra en sí misma asfixiada por no poder amar, y en eso consiste el infierno. Dios nos ha hecho para amar, y de ello nos examinará Jesús al final de los tiempos, acerca de la verdad de nuestra vida. Impresiona en esta escena del juicio final que Jesús haya querido identificarse con sus hermanos más humildes. “A mí me lo hicisteis”. Cada vez que lo hicimos con cada uno de los necesitados y los pobres, lo hicimos a Cristo y él será el buen pagador que nos lo recompense en el juicio final. Cristo en el hambriento, en el sediento, en el desnudo, en el enfermo y en el privado de libertad, en el pobre y necesitado, víctima de tantas pobrezas añejas y nuevas. La realeza de Cristo es por tanto algo que se va fraguando en la vida diaria. Vamos dejándole reinar en la medida en que le dejamos espacio en una sociedad tantas veces dominada por el egoísmo y no por el amor, en la medida que aprendemos a amar. Cristo reina en la medida en que los pobres son atendidos, en la medida en que nos dejamos evangelizar por ellos. Cristo reina cuando en tales pobres descubrimos el rostro de Cristo, haciéndole a él lo que hacemos a nuestros hermanos. Cristo y los pobres ocupan un lugar central en el Evangelio, porque Cristo siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Y proclama dichosos a quienes tienen un corazón pobre, desprendido, capaz de abrirse a las necesidades de los demás. Cuando los pobres son evangelizados y, más aún, cuando nos dejamos evangelizar por ellos, entonces el Reino de Dios ha llegado a nosotros. Y cuando esto se extienda a toda la tierra, Cristo ejercerá su reinado y se mostrará Rey del Universo. Recibid mi afecto y mi bendición: Cristo Rey: «A mí me lo hicisteis» Q

 

 

 

 

 

 

 

CUARESMA 2020

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo continúa el Sermón de la montaña, donde Jesús va interiorizando los preceptos de Dios. Donde se dijo “ama a tu prójimo y aborrece a tu enemigo”, Jesús nos enseña a poner la otra mejilla cuando te abofetean en una de ellas. Es decir, no sólo no respondas con el tono con que has sido ofendido, sino que “no hagáis frente al que os agravia”. Esta doctrina no la ha enseñado nunca nadie más en toda la historia de la humanidad, es una enseñanza original de Jesús, que concluye: “Amad a vuestro enemigos y rezad por los que os persiguen”, y la razón más profunda de ello es para parecerse a Dios Padre, que hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e injustos. Mirarnos en el espejo de Jesús puede resultar decepcionante, si ponemos la fuerza de nuestra santificación en nuestro esfuerzo y en nuestras capacidades. Cuando planteamos las cosas desde nosotros, malo es si no alcanzamos lo que pretendemos, pero peor aún si lo alcanzamos. En el primer caso, nos viene el desánimo y la desesperanza; pero cuando lo conseguimos, fácilmente nos lo atribuimos a nosotros y a nuestra capacidad, y brota espontánea la soberbia y el orgullo. El planteamiento ha de ser siempre desde Jesús, que nos ha prometido su Espíritu Santo como el que irá modelando nuestro corazón al estilo del corazón de Jesús. El agente principal, por tanto, de este camino a la santidad, de este camino de parecernos a Jesús es el Espíritu Santo. Él actúa discretamente, pero eficazmente. Sin él no podríamos dar un paso, y menos aún alcanzar la meta que nos propone el mismo Jesús. La vida cristiana no es una imitación externa de Jesucristo en cualquiera de sus virtudes. La vida cristiana consiste en dejarse mover por el Espíritu Santo, no obstaculizando su acción poderosa y fecunda, y colaborando con él secundando sus inspiraciones. Por eso es posible la santidad. Si fuera un proyecto humano, nunca se alcanzaría. No, es un proyecto de Dios. “Esta es la voluntad de Dios: que seáis santos” (1Ts 4, 3). Y en las cotas del amor al prójimo, nadie apunta tan alto. Porque en la ley de la selva, el más fuerte se come al más débil. En la ley del Talión (“ojo por ojo y diente por diente”) se establece una proporción: te hacen una, tú puedes responder haciendo otra, pero no dos o tres. Ahora bien, al llegar al mandato de Jesús, el que ofende ha de ser objeto de tu amor. “Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis?. Eso también lo hacen los publicanos”. Aquel amor que nadie puede explicar de dónde viene, ese amor es de Dios en nuestros corazones. En el fondo, Jesús está haciendo un autorretrato de su propia vida. Eso es lo que él ha hecho siempre. De su corazón no brota nunca el odio ni la venganza. De su corazón sólo brota el amor. Y nos pone a su Padre Dios como referente, dándonos su Espíritu Santo como acompañante y abogado permanente. Podemos decir que en este mandamiento del amor a los enemigos Jesús nos resume la quintaesencia del Evangelio, que consiste en tener a Dios como Padre y en tratar a todos como hermanos, hijos del mismo Padre. Y puesto que todos somos limitados y pecadores, en la convivencia de unos con otros es necesario el perdón continuo, pedido con humildad y ofrecido con generosidad. Así nos parecemos a nuestro Padre Dios, porque tratamos de imitar a Jesucristo, acogiendo el don del Espíritu Santo. Así podemos ser santos como nuestro Padre celestial es santo. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Sed santos, sed perfectos

 

 

COMIENZA LA CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Comienza la Cuaresma, tiempo de preparación para la Pascua, catecumenado para los bautizados y último tramo para los que van a recibir el Bautismo en las fiestas de Pascua. Tiempo de desierto, de más oración, de ayuno y de limosna. Tiempo de gracia y de perdón, tiempo de misericordia. En este primer domingo se nos presenta el relato del pecado original. No es fácil dar una respuesta a lo que nos sucede personalmente y a lo que sucede colectivamente: queremos el bien y lo hacemos, pero también hacemos el mal, queriendo y sin querer. Por qué somos capaces de hacer el mal, si nos repugna, si no estamos hechos para eso. Dios ha revelado que en el origen está su mano creadora, de la que todo ha salido bien hecho. Dios ha creado al hombre libre y en el origen hay por parte del hombre una respuesta negativa, el pecado. El pecado no tiene su origen en Dios, ni la muerte que es consecuencia del pecado. El pecado es hechura humana, y es hechura humana todo lo que de ahí se deriva. En el origen, aquellos primeros padres desobedecieron a Dios e introdujeron en la historia de la humanidad una verdadera catástrofe. Lo sabemos porque Dios nos lo ha contado y más aún porque en Cristo se nos ilumina nuestro nuevo destino y la gracia que él nos trae. Cuando en el camino de la vida cristiana hacia la santidad queremos seguir a Jesús, hay veces que nos cuesta y palpamos que es superior a nuestras fuerzas, no podemos. Entramos entonces en la dinámica de la tentación, de la prueba. Se nos sugiere el mal, y sentimos cierta connaturalidad, nos atrae. Cada uno conoce sus puntos flacos, conoce sus debilidades. El enemigo también las conoce, y nos ataca por ahí. La gracia de Cristo es superior a esas debilidades y por eso tenemos que orar sin desfallecer. Es decir, por la oración entramos en la órbita de Dios y percibimos por la fe cuál es nuestro destino, cuales son los medios de santificación y, como pobres e indigentes, le pedimos a Dios su gracia. La victoria viene después de la lucha y refuerza nuestras virtudes, aportándonos un organismo sano, sanado por la gracia de Cristo. En Cuaresma todo esto se activa especialmente. Por un lado, conocer cuáles son nuestras debilidades. Por otro, experimentar una vez más la gracia de Dios, que viene en nuestro auxilio. Y finalmente, combatir contra el enemigo, contra Satanás, para reforzar nuestras fortalezas y salir victoriosos en la lucha. San Agustín, doctor de la gracia, nos enseña magistralmente: “Nuestra vida en medio de esta peregrinación no puede estar sin tentaciones, ya que nuestro progreso se realiza precisamente por medio de la tentación, y nadie se conoce a sí mismo si no es tentado, ni puede ser coronado si no ha vencido, ni vencer si no ha combatido, ni combatir si carece de enemigo y de tentaciones” (Sermón 60). No nos asusten las tentaciones y las pruebas. De ellas, Dios quiere sacar mayores bienes para nosotros. Quiere hacernos conocer nuestras fortalezas y debilidades, quiere auxiliarnos con su gracia. Jesús ante las tentaciones salió victorioso, porque luchó ayudado de la fuerza del Espíritu Santo, y venció al demonio apoyado en la palabra de Dios. Jesús se fue al desierto para ser tentado y alentarnos a nosotros en la lucha diaria contra las tentaciones del maligno. Jesús no tuvo pecado, nunca se apartó de la voluntad de su Padre Dios. Nosotros somos pecadores, es decir, nos apartamos de la voluntad de Dios. Y por eso, necesitamos el perdón. La Cuaresma es tiempo de gracia y de penitencia. Hemos pecado, lo reconocemos. Por eso, acudimos a la misericordia de Dios, para nosotros y para los demás. Pedimos por los pecadores, entre los cuales estamos cada uno de nosotros, para que mirando a Cristo crucificado entendamos el amor de Dios, que es rico en misericordia. Recibid mi afecto y mi bendición: Q El pecado, la tentación y la victoria

 

 

 

SOBRE LA EUTANASIA QUE VIENE:

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Recientemente el Gobierno ha presentado para su tramitación en las Cortes un proyecto de Ley para afrontar el sufrimiento de enfermedades irreversibles y el final de la vida, reformando el artículo 143 del código penal, que castiga la eutanasia y el suicidio asistido. En esta nueva Ley queda legalizada la eutanasia y el suicidio asistido, como reconociendo el “derecho” que toda persona con una enfermedad irreversible tiene a eliminar esa situación, eliminando su vida. Nos encontramos ante un nuevo ataque a la dignidad de la persona, ante una nueva actuación de la cultura de la muerte, como señalaba san Juan Pablo II: “estamos ante un enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la «cultura de la vida»... tenemos la responsabilidad ineludible de elegir incondicionalmente en favor de la vida” (EV 28). La eutanasia consiste en poner fin a la vida de un paciente, y hacerlo deliberadamente, o con una sustancia letal o dejando de administrarle los cuidados ordinarios para sobrevivir. El objetivo de la eutanasia es poner fin al sufrimiento. Y el suicidio asistido consiste en proporcionar al enfermo, a petición propia, los medios necesarios para que se consume el suicidio. La atención al enfermo, por muy extrema que sea su situación y por muy altos que sean sus dolores, ha de estar inspirada por el amor a la persona, por el respeto a su dignidad humana, por el amor a la vida en toda circunstancia, y especialmente cuando esa vida es débil y vulnerable. A nadie le está permitido matar a otro por ninguna razón. En estos casos, se argumenta que la compasión –“para que no sufra”– permitiría acabar con su vida, pero con la ayuda de la ciencia, hoy es posible mitigar e incluso eliminar del todo el dolor sin necesidad de eliminar la vida de la persona. Eso se llama cuidados paliativos. Matemos, por tanto, el dolor, pero respetemos la persona, respetemos la vida, porque la vida es un don de Dios y nadie puede disponer de la vida ni en su comienzo ni en su final. En los cuidados paliativos es legítimo aplicar la sedación paliativa, donde se administran, bajo control médico, fármacos que eliminan el dolor. En este campo la ciencia ha avanzado notablemente, y la ciencia en este caso trabaja en favor del hombre. Los entendidos en este campo de la medicina y los que trabajan con enfermos en este campo no se cansan de repetir que falta una política y un desarrollo de los cuidados paliativos. Todavía en nuestra sociedad son miles de personas a los que no llegan tales cuidados, porque no hay presupuesto, ni medios ni personal dedicado a ello. Más que una ley de eutanasia hay que poner en marcha una línea de investigación y un objetivo de llegar a todos los que necesiten tales cuidados paliativos, y que nadie se vea privado de tales medios y de la atención personalizada, cuando le llega la necesidad. Por otra parte, no se trata de prolongar la vida indefinidamente y a toda costa, empleando medios desproporcionados para mantener esa vida al precio que sea. Se puede caer por este camino en el encarnizamiento terapéutico, que en definitiva alarga el sufrimiento que padece el enfermo y quienes le rodean. Dejemos que la persona muera en su momento, sin que le falten los medios ordinarios, pero sin necesidad de recurrir a medios extraordinarios para prolongar aquello sea como sea. En definitiva, Dios nos ha enseñado a amar la vida, pero no hemos de temer la muerte. Jesucristo va por delante en ese trago y nos da su mano para que no recorramos solos ese trayecto. Los que están en torno al enfermo han de ser un signo de esa ternura de Dios para con sus hijos más débiles, han de ser un testimonio sacrificado del amor de Cristo que ha querido acompañarnos desde dentro en ese paso de esta vida a la otra y asocia nuestro sufrimiento humano a su Cruz redentora. A nadie le está permitido matar a nadie, ni siquiera por la compasión de suprimir el dolor. Matemos el dolor, no matemos al enfermo. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Matemos el dolor, no matemos al enfermo

 

 

 

3º DOMINGO DE CUARESMA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El tercer domingo de Cuaresma nos presenta la escena preciosa de Jesús en diálogo con la Samaritana, que tiene como centro el agua viva. Qué bonito pasaje, qué delicadeza la del Señor al acercarse a esta mujer, sin remilgos y con todo respeto. Iba cansado del camino y se sentó al borde del pozo de Sicar, en el manantial de Jacob. Jesús entra directamente: dame de beber. Jesús tiene sed, la misma sed que gritará desde la Cruz, sed del Espíritu Santo, sed de la fe de aquella mujer que estaba perdida. El agua tiene todo un significado simbólico en este y otros pasajes del Evangelio. Es como la gracia de Dios, en cuya ausencia nos morimos de sed, y que Jesús ha venido a traer a raudales, sin agotarse, capaz de saciar a todo el que se acerque a beber de él. “El que tenga sed que venga a mí y beba el que cree en mí; de sus entrañas manarán torrentes de agua viva” (Jn 7, 37). Al acercarse Jesús a aquella mujer le pide agua para anunciarle un agua viva. Jesús no le reprocha nada, pero le recuerda su propia historia, una historia de desamor y desengaños. Ha tenido seis hombres, y ninguno ha podido saciar esa sed honda que el corazón humano siente de ser amado de verdad. La mujer al sentirse conocida y amada de una manera nueva, como nadie nunca la había amado antes, le pide a Jesús esa agua viva de la que su corazón está tan necesitado. “Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, le pedirías tú, y él te daría agua viva”. Aquella mujer descubrió a Jesús, como el que tenía que venir a salvar el mundo, y se hizo discípula misionera de Jesús. Fue a su pueblo y habló de Jesús a sus paisanos, habló de Jesús con entusiasmo, hizo partícipes a los demás de su propia experiencia de sentirse amada por Jesús. Y muchos creyeron en Jesús por el testimonio de la Samaritana y le pidieron que se quedara con ellos algún día. Para Dios no hay discriminación de hombre o mujer, unos y otros están llamados a entrar en el corazón de Cristo, experimentar su amor incondicional y ser testigos de ese amor ante los demás. Nadie nos ha amado nunca como nos ama Jesús, en cuyo corazón encontramos la misericordia abundante de Dios para nuestras vidas. Santa Teresa de Jesús se sentía muy identificada en este pasaje de la Samaritana. Locamente enamorada del Señor, se identificaba con esta mujer a la que Jesús le ofrece un amor sin medida, sin egoísmo, un amor que sana y redime, un amor que dignifica. Amante de la naturaleza, del agua, las flores, Santa Teresa gustaba detenerse a contemplar este pasaje, donde Jesús nos ofrece un agua viva, que sacia los deseos más hondos del corazón humano, gustaba identificarse con esta mujer pecadora a la que Jesús sana con un amor redentor. La Cuaresma no es simplemente un camino por el desierto árido de la penitencia. En este camino encontramos también oasis con agua abundante, en los que podemos reponer fuerzas para seguir adelante. Ese oasis es el corazón de Cristo, manantial abundante de Espíritu Santo, fuente de gozo y de salvación, perdón abundante para nosotros pecadores. En estos domingos celebramos el Día del Seminario, los seminaristas recorren la Diócesis en misión vocacional, dando testimonio de su encuentro con Jesús, que les ha cambiado la vida. Necesitamos sacerdotes para nuestra Diócesis y para la Iglesia universal. Sacerdotes santos. Oremos por los que se preparan al sacerdocio en el Seminario, oremos por sus formadores y oremos especialmente por los jóvenes que sienten la llamada y se lo están pensando. En nuestra diócesis de Córdoba hay un clima vocacional, donde párrocos, catequistas, familias y otros jóvenes contribuyen a que la respuesta a la llamada de Dios sea posible. Sed generosos en la colecta del Día del Seminario, Dios os lo pagará. Recibid mi afecto y mi bendición: Q Él te dará agua v

 

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DOMINGO DE RAMOS

 

DOMINGO DE RAMOS, en la pasión del Señor Siempre me ha llamado la atención el titulo litúrgico de este domingo. Por un lado, aclamaciones, vivas, aplausos a Jesús que viene como rey a salvarnos. Y por otra, comienzo de la pasión, que conduce a la muerte, para celebrar con gozo desbordante la resurrección el próximo domingo, día de la Pascua anual, día del Señor por excelencia. Pues, entremos de lleno en este domingo de ramos. Este año no tenemos ni borriquita, ni palmas, ni ramos, ni bulla de niños en torno a Jesús. Pero es ocasión propicia para proclamar a Jesucristo como rey de nuestros corazones. ¿Quién manda en tu corazón, en tu vida? En este domingo renovamos el deseo de que sea Cristo quien manda, y queremos ponernos a sus órdenes en todo. Ahora bien, si Jesucristo es tu rey, entra de lleno esta semana en el misterio de la redención que él ha llevado a cabo para toda la humanidad. Escucha con atención la pasión que hoy se proclama en el evangelio, y medítala pausadamente en algún momento de tu oración personal. Cuántas lecciones nos da Dios en estos momentos de confinamiento: la convivencia familiar, el servicio de unos a otros, el testimonio heroico de quienes trabajan en primera línea del campo de batalla, la solidaridad de todos quedándonos en casa para derrotar el virus, la preciosa lección de tantas personas que parten de este mundo en la paz de Dios. Nunca nos habíamos imaginado que seríamos capaces de tanto. Y es que en las situaciones límite, sale lo mejor de nosotros mismos. Creo que junto a todo eso, se da la experiencia de que Dios está cercano, que nos asiste con su gracia, que nos ha dado a su madre como madre nuestra, María Santísima. Que nos hace palpar la experiencia de Iglesia en su modalidad doméstica y sus abundantes testimonios de caridad activa. Este confinamiento es ocasión para la oración personal y en familia. Vemos que salen a la luz la generosidad y la caridad ampliadas. Me llegan testimonios de sacerdotes que inventan formas diferentes con tal de estar cerca de sus fieles de múltiples maneras y alentarlos en esta situación, algunos poniendo en riesgo su vida por atender sacramentalmente al pueblo de Dios, con enfermos, con ancianos, con pobres. Hay párrocos que suministran la Santa Comunión a sus fieles por medio del padre o madre de familia cuando sale a la compra, pasa por la parroquia y lo lleva respetuosamente para todos los de casa. No podemos vivir sin víveres para el cuerpo, no podemos vivir sin Eucaristía para el alma, además de la comunión espiritual. Nos llegan testimonios de religiosas que se juegan la vida en la atención a los ancianos, y lo hacen por Dios, afrontando incluso campañas mediáticas de desprestigio (bien orquestadas), cuando lo están dando todo por los ancianos sin ninguna nómina durante toda su vida, a coste cero para la sociedad. Y un sinfín de iniciativas de jóvenes y adultos para estar cerca de los más necesitados. Cuando salgamos de esta, reconoceremos que Dios ha estado muy a nuestro lado y que la caridad cristiana no es “opio del pueblo”, sino la expansión del amor que brota continuo del Corazón de Cristo. Sigamos así, porque los momentos de prueba aquilatan la verdadera virtud. En la pasión según san Mateo que escuchamos en este domingo de ramos, Jesús vive la oración del huerto en la angustia terrible y nos invita a orar, conoce la traición de Judas, la conspiración que acaba con su vida, el olvido incluso de sus amigos, la sentencia injusta de condena a muerte y la ejecución en el suplicio de la cruz, donde expiró. Pero allí estaban aquellas buenas mujeres y algunos discípulos dándole una digna sepultura. Y sobre todo estaba su Padre-Dios sosteniendo aquella entrega por la salvación del mundo entero. Y allí estaba María, como nos refiere el evangelio de san Juan, cuando nos la dio como madre. Reflexionando estos días, he caído en la cuenta de que los Santos Niños de Fátima Francisco y Jacinta murieron en la última pandemia de hace un siglo, en 1918. Hemos celebrado hace poco el centenario de su muerte. Pues aquella epidemia fue la ocasión de que consumaran su entrega al inmaculado Corazón de María, que en Cova de Iría les había mostrado su Corazón. Y mientras vivieron su enfermedad ofrecían sus pequeños sacrificios “por los pecadores”, hasta que la Señor se los llevó al cielo. Un ejemplo precioso para todos nosotros, llamados a ofrecer lo de cada día para el perdón de los pecados, propios y ajenos. Y constatar que al final el Corazón inmaculado de María triunfará. Recibid mi afecto y mi bendición: + Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

 

 

LA ALEGRÍA DE LA PASCUA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La liturgia de la Iglesia en estos días de Pascua rebosa alegría por todas partes, y la razón única de esta alegría desbordante es que Cristo ha resucitado. Falta nos hace una buena dosis de esa alegría para los momentos que estamos viviendo, acosados por la muerte en múltiples frentes. Necesitamos la alegría que nos viene de la resurrección del Señor, como una alegría verdadera. La alegría verdadera, la que dura, no viene de fuera adentro, sino de dentro afuera. Es una alegría en el corazón. Así lo han vivido los apóstoles, las mujeres que fueron al sepulcro, los múltiples testigos que lo vieron resucitado. Basta leer cada uno de los relatos, que nos transmiten los Evangelios, para conectar con esa alegría que ha llenado el corazón de tantísimas personas a lo largo de la historia. Hasta nosotros llega esa alegría, abramos el corazón para recibirla. La fe cristiana tiene como centro la persona de Cristo. Y el fundamento de nuestra fe cristiana es precisamente este: que Cristo no está muerto, sino que ha vencido la muerte y vive otra vida, nueva y distinta, para siempre. Ya en los primeros tiempos se cuestionaban este anuncio, y san Pablo afirma rotundamente: “Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana también nuestra fe… Pero no, Cristo ha resucitado de entre los muertos y es primicia de los que han muerto” (1Co 15,14). Es el encuentro con Cristo el que cambia radicalmente nuestra vida. Conectar con quien ha vencido la muerte nos abre un horizonte insospechado, que llena nuestro corazón y nos hace respirar hondo. Porque el problema del hombre es que antes o después tiene que enfrentarse a la muerte, y todos sus proyectos se vienen abajo. Y no basta esa supervivencia colectiva en la que algunos se amparan. Cierto, soy miembro de una sociedad, pero me interesa sobre todo si yo en persona viviré. En estos días en que la muerte nos toca tan cerca, esta es la pregunta fundamental: quién me librará de la muerte. Nadie puede hacerlo, sólo Cristo puede darte alas de una vida que no se acaba, porque sólo él ha resucitado de entre los muertos. Y nos quiere comunicar esa vida que no acaba. Jesucristo no sólo nos abre el horizonte del cielo, que es nuestra meta, sino que nos libra del miedo a la muerte, que nos tiene pillados, nos tiene esclavizados. Nos cuesta la vida entera aprender esta actitud. “Jesús participó de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hbr 2, 14-15). En las circunstancias actuales del coronavirus mueren muchas personas, pero además es toda la población la que vive con un miedo terrible en su corazón. Están pillados terriblemente por este miedo a la muerte. A eso viene Jesús, y esa es la gran noticia que la Iglesia tiene hoy para el mundo, para todos los hombres. Cristo ha resucitado y nos abre de par en par las puertas del cielo. Y Cristo resucitado nos libra del miedo a la muerte. Cada uno debe aportar lo que tiene en este momento de crisis. El personal sanitario aporta su trabajo infatigable con grave riesgo para su vida. Otras muchas personas están dando su vida de manera admirable. Qué podemos aportar los cristianos. Nosotros podemos aportar nuestra fe vivida, el testimonio de Cristo resucitado, que nos libra de la muerte y del miedo a la muerte. Había un paralítico en la puerta del Templo de Jerusalén, pidiendo limosna Y Pedro le dijo: “No tengo oro ni plata, pero en nombre de Jesucristo, levántate y anda” (Hech 3,6). Pues eso, además de todos los recursos humanos, económicos, científicos y técnicos tan necesarios en este momento, los cristianos te damos lo que tenemos y que nadie más te podrá dar: la fe en Cristo resucitado que llene tu corazón de paz y de alegría en medio de las pruebas. La certeza de la resurrección hace que la persona humana no sea un ser para la muerte, sino para la vida. Ahí está el secreto de la esperanza, para mí y para todos. Queridos hermanos, rezo cada día por toda la diócesis. Quisiera que todos escucharan este anuncio, que les hará mucho bien y les llenará el corazón de alegría: Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!. Cristo ha vencido la muerte, y quiere liberarnos del miedo a la muerte. Es urgente, hoy, ahora que seamos testigos de esto para este mundo que sufre. Recibid mi afecto y mi bendición:

CARTA PARA LA SEMANA SANTA DE DEMETRIO FERNÁNDEZ, OBISPO DE CÓRDOBA

«Vayamos con él» es el título de la carta para la Semana Santa de Demetrio Fernández, obispo de Córdoba

La Semana Santa nos trae el misterio de nuestra redención para celebrarlo, revivirlo, incorporarnos a él y rejuvenecer nuestras fuerzas con su gracia. En Córdoba, comenzamos la Semana Santa con la fiesta de la Virgen de los Dolores, Señora de Córdoba, a la que siguen viacrucis por todas partes, que nos invitan a la conversión y a la penitencia. Y culminará con la celebración gozosa de la Vigilia pascual y el domingo de Pascua de Resurrección

Entremos con Jesús en Jerusalén, y con los niños y jóvenes aclamemos a Jesús como el que viene a salvarnos. El viene humilde y sencillo, a lomos de una borriquita, pero acepta ser proclamado como el que viene en el nombre del Señor, el rey de Israel, el único salvador de todos los hombres. Su retiro en Betania le prepara de manera inmediata a los acontecimientos que se acercan.

“He deseado enormemente comer esta Pascua con vosotros, antes de padecer”, les comunica a los apóstoles al sentarse a la mesa para la cena pascual, en la que instituye el sacramento de la Eucaristía, el ministerio sacerdotal que la prolonga en la historia y el mandato del amor fraterno, que hace presente a lo largo de los siglos la presencia de Cristo.

De nuevo se nos levantará ante los ojos a Cristo crucificado: “Mirad el árbol de la Cruz, donde estuvo clavada la salvación del mundo”. Y adoramos esa cruz bendita, que tantas veces rehuimos, y que el viernes santo besamos agradecidos. “Dolor con Cristo dolorido, quebranto con Cristo quebrantado”, nos recuerdan los Ejercicios de san Ignacio, y dolor con tantas personas que sufren por culpa de otros (injusticias y pecados) y por las propias culpas. Dolor reparador, solidaridad, restauración. Para vivir el silencio del sábado santo, junto al sepulcro, a la espera de la Resurrección.

Y en la Vigilia pascual, la madre de las vigilias, gozo incontenible porque Cristo ha vencido la muerte y ha resucitado. Verdaderamente, ha resucitado, y ha cambiado el curso de la historia de la humanidad, introduciendo savia nueva, su Espíritu Santo, en las venas de la humanidad.María santísima ha vivido todo este recorrido con singular protagonismo, junto a su Hijo. Ella quiere vivirlo este año junto a cada uno de nosotros, con la Iglesia, con cada hombre que sufre. Como madre que sabe consolar y anima a la esperanza. Virgen de los dolores y Madre de la alegría, Señora nuestra.

Vivamos estos días con Jesucristo. Vayamos con él, a la pasión, a la muerte, a la resurrección. Él nos dará su Espíritu Santo, y renovará la faz de la tierra. Nosotros podremos prolongar en la historia su presencia transformadora, en la medida en que nos dejemos mover por el Espíritu.

ENTERRAR A LOS MUERTOS OBRA DE MISERICORDIA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La caridad cristiana incluye la obra de misericordia corporal de enterrar a los muertos, además de la obra de misericordia espiritual de rezar por ellos. Así lo hacemos normalmente, pero la actual pandemia ha trastocado ese momento vital de la muerte, y hemos de estar especialmente atentos para no dejarnos arrollar por las estadísticas frías. La situación actual de la pandemia ha multiplicado el número de muertos, que además de morir en la soledad y sin familiares cercanos, son conducidos aprisa al cementerio para su sepelio o cremación, sin apenas acompañamiento de la familia. En cualquier caso, la legislación del estado de alarma prevé que al momento del sepelio asista el ministro del culto correspondiente, entre nosotros el sacerdote católico. Os agradezco, queridos sacerdotes, que por caridad cristiana estemos cerca de la familia en estos momentos de dolor tan especial y asistamos al cementerio para dar cristiana sepultura a nuestros difuntos cristianos. El que muere es miembro de nuestra comunidad parroquial y queremos acompañarle en ese último adiós, hasta que volvamos a vernos en el cielo, como esperamos. La fe cristiana refuerza esa dignidad de los difuntos, porque ese cuerpo que ahora enterramos en debilidad Dios lo resucitará en fortaleza al final de los tiempos. Nuestra presencia en el momento del sepelio es también un acto de fe explícita en la vida que continúa más allá de la muerte y en la resurrección de los muertos al final de los tiempos, al tiempo que un acto de la más noble compasión para con los familiares. Por otra parte, hemos de consignar en el Libro de Difuntos a cada uno de los enterrados y para eso hemos de ser solícitos en recabar la licencia de sepultura que expide el registro civil para su enterramiento, y según el mismo asentar la correspondiente partida en el archivo parroquial. Cuánto agradecen los familiares que estemos cerca de ellos en esos momentos, pero especialmente en estas circunstancias en que todo se complica. Me llegan varios testimonios de ello. Normalmente hemos contado siempre con la colaboración de las funerarias, pero en estos momentos tienen la tentación de no colaborar, quizá por la saturación del servicio. El cauce ordinario, por tanto, se ha trastocado. Por eso, me dirijo a todos los fieles para rogarles que oren especialmente por los difuntos que mueren en estas circunstancias de pandemia e insistir a todos los familiares que llamen al párroco, para que atienda esos momentos del sepelio con la oración de la Iglesia. Más tarde podrán celebrarse los actos comunitarios debidos, pero ahora en el momento de la muerte y del sepelio reclamemos la presencia del sacerdote, como nos reconoce la legislación del estado de alarma. Si en algún lugar de nuestra diócesis el párroco tuviera especiales dificultades para asistir al sepelio de sus feligreses, comuníquelo a su arcipreste o vicario, y rogamos a los familiares y a todas las personas interesadas llamen al obispado de Córdoba, al teléfono 957 496 474; o escriban un e-mail a la siguiente dirección: Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo., solicitando esa presencia de un sacerdote. Se nos han dado ya varios casos. Vivimos, por tanto, una situación inédita en relación con los difuntos, en la que la caridad cristiana no puede inhibirse, quitándonos el muerto de cualquier manera. Atendamos a los enfermos, a los que pasan hambre, a los niños, a todos los que sufren. Pero no descuidemos a los difuntos y a sus familiares en un momento tan imborrable para la conciencia personal y colectiva, como es la despedida de un ser querido. Cada uno de los que mueren tiene derecho a un sepelio digno y la familia tiene derecho al duelo por aquel familiar fallecido. Revisen las funerarias si ofrecen los servicios que tienen contratados con sus afiliados. Los familiares pueden continuar encargando Misas en sufragio por sus difuntos, como es costumbre cristiana. Por los difuntos podemos ofrecer también la indulgencia plenaria en sus formas habituales de alcanzarla, además del rezo del Rosario u otras oraciones. No consideremos el número de muertos como una fría estadística, que va modulando su curva a medida que pasa la pandemia. Cada uno de ellos tiene una familia concreta, y quizá alguno de nosotros hayamos sido tocados de cerca por la muerte de algún familiar o de algún vecino o conocido cercano. “Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor: así que, ya vivamos, ya muramos, somos del Señor. Pues para eso murió y resucitó Cristo, para ser Señor de muertos y de vivos” (Rm 14, 8-9). Recibid mi afecto y mi bendición:

 

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4º DOMINGO DE PASCUA, DEL BUEN PASTOR

 

HERMANOS Y HERMANAS: En el cuarto domingo de Pascua, la liturgia vuelve a presentarnos la figura de Jesucristo buen pastor. “Yo soy el buen Pastor”, nos dice Jesús con ese matiz de belleza, de bondad, que le hacen más atractivo aún. Está aludiendo a toda una tradición en la que Dios ha prometido darnos pastores según su Corazón, a la vista de tantos pastores mediocres o incluso malos, que se aprovechan de las ovejas – de su leche y de su lana- en lugar de servirles, dando la vida por ellas. Dios había prometido “Yo mismo las pastorearé” (Ez 34,15) y esa promesa se cumple en Jesús: “Yo soy el buen Pastor” (Jn 10,11). Es una de las figuras más entrañables con la que Jesús se presenta en el evangelio. Lleva consigo la solicitud amorosa, la búsqueda de la oveja perdida, que al ser encontrada es colocada sobre los hombros del buen pastor con toda la ternura y la misericordia que supone buscarla y encontrarla, y con toda la alegría para el corazón de Dios por el hallazgo. Jesús contrapone la figura del buen pastor, que ama sus ovejas, que las conoce a cada una por su nombre, del contraste con la figura del funcionario asalariado, que cumple más o menos con su labor, pero no las ama, no las conoce una por una. Y la prueba de ello es que, cuando viene el lobo, el buen pastor no huye, sino que afronta la dificultad a riesgo de su vida, mientras que el asalariado cuando llega la dificultad huye y deja abandonadas las ovejas. Qué gran actualidad adquiere en estos días esta imagen de Jesús buen Pastor. Cada uno hemos recibido una misión por parte de Dios. Ha llegado la pandemia, y ¿qué hemos hecho?. Cada uno responda, mirando a Jesús el buen pastor. Me refiero en primer lugar a los pastores, empezando por mí, pero de manera más amplia me refiero a todos los que tienen alguna responsabilidad en la Iglesia o en la sociedad. Si en algún momento hemos sentido cobardía, miedo que hace retroceder, miremos a Jesús el buen pastor para aprender de él y pidámosle humildemente perdón por no haber estado a la altura. Pero a la luz de esta referencia, Jesús buen Pastor, me siento movido a dar gracias a Dios por tantas personas que han sentido la urgencia de ayudar a los demás y han vencido el miedo que paraliza. Estas personas han puesto en juego sus vidas, y muchas de ellas la han perdido. Al entrar en el fuego directo del combate han sido abatidas y han muerto dando la vida por los demás. ¿Puede haber algo más parecido a Jesús el buen Pastor? Vaya nuestro homenaje sincero a todos los que han muerto en estas semanas pasadas, y particularmente a los que han encontrado la muerte en el tajo de trabajo y precisamente de ese trabajo. Creo que es uno de los mayores testimonios que hemos podido recibir en estos días. Que el buen Pastor les haga disfrutar de los gozos eternos, ya que se han parecido a él al gestionar su vida, sus recursos, su salud. Y han antepuesto la ayuda a los demás a su propio interés. Este ejemplo de Jesús queremos que se extienda por el mundo entero. Y por eso hoy celebramos la Jornada Mundial de oración por las Vocaciones, donde se incluyen todas las vocaciones que llevan entregar la vida a Jesús para que otros tengan vida. Son las vocaciones de especial consagración: hombres y mujeres que dan su vida a fondo perdido, y hemos tenido claros ejemplos en estas semanas, para atender a los ancianos o atender a la vida naciente, atendiendo a las madres gestantes, o dedicarse a la educación para que la persona sea verdaderamente libre. Personas que dan su vida entera, no sólo unas horas de voluntariado, en la atención a los pobres, a los que quedan marginados por el egoísmo de los demás, víctimas del maltrato, de la violencia, de la explotación, del abuso, de la injusticia, etc. Hay personas dedicadas de por vida a rescatar a otros de las redes tóxicas en las que están atrapados. A los jóvenes especialmente os pregunto: ¿no merece la pena gastar la vida en un camino parecido? ¿Qué piensas hacer con tu vida? Oramos en este domingo del buen Pastor por todas las vocaciones consagradas, las que ya están para que perseveren hasta el final, dando su vida, y las que son llamadas ahora para que venzan los miedos y las dificultades y se arriesguen en esta preciosa aventura de parecerse a Jesucristo buen Pastor. Oramos también por las vocaciones nativas en países de nueva evangelización. Recibid mi afecto y mi bendición: Yo soy el buen Pastor, yo soy la puerta Q

 

 

 

HERMANOS Y HERMANAS:Hace 451 años moría en Montilla san Juan de Ávila. Cada año por el 10 de mayo acudimos junto a su sepulcro para celebrar su fiesta solemne en la basílica que lleva su nombre, y a lo largo del año no dejan de pasar obispos, sacerdotes, religiosos y laicos, en grupos de familias o de parroquias, que peregrinan hasta el sepulcro del Maestro de santos. Este año nos encontramos sumergidos en una situación especial, y especial será la celebración de la fiesta de san Juan de Ávila. Normalmente es un día de encuentro de los sacerdotes de la diócesis de Córdoba, a los que unen otros que son gozosamente acogidos. Solemos rendir homenaje a los que celebran 25 y 50 años de sacerdocio (bodas de plata y oro), y es un momento festivo de convivencia entre todos. En estos últimos años, nos ha presidido alguna personalidad eclesiástica relevante, que nos une a la universalidad de la Iglesia y nos abre horizontes. La página web sanjuandeavila.net/sja2020 nos trae abundante material y recursos para hacer un “viaje” hasta Montilla y visitar los distintos lugares avilistas. Os invito a entrar en ella. Encontraréis textos bien traídos, videos del año jubilar y de cada lugar, una novena para este año especial. La diócesis de Córdoba se siente en la obligación de difundir esta figura eclesial para conocimiento universal y para provecho de todos. Y se une a otras tantas diócesis vecinas, en las que san Juan de Ávila ejerció importante influjo, en la que dejó huella profunda. Ante su fiesta, destacaría de san Juan de Ávila: -Su profundo amor a Jesucristo. El toque de la gracia vivido en Salamanca a los 18 años le hace cambiar de rumbo en su vida, el largo periodo de retiro en Almodóvar su pueblo, la experiencia de la cárcel en Sevilla, etc. le han ido puliendo su corazón en gran sintonía con los sentimientos de Cristo. Todo ello alimentado con una devoción grande a la Eucaristía, con largas horas de adoración, su amor a la Cruz, o mejor, a Cristo crucificado. Acercándose a él, constatamos que vive muy identificado con Cristo y nos hace mucho bien. Tiene páginas de una profundidad mística, que expresan no sólo la cultura adquirida sino la experiencia fuerte de un encuentro con Jesucristo que ha sido creciente a lo largo de su vida. Y junto a Jesús, la gran devoción a la Virgen María. “Más quisiera estar sin pellejo que sin devoción a la Virgen”, a la que llama enfermera del hospital de la misericordia de Dios. -Su gran celo apostólico. Le ardía el corazón por llevar las almas a Dios, por dar a conocer ese amor de Dios que se ha manifestado en Jesucristo y que es como fuego del Espíritu Santo. “Sepan todos que nuestro Dios es amor”, en un contexto en el que los reformadores hablaban de la cólera de Dios, de su justicia vengativa. Desde joven se arriesga a dejarlo todo, a venderlo todo repartiéndolo a los pobres y emprender camino a las misiones lejanas de México. El arzobispo de Sevilla se lo impidió y lo convirtió en “Apóstol de Andalucía”. Pero él no paró predicando misiones populares, explicando el catecismo a los niños, fundando colegios para formar a los jóvenes, fundando la universidad de Baeza, formando a los jóvenes sacerdotes, tratando en dirección espiritual a tantas personas a las que proponía directamente su vocación a la santidad. Trató con muchísimas personas, de toda clase y condición, que buscaban su consejo y dirección: con jóvenes y adultos, con seglares y casados, con clérigos y obispos, con religiosos. -Estuvo conectado con los más grandes santos de su época, el siglo de oro de la mística española, que acudían a él buscando su doctrina, su consejo y orientación. Donde hay un santo se apiñan otros muchos, y es que un santo no crece solo, sino en racimo con otros muchos: san Juan de Dios, santa Teresa de Jesús, san Francisco de Borja, san Ignacio de Loyola, por citar algunos. Los entendidos dicen que san Juan de Ávila es como la “puerta de la mística” del siglo de oro español, y qué siglo aquel. Maestro de santos, en sus últimos 15 años desde Montilla, como el mejor vino de solera, desplegó un influjo enorme hasta el concilio de Trento y los Sínodos de Toledo, Córdoba, etc. Una de sus preocupaciones fue elevar el nivel de formación y santidad de los sacerdotes, auspiciando que la reforma de la Iglesia debe ir precedida por la santidad de los sacerdotes. Benedicto XVI dijo al proclamarlo doctor de la Iglesia: “A lo largo de los siglos sus escritos han sido fuente de inspiración para la espiritualidad sacerdotal y se le puede considerar como el promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares”. Promotor del movimiento místico entre los presbíteros seculares, casi nada. Por eso, volvemos a él una y otra vez. Que su fiesta nos alimente el deseo de parecernos a él, por eso la celebramos. Recibid mi afecto y mi bendición: San Juan de Ávila Q

 

DIA DEL ENFERMOAcompañaren la soledad Pascua del Enfermo 2020

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Hay una soledad buena, la que nos permite el descanso, la que nos pone en contacto con Dios, la que nos da impulso para llevar adelante la misión que Dios nos ha encomendado, para entregar nuestra vida a los demás. Esta soledad buena debe ser fomentada, de manera que nos libremos del torbellino de la actividad, del ruido, del estrés, del exceso de mensajes, comunicaciones, estímulos. Solo en la medida en que administramos esta buena soledad, nos hacemos capaces de darnos a los demás. Cuando nuestra vida es extrovertida, corremos el riesgo de no tener nada que dar, porque estamos vacíos. Pero hay una soledad que viene impuesta y que aplasta a la persona que la padece, porque toda persona está hecha para la relación. Es la soledad que aísla, que encierra en uno mismo. Es la soledad que procede de la marginación, del descarte, de la injusticia. Es la soledad que padecen tantas personas a las que la vida y el egoísmo de los demás han golpeado. Ancianos abandonados incluso por sus familiares. Personas que son abandonados por sus cónyuges, con lo que duele eso. Niños a quienes sus padres no atienden. Jóvenes víctimas del consumismo, que quedan en la cuneta de la vida. Añadamos a todo ello los migrantes y los refugiados que huyen de la guerra. La soledad es una de las principales causas de la exclusión social. En España, 4,7 millones de hogares son de una persona sola. 850.000 mayores de 80 años viven solos y con dificultades de movilidad. La Pascua del Enfermo se celebra en dos fechas al año: en torno al 11 de febrero, fiesta de Ntra. Sra. la Virgen de Lourdes, porque ella es salud de los enfermos, y en torno al VI domingo de Pascua, donde se busca que el gozo de la Pascua llegue especialmente a los enfermos. Este año, con el lema “Acompañar en la soledad”, poniendo el foco en tantas personas de nuestro entorno que viven solas, en una soledad impuesta, que las aísla y las destruye. Para todos ellos suena especialmente la invitación de Jesucristo: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré” (Mt 11, 28). Jesucristo quiere entrar en la vida de todas estas personas y hacerse su compañero de camino, su alivio y su descanso. Y prolongado en su Iglesia, en la comunidad de los amigos del Señor, mover a los miembros de la comunidad cristiana para que salgan al encuentro de tantas personas solas de su entorno. La pandemia que vivimos y el confinamiento que por razones sanitarias nos viene impuesto, han acentuado esta soledad y nos han hecho más conscientes de personas que viven cerca de nosotros y están solas. También estas circunstancias han sido ocasión de nuevas iniciativas de acompañamiento en la soledad, y damos gracias a Dios por esta generosidad. El tiempo de Pascua en el que nos encontramos nos invita a vivir esta presencia gozosa del Señor en medio de nosotros, particularmente en el sacramento de la Eucaristía. Ahí se acerca a nosotros vivo y glorioso para acompañarnos en nuestra soledad, para dar sentido a nuestros trabajos, para hacer redentor nuestro sufrimiento vivido con amor junto a él. En este VI domingo de Pascua nos habla en el Evangelio de que no nos dejará solos y desamparados, sino que nos enviará otro Paráclito, el Espíritu Santo, como abogado defensor que estará siempre junto a nosotros para acompañarnos, para defendernos, para consolarnos. Cuando uno descubre la intimidad de Dios, que Jesucristo nos ha abierto para introducirnos en ella, ya no vive nunca solo. Tiene huéspedes que habitan en su alma: el Espíritu Santo, que nos hace entender lo profundo de Dios, el Padre omnipotente que nos cuida como a sus hijos queridos y Jesucristo, el Hijo hecho hombre, que comparte nuestra vida para darnos acceso a compartir la suya. Realmente, el Dios de Jesucristo ha venido para acompañar nuestra soledad, para aliviar nuestro cansancio, para dar alas a nuestra esperanza. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

PENTECOSTÉS

 

VEN, ESPÍRITU SANTO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: La fiesta de Pentecostés es una de las tres grandes fiestas del año litúrgico católico, una de las tres Pascuas del año. Está la Pascua de Resurrección, la fiesta de las fiestas. Y rematando la cincuentena pascual, la Pascua de Pentecostés. Además, se añade la pascua del nacimiento de Jesús, la Navidad. “Pascua” significa el paso de Dios por nuestra vida, en nuestra historia, en nuestra experiencia. Un paso de Dios que quiere divinizarnos, acercarnos más a Él, hacernos partícipes de su divinidad. En Pentecostés celebramos la venida del Espíritu Santo, que brota del corazón traspasado de Cristo en la cruz y resucitado. Ese corazón es como una ventana abierta de par en par por donde Dios se acerca hasta nosotros y por donde nosotros nos acercamos a Dios. Un corazón que ha sido taladrado por nuestros pecados y nos hemos encontrado con la gran sorpresa de un amor desbordante, que perdona, un corazón lleno de misericordia, que invita constantemente al arrepentimiento para entrar en comunión con Él. A los cincuenta días de la resurrección estaban los apóstoles reunidos en oración con María en el Cenáculo, y de repente vino el Espíritu Santo como un viento recio, posándose como lenguas de fuego sobre la cabeza de cada uno de ellos. Es la primera comunidad cristiana, fundada sobre el cimiento de los Apóstoles, aglutinados por la Madre, María Santísima. Es la primera comunidad de base, cuya alma es el Espíritu Santo. La Iglesia de todos los tiempos vuelve continuamente sus ojos a ese momento fundacional y a sus elementos esenciales. El Espíritu Santo es el aliento permanente de esta comunidad fundada por Jesucristo, es el alma de la Iglesia. El Espíritu Santo rejuvenece continuamente a la Iglesia, la embellece con sus dones y gracias, la presenta renovada y engalanada como una novia para su esposo, Jesucristo. El Espíritu Santo genera en nosotros una profunda sintonía con Jesucristo, nos hace sentirnos hijos de Dios, nos hace experimentar que Dios es nuestro Padre, que somos hermanos miembros de una misma familia. Vivir en gracia de Dios es vivir conscientemente esa relación filial, gozosa con el Padre; fraternal, amistosa, esponsal con el Hijo Jesucristo, habitados por el Espíritu Santo que ocupa nuestro corazón como un templo de Dios. Cuando uno vive esa relación honda con las personas divinas rompe el cerco de la soledad y el aislamiento, vive siempre acompañado, disfruta de una participación de la misma vida de Dios, vive en “otro mundo” y desde ese mundo se acerca a las realidades terrenas. Toda la vida cristiana es vida en el Espíritu Santo, es vida espiritual. En este día de Pentecostés celebramos también el Día del Apostolado Seglar y la Acción Católica, con el lema “Hacia un renovado Pentecostés”, haciéndonos eco del reciente Congreso de Laicos “Pueblo de Dios en salida”, celebrado en Madrid (14-16 febrero 2020), y que ha supuesto un nuevo impulso para la Iglesia en España con el protagonismo de los laicos en la vida de la Iglesia y en la vida pública de la sociedad actual. El coronavirus ha dejado en segundo plano este gran acontecimiento eclesial reciente, que habremos de retomar de manera inmediata mirando al futuro. Y la clave de esta renovación eclesial es la experiencia profunda de la acción del Espíritu Santo en nuestros corazones, de manera que la Iglesia se renueve constantemente y ofrezca a la sociedad de hoy la alegría del Evangelio. No es momento de achicarse, tampoco de creerse más que los demás. Es momento de vivir la realidad de nuestras vidas: amados de Dios, somos incorporados al Cuerpo de su Hijo, y recibimos constantemente el Espíritu Santo que ahuyenta nuestros miedos y nos da el arrojo de lanzarnos con parresía (audacia) a la evangelización de nuestro tiempo. A darla vida, como Cristo, para la salvación del mundo. Pentecostés es el don perfecto de la Pascua. El don que Cristo resucitado hace a su Iglesia, el don del Espíritu Santo, nada menos que la tercera persona de Dios, que viene a vivir en nuestros corazones como en un templo. “Abramos la boca del alma, que es el deseo, y vayamos sedientos a la fuente de Agua Viva”, nos recuerda san Juan de Ávila. Recibid mi afecto y mi bendición: V

CORPUS CHRISTI

 

UERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llega la gran fiesta del Corpus Christi, fiesta de la Eucaristía por excelencia, prolongación de aquel jueves santo, en que Cristo tomando el pan nos dice: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo; tomad y bebed, esta es mi sangre”. Y desde entonces hasta el día de hoy, por el ministerio del sacerdote, el pan se convierte en la carne gloriosa de Cristo y el vino en su sangre preciosa. Oh, sacramento admirable. Este sacramento es una invitación permanente a la asombrosa admiración en la adoración, es una provocación continua a comer el cuerpo de Cristo y entrar en plena comunión de amor con Él, constituye un envío permanente al cumplimiento del amor fraterno, que tiene en el Jueves Santo su mandato con el lavatorio de los pies. “Tocar la carne de Cristo” es frase querida al Papa Francisco, que repite cuando trata del tema de los pobres en la Iglesia y de nuestra correspondiente atención a los mismos. “No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor”, decía a los cardenales (29.06.2018). “Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con Él y a tocar la carne sufriente de los demás”. Es una expresión que se sitúa en la más pura tradición de san Ireneo, el teólogo de la carne de Cristo. Y significa palpar la realidad del misterio de la encarnación del Señor, que ha tomado una carne real, no imaginaria, que ha muerto realmente por nosotros y que ha resucitado con su propia carne, no en otro cuerpo dado en la resurrección. Palpar la carne de Cristo en los pobres significa percibir la prolongación de Cristo en cada una de las personas que sufren en el alma o en el cuerpo. “Lo que hagáis a uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40). Al llegar esta gran fiesta del Corpus, queremos comer la carne gloriosa de Cristo en la comunión eucarística y tocar esa misma carne de Cristo en los pobres, nuestros hermanos. La actividad de Cáritas es permanente a lo largo de todo el año. Cáritas es la organización de la caridad en la Iglesia. No es una ONG cualquiera, es el cauce organizado de los católicos para el ejercicio de la caridad y la atención a los pobres en nuestra sociedad. Existe en cada Iglesia diocesana y en cada parroquia. Y encuentra multitud de voluntarios que sirven en todos los aspectos necesarios, pero, sobre todo, acompaña a las personas que acuden a pedir ayuda. “No me tratan como simples funcionarios, me tratan con corazón y se hacen cargo de mi situación”, me decía hace poco una persona que acudía en busca de alimentos. “Lo más importante de Cáritas es el trato, el corazón que pone en todo lo que hace”, me decía otro indigente. “Cuando ya no tengo donde recurrir, me queda Cáritas siempre”. Los pobres necesitan comer, sí; pero necesitan sobre todo que los trates con dignidad, compartiendo su situación y ofreciendo lo que tienes a la vez que recibes grandes testimonios de ellos. En una sociedad como la nuestra en que cada uno va a lo suyo, merece la pena detenerse ante las personas necesitadas, al menos en estos días de la Campaña de Cáritas. “Somos capaces de amar sin medida”, es el lema de este año. Recuerda por un lado el amor de Cristo, que “habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13,1), y con ese mismo amor nos manda que amemos a nuestros hermanos. Y nos recuerda al mismo tiempo los abundantes testimonios que hemos tenido cerca con ocasión de la pandemia. No se trata de un voluntarismo superior a nuestras fuerzas, a manera de héroes, que nos sitúe en una tensión insoportable ante un nivel inalcanzable. Se trata de recibir como un don de Dios la capacidad de amar, hemos sido hechos para amar, y el Espíritu Santo dado en nuestros corazones nos lleva a un amor sin medida al estilo de Cristo. Y al mismo tiempo vemos que, llegada la ocasión, la persona humana es capaz de estirarse y alargar su capacidad sin medida. Las ocasiones límite ponen a prueba nuestra capacidad y la agrandan, y no podíamos imaginar que la persona diera tanto de sí. En la virtud de la caridad no hay medida, cada uno llegue hasta donde le es dado llegar, y en el ejercicio de ese amor, él mismo se sorprenderá. “La medida del amor es amar sin medida” (San Bernardo). Ese amor se hace palpable, tangible. Cáritas tiende su mano para pedir tu colaboración económica. No hay cuestación por las calles, haz tu ingreso en la cuenta de Cáritas. Seamos generosos, no amemos de palabra y con la boca, sino con obras y de verdad. Hoy Cáritas necesita tu ayuda más que nunca. Recibid mi afecto y mi bendición: Tocar la carne de Cristo, amar sin medida

 

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SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Llegamos a la fiesta solemne del Sagrado Corazón de Jesús, el viernes después del Corpus. Es la celebración del amor de Dios, que se ha expresado hasta el extremo en el corazón humano de Jesús, herido de amor por nuestros pecados. La devoción y el culto al Sagrado Corazón se acentúa en el contexto de la reforma católica en el ambiente de la reforma protestante. Frente a posturas que hablan de la justicia vindicativa de Dios y del castigo divino por el pecado humano, el Sagrado Corazón nos recuerda que ha sido el amor, sólo el amor, el que ha movido a Dios en su relación con los hombres. Y que ese amor perdura, a pesar de los muchos pecados de los hombres. Es más, que ese amor es capaz de sanar todas las heridas del pecado y es capaz de reciclar todo el odio humano para convertirlo en amor verdadero y duradero. Sólo el amor es capaz de transformar el mundo y la historia, nunca será el odio ni la venganza humana. El misterio central de la fe cristiana es una persona: Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne en las entrañas virginales de María. Dios verdadero y hombre verdadero. En la humanidad de Cristo, en su corazón humano, nos llegan todos los tesoros de Dios para los hombres. Y en ese corazón humano todos los hombres podemos devolver lo que hemos roto, puede repararse lo deteriorado en el corazón humano. El Corazón de Cristo se ha convertido en el punto de encuentro de Dios con los hombres y de los hombres con Dios. Decía nuestro San Juan de Ávila: “Sepan todos que nuestro Dios es amor” y dedicó a este eje de la vida cristiana muchos de sus escritos, además del Tratado del Amor de Dios. Pues ese amor de Dios se ha hecho carne en el corazón humano de Cristo, nuestro Señor. Y el corazón de Cristo es todo un símbolo de ese amor. Por eso la devoción y el culto al Corazón de Jesús nos está recordando constantemente el centro y la síntesis de la vida cristiana: que Dios es amor. El símbolo del corazón nos habla de amor. Ese corazón está llagado por la lanza del soldado en la Cruz, ha sido herido por nuestros pecados, porque a Dios nuestros pecados le entristecen y le ofenden. Pero de ese corazón brota agua y sangre, para lavar nuestras manchas y redimir nuestros delitos. Es un corazón del que sólo mana amor, capaz de sanar nuestros desamores, nuestras heridas. Un manantial permanente de amor, para que acudamos a él todo el que tenga sed de vida y de amor. Es un corazón coronado de espinas. La burla con la que los soldados le encasquetaron esa corona es el resumen de nuestras frivolidades al tratar superficialmente el amor. Y, sin embargo, esa corona de burla es el símbolo de que Cristo es rey de verdad, no de burla. Es el único que puede poner orden en nuestro corazón y en la sociedad, porque ha ofrecido su vida para la reconciliación de todos. La fuerza del amor de Cristo es más potente que todas nuestras frivolidades, aprendemos a amar acercándonos a ese Corazón. El Amor no es amado, es incluso ofendido. Pero ese Amor ha reaccionado ante nuestros pecados con un amor más grande. En el símbolo del corazón aparece una llama de fuego, queriéndonos decir que ese Corazón es un horno de amor, que quema nuestras impurezas, que aquilata nuestras virtudes, como se aquilata el oro en el fuego. Un amor que no se agota nunca, que nunca se cansa de amar. La religión cristiana es la religión del amor, en ella no tiene ninguna justificación ni el odio, ni la venganza, ni la injusticia, ni la violencia, ni la explotación del hombre por el hombre, ni el abuso, ni la manipulación, ni la marginación o el descarte. Sólo el amor vencerá todas nuestras limitaciones y delitos. Acercándonos al Corazón de Cristo aprendemos a amar con los sentimientos de ese mismo Corazón, hasta implantar en el mundo la “civilización del amor”. Aprendamos en nuestras familias a amar así, entronizando el Corazón de Cristo en el centro de los hogares. Aprendamos en nuestra sociedad a introducir cada vez más el amor que brota de este Corazón. Aprendamos en la vida pública, en la vida política, a sembrar este amor, nunca el odio ni la crispación. Aunque parezca atajar el camino, el odio y la crispación retrasan siempre el progreso. El amor de Cristo nos enseña un camino de prosperidad cuando lo llevamos a la práctica. Sagrado Corazón de Jesús, en ti confío. Recibid mi afecto y mi bendición: Un corazón vivo y palpitante de amor.

 

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DOMINGO 14 A

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El pasaje evangélico de este domingo XIV del tiempo ordinario es un autorretrato de Jesús. Él mismo se nos presenta hablando de su identidad, de sus sentimientos, de su invitación a seguirle. Toda esta proclamación se realiza en un clima de oración. La relación de Jesús con el Padre, con su Padre Dios, es una relación estrecha, profunda, íntima. En esta página Jesús nos abre su corazón para mostrarnos su relación especial con el Padre. Jesús vive colgado del Padre. Jesús es Dios, él sabe que es el Hijo de Dios y nos habla continuamente de ello, no lo disimula. Aquí lo manifiesta abiertamente. “Todo me lo ha entregado mi Padre”, la misma vida en el seno de Dios, pues tienen la misma naturaleza divina, y la vida humana por medio de María Virgen. La oración cristiana consiste en entrar en ese diálogo de amor que mantienen el Padre y el Hijo en la eternidad, diálogo que se ha introducido en el tiempo para hacérnoslo más accesible. Ese diálogo les sabe a gloria, y sabe a gloria a quien ellos introducen en el mismo. Estas cosas Dios las esconde a los sabios y las revela a los sencillos. La primera condición para entrar en ese diálogo de amor entre el Padre y el Hijo ha de ser la humildad, la sencillez de corazón. “Sí, Padre, así te ha parecido mejor”. Qué tendrá la humildad que tanto atrae el corazón de Dios hacia su criatura. Santa Teresa de Jesús, usando la imagen del ajedrez, viene a decir que la humildad es la reina que da jaque mate al rey (Camino 16). El Evangelio está hecho para los humildes, por eso tantas veces no nos entra en la cabeza ni en el corazón. Al Hijo sólo lo conoce el Padre, al Padre sólo lo conoce el Hijo y a quien el Hijo se lo revele. No se trata de conocer a Dios en abstracto, Jesús nos da a conocer a Dios como su Padre y se nos manifiesta a sí mismo como el Hijo. El Dios cristiano es un Dios familia, comunidad de tres, diálogo permanente entre ellos. Este es el Dios de Jesús, nuestro Dios. “Venid a mí”. Jesús nos invita a seguirle, a estar con él, a entrar en su amistad. Él sabe que estamos agobiados. Y no nos agobian los problemas, el agobio nos viene de nuestros pecados pasados y presentes, y de las secuelas que han dejado en nosotros. Ese agobio sólo lo puede curar él. “Y yo os aliviaré”. Jesús no ha venido para fastidiarnos la vida, no ha venido para echar nuevas cargas sobre nuestros hombros. Jesús ha venido para hacernos la vida más llevadera, para aliviarnos la carga, para infundir esperanza en nuestros corazones fatigados. Nos lo expresa con la imagen del yugo, ese yugo que une a dos animales de carga que tiran del carro simultáneamente. Jesús nos invita a entrar en ese yugo, donde él tira más fuerte y donde la vida se hace pareja con el otro. Jesús nos invita a una relación de compartir el yugo (con-yuge). La carga más fuerte es muchas veces la propia soledad. Jesús nos invita a no vivir solos, nos invita a entrar en su yugo, a dejarnos acompañar por él y nos promete que es llevadero este yugo. Claro, si tira él del carro, esto puede ir adelante. No pretendamos hacer solos lo que Cristo quiere hacer con nosotros. No nos empeñemos en tirar del carro con nuestras solas fuerzas, porque nos reventamos y no prosperamos. Venid a mí, cargad con mi yugo, aprended de mí. “Soy manso y humilde de corazón”. Todo un programa de vida. Como los grandes pintores que con pocos rasgos dibujan un perfil. Jesús nos da estos rasgos de su propio perfil: manso y humilde. Manso por su buen carácter, por su acción pacificadora, por su equilibrio emocional. Qué bien se está con Jesús, no se enfada, no me echa en cara mis defectos, me ama, tiene paciencia conmigo. Y es humilde, nunca prepotente ni mirando desde arriba, sino arrodillado a los pies de sus amigos para lavarles los pies. Vale la pena hacerse amigo suyo, en él encontramos nuestro descanso. Recibid mi afecto y mi bendición:

 

 

DOMINGO XVII A

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Una tendencia fuerte del corazón humano es la tendencia a la fecundidad, a dar fruto abundante, a ver que nuestra vida sirve para algo y para alguien. En el Evangelio de este domingo, XV de tiempo ordinario, Jesucristo toca este tema, y lo hace con una parábola que todos podemos entender fácilmente. Nuestra vida es como una tierra fecunda, que si recibe buena semilla puede dar buenos frutos según la capacidad de cada uno. Esta tierra fecunda recibe la Palabra de Dios como un regalo de lo alto. No podríamos dar frutos de vida eterna si no recibiéramos de lo alto la gracia de Dios, que nos hace hijos en el Hijo, si no recibiéramos el Espíritu Santo, que nos hace fecundos. La semilla, por tanto, está garantizada, es de primerísima calidad. Viene después la tierra. Y en esta parábola, Jesús nos va explicando cómo hay quienes apenas acogen la Palabra, viene el enemigo y la roba. El enemigo es el Maligno, es Satanás. Su tarea es la de robar de nuestros corazones esa buena semilla, que, al no ser bien acogida, es fácilmente robada. Atención a esta acción del demonio. A muchos los entretiene, los distrae, los aparta de Dios. Es preciso que por nuestra parte hagamos un esfuerzo por labrar la tierra, para que produzca fruto. Precisamente porque es un don de lo alto, debemos poner toda nuestra atención para que el demonio no nos engañe y nos robe la Palabra de nuestro corazón. Otra actitud es la de acoger con alegría esa buena semilla, pero encuentra una tierra llena de piedras, con escasa profundidad y sin poder arraigar. En cuanto salió el sol, se secó. Hay cosas gordas en la vida humana que impiden a la Palabra echar raíces. Hay personas que dicen que no son creyentes por la cuenta que les tiene, es decir, porque no quieren quitar de su vida algo que va contra la ley de Dios. Prefieren ser infecundos y no ajustar su vida al plan de Dios. Así no hay fruto. Una semilla no puede arraigar en un terreno pedregoso. Para que la tierra quede mullida hay que empezar quitando lo más gordo, y luego vendrán otras labores. Otra actitud es la que representa la tierra con zarzas, espinas y otras hierbas. Quizá haya profundidad para acoger la Palabra y dar fruto abundante, pero esa tierra no está cuidada. Si se deja crecer la mala hierba, es imposible que el fruto perdure. Se ahoga. Son los afanes de la vida, los problemas que se acumulan, el trabajo que agota. Es la seducción de las riquezas por las que tantos se afanan. El corazón de estas personas está ocupado y, al tiempo que brota la buena semilla, brotan los propios intereses que no coinciden con los de Dios. En la vida cristiana hay todo un trabajo de ir quitando lo que estorba, es la tarea de la abnegación, de la mortificación. Aunque haya buenos deseos y buenos propósitos, porque la Palabra ha arraigado, si no se van puliendo los afectos desordenados, los apegos, llegarán a asfixiar los buenos frutos. Por último, Jesús habla de la tierra que está preparada, que va siendo cuidada. Esta tierra acoge la Palabra y da fruto. El corazón humano es capaz de dar frutos de vida eterna, de vida abundante, si es cuidado con esta buena semilla y con la colaboración esforzada de mimar la tierra. Qué satisfacción cuando vemos los frutos, y eso que todavía no acabamos de verlos del todo. Sembramos con esperanza y en su día cosecharemos. Esa tierra no se refiere a personas distintas. Todas esas actitudes o tipos de tierra pueden darse en una misma persona, por etapas de su vida, por diferentes aspectos de su personalidad. Se trata de que todo el corazón vaya convirtiéndose en tierra buena para que produzca fruto en todos los campos. Como en toda tierra de labranza, trabajo nunca falta, es tarea de toda la vida. El sembrador es excelente, la semilla es de primera calidad, la tierra de nuestra vida ha de ir cultivándose continuamente para que produzca frutos abundantes. Recibid mi afecto y mi bendición: Semilla buena en tierra buena.

 

 

DOMINGO XVIII

 

EL TRIGO Y LA ZIZAÑA

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: El evangelio de este domingo nos propone la parábola del trigo y la cizaña, una experiencia cotidiana de quien cultiva el campo, y de la que Jesús extrae una enseñanza fundamental para nuestra vida. Dios sólo es origen del bien, el mal no tiene nunca origen en Dios. Y se plantea la pregunta ¿por qué existe el mal en el mundo, en nuestro corazón, a nuestro alrededor? La parábola nos enseña que el buen sembrador ha sembrado buena semilla en el campo, ha sembrado trigo, y como tal esa semilla va creciendo hasta dar fruto y darnos un rico pan. Pero, junto a esa semilla buena, de la que se esperan frutos buenos, aparece otra hierba mala, la cizaña. Es muy parecida al trigo en su aspecto exterior, pero sus granos son tóxicos para el consumo humano. La reacción espontánea de los empleados en ese campo, cuando ven aparecer la cizaña, que ellos no han sembrado, es la de ir al dueño del campo para preguntar quién lo ha sembrado. La respuesta es clara: ha sido el enemigo. El enemigo del hombre en el lenguaje bíblico es siempre Satanás, cuya tarea permanente es la de sembrar el mal para apartarnos de Dios. Queda identificada, por tanto, la semilla tóxica y quién ha sido el que la ha sembrado. No ha surgido por generación espontánea, la siembra ha sido intencionada. Y viene entonces el núcleo de la enseñanza. La reacción espontánea y la propuesta es la de ir a arrancarla inmediatamente. Para que no haga daño al trigo, para que no confunda al labrador, para que los frutos de una y de otra no se confundan. Pero el dueño del campo señala rotundamente: No, que podíais hacer daño al trigo. Al arrancar la cizaña, corre peligro el trigo, que podría ser arrancado indebidamente. Hay males en nuestra vida y en la sociedad que habitamos que son fáciles de identificar y de luchar contra ellos. Nuestra lucha contra el mal ha de ser constante, una lucha sin cuartel. Pero hay males, que a pesar de ser identificados, no pueden ser eliminados de un plumazo. Se trata de convivir con ellos, fortaleciendo el bien que cultivamos y tolerando el mal que acompañan. Aquí, el discernimiento. Cuándo debemos atacar frontalmente el mal hasta erradicarlo y cuándo hemos de convivir con él tolerándolo para no hacer un mal mayor. El dueño del campo no procede a arrancar la cizaña para no perjudicar al trigo. No la arranca por respeto a la cizaña ni por darle otra oportunidad a la misma cizaña. La cizaña siempre será tóxica y cuanto más crezca peor. Sin embargo, para no dañar al trigo, permite que crezcan juntos el trigo y la cizaña. Tiempo habrá, cuando llegue la siega, de separar lo uno y lo otro. Y el buen trigo irá al granero, mientras que la cizaña irá a la hoguera, será destruida. Recurrían a mí hace unos días unos padres para que les aconsejara acerca de un hijo y de su mal comportamiento. Qué podían hacer. Acababa yo de meditar esta parábola, y encontré luz en ella para ofrecerla a esos padres angustiados. En cada actuación concreta, invoquemos al Espíritu Santo para ver qué tenemos que hacer. Pero en caso de duda, probemos en la línea de esta parábola, que algunos podrían calificar de tolerante, incluso en el mal sentido de la palabra. Dejadlos crecer juntos. Hay riesgo de que todo se vuelva cizaña. Hay riesgo de que el trigo, poco o mucho, se vuelva inservible si sus frutos se mezclan con el fruto tóxico de la cizaña. Dejadlos crecer juntos, nos dice Jesús hoy. No se trata de una indiferencia ante el mal ni se trata de favorecer el mal directa o indirectamente. Se trata de salvar el trigo. Y a veces para salvarlo hay que hacer la vista gorda ante la cizaña, que ha sembrado el enemigo. Ya llegará el momento de separar el trigo de la cizaña, pero ahora respeta la persona, respétala con todo el amor de tu corazón, respeta su libertad, como hace Dios continuamente con nosotros. Con este respeto a la persona por encima de todo, el trigo se fortalecerá y la cizaña quedará delatada por sí misma, de manera que el mismo sujeto que la padece será capaz de eliminarla en su momento. La pedagogía de Dios no siempre coincide con la nuestra. Recibid mi afecto

 

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DOMINGO 24 A 2020

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Las relaciones comunitarias tienen varias dimensiones y distintos aspectos. El domingo pasado Jesús nos hablaba de la corrección fraterna, en este domingo nos habla del perdón a quien nos ha ofendido. ¿Cuántas veces tengo que perdonar?, le preguntan. ¿Hasta siete veces? Es número completo, que señala la perfección. Es decir, si llego a perdonar siete veces, ya he dado la talla de la perfección. Y Jesús responde: -No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18, 22). Esto es, sin límite, siempre. Y les puso una parábola para explicar esta enseñanza. Jesús es verdadero maestro y gran pedagogo a la hora de hacernos entender las cosas grandes con ejemplos sencillos. Un hombre, deudor ante su dueño de una gran deuda, pidió a su dueño que se la perdonara; y se la perdonó. Y este mismo perdonado, ante un compañero que tenía pequeña deuda con él, le exigió que pagara hasta meterle en la cárcel. Cuando se enteró el dueño, indignado tomó cartas en el asunto y le ajustó las cuentas a este criado tan exigente con su compañero. “No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?”. Jesús nos hace ver que el perdón a los demás tiene su fundamento en el perdón que hemos recibido nosotros de Dios. Por parte de Dios hemos sido perdonados hasta la saciedad, y no hemos de olvidarlo nunca, porque aquí está el argumento para que nosotros podamos perdonar a los demás hasta setenta veces siete, es decir, sin límite. Estamos tocando el núcleo del evangelio, el tema del perdón a quienes nos ofenden, que lleva incluso al amor a los enemigos. No hay doctrina más sublime en ninguna cultura ni en ninguna religión. Perdonar, perdonar siempre es la quintaesencia del cristianismo, es el amor más refinado. Es lo que ha hecho Jesús hasta dar la vida por nosotros. Quien recibe el Espíritu de Jesús, lleva en su alma este impulso a perdonar, como lo hizo él. Tenemos que ejercitarnos en ello, porque no sale espontáneo de la carne ni de la sangre. Así ha quedado plasmado en la oración principal del cristiano, el Padrenuestro: “Perdona nuestra ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Hay una correlación entre el perdón recibido y el perdón ofrecido, en ambas direcciones. Perdonar a los que nos ofenden nos capacita para recibir el perdón de Dios. Y al mismo tiempo, cuanto más recibimos el perdón de Dios y más conscientes nos hacemos del perdón que recibimos, más nos capacitamos para perdonar a los demás. En cualquier caso, sería una grave injusticia que no perdonáramos a los demás, cuando nosotros somos perdonados continuamente. El perdón cristiano no es simple cuestión de cortesía. Cuando Dios nos perdona, nos devuelve con creces los dones rechazados por el pecado, por las ofensas a él. Es decir, Dios se complace en volver a darnos lo que antes habíamos rechazado, incluso aumentándolo. Nos lo devuelve con creces. Y cuando nosotros perdonamos movidos por este mismo Espíritu Santo, nos hacemos capaces de restaurar en el otro lo que él ha perdido por la ofensa al hermano. En realidad, la vida cristiana es un camino de perdón continuo, puesto que somos débiles, pecadores y rompemos la alianza con Dios y el amor debido a los hermanos. Qué sería de nosotros sin esta dinámica de perdón. Y esa misma dinámica es la que debemos contribuir a implantarse en nuestra sociedad. Sólo las fuerzas humanas no serían capaces de este programa de perdón. Recibiendo a raudales el perdón de Dios y su gracia, nos vamos capacitando para perdonar a los demás. Y qué hondamente contentos nos sentimos al ser perdonados por Dios y por los demás, qué satisfacción la de poner perdonar a los hermanos hasta setenta veces siete. Recibid mi afecto y mi bendición: Setenta veces siete Q

 

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MES DEL ROSARIO04/10/20

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS:

El mes de octubre es el mes del Rosario, porque comienza con la fiesta de la Virgen del Rosario el día 7, instituida por la victoria de Lepanto (hace ahora 449 años). Otras posteriores victorias fueron atribuidas a María Santísima por el rezo del Santo Rosario, que la Virgen enseñó a Santo Domingo de Guzmán, y la Orden dominica se ha encargado de difundir por el mundo entero hasta universalizarlo.

En las apariciones de la Virgen en Lourdes (1858) y en Fátima (1917), ha insistido en el rezo del santo Rosario. El papa León XIII escribió varias encíclicas sobre esta devoción mariana; san Juan Pablo II dice: “El rosario es mi oración preferida”. Y el papa Francisco ha repetido: “El rosario es la oración que acompaña siempre mi vida, también es la oración de los sencillos y de los santos”.

En muchas familias es costumbre rezar unidos el santo Rosario a diario. “Familia que reza unida, permanece unida”, decía el P. Peyton en su campaña por un mundo mejor. Es la oración que trenza la contemplación con la oración vocal, que tiene un gran contenido bíblico, que contempla los misterios de Cristo desde el corazón de María. Es oración cristocéntrica y mariana al mismo tiempo, que repite el saludo del ángel a María a manera de la oración repetitiva oriental.

A muchos jóvenes, en mis años jóvenes y no tan jóvenes, los he iniciado en el rezo del Rosario. Y cuántos de ellos me lo han recordado y agradecido pasados los años. Es una oración que está al alcance de todos, es una oración sumamente sencilla, es una oración que enseña a orar a los humildes y sencillos. Benditas abuelitas que rezan y rezan el rosario, trayendo gracias abundantes para toda la Iglesia.

El Rosario se compone de cuatro grupos de misterios: los Misterios gozosos, referentes a la infancia de Jesús y que llenan de alegría el corazón. Los Misterios luminosos, que desgranan algunos momentos de la vida pública de Jesús. Los Misterios dolorosos, que contemplan la pasión y muerte del Señor. Y los Misterios gloriosos, que nos presentan la victoria de Cristo resucitado y la alegría irreversible de su resurrección. Hay personas que rezan las cuatro partes cada día. Hay personas que rezan una parte. Hay quienes rezan solamente un misterio. Lo importante es conectar por medio de esta oración con Jesucristo, sintiendo cercana la intercesión de María nuestra madre, que nos enseña a orar.

También en nuestros días necesitamos abrir nuestro corazón a Dios y mantener esta oración sencilla, que alimenta nuestra fe. Son también muchas las necesidades de nuestros días por las que hemos de interceder continuamente, por las que hemos de rezar el Rosario. La salud de los enfermos, la justicia y la paz en el mundo, la situación actual de nuestra sociedad, las intenciones del Papa y las necesidades de la Iglesia, además de nuestras necesidades personales y familiares. Pero sobre todo, el alejamiento de Dios que trae un mal radical para tantas personas.

La mayor carencia de la vida humana es carecer de Dios, y muchos de nuestros contemporáneos la padecen. Por eso hay que pedir insistentemente, sin cansarnos, para que muchos recuperen o descubran el sentido de Dios en sus vidas, y puedan disfrutar de los dones de Dios.

Al comienzo de curso en nuestra diócesis pidamos al Señor por medio de su madre María a la que siempre escucha cuando rezamos el santo rosario que la juventud y las familias actuales de nuestro entorno se encuentren con Dios, en su Iglesia; descubran a Cristo y la protección maternal de María.

Octubre es también el mes del Domund, el mes misionero, pidamos en este mes especialmente por la extensión del Evangelio por todo el mundo y especialmente en nuestra España que con estos gobiernos ateos se está alejando de Dios y de la salvación eterna. Pidamos tambien y especialmente por los paises de misión, por los misioneros que se juegan la vida cada día, en medio de múltiples carencias. Que María santísima los proteja siempre.

Pidamos por nuestra diócesis, por nuestros sacerdotes y seminaristas, por los que siguen de cerca al Señor en la vida consagrada, por las familias, los niños y los jóvenes.

Pidamos especialmente por todos los que sufren por cualquier causa. Recemos el Rosario cada día, nos hará mucho bien a nosotros y a los demás. Recibid mis palabras con el mismo afecto y deseos de amor a la Virgen que tengo siempre por todos vosotros al rezar el santo rosario todos los días de mi vida.

 

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QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: En el evangelio de este domingo vamos de boda, la boda del hijo del rey. Asistimos por tanto a la boda del heredero, donde el padre ha tirado la casa por la ventana, llamando a muchos invitados. El hijo del rey es Jesucristo para quien su Padre Dios tiene preparada la herencia del Reino de los cielos. “El Señor Dios le dará el trono de David su padre, y su reino no tendrá fin”. Los invitados son muchos, porque la redención de Dios y su amor al hombre no tienen fin. La redención se plantea como un gran banquete nupcial, al que todos somos invitados. Dios tiene preparado para nosotros en su Hijo alegría sin fin, fiesta y encuentro, esperanza y futuro. El drama se plantea cuando los invitados no acuden a la boda, no corresponden con amor al amor de quien los invita. Encuentran pretextos en circunstancias menores, que les apartan de asistir a este grandioso banquete nupcial. Unos tienen negocios, otros tierras que atender, algunos incluso han rechazado violentamente a los emisarios, porque no aceptan la invitación ni quieren que se les recuerde siquiera. El rey no se cansa de insistir, incluso amplía el campo de invitados, a todos los cruces de caminos, a todos los que encontréis. Y la sala del banquete se llenó de invitados, no de los de primera hora, sino de aquellos que estaban descartados. La misericordia de Dios es universal. El rechazo de los primeros invitados está recordando al rechazo que Jesús ha experimentado por parte de su pueblo judío. “Vino a los suyos y los suyos no le recibieron”. Ese rechazo primero ha servido para ampliar el círculo de invitados. El rechazo a Jesús como Mesías del pueblo de Israel ha abierto de par en par las puertas a los gentiles. Cuando la sala se llenó de invitados, el rey llamó la atención a uno que había entrado al banquete de cualquier manera. “Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin el traje nupcial?”. Esta pregunta nos da la clave de toda la parábola. No se trata sólo de una boda, que simboliza la fiesta y la felicidad a la que Dios nos llama. Y de la boda del hijo del rey, nuestro Señor Jesucristo que viene a desposarse con la humanidad. Se trata de acudir a esta invitación con el “traje nupcial”. No sólo con traje de fiesta, sino con el traje nupcial, con el que el novio y la novia acuden a la boda. Y es que Jesús viene a desposarse con cada uno de nosotros. No se trata de una boda ajena a nuestra existencia. Se trata de la unión más profunda que cada persona humana está llamada a tener con Jesucristo, sea cual sea su vocación y misión en la vida. El novio es Jesucristo, la novia es cada una de las almas. Si es a mí a quien se dirige el Señor, con quien quiere entablar una relación esponsal, corresponde una actitud esponsal por parte de cada uno de nosotros. Y para eso hay que acudir con traje de bodas. Ese traje nupcial significa la gracia santificante, que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones, haciéndonos hijos de Dios, haciéndonos tempo del Espíritu Santo. Pero al mismo tiempo, ese traje nupcial significa una relación esponsal con Jesucristo, la “ayuda adecuada”, que Dios da a cada uno de nuestros corazones humanos (cf Gn 2,18: “No es bueno que el hombre esté solo, voy a darle una ayuda adecuada”). En el evangelio, Jesús se nos presenta muchas veces con lenguaje de bodas. En este domingo, además, nos invita a acudir al banquete con el traje nupcial. El hombre, cuando no quiere acudir, encuentra siempre pretextos y excusas. Todo está preparado para la boda. Si uno se autoexcluye no culpe a Dios de esta exclusión. Por el contrario, recibamos la invitación con la alegría de quien va de boda, y preparemos el traje nupcial para acudir como conviene. Recibid mi afecto y mi bendición: El

 

 

 

 

 

 

DOMINGO DEL DOMUND

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: Celebramos en este domingo el día del DOMUND, domingo mundial de las misiones. Una nueva ocasión de entrar en esta dimensión esencial de la Iglesia, la dimensión misionera. Misión se refiere en primer lugar al envío de Jesucristo por parte del Padre para anunciar a los hombres el amor de Dios. Un amor que no es amado y que incluso es rechazado por los hombres. Por eso, un anuncio doloroso que llega a su máxima expresión en la Cruz redentora de Cristo. Los Apóstoles también han sido enviados por Jesucristo al mundo entero: “Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado”. Ellos han sido los primeros misioneros, enviados por Jesús al mundo entero. Y han cumplido ese mandato misionero, yendo hasta los confines del mundo para anunciar esta buena noticia. La Iglesia desde su nacimiento es misionera, es decir, ha nacido para evangelizar. Ha nacido para llevar al mundo entero la buena noticia del Evangelio: Dios te ama, Cristo ha muerto por ti, las puertas del cielo están abiertas para ti, todos somos hermanos hijos del mismo Padre, tu vocación es la santidad, llegar a parecerte del todo a Jesucristo por la acción de su Espíritu Santo. En distintos momentos del año, se nos recuerda esta dimensión misionera de la Iglesia. El domingo del DOMUND es un momento fuerte para recordar y profundizar en esta dimensión esencial de la Iglesia, la dimensión misionera.Este año con el lema “Aquí estoy, envíame”. Son palabras del profeta Isaías (Is 6,8), en respuesta a la llamada de Dios para enviarle a una misión. Son las palabras del mismo Jesús, que al entrar en este mundo, dijo: “Aquí estoy para hacer tu voluntad” (Hbr 10,7). Es la respuesta de tantos hombres y mujeres a lo largo de la historia, que al sentir la llamada de Dios, se han mostrado disponibles para ir a donde sea, para cumplir la misión de anunciar el Evangelio. El lema expresa en primer lugar que la misión tiene su origen en una llamada divina. Es Dios el que llama. Y lo hace directamente o poniéndonos delante de los ojos las necesidades perentorias de los demás. Esa llamada, si es de Dios, trae consigo una fuerza superior, que impulsa a cumplir la misión encomendada. Por parte del llamado la disponibilidad es incondicional: “Aquí estoy”. Llegada esta fecha, es momento para agradecer a Dios los más de 500 mil misioneros católicos (hombre y mujeres, más mujeres que hombres), que por todo el mundo anuncian el Evangelio en nombre de la Iglesia. Y lo hacen con plena disponibilidad, atendiendo todos los ámbitos de la persona: educativos, sanitarios, cercanía a los pobres, remedios para el hambre, acompañamiento a las personas en todas sus necesidades y, sobre todo, anuncio explícito de Jesucristo y de su salvación para todos. La acción misionera de la Iglesia es una acción que favorece el progreso de los pueblos a todos los niveles. Y en medio de esos pueblos sencillos y humildes encontramos verdaderos testimonios de fe, que nos edifican. Todos los misioneros constatan que es mucho más lo que reciben que lo que ofrecen, ya que la acción misionera de la Iglesia va precedida y acompañada por la acción de Espíritu Santo que actúa en los corazones. Nuestra diócesis de Córdoba tiene más de 200 misioneros esparcidos por todo el mundo. Allí donde nadie más llega, llegan ellos. Los misioneros son la vanguardia de una Iglesia que existe para evangelizar. Se cumplen en estos días 10 años de la Misión de Picota, en Moyobamba-Perú. Dos sacerdotes diocesanos, que han ido relevándose sucesivamente, dos comunidades religiosas estables y un buen grupo de seglares, además de los seminaristas en una corta experiencia de verano. Picota es parte de nuestra diócesis de Córdoba. Son innumerables las actividades visibles y más todavía las invisibles, cuando visitamos aquel lugar tan lejano geográficamente (a más de 12.000 kms de Córdoba) y tan cercano en el corazón de la Iglesia de Córdoba. Damos gracias a Dios, que nos invita a ser misioneros. Recibid mi afecto y mi bendición: «Aquí estoy, envíame» DOMUND

 

 

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EL PURGATORIO

 

QUERIDOS HERMANOS Y HERMANAS: “Los que mueren en la gracia y la amistad de Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo” (Catecismo 1030). Esto nos lo enseña el Catecismo de la Iglesia Católica cuando habla del más allá de la muerte. El Purgatorio supone por tanto la salvación eterna, que es irreversible, aunque todavía no goza a plena luz de Dios, porque necesita una purificación previa. El mes de noviembre, último mes del año litúrgico, nos pone delante de los ojos el más allá, para que reflexionemos. ¿Qué pasa después de la muerte? La muerte no acaba con nosotros, llevando nuestros huesos al sepulcro o al horno crematorio, y ahí termina todo. No. Dios nos ha creado para vivir eternamente junto a él, para hacernos partícipes de su felicidad inmensa. El hombre es espíritu encarnado. En la muerte nuestra carne se separa del espíritu, del alma. El cuerpo va al sepulcro, el espíritu o alma no muere. Al final de los tiempos, el cuerpo volverá a reunirse con el espíritu. Este mes de noviembre es ocasión para evangelizar en esta dirección y pedir para todos la luz con la que vislumbramos un destino eterno para cada uno de nosotros. El tiempo de pandemia acentúa esta cuestión, pues la pregunta de fondo es ésta: y si me muero, qué pasa. Pues después de la muerte viene el juicio de Dios. En la presencia de Dios nos veremos tal cual somos, sin dobleces, sin mentira, sin engaño. La luz de Dios nos sitúa en la verdad. Y la verdad más importante es que Dios nos ama. Dios nos mira con amor. Somos criaturas suyas, somos hijos suyos por el bautismo. Dios no desprecia nada de lo que ha creado, y menos aún a aquellos que ha adoptado como hijos, dándoles su misma vida en el bautismo. En el corazón de Dios cada uno tiene su lugar propio, en el corazón de Dios todos tenemos un sitio. Y en ese juicio tras la muerte o en el juicio universal al final de los tiempos, Dios nos mirará con amor y con misericordia, pues su amor se dirige a personas que le han ofendido de múltiples maneras. “Si llevas cuenta de los delitos, Señor, quién podrá resistir; pero de ti procede el perdón y así infundes respeto” (Salmo 129). Si, a pesar de ese amor inmenso y misericordioso de Dios, uno da la espalda a Dios, no quiere saber nada de él y se aparta obstinadamente de él, su vida va camino de perdición. Si persevera conscientemente en esa actitud, se carga la salvación que Dios le ofrece. Eso es el infierno. Mientras dura la vida en la tierra, la persona está siempre en la posibilidad de conversión, del volverse a Dios. Tan grande es la misericordia de Dios. Por eso, debemos orar por todos, esperar por todos, pedir la salvación de todos. Y en ese misterio de la gracia que Dios ofrece, pedir que la persona humana no se cierre y aunque sea en el último minuto se abra a la misericordia de Dios, que es inmensa. Pero muchos, ante este amor insistente de Dios, abierto siempre al perdón, alcanzan esa misericordia a lo largo de tantos momentos de su vida. Y mueren en la amistad de Dios, aunque les falte mucho por purificar. Esas son las benditas almas del purgatorio, por las que pedimos especialmente en este mes de noviembre. Nuestra oración les llega, les hace bien. Nuestra intercesión y nuestros sacrificios pueden sacarlas del purgatorio. Es una sana costumbre cristiana ofrecer la Santa Misa por los difuntos, encargar la Eucaristía a un sacerdote y, si podemos, aportar una pequeña limosna. Y además de la Misa, otras oraciones y sacrificios, obras de caridad ofrecidas por las almas del purgatorio. Oremos por las almas del purgatorio, especialmente en este mes de noviembre. Recibid mi afecto y mi bendición: Más allá del final: juicio, infierno, p

 

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